Subido por Luis Arcos

ya-no-vivo-yo-libro-final

Anuncio
Sebastián Golluscio
LIBERA TU PLENITUD EN CRISTO
1
CONTENIDO
INTRODUCCIÓN
1.
RASGAR EL CORAZÓN
2.
CRISTO EN NOSOTROS
3.
TU VERDADERA VIDA
4.
LA ALEGRÍA DE MORIR
5.
EL FARSANTE IMPREDECIBLE
6.
EL REINO DEL REVÉS
7.
EL FRACASO DE LA INTROSPECCIÓN Y EL VOLUNTARISMO
8.
LLEVA TU SOMBRA A LA CRUZ
9.
DE GLORIA EN GLORIA
10.
EL CRISTO COMPLETO
11.
EL CRISTO ACCESIBLE
12.
HAZ ALGO, LAVA PIES
13.
ORAR ANTES DE ACTUAR
14.
DE YUGOS, GRASA Y LIBERTAD
15.
JESÚS NUESTRO MAPA, CAMINO Y DESTINO
16.
LA KENOSIS NUESTRA DE CADA DÍA
17.
NO ME VOY A CONFORMAR
NOTAS
2
INTRODUCCIÓN
Superman I fue una de las primeras películas que vi cuando era chico. ¿A
qué niño no le apasionan los superhéroes? Me acuerdo prácticamente de
cada escena. El pequeño Kal-El levantando el auto de su papá terrenal, su
frustración de joven por tener que ocultar sus poderes, el viaje al polo
norte en el que descubre su misión en la tierra, su vuelo romántico con
Luisa Lane, la aparición del malvado Lex Luthor…
Pero había una escena en particular que me emocionaba mucho: el
momento en el que Clark Kent rasgaba su camisa y aparecía la gran “S” en
su pecho, impresa en el traje que siempre llevaba puesto. Había algo
conmovedor en ese simple acto. No sé, una liberación, un despertar, una
activación, una revelación, una manifestación pública. Era el instante que
todos los que estábamos mirando la película esperábamos con ansias.
“La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios”
(Romanos 8:19)
¿Será que estamos llamados a protagonizar una escena similar?
Mi objetivo en este libro es ayudarte a liberar tu plenitud en Cristo. Somos
hijos e hijas de Dios. Contamos con exactamente los mismos recursos
espirituales con los que contó Jesús, para ser quien fue y hacer las cosas
extraordinarias que hizo. Nuestro propósito principal en esta vida es ser
como él en todo. Por eso, la creación aguarda con ansias que nos
“rasguemos la camisa” y revelemos quiénes somos en verdad.
Sin embargo, a diferencia de Clark Kent, nuestra liberación no sucede
irguiendo el pecho y creyéndonos superhéroes. Paradójicamente, se nos
convoca a morir, a negar nuestro ego, a renunciar a la búsqueda de poder
para que el verdadero héroe súper poderoso viva y brille en nosotros:
“He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en
mí” (Gálatas 20:20)
Exploremos juntos este misterio espiritual.
3
4
RASGAR EL CORAZÓN
Para liberar la plenitud de Cristo tenemos que rasgarnos el corazón, no la camisa:
“Rásguense el corazón y no las vestiduras…” (Joel 2:13)
Tu mayor enemigo no es Lex Luthor, ni Zod, ni el Guasón, ni ningún villano de
historietas. Tampoco tu jefe, ni tu suegra, ni esa persona que te hace la vida imposible.
Ni siquiera el diablo. Tu mayor enemigo es el ego.
Probablemente te lo hayas preguntado:
¿Por qué fracasan los gobiernos? ¿Por qué existen las guerras? ¿Por qué se dividen las
familias? ¿Por qué políticos inteligentísimos no logran ponerse de acuerdo? ¿Por qué
miles de personas mueren de hambre habiendo suficientes recursos en el mundo para
que comamos todos hasta saciarnos? ¿Por qué quiebran los mercados? ¿Por qué gente
dotada de innumerables capacidades no puede ser feliz? ¿Por qué aumenta el estrés?
¿Por qué la soledad se convirtió en una de las grandes epidemias del siglo XXI? ¿Por
qué hay personas que tienen cada día más bienes pero sin embargo siguen sintiéndose
insatisfechas? ¿Por qué recurrimos constantemente a la mentira para cubrir nuestras
inseguridades? ¿Por qué nos genera pánico la debilidad?
Son preguntas complejas, difíciles de contestar. Pero la respuesta a estos porqués se
esconde en una palabra sencilla, de apenas tres letras: ego. Vuelve a leer la lista de
preguntas, agrégale un “por culpa del ego” como respuesta, y verás que no me
equivoco. Ese es siempre el porqué de fondo. Ese es nuestro gran problema.
Pero la buena noticia es que alguien ya lo resolvió por nosotros.
El Evangelio (buenas noticias) va a la raíz de todos los problemas humanos. Es el
mensaje de la cruz, de la muerte al yo. No se trata de una aspirina que alivia
momentáneamente los dolores. Es un bisturí que corta, que rasga, que arranca de
cuajo el cáncer que nos destruye. Es la medicina que al principio tiene sabor amargo
pero que tarde o temprano necesitamos tomar si buscamos verdadera sanidad. Es la
llave que abre la puerta de la más asfixiante de las cárceles. Es el yugo que,
curiosamente, produce libertad; el que nos libera de nuestro mayor enemigo.
En la antigüedad, rasgarse las vestiduras era una señal de frustración o indignación.
Varios personajes de la Biblia se rasgaron las vestiduras al recibir una mala noticia o al
escuchar algo que los escandalizaba.
Ya es hora de que ante las crisis, las malas noticias y los porqués de la vida los hijos e
hijas de Dios dejemos de rasgarnos las vestiduras y nos rasguemos el corazón. Solo así
podremos ser respuesta a los problemas y no parte de ellos. Así revelaremos a aquel
que vive en nosotros. Él es la única esperanza del mundo:
“…Cristo en ustedes, la esperanza de gloria” (1 Corintios 1:27)
5
CRISTO EN NOSOTROS
Un día me encontraba masticando culpa, con mi ego fracturado. Ya le había pedido
perdón a Dios con lágrimas por mi pecado, pero una de las cosas que más le cuesta al
ego es simplemente recibir perdón. No podemos entender que sea tan fácil que Dios
nos perdone, así porque sí, por puro amor y sin que tengamos que hacer nada
compensatorio ni sacrificial. En vez de recibir el regalo de la gracia, nos esmeramos en
recomponer rápidamente nuestro “yo ideal”, ese compendio de todo lo que
imaginamos que deberíamos hacer o no hacer para ser buenos cristianos
Claro que por más que lo reparemos tarde o temprano ese “yo ideal” se quiebra otra
vez, y volvemos a comprobar lo que decía el apóstol Pablo:
“¡Soy un pobre miserable! ¿Quién podrá librarme de esta maldita trampa de mi
carne? ¿Quién podrá sacarme de este círculo vicioso en el que mi ego me mete una y
otra vez?” (Paráfrasis personal de Romanos 7:24).
Reconocer que nuestro ego es un pobre miserable permite que entre en escena Jesús
y haga lo que nosotros no podemos hacer.
Esa tarde mientras caminaba frustrado escuché al Espíritu Santo susurrarme lo
siguiente: “Sebastián, vos podés ser como Jesús en todo”. Solo eso.
Te confieso que me costó y me sigue costando creerlo. ¿Igual a Jesús? ¿Yo? ¿Con mis
millones de defectos y debilidades? Yo me paro frente al espejo cada mañana, miro esa
cara desganada y me pregunto cómo será posible que ese tipo llegue a parecerse
siquiera en un 10% a Jesús. Me conformaría al menos con ser como Pedro. Con él sí me
siento identificado; con su malhumor, su terquedad, sus idas y vueltas. Pero, ¿Con
Jesús, el varón perfecto?
A lo largo de la historia pasaron muchas generaciones de cristianos. Y los discípulos del
siglo XXI enfrentamos el mismo problema de aquel constructor que, para edificar una
casa, necesitaba cien tablas de madera de tres metros cada una. El hombre usó una
cinta métrica para medir la primera tabla y la cortó exactamente a tres metros. Pero
cuando tuvo que cortar la segunda en vez de usar la cinta usó la primera tabla que
había cortado. Y para cortar la tercera usó la segunda, y para la cuarta la tercera, y así
sucesivamente. Hasta que llegó a la tabla número cien que, para su sorpresa, ¡medía
cincuenta centímetros menos que la primera! ¿Qué había pasado? Lo mismo que nos
pasa a nosotros en relación a Jesús más de dos mil años después de su venida: se
produjo una distorsión gradual del original.
Brennan Manning se pregunta:
Luego de dos mil años de la historia de la Iglesia, ¿por qué solo un tercio de la
población del mundo es cristiano? ¿Por qué las personalidades de tantos
cristianos devotos están tan opacadas? ¿Por qué Friedrich Nietzsche acusó a
cristianos por “no parecer ser salvos”? ¿Por qué hoy en día casi nunca
6
escuchamos lo que dijo el viejo abogado de John Vienne: “Hoy me sucedió algo
extraordinario: vi a Cristo en un hombre”? ¿Por qué nuestro gozo, nuestro
entusiasmo y nuestra gratitud no contagian a otras personas con un anhelo por
Cristo? ¿Por qué el fuego y el espíritu de Pedro y de Pablo están tan visiblemente
ausentes en nuestra pálida existencia?1.
Es tiempo de que el “metro” que nos corte sea Jesús.
“De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de
Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo”
(Efesios 4:13)
Caminamos hacia una humanidad perfecta. Somos peregrinos, hijos e hijas de Dios que
no se conforman a la estatura espiritual de las generaciones anteriores sino que
persiguen un estándar supremo: la plena estatura de Cristo. Para que eso ocurra,
necesitamos recuperar la santa ambición que tuvo aquel primer grupo de discípulos,
los de “la primera tabla”, y recibir una impartición de sed espiritual sin precedentes. ¡Sí
podemos ser como Jesús en todo!
Lou Engle nos propone recorrer el camino inverso al del constructor y sus tablas:
Cuando una generación paga el precio para que una generación posterior entre
en su herencia completa, el cielo y la tierra se sincronizan unos pocos grados
más… En tales tiempos, los grandes ciclos del pecado cultural atrincherado
quedan sumergidos bajo un ciclo aún mayor de redención2.
¡Ya se levanta una generación de discípulos iguales a Jesús en todo! ¡Ya se acerca la
manifestación completa de los hijos y las hijas de Dios!
“Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por
causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor
de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por
estiércol, a fin de ganar a Cristo, y encontrarme unido a él… No es que ya lo haya
conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando
alcanzar aquello para lo cual Cristo me alcanzó a mí” (Filipenses 3:7-12)
¿Qué pasaría si tuviéramos la misma convicción de Pablo? ¿Cómo sería nuestra vida si
de verdad muriéramos para que Jesús viva en nosotros? ¿Qué tesoro, jactancia o ego
no estaríamos dispuestos a sacrificar si estimáramos todo lo demás como mero
estiércol en comparación con él? ¿Qué pasaría si de verdad consideráramos de valor
incomparable la experiencia de conocer a Cristo más y más, para ser como él en todo?
¿Qué pasaría?... Descubriríamos nuestra verdadera vida.
7
TU VERDADERA VIDA
La siguiente es, a mi entender, la invitación más apasionante de la Biblia:
“Ya que han sido resucitados a una vida nueva con Cristo, pongan la mira en las
verdades del cielo, donde Cristo está sentado en el lugar de honor, a la derecha de
Dios. Piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Pues ustedes han muerto a
esta vida, y su verdadera vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:1-3)
¿Lo notaste? Estas palabras son la puerta de entrada a una aventura. Nos convocan a
un descubrimiento inagotable. Nos invitan a descubrir nuestra verdadera vida, que está
escondida en Cristo.
Siempre pensé que estar escondidos en Cristo solo significaba que Dios nos protege.
Recuerdo que mi pastor predicaba acerca de este versículo y colocaba un dedo índice
dentro de su otra mano, ilustrando como Dios nos cubre de forma perfecta. También
me acuerdo una canción que cantábamos cuando era chico, que decía “Escondida está
mi vida en Dios… Y el diablo no la puede tocar”. Así que siempre asocié el verbo
“esconder” con un refugio en el que estamos seguros. Y claro que Dios nos cuida. Pero
ese no es el primer significado en este versículo. En el contexto de Colosenses 3
“escondida” no es sinónimo de “protegida” sino de “oculta”.
Tu verdadera vida está oculta en Cristo. Mi verdadera vida está oculta en Cristo. El
verdadero Sebastián está oculto en Cristo y tengo la responsabilidad de descubrirlo.
Un día Dios te soñó con mucha meticulosidad. Tuvo un ideal altísimo al concebirte y no
se equivocó ni en el más mínimo detalle. Te hizo único, única, singular. Decidió cuándo
nacerías, qué sexo tendrías, cómo sería tu cuerpo y personalidad, cuáles tus talentos y
dones y qué propósito puntual cumplirías en esta tierra. Te bendijo con toda bendición
e imprimió en ti su misma imagen. Y afirma el apóstol Pablo que un día llegaremos al
cielo y conoceremos tal como fuimos conocidos por Dios (1 Corintios 13:12). Es decir,
allí en el cielo verás la foto perfecta que Dios tuvo en mente al crearte.
Pero no tenemos que esperar al cielo para ver y vivir esa foto. Porque allí ya habrá
pasado nuestra vida en esta tierra. Dios nos invita a vivir su foto aquí y ahora. ¡Yo no
quiero llevarme grandes sorpresas en el cielo! No quiero llegar allá y descubrir que viví
por debajo de las posibilidades que tenía en Jesús. Por favor, entendamos que la vida
eterna no empieza en el cielo. Empieza aquí y ahora para todos los que creen y oran
con osadía “Hágase tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra”.
Piensa en lo siguiente: si Pablo hablaba de nuestra verdadera vida es porque existe otra
vida, una vida falsa, distorsionada, ficticia, limitada, pequeña, muy alejada de la foto
gloriosa que Dios tuvo en mente al crearnos. Esa es la vida que maneja el ego, a la que
morimos cuando nos rendimos a Cristo.
“…han sido resucitados a una vida nueva con Cristo… han muerto a esta vida…”
(Colosenses 3:1-3)
8
¿Qué incluye la vida a la que morimos? Te comparto un breve “inventario fúnebre”:
Morimos a los valores errados que nos manejaban y determinaban nuestros
estados de ánimo.
Morimos a querer tener el control de todo.
Morimos a la manera “estándar” de pensar de los seres humanos.
Morimos a las pasiones egoístas de nuestra carne.
Morimos a los vicios de nuestro carácter.
Morimos a querer ganar a toda costa
Morimos a necesitar tener siempre la razón.
Morimos a creernos dueños de la verdad.
Morimos a sentirnos el ombligo del universo.
Morimos a la vanagloria, al narcisismo, al afán de fama y popularidad.
Morimos al mal humor, a la queja, al rezongo, a la mofa constante.
Morimos al individualismo, a vivir centrados solamente en nosotros.
Morimos a la indiferencia, a la apatía, a la insensibilidad.
Morimos a la incredulidad.
Morimos a la codicia, al amor al dinero, a la envidia, a la avaricia, a la ira, a la
lujuria, a la vanidad, a los insultos, a la inmoralidad sexual, a la calumnia, al
lenguaje obsceno, a los chismes, a la murmuración, a la crítica, a la altanería, a la
rencilla, a la venganza, al odio, a la pereza, a la soberbia…
¿Morimos? ¿Moriste?
Por favor, repasa la lista y con una mano en el corazón vuelve a preguntártelo. Cómo
me gustaría tildar cada casillero y dar por resueltos todos estos asuntos. Pero, te soy
sincero, todavía lucho con la mayoría de ellos. Tiempo atrás descubrí lo mismo que un
día descubrió Martín Lutero: “Pensé que el viejo hombre había muerto en las aguas del
bautismo, pero descubrí que el infeliz sabía nadar y ahora tengo que matarlo todos los
días”.
¡Ánimo que el infeliz es una obra maestra del cielo, destinada a brillar con la potencia
de la gloria de Cristo! Antes de que tires este libro a la basura por considerarlo
deprimente, permíteme aclarar lo que no significa morir.
9
LA ALEGRÍA DE MORIR
Cuando Jesús empezó a hablar acerca de la cruz y del precio que sus seguidores
debían pagar si realmente querían ser sus discípulos, la mayoría de sus simpatizantes
lo abandonó. Aparentemente, hasta sus más cercanos casi se suman a la ola de
deserción:
“¿Ustedes también van a marcharse?” (Juan 6:67)
Soy consciente de que el verbo “morir” genera rechazo. A menos que sufras algún
trastorno masoquista, siempre te aferrarás a la vida y de forma instintiva huirás de todo
lo que huela a muerte. Así que quiero explicar algunas verdades muy importantes.
En primer lugar, morir no significa abandonar tu voluntad. Uno de los mayores regalos
que Dios te hizo fue tu capacidad de decidir, tu libertad para elegir y
auto-determinarte, tu fuerza de voluntad. Los teólogos llaman a esta energía vital “libre
albedrío” y los psicólogos “ego volitivo”. No somos robots manejados a control
remoto. Dios nos creó a su imagen y semejanza, con comando interno, y él jamás nos
pedirá que abandonemos lo que él mismo colocó dentro nuestro.
El ego volitivo nos dignifica, nos permite forjar nuestro futuro y el destino de la historia
como hijos, socios y amigos de Dios, en dependencia de él.
Es muy doloroso ver como a tantas personas les robaron esta dignidad. Muchas fueron
sometidas por medio de violencia física o verbal, y por eso les cuesta tomar las riendas
de su vida. Me refiero a hombres y mujeres a quiénes les quebraron la voluntad y hoy
viven vidas pasivas, resignadas, a merced de las decisiones de otros. Un claro ejemplo
son las esclavas sexuales, víctimas de la trata. ¿Por qué no se escapan si a veces tienen
la oportunidad de hacerlo? Lo que pasa es que las doblegaron de tal manera (con
violaciones, maltrato, abuso, amenazas, mentiras, extorsiones y muchas otras
estrategias perversas de manipulación), que simplemente ya no tienen fuerza de
voluntad para hacerlo.
Encontrarás cientos de ejemplos similares en la historia, como el sometimiento a los
pueblos originarios de América por parte de los conquistadores europeos o las
vejaciones a los judíos en los campos de concentración Nazis. Fue precisamente en un
campo de concentración donde Viktor Frankl, el reconocido psiquiatra austríaco,
descubrió que los torturadores Nazis podían despojarlo de todo menos de su libertad
para elegir. Él no podía elegir qué hacer o a dónde ir, pero sí podía decidir cómo
responder al maltrato, y llamó a esta capacidad para escoger nuestras respuestas “La
libertad última del hombre”. Esta idea se convertiría en uno de los pilares
fundamentales de su escuela terapéutica: la logoterapia.
Morir al ego no tiene nada, absolutamente nada que ver con abandonar tu voluntad y
quedar a merced de los caprichos de un titiritero divino. Primero que Dios no es
caprichoso y segundo que él jamás te impondrá nada por la fuerza. Él no quiere tener
títeres ni esclavos. Su mayor deseo es gozarse junto a hijos e hijas cuyas voluntades
10
interactúen libremente con la suya, como en toda relación de amor maduro. Como dice
Kris Vallotton, nuestro problema es que estamos tan acostumbrados a ver las
Escrituras a través de una mentalidad de esclavos, que rara vez se nos ocurre que a
Dios en realidad le gusta que tengamos una voluntad3.
En segundo lugar, morir no significa negar tu personalidad. Quizás suene trillado, pero
es cierto: no existe otra persona en todo el universo igual a ti. Nadie posee tu misma
combinación de temperamento, gustos, estilo, perfil, carisma, idiosincrasia, talentos,
vocación, impronta, intereses, cargas, etc. Este diseño particular responde a la
originalidad de Dios, que te hizo único, singular. Él no fabrica personas en serie; él
rompe el molde cada vez que concibe una vida humana.
Por favor no te confundas, Dios jamás te pedirá que niegues la manera en que te hizo.
Lamentablemente muchas personas hacen precisamente eso, rechazar su
personalidad. Se sienten incómodas con quiénes son y desean ser otra persona.
Piensan “Si tan solo tuviera el cuerpo y el carisma de mi amiga…” o “Cómo me gustaría
ser simpático como…”.
Pero Dios hizo tanto a los introvertidos como a los extrovertidos, a los que aman la
rutina como a los que les gusta la adrenalina, a los pensadores como a los perceptivos.
En la Biblia vemos cómo Dios usó todos los temperamentos. Él no desecha su materia
prima, simplemente la redirige. Pablo era un apasionado perseguidor de la Iglesia, un
fanático colérico que pedía cartas a los sacerdotes para viajar por todos lados
encarcelando cristianos. Y Dios lo vio y dijo “¡Guuuauuu, acá hay un tremendo
misionero!”. Él tomó el temperamento colérico de Pablo e hizo de él uno de los más
grandes misioneros de la historia. Un fanático apasionado ¡pero para lo bueno!
Dicho esto, aclaro que aceptar tu personalidad no significa que dejes de trabajar sobre
los aspectos negativos de tu carácter. Personalidad y carácter son dos cosas distintas.
Si tu timidez te impide relacionarte con los demás, por favor no digas “Yo soy así y
punto”. Si estás constantemente deprimida, no te consueles pensando “Bueno, Dios
me creó así, melancólica”. Si vives pelándote con todo el mundo, no te justifiques
diciendo “Soy colérico, son mis genes italianos”. ¡No! Lo que Dios creó es una persona
de voluntad decidida, no un calentón insoportable. Al calentón no lo creó Dios sino las
circunstancias, las heridas, una mala crianza, los condicionamientos culturales, las
malas decisiones, las mentiras del diablo y muchos otros factores que Dios quiere
sanar para que seas la persona que verdaderamente él soñó.
Tengamos cuidado con esto, porque cuando le ponemos un nombre virtuoso a las
disfunciones de nuestro carácter, inconscientemente les otorgamos permiso para
quedarse y aumentar.
Morir tampoco significa anular tus emociones. ¡Dios quiere que vivamos vidas
emocionantes! Él te regaló la capacidad de vibrar de alegría, de enfurecerte con el más
acalorado de los enojos, de llorar a borbotones en medio de situaciones dolorosas o de
sentir escalofríos en tu espalda ante a un desafío atemorizante.
Solemos pensar que existen emociones buenas y malas, pero hoy se sabe que todas las
11
emociones son importantes y que cuando falta alguna de ellas se producen
desequilibrios en nuestra mente. Esto se ve muy claro en la película Intensamente de
Disney Pixar, en la que una niña es dirigida desde el centro de comando de su cerebro por
las cinco emociones básicas: alegría, tristeza, enojo, temor y repulsión. ¿Qué pasa cuando
“Tristeza” decide abandonar el centro de comando? La psiquis de la niña se descalabra
por completo, porque todas las emociones son necesarias en su justa medida.
Buena noticia: ¡Los cristianos tenemos permiso para estar tristes! También para
enojarnos o sentir un poco de miedo. En realidad las emociones no son ni buenas ni
malas, son neutras. Todo depende de quién las maneja. Si fluyen desde un corazón
sano entonces serán encausadas funcionalmente. Pero si el corazón está gobernado
por el ego, tarde o temprano se desvirtuarán: las alegría se transformará en euforia, la
tristeza en depresión, el enojo en ira, el temor en pánico y la repulsión en fobia. Porque
el ego es como un tamiz que tiñe todo del color de su ensimismamiento. Es el gran
distorsionador de los diseños originales de Dios.
Por último, morir no significa apagar tus deseos. Dios te creó con la capacidad de
desear, de soñar, de proyectarte, de superarte. El término “ambición” no debería ser
una mala palabra para los cristianos. Tienes luz verde de parte de Dios para ambicionar
progreso, bienestar, prosperidad, disfrute, éxito, salud, belleza, logros, expansión,
placer, grandeza, mayor alcance, concreción de sueños, momentos gratificantes, etc.
De nuevo, a menos que sufras alguna patología masoquista, lo sano y normal es que
busques todo eso.
El diccionario define la palabra “ambición” como “deseo intenso”. Nuestro problema es
que la confundimos con otro término, que pareciera ser un sinónimo pero no lo es:
codicia. La codicia sí es algo malo. En este caso ya no se trata de un deseo intenso sino
de un apetito desmedido provocado por alguna carencia irresuelta o por la presión
social. Bien lo dijo Richard Foster:
Tenemos que entender claramente que el deseo apasionado de acumular
riquezas en nuestra sociedad contemporánea es psicótico, y es psicótico porque
ha perdido por completo su contacto con la realidad. Anhelamos
vehementemente las cosas que no necesitamos ni disfrutamos. Compramos las
cosas que no queremos para impresionar a las personas que no nos gustan… Nos
sentimos avergonzados de usar ropa desgastada o autos viejos. Los medios de
comunicación nos han convencido de que no estar a tono con la moda es no
estar a tono con la realidad. Es tiempo de que despertemos al hecho de que
conformarnos a una sociedad enferma es estar enfermos4.
La codicia es hija del ego y madre de la avaricia, el estrés, la insatisfacción permanente, las
millones de adicciones y de la mayoría de nuestras ansiedades. Según Pablo “…los que viven
con la ambición de hacerse ricos caen en tentación y quedan atrapados por muchos deseos
necios y dañinos que los hunden en la ruina y la destrucción” (1 Timoteo 6:9). La codicia nos
hunde en la ruina y la destrucción, nos esclaviza, transforma los deseos en nuestros amos.
Pero el miedo a ser codiciosos no debería apagar la intensidad de nuestros sanos deseos. A
veces los cristianos nos comportamos más como budistas, que creen que para ser virtuosos
hay que abstraerse de todo deseo, que como cristianos. Para el budismo los deseos son la
12
causa de todos los sufrimientos y por eso hay que eliminarlos, a través de un estado de
conciencia llamado Nirvana.
Pero si eres cristiano tu maestro no es Buda sino Jesucristo. Eres seguidor de aquel que
supo disfrutar de las cosas buenas de la vida y que lejos de apagar tus deseos quiere
purificarlos y elevarlos a nuevas alturas.
Me llama la atención cuando la mamá de Juan y Jacobo, sin vergüenza y cual lobista
que busca acomodos políticos, le pidió a Jesús que en el cielo sentara a sus hijos a su
lado. Fue un pedido que genera rechazo, y rápidamente juzgamos a esos hermanos de
oportunistas. Sin embargo, Jesús no los reprendió por su petición. No les dijo “¿Qué
están pidiendo? ¡Engreídos, ambiciosos!”. Lejos de anular su deseo de grandeza,
simplemente lo redirigió. Les enseñó en qué consiste la verdadera grandeza en el Reino
de los Cielos. Les dijo: “Ok, ¿Ustedes quieren ser grandes? ¡Eso es algo fantástico! Eso
es lo sano y normal. Todos queremos grandeza. Pero este es el camino a la verdadera
grandeza: el que quiera ser grande, hágase pequeño, el que quiera ser el primero, que
sea el servidor de todos…”. Solo corrigió sus motivaciones y metodologías, pero no
ahogó sus deseos.
Ten cuidado con la falsa humildad, tan común en la Iglesia, que esconde doctrinas
budistas o estoicas totalmente alejadas de las enseñanzas de Jesús. Ojo con la
abnegación mal entendida, con ese síndrome del hermano mayor del hijo pródigo que
siendo heredero de todo no podía disfrutar de nada.
Ojalá sientas alivio al saber que morir al ego no significa abandonar tu voluntad, ni
negar tu personalidad, ni anular tus emociones, ni apagar tus deseos. Espero que ahora
sí estés lo suficientemente motivado para perseguir con tenacidad a tu mayor
enemigo. Déjame explicarte con mayor precisión lo que sí significa matar a ese
farsante.
13
EL FARSANTE IMPREDECIBLE
Te habrás dado cuenta lo difícil que es identificar al ego con precisión. Justamente por
eso es tu mayor enemigo. Sabe bien cómo camuflarse, cómo pasar inadvertido. Posee
una habilidad asombrosa para ser tierno cuando la situación amerita diplomacia o para
tornarse agresivo si decide arbitrariamente que algo es injusto. Se especializa en
disfrazarse de humildad si el escenario pide dar lástima y también en esgrimir
argumentos persuasivos para lograr que le den la razón. En fin, es un todoterreno que
va mutando y se adapta a cualquier circunstancia.
Anothony De Mello narra el diálogo entre un discípulo y su maestro:
Discípulo: Vengo a ti con las manos vacías.
Maestro: ¡Entonces suéltalo de una vez!
Discípulo: ¿Pero cómo puedo soltar algo, si no tengo nada?
Maestro: Entonces llévalo contigo. Tú puedes hacer de la nada una posesión y llevar tu
renuncia contigo como un trofeo. No sueltes tus posesiones, ¡suelta tu ego!5
El ego se engorda de la santidad tanto como de la mundanalidad, de la pobreza como
de la riqueza, de la austeridad como de la lujuria. No hay nada de lo que el ego no se
valga para inflarse a sí mismo6.
Pero la mayor virtud del ego es su capacidad para convencernos de que en realidad es
un excelente amigo.
Hoy la mayoría de las personas podría dictar cátedra sobre algún misterio de la mente
o disertar cual psicólogos amateurs acerca de los ochocientos secretos para tener una
autoestima sana. ¿Quién no leyó algún bestseller con consejos referidos al tema?:
“Ámate a ti mismo”, “Tú te lo mereces”, “Eres única, especial, divina”, “Tus deseos son
sagrados”, “Valórate”, “Lo más importante es que disfrutes sin culpa de las cosas que
te hacen bien”, “No hay nada que no puedas lograr si solo confías en ti mismo” “Querer
es poder”…
Estoy de acuerdo con algunas de estas frases, en especial con la primera ya que si no
te amas a ti mismo difícilmente puedas amar a los que te rodean. Solo que detrás de
estos slogans trillados, que a simple vista parecen inofensivos, se esconde una bomba
capaz de hacer estallar tu vida y sobre todo tus relaciones en mil pedazos. Esa granada
explosiva es la idea de que el centro del universo eres tú y que todo lo que da vueltas
dentro del vasto cosmos apunta directo hacia ti, sublime ombligo de la existencia,
sagrado poseedor de derechos y poderes absolutos con los que puedes controlar a
piacere tu destino y el de todo lo que gira en torno a tu trono.
Hace poco me pareció escuchar la voz del ego en la sugerencia que Donald Trump le
hizo a Greta Thunberg, la joven activista sueca que acababa de ser elegida “Persona
del año” de la revista Time, por su comprometida militancia a favor del medio
ambiente. No sé si por celos o por ver amenazados los intereses económicos de su
país, o movido por un extraño instinto de “abuelo sabio que da buenos consejos a su
14
nieta”, el por aquel entonces presidente de los Estados Unidos le recomendó vía
Twitter: “Greta, ve al cine con un amigo, relájate”.
No estoy juzgando a Donald Trump y tampoco tengo problemas con el cine; vamos
seguido con mi esposa e hijos. Solo que su propuesta sintetiza el gran slogan del
mundo en el que tú y yo crecimos. Mientras una tenue voz eterna nos llama a salirnos
de nosotros y gastar nuestros días en asuntos trascendentes, el sistema grita con
potencia ensordecedora: “¡No! ¡Ve al cine con un amigo, relájate!”.
Yuval Noah Harari, uno de los más destacados historiadores contemporáneos, sostiene
que la modernidad es un pacto que todos firmamos el día en que nacemos y que
regula nuestra vida hasta el día en que morimos. Parece un pacto complicado, pero es
sorprendentemente sencillo y puede resumirse en una sola frase: los humanos estamos
de acuerdo en renunciar al sentido a cambio del poder.
Claro que este pacto supone amenazas colosales. Harari lo expresa así:
Tenemos delante mismo la omnipotencia, casi a nuestro alcance, pero bajo
nosotros se abre el abismo de la nada más absoluta… La cultura moderna es la
más poderosa de la historia y está investigando, inventando, descubriendo y
creciendo sin cesar. Al mismo tiempo, se encuentra acosada por más angustia
existencial que ninguna cultura previa7.
Dentro de este abismo de la nada, hoy las mejores alternativas suelen ser los dulces y
las pantallas. Está comprobado que la conversación de la mayoría de la gente de clase
media en el mundo occidental gira en torno al consumo: qué comprar, qué se acaban
de comprar, dónde comer, qué comer, el precio de la casa del vecino, la última serie de
Netflix, qué cosa está de oferta esta semana, nuestra vestimenta o la de otra persona,
el mejor auto del mercado este año, dónde pasar las vacaciones. Como dice John Piper,
a excepción de las acometidas periódicas de sexo, deporte y cine, la vida es aburrida.
No hay pasión por el sentido. Para muchos, no hay pasión en absoluto8.
Pero Jesús vino a ofrecernos una vida llena de pasión y sentido. Según él, una vida
abundante (Juan 10:10). El problema es que para acceder a ese calibre de vida
necesitamos primero renunciar al pacto implícito del mundo, ese contrato que todos
firmamos el día en que nacimos. Debemos abandonar el afán de poder y atrevernos a
firmar un nuevo pacto:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.
Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá, y todo el que pierda su vida por
mi causa, la hallará” (Mateo 16:24-15)
¡Bienvenidos al Reino del revés!
15
EL REINO DEL REVÉS
Vayamos por un momento a lo estrictamente técnico.
La psicología define el ego como la instancia psíquica a través de la cual un individuo
se reconoce a sí mismo y es consciente de su propia identidad. En ese sentido el ego
es indispensable para asumir nuestra individualidad. Yo soy yo, tú eres tú, ella es ella y
aquel de más allá es aquel de más allá. ¡Qué bueno que nos demos cuenta de eso!
Luego tenemos la definición psicoanalítica del ego. Sigmund Freud usaba el término
para referirse al yo. Para Freud, el yo es el encargado de regular dos fuerzas
antagónicas que conviven dentro de nuestra mente: el ello por un lado, nuestra parte
instintiva que busca el placer inmediato, y el superyó por el otro, la parte que procura
adaptarse a las leyes morales de la sociedad. La idea es bastante compleja, pero
resumámosla de esta forma: el ello quiere hacer lo que se le da la gana, pero el superyó
le dice “¡No!, pórtate bien, debes ser bueno y cumplir las reglas”. ¿Quién interviene
dentro del cerebro conciliando su faceta salvaje con la socialmente correcta? El
famoso yo o ego.
Pero lejos de querer marearte con conceptos técnicos, lo que me interesa que
entiendas es que no hablo del ego en términos psicológicos. Este es un libro de
recursos espirituales, no de psicología. Encontrarás millones de teorías científicas
acerca del ego y puedes quedarte con la que más te guste. Solo pretendo que adoptes
una mirada espiritual del tema.
Por eso, usaré como sinónimo una palabra Bíblica sencilla: carne.
El que usaba mucho esta expresión era el apóstol Pablo (lee Romanos 7:5, 8:1-13, 2
Corintios 5:16, 10:3, Gálatas 3:3, 5:16-24, 6:8-12, Efesios 2:3, Colosenses 2:23). El término
griego es sarx, que significa “naturaleza o pasiones humanas”. Es decir, Pablo no
hablaba de la carne en un sentido físico literal, entendida como los músculos u órganos
del cuerpo. Tampoco se refería solamente a pasiones como la lascivia, la codicia sexual,
la gula, la ambición desmedida u otras conductas que solemos catalogar como
“carnales” por estar asociados a lo corporal.
Sarx es esa parte de nosotros que se niega a someterse a la voluntad de Dios. Es la
obstinación, el corazón duro, el afán de control y poder. Es nuestra incredulidad, esa
tendencia a ser autosuficientes y funcionar en la vida por default, con piloto
automático. También es la suma de todo lo que aprendimos mal a lo largo de la vida y
que se manifiesta en conductas que no se ajustan a los planes perfectos de Dios.
De allí que la carne pueda aflorar en múltiples formas: como arrogancia, rebeldía,
rencor, vanidad, ansiedad… Pero también como autocompasión, temor, cobardía,
evasión, irresponsabilidad. Muchas veces se disfraza de sabiduría y asoma con
consejos aparentemente oportunos: “¡Ve al cine con un amigo, relájate!”.
Tener un gran ego no es solo mirar a los demás desde arriba con altanería, creyéndonos
16
superiores a ellos. Puedes considerarte el más miserable de los mortales y que tu ego
igualmente sea enorme.
En esencia, la carne es nuestra manera de pensar fuera de la “frecuencia” de Dios. Cada
vez que pienso “No voy a poder, esto es demasiado difícil para mí” estoy funcionando
desde mi carne. Cuando miento o distorsiono levemente la verdad para evitar un
momento vergonzoso, la que está al mando es mi carne. Si en medio de una charla con
amigos comienzo sutilmente a disparar comentarios irónicos acerca del éxito
profesional de alguien que no está presente, como un mecanismo para encubrir la
envidia que me genera que a esa persona le vaya bien, mi carne tomó el control de mis
emociones y palabras.
Sarx es esa fuerza interior que hace que invirtamos gran parte de nuestras energías en
caerle bien a todos, para sentirnos aceptados. Es ese tapón afectivo que impide que
nos alegraremos cuando un colega es felicitado públicamente. Es esa muralla
protectora que se despliega automáticamente, con millones de excusas, cada vez que
alguien nos señala un error. Es esa voz seductora que nos susurra que nuestra mejor
opción es aliviar la presión con placeres irresponsables o evadir el dolor con vicios.
¿Qué hacemos entonces con sarx, nuestro ego? Que el apóstol Pablo responda la
pregunta:
“…si por el Espíritu hacen morir las prácticas de la carne, vivirán”
(Romanos 8:13)
17
EL FRACASO DE LA INTROSPECCIÓN Y EL VOLUNTARISMO
Cuando queremos vencer nuestro ego usando la fuerza del propio ego, sin darnos
cuenta nos comportamos como el hombre que pretende apagar un fuego con
gasolina. ¡Ni lo intentes! Será peor el remedio que la enfermedad. Solo alimentarás aún
más al farsante.
La introspección y el voluntarismo son las recetas mágicas que la religión y el
humanismo nos proponen para curar el virus del ego: “Debes hacer mea culpa”,
“Domina tu carne”, “Proponte no mentir más”, “Muérdete los labios cuando te den
ganas de gritarle a tu pareja”, “Solo piensa en otra cosa si se te cruzan pensamientos
sucios por la cabeza”, “Párate delante de lo que te atemoriza y grita bien fuerte ¡todo
lo puedo en Cristo que me fortalece!” “Arrepiéntete de tu vicio y decide que no
tomarás una gota más de alcohol por el resto de tu vida”.
Parece muy simple y solemos confiar ciegamente en estos protocolos de virtud
personal. Pero el apóstol Pablo los desestimaba por completo:
“Esas reglas… podrán parecer sabias porque exigen una gran devoción, una religiosa
abnegación y una severa disciplina corporal; pero a una persona no le ofrecen
ninguna ayuda para vencer sus malos deseos” (Colosenses 2:22-23)
El problema con la introspección y el voluntarismo es que dependen de mi iniciativa,
mi capacidad para autoanalizarme, mi lucidez para detectar lo que está mal, mi
determinación, mi fuerza de voluntad, mi esfuerzo, mi disciplina, mi virtuosismo… No
necesitamos a Dios para ser introspectivos y voluntariosos. Ahora, si lo que buscamos
es convertirnos en fariseos engreídos que adoran su ego, el camino de la introspección
y el voluntarismo es ideal.
Antes de continuar, aclaro que no estoy negando la necesidad de iniciativa, esfuerzo y
disciplina. Todo eso es importantísimo. Dios no es un mago que nos cambia con toques
de varita mientras estamos de brazos cruzados. ¡Claro que tenemos que hacer nuestra
parte! Tampoco desacredito la introspección como la capacidad para reflexionar sobre
nuestras emociones y pensamientos, aprender, cambiar conductas, etc. Eso también es
esencial. Lo que digo es que la introspección y el voluntarismo por sí solos no logran
mucho, y si lo lograran, solo construirían un hermoso altar de adoración a nuestra
superación personal. ¡Bendito sea nuestro ego!
Lo explico con un ejemplo simple. Imagínate a una mujer muy envidiosa que mira
constantemente las fotos de las vacaciones de sus amigas en las redes sociales y se
lamenta por no poder disfrutar esa vida lujosa: “¡Yo acá con mi humilde pileta de lona”.
Pero un día se da cuenta que esa amargura es un sentimiento tóxico que la carcome y
le provoca tristeza. Entonces decide cambiar.
Por más que esa mujer repita todas las mañanas “No debo envidiar”, lo escriba mil
veces en un cuaderno y dictamine no mirar más las fotos de sus amigas,
inevitablemente seguirá luchando con sentimientos de envidia. ¿Por qué? Por la
18
sencilla razón de que ella cree que para ser feliz hay que viajar mucho. Hay una
creencia de fondo, enquistada en lo profundo de su corazón, que la lleva a reaccionar
con amargura cuando se compara con otros. Y de forma inconsciente esa creencia
regula sus estados de ánimo.
“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los
mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia. Bienaventurados los de limpio
corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que hacen la paz, porque
ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que son perseguidos por
causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados son
cuando los vituperen y los persigan, y digan toda clase de mal contra ustedes por mi
causa, mintiendo. Gócense y alégrense, porque su recompensa es grande en los
cielos; pues así persiguieron a los profetas que fueron antes de ustedes”
(Mateo 5:3-11)
Toma nota de las “claves de la felicidad” del Reino del revés.
Lo que necesitamos es mucho más que introspección y voluntarismo. Necesitamos un
cambio de mente. Es imposible vivir la vida abundante y liberar nuestra plenitud en
Cristo si primero no renunciamos al mundo y su perversa escala de valores.
Pero en el Reino del revés lo que parecía difícil se torna sencillo:
“En esto consiste el amor a Dios: en que obedezcamos sus mandamientos. Y estos no
son difíciles de cumplir, porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo”
(1 Juan 5:3-4).
¿Qué debería hacer entonces esta mujer? Sencillo: morirse y nacer de Dios.
Su ego autocompasivo le susurrará que es una pobre desdichada por tener que
conformarse con una pileta de lona, su ego justiciero buscará la manera de anoticiar a
todos sus contactos acerca de por qué ella merece un buen descanso, su ego incrédulo
la convencerá de que jamás podrá vacacionar en el caribe como sus amigas (mientras
su ego vanidoso fantaseará con las fotos que publicaría si pudiera hacerlo, luciendo su
mejor sonrisa para despertar celos ajenos), su ego evasivo la moverá a buscar alguna
compensación o premio consuelo por su desdicha, su ego rencoroso seguirá
albergando amargura hacia los suertudos que pueden viajar y su ego religioso querrá
llenarla de culpa por sentir envidia. ¡Que tortura! Pero, ¿qué pasaría si esta mujer
muriera?
“Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y
conocerán la verdad, y la verdad los hará libres… Así que, si el Hijo los libera, serán
ustedes verdaderamente libres” (Juan 8:31-36)
¡Bienvenidos al Reino de la libertad!
19
LLEVA TU SOMBRA A LA CRUZ
¡Solo deja de despreciarte de una vez por todas y lleva tu sombra a la cruz!
No quiero inmiscuirme en pormenores técnicos del ego porque ya aclaré que este no
es un libro de psicología sino de recursos espirituales. Pero no puedo dejar de rescatar
un concepto interesante del reconocido psiquiatra suizo Carl Jung: la idea de la
sombra.
Según Jung, la sombra es ese “lado oscuro” de nuestra personalidad, esa parte no
deseable que rechazamos, que nos esforzamos por sumergir en los rincones más
profundos del ser. Él sostenía que la manera de alcanzar la liberación personal es ser
conscientes de nuestra sombra y enfrentarnos a ella cara a cara, sin evasiones.
Pero la propuesta de Jesús es superadora:
“Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.
Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón,
y encontrarán descanso para su alma” (Mateo 11:28-19)
Está bien que miremos a nuestra sombra de frente, pero infinitamente más importante
es que contemplemos el rostro glorioso de Jesús y aprendamos de él.
John Eagan describe de forma magistral cuál es nuestro principal problema:
Nos juzgamos a nosotros mismos como siervos indignos. Y ese juicio se
convierte en una profecía que se cumple sola. Nos consideramos demasiado
despreciables para ser usados incluso por un Señor capaz de hacer milagros con
solo barro y saliva. Y por eso nuestra falsa humildad encadena a un Dios que de
otro modo sería omnipotente9.
¡Donde fracasa la introspección y el voluntarismo triunfa la fe! Ya es hora de que
desencadenemos al Dios omnipotente. Es tiempo de que liberemos nuestra plenitud en
Cristo. ¿Cómo? Simplemente creyendo quiénes somos aunque nuestra sombra quiera
atormentarnos con complejos.
Jesús no tuvo ningún prurito al decir “Aprendan de mi humildad”. Tampoco al
reconocer públicamente que era el Mesías y que el poder del Todopoderoso reposaba
sobre él. Porque la verdadera humildad no consiste en desvalorizarnos sino en solo
creer. No hay acción más humilde que simplemente creerle a Dios, creer lo que él dice
de nosotros, creer que realmente somos quienes él afirma que somos.
Por favor, entiende que la peor versión del ego no es el ego orgulloso ni el ego rebelde.
Es el ego incrédulo. Las demás versiones son solo sub-productos de ese ego original.
El pecado de Adán y Eva en el Edén no fue la rebeldía. Su problema fue la incredulidad:
le creyeron al diablo en vez de a Dios, y eso redundó en desobediencia. Por eso dice
Pablo que “…todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos 14:23). Pecar no es
20
solamente hacer cosas malas. La palabra Bíblica que se traduce como “pecado”
significa “errar al blanco”. Pecar es vivir fuera del foco en el que Dios quiere que
vivamos. Y ese foco es la plenitud, la libertad, el gozo, la paz, el amor, el poder y la
abundancia de vida que Jesús ya ganó para nosotros en la cruz.
¡Solo creamos que las buenas nuevas del Evangelio son tan buenas como realmente lo
son! La generación del desierto no pudo entrar a la tierra prometida “por causa de su
incredulidad” (Hebreos 3:19). No fue por causa de su desobediencia. Fue por causa de
su incredulidad. De nuevo, la vida por debajo de los estándares de Dios es solo un
sub-producto de la incredulidad, el ego original. Y para acceder a la vida del cielo lo
primero que tenemos que hacer es quebrantar ese ego incrédulo y simplemente creer…
Creerle a Dios… Creer que realmente nos ama como dice amarnos… Creer que
realmente hizo lo que hizo… Creer que realmente hará lo que prometió que hará… Creer
que somos quienes afirma que somos… Creer con fe de niños.
El Padre susurra a tu oído lo mismo que le dijo a Marjorie Kemp, una viuda que vivió
hace casi cuatrocientos años: “Que sepas que te amo me agrada más que todas tus
oraciones, tus sacrificios y tus buenas obras”.
La llave del Reino siempre es la fe:
“Ya que han sido resucitados a una vida nueva con Cristo, pongan la mira en las
verdades del cielo…” (Colosenses 3:1)
¡Fija la mirada en tu verdadera vida, la vida resucitada! Esa vida se deletrea C.R.I.S.T.O.
Estás en él. Tu identidad es él. Eres una nueva criatura en él. Las cosas viejas pasaron y
él hace todas nuevas (2 Corintios 5:17). El psiquiatra Karl Menninger dijo que si pudiera
convencer a sus pacientes de que sus pecados habían sido perdonados, el 75% de ellos
ya no necesitarían atención profesional.
Creo que la psiquiatría y la psicología bien usadas son herramientas valiosísimas para
la salud mental y emocional de las personas. Mi esposa es psicóloga así que doy
testimonio, de primera mano, de la eficacia de estas disciplinas terapéuticas cuando
están atravesadas por los valores del Reino de los Cielos. Pero la psicología tiene una
limitación: no le enseña a la gente a adorar. Y los cambios más profundos en el ser
humano no suceden por introspección sino por adoración:
“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria
del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el
Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18)
El psiquiatra de Harvard Robert Coles cuenta sobre la visita de un sacerdote a un
hombre que padecía una enfermedad crónica en un hospital. El sacerdote, con buenas
intenciones, se pasó toda la charla planteándole palabras y frases psicológicas cuando
el paciente lo único que quería era hablar con él acerca de Dios, de la vida y la muerte,
del cielo y la salvación. El pobre hombre estaba enojado: “Viene aquí vestido de
ministro religioso y me ofrece banalidades psicológicas como la Palabra de Dios”.
21
Repito que valoro enormemente la psicología; bien utilizada es una herramienta
invaluable y por eso cito varios conceptos psicológicos de profesionales destacados en
este libro. Pero coincido con Brennan Manning en cuanto a lo que desearía en mi lecho
de muerte:
Cuando esté muriendo, no deseo un psicólogo amateur; quiero un ministro que
sepa qué hacer. Quiero a un hombre o una mujer que hayan luchado
honestamente con su fe y continúen aferrados a Jesús. Quiero a alguien que haya
mirado al Cristo crucificado por un largo tiempo y de manera cariñosa. Quiero a
una persona que sane heridas10.
Lo que nos cambia es “mirar al Cristo crucificado por un largo tiempo y de manera
cariñosa”. Solo párate frente al espejo y contémplalo a él, a cara descubierta… Serás
transformado de gloria en gloria en su misma imagen.
22
DE GLORIA EN GLORIA
No malgastes tus energías en conversaciones silenciosas con tu ego. Abandona esas
charlas sin sentido que solo te hunden en la culpa y el autodesprecio. Deja las
cavilaciones justicieras que te enfurecen con argumentos altivos y enferman tu cuerpo.
Renuncia a sus propuestas seductoras, mentirosas, imbéciles. En vez de hablar todo el
tiempo con ese farsante habla con Dios. Ora, adora, conversa con él. Lleva a ese
diálogo aún tus pensamientos más retorcidos. Cuéntale de tus debilidades,
tentaciones, miserias… Coloca tu sombra a los pies de la cruz y comienza a verte como
el Padre te ve, a través de la gracia y los méritos de Jesús.
Kris Vallotton observa que “mucha gente se pasa los días reaccionando a lo que no
quiere ser en vez de responder al llamado de Dios sobre su vida”11. Recuerda que tu
llamado es a ser Santo, Santa, igual a Jesús en todo. ¡Y lo eres! Como decía Corrie Ten
Boom, no te preocupes tanto por lo que no eres, porque puedes olvidar quién eres.
“¿Qué de mí? En realidad no me interesa lo que opinen ustedes de mí, ni lo que opine
nadie. No confío ni siquiera en mi propia opinión al respecto” (1 Corintios 4:3)
De eso se trata morir, de no ser capaces ni siquiera de juzgarnos a nosotros mismos.
Porque los criterios del ego son tremendamente subjetivos, arbitrarios y engañosos. En
vez de confiar en sus opiniones haz una oración similar a esta:
Padre, tú sabes que no prospero mucho cuando miro en mi interior, por eso voy
a dejar de hacer esto. Confío en ti para que me señales las cosas que necesito
entender. Prometo permanecer en tu Palabra. Dijiste que tu Palabra es una
espada, por eso úsala para cortarme profundamente. Expón aquellas cosas en mí
que a ti no te agradan. Pero al hacerlo, por favor, dame la gracia de abandonar
esas cosas. También prometo llegarme a ti diariamente. Tu presencia es como un
fuego. Por favor, quema en mí aquellas cosas que son desagradables para ti.
Funde mi corazón hasta que sea como el corazón de Jesús. Sé misericordioso
conmigo en estas cosas. Asimismo prometo permanecer en comunión con tu
pueblo. Dijiste que el hierro se afila con el hierro. Espero que unjas “las heridas de
un amigo” para hacerme entrar en razón cuando estoy siendo resistente a ti. Por
favor, usa esas herramientas para formar mi vida hasta que solo Jesús se vea en
mí. Creo que tú me has dado tu corazón y tu mente. Por tu gracia soy una
creación nueva. Quiero que esa realidad sea vista para que el nombre de Jesús
sea tenido en honra suprema12.
Solo párate delante del espejo. Todos los días, una y otra vez. Hazlo “a cara
descubierta”, con un corazón expuesto y vulnerable.
“…la circuncisión es la del corazón, la que realiza el Espíritu…” (Romanos 2:29)
Así como la circuncisión física corta el prepucio de los varones judíos y deja el glande
expuesto y vulnerable, la circuncisión del ego nos deja totalmente abiertos a los tratos
de Dios. Ese “corte” interior solo lo puede realizar el Espíritu Santo.
23
Es “a cara descubierta” (o “a corazón circuncidado”) y delante del espejo donde somos
transformados de gloria en gloria por el poder del Espíritu Santo. En ese altar mueren
las obras de la carne y descubrimos quiénes somos en verdad. Y una vez que nos
damos cuenta de quiénes somos nuestro comportamiento cambia, porque siempre
actuamos por identidad asimilada. No se trata de hacer para llegar a ser sino de hacer
porque ya somos. George Mac Donald sintetizó la idea muy bien: “Puesto que somos
los hijos de Dios, debemos llegar a ser los hijos de Dios”.
Lo cierto es que continuaremos muriendo hasta el día en que literalmente nos
muramos. Lo que solemos llamar nuevo nacimiento, conversión, arrepentimiento,
redención o santificación no es un evento puntual del pasado sino un proceso
continuo. Apenas dos versículos después de decir “Ustedes han muerto a esta vida”, el
apóstol Pablo exhorta con esta otra frase: “Por tanto, hagan morir todo lo que es
propio de la naturaleza terrenal…” (Colosenses 3:5). ¿Cómo que “hagan morir”? ¿Acaso
no habíamos muerto ya?
Hay dos cosas importantes en este proceso. Que tengamos la misma sed espiritual de
los primeros discípulos, que creyeron que podían ser cómo Jesús en todo, y que nos
paremos una y otra vez delante del espejo.
¡Si adoras en Espíritu y verdad, inevitablemente serás como Jesús! Los que te rodean
reconocerán en ti lo mismo que un día reconocieron en Pedro y en Juan: “…los
identificaron como hombres que habían estado con Jesús” (Hechos 4:13). No hay
manera de que no seas cada día más como él si, humildemente, te expones a la
multiforme sabiduría de Dios que está en la Iglesia. Si te dejas discipular, corregir, sanar,
entrenar, desafiar… Si como parte de su Cuerpo tomas esa “parte de Jesús” que está
escondida en tus hermanos y hermanas. Si permites que ellos activen en ti las facetas
de Cristo que tú aún no activaste.
Tu espejo transformador es la devoción privada, sí. Pero también y sobre todo la
Iglesia. ¿De verdad quieres ser como Jesús en todo? Nunca olvides lo que dijo el
apóstol Pablo:
“Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo, y lo dio como cabeza de todo a
la iglesia. Esta, que es su cuerpo, es la plenitud de aquel que lo llena todo por
completo” (Efesios 1:22-23)
24
EL CRISTO COMPLETO
Todos tenemos una imagen parcial de Jesús.
Si creciste en un entorno cristiano posiblemente tu imagen de Jesús se ajuste a la
teología de la Iglesia en la que fuiste formado. Si se trató de una Iglesia evangélica de
tradición pietista, con fuerte énfasis en la santidad, es probable que tu imagen de Jesús
sea la de un hombre virtuoso cuya misión en el mundo consistió en purificarnos del
pecado y establecer altos estándares morales. Y quizás para ti “ser como Jesús en
todo” signifique principalmente ser santo como él fue santo. Pero si tu influencia fue la
teología católica de corte social puede que tu imagen de Jesús sea distinta.
Probablemente te lo imagines como un benefactor que ayudaba a los pobres, y para ti
“ser como Jesús en todo” implique ser compasivo como él fue compasivo. Lo mismo si
te formaste en una Iglesia carismática que enfatizaba las sanidades y las
manifestaciones del Espíritu Santo. En ese caso quizás tu imagen de Jesús sea la de un
hacedor de milagros y tu anhelo de ser como él apunte fundamentalmente a tener más
poder espiritual.
Pero, ¿Cuál es el verdadero Jesús? ¿El santo de los evangélicos pietistas, el benefactor
de los católicos o el sanador de los carismáticos? Te imaginarás la respuesta.
La Iglesia, en sus diferentes ramas, tradiciones y expresiones, es la plenitud de Cristo.
Es la comunidad en la que conocemos al “Cristo completo”, aquel que jamás
conoceríamos si viviéramos encerrados en una espiritualidad individualista que se
aferra a una imagen parcial de Jesús. De hecho, la mayor prueba de la muerte al ego es
tu capacidad de abrirte a una comunidad de personas diferentes a ti y aprender de
esos hermanos y hermanas las facetas de Jesús que necesitas, con humildad, en mutua
sujeción a ellos. Todo lo demás es puro cuento.
“Y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los
soberbios, y da gracia a los humildes” (1 Pedro 5.5).
¡Basta de teorías abstractas acerca de la humildad y la muerte al ego! ¿Quieres saber si
realmente eres humilde? Muéstrame tu Iglesia y tu compromiso con ella. Como
comentó el teólogo Tad Dunne, “la madurez espiritual se trata de abandonar la ilusión
de que podemos estar solos”.
Ser iguales a Jesús en todo incluye al menos tres aspectos: pureza, amor y poder. Con
una mano en el corazón, ¿De verdad crees que puedes ser 100% santo o santa como
Jesús y amar con su mismo calibre de amor, con un ágape sacrificial, totalmente
abnegado? ¿Y qué de operar bajo su poder? ¿Te crees capaz de hacer los mismos
milagros, sanidades y prodigios que él hizo? Porque Jesús prometió que haríamos
obras aún mayores a las que él realizó (Juan 14:12).
O Jesús fue un mentiroso, o hay una ficha que todavía no nos cayó del todo…
Cómo nos cuesta creer en los estándares divinos. El conformismo es una de las peores
25
versiones del ego. Según el poeta Alexander Pope, son bienaventurados los que no
esperan nada, porque jamás serán decepcionados. Creo que a veces nos regimos más
por esta idea conformista que por las bienaventuranzas de Jesús. Si recuerdas, la
propuesta del maestro fue diametralmente contraria: “Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6). ¿La religión ha
hecho que pierdas el hambre? ¿Se extinguió tu sed de gloria? A.W. Tozer afirmaba que
cuando llegamos al lugar en el que todo puede ser predicho y nadie espera nada
inusual de Dios, estamos en un surco13. ¿Te sientes en ese surco?
Más allá del conformismo y la incredulidad, a veces lo que nos impide ser como Jesús
en todo es esa imagen de un “Jesús extraterrestre”. Muchas personas creen que Jesús
pudo ser quien fue y hacer todo lo que hizo porque en definitiva él era Dios. ¡Así
cualquiera es perfecto en santidad, amor y poder! Se lo imaginan como una especie de
Superman, que aparentaba ser un ser humano normal, de carne y hueso, pero que en
realidad ocultaba poderes que ningún otro mortal jamás tendría a su alcance.
Y claro que Jesús era y es Dios. Pero, por favor, entendamos que todo lo que él hizo
aquí en la tierra no lo hizo valiéndose de súper poderes divinos extraordinarios. ¡Él no
hizo ninguna trampa! La santidad, el amor y el poder perfectos los desplegó como un
simple ser humano, igual a nosotros (y si se valió de algún súper poder extraordinario,
fue el poder del Espíritu Santo, ¡el mismo que hoy habita en nosotros!). Desde resistir
la más feroz tentación hasta resucitar a un muerto todo lo que Jesús hizo en esta tierra
lo hizo en su naturaleza humana, en plena dependencia del Padre y bajo el poder del
Espíritu Santo. Porque Pablo enseña que antes de nacer en un pesebre, Jesús se
despojó de todas sus ventajas divinas. Él “no estimó el ser igual a Dios como cosa a la
que aferrarse, sino que se despojó de sí mismo” (Filipenses 2:6-7). A este fenómeno
se lo conoce como la kenosis o el vaciamiento de Jesús, su renuncia voluntaria a sus
derechos divinos.
¿Qué pasaría si viviéramos en plena dependencia del Padre y bajo el poder del Espíritu
Santo como Jesús vivió? ¿Qué pasaría si creyéramos que están a nuestra disposición
exactamente los mismos recursos espirituales que él usó y los usáramos?
“Y, si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo…”
(Romanos 8:17)
¡Bienvenidos a nuestra herencia espiritual!
26
EL CRISTO ACCESIBLE
¿Qué tienes en mente cuando deseas ser más como Jesús? Creo que la mayoría de los
cristianos buscamos sus atributos más cotizados: su poder, su gloria, su carisma. Y no
tiene nada de malo que aspiremos a todo eso. Todos queremos subir al monte de la
transfiguración, ser transportados a otras dimensiones, trepar la escalera celestial por
la que suben y bajan los ángeles… Pero…
“…el verbo se hizo carne…” (Juan 1:14)
Para liberar la plenitud de Cristo tenemos que aceptar con alegría nuestra humanidad.
Jesús se despojó de sus derechos divinos y se encarnó, se hizo totalmente humano. Se
paró en nuestros zapatos. Se identificó con absolutamente todos los dolores, temores
y debilidades que un simple mortal pueda experimentar. No hay dolor, temor o
debilidad que Jesús no haya vivido en carne propia:
“Fue tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado”
(Hebreos 4:15)
¿Te das cuenta que Jesús no hizo ninguna trampa? ¿Por qué preferimos creer en un
Jesús fantasmagórico, extraterrestre? ¿Por qué lo vemos como un caso irrepetible?
¿Será para evadir nuestra responsabilidad de ser como él? ¿Por qué rechazamos
nuestra herencia espiritual?
Mientras escribo estas líneas estoy mirando por televisión el multitudinario y caótico
velatorio de Diego Maradona, el gran futbolista argentino, y hay dos ideas que cruzan
por mi cabeza.
La primera es que lamentablemente vivimos en un mundo que valora más el talento
que la virtud. ¿Por qué personalidades argentinas infinitamente más virtuosas que
Maradona, del ámbito científico, cultural, social o humanitario, no tuvieron un velatorio
así? Claro, en un sistema manejado por la industria del entretenimiento, esa gran Matrix
que nos hipnotiza y elige por nosotros los ídolos que debemos adorar, estos próceres
ejemplares no pudieron sentarse en el Olimpo. Pero les sobraban méritos morales para
una despedida igual a la de Maradona.
La segunda idea es que todas las sociedades necesitan ídolos con quienes
identificarse. La vida de Maradona, el chico pobre que triunfó en el fútbol, ascendió en
la escala social, venció al imperio enemigo haciéndole trampa y humillándolo a pura
genialidad, salió campeón del mundo, doblegó a los poderosos del norte de Italia y se
rebeló contra todos los establishments habidos y por haber, esa vida posee todos los
condimentos épicos para que buena parte de la sociedad se identifique con su
protagonista, un dios de pies de barro, o que proyecte sobre él sus aspiraciones. Pasa
los mismo con ídolos populares como Gilda, Rodrigo o el Gauchito Gil. Son dioses
accesibles. La gente los siente parte de su cultura, cercanos a su realidad, y empatiza
fácilmente con ellos.
27
Pero, ¿Acaso la vida de Jesús no fue la más heroica y empática que un ser humano
pudo haber vivido? ¿Acaso su cuna pobre, su exilio en Egipto, su orfandad de padre, su
cercanía a los leprosos, su compasión por los pecadores, su oposición al sistema
religioso, su elección de discípulos plebeyos, su lucha intransigente por la verdad y
millones de otras aristas de la biografía de Jesús no representan la verdadera épica con
la que cualquiera se identificaría?
Es verdad que Jesús distó mucho de ser populista. Cuando estaba en la cima de su
fama y una multitud de fanáticos quería coronarlo Rey (porque les había dado de
comer pan y pescado), empezó a hablarles acerca de cargar la cruz y de negar su ego.
Resultado: la masa se dispersó desilusionada y hasta sus discípulos más cercanos
estuvieron a punto de abandonarlo. No lo hicieron en ese momento pero sí mientras
moría en la cruz. Y a diferencia de Maradona la sepultura de Jesús fue un trámite
express, escondido, al que aparentemente asistió un solo hombre llamado José de
Arimatea.
Por eso, recuperar al “Cristo accesible” no significa diluir su moralidad; mucho menos
transformarlo en un caudillo demagógico o una simple estrella popular. Todo lo
contrario. Lejos de rebajar a Jesús a nuestro estándar de lo que se trata es de entender
que sus atributos no son inalcanzables. Ser cómo él no es una utopía. Su santidad no
tiene que espantarnos ni frustrarnos sino atraernos. Jürgen Moltmann, un gran teólogo
alemán, decía que el Espíritu de Dios se llama “Santo” porque da vitalidad a la vida, no
porque esté alejado y no tenga nada que ver con ella14. Cuando predicamos a un Cristo
de élite, distante, impasible, místico, sentado en una galaxia de dogmas y legalismos,
no solo alejamos a la gente de él y la volcamos a dioses humanos como Maradona, sino
que también nosotros, sin darnos cuenta, terminamos creyendo que es imposible
igualar al maestro de Nazaret.
“El que permanece en Jesús tiene que vivir como él vivió” (1 Juan 6:2)
“Jesús nos dejó un ejemplo, para que andemos en sus pasos” (1 Pedro 2:21)
Jesús no vino al mundo a dejar ideas filantrópicas, ni elevadas teorías sociales, ni
doctrinas para eruditos, ni ritos religiosos que nos entretuvieran. Él nos dejó un
ejemplo. Nos dejó pasos para que andemos en ellos. Pedro, Juan y los demás
discípulos entendieron bien que la verdadera encarnación de Jesús consistía en la
misma vida de su maestro replicada en ellos, multiplicada por millones y accesible a
todos. Ellos en Cristo y Cristo en ellos era la luz que debía salir de debajo del almud.
“Les di mi ejemplo para que lo sigan. Hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes”
(Juan 13:15)
Entonces, ¿Por dónde empezamos? Empecemos por el verbo hacer.
28
HAZ ALGO, LAVA PIES
Winston Churchill, el primer ministro del Reino Unido durante la segunda guerra
mundial, decía que el problema de nuestra época consiste en que sus hombres no
quieren ser útiles sino importantes. ¿Tendrá el ego algo que ver en ese problema?
Hacemos bien en enfatizar el ser antes que el hacer. Una vida útil fluye naturalmente
desde una identidad sana. En el aposento alto, Jesús se quitó el manto, se ató una
toalla a la cintura y se puso a lavar los pies mugrientos de sus discípulos porque tenía
muy claro quién era:
“Jesús sabía que el Padre le había dado autoridad sobre todas las cosas y que había
venido de Dios y regresaría a Dios. Así que se levantó de la mesa, se quitó el manto,
se ató una toalla a la cintura y echó agua en un recipiente. Luego comenzó a lavarles
los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura”
(Juan 13:3-5)
Jesús no buscaba grandeza ni reconocimiento público porque sabía que ya era grande.
No tenía que demostrar nada. En su naturaleza humana había experimentado lo mismo
que un día experimentó George Müller:
Hubo un día en que morí, morí completamente, morí a George Müller y sus
opiniones, preferencias, gustos y voluntad; morí al mundo, a su aprobación o
crítica; morí a la aprobación o censuras de incluso mis hermanos y amigos. Y
desde entonces he procurado solamente presentarme a Dios aprobado15.
El famoso músico James Taylor dijo una vez en una entrevista a la revista Rolling Stone
que diez críticos podían atacarlo con furia, pero que estaría bien siempre que, de vez
en cuando, alguien como Bob Dylan o Paul McCartney le dijera: “Sigue adelante,
muchacho”.
Jesús escuchaba cotidianamente frases similares de boca de su Papá celestial. Y no
solo un “Sigue adelante, muchacho” sino declaraciones contundentes de cariño y
afirmación, como “Este es mi hijo amado con quien estoy muy contento” (Mateo 3:17).
Como observa Scott Sauls, la capacidad de Jesús de olvidarse de sí y lavar pies estuvo
alimentada y sostenida por la voz diaria de su Padre celestial.
Siempre funciona así: la valía perfecta de nuestro Papá celestial evita que
mendiguemos aprobación humana y crea en nosotros una identidad sólida, no
construida sobre la base gelatinosa de lo que hacemos o aparentamos ser sino sobre
lo que somos intrínsecamente en Él.
Todo eso es verdad. Pero…
¡Ten cuidado, porque al final del día “la sabiduría de Dios se demuestra por todos sus
resultados” (Lucas 7:35)! Brennan Manning expresa esta idea de forma magistral:
29
La sustitución de conceptos teóricos por actos de amor mantiene la vida a una
distancia segura. Este es el lado oscuro de poner el ser por encima del hacer…
Cuando el ser se separa del hacer, los sentimientos piadosos se vuelven un
sustituto adecuado para el lavado de los pies sucios16.
Por eso, un verdadero seguidor de Jesús es básicamente una persona de oración y
acción. A través de la oración conoce a Dios y se conoce a sí misma en Cristo, y a través
de la acción muestra al mundo ese conocimiento. No es complicado entender al
cristianismo. No se trata de una religión ni de un movimiento humanístico. Tampoco de
una logia que fragua ideas brillantes. Solo se trata de personas llamadas a ser como
Jesús y eso, inevitablemente, significa hacer todo lo que él hizo.
Reconozcamos que en el cristianismo moderno abunda la saraza en torno a miles de
abstracciones que nos alejan por completo de la praxis por la que deberíamos ser
reconocidos:
“El amor que tengan unos por otros será la prueba ante el mundo de que son mis
discípulos” (Juan 13:35)
Amor es… Empecemos por los pies.
Alguien dijo que cuando le lavamos los pies a las personas descubrimos por qué
caminan como caminan. El amor verdadero no da lugar al juicio ni a la jactancia moral.
El ego condenatorio se evapora por completo cuando nos exponemos al fuego del
amor de Dios. Solo alguien que aún no experimentó ese calibre de amor pretende
quitar la pequeña astilla del ojo ajeno mientras ignora por completo la enorme viga que
lleva en el propio.
Amor es… Esa pareja de viejitos que a lo largo de toda una vida juntos ha inhibido
cientos de deseos, o cedido ante los del otro, tragado un sinnúmero de disgustos,
evitado miles de confrontaciones, desviado incontables oportunidades de ira,
perdonado hasta setenta veces siete. Los curas y pastores tenemos que cambiar
nuestra fórmula nupcial. En realidad no es “Hasta que la muerte los separe” sino “Hasta
que la muerte los una”. No la muerte física sino la crucifixión del ego. ¿Cómo va a
aflorar lo nuestro si primero no morimos a lo mío y lo tuyo? Un matrimonio exitoso es
el entretejido de todos esos pequeños funerales, diarios y domésticos, que hacen
germinar el verdadero amor.
Amor es… El resumen de la ley, el cumplimiento perfecto y natural de todos los
mandamientos, el uso correcto de nuestra absoluta libertad. San Agustín decía “¡Ama
y haz lo que quieras!”.
Amor es… Tengo un cartel en mi casa con una definición de diccionario que dice así:
“Amor (verbo): Darle a otros la última porción de la pizza sin importar cuánto la
deseas”. No es una definición muy ortodoxa pero creo que capta a la perfección el tipo
de amor que encarnó y enseñó Jesús:
“¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de
los ladrones? —El que se compadeció de él —contestó el experto en la ley. —Anda
entonces y haz tú lo mismo —concluyó Jesús” (Lucas 10:36-37)
30
¡Qué conclusión más elocuente!: “Anda entonces y haz tú lo mismo”. No permite
análisis retorcidos respecto a la semántica del griego original ni especulaciones acerca
del contexto en el que fue dicha la frase. Cómo diría la publicidad de Nike, “Just do it”,
solo hazlo. Haz tú lo mismo… Alimenta al pobre… Sirve al necesitado… Perdona a tu
enemigo… Da generosamente… Preocúpate por tu cónyuge… Limpia el baño de tu
casa… Sana al enfermo… Venda al herido… Cuida a tus hijos… Hospeda al extranjero…
Visita a tus amigos… Bendice a tu Iglesia… Comparte lo que tienes… Alienta al abatido…
Honra a tus padres… Libera al oprimido… Lava pies… Cede a otros la última porción de
la pizza sin importar cuánto la deseas.
Al hacerlo no solo estarás encarnando a Jesús. También te toparás cara a cara con él
en cada uno de esos pequeños actos de amor:
“Señor, ¿en qué momento te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te
dimos algo de beber, o te vimos como extranjero y te brindamos hospitalidad, o te
vimos desnudo y te dimos ropa, o te vimos enfermo o en prisión, y te visitamos?” Y
el Rey dirá: “Les digo la verdad, cuando hicieron alguna de estas cosas al más
insignificante de estos, mis hermanos, ¡me lo hicieron a mí!” (Mateo 25:37-40)
31
ORAR ANTES DE ACTUAR
Jesús fue, indudablemente, un hombre de acción. Pedro resumió su biografía en esta
frase:
“… lo ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder, y… anduvo haciendo el bien y
sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”
(Hechos 10:38)
Una de las cosas que más me llaman la atención de la vida y el ministerio de Jesús fue
su efectividad. En apenas tres años hizo todo lo que tenía que hacer… ¡Y asunto
resuelto! Podríamos inferir que el secreto de sus acciones asertivas fue la unción que
reposaba sobre él. Las frases “lo ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder” y
“porque
Dios
estaba
con
él”
parecen
explicarlo
todo.
Pero, ¿No fuimos ungidos con ese mismo Espíritu Santo y poder? ¿Acaso Dios no está
con nosotros también? ¿Por qué no somos tan efectivos como Jesús?
Creo que su gran secreto fue la dependencia más que la unción. Él no hacía nada que
no viera hacer primero al Padre:
“Les digo la verdad, el Hijo no puede hacer nada por su propia cuenta; solo hace lo
que ve que el Padre hace. Todo lo que hace el Padre, también lo hace el Hijo” (Juan
5:19)
La primera versión del ego que deberíamos llevar a los pies de la cruz es el ego
autosuficiente. En términos sencillos, tenemos que aprender a orar antes de actuar, a
movernos por revelación y no por presión.
Por favor, entiende que la vida cristiana no consiste en buenas intenciones.
Desperdicias tu herencia espiritual cuando te mueves solo por intuiciones piadosas.
Jesús prometió que el Espíritu Santo nos guiaría a toda verdad (Juan 16:3) y nos
anticiparía las cosas por venir (Juan 16:13). ¿Por qué confiar en tu instinto o sabiduría
humana si tienes un Papá celestial que habla? A veces nos comportamos como ese
hombre perdido en medio de un bosque que intentaba orientarse mirando las estrellas,
escuchando el viento y oliendo el rastro de los animales ¡cuando en su bolsillo tenía un
GPS apagado!
Activar nuestra herencia espiritual es aprender a escuchar la voz del Espíritu Santo y
movernos por revelación, en plena dependencia del Padre como lo hizo Jesús.
Es curioso que en los episodios previos a su muerte todos los personajes involucrados
se movieron por presión. Los discípulos huyeron presionados por el miedo a que los
arresten. Judas entregó a Jesús presionado por su avaricia y luego no pudo soportar la
presión de la culpa y se ahorcó. Pedro fue presionado por las personas que lo
reconocieron en el patio del Sumo Sacerdote y negó a Jesús. Bastó que el Sanedrín
presionara un poco a los testigos allí presentes para que estos acusaran a Jesús con
32
todo tipo de mentiras. Poncio Pilato fue presionado por la multitud y, aún sin estar
convencido de su culpabilidad, mandó a que crucificaran a Jesús por pura
conveniencia política. Así todos…
Todos menos uno. Paradójicamente el único que estuvo en pleno control de la
situación fue el que tenía las manos atadas: Jesús. ¿Por qué? Porque él no se movía por
presión sino por revelación. Jesús había orado unas horas antes en el huerto del
Getsemaní y sabía que estaba en el centro de la voluntad del Padre, haciendo lo que
tenía que hacer.
Cuando Pedro le cortó la oreja a uno de los siervos del sumo sacerdote Jesús le dijo
que guardara su espada:
“¿No te das cuenta de que yo podría pedirle a mi Padre que enviara miles de ángeles
para que nos protejan, y él los enviaría de inmediato?” (Mateo 26:53)
Da escalofríos pensar que aquella noche, efectivamente, Jesús podría haber abortado
el plan de Dios para su vida. ¿Recuerdas su oración en el Getsemaní? “¡Padre, por favor,
no quiero ir a la cruz, que pase de mí esta copa!”. Es la oración de una persona
psíquicamente sana, que conocía bien la tortura que le esperaba. Jesús no era
masoquista pero supo rendirse a la voluntad del Padre. La verdadera muerte de Cristo
no se produjo en el Gólgota sino en el Getsemaní.
Es solo una conjetura personal, pero creo que si Jesús no libraba aquella batalla previa
en oración él también hubiera cedido a la presión. Imagina lo sencillo que era zafar.
¡Solo tenía que apretar “el botón angelical”!
Me pregunto, ¿qué le habrá dicho el Padre en esa charla en el Getsemaní? A veces
pensamos que se mantuvo en silencio solo para aumentar la agonía de su Hijo. Por
favor, ¿quién nos vendió la imagen de un Dios malvado, lleno de saña, que disfruta
viéndonos sufrir?. Yo prefiero pensar que tuvieron una conversación adulta de Padre a
Hijo. ¿O acaso crees que la oración es un monólogo? ¿O acaso lo de los batallones de
ángeles fue solo una especulación de Jesús? Me imagino al Padre diciéndole “Hijito
amado, sé la situación dolorosa que estás atravesando. Valoro muchísimo que confíes
en mí y que busques hacer mi voluntad y no la tuya. Entiendo que todos tus instintos
vitales te impulsan a huir y evitar esta hora tan difícil. Quiero que sepas que sigues
siendo libre para elegir; te amo tanto y respeto tanto tu libertad que si me lo pidieras
enviaría un ejército de ángeles a librarte. Pero quiero que sepas que mi voluntad para
tu vida sigue siendo que mueras en esa cruz. Sé que es una copa amarga, difícil de
beber, pero solo confía en mí como siempre lo has hecho. Aunque ahora te cueste
entenderlo, mi voluntad siempre es buena, agradable y perfecta”.
Es tiempo de que avancemos hacia la madurez. Dios quiere tener una relación adulta
con nosotros. Solo piensa esto: si Jesús hubiera sido caprichoso el Padre le mandaba
los ángeles. ¡Ojo que a veces Dios cumple caprichos!
“Comieron y se hartaron, pues Dios les cumplió su capricho” (Salmos 78:29)
33
Les pasó a los peregrinos hambrientos del desierto. También al pueblo de Israel en
tiempos de Samuel, cuando se quejaron porque no tenían rey como las otras naciones
y terminaron “torciéndole el brazo” a Dios. Ya sabes cómo terminan estas historias
nacidas de la presión más que de la revelación.
Por eso, para tener una amistad adulta con el Padre y con el Espíritu Santo como la que
tuvo Jesús, y ser verdaderamente efectivos en la vida, tenemos que aprender a orar en
serio. Hemos escuchado millones de veces que la oración es la clave de todo: “El
secreto está en lo secreto”, “Poder se deletrea O.R.A.C.I.O.N.”, “El que mucho ora,
mucho hace”… A.W.Tozer decía que debido a que no somos verdaderamente
adoradores, pasamos mucho tiempo rodando las ruedas, quemando gasolina,
haciendo ruido, pero no llegando a ninguna parte17.
Así que… ¡Oremos! La falta de oración es la más grande de las arrogancias. La frase
preferida del ego es “No hace falta que ores” (y otras frases similares de
auto-justificación llenas de excusas acerca de por qué no podemos orar).
La oración es la calibración constante del alma que nos permite permanecer unidos a
Jesús. Y en esa permanencia tenemos libertad para pedirle al Padre lo que queramos,
“negociar” con él, consultarlo acerca de todo, escuchar su voz, rendirnos a sus
propósitos y escribir la historia como sus hijos, amigos y socios:
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pueden pedir
lo que quieran, ¡y les será concedido! Cuando producen mucho fruto, demuestran
que son mis verdaderos discípulos. Eso le da mucha gloria a mi Padre”
(Juan 15:7-8)
“
¡Bienvenidos al Reino de la vida fructífera!
34
DE YUGOS, GRASA Y LIBERTAD
Cada mañana Jesús nos invita a ponernos su yugo y aprender de él:
“Pónganse mi yugo. Déjenme enseñarles, porque yo soy humilde y tierno de corazón,
y encontrarán descanso para el alma. Pues mi yugo es fácil de llevar y la carga que
les doy es liviana” (Mateo 11:29-30)
Recordarás que el yugo es esa viga de madera que se ata sobre el cuello de dos bueyes
para que caminen juntos y tiren parejo del arado. Con ese yugo se forma una yunta, es
decir, la unión de dos bueyes que trabajan a la par, colaborativamente. De allí que a los
esposos se los llame cónyuges, porque están unidos por el yugo del pacto matrimonial.
No son dos sino uno. Esa yunta no anula la individualidad de cada uno pero sí genera
el saberse un “nosotros” y desata el poder de la sinergia. ¡Bendita sea la unión
matrimonial!
Nuestra unión con Jesús es similar y por eso Pablo la compara con el matrimonio (ver
Efesios 5:21-33). Según el propio apóstol “es un misterio profundo” (vs. 32). Pero el
misticismo de esta alianza espiritual no quita su sencillez, lo práctico y cotidiano del
discipulado. Para explicar los misterios del Reino Jesús usaba metáforas simples
sacadas del contexto rural en el que la gente vivía y trabajaba, para que todos pudieran
entenderlo. Les hablaba de bueyes y de viñedos:
“Ciertamente, yo soy la vid; ustedes son las ramas. Los que permanecen en mí y yo
en ellos producirán mucho fruto porque, separados de mí, no pueden hacer nada”
(Juan 15:5)
Esa declaración pulveriza por completo nuestro ego autosuficiente. ¿Hay algo que
podamos hacer separados de Jesús? ¡No! ¡Absolutamente nada! Por eso, el tema del
yugo y la vid es crucial en la vida.
En realidad la autosuficiencia es una gran mentira. Es solo una ilusión, una de las tantas
con las que nos engaña el ego. Porque todos dependemos de algo o de alguien. Aún
las personas que se creen en pleno control de sus vidas y se ríen de la gente de fe con
aires de superioridad, inconsciente y necesariamente están conyugadas a algún “dios”.
Quizás su “dios” sea el dinero, un deseo intenso, su trabajo, una ideología, la adicción
que no pueden superar, la persona de quién están perdidamente enamorados… Dime
qué es lo que te hace más feliz y te diré a quién adoras. Rebecca Pippert lo expresó
muy bien: “La persona que busca poder es controlada por el poder. La persona que
busca aceptación es controlada por las personas a las que quiere agradar. Nosotros no
nos controlamos a nosotros mismos. Somos controlados por el señor de nuestras
vidas”.
¡Jesús es el Señor de los señores y el Rey de los reyes! Y cuando nos ponemos su yugo
se quiebra el yugo de cualquier otra señor que nos esclaviza.
“En aquel día esa carga se te quitará de los hombros, y a causa de la gordura se
35
romperá el yugo que llevas en el cuello” (Isaías 10:27)
Cuando el profeta Isaías escribió esto Israel era oprimido una y otra vez por los asirios,
el imperio más importante de ese tiempo. Pero el problema no eran los asirios sino el
pueblo de Israel que había confiado ciegamente en ellos. Los israelitas habían buscado
ayuda en el gran imperio pensando que los asirios los iban a librar de las otras naciones
enemigas, pero pasó todo lo contario: terminaron convirtiéndose en esclavos de sus
supuestos salvadores. Por eso, siete versículos antes Isaías dice que “…Israel no volverá
a apoyarse en quien los hirió de muerte, sino que su apoyo verdadero será el Señor, el
Santo de Israel” (Isaías 10:20).
¿Cómo sucedería eso? ¿De qué forma Dios los libraría del apoyo frágil y falible de los
asirios, que los habían herido de muerte? Dios los libraría por medio de su propia
gordura, por medio de su grasa.
Lo que pasaba con los bueyes era que iban engordando y su sudor terminaba
pudriendo y rompiendo el yugo que estaba sobre sus hombros. Por eso algunas
versiones de la Biblia dicen “…el yugo se pudrirá a causa de la unción”. ¡Pero no la
unción del Espíritu Santo! La unción del buey, el aceite o sudor de su propio cuerpo.
En otras palabras, Dios le estaba diciendo a Israel “Cuando ya estén lo suficientemente
gordos, de forma natural e inevitable el yugo que llevan sobre sus hombros se
romperá”La madurez es el proceso de gradual libertad de los falsos apoyos. Madurar significa
darnos cuenta, poco a poco, de que solo nuestra comunión íntima con Jesús nos hace
verdaderamente felices. Solo su yugo produce descanso y no carga, libera en vez de
esclavizar. Madurez es el “engorde interior” del espíritu que nos libera de las
dependencias externas.
Lamentablemente muchas personas envejecen pero nunca maduran. ¿Por qué? Por
muchas razones, pero principalmente porque viven condicionadas por una mentalidad
mágica que las hace abortar los procesos de Dios en sus vidas. No entienden que
seguir a Jesús es un camino y no una sucesión de espasmos emocionales. Y en esta era
de la inmediatez en la que todo tiene que ser rápido, fácil y efectivo, las ilusiones están
a la orden del día.
Por eso, Jesús no solo nos invita a ponernos su yugo sino también a iniciar un camino
de continuo aprendizaje. Más de dos mil años después, sus palabras siguen resonando
con el mismo magnetismo con el que las pronunció originalmente: “Déjenme
enseñarles, porque yo soy humilde y tierno de corazón, y encontrarán descanso para el
alma…”
¿Buscas descanso? Lee el mapa llamado Jesús.
36
JESÚS, NUESTRO MAPA, CAMINO Y DESTINO
Cuando Jesús nos invita a aprender de él lo que tiene en mente es la factibilidad de una
vida exactamente igual a la suya. Sí, exactamente igual. No quiere llenarnos el intelecto
con conceptos religiosos. Lo que pretende es “clonarse”, que tú y yo accedamos a su
misma experiencia de santidad, amor y poder. Nos ofrece su paz, su mansedumbre, su
descanso. Nos abre de par en par la puerta a una relación tan profunda con el Padre y
con el Espíritu Santo como la que él disfrutó. Nos regala la posibilidad de vincularnos
con los demás como él lo hacía. Nos imparte su autoridad, un poder idéntico al que
reposó sobre él cuando anduvo por los pueblos de Galilea sanando enfermos y
liberando endemoniados. Nos dice “¡Vengan, obsérvenme, aprendan, yo no soy un
caso único e irrepetible, ustedes también pueden vivir esta vida!”.
Tenemos que aprender a leer a Jesús como si fuera un mapa. No para quedarnos
obnubilados por la épica de su vida sino para llegar al destino que el mapa señala: el
tesoro de una vida abundante.
Me imagino a Jesús caminando por las calles de Capernaum o Jerusalén, mirando a su
alrededor y encontrando lo mismo que encontraría hoy si viviera en Buenos Aires o en
otra ciudad del mundo: rostros cargados, caras de frustración y agobio, gestos de
dolor y amargura. En muchos casos hallaría temor, incertidumbre respecto al futuro,
expresiones de preocupación. Se cruzaría con personas desilusionadas por los
resultados fallidos de sus esfuerzos, gente que se siente fracasada, perdida.
Seguramente se toparía con rostros marcados por oscuras ojeras, de personas
literalmente agotadas, que sufren insomnio. También se encontraría con gente llena de
culpa, abrumada por el pesado yugo de la religión, que siente que no es lo
suficientemente buena como los verdaderos “Santos”… Y gente enojada, estresada,
loca.
Hace más de dos mil años Jesús veía lo mismo que vería hoy en cualquier esquina de
nuestras ciudades. Y rodeado de todos esos rostros agobiados Jesús levantó su voz e
hizo una invitación solemne: “¡Vengan a mí! Ese tesoro preciado que están buscando,
el descanso para su alma, no está lejos de ustedes. No está enterrado cien metros bajo
tierra en una isla en medio del océano. ¡No! Está acá, delante de ustedes. Aquí me
tienen, mi vida, mi ejemplo… ¡Yo soy el mapa que tienen que leer! ¡Aprendan de mí!”
“Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré
descanso… Déjenme enseñarles, porque yo soy humilde y tierno de corazón, y
encontrarán descanso para el alma…” (Mateo 11:28-29)
Pero Jesús es mucho más que el mapa. También es el camino:
“Yo soy el camino…” (Juan 14:6)
Qué curioso que a los primeros discípulos se los llamó “Los del camino”. ¡Somos
caminantes incansables que no se conforman con menos que con ser en todo como su
maestro y Señor!
37
En la Iglesia asociamos el discipulado con clases Bíblicas, cursos de formación
teológica y otros programas de entrenamiento doctrinal. Todos esos recursos son
importantísimos, sí, pero seguir a Jesús y aprender versículos de memoria son dos
cosas totalmente diferentes. Tan distintas como conformarse con solo leer un mapa o
fehacientemente visitar su destino.
Seguir a Jesús es caminar con él y aprender de sus silencios de amor. Es observar su
entrada triunfal a Jerusalén montado en un burrito y concluir que no necesito un auto
de lujo para validar mi estima. Es espiar sus interacciones con el Padre, mirar cómo
reconocía sus límites. Es escuchar su pregunta “¿Quién me puso por juez o mediador
entre ustedes?” a aquel joven que le pidió que interviniera para que su hermano
comparta con él una herencia (Lucas 12:14). Es darme cuenta que, si bien era el mesías,
Jesús no tenía ese ego mesiánico con el que solemos luchar los líderes religiosos, que
nos hace creer que somos la última Coca Cola en el desierto y que siempre tenemos
que tener una respuesta a todo y a todos. Es aprender de su fragilidad y vulnerabilidad.
También de su poder, de su simpleza para hacer milagros… El discipulado es la
activación práctica y cotidiana de toda la herencia espiritual que tenemos en Jesús,
nuestro hermano mayor, de quien somos coherederos.
¿Cómo conformarnos con baratijas doctrinales si podemos vivir en Cristo? ¿Cómo
permanecer en el refugio seguro de la religión estando a nuestro alcance un estilo de
vida revolucionario como el que Jesús propuso y ejemplificó? ¿Por qué morir
abrazados a un mapa polvoriento y nunca visitar su destino si lo tenemos a solo un
pasito de fe de distancia? Por favor, la simple frase “Yo soy el camino…” y la invitación
“¡Vengan a mí!” son suficientes para despertar en nosotros la voracidad más enérgica,
el más intenso hambre espiritual.
Gritemos bien fuerte “¡Señor quiero más!”. Y sigamos menguando para que él crezca,
muriendo para que él viva.
38
LA KENOSIS NUESTRA DE CADA DÍA
Qué maravilloso es que los cristianos celebremos la Semana Santa, pero Jesús nos
dice: “No tomes tu cruz anualmente, sino a diario. Perdona a aquellos que te lastimaron
hoy. Rechaza hoy la sabiduría del mundo que ata tu identidad al dinero, al placer, al
poder y a las perspectivas psicológicas de las ciencias sociales18. Vuelve a encontrar
hoy tu verdadero ser en la sabiduría de la fe. Recuerda nuevamente que “la locura de
Dios es más sabia que la sabiduría humana, y la debilidad de Dios es más fuerte que la
fuerza humana” (1 Corintios 1:25) Cree hoy en las locuras de Dios. Ríndete por completo
a él… Hoy”.
“Si alguno de ustedes quiere ser mi seguidor, tiene que abandonar su manera egoísta
de vivir, tomar su cruz cada día y seguirme” (Lucas 9:23 NTV – Énfasis añadido)
La invitación de Jesús a morir al ego incluye una cláusula de cotidianeidad. Cada
mañana tenemos que recordarle a nuestro cerebro olvidadizo que esta vida no nos
pertenece. Deberíamos erradicar por completo de nuestro vocabulario el artículo
posesivo mi, desde el primero de enero hasta el treinta y uno de diciembre de cada
año. No se trata de mi vida, mis sueños, mi dinero, mi vocación, mis proyectos, mi
ministerio, mi tiempo, mis bienes, ni de ningún otro mi pegajoso que quiera vendernos
una ilusión posesiva. Todo es de él, por él y para él (Romanos 11:36). Tarde o temprano
tenemos que entender que el flujo de la vida y de la historia corre en una única
dirección llamada Cristo, y que ante esa realidad solo tenemos dos opciones: o nos
zambullimos por completo en ese río y dejamos que su corriente nos lleve, o seguimos
pretendiendo que el supuesto “genio de la lámpara” llamado Dios haga que las aguas
de todos los arroyos y manantiales del mundo confluyan en el paraíso de nuestros
caprichos (porque en definitiva los verdaderos dioses de la existencia seguimos siendo
nosotros).
Entendámoslo de una vez por todas, ¡Dios es Dios! Él es el único ser que no fue creado
por nada ni nadie. Es el origen de toda existencia, el que existe desde siempre, el que
está por encima de todo, la suprema y última autoridad en el universo. No podemos
inventar lo que Dios es. No podemos rebajarlo a nuestra imagen y semejanza, ni
manipularlo, ni contenerlo. No podemos decidir que Dios sea alguien distinto a quien
es, ni determinar que haga o piense algo distinto a lo que hace y piensa. No podemos
encerrarlo en nuestra pequeña caja de dos por dos. ¡Él es el que es! ¡Es Dios! Punto.
Frente a esta verdad, que debería ser obvia pero que nunca está de más recordarla,
solo nos queda una opción: rendirnos (a no ser que queramos seguir jugando el juego
del genio de la lámpara). Leí acerca de un hombre al que un día Dios le dijo, con mucho
sentido del humor: “Tú y yo somos incompatibles. Y yo no cambio”.
Debemos rendirnos cada día, una y otra vez. Hasta perdernos en Cristo. Hasta que “lo
mío” y “lo de él” se fundan en un único propósito. Hasta que el fluir de los días solo
consista en realizar las buenas obras que Dios preparó de antemano para que
caminemos en ellas (Efesios 2:10). Hasta experimentar el misterio espiritual del que
hablaba Thomas Merton:
39
Dios me pronuncia como una palabra que contiene un pensamiento parcial de Él
mismo. Una palabra no será nunca capaz de comprender la voz que la pronuncia.
Pero si soy fiel a lo que Dios emite en mí, si soy fiel al pensamiento de Él que
debería encarnar, estaré lleno de su realidad y lo hallaré dondequiera en mí y no
me encontraré a mí en ninguna parte. Me habré perdido en Él19.
Perderse en Cristo requiere de renuncias y vaciamientos continuos. En Filipenses 2,
antes de describir la kenosis o vaciamiento de Jesús, el apóstol Pablo dice “Tengan la
misma actitud que tuvo Cristo Jesús” (Filipenses 2:5) ¡Si vamos a usar palabras raras,
como kenosis, que sea para imitar las actitudes y el estilo de vida de Jesús, no para
presumir de erudición! De lo que se trata es de experimentar la gracia de la movilidad
descendente, usando las palabras del gran Henri Nouwen. Así lo decía él:
La Biblia revela que la libertad real y total solo se encuentra por medio de la
movilidad descendente... El camino divino es, en realidad, el camino
descendente. Jesús pasó del poder a la indefensión, de la grandeza a la
pequeñez, del éxito al fracaso, de la fortaleza a la debilidad, de la gloria a la
ignominia. Toda la vida de Jesús de Nazaret resistió la movilidad ascendente.
Se trata de elegir andar la milla extra, de poner la otra mejilla, de aceptar y no rechazar,
de ser compasivos y no competitivos, de besar y no morder. Como alguien dijo, “de
perdonar y no acariciar el último moretón de nuestro ego herido”.
Creo que los momentos de mayor libertad en la vida son aquellos en los que
simplemente somos capaces de olvidarnos de nosotros mismos. Cuando desviamos la
mirada hacia Dios y hacia el prójimo somos verdaderamente libres. Es en el olvido de
sí que experimentamos la libertad en su máxima expresión. Por el contrario, como
sostiene Tim Keller, nada nos hace más desdichados o menos interesantes que el
egocentrismo.
La kenosis nuestra de cada día es el único y verdadero camino a la libertad. Pablo lo
enseñó en Filipenses 2 y usó como ejemplos a Jesús y a Timoteo, su fiel colaborador:
Nadie como él se preocupa de veras por el bienestar de ustedes, pues todos los
demás buscan sus propios intereses y no los de Jesucristo” (Filipenses 2:20-21)
“
Por favor, entiende que cuando Pablo hablaba aquí de personas que buscaban sus
propios intereses y no los de Jesucristo, no se refería a gente pagana. ¡Estaba hablando
de pastores! ¡Aludía a sus colaboradores ministeriales! ¿Se puede ser “siervo de Jesús”
y buscar intereses personales en vez de los de él? Pareciera que sí…
Pero Timoteo era distinto. Tenía un corazón circuncidado. Se preocupaba de veras por
el bienestar de sus hermanos y hermanas en la ciudad de Filipos. Sus motivaciones
eran genuinas, puras, desinteresadas.
Solo Dios conoce las intenciones más profundas del corazón humano. No nos compete
juzgar las motivaciones de los demás. Mi responsabilidad es velar por la integridad de
mis propios pensamientos e intenciones íntimas. Me encanta la simpleza con la que lo
40
explica el Pastor Jorge Himitián21. Dice que nuestro corazón es como un reloj en el que
en un extremo dice “Dios” y en el otro dice “Yo”. Y ese reloj tiene una sola aguja que
apunta hacia una de las dos posibles posiciones. O bien apunta hacia Dios o bien
apunta hacia mí. Solo hay dos enfoques existenciales en la vida. O vivo para la gloria de
Dios, o vivo para mi realización y gloria personal.
Siempre las preguntas más profundas son las que tienen que ver con esta aguja. Son
las referidas a las intenciones del corazón: ¿Qué es lo que busco a través de mi vida y
acciones? ¿Mi gloria personal o la gloria de Dios? ¿Qué objetivos me mueven a hacer lo
que hago? ¿Cuál es mi norte en las decisiones que tomo a diario?
Aunque la conciencia se esfuerce por convencernos de que nuestras intenciones son
siempre buenas, reconozcamos que el ego aflora de formas imperceptibles en miles de
diálogos y situaciones cotidianas. Le pasó a Pedro cuando “de onda” intentó
convencer a Jesús de que morir en la cruz era una locura, y Jesús lo reprendió
diciéndole “¡Aléjate de mí, Satanás! Quieres hacerme tropezar; no piensas en las cosas
de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:23). El ego vive enfocado en las cosas
de los hombres. Es como un gran imán que traba la aguja de nuestro reloj interior en la
posición “Yo”. Pedro confundió su ego evasivo de movilidad ascendente con sabiduría
pragmática, sin percibir la influencia satánica detrás de su aparente “sentido común”.
En su famoso último discurso antes de ser asesinado, Martin Luther King dijo esto:
“Tenemos días difíciles por delante… Pero no me importa… Realmente ya no importa,
porque he estado en la cima de la montaña. He visto la Tierra Prometida. Puede que no
llegue allí contigo…. Pero esta noche estoy feliz. Solo quiero hacer la voluntad de Dios.
No estoy preocupado por nada. No temo a ningún hombre… Ya no importa. ¡Mis ojos
han visto la gloria de la venida del Señor!”.
Dios quiere llevarnos a su lugar de máxima libertad, el punto “Ya no importa”. Cuando
contemplamos la vida desde la cima de la montaña, bajo la perspectiva de Dios y no
bajo la de los hombres, automáticamente se desvanecen para nosotros las cosas
“importantes” que le preocupan a la mayoría de las personas en este mundo: mi gloria,
mi reputación, mi agenda, mis intereses, mi éxito, mi beneficio… ¿Qué beneficio
personal puede perseguir un cristiano al que un grupo de extremistas le apunta un
revolver en la sien, diciéndole que si no niega su fe en Jesús lo matan? ¿Qué mueve a
ese discípulo a decir con firmeza “Jamás negaré a mi Rey” sabiendo que esa
declaración le costará la vida? Solo el vivir en la cima de la montaña, en el lugar de
máxima libertad, el punto “Ya no importa”. Solo el saberse ya muerto a esta vida, el
poder decir como Pablo “considero que mi vida carece de valor para mí mismo, con tal
de que termine mi carrera y lleve a cabo el servicio que me ha encomendado el Señor
Jesús” (Hechos 20:24).
“Debido a esa cruz, mi interés por este mundo fue crucificado y el interés del mundo
por mí también ha muerto” (Gálatas 6:14)
¿Te das cuenta por qué el mensaje de la cruz es la buena noticia de libertad más
maravillosa que se nos haya anunciado a los seres humanos? Ningún peligro ni
amenaza del mundo tendrá poder sobre tu vida si el mundo ya ha sido crucificado para
41
ti y tú para el mundo. ¡Bendito punto “Ya no importa”! ¡Bendito lugar desde el que
podemos servir con amor y transformar la historia! Esta es la mejor definición de la
verdad cristiana principal: “Jesús desnudo, despojado, crucificado y resucitado… una
citación a despojarnos de los cuidados terrenales y la sabiduría mundana, de todo
deseo de alabanza humana, de la codicia de cualquier clase de comodidad… Es una
citación a estar listos para alzarnos y ser contados como pacificadores en un mundo
violento. Es un llamado a abandonar la pretensión de que realmente no somos
mundanos (el tipo de mundanalidad que prefiere la tarea más atractiva por sobre la
menos atractiva y que nos dirige a esforzarnos más por personas con las que
queremos estar bien)… Aún el último harapo al que nos aferramos – la autoadulación
que sugiere que somos humildes cuando negamos tener cualquier semejanza a Cristo
– , incluso ese tendrá que irse cuando estemos cara a cara ante el crucificado Hijo de
Dios”22.
¡No nos conformemos hasta llegar a la cima de la montaña, crucificados juntamente
con Cristo!
42
NO ME VOY A CONFORMAR
Cuando el Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo, llega a nuestra vida, se produce un “giro
copernicano espiritual” en el corazón que hace que dejemos de vivir para nuestra
propia gloria y empecemos a hacerlo para la gloria de Dios. Y una de las evidencias de
esa revolución interior es el intenso deseo de adorar que se activa en lo más profundo
de nuestro ser.
Adorar es quitar los ojos de mi ombligo y elevarlos al cielo, interrumpir a propósito mi
preocupación por mí mismo para enfocarme en una realidad infinitamente más real
que mis problemas o necesidades: la presencia de Dios. Es orar, pero no para pedirle
cosas a Dios sino simplemente para contemplarlo, admirarlo, disfrutarlo. Es
reconocerlo el sol alrededor del que gira toda mi vida. Es saciarme del amor del Padre
y del poder del Espíritu Santo, para vivir una vida igual a la de Cristo.
Por eso, como epílogo quisiera que hagas tuyas las palabras de esta canción de
adoración, titulada “Tu Gloria”. Te animo a que ores en Espíritu y verdad cada verso de
esta lírica, y deseo que en medio de esa oración se despierte en ti un hambre aún
mayor por la vida de Cristo:
TU PODER, TU VIRTUD, TU BONDAD
TU PAZ, TU PLENITUD
TENGO SED DE TU LUZ, SÉ QUE HAY MÁS
ME ACERCO A TI JESÚS
EMBRIÁGAME DE GOZO, VIVE EN MI Y LLÉNAME DE FE
CREA EN MÍ TU CORAZÓN
Y QUEMA DESDE EL CENTRO DE MI SER
DERRAMA EN MÍ EL CELO DE TU UNCIÓN
ESPÍRITU DE GRACIA, DE AMOR Y ORACIÓN
PENETRA EN LO PROFUNDO DE MI ALMA,
¡YO QUIERO MÁS, QUIERO MÁS!
ENSÉÑAME A HONRARTE Y A SERVIR
DESTRUYE MIS BARRERAS, INÚNDAME DE TI
LIBERA LA POTENCIA DE TU GLORIA
¡YO QUIERO MÁS, QUIERO MÁS DE TI!
NO ME VOY A CONFORMAR
HASTA VERTE EN MÍ BRILLAR CON TU GLORIA
43
¡No nos conformemos hasta que brille en nosotros la gloria de Jesús con toda su
potencia! Sigamos escalando la montaña. Y cuando nos toque dejar este mundo para
encontrarnos con él cara a cara, que podamos decir algo parecido a lo que escribió
este joven pastor de Zimbabue, África, en una carta que encontraron en su oficina
luego de haber sido martirizado por su fe en Jesús:
Soy parte de la hermandad de los sin vergüenza. Tengo el poder del Espíritu Santo.
La muerte fue echada. Me he parado en el límite. Tomé la decisión: soy discípulo de
Él. No voy a mirar atrás, amainar, frenar, detenerme, ni quedarme quieto. Mi pasado
fue redimido, mi presente tiene sentido, mi futuro es seguro. Ya se terminaron para
mí los bajos estándares de vida, las rodillas lisas, los sueños descoloridos, las
visiones aburridas, las charlas de este mundo, las dádivas baratas y los objetivos
pequeños.
Ya no necesito preeminencia, prosperidad, posición, ascensos, elogios ni
popularidad. No tengo que ser correcto, ni ser el primero, ni el mejor, ni ser
reconocido, ni alabado, ni respetado, ni recompensado. Ahora vivo por fe, recostado
sobre su presencia, camino con paciencia, me levanta la oración y hago mi tarea con
poder.
Mi rostro, decidido, mi marcha es rápida, mi meta es el cielo, mi sendero es angosto,
mi camino dificultoso, mi Biblia confiable, mi misión es clara. No me pueden ni
comprar, ni comprometer, ni desviar, ni tentar, ni torcer, ni engañar, ni retrasar. No voy
a flaquear ante el sacrificio, ni a dudar ante la presencia del enemigo, ni a complacer
a la cantidad de popularidad, ni tampoco a deambular por los laberintos de la
mediocridad.
No voy a rendirme, callarme, ni ceder, hasta que no haya permanecido en pie,
conservado, elevado una oración, predicado por la causa de Cristo. Soy un discípulo
de Jesús. Debo seguir hasta que Él venga, dar hasta entregar todo, predicar hasta
conocer, y trabajar hasta que Él me detenga. Y, cuando Él venga en persona, no voy
a tener ningún problema para reconocerme… ¡mi estandarte será claro!
Quizás la única medida honesta de auténtica fe es mi disposición al martirio. No solo
mi voluntad de morir por Jesucristo y por amor al Evangelio, sino de vivir por Él un
día a la vez.
¡Vivamos por Él, en Él y para Él, un día a la vez!
44
NOTAS
1
Manning, Brennan. La firma de Jesús. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2014.
2
Engle Lou y Briggs Dean. El ayuno de Jesús. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2019.
3
Vallotton Kris y Johnson Bill. De mendigo a príncipe. Buenos Aires: Editorial Peniel,
2008.
Foster, Richard. Celebración de la disciplina. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2009.
4
DeMello Anthony. The Song of the Bird. Chicago: Loyola University Press, 1983.
5
6
Manning. La firma de Jesús.
7
Harari, Yuval Noah. Homo Deus: breve historia del mañana. Buenos Aires: Debate,
2019.
8
Piper, John. Los peligros del deleite. Miami: Editorial Unilit, 2003.
9
Eagan, John. A traveler toward the dawn. Chicago: Loyola University Press, 1990.
10
Manning. La firma de Jesús.
11
Vallotton. De mendigo a príncipe.
12
Johnson, Bill. De mendigo a príncipe.
13
Tozer, A.W. Sendas de poder. Buenos Aires: Publicaciones Alianza, 2019.
14
Moltmann, Jürguen. El espíritu de la vida. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1998.
15
Müller, George. The George Müller collection. New York: The Backer and Taylor Co.,
1899.
16
Manning, Brennan. El latido del corazón del Rabí. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2017.
45
17
Tozer, A.W. ¿Qué le ha sucedido a la Adoración?. Barcelona: Editorial Clie, 1990.
18
Manning. La firma de Jesús.
19
Merton, Thomas. Semillas de contemplación. Buenos Aires: Editorial Sudamericana,
1958.
20
Nouwen, Henri. El estilo desinteresado de Cristo: movilidad ascendente y vida
espiritual. Maliaño: SalTerrae, 2007
21
Himitian, Jorge. Formación de carácter: la constitución de nuestro ser a la imagen de
Cristo. Buenos Aires: Editorial Logos, 2019.
22
Manning. La firma de Jesús.
46
NUEVO SINGLE
DI SPONIBLE E N TODA S
LAS PLATAFORMA S DIGITALE S
47
Sebastián Golluscio
48
Descargar