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Unidad I Módulo I Derecho Procesal

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MÓDULO I UNIDAD I
Módulo I
UNIDAD I
Constitución y Proceso Penal. Los principios y formas del
proceso penal.
SUMARIO: 1. El Derecho Procesal y Estado de Derecho: 1.1. objeto y fines; 1.2 límites
constitucionales. 1.3. La constitucionalización del proceso penal. 2. La acción penal. 3. Las fuentes del
Derecho Procesal Penal. 4. Los principios del proceso penal; introducción. 4.1. Principios Jurídiconaturales del proceso. 4.2. Los principios jurídico-técnicos: oportunidad y necesidad y aportación de
parte-investigación de oficio. 5. Las formas del proceso: inquisitiva y contradictoria. La forma escrita y la
forma oral.
1. El Derecho Procesal y Estado de Derecho
1.1. Objeto y fines
El Derecho en general, y el Derecho Procesal no es una excepción, está formado por un conjunto
de normas y principios creados y comúnmente aceptados por una sociedad en la que dichas normas
adquieren validez y eficacia. El Derecho es en buena medida una creación de la sociedad que regula a
través de normas dotadas de fuerza jurídica sus propias necesidades e inquietudes. Así, ha caracterizado a
las sociedades organizadas la creación por diferentes mecanismos de un ordenamiento jurídico que diera
respuesta a las demandas sociales del momento histórico. La sociedad ha ido cambiando a lo largo de la
historia y con ella sus necesidades, de manera que también el ordenamiento jurídico ha ido siendo
modificado en función del modelo de sociedad y de dichas necesidades.
El Derecho Procesal en cuanto tal no ha existido hasta finales del siglo XIX. Hasta ese momento
y desde que se conoce la existencia de sociedades organizadas la realización de la justicia, que como se
verá constituye su principal fin, se venía llevando a cabo a través de distintos procedimientos más o
menos reglados. En efecto, las sociedades primitivas permitían la auto tutela por parte de los individuos
de sus propios intereses, lo que en el ámbito de la justicia se traducía en la realización del propio derecho
o justicia privada. Ahora bien, desde el momento en el que la sociedad evoluciona y reconoce un poder
que administre justicia, (entendida ésta en sentido amplio), ya no se permite este ejercicio de “venganza
privada”, sino que encomienda a algún órgano dotado de poder que lleve a cabo la labor de decidir qué es
lo justo en cada caso concreto.
Pero la aparición de formas de hetero tutela no trajo consigo el inmediato nacimiento del
Derecho Procesal sino de procedimientos diversos que servían, con mayor o menor éxito, para impartir
justicia. Estos procedimientos no eran objeto de estudio salvo por los propios prácticos que enseñaban el
modo de proceder de los tribunales, dando lugar a lo que se denominó “práctica forense”. Posteriormente
y a lo largo del siglo XIX, con la aparición de las diferentes leyes de procedimientos, se comenzaron a
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estudiar en las Universidades estos procedimientos de forma principalmente exegética o descriptiva,
limitándose a la descripción de aquéllos, en lo que se vino a denominar “procedimentalismo”.
No sería hasta finales del Siglo XIX cuando el Derecho Procesal adquiriría en Europa la
condición de disciplina autónoma, mientras que en España no sería hasta bien entrado el siglo XX,
cuando nuestros juristas comprendieron la necesidad de examinar el proceso como una realidad social,
como fenómeno complejo y no sólo como una mera descripción casuística de las formas procesales.
Pero, ¿qué es entonces el Derecho Procesal? En una primera aproximación realizada con carácter
general podríamos decir que éste es el conjunto de normas que regula los procesos judiciales. Sería ésta
una definición muy general y que aporta muy poco si realmente quiere conocerse en qué consiste esta
rama del Derecho. Si queremos ser más completos deberíamos decir que el Derecho Procesal es una parte
del ordenamiento jurídico que abarca la estructura y funciones de los órganos jurisdiccionales, los
presupuestos y efectos de la tutela jurisdiccional y la forma y contenido de la actividad que tiende a
dispensar esta tutela.
Por lo tanto, el Derecho Procesal se proyecta sobre tres ámbitos diferentes, pero indudablemente
relacionados entre sí: el derecho a la tutela jurisdiccional, el de los órganos jurisdiccionales que la
conceden y los cauces establecidos para otorgar dicha tutela. Cuando a través del estudio del Derecho
procesal se quiere comprender cuál es el contenido de dichos ámbitos no hay que olvidar que como
realidad social que es, no puede afrontarse esta tarea al margen de la sociedad. Al contrario, hay que tener
presente cuál es el marco de nuestra sociedad actual y de nuestro ordenamiento jurídico, que refleja las
necesidades y valores contemporáneos que deben servir para su interpretación.
Todo ello nos lleva a tomar en consideración especial a nuestra Constitución, norma suprema del
ordenamiento y principal referencia para la interpretación de cualquier otra norma del Estado. Creada por
nuestros representantes, elegidos democráticamente, de la Constitución se deducen el resto de normas de
diferente rango que conforman nuestro ordenamiento y que hacen de nuestro Estado un Estado social y
democrático de Derecho. Como norma básica del Ordenamiento Jurídico que es, obliga a todos los
ciudadanos y a todos los poderes públicos (art. 9.1 de la Constitución española de 1978, en adelante
abreviada CE); o lo que es lo mismo, asegura de un lado la primacía de la ley ("imperio de la ley" dice el
Preámbulo de la CE) como expresión de la voluntad popular, y, de otro, somete al Estado al
Ordenamiento Jurídico en garantía de la seguridad jurídica de los ciudadanos que forman parte de él (v.
art. 9.3 CE).
En esa Constitución se reconocen determinados valores superiores que informan y guían la
actividad del legislador ordinario: Libertad, justicia, igualdad y pluralismo político (art. 1.1 CE),
consagrando particularmente una protección especial para determinados bienes jurídicos supremos que
giran en torno a dichos valores y que serían los llamados derechos fundamentales, a los que toda
Sociedad democrática reconoce como inalienables (arts. 14 y ss. CE).
El Estado de Derecho es el principal garante de la libertad individual, que se traduce en el
máximo respeto a la dignidad y libertad humanas (v. art. 10.1 CE).
Pues bien, España es un Estado de Derecho, no sólo en la teoría porque así lo proclama el art.
1.1 CE, sino también en la práctica. Ahora bien, es consustancial a la existencia del Estado de Derecho y,
consiguientemente, es necesario para el funcionamiento democrático de la Sociedad que ésta tenga poder,
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es decir, que posea capacidad para tomar decisiones, hacerlas cumplir y hacerse obedecer, sujetando a los
demás a esas decisiones, incluso por la fuerza en los casos legítimos.
El poder reside, en una Sociedad democrática, en un Estado de Derecho, en el pueblo. Dice el art
1.2 CE que "la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado", y
es el pueblo precisamente quien, al aprobar su Constitución democrática, decide quién va a ejercer ese
poder, o mejor, porque son varios, quién va a ejercer los poderes derivados de la misma,
institucionalizando su ejercicio mediante normas jurídicas, mediante el Derecho.
Se trata sencillamente, con ello, de hacer posible el gobernar (entendido en sentido amplio,
equivalente a dirigir, regir o hacer que funcione) el Estado, y gobernar consiste en desarrollar tres tipos de
actuaciones distintas: administrar, legislar y juzgar, a realizar por gobernantes también distintos.
El poder que atribuye la Constitución al gobernante es la potestad, en virtud de la cual adquiere
una posición de supremacía respecto a las personas relacionadas con él.
El contenido de esa potestad, derivada directamente de la soberanía, varía según la naturaleza
del poder, como es obvio. Uno de esos Poderes es el Poder Judicial, atribuido a los Jueces y Magistrados,
o Juzgados y Tribunales, que ejercen la potestad jurisdiccional, consistente en juzgar y hacer ejecutar lo
juzgado (art. 117.3 CE).
Los otros dos son el Poder Ejecutivo y Reglamentario, atribuido en España al Gobierno estatal
(art. 97 CE), y a los Gobiernos autónomos (arts. 148, 149.3 y 150 CE), ejerciéndose las potestades
ejecutiva y reglamentaria; y el Poder Legislativo, atribuido en nuestro país a las Cortes (art. 66.2 CE), y a
los Parlamentos autónomos (arts. 150.1, 152.1 y 153 CE), ejerciéndose la potestad legislativa.
Por tanto, sabemos ya que en nuestro Estado de Derecho, el pueblo español ha dicho que el
poder de juzgar, derivado de la soberanía, lo tienen unos órganos del Estado llamados genéricamente
Tribunales de Justicia. (Ver en este sentido Art 117.3 CE que dice que “el ejercicio de la potestad
jurisdiccional en todo tipo de procesos, juzgando y haciendo ejecutar lo juzgado, corresponde
exclusivamente a los Juzgados y Tribunales determinados por las leyes” y el Art 2.1 de la LOPJ que
reproduce exactamente lo establecido en el Art 117.3 CE añadiendo un inciso final: “El ejercicio de la
potestad jurisdiccional …corresponde exclusivamente a los Juzgados y Tribunales determinados en las
leyes y en los tratados internacionales”. Ver también el concepto Principio de exclusividad
jurisdiccional.) Son ellos, por tanto, los únicos que pueden realizar actuaciones encaminadas a juzgar,
esto es, a aplicar el derecho al caso concreto con unas características que son exclusivas de la jurisdicción
y que no son otra cosa que el ejercicio de la función jurisdiccional.
Cuando nos referimos al Derecho Procesal Penal, el ejercicio de la función jurisdiccional
significa que los Tribunales aplicarán el Derecho Penal como única forma de realización de este Derecho.
En este ámbito del ordenamiento jurídico, al igual que en el resto es la sociedad quien a través de sus
representantes elegidos democráticamente y que integran el poder legislativo la encargada de crear las
normas jurídicas penales. A través de ellas el legislador tipifica las conductas que considera que son
reprobables en la sociedad y que merecen una sanción. La creación de normas penales sustantivas implica
recoger una conducta con todos los elementos que la caracterizan convirtiendo esa conducta en un “tipo
penal” y asociando a la misma una sanción, la pena. Ahora bien, a diferencia de otros ámbitos del
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ordenamiento, la realización de este derecho, esto es, la aplicación de la pena cuando se materialice el
supuesto de hecho de la norma sólo podrá realizarse a través de un proceso judicial, el “proceso penal”.
Abundaremos algo más en esta idea que marca las relaciones entre el Derecho Penal y el
Derecho procesal penal. Como parte de la cesión de la soberanía que el pueblo ha realizado en los
órganos integrantes de los poderes del Estado, los particulares renuncian a su derecho a castigar
personalmente a quienes les hayan infligido algún daño o lesión en alguno de los bienes jurídicos de los
que son titulares y delegan este derecho, por un lado en el legislador para que sea él quien decida qué
conductas deben ser castigadas, y por otro en los órganos judiciales, para que sean ellos quienes a través
del correspondiente proceso impongan la pena que corresponda a la conducta realizada.
Nuestro ordenamiento no tutela de la misma forma todos los ámbitos de la sociedad o las
relaciones que en ella se producen. En unos es mucho más abierto, flexible y prolífico que en otros, como
es el caso del Derecho Penal que se rige por el principio de mínima intervención, de manera que sólo
contempla aquellas conductas especialmente graves y por tanto realmente necesitadas de una tutela
especial y además lo hace dentro de los estrictos márgenes fijados por el principio de legalidad penal.
Por lo tanto, el Derecho Penal a través de sus normas establece la prohibición de realizar
determinadas conductas y asocia sanciones para quien las contravenga. Cuando estas conductas se
consideran por el legislador especialmente graves se califican como delitos mientras que si aun siendo
antijurídicas no alcanzan tal gravedad serán consideradas únicamente como delitos leves.
El Derecho penal presenta una peculiaridad frente al resto de ramas del ordenamiento. Se verá
claramente con un ejemplo. El Derecho civil regula entre otras instituciones la de la compraventa. El Art.
1445 del Código Civil dice que: “Por el contrato de compra y venta uno de los contratantes se obliga a
entregar una cosa determinada y el otro a pagar por ella un precio cierto, en dinero o signo que lo
represente”. Por lo tanto cualquier persona que entregue a otra una cosa cierta a cambio de un precio
también cierto estará llevando a cabo una compraventa, sin necesidad de que ningún juez intervenga ni
diga que efectivamente se ha realizado tal contrato. En cambio el Art. 138 del Código Penal dice que: “El
que matare a otro será castigado, como reo de homicidio, con la pena de prisión de diez a quince años”.
Sin embargo no basta que alguien mate a otro para que automáticamente sea condenado a la prisión de
quince años que el anterior artículo señala como consecuencia jurídica, sino que es necesario un proceso
judicial que la aplique a través de la correspondiente sentencia.
El Derecho Penal presenta esta peculiaridad y es que sólo puede realizarse a través de un proceso
judicial. Este proceso, el proceso penal, es la reacción de la sociedad ante una conducta que ha sido
tipificada por el legislador como antijurídica para la protección de valores o derechos que la propia
sociedad entiende que deben ser tutelados. Y el Derecho Procesal Penal sería aquella parte del Derecho
Procesal que regula el proceso penal, el medio o instrumento necesario ordenado por el legislador para
que los Jueces puedan perseguir y castigar los delitos (y las delitos leves).
El proceso penal es el cauce a través del cual la sociedad reacciona de forma jurídica en un
Estado de Derecho frente a la realización de conductas que lesionan derechos dignos de protección y que
han sido calificadas por la propia sociedad como delitos o delitos leves. Con independencia de lo que
piensen quienes se han visto afectados por un delito, el Estado ha establecido un mecanismo procesal
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para el enjuiciamiento de la supuesta conducta delictiva, que garantiza que la reacción ante la misma será
ordenada, proporcionada y justa.
De esta manera, el proceso penal significa una garantía para el Estado que va más allá de los
mecanismos de justicia privada y que ejercita a través de sus órganos el “ius puniendi”, su derecho a
imponer una sanción a todos aquellos que realizan conductas que ponen en peligro o lesionan esos
valores y derechos que la sociedad quiere proteger. Pero también significa una garantía para la persona
que “supuestamente” ha realizado esa conducta y que es juzgado por ella. Y es que en el proceso penal
deben respetarse una serie de principios y de garantías, muchos de ellos incluidos en el propio texto
constitucional, como es el caso del principio de prohibición de indefensión y del derecho a la presunción
de inocencia, o a la motivación de las sentencias.
El fin del proceso penal no es otro que averiguar la verdad de los hechos, lo que realmente
ocurrió, que en lenguaje procesal se denomina verdad material, frente a la verdad formal que se busca
en el proceso civil para estar en condiciones de saber qué hechos sucedieron, con todas sus
circunstancias, y qué persona o personas pueden considerarse responsables de esos hechos. Ello debería
permitir imponer siempre una condena que fuese acertada y justa. Sin embargo, conocer la verdad, o al
menos toda la verdad, lo que realmente ocurrió, no siempre es posible puesto que ello implica en muchas
ocasiones que el juez deberá realizar actuaciones subjetivas como valorar pruebas, que aunque se lleven a
cabo conforme a las reglas de la sana crítica están siempre sujetas a un margen de error. Y en definitiva,
porque quienes aplican el Derecho tienen la condición humana y en cuanto tales pueden cometer errores.
Ante esta posibilidad se presenta como necesaria la creación de un proceso penal que contenga todas las
garantías que sean necesarias para preservar los derechos de quienes sean juzgados.
De esta manera, al Derecho Procesal Penal le interesará la creación de procesos penales que
respeten unos principios esenciales, contenidos en la Constitución y unos principios técnicos adecuados a
la tutela que se otorga, que garanticen en la mayor medida posible que sólo quienes sean verdaderamente
culpables sean condenados. Ello no impedirá que como consecuencia de este sistema de garantías y
derechos, personas que verdaderamente eran culpables no sean finalmente objeto de una condena penal,
pero minimizará el que una persona inocente sea condenada por error. Y sólo digo que minimizará este
error porque, indudablemente, aun cuando se siga todo el procedimiento por los cauces legalmente
establecidos, podrá ocurrir que dicho error se produzca y finalmente se condene a quien no era culpable.
De todo lo visto hasta ahora se deduce que el Derecho Procesal Penal tiene distintos objetivos
que pueden resumirse finalmente en dos:
a)
La persecución y enjuiciamiento de conductas tipificadas por nuestro
ordenamiento como punibles, haciendo posible la condena del verdaderamente
culpable.
b)
Evitar la condena del inocente mediante un proceso debido en el que se
garanticen sus derechos y se impida la arbitrariedad de los poderes públicos y
en concreto del poder judicial en la aplicación del derecho.
Esta doble finalidad se apreciará y tendrá aplicaciones a lo largo de toda la asignatura, especialmente
cuando estudiemos los procesos penales en particular. Nos ayudará a entender su configuración concreta
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desde la perspectiva del legislador que configuró técnicamente el proceso y que debió decidir si daba
prioridad a la persecución del delito y a la condena del culpable, o si por el contrario prefería conceder
mayores garantías aunque ello supusiera que no podía condenarse a quien se sabía culpable.
1.2 Límites constitucionales
En este epígrafe se trata de ver cuáles son en concreto los límites que la Constitución ha
establecido a la persecución penal de los delitos. Ha quedado claro que nuestro Estado tiene interés en la
persecución de aquellos hechos criminales que se consideran como tales en nuestro ordenamiento y en la
condena de los culpables, pero ello no puede hacerse de cualquier forma o por cualquier medio. No todo
vale para alcanzar este fin, por muy legítimo que éste sea.
Es indudable que los poderes del Estado y las Autoridades deben estar dotadas de fuerza
coactiva para hacer cumplir la ley, para la prevención del delito y para la persecución del mismo. Deben
existir y de hecho existen, instrumentos materiales para impedir que se cometa un delito o que quien lo
haya cometido desaparezca sin que pueda ser juzgado por ello. Resultaría ingenuo pensar que quien
realiza una actividad delictiva se presentará libre y voluntariamente para ser juzgado y condenado por la
realización de la mismo o que proporcionará toda la información necesaria para que pueda conocerse la
verdad que conducirá a su condena como culpable. Más bien cabría pensar en lo contrario. Por ello, el
uso de la fuerza es imprescindible para la posible realización eficaz del Proceso penal.
El problema radica en la fijación de los límites a los que deben atenerse los Poderes Públicos en
el uso de esa fuerza. Precisamente por ello, nuestra Constitución ha establecido unos derechos que deben
ser observados, garantías que deben cumplirse y que a la vez suponen la prohibición de todas aquellas
conductas que impliquen la vulneración de los mismos. En otros casos ha prohibido de forma explícita la
realización de determinadas prácticas, atendiendo a su especial gravedad. Así se establece:
a)
Prohibición absoluta de la tortura como medio para alcanzar la confesión del
investigado y protección para quienes se vieran afectados por ella. (art. 15 CE,
arts. 389, III y 391, III LECRIM, y art. 174 CP, además del Convenio de Nueva
York de 1984, ratificado por España).
b)
Dos reglas que afectan a la prueba y que también protegen al acusado: la de la
libre valoración de la prueba, (arts. 717 y 741, I LECRIM) de manera que el
juez sólo está vinculado por las reglas de la sana crítica a la hora de conceder
valor a los resultados de las pruebas practicadas; y la de presunción de
inocencia, (art. 6.2 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos
Humanos y de las Libertades Fundamentales de 1950, en adelante abreviado
CEDH, y art. 24.2 CE) que exige la presencia de una prueba de cargo que
fundamente una posible sentencia de condena.
El Derecho procesal penal necesita en determinadas ocasiones interferir e incluso vulnerar
derechos fundamentales de los ciudadanos, con el fin de llevar a cabo una eficaz persecución de las
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conductas criminales y estar en condiciones de juzgar a quienes pudieran ser culpables de aquéllas. Son
numerosos los ejemplos de actuaciones que pueden llevarse a cabo a lo largo del proceso penal y que
pueden ser vulneradoras de algún derecho fundamental. Por ejemplo, la detención o la prisión provisional
afectan al derecho a la libertad (Art. 17 CE), la intervención de las comunicaciones afectará al derecho a
la intimidad (Art. 18.1 CE) y la entrada y el registro en un domicilio supondrá una vulneración del
derecho a la inviolabilidad del mismo (Art. 18.2 CE). Estas medidas que suponen el ejercicio del poder
frente a derechos de los ciudadanos, son necesarias en algunas ocasiones para poder cumplir con los fines
del Proceso penal. El legislador constituyente lo ha considerado así, pero a la vez ha establecido cuáles
son los requisitos mínimos para que los derechos fundamentales puedan ser sacrificados en beneficio de
la investigación penal o de la posible condena del efectivo culpable.
Por lo tanto, podría decirse que la Constitución desempeña una labor fundamental en lo que a la
regulación del proceso penal se refiere, principalmente en ese equilibrio que es necesario establecer entre
los dos fines fundamentales del derecho procesal penal: la investigación y búsqueda de la verdad con la
condena de los culpables y la garantía de los derechos que evite la condena de los inocentes. En la
concreción de cuáles son los límites que el proceso procesal debe respetar y los supuestos en los cuales
estará permitido que se sacrifiquen derechos fundamentales en aras de aquéllos, así como en las garantías
que se deberán observar durante la realización del proceso hasta que se dicte una sentencia, habrá que
considerar como referencia ineludible el texto constitucional.
Junto a esto y para garantizar que estos derechos sean efectivos nuestro ordenamiento también
ha establecido un recurso especial ante el Tribunal Constitucional, que tiene como finalidad el amparo de
las posibles vulneraciones de derechos fundamentales reconocidos por la Constitución y no sólo aquellos
que se puedan haber visto afectados por un proceso penal. De esta forma nuestro Estado de Derecho
garantiza que se puedan detectar en la práctica los supuestos en los cuales se ha infringido algún derecho
fundamental durante la realización de un proceso penal, garantizándose que éste se ha llevado a cabo
dentro de los límites constitucionales.
1.3. La constitucionalización del proceso penal
Como ya se ha dicho en epígrafes anteriores, nuestra Constitución recoge derechos y garantías
que deben ser observados en el proceso penal. Era el caso del principio de presunción de inocencia o el de
libre valoración de la prueba. Es un hecho que nuestra Constitución ha recogido expresamente en una
serie de preceptos un conjunto de normas procesales penales a las que, por tanto, ha concedido el rango
de constitucionales.
La normativa procesal penal de la CE permite realizar la siguiente distinción: Por un lado, se
regulan derechos fundamentales de carácter procesal penal, proclamados por el legislador para lograr en
definitiva una sentencia penal justa; de otro, en ella se han constitucionalizado normas procesales de la
máxima importancia, generalmente reguladoras de principios básicos del proceso penal, como por
ejemplo el de oralidad, o se ha establecido el conjunto de normas que, al regular un proceso
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constitucional, permiten la tutela por el Tribunal Constitucional (en adelante abreviado TC) de los
derechos constitucionales previamente consagrados.
En efecto, y en ese sentido, la CE recoge entre sus normas importantes derechos fundamentales y
principios de carácter procesal penal, cuya aplicabilidad directa viene encomendada a todos los Juzgados
y Tribunales, quedando el último control en manos del Tribunal Constitucional. Por establecer algún
criterio para la enumeración de estos derechos y principios de carácter procesal seguiremos la distinción
que hicimos sobre los tres ámbitos sobre los que se proyecta el Derecho Procesal: el del derecho a la
tutela jurisdiccional, el de los órganos jurisdiccionales que la conceden y los cauces a través de los cuales
se otorga esa tutela.
1. Comenzando por los órganos que otorgan la tutela, hay que decir que determinados principios
procesales constitucionales hacen referencia a la Jurisdicción, es decir, al poder que dimana de la
soberanía del Estado, que se ejerce exclusivamente por los Tribunales de Justicia, que son independientes
y están predeterminados por la Ley, y que consiste en juzgar irrevocablemente y hacer ejecutar lo
juzgado, acogiendo lo pedido por el demandante o rechazándolo.
Pues bien, la Constitución ha consagrado los siguientes principios relativos a la Jurisdicción:
a) El principio de su unidad (art. 117.5 CE).
b) El principio de la exclusividad de la Jurisdicción (art. 117.3 CE).
c) El principio de la independencia judicial, expresamente reconocido en el art. 117.1 CE.
d) El principio del Juez legal (art. 24.2 CE).
e) El sistema español ha optado casi siempre por el Juez técnico o de carrera, es decir, el órgano
jurisdiccional profesional, aunque en diferentes etapas históricas y ahora en la Constitución y legislación
vigentes, se admite también el Jurado (art. 125 y Ley Orgánica, en adelante abreviada LO, 5/1995, de 22
de mayo). El Juez de Paz es también Juez lego.
2. La CE consagra también importantes principios que hacen referencia al derecho a la tutela
jurisdiccional o lo que es lo mismo, al derecho de acción aplicado en el proceso penal:
a) El fundamental es, sin duda, el derecho al libre acceso a los Tribunales de Justicia (art. 24.1
CE). Ello alcanza incluso a las personas con medios económicos limitados, pues tienen garantizado
constitucionalmente el derecho al beneficio de justicia gratuita en el art. 119 CE, y en la Ley 1/1996, de
10 de enero, de Asistencia Jurídica Gratuita. La consagración de este derecho es especialmente
importante en nuestro sistema de enjuiciamiento criminal, ante el reconocimiento de la acción popular.
b) A su vez, la constitucionalización del derecho de acción ha implicado la elevación al rango
fundamental de una serie de garantías que tienden a hacerlo efectivo, concretamente, prohíbe nuestra
norma suprema las dilaciones indebidas del proceso (art. 24.2), puesto que la tardanza en otorgar Justicia
significa, evidentemente una denegación de la misma, una cortapisa o, incluso, negación del derecho de
acción.
3. Por último, la Constitución contiene también referencias explícitas y fundamentales al cauce a
través del cual se otorga la tutela jurisdiccional solicitada que no es otro que el proceso y lo considera,
generalmente, desde el punto de vista de los principios que afectan al proceso y al procedimiento:
Igualdad; Contradicción o audiencia (v. lección siguiente); principio de observancia de las garantías
procesales debidas (art. 24.2), que quiere ser aunque sin conseguirlo además de la constitucionalización
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general en nuestro país del principio del due process of law, la máxima que pueda cubrir omisiones
constitucionales respecto a otros principios procesales igualmente fundamentales; principio de la
presunción de inocencia, consagrado en el art. 24.2 CE vigente, de contenido fundamentalmente penal;
oralidad; publicidad; y el principio de prohibición de la duplicidad de sanciones, que consiste en que, al
igual que otros países democráticos, aunque sin reconocimiento constitucional expreso en España, no se
puede volver a enjuiciar un hecho punible, si ya se está juzgando en esos momentos, o si ya ha sido
juzgado, en virtud de la llamada litispendencia, en el primer caso, y de la cosa juzgada en el segundo (art.
666-2ª de la Ley de Enjuiciamiento Criminal). La Jurisprudencia del Tribunal Constitucional español ha
reconocido sin dificultad alguna la vigencia de este principio en nuestro Ordenamiento, ya desde sus
inicios (v., v. gr., S 2/1981, de 30 de enero).
2. La acción penal
Como ya se estudió en el curso de Introducción al Derecho Jurisdiccional, el concepto de acción
civil no sirve para el ámbito penal. No puede hablarse en este ámbito de la existencia de un derecho
subjetivo público a favor de un sujeto, a que se le conceda la tutela jurisdiccional concreta que ha
solicitado.
Sólo los órganos jurisdiccionales penales tienen en exclusiva la potestad de castigar los delitos.
Puesto que el derecho a castigar sólo lo tiene el Estado, únicamente se da una relación jurídica entre
dichos órganos jurisdiccionales que ejercen dicho poder frente al responsable criminal. Ni siquiera el
Ministerio Fiscal, que como veremos más adelante, se dice que es el titular de la acción penal tiene tal
derecho subjetivo público, sino que más bien, para dicho órgano público se trata de un deber que le viene
impuesto legalmente de ejercitar la acción penal siempre que se dé el supuesto legal para ello.
Por lo tanto, sólo podría hablarse de derecho de acción en el proceso penal en el sentido de un
hipotético derecho al proceso, esto es, a que se siga todo el proceso legalmente previsto cuando se den los
presupuestos para ello. En este sentido, el ciudadano tendrá la potestad de constituirse en parte acusadora
a través de las distintas figuras que permite nuestra ley procesal penal, pero nunca un “derecho al castigo”
o “derecho a una condena”. Además, para que un proceso penal se inicie y se siga legalmente no es ni
siquiera necesario que éste sea instado por un particular o por el Ministerio Fiscal, sino que el propio
órgano jurisdiccional tiene el deber de iniciarlo si tiene conocimiento de unos hechos que pudieran ser
constitutivos de delito.
Finalmente, para recopilar, podríamos decir que nuestra legislación procesal no define un
concepto unívoco de “acción penal”, sino que se refiere a ella con diversos sentidos:
-Como deber u obligación del Ministerio Fiscal de ejercitar la acción penal cuando se den los
supuestos legalmente previstos.
-Como derecho del perjudicado u ofendido por cualquier acción delictiva a ejercitar la acusación
en un proceso penal.
-Como derecho de cualquier ciudadano, en virtud del art. 125 de la CE, a ejercitar la llamada
“acción popular”.
3. Las fuentes del Derecho procesal penal
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Al igual que ocurre con el Derecho procesal en general, sólo puede ser fuente del Derecho
Procesal Penal la ley. Al tratarse de Derecho Público, de las normas que regulan el ejercicio del “ius
puniendi” del Estado, no puede dejarse en el ámbito de la autonomía de la voluntad de las partes la
creación de normas que lo regulen. Ello supondría una gran inseguridad jurídica que no puede ser
admisible, vistas las garantías constitucionales que se exigen en el proceso penal.
Son fuentes del Derecho Procesal penal junto con la Ley de Enjuiciamiento Criminal:
a. La Constitución Española.
b. Los Tratados Internacionales, como la Declaración Universal de Derechos Humanos, El Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el Convenio Europeo para la Protección de los
Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales.
c. La Ley Orgánica 5/1995, de 23 de mayo, del Tribunal del Jurado
d. La Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial.
e. La Ley Orgánica 5/2000, de 12 de enero, reguladora de la responsabilidad penal de los
menores.
f. La Ley 3/2003 de 14 de mayo sobre la orden europea de detención y entrega.
4. Los principios del proceso penal; introducción
En este apartado se explicarán brevemente cuáles son los diferentes principios que rigen en los
procesos jurisdiccionales, con especial referencia al proceso penal. Para poder comprender el alcance que
estos principios tienen en este tipo de procesos parece conveniente hacer una pequeña introducción acerca
de cuál es su estructura y funcionamiento.
Se ha dicho que el proceso penal tiene como finalidad el descubrimiento de la verdad material
con el fin de verificar si se han cometido hechos delictivos y descubrir a los responsables de los mismos
para imponerles la pena que para dicha conducta esté legalmente prevista. Pues bien, para conseguir este
fin el proceso penal se divide en dos partes claramente diferenciadas entre sí: la instrucción y el juicio
oral. Veremos, a grandes rasgos en qué consisten cada una de estas fases.
La primera se centra en la investigación de los hechos y del presunto delincuente y habilita los
instrumentos que dentro de la legalidad permitan alcanzar este fin con la mayor eficacia posible. Con esta
investigación se pretende un doble fin que está interrelacionado:
Primero: que no se llegue al juicio oral para el enjuiciamiento de hechos y de personas sobre los
que no existan unos indicios racionales de criminalidad.
Segundo: la preparación del juicio oral.
Para conseguir estos fines el legislador ha previsto conceder una cierta “ventaja” a quien dirige
la investigación y a quienes llevan a cabo las concretas diligencias investigadoras que se consideran
necesarias, precisamente, para el buen fin de la investigación. Como contrapartida, si al final de esta fase
no se han conseguido los indicios racionales requeridos, el proceso quedará archivado de forma definitiva
o provisional según el caso.
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En cambio, si tras la realización de esta fase tenemos indicios racionales de que se han cometido
hechos que podrían ser calificados como delito leve o delito y tenemos alguna o algunas personas que
pudieran ser penalmente responsables de estos hechos, procederá la llamada apertura del juicio oral; esto
es, el inicio de la fase de plenario del juicio oral. En esta fase es en la que se enjuician realmente los
hechos y la única que puede conducir a la absolución o condena de una persona por la comisión de unos
hechos delictivos.
La diferencia entre ambas fases es muy marcada, así como la separación entre los materiales que
se obtienen y que son tenidos en cuenta en cada una de ellas. En muchas ocasiones tendremos que hacer
distinción entre las dos fases cuando se trate de conocer los principios que se aplican en cada caso o el
valor que de cara al resultado del proceso tendrán las actuaciones realizadas en dichas fases.
Con carácter general ya se estudiaron estos principios del proceso en el curso pasado.
Procederemos ahora a repasarlos y fundamentalmente a estudiarlos en relación con el proceso penal,
haciendo especial hincapié en su aplicación a este tipo de procesos.
4.1.Principios jurídico-naturales del proceso
Antes de comenzar con el estudio de los principios jurídico-naturales del proceso conviene
recordar lo que ya se dijo sobre el proceso penal. En concreto, afirmamos que el proceso penal era el
cauce a través del cual la sociedad reaccionaba de forma jurídica en un Estado de Derecho frente a la
realización de conductas lesivas de derechos dignos de protección y que hayan sido calificadas por la
propia sociedad como delitos o delitos leves.
Prescindiendo de las notas que serían específicas del proceso penal, cualquier proceso
jurisdiccional se caracteriza por ser el conjunto de actos jurídicamente reglados que sirve de cauce a
través del cual se ejerce la jurisdicción. Procedimientos hay muchos y en especial de tipo administrativo,
pero para que este conjunto de actos pueda ser efectivamente considerado como un proceso de naturaleza
jurisdiccional es necesario que se den en él una serie de principios, que se denominan jurídico-naturales.
Sin ellos no estaríamos ante un verdadero proceso jurisdiccional sino ante un simple procedimiento.
Por lo tanto, los principios jurídico-naturales del proceso son aquellos que deben darse en
cualquier proceso para que éste tenga naturaleza jurisdiccional, con independencia de si el proceso es
penal, civil, laboral o contencioso administrativo. Estos principios ya existían en nuestro ordenamiento
procesal, contemplados aunque no de forma expresa en preceptos de las leyes procesales y por supuesto
sin que tales leyes tuvieran rango constitucional. Dada la gran importancia de estos principios, nuestro
texto constitucional los recogió y les dio la categoría de derechos fundamentales, garantizando así su
respeto por parte del legislador que debe tenerlos presentes cuando elabora las normas procesales. Para
los ciudadanos, este reconocimiento expreso les permite que puedan recurrir en amparo cuando sea
vulnerado alguno de estos derechos. Con ello se ha producido entonces lo que muchos han calificado
como “constitucionalización del proceso”.
La mencionada constitucionalización ha incidido de forma especial sobre el proceso penal,
mucho más sensible a los derechos de la persona que pueden verse afectados por el mismo. El proceso
penal, como instrumento para el ejercicio del “ius puniendi” por parte del Estado requiere en muchas
11
MÓDULO I UNIDAD I
ocasiones limitar alguno de los derechos fundamentales de la persona, como son la libertad o la intimidad
por mencionar algunos de los que suelen verse afectados. De ahí que los mismos principios
constitucionales del proceso sirvan para garantizar los límites en los que debe desarrollarse el proceso
penal.
Veamos brevemente cuáles son estos principios y en qué consisten:
–
Principio de igualdad: Este principio ha sido recogido como derecho fundamental en el artículo
14 de la Constitución Española donde se dice que: “Todos los españoles son iguales ante la ley”.
Evidentemente, este derecho tiene aplicación en todos los ámbitos de la sociedad española en
general y en el ámbito jurídico más en particular y no de forma exclusiva en el derecho procesal.
Pero también es importante saber que en éste último tiene un significado concreto y unas
aplicaciones específicas que es necesario conocer.
El principio de igualdad debe estar contemplado en la ley procesal, de manera que ésta
conceda a las personas que se proponen acceder a un proceso judicial o que están actuando en él,
el mismo tratamiento.
Esto implica, en primer lugar, que todas las personas deben tener igual oportunidad de
acceso a los órganos jurisdiccionales para que se les reconozcan y tutelen los derechos e
intereses que hagan valer ante la jurisdicción.
En segundo lugar, también significa que, iniciado un proceso, las partes se encuentran
ante un juez imparcial que debe conceder a ambas iguales posibilidades y derechos en el
proceso, someterlas a las mismas cargas y repartir entre ambas el riesgo en el resultado del
proceso. De alguna forma se ha resumido como el derecho que tienen las partes a tener iguales
oportunidades de ataque y de defensa, o igualdad de armas procesales. Se trataría, en definitiva,
de poner a las partes en una posición de igualdad tanto de oportunidades positivas como de
cargas u obligaciones, que hagan que la solución final sea más justa y equilibrada.
Ahora bien, esta igualdad como principio constitucional se encuentra con diferentes
interpretaciones o aplicaciones en función del proceso de que se trate. De manera especial es
necesario adaptar este principio en el caso del proceso penal y concretar cuáles son sus
manifestaciones, ya que por sus propias características éste necesita de una aplicación que podría
calificarse de matizada.
Y es que el proceso penal se inicia como consecuencia de unos hechos (los
presuntamente delictivos) que han provocado una situación de desigualdad. Esta situación fue
descrita elocuentemente por quien fuera Ministro de Justicia en el momento en el que se aprobó
la Ley de Enjuiciamiento Criminal y así lo plasmó en la Exposición de Motivos.
En su primera fase, el proceso penal pretende dar al Estado y a quienes lo representan la
ventaja con la que previamente han contado quienes han realizado las actuaciones supuestamente
delictivas. La situación en la que se encuentran quienes persiguen los hechos delictivos en este
estadio inicial del proceso no puede ser la misma que la de aquéllos que han cometido los hechos
delictivos, ya que esto impediría en la mayoría de las ocasiones que la investigación llegara a
buen término, en especial porque el hecho de que los investigadores estuvieran en la misma
12
MÓDULO I UNIDAD I
posición que los investigados dificultaría uno de los principales objetivos del proceso penal, que
es la búsqueda de la verdad material, saber qué es lo que ocurrió realmente.
Por lo tanto, podría decirse que se tolera una cierta desigualdad entre las partes en esta
fase inicial del proceso penal, desigualdad que ha sido mitigada respecto de aquella prevista en la
originaria Ley de Enjuiciamiento Criminal. De este modo existen iguales oportunidades de
conocimiento y de defensa para cualquiera de las partes, así como de intervención en las
diligencias ya propuestas, o cuando se trata de proponer otras diferentes. No obstante ello, existe
un desnivel claro principalmente a favor del Ministerio fiscal.
Una vez que se pasa a la fase del juicio oral la situación es diferente, ya que vuelve a
cobrar toda su relevancia el principio de igualdad.
–
Principio de Audiencia y de contradicción: Este principio está recogido en el artículo 24.1 de
la Constitución, que otorga el derecho a la tutela judicial efectiva y prohíbe la indefensión.
Responde igualmente al principio de que nadie puede ser condenado sin ser oído y aunque rige
en cualquier tipo de proceso, tiene especial relevancia para el proceso penal.
Consiste en dar a todas las personas que pudieran ver afectada su posición jurídica por
el resultado de un proceso la efectiva oportunidad de influir en el mismo. Ello implica que
puedan solicitar información y se les conceda; que se les permita alegar cuanto consideren
oportuno respecto de las distintas actuaciones del proceso e introducir los materiales que mejor
convengan a su derecho.
Es esencial para la comprensión de este principio hacer hincapié en el hecho de que
debe darse la posibilidad efectiva y real de que quien pueda verse afectado por un proceso
(principalmente las partes) pueda llevar a cabo una serie de actividades en el mismo que más
adelante se detallarán, pero que están estrechamente relacionadas con el régimen de
comunicaciones y notificaciones. Por lo tanto, dos notas caracterizan el principio de audiencia:
que exista la posibilidad de ser oído y de alegar, y que ésta sea efectiva y real. El que
posteriormente dicha posibilidad se ejercite o no tendrá relevancia en función del tipo de proceso
de que se trate, pero en lo que todos coinciden es en que, al menos, la posibilidad debe darse.
La primera exigencia del principio de audiencia no es otra que la efectiva presencia de
las partes en el proceso. Sin adelantar conceptos que se verán más adelante, puede afirmarse que
en todo proceso jurisdiccional hay una dualidad de partes: una que toma la iniciativa en el
proceso y otra que se ve afectada de forma pasiva por el mismo. Pues bien, con carácter general,
la efectiva presencia de quien toma la iniciativa en el proceso es esencial para el desarrollo del
mismo, en cambio, la presencia real de quien se ve afectado por aquél no siempre será necesaria,
pudiéndose desarrollar el proceso en su ausencia. Eso sí, siempre que se le haya dado la tan
mencionada posibilidad efectiva y real de comparecer y alegar. Es importante destacar ya en este
momento que las exigencias del principio de audiencia en el proceso penal son muchas y no es
posible, salvo excepciones legalmente determinadas, que éste se celebre sin la presencia efectiva
del acusado.
Presentes las partes en el proceso, las exigencias del principio de audiencia y
contradicción también determinan las efectivas posibilidades que se les den a las partes en el
13
MÓDULO I UNIDAD I
proceso para que aleguen e intervengan en la práctica de las pruebas. En el caso del proceso
penal, hay que distinguir la posibilidad de intervención de las partes en la fase de instrucción y
en la del juicio oral. En la primera hay un momento decisivo en la aplicación de este principio.
Se trata del momento de la imputación formal de la persona que hasta entonces sólo estaba
siendo investigada. La adquisición de la condición de investigado le coloca en la misma posición
que las partes que dirigen la investigación y le da derecho a conocer y alegar acerca de las
diligencias ya practicadas y a proponer las que considere oportunas, en condiciones de plena
contradicción. Este principio sólo se verá afectado, en su caso, cuando se haya decretado el
secreto de sumario, tal y como se verá más adelante. En el caso del juicio oral la posibilidad de
contradicción entre las partes está totalmente garantizada.
–
Principio de defensa: La vulneración de cualquiera de los anteriores principios supone a su vez
una violación del principio de defensa. No obstante ello, el principio de defensa está garantizado
en nuestra Constitución como una garantía por sí misma, al estar recogida expresamente en el
Art. 24 cuando dice que todas las personas tienen derecho a obtener la tutela efectiva de los
jueces y tribunales en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos “sin que, en ningún caso,
pueda producirse indefensión”.
El concepto de indefensión es muy amplio e indeterminado, por lo que ha sido labor de
la jurisprudencia del Tribunal Constitucional perfilar su contenido. Así lo ha hecho
especificando una serie de manifestaciones que se consideran vulneración de este principio. En
los seminarios y prácticas veremos ejemplos de esta jurisprudencia.
En cualquier caso, la propia Constitución ha señalado como manifestaciones concretas
de este principio de defensa:
a) El derecho a la asistencia letrada: que la parte sea asistida técnicamente por
un profesional del Derecho que sea quien defienda sus intereses. Este derecho
asiste a todos los ciudadanos de manera que quien tenga recursos económicos
podrá designar a un abogado de su elección y a quien carezca de ellos se le
garantizará el nombramiento de uno de oficio. Todo ello siempre que la
presencia de letrado sea preceptiva para la validez de los actos procesales.
b) El derecho a ser informado de la acusación: Este derecho rige en el proceso
penal e impide que los ciudadanos puedan ser perseguidos penalmente y
sometidos a un proceso sin que sean informados acerca de lo que se les acusa.
El acto de la imputación es el momento a partir del cual es necesario que se le
informe al sujeto sobre los hechos de los que se le acusa para que se respete
este derecho constitucional.
c) El derecho a la utilización de los medios de prueba pertinentes. Es
indudable que para garantizar la efectiva posibilidad de defensa de quien se ve
sometido a un proceso es necesario que pueda utilizar cuantos medios de
prueba estén a su alcance y que puedan servir para demostrar su inocencia o su
razón. Por lo tanto, la aplicación de este principio a cualquier tipo de proceso
significa que el justiciable tiene derecho a que sean admitidas y practicadas
14
MÓDULO I UNIDAD I
por el Juez o Tribunal todas aquellas pruebas de que intente servirse siempre
que éstas sean pertinentes y adecuadas a los requisitos que las leyes de
procedimiento establecen. La principal limitación a la utilización de pruebas
en el proceso es la licitud de las mismas, de manera que tanto la LOPJ (Art.
11) como la LEC (Art.287) prohíben la utilización de pruebas obtenidas con
vulneración de derechos fundamentales. Esta limitación es especialmente
relevante en el ámbito del proceso penal y por ello será objeto de especial
tratamiento en los temas correspondientes a las diligencias de investigación y a
los medios de prueba.
–
Principio del Juez legal o Juez ordinario predeterminado por la ley: Este es también un
principio que informa la potestad jurisdiccional y significa que es necesario que el órgano
judicial que conoce de un proceso debe haber sido creado conforme a las normas legales, con
anterioridad a la aparición de los hechos que han sido la causa del mismo. Si este requisito no se
cumple y el proceso se lleva a cabo por un órgano judicial que no es el predeterminado por la
ley, ese proceso será nulo por lo que también deberá considerarse a este principio como
informador del proceso y como derecho fundamental, susceptible de recurso de amparo por el
Justiciable ante el Tribunal Constitucional.
–
Derecho a un proceso público, sin dilaciones indebidas y con todas las garantías: Estos
derechos están contemplados en el Art. 24.2 CE y vienen a ser como una cláusula de cierre en lo
que a derechos constitucionales del proceso se refiere.
Así, el derecho a un proceso público también está contemplado en el Art. 120 CE donde
se afirma que “las actuaciones judiciales serán públicas, con las excepciones que prevean las
leyes de procedimiento”. Ahora bien, hay que entender que este derecho a un proceso público,
como derecho a que éste se desarrolle ante todo aquél que quiera estar presente en las sesiones
del mismo, no es absoluto y puede ser limitado por razones de orden público. En cuanto a la
publicidad para las partes, ésta debe ser garantizada en todo caso y sólo puede ser limitada en
casos legalmente previstos, por el procedimiento legalmente establecido y nunca de forma
definitiva. Será el caso, por ejemplo, del decreto del secreto de actuaciones cuando se acuerde la
adopción de una medida de intervención de comunicaciones telefónicas, ya que no tendría
ningún sentido intervenir un teléfono de quien ha sido informado de tal intervención y de los
hechos por los que se le investiga. Pero como decimos, esto es una excepción, ligada
habitualmente a la fase de investigación de un proceso penal y que no debe prolongarse en el
tiempo (Ver art. 302 LECrim.).
En cuanto al derecho a un proceso sin las dilaciones indebidas, no puede ser nunca
entendido como el derecho constitucional a que todas las actuaciones procesales se realicen en
plazo, algo que por otra parte nunca sucede. Por lo tanto, sólo debe entenderse como el derecho a
que los retrasos o dilaciones del órgano jurisdiccional no sean absolutamente injustificados ni
abusivos. Hay que tener en cuenta que suele aplicarse como atenuante analógica del artículo 21
6ª del Código Penal la de existencia de dilaciones indebidas en el proceso.
15
MÓDULO I UNIDAD I
Por último, el derecho a que el proceso se desarrolle con todas las garantías es como
una cláusula de cierre que recoge todos los principios constitucionalmente reconocidos y que se
han mencionado hasta ahora.
4.3 Los principios jurídico-técnicos: oportunidad y necesidad;
dispositivo-oficialidad y aportación de parte-investigación de
oficio
La existencia de principios jurídico-técnicos en los procesos jurisdiccionales responde a una
realidad: que todo proceso judicial, como vehículo para la aplicación del derecho es una creación del
legislador. Para la creación de dichos procesos éste debe respetar los que antes hemos calificado como
principios jurídico-naturales ya que en caso contrario no estaríamos ante un proceso jurisdiccional. Pero
una vez que se respetan estas garantías el legislador puede configurar técnicamente el proceso atendiendo
a dos factores: el fin que se persigue y la naturaleza de los derechos que están en el fondo de este tipo de
procesos. Por ello, para entender en qué consiste cada uno de estos principios no hay que perder de vista
estos fines y el derecho que se pretende aplicar en el proceso en cuestión.
–
Principios de Oportunidad y Necesidad: Estos principios se refieren como su propio nombre
indica a la oportunidad o a la necesidad de la propia utilización del proceso jurisdiccional para la
aplicación del Derecho en cuestión.
El Derecho Penal necesita, por su propia naturaleza, del proceso jurisdiccional para su
aplicación. El Derecho Penal es el que contempla las conductas que son criminalmente
reprobables en nuestra sociedad y les asocia una pena como castigo o sanción. Por lo tanto, la
aplicación del Derecho Penal que supone la imposición de esa pena no puede hacerse sino por
medio del proceso penal. Esto significa que el Principio de Necesidad tiene su máxima expresión
en este tipo de procesos y significa que siempre que se dé el supuesto de hecho previsto en la
norma penal deberá darse inicio a un proceso penal para, en su caso, aplicar la sanción
correspondiente.
En cambio, el Principio de Oportunidad permite a quienes tienen la capacidad para ello
decidir si solicitan el inicio de un proceso jurisdiccional o no, atendiendo precisamente a motivos
de oportunidad. Este principio lo aplica el propio legislador cuando establece qué conductas
serán penalmente perseguibles y cuáles no, por ejemplo, al establecer un valor mínimo para que
exista un delito o delito leve contra la propiedad, o también al diseñar un proceso o una
institución propia del proceso y atribuirle a alguna de las partes la capacidad para decidir si
solicita que el proceso siga adelante o que se le ponga fin, así como al establecer el grado de
vinculación del juzgador a la petición de la parte en cuestión (ver más adelante el tema de la
conformidad). También el Ministerio Fiscal, dado su papel de acusador oficial y de encargado de
ejercitar la acción penal, puede en ocasiones y atendiendo a directrices de la fiscalía decidir que
algunas conductas consideradas como “criminalidad de bagatela” no sean perseguidas
16
MÓDULO I UNIDAD I
penalmente. Pero, en cualquier caso y a pesar de que este principio se ha ido introduciendo cada
vez más en el proceso penal, el principio dominante en este proceso es sin duda el de Necesidad.
–
Principio Dispositivo y de Oficialidad: El principio dispositivo se relaciona con el derecho de
carácter también dispositivo o sobre el que los sujetos gozan de capacidad de disposición. En
general, el Derecho Privado es derecho dispositivo. Derechos como el de propiedad o derechos
de crédito o cualquier relación obligatoria que haya nacido como consecuencia de un acuerdo
entre las partes pueden ser ejercitados y reclamados judicialmente en la medida en que las partes
implicadas estén de acuerdo. Por ejemplo, nada impediría que si le vendo a mi hermano mi
coche y éste no me paga el dinero que habíamos pactado yo renuncie a cobrar ese dinero y le
perdone la deuda o que modifique los plazos para el pago. Por lo tanto, yo puedo disponer de ese
derecho. En cambio no puedo disponer sobre mi Estado Civil o sobre mi filiación, ni en general
sobre cualquier situación jurídica de Derecho Público, en la que el Estado tenga un interés que
haya manifestado a través de una regulación concreta.
Si se han entendido estas ideas también será fácil comprender su aplicación en un
proceso judicial. Cuando el derecho que se discute en el proceso es de carácter dispositivo, como
ocurre en la mayoría de procesos civiles, el principio que rige es el dispositivo. Esto significa
tres cosas principalmente:
a)
Que el inicio del proceso, su desarrollo y su posible fin anticipado depende de la
voluntad de las partes.
b) Que el objeto del proceso vendrá fijado por las actuaciones de las partes en el
proceso y principalmente a través de sus alegaciones y de la prueba.
c)
La sentencia versará exclusivamente sobre el objeto que las partes han fijado.
En cambio el Derecho Penal es Derecho Público y su aplicación no depende de la
voluntad de las partes. Ello es lógico ya que en muchas ocasiones la víctima (que sería la única
interesada en que el proceso penal se iniciase) no está en condiciones de llevar a cabo ninguna
actuación. Pero, sobre todo, porque nuestro Estado de Derecho tiene que garantizar una
seguridad a la que contribuye el Derecho Penal de forma imprescindible. Por lo tanto el Estado
tiene interés en la persecución de las conductas tipificadas en las normas penales y para ello
necesita que el proceso penal no esté exclusivamente en manos de los particulares. De ahí que el
principio de oficialidad signifique:
a)
Que el inicio del proceso, su desarrollo y su posible fin anticipado no dependerá de
la voluntad de las partes, sino que se encarga a un órgano público como es el
Ministerio Fiscal que ejercite la acción penal y que la sostenga durante todo el
proceso.
b) Que el objeto del proceso no vendrá fijado exclusivamente por las actuaciones de
las partes, sino que el órgano jurisdiccional podrá intervenir en los términos
legalmente establecidos, ordenando la práctica de diligencias de investigación o
instando a las partes a que modifiquen sus escritos de calificación.
17
MÓDULO I UNIDAD I
c)
La sentencia podrá pronunciarse en términos diferentes de los solicitados por las
partes respetando unas garantías determinadas en la ley procesal penal.
–
Principio de aportación de parte y de investigación de oficio: Estos principios están
relacionados con la finalidad del proceso en el que se aplican. En concreto el de aportación de
parte está vinculado con el principio dispositivo y se aplica principalmente en el proceso civil
que, como se ha dicho, es un instrumento del que los interesados disponen para la realización de
sus derechos y que busca la llamada verdad formal. Esto significa que en el proceso civil la
realidad sobre la que el juez conoce y finalmente juzga es aquella que las partes le presentan, sin
que éste pueda tener en cuenta otros materiales que no sean los aportados por aquéllas y sin que
pueda tomar la iniciativa en su incorporación al proceso.
Por lo tanto, el principio de aportación de parte significa que son éstas las encargadas de
introducir los hechos sobre los que versará el proceso y la futura sentencia a través de sus
alegaciones y de proponer la práctica de pruebas sobre tales hechos.
Al contrario ocurre con el principio de investigación de oficio que rige en el proceso
penal y principalmente en la fase de instrucción en la que el Juez Instructor tiene la misión de
dirigir la investigación, la controla y puede ordenar que se realicen cuantas actuaciones considere
oportunas, sin verse limitado por las peticiones del Ministerio Fiscal o cualquiera de las otras
partes acusadoras o investigados. La finalidad del proceso penal es la búsqueda de la verdad
material, saber qué es lo que realmente ocurrió y no sólo lo que las partes alegan que ha
ocurrido. La aplicación de este principio se ve atenuada en la fase del juicio oral en la que el juez
o tribunal encargado del enjuiciamiento adopta una posición neutral, ya que se supone que la
investigación para el conocimiento de los hechos se ha realizado en la instrucción y debe adoptar
ahora una posición imparcial a la espera de lo que las partes aleguen y prueben. No obstante, el
principio de oficialidad que hemos visto antes le concede unas posibilidades de intervención
mayores de las que se dan en el proceso civil y que se irán viendo con el desarrollo de cada uno
de los procedimientos.
5. Las formas del proceso: inquisitiva y contradictoria. La
forma escrita y la forma oral
Hasta ahora hemos visto los principios jurídico-naturales que serían los más intrínsecos a
cualquier proceso jurisdiccional, los técnicos que ayudan a la construcción del proceso para que éste
consiga sus fines; y nos queda por ver ahora la forma que puede adoptar un proceso y que vendría a ser lo
más externo en la configuración del mismo.
Que un proceso tenga una u otra forma no afecta a su propia naturaleza ni a su estructura técnica,
de manera que tanto puede cumplir su fin de tutelar los derechos de los particulares un proceso civil que
sea mayoritariamente escrito como aquél en el que predomina la forma oral. Ello no quiere decir que sea
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indistinto utilizar una u otra forma ya que cada una tiene sus propias consecuencias que la hacen más
apropiada o más adecuada para otorgar una tutela más efectiva a los ciudadanos.
Forma inquisitiva y forma contradictoria: Hay que comenzar señalando que estas dos formas
tienen su origen en procesos históricos y ninguna de ellas se da en la actualidad en su estado puro.
Brevemente la forma inquisitiva tiene su origen en los procesos medievales y predomina la forma escrita
y secreta. Se caracteriza por los siguientes rasgos:
a)
No existe dualidad de partes y un juez que sea un tercero imparcial. El Juez es
prácticamente todopoderoso y ejerce su poder sobre todos los sujetos que
intervienen en el proceso y que ocupan una posición pasiva respecto de su
actividad. El Juez inicia el proceso, investiga, acusa y dicta la sentencia final.
b) Para moderar este poder del Juez el sistema inquisitivo introduce correctivos:
a.
Se permite la apelación o segunda instancia que hace que otro órgano
jurisdiccional revise lo actuado por el Juez inferior.
b.
El Juez debe valorar los medios de prueba de la forma que la ley le obliga,
esto es, de acuerdo a unos parámetros previamente establecidos por
aquélla. Es lo que se conoce como prueba tasada.
En cambio la forma contradictoria aunque es la forma que predomina en la actualidad,
en su estado puro era la propia de ordenamientos antiguos avanzados como era el caso del
romano. Se caracteriza, además de por el predominio de la forma oral y la publicidad, por lo
siguiente:
a)
El proceso se configura con dualidad de partes que se encuentran en posiciones
opuestas e iguales, mientras que el Juez se encuentra en posición expectante y de
esta forma asiste a la controversia entre las partes. En el proceso penal a esta forma
contradictoria se la suele denominar como principio acusatorio, precisamente
porque exige que exista un sujeto diferente del juez que tenga la misión de acusar
de forma independiente.
b) Para compensar los pocos poderes o facultades del Juez en los procesos regidos por
la forma contradictoria no está prevista la apelación o segunda instancia y se le
permite al Juez realizar una libre valoración de la prueba, según su libre
convicción.
Por lo tanto, ninguna de estas formas se da sin mezcla en la actualidad. En el proceso
penal podría decirse que en la fase de instrucción predomina la forma inquisitiva ya que el Juez
tiene el poder de dirigir la investigación, de ordenar que se practiquen diligencias de
investigación, y muchas de las actuaciones son secretas para terceros e incluso para las partes.
En cambio, en el juicio oral rige la forma contradictoria, con dualidad de partes que son las que
llevan toda la iniciativa del proceso mientras que el Juez se mantiene expectante. Ahora bien, en
la actualidad se ha querido conceder con carácter general el derecho a un recurso o a una
segunda instancia, propio del sistema inquisitivo a la vez que se fijaba para el proceso penal el
régimen de la libre valoración de la prueba. Debido, por tanto, a la existencia de rasgos tanto del
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sistema inquisitivo como del contradictorio, al sistema penal español se le denomina “acusatorioformal”, que quiere decir que predomina el sistema acusatorio con forma contradictoria pero con
manifestaciones del inquisitivo.
Forma oral y escrita. Publicidad y Secreto: Nuestra constitución ha establecido que
los procesos serán orales y públicos. La forma oral es por tanto la que nuestro legislador debe
tener como objetivo a la hora de configurar los procesos.
La forma oral significa como podría esperarse que las actuaciones del proceso se
llevarán a cabo de forma oral. Ello implica la presencia de las partes con lo que se da una de las
consecuencias de esta forma: la inmediación. Esta consiste en que el juez que se encargará de
dictar la sentencia está en contacto inmediato con las partes y resto de sujetos que participan en
el proceso y con todas las actuaciones que se desarrollan en el mismo. Por ello la fase de
plenario de cualquier proceso penal se celebrará en forma oral. De esta manera el juez puede
formar su juicio con mayor precisión y justicia ya que adquiere el conocimiento de los hechos
que le servirán de base para juzgar “inmediatamente”, sin intermediarios. También contribuye la
forma oral a la concentración de las actuaciones. Esta forma es más ágil y permite que las
actuaciones que conforman una fase (por ejemplo, el juicio oral) se desarrollen en una sola vista,
aunque ésta pueda suspenderse y durar varios días.
Además la forma oral favorece la publicidad ya que las actuaciones realizadas
oralmente pueden ser públicas y darse acceso a ellas a cuantas personas lo soliciten. La
publicidad también se considera una garantía de la justicia.
La forma escrita por el contrario implica el que las actuaciones se desarrollen en su
mayor parte de esta forma. Cuando esto ocurre el proceso se ralentiza y hay que establecer unos
plazos para que los diferentes actos se vayan sucediendo en el tiempo. Como consecuencia de
todo ello se da lo que se conoce como preclusión, que vendría a ser el principio según el cual las
actuaciones deben realizarse dentro del plazo que tienen señalado para ello y si tal plazo
“precluye” ya no es posible realizar ese acto (preclusión absoluta), o bien se nos permitirá
realizarlo pero sin que despliegue sus efectos (preclusión relativa). Precisamente para evitar los
efectos negativos de la preclusión existe la llamada eventualidad que permite acumular
actuaciones que son incompatibles entre sí, pero que asegura que si una de las actuaciones no es
acertada se tendrá en cuenta la otra que se acumuló en su momento y ahora no se podría aportar.
La forma escrita favorece que las actuaciones sean secretas y que únicamente las partes
a las que se les da traslado de los escritos conozcan las actuaciones. En la actualidad, tanto en el
proceso civil como en el penal existen actuaciones que se desarrollan de forma escrita, pero la
tendencia es que la mayoría de los procesos sean orales.
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