Jonás y yo Scott MacGregor Uno de los relatos más conocidos y extraños de la Biblia se encuentra en el libro de Jonás. Al parecer, todo el mundo ha oído hablar de Jonás y la ballena. Es una de las historias favoritas de las escuelas dominicales. Pero se trata también de un relato tan extraño que uno no puede sino pensar: ¿Por qué, Señor, por qué? Echemos una mirada a los hechos. La Biblia menciona por primera vez a Jonás —hijo de Amitay— en el libro 2º de Reyes: «Conforme a la palabra que el Señor, Dios de Israel, pronunció por medio de Su siervo Jonás hijo de Amitay, el profeta de Gat Jefér, Jeroboán restauró los límites de Israel, desde la entrada de Jafat hasta el mar del Arabá» 1. El pasaje anterior indica algunos hechos fascinantes, por no decir intrigantes. Jonás se encontraba con vida en el reinado de Jeroboán II. Ello lo sitúa en el año 800 a 750 antes de Cristo. Había nacido en el pueblo de Gat Jefér, a corta distancia de Nazaret en el reino norteño de Israel. Recordemos que Israel se había separado de Judea —su vecino hacia el sur— luego del reinado de Salomón. El Antiguo Testamento es el libro de los judíos, gentilicio de los habitantes de Judea. El pueblo de Israel, si bien solía conformar un solo reino con Judea, en la época de Jonás se había convertido en observador de la historia judía. Tiempo después, desaparecería de los anales de la historia —convertidos en las tribus perdidas de Israel— cuando los asirios conquistaron esa expansión de tierra y los desperdigaron a lo largo y ancho del mundo conocido en el año 721 antes de Cristo. Antes de ello se habían vuelto enemigos de Judea y solían enfrentarse en violentas refriegas. Cabe añadir que se habían apartado de la fe monoteísta de sus padres y convertido —para todos los efectos— en un pueblo pagano. De modo que resulta un tanto inverosímil que el relato de un profeta del bando enemigo se incluyera en las escrituras judías. Pero no por ello deja de ser intrigante. De acuerdo al pasaje de 2º de Reyes, Jonás ya era conocido como profeta cuando el Señor le indicó anunciar la destrucción de Nínive, capital de Asiria. El recelo de Jonás es comprensible. La ciudad en cuestión era considerada un verdadero bastión de maldad. Era capital de un imperio conocido por su crueldad. Los anales de la Historia recuerdan al pueblo asirio como dado a la crueldad y la violencia. El destino de Nínive no era la asignatura preferida de ningún profeta de perdición. Lo más probable es que la misión terminará con su propia y dolorosa perdición. La ocupación de profetizar suele ser arriesgada. El mismo Jesús les aseguró a los judíos: «Yo les envío profetas, sabios y escribas. De ellos, ustedes matarán y crucificarán a algunos, y a otros los azotarán en las sinagogas, y los perseguirán de ciudad en ciudad.»2 Cabe imaginar que si aquel era el accionar de los judíos de la época, mucho más el de un pueblo pagano y sediento de sangre. Aquella misión divina no podía terminar bien —imaginó Jonás— y se dirigió en la dirección opuesta. En vez de encaminarse hacia el este, donde quedaba Nínive, se embarcó hacia el oeste, hacia el pueblo de Tarsis. Aquella localidad era conocida como el establecimiento comercial más alejado de los fenicios, mercantiles y vecinos de Israel. Lo siento, Dios —habría dicho Jonás—, pero deseo embarcarme en un crucero por el Mediterráneo. Buena suerte convenciendo a alguien más. Era de esperarse que Dios se encogiera de hombros y buscara el siguiente voluntario. Pero no fue así. Cuando Dios le otorga a alguien un llamado especial, suele asegurarse con bastante decisión de que esa persona lo cumpla. Lo que es cierto es que Jonás se aseguró una embarcación. Al poco de zarpar, se desató una tormenta de proporciones épicas. La tripulación se deshizo del cargamento y de todo lo que evitara el hundimiento del navío. Pero al ver que no tenía caso, echaron suertes para descubrir al culpable de la catástrofe. Como no podía ser de otra manera, las suertes apuntaron a Jonás. El pobre se vio obligado a confesar que era el causante de la tormenta y les pidió que lo echaran por la borda. Al parecer la tripulación se negó a cumplir su petición y procuraron remar para alcanzar la costa más cercana. Pero sus esfuerzos fueron en vano. De manera que Jonás paseó por la tabla. Aquel relato originó el mote de jonás a todo el que al parecer lleva mala suerte a una expedición. Para su mala fortuna, una vez que alguien recibe el calificativo de jonás, suele compartir la suerte del profeta y es lanzado por la borda. Pero el relato no concluye ahí. Un misterioso y enorme pez se lo tragó. El Mediterráneo se encuentra en la ruta de migración de cachalotes y ballenas de aleta. Ambos califican como peces enormes. Cabe añadir que una persona no podría adentrarse por la garganta de una ballena, y que los cachalotes —a diferencia de las ballenas— tienen dientes para desgarrar a sus presas. Las teorías abundan sobre lo que posiblemente ocurrió, pero el pasaje entero resulta casi inverosímil de ocurrir bajo circunstancias naturales. En caso de ser literal, Jonás debió contar con una intervención sobrenatural y milagrosa. Resulta impensable que el profeta sobreviviera tres días de la manera en que se describe. Mucho menos que redactara la oración presentada en el segundo capítulo de su libro en semejantes condiciones o que no perdiera la cabeza antes de abandonar el vientre del animal. Pero al cabo de tres días, el Señor le ordenó al pez vomitar a Jonás sobre la costa, al parecer en el mismo lugar donde había abordado el barco al comienzo de su aventura. ¿Y adivinen qué? Dios vuelve a instruir a Jonás para que profetice en contra de Nínive. Para entonces Jonás entendía que se trataba de un cometido obligatorio. De manera que se dirige a la enorme y malvada ciudad. Una vez allí recorrió la ciudad proclamando: Nínive será destruida. Pero para la sorpresa de todos, los habitantes de la ciudad cayeron en la cuenta de que se estaban pasando de la raya. El rey les ordenó a todos arrepentirse y ayunar vestidos en sacos de arpilla y manchados de ceniza. Incluso el ganado. Entretanto, Jonás se había refugiado en un punto predilecto a las afueras de Nínive, para presenciar su llameante desolación. Cuando Dios le anunció que había cambiado de idea y que la ciudad sería perdonada, Jonás montó en cólera. En pocas palabras le dijo a Dios: Lo sabía. Me hiciste pasar por todas esas dificultades para luego cambiar de opinión. ¿Qué motivo tuviste? La verdad es que cuesta no inclinarse por el pobre Jonás. Había pasado una experiencia difícil y deseaba una breve satisfacción a modo de recompensa. Los asirios eran unos completos bandidos, al menos en cuanto a saquear a sus vecinos. Les debía llegar su merecido, y Jonás quería presenciarlo. Pero ahora debía renunciar incluso a eso. No estaba para nada contento. ¿Cuál era el punto? ¿Por qué motivo la Biblia incluye este extraño relato? Para los judíos no se trataba más que de un profeta desconocido que profetizaba contra un país desconocido donde al final no sucedía nada. Lo más lógico es que lo omitieran de la colección de escrituras que denominaban Nevi’im3. Pero no lo hicieron. Lo que es más, todo indica que lo incluyeron de manera deliberada. Los indicios registran que el libro de Jonás fue redactado cientos de años después de que ocurrieran los hechos, en el momento que se recopilaron y sistematizaron las Escrituras. A mi parecer, el relato reúne varios componentes de gran interés. Para empezar, es de naturaleza tan fantástica que poco menos que raya en lo absurdo. La imagen de un pez que se traga a un profeta durante tres días casi parece sacada del panteón griego. Pero Jesús lo empleó como paradigma de Su travesía terrenal. Me parece que permitió su inclusión en las Escrituras, no solo con motivo de ilustrar Su muerte y resurrección al cabo de tres días, sino para implicar que si podíamos creer en el relato de Jonás, ¿qué nos impedía creer en Él y en Su mensaje? El Evangelio de San Mateo especifica que Jesús lo dijo en dos ocasiones: «Entonces algunos de los escribas y de los fariseos le dijeron: Maestro, deseamos ver una señal Tuya. Pero Él les dijo: La generación mala y adúltera demanda una señal, pero no tendrán más señal que la del profeta Jonás. Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del gran pez, así también el Hijo del Hombre estará tres días y tres noches en el corazón de la tierra. En el juicio, los habitantes de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se arrepintieron por la predicación de Jonás, y aquí hay alguien que es más grande que Jonás.»4 «Los fariseos y los saduceos se acercaron a Jesús para ponerlo a prueba, y le pidieron que les mostrara una señal del cielo. Pero Él les dijo: Al llegar la noche, ustedes dicen: Va a hacer buen tiempo, porque el cielo está rojizo. Por la mañana ustedes dicen: Hoy habrá tempestad, porque el cielo está rojizo y nublado. ¡Bien que saben distinguir el aspecto del cielo, pero no pueden distinguir las señales de los tiempos! La generación mala y adúltera demanda una señal, pero no recibirá más señal que la del profeta Jonás. Y los dejó y se fue.» 5 Los anteriores pasajes confieren el sello de autenticidad de Jesucristo al relato de Jonás. Es además un relato fenomenal que enseña a obedecer las indicaciones divinas y no dejar a Dios esperando. Él posee medios sobrenaturales para llevar a cabo lo que encomienda. Le gustara o no, Jonás era la persona indicada para la labor. Ahora bien, no pretendo dar a entender que Dios hará que una ballena se trague a quienes se niegan a realizar Su labor ni a quienes huyen de la tarea que Él les encomienda. Pero cuenta con los medios para llevar a una persona al lugar en el que la necesita, a fin de que realice lo que Él desea. La Biblia ofrece numerosos ejemplos. El caso de Moisés es uno de ellos. Moisés abandonó la tierra de Egipto durante cuarenta años, pero Dios le ordenó volver a terminar lo que había iniciado. Me parece que la lección más importante es no enojarse con Dios cuando —en caso de que cambien las circunstancias— no lleve a cabo lo que ha prometido. El libro de Jonás no especifica si él se tranquilizó luego del acceso de cólera que le dio al enterarse de que los habitantes de Nínive se habían arrepentido y que Dios —a su vez— debía arrepentirse de destruirlos como había advertido. En más de una ocasión he sentido frustración al ver que una situación no resulta como Dios había asegurado. De más está decir que Dios tenía Sus motivos para seleccionar un resultado distinto que a la larga sería más beneficioso. De igual manera, nosotros, al igual que Jonás, podemos pasar un mal rato o molestarnos al caer en la cuenta de que todo lo que hemos hecho y sacrificado —al parecer— ha sido en vano. La mayoría de las veces procuro no ceder ante el egocentrismo. Pero la verdad es que soy el centro de mi propio universo y por ello dicto sentencia de acuerdo a lo que más me favorece. Pero el código de conducta del cristiano exige llevar a cabo lo que favorece a Dios y a los demás. No es fácil de seguir. Pero por muy difícil que sea, es lo que Dios espera de nosotros. El libro de Scotty Mac, al igual que el de Jonás, no ofrece una conclusión satisfactoria… aún. Pero si Dios tiene algo que ver en ello… pues bien… no hay nada imposible. Traducción: Sam de la Vega y Antonia López. © La Familia Internacional, 2013 Categorías: estudio bíblico, confiar en Dios, obediencia Notas a pie de página 2 Reyes 14:25 Mateo 23:34 3 http://www.hebrew4christians.com/Scripture/Nevi_im/nevi_im.html 4 Mateo 12:38-41 5 Mateo 16:1-4 1 2