Simone de Beauvoir

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F I L O S O F í A
Segunda Evaluación
Simone de Beauvoir
¿Qué es una mujer? la problematización de la categoría “mujer”
La pregunta que inicia la reflexión el El segundo sexo es: “¿Qué es la mujer?”
Simone de Beauvoir lleva a una duda radical el significado del concepto “mujer”. Concepto cuyo
significado parecía ya establecido de manera firme, encorsetando a los individuos concretos a los que se
aplica.
La filósofa señala el uso contradictorio que se hace del término “mujer” cuando se vincula al hecho
biológico de tener útero, es decir, al hecho de ser hembra humana y se emplea en un sentido valorativo
que permite establecer si determinadas hembras son más o menos mujeres. Este punto de vista relaciona
el ser mujer a cierta cualidad denominada “feminidad”. El supuesto “eterno femenino” o “feminidad” ha
sido negado tanto por los ilustrado racionalistas como por autoras contemporáneas. Establece un
paralelismo con categorías que se aplicar a otros seres humanos en relación a los cuales se fijan prejuicios
predeterminados. Negar la validez de falsos estereotipos no tiene como consecuencia inmediata la
desaparición de la discriminación que los ha forjado, ni de las circunstancias que afectan a los individuos
concretos. El hecho real es que la clasificación de los seres humanos en hombres y mujeres existe en la
realidad social.
Para Beauvoir la “feminidad” no es una cualidad que caracterice a las mujeres de manera natural. Entiende
la feminidad como un mito forjado a lo largo del tiempo. Afirma que ser mujer, con todo lo que ello implica
desde el punto de vista tradicional, no es algo natural, sino el resultado de un complejo proceso de
aprendizaje que empieza desde los primeros momentos de la vida de los individuos. Cuando Beauvoir
dice “mujer” no solo se refiere a la hembra humana biológica, sino también al ser social al que llamamos
mujer, y es un hecho que todo ser humano concreto está siempre posicionado de forma singular en la
sociedad.
Tradicionalmente se ha asociado “ser mujer” a realizar funciones vinculadas al cuidado de los demás y se
la ha excluido del ejercicio de otras funciones que se desligaban del ámbito de la afectividad. Esta
asociación es justificaba por la atribución previa de características supuestamente naturales tanto a las
mujeres como a los varones.Un conglomerado de características y funciones (pasividad, dependencia,
sensibilidad, gusto por la belleza...) constituyen en las mujeres “lo femenino” o “el eterno femenino”. De
modo paralelo Beauvoir hace referencia al “eterno masculino”. En ningún caso afirma que se traten de
características o comportamientos naturales sino que son el resultado del adiestramiento en la sociedad
desde la infancia y del aprendizaje.
La afirmación de que la feminidad que se atribuye y se exige a las mujeres en determinados contextos es
el resultado de la socialización diferenciada de niñas y niños se remonta al siglo XVII. Beauvoir hace
referencia a propuestas feministas de diversos autores, todas ellas advierten del carácter “artificial”,
construido culturalmente, de lo femenino y denuncian la exclusión de las mujeres del ámbito de lo público
y del poder.
Afirma en la Introducción que su obra responde más a la necesidad de reflexión que a la voluntad de
reivindicación de generaciones de mujeres anteriores.
El método regresivo-progresivo en el análisis de la condición femenina. La
estructura de “El segundo sexo”
El ensayo está estructurado en dos volúmenes. En cada uno se desarrolla una de las fases del método
regresivo-progresivo que emplea la autora en el análisis de la condición femenina. Se trata de un método
de investigación que aborda su objeto de estudio desde dos perspectivas distintas, necesarias y
complementarias: la primera, analítica y regresiva y la segunda, sintética y progresiva.
La primera perspectiva tiene como objetivo esclarecer cómo se ha constituido, cómo ha evolucionado a lo
largo del tiempo y qué discursos han contribuido a la consolidación de la feminidad. El punto de partida es
la constatación de la falta de simetría entre feminidad y masculinidad en la mayor parte de las sociedades.
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Lo masculino se ha identificado con lo humano y lo femenino se ha constituido como “carencia” de
determinadas cualidades respecto a lo masculino.
En relación a esta falta de simetría, lo que Beauvoir quiere averiguar es qué circunstancias la hicieron
posible, por qué la mujer se determina y se diferencia respecto al hombre y no a la inversa, por qué el
varón es tradicionalmente considerado Sujeto.
Si toda conciencia tiende a reconocerse como tal afirmándose como sujeto a las demás conciencias “¿De
dónde le viene a la mujer esta sumisión?”. Es una mirada regresiva porque trata de entender la opresión de
las mujeres clarificando las circunstancias que confluyeron en el pasado para que esta situación injusta se
gestase. Es una mirada analítica porque descompone el fenómeno universalmente extendido de la
opresión de las mujeres en diferentes aspectos, para que se muestre en su complejidad y pueda
apreciarse cómo su consolidación y evolución se debe a al confluencia de elementos muy distintos que la
mantienen y la justifican.
La fase regresiva del método se desarrolla en el primer volumen de El segundo sexo. Este volumen tiene
tres partes. La primera, “Destino”, en ella la autora considera críticamente tres discursos distintos ( de la
Biología, del Psicoanálisis y del Materialismo histórico) que tienen en común haber considerado que “ser
mujer” constituye un destino.
En la segunda parte de este primer tomo, “Historia”, efectúa explícitamente una tarea “regresiva” porque
pretende sacar a la luz las causas que se encuentras en el origen de la situación de inferioridad en que
viven las mujeres en la mayor parte de las sociedades, para lo cual ha de retroceder a los tiempos
primitivos en que se sentaron las bases de una jerarquización que fue poco a poco consolidándose.
El volumen finaliza con “Mitos”, donde se dedica al análisis del importante papel que han desempeñado
los mitos, elaborados por los varones, en un modo de organización social que oprime a las mujeres,
denominado “patriarcado”.
En este primer volumen, las mujeres constituyen un objeto de estudio, el objeto de un saber. El fenómeno
de la opresión de las mujeres es considerado como “exterioridad”. Un fenómeno que se pone en relación
con otros en un entramado histórico para que pueda ser entendido y se descompone en aspectos distintos
para que el análisis no conduzca a las claves para su desactivación.
La investigación resulta incompleta si no se estudia el fenómeno de la opresión de las mujeres desde el
punto de vista de las propias mujeres y se muestran las posibilidades que tienen de modificación de la
situación. El segundo volumen de El segundo sexo adopta la perspectiva de la “interioridad”. Se desarrolla
en él la segunda fase del método, que es progresiva y sintética.!
El segundo volumen consta de cuatro partes y la Conclusión a toda la obra. La primera parte, “Formulación”
se centra en la diferenciada socialización que comporta nacer varón o nacer hembra. Se dedica especial
atención al desarrollo de la sexualidad.
La segunda parte, “Situación”, recorre facetas distintas de la experiencia de las mujeres: matrimonio,
maternidad, relaciones sociales, la experiencia específica de la prostitución o la vivencia de la vejez.
En la tercera, “Justificaciones”,da cuenta de algunos de los mecanismos que emplean algunas mujeres
para realizarse individualmente en la sociedad desigual y señala tres casos típicos: la narcisista, la
enamorada y la mística.
La última parte, “Hacia la liberación”, considera los cambios que se requieren para que se haga realidad la
liberación de la mujer y pueda gozar de las oportunidades que de manera injusta le han sido hurtadas.
Lectura feminista de la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo: la mujer como la
“Otra” en la sociedad patriarcal
El uso que hace Beauvoir de la relación de dependencia recíproca, pero desigual y jerárquica, entre
esclavos y sus amos, para clarificar la dependencia que se ha establecido tradicionalmente entre hombres
y mujeres. Se trata de una relación dinámica en la que los dos elementos que entran en juego se necesitan
mutuamente. El dinamismo de la relación contribuye a que se sostenga en el tiempo aunque es una
relación desequilibrada, que favorece, al opresor frente al oprimido.
La falta de simetría entre hombres y mujeres
La respuesta a la pregunta “¿Qué es una mujer?” comienza con una constatación de la desigualdad
enraizada en todas las sociedades conocidas.
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Se suele considerar que ser mujer sitúa a estas en un punto de vista parcial. En cambio la sociedad no
considera que ser varón posicione a esta mitad de la humanidad en una perspectiva singular. La
perspectiva del varón se considera sin más como la perspectiva del ser humano en general, objetiva,
neutra, que no requiere justificación.
Esta diferente consideración lleva a Beauvoir a afirmar que hombres y mujeres no constituyen dos
categorías humanas simétricamente definibles. No son polos opuestos entre lo que se mantienen
relaciones recíprocas de reconocimiento mutuo. La mujer ha sido concebida como la Otra, la Alteridad, por
el varón, que se considera a sí mismo como el elemento positivo y neutro al mismo tiempo. El varón se
define como “ el Mismo” frente a la “Otra” que es la mujer.
Beauvoir se sirve de al categoría de Otro para explicar cómo en todas las sociedades conocidas la cultura
ha constituido dos categorías de individuos que se relacionan desde posiciones de poder desiguales e
injustas, en la medida en que los individuos que son adscritos a una de esas categorías, la de mujer, se
encuentran en situación de dependencia e inferioridad respecto a aquellos que se identifican a sí mismos
con la humanidad.
Para Beauvoir la categoría de Otro es tan originaria como la conciencia misma y es fundamental para el
desarrollo del pensamiento humano. Todo ser humano es consciente de sí. El reconocimiento de uno
mismo requiere que cada sujeto se afirme como tal frente a otras conciencias, que a su vez, afirmarán el
papel de sujetos para sí mismas. Todo individuo consciente de sí puede ser “el otro” para los demás.
El problema se plantea cuando los varones se afirman como sujetos, relegando a las mujeres al papel de
“otras” y estas no realizan la operación simétrica de afirmarse como sujetos, por el contrario, se someten a
un punto de vista ajeno.
Se ha de averiguar qué circunstancias históricas y ontológicas se dieron para impedir que las mujeres
reivindicases su legítimo papel de sujetos y quedaran relegadas a una situación de inferioridad y
dependencia respecto a los varones. Esta situación fue legitimada y consolidad por mitos y códigos
diversos, que fueron elaborados con un fin.
Lectura feminista de la dialéctica del amo y el esclavo
Para clarificar el tipo de relación desigual y jerárquica que se ha establecido entre hombres y mujeres,
Beauvoir realiza un paralelismo con la relación entre los amos y sus esclavos que fue frecuente en
sociedades pasadas. Hombres que se sometes por la fuerza, reconocer el poder del amo y le dan su
trabajo a cambio de protección. Hegel caracteriza la relación del amo con el esclavo de relación
“dialéctica”.
La palabra dialéctica se ha usado en múltiples sentidos a lo largo de la historia de la filosofía y es difícil
establecer un significado único. Se considera que todos estos usos tienen en común la referencia a un
cierto tipo de movimiento o relación dinámica que se desarrollad mediante la oposición o contradicción
entre elementos. Se trata de una especie de movimiento circular que en ocasiones se ha esquematizado
mediante los términos tesis (afirmación que sirve de punto de partida), antítesis (negación de la afirmación
anterior) y síntesis (nueva comprensión del problema surgida de la confrontación anterior.
Una vez la pregunta “¿qué es la mujer?” ha sido formulada y ser mujer aparece como problema, el recurso
a la filosofía hegeliana es útil para Beauvoir por partida doble. Porque la filosofía de Hegel introduce la
hostilidad, la oposición, en la constitución de la conciencia misma. Todo sujeto toma consciencia de sí
mediante la negación de las otras posibles conciencias. Esta operación es reversible: el otro es siempre
sujeto cuando se adopta su punto de vista. El problema se plantea cuando se descubre que en la relación
hombre-mujer la reversibilidad ha desaparecido y la mujer no opera, la inversión de afirmarse como sujeto.
La mujer aparece como conciencia dependiente, esclava, en el seno de una totalidad en la que hombres y
mujeres se necesitan recíprocamente.
El paralelismo con la relación amo-esclavo es útil porque ayuda a entender cómo, a pesar de la necesidad
que el amo tiene del esclavo para identificarse como amo mediante el poder, esta necesidad no suele ser
usada por el esclavo para su emancipación. Amo y esclavo están unidos por una necesidad económica
que no liberal al esclavo. Porque el esclavo reconoce el prestigio del amo y se sabe dependiente: ha
interiorizado la necesidad que tiene del amo.
Aplicándolo a la relación entre hombres y mujeres, el prestigio que el varón obtiene por las acciones que
ha podido llevar a cabo le posibilita ejercer su poder sobre las mujeres, que son sometidas. No obstante,
los varones necesitan como conciencias el reconocimiento de las mujeres, por lo cual dependen de la
relación que mantienen con ellas. Para obtener su reconocimiento y mantenerlo, los varones compensarán
las desventajas que las mujeres padecen en la relación no igualitaria asumiendo las tareas de protección
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material sobre ellas. Ellos asumen todos los riesgos del existir humano, porque son los únicos que toman la
iniciativa en empresas propias, son los únicos sujetos.
Podemos distinguir tres momentos en la relación entre hombres y mujeres:
• Primer momento de la dialéctica: los varones arriesgan su vida en acciones peligrosas. No temen perder
la vida: pueden libremente decidir sus propios fines.
• Segundo momento de la dialéctica: las mujeres, que no pueden participar en tales acciones, reconocen
su valor. Los varones obtienen prestigio ante los demás, sobre todo ante las mujeres. La mujer es la Otra
para el varón: no es reconocida por él como una igual.
• Tercer momento de al dialéctica: los varones someten a las mujeres aprovechando el prestigio del que
disfrutan y les brindan protección para mantenerlo.
En el capítulo dedicado a la Historia, expone cómo en las sociedades primitivas las mujeres no
participaron de las empresas que varones y mujeres consideraban valiosas porque se arriesgaba la vida: la
caza y la guerra.
El prestigio y reconocimiento social, conseguido por los varones mediante la realización de acciones que
conllevaban riesgo, posibilitó la gestación y consolidación de un sistema de opresión sobre las mujeres.
Cuando este sistema se organiza en instituciones y se justifica mediante códigos escritos recibe la
denominación de patriarcado. La afirmación y desarrollo de esta forma jerárquica de organización social,
en la que las mujeres son relegadas a un segundo plano en casi todos los ámbitos vitales, pasa por fases
diferentes a lo largo de la historia.
Las dificultades para abolir la relación de vasallaje
Como consecuencia del sistema establecido, las mujeres viven en “una enorme desventaja”. Como no se
encuentran en situación de igualdad con los hombres, la “alianza” con ello reporta ventajas a las que
tendrían que renunciar si rechazan el papel de Alteridad propio de la relación de vasallaje.
Beauvoir afirma que aunque en las sociedades más desarrolladas se hayan producido cambios que
favorecen la emancipación de las mujeres, la situación de “vasallaje” no ha sido abolida.
Poder decir “nosotras” requiere elementos indetificatorios (pasado, historia, creencias...) que las unas
específicamente y las separe de los varones, de los que carecen.
El vínculo que une a hombres y mujeres no es comparable a otras relaciones entre opresores y oprimidos.
Las ventajas que proporciona la alianza con los opresores no son solo materiales, sino que son además
existenciales: afirmarse como sujeto implica ser responsable de los proyectos de realización personal en
los que se desarrolla la libertad propia. En esto consiste la “existencia auténticamente asumida”, que
requiere un esfuerzo moral por parte de las mujeres.
En conclusión, la relación de vasallaje en que se han encontrado las mujeres respecto a los varones de
manera generalizada a lo largo de la historia solo puede ser superada cuando las mujeres tengan las
oportunidades necesarias para que se produzca su emancipación plena. Han de poder afirmarse como
sujetos de sus propios proyectos vitales y ello requiere la modificación de sus relaciones con los varones.
Cuando ellas se afirmen como sujetos, podrá tener lugar el reconocimiento recíproco que posibilitará las
relaciones igualitarias entre hombres y mujeres. En la Conclusión del ensayo se subraya el papel
fundamental que la educación realmente igualitaria ha de ejercer en la transformación de la sociedad.
La perspectiva de la moral existencialista. Concepto de “sujeto situado”
Para Simone de Beauvoir es importante dejar clara la perspectiva filosófica en la que sitúa al llevar a cabo
su investigación. Todo sujeto humano es consecutivamente libre y solo se realiza como ser humano
cuando se trasciende en proyectos vitales que le van abriendo nuevos horizontes de libertad, nuevas
oportunidades para la acción. Los seres humanos has de establecer sus propios fines e ir constituyéndose
a través de sus acciones. Decidir y actuar es lo que define al ser humano; por ello, sobre todo, libertad. No
hay esencias: su ser es no ser. Beauvoir comparte así uno de los principios básicos del existencialismo: la
existencia precede a la esencia. Los seres humanos no pueden caracterizarse en virtud de una cierta
naturaliza común a todos los individuos, cuyos puedan establecerse de antemano. Solo hay ser cuando
actúa inventándose los fines de su acción. Existir es hacerse mediante proyectos libres. Los seres
humanos son únicos responsables del sentido de sus actos.
Pero el ser humano es también existencia compartida y los demás pueden contribuir al desarrollo de la
libertad propia o pueden obstaculizarla. Cuando el sujeto no puede decidir o actuar, la existencia se
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degrada, pierde su carácter humano y se cosifica. Por tanto, el “mal” en el planteamiento moral
beauvoireano consiste en obstaculizar la libertad de los demás o renunciar uno mismo a ella; el “bien”
consiste en procurar oportunidades para la acción, en facilitar la libertad de los otros y asumir la libertad
propia. En ningún caso es una tarea sencilla.
Concepto de “sujeto situado”
Todo sujeto humano se encuentra en una situación determinada y no todas favorecen su libertad. La
situación es el marco, el contexto complejo, en que ha de decidir los fines de su acción. Está compuesta
de condicionamientos biológicos y sociales diversos: el propio cuerpo, el contexto histórico, económico,
cultural, psicológico, etc. La opresión que los varones han ejercido sobre las mujeres a lo largo de la
historia en la mayor parte de las sociedades ha ido forjando para estas una situación que impide la
autonomía de las mujeres.
“Caer en la inmanencia” significa perder la autonomía que caracteriza al sujeto. Supone cosificarse,
hacerse objeto, degradarse en un “ en sí”. Deja de ser posible elegir la dirección de la vida y proyectarse
hacia el futuro. La conciencia es, sin embargo, “para sí”, indeterminación y trascendencia, que hace que
los seres humanos san seres históricos. La existencia permite a los seres humanos salir de su inmanencia.
El ser humano es siempre sujeto situado: “sujeto” porque ha de decidir para ser, pero, “situado” porque la
decisión se efectúa en un complejo contexto concreto. No obstante, no todos los contextos son igualmente
opresivos ni todos los individuos están dispuestos siempre a realizar el esfuerzo moral que, a veces, la
emancipación supone.
La ambigüedad de la situación de las mujeres
La situación específica en que han sido confirmadas la mayor parte de las mujeres es una situación
ambigua, porque aunque, como todo ser humano, son libertad autónoma, los hombres les han impuesto
que vivan en dependencia respecto a ellos. Mientras los hombres y las mujeres no se reconozcan
mutuamente como sujetos, las relaciones entre ambos serán insatisfactorias. A las mujeres se las educa
para que no sientan la necesidad de asumir por ellas mismas la existencia, para que “dimitan” o
“abdiquen” de su autonomía. Los comportamientos que esta “dimisión” de las tareas propiamente
humanas genera son perjudiciales para ellas porque pierden su autonomía, y también para ellos porque
han de actuar de manera continua para mantener el sometimiento.
La condición humana es ya de por sí ambigua, paradójica. Hombres y mujeres son, por un lado, libertad,
existencia, y han de hacerse en su propio obrar; pero, por otro, se encuentra todo aquello que los vincula
como especia, su “animalidad”. La carne representa el aspecto menos humano, más fisiológico, menos
decidido; el espíritu alude a la indeterminación de la conciencia que hace posible la libertad y la
trascendencia. La propuesta moral beauvoireana invita a la aceptación por parte de ambos de esta doble
condición, que les permitiría el reconocimiento mutuo y el establecimiento de relaciones libres e igualitaria.
Desde esta perspectiva, la “autenticidad” de la actitud humana vendrá dada por el reconocimiento y la
aceptación tanto de la libertad propia, como de la libertad de los demás. Asumir la existencia con
autenticidad es una tarea ética porque requiere esfuerzo moral: se trata de una libertad que debe inventar
sus propios fines sin ayuda y esto puede provocar angustia y tensión. Se opone a la noción de “mala fe”,
que supone mentirse a uno mismo por comodidad en relación a la realización libre de la existencia propia.
Es huir de la libertad y convertirse en presa de las voluntades ajenas. Esta huida es una falta moral, porque
implica renunciar a realizar el difícil esfuerzo que requiere el propio desarrollo, consentir la caída de la
libertad en facticidad. Lo que define de forma singular la situación de las mujeres es que se encuentran en
un mundo en que los hombres les han impuesto la subordinación: mediante la opresión han frustrado su
autonomía.
Dado que lo propio del ser humano desde la perspectiva de la moral existencialista es la libertad, el interés
prioritario de esta propuesta ética consiste en procurar oportunidades concretas a los individuos para
ejercerla. Por ello, es una propuesta humanista y emancipatoria, en la que la ética conduce a la política. Por
ello, en su obra encontramos la exposición de los elementos fundamentales para conseguir la
transformación social que se requiere. Y la defensa de un sistema de enseñanza que coeduque en
igualdad como herramienta imprescindible para acabar con la subordinación de las mujeres.
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El factor cultural como factor decisivo en el análisis de las causas de la opresión de
la mujer. ¿por qué la mujer es la “alteridad”?
La primera cuestión, ¿qué es la mujer?, problematiza el concepto objeto de consideración y posibilita a
reflexión filosófica. La segunda, ¿por qué la mujer es la Alteridad? se responde en el primer volumen del
estudio ( fase regresiva del método). La tercera, ¿cómo viven las mujeres su situación?, es abordada en el
segundo volumen (fase progresiva de la investigación).
¿Por qué la mujer es la Alteridad?, nos introduce en la cuestión de las causas de la opresión de las
mujeres.
El cuerpo humano como cuerpo vivido. Rechazo del determinismo biológico
El primer capítulo de El segundo sexo rechaza con rotundidad que la opresión de las mujeres esté
determinada por sus características biológicas específicas vinculadas a la reproducción. Critica
duramente muchas de las interpretaciones que se han ofrecido a lo largo de la historia en torno al papel
que cada sexo juega en la reproducción humana. Denuncia el carácter ideológico, interesado en mantener
la subordinación de las mujeres, de muchas teorías científicas. Afirma que la mera fisiología no permite
evaluar las posibilidades de éxito individual para hombres y mujeres. Los aspectos fisiológicos solo tienen
sentido en un contexto socio-histórico, cultural en definitiva, determinado.
Una perspectiva humana no pude evaluar las capacidades fisiológicas de las personas sin situarlas en un
contexto histórico determinado.
El cuerpo “no es una cosa, es una situación: es nuestra forma de aprehender el mundo y el esbozo de
nuestros proyectos”. El cuerpo humano siempre es cuerpo vivido, se encuentra revestido de los valores
que le confiere cada existente singular. Y cada existente se sitúa en un contexto ontológico, económico,
social y psicológico que hay que tener en cuenta para entender los valores que dan sentido a la existencia
humana en cada sociedad y momento histórico determinado.
La respuesta a la pregunta planteada acerca de por qué la mujer es Alteridad no puede venir de la
biología. Cómo las mujeres vivan su cuerpo va a depender del contexto cultural en el que éstas se
desenvuelvan y de las oportunidades que puedan gozar para ejercer su libertad (contexto ontológico: el
ser humano se constituye mediante su propio obrar). El factor cultural es decisivo en el análisis de las
causas de la opresión de las mujeres.
La clave de todo el misterio
Algunas claves importantes para responder a ¿por qué la mujer es la Alteridad? se encuentran en el
capítulo dedicado a la Historia. Solo puede explicarse si se consideran los datos de la prehistoria y la
etnografía a la luz de la filosofía existencialista.
Su punto de partida es la comparación de la diferente situación de hombres y mujeres en el periodo que
precedió a la agricultura. Aquellos que tenían el privilegio de la fuerza física, los varones, asumían las
tareas de defensa. Las vidas de las mujeres estarían lastradas por “las servidumbres de la reproducción”.
Los “largos períodos de impotencia”(embarazos) supondrían para las mujeres un “terrible obstáculo” que
las alejaría de determinadas funciones dentro del grupo, que serían asumidas por los varones. Todo ello
habría establecido una diferencia fundamental entre las posibilidades de desarrollo humano de unas y
otros, en un contexto en que el control técnico sobre el cuerpo y sus servidumbres eran prácticamente
inexistente: ellas tienen enormemente limitadas sus posibilidades de acción.
Desde la filosofía existencialista se subraya que lo que distingue a al humanidad es justamente no ser una
simple especie natural cuyo objetivo sea su simple mantenimiento como tal. Mujeres y hombres no son
realidades inmutables, serán aquello que puedan desarrollar en su devenir histórico. Desde esta
perspectiva, engendrar o amamantar no son actividades decididas por las mujeres que respondan a
proyecto alguno.
Los hombres arriesgan su vida mediante actos que trascienden la vida animal: experimentan un poder que
les permite establecer sus propios fines, trazando así ellos mismos su futuro y el de su grupo.
El macho humano, menos supeditado a la especie que la hembra, “modela la faz del mundo, crea
instrumentos, inventa, forja el futuro”. La hembra humana se reconoce en estos proyectos de los varones
que también ella valora por encima de los trabajos a los que está forzada a dedicar buena parte de su
existencia. Ellas reconocen el valor de lo que ellos llevan a cabo y que su situación biológica no les ha
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permitido. Tal reconocimiento solo es posible en un contexto cultural, ineludible desde una perspectiva
humana.
En sentido existencialista, es más humano matar que engendrar, lo que hace en el sentido de que mujeres
y hombres valoran aquellas empresas en que los individuos establecen sus propios fines, y había pocos
fines propios en una maternidad no decidida y no compartida. Se podría pensar que en un contexto
cultural distinto, como todas las actividades humanas, la de la crianza podría verse atravesada por los
valores y fines de la libertad.
Los varones someten a las mujeres a partir del reconocimiento que han obtenido por parte de ellas, porque
ese reconocimiento les permite afirmarse como sujetos. En la relación del amo con el esclavo que así, a la
manera hegeliana, se establece no hay posibilidad de reconocimiento mutuo porque sólo los varones
(amos) han tenido posibilidad de arriesgar su vida, trascendiendo su animalidad.
La evolución de la condición de las mujeres
Pero en esta etapa inicial de la supremacía de los varones sobre las hembras (que se vive en la
inmediatez) no hay todavía instituciones que justifiquen la superioridad de los varones y pretendan
ampliarla y perpetuarla. La autora emprende un recorrido por la Historia que muestra de modo exhaustivo
las fases diferentes por la que pasa la afirmación y el desarrollo de esta jerarquía. Para referirse a ella, usa
a menudo la expresión “patriarcado”, aludiendo así a la forma de organización social caracterizada por el
hegemonía masculina y la consiguiente opresión de las mujeres.
La formación y consolidación del patriarcado será el resultado de lentas transformaciones que conducirán
al establecimiento de Beauvoir definitivo con la redacción escrita de mitologías y leyes. Son los varones los
que elaboran los códigos en los que la posición de la mujer siempre será subalterna. En muchos casos,
esta posición subalterna se mezcla con miedo a lo femenino. Categorizada como Alteridad, la mujer será
también entendida como la pasividad frente a la actividad, la diversidad frente a la unidad, la materia frente
a la forma, el desorden frente al orden, vinculándose así también al Mal.
El exhaustivo recorrido que la filósofa existencialista realiza a lo largo de la Historia de la sociedad
occidental muestra, sobre todo, la falta de oportunidades de la mayor parte de las mujeres para decidir sus
proyectos propios y desarrollar su libertas, salvo circunstancias excepcionales.
En el siglo XIX tiene ligar la gran revolución que sí cambiará la suerte de las mujeres: la revolución
industrial y el maquinismo que implica posibilitan una “nueva era” en esta historia. La incorporación de las
mujeres en masa al trabajo industrial las dota del protagonismo económico sin el cual no hay liberación
posible. Las mujeres se incorporan al trabajo en las fábricas en durísimas condiciones de explotación, de
las cuales la salida será terriblemente lenta, justamente por la larga tradición de sometimiento que pesa
sobre ellas. Los empresarios tienen muy claro que la mano de obra femenina es más fácilmente explotable
por diversos factores que Beauvoir va planteando: la tradición del sometimiento; la presión de las cargas
familiares; el carácter complementario de su sueldo en muchos casos en relación al sueldo del padre o del
marido, etc. Se detiene en su análisis en las causas y las consecuencias de la aceptación por parte de
muchas mujeres de salarios muy bajos, que produce que el conjunto de salarios femeninos se alinee en
este bajo nivel. Los trabajadores ven en ellas competidoras por el puesto de trabajo, por lo que
generalmente no se solidarizan con las trabajadores.
Con el trabajo industrial cobra fuerza otro de los grandes problemas que las mujeres han de afrontar: la
conciliación entre su papel reproductor y el trabajo productor. El control de esta función generadora es
absolutamente necesario para que la mujer pueda realizarse como ser humano.
La evolución de la condición de las mujeres dependerá de la convergencia de dos factores: la
participación de las mujeres en la producción y la liberación de las servidumbres de la reproducción. Solo
esta liberación permitirá a las mujeres la conciliación entre su papel reproductor y su trabajo productor. El
desarrollo de las prácticas anticonceptivas es fundamental para la apertura de las posibilidades vitales de
las mujeres. El control por parte de la mujer de su propio cuerpo es condición necesaria para que pueda
asumir el papel económico que las nuevas circunstancias le permiten y, con ello “la conquista de la
totalidad de su persona”.
Que las circunstancias estén cambiando desde el siglo XIX le permite afirmas que su momento histórico es
un periodo de transición: el mundo sigue en manos masculinas a pesar de que muchas de ellas ahora
reclamen.
Para las mujeres, la elección del camino de la independencia requiere un esfuerzo moral mayor que el que
han de realizar los varones porque se las educa para que acepten la subordinación y dependencia, para
que dimitan de su libertad.
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La importancia decisiva de los elementos culturales en el inicio y el desarrollo del sometimiento de las
mujeres por los varones. La cultura ha constituido la feminidad como tal, que transmite a través de
generaciones mediante una socialización desigual de niñas y niños. Por tanto, la modificación de la
situación dependerá de la transformación de los elementos culturales.
Socialización desigual. La “mujer, mujer” como producto artificial
La filósofa existencialista insiste en el carácter cultural de al feminidad. La intervención cultural desde la
infancia es la causa del abismo que posteriormente separa a las adolescentes de los adolescentes,
situación de la que resulta muy difícil librarse después. Niños y niñas comienzan su desarrollo en
interacción social. Un trato diferencial irá enseñándoles a ser hombres y mujeres en situaciones desiguales
en relación a las oportunidades que tendrán que desarrollarse como seres libres. La autora describe con
detalle en “La experiencia vivida” la formación de la autoconciencia de niños y niñas. Y en estos momentos
iniciales, que conllevan también angustia, la niña aparece engañosamente como privilegiada: se la mima
más, se le permiten más manifestaciones de fragilidad y sensibilidad. El niño comprenderá que para él hay
“designios más importantes” que los que se plantean para las niñas. Si su entorno aparece inicialmente
más hostil que el de la niña es porque él pertenece a la casta superior, y se le irá haciendo comprender
enseguida. Desde muy pronto se le transmite el orgullo por su virilidad, que plásticamente se encarnará en
su pene. La diferencia fisiológica será transformada en superioridad o inferioridad por las actitudes
valorativas de los adultos en relación a lo que supone estar conformado de una manera u otra. Estas
actitudes valorativas se manifiestan en infinidad de enseñanzas, aprendizajes cotidianos, que pasan
también por el trato que se le da al propio cuerpo y, concretamente, a los genitales. Beauvoir invierte las
explicaciones tradicionales del supuesto “complejo de castración femenino”.
Según el psicoanálisis, este complejo surgiría en las niñas al descubrir la diferencia anatómica entre los
sexos. Este descubrimiento haría sufrir a la niña al pensar que no tiene pene porque ha sido mutilada.En
este momento renunciaría a ciertas actitudes “viriles”, se identificaría con la figura de la madre y trataría de
seducir a su padre. La interpretación que hace Beauvoir de la envidia que puede sentir la niña por no tener
pene es bien distinta. En los caos en que pudiera presentarse algo así no hay que interpretarlo como una
valoración originaria del pene por parte de la niña; el pene sería en tales casos un símbolo de aquello a lo
que el entorno concede prestigio. Lo que las niñas desearían es lo que se reserva para los niños y a ellas
se les prohíbe.
No hay destinos biológicos, sólo destinos impuestos por la educación y por la sociedad.
Beauvoir expone con detalle los mecanismos sociales que van forjando los diferentes modos de ser, las
compensaciones, los papeles que juegan padres y madres diversos, el papel de la literatura infantil, de la
mitología, de la religión. Como niños y niñas van descubriendo tempranamente la jerarquía de los sexos.
En la pubertad el cuerpo de las niñas comienza a ser objeto de miradas; se les inculca vergüenza y pudor.
Señala Beauvoir que, con mucha frecuencia, a las niñas no se les ha informado de la menstruación cuando
ésta se produce por primera vez y esto provoca que el acontecimiento se viva como humillante y
repugnante. La ignorancia provoca miedos, vergüenzas, angustia. Así como el pene extrae su valor del
contexto social, es el contexto social el que convierte la menstruación en una maldición. La menstruación
simboliza la feminidad y la feminidad significa alteridad e inferioridad.
El desarrollo del erotismo en la adolescencia también viene marcado de manera diferente por el contexto
social para chicos y chicas: mientras que en los chicos se afirma públicamente, en las chicas se vive de
manera mucho más clandestina; en los chicos se potencia la actuación y la iniciativa y en ellas la pasividad
y la dependencia; en definitiva, a ellos se les confirma en su papel de sujetos y a ellas se las dirige hacia el
papel de objeto. La pubertad transforma los cuerpos de los niños y de las niñas. Los cambios fisiológicos
son vividos desde una determinada situación. A una edad parecida, el contexto social fomenta y permite
actitudes muy diferentes en chicos y chicas. Mientras ellos desarrollan su agresividad, su voluntad de
poder, ellas entran en el momento de la renuncia a estas actitudes. Para Beauvoir, ejercer la violencia forma
parte de la afirmación de uno mismo como sujeto. No permitirla en absoluto es condenar al sujeto a la
impotencia física, a la desconfianza en sus propias posibilidades. En el chico la independencia y la
libertad que en é se fomentan contribuyen a su realización como ser humano. En el caso de las chicas se
potencia aquello que menos contribuye a su desarrollo personal.
La civilización patriarcal no interpreta el erotismo desde la reciprocidad. Prohibiciones y tabúes se reparten
de manera injusta en todas las sociedades, lo que contribuye a que las primeras relaciones heterosexuales
revistan en ocasiones para las mujeres un carácter negativo. A estos elementos se añade un nuevo factor
que incide sobre todo en ellas: el miedo a un embarazo no deseado. En definitiva, la sexualidad de la mujer
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está condicionada por el conjunto de la situación, que incluye el contexto social y económico. Hombres y
mujeres son siempre sujetos situados. Desde la situación concreta deben analizarse los comportamientos
diversos, a veces contradictorios, de unos y otras.
En la Conclusión la autora insiste en que la autonomía de la mujer hará surgir nuevos modos de vivid la
sexualidad, más libre para ellas, que posibilitarán relaciones eróticas más equilibradas y enriquecedoras.
Beauvoir expresa con claridad que no hay perversión ni fatalidad en la homosexualidad. Se trata de una
“actitud elegida en situación, es decir, a un tiempo motivada y libremente adoptada”.
Beauvoir está en desacuerdo con las concepciones tradicionales de masculinidad y feminidad, que
conllevan que efectúen juicios muy negativos acerca de los individuos cuyas actitudes no se corresponden
con ellas. Unos modelos que limitan las posibilidades vitales tanto para los hombres como para las
mujeres, en los que se incluye también como norma un definido modelo de heterosexualidad.
Por ello afirma la autora que lo que requiere explicación no es por qué algunas mujeres no aceptan vivir en
la normalidad prescrita por la sociedad: el problema es más entender por qué muchas lo aceptan.
En la multiplicidad de factores que afectan al desarrollo del erotismo humano y que constituyen la situación
de cada sujeto-circunstancias fisiológicas, historia psicológica, circunstancias sociales- ninguno es, para
Beauvoir, determinante. Siempre hay decisiones libres que provocan una elección y no otra, aunque las
circunstancias jueguen un importante papel.
Educación y evolución colectivas para conseguir la autonomía de las mujeres y la
reciprocidad de las relaciones entre hombres y mujeres
La conciliación del trabajo productivo con el reproductivo es uno de los elementos fundamentales para
conseguir la autonomía de las mujeres. Esto solo es posible si el trabajo productivo cumple determinadas
condiciones y el reproductivo no recae exclusivamente en ellas. La sociedad debe organizarse de modo
que el sistema público se haga cargo en gran medida de las niñas y los niños, que han de recibir una
educación igualitaria. Solo la autonomía económica puede garantizar a la mujer el desarrollo de su libertad
concreta. Simone de Beauvoir todavía confía en que el mundo socialista podrá conseguir a conciliación
señalada. Es plenamente consciente de que, de momento, no reciben el apoyo necesario ni de la
sociedad ni de sus parejas para convertirse en iguales de los hombres.
Solo la autonomía económica puede garantizar el desarrollo pleno de la mujer, no lo produce de manera
inmediata. El factor primordial para la evolución de la condición de la mujer es la transformación de su
condición económica, pero se han de producir las consecuencias morales, sociales y culturales que dicha
transformación “anuncia y exige”, para que surja la mujer nueva. Por ello, se requiere una evolución
colectiva, llevada a cabo a través de una educación realmente igualitaria para niños y niñas. Si la
transformación de las costumbres no se realiza de manera generalizada, los modelos antiguos interferirán
de manera negativa con los modelos igualitarios.
Simone de Beauvoir defiende el sistema educativo mixto, en el que una adecuada tarea de coeducación
favorezca la emancipación de las mujeres y las relaciones igualitarias con los varones.
Algunas consideraciones finales
De las tres preguntas que vertebran El Segundo Sexo: ¿Qué es la mujer? ¿Por qué la mujer es la
Alteridad? y ¿Cómo viven las mujeres su situación?, la primera de ellas es la provoca la fisura que inaugura
un nuevo espacio de posibilidades para la reflexión, espacio que los diversos feminismos teóricos siguen
transitando.
En cuanto a las respuestas beauvoireanas, la consideración de la mujer como Alteridad respecto al varón
esclarece la historia de la subordinación de las mujeres que se ha dado en prácticamente todas las
sociedades a lo largo del tiempo. No obstante, la argumentación que ofrece Simone de Beauvoir para
explicar las causas de esta conceptualización de consecuencias tan negativas para los seres humanos
concretos que son las mujeres, contiene elementos variados, algunos de los cuales han suscitado fuertes
polémicas.
Se ha considerado androcéntrica la afirmación de que, en las sociedades primitivas, las tareas vinculadas
a la maternidad lastraban las vidas de las hembras y les impedían participar en proyectos propiamente
humanos, creadores de valores que permiten la trascendencia. De lo que se trata es de modificar aquellas
situaciones que impiden o merman las oportunidades vitales de los individuos para decidir con libertad. La
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negación que realiza de que sobre las mujeres pesen destinos del tipo que sea deja abierta toda
posibilidad de emancipación.
Por su potente capacidad para abrir ámbitos de reflexión que resultan liberadores para muchos seres
humanos singulares, El segundo sexo es una de las obras filosóficas más influyentes del siglo XX.
Del recorrido por la Historia que realiza en el ensayo hay que subrayar el énfasis puesto en la falta de
oportunidades de las mujeres para actuar a lo largo de la historia como característica fundamental del
patriarcado. Señaló tres motivos fundamentales para la perduración en el tiempo de esta situación: la
carencia de medios, la especifidad y estrechez del vínculo que las une a los hombres, la culpable
complacencia en algunos casos.Y para justificar su afirmación realiza una exhaustiva consideración de la
historia de la sociedad occidental, desde una mirada que enfoca con agudeza la situación de las mujeres
y los condicionamientos principales en que se han movido sus vidas a lo largo del tiempo.
Sin la independencia económica no pude haber autonomía y, por tanto, emancipación.
El otro pilar de la emancipación se encuentra en la necesidad de conciliar la vida familiar con la profesional
y personal, que pasa por una maternidad libremente decidida y la corresponsabilidad sobre las cargas
familiares.
El cuerpo es entendido por Beauvoir no como objeto o cosa, como aspecto biológico considerable en sí
mismo, sino como cuerpo vivido desde el que se aprehende el mundo y se esbozan los proyectos vitales,
cuerpo entendido como situación. Desde esta ausencia de distancia entre lo biológico y lo cultural. Por esta
razón va a tener tanta importancia en la propuesta de Beauvoir la educación igualitaria para todas las
personas. El objetivo de esa educación será no llegar a ser nunca mujer, si por “mujer” entendemos un ser
que no se concibe en primer lugar como sujeto.
Solo una evolución colectiva puede posibilitar los cambios necesarios para que todos los individuos
concretos puedan gozar de las mismas oportunidades, que Beauvoir propone definir en términos de
libertad, no de felicidad, pues no hay posibilidad alguna de medir la felicidad ajena y nada hay más fácil
que declarar feliz una situación que se quiere imponer.
pregunta relación
El existencialismo
Es una corriente filosófica que se desarrolla en Europa en la primera mitad del siglo XX. Ser y Tiempo de
Martid Heidegger es una de las obras más influyentes de los pensadores existencialistas. Simone de
Beauvoir se identifica con el existencialismo ateo francés. En el Segundo Sexo afirma que la perspectiva
que adopta es al de Heidegger, Sartre y Marleau-Ponty.
El primer principio del existencialismo se encuentra en la afirmación de que, en el ser humano, la
existencia precede a la esencia. Los seres humanos no pueden caracterizarse en virtud de una cierta
naturaleza común a todos los individuos, cuyos rasgos puedan establecerse de antemano. El ser humano
inicialmente no es nada: será aquello que resulte de su propia acción. No hay conceptos generales previos
a la existencia que puedan definirlo. Cada individuo concreto no es más que lo que hace a lo largo de su
vida.
El existencialismo de Sartre defiende que no hay Dios que conciba al ser humano en algún sentido. El ser
humano está solo: no es nada más que lo que resulte de sus propios proyectos. Puede elegir cómo
hacerse. En ese sentido es libre. Por ello, es también único responsable de lo que haga de sí mismo.
La elección de lo que un individuo hace respecto a su propia vida involucra a los demás, en relación a los
cuales se realiza el proyector propio. La acción de un ser humano compromete a los otros, que se ven
afectados por la acción, y eso hace que la responsabilidad de cada uno sea mayor, porque es también
responsable de los efectos de su acción sobre la humanidad.
Según Sartre, la conciencia de la responsabilidad puede producir angustia, que manifiesta todo aquel que
sabe que al decidir opta por una vía y deja de lado otras posibilidades que ya no van a desarrollarse.
Cuando se toma conciencia de que el sentido de la propia vida depende de uno mismo y no de valores
trascendentales el ser humano puede sentirse desamparado, solo.
Vivir es necesariamente elegir al actuar, inventar; por eso el ser humano es libertad. El existencialismo
niega todo tipo de determinismos. Acudir a este tipo de explicaciones para justificar aspectos concretos
de nuestra vida es poner excusas. El bien moral se identifica con la asunción de la soledad de cada
individuo en la elección. La mora existencialista es una moral de acción y compromiso. Peso esta acción
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que cada uno decide y en la que cada cual se compromete no es estrictamente individual: cada ser
humano se capta a sí mismo necesariamente en relación a otras personas. Se necesita el reconocimiento
de los demás para ser consciente de uno mismo.
La libertad se realiza en un marco de intersubjetividad. La libertad propia afecta al desarrollo de la libertad
de los demás. Cada acción que se realice puede ensanchar las posibilidades de acción de los demás o
puede obstaculizarla. La elección siempre se produce en una situación determinada, en unas
circunstancias que han de tenerse en cuenta. Cada individuo está moralmente obligado a realizar su
libertad y querer al mismo tiempo la libertad de los demás.
El existencialismo es un humanismo porque afirma que no hay más legislador que cada ser humano
concreto. Desde este punto de vista, no es una doctrina pesimista, sino optimista, en el sentido de que
hace depender a cada individuo solo de su propia acción.
El existencialismo de Beauvoir contiene elementos propios, aunque se configura en diálogo tanto con la
filosofía sartreana como con los planteamientos de Merleau-Ponty. En El Segundo Sexo insisten en la
afirmación de de que el ser humano no es una especie natural, sino una idea histórica. También comparte
su concepción acerca del cuerpo como situación: no es una mera cosa, sino la forma humana de
aprehender el mundo y esbozar los proyectos propios.
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