LA FE EUCARISTICA DE LA IGLESIA Reflexiones para la adoración en la solemnidad del CORPUS CHRISTI TEMARIO PARA LAS 12 HORAS DE ADORACIÓN 1. CREER EN LA EUCARISTIA ES PONERSE EN UN CAMINO DE IGLESIA: Mt. 18, 19-20 A-Escuchemos la Palabra de Dios B-Oremos y vivamos la Palabra C Escuchemos al Magisterio de la iglesia 2. Para comprender la Eucaristía: ESCUCHAR LA PALABRA: Hch. 20, 7 3. La Eucaristía hace la Iglesia mediante LA COMUNIÓN: Ro. 12, 3-9.15-18 4. La Eucaristía hace la Iglesia mediante LA IMITACIÓN Y LA MISIÓN: Jn. 13, 1.3-5.12-15 5. ¡ES E L SEÑOR!: Jn. 21, 1-10 6. JESÚS TOMO EL PAN Y SE LO DIO: Jn. 21, 11-14 7. La Eucaristía se celebra EN LA IGLESIA Y DESDE LA IGLESIA: Jn. 21, 15 8. Eucaristía: signo y realidad de DIVINA ATRACCIÓN: Jn. 12, 20-36 9. DIOS CON NOSOTROS: Jn. 6, 35-40.51.55-56 10. La Misa del Domingo, GESTO Y EXPERIENCIA VITAL:1Co. 11, 23-26 11. EUCARISTÍA Y DUREZA DE CORAZÓN: 2Sm. 7, 1-8.11b 12. EUCARISTÍA Y CONFLICTOS ECLESIALES: 1Co. 11, 17.20-22.26-29.33 1. CREER EN LA EUCARISTIA ES PONERSE EN UN CAMINO DE IGLESIA A- Escuchemos la Palabra de Dios: Mt. 18, 19-20 «Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. B- Oremos y vivamos la Palabra Una actitud que vale para favorecer la fe eucarística de toda la comunidad, para todos los miembros de la asamblea, es la de ponerse en un camino de Iglesia. La Eucaristía, a un cierto punto, no la comprendemos más rompiéndonos la cabeza leyendo libros, o contemplando el tabernáculo. En efecto, la Eucaristía es una fuerza dinámica y quien no se una al cuerpo vivo de la Iglesia, caminando por el camino de la Iglesia local, dejándose convocar por ella, no podrá comprender la fuerza plena de la Eucaristía. Hay grupos, grandes y pequeños, que tal vez tienen un conocimiento de la Eucaristía desde el punto de vista bíblico y desde el punto de vista ascético-contemplativo; pero mientras no se esfuercen por caminar con la Iglesia local, no podrán comprender que la Eucaristía es la que forma a toda la comunidad. Y entonces se la apropian de modo particularísimo. Hay que ponerse humildemente en un camino de Iglesia, unirse a todo el cuerpo vivo de la Iglesia, con todo el arco del camino de la Iglesia local y universal, porque no toda Misa revela la Eucaristía, no toda comunión revela la plenitud de la Eucaristía, ni toda visita eucarística; la vida entera del hombre en el ámbito de la Iglesia es la que le revela la Eucaristía como formadora de una Iglesia, de una cultura, de una civilización. No es un bien privado que hay que profundizar con estudios elaborados, es un camino que hay que emprender. C- Escuchemos al Magisterio de la Iglesia «El misterio de fe, es decir, el inefable don de la Eucaristía, que la Iglesia católica ha recibido de Cristo, su Esposo, como prenda de su inmenso amor, lo ha guardado siempre religiosamente como el tesoro más precioso, y el Concilio Ecuménico Vaticano II le ha tributado una nueva y solemnísima profesión de fe y culto. En efecto, los Padres del Concilio, al tratar de restaurar la Sagrada Liturgia, con su pastoral solicitud en favor de la Iglesia universal, de nada se han preocupado tanto como de exhortar a los fieles a que con entera fe y suma piedad participen activamente en la celebración de este sacrosanto misterio, ofreciéndolo, juntamente con el sacerdote, como sacrificio a Dios por la salvación propia y de todo el mundo y nutriéndose de él como alimento espiritual. Porque si la Sagrada Liturgia ocupa el primer puesto en la vida de la Iglesia, el Misterio Eucarístico es como el corazón y el centro de la Sagrada Liturgia, por ser la fuente de la vida que nos purifica y nos fortalece de modo que vivamos no ya para nosotros, sino para Dios, y nos unamos entre nosotros mismos con el estrechísimo vínculo de la caridad» (PABLO VI: Encíclica «Mysterium Fidei» (MF), 1). 2. Para comprender la Eucaristía: ESCUCHAR LA PALABRA A- Escuchemos la Palabra de Dios: Hch. 20, 7 «El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan, Pablo, que debía marchar al día siguiente, conversaba con ellos y alargó la charla hasta la media noche». B- Oremos y vivamos la Palabra Otra actitud para comprender la Eucaristía consiste en darle lugar a la escucha y a la meditación de la Palabra. Es decir, la liturgia de la Palabra debe extenderse en el ámbito de la vida personal y comunitaria, porque de otro modo la Eucaristía no ejerce su fuerza: como lo hizo pablo en esa Eucaristía que presidió en Tróada. En el fondo, nos estamos haciendo esta pregunta: ¿por qué una Misa, que tiene valor infinito, no cambia el mundo? Porque debe extender todas sus virtualidades en el ámbito de toda la vida, y esto pasa primariamente a través de la extensión de la liturgia de la Palabra. La Eucaristía es la Pascua hecha presente, y no se puede entender la Pascua sino en el contexto de toda la historia de la salvación. Por tanto, quien no conoce toda la historia de la salvación no comprende la Pascua, no comprende la Eucaristía, y la Misa le dice poco. Ciertamente es un camino largo el comprender que la Eucaristía nos une con el camino que ha recorrido la Iglesia a través de todos los siglos. El comprender la Eucaristía en el contexto de la vida de Jesús, de sus escogencias, de las bienaventuranzas, de los milagros de misericordia, de sus invectivas, de su capacidad de donación, pero no hay otro camino. Para comprender la Eucaristía tenemos que comprender a Jesús en su totalidad, todo el Evangelio; tenemos que comprender a María, a Juan Bautista, a Pablo, a Jeremías, a David, a Moisés, al pueblo de Dios: porque todas las experiencias fueron escritas para nosotros. C- Escuchemos al magisterio de la iglesia «El Prólogo de Juan se profundiza en el discurso de Cafarnaúm: si en el primero el Logos de Dios se hace carne, en el segundo es «pan» para la vida del mundo (cf. Jn 6,51), haciendo alusión de este modo a la entrega que Jesús hará de sí mismo en el misterio de la cruz, confirmada por la afirmación sobre su sangre que se da a «beber» (cf. Jn 6,53). De este modo, en el misterio de la Eucaristía se muestra cuál es el verdadero maná, el auténtico pan del cielo: es el Logos de Dios que se ha hecho carne, que se ha entregado a sí mismo por nosotros en el misterio pascual». (BENEDCITO XVI: Exhortación «Verbum Domini» (VD), 54a). 3. La Eucaristía hace la Iglesia mediante LA COMUNIÓN A- Escuchemos la Palabra de Dios: Ro. 12, 3-9.15-18 «En virtud del don que he recibido, me dirijo a cada uno de ustedes: no tengan pretensiones desmedidas, más bien, sean moderados en su propia estima, cada uno según el grado de fe que Dios le haya asignado. Es como en un cuerpo: tenemos muchos miembros, no todos con la misma función; así, aunque somos muchos, formamos con Cristo un solo cuerpo, y estamos unidos unos a otros como partes de un mismo cuerpo. Tenemos dones diversos según la gracia que Dios ha concedido a cada uno: por ejemplo, si hemos recibido el don de la profecía debemos ejercerlo según la medida de la fe, el que tenga el don del servicio, sirviendo; el de enseñar, enseñando. El que exhorta, exhortando; el que reparte, hágalo con generosidad; el que preside, con diligencia; el que alivia los sufrimientos, de buen humor. Amen con sinceridad: aborrezcan el mal y tengan pasión por el bien. En el amor entre hermanos demuéstrense cariño, estimando a los otros como más dignos... Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran. Vivan en armonía unos con otros. No busquen grandezas, pónganse a la altura de los más humildes. No se tengan por sabios. A nadie devuelvan mal por mal, procuren hacer el bien delante de todos los hombres. En cuanto dependa de ustedes, tengan paz con todos». B- Oremos y vivamos la Palabra La Eucaristía lleva la asamblea a vivir en «sí» al Padre en una experiencia de comunicación plena e indecible con Dios mismo, en Cristo, y con los hermanos. Por tanto, la Eucaristía hace de la asamblea un solo cuerpo, unido en comunión plena, perfecta por su naturaleza con Dios, que espera solamente ser descubierto en la plenitud de la gloria y realiza el deseo profundo de todo hombre de estar en comunión con Dios. Toda el ansia de la humanidad, todos los sacrificios antiguos, todo el deseo de las religiones a la comunión con Dios, se realizan en la Eucaristía. Y así como Cristo esta en perfecta comunión con el Padre, así también su cuerpo está en perfecta comunión con el Padre y por eso vive una experiencia de fraternidad. La conciencia de la Iglesia de ser cuerpo es fundamental e importantísima. Es decir, uno ya no es uno mismo, sino Iglesia; es un cuerpo con la Iglesia, su voz es la de la Iglesia y ya no importa lo que el diga, sea o haga: es la Iglesia la que hace, la que dice, la que obra. Esta es la experiencia fundamental del Presbítero y del Obispo: llegar a ser hombre de Iglesia, perderse en el cuerpo de la Iglesia, perderse a sí mismo, sus idiosincrasias, sus individualidades, y querer lo que quiere la Iglesia. No solo lo que quiere Dios, sino lo que quiere la Iglesia, porque es cuerpo de Cristo, es instrumento que ha perdido su individualidad de granito y se ha convertido en esta pasta, en este pan. Solamente por la fuerza de la Eucaristía el hombre puede renunciar a algo tan irrenunciable como es la propia subjetividad: la pérdida de la vida en el cuerpo de la Iglesia es fruto de la Eucaristía. C- Escuchemos al Magisterio de la Iglesia «Jesucristo es la Verdad en Persona, que atrae el mundo hacia sí. "Jesús es la estrella polar de la libertad humana: sin él pierde su orientación, puesto que sin el conocimiento de la verdad, la libertad se desnaturaliza, se aísla y se reduce a arbitrio estéril. Con él, la libertad se reencuentra". En particular, Jesús nos enseña en el sacramento de la Eucaristía la verdad del amor, que es la esencia misma de Dios. Ésta es la verdad evangélica que interesa a cada hombre y a todo el hombre. Por eso la Iglesia, cuyo centro vital es la Eucaristía, se compromete constantemente a anunciar a todos, "a tiempo y a destiempo" (2 Tm 4,2) que Dios es amor.. Precisamente porque Cristo se ha hecho por nosotros alimento de la Verdad, la Iglesia se dirige al hombre, invitándolo a acoger libremente el don de Dios» (BENEDICTO XVI: Exhortación Apostólica «Sacramentum Caritartis», 2). 4. La Eucaristía hace la Iglesia mediante LA IMITACIÓN Y LA MISIÓN: Jn. 13, 1.3-5.12-15 A- Escuchemos la Palabra de Dios: Jn. 13, 1.3-5.12-15 «Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre, después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Sabiendo que todo lo había puesto el Padre en sus manos, que había salido de Dios y volvía a Dios, se levanta de la mesa, se quita el manto, y tomando una toalla, se la ató a la cintura. Después echa agua en un recipiente y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba en la cintura... Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: –¿Comprenden lo que acabo de hacer? Ustedes me llaman maestro y señor, y dicen bien. Pero si yo, que soy maestro y señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes». B- Oremos y vivamos la Palabra La Eucaristía hace la Iglesia mediante la imitación. Aquí la palabra tal vez no es completa y el cuadro que nos ayuda es el lavatorio de los pies. Sabemos que Juan coloca este episodio allí donde los otros evangelistas ponen la Eucaristía, precisamente porque es una de las indicaciones más profundas de lo que es la Eucaristía: «Así como yo les he lavado los pies a ustedes, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros». La Eucaristía constituye la Iglesia como una red de servicios y ministerios recíprocos, y el mismo ministerio de Pedro se concibe como este grande amor: «Yo estoy entre ustedes como uno que sirve». La Iglesia es un cuerpo orgánico estructurado según servicios de humildad: lavar los pies es un símbolo de donación de la vida, es un modo y símbolo del servicio total de quien ejerce los servicios cotidianos. En otras palabras «dar el cuerpo y la sangre». La Eucaristía constituye la Iglesia, a imitación de Jesús, como la asamblea de los que saben dar el cuerpo y la sangre por los hermanos. Ese es el acto verdadero de la Fe. «Cuerpo» quiere decir la vida cotidiana con todas sus fatigas, los problemas, las necesidades: no buscándose a sí mismos -dice Pablo-, su propio provecho, su interés, sino cada uno buscando lo que es útil al otro, por la utilidad de los demás. «Sangre» quiere decir don de íi total: la enfermedad, la inacción, la pasividad, todo puesto al servicio de la comunidad, ofrecido por la comunidad. C- Escuchemos al Magisterio de la Iglesia «Este es el Misterio de la fe». Con esta expresión, pronunciada inmediatamente después de las palabras de la consagración, el sacerdote proclama el misterio celebrado y manifiesta su admiración ante la conversión sustancial del pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor Jesús, una realidad que supera toda comprensión humana. En efecto, la Eucaristía es "misterio de la fe" por excelencia: "es el compendio y la suma de nuestra fe". La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía. La fe y los sacramentos son dos aspectos complementarios de la vida eclesial. La fe que suscita el anuncio de la Palabra de Dios se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor resucitado que se produce en los sacramentos: "La fe se expresa en el rito y el rito refuerza y fortalece la fe". Por eso, el Sacramento del altar está siempre en el centro de la vida eclesial; "gracias a la Eucaristía, la Iglesia renace siempre de nuevo". Cuanto más viva es la fe eucarística en el Pueblo de Dios, más profunda es su participación en la vida eclesial a través de la adhesión consciente a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos. La historia misma de la Iglesia es testigo de ello. Toda gran reforma está vinculada de algún modo al redescubrimiento de la fe en la presencia eucarística del Señor en medio de su pueblo» (BENEDICTO XVI: Exhortación Apostólica «Sacramentum Caritatis», 6) 5. ¡ES E L SEÑOR! A- Escuchemos la Palabra de Dios: Jn. 21, 1-10 «Después Jesús se apareció de nuevo a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se apareció así: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos. Les dice Simón Pedro: "Voy a pescar". Le responden: "Nosotros también vamos". Salieron, y subieron a la barca; pero aquella noche no pescaron nada. Al amanecer Jesús estaba en la playa; pero los discípulos no reconocieron que era Jesús. Les dice Jesús: "Muchachos, ¿tienen algo de comer?". Ellos contestaron: "No". Les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Tiraron la red y era tanta la abundancia de peces que no podían arrastrarla. El discípulo amado de Jesús dice a Pedro: "Es el Señor". Al oír Pedro que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los demás discípulos se acercaron en el bote, arrastrando la red con los peces, porque no estaban lejos de la orilla, apenas unos cien metros. Cuando saltaron a tierra, ven unas brasas preparadas y encima pescado y pan. Les dice Jesús: "Traigan algo de lo que acaban de pescar». B- Oremos y vivamos la Palabra La narración de la aparición de Jesús a algunos de los discípulos después de la infructuosa pesca en el lago, en su desarrollo narrativo, condensa los temas principales de la historia de la salvación. Comienza la narración con una sugestiva descripción de la condición humana. De fondo esta la oscuridad de la noche, que termina en la luz matutina. Pero es una luz todavía incierta, que no permite una visión nítida de las cosas. En relación con esta situación ambiental esta la situación espiritual de los discípulos. Parten con el gesto audaz y seguro, expresado en la propuesta de Pedro: «Voy a pescar» (v. 3). Pero no pescan nada. Palpan con la mano que no hay una identidad plena y cierta entre los bienes que el hombre pretende y los bienes que efectivamente alcanza. Lo que los discípulos buscaron en vano con la fatiga infructuosa de la noche, Jesús se lo concede milagrosamente. El llena el vacío que separa el deseo humano de su objeto. El gesto milagroso incita a los discípulos a preguntarse quién es el misterioso personaje que ha aparecido en la orilla del lago. Pero el milagro suscita un camino de fe: el camino que el discípulo predilecto recorre con los pasos rápidos del corazón y que Pedro recorre nadando sobre las olas del lago. El punto crucial de este camino está en reconocer que el Jesús Resucitado, que satisface los deseos del hombre, es también el Jesús Crucificado, que ha confiado al Padre el cumplimiento de los propios deseos. Ha aceptado perder la propia vida sobre la cruz, para cumplir la misión de proclamar al hombre pecador y alejado de Dios que el Padre no lo abandona al fracaso, no lo rechaza aunque este rechazado; más aún, le dona su propio Hijo para demostrar que ni siquiera el pecado impide a Dios amar al hombre y atraerlo a sí en un gesto de perdón, que vence al pecado y a la muerte. Todo esto se encuentra implícitamente en el grito del discípulo predilecto, que rompe el silencio de la mañana: «¡Es el Señor!» (v.7). Esta expresión, en efecto, recuerda las profesiones de fe de la Iglesia primitiva. Jesús, que se ha humillado en la muerte, obediente al Padre y por amor a los hombres, ha sido glorificado por el Padre y ha sido proclamado Señor, es decir, el que lleva plenamente en si la fuerza del amor y de salvación que es propia de Dios mismo. C- Escuchemos al Magisterio de la Iglesia «Es significativo que los Padres sinodales hayan afirmado que "los fieles cristianos necesitan una comprensión más profunda de las relaciones entre la Eucaristía y la vida cotidiana. La espiritualidad eucarística no es solamente participación en la Misa y devoción al Santísimo Sacramento. Abarca la vida entera"... Hoy se necesita redescubrir que Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, sino una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos. Por eso la Eucaristía, como fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, se tiene que traducir en espiritualidad, en vida "según el Espíritu" (cf. Ro. 8,4 s; Ga. 5,16.25). Resulta significativo que san Pablo, en el pasaje de la Carta a los Romanos en que invita a vivir el nuevo culto espiritual, menciona al mismo tiempo la necesidad de cambiar el propio modo de vivir y pensar: "Y no se ajusten a este mundo, sino transfórmense por la renovación de la mente, para que sepan discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto". De esta manera, el Apóstol de las gentes subraya la relación entre el verdadero culto espiritual y la necesidad de entender de un modo nuevo la vida y vivirla. La renovación de la mentalidad es parte integrante de la forma eucarística de la vida cristiana, "para que ya no seamos niños, juguete de las olas, arrastrados por el viento de cualquier doctrina, por el engaño de la astucia humana y por los trucos del error" (Ef 4,14)» (BENEDICTO XVI: Exhortación Apostólica «Sacramentum Caritatis», 77) 6. JESÚS TOMO EL PAN Y SE LO DIO A- Escuchemos la Palabra de Dios: Jn. 21, 11-14 «Pedro subió a la barca y arrastró hasta la playa la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aunque eran tantos, la red no se rompió. Les dice Jesús: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó pan y se lo repartió a ellos e hizo lo mismo con el pescado. Ésta fue la tercera aparición de Jesús, ya resucitado, a sus discípulos». B- Oremos y vivamos la Palabra «Jesús se acercó, tomó el pan y se lo repartió a ellos» (Jn. 21, 13). Esta comunión de mesa entre Jesús y los suyos retoma el vocabulario eucarístico del Nuevo Testamento y nos invita a reflexionar sobre la Cena y sobre la Eucaristía. La Eucaristía, tal como es acogida en la fe de la Iglesia, presenta un aspecto sorprendente, que trastorna la inteligencia y conmueve el corazón. Estamos ante uno de esos gestos abismales del amor de Dios, ante los cuales la única actitud posible al hombre es la de una rendición de adoración, llena de ilimitada gratitud. La Eucaristía no es sólo la modalidad querida por Jesús para hacer perennemente presente la eficacia salvífica de la Pascua. En ella no está solamente presente la voluntad de Jesús, que instituye un gesto de salvación. En ella está presente simplemente (¡pero cuántos misterios en esta simplicidad!) Jesús mismo. En la Eucaristía Jesús se entrega a nosotros. Solamente Él puede darse a nosotros Él mismo como don, porque solamente Él es una sola cosa con el amor infinito de Dios, que puede hacer cualquier cosa. Jesús, que ya de muchas maneras atrae a sí a la Iglesia con la fuerza de su Espíritu y de su Palabra, suscita en la Iglesia la voluntad de obedecer a su mandato: «Hagan esto en memoria mía». Y cuando la Iglesia, en la humildad y en la sencillez de su fe, obedece a este mandato, Jesús con el poder de su Espíritu y de su Palabra lleva la atracción de la Iglesia a sí al nivel de una comunión tan intensa que se convierte en autentica y real presencia de Él mismo en la Iglesia: el pan y el vino se convierten realmente, por esa misteriosa transformación que obra el Espíritu Santo, en el Cuerpo entregado y en la Sangre derramada sobre la Cruz. En los signos convivales del comer, beber, festejar se realiza la comunión real de los creyentes con el Señor. La FE nos permite descubrir y reconocer que se trata de prodigios que florecen sobre ese prodigio de inagotable amor, que es el misterio pascual. Por otra parte, se podría decir que se trata de la cosa más sencilla: Dios, en la Eucaristía de Jesús, toma en serio la propia voluntad de alianza, es decir, la decisión de estar realmente con los hombres, de acogerlos como hijos, de atraerlos a la intimidad de su vida. C- Escuchemos al Magisterio de la iglesia «" El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6,51). Con estas palabras el Señor revela el verdadero sentido del don de la propia vida por todos los hombres y nos muestran también la íntima compasión que Él tiene por cada persona. En efecto, los Evangelios nos narran muchas veces los sentimientos de Jesús por los hombres, de modo especial por los que sufren y los pecadores (cf. Mt. 20,34; Mc. 6,54; Lc. 9,41). Mediante un sentimiento profundamente humano, Él expresa la intención salvadora de Dios para todos los hombres, a fin de que lleguen a la vida verdadera. Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de la propia vida que Jesús ha hecho en la Cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo, que « consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento.... Por consiguiente, nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía, han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse "pan partido" para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno... En verdad, la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo» (BENEDICTO XVI: Exhortación Apostólica «Sacramentum Caritatis», 88). 7. La Eucaristía se celebra EN LA IGLESIA Y DESDE LA IGLESIA A- Escuchemos la Palabra de Dios: Jn. 21, 15 «Cuando terminaron de comer, dice Jesús a Simón Pedro: "Simón hijo de Juan, ¿me quieres más que éstos?". Él le responde: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dice: "Apacienta mis corderos"» B- Oremos y vivamos la Palabra Estas palabras nos invitan a profundizar la relación entre Eucaristía e Iglesia. Por una parte, la Eucaristía se celebra en la Iglesia y desde la Iglesia: sucede solamente dentro de la fe de la Iglesia, que es fiel al mandamiento de Jesús. Por otra parte, la Eucaristía, en cuanto presencia perenne de la Pascua, es la que hace la Iglesia. Para comprender estos aspectos, debemos pensar en la «atracción» con la que Jesús constituye y reúne a su alrededor a la Iglesia, mediante el Espíritu Santo y la Palabra. Para tener una idea sencilla y concreta de esta atracción, volvamos al capítulo 21 del cuarto Evangelio. Pensemos en la triple profesión de amor por parte de Pedro (Jn. 21, 15-17). Está llena de resonancias sicológicas, de dolorosa conciencia humana, de sentimientos apasionados e intensos. Pero, en últimas, no es el producto de energías humanas. Sin duda se puede extender a esta profesión de amor del capitulo 21 de Juan lo que se dice de la profesión de fe del capitulo 16 de Mateo: es un don que viene de lo alto, es iniciativa del Padre: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo!» (Mt. 16, 17). En este amor de Pedro por Jesús se vislumbra el misterio de la Iglesia. La Iglesia es la esposa enamorada de Cristo. Su amor por Cristo es rico de lo concreto, empeña las energías más bellas de la libertad, crea iniciativas generosas y abiertas. Pero la Iglesia sabe que puede amar, porque es amada. Por lo demás, en todo autentico amor vibra un impulso de confianza. Por tanto, el cristiano se deja amar de Cristo y hace consistir su amor en la respuesta fiel al amor de Jesús. La Eucaristía es precisamente la realización de esta fidelidad. C- Escuchemos al Magisterio de la Iglesia «Por el Sacramento eucarístico Jesús incorpora a los fieles a su propia "hora"; de este modo nos muestra la unión que ha querido establecer entre Él y nosotros, entre su persona y la Iglesia. En efecto, Cristo mismo, en el sacrificio de la cruz, ha engendrado a la Iglesia como su esposa y su cuerpo. Los Padres de la Iglesia han meditado mucho sobre la relación entre el origen de Eva del costado de Adán mientras dormía (cf. Gn. 2,21-23) y de la nueva Eva, la Iglesia, del costado abierto de Cristo, sumido en el sueño de la muerte: del costado traspasado, dice Juan, salió sangre y agua (cf. Jn. 19,34), símbolo de los sacramentos. El contemplar "al que atravesaron" (Jn. 19,37) nos lleva a considerar la unión causal entre el sacrificio de Cristo, la Eucaristía y la Iglesia. En efecto, la Iglesia "vive de la Eucaristía"» (BENEDICTO XVI: Exhortación Apostólica «Sacramentum, Caritatis», 14). 8. Eucaristía: signo y realidad de DIVINA ATRACCIÓN A- Escuchemos la Palabra de Dios: Jn. 12, 20-36 «Había unos griegos que habían subido para los cultos de la fiesta. Se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le pidieron: "Señor, queremos ver a Jesús". Felipe va y se lo dice a Andrés; Felipe y Andrés van y se lo dicen a Jesús. Jesús les contesta: "Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado. Les aseguro que, si el grano de trigo caído en tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que se aferra a la vida la pierde, el que desprecia la vida en este mundo la conserva para una vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde yo estoy estará mi servidor; si uno me sirve, lo honrará el Padre. Ahora mi espíritu está agitado, y, ¿qué voy a decir? ¿Que mi Padre me libre de este trance? No; que para eso he llegado a este trance. Padre, da gloria a tu Nombre". Vino una voz del cielo: "Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré". La gente que estaba escuchando decía: "Ha sido un trueno". Otros decían: "Le ha hablado un ángel". Jesús respondió: "Esa voz no ha sonado por mí, sino por ustedes. Ahora comienza el juicio de este mundo y el príncipe de este mundo será expulsado. Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí". Lo decía indicando de qué muerte iba a morir. La gente le contestó: "Hemos oído en la ley que el Mesías permanecerá para siempre; ¿cómo dices tú que el Hijo del Hombre tiene que ser levantado? ¿Quién es este Hijo del Hombre?" Jesús les dijo: "La luz está todavía entre ustedes, pero por poco tiempo. Caminen mientras tengan luz, para que no los sorprendan las tinieblas. Quien camina a oscuras no sabe adónde va. Mientras tengan luz, crean en la luz y serán hijos de la luz". B- Oremos y vivamos la Palabra Detengámonos un poco sobre esta palabra bíblica: «Atraeré todos hacia mí». Aunque no se refiera directamente a la Eucaristía, leída en su contexto (Jn. 12, 20-36), puede ayudar a comprender el sentido profundo, porque ilustra la energía interior de la Pascua, de la que la Eucaristía es la manifestación y la actuación. Algunos griegos, que subieron a Jerusalén para las fiestas de Pascua, desearon ver a Jesús (Jn. 12, 20-21). El mundo no hebreo comienza también a interesarse de Él. Está por llegar el gran momento del encuentro con todos los pueblos. Jesús podría atraerlos a Él con algún gesto maravilloso. En cambio, su reacción es aparentemente decepcionante: ellos no ven nada de extraordinario; solo verán un grano de trigo que cae en la tierra, desaparece y muere (cfr. Jn. 12, 23-24). Pero precisamente esta muerte glorificará al Hijo del hombre, revelará definitivamente el amor del Padre, será el principio de la vida. Cuando sea levantado sobre la cruz, Jesús aparecerá a los ojos de todos como el Salvador del mundo, atraerá hacia sí a todos los hombres, para involucrarlos en su mismo movimiento de donación al amor del Padre (cfr. Jn. 12, 32-36. 44-50). Los griegos, que habían subido a Jerusalén para la fiesta de la Pascua hebrea, verán la Pascua nueva y definitiva, el éxodo, el paso, el regreso de Jesús al Padre, el comienzo del gran retorno de toda la humanidad reconciliada y salvada. Bajo esta luz intuimos que la Pascua, precisamente para realizar su eficacia universal de reconciliación y de comunión, tendrá que suscitar un gesto, un signo, un instrumento, con el cual llegar a todo hombre para atraerlo a Jesús y, con Jesús, llevarlo al Padre. Dicho gesto o signo, siendo convocación de más personas en Jesús, en vista de una atracción hacia el misterio de Dios, tendrá entre sus características fundamentales por lo menos las siguientes: la de expresar y realizar la comunión del hombre con Cristo; la de convocar a los hombres, reuniéndolos en una asamblea de salvación, en una fraternidad; la de atraer hacia lo trascendente, configurándose como una celebración del misterio, como un rito sagrado, que inserta al hombre en el sacrificio de Cristo, en la adoración y obediencia filial con la que Jesús acogió y cumplió la voluntad amorosa del Padre. Eso es precisamente la Eucaristía: atracción, convocación, comunión, sacrificio; todo vivido en una celebración ritual. C- Escuchemos al Magisterio de la Iglesia «En el Sacramento del altar, el Señor va al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn. 1,27), acompañándole en su camino. En efecto, en este Sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad. Puesto que sólo la verdad nos hace auténticamente libres (cf. Jn 8,36), Cristo se convierte para nosotros en alimento de la Verdad. San Agustín, con un penetrante conocimiento de la realidad humana, ha puesto de relieve cómo el hombre se mueve espontáneamente, y no por coacción, cuando se encuentra ante algo que lo atrae y le despierta el deseo. Así pues, al preguntarse sobre lo que puede mover al hombre por encima de todo y en lo más íntimo, el santo obispo exclama: "¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad?". En efecto, todo hombre lleva en sí mismo el deseo inevitable de la verdad última y definitiva. Por eso, el Señor Jesús, « el camino, la verdad y la vida » (Jn 14,6), se dirige al corazón anhelante del hombre, que se siente peregrino y sediento, al corazón que suspira por la fuente de la vida, al corazón que mendiga la Verdad» (BENEDICTO XVI: Exhortación apostólica «Sacramentum Caritatis», 2) 9. DIOS CON NOSOTROS A- Escuchemos la Palabra de Dios: Jn. 6, 35-40.51.55-56 «Jesús dijo a la gente: "Yo soy el pan de la vida: el que viene a mí no pasará hambre, el que cree en mí no pasará nunca sed. 6 Pero ya les he dicho: ustedes [me] han visto y sin embargo no creen. Los que el Padre me ha confiado vendrán a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera; porque no bajé del cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y ésta es la voluntad del que me envió, que no pierda a ninguno de los que me confió, sino que los resucite [en] el último día. Porque ésta es la voluntad de mi Padre, que todo el que contempla al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré [en] el último día... Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá siempre. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne... Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él». B- Oremos y vivamos la Palabra Parece que el hombre de hoy ya no logra creer en nadie, no puede confiar en nadie. Tantas cosas que creíamos basadas en la justicia y en la honestidad nos desilusionan, nos sorprenden; muchas relaciones que creíamos verdaderas se revelan inauténticas. Y el hombre cae en la tentació6n de creerse abandonado, de creerse solo, de tener miedo de compartir, de participar su vida con los demás; miedo de dar y de promover la vida. Hay un mensaje para este hombre que teme ser abandonado y que ya no logra creer en nadie. El mensaje nos viene de la misma Palabra de Dios: Dios nos alimenta con su Palabra, nos alimenta con su vida. Es «Dios con nosotros». Cristo nos hace vivir en Él y juntos, como hermanos, en la misma casa; Cristo nos hace compartir la misma existencia. La Eucaristía, centro de la comunidad, es fuente, origen, motor de la convivencia de la vida y de los bienes; es el motivo último e innegable de esa confianza que estamos llamados creativamente a darnos los unos a los otros, superando todas las sospechas y desconfianzas. Una confianza creativa, porque no cierra los ojos ante el mal y la injusticia; más bien crea, por medio de la bondad y la fuerza del amor, una renovación no solo en sí, sino también en las personas que encuentra. Así como Jesús, alimentándonos con su Cuerpo y con su Sangre, nos da a cada uno de nosotros, tan poco dignos de confianza por nuestros pecados, la capacidad de confiar en Él y de recibir de Él la confianza de nuestros hermanos, así también, partiendo de la Eucaristía, nuestro encuentro recíproco nos debe hacer crecer en la capacidad de dar confianza, de crear confianza a nuestro alrededor entre unos y otros. C- Escuchemos al Magisterio de la Iglesia «Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, "qué inició y completa nuestra fe" (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación» (BENEDICTO XVI: Exhortación «Porta Fidei» (PF), 13b). 10. La Misa del Domingo, GESTO Y EXPERIENCIA VITAL A- Escuchemos la Palabra de Dios: 1Co. 11, 23-26 «Yo recibí del Señor lo que les transmití: que el Señor, la noche que era entregado, tomó pan, dando gracias lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía. De la misma manera, después de cenar, tomó la copa y dijo: Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre. Cada vez que la beban háganlo en memoria mía. Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor, hasta que vuelva» B- Oremos y vivamos la Palabra Queremos que el Espíritu realice en nosotros los mismos prodigios que obro la primera vez en los apóstoles y construya nuestra unidad y la de todo el género humano, liberándonos de las divisiones, de los individualismos que pesan trágicamente sobre nuestra sociedad. Para nosotros, cristianos, la unidad está visiblemente señalada y misteriosamente realizada en la Eucaristía, que se convierte así en el «centro de la comunidad cristiana y de su misión». Queremos descubrir el valor de la Eucaristía, no limitándonos a repetir todos los domingos el rito de la Misa como un gesto fuera de la vida y de nuestras escogencias cotidianas, sino haciéndola centro, punto de referencia y criterio de búsqueda vocacional, de revisión de nuestra vida cristiana. El gesto de Jesús que se dona completamente al Padre por la salvación del hombre, y que el mismo repite en toda celebraci6n, debe convertirse en nuestra continua tensión, es decir, debe alimentar en nosotros el compromiso, la valentía y la capacidad de darnos a los demás, de servir a nuestro prójimo, de entender toda la vida en el signo de la caridad. El reunirnos todos los domingos en la Misa debe convertirse en ocasión para renovar este compromiso con la seguridad de no estar solos y poder contar siempre con la ayuda de los hermanos que comparten la misma fe y se alimentan con el mismo Cuerpo y Sangre del Señor. Así también la Eucaristía se convierte en un testimonio luminoso y maravilloso de un nuevo modo de entender la convivencia humana, en una fuente impetuosa de justicia, de fraternidad, de caridad que se extiende sobre toda nuestra sociedad. Es necesario que ese misterio de amor, que celebramos en la Misa y que adoramos presente en nuestras iglesias, produzca sus frutos todos los días y cure los males mas difundidos hoy, llevándonos a todos a interesarnos por nuestro prójimo, a ayudarlo, a cambiar estructuras y situaciones que ofenden gravemente la dignidad humana. C- Escuchemos al Magisterio de la iglesia «Los Padres sinodales, conscientes del nuevo principio de vida que la Eucaristía pone en el cristiano, han reafirmado la importancia del precepto dominical para todos los fieles, como fuente de libertad auténtica, para poder vivir cada día según lo que han celebrado en el "día del Señor". En efecto, la vida de fe peligra cuando ya no se siente el deseo de participar en la Celebración eucarística, en que se hace memoria de la victoria pascual. Participar en la asamblea litúrgica dominical, junto con todos los hermanos y hermanas con los que se forma un solo cuerpo en Jesucristo, es algo que la conciencia cristiana reclama y que al mismo tiempo la forma. Perder el sentido del domingo, como día del Señor para santificar, es síntoma de una pérdida del sentido auténtico de la libertad cristiana, la libertad de los hijos de Dios. A este respecto, son hermosas las observaciones de mi venerado predecesor Juan Pablo II en la Carta apostólica "Dies Domini", a propósito de las diversas dimensiones del domingo para los cristianos: es día del Señor, con referencia a la obra de la creación; día de Cristo como día de la nueva creación y del don del Espíritu Santo que hace el Señor Resucitado; día de la Iglesia como día en que la comunidad cristiana se congrega para la celebración; día del hombre como día de alegría, descanso y caridad fraterna» (BENEDICTO XVI: Exhortación Apostólica «Sacramentum Caritatis», 73) 11. EUCARISTÍA Y DUREZA DE CORAZÓN A- Escuchemos la Palabra de Dios: 2Sm. 7, 1-8.11b «Cuando David se estableció en su casa y el Señor le dio paz con sus enemigos de alrededor, dijo el rey al profeta Natán: "Mira, yo estoy viviendo en una casa de cedro, mientras el arca de Dios vive en una tienda de campaña". Natán le respondió: "Ve a hacer todo lo que tienes pensado, que el Señor está contigo". Pero aquella noche recibió Natán esta Palabra del Señor: "Ve a decir a mi siervo David: Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Desde el día en que saqué a los israelitas de Egipto hasta hoy no he habitado en una casa, sino que he viajado de aquí para allá en una tienda de campaña que me servía de santuario. Y en todo el tiempo que viajé de aquí para allá con los israelitas, ¿encargué acaso a algún juez de Israel, a los que mandé pastorear a mi pueblo, Israel, que me construyese una casa de cedro? Y ahora, di esto a mi siervo David: Así dice el Señor Todopoderoso: ... el Señor te comunica que te dará una dinastía». B- Oremos y vivamos la Palabra Podemos hacernos iluminar por esta página del Antiguo Testamento (cfr. 2 Sam 7,111). El rey David, después de haberse construido un palacio en Jerusalén sintió el deseo de construir una casa para el Señor, un templo para colocar alii el área de la alianza, que todavía estaba bajo una tienda. En su deseo había un sincero sentido religioso y mucha gratitud por el bien que el Señor le había hecho. Pero había también el orgullo de hacerse ver grande e importante para con el Señor. Había la sutil complacencia de contar a Dios mismo entre los habitantes de su propia ciudad. Había la secreta esperanza de tener a Dios a la propia disposición, de poder manejarlo, de asegurarse su poderosa protección. El profeta Natán, a quien consulta al respecto, al principio da su aprobación, pero después, por una improvisa revelación nocturna, vuelve donde el rey para disuadirlo de la realización del proyecto: no sería David quien le edificaría una casa al Señor, sino el Señor quien le consolidaría la casa y le garantizaría una descendencia. También nosotros muchas veces nos acercamos a la Eucaristía con las mismas actitudes con las que David se acercaba al misterio de la presencia del Señor. Ya tenemos nuestros proyectos. Presumimos saber que es la Eucaristía y colocarla tranquilamente entre lo que poseemos. En fin, ya hemos construido nuestra vida según un programa en el que estamos nosotros en el centro. Este es el oscuro misterio de la dureza de corazón del hombre, de su lentitud para creer, de lo que nos hablan tan a menudo las Escrituras. Nosotros sabemos que en la Eucaristía obra la Pascua, está presente la «carne de Jesús para la vida del mundo» (Jn. 6, 51). Tratemos, por tanto, de comprender qué mensaje envía la Pascua a nuestra vida por medio de la Eucaristía. Pero esta búsqueda no es del todo pura. A través de nuestra experiencia, de nuestros encuentros con los demás, nos hemos hecho una idea de nuestra vida. No vamos hasta el fondo en esta búsqueda; nos detenemos en el punto en el que nuestra vida nos parece un bien que, efectivamente, está en nuestras manos y espera ser plasmado prácticamente sólo por nosotros mismos. C- Escuchemos al Magisterio de la Iglesia «El relato de Lucas sobre los discípulos de Emaús nos permite una reflexión ulterior sobre la unión entre la escucha de la Palabra y el partir el pan (cf. Lc24,13-35). Jesús... «les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura» (Lc. 24,27)... Los dos discípulos comienzan a mirar de un modo nuevo las Escrituras. Lo que había ocurrido en aquellos días ya no aparece como un fracaso, sino como cumplimiento y nuevo comienzo. Sin embargo, tampoco estas palabras les parecen aún suficientes a los dos discípulos. El Evangelio de Lucas nos dice que sólo cuando Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, "se les abrieron los ojos y lo reconocieron" (Lc. 24,31), mientras que antes "sus ojos no eran capaces de reconocerlo" (Lc. 24,16). La presencia de Jesús, primero con las palabras y después con el gesto de partir el pan, hizo posible que los discípulos lo reconocieran, y que pudieran revivir de un modo nuevo lo que antes habían experimentado con él: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc. 24,32)» (BENEDCITO XVI: Exhortación «Verbum Domini» (VD), 54b) 12. EUCARISTÍA Y CONFLICTOS ECLESIALES A- Escuchemos la Palabra de Dios: 1Co. 11, 17.20-22.26-29.33 «He sabido que cuando ustedes se reúnen como iglesia hay divisiones entre ustedes; y en parte lo creo... Por tanto, cuando se reúnen, esto ya no es comer la cena del Señor, porque al comer, cada uno toma primero su propia cena; y uno pasa hambre y otro se embriaga. ¿Qué? ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O menosprecian la iglesia de Dios y avergüenzan a los que nada tienen? ¿Qué les diré? ¿Los alabaré? En esto no los alabaré... Porque todas las veces que coman este pan y beban esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que Él venga. De manera que el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, examínese cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba de la copa. Porque el que come y bebe sin discernir correctamente el cuerpo del Señor, come y bebe juicio para sí mismo... Así que, hermanos míos, cuando se reúnan para comer, espérense unos a otros» B- Oremos y vivamos la Palabra Pablo es explicito en la Primera Carta a los Corintios, en el capítulo 11: el modo como los Corintios celebran la cena del Señor es digno de reproche. No produce salvación, sino condenación, porque no dejan que la caridad de Cristo, presente en la Eucaristía, atraiga y transforme sus corazones. Siguen divididos entre sí, más aún, precisamente con ocasión de las reuniones en las que se celebra la cena del Señor, ellos aumentan las divisiones y ofenden a los hermanos mas pobres (1Co. 11, 17-34). La Eucaristía es incompatible con las divisiones en la Iglesia! Cae, pues, sobre la comunidad cristiana el riesgo de que la Eucaristía, no secundada en el dinamismo de caridad que de ella promana, no logre superar los egoísmos y las incomprensiones que emergen continuamente en la vida comunitaria. A su vez, esta debilidad y mezquindad nuestra, no tocada ni purificada por la Eucaristía, nos hace aún mas impreparados y torpes ante el misterio eucarístico. Pensemos en las tensiones que afligen la vida de la comunidad y nos inquietan más frecuentemente. Una lectura de estas tensiones a la luz de la Eucaristía ayudaría a descubrir lo complementario de la misma. En efecto, la Eucaristía, puesto que es la atracción de todos los aspectos de la vida en el misterio Cristo y del Padre, requiere una plena fidelidad a la historia de Jesús y a las formas rituales e institucionales que nos unen a Él, pero al mismo tiempo invita a una presencia multiforme, esencial, cordial en todos los aspectos de la vida humana, que deben orientarse hacia Cristo. La visión, que desciende de la Eucaristía, la sustituimos con las visiones que dependen de nuestros prejuicios, de nuestros modos de entender la vida comunitaria. Las diversas perspectivas, en vez de integrarse, se radicalizan en contraposiciones, que nos ponen en la ocasión de ser mordaces en los juicios, duros en los comportamientos, fogosos en las discusiones, tercos en los programas. Así, corremos el riesgo de aumentar las tensiones, las explosiones de nerviosismo, los resentimientos amargos, la pereza para intuir las necesidades de los demás, etc. Si aceptáramos el proyecto de vida comunitaria que nos viene de la Eucaristía, encontraríamos la verdadera valoración hasta de nuestros modos de ver y, sobre todo, experimentaríamos la fuerza de la caridad de Cristo que nos atrae al corazón del Padre y se hace victoriosa sobre nuestros pecados. C- Escuchemos al Magisterio de la Iglesia «La Eucaristía es por su naturaleza sacramento de paz. Esta dimensión del Misterio eucarístico se expresa en la celebración litúrgica de manera específica con el rito de la paz. Se trata indudablemente de un signo de gran valor (cf. Jn. 14,27). En nuestro tiempo, tan lleno de conflictos, este gesto adquiere, también desde el punto de vista de la sensibilidad común, un relieve especial, ya que la Iglesia siente cada vez más como tarea propia pedir a Dios el don de la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana. La paz es ciertamente un anhelo irreprimible en el corazón de cada uno. La Iglesia se hace portavoz de la petición de paz y reconciliación que surge del alma de toda persona de buena voluntad, dirigiéndola a Aquél que "es nuestra paz" (Ef. 2,14), y que puede pacificar a los pueblos e individuos aun cuando fracasan las iniciativas humanas» (BENEDICTO XVI: Exhortación Apostólica «Sacramentum Caritatis», 49). Cordial saludo. He elaborado las reflexiones para las 1 HORAS DE ADORACION EUCARISTICA del día del CORPUS CHRISTI. Cada tema consta de tres partes: a) Escuchemos la PALABRA DE DIOS b) Oremos y vivamos la Palabra c) Escuchemos al Magisterio de la iglesia. Cada grupo de adoradores verá cómo organiza su hora y en ella estas tres partes. Las tres. en conjunto, utilizan la cuarta parte del tiempo de adoración, es decir, alrededor de un cuarto de hora (15 minutos). El resto de la hora lo completarán con CANTOS, SILENCIO, PRECES, etc. Espero que sirva este material. Que Dios nos siga bendiciendo. Carlos Pabón Cárdenas, CJM.