“LÁNZATE A LA PISCINA” REVISIÓN CUARESMAL Hace varios

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“LÁNZATE A LA PISCINA”
REVISIÓN CUARESMAL
Hace varios años que la Universidad San Jorge comenzó su andadura. El camino recorrido nos
ha servido para avanzar en el estudio y profundización en torno a nuestra espiritualidad,
misión, formación e identidad. Estos cuatro pilares nos ayudan a lograr una mayor y mejor
evangelización y presencia en el ámbito universitario al servicio de nuestra sociedad.
Para llegar hasta hoy hemos tenido que leer el pasado, analizar el presente y mirar hacia el
futuro. Ha sido un regalo del Espíritu, un testimonio de comunión y una profunda experiencia
de fe, que a todos nos ha enriquecido.
VER
Este proceso también nos sirve para reflexionar acerca del proceso que debemos llevar
adelante en nuestro ámbito más cercano. Un proceso que no sólo afecta a la organización
externa, sino que también tiene repercusiones en las personas que lo desarrollan.
Un proceso que se ve favorecido o dificultado por las actitudes que, en un momento dado,
adoptan las personas que intervienen en él.
Unas actitudes que es necesario poner ante Dios, para tener la certeza de que estamos
actuando para cumplir su voluntad, y no la nuestra.
Unas actitudes de las que a veces ni siquiera somos conscientes, o bien no les damos la
importancia que realmente tienen. Unas actitudes que conllevan unas repercusiones y unas
consecuencias que quizá no nos hemos detenido a reflexionar lo suficiente: para nosotros
individualmente, para nuestra institución, para la Iglesia y para la sociedad.
Para empezar, os invito a escuchar la siguiente historia:
Érase una vez un ciego de nacimiento. Nunca había conocido ninguna otra cosa, de
forma que su ceguera era parte de su naturaleza y se reflejaba en todo lo que
aprendía: hablar, caminar, las relaciones con los otros y la adquisición del
conocimiento y las habilidades necesarias para la vida. En realidad, su ceguera no
era una molestia para él, y daba mucha importancia al hecho de que no le impidiera
hacer nada que quisiera.
A medida que se hacía mayor, se sentía cada vez más seguro de sí mismo. Su casa
estaba ordenada de forma que sabía dónde se encontraba cada mueble y cada
utensilio, y podía moverse con facilidad. Con el tiempo, llegó a conocer cada una de
las calles de su aldea y los caminos y los lugares a los que podía ir caminando: el
mercado, las calles secundarias, el templo y los caminos que salían de la aldea y
conducían al bosque y a los campos.
Incluso viajaba sin dificultad a las aldeas de los alrededores, conocía los caminos
de la montaña y los de regreso a su casa. Sus sentidos eran más agudos que los de
la mayoría y andaba a tientas, adivinando el recorrido gracias a lo que olía, oía,
tocaba y simplemente sentía.
Ser ciego no era para él una molestia tan grande como, al parecer, lo era para los
demás, que se sentían incómodos.
Un día pasó al otro lado de la montaña para visitar a unos amigos que vivían a las
afueras de otra aldea. Ya había estado allí antes; el camino fue para él fácil y
tranquilo. La reunión con sus amigos y con otras personas a las que conoció por
primera vez fue una de las mejores que podía recordar desde hacía mucho tiempo.
Hicieron fiesta y hablaron, cantaron y contaron relatos, bebieron y gozaron
inmensamente de la compañía mutua. Y poco a poco, de dos en dos, de tres en tres
o solos, emprendieron el camino de regreso a casa. Él fue el último en partir.
Mientras se entretenía a la puerta de la casa de su amigo para dar las gracias,
despedirse y expresar sus mejores deseos, su anfitrión insistió en que llevara una
linterna en su camino de vuelta a casa, porque la noche era muy oscura y no había
luna.
El ciego se rió de su viejo amigo. ¿Se había olvidado de que la oscuridad no era
motivo de preocupación para él? Encontraría su camino de vuelta a casa sin ninguna
dificultad. Hubo un tenso silencio, y después su anfitrión le dijo de nuevo: «Amigo
mío, no eres tú quien me preocupa. La linterna es para que otros que no ven bien en
la oscuridad y no están acostumbrados a caminar a oscuras puedan verte en el
camino y no choquen contigo ni se asusten o se aterren».
El ciego no había pensado nunca antes que alguien pudiera necesitar su luz, y por
eso, humildemente, tomó la linterna que le ofrecía su amigo y se dispuso a subir a la
montaña. Llegó a la cima y empezó a bajar, caminando a tientas como solía hacerlo,
saboreando los recuerdos del día y todo aquello de lo que habían hablado y
compartido juntos, regocijándose por tan buena compañía.
Entonces, de repente, alguien chocó contra él, arrojándolo fuera del camino y
enviando la linterna lejos de su alcance. Mientras buscaba a tientas el camino y se
ponía de nuevo en pie, dijo en la oscuridad a la otra persona: «¿Qué te pasa?
¿Estás ciego? ¿Acaso no viste mi luz?».
Hubo un tenso silencio durante un momento, y después una respuesta: «Perdóname
amigo. No vi ninguna linterna. Tu luz debía de estar apagada».
Cada uno siguió su camino, y la luz quedó perdida al lado del sendero. Se dice que
los dos llegaron a casa ciegos.
Detengámonos a reflexionar algunos aspectos de este relato:
El ciego de nacimiento nunca había conocido lo que supone “ver”, de forma que consideraba
su ceguera como parte de su naturaleza y se adaptaba a ella.
Esta consideración de la ceguera como “natural”, incluso “normal”, se reflejaba en que todo en
su vida estaba organizado y ordenado en función de su ceguera.
Había aprendido a moverse por su entorno sin dificultad, conocía dónde se encontraba cada
cosa, cada camino… mientras no hubiese modificaciones, mientras nada cambiase.
La ceguera no suponía para él ninguna molestia, incluso se sentía cada vez más seguro de sí
mismo, y satisfecho porque no necesitaba de los demás.
Pero su amigo le hace recapacitar acerca de algo que no tenía en cuenta: los demás, otras
personas, que quizá tampoco ven bien en la oscuridad y no están acostumbrados a caminar a
oscuras. Existe el peligro de que no puedan verle en el camino y choquen con él, y resulten
heridos.
El ciego no había pensado nunca antes que alguien pudiera necesitar su luz, sólo había
pensado en él, en sus necesidades, en sus planes. No había pensado en la reacción de los
demás, en las consecuencias que su ceguera podía provocar.
Es verdad que, en ese momento, aceptó tomar la luz que le ofrecía su amigo, pero siguió
centrado en sus cosas, caminando a tientas como solía hacerlo, saboreando los recuerdos del
día y todo aquello de lo que habían hablado y compartido juntos.
Tan centrado iba en sí mismo, que no podía percibir que su luz se había apagado por el
camino. Sólo al producirse el choque con otro y verse arrojado fuera del camino se da cuenta
de ello.
La conclusión del relato es dramática: la luz se pierde y los dos llegaron a casa ciegos.
En resumen, el ciego está acostumbrado a la oscuridad y no se aflige por su carencia; nunca
pensó que su facilidad para moverse en la oscuridad pudiera ser un peligro para otros; nunca
pensó en los otros y, cuando otra persona le hace pensar en ello, resulta que no sabe cómo
mantener encendida su luz y ésta, al poco tiempo de caminar, se extingue sin que él se diera
cuenta. Había perdido el don que había recibido de otra persona más despierta, y esto
repercutió negativamente en él y en el otro caminante.
Contemplemos en este momento la figura del ciego. Si miramos un diccionario de sinónimos,
en la entrada ceguera dice (entre otras cosas): «obcecación, ofuscación». Y en ciego añade:
«alucinado, ofuscado, deslumbrado, atascado, obstruido, taponado».
La obcecación y la ofuscación son condiciones humanas, que sólo se pueden dar en seres con
voluntad, y que pueden ejercer su voluntad y libertad para empeñarse, tercamente, en el
camino que no es. En este sentido estarían “ciegos”.
«Deslumbrado» es como se queda uno cuando recibe un flash en plenos ojos, y sobreviene
una ceguera que es temporal en la mayoría de los casos. Si se deja reposar la vista, se recupera
poco a poco. No es necesario tomar decisiones ni emprender caminos nuevos en ese mismo
momento. Mejor esperar a que la vista vuelva a su estado normal, porque un conductor
deslumbrado por los faros de otro vehículo recorre un montón de metros antes de recuperar
su visión normal, y lo malo es que ni siquiera es consciente de que se está moviendo sin ver.
Algo así nos ocurre cuando nuestro querido mundo actual nos presenta la última novedad de
consumo, información o creencia. Nos quedamos cegatos y empezamos a hacer cambios para
adaptamos a los nuevos tiempos. No nos dejamos ocasión de recuperar la mirada de siempre y
recorremos muchos metros embalados, sin reparar en quién o qué nos estamos llevando por
delante.
En cuanto a «atascado, taponado», el ciego del relato se movía, pero sólo lo hacía por terrenos
conocidos, y siempre que las condiciones externas no cambiasen; si hubiesen cambiado, no se
hubiera movido del sitio. Y aunque se mueve, no progresa. Y encima, puede fastidiar al resto.
Es un estorbo, una rémora para el movimiento en general, como un coche que circulase a
velocidad excesivamente lenta sin dejar avanzar a otros.
Y, por último, otra forma de estar ciegos consiste en “hacernos los ciegos”. A la hora de
aceptar la realidad solemos tener unos filtros que dejan pasar sólo lo que nos interesa, sobre
todo cuando esta realidad se presenta en conflicto con nuestras seguridades, intereses de
cualquier tipo a los que solemos dar un lugar prioritario en nuestra vida.
Teniendo presente el relato y las acepciones de “ceguera”, podemos hacernos unas preguntas
mirando nuestra realidad personal, pero también nuestra realidad como militantes de ACG.
Podemos echar una mirada atrás tanto a nuestro recorrido personal como comunitario, y
preguntarnos:
 ¿Estamos haciendo como el ciego, nos movemos sólo por “terreno conocido”?
¿Cómo afecta esto a cada uno, a nuestra Universidad, a la Iglesia, a la sociedad…?
 ¿Hay algo que nos mantenga ofuscados, y nos obcecamos en no cambiar de rumbo?
 ¿Caminamos “a ciegas”, como deslumbrados, nos detenemos a revisar nuestro
actuar? ¿Se ha apagado nuestra luz sin que ni siquiera nos hayamos dado verdadera
cuenta de ello?
 ¿Qué ámbitos de nuestra vida (personal, eclesial, social) necesitan más luz? ¿Qué
llamadas percibimos?
JUZGAR
Tras la reflexión, nos situamos ante Dios, para que él, con su Palabra, nos ilumine. Y para ello
nos dejamos guiar por el evangelio del cuarto domingo de Cuaresma, la curación del ciego de
nacimiento.
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus
discípulos le preguntaron: — Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que
naciera ciego?
Jesús contestó: —Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las
obras de Dios. Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado:
viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del
mundo.
Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al
ciego, y le dijo: —Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir
limosna preguntaban: —¿No es ése el que se sentaba a pedir?
Unos decían: —El mismo. Otros decían: —No es él, pero se le parece.
El respondía: —Soy yo.
Y le preguntaban: —¿Y cómo se te han abierto los ojos?
Él contestó: —Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y
me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver.
Le preguntaron: —¿Dónde está él? Contestó: —No sé.
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día que Jesús hizo
barro y le abrió los ojos). También los fariseos le preguntaban cómo había
adquirido la vista. Él les contestó:
—Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.
Algunos de los fariseos comentaban: —Este hombre no viene de Dios, porque no
guarda el sábado.
Otros replicaban: —¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
—Y tú ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?
Él contestó: —Que es un profeta.
Le replicaron: —Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones
a nosotros?
Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
—¿Crees tú en el Hijo del hombre?
Él contestó: —¿Y quién es, Señor, para que crea en él?
Jesús le dijo: —Lo estás viendo: el que te está hablando ese es.
Él dijo: —Creo, Señor. Y se postró ante él.
Dijo Jesús: —Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven,
vean, y los que ven, se queden ciegos.
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: —¿También nosotros
estamos ciegos?
Jesús les contestó:
—Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro
pecado persiste.
Sobre el ciego gravitaba una “mala reputación” que le excluía y apartaba de los demás: ¿Quién
pecó, él o sus padres, para que naciera ciego? (v. 2); Empecatado naciste tú de pies a cabeza (v.
34). Una reputación que le adjudican por igual tanto los discípulos de Jesús como los fariseos.
Todos dan por sentado que es un pecador.
Y sin embargo, el ciego será quién muestre que tanto los discípulos como los fariseos tienen
que convertirse y aprender a ver.
El ciego obtiene la visión física en la piscina el Enviado; pero el ciego “ve” totalmente cuando
en Jesús reconoce y adora al Hijo del Hombre. Adorando en Jesús al Hijo del Hombre, el ciego
ve plenamente, es decir, cree.
El relato muestra que las obras de Dios van mucho más allá de la visión física, del simple
bienestar físico. Las obras de Dios, es decir, aquello en lo que Dios trabaja y está interesado es
en que todos puedan ver en profundidad, es decir, en que todos puedan creer.
Sin embargo, aunque todos pueden llegar a ver, no todos quieren ver. Desde nuestra libertad,
podemos optar por querer ver o por querer seguir con nuestro estilo de vida ciego: como decís
que veis, vuestro pecado persiste (v. 41). El ciego ve porque ha buscado la luz donde la luz está.
El pecado consiste en no querer buscar la luz, o buscarla donde no está.
El pecado, personal y colectivo, mantiene a las personas en su ceguera. Nos puede suceder
que, creyendo que vemos, estemos instalados en la oscuridad, y por tanto en el pecado. En el
texto encontramos ejemplos en este sentido:
Los fariseos son capaces de negar lo evidente con tal de no aceptar una realidad que les
obligaría a un cambio radical. Tendrían que abrirse a otra concepción de Dios, a otro modo de
vivir su fe y a otro modo de actuar en la vida cotidiana. Como no están dispuestos a ello,
alardean de falsa sabiduría, de poder judicial y de rectitud moral ante lo ocurrido. Se cierran en
banda ante la novedad de Jesús, y expulsan de entre ellos al que ha recobrado la vista.
Los vecinos son un claro exponente del ignorante no formado: dudan, hacen afirmaciones sin
fundamento, dan por sentados los hechos de un modo irreflexivo… pero en el fondo ni les va ni
les viene si la realidad es de una u otra manera, no muestran verdadero interés por Jesús,
porque vive superficialmente desde otras perspectivas y tienen otros intereses.
El ciego, por tanto, se convierte en ejemplo de confianza, de valentía y de coherencia. Sus
tinieblas le habían preparado para acoger la salvación. Y cuando Jesús se cruza en su vida, se
muestra dispuesto a aceptar la propuesta del Maestro.
Aunque se había acostumbrado a su ceguera, en el fondo deseaba dejar de vivir a oscuras;
seguramente las buenas noticias sobre el Maestro de Nazaret que habría oído comentar,
habían abierto su corazón a la esperanza.
El barro, hecho de tierra o polvo, junto con saliva de Jesús, era todo un símbolo de la creación
del hombre nuevo que se produce por la fe y el bautismo, cuando éste se recibe como fruto de
la conversión y del deseo de iniciar una vida en Cristo.
Al seguir las indicaciones de Jesús, el ciego mendigo renunciaba a su estilo de vida, a su
seguridad y a las limosnas, al gusto de sentirse querido por todos aunque fuera por compasión.
El ciego tendrá que fiarse de Jesús y “lanzarse a la piscina” de la vida sin otra seguridad que la
Palabra que Él le ha dado.
Este es el proceso de todo el que quiera seguir a Jesús desde su propia libertad, no sobre las
andaderas de una rutina, desde ideas o prácticas aceptadas pero no integradas, con todo el
riesgo y las dudas que la coherencia y la conversión exigen.
Valentía, riesgo, confianza, dificultad y liberación, éstos son los factores que describen el
proceso de aprender a “ver”, de avanzar hacia la libertad que la Luz de Jesús nos ofrece.
Contemplemos el relato situándonos como partícipes en el mismo:
 ¿Estamos dispuestos a cambiar esquemas, a aceptar la novedad de Jesús? ¿Nos
atrevemos a “lanzarnos a la piscina” fiados de Jesús, o preferimos quedarnos en
nuestras seguridades, en lo conocido, en lo de siempre?
 ¿Por qué cuesta tanto abrir los ojos? Podemos elegir algunas de estas ideas y
razonarla:
- Porque la luz no suele llegar en la primera juventud.
- Porque son pocos los que se atreven a pensar.
- Porque pensar exige informarse y decidir libremente.
- Porque pensar y saber conlleva dudas, riesgos e inseguridades.
- Porque saber exige cambios personales y colectivos.
- Porque vivimos demasiado aprisa y superficialmente.
- Porque los que tienen poder no quieren perderlo.
- Porque los que saben más que ellos les dejan al descubierto.
- Porque muchos son los ignorantes más o menos culpables.
- Por miedo a la propia libertad.
- Porque a cierta edad no se quieren correr riesgos.
- Porque se conoce poco a Jesús.
- Porque confiamos poco en Él.
- Porque hoy se repite el drama de Jn 9, 41:
Jesús les contestó: —Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis,
vuestro pecado persiste.
ACTUAR
Para responder a las llamadas que el Señor nos hace, podemos fijarnos en el ciego y en su
pronta respuesta a la invitación de Jesús: Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa
Enviado).
 ¿A qué “piscina” me manda Jesús para que pueda lavar allí mi ceguera?
 ¿Me siento “enviado” por Jesús más allá de los límites de lo que me resulta
conocido?
 ¿Cómo concreto, o puedo concretar, ese envío? ¿Qué consecuencias positivas y
negativas, individualmente y como parte de una institución universitaria, creo que
puede tener aceptar ese envío?
ORACIÓN FINAL
Señor, danos una mirada lúcida, que sepa descubrir el error y la mentira,
la ofuscación y el engaño, la exageración y el desenfoque, lo que es original y lo que es
copiado.
Señor, danos una mirada penetrante, que no se fije sólo en apariencias, que sepa leer entre
líneas, que pueda descubrir el por qué de tantos comportamientos.
Señor, danos una mirada admirativa, que no se acostumbre al misterio, sensible y delicada,
pronta a la alabanza y al agradecimiento, que convierta cada encuentro en acontecimiento,
incluso en las cosas sencillas y pequeñas.
Señor, danos una mirada comprensiva, sin prejuicios y bloqueos, que se ponga en la piel del
otro, que tenga en cuenta las circunstancias y el contexto, las verdaderas motivaciones y los
fines.
Señor, danos una mirada compasiva, cargada de misericordia, que nos duela, no inquisitorial,
capaz de perdonar, transmitiendo confianza y esperanza, deseosa de restaurar, cercana y
servidora.
Señor, danos una mirada de fe. En ella se incluyen todas. Una mirada para ver, como el ciego, a
Jesucristo:
Una mirada como la de nuestro Señor Jesucristo. Una mirada que sepa descubrir a Dios y su
presencia y, como el ciego, nos postremos ante él.
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