Homilía Misa de Inicio del Ministerio Episcopal

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Homilía Misa de Inicio del Ministerio Episcopal
de Mons. Miguel Angel D´Annibale,
5º Obispo de la Diócesis de Río Gallegos
Río Gallegos, Miércoles 1 de Mayo de 2013
Lecturas:
1 lectura: Colosenses 3,14-15. 17, 23-24. “Ustedes sirvan a Cristo el Señor”.
Salmo: 89
Evangelio: Mateo 1,16.18-21.24ª.”José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado”
Querida familia diocesana, presente aquí en este hermoso estadio y presente también a través de la televisión, la
radio y el servicio de Internet. En esta extensa diócesis, ustedes están con nosotros en tiempo real. Por eso
juntos celebramos esta fiesta, unidos a quienes también nos siguen, por estos medios, más allá de los límites de
la diócesis. A todos, ¡muy bienvenidos!
La Palabra de Dios que se nos acaba de proclamar ilumina una vez más lo que estamos celebrando: la Misa de
Inicio de mi ministerio episcopal entre ustedes como quinto obispo diocesano.
Lo hacemos en el día de San José Obrero. Y es bueno que contemplemos al esposo de la Virgen María ya
prendamos de él y de sus virtudes.
Nos dice el evangelio que José era un “hombre justo”. Y lo comprobamos en sus actitudes. El tenía un proyecto
de vida junto a su esposa, la Virgen María. Sin embargo Dios tiene otros planes y la Virgen queda embarazada de
Jesús por obra del Espíritu Santo. José decide partir, en secreto, no quiere denunciar a su esposa. Dios irrumpe
en su vida y le pide que no se vaya, que lo necesita junto a María, para que cuide de ella y del Hijo que está por
nacer. Y José acepta la voluntad de Dios.
”José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado”. Se quedó con su esposa y vivirá con ella un camino de
vida, un camino de familia, la cuidará, la acompañará en el nacimiento del hijo que viene, le pondrá a ese hijo el
nombre de Jesús. Y constituida la familia se hará cargo de ella. Deberá huir a Egipto para protegerla de una
persecución, regresará y se instalará en Nazaret. Allí trabajará con sus manos en la carpintería para sostener a
la familia. Allí verá crecer a Jesús, y el mismo Jesús aprenderá de su padre en la tierra muchas cosas que luego
aplicará cuando ya grande predique el Reino. El mismo Jesús será llamado “hijo del carpintero”. San Pablo nos
decía en la frase final de la primera lectura:“Ustedes sirvan a Cristo el Señor”. Por lo que vemos, José es un fiel
exponente de ese consejo paulino. El sirvió al Señor, sirviendo a la familia que lo recibió.
Comienzo mi servicio ministerial como Obispo de Río Gallegos en este día de San José Obrero. En esta breve
reseña de su vida veo reflejado el horizonte en el cual quiero vivir entre ustedes.
Hoy me incorporo de una manera nueva a esta familia que es la Diócesis. Ustedes me recibieron hace dos años
como Obispo Auxiliar y me hicieron sentir enseguida parte de este peregrinar junto al Padre Obispo Juan Carlos
Romanín sdb a quien agradecemos, como ya lo hizo el Nuncio Apostólico al principio de la misa, todos el servicio
pastoral prestado durante sus años como pastor de la diócesis. Luego, ante su partida, me recibieron como
Administrador Apostólico y recorrimos juntos este tiempo que culmina hoy, viviendo momentos muy importantes
de la diócesis, de los cuáles destaco especialmente la última Asamblea Diocesana, que realizamos en la segunda
mitad del año pasado en Tolhuin (Tierra del Fuego) y en Río Gallegos y Pico Truncado(Santa Cruz).
Hoy me vuelven a recibir como Obispo, como Padre, como Pastor. Les confieso de corazón que estoy muy
asombrado por lo que el Señor está obrando en mi vida. Y como San José quiero y deseo acompañar esta familia
diocesana que peregrina en el sur de la patria.
Familia que comenzaron a engendrar los Padres salesianos y las Hijas de María Auxiliadora con su presencia
centenaria en estas tierras. Hubo y hay mucha entrega y dedicación en acompañar en momentos muy difíciles y
sin tantos recursos el crecimiento de esta sociedad. A ellos una vez más va nuestro agradecimiento y todo el
aliento y el ánimo para seguir caminando en estas tierras.
Familia que hace 52 años se llama Diócesis de Río Gallegos y abarca las provincias de Santa Cruz y Tierra del
Fuego. Que tuvo cuatro obispos salesianos que hoy recordamos con mucho cariño: Mons. Mauricio Magliano sdb
y Mons. Miguel Ángel Aleman sdb cuyos cuerpos reposan en la Capilla del Obispado y desde el cielo hoy sin
duda se unen a esta fiesta. Mons. Alejandro Antonio Buccolini sdb y Mons. Juan Carlos Romanín sdb quienes nos
aseguraron su oración y estrecha comunión desde los lugares donde hoy residen. Llego hoy como el quinto
obispo de la diócesis, el primero del clero diocesano y tengo muy presente a la familia eclesial que me engendró,
la diócesis de San Isidro en la provincia de Buenos Aires. Quiero seguir los pasos de los obispos que me
precedieron en el pastoreo de esta familia recorriendo con ustedes el Camino Diocesano.
Familia que, como hoy a mí, poco a poco fue recibiendo a sacerdotes del clero diocesano y formando
seminaristas que hoy son sacerdotes de nuestro clero. Clero que me acaba de recibir al comienzo de la misa con
un caluroso abrazo.
Como no vamos a recordar hoy al querido Padre Juan Barrio Herrero. El primer sacerdote diocesano que vino de
España, de su Segovia natal y durante 46 años evangelizó esta ciudad de Río Gallegos como párroco de San
José Obrero. El pasado lunes 15 de abril murió y vivió su pascua. Todavía quedan los recuerdos vivos de lo que
fue su entierro el martes 16 de abril por la tarde. Cuánta gente de todos los estratos sociales salió a la calle para
darle su último adiós. ¡Cómo lo extrañamos! ¡Cómo nos hubiera gustado que estuviera sentado allí, entre
ustedes, queridos hermanos sacerdotes y diáconos! Y con su amplia sonrisa nos dijera una vez más: ¡Hay que
misionar! Como dije en la misa de despedida en el Santuario San Cayetano, tenemos que tomar su antorcha y
seguir llegando a los más alejados que siempre fueron su pasión.
Son ustedes los sacerdotes diocesanos y religiosos, y los diáconos permanentes, la familia más cercana que
tengo. Compartimos el sacerdocio y el servicio de Cristo entre los hombres. Les agradezco de corazón esto dos
años vividos y como me reciben cada vez que los visito en sus casas luego de largos viajes. Allí encuentro no
solo una casa, sino un hogar con todo lo que eso significa para una familia: rezar juntos, compartir la vida,
proyectar y soñar, descansar, alimentarse, reírse y hacer de este servicio pastoral algo que nos llena de felicidad.
Sigamos mirando juntos a San José y aprendamos de él a trabajar cada día en la familia que se nos ha
encomendado.
Familia Diocesana que tiene en la vida religiosa una entrega admirable en medio de la gente. Con una valiosa
presencia de hermanos varones religiosos, es sin duda la presencia de hermanas diseminadas en todo el
territorio diocesano quienes imprimen esa característica tan particular de la familia: la maternidad, el cariño, la
cercanía. Cuanta gente las quiere y las necesita. La variedad de carismas y el número de religiosas que tenemos,
que prácticamente igualan al número de sacerdotes y diáconos, nos invitan a ser hoy muy agradecidos por este
don para la Iglesia. También a ustedes les agradezco como me reciben cada vez que voy a sus casas. Allí siendo
padre, me siento hijo, muy cuidado y protegido. Sé que siempre rezan por mí y hoy les pido que lo sigan
haciendo. Y también les pido que a ejemplo de San José, cuiden la vida que crece en tantos niños y jóvenes de
nuestras tierras patagónicas.
Familia Diocesana que tiene fieles laicos muy comprometidos con la misión que surge del bautismo. Son ustedes
los que día a día en el seno de sus familias, en los ámbitos del trabajo, en el caminar cotidiano con la gente hacen
presente el evangelio de Jesús. La vida oculta de Jesús en Nazaret, con sus padres, María y José; esos casi 30
años nos muestran una familia que comparte el día a día de su gente, sus alegrías, sus dolores, sus proyectos,
son el modelo que hoy podemos asumir. También nosotros estamos en medio de la gente y con ellos caminamos.
En medio de ellos profesamos, celebramos y vivimos nuestra fe. En medio de esta realidad tan particular que día
a día se va dando entre nosotros. Con mucha gente que sigue llegando a nuestras tierras, y que hoy están
representadas en esta misa por diversos grupos de migrantes de nuestro país y de países hermanos. Con los
niños que nacen aquí, con los jóvenes que crecen, con los ancianos que terminan sus vidas acá. Con todos ellos
caminamos, y aportamos desde el evangelio que por gracia de Dios intentamos vivir cada día, nuestro grano de
arena para construir una patria de hermanos.
Nos propusimos en la Asamblea Diocesana del año pasado “Caminar en Cristo firmes en la Fe” durante los
próximos cinco años. Y elegimos como primera Orientación Pastoral, la Familia. He seguido ésta orientación
pastoral para destacar en la primera parte de esta homilía las diversas formas que en la Iglesia Diocesana toma
la familia: sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos. Pero esta familia vive en una sociedad concreta: la
Patagonia Austral. Y si hasta ahora recorrí lo que como Iglesia formamos, esta linda familia que somos y que
hoy me toca pastorear, no seriamos verdaderamente Iglesias, nos quedáramos encerrados y contentos en lo que
somos. Estamos y tiene sentido nuestra vida cuando nos incorporamos, cuando compartimos y cuando estamos
al servicio de la gran familia que es la sociedad que crece en estas tierras del sur.
El Papa Francisco nos escribió una carta a los obispos argentinos al comienzo de la última Asamblea Plenaria del
mes de abril, asamblea que vivimos sin su presencia. Allí nos decía que “toda la pastoral sea en clave misionera”.
Además nos indica que “debemos salir de nosotros mismos hacia todas las periferias existenciales. Una Iglesia
que no sale, a la corta o a la larga se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a
una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente”. Ante esta
alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma”.
Que bien nos viene hoy esta última frase, corta y contundente, como le gusta hablar al papa, para comenzar
juntos a recorrer este tiempo. Tenemos que salir, tenemos que proponer el mensaje a todos, a los más alejados,
ya que ellos, como nos pasó a nosotros un día, aguardan que alguien le anuncie a Cristo Vivo. Allí encontraremos
una vez más el sentido de nuestro caminar. Y estaremos en la línea de San José Obrero: trabajando para que el
Reino que trajo Jesús, Reino de paz y de justicia se extienda entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Les comparto el lema episcopal que elegí para el día de mi ordenación, y que de ahora en más será el que
también de algún modo acompañe a la diócesis: “Como el Padre me envió, yo los envío”. Es lo que experimenté
hace dos años cuando fui enviado a estas tierras. Y ahora lo comparto en la línea delos que nos decía el papa
Francisco: como diócesis somos enviados, a los que están más lejos, a los más necesitados, a los excluidos.
Pero también somos enviados para poder ayudar a nuestros hermanos a mantener la mirada en horizontes
amplios, a no quedarnos en pequeñeces que nos achican y nos encierran. Las inmensidades que nos rodean, los
hermosos paisajes con los cuales convivimos, y que marcan lo propia de esta diócesis, de estas provincias del
sur argentino, son una propuesta clara del Señor, a modo de “envío”, para salir de nosotros mismos, mirar a
nuestro alrededor y estar al servicio de los demás. Considero que éste es de algún modo nuestro aporte propio a
la nueva evangelización desde el lugar de la tierra donde estamos.
Y ya es el tiempo de los agradecimientos. Agradezco en primer lugar al señor Nuncio Apostólico en la Argentina,
por llegarse hasta aquí y vivir con tanto entusiasmo el conocimiento de estos hermosos lugares. Lo seguimos
esperando en otras oportunidades porque hay mucho por recorrer y contemplar.
A los arzobispos de Bahía Blanca y de Salta, al obispo de Aysen, Chile, que hace presente la hermandad entre
los dos países, a los obispos de la región Patagonia-Comahue, con quienes me siento tan unido en la tarea
pastoral, al obispo auxiliar de Buenos Aires y muy especialmente al obispo emérito de San Isidro y hoy
Administrador Apostólico de Merlo Moreno, a mi padre y amigo Jorge Casaretto con quien compartí tantos años
en la diócesis de San Isidro.
A los sacerdotes, religiosas y laicos que vinieron de otras diócesis para acompañarnos, gracias por sumarse a
esta fiesta.
A la Señora Presidenta de la Nación Argentina, que me envió una cálida carta ya que hoy no puede estar
presente.
A las autoridades presentes, especialmente al Señor Gobernador de la Provincia de Santa Cruz y a la Señora
Gobernadora de la Provincia de Tierra del Fuego, a los senadores, diputados, ministros, al Director de Culto
Católico, al Sr. Cónsul de Chile, a los Señores Intendentes y demás miembros de concejos, a las autoridades
militares, a todos ustedes: ¡Gracias, muchas gracias por participar! Su presencia aquí nos anima y nos alienta
para que cada uno, desde el lugar que ocupamos y la identidad que tenemos podamos estar al servicio de
nuestra gente.
A los miembros de las diversas confesiones religiosas que hoy están entre nosotros. Gracias por acompañarnos
yque sigamos anunciando al Dios vivo entre la gente.
A las autoridades del Atlético Boxing Club de Río Gallegos, gracias por permitirnos celebrar esta fiesta.
A todos los que vienen trabajando y que lo seguirán haciendo hasta el final del día de hoy para que podamos vivir
esta fiesta, muchas gracias por toda la dedicación y el servicio prestado.
A mis padres, aquí presentes ya mi familia que sigue esta celebración por los medios de comunicación, gracias
por estar siempre y por el aliento que me brindan.
Y al terminar volvemos la mirada sobre San José Obrero, patrono de la Iglesia. Para aprender una vez más de
este hombre justo. Para mantenernos siempre en ese “segundo lugar” y alcanzar la santidad como él. Para José,
Jesús y María eran lo más importantes. En ellos estaba Dios obrando, en personas de su tiempo y de su cultura.
Pidamos con humildad, al patrono de la Iglesia, que interceda ante el Señor para que también nosotros como
familia diocesana estemos siempre en ese “segundo lugar”, y que el Señor Jesús, la Virgen María, el Reino que
anunciamos y la gente que lo recibe sean siempre lo que nos ocupe…como a San José Obrero en Nazaret.
Miguel Ángel D’Annibale
Obispo de Río Gallegos
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