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El fracaso de Ortega y Gasset
(En El País, PIEDRA DE TOQUE , 29 JUN 2014)
Mario Vargas Llosa
El filósofo quiso democratizar España, volverla europea
mediante la persuasión; en eso consistía su liberalismo.
Pero la desilusión con la República y la sublevación
fascista enterraron su proyecto
Me hubiera gustado escuchar una conferencia de Ortega y Gasset, o, mejor todavía,
seguir alguno de sus cursos. Todos quienes lo oyeron dicen que hablaba con la misma
elegancia e inteligencia que escribía, en un español rico y fluido, muy seguro de sí mismo,
con ciertos desplantes vanidosos que no ofendían a nadie por la enorme cultura que
exhibía y la claridad con que era capaz de desarrollar los temas más complejos. La
doctora Margot Arce, que fue su alumna, me contaba en Puerto Rico, medio siglo
después de haberlo oído, el silencio reverencial y extático que su palabra imponía a su
auditorio. Me lo imagino muy bien; incluso cuando uno lo lee —y yo lo he leído bastante,
siempre con placer— tiene la sensación de estarlo oyendo, porque en su prosa clara y
frondosa hay siempre algo de oral.
La biografía que acaba de publicar Jordi Gracia (Taurus), muestra un Ortega y Gasset
mucho menos recio y firme en sus ideas y convicciones de lo que se creía, un intelectual
que de tanto en tanto experimenta crisis profundas de desánimo que paralizan esa
energía que, en otras épocas, parece inagotable, y lo lleva a escribir, estudiar y meditar
sin tregua, durante semanas y meses, produciendo artículos, ensayos, una
correspondencia ingente, dando clases y conferencias y desarrollando al mismo tiempo
una labor editorial que dejaba una huella importante en la cultura de su tiempo. Muestra,
también, que ese trabajador infatigable era, como un Isaiah Berlin, prácticamente incapaz
de planear y terminar un libro orgánico, pese a tener la intuición premonitoria de tantos,
que nunca llegaría a escribir, porque la dispersión lo ganaba. Por eso fue, sobre todo, un
escritor de artículos y pequeños ensayos, y, sus libros, todos ellos con excepción del
primero —las Meditaciones del Quijote— recopilaciones o inconclusos. Nada de eso
empobrece ni resta originalidad a su pensamiento; por el contrario, como ocurre con los
textos casi siempre breves de Isaiah Berlin, los artículos de Ortega son generalmente algo
mucho más rico y profundo que lo que suele ser un artículo periodístico, planteamientos,
exposiciones o críticas que a menudo abordan temas de muy alto nivel intelectual y
cargados de sugestiones a veces deslumbrantes y, sin embargo, siempre asequibles al
lector no especializado.
Por eso ha hecho muy bien Jordi Gracia rastreando como un sabueso toda la trayectoria
de los artículos de Ortega y Gasset ; es la más segura manera de acercarse a su
intimidad de pensador y de escritor, de averiguar cómo discurría en él su vocación de
filósofo y de literato. Todo comenzaba por una idea o una intuición que volcaba en un
artículo (a veces en varios). De allí, ese embrión pasaba la prueba de una clase o una
charla pública y, enriquecido, cuajaba en un ensayo. Aunque muchas veces tenía la idea
de prolongarlo en un libro, por lo general no pasaba de allí, porque otra intuición, hallazgo
o invención genial lo desviaba a otro artículo, que, luego, siguiendo el mismo itinerario,
terminaba desembocando en uno de esos ensayos —con frecuencia excelentes y a
menudo soberbios— que son la columna vertebral de su obra y que ocuparon gran parte
de su vida.
Jordi Gracia muestra también que la vocación política fue tan importante en Ortega como
la intelectual. En su juventud, en su temprana y media madurez, ambas vocaciones se
fundían en una sola ; quería ser un gran pensador y un gran escritor para cambiar a
España de raíz, volverla europea, modernizarla, democratizarla, lo que para él —como
para los intelectuales que atrajo a la Agrupación al Servicio de la República— significaba
llevar a gobernar el país a sus hijos más cultos, inteligentes y decentes, en vez de esa
clase política que desprecia por mediocre, falta de ideas y de creatividad, acomodaticia y
cínica. A tratar de formar un movimiento que materialice ese proyecto dedica buena parte
de su tiempo, pues él está convencido que se trata de una acción cultural, de
diseminación de ideas nuevas y fértiles, y eso explica que se vuelque de ese modo a una
tarea periodística, en diarios y revistas, convencido de que esa es la mejor manera de
cambiar la política en uso, contagiando entusiasmo por unas ideas y unos valores que
deben llegar al gran público de la misma manera que llegaban a sus estudiantes: a través
de la persuasión. En eso consistía lo que él llamaba su “liberalismo”, aunque, muchas
veces, le añadiera la palabra socialismo, para indicar que aquella revolución cultural de la
vida política no estaría exenta de un fuerte contenido social. La República le pareció que
era el régimen más propicio para aquella transformación política de España.
Sin embargo, aquellos no eran tiempos para la sana controversia de las ideas como
quería Ortega, sino la de los fanatismos encontrados en la que los insultos y las pistolas
reemplazaban rápidamente los debates y los diálogos entre los adversarios. Este será el
gran fracaso de Ortega, la absoluta inoperancia de aquella pacífica revolución cultural que
proponía y que, primero la violenta experiencia republicana y luego la sublevación fascista
y la guerra enterrarían por más de medio siglo.
El libro de Jordi Gracia da cuenta pormenorizada y con admirable objetividad de la
traumática experiencia que significó para Ortega el desmoronamiento de todos sus
anhelos políticos. Primero, la desilusión que tuvo con la República que no se parecía en
nada a aquella ilustrada coexistencia en la diversidad que había previsto, y, luego, la
sublevación militar y la Guerra Civil. La impotencia lo condujo al silencio. Pero nunca
traicionó su propio ideal, aunque admitiera que, en esa circunstancia, era simplemente
impracticable, desprovisto de toda realidad. El silencio que guardó en tantos años de
exilio, en Francia, en Portugal, en Argentina, desprestigió a Ortega a los ojos de muchos.
Yo creo que fue un acto de gran coraje tratar de mantenerse al margen, sin tomar partido,
por dos opciones que le parecían igualmente inaceptables: el fascismo y una república
muy poco democrática, dominada por los extremismos sectarios.
Creo que fue un gran error de su parte volver a España en plena dictadura, creyendo
ingenuamente que con la posguerra el régimen se abriría; y la verdad es que lo pagó
caro, pues, como muestra con lujo de detalles Jordi Gracia, a la vez que seguía siendo
atacado (y silenciado) con ferocidad por el nacional catolicismo, ciertos sectores
falangistas trataban de apropiárselo, sembrando la confusión en torno de él, al extremo de
que seguidores suyos tan fieles como María Zambrano llegaran a creer que había
traicionado sus viejos ideales. Nunca los traicionó; hasta el fin de sus días fue laico y ateo
y defensor de una democracia liberal signada por la tolerancia. Al mismo tiempo, pese a la
incomodidad política permanente en la que pasó sus últimos años, su vitalidad intelectual
nunca cesó de manifestarse, en ensayos y artículos que recobraban a veces el vigor
expresivo y la riqueza creativa de antaño. El reconocimiento que tuvo en los últimos años
fue en el extranjero, en Alemania sobre todo, pero también en Inglaterra y en Estados
Unidos. En España, en cambio, y hasta hoy día, nunca se le ha reivindicado del todo,
porque, para unos, es una figura ambigua y reticente, que mantuvo durante la Guerra Civil
y la inmediata posguerra un silencio cobarde que constituía una discreta complicidad con
los fascistas, o un conservador de viejo cuño, inadaptado e irremisiblemente enemistado
con la modernidad.
Uno de los grandes méritos del libro de Jordi Gracia es que, sin excusarle ninguna de sus
equivocaciones y errores políticos, ni dejar de señalar cómo a veces la vanidad lo cegaba
y lo llevaba a exagerar sus exabruptos, hecho el balance, Ortega y Gasset es uno de los
grandes pensadores de nuestra época, y que, precisamente en el tiempo en que vivimos
—no en el que él vivió— sus ideas políticas han sido en buena medida confirmadas por la
realidad. Leerlo ahora no es un quehacer arqueológico, sino una inmersión en un
pensamiento candente, muy provechoso para encarar la problemática actual, a la vez que
disfrutar del placer exquisito que produce un escritor que pensaba con gran libertad y
originalidad y expresaba sus ideas con la belleza y la precisión de los mejores prosistas
de nuestra lengua.
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© Mario Vargas Llosa, 2014.
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