1.- La Espiritualidad de los animadores vocacionales

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Espiritualidad de los animadores vocacionales
Tomado de Espiritualidad y profetismo de los animadores vocacionales
P. Emilio Lavañiegos , Operario Diocesano
1. Presupuestos:
El ser de la Iglesia: Comunidad de llamados que llama. Todos somos animadores vocacionales.
La Iglesia se reconoce como una comunidad de llamados que se reúnen en torno al Señor; pero al
mismo tiempo reciben la misión de ir a llamar a sus hermanos. Esto que ocurre a nivel comunitario, se
da también a nivel personal. Todos, a imagen de los primeros discípulos, nos descubrimos llamados
por nuestro nombre para formar parte de la comunidad del Señor; y al mismo tiempo nos descubrimos
enviados a llamar a nuestros hermanos al encuentro con Cristo. Desde esta perspectiva, todos tenemos
una vocación y tenemos la misión de ser animadores de la vocación de los demás.
Espiritualidad
La espiritualidad cristiana consiste en vivir según los ejemplos y las enseñanzas de Cristo. El camino
cristiano es una vía de identificación e imitación de Jesús, un camino discipular.
En este sentido la espiritualidad cristiana es la misma para todos: asemejaros a Cristo, pero en ésta se
dan diversos matices dependiendo de las exigencias prácticas de la vivencia vocacional.
¿Cuáles son los acentos de la espiritualidad cristiana que vienen exigidos por la tarea de la animación
vocacional? ¿Cuáles son algunos rasgos espirituales que serán útiles a quien realiza tareas específicas
en este campo apostólico?
2. Núcleo de la espiritualidad vocacional
La espiritualidad vocacional puede tener distintos núcleos espirituales. Elegiremos
en esta ocasión la contemplación eucarística.
Vamos a reflexionar sobre la acción misma de Jesús en el cenáculo. En las acciones de Jesús en torno a
los dones eucarísticos encontramos el fundamento de la espiritualidad de los animadores vocacionales.
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Tomó. Tomar es consentir libremente. Antes de que la violencia humana le arrebatara la vida,
Jesús la toma en sus propias manos y la ofrece en un grado máximo de libertad. Nadie me quita la vida,
sino que yo la entrego libremente (Jn 10, 18). Es el gesto vocacional por excelencia. Nos invita a tomar
la vida y entregarla en manos de otro, sabiendo muy bien que es sólo Dios quien conduce nuestra
historia haciendo de ella un medio de salvación. Es tomar la realidad como es, a veces rota, finita,
resentida o violenta, llena de odio, envidia y deseo de poder. Tomar la vida acogiéndola
anticipadamente, antes de que los acontecimientos nos sorprendan.
Cuando celebramos la Eucaristía hay que tomar la vida como Jesús tomó los cinco panes y los dos
peces sin pretender mayor riqueza y transformar esa vida en un don fecundado por el amor.
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Dio gracias. Este dar gracias da nombre a la Eucaristía. Significa bendecir a Dios por sus dones.
Jesús da gracias porque puede crear la fraternidad con el carácter íntimo y familiar de la cena con los
amigos. Se trata de un alimento que celebra y produce la amistad, más allá incluso del abuso de la
misma y de la traición que impregna el ambiente. Al dar gracias Jesús se hace consciente que la entrega
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de su cuerpo no brota sólo de sí mismo, sino del Padre que da el pan-cuerpo: es mi Padre quien les da
el verdadero pan del cielo (Jn 6, 32). Da gracias al Padre porque tiene la posibilidad de transmitir el
don que a su vez ha recibido. Su gratitud tiene que ver con la novedad radical de la Nueva alianza que
se sella con su sangre, y reconoce como una dignación del Padre, con todo su contenido reparador. Lo
viejo queda rejuvenecido en la voluntad de Dios de crear unos cielos nuevos y una tierra nueva (Jr 31,
31-34). Jesús da gracias, en fin, por los acontecimientos que están por venir, y porque pese a toda la
oscuridad con que están teñidos, confía en que encontrarán una salida de luz, como ocurrió con la
resurrección de Lázaro y con la multiplicación de los panes.
Vivir con gratitud y bendiciendo, recogiendo lo bueno como proveniente del Padre es el modo de
existir del creyente que se alimenta de los ejemplos de Cristo y de su pan eucarístico. Más allá de todas
las limitaciones sabe confiar en el futuro, que está en las manos bondadosas de Dios y es capaz de
brillar como el sol, sobre los justos y los Injustos. ¿No es esta actitud reparadora una actitud vocacional
por excelencia? ¿No es una profecía en medio de la realidad siempre limitada que nos toca vivir?
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Lo partió. Es una acción simbólica que anticipa la ruptura de su propio cuerpo. Presentar el
cuerpo y la sangre simbólicamente separados, partir el pan, es representar anticipadamente el drama
de la cruz. Jesús es sacrificio y víctima porque a través de ese sacrificio trae vida nueva. Un sacrificio
transformador. No cambia la realidad mágicamente, desde fuera, sino desde dentro, con todo el
dramatismo que esta actitud supone.
Jesús transforma la realidad humana como víctima inocente, asumiendo sobre sí las consecuencias del
pecado de los hombres. El quiere crear el hombre nuevo, pero a partir del hombre viejo al que ama en
primera persona. La conversión sustancial del pan y el vino en su cuerpo y su sangre introduce en la
creación el principio de un cambio radical que se produce en lo más íntimo del mundo; un cambio
destinado a suscitar un proceso de transformación de la realidad, cuyo término último será la
transfiguración del mundo entero, el momento en que Dios será todo para todos.
Esta fuerza transformadora que brota del misterio de la presencia real de Jesús en el Sacramento,
dinamiza al creyente que comprende su vida y su misión como un adelanto de la esperanza del mundo
futuro, como testimonio de lo que está por venir porque Dios ya lo está creando. De manera similar, el
creyente es llamado, y aquí el contenido vocacional, a transformar la realidad a través de la
transformación de su vida entregada y de la de aquellos que acompaña.
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Y lo dio. Después tomar el pan, dar gracias, y partirlo, lo da. Este verbo significa darse,
entregarse radicalmente. Es la dimensión de entrega que llega a la plenitud en el gesto de Jesús que
hace de su humanidad un cuerpo entregado, una sangre derramada.
Como en la multiplicación de los panes, el gesto de Jesús no consiste sólo en su entrega personal, sino
que invita a los discípulos a una entrega similar, haciéndoles partícipes y actores del milagro de la
transformación de una situación de hambre en un banquete fraterno.
El gran desafío de hoy es el de transformar el pan sagrado en pan verdadero; la paz litúrgica en paz
política; el culto al Creador en reverencia a la Creación; la comunidad cristiana de orantes en auténtica
comunión humana.
Este repartir el propio cuerpo tiene resonancias inmediatas en la pastoral vocacional. La espiritualidad
de los animadores vocacionales se realiza en un verdadero amor a los jóvenes, declarados por el
documento de Puebla los pobres entre los pobres. Si queremos ser promotores vocacionales lo que
hay que hacer es una verdadera promoción social y espiritual de los jóvenes, sin excluir a nadie, pues
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la mayoría que viven desorientados y excluidos de un verdadero sentido de vida y de una misión que
les apasione.
3. Rasgos de la espiritualidad del animador vocacional
Los rasgos de la espiritualidad del animador vocacional son las actitudes prácticas que los
animadores vocacionales tienen para con los jóvenes, sus destinatarios privilegiados.
La presencia gratuita
El primer rasgo es el de la presencia cercana. Es la actitud fundamental de Jesús: está en el camino, se
hace accesible, se acerca. Hacerse presente significa estar dispuesto a compartir la amistad. El
Encuentro es el primer rasgo de la evangelización. La fe y la vocación tienen su origen en esta actitud
de aproximación: No me eligieron ustedes a mí; fui yo quien los elegí a ustedes (Jn 15, 16). La iniciativa
corresponde al evangelizador, que tiene el sentimiento por la oveja perdida y sale en su busca hasta
que la encuentra (Cf. Lc 15, 1-7).
Los jóvenes son especialmente sensibles a la amistad. Amigo verdadero es quien se acerca al otro sin
otro fin que hacerle el bien; hace un esfuerzo para ello y tiene su mayor alegría en conseguirlo.
El testimonio vocacional
El animador vocacional es ante todo el testigo de unos valores, los que pertenecen a su propia vocación
y la definen. Desde el punto de vista psicológico se define como autenticidad. Es la adecuación entre lo
que vivo, lo que pienso y lo que comunico. Jesús vive sujeto a la voluntad del Padre, e invita a sus
amigos a someterse también a ella, no por un mero deber moral, sino porque está verdaderamente
convencido del amor del Padre y de que es lo mejor para ellos. Por eso su enseñanza no va de la mente
a la mente, sino de la vida a la vida. Lo que es vida en él, se transforma en vida nueva en los discípulos.
Sabemos bien que la autenticidad de las personas no es totalmente sólida. ¿Quién no descubre en sí
mismo cierto número de inconsistencias vocacionales más o menos significativas? Hay autenticidad y
por ende un testimonio vocacional válido cuando se dan pasos significativos para alcanzarla esta
consistencia deseada.
La paternidad / maternidad espiritual
La imagen del padre y de la madre es utilizada ampliamente en el texto bíblico para describir el modo
de presencia que tiene Dios cerca de su pueblo (Cf. Jer 31, 9; Is 63, 16; Is 66, 13). También podemos
recurrir a esta doble imagen para describir la actitud espiritual con la que los animadores vocacionales
se relacionan con los jóvenes.
En ambas figuras existe una mezcla de autoridad y ternura. De ellos se han aprendido las normas
morales y los valores más profundos. El animador adquiere autoridad de padre y de madre cuando
llega a ser relevante o significativo en la vida de los jóvenes.
La relevancia surge cuando el muchacho da credibilidad a una persona porque la considera un ejemplo
de vida. Conviene poner atención al estilo de la relevancia de Jesús ante sus discípulos. Es una
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autoridad para ellos porque vive con claridad los valores que proclama. Al ver orar a Jesús, les surge la
inquietud: enséñanos a orar (Lc 11, 1); al verlo perdonar los pecados, brota la pregunta: ¿cuántas veces
tengo que perdonar a mi hermano? (Mt 18, 21); al ser testigos de su enseñanza llena de sentido y de
vitalidad, les surge la inquietud: explícanos la parábola… (Mt 13, 36). Conviene preguntarte como
animador vocacional: ¿Qué clase de inquietudes despiertas en los muchachos con los que trabajas?
¿Inquietudes que llevan a la imitación de Cristo? ¿O inquietudes que provocan escándalo?
La escucha
La escucha es una de las actitudes más importantes en las relaciones humanas. En los textos
evangélicos que nos narran los encuentros de Jesús con diferentes personas. Sus palabras y sus gestos
muestran esta actitud de escucha. Comprende lo que ocurre en el corazón de la viuda de Naím, sus
palabras, no llores más (Lc 7, 12), recogen todo el sufrimiento de aquella mujer; a María Magdalena le
pregunta por su llanto: ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? (Jn 20, 15), asumiendo su condición
femenina y su duelo; a los discípulos de Emaús les pregunta por su tristeza: ¿de qué vienen
conversando por el camino tan llenos de tristeza? (Lc 24, 17). Jesús escucha lo que le dicen, pero
también lo que no pueden decir, lo que aún no llegan a formular. Y por eso acierta en las palabras y los
gestos que tiene con ellos. Su escucha profunda y abierta posibilita el encuentro.
Escuchar es el mejor camino para acertar a la hora de dar una orientación a las personas en algo tan
delicado como la vocación. La escucha de este estilo exige paciencia, perseverancia, silencio interior,
capacidad de empatía, sensibilidad humana.
La enseñanza de la oración y el discernimiento
Se ha insistido siempre en la centralidad de la oración en el proceso vocacional. El animador tiene el
deber de conducir al candidato al encuentro con Dios que llama, a la contemplación del Señor que es
modelo de toda vocación. Se convierte así en un maestro de oración. En este rasgo imita a Jesús,
siempre abierto a la relación con el Padre y que conduce a los discípulos a la unión íntima con él. A
quienes le han seguido, les enseña a llamar a Dios “padre” con entera confianza. .
Tiene especial importancia que adquiera las habilidades del animador de la oración comunitaria, es
decir, de quien conduce al grupo a una verdadera relación con Dios a través de la escucha de su
Palabra hasta llevar a las personas a un discernimiento espiritual y vocacional.
El animador señala hacia Jesús con metodologías concretas para la oración. Además es capaz de
enseñar ese modo peculiar de orar al que llamamos oración vocacional. En este tipo de oración el
hombre se pone delante de Dios, en una actitud de ofrecimiento, para que haga de su vida lo que
quiera.
El acto de orar está estrechamente unido al acto de discernir, es como la otra cara de la moneda. Si el
animador vocacional está llamado a ser maestro de oración, también deberá ser maestro de
discernimiento. Recurrimos nuevamente al modelo de Jesús. Él se plantea un doble discernimiento. Por
un lado, el de su propia vocación. Permanece atento para descubrir la voluntad del Padre. La
expresión: mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre (Jn 4, 34), manifiesta hasta qué grado el
discernimiento es parte de la personalidad de Jesús. Se define al cristiano como el siervo que conoce la
voluntad de su Señor (Lc 12, 47). El criterio de discernimiento del verdadero discipulado es la puesta
en práctica de la voluntad del Padre (Mt 12, 31).
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