el sacramento de la penitencia o de reconciliación

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EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA O DE RECONCILIACIÓN
1. NATURALEZA
Penitencia en su sentido etimológico, viene del latín “poenitere” que significa: tener
pena, arrepentirse.
Como sacramento es uno de los siete instituidos por Cristo, que perdona los pecados
cometidos contra Dios - después de haberse bautizado -, obtiene la reconciliación con la
Iglesia, a quien también se ha ofendido con el pecado, al pedir perdón por los pecados ante
un sacerdote. Esto fue definido por el Concilio de Trento como verdad de fe. (Cfr. L.G. 11).
A este sacramento se le llama sacramento de “conversión”, porque responde a la
llamada de Cristo a convertirse, de volver al Padre y la lleva a cabo sacramentalmente. Se
llama de “penitencia” por el proceso de conversión personal y de arrepentimiento y de
reparación que tiene el cristiano. También es una “confesión”, porque la persona confiesa
sus pecados ante el sacerdote, requisito indispensable para recibir la absolución y el perdón
de los pecados graves.
El nombre de “Reconciliación” se debe a que reconcilia al pecador con el amor del
Padre. Él mismo nos habla de la necesidad de la reconciliación. “Ve primero a
reconciliarte con tu hermano”. (Mt 5, 24) (Cfr. CIgC 1423 –1424).
La Reconciliación es un verdadero sacramento porque en él están presente los
elementos esenciales de todo sacramento, es decir el signo sensible, el haber sido instituido
por Cristo y porque confiere la gracia.
Este sacramento es uno de los dos sacramentos llamados de “curación” porque sana el
espíritu. Cuando el alma está enferma debido al pecado grave, se necesita el sacramento
que le devuelva la salud, para que la cure. Jesús perdonó los pecados del paralítico y le
devolvió la salud del cuerpo. (Cfr. Mc 2, 1-12).
Cristo instituyó los sacramentos y se los confió a la Iglesia – fundada por Él – por lo
tanto la Iglesia es la depositaria de este poder, ningún hombre por sí mismo, puede
perdonar los pecados. Como en todos los sacramentos, la gracia de Dios se recibe en la
Reconciliación -‘ex opere operato’– obran por la obra realizada– siendo el ministro el
intermediario. La Iglesia tiene el poder de perdonar todos los pecados.
En los primeros tiempos del cristianismo, se suscitaron muchas herejías respecto a los
pecados. Algunos decían que ciertos pecados no podían perdonarse, otros que cualquier
cristiano bueno y piadoso lo podía perdonar, etc. Los protestantes fueron unos de los que
más atacaron la doctrina de la Iglesia sobre este sacramento. Por ello, El Concilio de Trento
declaró que Cristo comunicó a los apóstoles y sus legítimos sucesores la potestad de
perdonar realmente todos los pecados. (Dz. 894 y 913)
La Iglesia, por este motivo, ha tenido la necesidad, a través de los siglos, de manifestar
su doctrina sobre la institución de este sacramento por Cristo, basándose en Sus obras.
Preparando a los apóstoles y discípulos durante su vida terrena, perdonando los pecados al
paralítico en Cafarnaúm (Lc 5, 18-26), a la mujer pecadora (Lc 7, 37-50)…. Cristo
perdonaba los pecados, y además los volvía a incorporar a la comunidad del pueblo de
Dios.
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El poder que Cristo les otorgó a los apóstoles de perdonar los pecados, implica un acto
judicial (Concilio de Trento), pues el sacerdote actúa como juez, imponiendo una sentencia
y un castigo. Sólo que en este caso, la sentencia es siempre el perdón, sí es que el penitente
ha cumplido con todos los requisitos y tiene las debidas disposiciones. Todo lo que ahí se
lleva a cabo es en nombre y con la autoridad de Cristo.
Solamente si alguien se niega – deliberadamente - a acogerse la misericordia de Dios
mediante el arrepentimiento estará rechazando el perdón de los pecados y la salvación
ofrecida por el Espíritu Santo y no será perdonado. “El que blasfeme contra el Espíritu
Santo no tendrá perdón nunca, antes bien será reo de pecado eterno” (Mc 3, 29. Esto es lo
que llamamos el pecado contra el Espíritu Santo. Esta actitud tan dura nos puede llevar a la
condenación eterna (Cfr. CIgC 1864).
EFECTOS
El efecto principal de este sacramento es la reconciliación con Dios. Este volver a la
amistad con Él es una “resurrección espiritual”, alcanzando, nuevamente, la dignidad de
Hijos de Dios. Esto se logra porque se recupera la gracia santificante perdida por el pecado
grave.
Aumenta la gracia santificante cuando los pecados son veniales.
Reconcilia al pecador con la Iglesia. Por medio del pecado se rompe la unión entre
todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo y el sacramento repara o robustece la
comunión entre todos. Cada vez que se comete un pecado, la Iglesia sufre, por lo tanto,
cuando alguien acude al sacramento, se produce un efecto vivificador en la Iglesia. (Cfr.
CIC nos. 1468-1469).
Se recuperan las virtudes y los méritos perdidos por el pecado grave.
Otorga la gracia sacramental específica, que es curativa porque le devuelve la salud al
alma y además la fortalece para combatir las tentaciones.
NECESIDAD
En la actualidad hay una tendencia a negar que la Reconciliación sea el único medio
para el perdón de los pecados. Muchos piensan y afirman que se puede pedir perdón y
recibirlo sin acudir al confesionario. Esto es fruto de una mentalidad individualista y del
secularismo. La enseñanza de la Iglesia es muy clara: Todas las personas que hayan
cometido algún pecado grave después de haber sido bautizados, necesitan de este
sacramento, pues es la única manera de recibir el perdón de Dios. (Concilio de Trento, cfr.
Dz.895).
Debido a esto, la Iglesia dentro de sus Mandamientos establece la obligación de
confesarse cuando menos una vez al año con el fin de facilitar el acercamiento a Dios. (Cfr.
CIC 989).
Los pecados graves cometidos después del Bautismo, como se ha dicho, hay necesidad
de confesarlos. Esta necesidad fue impuesta por Dios mismo (Jn. 20, 23). Por lo tanto, no es
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posible acercarse a la Eucaristía estando en pecado grave. (Cfr. Juan Pablo II, Reconciliatio
et Paenitentia, n. 27).
Estrictamente no hay necesidad de confesar los pecados veniales, pero es muy útil
hacerlo, por las tantas gracias que se reciben. El acudir a la confesión con frecuencia es
recomendada por la Iglesia, con el fin de ganar mayores gracias que ayuden a no reincidir
en ellos. No debemos reducir la Reconciliación a los pecados graves únicamente.
2. FRUTOS
Los frutos de este sacramento son muchos:
Por este medio se perdonan todos los pecados mortales y veniales. De esta manera a los
que tenían pecados graves, se puede decir que se les abren las puertas del cielo.
Se recuperan todos los méritos adquiridos por las buenas obras, perdidos al cometer un
pecado grave o se aumentan si los pecados eran veniales.
Robustece la vida espiritual, por medio de la gracia sacramental, fortaleciendo el alma
para la lucha interior contra el pecado, así evitando el volver a caer en lo mismo. Por ello,
es tan importante la confesión frecuente.
Se obtiene la remisión parcial de las penas temporales como consecuencias del pecado.
La Reconciliación perdona la culpa, pero queda la pena. En caso de los pecados
mortales esta pena se convierte en temporal, en lugar de eterna y en el caso de los pecados
veniales, según las disposiciones que se tengan se disminuyen.
Se logra paz y serenidad de la conciencia que se encontraba inquieta por el dolor de los
pecados. Se obtiene un consuelo espiritual.
3. CÓMO HACER UNA BUEN CONFESIÓN
La Iglesia nos propone cinco pasos a seguir para hacer una buena confesión y
aprovechar así al máximo las gracias de este maravilloso sacramento.
Estos pasos expresan simplemente un camino hacia la conversión, que va desde el
análisis de nuestros actos, hasta la acción que demuestra el cambio que se ha realizado en
nosotros.
1) Examen de Conciencia.
Ponernos ante Dios que nos ama y quiere ayudarnos. Analizar nuestra vida y abrir
nuestro corazón sin engaños.
2) Arrepentimiento.
Sentir un dolor verdadero por haber pecado ya que hemos lastimado al quien más nos
quiere: Dios.
3) Propósito de no volver a pecar.
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Si verdaderamente amo, no puedo seguir lastimando al amado. De nada sirve
confesarnos si no queremos mejorar. Podemos caer de nuevo por debilidad, pero lo
importante es la lucha, no la caída.
4) Decir los pecados al confesor.
El sacerdote es un instrumento de Dios. Hagamos a un lado la "vergüenza" o el
‘orgullo’ y abramos nuestra alma seguros de que es Dios quien nos escucha.
5) Recibir la absolución y cumplir la penitencia.
Es el momento más hermoso, pues recibimos el perdón de Dios. La penitencia es un
acto sencillo que representa nuestra reparación por las faltas que cometimos.
Breve cuestionario para el examen de conciencia
Con el objetivo de analizar profundamente los actos que hemos hecho desde la última
confesión, algunas veces puede resultar útil ayudarse de un cuestionario que nos ayude a
llegar a esos rincones íntimos de la conciencia que nos pueden pasar desapercibidos.
Mi actitud y mis acciones u omisiones hacia Dios:
- ¿Creo verdaderamente en Dios o confío más en brujerías, amuletos, supersticiones,
horóscopos o "energías"?
- ¿Amo a Dios sobre todas las cosas o amo más a las cosas materiales?
- ¿Voy a Misa los domingos y trato de descansar ese día para dedicarlo a Dios?
- ¿Me confieso y comulgo frecuentemente?
- ¿Hago oración, entendida como un diálogo íntimo con Dios?
- ¿He usado el nombre de Dios sin respeto? ¿Pido ayuda a la Virgen y al Espíritu
Santo?
- ¿Defiendo a la Iglesia y a sus representantes?
Mi actitud y mis acciones u omisiones hacia los demás:
- ¿Trato bien a mi familia?
- ¿Busco hacerlos felices o que se haga lo que yo digo?
- ¿Los respeto o los maltrato?
- ¿Trato bien a los demás?
- ¿Soy justo con todos?
- ¿Ayudo a los necesitados?
- ¿He matado, robado o mentido?
- ¿He hecho daño a alguien?
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- ¿Acostumbro hablar mal o pensar mal de los demás?
Mi actitud y mis acciones u omisiones hacia mí mismo:
- ¿Lucho por ser mejor cada día?
- ¿He controlado mi carácter?
- ¿He respetado mi cuerpo y el de los demás?
- ¿He alejado de mi mente los malos pensamientos?
- ¿He sido fiel en mi matrimonio?
- ¿He sido leal a mis amistades?
- ¿Siento envidia de los demás, por lo que son o lo que tienen?
4. SOFISMAS Y EXCUSAS QUE SE LANZAN CONTRA ESTE SACRAMENTO
Hoy corren por ahí estos sofismas y excusas para no confesarse. Iré dando la
contestación de manera sencilla, como si tuviera delante a quien lanza estas objeciones.
1º. ¿En qué se basan los católicos para decir que los sacerdotes sí pueden
perdonar los pecados?
Jesús dijo a sus apóstoles el día de la Resurrección “Recibid el Espíritu Santo, a quienes
perdonéis, serán perdonados…” (Jn 20, 23). Los apóstoles murieron y como Cristo quería
que ese gran don de su perdón llegara a todas las personas de todos los siglos, les dio ese
poder de manera que fuera transmisible. Y así lo hicieron. Por medio de la imposición de
sus manos ellos dejaron en cada lugar presbíteros, o sea sacerdotes, y al frente de ellos un
obispo.
2° Pero la confesión la inventaron los curas en el año 1215
Quien dice esto, no sabe lo que dice. Pasar horas y horas, en un confesonario, con calor
agobiante en verano, con frío estremecedor en invierno, oyendo miserias, sin pago ni sueldo
ninguno por hacer esto, escuchando lo que no tiene ningún atractivo… ¡Bien poco
inteligentes tenían que haber sido los curas para inventarlo esto que tanto les iba a hacer
sufrir y agotar! Como le pasó al Cura de Ars, en el siglo XIX en Francia, que pasaba quince
horas confesando diariamente.
Lo que pasó en 1215 fue que se reunieron los obispos de todo el mundo en el Concilio
de Letrán en Roma, y decretaron que todo católico debe confesarse al menos una vez al
año. Ellos no inventaron la confesión. La confesión ya existía desde el inicio de la Iglesia.
Imagínense el alboroto tan terrible que se hubiera producido si a esas alturas de la vida a los
obispos se les hubiera ocurrido inventar una cosa tan dura y tan difícil como es tener que ir
a decirle los pecados a otro hombre.
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3° ¿Cómo se le ocurre confesarse con un hombre pecador como usted?
Es como si dijéramos: “Un médico que está enfermo no puede recetar a nadie. Sus
recetas no valen”. ¡Qué idiotez!
Claro que el sacerdote es pecador como todos, porque es humano. La Biblia dice: “Si
alguno dice que no ha pecado, es un mentiroso” ( Jn 1, 8 ).
El sacerdote es probablemente mucho menos pecador de lo que la gente se imagina
porque tiene más defensas para librarse del pecado. Por ejemplo, tiene una formación
religiosa muy sería; tiene desde el seminario un gran respeto a Dios y un gran cuidado de
no disgustarlo, porque lo ama mucho y porque sabe las terribles consecuencias que traen
los pecados.
Tiene menos ocasiones de pecar, porque la Iglesia (su obispo o su superior) lo vigilan
paternalmente con mucho esmero para no permitir que el demonio venga a hacerle mal
(retiros, dirección espiritual, consejos, convivencias…) ¿Es que el cura es un pecador?
También los doce apóstoles eran pecadores y sin embargo Jesús les dio el poder de
perdonar pecados. Es que el sacerdote no dice al pecador: “Te perdono porque yo no he
cometido eso que tú confiesas”. No. No dice eso. Lo que dice es: “Te perdono por el poder
que para ello recibí de Nuestro Señor Jesucristo”.
4° Yo me confieso directamente con Dios
Así dicen los protestantes y los judíos. Un judío dijo en cierta ocasión: “yo envidio a los
católicos. Yo cuando peco, pido perdón a Dios, pero no estoy muy seguro de si he sido
perdonado o no, en cambio, el católico, cuando se confiesa con su sacerdote, queda tan
seguro del perdón, que esa paz no la he visto en ninguna otra religión de la tierra”.
¡Qué fácil sería: pecar, rezar y ya! No; aquí no es así: he pecado, siento vergüenza y
tengo que buscar al confesor y confesarme, y recibir unos consejos y unas advertencias que
despiertan al pecador y le animan al cambio de vida. Como esas sacudidas que le damos a
un chofer que en una recta grande se duerme. Lo despertamos, aunque se disguste un poco
para que no se vaya al abismo.
En el confesonario nos encontramos con alguien que en nombre de Dios nos hace
reflexionar, nos llama la atención, nos perdona, nos anima y nos ayuda a cambiar de vida.
¡Cuántas miles de personas mejoraron su vida sólo con hacer una buena confesión!
5° ¿Para qué confesarme, si voy a caer de nuevo?
Pues, te levantas y ya. Pensar esto es como pensar, ¿para qué comes, si luego dentro de
unas horas vas a volver a tener hambre? ¿Para que te lavas, si luego al final del día te vas a
manchar?
6° Yo no tengo pecados
¿Qué no? Examínate bien. Porque todos pecamos al día más de siete veces. De
pensamiento, de palabras, de obras, de omisión.
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Solo los niños pequeñitos y los que sufren alguna incapacidad mental no tienen
pecados. Pero tú no eres un niño, ni sufres deficiencia mental alguna. Por tanto eres pecador
como todo el mundo. Y por lo mismo necesitas del perdón de Dios.
7° Yo no tengo pecados grandes
Pero es que la confesión no es sólo para pecados graves. Es también para purificarse
cada día más, y lograr mayor perfección y fuerza para no caer.
8° Es que el sacerdote va a contar mis pecados a los demás
¡Eso nunca! El sacerdote tiene el sigilo sacramental y está dispuesto a cumplirlo,
aunque tenga que dar la vida.
El obispo Juan Nepomuceno en 1393 fue matado por conservar el secreto de la
confesión.
El rey Wenceslao, rey de Bohemia, nombró a Juan Nepomuceno confesor de la Reina.
-Dime los pecados de la Reina…-le dijo el rey al sacerdote.
-Nunca, majestad. Es un pecado gravísimo. Prefiero morir antes que revelarlo.
Ante esto mandó el Rey molerle a palos, castigarlo. Y como no hablaba, fue atado de
pies y manos, y tirado al río Moldava, en el corazón de Praga.
¡Fidelidad al secreto de la confesión!
9° Es que me da vergüenza
¡Claro! Pues a la confesión no vamos a contar hazañas heroicas, sino miserias. Y esto a
nadie gusta contar. Pero más vergüenza te debería dar tener el alma sucia.
Se necesita mucha humildad. No te dé vergüenza. Acércate. Dios no tiene vergüenza de
tus pecados.
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