Subido por Pablo Lescano

Lescano Historia de las ideas Trabajo final MESLA 2017

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Universidad de Buenos Aires
Maestría en Estudios
Facultad de Ciencias Sociales
Sociales Latinoamericanos
HISTORIA DE LAS IDEAS Y EL
PENSAMIENTO LATINOAMERICANO
1ER CUATRIMESTRE
DOCENTE: DRA. PATRICIA FUNES
MAESTRANDO: PABLO LESCANO
DNI: 35.267.410
MAIL: [email protected]
TRABAJO FINAL: LA RECEPCIÓN DE LA
DOCTRINA DE SEGURIDAD NACIONAL EN
ARGENTINA
FECHA DE ENTREGA: OCTUBRE 29 DE 2017
La recepción de la Doctrina de Seguridad Nacional en Argentina
Pablo Lescano
Resumen
A la hora de abordar las modalidades interestatales de represión en el Cono Sur
entre las décadas de 1960 y 1970, se puede llegar a afirmar que hay cierto consenso entre
los cientistas sociales en la influencia que tuvieron sobre este accionar las escuelas francesa
y norteamericana, dando lugar a lo que se denominó como la Doctrina de Seguridad
Nacional (DSN). Esto es, proceder a una división internacional del trabajo en materia de
seguridad: mientras Estados Unidos se encargaba del enfrentamiento global con los países
soviéticos en el marco de la Guerra Fría, los ejércitos latinoamericanos debían priorizar la
seguridad interna de cada país. De acuerdo a esto último, el enemigo, la “subversión
marxista”, se encontraba al interior de las fronteras de cada país y en múltiples espacios.
Por ende, había que proceder a erradicar la “amenaza comunista”. Sin embargo, en las
siguientes líneas perseguimos el fin de complejizar, apoyándonos en una producción
bibliográfica pertinente al respecto, esta cuestión: ¿de qué manera fueron recepcionadas en
el seno castrense argentino las ideas que emanaron de la DSN? ¿Se llevó a la práctica el
corpus teórico desarrollado por las escuelas francesa y norteamericana? ¿O hubo una
apropiación “nacional” de estos conceptos?
Introducción
En el presente trabajo se abordará la manera en que fue recepcionada la Doctrina de
Seguridad Nacional (DSN), como doctrina contrarrevolucionaria para hacer frente al
contexto de aguda conflictividad social que atravesaba el país en ese entonces, por parte del
Ejército argentino entre las décadas de 1960 y 1970. Para proceder a ello consideramos
menester tener en cuenta una serie de aspectos.
En primer lugar, proceder a una breve historización que permita reconocer los
antecedentes que tuvo la DSN en la influencia de la matriz francesa durante la década de
1950 y cómo impactó esta última en el seno castrense argentino.
En segundo término, presentar el contexto en el cual se encontraba inmersa América
Latina hacia la década de 1960, por qué ganó lugar la doctrina militar norteamericana por
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sobre la francesa, qué diferencias presentaban, cuáles fueron los principios en base a los
que se difundió y aplicó la DSN.
Asimismo, si bien ambos corpus doctrinarios poseían sus respectivos enfoques, de
tipo global (la francesa) y con una concepción hemisférica (la norteamericana), no
descuidaremos las especificidades de la realidad argentina en esos momentos. Ya que será
sobre ellas que los militares argentinos actuarán, tomando como base las innovaciones que
ofrecían ambas, pero también llevando a cabo internalizaciones, reformulaciones y
prácticas propias el sobre terreno. Configurándose, de esta manera, una “nacionalización”
de la DSN (Míguez; 2013).
Por último, ofrecer una aproximación del período 1955-1976 como una manera de
comprender mejor la emergencia del Terrorismo de Estado como práctica sistemática
durante la última dictadura cívico-militar.
La influencia francesa
Hasta 1954 no había en el seno del Ejército argentino referencias ni al comunismo
ni al marxismo como amenazas a la seguridad o a la defensa. Las principales
preocupaciones de las Fuerzas Armadas giraban en torno a cuestiones como la
industrialización del país y la inserción de ellas mismas en ese proceso. El principal
documento doctrinario del Ejército argentino de la época peronista resultó ser el “Decálogo
del Soldado Argentino”. Allí, se concebía a la guerra como un asunto a resolver entre
soldados, brazos armados del Estado y ante un ataque de un Estado extranjero (Ranaletti;
2011).
Cambiarían las cosas con el derrocamiento de Juan Domingo Perón en 1955, ya que
bajo el gobierno de facto de la autodenominada Revolución Libertadora, las Fuerzas
Armadas llevarían adelante –tanto a nivel doctrinario como tecnológico- un proceso de
renovación en donde jugó un papel relevante la nunca sistematizada doctrina francesa de la
guerra revolucionaria. Esta última nació al calor de las derrotas sufridas por el ejército
francés en las guerras de descolonización de Indochina y de Argelia, luego de la Segunda
Guerra Mundial.
En ese marco se destacó un documento, un informe presentado por el coronel
Charles Lacheroy, en donde se atribuía la derrota francesa a un nuevo tipo de guerra, “no
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convencional”, en la cual las acciones armadas se veían desplazadas a un segundo plano.
Esto era así debido a que no resultaba prioritario el combate por el territorio o la
apropiación de recursos. Sino que la lucha era fundamentalmente ideológica porque se
libraba al interior de las sociedades. De esta manera, quienes pretendían transformar el
status quo se mimetizaban con la población civil, establecían alianzas con grupos locales,
trabajaban juntos en la exacerbación de los conflictos existentes, provocaban la subversión
del orden vigente y así avanzaban hacia un cambio de régimen político.
Para contrarrestar esto, los teóricos de la guerra revolucionaria prestaron atención
especial a las ideas del revolucionario chino Mao Tse-Tung, en especial a la máxima: “La
población es para la subversión lo que el agua para el pez”, a partir de la cual elaboraron
toda su teoría de Guerra Contrarrevolucionaria (Mazzei; 1998: 123). ¿Qué componentes
poseía?
“En su construcción confluyeron diferentes universos ideológicos: colonialismo tardío,
pensamiento medieval, marxismo elemental -furioso y sobredimensionado en su capacidad
explicativa- más algunos de los últimos avances en ciencias sociales, como la reactualización del
conductismo y la psicología cognitiva aplicada al combate, típicos de la década de 1950” (Ranaletti;
2011: 263).
Uno de los rasgos sobresalientes de esta concepción va a ser el hecho de considerar
que la subversión del orden era llevada a cabo por un “enemigo interno” que se mimetizaba
con la multitud, por ende el principal objetivo para las fuerzas del orden lo constituía el
control de la población. Ésta, en su totalidad, se transforma en sospechosa, en enemigo
potencial, prefigurándose así el concepto de “enemigo interno” que se extenderá luego a
toda actividad opositora. A tales efectos, ya que la población debía ser controlada para
erradicar esta amenaza, en este nuevo tipo de guerra la división entre civiles y combatientes
desaparece (Pontoriero; 2014). Otro de los aspectos relevantes serán los medios para
derrotar a las fuerzas revolucionarias: aquí resulta primordial conocer la estructura
organizativa del enemigo. Para esto, la obtención de información se vuelve un aspecto
clave. ¿Cómo conseguirla? Los interrogatorios van a ser el principal instrumento para
acceder a datos y se debe recurrir a cualquier método para obtenerlos, incluyendo la tortura
de simples sospechosos.
A medida que se desarrollaba el auge de la doctrina francesa de Guerra
Contrarrevolucionaria a través de la producción y circulación de una gran cantidad de
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folletos, cursos, conferencias, reglamentos y directivas sobre el tema, en Argentina se va a
encontrar con la siguiente realidad político-social. Un país bajo gobierno de facto, con el
mayor partido político nacional –el peronismo- proscripto y excluido, un combativo
movimiento obrero se constituyó en un actor relevante en la aritmética de la conflictividad
social creciente que, desde fines de la década del sesenta, también incluiría a vastos
sectores de la juventud, el movimiento estudiantil y el catolicismo tercermundista.
¿Dónde tuvo mayor repercusión esta doctrina? Será en la Escuela Superior de
Guerra del Ejército argentino. Va a ser a través de la revista de este instituto de formación
superior castrense que se transmita la influencia francesa al resto de las Fuerzas Armadas
argentinas. Especialmente desde 1956, que es cuando se contratan oficiales franceses como
docentes y asesores, que cumplirán funciones similares en el Estado Mayor del Ejército
(Ranaletti; 2011).
Además de las publicaciones especializadas –por ejemplo los libros de Jean Ousset,
como El Marxismo-leninismo. Introducción a la política (publicados por la Editorial Iction
en 1963 y 1961, respectivamente), o la revista Verbo que legitimaba el uso de la tortura(Ranaletti; 2005) y de estos oficiales franceses que van a actuar como docentes y asesores,
el ideario francés de la Guerra Contrarrevolucionaria en Argentina se nutrió por la vía de
los contactos personales y profesionales entre oficiales franceses y argentinos. Sin
embargo, también había canales de difusión ilegal: huyendo de la justicia, habían ingresado
al país terroristas de la Organisation de l’Armée secrète (OAS), quienes habían sembrado el
terror entre la población argelina. En este sentido, los llamados “franceses de Argelia”,
considerados ciudadanos de segunda por los metropolitanos, tuvieron que buscar nuevos
horizontes. Los destinos privilegiados fueron dos: España y la Argentina. Dos
características presentaba la mayoría de los franceses que llegaban a la Argentina con la
derrota del colonialismo en África del norte y en Extremo Oriente a cuestas: un furioso
anticomunismo y un catolicismo exacerbado (Ranaletti; 2005).
Esto último jugó un rol preponderante en la influencia que pudo tener en los
militares argentinos a la hora de llevar a cabo una adaptación local de la teoría francesa. Ya
que el potenciamiento del componente religioso llevó a concebir a la Guerra Fría como un
choque de civilizaciones, en donde el sector castrense argentino se concebía a sí mismo
como defensor de lo “occidental y cristiano” frente al avance de la “subversión”. Para ello,
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el Ejército argentino también había desarrollado durante esos años una organización
territorial basada en el cuadriculado (quadrillage) o compartimentación del terreno similar
al que lo habían aplicado las tropas francesas en Argelia. De esta forma, todo el país quedó
dividido en áreas, zonas, y subzonas, formando una red que se extendía sobre todo el
territorio, basado en el concepto que la población es el terreno a conquistar y defender.
La influencia francesa llegó a su fin en 1962 producto de la confluencia de diversos
factores. Por un lado, la profunda crisis que afectaba al ejército francés derrotado en
Indochina y empantanado Argelia, perdiendo todo criterio de jerarquía, subordinación y
autoridad. Mientras que, de manera simultánea, Cuba se declaraba socialista, John F.
Kennedy lanzaba su “Alianza para el Progreso” y el Ejército norteamericano modificaba su
política hacia los ejércitos latinoamericanos con la creación del Colegio Interamericano de
Defensa, la convocatoria a Conferencias de Ejércitos Americanos y, fundamentalmente, del
crecimiento exponencial del número de oficiales latinoamericanos entrenados en escuelas
de los Estados Unidos y el Canal de Panamá.
Antes de continuar y pasar al apartado que corresponde a la doctrina
norteamericana, podemos decir que la matriz francesa realizó aportes sustanciales en el
seno del Ejército Argentino en los siguientes aspectos:
“a) la operación ideológico-discursiva de transformar a todo activista político en un
“subversivo”; b) la consolidación en el imaginario militar argentino de la idea de que una tercera
guerra mundial ya había comenzado (algo anticipado por Perón), de la cual los fracasos
colonialistas franceses (Indochina, Suez, Argelia) y la Revolución Cubana eran la confirmación; c)
la idea de que toda protesta social era el resultado de la acción encubierta del “comunismo
internacional”, fuera cual fuere su signo político y su objetivo; d) la idea de que la Guerra Fría era
un enfrentamiento entre “civilizaciones”: el Occidente capitalista y católico frente a la Unión
Soviética, empeñada en destruir dicha civilización occidental para instalar el “materialismo ateo”,
en una extemporánea recuperación del pensamiento político medieval” (Ranaletti; 2005: 288).
De esta forma, podemos observar cómo se sentaron las bases de una doctrina
Contrarrevolucionaria que, si bien fue reformulada localmente, guiaría el accionar represivo
en los años setenta, cuyo pico máximo se desarrollaría a partir del golpe de Estado cívicomilitar de 1976. Al respecto, no debemos perder de vista que buena parte de los
perpetradores de esa represión se formaron profesionalmente en este marco doctrinario:
Rafael Videla, Antonio Bussi, Albano Harguindeguy, Guillermo Suárez Mason, Roberto
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Viola, Ibérico Saint-Jean, Leopoldo Galtieri, Reynaldo Bignone y Ramón Camps, por citar
algunos ejemplos, como miembros destacados durante el “Proceso de Reorganización
Nacional”, cursaron la Escuela Superior de Guerra entre 1955 y 1962, momento de
implantación de la noción estudiada descripta más arriba.
Influencia norteamericana
En un contexto de configuración del mundo bipolar, signado por el enfrentamiento
entre Estados Unidos y la Unión Soviética, entre los bloques capitalista y socialista
respectivamente, la década de 1960 se abrió en América Latina con el triunfo de la
revolución cubana y la opción de esta última por el socialismo. Esto ocasionó el ingreso de
Latinoamérica en el tablero geopolítico mundial de la Guerra Fría. Y, junto con ello, la
necesidad de Estados Unidos de combatir la “infiltración comunista” en el continente para
que no se propagara el ejemplo cubano.
De esta forma, la potencia del Norte le concedió vital importancia a la categoría
“seguridad nacional” luego de la Segunda Guerra Mundial, para designar a la defensa
militar y la seguridad interna, frente a los indicios de revolución, implementándose en
América Latina su variante “Doctrina de Seguridad Nacional”. Así, se procedió a delinear
una división internacional del trabajo en materia de seguridad: mientras Estados Unidos se
encargaba del enfrentamiento global con la Unión Soviética, los ejércitos latinoamericanos
debían priorizar la seguridad interna de cada país para combatir a los denominados agentes
locales del comunismo. El enemigo, la “subversión marxista”, se encontraba al interior de
las fronteras de cada país y en múltiples espacios. Por ende, había que proceder a erradicar
la “amenaza comunista”.
Con la dificultad que supone hallar precisiones sobre una doctrina que no ha ido
sistematizada, nos inclinamos a definir la DSN como:
“…una elaboración compleja de un conjunto de ideas políticas, filosóficas, religiosas y
militares sobre la seguridad del Estado que se aprendió , reelaboró, instruyó y, finalmente, se
institucionalizó por las Fuerzas Armadas latinoamericanas desde inicios de la década de 1960”
(Rostica; 2015: 27).
La DSN que asumieron los militares del Cono Sur se alimentó de tres corrientes
fundamentalmente: la doctrina geopolítica alemana (siglos XIX y XX), la doctrina de la
Guerra Contrarrevolucionaria francesa (1945-1962) y el concepto de la “seguridad
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nacional” mencionado más arriba. Los teóricos norteamericanos les prestaron especial
atención al desarrollo que habían llevado a cabo los asesores militares franceses en lo que a
combate contra la subversión respecta. Muchos de los principios que se encontraban
presentes en la doctrina de la Guerra Contrarrevolucionaria fueron aplicados por las fuerzas
militares estadounidenses en la guerra de Vietnam. Sin embargo, aparecieron elementos
que establecieron diferencias con la doctrina francesa. Y ellos se pueden sintetizar en la
categoría de “contrainsurgencia”.
Hasta entonces la doctrina antisubversiva norteamericana se había desarrollado en
dos niveles conectados pero diferentes: el ofensivo —la formación de guerrillas, el método
más experimentado hasta entonces—, y el defensivo —la “contrainsurgencia”, con sus
implicaciones encubiertas—. Fue en la presidencia de Kennedy que ambas corrientes
comenzaron a fusionarse. En esta versión moderna de la contrainsurgencia, la gran novedad
fue la subordinación de las técnicas y tácticas al principio de luchar “fuego con fuego”. Así,
el elemento extralegal y no convencional fue legitimado como principio fundamental,
prescribiéndose el “contraterror” como táctica privilegiada para volver simétrico un
conflicto que a priori se consideraba asimétrico por la presencia del enemigo en todas
partes (Garzón; 2016).
El principal vector de difusión de esta doctrina fue el entrenamiento que recibieron
los militares latinoamericanos en las escuelas de los Estados Unidos y el Canal de Panamá
–la Escuela de las Américas, como el ejemplo más sobresaliente-. Según datos de la
Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), entre 1950 y
1998, Estados Unidos capacitó a unos 125.000 militares de América Latina y el Caribe, casi
la mitad de ellos pasó por las bases en Panamá (Garzón Real; 2016: 31-32). De aquí se
egresaron, entre otros, quienes ocuparon la presidencia por breves períodos durante la
última dictadura cívico-militar argentina: Roberto Viola y Leopoldo Galtieri.
A través de manuales como el de Operaciones Contrainsurgentes y el Manual
Kubark o revistas como la Military Review, los militares latinoamericanos eran entrenados
en técnicas contrainsurgentes que implicaban no solo el combate a las guerrillas en
escenarios hostiles, como la jungla centroamericana, sino también las técnicas terroristas y
de tortura. Ya desde 1950 los militares norteamericanos enseñaban técnicas de asesinato.
En los 60 ya se realizaba instrucción en métodos de tortura tales como descargas eléctricas,
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drogas, hipnosis, depravación sensorial, dolor y otros métodos de interrogatorio; métodos
de asesinato y amenaza a miembros de la familia del prisionero para desmoronar su
resistencia; y operaciones de guerra psicológica. A su vez, se instaba a montar fuerzas
irregulares para combatir la subversión y a realizar operaciones terroristas como una táctica
legítima de combate contrainsurgente.
Estos principios rectores de la doctrina contrainsurgente estadounidense tenían su
correlato en los golpes militares que se produjeron en la década de 1960 en América Latina.
Y para que esos principios se materializaran era necesaria la aplicación de la DSN.
De esta manera, la DSN presentaba como una de sus principales innovaciones el
control militar del Estado. De acuerdo a lo que sostiene el sociólogo colombiano Francisco
Leal Buitrago, la DSN se trata de una concepción militar del Estado y del funcionamiento
de la sociedad, que explica la importancia de la ocupación de las instituciones estatales por
parte de los militares como corporación. En gran medida ello era posible porque los
militares se concebían a sí mismos como la única fuerza política organizada, superior a
cualquier fuerza civil y que debía cumplir la misión de integrar a la nación y tutelar sus
intereses cuando los civiles perdieran el control social y político. Por ello sirvió para
legitimar el nuevo militarismo surgido en los años sesenta en América Latina.
El otro cambio importante radicaba en sustituir el enemigo externo por el enemigo
interno. Este último no eran solamente las guerrillas marxistas, sino que podía ser podía ser
cualquier persona, grupo o institución nacional que tuviera ideas opuestas a las de los
gobiernos militares.
Sin lugar a dudas, el cambio militar contemporáneo más importante a nivel
profesional fue la sustitución del viejo profesionalismo de “defensa externa”, por el “nuevo
profesionalismo de la seguridad interna y el desarrollo nacional” (Buitrago; 2003: 40). Esto
llevaba a la justificación de la instauración del Terrorismo de Estado como sistema de
acción política. Así, en esta guerra antisubversiva se dio prioridad al componente
psicológico mediante la labor de inteligencia. Para ello se copiaron las instituciones
estadounidenses del Estado de Seguridad Nacional diseñadas con este propósito. De este
modo, los métodos psicológicos, como la persecución, el hostigamiento, la detención
arbitraria, la tortura y la desaparición, fueron prioritarios en esta guerra “irregular”.
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Sin embargo, pese a la extensión de la influencia norteamericana, el Ejército
argentino nunca utilizó su terminología sobre “contrainsurgencia”, sino que prevalecieron
las categorías francesas “guerra contrarrevolucionaria” y “lucha contra la subversión”
(Mazzei; 1998).
La nacionalización de la DSN
Hacia la década de 1960, el Ejército argentino había tomado en consideración las
influencias teóricas francesa y norteamericana para combatir la “subversión”, pero las
sometieron a internalizaciones, interpretaciones y reformulaciones en clave de la realidad
social que atravesaba el país por ese entonces. Esta síntesis en clave nacional se puede
observar en las palabras del Ministro de Interior de la Junta de Gobierno Militar entre el 29
de marzo de 1976 y el 29 de marzo de 1981, Albano Harguindeguy:
“Francia y Estados Unidos fueron los grandes difundidores de la doctrina antisubversiva
(…) desgraciadamente todo esto se apoyaba en derrotas y por lo tanto solo era posible analizar por
qué no se triunfó (…) A pesar de ello no puede dejar de reconocerse que fueron los países que a
nivel mundial tomaron más seriamente el problema de la guerra revolucionaria comunista (…) En
Argentina recibimos primero la influencia francesa y luego la norteamericana, aplicando cada una
por separado y luego juntas, tomando conceptos de ambas (…) es necesario aclarar que el enfoque
francés era más correcto que el norteamericano, aquel apuntaba a una concepción global y este al
hecho militar exclusivamente o casi exclusivamente. Todo esto hasta que llegó el momento en que
asumimos nuestra mayoría de edad y aplicamos nuestra propia doctrina” (Slatman; 2010: 3).
Argentina, en los años sesenta, se hallaba inmersa en un período de “…indefinición
hegemónica de los sectores dominantes en los ámbitos político, económico, cultural”
(Villarreal; 1985: 203) frente a un “…peculiar grado de homogeneización relativa de las
clases subalternas sobre la base de la localización común, la generalización del trabajo
asalariado y la condición obrera” (Villarreal; 1985: 218). Se trataba de un movimiento
obrero organizado –peronista, pero también de corte clasista- que había logrado nuclear a
su alrededor a otros sectores populares. Este proceso coincidió en el tiempo con el
desarrollo de formas guerrilleras diversas –tanto peronistas como marxistas- que se
orientaban hacia un cambio radical del sistema y que fueron teniendo cierta presencia en las
clases subalternas. Esta situación de “empate hegemónico” (Villarreal; 1985) generaba
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como resultado situaciones de enfrentamiento que se tradujeron en un período de aguda
conflictividad social que encendía las alarmas en el sector castrense.
De las palabras de Harguindeguy se pueden extraer dos conclusiones. Por un lado,
los esfuerzos del sector castrense argentino por consolidar una doctrina propia, una
nacionalización de la DSN que, frente al escenario someramente descripto anteriormente y
azuzando el peligro de la expansión del comunismo y la “subversión” como atentado a los
valores “occidentales y cristianos”, se constituyó en el basamento teórico que legitimó la
intervención de los militares en el ámbito político con el objetivo de saldar ese empate
hegemónico. Por otra parte, observar que pese a la influencia de la ideología políticomilitar estadounidense y a que cientos de militares argentinos pasaron por escuelas de
capacitación en los Estados Unidos y el Canal de Panamá durante las décadas del sesenta y
setenta, en el seno castrense argentino todavía seguía teniendo una relevancia destacada la
doctrina francesa de la Guerra Contrarrevolucionaria.
A continuación presentaremos una breve descripción sobre cómo se ha llegado a
estos postulados propios en los reglamentos al interior del Ejército argentino y qué
transformaciones se produjeron entre los años sesenta y setenta. En donde se podrá
observar como en la década de 1960 todavía hay una fuerte presencia de los postulados
contrarrevolucionarios franceses, pese a estar en un contexto de pleno auge de la DSN, y la
forma en que irá mutando a una síntesis en clave nacional ya en la década de 1970.
El 28 de junio de 1966 con el golpe de Estado a través del cual las Fuerzas Armadas
destituyeron al presidente Arturo Illia, se puso de manifiesto en Argentina una de las
innovaciones que ofrecía la DSN en el combate a librar contra la “subversión”: esto es, la
ocupación de las instituciones estatales por parte de los militares como corporación. El
Congreso fue disuelto, la Suprema Corte de Justicia removida y los partidos políticos
prohibidos. A través del Acta de la Revolución Argentina las Fuerzas Armadas asumían el
poder y el Estatuto de la Revolución Argentina reemplazaba a la Constitución Nacional. De
esta manera, la Junta de Comandantes designaba a Juan Carlos Onganía como presidente.
De acuerdo a lo expresado por la historiadora Melisa Slatman, en el nuevo contexto
que se abría luego del golpe de Estado de 1966, entre 1968 y 1969 el Ejército argentino
aprobó una serie de reglamentos orientados hacia la definición de sus marcos de acción
institucional en situaciones de Guerra Ideológica. Debido a que la misión de los militares
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argentinos, en el contexto de un mundo bipolar, era actuar como vanguardia de la lucha
anticomunista en el nivel local, desde su óptica todo se encontraba teñido de ideología. En
consecuencia, dentro de la Guerra Ideológica, la Guerra Revolucionaria y la Guerra
Contrarrevolucionaria eran las que más capturaban su atención. Siendo la primera una
forma de Guerra ofensiva del sistema comunista sobre el “Mundo Libre”, mientras que la
segunda es una forma de Guerra defensiva del “Mundo Libre” ante el avance del
comunismo.
De acuerdo al concepto de Guerra Ideológica que los militares argentinos
manejaban por ese entonces, la misma tiene como actores protagonistas a una tríada
representada por la población, el enemigo y las fuerzas legales. De acuerdo a esta óptica, si
el objetivo del enemigo es el control de la población, el del Ejército es su defensa de los
peligros foráneos. Esto se concibe así porque este último posee una visión paternalista de la
población: para los militares tanto las Fuerzas Legales como las Fuerzas Revolucionarias
operan sobre la Población, la utilizan. Solamente las Fuerzas Legales son las que pueden
brindar protección, aislarla y marcarle el “buen camino”. De esto se desprende que la
población es todo lo que no es las Fuerzas Legales, y todo lo que no es externo a la nación,
esto es, la subversión. Entonces, como los militares se conciben jerárquicamente superiores
a la población, y debido a que ésta puede ser presa fácil de la subversión, la misma es
considerada no más que una masa maleable, la cual ignora sus intereses y, por ende, queda
despojada de la categoría de ciudadano, se le suspenden sus derechos como sacrificio en la
lucha contra el avance del comunismo (Slatman; 2010).
Estos aspectos se condensaron en distintos reglamentos que aprobados por el
Ejército entre 1968 y 1969.
Para el año 1968 se pueden observar: los reglamentos RC-2-2 Conducción para las
fuerzas terrestres, el RC-2-3 Conducción para las fuerzas terrestres en zona de emergencia
y el RC- 5-1 Operaciones Psicológicas. El primero desarrollaba las características generales
del accionar y conducción de las fuerzas terrestres en situaciones convencionales (guerra
tradicional) y no convencionales en un Teatro de Operaciones, es decir, una zona en guerra
bajo jurisdicción militar. El segundo, se centraba en la conducción de las fuerzas terrestres
en una Zona de Emergencia, esto es, una zona que se encuentra bajo gobierno militar. El
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tercero desarrollaba el modo de proceder en operaciones de acción psicológica tanto en
guerra convencional como no convencional (Slatman; 2010).
Al año siguiente se aprobaron: el reglamento RC-8-1 Operaciones No
Convencionales (Fuerzas Especiales), que instruía acerca de la realización, por parte de un
Ejército legal, de operaciones de guerrilla en un país aliado cuando la situación lo requiera.
También el reglamento RC-8-2 Operaciones contra Fuerzas Irregulares, el cual se centraba
en la descripción de operaciones contra insurrección, evasión y subversión, aplicándose
sobre todo en el ámbito rural. Asimismo el RC-8-3 que reglamentaba las Operaciones
contra la subversión Urbana (Slatman; 2010).
De esta serie de reglamentos, el que nos interesa resaltar a los fines de este trabajo
es el RC- 5-1 Operaciones Psicológicas. Ya que allí se condensan “las bases doctrinarias
para la conducción de las operaciones psicológicas en todo tipo de Guerra, dentro de un
teatro de operaciones y/o una zona de emergencia” (Slatman; 2010: 17).
De acuerdo a esto:
“El método de la acción [psicológica] compulsiva (…) actuará sobre el instinto de
conservación y demás tendencias básicas del hombre (…) apelando casi siempre al factor miedo. La
presión psicológica engendrará angustia, la angustia masiva y generalizada podrá derivar en terror y
eso basta para tener al público blanco a merced de cualquier influencia posterior. La fuerza
implicará la coacción y hasta la violencia mental. Por lo general este método será impulsado,
acompañado y secundado por esfuerzos físicos o materiales de la misma tendencia” (Slatman; 2010:
17-18).
A ello se le añade el control físico de la población en donde los derechos de la
ciudadanía quedan suspendidos, ya que tiene como objetivo:
“reprimir a una Población hostil y disminuir su capacidad para colaborar con las fuerzas de
guerrilla. [Las medidas] podrán incluir: control de vías de comunicaciones, registro y captura,
control por manzana y otras medidas de control” (Slatman; 2010: 17-18).
En este reglamento, el círculo se cierra con la legitimación de la tortura física y
psicológica como medio para que el Ejército pueda reconstruir el organigrama celular de
las fuerzas subversivas, buscando detectar sus elementos activos o abiertos, subterráneos y
auxiliares.
El objetivo era “aniquilar” a los elementos de la subversión mediante la
“rendición, captura, deserción o muerte individual de sus miembros” (Slatman; 2010: 21) y
eliminar las causas que generaron su emergencia.
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En mayo de 1969 tuvo lugar la protesta popular denominada “Cordobazo” en la
provincia de Córdoba, a la cual le siguieron sucesivos “azos” en el interior del país (el
“Viborazo” en la provincia misma de Córdoba y el “Rosariazo” en la provincia de Santa Fe,
sólo por mencionar dos ejemplos al respecto). Este hecho hirió de muerte el proyecto de la
Revolución Argentina, marcando el fin de la presidencia de Onganía, a la cual le siguieron
las de Roberto Levington y Alejandro Lanusse, siendo este último quien tuvo que convocar
a elecciones debido al clima de elevada conflictividad social, permitiendo la participación
del peronismo, el regreso de Perón al país y el fin de la proscripción que se extendió por
dieciocho años.
En medio de un clima de efervescencia popular, en marzo de 1973 Héctor Cámpora
llegaba a la presidencia, para renunciar poco tiempo después y en nuevos comicios
celebrados en septiembre de ese mismo año, se terminó imponiendo la fórmula Juan
Domingo Perón-Martía Estela Martínez de Perón. El 1 de julio el tercer gobierno del líder
justicialista se vio interrumpido por su fallecimiento, ocupando su lugar su esposa y
compañera de fórmula. Desde ese año hasta el golpe de Estado producido el 24 de marzo de
1976, la influencia de las Fuerzas Armadas en el ámbito político no cesó de profundizarse.
Prueba de ello es el decreto de aniquilamiento a la subversión en 1975 dictado por Ítalo
Luder -presidente del Senado en ejercicio de la presidencia debido a la licencia por razones
de salud de María Estela Martínez de Perón-. Allí se le concedió a las Fuerzas Armadas
carta libre para eliminar a los miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) que
operaban en la provincia de Tucumán, dando lugar al denominado Operativo
Independencia, laboratorio del Terrorismo de Estado que se aplicaría de manera sistemática
a partir de 1976.
Dado que en estos acontecimientos el Ejército resultó ser un actor sumamente activo
y protagonista, la cuestión doctrinaria no se iba a quedar al margen. Es en este contexto que
se lleva a cabo lo mencionado por Harguindeguy al comienzo de este apartado: una síntesis
de los aportes franceses y norteamericanos recibidos, reformulaciones, interpretaciones, que
permitieran desarrollar y aplicar una doctrina contrarrevolucionaria con una impronta
propia.
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Así es como en 1975 el Ejército Argentino aprobó el reglamento RE-9-51
Instrucciones de lucha contra elementos subversivos, reemplazando a los reglamentos
aprobados a fines de la década de 1960.
Las diferencias que se pueden establecer con respecto a los reglamentos
predecesores las podemos resumir de la siguiente manera gracias al aporte de Melisa
Slatman: 1) se procede a superar la categoría de “Guerra Ideológica” ya que por ejemplo se
encuentra explícitamente prohibido el uso de la palabra “guerrilla”, para hacer referencia a
ello se debía utilizar el término “banda de delincuentes subversivos armados”; 2) se busca
una “nacionalización” de los conceptos, haciendo referencia a regiones de la Argentina, a
grupos sociales y a legislación vigente en el país en el momento de su redacción; 3) se
realizan correcciones de aquello conceptos que podían generar confusión en los
reglamentos de 1968 y 1969. Por ejemplo estos últimos concebían que subversión e
insurrección eran términos intercambiables; 4) se detalla la necesidad de una centralización
en el nivel estratégico, descentralización en el nivel táctico y ejercicio de comando por
directivas —imposición de propósitos y misiones generales— y con menor frecuencia por
órdenes. Esto quiere decir que en el nivel de la ejecución se otorgaba a los distintos
organismos la capacidad de organizarse, dentro de ciertas pautas, con algún grado de
autonomía. El accionar de lo que luego devendrá en Grupos de Tarea estaba garantizado. A
esto se le debe añadir el objetivo prioritario de las Fuerzas Legales: el aniquilamiento de los
elementos subversivos; 5) se enfatiza el rol del Ejército dentro de las Fuerzas Legales y su
posibilidad de veto de un gobierno que no estuviera a la altura de las circunstancias; 6) se
observa un corrimiento en el énfasis en la seguridad de la Población. La mayoría de las
referencias antes que al bienestar de la sociedad hacen referencia a la necesidad de
mantenerla bajo control (Slatman; 2010).
Se trata ni más ni menos que de un reglamento acorde a las necesidades de un
Estado Terrorista, cuyos niveles de represión alcanzaron su epicentro luego de la
deposición del gobierno democrático el 24 de marzo de 1976, poniendo de manifiesto el rol
a desempeñar por los militares argentinos en la lucha contra el comunismo en el marco de
la Guerra Fría.
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Palabras finales
El período que abarca desde el derrocamiento de Juan Domingo Perón el 16 de
septiembre de 1955 hasta el golpe de Estado que lleva al poder a la dictadura institucional
de las Fuerzas Armadas el 24 de marzo de 1976, abordado aquí desde la óptica de las
transformaciones doctrinarias que el Ejército fue atravesando en ese lapso, nos deja una
serie de aproximaciones que expondremos a continuación y sobre las que pretendemos
reflexionar más profundamente en un futuro.
Un primer aspecto a destacar es, como ya hemos mencionado, la preeminencia que
tuvo la influencia francesa por sobre la norteamericana –lo cual no significa que hayan sido
excluyentes, sino que hubo una complementación en cierto sentido- en el seno del Ejército
a la hora de definir las bases teóricas en base a las cuales se desarrollaran las acciones
destinadas a combatir el avance del comunismo y de la “subversión” de los valores
“occidentales, nacionales y cristianos”.
En segundo término, a la hora de explicar la síntesis nacional de la DSN en la
década del setenta, se vuelve menester realizar una reconstrucción histórica de estos
postulados con el objetivo de poder comprender que los mismos resultaron ser producto de
internalizaciones, interpretaciones, reformulaciones y apropiaciones. El Estado Terrorista
que llevó a cabo un genocidio durante la última dictadura cívico-militar en Argentina tuvo
sustento doctrinario en postulados que venían siendo abordados en el seno del Ejército a lo
largo de dos décadas.
Por último, sostener que en la Argentina de las décadas de 1960 y 1970 no había
peligro real de una avanzada comunista. Sin embargo, a los ojos del sector castrense, podía
haber agentes locales que infiltraran el comunismo. Y en el caso de Argentina, ese agente
local era el peronismo. En particular, esa resistencia peronista que desde 1955 había puesto
en jaque los planes de los sectores dominantes gracias a una movilización cada vez más
sólida y cohesionada. En realidad, y la DSN vino a operar como discurso legitimador de
ello, lo que pretendía cortar de raíz era todo aquello que podía constituir un obstáculo para
que el establishment llevara adelante las transformaciones que el nuevo ciclo de
acumulación capitalista neoliberal exigía. Azuzar el peligro del comunismo y de la
subversión operó de manera funcional a los objetivos subyacentes de esta cuestión.
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