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Del libro academico al libro popular Pro

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Identidad y prácticas
de los grnpos
de poder en México)
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siglos XVII-XIX
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Rosa María Meyer Cosío
coordinadora
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COLECCIÓN CIENTÍFICA
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3 o. .
Identidad y prácticas
de los grupos de poder
en México)
siglos XVII-XIX
Seminario de formación
de grupos y clases sociales
Rosa María Meyer Cosío
coordinadora
SERIE HISTORIA
INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA
r o;
Primera edición: 1999
D. R. © Institut o Nacional de A tltropología e Historia
Córdoba 45, col. Roma, c. p. 06700, México, D. F.
ISBN 970-18-2505-5
Impreso y hecho en lvféxico
Índice
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
11
Capítulo l. El mundo de la palabra impresa . . . . . . . . . . . .
17
Del libro académico al libro popular. Problemas y perspectivas
de interpretación de los antiguos inventarios bibliográficos
Enrique González González .
1
11 . . . . . . . . . . . . . . .
111 . . . . . . . . . . . . . . .
Apéndice. Escritores eclesiásticos .
19
19
21
24
31
Después del autor.•. Impresores y libreros en la Nueva España
del siglo XVII
Emma Rivas Mata
Introducción . . .
Impresores . . . .
Impresores-libreros.
Ubreros . . . . . .
41
41
43
47
53
Prácticas de censura de libros en el siglo XVIII
José Abe/ Ramos Soriano . . . . . . . . . . .
57
Capítulo 11. Del Virreinato a la guerra con los Estados Unidos:
imagen, ceremonia y representación del poder
en México . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
65
Ceremonia y cofradía: la Ciudad de México
durante el siglo XVIII
Clara García Ay/uardo . . . .
Las cofradías y la Eucaristía .
Las cofradías y los funerales
67
71
72
Las cofradías y las procesiones . . .
Las cofradías, la liturgia y la devoción
74
76
Imágenes de la guerra del 47: dos maneras de ver
Esther Acevedo . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
83
Capítulo 111. Cambio, rivalidad y legitimación comercial . .
99
Comercio y poder: los consulados de México y Veracruz
ante los "privilegios exclusivos"
Armando Alvarado Gómez . . . . . . . . . . . . . . .
La crisis del comercio hispanoamericano: el comercio
con neutrales . . . . . . . . . . . . . . . .
Rivalidad intercolonial: el proyecto habanero .
Las razones del Consulado de México .
Los motivos del Consulado de veracruz . . .
El Consulado de Veracruz ante el comercio extranjero:
1799-1819
Mati/de Souto Mantecón
Bibliografía . . . . . .
Fuentes consultadas . .
Comercio colonial, costes de transacción e institución
corporativa: el Consulado de Comercio de Guadalajara
y el control de las importaciones, 1795-1818
Antonio /barra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Mercado e institución: los contornos del problema. . . . . .
Instituciones económicas y costes de transacción: una visión
histórica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . : . .
El control de las importaciones en el mercado interno
novohispano: la gestión del Consulado . . . . . . .
Balance final: una apreciación de la gestión económica
de una institución de Antiguo Régimen
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
101
104
106
111
11 6
125
133
133
135
135
136
142
145
148
Capítulo IV. Asociación, inversión y alianzas en contextos
regionales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
151
Los grupos de poder en la creación del Nuevo Santander,
1747-1766
Patricia Osante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
153
La inquietud del real gobierno . . . . . . . . . .
Las expectativas de los acaudalados del centro
Los prominentes inmigrantes . . . . .
El conflicto entre los grupos de poder . . . . . .
Asociación e inversión, una práctica secular de la familia
Rui-Pérez Gálvez (siglos XVIIHOX)
Edgar Omar Gutiérrez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Sobre la marcha de la mina (una hipótesis de periodización)
El arranque . . . . . . . . . . . . . . . ·
Los herederos . . . . . . . . . . . . .
La incorporación de nuevos intereses .
Del rescate a las compras a ley . . . .
El impacto económico del ferrocarril de Tehuantepec
y el poder de los zapotecas en la región
Leticia Reina Aoyama .
Concesiones . . . . . . . . . . . . . . . . .
Cambios demográficos . . . . . . . . . . . .
Quién dio tierra para el ferrocarril y a quiénes
se las quitaron . . . . . . . .
Impacto en la agricultura . . . . . . .
Diversificación de la producción . . .
Impacto en la estructura ocupacional
Conclusión . . . . . . . . . . . . . .
154
157
160
162
167
167
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169
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177
183
183
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196
197
197
198
Capítulo V. El crédito como factor de control
de las actividades económicas, siglos XVIII y XIX . . . . . . . 201
Las deudas del Tribunal de Minería: 17n-1823
Eduardo Flores C/air . . . . .
Introducción . . . . . . . . .
La formación del Fondo Dotal
El crédito a los mineros . . .
Características de los depósitos irregulares .
Los grupos de acreedores .
. .
El costo de las deudas .
Consideraciones finales . .
203
203
204
208
213
215
219
226
Los empresarios y el crédito en el México independiente
Rosa María Meyer Cosío
Introducción
Las fuentes . . . . . . . .
227
227
227
Los casos de estudio . . . . . . . .
El crédito . . . . . . . . . . . . . .
El crédito eclesiástico y el particular
Los réditos . . . . . . . . . . . . . .
Prestatarios y monto de los préstamos .
Garantías, plazos y pagos
El auge de los préstamos .
Conclusiones . . . . . . .
Los empresarios textiles y su vinculación con el capital
financiero en la región del valle de México, 1830-1884
Mario Trujil/o Bo/io . . . . . . . . . . . . . .
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
La manufactura textil, un provechoso negocio
para comerciantes y empresarios de la región
Las compañías textiles, un negocio más de las casas
mercantiles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Los empresarios textiles y sus nexos con los especuladores
de algodón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Los empresarios textiles y el capital financiero
entre la República Restaurada y los albores del Porfiriato
Conclusiones .
Siglas utilizadas
Bibliografía. . .
228
230
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273
274
274
Del libro académico al libro popular. Problemas
y perspectivas de interpretación de los antiguos
inventarios bibliográficos*
Enrique Gonzáfez Gonzáfez-
La historia del libro en México se remonta a los tiempos de Eguiara o, si
preferimos, a las investigaciones realizadas o auspiciadas por García
lcazbalceta. Con todo, hasta hace relativamente poco tiempo, la atención
se había centrado en lo que en la actualidad se denomina la topobibliografía: como sabemos, el estudio, principalmente descriptivo, de los impresos
producidos por uno o varios talleres, en determinada ciudad o territorio, en
un tiempo dado. Sin duda, es éste el terreno sobre el que más se ha
avanzado en nuestro país. Asimismo, durante los años treinta, con motivo
del cuarto centenario de la imprenta en México, aparecieron algunos
cuantos estudios sobre el mundo de los libreros que, por desgracia, no
tuvieron continuidad. También se manifestó un interés por el tema de la
censura.
Tiempo después de los esfuerzos mencionados, la historiografía francesa, sin duda haciéndose eco del libro fundador de L. Febvre y H. J.
Martín, L'appariüon du livre (1958), dio impulso a una auténtica revolución
copernicana en esta disciplina, al centrar su atención, no tanto en la
materialidad y las peculiaridades tipográficas del objeto impreso, sino en
la sociedad que, al contacto con el libro, ha reaccionado de diversas
formas. ¿Cuál es el "fermento" que los materiales impresos han producido
en aquellos sectores de la sociedad que reciben su influencia? Puede
resumirse ese nuevo enfoque en palabras de Chartier, protagonista de esa
renovación historiográfica: ha venido dándose un desplazamiento del
mundo del libro al de sus usuarios, es decir, al de la lectura.
La lenta recepción de tales tendencias en nuestro medio llevó, tarde o
temprano, a constatar que, lo avanzado hasta hoy en materia de topobiblio• En la medida que el propósito inmediato de este trabajo es el de suscitar la discusión entre
colegas, más que el de presentar un producto acabado, me abstuve de introducir notas de pie. Me
limito a sugerir, a los principiantes, "Ubros sobre libros. Bibliografía básica en torno a la historia del
libro", de J. A. Ramos, E. Rivas, A. Robles y S. Quintanilla, en Historias 29 (octubre de 1992-marzo
de 1993), pp.163-169. Emma Rivas prepara un trabajo sobre bibliografía del libro en México. Aparte
del deseable perfeccionamiento de este esquema, considero que debe intentarse uno análogo para
cada una de las restantes facultades, más la gramática.
•• Centro de Estudios sobre la Universidad (uNAM).
19
grafía, era apenas un indispensable punto de partida hacia nuevas tareas.
Éstas , por suerte, van desarrollándose en muchos lugares con diversos
enfoques, pero, por desgracia, con frecuencia consisten en mero ag regado
de esfuerzos aislados, no sólo en el sentido de que pocos sabemos lo que
otros pudieran estar investigando, además - lo que resulta quizá peorque no siempre se busca sumar la actual labor a la de los estudiosos
precedentes. Un inventario de impresos coloniales en las bibliotecas estadounidenses, como el realizado por Buxó, resulta de gran utilidad; pero
cuánto más provechoso sería si sus 285 páginas de fichas bibliog ráficas
fueran acompañadas del respectivo número de serie del catálogo de
Medina, o de la especificación de aquellos títulos no registrados en dicho
repertorio.
Un tema de la historia novohispana que despierta mi curiosidad desde
hace tiempo, es el de la fortu na, en México, de las ideas filosóficas,
científicas, literarias, etcétera, producidas en Europa durante los tres siglos
de domi nación española: el humanis mo, la segunda escolástica, el barroco
y la ilustración , entre otros movimientos intelectuales y modas !iteraria.s.
Para llevar a cabo esa investigación, que requiere del concurso de muchas
manos, resulta indispensable desarrollar la historia de la circulación del
libro en los diversos ámbitos, lugares y tiempos.
Obviamente, conviene insistir en un punto central: para saber qué clase
de libros impresos circulaban en una sociedad , de ning una manera basta
con estudiar la topobibliografía local. Repertorios como los de Eguiara,
Beristáin, García lcazbalceta, Andrade, León , Medina, y el último y excelente de Garritz, permiten explorar lo que en un lugar y medio se creía
importante poner en letra de molde, y que, además, lograba superar todos
los obstáculos burocráticos y fin ancieros que la impresión de un libro
exigía. Un sector de esa producción local era fruto del ingenio nativo, pero
otra buena parte -y establecer las proporciones resulta de gran importancia- era resultado de adaptaciones, traducciones o de sim ples reimpresiones de autores foráneos.
Por importante que sea el valor de lo aportado por las prensas locales,
el estudio de la imprenta novohispana acerca sólo a una parcela, en
muchos sentidos marginal, respecto de la totalidad de libros que circulaban
y eran leídos. No se trata de poner en duda la incuestionable importancia
de la producción impresa local; pero quien co nsidere que su estudio es
suficiente para conocer la cultura del libro en un medio dado, dejará sin
explicació n muchos de los aspectos medulares relacionados con el fenómeno de la ci rculación y recepción del mismo.
El solo estudio de la imprenta novohispana no da explicación de todo
aquello que las plumas locales dieron a la estampa. Como se sabe, un
sector muy selecto, pero sin duda significativo, de autores criollos tuvo
acceso a las prensas peninsulares y aun europeas. Tal circunstancia
determinaba el radio de difusión que esos impresos eran capaces de
20
alcanzar, una vez en contacto con las redes comerciales de los libreros
ultramarinos. El nombre de un Sigüenza y Góngora, por irmovadoras que
sus ideas hubieran podido ser, nunca fue pronunciado en boca de los
científicos europeos. Su radio de alcance llegó tan lejos como los circuitos
mercantiles del libro novohispano lo permitían. Y éstos, por lo poco que
sabemos, no lograron implantar redes regulares fuera del virreinato. En
cambio, su contemporánea sor Juana sí pudo ser conocida y valorada en
la metrópoli, gracias a aquella porción de sus obras impresas allá. Por
razones obvias de método, el estudio de la difusión impresa europea -y
americana- de los autores novohispanos editados fuera de México,
sobrepasa el ámbito de quienes se limitan al análisis de la producción
tipográfica local.
Para investigar, pues, la circulación del libro, es indispensable recurrir
a fuentes alternativas, particularmente a los inventarios bibliográficos,
complemento imprescindible de los estudios en torno a la imprenta local.
En tanto que dan noticia de manuscritos e impresos, locales como foráneos, constituyen una fuente más rica que las topobibliografías para
acercamos al fenómeno de la circulación del libro en la Nueva España.
y
Ese espectro, gracias a su mayor amplitud, revela fielmente el ョュセイッ@
carácter de los libros que estaban al alcance de los diversos estamentos
de aquella sociedad. Por lo mismo, evidencian que la proporción de
impresos disponibles en el virreinato, procedentes de ultramar, sobrepasó,
en casi todos los campos, a la producción doméstica, cuyos ejemplares
apenas si se advierten, entreverados en una masa bibliográfica siempre
mayor. De igual modo, a la hora de valqrar los contenidos de las bibliotecas
descritas en tales inventarios, suele imponerse el hecho de que Jos títulos
cualitativamente más relevantes -aspecto al que me referiré en la última
parte de este trabajo- también procedían del otro lado del océano.
11
Por supuesto, no todos los inventarios proporcionan la misma información.
Pero esa diversidad, lejos de constituir una deficiencia, permite complementar las noticias que contienen unos y セエイッウ
N@ En determinados casos, nos
ofrecen el contenido de las bibliotecas corporativas o de las públicas, en
otros, ayudan a tener una idea de lo que almacenan los libreros en sus
bodegas, y en fin, también pueden aportar información sobre los libros que
posee un dignatario civil o eclesiástico, y hasta de aquellos que tienen
particulares.
El mundo de los libreros es susceptible de estudio por medio de listados
ocasionales levantados por defunción, o por inspecciones de las autoridades, siempre recelosas de la difusión de materiales prohibidos. En ellos
se enumera el total de existencias en bodega, al menos, de aquéllas de libre
21
circulación. Un interés análogo ofrecen las "guías" que acompañaban todo
despacho legal de libros de la metrópoli a Veracruz, y cuya-elaboración era
supervisada por la Inquisición. Una inspección que, en principio, también
se hacía al desembarco. Todas esas listas, si un día son estudiadas
sistemáticamente, permitirán conocer qué libros había disponibles, previa
compra, en Nueva España, qué demanda tenían y, con suerte, también sus
precios. Otro punto de gran interés: qué novedades bibliográficas desembarcaban y con qué puntualidad o retardo.
Pero no todos los impresos entraban por conducto de los libreros,
individuos que, con frecuencia, sólo hacían del libro uno más de sus ramos
en el comercio ultramarino. Muchos frailes, clérigos, letrados, y también
particulares, se encaminaban a la Nueva España con uno o varios volúmenes. A veces, sólo para entregarlos a terceros. Un equipaje siempre
sospechoso, que más valía declarar a las autoridades, y sobre el que
también llega a encontrarse documentación. De ese modo pudimos saber,
por ejemplo, que el doctor Juan de la Fuente, quien en 1578 se convirtió
en primer catedrático de ュ・、ゥ」ョセ@
la r・。セ@
Universidad, se embarcó en
Sevilla, en 1562, con una biblioteca médica verdaderamente de "vanguardia". En ella se incluyó a Vesalio, a los médicos humanistas de Alcalá y
Valencia, junto con innovadores tratados de iatroquímica, y hasta con un
escrito médico de Servet. Además de dicho, y a fuer de buen humanista,
el médico se embarcó con escritos de Erasmo, Vives, Nebrija, y de poetas
latinos...
Acompañado de la información provista por los libreros, resulta interesante el estudio de los volúmenes de las antiguas bibliotecas corporativas,
es decir, de las pertenecientes a una orden religiosa, a un colegio, y
también de aquéllas públicas. Como todos sabemos, las decimonónicas
Leyes de Reforma, al decretar la desaparición de las corporaciones civiles
y eclesiásticas, ordenaron que, cuando éstas poseyeran libros, su propiedad pasara a la nación. Este acervo se concentraría en la Biblioteca
Nacional, institución que entonces fue creada sobre el papel. A consecuencia de las circunstancias en que dichas leyes se dictaron, resultó imposible
su oportuno cumplimiento, con el resultado de que, lo más rico de ese
patrimonio bibliográfico fuera robado, malbaratado, perdido y, lo peor para
una colección de libros, dispersado.
Lo que quedó en la Biblioteca Nacional no corrió con mejor suerte, si
tomamos en cuenta que se debió esperar más de 100 años para disponer
de un catálogo de los volúmenes de origen, y que su realización sólo fue
posible gracias a la decisión de un Ignacio Osorio, desaparecido cuando
más pudo haber hecho por remediar otros males añejos de una institución
tan rica en vicisitudes. Otras bibliotecas que concentraron ricos libros
coloniales, como la de Guadalajara o la Palafoxiana de Puebla, carecen
todavía de catálogos adecuados. Pero si los originales que han sobrevivido
en tales lugares son tan fragmentarios y, en algunos casos, de difícil acceso,
22
queda al menos el recurso de la localización de antiguos inventarios, cuyo
estudio permitirá una reconstrucción tentativa de tales colecciones.
Por lo que se refiere a las bibliotecas conventuales, sabemos que todas
debían informar periódicamente sobre sus bienes, parte de los cuales eran
los libros. El estudio diacrónico de semejantes listados, como el que
actualmente realiza R. Escartín para el Convento Grande de San Francisco, será una fuente riquísima de información. Anna Funes, por su parte,
está examinando el copiosísimo inventario de libros del Colegio de San
Pedro y San Pablo, levantado a raíz de la expulsión de la Compañía. Otras
órdenes y colegios ya habrán elaborado, sin duda, información análoga.
En cuanto a la primera biblioteca pública de la Ciudad de México, la
Turriana, nadie ha estudiado aún su contenido, enlistado en la Biblioteca
Nacional. Por fin , en los años treinta, A. B. Trens empezó a editar un
catálogo de la biblioteca de la Real Universidad, trabajo que desafortunadamente no concluyó y tampoco se sabe dónde está el manuscrito que se
tomó para su edición, del acervo de la antigua universidad. Otro inventario
de la misma biblioteca, al parecer anterior, lo está analizando también Anna
Funes.
Los repertorios de las bibliotecas complementan y en cierto modo casi
son el inverso de los listados de los libreros. La mercancía de estos últimos
debe de circular y, cuanto más pronto, mejor. En consecuencia, sus listas
constituyen una suerte de foto fija de una realidad en movimiento, la toma
estática de un día dentro de una vida de movilidad. Revelan lo que nosotros
mismos hallaríamos hoy en cualquier visita a un librero: algunas existencias
recientes se habrán agotado, mientras que otras envejecen a falta de
demanda, y estarán por llegar novedades. Por el contrario, las bibliotecas
tienden a integrar colecciones en uno o varios ramos, en vez de limitarse
a ser un agregado aleatorio de las mercancías del día. Pero, como rara
vez contaban con un presupuesto estable para compras, era difícil mantenerlas actualizadas, y solían más bien enriquecerse con donaciones de
particulares que ya habían usufructuado esos volúmenes durante algún
tiempo. De ahí que constituyan, por así decir, el repositorio de una tradición.
Salvo si el espacio escasea o se quieren obtener recursos vendiendo
duplicados, lo que no siempre estaba permitido hacer, las bibliotecas
corporativas y públicas hacen lo posible por conservar sus libros hasta que
la polilla o los hongos dan cuenta de ellos, o hasta que un usuario no
devuelve el préstamo, o hurta. El acervo de los libreros, pues, se complementa con el de las bibliotecas.
Queda por último una fuente de máximo interés para el estudio de la
recepción del libro: los repertorios de las bibliotecas privadas, accesibles
por lo común cuando se localizan inventarios post mortem. Los usuarios
particulares, a medio camino entre la librería y la biblioteca, son, por así
decir, el momento más vivo de la circulación de un libro, cuando éste puede
ir, con mayor libertad, de mano en mano y de oído en oído. El interés.que
23
tales documentos han despertado en últimas fechas, dentro y fuera de
nuestro país, me exime de detenerme a ponderar su capital importancia.
Una relevancia que, sin embargo, debe ser considerada en su justo lugar:
sin perder nunca de vista la información de los inventarios bibliográficos
de los libreros, de las bibliotecas institucionales y de los catálogos de la
producción bibliográfica local.
Hasta aquí he aludido a las cadenas legales de circulación del libro.
Pero, a veces, los títulos más interesantes o los más divertidos, estaban
prohibidos o eran de circulación secreta y restringida. Evidentemente, su
existencia es mucho más difícil de rastrear. Sin embargo, parte de ellos eran
detectados y confiscados por la Inquisición, de lo cual dejaba memoria
escrita y, aquí como en tantos campos, se impone buscar con paciencia tal
información en los archivos. Y si nunca nos darán la medida de lo que en
realidad circulaba, mientras más se busque, mejore_
s botones de muestra
aparecerán. Ocasionalmente también se descubren libros prohibidos en
inventarios post mortem. Menos fácil resulta establecer si el propietario los
poseía a sabiendas, con o sin licencia,o por ignorancia.
A mi juicio, sólo cuando contemos con un estudio exhaustivo sobre la
recepción y circulación del libro en Nueva España, basado en inventarios
de todo género, empezaremos a poder hablar con conocimiento de causa
acerca de qué clase de ideas religiosas, filosóficas, científicas europeas,
o qué gustos literarios privaron en cada momento en las distintas regiones
de sus territorios. Sin duda, y hay que repetirlo, no basta de ninguna
manera con limitarnos al estudio de las prensas locales.
111
-l2or ser tan importantes los inventarios para el estudio de la difusión y
circulación del libro en el pasado, se trata de documentos difíciles de
manejar. A veces, pecan de parquedad. Además, el amanuense que los
realiza rara vez es un experto en bibliografía y se necesita una suerte
excepcional para que en ellos se dé cuenta de autor, título, lugar y fecha de
edición, para no hablar del impresor. Lo más frecuente es la mención sucinta
de uno solo de esos elementos. Por otra parte, casi siempre abundan en
errores de transcripción , en especial cuando se trata de títulos o de autores
en una lengua distinta de la corriente, circunstancia que se complica cuando
el nombre del autor aparece latinizado. El estudioso se ve en la necesidad
de identificar -cuando no a inventar- el mayor número posible de los
títulos que contiene esa enigmática lista y, posiblemente, asignarles pie de
imprenta. En su favor está el hecho de qu+.s libros sólo se imprimieron
una vez. Para la identificación, además de cierta experiencia y hasta de
verdadera suerte, se requiere del auxilio de repertorios bibliográficos como
el inestimable Palau para los títulos hispanoamericanos, o los catálogos de
24
grandes bibliotecas como la Británica o la Nacional de París, así como el de
colecciones de títulos estadounidenses, conocido como el NUC. E innumerables más.
Por ello, el problema mayor es el de cómo clasificar e interpretar el
c.ontenido de cierta biblioteca, una vez que ésta ha sido reconstruida a
partir del inventario. Qué datos de relevancia o irrelevantes, para la historia
de las ideas y de la cultura de un medio dado, revelan esos catálogos. Es
frecuente ordenar esos contenidos con base en los encabezamientos de
materias del sistema decimal de Dewey. Pero si la utilidad de ese procedimiento es incuestionable para la clasificación de los actuales saberes
y disciplinas, tal y como se consolidaron a partir de la segunda mitad del
siglo XIX, la distribución no corresponde a la estructura de las ciencias
según eran concebidas durante el antiguo régimen. En consecuencia, no
aportan puntos de referencia para ordenar y evaluar aquellos listados de
libros en relación con el medio cultural en que aparecen.
Es necesario, por tanto, examinar las viejas bibliotecas en función de
cómo se clasificaban entonces-los saberes. Se trata cle una cuestión no
siempre atendida por los historiadores del libro, pero que podría funcionar
como referencia: el saber libresco, hasta la revolución científica, estaba
agrupado conceptualmente en torno a cinco facultades, más la gramática.
En efecto, a partir de la Edad Media y por: lo menos hasta mediados del
siglo XVIII, en el ámbito cristiano tuvo vigencia la idea de que las ciencias
dignas de ser enseñadas y cultivadas por hombres libres -a diferencia de
los saberes serviles y de los ocultos- , se hallaban divididas en facultades.
Éstas eran cinco y se enseñaban en las universidades y, a veces también,
en escuelas conventuales, catedralicias o municipales. Las facultades
eran, en orden jerárquico, teología, derecho eclesiástico o canónico, derecho civil, medicina y artes. A ellas se añadía una sexta disciplina que,
aunque carecía de facultad, se enseñaba dignamente en cualquiera de las
mencionadas instituciones: la gramática, hermana de la retórica. Evidentemente, las personas que poseían una formación literaria superior a la
elemental, solían ser instruidas en las escuelas en función de ese esquema
de conocimientos y mediante el estJJdio de unos libros fuertemente relacionados a una tradición.
cada facultad se
En efecto, se trata de un asunto que deseo 、・ウエ。」セN@
identificaba a sí misma con el texto escrito de un autor, quien era visto
como la fuente de su autoridad doctrinal. Los escritos restantes de cada
universidad eran conceptualizados en función de su referencia al texto en
cuestión. La facultad de teología se fundaba en la Biblia, en los Padres de
fa Iglesia, y en el llamado Maestro de las Sentencias. En derecho eclesiástico, la fuente de autoridad era el corpus canónico o colección de compilaciones oficiales de leyes eclesiásticas. Los civilistas, por su parte, se
basaban en el corpus jurídico ordenado por el emperador Justiniano en el
siglo VIL Los médicos, y de ahí el epónimo que todavía sigue en uso, en
25
la obra de Galeno. A su vez, la escuela de artes era el reino del corpus
aristotélico: se estudiaban preponderantemente sus escritos lógicos, incluidos en el Organon, pero también los de filosofía natural, de metafísica, de
moral y de política. Las mismas matemáticas, por su carácter de instrumentos para la astronomía y la cosmografía, se consideraban en dicha
facultad. Por último, el texto de los gramáticos, esa disciplina cuyos
profesores carecían de espacio en las universidades, era el escrito por el
romano Donato. Los gramáticos tenían, a su vez, un modelo para la
elocuencia en prosa, Cicerón, y consideraban a Virgilio como el poeta con
mayúsculas. En tanto que cada uno de ellos era el autor, de su obra
emanaba la auctoritas. Disciplinas como el teatro o la historia solían ser
también consideradas territorio del gramático, con Terencio y Salustio
como autores.
La lista anterior de textos, uno o dos para cada facultad , tiene una
importancia que rebasa mucho lo anecdótico. A lo largo de los siglos, en
torno a cada uno de ellos la respectiva facultad fue generando una vasta
literatura que, no obstante sus modalidades según la época, solía ser
considerada, en última instancia, como producto de interpretación o de
glossa de la auctoritas correspondiente. En primer término, cada una de las
cinco facultades que integraban la Universidad en el Antiguo Régimen
adoptó a un intérprete oficial de su textus , a quien consideraba el comentarista o glosador "ordinario". En derecho civil, la glossa de Acursio, a la
que seguían en importancia los "posglosadores" Bártolo y Baldo. En artes,
Averroes, de ahí que se le reconociera como El Comentador del Filósofo,
es decir, de Aristóteles. Por su parte, el médico persa Avicena "comentaba" a Galeno a través de su Canon , traducido del árabe al latín. A
continuación de los comentaristas, cuyo rango era casi equiparable al
de autor, estaban los realizadores de sistematizaciones o summae, libros
que, sin tener carácter oficial, eran muy apreciados como manuales para
la enseñanza. Después de ellos , formando una cadena descendente,
cada época fue prolongando esa tradición intelectual. De ahí que la palabra
facultad denote tanto al grupo de doctores y estudiantes que profesan una
disciplina como a la producción intelectual resultante del cultivo de la
misma.
Pero si cada facultad poseía formalmente un texto, en la práctica no
siempre era éste el leído. Dado que la obra de Galeno, sobrescrita en
griego, estaba dispersa en cientos de tratados, en las escuelas de medicina
se prefirió esa suma médica de Avicena que circuló en latín con el nombre
de Canon. A continuación , y dado lo voluminoso de la última obra, se
elaboraron articel/ae o pequeños tratados sobre cuestiones específicas,
que suelen aparecer en las bibliotecas de médicos y constituían, en la
práctica, los libros para la enseñanza. En artes ocurría algo análogo. Sólo
a partir del siglo XVI algunas universidades estudiaron directamente la
lógica del Estagirita. Con anterioridad, estaba admitido como manual oficial
26
las Summulae o Pequeñas sumas de Pedro Hispano, que reelaboraban la
lógica aristotélica, no con pocas . aportaciones originales. Tuvieron una
vigencia indisputada desde el siglo XIII hasta el XVI. Todavía el primer libro
de lógica impreso en América, para ser enseñado en la naciente universidad de México, fue la Recognitio Summularum (1554), de fray Alonso de
la Veracruz, es decir, una suma o revisión crítica de las Summu/ae. Para la
física aristotélica, en cambio, no se oficializó ningún manual, por lo que los
profesores de artes elegían a su albedrío el texto para enseñarla. El propio
fray Alonso editó en México, ese mismo año, una Phisica speculatio, con
la que complementaba su cursus de artes. Al proceder así, se sumó a una
tradición que tuvo vigencia del siglo XVI hasta finales del antiguo régimen,
la elaboración de manuales escolares con el título de Cursus philosophicus.
El carácter de cada uno de dichos cursos, que siempre reunían la enseñanza de la lógica y de la física, dependía de qué tan conservador era el
autor en cuestión. En ocasiones su contenido se abría a las novedades de
la revolución científica, pero comúnmente se limitaba a ser un manual
aristotélico puro y duro. La introducción de un nuevo manual en un colegio
o universidad, solía darse en medio de conflictos entre los partidarios de
la innovación y sus enemigos. Toca, pues, al estudioso de inventarios,
determinar el contenido de los tratados médicos y filosóficos declarados
por sus fuentes.
Más complejo es el caso de la facultad de teología. En sentido estricto,
su texto es la sacra pagina. De hecho, la Biblia contó con su comentario
oficial o g/ossa ordinaria , atribuida al hoy olvidado Wadefrido Strabo, y
circulaban también los comentarios semioficiales llamados Posti//ae, del
cardenal Hugo de Sancto Charo y los de Nicolás de Lira, autores infaltables
en las grandes bibliotecas hasta mediados del siglo XVI. Pero, del Renacimiento en adelante, humanistas como Nebrija, provistos de las armas de
la filología, llamaron "bárbaros" a esos autores que, a medida que avanzó
el siglo, cayeron en el total olvido. Es debido a esa tradición, que las
paráfrasis de los textos litúrgicos de epístolas y evangelios que Sahagún
y otros predicadores novohispanos hicieron en lengua náhuatl, aún fueron
designadas como Postilla. Aliado de los glosadores ordinarios, innumerables comentaristas escribieron glosas a uno o varios libros de la Biblia.
Asimismo, la enseñanza universitaria del libro sagrado contó con un
manual de carácter oficial, obra de Pedro Comestor (1110-1179), con el
significativo título de Historia scholastica.
Ahora bien, y no obstante la abrumadora producción bibliográfica en
torno al texto de la Biblia, su enseñanza fue siempre secundaria en las
universidades. El hecho se explicaría en parte, porque muy por encima de
los glosadores medievales del libro sagrado estaba la autoridad indisputada de los padres de la Iglesia, intérpretes y apologistas canónicos de la
Biblia y de toda la tradición cristiana. Pero el teólogo universitario que se
propusiera el estudio de los sacerdotes, debía hacer frente a dos ingentes
27
dificultades. La de cómo acceder a una producción tan voluminosa, consistente en la totalidad de escritos de los autores eclesiásticos entre los
siglos 11 y VIl, buena parte de la cual estaba en griego. Además del
innegable problema de que, en diversos lugares, los padres se contradecían entre sí. Es ahí donde surgió el Maestro de las Sentencias, un autor
que sistematizó, para su discusión en las escuelas, los principales dicta o
"sentencias" de los sacerdotes. Dado el gran desarrollo que la lógica sufrió
en las universidades, a modo de instrumento para el análisis de los
textos de las restantes facultades, el libro del Maestro, al posibilitar
innumerables discusiones, acaparó la atención de los teólogos. De ese
modo, el interés por la teología positiva hizo pasar a segundo término el
estudio de la Biblia.
Desde esta perspectiva, santo Tomás era sólo el realizador de un vasto
manual para el estudio de la obra del Maestro de las Sentencias: la Summa
theo/ogiae. Otros comentaristas del Maestro eran, con análogo rango, San
Buenaventura, Duns Scoto, Ockham y Gregorio de Rímini, entre otros. Al
no tratarse siquiera del comentario oficial -que nunca lo hubo-, Aquino
era una de las alternativas de interpretación del Maestro de las Sentencias,
y su modus debía competir con los de los otros autores, igualmente
legítimos. Una muestra de la autoridad que la facultad llegó a conferir al
Maestro es la fórmula ritual para otorgar el grado de doctor en teología,
según la cual se facultaba al nuevo graduado para enseñar al Maestro de
las Sentencias. El modelo se conservó, al menos en las universidades católicas, hasta el fin del antiguo régimen . En la práctica, sin embargo, los
libros del Maestro dejaron de enseñarse directamente en las escuelas durante el siglo XVI , y los últimos comentarios a su texto datan de principios
de la centuria. Es entonces cuando, en el catolicismo y más aún a partir
del Concilio de Trente, Santo Tomás acabó suplantando al Maestro en las
escuelas, pero no en el imaginario: los estatutos universitarios prescribían
que en teología se debía enseñar el texto de las Sentencias, pe ro según
el orden de la Suma de Santo Tomás.
Como puede apreciarse, la división del saber en esas cinco facultades,
más la gramática, permite que la mayoría de los libros escritos por autores
medievales y modernos durante la Edad Media y el antiguo régimen, sean
susceptibles de adscribirse a una facultad. Desde el tratado más elaborado
y académico hasta el folleto más popular. Un modesto manual de plegarias
puede ser considerado, en última instancia, en el vasto ámbito de la
facultad teológica, de donde proceden su doctrina y su estructura formal.
La teología, en un momento dado, determinaba también la forma de orar
a Dios e influía en el estilo y los contenidos de la predicación en el púlpito.
Para constatarlo, basta comparar un sermonario del siglo XV con esos
libros para la meditación en las epístolas y evangelios litúrgicos que, con
el nombre de Año cristiano, se pusieron de moda a finales del siglo XVIII y
principios del XIX. En uno y otro casos se advierte el eco de las escuelas
28
teológicas del momento, pero apenas hay punto de contacto en los
procedimientos adoptados por los respectivos autores para comentar el
mismo texto evangélico de cada fiesta litúrgica del año. Otro tanto vale
decir de los manuales para el sacramento de la confesión.
Es cierto que únicamente forzando un poco los términos se puede
afirmar que un himnario o un sacramentario remiten a la facultad teológica
o que se derivan de ella. Es también verdad que los autores grecolatinos,
igual que anteriores a esta división medieval del saber en facultades,
difícilmente podrían clasificarse dentro de ellas. Por ello, para la mentalidad
de la época, los filósofos y tratadistas de la naturaleza estaban contemplados en la facultad de artes y la mayoría de los autores griegos y latinos
eran incorporados a esa disciplina sin facultad llamada gramática. Las
bibliotecas del antiguo régimen deben de ser clasificadas, en lo posible,
en función de la mentalidad de sus lectores, más que de la nuestra.
Con el paso del tiempo, y siguiendo las modas y los problemas
específicos de cada lugar y época, los acentos crecieron y se diversificaron.
Y si bien los productos más recientes introducían nuevos matices y estilos,
siempre hacían referencia, comúnmente y por medio de citas "de Autoridad", a los padres fundadores de su facultad. Se trata de un desarrollo de
la producción bibliográfica a la vez sincrónico, en tanto que las novedades
se inscribían en los procedimientos "científicos" de su respectiva disciplina,
pero también diacrónico, en la medida que esa producción escrita adquiría
otras modalidades a través del tiempo. Quizá nadie ilustra mejor esa
conexión simbólica entre quien escribe un libro cualquiera y su respectiva
facultad, que Dante, en su Commedia. A pesar de que él se expresaba en
lengua vulgar y no en latín, en tanto que bardo, se hizo acompañar, a lo
largo y ancho de sus cantos, por El Poeta, es decir, por Virgilio. No se
trató de algún modo de una elección aleatoria ni respondía a una simple
cuestión de gusto personal. Frente a aquél ni Horacio ni Ovidio y ni siquiera
el griego Homero, tenían la misma Autoridad. Y era de Virgilio que Dante
quería tomar legitimidad para escribir sus versos en romance.
Gracias a esa tradición, resulta posible establecer para cada libro una
cadena de filiaciones que conducen -al modo de quien recorre un árbol
genealógico en sentido inverso- hasta los comentaristas oficiales y al
Autor de cada facultad. De igual modo, es factible trazar, para cada
facultad, las líneas generales de desarrollo de sus producciones escritas,
desde el textus hasta las manifestaciones más populares, teniendo en
cuenta tanto los factores diacrónicos como los sincrónicos. Semejantes
diagramas, propongo de forma tentativa y general, uno para la facultad
teológica, entendida en ese sentido lato, podrían orientar las pesquisas
bibliográficas de los exploradores de catálogos a la hora de intentar
descubrir lo que un listado de libros contiene de tradicional o de novedoso.
El esquema se basa simplemente en mi experiencia en torno a inventarios
del siglo XVI y tiene irregularidades en su planteamiento, pero cada inves29
tigador podría adaptar una representación análoga en función de los
requerimientos de su periodo de estudio. Y esto que aquí se esboza para
teología, podría desarrollarse análogamente en relación con los dos dere-·
chos, medicina, artes y gramática.
La importancia de tomar en cuenta la antigua división del saber escrito
en seis ramas, ayuda también a valorar en su justa perspectiva la producde una ciudad o región en un tiempo determinado. En las
ción ゥューイセウ。@
prensas de la ciudad en cuestión, ¿se producen en mayor o menor medida
los libros que cada facultad requiere para la formación de los estudiosos,
o bien, dichos volúmenes deben ser adquiridos en otras ciudades o
regiones? Dicho en otras palabras, dado que todo aspirante-que adquiría
formación literaria debía hacerlo con los libros básicos de su facultad ¿qué
imprenta o imprentas lo proveían de esos instrumentos imprescindibles?
Basta con hojear la obra de Medina para darnos cuenta ·de que los
impresos novohispanos, en su mayoría, no eran del género que se necesitaba para la formación básica de los estudiosos en el campo de la
teología, los derechos, la medieifla, las artes-y la gramática. En consecuencia, dichos textos tenían que introducirse de ultramar. Por su parte, las
imprentas novohispanas, si bien no aportaban los tratados troncales de
cada facultad, respondían a ese esquema de saber, por lo que deben ser
clasificados en función de los mismos paradigmas. Más aún, porque la
mayoría de los autores novohispanos habían sido formados intelectualmente según esos modelos y en función de ellos se producía su obra.
Lo anterior explica que en los inventarios de bibliotecas corporativas y
públicas, en los catálogos de librerías, y en la mayoría de las colecciones
privadas, la presencia del libro foráneo sea determinante, pero también que
la producción local forme parte del mismo conjunto. De ahí que todo estudio
que aspire a valorar la complejidad de la circulación bibliográfica en Nueva
España debe incorporar el doble ámbito de la producción local y el de las
importaciones ultramarinas. Al mismo tiempo; sólo teniendo en cuenta esa
concepción del saber en función de facultades, es posible asignar su peso
específico en una cultura dada, tanto a los textos de la región como a los
de fuera. Por último, lo anterior justifica la necesidad de investigar la historia
del libro a partir de la consideración de fuentes de diverso carácter.
El modelo que dividía el saber digno de los hombres libres en cinco
facultades, más la gramática,·fue minado gradualmente a medida que se
introducían nuevos saberes, cuyos libros era difícil colocar en una o en otra
facultad. Un intento serio de reorganización de las ciencias se hizo durante
el Renacimiento, en especial por obra de Conrado Gesner, con su Bibliotheca Universalis (1545), piedra de toque de la bibliografía moderna. El
autor fue complementando dicho libro con sucesivas propuestas de nuevas
tablas para la clasificación sistemática de las distintas ciencias. Con todo,
el modelo de saber imperante, sin duda cada vez más maltrecho, siguió
siendo, por más de dos siglos, el impuesto por las universidades. El nuevo
30
.
.
modelo suplantaría definitivamente al medieval, fue el que generaron en el
siglo XVIII los autores de la Encyc/opedie Méthodique , cuyo único título
denota voluntad sistematizadora.
A medida que en nuestros inventarios coloniales surgen frecuentemente
libros que difícilmente tienen cabida en el esquema de las cinco facultades
y gramática, estamos ante el indicio de que el dueño de esos volúmenes se
acercaba a la nueva mentalidad. A una mentalidad que, por encima de los
saberes y de los libros teoréticos, estaba reivindicando el valor de las artes
y ciencias útiles para la vida: manuales de agricultura práctica, de minería,
de artes manufactureras, de contabilidad, etcétera. Y que, paralelamente y
cada vez en mayor medida, buscaba esparcimiento en la literatura laica,
concediendo quizás un lugar secundario a los manuales de devoción.
Apéndice. Escritores eclesiásticos
Guión provisional para clasificar inventarios bibliográficos
del antiguo régimen*
1. Biblia
En tanto que autoridad fundamental del cristianismo, la Biblia era el texto
por antonomasia de la facultad de teología. La literatura bíblica se encuenエイセ@
en los inventarios de todo tiempo, de múltiples maneras:
Íntegra
Lengua
Latín
(Vulgata)
(otras versiones)
Griego (NT)
Políglota
Antiguo Testamento
Pentateuco
(Génesis, Éxodo, Levítico, Números,
Deuteronomio)
Históricos
(Josué, Jueces, Samuel, Reyes, Crónicas,
Esdras y Nehemías, Rut, Tobías, Judit, Ester,
Macabeos 1 y 2)
Poéticos
(Salmos, Cantar de los Cantares)
Sapienciales (Job, Proverbios, Eclesiastés, Sabiduría,
Eclesiástico)
• Aparte del deseable perfeccionamiento de este esquema, considero que debe intentarse uno
análogo para cada una de las restantes facuhades, más la gramática.
31
Proféticos
Mayores {lsaías, Jeremías, Lamentaciones,
Ezequiel, Daniel)
Menores (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás,
Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo,
Zacarías, Malaquías)
Nuevo Testamento
Evangelios
(Mateo, Marcos, Lucas, Juan)
Hechos de los apóstoles
Epístolas paulinas (Romanos, Corintios 1 y 2, Gálatas,
Efesios, Colosenses, Tesalonicenses 1
y 2, Timoteo 1 y 2, Tito, Hebreos)
Epístolas católicas (Santiago, Pedro 1 y 2, Juan 1 y 2, Judas)
Apocalipsis
Concordancias 「■ャゥ」。ウセ@
Generales
del Nuevo Testamento
Glosas:
Ordinaria, atribuida a Valafridus Strabo (808-849)
A ella se acostumbraba agregar las copiosas Postil/ae del franciscano
Nicolás de Lira(¿ 1270?-1340)
o las Postillae del cardenal Hugo de Sancto Charo (1200-1263).
Dei Renacimiento en adelante, humanistas como Nebiija, provistos de las
armas de la filología, llamaron "bárbaros" a esos autores, que, a medida
que avanzó el siglo XVI, fueron olvidados. Por tanto, las paráfrasis que
Sahagún y otros predicadores novohispanos hicieron en lengua náhuatl de
los textos litúrgicos de epístolas y evangelios, a mediados de esa centuria,
aún fueron designadas como Postilla.
A. ,oartj r de los comentaristas "ordinarios".' numerosísimos autores redactaron Enarrationes in ... , Commentaria in ... , Paraphrasis in ..., Meditationes in..., dedicadas a veces a un solo libro del Antiguo o del Nuevo
Testamento, a uno de los grupos enunciados, o a la totalidad de la Biblia.
La práctica no puede circunscribirse a un periodo específico, pero fue
adquiriendo diferentes características en cada época y en función de
las tendencias del autor. A mediados del siglo XVI se disputaban el
mercado editorial, los de un autor tardomedieval como Ludolfo de Sajonia,
alias El Cartujano , los de Erasmo y los de Lutero. Ya impregnados del
espíritu tridentino, y constantemente documentados en los inventarios de
bibliotecas institucionales, fueron los comentarios del jesuita Cornelius a
Lapide, que en algunos casos aparece enlistado en la letra "A", como
"Aiapide".
32
Texto para la enseñanza universitaria de la Biblia:
Pedro Comestor (111 0-1179), Historia Scho/astica.
A pesar de la abundante producción bibliográfica del texto bíblico, en las
universidades la enseñanza · de éste fue siempre secundaria frente al
interés por las discusiones de la teología positiva, derivadas del Maestro
de las Sentencias. De ahí la poca literatura que se generó del libro de Pedro
Comestor y lo pronto que desapareció de los inventarios de bibliotecas.
2. Padres de la Iglesia (siglos 11-VII)
Se consideraban los intérpretes más autorizados de los textos sagrados y
de la tradición . Después de la Biblia tenían el grado máximo de autoridad,
eran auténticas auctoritates, aunque las afirmaciones de unos y otros no
siempre concordaran.
Griegos: lista extensa que, s-alvo excepciones parciales, no circuló entre
los autores medievales por la limitación de la lengua. Su difusión auténtica
fue consecuencia de las ediciones y traducciones de los humanistas. Rara
vez sus obras aparecen fuera de las grandes bibliotecas institucionales; si
las posee un particular, denotaría preocupaciones humanísticas. Los nombres más frecuentes: Ignacio de Antioquía, lreneo de Lyon, Orígenes,
Atanasio, Crisóstomo, Dionisio Areopagita -el más conocido en las universidades- y, por último, los llamados cuatro grandes, representados a veces
en las fachadas barrocas de algunas iglesias, Clemente de Alejandría,
Gregorio de Niza, Gregorio de Nacianso y Basilio Magno.
En latín, también había cuatro grandes con una presencia notable tanto
en las bibliotecas como en las artes plásticas: Ambrosio, Agustín, Gregorio
Magno y Jerónimo. En esta lengua podemos citar también a Tertuliano,
Lactancio -muy apreciado por los humanistas-, Cipriano, Arnobio, Boecio ...
Por lo común, los inventarios de las grandes bibliotecas reportan la
existencia de sus Opera, en varios volúmenes en folio. Suele tratarse de
compilaciones que arrancan de finales del siglo >N y principios del >NI , en
muchos casos editados por Erasmo, y que, a través del siglo >NII, ·reaparecieron en formatos cada vez más voluminosos y cuidados. Lógicamente,
abundan los cuatro "grandes" latinos, entre ellos, Agustín. Más, que su
estudio en sí, sus obras interesaban en las universidades como arsenales
de dicta para las discusiones de teología positiva. Por eso no existen
comentarios sistemáticos de sus obras, con la excepción del Areopagita y
de Boecio. Las bibliotecas privadas, por su parte, solían contentarse con
escritos aislados de cualquiera de ellos, con frecuencia en volúmenes de
pequeño formato, destinados a la oración, como los Soliloquios, de San
Agustín , o escritos seudopatrísticos.
33
3. Autores de teología escolar (escolástica)
Pedro Lombardo (11 00-1160) decidió a la hora de enseñar la teología de
los Padres, resolver el problema de las diferencias entre unos y otros,
sistematizando sus dichos, sus Sententiae, en cuatro libros que tendían a
establecer la concordia discordantium. Una vez organizados los dichos
- las sentencias- de los Padres, los teólogos medievales realizaron,
durante cuatro siglos, decenas de Commentaria. El auge de Santo Tomás
en el siglo XVI y la teología que generan los autores reformados, hicieron
pasar a la historia al Magíster Sententiarum.
Comentaristas de /as Sentencias (siglos XIII-XVI)
Destacan Alejandro de Hales, Alberto Magno, San Buenaventura, Duns
Scoto, Roberto Holkot, Juan Capreolo, Gregorio de Rímini, Francisco
Mayron, A. de Neufchateau, Guillermo de Ockham, Gabriel Biel, Juan
Capreolo, Juan Gerson, San Antonino de Florencia, Juan Mair, Adriano de
Utrecht, Juan de Ce laya... y, por supuesto,
Santo Tomás de Aquino (1225-1275)
Scripta in iv libros Sententiarum
Summa Theologiae Prima pars
Prima secundae
Secunda secundae
Tertia
Summa contra gentes
Sus Opera se compilaron en Roma (1570-1571) en 18 volúmenes; en
Venecia (1592-1594) en 18, y en París (1660) en 23 volúmenes.
セ@
De los mencionados, Scoto, Rímini, Ockham y Santo Tomás defendieron
otras tantas vías para interpretar al Maestro de las Sentencias y, por tanto,
para especular en el campo de la teología positiva. Por lo mismo, el
Maestro fue leído siempre en vez de cualquiera de sus comentadores. Sólo
a partir del siglo XVI, en un primer paso, se enseñan las Sentencias
siguiendo el Comentario de Santo Tomás; luego, directamente se adopta
su Summa Theo/ogiae. A partir de que se torna indisputada la primacía del
Aquinate, numerosos dominicos y jesuitas escriben Commentaria a su
Summa, o a cualquier parte de ella. Y a finales del siglo XVI, el Maestro
estaba ya olvidado, y no aparecía en la riquísima biblioteca teológica del
patriarca San Juan de Ribera, quien murió en Valencia, en 1604.
34
4. Otras modalidades de teología escolar
En la Edad Media, abundaron también
• Las Summae o compilaciones sistemáticas de materia teológica.
• Las Quaestiones sobre problemas en particular:
disputatae (si ya fueron discutidas en público);
disputandae (si no lo han sido), y
quod/ibeticae (las disputaban los candidatos al doctorado en
teología).
Del siglo XVI en adelante, se imponen:
Las Re/ectiones, Prae/ectiones... Conferencias académicas sobre asuntos
particulares, como las famosísimas de Vitoria.
La teología moral (ya existían tratados expresos de esta disciplina que se
estudiaba en el IV de-las Sentencias; los jesuitas la pusieron de moda,
de ahí la teología sobre casos de conciencia o casuística).
Tratados apologéticos. Es uno de los temas más atendidos por los Padres
de la Iglesia en su lucha contra paganos y herejes. En la Edad Media, se
escribió sobre todo contra judíos y mahometanos. La aparición de Lutero y
demás reformadores, renovó y aumentó la polémica antiprotestante, principalmente entre los frailes. Por supuesto, desde las diversas confesiones
reformadas abundaron tanto escritos apologéticos como expositivos. Títulos
característicos: Adversus... , Apología... , Antidotum... Característico del siglo
XVI, y por influencia de la patrística griega y del auge de esa lengua, fue la
abundancia de títulos singulares (Erasmo se distinguió aquí, vgr. Hiperaspistes... ).
5. Documentación de carácter jurídico-eclesiástico
Esta literatura, únicamente forz:;¡ndo los términos se puede incluir en los
derivados de la facultad teológica. Quizá cabrían mejor en un rubro de
cánones. Se trata de la simple edición de normas o decretos eclesiásticos,
de bulas... , estatutos de catedrales, de colegios o reglas de órdenes
religiosas.
6. Escritos litúrgicos
Tenían que ver con el procedimiento ordinario o con la reglamentación
oficial para la celebración de Jos oficios divinos, en particular la misa, que
35
debía ajustarse al calendario eclesiástico y a un estricto ritual, así como
con la administración de los sacramentos. De ahí sus títulos: Rationale
divinorum officiorum, Ordinarium, Manua/e ... , Officia sanctorum, Missale,
que podía ser Romanum, si se sujetaba a esa liturgia, o ad ussum
ecclesiae ... , según la diócesis en que se imprimía. Poco a poco, el modelo
romano excluyó a los otros.
Se incluyen también aquí los breviarios o libros de horas canónicas que
cada clérigo debía leer diariamente, los libros de coro, etcétera.
Los catecismos caben en el rubro, si se entienden como el repertorio
autorizado de las fórmulas acerca de su religión que todo cristiano debía
aprender, y que incluían las oraciones "oficiales" como el Credo y el Pater
Noster. Tanto en este caso, como en el rubro anterior, su referencia a la
facultad teológica resulta un tanto forzada, con excepción de los catecismos, dado su contenido doctrinal.
7. Auxiliares para administraciófl de Sacramentos
A diferencia de los libros litúrgicos, éstos eran, o reflexiones de orden
teológico sobre el sentido de determinado sacramento, o manuales que
ayudaban al ministro a resolver problemas concretos relacionados con
la aplicación de uno o más de ellos. Se publicaban sobre todo para la
confesión, y pretendían agotar el tratamiento de cada uno de los pecados
en todos los sentidos. Fueron muy populares los de Martín de Azpilcueta.
Dados los problemas que suscitaba la apiicación del concepto cristiano de
matrimonio al mundo indígena, con los usos y costumbres prehispánicos,
fray Alonso de la Veracruz escribió un Speculum congiungiorum . La
Eucaristía, principalmente a partir del Concilio de Trento fue también tema
de muchos tratados.
8. Escritos homiléticos
Si bien los libros litúrgicos atendían el procedimiento diario de la celebración de la misa, el clérigo que debía predicar con el Evangelio del día,
necesitaba entrenamiento, así como ejemplos de dónde sacar su sermón.
Había diversos manuales para entrenar en la oratoria sacra. Podían
como Ars sermocinandi, Ars concionandi o Rhetorica christiana.
llevar エセオャッウ@
Pero parece que los religiosos preferían leer sermones concretos,
escritos o declarados por famosos oradores. No hay una biblioteca de
clérigo que no tenga al menos una muestra.
Lo común era que respondieran a las fiestas del año litúrgico: todos
los domingos, fechas de guardar, la Cuaresma y las ocho festividades
marianas. Solían ir en ciclos que abarcaban todo el año o que se centraran
36
en una de sus partes. Había para todos los Dominica del año, también
llamados de Tempore; se complementaban con los que se podían predicar
en las fiestas de santos particulares, de ahí el nombre de Feria/ium o de
Sanctis. Estaban también los dedicados a las ocho fiestas relacionadas
con la Virgen, con nombres como el de Maria/e. A veces, también se
distinguían los de Cuaresma, o Pars Quadragesimale. Quien escribía el
ciclo entero, lo intitulaba con nombres como Rosarium sermonum predicabi/ium, y constaba de las cuatro secciones arriba mencionadas. Solían
comenzar, como el año litúrgico, con el Adviento, indicación que asoma en
algunos títulos. Los volúmenes conservados en las bibliotecas, revelan que
con frecuencia se encuadernaba en uno o dos volúmenes, los cuatro tomos
del ciclo. Análogamente, es posible que los inventarios, al mencionar sólo
el primer título del volumen, estén ocultando la presencia del resto del ciclo
homilético.
A partir del siglo XVIII, aunque dedicados más bien a laicos que a
predicadores, se pusieron de moda meditaciones sobre el evangelio o
sobre el santo de cada día, pero-agrupados en doce tomos, uno por mes,
con el título de Año Cristiano. Su presencia en bibliotecas de clérigos
sugiere un uso como auxiliar homilético.
También se escribían, en vez de ciclos de sermones o de sermones
completos sobre un asunto particular, una especie de diccionarios o
prontuarios de tópicos o exempla, para que el predicador escogiera sólo
determinados giros, y el resto quedara a su inventiva. Su carácter misceláneo era anunciado por títulos como Flores Concionandi.
La oratoria sacra se ejercía también por motivos particulares, ajenos al
año litúrgico, como para elogiar la memoria de difuntos piadosos o poderosos, para celebrar la llegada de un nuevo prelado o autoridad civil y con
motivo de su onomástico; también en honor de santos menos universales,
para celebrar una advocación local o un santuario específico. Basta hojear
la obra de Medina para advertrir que durante la Colonia se imprimieron
gran cantidad de sermones al igual que hagiografías.
Los sermonarios reflejan los tópicos de elocuencia vigentes en una
sociedad y tiempo dados, así como el carácter de la teología que se
enseñaba en ese momento en las escuelas. Al mismo tiempo, las ideas
particulares del orador e, indirectamente., la mentalidad del auditorio, cuyo
aplauso se busca obtener. De ahí el gran interés que han suscitado entre
los historiadores de las mentalidades y de la espiritualidad. Sólo cuando
ellos hayan estudiado sistemáticamente la homilética virreina!, los cazadores de inventarios bibliográficos estaremos en condiciones de clasificar la
muy abundante presencia de sermones en sus listados.
37
9. Espiritualidad
[... ]
1O. Historia eclesiástica
Se trata de una temática que apenas aparecerá en inventarios del siglo
XVI, con Josefo y Eusebio, pero cuya presencia se torna más significativa
a medida que nos acercamos al territorio de la Ilustración. A menudo se
trata de series de 30 y más volúmenes, casi siempre en doceavo y, si no
es en latín, es frecuente encontrarlos en francés.
11. Relatos hagiográficos
Suelen acercarse al terreno de la devoción popular. Están por un lado los
del género conocido como Vitae Christí, amalgama de !os relatos de
los cuatro evangelios, casi siempre para consumo popular, y en los que
solía destacarse la figura de la madre de Cristo.
Están también las vidas de santos, sean recopiladas en grupo, como el
Flos Sanctorum o Legenda Aurea, de J. de Vareggio o Voragine (ca.
1230-1298), o vidas particulares. Aparecen tanto en latín como en romance.
En la Colonia constituyó uno de los pasatiempos literarios favoritos de
nuestros autores, en especial para alabar las virtudes de venerables
varones y doncellas criollos. Al igual que con los sermonarios, a medida
que avance el estudio sistemático de la producción hagiográfica virreina!,
estaremos mejor capacitados para analizar el contenido de las bibliotecas
novohispanas.
12. Obras de devoción popular
Para abusar un tanto del símil aquí expuesto, estos títulos los forman las
hojas de ese árbol cuyo tronco sería la Biblia. Por ser la manifestación más
simple y vulgar -con frecuencia también abiertamente supersticiosa- de
la literatura culta de carácter eclesiástico, de ningún modo se producen por
generación espontánea. Tales escritos constituyen, en cada época, el
último reflejo de toda una tradición teológica y pietística. En ocasiones se
trataba de productos de ínfima calidad, incluso tipográfica, pero a veces
entraban en circulación también auténticas joyas de espiritualidad para
consumo popular. Libritos destinados a andar de mano en mano, es raro
que hayan sobrevivido copias en las bibliotecas y, por lo mismo, su
presencia en los inventarios hace extremadamente difícil su identificación
y posterior análisis. Al mismo tiempo, la abundancia de temas que trata,
38
obliga a clasificaciones de gran prolijidad. A veces, reflejan prácticas
devotas galvanizadas desde siglos atrás, pero con frecuencia son también
útil sensor para detectar la introducción de novedades. Constituyen, en
gran medida la presencia más constante en los inventarios de bibliotecas.
A menor número de volúmenes consignados, su aparición es mayor
proporcionalmente.
Seminario de Historia de las Universidades,
Facultad de Filosofía y Letras (UNAM).
39
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