2 La verdadera hecatombe El debate del TLC permanece ÍNDICE Introducción 1. Triunfo de la resistencia civil 2. El mundo de la globalización neoliberal 3. Verdades y falacias del “libre comercio” 4. Acatamiento no es negociación 5. Las pérdidas estaban decididas desde antes 6. Masacre agropecuaria La quimera de exportar más Ataque matrero a la soberanía 7. Desastre industrial 8. Más monopolios y atraso científico Aumentarán la enfermedad y la muerte Para producción mediocre, educación mediocre 9. Las trasnacionales se quedarán con todo 10. Sin dirección económica ni defensa en las crisis1 11. Telecomunicaciones y compras públicas 12. Demagogia y deterioro ambiental 13. A abaratar más el trabajo 1 Sobre estos asuntos pueden leerse distintos análisis de Helena Villamizar. A USA, pero por “el hueco” 14. Cultura, pero la de los globalizadores 15. La legalidad los mata 16. Conclusiones 3 4 INTRODUCCIÓN Este texto tiene origen en un libro publicado en octubre de 2006 con el título El TLC recoloniza a Colombia, acusación a Álvaro Uribe Vélez, edición en rústica que no circuló por las librerías y de la que centenares de voluntarios vendieron, a precio de costos de impresión, sesenta mil ejemplares que contribuyeron a popularizar un debate de gran importancia para el país. La presente edición aparece enriquecida con los nuevos elementos que se dieron entre esa fecha y febrero de 2009, al igual que con los comentarios a las modificaciones unilaterales que la Casa Blanca le hizo al articulado suscrito por Estados Unidos y Colombia el 22 de noviembre de 2006, texto que, supuestamente, no podía modificarse según el compromiso ‘sagrado’ entre las partes y el propio fast track, como llaman al tipo de trámite determinado por la legislación estadounidense para estos casos. Y también considera la decisión de la Corte Constitucional de Colombia de declarar exequible la totalidad del Tratado, fallo que votó en contra el magistrado Jaime Araujo Rentería. Los últimos cambios impuestos por la Casa Blanca, que incluso condujeron a la mayoría del Congreso colombiano al ridículo de aprobar dos veces un tratado que ni siquiera han empezado a tramitar los parlamentarios estadounidenses, no modifican, como se verá, los rasgos fundamentales del texto y su naturaleza contraria al interés nacional. Porque ellos no obedecieron a las preocupaciones por la suerte de Colombia, sino al cambio en la 5 composición de las mayorías en el Congreso de Estados Unidos, que pasaron de republicanos a demócratas en las elecciones del 7 de noviembre de 2006, y a las exigencias de los segundos tendientes a romper la forma inconsulta como la administración de George W. Bush tramitó el TLC. En la exigencia del partido Demócrata para hacerle ligeras modificaciones a lo acordado también contaron las consideraciones políticas, pues en Estados Unidos, en plena campaña electoral para escoger a un nuevo Presidente, había cada vez mayor conciencia de los daños que al pueblo norteamericano le provocaba el “libre comercio”, como bien lo mostraban los cincuenta millones de gringos en la pobreza en ese momento, el deterioro de la calidad del empleo y que el salario mínimo hubiera estado congelado durante una década. A las vacilaciones de los demócratas estadounidenses frente al “libre comercio”, pues estos se mueven entre las presiones del ‘Sí’ de las transnacionales y las del ‘No’ de los sectores democráticos de ese país, se sumó, para el caso de la definición del TLC con Colombia, el horrendo récord de violencia del país, en especial contra los sindicalistas, y que el Presidente Álvaro Uribe Vélez no hubiera podido explicar satisfactoriamente por qué tantas violaciones a los derechos humanos vinculadas con el poder del Estado y por qué más del ochenta por ciento de los jefes políticos vinculados con los paramilitares eran partidarios suyos, verdades que ha aducido el partido Demócrata para diferenciarse de la posición republicana frente al gobierno colombiano. En las dudas también contó que en el segundo semestre de 2007 arrancó formalmente la gravísima crisis económica norteamericana, crisis 6 que tiene temblando a Estados Unidos y al resto del mundo y que cada vez más se compara con la Gran Depresión iniciada en 1929, la misma que, luego de más de una década de debacle económica y social, solo empezó a superarse por efecto de la Segunda Guerra Mundial, al decir de Paul Krugman, premio Nóbel de economía Los hechos terminaron por demostrar que era demagógica la esperanza que vendió el gobierno colombiano a todo lo largo de la campaña electoral norteamericana en el sentido de que estaba por aprobarse el TLC en el Congreso de Estados Unidos, cuando las realidades demostraban lo contrario, como en efecto al final se demostró. Para Álvaro Uribe era clave no aceptar su fracaso en el trámite del Tratado en el Capitolio estadounidense, porque ello era una sanción moral y política a su propia persona, y más cuando un TLC idéntico al que le negaban le concedieron, republicanos y demócratas, al gobierno de Perú. No hay certeza acerca de si el gobierno de Barack Obama y sus mayorías en el Congreso aprobarán o no el TLC entre Estados Unidos y Colombia y si, de decidirse a hacerlo, someterán a Álvaro Uribe a la nueva humillación de imponerle más modificaciones al texto pactado entre las dos partes, cambios que sin duda este aceptará sin chistar. Porque aun cuando es sabido que Obama no está en contra del “libre comercio” y que Uribe ya le ha hecho gestos de estar dispuesto a sometérsele tanto como a George W. Bush, también es verdad que el tsunami económico que recorre al mundo podría llevar a la Casa Blanca a impulsar el “libre comercio” y el neoliberalismo con otros nombres y otros instrumentos menos desgastados, y más cuando en todas partes crece el convencimiento de que el diseño de estas políticas tiene un 7 solo objetivo: concentrar la riqueza en unos cuantos países y en unas pocas personas en cada país, generen el desempleo y la pobreza que generen. Por el momento y mientras definen qué hacer, ya la Secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, hizo saber que mantendrán en el congelador el Tratado con Colombia, porque consideran que siguen sin ser satisfactorias las actuaciones del actual gobierno colombiano en relación con las violaciones de los derechos humanos. Como una prueba más de que tras el “libre comercio” no hay concepciones con fundamentos científicos sino ideología, por lo demás barata, para justificar la codicia sin límites de un puñado de magnates y de unas cuantas trasnacionales de todas la áreas de la economía, los panegiristas del TLC insisten en que este debe aprobarse cuanto antes, a pesar del colapso de la economía norteamericana y mundial. Según estos, el Tratado es positivo para Colombia en el auge de la economía de Estados Unidos y del mundo y, sin siquiera cambiarle una coma, sigue siendo positivo cuando las economías de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón colapsan y las potencias se disponen, como es obvio, a trasladarles sus graves quebrantos a los países que giran en sus órbitas. A tanto llega el dogmatismo de los pocos ganadores y a tanto el sometimiento de Álvaro Uribe a los intereses foráneos, que siguen ocultando que el TLC le arrebata a Colombia la cláusula de la balanza de pagos, la cual fue diseñada para protegen el país ante crisis como la que sacude al mundo y sacudirá a Colombia. En el debate teórico, los generadores de opinión neoliberales siguen tan campantes ofreciendo las mismas recetas, como si el colapso económico global no probara también la incapacidad de 8 las doctrinas del Fondo Monetario Internacional para impedir una crisis como la que apenas comienza, crisis que supuestamente no debió darse en Estados Unidos y en las otras potencias económicas, porque para impedirlo se decidió la destrucción y anquilosamiento de los aparatos productivos de los restantes países. Si estos analistas no tuvieran tras de ellos unos intereses poderosísimos que no desaparecerán por grave que sea la crisis económica, ¿alguien publicaría sus elucubraciones? Y si no estuvieran eximidos de los peores efectos de esas políticas y no les importara un pepino la suerte de sus naciones, ¿pensarían como piensan? De ahí que refleje tanta ignorancia o tanta viveza que se diga que lo que viene con la crisis mundial es el fin de los imperialismos y el abrazo fraterno entre las potencias y sus satélites, al igual que entre los monopolistas y los pueblos. Que no se pierda de vista que quienes quedan al mando en los países que entran en crisis no son los negociantes que se quiebran sino los que sobreviven, y particularmente los que prosperan en medio del desastre, al quedarse con los bienes de sus competidores arruinados, razón por la cual, ni siquiera en el más surrealista de los sueños, hay cómo convencerlos de que el neoliberalismo es una política indeseable. La enormidad de la crisis mundial si puede llevar a profundos cambios en los países y en el mundo, pero si ella ayuda a generar procesos de cambios políticos que pongan en la dirección del Estado a quienes luchan por un mundo diferente. El empecinamiento de los partidarios del “libre comercio” en mantener esas políticas, a pesar de los efectos devastadores de la crisis económica internacional, lo ilustra bien Álvaro Uribe, quien, 9 ante la contundencia de los hechos, en vez de corregir el rumbo, se empeña en profundizarlo. Por ello, en 2008 acordó un TLC con Canadá y otro con la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC o EFTA, por su sigla en inglés), a la que pertenecen Islandia, Liechtenstein, Noruega y Suiza. Y tiene el propósito de “negociar” en cinco meses, para junio de 2009, otro con la Unión Europea, el cual ya se sabe será igual o peor que el pactado con Estados Unidos, porque este será su ‘piso’ y porque los europeos están, por ejemplo, pidiendo mayores tiempos de monopolios por patentes que los norteamericanos y hasta que se acuerden cláusulas a favor de los monopolios que han sido negadas en la Unión Europea. Si el Tratado con Washington se define como un OMC plus, este otro puede calificarse como OMC plus plus. Esta actitud agresiva de la Unión Europea, que además profundizó el acabose práctico de la CAN cuando decidió pactar país por país de la subregión, no es sorprendente, porque ya hay conocimientos de sobra para saber que las trasnacionales europeas se comportan en América Latina de la misma manera que lo hacen las norteamericanas. Que el TLC con Estados Unidos no haya entrado en aplicación el primer día de 2006, como era el propósito inicial, debe celebrarse como un triunfo para el país y los sectores políticos y sociales que con tantas razones se han opuesto a profundizar las políticas del “libre comercio” que tanto daño le han hecho a Colombia desde 1990. Y constituye también una ganancia invaluable que los opositores al TLC hubiéramos logrado promover uno de los mayores debates sobre asuntos económicos, sociales y políticos de la historia del país, pues en las verdades de esas discusiones se encuentran los principales lineamientos que tendrán que orientar a 10 la nación si quiere superar sus innumerables atrasos y carencias, tragedias que el imperialismo estadounidense y los minúsculos grupos nativos que intermedian esa dominación solo pueden empeorar. 11 1. TRIUNFO DE LA RESISTENCIA CIVIL Como ya se mencionó, es difícil encontrar en la historia de las luchas sociales y políticas colombianas una más larga en el tiempo, amplia en cuanto a los sectores participantes y profunda en relación con la calidad del debate económico, social y político que la que todavía no concluye contra el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Colombia, movilización que tuvo sus inicios en el rechazo a el Área de Libre Comercio de las Américas (Alca), tratado con el que inicialmente el Washington de Bill Clinton intentó imponer en el continente el conjunto de normas que no logró aprobar en la Organización Mundial del Comercio (OMC), en asocio con la Unión Europea y Japón. Y se dice que esta resistencia civil se remonta al Alca, porque los TLC americanos no son otra cosa que la decisión del mayor imperio de la historia de la humanidad de pescar con anzuelo, de uno en uno, lo que no pudo atrapar en grande con la red del Alca, luego de haber perdido para esta política de dominación continental países tan importantes como Brasil, Argentina y Venezuela. El primer gran éxito de la resistencia al TLC residió en que no pudieron tramitarlo en secreto y generando un falso consenso al respecto, como sí se logró con la inclusión de Colombia en la Organización Mundial del Comercio (OMC), pacto que firmó el gobierno en 1994 y ratificó el Congreso el año siguiente, sin que mediara ninguna discusión pública de importancia, pues al principio poco se entendió lo regresivo de las políticas de apertura y privatización y menos que convertir esas normas en tratado 12 internacional las hacía más difíciles de reversar. Con franqueza hay que decir que las muchas manipulaciones que rodearon la aprobación de la Constitución de 1991, al igual que la utilización que se le dio a las normas de esta que pueden defenderse, facilitaron el inicio de la implantación en Colombia del “libre comercio”, política que quedó consignada en la nueva Constitución en no pocos artículos, como en el de la llamada “independencia” del Banco de la República, para poner solo un ejemplo, ente independiente de todo menos de las órdenes almibaradas del FMI. Cuando se dieron los primeros debates en el Senado contra el “libre comercio”, que fueron contra el Alca, el gobierno de Álvaro Uribe, en cabeza del ministro de Comercio Jorge Humberto Botero, intentó aplazar la controversia afirmando que el gobierno no firmaría un tratado contrario a los intereses nacionales y que el debate solo debía darse una vez concluyeran las “negociaciones”, propuesta obviamente dirigida a reducir las discusiones a unas cuantas semanas y a dificultar que en ella participaran las mayorías nacionales. Haber tenido claro desde el principio que los TLC norteamericanos constituyen una política de la Casa Blanca que se impone con escasas variaciones y que en consecuencia el de Colombia tenía que ser muy similar al ya conocido entre Estados Unidos, México y Canadá y a los posteriores con Chile y los países centroamericanos, facilitó abrir un debate tempranero y vincular a él a las principales organizaciones sociales del país y a millones de colombianos. Que el propósito oficial sí era eludir la controversia se demostró cuando el gobierno anunció que no serían de público conocimiento los textos que se fueran acordando por los “negociadores”, porque 13 los colombianos solo podían leerlos en el llamado “cuarto de lectura”, donde había que ingresar luego de tramitar un permiso, sin papel ni lápiz y después de jurar que no se informaría sobre lo que se leyera. No obstante la ya mencionada cierta facilidad con la que se impuso la primera etapa del “libre comercio” en Colombia —conocida con los nombres de modelo neoliberal, apertura y privatización—, también es cierto que en la fuerte oposición al TLC —que alcanzó a contar con un rechazo del orden de la mitad de los colombianos en las mismas encuestas en las que Uribe ganaba con facilidad— tuvo mucho que ver la gravedad de la crisis económica y social de los años noventa, la mayor de la historia del país, y con el aumento del debate sobre estas políticas, facilitado porque que con razón los colombianos le atribuyen dicha crisis a las reformas neoliberales. A diferencia de lo que nos ocurrió a quienes en el gobierno de César Gaviria denunciamos que el “bienvenidos al futuro” presidencial era en realidad un salto hacia atrás, hacia el capitalismo salvaje, para acabar de convertir el país en una especie de colonia de Estados Unidos, pero ahora por la vía de los acuerdos internacionales “libremente” pactados, esta vez, en el debate del Alca y el TLC, no estábamos ante una controversia exclusivamente teórica, sino que teníamos el respaldo de más de una década de experiencias que mostraban las desindustrialización del país, la destrucción de buena parte del agro, el traspaso de las principales empresas del país a la propiedad extranjera, la puesta del Estado al servicio de un régimen descaradamente plutocrático, la mayor pérdida de la soberanía nacional y el aumento del desempleo y a pobreza. Fue relativamente fácil explicar que se 14 estaba ante ‘más de los mismo’ —o “peor de lo mismo”, como dijo con humor un mexicano especialista en estas lides—, para que a los colombianos, de acuerdo con su propia experiencia, se les facilitara participar en la controversia. No hubo debate en auditorio abierto al público que los funcionarios oficiales no perdieran con sus contrincantes. Otra de las diferencias dignas de resaltar entre lo ocurrido en las que pueden llamarse la primera y la segunda fase del “libre comercio” en Colombia, es el aumento de las opiniones en contra en el mundo de la academia, de donde salieron incontables y fundamentadas opiniones, verbales y escritas, cuestionando el TLC y reforzando lo que es un lugar común entre quienes nos oponemos a este: que es positivo que Colombia se relacione con Estados Unidos y con todo el mundo, incluso mediante tratados económicos internacionales, pero que ello no debe hacerse dentro de la lógica neoliberal del “libre comercio”, porque ello nos exige a los colombianos renunciar para siempre a tener un país próspero y democrático. En los aprietos del gobierno derivados de la experiencia nacional es digno de resaltarse el papel de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), que mantuvo sus muchas críticas al Tratado hasta el mismo día en que Uribe anunció que firmaría así lesionara al agro, decisión que puso a los dirigentes gremiales ante la disyuntiva de someterse o enfrentar a un Presidente que ya para esas calendas había demostrado que los recursos públicos los reserva para sus incondicionales y que tanto poder tiene a la hora de escoger a los jefes de esas agremiaciones. Es irrefutable que las dificultades de Uribe para ‘cuadrar’ a la SAC tuvieron origen en 15 que sectores importantes del empresariado rural, escaldados ya por la apertura, presionaron para que sus dirigentes no bendijeran el sacrifico del agro. También fueron reconocibles las expresiones de rechazo o de fuertes dudas de no pocos industriales, incluso de agremiaciones enteras, como ocurrió con Asinfar, el gremio de los productores de medicamentos genéricos, que no vaciló en aparecer en rebeldía frente a la Andi, ya en ese momento bajo el control de las trasnacionales y desde el inicio de las “negociaciones” incondicional del TLC. Y es seguro que si no se sintieron más voces en contra en la industria ello se debió a la gran debilidad con la que salió de la apertura de los noventa por las muchas quiebras que sufrió y a que el ala de los pequeños y medianos productores, débil por su propia naturaleza, estaba capitaneada —es un decir— por quien luego de respaldar el Tratado saltó de la presidencia de la Acopi a la embajada de Uribe en la India. Pero el aspecto determinante para lograr un gran debate nacional sobre un tema de relativa complejidad fue la decisión tomada por todas las organizaciones populares de importancia, más casi todas la de menor representación, de declarar desde el principio su oposición al TLC y de esforzarse para que los colombianos comprendieran la importancia del pleito y, más importante aún, se movilizaran en su contra. Si algo quedó en evidencia también fue el fracaso del uribismo en su objetivo de armarle un supuesto respaldo popular al “libre comercio”, mediante la creación de algunas organizaciones de bolsillo. 16 Antes de mencionar algunas de las muchas jornadas en las que millones de colombianos se movilizaron en contra del TLC es menester resaltar, en primer término, el papel de las centrales obreras CUT, CGT y CTC, al igual que de Fecode, la Uso y los demás sindicatos filiales, que desde el principio se pusieron del lado de los intereses nacionales, incluso advirtiendo que en su oposición al Tratado era determinante que Colombia fuera el país más peligroso del mundo para los sindicalistas, como es obvio, pero también el conjunto de las consecuencias del “libre comercio” sobre los trabajadores y la nación colombiana. La rebeldía indígena contra el Alca y el TLC hizo presencia desde el inicio del proceso y su aporte en la argumentación y en las multitudinarias movilizaciones fue bien notorio. No hubo sector organizado del estudiantado que no animara la resistencia y lo mismo puede decirse del movimiento comunal y de un gran número de organizaciones no gubernamentales. Cerca de un centenar de organizaciones agrarias, entre ellas las agrupadas en La Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria y la Mesa Nacional de Unidad Agraria, en representación de sectores del empresariado rural y, en especial, del campesinado, contribuyeron con sus aportes y su movilización a la lucha contra el Tratado. Digno de especial mención es el rol de la Red Colombiana Frente al Alca y el Libre Comercio, Recalca –conformada por decenas de organizaciones gremiales, sindicales, sociales y políticas, entre ellas muchas de las mencionadas, y por muchas personas de diferentes vertientes de pensamiento–, la cual animó con su notoria capacidad de trabajo y análisis todo el proceso, vinculándolo además a las resistencias en contra de los otros TLC del continente. 17 En el Ideario de Unidad, es decir, en el programa que le dio bases a la unidad de la izquierda democrática en el Polo Democrático Alternativo aparece consignado con toda precisión el repudio al neoliberalismo y al Tratado de Libre Comercio, posición que se ha ratificado en numerosas ocasiones. Y hay que señalar que aunque César Gaviria Trujillo logró que las mayorías de la bancada liberal en el Congreso aprobaran el TLC, varios reconocidos congresistas de ese partido votaron en contra, al igual que han manifestado su oposición el sector sindical y no pocos de sus analistas. Al final de los debates, y como otra expresión de la fuerza argumental de los opositores al TLC, se dio como razón para apoyarlo no sus bondades, sino su supuesta inevitabilidad, inevitabilidad que deducen de una deformación ideológica lamentable: no puede decírsele no a la Casa Blanca. En parte en respuesta a que Álvaro Uribe le diera miedo citar una consulta nacional sobre el TLC, caso al que le cabe la aplicación del artículo 104 de la Constitución, las consultas de origen y organización popular se dieron por todo el país. La primera se realizó el 6 de marzo de 2005 por parte de los indígenas caucanos de los municipios de Páez, Inzá, Caldoso, Silvia, Jambaló y Toribío, consulta que contó con la presencia de 17 veedores internacionales que certificaron una participación de 52.000 indígenas, el 98 por ciento de los cuales votó ‘No’ al TLC. El 5 de junio de ese año, los productores de arroz de siete departamentos, donde se cultiva el 90 por ciento de este cereal, realizaron otra consulta, convocados por la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria. Los votantes sumaron 6.098, el 68 por ciento del total de los arroceros, y el 99.6 por ciento de ellos se expresó en 18 contra del Tratado. Y el 4 de septiembre, agricultores de cultivos de clima frío de tres departamentos y 21 municipios, coordinados por la misma organización, adelantaron otra consulta. De los 21.000 participantes, el 98.9 por ciento le exigió al gobierno que excluyera del Tratado a los cereales y demás productos propios de esas zonas. Por otra parte, el 11 de octubre de 2005, la Gran Coalición Democrática, conformada por las centrales sindicales y diferentes sectores sociales y políticos, presentó el balance nacional de las consultas promovidas por ella sobre el TLC. Los resultados no pudieron ser más elocuentes: en el movimiento sindical votaron 1.100.000 trabajadores y 1.050.000 lo hicieron en contra; entre los indígenas, de 131.000 participantes, 129.900 votaron ‘No’; y en el movimiento comunal, de 150.000 votantes, 148.200 se expresaron su oposición. El debate se dio por todas partes y de muchas maneras, a través de incontables conferencias, foros, seminarios y debates; publicaciones de artículos y libros; controversias y noticias en radio y televisión; y en universidades, colegios, sindicatos, agremiaciones y en el Congreso de la república. También hizo parte de la resistencia civil la oposición legal al TLC, dada su evidente inconstitucionalidad. Contando solo las demandas de Recalca, esta interpuso cuatro acciones populares de carácter general y doce de carácter particular, que alcanzaron a poner en aprietos al uribismo. En una de ellas, en diciembre de 2005, el Tribunal Administrativo de Cundinamarca le ordenó al Presidente de la República “abstenerse de la suscripción parcial o 19 total, y/o la refrendación, de acuerdo alguno que resulte lesivo de los derechos colectivos antes enunciados” 2, por haber dudas “acerca de los perjuicios que podrían acarrear en lo económico y en lo social a sectores de la población y a sectores de la economía”3. Entre las incontables movilizaciones ciudadanas en contra TLC, se destaca la de más de 20 mil colombianos en Cartagena el 18 de mayo de 2004, el día en que comenzaron las “negociaciones”, marcha que fue prohibida por el propio presidente Álvaro Uribe en flagrante violación de la ley y que reprimió ferozmente la policía, contándose entre los golpeados varios de los doce parlamentarios que participaron en ella. Paralela a la IV Ronda de “negociaciones”, celebrada en septiembre de 2004 en Puerto Rico, decenas de miles de colombianos marcharon en Bogotá para rechazar el Tratado. El mismo día, 60 mil indígenas llegaron a Cali desde el Cauca y luego de marchar durante varios días, para protestar contra las políticas gubernamentales y el TLC. En octubre, un millón de personas se manifestaron en todo el país, en la mayor jornada de los últimos años. Y en noviembre, miles de campesinos y empresarios del campo, procedentes de toda Colombia y convocados por la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria, marcharon por las calles de Bogotá. El 12 de octubre 2005 se llevó a cabo un multitudinario paro cívico nacional, que tuvo como principal bandera la oposición al TLC. Como es corriente en Colombia desde hace décadas, en jornadas de resistencia civil y por cuenta de la policía, el indígena Marcos 2 Medida cautelar proferida por el Tribunal Contencioso Administrativo de Cundinamarca. 14 diciembre, 2005. El fallo completo puede ser consultado en: http://www.recalca.org.co/AAtlcandino/texto_completo_fallo.htm 3 Ibid 20 Antonio Soto y el estudiante de la Universidad del Valle Johny Silva pagaron con sus vidas su oposición a un Tratado que le arrebata al país todas las posibilidades de resolver sus problemas centenarios. Es indudable, entonces, que la incapacidad del gobierno de Álvaro Uribe para someterse al de Estados Unidos en la fecha prevista, tuvo como explicación la resistencia civil de millones de colombianos a este nuevo despojo a favor de los extranjeros y de unos pocos criollos, y es irrefutable también que esa corrida de las fechas, que coincidió con el cambio de las mayorías en la Cámara de Representantes norteamericana, es la que explica por qué, para bien del progreso nacional, permanece varado el TLC. Una prueba más de que la lucha civil es capaz de derrotar ciertos designios, por poderosos que sean. 21 2. EL MUNDO DE LA GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL El debate en torno al “libre comercio” le exige a sus opositores dejar sentadas unas cuantas premisas que impidan que sus razones se desvirtúen con falsedades o se desvíen con alegatos que reflejan ignorancias reales o fingidas. Que algunas de las advertencias sean en cierto sentido elementales no les quita importancia, porque quien las comprenda ganará capacidad de discernimiento frente a las falacias expresas o tácitas con las que suelen defenderse las concepciones y políticas neoliberales. Lo primero es decir que la oposición al TLC no significa un rechazo a ultranza, por razones ideológicas o de principios, a un tratado económico con Estados Unidos o con cualquier otro país, pues se entiende que los negocios internacionales —y los acuerdos que vienen con ellos— pueden ser positivos para el progreso de los pueblos en la medida en que se definan a partir del más celoso empleo de la soberanía para proteger los intereses de cada nación y, por supuesto, con el propósito de lograr el beneficio recíproco de los países que los suscriben. Pero como también es posible que no cumplan con los dos requisitos señalados, asimismo, dichos negocios y acuerdos internacionales pueden ser negativos para alguno de los signatarios, caso en el que no deben suscribirse, y mucho menos por la parte que va a pagar los platos rotos. “Es mejor no tener tratado que tener un mal tratado”, dijo en reiteradas oportunidades y refiriéndose a los TLC americanos el premio Nóbel de economía Joseph Stiglitz, antiguo funcionario del Banco Mundial y uno de los analistas que más conoce del llamado “libre comercio” en la era de la globalización neoliberal. 22 La confusión que denotan los que piensan que siempre y en todo caso un acuerdo económico internacional es positivo, y mucho más si firma con Estados Unidos, se explica en buena parte por las falacias, generalmente descaradas, que ha echado a rodar la ideología dominante en Colombia. Sin embargo, demostrar que los intereses nacionales y los extranjeros suelen ser diferentes, e incluso antagónicos, no ofrece dificultades de ninguna índole, como puede constatarlo cualquiera que repase, así sea por encima, las páginas de la historia. Si se menciona el punto es porque, con sus astucias retóricas y las complicidades de que gozan en los medios de comunicación para evadir los debates a fondo sobre estos asuntos, los neoliberales intentan pasar de contrabando una absoluta identidad, a todas luces ficticia, entre lo propio y lo foráneo. Es tan notoria la existencia de contradicciones entre los intereses nacionales y los extranjeros, así como el riesgo de que un ciudadano de un país pueda actuar al servicio de los intereses de otro, que todas las legislaciones del mundo sancionan con especial dureza a los traidores. Por ejemplo, en el título XVII, capítulo primero del código penal colombiano, que habla de “los delitos de traición a la patria”, el artículo 455 señala con meridiana claridad que “el que realice actos que tiendan a menoscabar la integridad territorial de Colombia, a someterla en todo o en parte al dominio extranjero, a afectar su naturaleza de Estado soberano o a fraccionar la unidad nacional, incurrirá en prisión de veinte (20) a treinta (30) años”, y el artículo 457, al referirse a la “traición 23 diplomática”, estipula que “el que encargado por el gobierno de gestionar algún asunto de Estado con gobierno extranjero o con persona o grupo de otro país, o con organismo internacional, actúe en perjuicio de los intereses de la República, incurrirá en prisión de cinco (5) a quince (15) años”. Que la acusación del autor de este libro por traición a la patria a Álvaro Uribe Vélez, presentada el 8 de marzo de 2007, no haya recibido el trámite que debiera en la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes —la responsable legal de tramitar las acusaciones al Presidente de la República— estaba dentro de las certezas de la demanda, pues se sabe que dicha Comisión debería llamarse más bien “de absoluciones”, dado que la inveterada costumbre de los presidentes colombianos de cooptar a cualquier precio las mayorías del Congreso tiene como uno de sus objetivos asegurarse la impunidad para todos sus actos. Pero para lo que sí ha servido y servirá el denuncio es para no dejar la menor duda acerca de la gravedad que debe otorgársele al TLC. Que un negocio nacional o internacional, grande o pequeño, pueda ser negativo para una de las partes signatarias se explica por la propia naturaleza del capitalismo, que no es un sistema constituido sobre la relación solidaria entre los individuos y las naciones, sino sobre todo lo contrario. En efecto, y como lo han comprobado múltiples estudios en los campos de la historia y la sociología, el capitalismo se fundamenta en el criterio zoológico de la competencia entre las personas y entre los países, competencia que tiene como objetivo supremo la obtención de la máxima ganancia posible y que, según sabemos, se da en términos tan despiadados que se considera económicamente válida y moralmente lícita hasta 24 la ruina del competidor, sin importar que medien daños individuales, sociales o nacionales de enormes proporciones. Por lo tanto, bajo el capitalismo las relaciones de beneficio recíproco en el terreno del comercio internacional no sólo no son las naturales sino que ocurren por excepción, cuando las partes equilibran las ventajas y las desventajas de sus propias fuerzas, realidad que entre países sólo es posible en la medida en que se esgrima la soberanía de cada uno para impedir que el interés nacional sea vulnerado. Estas verdades son las que explican por qué las naciones que pudieron hacerlo conformaron Estados que definieron límites jurisdiccionales sobre los cuales ejercer sus derechos soberanos, condición sine qua non para evitar ser sometidas por otras a tratos arbitrarios. En el marco del capitalismo, por otra parte, las relaciones de beneficio recíproco entre las naciones se volvieron más difíciles en la medida en que el sistema evolucionó hacia los monopolios y la preponderancia del capital financiero. Ambos factores dieron lugar al surgimiento de lo que desde principios del siglo pasado se conoce con el nombre de imperialismo, un régimen económico que requiere de la explotación de los países periféricos para existir y que, sin renunciar a las agresiones colonialistas y a las peores dictaduras, suele maquillar su agresividad mediante el reconocimiento formal de las independencia de los países, los gobiernos “democráticos” y el empleo de una minoría de intermediarios nativos de las naciones avasalladas que actúan al servicio de los intereses del imperio y que entre sus funciones cumple con una de importancia ideológica primordial: ocultar cómo funciona, en el plano de los hechos, la economía capitalista. Que unos actúen así porque se lucran de la dominación y que otros 25 lo hagan por pusilánimes, por ingenuos o por incapaces no modifica en nada esta realidad. Y que tales verdades sean de muy mal recibo entre los grandes poderes, que a través de los medios de comunicación procuran moldear las percepciones y las ideas de la opinión pública, es apenas natural. Si algún país en el mundo de hoy puede recibir el calificativo de imperialista es Estados Unidos, convertido, de lejos, en el mayor imperio de la historia de la humanidad, según se deduce de su enorme poderío y del conjunto de sus actuaciones, incluidos los más brutales y descarados actos de agresión militar. Que este imperio y los demás que existen en el mundo nieguen su naturaleza mediante constantes invocaciones a la democracia no modifica la contundencia de los hechos. A la vista están la pobreza y el subdesarrollo de miles de millones de habitantes de Asia, África y América Latina, región esta última sometida desde hace décadas a los ucases de los Estados Unidos, que interviene por cuenta propia, cuando le resulta conveniente, o a través de instituciones financieras que presenta tras el eufemismo de ser de la “comunidad internacional” pero que en realidad controla, junto con las otras potencias, con puño de hierro: el Banco Mundial (BM), en cuya presidencia ha estado siempre, desde su fundación hace más de medio siglo, un funcionario nombrado por la Casa Blanca; el Fondo Monetario Internacional (FMI), que “por tradición” preside desde el mismo día de su nacimiento un tecnócrata europeo —el actual proviene de los cuadros directivos del Partido Socialista Francés—; el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), a través del cual se condicionan los créditos a la región; la Agencia Internacional para el Desarrollo (AID), una dependencia directa del gobierno norteamericano, y la Organización Mundial del 26 Comercio (OMC), encargada de presentar como si fueran las de todos los países las conveniencias de Estados Unidos, Japón y Europa Occidental. Las políticas de “libre comercio”, o neoliberales, o como quiera llamárseles, no son, por tanto, sino una evolución de las medidas de dominación de los imperios, que cada vez encuentran mayores dificultades para mantenerse en funcionamiento sin aumentar la expoliación del resto del planeta, como bien lo expresan las crisis que los sacuden con notoria periodicidad y que en cierto sentido han terminado por convertirse en una sola con breves interrupciones, incluida la que ya sacude a Estados Unidos y al mundo, que podría tener consecuencias globales catastróficas y que constituyen otra prueba más del fracaso de esas orientaciones para resolver los descomunales problemas sociales, ambientales y de todo orden que padece la humanidad. Es sabido que el “libre comercio” en Colombia —cuya señal de partida la dio el presidente Virgilio Barco (1986-1990), así su definitiva implementación empezara en el gobierno de César Gaviria (1990-1994)— fue la forma nacional que asumió el llamado Consenso de Washington. Y se conoce también que su aplicación nació de una extorsión del Banco Mundial, según lo explicó en El Tiempo del 27 de febrero de 1990 el ex ministro de Hacienda Abdón Espinosa Valderrama: El equipo económico del gobierno (de Barco) ha dado, en sus postrimerías, prueba de heroico estoicismo al guardar escrupuloso silencio sobre el origen de la mal llamada apertura de la economía colombiana. Ha preferido asumir valientemente su responsabilidad a compartirla con la institución de donde provino su exigencia como 27 requisito sine qua non para desbloquear el otorgamiento de sus créditos. En efecto, el Banco Mundial los tenía virtualmente suspendidos (…) Si (el gobierno) quería obtener nuevos préstamos, siquiera equivalentes al pago de capital, debía comprometerse a liberar sus importaciones, o, en términos más benignos, abrir su economía… Anteriores experimentos de liberación de importaciones, también impuestos desde afuera como supuestos requisitos de la aceleración del desarrollo, tuvieron adversos resultados: estrangulamiento exterior en 1966 y recesión económica en 1981-82. Como puede verse, comprender las realidades del “libre comercio” exige tener en cuenta, por lo menos, las siguientes consideraciones. Según Milton Friedman, uno de los principales ideólogos del capitalismo y de la globalización neoliberal, “hay una y solo una responsabilidad social de las empresas, cual es la de utilizar sus recursos y comprometerse en actividades diseñadas para incrementar sus ganancias”4. De acuerdo con el lince de las finanzas George Soros, en los negocios “la moralidad puede llegar a ser un estorbo. En un entorno sumamente competitivo, es probable que las personas hipotecadas por la preocupación por los demás obtengan peores resultados que las que están libres de todo escrúpulo moral. De este modo, los valores sociales experimentan lo que podría calificarse de proceso de selección natural adversa. Los poco escrupulosos aparecen en la cumbre” 5. En palabras de Colin Powell, Secretario de Estado del presidente Bush al iniciarse la invasión a Irak, “nuestro objetivo con el Alca (que más tarde se 4 Friedman, Milton Friedman, La Responsabilidad social de las empresas es incrementar sus ganancias, The New York Times Magazine, September 13, 1970. 5 Soros, George, La Crisis del Capitalismo Global, p. 231, Plaza y Janes, Barcelona, 1999. 28 convertiría en los TLC del continente) es garantizar a las empresas norteamericanas el control de un territorio que va del polo Ártico hasta el Antártico, libre acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, para nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio”6. Al ya desprestigiado pero aún lúcido señor Henry Kissinger no le tembló la voz para afirmar que “la globalización es, en realidad, otro nombre para el papel dominante de los Estados Unidos”7. Y Joseph Stiglitz: “este Tratado (el TLC entre Estados Unidos y Colombia) no es un Tratado de Comercio ni Libre ni Justo”8. No obstante, ni siquiera de las peores verdades sobre la política exterior de los países imperialistas se concluye que Colombia deba aislarse del mundo o negarse a tener relaciones económicas y diplomáticas con todas las naciones, incluida la norteamericana. De ninguna manera. Lo que sí se deduce es que hay que repudiar la tesis ingenua o tramposa de que los colombianos seremos felices si, primero, hacemos felices a las multinacionales gringas, tesis que ha servido de disculpa para que la política exterior colombiana no sea más que una extensión de la de la Casa Blanca, para que en el territorio nacional sólo pueda producirse lo que le conviene a la superpotencia, de acuerdo con el cálculo que ella misma formula acerca de lo que llama nuestras “ventajas competitivas”, y para que sea considerado de signo positivo entregarles a los inversionistas extranjeros la propiedad de la parte principal del aparato 6 Wall Street Journal, 16 de octubre de 2001, citado por Catala Oliveras, Francisco A., “El Alca y el unilateralismo de EU, www.serpal.info/news03/256.htm 7 “...[W]hat is called globalisation is really another name for the dominant role of the United States”, From the lecture “Globalisation and World Order”, delivered by Henry Kissinger, Nobel prizewinner and former United States Secretary of State, at the Independent Newspapers Annual Lecture at Trinity College, Dublin, 12 October 1999. 8 Caracol Radio, 2 de febrero de 2007. 29 económico de Colombia, todo en medio de la miseria y la pobreza generalizadas que son inherentes a este tipo de relaciones de dependencia. De ahí que no exista ni la menor posibilidad de proteger el interés nacional en cualquier trato con posibles socios comerciales si quien tiene la representación legal de dicho interés, es decir, el jefe del Estado, representa más las conveniencias foráneas que las nacionales. La incomprensión que ronda alrededor de la naturaleza rapaz del capitalismo se explica en parte porque también es de su esencia ideológica camuflarse, empleando a fondo las verdades a medias y, desde luego, las mentiras piadosas. De esto no escapa el TLC, como bien lo muestran los quince cortos párrafos del preámbulo del tratado, en los que se utilizan todas las palabras de moda para engatusar a la audiencia: “amistad”, “cooperación”, “oportunidades”, “integración”, “creatividad”, “innovación” y “transparencia”, al igual que expresiones como “reducir la pobreza”, “beneficio mutuo”, “combatir la corrupción”, “salvaguardar el bienestar público”, entre otras, en tanto que ni siquiera aparecen los términos “utilidades”, “lucro”, “ganancias”, “enriquecimiento” “codicia” y, aún menos, se dice que su primer objetivo, y el que supedita cualquier otro, es asegurarles altas rentabilidades a los monopolios estadounidenses. A tanto llega el propósito de ocultar la verdad, que en forma ejemplar se cumple el adagio de que ésta brilla por su ausencia. Antes de demostrar por qué el texto del TLC implica causarle daños mayúsculos al interés de la nación colombiana, arrebatándole cualquier posibilidad de desarrollo económico y social de importancia decisiva hacia el futuro, pongamos en su sitio otras concepciones neoliberales sobre la materia. 30 31 3. VERDADES Y FALACIAS DEL “LIBRE COMERCIO” Es falsa —mentirosa, incluso, por parte de quienes no la esgrimen por ingenuidad— la teoría según la cual los países que más exportan son los que más se desarrollan. En efecto, puede demostrarse que hay unos que, aun cuando venden más que otros en el exterior, son más atrasados, en tanto que los hay también que exportan menos pero se hallan en una situación económica y social mucho mejor. Las cifras son elocuentes. Si se compara la relación entre las exportaciones y el Producto Interno Bruto (PIB), que es como se miden estas cosas, se encuentra que en el año 2004 esta proporción era de 9.55 por ciento en los Estados Unidos, 11.84 por ciento en Japón, 20.84 por ciento en Colombia, 73.5 por ciento en Angola y 91 por ciento en el Congo. Y no sobra recordar que la experiencia histórica de los países que hoy en día se han convertido en grandes exportadores industriales, como Japón o Alemania, e incluso China, se fundamenta en la previa creación de un sólido mercado interno para sus productos, a partir de asegurarse la soberanía y la autodeterminación nacional. Por consiguiente, convertir las exportaciones en el becerro de oro de la economía es una estrategia de desarrollo bastante discutible, por decir lo menos, alrededor de la cual cabe hacer algunas consideraciones adicionales. Por ejemplo: ¿para qué se exporta? Para generar actividad económica, por supuesto, y sobre todo para conseguir dólares, divisas, que permitan importar y contratar deuda externa. Si las importaciones están constituidas por bienes de capital y otras mercancías que no se producen en Colombia y son claves para su desarrollo, nadie objeta la ecuación. Sin embargo, si 32 se exporta para importar lo que se produce internamente, ¿no resulta mejor exportar menos y no hacerle un daño enorme a la economía nacional? Además, ¿las importaciones de bienes suntuarios para satisfacer los gustos de unos cuantos privilegiados justifican disminuir los salarios de los colombianos y regalar nuestras materias primas para poder exportar? Para nadie es un secreto que el bajo precio de la mano de obra y de las materias primas agrícolas y mineras es la principal “ventaja competitiva” de las exportaciones nacionales y, en ese contexto, ¿cómo aceptar la tesis neoliberal de que resulta buen negocio exportar materias primas para importar bienes manufacturados, la misma concepción que durante siglos les impusieron los imperios a las colonias que expoliaron sin misericordia y sobre cuya miseria, como se sabe, edificaron su prosperidad? En contraste con lo anterior, puede afirmarse más allá de cualquier duda que el auténtico progreso de países con condiciones de extensión y de habitantes similares a las de Colombia descansa en el continuo crecimiento y fortalecimiento de su mercado interno, es decir, en su capacidad para generar actividades productivas en torno a las compras y las ventas que tienen lugar dentro de su territorio, pues éstas sustentan, en el caso colombiano, el 80 por ciento del aparato económico, porcentaje mayor en países como Estados Unidos y Japón. Y se cae de su peso que el principal propósito de los imperios al someter a otras naciones es apoderarse de sus mercados internos, lo que por esa misma causa estimula a sus intermediarios a subestimar su importancia, a desvalorizarlos y, en no pocas ocasiones, a ridiculizarlos, como ocurre en Colombia, donde es frecuente que los analistas neoliberales califiquen al colombiano de “mercadito” interno. 33 En línea con las anteriores consideraciones, también puede probarse que la principal fuente de inversión en los países no es la externa sino la interna, verdad que rebate las tesis neoliberales acerca de que no importa lesionar las fuentes del ahorro nacional porque éstas serán reemplazadas por el capital extranjero. No obstante, incluso los propios flujos de Inversión Extranjera Directa (IED) que se mueven por el mundo, y que van y vienen principalmente entre países desarrollados, demuestran que la nación que no genere su propia dinámica de crecimiento económico ni siquiera es lo suficientemente atractiva para captar en forma notable a los inversionistas foráneos. En el año 2007, de los 1.8 billones de dólares de IED que se colocaron en el mundo, el 70 por ciento fue a países desarrollados y apenas el 7 por ciento a América Latina y el Caribe (cuadro Nº 1), cifra que ya se sabe caerá en picada por efecto de la muy profunda crisis económica mundial, pues momentos de dificultades los inversionistas buscan la mayor seguridad que pueden ofrecerles las potencias económicas. Y en la Inversión Extranjera Directa que se dice llega a países como Colombia hay que tener en cuenta que una parte son capitales de especuladores disfrazados de inversionistas y hasta dineros del narcotráfico en trance de lavarse, así como recursos para comprar empresas ya existentes en el país que simplemente cambian de manos, incluso en operaciones en el exterior, como ocurrió en el negocio de Bavaria, en el que ni un dólar entró al país. Es importante resaltar, además, que un gran porcentaje de la IED registrada en Colombia ha sido para operaciones mineras, las cuales recuerdan las operaciones clásicamente colonialistas y tienen como uno de sus atractivos que aquí los controles ambientales son inferiores a los de los países donde viven los propietarios de esos monopolios. 34 Que Estados Unidos, Europa occidental y Japón le imponen el “libre comercio” a los demás países mientras ellos lo usan o no al vaivén de sus conveniencias está siendo nuevamente demostrado en la actual crisis económica: ¿no es fuerte proteccionismo utilizar a pérdida los recursos públicos para salvar el sistema financiero y las fábricas de automóviles de Estados Unidos? ¿Cómo llamar a que el Congreso estadounidense se proponga condicionar el respaldo a los bancos a que estos solo financien proyectos que usen hierro y acero estadounidense? Y la crisis apenas empieza. Que no se dude que los imperios harán todo lo que tengan que hacer para salvarse, incluido, por supuesto, proteger hasta donde le convenga a sus economías, en tanto se esforzarán por trasladar todavía más sus problemas a sus neocolonias, política en la que les resultará muy útil mantenerlos en las prácticas neoliberales. En el rotundo fracaso que le significa la crisis mundial a las concepciones neoliberales, así sus propagandistas quieran ocultarlo, está saliendo otra verdad a flote que también los derrota: son cada vez los analistas que señalan que el desastre será menor en los países cuyas economías dependen menos de las exportaciones y más de sus mercados internos. Cuadro Nº 1 2006. Inversión Extranjera Mundial Datos en miles de millones de dólares Destino Valor Part. % Mundo Países desarrollados América Latina y el Caribe Colombia 1,23 100% billones 800.700 65,1% 35 72.440 5,9% 6.463 0,52% Fuente: Cepal y Banco de la República. Los datos sobre inversión extranjera mundial son extraídos del informe La Inversión Extranjera en América Latina y el Caribe 2006, Cepal, 2007, cuadro I.1, pp. 29. Los de Colombia son los publicados por el Banco de la República en su página web: www.banrep.gov.co ¿De lo anterior se deduce entonces que los países no deben exportar ni importar, aislándose a sí mismos en una especie de autarquía medieval, y que han de rechazar de plano toda inversión extranjera? Por supuesto que no. Ya se señaló que las relaciones económicas internacionales pueden y deben ser provechosas para todas las partes involucradas, y esa afirmación hace referencia, como es obvio, a vender y comprar, a invertir y recibir inversión. El meollo del asunto, sin embargo, está supeditado a lo que convenga al interés nacional, porque de saber instrumentar con tino, con patriotismo y con inteligencia dichas relaciones económicas depende, entre otras cosas, que se logre el progreso o que éste se anquilose o retroceda. El detalle de cómo deben ser tales relaciones supera el propósito de este texto, pero no sobra recordar que sus misterios ya fueron revelados, precisamente, por los países que han tenido éxito en el desarrollo del capitalismo, países que en la conocida imagen del que patea la escalera por la que subió para que otros no puedan seguirlo, les imponen a sus satélites todo lo contrario de lo que ellos mismos hicieron para 36 construir su agricultura y su industria, empezando por crear unos mercados internos dignos de ese nombre. Faltan a la verdad, por lo tanto, quienes por ingenuos o por vivos afirman que el “libre comercio” fue la teoría y la práctica que utilizaron los Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Japón para alcanzar la situación económica que hoy ostentan. Si algo debe repudiarse de los imperialistas de todos los tiempos y pelambres es una de las máximas que orientan sus relaciones internacionales: “Hagan lo que les digo; no lo que hago”. ¿Cómo no traer a cuento las historias en las cuales, cuando no procedieron a sangre y fuego, los colonialistas españoles les entregaron a los aborígenes americanos espejitos y otras chucherías a cambio de sus invaluables objetos de oro? Poner los puntos sobre las íes con respecto a la importancia que se otorga a construir la economía de un país como Colombia haciendo énfasis en la defensa del mercado interno y la capacidad para generar ahorro nacional, y no en la falacia del desarrollo por la vía de las exportaciones, exige desnudar otro secreto bien guardado por los neoliberales. Es indiscutible que el avance de la economía en función principal de la fortaleza del mercado interno implica que hay que sacar de la miseria al mayor número posible de ciudadanos, porque de su capacidad de compra depende qué tanto puede crecer el aparato productivo y, con él, las propias posibilidades de expansión de los negocios de diferentes sectores de la burguesía. Por el contrario, el crecimiento económico basado en las exportaciones tiene como uno de sus fines promover el bienestar escandaloso de unos pocos, como señala la experiencia histórica, pero manteniendo en la pobreza a un porcentaje de la población mucho mayor que en los países capitalistas avanzados, 37 ya que quienes les compran a los exportadores no son sus compatriotas, muchos de los cuales apenas sobreviven con menos de dos dólares diarios, sino los habitantes con mayores ingresos de las potencias y las pequeñas capas adineradas de los demás enclaves subdesarrollados. La política de enriquecer a reventar a unos cuantos en medio de la indigencia generalizada de las grandes mayorías urbanas y rurales, como ocurre en el caso de México con el multimillonario Carlos Slim, para citar apenas un ejemplo, no es nueva en América Latina, desde luego. ¿No fueron las exportaciones de café en Colombia, o las de estaño en Bolivia, o las de cobre en Chile, o las de petróleo en Venezuela, estrategias de “desarrollo hacia afuera” que no sacaron del atraso a los países respectivos pero sí enriquecieron —¡y de qué manera!— a un puñado de trasnacionales y de intermediarios. Son estas concepciones retardatarias las que en mucho explican por qué un respetado funcionario de las Naciones Unidas, con más de un gramo de sarcasmo, decía hace poco que los plutócratas latinoamericanos se parecen a sus pares de Estados Unidos y de Europa, al tiempo que sus pobres se asemejan a sus pares de África, comentario respaldado por la estadística que muestra que los países capitalistas desarrollados operan con pobrezas del orden del diez por ciento, en tanto en Colombia y sus similares los pobres superan al cincuenta por ciento del total de la población. El secreto de tantas iniquidades, que explican por qué América Latina es la región de mayor desigualdad social del mundo y por qué Colombia ocupa el séptimo lugar en la lista, reside en un proceso que se ha agravado en los últimos tres lustros pero cuyos orígenes se remontan a los inicios del siglo XX: los miembros de la clase dominante de estos países lograron separar su suerte personal de la 38 suerte de sus naciones, de forma que les va bien aunque a la inmensa mayoría de sus compatriotas les vaya mal. Unieron sus intereses a los de las multinacionales extranjeras, y éstas generan y coexisten con las más aberrantes corruptelas nativas. De ahí que si algo enseña la historia de Colombia es que a lo largo de todo el siglo XX nunca se ensayó un modelo económico que tuviera como fin elevar en serio la capacidad de compra de la población, una falencia que los neoliberales, siguiendo las orientaciones emanadas de Washington, pretenden llevar hasta sus últimas consecuencias. Por las razones anotadas, el debate sobre el verdadero significado del “libre comercio” puede y debe librarse con el apoyo de la experiencia nacional y extranjera más reciente, pues las orientaciones del Consenso de Washington vienen aplicándose desde hace varios años, y con consecuencias desastrosas, en América Latina y en el mundo entero. En el caso de Colombia comenzaron a ser implementadas de manera sistemática durante la presidencia de César Gaviria Trujillo (1990-1994) y han inspirado la política económica de los cuatro últimos gobiernos, período durante el cual la economía nacional sufrió la peor crisis de su historia, con pérdidas irreparables para la industria y el agro, con el consecuente retroceso, también sin antecedentes, de todos los indicadores sociales. Las causas de la crisis fueron el aumento sustancial de las importaciones agrícolas e industriales, que lesionaron la producción interna y generaron mayores niveles de pobreza y desempleo; las políticas de privatización, que convirtieron en monopolios privados los monopolios públicos y que crearon negocios multimillonarios alrededor de lo que antes eran claros derechos ciudadanos —el caso de la salud es tal vez el más ilustrativo—; las medidas cambiarias y financieras, que 39 desprotegieron el país de los efectos de los llamados capitales golondrinas y les otorgaron mayores garantías a los especuladores; y la definitiva conquista por parte de la inversión extranjera de áreas enteras de la economía en las que actuaba en sociedad con el Estado o tenía una presencia más modesta: la minería, la industria, las finanzas, el comercio al por menor y todo el sector de los servicios públicos domiciliarios. Luego la decisión de suscribir el TLC con los Estados Unidos, que tiene como propósito profundizar y hacer irreversible el “libre comercio”, ni siquiera puede alegar a su favor que traerá grandes beneficios para las gentes o que al menos tendrá consecuencias desconocidas, pues ya hay experiencia de sobra para anticipar lo que ocurrirá. Si la “apertura” de César Gaviria y de sus sucesores en el cargo — que fue la aplicación anticipada en Colombia de las políticas que se recogerían en la Ronda de Uruguay del GATT, las cuales le dieron vida a la Organización Mundial del Comercio (OMC)— causó los daños que causó, ¿cómo serán los que sobrevendrán con el TLC, si éste puede definirse como un tratado OMC-plus, en el sentido de que con este tipo de acuerdos Estados Unidos confirma las normas de la OMC y define unas nuevas que no ha podido imponer en dicha organización? Por otra parte, existen estudios de Planeación Nacional y del Banco de la República que explican que con el TLC el porcentaje de crecimiento de las importaciones doblará el de las exportaciones9, al igual que hay uno del Banco Interamericano de 9 “Efectos de un Acuerdo Bilateral de libre comercio con Estados Unidos”. Departamento Nacional de Planeación (DNP), Archivos de Economía, documento 229, 31 de julio de 2003. “Impacto del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos en la Balanza de Pagos hasta 2010”. Toro Córdoba, Jorge Hernán, Alonso Másmela, Gloria Amparo, Esguerra Umaña, María del Pilar, Garrido Tejada, 40 Desarrollo (BID), del que hablaremos más adelante, que anuncia las pérdidas que sufrirá Colombia en sus ventas a la Comunidad Andina (CAN)10, el principal mercado para sus bienes industriales de exportación. Además, nada permite concluir que se vaya a modificar la tendencia a tener unas exportaciones centradas en las materias primas, especialmente en las mineras, característica que refleja el corte colonial de la economía nacional y que el neoliberalismo profundiza pero no crea, porque es obvio que para vender carbón, café, flores o petróleo en el mercado externo no se necesita quebrar a los sectores agropecuarios y manufactureros ni privatizar el sector público de la economía. Y no hay que ser experto en asuntos económicos para predecir que el TLC fortalecerá otras tendencias indeseables para los colombianos: el control de las transnacionales sobre las exportaciones del país, así como el de las principales empresas que se lucran de vender en el mercado interno. Si no estuvieran detrás los inmensos poderes económicos que ‘ambientan’ la idea a través de los medios masivos de comunicación —que se aprovechan de la ignorancia de las gentes, con el respaldo cínico de la tecnocracia neoliberal, para meterles el cuento de que el problema de la competencia internacional no guarda relación con las condiciones de cada país, sino con la buena voluntad de las personas que aboquen los negocios—, ningún colombiano se atrevería a pensar en serio que Colombia puede Daira Patricia, Iregui Bohórquez, Ana María, Montes Uribe, Enrique, Ramírez Cortés, Juan Mauricio. Borradores de Economía, Banco de la República, documento No. 362, enero de 2006. 10 “Análisis de la Sensibilidad del Comercio Subregional Andino en el Marco del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos”. Secretaria General de la Comunidad Andina (CAN), documentos de trabajo, documento No. SG/dt 276, 27 de octubre de 2004. Gladis Genua, de la Secretaria General de la CAN, en la XXVI Asamblea Anual de Afiliados a la Cámara Colombo Venezolana, el diciembre 6 de 2005, señaló que este estudio fue realizado por el BID. 41 competir en condiciones de igualdad con los Estados Unidos. Como una muestra de los tremendos desequilibrios entre las partes, que convierten la competencia dentro del TLC en una ficción, no sobra recordar que el Producto Interno Bruto (PIB) de la economía norteamericana es 80 veces mayor (2003) que el de la colombiana (Banco Mundial, 2007), por lo que poner a la una a competir con la otra no pasa de ser, en el mejor de los casos, un despropósito, y mucho más cuando sabemos que el Tratado es aún peor que las normas de la OMC, porque éstas, así sea con cláusulas mediocres que apenas rozan el fondo del problema, establecen el trato especial y diferenciado entre los países como una manera de reconocer las diferencias entre ellos. ¿Por qué, entonces, si las normas más elementales de la democracia exigen que las legislaciones internas de cada nación reconozcan y regulen las diferencias entre las partes —casos arrendador y arrendatario o empleado y empleador, por ejemplo—, concediendo derechos distintos para medio proteger a los débiles, el TLC crea una igualdad mentirosa que sólo se atreven a alegar las mentalidades ventajistas para justificar el sometimiento de la parte débil a la fuerte? Caben aquí unas glosas sobre la experiencia de México. El notable incremento de sus exportaciones a Estados Unidos tras la firma del TLC, que pasaron de 51.618 millones de dólares a 183.562 millones entre 1994 y 2005, permite concluir que ese no debe ser, bajo ningún pretexto, el camino de Colombia. Porque en ese lapso el PIB ha crecido en promedio solo al 2.9 por ciento anual11, en tanto el PIB per cápita lo ha hecho apenas el 1.14 al año12, 11 Fuente: Cepal e INEGI, Sistema de Cuentas Nacionales de México. 12 Fuente: INEGI, Banco de México, Sistema de Cuentas Nacionales de México y Cepal, y cálculos propios con base en datos del INEGI y del Sistema de Cuentas Nacionales de México. 42 porcentajes bajísimos que también explican unos indicadores sociales tan malos como los colombianos, con pobrezas del orden del 50 por ciento, y eso que México cuenta con la válvula de escape de los 3.2 millones de mexicanos que el “libre comercio” expulsó hacia Estados Unidos entre 1990 y 200013, más las remesas que estos les envían a las familias que dejaron atrás, las cuales se multiplicaron por 5.4 veces entre 1995 y 2005, al pasar de 3.673 millones de dólares a 20.035 millones de dólares14. ¿Qué ocurrirá si Washington decide no dejar entrar más mexicanos, ni siquiera por “el hueco” y a trabajar en condiciones miserables, cambio al que pueden conducir medidas como la infame muralla que se decidió construir en la frontera común? La segunda razón, que resulta apenas obvia, es que nadie en sus cabales puede soñar siquiera con que en el neoliberalismo Colombia será capaz de exportar al mercado norteamericano en cantidades similares a las de México, por la simple e inmodificable condición de las diferencias entre las fronteras, que hacen mayores nuestros costos de transporte y, por consiguiente, perjudican el rasero de nuestras “ventajas competitivas”. En lo que sí pueden considerar los neoliberales colombianos ‘ejemplar’ a México es en el agravamiento de la concentración de la riqueza, pues, de acuerdo con el Banco Mundial, sus diez principales multimillonarios pasaron sus riquezas totales netas de 24 mil millones de dólares a 51 mil millones entre 1996 y 200015. También contiene una buena dosis de falsedad llamar a los TLC con Estados Unidos tratados de “libre comercio”. En primer lugar porque de lo que se trata es de estimular el imperio de los 13 Fuente: Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) de México, www.inegi.gov.mx 14 Fuente: INEGI, www.inegi.gov.mx 15 Citado por Maya M. Guillermo, Eltiempo.com, 2 de enero de 2008. 43 monopolios, y estos no generan “libertades” de ninguna índole, y en segundo lugar porque al menos en el caso del TLC que se apresuró a firmar el gobierno de Álvaro Uribe, con más pena que gloria, sus disposiciones van bastante más allá de determinar en seis capítulos las relaciones comerciales, de importación y exportación, con los estadounidenses. En los restantes diecisiete capítulos, el interés colombiano también se verá negativamente afectado por lo que se define en materia de propiedad intelectual, inversiones, solución de controversias, sector financiero, telecomunicaciones, negocios transfronterizos y medio ambiente, entre otros aspectos. Y habrá un empeoramiento de las condiciones laborales del país, así éste no haya quedado expresamente pactado, porque sus cláusulas empujan en la práctica en esa dirección, so pena de que Colombia pierda competitividad a la hora de exportar, de defenderse de las importaciones o de atraer inversionistas extranjeros. Entre las manipulaciones informativas sobre por qué Colombia debe firmar el TLC aparece como una de las principales el supuesto objetivo de mantener los menores aranceles que hoy pagan algunos empresarios colombianos que exportan a Estados Unidos en razón de lo establecido por la Casa Blanca en el Atpdea, por su sigla en inglés, el famoso Andean Trade Promotion and Drug Eradication Act16. Conocer entonces a cuánto equivalen los aranceles dejados de pagar por este mecanismo es una necesidad para pasar de la retórica neoliberal a la realidad de las cifras, y de 16 Mediante esta ley casi todos los productos de los países andinos (exceptuando a Venezuela) pueden exportarse sin aranceles a Estados Unidos. Para Colombia, las partidas arancelarias desgravadas son 5.687. El Atpdea es una decisión unilateral de Washington que terminó el 31 de diciembre de 2006 (aunque se ha prorrogado desde entonces). Se explicó como una compensación a estos países por sus luchas contra el narcotráfico. A Colombia sólo se le otorgó una vez que el presidente Álvaro Uribe expidió el decreto 2085, que les amplió a las multinacionales el monopolio sobre los medicamentos y los agroquímicos. acuerdo con el empresario colombiano Emilio Sardi, la verdad de las cuentas del Atpdea es la siguiente: 44 Se afirma con gran bombo que cerca de la mitad de nuestras exportaciones a Estados Unidos están incluidas en el Atpdea, pero se esconde que casi el 70 por ciento de ellas (unos 3.400 millones de dólares en 2005) serán de petróleo o sus derivados. Ésas no se verán afectadas por la pérdida del Atpdea y se seguirán haciendo. La rebaja en aranceles que se obtiene en los otros productos tiene importancia para un par de sectores, pero no es grande para la economía nacional como un todo. De los 1.400 millones de dólares que se estima cubrirá el Atpdea que no son petróleo y sus derivados, las flores representarán aproximadamente la tercera parte. Su arancel es del orden del 6.5 por ciento, lo que representa una rebaja arancelaria de unos 30 millones de dólares. Sus exportadores no quisieran perderla, pues, como diría el filósofo de Palenque, es mejor ganar más que menos, pero no por eso van a dejar de venderlas. Las exportaciones de confecciones, que por la competencia china van cayendo, tienen aranceles del orden del 15 por ciento, pero nadie ha establecido cuál es el valor agregado verdadero que generan. No es presumible que el valor agregado de las operaciones de maquila llegue siquiera al 40 por ciento de lo exportado, que se estima en 500 millones de dólares. Luego la rebaja arancelaria real se ubicaría en máximo 30 millones de dólares. Y de ahí para abajo realmente ni vale la pena entrar en el detalle. De las 5.600 partidas arancelarias favorecidas, Colombia registra exportaciones apenas en 913, de las que sólo 18 exportan más de 10 millones de dólares, mientras 603 no pasan de exiguos 100.000 dólares. ¡Ni siquiera para diversificar nuestra oferta exportadora a Estados Unidos han servido el Atpa o el Atpdea! Allá están interesados sólo en nuestros productos básicos. Es evidente que el ahorro arancelario por el Atpdea es realmente apenas del orden de unos 100 millones de dólares o, a lo sumo, 120 millones de dólares anuales. Si fuera cierto que el Atpdea es improrrogable, sería mucho 45 más sensato buscar ayudar a los afectados con medidas como las que ha tomado el gobierno para proteger a algunos sectores del agro contra la revaluación que precipitarse a firmar un mal tratado, para obtener una rebaja arancelaria que no alcanza a ser el 0.1 por ciento de nuestro PIB”17. Con respecto a las exportaciones de confecciones a Estados Unidos, de las que se habla tanto para defender que se mantengan a cualquier precio los aranceles otorgados por el Atpdea, estas vienen disminuyendo y, seguramente, van a caer todavía más por causa de la muy dura competencia de los productores asiáticos, que actúan con mejores tecnologías y con salarios tan bajos que los hacen imbatibles. De acuerdo con Proexport, las exportaciones de confecciones hacia Estados Unidos caen desde 2005. Por ejemplo, entre enero y septiembre del año pasado, cuando sumaron 216 millones de dólares, decrecieron el 12 por ciento frente al mismo período del año anterior, cifras que suponen aranceles no pagados del orden de 50 millones de dólares a todo lo largo del año, suma relativamente baja y que en la práctica es menor si se considera que una parte de esas ventas son de productos fabricados con algodón previamente importado de Estados Unidos (en 2006 dichas importaciones sumaron 116 millones de dólares). Además, hay un hecho que el gobierno omite: el principal destino de las exportaciones de confecciones es Venezuela y no Estados Unidos, como normalmente se cree. Al país vecino vendemos tres veces más de lo que le enviamos a los norteamericanos. Otra manera de mostrar que la preservación de lo obtenido por aranceles en el Atpdea no tiene fuerza suficiente para justificar el TLC es percatarse de que ese mecanismo, que con ligeras 17 Citado por Enrique Daza, Deslinde, septiembre de 2006, pág. 70. 46 modificaciones se llamaba antes Atpa (Andean Trade Preference Act), se remonta a 1991, al comienzo de la tristemente célebre “apertura económica” iniciada por el gobierno de César Gaviria Trujillo. Entonces, luego de 16 largos años de experiencia, salta a la vista que las mencionadas rebajas arancelarias no producen un cambio de fondo en la capacidad exportadora del país y, mucho menos, en las condiciones de pobreza que avergüenzan a los colombianos ante el mundo. Para lo que sí ha servido el Atpdea es para embellecer las imposiciones estadounidenses y para ser utilizado como instrumento de extorsión a favor del TLC, al crear un grupito de ruidosos exportadores que, como ganan con los menores aranceles y con el tratado, afirman que su caso es el de toda la nación, teoría que repite, a sabiendas de sus implicaciones, la sumisa tecnocracia neoliberal. Se está así, entonces, ante el conocido caso de la carnada que oculta el anzuelo, con la diferencia de que con el Atpdea la carnada se la comen unos cuantos, en tanto el arpón se clava en la garganta del resto de los colombianos. ¿Quienes toman este tipo de decisiones en Colombia no se darían cuenta de que Estados Unidos creaba con el Atpdea una auténtica quinta columna a favor del “libre comercio” y de cualquier TLC que decidiera imponer? ¿Tampoco sabían que la Casa Blanca preparó el terreno para el TLC con Centroamérica (Cafta) mediante el mismo truco de conceder temporalmente unos aranceles menores a través del CBERA (Caribean Basin Economic Recovery Act), y esto a pesar de que allí ni siquiera existía el pretexto del narcotráfico? ¿E ignoraban que con África maneja un instrumento de extorsión parecido, el African Growth Opportunity Act? 47 No es casual tampoco, por supuesto, que en el Plan Colombia se señale el compromiso de de efectuar acuerdos de libre comercio y se defina la inversión extranjera como “un elemento esencial” para adecuar a Colombia a “un mundo globalizado”, al tiempo que se cataloga “la colaboración de Estados Unidos” como “indispensable para el desarrollo económico del país”18, frases que implican mandatos de obligatorio cumplimiento, además de los que no quedan por escrito pero que también obligan, y que bien ilustra la explicación dada por el ex presidente Andrés Pastrana ante la Comisión de Relaciones Exteriores, donde informó que el Plan Colombia también incluyó aceptar la exigencia de Clinton de despejar el Caguán para adelantar el proceso de paz con las Farc 19. Y para que no quedaran dudas del carácter de obligatoriedad de lo acordado, la Carta de Intención enviada al FMI por el ministro de Hacienda Juan Manuel Santos el 20 de diciembre de 2001 se titula “FMI acoge Plan Colombia”20. Tampoco resiste el menor análisis serio otro lugar común en defensa del TLC con los Estados Unidos, necio como el que más, que afirma que hay que suscribirlo a toda costa por lo mucho que Colombia le compra y le vende a ese país, cuando la primera conclusión que debería sacarse es que tal cosa constituye otra prueba de la deformación que padece la economía nacional, pues lo razonable sería tener mayores relaciones con los países fronterizos, como sucede en la Unión Europea que, con todo y sus 18 Ver los compromisos económicos y sociales del Plan Colombia en www.derechos.org/nizkor/colombia/doc/planof.html. Mediante el Plan Colombia (2000), la Casa Blanca, además de imponer la política antinarcóticos, determinó el rumbo de la economía colombiana de acuerdo con los postulados del “libre comercio”. Bajo el rótulo de Plan Colombia, y para dar la idea de que toda es plata de Estados Unidos, se gasta una parte importante de los recursos colobianos. 19 Semana.com, 6 de diciembre de 2007. 20 www.banrep.gov.co/publicaciones/pub_fmi.htm 48 aspectos discutibles, ha servido para mostrar la importancia de fortalecer los vínculos con los vecinos. ¿No enseñan los mismos libros de texto de la economía capitalista que ésta avanza mejor en aquellos mercados cuyos costos de transporte tienden a cero, que es lo que en condiciones ideales ocurre dentro las áreas urbanas o entre países que comparten fronteras? Por otra parte, desde que hace milenios apareció sobre la faz de la Tierra el campesinado se estableció que no deben ponerse todos los huevos en el mismo canasto, máxima aún más cierta en las economías nacionales que en la individuales, porque así se protegen mejor en las inevitables crisis que sacuden a unos u otros países y a unos u otros sectores de la economía, lo que nuevamente ratifica la conveniencia de distinguir entre quienes hacen afirmaciones falsas por ingenuos, por ignorantes o por demasiado listos. Que muchos analistas, incluidos los neoliberales, opinen que Colombia puede ser uno de los países peor librados por la actual crisis económica internacional se explica por lo alta que es la dependencia de su comercio exterior con Estados Unidos. Llegados a este punto, no sobra echarle números al tamaño del mercado estadounidense que se le abre a Colombia con el TLC, distinguiendo entre el potencial teórico y aquel al que efectivamente puede aspirarse de acuerdo con las realidades económicas de aquí y de allá —y del resto del mundo—, de manera que ni incautos ni astutos ganen indulgencias con las conocidas cuentas de la lechera. Porque del hecho cierto de que el mercado norteamericano sea “el mayor del mundo” (11.7 billones —millones de millones— de dólares al año en 2004) no se deduce que pueda conquistarse en una proporción suficiente para superar los problemas económicos y sociales de Colombia, que es de lo 49 que se supone que se trata la discusión sobre si el tratado le conviene o no al país. De acuerdo con el especialista en estos temas Aurelio Suárez Montoya, apenas el 8 por ciento del gasto estadounidense (1.48 billones de dólares21) se destina a importaciones, dado que el resto se utiliza para adquirir bienes y servicios generados internamente. 207 mil millones de dólares de importaciones son de combustibles, que se venden allí sin necesidad del TLC (Colombia aporta el 1.8 por ciento). 580 mil millones de dólares se destinan a compras de vehículos y autopartes, bienes de capital y equipos, renglones en los que Colombia no le vende un dólar ni lo venderá con el tratado. Otros 200 mil millones de dólares se destinan a materias primas y elementos para la industria, y de ellos los colombianos contribuyen con apenas 130 millones de dólares, equivalentes al 0.13 por ciento, suma que muy difícilmente podrá aumentar. Y de los algo más de 400 mil millones de dólares restantes, 370 mil millones son bienes de consumo, pero de ellos Colombia no vende nada de sus principales renglones, tales como farmacéuticos, electrodomésticos, juguetes, joyería, motocicletas, instrumentos musicales y equipos de fotografía, y tampoco hay razones para pensar que con el TLC esta situación cambiará de manera importante, porque ese mercado, como lo muestran las anteriores cifras, ya está en lo fundamental copado por los poderosos competidores del resto del mundo, los cuales incluso han capturado buena parte del mercado interno colombiano. ¿No es una bobería decir que porque Washington le va a eliminar a Colombia unos aranceles que en promedio son de apenas 2.7 por ciento, con eso va a cambiar la composición de las importaciones estadounidenses? 21 Suárez Montoya, Aurelio, Matemáticas Elementales para el TLC, La Tarde de Pereira, 20 de septiembre de 2005. 50 ¿No es una evidente manipulación que como gran cosa se les ofrezca a los colombianos tomarse algo de las importaciones gringas de lácteos y tabaco, cuando ellas suman apenas 2.700 millones de dólares y hay que disputárselas a 28 países, y eso contando sólo a los que más venden en Estados Unidos22? Constituye una mentira descarada, adicionalmente, decir que si Colombia no firma el TLC con los Estados Unidos dejará de vender en ese país o se aislará de la economía mundial, pues lo cierto es que, exceptuando a México y Canadá, todos los principales exportadores a Estados Unidos no tienen TLC firmados con Washington, así como que sin Atpdea y sin TLC no se afectarán en nada las exportaciones de banano y café y de todas maneras se mantendrán las de petróleo y carbón. Y en lo que respecta a facilitar aún más las importaciones de bienes estadounidenses que sean benéficas para los colombianos, pues sólo a un necio se le puede ocurrir que para ello se requiere de un tratado de “libre comercio”. Lo máximo que en sus relaciones comerciales con el imperio le sucedería a Colombia sin el TLC sería, como ya se dijo, el aumento de los precios de venta de algunos productos que hoy se benefician con el Atpdea, cifra que, hay que reiterarlo, es mucho menos importante para la suerte del país que lo que afirman los que se la embolsillan y los neoliberales criollos y que en todo caso resulta muy inferior a los nuevos y enormes costos que, como se verá, cobrará Estados Unidos por mantenerla. 22 Nueve países exportan a Estados Unidos el 72 por ciento de los lácteos que importa y 19, el 65 por ciento del tabaco. 51 Al colocar en su sitio el verdadero poder que tienen las exportaciones para desarrollar un país —y dentro de ese contexto los auténticos alcances de un mecanismo como el del Atpdea—, no es porque se niegue la conveniencia de exportar o porque se desprecie la suerte de los productores que hoy se benefician con los menores aranceles a Estados Unidos —productores que están en capacidad de competir sin tales ventajas o que podrían beneficiarse, a costos infinitamente menores que los del TLC, de diversos tipos de respaldo por parte del Estado colombiano—, sino porque el interés nacional debe estar por encima del interés particular de unos cuantos individuos, por importantes que sean. Si el TLC entra en vigencia no será una coyunda de menor cuantía y fácil remoción. Al convertirse en Ley de la República, sus 1.531 páginas sobre economía (la Constitución Política de Colombia tiene 42 artículos económicos), dado su carácter de acuerdo internacional, adquirirá un nivel similar al de las normas constitucionales en el sentido de que nadie en Colombia, en ningún nivel u organismo del Estado, podrá aprobar algo que contradiga su texto. En el capítulo de propiedad intelectual el país se compromete, además, a adherir a otros cuatro acuerdos internacionales que fortalecerán aún más el poder monopólico de las transnacionales estadounidenses en estos tópicos, imposición todavía más humillante porque en el TLC no se contempla que Estados Unidos adhiera a los tratados sobre asuntos laborales y medio ambiente que sí ha suscrito Colombia. Nada en el tratado podrá modificarse, ni en una coma, sin la autorización de Washington, cambio que, si se logra, habremos de pagar con nuevas y onerosas concesiones en otros aspectos. Y su denuncia, como se llama la manera de terminarlo por decisión unilateral de cualquiera de las partes, deberá derrotar, como es obvio, las más duras presiones de la Casa Blanca. 52 Complementariamente, la aplicación del TLC, como ocurrió con la apertura económica de César Gaviria, fortalecerá todavía más a los pocos colombianos que se lucran de sus relaciones privilegiadas con el imperio, en tanto que aumentará el debilitamiento de quienes tienen su suerte personal atada a la de la nación, lo que agravará el círculo vicioso que ya se padece: mientras más domina Estados Unidos, más se fortalecen sus correveidiles criollos y, a través de ellos, más fácilmente pueden dominar las multinacionales a Colombia. ¿Qué garantiza, por último, que con el correr de los años el imperio no imponga otra tanda de condiciones aún más leoninas que las de hoy, una vez que su dominación sea casi absoluta porque ya redujo, a poco o a nada, a los sectores económicos colombianos que no sean extensión del capital extranjero? Digno de todo repudio, por último, es también el trámite que Álvaro Uribe le dio al TLC, dada su evidente lógica plutocrática y porque al final del proceso, como era de esperarse, hasta desatendió los puntos de vista de una parte fundamental de los sectores empresariales escogidos por él para darle un cierto viso democrático a su decisión de suscribirlo. En efecto, en nada tuvo en consideración las reiteradas posiciones de rechazo de las centrales obreras y de todas las organizaciones campesinas, indígenas y estudiantiles del país, ni atendió el voto casi unánime que formularon en contra del tratado las diferentes consultas. Tampoco elevó la consulta formal ordenada por la ley y los acuerdos con la OIT a los indígenas y afrodecendientes e incluso al 53 final de la “negociación”, cuando llegó la hora de nona y como ya se dijo, Uribe les impuso su decisión a las agremiaciones de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), las mismas que durante el trámite él mismo había señalado como las únicas dignas de tenerse en cuenta en el sector agropecuario. Como se verá, el TLC, entre otros hechos graves, consolidará y hará irreversibles las pérdidas económicas de la apertura; ratificará que la salud, la educación, los servicios públicos domiciliarios, el medio ambiente y el cultivo de alimentos son un negocio como cualquier otro; le arrebatará a Colombia los principales instrumentos económicos que usaron las potencias capitalistas para desarrollarse; arruinará áreas estratégicas de la producción nacional, industrial y agropecuaria; hará imposible que avancemos por los caminos de la ciencia y las tecnologías complejas; les entregará el control del ahorro nacional y de la biodiversidad a los extranjeros; le quitará al país los principales instrumentos que se requieren para orientar su economía y enfrentar las crisis cambiarias y financieras que, de manera inevitable, se presentarán en algún momento, y más en esta “época de turbulencia”, como la llama el señor Alan Greenspan; definirá una justicia a la medida de las conveniencias de los negociantes estadounidenses; consolidará la toma de las principales empresas que sobrevivan por parte de los inversionistas foráneos; generará una dependencia indeseable del comercio exterior colombiano con el de Estados Unidos; hará imposible cualquier proceso de integración económica latinoamericana; determinará por lo tanto una mayor pobreza, que golpeará sobre todo a las capas más desprotegidas de la población; entrabará aún más la defensa de la cultura nacional; definirá el territorio nacional con menos elementos que con los que lo define la Constitución y convertirá a Colombia en una especie de colonia norteamericana. 54 Como es notorio, estos hechos configuran el delito de traición a la patria que tipifica el artículo 455 del código penal, dado que este es aplicable a quien “realice actos que tiendan” a someter a Colombia, “en todo o en parte al dominio extranjero”, o que afecten su “naturaleza de Estado soberano”, pues es obvio que la independencia y la soberanía política se pierden en cualquier país en donde el capital ajeno se apodera de la parte principal de la economía. Y quedará también en evidencia que Álvaro Uribe Vélez violó el artículo 457 del mismo código, que establece la “traición diplomática” en la cual incurre quien, en un acuerdo o relación de orden internacional, “actúe en perjuicio de los intereses de la República”. 55 4. ACATAMIENTO NO ES NEGOCIACIÓN La actitud de acatamiento del gobierno colombiano a los dictados de Washington se hizo evidente desde antes de iniciarse las negociaciones del TLC, en el mismo momento en que fracasó la estrategia estadounidense de armar el Área de Libre Comercio de las Américas (Alca), pacto que debía unir en un solo gran tratado de libre comercio a Estados Unidos con los demás países americanos, exceptuando a Cuba. Y que fracasó porque una vez Washington dejó claro que iba a imponer tratos tan arbitrarios como los que se verán adelante, Venezuela, por una parte, y Brazil y Argentina y el resto del Mercosur, por la otra, se retiraron del proceso, por considerarlo, con razón, contrario a sus intereses nacionales. En contraste, Álvaro Uribe Vélez no acompañó a sus vecinos latinoamericanos y corrió a solicitarle a la Casa Blanca un tratado bilateral, a todas luces la peor opción que puede tomar un país tan débil como Colombia para hacer pactos con uno tan poderoso, y más si, como era conocido en ese momento, el Alca y los TLC eran para la casa Blanca la manera de conseguir lo que no había logrado en la OMC, dada la resistencia unida de muchos países débiles. Quien conozca el trámite que concluyó en el TLC aceptado por el gobierno de Colombia tendrá que concluir que en este caso las palabras “negociación” y “negociadores” hay que utilizarlas entre comillas, pues lo que hubo fue una adhesión a los puntos de vista de Estados Unidos, tal y como muchos lo explicamos a lo largo del proceso. El libro publicado por la Red Colombiana frente al Libre Comercio y el Alca (Recalca), que cuenta los pormenores del 56 mismo y que con acierto se titula De la indignidad a la indignación, constituye una excelente denuncia de cómo ocurrió, paso a paso, uno de los pasajes más vergonzosos en la historia de la diplomacia colombiana. Según Eugenio Marulanda, presidente de Confecámaras, uno de los asistentes a la reunión entre Álvaro Uribe Vélez y Robert Zoellick en la que se decidió iniciar la “negociación”, el en ese entonces representante comercial de Estados Unidos y hoy presidente del Banco Mundial advirtió: “Listo, se hace el acuerdo. Pero nosotros ponemos las condiciones. Lo toman o lo dejan”23. Y como era de esperarse, el Presidente de Colombia lo tomó, a pesar de que el mismo Zoellick insistió en que “libre comercio es libre comercio”, afirmación nada sutil con la que reiteró que serían los estadounidenses los que dirían la última palabra, ya que la Casa Blanca se había arrogado el derecho de establecer qué se entiende por “libre comercio”. Cuando empezaban los trámites de las “negociaciones” que a la postre llevarían al TLC, Rafael Mejía, Presidente de la SAC, le escribió a Álvaro Uribe Vélez el 28 de marzo de 2003: “No sobra recordar cómo el señor Ministro de Hacienda indicó que de querer garantizar recursos de financiamiento externo por parte de las entidades internacionales como el Fondo Monetario, el Banco Mundial y el BID, se requería desmontar la protección al sector agropecuario ante la fuerte presión de estos organismos al respecto”. Y para que no quedaran dudas, se hizo vox populi que de lo que se trataba era de tramitar un acuerdo básicamente igual a los TLC suscritos por Estados Unidos con México, Centroamérica y Chile. ¿Podrá haber algo más arbitrario y regresivo que imponerles a todos los países de 23 El Espectador, 10 de agosto de 2003. 57 América Latina tratados que al suscribirse son fundamentalmente iguales entre sí y que al concluir su período de transición, de unos pocos años, se convierten en idénticos, a pesar de las enormes diferencias que existen entre unos y otros? ¿No es escandaloso, por ejemplo, que la receta sea idéntica para Brasil y Haití? Sin embargo, y a pesar de que todo lo anterior quedó establecido desde antes de empezar las “negociaciones”, el gobierno de Colombia se dedicó a lo largo de veinte meses a crear la falsa idea de que estaba concertando un acuerdo positivo para las dos partes y no una simple adhesión. El problema que se le creó con esta patraña es que fracasó en ocultar que de lo que se trataba era de ponerse “el mismo traje del TLC con Chile”, como con desfachatez ironizaron algunos, y que de nuevo puso de presente que no hubo asunto de importancia en el tratado que no se definiera de acuerdo con los intereses de los Estados Unidos. En un inventario de sometimientos que ya de por sí es incompleto y que se redactó dentro del tono generoso de una publicación afecta al gobierno y al “libre comercio”, el periódico Portafolio del 27 de febrero de 2006, bajo el título de “TLC: business are business”, escribió lo siguiente: Colombia quería negociar solo un tratado comercial, sin los países andinos, y Estados Unidos decidió que Perú y Ecuador debían estar… y así se hizo (…) Colombia consideraba que el Atpdea, la ley de preferencias unilaterales, sería el punto de partida de la negociación, y Estados Unidos decidió que se debía comenzar de cero. Y así se hizo (…) Colombia creyó que se podía negociar la eliminación de algunos subsidios y ayudas que Estados Unidos da a sus productores del campo, pues era la única forma de competir con la producción de 58 ese país. Estados Unidos dijo que eso lo negociaba en la OMC y no en el TLC andino. Y así fue, mientras que Colombia entregó a cambio de nada la protección agrícola de las franjas andinas de precios (…) Colombia creyó que podía llevar textos propios para negociar, innovando la tradición norteamericana, pero finalmente comprobó que ese país tiene sus reglas para negociar, y punto (…) Colombia creyó que el gigante podría tener consideraciones para corregir asimetrías frente a un país débil. La realidad es que Estados Unidos es el imperio y así lo demuestra, sin importar quién sea el interlocutor. Luis Guillermo Restrepo Vélez, miembro del equipo de propiedad intelectual de Colombia en el trámite del TLC y quien renunció a su cargo antes que alcahuetear la entrega que se preparaba, explicó: “En cuanto a la forma como el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo ha conducido el proceso, sería mucho más transparente decirle al país (…) que realmente nunca existió negociación”. Y explicó: “Me queda la certeza de que desde el inicio de la negociación, sabían de la rígida postura de los negociadores estadounidenses, que no aceptarían un texto que no fuera igual o superior al Cafta. Y emplearon sus mejores capacidades no para negociar con ellos, sino para obtener paso a paso, gradualmente, con estrategias de todo tipo, algunas de las cuales el país conoció por su gravedad y trascendencia, concesiones del sector salud que los acercaran a su meta” 24, la de satisfacer las exigencias de Estados Unidos. Incluso, clama al cielo que Álvaro Uribe, que se presume tan ducho en materia de negocios, les hubiera restringido a sus voceros el espacio necesario para recurrir a expedientes usuales en el 24 Carta de renuncia, Bogotá, 2 de diciembre de 2005. 59 trámite de cualquier transacción, y esto a pesar de que la utilización de los mismos por parte de los Estados Unidos le concedía a Colombia toda la fuerza moral y política para hacerlo. El primero de estos casos consistió en que Colombia puso en negociación absolutamente todos los intereses del país en todos sus sectores económicos, hasta el punto de que Estados Unidos quedó autorizado para hacer cualquier petición, por descabellada que fuera. Lo anterior contrasta con la posición del gobierno estadounidense, que antes de empezar las “negociaciones” se dotó de una extensa ley aprobada por su Congreso, la Ley de Comercio de 2002 (Trade Act of 2002), que impuso precisos límites a sus potestades bajo la advertencia de que si los funcionarios de la Casa Blanca se salían de dichas condiciones el tratado no sería ratificado por la Cámara de Representantes y el Senado. Así, y como era de esperarse, desde el primer día de la negociación se convirtió en una especie de muletilla que los voceros gringos dijeran: “Eso no puede acordarse porque nuestro Congreso no lo aprobaría”, recurso que nunca pudieron utilizar los colombianos. Y ante esta salvaguardia elemental por parte de un país que no estaba dispuesto a poner en discusión sus intereses estratégicos, ¿qué hizo el gobierno de Colombia? ¿Imitó a su contraparte? Todo lo contrario: utilizó sus mayorías en el Congreso para impedir que se aprobara la llamada “Ley espejo”, que proponía imitar la ley de comercio estadounidense con los mismos propósitos: darle instrumentos de negociación al Ejecutivo, prohibiéndole sacrificar asuntos irrenunciables del interés nacional. Algo parecido ocurrió cuando Estados Unidos explicó que por razones de seguridad nacional no permitiría que en el trámite del TLC se conversara siquiera sobre la parte principal de sus 60 subsidios agrícolas, los cuales suman 71.269 millones de dólares al año. Y las razones del gobierno gringo para defender dichos subsidios no pudieron ser más contundentes. Al decir de George W. Bush, es importante para nuestra nación cultivar alimentos, alimentar a nuestra población. ¿Pueden ustedes imaginar un país que no fuera capaz de cultivar alimentos suficientes para alimentar a su población? Sería una nación expuesta a presiones internacionales. Sería una nación vulnerable. Y por eso, cuando hablamos de la agricultura (norte) americana, en realidad hablamos de una cuestión de seguridad nacional 25. ¿Utilizó Colombia el mismo concepto de seguridad nacional —que para el efecto se confunde con el de seguridad o soberanía alimentaria nacional26— para proteger su agricultura, arguyendo que por las mismas razones por las cuales los estadounidenses no eliminaban sus subsidios, los colombianos no eliminarían sus aranceles agropecuarios? Por supuesto que no. Lo que sucedió fue inaudito: el entonces ministro de Comercio, Jorge Humberto Botero, corrió a publicar un artículo en el que anunció que el gobierno no esgrimiría el concepto de seguridad alimentaria para defender el agro27, felonía que completó con otra que en un país diferente habría conducido a su destitución inmediata: el 16 de mayo de 2004, en el diario La Patria de Manizales, afirmó: “Mil y mil gracias por los subsidios (agrícolas extranjeros), porque nos permiten, por ejemplo, comprar trigo barato”, irresponsabilidad 25 U.S. President George W. Bush in remark to the Future Farmers of America, 27 de Julio de 2001, Washington, DC. 26 Por seguridad alimentaria nacional se entiende la capacidad de un país para producir en su territorio la dieta básica de la nación. También recibe el nombre de soberanía alimentaria. 27 La República, 21 de abril de 2004. 61 que fue rápidamente demostrada por los hechos como falsa cuando se dispararon los precios internacionales de los alimentos y con ello la inflación y el hambre en Colombia y alrededor de veinte países exportadores de alimentos limitaron sus ventas al mundo, demostrándose así, nuevamente, que es falso afirmar que la comida está disponible en el mercado mundial. En efecto, no se había aprobado aún el TLC en el Congreso de Estados Unidos cuando ya los hechos, los tozudos hechos, convirtieron en basura la fábula de que las importaciones agropecuarias eran siempre y en todos los casos más baratas que la producción nacional, como bien lo muestran los fuertes incrementos de los precios de los cereales en los últimos años (julio 2004 a septiembre 2007) —trigo 134 por ciento, sorgo 79 por ciento y maíz 91 por ciento28—, incrementos que se sumaron a los de los fletes del transporte marítimo —multiplicados por tres— , caso este que también mostró el crimen cometido en la apertura de acabar con la Flota Mercante Grancolombiana, con la añagaza de que los fletes de los barcos extranjeros eran más baratos. La sumisión de Álvaro Uribe a los dictámenes de los Estados Unidos llegó a tanto que no vaciló en hacer públicas afirmaciones que nadie haría en la mitad de una negociación, a no ser que estuviera decidido a doblegar la cabeza ante los intereses de la contraparte. En efecto, en el momento mismo en que se confirmó que los negociadores norteamericanos venían por la lana, por el telar y por la que teje, y subía el tono de las voces colombianas de repudio al TLC, el presidente de la república no tuvo empacho en 28 Fuente: www.fao.org, “Perspectivas de cosechas y situación alimentaria”, octubre de 2007. En el 2007, el índice FAO de precios de los alimentos creció 34 por ciento. Según el mismo índice, los precios de los cereales aumentaron 42 por ciento (http://www.fao.org/es/esc/es/15/53/59/highlight_529.html). 62 declarar que firmaría “rapidito” y así le llovieran “rayos y centellas”, con lo que le garantizó a Washington que al margen de cuán atrabiliaria fuera su conducta, Colombia no se levantaría de la mesa. ¿No es de elemental prudencia, en el trámite de cualquier negocio —y un acuerdo económico internacional lo es—, transmitir la idea de que se está dispuesto a romper si la negociación no concluye en condiciones satisfactorias? ¿Qué posición independiente puede defender quien haga saber que firma porque firma, por malo que sea el negocio y así le lluevan rayos y centellas? En el transcurso de las “negociaciones” también fue de común ocurrencia que el gobierno colombiano, unilateralmente, se anticipara a aprobar normas internas que se sabía que iban a ser exigidas por el de los Estados Unidos en el TLC. Así sucedió, entre otras, con la reforma a la política de hidrocarburos, que le quitó al capital extranjero la obligación de asociarse con Ecopetrol en sus actividades comerciales; con la ley de garantías a los inversionistas foráneos, que les otorga jugosos privilegios, y con la que castiga hasta con cárcel la copia de algunos productos, exigencias que los negociadores estadounidenses ya habían hecho en el trámite del tratado. Si se trataba de un negocio en el que “hay que dar para recibir”, según explicó el uribismo, ¿por qué estas medidas se entregaron de forma unilateral y sin que mediara contraprestación alguna? Tales preguntas mantienen toda su vigencia aun aceptando, en gracia de discusión, que dichas modificaciones fueran positivas para el país —que no lo son—, porque lo que se discute en este punto es por qué Colombia desechó instrumentos elementales de cualquier negociación. Por otra parte, no quedó en el TLC ningún artículo que nos proteja de una arbitrariedad como 63 la que ya vivieron los países centroamericanos que firmaron el Cafta, a los que se les impuso la obligación de modificar un conjunto de leyes antes de que el tratado entrara en vigencia, en tanto el imperio, en el artículo 102 de la ley interna con la que lo aprobó, dejó establecido que no modificará ninguna de sus leyes porque éstas prevalecen sobre lo acordado. Y los uribistas ya cumplieron en el Congreso de Colombia con la desvergüenza de hacerle una reforma a las normas sobre Cooperativas de Trabajo Asociado para satisfacer exigencias de Washington atadas al TLC, reforma que para mayor desfachatez se realizó sin modificar en serio esos engendros calculados para que los trabajadores no puedan sindicalizarse y con el notorio propósito de engañar a los sindicalistas estadounidenses que se oponen al Tratado. En el colmo de los colmos, el TLC amenaza de manera directa la propia integridad territorial de Colombia, pues allí se le aceptó a Washington una “definición de territorio” que recorta lo que dice la Constitución al respecto. Según el Tratado, al país se le embolataron nada menos que el subsuelo, el mar territorial, la zona contigua, la plataforma continental, la zona económica exclusiva, el segmento de la órbita geoestacionaria y el espectro electromagnético. En el anexo 1.3 del TLC se afirma: “Definición de territorio. Con respecto a Colombia, además de su territorio continental, al archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, la Isla de Malpelo y todas las demás islas, islotes, cayos, morros y bancos que le pertenecen, así como su espacio aéreo, las áreas marítimas sobre las que tiene soberanía o derechos soberanos o jurisdicción de conformidad con su legislación interna y el derecho internacional, incluidos los tratados internacionales aplicables.” Por su parte, el Artículo 101 de la Constitución 64 nacional reza: “Forman parte de Colombia, además del territorio continental, el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, la isla de Malpelo, además de las islas, islotes, cayos, morros y bancos que le pertenecen. También son parte de Colombia, el subsuelo, el mar territorial, la zona contigua, la plataforma continental, la zona económica exclusiva, el espacio aéreo, el segmento de la órbita geoestacionaria, el espectro electromagnético y el espacio donde actúa, de conformidad con el Derecho Internacional o con las leyes colombianas a falta de normas internacionales.” Lo peor es que los textos son diferentes no por un olvido ni porque quieran decir lo mismo, como con astucia dicen los altos funcionarios del gobierno, sino porque Colombia y Estados Unidos tienen posiciones diferentes sobre estos aspectos y porque, como es evidente, también aquí la Casa de Nariño se sometió a la Casa Blanca, con lo que, en la interpretación más benévola de ese texto perverso, el TLC abre la puerta para que el país se entrampe en todo tipo de litigios, nada menos que con el mayor imperio de la historia. Para explicar una sola de las amenazas, es sabido que Estados Unidos no reconoce “la zona económica exclusiva”, es decir, las doscientas millas de aguas marinas y submarinas y del suelo y subsuelo de dichas áreas alrededor de las costas nacionales (692 mil kilómetros cuadrados en total, incluidos los bienes públicos que hay allí —Art. 112 CPC), sobre las cuales la Constitución define su soberanía, “de conformidad con el Derecho Internacional o con las leyes colombianas a falta de normas internacionales”. 65 ¿Por qué el gobierno de Colombia no exigió que en el TLC el territorio nacional se definiera tal y como reza en la Constitución? ¿Con qué derecho redefinieron el territorio nacional? ¿No es tratar a los colombianos como idiotas afirmar que los dos textos quieren decir lo mismo? Si significan lo mismo, ¿por qué no transcribieron la Constitución? ¿Qué diría el presidente Álvaro Uribe si un vecino 129 veces más poderoso que él le propusiera montar una sociedad, pero le advirtiera que los linderos de su finca los redefiniría el socio con un texto diferente al de la escritura? ¿Le aceptaría un “no te preocupes que los textos, aunque diferentes, quieren decir lo mismo, yo te lo garantizo”? ¿Por qué estos avezados hombres de negocios son tan cuidadosos para defender sus intereses y tan laxos con los de los colombianos? Para completar el grave sacrificio del interés nacional —y de la dignidad nacional, por supuesto—, el gobierno de Colombia permitió que los estadounidenses reabrieran la “negociación” dos veces, después del 22 de noviembre de 2006, como ya se explicó, y luego de su cierre el 27 de febrero de ese año, reapertura que estaba acordado no realizar, que le generó nuevas pérdidas al país y que tuvo como primer pretexto la traducción al español de los textos del TLC, que se habían “negociado” en inglés, el idioma del imperio. Como si fuera poco, el gobierno de George W. Bush, conocedor del alma de la contraparte, no aceptó que los dos gobiernos suscribieran el tratado, el 22 de noviembre de 2006, hasta tanto Álvaro Uribe no ordenó ceder en la autorización para importar carne de reses gringas de más de treinta meses, luego de que durante semanas los ministros de Agricultura y de Comercio hubieran dicho que esa exigencia era inaceptable porque aumentaba el riesgo de contagio con el mal de las vacas locas, 66 enfermedad existente en Estados Unidos y no en Colombia. Sucedió, como muchos lo advertimos oportunamente, que la Casa Blanca no cumplió con el compromiso de tramitar en el Congreso norteamericano lo firmado el 22 de noviembre, pues, como es bien sabido, al la postre modificó el preámbulo y seis capítulos del tratado. Si hubo algo vergonzoso en el trámite del TLC fue padecer al uribismo en el Congreso de Colombia, al mando del ministro de Comercio, Luis Guillermo Plata, tramitando durante el primer semestre de 2007 la ratificación de un texto de tratado que se sabía no sería el definitivo, en tanto decían ignorar que republicanos y demócratas en ese mismo momento estaban modificando, sin la presencia del gobierno colombiano, lo suscrito por los dos gobiernos. ¿Y alguien duda que si en Estados Unidos decide cambiar otra vez el texto del Tratado, Uribe se someterá? No es casual que al finalizar las “negociaciones” los colombianos hubieran tenido que asistir al espectáculo bochornoso de ver Jorge Humberto Botero, el ministro que dirigió la “negociación”, irse a un alto cargo en el Banco Mundial en Washington, a Juan Lucas Restrepo, jefe de los “negociadores” de asuntos sanitarios y fitosanitarios, empleado como subdirector del programa MIDAS de USAID29, agencia dependiente del Departamento de Estado de Estados Unidos, a la ex ministra Sandra Suárez, puesta a cargo de defender el TLC ante el Congreso de Estados Unidos, contratada por la transnacional de medicamentos Wyeth y a María Fernanda Hurtado, del equipo de la mesa de propiedad intelectual, poniéndose a sueldo de la multinacional suiza Norvartis, luego de participar en las “negociaciones” de otro tratado entre Colombia y la Asociación Europea de Libre Comercio, el cual, por la cláusula 29 Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, www.usaid.gov 67 de nación más favorecida, puede empeorar las condiciones pactadas en el TLC con Estados Unidos. Como ya se mencionó, cierra con broche de oro estas ignominias Jorge Alfredo Pinto –– presidente de la Acopi, la organización de los pequeños industriales–, quien se ganó el cargo de embajador de Colombia en India por calificar de positivo para sus agremiados, contra toda evidencia, el TLC. Álvaro Uribe Vélez y sus “negociadores” cerraron así un proceso en el que la pusilanimidad fue la norma y en el que cedieron ante cada exigencia de los estadounidenses, sumándole a las pérdidas económicas y sociales la indignidad de representar de esa manera a Colombia. Si tales conductas las hubiera asumido el gobierno norteamericano, ¿cuánto tiempo habría pasado antes de que la prensa de ese país las condenara, equiparándolas con los actos de Quisling? 68 5. LAS PÉRDIDAS ESTABAN DECIDIDAS DESDE ANTES Para los sectores informados de la población colombiana, los lineamientos generales de la casi totalidad del TLC ya se conocían desde antes de empezar las “negociaciones”, pues por aquel entonces ya era de dominio público el acuerdo de “libre comercio” entre Estados Unidos, México y Canadá, puesto en marcha durante el gobierno de Hill Clinton, así como los textos de los compromisos suscritos con Chile y Centroamérica durante el gobierno de George W. Bush. Se sabía, además, que el imperio tiene para estos efectos una especie de “contrato proforma” que cada país debe admitir con ligerísimas modificaciones, y que los cambios de un TLC a otro se reducían a mejorar alguna de las muchas gabelas que había logrado acaparar la contraparte norteamericana. No era un secreto que las “negociaciones” se limitaban a correr unos meses más —o unos meses menos— los procesos de eliminación de los aranceles, tiempo durante el cual Washington procedía con cierta paciencia, consciente de que era el mismo tiempo que usaban los “negociadores” de los gobiernos vasallos para manipular a la opinión pública, creando la impresión de que defendían los intereses nacionales. Y las cosas ocurrieron de acuerdo con las advertencias, porque lo cierto es que la totalidad de nuestra enclenque industria nacional quedará expósita, frente a la muy poderosa competencia estadounidense, en un plazo máximo de diez años, lapso en el cual también deberá desprotegerse casi todo el sector agropecuario (menos leche, pollo, maíz y arroz). La “negociación” sobre aranceles nunca puso en duda que éstos tenían que llegar a cero por 69 ciento, sino que se limitó a establecer en qué plazo se alcanzaría esa meta en cada sector, de manera que se le diera un cierto orden a la ruina de los agredidos: cuáles productos se arruinarán en el primer año de vigencia del tratado (los de la llamada “Canasta A”), cuáles en el quinto (“Canasta B”), cuáles en el décimo (“Canasta C”, y ahí ya va toda la industria) y cuáles un poco después (“Canasta D”, en la que quedó una porción muy reducida del agro), de acuerdo con algunos detalles que se comentarán más adelante. Cualquiera que mire en perspectiva el destino del país tendrá que reconocer que una década es muy poco cuando se trata de definir el futuro de un sector económico, y más si se piensa en el interés de toda la población. En otras palabras, se engaña quien crea que en ese lapso Colombia podrá desarrollar la infraestructura y las habilidades suficientes para enfrentar con éxito al más poderoso de los competidores. El establecimiento de los mencionados plazos máximos no tiene como propósito evitar la pobreza y la ruina de muchos, y menos impedir que el país en su conjunto quede para siempre encadenado al atraso económico y a una aberrante desigualdad social, pues es obvio que en el tiempo estipulado para desmontar los aranceles Estados Unidos mantendrá o aumentará sus ventajas. ¿Hay alguna razón que indique que los productores norteamericanos van a sufrir disminuciones importantes de su competitividad frente a los colombianos en el corto o mediano plazo? ¿No está probando la Casa Blanca que está en capacidad de manipular el valor del dólar para mejorar su competitividad? ¿Cómo pueden competir en el mercado estadounidense los exportadores colombianos con sus pares del resto del mundo, si ni siquiera son capaces de vencerlos en el mercado nacional? ¿No hay que ser muy ignorante —o muy tramposo— para sostener que 70 Colombia se volverá competitiva con la “agenda interna”, de la que ya ni se habla, o con el demagógico programa del gobierno conocido con el nombre de “Agro: ingreso seguro”? El verdadero objetivo de los plazos de desgravación es permitirles a los monopolistas gringos adecuar su producción a las nuevas exportaciones que van a ganar y dividir a los productores colombianos damnificados, al generar entre algunos de ellos la ilusión de que sí podrán competir en el TLC, con lo que se dificulta la constitución del gran frente de resistencia civil que debe organizarse. Con esta misma racionalidad puede entenderse por qué la aplicación del “libre comercio” en Colombia la definieron en dos etapas: la que empezó en 1990 con César Gaviria, y la de ahora, en la que Uribe pretende concluir el proceso. Como se mencionó, los propios estudios gubernamentales muestran con toda claridad las grandes pérdidas que sufrirán el agro y la industria de Colombia por causa del TLC. En Efectos de un acuerdo bilateral de libre comercio con Estados Unidos, publicado por el Departamento Nacional de Planeación en 200330, se acepta que las importaciones crecerán casi el doble que las exportaciones, 11.92 contra 6.44 por ciento, y que la producción colombiana se reducirá en ocho de los diez sectores en los que la dividieron para el análisis, por lo que aparecen como perdedores los cereales, otros productos agrícolas, minas y energía, cueros y maderas, alimentos, carne bovina y otras carnes, otras manufacturas y servicios y finca raíz. Por su parte, el Banco de la República, en un estudio conocido con el nombre de El impacto del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos en la balanza 30 “Efectos de un Acuerdo Bilateral de libre comercio con Estados Unidos”. Departamento Nacional de Planeación (DNP), Archivos de Economía, documento 229, 31 de julio de 2003. 71 de pagos31, debió reconocer que el país perderá en su comercio exterior, pues entre 2007 y 2010 las ventas colombianas a Estados Unidos crecerán al 14 por ciento frente a unas compras que aumentarán en 35.6 por ciento, nueva realidad que “aumentará la dependencia” de Colombia y convertirá en desfavorable la balanza comercial del país. Y un amplio equipo de especialista, encabezado por Luis Jorge Garay y contratado por el ministerio de Agricultura, realizó un voluminoso estudio titulado EL agro colombiano frente al TLC con Estados Unidos32, en el que se advirtió que si el imperio mantenía sus subsidios agropecuarios y Colombia desmontaba sus aranceles, como a la postre ocurrió, le iría mal al país. Las pérdidas en este campo obedecen a que la eliminación de los aranceles —hoy por hoy casi el único instrumento de protección de Colombia— se hará con una diferencia notable en contra del país, pues el arancel promedio colombiano se reducirá cuatro veces más que el estadounidense, dado que el de aquí es del orden del 13 por ciento (con sectores que superan bastante ese porcentaje), en tanto el de allá se ubica en el 2.7 por ciento. Y también explican las pérdidas que vienen con el TLC otros tres hechos conocidos desde antes de iniciarse la “negociación”: el descomunal poder del aparato productivo de Estados Unidos, los enormes subsidios que el gobierno de ese país les concede a todos sus productores, y no sólo a los del sector agropecuario, y la llamada “desviación del comercio” que afectará, en beneficio de los estadounidenses, las exportaciones entre los países de la Comunidad Andina. 31 “Impacto del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos en la Balanza de Pagos hasta 2010”. Toro Córdoba, Jorge Hernán, Alonso Másmela, Gloria Amparo, Esguerra Umaña, María del Pilar, Garrido Tejada, Daira Patricia, Iregui Bohórquez, Ana María, Montes Uribe, Enrique, Ramírez Cortés, Juan Mauricio. Borradores de Economía, Banco de la República, documento No. 362, enero de 2006. 32 Ministerio de agricultura, julio de 2004. 72 Por los propios anuncios de Estados Unidos y por las ya copiosas enseñanzas que arrojan los acuerdos comerciales que ha suscrito con otros países latinoamericanos, era de público conocimiento que el imperio ni siquiera permite mencionar en la mesa de “negociaciones” la parte principal de sus subsidios al agro. ¿Su pretexto? Que el tema sólo lo debatirá en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC), lo que no le impide exigir a sus vasallos que eliminen sus aranceles de protección, cuya existencia ha sido autorizada por la misma entidad. Por ello, la Casa Blanca sólo aceptó desmontar en el tratado los subsidios llamados Apoyo en frontera (aranceles y subsidios a las exportaciones, que suman 16.630 millones de dólares), lo que significa que mantendrá los subsidios denominados Ayudas internas por producto y Ayudas en servicios generales, que valen 54.639 millones de dólares anuales (Ver Cuadro Nº 2). De ahí que el exministro Jorge Humberto Botero engañara al Congreso cuando le dijo en carta del 3 de marzo de 2006 que en el TLC “se eliminan los subsidios a las exportaciones de Estados Unidos que tengan como destino el territorio nacional”, frasecilla con la que intentó ocultar que son tres los subsidios existentes —con tres nombres diferentes— y que cada uno respalda, directa o indirectamente, las exportaciones. Cuadro Nº 2 Transferencias a los Productores Agropecuarios en los Estados Unidos y Colombia Promedio período 2000-2002 Transferen cias como % del valor bruto Transferen Tipo de de la cias como Transferenc producción % del PIB Distribució ia agropecuar agropecuar Millones de n ia io dólares porcentual EE Colom EE Colom EE Colomb EE Colom UU bia UU bia UU ia (c) UU bia A. ESP 24 34 46,9 66 Total % 7% % 9% 72 945 % 83% 1. Apoyo en frontera 16,6 (a) 8% 6% 12% 8% 30 882 23% 77% 2. Ayudas internas por 30,3 producto (b) 16% 0% 22% 1% 42 62 43% 5% B. Ayudas en servicios 24,2 generales 12% 1% 17% 2% 97 199 34% 17% C. Total transferencia 71,2 100 s 36% 8% 51% 11% 69 1,143 % 100% 73 (a) Los apoyos en frontera son de dos tipos: los aranceles (protección contra las importaciones) y los subsidios a las exportaciones. (b) Son los apoyos directos (en especie o en dinero) que el fisco da a los productores, y pueden ser: pagos directos por precios de sustentación, subsidios al crédito, exenciones tributarias, etc. (c) El valor de los apoyos al agro colombiano no incluye el monto del programa Agro, Ingreso Seguro (AIS), porque a la fecha de la realización del presente cuadro tal programa no se había concebido y por tanto, no estaba en desarrollo. *Equivalente en Subsidios al Productor 74 Fuente: Tomado de La Agricultura Colombiana frente al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, enero 19 de 2005, cuadro 1.15, pp. 86. Al igual que en el sector agrario, tampoco fueron objeto de negociación los subsidios que Estados Unidos les otorga a sus industriales, los cuales, aunque menos conocidos que los agrarios, porque así les conviene a las transnacionales y a sus correveidiles, son incluso mayores que aquéllos. Para mencionar sólo un instrumento de financiación gratuita del Estado a la industria estadounidense, 128 mil millones de dólares, el 40 por ciento de los 320 mil millones de dólares al año que ese país gasta en Investigación y Desarrollo (I&D) son de origen público33. Además de los subsidios a las exportaciones y los estímulos tributarios, el presupuesto militar estadounidense —de 600 mil millones de dólares en 2004, y que supera al de 500 mil millones de dólares de los del resto de países del mundo sumados—, significa un vigoroso respaldo a ciertos sectores industriales de ese país. En palabras de Robert Reich, Secretario de Trabajo del gobierno de Bill Clinton, Tengamos en cuenta que durante el período de la postguerra el Pentágono se encargó silenciosamente de ayudar a las compañías norteamericanas para que ganaran la carrera en tecnologías, como los motores de reacción, fuselajes para aviones, transistores, circuitos integrados, materiales nuevos, rayos laser y fibras ópticas. Esta política industrial tácita, aunque favorable, se aceleró bajo la administración Reagan, mientras se procedía a acumular progresivamente fuerzas militares. E incluso cuando terminó la guerra fría, los fondos de alta tecnología del Pentágono siguieron siendo su fuente más importante de capital. El Pentágono y los 600 33 El Tiempo, Wall Street Journal Américas, 29 de septiembre de 2006. Estados Unidos aporta el 31.9 por ciento de la inversión en I&D en el mundo. 75 laboratorios nacionales que trabajan con el mismo y con la Secretaria de Energía son lo más parecido que tienen Estados Unidos al muy conocido Ministerio de Industria y Comercio Internacional de Japón”34. En 1995, Ronald Brown, Secretario de Comercio de Clinton, explicó la importancia del respaldo oficial para el éxito de las empresas estadounidenses que compiten en el exterior. Luego de ilustrar con ejemplos lo que su oficina hacía a favor de empresas como Polaroid, General Electric, Nynex y Aquatics Unlimited, dijo: Eliminar estos esfuerzos de promoción comercial (…) relegaría a las empresas norteamericanas de todos los tamaños una vez más a una posición de segundo lugar en la competencia internacional. Las ganancias potenciales (de la oficina de Administración de Exportaciones del Departamento de Comercio) exceden ampliamente la inversión federal en el departamento. Lo que está en juego es tan alto como el cielo. Para el año 2010, por ejemplo, las importaciones mundiales de nuestros socios comerciales deberán crecer en términos reales en más de dos billones de dólares sobre el nivel actual. Solo los proyectos de desarrollo en infraestructura será por lo menos un billón en Asia para el año 2000. Y los de América Latina se acercarán a 500 mil millones de dólares en la próxima década. La administración Clinton cree que las compañías de Estados Unidos deberían tener todas las oportunidades para ganar esos contratos. Pero sin un apoyo fuerte del gobierno de Estados Unidos el campo de 34 Reich, Robert B., El trabajo de las naciones, Vergara, Buenos Aires, 1993, p. 159. Reagan tiene fama de ser el padre del neoliberalismo en Estados Unidos. Y el ministerio japonés citado se conoce como uno de los principales instrumentos usados por Japón para estimular, con diferentes instrumentos de protección, su desarrollo industrial. juego internacional continuará estando inclinado contra Estados Unidos y sus trabajadores”35. 76 Por otro lado, no sobra recordar que entre las falsedades que propalaron los voceros del gobierno durante el trámite del acuerdo estuvo la de que iban a “negociar bien”, transmitiendo la idea de que Estados Unidos le daría un trato especial a Colombia, cosa que nunca dijeron ni sugirieron los funcionarios imperiales. Por el contrario, siempre explicaron con absoluta franqueza que el único TLC posible era el que copiara las fórmulas que al respecto tiene establecidas Washington, e incluso advirtieron que no habría consideraciones de índole política en la “negociación”, ya que para eso estaban las “ayudas” del Plan Colombia36. Los colombianos que se ilusionaron con que habría condiciones preferenciales para el país como premio a la sumisión de Uribe Vélez ante la política exterior de Estados Unidos, incluida su salvaje invasión a Irak, tendrán que aceptar que ese sueño se originó en sus propias especulaciones, o en las mañas de la cúpula uribista, y no en alguna afirmación o insinuación estadounidense. En los auditorios informados, donde no puede mentirse con la desfachatez con que se hace en otros escenarios, los propios “negociadores” de Álvaro Uribe se vieron obligados a aceptar que habrá “perdedores” en Colombia, pero agregando que será mayor el número de “ganadores”, introduciendo el truco analítico de no hacerle al TLC un balance de su impacto nacional, que es al fin y al cabo el que define el juicio, sino apenas sectorial. Para este 35 Brown, Ronald H., Secretario de Comercio de Estados Unidos, Informe ante el Comité de Comercio del Senado, S. 929, The Department of Commerce Dismantling Act, August 1 de 1995, http://www.doc.gov...timony/scommer,txt. 36 La Casa Blanca suele presentar el Plan Colombia como una gran “ayuda” a Colombia. 77 propósito, ¡cómo le han servido al gobierno los tres o cuatro peces gordos que saldrán beneficiados a pesar de la mayor desgracia de los colombianos, empezando por los altos ejecutivos criollos de las empresas gringas que operan en el país! Sin embargo, cuando se los apura en el debate y les toca hablar del alto impacto negativo que tendrá el acuerdo para el conjunto de la sociedad, presentan como un logro convertir en permanentes los menores aranceles a las exportaciones colombianas consagrados en la Atpdea, más alguna otra posibilidad de menor cuantía en relación con posibles pero remotas nuevas exportaciones. Aunque parezca mentira, afirman que el gran “triunfo” para Colombia reside en mantener las mismas posibilidades de exportación que se establecieron desde hace más de quince años y cuya limitación para resolver los problemas del país resulta manifiesta, mientras callan sobre los inmensos costos que aceptaron pagar para mantener algo muy parecido al statu quo. Agregan, finalmente, que la otra ganancia vendrá de la estabilidad en las reglas del juego que disfrutarán los inversionistas de Estados Unidos, como si no supieran que lo que a éstos les interesa en forma primordial es centrarse en la minería de exportación y en la toma de los monopolios ya existentes, sean públicos o privados, que venden bienes y servicios para el mercado interno colombiano y cuyos negocios, además, se hacen con la condición de facilitarles el envío al exterior de sus utilidades. Una de las verdades que más deberían avergonzar al uribismo se encuentra en el texto Evaluación de la negociación agropecuaria en el TLC Colombia-Estados Unidos37, escrito por los conocidos 37 Garay, Luis Jorge, Barberi, Fernando y Cardona, Iván. 2006, “Evaluación de la negociación agropecuaria en el TLC Colombia-Estados Unidos”, Planeta Paz. 78 especialistas Luis Jorge Garay, Fernando Barberi e Iván Mauricio Cardona. Además de confirmar con cifras las pérdidas que sufrirá el país, estos estudiosos demuestran que lo suscrito por Colombia fue peor que lo firmado por los países centroamericanos en el Cafta, lo que ya es mucho decir, porque a estos últimos también les fue demasiado mal. Según Garay y sus compañeros, mientras a aquellos les permitieron exceptuar algunos productos, a Colombia no; al tiempo que ellos pudieron mantener requisitos de desempeño (compra de la cosecha nacional a cambio de poder importar, por ejemplo), Colombia no; en tanto que a Centroamérica no se le exigió una cláusula de preferencia no recíproca (que se explicará luego), a Colombia sí; mientras el 4.9 por ciento de los productos colombianos quedó con desgravación a más de diez años, así quedaron el 32.2 por ciento de los de Costa Rica, el 27.1 por ciento de los de Nicaragua, el 25.8 por ciento de los de Honduras, el 20.6 por ciento de los de El Salvador y el 18.7 por ciento de los de Guatemala. Y mientras el valor de las importaciones a Colombia con desgravación inmediata ascendió al 94.5 por ciento del total, las de los centroamericanos ascendieron a 69.4 por ciento. Por añadidura, y a diferencia del TLC entre Estados Unidos y Chile, Colombia se comprometió a no utilizar el Sistema Andino de Franjas de Precios (SAFP) desde el inicio del tratado, y en contraste con el acuerdo de “libre comercio” entre Washington y Marruecos, tampoco logró salvaguardas con vigencias superiores al período de desgravación, lo que confirma que el TLC que decidió suscribir Álvaro Uribe es el peor de América. El país “debió renunciar a la posibilidad de aplicar cualquier tipo de salvaguardia especial agropecuaria que se acuerde en un futuro en el marco de la OMC, compromiso que no había adquirido ningún 79 otro “socio” comercial de los Estados Unidos salvo Perú”38, agregan los autores del estudio. ¿Cómo juzgar entonces a los avezados hombres de negocios que gobiernan a Colombia, quienes olvidan lo que saben de su oficio cuando de lo que se trata no es de defender el interés personal sino el nacional? Y todavía no se han visto las otras enormes gabelas que se les otorgaron a las transnacionales gringas, diferentes de las que en general lograron en la relación exportaciones– importaciones. 38 Ibid. 80 6. MASACRE AGROPECUARIA Por razones de espacio, y porque hay análisis en abundancia para demostrar las grandes pérdidas agrarias que provocó la apertura definida en 1990, que constituyó la primera fase del “libre comercio” en Colombia, no se detallará lo ocurrido. Sí debe recordarse, sin embargo, que con ella las importaciones agrícolas se multiplicaron por más de diez, que se perdieron alrededor de un millón de hectáreas de cultivos transitorios y que el empobrecimiento rural llegó a niveles inauditos. Por otra parte, no hay que olvidar que si las pérdidas no llegaron a más, ello obedeció a que la desprotección no fue absoluta, gracias al Sistema Andino de Franjas de Precios (SAFP) y a otras medidas que se tomaron por la presión ciudadana y que permitieron mantener altos niveles de protección en ciertos sectores seleccionados. Por lo tanto, no hay que ser muy perspicaz para comprender que lo que se nos viene encima con la desprotección absoluta del agro —una de las muchas consecuencias nefastas del TLC— es el remate de los productos agonizantes y la liquidación total o parcial de nuevos sectores. Para formarse una idea del calibre del riesgo al que le abre la puerta el TLC con su decisión de poner en cero por ciento los aranceles, sirve saber que el arancel más alto fijado por el Sistema Andino de Franjas de Precios, como promedio anual entre 1994 y 2003, llegó a 75.5 por ciento en carne de cerdo, 184.5 por ciento en trozos de pollo, 70.5 en leche entera, 48 por ciento en trigo, 38.5 por ciento en cebada, 65.3 por ciento en maíz amarillo, 68.2 por ciento en maíz blanco, 82.5 por ciento en arroz, 56.1 por ciento en 81 soya, 70.3 por ciento en sorgo, 105.1 por ciento en aceite de palma y 97 por ciento en aceite de soya. Además, la carne de res ha tenido aranceles del orden del 80 por ciento, y han existido otros mecanismos de protección como las licencias previas o el condicionamiento de la importación respectiva a la compra de la cosecha nacional. El sistema de desgravación de los productos que no se desprotegen del todo desde el primer día consiste en acordarles un contingente (cuota) que se podrá importar con cero arancel, en tanto que el resto de lo que se traiga de Estados Unidos pagará aranceles determinados, los cuales se irán reduciendo, año por año, hasta llegar a cero por ciento en el plazo pactado. En la práctica, entonces, las importaciones serán mayores que el contingente libre de arancel, lo que significa que los precios de los bienes producidos en Colombia caerán desde el principio, ya que las importaciones más baratas podrán —o deberán, mejor— presionar a la baja los precios de venta del producto nacional, aun cuando todavía exista protección arancelaria. Los importadores saben, de otra parte, que pueden aumentar de manera considerable lo que traen de Estados Unidos si combinan el contingente sin arancel con compras de cantidades gravadas, de donde salen precios promedio de importación que pueden ser menores que los costos de producción internos. Por ejemplo, de maíz blanco, que quedó con un contingente de libre acceso de 136.500 toneladas y con un arancel del 20 por ciento para la parte restante que se desee importar, podrían entrar a Colombia 273 mil toneladas, el doble, con un costo efectivo arancelario de 10 por ciento. 82 También debe tenerse en cuenta que los aranceles de protección que se fijaron en el TLC, además de definirse bajos y de disminuir año tras año hasta desaparecer, se calcularon con base en los promedios de los precios de varios años. Esta operación, no obstante, que puede tener cierta validez estadística, se estrella contra la realidad de la vida, ya que para muchos productores la quiebra puede venir si en el momento de sacar su producción al mercado los precios caen, así hayan sido remunerativos en otras ocasiones. El riesgo resulta, por supuesto, mayor en productos de ciclos semestrales y en el negocio de la carne de pollo, para citar apenas dos casos, donde el capital se pone en riesgo cada seis meses o cada cuarenta días, respectivamente. Es por estas realidades, y por la certeza de que el desorden en el comercio desequilibra la producción en su conjunto, que en los países desarrollados las políticas públicas otorgan garantías de costos y de precios a las gentes del agro, y lo hacen con medidas de largo plazo. En relación con este tema debe saberse que en el TLC los plazos fijados para la desgravación no terminan en el último día del año acordado sino en el primero, de manera que cinco años equivalen a cuatro, y así. En la llamada “renegociación” de entre febrero y noviembre de 2006, adicionalmente, Estados Unidos impuso que, exceptuando arroz y azúcar, los plazos de desgravación de los demás productos no empezarán a contarse a partir de la legalización del tratado, según lo acordado inicialmente, sino desde el 27 de febrero de 2006, la fecha del supuesto fin de las “negociaciones”. De esta forma, los negociadores norteamericanos pusieron a correr los plazos de la desprotección de Colombia, de 83 manera que si, por ejemplo, el tratado empezara a aplicarse el primero de enero de 2010, habría que contar cuatro años de su aplicación. El primer gran damnificado será el sector de los cereales, certeza que incluso comparten, por lo menos en privado, hasta los más acérrimos partidarios del TLC, pues no hay ninguna posibilidad de competir con las productividades gringas ni con los enormes subsidios que reciben sus cultivadores. En procura de justificar este atropello, los burócratas gubernamentales suelen afirmar que el trigo y la cebada —que quedaron en la Canasta A, es decir, en cero protección desde el primer día de vigencia del tratado— ya casi desaparecieron de la geografía nacional, a la par que ocultan que bien podrían reaparecer si se quisiera y que su agonía no es un castigo del cielo sino el efecto de las decisiones que se tomaron desde 1990, incluidas las de la administración de Uribe Vélez, que ha pasado las importaciones agrarias, según la SAC, de 4,5 a más de 8 millones de toneladas en 2007. Las teorías con que arguyen que es positivo importar el trigo y la cebada que Colombia podría producir con grandes beneficios constituyen, en el mejor de los casos, simples sandeces. La primera de ellas es que resulta mejor sembrar flores en la Sabana de Bogotá que trigo o cebada, inventándose una contradicción por tierra que no existe, pues hasta un colegial sabe que en el altiplano cundiboyacense, en Nariño y en otras zonas de clima frío hay extensiones más que suficientes para sembrar no sólo flores, como se hace actualmente, sino los otros bienes que se deseen cultivar. Alegan también que en el trópico, por razones climáticas, no pueden ser productivos estos cereales, afirmación insostenible que silencia que el país fue autosuficiente en cebada hasta 1990, año en el que todavía era un 84 importante productor de trigo, a pesar de que desde 1956 empezó la política norteamericana de imponer a sus vasallos la compra de sus “excedentes agrícolas”. Y si el problema es que el clima tropical no nos favorece, ¿cómo explican que Washington también haya decidido usar el TLC para acabar con el trigo en Chile, por ejemplo, país de zona templada? En el caso del maíz (amarillo y blanco), el TLC también busca hacer irreversibles las importaciones, que hoy llegan a 1.800.000 toneladas, cuando en 1990 eran de apenas 17.000, y aumentarlas en por lo menos otro millón de toneladas en un plazo brevísimo, porque la cuota de libre importación acordada para el primer año llega a 2.236.000 toneladas (con un crecimiento del 5 por ciento anual), y porque los aranceles para la parte restante empezarán en el muy bajo nivel del 20-25 por ciento y se eliminarán en apenas doce años, plazo que además se acordó con el evidente propósito de engañar a los colombianos. El sorgo, a su turno, desaparecerá de inmediato, dado el tamaño del contingente de libre importación (21 mil toneladas), así como el arancel que le fijaron a la parte restante (25 por ciento). Y para dejar establecido que la entrega del interés nacional es la mínima y no la máxima y que ella la buscan con o sin Tratado, sirve saber que el ministro de Agricultura Andrés Felipe Arias anunció que en 2009 las importaciones de maíz con arancel de cero por ciento serán de tres millones de toneladas. La desgravación del arroz concluirá el primero de enero del año diecinueve; el contingente inicial de libre acceso será de 79 mil toneladas de calidad blanco (con un crecimiento del 4 por ciento anual); el arancel para la importación por fuera de cuota empezará en el 80 por ciento, y su desgravación tendrá un período de gracia 85 de seis años. Estas cláusulas, empero, que no se explican por la generosidad del imperio ni por la habilidad de los “negociadores”, sino por la resistencia del sector encabezada por la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria, no impedirán su crisis porque, como ya se mencionó, y como confirma la experiencia de años anteriores, las importaciones agropecuarias, así sean relativamente menores, presionan a la baja los precios de compra en el mercado nacional y les otorgan un mayor poder a los intermediarios. Con la complicidad de la principal agremiación del ramo en esos días, el algodón fue uno de los cultivos más golpeados por la “apertura” de 1990, ya que ni siquiera fue incluido en el Sistema Andino de Franjas de Precios (SAFP), con el obvio propósito de abrirle camino al muy publicitado Cotton USA que se tomó el mercado. Si hoy algo de éste se cultiva es porque el gobierno, presionado por los cultivadores y no obstante los incumplimientos de sus promesas, los subsidia mediante un precio de sustentación, defensa que tiende a desaparecer con el TLC, donde le determinaron cero arancel desde el primer día, lo que pone en duda su supervivencia. Algo similar sucede con la soya, otro de los productos afectados por la apertura de 1990 y que difícilmente podrá competir en el marco del TLC, pues la boliviana será reemplazada por la más barata de Estados Unidos, en un caso clásico de “desviación de comercio” dentro de la Comunidad Andina. Así lo indican también la libre importación de fríjol y torta de soya desde el primer día de vigencia del tratado y la eliminación del arancel de otros aceites en cinco años y del crudo de soya en diez (pero con contingente de 30 mil toneladas), los cuales, además, quedaron con bajos aranceles de protección, del 23 y 24 86 por ciento. Las importaciones de soya deben sustituir lo productos más costosos derivados de la palma africana que se consumen en Colombia, tal y como era de esperarse y como lo explica Luís Jorge Garay en su estudio, en el que calcula que las ventas de los palmeros, por estos efectos, podrán reducirse hasta en el 19 por ciento. La papa procesada, de consumo cada vez mayor en el país por el cambio de las costumbres alimenticias, al igual que la fresca, quedó en la Canasta A, de desprotección inmediata. Y la congelada se desprotegerá del todo, desde el 15 por ciento de arancel, en apenas cinco años. En el papel, el fríjol quedará protegido por diez años, pero en la realidad será sacrificado mucho antes porque la mitad del arancel con el que empieza su desgravación, de 60 por ciento, se eliminará el primer año, con el agravante del adelanto ya mencionado de los plazos. La carne de pollo quedará totalmente desprotegida en 17 años, aunque ese plazo es más demagógico que efectivo por cuanto, según ha explicado Fenavi, la agremiación de los avicultores, el arancel para los cuartos traseros (perniles y rabadillas) sazonados quedó en apenas el 70 por ciento, tasa que al momento de suscribir el tratado era incapaz de impedir las importaciones más baratas, en razón de que, como es sabido, los estadounidenses consideran desechos esas partes de las aves. También puede arruinar al sector el hecho de que después de cerrada la “negociación”, el 27 de febrero de 2006, Estados Unidos impuso cero arancel a los cuartos traseros troceados, a la carne deshuesada mecánicamente y a la sin pellejo. Y la carne de las gallinas ponedoras de huevos que terminaron su vida útil, considerada también de desecho, podrá 87 importarse pagando un arancel de apenas el 45 por ciento. Fenavi acierta cuando en aviso en la prensa denunció: “Si la negociación fue mala, la renegociación fue peor”39. En cuanto a la carne y los despojos de cerdo, quedarán desprotegidos en apenas un lustro contado a partir del 27 de febrero de 2006, plazo que augura que habrá una crisis antes de su vencimiento, pues además no quedó ninguna limitación al volumen que puede importarse y sus aranceles de protección empezarán en los muy bajos niveles de 30 y 20 por ciento, respectivamente. Razón tiene entonces Fredy Velásquez, presidente de la Asociación Nacional de Porcicultores, cuando explica que “fuimos sacrificados por conveniencias políticas con Estados Unidos”, sacrificio que puede costarles la ruina a muchos de los 80 mil productores, pues apenas alrededor de tres mil están tecnificados, y está para verse si estos sí resistirán el embate. La protección contra las importaciones de carne de res se eliminará en el muy corto plazo de diez años, pero desde el primer día habrá libre acceso para lo que los negociadores norteamericanos definieron a su antojo como High Quality Beef (calidades prime y choice), que representa el 60 por ciento de su oferta exportable. Para empezar, entrarán con cero arancel 4.621 toneladas de vísceras (el 12 por ciento del mercado nacional), cuota que tendrá un crecimiento del 5 por ciento anual, aunque con la advertencia de que llegarán más, porque por ser desechos en Estados Unidos se comercializan a precios bajísimos, en tanto que el arancel de protección, que se irá reduciendo hasta desaparecer, empezará en apenas el 50 por ciento real. Igual puede decirse de la carne de 39 El Tiempo, 23 de julio de 2006. 88 calidad estándar, con cuota de 2.100 toneladas pero con el mismo bajo arancel para la parte por fuera de la cuota. Y con lo impuesto por la Casa Blanca sobre importaciones de carne de reses de más de treinta meses, a pesar del riesgo sanitario, se le abrieron las puertas a la carne del ganado lechero ya desechado en ese país. Tan contrario a lo propuesto por la Federación Nacional de Ganaderos (Fedegan) terminó siendo lo acordado en carne y leche que José Félix Lafaurie, presidente de esta agremiación y quien fuera viceministro de Agricultura de César Gaviria, tuvo que evadir el balance apelando a un retruécano: “Nos fue como nos fue”40. En el análisis de las pérdidas que tendrán que asumir los productores de carne de cerdo y de res debe considerarse que también sufrirán por efecto de su sustitución por pollo importado, fenómeno suficientemente documentado en este caso (al igual que en el caso de los derivados de la soya en reemplazo de los de la palma africana), que en Colombia ha ocurrido en la misma medida del “libre comercio” y del empobrecimiento nacional: mientras entre 1995 y 2005 el consumo anual de carne de res por habitante disminuyó de 20 a 17.4 kilos y el de cerdo de 3.3 a 2.8 kilos, el de pollo aumentó de 11.8 a 16.5 kilos (40 por ciento). Luís Jorge Garay calculó, empleando en parte estudios de Fedegan, que en el escenario de una caída del precio del pollo del 30 por ciento en razón de las importaciones, la demanda de carne bovina en Colombia se reducirá en 6 por ciento y la de cerdo en 24 por ciento. 40 Editorial Carta Ganadera, “Informe especial TLC y ganadería”, sin fecha. 89 Los lácteos, asimismo, se desprotegerán en un lapso de entre once y quince años, pero con graves pérdidas desde el principio, pues a partir del primer día entrará un contingente de 9.000 toneladas con cero arancel, cuota que crecerá al 10 por ciento anual y que incluye cinco mil toneladas de leche en polvo. Además, el arancel de protección contra la leche en polvo por fuera del contingente quedó en el bajísimo nivel del 33 por ciento, y los llamados lactosueros —el desecho que queda de la producción de quesos— se dejaron en desprotección inmediata, a pesar de que Fedegan había pedido clasificar este producto igual que la leche en polvo, como de “extrema sensibilidad”, y concesión que los lecheros solicitaron no hacer porque sería el “acabose” del sector 41. Por otra parte, y con toda la razón, la Oficina de Comercio de Estados Unidos celebró como un éxito lo acordado en frutas y hortalizas, porque podrán ingresar a Colombia sin problemas de ningún tipo y con cero arancel desde el primer día (tienen el 15 por ciento), mientras que las nuevas exportaciones colombianas de estos rubros deberán vencer, fuera de los bajos precios y la competencia de otros países, las férreas barreras sanitarias y fitosanitarias estadounidenses. Cabe recordar que al inicio de las negociaciones del Alca, la secretaria del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, Anne Veneman, dijo que esperaban aumentar las exportaciones de hortalizas, entre otros renglones agropecuarios. El tema del azúcar hay que diferenciarlo porque demuestra hasta la saciedad el carácter descaradamente arbitrario de las imposiciones norteamericanas y la actitud sumisa, por decir lo menos, del 41 Portafolio, 6 de febrero de 2006. 90 gobierno de Colombia. Como la producción azucarera de Estados Unidos es de las más costosas del mundo, el azúcar colombiano tiene tantas condiciones para competir en el mercado gringo que en la “negociación” Colombia pidió una cuota de libre acceso inmediato de 500 mil toneladas anuales, más un fuerte incremento año por año. No obstante, como el imperio es el imperio y el vasallo es el vasallo, la Casa Blanca escogió al azúcar como el único producto, agrario e industrial, excluido del tratado, pues sólo en este caso el arancel jamás llegará a cero por ciento. Colombia, que produce 2.7 millones de toneladas, sólo consiguió una nueva cuota de exportación de escasas 50 mil toneladas, con un ínfimo crecimiento anual del uno y medio por ciento. Para empeorar las cosas, el país se desprotegerá frente a las importaciones de jarabe de maíz en nueve años, endulzante que desplazará en proporciones muy considerables las ventas de azúcar nacional en el mercado interno y que terminará por golpear, de carambola, a los paneleros. Los “negociadores” de Uribe, como si fuera poco, aceptaron desgravar los confites y chocolates gringos, que contienen gran cantidad de azúcar, de manera inmediata. Entre los aspectos con los que hizo demagogia el gobierno durante la “negociación” estuvo el de las “fuertes” salvaguardas con las que se dotaría Colombia para enfrentar el esperado y rápido aumento de las importaciones agropecuarias, salvaguardas que, según dijeron varios funcionarios, reemplazarían unos aranceles irremplazables. ¿Y qué pasó? Que las salvaguardas que ofrecieron con una vigencia indefinida y para casi todos los productos quedaron, a la hora de la verdad, convertidas en unos paliativos menores que desaparecerán una vez concluya el período de desgravación y que sólo cubrirán el arroz, el fríjol y el pollo. Su 91 diseño, además, es de una mediocridad tal, que no tiene ninguna capacidad para impedir las pérdidas que sufrirán dichos productos. En concordancia con todo lo anterior, resalta también que mientras Estados Unidos y Perú establecieron en el TLC certificaciones de origen para el pisco peruano y los licores Tennessee y Bourbon, Colombia nada logró en este sentido para su café, más allá de una carta rodillona del ministro Botero y de una respuesta displicente de uno de los mandos medios de la contraparte. El imperio pudo darse el lujo de imponerle a Colombia la libre importación al país de café colombiano y peruano procesado en Estados Unidos, concesión tras la que inevitablemente llegarán de contrabando cafés asiáticos y africanos. En el colmo de los colmos, los “negociadores” criollos aceptaron un contingente de importación de cafés de África y Asia transformados en Estados Unidos, cupo que no por pequeño carece de significado, ya que tiene la gravedad de haber abierto una puerta que jamás debió abrirse. Y la Casa Blanca también le impuso a Colombia “trabajar juntas hacia un acuerdo en la OMC” sobre empresas comerciales del Estado, acuerdo que podría arrebatarle al Fondo Nacional del Café su capacidad para intervenir en las exportaciones y en las compras internas, un viejo sueño de los intermediarios estadounidenses. De acuerdo con lo concedido para el primer día de vigencia del tratado, Estados Unidos ganó el derecho a un contingente de exportación con cero arancel, ¡y con toda certeza!, de 2.550.668 toneladas, en tanto Colombia obtuvo el derecho a exportar apenas 68 mil toneladas (ver cuadros Nº 3 y 4), desglosadas en cincuenta mil de azúcar, cuatro mil de tabaco, nueve mil de lácteos y cinco mil de carne de res, aunque las dos últimas cifras están por verse. 92 En primer lugar, porque el contingente de exportación de carne fue mañosamente atado a que primero se coloque una cuota de la OMC que nunca se ha podido cumplir, según lo expresaron los mismos “negociadores”, y que no tiene ni la más remota posibilidad de concretarse en el corto plazo. Y porque en ese caso, como en el de los lácteos, primero habrá que vencer las barreras sanitarias que, como se verá adelante, quedaron incólumes. Si se hacen las cuentas del área bajo cultivo y de los empleos que sufrirán los embates del TLC sólo en arroz, maíz, fríjol, papa, cebada y trigo, se llega a un millón y medio de hectáreas y a unos 460 mil empleos amenazados. Si se suman la palma africana y la caña panelera y de azúcar hay que agregar 570 mil hectáreas y otros 430 mil empleos, y entre pollo y cerdo están en juego 250 mil empleos y más de 80 mil productores. Cuadro Nº 3 Contingentes de productos agropecuarios otorgados por Colombia a Estados Unidos Producto Carne de Bovino Despojos de Bovino Cuartos Traseros de Pollo Leche en polvo Yogur Mantequilla Quesos Prep. para la aliment. infantil Helados Fríjol Contingente (Ton) 2.000 4.400 26.000 5.000 100 500 2.100 1.000 300 15.000 93 Maíz amarillo 2.000.000 Maíz blanco 130.000 Sorgo 20.000 Glucosa (no sustituto de azúcar) 10.000 Alimentos para mascotas 8.000 Alim. balanceados para animales 185.000 Arroz (Eq. Paddy) 111.268 Aceite crudo de soya 30.000 Total 2.550.668 Fuente: Textos oficiales del TLC y cálculos de Garay, Barberi y Cardona (2006), La negociación agropecuaria en el TLC –alcances y consecuencias- Planeta Paz, cuadro No. 9, pp. 76. Cuadro Nº 4 Contingentes de productos agropecuarios otorgados por Estados Unidos a Colombia Producto Carne de Bovino (1) Lácteos - Leche líquida - Mantequilla - Quesos - Helados - Preparaciones cap. 19 Azúcar y Productos con Azúcar Plazo de Conting. Desgrav. (Ton) /2 Tasa de crecim. 10 años 5.000 5% 11 años 11 años 15 años 11 años 100 2.000 4.600 300 10% 10% 10% 10% 15 años 2.000 10% Excluido (2) 50.000 1,5% 94 Tabaco 15 años 4.000 5,0% Algodón Inmediato Total 68.000 Contingentes (1) El contingente estará disponible una vez se llena la cuota de la OMC, la cual, en la historia de la Organización, jamás se ha llenado. (2) El azúcar es el único producto que se excluyó de los plazos de desgravación pactados en el TLC. Fuente: Textos del TLC y Garay, Barberi y Cardona (2006), anexo Nº 02. Las arbitrariedades, sin embargo, no terminan ahí, ya que para dificultarles aún más a los productores agropecuarios competir con las importaciones subsidiadas que llegarán de los Estados Unidos, el texto del TLC y la propia lógica del “libre comercio” los golpearán de otras maneras. En el artículo 16.9 del tratado, por ejemplo, se dice que si alguno de los países signatarios no permite patentar plantas “a la fecha de entrada en vigor de este acuerdo (el caso de los andinos, porque sus normas lo prohíben), realizará todos los esfuerzos razonables para permitir dicha protección mediante patentes”, cosa que ya sucedió, estipulación que desde luego afectará a los agricultores colombianos, pues fortalecerá el monopolio de semillas de las transnacionales, que incluso podrán perseguir legalmente a quienes las resiembren sin pagar derechos42. El TLC, asimismo, encarecerá los agroquímicos y las drogas veterinarias, dado que el capítulo de propiedad intelectual permite prolongar, en la práctica, de veinte a treinta años el monopolio sobre muchos de estos productos, por la vía de entrabar la producción de genéricos. Es conocida también la política que busca cobrar, y cada vez más cara, el agua que se utiliza en el agro, paso previo a la privatización de los distritos de riego y del propio 42 Por efecto del TLCAN, el agricultor canadiense Percy Schmeiser fue condenado a cárcel luego de una acusación de Monsanto. 95 líquido, aberración esta última que autoriza el tratado. El sistemático incremento de los precios de los agroquímicos, por otra parte, no tiene como única explicación el aumento de la cotización del petróleo, ya que también cuentan los altos tributos que gravan a los combustibles, y que contrastan con los irrisorios impuestos que se cobra a las trasnacionales para atraerlas al país, así como con las modificaciones legales para que el sector de los hidrocarburos caiga en manos de las empresas extranjeras, asuntos todos relacionados con las adecuaciones al “libre comercio”. No es sorprendente entonces que Rafael Hernández, presidente de Fedearroz y de la junta directiva de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), haya afirmado en El Tiempo del 28 de febrero de 2006, al otro día de que supuestamente se cerró la “negociación”: Los negociadores de Colombia cedieron totalmente frente a las pretensiones de Estados Unidos. Veo un panorama oscuro para la mayor parte del sector agropecuario. No fue un tratado equitativo, como se comprometió el Presidente de la República con nosotros, sino una imposición de Estados Unidos. Por eso me retiré de la mesa de negociaciones. El Ministro de Agricultura habla olímpicamente de que las zonas afectadas con el TLC se pueden reconvertir. Pero hay zonas como Saldaña en las que no se puede sembrar sino arroz. Tratar de reconvertirlas es un error. Eso lo sabe el Presidente de la República. Yo se lo planteé en Washington. La quimera de exportar más Una vez que los “negociadores” colombianos no pudieron insistir más en la falacia de que iban a proteger al país de las importaciones agropecuarias estadounidenses, pasaron a decir que 96 lo importante era el acceso de algunos productos al mercado de Estados Unidos y que las exportaciones convertirían en “ganador” al agro nacional. Ante la pregunta de cómo modificarían las normas sanitarias y fitosanitarias norteamericanas, conocidas por constituir barreras de protección mayores que las mismas arancelarias, juraron cambiarlas en el transcurso de la “negociación”, y a este punto le dieron tal importancia que José Félix Lafaurie, presidente de Fedegan, alcanzó a afirmar que “sin acceso real al mercado de Estados Unidos, el TLC no es moral ni políticamente sostenible”43. Pues bien: aunque el tratado no hubiera sido defensable ni siquiera con mejores posibilidades para vender productos del agro nacional en el mercado estadounidense, la verdad es que dicho acceso no se logró, así los partidarios del gobierno afirmen lo contrario. Al respecto, el entonces ministro de Comercio, Jorge Humberto Botero, en carta dirigida al Congreso de Colombia fue capaz de escribir que los productos colombianos tendrían “acceso real”44 a Estados Unidos, pues lo acordado en medidas sanitarias y fitosanitarias evitaría el “abuso en la imposición de barreras no arancelarias”. A su turno, el ministro de Agricultura, Andrés Felipe Arias, afirmó que “el acceso alcanzado para nuestros productos es acceso real”45. Para rebatir estas mentiras, que es como toca llamarlas, conviene repasar la historia, ya que si algo se impuso en la “negociación” del TLC fue el mantenimiento de las talanqueras con las que la contraparte protege —¡y de qué manera!— el agro estadounidense. 43 Portafolio, 16 de Febrero de 2006. 44 Carta a los congresistas colombianos, 3 de marzo de 2006. 45 Comunicado en la página web del ministerio de Agricultura. 97 Antes de la firma del tratado, la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC) explicó: “Las negociaciones con Estados Unidos han sido difíciles, en la medida en que al inicio de las mismas ese país manifestó el interés de preservar su statu quo en materia sanitaria, es decir, no ir más allá de lo que hoy existe en el Acuerdo de Medidas Sanitarias y Fitosanitarias de la OMC”. Los voceros del gremio agregaron que “si no se tiene la posibilidad de recurrir al mecanismo de solución de controversias tal como está planteado en el capítulo sanitario del TLC, las posibilidades de lograr que (sic) los desarrollos sanitarios del comité o los grupos de trabajo son nulas” 46. ¿Y qué se acordó? En el artículo 6.2 del tratado, bajo el título de “Disposiciones generales”, se establece con absoluta claridad que “las partes confirman sus derechos y obligaciones existentes con respecto a cada una de conformidad con el Acuerdo MSF” (en referencia a las Medidas Sanitarias y Fitosanitarias de la OMC), y a continuación se ratifica que “ninguna parte podrá recurrir al mecanismo de Solución de Controversias establecido bajo este Acuerdo para ningún asunto que surja bajo este capítulo”. A lo anterior le añadieron, para engañar a los desconocedores del tema, un Comité Permanente que en nada cambia las cosas, porque en él Colombia no tiene ningún poder decisorio y porque su primer propósito es “impulsar la implementación por cada una de las partes del Acuerdo MSF” de la OMC (artículo 6.3). Más claro no canta un gallo. 46 www.sac.org.co/pages/tlc/tlc.asp 98 Sin embargo, ante la actitud contumaz de los ministros de Agricultura y Comercio de Colombia, que con el apoyo cínico de algunos dirigentes gremiales del agro faltan a la verdad con respecto a lo pactado, no sobra citar estas palabras de Luís Jorge Garay: A pesar de la opinión expresada por el gobierno y los gremios, conviene señalar que de la lectura del texto no parecen derivarse obligaciones concretas para las partes que garanticen que a la luz de los puntos incluidos, puedan solucionarse los problemas de índole sanitaria y fitosanitaria de Colombia y abrirse así oportunidades de exportación para varios productos colombianos, tales como los cárnicos, las frutas y las hortalizas. En buena parte, lo que se desprende del texto del compromiso son manifestaciones de intención. A manera de ejemplo, en el literal c) del texto de compromiso se afirma que la parte exportadora puede presentar evidencia científica para sustentar la evaluación de riesgo de la parte importadora, pero en ningún momento obliga a la parte importadora a tener en cuenta la evidencia científica presentada por la parte exportadora. Y para acabar de desnudar a los ministros, sirve también la explicación dada por Juan Lucas Restrepo, jefe de los “negociadores” de Colombia en la mesa de asuntos sanitarios, quien, en sus propias palabras, dice que el poder de decisión quedó en manos de los estadounidenses: Pero lo que temíamos —y aún tememos— es que, en la práctica, se restrinja indefinidamente el ingreso de los productos colombianos a ese mercado con argumentos paraarancelarios, como un excesivo rigor en el cumplimiento de las normas sanitarias y de inocuidad 47. 99 Luego si el día de mañana Colombia logra exportar algún producto agropecuario nuevo a Estados Unidos, ello no sucederá gracias a que las normas sanitarias acordadas en el TLC le hayan otorgado ese derecho, sino a que a Washington —de manera unilateral y, como es obvio, según sus conveniencias— le dio la gana concedernos dicha posibilidad, que de seguro cobrará de alguna manera. Por consiguiente, si las pérdidas agrarias para Colombia habrán de ser muy grandes, las ganancias serán bastante exiguas, en el mejor de los casos. Constituye además un engaño afirmar que en exportaciones de banano y café se consiguió algo, pues el libre acceso de estos productos al mercado estadounidense se remonta a casi un siglo, derecho que se ha pagado a grandes costos y que la Casa Blanca no puede modificar sin violar la propia legalidad comercial consagrada por ella en varias instancias y en la propia OMC. En flores, por otra parte, lo que se logra es lo que ya se tiene con el Atpdea, que representa unos 26 millones de dólares al año en menores aranceles, suma que si se perdiera no sería el fin de ese sector, que bien podría funcionar avanzando en competitividad, con menores utilidades para sus empresarios o con subsidios del Estado colombiano iguales a la suma perdida48. Lo que se alcanzó en materia de exportaciones de tabaco, por otra parte, también 47 Carta Ganadera, “Informe especial TLC y ganadería”, p.134, sin fecha. 48 Luis Jorge Garay calcula que el promedio en 2001-2004 de los menores aranceles por Atpdea de todos los productos agropecuarios llega a 43,7 millones de dólares. 100 resulta mediocre y muestra cómo Estados Unidos impuso su proteccionismo. Porque como el tabaco colombiano es bastante más barato que el estadounidense, éstos impusieron un contingente de apenas cuatro mil toneladas y desgravación a 15 años, a partir de un arancel prohibitivo del 350 por ciento, ¡el más alto del TLC! Con respecto a las “cuentas alegres” del uribismo, que ponen a Colombia a exportar ingentes cantidades de frutas y hortalizas, carne de res, lácteos y agrocombustibles, se justifican otras reflexiones. Ya se dijo que las barreras sanitarias son un obstáculo cierto y hasta ahora infranqueable para exportar a Estados Unidos varios de estos bienes, a lo que hay que agregar que el país tampoco tiene oferta exportable, caso que es evidente en el sector hortifrutícola, según lo han explicado los conocedores del tema49, y en la ganadería, de acuerdo con la propia Federación Nacional de Ganaderos (Fedegan). En efecto, esta ha sostenido en repetidas oportunidades que conseguir la capacidad nacional exportadora, porque no hay vacunos suficientes, será obra de veinte o treinta años de incrementos en el hato y de un lapso similar para cambiar el tipo de ganado que se produce en Colombia, para hacerlo aceptable al gusto gringo50. Tan escasas son las posibilidades en este sentido, que el programa exportador de Fedegán no se refiere a un país exportador, ni a una región exportadora, sino apenas a “fincas para la exportación”, hecho que pone en duda el acierto de gastarse enormes sumas oficiales y del Fondo Nacional del Ganado para “preparar” el país para una exportaciones que no hay cómo hacer, según lo confirma también que cuando aumentan las ventas 49 La Corporación Colombia Internacional (CCI), entidad bien afecta al “libre comercio” y al TLC ha tenido que reconocer que las barreras sanitarias estadounidenses para las hortalizas son enormes y que las debilidades internas del sector pueden ser incluso superiores a aquellas. Ver Portafolio, 6 de diciembre de 2005. 50 “Lo importante es la agregación de valor, ¿Nos sirve el modelo brasileño?”, Carta Ganadera, “Informe especial TLC y ganadería”. Sin fecha. a Venezuela amenaza con quedarse sin abastecimiento el mercado nacional. 101 En el caso del alcohol carburante debe saberse que Colombia no exporta un solo galón, en razón de sus altos costos de producción, y que lo que se produce para el consumo interno —que se determinó por la ley como obligatorio, así sea más caro que la gasolina— se sustenta en subsidios que superan los cien millones de dólares anuales. Y también hay que conocer que cualquier galón de exportación tendría que derrotar a la muy poderosa producción brasileña a partir de caña y a la propia industria estadounidense, que cuenta a su favor con fuertes subsidios oficiales al maíz, del que allá hoy se extrae el alcohol, además del gran subsidio que también recibe el proceso industrial propiamente dicho. Que no resulte entonces que Colombia termine por tener problemas con importaciones de alcohol carburante extranjero, posibilidad que autorizan tanto la legislación nacional como el TLC o que, para vergüenza oficial, aumente la producción de alcohol que ya se hace en el territorio nacional, pero a partir de maíz gringo importado. Sobre la exportación de agrodiesel producido a partir de aceite de palma africana caben iguales o mayores dudas que sobre el alcohol, porque los subsidios para su consumo en Colombia — también definido como obligatorio— tendrán que ser mayores y porque apenas están en construcción las primeras plantas que producirán el ACPM. Pero incluso si se lograran exportaciones importantes de agrocombustibles a Estados Unidos, ni así el TLC sería defendible. Porque ello no evitaría las grandes pérdidas señaladas y porque se sustentarían a un costo por subsidios enorme para Colombia. ¿No 102 es evidente que la actual alharaca sobre los agrocombustibles en Colombia tiene como uno de sus objetivos ocultar la desastrosa negociación del azúcar y los aceites vegetales en el TLC? ¿Hasta cuándo insistirán en meterle gato por liebre al país, legitimando las políticas regresivas por la vía de exceptuar a unos cuantos de las consecuencias de las decisiones que les hacen daño a casi todos? Y eso para no mencionar el gran impacto de la producción de agrocombustibles en el aumento del precio de los alimentos a escala mundial, incremento que aumentará el hambre en el mundo y en Colombia, como ha tenido que reconocerlo el propio Fondo Monetario Internacional, que también ha señalado que esos mayores precios le restan competitividad global a todos los sectores económicos de los países atrasados 51. En el texto acordado se desnuda de otra manera la actitud en extremo sumisa del gobierno colombiano. En efecto, allí se consignó (apéndice uno del capítulo dos), mediante un desafuero increíble pero cierto, que si en el futuro Colombia suscribe un tratado con otra nación y a dicha nación le da mejores condiciones agrarias que las otorgadas a Estados Unidos, ¡deberá trasladárselas al imperio! Pero que si es éste el que pacta con un tercero cláusulas superiores a las que le otorgó a Colombia, ¡no tendrá que concedérselas a los colombianos! ¿No se supone que la reciprocidad en los tratados internacionales debe ser uno de sus presupuestos mínimos, y que si hay cláusulas discriminatorias 51 Johnson, Simon, “El precio (de los alimentos) del éxito”, Consejero Económico y Director del Departamento de Estudios del FMI, www.imf.org, 3 de diciembre de 2007. Según Johnson los perjuicios por los mayores precios de los alimentos por cuenta de los agrocombustibles “recaerán obviamente sobre los pobres de las zonas urbanas. Para ellos, el impacto de los altos precios de los alimentos es directo y doloroso: tendrán que pagar más por comer y, en muchos países pobres, de continuar el aumento de la población, se comprimirán los ingresos de los sectores más pobres. Los agricultores que producen suficiente para ellos y el mercado pueden beneficiarse (según los precios de lo que producen y lo que consumen), pero los pobres de las zonas urbanas y algunos de las zonas rurales llevarán las de perder.” 103 éstas deben favorecer a la parte más débil? ¡Cuánto debe agradecer Álvaro Uribe Vélez que una indignidad semejante la ignore casi toda la nación! En otro acto de acatamiento inaudito, en el TLC el gobierno aceptó reconocer como “equivalente al de Colombia” el sistema de inspección de carnes y aves del Servicio de Inocuidad Alimentaria e Inspección —FSIS, por su sigla en inglés— del Departamento de Agricultura de Estados Unidos en relación con el mal de las llamadas vacas locas y de la influenza aviar, concesión gravísima que pone en alto riesgo sanitario al país, que se hizo violando las normas andinas al respecto y que se puso en vigencia desde mayo de 2006, mucho antes de la fecha acordada para empezar el trámite de aprobación del TLC. Es falso entonces que el caso de las vacas locas hubiera sido un asunto “paralelo” al tratado, como dijo el ministerio de Comercio, ya que los ministros Arias y Botero estamparon sus firmas en una carta adjunta del tratado, documento en el cual ni siquiera quedó establecido que sólo podría importarse carne de reses de menos treinta meses, límite de edad que, como se vio, terminó por eliminarse en otro pasaje en el que a lo desventajoso para Colombia se le sumó la indignidad del sometimiento. Por las razones anotadas es inevitable concluir que mientras las pérdidas agropecuarias constituyen certezas —y certezas de marca mayor—, las anunciadas ganancias son apenas posibilidades, ilusiones, quimeras, sobre las cuales no se puede construir el verdadero desarrollo económico y social del país. Si el lector se toma el trabajo de leer los astutos pero irresponsables alegatos gubernamentales sobre las supuestas exportaciones agropecuarias 104 colombianas conseguidas con el TLC, así como las opiniones de sus áulicos, lo primero que notará es que los condicionales abundan: “podría”, “posiblemente”, “es de esperarse”, “en el futuro”, “si…”, etcétera. Pero incluso si aumentaran las exportaciones agropecuarias, algo que todos los analistas serios coinciden en señalar como más que improbable, los daños sociales serían inmensos, pues es evidente que sólo por excepción podrían exportar en cantidades rentables los mismos productores que van a arruinarse. ¿O es que cada lote de tierra sirve para sembrar cualquier cosa y basta con decidir cambiar un cultivo por otro? A quien se quiebra cultivando maíz, por ejemplo, ¿de qué le sirve que otro colombiano —en otra región del territorio nacional, además— gane cultivando uchuvas? ¿Y qué pasará en las poblaciones que perderán la producción de las zonas rurales de las que viven y que no podrán reemplazar por otras? Claro que a los neoliberales que solo relacionan la economía con las personas cuando se trata la suerte de los poderosos, estas preocupaciones les parecerán baladíes. Una vez se confirmó que las pérdidas agropecuarias del TLC serán sin duda alguna inmensas, Álvaro Uribe, con el propósito de coronar su entrega, diseñó con el ministro del ramo un programa, no encaminado a resolver los problemas que habrá de generar el tratado, problemas insolubles, sino a comprar el respaldo requerido en el Congreso y entre la dirigencia gremial del empresariado agropecuario. El plan, llamado “Agro, ingreso seguro”, cuyo nombre les desnuda el alma de manipuladores a sus autores, porque pone a sonar la idea de la seguridad económica cuando lo que se viene es lo contrario, le ofrece al sector unos recursos por completo insuficientes para impedir la crisis. Fuera de facilitarles 105 mayores instrumentos clientelistas a los parlamentarios de la coalición de gobierno y a un ministro con conocidas ambiciones políticas, para lo que de verdad ha servido el mencionado programa es para dejar al descubierto el lamentable espectáculo de unos representantes gremiales engarzados en disputarse los recursos ofrecidos, a pesar de ser notorio el propósito gubernamental de dividirlos para comprar su respaldo a un acuerdo que empobrece a los productores que los contrataron para defenderlos. Lo cierto es que nadie que se precie de estar bien informado incurrirá en la estupidez de decir en público que dichos recursos, de 500 mil millones de pesos anuales por un máximo de seis años —y que se vienen repartiendo para todo y como en una pìñata—, servirán para neutralizar los conocidos y enormes subsidios que Estados Unidos les trasfiere cada año a sus productores agropecuarios. Un papel parecido, de manipulación de incautos y creación de clientelas dentro y fuera del Congreso, tendrá la llamada “agenda interna” que, según afirman con cada vez menos frecuencia, aportará el dinero para construir la infraestructura que hará competitiva a Colombia. Quien lo desee puede confirmar, con sólo desglosar las posibilidades fiscales, que el gobierno no tiene de dónde sacar nuevos recursos para ese fin, por lo que a la tan mentada “agenda” se le asignará la escasa plata de siempre, si no es menos, por la crisis económica internacional y nacional que ya se anuncia. Si queda en firme el TLC, ¿seguirá la bullaranga sobre la “preparación” del país para enfrentarlo? Ataque matrero a la soberanía Es evidente que la estrategia agrícola que Estados Unidos pretende consolidar con el TLC consiste en monopolizar —o en controlar en 106 grandes proporciones— la producción de la dieta básica de los colombianos (cereales, principalmente, y cárnicos, lácteos y oleaginosas), ofreciendo a cambio la posibilidad (que no la certeza) de exportar al mercado norteamericano productos tropicales como café, banano, uchuvas y pitahayas, entre otros, ventas que deberán hacerse a precios muy bajos porque habrán de competir con las de muchos otros países del mundo. La propuesta, que hace parte de una de las más descaradas imposiciones del Plan Colombia52, no puede ser más leonina: Estados Unidos “renuncia” a sembrar los productos tropicales que el clima le impide cosechar, mientras que Colombia se condena a no producir los bienes no tropicales que la naturaleza le permite sembrar. Se trata, como puede verse, de un “negocio” en el cual los colombianos serán los perdedores absolutos, incluso en el supuesto de que pudieran aumentar las ventas de bienes propios del trópico, pues es bien sabido que con la parte fundamental de las ganancias se quedan las trasnacionales del comercio internacional de alimentos y los monopolios que en las metrópolis venden al final de la cadena, como bien lo muestra la suerte de los cafeteros, a quienes por su grano no les llega ni el diez por ciento del precio que paga el consumidor final. ¿Carecerá de relación el aumento de las exportaciones de tabaco colombiano facilitado por la Atpdea que están haciendo las trasnacionales y la condición paupérrima de los campesinos de este cultivo? 52 Sobre el agro, el Plan Colombia señala: “En los últimos diez años, Colombia ha abierto su economía, tradicionalmente cerrada (...) el sector agropecuario ha sufrido graves impactos ya que la producción de algunos cereales tales como el trigo, el maíz, la cebada, y otros productos básicos como soya, algodón y sorgo han resultado poco competitivos en los mercados internacionales. Como resultado de ello –agrega– se han perdido 700 mil hectáreas de producción agrícola frente al aumento de importaciones durante los años 90, y esto a su vez ha sido un golpe dramático al empleo en las áreas rurales. La modernización esperada de la agricultura en Colombia ha progresado en forma muy lenta, ya que los cultivos permanentes en los cuales Colombia es competitiva como país tropical, requieren de inversiones y créditos sustanciales puesto que son de rendimiento tardío”. 107 Pero a la gravedad de la especialización en productos tropicales, que al debilitar el mercado interno empobrece al país como un todo, incluida la industria, se suma un aspecto que puede ser aún peor: como éstos no constituyen dieta básica —hay quienes los llaman “productos-postre”—, especializarse en ellos le arrebata a Colombia la seguridad o soberanía alimentaria, uno de los fundamentos nada menos que de la soberanía nacional, soberanía que constituye el derecho político sin el cual ninguna nación podrá responder a sus necesidades de progreso y bienestar. El concepto de seguridad alimentaria no fue acuñado por los países pobres de la tierra sino por los europeos, que lo insertaron en las teorías de la FAO-ONU, y se refiere a reconocer que la comida es un bien que hay que distinguir de los demás por el hecho evidente de que si se pierde el acceso a ella no sólo se padece una carencia sino que se deja de existir. La disponibilidad de que se habla en este caso no es sólo la económica, la de poseer el dinero con qué adquirir los alimentos, sino la de la relación física y en todo momento con ellos, pues éstos pueden no estar disponibles aunque se tenga con qué comprarlos, dado que pueden desaparecer por diversas circunstancias. La historia de la humanidad abunda en episodios de hambrunas que muestran bien de qué trata la seguridad alimentaria, concepto que, como es obvio, debe definirse en relación con lo nacional y no con lo global (como dicen los neoliberales), pues son muchas las situaciones que pueden interrumpir los flujos del comercio internacional, amenazando la supervivencia misma de determinadas poblaciones. El sitio de Cartagena en 1811, en el que las tropas del imperio español sometieron por hambre a la Ciudad Heroica, es apenas un recordatorio del tipo de mundo en que vivimos. Y lo mismo puede 108 decirse de cómo los colonialistas ingleses en India provocaron una entre 1769 y 1770 hambruna artificial, al comprar todo el arroz y venderlo a precios fabulosos. Y que éstas no son cosas del pasado puede demostrarse hasta la saciedad, como bien se encargó de recordarlo la FAO, la cual, en su estilo diplomático, también puso el dedo en la llaga cuando en la Declaración de Roma sobre Seguridad Alimentaria de 1996 dijo que “los alimentos no deberían utilizarse como instrumento de presión política y económica”. Por su parte, recientemente, un Secretario Adjunto del Tesoro de Estados Unidos explicó que, como mecanismo de presión a los designios imperiales, “en muchos países la importación de alimentos sería restringida. Una perspectiva bien poco agradable”53. ¿No constituye una severa advertencia el que la ONU y la FAO, el Fondo Mundial de Diversidad de Cultivos, once importantes instituciones agrícolas y setenta países hayan decidido construir en Noruega unos silos subterráneos y blindados para depositar en ellos tres millones de semillas de diversas especies con el ánimo de precaver a la humanidad en caso de guerra nuclear, impacto de asteroides, atentado terrorista masivo, pandemia, catástrofes naturales o cambio climático acelerado? ¿Y no acaba de suceder, durante 2008, que una parte importante de los países exportadores de alimentos cerraron sus ventas ante la escasez mundial, con lo que ratificaron que digan lo que digan el FMI y la OMC no exportarán la comida que requieren sus pueblos? Quien se coloque en la perspectiva adecuada y analice el problema desde el punto de vista histórico, tendrá que aceptar que crisis en la producción de alimentos y graves interrupciones en los flujos del comercio 53 Roddick, Jacqueline, El negocio de la deuda externa, El Áncora Editores, p. 80, Bogotá, 1990. 109 internacional de estos últimos no constituyen posibilidades sino certezas, certezas sobre las que apenas puede ponerse en duda la fecha en que ocurrirán. Por lo tanto, hay que calificar como un atentado contra la propia especie la imposición neoliberal de concentrar en unos cuantos países la producción mundial de comida, política monstruosa que resulta aún más indignante cuando se sabe que tiene como único sustento la bárbara codicia de unos cuantos monopolistas. Antes de seguir adelante, un comentario más sobre este tema. Hay quienes honradamente creen –y de ellos se aprovechan los portadores de las políticas neoliberales– que el problema de la seguridad alimentaria se limita a que los campesinos produzcan en sus parcelas sus propios alimentos. No obstante, los que defienden esta posición dejan sin respuesta unas preguntas claves: ¿quién les garantiza la seguridad de poder acceder a la comida a los habitantes urbanos, y a los muchos rurales que no son propietarios de tierra o la poseen en cantidad insuficiente? ¿No debe el campesinado —al igual que los empresarios y los obreros agrícolas—, defender la totalidad del mercado interno de su país como un objetivo fundamental de sus esfuerzos, antes que entregárselo a los monopolistas extranjeros? ¿Y por qué poner en contradicción la defensa del mercado nacional con las medidas que puedan tomarse para que el campesinado mejore la producción para su propio consumo? Digno de reflexión es también que las agencias internacionales de crédito que controla la Casa Blanca, al igual que no pocos gobiernos locales en Colombia manejados por los neoliberales, respalden el TLC, mientras se dan aires de progresistas utilizando el concepto de seguridad alimentaria en el 110 sentido recortado de que unos campesinos aumenten la producción para el consumo de sus familias. Ante lo retardatario de los objetivos agrarios del TLC, y ante el desespero que los acosa, los neoliberales criollos han recurrido a dos teorías para tratar de ocultar el magno desafuero que tienen decidido imponer: que proteger el agro nacional es defender los intereses de unos cuantos terratenientes y que las importaciones subsidiadas deben agradecerse porque con ellas se les ofrece comida barata a los colombianos, disparates que es natural que no convenzan pero que sí los retratan de cuerpo entero. En efecto, hay que tener muy poco apego a la verdad para sostener que en el agro nacional sólo hay grandes hacendados y que serán éstos los principales lesionados con el TLC. En primer lugar, porque los propietarios rurales llegan a 2.678.685, y en segundo lugar porque el 87 por ciento de los predios ocupa entre 0 y 20 hectáreas, a la par que apenas 10.140 tienen más de 500 hectáreas y suman el 62.6 por ciento del total de la superficie (ver cuadro Nº 5). Este predominio numérico de los pequeños y medianos propietarios es cierto hasta en la ganadería, donde están las mayores propiedades rurales pero en la que también hay 236 mil fincas, alrededor de la mitad del sector, que apenas sostienen 5.43 reses en promedio cada una (ver cuadro Nº 6). Y es fácil entender que entre los propietarios rurales los que más sufrirán con el TLC serán los más débiles, campesinos e indígenas, que carecen hasta de los más elementales recursos, como bien lo expresa el hecho de que más del 80 por ciento de las personas en el campo se encuentre por debajo de la línea de pobreza, horrible realidad de la que también son responsables casi veinte años de “libre comercio”. 111 Cuadro Nº 5 Evolución de la Estructura de la Propiedad Agraria en Colombia (1996-2003) 1996 2003 Predi % % Predi % % del Hectár os del del os del Área eas (No.) Tot Áre (No.) Tot Total al a al Tot al 0 – 20 2’091. 86, 13 2’330. 87 8,8 583 8 O36 20 – 255.3 10, 21, 278.2 10, 14,6 100 67 6 5 15 4 100 – 56.18 2,3 20, 60.29 2,2 14 500 7 8 4 500 – 7.459 0,3 44, 10.14 0,4 62,6 más 6 0 TOTA 2’410. 100 100 2´678. 100 100 L 596 685 Fuente: Extraído de Garay Luis J., Rodríguez A., “Colombia: Diálogo Pendiente”, p. 246, cuadros 27 y 28, Planeta Paz, Bogotá, junio de 2005. Cuadro Nº 6 Colombia. Composición del Hato Ganadero No. de Predios No. de Bovinos Promedio Bovinos No. Part. de No. Part. por % % Bovinos por predio predio Menos 236,658 50.02 1,285,236 5.97 5.43 de 10 Entre 92,835 19.62 1,584,733 7.36 17.07 11 y 25 Entre 58,139 12.29 2,131,252 9.90 36.66 26 y 50 Entre 40,155 8.49 2,903,785 13.49 72.31 51 y 100 Entre 29,571 6.25 4,601,759 21.38 155.62 101 y 250 Entre 9,979 2.11 3,492,195 16.23 349.95 251 y 500 Entre 4,196 0.89 2,854,236 13.26 680.23 501 y 1.000 Más de 1,582 0.33 2,666,451 12.39 1,685.49 1.000 Total 473,115 100.00 21,519,647 100.00 45.49 112 Fuente: Minagricultura Además, son los asalariados que trabajan con los empresarios los que más sufren cuando se arruinan sus patrones. Sólo alguien muy ignorante o muy cínico puede presentarse en Colombia como amigo de los pobres levantando la tesis de que para ellos es bueno que desaparezcan los establecimientos productivos del empresariado. ¿No llama la atención que a los campeones del neoliberalismo colombiano les molesten tanto algunos ricos del 113 agro nacional mientras favorecen, ¡y de qué manera!, a ciertos magnates nativos y a todos los monopolistas extranjeros y, particularmente, a los norteamericanos? ¿Por qué silencian que las supuestas exportaciones de agrocombustibles, con las que generan esperanzas, sólo podrán darse, si es que ocurren, manteniéndoles grandes subsidios oficiales a algunos colombianos que se cuentan entre los más adinerados del país? ¿No acaba de mostrar el caso escandaloso de la finca Carimagua la concepción plutocrática del gobierno nacional, forma de ver las cosas y actuar que quedó fijada en la llamada ley de Desarrollo Rural? La afirmación de que lo único que importa en relación con los pobres es que los bienes que consuman sean baratos constituye un populismo ramplón, ya que oculta unos de los principios más elementales de la economía: que sólo hay consumo donde primero hay ingreso y que este último sólo aparece cuando, antes, hay producción y trabajo. Es obvio que los ideólogos de un mundo en el que los seres humanos son considerados simples consumidores pertenecen al sector cada vez más reducido de personas que tienen asegurada su ocupación y su ingreso y que, por tanto, sólo se preocupan por cuánto les cuestan los bienes. Que les pregunten a los desempleados y subempleados que pululan en la Colombia del “libre comercio” qué prefieren: si bienes nacionales caros, empleo y salarios, o bienes extranjeros baratos, desempleo y ningún ingreso, sin perder de vista que por la Colombia que hay que luchar es por una en donde la producción industrial y agropecuaria, el empleo, los salarios adecuados y los costos menores no sean mutuamente excluyentes. 114 Los supuestos precios menores con los que los neoliberales les endulzan el oído a los despistados contienen otra verdad que poco se menciona: que ellos provendrán de la eliminación de aranceles —de los bienes agrarios e industriales— por 690 millones de dólares, según cuentas del estudio citado de Planeación Nacional. Sin embargo, lo que no dicen es que dicha suma, que también dejaría de ingresarle al fisco, la tiene que recuperar el gobierno con un aumento igual de los impuestos, y que el incremento de éstos — por la concepción del “libre comercio”, que así lo exige para atraer inversión extranjera— castiga al pueblo mediante el aumento del IVA y los mayores tributos a los salarios. Por otra parte, es evidente que son muchos los casos en los que la existencia de un producto más barato no significa que le llegue así al consumidor final, porque puede suceder que quien lo monopoliza utilice su bajo precio para eliminar a los productores que le compiten, pero que no le trasfiera dicho precio menor al consumidor final o que sólo lo haga de manera temporal o parcial, mientras afianza el monopolio. Que esto suele suceder lo explican los propios estudios del ministerio de Agricultura de Colombia que analizaron lo ocurrido con las importaciones más baratas de la apertura de 1990, las cuales arruinaron a muchos colombianos pero no se convirtieron en alimentos más económicos para la gente. Tan es así que el mismo ministro de Agricultura, Andrés Felipe Arias, debió reconocer ante la Comisión Quinta del Senado el 11 de octubre de 2005: En la mayor parte de las cadenas analizadas en dicho estudio se encontró que no existe una relación entre los precios al productor y los precios al consumidor de bienes similares o derivados, o no lo hay entre el costo de importación y los precios al consumidor. Este es el 115 caso, al menos, de las cadenas de carne de pollo, los huevos, la carne de cerdo, la leche, el arroz blanco y el azúcar 54. No se había silenciado el eco de las muchas boberías que se dijeron acerca de que era mejor —por más barato— importar la dieta básica que producirla en Colombia, cuando se dispararon los precios internacionales de los cereales, por causa del incremento del consumo en algunos países, del aumento de las cotizaciones del petróleo, de la decisión estadounidense de utilizar maíz en la producción de agrocombustibles y del feroz incremento de los fletes marítimos55, explicaciones a las que hay que agregarles, y como causas principales, la reducción de la áreas sembradas producto del neoliberalismo y la concentración de la producción y del comercio agrícola que viene imponiendo el “libre comercio”. Y no debe perderse de vista que una de las verdades más ominosas sobre la destrucción de los aparatos productivos agrarios tiene que ver con que restituirlos, así se quisiera, puede ser muy difícil o imposible, dada la característica de cultura que tiene el trabajo rural y la resistencia de los trabajadores a regresar al campo una vez lo abandonan. Aparte de las razones expuestas, también se configura como proditoria la decisión de Álvaro Uribe Vélez de firmar el TLC ya que éste viola, de manera por lo demás flagrante, el Artículo 65 de la Constitución Política de Colombia, que dice que “la producción de alimentos gozará de especial protección del Estado”, violación aún más grave por tener origen en que los alimentos 54 Se refiere al estudio de Garay, Luis Jorge, y otros, La agricultura colombiana frente al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, Ministerio de Agricultura, Bogotá, 2005. 55 Qué neoliberal va a responderle a los colombianos por la ruina de la Flota Mercante Grancolombiana, cuando en los inicios del “libre comercio” se dijo que ella sobraba porque en el mundo había barcos en abundancia y fletes baratos. 116 estadounidenses se exportan al amparo de enormes subsidios estatales y configuran lo que en la jerga de los economistas se conoce como dumping, una especie de delito del comercio internacional que consiste en vender por debajo de los costos de producción y que suele anticiparse a elevados incrementos en los precios una vez cumple con el propósito de eliminar a los competidores. 117 7. DESASTRE INDUSTRIAL Como en el caso del agro, el análisis de lo que le ocurrirá a la industria con el TLC exige tener en cuenta lo que le sucedió con la “apertura” de 1990, cuando la producción fabril sufrió bastante, verdad poco conocida porque la han ocultado los dirigentes gremiales del sector. En efecto, entre 1991 y 2006 la participación del agro en la economía nacional cayó 44,6 por ciento (de 22,3 a 11,9 por ciento) y la de la industria se redujo 27 por ciento (del 21,1 al 15,4 por ciento), cifras que se refuerzan con otras: el crecimiento promedio del sector agropecuario colombiano entre 1993 y 1999 fue muy bajo, de 1,2 por ciento, pero el de la industria fue negativo en 0,6 por ciento —una diferencia de casi dos puntos—, en buena medida porque en 1999 esta cayó en el enorme porcentaje del 8,5 por ciento56. Y si la crisis industrial no llegó a profundizarse todavía más, ello se debió a dos factores: a que las transnacionales instaladas en Colombia, como era de esperarse, resistieron mejor las mayores importaciones, y a que la merma de los aranceles —con todo cálculo, como también ocurrió con ciertos productos del agro— se hizo de forma tal que algunos sectores padecieran menos. Para poner un solo ejemplo, los menores aranceles a las importaciones de automóviles se calcularon de manera que las ensambladoras extranjeras que operan en el país soportaran las pérdidas. De acuerdo con el estudio citado de Planeación Nacional, tendrán graves problemas con el TLC la “fabricación de maquinaria y equipo; madera; algunos alimentos; hilados y fibras textiles; 56 Fuente: www.dane.gov.co, www.banrep.gov.gov y cálculos propios con base en datos del Dane. 118 algunos productos químicos; derivados del petróleo y el carbón; cauchos y plásticos; como también los dedicados a la fabricación de productos metálicos”. Es sabido, porque así lo mencionó su vocero gremial, que también sufrirán los productores de autopartes57, y para nadie es una secreto que vendrán pérdidas muy considerables en las exportaciones colombianas a los países vecinos porque el TLC, en los hechos, acaba con la Comunidad Andina (CAN), efecto que Álvaro Uribe Vélez no puede alegar que ignoraba, ya que lo hizo público, entre otros, Hernán Echavarría Olózaga, quien lo explicó como uno de los inevitables efectos del “libre comercio” concebido por Estados Unidos58. Y si se dice que acaba con la CAN en los hechos es para enfatizar que, aun en el caso improbable de que Venezuela volviera al acuerdo subregional, al conceder aranceles del cero por ciento a las importaciones provenientes de Norteamérica desaparecen en una proporción notable los efectos prácticos del Arancel Externo Común, el eje de la integración andina. Y hay que insistir en que en el trabajo de destruir la Comunidad Andina está jugando un fuerte papel la Unión Europea, empeñada también en imponer el “libre comercio” en América Latina, no obstante su vieja y desgastada retórica con la que ha intentando diferenciarse de las conductas estadounidenses. 57 El Presidente de Acolfa (Asociación Colombiana de Fabricantes de Autopartes), Camilo Llinás Angulo, explicó: “para nosotros el balance es negativo”. Y cuando le preguntaron sobre las posibilidades de exportar de su sector respondió: “Primero vamos a ver quienes quedan” (El Colombiano, 4 de marzo de 2006). 58 Luego de lamentarse por los criterios ventajistas con los que Estados Unidos y Europa organizaban la globalización neoliberal, Hernán Echavarría Olózaga, concluyó: “Las cosas no eran tan graves cuando los países del Grupo Andino creíamos que un mercado común era posible. Al menos íbamos a tener un going concerns (mercado y fuerzas productivas propias) de algún tamaño que se podía defender, hasta cierto punto. Pero ahora que la idea de un mercado común con nuestros vecinos tiende a desaparecer, nuestro futuro se ve incierto” (El Tiempo, 16 de diciembre de 1999). 119 Que las pérdidas en las exportaciones colombianas a los otros países que conformaban la CAN cuando se empezó a hablarse del Alca y los TLC —Venezuela, Perú, Bolivia y Perú—serán importantes lo explicó oportunamente el propio organismo rector de la comunidad. De acuerdo con un estudio realizado a instancias suyas en el año 2004 por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) 59, el TLC generará inevitablemente lo que los técnicos llaman una “desviación del comercio”, lo que en plata blanca significa que las exportaciones estadounidenses a los países andinos aumentarán en detrimento de las ventas que hoy se hacen entre ellos. El estudio detalló que el TLC pone en riesgo alto el 40.8 por ciento de los negocios intra región andina, en riesgo mediano el 23.2 por ciento y en riesgo bajo el 19.9 por ciento, para un total amenazado del 84 por ciento60, situación particularmente onerosa para Colombia porque de los once mil61 millones de dólares que cuestan las exportaciones dentro de la subregión, el país aporta la mitad, 4.690 millones (ver cuadro Nº 7). Cuadro Nº 7 Exportaciones de Colombia Datos en millones de dólares Part. Part. Part. Destino 2003 2005 2006 % % % Total 13,129 100.0021,190100.0024,391 100.00 59 “Análisis de la Sensibilidad del Comercio Subregional Andino en el Marco del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos”. Secretaria General de la Comunidad Andina (CAN), documentos de trabajo, documento No. SG/dt 276, 27 de octubre de 2004. Para la fecha de realización del estudio, Venezuela no se había retirado de la Comunidad Andina. 60 SG/dt 276, nomenclatura CAN 61 Fuente: Cálculos propios con base en datos de www.comunidadandina.org, Instituto Nacional de Estadística de Perú (http://www.inei.gob.pe/), Banco Central de Ecuador (http://www.bce.fin.ec/), Departamento Nacional de Estadística de Colombia (www.dane.gov.co) y Instituto Nacional de Estadística de Bolivia (www.ine.gov.bo/). exportaciones Comunidad Andina de 1,908 Naciones Estados 5,779 Unidos Venezuela 696 Alemania 265 Ecuador 780 120 14.54 4,182 19.74 1,988* 8.15 44.02 8,480 40.02 9,650 39.56 5.30 2,098 9.90 2,702 11.08 2.02 339 1.59 360 1.48 5.94 1,324 6.25 1,237 5.07 *Al 2006 las exportaciones a la CAN son casi iguales a las del 2003 porque para tal fecha Venezuela ya se ha retirado de la Comunidad Andina. Fuente: Dane Según el análisis del BID, el TLC amenaza las siguientes exportaciones colombianas en la región: a Ecuador, papeles y cartones, pañales y toallas higiénicas, preparaciones tensoactivas, malta, confites, azúcar, productos laminados, botellas, dénim, textiles y confecciones, medicamentos, policloruro de vinilo y vehículos; a Perú, azúcar, policloruro de vinilo, herbicidas y fungicidas, papel y cartón, cemento y confites; a Venezuela, azúcar, papeles y cartones, productos de limpieza, confecciones, preparaciones para bebidas, vehículos y sus partes, fungicidas y herbicidas, refrigeradores, medicamentos, confites, extractos de café, leche, galletas, cosméticos, champúes, dentífricos. Y existe también el listado de los renglones que quedarán amenazados en el caso de las ventas de los demás países de la región 62. Según indica este somero inventario, las pérdidas colombianas ocurrirán con un agravante vinculado a otra realidad 62 Es natural que las pérdidas ocurrirán siempre y cuando se mantenga el libre movimiento, con cero arancel, de las mercancías entre los países signatarios. 121 cuidadosamente oculta por los partidarios del TLC: la de que el 82 por ciento de sus exportaciones a los países andinos es de bienes manufacturados, bienes que por contener más trabajo, mayor valor agregado, son de una mayor importancia relativa para el país. Lo sobresaliente de este porcentaje contrasta con que el 83 por ciento de lo que Colombia exporta a los Estados Unidos está conformado por materias primas agrícolas y mineras, proporción indeseable porque lo que saca a los países del atraso es la transformación de los bienes que brinda la naturaleza y porque es la misma cifra que se padecía en 1990, situación que confirma que el “libre comercio” apresa a Colombia en unas exportaciones de tipo colonial con las que no se integra al mundo con bienes que contengan un mayor ingrediente laboral. En términos de cómo debe ser la integración económica que le conviene a Colombia, por lo tanto, el TLC con los Estados Unidos también resulta indeseable. ¿Cómo puede ser bueno para los colombianos que los negocios con los estadounidenses aumenten, si es que aumentan, al precio de reducir los intercambios con nuestros inmediatos vecinos, cuando lo obvio es que es con ellos con quienes deberían ser más vigorosas nuestras relaciones comerciales? ¿Y no es una de las facetas más importantes de las relaciones con los países andinos el que en ellas se den con mayor facilidad que con Estados Unidos los intercambios industriales? ¿En qué queda la supuesta “complementariedad” de las economías de los dos países, de la que tanto hablan los neoliberales, sino en que los gringos producen bienes complejos y los colombianos materias primas? 122 Además, el pésimo manejo que el gobierno de Álvaro Uribe les dio a las relaciones con Venezuela facilitó otro cambio en las relaciones económicas regionales que a mediano plazo también resulta adverso63. Se trata de la decisión del gobierno venezolano de integrarse definitivamente a Mercosur —cosa que sucedió luego de que Colombia y Perú cerraran la negociación del TLC, que destruía en la práctica la CAN—, porque por este lado también puede darse un fuerte aumento de importaciones, a través de Venezuela, de bienes argentinos y brasileños, salvo que Colombia esté dispuesta a pagar el precio de cerrar la frontera venezolana. En el clásico sandwich entre Estados Unidos y Mercosur tiende a quedar el país, con las pérdidas que eso podrá infligirle tanto en sus ventas a sus vecinos como en el mercado interno. Y que para Colombia el mercado venezolano amenazado es de suma importancia lo prueba que hacia allá van la mitad de las exportaciones que hace a la zona andina, al igual que el 80 por ciento de las de carne de res y el 91 por ciento de las de productos lácteos. Cuadro Nº 8 Exportaciones a Venezuela y Estados Unidos Enero-septiembre de 2007 Datos en millones de dólares Estados Part. Part. Sector Venezuela Unidos % % Total Exportaciones 6,258 100.00 2,757 100.00 Exportaciones tradicionales 4,279 68.39 8 0.28 Petróleo y derivados 3,010 48.11 3 0.10 63 Como se verá adelante, el TLC también viola las normas andinas que no autorizan la expropiación indirecta, que permiten controlar los flujos de capitales por más de un año, que autorizan ponerles requisitos de desempeño a los inversionistas extranjeros y que defienden la biodiversidad de cada país andino. Café Carbón Ferroníquel Exportaciones no tradicionales Sector agropecuario Sector minero Sector industrial Demás sectores Fuente: Dane 380 799 90 1,978 753 2 1,219 5 6.07 12.76 1.44 31.61 12.03 0.04 19.48 0.07 0 5 0 2,750 197 4 2,548 1 0.00 0.18 0.00 99.72 7.13 0.15 92.41 0.03 123 Como es apenas lógico, las industrias colombianas que habrán de resultar más perjudicadas por el TLC serán las llamadas pymes (pequeñas y medianas empresas), en razón de su debilidad estructural. Pero además, por otra causa que también han callado los que deberían ser los primeros en pregonarla: globalizar significa crear un mercado de envergadura planetaria para que actúen en él mejor que nadie los capitales de iguales proporciones, que van a vender incluso en nichos donde antes no podían hacerlo, ya que por su mismo tamaño no les convenía cubrir mercados relativamente menores, los tradicionalmente atendidos por los pequeños y medianos empresarios de todos los países. Incluso las industrias maquiladoras, que mediante sistemas de subcontratación elaboran parte de los procesos de las transnacionales en unas condiciones de expoliación escandalosas, exigirán inversiones cada vez mayores. Y se darán nuevas pérdidas en las industrias licoreras colombianas, las cuales se sumarán a las ya sufridas en años anteriores debido a la sustitución de los licores nacionales por los importados. Las cuentas que muestran los daños que provocará el TLC son simples, 124 y éstos tendrán como consecuencia contraer el gasto público de varios departamentos. Aunque nuestros aguardientes entran sin arancel a los Estados Unidos y los rones pagan un impuesto del 8 por ciento, en tanto los licores gringos tienen un arancel de 20 por ciento para entrar a Colombia, se requirió de la protesta de las industrias licoreras asociadas para que los “negociadores” no dejaran el sector en la Canasta A, es decir, con desgravación inmediata. Una de las dificultades con las que se tropieza para conocer mejor el impacto del TLC sobre la industria nacional es la posibilidad, ya utilizada en la apertura de los años noventa, que tienen algunos empresarios —calificados de “hermafroditas” por un ex ministro de Hacienda— de pasar de productores a intermediarios, convirtiéndose así en importadores de los mismos bienes que quiebran sus fábricas, luego de decidirse a separar su suerte personal de la de la nación. Recuérdese que una vez quedó en firme la certeza de que los productores de pollo perderían en grande con el TLC, desde el propio Palacio de Nariño se hizo el llamado a que fueran ellos mismos los que importaran los cuartos traseros gringos. Y en Portafolio del 1º de diciembre de 2008 salió la noticia de que “el 18 por ciento de los avicultores — seguramente los mayores, aunque la noticia no lo dice— estaría dispuesto a importar trozos de pollo para aprovechar la es infraestructura de comercialización” Además de este cambio de naturaleza, el silencio de los voceros de la Andi y de la Acopi sobre las severas pérdidas industriales que sufrirá Colombia encierra otras dos explicaciones: el viejo poder del capital extranjero en la Asociación Nacional de Industriales 125 (Andi) se acrecentó con las mayores pérdidas que les causó la “apertura” a las factorías del capitalismo criollo, hasta el punto de ser los intereses del capital extranjero los que hoy definen el rumbo de la organización, como bien lo prueba su actitud de ponerse al lado de Afidro y en contra de Asinfar en el conflicto entre las agremiaciones del capitalismo extranjero y el nacional en torno a la producción de medicamentos genéricos. No es casual tampoco que la Andi haya decidido mantener su sigla pero cambiándole el tradicional significado por el de Asociación Nacional de Empresarios, pues así refleja mejor, como también lo muestra el caso de Afidro, el aumento del peso en la organización de quienes producen poco o nada en Colombia pero sí son fuertes importadores de los artículos producidos por sus empresas pero en otros países. El caso de la Acopi, cuyo presidente fue capaz de caer en el ridículo de afirmar que las enclenques pymes colombianas serán “ganadoras netas” en el TLC, se explica porque, como no es lo mismo vivir de la industria que de los industriales, prefirió atar sus intereses a los del poder oficial, más decisivo a la hora de continuar cómodamente sentado en su sillón o de permutarlo por uno mejor, como a la postre ocurrió cuando, en un acto ignominioso que ya se mencionó, trepó a embajador de Uribe ante el gobierno de Nueva Delhi. Pero el TLC perjudicará a la industria nacional no sólo por la vía de impedirle usar aranceles para contrarrestar las importaciones más baratas de Estados Unidos, al igual que emplear otros mecanismos que, como las licencias previas, se han implementado en todo el mundo para estimular los aparatos productivos locales. Entre los amenazados, asimismo, están los colombianos que remanufacturan bienes industriales usados, pues muchos perderán 126 toda protección de manera inmediata y el resto en diez años, plazo por completo insuficiente para defenderse de la muy poderosa producción estadounidense de bienes de este tipo, los cuales quedaron definidos, al decir de un dirigente gremial de la industria colombiana, como que un usado más otro usado da un remanufacturado. Fue tal el control de Estados Unidos, que ni siquiera la ropa y los zapatos usados quedaron de prohibida importación, pues los dejaron en un listado de licencia previa que anuncia que cualquier día podrán importarse sin ningún obstáculo, luego de modificar una simple resolución. ¡Y en la misma situación quedaron los residuos peligrosos! Cómo se nota el propósito de Washington de llenar a Colombia con sus desechos: vísceras de res, trozos de pollo, lactosueros, gallinas y vacas desahuciadas en sus lugares de origen. ¡Triste condición la de los países que terminan convertidos en la caneca donde los imperios tiran sus residuos! Lo acordado en el capítulo de propiedad intelectual del TLC, si se cruza con los aranceles de cero por ciento y la libertad de importar, lleva a concluir que parte de la estrategia estadounidense es hacer muy difícil, si no imposible, que Colombia pueda adentrarse por los caminos de la industrialización en general y sobre todo de la compleja, cosa que no le resultará muy sorprendente a quien recuerde que la Corona española prohibió que en sus colonias americanas se montaran manufacturas, pues los bienes elaborados en tales empresas debían importarse de Europa a través de España. En la medida en que el tratado mejora la competitividad de las transnacionales por la vía de alargarles los monopolios que se derivan del sistema de patentes, también se volverá más difícil y hasta imposible aprovechar los avances científicos por parte de los 127 empresarios nacionales, con el consecuente del aumento de los precios que se deriva del monopolio extranjero. Prohibir que existan aranceles que protejan el desarrollo de la producción interna y alargar el plazo del momento en el que pueda aprovecharse la tecnología compleja de las transnacionales son dos caras de la misma moneda: la de la recolonización imperialista de Colombia. Porque es sabido que si bien en ciertos casos a los imperios les interesa instalar en otros países parte de su producción, en otros no, siempre dependiendo de las conveniencias, y cuando lo hacen es a través de sus propias transnacionales y pugnando por mantener el monopolio científico y tecnológico. Ya se ha hablado de la gravedad de que Colombia pierda su producción agropecuaria estratégica y su seguridad o soberanía alimentaria, pero conviene subrayar que incluso puede ser peor lo que implica el TLC para su industria, pues no resulta posible construir un país próspero que no transforme las materias primas agrícolas y mineras, sea que las produzca o las importe. En últimas, el nivel de vida de cualquier población depende de si se labora o no con la fuerza de los desarrollos tecnológicos y las transformaciones que éstos posibilitan, pues de ninguna manera dicho nivel de vida puede evadir el grado de productividad del trabajo. Desde esta perspectiva, la maquila, cuya característica es el ensamblaje y los procesos de baja tecnología, a su vez inherentes a los bajos precios de la mano de obra, constituye una estrategia reaccionaria en el campo de la producción industrial y de las condiciones sociales del país. Y como la industria maquiladora desintegra los aparatos productivos nacionales y es un apéndice de los negocios de importación y exportación al interior de las multinacionales, tanto peor. 128 Para completar el cuadro del futuro de Colombia en el TLC debe decirse que la experiencia de los países que han tenido éxito en la construcción del capitalismo demuestra que sin un vigoroso respaldo estatal, que tiene que incluir una adecuada protección arancelaria y otros mecanismos de defensa frente a las asechanzas foráneas, no es posible crear, ni mucho menos mantener, un sector industrial digno de tal nombre. Que lo anterior es cierto lo demuestra hasta la saciedad la historia misma de los Estados Unidos y de los restantes países desarrollados, e incluso de China y Corea del Sur, así los neoliberales criollos recurran a la falacia de afirmar que es el “libre comercio”, como lo definen en Washington, el que explica sus desarrollos fabriles. ¿Será casual que guarden cuidadoso silencio acerca de que China conquistó en 1949 la soberanía nacional y que sus dirigentes no actúan como correveidiles de Washington? Por lo que le sucederá a la industria colombiana con el TLC, sector en el que se consolidarán las pérdidas de la “apertura” y vendrán otras nuevas, también deberá responder Álvaro Uribe Vélez, pues dichas pérdidas contribuirán a convertir en retórica las posibilidades de progreso de los colombianos, al igual que la independencia y la soberanía de Colombia. 129 8. MÁS MONOPOLIOS Y ATRASO CIENTÍFICO Aun cuando el tratado se califica como de “libre comercio”, lo cierto es que sus alcances van mucho más allá del comercio propiamente dicho, un comercio que, entre paréntesis, de libre tiene bien poco, en la medida en que hace parte de la organización de un mundo controlado por unos cuantos monopolios e imperios, los cuales representan, por definición, la ausencia de libertad económica y política. Sin embargo, si esto es cierto en lo que se refiere a los lineamientos generales del TLC, resulta aún peor en lo que atañe al capítulo de propiedad intelectual, cuyo único propósito es establecer monopolios por la vía de prohibir, con todas las formalidades legales del caso, la competencia, con lo que ello significa como sistema para elevar los precios de las mercancías e impedir, al mismo tiempo, el desarrollo de industrias que puedan competirles a los monopolistas protegidos. El capítulo de propiedad intelectual, por otra parte, no sólo guarda relación con los medicamentos, los agroquímicos y la biodiversidad, aunque esos sean sus aspectos más conocidos. Determina también la suerte de todas las industrias, como la química, la electrónica, las telecomunicaciones, la aeronáutica, la genética y la de nuevos materiales. Que Colombia sufra con tan escaso desarrollo industrial y que quienes se dicen voceros del sector sean tan sumisos a las políticas del imperio, por lo que sobre el tema poco se habla, no controvierte el hecho de que el TLC busca encadenar el país a un mayor atraso científico y tecnológico, así como a la pobreza que le es inherente. Es tan importante para cualquier nación el avance de la ciencia y la tecnología, que 130 algunos analistas afirman incluso que el principal objetivo de Estados Unidos con los TLC reside en acrecentar su poder a través del monopolio de la producción compleja que le permite este capítulo. El TLC aumenta el tiempo de duración del monopolio que se origina en las patentes de 20 a 25 y más años en medicamentos y otros bienes, y a 30 y más años en agroquímicos y otras áreas, incremento que agrava todavía más la decisión que tomaron los aperturistas al reconocer patentes por veinte años, incluso anticipándose a las determinaciones de la OMC. Dos décadas de monopolio legal constituyen un lapso excesivo que no tiene nada de “natural”, calificativo que tanto en política como en economía ha justificado más de un desafuero. El monopolio por patentes y los años que lo protegen fueron fijados a su antojo en las legislaciones internas de los países a los que así les convenía, países que sólo mucho tiempo después empezaron a reconocérselo a sus competidores y a imponerlo en los tratados internacionales. Por otra parte, está más que demostrado que la inversión en investigación y desarrollo se recupera en los dos o tres primeros años de comercialización del producto patentado, motivo por el cual les asiste toda la razón a quienes proponen, cada vez con mayor energía, que la humanidad busque maneras de financiar la investigación mediante mecanismos diferentes a concederles monopolios a las transnacionales, sistema que resulta indeseable por muchas razones. ¿Cómo defender que se estimule la invención otorgando monopolios que, a su vez, entraban la invención? ¿Y cómo estar de acuerdo con financiar la investigación en medicamentos otorgando monopolios que, al elevar los precios, impiden que los supuestos beneficiados por la investigación 131 puedan pagar por los fármacos que necesitan para no enfermarse o, en no pocas ocasiones, continuar vivos? Tiempos llegarán en que estas prácticas abusivas aparezcan como aberraciones exóticas, al estilo de la trata negrera, de la prehistoria del género humano. El texto acordado establece una serie de normas que superan el capítulo respectivo de la OMC, el llamado ADPIC (que trata de las normas de propiedad intelectual no sólo en medicamentos), al aumentar las razones que permiten que el monopolio de las transnacionales se otorgue por más causas y por más tiempo. Con razón los TLC impuestos por la Casa Blanca suelen denominarse OMC-plus y, para efectos de los derechos de propiedad intelectual, ADPIC-plus, advirtiendo que el plus tiene que ver, como ya se mencionó, con que las transnacionales de los países industrializados no lograron imponer en la OMC todas y cada una de las medidas que querían, pues allí tropezaron con la fuerza unida de muchos de los países débiles del mundo ¿No constituye una deslealtad con Colombia que Álvaro Uribe nos haya separado de nuestros hermanos latinoamericanos que se negaron a someterse al Alca y a los TLC y que, además, nos haya apartado del resto del mundo en relación con las normas de la OMC, todo para facilitarle la dominación a Estados Unidos? Adicionalmente, el texto del capítulo sobre propiedad intelectual reafirma el compromiso de Colombia de ratificar o adherir a otros diez tratados internacionales cuyas conveniencias para los intereses estadounidenses son manifiestas, porque en todos ellos se fortalecen las normas monopólicas. Los nuevos tratados a los que Colombia tendrá que sumarse son los siguientes: el Tratado de Budapest, sobre el reconocimiento internacional del depósito de 132 microorganismos a los fines del procedimiento en materia de patentes; el Tratado de Singapur, sobre derecho de marcas; el Tratado sobre el Derecho de Patentes y el protocolo concerniente al Arreglo de Madrid relativo al Registro Internacional de Marcas. Para comentar sólo uno, el último de la lista les concede a las transnacionales la ventaja de no tener que patentar país por país, pues con una sola solicitud consiguen el monopolio en más de cuarenta, mecanismo que, al decir de los conocedores, viola la constitución colombiana y las normas andinas. Este caso también ilustra cómo no son ni pueden ser idénticos, sino contradictorios y aun antagónicos, los intereses de la producción nacional y de Colombia, por una parte, y los de las trasnacionales y Estados Unidos, por la otra. Porque es obvio que el monopolio tecnológico les significa a los grandes capitales mayores ganancias y a Estados Unidos mayor progreso científico y tecnológico, en tanto que a los colombianos y al país en su conjunto dicho monopolio les representa mayores precios de los medicamentos y más atraso y estancamiento científico y tecnológico, otro buen ejemplo de cómo la misma medida produce resultados diferentes según el país. Además, en la escala de la producción industrial, como se sabe, hay tres tipos de países: los innovadores, que como su nombre lo indica corren las fronteras del conocimiento; los imitadores, que copian los productos de los primeros; y los que no son ni lo uno ni lo otro, porque se reducen a importar casi todo lo complejo que requieren. Es en el último nivel en el que se ubica Colombia, quizá con la excepción de la industria productora de medicamentos genéricos, que hoy abastece el 67 por ciento del mercado nacional 133 en unidades, un caso típico de imitación industrial. Entonces, y usen el pretexto que usen, lo que hacen los sistemas de patentes es entorpecer la imitación, con la gravedad que esto entraña, porque no puede llegarse a país innovador, el objetivo a alcanzar, si primero no se pasa por la escuela de la copia. Esta es la experiencia de Estados Unidos, Alemania y Japón, por ejemplo, potencias industriales que hoy imponen las patentes como parte del derecho internacional, pero que se desarrollaron sin otorgar ese tipo de reconocimientos. Otra vez el caso del que le da una patada a la escalera por la que subió, para que nadie pueda seguirlo. Aumentarán la enfermedad y la muerte Si hubiera que escoger un solo aspecto para demostrar lo indeseable del TLC, serviría más que de sobra el capítulo de propiedad intelectual referido a los medicamentos. En primer lugar porque, al elevar los precios, incrementa la enfermedad y la muerte en Colombia, y en segundo lugar porque estamos hablando de un país donde el sistema de salud no suministra ni el 40 por ciento de las prescripciones que requiere la atención de sus afiliados, para no mencionar la situación de los millones de compatriotas que carecen de cualquier protección en este campo. De acuerdo con lo suscrito por los dos gobiernos el 22 de noviembre de 2006, el aumento de los precios puede llegar a ¡940 millones de dólares anuales!, según la OMS-OPS (Organización Mundial de la Salud-Organización Panamericana de la Salud), y lo sufrirán no sólo los pacientes, sino que les creará gravísimos problemas a las finanzas del sistema general de salud, ya que, aunque el gobierno lo niegue, el tratado aumenta el monopolio derivado de las patentes y de otras prácticas 134 afines, haciendo más difícil la producción de medicamentos genéricos. El pleito sobre el precio de los medicamentos incluye una lucha entre las multinacionales de la industria farmacéutica, que hacen todo lo posible por mantener el monopolio de sus fármacos, y las empresas que en países como el nuestro pugnan por producir los llamados medicamentos genéricos, que al copiar los que fabrican las transnacionales, una vez perdieron la patente, rompen el monopolio, generan competencia e inducen la baja en los precios. La lucha ha sido tan enconada que los negociantes extranjeros no han vacilado en mentir sin restricciones de ninguna índole, regando la especie de que los medicamentos genéricos son de mala calidad, cuando de manera estricta contienen las mismas moléculas e iguales componentes activos, que es justamente lo que cura, porque son copias de productos que perdieron la patente o nunca la tuvieron64. Y se conocen, como se confirmará en este texto, las bárbaras presiones ejercidas por las grandes firmas farmacéuticas para impedir que los gobiernos les controlen los precios. Los estudios comparativos indican que cuando un producto se queda sin patente, sus precios se reducen entre el 22 y el 80 por ciento, dependiendo del número de medicamentos genéricos que entren al mercado. Con relación a las llamadas medicinas “de marca”, los genéricos cuestan sólo una cuarta parte, en promedio, y hay casos en que valen 35 veces menos. Su importancia en Colombia se explica porque, como ya se dijo, gracias a su calidad 64 Un medicamento genérico que no asegure la bioquivalencia y la biodisponibilidad, es decir, que no cumpla con los mismos fines que uno “de marca” no es un genérico sino una falsificación, un fraude. Y como las falsificaciones también ocurren con los productos “de marca”, al respecto no valen las afirmaciones tendenciosas de las trasnacionales. La defensa de los genéricos, por tanto, debe incluir la exigencia al Estado para que impida toda falsificación de medicamentos. y menores precios responden, en volumen, por el 67 por ciento del mercado nacional de medicamentos. 135 El capítulo al que se le hicieron más modificaciones a lo pactado por los gobiernos de Colombia y Estados Unidos el 22 de noviembre de 2006 fue al de propiedad intelectual, en lo referente a medicamentos, cambios que, como se mencionó, se acordaron el 28 de junio de 2007, sin la presencia del gobierno colombiano, el Partido Demócrata y la administración de George W. Bush. Si bien esas modificaciones, que hacen parte del llamado Protocolo Modificatorio del TLC, no le cambian la esencia regresiva al capítulo y mucho menos al acuerdo, también es cierto que al hacer menos onerosas algunas disposiciones en contra de Colombia demuestran que el gobierno de Álvaro Uribe Vélez le aceptó a la Casa Blanca exigencias que hubiera podido rechazar. En aras de la mejor comprensión de lo ocurrido, en los párrafos siguientes se analizará el texto tal y como se suscribió inicialmente y, en los casos en los que corresponda, se mencionaran las modificaciones de última hora. A través del “método de uso” de los medicamentos se “deja abierta la posibilidad de patentes de uso” y de “segundos usos”, de acuerdo con lo expresado en Comparativo textos Cafta y Perú en propiedad intelectual, documento interno del Ministerio de Protección Social (2006) citado por una de las principales autoridades sobre el tema en Colombia, Germán Holguín Zamorano, director de Misión Salud65. El poder patentar nuevos usos diferentes a los concebidos originalmente les abre a las 65 Holguín Zamorano, Germán, “El Tratado de Libre Comercio y los medicamentos: breve análisis del texto oficial”, Educación y Cultura, mayo de 2006. Este y otros análisis sobre el impacto del TLC en Colombia pueden consultarse en www.recalca.org.co y www.moir.org.co/robledo.php 136 trasnacionales la posibilidad de cubrir con monopolios productos que nunca tuvieron patente o que la perdieron, lo que conduce a la posibilidad de un patentamiento vitalicio, porque cada patente confiere derechos de monopolio por veinte años. En el mismo documento se explica que “la aceptación de cambios de criterios de patentabilidad (de ‘aplicación industrial’ a ‘utilidad’) conlleva ampliar el espectro de la materia patentable”, porque permite patentes por desarrollos triviales de moléculas conocidas, convirtiendo en patentables fármacos que hoy carecen de esa posibilidad. Al respecto, el nuevo texto definido señala que la información protegida debe tener “esfuerzo considerable”. Como ya se señaló, el Tratado le ordena al gobierno de Colombia realizar todos los esfuerzos para otorgar patentes a las plantas, situación que atenta contra la biodiversidad, patrimonio natural de nuestra nación, y que “preocupa” al ministerio de la Protección Social porque “ello tendría directa incidencia en los medicamentos fitoterapéuticos”66. El TLC incluye el contenido del Decreto 2085 de 2002, engendro que Álvaro Uribe expidió por exigencia de Estados Unidos a cambio del Atpdea67 y que el Tribunal Andino de Justicia declaró “inaplicable” por ser contrario a las normas de la CAN, normas que el gobierno colombiano terminó por hacer modificar, empujando el retiro de Venezuela de la comunidad regional. En este terreno, cero y van dos arrodilladas sucesivas para imponer un estatuto diseñado con el propósito de alargar el monopolio de los 66 Ibid. 67 Según El Tiempo, del 24 de febrero de 2004, el Decreto 2085 “fue producto de las exigencias de las multinacionales farmacéuticas y del gobierno de Estados Unidos, que condicionó la renovación de las preferencias arancelarias (Atpa se llamaron hasta ese momento) a la expedición del decreto”. 137 medicamentos en cinco años y de los agroquímicos en diez, con el agravante de que el tratado lo empeora, ya que protege “productos similares”, lo que, según el ministerio de la Protección Social, “puede extender la protección a medicamentos con cambios pequeños”, con el consabido alargamiento en el tiempo de los monopolios. Además, lo suscrito establece una protección de “al menos cinco años”, nuevo acto de sumisión que según el mismo ministerio “convierte el plazo de protección (…) en un piso que puede ser superado por presiones internacionales”. Lo acordado es incluso peor que el Decreto 2085, porque omite la excepción de falta de comercialización del producto protegido y porque el Decreto 2085 podía ser derogado o alterado por decisión unilateral del gobierno de Colombia, en tanto que modificar el TLC exige el consentimiento de los Estados Unidos. En el Protocolo Modificatorio se señala que la información se protegerá por un “período razonable” y se explica que ello “normalmente” significa cinco años, redacción que si bien mejora la primera utiliza una indefinición inaceptable en un contrato y le permite al gobierno de Colombia conceder protecciones mayores. Otra norma referente al mismo engendro es la que consagra el agotamiento del derecho de monopolio si el medicamento no se somete a aprobación dentro de los cinco años siguientes al momento en que es aprobado en Estados Unidos, norma que quedó redactada de manera que dicho agotamiento sólo es aplicable en caso de “aprobación por referencia”, una figura que existe en Perú pero no en Colombia. Y es digno de mención que el artículo no cubre a Colombia porque fue tomado literalmente del TLC con Perú, y Estados Unidos no aceptó su modificación para el caso colombiano ni en una coma. O sea que en el país se protegerán 138 como “nuevos” medicamentos “viejos”, con el consiguiente impacto sobre los precios y la posibilidad de las gentes de acceder a ellos. También permite alargar el tiempo de las patentes el subterfugio de los “retrasos irrazonables” en su expedición y en la aprobación de la comercialización del producto, aspectos sobre los cuales el propio ministerio de la Protección Social concluye: “Esto (…) se convierte en una extensión (…) de la patente, de forma injustificada, dilatando el ingreso de competidores al mercado”. Y con la condición todavía más onerosa de que mientras en Estados Unidos la extensión del término de la patente no puede pasar de cinco años, en Colombia, por virtud del TLC, queda indefinida. El cambio en el Protocolo Modificatorio en este aspecto consiste en que se vuelve opcional, modificación que de acuerdo con el director de Misión Salud exige “estar pendientes de que el Congreso y el gobierno colombiano no cedan a las presiones de las farmacéuticas multinacionales y el gobierno de Estados Unidos”68. Y en el protocolo también se consagró que las partes se comprometen a hacer los mejores esfuerzos para dar trámite expedito a la aprobación de las patentes. Como si lo anterior no fuera suficiente, en el tratado se establece el denominado linkage, es decir, el vínculo entre las patentes y los registros sanitarios, figura ideada por las trasnacionales farmacéuticas para demorar la oferta de medicamentos genéricos. En Estados Unidos, donde existe, dicha figura es responsable de que el 72 por ciento de las solicitudes de aprobación de 68 Misión Salud, “Comentarios sobre el contenido y el alcance del protocolo modificatorio del TLC”, multicopiado, 5 de julio de 2007. 139 medicamentos genéricos se alarguen por 30 semanas o más, en perjuicio de los ciudadanos y el sistema de salud. En el protocolo no se menciona la figura y el ministerio de Comercio de Colombia explica que la “vuelve opcional”69, con lo que se deja la posibilidad de concederla. Ante hechos tan protuberantes, ¿cómo se explica que el gobierno dijera que el capítulo de propiedad intelectual no les amplió los derechos de monopolio a las transnacionales gringas? ¿Cómo se puede afirmar a través de los medios, como lo hizo Álvaro Uribe por escrito, que “salvamos los genéricos y la salud pública”? En parte porque los interesados dicen mentiras, y en parte porque manipulan dos hechos. En el caso del linkage, los “negociadores” del gobierno aseguraron que su efecto negativo quedó disminuido en una carta adjunta al TLC que estipula la llamada Excepción Bolar, la cual hace más rápido el ingreso de un competidor al mercado cuando expira la patente. Pero lo que no dice es que, según los especialistas, dicha carta quedó con una redacción confusa que no garantiza la mencionada excepción. Y en cuanto al caso de las patentes de segundos usos, porque se arguye que la “ayuda de memoria” de una reunión celebrada entre el presidente Uribe y la Oficina de Comercio de Estados Unidos (USTR) aclara que el TLC no obliga a Colombia a otorgar tales patentes, ocultando que esa “ayuda de memoria” no tiene la firma de ningún funcionario de Estados Unidos ni forma parte de los anexos del tratado, por lo que carece de toda validez. Al decir de los especialistas, el cambio principal del protocolo modificatorio es que señala el derecho de las partes de recurrir a la 69 Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, Comunicado de Prensa Nº 110, Bogotá, 28 de junio de 2007. 140 Declaración de Doha de la OMC, con el fin de poder tomar ciertas medidas que protejan la salud pública en algunas circunstancias, al igual que a otras medidas que en el futuro tome la OMC en el mismo sentido. En el texto original no se menciona la Declaración de Doha y el punto del derecho a tomar determinaciones excepcionales por necesidades de salud pública aparece pero en una carta adjunta el TLC, mecanismo que el propio Partido Demócrata considera que no es fuente de derechos y obligaciones. ¿Los “negociadores” serán capaces de explicar por qué firmaron artículos que ellos mismos consideran inconvenientes, hecho confirmado por su propia solicitud a Estados Unidos de “mejorarlos” o aclararlos con cartas adjuntas y “ayudas de memoria”? ¿Y por qué dieron por terminada la negociación sin que dichas cartas y “ayudas de memoria” las hubieran suscrito los negociadores estadounidenses? ¿No sirve de prueba reina de la peor negociación el Protocolo Modificatorio definido por republicanos y demócratas estadounidenses? ¿No constituye deslealtad con la nación que se juró defender el que Álvaro Uribe Vélez haya empeorado las normas de propiedad intelectual con las que el imperialismo somete a Colombia a la barbarie científica y tecnológica, lesionándole su soberanía? ¿Y qué decir de que, con su conducta, ratificara la idea, cada vez más repudiada en el mundo, de imponerles a los medicamentos, que tratan con el derecho constitucional a la salud y a la vida, los mismos criterios de propiedad intelectual que el “libre comercio” les impone a cualquier mercancía de importancia secundaria, empeorando, como si fuera poco, las normas de la OMC? Para producción mediocre, educación mediocre 141 En el texto del TLC no se dice nada sobre educación, salvo en una medida disconforme que le permite a Colombia imponer condiciones al comercio transfronterizo de servicios de enseñanza primaria y secundaria con Estados Unidos, y al “requisito de una forma de tipo específico de entidad jurídica para los servicios de enseñanza superior” (¡qué tal la redacción!), que al parecer hace referencia a que las universidades privadas deben constituirse como sin ánimo de lucro, condición que no es gran cosa porque, según explicó Carlos Angulo, rector de la Universidad de los Andes, “no ha sido obstáculo para que muchas de ellas encuentren la fórmula para repartir utilidades”70. Y en el Tratado se establece que las inversiones y el comercio transfronterizo son cosas diferentes, pues por este se entiende un servicio que se produce en un país para consumir en el otro —una llamada telefónica o educación a través de internet, por ejemplo—, diferenciándolo de lo que ocurre con una inversión de un ciudadano de un país en el territorio del otro. Que el TLC no haga más menciones a la educación reviste, entonces, especial gravedad, ya que en el Tratado operan lo que en la jerga del “libre comercio” se conoce como “listas negativas”, que significa que lo que no se exceptúe de manera expresa queda cubierto por todo lo acordado, de donde se concluye que para el estadounidense que lo desee la educación en Colombia será otro negocio que debe tratarse como cualquiera de los demás. 70 Revista Dinero, 12 de noviembre de 2004. 142 Entonces, con el TLC puede haber educación pública en Colombia, pero también podría no haberla, pues nada en él la determina y ni siquiera la señala como deseable, cuando es sabido que su privatización es pieza cardinal de las concepciones neoliberales. Incluso podría ocurrir que la aplicación de lo acordado la amenace hasta el punto de reducirla a poco o desnaturalizarla por completo. A título de ejemplo, en el capítulo diez del tratado se establece que los estadounidenses podrán invertir en Colombia en prácticamente todos los sectores de la economía71, entre los cuales está la educación; que son idénticos sus derechos como inversionistas a los del Estado colombiano (que para el efecto es un inversionista más), y que no podrán recibir un trato inferior al de los ciudadanos nacidos en el territorio nacional. Por consiguiente, el Estado de Colombia podría ser demandado por un ciudadano norteamericano que invierta en una universidad privada del país y que alegue que dicha entidad educativa no está recibiendo el mismo trato de las instituciones públicas financiadas con recursos fiscales. Del pleito sería posible concluir que los dineros oficiales para la educación superior tendrían que acabarse o repartirse, con los mismos derechos, entre las universidades públicas y las privadas de propiedad extranjera, y es evidente que la política de préstamos estudiantiles que aplica el Icetex, fortalecida por el gobierno de Álvaro Uribe con un crédito del Banco Mundial y que trata por igual a las universidades privadas y a las públicas, sería susceptible de entenderse como un anticipo de la interpretación de “libre comercio” que se plantea en este párrafo. 71 El Anexo I del texto del TLC únicamente prohíbe la inversión norteamericana en actividades relacionadas con el procesamiento, disposición, y desecho de basuras tóxicas, peligrosas, o radiactivas no producidas en el país. 143 Para complicar aún más las cosas, el TLC induce al atraso y a la privatización de la educación colombiana de otras maneras que no aparecen explícitas en el texto y que se derivan de la forma como afectará el desenvolvimiento económico del país, en primer término, y de las normas que fueron acordadas sobre propiedad intelectual. En efecto, al lesionar el avance económico se restringen los ingresos de las familias y los del Estado, con la inevitable consecuencia de reducir la capacidad de gasto de la sociedad en educación. En segundo lugar, las importaciones sin aranceles de los productos complejos arruinan la producción nacional y condenan a Colombia a importarlos o a proveerse de las trasnacionales que operan en el mercado interno, y cuyos avances en ciencia y tecnología se realizan, por norma, en los países donde localizan sus casas matrices. En tercer lugar, el capítulo de propiedad intelectual crea nuevas posibilidades de patentar y alargar los períodos de monopolio de las transnacionales sobre las innovaciones científicas y tecnológicas, lo que hace aún más difícil que la industria nacional pueda adentrarse en tales desarrollos. Y en cuarto lugar, existe una relación inevitable entre el aparato productivo de una nación y su aparato educativo, pues hasta absurdo resulta pensar en una industria y un agro de bajo perfil tecnológico respaldados por unas instituciones educativas de alto nivel y calidad. Para una economía de pacotilla, una educación de pacotilla, es la consigna neoliberal. Y si es manifiesto que el sino del estudio de las ciencias naturales en Colombia será el anquilosamiento, a las ciencias sociales deberá sucederles incluso algo peor: abandonar cualquier fundamento científico y todo rasgo de independencia frente a los poderes establecidos, para convertirse en caja de resonancia de cualquier idea que el pensamiento único, parte constitutiva de la ideología del “libre comercio”, quiera imponer. 144 De tan retardatario norte económico y educativo se deduce una política que se aplica en Colombia desde hace ya varios años: la privatización de la educación, la cual incluye formas tan diversas que van desde el incremento de los colombianos obligados a estudiar en las instituciones privadas, hasta el cada vez peor financiamiento de las públicas, pasando por el deterioro de las condiciones laborales de los docentes. La razón por la cual dicha privatización constituye por norma una educación mediocre se explica por el hecho inexorable de que crear y transmitir conocimientos de alto nivel exige elevados costos, los cuales sólo pueden ser sufragados por el Estado o, pensando con generosidad excesiva, por el minúsculo número de colombianos que, condenado a la educación privada, logra evadir la “de garaje”. 145 9. LAS TRASNACIONALES SE QUEDARÁN CON TODO El TLC está construido sobre la falacia de afirmar que es democrático e igualitario porque les concede los mismos derechos a los estadounidenses y a los colombianos en cada uno de los dos países. Pero esta teoría no soporta análisis riguroso incluso en los casos en los que no aparecen normas discriminatorias, como es bien claro con respecto a los derechos que se les otorgan a los inversionistas, otro de los capítulos que se consideran fundamentales para Estados Unidos, hasta el punto de que hay especialistas que afirman que el TLC lo que es un tratado de garantías a los inversionistas. La supuesta igualdad no ocurre en los hechos, ya que lo que hay es una tremenda desigualdad entre la verdadera capacidad de los inversionistas de cada nación para invertir en la otra, de donde se deduce que de lo que se trata es de proteger a los inversionistas estadounidenses en Colombia, antes que a los colombianos en Estados Unidos, realidad más cierta si prosigue, como lo estimula el TLC, la toma de las principales empresas colombianas por parte del capital extranjero. ¿Cuántas transnacionales tienen su casa matriz en Colombia y cuántas en Estados Unidos? El TLC les entrega, realmente, el mercado colombiano a los monopolistas gringos para que instalen negocios de todo orden mientras que el imperio, teóricamente, les concede allá el mismo trato a unos inversionistas nativos que existen por excepción y que suelen ser rentistas relativamente menores que invierten sobre todo en el sector inmobiliario o en acciones, actividades que, si se miran bien, le suman a la riqueza estadounidense y le drenan a la acumulación nacional. Estas enormes diferencias también explican por qué para Estados Unidos 146 puede no ser problemático suscribir normas que para Colombia sí resulta muy grave aceptar, dado lo lesivas que son para su desarrollo. El Tratado establece que los inversionistas y las inversiones estadounidenses no podrán recibir del Estado colombiano un trato inferior al de los colombianos y sus inversiones en Colombia, cláusula que significa que el país no podrá utilizar su poder para estimular la economía nacional, otorgándoles un respaldo exclusivo a sus ciudadanos o a su Estado. El trato nacional a los estadounidenses también lleva a situaciones que en la práctica le impiden a Colombia estimular determinados sectores claves para el progreso nacional, porque no se puede atraer hacia ellos sólo al Estado o a los inversionistas colombianos, en tanto los extranjeros (de Estados Unidos, en este caso) no lleguen debido a que tienen intereses superiores en otros países. Es sabido que las empresas intensivas en uso de capital (todas las de complejidad tecnológica) requieren para montarse de especiales respaldos estatales, además de protecciones de otro orden, que también impide concederles exclusivamente a los colombianos el TLC. En el capítulo sobre inversiones aparece otro recorte de la soberanía nacional que lesiona gravemente a Colombia, ya que prohíbe imponer requisitos de desempeño, otra de esas viejas prácticas que en buena medida explican el desarrollo de las potencias capitalistas y que autorizan las propias normas de la Comunidad Andina. En su texto, por ejemplo, se prohíben condiciones que le resultan convenientes a Colombia, como exigirles a las empresas estadounidenses que exporten una determinada parte de su producción, que incluyan en sus modelos 147 operativos una participación de productos nacionales, que transfieran un determinado conocimiento o tecnología o que se asocien con alguna empresa del Estado, condición esta última que existía para el caso de Ecopetrol hasta que el gobierno de Álvaro Uribe la desmontó cuando creó la Agencia Nacional de Hidrocarburos, anticipándose a lo que se acordaría en el TLC. Esta misma lógica tiene que ver con la decisión de hace unos años de acabar con las asociaciones obligatorias entre el Estado colombiano y el capital extranjero en la extracción de níquel y carbón y con la eliminación del impuesto de remesas, impuesto que se eliminó en el gobierno de Álvaro Uribe y que debían pagar las transnacionales cuando sacaban sus utilidades del país y que tenía el sano propósito de presionar la reinversión en el país de las utilidades de los inversionistas foráneos. El trato idéntico al de los colombianos que les otorga el TLC a los estadounidenses en Colombia, en cuanto a sus derechos económicos, implica despropósitos como el de tener que subsidiarlos si están en un sector que el Estado defina subsidiar, de una u otra manera, incluidas las gabelas tributarias. Y como cada vez son más los sectores que exigen de subsidios de diferente tipo para poder funcionar, aumentarán las transferencias de recursos de la nación a los extranjeros, recursos a los que, una vez convertidos en ganancias, ni siquiera podrá imponérseles algún tipo de traba para inducirlos a que no emigren. La entrega gratuita del mercado interno colombiano a los inversionistas norteamericanos implica que Colombia cede gratuitamente el que constituye su principal patrimonio: el mercado interno, es decir, la capacidad de compra de los 148 colombianos. ¿No constituye un abuso incalificable un tratado que les concede a los estadounidenses el derecho a explotar, sin ninguna contraprestación especial, la principal riqueza del país? Claro que seguramente dirán que el mismo derecho les concede Estados Unidos a los colombianos, derecho que, como ya se mencionó, es de imposible aplicación práctica. También se establece que las inversiones estadounidenses en el país deberán recibir “un trato acorde con el derecho internacional consuetudinario”, es decir, con el introducido por la costumbre, derecho en extremo amplio e impreciso que puede prestarse para múltiples interpretaciones y reclamos contrarios al interés de Colombia. Aún más: en el TLC, para que no queden dudas con respecto a quién favorece, se especifica que éste “se refiere a todos los principios del derecho internacional consuetudinario que protegen los derechos económicos e intereses de los extranjeros”. ¿Qué tal esto? ¿No se supone que la primera condición que debe tener un contrato es que sea preciso en los términos en que establece derechos y obligaciones? ¿En cuál manigua de preceptos desconocidos se embrolla a Colombia con estas cláusulas? Además, ¿qué si no los imperios y las transnacionales, de acuerdo con sus intereses, han definido las costumbres del derecho internacional? Mediante el punto de “Expropiación e indemnización” se limitan las facultades que autorizan al Estado colombiano a hacer expropiaciones, asegurándoles a los inversionistas norteamericanos que serán indemnizados con largueza, aun en circunstancias de guerra en Colombia. Y se habla del Estado colombiano y de los inversionistas estadounidenses porque en este caso son todavía más 149 palmarias que en otros las desigualdades entre las partes. ¿Cuántas empresas de colombianos hay en Estados Unidos y cuántas de ellas podrán ser susceptibles de una expropiación en el territorio de ese país? En el TLC aparece, además, una figura que ha generado escándalo entre los demócratas del mundo entero, pues ella les concede gabelas monstruosas a los inversionistas gringos: la llamada “expropiación indirecta”, la cual ocurre cuando las decisiones oficiales afectan negativamente no la propiedad de las empresas sino sus ganancias, sus posibles utilidades y hasta su preestablecimiento, de manera que el Estado puede ser obligado a pagar indemnizaciones por ello. Es tan leonina la norma que aunque en el texto se intente transmitir la idea contraria, en “circunstancias excepcionales” podrá aplicarse hasta a los actos del Estado “diseñados y aplicados para proteger intereses legítimos de bienestar público, tales como la salud pública, la seguridad y el medio ambiente”, lista que, como si fuera poco, se precisa que “no es exhaustiva”, lo que significa que la “expropiación indirecta” puede caberles a las decisiones oficiales en cualquier sector. Para ilustrar el abuso sirve un ejemplo: si ciertos cambios en la Ley 100 de salud o en la 142 de servicios públicos le disminuyeran las ganancias a un inversionista de Estados Unidos, éste podría demandar a la nación por “expropiación indirecta”, indemnización que en este caso alcanzaría niveles astronómicos, lo que podría inducir al gobierno a no correr con el riego de tomar la medida, paralizándole la iniciativa de modificar las normas. Cómo será de lesiva la figura de la “expropiación indirecta” que ella no aparece en las normas de la OMC, a pesar de que todos los imperialismos, y no sólo el estadounidense, han intentado implantarla. Y cómo 150 será de arbitraria que no hace parte de la normatividad andina, y que les concede a los inversionistas norteamericanos más derechos que a los mismos colombianos, lo que inducirá a estos últimos, en el colmo del absurdo, a traspasar el registro de sus inversiones en Colombia a los Estados Unidos. Los efectos perniciosos de la “expropiación indirecta”, que además significa dejar sin vigencia la inmunidad soberana, un principio de aplicación universal que señala que los Estados no pueden ser demandados por cierto tipo de actividades, ya pueden conocerse por lo sucedido con el TLC entre Estados Unidos, México y Canadá, países donde a 2005 ya se habían presentado cinco fallos a favor de los demandantes, por 35 millones de dólares, y hay en pleito reclamaciones por 28 mil millones de dólares adicionales72. Que esta figura repudiada por los demócratas de todo el mundo se va a implementar en Colombia a partir de la entrada en vigencia del TLC ya lo anunció nada menos que Afidro, la agremiación afiliada a la Andi que representa a las transnacionales de los medicamentos. En carta al ministro de Comercio, Jorge Humberto Botero, fechada el 28 de julio de 2006, y con el tonito soberbio en que suelen expresarse quienes se sienten empuñando las riendas, le manifiestan que no debe aprobar el texto de la “Circular Número 03 de 2006”, que contiene un “borrador de discusión” sobre controles a los precios de las medicinas en Colombia. Que no lo haga porque “esto atenta de manera directa contra las moléculas que gocen (sic) de derechos de propiedad intelectual, como los plasmados en los textos del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos”, en razón de que dichas determinaciones podrían 72 Public Citizen, Capítulo 11 TLCAN y los litigios de inversionistas contra Estados, octubre de 2005. 151 constituirse en “violación al principio de inversión frente a tratados internacionales”. Y agregan: Vale la pena señalar que este borrador de circular podría verse incurso dentro de la tipificación de la expropiación indirecta, debido a que su expedición implicaría una modificación injustificada de las condiciones bajo las cuales las empresas asociadas en Afidro desarrollan el curso ordinario de sus negocios y su viabilidad económica. En otras palabras: controlar los precios monopólicos de los productos que definen la enfermedad, el dolor y la muerte de los colombianos podría dar lugar a que se configure una “expropiación indirecta”, la cual se pagaría con enormes indemnizaciones del Estado, porque podría ser condenado en tribunales internacionales de arbitraje diseñados por las mismas multinacionales que interpondrán las demandas Y es bien probable que a la hora de los alegatos, y apoyándose en el texto del TLC, los reclamantes exijan tener en cuenta “los principios del derecho internacional consuetudinario que protegen los derechos económicos e intereses de los extranjeros”. En el Protocolo Modificatorio Estados Unidos impuso agregarle al preámbulo del TLC un aparte que señala que “no se les concederá a los inversionistas extranjeros derechos sustantivos más amplios” que a los nacionales, cláusula que ha debido exigir Colombia en el texto suscrito el 22 de noviembre de 2006 y que la Casa Blanca terminó por imponer como una manera de precaverse ante el caso excepcional de que un inversionista colombiano pueda terminar con derechos superiores en Estados Unidos que los gringos, en razón de que por colombiano pueda presentarse un europeo o un japonés que haya invertido en Colombia, cosa que permite el Tratado. 152 Como era de esperarse, hay una extensa sección en el texto del TLC que les concede a las transnacionales el poder de “someter a arbitraje una reclamación” contra el Estado colombiano, arbitraje que se regirá por un conjunto de normas diferentes a las de la justicia nacional y que, en resumidas cuentas, le crea un fuero especial al capital estadounidense que se vincule a Colombia. Este horror en contra de la soberanía del país pretende meter de contrabando otra falsa igualdad, que no puede ni debe existir, entre los derechos de los individuos y los del Estado, igualdad que en este caso beneficia a un puñado de empresarios extranjeros. Por otra parte, pretende igualar a los jueces de la república, cuya naturaleza de servidores públicos es indiscutible, con los abogados litigantes que en estos tribunales de arbitraje tienen otra de sus fuentes de enriquecimiento, realidad que los empuja a ser muy cuidadosos con los intereses de sus clientes, ya que de sus actuaciones dependerán los nuevos contratos. La experiencia indica que estos tribunales internacionales de arbitraje operan a costos muy altos, en especial en los países desarrollados, lo que afecta los intereses del Estado colombiano y los vuelve inalcanzables para las pequeñas y medianas empresas colombianas, hecho este último que confirma una de las características más repudiables del “libre comercio”: la naturaleza plutocrática de las concepciones y de las prácticas que lo animan. Ante la gravedad de los atentados reseñados en esta parte en contra del interés y la soberanía nacional, porque la soberanía tiende a desaparecer donde el capital extranjero se toma las principales 153 fuentes de riqueza de un país, ¿podrá argüirse que no se violan los artículos mencionados del Código Penal? 154 10. SIN DIRECCIÓN ECONÓMICA NI DEFENSA EN LAS CRISIS73 De acuerdo con la Anif y Fedesarrollo, a las que podrá acusarse de otras cosas menos de desafectas al “libre comercio”, la integración de los mercados de capitales con países desarrollados conlleva riesgos para los países en desarrollo. La literatura ha identificado posibles costos para este tipo de países, que surgen principalmente de cuatro aspectos: I) aumento de la volatilidad de los mercados de capitales: mayor susceptibilidad a los shocks externos; exceso de volatilidad en el precio de los activos a través de comportamientos en manada de inversionistas extranjeros o de efectos contagio; II) aumento de la vulnerabilidad a las crisis financieras: el comportamiento en manada puede aumentar la probabilidad o la magnitud de las “burbujas” del mercado, incrementando los precios de los valores por encima de los subyacentes, seguido por una inevitable crisis del mercado); III) preocupación por el aumento de la propiedad extranjera de las firmas domésticas: los intereses de los accionistas extranjeros (hacer ganancias de capital de corto plazo) pueden ir en contravía de los intereses de crecimiento de las firmas en el largo plazo y del desarrollo del país; y IV) limitaciones en la capacidad de monitoreo y supervisión: la globalización puede reducir la efectividad del monitoreo y supervisión de los intermediarios financieros y que puede inducir riesgos sistémicos74. 73 Sobre estos asuntos pueden leerse distintos análisis de Helena Villamizar y, en especial, su texto “TLC: expropiación de la política económica”, próximo a aparecer en libro editado por Recalca. 74 Anif y Fedesarrollo, “Preparación para las Negociaciones Comerciales en el Área de Servicios Financieros”, abril de 2004. 155 Un incauto podría concluir que Colombia, en consecuencia, no avanzará en la integración del mercado de capitales con Estados Unidos. Sin embargo, alguien que no lo sea deducirá que, precisamente porque así son las cosas, sí lo hará, conjetura que tendría a su favor lo dicho a lo largo de este texto y que podrá corroborar cualquier observador desprevenido que lea los capítulos del tratado referentes a inversiones y servicios financieros, al igual que el de comercio transfronterizo de servicios. De todas maneras, el TLC confirma las decisiones neoliberales de la década de 1990 en relación con los derechos de los inversionistas foráneos en el sector financiero —confiriéndoles trato nacional y de nación más favorecida, en este caso, a los estadounidenses—, prerrogativa que apunta a hacerlas irreversibles, y avanza en otras nuevas, en especial las planteadas como actividades transfronterizas de servicios bancarios y de seguros. Asimismo, el tratado les concede el derecho a operar en Colombia sin necesidad de crear filiales, pues les bastará con una sucursal, figura con la que podrán actuar a costos menores y con escasas responsabilidades, en detrimento de la capacidad de competencia de los bancos y compañías de seguros instalados en el país. A título de complemento, el gobierno de Colombia acordó que, a más tardar en cuatro años luego de entrar en vigor el TLC, modificará sus normas sobre administración de cartera, establecimiento de sucursales bancarias y de aseguradoras y consumo transfronterizo de servicios de seguros y relacionados con éstos. En ese mismo plazo deberá conceder otras prerrogativas sobre los fondos de pensiones y cesantías, cambios que 156 conducirán, sumados a los derechos como inversionista, a mejorarle las condiciones al capital financiero estadounidense para la toma del sector. Con tales cambios, desde Colombia se podrán comprar en Estados Unidos todos los ramos de seguros, exceptuando los que sean obligatorios, los del tipo prepago en salud y los que tengan como beneficiario al Estado. Se le entrega así casi del todo al capital foráneo la potestad de tomarse el ahorro nacional en su beneficio, paso que aumenta las prácticas que dolarizan la economía y que puede llevar a su dolarización definitiva, con la consecuente pérdida de otro de los elementos constitutivos de la independencia frente a los poderes extranjeros, cuyo control del ahorro nacional no es sólo grave por lo que ello significa en la pérdida de la orientación soberana de la economía de un país. En palabras de George Soros, conocido lince internacional de las finanzas, “permitir que los bancos extranjeros entren en los mercados nacionales es un asunto totalmente distinto. Es probable que se lleven la mejor parte de todo el mercado, donde disfrutan de ventajas competitivas, y que dejen a los negocios minoristas menos rentables sin existencias”75. Además, y como también era de esperarse, el TLC le concede un conjunto de nuevas gabelas al capital financiero estadounidense, incluso a sus formas más descaradamente especulativas, pues no en vano es éste el tipo de capital que lleva más de un siglo consolidando su preponderancia sobre todas las demás formas y poniéndole su impronta a la economía mundial. El tratado, por lo tanto, les da trato de inversiones a lo que no son sino meros dineros parasitarios que van y vienen a la caza de mayores tasas de interés, vaivenes que suelen crearles cuantiosos daños a las economías 75 Soros, George, Op cit., p. 224. 157 tanto cuando ingresan como cuando salen de los países, pues es definitivamente falso que siempre y en cualquier caso todo capital extranjero es bienvenido, como lo pretende santificar la ideología dominante. A manera de ejemplo, desde hace años se sabe que inversiones de portafolio en exceso pueden revaluar la moneda del país “favorecido”, lo que golpea al mismo tiempo a quienes producen para el mercado interno y a quienes producen para exportar, pues dicha revaluación encarece las exportaciones y abarata las importaciones, tal y como ha ocurrido en los últimos años en Colombia. A su turno, la salida del país de los llamados “capitales golondrina” provoca devaluaciones abruptas que encarecen las deudas públicas y privadas hasta extremos exorbitantes. Otra situación que pone en duda la idea de que toda inversión extranjera resulta positiva es la que, como ocurrió con Bavaria, una de las más emblemáticas industrias colombianas, no le agrega ni un peso de inversión real al país, pues lo único que hay es el traspaso de la propiedad de una empresa ya existente, intercambio que en el “libre comercio” lleva implícito el derecho del inversionista a sacar de Colombia, en cualquier momento y circunstancia, incluso en la mayor crisis de balanza de pagos, las utilidades de su inversión. Es notorio entonces que la libertad que se les confiere con el TLC a los especuladores financieros estadounidenses, y a través de éstos a los de todo el mundo, le impone elevados costos a la capacidad del gobierno para intervenir adecuadamente en la fijación de dos precios que afectan de manera decisiva toda la economía: la tasa de interés y el costo de las divisas, cuyos movimientos al alza o a la baja determinan la suerte de los negocios agropecuarios e 158 industriales más que muchas de las decisiones que toman los mismos productores. De ahí que ya bastante literatura económica, incluida la de partidarios del “libre comercio”, señale los perjuicios que les provoca a los países igualar las inversiones foráneas en bienes y servicios con las de portafolio. No obstante lo anterior, que con seguridad no ignoran los “negociadores” colombianos, el TLC incluye entre las inversiones protegidas por este los “bonos, obligaciones, otros instrumentos de deuda y préstamos”, y entre las transferencias de recursos al exterior que se garantiza se cuentan casi todas sus formas, incluidos “intereses” y pagos por “un convenio de préstamo”, transferencias que podrán hacerse incluso en las peores circunstancias de crisis y, como es obvio, a grandes costos para la nación, cuando es evidente la desproporción implícita en medidas que imponen tratar casi de la misma manera los períodos normales que los anormales. Y el TLC no sólo contempla la protección de la deuda privada sino de casi toda la pública, porque el único endeudamiento externo que no quedó protegido fue el bilateral entre los gobiernos de Estados Unidos y Colombia. Los alegatos de los “negociadores” en el sentido de que un anexo dota al país de los instrumentos legales para atender situaciones de crisis son falsos, porque cualquiera puede constatar que, cuando mucho, si es cierta la interpretación que le da el gobierno nacional a una redacción en extremo imprecisa, dichos mecanismos sólo podrán aplicarse por un año. ¿Y quién ha dicho que ese período, incluso aceptando una interpretación bien discutible, será siempre suficiente para atender un problema que puede alargarse y que, para peor, puede no tener origen en las decisiones del gobierno 159 colombiano sino en las del estadounidense? Para completar, el mismo anexo exceptúa de los controles por un año los “pagos o transferencias de transacciones corrientes”, los “asociados con inversiones en el capital de sociedades” y buena parte de los “pagos provenientes de préstamos o bonos”, es decir, los suficientes para convertir la supuesta excepción en una burla. Lo que establece el TLC es que Colombia renuncia a tener una precisa cláusula de balanza de pagos, norma que aparece en los artículos XII y XVIII de la OMC, en el XII del G-3 (acuerdo con México y Venezuela) y en la Decisión 439 (artículo 20, capítulo VII) de la Comunidad Andina. Es tal la agresión que se pretende cometer contra el interés nacional, que hasta en el Convenio Constitutivo del FMI aparecen configuradas dichas garantías. En consecuencia, el TLC convierte al Estado colombiano en una especie de minusválido, carente en lo fundamental de poder discrecional para controlar los movimientos de divisas incluso en los peores momentos, a pesar de que éstos pueden generar en épocas de crisis auténticos tsunamis económicos de gravísimas consecuencias para los países, en particular para los débiles. Si el país queda casi del todo desprovisto de las facilidades que le otorgan las cláusulas de balanza de pagos, ¿con qué instrumentos deberá enfrentar los traumas que pueden presentársele en relación con las reservas de divisas, los pagos de la deuda interna y externa, la relación entre importaciones y exportaciones, las tasas de interés y el precio de las monedas, traumas que en la globalización neoliberal son tan seguros como la gran corrupción que la acompaña? Pues dejando que las llamadas fuerzas del mercado operen en beneficio de los especuladores extranjeros sin importar cuánto desempleo, pobreza y hambre deban sufrir los colombianos. 160 De ahí que la receta preferida por los neoliberales para reestablecer el equilibrio entre ingresos y egresos externos consista en disminuir el consumo nacional a fin de reducir las importaciones, medida draconiana que equivale a incrementar la pobreza hasta donde sea necesario. Y esto sucede en el mismo momento en que la crisis que empezó en Wall Street no solo demostró las debilidades estructurales del sistema capitalista —agravadas por las prácticas del “libre comercio”, entre ellas la desregularización financiera—, sino que también puso en evidencia los altísimos grados de corrupción del sistema financiero y de los diferentes gobiernos e instituciones crediticias de “la comunidad internacional”, todos confabulados en prácticas dolosas de las que la ‘pirámide’ de las hipotecas subprimes es apenas el ejemplo más conocido. Como los chicago-boys criollos arguyen que varias de las medidas que se critican están siendo aplicadas en Colombia desde hace ya bastante tiempo, hay que recordarles que en el TLC aparecen normas que no hace parte de la OMC y que su modificación queda sujeta al permiso de Washington. Es obvio que no es igual la amenaza de una medida que puede revertirse a voluntad que una que no, al igual que también es patente que lo que se impone con el tratado es abdicar de la soberanía nacional en asuntos que para la nación son intangibles, por lo que es de principios su plena salvaguarda. Todos los días, pero en especial en los períodos de crisis que, como se ha dicho, son inevitables en el régimen capitalista, Colombia pagará muy cara la coyunda que somete el país al dominio extranjero y le reduce su naturaleza de Estado soberano. 161 11. TELECOMUNICACIONES Y COMPRAS PÚBLICAS Si algo llama la atención en el capítulo del TLC sobre las telecomunicaciones es que se establece con absoluta claridad que las empresas colombianas, varias de ellas de carácter oficial y de gran importancia —Telecom se privatizó a precio de quema cuando ya se sabía qué era lo que Estados Unidos iba a imponer en este aspecto—, tendrán que alquilarles a los negociantes norteamericanos sus equipos y sus redes para que les hagan competencia y, lo que resulta aún más grave, tendrán que hacerlo a menos precio o, como dicen sus eufemismos, “en términos, condiciones y tarifas que sean razonables”, es decir, “orientadas a costos” operacionales y no a los de montar la infraestructura. ¿Qué diría el propietario de una transnacional si lo obligaran a alquilarle su empresa a un competidor y, como si fuera poco, a cobrar por su uso lo que le fije aquel que será su contrincante? Y los que se beneficiarán con el uso de los equipos colombianos podrán ser no sólo las compañías estadounidenses de telecomunicaciones, que son por supuesto las mayores del mundo, sino los vulgares revendedores de servicios, que ni siquiera habrán de instalarse en Colombia porque se les autoriza a operar desde Estados Unidos, otra gabela oculta tras el pomposo nombre de comercio transfronterizo de servicios. No obstante, para dejar aún más claro en beneficio de quién se establece el TLC, de estas normas se exceptúa la telefonía móvil, que, como se sabe, está bajo el control de las transnacionales, y se señala que en este caso no se aplicará el artículo del capítulo de solución de controversias que se supone se 162 opone a las prácticas monopolísticas. ¿Alguien puede dudar sobre cuál será la tendencia en las tarifas una vez “el libre comercio” haya concluido su labor de convertir en monopolio privado lo que ha sido monopolio público? El truco contra el interés nacional de Colombia es fácil de reconocer, ya que empezó a gestarse desde que entraron en vigencia plena los criterios del neoliberalismo en el país, los mismos que serán reforzados hasta extremos inauditos con el TLC. Como no existía ninguna posibilidad de que una multinacional pudiera competir con las empresas públicas de las telecomunicaciones si, simplemente, se dejaba que las fuerzas del mercado actuaran de acuerdo con sus propias leyes de funcionamiento, entonces el gobierno ha utilizado, y va a seguir utilizando, el poder de las determinaciones estatales, no en beneficio de la nación colombiana, que se supone es la beneficiaria del Estado, sino de los multimillonarios intereses extranjeros. Pasos en esta dirección fueron el haber excluido del negocio de la telefonía móvil a Telecom; el haberla obligado a alquilar baratos sus equipos a dos competidores, decisión que como era de esperarse lesionó sus finanzas; su posterior privatización, que fue otro atropello en beneficio del capital extranjero, y su bajísimo precio de venta, que también se explica por el hecho de que ya era conocido que el TLC le quebrantaría aún más los ingresos, y que se vincula con el tratado de otra manera: en efecto, en el texto se establece que una empresa estatal no podrá ser, al mismo tiempo, oferente del servicio de telecomunicaciones y regulador del sector, como en parte era Telecom, porque se alega que ello hace que el Estado cometa el ‘crimen’ de ser juez y parte, como si pudieran igualarse las prerrogativas de que debe gozar el Estado, incluso el peor, con las de cualquier vulgar mercachifle extranjero en trance de enriquecerse. 163 En diversos análisis efectuados por las Empresas Públicas de Medellín (EPM) sobre lo que significará este capítulo del TLC se dice que “se acomoda perfectamente a las exigencias” de Estados Unidos, hasta el punto de contener cláusulas de desagregación de las redes que acaba de echar atrás la Federal Communications Commision, de donde concluye que “el capítulo de telecomunicaciones no es sólo de adhesión sino que además es más oneroso para los operadores colombianos que las mismas circunstancias aplicadas en USA a sus operadores” 76. Sobre las consecuencias de lo acordado explica: “Se podría inundar el país de operadores virtuales de telecomunicaciones, que operando en USA, presten servicios de larga distancia, transmisión de datos, internet y correo electrónico, incrementando posiblemente los ingresos del sector, pero desviando la facturación hacia Estados Unidos”. Entre las consecuencias negativas aparecen el “descreme” del mercado, es decir, que los gringos se queden con los mejores clientes colombianos, y que las pérdidas para el Estado por menores impuestos lleguen a miles de millones de pesos, parte de los cuales financian la llamada “telefonía social”77. Y es especialmente grave que el alquiler de los equipos con tarifas “orientadas a los costos” termine por generar la baja en la inversión y el atraso tecnológico, según se lo explicó el alcalde de Medellín al presidente Uribe Vélez78. 76 “EE.PM. frente a la negociación del Tratado de Libre Comercio –TLC”, sexta versión, 11 de noviembre de 2005. 77 “Recomendaciones de EE.PM. para la fase final de negociación del TLC con los Estados Unidos”, 6 de diciembre de 2005. 78 Carta enviada por el alcalde de Medellín, Sergio Fajardo, al presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez, 16 de enero de 2006) 164 En lo que tiene que ver con la compra de bienes y servicios por parte del Estado, no sobra señalar que otro de los instrumentos consuetudinarios del desarrollo de los países ha sido el empleo de la soberanía nacional para establecer requisitos en la contratación pública, de manera que se favorezca el interés interno por la vía de preferir a los propios frente a los extranjeros o mediante el estímulo a sectores económicos seleccionados. Unos ejemplos: definir que en una licitación oficial sólo pueden participar los ciudadanos del país o que deben usarse determinados insumos originarios de empresas localizadas en su territorio, son maneras de estimular la acumulación de la riqueza y la producción internas. Tan cierto es esto como instrumento del desarrollo que, según se verá más adelante, aunque el TLC se dirige contra estas prerrogativas, no puede menos de mantenerlas en algunos casos. Éste es otro aspecto en el cual el TLC con Estados Unidos empeora lo acordado en la OMC, pues en ella muchos países no han suscrito el capítulo de compras públicas. Y también se confirma que, con la falacia teórica de la igualdad entre las partes, en los hechos se les otorga a los estadounidenses en Colombia más posibilidades que a los colombianos en Estados Unidos, por la simple razón del mayor poder económico de los primeros. Aunque los detalles del articulado darían para escribir todo un ensayo sobre el entreguismo de los “negociadores” criollos, basta señalar que en él se incluyen mercancías y servicios en compra, alquiler, construcción, operación, transferencia y concesión, con algunas excepciones que no alcanzan a desvirtuar que de lo que se trata es de facilitarles a los estadounidenses sus negocios en Colombia mediante el concepto del trato nacional, el cual señala 165 que los vendedores norteamericanos no podrán tener condiciones diferentes que las otorgadas a los colombianos. Aparte de cubrir licitaciones y compras directas, el articulado reglamenta minuciosamente cómo es que operarán las adquisiciones y hace difícil o imposible interpretar a favor de los colombianos las normas acordadas, hasta el punto de establecer un Comité sobre Contratación Pública constituido por representantes de las partes y de consagrar que las impugnaciones deberán tramitarse ante autoridades imparciales e independientes de las entidades contratantes. En los textos del tratado suscritos el 22 de noviembre de 2006 aparece una carta adjunta en la que se afirma que para los efectos de ser imparciales e independientes sirven el Consejo de Estado, el Tribunal Contencioso Administrativo y la Procuraduría, pero como el documento no lleva la firma de ningún funcionario de Estados Unidos y nada confirma que dichas cartas tengan validez en Estados Unidos, queda abierta la puerta para reducir aún más el papel de dichas instancias. El capítulo confirma, además, que lo acordado opera para las entidades del gobierno central de Colombia y, con algunas particularidades, también debe aplicarse a las gobernaciones. Como gran gracia, los partidarios del TLC han celebrado que el capítulo no se aplica a las compras públicas iguales o inferiores a 125 mil dólares (alrededor de 298 millones de pesos a la tasa de cambio del 30 de enero de 2009), porque por debajo de esa cifra se pueden reservar las transacciones para empresas de colombianos. Pero dicha cifra, antes que demostrar lo positivo del texto, confirma lo negativo, al dejar en evidencia lo que deberán perder las empresas colombianas frente a las trasnacionales estadounidenses que las reemplazarán en sus ventas al Estado en 166 casi todo tipo de bienes y servicios79. Que Estados Unidos haya reservado para sus nacionales las compras públicas hasta 100 mil dólares confirma la blandenguería del gobierno de Colombia, porque ¿a quién se le puede ocurrir que tienen carácter igualitario la reserva de hasta 125 mil dólares de compras del Estado colombiano frente a los 100 mil del norteamericano, habida cuenta de todas las desigualdades que hay de por medio entre sus empresarios? Para completar la discriminación en contra de Colombia, y confirmando el papel de las compras públicas como un instrumento clave de los desarrollos nacionales, Estados Unidos excluyó de la eliminación de los aranceles a los alimentos colombianos en las cuantiosas licitaciones que realiza el gobierno de ese país. Y en el Protocolo Modificatorio se estableció la posibilidad de emplear los asuntos medioambientales y laborales como instrumentos proteccionistas en lo relativo a las compras públicas, proteccionismo que con mayores posibilidades podrá usarse en beneficio de Estados Unidos que de Colombia, dado el cada vez mayor sometimiento de los intereses colombianos a los de la superpotencia. 79 En el caso de las obras públicas (construcción, operación, concesión y transferencia), lo reservado para los nacionales será de ocho millones de dólares en los tres primeros años y de 7,4 millones después. 167 12. DEMAGOGIA Y DETERIORO AMBIENTAL El primer punto del balance ambiental de un país debe ser el del nivel de vida de sus habitantes, que a su vez depende del empleo, el ingreso, la salud, la educación, la recreación, la vivienda y los servicios públicos domiciliarios, entre otros aspectos, condiciones relacionadas con la cantidad de riqueza que genere la sociedad y con la manera como ésta se distribuya. Pues bien: del análisis del TLC se desprende que reducirá la capacidad productiva de Colombia, que generará desempleo y pobreza y que concentrará aún más la riqueza, como ha sucedido desde que empezaron las políticas del “libre comercio”. La pobreza, por otra parte, es uno de los principales factores del deterioro del medio ambiente, en razón de que cuidarlo es para el pobre un lujo insostenible. Sin embargo, no deberíamos olvidar que también lo deteriora el convertir la codicia en el único valor para movilizar a los individuos, ya que tras la acumulación de ganancias se esconden la teoría y la práctica del “todo vale”, de que “la suma de lo egoísmos individuales se derivará el bienestar colectivo”, concepción que atenta contra la sociedad y el medio ambiente y que, eufemismos aparte, es la raíz ideológica de la globalización neoliberal. Hacer de Colombia una colonia de los Estados Unidos amenaza de manera especial el cuidado de la naturaleza que nos rodea, pues si algo caracteriza a los imperios es que en el extranjero son capaces de implantar patrones de conducta que ni siquiera se atreven a poner en práctica en su propio territorio, como lo demuestra el caso, tan trajinado últimamente en los estrados judiciales, de las torturas ordenadas por la Casa Blanca 168 a los presos de la cárcel de Guantánamo. En el asunto que nos ocupa, ni siquiera cabría la posibilidad de sindicarlos de estúpidos por usar sus capitales para hacerle daños a su propia casa, pues el agredido será un país diferente al que habitan, lo cual les facilita presionar medidas dañinas, bien sea porque protegen poco el medio ambiente o porque lo protegen en exceso, dependiendo de si a los inversionistas les conviene una u otra cosa; según tengan como negocio, por ejemplo, la minería o la biodiversidad. Aunque no lo dice por cuanto, como ya se indicó, el TLC cubre todo lo que de manera expresa no exceptúe, sus normas se le aplican al agua, los bosques, los páramos, los alimentos y los mares, así como a toda la vida animal y vegetal, riquezas que serán tratadas como otros bienes o servicios. Así, por ejemplo, el agua resulta ser igual al petróleo, los alimentos al carbón, la vida vegetal a los zapatos y las medicinas a las sillas: vulgares negocios en los que el interés de los colombianos tendrá que supeditarse a la insondable codicia de los propietarios de las transnacionales, incluido, como se sabe, el derecho de privatizarlo todo mediante venta, arrendamiento o concesión. En contraste, la idea inicial que surge de la primera lectura del capítulo sobre medio ambiente es que parece expresarse una debida preocupación por que se respete y se cuide, pero con el análisis de lo que dice y lo que calla se concluye que no es más que un estilo calculado para engatusar al lector. El capítulo sobre medio ambiente pactado el 22 de noviembre de 2006 empieza con el eufemismo del “desarrollo sostenible” — concepto que ha servido para justificar cualquier cosa y que no aparece en la parte de las definiciones del tratado—, aunque deja 169 bien establecido que la política ambiental debe ser compatible con las prácticas y las orientaciones comerciales y, ahora sí, le reconoce a cada parte signataria el derecho soberano a establecer su propia legislación ambiental, legislación que puede ser cualquiera porque en el tratado no se acuerda absolutamente nada al respecto. Ante la obvia preocupación de las personas con concepciones democráticas de que el TLC convierta la normativa ambiental, rebajándola, en un mecanismo para atraer inversionistas, aparece un artículo que al tiempo que da la impresión de que ello no podrá suceder, lo autoriza de manera expresa, aun cuando lo hace mediante ese lenguaje turbio que se emplea a todo lo largo del texto. Allí se dice incluso que las partes pueden asignar recursos destinados a fiscalizar el cumplimiento de las normas ambientales, pero que ello debe reflejar un “ejercicio razonable de tal discrecionalidad” y que debe ser una “decisión adoptada de buena fe”, frases que podrán interpretar los inversionistas gringos a su antojo. El acuerdo, como gran cosa, reconoce como “inapropiado” disminuir la legislación ambiental para conseguir negocios, y dice que cada parte “procurará” no emplear ese estilo para atraer inversionistas, como si el “inapropiado” y el “procurará” fueran palabras que obligaran a algo. Y también se le permite a Estados Unidos, precisamente el que tiene la capacidad para inducir el deterioro del medio ambiente, lavarse las manos al establecer que “Ninguna disposición de este capítulo se interpretará en el sentido de facultar a las autoridades de una Parte para realizar actividades orientadas a hacer cumplir la legislación ambiental en el territorio de la otra Parte”, texto que se mantiene en el protocolo modificatorio. 170 Sobre biodiversidad también aparece ese lenguaje melifluo que se propone engañar al lector, en este caso trasmitiendo la idea de que se va a proteger el interés de Colombia, cuando lo que el texto hace es dejarle las puertas abiertas a la biopiratería, práctica que consiste en que las transnacionales se apoderan del material genético de un país y a partir de éste producen y patentan bienes por los que no le pagan ningún derecho a la nación saqueada. Como gran cosa, en cuatro apartes de un artículo se recurre a frases que no implican ningún control ni obligatoriedad, tales como “las partes reconocen la importancia…”, “se mantienen comprometidas…” y “podrán poner…”. Y también constituye palabrería lo que se dice con respecto a los derechos de los pueblos indígenas sobre sus conocimientos tradicionales, pues éstos no quedan salvaguardados de ninguna manera, pero sí se confunde al lector con las fórmulas mencionadas. La carta adjunta que al respecto publica el ministerio de Comercio, con todo y que es demagógica porque no le otorga ningún poder real a nadie para defender a los aborígenes ni garantizar el control sobre la biodiversidad, no aparece firmada por ningún representante de Estados Unidos y ya se ha dicho que el propio Partido Demócrata no le otorga a estos instrumentos validez legal en Estados Unidos. En este capítulo conviene repetir que el TLC le ordena a Colombia ratificar o adherir a diez acuerdos internacionales, entre los que están los siguientes relativos a derechos de propiedad intelectual relacionados con plantas y animales: el Tratado de Budapest sobre el Reconocimiento Internacional del Depósito de Microorganismos para los fines del Procedimiento en Materia de Patentes, el Tratado de Cooperación en Materia de Patentes, el Convenio Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales (Convenio UPOV) 171 y el Tratado sobre el Derecho de Patentes. Y no sobra recordar el artículo que ordena que “una parte que no otorgue protección mediante patentes a plantas a la fecha de entrada en vigor de este acuerdo, realizará todos los esfuerzos razonables para permitir dicha protección mediante patentes”. Una manera sencilla de entender esta agresión contra Colombia consiste en tener en cuenta que los derechos sobre la biodiversidad y los relativos a las comunidades indígenas están protegidos en las normas andinas 486 y 391 y en el Convenio de Diversidad Biológica, del cual el país es signatario y Estados Unidos no, convenio que la Casa Blanca no aceptó siquiera discutir en las “negociaciones”. Y con respecto a las normas andinas, sobre las cuales el ministro de Comercio de Colombia ha intentado confundir a los incautos, sugiriendo que se aplican a los TLC suscritos con Estados Unidos, hay que decir que ello no es cierto, porque éstas solo tendrán aplicación “entre los países miembros”, pero, como es obvio, no de los TLC sino de la CAN. Entonces, la concepción, reconocida en las normas de la CAN, de que los recursos genéticos colombianos son inalienables, imprescriptibles e inembargables no operará frente a Estados Unidos. En el aparte de medidas disconformes del TLC, donde hubiera podido aparecer el derecho de Colombia a esgrimirle a Estados Unidos las normas andinas sobre biopiratería, no se hizo. Pero lo que sí se estableció fue el minúsculo derecho de que cuando un estadounidense adelante investigaciones en diversidad biológica en el territorio de Colombia, deberá involucrar a uno o más investigadores colombianos, pero advirtiendo que la medida no significa tener que llegar a acuerdos con dichos investigadores 172 “con respecto a los derechos sobre la investigación o el análisis”. Con un par de salarios, por lo demás bien pobres, se despachan, como si fuera tirando una limosna, los de derechos de Colombia. No es casual, por supuesto, que el TLC no le garantice nada al país propietario de la biodiversidad, en tanto que sobre la propiedad de los restantes bienes o servicios sean tan meticulosas las normas que protegen a sus propietarios. Pues es bien sabido que el inmenso banco genético colombiano es muy superior al de Estados Unidos y que, en contraste, la biopiratería la monopolizan las transnacionales, y en parte principalísima las estadounidenses. ¡Cómo no recordar que la piratería en las Antillas, en los días de los imperios coloniales, fue legal y respetada mientras le resultó conveniente a la Corona inglesa! Para coronar ese estilo demagógico que además oculta verdades hay un artículo que relaciona el TLC con los acuerdos internacionales sobre medio ambiente. El artículo, como si ello fuera útil, “reconoce la importancia” de los tratados, pero si “todos son parte”, es decir, Colombia y Estados Unidos, fórmula sibilina como la que más porque no compromete a nada y sí esconde que Estados Unidos es uno de los países que menos acuerdos sobre medio ambiente ha firmado en el mundo, como lo muestra que su negativa a suscribir o ratificar el Acuerdo de Río, el Protocolo de Kyoto, el Convenio sobre Biodiversidad Biológica, el Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad y el Convenio de Basilea sobre el Control de los Movimientos Transfronterizos de Desechos Peligrosos, negocio que consiste en que los imperios convierten en basureros de productos tóxicos a los países satélites. En el Protocolo Modificatorio se establecieron con nombres propios los 173 acuerdos cubiertos por el TLC, acto que confirma que Estados Unidos solo reconoce unos pocos y relativamente secundarios acuerdos internacionales sobre medio ambiente80. En un artículo combinado con un anexo Colombia se compromete a permitir la importación al país de residuos —incluidos los peligrosos—, de acuerdo con la Resolución 001 del 2 de enero de 1993, la cual es precisa en estipular que la importación de estos solo podrá negarse cuando haya “producción nacional registrada suficiente y competitiva en términos de precios, calidad y oportunidad de entrega”. ¡Las importaciones de desechos peligrosos tratadas como si fueran de saldos, imperfectos y automóviles usados o nuevos de más de dos años de fabricados, porque a éstos se les aplica la misma resolución! La experiencia del TLC entre México, Canadá y Estados Unidos muestra que las demandas por expropiación indirecta han sido corrientes en reclamos relacionados con el medio ambiente. En efecto, y para mencionar sólo un caso, Canadá perdió 4.8 millones de dólares con la empresa estadounidense S.D. Meyers por haber prohibido una importación de policlorobifenilos (PCB), ¡a pesar de que dicha prohibición se la autorizaba el Convenio de Basilea81! Por último, el Protocolo Modificatoria acordado por el gobierno de Estados Unidos y el Partido Demócrata permite aplicarle al capítulo de medio ambiente las normas generales de solución de controversias del TLC y modifica su redacción, pero no el hecho 80 Los siete que quedaron incluidos en el TLC se refieren al comercio de la fauna y la flora silvestres, las sustancias que agotan la capa de ozono, la contaminación por buques, los humedales de importancia internacional, los recursos vivos marinos antárticos, la reglamentación de la caza de ballenas y el establecimiento de una comisión sobre el atún tropical. 81 Public Citizen, “Capítulo 11 del TLCAN y los litigios de inversionistas contra Estados”, octubre de 2005. 174 de fondo de que no queda establecido con claridad meridiana que el deterioro medioambiental no podrá ser utilizado para empujar negocios. Esta conducta del gobierno de Álvaro Uribe no resulta sorpresiva para ningún conocedor del tema, pues si en algo coinciden los ambientalistas colombianos es que esta ha sido una administración desastrosa para la protección del medio ambiente nacional. 175 13. A ABARATAR MÁS EL TRABAJO Como era de esperarse, y al igual que en el caso del medio ambiente, el TLC contiene un capítulo de asuntos laborales, pues ¡cómo no cuidarse de que se les achaque despreocupación por la suerte de los trabajadores! Pero el primer problema que tiene el Imperio para convencer al respecto es que el Tratado no contiene el derecho de los trabajadores colombianos de irse a laborar a Estados Unidos, que debería ser el primer derecho consecuente con el que se les otorga al capital, a las mercancías y a los monopolistas de ir y venir, con toda libertad, de Estados Unidos a Colombia y viceversa. Como en otros temas, Estados Unidos ni siquiera permitió que este aspecto hiciera parte de las conversaciones, seguramente porque cualquier ciudadano de ese país puede venir a Colombia sin que medien visas y, principalmente, porque ni este ni ninguno de los otros TLC que tramita la Casa Blanca, ni el Alca en su momento, tienen como objetivo constituir un continente en el que todos los países disfruten de niveles de vida relativamente altos y similares. Por el contrario, la decisión estadounidense de construir un enorme muro de centenares de kilómetros en la frontera con México para impedir que los millones de hambreados por el “libre comercio” en el continente busquen mejor fortuna en Estados Unidos demuestra que en la América que auspician en una parte se amontonará la riqueza y en otra la pobreza. En este aspecto sí que no se parecen en nada estos tratados al que constituyó a la Unión Europea, por lo menos en su primera etapa, así despistados y manipuladores los presenten como semejantes. 176 Es evidente que un tratado que reduce a poco la capacidad de Colombia de generar riqueza, y que arruinará o anquilosará sectores enteros de la producción industrial y agropecuaria, según se ha explicado en los capítulos anteriores, no puede interpretarse como amigable a los trabajadores, dado que ellos serán las primeras víctimas de los empleos que desaparecerán. Con toda razón, la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), la Confederación de Trabajadores de Colombia (CTC) y la Confederación General del Trabajo (CGT), que agrupan a la casi totalidad de los trabajadores colombianos sindicalizados, han sustentado su rechazo al TLC, y no solo por los crímenes de que han sido víctimas tantos sindicalistas y porque, en la práctica, los gobiernos, incluido el de Álvaro Uribe Vélez, les hayan arrebatado sus principales derechos laborales82. Las centrales, cuyas opiniones no fueron tenidas en cuenta por el gobierno en el trámite del TLC, han explicado que ese tratado, incluso con las modificaciones del Protocolo Modificatorio, es contrario al interés nacional de los colombianos y, en consecuencia, a los intereses de los asalariados. Con un texto idéntico al ya comentado del capítulo de medio ambiente, el de asuntos laborales acordado el 22 de noviembre de 2006 también hace demagogia sobre la estabilidad de las normas para que estas no se empeoren con el objetivo de conseguir negocios, pero abre todas las posibilidades para que así ocurra. Aquí aparece, como en aquel, la misma sospechosa redacción que señala que las partes pueden incrementar sus recursos para fiscalizar el cumplimiento de la legislación, pero que ello debe reflejar un “ejercicio razonable de tal discrecionalidad” y que debe 82 Para probar la persecución de que han sido víctimas los trabajadores colombianos baste con saber que los sindicalizados no llegan al cinco por ciento del total de los asalariados. 177 ser una “decisión adoptada de buena fe”. También utiliza el alcahuete término “inapropiado” para juzgar el cambio de las normas y el tramposo “procurará” que ello no suceda, con lo que le da el pase a cualquier modificación. E igualmente especifica que ninguna parte queda facultada “para hacer cumplir la legislación laboral en el territorio de la otra”. Este intento de manipular al analista, que aparece exacto en los capítulos de medio ambiente y laboral, destapa un hecho medular e inevitable de los TLC: el precio de la mano de obra debe disminuir y los cuidados ambientales empeorar, aun cuando digan lo contrario. Porque entregadas casi como regalos las materias primas mineras a los extranjeros, en razón de las pequeñas regalías, traspasada la propiedad pública a menos precio a las trasnacionales y tomada la decisión de reducirles a poco o a nada sus impuestos, ¿con qué otra cosa van a competir entre sí estos países para atraer a los inversionistas de Estados Unidos que se supone van a reemplazar la capacidad nacional de generar ahorro que destruye el “libre comercio”? ¿Y no muestra la experiencia nacional e internacional que uno de los fundamentos del “libre comercio” es el empeoramiento de las condiciones laborales, situación a la que se ha llegado mediante modificaciones legales y el desconocimiento práctico de las garantías sindicales establecidas en las leyes? Al final del capítulo se precisa que cuando se habla de salarios mínimos no se refiere a que deben mantenerse los actuales, sino al “nivel del salario mínimo general establecido” por cada país, nivel que cada uno podrá poner donde le plazca. Y ya hay documentos del Banco Mundial, avalados por el gobierno de Colombia, que 178 señalan que el salario mínimo colombiano debe reducirse más, como una manera de “adecuar” el país al “libre comercio” 83. ¿No se despidió el ex director de Planeación Nacional, quien a última hora canceló irse a trabajar al BID, con declaraciones en las que propuso un salario mínimo inferior al actual y que el rural fuera menor que el urbano? Bien sea porque se violen las leyes o porque se modifiquen, si el TLC entra en vigencia caerán los salarios y los demás derechos laborales de los colombianos, salvo que una lucha social de enormes proporciones lo impida, pues de ese envilecimiento, hay que reiterarlo, depende la capacidad para exportar o para defenderse de las importaciones y para atraer el capital extranjero. Según lo han explicado las propias organizaciones sindicales colombianas, el Protocolo Modificatorio no cambia la esencia del Tratado y ni siquiera modifica de fondo el capítulo de asuntos laborales. Como gran cosa, un nuevo artículo señala que “las partes reafirman sus obligaciones como miembros de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), declaración que si bien no resuelve el problema de los trabadores y el “libre comercio” sí retrata de cuerpo entero la naturaleza en extremo retardataria de los gobiernos de Álvaro Uribe y George Bush, que apenas aceptaron resaltar el punto por las presiones del Partido Demócrata. Porque aunque es importante que el principio se ratifique y se mencionen de manera explícita los derechos a la libertad de asociación y a la 83 Banco Mundial, “Ajustes al mercado laboral en Colombia, reforma y productividad” (“Colombia Labor Market Adjustment, Reform and Productivity”), noviembre de 2005. En la elaboración del documento participaron varios funcionarios y ex funcionarios del gobierno nacional: Mauricio Santamaría subdirector de Planeación Nacional, Alberto Carrasquilla (ministro de Hacienda), José Leibovich (ex funcionario del DNP), Hugo López Castaño (DNP, director de la Misión de Lucha contra la Pobreza), Ramiro Guerrero (viceministro técnico del Ministerio de la [Des] Protección Social), Alejandro Gaviria(ex subdirector de Planeación Nacional) y Juan Carlos Echeverri (ex director de Planeación Nacional). 179 negociación colectiva, lo cierto es que la propia experiencia colombiana y estadounidense confirma que, en los hechos, esos derechos son reyes de burlas tanto en Colombia como en Estados Unidos, donde los trabajadores sindicalizados rondan por el ínfimo cinco por ciento. Y en el texto no hay nada que diga que esos derechos sí tendrán que cumplirse. Bastante ruido se ha hecho con las modificaciones que supuestamente el TLC exige sobre las Cooperativas de Trabajo Asociado colombianas, engendros fríamente concebidos para impedir que los trabajadores puedan organizarse en sindicatos, firmar convenciones colectivas e irse a la huelga si así los obliga la intransigencia patronal. Y a la postre, ¿qué ocurrió? Que el uribismo aprobó en el Congreso una ley que no modifica la naturaleza de dichas cooperativas, pero que si ha presentado como gran cosa, de manera que aquí y allá haya quienes se engañen o engañen con esta otra astucia tan propia del bien llamado por los trabajadores ministerio de la Desprotección Social. La puerta que sí quedó abierta mediante el protocolo modificatoria es la conduce a que los asuntos laborales puedan convertirse en medidas proteccionistas, por ejemplo y como ya se mencionó, en el capítulo de compras públicas. Y se cae de su peso que esa posibilidad será más probable de usar por parte de Estados Unidos que por Colombia. ¿No se pone contra su patria un Presidente de la República que pacta un acuerdo con una potencia extranjera que impone, en la práctica y como tendencia inexorable, competir a escala global con el deterioro del medio ambiente y los bajos costos de la mano de obra de los colombianos? 180 De otra parte y como ya se mencionó, el TLC no modificó la indigna relación que le permite a cualquier estadounidense entrar a Colombia con solo lucir el pasaporte, mientras que obliga a los colombianos del común a colarse por “el hueco” a ese país, ante la imposibilidad de cumplir con las cada vez más difíciles condiciones que Estados Unidos les impone a los latinoamericanos que desean viajar allí, incluso cuando van de turistas. Además, solo por excepción puede un colombiano obtener una visa de trabajo para laborar en el territorio del Imperio, derecho que se otorga si así lo requiere el interés estadounidense. Y la condición se hace más rígida cuando quien desea migrar sueña con trabajar en la profesión en la que hizo estudios universitarios, porque aun cuando consiga la visa puede no lograr la homologación de su título ni la licencia para trabajar en esa profesión en Estados Unidos, licencia que tiene la dificultad adicional de que hay que tramitarla estado por estado. Aun cuando sobre las posibilidades de los profesionales colombianos que quieran vivir y ejercer en Estados Unidos los neoliberales han creado ilusiones con el TLC, lo cierto es que allí nada se estableció al respecto. El tema se trató en el capítulo once, pero como “Comercio transfronterizo de servicios”, el cual, para este caso, define los servicios profesionales como aquellos que desarrollan personas que tienen títulos de nivel universitario y cuyo ejercicio profesional exige de alguna autorización legal (matrículas, licencias, etc.). Y lo transfronterizo significa que la profesión se ejerce en el territorio de una parte y el servicio se 181 presta en el de la otra, como sucede, por ejemplo, con un plano arquitectónico que se realiza en Estados Unidos para una construcción en Colombia o viceversa. En el capítulo se definió que los servicios transfronterizos podrán prestarse con la misma condición del llamado trato nacional, es decir, en igualdad de condiciones en Colombia y en Estados Unidos para los ciudadanos de ambas partes, pero no se estableció nada para el reconocimiento de los títulos y las licencias, lo que significa que no quedó aprobada la prestación de dichos servicios. A lo más que se llegó fue a pactar que se creará una comisión que estudiará los casos de la ingeniería y la arquitectura (no se mencionan otros) y como un asunto de las “licencias temporales” —hasta por tres años y pueden ser o no renovables—, pero sin que se obligue a llegar a acuerdos en ningún plazo, luego podrá o no podrá darse este comercio transfronterizo, dependiendo de lo que decida después, y como lo decida, Washington. Porque una vez Colombia se sometió a todos sus designios, ¿con qué fuerza podrá exigir que el asunto se resuelva a su favor? Y es de advertir que si se llega a algún acuerdo sobre servicios profesionales transfronterizos, se caería también en la figura de los derechos iguales para las fuerzas desiguales, lo que podría significar más pérdidas que ganancias para los colombianos. 182 14. CULTURA, PERO LA DE LOS GLOBALIZADORES Como en parte sucede con el medio ambiente, el mayor efecto que el TLC le hace a la cultura nacional es lesionarle su base económica, lo que debilita las posibilidades de la Nación para elevar el nivel cultural al disminuirle su capacidad para proveer y consumir las diversas manifestaciones de la cultura, mediante la vinculación, y en las mejores condiciones, de muchos colombianos. ¿Cuántos literatos y pianistas puede haber en un país? ello depende, en primer término y aunque no sea la única explicación, del número de habitantes que puedan comprar libros, periódicos y revistas y de la cantidad de pianos que pueda pagarse la sociedad. Así, como es obvio, con cada manifestación de la cultura, incluidas, y seguramente con mayor razón, sus expresiones populares. Además, como las condiciones económicas nacionales también condicionan el gasto del Estado en respaldo a la cultura, este también tiene como base lo que suceda en la economía de la sociedad. Y si las concepciones ideológicas, como ocurre con las neoliberales, pugnan por dejar que todo lo provean las fuerzas del mercado, pues tanto peor, porque ello sirve de pretexto para rebajar el apoyo oficial a este sector. Son evidentes las pérdidas de Colombia en el TLC en relación con el cine y la televisión, pues si bien quedaron algunas excepciones que los diferencian del resto de los servicios, de todas maneras el Imperio avanzó en desprotegerlos, ¡precisamente frente al inmenso poder que en este renglón tienen sus empresas tanto dentro como fuera de Estados Unidos! Los magnates de ese país podrán poseer el cuarenta por ciento de las sociedades concesionarias de la 183 televisión abierta y el cien por ciento de la televisión por cable, la cual, como se sabe, será cada vez más importante. Además, a partir de 2010, se reducirá al 30 por ciento —desde el 70 y el 50 por ciento— la producción nacional que tendrá que pasarse por la televisión abierta entre semana, y no podrá aumentarse del cincuenta por ciento dicha participación en los días sábados, domingos y festivos. Y con respecto al cine nacional, no podrá imponerse más de un 15 por ciento en salas y de un 10 por ciento en la televisión abierta. A quienes pueda parecerles que estos porcentajes son suficientes para proteger el interés nacional, en razón de la actual debilidad de estos sectores, hay que recordarles que el TLC se diseñó para durar a perpetuidad y sin posibilidades de modificarse sin permiso de Estados Unidos. De otra parte, los directores y gerentes de los periódicos colombianos tendrán que ser nacionales de Colombia, pero los de los noticieros de radio y televisión, no. Como es notorio por la limitación que se impone en la prensa escrita, resalta lo que significa entregarles a ciudadanos extranjeros, cuyos intereses por regla general son diferentes a los de los colombianos, la posibilidad de orientar la información en radio y televisión, convertidos cada vez más en poderosos instrumentos de la más descarada manipulación de las gentes. Aparece una reserva de protección para la marca Artesanías de Colombia, algo sobre derechos de comunidades locales en relación con su patrimonio cultural inmaterial, siempre que no se contradiga con las normas de propiedad intelectual, y una medida disconforme sobre las relaciones culturales con otros países diferentes de Estados Unidos. A este respecto, la medida disconforme sobre 184 “Industrias y actividades culturales” en relación con “Inversión y comercio transfronterizo de servicios”, exceptúa de la aplicación del Tratado cuatro artículos de trato nacional y nación más favorecida, en el sentido que Colombia podrá darle un trato especial a las “industrias y actividades culturales” de otros países diferentes de Estados Unidos, pero “en materia de cooperación o coproducción cultural”. En ese mismo aparte se señala que las normas de trato nacional y Nación más favorecida del capítulo de inversiones, al igual que el de comercio transfronterizo de servicios, “no aplican a los ‘apoyos del gobierno’ para la promoción de las industrias o las actividades culturales”, cláusula que puede quedar en letra muerta si se consolidan las concepciones del “libre comercio” en Colombia. Si algo es manifiesto del proceso de la globalización neoliberal, es que ella no pugna por constituir una cultura universal con los mejores aportes de todas las naciones, sobre la base de permitirles a estas desarrollarse de la mejor manera, sino que pretende convertir en la cultura del globo las manifestaciones culturales de los globalizadores, incluidas aquellas expresiones que no pasan de ser la basura con que las trasnacionales del entretenimiento alienan multitudes. Y aunque a la secta neoliberal le debe parecer absurdo defender que la nación colombiana pueda, al mismo tiempo, nutrirse de lo mejor de la cultura universal y aportarle a esta con amplitud y excelencia, en este aspecto también entra en contradicción Álvaro Uribe con la ley al suscribir el TLC, pues la cultura propia constituye otro pilar de la soberanía y la independencia de Colombia, y estas son, a su vez, soportes de su progreso cultural. 185 15. LA LEGALIDAD LOS MATA El título de este capítulo recuerda la frase de Odilon Barrot, quien, en el gobierno de Luis Bonaparte, en el siglo XIX, en Francia, exclamó: “La legalidad nos mata”. Hacía referencia, de esta manera, a las leyes vigentes que no les eran útiles a sus propósitos absolutistas, aun cuando hubieran sido elaboradas por ellos mismos, por lo que apremiaba a pasárselas por la faja, tal como ha venido ocurriendo en Colombia, donde los neoliberales pusieron como norma la ausencia de normas, según la aguda observación de Francisco Mosquera. Algo parecido le ocurre al uribismo con el TLC y la Constitución Política de Colombia. Porque si bien en ella quedó establecido el norte del “libre comercio” que habría de aplicarse hacia adelante —con determinaciones muy precisas, por ejemplo, a favor de los derechos de propiedad intelectual de las trasnacionales y de la privatización del sector público de la economía—, también contiene un conjunto de derechos y criterios que pisotea el Tratado. Aunque cada quien, con sus análisis sobre el TLC y la Constitución, podrá establecer los artículos vulnerados, los siguientes casos constituyen un listado, que no agota el tema, de contradicciones antagónicas entre lo que estatuye la ley fundamental y lo que quiere imponer la Casa Blanca, con la obsecuencia de Álvaro Uribe Vélez. Lo primero es reiterar que el Tribunal Administrativo de Cundinamarca, en fallo histórico en respuesta a una acción popular en defensa de los derechos colectivos de los ciudadanos violados 186 por el TLC, le ordenó al Presidente de la República, como medida cautelar, “abstenerse de la suscripción parcial o total, y/o la refrendación de acuerdo alguno que resulte lesivo de los derechos colectivos antes enunciados o de cualquiera otro que surja de conexidad con los mismos”, entre los que destacó los relativos a la salud, el aprovechamiento de los recursos naturales, los derechos de los campesinos y las comunidades indígenas y el de la seguridad alimentaria, consagrados en los literales c), f), i) y n) del artículo 4º de la ley 472 de 1998, así como en los artículos 8, 49, 65, 70, 71, 72, 78, 79 y 80 de la Constitución Política. El Tribunal explicó: “se considerarán dañinas para los derechos colectivos las cláusulas del Tratado en discusión que impongan obligaciones a Colombia en los aspectos anteriormente enunciados en la parte motiva de la presente providencia y son entre otros los siguientes: Permitir el aumento del plazo de duración de las patentes a productos farmacéuticos de empresas extranjeras, patentamiento de segundos usos y cambios menores sobre productos farmacéuticos ya patentados, así como la extensión del tiempo de protección a los datos de prueba presentados para la aprobación de una patente por fuera de las normas de la Decisión 486 de la Comunidad Andina de Naciones, CAN. Permitir el patentamiento de seres vivos, animales o plantas, del patrimonio natural de la Nación colombiana. Aceptar el ingreso de productos agrícolas subsidiados por el fisco de los Estados Unidos, bajo el sistema de cupos que excedan la capacidad de la producción nacional, condición que a modo de compensación a las empresas nacionales afectadas por las pérdidas económicas consiguientes, conduzca a proponer ante el Congreso de Colombia, el establecimiento de medidas con cargo al Presupuesto Nacional, que impliquen en consecuencia, creación de gasto público. O permitir la 187 entrada de productos bajo régimen de tarifa cero por aranceles y demás tributos a las importaciones, sin la idéntica reciprocidad para los productos colombianos de exportación. Aceptar la importación al país de máquinas o partes de máquinas remanufacturadas. Aceptar la introducción al país de ropa o cualesquiera clase de bienes usados o considerados de desecho por la industria de los Estados Unidos”. El hecho de que luego el Consejo de Estado –en fallo tan mal sustentado que nuevamente puso en duda su independencia del Ejecutivo y disminuyó su ya escasa credibilidad entre los colombianos–, declarara la nulidad de lo actuado por el Tribunal Administrativo de Cundinamarca, no le quita importancia a las decisiones de este, porque el Consejo decidió argumentando cuestiones de competencia legal, al decir que el Tribunal no podía condicionarle al Presidente de la República el trámite del TLC. El primer artículo de la Constitución que viola el TLC es el 226 del capítulo llamado “De las relaciones internacionales”, pues este establece que la “internacionalización de las relaciones políticas, económicas, sociales y ecológicas” de Colombia debe darse “sobre bases de equidad, reciprocidad y conveniencia nacional”, principios que por lo que se ha visto son abiertamente vulnerados por el Tratado. Además, el artículo 277 dice que la integración de Colombia debe ser, “especialmente, con los países de América Latina y el Caribe (…) inclusive, para conformar una comunidad latinoamericana de naciones”. Y ya se vio cómo el TLC desquició la Comunidad Andina y tiene como uno de sus propósitos ir enlazando el continente, pero en función de la estrategia de Estados Unidos de impedirles a las naciones que se unan en cualquier acuerdo que les cimiente su independencia del Imperio. 188 El preámbulo de la Constitución empieza diciendo que “El pueblo de Colombia, en ejercicio de su poder soberano (…) decreta, sanciona y promulga la siguiente Constitución”. ¿Habrá alguien informado que crea que el TLC tiene origen en el ejercicio del poder soberano del pueblo de Colombia? En el capítulo “De los principios fundamentales” el Tratado atropella, entre otros, los artículos 1, 2, 3, 5, 7 y 8, que hablan de “la prevalencia del interés general” y que ponen entre los “fines esenciales del Estado: servir a la comunidad, promover la prosperidad general”, “defender la independencia nacional” y “proteger a todas las personas residentes en Colombia” en sus “bienes”, al igual que concluyen que “la soberanía reside exclusivamente en el pueblo”. También dicen que el Estado debe proteger “la diversidad étnica y cultural de la nación” y sus riquezas naturales. Y el atropello que el TLC le hace al artículo 9 es manifiesto, pues este establece que “las relaciones exteriores del Estado colombiano se fundamentan en la soberanía nacional” y “en el respeto a la autodeterminación de los pueblos”, al igual que insiste en que “la política exterior de Colombia se orientará hacia la integración latinoamericana y del Caribe”. El TLC se contradice también con el derecho fundamental consagrado en el artículo 11, que determina que “El derecho a la vida es inviolable”, porque amplía y alarga en el tiempo el monopolio de los medicamentos y aumenta sus precios, causando más enfermedad y más muerte. Y también pugna con el 13 que ordena: “El Estado promoverá las condiciones para que la igualdad sea real y efectiva y adoptará medidas a favor de grupos discriminados o marginados”. ¿No concentra, y con descaro, el TLC la riqueza en manos de los monopolistas, discriminando y 189 marginando más a los que no lo son? ¿No se sabe que el TLC dirige uno de sus filos contra la producción agropecuaria y que es en las zonas rurales donde hay mayor pobreza, afectando, en especial, a campesinos, jornaleros, indígenas y afrodecendientes? ¿Y por qué no se le aplicó al TLC la parte de este artículo de la Carta que indica que la “igualdad sea real y efectiva”? Vulnera también el TLC el derecho fundamental al trabajo, consagrado en el artículo 25, pues allí se dice que este gozará, “en todas sus modalidades, de la especial protección del Estado”, y dicha protección resulta vana si no se protege el agro y la industria. Y lo mismo sucede con el artículo 44, que habla de los derechos fundamentales de los niños a la vida, la integridad física, la salud. ¿O insistirá el uribismo en que quiere mucho a los niños, mientras suscribe un Tratado que les arrebata a los padres sus trabajos o les deteriora las condiciones de contratación? Incluso lo acordado en el TLC atenta contra el artículo 60 de la Constitución, que dice que el Estado “promoverá (…) el acceso a la propiedad”, porque es obvio que el fomento de la propiedad de los monopolios solo puede hacerse en detrimento de las demás propiedades. Además, la violación del artículo 65 es manifiesta, pues este señala que “La producción de alimentos gozará de la especial protección del Estado”, caso en el que no debe perderse de vista que lo que se ordena proteger es “la producción”, por lo que ni siquiera cabe la demagogia de argüir que la comida que se importará será “más barata” o la astucia de tirarles alguna indemnización a los productores lesionados. Y también sufren los artículos 70 y 71, que hablan de proteger y fomentar la cultura y la ciencia nacionales. 190 En el artículo 50, “De las leyes” que puede aprobar el Congreso, se le otorga la potestad de modificar los aranceles, regular el comercio exterior, las actividades financieras, bursátil y aseguradora y el régimen de patentes, entre otras funciones que le arrebata el TLC. Y allí se estatuye que está entre los derechos de la Cámara y el Senado “aprobar o improbar tratados que el gobierno celebre con otros Estados”, con lo que, en consecuencia, “podrá el Estado (…) transferir parcialmente determinadas atribuciones”. Pero, y este pero no logra superarlo ni de lejos el TLC, dichos tratados tienen que ser “sobre bases de equidad, reciprocidad y conveniencia nacional”, fundamentos que no hay forma que logre cumplir el de “libre comercio”. El Tratado, además, se opone al artículo 334, que establece que “La dirección general de la economía estará a cargo del Estado” colombiano, porque es obvio que esa función se le transfiere a Washington y al capital trasnacional estadounidense. Y también se contradice con el 339 que indica que “Habrá un Plan Nacional de Desarrollo”, en el que “se señalarán los objetivos y propósitos nacionales de largo plazo”, pues no puede negarse que ellos quedarán dependiendo de los intereses norteamericanos y sujetos al vaivén de sus determinaciones económicas, como corresponde con el hecho indiscutible de que el TLC anexa la economía de Colombia a la de Estados Unidos. Incluso, y a pesar de que el Banco de la República representa, seguramente por excelencia, el neoliberalismo que se expresa en la Constitución de 1991, el TLC viola el artículo 371 que le otorga a este entre sus “funciones básicas (…) regular la moneda, los 191 cambios internacionales y el crédito”, pues, como se vio, en la práctica esas funciones no podrán regularse dadas las gabelas que el Tratado establece en beneficio de los especuladores financieros de Estados Unidos. E igual ocurre, y por las mismas razones, con el artículo 373, que señala que “El Estado, por intermedio del Banco de la República, velará por el mantenimiento de la capacidad adquisitiva de la moneda”. La inconstitucionalidad de la figura monstruosa de la expropiación indirecta, la cual busca abrirles las puertas a abusos sin fin de los inversionistas estadounidenses, se presenta porque ella no existe en la Constitución Política de Colombia y porque genera tantas amenazas que, en la práctica, es capaz de paralizar la acción del Estado colombiano. Y el mismo comentario, con el agravante de su absurda imprecisión, puede decirse de convertir en norma legal colombiana lo que el TLC llama el “derecho internacional consuetudinario”. Es inconstitucional que el territorio nacional se defina en el TLC con un texto diferente del que reza en el artículo 101 de la Constitución, texto en el cual desaparecen elementos constitutivos del territorio de la nación colombiana. Y no se les consultó a las comunidades indígenas y afrodecendientes sobre la conveniencia o no de la ley que aprueba el tratado, aun cuando es evidente que las afecta y que dicha consulta es obligatoria en cumplimiento del convenio 169 de la OIT sucrito por Colombia. Razones más, por si faltaran, para condenar la actitud contumaz de Álvaro Uribe de firmar un Tratado en flagrante y delictuosa violación de varios de los artículos medulares de la Constitución 192 Política de Colombia. De esta manera, solo recurriendo a una gran ironía se puede proclamar la cabal existencia del Estado de Derecho que se supone habilita a Colombia como país democrático. Y solo sumándole a la ironía el cinismo, puede atribuírsele a dicho Estado un carácter “social” que, por más que se mencione, es la gran negación que precisamente remata el TLC. Procuraduría y Corte Constitucional En el Concepto Nº 4509 (de marzo de 2008) sobre la constitucionalidad del TLC entre Estados Unidos y Colombia, el Procurador General de la Nación, Edgardo José Maya Villazón, le solicitó a la Corte Constitucional declarar inexequibles todo el capítulo de telecomunicaciones y un párrafo del capítulo de medio ambiente. También pidió su aprobación, “salvo los asuntos concretos referidos en la parte motiva, los cuales se consideran exequibles (pero) bajo el entendido que deben interpretarse y aplicarse en el marco constitucional correctivo analizado en cada uno de los mismos”. Y efectúa siete glosas más referidas al territorio nacional, medidas sanitarias y fitosanitarias, asuntos laborales, propiedad intelectual, medio ambiente y seguridad nacional, en las que insiste en que pueden aceptarse, pero “bajo el entendido que…”. Un ejemplo ilustra este punto: según el Procurador, “Para Colombia”, la “definición de territorio es la comprendida en el artículo 101 de la Constitución Nacional” y no la suscrita por los “negociadores” en el TLC. El problema con esta fórmula que parece proteger a Colombia es que no lo hace. Primero, porque la Corte Constitucional no acogió el concepto del Procurador y, como se verá, considera 193 absolutamente perfecto absolutamente todo el Tratado, en cuanto a los derechos constitucionales de los colombianos. Y segundo, porque la idea de condicionar la interpretación del texto mediante una nota, cosa que es posible y que en la jerga diplomática se conoce con el nombre de “declaraciones interpretativas” que se aprueban anexas al texto convenido, fue desde siempre rechazada por el gobierno de Álvaro Uribe y sus mayorías en el Congreso, en otro sometimiento a la voluntad de la Casa Blanca. Así ocurrió con varias “declaraciones interpretativas” que se presentaron formalmente en el Senado colombiano para que se incluyeran en el cuerpo del TLC y que recibieron el consabido pupitrazo en contra. En la parte analítica de su concepto el Procurador plantea “serias dudas de inconstitucionalidad” sobre el hecho de que el TLC se aplica en toda Colombia, mientras que, dado el carácter de Estado federal de Estados Unidos, mucho de lo que allí se define no es de obligatorio cumplimiento en cada uno de los estados norteamericanos. “Esto significa –explica– que en Estados Unidos, el trato nacional a las mercancías que se exportan desde Colombia lo define cada Estado, con la inseguridad jurídica que ello conlleva para nuestros exportadores, porque cada Estado puede definir lo que quiera al respecto y lo cambia cada vez que desee según sus intereses”. Y ya se sabe que la crisis que azota al mundo producirá indefectiblemente proteccionismo, como al empezar el 2009 los recordó el propio Congreso estadounidense. El Procurador también llama la atención acerca de los grandes riesgos que implica que en el TLC se hubiera definido el territorio de Colombia con menos elementos que con los que aparece en la Constitución, dejando por fuera, entre otros, partes tan importantes 194 como el subsuelo, el mar territorial, la órbita geoestacionaria y el espacio electromagnético. Y propone la misma aprobación “condicionada” que, como ya se explicó, no resuelve el grave problema de que en el Tratado el territorio nacional colombiano es mucho menos que en la Constitución. Sobre las excepciones del Tratado en materia de seguridad esencial –en casos de guerra internacional o conflicto armado interno–, el Procurador denuncia el grave riesgo que se deriva de una de sus normas: “se trata de una cláusula tan general, abierta y de aplicación unilateral (por Estados Unidos) que su interpretación pudiera dar hasta para permitir la práctica de acciones militares sobre nuestro país de manera “legal” y sin control alguno”. Y en el concepto se deja expresa constancia de que el TLC va bastante más allá del artículo XXI del Gatt de 1994 que también trata de negocios y seguridad. Cómo llama la atención que para ciertos efectos el TLC incorpore normas que existen –también sobre asuntos sanitarios y fitosanitarios, por ejemplo–, pero que en otras, como en este caso o en el de la definición del territorio de Colombia, se requiera de redacciones especiales para darle más ventajas a Estados Unidos. Según el Procurador, en materia de negocios agropecuarios el TLC es constitucional, “con excepción de lo relacionado con la eliminación de los subsidios a la exportación agrícola”. Además dice “va contra los principios de igualdad, equidad, reciprocidad y conveniencia (…) porque no se eliminan los subsidios a la producción agrícola, y es un hecho notorio que Estados Unidos subsidia a su producción agrícola”. No cayó, entonces, el jefe del Ministerio Público en la trampa tendida por los ministros Botero y 195 Arias, quienes afirmaron que el Tratado eliminaba los subsidios norteamericanos porque allí se decidió eliminar solo una parte. Y también exceptúa de la constitucionalidad la cláusula que busca el desmonte de las empresas comercializadoras estatales de productos agrícolas, porque agrava las “asimetrías” entre Estados Unidos y Colombia. El concepto también afirma que “lo acordado en asuntos MSF (medidas sanitarias y fitosanitarias) resulta asimétrico y, por tanto, contrario a los principios de igualdad equidad y conveniencia nacional, debido a que, en la práctica, las reglas de juego para la implementación de las medidas sanitarias y fitosanitarias las impondrá unilateralmente los Estados Unidos con los riesgos derivados de la posición dominante que se pudieran presentar en un momento dado”. Otro que desenmascara las falacias oficiales al respecto. En relación con los bienes de uso público, que son inalienables, imprescriptibles e inembargables, por lo que “no resulta procedente la trasmisión de su propiedad ni el control público que se tiene sobre los mismos” (vías, carreteras, aeropuertos, puertos, parques naturales, etc.), el Procurador afirma que la redacción del contrato de concesión que aparece en el TLC “resultaría contraria a los intereses generales de Colombia”. Sobre el capítulo de inversiones, Maya Villazón dice que se ajusta al orden constitucional, pero advierte que “tiene serios cuestionamientos sobre el pacto de transferencias”, por cuanto, entre otras cosas, “compromete la soberanía de nuestro Estado en lo relacionado con las funciones de la banca central, especialmente 196 para la administración de las reservas internacionales y la regulación de los cambios internacionales”. Denuncia el enorme riego que significa la libertad de ir o venir que se le otorga al capital norteamericano, incluso en el caso de una corrida financiera y “aun al extremo de tener que asumir endeudamiento externo” para ofrecerles las divisas necesarias a los inversionistas norteamericanos o para tener que indemnizarlos si se les restringe el ingreso o egreso de sus dineros. Sobre la prohibición de imponerles requisitos de desempeño a los inversores gringos, el concepto afirma que “va contra el papel de Estado colombiano de intervenir en la economía con el fin de conseguir el mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes”. Y llama fuertemente la atención acerca de la inmensa amenaza que le significa a Colombia que el TLC les otorgue a los estadounidenses el derecho de exportar en especie las utilidades de sus negocios en Colombia, “sin haberse establecido la posibilidad de imponer límites a las mismas” por consideraciones de interés general. Así, el día de mañana el país podría quedarse sin una parte importante de sus necesidades de alimentos o energía eléctrica, porque esos bienes se exportarán, para transferir ganancias en especie hacia Estados Unidos. Sobre el capítulo de comercio transfronterizo de servicios dice que “resulta fácticamente asimétrica la medida y, por tanto, contraria a la igualdad y la equidad, porque Estados Unidos no tiene ningún tipo de dependencia de Colombia en relación con los insumos para el suministro de servicios”. Otro ejemplo de cómo un tratado que consagra derechos iguales a naciones enormemente desiguales convierte en una burla la igualdad y condena a la parte débil a un trato que es por definición desigual. 197 Como ya se mencionó, el concepto del Procurador pide la inconstitucionalidad de todo el capítulo de telecomunicaciones. Entre sus argumento aparecen que además de violarse la igualdad y la reciprocidad, “va contra el derecho de propiedad y de libre competencia –¡de libre competencia!–, “porque las normas están diseñadas para que las empresas de telecomunicaciones de los Estados Unidos monten sus empresas utilizando la propiedad de las empresas colombianas sin limitación alguna y sin tener que competir para acceder al mercado”. El capítulo de propiedad intelectual, dice el Procurador con agudeza: “convertiría a Colombia en policía administrativo de los derechos de los propietarios norteamericanos, teniendo en cuenta la dependencia de nuestro país en materia de consumo de conocimientos en todas sus manifestaciones (teóricos y aplicados)”. El Procurador, por último, señala que el Tratado “no dice nada en relación con los recursos genéticos”, a pesar de que la Constitución señala que el país debe regular su ingreso y salida del país, “de acuerdo con el interés nacional”. Y en los asuntos laborales da su aprobación, pero “bajo el entendido” de que el Estado colombiano debe garantizar los derechos individuales y colectivos de los trabajadores, cosa que ni siquiera hizo cuando el uribismo aprobó la nueva ley sobre cooperativas de trabajo asociado, y eso que esa ley es era una condición de Washington con el supuesto propósito de hacer menos oneroso el Tratado para los trabajadores colombianos. 198 Vistas las cosas hasta aquí, llama la atención que la Corte Constitucional, con la excepción del magistrado Álvaro Araujo, quien salvó su voto, hubiera encontrado ajustado a la Constitución absolutamente todas las cláusulas de un tratado que es igual a todos los que impone Estados Unidos en América Latina, que tiene 1.531 páginas y al cual, además, no se le puso ninguna declaración interpretativa que protegiera parcialmente a Colombia aun cuando fuera de esa manera. Unos pocos comentarios sobre algunos aspectos del fallo de la Corte servirán de ejemplo para mostrar la debilidad argumental de su decisión, cómo no protegió el interés nacional de Colombia y permitió que se vulnerara aún más la soberanía nacional. Con respecto al impacto del TLC en los derechos fundamentales y no fundamentales de los colombianos, la Corte evade sus responsabilidades con el deleznable argumento de que a ella no le corresponde opinar sobre la conveniencia del acuerdo, pero en la práctica acoge el punto de vista del gobierno de que sí es conveniente para el país y deja al garete la real protección de dichos derechos. ¿Cómo así que no compromete su opinión sobre el impacto del TLC en el empleo y los salarios de los colombianos, la seguridad alimentaria y sobre precio de los medicamentos, para mencionar solo tres aspectos? Más impresionante aún es que a la Corte Constitucional le parezca un asunto menor que el territorio nacional se defina con menos elementos en el TLC que en la Constitución Política de Colombia, el instrumento que se supone debe defender. Ni siquiera se pregunta por qué Estados Unidos impuso un texto que reduce en 199 grandes proporciones el territorio del país. ¿Con qué objetivo? ¿Para qué? Como si fuera gran cosa, la Corte afirma que el texto “no indica que Colombia esté cediendo soberanía sobre alguna parte de su territorio, pues se insiste, el significado de conformidad con el Anexo 1.3., se predica de manera clara y concreta ‘para efectos de este Acuerdo’”. Como si no fuera evidente que, “para los efectos de este acuerdo”, no son de Colombia el subsuelo, el mar territorial, la zona económica exclusiva, el segmento de la órbita geoestacionaria y el espectro electromagnético, omisión que abre la puerta para que de hecho o en cualquier corte internacional Washington ponga en duda los derechos de Colombia sobre esos territorios, con el propósito de proceder sobre ellos incluso en peores condiciones que las definidas en el TLC. Aunque suene como un infundio, lo cierto es que la Corte Constitucional fue capaz de decir en su sentencia que “las normas convenidas en materia de comercio agrícola no desconocen el deber de seguridad alimentaria que corresponde al Estado colombiano”, seguridad que por ser “una garantía consagrada en el Art. 65 de la Constitución, no puede ser desatendida por el Estado colombiano”. Esto, a pesar de que, como se ha visto, es evidente que los subsidios agropecuarios norteamericanos violan el artículo mencionado de la Constitución, que a la letra dice: “La producción de alimentos gozará de la especial protección del Estado”. Y la manera como la Corte desconoce la pérdida de la seguridad o la soberanía alimentaria de Colombia y la violación de la Constitución no puede ser más insostenible: dar como ciertas y hacer suyas afirmaciones mentirosas del gobierno sobre la eliminación de los subsidios, mentiras que se explican con detalle en este libro y que los magistrados no pueden argüir que no conocieron, porque el autor de este texto se las explicó en la argumentación suya que recoge la propia sentencia de la Corte. 200 En este sentido, la Corte acoge como gran cosa que el Tratado diga que Estados Unidos y Colombia “comparten el objetivo de la eliminación multilateral de los subsidios a la exportación de mercancías agrícolas y deberán trabajar juntas con miras a un acuerdo en la OMC para eliminar dichos subsidios y evitar su reintroducción bajo cualquier forma”, como si compartir un propósito generara algún tipo de obligación jurídica y como si el desmonte de los aranceles de protección de Colombia no se hubiera pactado con independencia de lo que pasara en la OMC, organización donde Estados Unidos ha saboteado cualquier reducción de los subsidios internacionales. Y le concede también gran valor a otra cláusula que dice que “ninguna Parte podrá adoptar o mantener cualquier subsidio a la exportación sobre cualquier mercancía agrícola destinada al territorio de otra Parte”, norma calculada para ocultar, como se explicó en páginas anteriores, que los subsidios agrícolas norteamericanos reciben varios nombres, que los llamados “a la exportación” son los de menor cuantía y que con los otros —denominados Ayudas internas por producto y Ayudas en servicios generales—, que ni menciona el TLC, el sector agropecuario norteamericano mantendrá por lo menos 54.639 millones de dólares anuales en subsidios a sus productores agropecuarios, suma que podrá aumentar en cuanto se le antoje. Los alcances de este fallo de la Corte Constitucional no pueden ser de mayor gravedad, pues ella es la única que, según la propia Constitución y de manera inapelable, puede determinar la 201 constitucionalidad de cualquier norma en Colombia, lo que significa que, en la práctica, la Constitución no defiende a los colombianos de la mayor agresión económica de la que hayan sido objeto desde la Independencia del yugo español, con la consecuente pérdida de soberanía nacional. Se confirma, así, además que, en general, los derechos de las gentes del común consagrados en la Carta, incluidos los de los empresarios no monopolistas, no son de obligatorio cumplimiento, en tanto que los del capital norteamericano o del de cualquier extranjero que llegue al país a través de Estados Unidos, sí los tiene todos. 202 15. CONCLUSIONES Como se ha visto a lo largo del texto, aunque este no agote el tema, porque da para un análisis de mayor detalle, este esfuerzo de popularización de lo que le sucederá a Colombia si el TLC entra en vigencia demuestra que la agresión es bastante más grave de lo que piensan algunos. Porque el Tratado, en últimas, convertirá a Colombia en una especie de colonia de Estados Unidos, solo que no por medio de la ocupación militar sino de una manera más sutil: manteniéndole la ficción de su independencia económica y política pero, en la práctica, anexándola a la economía del Imperio, mediante el expediente de condicionarle toda su legislación económica a las conveniencias foráneas. Esa anexión conducirá, como se ha visto, de una parte, a arrebatarle a Colombia la posibilidad de producir en las ciudades y en el campo de manera diversa y con gran dinamismo y, de la otra, concentrará aún más la riqueza entre los monopolistas extranjeros y los criollos vinculados con estos, al tiempo que dejará en la pobreza y la miseria a cada vez más colombianos, incluidos entre ellos capas medias que en un capitalismo diferente gozarían de unas condiciones de existencia más llevaderas. Porque, como se ha visto, el Tratado le arrebata a Colombia, casi como en una operación de escalpelo, todos los instrumentos que el propio Estados Unidos, al igual que sus pares, usó para construir su economía, antes y durante su conversión en una potencia económica. De ahí que sean tan confusas las opiniones que expresan que lo que hay que hacer es ponerse a pensar en cómo 203 desarrollar a Colombia luego de aprobado el TLC, como si este y el progreso nacional pudieran coexistir, cuando lo cierto es que si esa coyunda se impone los colombianos quedarán sin ninguna posibilidad de resolver los problemas nacionales, por lo que todos los principales esfuerzos deberán dirigirse a quitarse de encima dicho cabezal. Hablar del progreso de Colombia bajo la férula del TLC es tanto como si en 1810 se hubiera pensado en el desarrollo de la Nueva Granada sin modificar las relaciones con la Corona española. Es fácil coincidir en que si se pierde la soberanía económica se pierde también la política, lo que a su vez profundiza la toma de decisiones en bien de los dominadores y en contra de la nación. ¿O puede pensarse que si las transnacionales norteamericanas se toman todas las principales actividades económicas del país, como se pretende con el TLC, podrá haber un ejercicio de la política que no esté determinado por las directrices imperiales, salvo que medie una conmoción social de enormes proporciones? ¿Puede darse la soberanía política allí donde no existe la soberanía económica? ¿Y será posible que estas verdades elementales no las conozcan Álvaro Uribe Vélez y la panda que lo rodea si, precisamente por sus funciones, están en capacidad de conocer mejor que muchos cuáles son las relaciones entre lo económico y lo político? En consecuencia, este senador no pudo hacer otra cosa que denunciar a Álvaro Uribe Vélez por su flagrante violación de los artículos 455 y 457 del Código Penal. Pero esa denuncia, por último, no puede interpretarse como que el “libre comercio” sea un hecho inevitable, al cual tienen que acomodarse los colombianos sin importar cuántos sufrimientos les produzcan. Por el contrario, 204 la primera aspiración de este texto es fortalecer la más amplia resistencia civil que pueda concebirse para derrotar una política que le arrebata a los colombianos cualquier posibilidad de resolver sus graves problemas, objetivo que se convertirá en realidad si se desarrolla la fuerza social y política suficiente a través de la más amplia unidad de los trabajadores y empleados de todos los sectores, el campesinado, los indígenas y los afrodecendientes, las amas de casa y los pensionados, los estudiantes y los intelectuales y los empresarios del campo y la ciudad que quieran unirse contra de la mayor amenaza que haya sufrido Colombia desde 1819. Así, doscientos años después de lograda la primera independencia, podrían los colombianos impedir un nuevo y definitivo ayuntamiento y con ello sentar las bases para una Colombia auténticamente democrática y próspera. Bogotá, febrero de 2009. Ediciones Aurora, 2009