Subido por miguelmeytor

LA-VERDADERA-HECATOMBE-EL-DEBATE-SOBRE-EL-TLC-PERMANECE-ENE.27.09-4

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La verdadera hecatombe
El debate del TLC permanece
ÍNDICE
Introducción
1. Triunfo de la resistencia civil
2. El mundo de la globalización neoliberal
3. Verdades y falacias del “libre comercio”
4. Acatamiento no es negociación
5. Las pérdidas estaban decididas desde antes
6. Masacre agropecuaria
La quimera de exportar más
Ataque matrero a la soberanía
7. Desastre industrial
8. Más monopolios y atraso científico
Aumentarán la enfermedad y la muerte
Para producción mediocre, educación mediocre
9. Las trasnacionales se quedarán con todo
10. Sin dirección económica ni defensa en las crisis1
11. Telecomunicaciones y compras públicas
12. Demagogia y deterioro ambiental
13. A abaratar más el trabajo
1 Sobre estos asuntos pueden leerse distintos análisis de Helena Villamizar.
A USA, pero por “el hueco”
14. Cultura, pero la de los globalizadores
15. La legalidad los mata
16. Conclusiones
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INTRODUCCIÓN
Este texto tiene origen en un libro publicado en octubre de 2006
con el título El TLC recoloniza a Colombia, acusación a Álvaro
Uribe Vélez, edición en rústica que no circuló por las librerías y de
la que centenares de voluntarios vendieron, a precio de costos de
impresión, sesenta mil ejemplares que contribuyeron a popularizar
un debate de gran importancia para el país.
La presente edición aparece enriquecida con los nuevos elementos
que se dieron entre esa fecha y febrero de 2009, al igual que con
los comentarios a las modificaciones unilaterales que la Casa
Blanca le hizo al articulado suscrito por Estados Unidos y
Colombia el 22 de noviembre de 2006, texto que, supuestamente,
no podía modificarse según el compromiso ‘sagrado’ entre las
partes y el propio fast track, como llaman al tipo de trámite
determinado por la legislación estadounidense para estos casos. Y
también considera la decisión de la Corte Constitucional de
Colombia de declarar exequible la totalidad del Tratado, fallo que
votó en contra el magistrado Jaime Araujo Rentería.
Los últimos cambios impuestos por la Casa Blanca, que incluso
condujeron a la mayoría del Congreso colombiano al ridículo de
aprobar dos veces un tratado que ni siquiera han empezado a
tramitar los parlamentarios estadounidenses, no modifican, como
se verá, los rasgos fundamentales del texto y su naturaleza
contraria al interés nacional. Porque ellos no obedecieron a las
preocupaciones por la suerte de Colombia, sino al cambio en la
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composición de las mayorías en el Congreso de Estados Unidos,
que pasaron de republicanos a demócratas en las elecciones del 7
de noviembre de 2006, y a las exigencias de los segundos
tendientes a romper la forma inconsulta como la administración de
George W. Bush tramitó el TLC.
En la exigencia del partido Demócrata para hacerle ligeras
modificaciones a lo acordado también contaron las consideraciones
políticas, pues en Estados Unidos, en plena campaña electoral para
escoger a un nuevo Presidente, había cada vez mayor conciencia
de los daños que al pueblo norteamericano le provocaba el “libre
comercio”, como bien lo mostraban los cincuenta millones de
gringos en la pobreza en ese momento, el deterioro de la calidad
del empleo y que el salario mínimo hubiera estado congelado
durante una década.
A las vacilaciones de los demócratas estadounidenses frente al
“libre comercio”, pues estos se mueven entre las presiones del ‘Sí’
de las transnacionales y las del ‘No’ de los sectores democráticos
de ese país, se sumó, para el caso de la definición del TLC con
Colombia, el horrendo récord de violencia del país, en especial
contra los sindicalistas, y que el Presidente Álvaro Uribe Vélez no
hubiera podido explicar satisfactoriamente por qué tantas
violaciones a los derechos humanos vinculadas con el poder del
Estado y por qué más del ochenta por ciento de los jefes políticos
vinculados con los paramilitares eran partidarios suyos, verdades
que ha aducido el partido Demócrata para diferenciarse de la
posición republicana frente al gobierno colombiano. En las dudas
también contó que en el segundo semestre de 2007 arrancó
formalmente la gravísima crisis económica norteamericana, crisis
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que tiene temblando a Estados Unidos y al resto del mundo y que
cada vez más se compara con la Gran Depresión iniciada en 1929,
la misma que, luego de más de una década de debacle económica y
social, solo empezó a superarse por efecto de la Segunda Guerra
Mundial, al decir de Paul Krugman, premio Nóbel de economía
Los hechos terminaron por demostrar que era demagógica la
esperanza que vendió el gobierno colombiano a todo lo largo de la
campaña electoral norteamericana en el sentido de que estaba por
aprobarse el TLC en el Congreso de Estados Unidos, cuando las
realidades demostraban lo contrario, como en efecto al final se
demostró. Para Álvaro Uribe era clave no aceptar su fracaso en el
trámite del Tratado en el Capitolio estadounidense, porque ello era
una sanción moral y política a su propia persona, y más cuando un
TLC idéntico al que le negaban le concedieron, republicanos y
demócratas, al gobierno de Perú.
No hay certeza acerca de si el gobierno de Barack Obama y sus
mayorías en el Congreso aprobarán o no el TLC entre Estados
Unidos y Colombia y si, de decidirse a hacerlo, someterán a
Álvaro Uribe a la nueva humillación de imponerle más
modificaciones al texto pactado entre las dos partes, cambios que
sin duda este aceptará sin chistar. Porque aun cuando es sabido que
Obama no está en contra del “libre comercio” y que Uribe ya le ha
hecho gestos de estar dispuesto a sometérsele tanto como a George
W. Bush, también es verdad que el tsunami económico que recorre
al mundo podría llevar a la Casa Blanca a impulsar el “libre
comercio” y el neoliberalismo con otros nombres y otros
instrumentos menos desgastados, y más cuando en todas partes
crece el convencimiento de que el diseño de estas políticas tiene un
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solo objetivo: concentrar la riqueza en unos cuantos países y en
unas pocas personas en cada país, generen el desempleo y la
pobreza que generen. Por el momento y mientras definen qué
hacer, ya la Secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton,
hizo saber que mantendrán en el congelador el Tratado con
Colombia, porque consideran que siguen sin ser satisfactorias las
actuaciones del actual gobierno colombiano en relación con las
violaciones de los derechos humanos.
Como una prueba más de que tras el “libre comercio” no hay
concepciones con fundamentos científicos sino ideología, por lo
demás barata, para justificar la codicia sin límites de un puñado de
magnates y de unas cuantas trasnacionales de todas la áreas de la
economía, los panegiristas del TLC insisten en que este debe
aprobarse cuanto antes, a pesar del colapso de la economía
norteamericana y mundial. Según estos, el Tratado es positivo para
Colombia en el auge de la economía de Estados Unidos y del
mundo y, sin siquiera cambiarle una coma, sigue siendo positivo
cuando las economías de Estados Unidos, la Unión Europea y
Japón colapsan y las potencias se disponen, como es obvio, a
trasladarles sus graves quebrantos a los países que giran en sus
órbitas. A tanto llega el dogmatismo de los pocos ganadores y a
tanto el sometimiento de Álvaro Uribe a los intereses foráneos, que
siguen ocultando que el TLC le arrebata a Colombia la cláusula de
la balanza de pagos, la cual fue diseñada para protegen el país ante
crisis como la que sacude al mundo y sacudirá a Colombia.
En el debate teórico, los generadores de opinión neoliberales
siguen tan campantes ofreciendo las mismas recetas, como si el
colapso económico global no probara también la incapacidad de
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las doctrinas del Fondo Monetario Internacional para impedir una
crisis como la que apenas comienza, crisis que supuestamente no
debió darse en Estados Unidos y en las otras potencias
económicas, porque para impedirlo se decidió la destrucción y
anquilosamiento de los aparatos productivos de los restantes
países. Si estos analistas no tuvieran tras de ellos unos intereses
poderosísimos que no desaparecerán por grave que sea la crisis
económica, ¿alguien publicaría sus elucubraciones? Y si no
estuvieran eximidos de los peores efectos de esas políticas y no les
importara un pepino la suerte de sus naciones, ¿pensarían como
piensan?
De ahí que refleje tanta ignorancia o tanta viveza que se diga que
lo que viene con la crisis mundial es el fin de los imperialismos y
el abrazo fraterno entre las potencias y sus satélites, al igual que
entre los monopolistas y los pueblos. Que no se pierda de vista que
quienes quedan al mando en los países que entran en crisis no son
los negociantes que se quiebran sino los que sobreviven, y
particularmente los que prosperan en medio del desastre, al
quedarse con los bienes de sus competidores arruinados, razón por
la cual, ni siquiera en el más surrealista de los sueños, hay cómo
convencerlos de que el neoliberalismo es una política indeseable.
La enormidad de la crisis mundial si puede llevar a profundos
cambios en los países y en el mundo, pero si ella ayuda a generar
procesos de cambios políticos que pongan en la dirección del
Estado a quienes luchan por un mundo diferente.
El empecinamiento de los partidarios del “libre comercio” en
mantener esas políticas, a pesar de los efectos devastadores de la
crisis económica internacional, lo ilustra bien Álvaro Uribe, quien,
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ante la contundencia de los hechos, en vez de corregir el rumbo,
se empeña en profundizarlo. Por ello, en 2008 acordó un TLC con
Canadá y otro con la Asociación Europea de Libre Comercio
(AELC o EFTA, por su sigla en inglés), a la que pertenecen
Islandia, Liechtenstein, Noruega y Suiza. Y tiene el propósito de
“negociar” en cinco meses, para junio de 2009, otro con la Unión
Europea, el cual ya se sabe será igual o peor que el pactado con
Estados Unidos, porque este será su ‘piso’ y porque los europeos
están, por ejemplo, pidiendo mayores tiempos de monopolios por
patentes que los norteamericanos y hasta que se acuerden cláusulas
a favor de los monopolios que han sido negadas en la Unión
Europea. Si el Tratado con Washington se define como un OMC
plus, este otro puede calificarse como OMC plus plus. Esta actitud
agresiva de la Unión Europea, que además profundizó el acabose
práctico de la CAN cuando decidió pactar país por país de la
subregión, no es sorprendente, porque ya hay conocimientos de
sobra para saber que las trasnacionales europeas se comportan en
América Latina de la misma manera que lo hacen las
norteamericanas.
Que el TLC con Estados Unidos no haya entrado en aplicación el
primer día de 2006, como era el propósito inicial, debe celebrarse
como un triunfo para el país y los sectores políticos y sociales que
con tantas razones se han opuesto a profundizar las políticas del
“libre comercio” que tanto daño le han hecho a Colombia desde
1990. Y constituye también una ganancia invaluable que los
opositores al TLC hubiéramos logrado promover uno de los
mayores debates sobre asuntos económicos, sociales y políticos de
la historia del país, pues en las verdades de esas discusiones se
encuentran los principales lineamientos que tendrán que orientar a
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la nación si quiere superar sus innumerables atrasos y carencias,
tragedias que el imperialismo estadounidense y los minúsculos
grupos nativos que intermedian esa dominación solo pueden
empeorar.
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1. TRIUNFO DE LA RESISTENCIA CIVIL
Como ya se mencionó, es difícil encontrar en la historia de las
luchas sociales y políticas colombianas una más larga en el tiempo,
amplia en cuanto a los sectores participantes y profunda en
relación con la calidad del debate económico, social y político que
la que todavía no concluye contra el Tratado de Libre Comercio
entre Estados Unidos y Colombia, movilización que tuvo sus
inicios en el rechazo a el Área de Libre Comercio de las Américas
(Alca), tratado con el que inicialmente el Washington de Bill
Clinton intentó imponer en el continente el conjunto de normas que
no logró aprobar en la Organización Mundial del Comercio
(OMC), en asocio con la Unión Europea y Japón. Y se dice que
esta resistencia civil se remonta al Alca, porque los TLC
americanos no son otra cosa que la decisión del mayor imperio de
la historia de la humanidad de pescar con anzuelo, de uno en uno,
lo que no pudo atrapar en grande con la red del Alca, luego de
haber perdido para esta política de dominación continental países
tan importantes como Brasil, Argentina y Venezuela.
El primer gran éxito de la resistencia al TLC residió en que no
pudieron tramitarlo en secreto y generando un falso consenso al
respecto, como sí se logró con la inclusión de Colombia en la
Organización Mundial del Comercio (OMC), pacto que firmó el
gobierno en 1994 y ratificó el Congreso el año siguiente, sin que
mediara ninguna discusión pública de importancia, pues al
principio poco se entendió lo regresivo de las políticas de apertura
y privatización y menos que convertir esas normas en tratado
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internacional las hacía más difíciles de reversar. Con franqueza
hay que decir que las muchas manipulaciones que rodearon la
aprobación de la Constitución de 1991, al igual que la utilización
que se le dio a las normas de esta que pueden defenderse,
facilitaron el inicio de la implantación en Colombia del “libre
comercio”, política que quedó consignada en la nueva Constitución
en no pocos artículos, como en el de la llamada “independencia”
del Banco de la República, para poner solo un ejemplo, ente
independiente de todo menos de las órdenes almibaradas del FMI.
Cuando se dieron los primeros debates en el Senado contra el
“libre comercio”, que fueron contra el Alca, el gobierno de Álvaro
Uribe, en cabeza del ministro de Comercio Jorge Humberto
Botero, intentó aplazar la controversia afirmando que el gobierno
no firmaría un tratado contrario a los intereses nacionales y que el
debate solo debía darse una vez concluyeran las “negociaciones”,
propuesta obviamente dirigida a reducir las discusiones a unas
cuantas semanas y a dificultar que en ella participaran las mayorías
nacionales. Haber tenido claro desde el principio que los TLC
norteamericanos constituyen una política de la Casa Blanca que se
impone con escasas variaciones y que en consecuencia el de
Colombia tenía que ser muy similar al ya conocido entre Estados
Unidos, México y Canadá y a los posteriores con Chile y los países
centroamericanos, facilitó abrir un debate tempranero y vincular a
él a las principales organizaciones sociales del país y a millones de
colombianos.
Que el propósito oficial sí era eludir la controversia se demostró
cuando el gobierno anunció que no serían de público conocimiento
los textos que se fueran acordando por los “negociadores”, porque
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los colombianos solo podían leerlos en el llamado “cuarto de
lectura”, donde había que ingresar luego de tramitar un permiso,
sin papel ni lápiz y después de jurar que no se informaría sobre lo
que se leyera.
No obstante la ya mencionada cierta facilidad con la que se impuso
la primera etapa del “libre comercio” en Colombia —conocida con
los nombres de modelo neoliberal, apertura y privatización—,
también es cierto que en la fuerte oposición al TLC —que alcanzó
a contar con un rechazo del orden de la mitad de los colombianos
en las mismas encuestas en las que Uribe ganaba con facilidad—
tuvo mucho que ver la gravedad de la crisis económica y social de
los años noventa, la mayor de la historia del país, y con el aumento
del debate sobre estas políticas, facilitado porque que con razón los
colombianos le atribuyen dicha crisis a las reformas neoliberales.
A diferencia de lo que nos ocurrió a quienes en el gobierno de
César Gaviria denunciamos que el “bienvenidos al futuro”
presidencial era en realidad un salto hacia atrás, hacia el
capitalismo salvaje, para acabar de convertir el país en una especie
de colonia de Estados Unidos, pero ahora por la vía de los
acuerdos internacionales “libremente” pactados, esta vez, en el
debate del Alca y el TLC, no estábamos ante una controversia
exclusivamente teórica, sino que teníamos el respaldo de más de
una década de experiencias que mostraban las desindustrialización
del país, la destrucción de buena parte del agro, el traspaso de las
principales empresas del país a la propiedad extranjera, la puesta
del Estado al servicio de un régimen descaradamente plutocrático,
la mayor pérdida de la soberanía nacional y el aumento del
desempleo y a pobreza. Fue relativamente fácil explicar que se
14
estaba ante ‘más de los mismo’ —o “peor de lo mismo”, como
dijo con humor un mexicano especialista en estas lides—, para que
a los colombianos, de acuerdo con su propia experiencia, se les
facilitara participar en la controversia. No hubo debate en auditorio
abierto al público que los funcionarios oficiales no perdieran con
sus contrincantes.
Otra de las diferencias dignas de resaltar entre lo ocurrido en las
que pueden llamarse la primera y la segunda fase del “libre
comercio” en Colombia, es el aumento de las opiniones en contra
en el mundo de la academia, de donde salieron incontables y
fundamentadas opiniones, verbales y escritas, cuestionando el TLC
y reforzando lo que es un lugar común entre quienes nos oponemos
a este: que es positivo que Colombia se relacione con Estados
Unidos y con todo el mundo, incluso mediante tratados
económicos internacionales, pero que ello no debe hacerse dentro
de la lógica neoliberal del “libre comercio”, porque ello nos exige
a los colombianos renunciar para siempre a tener un país próspero
y democrático.
En los aprietos del gobierno derivados de la experiencia nacional
es digno de resaltarse el papel de la Sociedad de Agricultores de
Colombia (SAC), que mantuvo sus muchas críticas al Tratado
hasta el mismo día en que Uribe anunció que firmaría así lesionara
al agro, decisión que puso a los dirigentes gremiales ante la
disyuntiva de someterse o enfrentar a un Presidente que ya para
esas calendas había demostrado que los recursos públicos los
reserva para sus incondicionales y que tanto poder tiene a la hora
de escoger a los jefes de esas agremiaciones. Es irrefutable que las
dificultades de Uribe para ‘cuadrar’ a la SAC tuvieron origen en
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que sectores importantes del empresariado rural, escaldados ya
por la apertura, presionaron para que sus dirigentes no bendijeran
el sacrifico del agro.
También fueron reconocibles las expresiones de rechazo o de
fuertes dudas de no pocos industriales, incluso de agremiaciones
enteras, como ocurrió con Asinfar, el gremio de los productores de
medicamentos genéricos, que no vaciló en aparecer en rebeldía
frente a la Andi, ya en ese momento bajo el control de las
trasnacionales y desde el inicio de las “negociaciones”
incondicional del TLC. Y es seguro que si no se sintieron más
voces en contra en la industria ello se debió a la gran debilidad con
la que salió de la apertura de los noventa por las muchas quiebras
que sufrió y a que el ala de los pequeños y medianos productores,
débil por su propia naturaleza, estaba capitaneada —es un decir—
por quien luego de respaldar el Tratado saltó de la presidencia de la
Acopi a la embajada de Uribe en la India.
Pero el aspecto determinante para lograr un gran debate nacional
sobre un tema de relativa complejidad fue la decisión tomada por
todas las organizaciones populares de importancia, más casi todas
la de menor representación, de declarar desde el principio su
oposición al TLC y de esforzarse para que los colombianos
comprendieran la importancia del pleito y, más importante aún, se
movilizaran en su contra. Si algo quedó en evidencia también fue
el fracaso del uribismo en su objetivo de armarle un supuesto
respaldo popular al “libre comercio”, mediante la creación de
algunas organizaciones de bolsillo.
16
Antes de mencionar algunas de las muchas jornadas en las que
millones de colombianos se movilizaron en contra del TLC es
menester resaltar, en primer término, el papel de las centrales
obreras CUT, CGT y CTC, al igual que de Fecode, la Uso y los
demás sindicatos filiales, que desde el principio se pusieron del
lado de los intereses nacionales, incluso advirtiendo que en su
oposición al Tratado era determinante que Colombia fuera el país
más peligroso del mundo para los sindicalistas, como es obvio,
pero también el conjunto de las consecuencias del “libre comercio”
sobre los trabajadores y la nación colombiana. La rebeldía indígena
contra el Alca y el TLC hizo presencia desde el inicio del proceso
y su aporte en la argumentación y en las multitudinarias
movilizaciones fue bien notorio. No hubo sector organizado del
estudiantado que no animara la resistencia y lo mismo puede
decirse del movimiento comunal y de un gran número de
organizaciones no gubernamentales. Cerca de un centenar de
organizaciones agrarias, entre ellas las agrupadas en La Asociación
Nacional por la Salvación Agropecuaria y la Mesa Nacional de
Unidad Agraria, en representación de sectores del empresariado
rural y, en especial, del campesinado, contribuyeron con sus
aportes y su movilización a la lucha contra el Tratado. Digno de
especial mención es el rol de la Red Colombiana Frente al Alca y
el Libre Comercio, Recalca –conformada por decenas de
organizaciones gremiales, sindicales, sociales y políticas, entre
ellas muchas de las mencionadas, y por muchas personas de
diferentes vertientes de pensamiento–, la cual animó con su notoria
capacidad de trabajo y análisis todo el proceso, vinculándolo
además a las resistencias en contra de los otros TLC del continente.
17
En el Ideario de Unidad, es decir, en el programa que le dio bases
a la unidad de la izquierda democrática en el Polo Democrático
Alternativo aparece consignado con toda precisión el repudio al
neoliberalismo y al Tratado de Libre Comercio, posición que se ha
ratificado en numerosas ocasiones. Y hay que señalar que aunque
César Gaviria Trujillo logró que las mayorías de la bancada liberal
en el Congreso aprobaran el TLC, varios reconocidos congresistas
de ese partido votaron en contra, al igual que han manifestado su
oposición el sector sindical y no pocos de sus analistas.
Al final de los debates, y como otra expresión de la fuerza
argumental de los opositores al TLC, se dio como razón para
apoyarlo no sus bondades, sino su supuesta inevitabilidad,
inevitabilidad que deducen de una deformación ideológica
lamentable: no puede decírsele no a la Casa Blanca.
En parte en respuesta a que Álvaro Uribe le diera miedo citar una
consulta nacional sobre el TLC, caso al que le cabe la aplicación
del artículo 104 de la Constitución, las consultas de origen y
organización popular se dieron por todo el país. La primera se
realizó el 6 de marzo de 2005 por parte de los indígenas caucanos
de los municipios de Páez, Inzá, Caldoso, Silvia, Jambaló y
Toribío, consulta que contó con la presencia de 17 veedores
internacionales que certificaron una participación de 52.000
indígenas, el 98 por ciento de los cuales votó ‘No’ al TLC. El 5 de
junio de ese año, los productores de arroz de siete departamentos,
donde se cultiva el 90 por ciento de este cereal, realizaron otra
consulta, convocados por la Asociación Nacional por la Salvación
Agropecuaria. Los votantes sumaron 6.098, el 68 por ciento del
total de los arroceros, y el 99.6 por ciento de ellos se expresó en
18
contra del Tratado. Y el 4 de septiembre, agricultores de cultivos
de clima frío de tres departamentos y 21 municipios, coordinados
por la misma organización, adelantaron otra consulta. De los
21.000 participantes, el 98.9 por ciento le exigió al gobierno que
excluyera del Tratado a los cereales y demás productos propios de
esas zonas.
Por otra parte, el 11 de octubre de 2005, la Gran Coalición
Democrática, conformada por las centrales sindicales y diferentes
sectores sociales y políticos, presentó el balance nacional de las
consultas promovidas por ella sobre el TLC. Los resultados no
pudieron ser más elocuentes: en el movimiento sindical votaron
1.100.000 trabajadores y 1.050.000 lo hicieron en contra; entre los
indígenas, de 131.000 participantes, 129.900 votaron ‘No’; y en el
movimiento comunal, de 150.000 votantes, 148.200 se expresaron
su oposición.
El debate se dio por todas partes y de muchas maneras, a través de
incontables conferencias, foros, seminarios y debates;
publicaciones de artículos y libros; controversias y noticias en
radio y televisión; y en universidades, colegios, sindicatos,
agremiaciones y en el Congreso de la república.
También hizo parte de la resistencia civil la oposición legal al
TLC, dada su evidente inconstitucionalidad. Contando solo las
demandas de Recalca, esta interpuso cuatro acciones populares de
carácter general y doce de carácter particular, que alcanzaron a
poner en aprietos al uribismo. En una de ellas, en diciembre de
2005, el Tribunal Administrativo de Cundinamarca le ordenó al
Presidente de la República “abstenerse de la suscripción parcial o
19
total, y/o la refrendación, de acuerdo alguno que resulte lesivo de
los derechos colectivos antes enunciados” 2, por haber dudas
“acerca de los perjuicios que podrían acarrear en lo económico y
en lo social a sectores de la población y a sectores de la
economía”3.
Entre las incontables movilizaciones ciudadanas en contra TLC, se
destaca la de más de 20 mil colombianos en Cartagena el 18 de
mayo de 2004, el día en que comenzaron las “negociaciones”,
marcha que fue prohibida por el propio presidente Álvaro Uribe en
flagrante violación de la ley y que reprimió ferozmente la policía,
contándose entre los golpeados varios de los doce parlamentarios
que participaron en ella. Paralela a la IV Ronda de
“negociaciones”, celebrada en septiembre de 2004 en Puerto Rico,
decenas de miles de colombianos marcharon en Bogotá para
rechazar el Tratado. El mismo día, 60 mil indígenas llegaron a Cali
desde el Cauca y luego de marchar durante varios días, para
protestar contra las políticas gubernamentales y el TLC. En
octubre, un millón de personas se manifestaron en todo el país, en
la mayor jornada de los últimos años. Y en noviembre, miles de
campesinos y empresarios del campo, procedentes de toda
Colombia y convocados por la Asociación Nacional por la
Salvación Agropecuaria, marcharon por las calles de Bogotá. El 12
de octubre 2005 se llevó a cabo un multitudinario paro cívico
nacional, que tuvo como principal bandera la oposición al TLC.
Como es corriente en Colombia desde hace décadas, en jornadas
de resistencia civil y por cuenta de la policía, el indígena Marcos
2
Medida cautelar proferida por el Tribunal Contencioso Administrativo de Cundinamarca. 14 diciembre, 2005.
El fallo completo puede ser consultado en: http://www.recalca.org.co/AAtlcandino/texto_completo_fallo.htm
3
Ibid
20
Antonio Soto y el estudiante de la Universidad del Valle Johny
Silva pagaron con sus vidas su oposición a un Tratado que le
arrebata al país todas las posibilidades de resolver sus problemas
centenarios.
Es indudable, entonces, que la incapacidad del gobierno de Álvaro
Uribe para someterse al de Estados Unidos en la fecha prevista,
tuvo como explicación la resistencia civil de millones de
colombianos a este nuevo despojo a favor de los extranjeros y de
unos pocos criollos, y es irrefutable también que esa corrida de las
fechas, que coincidió con el cambio de las mayorías en la Cámara
de Representantes norteamericana, es la que explica por qué, para
bien del progreso nacional, permanece varado el TLC. Una prueba
más de que la lucha civil es capaz de derrotar ciertos designios, por
poderosos que sean.
21
2. EL MUNDO DE LA GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL
El debate en torno al “libre comercio” le exige a sus opositores
dejar sentadas unas cuantas premisas que impidan que sus razones
se desvirtúen con falsedades o se desvíen con alegatos que reflejan
ignorancias reales o fingidas. Que algunas de las advertencias sean
en cierto sentido elementales no les quita importancia, porque
quien las comprenda ganará capacidad de discernimiento frente a
las falacias expresas o tácitas con las que suelen defenderse las
concepciones y políticas neoliberales.
Lo primero es decir que la oposición al TLC no significa un
rechazo a ultranza, por razones ideológicas o de principios, a un
tratado económico con Estados Unidos o con cualquier otro país,
pues se entiende que los negocios internacionales —y los acuerdos
que vienen con ellos— pueden ser positivos para el progreso de los
pueblos en la medida en que se definan a partir del más celoso
empleo de la soberanía para proteger los intereses de cada nación
y, por supuesto, con el propósito de lograr el beneficio recíproco
de los países que los suscriben. Pero como también es posible que
no cumplan con los dos requisitos señalados, asimismo, dichos
negocios y acuerdos internacionales pueden ser negativos para
alguno de los signatarios, caso en el que no deben suscribirse, y
mucho menos por la parte que va a pagar los platos rotos. “Es
mejor no tener tratado que tener un mal tratado”, dijo en reiteradas
oportunidades y refiriéndose a los TLC americanos el premio
Nóbel de economía Joseph Stiglitz, antiguo funcionario del Banco
Mundial y uno de los analistas que más conoce del llamado “libre
comercio” en la era de la globalización neoliberal.
22
La confusión que denotan los que piensan que siempre y en todo
caso un acuerdo económico internacional es positivo, y mucho más
si firma con Estados Unidos, se explica en buena parte por las
falacias, generalmente descaradas, que ha echado a rodar la
ideología dominante en Colombia. Sin embargo, demostrar que los
intereses nacionales y los extranjeros suelen ser diferentes, e
incluso antagónicos, no ofrece dificultades de ninguna índole,
como puede constatarlo cualquiera que repase, así sea por encima,
las páginas de la historia. Si se menciona el punto es porque, con
sus astucias retóricas y las complicidades de que gozan en los
medios de comunicación para evadir los debates a fondo sobre
estos asuntos, los neoliberales intentan pasar de contrabando una
absoluta identidad, a todas luces ficticia, entre lo propio y lo
foráneo.
Es tan notoria la existencia de contradicciones entre los intereses
nacionales y los extranjeros, así como el riesgo de que un
ciudadano de un país pueda actuar al servicio de los intereses de
otro, que todas las legislaciones del mundo sancionan con especial
dureza a los traidores. Por ejemplo, en el título XVII, capítulo
primero del código penal colombiano, que habla de “los delitos de
traición a la patria”, el artículo 455 señala con meridiana claridad
que “el que realice actos que tiendan a menoscabar la integridad
territorial de Colombia, a someterla en todo o en parte al dominio
extranjero, a afectar su naturaleza de Estado soberano o a
fraccionar la unidad nacional, incurrirá en prisión de veinte (20) a
treinta (30) años”, y el artículo 457, al referirse a la “traición
23
diplomática”, estipula que “el que encargado por el gobierno de
gestionar algún asunto de Estado con gobierno extranjero o con
persona o grupo de otro país, o con organismo internacional, actúe
en perjuicio de los intereses de la República, incurrirá en prisión de
cinco (5) a quince (15) años”.
Que la acusación del autor de este libro por traición a la patria a
Álvaro Uribe Vélez, presentada el 8 de marzo de 2007, no haya
recibido el trámite que debiera en la Comisión de Acusaciones de
la Cámara de Representantes —la responsable legal de tramitar las
acusaciones al Presidente de la República— estaba dentro de las
certezas de la demanda, pues se sabe que dicha Comisión debería
llamarse más bien “de absoluciones”, dado que la inveterada
costumbre de los presidentes colombianos de cooptar a cualquier
precio las mayorías del Congreso tiene como uno de sus objetivos
asegurarse la impunidad para todos sus actos. Pero para lo que sí
ha servido y servirá el denuncio es para no dejar la menor duda
acerca de la gravedad que debe otorgársele al TLC.
Que un negocio nacional o internacional, grande o pequeño, pueda
ser negativo para una de las partes signatarias se explica por la
propia naturaleza del capitalismo, que no es un sistema constituido
sobre la relación solidaria entre los individuos y las naciones, sino
sobre todo lo contrario. En efecto, y como lo han comprobado
múltiples estudios en los campos de la historia y la sociología, el
capitalismo se fundamenta en el criterio zoológico de la
competencia entre las personas y entre los países, competencia que
tiene como objetivo supremo la obtención de la máxima ganancia
posible y que, según sabemos, se da en términos tan despiadados
que se considera económicamente válida y moralmente lícita hasta
24
la ruina del competidor, sin importar que medien daños
individuales, sociales o nacionales de enormes proporciones. Por lo
tanto, bajo el capitalismo las relaciones de beneficio recíproco en
el terreno del comercio internacional no sólo no son las naturales
sino que ocurren por excepción, cuando las partes equilibran las
ventajas y las desventajas de sus propias fuerzas, realidad que entre
países sólo es posible en la medida en que se esgrima la soberanía
de cada uno para impedir que el interés nacional sea vulnerado.
Estas verdades son las que explican por qué las naciones que
pudieron hacerlo conformaron Estados que definieron límites
jurisdiccionales sobre los cuales ejercer sus derechos soberanos,
condición sine qua non para evitar ser sometidas por otras a tratos
arbitrarios.
En el marco del capitalismo, por otra parte, las relaciones de
beneficio recíproco entre las naciones se volvieron más difíciles en
la medida en que el sistema evolucionó hacia los monopolios y la
preponderancia del capital financiero. Ambos factores dieron lugar
al surgimiento de lo que desde principios del siglo pasado se
conoce con el nombre de imperialismo, un régimen económico que
requiere de la explotación de los países periféricos para existir y
que, sin renunciar a las agresiones colonialistas y a las peores
dictaduras, suele maquillar su agresividad mediante el
reconocimiento formal de las independencia de los países, los
gobiernos “democráticos” y el empleo de una minoría de
intermediarios nativos de las naciones avasalladas que actúan al
servicio de los intereses del imperio y que entre sus funciones
cumple con una de importancia ideológica primordial: ocultar
cómo funciona, en el plano de los hechos, la economía capitalista.
Que unos actúen así porque se lucran de la dominación y que otros
25
lo hagan por pusilánimes, por ingenuos o por incapaces no
modifica en nada esta realidad. Y que tales verdades sean de muy
mal recibo entre los grandes poderes, que a través de los medios de
comunicación procuran moldear las percepciones y las ideas de la
opinión pública, es apenas natural.
Si algún país en el mundo de hoy puede recibir el calificativo de
imperialista es Estados Unidos, convertido, de lejos, en el mayor
imperio de la historia de la humanidad, según se deduce de su
enorme poderío y del conjunto de sus actuaciones, incluidos los
más brutales y descarados actos de agresión militar. Que este
imperio y los demás que existen en el mundo nieguen su naturaleza
mediante constantes invocaciones a la democracia no modifica la
contundencia de los hechos. A la vista están la pobreza y el
subdesarrollo de miles de millones de habitantes de Asia, África y
América Latina, región esta última sometida desde hace décadas a
los ucases de los Estados Unidos, que interviene por cuenta propia,
cuando le resulta conveniente, o a través de instituciones
financieras que presenta tras el eufemismo de ser de la “comunidad
internacional” pero que en realidad controla, junto con las otras
potencias, con puño de hierro: el Banco Mundial (BM), en cuya
presidencia ha estado siempre, desde su fundación hace más de
medio siglo, un funcionario nombrado por la Casa Blanca; el
Fondo Monetario Internacional (FMI), que “por tradición” preside
desde el mismo día de su nacimiento un tecnócrata europeo —el
actual proviene de los cuadros directivos del Partido Socialista
Francés—; el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), a través
del cual se condicionan los créditos a la región; la Agencia
Internacional para el Desarrollo (AID), una dependencia directa
del gobierno norteamericano, y la Organización Mundial del
26
Comercio (OMC), encargada de presentar como si fueran las de
todos los países las conveniencias de Estados Unidos, Japón y
Europa Occidental.
Las políticas de “libre comercio”, o neoliberales, o como quiera
llamárseles, no son, por tanto, sino una evolución de las medidas
de dominación de los imperios, que cada vez encuentran mayores
dificultades para mantenerse en funcionamiento sin aumentar la
expoliación del resto del planeta, como bien lo expresan las crisis
que los sacuden con notoria periodicidad y que en cierto sentido
han terminado por convertirse en una sola con breves
interrupciones, incluida la que ya sacude a Estados Unidos y al
mundo, que podría tener consecuencias globales catastróficas y
que constituyen otra prueba más del fracaso de esas orientaciones
para resolver los descomunales problemas sociales, ambientales y
de todo orden que padece la humanidad.
Es sabido que el “libre comercio” en Colombia —cuya señal de
partida la dio el presidente Virgilio Barco (1986-1990), así su
definitiva implementación empezara en el gobierno de César
Gaviria (1990-1994)— fue la forma nacional que asumió el
llamado Consenso de Washington. Y se conoce también que su
aplicación nació de una extorsión del Banco Mundial, según lo
explicó en El Tiempo del 27 de febrero de 1990 el ex ministro de
Hacienda Abdón Espinosa Valderrama:
El equipo económico del gobierno (de Barco) ha dado, en sus
postrimerías, prueba de heroico estoicismo al guardar escrupuloso
silencio sobre el origen de la mal llamada apertura de la economía
colombiana. Ha preferido asumir valientemente su responsabilidad a
compartirla con la institución de donde provino su exigencia como
27
requisito sine qua non para desbloquear el otorgamiento de sus
créditos.
En efecto, el Banco Mundial los tenía virtualmente suspendidos (…)
Si (el gobierno) quería obtener nuevos préstamos, siquiera
equivalentes al pago de capital, debía comprometerse a liberar sus
importaciones, o, en términos más benignos, abrir su economía…
Anteriores experimentos de liberación de importaciones, también
impuestos desde afuera como supuestos requisitos de la aceleración
del desarrollo, tuvieron adversos resultados: estrangulamiento
exterior en 1966 y recesión económica en 1981-82.
Como puede verse, comprender las realidades del “libre comercio”
exige tener en cuenta, por lo menos, las siguientes consideraciones.
Según Milton Friedman, uno de los principales ideólogos del
capitalismo y de la globalización neoliberal, “hay una y solo una
responsabilidad social de las empresas, cual es la de utilizar sus
recursos y comprometerse en actividades diseñadas para
incrementar sus ganancias”4. De acuerdo con el lince de las
finanzas George Soros, en los negocios “la moralidad puede llegar
a ser un estorbo. En un entorno sumamente competitivo, es
probable que las personas hipotecadas por la preocupación por los
demás obtengan peores resultados que las que están libres de todo
escrúpulo moral. De este modo, los valores sociales experimentan
lo que podría calificarse de proceso de selección natural adversa.
Los poco escrupulosos aparecen en la cumbre” 5. En palabras de
Colin Powell, Secretario de Estado del presidente Bush al iniciarse
la invasión a Irak, “nuestro objetivo con el Alca (que más tarde se
4 Friedman, Milton Friedman, La Responsabilidad social de las empresas es incrementar sus ganancias, The
New York Times Magazine, September 13, 1970.
5 Soros, George, La Crisis del Capitalismo Global, p. 231, Plaza y Janes, Barcelona, 1999.
28
convertiría en los TLC del continente) es garantizar a las
empresas norteamericanas el control de un territorio que va del
polo Ártico hasta el Antártico, libre acceso, sin ningún obstáculo o
dificultad, para nuestros productos, servicios, tecnología y capital
en todo el hemisferio”6. Al ya desprestigiado pero aún lúcido señor
Henry Kissinger no le tembló la voz para afirmar que “la
globalización es, en realidad, otro nombre para el papel dominante
de los Estados Unidos”7. Y Joseph Stiglitz: “este Tratado (el TLC
entre Estados Unidos y Colombia) no es un Tratado de Comercio
ni Libre ni Justo”8.
No obstante, ni siquiera de las peores verdades sobre la política
exterior de los países imperialistas se concluye que Colombia deba
aislarse del mundo o negarse a tener relaciones económicas y
diplomáticas con todas las naciones, incluida la norteamericana.
De ninguna manera. Lo que sí se deduce es que hay que repudiar la
tesis ingenua o tramposa de que los colombianos seremos felices
si, primero, hacemos felices a las multinacionales gringas, tesis que
ha servido de disculpa para que la política exterior colombiana no
sea más que una extensión de la de la Casa Blanca, para que en el
territorio nacional sólo pueda producirse lo que le conviene a la
superpotencia, de acuerdo con el cálculo que ella misma formula
acerca de lo que llama nuestras “ventajas competitivas”, y para que
sea considerado de signo positivo entregarles a los inversionistas
extranjeros la propiedad de la parte principal del aparato
6 Wall Street Journal, 16 de octubre de 2001, citado por Catala Oliveras, Francisco A., “El Alca y el
unilateralismo de EU, www.serpal.info/news03/256.htm
7 “...[W]hat is called globalisation is really another name for the dominant role of the United States”, From the
lecture “Globalisation and World Order”, delivered by Henry Kissinger, Nobel prizewinner and former United
States Secretary of State, at the Independent Newspapers Annual Lecture at Trinity College, Dublin, 12 October
1999.
8 Caracol Radio, 2 de febrero de 2007.
29
económico de Colombia, todo en medio de la miseria y la
pobreza generalizadas que son inherentes a este tipo de relaciones
de dependencia. De ahí que no exista ni la menor posibilidad de
proteger el interés nacional en cualquier trato con posibles socios
comerciales si quien tiene la representación legal de dicho interés,
es decir, el jefe del Estado, representa más las conveniencias
foráneas que las nacionales.
La incomprensión que ronda alrededor de la naturaleza rapaz del
capitalismo se explica en parte porque también es de su esencia
ideológica camuflarse, empleando a fondo las verdades a medias y,
desde luego, las mentiras piadosas. De esto no escapa el TLC,
como bien lo muestran los quince cortos párrafos del preámbulo
del tratado, en los que se utilizan todas las palabras de moda para
engatusar
a
la
audiencia:
“amistad”,
“cooperación”,
“oportunidades”, “integración”, “creatividad”, “innovación” y
“transparencia”, al igual que expresiones como “reducir la
pobreza”, “beneficio mutuo”, “combatir la corrupción”,
“salvaguardar el bienestar público”, entre otras, en tanto que ni
siquiera aparecen los términos “utilidades”, “lucro”, “ganancias”,
“enriquecimiento” “codicia” y, aún menos, se dice que su primer
objetivo, y el que supedita cualquier otro, es asegurarles altas
rentabilidades a los monopolios estadounidenses. A tanto llega el
propósito de ocultar la verdad, que en forma ejemplar se cumple el
adagio de que ésta brilla por su ausencia.
Antes de demostrar por qué el texto del TLC implica causarle
daños mayúsculos al interés de la nación colombiana,
arrebatándole cualquier posibilidad de desarrollo económico y
social de importancia decisiva hacia el futuro, pongamos en su
sitio otras concepciones neoliberales sobre la materia.
30
31
3. VERDADES Y FALACIAS DEL “LIBRE COMERCIO”
Es falsa —mentirosa, incluso, por parte de quienes no la esgrimen
por ingenuidad— la teoría según la cual los países que más
exportan son los que más se desarrollan. En efecto, puede
demostrarse que hay unos que, aun cuando venden más que otros
en el exterior, son más atrasados, en tanto que los hay también que
exportan menos pero se hallan en una situación económica y social
mucho mejor. Las cifras son elocuentes. Si se compara la relación
entre las exportaciones y el Producto Interno Bruto (PIB), que es
como se miden estas cosas, se encuentra que en el año 2004 esta
proporción era de 9.55 por ciento en los Estados Unidos, 11.84 por
ciento en Japón, 20.84 por ciento en Colombia, 73.5 por ciento en
Angola y 91 por ciento en el Congo. Y no sobra recordar que la
experiencia histórica de los países que hoy en día se han
convertido en grandes exportadores industriales, como Japón o
Alemania, e incluso China, se fundamenta en la previa creación de
un sólido mercado interno para sus productos, a partir de
asegurarse la soberanía y la autodeterminación nacional.
Por consiguiente, convertir las exportaciones en el becerro de oro
de la economía es una estrategia de desarrollo bastante discutible,
por decir lo menos, alrededor de la cual cabe hacer algunas
consideraciones adicionales. Por ejemplo: ¿para qué se exporta?
Para generar actividad económica, por supuesto, y sobre todo para
conseguir dólares, divisas, que permitan importar y contratar deuda
externa. Si las importaciones están constituidas por bienes de
capital y otras mercancías que no se producen en Colombia y son
claves para su desarrollo, nadie objeta la ecuación. Sin embargo, si
32
se exporta para importar lo que se produce internamente, ¿no
resulta mejor exportar menos y no hacerle un daño enorme a la
economía nacional? Además, ¿las importaciones de bienes
suntuarios para satisfacer los gustos de unos cuantos privilegiados
justifican disminuir los salarios de los colombianos y regalar
nuestras materias primas para poder exportar? Para nadie es un
secreto que el bajo precio de la mano de obra y de las materias
primas agrícolas y mineras es la principal “ventaja competitiva” de
las exportaciones nacionales y, en ese contexto, ¿cómo aceptar la
tesis neoliberal de que resulta buen negocio exportar materias
primas para importar bienes manufacturados, la misma concepción
que durante siglos les impusieron los imperios a las colonias que
expoliaron sin misericordia y sobre cuya miseria, como se sabe,
edificaron su prosperidad?
En contraste con lo anterior, puede afirmarse más allá de cualquier
duda que el auténtico progreso de países con condiciones de
extensión y de habitantes similares a las de Colombia descansa en
el continuo crecimiento y fortalecimiento de su mercado interno, es
decir, en su capacidad para generar actividades productivas en
torno a las compras y las ventas que tienen lugar dentro de su
territorio, pues éstas sustentan, en el caso colombiano, el 80 por
ciento del aparato económico, porcentaje mayor en países como
Estados Unidos y Japón. Y se cae de su peso que el principal
propósito de los imperios al someter a otras naciones es apoderarse
de sus mercados internos, lo que por esa misma causa estimula a
sus intermediarios a subestimar su importancia, a desvalorizarlos y,
en no pocas ocasiones, a ridiculizarlos, como ocurre en Colombia,
donde es frecuente que los analistas neoliberales califiquen al
colombiano de “mercadito” interno.
33
En línea con las anteriores consideraciones, también puede
probarse que la principal fuente de inversión en los países no es la
externa sino la interna, verdad que rebate las tesis neoliberales
acerca de que no importa lesionar las fuentes del ahorro nacional
porque éstas serán reemplazadas por el capital extranjero. No
obstante, incluso los propios flujos de Inversión Extranjera Directa
(IED) que se mueven por el mundo, y que van y vienen
principalmente entre países desarrollados, demuestran que la
nación que no genere su propia dinámica de crecimiento
económico ni siquiera es lo suficientemente atractiva para captar
en forma notable a los inversionistas foráneos. En el año 2007, de
los 1.8 billones de dólares de IED que se colocaron en el mundo, el
70 por ciento fue a países desarrollados y apenas el 7 por ciento a
América Latina y el Caribe (cuadro Nº 1), cifra que ya se sabe
caerá en picada por efecto de la muy profunda crisis económica
mundial, pues momentos de dificultades los inversionistas buscan
la mayor seguridad que pueden ofrecerles las potencias
económicas. Y en la Inversión Extranjera Directa que se dice llega
a países como Colombia hay que tener en cuenta que una parte son
capitales de especuladores disfrazados de inversionistas y hasta
dineros del narcotráfico en trance de lavarse, así como recursos
para comprar empresas ya existentes en el país que simplemente
cambian de manos, incluso en operaciones en el exterior, como
ocurrió en el negocio de Bavaria, en el que ni un dólar entró al
país. Es importante resaltar, además, que un gran porcentaje de la
IED registrada en Colombia ha sido para operaciones mineras, las
cuales recuerdan las operaciones clásicamente colonialistas y
tienen como uno de sus atractivos que aquí los controles
ambientales son inferiores a los de los países donde viven los
propietarios de esos monopolios.
34
Que Estados Unidos, Europa occidental y Japón le imponen el
“libre comercio” a los demás países mientras ellos lo usan o no al
vaivén de sus conveniencias está siendo nuevamente demostrado
en la actual crisis económica: ¿no es fuerte proteccionismo utilizar
a pérdida los recursos públicos para salvar el sistema financiero y
las fábricas de automóviles de Estados Unidos? ¿Cómo llamar a
que el Congreso estadounidense se proponga condicionar el
respaldo a los bancos a que estos solo financien proyectos que usen
hierro y acero estadounidense? Y la crisis apenas empieza. Que no
se dude que los imperios harán todo lo que tengan que hacer para
salvarse, incluido, por supuesto, proteger hasta donde le convenga
a sus economías, en tanto se esforzarán por trasladar todavía más
sus problemas a sus neocolonias, política en la que les resultará
muy útil mantenerlos en las prácticas neoliberales.
En el rotundo fracaso que le significa la crisis mundial a las
concepciones neoliberales, así sus propagandistas quieran
ocultarlo, está saliendo otra verdad a flote que también los derrota:
son cada vez los analistas que señalan que el desastre será menor
en los países cuyas economías dependen menos de las
exportaciones y más de sus mercados internos.
Cuadro Nº 1
2006. Inversión Extranjera Mundial
Datos en miles de millones de dólares
Destino
Valor Part.
%
Mundo
Países
desarrollados
América Latina
y el Caribe
Colombia
1,23 100%
billones
800.700 65,1%
35
72.440 5,9%
6.463 0,52%
Fuente: Cepal y Banco de la República.
Los datos sobre inversión extranjera mundial son extraídos del informe La
Inversión Extranjera en América Latina y el Caribe 2006, Cepal, 2007, cuadro I.1,
pp. 29. Los de Colombia son los publicados por el Banco de la República en su
página web: www.banrep.gov.co
¿De lo anterior se deduce entonces que los países no deben
exportar ni importar, aislándose a sí mismos en una especie de
autarquía medieval, y que han de rechazar de plano toda inversión
extranjera? Por supuesto que no. Ya se señaló que las relaciones
económicas internacionales pueden y deben ser provechosas para
todas las partes involucradas, y esa afirmación hace referencia,
como es obvio, a vender y comprar, a invertir y recibir inversión.
El meollo del asunto, sin embargo, está supeditado a lo que
convenga al interés nacional, porque de saber instrumentar con
tino, con patriotismo y con inteligencia dichas relaciones
económicas depende, entre otras cosas, que se logre el progreso o
que éste se anquilose o retroceda. El detalle de cómo deben ser
tales relaciones supera el propósito de este texto, pero no sobra
recordar que sus misterios ya fueron revelados, precisamente, por
los países que han tenido éxito en el desarrollo del capitalismo,
países que en la conocida imagen del que patea la escalera por la
que subió para que otros no puedan seguirlo, les imponen a sus
satélites todo lo contrario de lo que ellos mismos hicieron para
36
construir su agricultura y su industria, empezando por crear unos
mercados internos dignos de ese nombre. Faltan a la verdad, por lo
tanto, quienes por ingenuos o por vivos afirman que el “libre
comercio” fue la teoría y la práctica que utilizaron los Estados
Unidos, Inglaterra, Francia y Japón para alcanzar la situación
económica que hoy ostentan. Si algo debe repudiarse de los
imperialistas de todos los tiempos y pelambres es una de las
máximas que orientan sus relaciones internacionales: “Hagan lo
que les digo; no lo que hago”. ¿Cómo no traer a cuento las
historias en las cuales, cuando no procedieron a sangre y fuego, los
colonialistas españoles les entregaron a los aborígenes americanos
espejitos y otras chucherías a cambio de sus invaluables objetos de
oro?
Poner los puntos sobre las íes con respecto a la importancia que se
otorga a construir la economía de un país como Colombia haciendo
énfasis en la defensa del mercado interno y la capacidad para
generar ahorro nacional, y no en la falacia del desarrollo por la vía
de las exportaciones, exige desnudar otro secreto bien guardado
por los neoliberales. Es indiscutible que el avance de la economía
en función principal de la fortaleza del mercado interno implica
que hay que sacar de la miseria al mayor número posible de
ciudadanos, porque de su capacidad de compra depende qué tanto
puede crecer el aparato productivo y, con él, las propias
posibilidades de expansión de los negocios de diferentes sectores
de la burguesía. Por el contrario, el crecimiento económico basado
en las exportaciones tiene como uno de sus fines promover el
bienestar escandaloso de unos pocos, como señala la experiencia
histórica, pero manteniendo en la pobreza a un porcentaje de la
población mucho mayor que en los países capitalistas avanzados,
37
ya que quienes les compran a los exportadores no son sus
compatriotas, muchos de los cuales apenas sobreviven con menos
de dos dólares diarios, sino los habitantes con mayores ingresos de
las potencias y las pequeñas capas adineradas de los demás
enclaves subdesarrollados. La política de enriquecer a reventar a
unos cuantos en medio de la indigencia generalizada de las grandes
mayorías urbanas y rurales, como ocurre en el caso de México con
el multimillonario Carlos Slim, para citar apenas un ejemplo, no es
nueva en América Latina, desde luego. ¿No fueron las
exportaciones de café en Colombia, o las de estaño en Bolivia, o
las de cobre en Chile, o las de petróleo en Venezuela, estrategias
de “desarrollo hacia afuera” que no sacaron del atraso a los países
respectivos pero sí enriquecieron —¡y de qué manera!— a un
puñado de trasnacionales y de intermediarios.
Son estas concepciones retardatarias las que en mucho explican
por qué un respetado funcionario de las Naciones Unidas, con más
de un gramo de sarcasmo, decía hace poco que los plutócratas
latinoamericanos se parecen a sus pares de Estados Unidos y de
Europa, al tiempo que sus pobres se asemejan a sus pares de
África, comentario respaldado por la estadística que muestra que
los países capitalistas desarrollados operan con pobrezas del orden
del diez por ciento, en tanto en Colombia y sus similares los pobres
superan al cincuenta por ciento del total de la población. El secreto
de tantas iniquidades, que explican por qué América Latina es la
región de mayor desigualdad social del mundo y por qué Colombia
ocupa el séptimo lugar en la lista, reside en un proceso que se ha
agravado en los últimos tres lustros pero cuyos orígenes se
remontan a los inicios del siglo XX: los miembros de la clase
dominante de estos países lograron separar su suerte personal de la
38
suerte de sus naciones, de forma que les va bien aunque a la
inmensa mayoría de sus compatriotas les vaya mal. Unieron sus
intereses a los de las multinacionales extranjeras, y éstas generan y
coexisten con las más aberrantes corruptelas nativas. De ahí que si
algo enseña la historia de Colombia es que a lo largo de todo el
siglo XX nunca se ensayó un modelo económico que tuviera como
fin elevar en serio la capacidad de compra de la población, una
falencia que los neoliberales, siguiendo las orientaciones emanadas
de Washington, pretenden llevar hasta sus últimas consecuencias.
Por las razones anotadas, el debate sobre el verdadero significado
del “libre comercio” puede y debe librarse con el apoyo de la
experiencia nacional y extranjera más reciente, pues las
orientaciones del Consenso de Washington vienen aplicándose
desde hace varios años, y con consecuencias desastrosas, en
América Latina y en el mundo entero. En el caso de Colombia
comenzaron a ser implementadas de manera sistemática durante la
presidencia de César Gaviria Trujillo (1990-1994) y han inspirado
la política económica de los cuatro últimos gobiernos, período
durante el cual la economía nacional sufrió la peor crisis de su
historia, con pérdidas irreparables para la industria y el agro, con el
consecuente retroceso, también sin antecedentes, de todos los
indicadores sociales. Las causas de la crisis fueron el aumento
sustancial de las importaciones agrícolas e industriales, que
lesionaron la producción interna y generaron mayores niveles de
pobreza y desempleo; las políticas de privatización, que
convirtieron en monopolios privados los monopolios públicos y
que crearon negocios multimillonarios alrededor de lo que antes
eran claros derechos ciudadanos —el caso de la salud es tal vez el
más ilustrativo—; las medidas cambiarias y financieras, que
39
desprotegieron el país de los efectos de los llamados capitales
golondrinas y les otorgaron mayores garantías a los especuladores;
y la definitiva conquista por parte de la inversión extranjera de
áreas enteras de la economía en las que actuaba en sociedad con el
Estado o tenía una presencia más modesta: la minería, la industria,
las finanzas, el comercio al por menor y todo el sector de los
servicios públicos domiciliarios. Luego la decisión de suscribir el
TLC con los Estados Unidos, que tiene como propósito
profundizar y hacer irreversible el “libre comercio”, ni siquiera
puede alegar a su favor que traerá grandes beneficios para las
gentes o que al menos tendrá consecuencias desconocidas, pues ya
hay experiencia de sobra para anticipar lo que ocurrirá.
Si la “apertura” de César Gaviria y de sus sucesores en el cargo —
que fue la aplicación anticipada en Colombia de las políticas que
se recogerían en la Ronda de Uruguay del GATT, las cuales le
dieron vida a la Organización Mundial del Comercio (OMC)—
causó los daños que causó, ¿cómo serán los que sobrevendrán con
el TLC, si éste puede definirse como un tratado OMC-plus, en el
sentido de que con este tipo de acuerdos Estados Unidos confirma
las normas de la OMC y define unas nuevas que no ha podido
imponer en dicha organización?
Por otra parte, existen estudios de Planeación Nacional y del
Banco de la República que explican que con el TLC el porcentaje
de crecimiento de las importaciones doblará el de las
exportaciones9, al igual que hay uno del Banco Interamericano de
9 “Efectos de un Acuerdo Bilateral de libre comercio con Estados Unidos”. Departamento Nacional de
Planeación (DNP), Archivos de Economía, documento 229, 31 de julio de 2003.
“Impacto del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos en la Balanza de Pagos hasta 2010”. Toro
Córdoba, Jorge Hernán, Alonso Másmela, Gloria Amparo, Esguerra Umaña, María del Pilar, Garrido Tejada,
40
Desarrollo (BID), del que hablaremos más adelante, que anuncia
las pérdidas que sufrirá Colombia en sus ventas a la Comunidad
Andina (CAN)10, el principal mercado para sus bienes industriales
de exportación. Además, nada permite concluir que se vaya a
modificar la tendencia a tener unas exportaciones centradas en las
materias primas, especialmente en las mineras, característica que
refleja el corte colonial de la economía nacional y que el
neoliberalismo profundiza pero no crea, porque es obvio que para
vender carbón, café, flores o petróleo en el mercado externo no se
necesita quebrar a los sectores agropecuarios y manufactureros ni
privatizar el sector público de la economía. Y no hay que ser
experto en asuntos económicos para predecir que el TLC
fortalecerá otras tendencias indeseables para los colombianos: el
control de las transnacionales sobre las exportaciones del país, así
como el de las principales empresas que se lucran de vender en el
mercado interno.
Si no estuvieran detrás los inmensos poderes económicos que
‘ambientan’ la idea a través de los medios masivos de
comunicación —que se aprovechan de la ignorancia de las gentes,
con el respaldo cínico de la tecnocracia neoliberal, para meterles el
cuento de que el problema de la competencia internacional no
guarda relación con las condiciones de cada país, sino con la buena
voluntad de las personas que aboquen los negocios—, ningún
colombiano se atrevería a pensar en serio que Colombia puede
Daira Patricia, Iregui Bohórquez, Ana María, Montes Uribe, Enrique, Ramírez Cortés, Juan Mauricio.
Borradores de Economía, Banco de la República, documento No. 362, enero de 2006.
10 “Análisis de la Sensibilidad del Comercio Subregional Andino en el Marco del Tratado de Libre Comercio
con los Estados Unidos”. Secretaria General de la Comunidad Andina (CAN), documentos de trabajo,
documento No. SG/dt 276, 27 de octubre de 2004. Gladis Genua, de la Secretaria General de la CAN, en la
XXVI Asamblea Anual de Afiliados a la Cámara Colombo Venezolana, el diciembre 6 de 2005, señaló que este
estudio fue realizado por el BID.
41
competir en condiciones de igualdad con los Estados Unidos.
Como una muestra de los tremendos desequilibrios entre las partes,
que convierten la competencia dentro del TLC en una ficción, no
sobra recordar que el Producto Interno Bruto (PIB) de la economía
norteamericana es 80 veces mayor (2003) que el de la colombiana
(Banco Mundial, 2007), por lo que poner a la una a competir con la
otra no pasa de ser, en el mejor de los casos, un despropósito, y
mucho más cuando sabemos que el Tratado es aún peor que las
normas de la OMC, porque éstas, así sea con cláusulas mediocres
que apenas rozan el fondo del problema, establecen el trato
especial y diferenciado entre los países como una manera de
reconocer las diferencias entre ellos. ¿Por qué, entonces, si las
normas más elementales de la democracia exigen que las
legislaciones internas de cada nación reconozcan y regulen las
diferencias entre las partes —casos arrendador y arrendatario o
empleado y empleador, por ejemplo—, concediendo derechos
distintos para medio proteger a los débiles, el TLC crea una
igualdad mentirosa que sólo se atreven a alegar las mentalidades
ventajistas para justificar el sometimiento de la parte débil a la
fuerte?
Caben aquí unas glosas sobre la experiencia de México. El notable
incremento de sus exportaciones a Estados Unidos tras la firma del
TLC, que pasaron de 51.618 millones de dólares a 183.562
millones entre 1994 y 2005, permite concluir que ese no debe ser,
bajo ningún pretexto, el camino de Colombia. Porque en ese lapso
el PIB ha crecido en promedio solo al 2.9 por ciento anual11, en
tanto el PIB per cápita lo ha hecho apenas el 1.14 al año12,
11 Fuente: Cepal e INEGI, Sistema de Cuentas Nacionales de México.
12 Fuente: INEGI, Banco de México, Sistema de Cuentas Nacionales de México y Cepal, y cálculos propios
con base en datos del INEGI y del Sistema de Cuentas Nacionales de México.
42
porcentajes bajísimos que también explican unos indicadores
sociales tan malos como los colombianos, con pobrezas del orden
del 50 por ciento, y eso que México cuenta con la válvula de
escape de los 3.2 millones de mexicanos que el “libre comercio”
expulsó hacia Estados Unidos entre 1990 y 200013, más las
remesas que estos les envían a las familias que dejaron atrás, las
cuales se multiplicaron por 5.4 veces entre 1995 y 2005, al pasar
de 3.673 millones de dólares a 20.035 millones de dólares14. ¿Qué
ocurrirá si Washington decide no dejar entrar más mexicanos, ni
siquiera por “el hueco” y a trabajar en condiciones miserables,
cambio al que pueden conducir medidas como la infame muralla
que se decidió construir en la frontera común? La segunda razón,
que resulta apenas obvia, es que nadie en sus cabales puede soñar
siquiera con que en el neoliberalismo Colombia será capaz de
exportar al mercado norteamericano en cantidades similares a las
de México, por la simple e inmodificable condición de las
diferencias entre las fronteras, que hacen mayores nuestros costos
de transporte y, por consiguiente, perjudican el rasero de nuestras
“ventajas competitivas”. En lo que sí pueden considerar los
neoliberales colombianos ‘ejemplar’ a México es en el
agravamiento de la concentración de la riqueza, pues, de acuerdo
con el Banco Mundial, sus diez principales multimillonarios
pasaron sus riquezas totales netas de 24 mil millones de dólares a
51 mil millones entre 1996 y 200015.
También contiene una buena dosis de falsedad llamar a los TLC
con Estados Unidos tratados de “libre comercio”. En primer lugar
porque de lo que se trata es de estimular el imperio de los
13 Fuente: Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) de México, www.inegi.gov.mx
14 Fuente: INEGI, www.inegi.gov.mx
15 Citado por Maya M. Guillermo, Eltiempo.com, 2 de enero de 2008.
43
monopolios, y estos no generan “libertades” de ninguna índole, y
en segundo lugar porque al menos en el caso del TLC que se
apresuró a firmar el gobierno de Álvaro Uribe, con más pena que
gloria, sus disposiciones van bastante más allá de determinar en
seis capítulos las relaciones comerciales, de importación y
exportación, con los estadounidenses. En los restantes diecisiete
capítulos, el interés colombiano también se verá negativamente
afectado por lo que se define en materia de propiedad intelectual,
inversiones, solución de controversias, sector financiero,
telecomunicaciones, negocios transfronterizos y medio ambiente,
entre otros aspectos. Y habrá un empeoramiento de las condiciones
laborales del país, así éste no haya quedado expresamente pactado,
porque sus cláusulas empujan en la práctica en esa dirección, so
pena de que Colombia pierda competitividad a la hora de exportar,
de defenderse de las importaciones o de atraer inversionistas
extranjeros.
Entre las manipulaciones informativas sobre por qué Colombia
debe firmar el TLC aparece como una de las principales el
supuesto objetivo de mantener los menores aranceles que hoy
pagan algunos empresarios colombianos que exportan a Estados
Unidos en razón de lo establecido por la Casa Blanca en el Atpdea,
por su sigla en inglés, el famoso Andean Trade Promotion and
Drug Eradication Act16. Conocer entonces a cuánto equivalen los
aranceles dejados de pagar por este mecanismo es una necesidad
para pasar de la retórica neoliberal a la realidad de las cifras, y de
16 Mediante esta ley casi todos los productos de los países andinos (exceptuando a Venezuela) pueden
exportarse sin aranceles a Estados Unidos. Para Colombia, las partidas arancelarias desgravadas son 5.687. El
Atpdea es una decisión unilateral de Washington que terminó el 31 de diciembre de 2006 (aunque se ha
prorrogado desde entonces). Se explicó como una compensación a estos países por sus luchas contra el
narcotráfico. A Colombia sólo se le otorgó una vez que el presidente Álvaro Uribe expidió el decreto 2085, que
les amplió a las multinacionales el monopolio sobre los medicamentos y los agroquímicos.
acuerdo con el empresario colombiano Emilio Sardi, la verdad de
las cuentas del Atpdea es la siguiente:
44
Se afirma con gran bombo que cerca de la mitad de nuestras
exportaciones a Estados Unidos están incluidas en el Atpdea, pero se
esconde que casi el 70 por ciento de ellas (unos 3.400 millones de
dólares en 2005) serán de petróleo o sus derivados. Ésas no se verán
afectadas por la pérdida del Atpdea y se seguirán haciendo. La rebaja
en aranceles que se obtiene en los otros productos tiene importancia
para un par de sectores, pero no es grande para la economía nacional
como un todo. De los 1.400 millones de dólares que se estima cubrirá
el Atpdea que no son petróleo y sus derivados, las flores
representarán aproximadamente la tercera parte. Su arancel es del
orden del 6.5 por ciento, lo que representa una rebaja arancelaria de
unos 30 millones de dólares. Sus exportadores no quisieran perderla,
pues, como diría el filósofo de Palenque, es mejor ganar más que
menos, pero no por eso van a dejar de venderlas. Las exportaciones
de confecciones, que por la competencia china van cayendo, tienen
aranceles del orden del 15 por ciento, pero nadie ha establecido cuál
es el valor agregado verdadero que generan. No es presumible que el
valor agregado de las operaciones de maquila llegue siquiera al 40
por ciento de lo exportado, que se estima en 500 millones de dólares.
Luego la rebaja arancelaria real se ubicaría en máximo 30 millones de
dólares. Y de ahí para abajo realmente ni vale la pena entrar en el
detalle. De las 5.600 partidas arancelarias favorecidas, Colombia
registra exportaciones apenas en 913, de las que sólo 18 exportan más
de 10 millones de dólares, mientras 603 no pasan de exiguos 100.000
dólares. ¡Ni siquiera para diversificar nuestra oferta exportadora a
Estados Unidos han servido el Atpa o el Atpdea! Allá están
interesados sólo en nuestros productos básicos. Es evidente que el
ahorro arancelario por el Atpdea es realmente apenas del orden de
unos 100 millones de dólares o, a lo sumo, 120 millones de dólares
anuales. Si fuera cierto que el Atpdea es improrrogable, sería mucho
45
más sensato buscar ayudar a los afectados con medidas como las
que ha tomado el gobierno para proteger a algunos sectores del agro
contra la revaluación que precipitarse a firmar un mal tratado, para
obtener una rebaja arancelaria que no alcanza a ser el 0.1 por ciento
de nuestro PIB”17.
Con respecto a las exportaciones de confecciones a Estados
Unidos, de las que se habla tanto para defender que se mantengan a
cualquier precio los aranceles otorgados por el Atpdea, estas
vienen disminuyendo y, seguramente, van a caer todavía más por
causa de la muy dura competencia de los productores asiáticos, que
actúan con mejores tecnologías y con salarios tan bajos que los
hacen imbatibles. De acuerdo con Proexport, las exportaciones de
confecciones hacia Estados Unidos caen desde 2005. Por ejemplo,
entre enero y septiembre del año pasado, cuando sumaron 216
millones de dólares, decrecieron el 12 por ciento frente al mismo
período del año anterior, cifras que suponen aranceles no pagados
del orden de 50 millones de dólares a todo lo largo del año, suma
relativamente baja y que en la práctica es menor si se considera
que una parte de esas ventas son de productos fabricados con
algodón previamente importado de Estados Unidos (en 2006
dichas importaciones sumaron 116 millones de dólares). Además,
hay un hecho que el gobierno omite: el principal destino de las
exportaciones de confecciones es Venezuela y no Estados Unidos,
como normalmente se cree. Al país vecino vendemos tres veces
más de lo que le enviamos a los norteamericanos.
Otra manera de mostrar que la preservación de lo obtenido por
aranceles en el Atpdea no tiene fuerza suficiente para justificar el
TLC es percatarse de que ese mecanismo, que con ligeras
17 Citado por Enrique Daza, Deslinde, septiembre de 2006, pág. 70.
46
modificaciones se llamaba antes Atpa (Andean Trade Preference
Act), se remonta a 1991, al comienzo de la tristemente célebre
“apertura económica” iniciada por el gobierno de César Gaviria
Trujillo. Entonces, luego de 16 largos años de experiencia, salta a
la vista que las mencionadas rebajas arancelarias no producen un
cambio de fondo en la capacidad exportadora del país y, mucho
menos, en las condiciones de pobreza que avergüenzan a los
colombianos ante el mundo. Para lo que sí ha servido el Atpdea es
para embellecer las imposiciones estadounidenses y para ser
utilizado como instrumento de extorsión a favor del TLC, al crear
un grupito de ruidosos exportadores que, como ganan con los
menores aranceles y con el tratado, afirman que su caso es el de
toda la nación, teoría que repite, a sabiendas de sus implicaciones,
la sumisa tecnocracia neoliberal. Se está así, entonces, ante el
conocido caso de la carnada que oculta el anzuelo, con la
diferencia de que con el Atpdea la carnada se la comen unos
cuantos, en tanto el arpón se clava en la garganta del resto de los
colombianos. ¿Quienes toman este tipo de decisiones en Colombia
no se darían cuenta de que Estados Unidos creaba con el Atpdea
una auténtica quinta columna a favor del “libre comercio” y de
cualquier TLC que decidiera imponer? ¿Tampoco sabían que la
Casa Blanca preparó el terreno para el TLC con Centroamérica
(Cafta) mediante el mismo truco de conceder temporalmente unos
aranceles menores a través del CBERA (Caribean Basin Economic
Recovery Act), y esto a pesar de que allí ni siquiera existía el
pretexto del narcotráfico? ¿E ignoraban que con África maneja un
instrumento de extorsión parecido, el African Growth Opportunity
Act?
47
No es casual tampoco, por supuesto, que en el Plan Colombia se
señale el compromiso de de efectuar acuerdos de libre comercio y
se defina la inversión extranjera como “un elemento esencial” para
adecuar a Colombia a “un mundo globalizado”, al tiempo que se
cataloga “la colaboración de Estados Unidos” como “indispensable
para el desarrollo económico del país”18, frases que implican
mandatos de obligatorio cumplimiento, además de los que no
quedan por escrito pero que también obligan, y que bien ilustra la
explicación dada por el ex presidente Andrés Pastrana ante la
Comisión de Relaciones Exteriores, donde informó que el Plan
Colombia también incluyó aceptar la exigencia de Clinton de
despejar el Caguán para adelantar el proceso de paz con las Farc 19.
Y para que no quedaran dudas del carácter de obligatoriedad de lo
acordado, la Carta de Intención enviada al FMI por el ministro de
Hacienda Juan Manuel Santos el 20 de diciembre de 2001 se titula
“FMI acoge Plan Colombia”20.
Tampoco resiste el menor análisis serio otro lugar común en
defensa del TLC con los Estados Unidos, necio como el que más,
que afirma que hay que suscribirlo a toda costa por lo mucho que
Colombia le compra y le vende a ese país, cuando la primera
conclusión que debería sacarse es que tal cosa constituye otra
prueba de la deformación que padece la economía nacional, pues
lo razonable sería tener mayores relaciones con los países
fronterizos, como sucede en la Unión Europea que, con todo y sus
18
Ver
los
compromisos
económicos
y
sociales
del
Plan
Colombia
en
www.derechos.org/nizkor/colombia/doc/planof.html. Mediante el Plan Colombia (2000), la Casa Blanca,
además de imponer la política antinarcóticos, determinó el rumbo de la economía colombiana de acuerdo con
los postulados del “libre comercio”. Bajo el rótulo de Plan Colombia, y para dar la idea de que toda es plata de
Estados Unidos, se gasta una parte importante de los recursos colobianos.
19 Semana.com, 6 de diciembre de 2007.
20 www.banrep.gov.co/publicaciones/pub_fmi.htm
48
aspectos discutibles, ha servido para mostrar la importancia de
fortalecer los vínculos con los vecinos. ¿No enseñan los mismos
libros de texto de la economía capitalista que ésta avanza mejor en
aquellos mercados cuyos costos de transporte tienden a cero, que
es lo que en condiciones ideales ocurre dentro las áreas urbanas o
entre países que comparten fronteras? Por otra parte, desde que
hace milenios apareció sobre la faz de la Tierra el campesinado se
estableció que no deben ponerse todos los huevos en el mismo
canasto, máxima aún más cierta en las economías nacionales que
en la individuales, porque así se protegen mejor en las inevitables
crisis que sacuden a unos u otros países y a unos u otros sectores
de la economía, lo que nuevamente ratifica la conveniencia de
distinguir entre quienes hacen afirmaciones falsas por ingenuos,
por ignorantes o por demasiado listos. Que muchos analistas,
incluidos los neoliberales, opinen que Colombia puede ser uno de
los países peor librados por la actual crisis económica internacional
se explica por lo alta que es la dependencia de su comercio exterior
con Estados Unidos.
Llegados a este punto, no sobra echarle números al tamaño del
mercado estadounidense que se le abre a Colombia con el TLC,
distinguiendo entre el potencial teórico y aquel al que
efectivamente puede aspirarse de acuerdo con las realidades
económicas de aquí y de allá —y del resto del mundo—, de
manera que ni incautos ni astutos ganen indulgencias con las
conocidas cuentas de la lechera. Porque del hecho cierto de que el
mercado norteamericano sea “el mayor del mundo” (11.7 billones
—millones de millones— de dólares al año en 2004) no se deduce
que pueda conquistarse en una proporción suficiente para superar
los problemas económicos y sociales de Colombia, que es de lo
49
que se supone que se trata la discusión sobre si el tratado le
conviene o no al país. De acuerdo con el especialista en estos
temas Aurelio Suárez Montoya, apenas el 8 por ciento del gasto
estadounidense (1.48 billones de dólares21) se destina a
importaciones, dado que el resto se utiliza para adquirir bienes y
servicios generados internamente. 207 mil millones de dólares de
importaciones son de combustibles, que se venden allí sin
necesidad del TLC (Colombia aporta el 1.8 por ciento). 580 mil
millones de dólares se destinan a compras de vehículos y
autopartes, bienes de capital y equipos, renglones en los que
Colombia no le vende un dólar ni lo venderá con el tratado. Otros
200 mil millones de dólares se destinan a materias primas y
elementos para la industria, y de ellos los colombianos contribuyen
con apenas 130 millones de dólares, equivalentes al 0.13 por
ciento, suma que muy difícilmente podrá aumentar. Y de los algo
más de 400 mil millones de dólares restantes, 370 mil millones son
bienes de consumo, pero de ellos Colombia no vende nada de sus
principales
renglones,
tales
como
farmacéuticos,
electrodomésticos, juguetes, joyería, motocicletas, instrumentos
musicales y equipos de fotografía, y tampoco hay razones para
pensar que con el TLC esta situación cambiará de manera
importante, porque ese mercado, como lo muestran las anteriores
cifras, ya está en lo fundamental copado por los poderosos
competidores del resto del mundo, los cuales incluso han capturado
buena parte del mercado interno colombiano. ¿No es una bobería
decir que porque Washington le va a eliminar a Colombia unos
aranceles que en promedio son de apenas 2.7 por ciento, con eso va
a cambiar la composición de las importaciones estadounidenses?
21 Suárez Montoya, Aurelio, Matemáticas Elementales para el TLC, La Tarde de Pereira, 20 de septiembre de
2005.
50
¿No es una evidente manipulación que como gran cosa se les
ofrezca a los colombianos tomarse algo de las importaciones
gringas de lácteos y tabaco, cuando ellas suman apenas 2.700
millones de dólares y hay que disputárselas a 28 países, y eso
contando sólo a los que más venden en Estados Unidos22?
Constituye una mentira descarada, adicionalmente, decir que si
Colombia no firma el TLC con los Estados Unidos dejará de
vender en ese país o se aislará de la economía mundial, pues lo
cierto es que, exceptuando a México y Canadá, todos los
principales exportadores a Estados Unidos no tienen TLC firmados
con Washington, así como que sin Atpdea y sin TLC no se
afectarán en nada las exportaciones de banano y café y de todas
maneras se mantendrán las de petróleo y carbón. Y en lo que
respecta a facilitar aún más las importaciones de bienes
estadounidenses que sean benéficas para los colombianos, pues
sólo a un necio se le puede ocurrir que para ello se requiere de un
tratado de “libre comercio”. Lo máximo que en sus relaciones
comerciales con el imperio le sucedería a Colombia sin el TLC
sería, como ya se dijo, el aumento de los precios de venta de
algunos productos que hoy se benefician con el Atpdea, cifra que,
hay que reiterarlo, es mucho menos importante para la suerte del
país que lo que afirman los que se la embolsillan y los neoliberales
criollos y que en todo caso resulta muy inferior a los nuevos y
enormes costos que, como se verá, cobrará Estados Unidos por
mantenerla.
22 Nueve países exportan a Estados Unidos el 72 por ciento de los lácteos que importa y 19, el 65 por ciento del
tabaco.
51
Al colocar en su sitio el verdadero poder que tienen las
exportaciones para desarrollar un país —y dentro de ese contexto
los auténticos alcances de un mecanismo como el del Atpdea—, no
es porque se niegue la conveniencia de exportar o porque se
desprecie la suerte de los productores que hoy se benefician con
los menores aranceles a Estados Unidos —productores que están
en capacidad de competir sin tales ventajas o que podrían
beneficiarse, a costos infinitamente menores que los del TLC, de
diversos tipos de respaldo por parte del Estado colombiano—, sino
porque el interés nacional debe estar por encima del interés
particular de unos cuantos individuos, por importantes que sean.
Si el TLC entra en vigencia no será una coyunda de menor cuantía
y fácil remoción. Al convertirse en Ley de la República, sus 1.531
páginas sobre economía (la Constitución Política de Colombia
tiene 42 artículos económicos), dado su carácter de acuerdo
internacional, adquirirá un nivel similar al de las normas
constitucionales en el sentido de que nadie en Colombia, en ningún
nivel u organismo del Estado, podrá aprobar algo que contradiga
su texto. En el capítulo de propiedad intelectual el país se
compromete, además, a adherir a otros cuatro acuerdos
internacionales que fortalecerán aún más el poder monopólico de
las transnacionales estadounidenses en estos tópicos, imposición
todavía más humillante porque en el TLC no se contempla que
Estados Unidos adhiera a los tratados sobre asuntos laborales y
medio ambiente que sí ha suscrito Colombia. Nada en el tratado
podrá modificarse, ni en una coma, sin la autorización de
Washington, cambio que, si se logra, habremos de pagar con
nuevas y onerosas concesiones en otros aspectos. Y su denuncia,
como se llama la manera de terminarlo por decisión unilateral de
cualquiera de las partes, deberá derrotar, como es obvio, las más
duras presiones de la Casa Blanca.
52
Complementariamente, la aplicación del TLC, como ocurrió con la
apertura económica de César Gaviria, fortalecerá todavía más a los
pocos colombianos que se lucran de sus relaciones privilegiadas
con el imperio, en tanto que aumentará el debilitamiento de
quienes tienen su suerte personal atada a la de la nación, lo que
agravará el círculo vicioso que ya se padece: mientras más domina
Estados Unidos, más se fortalecen sus correveidiles criollos y, a
través de ellos, más fácilmente pueden dominar las multinacionales
a Colombia. ¿Qué garantiza, por último, que con el correr de los
años el imperio no imponga otra tanda de condiciones aún más
leoninas que las de hoy, una vez que su dominación sea casi
absoluta porque ya redujo, a poco o a nada, a los sectores
económicos colombianos que no sean extensión del capital
extranjero?
Digno de todo repudio, por último, es también el trámite que
Álvaro Uribe le dio al TLC, dada su evidente lógica plutocrática y
porque al final del proceso, como era de esperarse, hasta
desatendió los puntos de vista de una parte fundamental de los
sectores empresariales escogidos por él para darle un cierto viso
democrático a su decisión de suscribirlo. En efecto, en nada tuvo
en consideración las reiteradas posiciones de rechazo de las
centrales obreras y de todas las organizaciones campesinas,
indígenas y estudiantiles del país, ni atendió el voto casi unánime
que formularon en contra del tratado las diferentes consultas.
Tampoco elevó la consulta formal ordenada por la ley y los
acuerdos con la OIT a los indígenas y afrodecendientes e incluso al
53
final de la “negociación”, cuando llegó la hora de nona y como
ya se dijo, Uribe les impuso su decisión a las agremiaciones de la
Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), las mismas que
durante el trámite él mismo había señalado como las únicas dignas
de tenerse en cuenta en el sector agropecuario.
Como se verá, el TLC, entre otros hechos graves, consolidará y
hará irreversibles las pérdidas económicas de la apertura; ratificará
que la salud, la educación, los servicios públicos domiciliarios, el
medio ambiente y el cultivo de alimentos son un negocio como
cualquier otro; le arrebatará a Colombia los principales
instrumentos económicos que usaron las potencias capitalistas para
desarrollarse; arruinará áreas estratégicas de la producción
nacional, industrial y agropecuaria; hará imposible que avancemos
por los caminos de la ciencia y las tecnologías complejas; les
entregará el control del ahorro nacional y de la biodiversidad a los
extranjeros; le quitará al país los principales instrumentos que se
requieren para orientar su economía y enfrentar las crisis
cambiarias y financieras que, de manera inevitable, se presentarán
en algún momento, y más en esta “época de turbulencia”, como la
llama el señor Alan Greenspan; definirá una justicia a la medida de
las conveniencias de los negociantes estadounidenses; consolidará
la toma de las principales empresas que sobrevivan por parte de los
inversionistas foráneos; generará una dependencia indeseable del
comercio exterior colombiano con el de Estados Unidos; hará
imposible cualquier proceso de integración económica
latinoamericana; determinará por lo tanto una mayor pobreza, que
golpeará sobre todo a las capas más desprotegidas de la población;
entrabará aún más la defensa de la cultura nacional; definirá el
territorio nacional con menos elementos que con los que lo define
la Constitución y convertirá a Colombia en una especie de
colonia norteamericana.
54
Como es notorio, estos hechos configuran el delito de traición a la
patria que tipifica el artículo 455 del código penal, dado que este es
aplicable a quien “realice actos que tiendan” a someter a
Colombia, “en todo o en parte al dominio extranjero”, o que
afecten su “naturaleza de Estado soberano”, pues es obvio que la
independencia y la soberanía política se pierden en cualquier país
en donde el capital ajeno se apodera de la parte principal de la
economía. Y quedará también en evidencia que Álvaro Uribe
Vélez violó el artículo 457 del mismo código, que establece la
“traición diplomática” en la cual incurre quien, en un acuerdo o
relación de orden internacional, “actúe en perjuicio de los intereses
de la República”.
55
4. ACATAMIENTO NO ES NEGOCIACIÓN
La actitud de acatamiento del gobierno colombiano a los dictados
de Washington se hizo evidente desde antes de iniciarse las
negociaciones del TLC, en el mismo momento en que fracasó la
estrategia estadounidense de armar el Área de Libre Comercio de
las Américas (Alca), pacto que debía unir en un solo gran tratado
de libre comercio a Estados Unidos con los demás países
americanos, exceptuando a Cuba. Y que fracasó porque una vez
Washington dejó claro que iba a imponer tratos tan arbitrarios
como los que se verán adelante, Venezuela, por una parte, y Brazil
y Argentina y el resto del Mercosur, por la otra, se retiraron del
proceso, por considerarlo, con razón, contrario a sus intereses
nacionales. En contraste, Álvaro Uribe Vélez no acompañó a sus
vecinos latinoamericanos y corrió a solicitarle a la Casa Blanca un
tratado bilateral, a todas luces la peor opción que puede tomar un
país tan débil como Colombia para hacer pactos con uno tan
poderoso, y más si, como era conocido en ese momento, el Alca y
los TLC eran para la casa Blanca la manera de conseguir lo que no
había logrado en la OMC, dada la resistencia unida de muchos
países débiles.
Quien conozca el trámite que concluyó en el TLC aceptado por el
gobierno de Colombia tendrá que concluir que en este caso las
palabras “negociación” y “negociadores” hay que utilizarlas entre
comillas, pues lo que hubo fue una adhesión a los puntos de vista
de Estados Unidos, tal y como muchos lo explicamos a lo largo del
proceso. El libro publicado por la Red Colombiana frente al Libre
Comercio y el Alca (Recalca), que cuenta los pormenores del
56
mismo y que con acierto se titula De la indignidad a la
indignación, constituye una excelente denuncia de cómo ocurrió,
paso a paso, uno de los pasajes más vergonzosos en la historia de
la diplomacia colombiana.
Según Eugenio Marulanda, presidente de Confecámaras, uno de
los asistentes a la reunión entre Álvaro Uribe Vélez y Robert
Zoellick en la que se decidió iniciar la “negociación”, el en ese
entonces representante comercial de Estados Unidos y hoy
presidente del Banco Mundial advirtió: “Listo, se hace el acuerdo.
Pero nosotros ponemos las condiciones. Lo toman o lo dejan”23. Y
como era de esperarse, el Presidente de Colombia lo tomó, a pesar
de que el mismo Zoellick insistió en que “libre comercio es libre
comercio”, afirmación nada sutil con la que reiteró que serían los
estadounidenses los que dirían la última palabra, ya que la Casa
Blanca se había arrogado el derecho de establecer qué se entiende
por “libre comercio”. Cuando empezaban los trámites de las
“negociaciones” que a la postre llevarían al TLC, Rafael Mejía,
Presidente de la SAC, le escribió a Álvaro Uribe Vélez el 28 de
marzo de 2003: “No sobra recordar cómo el señor Ministro de
Hacienda indicó que de querer garantizar recursos de
financiamiento externo por parte de las entidades internacionales
como el Fondo Monetario, el Banco Mundial y el BID, se requería
desmontar la protección al sector agropecuario ante la fuerte
presión de estos organismos al respecto”. Y para que no quedaran
dudas, se hizo vox populi que de lo que se trataba era de tramitar
un acuerdo básicamente igual a los TLC suscritos por Estados
Unidos con México, Centroamérica y Chile. ¿Podrá haber algo
más arbitrario y regresivo que imponerles a todos los países de
23 El Espectador, 10 de agosto de 2003.
57
América Latina tratados que al suscribirse son fundamentalmente
iguales entre sí y que al concluir su período de transición, de unos
pocos años, se convierten en idénticos, a pesar de las enormes
diferencias que existen entre unos y otros? ¿No es escandaloso, por
ejemplo, que la receta sea idéntica para Brasil y Haití?
Sin embargo, y a pesar de que todo lo anterior quedó establecido
desde antes de empezar las “negociaciones”, el gobierno de
Colombia se dedicó a lo largo de veinte meses a crear la falsa idea
de que estaba concertando un acuerdo positivo para las dos partes
y no una simple adhesión. El problema que se le creó con esta
patraña es que fracasó en ocultar que de lo que se trataba era de
ponerse “el mismo traje del TLC con Chile”, como con
desfachatez ironizaron algunos, y que de nuevo puso de presente
que no hubo asunto de importancia en el tratado que no se
definiera de acuerdo con los intereses de los Estados Unidos.
En un inventario de sometimientos que ya de por sí es incompleto
y que se redactó dentro del tono generoso de una publicación
afecta al gobierno y al “libre comercio”, el periódico Portafolio del
27 de febrero de 2006, bajo el título de “TLC: business are
business”, escribió lo siguiente:
Colombia quería negociar solo un tratado comercial, sin los países
andinos, y Estados Unidos decidió que Perú y Ecuador debían estar…
y así se hizo (…) Colombia consideraba que el Atpdea, la ley de
preferencias unilaterales, sería el punto de partida de la negociación,
y Estados Unidos decidió que se debía comenzar de cero. Y así se
hizo (…) Colombia creyó que se podía negociar la eliminación de
algunos subsidios y ayudas que Estados Unidos da a sus productores
del campo, pues era la única forma de competir con la producción de
58
ese país. Estados Unidos dijo que eso lo negociaba en la OMC y no
en el TLC andino. Y así fue, mientras que Colombia entregó a
cambio de nada la protección agrícola de las franjas andinas de
precios (…) Colombia creyó que podía llevar textos propios para
negociar, innovando la tradición norteamericana, pero finalmente
comprobó que ese país tiene sus reglas para negociar, y punto (…)
Colombia creyó que el gigante podría tener consideraciones para
corregir asimetrías frente a un país débil. La realidad es que Estados
Unidos es el imperio y así lo demuestra, sin importar quién sea el
interlocutor.
Luis Guillermo Restrepo Vélez, miembro del equipo de propiedad
intelectual de Colombia en el trámite del TLC y quien renunció a
su cargo antes que alcahuetear la entrega que se preparaba,
explicó: “En cuanto a la forma como el Ministerio de Comercio,
Industria y Turismo ha conducido el proceso, sería mucho más
transparente decirle al país (…) que realmente nunca existió
negociación”. Y explicó: “Me queda la certeza de que desde el
inicio de la negociación, sabían de la rígida postura de los
negociadores estadounidenses, que no aceptarían un texto que no
fuera igual o superior al Cafta. Y emplearon sus mejores
capacidades no para negociar con ellos, sino para obtener paso a
paso, gradualmente, con estrategias de todo tipo, algunas de las
cuales el país conoció por su gravedad y trascendencia,
concesiones del sector salud que los acercaran a su meta” 24, la de
satisfacer las exigencias de Estados Unidos.
Incluso, clama al cielo que Álvaro Uribe, que se presume tan
ducho en materia de negocios, les hubiera restringido a sus voceros
el espacio necesario para recurrir a expedientes usuales en el
24 Carta de renuncia, Bogotá, 2 de diciembre de 2005.
59
trámite de cualquier transacción, y esto a pesar de que la
utilización de los mismos por parte de los Estados Unidos le
concedía a Colombia toda la fuerza moral y política para hacerlo.
El primero de estos casos consistió en que Colombia puso en
negociación absolutamente todos los intereses del país en todos sus
sectores económicos, hasta el punto de que Estados Unidos quedó
autorizado para hacer cualquier petición, por descabellada que
fuera. Lo anterior contrasta con la posición del gobierno
estadounidense, que antes de empezar las “negociaciones” se dotó
de una extensa ley aprobada por su Congreso, la Ley de Comercio
de 2002 (Trade Act of 2002), que impuso precisos límites a sus
potestades bajo la advertencia de que si los funcionarios de la Casa
Blanca se salían de dichas condiciones el tratado no sería ratificado
por la Cámara de Representantes y el Senado. Así, y como era de
esperarse, desde el primer día de la negociación se convirtió en una
especie de muletilla que los voceros gringos dijeran: “Eso no
puede acordarse porque nuestro Congreso no lo aprobaría”, recurso
que nunca pudieron utilizar los colombianos. Y ante esta
salvaguardia elemental por parte de un país que no estaba
dispuesto a poner en discusión sus intereses estratégicos, ¿qué hizo
el gobierno de Colombia? ¿Imitó a su contraparte? Todo lo
contrario: utilizó sus mayorías en el Congreso para impedir que se
aprobara la llamada “Ley espejo”, que proponía imitar la ley de
comercio estadounidense con los mismos propósitos: darle
instrumentos de negociación al Ejecutivo, prohibiéndole sacrificar
asuntos irrenunciables del interés nacional.
Algo parecido ocurrió cuando Estados Unidos explicó que por
razones de seguridad nacional no permitiría que en el trámite del
TLC se conversara siquiera sobre la parte principal de sus
60
subsidios agrícolas, los cuales suman 71.269 millones de dólares
al año. Y las razones del gobierno gringo para defender dichos
subsidios no pudieron ser más contundentes. Al decir de George
W. Bush,
es importante para nuestra nación cultivar alimentos, alimentar a
nuestra población. ¿Pueden ustedes imaginar un país que no fuera
capaz de cultivar alimentos suficientes para alimentar a su población?
Sería una nación expuesta a presiones internacionales. Sería una
nación vulnerable. Y por eso, cuando hablamos de la agricultura
(norte) americana, en realidad hablamos de una cuestión de seguridad
nacional 25.
¿Utilizó Colombia el mismo concepto de seguridad nacional —que
para el efecto se confunde con el de seguridad o soberanía
alimentaria nacional26— para proteger su agricultura, arguyendo
que por las mismas razones por las cuales los estadounidenses no
eliminaban sus subsidios, los colombianos no eliminarían sus
aranceles agropecuarios? Por supuesto que no. Lo que sucedió fue
inaudito: el entonces ministro de Comercio, Jorge Humberto
Botero, corrió a publicar un artículo en el que anunció que el
gobierno no esgrimiría el concepto de seguridad alimentaria para
defender el agro27, felonía que completó con otra que en un país
diferente habría conducido a su destitución inmediata: el 16 de
mayo de 2004, en el diario La Patria de Manizales, afirmó: “Mil y
mil gracias por los subsidios (agrícolas extranjeros), porque nos
permiten, por ejemplo, comprar trigo barato”, irresponsabilidad
25 U.S. President George W. Bush in remark to the Future Farmers of America, 27 de Julio de 2001,
Washington, DC.
26 Por seguridad alimentaria nacional se entiende la capacidad de un país para producir en su territorio la dieta
básica de la nación. También recibe el nombre de soberanía alimentaria.
27 La República, 21 de abril de 2004.
61
que fue rápidamente demostrada por los hechos como falsa
cuando se dispararon los precios internacionales de los alimentos y
con ello la inflación y el hambre en Colombia y alrededor de veinte
países exportadores de alimentos limitaron sus ventas al mundo,
demostrándose así, nuevamente, que es falso afirmar que la comida
está disponible en el mercado mundial.
En efecto, no se había aprobado aún el TLC en el Congreso de
Estados Unidos cuando ya los hechos, los tozudos hechos,
convirtieron en basura la fábula de que las importaciones
agropecuarias eran siempre y en todos los casos más baratas que la
producción nacional, como bien lo muestran los fuertes
incrementos de los precios de los cereales en los últimos años
(julio 2004 a septiembre 2007) —trigo 134 por ciento, sorgo 79
por ciento y maíz 91 por ciento28—, incrementos que se sumaron a
los de los fletes del transporte marítimo —multiplicados por tres—
, caso este que también mostró el crimen cometido en la apertura
de acabar con la Flota Mercante Grancolombiana, con la añagaza
de que los fletes de los barcos extranjeros eran más baratos.
La sumisión de Álvaro Uribe a los dictámenes de los Estados
Unidos llegó a tanto que no vaciló en hacer públicas afirmaciones
que nadie haría en la mitad de una negociación, a no ser que
estuviera decidido a doblegar la cabeza ante los intereses de la
contraparte. En efecto, en el momento mismo en que se confirmó
que los negociadores norteamericanos venían por la lana, por el
telar y por la que teje, y subía el tono de las voces colombianas de
repudio al TLC, el presidente de la república no tuvo empacho en
28
Fuente: www.fao.org, “Perspectivas de cosechas y situación alimentaria”, octubre de 2007. En el 2007, el
índice FAO de precios de los alimentos creció 34 por ciento. Según el mismo índice, los precios de los cereales
aumentaron 42 por ciento (http://www.fao.org/es/esc/es/15/53/59/highlight_529.html).
62
declarar que firmaría “rapidito” y así le llovieran “rayos y
centellas”, con lo que le garantizó a Washington que al margen de
cuán atrabiliaria fuera su conducta, Colombia no se levantaría de la
mesa. ¿No es de elemental prudencia, en el trámite de cualquier
negocio —y un acuerdo económico internacional lo es—,
transmitir la idea de que se está dispuesto a romper si la
negociación no concluye en condiciones satisfactorias? ¿Qué
posición independiente puede defender quien haga saber que firma
porque firma, por malo que sea el negocio y así le lluevan rayos y
centellas?
En el transcurso de las “negociaciones” también fue de común
ocurrencia que el gobierno colombiano, unilateralmente, se
anticipara a aprobar normas internas que se sabía que iban a ser
exigidas por el de los Estados Unidos en el TLC. Así sucedió, entre
otras, con la reforma a la política de hidrocarburos, que le quitó al
capital extranjero la obligación de asociarse con Ecopetrol en sus
actividades comerciales; con la ley de garantías a los inversionistas
foráneos, que les otorga jugosos privilegios, y con la que castiga
hasta con cárcel la copia de algunos productos, exigencias que los
negociadores estadounidenses ya habían hecho en el trámite del
tratado. Si se trataba de un negocio en el que “hay que dar para
recibir”, según explicó el uribismo, ¿por qué estas medidas se
entregaron de forma unilateral y sin que mediara contraprestación
alguna? Tales preguntas mantienen toda su vigencia aun
aceptando, en gracia de discusión, que dichas modificaciones
fueran positivas para el país —que no lo son—, porque lo que se
discute en este punto es por qué Colombia desechó instrumentos
elementales de cualquier negociación. Por otra parte, no quedó en
el TLC ningún artículo que nos proteja de una arbitrariedad como
63
la que ya vivieron los países centroamericanos que firmaron el
Cafta, a los que se les impuso la obligación de modificar un
conjunto de leyes antes de que el tratado entrara en vigencia, en
tanto el imperio, en el artículo 102 de la ley interna con la que lo
aprobó, dejó establecido que no modificará ninguna de sus leyes
porque éstas prevalecen sobre lo acordado. Y los uribistas ya
cumplieron en el Congreso de Colombia con la desvergüenza de
hacerle una reforma a las normas sobre Cooperativas de Trabajo
Asociado para satisfacer exigencias de Washington atadas al TLC,
reforma que para mayor desfachatez se realizó sin modificar en
serio esos engendros calculados para que los trabajadores no
puedan sindicalizarse y con el notorio propósito de engañar a los
sindicalistas estadounidenses que se oponen al Tratado.
En el colmo de los colmos, el TLC amenaza de manera directa la
propia integridad territorial de Colombia, pues allí se le aceptó a
Washington una “definición de territorio” que recorta lo que dice
la Constitución al respecto. Según el Tratado, al país se le
embolataron nada menos que el subsuelo, el mar territorial, la zona
contigua, la plataforma continental, la zona económica exclusiva,
el segmento de la órbita geoestacionaria y el espectro
electromagnético. En el anexo 1.3 del TLC se afirma: “Definición
de territorio. Con respecto a Colombia, además de su territorio
continental, al archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa
Catalina, la Isla de Malpelo y todas las demás islas, islotes, cayos,
morros y bancos que le pertenecen, así como su espacio aéreo, las
áreas marítimas sobre las que tiene soberanía o derechos soberanos
o jurisdicción de conformidad con su legislación interna y el
derecho internacional, incluidos los tratados internacionales
aplicables.” Por su parte, el Artículo 101 de la Constitución
64
nacional reza: “Forman parte de Colombia, además del territorio
continental, el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa
Catalina, la isla de Malpelo, además de las islas, islotes, cayos,
morros y bancos que le pertenecen. También son parte de
Colombia, el subsuelo, el mar territorial, la zona contigua, la
plataforma continental, la zona económica exclusiva, el espacio
aéreo, el segmento de la órbita geoestacionaria, el espectro
electromagnético y el espacio donde actúa, de conformidad con el
Derecho Internacional o con las leyes colombianas a falta de
normas internacionales.”
Lo peor es que los textos son diferentes no por un olvido ni porque
quieran decir lo mismo, como con astucia dicen los altos
funcionarios del gobierno, sino porque Colombia y Estados Unidos
tienen posiciones diferentes sobre estos aspectos y porque, como es
evidente, también aquí la Casa de Nariño se sometió a la Casa
Blanca, con lo que, en la interpretación más benévola de ese texto
perverso, el TLC abre la puerta para que el país se entrampe en
todo tipo de litigios, nada menos que con el mayor imperio de la
historia. Para explicar una sola de las amenazas, es sabido que
Estados Unidos no reconoce “la zona económica exclusiva”, es
decir, las doscientas millas de aguas marinas y submarinas y del
suelo y subsuelo de dichas áreas alrededor de las costas nacionales
(692 mil kilómetros cuadrados en total, incluidos los bienes
públicos que hay allí —Art. 112 CPC), sobre las cuales la
Constitución define su soberanía, “de conformidad con el Derecho
Internacional o con las leyes colombianas a falta de normas
internacionales”.
65
¿Por qué el gobierno de Colombia no exigió que en el TLC el
territorio nacional se definiera tal y como reza en la Constitución?
¿Con qué derecho redefinieron el territorio nacional? ¿No es tratar
a los colombianos como idiotas afirmar que los dos textos quieren
decir lo mismo? Si significan lo mismo, ¿por qué no transcribieron
la Constitución? ¿Qué diría el presidente Álvaro Uribe si un vecino
129 veces más poderoso que él le propusiera montar una sociedad,
pero le advirtiera que los linderos de su finca los redefiniría el
socio con un texto diferente al de la escritura? ¿Le aceptaría un “no
te preocupes que los textos, aunque diferentes, quieren decir lo
mismo, yo te lo garantizo”? ¿Por qué estos avezados hombres de
negocios son tan cuidadosos para defender sus intereses y tan laxos
con los de los colombianos?
Para completar el grave sacrificio del interés nacional —y de la
dignidad nacional, por supuesto—, el gobierno de Colombia
permitió que los estadounidenses reabrieran la “negociación” dos
veces, después del 22 de noviembre de 2006, como ya se explicó, y
luego de su cierre el 27 de febrero de ese año, reapertura que
estaba acordado no realizar, que le generó nuevas pérdidas al país
y que tuvo como primer pretexto la traducción al español de los
textos del TLC, que se habían “negociado” en inglés, el idioma del
imperio. Como si fuera poco, el gobierno de George W. Bush,
conocedor del alma de la contraparte, no aceptó que los dos
gobiernos suscribieran el tratado, el 22 de noviembre de 2006,
hasta tanto Álvaro Uribe no ordenó ceder en la autorización para
importar carne de reses gringas de más de treinta meses, luego de
que durante semanas los ministros de Agricultura y de Comercio
hubieran dicho que esa exigencia era inaceptable porque
aumentaba el riesgo de contagio con el mal de las vacas locas,
66
enfermedad existente en Estados Unidos y no en Colombia.
Sucedió, como muchos lo advertimos oportunamente, que la Casa
Blanca no cumplió con el compromiso de tramitar en el Congreso
norteamericano lo firmado el 22 de noviembre, pues, como es bien
sabido, al la postre modificó el preámbulo y seis capítulos del
tratado. Si hubo algo vergonzoso en el trámite del TLC fue padecer
al uribismo en el Congreso de Colombia, al mando del ministro de
Comercio, Luis Guillermo Plata, tramitando durante el primer
semestre de 2007 la ratificación de un texto de tratado que se sabía
no sería el definitivo, en tanto decían ignorar que republicanos y
demócratas en ese mismo momento estaban modificando, sin la
presencia del gobierno colombiano, lo suscrito por los dos
gobiernos. ¿Y alguien duda que si en Estados Unidos decide
cambiar otra vez el texto del Tratado, Uribe se someterá?
No es casual que al finalizar las “negociaciones” los colombianos
hubieran tenido que asistir al espectáculo bochornoso de ver Jorge
Humberto Botero, el ministro que dirigió la “negociación”, irse a
un alto cargo en el Banco Mundial en Washington, a Juan Lucas
Restrepo, jefe de los “negociadores” de asuntos sanitarios y
fitosanitarios, empleado como subdirector del programa MIDAS
de USAID29, agencia dependiente del Departamento de Estado de
Estados Unidos, a la ex ministra Sandra Suárez, puesta a cargo de
defender el TLC ante el Congreso de Estados Unidos, contratada
por la transnacional de medicamentos Wyeth y a María Fernanda
Hurtado, del equipo de la mesa de propiedad intelectual,
poniéndose a sueldo de la multinacional suiza Norvartis, luego de
participar en las “negociaciones” de otro tratado entre Colombia y
la Asociación Europea de Libre Comercio, el cual, por la cláusula
29
Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, www.usaid.gov
67
de nación más favorecida, puede empeorar las condiciones
pactadas en el TLC con Estados Unidos. Como ya se mencionó,
cierra con broche de oro estas ignominias Jorge Alfredo Pinto ––
presidente de la Acopi, la organización de los pequeños
industriales–, quien se ganó el cargo de embajador de Colombia en
India por calificar de positivo para sus agremiados, contra toda
evidencia, el TLC.
Álvaro Uribe Vélez y sus “negociadores” cerraron así un proceso
en el que la pusilanimidad fue la norma y en el que cedieron ante
cada exigencia de los estadounidenses, sumándole a las pérdidas
económicas y sociales la indignidad de representar de esa manera a
Colombia. Si tales conductas las hubiera asumido el gobierno
norteamericano, ¿cuánto tiempo habría pasado antes de que la
prensa de ese país las condenara, equiparándolas con los actos de
Quisling?
68
5. LAS PÉRDIDAS ESTABAN DECIDIDAS DESDE ANTES
Para los sectores informados de la población colombiana, los
lineamientos generales de la casi totalidad del TLC ya se conocían
desde antes de empezar las “negociaciones”, pues por aquel
entonces ya era de dominio público el acuerdo de “libre comercio”
entre Estados Unidos, México y Canadá, puesto en marcha durante
el gobierno de Hill Clinton, así como los textos de los
compromisos suscritos con Chile y Centroamérica durante el
gobierno de George W. Bush. Se sabía, además, que el imperio
tiene para estos efectos una especie de “contrato proforma” que
cada país debe admitir con ligerísimas modificaciones, y que los
cambios de un TLC a otro se reducían a mejorar alguna de las
muchas gabelas que había logrado acaparar la contraparte
norteamericana. No era un secreto que las “negociaciones” se
limitaban a correr unos meses más —o unos meses menos— los
procesos de eliminación de los aranceles, tiempo durante el cual
Washington procedía con cierta paciencia, consciente de que era el
mismo tiempo que usaban los “negociadores” de los gobiernos
vasallos para manipular a la opinión pública, creando la impresión
de que defendían los intereses nacionales.
Y las cosas ocurrieron de acuerdo con las advertencias, porque lo
cierto es que la totalidad de nuestra enclenque industria nacional
quedará expósita, frente a la muy poderosa competencia
estadounidense, en un plazo máximo de diez años, lapso en el cual
también deberá desprotegerse casi todo el sector agropecuario
(menos leche, pollo, maíz y arroz). La “negociación” sobre
aranceles nunca puso en duda que éstos tenían que llegar a cero por
69
ciento, sino que se limitó a establecer en qué plazo se alcanzaría
esa meta en cada sector, de manera que se le diera un cierto orden
a la ruina de los agredidos: cuáles productos se arruinarán en el
primer año de vigencia del tratado (los de la llamada “Canasta A”),
cuáles en el quinto (“Canasta B”), cuáles en el décimo (“Canasta
C”, y ahí ya va toda la industria) y cuáles un poco después
(“Canasta D”, en la que quedó una porción muy reducida del agro),
de acuerdo con algunos detalles que se comentarán más adelante.
Cualquiera que mire en perspectiva el destino del país tendrá que
reconocer que una década es muy poco cuando se trata de definir el
futuro de un sector económico, y más si se piensa en el interés de
toda la población. En otras palabras, se engaña quien crea que en
ese lapso Colombia podrá desarrollar la infraestructura y las
habilidades suficientes para enfrentar con éxito al más poderoso de
los competidores. El establecimiento de los mencionados plazos
máximos no tiene como propósito evitar la pobreza y la ruina de
muchos, y menos impedir que el país en su conjunto quede para
siempre encadenado al atraso económico y a una aberrante
desigualdad social, pues es obvio que en el tiempo estipulado para
desmontar los aranceles Estados Unidos mantendrá o aumentará
sus ventajas. ¿Hay alguna razón que indique que los productores
norteamericanos van a sufrir disminuciones importantes de su
competitividad frente a los colombianos en el corto o mediano
plazo? ¿No está probando la Casa Blanca que está en capacidad de
manipular el valor del dólar para mejorar su competitividad?
¿Cómo pueden competir en el mercado estadounidense los
exportadores colombianos con sus pares del resto del mundo, si ni
siquiera son capaces de vencerlos en el mercado nacional? ¿No hay
que ser muy ignorante —o muy tramposo— para sostener que
70
Colombia se volverá competitiva con la “agenda interna”, de la
que ya ni se habla, o con el demagógico programa del gobierno
conocido con el nombre de “Agro: ingreso seguro”? El verdadero
objetivo de los plazos de desgravación es permitirles a los
monopolistas gringos adecuar su producción a las nuevas
exportaciones que van a ganar y dividir a los productores
colombianos damnificados, al generar entre algunos de ellos la
ilusión de que sí podrán competir en el TLC, con lo que se dificulta
la constitución del gran frente de resistencia civil que debe
organizarse. Con esta misma racionalidad puede entenderse por
qué la aplicación del “libre comercio” en Colombia la definieron
en dos etapas: la que empezó en 1990 con César Gaviria, y la de
ahora, en la que Uribe pretende concluir el proceso.
Como se mencionó, los propios estudios gubernamentales
muestran con toda claridad las grandes pérdidas que sufrirán el
agro y la industria de Colombia por causa del TLC. En Efectos de
un acuerdo bilateral de libre comercio con Estados Unidos,
publicado por el Departamento Nacional de Planeación en 200330,
se acepta que las importaciones crecerán casi el doble que las
exportaciones, 11.92 contra 6.44 por ciento, y que la producción
colombiana se reducirá en ocho de los diez sectores en los que la
dividieron para el análisis, por lo que aparecen como perdedores
los cereales, otros productos agrícolas, minas y energía, cueros y
maderas, alimentos, carne bovina y otras carnes, otras
manufacturas y servicios y finca raíz. Por su parte, el Banco de la
República, en un estudio conocido con el nombre de El impacto
del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos en la balanza
30 “Efectos de un Acuerdo Bilateral de libre comercio con Estados Unidos”. Departamento Nacional de
Planeación (DNP), Archivos de Economía, documento 229, 31 de julio de 2003.
71
de pagos31, debió reconocer que el país perderá en su comercio
exterior, pues entre 2007 y 2010 las ventas colombianas a Estados
Unidos crecerán al 14 por ciento frente a unas compras que
aumentarán en 35.6 por ciento, nueva realidad que “aumentará la
dependencia” de Colombia y convertirá en desfavorable la balanza
comercial del país. Y un amplio equipo de especialista, encabezado
por Luis Jorge Garay y contratado por el ministerio de Agricultura,
realizó un voluminoso estudio titulado EL agro colombiano frente
al TLC con Estados Unidos32, en el que se advirtió que si el
imperio mantenía sus subsidios agropecuarios y Colombia
desmontaba sus aranceles, como a la postre ocurrió, le iría mal al
país.
Las pérdidas en este campo obedecen a que la eliminación de los
aranceles —hoy por hoy casi el único instrumento de protección de
Colombia— se hará con una diferencia notable en contra del país,
pues el arancel promedio colombiano se reducirá cuatro veces más
que el estadounidense, dado que el de aquí es del orden del 13 por
ciento (con sectores que superan bastante ese porcentaje), en tanto
el de allá se ubica en el 2.7 por ciento. Y también explican las
pérdidas que vienen con el TLC otros tres hechos conocidos desde
antes de iniciarse la “negociación”: el descomunal poder del
aparato productivo de Estados Unidos, los enormes subsidios que
el gobierno de ese país les concede a todos sus productores, y no
sólo a los del sector agropecuario, y la llamada “desviación del
comercio” que afectará, en beneficio de los estadounidenses, las
exportaciones entre los países de la Comunidad Andina.
31 “Impacto del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos en la Balanza de Pagos hasta 2010”.
Toro Córdoba, Jorge Hernán, Alonso Másmela, Gloria Amparo, Esguerra Umaña, María del Pilar, Garrido
Tejada, Daira Patricia, Iregui Bohórquez, Ana María, Montes Uribe, Enrique, Ramírez Cortés, Juan Mauricio.
Borradores de Economía, Banco de la República, documento No. 362, enero de 2006.
32 Ministerio de agricultura, julio de 2004.
72
Por los propios anuncios de Estados Unidos y por las ya copiosas
enseñanzas que arrojan los acuerdos comerciales que ha suscrito
con otros países latinoamericanos, era de público conocimiento
que el imperio ni siquiera permite mencionar en la mesa de
“negociaciones” la parte principal de sus subsidios al agro. ¿Su
pretexto? Que el tema sólo lo debatirá en el marco de la
Organización Mundial del Comercio (OMC), lo que no le impide
exigir a sus vasallos que eliminen sus aranceles de protección,
cuya existencia ha sido autorizada por la misma entidad. Por ello,
la Casa Blanca sólo aceptó desmontar en el tratado los subsidios
llamados Apoyo en frontera (aranceles y subsidios a las
exportaciones, que suman 16.630 millones de dólares), lo que
significa que mantendrá los subsidios denominados Ayudas
internas por producto y Ayudas en servicios generales, que valen
54.639 millones de dólares anuales (Ver Cuadro Nº 2). De ahí que
el exministro Jorge Humberto Botero engañara al Congreso cuando
le dijo en carta del 3 de marzo de 2006 que en el TLC “se eliminan
los subsidios a las exportaciones de Estados Unidos que tengan
como destino el territorio nacional”, frasecilla con la que intentó
ocultar que son tres los subsidios existentes —con tres nombres
diferentes— y que cada uno respalda, directa o indirectamente, las
exportaciones.
Cuadro Nº 2
Transferencias a los Productores Agropecuarios en los Estados
Unidos y Colombia
Promedio período 2000-2002
Transferen
cias como
% del
valor bruto Transferen
Tipo de
de la
cias como
Transferenc
producción % del PIB
Distribució
ia
agropecuar agropecuar Millones de
n
ia
io
dólares porcentual
EE Colom EE Colom EE Colomb EE Colom
UU bia UU bia UU ia (c) UU bia
A. ESP
24
34
46,9
66
Total
% 7% % 9% 72
945
% 83%
1. Apoyo
en frontera
16,6
(a)
8% 6% 12% 8% 30
882 23% 77%
2. Ayudas
internas por
30,3
producto (b) 16% 0% 22% 1% 42
62 43% 5%
B. Ayudas en
servicios
24,2
generales
12% 1% 17% 2% 97
199 34% 17%
C. Total
transferencia
71,2
100
s
36% 8% 51% 11% 69 1,143 % 100%
73
(a) Los apoyos en frontera son de dos tipos: los aranceles (protección contra las
importaciones) y los subsidios a las exportaciones.
(b) Son los apoyos directos (en especie o en dinero) que el fisco da a los
productores, y pueden ser: pagos directos por precios de sustentación,
subsidios al crédito, exenciones tributarias, etc.
(c) El valor de los apoyos al agro colombiano no incluye el monto del programa
Agro, Ingreso Seguro (AIS), porque a la fecha de la realización del presente
cuadro tal programa no se había concebido y por tanto, no estaba en
desarrollo.
*Equivalente en Subsidios al Productor
74
Fuente: Tomado de La Agricultura Colombiana frente al Tratado de Libre
Comercio con Estados Unidos, Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, enero
19 de 2005, cuadro 1.15, pp. 86.
Al igual que en el sector agrario, tampoco fueron objeto de
negociación los subsidios que Estados Unidos les otorga a sus
industriales, los cuales, aunque menos conocidos que los agrarios,
porque así les conviene a las transnacionales y a sus correveidiles,
son incluso mayores que aquéllos. Para mencionar sólo un
instrumento de financiación gratuita del Estado a la industria
estadounidense, 128 mil millones de dólares, el 40 por ciento de
los 320 mil millones de dólares al año que ese país gasta en
Investigación y Desarrollo (I&D) son de origen público33. Además
de los subsidios a las exportaciones y los estímulos tributarios, el
presupuesto militar estadounidense —de 600 mil millones de
dólares en 2004, y que supera al de 500 mil millones de dólares de
los del resto de países del mundo sumados—, significa un vigoroso
respaldo a ciertos sectores industriales de ese país. En palabras de
Robert Reich, Secretario de Trabajo del gobierno de Bill Clinton,
Tengamos en cuenta que durante el período de la postguerra el
Pentágono se encargó silenciosamente de ayudar a las compañías
norteamericanas para que ganaran la carrera en tecnologías, como los
motores de reacción, fuselajes para aviones, transistores, circuitos
integrados, materiales nuevos, rayos laser y fibras ópticas. Esta
política industrial tácita, aunque favorable, se aceleró bajo la
administración Reagan, mientras se procedía a acumular
progresivamente fuerzas militares. E incluso cuando terminó la
guerra fría, los fondos de alta tecnología del Pentágono siguieron
siendo su fuente más importante de capital. El Pentágono y los 600
33 El Tiempo, Wall Street Journal Américas, 29 de septiembre de 2006. Estados Unidos aporta el 31.9 por
ciento de la inversión en I&D en el mundo.
75
laboratorios nacionales que trabajan con el mismo y con la
Secretaria de Energía son lo más parecido que tienen Estados Unidos
al muy conocido Ministerio de Industria y Comercio Internacional de
Japón”34.
En 1995, Ronald Brown, Secretario de Comercio de Clinton,
explicó la importancia del respaldo oficial para el éxito de las
empresas estadounidenses que compiten en el exterior. Luego de
ilustrar con ejemplos lo que su oficina hacía a favor de empresas
como Polaroid, General Electric, Nynex y Aquatics Unlimited,
dijo:
Eliminar estos esfuerzos de promoción comercial (…) relegaría a las
empresas norteamericanas de todos los tamaños una vez más a una
posición de segundo lugar en la competencia internacional. Las
ganancias potenciales (de la oficina de Administración de
Exportaciones del Departamento de Comercio) exceden ampliamente
la inversión federal en el departamento. Lo que está en juego es tan
alto como el cielo. Para el año 2010, por ejemplo, las importaciones
mundiales de nuestros socios comerciales deberán crecer en términos
reales en más de dos billones de dólares sobre el nivel actual. Solo los
proyectos de desarrollo en infraestructura será por lo menos un billón
en Asia para el año 2000. Y los de América Latina se acercarán a 500
mil millones de dólares en la próxima década.
La administración Clinton cree que las compañías de Estados Unidos
deberían tener todas las oportunidades para ganar esos contratos. Pero
sin un apoyo fuerte del gobierno de Estados Unidos el campo de
34 Reich, Robert B., El trabajo de las naciones, Vergara, Buenos Aires, 1993, p. 159. Reagan tiene fama de ser
el padre del neoliberalismo en Estados Unidos. Y el ministerio japonés citado se conoce como uno de los
principales instrumentos usados por Japón para estimular, con diferentes instrumentos de protección, su
desarrollo industrial.
juego internacional continuará estando inclinado contra Estados
Unidos y sus trabajadores”35.
76
Por otro lado, no sobra recordar que entre las falsedades que
propalaron los voceros del gobierno durante el trámite del acuerdo
estuvo la de que iban a “negociar bien”, transmitiendo la idea de
que Estados Unidos le daría un trato especial a Colombia, cosa que
nunca dijeron ni sugirieron los funcionarios imperiales. Por el
contrario, siempre explicaron con absoluta franqueza que el único
TLC posible era el que copiara las fórmulas que al respecto tiene
establecidas Washington, e incluso advirtieron que no habría
consideraciones de índole política en la “negociación”, ya que para
eso estaban las “ayudas” del Plan Colombia36. Los colombianos
que se ilusionaron con que habría condiciones preferenciales para
el país como premio a la sumisión de Uribe Vélez ante la política
exterior de Estados Unidos, incluida su salvaje invasión a Irak,
tendrán que aceptar que ese sueño se originó en sus propias
especulaciones, o en las mañas de la cúpula uribista, y no en
alguna afirmación o insinuación estadounidense.
En los auditorios informados, donde no puede mentirse con la
desfachatez con que se hace en otros escenarios, los propios
“negociadores” de Álvaro Uribe se vieron obligados a aceptar que
habrá “perdedores” en Colombia, pero agregando que será mayor
el número de “ganadores”, introduciendo el truco analítico de no
hacerle al TLC un balance de su impacto nacional, que es al fin y
al cabo el que define el juicio, sino apenas sectorial. Para este
35 Brown, Ronald H., Secretario de Comercio de Estados Unidos, Informe ante el Comité de Comercio del
Senado, S. 929, The Department of Commerce Dismantling Act, August 1 de 1995,
http://www.doc.gov...timony/scommer,txt.
36 La Casa Blanca suele presentar el Plan Colombia como una gran “ayuda” a Colombia.
77
propósito, ¡cómo le han servido al gobierno los tres o cuatro
peces gordos que saldrán beneficiados a pesar de la mayor
desgracia de los colombianos, empezando por los altos ejecutivos
criollos de las empresas gringas que operan en el país! Sin
embargo, cuando se los apura en el debate y les toca hablar del alto
impacto negativo que tendrá el acuerdo para el conjunto de la
sociedad, presentan como un logro convertir en permanentes los
menores aranceles a las exportaciones colombianas consagrados en
la Atpdea, más alguna otra posibilidad de menor cuantía en
relación con posibles pero remotas nuevas exportaciones. Aunque
parezca mentira, afirman que el gran “triunfo” para Colombia
reside en mantener las mismas posibilidades de exportación que se
establecieron desde hace más de quince años y cuya limitación
para resolver los problemas del país resulta manifiesta, mientras
callan sobre los inmensos costos que aceptaron pagar para
mantener algo muy parecido al statu quo. Agregan, finalmente, que
la otra ganancia vendrá de la estabilidad en las reglas del juego que
disfrutarán los inversionistas de Estados Unidos, como si no
supieran que lo que a éstos les interesa en forma primordial es
centrarse en la minería de exportación y en la toma de los
monopolios ya existentes, sean públicos o privados, que venden
bienes y servicios para el mercado interno colombiano y cuyos
negocios, además, se hacen con la condición de facilitarles el envío
al exterior de sus utilidades.
Una de las verdades que más deberían avergonzar al uribismo se
encuentra en el texto Evaluación de la negociación agropecuaria
en el TLC Colombia-Estados Unidos37, escrito por los conocidos
37 Garay, Luis Jorge, Barberi, Fernando y Cardona, Iván. 2006, “Evaluación de la negociación agropecuaria en
el TLC Colombia-Estados Unidos”, Planeta Paz.
78
especialistas Luis Jorge Garay, Fernando Barberi e Iván Mauricio
Cardona. Además de confirmar con cifras las pérdidas que sufrirá
el país, estos estudiosos demuestran que lo suscrito por Colombia
fue peor que lo firmado por los países centroamericanos en el
Cafta, lo que ya es mucho decir, porque a estos últimos también les
fue demasiado mal. Según Garay y sus compañeros, mientras a
aquellos les permitieron exceptuar algunos productos, a Colombia
no; al tiempo que ellos pudieron mantener requisitos de desempeño
(compra de la cosecha nacional a cambio de poder importar, por
ejemplo), Colombia no; en tanto que a Centroamérica no se le
exigió una cláusula de preferencia no recíproca (que se explicará
luego), a Colombia sí; mientras el 4.9 por ciento de los productos
colombianos quedó con desgravación a más de diez años, así
quedaron el 32.2 por ciento de los de Costa Rica, el 27.1 por ciento
de los de Nicaragua, el 25.8 por ciento de los de Honduras, el 20.6
por ciento de los de El Salvador y el 18.7 por ciento de los de
Guatemala. Y mientras el valor de las importaciones a Colombia
con desgravación inmediata ascendió al 94.5 por ciento del total,
las de los centroamericanos ascendieron a 69.4 por ciento. Por
añadidura, y a diferencia del TLC entre Estados Unidos y Chile,
Colombia se comprometió a no utilizar el Sistema Andino de
Franjas de Precios (SAFP) desde el inicio del tratado, y en
contraste con el acuerdo de “libre comercio” entre Washington y
Marruecos, tampoco logró salvaguardas con vigencias superiores
al período de desgravación, lo que confirma que el TLC que
decidió suscribir Álvaro Uribe es el peor de América. El país
“debió renunciar a la posibilidad de aplicar cualquier tipo de
salvaguardia especial agropecuaria que se acuerde en un futuro en
el marco de la OMC, compromiso que no había adquirido ningún
79
otro “socio” comercial de los Estados Unidos salvo Perú”38,
agregan los autores del estudio.
¿Cómo juzgar entonces a los avezados hombres de negocios que
gobiernan a Colombia, quienes olvidan lo que saben de su oficio
cuando de lo que se trata no es de defender el interés personal sino
el nacional? Y todavía no se han visto las otras enormes gabelas
que se les otorgaron a las transnacionales gringas, diferentes de las
que en general lograron en la relación exportaciones–
importaciones.
38 Ibid.
80
6. MASACRE AGROPECUARIA
Por razones de espacio, y porque hay análisis en abundancia para
demostrar las grandes pérdidas agrarias que provocó la apertura
definida en 1990, que constituyó la primera fase del “libre
comercio” en Colombia, no se detallará lo ocurrido. Sí debe
recordarse, sin embargo, que con ella las importaciones agrícolas
se multiplicaron por más de diez, que se perdieron alrededor de un
millón de hectáreas de cultivos transitorios y que el
empobrecimiento rural llegó a niveles inauditos. Por otra parte, no
hay que olvidar que si las pérdidas no llegaron a más, ello
obedeció a que la desprotección no fue absoluta, gracias al Sistema
Andino de Franjas de Precios (SAFP) y a otras medidas que se
tomaron por la presión ciudadana y que permitieron mantener altos
niveles de protección en ciertos sectores seleccionados. Por lo
tanto, no hay que ser muy perspicaz para comprender que lo que se
nos viene encima con la desprotección absoluta del agro —una de
las muchas consecuencias nefastas del TLC— es el remate de los
productos agonizantes y la liquidación total o parcial de nuevos
sectores.
Para formarse una idea del calibre del riesgo al que le abre la
puerta el TLC con su decisión de poner en cero por ciento los
aranceles, sirve saber que el arancel más alto fijado por el Sistema
Andino de Franjas de Precios, como promedio anual entre 1994 y
2003, llegó a 75.5 por ciento en carne de cerdo, 184.5 por ciento en
trozos de pollo, 70.5 en leche entera, 48 por ciento en trigo, 38.5
por ciento en cebada, 65.3 por ciento en maíz amarillo, 68.2 por
ciento en maíz blanco, 82.5 por ciento en arroz, 56.1 por ciento en
81
soya, 70.3 por ciento en sorgo, 105.1 por ciento en aceite de
palma y 97 por ciento en aceite de soya. Además, la carne de res ha
tenido aranceles del orden del 80 por ciento, y han existido otros
mecanismos de protección como las licencias previas o el
condicionamiento de la importación respectiva a la compra de la
cosecha nacional.
El sistema de desgravación de los productos que no se desprotegen
del todo desde el primer día consiste en acordarles un contingente
(cuota) que se podrá importar con cero arancel, en tanto que el
resto de lo que se traiga de Estados Unidos pagará aranceles
determinados, los cuales se irán reduciendo, año por año, hasta
llegar a cero por ciento en el plazo pactado. En la práctica,
entonces, las importaciones serán mayores que el contingente libre
de arancel, lo que significa que los precios de los bienes
producidos en Colombia caerán desde el principio, ya que las
importaciones más baratas podrán —o deberán, mejor— presionar
a la baja los precios de venta del producto nacional, aun cuando
todavía exista protección arancelaria.
Los importadores saben, de otra parte, que pueden aumentar de
manera considerable lo que traen de Estados Unidos si combinan el
contingente sin arancel con compras de cantidades gravadas, de
donde salen precios promedio de importación que pueden ser
menores que los costos de producción internos. Por ejemplo, de
maíz blanco, que quedó con un contingente de libre acceso de
136.500 toneladas y con un arancel del 20 por ciento para la parte
restante que se desee importar, podrían entrar a Colombia 273 mil
toneladas, el doble, con un costo efectivo arancelario de 10 por
ciento.
82
También debe tenerse en cuenta que los aranceles de protección
que se fijaron en el TLC, además de definirse bajos y de disminuir
año tras año hasta desaparecer, se calcularon con base en los
promedios de los precios de varios años. Esta operación, no
obstante, que puede tener cierta validez estadística, se estrella
contra la realidad de la vida, ya que para muchos productores la
quiebra puede venir si en el momento de sacar su producción al
mercado los precios caen, así hayan sido remunerativos en otras
ocasiones. El riesgo resulta, por supuesto, mayor en productos de
ciclos semestrales y en el negocio de la carne de pollo, para citar
apenas dos casos, donde el capital se pone en riesgo cada seis
meses o cada cuarenta días, respectivamente. Es por estas
realidades, y por la certeza de que el desorden en el comercio
desequilibra la producción en su conjunto, que en los países
desarrollados las políticas públicas otorgan garantías de costos y de
precios a las gentes del agro, y lo hacen con medidas de largo
plazo.
En relación con este tema debe saberse que en el TLC los plazos
fijados para la desgravación no terminan en el último día del año
acordado sino en el primero, de manera que cinco años equivalen a
cuatro, y así. En la llamada “renegociación” de entre febrero y
noviembre de 2006, adicionalmente, Estados Unidos impuso que,
exceptuando arroz y azúcar, los plazos de desgravación de los
demás productos no empezarán a contarse a partir de la
legalización del tratado, según lo acordado inicialmente, sino desde
el 27 de febrero de 2006, la fecha del supuesto fin de las
“negociaciones”. De esta forma, los negociadores norteamericanos
pusieron a correr los plazos de la desprotección de Colombia, de
83
manera que si, por ejemplo, el tratado empezara a aplicarse el
primero de enero de 2010, habría que contar cuatro años de su
aplicación.
El primer gran damnificado será el sector de los cereales, certeza
que incluso comparten, por lo menos en privado, hasta los más
acérrimos partidarios del TLC, pues no hay ninguna posibilidad de
competir con las productividades gringas ni con los enormes
subsidios que reciben sus cultivadores. En procura de justificar este
atropello, los burócratas gubernamentales suelen afirmar que el
trigo y la cebada —que quedaron en la Canasta A, es decir, en cero
protección desde el primer día de vigencia del tratado— ya casi
desaparecieron de la geografía nacional, a la par que ocultan que
bien podrían reaparecer si se quisiera y que su agonía no es un
castigo del cielo sino el efecto de las decisiones que se tomaron
desde 1990, incluidas las de la administración de Uribe Vélez, que
ha pasado las importaciones agrarias, según la SAC, de 4,5 a más
de 8 millones de toneladas en 2007. Las teorías con que arguyen
que es positivo importar el trigo y la cebada que Colombia podría
producir con grandes beneficios constituyen, en el mejor de los
casos, simples sandeces. La primera de ellas es que resulta mejor
sembrar flores en la Sabana de Bogotá que trigo o cebada,
inventándose una contradicción por tierra que no existe, pues hasta
un colegial sabe que en el altiplano cundiboyacense, en Nariño y
en otras zonas de clima frío hay extensiones más que suficientes
para sembrar no sólo flores, como se hace actualmente, sino los
otros bienes que se deseen cultivar. Alegan también que en el
trópico, por razones climáticas, no pueden ser productivos estos
cereales, afirmación insostenible que silencia que el país fue
autosuficiente en cebada hasta 1990, año en el que todavía era un
84
importante productor de trigo, a pesar de que desde 1956 empezó
la política norteamericana de imponer a sus vasallos la compra de
sus “excedentes agrícolas”. Y si el problema es que el clima
tropical no nos favorece, ¿cómo explican que Washington también
haya decidido usar el TLC para acabar con el trigo en Chile, por
ejemplo, país de zona templada?
En el caso del maíz (amarillo y blanco), el TLC también busca
hacer irreversibles las importaciones, que hoy llegan a 1.800.000
toneladas, cuando en 1990 eran de apenas 17.000, y aumentarlas
en por lo menos otro millón de toneladas en un plazo brevísimo,
porque la cuota de libre importación acordada para el primer año
llega a 2.236.000 toneladas (con un crecimiento del 5 por ciento
anual), y porque los aranceles para la parte restante empezarán en
el muy bajo nivel del 20-25 por ciento y se eliminarán en apenas
doce años, plazo que además se acordó con el evidente propósito
de engañar a los colombianos. El sorgo, a su turno, desaparecerá de
inmediato, dado el tamaño del contingente de libre importación (21
mil toneladas), así como el arancel que le fijaron a la parte restante
(25 por ciento). Y para dejar establecido que la entrega del interés
nacional es la mínima y no la máxima y que ella la buscan con o
sin Tratado, sirve saber que el ministro de Agricultura Andrés
Felipe Arias anunció que en 2009 las importaciones de maíz con
arancel de cero por ciento serán de tres millones de toneladas.
La desgravación del arroz concluirá el primero de enero del año
diecinueve; el contingente inicial de libre acceso será de 79 mil
toneladas de calidad blanco (con un crecimiento del 4 por ciento
anual); el arancel para la importación por fuera de cuota empezará
en el 80 por ciento, y su desgravación tendrá un período de gracia
85
de seis años. Estas cláusulas, empero, que no se explican por la
generosidad del imperio ni por la habilidad de los “negociadores”,
sino por la resistencia del sector encabezada por la Asociación
Nacional por la Salvación Agropecuaria, no impedirán su crisis
porque, como ya se mencionó, y como confirma la experiencia de
años anteriores, las importaciones agropecuarias, así sean
relativamente menores, presionan a la baja los precios de compra
en el mercado nacional y les otorgan un mayor poder a los
intermediarios.
Con la complicidad de la principal agremiación del ramo en esos
días, el algodón fue uno de los cultivos más golpeados por la
“apertura” de 1990, ya que ni siquiera fue incluido en el Sistema
Andino de Franjas de Precios (SAFP), con el obvio propósito de
abrirle camino al muy publicitado Cotton USA que se tomó el
mercado. Si hoy algo de éste se cultiva es porque el gobierno,
presionado por los cultivadores y no obstante los incumplimientos
de sus promesas, los subsidia mediante un precio de sustentación,
defensa que tiende a desaparecer con el TLC, donde le
determinaron cero arancel desde el primer día, lo que pone en duda
su supervivencia. Algo similar sucede con la soya, otro de los
productos afectados por la apertura de 1990 y que difícilmente
podrá competir en el marco del TLC, pues la boliviana será
reemplazada por la más barata de Estados Unidos, en un caso
clásico de “desviación de comercio” dentro de la Comunidad
Andina. Así lo indican también la libre importación de fríjol y torta
de soya desde el primer día de vigencia del tratado y la eliminación
del arancel de otros aceites en cinco años y del crudo de soya en
diez (pero con contingente de 30 mil toneladas), los cuales,
además, quedaron con bajos aranceles de protección, del 23 y 24
86
por ciento. Las importaciones de soya deben sustituir lo
productos más costosos derivados de la palma africana que se
consumen en Colombia, tal y como era de esperarse y como lo
explica Luís Jorge Garay en su estudio, en el que calcula que las
ventas de los palmeros, por estos efectos, podrán reducirse hasta en
el 19 por ciento.
La papa procesada, de consumo cada vez mayor en el país por el
cambio de las costumbres alimenticias, al igual que la fresca,
quedó en la Canasta A, de desprotección inmediata. Y la congelada
se desprotegerá del todo, desde el 15 por ciento de arancel, en
apenas cinco años. En el papel, el fríjol quedará protegido por diez
años, pero en la realidad será sacrificado mucho antes porque la
mitad del arancel con el que empieza su desgravación, de 60 por
ciento, se eliminará el primer año, con el agravante del adelanto ya
mencionado de los plazos.
La carne de pollo quedará totalmente desprotegida en 17 años,
aunque ese plazo es más demagógico que efectivo por cuanto,
según ha explicado Fenavi, la agremiación de los avicultores, el
arancel para los cuartos traseros (perniles y rabadillas) sazonados
quedó en apenas el 70 por ciento, tasa que al momento de suscribir
el tratado era incapaz de impedir las importaciones más baratas, en
razón de que, como es sabido, los estadounidenses consideran
desechos esas partes de las aves. También puede arruinar al sector
el hecho de que después de cerrada la “negociación”, el 27 de
febrero de 2006, Estados Unidos impuso cero arancel a los cuartos
traseros troceados, a la carne deshuesada mecánicamente y a la sin
pellejo. Y la carne de las gallinas ponedoras de huevos que
terminaron su vida útil, considerada también de desecho, podrá
87
importarse pagando un arancel de apenas el 45 por ciento. Fenavi
acierta cuando en aviso en la prensa denunció: “Si la negociación
fue mala, la renegociación fue peor”39.
En cuanto a la carne y los despojos de cerdo, quedarán
desprotegidos en apenas un lustro contado a partir del 27 de
febrero de 2006, plazo que augura que habrá una crisis antes de su
vencimiento, pues además no quedó ninguna limitación al volumen
que puede importarse y sus aranceles de protección empezarán en
los muy bajos niveles de 30 y 20 por ciento, respectivamente.
Razón tiene entonces Fredy Velásquez, presidente de la
Asociación Nacional de Porcicultores, cuando explica que “fuimos
sacrificados por conveniencias políticas con Estados Unidos”,
sacrificio que puede costarles la ruina a muchos de los 80 mil
productores, pues apenas alrededor de tres mil están tecnificados, y
está para verse si estos sí resistirán el embate.
La protección contra las importaciones de carne de res se eliminará
en el muy corto plazo de diez años, pero desde el primer día habrá
libre acceso para lo que los negociadores norteamericanos
definieron a su antojo como High Quality Beef (calidades prime y
choice), que representa el 60 por ciento de su oferta exportable.
Para empezar, entrarán con cero arancel 4.621 toneladas de
vísceras (el 12 por ciento del mercado nacional), cuota que tendrá
un crecimiento del 5 por ciento anual, aunque con la advertencia de
que llegarán más, porque por ser desechos en Estados Unidos se
comercializan a precios bajísimos, en tanto que el arancel de
protección, que se irá reduciendo hasta desaparecer, empezará en
apenas el 50 por ciento real. Igual puede decirse de la carne de
39 El Tiempo, 23 de julio de 2006.
88
calidad estándar, con cuota de 2.100 toneladas pero con el mismo
bajo arancel para la parte por fuera de la cuota. Y con lo impuesto
por la Casa Blanca sobre importaciones de carne de reses de más
de treinta meses, a pesar del riesgo sanitario, se le abrieron las
puertas a la carne del ganado lechero ya desechado en ese país.
Tan contrario a lo propuesto por la Federación Nacional de
Ganaderos (Fedegan) terminó siendo lo acordado en carne y leche
que José Félix Lafaurie, presidente de esta agremiación y quien
fuera viceministro de Agricultura de César Gaviria, tuvo que
evadir el balance apelando a un retruécano: “Nos fue como nos
fue”40.
En el análisis de las pérdidas que tendrán que asumir los
productores de carne de cerdo y de res debe considerarse que
también sufrirán por efecto de su sustitución por pollo importado,
fenómeno suficientemente documentado en este caso (al igual que
en el caso de los derivados de la soya en reemplazo de los de la
palma africana), que en Colombia ha ocurrido en la misma medida
del “libre comercio” y del empobrecimiento nacional: mientras
entre 1995 y 2005 el consumo anual de carne de res por habitante
disminuyó de 20 a 17.4 kilos y el de cerdo de 3.3 a 2.8 kilos, el de
pollo aumentó de 11.8 a 16.5 kilos (40 por ciento). Luís Jorge
Garay calculó, empleando en parte estudios de Fedegan, que en el
escenario de una caída del precio del pollo del 30 por ciento en
razón de las importaciones, la demanda de carne bovina en
Colombia se reducirá en 6 por ciento y la de cerdo en 24 por
ciento.
40 Editorial Carta Ganadera, “Informe especial TLC y ganadería”, sin fecha.
89
Los lácteos, asimismo, se desprotegerán en un lapso de entre
once y quince años, pero con graves pérdidas desde el principio,
pues a partir del primer día entrará un contingente de 9.000
toneladas con cero arancel, cuota que crecerá al 10 por ciento anual
y que incluye cinco mil toneladas de leche en polvo. Además, el
arancel de protección contra la leche en polvo por fuera del
contingente quedó en el bajísimo nivel del 33 por ciento, y los
llamados lactosueros —el desecho que queda de la producción de
quesos— se dejaron en desprotección inmediata, a pesar de que
Fedegan había pedido clasificar este producto igual que la leche en
polvo, como de “extrema sensibilidad”, y concesión que los
lecheros solicitaron no hacer porque sería el “acabose” del sector 41.
Por otra parte, y con toda la razón, la Oficina de Comercio de
Estados Unidos celebró como un éxito lo acordado en frutas y
hortalizas, porque podrán ingresar a Colombia sin problemas de
ningún tipo y con cero arancel desde el primer día (tienen el 15 por
ciento), mientras que las nuevas exportaciones colombianas de
estos rubros deberán vencer, fuera de los bajos precios y la
competencia de otros países, las férreas barreras sanitarias y
fitosanitarias estadounidenses. Cabe recordar que al inicio de las
negociaciones del Alca, la secretaria del Departamento de
Agricultura de Estados Unidos, Anne Veneman, dijo que
esperaban aumentar las exportaciones de hortalizas, entre otros
renglones agropecuarios.
El tema del azúcar hay que diferenciarlo porque demuestra hasta la
saciedad el carácter descaradamente arbitrario de las imposiciones
norteamericanas y la actitud sumisa, por decir lo menos, del
41 Portafolio, 6 de febrero de 2006.
90
gobierno de Colombia. Como la producción azucarera de Estados
Unidos es de las más costosas del mundo, el azúcar colombiano
tiene tantas condiciones para competir en el mercado gringo que en
la “negociación” Colombia pidió una cuota de libre acceso
inmediato de 500 mil toneladas anuales, más un fuerte incremento
año por año. No obstante, como el imperio es el imperio y el
vasallo es el vasallo, la Casa Blanca escogió al azúcar como el
único producto, agrario e industrial, excluido del tratado, pues sólo
en este caso el arancel jamás llegará a cero por ciento. Colombia,
que produce 2.7 millones de toneladas, sólo consiguió una nueva
cuota de exportación de escasas 50 mil toneladas, con un ínfimo
crecimiento anual del uno y medio por ciento. Para empeorar las
cosas, el país se desprotegerá frente a las importaciones de jarabe
de maíz en nueve años, endulzante que desplazará en proporciones
muy considerables las ventas de azúcar nacional en el mercado
interno y que terminará por golpear, de carambola, a los paneleros.
Los “negociadores” de Uribe, como si fuera poco, aceptaron
desgravar los confites y chocolates gringos, que contienen gran
cantidad de azúcar, de manera inmediata.
Entre los aspectos con los que hizo demagogia el gobierno durante
la “negociación” estuvo el de las “fuertes” salvaguardas con las
que se dotaría Colombia para enfrentar el esperado y rápido
aumento de las importaciones agropecuarias, salvaguardas que,
según dijeron varios funcionarios, reemplazarían unos aranceles
irremplazables. ¿Y qué pasó? Que las salvaguardas que ofrecieron
con una vigencia indefinida y para casi todos los productos
quedaron, a la hora de la verdad, convertidas en unos paliativos
menores que desaparecerán una vez concluya el período de
desgravación y que sólo cubrirán el arroz, el fríjol y el pollo. Su
91
diseño, además, es de una mediocridad tal, que no tiene ninguna
capacidad para impedir las pérdidas que sufrirán dichos productos.
En concordancia con todo lo anterior, resalta también que mientras
Estados Unidos y Perú establecieron en el TLC certificaciones de
origen para el pisco peruano y los licores Tennessee y Bourbon,
Colombia nada logró en este sentido para su café, más allá de una
carta rodillona del ministro Botero y de una respuesta displicente
de uno de los mandos medios de la contraparte. El imperio pudo
darse el lujo de imponerle a Colombia la libre importación al país
de café colombiano y peruano procesado en Estados Unidos,
concesión tras la que inevitablemente llegarán de contrabando
cafés asiáticos y africanos. En el colmo de los colmos, los
“negociadores” criollos aceptaron un contingente de importación
de cafés de África y Asia transformados en Estados Unidos, cupo
que no por pequeño carece de significado, ya que tiene la gravedad
de haber abierto una puerta que jamás debió abrirse. Y la Casa
Blanca también le impuso a Colombia “trabajar juntas hacia un
acuerdo en la OMC” sobre empresas comerciales del Estado,
acuerdo que podría arrebatarle al Fondo Nacional del Café su
capacidad para intervenir en las exportaciones y en las compras
internas, un viejo sueño de los intermediarios estadounidenses.
De acuerdo con lo concedido para el primer día de vigencia del
tratado, Estados Unidos ganó el derecho a un contingente de
exportación con cero arancel, ¡y con toda certeza!, de 2.550.668
toneladas, en tanto Colombia obtuvo el derecho a exportar apenas
68 mil toneladas (ver cuadros Nº 3 y 4), desglosadas en cincuenta
mil de azúcar, cuatro mil de tabaco, nueve mil de lácteos y cinco
mil de carne de res, aunque las dos últimas cifras están por verse.
92
En primer lugar, porque el contingente de exportación de carne
fue mañosamente atado a que primero se coloque una cuota de la
OMC que nunca se ha podido cumplir, según lo expresaron los
mismos “negociadores”, y que no tiene ni la más remota
posibilidad de concretarse en el corto plazo. Y porque en ese caso,
como en el de los lácteos, primero habrá que vencer las barreras
sanitarias que, como se verá adelante, quedaron incólumes. Si se
hacen las cuentas del área bajo cultivo y de los empleos que
sufrirán los embates del TLC sólo en arroz, maíz, fríjol, papa,
cebada y trigo, se llega a un millón y medio de hectáreas y a unos
460 mil empleos amenazados. Si se suman la palma africana y la
caña panelera y de azúcar hay que agregar 570 mil hectáreas y
otros 430 mil empleos, y entre pollo y cerdo están en juego 250 mil
empleos y más de 80 mil productores.
Cuadro Nº 3
Contingentes de productos agropecuarios
otorgados por Colombia a Estados Unidos
Producto
Carne de Bovino
Despojos de Bovino
Cuartos Traseros de
Pollo
Leche en polvo
Yogur
Mantequilla
Quesos
Prep. para la
aliment. infantil
Helados
Fríjol
Contingente
(Ton)
2.000
4.400
26.000
5.000
100
500
2.100
1.000
300
15.000
93
Maíz amarillo
2.000.000
Maíz blanco
130.000
Sorgo
20.000
Glucosa (no
sustituto de azúcar)
10.000
Alimentos para
mascotas
8.000
Alim. balanceados
para animales
185.000
Arroz (Eq. Paddy)
111.268
Aceite crudo de
soya
30.000
Total
2.550.668
Fuente: Textos oficiales del TLC y cálculos de Garay, Barberi y Cardona (2006), La
negociación agropecuaria en el TLC –alcances y consecuencias- Planeta Paz,
cuadro No. 9, pp. 76.
Cuadro Nº 4
Contingentes de productos agropecuarios otorgados
por Estados Unidos a Colombia
Producto
Carne de Bovino
(1)
Lácteos
- Leche líquida
- Mantequilla
- Quesos
- Helados
- Preparaciones
cap. 19
Azúcar y
Productos con
Azúcar
Plazo de Conting.
Desgrav. (Ton) /2
Tasa
de
crecim.
10 años
5.000
5%
11 años
11 años
15 años
11 años
100
2.000
4.600
300
10%
10%
10%
10%
15 años
2.000
10%
Excluido
(2)
50.000
1,5%
94
Tabaco
15 años
4.000
5,0%
Algodón
Inmediato
Total
68.000
Contingentes
(1)
El contingente estará disponible una vez se llena la cuota de la OMC, la
cual, en la historia de la Organización, jamás se ha llenado.
(2)
El azúcar es el único producto que se excluyó de los plazos de
desgravación pactados en el TLC.
Fuente: Textos del TLC y Garay, Barberi y Cardona (2006), anexo Nº 02.
Las arbitrariedades, sin embargo, no terminan ahí, ya que para
dificultarles aún más a los productores agropecuarios competir con
las importaciones subsidiadas que llegarán de los Estados Unidos,
el texto del TLC y la propia lógica del “libre comercio” los
golpearán de otras maneras. En el artículo 16.9 del tratado, por
ejemplo, se dice que si alguno de los países signatarios no permite
patentar plantas “a la fecha de entrada en vigor de este acuerdo (el
caso de los andinos, porque sus normas lo prohíben), realizará
todos los esfuerzos razonables para permitir dicha protección
mediante patentes”, cosa que ya sucedió, estipulación que desde
luego afectará a los agricultores colombianos, pues fortalecerá el
monopolio de semillas de las transnacionales, que incluso podrán
perseguir legalmente a quienes las resiembren sin pagar
derechos42. El TLC, asimismo, encarecerá los agroquímicos y las
drogas veterinarias, dado que el capítulo de propiedad intelectual
permite prolongar, en la práctica, de veinte a treinta años el
monopolio sobre muchos de estos productos, por la vía de entrabar
la producción de genéricos. Es conocida también la política que
busca cobrar, y cada vez más cara, el agua que se utiliza en el agro,
paso previo a la privatización de los distritos de riego y del propio
42 Por efecto del TLCAN, el agricultor canadiense Percy Schmeiser fue condenado a cárcel luego de una
acusación de Monsanto.
95
líquido, aberración esta última que autoriza el tratado. El
sistemático incremento de los precios de los agroquímicos, por otra
parte, no tiene como única explicación el aumento de la cotización
del petróleo, ya que también cuentan los altos tributos que gravan a
los combustibles, y que contrastan con los irrisorios impuestos que
se cobra a las trasnacionales para atraerlas al país, así como con las
modificaciones legales para que el sector de los hidrocarburos
caiga en manos de las empresas extranjeras, asuntos todos
relacionados con las adecuaciones al “libre comercio”.
No es sorprendente entonces que Rafael Hernández, presidente de
Fedearroz y de la junta directiva de la Sociedad de Agricultores de
Colombia (SAC), haya afirmado en El Tiempo del 28 de febrero de
2006, al otro día de que supuestamente se cerró la “negociación”:
Los negociadores de Colombia cedieron totalmente frente a las
pretensiones de Estados Unidos. Veo un panorama oscuro para la
mayor parte del sector agropecuario. No fue un tratado equitativo,
como se comprometió el Presidente de la República con nosotros,
sino una imposición de Estados Unidos. Por eso me retiré de la mesa
de negociaciones. El Ministro de Agricultura habla olímpicamente de
que las zonas afectadas con el TLC se pueden reconvertir. Pero hay
zonas como Saldaña en las que no se puede sembrar sino arroz. Tratar
de reconvertirlas es un error. Eso lo sabe el Presidente de la
República. Yo se lo planteé en Washington.
La quimera de exportar más
Una vez que los “negociadores” colombianos no pudieron insistir
más en la falacia de que iban a proteger al país de las
importaciones agropecuarias estadounidenses, pasaron a decir que
96
lo importante era el acceso de algunos productos al mercado de
Estados Unidos y que las exportaciones convertirían en “ganador”
al agro nacional. Ante la pregunta de cómo modificarían las
normas sanitarias y fitosanitarias norteamericanas, conocidas por
constituir barreras de protección mayores que las mismas
arancelarias, juraron cambiarlas en el transcurso de la
“negociación”, y a este punto le dieron tal importancia que José
Félix Lafaurie, presidente de Fedegan, alcanzó a afirmar que “sin
acceso real al mercado de Estados Unidos, el TLC no es moral ni
políticamente sostenible”43. Pues bien: aunque el tratado no
hubiera sido defensable ni siquiera con mejores posibilidades para
vender productos del agro nacional en el mercado estadounidense,
la verdad es que dicho acceso no se logró, así los partidarios del
gobierno afirmen lo contrario.
Al respecto, el entonces ministro de Comercio, Jorge Humberto
Botero, en carta dirigida al Congreso de Colombia fue capaz de
escribir que los productos colombianos tendrían “acceso real”44 a
Estados Unidos, pues lo acordado en medidas sanitarias y
fitosanitarias evitaría el “abuso en la imposición de barreras no
arancelarias”. A su turno, el ministro de Agricultura, Andrés Felipe
Arias, afirmó que “el acceso alcanzado para nuestros productos es
acceso real”45. Para rebatir estas mentiras, que es como toca
llamarlas, conviene repasar la historia, ya que si algo se impuso en
la “negociación” del TLC fue el mantenimiento de las talanqueras
con las que la contraparte protege —¡y de qué manera!— el agro
estadounidense.
43 Portafolio, 16 de Febrero de 2006.
44 Carta a los congresistas colombianos, 3 de marzo de 2006.
45 Comunicado en la página web del ministerio de Agricultura.
97
Antes de la firma del tratado, la Sociedad de Agricultores de
Colombia (SAC) explicó:
“Las negociaciones con Estados Unidos han sido difíciles, en la
medida en que al inicio de las mismas ese país manifestó el interés de
preservar su statu quo en materia sanitaria, es decir, no ir más allá de
lo que hoy existe en el Acuerdo de Medidas Sanitarias y
Fitosanitarias de la OMC”.
Los voceros del gremio agregaron que
“si no se tiene la posibilidad de recurrir al mecanismo de solución de
controversias tal como está planteado en el capítulo sanitario del
TLC, las posibilidades de lograr que (sic) los desarrollos sanitarios
del comité o los grupos de trabajo son nulas” 46.
¿Y qué se acordó? En el artículo 6.2 del tratado, bajo el título de
“Disposiciones generales”, se establece con absoluta claridad que
“las partes confirman sus derechos y obligaciones existentes con
respecto a cada una de conformidad con el Acuerdo MSF” (en
referencia a las Medidas Sanitarias y Fitosanitarias de la OMC), y
a continuación se ratifica que “ninguna parte podrá recurrir al
mecanismo de Solución de Controversias establecido bajo este
Acuerdo para ningún asunto que surja bajo este capítulo”. A lo
anterior le añadieron, para engañar a los desconocedores del tema,
un Comité Permanente que en nada cambia las cosas, porque en él
Colombia no tiene ningún poder decisorio y porque su primer
propósito es “impulsar la implementación por cada una de las
partes del Acuerdo MSF” de la OMC (artículo 6.3). Más claro no
canta un gallo.
46 www.sac.org.co/pages/tlc/tlc.asp
98
Sin embargo, ante la actitud contumaz de los ministros de
Agricultura y Comercio de Colombia, que con el apoyo cínico de
algunos dirigentes gremiales del agro faltan a la verdad con
respecto a lo pactado, no sobra citar estas palabras de Luís Jorge
Garay:
A pesar de la opinión expresada por el gobierno y los gremios,
conviene señalar que de la lectura del texto no parecen derivarse
obligaciones concretas para las partes que garanticen que a la luz de
los puntos incluidos, puedan solucionarse los problemas de índole
sanitaria y fitosanitaria de Colombia y abrirse así oportunidades de
exportación para varios productos colombianos, tales como los
cárnicos, las frutas y las hortalizas. En buena parte, lo que se
desprende del texto del compromiso son manifestaciones de
intención. A manera de ejemplo, en el literal c) del texto de
compromiso se afirma que la parte exportadora puede presentar
evidencia científica para sustentar la evaluación de riesgo de la parte
importadora, pero en ningún momento obliga a la parte importadora a
tener en cuenta la evidencia científica presentada por la parte
exportadora.
Y para acabar de desnudar a los ministros, sirve también la
explicación dada por Juan Lucas Restrepo, jefe de los
“negociadores” de Colombia en la mesa de asuntos sanitarios,
quien, en sus propias palabras, dice que el poder de decisión quedó
en manos de los estadounidenses:
Pero lo que temíamos —y aún tememos— es que, en la práctica, se
restrinja indefinidamente el ingreso de los productos colombianos a
ese mercado con argumentos paraarancelarios, como un excesivo
rigor en el cumplimiento de las normas sanitarias y de inocuidad 47.
99
Luego si el día de mañana Colombia logra exportar algún producto
agropecuario nuevo a Estados Unidos, ello no sucederá gracias a
que las normas sanitarias acordadas en el TLC le hayan otorgado
ese derecho, sino a que a Washington —de manera unilateral y,
como es obvio, según sus conveniencias— le dio la gana
concedernos dicha posibilidad, que de seguro cobrará de alguna
manera.
Por consiguiente, si las pérdidas agrarias para Colombia habrán de
ser muy grandes, las ganancias serán bastante exiguas, en el mejor
de los casos. Constituye además un engaño afirmar que en
exportaciones de banano y café se consiguió algo, pues el libre
acceso de estos productos al mercado estadounidense se remonta a
casi un siglo, derecho que se ha pagado a grandes costos y que la
Casa Blanca no puede modificar sin violar la propia legalidad
comercial consagrada por ella en varias instancias y en la propia
OMC.
En flores, por otra parte, lo que se logra es lo que ya se tiene con el
Atpdea, que representa unos 26 millones de dólares al año en
menores aranceles, suma que si se perdiera no sería el fin de ese
sector, que bien podría funcionar avanzando en competitividad,
con menores utilidades para sus empresarios o con subsidios del
Estado colombiano iguales a la suma perdida48. Lo que se alcanzó
en materia de exportaciones de tabaco, por otra parte, también
47 Carta Ganadera, “Informe especial TLC y ganadería”, p.134, sin fecha.
48 Luis Jorge Garay calcula que el promedio en 2001-2004 de los menores aranceles por Atpdea de todos los
productos agropecuarios llega a 43,7 millones de dólares.
100
resulta mediocre y muestra cómo Estados Unidos impuso su
proteccionismo. Porque como el tabaco colombiano es bastante
más barato que el estadounidense, éstos impusieron un contingente
de apenas cuatro mil toneladas y desgravación a 15 años, a partir
de un arancel prohibitivo del 350 por ciento, ¡el más alto del TLC!
Con respecto a las “cuentas alegres” del uribismo, que ponen a
Colombia a exportar ingentes cantidades de frutas y hortalizas,
carne de res, lácteos y agrocombustibles, se justifican otras
reflexiones. Ya se dijo que las barreras sanitarias son un obstáculo
cierto y hasta ahora infranqueable para exportar a Estados Unidos
varios de estos bienes, a lo que hay que agregar que el país
tampoco tiene oferta exportable, caso que es evidente en el sector
hortifrutícola, según lo han explicado los conocedores del tema49, y
en la ganadería, de acuerdo con la propia Federación Nacional de
Ganaderos (Fedegan). En efecto, esta ha sostenido en repetidas
oportunidades que conseguir la capacidad nacional exportadora,
porque no hay vacunos suficientes, será obra de veinte o treinta
años de incrementos en el hato y de un lapso similar para cambiar
el tipo de ganado que se produce en Colombia, para hacerlo
aceptable al gusto gringo50. Tan escasas son las posibilidades en
este sentido, que el programa exportador de Fedegán no se refiere a
un país exportador, ni a una región exportadora, sino apenas a
“fincas para la exportación”, hecho que pone en duda el acierto de
gastarse enormes sumas oficiales y del Fondo Nacional del Ganado
para “preparar” el país para una exportaciones que no hay cómo
hacer, según lo confirma también que cuando aumentan las ventas
49 La Corporación Colombia Internacional (CCI), entidad bien afecta al “libre comercio” y al TLC ha tenido
que reconocer que las barreras sanitarias estadounidenses para las hortalizas son enormes y que las debilidades
internas del sector pueden ser incluso superiores a aquellas. Ver Portafolio, 6 de diciembre de 2005.
50 “Lo importante es la agregación de valor, ¿Nos sirve el modelo brasileño?”, Carta Ganadera, “Informe
especial TLC y ganadería”. Sin fecha.
a Venezuela amenaza con quedarse sin abastecimiento el
mercado nacional.
101
En el caso del alcohol carburante debe saberse que Colombia no
exporta un solo galón, en razón de sus altos costos de producción,
y que lo que se produce para el consumo interno —que se
determinó por la ley como obligatorio, así sea más caro que la
gasolina— se sustenta en subsidios que superan los cien millones
de dólares anuales. Y también hay que conocer que cualquier galón
de exportación tendría que derrotar a la muy poderosa producción
brasileña a partir de caña y a la propia industria estadounidense,
que cuenta a su favor con fuertes subsidios oficiales al maíz, del
que allá hoy se extrae el alcohol, además del gran subsidio que
también recibe el proceso industrial propiamente dicho. Que no
resulte entonces que Colombia termine por tener problemas con
importaciones de alcohol carburante extranjero, posibilidad que
autorizan tanto la legislación nacional como el TLC o que, para
vergüenza oficial, aumente la producción de alcohol que ya se hace
en el territorio nacional, pero a partir de maíz gringo importado.
Sobre la exportación de agrodiesel producido a partir de aceite de
palma africana caben iguales o mayores dudas que sobre el
alcohol, porque los subsidios para su consumo en Colombia —
también definido como obligatorio— tendrán que ser mayores y
porque apenas están en construcción las primeras plantas que
producirán el ACPM.
Pero incluso si se lograran exportaciones importantes de
agrocombustibles a Estados Unidos, ni así el TLC sería defendible.
Porque ello no evitaría las grandes pérdidas señaladas y porque se
sustentarían a un costo por subsidios enorme para Colombia. ¿No
102
es evidente que la actual alharaca sobre los agrocombustibles en
Colombia tiene como uno de sus objetivos ocultar la desastrosa
negociación del azúcar y los aceites vegetales en el TLC? ¿Hasta
cuándo insistirán en meterle gato por liebre al país, legitimando las
políticas regresivas por la vía de exceptuar a unos cuantos de las
consecuencias de las decisiones que les hacen daño a casi todos? Y
eso para no mencionar el gran impacto de la producción de
agrocombustibles en el aumento del precio de los alimentos a
escala mundial, incremento que aumentará el hambre en el mundo
y en Colombia, como ha tenido que reconocerlo el propio Fondo
Monetario Internacional, que también ha señalado que esos
mayores precios le restan competitividad global a todos los
sectores económicos de los países atrasados 51.
En el texto acordado se desnuda de otra manera la actitud en
extremo sumisa del gobierno colombiano. En efecto, allí se
consignó (apéndice uno del capítulo dos), mediante un desafuero
increíble pero cierto, que si en el futuro Colombia suscribe un
tratado con otra nación y a dicha nación le da mejores condiciones
agrarias que las otorgadas a Estados Unidos, ¡deberá trasladárselas
al imperio! Pero que si es éste el que pacta con un tercero cláusulas
superiores a las que le otorgó a Colombia, ¡no tendrá que
concedérselas a los colombianos! ¿No se supone que la
reciprocidad en los tratados internacionales debe ser uno de sus
presupuestos mínimos, y que si hay cláusulas discriminatorias
51 Johnson, Simon, “El precio (de los alimentos) del éxito”, Consejero Económico y Director del Departamento
de Estudios del FMI, www.imf.org, 3 de diciembre de 2007. Según Johnson los perjuicios por los mayores
precios de los alimentos por cuenta de los agrocombustibles “recaerán obviamente sobre los pobres de las zonas
urbanas. Para ellos, el impacto de los altos precios de los alimentos es directo y doloroso: tendrán que pagar
más por comer y, en muchos países pobres, de continuar el aumento de la población, se comprimirán los
ingresos de los sectores más pobres. Los agricultores que producen suficiente para ellos y el mercado pueden
beneficiarse (según los precios de lo que producen y lo que consumen), pero los pobres de las zonas urbanas y
algunos de las zonas rurales llevarán las de perder.”
103
éstas deben favorecer a la parte más débil? ¡Cuánto debe
agradecer Álvaro Uribe Vélez que una indignidad semejante la
ignore casi toda la nación!
En otro acto de acatamiento inaudito, en el TLC el gobierno aceptó
reconocer como “equivalente al de Colombia” el sistema de
inspección de carnes y aves del Servicio de Inocuidad Alimentaria
e Inspección —FSIS, por su sigla en inglés— del Departamento de
Agricultura de Estados Unidos en relación con el mal de las
llamadas vacas locas y de la influenza aviar, concesión gravísima
que pone en alto riesgo sanitario al país, que se hizo violando las
normas andinas al respecto y que se puso en vigencia desde mayo
de 2006, mucho antes de la fecha acordada para empezar el trámite
de aprobación del TLC. Es falso entonces que el caso de las vacas
locas hubiera sido un asunto “paralelo” al tratado, como dijo el
ministerio de Comercio, ya que los ministros Arias y Botero
estamparon sus firmas en una carta adjunta del tratado, documento
en el cual ni siquiera quedó establecido que sólo podría importarse
carne de reses de menos treinta meses, límite de edad que, como se
vio, terminó por eliminarse en otro pasaje en el que a lo
desventajoso para Colombia se le sumó la indignidad del
sometimiento.
Por las razones anotadas es inevitable concluir que mientras las
pérdidas agropecuarias constituyen certezas —y certezas de marca
mayor—, las anunciadas ganancias son apenas posibilidades,
ilusiones, quimeras, sobre las cuales no se puede construir el
verdadero desarrollo económico y social del país. Si el lector se
toma el trabajo de leer los astutos pero irresponsables alegatos
gubernamentales sobre las supuestas exportaciones agropecuarias
104
colombianas conseguidas con el TLC, así como las opiniones de
sus áulicos, lo primero que notará es que los condicionales
abundan: “podría”, “posiblemente”, “es de esperarse”, “en el
futuro”, “si…”, etcétera. Pero incluso si aumentaran las
exportaciones agropecuarias, algo que todos los analistas serios
coinciden en señalar como más que improbable, los daños sociales
serían inmensos, pues es evidente que sólo por excepción podrían
exportar en cantidades rentables los mismos productores que van a
arruinarse. ¿O es que cada lote de tierra sirve para sembrar
cualquier cosa y basta con decidir cambiar un cultivo por otro? A
quien se quiebra cultivando maíz, por ejemplo, ¿de qué le sirve que
otro colombiano —en otra región del territorio nacional, además—
gane cultivando uchuvas? ¿Y qué pasará en las poblaciones que
perderán la producción de las zonas rurales de las que viven y que
no podrán reemplazar por otras? Claro que a los neoliberales que
solo relacionan la economía con las personas cuando se trata la
suerte de los poderosos, estas preocupaciones les parecerán
baladíes.
Una vez se confirmó que las pérdidas agropecuarias del TLC serán
sin duda alguna inmensas, Álvaro Uribe, con el propósito de
coronar su entrega, diseñó con el ministro del ramo un programa,
no encaminado a resolver los problemas que habrá de generar el
tratado, problemas insolubles, sino a comprar el respaldo requerido
en el Congreso y entre la dirigencia gremial del empresariado
agropecuario. El plan, llamado “Agro, ingreso seguro”, cuyo
nombre les desnuda el alma de manipuladores a sus autores,
porque pone a sonar la idea de la seguridad económica cuando lo
que se viene es lo contrario, le ofrece al sector unos recursos por
completo insuficientes para impedir la crisis. Fuera de facilitarles
105
mayores instrumentos clientelistas a los parlamentarios de la
coalición de gobierno y a un ministro con conocidas ambiciones
políticas, para lo que de verdad ha servido el mencionado
programa es para dejar al descubierto el lamentable espectáculo de
unos representantes gremiales engarzados en disputarse los
recursos ofrecidos, a pesar de ser notorio el propósito
gubernamental de dividirlos para comprar su respaldo a un acuerdo
que empobrece a los productores que los contrataron para
defenderlos. Lo cierto es que nadie que se precie de estar bien
informado incurrirá en la estupidez de decir en público que dichos
recursos, de 500 mil millones de pesos anuales por un máximo de
seis años —y que se vienen repartiendo para todo y como en una
pìñata—, servirán para neutralizar los conocidos y enormes
subsidios que Estados Unidos les trasfiere cada año a sus
productores agropecuarios. Un papel parecido, de manipulación de
incautos y creación de clientelas dentro y fuera del Congreso,
tendrá la llamada “agenda interna” que, según afirman con cada
vez menos frecuencia, aportará el dinero para construir la
infraestructura que hará competitiva a Colombia. Quien lo desee
puede confirmar, con sólo desglosar las posibilidades fiscales, que
el gobierno no tiene de dónde sacar nuevos recursos para ese fin,
por lo que a la tan mentada “agenda” se le asignará la escasa plata
de siempre, si no es menos, por la crisis económica internacional y
nacional que ya se anuncia. Si queda en firme el TLC, ¿seguirá la
bullaranga sobre la “preparación” del país para enfrentarlo?
Ataque matrero a la soberanía
Es evidente que la estrategia agrícola que Estados Unidos pretende
consolidar con el TLC consiste en monopolizar —o en controlar en
106
grandes proporciones— la producción de la dieta básica de los
colombianos (cereales, principalmente, y cárnicos, lácteos y
oleaginosas), ofreciendo a cambio la posibilidad (que no la certeza)
de exportar al mercado norteamericano productos tropicales como
café, banano, uchuvas y pitahayas, entre otros, ventas que deberán
hacerse a precios muy bajos porque habrán de competir con las de
muchos otros países del mundo. La propuesta, que hace parte de
una de las más descaradas imposiciones del Plan Colombia52, no
puede ser más leonina: Estados Unidos “renuncia” a sembrar los
productos tropicales que el clima le impide cosechar, mientras que
Colombia se condena a no producir los bienes no tropicales que la
naturaleza le permite sembrar. Se trata, como puede verse, de un
“negocio” en el cual los colombianos serán los perdedores
absolutos, incluso en el supuesto de que pudieran aumentar las
ventas de bienes propios del trópico, pues es bien sabido que con la
parte fundamental de las ganancias se quedan las trasnacionales del
comercio internacional de alimentos y los monopolios que en las
metrópolis venden al final de la cadena, como bien lo muestra la
suerte de los cafeteros, a quienes por su grano no les llega ni el
diez por ciento del precio que paga el consumidor final. ¿Carecerá
de relación el aumento de las exportaciones de tabaco colombiano
facilitado por la Atpdea que están haciendo las trasnacionales y la
condición paupérrima de los campesinos de este cultivo?
52 Sobre el agro, el Plan Colombia señala: “En los últimos diez años, Colombia ha abierto su economía,
tradicionalmente cerrada (...) el sector agropecuario ha sufrido graves impactos ya que la producción de algunos
cereales tales como el trigo, el maíz, la cebada, y otros productos básicos como soya, algodón y sorgo han
resultado poco competitivos en los mercados internacionales. Como resultado de ello –agrega– se han perdido
700 mil hectáreas de producción agrícola frente al aumento de importaciones durante los años 90, y esto a su
vez ha sido un golpe dramático al empleo en las áreas rurales. La modernización esperada de la agricultura en
Colombia ha progresado en forma muy lenta, ya que los cultivos permanentes en los cuales Colombia es
competitiva como país tropical, requieren de inversiones y créditos sustanciales puesto que son de rendimiento
tardío”.
107
Pero a la gravedad de la especialización en productos tropicales,
que al debilitar el mercado interno empobrece al país como un
todo, incluida la industria, se suma un aspecto que puede ser aún
peor: como éstos no constituyen dieta básica —hay quienes los
llaman “productos-postre”—, especializarse en ellos le arrebata a
Colombia la seguridad o soberanía alimentaria, uno de los
fundamentos nada menos que de la soberanía nacional, soberanía
que constituye el derecho político sin el cual ninguna nación podrá
responder a sus necesidades de progreso y bienestar. El concepto
de seguridad alimentaria no fue acuñado por los países pobres de la
tierra sino por los europeos, que lo insertaron en las teorías de la
FAO-ONU, y se refiere a reconocer que la comida es un bien que
hay que distinguir de los demás por el hecho evidente de que si se
pierde el acceso a ella no sólo se padece una carencia sino que se
deja de existir. La disponibilidad de que se habla en este caso no es
sólo la económica, la de poseer el dinero con qué adquirir los
alimentos, sino la de la relación física y en todo momento con
ellos, pues éstos pueden no estar disponibles aunque se tenga con
qué comprarlos, dado que pueden desaparecer por diversas
circunstancias. La historia de la humanidad abunda en episodios de
hambrunas que muestran bien de qué trata la seguridad alimentaria,
concepto que, como es obvio, debe definirse en relación con lo
nacional y no con lo global (como dicen los neoliberales), pues son
muchas las situaciones que pueden interrumpir los flujos del
comercio internacional, amenazando la supervivencia misma de
determinadas poblaciones.
El sitio de Cartagena en 1811, en el que las tropas del imperio
español sometieron por hambre a la Ciudad Heroica, es apenas un
recordatorio del tipo de mundo en que vivimos. Y lo mismo puede
108
decirse de cómo los colonialistas ingleses en India provocaron
una entre 1769 y 1770 hambruna artificial, al comprar todo el arroz
y venderlo a precios fabulosos. Y que éstas no son cosas del
pasado puede demostrarse hasta la saciedad, como bien se encargó
de recordarlo la FAO, la cual, en su estilo diplomático, también
puso el dedo en la llaga cuando en la Declaración de Roma sobre
Seguridad Alimentaria de 1996 dijo que “los alimentos no deberían
utilizarse como instrumento de presión política y económica”. Por
su parte, recientemente, un Secretario Adjunto del Tesoro de
Estados Unidos explicó que, como mecanismo de presión a los
designios imperiales, “en muchos países la importación de
alimentos sería restringida. Una perspectiva bien poco
agradable”53.
¿No constituye una severa advertencia el que la ONU y la FAO, el
Fondo Mundial de Diversidad de Cultivos, once importantes
instituciones agrícolas y setenta países hayan decidido construir en
Noruega unos silos subterráneos y blindados para depositar en
ellos tres millones de semillas de diversas especies con el ánimo de
precaver a la humanidad en caso de guerra nuclear, impacto de
asteroides, atentado terrorista masivo, pandemia, catástrofes
naturales o cambio climático acelerado? ¿Y no acaba de suceder,
durante 2008, que una parte importante de los países exportadores
de alimentos cerraron sus ventas ante la escasez mundial, con lo
que ratificaron que digan lo que digan el FMI y la OMC no
exportarán la comida que requieren sus pueblos? Quien se coloque
en la perspectiva adecuada y analice el problema desde el punto de
vista histórico, tendrá que aceptar que crisis en la producción de
alimentos y graves interrupciones en los flujos del comercio
53 Roddick, Jacqueline, El negocio de la deuda externa, El Áncora Editores, p. 80, Bogotá, 1990.
109
internacional de estos últimos no constituyen posibilidades sino
certezas, certezas sobre las que apenas puede ponerse en duda la
fecha en que ocurrirán. Por lo tanto, hay que calificar como un
atentado contra la propia especie la imposición neoliberal de
concentrar en unos cuantos países la producción mundial de
comida, política monstruosa que resulta aún más indignante
cuando se sabe que tiene como único sustento la bárbara codicia de
unos cuantos monopolistas.
Antes de seguir adelante, un comentario más sobre este tema. Hay
quienes honradamente creen –y de ellos se aprovechan los
portadores de las políticas neoliberales– que el problema de la
seguridad alimentaria se limita a que los campesinos produzcan en
sus parcelas sus propios alimentos. No obstante, los que defienden
esta posición dejan sin respuesta unas preguntas claves: ¿quién les
garantiza la seguridad de poder acceder a la comida a los
habitantes urbanos, y a los muchos rurales que no son propietarios
de tierra o la poseen en cantidad insuficiente? ¿No debe el
campesinado —al igual que los empresarios y los obreros
agrícolas—, defender la totalidad del mercado interno de su país
como un objetivo fundamental de sus esfuerzos, antes que
entregárselo a los monopolistas extranjeros? ¿Y por qué poner en
contradicción la defensa del mercado nacional con las medidas que
puedan tomarse para que el campesinado mejore la producción
para su propio consumo? Digno de reflexión es también que las
agencias internacionales de crédito que controla la Casa Blanca, al
igual que no pocos gobiernos locales en Colombia manejados por
los neoliberales, respalden el TLC, mientras se dan aires de
progresistas utilizando el concepto de seguridad alimentaria en el
110
sentido recortado de que unos campesinos aumenten la
producción para el consumo de sus familias.
Ante lo retardatario de los objetivos agrarios del TLC, y ante el
desespero que los acosa, los neoliberales criollos han recurrido a
dos teorías para tratar de ocultar el magno desafuero que tienen
decidido imponer: que proteger el agro nacional es defender los
intereses de unos cuantos terratenientes y que las importaciones
subsidiadas deben agradecerse porque con ellas se les ofrece
comida barata a los colombianos, disparates que es natural que no
convenzan pero que sí los retratan de cuerpo entero. En efecto, hay
que tener muy poco apego a la verdad para sostener que en el agro
nacional sólo hay grandes hacendados y que serán éstos los
principales lesionados con el TLC. En primer lugar, porque los
propietarios rurales llegan a 2.678.685, y en segundo lugar porque
el 87 por ciento de los predios ocupa entre 0 y 20 hectáreas, a la
par que apenas 10.140 tienen más de 500 hectáreas y suman el 62.6
por ciento del total de la superficie (ver cuadro Nº 5). Este
predominio numérico de los pequeños y medianos propietarios es
cierto hasta en la ganadería, donde están las mayores propiedades
rurales pero en la que también hay 236 mil fincas, alrededor de la
mitad del sector, que apenas sostienen 5.43 reses en promedio cada
una (ver cuadro Nº 6). Y es fácil entender que entre los
propietarios rurales los que más sufrirán con el TLC serán los más
débiles, campesinos e indígenas, que carecen hasta de los más
elementales recursos, como bien lo expresa el hecho de que más
del 80 por ciento de las personas en el campo se encuentre por
debajo de la línea de pobreza, horrible realidad de la que también
son responsables casi veinte años de “libre comercio”.
111
Cuadro Nº 5
Evolución de la Estructura de la Propiedad Agraria en Colombia
(1996-2003)
1996
2003
Predi % % Predi % % del
Hectár
os
del del
os
del Área
eas
(No.) Tot Áre (No.) Tot Total
al
a
al
Tot
al
0 – 20 2’091. 86, 13 2’330. 87
8,8
583
8
O36
20 – 255.3 10, 21, 278.2 10, 14,6
100
67
6
5
15
4
100 – 56.18 2,3 20, 60.29 2,2
14
500
7
8
4
500 – 7.459 0,3 44, 10.14 0,4 62,6
más
6
0
TOTA 2’410. 100 100 2´678. 100 100
L
596
685
Fuente: Extraído de Garay Luis J., Rodríguez A., “Colombia: Diálogo Pendiente”,
p. 246, cuadros 27 y 28, Planeta Paz, Bogotá, junio de 2005.
Cuadro Nº 6
Colombia. Composición del Hato Ganadero
No. de Predios No. de Bovinos Promedio
Bovinos No. Part.
de
No.
Part.
por
%
% Bovinos
por
predio
predio
Menos 236,658 50.02 1,285,236 5.97
5.43
de 10
Entre
92,835 19.62 1,584,733 7.36 17.07
11 y 25
Entre
58,139 12.29 2,131,252 9.90 36.66
26 y 50
Entre
40,155 8.49 2,903,785 13.49 72.31
51
y
100
Entre
29,571 6.25 4,601,759 21.38 155.62
101 y
250
Entre
9,979 2.11 3,492,195 16.23 349.95
251 y
500
Entre
4,196 0.89 2,854,236 13.26 680.23
501 y
1.000
Más de 1,582 0.33 2,666,451 12.39 1,685.49
1.000
Total 473,115 100.00 21,519,647 100.00 45.49
112
Fuente: Minagricultura
Además, son los asalariados que trabajan con los empresarios los
que más sufren cuando se arruinan sus patrones. Sólo alguien muy
ignorante o muy cínico puede presentarse en Colombia como
amigo de los pobres levantando la tesis de que para ellos es bueno
que desaparezcan los establecimientos productivos del
empresariado. ¿No llama la atención que a los campeones del
neoliberalismo colombiano les molesten tanto algunos ricos del
113
agro nacional mientras favorecen, ¡y de qué manera!, a ciertos
magnates nativos y a todos los monopolistas extranjeros y,
particularmente, a los norteamericanos? ¿Por qué silencian que las
supuestas exportaciones de agrocombustibles, con las que generan
esperanzas, sólo podrán darse, si es que ocurren, manteniéndoles
grandes subsidios oficiales a algunos colombianos que se cuentan
entre los más adinerados del país? ¿No acaba de mostrar el caso
escandaloso de la finca Carimagua la concepción plutocrática del
gobierno nacional, forma de ver las cosas y actuar que quedó fijada
en la llamada ley de Desarrollo Rural?
La afirmación de que lo único que importa en relación con los
pobres es que los bienes que consuman sean baratos constituye un
populismo ramplón, ya que oculta unos de los principios más
elementales de la economía: que sólo hay consumo donde primero
hay ingreso y que este último sólo aparece cuando, antes, hay
producción y trabajo. Es obvio que los ideólogos de un mundo en
el que los seres humanos son considerados simples consumidores
pertenecen al sector cada vez más reducido de personas que tienen
asegurada su ocupación y su ingreso y que, por tanto, sólo se
preocupan por cuánto les cuestan los bienes. Que les pregunten a
los desempleados y subempleados que pululan en la Colombia del
“libre comercio” qué prefieren: si bienes nacionales caros, empleo
y salarios, o bienes extranjeros baratos, desempleo y ningún
ingreso, sin perder de vista que por la Colombia que hay que
luchar es por una en donde la producción industrial y agropecuaria,
el empleo, los salarios adecuados y los costos menores no sean
mutuamente excluyentes.
114
Los supuestos precios menores con los que los neoliberales les
endulzan el oído a los despistados contienen otra verdad que poco
se menciona: que ellos provendrán de la eliminación de aranceles
—de los bienes agrarios e industriales— por 690 millones de
dólares, según cuentas del estudio citado de Planeación Nacional.
Sin embargo, lo que no dicen es que dicha suma, que también
dejaría de ingresarle al fisco, la tiene que recuperar el gobierno con
un aumento igual de los impuestos, y que el incremento de éstos —
por la concepción del “libre comercio”, que así lo exige para atraer
inversión extranjera— castiga al pueblo mediante el aumento del
IVA y los mayores tributos a los salarios.
Por otra parte, es evidente que son muchos los casos en los que la
existencia de un producto más barato no significa que le llegue así
al consumidor final, porque puede suceder que quien lo
monopoliza utilice su bajo precio para eliminar a los productores
que le compiten, pero que no le trasfiera dicho precio menor al
consumidor final o que sólo lo haga de manera temporal o parcial,
mientras afianza el monopolio. Que esto suele suceder lo explican
los propios estudios del ministerio de Agricultura de Colombia que
analizaron lo ocurrido con las importaciones más baratas de la
apertura de 1990, las cuales arruinaron a muchos colombianos
pero no se convirtieron en alimentos más económicos para la
gente. Tan es así que el mismo ministro de Agricultura, Andrés
Felipe Arias, debió reconocer ante la Comisión Quinta del Senado
el 11 de octubre de 2005:
En la mayor parte de las cadenas analizadas en dicho estudio se
encontró que no existe una relación entre los precios al productor y
los precios al consumidor de bienes similares o derivados, o no lo hay
entre el costo de importación y los precios al consumidor. Este es el
115
caso, al menos, de las cadenas de carne de pollo, los huevos, la
carne de cerdo, la leche, el arroz blanco y el azúcar 54.
No se había silenciado el eco de las muchas boberías que se dijeron
acerca de que era mejor —por más barato— importar la dieta
básica que producirla en Colombia, cuando se dispararon los
precios internacionales de los cereales, por causa del incremento
del consumo en algunos países, del aumento de las cotizaciones del
petróleo, de la decisión estadounidense de utilizar maíz en la
producción de agrocombustibles y del feroz incremento de los
fletes marítimos55, explicaciones a las que hay que agregarles, y
como causas principales, la reducción de la áreas sembradas
producto del neoliberalismo y la concentración de la producción y
del comercio agrícola que viene imponiendo el “libre comercio”. Y
no debe perderse de vista que una de las verdades más ominosas
sobre la destrucción de los aparatos productivos agrarios tiene que
ver con que restituirlos, así se quisiera, puede ser muy difícil o
imposible, dada la característica de cultura que tiene el trabajo
rural y la resistencia de los trabajadores a regresar al campo una
vez lo abandonan.
Aparte de las razones expuestas, también se configura como
proditoria la decisión de Álvaro Uribe Vélez de firmar el TLC ya
que éste viola, de manera por lo demás flagrante, el Artículo 65 de
la Constitución Política de Colombia, que dice que “la producción
de alimentos gozará de especial protección del Estado”, violación
aún más grave por tener origen en que los alimentos
54 Se refiere al estudio de Garay, Luis Jorge, y otros, La agricultura colombiana frente al Tratado de Libre
Comercio con Estados Unidos, Ministerio de Agricultura, Bogotá, 2005.
55 Qué neoliberal va a responderle a los colombianos por la ruina de la Flota Mercante Grancolombiana,
cuando en los inicios del “libre comercio” se dijo que ella sobraba porque en el mundo había barcos en
abundancia y fletes baratos.
116
estadounidenses se exportan al amparo de enormes subsidios
estatales y configuran lo que en la jerga de los economistas se
conoce como dumping, una especie de delito del comercio
internacional que consiste en vender por debajo de los costos de
producción y que suele anticiparse a elevados incrementos en los
precios una vez cumple con el propósito de eliminar a los
competidores.
117
7. DESASTRE INDUSTRIAL
Como en el caso del agro, el análisis de lo que le ocurrirá a la
industria con el TLC exige tener en cuenta lo que le sucedió con la
“apertura” de 1990, cuando la producción fabril sufrió bastante,
verdad poco conocida porque la han ocultado los dirigentes
gremiales del sector. En efecto, entre 1991 y 2006 la participación
del agro en la economía nacional cayó 44,6 por ciento (de 22,3 a
11,9 por ciento) y la de la industria se redujo 27 por ciento (del
21,1 al 15,4 por ciento), cifras que se refuerzan con otras: el
crecimiento promedio del sector agropecuario colombiano entre
1993 y 1999 fue muy bajo, de 1,2 por ciento, pero el de la industria
fue negativo en 0,6 por ciento —una diferencia de casi dos
puntos—, en buena medida porque en 1999 esta cayó en el enorme
porcentaje del 8,5 por ciento56. Y si la crisis industrial no llegó a
profundizarse todavía más, ello se debió a dos factores: a que las
transnacionales instaladas en Colombia, como era de esperarse,
resistieron mejor las mayores importaciones, y a que la merma de
los aranceles —con todo cálculo, como también ocurrió con ciertos
productos del agro— se hizo de forma tal que algunos sectores
padecieran menos. Para poner un solo ejemplo, los menores
aranceles a las importaciones de automóviles se calcularon de
manera que las ensambladoras extranjeras que operan en el país
soportaran las pérdidas.
De acuerdo con el estudio citado de Planeación Nacional, tendrán
graves problemas con el TLC la “fabricación de maquinaria y
equipo; madera; algunos alimentos; hilados y fibras textiles;
56
Fuente: www.dane.gov.co, www.banrep.gov.gov y cálculos propios con base en datos del Dane.
118
algunos productos químicos; derivados del petróleo y el carbón;
cauchos y plásticos; como también los dedicados a la fabricación
de productos metálicos”. Es sabido, porque así lo mencionó su
vocero gremial, que también sufrirán los productores de
autopartes57, y para nadie es una secreto que vendrán pérdidas muy
considerables en las exportaciones colombianas a los países
vecinos porque el TLC, en los hechos, acaba con la Comunidad
Andina (CAN), efecto que Álvaro Uribe Vélez no puede alegar
que ignoraba, ya que lo hizo público, entre otros, Hernán
Echavarría Olózaga, quien lo explicó como uno de los inevitables
efectos del “libre comercio” concebido por Estados Unidos58. Y si
se dice que acaba con la CAN en los hechos es para enfatizar que,
aun en el caso improbable de que Venezuela volviera al acuerdo
subregional, al conceder aranceles del cero por ciento a las
importaciones provenientes de Norteamérica desaparecen en una
proporción notable los efectos prácticos del Arancel Externo
Común, el eje de la integración andina. Y hay que insistir en que
en el trabajo de destruir la Comunidad Andina está jugando un
fuerte papel la Unión Europea, empeñada también en imponer el
“libre comercio” en América Latina, no obstante su vieja y
desgastada retórica con la que ha intentando diferenciarse de las
conductas estadounidenses.
57 El Presidente de Acolfa (Asociación Colombiana de Fabricantes de Autopartes), Camilo Llinás Angulo,
explicó: “para nosotros el balance es negativo”. Y cuando le preguntaron sobre las posibilidades de exportar de
su sector respondió: “Primero vamos a ver quienes quedan” (El Colombiano, 4 de marzo de 2006).
58 Luego de lamentarse por los criterios ventajistas con los que Estados Unidos y Europa organizaban la
globalización neoliberal, Hernán Echavarría Olózaga, concluyó: “Las cosas no eran tan graves cuando los
países del Grupo Andino creíamos que un mercado común era posible. Al menos íbamos a tener un going
concerns (mercado y fuerzas productivas propias) de algún tamaño que se podía defender, hasta cierto punto.
Pero ahora que la idea de un mercado común con nuestros vecinos tiende a desaparecer, nuestro futuro se ve
incierto” (El Tiempo, 16 de diciembre de 1999).
119
Que las pérdidas en las exportaciones colombianas a los otros
países que conformaban la CAN cuando se empezó a hablarse del
Alca y los TLC —Venezuela, Perú, Bolivia y Perú—serán
importantes lo explicó oportunamente el propio organismo rector
de la comunidad. De acuerdo con un estudio realizado a instancias
suyas en el año 2004 por el Banco Interamericano de Desarrollo
(BID) 59, el TLC generará inevitablemente lo que los técnicos
llaman una “desviación del comercio”, lo que en plata blanca
significa que las exportaciones estadounidenses a los países
andinos aumentarán en detrimento de las ventas que hoy se hacen
entre ellos. El estudio detalló que el TLC pone en riesgo alto el
40.8 por ciento de los negocios intra región andina, en riesgo
mediano el 23.2 por ciento y en riesgo bajo el 19.9 por ciento, para
un total amenazado del 84 por ciento60, situación particularmente
onerosa para Colombia porque de los once mil61 millones de
dólares que cuestan las exportaciones dentro de la subregión, el
país aporta la mitad, 4.690 millones (ver cuadro Nº 7).
Cuadro Nº 7
Exportaciones de Colombia
Datos en millones de dólares
Part.
Part.
Part.
Destino
2003
2005
2006
%
%
%
Total
13,129 100.0021,190100.0024,391 100.00
59 “Análisis de la Sensibilidad del Comercio Subregional Andino en el Marco del Tratado de Libre Comercio
con los Estados Unidos”. Secretaria General de la Comunidad Andina (CAN), documentos de trabajo,
documento No. SG/dt 276, 27 de octubre de 2004. Para la fecha de realización del estudio, Venezuela no se
había retirado de la Comunidad Andina.
60 SG/dt 276, nomenclatura CAN
61
Fuente: Cálculos propios con base en datos de www.comunidadandina.org, Instituto Nacional de Estadística
de Perú (http://www.inei.gob.pe/), Banco Central de Ecuador (http://www.bce.fin.ec/), Departamento Nacional
de Estadística de Colombia (www.dane.gov.co) y Instituto Nacional de Estadística de Bolivia
(www.ine.gov.bo/).
exportaciones
Comunidad
Andina de
1,908
Naciones
Estados
5,779
Unidos
Venezuela
696
Alemania
265
Ecuador
780
120
14.54 4,182 19.74 1,988* 8.15
44.02 8,480 40.02 9,650 39.56
5.30 2,098 9.90 2,702 11.08
2.02 339 1.59 360 1.48
5.94 1,324 6.25 1,237 5.07
*Al 2006 las exportaciones a la CAN son casi iguales a las del 2003 porque para tal
fecha Venezuela ya se ha retirado de la Comunidad Andina.
Fuente: Dane
Según el análisis del BID, el TLC amenaza las siguientes
exportaciones colombianas en la región: a Ecuador, papeles y
cartones, pañales y toallas higiénicas, preparaciones tensoactivas,
malta, confites, azúcar, productos laminados, botellas, dénim,
textiles y confecciones, medicamentos, policloruro de vinilo y
vehículos; a Perú, azúcar, policloruro de vinilo, herbicidas y
fungicidas, papel y cartón, cemento y confites; a Venezuela,
azúcar, papeles y cartones, productos de limpieza, confecciones,
preparaciones para bebidas, vehículos y sus partes, fungicidas y
herbicidas, refrigeradores, medicamentos, confites, extractos de
café, leche, galletas, cosméticos, champúes, dentífricos. Y existe
también el listado de los renglones que quedarán amenazados en el
caso de las ventas de los demás países de la región 62.
Según indica este somero inventario, las pérdidas colombianas
ocurrirán con un agravante vinculado a otra realidad
62 Es natural que las pérdidas ocurrirán siempre y cuando se mantenga el libre movimiento, con cero arancel,
de las mercancías entre los países signatarios.
121
cuidadosamente oculta por los partidarios del TLC: la de que el
82 por ciento de sus exportaciones a los países andinos es de
bienes manufacturados, bienes que por contener más trabajo,
mayor valor agregado, son de una mayor importancia relativa para
el país. Lo sobresaliente de este porcentaje contrasta con que el 83
por ciento de lo que Colombia exporta a los Estados Unidos está
conformado por materias primas agrícolas y mineras, proporción
indeseable porque lo que saca a los países del atraso es la
transformación de los bienes que brinda la naturaleza y porque es
la misma cifra que se padecía en 1990, situación que confirma que
el “libre comercio” apresa a Colombia en unas exportaciones de
tipo colonial con las que no se integra al mundo con bienes que
contengan un mayor ingrediente laboral.
En términos de cómo debe ser la integración económica que le
conviene a Colombia, por lo tanto, el TLC con los Estados Unidos
también resulta indeseable. ¿Cómo puede ser bueno para los
colombianos que los negocios con los estadounidenses aumenten,
si es que aumentan, al precio de reducir los intercambios con
nuestros inmediatos vecinos, cuando lo obvio es que es con ellos
con quienes deberían ser más vigorosas nuestras relaciones
comerciales? ¿Y no es una de las facetas más importantes de las
relaciones con los países andinos el que en ellas se den con mayor
facilidad que con Estados Unidos los intercambios industriales?
¿En qué queda la supuesta “complementariedad” de las economías
de los dos países, de la que tanto hablan los neoliberales, sino en
que los gringos producen bienes complejos y los colombianos
materias primas?
122
Además, el pésimo manejo que el gobierno de Álvaro Uribe les
dio a las relaciones con Venezuela facilitó otro cambio en las
relaciones económicas regionales que a mediano plazo también
resulta adverso63. Se trata de la decisión del gobierno venezolano
de integrarse definitivamente a Mercosur —cosa que sucedió luego
de que Colombia y Perú cerraran la negociación del TLC, que
destruía en la práctica la CAN—, porque por este lado también
puede darse un fuerte aumento de importaciones, a través de
Venezuela, de bienes argentinos y brasileños, salvo que Colombia
esté dispuesta a pagar el precio de cerrar la frontera venezolana. En
el clásico sandwich entre Estados Unidos y Mercosur tiende a
quedar el país, con las pérdidas que eso podrá infligirle tanto en
sus ventas a sus vecinos como en el mercado interno. Y que para
Colombia el mercado venezolano amenazado es de suma
importancia lo prueba que hacia allá van la mitad de las
exportaciones que hace a la zona andina, al igual que el 80 por
ciento de las de carne de res y el 91 por ciento de las de productos
lácteos.
Cuadro Nº 8
Exportaciones a Venezuela y Estados Unidos
Enero-septiembre de 2007
Datos en millones de dólares
Estados Part.
Part.
Sector
Venezuela
Unidos %
%
Total Exportaciones
6,258 100.00 2,757 100.00
Exportaciones tradicionales
4,279 68.39
8
0.28
Petróleo y derivados
3,010 48.11
3
0.10
63 Como se verá adelante, el TLC también viola las normas andinas que no autorizan la expropiación indirecta,
que permiten controlar los flujos de capitales por más de un año, que autorizan ponerles requisitos de
desempeño a los inversionistas extranjeros y que defienden la biodiversidad de cada país andino.
Café
Carbón
Ferroníquel
Exportaciones no tradicionales
Sector agropecuario
Sector minero
Sector industrial
Demás sectores
Fuente: Dane
380
799
90
1,978
753
2
1,219
5
6.07
12.76
1.44
31.61
12.03
0.04
19.48
0.07
0
5
0
2,750
197
4
2,548
1
0.00
0.18
0.00
99.72
7.13
0.15
92.41
0.03
123
Como es apenas lógico, las industrias colombianas que habrán de
resultar más perjudicadas por el TLC serán las llamadas pymes
(pequeñas y medianas empresas), en razón de su debilidad
estructural. Pero además, por otra causa que también han callado
los que deberían ser los primeros en pregonarla: globalizar
significa crear un mercado de envergadura planetaria para que
actúen en él mejor que nadie los capitales de iguales proporciones,
que van a vender incluso en nichos donde antes no podían hacerlo,
ya que por su mismo tamaño no les convenía cubrir mercados
relativamente menores, los tradicionalmente atendidos por los
pequeños y medianos empresarios de todos los países. Incluso las
industrias maquiladoras, que mediante sistemas de subcontratación
elaboran parte de los procesos de las transnacionales en unas
condiciones de expoliación escandalosas, exigirán inversiones cada
vez mayores.
Y se darán nuevas pérdidas en las industrias licoreras colombianas,
las cuales se sumarán a las ya sufridas en años anteriores debido a
la sustitución de los licores nacionales por los importados. Las
cuentas que muestran los daños que provocará el TLC son simples,
124
y éstos tendrán como consecuencia contraer el gasto público de
varios departamentos. Aunque nuestros aguardientes entran sin
arancel a los Estados Unidos y los rones pagan un impuesto del 8
por ciento, en tanto los licores gringos tienen un arancel de 20 por
ciento para entrar a Colombia, se requirió de la protesta de las
industrias licoreras asociadas para que los “negociadores” no
dejaran el sector en la Canasta A, es decir, con desgravación
inmediata.
Una de las dificultades con las que se tropieza para conocer mejor
el impacto del TLC sobre la industria nacional es la posibilidad, ya
utilizada en la apertura de los años noventa, que tienen algunos
empresarios —calificados de “hermafroditas” por un ex ministro
de Hacienda— de pasar de productores a intermediarios,
convirtiéndose así en importadores de los mismos bienes que
quiebran sus fábricas, luego de decidirse a separar su suerte
personal de la de la nación. Recuérdese que una vez quedó en
firme la certeza de que los productores de pollo perderían en
grande con el TLC, desde el propio Palacio de Nariño se hizo el
llamado a que fueran ellos mismos los que importaran los cuartos
traseros gringos. Y en Portafolio del 1º de diciembre de 2008 salió
la noticia de que “el 18 por ciento de los avicultores —
seguramente los mayores, aunque la noticia no lo dice— estaría
dispuesto a importar trozos de pollo para aprovechar la es
infraestructura de comercialización”
Además de este cambio de naturaleza, el silencio de los voceros de
la Andi y de la Acopi sobre las severas pérdidas industriales que
sufrirá Colombia encierra otras dos explicaciones: el viejo poder
del capital extranjero en la Asociación Nacional de Industriales
125
(Andi) se acrecentó con las mayores pérdidas que les causó la
“apertura” a las factorías del capitalismo criollo, hasta el punto de
ser los intereses del capital extranjero los que hoy definen el rumbo
de la organización, como bien lo prueba su actitud de ponerse al
lado de Afidro y en contra de Asinfar en el conflicto entre las
agremiaciones del capitalismo extranjero y el nacional en torno a la
producción de medicamentos genéricos. No es casual tampoco que
la Andi haya decidido mantener su sigla pero cambiándole el
tradicional significado por el de Asociación Nacional de
Empresarios, pues así refleja mejor, como también lo muestra el
caso de Afidro, el aumento del peso en la organización de quienes
producen poco o nada en Colombia pero sí son fuertes
importadores de los artículos producidos por sus empresas pero en
otros países. El caso de la Acopi, cuyo presidente fue capaz de caer
en el ridículo de afirmar que las enclenques pymes colombianas
serán “ganadoras netas” en el TLC, se explica porque, como no es
lo mismo vivir de la industria que de los industriales, prefirió atar
sus intereses a los del poder oficial, más decisivo a la hora de
continuar cómodamente sentado en su sillón o de permutarlo por
uno mejor, como a la postre ocurrió cuando, en un acto
ignominioso que ya se mencionó, trepó a embajador de Uribe ante
el gobierno de Nueva Delhi.
Pero el TLC perjudicará a la industria nacional no sólo por la vía
de impedirle usar aranceles para contrarrestar las importaciones
más baratas de Estados Unidos, al igual que emplear otros
mecanismos que, como las licencias previas, se han implementado
en todo el mundo para estimular los aparatos productivos locales.
Entre los amenazados, asimismo, están los colombianos que
remanufacturan bienes industriales usados, pues muchos perderán
126
toda protección de manera inmediata y el resto en diez años,
plazo por completo insuficiente para defenderse de la muy
poderosa producción estadounidense de bienes de este tipo, los
cuales quedaron definidos, al decir de un dirigente gremial de la
industria colombiana, como que un usado más otro usado da un
remanufacturado. Fue tal el control de Estados Unidos, que ni
siquiera la ropa y los zapatos usados quedaron de prohibida
importación, pues los dejaron en un listado de licencia previa que
anuncia que cualquier día podrán importarse sin ningún obstáculo,
luego de modificar una simple resolución. ¡Y en la misma
situación quedaron los residuos peligrosos! Cómo se nota el
propósito de Washington de llenar a Colombia con sus desechos:
vísceras de res, trozos de pollo, lactosueros, gallinas y vacas
desahuciadas en sus lugares de origen. ¡Triste condición la de los
países que terminan convertidos en la caneca donde los imperios
tiran sus residuos!
Lo acordado en el capítulo de propiedad intelectual del TLC, si se
cruza con los aranceles de cero por ciento y la libertad de importar,
lleva a concluir que parte de la estrategia estadounidense es hacer
muy difícil, si no imposible, que Colombia pueda adentrarse por
los caminos de la industrialización en general y sobre todo de la
compleja, cosa que no le resultará muy sorprendente a quien
recuerde que la Corona española prohibió que en sus colonias
americanas se montaran manufacturas, pues los bienes elaborados
en tales empresas debían importarse de Europa a través de España.
En la medida en que el tratado mejora la competitividad de las
transnacionales por la vía de alargarles los monopolios que se
derivan del sistema de patentes, también se volverá más difícil y
hasta imposible aprovechar los avances científicos por parte de los
127
empresarios nacionales, con el consecuente del aumento de los
precios que se deriva del monopolio extranjero. Prohibir que
existan aranceles que protejan el desarrollo de la producción
interna y alargar el plazo del momento en el que pueda
aprovecharse la tecnología compleja de las transnacionales son dos
caras de la misma moneda: la de la recolonización imperialista de
Colombia. Porque es sabido que si bien en ciertos casos a los
imperios les interesa instalar en otros países parte de su
producción, en otros no, siempre dependiendo de las
conveniencias, y cuando lo hacen es a través de sus propias
transnacionales y pugnando por mantener el monopolio científico y
tecnológico.
Ya se ha hablado de la gravedad de que Colombia pierda su
producción agropecuaria estratégica y su seguridad o soberanía
alimentaria, pero conviene subrayar que incluso puede ser peor lo
que implica el TLC para su industria, pues no resulta posible
construir un país próspero que no transforme las materias primas
agrícolas y mineras, sea que las produzca o las importe. En
últimas, el nivel de vida de cualquier población depende de si se
labora o no con la fuerza de los desarrollos tecnológicos y las
transformaciones que éstos posibilitan, pues de ninguna manera
dicho nivel de vida puede evadir el grado de productividad del
trabajo. Desde esta perspectiva, la maquila, cuya característica es
el ensamblaje y los procesos de baja tecnología, a su vez inherentes
a los bajos precios de la mano de obra, constituye una estrategia
reaccionaria en el campo de la producción industrial y de las
condiciones sociales del país. Y como la industria maquiladora
desintegra los aparatos productivos nacionales y es un apéndice de
los negocios de importación y exportación al interior de las
multinacionales, tanto peor.
128
Para completar el cuadro del futuro de Colombia en el TLC debe
decirse que la experiencia de los países que han tenido éxito en la
construcción del capitalismo demuestra que sin un vigoroso
respaldo estatal, que tiene que incluir una adecuada protección
arancelaria y otros mecanismos de defensa frente a las asechanzas
foráneas, no es posible crear, ni mucho menos mantener, un sector
industrial digno de tal nombre. Que lo anterior es cierto lo
demuestra hasta la saciedad la historia misma de los Estados
Unidos y de los restantes países desarrollados, e incluso de China y
Corea del Sur, así los neoliberales criollos recurran a la falacia de
afirmar que es el “libre comercio”, como lo definen en
Washington, el que explica sus desarrollos fabriles. ¿Será casual
que guarden cuidadoso silencio acerca de que China conquistó en
1949 la soberanía nacional y que sus dirigentes no actúan como
correveidiles de Washington?
Por lo que le sucederá a la industria colombiana con el TLC, sector
en el que se consolidarán las pérdidas de la “apertura” y vendrán
otras nuevas, también deberá responder Álvaro Uribe Vélez, pues
dichas pérdidas contribuirán a convertir en retórica las
posibilidades de progreso de los colombianos, al igual que la
independencia y la soberanía de Colombia.
129
8. MÁS MONOPOLIOS Y ATRASO CIENTÍFICO
Aun cuando el tratado se califica como de “libre comercio”, lo
cierto es que sus alcances van mucho más allá del comercio
propiamente dicho, un comercio que, entre paréntesis, de libre
tiene bien poco, en la medida en que hace parte de la organización
de un mundo controlado por unos cuantos monopolios e imperios,
los cuales representan, por definición, la ausencia de libertad
económica y política. Sin embargo, si esto es cierto en lo que se
refiere a los lineamientos generales del TLC, resulta aún peor en lo
que atañe al capítulo de propiedad intelectual, cuyo único
propósito es establecer monopolios por la vía de prohibir, con
todas las formalidades legales del caso, la competencia, con lo que
ello significa como sistema para elevar los precios de las
mercancías e impedir, al mismo tiempo, el desarrollo de industrias
que puedan competirles a los monopolistas protegidos.
El capítulo de propiedad intelectual, por otra parte, no sólo guarda
relación con los medicamentos, los agroquímicos y la
biodiversidad, aunque esos sean sus aspectos más conocidos.
Determina también la suerte de todas las industrias, como la
química, la electrónica, las telecomunicaciones, la aeronáutica, la
genética y la de nuevos materiales. Que Colombia sufra con tan
escaso desarrollo industrial y que quienes se dicen voceros del
sector sean tan sumisos a las políticas del imperio, por lo que sobre
el tema poco se habla, no controvierte el hecho de que el TLC
busca encadenar el país a un mayor atraso científico y tecnológico,
así como a la pobreza que le es inherente. Es tan importante para
cualquier nación el avance de la ciencia y la tecnología, que
130
algunos analistas afirman incluso que el principal objetivo de
Estados Unidos con los TLC reside en acrecentar su poder a través
del monopolio de la producción compleja que le permite este
capítulo.
El TLC aumenta el tiempo de duración del monopolio que se
origina en las patentes de 20 a 25 y más años en medicamentos y
otros bienes, y a 30 y más años en agroquímicos y otras áreas,
incremento que agrava todavía más la decisión que tomaron los
aperturistas al reconocer patentes por veinte años, incluso
anticipándose a las determinaciones de la OMC. Dos décadas de
monopolio legal constituyen un lapso excesivo que no tiene nada
de “natural”, calificativo que tanto en política como en economía
ha justificado más de un desafuero. El monopolio por patentes y
los años que lo protegen fueron fijados a su antojo en las
legislaciones internas de los países a los que así les convenía,
países que sólo mucho tiempo después empezaron a reconocérselo
a sus competidores y a imponerlo en los tratados internacionales.
Por otra parte, está más que demostrado que la inversión en
investigación y desarrollo se recupera en los dos o tres primeros
años de comercialización del producto patentado, motivo por el
cual les asiste toda la razón a quienes proponen, cada vez con
mayor energía, que la humanidad busque maneras de financiar la
investigación mediante mecanismos diferentes a concederles
monopolios a las transnacionales, sistema que resulta indeseable
por muchas razones. ¿Cómo defender que se estimule la invención
otorgando monopolios que, a su vez, entraban la invención? ¿Y
cómo estar de acuerdo con financiar la investigación en
medicamentos otorgando monopolios que, al elevar los precios,
impiden que los supuestos beneficiados por la investigación
131
puedan pagar por los fármacos que necesitan para no enfermarse
o, en no pocas ocasiones, continuar vivos? Tiempos llegarán en
que estas prácticas abusivas aparezcan como aberraciones exóticas,
al estilo de la trata negrera, de la prehistoria del género humano.
El texto acordado establece una serie de normas que superan el
capítulo respectivo de la OMC, el llamado ADPIC (que trata de las
normas de propiedad intelectual no sólo en medicamentos), al
aumentar las razones que permiten que el monopolio de las
transnacionales se otorgue por más causas y por más tiempo. Con
razón los TLC impuestos por la Casa Blanca suelen denominarse
OMC-plus y, para efectos de los derechos de propiedad intelectual,
ADPIC-plus, advirtiendo que el plus tiene que ver, como ya se
mencionó, con que las transnacionales de los países
industrializados no lograron imponer en la OMC todas y cada una
de las medidas que querían, pues allí tropezaron con la fuerza
unida de muchos de los países débiles del mundo ¿No constituye
una deslealtad con Colombia que Álvaro Uribe nos haya separado
de nuestros hermanos latinoamericanos que se negaron a someterse
al Alca y a los TLC y que, además, nos haya apartado del resto del
mundo en relación con las normas de la OMC, todo para facilitarle
la dominación a Estados Unidos?
Adicionalmente, el texto del capítulo sobre propiedad intelectual
reafirma el compromiso de Colombia de ratificar o adherir a otros
diez tratados internacionales cuyas conveniencias para los intereses
estadounidenses son manifiestas, porque en todos ellos se
fortalecen las normas monopólicas. Los nuevos tratados a los que
Colombia tendrá que sumarse son los siguientes: el Tratado de
Budapest, sobre el reconocimiento internacional del depósito de
132
microorganismos a los fines del procedimiento en materia de
patentes; el Tratado de Singapur, sobre derecho de marcas; el
Tratado sobre el Derecho de Patentes y el protocolo concerniente
al Arreglo de Madrid relativo al Registro Internacional de Marcas.
Para comentar sólo uno, el último de la lista les concede a las
transnacionales la ventaja de no tener que patentar país por país,
pues con una sola solicitud consiguen el monopolio en más de
cuarenta, mecanismo que, al decir de los conocedores, viola la
constitución colombiana y las normas andinas.
Este caso también ilustra cómo no son ni pueden ser idénticos, sino
contradictorios y aun antagónicos, los intereses de la producción
nacional y de Colombia, por una parte, y los de las trasnacionales y
Estados Unidos, por la otra. Porque es obvio que el monopolio
tecnológico les significa a los grandes capitales mayores ganancias
y a Estados Unidos mayor progreso científico y tecnológico, en
tanto que a los colombianos y al país en su conjunto dicho
monopolio les representa mayores precios de los medicamentos y
más atraso y estancamiento científico y tecnológico, otro buen
ejemplo de cómo la misma medida produce resultados diferentes
según el país.
Además, en la escala de la producción industrial, como se sabe,
hay tres tipos de países: los innovadores, que como su nombre lo
indica corren las fronteras del conocimiento; los imitadores, que
copian los productos de los primeros; y los que no son ni lo uno ni
lo otro, porque se reducen a importar casi todo lo complejo que
requieren. Es en el último nivel en el que se ubica Colombia, quizá
con la excepción de la industria productora de medicamentos
genéricos, que hoy abastece el 67 por ciento del mercado nacional
133
en unidades, un caso típico de imitación industrial. Entonces, y
usen el pretexto que usen, lo que hacen los sistemas de patentes es
entorpecer la imitación, con la gravedad que esto entraña, porque
no puede llegarse a país innovador, el objetivo a alcanzar, si
primero no se pasa por la escuela de la copia. Esta es la experiencia
de Estados Unidos, Alemania y Japón, por ejemplo, potencias
industriales que hoy imponen las patentes como parte del derecho
internacional, pero que se desarrollaron sin otorgar ese tipo de
reconocimientos. Otra vez el caso del que le da una patada a la
escalera por la que subió, para que nadie pueda seguirlo.
Aumentarán la enfermedad y la muerte
Si hubiera que escoger un solo aspecto para demostrar lo
indeseable del TLC, serviría más que de sobra el capítulo de
propiedad intelectual referido a los medicamentos. En primer lugar
porque, al elevar los precios, incrementa la enfermedad y la muerte
en Colombia, y en segundo lugar porque estamos hablando de un
país donde el sistema de salud no suministra ni el 40 por ciento de
las prescripciones que requiere la atención de sus afiliados, para no
mencionar la situación de los millones de compatriotas que carecen
de cualquier protección en este campo. De acuerdo con lo suscrito
por los dos gobiernos el 22 de noviembre de 2006, el aumento de
los precios puede llegar a ¡940 millones de dólares anuales!, según
la OMS-OPS (Organización Mundial de la Salud-Organización
Panamericana de la Salud), y lo sufrirán no sólo los pacientes, sino
que les creará gravísimos problemas a las finanzas del sistema
general de salud, ya que, aunque el gobierno lo niegue, el tratado
aumenta el monopolio derivado de las patentes y de otras prácticas
134
afines, haciendo más difícil la producción de medicamentos
genéricos.
El pleito sobre el precio de los medicamentos incluye una lucha
entre las multinacionales de la industria farmacéutica, que hacen
todo lo posible por mantener el monopolio de sus fármacos, y las
empresas que en países como el nuestro pugnan por producir los
llamados medicamentos genéricos, que al copiar los que fabrican
las transnacionales, una vez perdieron la patente, rompen el
monopolio, generan competencia e inducen la baja en los precios.
La lucha ha sido tan enconada que los negociantes extranjeros no
han vacilado en mentir sin restricciones de ninguna índole, regando
la especie de que los medicamentos genéricos son de mala calidad,
cuando de manera estricta contienen las mismas moléculas e
iguales componentes activos, que es justamente lo que cura,
porque son copias de productos que perdieron la patente o nunca la
tuvieron64. Y se conocen, como se confirmará en este texto, las
bárbaras presiones ejercidas por las grandes firmas farmacéuticas
para impedir que los gobiernos les controlen los precios.
Los estudios comparativos indican que cuando un producto se
queda sin patente, sus precios se reducen entre el 22 y el 80 por
ciento, dependiendo del número de medicamentos genéricos que
entren al mercado. Con relación a las llamadas medicinas “de
marca”, los genéricos cuestan sólo una cuarta parte, en promedio, y
hay casos en que valen 35 veces menos. Su importancia en
Colombia se explica porque, como ya se dijo, gracias a su calidad
64 Un medicamento genérico que no asegure la bioquivalencia y la biodisponibilidad, es decir, que no cumpla
con los mismos fines que uno “de marca” no es un genérico sino una falsificación, un fraude. Y como las
falsificaciones también ocurren con los productos “de marca”, al respecto no valen las afirmaciones
tendenciosas de las trasnacionales. La defensa de los genéricos, por tanto, debe incluir la exigencia al Estado
para que impida toda falsificación de medicamentos.
y menores precios responden, en volumen, por el 67 por ciento
del mercado nacional de medicamentos.
135
El capítulo al que se le hicieron más modificaciones a lo pactado
por los gobiernos de Colombia y Estados Unidos el 22 de
noviembre de 2006 fue al de propiedad intelectual, en lo referente
a medicamentos, cambios que, como se mencionó, se acordaron el
28 de junio de 2007, sin la presencia del gobierno colombiano, el
Partido Demócrata y la administración de George W. Bush. Si bien
esas modificaciones, que hacen parte del llamado Protocolo
Modificatorio del TLC, no le cambian la esencia regresiva al
capítulo y mucho menos al acuerdo, también es cierto que al hacer
menos onerosas algunas disposiciones en contra de Colombia
demuestran que el gobierno de Álvaro Uribe Vélez le aceptó a la
Casa Blanca exigencias que hubiera podido rechazar. En aras de la
mejor comprensión de lo ocurrido, en los párrafos siguientes se
analizará el texto tal y como se suscribió inicialmente y, en los
casos en los que corresponda, se mencionaran las modificaciones
de última hora.
A través del “método de uso” de los medicamentos se “deja abierta
la posibilidad de patentes de uso” y de “segundos usos”, de
acuerdo con lo expresado en Comparativo textos Cafta y Perú en
propiedad intelectual, documento interno del Ministerio de
Protección Social (2006) citado por una de las principales
autoridades sobre el tema en Colombia, Germán Holguín
Zamorano, director de Misión Salud65. El poder patentar nuevos
usos diferentes a los concebidos originalmente les abre a las
65 Holguín Zamorano, Germán, “El Tratado de Libre Comercio y los medicamentos: breve análisis del texto
oficial”, Educación y Cultura, mayo de 2006. Este y otros análisis sobre el impacto del TLC en Colombia
pueden consultarse en www.recalca.org.co y www.moir.org.co/robledo.php
136
trasnacionales la posibilidad de cubrir con monopolios productos
que nunca tuvieron patente o que la perdieron, lo que conduce a la
posibilidad de un patentamiento vitalicio, porque cada patente
confiere derechos de monopolio por veinte años. En el mismo
documento se explica que “la aceptación de cambios de criterios de
patentabilidad (de ‘aplicación industrial’ a ‘utilidad’) conlleva
ampliar el espectro de la materia patentable”, porque permite
patentes por desarrollos triviales de moléculas conocidas,
convirtiendo en patentables fármacos que hoy carecen de esa
posibilidad. Al respecto, el nuevo texto definido señala que la
información protegida debe tener “esfuerzo considerable”.
Como ya se señaló, el Tratado le ordena al gobierno de Colombia
realizar todos los esfuerzos para otorgar patentes a las plantas,
situación que atenta contra la biodiversidad, patrimonio natural de
nuestra nación, y que “preocupa” al ministerio de la Protección
Social porque “ello tendría directa incidencia en los medicamentos
fitoterapéuticos”66.
El TLC incluye el contenido del Decreto 2085 de 2002, engendro
que Álvaro Uribe expidió por exigencia de Estados Unidos a
cambio del Atpdea67 y que el Tribunal Andino de Justicia declaró
“inaplicable” por ser contrario a las normas de la CAN, normas
que el gobierno colombiano terminó por hacer modificar,
empujando el retiro de Venezuela de la comunidad regional. En
este terreno, cero y van dos arrodilladas sucesivas para imponer un
estatuto diseñado con el propósito de alargar el monopolio de los
66 Ibid.
67 Según El Tiempo, del 24 de febrero de 2004, el Decreto 2085 “fue producto de las exigencias de las
multinacionales farmacéuticas y del gobierno de Estados Unidos, que condicionó la renovación de las
preferencias arancelarias (Atpa se llamaron hasta ese momento) a la expedición del decreto”.
137
medicamentos en cinco años y de los agroquímicos en diez, con
el agravante de que el tratado lo empeora, ya que protege
“productos similares”, lo que, según el ministerio de la Protección
Social, “puede extender la protección a medicamentos con cambios
pequeños”, con el consabido alargamiento en el tiempo de los
monopolios. Además, lo suscrito establece una protección de “al
menos cinco años”, nuevo acto de sumisión que según el mismo
ministerio “convierte el plazo de protección (…) en un piso que
puede ser superado por presiones internacionales”. Lo acordado es
incluso peor que el Decreto 2085, porque omite la excepción de
falta de comercialización del producto protegido y porque el
Decreto 2085 podía ser derogado o alterado por decisión unilateral
del gobierno de Colombia, en tanto que modificar el TLC exige el
consentimiento de los Estados Unidos. En el Protocolo
Modificatorio se señala que la información se protegerá por un
“período razonable” y se explica que ello “normalmente” significa
cinco años, redacción que si bien mejora la primera utiliza una
indefinición inaceptable en un contrato y le permite al gobierno de
Colombia conceder protecciones mayores.
Otra norma referente al mismo engendro es la que consagra el
agotamiento del derecho de monopolio si el medicamento no se
somete a aprobación dentro de los cinco años siguientes al
momento en que es aprobado en Estados Unidos, norma que quedó
redactada de manera que dicho agotamiento sólo es aplicable en
caso de “aprobación por referencia”, una figura que existe en Perú
pero no en Colombia. Y es digno de mención que el artículo no
cubre a Colombia porque fue tomado literalmente del TLC con
Perú, y Estados Unidos no aceptó su modificación para el caso
colombiano ni en una coma. O sea que en el país se protegerán
138
como “nuevos” medicamentos “viejos”, con el consiguiente
impacto sobre los precios y la posibilidad de las gentes de acceder
a ellos.
También permite alargar el tiempo de las patentes el subterfugio de
los “retrasos irrazonables” en su expedición y en la aprobación de
la comercialización del producto, aspectos sobre los cuales el
propio ministerio de la Protección Social concluye: “Esto (…) se
convierte en una extensión (…) de la patente, de forma
injustificada, dilatando el ingreso de competidores al mercado”. Y
con la condición todavía más onerosa de que mientras en Estados
Unidos la extensión del término de la patente no puede pasar de
cinco años, en Colombia, por virtud del TLC, queda indefinida. El
cambio en el Protocolo Modificatorio en este aspecto consiste en
que se vuelve opcional, modificación que de acuerdo con el
director de Misión Salud exige “estar pendientes de que el
Congreso y el gobierno colombiano no cedan a las presiones de las
farmacéuticas multinacionales y el gobierno de Estados Unidos”68.
Y en el protocolo también se consagró que las partes se
comprometen a hacer los mejores esfuerzos para dar trámite
expedito a la aprobación de las patentes.
Como si lo anterior no fuera suficiente, en el tratado se establece el
denominado linkage, es decir, el vínculo entre las patentes y los
registros sanitarios, figura ideada por las trasnacionales
farmacéuticas para demorar la oferta de medicamentos genéricos.
En Estados Unidos, donde existe, dicha figura es responsable de
que el 72 por ciento de las solicitudes de aprobación de
68 Misión Salud, “Comentarios sobre el contenido y el alcance del protocolo modificatorio del TLC”,
multicopiado, 5 de julio de 2007.
139
medicamentos genéricos se alarguen por 30 semanas o más, en
perjuicio de los ciudadanos y el sistema de salud. En el protocolo
no se menciona la figura y el ministerio de Comercio de Colombia
explica que la “vuelve opcional”69, con lo que se deja la
posibilidad de concederla.
Ante hechos tan protuberantes, ¿cómo se explica que el gobierno
dijera que el capítulo de propiedad intelectual no les amplió los
derechos de monopolio a las transnacionales gringas? ¿Cómo se
puede afirmar a través de los medios, como lo hizo Álvaro Uribe
por escrito, que “salvamos los genéricos y la salud pública”? En
parte porque los interesados dicen mentiras, y en parte porque
manipulan dos hechos. En el caso del linkage, los “negociadores”
del gobierno aseguraron que su efecto negativo quedó disminuido
en una carta adjunta al TLC que estipula la llamada Excepción
Bolar, la cual hace más rápido el ingreso de un competidor al
mercado cuando expira la patente. Pero lo que no dice es que,
según los especialistas, dicha carta quedó con una redacción
confusa que no garantiza la mencionada excepción. Y en cuanto al
caso de las patentes de segundos usos, porque se arguye que la
“ayuda de memoria” de una reunión celebrada entre el presidente
Uribe y la Oficina de Comercio de Estados Unidos (USTR) aclara
que el TLC no obliga a Colombia a otorgar tales patentes,
ocultando que esa “ayuda de memoria” no tiene la firma de ningún
funcionario de Estados Unidos ni forma parte de los anexos del
tratado, por lo que carece de toda validez.
Al decir de los especialistas, el cambio principal del protocolo
modificatorio es que señala el derecho de las partes de recurrir a la
69 Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, Comunicado de Prensa Nº 110, Bogotá, 28 de junio de 2007.
140
Declaración de Doha de la OMC, con el fin de poder tomar
ciertas medidas que protejan la salud pública en algunas
circunstancias, al igual que a otras medidas que en el futuro tome
la OMC en el mismo sentido. En el texto original no se menciona
la Declaración de Doha y el punto del derecho a tomar
determinaciones excepcionales por necesidades de salud pública
aparece pero en una carta adjunta el TLC, mecanismo que el
propio Partido Demócrata considera que no es fuente de derechos y
obligaciones.
¿Los “negociadores” serán capaces de explicar por qué firmaron
artículos que ellos mismos consideran inconvenientes, hecho
confirmado por su propia solicitud a Estados Unidos de
“mejorarlos” o aclararlos con cartas adjuntas y “ayudas de
memoria”? ¿Y por qué dieron por terminada la negociación sin que
dichas cartas y “ayudas de memoria” las hubieran suscrito los
negociadores estadounidenses? ¿No sirve de prueba reina de la
peor negociación el Protocolo Modificatorio definido por
republicanos y demócratas estadounidenses? ¿No constituye
deslealtad con la nación que se juró defender el que Álvaro Uribe
Vélez haya empeorado las normas de propiedad intelectual con las
que el imperialismo somete a Colombia a la barbarie científica y
tecnológica, lesionándole su soberanía? ¿Y qué decir de que, con
su conducta, ratificara la idea, cada vez más repudiada en el
mundo, de imponerles a los medicamentos, que tratan con el
derecho constitucional a la salud y a la vida, los mismos criterios
de propiedad intelectual que el “libre comercio” les impone a
cualquier mercancía de importancia secundaria, empeorando, como
si fuera poco, las normas de la OMC?
Para producción mediocre, educación mediocre
141
En el texto del TLC no se dice nada sobre educación, salvo en una
medida disconforme que le permite a Colombia imponer
condiciones al comercio transfronterizo de servicios de enseñanza
primaria y secundaria con Estados Unidos, y al “requisito de una
forma de tipo específico de entidad jurídica para los servicios de
enseñanza superior” (¡qué tal la redacción!), que al parecer hace
referencia a que las universidades privadas deben constituirse
como sin ánimo de lucro, condición que no es gran cosa porque,
según explicó Carlos Angulo, rector de la Universidad de los
Andes, “no ha sido obstáculo para que muchas de ellas encuentren
la fórmula para repartir utilidades”70. Y en el Tratado se establece
que las inversiones y el comercio transfronterizo son cosas
diferentes, pues por este se entiende un servicio que se produce en
un país para consumir en el otro —una llamada telefónica o
educación a través de internet, por ejemplo—, diferenciándolo de
lo que ocurre con una inversión de un ciudadano de un país en el
territorio del otro.
Que el TLC no haga más menciones a la educación reviste,
entonces, especial gravedad, ya que en el Tratado operan lo que en
la jerga del “libre comercio” se conoce como “listas negativas”,
que significa que lo que no se exceptúe de manera expresa queda
cubierto por todo lo acordado, de donde se concluye que para el
estadounidense que lo desee la educación en Colombia será otro
negocio que debe tratarse como cualquiera de los demás.
70 Revista Dinero, 12 de noviembre de 2004.
142
Entonces, con el TLC puede haber educación pública en
Colombia, pero también podría no haberla, pues nada en él la
determina y ni siquiera la señala como deseable, cuando es sabido
que su privatización es pieza cardinal de las concepciones
neoliberales. Incluso podría ocurrir que la aplicación de lo
acordado la amenace hasta el punto de reducirla a poco o
desnaturalizarla por completo. A título de ejemplo, en el capítulo
diez del tratado se establece que los estadounidenses podrán
invertir en Colombia en prácticamente todos los sectores de la
economía71, entre los cuales está la educación; que son idénticos
sus derechos como inversionistas a los del Estado colombiano (que
para el efecto es un inversionista más), y que no podrán recibir un
trato inferior al de los ciudadanos nacidos en el territorio nacional.
Por consiguiente, el Estado de Colombia podría ser demandado por
un ciudadano norteamericano que invierta en una universidad
privada del país y que alegue que dicha entidad educativa no está
recibiendo el mismo trato de las instituciones públicas financiadas
con recursos fiscales. Del pleito sería posible concluir que los
dineros oficiales para la educación superior tendrían que acabarse
o repartirse, con los mismos derechos, entre las universidades
públicas y las privadas de propiedad extranjera, y es evidente que
la política de préstamos estudiantiles que aplica el Icetex,
fortalecida por el gobierno de Álvaro Uribe con un crédito del
Banco Mundial y que trata por igual a las universidades privadas y
a las públicas, sería susceptible de entenderse como un anticipo de
la interpretación de “libre comercio” que se plantea en este párrafo.
71 El Anexo I del texto del TLC únicamente prohíbe la inversión norteamericana en actividades relacionadas
con el procesamiento, disposición, y desecho de basuras tóxicas, peligrosas, o radiactivas no producidas en el
país.
143
Para complicar aún más las cosas, el TLC induce al atraso y a la
privatización de la educación colombiana de otras maneras que no
aparecen explícitas en el texto y que se derivan de la forma como
afectará el desenvolvimiento económico del país, en primer
término, y de las normas que fueron acordadas sobre propiedad
intelectual. En efecto, al lesionar el avance económico se
restringen los ingresos de las familias y los del Estado, con la
inevitable consecuencia de reducir la capacidad de gasto de la
sociedad en educación. En segundo lugar, las importaciones sin
aranceles de los productos complejos arruinan la producción
nacional y condenan a Colombia a importarlos o a proveerse de las
trasnacionales que operan en el mercado interno, y cuyos avances
en ciencia y tecnología se realizan, por norma, en los países donde
localizan sus casas matrices. En tercer lugar, el capítulo de
propiedad intelectual crea nuevas posibilidades de patentar y
alargar los períodos de monopolio de las transnacionales sobre las
innovaciones científicas y tecnológicas, lo que hace aún más difícil
que la industria nacional pueda adentrarse en tales desarrollos. Y
en cuarto lugar, existe una relación inevitable entre el aparato
productivo de una nación y su aparato educativo, pues hasta
absurdo resulta pensar en una industria y un agro de bajo perfil
tecnológico respaldados por unas instituciones educativas de alto
nivel y calidad. Para una economía de pacotilla, una educación de
pacotilla, es la consigna neoliberal.
Y si es manifiesto que el sino del estudio de las ciencias naturales
en Colombia será el anquilosamiento, a las ciencias sociales deberá
sucederles incluso algo peor: abandonar cualquier fundamento
científico y todo rasgo de independencia frente a los poderes
establecidos, para convertirse en caja de resonancia de cualquier
idea que el pensamiento único, parte constitutiva de la ideología
del “libre comercio”, quiera imponer.
144
De tan retardatario norte económico y educativo se deduce una
política que se aplica en Colombia desde hace ya varios años: la
privatización de la educación, la cual incluye formas tan diversas
que van desde el incremento de los colombianos obligados a
estudiar en las instituciones privadas, hasta el cada vez peor
financiamiento de las públicas, pasando por el deterioro de las
condiciones laborales de los docentes. La razón por la cual dicha
privatización constituye por norma una educación mediocre se
explica por el hecho inexorable de que crear y transmitir
conocimientos de alto nivel exige elevados costos, los cuales sólo
pueden ser sufragados por el Estado o, pensando con generosidad
excesiva, por el minúsculo número de colombianos que,
condenado a la educación privada, logra evadir la “de garaje”.
145
9. LAS TRASNACIONALES SE QUEDARÁN CON TODO
El TLC está construido sobre la falacia de afirmar que es
democrático e igualitario porque les concede los mismos derechos
a los estadounidenses y a los colombianos en cada uno de los dos
países. Pero esta teoría no soporta análisis riguroso incluso en los
casos en los que no aparecen normas discriminatorias, como es
bien claro con respecto a los derechos que se les otorgan a los
inversionistas, otro de los capítulos que se consideran
fundamentales para Estados Unidos, hasta el punto de que hay
especialistas que afirman que el TLC lo que es un tratado de
garantías a los inversionistas. La supuesta igualdad no ocurre en
los hechos, ya que lo que hay es una tremenda desigualdad entre la
verdadera capacidad de los inversionistas de cada nación para
invertir en la otra, de donde se deduce que de lo que se trata es de
proteger a los inversionistas estadounidenses en Colombia, antes
que a los colombianos en Estados Unidos, realidad más cierta si
prosigue, como lo estimula el TLC, la toma de las principales
empresas colombianas por parte del capital extranjero. ¿Cuántas
transnacionales tienen su casa matriz en Colombia y cuántas en
Estados Unidos? El TLC les entrega, realmente, el mercado
colombiano a los monopolistas gringos para que instalen negocios
de todo orden mientras que el imperio, teóricamente, les concede
allá el mismo trato a unos inversionistas nativos que existen por
excepción y que suelen ser rentistas relativamente menores que
invierten sobre todo en el sector inmobiliario o en acciones,
actividades que, si se miran bien, le suman a la riqueza
estadounidense y le drenan a la acumulación nacional. Estas
enormes diferencias también explican por qué para Estados Unidos
146
puede no ser problemático suscribir normas que para Colombia
sí resulta muy grave aceptar, dado lo lesivas que son para su
desarrollo.
El Tratado establece que los inversionistas y las inversiones
estadounidenses no podrán recibir del Estado colombiano un trato
inferior al de los colombianos y sus inversiones en Colombia,
cláusula que significa que el país no podrá utilizar su poder para
estimular la economía nacional, otorgándoles un respaldo
exclusivo a sus ciudadanos o a su Estado. El trato nacional a los
estadounidenses también lleva a situaciones que en la práctica le
impiden a Colombia estimular determinados sectores claves para el
progreso nacional, porque no se puede atraer hacia ellos sólo al
Estado o a los inversionistas colombianos, en tanto los extranjeros
(de Estados Unidos, en este caso) no lleguen debido a que tienen
intereses superiores en otros países. Es sabido que las empresas
intensivas en uso de capital (todas las de complejidad tecnológica)
requieren para montarse de especiales respaldos estatales, además
de protecciones de otro orden, que también impide concederles
exclusivamente a los colombianos el TLC.
En el capítulo sobre inversiones aparece otro recorte de la
soberanía nacional que lesiona gravemente a Colombia, ya que
prohíbe imponer requisitos de desempeño, otra de esas viejas
prácticas que en buena medida explican el desarrollo de las
potencias capitalistas y que autorizan las propias normas de la
Comunidad Andina. En su texto, por ejemplo, se prohíben
condiciones que le resultan convenientes a Colombia, como
exigirles a las empresas estadounidenses que exporten una
determinada parte de su producción, que incluyan en sus modelos
147
operativos una participación de productos nacionales, que
transfieran un determinado conocimiento o tecnología o que se
asocien con alguna empresa del Estado, condición esta última que
existía para el caso de Ecopetrol hasta que el gobierno de Álvaro
Uribe la desmontó cuando creó la Agencia Nacional de
Hidrocarburos, anticipándose a lo que se acordaría en el TLC. Esta
misma lógica tiene que ver con la decisión de hace unos años de
acabar con las asociaciones obligatorias entre el Estado
colombiano y el capital extranjero en la extracción de níquel y
carbón y con la eliminación del impuesto de remesas, impuesto
que se eliminó en el gobierno de Álvaro Uribe y que debían pagar
las transnacionales cuando sacaban sus utilidades del país y que
tenía el sano propósito de presionar la reinversión en el país de las
utilidades de los inversionistas foráneos.
El trato idéntico al de los colombianos que les otorga el TLC a los
estadounidenses en Colombia, en cuanto a sus derechos
económicos, implica despropósitos como el de tener que
subsidiarlos si están en un sector que el Estado defina subsidiar, de
una u otra manera, incluidas las gabelas tributarias. Y como cada
vez son más los sectores que exigen de subsidios de diferente tipo
para poder funcionar, aumentarán las transferencias de recursos de
la nación a los extranjeros, recursos a los que, una vez convertidos
en ganancias, ni siquiera podrá imponérseles algún tipo de traba
para inducirlos a que no emigren.
La entrega gratuita del mercado interno colombiano a los
inversionistas norteamericanos implica que Colombia cede
gratuitamente el que constituye su principal patrimonio: el
mercado interno, es decir, la capacidad de compra de los
148
colombianos. ¿No constituye un abuso incalificable un tratado
que les concede a los estadounidenses el derecho a explotar, sin
ninguna contraprestación especial, la principal riqueza del país?
Claro que seguramente dirán que el mismo derecho les concede
Estados Unidos a los colombianos, derecho que, como ya se
mencionó, es de imposible aplicación práctica.
También se establece que las inversiones estadounidenses en el
país deberán recibir “un trato acorde con el derecho internacional
consuetudinario”, es decir, con el introducido por la costumbre,
derecho en extremo amplio e impreciso que puede prestarse para
múltiples interpretaciones y reclamos contrarios al interés de
Colombia. Aún más: en el TLC, para que no queden dudas con
respecto a quién favorece, se especifica que éste “se refiere a todos
los principios del derecho internacional consuetudinario que
protegen los derechos económicos e intereses de los extranjeros”.
¿Qué tal esto? ¿No se supone que la primera condición que debe
tener un contrato es que sea preciso en los términos en que
establece derechos y obligaciones? ¿En cuál manigua de preceptos
desconocidos se embrolla a Colombia con estas cláusulas?
Además, ¿qué si no los imperios y las transnacionales, de acuerdo
con sus intereses, han definido las costumbres del derecho
internacional?
Mediante el punto de “Expropiación e indemnización” se limitan
las facultades que autorizan al Estado colombiano a hacer
expropiaciones, asegurándoles a los inversionistas norteamericanos
que serán indemnizados con largueza, aun en circunstancias de
guerra en Colombia. Y se habla del Estado colombiano y de los
inversionistas estadounidenses porque en este caso son todavía más
149
palmarias que en otros las desigualdades entre las partes.
¿Cuántas empresas de colombianos hay en Estados Unidos y
cuántas de ellas podrán ser susceptibles de una expropiación en el
territorio de ese país?
En el TLC aparece, además, una figura que ha generado escándalo
entre los demócratas del mundo entero, pues ella les concede
gabelas monstruosas a los inversionistas gringos: la llamada
“expropiación indirecta”, la cual ocurre cuando las decisiones
oficiales afectan negativamente no la propiedad de las empresas
sino sus ganancias, sus posibles utilidades y hasta su
preestablecimiento, de manera que el Estado puede ser obligado a
pagar indemnizaciones por ello. Es tan leonina la norma que
aunque en el texto se intente transmitir la idea contraria, en
“circunstancias excepcionales” podrá aplicarse hasta a los actos del
Estado “diseñados y aplicados para proteger intereses legítimos de
bienestar público, tales como la salud pública, la seguridad y el
medio ambiente”, lista que, como si fuera poco, se precisa que “no
es exhaustiva”, lo que significa que la “expropiación indirecta”
puede caberles a las decisiones oficiales en cualquier sector. Para
ilustrar el abuso sirve un ejemplo: si ciertos cambios en la Ley 100
de salud o en la 142 de servicios públicos le disminuyeran las
ganancias a un inversionista de Estados Unidos, éste podría
demandar a la nación por “expropiación indirecta”, indemnización
que en este caso alcanzaría niveles astronómicos, lo que podría
inducir al gobierno a no correr con el riego de tomar la medida,
paralizándole la iniciativa de modificar las normas. Cómo será de
lesiva la figura de la “expropiación indirecta” que ella no aparece
en las normas de la OMC, a pesar de que todos los imperialismos,
y no sólo el estadounidense, han intentado implantarla. Y cómo
150
será de arbitraria que no hace parte de la normatividad andina, y
que les concede a los inversionistas norteamericanos más derechos
que a los mismos colombianos, lo que inducirá a estos últimos, en
el colmo del absurdo, a traspasar el registro de sus inversiones en
Colombia a los Estados Unidos. Los efectos perniciosos de la
“expropiación indirecta”, que además significa dejar sin vigencia
la inmunidad soberana, un principio de aplicación universal que
señala que los Estados no pueden ser demandados por cierto tipo
de actividades, ya pueden conocerse por lo sucedido con el TLC
entre Estados Unidos, México y Canadá, países donde a 2005 ya se
habían presentado cinco fallos a favor de los demandantes, por 35
millones de dólares, y hay en pleito reclamaciones por 28 mil
millones de dólares adicionales72.
Que esta figura repudiada por los demócratas de todo el mundo se
va a implementar en Colombia a partir de la entrada en vigencia
del TLC ya lo anunció nada menos que Afidro, la agremiación
afiliada a la Andi que representa a las transnacionales de los
medicamentos. En carta al ministro de Comercio, Jorge Humberto
Botero, fechada el 28 de julio de 2006, y con el tonito soberbio en
que suelen expresarse quienes se sienten empuñando las riendas, le
manifiestan que no debe aprobar el texto de la “Circular Número
03 de 2006”, que contiene un “borrador de discusión” sobre
controles a los precios de las medicinas en Colombia. Que no lo
haga porque “esto atenta de manera directa contra las moléculas
que gocen (sic) de derechos de propiedad intelectual, como los
plasmados en los textos del Tratado de Libre Comercio con los
Estados Unidos”, en razón de que dichas determinaciones podrían
72 Public Citizen, Capítulo 11 TLCAN y los litigios de inversionistas contra Estados, octubre de 2005.
151
constituirse en “violación al principio de inversión frente a
tratados internacionales”. Y agregan:
Vale la pena señalar que este borrador de circular podría verse
incurso dentro de la tipificación de la expropiación indirecta, debido a
que su expedición implicaría una modificación injustificada de las
condiciones bajo las cuales las empresas asociadas en Afidro
desarrollan el curso ordinario de sus negocios y su viabilidad
económica.
En otras palabras: controlar los precios monopólicos de los
productos que definen la enfermedad, el dolor y la muerte de los
colombianos podría dar lugar a que se configure una “expropiación
indirecta”, la cual se pagaría con enormes indemnizaciones del
Estado, porque podría ser condenado en tribunales internacionales
de arbitraje diseñados por las mismas multinacionales que
interpondrán las demandas Y es bien probable que a la hora de los
alegatos, y apoyándose en el texto del TLC, los reclamantes exijan
tener en cuenta “los principios del derecho internacional
consuetudinario que protegen los derechos económicos e intereses
de los extranjeros”.
En el Protocolo Modificatorio Estados Unidos impuso agregarle al
preámbulo del TLC un aparte que señala que “no se les concederá
a los inversionistas extranjeros derechos sustantivos más amplios”
que a los nacionales, cláusula que ha debido exigir Colombia en el
texto suscrito el 22 de noviembre de 2006 y que la Casa Blanca
terminó por imponer como una manera de precaverse ante el caso
excepcional de que un inversionista colombiano pueda terminar
con derechos superiores en Estados Unidos que los gringos, en
razón de que por colombiano pueda presentarse un europeo o un
japonés que haya invertido en Colombia, cosa que permite el
Tratado.
152
Como era de esperarse, hay una extensa sección en el texto del
TLC que les concede a las transnacionales el poder de “someter a
arbitraje una reclamación” contra el Estado colombiano, arbitraje
que se regirá por un conjunto de normas diferentes a las de la
justicia nacional y que, en resumidas cuentas, le crea un fuero
especial al capital estadounidense que se vincule a Colombia. Este
horror en contra de la soberanía del país pretende meter de
contrabando otra falsa igualdad, que no puede ni debe existir, entre
los derechos de los individuos y los del Estado, igualdad que en
este caso beneficia a un puñado de empresarios extranjeros. Por
otra parte, pretende igualar a los jueces de la república, cuya
naturaleza de servidores públicos es indiscutible, con los abogados
litigantes que en estos tribunales de arbitraje tienen otra de sus
fuentes de enriquecimiento, realidad que los empuja a ser muy
cuidadosos con los intereses de sus clientes, ya que de sus
actuaciones dependerán los nuevos contratos. La experiencia
indica que estos tribunales internacionales de arbitraje operan a
costos muy altos, en especial en los países desarrollados, lo que
afecta los intereses del Estado colombiano y los vuelve
inalcanzables para las pequeñas y medianas empresas colombianas,
hecho este último que confirma una de las características más
repudiables del “libre comercio”: la naturaleza plutocrática de las
concepciones y de las prácticas que lo animan.
Ante la gravedad de los atentados reseñados en esta parte en contra
del interés y la soberanía nacional, porque la soberanía tiende a
desaparecer donde el capital extranjero se toma las principales
153
fuentes de riqueza de un país, ¿podrá argüirse que no se violan
los artículos mencionados del Código Penal?
154
10. SIN DIRECCIÓN ECONÓMICA NI DEFENSA EN LAS
CRISIS73
De acuerdo con la Anif y Fedesarrollo, a las que podrá acusarse de
otras cosas menos de desafectas al “libre comercio”,
la integración de los mercados de capitales con países desarrollados
conlleva riesgos para los países en desarrollo. La literatura ha
identificado posibles costos para este tipo de países, que surgen
principalmente de cuatro aspectos: I) aumento de la volatilidad de los
mercados de capitales: mayor susceptibilidad a los shocks externos;
exceso de volatilidad en el precio de los activos a través de
comportamientos en manada de inversionistas extranjeros o de
efectos contagio; II) aumento de la vulnerabilidad a las crisis
financieras: el comportamiento en manada puede aumentar la
probabilidad o la magnitud de las “burbujas” del mercado,
incrementando los precios de los valores por encima de los
subyacentes, seguido por una inevitable crisis del mercado); III)
preocupación por el aumento de la propiedad extranjera de las firmas
domésticas: los intereses de los accionistas extranjeros (hacer
ganancias de capital de corto plazo) pueden ir en contravía de los
intereses de crecimiento de las firmas en el largo plazo y del
desarrollo del país; y IV) limitaciones en la capacidad de monitoreo y
supervisión: la globalización puede reducir la efectividad del
monitoreo y supervisión de los intermediarios financieros y que
puede inducir riesgos sistémicos74.
73 Sobre estos asuntos pueden leerse distintos análisis de Helena Villamizar y, en especial, su texto “TLC:
expropiación de la política económica”, próximo a aparecer en libro editado por Recalca.
74 Anif y Fedesarrollo, “Preparación para las Negociaciones Comerciales en el Área de Servicios Financieros”,
abril de 2004.
155
Un incauto podría concluir que Colombia, en consecuencia, no
avanzará en la integración del mercado de capitales con Estados
Unidos. Sin embargo, alguien que no lo sea deducirá que,
precisamente porque así son las cosas, sí lo hará, conjetura que
tendría a su favor lo dicho a lo largo de este texto y que podrá
corroborar cualquier observador desprevenido que lea los capítulos
del tratado referentes a inversiones y servicios financieros, al igual
que el de comercio transfronterizo de servicios.
De todas maneras, el TLC confirma las decisiones neoliberales de
la década de 1990 en relación con los derechos de los
inversionistas foráneos en el sector financiero —confiriéndoles
trato nacional y de nación más favorecida, en este caso, a los
estadounidenses—, prerrogativa que apunta a hacerlas
irreversibles, y avanza en otras nuevas, en especial las planteadas
como actividades transfronterizas de servicios bancarios y de
seguros. Asimismo, el tratado les concede el derecho a operar en
Colombia sin necesidad de crear filiales, pues les bastará con una
sucursal, figura con la que podrán actuar a costos menores y con
escasas responsabilidades, en detrimento de la capacidad de
competencia de los bancos y compañías de seguros instalados en el
país.
A título de complemento, el gobierno de Colombia acordó que, a
más tardar en cuatro años luego de entrar en vigor el TLC,
modificará sus normas sobre administración de cartera,
establecimiento de sucursales bancarias y de aseguradoras y
consumo transfronterizo de servicios de seguros y relacionados con
éstos. En ese mismo plazo deberá conceder otras prerrogativas
sobre los fondos de pensiones y cesantías, cambios que
156
conducirán, sumados a los derechos como inversionista, a
mejorarle las condiciones al capital financiero estadounidense para
la toma del sector. Con tales cambios, desde Colombia se podrán
comprar en Estados Unidos todos los ramos de seguros,
exceptuando los que sean obligatorios, los del tipo prepago en
salud y los que tengan como beneficiario al Estado. Se le entrega
así casi del todo al capital foráneo la potestad de tomarse el ahorro
nacional en su beneficio, paso que aumenta las prácticas que
dolarizan la economía y que puede llevar a su dolarización
definitiva, con la consecuente pérdida de otro de los elementos
constitutivos de la independencia frente a los poderes extranjeros,
cuyo control del ahorro nacional no es sólo grave por lo que ello
significa en la pérdida de la orientación soberana de la economía
de un país. En palabras de George Soros, conocido lince
internacional de las finanzas, “permitir que los bancos extranjeros
entren en los mercados nacionales es un asunto totalmente distinto.
Es probable que se lleven la mejor parte de todo el mercado, donde
disfrutan de ventajas competitivas, y que dejen a los negocios
minoristas menos rentables sin existencias”75.
Además, y como también era de esperarse, el TLC le concede un
conjunto de nuevas gabelas al capital financiero estadounidense,
incluso a sus formas más descaradamente especulativas, pues no en
vano es éste el tipo de capital que lleva más de un siglo
consolidando su preponderancia sobre todas las demás formas y
poniéndole su impronta a la economía mundial. El tratado, por lo
tanto, les da trato de inversiones a lo que no son sino meros dineros
parasitarios que van y vienen a la caza de mayores tasas de interés,
vaivenes que suelen crearles cuantiosos daños a las economías
75 Soros, George, Op cit., p. 224.
157
tanto cuando ingresan como cuando salen de los países, pues es
definitivamente falso que siempre y en cualquier caso todo capital
extranjero es bienvenido, como lo pretende santificar la ideología
dominante.
A manera de ejemplo, desde hace años se sabe que inversiones de
portafolio en exceso pueden revaluar la moneda del país
“favorecido”, lo que golpea al mismo tiempo a quienes producen
para el mercado interno y a quienes producen para exportar, pues
dicha revaluación encarece las exportaciones y abarata las
importaciones, tal y como ha ocurrido en los últimos años en
Colombia. A su turno, la salida del país de los llamados “capitales
golondrina” provoca devaluaciones abruptas que encarecen las
deudas públicas y privadas hasta extremos exorbitantes. Otra
situación que pone en duda la idea de que toda inversión extranjera
resulta positiva es la que, como ocurrió con Bavaria, una de las
más emblemáticas industrias colombianas, no le agrega ni un peso
de inversión real al país, pues lo único que hay es el traspaso de la
propiedad de una empresa ya existente, intercambio que en el
“libre comercio” lleva implícito el derecho del inversionista a sacar
de Colombia, en cualquier momento y circunstancia, incluso en la
mayor crisis de balanza de pagos, las utilidades de su inversión.
Es notorio entonces que la libertad que se les confiere con el TLC
a los especuladores financieros estadounidenses, y a través de éstos
a los de todo el mundo, le impone elevados costos a la capacidad
del gobierno para intervenir adecuadamente en la fijación de dos
precios que afectan de manera decisiva toda la economía: la tasa de
interés y el costo de las divisas, cuyos movimientos al alza o a la
baja determinan la suerte de los negocios agropecuarios e
158
industriales más que muchas de las decisiones que toman los
mismos productores. De ahí que ya bastante literatura económica,
incluida la de partidarios del “libre comercio”, señale los perjuicios
que les provoca a los países igualar las inversiones foráneas en
bienes y servicios con las de portafolio.
No obstante lo anterior, que con seguridad no ignoran los
“negociadores” colombianos, el TLC incluye entre las inversiones
protegidas por este los “bonos, obligaciones, otros instrumentos de
deuda y préstamos”, y entre las transferencias de recursos al
exterior que se garantiza se cuentan casi todas sus formas,
incluidos “intereses” y pagos por “un convenio de préstamo”,
transferencias que podrán hacerse incluso en las peores
circunstancias de crisis y, como es obvio, a grandes costos para la
nación, cuando es evidente la desproporción implícita en medidas
que imponen tratar casi de la misma manera los períodos normales
que los anormales. Y el TLC no sólo contempla la protección de la
deuda privada sino de casi toda la pública, porque el único
endeudamiento externo que no quedó protegido fue el bilateral
entre los gobiernos de Estados Unidos y Colombia.
Los alegatos de los “negociadores” en el sentido de que un anexo
dota al país de los instrumentos legales para atender situaciones de
crisis son falsos, porque cualquiera puede constatar que, cuando
mucho, si es cierta la interpretación que le da el gobierno nacional
a una redacción en extremo imprecisa, dichos mecanismos sólo
podrán aplicarse por un año. ¿Y quién ha dicho que ese período,
incluso aceptando una interpretación bien discutible, será siempre
suficiente para atender un problema que puede alargarse y que,
para peor, puede no tener origen en las decisiones del gobierno
159
colombiano sino en las del estadounidense? Para completar, el
mismo anexo exceptúa de los controles por un año los “pagos o
transferencias de transacciones corrientes”, los “asociados con
inversiones en el capital de sociedades” y buena parte de los
“pagos provenientes de préstamos o bonos”, es decir, los
suficientes para convertir la supuesta excepción en una burla.
Lo que establece el TLC es que Colombia renuncia a tener una
precisa cláusula de balanza de pagos, norma que aparece en los
artículos XII y XVIII de la OMC, en el XII del G-3 (acuerdo con
México y Venezuela) y en la Decisión 439 (artículo 20, capítulo
VII) de la Comunidad Andina. Es tal la agresión que se pretende
cometer contra el interés nacional, que hasta en el Convenio
Constitutivo del FMI aparecen configuradas dichas garantías. En
consecuencia, el TLC convierte al Estado colombiano en una
especie de minusválido, carente en lo fundamental de poder
discrecional para controlar los movimientos de divisas incluso en
los peores momentos, a pesar de que éstos pueden generar en
épocas de crisis auténticos tsunamis económicos de gravísimas
consecuencias para los países, en particular para los débiles. Si el
país queda casi del todo desprovisto de las facilidades que le
otorgan las cláusulas de balanza de pagos, ¿con qué instrumentos
deberá enfrentar los traumas que pueden presentársele en relación
con las reservas de divisas, los pagos de la deuda interna y externa,
la relación entre importaciones y exportaciones, las tasas de interés
y el precio de las monedas, traumas que en la globalización
neoliberal son tan seguros como la gran corrupción que la
acompaña? Pues dejando que las llamadas fuerzas del mercado
operen en beneficio de los especuladores extranjeros sin importar
cuánto desempleo, pobreza y hambre deban sufrir los colombianos.
160
De ahí que la receta preferida por los neoliberales para
reestablecer el equilibrio entre ingresos y egresos externos consista
en disminuir el consumo nacional a fin de reducir las
importaciones, medida draconiana que equivale a incrementar la
pobreza hasta donde sea necesario.
Y esto sucede en el mismo momento en que la crisis que empezó
en Wall Street no solo demostró las debilidades estructurales del
sistema capitalista —agravadas por las prácticas del “libre
comercio”, entre ellas la desregularización financiera—, sino que
también puso en evidencia los altísimos grados de corrupción del
sistema financiero y de los diferentes gobiernos e instituciones
crediticias de “la comunidad internacional”, todos confabulados en
prácticas dolosas de las que la ‘pirámide’ de las hipotecas
subprimes es apenas el ejemplo más conocido.
Como los chicago-boys criollos arguyen que varias de las medidas
que se critican están siendo aplicadas en Colombia desde hace ya
bastante tiempo, hay que recordarles que en el TLC aparecen
normas que no hace parte de la OMC y que su modificación queda
sujeta al permiso de Washington. Es obvio que no es igual la
amenaza de una medida que puede revertirse a voluntad que una
que no, al igual que también es patente que lo que se impone con el
tratado es abdicar de la soberanía nacional en asuntos que para la
nación son intangibles, por lo que es de principios su plena
salvaguarda. Todos los días, pero en especial en los períodos de
crisis que, como se ha dicho, son inevitables en el régimen
capitalista, Colombia pagará muy cara la coyunda que somete el
país al dominio extranjero y le reduce su naturaleza de Estado
soberano.
161
11. TELECOMUNICACIONES Y COMPRAS PÚBLICAS
Si algo llama la atención en el capítulo del TLC sobre las
telecomunicaciones es que se establece con absoluta claridad que
las empresas colombianas, varias de ellas de carácter oficial y de
gran importancia —Telecom se privatizó a precio de quema
cuando ya se sabía qué era lo que Estados Unidos iba a imponer en
este aspecto—, tendrán que alquilarles a los negociantes
norteamericanos sus equipos y sus redes para que les hagan
competencia y, lo que resulta aún más grave, tendrán que hacerlo a
menos precio o, como dicen sus eufemismos, “en términos,
condiciones y tarifas que sean razonables”, es decir, “orientadas a
costos” operacionales y no a los de montar la infraestructura. ¿Qué
diría el propietario de una transnacional si lo obligaran a alquilarle
su empresa a un competidor y, como si fuera poco, a cobrar por su
uso lo que le fije aquel que será su contrincante? Y los que se
beneficiarán con el uso de los equipos colombianos podrán ser no
sólo las compañías estadounidenses de telecomunicaciones, que
son por supuesto las mayores del mundo, sino los vulgares
revendedores de servicios, que ni siquiera habrán de instalarse en
Colombia porque se les autoriza a operar desde Estados Unidos,
otra gabela oculta tras el pomposo nombre de comercio
transfronterizo de servicios. No obstante, para dejar aún más claro
en beneficio de quién se establece el TLC, de estas normas se
exceptúa la telefonía móvil, que, como se sabe, está bajo el control
de las transnacionales, y se señala que en este caso no se aplicará el
artículo del capítulo de solución de controversias que se supone se
162
opone a las prácticas monopolísticas. ¿Alguien puede dudar
sobre cuál será la tendencia en las tarifas una vez “el libre
comercio” haya concluido su labor de convertir en monopolio
privado lo que ha sido monopolio público?
El truco contra el interés nacional de Colombia es fácil de
reconocer, ya que empezó a gestarse desde que entraron en
vigencia plena los criterios del neoliberalismo en el país, los
mismos que serán reforzados hasta extremos inauditos con el TLC.
Como no existía ninguna posibilidad de que una multinacional
pudiera competir con las empresas públicas de las
telecomunicaciones si, simplemente, se dejaba que las fuerzas del
mercado actuaran de acuerdo con sus propias leyes de
funcionamiento, entonces el gobierno ha utilizado, y va a seguir
utilizando, el poder de las determinaciones estatales, no en
beneficio de la nación colombiana, que se supone es la beneficiaria
del Estado, sino de los multimillonarios intereses extranjeros.
Pasos en esta dirección fueron el haber excluido del negocio de la
telefonía móvil a Telecom; el haberla obligado a alquilar baratos
sus equipos a dos competidores, decisión que como era de
esperarse lesionó sus finanzas; su posterior privatización, que fue
otro atropello en beneficio del capital extranjero, y su bajísimo
precio de venta, que también se explica por el hecho de que ya era
conocido que el TLC le quebrantaría aún más los ingresos, y que
se vincula con el tratado de otra manera: en efecto, en el texto se
establece que una empresa estatal no podrá ser, al mismo tiempo,
oferente del servicio de telecomunicaciones y regulador del sector,
como en parte era Telecom, porque se alega que ello hace que el
Estado cometa el ‘crimen’ de ser juez y parte, como si pudieran
igualarse las prerrogativas de que debe gozar el Estado, incluso el
peor, con las de cualquier vulgar mercachifle extranjero en
trance de enriquecerse.
163
En diversos análisis efectuados por las Empresas Públicas de
Medellín (EPM) sobre lo que significará este capítulo del TLC se
dice que “se acomoda perfectamente a las exigencias” de Estados
Unidos, hasta el punto de contener cláusulas de desagregación de
las redes que acaba de echar atrás la Federal Communications
Commision, de donde concluye que “el capítulo de
telecomunicaciones no es sólo de adhesión sino que además es más
oneroso para los operadores colombianos que las mismas
circunstancias aplicadas en USA a sus operadores” 76. Sobre las
consecuencias de lo acordado explica: “Se podría inundar el país
de operadores virtuales de telecomunicaciones, que operando en
USA, presten servicios de larga distancia, transmisión de datos,
internet y correo electrónico, incrementando posiblemente los
ingresos del sector, pero desviando la facturación hacia Estados
Unidos”. Entre las consecuencias negativas aparecen el
“descreme” del mercado, es decir, que los gringos se queden con
los mejores clientes colombianos, y que las pérdidas para el Estado
por menores impuestos lleguen a miles de millones de pesos, parte
de los cuales financian la llamada “telefonía social”77. Y es
especialmente grave que el alquiler de los equipos con tarifas
“orientadas a los costos” termine por generar la baja en la
inversión y el atraso tecnológico, según se lo explicó el alcalde de
Medellín al presidente Uribe Vélez78.
76 “EE.PM. frente a la negociación del Tratado de Libre Comercio –TLC”, sexta versión, 11 de noviembre de
2005.
77 “Recomendaciones de EE.PM. para la fase final de negociación del TLC con los Estados Unidos”, 6 de
diciembre de 2005.
78 Carta enviada por el alcalde de Medellín, Sergio Fajardo, al presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez,
16 de enero de 2006)
164
En lo que tiene que ver con la compra de bienes y servicios por
parte del Estado, no sobra señalar que otro de los instrumentos
consuetudinarios del desarrollo de los países ha sido el empleo de
la soberanía nacional para establecer requisitos en la contratación
pública, de manera que se favorezca el interés interno por la vía de
preferir a los propios frente a los extranjeros o mediante el
estímulo a sectores económicos seleccionados. Unos ejemplos:
definir que en una licitación oficial sólo pueden participar los
ciudadanos del país o que deben usarse determinados insumos
originarios de empresas localizadas en su territorio, son maneras de
estimular la acumulación de la riqueza y la producción internas.
Tan cierto es esto como instrumento del desarrollo que, según se
verá más adelante, aunque el TLC se dirige contra estas
prerrogativas, no puede menos de mantenerlas en algunos casos.
Éste es otro aspecto en el cual el TLC con Estados Unidos empeora
lo acordado en la OMC, pues en ella muchos países no han suscrito
el capítulo de compras públicas. Y también se confirma que, con la
falacia teórica de la igualdad entre las partes, en los hechos se les
otorga a los estadounidenses en Colombia más posibilidades que a
los colombianos en Estados Unidos, por la simple razón del mayor
poder económico de los primeros.
Aunque los detalles del articulado darían para escribir todo un
ensayo sobre el entreguismo de los “negociadores” criollos, basta
señalar que en él se incluyen mercancías y servicios en compra,
alquiler, construcción, operación, transferencia y concesión, con
algunas excepciones que no alcanzan a desvirtuar que de lo que se
trata es de facilitarles a los estadounidenses sus negocios en
Colombia mediante el concepto del trato nacional, el cual señala
165
que los vendedores norteamericanos no podrán tener condiciones
diferentes que las otorgadas a los colombianos. Aparte de cubrir
licitaciones y compras directas, el articulado reglamenta
minuciosamente cómo es que operarán las adquisiciones y hace
difícil o imposible interpretar a favor de los colombianos las
normas acordadas, hasta el punto de establecer un Comité sobre
Contratación Pública constituido por representantes de las partes y
de consagrar que las impugnaciones deberán tramitarse ante
autoridades imparciales e independientes de las entidades
contratantes. En los textos del tratado suscritos el 22 de noviembre
de 2006 aparece una carta adjunta en la que se afirma que para los
efectos de ser imparciales e independientes sirven el Consejo de
Estado, el Tribunal Contencioso Administrativo y la Procuraduría,
pero como el documento no lleva la firma de ningún funcionario
de Estados Unidos y nada confirma que dichas cartas tengan
validez en Estados Unidos, queda abierta la puerta para reducir aún
más el papel de dichas instancias. El capítulo confirma, además,
que lo acordado opera para las entidades del gobierno central de
Colombia y, con algunas particularidades, también debe aplicarse a
las gobernaciones.
Como gran gracia, los partidarios del TLC han celebrado que el
capítulo no se aplica a las compras públicas iguales o inferiores a
125 mil dólares (alrededor de 298 millones de pesos a la tasa de
cambio del 30 de enero de 2009), porque por debajo de esa cifra se
pueden reservar las transacciones para empresas de colombianos.
Pero dicha cifra, antes que demostrar lo positivo del texto,
confirma lo negativo, al dejar en evidencia lo que deberán perder
las empresas colombianas frente a las trasnacionales
estadounidenses que las reemplazarán en sus ventas al Estado en
166
casi todo tipo de bienes y servicios79. Que Estados Unidos haya
reservado para sus nacionales las compras públicas hasta 100 mil
dólares confirma la blandenguería del gobierno de Colombia,
porque ¿a quién se le puede ocurrir que tienen carácter igualitario
la reserva de hasta 125 mil dólares de compras del Estado
colombiano frente a los 100 mil del norteamericano, habida cuenta
de todas las desigualdades que hay de por medio entre sus
empresarios?
Para completar la discriminación en contra de Colombia, y
confirmando el papel de las compras públicas como un
instrumento clave de los desarrollos nacionales, Estados Unidos
excluyó de la eliminación de los aranceles a los alimentos
colombianos en las cuantiosas licitaciones que realiza el gobierno
de ese país.
Y en el Protocolo Modificatorio se estableció la posibilidad de
emplear los asuntos medioambientales y laborales como
instrumentos proteccionistas en lo relativo a las compras públicas,
proteccionismo que con mayores posibilidades podrá usarse en
beneficio de Estados Unidos que de Colombia, dado el cada vez
mayor sometimiento de los intereses colombianos a los de la
superpotencia.
79 En el caso de las obras públicas (construcción, operación, concesión y transferencia), lo reservado para los
nacionales será de ocho millones de dólares en los tres primeros años y de 7,4 millones después.
167
12. DEMAGOGIA Y DETERIORO AMBIENTAL
El primer punto del balance ambiental de un país debe ser el del
nivel de vida de sus habitantes, que a su vez depende del empleo,
el ingreso, la salud, la educación, la recreación, la vivienda y los
servicios públicos domiciliarios, entre otros aspectos, condiciones
relacionadas con la cantidad de riqueza que genere la sociedad y
con la manera como ésta se distribuya. Pues bien: del análisis del
TLC se desprende que reducirá la capacidad productiva de
Colombia, que generará desempleo y pobreza y que concentrará
aún más la riqueza, como ha sucedido desde que empezaron las
políticas del “libre comercio”.
La pobreza, por otra parte, es uno de los principales factores del
deterioro del medio ambiente, en razón de que cuidarlo es para el
pobre un lujo insostenible. Sin embargo, no deberíamos olvidar
que también lo deteriora el convertir la codicia en el único valor
para movilizar a los individuos, ya que tras la acumulación de
ganancias se esconden la teoría y la práctica del “todo vale”, de
que “la suma de lo egoísmos individuales se derivará el bienestar
colectivo”, concepción que atenta contra la sociedad y el medio
ambiente y que, eufemismos aparte, es la raíz ideológica de la
globalización neoliberal. Hacer de Colombia una colonia de los
Estados Unidos amenaza de manera especial el cuidado de la
naturaleza que nos rodea, pues si algo caracteriza a los imperios es
que en el extranjero son capaces de implantar patrones de conducta
que ni siquiera se atreven a poner en práctica en su propio
territorio, como lo demuestra el caso, tan trajinado últimamente en
los estrados judiciales, de las torturas ordenadas por la Casa Blanca
168
a los presos de la cárcel de Guantánamo. En el asunto que nos
ocupa, ni siquiera cabría la posibilidad de sindicarlos de estúpidos
por usar sus capitales para hacerle daños a su propia casa, pues el
agredido será un país diferente al que habitan, lo cual les facilita
presionar medidas dañinas, bien sea porque protegen poco el
medio ambiente o porque lo protegen en exceso, dependiendo de si
a los inversionistas les conviene una u otra cosa; según tengan
como negocio, por ejemplo, la minería o la biodiversidad.
Aunque no lo dice por cuanto, como ya se indicó, el TLC cubre
todo lo que de manera expresa no exceptúe, sus normas se le
aplican al agua, los bosques, los páramos, los alimentos y los
mares, así como a toda la vida animal y vegetal, riquezas que serán
tratadas como otros bienes o servicios. Así, por ejemplo, el agua
resulta ser igual al petróleo, los alimentos al carbón, la vida vegetal
a los zapatos y las medicinas a las sillas: vulgares negocios en los
que el interés de los colombianos tendrá que supeditarse a la
insondable codicia de los propietarios de las transnacionales,
incluido, como se sabe, el derecho de privatizarlo todo mediante
venta, arrendamiento o concesión. En contraste, la idea inicial que
surge de la primera lectura del capítulo sobre medio ambiente es
que parece expresarse una debida preocupación por que se respete
y se cuide, pero con el análisis de lo que dice y lo que calla se
concluye que no es más que un estilo calculado para engatusar al
lector.
El capítulo sobre medio ambiente pactado el 22 de noviembre de
2006 empieza con el eufemismo del “desarrollo sostenible” —
concepto que ha servido para justificar cualquier cosa y que no
aparece en la parte de las definiciones del tratado—, aunque deja
169
bien establecido que la política ambiental debe ser compatible
con las prácticas y las orientaciones comerciales y, ahora sí, le
reconoce a cada parte signataria el derecho soberano a establecer
su propia legislación ambiental, legislación que puede ser
cualquiera porque en el tratado no se acuerda absolutamente nada
al respecto. Ante la obvia preocupación de las personas con
concepciones democráticas de que el TLC convierta la normativa
ambiental, rebajándola, en un mecanismo para atraer
inversionistas, aparece un artículo que al tiempo que da la
impresión de que ello no podrá suceder, lo autoriza de manera
expresa, aun cuando lo hace mediante ese lenguaje turbio que se
emplea a todo lo largo del texto. Allí se dice incluso que las partes
pueden asignar recursos destinados a fiscalizar el cumplimiento de
las normas ambientales, pero que ello debe reflejar un “ejercicio
razonable de tal discrecionalidad” y que debe ser una “decisión
adoptada de buena fe”, frases que podrán interpretar los
inversionistas gringos a su antojo. El acuerdo, como gran cosa,
reconoce como “inapropiado” disminuir la legislación ambiental
para conseguir negocios, y dice que cada parte “procurará” no
emplear ese estilo para atraer inversionistas, como si el
“inapropiado” y el “procurará” fueran palabras que obligaran a
algo. Y también se le permite a Estados Unidos, precisamente el
que tiene la capacidad para inducir el deterioro del medio
ambiente, lavarse las manos al establecer que “Ninguna
disposición de este capítulo se interpretará en el sentido de facultar
a las autoridades de una Parte para realizar actividades orientadas a
hacer cumplir la legislación ambiental en el territorio de la otra
Parte”, texto que se mantiene en el protocolo modificatorio.
170
Sobre biodiversidad también aparece ese lenguaje melifluo que
se propone engañar al lector, en este caso trasmitiendo la idea de
que se va a proteger el interés de Colombia, cuando lo que el texto
hace es dejarle las puertas abiertas a la biopiratería, práctica que
consiste en que las transnacionales se apoderan del material
genético de un país y a partir de éste producen y patentan bienes
por los que no le pagan ningún derecho a la nación saqueada.
Como gran cosa, en cuatro apartes de un artículo se recurre a frases
que no implican ningún control ni obligatoriedad, tales como “las
partes
reconocen
la
importancia…”,
“se
mantienen
comprometidas…” y “podrán poner…”. Y también constituye
palabrería lo que se dice con respecto a los derechos de los pueblos
indígenas sobre sus conocimientos tradicionales, pues éstos no
quedan salvaguardados de ninguna manera, pero sí se confunde al
lector con las fórmulas mencionadas. La carta adjunta que al
respecto publica el ministerio de Comercio, con todo y que es
demagógica porque no le otorga ningún poder real a nadie para
defender a los aborígenes ni garantizar el control sobre la
biodiversidad, no aparece firmada por ningún representante de
Estados Unidos y ya se ha dicho que el propio Partido Demócrata
no le otorga a estos instrumentos validez legal en Estados Unidos.
En este capítulo conviene repetir que el TLC le ordena a Colombia
ratificar o adherir a diez acuerdos internacionales, entre los que
están los siguientes relativos a derechos de propiedad intelectual
relacionados con plantas y animales: el Tratado de Budapest sobre
el Reconocimiento Internacional del Depósito de Microorganismos
para los fines del Procedimiento en Materia de Patentes, el Tratado
de Cooperación en Materia de Patentes, el Convenio Internacional
para la Protección de las Obtenciones Vegetales (Convenio UPOV)
171
y el Tratado sobre el Derecho de Patentes. Y no sobra recordar el
artículo que ordena que “una parte que no otorgue protección
mediante patentes a plantas a la fecha de entrada en vigor de este
acuerdo, realizará todos los esfuerzos razonables para permitir
dicha protección mediante patentes”.
Una manera sencilla de entender esta agresión contra Colombia
consiste en tener en cuenta que los derechos sobre la biodiversidad
y los relativos a las comunidades indígenas están protegidos en las
normas andinas 486 y 391 y en el Convenio de Diversidad
Biológica, del cual el país es signatario y Estados Unidos no,
convenio que la Casa Blanca no aceptó siquiera discutir en las
“negociaciones”. Y con respecto a las normas andinas, sobre las
cuales el ministro de Comercio de Colombia ha intentado
confundir a los incautos, sugiriendo que se aplican a los TLC
suscritos con Estados Unidos, hay que decir que ello no es cierto,
porque éstas solo tendrán aplicación “entre los países miembros”,
pero, como es obvio, no de los TLC sino de la CAN. Entonces, la
concepción, reconocida en las normas de la CAN, de que los
recursos genéticos colombianos son inalienables, imprescriptibles
e inembargables no operará frente a Estados Unidos.
En el aparte de medidas disconformes del TLC, donde hubiera
podido aparecer el derecho de Colombia a esgrimirle a Estados
Unidos las normas andinas sobre biopiratería, no se hizo. Pero lo
que sí se estableció fue el minúsculo derecho de que cuando un
estadounidense adelante investigaciones en diversidad biológica en
el territorio de Colombia, deberá involucrar a uno o más
investigadores colombianos, pero advirtiendo que la medida no
significa tener que llegar a acuerdos con dichos investigadores
172
“con respecto a los derechos sobre la investigación o el análisis”.
Con un par de salarios, por lo demás bien pobres, se despachan,
como si fuera tirando una limosna, los de derechos de Colombia.
No es casual, por supuesto, que el TLC no le garantice nada al país
propietario de la biodiversidad, en tanto que sobre la propiedad de
los restantes bienes o servicios sean tan meticulosas las normas que
protegen a sus propietarios. Pues es bien sabido que el inmenso
banco genético colombiano es muy superior al de Estados Unidos
y que, en contraste, la biopiratería la monopolizan las
transnacionales, y en parte principalísima las estadounidenses.
¡Cómo no recordar que la piratería en las Antillas, en los días de
los imperios coloniales, fue legal y respetada mientras le resultó
conveniente a la Corona inglesa!
Para coronar ese estilo demagógico que además oculta verdades
hay un artículo que relaciona el TLC con los acuerdos
internacionales sobre medio ambiente. El artículo, como si ello
fuera útil, “reconoce la importancia” de los tratados, pero si “todos
son parte”, es decir, Colombia y Estados Unidos, fórmula sibilina
como la que más porque no compromete a nada y sí esconde que
Estados Unidos es uno de los países que menos acuerdos sobre
medio ambiente ha firmado en el mundo, como lo muestra que su
negativa a suscribir o ratificar el Acuerdo de Río, el Protocolo de
Kyoto, el Convenio sobre Biodiversidad Biológica, el Protocolo de
Cartagena sobre Bioseguridad y el Convenio de Basilea sobre el
Control de los Movimientos Transfronterizos de Desechos
Peligrosos, negocio que consiste en que los imperios convierten en
basureros de productos tóxicos a los países satélites. En el
Protocolo Modificatorio se establecieron con nombres propios los
173
acuerdos cubiertos por el TLC, acto que confirma que Estados
Unidos solo reconoce unos pocos y relativamente secundarios
acuerdos internacionales sobre medio ambiente80.
En un artículo combinado con un anexo Colombia se compromete
a permitir la importación al país de residuos —incluidos los
peligrosos—, de acuerdo con la Resolución 001 del 2 de enero de
1993, la cual es precisa en estipular que la importación de estos
solo podrá negarse cuando haya “producción nacional registrada
suficiente y competitiva en términos de precios, calidad y
oportunidad de entrega”. ¡Las importaciones de desechos
peligrosos tratadas como si fueran de saldos, imperfectos y
automóviles usados o nuevos de más de dos años de fabricados,
porque a éstos se les aplica la misma resolución!
La experiencia del TLC entre México, Canadá y Estados Unidos
muestra que las demandas por expropiación indirecta han sido
corrientes en reclamos relacionados con el medio ambiente. En
efecto, y para mencionar sólo un caso, Canadá perdió 4.8 millones
de dólares con la empresa estadounidense S.D. Meyers por haber
prohibido una importación de policlorobifenilos (PCB), ¡a pesar de
que dicha prohibición se la autorizaba el Convenio de Basilea81!
Por último, el Protocolo Modificatoria acordado por el gobierno de
Estados Unidos y el Partido Demócrata permite aplicarle al
capítulo de medio ambiente las normas generales de solución de
controversias del TLC y modifica su redacción, pero no el hecho
80 Los siete que quedaron incluidos en el TLC se refieren al comercio de la fauna y la flora silvestres, las
sustancias que agotan la capa de ozono, la contaminación por buques, los humedales de importancia
internacional, los recursos vivos marinos antárticos, la reglamentación de la caza de ballenas y el
establecimiento de una comisión sobre el atún tropical.
81 Public Citizen, “Capítulo 11 del TLCAN y los litigios de inversionistas contra Estados”, octubre de 2005.
174
de fondo de que no queda establecido con claridad meridiana
que el deterioro medioambiental no podrá ser utilizado para
empujar negocios.
Esta conducta del gobierno de Álvaro Uribe no resulta sorpresiva
para ningún conocedor del tema, pues si en algo coinciden los
ambientalistas colombianos es que esta ha sido una administración
desastrosa para la protección del medio ambiente nacional.
175
13. A ABARATAR MÁS EL TRABAJO
Como era de esperarse, y al igual que en el caso del medio
ambiente, el TLC contiene un capítulo de asuntos laborales, pues
¡cómo no cuidarse de que se les achaque despreocupación por la
suerte de los trabajadores! Pero el primer problema que tiene el
Imperio para convencer al respecto es que el Tratado no contiene
el derecho de los trabajadores colombianos de irse a laborar a
Estados Unidos, que debería ser el primer derecho consecuente con
el que se les otorga al capital, a las mercancías y a los
monopolistas de ir y venir, con toda libertad, de Estados Unidos a
Colombia y viceversa. Como en otros temas, Estados Unidos ni
siquiera permitió que este aspecto hiciera parte de las
conversaciones, seguramente porque cualquier ciudadano de ese
país puede venir a Colombia sin que medien visas y,
principalmente, porque ni este ni ninguno de los otros TLC que
tramita la Casa Blanca, ni el Alca en su momento, tienen como
objetivo constituir un continente en el que todos los países
disfruten de niveles de vida relativamente altos y similares. Por el
contrario, la decisión estadounidense de construir un enorme muro
de centenares de kilómetros en la frontera con México para
impedir que los millones de hambreados por el “libre comercio” en
el continente busquen mejor fortuna en Estados Unidos demuestra
que en la América que auspician en una parte se amontonará la
riqueza y en otra la pobreza. En este aspecto sí que no se parecen
en nada estos tratados al que constituyó a la Unión Europea, por lo
menos en su primera etapa, así despistados y manipuladores los
presenten como semejantes.
176
Es evidente que un tratado que reduce a poco la capacidad de
Colombia de generar riqueza, y que arruinará o anquilosará
sectores enteros de la producción industrial y agropecuaria, según
se ha explicado en los capítulos anteriores, no puede interpretarse
como amigable a los trabajadores, dado que ellos serán las
primeras víctimas de los empleos que desaparecerán. Con toda
razón, la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), la
Confederación de Trabajadores de Colombia (CTC) y la
Confederación General del Trabajo (CGT), que agrupan a la casi
totalidad de los trabajadores colombianos sindicalizados, han
sustentado su rechazo al TLC, y no solo por los crímenes de que
han sido víctimas tantos sindicalistas y porque, en la práctica, los
gobiernos, incluido el de Álvaro Uribe Vélez, les hayan arrebatado
sus principales derechos laborales82. Las centrales, cuyas opiniones
no fueron tenidas en cuenta por el gobierno en el trámite del TLC,
han explicado que ese tratado, incluso con las modificaciones del
Protocolo Modificatorio, es contrario al interés nacional de los
colombianos y, en consecuencia, a los intereses de los asalariados.
Con un texto idéntico al ya comentado del capítulo de medio
ambiente, el de asuntos laborales acordado el 22 de noviembre de
2006 también hace demagogia sobre la estabilidad de las normas
para que estas no se empeoren con el objetivo de conseguir
negocios, pero abre todas las posibilidades para que así ocurra.
Aquí aparece, como en aquel, la misma sospechosa redacción que
señala que las partes pueden incrementar sus recursos para
fiscalizar el cumplimiento de la legislación, pero que ello debe
reflejar un “ejercicio razonable de tal discrecionalidad” y que debe
82 Para probar la persecución de que han sido víctimas los trabajadores colombianos baste con saber que los
sindicalizados no llegan al cinco por ciento del total de los asalariados.
177
ser una “decisión adoptada de buena fe”. También utiliza el
alcahuete término “inapropiado” para juzgar el cambio de las
normas y el tramposo “procurará” que ello no suceda, con lo que le
da el pase a cualquier modificación. E igualmente especifica que
ninguna parte queda facultada “para hacer cumplir la legislación
laboral en el territorio de la otra”.
Este intento de manipular al analista, que aparece exacto en los
capítulos de medio ambiente y laboral, destapa un hecho medular e
inevitable de los TLC: el precio de la mano de obra debe disminuir
y los cuidados ambientales empeorar, aun cuando digan lo
contrario. Porque entregadas casi como regalos las materias primas
mineras a los extranjeros, en razón de las pequeñas regalías,
traspasada la propiedad pública a menos precio a las trasnacionales
y tomada la decisión de reducirles a poco o a nada sus impuestos,
¿con qué otra cosa van a competir entre sí estos países para atraer a
los inversionistas de Estados Unidos que se supone van a
reemplazar la capacidad nacional de generar ahorro que destruye el
“libre comercio”? ¿Y no muestra la experiencia nacional e
internacional que uno de los fundamentos del “libre comercio” es
el empeoramiento de las condiciones laborales, situación a la que
se ha llegado mediante modificaciones legales y el
desconocimiento práctico de las garantías sindicales establecidas
en las leyes?
Al final del capítulo se precisa que cuando se habla de salarios
mínimos no se refiere a que deben mantenerse los actuales, sino al
“nivel del salario mínimo general establecido” por cada país, nivel
que cada uno podrá poner donde le plazca. Y ya hay documentos
del Banco Mundial, avalados por el gobierno de Colombia, que
178
señalan que el salario mínimo colombiano debe reducirse más,
como una manera de “adecuar” el país al “libre comercio” 83. ¿No
se despidió el ex director de Planeación Nacional, quien a última
hora canceló irse a trabajar al BID, con declaraciones en las que
propuso un salario mínimo inferior al actual y que el rural fuera
menor que el urbano? Bien sea porque se violen las leyes o porque
se modifiquen, si el TLC entra en vigencia caerán los salarios y los
demás derechos laborales de los colombianos, salvo que una lucha
social de enormes proporciones lo impida, pues de ese
envilecimiento, hay que reiterarlo, depende la capacidad para
exportar o para defenderse de las importaciones y para atraer el
capital extranjero.
Según lo han explicado las propias organizaciones sindicales
colombianas, el Protocolo Modificatorio no cambia la esencia del
Tratado y ni siquiera modifica de fondo el capítulo de asuntos
laborales. Como gran cosa, un nuevo artículo señala que “las partes
reafirman sus obligaciones como miembros de la Organización
Internacional del Trabajo (OIT), declaración que si bien no
resuelve el problema de los trabadores y el “libre comercio” sí
retrata de cuerpo entero la naturaleza en extremo retardataria de los
gobiernos de Álvaro Uribe y George Bush, que apenas aceptaron
resaltar el punto por las presiones del Partido Demócrata. Porque
aunque es importante que el principio se ratifique y se mencionen
de manera explícita los derechos a la libertad de asociación y a la
83 Banco Mundial, “Ajustes al mercado laboral en Colombia, reforma y productividad” (“Colombia Labor
Market Adjustment, Reform and Productivity”), noviembre de 2005. En la elaboración del documento
participaron varios funcionarios y ex funcionarios del gobierno nacional: Mauricio Santamaría subdirector de
Planeación Nacional, Alberto Carrasquilla (ministro de Hacienda), José Leibovich (ex funcionario del DNP),
Hugo López Castaño (DNP, director de la Misión de Lucha contra la Pobreza), Ramiro Guerrero (viceministro
técnico del Ministerio de la [Des] Protección Social), Alejandro Gaviria(ex subdirector de Planeación Nacional)
y Juan Carlos Echeverri (ex director de Planeación Nacional).
179
negociación colectiva, lo cierto es que la propia experiencia
colombiana y estadounidense confirma que, en los hechos, esos
derechos son reyes de burlas tanto en Colombia como en Estados
Unidos, donde los trabajadores sindicalizados rondan por el ínfimo
cinco por ciento. Y en el texto no hay nada que diga que esos
derechos sí tendrán que cumplirse.
Bastante ruido se ha hecho con las modificaciones que
supuestamente el TLC exige sobre las Cooperativas de Trabajo
Asociado colombianas, engendros fríamente concebidos para
impedir que los trabajadores puedan organizarse en sindicatos,
firmar convenciones colectivas e irse a la huelga si así los obliga la
intransigencia patronal. Y a la postre, ¿qué ocurrió? Que el
uribismo aprobó en el Congreso una ley que no modifica la
naturaleza de dichas cooperativas, pero que si ha presentado como
gran cosa, de manera que aquí y allá haya quienes se engañen o
engañen con esta otra astucia tan propia del bien llamado por los
trabajadores ministerio de la Desprotección Social.
La puerta que sí quedó abierta mediante el protocolo modificatoria
es la conduce a que los asuntos laborales puedan convertirse en
medidas proteccionistas, por ejemplo y como ya se mencionó, en el
capítulo de compras públicas. Y se cae de su peso que esa
posibilidad será más probable de usar por parte de Estados Unidos
que por Colombia.
¿No se pone contra su patria un Presidente de la República que
pacta un acuerdo con una potencia extranjera que impone, en la
práctica y como tendencia inexorable, competir a escala global con
el deterioro del medio ambiente y los bajos costos de la mano de
obra de los colombianos?
180
De otra parte y como ya se mencionó, el TLC no modificó la
indigna relación que le permite a cualquier estadounidense entrar a
Colombia con solo lucir el pasaporte, mientras que obliga a los
colombianos del común a colarse por “el hueco” a ese país, ante la
imposibilidad de cumplir con las cada vez más difíciles
condiciones que Estados Unidos les impone a los latinoamericanos
que desean viajar allí, incluso cuando van de turistas. Además, solo
por excepción puede un colombiano obtener una visa de trabajo
para laborar en el territorio del Imperio, derecho que se otorga si
así lo requiere el interés estadounidense. Y la condición se hace
más rígida cuando quien desea migrar sueña con trabajar en la
profesión en la que hizo estudios universitarios, porque aun cuando
consiga la visa puede no lograr la homologación de su título ni la
licencia para trabajar en esa profesión en Estados Unidos, licencia
que tiene la dificultad adicional de que hay que tramitarla estado
por estado.
Aun cuando sobre las posibilidades de los profesionales
colombianos que quieran vivir y ejercer en Estados Unidos los
neoliberales han creado ilusiones con el TLC, lo cierto es que allí
nada se estableció al respecto. El tema se trató en el capítulo once,
pero como “Comercio transfronterizo de servicios”, el cual, para
este caso, define los servicios profesionales como aquellos que
desarrollan personas que tienen títulos de nivel universitario y
cuyo ejercicio profesional exige de alguna autorización legal
(matrículas, licencias, etc.). Y lo transfronterizo significa que la
profesión se ejerce en el territorio de una parte y el servicio se
181
presta en el de la otra, como sucede, por ejemplo, con un plano
arquitectónico que se realiza en Estados Unidos para una
construcción en Colombia o viceversa.
En el capítulo se definió que los servicios transfronterizos podrán
prestarse con la misma condición del llamado trato nacional, es
decir, en igualdad de condiciones en Colombia y en Estados
Unidos para los ciudadanos de ambas partes, pero no se estableció
nada para el reconocimiento de los títulos y las licencias, lo que
significa que no quedó aprobada la prestación de dichos servicios.
A lo más que se llegó fue a pactar que se creará una comisión que
estudiará los casos de la ingeniería y la arquitectura (no se
mencionan otros) y como un asunto de las “licencias temporales”
—hasta por tres años y pueden ser o no renovables—, pero sin que
se obligue a llegar a acuerdos en ningún plazo, luego podrá o no
podrá darse este comercio transfronterizo, dependiendo de lo que
decida después, y como lo decida, Washington. Porque una vez
Colombia se sometió a todos sus designios, ¿con qué fuerza podrá
exigir que el asunto se resuelva a su favor?
Y es de advertir que si se llega a algún acuerdo sobre servicios
profesionales transfronterizos, se caería también en la figura de los
derechos iguales para las fuerzas desiguales, lo que podría
significar más pérdidas que ganancias para los colombianos.
182
14. CULTURA, PERO LA DE LOS GLOBALIZADORES
Como en parte sucede con el medio ambiente, el mayor efecto que
el TLC le hace a la cultura nacional es lesionarle su base
económica, lo que debilita las posibilidades de la Nación para
elevar el nivel cultural al disminuirle su capacidad para proveer y
consumir las diversas manifestaciones de la cultura, mediante la
vinculación, y en las mejores condiciones, de muchos
colombianos. ¿Cuántos literatos y pianistas puede haber en un
país? ello depende, en primer término y aunque no sea la única
explicación, del número de habitantes que puedan comprar libros,
periódicos y revistas y de la cantidad de pianos que pueda pagarse
la sociedad. Así, como es obvio, con cada manifestación de la
cultura, incluidas, y seguramente con mayor razón, sus expresiones
populares. Además, como las condiciones económicas nacionales
también condicionan el gasto del Estado en respaldo a la cultura,
este también tiene como base lo que suceda en la economía de la
sociedad. Y si las concepciones ideológicas, como ocurre con las
neoliberales, pugnan por dejar que todo lo provean las fuerzas del
mercado, pues tanto peor, porque ello sirve de pretexto para rebajar
el apoyo oficial a este sector.
Son evidentes las pérdidas de Colombia en el TLC en relación con
el cine y la televisión, pues si bien quedaron algunas excepciones
que los diferencian del resto de los servicios, de todas maneras el
Imperio avanzó en desprotegerlos, ¡precisamente frente al inmenso
poder que en este renglón tienen sus empresas tanto dentro como
fuera de Estados Unidos! Los magnates de ese país podrán poseer
el cuarenta por ciento de las sociedades concesionarias de la
183
televisión abierta y el cien por ciento de la televisión por cable,
la cual, como se sabe, será cada vez más importante. Además, a
partir de 2010, se reducirá al 30 por ciento —desde el 70 y el 50
por ciento— la producción nacional que tendrá que pasarse por la
televisión abierta entre semana, y no podrá aumentarse del
cincuenta por ciento dicha participación en los días sábados,
domingos y festivos. Y con respecto al cine nacional, no podrá
imponerse más de un 15 por ciento en salas y de un 10 por ciento
en la televisión abierta. A quienes pueda parecerles que estos
porcentajes son suficientes para proteger el interés nacional, en
razón de la actual debilidad de estos sectores, hay que recordarles
que el TLC se diseñó para durar a perpetuidad y sin posibilidades
de modificarse sin permiso de Estados Unidos.
De otra parte, los directores y gerentes de los periódicos
colombianos tendrán que ser nacionales de Colombia, pero los de
los noticieros de radio y televisión, no. Como es notorio por la
limitación que se impone en la prensa escrita, resalta lo que
significa entregarles a ciudadanos extranjeros, cuyos intereses por
regla general son diferentes a los de los colombianos, la
posibilidad de orientar la información en radio y televisión,
convertidos cada vez más en poderosos instrumentos de la más
descarada manipulación de las gentes.
Aparece una reserva de protección para la marca Artesanías de
Colombia, algo sobre derechos de comunidades locales en relación
con su patrimonio cultural inmaterial, siempre que no se contradiga
con las normas de propiedad intelectual, y una medida disconforme
sobre las relaciones culturales con otros países diferentes de
Estados Unidos. A este respecto, la medida disconforme sobre
184
“Industrias y actividades culturales” en relación con “Inversión y
comercio transfronterizo de servicios”, exceptúa de la aplicación
del Tratado cuatro artículos de trato nacional y nación más
favorecida, en el sentido que Colombia podrá darle un trato
especial a las “industrias y actividades culturales” de otros países
diferentes de Estados Unidos, pero “en materia de cooperación o
coproducción cultural”.
En ese mismo aparte se señala que las normas de trato nacional y
Nación más favorecida del capítulo de inversiones, al igual que el
de comercio transfronterizo de servicios, “no aplican a los ‘apoyos
del gobierno’ para la promoción de las industrias o las actividades
culturales”, cláusula que puede quedar en letra muerta si se
consolidan las concepciones del “libre comercio” en Colombia.
Si algo es manifiesto del proceso de la globalización neoliberal, es
que ella no pugna por constituir una cultura universal con los
mejores aportes de todas las naciones, sobre la base de permitirles
a estas desarrollarse de la mejor manera, sino que pretende
convertir en la cultura del globo las manifestaciones culturales de
los globalizadores, incluidas aquellas expresiones que no pasan de
ser la basura con que las trasnacionales del entretenimiento alienan
multitudes. Y aunque a la secta neoliberal le debe parecer absurdo
defender que la nación colombiana pueda, al mismo tiempo,
nutrirse de lo mejor de la cultura universal y aportarle a esta con
amplitud y excelencia, en este aspecto también entra en
contradicción Álvaro Uribe con la ley al suscribir el TLC, pues la
cultura propia constituye otro pilar de la soberanía y la
independencia de Colombia, y estas son, a su vez, soportes de su
progreso cultural.
185
15. LA LEGALIDAD LOS MATA
El título de este capítulo recuerda la frase de Odilon Barrot, quien,
en el gobierno de Luis Bonaparte, en el siglo XIX, en Francia,
exclamó: “La legalidad nos mata”. Hacía referencia, de esta
manera, a las leyes vigentes que no les eran útiles a sus propósitos
absolutistas, aun cuando hubieran sido elaboradas por ellos
mismos, por lo que apremiaba a pasárselas por la faja, tal como ha
venido ocurriendo en Colombia, donde los neoliberales pusieron
como norma la ausencia de normas, según la aguda observación de
Francisco Mosquera. Algo parecido le ocurre al uribismo con el
TLC y la Constitución Política de Colombia. Porque si bien en ella
quedó establecido el norte del “libre comercio” que habría de
aplicarse hacia adelante —con determinaciones muy precisas, por
ejemplo, a favor de los derechos de propiedad intelectual de las
trasnacionales y de la privatización del sector público de la
economía—, también contiene un conjunto de derechos y criterios
que pisotea el Tratado.
Aunque cada quien, con sus análisis sobre el TLC y la
Constitución, podrá establecer los artículos vulnerados, los
siguientes casos constituyen un listado, que no agota el tema, de
contradicciones antagónicas entre lo que estatuye la ley
fundamental y lo que quiere imponer la Casa Blanca, con la
obsecuencia de Álvaro Uribe Vélez.
Lo primero es reiterar que el Tribunal Administrativo de
Cundinamarca, en fallo histórico en respuesta a una acción popular
en defensa de los derechos colectivos de los ciudadanos violados
186
por el TLC, le ordenó al Presidente de la República, como
medida cautelar, “abstenerse de la suscripción parcial o total, y/o la
refrendación de acuerdo alguno que resulte lesivo de los derechos
colectivos antes enunciados o de cualquiera otro que surja de
conexidad con los mismos”, entre los que destacó los relativos a la
salud, el aprovechamiento de los recursos naturales, los derechos
de los campesinos y las comunidades indígenas y el de la
seguridad alimentaria, consagrados en los literales c), f), i) y n) del
artículo 4º de la ley 472 de 1998, así como en los artículos 8, 49,
65, 70, 71, 72, 78, 79 y 80 de la Constitución Política.
El Tribunal explicó:
“se considerarán dañinas para los derechos colectivos las cláusulas
del Tratado en discusión que impongan obligaciones a Colombia en
los aspectos anteriormente enunciados en la parte motiva de la
presente providencia y son entre otros los siguientes: Permitir el
aumento del plazo de duración de las patentes a productos
farmacéuticos de empresas extranjeras, patentamiento de segundos
usos y cambios menores sobre productos farmacéuticos ya
patentados, así como la extensión del tiempo de protección a los
datos de prueba presentados para la aprobación de una patente por
fuera de las normas de la Decisión 486 de la Comunidad Andina de
Naciones, CAN. Permitir el patentamiento de seres vivos, animales o
plantas, del patrimonio natural de la Nación colombiana. Aceptar el
ingreso de productos agrícolas subsidiados por el fisco de los Estados
Unidos, bajo el sistema de cupos que excedan la capacidad de la
producción nacional, condición que a modo de compensación a las
empresas nacionales afectadas por las pérdidas económicas
consiguientes, conduzca a proponer ante el Congreso de Colombia, el
establecimiento de medidas con cargo al Presupuesto Nacional, que
impliquen en consecuencia, creación de gasto público. O permitir la
187
entrada de productos bajo régimen de tarifa cero por aranceles y
demás tributos a las importaciones, sin la idéntica reciprocidad para
los productos colombianos de exportación. Aceptar la importación al
país de máquinas o partes de máquinas remanufacturadas. Aceptar la
introducción al país de ropa o cualesquiera clase de bienes usados o
considerados de desecho por la industria de los Estados Unidos”.
El hecho de que luego el Consejo de Estado –en fallo tan mal
sustentado que nuevamente puso en duda su independencia del
Ejecutivo y disminuyó su ya escasa credibilidad entre los
colombianos–, declarara la nulidad de lo actuado por el Tribunal
Administrativo de Cundinamarca, no le quita importancia a las
decisiones de este, porque el Consejo decidió argumentando
cuestiones de competencia legal, al decir que el Tribunal no podía
condicionarle al Presidente de la República el trámite del TLC.
El primer artículo de la Constitución que viola el TLC es el 226 del
capítulo llamado “De las relaciones internacionales”, pues este
establece que la “internacionalización de las relaciones políticas,
económicas, sociales y ecológicas” de Colombia debe darse “sobre
bases de equidad, reciprocidad y conveniencia nacional”,
principios que por lo que se ha visto son abiertamente vulnerados
por el Tratado. Además, el artículo 277 dice que la integración de
Colombia debe ser, “especialmente, con los países de América
Latina y el Caribe (…) inclusive, para conformar una comunidad
latinoamericana de naciones”. Y ya se vio cómo el TLC desquició
la Comunidad Andina y tiene como uno de sus propósitos ir
enlazando el continente, pero en función de la estrategia de
Estados Unidos de impedirles a las naciones que se unan en
cualquier acuerdo que les cimiente su independencia del Imperio.
188
El preámbulo de la Constitución empieza diciendo que “El
pueblo de Colombia, en ejercicio de su poder soberano (…)
decreta, sanciona y promulga la siguiente Constitución”. ¿Habrá
alguien informado que crea que el TLC tiene origen en el ejercicio
del poder soberano del pueblo de Colombia? En el capítulo “De los
principios fundamentales” el Tratado atropella, entre otros, los
artículos 1, 2, 3, 5, 7 y 8, que hablan de “la prevalencia del interés
general” y que ponen entre los “fines esenciales del Estado: servir
a la comunidad, promover la prosperidad general”, “defender la
independencia nacional” y “proteger a todas las personas
residentes en Colombia” en sus “bienes”, al igual que concluyen
que “la soberanía reside exclusivamente en el pueblo”. También
dicen que el Estado debe proteger “la diversidad étnica y cultural
de la nación” y sus riquezas naturales. Y el atropello que el TLC le
hace al artículo 9 es manifiesto, pues este establece que “las
relaciones exteriores del Estado colombiano se fundamentan en la
soberanía nacional” y “en el respeto a la autodeterminación de los
pueblos”, al igual que insiste en que “la política exterior de
Colombia se orientará hacia la integración latinoamericana y del
Caribe”.
El TLC se contradice también con el derecho fundamental
consagrado en el artículo 11, que determina que “El derecho a la
vida es inviolable”, porque amplía y alarga en el tiempo el
monopolio de los medicamentos y aumenta sus precios, causando
más enfermedad y más muerte. Y también pugna con el 13 que
ordena: “El Estado promoverá las condiciones para que la igualdad
sea real y efectiva y adoptará medidas a favor de grupos
discriminados o marginados”. ¿No concentra, y con descaro, el
TLC la riqueza en manos de los monopolistas, discriminando y
189
marginando más a los que no lo son? ¿No se sabe que el TLC
dirige uno de sus filos contra la producción agropecuaria y que es
en las zonas rurales donde hay mayor pobreza, afectando, en
especial, a campesinos, jornaleros, indígenas y afrodecendientes?
¿Y por qué no se le aplicó al TLC la parte de este artículo de la
Carta que indica que la “igualdad sea real y efectiva”?
Vulnera también el TLC el derecho fundamental al trabajo,
consagrado en el artículo 25, pues allí se dice que este gozará, “en
todas sus modalidades, de la especial protección del Estado”, y
dicha protección resulta vana si no se protege el agro y la industria.
Y lo mismo sucede con el artículo 44, que habla de los derechos
fundamentales de los niños a la vida, la integridad física, la salud.
¿O insistirá el uribismo en que quiere mucho a los niños, mientras
suscribe un Tratado que les arrebata a los padres sus trabajos o les
deteriora las condiciones de contratación?
Incluso lo acordado en el TLC atenta contra el artículo 60 de la
Constitución, que dice que el Estado “promoverá (…) el acceso a
la propiedad”, porque es obvio que el fomento de la propiedad de
los monopolios solo puede hacerse en detrimento de las demás
propiedades. Además, la violación del artículo 65 es manifiesta,
pues este señala que “La producción de alimentos gozará de la
especial protección del Estado”, caso en el que no debe perderse de
vista que lo que se ordena proteger es “la producción”, por lo que
ni siquiera cabe la demagogia de argüir que la comida que se
importará será “más barata” o la astucia de tirarles alguna
indemnización a los productores lesionados. Y también sufren los
artículos 70 y 71, que hablan de proteger y fomentar la cultura y la
ciencia nacionales.
190
En el artículo 50, “De las leyes” que puede aprobar el Congreso, se
le otorga la potestad de modificar los aranceles, regular el
comercio exterior, las actividades financieras, bursátil y
aseguradora y el régimen de patentes, entre otras funciones que le
arrebata el TLC. Y allí se estatuye que está entre los derechos de la
Cámara y el Senado “aprobar o improbar tratados que el gobierno
celebre con otros Estados”, con lo que, en consecuencia, “podrá el
Estado (…) transferir parcialmente determinadas atribuciones”.
Pero, y este pero no logra superarlo ni de lejos el TLC, dichos
tratados tienen que ser “sobre bases de equidad, reciprocidad y
conveniencia nacional”, fundamentos que no hay forma que logre
cumplir el de “libre comercio”.
El Tratado, además, se opone al artículo 334, que establece que
“La dirección general de la economía estará a cargo del Estado”
colombiano, porque es obvio que esa función se le transfiere a
Washington y al capital trasnacional estadounidense. Y también se
contradice con el 339 que indica que “Habrá un Plan Nacional de
Desarrollo”, en el que “se señalarán los objetivos y propósitos
nacionales de largo plazo”, pues no puede negarse que ellos
quedarán dependiendo de los intereses norteamericanos y sujetos al
vaivén de sus determinaciones económicas, como corresponde con
el hecho indiscutible de que el TLC anexa la economía de
Colombia a la de Estados Unidos.
Incluso, y a pesar de que el Banco de la República representa,
seguramente por excelencia, el neoliberalismo que se expresa en la
Constitución de 1991, el TLC viola el artículo 371 que le otorga a
este entre sus “funciones básicas (…) regular la moneda, los
191
cambios internacionales y el crédito”, pues, como se vio, en la
práctica esas funciones no podrán regularse dadas las gabelas que
el Tratado establece en beneficio de los especuladores financieros
de Estados Unidos. E igual ocurre, y por las mismas razones, con
el artículo 373, que señala que “El Estado, por intermedio del
Banco de la República, velará por el mantenimiento de la
capacidad adquisitiva de la moneda”.
La inconstitucionalidad de la figura monstruosa de la expropiación
indirecta, la cual busca abrirles las puertas a abusos sin fin de los
inversionistas estadounidenses, se presenta porque ella no existe en
la Constitución Política de Colombia y porque genera tantas
amenazas que, en la práctica, es capaz de paralizar la acción del
Estado colombiano. Y el mismo comentario, con el agravante de su
absurda imprecisión, puede decirse de convertir en norma legal
colombiana lo que el TLC llama el “derecho internacional
consuetudinario”.
Es inconstitucional que el territorio nacional se defina en el TLC
con un texto diferente del que reza en el artículo 101 de la
Constitución, texto en el cual desaparecen elementos constitutivos
del territorio de la nación colombiana. Y no se les consultó a las
comunidades indígenas y afrodecendientes sobre la conveniencia o
no de la ley que aprueba el tratado, aun cuando es evidente que las
afecta y que dicha consulta es obligatoria en cumplimiento del
convenio 169 de la OIT sucrito por Colombia.
Razones más, por si faltaran, para condenar la actitud contumaz de
Álvaro Uribe de firmar un Tratado en flagrante y delictuosa
violación de varios de los artículos medulares de la Constitución
192
Política de Colombia. De esta manera, solo recurriendo a una
gran ironía se puede proclamar la cabal existencia del Estado de
Derecho que se supone habilita a Colombia como país
democrático. Y solo sumándole a la ironía el cinismo, puede
atribuírsele a dicho Estado un carácter “social” que, por más que se
mencione, es la gran negación que precisamente remata el TLC.
Procuraduría y Corte Constitucional
En el Concepto Nº 4509 (de marzo de 2008) sobre la
constitucionalidad del TLC entre Estados Unidos y Colombia, el
Procurador General de la Nación, Edgardo José Maya Villazón, le
solicitó a la Corte Constitucional declarar inexequibles todo el
capítulo de telecomunicaciones y un párrafo del capítulo de medio
ambiente. También pidió su aprobación, “salvo los asuntos
concretos referidos en la parte motiva, los cuales se consideran
exequibles (pero) bajo el entendido que deben interpretarse y
aplicarse en el marco constitucional correctivo analizado en cada
uno de los mismos”. Y efectúa siete glosas más referidas al
territorio nacional, medidas sanitarias y fitosanitarias, asuntos
laborales, propiedad intelectual, medio ambiente y seguridad
nacional, en las que insiste en que pueden aceptarse, pero “bajo el
entendido que…”. Un ejemplo ilustra este punto: según el
Procurador, “Para Colombia”, la “definición de territorio es la
comprendida en el artículo 101 de la Constitución Nacional” y no
la suscrita por los “negociadores” en el TLC.
El problema con esta fórmula que parece proteger a Colombia es
que no lo hace. Primero, porque la Corte Constitucional no acogió
el concepto del Procurador y, como se verá, considera
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absolutamente perfecto absolutamente todo el Tratado, en cuanto
a los derechos constitucionales de los colombianos. Y segundo,
porque la idea de condicionar la interpretación del texto mediante
una nota, cosa que es posible y que en la jerga diplomática se
conoce con el nombre de “declaraciones interpretativas” que se
aprueban anexas al texto convenido, fue desde siempre rechazada
por el gobierno de Álvaro Uribe y sus mayorías en el Congreso, en
otro sometimiento a la voluntad de la Casa Blanca. Así ocurrió con
varias “declaraciones interpretativas” que se presentaron
formalmente en el Senado colombiano para que se incluyeran en el
cuerpo del TLC y que recibieron el consabido pupitrazo en contra.
En la parte analítica de su concepto el Procurador plantea “serias
dudas de inconstitucionalidad” sobre el hecho de que el TLC se
aplica en toda Colombia, mientras que, dado el carácter de Estado
federal de Estados Unidos, mucho de lo que allí se define no es de
obligatorio cumplimiento en cada uno de los estados
norteamericanos. “Esto significa –explica– que en Estados Unidos,
el trato nacional a las mercancías que se exportan desde Colombia
lo define cada Estado, con la inseguridad jurídica que ello conlleva
para nuestros exportadores, porque cada Estado puede definir lo
que quiera al respecto y lo cambia cada vez que desee según sus
intereses”. Y ya se sabe que la crisis que azota al mundo producirá
indefectiblemente proteccionismo, como al empezar el 2009 los
recordó el propio Congreso estadounidense.
El Procurador también llama la atención acerca de los grandes
riesgos que implica que en el TLC se hubiera definido el territorio
de Colombia con menos elementos que con los que aparece en la
Constitución, dejando por fuera, entre otros, partes tan importantes
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como el subsuelo, el mar territorial, la órbita geoestacionaria y el
espacio electromagnético. Y propone la misma aprobación
“condicionada” que, como ya se explicó, no resuelve el grave
problema de que en el Tratado el territorio nacional colombiano es
mucho menos que en la Constitución.
Sobre las excepciones del Tratado en materia de seguridad esencial
–en casos de guerra internacional o conflicto armado interno–, el
Procurador denuncia el grave riesgo que se deriva de una de sus
normas: “se trata de una cláusula tan general, abierta y de
aplicación unilateral (por Estados Unidos) que su interpretación
pudiera dar hasta para permitir la práctica de acciones militares
sobre nuestro país de manera “legal” y sin control alguno”. Y en el
concepto se deja expresa constancia de que el TLC va bastante más
allá del artículo XXI del Gatt de 1994 que también trata de
negocios y seguridad. Cómo llama la atención que para ciertos
efectos el TLC incorpore normas que existen –también sobre
asuntos sanitarios y fitosanitarios, por ejemplo–, pero que en otras,
como en este caso o en el de la definición del territorio de
Colombia, se requiera de redacciones especiales para darle más
ventajas a Estados Unidos.
Según el Procurador, en materia de negocios agropecuarios el TLC
es constitucional, “con excepción de lo relacionado con la
eliminación de los subsidios a la exportación agrícola”. Además
dice “va contra los principios de igualdad, equidad, reciprocidad y
conveniencia (…) porque no se eliminan los subsidios a la
producción agrícola, y es un hecho notorio que Estados Unidos
subsidia a su producción agrícola”. No cayó, entonces, el jefe del
Ministerio Público en la trampa tendida por los ministros Botero y
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Arias, quienes afirmaron que el Tratado eliminaba los subsidios
norteamericanos porque allí se decidió eliminar solo una parte. Y
también exceptúa de la constitucionalidad la cláusula que busca el
desmonte de las empresas comercializadoras estatales de productos
agrícolas, porque agrava las “asimetrías” entre Estados Unidos y
Colombia.
El concepto también afirma que “lo acordado en asuntos MSF
(medidas sanitarias y fitosanitarias) resulta asimétrico y, por tanto,
contrario a los principios de igualdad equidad y conveniencia
nacional, debido a que, en la práctica, las reglas de juego para la
implementación de las medidas sanitarias y fitosanitarias las
impondrá unilateralmente los Estados Unidos con los riesgos
derivados de la posición dominante que se pudieran presentar en
un momento dado”. Otro que desenmascara las falacias oficiales al
respecto.
En relación con los bienes de uso público, que son inalienables,
imprescriptibles e inembargables, por lo que “no resulta
procedente la trasmisión de su propiedad ni el control público que
se tiene sobre los mismos” (vías, carreteras, aeropuertos, puertos,
parques naturales, etc.), el Procurador afirma que la redacción del
contrato de concesión que aparece en el TLC “resultaría contraria a
los intereses generales de Colombia”.
Sobre el capítulo de inversiones, Maya Villazón dice que se ajusta
al orden constitucional, pero advierte que “tiene serios
cuestionamientos sobre el pacto de transferencias”, por cuanto,
entre otras cosas, “compromete la soberanía de nuestro Estado en
lo relacionado con las funciones de la banca central, especialmente
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para la administración de las reservas internacionales y la
regulación de los cambios internacionales”. Denuncia el enorme
riego que significa la libertad de ir o venir que se le otorga al
capital norteamericano, incluso en el caso de una corrida financiera
y “aun al extremo de tener que asumir endeudamiento externo”
para ofrecerles las divisas necesarias a los inversionistas
norteamericanos o para tener que indemnizarlos si se les restringe
el ingreso o egreso de sus dineros. Sobre la prohibición de
imponerles requisitos de desempeño a los inversores gringos, el
concepto afirma que “va contra el papel de Estado colombiano de
intervenir en la economía con el fin de conseguir el mejoramiento
de la calidad de vida de los habitantes”. Y llama fuertemente la
atención acerca de la inmensa amenaza que le significa a Colombia
que el TLC les otorgue a los estadounidenses el derecho de
exportar en especie las utilidades de sus negocios en Colombia,
“sin haberse establecido la posibilidad de imponer límites a las
mismas” por consideraciones de interés general. Así, el día de
mañana el país podría quedarse sin una parte importante de sus
necesidades de alimentos o energía eléctrica, porque esos bienes se
exportarán, para transferir ganancias en especie hacia Estados
Unidos.
Sobre el capítulo de comercio transfronterizo de servicios dice que
“resulta fácticamente asimétrica la medida y, por tanto, contraria a
la igualdad y la equidad, porque Estados Unidos no tiene ningún
tipo de dependencia de Colombia en relación con los insumos para
el suministro de servicios”. Otro ejemplo de cómo un tratado que
consagra derechos iguales a naciones enormemente desiguales
convierte en una burla la igualdad y condena a la parte débil a un
trato que es por definición desigual.
197
Como ya se mencionó, el concepto del Procurador pide la
inconstitucionalidad de todo el capítulo de telecomunicaciones.
Entre sus argumento aparecen que además de violarse la igualdad y
la reciprocidad, “va contra el derecho de propiedad y de libre
competencia –¡de libre competencia!–, “porque las normas están
diseñadas para que las empresas de telecomunicaciones de los
Estados Unidos monten sus empresas utilizando la propiedad de
las empresas colombianas sin limitación alguna y sin tener que
competir para acceder al mercado”.
El capítulo de propiedad intelectual, dice el Procurador con
agudeza: “convertiría a Colombia en policía administrativo de los
derechos de los propietarios norteamericanos, teniendo en cuenta
la dependencia de nuestro país en materia de consumo de
conocimientos en todas sus manifestaciones (teóricos y
aplicados)”.
El Procurador, por último, señala que el Tratado “no dice nada en
relación con los recursos genéticos”, a pesar de que la Constitución
señala que el país debe regular su ingreso y salida del país, “de
acuerdo con el interés nacional”. Y en los asuntos laborales da su
aprobación, pero “bajo el entendido” de que el Estado colombiano
debe garantizar los derechos individuales y colectivos de los
trabajadores, cosa que ni siquiera hizo cuando el uribismo aprobó
la nueva ley sobre cooperativas de trabajo asociado, y eso que esa
ley es era una condición de Washington con el supuesto propósito
de hacer menos oneroso el Tratado para los trabajadores
colombianos.
198
Vistas las cosas hasta aquí, llama la atención que la Corte
Constitucional, con la excepción del magistrado Álvaro Araujo,
quien salvó su voto, hubiera encontrado ajustado a la Constitución
absolutamente todas las cláusulas de un tratado que es igual a
todos los que impone Estados Unidos en América Latina, que tiene
1.531 páginas y al cual, además, no se le puso ninguna declaración
interpretativa que protegiera parcialmente a Colombia aun cuando
fuera de esa manera.
Unos pocos comentarios sobre algunos aspectos del fallo de la
Corte servirán de ejemplo para mostrar la debilidad argumental de
su decisión, cómo no protegió el interés nacional de Colombia y
permitió que se vulnerara aún más la soberanía nacional.
Con respecto al impacto del TLC en los derechos fundamentales y
no fundamentales de los colombianos, la Corte evade sus
responsabilidades con el deleznable argumento de que a ella no le
corresponde opinar sobre la conveniencia del acuerdo, pero en la
práctica acoge el punto de vista del gobierno de que sí es
conveniente para el país y deja al garete la real protección de
dichos derechos. ¿Cómo así que no compromete su opinión sobre
el impacto del TLC en el empleo y los salarios de los colombianos,
la seguridad alimentaria y sobre precio de los medicamentos, para
mencionar solo tres aspectos?
Más impresionante aún es que a la Corte Constitucional le parezca
un asunto menor que el territorio nacional se defina con menos
elementos en el TLC que en la Constitución Política de Colombia,
el instrumento que se supone debe defender. Ni siquiera se
pregunta por qué Estados Unidos impuso un texto que reduce en
199
grandes proporciones el territorio del país. ¿Con qué objetivo?
¿Para qué? Como si fuera gran cosa, la Corte afirma que el texto
“no indica que Colombia esté cediendo soberanía sobre alguna
parte de su territorio, pues se insiste, el significado de conformidad
con el Anexo 1.3., se predica de manera clara y concreta ‘para
efectos de este Acuerdo’”. Como si no fuera evidente que, “para
los efectos de este acuerdo”, no son de Colombia el subsuelo, el
mar territorial, la zona económica exclusiva, el segmento de la
órbita geoestacionaria y el espectro electromagnético, omisión que
abre la puerta para que de hecho o en cualquier corte internacional
Washington ponga en duda los derechos de Colombia sobre esos
territorios, con el propósito de proceder sobre ellos incluso en
peores condiciones que las definidas en el TLC.
Aunque suene como un infundio, lo cierto es que la Corte
Constitucional fue capaz de decir en su sentencia que “las normas
convenidas en materia de comercio agrícola no desconocen el
deber de seguridad alimentaria que corresponde al Estado
colombiano”, seguridad que por ser “una garantía consagrada en el
Art. 65 de la Constitución, no puede ser desatendida por el Estado
colombiano”. Esto, a pesar de que, como se ha visto, es evidente
que los subsidios agropecuarios norteamericanos violan el artículo
mencionado de la Constitución, que a la letra dice: “La producción
de alimentos gozará de la especial protección del Estado”. Y la
manera como la Corte desconoce la pérdida de la seguridad o la
soberanía alimentaria de Colombia y la violación de la
Constitución no puede ser más insostenible: dar como ciertas y
hacer suyas afirmaciones mentirosas del gobierno sobre la
eliminación de los subsidios, mentiras que se explican con detalle
en este libro y que los magistrados no pueden argüir que no
conocieron, porque el autor de este texto se las explicó en la
argumentación suya que recoge la propia sentencia de la Corte.
200
En este sentido, la Corte acoge como gran cosa que el Tratado diga
que Estados Unidos y Colombia “comparten el objetivo de la
eliminación multilateral de los subsidios a la exportación de
mercancías agrícolas y deberán trabajar juntas con miras a un
acuerdo en la OMC para eliminar dichos subsidios y evitar su
reintroducción bajo cualquier forma”, como si compartir un
propósito generara algún tipo de obligación jurídica y como si el
desmonte de los aranceles de protección de Colombia no se
hubiera pactado con independencia de lo que pasara en la OMC,
organización donde Estados Unidos ha saboteado cualquier
reducción de los subsidios internacionales. Y le concede también
gran valor a otra cláusula que dice que “ninguna Parte podrá
adoptar o mantener cualquier subsidio a la exportación sobre
cualquier mercancía agrícola destinada al territorio de otra Parte”,
norma calculada para ocultar, como se explicó en páginas
anteriores, que los subsidios agrícolas norteamericanos reciben
varios nombres, que los llamados “a la exportación” son los de
menor cuantía y que con los otros —denominados Ayudas internas
por producto y Ayudas en servicios generales—, que ni menciona
el TLC, el sector agropecuario norteamericano mantendrá por lo
menos 54.639 millones de dólares anuales en subsidios a sus
productores agropecuarios, suma que podrá aumentar en cuanto se
le antoje.
Los alcances de este fallo de la Corte Constitucional no pueden ser
de mayor gravedad, pues ella es la única que, según la propia
Constitución y de manera inapelable, puede determinar la
201
constitucionalidad de cualquier norma en Colombia, lo que
significa que, en la práctica, la Constitución no defiende a los
colombianos de la mayor agresión económica de la que hayan sido
objeto desde la Independencia del yugo español, con la
consecuente pérdida de soberanía nacional. Se confirma, así,
además que, en general, los derechos de las gentes del común
consagrados en la Carta, incluidos los de los empresarios no
monopolistas, no son de obligatorio cumplimiento, en tanto que los
del capital norteamericano o del de cualquier extranjero que llegue
al país a través de Estados Unidos, sí los tiene todos.
202
15. CONCLUSIONES
Como se ha visto a lo largo del texto, aunque este no agote el tema,
porque da para un análisis de mayor detalle, este esfuerzo de
popularización de lo que le sucederá a Colombia si el TLC entra en
vigencia demuestra que la agresión es bastante más grave de lo que
piensan algunos. Porque el Tratado, en últimas, convertirá a
Colombia en una especie de colonia de Estados Unidos, solo que
no por medio de la ocupación militar sino de una manera más sutil:
manteniéndole la ficción de su independencia económica y política
pero, en la práctica, anexándola a la economía del Imperio,
mediante el expediente de condicionarle toda su legislación
económica a las conveniencias foráneas.
Esa anexión conducirá, como se ha visto, de una parte, a
arrebatarle a Colombia la posibilidad de producir en las ciudades y
en el campo de manera diversa y con gran dinamismo y, de la otra,
concentrará aún más la riqueza entre los monopolistas extranjeros
y los criollos vinculados con estos, al tiempo que dejará en la
pobreza y la miseria a cada vez más colombianos, incluidos entre
ellos capas medias que en un capitalismo diferente gozarían de
unas condiciones de existencia más llevaderas. Porque, como se ha
visto, el Tratado le arrebata a Colombia, casi como en una
operación de escalpelo, todos los instrumentos que el propio
Estados Unidos, al igual que sus pares, usó para construir su
economía, antes y durante su conversión en una potencia
económica. De ahí que sean tan confusas las opiniones que
expresan que lo que hay que hacer es ponerse a pensar en cómo
203
desarrollar a Colombia luego de aprobado el TLC, como si este
y el progreso nacional pudieran coexistir, cuando lo cierto es que si
esa coyunda se impone los colombianos quedarán sin ninguna
posibilidad de resolver los problemas nacionales, por lo que todos
los principales esfuerzos deberán dirigirse a quitarse de encima
dicho cabezal. Hablar del progreso de Colombia bajo la férula del
TLC es tanto como si en 1810 se hubiera pensado en el desarrollo
de la Nueva Granada sin modificar las relaciones con la Corona
española.
Es fácil coincidir en que si se pierde la soberanía económica se
pierde también la política, lo que a su vez profundiza la toma de
decisiones en bien de los dominadores y en contra de la nación. ¿O
puede pensarse que si las transnacionales norteamericanas se
toman todas las principales actividades económicas del país, como
se pretende con el TLC, podrá haber un ejercicio de la política que
no esté determinado por las directrices imperiales, salvo que medie
una conmoción social de enormes proporciones? ¿Puede darse la
soberanía política allí donde no existe la soberanía económica? ¿Y
será posible que estas verdades elementales no las conozcan
Álvaro Uribe Vélez y la panda que lo rodea si, precisamente por
sus funciones, están en capacidad de conocer mejor que muchos
cuáles son las relaciones entre lo económico y lo político?
En consecuencia, este senador no pudo hacer otra cosa que
denunciar a Álvaro Uribe Vélez por su flagrante violación de los
artículos 455 y 457 del Código Penal. Pero esa denuncia, por
último, no puede interpretarse como que el “libre comercio” sea un
hecho inevitable, al cual tienen que acomodarse los colombianos
sin importar cuántos sufrimientos les produzcan. Por el contrario,
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la primera aspiración de este texto es fortalecer la más amplia
resistencia civil que pueda concebirse para derrotar una política
que le arrebata a los colombianos cualquier posibilidad de resolver
sus graves problemas, objetivo que se convertirá en realidad si se
desarrolla la fuerza social y política suficiente a través de la más
amplia unidad de los trabajadores y empleados de todos los
sectores, el campesinado, los indígenas y los afrodecendientes, las
amas de casa y los pensionados, los estudiantes y los intelectuales
y los empresarios del campo y la ciudad que quieran unirse contra
de la mayor amenaza que haya sufrido Colombia desde 1819. Así,
doscientos años después de lograda la primera independencia,
podrían los colombianos impedir un nuevo y definitivo
ayuntamiento y con ello sentar las bases para una Colombia
auténticamente democrática y próspera.
Bogotá, febrero de 2009.
Ediciones Aurora, 2009
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