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El rol del sistema
de inteligencia en un
régimen democrático
GERARDO ARCE*
Los últimos acontecimientos relacionados con la venta de información por agentes de inteligencia
de la Marina a empresas privadas de seguridad han vuelto a poner en debate el rol de los servicios
de inteligencia en un régimen democrático. Las siguientes líneas buscan aportar algunos
elementos a ese debate. Antes de analizar la evolución del sistema de inteligencia peruano
quisiéramos dar una definición de lo que entendemos por inteligencia. A este respecto seguimos lo
señalado por Fabián Sain, quien define la inteligencia como «la actividad institucional relativa a la
obtención de información clave para los asuntos de la seguridad interna y externa del Estado y a
su posterior procesamiento analítico e interpretativo».1 Asimismo, para este autor la actividad de
inteligencia es un proceso global de producción de conocimientos que contaría con cuatro fases o
momentos fundamentales, a saber: (i) la recolección de la información básica; (ii) el análisis de
inteligencia; (iii) la realización de tareas de contrainteligencia; y (iv) la difusión de los conocimientos
producidos entre las autoridades.2
La primera etapa consiste en la adquisición y reunión intencional de «un conjunto de datos y
conocimientos específicos —información organizada— acerca de personas y actores así como
también acerca de las acciones, actividades, prácticas, relaciones y acontecimientos por ellos
protagonizados, y de situaciones, ambientes y lugares vinculados a todos estos aspectos». La
segunda etapa, la del análisis de inteligencia, consiste en «la sistematización, calificación, estudio
e interpretación de la información obtenida precedentemente con el objetivo de producir un
conocimiento sistemático y organizado, y de elaborar un cuadro de situación o diagnóstico acerca
de determinada situación política, económica o social relevante para los asuntos de seguridad
interna o externa del Estado». La tercera etapa, la de la contrainteligencia, consiste en la
realización de tareas para la «protección y resguardo de la información obtenida, así como de los
análisis y conocimientos producidos, de los organismos y agentes encargados de dichas labores,
de las actividades desarrolladas […] frente a las acciones desarrolladas por individuos, grupos u
organizaciones —locales o internacionales, internos o externos a los propios organismos—
tendientes a obstaculizar o impedir las actividades del Estado, o vulnerar la seguridad interna o
externa del mismo». Por último, la cuarta etapa, consistente en la «difusión de los conocimientos
producidos precedentemente entre las autoridades, agencias u organismos competentes —sean
estas ejecutivas, judiciales o legislativas— a los efectos del desarrollo de las labores institucionales
pertinentes en materia de seguridad interna y externa del Estado».3 Esta última etapa es la más
importante, y la que le da sentido a las actividades de inteligencia en un régimen democrático e
impide que los organismos cobren demasiada autonomía y se conviertan en esferas de poder fuera
del control político, como ha ocurrido en nuestro país en el pasado.
Tradicionalmente se había hecho una distinción entre inteligencia exterior e inteligencia interior:
la primera destinada a conocer las fortalezas, debilidades y posibles líneas de acción de otros
Estados y organizaciones o grupos foráneos; y la segunda dedicada a obtener información sobre
individuos y grupos organizados que actúan dentro de las fronteras nacionales contra la estabilidad
de las instituciones.4 Sin embargo, en los últimos años esta división o compartimentalización de las
tareas de inteligencia ha sido criticada, debido al carácter trasnacional de las nuevas amenazas, la
porosidad de las fronteras estatales y la profundización de la globalización. Este nuevo contexto
hace que la distinción entre frente interno y frente externo tenga que ser relativizada y se ponga
énfasis en el carácter transversal de la producción de inteligencia, así como en la interoperatividad
de las agencias y el intercambio de información.
En el Perú, los servicios de inteligencia estuvieron controlados y gestionados desde su creación
por las Fuerzas Armadas. Al no estar sometidos a las autoridades civiles democráticamente
elegidas y ser fiscalizados por estas, no desempeñaron un rol adecuado para el régimen
democrático. Como señalan Rospigliosi y Basombrío: «los servicios de inteligencia nacen en el
contexto de reformas tendientes a profesionalizar las Fuerzas Armadas en la década de 1950»,5 en
la misma década de fundación del CAEM, centro de estudios desde donde se desarrollará una
visión de las Fuerzas Armadas no solo dedicadas a tareas propias de la defensa nacional frente a
agresores externos, sino también comprometidas con el desarrollo nacional y la política interna. En
1959 se crea el Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE) y en 1960 el Servicio de Inteligencia
Nacional (SIN), en un ambiente ideológico marcado por la agudización de la Guerra Fría, los
temores causados en el estamento militar por el triunfo de la Revolución Cubana y sus posibles
repercusiones regionales, y las primeras formulaciones de lo que después se conocería como la
doctrina de Seguridad Nacional.6
En efecto, la profunda preocupación que causó en las Fuerzas Armadas el enfrentamiento con
los grupos guerrilleros de la década de 1960, grupos que si bien no representaron una real
amenaza militar estuvieron inspirados en la experiencia cubana (y en algunos casos entrenados en
dicho país), las llevó a tener una mayor preocupación por el «frente interno», por toda posible
amenaza a la estabilidad nacional. Como señala Rospigliosi:
Los servicios de inteligencia han estado, desde su creación, básicamente preocupados por el «frente
interno» y han ejercido una labor de investigación y espionaje, política y social, vigilando no solo a los
presuntos subversivos, sino a todas las organizaciones políticas y sociales.7
Este fue el patrón histórico de la inteligencia militar en el Perú, patrón que se vio acentuado con
el inicio de la guerra interna en 1980.
El mayor cambio en el funcionamiento de los servicios de inteligencia se dio en 1990 con la
llegada de Fujimori y Montesinos al poder. Hasta ese momento los servicios de los institutos
armados eran relativamente fuertes y autónomos, y el SIN pequeño y dependiente. El SIN era «un
organismo burocrático, que se abastecía básicamente de la información que le proporcionaban los
servicios de inteligencia del Ejército, la Marina, la Fuerza Aérea y la Policía».8 Montesinos
centraliza el sistema de inteligencia, toma al SIN como su base de operaciones, le da más poder y
funciones, y somete y controla a los servicios de los institutos armados. El SIN crece en personal,
presupuesto y tamaño y se convierte en la policía política del régimen, encargada de espiar y
manipular a las Fuerzas Armadas, realizar campañas políticas y sicosociales a favor del gobierno
de Fujimori, hostigar a la oposición política, someter a los medios de comunicación y las principales
instituciones democráticas como el Parlamento, el Poder Judicial y el Ministerio Público.
En el año 2000, en las postrimerías del régimen, el SIN es desactivado por el propio Fujimori
debido a escándalos de corrupción. Durante el gobierno de transición se aprobó la ley que creaba
el Consejo Nacional de Inteligencia (CNI) en reemplazo del SIN. Posteriormente, durante el
gobierno de Alejandro Toledo, se sucedieron en menos de tres años ocho jefes del CNI, entre
militares y civiles, que en varios casos dejaron el cargo debido a escándalos políticos. Estos
problemas surgieron debido a que todavía se trabajaba con parte del personal de la década
pasada, cuando el SIN estuvo controlado por Montesinos (y parte del personal separado se dedicó
a atacar a la nueva institución por medio de filtraciones de información, por ejemplo), y a que el
nuevo gobierno siguió tratando de utilizar, sin mayor éxito, la institución con fines
político-partidarios.9 Además, la estructura orgánica dual del CNI, con el jefe del CNI y el jefe de la
DINIE (Dirección Nacional de Inteligencia Estratégica) con competencias superpuestas, promovía
disputas internas y generaba también filtraciones de información al exterior por los grupos internos
en pugna. Por todo ello, en 2004 el gobierno declaró en reorganización la institución y convocó a
una comisión especial para la elaboración de una nueva ley del sistema de inteligencia. Algunas de
las recomendaciones de la comisión fueron recogidas en la nueva ley del SINA-DINI.10
La nueva ley del Sistema de Inteligencia Nacional (SINA) y de la Dirección Nacional de
Inteligencia (DINI), Ley 28664, señala que la actividad de inteligencia tiene por objetivo
«proporcionar oportunamente a través del órgano rector del Sistema de Inteligencia Nacional, al
Presidente Constitucional de la República y al Consejo de Ministros, el conocimiento útil, obtenido
mediante el procesamiento de informaciones, sobre las amenazas y riesgos actuales y potenciales
que puedan afectar la seguridad nacional y el ordenamiento constitucional de la República»
(artículo 3). Asimismo, se señala la estructura del sistema, compuesta por: a) el Consejo de
Inteligencia Nacional – COIN; c) la Dirección Nacional de Inteligencia –DINI; c) los organismos de
inteligencia del sector Defensa; d) los organismos de inteligencia del sector Interior; y e) la
Dirección General de Asuntos de Seguridad y Defensa del Ministerio de Relaciones Exteriores
(artículo 6).
Como órgano rector del sistema se crea la Dirección Nacional de Inteligencia en reemplazo del
CNI. Según la ley, la DINI tiene a su cargo «la producción de inteligencia y ejecución de medidas
de contrainteligencia, en los campos o dominios no militares de la seguridad nacional» y tiene por
función «dirigir, coordinar, centralizar, integrar, procesar y difundir la inteligencia que, con carácter
obligatorio, le proveen todos los componentes del Sistema de Inteligencia Nacional» (artículo 8).
Asimismo, se establecen mecanismos de control judicial y parlamentario sobre las actividades de
inteligencia.
En lo que respecta al control judicial, se establece que la Corte Suprema debe designar dos
vocales superiores ad hoc. Estos tienen la función de autorizar las operaciones especiales a
pedido del director ejecutivo de la DINI, en un plazo no mayor de veinticuatro horas. En casos
excepcionales, cuando la seguridad nacional esté en peligro, se permite al director ejecutivo de la
DINI autorizar él mismo las operaciones especiales con cargo a formalizar inmediatamente la
solicitud al vocal superior ad hoc, quien puede validarla o disponer su paralización (artículo 20). En
el caso del control parlamentario, se encarga a la Comisión de Inteligencia del Parlamento la
función de fiscalizar las actividades del sistema. Esta comisión está facultada para requerir
información clasificada a todos los componentes del SINA o a los vocales superiores ad hoc, e
investigar de oficio. También está facultada para fiscalizar el cumplimiento del Plan Anual de
Inteligencia (PAI) y solicitar un informe anual con carácter secreto al director ejecutivo de la DINI
sobre las actividades de inteligencia programadas y efectuadas (artículo 21).
Actualmente, la Comisión de Inteligencia del Congreso está conformada por siete miembros,
tiene carácter multipartidario y, a diferencia de las demás comisiones parlamentarias, sus
integrantes no son renovados anualmente sino que se mantienen los cinco años de su mandato.
Esto con el objetivo de evitar la filtración de información al exterior. La ley establece que los
miembros de la Comisión de Inteligencia deben guardar secreto de la información de la que toman
conocimiento (artículo 22), pero no señala ningún tipo de sanción para aquellos parlamentarios que
no cumplan con esta obligación o incluso utilicen con fines personales o político-partidarios la
información a la que tienen acceso. Este es uno de los defectos de la actual legislación y limita el
alcance del control democrático sobre la comunidad de inteligencia. Al respecto, Rospigliosi señala
que:
De esta manera, los congresistas incitan a la violación de la ley por parte de los servicios de inteligencia.
Pues de nada vale establecer que los congresistas deben guardar el secreto si no se establecen
sanciones para quien no lo hace. En esas condiciones, y con los antecedentes del caso, es razonable
pensar que los servicios de inteligencia tendrán serias dudas en entregar información clasificada a los
congresistas.11
El sistema de inteligencia peruano deberá estar en capacidad de enfrentar las denominadas
«nuevas amenazas» a la seguridad, que no provienen por lo general de agencias o Fuerzas
Armadas de otros Estados, sino de grupos u organizaciones de carácter no estatal y en algunos
casos trasnacional. El terrorismo, representado en nuestro país por las fuerzas remanentes de
Sendero Luminoso en la selva alta y sus posibles conexiones con células urbanas que hacen
trabajo político clandestino; el narcotráfico, principal manifestación del crimen organizado —que en
Colombia ha conformado una sólida alianza con la guerrilla y otras fuerzas irregulares y en nuestro
país parece llevar a cabo la misma estrategia con los citados remanentes de Sendero—; y las
acciones de organizaciones políticas antisistémicas que si bien no utilizan métodos terroristas
como Sendero hacen peligrar la estabilidad del régimen democrático constitucional,12 son las
principales amenazas a la seguridad en nuestro país.
Más allá de amenazas como el terrorismo y el narcotráfico, y de aquellas de carácter político
que vulneran la estabilidad del régimen democrático, hay otras generadas por el crimen organizado
aprovechando los espacios abiertos por el proceso de globalización. Entre las nuevas áreas
delictivas podemos encontrar: «oferta de bienes y servicios ilegales (drogas, prostitución y
pornografía, juego, adopciones irregulares, etcétera); comercio ilegal de armas, sustancias
radiactivas y bienes culturales; blanqueo de dinero; robo y comercialización internacional de
vehículos; fraude y falsificación de documentos, dinero y tarjetas de crédito; secuestro y tráfico de
personas, órganos y animales».13 No todos estos delitos constituyen amenazas a la seguridad
nacional que deban ser enfrentadas por los servicios de inteligencia; algunos de ellos entran en la
competencia de la Policía, sus unidades de investigación y otras autoridades, pero el sistema de
inteligencia no puede ignorar la interconexión y diversificación de los distintos delitos, su carácter
trasnacional y su potencial efecto desestabilizador para el Estado.
El sistema de inteligencia peruano deberá encarar las nuevas amenazas a la seguridad, muchas
de ellas de carácter trasnacional y globalizado, amenazas que utilizan las nuevas tecnologías en
comunicaciones y las nuevas vías de financiamiento ofrecidas por la globalización y no respetan
las fronteras nacionales. De igual manera, deberá poder distinguir claramente entre las actividades
propias de una oposición política democrática y las provenientes de movimientos no democráticos,
antisistémicos o violentistas que amenacen el sistema democrático y el Estado de derecho.
Asimismo, las instituciones productoras de inteligencia en nuestro país deberán estar sometidas al
debido control democrático —ya sea parlamentario, judicial o proveniente de la propia sociedad
civil— para que puedan, como sostiene Arias King, «combatir a los elementos extraconstitucionales
sin que se conviertan, en sí, en un elemento extraconstitucional más».14
*
Bachiller en Literatura Hispánica, estudiante de Ciencia Política y Gobierno de la PUCP. Actualmente se desempeña
como practicante en el área de Defensa y Reforma Militar del Instituto de Defensa Legal.
1 FABIÁN SAIN, Marcelo. Los desafíos de la inteligencia regional en un contexto de globalización. Santiago: REDES, 2003, p.
2.
2 Ibídem.
3 Ibíd.
4 ESTEBAN NAVARRO, Miguel. «Necesidad, funcionamiento y misión de un servicio de inteligencia para la seguridad y la
defensa». En IEEE-CNI. Estudios sobre inteligencia: Fundamentos para la seguridad nacional. Madrid: Ministerio de
Defensa, 2004, p. 82. En Gran Bretaña y Estados Unidos esta distinción ha delimitado históricamente las competencias y
los campos de acción de sus diferentes agencias: MI5 y MI6 en el caso británico, y el FBI y la CIA (entre otras agencias)
en Norteamérica.
5 ROSPIGLIOSI, Fernando y Carlos BASOMBRÍO. La seguridad y sus instituciones en el Perú a inicios del siglo XXI. Lima: IEP,
2006, p. 245.
6 Ibídem.
7 Ibíd., p. 247.
8 Ibíd., p. 248.
9 La gestión de César Almeyda al frente del CNI resulta paradigmática a este respecto.
10
11
12
13
ROSPIGLIOSI y BASOMBRÍO. Ob. cit.
Ibíd., p. 284.
Por ejemplo el movimiento etnocacerista liderado por Antauro Humala, que en enero de 2005 tomó por la fuerza
una comisaría en Andahuay-las y causó varias bajas en las fuerzas policiales. Aquí hay que aclarar que las actividades
de inteligencia deben enfocarse solo en las organizaciones que, en términos de Juan Linz, sean desleales hacia el
régimen democrático, y no caer en el hostigamiento a la oposición política leal al sistema.
PÁSARA, Luis. «Rodeados por el crimen organizado». Perú.21, Lima, 14 de agosto de 2006, p. 14.
14
A RIA S K ING , Fredo. «Conceptos básicos sobre el control y supervisión de los
servicios secretos en una democracia y en una transición a la democracia». En
Enrique Obando. La gestión de la seguridad en tiempos de transición militar. Lima:
IDEP E , 2002, p. 131.
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