Subido por Jefferson Martinez Santa

La lengua y las ranas

Anuncio
martes, 9 de octubre de 2018
La lengua de las ranas
(Sigiloso y fugaz acecho poético)
Qué es la poesía:

¿Una disposición?

¿Un movimiento en el mundo?

¿Una forma de vida?

¿Quizá el modo más humano de entrar en relación con algo?
Las ranas esperan quietas como budas a orillas de una acequia.
Atentas al movimiento.
Cuando un insecto se acerca, sin salir de esa quietud alerta, la rana,
despliega una lengua sigilosa y con movimiento preciso, pesca al bicho.
En un abrir y cerrar de ojos, sin alarde, porque se trata de un acto
imperceptible, un truco de magia, sobre todo ejecutado con economía de
movimiento, la rana captura su presa.
Durante mucho tiempo para explicar el procedimiento de la rana se
recurrió a una explicación mecánica. Se dijo que la lengua envuelve el insecto y lo
trae dentro de la boca.
Pero hay más.
Hace poco advirtieron que entre la lengua y la presa existe una saliva
reversible: pringosa y de alta adherencia en el movimiento de primer contacto
que enseguida se vuelve delgada y acuosa para cubrir con delicadeza el cuerpo del
insecto.
El fluido que segrega la lengua de la rana, transparente, dúctil,
imperceptible a la vista es evidente en su eficacia.
Por un instante fugaz, el de la captura, la continuidad orgánica entre
cazadora y presa es total. Una se pierde en la forma de la otra. Son una y son dos
de manera simultánea.
Quisiera tomar el atajo de este juego metafórico para hablar del trabajo de
lo poético sobre lo humano.
En el trabajo con la poesía hay una forma que busca el rodeo de la cosa
hasta hacerla parte propia. Como la lengua de la rana.
Como el recorrido de una caricia.
Entre la mano que se desliza y la superficie acariciada hay una tibieza, un
magnetismo amoroso se derrama entre dos que se dicen algo sin palabras. Ese
aire investido de amor que separa y conecta al mismo tiempo existe, es materia
aunque no se ve, y es difícil de nombrar pero tiene efecto poderoso. Pasa algo y
una sale distinta cuando la caricia ha capturado, ha conmovido.
Es difícil imaginar que alguien que no ha sido iniciado en la caricia pueda
prodigar a otro ese gesto amoroso.
Es difícil imaginar que alguien humano no ha tenido la oportunidad de ser
realmente acariciado con la fuerza imantada del afecto.
En ese espacio intersticial está la diferencia. Y se cultiva con generosidad
genuina. Si tuviera que ponerle un nombre a ese espacio lo llamaría espíritu.
El espíritu aparece en el intersticio que se despliega entre una y lo otro. Es
una zona liberada: libre de intereses, de impuestos, de ganancias calculadas.
Una acaricia a un hijo es su iniciación a la humanidad y sucede sin que nos
lo propongamos. Un cuerpo humano necesita espíritu y se lo damos con la
inauguración del espacio entre dos, en ese pliegue amoroso.
Son esos momentos intensos en los que las percepciones se expanden, se pierde
la noción del tiempo, se expresan en el cuerpo sutiles matices nuevos.
Como una primavera.
Además de ser iniciados de ese modo en la escritura del cuerpo, en la
densidad exponencial de la recepción perceptiva, habremos de serlo también en
el trabajo de cultivo de ese espacio en una misma. Una disponibilidad a dejarse
tocar, y eso, es en extremo difícil. Una delicada línea entre la confianza y el
cuidado.
Entre intuición y pensamiento.
Lo poético procede de este espacio entre la lengua y lo otro. Me atrevo a
decir que lo poético es el espíritu de la lengua. La zona intersticial entre el órgano
de la rana y la presa. La secreción de esa lengua como acto cuidadoso de captura.
Y es eficaz justamente por su cualidad dúctil, líquida, de adhesión no forzada a la
cosa.
Muchas veces se quiso explicar lo poético desde el trabajo mecánico de la
lengua. Porque tiene regularidades y procedimientos anticipables. La rima y la
métrica como formas preestablecidas facilitan la definición pero son totalmente
incompletas para atrapar la esencia de lo poético, el espíritu innombrable, eso
que toca o no toca, la adhesión magnética de los sonidos y la forma a la
experiencia que ha querido capturarse.
Sin embargo, es una disponibilidad que se trabaja. No es natural ni
espontánea. Así como es difícil imaginar que alguien que no ha sido iniciado en
la caricia pueda prodigar a otro ese gesto amoroso, es difícil imaginar que alguien
que no ha sido iniciado en lo poético (en el cultivo de la cobertura intersticial
poética del mundo) pueda despertarla en otros.
Entonces otra vez hay que recordar que la escuela es la gran ocasión para
el gesto democrático de ofrecer accesos a estos bienes intangibles, humanos,
culturales y sensibles.
¿Y esto cómo se enseña?
Así como no hay una lengua de rana premoldeada para un insecto u otro
sino que cada vez hay un trabajo de captura sensible, envoltura suave de la presa
acomodada a su forma, así la iniciación poética es de habilitación de ese
intersticio espiritual, disponibilidad para la entrega y entrada cuidadosa a una
zona de las palabras envueltas, rodeadas, estimuladas bajo el pliegue sensorial,
intelectual, emocional del cuerpo propio.
Se ofrecen espacios de densidad poética.
Se ofrece la experiencia de lo que ha abierto la poesía en una misma. Como
un don. Como la caricia que humaniza al hijo recién nacido.
Hay que saber que es trabajo de tiempo demorado, de confianza para dejar
hacer a la materia del poema sobre el cuerpo. Dejar que los sonidos, las voces,
recubran la superficie sensible, penetren y toquen. El poema puede interpretarse
como una partitura y hacerse marca sonora o puede seguir la huella de la
memoria sonora del cuerpo que lee en silencio, que ya ha tenido anteriores
experiencias abundantes.
Dar tiempo a que la lengua de cada lector segregue su propia sustancia de
adhesión al poema. Dejar que las sensorialidades conecten con el pensamiento de
manera voluptuosa porque hay un eros del pensar y del sentir que será preciso
dejar venir para que realmente suceda algo del orden de lo poético.
Entonces muchas veces, quienes enseñamos, los que nos proponemos
iniciar a otros en poesía somos de pronto presas de la adhesión sensible a un texto
poético, somos sorprendidos e iniciados en una nueva zona receptiva, entregados
al asombro. La captura de un resplandor tiene efecto poético.
Las ranas a veces también son presas:
La garza
Todas las veces
salvo una
los pececitos
y las ranas con lunares
reconocen
las patas de bambú
de la garza
a partir de las finas
y pulidas cañas
en los bordes
del sedoso mundo
de agua.
Luego,
en su última pulgada de tiempo,
ven,
por un instante,
la blanca espuma
de sus hombros
y la blanca curva
de su panza
y la blanca llama
de su cabeza.
¿Qué más se puede decir
de semejantes nadadores salvajes?
Estaban acá,
en silencio,
ya desaparecieron, habiendo saboreado
el terror puro.
Por eso inventé palabras
con las cuales pararme atrás,
en la orilla verdecon las cuales decir:
¡Miren! ¡Miren!
¿Qué es esa muerte negra
que se abre
como una blanca puerta? (1)
Mary Oliver (Maple Heights, Ohio, 1935), versión de Tomás Maver
Gentileza de Natalia Litvinova
Paso los ojos sobre las palabras, su disposición en el papel, dentro mío
suenan y acompaño tan profunda, intensamente a las ranas y los pececitos entre
las patas de las garzas, siento que la materia sobre la que estoy es agua, tiene su
densidad y fluidez. Percibo la claridad eventual de un rayo de sol que atraviesa la
transparencia velada de la orilla, me muevo sedosa entre plantas acuáticas en una
espacie de limbo fresco lleno de vida y de pronto algo me saca, se hace luz
repentina y me traga. Eso llega a mí, en virtud del trabajo aéreo sobre la página,
en adhesión conmovedora. Lo siento. Lo entiendo con una comprensión por lejos
más enorme que la que he intentado con palabras precarias.
Se hace experiencia vital.
Me parece que se puede aprender algo más de la rana al acecho. Hay
atmósferas que hacen propicia la entrada a lo poético. Y hay un trabajo sobre esas
atmósferas y una misma. Unas técnicas sobre el cómo estar:
La disponibilidad para la contemplación, la meditación. Un estado de
quietud alerta. De expansión sensible, presencia acompasada a lo otro. Dejar que
el ritmo de lo que rodea se encuentre con el ritmo propio, la respiración, las
respiraciones que buscan entrar al poema.
Me gustaría para terminar leerles un poema. Jugar con ustedes a que el
vestido es la poesía y lo que le regalaron a la nena ha sido un poema.
Con permiso de Florencia Gattari:
Vestido nuevo
Era noviembre y una nena recibió de regalo un vestido.
Enseguida se lo puso.
Pero nunca parecía buen momento para sacárselo.
Pasó el verano con sus soles y llegó el otoño con sus vientos.
La nena lo saludó entre volados.
Después de todo, ¿quién dice cuándo
es tiempo de sacarse un vestido?
¿Una mancha, tres arrugas,
el hilito que asoma
de un dobladillo
que se
des
co
se
?
Los vientos venían de otros otoños que quedaban lejos. Arrastraban
papeles, perfumes, hojas secas.
También semillas que los pájaros dejaban olvidadas en cualquier parte.
Aunque, ¿cuál es el lugar mejor
para una semilla?
¿El bosque,
un cantero,
una maceta,
el borde
de qué camino,
de qué jardín?
En el invierno, sobre el vestido hubo gorros y tapados y bufandas.
Sumando capas de cebolla, no es difícil convertir un solero de noviembre en un
traje de astronauta de julio.
Cuando volvió la primavera, la nena se sacó las bufandas, los tapados, el
gorro. Y quiso ponerse radiante, como todo a su alrededor.
Pero le costó peinarse los brotes.
Uno de esos días le creció el tronco y se le alejó el piso.
Porque quién sabe cuándo crece un árbol.
Y una nena, ¿cuándo?
Al principio tuvo vértigo y pensó en bajarse del vestido. O sacarse el árbol.
Esperó.
Descubrió que mirando para arriba se mareaba menos. Aprendió un
idioma de silbidos mientras le florecían los bolsillos y le verdeaba el ruedo con
hojas recién nacidas.
Hasta que una tarde decidió cambiarse de ropa.
Estuvieron de acuerdo: árbol y nena.
Se desprendió los botones y los brotes, y bajó.
Su familia organizó una fiesta para celebrar la vuelta de la nena. Y el
cambio de vestido.
Le regalaron como veinte, de todas las telas, de todos los colores.
La nena eligió uno y se lo puso.
Por la ventana, les hizo un guiño a los pájaros del viento.
Hay muchos modos de lucir un vestido.
Hay muchos modos de cultivar un jardín. (2)
Que los poemas que lean en sus clases sean para sus iniciados/as como un
vestido que no se quieren sacar. Que se hagan árboles, reciban semillas que
broten otros poemas de los bolsillos, de los pliegues y dobleces, de la libertad de
sacarse, ponerse, dejarse; en maceta, bosque o cantero. Que se hagan deseo
propio muy profundo porque vaya a saber qué es la poesía, pero necesitamos su
revolución sensible, su resplandor, su humanidad.
(2)
(1) The Egret
Every time
but one
the little fish
and the green
and spotted frogs
know
the egret’s bamboo legs
from the thin
and polished reeds
at the edge
of the silky world
of water.
Then,
in their last inch of time,
they see,
for an instant,
the white froth
of her shoulders,
and the white scrolls
of her belly,
and the white flame
of her head.
What more can you say
about such wild swimmers?
They were here,
they were silent,
they are gone, having tasted
sheer terror.
Therefore I have invented words
with which to stand back
on the weedy shore—
with which to say:
Look! Look!
What is this dark death
that opens
like a white door?
Descargar