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Elementos fundamentales de psicoanalisis Charles Brenner

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Charles Brenner
Elementos Fundamentales de
Psicoanálisis
INTRODUCCION
Este libro desea proporcionar una exposición clara e integral de los
fundamentos de la teoría psicoanalítica. No requiere conocimiento psicoanalítico
previo alguno de parte del lector y le servirá de introducción a la literatura de
psicoanálisis. Supone, sin embargo, que la actitud del lector hacia esta ciencia es
la de un profesional, medico, psiquiatra, psicólogo, visitador social o sociólogo. Al
brindar al lector una revisión segura de las hipótesis corrientes en uso y darle una
ideas de las etapas de su evolución le facilitara la comprensión y asimilación del
conjunto de la literatura psicoanalítica misma y le ayudara a evitar la confusión e
incomprensiones que con tanta facilidad pueden resultar de una falla en la
apreciación de cuan diferentes fueron las teorías de Freud en distintos periodos a
lo largo de los cuarenta años de su activa carrera psicoanalítica. La organización
del material de estudio es el resultado de varios años de experiencia en la
enseñanza a estudiantes residentes en psiquiatría, primero en la división
Westchester del Hospital de New York y luego en el programa de enseñanza para
graduados en la escuela medica de Yale. La lectura de los trabajos sugeridos y
enumerados al final del libro complementara y aumentara el valor del texto en si.
También proveerá una base solida para las lecturas de los estudiantes que se
inician en el terreno del psicoanálisis.
CAPITULO I
DOS HIPOTESIS FUNDAMENTALES
El psicoanálisis es una disciplina científica que Sigmund Freud inicio hace
unos sesenta años. Como otras ciencias a dado origen a otras teorías que derivan
de los datos de la observación y que procuran ordenar y explicar dichos datos. Lo
que llamamos teoría psicoanalítica, por tanto, es un cuerpo de hipótesis que
conciernen al funcionamiento y desarrollo mental en el hombre. Es una parte de la
psicología general comprende las que son, con mucho, las contribuciones mas
importantes que han sido aportadas a la psicología humana hasta la fecha.
Es importante apreciar que la teoría psicoanalítica comprende tanto el
funcionamiento mental normal como el patológico: de ningún modo es una simple
teoría de psicopatología. Es verdad que la práctica del psicoanálisis consiste en el
tratamiento de las personas que se hallan mentalmente enfermas o perturbadas,
pero las teorías del psicoanálisis tienen que ver tanto con lo normal como con lo
anormal, aunque hayan derivado principalmente del estudio de lo normal.
Como en cualquier disciplina científica, las diversas hipótesis de la teoría
psicoanalítica están mutuamente relacionadas. Es natural que algunas sean mas
fundamentales que otras; algunas han sido mejor establecidas y otras han recibido
tal confirmación y su importancia es tan fundamental, que nos sentimos inclinados
a contemplarlas como leyes mentales establecidas.
Dos de tales hipótesis que han sido confirmadas sobradamente, son el
principio del determinismo psíquico, o causalidad, y la proposición de que la
conciencia es mas bien un atributo excepcional y no regular de los procesos
psíquicos. Para expresar esta última afirmación con otras palabras podríamos
decir que, de acuerdo con la teoría psicoanalítica, los procesos mentales
inconscientes son de una gran frecuencia e importancia en el funcionamiento
mental tanto normal como anormal. Este primer capitulo estará dedicado a
considerar
estos
dos
hipótesis
fundamentales,
que
están
mutuamente
relacionadas, como ya veremos.
Comencemos como el principio del determinismo psíquico. El sentido de
este principio es que en la mente, como en el mundo físico, nada ocurre por
casualidad o por ventura. Cada fenómeno psíquico esta determinado por aquellos
que le precedieron. Los sucesos que en nuestra vida mental parecen casuales o
no relacionados con lo que aconteció antes, solo son tales en apariencia. La
verdad es que los fenómenos psíquicos son tan incapaces de carecer de una
conexión casual con los que le precedieron, como lo son los físicos. En la vida
mental no existe en este sentido discontinuidad alguna.
La comprensión y la aplicación de este principio son esenciales para una
orientación apropiada e el estudio de la psicología humana en sus aspectos
normales tanto como en los patológicos. Si lo comprendemos y lo aplicamos
correctamente, jamás rechazaremos un fenómeno psíquico por carente de
significado o accidental. Deberemos siempre preguntarnos, en relación con
cualquier fenómeno en el cual estemos interesados: ―¿Qué lo causo? ¿Por qué se
produjo así?‖. Nos formulamos estos interrogantes porque estamos seguros de
que existe una respuesta para ellos. Que podamos hallar la respuesta con
facilidad y rapidez ya es otra cuestión, claro esta, pero sabemos que la
contestación existe.
Por ejemplo, es una experiencia de todos los días el olvidar o extraviar algo.
La opinión habitual sobre tal hecho es que se trata de ―un accidente‖ que
―simplemente ocurrió‖. Sin embargo, una investigación minuciosa de tales
―accidentes‖ en el curso de los últimos sesenta años, llevada a cabo por los
psicoanalistas iniciada por Freud mismo, ha demostrado que de ninguna manera
son tan accidentales como el juicio popular lo considera. Por lo contrario, puede
demostrarse que cada‖ccidete2 de esos fue cuando por un deseo o intención de la
persona afectada, en acuerdo estricto con el principio de la función mental que
hemos estado discutiendo.
Tomemos otro ejemplo del ámbito de la vida cotidiana: Freud descubrió y
los psicoanalistas confirmaron que los fenómenos comunes en el dormir, que aun
que notables y misteriosos, que denominamos sueños siguen el mismo principio
del determinismo psíquico, cada sueño, cada imagen de cada sueño, es la
consecuencia de una relación coherente y plena de significado con el resto de la
vida psíquica de su soñador.
El lector apreciara que tal punto de vista sobre los sueños –tema que será
discutido mas in extenso en el capitulo VII es bastante distinto por ejemplo, del
que era corriente entre los psicólogos de educación científica de hace cincuenta
años. Consideraban que los sueños se debían a la actividad al acaso o
incoordinada de las diversas partes del cerebro mientras se duerme. Este punto
de vista es claro, estaba en directo desacuerdo con nuestra ley del determinismo
psíquico.
Si pasamos ahora a los fenómenos de la psicopatología es de esperar que
se pueda aplicar el mismo principio y por cierto que los psicoanalistas han
confirmado en forma repetida nuestra suposición. Cada síntoma neurótico,
cualquiera que sea su naturaleza, esta causado por otro proceso mental, pese al
hecho de que el paciente mismo considere a menudo que el síntoma es extraño a
su ser y que esta completamente desconectado del resto de su vida mental. Las
conexiones existen, nos obstante, y se pueden demostrar pese a que el paciente
no se dé cuenta de ellas.
En este punto ya no podemos evitar el reconocimiento de que estamos
hablando no solo de la primera de nuestras hipótesis fundamentales, el principio
del determinismo psiquismo, sino también de la segunda, es decir, de la existencia
e importancia de los procesos metales de los que el propio individuo es
inconsciente e ignora.
De hecho la relación de estas dos es tan intima que uno apenas si puede
discutir una de ellas sin introducir a la otra. Precisamente el hecho de que tanto de
lo que ocurre en nuestras mentes sea inconsciente, es decir, desconocido para
nosotros mismos, es el responsable de la aparente discontinuidad en nuestra vida
mental. Cuando una idea, un sentimiento, un olvido accidental, un sueño o un
síntoma patológico parezca no estar relacionado con lo que aconteció antes en la
mente, es por que su conexión causal reside en algún proceso mental
inconsciente en vez de consiente. Si se puede descubrir la causa o causas
inconscientes, entonces desaparecen todas las discontinuidades aparentes y la
cadena casual o secuencia resulta clara.
Un ejemplo simple de esto podría ser el siguiente. Una persona puede
sorprenderse canturreando una tonada y no tener idea de como llego a su mente.
Esta aparente discontinuidad mental de nuestro sujeto se resuelve, en este
ejemplo particular, por el testimonio de un observador quien empero, nos dice que
nuestro individuo oyó la tonada en cuestión unos momentos antes de que
penetrara en su conciencia, proveniente al parecer de ninguna parte. Se trataba
de una impresión sensorial, en este caso auditiva, la que provoco que nuestro
sujeto canturreara dicha tonada. Puesto que el ignoraba haberla oído, su
experiencia subjetiva fue la de una discontinuidad en sus pensamientos y requirió
el testimonio de un observador para borrar la apariencia de discontinuidad y
establecer en forma clara la cadena casual.
Sin embargo, es raro que un proceso mental inconsciente se descubra en la
forma simple y cómoda del ejemplo recién descrito. Naturalmente, uno desea
saber si existe algún método general para cubrir procesos mentales que el propio
individuo ignora. ¿Se pueden observar directamente por ejemplo? Y si no, ¿Cómo
descubrió Freud la frecuencia e importancia de tales procesos de nuestras vidas
mentales?
El hecho es que aun no poseemos un método que nos permita observar
directamente los procesos mentales inconscientes. Todos nuestros métodos para
estudiar tales fenómenos son indirectos. Nos permite inferir la existencia de estos
fenómenos y, a menudo, determinar su naturaleza y su significado en la vida
mental del individuo objeto de nuestro estudio. El método mas formidable y de
confianza que tenemos para estudiar los procesos mentales inconscientes es la
técnica de Freud desarrollo en un periodo de varios años. La denomino
psicoanálisis por la misma razón de que era capaz, con su ayuda de discernir y
descubrir los procesos psíquicos que de otra manera hubieran permanecidos
ocultos e insospechados. Fue durante los mismos años en los que desarrollo la
técnica del psicoanálisis que Freud comprendió, con la ayuda de un nuevo
método, la importancia de los procesos inconscientes en la vida mental de todo
individuo, mentalmente sano o enfermo. Puede resultar de interés el seguir en
forma breve los pasos que llevaron a la estructuración de técnica de Freud.
Como Freud mismo nos contara en su esbozo autobiográfico (1925),
comenzó su carrera médica como neuroanatomista, y muy competente.
Enfrentando, empero, con la necesidad de ganarse la vida, inicio la práctica
médica como neurólogo y tuvo entonces que tratar pacientes a los que hoy
llamaríamos neuróticos o psicóticos. Esto rige aun, claro esta, para todo
especialista en neurología, excepto para aquellos con cargos académicos u
hospitalarios de dedicación exclusiva (full-time) quienes no ven paciente privado
alguno. La practica de un neurólogo, ahora como entonces, consiste en pacientes
psiquiátricos. En la época en que Freud comenzó su práctica profesional no existía
una forma racionalmente, es decir, etiológicamente orientada de tratamiento
psiquiátrico. En verdad, había pocas en todo el campo de la medicina. La
bacteriología, si bien ya saliendo de su infancia, estaba por cierto en su primera
adolescencia; la cirugía aséptica acababa de ser adoptada y los grandes
adelantos de la cirugía y la patología apenas habían comenzado a hacer posibles
mejoras sustanciales en el tratamiento de los pacientes. Hoy nos resulta obvio que
cuanto mas profunda sea l preparación medica del profesional, mejores serán los
resultados terapéuticos: la medicina clínica se ha transformado en cierto grado en
una ciencia. Es difícil darse cuenta de que hace solo cien años no era
precisamente este el caso que el medico de correcta educación escolástica
apenas si era superior al mas ignorante de los charlatanes en su capacidad para
tratar las afecciones, aun cuando fuera capaz de diagnosticarlas mucho mejor. No
resulta extraño, por ejemplo, leer acerca del menosprecio de Tolstoi por los
médicos y nos sentimos inclinados a atribuirlo a su idiosincrasia particular como la
convicción de un novelista de nuestros tiempos, Aldous Huxley, de que las lentes
correctoras ya no son necesarias para la miopía pero el hecho es que ni aun el
medico bien preparado de los tempranos días de Tolstoi podría curar las
enfermedades y según el criterio ofrecido por los resultados, resultaba ser un
blanco excelente para las burlas de los críticos. Fue solo durante la ultima mitad
del siglo XIX que la medicina que enseñaba en las universidades se
mostro
claramente superior en los resultados al naturalismo, ciencia cristiana, homeopatía
o superstición popular.
Como se podía esperar que lo hiciera un profesional bien preparado, Freud
utilizo los métodos de tratamiento científico que hallo a su disposición. Por
ejemplo, para los síntomas de histerismo empleo los tratamientos eléctricos
recomendados por el gran neurólogo Erb gran parte de cuyo trabajo en el ámbito
de la electrofisiología clínica es valido aun hoy. Lamentablemente, empero, las
recomendaciones de Erb para el tratamiento de la histeria no estaban tan bien
fundamentadas y, como Freud nos lo cuenta, tuvo por fin que llegar a la
conclusión del que el tratamiento de Erb de la histeria era inútil y que los
resultados atribuidos eran simplemente falsos. En 1885 Freud había ido a Paris,
donde estudio durante varios meses en la clínica de Charcot. Se familiarizo con la
hipótesis como método para la obtención de los síntomas histéricos y para su
tratamiento, así como con el síndrome de histeria, tanto grande como petite, que
Charcot había delimitado. Como otros neurólogos al día de su tiempo, Freud
procuro borrar los síntomas de sus pacientes mediante la sugestión hipnótica, con
diversos grados de éxito. Fue por ese entonces que su amigo Breuer le conto una
experiencia que había tenido con una paciente histérica y que fue de importancia
crucial en la generación del psicoanálisis. También Breuer era medico en ejercicio,
con considerable talente y con excelente preparación fisiológica. Entre otras
cosas, colaboro en el descubrimiento del reflejo respiratorio conocido como reflejo
de Hering-Breuer e introdujo el uso de la morfina en los casos de edema pulmonar
agudo. Lo que Breuer le conto a Freud es que hacia varios años había tratado a
una mujer histérica mediante hipnosis y había comprobado que sus síntomas
desaparecieron cuando fue capaz, en su estado hipnótico, de recordar la
experiencia pasada y la emoción concurrente que la habían llevado al síntoma en
cuestión: sus síntomas desaparecieron al conversarlo bajo hipnosis. Con todo
entusiasmo Freud aplico este método 0para el tratamiento de sus propios
pacientes histéricos, con buenos resultados. Las conclusiones de su labor fueron
publicadas en artículos en colaboración con Breuer (1895) y, finalmente, en una
monografía.
Al proseguir, empero, Freud hallo que la hipnosis no es tan fácil de ser
inducida, que los buenos resultados propendían a ser transitorios y que algunas,
por lo menos, de sus pacientes féminas se sentían sexualmente atraídas hacia el
en el curso del tratamiento hipnótico, hecho que a él le resultaba poco agradable.
En ese momento el recuerdo de un experimento de un hipnotizador francés
Bernheim vino a ayudarlo. Bernheim había demostrado a un grupo, del cual Freud
formaba parte, que la amnesia de un sujeto con respecto a su experiencia
hipnótica podía borrarse sin volver a hipnotizar al paciente, urgiéndolo a recordar
lo que el afirma que no podía. Si la insistencia era bastante fuerte y poderosa, el
paciente recordaba lo que había olvidado sin necesidad de que se le volviera a
hipnotizar. Freud arguyo sobre dicha base que también debía ser el capaz de
borrar la amnesia histérica sin hipnosis, y se aplicó a hacerlo. Desde estos
comienzos desarrollo la técnica psicoanalítica, cuya escancia consiste en que el
paciente decide comunicar al psicoanalista todos los pensamientos que asoman a
su mente sin excepción, y se cuida de no ejercer sobre ellos una orientación
consciente o una censura.
Ha ocurrido con frecuencia en la historia de la ciencia que una innovación
técnica ha abierto todo un mundo de datos e hizo posible comprender, es decir,
construir hipótesis validas acerca de lo que previamente había sido comprendido
en forma incorrecta o incompleta. El invento del telescopio por Galileo fue uno de
esos adelantos técnicos e hizo posible un progreso inmenso en el campo de la
astronomía y el empleo por Pasteur del microscopio en el estudio de las
enfermedades infecciosas fue igualmente revolucionario en su efecto sobre dicho
campo de la ciencia. El desarrollo y la aplicación de la técnica psicoanalítica, hizo
posible que Freud, el genio que la creo y la aplico, realizara descubrimientos que
han revolucionado tanto la teoría como la practica de la psiquiatría, en particular
de la psicoterapia, así como efectuar contribuciones del tipo mas fundamental a la
ciencia de la psicología humana en general.
La razón del gran valor que posee que el paciente renuncie al control
consiente de sus pensamientos es esta: lo que el paciente piensa y dice bajo tales
circunstancias esta determinado por pensamientos y motivos inconscientes. Así,
Freud, al escuchar las asociaciones ―libres‖ del paciente –que después de todo
solo estaban libres del control consciente podría formar un cuadro. Por inferencia,
de lo que estaba ocurriendo en la mente del paciente. Él estaba, por tanto, en una
situación única para poder escuchar los procesos mentales inconscientes de sus
pacientes y lo que descubrió, en el transcurso de años y paciente y cuidadosa
observación, fue que no solo los síntomas histéricos sino también muchos
aspectos normales y patológicos del comportamiento y pensamiento eran el
resultado de aquello que estaba sucediendo inconscientemente en la mente del
individuo que lo producía.
Al estudiar los fenómenos mentales inconscientes, Freud descubrió pronto
que estos podrían ser divididos en dos grupos. El primer grupo comprendía
pensamientos, recuerdos, etc., que con facilidad podían hacerse consientes por un
esfuerzo de la atención. Tales elementos psíquicos tienen fácil acceso a la
consciencia y Freud los domino ―preconscientes‖. Cualquier pensamiento que
puede ser consciente en un momento determinado, por ejemplo es preconsciente
tanto antes como después de ese momento particular. El grupo mas interesante
de fenómenos inconscientes, sin embargo, comprende aquellos elementos
psíquicos que solo pueden adquirir consciencia por l aplicación de esfuerzo
considerable. En otras palabras, estaban aislados de la consciencia por una fuerza
considerable que tenia que ser vencida para que pudieran hacerse conscientes.
Eso es lo que hallamos, por ejemplo, en un caso de amnesia histérica.
Fue para este segundo grupo de fenómenos que Freud reservo el término
―inconsciente‖ en sentido estricto. Pudo demostrar que el que fueran inconscientes
en este sentido de ninguna manera evitaba que ejerciera una influencia muy
importante en el funcionamiento mental. Además, demostró que los procesos
inconscientes pueden ser muy semejantes a los consientes en precisión y
complejidad.
Como ya hemos dicho, aun no poseemos una manera de observar
directamente las actividades mentales inconscientes. Solo podemos apreciar sus
efectos expresados en los pensamientos y sentimientos que el paciente nos
comunica y en sus acciones, que pueden ser narradas u observadas. Tales datos
son derivados de las actividades mentales inconscientes y de ello se pueden
extraer conclusiones concernientes a las actividades mismas.
Los datos son particularmente completos y claros cuando se sigue la
técnica analítica que Freud creo. Sin embargo, existen otras fuentes de datos que
proporcionan evidencia para que nuestra afirmación fundamental de que los
procesos mentales inconscientes tienen la capacidad de producir efectos sobre
nuestros pensamientos y acciones, y puede ser interesante revisar una breve
revisión de su naturaleza.
Las evidencias de este tipo que tienen el carácter de un experimento, la
proveen los hechos bien conocidos de la sugestión posthipnotica. Se hipnotiza a
un sujeto y, mientras se halla en estado hipnótico, se le dice algo que ha de hacer
después de desaparecido ese estado. Por ejemplo, se le dice: ―cuando el reloj de
las dos, usted se levantara de su silla y abrirá la ventana‖. También antes de
despertar se le dice que no recordara nada de lo sucedido durante su transe y se
lo despierta. Poco después de despertar, el reloj da las dos y el abre la ventana. Si
luego se le pregunta por que lo hizo, contestara: ―No se; simplemente quise
hacerlo‖, o, como es mas frecuente, procura racionalizarlo de alguna manera, por
ejemplo, diciendo que sentía calor. La cuestión reside en que no tenia consciencia,
en el momento de ejecutar la acción que el Hipnotizador le había ordenado, de por
que lo hacia, y que no podía adquirir consciencia de ello por un simple acto de
recordación o introspección. Tal experimento muestra claramente que un
verdadero proceso mental inconsciente puede poseer un efecto dinámico o
motivador sobre el pensamiento o la conducta.
De la clínica o de la observación general se pueden obtener otras pruebas
de este hecho. Tómense, por ejemplo, ciertos fenómenos de sueño. Es verada, es
claro, que para un estudio adecuado de los sueños y del soñar en general es
esencial emplear la técnica de investigación que Freud creo, es decir, la técnica
psicoanalítica. Sin lugar a dudas el estudio de los sueños por Freud mediante esta
técnica es una de sus mayores logros, y su libro, La interpretación de los sueños,
se estima como una de las obras científicas m auténticamente grandes y
revolucionarias de todos los tiempos. Pero no necesitamos penetrar en detalles
del estudio de la interpretación de los sueños para nuestro propósito actual. Por
diversas fuentes, por ejemplo los diarios y libros de bitácora de las primeras
expediciones árticas, es muy sabido que los hombres hambrientos normalmente o
muy a menudo sueñan con alimentos y con comer. Creo que resulta fácil
reconocer que el hambre dio origen a tales sueños y, claro esta, esos hombres al
despertar están bien conscientes de ello. Pero durante el sueño, cuando estaban
soñando con hartarse en banquetes, no estaban consientes del hambre, sino solo
de un sueño de saciamiento, de modo que podemos decir que en el momento en
que el sueño era soñado, algo se estaba produciendo inconscientemente en la
mente de los soñadores; y ese algo daba origen a dichas imágenes iniricas
consciente experimentadas
Otros sueños de conveniencia, como aquellos en que el soñador sueña que
esta bebiendo solo para despertarse y comprobar que esta sediento, o sueña que
esta orinando o defecando y despierta con la correspondiente necesidad de
evacuar, demuestra en forma similar que durante el sueño la actividad mental
inconsciente puede producir un resultado consciente… en estos casos, de que
esta sensación orgánica inconsciente y los deseos relacionados con ella den
origen a un sueño consciente de la satisfacción o el alivio deseados. Tal
demostración es importante en si misma y se puede hacer sin una técnica especial
de observación. Sin embargo, mediante la técnica psicoanalítica, Freud pudo
demostrar que detrás de todo dueño, existen pensamientos y deseos activos
inconscientes y así estableció como regla general que cuando se producen
sueños estos son causados por una actividad mental inconsciente para el soñador
que permanecería en tal situación si no se emplea la técnica psicoanalítica.
Hasta las investigaciones de Freud de las ultimas décadas del siglo XIX los
sueños habían sido despreciados como objeto de estudio científico serio y con
todo acierto, se puede agregar, pues antes de el no existo una técnica adecuada
para estudiarlos, con el resultado de que cualesquiera estudios serios que se
hayan hecho han arrojado poca luz sobre ellos. Freud ha llamado la atención
sobre otro grupo de fenómenos, también descuidado antes, que demuestra del
mismo modo como las actividades mentales inconscientes pueden afectar nuestra
conducta consciente. Se producen durante la vigilia, que no en el sueño, y son lo
que en general llamaos lapsos: lapsos verbales, escritos y mnemónicos y demás
acciones similares para las cuales no tenemos un nombre genérico muy exacto en
ingles. En alemán se denominan fehlleistungen, literalmente, actos errados. Como
en el caso de los sueños algunos lapsos son bastantes claros y simples con o
para que podamos adivinar con un alto grado de exactitud y convicción cual es su
significado
inconsciente.
es
manifiestamente
fácil
olvidar
algo
que
es
desagradable o molesto, como pagar una cuenta, por ejemplo, el joven
enamorado, por otra parte, no olvida una cita con su amada, o si lo hace es
probable que la encuentre pidiéndole cuentas por este signo inconsciente de
descuido del mismo modo que s hubiera sido uno completamente intencional. No
es difícil adivinar que en un hombre joven vacila en sus intenciones matrimoniales
si nos cuenta que mientras manejaba para ir a su boda se detuvo ante una luz de
transito y solo cuando esta cambio se dio cuenta de que se había detenido ante
una luz verde y no roja. Otro ejemplo igualmente transparente, que más bien
pudiera denominarse acto sintomático que el lapso, fue proporcionado por un
paciente cuya cita fue cancelada un día por razones de conveniencia del analista.
El paciente se encontró libre durante el tiempo que por lo habitual tenía ocupado
en concurrir para su tratamiento y decidió probar un par de pistolas de duelo
antiguas, recién adquiridas. De modo que durante el tiempo que habitualmente
hubiera estado yaciendo en el sofá del psicoanalista, ¡estuvo tirando al blanco con
pistolas para duelo! creo que aun sin las asociaciones del paciente uno podría
afirmar con bastante seguridad que se sentía enojado con su analista por haberle
fallado en la cita de ese día. Debemos agregar que como en el caso de los
sueños, Freud pudo aplicar su t6ecnica psicoanalítica para demostrara que la
actividad mental inconsciente desempeña un papel en la producción de todos los
lapsos, y no solo en aquellos en los que la importancia de tal actividad es muy
evidente, como ocurre en los ejemplos que acabamos de ofrecer.
Otra prueba fácil de demostrar de la proposición de que todos los procesos
mentales inconscientes individuales son de importancia en la vida mental es la
siguiente. Los motivos de la conducta de una persona son a menudo obvios para
el observador aun que desconocidos para ella misma. Los ejemplos de esto nos
son familiares por la experiencia clínica y personal. De su conducta puede resultar
obvio, por ejemplo, que una madre es dominante y exigente con su hijo aun
cuando ella supone que es la más sacrificada de las madres y que solo desea
hacer lo que sea mejor para su hijo y sin tener en cuenta sus propios deseos. Creo
que la mayoría de nosotros podría con facilidad suponer que esta mujer sentía un
deseo inconsciente de dominar y controlar a su hijo, pese no solo a su ignorancia
de ello sino también a pesar de su enérgica negación de tal deseo. Otro ejemplo
algo divertido es el del pacifista que esta pronto a discutir violentamente con
cualquiera que contradiga su punto de vista sobre lo errado de la violencia. Es
obvio que su pacifismo consiente va acompañado de un deseo inconsciente de
pelear que en este caso es eso mismo que su actitud consiente condena.
Claro esta, la importancia de la actividad mental inconsciente fue
demostrada primero y ante todo por Freud en el caso de los síntomas de
pacientes mentalmente enfermos. Como resultado de sus descubrimientos, la idea
de que tales síntomas tienen un significado desconocido para el paciente se suele
aceptar y comprender ahora en forma tan general que casi no requiere que se la
ejemplifique. Si un paciente padece una ceguera histérica, suponemos
naturalmente que hay algo que en forma inconsciente no desea ver o que su
conciencia le impide mirar. Es verdad que de ningún modo es fácil adivinar
siempre correctamente el significado inconsciente de un síntoma y que los
determinantes inconscientes de aun un síntoma solo pueden ser muchos y muy
complejos, de modo que si uno puede acertar debidamente su significado, este es
solo una parte y a veces una pequeña parte del conjunto de la verdad. Para
nuestro propósito actual, sin embargo, esto no tiene importancia pues
simplemente consiste en indicar mediante ejemplos las diversas fuentes de
evidencias para nuestra proposición fundamental concerniente a los procesos
mentales inconscientes.
Aun cuando ahora en visión retrospectiva, podemos apreciar, como en
nuestros ejemplos, que hasta sin la ayuda de la técnica psicoanalítica es posible
establecer el poder de la actividad mental inconsciente para influir sobre los
pensamientos y la conducta consciente de las personas, tanto sanas como
enfermas mentalmente, y también en la situación experimental de la hipnosis,
debemos recordar no obstante, que fue el empleo de dicha técnica el que
originariamente hizo posible ese descubrimiento y que fue esencial para el estudio
mas completo de los fenómenos mentales inconscientes.
Este estudio convenció a Freud de que en realidad la mayor parte del
funcionamiento mental se produce fuera de la conciencia y que esta es de aquel
más bien una cualidad o atributo desusado que habitual. Esto se encuentra, claro
esta, en neto contraste con el punto de vista que prevalecía antes de la época de
Freud acerca de que consciencia y actividad mental eran sinónimos. Hoy creemos
que no es así y que la consciencia, aun que es una característica importante de
las operaciones mentales, de ninguna manera es necesaria. Creemos que no
tiene por qué participar y que a menudo no participa ni si quiera en los procesos
mentales que son decisivos en la determinación de la conducta del individuo o a
aquellos que son mas complejos y precisos por naturaleza. Tales operaciones aun
las complicadas y decisivas pueden ser bien inconscientes.
CAPITULO II
LOS IMPULSOS
Las dos hipótesis que acabamos de discutir son fundamentales para
cualquier exposición de teoría psicoanalítica. Forman un cimiento, digamos, sobre
el cual descansa todo lo demás., o, si se prefiere una metáfora distinta son guías
que orientan y determinan nuestro enfoque al formular todas las hipótesis
subsiguientes que conciernen a las diversas partes o elementos del aparato
psíquico y su manera de funcionar.
Prosigamos nuestro intento de presentar el esquema de la mente que
ofrece la teoría psicoanalítica mediante una consideración de las fuerzas
instintivas que se estiman que le dan energía y la impelen a la actividad.
Las teorías psicológicas que Freud desarrollo estuvieron siempre
fisiológicamente orientadas tan lejos como fue posibles llevarlas, sin duda, como
sabemos por parte de su correspondencia recién publicada, realizo una ambiciosa
tentativa de formular una psicología neurológica a comienzos de 1890 [Freud,
1924]. Se vio forzado a abandonarla pues los hechos no permitían una correlación
satisfactoria entre las dos disciplinas, pero Freud compartió por cierto la opinión
que suelen sostener la mayoría de los psiquiatras y quizá de los psicólogos no
médicos también, de que algún día los fenómenos mentales podrán ser descritos
en términos de funcionamiento cerebral. Aun no parece posible cumplir esto en
forma satisfactoria aun que se han hecho algunas tentativas interesantes en este
sentido. Cuando tendrán éxito dichos intentos es algo que no se puede predecir y,
mientras tanto los nexos formales o teóricos entre el psicoanálisis y otras ramas
de la biología son pocos. Los dos principales concierne a las funciones psíquicas
que están relacionadas con la percepción sensorial y a las fuerzas instintivas
denominadas "impulsos", que forman el tema de este capitulo.
Primero una palabra sobre nomenclatura. Lo que aquí denominamos
impulsos, a menudo se menciona también en la literatura psicoanalítica como
instintos. Esta es una palabra mas familiar que impulso en el sentido actual pero
en este caso parece preferible la palabra menos familiar, por la razón de que el
aspecto del funcionamiento psíquico humano que se desea describir es
claramente distinto de los que se denominan instintos en los animales inferiores,
aun que sin duda están relacionados con ellos. La distinción a hacer es esta... un
instinto es una capacidad o necesidad innata de reaccionar a un grupo
determinado de estimulo en una forma estereotipada o constante, una forma que
se
acepta
generalmente
como
comprendiendo
un
comportamiento
considerablemente mas complejo que aquellos que llamamos reflejo simple, como
el reflejo patalear, por ejemplo. No obstante, cual un reflejo simple, el instinto de
un animal dotado de un sistema nervioso central se supone que este compuesto
de un estimulo, algún tipo de excitación central y una respuesta motora que sigue
un curso predeterminado. Lo que llamamos impulso en un hombre, por otra parte
no incluye la respuesta motora sin solo el estado de excitación central en
respuesta al estimulo. La actividad motora que sigue a este estado de excitación
tiene como mediador una parte altamente diferenciada de la mente que en la
terminología psicoanalítica se conoce como el "ego" y que permite que la
respuesta al estado de excitación que constituye el impulso o tensión instintiva sea
modificada por la experiencia y la reflexión en ves de estar predeterminada, como
el caso de los instintos de los animales inferiores [Hartmann, 1948].
No debe llevarse demasiado lejos la diferencia entre la vida instintiva del
hombre y las manifestaciones similares de los animales inferiores. Es el hombre
adulto, por ejemplo, es obvio que existe una conexión intima entre el impulso
sexual y ese patrón innato de respuesta que llamamos orgasmo. Podemos
agregar que en el caso de un impulso instintivo en el hombre, la respuesta motora
esta predeterminada por factores genéticos en una forma general y amplia. Sigue
siendo verdad empero, que el grado en que la respuesta queda así determina es
mucho menor en el hombre de lo que parece ser en otros animales y que el grado
en que los factores de ambiente y de experiencia pueden modificar las respuestas
es mucho mayor en el hombre. Por ello preferimos tomar en cuenta estas
diferencias y hablar de "impulsos" en ves de "instintos" en el hombre. Un impulso,
entonces, es un constituyente psíquico genéticamente determinado que, cuando
actúa, produce un estado de excitación psíquica, o como se dice a menudo,
detención. La excitación o tención, o gratificación. La primera seria la
determinación más objetiva y ultima, la más subjetiva. De este modo vemos que
hay una secuencia que es característica de la operación del impulso. Esta
secuencia podemos denominarla tensión, actividad motora y cesación de la
tensión, o, si lo preferimos, necesidad, actividad motora y gratificación. Aquella
terminología deja deliberadamente de lado los elementos de la experiencia
subjetiva, mientras que la segunda se refiere a ella en forma explicita.
El atributo que poseen los impulsos de impero al individuo a la actividad, a
Freud le resulto análogo el concepto de energía física, que claro esta se define
como la capacidad de producir trabajo. En consecuencia, Freud supuso que hay
una energía psíquica que forma parte de los impulsos o que en cierta forma deriva
de ellos. La energía psíquica no ha sido concebida como igual a la energía física
en forma alguna. Es meramente análoga a ella en los sentidos que ya hemos
mencionado. Nadie ha visto jamás la energía psíquica, y nadie jamás la vera, del
mismo modo que nunca ha sido vista ninguna de las formas de la energía física. El
concepto de energía psíquica, como el de energía física, es una hipótesis que
tiene como objeto servir al propósito de simplificar y facilitar nuestra comprensión
de los hechos de nuestra vida mental que podemos observar.
Freud continuo la analogía entre sus hipótesis psicológicas y físicas y hablo
de cuanto la energía psíquica del que un objeto o persona determinada están
investidos. Para este concepto Freud utilizo la palabra alemana Besetzung que ha
sido traducida al ingles como la palabra catexis. La definición exacta de catexia es:
la cantidad d energía psíquica que esta orientada o unida a la representación
mental de una persona o cosa. Es decir, que e impulso o su energía se consideran
como fenómenos puramente intrapsiquicos. La energía no se puede fluir a través
del espacio y catectizar o unirse al objeto exterior directamente. Claro esta que lo
que se catectiza son los diversos recuerdos, pensamientos o fantasías del objeto
que comprenden a lo que llamamos representaciones mentales o psíquicas.
Cuanto mayor la catexia, mas importante es el objeto, psicológicamente halando y
viceversa.
Podemos ilustrar nuestra definición de catexia con el ejemplo de una
criatura cuya madre es la fuente de muchas gratificaciones instintivas importantes.
Como es natural esperar que sea el caso. Con nuestra nueva terminología,
expresamos este hecho diciendo que la madre de la creatura es un objeto
importante de sus impulsos y este objeto esta altamente caracterizado con energía
psíquica. Con esto queremos decir que los pensamientos, imágenes y fantasías
del niño que conciernen a la madre, es decir la representación mental de esta en
la mente del niño, están altamente catectizados.
Volvamos ahora a la cuestión de la clasificación y naturaleza de los
impulsos. La hipótesis de Freud acerca de su clasificación se modifico y
evoluciono en el curso de unas tres décadas, es decir desde alrededor de 1890
hasta 1920, y otros autores hicieron agregados importantes a su ideas en los
últimos diez anos. En su primera formulación propuso dividir los impulsos en
sexual y de auto conservación. Pronto abandono la idea de un impulso de auto
conservación, pues lo consideraba una hipótesis insatisfactoria, y por muchos
años todas las manifestaciones instintivas se consideraron como parte o derivado
del impulso sexual. El estudio de diversos fenómenos psíquicos, empero, y en
particular los del sadismo y masoquismo, llevaron eventualmente a Freud a revisar
una vez mas sus teorías y en mas allá del principio del placer [Freud 1920] formulo
la teoría de los impulsos que aceptan hoy en general todos los Psicoanalistas aun
que, como veremos no todos la aceptan íntegramente en la forma en que Freud la
presento originalmente.
En su última formulación Freud propuso responder de los aspectos instintos
de nuestra vida mental suponiendo la existencia de dos impulsos, el sexual y el
agresivo. Como su nombre lo sugiere el dualismo esta relacionado en una forma
muy tosca con lo que queremos decir cuando hablamos de sexo y agresión, pero
de hecho no es posible una definición concisa de los dos impulsos. Podemos
acércanos un poco mas a lo que queremos decir si expresamos que un impulso da
origen al componente erótico de las actividades mentales, mientras que el otro
genera el componente puramente destructor.
Tal precaución y meticulosidad en el vocabulario es necesaria por que la
teoría de Freud supone, y esto es lo mas importante a recordar en la teoría dual
de los impulsos, que en todas las manifestaciones instintivas que podemos
observar normales o patológicas, participan ambos impulsos, el sexual y el de
agresión. Para emplear la terminología de Freud, los dos impulsos están
habitualmente "fusionados" aun que no necesariamente en cantidades iguales.
Así hasta el acto mas encallecido de crueldad intencional que en su
superficie no parece satisfacer más que algún aspecto del impulso de agresión,
aun posee algún significado sexual y le proporciona un cierto grado de
gratificación sexual inconsciente. Del mismo modo no hay acto de amor por mas
tierno que sea que no proporcione simultáneamente un medio inconsciente de
descarga del impulso de agresión.
En otras palabras, los impulsos que postulamos no son observables como
tales en la conducta human en su forma pura y no mixta. Son abstracciones de los
datos de la experiencia. Son hipótesis conceptos de trabajo, para emplear un
término en uso en la actualidad que consideramos que nos permiten explicar y
comprender nuestros datos en la forma más simple y sistemática posible. De
modo que nunca debemos esperar o buscar un ejemplo clínico en el cual el
impulso de agresión aparezca separado del sexual o viceversa. El impulso de
agresión no mas sinónimo de lo que habitualmente se entiende por agresión que
cuanto lo pudiere ser el impulso sexual de un deseo de relación sexual.
En nuestra teoría actual, distinguimos, entonces dos impulsos. A uno de
estos lo llamamos el sexual o erótico y al otro el agresivo o destructor. De acuerdo
con esta distinción también suponemos que hay dos clases de energía psíquica,
aquella que esta asociada con el impulso sexual y la que esta relacionada con el
de agresión. La primera tiene un nombre especial "libido", la otra carece de ese
nombre, aun que alguna vez se sugerido que se la denominara "destruido", de
destruir y por analogía. Algunas veces se hace referencia a ella simplemente
como energía de agresión aun que a veces se le dice "agresión". Este uso no es
afortunado pues como ya hemos dicho el significado de la energía agresiva y del
impulso agresivo no es el mismo que para la conducta a la que hacemos
referencia comúnmente como agresión y usar la misma palabra para ambos solo
puede llevar a una confusión innecesaria al tender disimular la distinción
importante que debe hacerse entre ellos.
También es importante apreciar que la división de los impulsos en sexual y
agresivo en nuestra teoría actual esta basado en la evidencia psicológica. En su
formulación original, Freud intento relacionar la teoría psicológica de los impulsos
con conceptos biológicos más fundamentales y propuso que los impulsos se
denominaran,
respectivamente,
de
vida
y
de
muerte.
Estos
impulsos
corresponderían aproximadamente a los procesos de anabolismos y catabolismos,
y tendrían una importancia más que psicológicas. SERIAN CARACTERISTICAS
instintivas de toda materia viviente, instinto del protoplasma podríamos decir.
Por correctas o incorrectas que sean estas especulaciones biológicas de
Freud, es cierto que han llevado a un alto grado de confusión. No se insistirá
demasiado si se dice que la división de los impulsos que empleamos esta basada
en cimientos clínicos y que permanecerá o caerá solo con ellos mismos. Que
Freud estuviera acertado o errado en sus ideas sobre impulsos de vida y de
muerte nada tiene que ver con la cuestión. De hecho algunos psicoanalistas
aceptan el concepto de un impulso de muerte y otros [quizá la mayoría en l
actualidad] no lo hacen., pero tanto estos como aquellos están en general
persuadidos del valor en un nivel clínico de considerar las manifestaciones
instintivas como compuestas de una mezcla de los impulsos sexual y de agresión.
Freud definió primero al impulso como un estimulo de la mente proveniente
del organismo [Freud, 1905 b] puesto que en ese entonces consideraba solo los
impulsos sexuales, tal definición parecía concordar con los hechos en forma
satisfactoria. No solo la excitación y gratificación sexual están relacionadas en
forma obvia con la estimulación y modificaciones físicas de diversas partes del
cuerpo, sino que también las hormonas liberadas por varias glándulas endocrinas
tienen un efecto profundo sobre toda la vida y conducta sexual. Sin embargo, en el
caso del impulso agresivo, la evidencia de una base somática no es tan clara. En
un principio se sugirió que la musculatura podía poseer una relación con este
impulso muy semejante a la del impulso sexual con las partes sexualmente
excitables del organismo. Puesto que en la actualidad no sabemos de evidencia
alguna, fisiológica, química o psicológica, que sostenga esta hipótesis, esta ha
sido totalmente abandonada. Parecería suponerse en forma tacita que el sustrato
somático del impulso de agresión esta proporcionado por la forma y función del
sistema nervioso. Quizás algunos analistas prefieran no ir tan lejos y que se deje
la cuestión de la base somática para el impulso de agresión como algo sin
respuesta por ahora.
Antes de seguir adelante con tales cuestiones teóricas es probable que sea
más conveniente volver hacia los aspectos de los impulsos que están en estrecha
relación con el hecho observables. Hay muchas formas en las que se puede hacer
esto y una tan buena como cualquier otra seria considerar un aspecto de los
impulsos que ha demostrado poseer una importancia particular en la teoría y la
practica, es decir, su evolución genética.
Por razones de simplificación, comencemos con el impulso sexual o erótico,
puesto que estamos familiarizados con su evolución y vicisitudes que cuanto lo
estamos con su a veces compañero y a veces rival, el impulso agresivo. La teoría
psicoanalítica postula que tales fuerzas instintivas ya están en acción en él bebe,
influyendo en su conducta y exigiendo la gratificación que luego producen los
deseos sexuales en el adulto, con todas sus penas y alegrías. Es indudable que la
palabra "postula" es inadecuada, en relación con esto: seria mejor decir que se
considera que esta proposición ha sido ampliamente demostrada.
Las pruebas existentes provienen de por lo menos tres fuentes. La primera
es la observación directa de los niños. Es realmente notable cuan obvias son las
evidencias de deseos y conductas sexuales en los niños pequeños si uno habla
con ellos con una mentalidad objetiva e imparcial. Lamentablemente, "ahí esta el
obstáculo", por que es precisamente a causa de la propia necesidad de cada
persona de olvidar y negar los deseos y conflictos sexuales de su temprana niñez
que antes de las investigaciones de Freud casi nadie fue capaz de reconocer la
presencia obvia de deseos sexuales en los niños que observaba. Las otras
fuentes de evidencia sobre este punto provienen de los análisis de los niños y de
los adultos. En los primeros se puede ver en forma directa y en los últimos se
puede inferir por reconstrucción, la gran importancia de los deseos sexuales
infantiles así como su naturaleza.
Un punto más hay que aclarar. La similitud entre los deseos sexuales del
niño de tres a cinco anos y los del adulto es tan llamativa, cuando se reconocen
los hechos, que nadie tiene vacilación alguna en llamarlos por el mismo nombre
en el niño y en el adulto. ¿Pero como hemos de identificar las derivaciones o
manifestaciones del impulso sexual en una etapa anterior aun? podemos hacerlo
observando:1 [que en el curso del desarrollo normal se hacen parte de la conducta
sexual del adulto, subordinada y contribuyendo a la excitación y gratificación
genital como sucede comúnmente en los besos, miradas, caricias, exhibiciones y
de mas, y 2[que en ciertos casos de desarrollo sexual anormal [perversiones
sexuales] uno u otro de estos intereses o acciones infantiles se transforma en la
fuente principal de gratificación sexual en el adulto [Freud 1905 b].
Estamos ahora en posición de poder describir en una forma esquemática lo
que se conoce de la secuencia típica de las manifestaciones del impulso sexual
desde la infancia, secuencia que Freud describió en cuanto le es esencial ya en
1905, en sus tres ensayos sobre la sexualidad.
El lector debe comprender que las etapas a describir no están separadas en
forma tan clara una de otra como podría implicarlo nuestra presentación
esquemática. En realidad cada etapa se compenetra con la siguiente de modo que
la transición es muy gradual. Por la misma razón los tiempos de duración
otorgados a cada etapa deben tomarse como muy aproximados a cada etapa
deben tomarse como muy aproximados y de tipo promedio.
Durante el primer ano y medio de vida, aproximadamente, la boca, los
labios y la lengua son los principales órganos sexuales de la criatura. Con esto
queremos
decir
que
sus
deseos,
así
como
sus
gratificaciones,
son
primordialmente orales. La prueba de esto es en su mayor parte de tipo
reconstructivo, es decir, basada en los análisis de niños mayores y de adultos,
pero también es posible observar bastante directamente la importancia que tienen
para niños de esta edad, y aun mayores, el succionar, tomar con la boca y morder,
como fuentes de placer.
En el ano y medio siguiente, el otro extremo del tubo digestivo, es decir el
ano, se constituye en el lugar más importante de tensiones y gratificaciones
sexuales. Estas sensaciones de agrado y desagrado están asociadas con la
expulsión y la retención de las heces, y estos procesos orgánicos, como las heces
en si, son los objetos de máximo interés para el niño.
Hacia fines del tercer ano de vida el papel sexual principal comienza a ser
desempeñado por los genitales y de allí en adelante, normalmente, los conservan.
Esta fase del desarrollo sexual se conoce como fálica por dos razones. En primer
lugar, el pene es el objeto principal de interés para el niño de uno u otro sexo. En
segundo lugar, consideramos que el órgano de la excitación y el placer sexual en
la pequeña durante este periodo es el clítoris, el cual embriológicamente en la
mujer es análogo al pene. Para mayor confirmación, puede ocurrir que esto siga
siendo así durante la vida posterior, aunque habitualmente la vagina remplaza al
clítoris en este sentido.
Estas son entonces las tres etapas del desarrollo psicosexual en el niño,
oral, anal y fálica, la ultima de las cuales penetra en la etapa de organización
sexual adulta en la pubertad. Esta etapa adultez se conoce como genital y si se
mantiene un uso adecuado se reservara la frase "fase genital" para ella podemos
incluir aquí que la distinción entre fase fálica y genital es de fondo y no solo de
nombre, puesto que la capacidad para el orgasmo se suele adquirir en la pubertad
únicamente. Empero, no siempre se hace un empleo apropiado en este sentido e
la literatura psicoanalítica y la palabra "genital" se utiliza con frecuencia en lugar
de la correcta que es "fálica". En particular se suele denominar pre genitales en
vez de pre fálicas a las faces oral y anal.
Además de las tres modalidades destacadas de la sexualidad en el niño
que dan nombre a las fases principales que hemos considerado, existen otras
manifestaciones del impulso sexual que merecen ser mencionadas. Una de estas
es el deseo de mirar que suele ser mas marcado en la etapa fálica, y s
contraposición el deseo de exhibir. El niño desea ver los genitales de otros, así
como exhibir los propios. Es claro que esta curiosidad y exhibicionismo incluyen
otras partes de los organismos y otras funciones orgánicas también.
Otro componente de la sexualidad que suelen hallarse presente en el niño
es el que esta relacionado con la uretra y la micción. Se denomina erotismos
uretrales. Las sensaciones cutáneas también aportan su parte, y además lo hacen
el oído y el olfato, de modo que hay oportunidad para una variación individual
considerable de niño a otro en este solo terreno. El que las variaciones producidas
en la importancia relativa de las distintas modalidades sexuales se deba a
diferencias constitucionales en los niños o que su causa este en la influencia del
ambiente, seria una cuestión debatible. Los psicoanalistas tienden a suponer, con
Freud, que en algunos casos son mas importantes los factores constitucionales y
en otros los de ambiente, mientras que en la mayoría de ocasiones cada grupo de
factores brinda su aporte al resultado final [Freud 1905 b].
Hemos descrito la secuencia de fases que se produce normalmente durante
la infancia como manifestaciones del impulso sexual. Esta secuencia involucra,
naturalmente, variaciones en el grado de interés y de importancia que se incorpora
en la vida psíquica del niño a los diversos objetos y modos de gratificación del
impulso sexual. Por ejemplo, el pezón o el pecho es de una importancia psíquica
mucho mayor durante la fase oral, que en la fase anal o fálica, y lo mismo vale
para la succión, forma de gratificación que es característica, claro esta, de la
primera fase oral. También hemos visto que estas modificaciones se generan en
forma gradual y no abrupta, y que los antiguos objetos y modos de gratificación
solo se van abandonando de a poco, aun que después de los nuevos hace ya
tiempo que están establecidos en su papel primordial.
Si describimos estos hechos con los términos de los conceptos recién
definidos, diremos que la catexia libidinal de un objeto de una fase previa
disminuye al dejar la otra fase y agregaremos que aun que disminuida la catexia
persiste por algún tiempo después de haberse establecido la ultima fase y de que
los objetos acordes con ella se hallan constituido en los principales de la catexia
libidinal.
La teoría de la energía psíquica nos proporciona una explicación de lo que
ocurre en estas modificaciones que es a la vez simple y concordante con los
hechos en la forma en que los conocemos. Suponemos que la libido que catectizo
el objeto o modo de gratificación de la fase previa se desprende de el
gradualmente y catectiza, en vez, en objeto o modo de gratificación de la fase
siguiente. A si como la libido que primero catectizo el pecho o, para ser más
precisos, la representación psíquica del pecho luego catectiza las heces y
después aun el pene. De acuerdo con nuestras teorías hay un flujo de la libido de
objeto a objeto y de uno a otro modo de gratificación durante el curso del
desarrollo psicosexual, un flujo que marcha a lo largo de un camino que es
probable este genéticamente prescrito en forma amplia pero que puede variar
considerablemente de una persona a otra.
Tenemos buenas razones para creer, empero, que ninguna catexia libidinal
fuerte se abandona jamás por completo. La mayor parte de la libido puede fluir
hacia otros objetos, pero una parte por lo menos permanece normalmente unida al
original. A este fenómeno, es decir, la persistencia de la catexia libidinal de un
objeto de la infancia o de la niñez en la vida posterior, se lo denomina '"fijación" de
la libido. Por ejemplo, un niño puede permanecer fijado a su madre y de ese modo
ser incapaz en la vida adulta de transferir sus afectos a otra mujer, como debería
normalmente ser capaz de hacerlo. Además, la palabra "fijación" puede referirse a
un modo de gratificación. Así hablamos de personas que están fijadas a los modos
de gratificación oral o anal. El uso del vocablo "fijación" indica o implica por lo
común psicopatología. Esto a causa de que la persistencia de las primeras
catexias fue primero reconocida y descrita, por Freud y aquellos que le sucedieron
en pacientes neuróticos. Es probable, como hemos dicho mas arriba, que sea una
característica general de la evolución psíquica. Quizá cuando su proporción sea
excesiva resulte mas apto a terminar en consecuencia patológicas, quizás otros
factores, aun desconocidos, determinen si una fijación ha de estar asociada a una
afección mental o no.
Una fijación, tanto a un objeto como a un modo de gratificación, suele ser
inconsciente total o parcialmente. Se puede suponer a primera vista que una
fijación intensa, es decir la persistencia de una catexia intensa, seria consciente,
mientras que otra débil seria consciente, pero en realidad, la mejor evidencia de
que se dispone indica que no hay relación entre la intensidad de l catexia
persistente y su acceso a la conciencia. Por ejemplo, pese a la intensidad tan
grande de sus catexias, los intereses sexuales de la infancia se olvidan
habitualmente en su mayor parte al salir de la infancia, como ya lo hemos hecho
notar mas atrás en este mismo capitulo. De hecho, la palabra "olvidado" es
demasiado débil y pálida para describir en forma adecuada lo que ocurre. Es mas
exacto decir que los recuerdos de tales intereses están enérgicamente impedidos
de hacerse conscientes y es claro que lo mismo debe ser cierto para las fijaciones
en general.
Además de cuanto hemos descrito como flujo progresivo de la libido en el
curso del desarrollo psicosexual, ambiente puede producirse un reflujo. Para este
reflujo
existe
un
nombre
determinado,
"regresión".
Cuando
usamos
específicamente esta palabra en conexión con un impulso, como lo hacemos aquí,
hablamos de regresión instintiva. Este termino señala el retorno a un modo u
objeto primitivo de gratificación.
La regresión instintiva esta muy relacionada con la fijación, pues de hecho,
cuando se produce la regresión, suele ser a un objeto o modo de gratificación al
cual el individuo ya esta fijado. Si un placer nuevo resulta insatisfactorio y se
abandona, el individuo tiende naturalmente a volverse a aquel que ya ha sido
probado y aceptado.
Un ejemplo de regresión tal seria la respuesta del pequeño al nacimiento de
un hermanito, con quien tendrá naturalmente que compartir el amor y la atención
de la madre. Aunque había abandonado la succión de su pulgar, varios meses
antes de la llegada de su hermano, volvió a ella después de ese nacimiento. En
este caso, el objeto primitivo de gratificación libidinal al que el niño efectuó su
regresión fue el pulgar y el modo de gratificación primitivo era la succión.
Como nuestro ejemplo lo sugiere, se considera que la regresión aparece
por lo general bajo circunstancias desfavorables y aunque no es necesariamente
patológica per se, esta con frecuencia asociada a manifestaciones patológicas.
En este lugar hemos de mencionar una característica de la sexualidad
infantil que es de importancia especial. Concierne a la relación del niño con los
objetos [principalmente personas] de sus ansias sexuales. Para tomar un caso
muy simple, si el niño no puede tener el pecho de su madre, pronto aprende a
tranquilizarse por la succión de sus propios dedos de la mano o el pie. Esta
capacidad de gratificar sus propias necesidades sexuales por si mismo, se conoce
como autoerotismo. Le da al niño una cierta independencia del ambiente en
cuanto se refiere a obtener gratificación y también deja el camino abierto para lo
que pueda llegar a ser un alejamiento fatal del mundo de la realidad exterior hacia
un interés excesivo o exclusivo en si mismo, como se puede hallar en estados
patológicos serios cual la esquizofrenia. Si nos volvemos ahora a una
consideración del impulso de agresión, debemos confesar que se ha escrito
mucho menos acerca de sus vicitudes que en cuanto respecta al impulso sexual.
Claro esta que esto de debe al hecho de que no fue hasta 1920 que Freud
considero al impulso agresivo como un componente instintivo, independiente, en la
vida mental, comparable al componente sexual ya reconocido y objeto de estudios
especiales desde mucho antes.
Las manifestaciones del impulso de agresión muestran la misma capacidad
de fijación y regresión y la misma transición de oral a anal y a fálica que hemos
descrito para las manifestaciones del impulso sexual. Es decir que los impulsos de
agresión en la criatura muy pequeña pueden ser descargados por un tipo de
actividad oral como serian el morder algo mas tarde el ensuciarse o e retener las
heces se torna medios importantes de liberación del impulso de agresión, mientras
que en el niño algo mayor el pene y su actividad se emplea o al menos se los
concibe [uso en la fantasía]
como un arma y un medio de destrucción
respectivamente.
Sin embargo, esta claro que la relación entre el impulso de agresión y las
diversas partes del organismo que acabamos de mencionar no están en relación
tan estrecha como en el caso del impulso sexual. El niño de cinco o seis anos, por
ejemplo, no usa, en realidad, en gran proporción a su pene como arma., por lo
común utiliza sus manos, dientes, pies y vocablos. Pero si es verdad que las
armas utilizadas en sus juegos y fantasías, tales como lanzas, flechas, rifles, etc.,
puede demostrarse mediante el psicoanálisis que representan en su inconsciente
al pene. Resulta, por tanto, que en sus fantasías él se lo encuentra destruyendo a
sus enemigos con su poderoso y peligroso pene. A pesar de ello, debemos llegar
a la conclusión de que el impulso sexual esta mucho mas íntimamente ligado a las
zonas erógenas corporales que el impulso de la agresión a la misma o a una parte
similar del organismo. Quizás esta distinción no valga para la primera fase, la oral.
Es poco lo que el niño de escasos meses utiliza fuera de su boca y podemos
suponer que las actividades orales son la salida principal para sus impulsos de
agresión [morder] y sexual [succionar, tomar con la boca].
Es interesante que la cuestión de la relación del impulso de agresión con el
placer sea aun del mismo dudoso. No tenemos duda alguna en cuanto a la
conexión entre los impulsos sexuales y el placer. La gratificación del impulso
sexual significa no solo una liberación indiferente de tensión, sino que es además
placentera. El hecho de que el placer pueda estar interferido o aun remplazado por
sentimientos de culpa, vergüenza o disgusto en ciertas ocasiones, no altera
nuestro punto de vista en cuanto concierne a la relación original entre sexualidad y
placer. Pero la gratificación del impulso agresivo, o con otras palabras, la descarga
de la tensión agresiva, ¡¿también ocasiona placer?!Freud piensa que no [Freud
1920]. Otros escritores mas recientes suponen que si [Hartmann, Kris, Loewnstein,
1949]. Cual es la respuesta acertada es algo que aun no hay forma de decidir.
A propósito, una palabra de prevención puede ser útil en cuanto concierne
al uso erróneo frecuente en la literatura psicoanalítica de las palabras "libido" o
"libidinal". A menudo abra que aceptar que se refieren no solo a la energía del
impulso sexual sino también a la del impulso de agresión. E comprensible que
esto sea así para la literatura anterior a la época en que se formulo el concepto de
impulso de agresión. En ese entonces, "libidinal" era sinónimo de "instintivo". Y el
efecto del uso original de esta voz es tan intenso o que aun ahora a menudo
debemos comprender que "libido" es usada en forma de incluir la energía de
agresión al mismo tiempo que la sexual.
CAPITULO III
EL APARATO PSIQUICO
Preguntemos no ahora: "¿Cual es el cuadro de la mente que hemos
obtenido de nuestra consideración de la teoría psicoanalítica?".
Al formular la respuesta vemos, en primer lugar que comenzamos con dos
hipótesis fundamentales, bien establecidas, que conciernen al funcionamiento de
la mente y de un carácter esencialmente descriptivo. Una de ellas era la ley de la
casualidad psíquica y la otra, la proposición de que la actividad psíquica es
principalmente inconsciente.
Sabemos que estas dos hipótesis han de ser nuestros postes indicadores
como lo fueron en la consideración posterior de la teoría psicoanalítica. Como
acabamos de decir, son de una naturaleza primordialmente descriptiva. Sin
embargo en el tema siguiente, los impulsos, nos hallamos de modo inmediato
tratando con conceptos que eran, en lo fundamental de tipo dinámico. Tratamos
de la energía psíquica que impele al organismo a la acción hasta haber alcanzado
la gratificación., del patrón genéticamente determinado de variación de una fase
de organización instintiva a otra, a medida que el niño madura., de las variaciones
individuales que pueden producirse dentro de los amplios limites de este patrón.,
del flujo de la libido y de la energía agresiva de un objeto a otro durante el curso
del desarrollo., del establecimiento de puntos de fijación., y del fenómeno del
retorno de la energía psíquica de esos puntos de fijación que denominamos
regresión instintiva.
En realidad, es característico de la teoría psicoanalítica que nos de justo
ese cuadro dinámico, en movimiento de la mente, y no uno estático sin vida.
Procura demostrar y explicar el crecimiento y funcionamiento de la mente, así
como las operaciones de sus partes y sus interacciones mutuas y conflictos. Hasta
la división de la mete que la toma en varias partes tiene una base funcional y
dinámica, como veremos en este capitulo y en los dos subsiguientes, que trataran
de lo que Freud denomino los elementos del aparato psíquico.
El primer intento publicado que hizo Freud para construir un modelo del
aparato psíquico, fue el que apareció en el ultimo capitulo de la interpretación de
los sueños [Freud, 1900]. Lo describió como similar a un instrumento óptico
compuesto, como un telescopio o un microscopio que esta constituido por muchos
elementos ópticos dispuestos en forma consecutiva. El aparato psíquico debía ser
imaginado como constituido por muchos componentes psíquicos dispuestos en
forma consecutiva y extendiéndose, si se puede emplear esta palabra del sistema
perceptivo en un extremo al sistema motor en el otro con los diversos sistemas de
recuerdo y asociación de intermedios.
Aun en este esquema tan claro de la mente, por tanto, se pueden ver
divisiones de tipo funcional. Una "parte" del aparato reaccionaba a los estímulos
sensoriales, una parte estrechamente relacionada a activarla, producía el
fenómeno de la conciencia, otras almacenaban los trazos del recuerdo y los
reproducían, y así sucesivamente. De un sistema al otro fluía una cierta clase de
excitación psíquica que a su turno le daba energía a cada uno y que estaba
concebida en forma presumiblemente semejante al impulso nervioso. Podemos
apreciar con claridad que ya era intenso el énfasis de Freud sobre un enfoque
dinámico y funcional.
El primer modelo no se desarrollo más. Alrededor de una década mas
tarde, Freud hizo un nuevo intento de establecer una topografía de la mente
mediante la división de sus contenidos y operaciones sobre la base de que fueran
o no conscientes [Freud, 1913 b].
En esta formulación distinguió tres sistemas mentales que denomino
"inconsciente", "preconsciente", y "consiente", pero por su abreviatura con el fin de
evitar la confusión que ocasionaría el significado habitual de dichas palabras.
A primera vista parece que esta segunda teoría de Freud acerca de un
aparato psíquico esta lo mas alejada posible de ser dinámica y funcional. Parece
hacer una división entre las partes de la mente sobre una base puramente estática
y cualitativa: "¿es o no consciente?". En este caso, empero, las apariencias son
engañosas y la segunda teoría también es funcional como lo demostrara la
consideración siguiente.
Freud comenzó por señalar que el mero atributo de consciencia es una
base inadecuada para diferenciar entre los contenidos y procesos psíquicos. La
razón de ello es que hay dos clases de contenidos y procesos que no son
conscientes y que pueden distinguirse unos de otros por criterios dinámicos
funcionales. El primero de estos grupos no difiere en nada esencial de lo que pude
ocurrir en la consciencia en un momento cualquier. Sus elementos pueden
hacerse conscientes por un simple esfuerzo de atención a la inversa, lo que es
consiente en un momento deja de serlo cuando la atención lo abandona. El
segundo grupo de procesos y contenidos mentales que no son conscientes
difieren del primero en que no pueden hacerse consciente por un simple esfuerzo
de la atención. Están impedidos de penetrar en la conciencia por el momento por
alguna fuerza interna de la mente misma.
Un ejemplo simple de este segundo grupo seria una orden dada bajo
hipnosis como se describió en el capitulo I, que el sujeto hubo de obedecer
después de "despertar" del trance hipnótico, pero del cual se le ordeno que no
tuviera un recuerdo consciente. En este caso todo lo que había acontecido durante
el trance hipnótico no pudo alcanzar la consciencia por la orden del hipnotizador
de olvidar. O para ser mas exactos, el recuerdo de los sucesos del transe fue
trabado en su incorporación a la consciencia por la parte de la mente del sujeto
que era obediente a la orden de olvidar. Fue sobre esta base funcional que Freud
diferencio entre los dos sistemas que denomino Ics y Pcs. A los contenidos y
procesos psíquicos impedidos de alcanzar la consciencia los llamo sistema Ics a
los que podían alcanzar la consciencia por un esfuerzo de la atención, los llamo
Pcs. El sistema Cs designo claro esta lo que era consiente en la mente.
A causa de su proximidad funcional se agrupo a los sistemas Cs y Pcs
como sistemas CsPcs, en contraposición al Ics. La estrecha relación de Cs y Pcs
es fácil de comprender. Un pensamiento que pertenece en este momento al
sistema Cs será parte del Pcs unos instantes después cuando la atención se haya
alejado de él y ya no sea más consciente. A la inversa, a cada momento
pensamientos deseos, etc., que hasta entonces habían pertenecido al sistema Pcs
se hacen conscientes y pertenecen por consiguiente al Cs puesto que los
procesos conscientes ya habían sido conocido y estudiado por los psicólogos
desde hace mucho antes que Freud, fue natural que las contribuciones y
descubrimientos principales de este concernieran al sistema Ics.
Por cierto que durante muchos anos de su evolución, el psicoanálisis fue
denominado con razón "psicología profunda", es decir, psicología del Ics. Era una
psicología que trataba principalmente de los contenidos y procesos de la mente
que estaban impedidos de alcanzar la consciencia a causa de alguna fuerza
psíquica.
Al aumentar la compresión de Freud del sistema Ics, empero, se dio cuenta
de que sus contenidos no eran tan uniformes como había esperado que lo fueran
resulto que existían otros criterios fuera de el de estar activamente impedidos por
entrar en la consciencia, los cuales, podían ser aplicados a los contenidos y
procesos mentales, puesto que la aplicación de estos nuevos criterios le pareció
que redundaba en agrupamientos mas homogéneos y útiles de los contenidos y
procesos mentales que los antiguos, Freud propuso una nueva hipótesis con
respecto a los sistemas mentales [Freud, 1923]. Esta teoría, la tercera que [publico
se cuele conocer como hipótesis estructural para distinguirla de la segunda a ala
que se suele hacer referencia como teoría o hipótesis topográfica. La primera
teoría no tiene un nombre especial, pero si se hubiera de seguir el mismo criterio
honomatologico que para las otras dos, bien podría ser la hipótesis telescópica.
La hipótesis estructural, pese a su nombre, se asemeja a sus predecesoras
en que intenta agrupar procesos y contenidos mentales que están relacionados
funcionalmente y distinguir entre los diversos grupos sobre la base d diferencias
funcionales. Cada una de las "estructuras" mentales que Freud propuso en su
nueva teoría es en realidad un grupo de procesos y contenidos mentales que
están relacionados unos con otros funcionalmente y entre los cuales considero la
existencia de tras a los que denomino el ello, el ego, y el superego.
Para que podamos obtener una primera orientación aproximada acerca de
esta, la tercera y ultima de las teorías de Freud, podemos decir que el ello abarca
las representaciones psíquicas de los impulsos; el ego consiste en aquellas
funciones que tienen que ver con la relación con el medio, y el superego
comprenden los preceptos morales de nuestra mente, así como nuestras
aspiraciones ideales.
Consideramos, claro esta que los impulsos se encuentran presentes desde
el nacimiento, pero esto mismo no vale para el interés en el ambiente o en su
dominio por una parte, ni para un sentido moral ni aspiraciones por la otra. Es
obvio que ninguno de estos últimos, vale decir ni el ego ni el superego se
desarrollan hasta algún tiempo después del nacimiento. Freud expreso este echo
estimando que el ello abarca en el nacimiento la totalidad del aparato psíquico, y
que el ego y el superego eran originariamente parte del ello que se diferenciaron lo
suficiente en el curso del crecimiento como para garantizar el que se los considere
como entidades funcionales separadas.
Esta diferenciación se produce primero con respecto a las funciones del
ego. Es sabido que el niño demuestra un interés por el medio sobre el cual es
capaz de ejercer un cierto dominio como mucho antes de que desarrolle sentido
moral alguno. En realidad los estudios de Freud le llevaron a afirmar que la
diferenciación del superego no se inicia hasta los cinco o seis anos y que es
probable que no quede firmemente establecida hasta varios anos después quizá
no antes de los diez u once anos. Por otra parte la diferenciación del ego
comienza al rededor del sexto u octavo mes de vida y queda bien establecida a la
edad de dos o tres anos, aun que esta claro que también antes de esa edad se
produce normalmente un gran crecimiento y alteración.
A causa de estas diferencias en el tiempo de desarrollo, será conveniente
que consideremos la diferenciación del ego y del superego en forma separada y,
claro esta, que de acuerdo con dichas diferencias de tiempo se requerirá que
comencemos por el ego.
Hay un punto que el lector debe tener en cuenta durante la discusión
siguiente acerca de la diferenciación y evolución del ego. Que hay muchos
aspectos de esta evolución que deben ser considerados y presentados en forma
sucesiva en un libro, mientras que en la vida real todo sucede al mismo tiempo y
cada uno influye y resulta influido por el otro. Con el fin de obtener una cuadro
bastante adecuado de la evolución del ego uno a de estar familiarizado con todos
sus aspectos. No hay una forma satisfactoria de presentar solo un aspecto por vez
y desentenderse de los otros. Debieran discutírselos todos simultáneamente o,
puesto que ello es imposible el lector debe pensar en todos los otros aspectos
cuando este leyendo sobre uno en particular a menos que el lector tenga ya un
conocimiento previo del material de las consideraciones siguientes, esto significa
que habrá de leerlo por lo menos dos veces y probablemente mas todavía. Sera
solo en la relectura que comprenderá más claramente las interrelaciones intimas
de los diversos aspectos de la diferenciación y evolución del ego.
Ya hemos dicho que el grupo de funciones psíquicas que denominamos el
ego, comprende a aquellas que se asemejan en que cada una tiene que ver,
primordialmente o en grado importante con la relación del individuo y su medio. En
el caso de un adulto, es claro, una formulación tan amplia incluye una basta serie
de fenómenos: deseos de gratificación, hábito, presiones sociales, curiosidad
intelectual, interés ético o artístico, y muchos otros, algunos de los cuales difieren
en forma notable mientras que otros se distinguen por el más sutil de los matices.
En la infancia, en cambio y particularmente en la primera infancia, no existe
tal profusión de interés en el medio, ni su carácter es tan variado ni sutil. La actitud
del pequeño es muy simple y eminentemente practica: "¡denme lo que quiero!" o
"¡hagan lo que quiero!" en otras palabras, la única importancia subjetiva que
originalmente tiene el ambiente para el niño es la de ser una fuente posible de
gratificación o descarga para sus deseos, necesidades y tensiones psíquicas que
surgen de los impulsos y que constituyen el ello. Si deseamos que nuestra
afirmación sea mas completa, debemos agregar también, lo negativo, es decir, el
ambiente también es importante como posible fuente de dolor o incomodidad en
cuyo caso el niño, como es lógico, trata de evitarlo.
Repitiendo el interés originario del niño en su ambiente es como posible
fuente de gratificación. Las partes de la psiquis que tienen que ver con la
explotación del medio se transforman gradualmente en lo que denominamos el
ego. Por consiguiente, el ego es esa parte de la psiquis que concierne al medio
con el propósito de obtener el máximo de gratificación o de descargar para el ello.
El ego es el ejecutante de los impulsos.
Tal cooperación cordial entre el ego y el ello no es lo que estamos
acostumbrados a ver en la labor clínica habitual. Por lo contrario, allí se ven
diariamente diversos conflictos graves entre el ego y el ello. Son la materia prima
de las neurosis y nuestra preocupación continua obligada por tales conflictos
durante nuestra labor de clínicos. Hace que nos resulte fácil olvidar que el conflicto
no es la única relación posible entre el ego y el ello, y que no es la primaria, que
es más bien de cooperación, como ya hemos dicho.
No sabemos en que etapa de la evolución psíquica comienzan a surgir
conflictos entre el ego y el ello y a adquirir particular importancia en el
funcionamiento psíquico, pero parece probable que esto solo pueda suceder
después de un grado sustancial de diferenciación y organización del ego.
De cualquier manera, postergaremos la consideración de tales conflictos
hasta algo mas tarde en nuestra exposición de la evolución del ego y del ello.
Ahora bien, ¿cuales son las actividades del ello con relación a su medio en
los primeros meses de vida? A los adultos nos debe parecer casi insignificantes,
pero un instante de reflexión confirmara su importancia y estaremos seguros de
que a pesar de su aparente insignificancia son mas importantes en la vida de cada
uno de nosotros, de cuanto lo serán las adquisiciones subsiguientes.
Un grupo obvio de funciones del ego es la adquisición de dominio sobre la
musculatura esquelética, a lo que nos referimos habitualmente como dominio o
control motor. Igual importancia tienen las diversas modalidades de la percepción
sensorial que brindan información esencial acerca del medio. También es
importante como parte del propio equipamiento, la adquisición de lo que
podríamos denominar una biblioteca de recuerdos para así poder influir sobre el
medio en forma efectiva. Es obvio que cuanto mejor sabe lo que ha ocurrido en el
pasado y cuantos más "pasados" se han experimentado más capaces será uno de
aprovechar el presente. He incidentalmente parece probable que los recuerdos
mas primitivos sean aquellos de la gratificación instintiva.
Además de estas funciones debe de existir en la criatura algún proceso
psíquico que corresponda a lo que en la vida posterior llamaremos afecto. Lo que
puede ser tales aspectos primitivos o predecesores de
afectos, es el por el
momento solo una cuestión interesante que aun no tiene solución. Por fin, en un
momento u otro de la primera infancia, debe de surgir la actividad mas distintiva
del ego humano: La primera vacilación entre el impulso y la acción, la primera
demora en la descarga, que luego evolucionara hacia ese
fenómeno
enormemente complejo que denominamos el pensamiento [Rapaport, 1951].
Todas estas funciones del ego -control remoto, percepción, memoria, afecto
y pensamientos- comienzan, como podemos ver en una forma preliminar y
primitiva y solo evolucionan gradualmente a medida que el niño crece. Tal
evolución gradual es característica de la funciones del ego en general y los
factores responsables del desarrollo progresivo de las funciones del ego su
pueden dividir en dos grupos. El primero de ellos es el crecimiento físico, que en
este caso significa primordialmente el desarrollo del sistema nervioso central
determinado por razones genéticas. El segundo es el de la experiencia o si se
prefiere los factores experienciales. Por razones de comodidad nos referimos al
primer factor como maduración (Hartmann y Kris 1945).
Es fácil de comprender la importancia de la maduración. Una criatura no
puede obtener un dominio motor efectivo de sus extremidades, por ejemplo, hasta
que los haces corticospinales (piramidales) se hallan mielinizados. Del mismo
modo la posibilidad de la visión binocular depende necesariamente de la
existencia de mecanismos neurales adecuados para conjugar los movimientos
oculares y para la fusión de las imágenes maculares. Tales factores de
maduración ejercen con toda claridad un efecto profundo sobre la rapidez y la
secuencia de la evolución de las funciones del ego y cuanto mas aprendamos
sobre ellos del psicólogo del desarrollo y otros, mejor será. Sin embargo la
orientación principal del interés de Freud era hacia la influencia de los factores
experienciales sobre la evolución del ego, aunque no ignoraba la importancia
fundamental de los factores genéticos.
Uno de los aspectos de la experiencia considerados por Freud (1911) como
de importancia fundamental en las primeras estepas formación del ego fue,
aunque parezca extraño, la relación del niño con su propio cuerpo. Señalo que
nuestros propios cuerpos ocupan un lugar muy especial en nuestra vida psíquica
mientras conservemos el aliento vital y que comienzan a ocupar esa posición
privilegiada desde muy temprano durante la infancia. Sugirió que hay más de una
razón para ello. Por ejemplo, una determinada parte del organismo es distinta de
cualquier otro objeto del medio por el hecho de dar origen a dos sensaciones en
vez de una cuando la criatura la toca y se la lleva a la boca: no solo es sentida,
sino que siente, lo que no ocurre con ningún otro objeto.
Además, y aun mas impórtate quizá, las partes de su propio cuerpo le
proporcionan al niño un medio de gratificación fácil y siempre a su alcance. Por
ejemplo, la criatura, como resultado de la maduración, y también de la experiencia
en cierto grado suele ser capaz de llevarse el pulgar u otro dedo a la boca ya a las
tres o seis semana (Hoffer, 1950) y, por tanto, podrá gratificar su deseo de
succionar siempre lo que desee. Creemos que para una criatura tan pequeña
nada hay que pueda compararse en importancia psíquica con la gratificación oral
que acompaña a la succión. Podemos imaginar que una importancia grande en
correspondencia con ello debe atribuirse a las diversas funciones del ego (dominio
motor, memoria, cinestesia), que hacen posible la gratificación por succión del
pulgar y a los objetos del mismo impulso, los dedos. Mas aun, debemos recordar
que los órganos de la succión (orales) también tienen gran importancia psíquica,
por el mismo motivo, es decir, por que están íntimamente relacionados con la tan
importante experiencia del placer, que es producido por la succión. De modo que
ambas partes del organismo la succionada y la succionante, son o resultan ser de
gran importancia psíquica, y sus representaciones psíquicas pasan a ocupar una
ubicación importante entre
los contenidos mentales que se agrupan bajo el
encabezamiento de ego.
Debemos agregar que algunas partes del organismo pueden adquirir una
gran importancia psíquica en virtud de ser fuente con frecuencia de sensaciones
dolorosas o desagradables y en razón del factor adicional de que a menudo no se
puede huir de dichas sensaciones dolorosas. Si una criatura tiene hambre, por
ejemplo, sigue hambrienta hasta que se la alimenta. No puede ―alejarse‖ de la
sensación de hambre, como puede alejar su mano de un estimulo doloroso y así
interrumpirlo.
De cualquier manera el efecto acumulativo de estos factores y quizá de
otros mas oscuros para nosotros es que el organismo de la criatura, primero en
sus diversas partes y eventualmente también in toto, ocupa un lugar muy
importante dentro del ego. Las representaciones psíquicas del cuerpo, es decir los
recuerdos e ideas conectados con el con sus catexias de energía impulsiva es
probable que constituyan el factor mas destacado en la evolución del ego, en su
primerísima etapa. Freud (1923) expreso este hecho diciendo que el ego es ante
todo un ego corporal.
Aun hay otro proceso que depende de la experiencia y que tiene un papel
preponderante en la evolución del ego, que se denomina identificación con los
objetos del medio, generalmente personas. Por ―identificación‖ queremos decir el
acto o proceso de asemejarse a algo o alguien en uno o varios aspectos del
pensamiento o conducta. Freud señalo que la tendencia a asemejarse a un objeto
del medio que a uno lo rodea es una parte muy importante de las propias
relaciones con los objetos en general y que parece tener un significado particular
en la vida muy temprana.
Ya a mediados del primer año de vida se pueden hallar pruebas de esta
tendencia en la conducta del niño. Aprende a sonreír por ejemplo por imitación del
adulto que le sonríe, a hablar por lo que se le dice, y hay una cantidad de juegos
imitativos que los adultos suelen practicar con los niños en esta época y que
dependen de la misma tendencia la imitación. Basta mencionar el ―palmoteo‖ y las
―escondidas‖ (―hacer tortitas‖ y ―cuco- aquí esta‖, respectivamente, entre nosotros,
N. del T.) para recordar que papel notorio desempeña tales juegos en ese periodo
de la niñez.
Otro ejemplo importante de identificación se puede tomar de la adquisición
del habla por parte del niño que claro esta ocurre algo mas tarde. La simple
observación nos mostrara que la conquista del lenguaje motor en el niño depende
en medida considerable de la tendencia psicológica a imitar un objeto de su
circunstancia o, en otras palabras a identificarse con el. Es muy cierto que una
criatura no puede aprender a hablar hasta que su sistema nervioso central haya
madurado lo suficiente y que la adquisición del conjunto del lenguaje esta bien
lejos de no ser mas que un simple proceso de imitación. No obstante, es cierto,
que los niños, por lo menos al principio suelen hablar por imitación. Es decir que
repiten los sonidos que les oyen a los adultos y aprenden a expresarlos como
imitación del adulto, muy a menudo como parte de un juego. Más aun, es
instructivo observar que todo niño habla con el mismo ―acento‖ que los adultos y
niños que los rodean. Si el oído del niño es normal, este copiara exactamente la
entonación, el diapasón, la pronunciación y los idiomas. Tan exactamente, por
cierto, que le hacen pensar a uno si lo que se acostumbra a denominar ―sordera
tonal‖, es decir la incapacidad de distinguir diferencias relativas de tono, será
realmente congénita. Como quiera que sea podemos estar seguros de que la
identificación desempeña un papel muy importante en la adquisición de esa
función particular del ego que hemos denominado el lenguaje motor.
Lo mismo es cierto con los modismos físicos, las inquietudes y ―hoobies‖
intelectuales o atléticos, una tendencia hacia una expresión reprimida de los
impulsos instintivos, como los accesos temperamentales, o una tendencia opuesta
de refrenar tales expresiones, y mucho otros aspectos de la función del ego.
Alguno de estos aspectos son notables, obvios, otros son mas sutiles y menos
evidentes, pero tomado en conjunto resulta claro que constituye una parte muy
importante del efecto de la experiencia en la formación del ego.
Es claro que la tendencia a identificarse con una persona o cosa altamente
catequizada de su circunstancia no esta limitada en modo alguno a la primera
infancia. Por ejemplo el adolescente que se viste o habla como un ídolo de la
pantalla (quizás hoy debiera decirse ―como un ídolo de la televisión‖) o como un
héroe deportivo, se ha identificado hasta ese extremo con el mismo. Tales
identificaciones de la adolescencia pueden ser transitorias, de importancia solo
pasajera, pero no siempre es así. Los educadores han comprendido muy bien
verbigracia, que un maestro de adolescentes no solo ha de enseñar bien si no que
también debe constituir un ―buen ejemplo‖ para sus estudiantes, lo cual es otra
manera de aceptar que estos tienen tendencia a asemejarse a él, es decir a
identificarse con su maestro. Por cierto que no siempre estaremos de acuerdo con
nuestros amigos los educadores con respecto a lo que pueden constituir un
ejemplo conveniente, pero todos concordaremos en que los discípulos tienden a
identificarse con sus maestros.
Esta tendencia persiste durante toda la vida, pero en los años posteriores
por lo menos es más propensa a ser principalmente inconsciente en sus
manifestaciones. En otras palabras muy a menudo el adulto ignora que en algunos
aspectos de sus pensamientos o conducta o en ambos se esta asemejando, es
decir, imitando a otra persona, o de que ya se ha hecho semejante a ella. En la
vida más temprana es mas probable que el deseo de parecerse a otra persona
sea accesible a la conciencia aunque de ningún modo ocurre siempre así. Un
pequeño, por ejemplo, no hace un secreto de su deseo de parecerse al padre, o
mas tarde a súper man o roy Rogers, mientras que en la vida posterior se dejara
un bigote precisan entre semejante al de su nuevo empleador pero sin estar
conscientemente enterado de su deseo de identificarse con el, subyacente en ese
dejarse un bigote similar.
Lo que hemos considerado hasta aquí es la tendencia ala identificación con
personas o cosas de la propia circunstancia
que están catequizadas por la
libido. Debiera haber resultado autoevidente de dicha discusión que esta
tendencia es perfectamente normal, aunque parece destacarse mas y ser
relativamente mas importante durante los primeros tiempos de la vida mental.
Es interesante consignar que también existe una tendencia a identificarse
con aquellos objetos que se encuentran altamente catetizados por la energía
agresiva. Esto resulta cierto en particular si el objeto o persona en cuestión es
poderoso, un tipo de identificación que ha sido denominado ―identificación con el
agresor‖ (A. Freud, 1936). En tales casos es claro que el individuo tiene la
satisfacción de participar el mismo, por lo menos en su fantasía, del poder y la
gloria que le atribuye a su enemigo es la misma suerte de satisfacción brindada al
individuo, niño o adulto, que se identifica con un objeto admirado, catetizado
principalmente por la libido. Véanse como ejemplos las identificaciones descritas
con padres, maestros, ídolos populares y empleadores.
Sin embargo la mejor evidencia que poseemos esta a favor del punto de
vista de que la identificación esta conectada solo en forma secundaria con la
fantasía de remplazar al objeto admirado con el fin de recibir los derechos y
atributos de la persona admirada. No hay duda de que este es un motivo muy
poderoso en muchos casos en los que desempeña su papel, pero parece que la
tendencia a identificarse con un objeto es simplemente una consecuencia de su
catexia libidinal, puesto que se la puede observar en una época de la infancia muy
anterior a que un motivo como la envidia o cualquier fantasía de remplazo de la
persona envidiada puede ser concebido como factible. Que la identificación puede
ser la consecuencia directa de una gran catexia con energía agresiva es una
cuestión que esta aun pendiente de respuesta.
Freud (1916 a) destaco otro factor que desempeña un papel muy
importante en el proceso de identificación. Este factor es la perdida del objeto, con
lo que quiso decir la muerte física del mismo o una separación muy prolongada o
permanente de él. En tales casos descubrió que existe una fuerte tendencia a
identificarse con la persona desaparecida y sin duda la experiencia clínica ha
confirmado repetidamente la importancia y lo correcto del descubrimiento de
Freud. Los casos apuntados variarían desde el hijo que se convierte en un
duplicado del padre después de la muerte de este y prosigue con su negocio como
aquel mismo lo hubiera hecho, como si fuera el mismo padre, lo que esta muy
cerca de ser, hasta la paciente citada por Freud (1916 a) que se acusaba a si
misma de crímenes que en realidad había cometido su padre ya fallecido. Al
primero de estos ejemplos debemos considerarlo normal, claro esta, mientras que
el segundo se trataba de una paciente que sufría una grave afección mental.
Como lo sugieren nuestros ejemplos, la pérdida por fallecimiento o
separación de una persona muy catetizada puede tener un efecto crucial sobre la
evolución del propio ego. En tales casos queda una necesidad duradera de imitar
o de transformarse en la imagen de lo que se ha perdido. Los casos de este tipo
que han sido mas estudiados en la practica psicoanalítica son los de depresión, es
todo clínico en cuya psicopatología la identificación inconsciente con un objeto
perdido suele desempeñar un papel importante.
De este modo observamos como la identificación juega una parte en la
evolución del ego en más de un aspecto. Ante todo es parte inherente a la relación
de uno con el objeto muy catetizado, en particular en las primeras épocas de la
vida. Además hemos fomentado la tendencia a identificarse con un objeto
admirado aunque odiado, a la cual Ana Freud denomino ―identificación con el
agresor‖. Por fin esta el ultimo factor mencionado, el de la perdida del objeto muy
caracterizado que lleva a un grado mayor o menor de identificación con el objeto
perdido. Pero, cualquiera que sea el modo en que se produce la identificación el
resultado es siempre que el ego así se habrá enriquecido para bien o para mal.
Deseamos discutir ahora otro asunto que también esta en intima relación
con el tema de la diferenciación del ego y del ‗ello‘ entre si. Trataremos de los
nodos de funcionamiento del aparato psíquico que denominamos procesos
primarios y secundarios (Freud, 1911).
El proceso primario fue denominado así en razón de que Freud lo considero
el modo origínalo o primario en que funciona el aparato psíquico. Creemos que el
ello funciona de acuerdo con el proceso primario durante toda la vida mientras que
el ego lo hace durante los primeros años cuando su organización es inmadura y
naturalmente aun muy parecida al ello del que acaba de surgir en su
funcionamiento. El proceso secundario por otra parte evoluciona gradual y
progresivamente durante los primeros años de vida y es característico de las
operaciones del ego relativamente maduro.
Los términos ―proceso primario‖ y ―proceso secundario‖ se utilizan en la
literatura psicoanalítica para referirse a dos fenómenos relacionados pero
distintos. ―proceso primario‖ por ejemplo, puede referirse ya a cierto tipo de
pensamiento que es característico del niño dl ego aun inmaduro, ya a la forma en
que creemos que la energía impulsiva libidinal o agresiva, modifica su orientación
y se descarga en el ello o en el ego inmaduro. En forma análoga, ―proceso
secundario‖ puede corresponder a un tipo de pensamiento característico del tipo
de pensamiento maduro y puede referirse a los procesos de asociación y
movilización de energía que se cree que ocurren en el ego maduro. Los dos tipos
de pensamiento son de la mayor importancia clínica y son bastante accesibles
para su estudio. Las dos formas de tratar con la energía psíquica y de descargarla
ocupan un lugar muy importante en nuestra teoría, pero son menos accesibles
para su estudio, como ocurre con todas nuestras hipótesis concernientes a la
energía psíquica.
Consideremos primero a que fenómenos en el manejo de la energía
psíquica nos referimos cuando hablamos de procesos primario o secundario.
En cuanto al proceso primario, sus características básicas pueden ser
descritas en forma simple en términos de nuestras formulaciones teóricas previas
con respecto a la energía impulsiva. Sencillamente expresaremos que las catexias
impulsivas que están asociadas al proceso primario son muy móviles. Creemos
que esta movilidad catectica responde por las dos características notables dl
proceso primario: 1) la tendencia a la gratificación inmediata (descarga de catexia)
que es característica del ello y del ego inmaduro, y 2) la facilidad con que la
catexia puede ser desplazada de su objeto original o de su método de descarga,
en el caso de que estos estén trabados o inaccesible para que, en vez, se
descargue por una vía similar aun muy diferente.
La primera característica, la tendencia a la gratificación o descarga de
catexia inmediata es, con toda claridad la dominante en la primera infancia y en la
niñez, cuando aun las funciones del ego están inmaduras. Además, es mucho más
común en nuestra vida posterior de lo que le agradaría admitir a la vanidad y la
investigación de los procesos mentales inconscientes por el método del
psicoanálisis, en particular de aquello procesos que denominamos el ello, ha
demostrado que la tendencia a la descarga inmediata de la catexia es
característica del ello durante toda nuestra vida.
En cuanto a la segunda característica, la facilidad con que un método de
descarga de catexia puede ser sustituido por otro quizá pueda ilustrarse mejor
con algunos ejemplos simples. Se nos ofrece uno en el niño que se succiona el
pulgar cuando no tiene el pecho ni la mamadera a su alcance. La catexia de la
energía impulsiva asociada al impulso o deseo de succionar esta originariamente
orientada hacia las presentaciones psíquicas del pecho o la mamadera. Pero
como la catexia es móvil, si la descarga no se puede cumplir por la inaccesibilidad
de esos dos elementos, se desplaza al pulgar de la criatura que si es accesible; el
niño se succiona el pulgar como remplazo y la descarga de la catexia esta
lograda.
Otro caso es el del niño que juega con tortas de barro. El jugar con las
heces ya no es mas factible como descarga de la catexia, pues a sido prohibido,
de modo, que el niño, a causa de la movilidad de la catexia asociada a las
representaciones psíquicas de sus heces, puede obtener la misma gratificación
desplazando esa catexia hacia el barro y logra su descarga al jugar con el. De
igual manera nos son familiares el niño que le pega o molesta su hermano menos
cuando esta disgustado con la madre o el padre que les grita a sus hijos por la
noche por que durante el día no se atrevió a expresar su rabia al patrón. Cuando
nos ponemos a considerar el proceso secundario, cuando nos hallamos con que
existe una situación muy distinta. Aquí el énfasis se apoya en la habilidad o
capacidad de postergar la descarga de la energía catectica. Podríamos decir que
la cuestión parece ser el poder demorar la descarga hasta que las circunstancias
sean más favorables. Por cierto que esta es una formulación antropomórfica, pero
después de todo estamos hablando del ego, que es anthropos el mismo
(Hartmann, 1953 b). De cualquier manera, la capacidad de postergar la descarga
es un rasgo esencial del proceso secundario.
Otro de sus rasgos esenciales es que las catexias están asociadas en
forma mucho mas firme a un objeto particular y método de descarga de catexia
que en el caso del proceso primario. Aquí también, como para la primera
característica –capacidad de postergar la gratificación- la diferencia entre los
procesos primarios y secundarios es más bien cuantitativa que cualitativa.
Por esta misma razón, la transición de uno a otro es gradual, tanto desde el
punto de vista histórico – al seguir el crecimiento y evolución de un individuo
determinado como del descriptivo, al intentar el trazado de una línea que delimite
los procesos primarios y secundarios, la estudiar el funcionamiento mental de una
persona cualquiera. No suele ser difícil decir si cierto pensamiento o conducta
posee tales o cuales trazos de procesos primarios o secundarios, pero ningún
hombre puede afirmar: ―Aquí termina el proceso primario y aquí comienza el
secundario‖. El cambio de proceso primario a secundario es de tipo gradual, parte
de la diferenciación y desarrollo de esos procesos metales que forman lo que
denominamos el ego.
Como dijimos con anterioridad, los términos primario y secundario también
señalan dos tipos o modos distintos de pensamiento. También creemos que el
pensamiento de proceso primario aparece en la vida antes que el pensamiento de
proceso secundario y que este último se desarrolla en forma gradual como parte o
aspecto de la evolución del ego.
Si tratamos ahora de definir y describir estos dos modos de pensamiento,
comprobaremos que el secundario es más fácil de describir que el primario por
que nos es más familiar. Es un pensamiento común. Consciente, como lo
sabemos por la introspección, es decir, primariamente verbal y de acuerdo con las
leyes de sintaxis y lógica. Es el modo de pensamiento que por lo común
atribuimos al ego más bien maduro y puesto que nos es conocido, no necesita una
descripción ulterior especial.
El pensamiento de proceso primario, por otra parte, es el modo de
pensamiento característica de aquellos años de la infancia en que el ego esta aun
inmaduro. Difiere en aspectos importantes de las formas familiares del
pensamiento consciente que llamamos proceso secundario; tan diferente, por
cierto, que el lector puede dudar si el pensamiento del pensamiento del proceso
primario tiene cabida en el proceso normal de la mente. En consecuencia es
importante destacar que el pensamiento de proceso primario es normalmente la
forma normal de pensamiento para el ego inmaduro y que del mismo modo
persiste en algún grado en la vida adulta como pronto veremos.
Para proseguir ahora con nuestra descripción del pensamiento de proceso
primario, podemos tomar una de sus características, que a menudo, produce una
fuerte impresión de extrañeza e incomprensión: la ausencia de cualquier tipo de
conjunciones modificadoras adversativas condicionales. Solo por el contexto
puede determinarse si algo afirmado debe ser comprendido en sentido positivo o
negativo. O quizás aun en el condicional u optativo. Los términos antagónicos
pueden aparecer unos en lugar de los otros e ideas contradictorias entre si pueden
coexistir con toda tranquilidad. Parece que nos costara demostrar que esta forma
de pensamiento no es por completo patológica, pero antes de proseguir con la
consideración de este punto completemos nuestra descripción de proceso primario
como modo del pensamiento.
Aquí la representación por alusión o analogía es frecuente y una parte de
un objeto, recuerdo o idea puede usarse en vez del conjunto, o viceversa. Mas
aun varios pensamientos diferentes pueden estar representados por un solo
pensamiento o imagen. La representación verbal no se utiliza en la forma casi
exclusiva empleada en el pensamiento del proceso secundario. Las impresiones
visuales y también otras sensoriales pueden aparecer en lugar de una palabra o
aun en vez de un párrafo o de todo un capitulo. Como característica final podemos
añadir que no existe un sentido del tiempo o una preocupación por el; no existe
cosa tal como ―antes‖, ―después‖, ―ahora‖, ―entonces‖, ―primero‖, ―posterior‖ o
―ultimo‖, el pasado, el presente y el futuro son todo uno en el proceso primario.
Ahora bien, es verdad que el pensamiento de proceso primario es notorio
en muchos casos de grave afecciones mentales y pueden constituir una parte tan
destacada de la vida mental como para contribuir en forma prominente a los
síntomas que manifiestan estos paciente. Este es el caso de los diversos delirios
asociados con enfermedades cerebrales u orgánicas, así como en afecciones
graves de etiología indeterminada, como la esquizofrenia y la psicosis
maniacodepresiva. No obstante de proceso primario no es en si patológico; la
anormalidad en tales casos esta dada por la ausencia relativa o desaparición del
pensamiento antes que por la presencia del primario: es el dominio o la presencia
exclusiva del proceso primario lo que constituye una anormalidad, cuando se
produce en la vida adulta a pesar dé la impresión inicial de extrañeza del
pensamiento de proceso primario nos causa las siguientes consideraciones
pueden contribuir a hacérnoslo mas comprensible aun podría persuadirnos de que
nos es en realidad mas familiar de lo que habíamos imaginado la falta de un
sentido del tiempo, por ejemplo, podemos relacionarla en forma comprensible con
lo que sabemos de la evolución intelectual del niño pequeño. Habrán de pasar
varios años antes de que un niño desarrolle una noción del tiempo antes de que
pueda captar otra cosa que el ―aquí y ahora‖, de modo que este rasgo del
pensamiento de proceso primario no es sino una característica familiar de la
primera infancia.
Lo mismo vale, claro esta, para la tendencia a representar las ideas en
forma no verbal. Esta es, después de todo, la forma pre verbal en que le niño debe
pensar.
En cuanto a los rasgos sintácticos confusos e ilógicos que hemos decreto,
el uso de conjunciones notificadoras y aun de partículas negativas es mucho mas
común en el lenguaje escrito que en el hablado, donde tan buena parte del sentido
se expresa por la situación, los gestos, la expresión facial y el tono en el que
habla. Mas aun cuanto mas familiar y menos formal sea la manera de hablar, mas
simple será la sintaxis y mas ambiguas las palabras mismas si se las separa de su
contexto.
De modo similar la representación de una parte por el todo, o viceversa, o a
la representación por analogía o alusión son formas de pensamiento
intencionalmente buscadas en poesías y halladas con igual frecuencias en otras
producciones mentales menos serias, como los chistes y la jerga popular. Hasta le
representación de ideas en una forma no verbal se infiltra a menudo en nuestras
vidas conscientes. Hablamos de cuadros que narran toda un historias mejor que
cuanto lo podrían hacer las palabras; y aun que los sofisticados en arte existen
entre nosotros puedan no tener una gran estimación critica por las pinturas serias
que intentan contarnos una historia, todos reconocemos la frecuencia de tales
deseos en los dibujos humorísticos e ilustraciones para avisos, verbigracia.
Todos estos ejemplos concurren a demostrar que las características del
proceso primario no son tan ajenas al, pensamiento de la vida adulta con
habíamos supuesto en un principio. Es obvio que persisten durante toda la vida y
que siguen desempeñando un papel, bastante importante aun que subordinados.
Además, como veremos en capítulos posteriores el ego conserva en forma normal
una capacidad de volver temporariamente a los patrones inmaduros que fueron la
característica de la infancia. Esto es evidente en particular para los deportes,
bromas y juegos de adultos, sazonados o no con alcohol. También ocurre al
dormir en los sueños al igual que con el soñar despierto de la vigilia. En todos
esos casos se hace notorio un aumento temporario de la importancia del
pensamiento del proceso primario en comparación con el secundario, cuyo tipo es
normalmente el dominante en la vida adulta, como ya hemos dicho, aun que han
quedado incluidos los puntos escánciales de los pensamientos de proceso
primario y secundario, hay aun algunos por arreglar que facilitaran al lector el
abordaje de la literatura psicoanalítica concerniente a estos temas.
En primer lugar, hay un par de términos de uso aceptado en la literatura
psicoanalítica para señalar algunos de los rasgos del pensamiento de proceso
primario que será conveniente definir.
El primero de estos términos es ―desplazamiento‖ y ―condensación‖.
Cuando se lo usa en su sentido técnico psicoanalítico, ―desplazamiento‖ se
refiere a la representación de una parte por el conjunto a viceversa, o, en general,
a la sustitución de una idea o una imagen por otra conectada con ella por
asociación. Freud supuso que tales sustituciones eran debidas o dependían de un
desplazamiento de la catexia, es decir, de la carga de energía psíquica de uno a
otro pensamiento o idea. De allí su elección de la palabra ―desplazamiento‖ lo que
se desplaza es la catexia. Coincidentemente este termino ilustra la estrecha
relación que existe entre el pensamiento de proceso primario y las formas
características de regulación de le energía impulsiva que también se las denomina
proceso primario. En este caso, la pronta tendencia al desplazamiento,
característica del pensamiento del proceso primario esta relacionado con la
movilidad de las catexias que hemos descrito como propia del proceso primario en
si.
El termino ―condensación‖ se utiliza para indicar la representación de varias
ideas o imágenes con una sola palabra o imagen, o con partes de ellas. En este
caso la elección de la palabra ―condensación‖ se refiere al hecho de que lo mucho
que expresa con poco y no tiene relación con la regulación o descarga de
catexias.
Existe otra característica del pensamiento del proceso primario que suele
considerarse como si fuera separada y especial, aunque parezca más bien un
ejemplo de uno de los rasgos que ya hemos discutido, el desplazamiento. Es la
que denominamos representación simbólica, en el sentido psicoanalítico de la
palabra ―simbólico‖.
A poco de iniciado su estudio de los sueños y de los síntomas neuróticos,
Freud hallo que algunos de los elementos de los sueños o síntomas tenían un
significado que era muy constante de un paciente a otro, que era distinto del
significado habitual y, lo mas raro de todo, que era desconocido para el mismo
paciente. Por ejemplo, un par de hermanas en un sueño equivalían casi siempre a
pensamientos sobre senos, un viaje o una ausencia a muerte, dinero a heces y así
sucesivamente. Ocurría como si existiera un lenguaje universal secreto que la
gente utilizaba en forma inconsciente, sin ser capaz de comprenderlo
conscientemente; y al llamémosle vocabulario de ese lenguaje Freud lo denomino
―símbolos‖. En otras palabras en el proceso primario el dinero puede ser empleado
como símbolo, es decir, como equivalente total de heces, viajes se puede usar por
muerte, etc., esta es una verdad una situación notable y no es sorprendente que
este descubrimiento suscitara un gran interés y del mismo modo una gran
oposición. En realidad, es posible que tanto el interés como la oposición se
debieran en gran parte al hecho de que muchos objetos e ideas representados en
forma simbólica están prohibidos, vale decir, son sexuales o ―sucios‖.
La lista de lo que puede ser representado con un símbolo es muy larga;
comprende el cuerpo y sus partes, en particular los órganos sexuales, nalgas, ano,
aparato digestivo, y urinario, y los senos; los miembros próximos de la familia,
como madre, padre, hermana y hermano; ciertas funciones y experiencias
orgánicas, como la relación sexual, la micción, defecación, alimentación, llanto, ira
y excitación sexual; el nacimiento y la muerte; y algunos otros términos. El lector
podrá notar que estas son cosas de gran interés parea la criatura, en otras
palabras que son importantes para el individuo en una época en que su ego esta
aun inmaduro y el proceso primario desempeña un papel principal en su pensar.
Esto contempla nuestra consideración de los procesos primarios y
secundarios. Deseamos ahora encararnos con otro aspecto de la teoría de la
energía impulsiva que tiene que ver con la diferenciación del ego y del ello y su
evolución subsiguiente.
El aspecto al cual nos referimos se denomina neutralización de la energía
impulsiva. Como resultado de la neutralización, la energía impulsiva que va de otro
modo presionaría en forma imperiosa para descargarse lo mas pronoto posible,
como todas las catexias del ello, se pone al alcance del ego y a disposición de
este para llevar acabo sus diversas tareas y deseos de acuerdo con el proceso
secundario. De este modo relacionamos la energía impulsiva no neutralizada con
el proceso primario y la neutralizada, con el secundario, aunque no estamos
seguros de la relación precisa entre la neutralización y el establecimiento y
actuación del proceso secundario.
Lo que sabemos es que, primera la neutralización consiste en una
transición mas bien progresiva que repentina, y segundo, que la energía que la
pone al alcance de las funciones del ego es esencial para el ego. Sin ella, el ego
no puede funcionar o no puede hacerlo en forma adecuada (Harmann, 1953).
Cuando decimos que la neutralización es progresiva queremos expresar
que se produce una neutralización, poco a poco, a lo largo de un extenso lapso.
Como los otros cambios que están relacionados con la evolución del ego, se
realiza en forma gradual y paralela al desarrollo del ego, al que, como ya hemos
dicho, contribuye con un aporte importante.
Si tratamos ahora de definir la energía neutralizada, la definición más
simple y comprensible que podemos ofrecer es que se trata de la energía que ha
sido modificada apreciablemente en su carácter original. Sexual o agresivo.
Debemos interpolar aquí en este concepto de desnaturalización de la energía
impulsiva fue introducido por Freud cuando el único impulso instintivo que
reconocía era el sexual. Como consecuencia, al considerar el proceso al cual nos
estamos refiriendo lo denomino desexualizasacion; en años recién ha sido
introducida la palabra ―desagresivizacion‖ como compañera de aquella (Harmann,
Kris, Lowenstein, 1949), pero por razones de simplificación y euforia parece
preferible hablar simplemente de neutralización, trátese de energía sexual o de
agresión.
El termino neutralización implica que una actividad de un individuo que
originalmente le brindaba una satisfacción de los impulsos mediante la descarga
de catexia, deja de hacerlo y pasa a ponerse al servicio del ego, casi o por
completo independiente, al parecer de la necesidad de gratificación o descarga de
catexia en cuanto se parezca si quiera a la forma instintiva original. Quizás el
ejemplo siguiente pueda servir par que esto sea comprensible.
Los primero intentos del niño para hablar le proporcionan una descarga
para varias catexias impulsivas, como lo hace en general las otras actividades del
ego inmadura, quizá sea difícil o imposible conocer con exactitud y por completo
precisamente que energías impulsivas del pequeño se descargan hablando, pero
podemos estar de acuerdo en varias de ellas; de expresión de un sentimiento de
identificación de un adulto o un hermano mayor y un juego de obtención de la
atención de un adulto. También concordaremos, empero, que con el tiempo el uso
del lenguaje comienza a ser independiente en forma amplia de tal gratificación y
se dispone de el para la comunicación del pensamiento aun en ausencia de tales
gratificaciones directas como las que al principio lo acompañaron: lo que
originariamente fue energía impulsiva a sido neutralizada y esta al servicio del
ego.
Deseamos destacar que la relación entre una actividad tal como el hablar y
la satisfacción de los impulsos es normal en las primeras etapas de la vida. Sin la
contribución aportada por la energía de los impulsos, la adquisición del lenguaje
estaría seriamente dificultada si es que siquiera pudiera producirse. Se pueden ver
ejemplos clínicos de este hecho en mutismo de niños psicóticos y apartados que
no tienen relación de gratificación con los adultos y cuyo lenguaje retorna o se
desarrolla por primera vez solo cuando en el curso del tratamiento recomienzan o
comienzan a tener tales relaciones. Por otra partes si la energía impulsiva
involucrada no se neutraliza lo suficiente, y si en la vida posterior se anula y el
hablar o la energía neutral dispone para ello se reinstintiviza, entonces pueden
interferir conflictos neuróticos con los que hasta ahora había sido una función del
ego a disposición del individuo indiferente a conflictos interiores. Se nos ofrecen
ejemplos de la consecuencia de dicha instintivizacion, en el tartamudeo infantil
(neutralización inadecuada) y en la afonía histérica (reintintivizacion). Podemos
agregar al pasar que la reinstintivizacion (desneutralizacion) es un aspecto del
fenómeno de regresión, al que ya nos hemos referido en el capitulo II y que
volveremos a considerar en el capitulo IV.
El concepto de que la energía neutralizada esta a disposición del ego para
muchas de sus funciones esta de acuerdo con el echo de que estas operaciones
del mismo son autónomas en el sentido de que por lo general no las perturba el
flujo de los impulsos ni los conflictos intrapsiquiatricos promovidos por los impulsos
por lo menos después de la primera infancia (Harmann, Kris, Loewenstein, 1946).
No obstante su autonomía es relativa y no absoluta, y como hemos dicho más
arriba en algunas actuaciones patológicas la energía a su disposición puede
reinstintivizarce y las funciones mismas pueden quedar afectadas o aun a merced
de los deseos despertados por los impulsos o por los conflictos acerca de tales
deseos.
CAPITULO IV
EL APARATO PSIQUICO
En el capitulo II hemos considerado diversos temas en conexión con la
diferenciación del ego a partir de ello, su desarrollo gradual y su funcionamiento.
Hablamos de las funciones psíquicas que están agrupas bajo el encabezamiento
―el ego‖, tales como el control motor, la percepción sensorial, la memoria, los
efectos y el pensamiento, y hemos llamado la atención sobre el hecho de que los
factores que influyen sobre la evolución y de los del ego caen dentro de dos
vastas categorías que denominamos madurativa y ambiental o experiencial.
Discutimos esta última categoría con alguna extensión y señalamos la importancia
excepcional para el desarrollo del ego de uno de los objetos del medio der la
criatura, su propio cuerpo. Además discutimos la gran influencia que poseen las
personas que rodean al niño sobre el crecimiento y desarrollo del ego por medio
del proceso de identificación. Volvimos luego nuestra atención hacia, lo que
llamamos el modo de funcionar de diversas partes del aparato psíquico y tratamos
de los procesos primario
y secundario y los modos del pensamiento
correspondientes a dicho proceso. Por fin estudiamos el, papel que en la
formación y funcionamiento del ego desempeña la neutralización de la energía
psíquica derivada de los impulsos. En este
capitulo organizaremos nuestra
consideración alrededor de dos temas principales que a su vez están en estrecha
relación entre si. El primero concierne a la capacidad del ego para adquirir
conocimiento del medio y dominarlo. El segundo trata de las formas complejas y
en extremo importantes en que el ego alcanza en grado de regulación y dominio
sobre el ello, es decir sobre los deseos y tendencias despertados por los impulsos.
Un tema tiene que hacer con la lucha del ego con el mundo exterior en su papel
de intermediario entre el ello y el medio, el otro, con el ego en igual lucha pero con
el ello mismo, o como podría decirse, con el mundo interior.
Comencemos por el primero de estos temas, es decir con el dominio del
ego sobre el medio. Esta claro que por lo menos tres funciones de las que hemos
considerado previamente son de importancia fundamental en este aspecto. La
primera de dichas funciones corresponde a las percepciones sensoriales que
informan al ego sobre su circunstancia en primer lugar. La segunda incluye la
capacidad de recordar, de comparar y de pensar según el proceso secundario lo
que permite un nivel mucho mas elevado de conocimiento acerca del medio del
que las elementales impresiones sensoriales solas podrían proveer. La tercera
consiste en el dominio y la habilidad motora que permiten al individuo emprender
la alteración de sus ambientes físico por medios activos. Como podría esperarse,
están mas bien interrelacionadas que separadas. Por ejemplo, la habilidad motora
puede ser esencial para ganar impresiones sensoriales, como en el caso de la
adquisición de la visión estereoscópica o el uso de las manos en la palpación.
Empero, además de estas diversas funciones del ego relacionadas entre si,
también distinguimos una particular que desempeña un papel de máxima
importancia en la conexión del ego con sus circunstancia y que denominamos
criterio de la Realidad (Freud, 1911, 1923). Por criterio de la realidad queremos
significar la capacidad del ego para distinguir entre los estímulos o percepciones
que nacen del mundo exterior, por una parte, y aquellos que surgen de los deseos
e impulsos del ello, por la oirá. Si el ego es capaz de desempeñar esta tarea con
éxito, decimos que el individuo en cuestión tiene un sentido de la realidad
adecuado o bueno. Si el ego no puede cumplir esta labor, consideramos que su
sentido de la realidad es pobre o defectuoso.
¿Cómo se desarrolla el sentido de la realidad? Creemos que evoluciona en
forma gradual, como otras funciones del ego, a medida que el niño crece y
madura, a lo largo de un período considerable. Suponemos que durante varias de
las primeras semanas de vida, la criatura es incapaz de distinguir por completo
entre los estímulos de su propio cuerpo y los instintivos con respecto a los
provenientes del medio. Desarrolla en forma progresiva su capacidad de lograrlo,
en parte como consecuencia de la maduración de su sistema nervioso y sus
órganos sensoriales y en parte como resultado de los factores experienciales.
Freud (1911) llamó la atención sobre el hecho de que la frustración era uno
de estos últimos. En realidad, él consideró que era de gran importancia en la
evolución del sentido de la realidad durante los primeros meses de vida. Señaló,
por ejemplo, que la criatura experimenta muchas veces que ciertos estímulos,
verbigracia, los del pecho y la leche, que son fuentes importantes de gratificación,
se hallan ausentes. Como descubre la criatura, esto puede resultar cierto aun
cuando algunos estímulos determinados están altamente catectizados, es decir,
en este ejemplo, aunque el niño esté hambriento.
A tales experiencias de frustración que de modo inevitable se repiten de
una manera u otra en diversidad de formas durante la infancia, Freud las
consideró un factor de los más importantes en el desarrollo de un criterio de la
realidad. A través de ellas, el niño aprende que algunas cosas en el mundo vienen
y se van, que pueden estar ausentes o presentes, que ―no están aquí‖ por
muchísimo que uno lo desee. Este es uno de los puntos de partida para reconocer
que tales cosas (el pecho de la madre, por ejemplo) no son ―sí mismo‖ sino ―fuera
de sí mismo‖.
A la inversa, existen algunos estímulos a los que el niño no puede obligar a
irse. No importa cuánto pueda desear que ―no estén aquí‖, aquí están. Estos
estímulos surgen en el seno del organismo y son a su vez puntos de partida para
reconocer que tales cosas (un dolor de estómago, por ejemplo) no son ―fuera de sí
mismo‖ sino ―sí mismo‖.
La capacidad para decidir si algo es ―sí mismo‖ o no, es obvio que forma
parte de la función general del criterio de la realidad, a uno de cuyos aspectos nos
referimos como establecimiento de límites estables para el ego. En realidad, es
probable que fuera más exacto hablar de límites de sí mismo que de límites del
ego, pero esta última frase ha quedado por el momento mejor establecida en la
literatura.
Bajo la influencia de tales experiencias como las que acabamos de describir
el ego del niño en crecimiento va desarrollando en forma gradual su capacidad
para determinar la realidad. Sabemos que en la infancia esta capacidad ' no es
sino parcial y varía de eficacia de una época a otra. I Por ejemplo, sabemos bien
de la tendencia del niño a r tomar un juego o una fantasía como algo real, por lo
menos mientras dura. Pero además debemos .reconocer que aun en la vida adulta
normal nuestra visión de la realidad está influida en forma constante por nuestros
propios deseos, temores, esperanzas y recursos. Hay pocos de nosotros, si es
que alguno existe, que vean claro el mundo y que lo vean constante. Para la gran
mayoría de nosotros la visión del mundo que nos rodea está más o menos influida
por nuestra vida interior mental.
Para elegir un ejemplo simple, piensen cuán distintos nos parecen algunos
extranjeros según que nuestros respectivos países se encuentren gozando de
relaciones pacificas o se encuentren en guerra. Se trasforman de personas;
agradables, o aun admirables, en gente viciosa y desagradable, ¿Qué es lo que
ha causado ese cambio en nuestra estimación de su carácter? Pienso que
tenemos que estar de acuerdo en que los factores decisivos en la generación de
ese cambio han sido los procesos psíquicos producidos en nuestro interior. Sin
duda que estos procesos psíquicos; son bastante complejos, pero uno puede
adivinar con facilidad que uno de los importantes es el nacimiento de odio por el
enemigo, un deseo de herirlo o destruirlo, y la culpa resultante, es decir el temor al
castigo y al desquite. Es consecuencia de tales sentimientos turbulentos «pe
nuestros hasta entonces vecinos admirables devienen despreciables y viciosos
ante nuestra vista.
Lo deficiente o la imposibilidad de fiar en la capacidad de nuestros egos
para un criterio de la realidad se reflejan de este modo en el prevalecimiento de
prejuicios como los que acabamos de considerar. También resulta evidente de la
creencia difundida y tenaz en las supersticiones y prácticas mágicas, religiosas o
no, así como en las creencias religiosas en general. No obstante, el adulto suele
alcanzar dentro dé lo normal un grado considerable de éxito en su capacidad para
discernir la realidad, por lo menos en las situaciones habituales o cotidianas,
capacidad que se pierde o se ve disminuida en forma considerable sólo en casos
de enfermedades mentales graves. Los pacientes afectados de tales males tienen
perturbaciones mucho más serias en su capacidad para discriminar la realidad, de
lo que uno está acostumbrado a ver en las personas normales o neuróticas. Como
ejemplo, bastaría citar al enfermo mental que cree que sus ideas delirantes o sus
alucinaciones son reales, cuando en realidad tienen su origen primordialmente en
los temores y deseos de él mismo.
Tanto es así, que una perturbación del criterio de la realidad, rasgo habitual
de varias enfermedades mentales graves, se ha constituido en el criterio para el
diagnóstico de las mismas. Las serias consecuencias de tal perturbación sirven
para hacernos resaltar la importancia de la capacidad de discernir la realidad en el
ego en su papel normal de ejecutante del ello. Un sentido de la realidad intacto
faculta al ego para actuar en forma eficaz sobre el medio en interés del ello.
Constituye así un capital valioso para el ego cuando éste se alía con el ello e
intenta explotar el medio con vistas a oportunidades de gratificación.
Contemplemos ahora otro aspecto del papel del ego como intermediario
entre el ello y el ambiente, y en el cual hallamos al ego postergando, regulando u
oponiéndose a la descarga de las energías del ello en vez de estimularla o
facilitarla.
Del modo que comprendemos la relación entre el ego y el ello, la capacidad
de aquél para regular la descarga de las energías de éste es en primer lugar algo
necesario o valioso para un aprovechamiento eficiente del medio, como
mencionamos más arriba. Si uno puede esperar un poco puede evitar a menudo la
consecuencia desagradable de una gratificación o puede aumentar el placer a
obtener. Como ejemplo simple, el niño de un año y medio que desea orinar puede
ser capaz de evitar el desagrado de un reto si su ego logra postergar la micción
hasta llegar al baño, y al mismo tiempo puede ganar un placer extra en forma de
elogio y afecto. Además, hemos visto que para el desarrollo del proceso
secundario y del pensamiento de proceso secundario es esencial una cierta
demora en la descarga de la energía impulsiva, lo cual es por cierto una
contribución valiosa al ego para la explotación del medio.
Podemos comprender entonces, que el mismo proceso de desarrollo del
ego resulte en una cierta proporción de la demora en la descarga de las energías
del ello y en cierta medida de la regulación del ello por el ego. Anna Freud (1954
a) expresó este aspecto de la relación entre el ello y el ego por comparación con la
relación entre el individuo y los servicios públicos civiles de un estado moderno.
Ella señaló que en una sociedad compleja el ciudadano debe delegar muchas
tareas a los servidores públicos si desea que se cumplan en forma eficiente y
según sus mejores intereses. La creación de un servicio público es, en
consecuencia, para ventaja del ciudadano individual y le reporta numerosos
beneficios de los que es feliz de poder gozar, pero al mismo tiempo descubre que
también hay ciertas desventajas. El servido público es, a menudo, muy lento para
la satisfacción de una necesidad determinada del individuo y parece tener sus
ideas propias acerca de lo que es mejor para él, ideas que no siempre coinciden
con lo que él desea en ese momento. En forma similar, el ego impone una demora
a los impulsos del ello, puede defender al medio contra él y aun puede apropiarse
para su propio uso de la energía de los impulsos por medio de la neutralización.
Podríamos esperar, de lo que hasta aquí hemos aprendido acerca de la
relación entre el ego y el ello, que la conexión entre el ego y el medio nunca sea lo
bastante fuerte como para forzar al ego a una oposición seria o prolongada a las
exigencias instintivas del ello. Después de todo, hemos dicho repetidamente que
la relación del ego con la realidad era primordialmente en servicio del ello y
podemos esperar en consecuencia que en caso de un conflicto realmente
importante entre los deseos del ello y las realidades del medio, el ego se una en
forma sustancial al ello.
No obstante, lo que hallamos en la realidad es bastante distinto de lo que
esperábamos. Comprobamos que el ego puede hasta indisponerse contra el ello y
aun oponerse directamente a la descarga de sus energías impulsivas. Esta
oposición del ego al ello no se hace evidente con claridad hasta después de
haberse establecido un cierto grado de evolución y organización de las funciones
del ego, claro está, pero sus comienzos no son posteriores al término del primer
año de vida. Un ejemplo simple de tal oposición sería el rechazo por el ego del
deseo de matar a un hermanito. Como sabemos, los niños muy pequeños actúan
muy a. menudo de: acuerdo con tal deseó mediante el ataque al hermano, pero
con el trascurso del tiempo y bajo la presión de la desaprobación ambiente, el ego
termina por oponerse y rechaza el deseo del ello, en grado tal que por fin en
realidad parece haber dejado de existir. Por lo menos en cuanto concierne a la
conducta externa, el ego ha prevalecido y el deseo de matar ha sido abandonado.
De este modo vemos que aunque el ego es originariamente el brazo
ejecutor del ello y continúa siéndolo en muchos aspectos durante toda la vida,
comienza a ejercer un grado creciente de regulación del ello desde temprano y en
forma gradual llega a oponerse a algunos intentos del ello y hasta a ponerse en
abierto conflicto con ellos. Del sirviente servicial y obediente del ello en todo
aspecto, el ego pasa a ser en cierto grado su opositor y aun su amo.
Pero esta revisión de nuestro concepto del papel del ego origina, en
nuestras mentes muchas preguntas que han de ser contestadas. ¿Cómo hemos
dé explicar el hecho de que el ego, una parte del ello que se inició como servidor
de sus impulsos, se trasforme en cierta medida en su amo? Además, ¿qué medio
particular utiliza el ego para mantener en jaque a los impulsos cuando así logra
hacerlo?
La respuesta para la primera pregunta reside en parte en la relación del
niño con su circunstancia y en parte en ciertas características psicológicas de la
mente humana. Algunas de estas características son nuevas y otras ya nos son
familiares en razón de las consideraciones previas. Lo que tiene en común es que
todas estas están relacionadas con el funcionamiento del ego.
Primero, lo del ambiente. Sabemos que el ambiente de una criatura es de
especial importancia biológica para ella, o más bien que lo son partes de su
ambiente. Sin dichas partes, que al principio son su madre y algo más tarde
ambos padres, no podría sobrevivir. No nos sorprende, por tanto, que la
dependencia física inusitadamente grande y única en duración de la criatura
humana con respecto a sus padres esté seguida en forma paralela por su
dependencia psíquica de ellos; pues el niño, como hemos visto, depende para la
mayoría de sus fuentes de placer de sus padres y nos damos cuenta, a
consecuencia de estos diversos factores, de cómo la madre, por ejemplo, puede
devenir un objeto tan importante en el ambiente del niño que en caso de un
conflicto entre un pedido de la madre y un deseo directo del ello del niño, el ego se
ponga del lado de aquélla en contra de éste. Por ejemplo, si una madre prohíbe
una manifestación del impulso de destrucción, como el desgarrar las páginas de
un libro, el ego se pondrá a menudo de su parte y en contra del ello.
Esta parte de nuestra respuesta es fácil de comprender y no requiere una
consideración muy técnica o complicada. Al pasar al resto de la respuesta a la
primera de las preguntas formuladas más arriba, tendremos que discutir más de
un factor y con cierta extensión.
Ante todo podemos volver a destacar que la formación y el funcionamiento
del ego utilizan energía que proviene por completo o en gran parte del ello. A
menos que acéptenos que el ello es una fuente infinita de energía psíquica,
debemos llegar a la conclusión de que el mero hecho de la existencia del ego y de
su funcionamiento implica una reducción de la cantidad de energía impulsiva del
ello. Parte de ella ha sido utilizada para crear y poner en marcha el ego. Por cierto
que al volver la vista hacia algunos (congéneres tenemos a veces la impresión de
que no queda nada del ello en algunos miembros de la especie particularmente
carentes de pasiones y de que toda su energía psíquica se ha trasfundido en la
formación del ego, aunque sabemos que tal situación extrema es imposible. Lo
importante, empero, es que el desarrollo del ego determina en forma inevitable un
cierto grado dé debilitamiento del ello. Desde este punto de vista uno podría decir
que el ego crece como un. parásito a expensas del ello, y esto puede , contribuir
en cierta medida ah hecho de que el ego eventualmente sea tan fuerte como para
convertirse en amo del ello en vez de ser para siempre y por completo su servidor;
aunque, como dijimos antes, parece difícil' que pueda explicar por completo este
resultado, .
En este punto será provechoso mencionar Varios procesos que son de
importancia en la formación y funcionamiento del ego y que contribuyen en modo
significativo al proceso de disminución de la energía psíquica del ello y al aumento
de la del ego.
Uno de tales procesos, que se ha visto que era una parte principal del
desarrollo del ego y que debe actuar en la forma recién descrita, es la
neutralización de la energía impulsiva. Este proceso de desnaturalización, que
hemos descrito con cierta extensión en el Capítulo III, resulta con claridad en una
reducción de las energías libidinales y de agresión del ello y en un aumento de la
energía a disposición del ego.
Otro de los factores que sabemos son importantes en la evolución del ego y
que desempeña un papel destacado en el desplazamiento de la energía psíquica
del ello hacia el ego es el proceso de identificación. Este también fue estudiado en
el Capítulo III y el lector recordará que consiste, esencialmente, en el hacerse el
individuo semejante a un objetó (persona p cosa) del mundo exterior
psicológicamente importante para él, es decir, muy catectizado con energía
impulsiva.
El ―hacerse semejante‖, como hemos visto, produce una modificación del
ego y una de sus consecuencias es que todas o una parte de las catexias que
antes estaban unidas a un objeto externo quedan ahora asociadas a la copia de
tal objeto en el seno del ego. El hecho de que algunas de las energías del ello
estén unidas entonces a una parte del ego contribuye al enriquecimiento de las
energías a disposición de éste a expensas de aquel y a su fortalecimiento frente al
mismo.
Hay aun otra forma, que merece nuestra atención, por la cual las exigencias
del ello se debilitan y de allí que se haga más susceptible dé dominio por el ego;
es el proceso de la gratificación por fantasías. Es notable, aunque sea un lugar
común, que una fantasía —ya en el soñar despierto o en el dormido— en la. Que
uno ó varios deseos del ello estén representados como cumplidos determina de
hecho una gratificación parcial de los impulsos del ello que le conciernen y una
descarga parcial de su energía. Así por ejemplo una persona sedienta dormida
puede soñar que apaga su sed y se siente satisfecha y sigue durmiendo pese a
que el grifo del agua se encuentra ahí nomás, en el cuarto vecino.
Es obvio, aun después de una breve reflexión, qué el papel desempeñado
en nuestras vidas mentales por la fantasía es muy grande y no nos proponemos
siquiera trazar aquí un bosquejo de la importancia general de dicha función. Sólo
deseamos señalar que un efecto de la fantasía puede ser que un impulso del ello
quede tan próximo a estar satisfecho que le resulte relativamente fácil al ego
dominarlo o regularlo, y, en consecuencia, desempeña una función para lograr que
el ego dómine al ello. Podemos agregar algo que debiera ser obvio, á saber, que
tales fantasías se producen con frecuencia en la vida mental normal.
Llegamos ahora a la última de las características psicológicas que
deseamos discutir como integrante dé la tarea de facilitar al ego su trasformación
en cierto grado en el amo del ello. Esta característica es probablemente la decisiva
y la verdadera responsable de la capacidad del ego para oponerse y dominar los
impulsos del ello en cierta extensión y en ciertas ocasiones. Se trata de la
tendencia humana a generar angustia bajo ciertas circunstancias una tendencia
qué~ requerirá no sólo una discusión más bien larga y técnica para elucidarla sino
también una introducción considerable, puesto que la teoría psicoanalítica
corriente de la angustia, no puede ser comprendida sin antes presentar lo que
Freud (1911) denominó el principio del placer. Esta hipótesis que aun no hemos
discutido será considerada aquí.
Expresado en términos simples, el principio del placer afirma que la mente
tiende a obrar en forma tal de alcanzar el placer y. de evitar su antagonista. La
palabra alemana que Freud utilizó para expresar lo antagónico al placer fue
Unlust, que ha sido traducida a menudo como ―dolor‖, de modo que nuestro
principio ha sido denominado también principio del placer y dolor. Pero ―dolor‖, a
diferencia de Unlust, también denota la sensación física de dolor además de lo
opuesto al placer, por lo cual, para evitar la ambigüedad en tal aspecto, algunos
traductores más recientes han sugerido que en vez de ―dolor‖ se utilice la palabra
unpleasure [implacer], carente de belleza, pero que no da lugar a la ambigüedad.
[En castellano usaremos la palabra ―desplacer‖, idiomáticamente correcta y
carente de connotación física, como el autor la desea. N. del T.]
Freud incorporó al concepto del principio del placer las ideas de que en los
muy primeros tiempos de vida la tendencia a obtener placer es imperiosa e
inmediata y de que el individuo sólo en forma gradual adquiere la capacidad de
posponer el logro, del placer, a medida que se va haciendo mayor.
Ahora bien, este concepto del principió del placer suena parecido al
concepto del proceso primario que tratamos en el Capítulo III. De acuerdo con el
principio, del placer hay una tendencia a obtener placer y a evitar el desplacer,
tendencia que en los comienzos de la vida no da lugar a postergaciones. De
acuerdo con el proceso primario, las catexias de la energía impulsiva han de ser
descargadas lo más pronto posible* y podemos suponer aun que este proceso es
el dominante en el funcionamiento mental de esa época de la vida. Además, en
conexión con el principio del placer, Freud afirmó que con los años hay un
aumento gradual de la capacidad del individuo para postergar la obtención del
placer y el alejamiento del desplacer, mientras que en relación con el proceso
primario formuló la idea de que el desarrollo del proceso secundario y su aumento
de importancia relativa permitía al individuo postergar la descarga de las catexias
a medida que se hacía mayor.
En lo fundamental, por tanto, el concepto original de Freud del principio del
placer se corresponde con el posterior de proceso primario. La única diferencia
real, fuera de la terminología, es que el principio del placer está formulado en
términos subjetivos mientras que el proceso primario lo está en objetivos. Es decir
que las palabras ―placer‖ y ―desplacer‖ se refieren a fenómenos subjetivos, en este
caso a afectos, mientras que las frases ―descarga de catexia‖ o ―descarga de la
energía impulsiva‖ se refieren al fenómeno objetivo de la distribución y descarga
de la energía, en este caso dentro del ello. Debe anotarse, de paso, que de
acuerdo con nuestras teorías un afecto o emoción es un fenómeno del ego, por
más que dependa, para su génesis de procesos operados en el ello.
Freud de ningún modo ignoró la gran similitud entre la formulación del
principio del placer y la formulación de ese aspecto del funcionamiento del ello que
denominó proceso primario. De hecho, trató de unificar los dos conceptos y es en
realidad a causa de que sintió que su intención no tenía éxito que deberemos
discutir aquí las dos hipótesis en forma separada.
El intento de unificar los dos conceptos se hizo basada en una suposición
muy simple, la de que un aumento en la cantidad de catexias móviles no
descargadas corresponde
O
da origen, dentro del aparato psíquico, a un sentimiento de
desplacer, mientras que la descarga de tales catexias, con la consiguiente
disminución del remanente, lleva a una sensación de placer. En términos más
simples
pero
algo
menos
precisos
podemos
decir
que
Freud
(1911)
originariamente supuso que un aumento de la tensión psíquica producía
desplacer, mientras que una disminución de ella ocasionaba placer. Si esta
suposición fuera correcta, el principio del placer y el proceso primario no serían
más que formas distintas de expresar la misma hipótesis.
El argumento se desarrollaría de la siguiente manera: el principio del placer
afirma que en el niño muy pequeño hay una tendencia a lograr el placer mediante
la gratificación, que no puede ser postergada. El proceso primario afirma que en el
niño muy pequeño hay una tendencia a descargar la catexia, es decir, la energía
impulsiva, que no puede ser postergada. Pero, de acuerdo con la suposición
original de Freud, el placer de la gratificación es el mismo o es un aspecto de la
descarga de la catexia. Si la suposición fuera cierta, por tanto, las dos
formulaciones dirían lo mismo con distintas palabras y el principio del placer y el
proceso primario no serían sino dos expresiones posibles de la misma hipótesis.
Por desgracia para nuestro deseo natural de simplicidad en las teorías,
Freud (1924 c) llegó a la conclusión de que aunque el placer acompaña a la
descarga de la energía psíquica móvil en la vasta mayoría de los casos, mientras
que el desplacer es la consecuencia de la acumulación de tal energía, aun quedan
casos importantes en los cuales esto no parece ser así. Hasta afirmó que existían
casos en los cuales la inversa es lo cierto. Como ejemplo señaló que por lo menos
hasta cierto punto un aumento de la tensión sexual se experimenta como
placentero.
La decisión final de Freud fue, por tanto, de que las relaciones entre los
fenómenos de acumulación y descarga de energía impulsiva móvil, por un lado, y
los sentimientos de placer y desplacer, por el otro, no eran simples ni
determinables. Adelantó una hipótesis: que la razón y el ritmo de incremento o
descarga de catexia podía ser un factor determinante, y ahí dejó la cuestión. Ha
habido intentos posteriores de desarrollar una hipótesis satisfactoria sobre la
relación entre el placer y la acumulación de descarga de energía de los impulsos,
pero ninguna de ellas ' está tan aceptada en la actualidad como para justificar su
inclusión aquí (Jacobson, 1953). .
La consecuencia de estos hechos es que no podemos aún formular en
forma satisfactoria el principio del placer en términos precisos relacionados con la
energía psíquica. Debemos por tanto atenemos a la versión primera del mismo,
expresada en términos de las experiencias subjetivas de placer y desplacer: la
mente, o el individuo en su vida mental, procura la obtención de placer y evita el
desplacer.
El lector recordará que, para introducir a esta altura una discusión del
principio del placer, nuestra razón fue la dé facilitar el camino para el tema de la
angustia y es a este asunto que volveremos ahora nuestra atención. La
importancia del principio del placer en la teoría psicoanalítica de la angustia se
hará visible durante el curso de su consideración.
La teoría original de Freud de la angustia era que resultaba del freno
y descarga inadecuada de la libido. Que la acumulación anormal de libido
dentro de la psiquis fuera el resultado de obstáculos exteriores para su
descarga apropiada (Freud, 1895) o que fuera debida a obstáculos
interiores, tales como conflictos inconscientes o inhibiciones concernientes
a la gratificación sexual, no tenía mayor importancia desde el punto de vista
de esa teoría. En ambos casos el resultado era una acumulación de la libido
no liberada, que podía transformarse en angustia. La teoría no explicaba
cómo ocurría dicha trasformación ni qué factores determinaban el momento
preciso en qué debía ocurrir. Es importante, también consignar que de
acuerdo con esa teoría el término ―angustia‖ denota un tipo patológico de
temor que, por cierto, está relacionado fenomenológicamente con el temor
normal a un peligro externo, pero que tiene un origen claramente distinto. El
temor al peligro externo es, según se presumía, una reacción aprendida, es
decir, una reacción basada en la experiencia, mientras que la angustia es
libido trasformada, es decir, una manifestación patológica de la energía de
los impulsos.
Este fue el status de la teoría psicoanalítica de la angustia hasta 1926. En
ese año Freud publicó una monografía que en su versión norteamericana se
denominó El problema de la angustia, mientras que en la inglesa fue Inhibición,
síntoma y angustia. En esa obra Freud señaló que la angustia es el problema
central de la neurosis y propuso una nueva teoría basada en la hipótesis
estructural y que resumiremos aquí.
"Pero antes de hacerlo será conveniente que consignemos la estrecha
relación entre el tema n es decir la segunda teoría de la angustia de Freud y el de
dos trabajos anteriores a los que nos hemos referido en el trascurso de los
Capítulos II y III, Más allá del principio del placer y El ego y el ello. Estas dos
monografías contienen los conceptos fundamentales que diferencian la: moderna
teoría psicoanalítica de lo que fue antes.
Estos conceptos son, la teoría dual de los impulsos y la hipótesis
estructural. Permiten una forma más sólida y conveniente de enfocar los
fenómenos mentales de lo que con anterioridad era posible, así como una
comprensión de sus complicadas interrelaciones. Las nuevas teorías también
facilitaron progresos valiosos en la aplicación clínica del psicoanálisis. Un ejemplo
sobresaliente ha sido el desarrollo del análisis del ego y del campo íntegro de la
patología psicoanalítica del ego que se ha producido durante los últimos
veinticinco años.
Freud mismo escribió varios trabajos en los que mostró cómo las nuevas
teorías podían rendir frutos cuando eran aplicadas a los problemas clínicos (Freud,
1924 b, 1924 c, 1924 d, 1926). El problema de la angustia es en forma notoria el
caso aislado más importante de tal aplicación fructífera; en él Freud adelantó una
teoría de la angustia de aplicación clínica, basada en las visiones profundas
brindadas por la hipótesis estructural.
Para lograr la comprensión de la nueva teoría debemos
Además abandonó una parte importante de su teoría primigenia: dejó de
lado por completo la idea de que la libido no liberada se trasformaba en angustia.
Dio este paso con fundamentos clínicos y demostró la validez de su nueva
posición mediante la discusión algo detallada de dos casos de fobias de la
infancia.
En su nueva teoría Freud propuso relacionar la aparición de la angustia con
las que denominó ―situaciones traumáticas‖ y ―situaciones de riesgo‖. A aquéllas
las definió como las situaciones en las cuales la psiquis queda abrumada por el
influjo de estímulos demasiado grandes para dominarlos o descargarlos.
Consideró que cuando se producía esto se desarrollaba en forma automática la
angustia.
Puesto que es parte de la función del ego tanto el dominar los estímulos
sobrevivientes y el descargarlos en forma efectiva, sería de esperar que las
situaciones traumáticas se produjeran con más frecuencia en los primeros meses
y años de vida, cuando el ego es aún débil y no está desarrollado. Por cierto que
Freud consideraba que el prototipo de situación traumática es la experiencia del
nacimiento, al ser afectada por él la criatura que asoma a la vida. En ese j «
momento el niño está sometido a un influjo abrumador de experiencias externas y
sensoriales viscerales y responde con lo que Freud consideró que eran
manifestaciones de angustia.
El interés principal de Freud en el nacimiento como situación traumática
acompañada de angustia residía al parecer en que podía ser contemplada como
prototipo para situaciones traumáticas posteriores de mayor importancia
psicológica y que de ese modo ajustaba dentro de sus nuevas teorías en forma
satisfactoria. Otto Rank (1924) procuró aplicar esta teoría de Freud en la clínica en
una forma mucho más audaz que Freud mismo y propuso la noción de que todas
las neurosis podían ser atribuidas al trauma natal y que podían ser curadas
mediante la reconstrucción de la que dicho trauma podía haber sido y haciendo
que el paciente adquiriera conciencia de ello. Las teorías de Rank suscitaron
considerable agitación entre los psicoanalistas de la época en que fueron
propuestas, pero han sido ya descartadas.
En su monografía Freud prestó bastante atención a las situaciones
traumáticas que se producen después del nacimiento en la primera infancia. Como
ejemplo de tales situaciones eligió la "siguiente: en los primeros tiempos de vida
de una criatura depende de la madre para la gratificación de la mayoría de sus
necesidades orgánicas y para la obtención de la gratificación que en este período
de la vida está primordialmente relacionada con la satisfacción de las necesidades
orgánicas, como por ejemplo en el amamantamiento, en el que la criatura
experimenta una gratificación oral al mismo tiempo qué él placer de que lo
sostengan en brazos, le den calor y lo mimen. La criatura, antes de alcanzar una
cierta etapa de su vida, no puede obtener estos placeres, es decir, estas
gratificaciones instintivas, por si mismo. Si cuando la madre esta ausente el niño
experimenta una necesidad instintiva que solo puede ser satisfecha por aquella,
se crea una situación traumática para el niño, en el sentido que Freud le da a esta
palabra. El ego del niño no esta bastante desarrollado como para ser capaz de
postergar su gratificación mediante la retención de sus de deseos impulsivos y, en
cambio, la psiquis del niño queda abrevada por la acumulación de estímulos.
Puesto que no puede dominar ni descargar dichos estímulos genera una angustia.
Merece consignarse que en nuestro ejemplo, y claro está que en todos los
casos que nuestro ejemplo pretende tipificar, el flujo de estímulos que da origen a
este tipo primitivo y automático de angustia, es de origen interno. Específicamente
surge de la actuación dé los impulsos o con mayor precisión, del ello. Por tal
razón, este tipo automático que acabamos de describir ha sido denominado a
veces ―angustia del ello‖. Rara vez se utiliza esta denominación hoy día, pues
puede dar lugar al concepto erróneo de que el ello es su lugar de asiento. En
verdad, según la idea de Freud contenida en su hipótesis estructural, es en el ego
que se ubican todas las emociones.
El experimentar una emoción cualquiera es función del ego, según Freud, y
debe ser cierto también, por tanto, para la angustia. Lo que facilitó el concepto
erróneo de
que el ello era el lugar de asiento de la angustia de inducción
automática fue que el ego apenas si existe como estructura diferenciada, y menos
aún integrada, en una etapa tan precoz como la que sirvió para ejemplo en él
parágrafo precedente. Las criaturas pequeñas, como ya hemos dicho, tienen sólo
unos rudimentos de ego y aun este poco que ha comenzado a diferenciarse del
resto del ello apenas si se puede distinguir de éste. No obstante, lo que pueda
haberse diferenciado de ego en tan pequeños seres es el lugar de asiento de la
angustia generada.
Freud creía también que la tendencia o capacidad del aparato mental para
reaccionar a un flujo excesivo de estímulos en la forma descrita más arriba, es
decir, por generación de angustia, persiste durante toda la vida. En otras palabras,
una situación traumática, en el significado especial que Freud da a esta frase,
puede generarse a cualquier edad. Seguro que tales situaciones se generarán con
mucha mayor frecuencia en los muy primeros tiempos de vida por la razón ya
enumerada de que el ego aún no se desarrolló, pues cuanto más evolucionado
está el ego tanto mejor será capaz de dominar o descargar los estímulos
generados de origen externo o interno, y el lector claro está que recordará que es
sólo cuando tales estímulos no pueden ser dominados o descargados en forma
adecuada que la situación se trasforma en traumática y se genera la angustia.
Si Freud estaba acertado al decir que el nacimiento es el prototipo de las
situaciones traumáticas posteriores, entonces el nacimiento es un ejemplo de
situación
traumática
de
la
infancia
provocada
por
estímulos
que
son
principalmente de origen externo. En otros casos los estímulos ofensivos se
originan particularmente en los impulsos, es decir que su origen es interno, como
correspondió al ejemplo del niño cuya madre no estaba presente para brindarle la
gratificación por la cual clamaba su ello y que sólo la madre podía darle.
Por lo que podemos saber, las situaciones traumáticas originadas a
consecuencia de las exigencias del ello son las más comunes y también las más
importantes en los primeros años de vida. Freud consideraba que tales situaciones
surgen también en la vida posterior en aquellos casos que él clasificó como
neurosis de angustia ―actuales‖ (ver Capítulo VIII) y que la angustia que padecen
estos pacientes está realmente ocasionada por la afluencia abrumadora de
estímulos originados por la energía, del impulso sexual que no fue liberada en
forma adecuada a causa de impedimentos exteriores.
Pero esta suposición de Freud en particular tiene poca importancia práctica,
puesto que el diagnóstico de neurosis actual, rara o ninguna vez se hace en la
actualidad. Otra aplicación de la misma idea básica ha asumido una importancia
clínica mayor: la suposición de que las denominadas neurosis traumáticas de la
vida adulta, como por ejemplo las neurosis de guerra y lo que se denominó ―shellshock‖ (choque por conmoción) el resultado de una afluencia abrumadora de
estímulos externos que da origen en forma automática a la angustia. Freud mismo
sugirió esta posibilidad y subsiguientemente muchos autores al parecer aceptaron
que era cierta, o por lo menos que Freud creía que era cierta. En verdad, Freud
(1926) expresó su opinión de que una neurosis traumática bien podía no surgir en
una forma tan simple, sin lo que él denominó la ―participación de las capas más
profundas de la personalidad‖.
El concepto de Freud de las situaciones traumáticas y de la generación
automática de angustia en las situaciones traumáticas constituye lo que podemos
denominar la primera parte de su nueva teoría. Esta parte es la más próxima a su
teoría primigenia, aunque difiere en forma sustancial de aquélla en lo que respecta
al modo de producción de la angustia. El lector recordará que, según Freud en su
punto de vista anterior, la angustia surge por una trasformación de la libido,
mientras que según él punto de vista posterior se genera como resultado de una
afluencia abrumadora de estímulos que pueden o no provenir de los impulsos.
Podemos ahora resumir la primera parte de la nueva teoría de Freud, como
sigue:
1)
La angustia se genera en forma automática siempre que la psiquis
resulta abrumada por una afluencia de estímulos demasiado grande para ser
dominada o liberada.
2)
Estos estímulos pueden ser de origen externo o interno, pero con
mayor frecuencia surgen del ello, es decir, de los impulsos.
3)
Cuando de este modo se genera en forma automática una angustia,
se dice que la situación es traumática
4)
El prototipo de tales situaciones traumáticas es el nacimiento.
5)
La angustia automática es característica de la infancia, a causa de la
debilidad y falta de madurez del ego en esa época de la vida, y también se halla
en la vida adulta en los casos de la así llamada neurosis de angustia actual.
La segunda parte de la nueva teoría consiste en que, en el curso del
desarrollo, el niño aprende a anticipar o prever la llegada de una situación
traumática y a reaccionar ante ella con angustia antes de que se haga traumática.
A este tipo, Freud lo denominó angustia de alarma. Se produce por una situación
de peligro o por la anticipación del peligro, su producción es función del ego y sirve
para movilizar las fuerzas a disposición del ego para enfrentar o evitar la situación
traumática inminente.
Para ilustrar el significado de las palabras ―situación de peligro‖ Freud
retornó al ejemplo de la criatura cuya madre la deja sola. El lector recordará que si
estando solo le asaltara al niño alguna necesidad de gratificación que requiera la
presencia de la madre, la situación se convertiría en traumática y se generaría la
angustia en forma automática. Freud argumentó que después de haber alcanzado
una cierta etapa de su desarrollo el ego del niño sabrá reconocer que existe una
relación entre la partida de su madre y el engendramiento de un estado de gran
desplacer consistente en una angustia inducida en forma automática algunas
veces después de haberse ido ella. En otras palabras, el ego sabrá que si la
madre está presente no se generará la angustia, mientras que puede ocurrir si ella
se va. Como resultado, el ego pasa a considerar la separación de la madre como
una ―situación de peligro‖, cuyo peligro reside en la aparición de una exigencia
imperiosa de gratificación por parte del ello mientras la madre está ausente, con la
consiguiente producción de una situación traumática.
¿Qué hace el niño en una situación de peligro tal? Parte de lo que hace es
familiar para quienquiera que haya tenido experiencia con niños. Mediante
diversas manifestaciones de malestar el niño procura evitar que la madre se aleje
o que retorne si ya se fue. Pero Freud tenía más interés en lo que ocurre
intrapsíquicamente en la criatura que en las diversas actividades del ego que
tienen por objeto modificar el medio, por importantes que ellas sean. Sugirió que
en una situación de peligro el ego reacciona con una angustia que produce él
mismo en forma activa y propuso denominarla angustia de alarma; puesto que es
generada por el ego cómo un aviso o señal de peligro.
Pero antes de proseguir detengámonos un Momento. ¿Cómo es que el ego
puede producir una angustia, sea ésta como aviso o con cualquiera otro motivó?
La respuesta a esta pregunta dependerá de que recordemos que, después de
todo, el ego no es sino un grupo de Sanciones relacionadas. Creemos que en una
situación de peligro algunas de estas funciones, verbigracia, la percepción
sensorial, la memoria y algún tipo de proceso de pensamiento, están relacionados
con el reconocimiento del peligro, mientras que otras partes del ego u otras
funciones del ego reaccionan ante el peligro, lo cual se aprecia como angustia. Sin
duda que hasta podríamos deducir de nuestra experiencia clínica que la
percepción del peligro quizá da origen a una fantasía de la situación traumática y
que es esta fantasía lo que produce la angustia de alarma. Aunque esta
suposición sea o no correcta, podemos decir que algunas funciones del ego son
responsables del reconocimiento del peligro y que otras lo son de reaccionar ante
él con angustia.
Continuemos ahora con la exposición de Freud acerca, de lo que sucede
cuando el ego reconoce-una situación de peligro y reacciona a ella mediante una
angustia de alarma. Es en-este .punto que el principio del placer entra en el
cuadro. La angustia de alarma es desagradable y cuanto más intensa, mayor el
desplacer. Se puede suponer que hasta cierto punto la intensidad de la angustia
es proporcional a la estimación del ego de la gravedad o proximidad del peligro, o
de ambos factores. De modo que es de esperar que en el caso de cualquier
situación de peligro considerable también lo sean la angustia y el desplacer Es
este último el-que pone en acción en forma automática al que Freud denominó el
"todopoderoso" principio del placer. Es la manera de obrar del principio del placer
lo que luego le da al ego la fuerza necesaria para dominar la emergencia o la
acción continuada de cualesquiera impulsos del ello que puedan estar dando
origen a una situación de peligro. En el caso del niño abandonado por la madre,
estos impulsos pueden expresarse por el deseo de ser alimentado y mimado por
ella, por ejemplo.
Freud trazó una serie de situaciones de peligro típicas que se puede
esperar sucedan en una secuencia en la vida del niño. La primera de éstas,
cronológicamente, es la separación de una persona que es importante para el niño
como fuente de gratificación. A esto suele hacerse referencia en la literatura
psicoanalítica como "pérdida del objeto‖ o ―pérdida del objeto amado" aunque; en
la edad en que se percibe» como peligro por primera vez, el niño es aún
demasiado pequeño para atribuirle una emoción tan compleja como el amor. La
situación de peligro típica siguiente en el niño es la pérdida del amor de una
persona de su medio, de la que debe depender para su gratificación. En otras
palabras, aun cuando, esa persona esté presente, el niño puede temer la pérdida
de su amor; esto suele denominarse ―pérdida del amor del objeto‖. La situación
siguiente difiere según el sexo. En el caso del varón el peligro reside en la pérdida
de su pene, lo que en la literatura psicoanalítica suele referirse como ―castración‖.
En el caso de la niña el peligro reside en alguna lesión genital análoga. La última
situación de peligro es la de culpado desaprobación castigo dé parte del superego.
Podemos considerar que el primero de estos peligros es característico de la
primera etapa de evolución del ego, quizás hasta el año y medio, edad a la cual se
le suma el segundo, mientras que el tercero no ocupa un primer plano hasta los
dos y medio a tres años, y el último, claro está, no adquiere importancia hasta los
cinco o seis años, cuando ya ha formado él superego. Todos estos peligros
persisten por lo menos en cierto grado durante toda la vida inconscientemente en
pacientes neuróticos, en grado excesivo y la importancia relativa dé cada peligrovaría de una persona a otra. Es obvio que tiene la mayor importancia práctica en
la labor clínica con el paciente, el saber qué peligro es el principal dentro de los
temores inconscientes del paciente.
Freud afirmó que la angustia es el problema central en la enfermedad
mental y su afirmación es aceptada por la mayoría de nosotros en la actualidad
incidentalmente, podemos recordar que no siempre fue así. Antes de la
publicación de El problema de la angustia el énfasis principal en la concepción
psicoanalítica de las neurosis, en la teoría y en la clínica, recaía en las vicisitudes
de la libido, en particular en las fijaciones libidinales.
En aquel entonces, como ya hemos dicho, se consideraba que la angustia
era libido trasformada como consecuencia de su liberación inadecuada. Era
natural, por tanto, que la libido ocupara el primer plano en las discusiones teóricas
y que la preocupación clínica principal residiera en deshacer las fijaciones y en
general en asegurar Una liberación adecuada de la libido. Esto no pretende
implicar que sea menos importante ahora que entonces el eliminar las fijaciones.
Sólo se trata de que en la actualidad tendemos a contemplar estos problemas,
clínica y teóricamente, desde el punto de vista del ego y del ello, en vez de hacerlo
sólo desde el lado del ello. Puesto todo el énfasis de la literatura psicoanalítica
corriente sobre la importancia de la angustia en la enfermedad mental resulta fácil
perder de vista el hecho de que su papel en la facilitación al ego para dominar o
inhibir los deseos o impulsos instintivos que le parezcan peligrosos es esencial en
la evolución normal. La función de la angustia de ningún modo es patológica en sí
misma. Por lo contrario, se trata de una parte necesaria en la vida y, el desarrollo
mental. Sin ella, por ejemplo, sería imposible tipo alguno de educación, en el
sentido más amplío de esta palabra. Él individúo estaría a merced de cada
impulso a medida que fuera surgiendo en el ello y procuraría gratificar cada uno
por turno o a la vez, a menos que de tal intento se produjera una situación
traumática y el individuo quedara abrumado por la angustia.
Otra cuestión que concierne a la angustia de alarma es esta: es, o debería
ser, de mucho menos intensidad que la angustia que acompaña a una situación
traumática. En otras palabras, este aviso que el ego aprende a proporcionar en el
curso de su desarrolló tiene una intensidad de desplacer menor que la angustia
que podría generarse si el aviso no fuera dado y se generara una situación
traumática. La angustia de alarma es una angustia atenuada.
Recapitulemos ahora ésta segunda parte de la nueva teoría de la angustia:
1) En el curso del desarrollo el ego adquiere la capacidad de producir
angustia cuando surge una situación de peligro (amenaza de una situación
traumática) y luego, como anticipación al peligro.
2) Á través de la acción del principio del placer, esta angustia de alarma le
permite al ego dominar o inhibir los impulsos del ello en una situación de peligro,
3)
Existe una serie, o secuencia característica de situaciones de peligro
durante la infancia, las cuales persisten como tales en mayor o menor grado o
inconscientemente durante toda la vida.
4)
La angustia de alarma es una forma atenuada de angustia
desempeña un gran papel en la evolución normal y es la forma característica de
las psiconeurosis.
Hemos completado así nuestra respuesta a la primera de las dos preguntas
formulabas en la página 83. Esta inquiría por la explicación del, hecho de qué el
ego, aunque se inicia como parte del ello "servidora del resto'," pueda llegar en
cierta medida, a dominar al ello con el, tiempo. Deseamos ahora emprender la
contestación a la segunda pregunta, formulada en la página 83, a saber, de cómo
el ego se las compone para mantener reprimidos los impulsos del ello cuando
logra hacerlo así.
De nuestra consideración de la angustia comprendemos que cuando el ego
se opone a la emergencia de un impulso del ello lo hace así porque considera que
la liberación de dicho impulso creará una situación de peligro. El ego produce
entonces la ansiedad como señal de peligro, obtiene así la ayuda, del principio de
placer es capaz de ofrecer una resistencia exitosa a la salida de los impulsos
peligrosos. En la terminología psicoanalítica, hablamos de tal actuación como de
la defensa, u operación defensiva del ego.
Nuestra pregunta puede encuadrarse entonces de la manera siguiente:
―¿Cuáles son las defensas que el ego posee para enfrentar al ello?‖
La respuesta a esta pregunta es muy simple, aunque muy general. El ego
puede utilizar con tal fin todo aquello que esté a su alcance. Cualquier actitud del
ego. cualquier percepción, un cambio en la atención, la anteposición de otro
impulso del ello que sea más seguro que el peligroso y que compita con él, un
intento vigoroso de neutralizar la energía del impulso peligroso, la formación de
identificaciones o la ejercitación de la fantasía, todos pueden utilizarse con fines
defensivos, aislados o en combinación.
En una palabra, el ego puede usar y usa todos los procesos de su
formación y función normal con fines defensivos, en uno u otro momento.
Además de estas operaciones defensivas del ego, empero, en las cuales el
ego hace uso de procesos que ya nos son familiares por su consideración previa,
hay ciertos procesos del ego que tienen que hacer originariamente con las
defensas del ego contra el ello. A esto- Atina, Freud (1936) les dio el nombre de
―mecanismos de defensa‖ y ellos serán nuestra preocupación principal en la
discusión ulterior de as defensas del ego.
Cualquier lista que pudiéramos dar de los mecanismos de defensa sería
necesariamente incompleta y abierta a las críticas, puesto qué1 aún existen
diferencias de opinión entre los psicoanalistas' acerca de qué debiera y qué no
debiera ser denominado mecanismo de defensa en oposición a los otros medios
que están a disposición del ego para dominar al ello. Lo que haremos, por tanto,
es tratar de definir y discutir aquellos mecanismos de defensa que en general se
reconocen como tales y que suele admitirse que son de importancia considerable
en funcionamiento de la mente.
El primer mecanismo reconocido y el que ha merecido la atención mayor en
la literatura psicoanalítica es aquel que denominamos represión (Freud. 1915 b).
La represión consiste en una actividad del ego que aleja de la conciencia el
impulso no deseado del ello o cualquiera de sus derivados, sean recuerdos,
emociones, deseos o fantasías. En lo que concierne a la vida consciente del
individuo es como si todos ellos no existieran. Un recuerdo reprimido es uno
olvidado desde el punto de vista subjetivo del individuo en el cual se produjo la
represión. Podemos agregar entre paréntesis que no estamos seguros de que
exista otro tipo de olvido que el de la represión.
El acto de represión da origen dentro de la mente a una oposición
permanente o prolongada entre el ego y el ello en el asiento de la represión.
Creemos que por una parte el material reprimido continúa cargándose con cierta
catexia de energía impulsiva que presiona en forma constante en busca de
satisfacción, mientras que por otra parte el ego mantiene la represión por el gasto
constante de una porción de la energía psíquica, a su disposición. Esta energía se
denomina contracatexia, puesto que tiene la función de oponerse a la catéxia de
energía impulsiva con que está cargado el material reprimido.
El equilibrio entre catexia y contracatexia jamás es de tipo fijo, estático. Es
el resultado de un equilibrio entre las fuerzas antagónicas y puede desplazarse
según las ocasiones. Mientras la contracatexia gastada por el ego sea más fuerte
que la catexia del material reprimido, éste permanece en tal situación. Pero si la
contracatexia se debilita, el material reprimido tiende a asomar en la conciencia y
en la acción. Es decir, que la represión comenzará a fallar, y lo mismo ocurrirá si la
intensidad de la catexia de los impulsos aumenta sin un crecimiento paralelo de la
contracatexia.
Quizá valga la pena ilustrar estas posibilidades. La contracatexia opuesta
por el ego puede ser disminuida en varias formas. Parece ocurrir esto, por
ejemplo, en muchos' estados tóxicos o febriles, de los que es muy conocida la
intoxicación alcohólica. En estado de beodez una persona puede mostrar en su
conducta o lenguaje tendencias libidinosas o agresivas que él mismo ignora
estando sobrio, y lo mismo vale para otros estados tóxicos. Durante el sueño •
parece producirse una reducción comparable de la contracatexia, con bastante
frecuencia, como veremos en el Capítulo VII, con el resultado de que los deseos y
recuerdos reprimidos pueden aparecer en forma consciente en los sueños de un
modo tal que sería por-completo imposible durante la vigilia de ese soñador.
Por lo contrario, tenemos buenas razones para creer que en la pubertad,
por ejemplo, existe un aumento en la energía a disposición del ello, de modo que
en esa época de la vida las represiones que fueron bastante, firmes durante varios
años pueden destruirse en parte o por completo. Además, suponemos que la falta
de gratificación tiende a aumentar la potencia de los impulsos del ello. Así como el
hombre hambriento comerá alimentos que habitualmente le disgustarían, lo mismo
ocurre con el, individuo que se ha visto muy privado sexualmente, por ejemplo, el
cual se verá más propenso a que sus represiones fallen que si no hubiera estado
privado tanto tiempo o en forma tan marcada. Otro factor que es probable que
debilite las represiones por aumento de la intensidad de los impulsos del ello es el
de la seducción o tentación.
Debemos- señalar también que si una represión se debilita o está por
fracasar, o aun fracasa en cierto grado, ello no significa "que haya terminado
necesariamente la lucha entre el ego y ello que acerca de esos determinados
impulsos y que los impulsos tendrán desde entonces acceso bastante directo y
libre a la conciencia, así como la ayuda del ego en-la obtención de gratificación.
Clavo está que este resultado es posible. En la transición de la infancia a la edad
adulta, por ejemplo, es necesario en nuestra sociedad actual que muchas
represiones sexuales sean revocadas por completo o en parte para que él ajuste,
sexual del adulto sea normal. Pero también es frecuente otro resultado. Tan pronto
como el impulsó del ello comienza a abrirse paso hacia la conciencia y su
satisfacción, el ego reacciona ante eso como ante un nuevo peligro y una vez más
genera la angustia de alarma, movilizando de este modo fuerzas nuevas para una
defensa renovada contra el impulso indeseado y peligroso. Si él intentó del ego
resulta exitoso, se restablece una defensa adecuada, sea por represión o de
alguna otra manera,-lo que a su vez requiere nuevo gasto de energía
contracatéctica para su mantenimiento.
Con respecto a la posibilidad de desplazamientos del equilibrio entre el ego
y el ello que existe en la represión, debemos agregar que es posible (Fvoúd. 1926)
que exista una cosa tal como la represión totalmente exitosa de un deseo que
resulte en la desaparición efectiva del deseo y la abolición de su catexia, o por lo
menos en la desviación completa de su catexia hacia otros contenidos mentales.
En la práctica no sabemos de ejemplo alguno de represión tan idealmente
completa. En realidad, en nuestra labor clínica tratamos principalmente con casos
en los cuales la represión ha sido notoriamente inexitosa, con el resultado de la
generación de síntomas psiconeuróticos (Capítulo VIII). De cualquier manera, los
únicos casos de los cuales tenemos un conocimiento positivo son aquellos en los
cuales s) material reprimido continúa siendo catectizado por la energía de los
impulsos, la que debe en consecuencia ser antagonizada por una contracatexia.
Hay dos puntos más por aclarar con respecto al mecanismo de represión.
El primero de ellos es que todo el proceso se produce en forma inconsciente. Lo
inconsciente no es sólo el material reprimido. Las actividades del ego que
constituyen la represión son igualmente inconscientes. Uno no se da más cuenta
de que está ―reprimiendo‖ algo que de si lo está olvidando. Lo único que uno
puede apreciar es el resultado. Sin embargo, hay una actividad consciente que es
bastante análoga a la represión. Esta actividad suele conocerse como supresión
en la literatura psicoanalítica. Es la conocida decisión de olvidar algo y de no
pensar más en ello. Es más que probable que haya intermedios entre la represión
y la supresión y es posible que no exista una línea neta de demarcación entre
ambas. Empero, cuando usamos la palabra ―represión‖ queremos decir que el
impedimento de acceso a la conciencia y la erección de una contracatexia durable
se han producido en forma inconsciente.
El segundo de estos puntos finales es que cuando se reprime algo no basta
decir que se ha impedido por la fuerza su ingreso a la conciencia; tiene tanta
importancia como eso el comprender que lo reprimido se ha separado
funcionalmente del ego y que ha pasado a ser parte del ello.
Tal afirmación requiere alguna explicación. Hasta ahora en nuestra
consideración de la represión hemos hablado de una oposición o conflicto entre el
ego por una parte y un impulso del ello por la otra. Por cierto que no tendría mayor
sentido decir que la represión hace que un impulso del ello sea parte del ello. Lo
que debemos comprender en conexión con esto es que los recuerdos, fantasías y
emociones que están íntimamente asociados con el impulso del ello en cuestión
comprenden muchos elementos que formaban parte del ego antes de que se
produjera la represión. Después de todo, antes de la represión las funciones del
ego estaban al servicio de este impulso particular del ello como también lo estaban
al servicio de otros, de modo que el impulso del ello y las operaciones del ego
formaban más bien un conjunto armónico antes que dos partes antagónicas.
Cuando se produjo la represión resultó reprimido el conjunto, con la consecuencia
de que en realidad se sustrajo algo de la organización del ego y se le agregó al
ello. Es fácil comprender, si se tiene en cuenta este hecho, que un grado indebido
de represión es perjudicial para la integridad del ego. Podemos apreciar ahora que
cada represión disminuye efectivamente la extensión del ego y lo hace, por tanto,
menos efectivo de lo que ha sido. Podemos añadir, como un método adicional por
el cual la represión reduce la eficacia o "fuerza" del ego, que cada represión
requiere del ego un gasto nuevo de su cantidad limitada de energía, con el fin de
mantener la contracatexia necesaria
El segundo mecanismo de defensa que consideraremos será el
denominado formación de reacción. Este es un mecanismo por el cual una de un
par de actitudes ambivalentes, verbigracia, el odio, se hace inconsciente y
permanece inconsciente por la exageración de la otra, que en este ejemplo sería
el amor: De este modo el odio aparece cómo remplazado por el amor, la crueldad
por la gentileza, la obstinación por la condescendencia, el goce de la suciedad por
la prolijidad y limpieza, y así sucesivamente, aun cuando la actitud ausente
persista en forma inconsciente.
Aunque estamos más acostumbrados a pensar en formaciones de reacción
como las mencionadas más arriba, que actúan en el sentido de que el individuo
abandona alguna forma de conducta inaceptable para la sociedad por una
conducta que es más aceptable para los padres y maestros, también es
perfectamente posible que ocurra lo inverso, es decir que el odio aparezca como
una formación de reacción contra el amor, la obstinación en vez de la
condescendencia, y demás. Lo que es decisivo en la determinación del carácter
preciso de la formación de reacción en cada caso particular, es la respuesta a esta
pregunta: ―¿Qué es lo que el ego teme como peligro y a lo cual reacciona, por
tanto, con la señal de angustia?‖ Si por alguna razón el ego teme el impulso al
odio o, para mayor exactitud, teme los impulsos asociados con el odio, entonces la
actuación del mecanismo de defensa de formación de reacción dominará aquellos
impulsos y los mantendrá dominados por la acentuación y fortalecimiento de la
actitud de amor. Si el amor fuera lo temido, entonces se produciría la situación
inversa.
Por ejemplo, una persona puede generar una actitud de gran ternura y
afecto hacia los seres humanos o los animales con el fin de dominar y mantener
inconscientes los impulsos muy crueles y aun sádicos hacia ellos. A la inversa,
puede ocurrir en el curso de un tratamiento psiquiátrico o psicoanalítico que la ira
consciente del paciente hacia el terapeuta esté originariamente motivada por la
necesidad inconsciente de su ego de defenderse contra la salida de sentimientos y
fantasías de amor hacia ese profesional. Una consecuencia de nuestro
conocimiento de la actuación de este mecanismo de defensa es que siempre que
observemos una actitud de este tipo que sea irreal o excesiva, debemos meditar si
no estará tan exagerada como defensa contra la antagónica. Así podríamos
esperar que un devoto pacifista o antiviviseccionista, por ejemplo, tenga fantasías
de crueldad y odio que a su ego se le aparecen como particularmente peligrosas.
Estimamos que la formación de reacción se produce en forma inconsciente,
como dijimos antes que es el caso de la represión, y como por cierto es la
situación con la mayoría, si no todos, los mecanismos de defensa del ego. Pero
también aquí hay alguna ventaja en reconocer las analogías con la formación de
reacción que existen en nuestras vidas mentales conscientes. Lo que en modo
inconsciente ocurre en la- formación de reacción es por lo menos similar a lo qué
se produce en forma consciente en la mente del sicofanta, del hipócrita o aun, bajo
ciertas circunstancias, del buen huésped. Cada uno de éstos se dice a sí mismo:
―Simularé que me agrada esta persona, aunque mis sentimientos verdaderos o
profundos hacia él sean distintos, o hasta directamente opuestos‖. Lo que
debemos evitar es el confundir similitud con identidad. Cuando se produce un
procesó así ello significa un mero ajuste temporario. La verdadera formación de
reacción, por lo contrario, altera en forma permanente al ego y al ello del individuo
en que se produce, en forma muy igual a aquella en que lo hace la represión.
Antes de pasar al siguiente de los mecanismos de defensa, deseamos
hacer una observación final que servirá para ilustrar la complejidad y la
interrelación de las actividades del ego en general, así como las dificultades que
yacen en el camino de cualquier intento de simplificar la discusión de los
mecanismos de defensa del ego procediendo en forma más bien esquemática.
Consideremos el caso de un niño de dos años cuya madre dé a luz un
hermano. Sabemos que un resultado inevitable de tal experiencia es que el niño
de dos años procure liberarse del niño que a sus ojos lo está privando del amor y
las atenciones que desea obtener de su madre. Ese deseo hostil se puede
manifestar de palabra o de hecho en medida reconocible o aun puede resultar un
grave peligro para el bebé. Pero el niño descubre pronto que su hostilidad hacia el
hermano es de sumo desagrado para la madre y la consecuencia habitual es que
se defienda contra la aparición de esos impulsos hostiles a causa del miedo a
perder el amor de la madre. Puede ser que la defensa empleada por el ego sea la
represión. En-ese caso estimamos que los impulsos hostiles y sus derivados
quedan excluidos del ego, se unen al ello y su acceso a la conciencia queda
impedido por una contracatexia permanente.
Además de la desaparición de la conciencia del niño con respecto a los
impulsos hostiles hacia su hermano, no es raro observar un cierto grado de amor
hacia el hermano, que puede variar mucho en su intensidad, pero que con
seguridad podemos adjudicárselo también a las actividades de defensa del ego,
en particular a una formación de reacción. Parece que el ego se ha valido de dos
mecanismos para defenderse contra los impulsos hostiles del ello que le
atemorizan y claro está que esos dos son la represión y la formación de reacción.
En realidad nuestra experiencia clínica nos dice que los mecanismos de
defensa rara vez se emplean en forma aislada o siquiera de a pares. Por lo
contrario, se utilizan muchos a la vez, aunque en un caso puedan ser uno o dos
los mecanismos más importantes o primarios.
Pero esto tampoco considera en forma exhaustiva las complicaciones
inherentes a nuestro ejemplo simple. Comprendemos muy bien que al reprimir su
hostilidad el niño reaccionara como si la madre le hubiera dicho: ―No te amaré si
odias a tu hermanito‖. Su respuesta habría sido: ―No odio a ese niño y por tanto no
tengo por qué temer que no me ames‖. La frase ―no odio a ese niño‖ es la
manifestación verbal de lo ejecutado por la represión.
Para evitar la posibilidad de una incomprensión de esto haremos notar entre
paréntesis que no queremos implicar que tal conversación se produzca en efecto
entre la madre y el niño, sino sólo que el efecto es como si esa conversación
hubiera existido. Aunque las palabras mismas jamás hubieran sido pronunciadas,
los pensamientos expresados por las palabras se corresponden con lo sucedido
en realidad. Pero los vocablos que hemos empleado hasta ahora tienen que ver
sólo con la represión, y, como hemos visto, la formación de reacción también
forma parte de la defensa del niño. Mediante esta formación de reacción el niño
dijo: ―No odio a ese niño, lo amo‖. ¿De dónde proviene ese ―lo amo‖? Por cierto
que experimentamos enfáticamente que posee un valor defensivo interior pues es
mucho más difícil admitir sentimientos de odio hacia quien manifestamos amar
que hacia quien miramos con indiferencia. Por cierto aun, que muchas madres no
dicen sólo que ―Tú no debes odiar a tu hermano‖, sino que dicen con toda claridad
que ―Tú debes amar a tu hermano‖, de modo que para ese niño es lógico que
amar al hermano sea una seguridad contra el temor de perder el amor de la
madre. Pero la experiencia psicoanalítica enseña además que, cuando un niño de
dos años ―ama al bebé‖ lo hace sólo en una forma muy especial y plena de
significaciones. Actúa como si él mismo fuera la madre y la imita en sus actos y
actitudes hacia la criatura; en otras palabras, se identifica inconscientemente-con
la madre.
Con lo que hemos sido llevados a una conclusión inesperada: que el
proceso de identificación puede ser parte de una formación de reacción o quizás
un preludio necesario para ella y nos hace meditar si los mecanismos de defensa
no podrían ser de dos tipos, aquellos que son elementales o no reductibles y
aquellos que son reductibles a lo que podríamos denominar los mecanismos
elementales. Esta es una cuestión que aún aguarda la respuesta definitiva. Anna
Freud (1936) en su trabajo clásico sobre El ego y los mecanismos de defensa se
refirió: a la sugerencia de algunos autores, de que la represión es el mecanismo
de defensa básico y que todos los otros mecanismos o refuerzan una represión o
entran a actuar cuando fracasa una represión. Anna Freud misma propuso como
implicación el valor de estudiar y probablemente de clasificar los mecanismos de
defensa sobre una base genética o evolutiva, es decir comenzando por los
mecanismos de defensa más primitivos o hasta quizá por los precursores de los
mecanismos de defensa propiamente dichos y trabajando paso por paso llegar
hasta los mecanismos de defensa .finales, de relativa gran evolución. Es
interesante que esta sugerencia, que parece como tal ser estimulante, no haya
sido aún aceptada y seguida, por lo menos de lo que se puede apreciar por la
literatura.
Sin embargo, volviendo por ahora a la sugerencia de que la represión es el
mecanismo de defensa y que todos los otros son a lo sumo auxiliares de la
represión, debemos confesar nuestra incapacidad para llega): a una decisión final
sobre esta cuestión. La dificultad surge de nuestra imposibilidad de caracterizar o
describir la represión excepto en términos de su resultado. Es claro que el
resultado consiste en que algo es ―olvidado‖, es decir, impedido su acceso a la
conciencia. También es cierto para cualquier otro mecanismo de defensa que
impide que algo alcance la conciencia. Que también sea cierto para estos otros
mecanismos "de defensa el que los detalles del proceso de trabar el acceso a la
conciencia y los detalles del resultado final sean igualmente lo bastante similares a
los detalles correspondientes del mecanismo que hemos acordado denominar por
el nombre especial de represión, es algo que no podemos asegurar aún.
Prosigamos con nuestro catálogo de los mecanismos de defensa. La
palabra aislamiento ha sido usada en la literatura psicoanalítica para designar dos
mecanismos de defensa que no son del todo similares, aunque ambos son
característicos de pacientes con un tipo particular de síntoma neurótico que se
suele denominar obsesivo. El significado más común de esta palabra es un
mecanismo que Freud denominó originariamente aislamiento del afecto, pero que
podríamos nombrar mejor como represión del afecto o represión de la emoción.
En tales casos una fantasía relacionada con un deseo o recuerdo crucial del
pasado puede tener fácil acceso a la conciencia, pero la emoción por lo general
dolorosa que suele estar relacionada con aquélla no logra, en cambio, el acceso a
la conciencia. Más aún, tales pacientes suelen componérselas para evitar el sentir
demasiada emoción de tipo alguno. Este proceso de represión de la emoción
comienza como un impedimento del acceso a la conciencia de las emociones de
dolor o temor, es decir, que actúa con claridad en interés del principio del placer y
en muchos casos no va más allá de esto. Sin embargo, en algunas personas
desdichadas esto va tan lejos que al final no experimentan emociones de ninguna
clase y parecen una caricatura de aquella ecuanimidad que los antiguos filósofos
proponían como un ideal.
El otro significado de la separación corresponde a un mecanismo mucho
más raro que Freud consideró en la sección de El problema de la angustia (1926)
que corresponde a la psicopatología de las obsesiones. Es un proceso
inconsciente por el cual un pensamiento determinado queda literalmente
separado-de los pensamientos que le precedieron y de los que le siguen mediante
un breve período en blanco. Al privar así al pensamiento aislado de toda conexión
por asociación en la mente, el ego tiende a reducir al mínimo la posibilidad de su
reingreso a la conciencia. El pensamiento se considera como ―intocable‖.
Como hemos dicho, ambos tipos de aislamiento es característico hallarlos
en asociación con los síntomas de obsesión. Otro mecanismo de defensa que está
relacionado en forma característica con tales síntomas es el de la anulación: Este
consiste en Una acción que tiene el propósito de desaprobar o deshacer él daño
que el individuo en cuestión imagina en forma inconsciente que puede haber
causado con sus deseos, sean éstos sexuales' u hostiles; Por ejemplo, un niño
cuyos deseos hostiles hacia el hermano menor podrían producirle una gran
angustia si se hicieran conscientes, puede experimentar en vez un deseo
inconsciente y fuerte de salvar animales enfermos o heridos y cuidarlos y sanarlos.
En el caso citado el niño, con sus esfuerzos para curar está en forma inconsciente
anulando el daño a su hermano que sus deseos hostiles pueden causarle en
fantasía.
Muchos casos de comportamiento ritual en los niños y en los adultos
poseen elementos que se pueden explicar sobre esta base, es decir, que están
tratando en forma consciente o inconsciente de anular los efectos de algún
impulso del ello que el ego considera peligroso. A veces el significado del ritual es
obvio. Hasta puede ser casi o del todo consciente en el paciente mismo. Con
mayor frecuencia no es fácil descubrir el significado del mecanismo de anulación
porque ha sido distorsionado y disfrazado, como en el ejemplo citado más arriba,
antes de permitir que se haga consciente. Hay algo que puede decirse a este
respecto y es que toda la idea de la anulación es de tipo mágico y es probable que
tenga su origen en aquellos primeros años de la infancia donde las ideas mágica.'
minan tanto la vida mental.
Otro mecanismo de defensa importante es el de la negación. Anna Freud
(1936) usó esta palabra para referirse al rechazo de una porción de realidad
externa indeseada o no placentera, sea por medio dé una fantasía complaciente o
de la conducta. Por ejemplo, un niño que tenga miedo a su padre puede decir- de
sí mismo que es el hombre más fuerte del mundo y que acaba de ganar el
campeonato mundial de los pesos pesados y andar por toda la casa con el
cinturón correspondiente al campeonato obtenido. En este ejemplo lo que el niño
rechaza son sus propias dimensiones reducidas y su debilidad en relación con su
padre. A estos hechos de la realidad los rechaza y remplaza por una fantasía y
conducta que gratifican los deseos del niño de una superioridad física sobre el
padre.
El término ―negación-‖ parece haber sido usado también para referirse a
una actitud similar hacia los datos de la experiencia interior, es decir, hacia la
realidad interior. En el ejemplo antecitado se puede afirmar que el niño negó su
propio miedo. Este uso de la palabra ―negación‖ no parece deseable, puesto que
el emplearlo en este sentido lo hace muy similar al concepto de supresión que
hemos definido con anterioridad o, quizá, lo hace en esencia un paso en el camino
a la represión. El significado original de ―negación‖ se refiere más bien al bloqueo
de ciertas impresiones sensoriales provenientes del mundo exterior. Si no se les
niega efectivamente el acceso a la conciencia, por lo menos se les presta tan poca
atención como sea posible y las consecuencias dolorosas de su presencia quedan
anuladas en parte.
Otra confusión que surge a veces en conexión con el uso de la palabra
―negación‖ en las-consideraciones de los problemas de defensa, se debe al hecho
de que la naturaleza misma de la- defensa reside en que algo está siendo negado,
así como lo más común en el carácter de la defensa es que a algo se le impide el
acceso a la conciencia. El ello dice ―sí‖ y el ego dice ―no‖, en todo acto de defensa.
No obstante, no parece muy justificado inferir de esto, como lo han hecho algunos
autores, que el mecanismo específico que Anna Freud describió como negación
en la fantasía esté involucrado en la actuación de todo mecanismo de defensa.
Podemos agregar que el mecanismo de defensa de la negación está
bastante relacionado con ciertos aspectos del juego y del soñar despierto o que
desempeña un papel importante en estas dos actividades durante toda la vida. El
concepto íntegro de actividades de recreación como medio de evasión de los
cuidados y frustraciones dé nuestras vidas diarias es obvio que‘ se aproxima a la
actuación de la negación como mecanismo de defensa.
El mecanismo siguiente que deseamos discutir es el de la llamada
proyección. Este es uní mecanismo de defensa que resulta en la atribución
individual de un impulso o deseo que le pertenece a sí mismo, a alguna otra
persona o, con la misma razón, a algún objeto impersonal del mundo exterior. Un
caso patológico notorio sería el del enfermo mental que proyecta sus impulsos de
violencia y que en consecuencia, por error, se creyera a sí mismo un peligro físico
por parte de la policía, los comunistas o el vecino, según el caso. Tal paciente se
clasificaría comúnmente en la clínica como afectado por una psicosis paranoidea.
Es importante consignar, sin embargo, que aunque la proyección
desempeña un papel tan importante en las psicosis paranoideas, actúa también en
las mentes de personas que no están mentalmente enfermas La experiencia
psicoanalítica ha mostrado que muchas personas atribuyen a otras los deseos e
impulsos que les pertenecen, que no les parecen aceptables y de los que
inconscientemente
tratan
de
desprenderse,
mediante
el
mecanismo
de
proyección. Es como si tales personas dijeran en forma inconsciente: ―No soy yo el
que tuvo esos malos deseos (o peligrosos), sino él‖. El análisis de estos individuos
nos ha demostrado que los crímenes y vicios que atribuimos a nuestros enemigos
en tiempos de guerra, los prejuicios que poseemos contra los extraños, contra los
extranjeros, o contra .aquellos de piel de distinto color de la nuestra, y muchas de
las supersticiones y creencias religiosas son a menudo, íntegramente o en parte,
el resultado de una proyección inconsciente de deseos e impulsos propios.
Por estos ejemplos podemos comprender que si se utiliza la proyección
como mecanismo de defensa en una extensión muy grande en la vida adulta, la
percepción en quien así lo haga de la vida externa quedará seriamente
distorsionada o, en otras palabras, la capacidad de su ego para el criterio de la
realidad estará muy disminuida. Sólo un ego que pueda abandonar con facilidad
su capacidad de discernir la realidad sin error se podrá permitir el uso extenso de
esta defensa. Estas mismas observaciones valen con respectó al empleo de la
negación como mecanismo de defensa en la vida adulta.
La proyección es, por tanto, un mecanismo de defensa que normalmente
desempeña su papel destacado durante los primeros años de vida. Con toda
naturalidad la criatura muy pequeña atribuye a otros, personas, animales o aun a
objetos inanimados, los sentimientos y reacciones que él mismo experimenta,
hasta cuando no está comprometido en una lucha defensiva contra sus propios
sentimientos y deseos, y la tendencia a repudiar la conducta o los impulsos
indeseados mediante su atribución a otros es obvia en esos primeros años.
Sucede a menudo que el niño, cuando se lo acusa o se lo reta por alguna
travesura, dice que no fue él sino otro chico, con frecuencia imaginario, el que en
realidad lo- hizo. Como adultos nos inclinamos a estimar una excusa así como un
engaño consciente de parte del niño, pero los psicólogos infantiles nos aseguran
que el niño muy pequeño acepta su proyección como verdadera y espera que sus
padres o niñeras hagan lo mismo.
Podría ser oportuna una palabra final acerca del posible origen del
mecanismo de proyección. Se ha sugerido (Stárcke, JL920; van Ophuijsen, 1920:
Arlow, 1949) que el modelo para el mecanismo psicológico de separar de los
pensamientos y deseos propios alguno y proyectarlo hacia el mundo exterior es la
experiencia física de la defecación, que le es familiar al niño desde su más tierna
infancia. Sabemos por observaciones orientadas psicoanalíticamente que el
pequeño considera a sus heces como una parte de su propio cuerpo y parece que
cuando emplea, la proyección como mecanismo de defensa procura, en forma
inconsciente, desprenderse de los contenidos mentales como si lo fueran
intestinales.
Otro mecanismo de defensa es el volver un impulso instintivo contra uno
mismo que, más brevemente, es volverse contra si mismo. -Podemos indicar lo
que esto significa por un ejemplo tomado de la conducta infantil, puesto que la
infancia es una época en que este mecanismo, como la proyección y la negación,
se observan con facilidad en la conducta pública. El niño que siente ira hacia otro,
por ejemplo, pero que no se atreve a expresarla contra el objeto original, puede en
vez pegarse, golpearse o lesionarse a sí mismo. Este mecanismo, como la
proyección, pese a su aparente extrañeza, desempeña más de un papel en la vida
mental normal de lo que suele reconocerse, Se acompaña con frecuencia de una
identificación inconsciente con el objeto del impulso contra cuya emergencia el
individuo se defiende. En el ejemplo antecitado, por ejemplo, es como si el niño al
castigarse estuviera diciendo: ―¡Yo soy él, y así es como le pego!‖ ‗
El lector recordará que ya hemos tratado con alguna ex-tensión, en el
Capítulo-III, el proceso de identificación y que allí lo consideramos un factor dé
suma importancia en la evolución del ego. La identificación se utiliza con
frecuencia con propósitos de defensa, pero no existe en general un acuerdo
acerca de si ha de ser clasificada como mecanismo de defensa en cuanto tal, o si
es más correcto contemplarla como una tendencia general del ego que se utiliza
con frecuencia con fines defensivos. En este sentido podemos repetir lo que
dijimos al comienzo de nuestra discusión dé los mecanismos de defensa del ego:
que el ego puede emplear y emplea como defensa cualquier elemento a su
alcance que le ayude a disminuir o a evitar el riesgo surgido de las exigencias de
un impulso instintivo indeseado.
Cuando el ego utiliza la identificación como método defensivo lo modela a
menudo según el acto físico de comer o deglutir. Esto quiere decir qué la persona
que utiliza el mecanismo de identificación en forma inconsciente se imagina que
está comiendo o siendo comido, por la persona con quien se identifica. Tal
fantasía es el reverso de la asociada con el mecanismo de proyección, que el
lector recordará que como modelo inconsciente aparenté tenía el de la defecación.
Los términos introyección e incorporación también se hallan en la literatura
empleados para; designar la fantasía inconsciente de unión con -otro por
ingestión. Algunos autores han intentado hacer distinciones entre estos diversos
términos, pero en el uso común son en esencia sinónimos del término
identificación.
Debemos mencionar aún otro mecanismo que ocupa una posición
importante entre las operaciones defensivas del ego, que es la regresión. Sin
embargó, pese a su importancia como defensa, la regresión y la identificación son
mecanismos de importancia más amplia que el mecanismo de defensa; en sí.
Podemos suponer que la tendencia a la regresión es una característica
fundamental de nuestras vidas instintivas y, como tal, ya la hemos mencionado en
el Capítulo IÍ. La importancia de la regresión instintiva como defensa reside en que
frente a conflictos graves sobre deseos de la fase fálica del desarrollo instintivo,
por ejemplo, se puede abandonarlos por completo o en parte para retornar o
regresar a los fines y deseos de una etapa previa, anal u oral, y evitar así la
angustia que sería causada por la persistencia de los deseos fálicos. En algunos
casos tal regresión instintiva que, incidentalmente, es con mas frecuencia parcial
que completa, basta para solucionar el conflicto entre el ego y el ello a favor del
primero, de donde resulta un equilibrio intrapsíquico relativamente estable sobre la
base de que los deseos de los impulsos pre fálicos han sido sustituidos en forma
más ó menos completa por los fálicos. En otros casos la regresión fracasa en la
intención de lograr sus fines defensivos y en vez de un equilibrio relativamente
estable se obtiene un conflicto renovado, esta vez a un nivel pre fálico. A tales
casos, en los cuales se ha producido un grado considerable de regresión instintiva
sin alcanzar una resolución a favor del ego en el conflicto intrapsíquico, es
habitual, que se los halle clínicamente entre los casos más graves de' enfermedad
mental.
Una regresión de este tipo en la vida instintiva se presenta acompañada en
muchos casos por un cierto grado de regresión también en el funcionamiento o en
la evolución del ego. Cuando una regresión tal .del, funcionamiento del ego
constituye una característica prominente en la vida mental de un individuo que
persiste en la edad adulta, ha de ser considerada siempre como patológica.
Esto completa la lista de mecanismos de defensa que hemos de estudiar:
represión, formación de reacción, aislamiento de afecto, aislamiento propiamente
dicho, anulación, negación, proyección, vuelta, contra sí mismo, identificación o
introyección y regresión. Todos actúan en mayor o menor grado en la evolución
psíquica normal, en su funcionamiento y en diversos estados patológicos.
Unido a ellos, aunque distinto, está el mecanismo mental que Freud (1905
b) denominó sublimación. Como se la concibió originariamente, la sublimación era
la contraparte normal de los mecanismos de defensa, considerados entonces
estos últimos como en relación con una disfunción psíquica. Hoy decimos más
bien que el término sublimación expresa un cierto aspecto de la función normal del
ego. Hemos dicho repetidas veces en el Capítulo IV y en éste que las funciones
normales del ego están orientadas hacia la obtención del máximo de satisfacción
de los impulsos que pueda coexistir con las limitaciones impuestas por el medio.
Para ilustrara el concepto de sublimación, tomemos como ejemplo, el deseo
infantil de jugar con las heces, que es, claro esta, un derivado de los impulsos. En
nuestra civilización este deseo se ve opuesto intensamente por los padres o los
sustitutos. Sucede a menudo que el niño abandona el jugar con las haces y se
pone en vez a jugar con tortas de barro. Mas tarde esto podrá ser remplazado por
el modelado de arcilla o plastilina, y en casos excepcionales esa persona podrá
hacerse en la vida adulta escultor aficionado o aun profesional. La investigación
psicoanalítica indica que cada una de estas actividades sustitutivas brindan un
cierto grado de gratificación infantil del jugar con sus heces. No obstante, en cada
una de esas ocasiones la actividad deseada originaria se ha modificado en el
sentido de la aceptación y aprobación social. Más aun, el impulso original, como
tal, se ha hecho inconsciente en la mente del individuo, ocupado por el modelado
o esculpido de arcilla o plastilina. Por fin en la mayoría de tales actividades
sustitutas el proceso secundario representa un papel mas importante que en el
deseo o actividad infantil original. Por cierto que esto es obvio en el ejemplo que
hemos elegido y no así en el caso de una persona que se ha hecho especialista
en parásitos intestinales en vez de escultor.
Lo que denominamos sublimación es esa actividad sustitutiva, que al mismo
tiempo se adapta a las exigencias del medio y da una medida dé gratificación
inconsciente al derivado de un impulso infantil qué fuera repudiado en su forma
original. En nuestros ejemplos, el jugar con tortas de barro, modelar, esculpir y
estudiar los parásitos intestinales son todas sublimaciones del deseo de jugar con
las heces.
Podemos decir del mismo modo que son todas manifestaciones, a distintas
edades del funcionamiento normal del ego, que actúa para armonizar y satisfacer
las exigencias del ello y del medio en la forma más completa y eficiente posible.
CAPITULO V
EL APARATO PSIQUICO
(Conclusión)
En este capítulo final sobre la llamada hipótesis estructural del aparato
psíquico discutiremos algunos aspectos de la relación individual con las personas
de su medio y también el tema del desarrollo del su pe regó. Como de costumbre,
procuraremos comenzar con la situación existente en los muy primeros tiempos de
la vida para proseguir luego con el asunte durante el trascurso del desarrollo del
niño y en la vida posterior.
Freud fue el primero en dar un cuadro claro de la gran importancia que para
nuestra vida y evolución psíquica tiene la relación con las otras personas. Las
primeras, claro está, son los padres; relación que en un principio está reducida
primordialmente a la madre o al sustituto de la madre. Un poco más tarde se entra
en relación con los hermanos, o compañeros muy próximos, y con el padre.
Freud señaló que las personas a las que el niño está unido en sus primeros
años ocupan una posición en su vida mental que es única en cuanto a influencia
concierne. Esto es verdad tanto cuando la unión del niño a esas personas es por
lazos de amor, de odio o de ambos, y esto último es por mucho, lo más habitual.
La importancia de esas primeras adhesiones puede deberse en parte al hecho de
que esas relaciones iniciales influyen durante la evolución del niño, cosa que no
pueden hacer las relaciones posteriores en la misma proporción en virtud del
mismo hecho de que son posteriores. También se debe en parte al hecho de que
es en los primeros años de vida que el niño está indefenso, y en consecuencia
depende del medio para su protección, para su satisfacción, y para la vida misma
durante un período mucho más prolongado que cualquier otro mamífero. En otras
palabras, los factores biológicos per se desempeñan un gran papel en la
determinación de la importancia, así como la naturaleza de nuestras relaciones
interpersonales, puesto que ellas resultan en lo que podríamos denominar
metalización post partum prolongada, característica de nuestra evolución como
seres humanos.
En la literatura psicoanalítica, el término ―objeto‖ se utiliza para designar
personas o cosas del ambiente exterior que tienen importancia psicológica en la
vida psíquica de uno, sean tales ―cosas‖ animadas o inanimadas. Del mismo
modo, -la frase ―relaciones con el objeto‖ se refiere a la actitud y comportamiento
con respecto a tales objetos. Por conveniencia usaremos dichos términos en la
consideración siguiente,
Suponemos que en las primeras etapas de la vida, como lo hemos dicho en
el Capítulo III, el niño ignora los objetos como tales y que sólo en forma gradual
aprende a distinguirse a sí mismo del objeto durante los primeros meses de su
desarrollo. También hemos afirmado que entre los objetos más importantes de la
infancia están las diversas partes del cuerpo del mismo niño, verbigracia, sus
dedos y su boca. Todos ellos son en extremo importantes como fuentes de
gratificación y de allí, presumimos, que están muy catectizados por la libido. Para
ser más precisos debiéramos decir que las representaciones psíquicas de esas
partes del cuerpo del niño están muy catectizadas, pues ya no creemos más,
como algunos psicoanalistas lo hicieron, que la libido es como una hormona que
puede trasportarse a cualquier parte del organismo y fijarse allí'. Este estado de
libido orientada hacia sí mismo Freud lo denominó narcisismo, por aquel joven
griego de la leyenda, Narciso, que se enamoró de sí mismo.
La ubicación actual del concepto de narcisismo: en la teoría psicoanalítica
es relativamente incierta. Esto se debe, a que ese concepto fue creado antes de
que Freud hubiera formulado su teoría dual de los impulsos. Como consecuencia,
sólo el impulso sexual halló un lugar en el concepto de narcisismo, y éste nunca
ha sido puesto explícitamente de acuerdo con la teoría dual de los instintos o con
la hipótesis estructural. ¿Debemos considerar, por ejemplo, que la energía
autodirigida que surge del impulso sexual es también parte del narcisismo? ¿Qué
parte del aparato psíquico está catectizado por la energía impulsiva de carácter
narcisista? ¿Es el ego mismo, o son partes del ego, o aun quizá son otras partes
del aparato psíquico .aún no definidas? Estas son preguntas que no han recibido
todavía respuesta definitiva.
Sin embargo, a pesar del hecho de que el concepto de narcisismo no ha
sido puesto aún al día, por así decir, sigue siendo una hipótesis de trabajo útil y
necesario en la teoría psicoanalítica. En general, el término se utiliza para indicar
por lo menos tres cosas algo distintas, aunque relacionadas, cuando se lo aplica a
un adulto. Ellas son: 1) una hipercatexia de sí mismo; 2) una hipocatexia de los
objetos de la circunstancia, y 3) una relación patológicamente inmadura con esos
objetos; Cuando se aplica el término a un niño,-¡claro está, indica por lo general lo
que, consideramos que es una etapa normal o característica de los primeros,
tiempos del desarrollo. Pudiera valer la pena añadir que Freud consideraba que la
mayor porción de la libido permanecía narcisista, es decir, autodirigida, durante
toda la vida. Esto suele mencionarse como narcisismo ―normal‖ o ―sano‖. También
consideró que esas fuerzas libidinales que catectizaban las representaciones
psíquicas de los objetos mantenían la misma relación con el cuerpo principal de la
libido narcisista que los seudópodos de una ameba con su cuerpo. Es decir que la
libido objetiva deriva de la libido narcisista y puede retornar a ella si más tarde el
objeto fuera abandonado por alguna razón.
Volvamos ahora a la cuestión del desarrollo de las relaciones con los
objetos. La actitud del niño hacia los primeros objetos de los que toma
conocimiento es auto centrada de forma exclusiva, como es natural. El niño al
principio solo esta interesado por las gratificaciones que el objeto le brinda, es
decir, con el aspecto del objeto que podríamos nombrar satisfacedor de las
necesidades. Es de suponer que al principio el objeto solo esta catectizado
cuando el niño comienza a experimentar alguna necesidad que puede ser
satisfecha por o mediante el objeto, que en otro sentido no existe psíquicamente
para el niño. Consideramos que solo en forma gradual se desarrolla una relación
continua, es decir, una catexia objetiva persistente aun en ausencia de una
necesidad inmediata que el objeto pueda satisfacer. Podemos expresar la misma
idea en términos más subjetivos al decir que es en forma gradual que niño
desarrolla un interés por los objetos de su circunstancia que persiste aun cuando
no consigue placer o gratificación de parte de ellos. En un comienzo la madre
interesa al niño solo cuando este tiene hambre o la necesita por alguna otra razón,
pero luego la madre se hace psicológicamente importante sobre una base
continua y no en forma episódica.
No conocemos bien los modos precisos en que se establece una relación
de carácter continuo, con el objeto o las etapas por las que pasa, en particular las
primeras etapas. Es digno de mencionar el hecho de que los primeros objetos son
los que denominamos objetos parciales. Lo cual significa, por ejemplo, que pasa
un buen tiempo antes de que la madre exista como un solo objeto para el niño;
antes de eso, su pecho, o la mamadera, su mano, su cara, etc., son objetos
separados en la vida mental del niño; y puede que hasta distintos aspectos de lo
que físicamente es el mismo objeto sean también objetos diferentes para el niño,
en vez de estar unidos y relacionados. Por ejemplo, el rostro sonriente de la madre
puede ser al principio para el niño distinto de su aspecto irritado o de reproche, su
voz amante puede ser un objeto distinto de la que regaña, etc., y puede ser que
sólo después de un tiempo esas dos caras o esas dos voces sean percibidas
como un solo objeto.
Creemos que es probable que sólo a fines del primer año de vida, se
establezca una relación continua con el objeto. Una de las características
importantes de tales relaciones con el objeto es el alto grado de lo que
denominamos ambivalencia. Es decir, que sentimientos de amor pueden alternar
con igual intensidad con los de odio, según las circunstancias. Hasta podemos
dudar que las fantasías o deseos destructores para con el objeto que se puede
aceptar que se presentan a fines del primer año han de ser considerados de
intención hostil. Por cierto que podrían terminar en la destrucción del objeto si se
llevaran a cabo, pero el deseo de un pequeño o su fantasía de deglutir el seno de
la madre puede ser tanto una represión primitiva de amor como de odio. Sin
embargo, no hay duda de que alrededor del segundo año de vida el niño comienza
a experimentar sentimientos de rabia como de placer con respecto al mismo
objeto.
La ambivalencia precoz persiste normalmente en cierta extensión durante
toda la vida, pero por lo común es mucho menor aún hacia el término de la niñez
que del segundo al quinto año de vida, y aun menor en la adolescencia y en la
vida adulta. Por cierto que la disminución de la ambivalencia es más aparente que
real. Los sentimientos conscientes con respecto al objeto reflejan a menudo una
mitad de la ambivalencia, mientras que la otra mitad se mantiene inconsciente,
aunque no por ello menos poderosa en, su efecto sobre la vida mental del
individuo. Tal persistencia de la ambivalencia está asociada a menudo con graves
conflictos y síntomas neuróticos, como se podría esperar.
Otra característica de las relaciones nuevas con el objeto es el fenómeno
de la identificación con el objeto, lo cual ya lo hemos estudiado en el Capítulo III.
Allí señalamos la gran importancia de la parte desempeñada por la identificación
en el complejo proceso de la evolución del ego. Aunque existen muchos motivos
de identificación, afirmamos que cualquier relación con el objeto lleva en sí una
tendencia a identificarse con él, es decir, a asemejarse al mismo; y cuanto más
primitivo el estado de desarrollo del ego, más pronunciada la tendencia a la
identificación.
Podemos comprender, por tanto, que las relaciones con el objeto
desempeñan en los primeros tiempos de vida un papel de suma importancia en el
desarrollo del ego, puesto que cierta parte del ego es en cierto modo un
precipitado de esas relaciones. Además se ha destacado en años recientes que
las relaciones inadecuadas o insatisfactorias con los objetos, es decir con el
medio, en los primeros tiempos de vida pueden dificultar el desarrollo apropiado
de aquellas funciones del ego que hemos discutido en el Capítulo IV: el criterio de
la realidad y el dominio de los impulsos (Spitz, 1945; Beres y Obers, 1950). De
este modo se puede en el comienzo del ciclo vital preparar la escena para la
producción de graves dificultades psicológicas en la infancia o en la vida adulta
(Hartmann, 1953 a).
Como dijimos en el Capítulo III, durante toda nuestra vida persiste
inconscientemente, en todos nosotros una tendencia a identificarnos con los
objetos
muy
catectizantes,
aunque
normalmente
no
ocupa
la
posición
predominante en las relaciones con los objetos, durante la vida posterior, que es
característica de la temprana infancia. Esta persistencia inconsciente de la
tendencia a identificarse con el objeto no es sino un ejemplo de un atributo general
de muchos modos o características precoces del funcionamiento mental que,
excedidos en cuanto a la vida mental consciente concierne, siguen existiendo sin
que nos demos cuenta de su existencia y actuación continua.
No obstante, si la identificación prosigue desempeñando un papel
importante en las relaciones con los objetos en la vida adulta, consideramos que
es una evidencia de mal desarrollo del ego lo bastante grave como para
considerarla patológica. Los primeros ejemplos notables de tal desarrollo
incorrecto fueron comunicados por Helene Deutsch (1934), que las denominó
personalidades ―como si‖. Estas eran personas cuyas personalidades variaban
según sus relaciones con los objetos en una forma camaleónica. Si una persona
tal estaba enamorada de otra intelectual, su personalidad y sus intereses se
adaptaban al tipo intelectual. Si entonces abandonaba esa relación y se unía a un
gánster, se adaptaba de todo corazón a su actitud y modo de vida. Como se
podría esperar de acuerdo con nuestras consideraciones previas, Helene Deutsch
comprobó que las primeras relaciones con los objetos, es decir sus relaciones con
los padres, habían sido ampliamente anormales. Desde entonces se han
comunicado casos similares de desarrollo inadecuado o detenido del ego, v.gr.,
Anna Freud (1954 b).
Las primeras etapas de las relaciones con los objetos que hemos intentado
caracterizar hasta aquí suelen conocerse como relaciones pre genitales con los
objetos, o en forma más específica, relaciones anales u orales con los objetos.
Precisamente, el uso acostumbrado de la palabra ―pre genital‖ en conexión con
esto es inexacto; el término apropiado seria el de ―pre fálico‖.
De cualquier manera, en la literatura psicoanalítica, la relación del niño con
el objeto suele denominarse de acuerdo con la zona erógena que está
desempeñando el papel principal en su vida erótica, en ese momento.
Tal designación tiene por cierto una importancia histórica. Freud estudió las
etapas del desarrollo erótico antes de estudiar los otros aspectos de la vida mental
de esas primeras épocas y fue el primero en aclararlas, de modo que es natural
que los nombres de las etapas del desarrollo libidiano se utilizaran luego para
caracterizar todos los fenómenos de ese período de la vida del niño. Cuando se
trata de las relaciones con los objetos, el uso de la terminología erótica tiene más
que el mero valor histórico. Sirve para recordarnos que después de todo son los
impulsos y quizá, principalmente, el impulso sexual, los que buscan los objetos en
primer lugar, pues es sólo a través de los objetos que se puede lograr la descarga
o gratificación. La importancia de las relaciones con los objetos está determinada
primordialmente por la existencia de nuestras exigencias instintivas y la relación
entre impulso y objeto es de importancia fundamental durante toda la vida. Subrayamos este hecho porque se trata de algo que a veces se pierde de vista frente
a las conexiones descubiertas más recientemente entre las relaciones con los
objetos y el desarrollo del ego.
Cuando el niño tiene de dos y medio a tres años y medio, entra dentro de lo
que suele transformarse en las relaciones con los objetos, más intensas y plenas
de destino de toda su vida. Desde el punto de vista de los impulsos, como el lector
recordará por nuestra discusión del Capítulo II, la vida psíquica del niño se
trasforma a esta edad del nivel anal al fálico.
Esto significa que los impulsos y deseos principales o más intensos que el
niño experimenta con respecto a los objetos de su vida instintiva serán fálicos de
ahí en adelante. No es que el niño abandone rápida o totalmente los deseos
orales y anales, que dominaron su vida instintiva en las etapas previas, sino por lo
contrario, como dijimos en el Capítulo II, que esos deseos pre fálicos persisten
bien dentro de la etapa fálica misma. Pero durante esta etapa desempeñan un
papel subordinado y no predominante.
La etapa fálica es distinta de las anteriores desde el punto de vista del ego
al igual que con respecto a los impulsos. En el caso del ego, sin embargo, las
diferencias se deben al desarrollo progresivo de las funciones del ego que
caracteriza todos los años de la infancia y, muy en especial, los primeros, mientras
que las modificaciones de la vida instintiva, es decir en el ello, de orales a anal y a
fálica se deben principalmente, estimamos, a las tendencias biológicas heredadas.
El ego del niño de tres o cuatro años está más experimentado, más
evolucionado, más integrado y en consecuencia más diferenciado en muchas
formas del ego del niño de uno a dos años. Estas diferencias se aprecian en ese
aspecto del funcionamiento del ego con el cual estamos más relacionados en este
momento, es decir en las características vinculadas al ego, de las relaciones del
niño con los objetos. Si se ha desarrollado en forma normal, ya el niño no posee
más a esta edad relaciones parciales con objetos: las diversas partes del cuerpo
de la madre, sus distintos temperamentos y sus papeles antagónicos de la madre
―buena‖ que gratifica los deseos del niño y de madre ―mala‖ que los frustra, todos,
los reconoce el niño a esta edad como formando un solo objeto denominado
madre. Más aún, las relaciones del niño con los objetos han adquirido ahora un
grado considerable de permanencia o estabilidad. Las catexias orientadas hacia
un objeto persisten a pesar de la ausencia temporaria de necesidad de ese objeto,
cosa que no es cierta para las muy primeras etapas de evolución del ego. Hasta
persisten a pesar de una ausencia prolongada del objeto mismo. Además, ya en la
época en que la fase fálica está bien establecida, el niño es capaz de distinguir
bastante claramente entre sí mismo y el objeto y puede concebir los objetos como
personas semejantes a él mismo con sentimientos y pensamientos similares. Por
cierto que este último proceso va tan lejos como para ser algo irreal, a causa de
que tanto los animales como los juguetes se toman como humanos y porque los
propios pensamientos e impulsos del niño pueden ser proyectados hacia otra
persona en forma incorrecta, como hemos visto en el Capítulo IV. Pero lo que aquí
deseamos establecer es que la evolución del ego del niño ha alcanzado un nivel
en la etapa fálica donde las relaciones con los objetos son factibles en un terreno
comparable coa el de los años posteriores de la infancia y de la edad adulta, aun
cuando no sean semejantes a ellos en todo sentido. La naturaleza de la propia
conciencia y de la percepción de los objetos en el niño de cuatro o cinco años es
tal que hace posible la existencia de sentimientos de amor u odio hacia un objeto
determinado así como dé sentimientos de celos, temor y rabia hacia un rival que
contienen todas las características esenciales de tales sentimientos en la vida
posterior.
Las relaciones mas importantes con el objeto en la fase fálica son aquellas
agrupadas como complejo de Edipo. Por cierto que el periodo de vida de alrededor
de dos años y medio a los seis años se denomina fase édípica o período edipico
tan a menudo como se lo nombra etapa o fase fálica. Las relaciones con los
objetos que abarca el complejo de Edipo son de máxima importancia tanto para la
evolución normal como patológica. Freud considero que los hechos de esta fase
de la vida son cruciales (Freud, 1924 a) y yunque ahora sabemos que hechos aun
anteriores puedan ser cruciales para algunos individuos, de modo que en ellos los
sucesos del período edípico tienen menos importancia que los del período pre
fálico o preedípico, todavía parece probable que los acontecimientos del período
edípico son de importancia crucial para la mayoría de las personas y de muy
grande importancia para casi todos.
Nuestro conocimiento del complejo de Edipo evolucionó en este sentido.
Freud descubrió bastante pronto la presencia habitual en las vidas mentales
inconscientes de sus pacientes neuróticos de fantasías de incesto con respecto al
progenitor del sexo opuesto, combinadas con celos y rabia homicida, hacia el
progenitor del mismo sexo. A causa de la analogía entre tales fantasías y la
leyenda griega de Edipo, el que mató por ignorancia a su padre y se casó con su
madre, fue que Freud denominó a esa constelación el complejo de Edipo (Freud,
1900). En el trascurso de los primeros diez o quince años de este siglo se hizo
evidente que el complejo de Edipo no era sólo una característica de la vida mental
inconsciente de los neuróticos, sino que por lo contrario se hallaba también
presente en las personas normales. La existencia de tales deseos en la infancia y
los conflictos a los cuales pueden dar origen son en realidad una experiencia
común a toda la humanidad.
Es verdad, como lo aclararon muchos antropólogos, que en culturas
distintas de las nuestras existen diferencias con respecto a la vida mental y los
conflictos de la infancia, poro la mejor evidencia disponible por el momento habla
en favor de la existencia de impulsos incestuosos y parricida* y de conflictos en
torno de ellos en todas las culturas que conocemos (Róheim, 1950).
Además de la comprensión de que el complejo de Edipo es universal,
nuestro conocimiento de los deseos edípicos mismos aumentó durante las dos
primeras décadas de este siglo para incluir los que en un principio fueron
denominados deseos adípicos inversos o negativos, es decir, fantasías de incesto
con el progenitor del mismo sexo y deseos homicidas con respecto al del sexo
opuesto. A su vez, se consideró al principio que esta constelación de fantasías y
emociones era excepcional, pero con el tiempo se reconoció en cambio, que era
general.
En breve resumen puede decirse entonces que lo que denominamos
complejo de Edipo es una actitud doble con respecto a ambos padres: por una
parte un deseo de eliminar al padre odiado por celos y tomar su lugar en una
relación sexual con la madre, y por otra parte un deseo de eliminar a la madre
odiada por celos y de tomar su lugar con el padre.
Veamos si podemos darle un significado más real a esta formulación en
extremo condensada mediante el intento de trazar el desarrollo típico del complejo
de Edipo en forma esquemática. Pero antes de comenzar, una palabra de
advertencia. El hecho aislado más importante a tener en cuenta acerca del
complejo de Edipo es la intensidad y la fuerza de los sentimientos involucrados. Es
un verdadero romance. Para muchas personas, el más intenso de toda su vida,
pero en cualquier caso tan intenso como cualquiera otro que el individuo pueda
experimentar jamás. La descripción que sigue no puede comenzar por llevar al
lector lo que éste debe tener en su mente al comenzar a leerlo: la intensidad de la
tempestad de pasiones de amor y odio, de ansias y celos, de furia y temor que
ruge dentro del niño. A esto es que nos referimos al tratar de describir el complejo
de Edipo.
Al comienzo del período edípico el pequeño, varón o mujer, suele tener con
la madre su relación objetiva más fuerte. Con esto queremos decir que las
representaciones psíquicas de la madre están más catectizadas que cualesquiera
otras, excepto las del propio niño y principalmente su cuerpo. Como veremos más
tarde, ésta es una excepción importante. El primer paso claro hacia la fase
edípica, entonces es el mismo para ambos sexos, en cuanto conocemos, y
consiste en una expansión o extensión de la relación ya existente con la madre
para que incluya la gratificación de los deseos genitales que despiertan en el niño.
Al mismo tiempo se desarrolla un deseo de su amor y admiración exclusivos, lo
que es presumible que esté conectado con el deseo de ser grande y de ―ser
papito‖ o de ―hacer lo que papito hace‖ con la madre. Claro está que lo que ―papito
hace‖ es algo que el niño a esta edad no comprende con claridad. No obstante,
por sus propias reacciones físicas, sin considerar cualquier oportunidad que
pudiera haber existido de observación de los padres, debe relacionar sus deseos
con las sensaciones excitantes en sus genitales y, en el caso del varón, con la
sensación y fenómeno de la reacción. Como lo descubrió Freud ya muy temprano
en su trabajo sobre pacientes neuróticos, el niño puede desarrollar una o varias
fantasías acerca de las actividades sexuales de sus padres, que él desea repetir
con la madre. Por ejemplo, puede llegar a la conclusión de que van al cuarto de
baño juntos, o que se miran mutuamente los genitales, o que se llevan a la boca el
del otro, o que se los tocan cuando están juntos en la cama. Estas conjeturas o
fantasías del niño, como se pudo ver, están en general relacionadas con las
experiencias placenteras del niño con adultos con las que ya estaba familiarizado
o con sus propias experiencias autoeróticas. No puede haber duda alguna,
además, de que al pasar los meses y los años, las fantasías sexuales del niño
crecen con su experiencia y conocimiento. Debemos añadir también que el deseo
de darle hijos a la madre, como lo hizo el padre, es uno de los deseos edípicos
más importantes y que las teorías sexuales de este período están muy
relacionadas con el problema de cómo se hace esto, así como en qué forma salen
los niños cuando se los hace.
Junto con los deseos sexuales hacia la madre y de ser el único objeto de su
amor se presentan los deseos de la anulación o desaparición de cualquier rival,
suelen serlo el padre y los hermanos. Se admite que la rivalidad entre los
hermanos tiene más de una fuente, pero es seguro que la principal es el deseo de
posesión exclusiva de uno de los progenitores.
Estos celos homicidas despiertan graves conflictos dentro del niño, en dos
terrenos. El primero es el temor obvio por el castigo de parte del padre, en
particular, al que a esa edad el niño parece considerarlo como verdaderamente
omnipotente. El segundo es que están en conflicto con los sentimientos de amor y
admiración y, muy a menudo, con sentimientos de extrañamiento y dependencia
concurrentes con respecto al padre o al hermano mayor, y también con el miedo a
la desaprobación paterna por el deseo de destruir a un hermano menor. En otras
palabras, el niño teme tanto al castigo como a la pérdida del amor corno
consecuencia de sus sentimientos de celos.
Desde este punto, nos resultará conveniente considerar en forma separada
la evolución del complejo de Edipo en la niña y en el varón. Comenzaremos con
este último.
La experiencia de los psicoanálisis de numerosos adultos y niños, así como
la evidencia proveniente de la antropología, los mitos religiosos y populares, las
creaciones artísticas y varias otras fuentes, han demostrado que el castigo que el
niño teme como consecuencia de sus deseos edípicos por la madre, es la pérdida
de su propio pene. Es lo que se conoce en la literatura psicoanalítica como
castración. La evidencia de por qué el niño ha de temer esto, sin considerar el
ambiente individual o cultural de la infancia, ha sido presentada o formulada en
forma distinta por diferentes autores, y no necesitamos preocuparnos por una
discusión al respecto en este lugar. Para nuestros propósitos bastará con saber
que el hecho es así.
La observación que hace el niño de que hay en realidad personas que no
poseen penes, es decir, las niñas o mujeres, le convence de que su propia
castración es una posibilidad real y el temor de perder su muy apreciable órgano
sexual precipita un intenso conflicto sobre sus deseos edípicos. Este conflicto
puede llevar al repudio de tales^ deseos; en parte quedan abandonados y en
parte, reprimidos; es decir, que son remitidos a los rincones más recónditos de la
mente inconsciente del niño.
La situación se complica por el hecho de que el pequeño está agitado por
celos rabiosos contra su madre por el rechazo de sus deseos de posesión
exclusiva de sus caricias y de su cuerpo, y esto o refuerza aquéllos o da origen a
un deseo de liberarse de ella (de matarla) y de ser amado en vez por el padre.
Puesto que esto también lleva al temor de la castración, una vez que ha aprendido
que ser mujer es carecer de pene, estos deseos pueden verse reprimidos.
De este modo vemos que tanto los deseos masculinos como femeninos del
período edípico despiertan la angustia por la castración y puesto que el niño no
está ni física ni sexualmente maduro, sólo puede resolver los conflictos agitados
por sus deseos ya por el abandono de los mismos, ya por el mantenerlos
dominados mediante los diversos mecanismos de defensa y otras operaciones
defensivas del ego.
En el caso de la niña la situación es algo más complicada. Su deseo de
hacer el hombre con la madre no se funda en el temor a la castración, ya que claro
está que no posee un pene que pueda perder. Termina por lamentarse de no estar
equipada de esa manera y esa apreciación trae apareados sentimientos intensos
de vergüenza, inferioridad, celos (envidia del pene) y rabia contra la madre por
haber permitido que ella naciera sin pene. En su rabia y desesperación se vuelve
normalmente hacia su padre como objeto principal de amor y espera tomar el
lugar de la madre junto a él. Cuando también estos deseos se ven frustrados,
como debe ocurrir en el trascurso habitual de los acontecimientos, la niña puede
volver a su anexión primera con la madre y permanecer reducida en su conducta
sexual de toda la vida al deseo de poseer un pene y de ser un hombre. Más
normalmente, sin embargo, la niña rechazada por el padre en su deseo de ser su
único objeto sexual, se ve forzada a renunciar a sus deseos edípicos y reprimirlos.
Lo que en la niña corresponde a la angustia por la castración del varón —tan
importante como determinante poderoso del destino de los deseos edípicos del
niño—, es primero la mortificación y los celos conocidos por ―envidia del pene‖ y,
segundo, el temor a la lesión genital que está de acuerdo con el deseo de ser
penetrada y fecundada por su padre.
El lector comprenderá que esta presentación tan condensada de lo esencial
del complejo de Edipo es de tipo muy esquemático. En realidad, la vida mental de
cada niño durante este período es única para él o ella y está profundamente
influida tanto por las experiencias de los dos primeros años de vida, que
precedieron al período edípico, como por los acontecimientos del período edípico
mismo. Por ejemplo, uno puede imaginarse cuán inmensas pueden ser las
consecuencias de la enfermedad, ausencia, o muerte de un padre o de un
hermano, o por el nacimiento de un nuevo hermano, la observación de la-relación
sexual entre sus padres u otros adultos, o por la seducción sexual del niño por un
adulto o por un niño mayor, si cualquiera de estos hechos se produjera durante el
período edípico.
Además de estos factores de su ambiente, consideramos que es factible
que los niños varíen en sus capacidades o predisposiciones constitucionales.
Freud (1937) mencionó las variaciones que pueden producirse de la herencia
instintiva, por ejemplo, en la tendencia a la bisexualidad es decir, en la
predisposición del niño hacia la femineidad y de la niña hacia la masculinidad. El
afirmó, y la mayoría de los psicoanalistas están de acuerdo en ello, que cierto
grado de bisexualidad existe normalmente en la esfera psíquica de todo ser
humano. Este es por cierto el corolario del hecho de que el complejo de Edipo
incluye en forma normal fantasías de unión sexual con arabos padres. Está claro,
no obstante, que las variaciones de la intensidad relativa de los componentes
masculinos y femeninos del impulso sexual pueden influir en forma considerable
en la relativa intensidad de los diversos deseos edípicos.
Por ejemplo, una tendencia constitucional, desusadamente fuerte, hacia la
femineidad en un varón podría esperarse que favorezca el desarrollo de una
constelación edípica en la cual el deseo de tomar el lugar de la madre en unión
sexual con el padre sea más intenso que el deseo de ocupar el lugar del padre
junto a la madre. También puede ser cierta la inversa en el caso de una tendencia
constitucional, desusadamente fuerte, hacia la masculinidad en una niña. Que esto
sea o no el resultado efectivo en un caso determinado, dependerá naturalmente
de cuánto la tendencia constitucional haya sido favorecida o antagonizada por los
factores ambientales. Más aún, cuál puede ser la importancia relativa de la
constitución y del ambiente es algo que aún no hay forma de estimar en modo
satisfactorio. En realidad, en nuestra labor clínica por lo general ignoramos los
factores constitucionales y tendemos por tanto a perder de vista su posible
importancia comparada con los factores ambientales, que suelen ser más obvios y
por ello más impresionantes.
Existe por lo menos otro aspecto importante de la fase edípica que aún no
hemos mencionado y que no debemos pasar por alto. Se trata de la masturbación
genital que suele constituir la actividad sexual del niño durante este período de
vida. Tanto la actividad masturbatoria como las fantasías que la acompañan
sustituyen en gran parte la expresión directa de los impulsos sexuales y agresivos
que el niño experimenta hacia sus padres. El que esta sustitución mediante la
fantasía y la estimulación autoerótica de las acciones reales con personas reales
sea a la larga más beneficiosa o más perniciosa para el niño depende en parte de
qué normas valorativas elija uno, pero de cualquier, manera la cuestión parece ser
ociosa. La sustitución es inevitable, porque en último análisis es impuesta al niño
por su inmadurez biológica.
Con el abandono de la fase edípica, suele dejarse la masturbación genital o
disminuye muchísimo, y no reaparece hasta la pubertad. Las fantasías edípicas
originales son reprimidas, pero versiones disfrazadas de las mismas persisten en
la conciencia, en el soñar despierto peculiar de la infancia y continúan ejerciendo
una influencia importante sobre casi todos los aspectos de la vida mental: sobre
las formas y objetos de la sexualidad adulta; sobre la actividad creadora, artística,
vocacional y otras formas sublimadas; sobre la formación del carácter; y sobre
cualesquiera síntomas neuróticos que el individuo pueda desarrollar.
Esta no es la única forma en que el complejo de Edipo"' influye sobre la vida
futura del individuo, no obstante. Tiene además una consecuencia específica que
tiene una importancia muy grande sobre la vida mental subsiguiente y que nos
proponemos considerar a continuación. Esta consecuencia es la formación del
superego, la tercera del grupo de funciones mentales que Freud postuló en su
llamada hipótesis estructural del aparato psíquico.
Corno dijimos en el Capítulo III, el superego corresponde en una forma
general a lo que solemos denominar la conciencia. Comprende las funciones
morales de la personalidad. Estas funciones incluyen l) la aprobación o
desaprobación de los actos y deseos sobre la base de la rectitud; 2) la auto
observación crítica: 3 la exigencia de reparación o de arrepentimiento por el mal
hecho, y 4) la propia estimación o el propio amor como recompensa por los
pensamientos o actos virtuosos o deseables. Contrariamente al significado
habituar de ―conciencia‖, consideramos qué las funciones del superego son a
menudo inconscientes en gran parte o por completo. Es cierto dé este-modo,
como Freud lo dijo (1933), que mientras, por una parte, el psicoanálisis demostró
que los seres humanos son menos morales de lo que ellos mismos habían creído
que eran —mediante la demostración dé la existencia de deseos inconscientes en
cada individuo que éste repudia y niega conscientemente^ ha demostrado, por
otra parte, que existen más exigencias y prohibiciones morales, y más estrictas, en
cada uno de nosotros de cuanto sabíamos en forma consciente.
Para volver al tema del origen del superego, suele haber acuerdo en la
actualidad que sus tempranos comienzos, o quizá como podríamos decirlo mejor,
sus precursores, se encuentran presentes en la etapa pre fálica o preedípica. Las
exigencias y prohibiciones morales de los padres, o de las criadas, gobernantas y
maestros; que pueden actuar como sustitutos de los padres, comienzan a tener
influencia en la vida mental del niño desde muy temprano; su influencia es
aparente al término del primer año. Podemos mencionar al pasar que las
exigencias morales de este período son bastante simples, si las juzgamos desde
nuestras normas de adultos. Entre las más importantes se cuentan las
relacionadas con su disciplina con respecto a las evacuaciones. Ferenczi
denominó a estos precursores del superego la ―moral del esfínter‖.
Empero, en la fase preedípica el niño trata a las exigencias morales que se
le hacen como á parte del ambiente. Si la madre, o algún otro árbitro moral, se
halla presente en persona y el niño desea complacerla, evitarán la trasgresión. Si
está solo o si está disgustado con la madre no hará lo que ella desea o accederá
sólo por temor al castigo. Durante el trascurso de la etapa edípica misma, las
cosas comienzan a cambiar en este sentido, y alrededor de los cinco a seis años
la moralidad comienza a ser una cuestión interior. Es entonces, creemos, que el
niño comienza por primera vez a sentir las normas morales y la necesidad de que
las culpas se castiguen, que haya un arrepentimiento y que se las borre, proviene
de adentro y no de otra persona a quien debemos obedecer. Además estimamos
que no es hasta los nueve o diez años que este proceso de interiorización se ha
hecho lo bastante estable como para ser permanente por esencia, aunque esto
normalmente esté aún sujeto a agregados y modificaciones durante toda fa
adolescencia y en cierto grado quizás aún en la vida adulta.
¿Qué es lo que ocurre para determinar esta interiorización fatal En cuando
podemos comprenderlo, en el CUBO del abandono y represión o repudio en
alguna otra forma de los deseos incestuosos y homicidas que constituyen el
complejo dé Edipo. Las relaciones del niño con los objetos se trasforman en grado
considerable en una identificación con ellos. En vez de amar y odiar a los padres,
que él supone que se opondrían y castigarían tales deseos, se toma igual a sus
padres en el repudio de esos mismos deseos. Así el núcleo original de
prohibiciones del superego es la exigencia de que el individuo repudie los deseos
incestuosos y hostiles que correspondieron a su complejo de Edipo. Más aún, esta
exigencia persiste durante toda la vida, inconscientemente claro está, como la
esencia del superego.
Vemos, por tanto, que el superego tiene, una relación particularmente
íntima con el complejo de Edipo y que está formado como consecuencia de las
identificaciones con los aspectos morales y prohibitivos de los padres,
identificaciones que nacen en la mente del niño en el proceso de disolución o
alejamiento del complejo de Edipo. El superego, podríamos decir, consiste
originariamente en las imágenes interiorizadas de los aspectos morales de los
padres en la fase fálica o edípica.
Examinemos ahora con cierto detalle algunos aspectos de este procesó dé
identificación. Al hacerlo debemos tener presenté que la función principal del ego
en el momento en qué se producen tales identificaciones es la lucha en defensa
contra los empeños edípicos. Sabemos que el temor: que motiva principalmente
esta lucha es la angustia por la castración en el varón y sus análogos en la niña y
que la lucha misma ocupa el centro de la escena de la vida psíquica del niño a
esta edad. Todo lo demás es por parte de ella, consecuencia de ella o
dependiente de ella.
Desde el punto de vista del ego el establecimiento de las identificaciones
que forman el superego es una ayuda muy grande para sus esfuerzos defensivos
contra 1os impulsos del ello que él procura dominar. Significa que las
prohibiciones paternas se han instalado en la mente en forma permanente, y
desde allí pueden vigilar al ello. Es como si, al identificarse de este modo con los
padres, el niño pudiera asegurarse de que ellos están presentes siempre de modo
que cuandoquiera que un impulso del ello amenaza con hacerse valer los padres
están a mano, listos para reforzar su exigencia de que se lo repudie.
Podemos ver que las identificaciones del superego son una ventaja para el
ego desde el punto de vista de la defensa. Hasta podríamos ir más lejos y decir as
si e apoyo esencial para el ego en este sentido. No obstante desde el punto de
vista de la independencia del ego y de su libertad para disfrutar de la gratificación
de los instintos, las identificaciones del superego son una gran desventaja. Desde
la época de formación del superego, el ego pierde una buena porción de su
libertad de acción y permanece de allí en adelante sometido a la dominación del
superego. El ego ha adquirido no sólo un aliado con el superego, sino también un
amo.
Desde entonces las exigencias del superego se suman a as del ello y a las
del ambiente, ante las cuales el ego debe inclinarse y entre las cuales debe
procurar ser el mediador. El ego es capaz de participar del poder de los ¡adres
mediante la identificación con ellos, pero sólo a osta de permanecer en cierto
grado sometido a ellos en firma permanente.
Freud (1923) formuló otras dos observaciones concierne antes a la
formación de estas identificaciones, que interesa conocer aquí.
La primera de estas observaciones es que el niño experimenta las
prohibiciones de sus padres en gran parte como ordenes o reproches verbales. La
consecuencia de esto es el superego mantiene una estrecha relación con los
cuerdos auditivos y en particular con los recuerdos de la palabra hablada. Alguna
percepción intuitiva de este hecho isla posible responsable de la frase hecha
común que habla de las ―voces de la conciencia‖'
En estados de regresión
psicológica, tales como los sueños (Isakower, 1954) y ciertos tipos de
enfermedades mentales graves (Freud, 1923) el funcionamiento del superego se
percibe bola forma de palabras habladas que la persona experimenta como
provenientes de una fuente exterior a él, tal como lo hicieron las órdenes de sus
padres cuando era acuño. No se debe suponer, no obstante, que el superego está
en relación exclusiva con las percepciones o recuerdos auditivos. Los recuerdos
de otras percepciones sensoriales, tales como las visuales o táctiles, también
están relacionados con él. Por ejemplo, un paciente muy asústate le sus propias
fantasías hostiles, al llegar al máximo de un ataque de angustia aguda sentía que
le abofeteaban el rostro cuandoquiera que pensaba en ponerse iracundo. En este
caso el superego al obrar era experimentado como un castigo físico que provenía
del exterior, del mismo modo en que se lo había castigado en su infancia.
La segunda de las observaciones de Freud (1923) fue que en gran medida
las imágenes paternas introyectadas para formar el superego eran aquellas
correspondientes a los superegos de los padres. Es decir, suele ocurrir que los
padres, al educar a sus hijos, tienden a darles una disciplina muy semejante a la
que ellos recibieron de sus propios padres durante su infancia. Sus propias
exigencias morales, adquiridas durante la vida temprana, las aplican a sus hijos,
cuyos superegos en consecuencia reflejan o se asemejan al de sus padres. Esta
característica tiene una consecuencia social importante, como lo señaló Freud
(1923).
Determina la perpetuación del código moral de una sociedad y es
responsable en parte del conservadorismo y de la; resistencia a modificar las
estructuras sociales.
Consideramos ahora algunos aspectos de la formación del superego que
suelen estar más conectados con el ello que con el ego. Como Freud lo señaló
(1923), las identificaciones del superego son en cierto grado la consecuencia del
abandono de las relaciones incestuosas con el objeto, correspondientes al
complejo de Edipo. En este sentido estas identificaciones son en parte la
consecuencia de la pérdida del objeto. El lector recordará que cuando se retiran
las catexias instintivas del objeto original, su búsqueda constante de otro objeto
lleva a la formación de una identificación con el objeto original dentro del ego
mismo y a la que entonces se unen las catexias. Las que eran catexias objetivas
se convierten en narcisistas.
En el caso en que ahora estamos interesados, claro está, las
identificaciones que se constituyen de esta manera dentro del ego comprenden
esa parte especial del ego que se denomina el superego.
Así, desde el punto de vista del ello, el superego es el sustituto y el
heredero de las relaciones edípicas, con el objeto. Es por este motivo que Freud lo
describió como dueño de raíces arraigadas en la profundidad del ello. Vemos,
además, que la formación del superego determina la trasformación de una
cantidad sustancial de catexias objetivas en auto entadas o narcisistas. Por lo
común son las catexias más abiertamente sexuales y las más directa o
violentamente hostiles las que son así abandonadas, mientras que los
sentimientos de ternura y de hostilidad meaos violenta continúan unidos a los
objetos originales. Es decir que el niño conserva sus sentimientos de cariño y de
rebelión u odio menos violento hacia los padres. Para evitar las confusiones,
debemos aclarar que de ninguna manera abandona el niño todos los impulsos
incestuosos u homicidas con respecto a sus padres; por lo contrario, por lo-menos
una porción de ellos, y en muchas (quizás en una mayoría de las personas), una
porción considerable de los mismos están nada más que reprimidos, o existe
alguna otra defensa contra ellos. Esta porción continúa viviendo en el ello, como lo
hacen otros deseos reprimidos, orientada aun hacia los objetos originales y
evitada su expresión abierta por actos o pensamientos y fantasías conscientes
sólo por la oposición constante de las contracatexias que el ego dirige contra ella.
No obstante, estos deseos edípicos reprimidos, con sus catexias, no contribuyen a
la formación del superego (Freud, 1923). Por tal motivo han sido omitidos de estas
consideraciones pese a su importancia obvia.
Es un hecho sorprendente, pero de fácil observación, que la severidad del
superego de una persona no está al forma necesaria ni habitual relacionada con la
severidad con que los padres se opusieron a sus deseos instintivos cuando era
niño. Esto es lo que podíamos haber esperado de acuerdo con lo visto hasta aquí.
Puesto que el superego es el padre introyectado, podríamos esperar que el niño
de padre severo tuviera un ego severo y viceversa. En cierta extensión esto es, sin
duda, cierto. Es muy probable que las amenazas de castración directas
formuladas a un niño durante el período edípico, por ejemplo, o amenazas
similares a una niña de la misma edad tiendan a originar la formación de un
superego indeseablemente severo y, en consecuencia, una prohibición indeseable
y severa de la sexualidad y de la agresividad, o de ambas, en la vida posterior.
No obstante, parece que otros factores distintos de la severidad de los
padres desempeñan el papel principal en la determinación de la severidad del
superego. El factor principal sería la intensidad del componente agresivo de los
propios deseos edípicos del niño. En forma más simple, aunque con lenguaje
menos exacto, podemos decir que es la intensidad de los propios impulsos
hostiles del niño hacia sus padres durante la fase edípica la que constituye el
factor principal en la determinación de la severidad del1 superego, antes que el
grado de hostilidad o de severidad de los padres con respecto al niño.
Creemos que es posible comprender o explicar esto de la siguiente manera.
Cuándo se abandonan los deseos edípicos y se los remplaza por las
identificaciones del superego, la energía impulsiva que antes catectizaba dichos
objetos pasa a ponerse por lo menos parcialmente a disposición de la parte recién
establecida del ego que denominarnos el superego. De este modo la energía
agresiva a disposición del superego deriva de la energía agresiva de las catexias
objetivas edípicas y las dos son por lo menos proporcionales, sino iguales en
cantidad. Es decir, cuanto mayor sea la cantidad de energía agresiva en las
catexias objetivas edípicas, mayor será la cantidad de tal energía que está
subsiguientemente a disposición del superego. Esta energía agresiva puede
volverse entonces contra el ego cuandoquiera que surja la ocasión de reforzar la
obediencia a las prohibiciones del superego o de castigar al ego por sus
trasgresiones. En otras palabras, la severidad del superego está determinada por
la cantidad de energía agresiva a su disposición y ésta, a su vez, mantiene una
relación mas estrecha con las catexias agresivas de los impulsos edípicos del niño
hacia los padres que con la severidad de las prohibiciones de los padres durante
la fase edípica de ese niño. El pequeño cuyas fantasías edípicas sean
particularmente violentas y destructoras tenderá a poseer un sentido de culpa más
fuerte que uno cuyas fantasías sean menos destructoras.
Nuestro comentario final sobre la formación del superego desde el punto de
vista del ello es éste. Una forma de expresar los conflictos del período edípico es
la de dedique los impulsos del ello asociados a los objetos de ese período, a los
padres, se le presentan al niño como exponiéndolo al peligro de una lesión
orgánica. En el caso de un varón el temor es por la posibilidad de perder el pene.
En el caso de la niña se trata de un temor análogo de lesión genital, o una intensa
sensación desagradable de mortificación a causa de la falta de pene, o ambos. De
cualquier manera, existe un conflicto entre las exigencias de las catexias objetivas
por una parte y por otra, de las autocatexias o catexias narcisistas. Es instructivo
consignar que la cuestión se resuelve en favor de las catexias narcisistas.
Las peligrosas catexias objetivas quedan reprimidas o abandonadas, o
resultan dominadas o repudiadas de otra manera, mientras que las catexias
narcisistas, permanecen intactas en esencia. De este modo se nos recuerda una
vez más el hecho de que el componente narcisista de la vida instintiva del niño es
normalmente más fuerte que la parte que concierne a las relaciones con los
objetos, aun cuando éstas son mucho más fáciles de observar y por consiguiente
más propensas a ocupar nuestra atención.
No podemos abandonar el tema de la formación del superego sin discutir
algo sus modificaciones y acrecentamientos producidos posteriormente en la
infancia, en la adolescencia y aun en cierto grado durante la vida adulta.
Cada uno de estos agregados y alteraciones resulta de una identificación
con un objeto del ambiente del niño o del adulto, o más bien, con el aspecto moral
de tal objeto. Al principio, tales objetos son exclusivamente personas cuyo papel
en la vida del niño es similar al de sus padres Como ejemplos de tales personas,
tenemos a los maestros, educadores religiosos y personal doméstico.; Más tarde
el niño puede introyectar personas con las que no tenga contacto personal y aun
personajes históricos o de ficción.
Tales identificaciones son comunes en particular en la pre-pubertad y en la
adolescencia. Modelan el superego individual en el sentido de una aceptación de
las normas e ideales morales de los grupos sociales a los que pertenece.
Cuando nos detenemos a pensar las diferencias considerables qué se
hallan entre los códigos morales de los diversos grupos sociales, apreciamos que
una gran parte del superego del adulto es el resultado de estas identificaciones
posteriores. Pueden producirse modificaciones en el superego durante la vida
adulta, como ocurre por ejemplo como consecuencia de una conversión religiosa.
No obstante, el núcleo original formado durante la fase edípica sigue siendo
siempre la parte más firme y efectiva. Como consecuencia, las prohibiciones
contra el incesto y el parricidio son las partes de la ética de la mayoría de las
personas que están mejor interiorizadas o, a la inversa, que son las menos
propensas a ser trasgredidas. Otras prohibiciones del superego son más
susceptibles de trasgresión si existe una oportunidad particularmente favorable o
una tratación demasiado fuerte.
Deseamos discutir ahora algunos aspectos del papel que desempeña el
superego en el funcionamiento del aparato psíquico una vez que se ha formado.
En general podemos decir que una vez trascurrida la fase edípica es el
superego el que inicia y refuerza las actividades defensivas contra los impulsos del
ello. Tal como el niño en el período edípico temía que sus padres lo castraran y
reprimía o repudiaba sus deseos edípicos con el fin de evitar ese riesgo, del
mismo modo el niño o el adulto en el período post-edípico teme en forma
inconsciente a las imágenes paternas introyectadas, es decir, al. Súper ego y
domina los impulsos del ello con el fin de evitar el riesgo de disgustar al superego.
La desaprobación de parte del superego toma así su lugar como última de la serie
de situaciones dé riesgo ante las cuales el ego reacciona con angustia, como lo
hemos discutido en el Capítulo IV (Freud, 1926). Para repetir y completar la lista
de aquel capítulo, desde el punto de vista cronológico la primera de las situaciones
de riesgo es la pérdida del objeto; luego, la pérdida del amor del objeto; la tercera,
el temor a la castración o una lesión genital análoga; y la última consiste en la
desaprobación por parte del superego.
Como el lector recordará, estas situaciones diversas de riesgo no
desaparecen sucesivamente a medida que aparece la siguiente. Se trata más bien
de que cada una desempeña por turno el papel principal como fuente de angustia
y como ocasión para que el ego emplee medidas defensivas contra cualesquiera
impulsos del ello que precipiten o amenacen precipitar una situación de peligro.
La desaprobación de parte del superego tiene algunas consecuencias que
son conscientes y que por tanto nos resultan familiares y otras que son
inconscientes y por lo cual sólo se hacen aparentes como resultado de una
investigación psicoanalítica. Por ejemplo, todos conocemos la sensación dolorosa
de tensión que se denomina culpa o remordimiento, y no vacilamos en conectarla
con la actuación del superego. No obstante, existen otros fenómenos psíquicos
igualmente familiares cuya relación con el superego es menos obvia, pero también
estrecha. Así, como Freud (1933) lo señalara, la causa más común de
sentimientos de inferioridad dolorosos y en apariencias inexplicables es la
desaprobación por el superego. Por razones prácticas, a tales sentimientos de
inferioridad se los denominan sentimientos de culpa. Es obvio que éste es un
punto de considerable importancia clínica, pues nos dice que un paciente con
apreciables
sentimientos
de
inferioridad
o
autoestima
disminuida
está
probablemente acusándose en forma inconsciente de alguna iniquidad, sin tomar
en consideración que razones conscientes pueda aducir para explicar sus
sentimientos de inferioridad.
Tal como la desaprobación del ego por parte del superego da origen a
sentimientos de culpa o inferioridad, igual pueden los sentimientos de goce o
felicidad o autosatisfacción ser el resultado de la aprobado n por parte del
superego de [¡alguna conducta; o actitud del ego. Ese resplandor ‗‗virtuoso‖, como
su antagonista, la sensación de culpa es un fenómeno familiar, claro esta, y
ambos sentimientos o estados mentales pueden compararse con facilidad con la
situación mental del pequeño cuyos padres lo alaban y aman por su conducta, o lo
reprenden y castigan.
Lex talionis significa en un modo simple que el castigo por alguna iniquidad
o crimen ha de pagarse con que el malhechor sufra la misma lesión que infligió.
Esto se expresa en forma más familiar en la exigencia bíblica de ―ojo por ojo y
diente por diente‖. Este es un concepto de justicia primitivo en dos sentidos. El
primer sentido corresponde a que se trata de un concepto de justicia que es
característico de las estructuras sociales históricamente viejas o primitivas. Sin
duda que este hecho es de gran importancia, pero no nos concierne por el
momento. El segundo sentido, que sí nos concierne, es que la ley del talión es en
esencia el concepto de justicia de los niños. La cuestión interesante e inesperada
acerca de ello es el grado en que este concepto persiste en forma inconsciente en
la vida adulta y determina el funcionamiento del superego. Las penalidades y
castigos inconscientes que el superego impone se comprueba en el psicoanálisis
que se adaptan en numerosas ocasiones a la ley del talión, aun cuando la persona
haya superado ya desde mucho antes la actitud pueril en cuanto concierne a la
vida mental consciente.
En cuanto a la falta de discriminación entre deseo y hecho, es un lugar
común en la investigación psicoanalítica que el superego amenaza con un castigo
casi tan severo a uno como al otro. Resulta claro que no sólo el hacer algo está
prohibido por el superego; es también el deseo o el impulso mismo lo interdicto o
castigado, según cuál sea el caso. Estimamos que esta actitud del superego es
una consecuencia del hecho de que un niño de cuatro o cinco años, o menor,
distinga entre sus fantasías y sus acciones con mucha menor claridad que durante
la vida posterior. Está dominado en gran parte por la convicción de que ―con
desearlo basta para hacerlo‖ y esta actitud mágica se perpetúa en la actuación
inconsciente del superego en la vida ulterior.
Otra característica de la manera de obrar inconsciente del superego es que
puede resultar en una necesidad también inconsciente de expiación o autocastigo.
Tal necesidad de castigo es en sí misma inconsciente y sólo puede descubrirse
por lo común mediante el psicoanálisis. No obstante, una vez que uno sabe que tal
cosa existe y está a la expectativa, halla evidencias de su presencia mucho más
frecuentemente de lo que podría imaginarse. Por ejemplo, es muy instructiva en
este sentido la oportunidad, como psiquiatra de una prisión, de leer los registros
oficiales sobre las formas en que se capturan los presos. El propio deseo
inconsciente de castigo en el criminal es con frecuencia de máxima ayuda para la
policía. A menudo el criminal, en forma inconsciente, provee a la policía de pistas
que él mismo sabe que lo llevarán a ser descubierto y capturado. Por Cierto que
no suele ser posible psicoanalizar a un criminal, pero en algunos casos los simples
datos del prontuario pueden bastar papa poner las cuestiones en claro.
Por ejemplo, cierto ratero actuó con éxito durante más de un año de la
siguiente manera. Frecuentaba distritos de viviendas de clase media inferior, en
los que la entrada a cualquier departamento podía efectuarse con toda facilidad
por la puerta ó escalera traseras. Con vigilar durante la mañana hasta que el ama
de casa saliera a hacer sus compras, podía entonces forzar su entrada al piso
vacío y, como no dejaba impresiones digitales y sólo robaba dinero en efectivo, la
policía no tenía manera de dar con él. Era obvio que ese ratero sabía lo que hacía
y durante meses la policía fue incapaz de impedir sus actividades en forma
concreta alguna. Parecía que sólo la mala suerte fuera capaz de poner término a
su carrera. De pronto alteró sus costumbres: en vez de robar sólo dinero sé llevó
también alhajas y las empeñó por una suma relativamente pequeña en una casa
de empeños cercana, y en pocos días cayó en manos de la policía. En muchas
ocasiones anteriores había dejado alhajas sin tocar, que eran tan valiosas como
las que por fin robó, precisamente porque sabía que le resultaría difícil disponer de
ellas sin que la policía lo descubriera tarde o temprano. Parece inevitable la
conclusión de que este criminal dispuso en forma inconsciente su propio arresto y
encarcelamiento. En vista de cuanto sabemos hoy acerca de las formas
inconscientes de obrar de la mente, podemos decir que su motivo para proceder
de esa manera fue su necesidad inconsciente de ser castigado.
Claro está que la necesidad de ser castigado no necesita estar conectada
con malas acciones reales, como en el caso recién descrito. También puede ser la
consecuencia de fantasías o deseos conscientes o inconscientes. Sin duda que
como Freud (1924 c) lo señaló, la carrera criminal de una persona puede
comenzar como consecuencia de su necesidad de ser castigado. Es decir, la
necesidad inconsciente surgida de los deseos edípicos reprimidos puede
determinar la realización de un crimen cuyo castigo sea seguro.
A tal persona suele conocérsela como criminal por sentimiento de culpa.
Empero, debemos añadir que la necesidad inconsciente de castigo no
resulta necesariamente en acciones criminales que sean castigadas por alguna
autoridad legal. Se puede disponer en vez otras de sufrimiento o autoinjuria, tales
como el fracaso en la carrera (la llamada ―neurosis de destino‖), lesiones físicas
―accidentales‖, y similares.
Se puede comprender con facilidad que un superego que insista en el
autocastigo o en la autolesión se tome en un peligro, desde el punto de vista del
ego. No nos sorprenderá, por tanto, el aprender que el ego puede emplear contra
el superego mecanismos de defensa y otras operaciones defensivas que son por
entero análogas a aquellas que habitualmente emplea contra el ello. Quizás el
ejemplo siguiente pueda servir para aclarar lo que queremos decir con esto. Pero
este comentario se hace más bien desde el punto de vista de la lucha defensiva, o
conflicto; entre el ello y el ego antes que de un conflicto entre el ego y el superego.
Desde este último punto de vista podemos decir dos cosas. En primer lugar, el
sentimiento de culpa que hubiera sido, consciente en la infancia cómo
consecuencia de contemplar cuerpos desnudos no era aparenté cuando miraba
figuras sin ropas durante la vida adulta. Su ego había tenido éxito en impedir que
sentimiento de culpa alguna tuviera acceso a su conciencia y lo había proyectado
en cambio sobre otros. Eran entonces otras personas las culpables de voyerismo
o, con mayor precisión, las que eran malas y debían ser castigadas por sus
deseos y acciones voyeurísticas. Además, el ego de nuestro hombre había
establecido una formación de reacción contra su sentimiento de culpa, de modo
que en vez de una sensación consciente de culpa se sentía conscientemente
superior y en especial virtuoso por su interés absorbente por la indagación y
descubrimiento de figuras de cuerpos desnudos.
No sabemos si las defensas del ego contra el superego son un fenómeno
constante, pero no hay duda que pueden producirse y por lo menos en algunos
individuos son de considerable importancia práctica (Fenichel, 1946).
Existe una relación importante entre el superego y la psicología del grupo
que en una monografía sobre ese tema señaló Freud (1921). Ciertos grupos por lo
menos se mantienen unidos en virtud del hecho de que cada uno de sus
miembros se ha identificado o ha introyectado a la misma persona, que es el jefe
de ese grupo. La consecuencia de esta identificación es que la imagen del jefe se
hace parte del superego de cada uno de los miembros del grupo. En otras
palabras, los diversos miembros del grupo tienen en común ciertos elementos del
superego. La voluntad del jefe, sus órdenes y sus preceptos se tornan así en
leyes, morales de sus sucesores. Aunque la monografía de Freud fue descrita
mucho antes del advenimiento .al poder de Hitler, su análisis de este aspecto de la
psicología de grupos, explica muy bien las alteraciones extraordinarias que la
influencia de Hitler produjo en las normas morales de los millones de alemanes
que fueron sus partidarios.
Es probable que en los grupos y sectas religiosas esté involucrado un
mecanismo similar. En tales casos los diversos miembros del grupo tienen una
ética común, es decir elementos del superego comunes que derivan de la
identificación con el mismo dios o jefe espiritual. Aquí el dios desempeña el mismo
papel psicológicamente hablando, que el jefe o el héroe del grupo no religioso.
Esto no constituye una sorpresa, por cierto, en vista de la estrecha relación que
sabemos existía en forma consciente, en las mentes de los pueblos entre sus
dioses y héroes, aun en pueblos tan civilizados, como los romanos del imperio,
que deificaban a sus emperadores como cosa normal. Quizá podríamos finalizar
nuestro estudio, del superego mediante la anotación de lo esencial de su origen y
naturaleza. Surge como consecuencia de la introyección de las prohibiciones y
exhortaciones paternas de la fase edípica y durante toda, la vida su esencia
inconsciente sigue siendo la prohibición de los deseos sexuales y agresivos del
complejo de Edipo, pese a las numerosas alteraciones y agregados que sufre más
tarde durante la infancia, en la adolescencia y aun en la vida adulta.
CAPITULO VI
LAS PARAPRAXIAS Y EL INGENIO
En este capitulo y en los dos subsiguientes aplicaremos a ciertos
fenómenos de la vida mental humana en el conocimiento del funcionamiento
mental que hemos adquirido por nuestras consideraciones anteriores. Los
fenómenos que hemos elegido con tal fin son: primero, los deslices, errores,
omisiones o algunas de la memoria que nos son familiares a todos y que Freud
(1904) agrupó como psicopatología de la vida cotidiana; segundo, el ingenio;
tercero, los sueños, y cuarto y último, las psiconeurosis. Estos tópicos han sido
seleccionados porque se encuentran entre los que podríamos denominar temas
clásicos de la teoría psicoanalítica. Han sido objeto de estudios durante muchos
años, primero por Freud y luego por otros psicoanalistas, con el resultado de que
nuestro conocimiento de ellos es bastante amplio y fundado. Además, el tema de
las psiconeurosis es de gran importancia práctica, puesto que estas enfermedades
mentales constituyen el objeto principal de la terapéutica psicoanalítica.
Comenzaremos con la psicopatología de la vida cotidiana. Este
incluye los lapsos verbales, escritos, de la memoria y muchos de los
inconvenientes que por lo común atribuimos al azar y denominamos accidentes.
Aun antes de las investigaciones sistemáticas de Freud de estos fenómenos,
existía una vaga noción en la mente popular de que tenían algún fin y de que no
eran cosas del azar. Por ejemplo, existe un viejo proverbio que dice: ―El error de la
lengua delata la verdad de la mente‖.
Mas aun, no todos esos errores eran
tratados como accidentales. Aun antes de los tiempos freudianos, si el señor
Smith se olvidaba el nombre de la señorita Jones o la llamada señorita Robinson
―por error‖, la señorita Jones reaccionaba por lo común ante ello como ante un
desaire intencional o un signo de desinterés, y era difícil que el señor Smith fuera
contemplado con simpatía por ella. Para ir un paso más allá, si un súbito olvidaba
una regla de etiqueta el dirigirse a su soberano, era castigado a pesar de que
alegara que era accidental. La autoridad le atribuía intencionalidad a sus actos,
aun cuando él la desconociera. Del mismo modo, cuando hace unos 300 años se
imprimió un ejemplar de la Biblia en el cual en uno de los mandamientos decía por
error el imperativo afirmativo en vez del imperativo negativo, el impresor fue
severamente castigado, cual si hubiera intencionalmente deseado ser sacrílego.
No obstante, tales fenómenos se atribuyen o al azar o, en los supersticiosos, a la
influencia de espíritus malignos, como los demonios de los impresores, que
tomaban los tipos que el impresor había dispuesto en forma correcta y
atormentaban al pobre hombre mezclándolos e introduciendo toda clase de
equivocaciones en
los mismos. Fue Freud el primero que de modo serio y
fundamental sostuvo que los lapsos y los fenómenos conexos son el resultado de
una acción intencional, con un propósito, de la persona afectada, aunque la
intención sea desconocida para ella misma o, en otras palabras, sea inconsciente.
El mas simple de comprender de estos actos fallidos o parapraxias,
como a veces se los
denomina [nombre propuesto por E. Jones N del T.] es el
olvido. Tales lapsos son muy a menudo la consecuencia directa de la represión,
que recordará el lector es uno de los mecanismos de defensa del ego estudiados
en el Capitulo IV. Se lo puede observar en su forma más sencilla y obvia durante
el trascurso de un psicoanálisis, cuando ocurre a veces que un paciente olvida de
un minuto al otro algo que considera importante y que en forma consciente desea
recordar. En tales casos el motivo del olvido puede ser también aparente, aunque
los detalles específicos de la motivación pueden variar de un caso a otro, es
básicamente la misma en todos ellos, es decir, el evitar la posibilidad de la
generación de una angustia o de una culpa, o de ambas.
Como ejemplo, acababa de aclarársele a un paciente psicoanalizado
que durante años él había evitado sentirse asustado y avergonzado por ciertos
aspectos de su conducta sexual merced a u complicado sistema de
racionalizaciones. Al mismo tiempo el paciente adquirió la conciencia de cuando
miedo y vergüenza habían en realidad estado asociados a su conducta sexual en
su propia mente, aunque de ninguna manera experimentó esas emociones en
forma más completa ni más intensa en ese entonces. Quedó muy impresionado
por esta nueva visión interior, que estimó de gran importancia para la comprensión
de sus síntomas neuróticos, como sin duda lo era. Uno o dos minutos después,
mientras estaba hablando de lo valiosa que era dicha visión interior, de pronto, ¡se
dio cuenta de que ya no podía recordar lo que era ni lo que se había hablado
durante los cinco minutos anteriores!
Este ejemplo ilustra en forma bien objetiva la capacidad por lo
general insospechada de la mente humana de olvidar, o, con mayor precisión, de
represión. Resulta algo que las mismas fuerzas intrapsíquicas del paciente que
durante años habían impedido con éxito la emergencia de vergüenza y temor por
su conducta sexual eran también las responsables de la rápida represión de su
visión interior reciente de que su comportamiento realmente le asustaba y
avergonzaba. Podemos añadir que en este caso las contracatexias represivas del
ego estaban orientadas más bien contra el superego que contra el ello. Es decir, el
ego del paciente reprimió los recuerdos auditivos y los pensamientos recientes
que temía pudieran llevarle a la emergencia posterior de sentimientos de
vergüenza y del miedo de ser sexualmente anormal. En otros casos, claro está,
las contracatexias están orientadas primordialmente contra ello.
Puede parecerle al lector que el ejemplo que acabamos de dar es
excepcional en vez de típico y que los casos ―comunes‖ de olvido de hacer algo
que uno pensaba hacer o el olvidar un nombre o un rostro familiar pueden ser bien
distintos. Es fácil ver porque el paciente de nuestro ejemplo olvidó lo acontecido,
pero ¿por qué habría uno de olvidar algo de lo que no hay razón alguna para
olvidarlo?
La respuesta es que esa razón en la mayoría de los casos es
inconsciente. Por lo común solo puede ser descubierta por medio de la técnica
psicoanalítica, es decir, con la cooperación total de la persona que cometió el
olvido. Si se puede contar con su cooperación y es capaz de manifestar libremente
y sin selección consciente todos los pensamientos que se le ocurren en conexión
con un lapso, entonces estaremos en condiciones de reconstruir su finalidad y
motivación. De otro modo debemos depender del azar para entrar en posesión de
datos suficientes que nos
permitan adivinar con mayor o menor precisión el
―significado‖ o motivos inconscientes que produjeron ese acto fallido.
Por ejemplo, un paciente no podía recordar el nombre de un amigo,
que le era muy familiar, cada vez que se encontraban en una reunión social. Este
episodio de olvido hubiera sido imposible de comprender sin las propias
asociaciones del paciente al respecto. Al hablar de esa cuestión, surgió que el
nombre de su amigo era el mismo de otro hombre al que conocía y hacia quien
experimentaba intensos sentimientos de odio, que le hacían sentirse muy culpable
al hablar de ellos. Además, menciono que su amigo era lisiado, lo que le
recordaba sus deseos de herir y lesionar al tocayo que odiaba. Con esta
información brindada por las asociaciones del paciente, fue posible reconstruir
cuanto le ocurría al fallarle la memoria. La vista del amigo lisiado le recordaba en
forma inconsciente al otro hombre homónimo, al que odiaba y deseaba lesionar o
lisiar. Con el fin de evitar el acceso a la conciencia de sus fantasías destructivas,
que le hubieran hecho sentirse culpable, reprimió el nombre que hubiera
establecido la conexión entre los dos. En este caso, por tanto, la represión fue
instituida para evitar la entrada a la conciencia de las fantasías destructivas que
constituían una parte del ello y que hubiera llevado a un sentimiento de
culpabilidad si se hubieran hecho conscientes.
En los ejemplos que acabamos de dar la perturbación o ―lapso‖ de la
memoria fue la consecuencia de la actuación de un mecanismo de defensa, la
represión. Puesto que la motivación de la represión, como su misma actuación,
eran ambas inconscientes, el sujeto no podía acertar a explicarse su falla de la
memoria y solo la podía atribuir a mala suerte, fatiga o cualquiera otra excusa que
prefiera. Otros lapsos pueden ser la consecuencia de mecanismos mentales algo
distintos. Su causa, no obstante, es similar en cuanto a que son inconscientes.
Por ejemplo, un lapsus linguae o lapsus calami es a menudo la
consecuencia de una falla en la represión completa de algún pensamiento o deseo
inconsciente. En tales casos, el que habla o escribe expresa lo que en forma
inconsciente deseaba decir o escribir, pese a su deseo de mantenerlo oculto.
A veces el significado oculto se expresa en forma abierta en el acto
fallido, es decir, que resulta claramente inteligible a quien lo escucha o lo lee.
En otras ocasiones, el resultado del lapso no es inteligible y solo se
puede descubrir el significado oculto por las asociaciones de la persona que
cometió el error.
Como ejemplo de un caso de lapso de significado claro podemos citar el
siguiente. Cierto abogado se estaba jactando de las confidencias que le hacían
sus clientes y quiso expresar que le contaban ―los problemas más íntimos‖; pero
en cambio, lo que dijo fue que le narraban ―los problemas más interminables‖. Al
cometer esta equivocación reveló a quien lo escuchaba algo que deseaba ocultar,
el hecho de que a veces lo que sus clientes le contaban sobre sus problemas le
aburrían y deseaba que no hablaran tanto de si mismos y no le robaran tanto
tiempo.
De este ejemplo, el lector quizá podría llegar a la conclusión de que si el
significado de un lapso es claro, el pensamiento o el deseo inconsciente que
revela es uno reprimido con no mucha fuerza y que, por lo contrario, solo en forma
temporaria actuaba inconscientemente en la mente del sujeto y podía ser admitido
a la conciencia con poca perturbación en el sentido de miedo o culpa. En realidad,
de ninguna manera es esa la situación. Por ejemplo, un paciente puede sin querer,
durante la primera entrevista con el psicoterapeuta, llamar madre a su esposa,
pero al hacérselo notar no logra sacar conclusión alguna l respecto. Hasta señala
in extenso y con lujo de detalles cuan distintas son en realidad su madre y su
esposa. Es sólo después de meses de psicoanálisis que ese paciente es capaz de
reconocer conscientemente que en su fantasía la madre estaba representada por
la esposa y que era aquella a la que él había querido para casarse cuando años
atrás estaba desarrollado al máximo su complejo de Edipo. En un caso así, un
acto fallido revela con claridad un contenido del ello contra el cual el ego durante
años mantuvo una contracatexia en extremo intensa.
Debemos añadir que no importa cuán claro pueda parecer un lapso y que la
interpretación del oyente o del lector de su significado inconsciente nunca puede
pasar a ser una conjetura mientras no este apoyada por las asociaciones libres de
la persona que cometió la equivocación. Más aún,
la conjetura puede estar
firmemente sostenida por evidencias confirmatorias, tales como el conocimiento
de las circunstancias en que se produjo el lapso y la personalidad y la situación
vital del sujeto, de modo de presentarse como irrefutable. No obstante, en principio
el significado de un acto fallido solo puede establecerse firmemente por las
asociaciones del sujeto.
Esta dependencia de las asociaciones del sujeto es obvia y absoluta en el
caso de aquellos lapsos orales o escritos que no son inteligibles de modo
inmediato. En ellos, un proceso mental inconsciente interfiere los deseos del
sujeto de hablar o escribir de modo tal que resulta una omisión, inserción o
distorsión de una o más silabas o palabras con un resultado en apariencia sin
significado. Entre aquellos que no ignoran por completo, ni de manera total están
informados en lo que respecta a la explicación de Freud de estos fenómenos, tales
lapsos se consideran excepciones a la afirmación de que ellos tienen un
significado. Tales personas hablan de los actos fallidos inteligibles como
―freudianos‖ y de los no inteligibles como ―no freudianos‖. En realidad, empero, el
uso de una técnica apropiada de investigación, es decir, del método psicoanalítico,
revelará la naturaleza y la importancia de los procesos mentales inconscientes
subyacentes en un lapso inteligible, como también de los relacionados con otro
inteligible.
La producción de lapsus linguae o calami suele atribuirse a la fatiga, falta de
atención, apresuramiento, excitación o algo por el estilo. El lector podría
preguntarse si Freud consideró que tales factores pudieran desempañar algún
papel en la determinación de los actos fallidos. La respuesta es que les asigno un
papel puramente accionario o coadyuvante en el proceso.
Consideraba que tales factores podrían, en ciertas ocasiones, facilitar la
interferencia de los procesos inconscientes en el intento consciente de decir o
escribir una determinada palabra o frase, con el resultado de que entonces el
lapso se producirá, lo que no hubiera hecho si el sujeto no hubiera estado
cansado, desatento, apurado, etc. Consideraba que el papel principal en la
generación de un acto fallido lo desempeñaba, no obstante, el proceso mental
inconsciente del sujeto. Para ilustrar esta cuestión hizo la siguiente analogía. Si un
hombre fuera asaltado y robado en una calle oscura y solitaria, no diría que lo
robaron la oscuridad y la soledad. Le robo un ladrón, al que ayudaron esa
oscuridad y soledad. En esta analogía el ladrón corresponde al proceso mental
inconsciente responsable del lapso, mientras que la soledad
y la oscuridad
corresponden a factores como la fatiga, la falta de atención, etc. Si deseamos
emplear un lenguaje más formal, podemos decir que el proceso mental
inconsciente en cuestión constituye la condición necesaria en todos los casos para
que se produzca el acto fallido. En algunas ocasiones puede ser también
condición suficiente, pero en otras puede ser insuficiente por sí y quizá requiera la
ayuda de factores generales, como los que estuvimos considerando, con el fin de
interferir el intento consciente del sujeto en grado adecuado para producir el lapso.
Ninguna discusión de los lapsus linguae o calami quedaría completa sin
que se hiciera alguna mención a la parte desempeñada por el proceso primario en
su elaboración. Por ejemplo, al hablar del interés que en su juventud sentía por la
cultura física un paciente cometió un lapso y dijo ―cultura fisible‖. Cuando se le
hizo notar su error se le ocurrió decir que ―fisibles‖ sonaba como ― visible‖. Sus
asociaciones lo llevaron luego hasta el deseo inconsciente de mostrar su cuerpo
desnudo a los demás así como haber a su vez el de los demás. Estos deseos
habían sido un factor importante, aunque inconscientes en su interés por la cultura
física. No obstante, el punto sobre el cual deseamos llamar la atención en este
momento es la forma del lapso, que se produjo por la interferencia momentánea
de los deseos, exhibicionistas y de ver (―voyeuristiecos‖) inconscientes del
paciente en su intención de decir la palabra ―física‖; lo que resulto fue un vocablo
hibrido que combinaba ―física‖ y ―visibles‖. Las dos palabras se condensaron en
una, todo lo contrario a la regla lingüística que caracteriza el pensamiento por
proceso secundario.
El lector recordara por nuestra consideración del capitulo III de los modos
de pensamiento que denominamos proceso primario y secundario, que una de las
características del pensar según el proceso primario es la tendencia a la
condensación. Es justo la característica que consideramos responsable de la
combinación de ―física‖ y ―visible‖ en ―fisible‖.
En otros lapsos hallaremos la evidencia de otras características del
pensamiento por proceso primario: desplazamiento, presentación del conjunto por
la parte o viceversa, representación por el antagonista, y símbolo en el sentido
psicoanalítico. Cualquiera de estas características, o varias de ellas a la vez,
pueden determinar la forma de un lapso.
Debemos añadir aquí, que la participación o actuación del pensamiento de
proceso primario de ninguna manera esta limitada a las equivocaciones orales o
escritas. Aunque resulte mas obvia en ellas, se produce también y es igualmente
importante en las otras parapraxias. Por ejemplo, en el caso del hombre que
olvidaba el nombre de su amigo, citado en la página 163, el lector recordará que
una razón para la falla de la memoria fue que el amigo era lisiado, lo que le
recordaba al sujeto el deseo inconsciente y culpable de lesionar al otro hombre del
mismo nombre. En realidad el amigo ´presentaba un brazo más corto y en parte
paralizado como consecuencia de una lesión sufrida durante el parto. Por otra
parte lo que el sujeto deseaba en forma inconsciente era cortarle el pene al tocayo
de su amigo. Por lo que en este caso la deformación braquial simbolizaba la
castración.
Consideremos ahora la clase de parapraxias que por lo común se
denominan desgracias accidentales, sea que le ocurre a uno mismo o a otro como
resultado del propio ―descuido‖. Debemos aclarar desde el principio que los únicos
accidentes que aquí nos conciernen son aquellos que el individuo provoca por sus
propias acciones, aunque, claro esta, no tenga la intención consciente de
determinarlos. Un accidente que este más allá del dominio del sujeto no nos
interesa en esta discusión.
Suele ser fácil decidir si el sujeto ha sido responsable del accidente
considerado, pero de ninguna manera es fácil hacerlo siempre. Por ejemplo, si se
nos cuenta que una persona fue herida por un rayo durante una tormenta
eléctrica, por lo común podemos estar seguros que fue por completo accidental y
que no pudo existir la intención inconsciente en la victima de que se produjera.
Después de todo, ¿quién puede predecir donde cae un rayo?. No obstante, si nos
enteramos de que la victima estaba sentada bajo un árbol alto y solitario, junto a
una gruesa cadena de acero que colgaba desde una de las ramas hasta pocos
pies del suelo, entonces bien podemos empezar a preguntarnos si la victima era o
no consciente, antes del accidente del gran peligro del que a una persona en tal
situación la hiriera un rayo. Si entonces descubrimos que la victima lo sabía y si, al
recuperarse de su accidente niega honradamente la intención consciente de poner
su vida en peligro, podemos llegar a la conclusión de que esta persona
accidentada estuvo deliberada, aunque inconscientemente, tratando de que el
rayo la hiriera. Desde el mismo modo un accidente automovilístico puede deberse
solo a una falla mecánica y no tener nada que ver con una intención inconsciente
del conductor, o puede, por otra parte, haber sido o directamente causada o
posibilitada por el conductor con actos intencionales e inconscientes de comisión u
omisión.
El lector podría preguntar si lo que proponemos es el punto de vita de que
toda desgracia que pudo haber sido causada o facilitada por un intento
inconsciente de parte del sujeto estaba en realidad así determinada. ¿Es que no
cabe la imperfección humana?. ¿Debemos suponer, por ejemplo, que nadie tuvo
jamás un accidente automovilístico sin haberlo deseado en forma inconsciente?
La respuesta a esta pregunta es, en principio, inequívoca. Mientras un
accidente previsible haya sido causado por una ―imperfección humana‖ en la
realización de algún acto, suponemos que existió la intención inconsciente en que
efectuó esa acción. Es verdad, claro esta, que la fatiga, el aburrimiento inducido
por la monotonía y otros factores similares pueden aumentar la frecuencia de tales
desgracias en una mayor o menor extensión, pero estamos aquí en la misma
posición que habíamos tomado contra los errores verbales o escritos. La condición
necesaria para un accidente de esa suerte, que a menudo es también condición
suficiente, es la intención inconsciente de que se produzca. La fatiga, el
aburrimiento, etc., son simplemente factores accesorios o coadyuvantes.
Si el lector preguntara ahora como podemos estar tan seguros de que los
accidentes bajo control del sujeto eran en realidad causados por él en forma
inconsciente, contestaremos que esta conclusión es una generalización hecha
sobre la base de casos accesibles para su estudio. Aquí también, como en el caso
de las otras parapraxias, el estudio directo significa la aplicación de la técnica
psicoanalítica. Si se puede obtener la colaboración del sujeto, sus asociaciones
llevaran a la comprensión de los motivos inconscientes que le indujeron a causar
el accidente que a primera vista parecía por completo casual. Sucede no sin cierta
frecuencia que, en el curso del análisis de tal percance, el sujeto recuerda que el
supuso por un momento que se iba a producir el ―accidente‖, justo antes de
ejecutar la acción que lo produciría. Como es obvio, él podía saber que iba a
ocurrir solo porque esa era su intención; este conocimiento parcial de la intención
suele ser reprimido, es decir, olvidado, justo antes o durante el percance y solo
vuelve a la memoria consciente si se analiza el accidente. De este modo, sin el
análisis el sujeto mismo puede quedar convencido del carácter puramente
accidental de su percance, que en realidad el provoco intencionalmente.
Naturalmente que es en el transcurso de la terapia psicoanalítica que surge
la oportunidad mas frecuente para estudiar en forma directa dichos percances, en
oposición al mero especular acerca de ellos en una forma más o menos
convincente sobre la base de la evidencia externa y circunstancial.
La mayoría de nuestros ejemplos derivaran en consecuencia de esa fuente,
aunque de ninguna manera son tales percances mas frecuentes en la vida de los
pacientes psicoanalíticos que en las vidas de otras personas.
En una ocasión un paciente, mientras manejaba en dirección a su trabajo,
debió girar a la izquierda en una intersección de transito bastante intenso. A causa
del número de peatones que estaba cruzando había disminuido la marcha hasta
cinco millas por hora, cuando de pronto choco aun hombre mayor que su
guardabarros delantero izquierdo y lo volteo. Según la noción consiente del
suceso cuando por primera vez lo narro el paciente no había visto en absoluto a
ese hombre. Pero más tarde fue capaz de recordar que no le había sorprendido
sentir que su auto golpeaba algo. En otras palabras, en forma vaga tenía
conciencia de su intención inconsciente de embestir al hombre con su
guardabarros en el momento del ―accidente‖. Sobre la base de sus asociaciones
con las diversas circunstancias de lo que había sucedido fue posible descubrir que
el principal motivo inconsciente del percance era el deseo del paciente de destruir
a su padre. En realidad, éste había fallecido hacía varios años, pero el deseo, muy
activo durante la fase edípica del paciente, había sido reprimido con energía en
esa época y desde entonces había vivido en su ello. Podemos comprender que
este deseo sufrió un desplazamiento, en forma característica al proceso primario,
hacia un hombre mayor y desconocido que se puso en el camino del automóvil del
paciente y que fue en consecuencia la víctima de lo que en apariencia era un
accidente.
Se comprende también que a pesar del hecho de que la víctima no
presentó lesión alguna y de que el paciente tenía seguro total, éste no obstante se
sintió culpable y asustado hasta un punto por completo desproporcionado con la
naturaleza en realidad trivial del accidente. Conociendo los motivos inconscientes
que lo llevaron a chocar a ese hombre, podemos comprender que fueron ellos las
fuentes importantes de los temores subsiguientes del paciente. En otras palabras,
su reacción ante el accidente sólo en apariencia fue desproporcionada: estaba
bien en relación con su deseo reprimido de destruir al padre.
Otro ejemplo, tan trivial que apenas si merece el nombre de percance es el
mencionado en el Capítulo I. Es el caso del joven que al manejar camino de la
casa de su novia se detuvo ante una luz verde y no se dio cuenta del error hasta
que se trasformó en roja. En este caso las asociaciones del conductor llevaron al
descubrimiento de sentimientos inconscientes de repugnancia con respecto a
seguir adelante con su matrimonio, los que se debían principalmente a la culpa y
al medio vinculado a ciertas fantasías sexuales inconscientes de carácter sádico e
incestuoso, es decir, edípico.
En el primero de los dos ejemplos recién enunciados el percance se debió a
la represión inadecuada o incompleta de un impulso hostil del ello. Esta escapó en
parte a la represión, como suele expresarse en los escritos psicoanalíticos. En el
segundo, la parapraxia fue el resultado de una defensa contra ciertos impulsos del
ello o de una prohibición del superego orientada contra ellos a aun, quizá, de
ambas, puesto que en esta oportunidad no es fácil distinguir con certeza entre las
dos.
La actividad inconsciente del superego desempeña con frecuencia una
parte importante en la producción de parapraxias de este tipo. Muchos percances
tienen la intención inconsciente de determinar la propia pérdida o lesión.
En la motivación de tales casos juega un papel primordial la necesidad
inconsciente de castigo, de sacrificio o de reparación por algún acto o deseo
previo. Todos estos motivos pertenecen al superego, como el lector recordará.
Como ejemplo de tal motivo podemos citar el caso siguiente. El paciente de
nuestro primer ejemplo, al estacionar, rozó con la rueda derecha delantera el
cordón de la vereda y destruyó la goma más allá de toda posible reparación. Un
accidente así es raro en un conductor experimentado y en éste fue más
sorprendente por el hecho de que ocurrió frente a la propia casa del paciente, ante
la cual tantas veces había estacionado antes. No obstante, su propia asociación
aclaró lo sucedido. Cuando ocurrió el percance el paciente volvía de visitar la casa
de su abuelo en la mañana siguiente al fallecimiento del mismo, después de varios
meses de enfermedad. Inconscientemente el paciente se sentía culpable, como
resultado de la muerte del
Abuelo, por sus propios deseos hostiles hacia el anciano, deseos que eran
en grado considerable la contraparte de deseos inconscientes similares para con
su padre. Destrozó la goma contra el cordón para satisfacer la exigencia
inconsciente del ello de que fuera castigado por haber deseado la muerte de su
abuelo en sus fantasías inconscientes.
A veces un accidente combina el crimen y el castigo, como podríamos
sospecharlo en el ejemplo reciente, donde una fantasía reprimida de destrozar al
padre obtuvo una gratificación simbólica o por desplazamiento en la acción del
paciente de llevar su coche contra el cordón. Pero en nuestro ejemplo particular,
las asociaciones del paciente no apuntaron en ese sentido, de modo que no queda
más que una sospecha o conjetura, mientras que en otros casos no cabe duda de
que crimen y castigo están contenidos en una sola acción.
Una paciente, por ejemplo, mientras manejaba el automóvil del esposo se
detuvo en medio del tránsito en forma tan súbita que el coche que la seguía la
atropelló y le destruyó un guardabarros posterior. El análisis de ese percance
reveló un conjunto complicado de motivos inconscientes. Al parecer había tres
distintos, aunque relacionados entre sí. Por una parte, la paciente estaba
inconscientemente muy disgustada con el esposo porque la había tratado mal;
según lo expresó ella, la tenía siempre a los empellones.
De donde, el chocar el auto fue una expresión inconsciente de la ira que era
incapaz de desplegar en forma abierta y directa contra él. Por otra parte, se sentía
muy culpable como resultado de lo que en su ira había deseado hacerle al esposo
y había dañado el coche de él como un medio excelente de lograr que la
castigara. Tan pronto como se produjo el accidente, ella supo que se lo merecía.
En tercer lugar, la paciente tenía intensos deseos sexuales
Que el esposo era incapaz de satisfacer y que ella misma había reprimido
con fuerza. Esos deseos sexuales inconscientes se gratificaron en forma simbólica
haciendo que un hombre ―le embistiera la cola‖, como ella se expresó.
No intentemos enumerar ni ilustrar todos los tipos de parapraxias que
podrían distinguir sé, pues las causas y los mecanismos subyacentes son los
mismos para todos, o por lo menos muy semejantes. Interesa consignar que no es
fácil el trazado de una línea precisa de distinción entre las parapraxias y los
denominados acontecimientos psíquicos normales. Por ejemplo, un error verbal
por cierto que es muy distinto de una metáfora que se buscó en forma consciente
y deliberada; pero hay metáforas u otras formas del lenguaje que aparecen en la
conversación sin que se las busque a conciencia plena. Saltan en forma
espontánea, por así decir, a veces para deleite del que habla, otras veces para su
congoja y otras, por fin, sin otra reacción particular que la de su aceptación
rutinaria como de ―lo que quería expresar‖. De este modo vemos que aunque son
fáciles de separar la metáfora de selección deliberada y el error verbal, también
hay casos intermedios. ¿Cómo separar la metáfora inesperada de la que quien
habla se retracta con un ―oh, no; no era eso lo que quise decir‖, de un lapsus
linguel Del mismo modo, por cierto que consideraríamos parapraxia que una
persona doble en sentido equivocado durante un paseo acostumbrado y se halle
marchando en sentido contrario al de su destino consciente.
Empero a veces uno varía un paseo acostumbrado, sin la intención
consciente de hacerlo, al tomar una ruta menos conocida para llegar al mismo
destino. ¿Debemos llamarlo una parapraxia? O también puede uno variar la ruta
favorita sin motivo alguno consciente para ello, de modo que lo que era un camino
habitual se convierte en otro inusitado. ¿Dónde trazar la línea entre lo para
práctico y lo normal?
Las diferencias son de grado, no de calidad. Los motivos e impulsos
inconscientes que surgen del ello y de las partes inconscientes del ego y del
superego, desempeñan un papel en la producción y conformación de tales hechos
psíquicos normales no menor que en la generación de las parapraxias. En el
primer caso, no obstante, el ego es capaz de mediar entre las diversas influencias
conscientes de modo de dominarlas y combinarlas en forma armoniosa entre sí
como con los factores ambientales, con el resultado de que lo que emerge en la
conciencia se presenta como una totalidad aislada e integral antes que como lo
que en realidad es, un compuesto de numerosas tendencias diversas provenientes
de varias fuentes distintas. En el caso de las parapraxias, por otra parte, el ego no
ha tenido éxito en la perfecta integración de las diversas fuerzas mentales en
actividad inconsciente en el momento en que se produce la parapraxia, con el
resultado de que una o varias de estas fuerzas alcanzan en forma independiente
algún grado de expresión motora. Cuando más cercanas al éxito las actividades
integradoras del ego, más próximo a lo ―normal‖ el resultado psíquico. A la inversa,
cuanto menos exitosas tales actividades integradoras, más obviamente para
práctico el resultado.
Si procuramos ahora resumir nuestro conocimiento de las parapraxias de la
vida cotidiana, diremos que son provocadas por una falla parcial del ego en la
integración en un todo armonioso de las diversas fuerzas mentales activas en un
momento dado. Las fuerzas psíquicas inconscientes que en mayor o menor grado
resisten la integración y que alcanzan cierto grado de influencia directa,
independiente sobre el pensamiento o la conducta en una parapraxia, nacen a
veces del ello, otras del ego, algunas del superego y, por fin, de dos o de todos
juntos. Un observador puede ocasionalmente adivinar con acierto la naturaleza
específica de estas fuerzas inconscientes sobre la base de sólo la evidencia
externa. No obstante, en la mayoría de los casos es necesaria la cooperación
activa del sujeto en la aplicación del método psicoanalítico para descubrir qué
fuerzas inconscientes actuaron. Más aún, hasta en aquellos casos en que fue
posible una presunción convincente, es solo por medio de la aplicación del método
psicoanalítico que se puede estar seguro si la presunción fue acertada y completa
o no.
A continuación deseamos aplicamos a la consideración del ingenio. Como
las parapraxias, el ingenio es un fenómeno familiar en la vida cotidiana al que
Freud dedicó su atención desde muy temprano en el curso de sus investigaciones
psicoanalíticas (Freud, 1905 a). Logró demostrar tanto la naturaleza como la
importancia de los procesos mentales inconscientes que forma parte de la
formación y del goce de los rasgos de ingenio y adelantó una teoría que explicaba
la fuente de la energía psíquica descargada al reír cuando un chiste es ―de los
buenos‖.
Freud demostró que en toda frase ingeniosa el pensamiento por proceso
primario desempeña un papel principal. Esto lo logró en forma muy hábil. Tradujo
la frase ingeniosa al lenguaje del proceso secundario sin cambiar su contenido,
con lo que el rasgo de ingenio desaparecía por% completo. Lo que restaba al
reconstruir la frase podía ser interesante, inteligente, cáustico, cínico o inadecuado
según las conveniencias, pero ya no era ingenioso.
Por ejemplo, tomemos el epigrama político, ingenioso y bien conocido que
dice: ―Un liberal es un hombre con sus pies firmemente apoyados en el aire‖.
Podría no resultar aparente a primera vista que en esta afirmación se ha utilizado
principalmente un pensamiento de proceso primario, pero veamos lo que sucede
si volvemos a expresarlo más con un lenguaje de estricto proceso secundario. Al
hacerlo nuestro epigrama se trasformará en algo así: ―Un liberal trata de ser firme
y práctico, pero en realidad no es ni uno ni otro‖, lo cual es una crítica, pero ya no
ingeniosa.
Ahora que hemos expresado nuestro epigrama en un lenguaje que
pertenece exclusivamente al modo del proceso secundario, veamos de inmediato
que en la forma original su significado serio estaba expresado en el modo del
proceso primario. Es decir que el original, en forma explícita y por la vida de un
pensar por proceso secundario, sólo lleva el lector una imagen o concepto de un
hombre marcado como ―liberal‖, que- está de pie en medio del aire. Es por medio
de la analogía que el lector u oyente entiende que ―un hombre firmemente
asentado sobre sus .pies‖ significa ―un hombre firme o de decisiones‖ y que ―un
hombre en el aire‖ quiere decir ―un hombre no práctico e indeciso‖. Además la
forma original del epigrama carece por completo de1 las palabras explicativas y de
relación que aparece en la re confección de la frase, como ―trata de ser‖ y ―pero en
realidad‖. Como el lector recordará del Capítulo III, la representación por analogía
y la tendencia a la simplificación extremada de la sintaxis, con omisión de palabras
explicativas y de relación, son características del pensamiento según el proceso
primario.
Claro que otras pruebas de ingenio ejemplifican varias otras características
del pensamiento de proceso primario, como el desplazamiento, condensación,
representación del todo por la parte o viceversa, equivalencia de los antagonistas
y simbolismo en el sentido específicamente psicoanalítico de la palabra. Además,
puesto que el ingenio es principalmente un fenómeno verbal es posible ver a
menudo en el análisis de los diversos rasgos de ingenio las distintas formas en
que pueden utilizarse las palabras en el pensamiento de proceso primario. Por
ejemplo, pueden unirse partes de palabras distintas para formar una palabra
nueva que tenga el significado de ambas palabras primitivas. Podemos considerar
que éste es un pro-ceso de condensación aplicado a las palabras.
También puede usarse parte de una palabra para representar la totalidad, o
el significado de una palabra puede ser desplazado a otra que por lo común
significa algo completamente distinto de la primera palabra, pero que se le
asemeja en el sonido o apariencia. Todas estas características del proceso
primario están incluidas en lo que denominamos ―juegos de palabras‖ o
retruécanos. El doble sentido, considerado habitualmente como una de las formas
inferiores de ingenio, es el más conocido de tales juegos de palabras; pero en
realidad, pese a ese estigma sobre su valor, el doble sentido aparece en muchas
frases ingeniosas de gran excelencia.
Podríamos recordar que desde el punto de vista de la evolución, el proceso
primario es la forma de pensamiento característica de la niñez y que sólo en forma
gradual se ve remplazada con el tiempo por el tipo secundario. Desde este punto
de vista podemos decir que una actividad como la del ingenio involucra para el
autor y su auditorio, para ambos, la reposición parcial y temporaria del proceso
primario como forma de pensamiento predominante o, en otras palabras, una
regresión parcial y temporaria del ego. En el caso del ingenio es el ego mismo el
que inicia la regresión o que por lo menos la estimula. Kris (1952) se ha referido a
tales procesos como regresiones al servicio del ego y regresiones reguladas, con
el fin de diferenciarlas de los diversos tipos de regresiones patológicas que
pueden producirse en forma incontrolable y muy en detrimento de la eficiencia
funcional del ego o aun de su misma integridad.
Para resumir lo expuesto hasta aquí, podemos decir que el autor de un
dicho ingenioso, por medio de una regresión parcial, expresa una idea según el
proceso primario. La imagen o concepto resultante se pone luego en el lenguaje
del proceso secundario, es decir, se expresa con palabras. A la inversa, el
auditorio entiende el dicho ingenioso
Por una regresión temporaria a un pensamiento de proceso primario. El
lector debe comprender que estas regresiones se producen en forma bien
automática y sin llamar la atención del autor o de sus oyentes.
Por ejemplo, en el caso del ejemplo usado más arriba, el autor del
epigrama, quienquiera que fuese, quiso expresar en forma chistosa que un liberal
trata de ser firme y práctico, pero que no es ni una ni otra cosa. Por medio de una
regresión parcial al pensamiento de proceso primario se expresó esta idea
mediante el concepto de un hombre parado en el aire con sus pies firmemente
apoyados. Esta idea, expresada en palabras, constituye el dicho ingenioso. A la
inversa, el oyente o el lector capta el significado por la vía del proceso primario,
como consecuencia de su propia regresión parcial.
Esto en cuanto a las características formales del ingenio. Constituyen, como
Freud lo demostró con numerosos ejemplos, una condición necesaria para un
dicho ingenioso, puesto que si se las elimina también desaparece la calidad de
ingenio. Por ejemplo, retruécanos complejos y múltiples pueden parecer
ingeniosos a muchas personas por la simple razón de su técnica o de su
excelencia formal. No son ―simples retruécanos‖, son retruécanos de gran
inteligencia en mérito sólo a su forma y de allí que merezcan el nombre de
―ingeniosos‖. La estrofa siguiente puede servir para ilustrar este punto.
There was a young man named Hall Who died in the spring in the fall.
Twould have been a sad thing If he'd died in the spring,
But he didn't, he died in the fall1,
Más aún, un comentario puede producir una sensación de gracia
considerable en virtud del hecho de que el auditorio esté muy predispuesto a
divertirse. Como todo narrador sabe, una vez que un auditorio se ha puesto a
reírse con ganas, casi con nada bastará para producirle más risa, aun con algo
que ese mismo auditorio hubiera recibido sin una sonrisa si hubiera estado sobrio.
Del mismo modo, el grado de ingestión de alcohol de los oyentes puede a menudo
dar la sensación de que aumenta la gracia del que habla. A la inversa, cuando una
persona ―no está en situación‖, nada le parecerá chistoso.
Pero estas excepciones, si el lector estuviera de acuerdo en que son
excepciones, son de importancia mínima. Las características formales descritas
son necesarias, pero no constituyen en sí una condición suficiente de ingenio.
Como Freud lo señaló, también el contenido es importante. Es característico que
el contenido consista en pensamientos sexuales u hostiles contra los que se
defiende en forma más o menos firme el ego en el momento en que se dice o
escucha el dicho ingenioso. En este respecto, la palabra ―sexual‖ se utiliza en el
sentido psicoanalítico. Es decir que incluye los componentes anal y oral de la
sexualidad, así como el fálico y genital. La técnica de lo chistoso sirve por lo
general para liberar o descargar las tendencias inconscientes que de otra manera
no se podrían expresar, o por lo menos no en forma completa.
Para ilustrar esto podemos ofrecer esta frase muy ingeniosa corriente en
1930 y atribuida a un famoso hombre de ingenio de la época: ―If all the girls at the
Yale prom were laid end to end, I wouldn‘t be a bit surprised‖ . El contenido del
dicho resulta claro: ―No me sorprendería en lo más mínimo si todas las muchachas
de Yale mantuvieran relaciones sexuales durante su estadía allí‖. Expresar este
contenido en forma tan directa en una reunión social provocaría un cierto grado de
condenación de parte del superego en las mentes de los oyentes. Es probable que
consideraran al autor y a su frase como vulgares y que no experimentaran placer
alguno en conexión con cualesquiera fantasías o deseos sexuales que pudieran
haberse agitado en sus mentes ante lo escuchado.
En cambio, el mismo contenido expresado en forma ingeniosa es mucho
más probable que no reciba la condenación del superego y que la excitación
sexual vaya acompañada de placer y no de desagrado. En otras palabras, la
técnica del dicho ingenioso permite una cierta cantidad de gratificación sexual de
otra manera imposible bajo esas circunstancias.
Del mismo modo, si volvemos a nuestro epigrama sobre el liberal, vemos
que mediante la técnica de la frase ingeniosa el autor puede castigar a los
liberales que desprecia con mayor seguridad de recibir la aprobación de su
auditorio que si lo hiciera directamente. Por cierto que con la ayuda del proceso
primario puede parecer que estuviera elogiando a los liberales en vez de
injuriándolos, hasta la última de las palabras de la oración. Aquí también, desde el
punto de vista del auditorio, los impulsos que de otro modo hubieran sido
prohibidos alcanzan un grado de gratificación o descarga placentera. En este
caso, claro está, los impulsos en cuestión eran hostiles.
Lo que contribuye más a una mayor participación en el goce del dicho
ingenioso es el placer derivado de los de otra manera impulsos prohibidos, sean
ellos agresivos, sexuales o ambos. Para ser realmente buena una frase ingeniosa
debe ser además de ingeniosa, aguda. Con la única excepción quizá del gustador
de retruécanos, rara vez la excelencia formal es un sustituto satisfactorio del
contenido o significado. En otras palabras, el placer derivado de la parte técnica
del chiste es raro que sea tan grande como el que resulta de la liberación de algún
impulso prohibido por la presión de las defensas del ego contra el mismo.
No obstante, pese a la disparidad en proporción, debemos reconocer que
en realidad el placer del ingenio deriva de dos fuentes separadas. La primera de
ellas es la sustitución regresiva del pensamiento de proceso secundario por el de
proceso primario, que hemos visto que es la condición necesaria. Será razonable
suponer que el placer derivado de esta regresión es un caso especial del placer
que en general proviene de retornar a la conducta infantil y de arrojar por la borda
las restricciones de la vida adulta. La segunda fuente de placer, como hemos
dicho, es la consecuencia de la liberación o escape de impulsos que de otro modo
hubieran sido dominados o prohibidos. De las dos, la última es la fuente más
importante del placer, mientras que la primera es esencial para alcanzar el efecto
que denominamos ingenio.
El lector reconocerá que la discusión teórica contenida‖ en los últimos
párrafos ha sido formulada en términos subjetivos, es decir, en términos de
experiencia de placer. En su monografía sobre el chiste, Freud procuró ir un paso
más allá y explicar la risa y el placer que acompañan al chiste, sobre la base de la
descarga de energía psíquica.
Su formulación fue la siguiente. La sustitución del proceso secundario por el
primario es en sí misma fuente de ahorro de energía psíquica que queda entonces
disponible para su descarga bajo la forma de risa. Pero aun queda disponible una
cantidad mucho mayor de energía psíquica merced a la derogación temporaria de
las defensas del ego como resultado de la cual los impulsos otrora prohibidos de
los cuales hablamos más arriba quedan por el momento liberados. Freud sugirió
que es específicamente la energía que por lo común el ego gasta como
contracatexia frente a esos impulsos la que de súbito y en forma temporaria se
libera en el chiste y queda disponible entonces para su descarga en la risa.
Podemos concluir este capítulo con una comparación entre lo que hemos
aprendido sobre los chistes y las parapraxias. Que existen similitudes entre ambos
tipos de fenómenos está claro. En ambos casos hay una emergencia momentánea
de las tendencias de otro modo inconscientes y en ambos el pensamiento de
proceso primario desempeña en forma característica un papel importante o
esencial. No obstante, en el caso de las parapraxias la salida de una tendencia
inconsciente se debe a la incapacidad temporaria del ego de dominarla o de
integrarla en su forma normal con las otras tendencias psíquicas en acción en ese
momento en la mente. Una parapraxia se produce a pesar del ego. En el caso del
chiste, por otra parte, el ego produce o permite en forma voluntaria una regresión
parcial y temporaria al proceso primario y así estimula una derogación provisional
de las actividades defensivas fue permite la emergencia de los impulsos de otra
manera inconscientes. El ego produce o da la bienvenida al chiste-. Otra diferencia
podría ser que una tendencia inconsciente de aparición temporaria en una
parapraxia puede provenir del ello, del ego o del superego; mientras que en el
chiste dicha emergencia es habitualmente un derivado del ello.
CAPITULO VI
LOS SUEÑOS
El estudio de los sueños ocupa una posición especial en el psicoanálisis. La
interpretación de los sueños (Freud, 1900) fue para la psicología una contribución
tan revolucionaria y monumental como El origen de las especies para la biología,
medio siglo antes. Aún en 1931, Freud mismo escribía, en un prólogo a la tercera
edición de la traducción al inglés de Brill de La interpretación de los sueños:
―Contiene aún según mi apreciación actual, el más valioso de todos los
descubrimientos que mi buena fortuna me permitió efectuar. La visión interior
requerida llega a uno, sólo una vez en la vida‖. Más aún, su éxito en la
comprensión de los sueños fue para él una inmensa ayuda* durante los primeros
años de este siglo, cuando su trabajo profesional tenía que realizarlo en un
aislamiento total de sus colegas médicos. En esa época difícil luchaba por
comprender y aprender a tratar con éxito las neurosis que sus pacientes padecían.
Como sabemos a través de sus carias (Freud, 1924) se vio a menudo desalentado
y a veces desesperado. Pero, por desalentado que estuviera, pudo retomar
fuerzas gracias a los descubrimientos que realizó acerca de los sueños. Con ello
supo que se hallaba sobre terreno firme y este conocimiento le dio la confianza
que necesitaba para seguir adelante (Freud, 1933).
Freud tenía mucha razón al valorar en tanto su trabajo sobre los sueños. En
ningún otro fenómeno de la vida psíquica normal se revelan con tanta claridad y
en forma tan accesible para su estudio los procesos mentales inconscientes. Los
sueños son sin duda el camino real hacia los dominios inconscientes de la mente.
Pero aun esto no agota ¡as razones de su importancia y valor para el
psicoanalista. El hecho es que el estudio de los sueños no lleva sólo a una
comprensión de los procesos y contenidos mentales inconscientes en general.
Lleva en particular a aquellos contenidos mentales reprimidos o excluidos en
alguna forma de la conciencia y de su descarga por las actividades defensivas del
ego. Puesto que es precisamente la parte del dio cuyo acceso a la conciencia está
trabado la involucrada en los procesos patogénicos determinantes de la neurosis y
quizá también de las psicosis, se puede comprender con facilidad que esta
característica de los sueños es otra razón muy importante para la ubicación
especial del estudio de los sueños en, el psicoanálisis.
La teoría psicoanalítica de los sueños puede formularse en la forma
siguiente. La experiencia subjetiva que aparece en la conciencia durante el sueño
y que, al despertar, el que dormía la denomina sueño es sólo el resultado final «Je
una actividad mental inconsciente durante ese proceso fisiológico que, por su
naturaleza o intensidad, amenaza con interferir el mismo acto de dormir. En vez de
despertar, el que duerme sueña. A la experiencia consciente durante el sueño,
que el soñador puede o no recordar al despertar, la denominamos el sueño
manifiesto. Sus diversos elementos se conocen como el contenido manifiesto del
sueño. Los pensamientos y deseos inconscientes que amenazan con despertar al
que sueña los denominamos contenido latente del sueño. Las operaciones
mentales inconscientes por las que el contenido latente se trasforma en sueño
manifiesto se denominan trabajo del sueño.
Es de máxima importancia conservar estas distinciones en la mente con
toda claridad. Un fracaso en cuanto a lograrlo constituye la fuente mayor de la
confusión e incomprensiones frecuentes que surgen alrededor de la teoría
psicoanalítica de los sueños. En sentido estricto, la palabra ―sueño‖ (en la
terminología psicoanalítica) debiera usarse sólo para designar el fenómeno total,
del cual son partes integrantes el contenido latente del sueño, el trabajo del sueño
y el sueño manifiesto. En la práctica, en la literatura psicoanalítica, ―sueño‖ se usa
a menudo para nombrar al ―sueño manifiesto‖. Por lo común el hacer esto no lleva
a una confusión del lector si éste se encuentra ya bien al tanto de la teoría
psicoanalítica de los sueños. Por ejemplo, la afirmación ―el paciente tuvo el
siguiente sueño‖, seguida del texto verbal del sueño manifiesto, no deja duda en la
mente del lector informado acerca de que la palabra ―sueño‖ fue utilizada para
referirse al ―sueño manifiesto‖. Pero es esencial para el lector que aún no se halla
en su ambiente en el terreno de la teoría de los sueños que se pregunte a sí
mismo qué quiso decir el autor con la palabra indeterminada ―sueño‖ siempre que
la halle en la literatura psicoanalítica. Otra frase que conviene definir aquí y que en
la práctica se puede hallar en la literatura es ―el significado del sueño‖ o ―un sueño
significa‖. Si se habla con propiedad, el significado de un sueño puede referirse
sólo al contenido latente del sueño. En nuestra discusión del tema procuraremos
conservar la terminología precisa con el fin de evitar cualquier confusión.
Ya definidas las tres partes componentes de un sueño, pasemos a
considerar esa parte del sueño que estimamos que es la que inicia el proceso de
soñar, el contenido latente del sueño. Este contenido se puede dividir en tres
categorías principales. La primera categoría es obvia. Comprende las impresiones
sensoriales nocturnas. Tales impresiones están actuando en forma continua sobre
los órganos sensoriales del que duerme y, a veces, algunas de ellas toman parte
en la iniciación de un sueño, en cuyo caso forman parte del contenido latente del
sueño. A todos nos son familiares los ejemplos de tales sensaciones: el sonido de
un despertador, la sed, el hambre, el deseo de orinar o defecar, el dolor por una
lesión o un proceso nosológico, o una posición incorrecta del cuerpo o el calor o
frío incómodos pueden formar parte del contenido latente de un sueño. A este
respecto es importante tener en cuenta dos factores. El primero es que la mayoría
de los estímulos sensoriales nocturnos no perturban el dormir, ni siquiera al grado
de participar en la formación de un sueño. Por lo contrario, la gran mayoría de los
impulsos de nuestro aparato sensorial no tienen un efecto discernible sobre
nuestra mente durante el dormir. Esto es verdad hasta para sensaciones que
durante la vigilia calificaríamos de bastante intensas. Existen personas que
pueden dormir durante una fuerte tormenta sin despertarse ni soñar, pese al
hecho de que su sentido del oído sea normal. El segundo factor es que una
impresión sensorial perturbadora puede tener el efecto de despertar directamente
al que duerme, sin sueño alguno, por lo menos en lo que uno puede afirmar. Esto
es obvio en particular en aquellas ocasiones en que dormimos ―con el oído
despierto‖ o ―con un ojo abierto‖, como en el caso de los padres que tienen un hijo
enfermo. En tal caso alguno de los padres puede despertarse inmediatamente al
primer sonido perturbador que provenga del niño, por ligero que sea en su
intensidad.
La segunda categoría del contenido latente del sueño comprende
pensamientos e ideas conectados con las actividades y preocupaciones del
soñador en su vida habitual de vigilia y que mientras duerme permanecen activos
en su mente en forma inconsciente. A causa de su continua actividad tienden a
despertar al que duerme del mismo modo en que tienden a hacerlo los estímulos
sensoriales. Si el que: duerme en vez de despertar sueña, tales pensamientos e
ideas actúan como contenido latente del sueño. Los ejemplos son innumerables.
Incluyen toda la variedad de los intereses y recuerdos a los que habitualmente
tiene acceso el ego, con todos los sentimientos de esperanza o temor, orgullo o
humillación, atracción o repugnancia que suelen acompañarlos. Pueden ser
pensamientos relacionados con una fiesta de la noche anterior, pueden referirse a
una tarea inconclusa, pueden anticipar algún acontecimiento feliz futuro o
cualquier otra cosa que uno quiera imaginar que sea de interés corriente para el
que duerme.
La tercera categoría comprende uno o varios impulsos del ello que, por lo
menos en su forma original e infantil, están impedidos por las defensas del ego en
su acceso a la conciencia o a la gratificación directa durante la vigilia. Esta es la
parte del ello que Freud denominó ―reprimida‖ en su monografía sobre la hipótesis
estructural del aparate psíquico (Freud, 1923), aunque luego se inclinó por el
punto de vista, ahora aceptado por la generalidad de los psicoanalistas, de que la
represión no es la única defensa que el ego emplea contra los impulsos de! ello
que no pueden ser admitidos en la conciencia. No obstante, la palabra original,
―reprimido‖, sigue siendo de uso común para denominar esa parte del ello.
Aceptado esto podemos decir que la tercera categoría del contenido latente del
sueño en un determinado sueño es un impulso o impulsos provenientes de la
parte reprimida del ello. Puesto que las defensas más importantes y de mayor
alcance del ego contra el ello son aquéllas instituidas durante el período
preedípico y edípico en la niñez, se deduce que el contenido principal del ello
reprimido son los impulsos de los primeros años. De acuerdo con esto, la parte del
contenido la-tente del sueño que deriva de lo reprimido suele ser pueril o infantil,
es decir, que consiste en un deseo que nace de la primera infancia y que es
apropiado para ella.
Como podemos ver, esto contrasta con las dos primeras categorías del
contenido latente del sueño que comprendan, respectivamente, las sensaciones
corrientes y preocupaciones corrientes. Naturalmente que en la infancia lo ¡pueril y
lo corriente coincidirán. Pero en lo que respecta a los sueños de los últimos
tiempos de la infancia y de la vida adulta, el contenido de los mismos tiene dos
fuentes, una en el presente y otra en el pasado.
Como es natural, deseamos conocer cuál es la importancia relativa de las
tres partes del contenido latente y si han de hallarse las tres en el contenido
latente de todo sueño. En cuanto a la primera cuestión, Freud (1933) declaró en
forma inequívoca que la parte esencial del contenido latiente es la que proviene
del ello reprimido. Consideraba que ésta es la parte que hace el aporte mayor de
energía psíquica necesaria para soñar y sin cuya participación no puede haber
sueños. Un estímulo sensorial nocturno, por intenso que sea, debe contar —según
lo expresó Freud— con la ayuda de uno o más deseos del ello reprimido para que
pueda dar origen a un sueño, y lo mismo vale para las preocupaciones del período
de vigilia, por compulsivas que puedan ser en la atención y en el interés del que
duerme.
En cuanto a la segunda cuestión, se deduce de nuestra contestación a la
primera que la parte esencial del contenido latente de todo sueño está constituida
por uno o más deseos o impulsos de lo reprimido. También parece ser verdad que
por lo menos algunas preocupaciones del período de vigilia habitual forman parte
de todo contenido latente de los sueños. Las sensaciones nocturnas, en cambio,
no pueden ser demostradas en ese contenido latente, aunque desempeñan un
papel conspicuo en algunos sueños.
Deseamos ahora considerar la relación entre el contenido latente y el sueño
manifiesto o, para ser más específicos, los elementos y el contenido manifiesto del
sueño.
Según el sueño, la relación puede ser muy simple o muy compleja, pero hay
un elemento que es constante. El contenido latente es inconsciente, mientras que
el contenido manifiesto es consciente. Por tanto, la relación más simple posible
entre ambos sería la de que el contenido latente se hiciera consciente.
Es posible que esto ocurra a veces en el caso de los estímulos sensoriales
durante el dormir. Por ejemplo, una persona puede enterarse por la mañana, al
despertar, de que durante la noche, mientras dormía, pasaron las autobombas y
entonces podrá recordar que oyó una sirena de bomberos durante el lapso en que
estuvo dormido. Pero quizá debiéramos inclinarnos a considerar a una experiencia
de ese tipo como de transición o limítrofe entre la percepción ordinaria de la vigilia
y un sueño típico, en vez de considerarla como un sueño verdadero. Aun
podríamos sospechar que el durmiente despertó por un instante al oír el toque de
la sirena, aunque debemos admitir que esto no puede ser más que una suposición
nuestra.
De cualquier manera, para nuestros propósitos actuales haremos mejor en
confinarnos a la consideración de fenómenos que sean sueños en forma
incuestionable.. De éstos, es en sueños de la primera infancia que hallaremos la
relación más simple entre el contenido latente y el manifiesto. Por un motivo, en
tales sueños no es preciso distinguir entre preocupaciones habituales e infantiles:
son uno y lo mismo. Por otro motivo, no existe aún una distinción clara entre ello
reprimido y el resto, puesto que el niño muy pequeño no tiene todavía su ego
desarrollado al punto de haber erigido defensas permanentes contra cualquiera de
los impulsos del ello.
Tomemos como ejemplo el sueño de un niño de dos años cuya madre
acaba de volver del hospital con un nuevo bebé. A la mañana siguiente del retorno
de la madre el niño informa de un sueño suyo con este contenido manifiesto: ―Vi
nene irse‖. ¿Cuál fue el contenido latente de ese sueño? Por lo común se trata de
algo que sólo podemos determinar por las asociaciones del soñador, es decir por
el empleo del método psicoanalítico. Es natural que un niño de dos años no pueda
comprender ni cooperar en forma consciente en una empresa tal. Pero en este
caso podemos tomar justificadamente la propia conducta y actitud del niño para
con su hermanito, que eran hostiles y de repulsa, como los equivalentes de las
asociaciones al contenido manifiesto del sueño. Si lo hacemos podemos llegar a la
conclusión de que el contenido latente era un impulso hostil hacia el recién nacido
y un deseo de destruirlo o librarse de él.
Ahora bien, ¿qué relación existe entre el contenido latente y el manifiesto
en el sueño de nuestro ejemplo? La respuesta parece ser que el contenido
manifiesto difiere del latente en los siguientes aspectos. Primero, como ya lo
hemos dicho, en que aquél es inconsciente y éste es consciente. Segundo, el
contenido manifiesto consiste en una imagen visual, mientras que el latente es
algo así como un deseo o un impulso. Por fin, el contenido manifiesto es una
fantasía que representa al deseo o impulso latente gratificado, es decir, que se
trata de una fantasía que es en esencia la gratificación de un deseo o impulso
latente. Podemos decir entonces que en el caso que hemos elegido como
ejemplo, la relación entre el contenido latente y el manifiesto es que el sueño
manifiesto es una fantasía consciente de que el deseo latente ha sido o está
siendo gratificado, expresada bajo la forma de una imagen o experiencia visual.
En consecuencia, el trabajo del sueño en este ejemplo consistió en la formación o
selección de una fantasía cumplimentadora del deseo y su representación en
forma visual.
Esta es la relación que se produce entre el contenido latente y el manifiesto
de todos los sueños de la temprana infancia, en cuanto podemos saber. Más aún,
es el patrón básico seguido en los sueños de la infancia posterior y en la vida
adulta, aunque en los sueños más complejos de estas edades el patrón es más
trabajado y complicado por factores que pronto discutiremos.
Antes, empero, debemos consignar que el proceso de soñar es en esencia
un proceso de gratificación de un impulso del ello en una fantasía. Ahora podemos
comprender mejor cómo ocurre que un sueño haga posible a un durmiente el
seguir durmiendo en vez de despertarse por la actividad mental inconsciente y
perturbadora. Es a causa de que el impulso o deseo perturbador del ello, que
forma parte habitual del contenido latente del sueño, se ve gratificado en una
fantasía y de ese modo pierde por lo menos algo de su urgencia y, por tanto, de su
poder para despertar al durmiente.
A la inversa, comprendemos que el hecho de que el sueño suela ser una
satisfacción de un deseo se debe a la naturaleza del contenido latente, que
después de todo es el iniciador del sueño así como su fuente principal de energía
psíquica. El elemento del ello que desempeña este papel en el contenido latente
puede sólo presionar constantemente en busca de gratificación, pues es la
naturaleza misma de los impulsos instintivos de los que deriva. Lo que sucede en
un sueño es que se logra una gratificación parcial por medio de la fantasía, ya que
la gratificación total mediante la acción apropiada está imposibilitada por el hecho
de dormir. Puesto que la movilidad está impedida se emplea la fantasía como
sustituto. Si expresamos la misma idea en términos de energía psíquica, diremos
que la catexia asociada al elemento del ello en el contenido latente activa el
aparato psíquico para llevar a cabo el trabajo do! sueño y logra una descarga
parcial por medio de la imagen de fantasía que satisface el deseo y que constituye
el sueño manifiesto.
En este punto debemos tomar en cuenta el hecho obvio de que el contenido
manifiesto de la mayoría de los sueños de los últimos tiempos de la niñez y los de
la vida adulta no son en absoluto reconocibles como un cumplimiento de deseos a
primera o siquiera a segunda vista. Algunos sueños tienen, por cierto, como
contenido manifiesto imágenes tristes o aun aterradoras, y este hecho ha sido
citado repetidas veces en los últimos cincuenta años como argumento contra la
afirmación de Freud de que todo sueño manifiesto es el cumplimiento en fantasía
de un deseo. ¿Cómo se puede explicar esta discrepancia aparente entre nuestra
teoría y los hechos obvios?
La respuesta a este interrogante es muy simple. Como hemos dicho, en el
caso de los sueños de la primera infancia el contenido latente da origen, por medio
del trabajo del sueño, al sueño manifiesto, que es una fantasía de la satisfacción
del deseo o impulso que constituye el contenido latente. Esta fantasía la
experimenta el soñador bajo la forma de impresiones sensoriales. La misma
relación obvia entre el contenido latente y el manifiesto de un sueño se encuentra
a veces en los sueños de la vida posterior. Estos sueños se asemejan mucho a los
simples de la primera infancia. No obstante, es más frecuente el caso de que el
contenido manifiesto de un sueño en estos años posteriores sea la versión
disfrazada y distorsionada de una fantasía ejecutora de un deseo, experimentada
en forma predominante como una imagen visual o una serie de imágenes visuales.
El disfraz y distorsión a menudo son tan grandes que el aspecto de satisfacción
del deseo en el sueño manifiesto es por completo irreconocible. Sin duda, como
todos sabemos, el sueño manifiesto es a veces un almodrote o mezcla' confusa de
elementos en apariencia no relacionados y que no parece tener sentido alguno y
menos aún constituir la representación del cumplimiento de un deseo. Otras
veces, el disfraz y la distorsión se hallan presentes en tan alto grado que el sueño
manifiesto se experimenta en realidad como atemorizante y no bienvenido, en vez
de poseer el carácter placentero que podríamos esperar que tuviera una fantasía
ejecutora de un deseo.
Es el trabajo del sueño el que crea el disfraz y la distorsión que son
características prominentes de los sueños manifiestos de la segunda infancia, y de
la vida adulta. Estamos interesados en saber qué procesos están involucrados en
el trabajo del sueño y cómo cada uno de ellos contribuye a disfrazar al contenido
latente de modo que ya no es reconocible en el sueño manifiesto.
Freud pudo demostrar que existen dos factores principales a considerar en
conexión con el trabajo del sueño y que también hay otro factor subsidiario. El
primer factor principal, que es sin duda la esencia misma del trabajo del sueño,
consiste en que se trata de una traducción al lenguaje del proceso primario de
aquellas partes del contenido latente que no están ya expresadas en ese lenguaje,
seguida de una condensación de todos los elementos del contenido latente en una
fantasía ejecutora del deseo. El segundo factor, principal está integrado por las
operaciones defensivas del ego, que ejerce una influencia profunda sobre el
proceso de traducción y de formación de la fantasía, influencia que Freud asemejó
con la de un censor de noticias con amplios poderes para suprimir los términos
objetables. El tercer factor subsidiario, es lo que Freud denominó elaboración
secundaria.
Consideremos ahora estos factores en forma sucesiva. En primer lugar,
como hemos dicho, el trabajo del sueño consiste en una traducción al lenguaje del
pensamiento de proceso primario de esa parte del contenido latente del sueño que
se expresa originariamente según el proceso secundario. Por lo general esto
incluirá lo que hemos denominado preocupaciones e intereses de la vida diaria.
Más aún, como Freud lo señaló, esta traducción se produce en una
determinada manera. El la expresó diciendo que existe un miramiento por la
posibilidad de expresar el resultado de la traducción bajo la forma de una imagen
visual, plástica. Este miramiento por la representatividad plástica, claro está,
corresponde al hecho de que el sueño manifiesto consiste principalmente en tales
imágenes. Un miramiento semejante se ejerce conscientemente en algunas
actividades de la vida normal en la vigilia, como por ejemplo en las charadas y en
la realización d(e jeroglíficos e historietas mudas.
Otra consideración que sin lugar a duda afecta este proceso de traducción
en el trabajo del sueño es la naturaleza de los elementos del sueño latente que ya
se encuentran en el lenguaje del proceso primario, es decir, los recuerdos,
imágenes y fantasías asociados al deseó o impulso proveniente del ello reprimido.
Al mismo tiempo, de las diversas, o quizá de las muchas fantasías de gratificación
que están asociadas al impulso reprimido, el trabajo del sueño elige aquella que
con mayor facilidad pueda ponerse en conexión con las preocupaciones corrientes
traducidas de la vigilia. Todo esto es una forma necesariamente burda de decir
que el trabajo del sueño realiza una aproximación lo más estrecha posible entre
los diversos elementos latentes del sueño en el curso de la traducción al lenguaje
del proceso primario de aquellas partes del contenido latente que necesitan ser
traducidas, mientras que al mismo tiempo crea o elige una fantasía que representa
la gratificación del impulso del ello reprimido que .es sólo una parte del contenido
latente. Como dijimos en el párrafo previo, todo esto se hace atento a la
representatividad visual. Además, el proceso de aproximación que acabamos de
describir hace posible que una sola imagen represente en forma simultánea varios
elementos latentes del sueño. Esto determina un alto grado de lo que Freud
denominó ―condensación‖, lo cual es decir que, por lo menos en la vasta mayoría
de los casos, el sueño manifiesto es una versión sumamente condensada de los
pensamientos, sensaciones y deseos que constituyen el contenido latente del
sueño.
Antes de proceder a una discusión del papel desempeñado en el trabajo del
sueño por las defensas del ego, debemos hacer una pausa para inquirir si esa
parte del trabajo del sueño que ya hemos estudiado es responsable en alguna
extensión del disfraz y la distorsión que como hemos dicho son características de
la mayoría de los sueños manifiestos y, si así fuera, qué importancia posee dicha
parte en ese sentido.
Es comprensible que la expresión de las preocupaciones cotidianas de la
vigilia en el lenguaje del proceso primario deba resultar en un grado considerable
de distorsión de su significado y contenido. Pero el lector podría muy bien
preguntar por qué esta operación psíquica debe ejercer el efecto de hacer que el
resultado final sea incomprensible para el que sueña. Después de todo, la persona
que crea una historieta, una charada o un jeroglífico puede comprender el
significado de sus imágenes, pese al hecho de que su significado ha sido
expresado en el lenguaje del proceso primario. En realidad, el significado de estas
creaciones lo captan mejor muchas personas que el mismo creador. Más aún, las
ideas expresadas en el lenguaje del proceso primario nos resultan inteligibles en
otras situaciones, como por ejemplo en el caso de los chistes, como vimos en el
capítulo VI. ¿Por qué, entonces, debe un sueño manifiesto ser ininteligible sólo por
el hecho de que contiene ideas expresadas por medio del proceso primario?
Una parte de la respuesta a este interrogante surgirá de lo que sigue. Los
chistes, las historietas, los jeroglíficos y hasta las charadas se crean con Un
requisito especial, el de que sean inteligibles. Deben comunicar un significado a un
auditorio real o posible, si es que han de ser ―buenos‖. Un sueño manifiesto, en
cambio, no está sometido a tal restricción. Es el mero resultado final de un
proceso que tiende a la gratificación de un deseo en una fantasía o, expresado de
otra manera, a la descarga de suficiente energía psíquica asociada al contenido
latente del sueño como para evitar que este contenido despierte al que duerme.
No sorprende, por tanto, que el sueño manifiesto no sea en general comprensible
de inmediato ni siquiera para el mismo que lo soñó.
Empero, el segundo de los factores principales que hemos mencionado
como participantes en el trabajo del sueño desempeña un papel mucho más
importante en el disfraz del contenido latente del sueño y en el hacer que el sueño
manifiesto sea ininteligible. Este segundo factor, como el lector recordará, es la
actuación de las defensas del ego. Podemos consignar de paso que la primera
descripción de Freud de este proceso precedió en mucho a su formulación de la
hipótesis estructural del aparato psíquico, de la que formaron1 parte los términos
―ego‖ y ―defensas‖. Por tal razón tuvo que crear un término para el factor en
cuestión y el nombre que eligió fue el de ―censor onírico‖ o censura, que es un
término propicio y evocativo.
Con el fin de comprender con claridad la manera de obrar de las defensas
del ego en el proceso de la formación del sueño manifiesto debemos reconocer
que afecta las distintas partes del contenido latente del sueño en distinto grado. La
parte del contenido latente que consiste en las sensaciones nocturnas no está por
lo general sometida a la actuación defensiva del ego, a menos, quizá, que
debamos considerar que el ego intenta negar todas esas sensaciones como
consecuencia de su deseo de dormir. Empero, no estamos en realidad seguros de
si esta actitud del que duerme con respecto a las sensaciones nocturnas es una
defensa del ego en el significado habitual del vocablo y podemos, con tranquilidad,
dejarlo a un lado para finalizar esta discusión.
En contraste marcado con las sensaciones nocturnas, la parte del sueño
latente que consiste en los deseos e impulsos del ello reprimido está directamente
antagonizada por las defensas del ego. Sabemos que esta oposición es
prolongada y de esencia permanente y que su presencia es la razón de que
hablemos de ―lo reprimido‖. No tenemos dificultad, por tanto, en comprender que
las defensas del ego tienden a oponerse a la aparición de esa parte del contenido
latente del sueño en el sueño manifiesto, consciente, puesto que están en forma
permanente antagonizadas en cuanto a su aparición en la conciencia también
durante la vigilia. Es esta oposición de las defensas del ego a dicha I parte del
contenido latente la que es responsable principal del hecho de que el sueño
manifiesto sea tan a menudo incomprensible como tal y por completo irreconocible
como imagen de fantasía ejecutora de un deseo.
La porción restante del contenido latente del sueño es la que corresponde a
las preocupaciones corrientes de la vida diaria y ocupa una posición con respecto
a las defensas del ego que es intermedia en relación a las dos partes que
acabamos de discutir. Muchas preocupaciones de la vida diaria son inobjetables
para el ego, excepto, quizá, como perturbadoras potenciales del dormir. A algunas
el ego las considera hasta placenteras y deseables. Pero existen otras
preocupaciones habituales que son directamente desagradables para el ego como
fuentes de angustia o de sentimiento de culpabilidad. Durante el sueño, por tanto,
los mecanismos de defensa del ego intentan impedir el acceso a la conciencia de
estas fuentes de desplacer. El lector recordará de nuestra discusión del Capítulo
IV que es el desplacer, o la perspectiva de desplacer, lo que en general hace
entrar en acción las del ego. En el caso de elementos latentes del sueño como los
que estamos considerando, creemos que la intensidad de la oposición
inconsciente del ego a ellos es proporcional a la intensidad de la angustia o de la
culpa, es decir, del desplacer que está asociado a los mismos.
Vemos entonces que las defensas del ego se oponen con fuerza a la
entrada a la conciencia de la parte del contenido latente del sueño que deriva de lo
reprimido y se oponen con mayor o menor fuerza, según el caso, a las diversas
preocupaciones de la vigilia que también forman 'parte del contenido latente. No
obstante, por definición, las sensaciones, esfuerzos y pensamientos inconscientes
que denominamos el contenido latente del sueño tienen en realidad éxito en
alcanzar la conciencia, donde aparecen en forma de sueño manifiesto. El ego no
puede evitarlo, pero puede influir sobre el trabajo del sueño y lo hace para que el
sueño manifiesto quede distorsionado en forma irreconocible y, por consiguiente,
ininteligible. Así, la falta de comprensión de la mayoría de los sueños manifiestos
no se debe sólo al hecho de que se expresan en el lenguaje del proceso primario
sin preocupación por la inteligibilidad. La razón principal para que no sean
comprensibles es que las defensas del ego los hacen así.
Freud (1933), denominó al sueño manifiesto ―formación de compromiso‖,
con lo que quiso decir que sus diversos elementos podían ser pensados como
compromisos entre las fuerzas opuestas del contenido latente, por una parte, y de
las defensas del ego, por la otra. Como veremos en el Capítulo VIII, un síntoma
neurótico es, del mismo modo, una formación de compromiso entre un elemento
del ello reprimido y las defensas del ego.
Quizás un ejemplo simple puede ser útil en este punto. Supongamos que
quien sueña es una mujer y que la parte del contenido latente del sueño derivada
de lo reprimido es un deseo de relación sexual con el padre, originado en la fase
edípica de la soñadora. Esto pudiera quedar representado en el sueño manifiesto
—de acuerdo con una fantasía apropiada para ese período de la vida— por una
imagen de la mujer y de su padre luchando entre sí, acompañada de una
sensación de excitación sexual. No obstante, si las defensas del ego se oponen a
esa expresión indisimulada del deseo edípico, la excitación sexual puede no lograr
acceso a la conciencia, con el resultado de que el elemento del sueño manifiesto
se reduce a una mera imagen de la lucha con el padre, sin excitación sexual
concomitante. Si aun esto se halla demasiado próximo a la fantasía original para
que el ego lo tolere sin angustia o culpa, puede no aparecer la imagen del padre y
sí, en vez, una imagen de la que sueña luchando con algún otro, verbigracia, su
propio hijo. Si la imagen de pelear estuviera aún demasiado • próxima a la fantasía
original podría ser remplazada por alguna otra actividad física como, por ejemplo,
bailar, de modo que el contenido manifiesto del sueño será la mujer que sueña
bailando con el hijo. Si hasta esto le pareciera objetable al ego podría, en vez,
aparecer en el sueño la imagen de una mujer desconocida con un niño que sea el
hijo y en una habitación de piso lustrado.
Debiéramos concluir esta serie de ejemplos con las palabras ―y así
sucesivamente‖, puesto que las posibilidades de disfrazar la verdadera naturaleza
de cualquier elemento del contenido latente del sueño son prácticamente, infinitas.
En realidad, claro está, es el equilibrio entre la intensidad de las defensas v. la del
elemento latente lo que determina cuán próxima o cuán distante sea la relación
entre el sueño latente y el manifiesto, esto es, cuánto disfraz se haya incorporado
al elemento del sueño latente durante el trabajo del sueño. Precisamente, en el
ejemplo del párrafo anterior, el lector debe comprender que cada una de las
imágenes manifiestas del sueño descritas es una posibilidad aparte que puede
aparecer en un determinado sueño bajo circunstancias adecuadas. El ejemplo no
pretende implicar que en un sueño determinado primero se pruebe el contenido
manifiesto ―A‖; luego, si el ego no tolera el ―A‖, lo sustituye por el ―B‖; si el ―B‖ no
aparece en el sueño manifiesto, entonces el ―C‖, etc.
Como podía esperarse, nuestro ejemplo no trató en forma exhaustiva, ni
siquiera sugirió, la diversidad de ―formaciones de compromiso‖ factibles entre la
defensa y el contenido latente. Cualquier cosa que se aproxime a una lista
completa de tales posibilidades estaría más allá del panorama de este capítulo,
pero hay algunas importantes o típicas que deben ser mencionadas. Por una
parte, lo que puede estar asociado en el contenido latente puede aparecer en el
contenido manifiesto ampliamente separado en partes. Así, la soñadora de
nuestro ejemplo puede verse luchando con alguien en alguna parte del sueño
manifiesto mientras el padre se halla presente en otra cualquiera distinta. Tales
desdoblamientos o multiplicaciones de las conexiones son resultados comunes en
el trabajo del sueño.
Otro fenómeno de ―compromiso‖ común es que una parte, o aun todo el
sueño manifiesto sea muy vago. Como Freud lo señaló, esto indica en forma
invariable que la oposición de las defensas a los elementos correspondientes del
sueño latente es muy grande. Es verdad que las defensas no fueron bastante
fuertes como para evitar que aun esa parte del sueño manifiesto apareciera en la
conciencia, pero fueron lo bastante fuertes como para impedir que fuera más que
semiconsciente o vaga.
Los afectos o emociones que pertenecen al contenido latente del sueño
también están sometidos a una diversidad de vicisitudes por el trabajo del sueño.
Ya hemos ilustrado la posibilidad de que una emoción tal, que en el caso de
nuestro ejemplo fue la excitación sexual, puede no aparecer en absoluto en el
contenido manifiesto. Otra posibilidad es que la emoción pueda aparecer muy
disminuida en su intensidad o alterada en su forma. Así, por ejemplo, lo que fuera
ira en el contenido latente puede aparecer como fastidio o como un moderado
disgusto en el contenido manifiesto, o aun puede estar representado por una
noción de no estar fastidiado.
En estrecha relación con esta última alternativa está la posibilidad de que
un afecto perteneciente al contenido latente del sueño puede estar representado
en el contenido manifiesto por su antagonista. Un deseo latente puede, por tanto,
aparecer como una repugnancia manifiesta o, viceversa, el odio puede aparecer
como amor, la tristeza como alegría y así sucesivamente. Tales cambios, claro
está, representan un ―compromiso‖, en el sentido freudiano de la palabra, entre el
ego y el contenido latente e introducen un enorme elemento de disimulo en el
sueño manifiesto.
Ninguna consideración acerca de los afectos en los sueños estará completa
si no incluye ese sentimiento particular de la angustia. Como mencionáramos con
anterioridad en este capítulo, algunos de los críticos de Freud han intentado negar
su afirmación de que todo sueño manifiesto es la satisfacción de un deseo sobre
la base de que existe todo un grupo de sueños en los cuales la ansiedad es un
carácter prominente del contenido manifiesto. En la literatura psicoanalítica se
suele conocer a estos sueños como sueños angustiosos. En la literatura no
analítica se denominan pesadillas a aquellos más graves. El estudio psicoanalítico
más extenso de estas últimas lo realizó Jones (1931). En general podemos decir
de los sueños angustiosos que señalan un fracaso de las operaciones defensivas
del ego. Lo que ha sucedido es que un elemento del contenido latente ha tenido
éxito, pese a los esfuerzos de las defensas del ego, en forzar su camino hacia la
conciencia, esto es, hacia el contenido manifiesto del sueño, en forma que es
demasiado directa o demasiado reconocible para que el ego lo pueda tolerar. La
consecuencia es que el ego reacciona con angustia. Sobre esta base podemos
comprender, como Jones lo señaló, que las fantasías edípicas aparezcan en el
contenido manifiesto de la clásica pesadilla con relativamente escaso disfraz y
que, por cierto, la gratificación sexual y el terror no sea raro que se presenten
juntos en la porción manifiesta o consciente de tales sueños.
Hay otra clase de sueños que está estrechamente relacionada con los
sueños angustiosos y que suelen conocerse como sueños punitivos. En estos
sueños, como en muchos otros, el ego anticipa la culpa —la condenación del
superego— si la parte del contenido latente que deriva de lo reprimido debiera
hallar una expresión demasiado directa en el sueño manifiesto. En consecuencia,
las defensas del ego se oponen a la emergencia de esta parte del contenido
latente, lo que tampoco difiere de lo que ocurre en la mayoría de los otros sueños.
No obstante, el resultado de los llamados sueños punitivos es que el sueño
manifiesto, en vez de expresar una fantasía más o menos disfrazada de la
ejecución de un deseo reprimido, expresa una fantasía más o menos disimulada
del castigo por el deseo en cuestión: un ―compromiso‖ por cierto extraordinario
entre el ego, el ello y el superego.
En este punto debemos plantear una cuestión que pudiera ya habérsele
ocurrido al lector. Hemos dicho que en sueños un deseo o impulso inconsciente
del ello reprimido aparece en la conciencia, más o menos disfrazado, como una
imagen fantástica satisfactoria del deseo que constituye el sueno manifiesto.
Ahora bien, por definición, esto es precisamente lo que un impulso perteneciente a
lo reprimido no puede hacer. Es decir, hemos definido ―lo reprimido‖ como
comprendiendo aquellos impulsos del ello y sus fantasías y directamente
asociados y demás cuyo acceso directo a la conciencia traban en forma
permanente las defensas del ego.
¿Cómo puede entonces lo reprimido aparecer en la conciencia en un
sueño?
La respuesta a esta cuestión yace en la psicología del dormir (Freud, 1916).
Al dormir, quizá a causa de que la traducción en movimiento está impedida en
forma eficaz, la intensidad de las defensas del ego disminuye en forma
considerable. Es como si el ego dijera: ―No tengo que preocuparme por esos
impulsos objetables: nada pueden hacer mientras yo esté dormido y en la cama‖.
Por otra parte, Freud supuso que las catexias de los impulsos a disposición de lo
reprimido, es decir, la intensidad con que presionan para hacerse conscientes no
se reduce en modo apreciable durante el sueño. Así el dormir tiende a producir un
relativo debilitamiento de las defensas contra lo reprimido, con el resultado de que
éste tiene una probabilidad mejor de hacerse consciente durante el dormir que
durante la vigilia.
Debemos comprender que esta diferencia entre dormir y estar despierto es
de grado y no de clase. Es verdad que al dormir un elemento de lo reprimido tiene
una oportunidad mejor de entrar en la conciencia que durante la vigilia, pero como
hemos visto, en muchos sueños las defensas del ego introducen o imponen un
grado tan alto de distorsión y disfraz durante el trabajo del sueño que el acceso de
lo reprimido a la conciencia apenas si es muy directo en aquellos casos. A la
inversa, bajo ciertas circunstancias, elementos de lo reprimido pueden ganar
acceso bastante directo a la conciencia durante la vigilia. Por ejemplo, en el
Capítulo VI, en el caso del paciente que ―accidentalmente‖ volteó a un anciano por
medio de su coche en una esquina de mucho tránsito ilustra cómo un impulso
edípico de lo reprimido puede por un momento dominar la conducta y así lograr su
expresión directa durante la vigilia. Puesto que no son raros otros fenómenos que
ilustran este mismo tema, resulta claro que no podemos enfrentar directamente el
sueño y la vigilia en ese sentido.
No obstante, sigue siendo cierto que lo reprimido aparecerá en un sueño
manifiesto más directamente de lo que puede hacerlo en un pensamiento
consciente o en la conducta durante la vigilia.
Como hemos dicho, existe aún otro proceso, mucho menos importante que
los dos discutidos hasta ahora, que contribuye a la forma final del sueño
manifiesto y que puede contribuir a su falta de inteligibilidad. Este proceso bien
puede considerarse la fase final del trabajo del sueño, aunque Freud prefirió
separar a ambos. A este proceso final lo denominó elaboración secundaria. Con él
quiso expresar los intentos de parte del ego de modelar el sueño manifiesto en
una apariencia de lógica y coherencia.
Puede decirse que el ego procura ―hacer sensible‖ al sueño manifiesto y al
mismo tiempo tratar de que ―tengan sentido‖ cualesquiera impresiones que entren
en sus dominios.
Deseamos ahora decir unas pocas palabras acerca de una característica
del sueño manifiesto a la que ya nos hemos referido varias veces y t que, en un
plano puramente descrito, es su rasgo más típico. Se trata del hecho de que un
sueño manifiesto consiste casi exclusivamente en impresiones visuales; por cierto
que no es raro que sean exclusivas tales impresiones. No obstante, también
pueden percibirse otras sensaciones como parte del sueño manifiesto.
En el sueño manifiesto siguen, en frecuencia, a las experiencias sensoriales
visuales las auditivas y, ocasionalmente, puede aparecer cualquiera de las otras
modalidades de sensación. Tampoco es raro en modo alguno que pensamientos,
o trozos de pensamientos, puedan aparecer como parte de un sueño manifiesto
en la vida adulta como, por ejemplo, cuando el que soñó informa que ―vio a un
hombre con una barba y que iba a visitar a un amigo suyo‖. No obstante, cuando
tales pensamientos se presentan en un sueño manifiesto ocupa casi siempre una
posición subordinada a las impresiones sensoriales.
Como todos sabemos por nuestra propia experiencia, las impresiones
sensoriales de un sueño manifiesto nos merecen un crédito absoluto mientras
dormimos. Nos son tan reales como nuestras sensaciones de la vigilia. En este
sentido los elementos del sueño manifiesto son comparables a las alucinaciones
que se hallan a menudo como síntomas en casos de graves afecciones mentales.
Por cierto que Freud (1916 b) se refirió a los sueños como psicosis transitorias,
aunque no existe duda de que los sueños no son en sí fenómenos patológicos. El
problema, por tanto, surge de responder por el hecho de que el resultado final del
trabajo del sueño, es decir, el sueño manifiesto sea esencialmente una
alucinación, aunque normal durante el dormir.
En su primera formulación de la psicología del sueño, Freud (1900) explicó
esta característica del sueño manifiesto en términos de lo que hemos sugerido en
el Capítulo III que podía denominarse teoría telescópica del aparato psíquico. De
acuerdo con esa teoría el curso normal de la descarga psíquica era del extremo
perceptivo del aparato al extremo motor, donde la energía psíquica involucrada se
descarga en forma de acción. Esta formulación estaba basada, sin duda, sobre el
modelo del arco reflejo, donde el curso del impulso nervioso es desde el órgano
sensorial, a través de las neuronas centrales, y al exterior por la vía motora. Freud
sentó la proposición de que, puesto que la descarga motriz está bloqueada
cuando se duerme, la vía que a través del aparato psíquico toma la energía
psíquica del sueño es necesariamente invertida, con el resultado de que el
extremo perceptivo del aparato concluye siendo activado en el proceso de la
descarga psíquica y en consecuencia aparece una imagen sensorial en la
conciencia, tal como lo hace cuando el sistema perceptivo es activado por un
estímulo externo. Es por esta razón que una imagen sensorial de un sueño
manifiesto le parece tan real al que la soñó.
En términos de la teoría psicoanalítica actual —la llamada hipótesis
estructural— tendríamos que formular nuestra explicación del hecho de que el
sueño manifiesto es esencialmente una alucinación de la manera siguiente.
Durante el sueño muchas de las funciones del ego quedan suspendidas en mayor
o menor proporción. Como ejemplo ya hemos mencionado la disminución de las
defensas del ego y el cese casi completo de la actividad motriz voluntaria. Lo que
importa para esta argumentación es que durante el sueño hay también un
impedimento marcado de la función del ego de análisis de la realidad, es decir, de
su capacidad para diferenciar entre los estímulos de origen interno y externo.
Además, también se produce durante el sueño una profunda regresión del
funcionamiento del ego a un nivel característico de la vida muy temprana. Por
ejemplo, el pensar se hace al modo del proceso primario antes que del secundario
y hasta es esencialmente pre verbal, esto es, que consiste en su mayor parte en
imágenes sensoriales, con un neto predominio de las visuales. Quizá la pérdida
del criterio de la realidad es una mera consecuencia de la regresión de largo
alcance del ego que se produce al dormir. Es entonces, de cualquier manera, que
existe tanto una tendencia del pensamiento a ser de tipo pre verbal,
principalmente de imágenes visuales, y una incapacidad de parte del ego de
reconocer que estas imágenes surgen más bien de estímulos internos que de los
externos. Es como resultado de estos factores, creemos, que el sueño manifiesto
consiste en esencia en una alucinación visual.
Un hecho de fácil observación que habla en favor de esta explicación
basada en la hipótesis estructural en oposición a la explanación apoyada en la
hipótesis telescópica es el siguiente. Durante muchos sueños no se pierde por
completo el criterio de la realidad. El soñador tiene noción en cierto grado, hasta
cuando está soñando, de que lo que está experimentando no es real, que es ―soñó
un sueño‖. Tal conservación parcial del criterio de la realidad es difícil de conciliar
con la dilucidación sostenida por la hipótesis telescópica. Es, no obstante,
perfectamente compatible con la fundamentada en la hipótesis estructural
Con esto concluye lo que tenemos que decir acerca de la teoría
psicoanalítica de la naturaleza de los sueños. Hemos discutido las tres partes del
sueño, es decir, el contenido latente, el trabajo del sueño y el contenido
manifiesto, y hemos procurado indicar cómo actúa el trabajo del sueño y qué
factores influyen en él. En la práctica, claro está, cuando uno intenta estudiar un
sueño en particular, afronta un sueño manifiesto y tiene entonces la labor de dar
con cuál pueda ser el contenido latente.
Cuando se tiene éxito y se es capaz de descúbralo, se puede decir que se
ha interpretado el sueño o descubierto su significado.
La tarea de interpretar sueños está bastante limitada a la terapéutica
psicoanalítica, puesto que por lo general requiere la técnica psicoanalítica. No
discutiremos aquí la interpretación de los sueños porque es, en realidad, un
procedimiento técnico y más apropiadamente una parte de la práctica
psicoanalítica que de su teoría.
CAPITULO VIII
PSICOPATOLOGIA
Las teorías psicoanalíticas concernientes a los trastornos mentales han
variado y evolucionado en el curso de los últimos sesenta anos, tal como ocurrió
con las teorías de los impulsos y del aparato psíquico. En este capitulo
bosquejaremos esa evolución desde sus orígenes hasta la actualidad y
condenaremos de un modo general los fundamentos de la teoría psicoanalítica de
las perturbaciones mentales en su estado actual.
Cuando Freud comenzó a tratar a sus pacientes mentalmente enfermos, la
psiquiatría si había pasado su infancia. acababa de introducirse en la literatura
psiquiátrica la denominación diagnostica de demencia precoz; neurastenia era la
etiqueta aplicada de preferencia a la mayoría de los estados que hoy
denominaríamos psiconeurosis; Charcot había recién triunfado en demostrara que
los síntomas histéricos podían ser eliminados o inducidos mediante hipnosis; y se
creía que la constitución neuropatía era la causa principal de toda enfermedad
mental, adecuadamente favorecida por los esfuerzos y tenciones anormales por el
andar frenético de la vida civilizada, es decir, la industrializada y la urbana.
El lector recordara del capitulo I que la primera afección a la que Freud
dedico su interés fue la histeria. Siguiendo una sugerencia de Breuer, trato varios
casos de histeria mediante una forma modificada de terapia hipnótica que se
denomino método catártico. Sobre la base de sus respectivas combinadas, llego a
la conclusión de que los síntomas histéricos eran causados por los recuerdos
inconscientes de sucesos que habían producido emociones intensas que por uno
u otro motivo no pudieron ser expresadas o descargadas en forma adecuada en el
momento mismo de producirse el hecho. Mientras esas emociones estuvieran
impedidas de su expresión normal, persistiría el síntoma histérico.
En esencia, por tanto, la teoría de histeria inicial de Freud, consistía en que
los síntomas eran el resultado de traumatismos psíquicos, al parecer en individuos
neurópatas congénitos o hereditarios. Como el mismo lo señalo, esta era una
teoría puramente psicológica de la etiología. Por otra parte como resultado de la
experiencia con otro grupo de enfermos mentales, a los que diagnostico como
neurasténicos, desarrollo una teoría bien distinta sobre la etiología de esta
afección, a la que considero que era exclusivamente la consecuencia de prácticas
sexuales no higiénicas [1895].
Estas prácticas eran de dos clases y cada clase, según Freud, resultaba en
un síntoma o grupo de síntomas distintos. La masturbación excesiva o las
poluciones nocturnas correspondían al primer grupos de anomalías sexuales
patogénicas. Producían síntomas de fatiga, indiferencia, flatulencia, constipación,
cefalalgia y dispepsia. Freud propuso que el termino "neurastenia" se limitara a
este grupo solo de pacientes.
El segundo tipo de noxas sexuales comprendía cualquier actividad sexual
que produjera un estado de excitación o estimulación sexual sin una liberación o
descarga adecuada, por ejemplo, el coito interruptor o el cotejamiento sin
satisfacción sexual. Tales actividades producen estados de angustia, mas
típicamente bajo la forma de ataques de angustia, y Freud propuso que se
diagnosticara ese estado como neurosis de angustia. Aclaro bien, aun hasta 1906,
que consideraba que los síntomas de neurastenia y de neurosis de angustia eran
las consecuencias de los efectos somáticos de perturbaciones del metabolismo
sexual y creía que los estados en si eran trastornos químicos de la naturaleza de
la tirotoxicosis y la deficiencia cortico adrenal. Con el fin de destacar su carácter
especial, propuso que se agrupara la neurastenia y la neurosis de angustia como
neurosis propiamente dichas, en oposición a la histeria y a las obsesiones, a las
que propuso denominar psiconeurosis.
El lector apreciara que las clasificaciones propuestas por Freud estaban
básicamente basadas en la etiología y no solo en la sintomatología. Es mas,
menciono en forma especifica, que un caso de neurastenia tenia que
diagnosticarse solo cuando los síntomas típicos se acompañaran de una historia
de excesiva masturbación o poluciones, puesto que sin tal antecedente podría
tratarse de otra causa, por ejemplo, una parecía general o histeria. Es importante
hacer resaltar este hecho por la razón de que aun hoy las habituales
clasificaciones psiquiátricas de los tratarnos mentales que no son consecuencia de
una enfermedad o lesión del sistema nervioso central están basadas en la
sintomatología. Estas se conocen como clasificaciones descriptivas y en
psiquiatría, como en cualquier otra rama de la medicina, las clasificaciones
descriptivas de las enfermedades o trastornos son de relativamente escaso valor,
puesto que un tratamiento apropiado depende de un conocimiento de la causa de
los síntomas antes que de su naturaleza, y los mismos síntomas en dos pacientes
distintos pueden tener causas por completo distintas. Es por tanto interesante
consignar que desde sus primeros anos de labor con enfermos mentales, Freud
intento ir mas allá de una clasificación peramente descriptiva para determinar
categorías de trastornos mentales que se asemejan entre si por tener una causa
común o, por lo menos, un mecanismo mental, subyacente, común. Mas aun
hasta la época actual a continuado caracterizando a las teorías psicoanalíticas de
las perturbaciones mentales su interés por la etiología y la psicopatología, antes
que su mera sintomatología descriptiva.
Desde 1900 en adelante, el mayor interés clínico de Freud indicio sobre
aquellos trastornos mentales que denomino psiconeurosis, y las otras, las neurosis
reales, dejaron de ser objeto de sus estudios. No obstante en su monografía sobre
la angustia refirmo su convicción de que la clasificación de neurosis de angustia
era valida (no menciono la neurastenia) y que estaba causada por una excitación
sexual falta de su correspondiente satisfacción. Empero, ya no sostuvo que la
neurosis de angustia era en esencia una perturbación endocrina, bioquímica.
Atribuyo en vez la atribución de la angustia, que constituía el síntoma principal de
la neurosis y que le daba nombre, a un mecanismo puramente psicológico.
Supuso que las energías de los impulsos, que debían haber sido descargadas en
un clímax sexual pero no lo fuero creaban un estado de tensión psíquica que
eventualmente podía hacerse demasiado grande como para que el ego pudiera
dominarla, con el resultado de que se generara en forma automática la angustia,
como lo describimos en el capitulo IV.
Es algo fácil establecer cual es el consenso de los psicoanalistas de hoy
acerca de la neurastenia y la neurosis de angustia tales como Freud las describió.
Se las estudiaba como identidades genuinas en el libro de texto habitual del
psicoanálisis clínico (Fenichel, 1946), aun que rara vez se las menciona en la
literatura periódica de psicoanálisis y no ha habido comunicaciones de casos
clínicos desde la descripción original de Freud. Parece justo decir que en la
práctica, de cualquier manera la categoría de las neurosis actuales ha dejado de
formar parte significativa de la nosología psicoanalítica.
El caso es bien distinto con respecto a la categoría de la psiconeurosis. Las
primeras teorías de Freud concernientes a estos trastornos sufrieron una
constante expansión y revisión que se prolongo por un periodo de treinta años.
Estas alteraciones de la formulación teórica fueron siempre el resultado de nuevos
datos con respecto a su psicopatología provenientes del tratamiento psicoanalítico
de pacientes, método que por su misma naturaleza es al mismo tiempo el mejor
que haya sido creado hasta ahora para la observación del funcionamiento mental.
Las alteraciones y los agregados fueron muchos y rápidos durante los
primeros años. Lo primero fue el reconocimiento de la importancia del conflicto
psíquico en la producción de síntomas psiconeuróticos. El lector recordara que la
conclusión de Freud en su trabajo con Breuer fue que los síntomas histéricos, y
podríamos agregar que también los obsesivos, eran causados por algún suceso
pasado y olvidado cuya emoción concomitante jamás se había descargado en
forma adecuada. Pronto añadió a esto la formulación basada en nuevas
observaciones y reflexiones de que para que un hecho o experiencia psíquicos
sean patógenos deben repugnar al ego en forma tal que este trate de evitarlos o
defenderse contra ellos (Freud, 1894 y 1896). El lector debe de tomar en cuenta
que las palabras "ego" y "defensa" son los mismos vocablos que Freud uso treinta
años mas tardes para formular la hipótesis estructural del aparato psíquico, pero
querían decir algo muy distinto en su primera formulación. en ese entonces "ego"
significaba el ser consiente y en particular sus normas éticas y morales, mientras
que la palabra "defensa" tenia mas bien el significado de un repudio consiente
antes que la importancia tan especial que se le asigno en la teoría posterior y que
estudiamos en el capitulo IV. Freud considero que esta hipótesis se sostenía bien
en los casos de histeria, obsesiones y, como él lo expreso, en "muchas fobias", y
propuso por tanto que se agruparan tales casos como "psiconeurosis de defensa".
Vemos aquí otra instancia del esfuerzo constante de Freud por establecer un
sistema de clasificación de base etiológica en vez de uno que estuviera basado en
la descripción de los síntomas mentales morbosos. Esta tendencia resulta
particularmente clara en la presente ocasión, pues en aquel entonces Freud creía
que algunas fobias, como por ejemplo, la agorafobia, y algunas obsesiones, como
la manía de duda, eran síntomas de la neurosis de angustia misma, y que se
debían por tanto a la descarga inadecuada de la excitación sexual, como una
perturbación consiguiente del metabolismo sexual orgánico, en vez de un
mecanismo puramente psicológico, como la defensa contra una experiencia
repugnante.
La incorporación siguiente a las formulaciones de Freud concernientes a la
psicopatología de la psiconeurosis fue el resultado de su experiencia de que la
búsqueda del hecho patógeno olvidado lleva en forma regular hasta un
acontecimiento de la infancia del paciente relacionada con su vida sexual (Freud,
1896,1898). Propuso por tanto la hipótesis de que estas enfermedades mentales
eran la consecuencia psíquica de una seducción sexual en la infancia por un
adulto o un niño mayor. Sobre la base de su experiencia sugirió también que si el
paciente había desempeñado un papel activo en la experiencia sexual patógena, o
como luego se la denomino, traumática, su sintomatología psiconeurotica posterior
seria la obsesiva. Si, por otra parte, su papel en la experiencia traumática había
sido pasivo, sus síntomas posteriores serian de histeria. Esta es la teoría-que
postula un determinado acontecimiento psíquico traumático de la infancia como la
causa habitual de los síntomas psiconeuróticos de la vida posterior- que tanto
aman los escritores de Hollywood, Broadway y de los "best-sellers". Por cierto que
en tales versiones ficticias suele ignorarse el requisito teórico adicional de que la
experiencia traumática sea sexual, y ello en deferencia hacia los múltiples perros
guardianes de nuestra moral publica.
Freud nunca abandono la idea de que las raíces de cualquier psiconeurosis
de la vida posterior tiene su asiento en una perturbación de la vida sexual de la
infancia y por cierto que este concepto sigue siendo hoy en día la piedra angular
de la teoría psicoanalítica de estas afecciones. Sin embargo, pronto se vio forzado
Freud a reconocer que en muchas ocasiones a las historias que sus pacientes les
narraban de haber sido sexualmente seducidos en la infancia, eran, en realidad,
fantasías y no recuerdos reales, aun cuando ellos mismos creyeran que eran
ciertas. Este descubrimiento fue en un principio un golpe aplastante para Freud,
quien se reprocho el haber sido la crédula victima de sus pacientes neurópatas y,
en su desesperación y vergüenza, estuvo pronto a abandonar todas sus
investigaciones psicoanalíticas para retomar el cálido regazo de la sociedad
médica legal de la que sus inquisiciones lo habían excluido. uno de los grandes
triunfos de su vida es el qu3e su desesperación fuera de corta duración y que
haya podido ser capaz de rexaminar sus datos a la luz de nuevos conocimientos, y
que en vez de abandonar el psicoanálisis diera un paso tan grande hacia adelante
al reconocer que lejos de estar limitados en la infancia a sucesos traumáticos
excepcionales como la seducción, los intereses y actividades sexuales formaban
una parte normal de la vida psíquica humana desde la muy primera infancia
(Freud, 1905). En una palabra, formulo la teoría de la sexualidad infantil que
hemos estudiado en el capitulo II.
Como resultado de su descubrimiento, la importancia de las experiencias
traumáticas puramente accidentales en la etiología de las psiconeurosis disminuyo
en forma importante y aumento la importancia de la constitución y herencia sexual
del paciente como factor etiológico. Freud supuso en realidad, que los factores
constitucionales y experienciales contribuían todos a la etiología de las
psiconeurosis y que en algunos casos predominaban unos y en algunos casos, los
otros (Freud, 1906). Este sigue siendo su punto de vista durante toda su vida y es
la opinión que en general aceptan los psicoanalistas de hoy. Debemos agregar
empero, que aunque las observaciones psicoanalíticas han aumentado desde
1906 nuestro conocimiento de esos factores etiológicos de tipo experiencial, la
naturaleza misma de tales observaciones ha impedido que aumentara en forma
sustancial nuestra noción de los factores constitucionales. Estudios recientes
sobre el desarrollo del niño (Fries, 1953), han tenido por fin dilucidar la naturaleza
de tales factores constitucionales, pero apenas si han pasado hasta ahora de su
etapa de exploración.
El descubrimiento de que la sexualidad infantil es un fenómeno normal llevo
también a otros conceptos nuevos e interesantes. Por una parte, llevo a estrechar
la distancia entre lo normal y lo psiconeuróticos; y, por otra, dio origen a una
investigación concerniente a los orígenes de las perversiones sexuales y su
relación con lo normal y lo psiconeuróticos.
La formulación de Freud fue que en el curso del desarrollo normal de un
individuo eran reprimidos algunos de los componentes de la sexualidad infantil que
hemos estudiado en el capitulo II, mientras que el resto se incorporaba e la
pubertad a la sexualidad adulta bajo la primacía de los órganos genitales. En la
evolución de aquellos individuos videos que luego se tornarían psiconeuróticos el
proceso de represión iba demasiado lejos. La represión excesiva se presume que
crea una situación inestable que en la vida posterior, como resultado de un
acontecimiento desencadenante, provoca el fracaso de la represión de la cual
escapan los impulsos sexuales, infantiles, indeseados, por lo menos en parte, y
dan origen a los síntomas psiconeuróticos. Por fin, en el desarrollo de esos
individuos que se toman pervertidos sexuales, existe una persistencia anormal en
la vida adulta de algún componente de la sexualidad infantil, como por ejemplo, el
exhibicionismo o el erotismo anal. Como resultado, la vida sexual del pervertido
adulto está dominada por ese componente particular -de la sexualidad infantil, en
vez de los deseos genitales normales (Freud, 1905 b y 1906).
El lector observará dos puntos en estas formulaciones. El primero es que ya
expresaban la idea de que la represión es una característica de la evolución
psíquica tanto anormal como la normal. Esta es una idea a la que nos hemos
referido repetidas veces en el Capítulo IV, no sólo con respecto a la represión,
sino también acerca de los otros mecanismos de defensa del ego. El segundo
punto es que el concepto de un i impulso reprimido que escapa a la represión para
crear un síntoma psiconeuróticos es muy similar al concepto que vimos en el
Capítulo VII de un impulso del ello reprimido que durante el sueño escapa a las
defensas del ego lo bastante como para generar un sueño manifiesto.
Claro está que Freud tenía noción plena de esta similitud y de acuerdo con
ella propuso la formulación de que un síntoma psiconeuróticos, como un sueño
manifiesto, se trata de una formación de compromiso entre uno o más impulsos
reprimidos y aquellas fuerzas de la personalidad que se oponen a la penetración
de tales impulsos en el pensamiento y la conducta conscientes. La única
diferencia reside en que el deseo instintivo latente de un sueña puede o no ser
sexual, mientras que lo son siempre los impulsos reprimidos que producen los
síntomas neuróticos.
Freud fue capaz también de demostrar que los síntomas psiconeuróticos,
como los elementos del sueño manifiesto tienen un significado, es decir, un
contenido latente o inconsciente. Se podía demostrar que tales síntomas eran la
expresión disfrazada y distorsionada de fantasías sexuales inconscientes. Esto
llevó a la formulación de que una parte o toda la vida sexual del paciente
psiconeurótico estaba expresada en sus síntomas.
Hasta aquí hemos seguido la evolución hasta 1906 de las ideas de Freud
concernientes a los trastornos mentales. Fue tal el genio de ese hombre y tan
fructífero el método psicoanalítico que había creado y utilizado como técnica de
investigación, que sus teorías en ese entonces contenían ya, en germen o
totalmente desarrollados, los elementos principales de las formulaciones actuales.
Como hemos visto, comenzó sus estudios con los conceptos corrientes en el
pensamiento psiquiátrico de su tiempo, de acuerdo con el cual los trastornos
mentales eran enfermedades de la mente que nada tenían en común con el
funcionamiento mental normal, se los clasificaba sobre una base sintomática,
descriptiva, y sus causas o se admitía francamente que eran ignoradas o se
contestaba con factores vagos y generales como las tensiones de la vida
moderna, el esfuerzo o la fatiga mental y una constitución neuropática. Hacia 1906
había triunfado en comprender los procesos psicológicos que subyacían en
muchos trastornos mentales en grado tal que pudo clasificar a éstos sobre la base
de la psicología o, si así lo deseáis, de su psicopatología en ves de hacerlo sobre
la sintomatología. Más aún, había reconocido que no existía un amplio abismo
entre lo normal y lo psiconeurótico, sino que, por lo contrario, las diferencias
psicológicas entre ambos eran más bien de grado que de clase. Por último, dio un
paso hacia la comprensión psicológica de las alteraciones del carácter,
ejemplificadas en las perversiones sexuales, y comprendió que estos trastornos
psíquicos también estaban relacionados con lo normal, en vez de estar neta y
cualitativamente separados de él.
Los estudios de Freud posteriores a 1906, así como los de otros
investigadores, sirvieron en esencia para completar y revisar sus teorías de
entonces concernientes a la psicopatología de los trastornos mentales con
respecto a muchos detalles importantes. Sin embargo, no dieron origen a
modificaciones de principios o de orientación fundamental. Aun hoy los analistas
dirigen su atención a las causas psicológicas de un síntoma antes que al síntoma
en
Sí, aún piensan en tales causas en términos de conflicto psíquico entre las
fuerzas instintivas y anti instintivas, y aún ven los fenómenos del funcionamiento y
conducta mental humana como oscilando de lo normal a lo patológico en una
forma muy semejante al espectro de un sólido incandescente en el cual no existe
una línea neta que separe un color del siguiente, desde el rojo al violeta. Por cierto
que hoy sabemos que algunos, por lo menos, de los que Freud denominó
síntomas y conflictos psiconeuróticos se hallan presentes en todo individuo
denominado normal. La ―normalidad‖ psíquica sólo puede definirse en forma
arbitraria en términos relativos y cuantitativos. Por último, y en particular, los
analistas contemplan aún la infancia toda en busca de hechos y experiencias
responsables directos de los trastornos mentales de la vida posterior o
coadyuvantes por lo menos de su desarrollo.
En términos de la teoría psicoanalítica moderna, los que clínicamente
denominamos trastornos mentales pueden ser mejor comprendidos y formulados
como evidencias del mal funcionamiento del aparato psíquico en grados diversos y
en varias formas. Como de costumbre, nos orientaremos mejor si adoptamos un
enfoque genético.
De lo que hemos dicho en los Capítulos II-IV está claro que existen muchas
posibilidades de perturbaciones en el curso de los primeros años de la infancia,
cuando las diversas partes o funciones del aparato psíquico están en su proceso
de desarrollo. Por ejemplo, si se priva al niño de la estimulación y manejo físico
normal de parte de la figura materna, en su primer año de vida, muchas de las
funciones de su ego fracasarán en desarrollarse apropiadamente y su capacidad
para relacionarse y tratar con su circunstancia exterior puede estar impedida en
forma tal que se trasforme en un débil mental (Spitz, 1945). Luego, aún después
del primer año de vida el desarrollo de las necesarias funciones del ego puede
estar dificultado por un fracaso en el desarrollo de las identificaciones precisas,
debido a una frustración excesiva o a una sobre indulgencia, con el resultado de
que el ego es incapaz de ejecutar de la mejor manera su tarea esencial de
mediador entre el ello y el medio con todo lo que esto implica en cuanto a dominar
y neutralizar los impulsos, por una parte, y en cuanto a explotar al máximo las
oportunidades de placer, por la otra.
Si contemplamos las mismas dificultades desde el punto de vista de los
impulsos, comprenderemos con facilidad
que deben estar adecuadamente
dominados, pero no es exceso. Muy escaso dominio de los impulsos producirá un
individuo inadaptado o incapaz de formar parte de la sociedad a la que
habitualmente pertenece el hombre. Por otra parte, la supresión excesiva de los
impulsos llevará a resultados que en su modo también son indeseables. Si se
suprime demasiado el impulso sexual y, en particular, sí esto ocurre demasiado
pronto, el resultado es probable que sea el de un individuo cuya capacidad de
gozar esté seriamente impedida. Si el impulso dominado en exceso es el agresivo,
entonces el individuo puede ser incapaz de defender su propio derecho en lo que
consideramos competencia normal con sus congéneres. Además, a causa de que
la agresión no puede manifestarse contra los demás puede volverse contra sí
mismo, y tornarse autodestructiva en forma más o menos abierta.
También es posible que fracasen los procesos normales de formación del
superego. Es decir, la compleja revolución psicológica que pone fin al período
edípico puede descarriarse en alguna forma y en consecuencia, el superego será
por demás riguroso, en exceso complaciente, o una mezcla inconsistente de
ambos.
De hecho todas estas posibilidades son reales y se producen. Claro está
que en nuestro bosquejo hemos sido por demás esquemáticos. Por ejemplo, si se
dominan muy
Poco los impulsos, esto significa naturalmente que existen deficiencias
concurrentes en las funciones del ego y del superego. En cambio, si el dominio de
los impulsos es demasiado rígido, entonces es de presumir que el ego sea muy
temeroso y el superego demasiado severo.
Como dijimos en el Capítulo III, muchos de los intereses del ego, es decir,
muchas de las actividades que elija como escapes para la energía impulsiva y
como fuentes de placer, están seleccionados sobre la base de la identificación. Sin
embargo, existe otro factor que a veces puede ser de importancia aún mayor que
la identificación en la selección de una determinada actividad de este tipo. La
elección en tales casos está determinada por un conflicto instintivo. Así, por
ejemplo, el interés de un niño por el modelado o la pintura puede estar
determinado por un conflicto particularmente urgente con su deseo de pincelar con
sus heces y no por la necesidad o el deseo de identificarse con un pintor. En
forma similar, la curiosidad científica puede derivar de una intensa curiosidad
sexual de la infancia, y así sucesivamente.
Los dos ejemplos que acabamos de dar podemos, como es natural,
considerarlos favorables en cuanto concierne al
Desarrollo del individuo. Son ejemplos de ese resultado del conflicto de los
instintos que estudiamos en el Capítulo IV con el nombre de sublimación. No
obstante, puede suceder que un conflicto instintivo se resuelva o, por lo menos, se
tranquilice por una restricción o inhibición de la actividad del ego en vez de por
una ampliación de ella como ocurre en la sublimación. Un ejemplo simple de esto
lo da la incapacidad del niño, por otra parte brillante, para aprender aritmética,
porque hacerlo sería competir con el hermano mayor dotado en esta determinada
dirección. La inhibición autoimpuesta sobre su actividad intelectual lo protege de
algunos de los sentimientos dolorosos que surgen de la rivalidad por celos con su
hermano.
Tales restricciones de los intereses o actividades del ego pueden tener
poca consecuencia en la vida de un individuo o pueden, en cambio, ser en
extremo deletéreas. No es raro, por ejemplo, que un individuo resista en forma
inconsciente el éxito en la vida con tanta resolución como el niño del ejemplo
anterior se resistía a la aritmética y por la misma razón esencial, es decir, de poner
término de una vez por todas al conflicto instintivo que de otra manera sería
intensamente desplacentero. Además las severas restricciones del ego sirven para
satisfacer la exigencia del superego de castigo o penitencia. Y para complicar aun
más la cuestión, no todas las restricciones del ego que surgen por conflictos
instintivos ponen al niño en desacuerdo con su ambiente, como podría hacerlo su
incapacidad para la aritmética. Por ejemplo, la conducta ejemplar de un niño
pequeño puede ser un intento desesperado, autoimpuesto, de ganar el amor de
quienes lo rodean en vez de seguir sufriendo el continuo desplacer de estar en
violento conflicto con ellos. ¿Es esto malo o bueno para el niño y en qué difiere de
la buena conducta normal?
El mismo tipo de preguntas surge en relación con las regresiones y
fijaciones que pueden producirse en la esfera del ello, del ego o de ambos. Por
ejemplo, en un determinado individuo la resolución del complejo de Edipo puede
cumplirse sólo a expensas de una regresión parcial de su vida instintiva a un nivel
anal, con el resultado, digamos, de que permanece durante toda su vida con un
interés inusitado por sus propios procesos y productos anales, así como con una
tendencia a recoger y acumular todo lo que se pone a su alcance. Como hemos
dicho en el Capítulo II, tales regresiones instintivas suelen llegar a un punto de
fijación previa y consideramos que la fijación facilita efectivamente la regresión. En
nuestro ejemplo, hemos supuesto que la analidad del sujeto era regresiva. En otro
caso puede, en vez, deberse a una fijación, con el mismo resultado final en
esencia. Como otro ejemplo, esta voz en la esfera del ego, puede haber una
regresión parcial, como resultado de los conflictos edípicos, en la relación del ego
con los objetos, de modo que desde ese momento los objetos de su circunstancia
sólo son importantes para él en cuanto puedan gratificar sus deseos, con el
resultado de que ningún objeto tiene una catexia permanente o muy duradera. En
este ejemplo, como en el primero, el mismo resultado puede ser en otro caso la
consecuencia de una fijación en vez de regresión.
Tales restricciones del ego, así como tales fijaciones y regresiones de tanto
el ego como el ello cual las que acabamos de describir, producen rasgos del
carácter que tenderemos a denominar normales si no interfieren en forma indebida
con el placer en extensión apreciable y no ponen al sujeto en conflicto con su
circunstancia. Aquí hemos de volver a destacar que no existe una línea divisoria
neta entre lo normal y lo anormal. La distinción tiene sólo un carácter pragmático y
la elección de por dónde deberá trazarse es necesariamente una distinción
arbitraria. Por ejemplo, consideramos que la formación del superego es una
consecuencia natural de los severos conflictos instintivos de la fase edípica y, sin
embargo, será justo por cierto caracterizar un aspecto de la formación del
superego como una imposición permanente de ciertas inhibiciones o restricciones
sobre tanto el ego como el ello con el fin de poner término a una situación de
peligro surgida de los conflictos edípicos.
Desde un punto de vista puramente teórico podríamos evitar la acusación
de arbitrariedad con sólo considerar todas las posibilidades que hemos discutido
en los últimos párrafos como formas distintas en las que el aparato psíquico puede
evolucionar y funcionar, sin intentar caracterizarlas como normales o anormales.
Sin embargo, el clínico, consultado por personas acongojadas o en conflicto con
su circunstancia, debe arriesgar el ser calificado de arbitrario y ha de trazar una
división en algún punto entre lo que considera normal y lo que es patológico, y que
requiere o no su preocupación y tratamiento, según sea el caso. Como ya hemos
dicho, la distinción entre lo normal y lo patológico, entre los patrones de desarrollo
y funcionamiento que hemos discutido a lo largo de las últimas páginas o tiende a
hacerse sobre la base de cuánto esté restringida la capacidad individual de placer
y de cuán seriamente impedida esté su capacidad de adaptación al medio. En
cuanto a la terminología, cuando se considera anormal un patrón de
funcionamiento
psíquico
del tipo que hemos estado discutiendo,
suele
clasificárselo en la jerga clínica como trastorno del carácter o neurosis de carácter.
Tal ubicación suele referirse a un tipo ~ de funcionamiento del aparato psíquico
que se considera que es lo bastante desventajoso para el individuo corno para ser
considerado patológico, pero que representa, no obstante, un equilibrio
relativamente fijo y estable dentro de la psiquis en la que se desarrolló, como debe
hacerlo todo equilibrio intrapsíquico, por la interacción de las diversas fuerzas
existentes en la psiquis y aquellas que presionan desde el exterior durante el
curso del crecimiento.
Los diversos así llamados trastornos del carácter o neurosis del carácter
varían en forma considerable en su respuesta al tratamiento. En general, cuanto
mal joven el paciente y cuanto mayores sus inconvenientes por ese rasgo
particular o estructura del carácter, es más probable que sea eficaz la terapéutica
empleada. Debemos confesar, no obstante, que no tenemos aún para tales casis
un criterio de pronóstico de confianza.
Llegamos ahora al tipo de perturbación del funcionamiento del aparato
psíquico con el cual se familiarizo Freud a consecuencia de sus primeros estudios
sobre la histeria y otras ―neuropsicosis de defensa‖. En tales perturbaciones se
produce la siguiente secuencia de acontecimientos. Primero se produce un
conflicto entre el ego y el ello durante la primera infancia, característicamente
dentro de la fase edípica o preedípica. A este conflicto lo resuelve el ego en el
sentido de que es capaz de establecer un método eficaz y estable de dominar los
derivaos peligrosos de los impulsos en cuestión. El método suele ser complejo e
involucra tanto defensas como alteraciones del ego, cual las identificaciones,
restricciones, sublimaciones y, quizá, la regresión. Cualquiera que sea el método
actúa en forma satisfactoria durante un período más o menos largo hasta que
algún acontecimiento o serie de acontecimientos destruye el equilibrio y torna ya
incapaz al aparato del ego para dominar los impulsos en forma eficaz. Que
nosotros sepamos, no tiene consecuencia alguna el que las circunstancias
desencadenantes actúen reforzado e intensificando los impulsos o debilitando al
ego. Lo que sí importa es que el ego quede relativamente debilítalo, lo bastante
como para impedir su capacidad de dominar los impulsos. Cuando esto sucede,
los impulsos, o, para ser más exactos, sus derivados, amenazan irrumpir en k
conciencia y traducirse directamente en una conducta alerta a pesar de los
esfuerzos del ego por contenerlos. Surge entonces un conflicto agudo entre el ego
y el ello, con el ego en relativa desventaja y resulta una formación de compromiso
con la que nos familiarizamos en el Capítulo VII. Este compromiso se denomina
síntoma psiconeurótico. También se lo llama con frecuencia síntoma neurótico,
como lo hizo el mismo Freud en sus escritos posteriores, pese al hecho de que
nada tiene que ver con su concepto de las neurosis reales y sí con lo que él
denominó psiconeurosis.
En el tipo de funcionamiento psíquico incorrecto que acabamos de describir,
entonces, existe una falla de las ―defensas del ego, cualesquiera que sean las
razones precipitantes, como resultado de la cual ya no puede dominar más en
forma adecuada los impulsos del ello, como antes % hiciera. Se produce una
formación de compromiso que expresa en forma inconsciente tanto el derivado del
impulso como la reacción de defensa del ego y de temor y culpa ante el peligro
representado por la irrupción parcial de los impulsos. Tal formación de
compromiso se denomina síntoma psiconeurótico o neurótico y, como Freud
señaló hace muchos años, es muy análogo a un elemento o a un sueño
manifiesto.
Unos pocos ejemplos ayudarán a ilustrar lo que querednos decir. Tomemos
primero un caso de vómitos en una mujer joven. Al analizarla surgió que la
paciente tenía un deseo reprimido, inconsciente, de ser preñada por el padre. El
deseo y la contracatexia se originaron durante su período edípico de vida. La
solución relativamente estable jue había logrado establecer para este y otros
conflictos idípicos en la infancia funcionó en forma satisfactoria hasta que sus
padres se divorciaron y el padre volvió a asarse cuando ella estaba en sus veinte
años. Estos acontecimientos reactivaron sus conflictos edípicos y perturbaron el
equilibrio intrapsíquico, establecido años antes, con el resultado de que las fuerzas
de su ego no pudieron ya dominar en forma adecuada sus impulsos edípicos. En
este caso, una de las formaciones de compromiso resultantes fue el síntoma de
los vómitos. Este representaba en forma inconsciente la gratificación del deseo
edípico reprimido de quedar embarazada por el padre, como si la paciente
estuviera diciendo con sus vómitos: ―Vean, soy una mujer embarazada con
vómitos matutinos‖. Al mismo tiempo, el sufrimiento causado por los vómitos y la
angustia que los acompañaba eran la expresión del temor y la culpa inconscientes
del ego, asociados al deseo en cuestión. Además, el ego fue capaz de mantener
el grado suficiente de represión como para que el contenido infantil no se hiciera
por completo consciente. La paciente no tenía conocimiento consciente del hecho
de que el vomitar era parte de su fantasía de estar embarazada, y mucho menos
de estarlo por el padre. En otras palabras, la disfunción del aparato psíquico que
dio origen al síntoma de los vómitos brindó una descarga para la energía impulsiva
con la que el deseo estaba catectizado, pero una descarga que estaba
sustancialmente disfrazada y distorsionada por las operaciones defensivas del ego
y que dio origen a un desplacer y no a placer. Debemos añadir que los síntomas
psiconeuróticos suelen estar ―sobre-determinados‖, es decir, que por lo común
surgen de más de un conflicto inconsciente entre el ello y el ego. En este caso, por
ejemplo, contribuían al síntoma descrito el deseo expresado por la fantasía ‗‗Mamá
ha muerto, o se ha ido, y yo he tomado su lugar‖, así como el temor y la culpa que
de ella surgen.
Otro ejemplo es el de un joven con el síntoma siguiente. Siempre que
dejaba su casa tenía que asegurarse de que todas las lámparas quedaban
desenchufadas. La fantasía atemorizante que servía para racionalizar esa
conducta era que si no estaban desconectadas, podía producirse un corto circuito
mientras él estaba ausente y podía quemarse la casa. Aquí también el conflicto
original era edípico. Sin embargo, en este caso nunca había sido muy estable la
solución del conflicto edípico y las defensas y mecanismos reguladores del ego
fallaron al producirse las tormentas psíquicas de la pubertad, de modo que las
formaciones de compromiso o síntomas psiconeuróticos fueron conspicuos en su
funcionamiento psíquico desde ese entonces.
En el curso del análisis apareció que el síntoma tenía el siguiente contenido
inconsciente o latente, inconscientemente el paciente deseaba tomar el lugar del
padre junto a la madre; en su fantasía inconsciente eso se podía cumplir de la
siguiente manera: la casa se quemaría, el padre se vendría abajo por la pérdida
de la casa y se dedicaría a la bebida, y como no podría trabajar tendría el paciente
que tomar su lugar como jefe de la familia. En este caso la irrupción del deseo del
ello está representada por dos hechos: 1) la preocupación frecuente con esa parte
de la fantasía de desplazar al padre que tenía permitido el ser consciente, es
decir, el que la casa se quemara, y 2) e! hecho de que en sus vueltas antes de
dejar la casa el paciente no sólo desenchufaba lámparas, sino que también las
enchufaba, con lo que expresaba su deseo de que la casa se quemara, pese a su
preocupación consciente de la necesidad de evitar el desastre. Por otra parte,
también es clara la participación del ego en el síntoma: reparación, represión,
angustia y culpa.
Un tercer ejemplo sería el del joven con un temor patológico al cáncer. Aquí
también el conflicto infantil fue edípico, mientras que el factor precipitante fue la
terminación exitosa de sus estudios profesionales y sus perspectivas de
casamiento, las cuales le significaron en forma inconsciente la gratificación de
peligrosas fantasías edípicas. El síntoma del paciente expresaba la fantasía
edípica, inconsciente, de ser una mujer y de ser amada y preñada por el padre. El
temor de padecer una enfermedad mortal, que formaba una parte de su síntoma,
simbolizaba la fantasía de ser castrado y transformarse en mujer, mientras que la
idea de que algo se desarrollaba en su cuerpo, que formaba el resto del síntoma,
expresaba la fantasía de estar preñado y con un niño en desarrollo en su seno. Al
mismo tiempo, claro está, la reacción del ego ante estos deseos inconscientes
producía la represión del contenido infantil de la fantasía, puesto que el paciente
carecía de toda conciencia sobre deseo alguno de ser mujer o de tener un hijo de
su padre, y también era responsable del temor que acompañaba al síntoma.
Freud acuñó dos términos en relación con la formación de síntomas
psiconeuróticos. Ellos son, respectivamente, ventaja primaria y secundaria de la
enfermedad o formación de síntoma. Veamos ahora que quiso decir Freud al
expresar que el individuo obtenía una ventaja real como resultado de la formación
del síntoma.
Freud consideraba que la ventaja primaria de este proceso consistía en una
abolición o disminución del temor o culpa. Esto puede parecer extraño de decir en
vista del hecho de que la angustia acompaña con" tanta frecuencia a los síntomas
neuróticos y puede, por cierto, desempeñar parte prominente en ellos; pero la
paradoja es más aparente que real. Freud lo concibió de esta manera. La
debilidad relativa del ego amenaza permitir la irrupción a la conciencia del
contenido infantil íntegro del impulso del ello. Si así ocurriera, esto se
acompañaría de toda la culpa y terror infantil que originariamente había producido
el impulso en cuestión. Al permitir una emergencia parcial y disfrazada del
derivado del impulso por la vía de la formación de compromiso que denominamos
síntoma psiconeurótico, el ego es capaz de evitar parte o todo el desplacer que de
otra manera se generaría. Aquí vemos cuán similar es un síntoma psiconeurótico
a esa otra formación de compromiso que denominamos sueño manifiesto. En el
sueño manifiesto el ego, en modo semejante, es incapaz de
Evitar la aparición en la conciencia del impulso de lo reprimido, pero al
permitirle una gratificación o descarga en fantasías, adecuadamente disfrazada y
distorsionada, puede evitar el desplacer de experimentar la angustia o de
despertar.
Visto desde el lada del ello, por tanto, un síntoma neurótico es una
gratificación sustitutiva de los de otro modo deseos reprimidos. Visto desde el lado
del ego, es una irrupción a la conciencia de deseos peligrosos y no queridos cuya
gratificación sólo puede dominarse o prevenirse en forma parcial, pero es al
menos preferible y no tan des- placentera como la emergencia de tales deseos en
su forma original.
La ventaja secundaria no es sino un caso especial de los esfuerzos
incesantes del ego por explotar las posibilidades de gratificación placentera que
estén a su alcance. Uñar vez establecido un síntoma, el ego puede descubrir que
trae ventajas apareadas. Para tomar un ejemplo extremo, el combatiente que en
tiempo de guerra desarrolla un estado de angustia tiene una ventaja real sobre los
demás soldados: se lo evacúa a la retaguardia, donde hay menor peligro de que lo
maten. Por cierto que este ejemplo no es el mejor, aunque superficialmente sea
obvio, puesto que la misma generación del estado de angustia puede estar influida
en forma inconsciente por el conocimiento de que lo llevaría a la seguridad. Pero
existen muchos casos donde no hay tal probabilidad y en los cuales la neurosis
adquiere cierto valor para el individuo sólo después de haberse producido.
Desde el punto de vista de la teoría de los síntomas psiconeuróticos, la
ventaja secundaria ni se aproxima en importancia a la primaria. Desde el punto de
vista de su tratamiento, empero, puede ser muy importante, pues un alto grado de
ventaja secundaria puede dar por resultado que el paciente prefiera, en forma
inconsciente, conservar
Su neurosis en vez de perderla, pues sus síntomas han adquirido un valor
para él. El tratamiento de la obesidad grave, por ejemplo, es siempre una cuestión
difícil, pero si la paciente es la mujer gorda de un circo y ése es su medio de vida,
entonces es imposible.
En los ejemplos que dimos de formación de síntomas psiconeuróticos no
incluimos uno que ilustrara la posibilidad, antes mencionada, de que una de las
defensas del ego pudiera ser una regresión de tanto las funciones del ego como
de los impulsos. Una vez más, desde un punto de vista teórico, la regresión no .es
sino una de las muchas maniobras defensivas que el ego puede emplear. Sin
embargo, según sus consecuencias prácticas, es una de las más
Serias. Cuanto mayor el grado de regresión más seria es la sintomatología
resultante, más pobre es la perspectiva de éxito en el tratamiento y mayor la
probabilidad de que el paciente requiera su internación.
Otro punto que deseamos tocar sobre el tipo de mal funcionamiento que
puede resultar de una falla de las defensas del ego es éste. Ese mal
funcionamiento del que hablamos como síntoma psiconeurótico suele ser lo que el
ego del individuo considera como extraño a él, o desplacentero, o ambos. El joven
que tenía que verificar todas las lámparas antes de salir de su casa, por ejemplo,
no deseaba hacerlo. Por lo contrario, no podía evitarlo. Tenía que verificarlos. Su
síntoma, en otras palabras, lo percibía como ajeno a su ego y al mismo tiempo
como no placentero. En cambio, la joven de los vómitos no consideraba que su
síntoma le fuera extraño; para ella no cabía duda' de que era su estómago el que
estaba enfermo, tal como si la náusea se hubiera debido a alguna infección aguda;
pero su síntoma era claramente desagradable.
Ahora bien, existen formaciones de compromiso que resultan de un fracaso
en el establecimiento o mantenimiento de un método estable de dominio de los
impulsos.
Debidas a la debilidad relativa del ego, que no son ni ajenas ni
desagradables para el ego. Los casos más graves y obvios son los de abandono y
perversión sexual. Dos observaciones corresponde hacer sobre tales casos. En
primer lugar, es obvio que son intermedios entre lo que denominamos trastornos
del carácter y los denominados síntomas psiconeuróticos y no pueden
diferenciarse netamente de ninguno de ellos. En segundo lugar, las gratificaciones
de los instintos que constituyen la perversión o adicción, según sea el caso, puede
utilizarlas el ego en forma defensiva para dominar otros derivados de los impulsos
cuya emergencia y gratificación sea demasiado peligrosa como para que el ego la
permita. Estas formaciones de compromiso, desde el punto de vista del ego, son
ejemplos del uso de un derivado de un impulso para ayudar a dominar a otro y en
este sentido son similares al mecanismo de defensa de formación de reacción,
que discutimos en el Capítulo IV. El lector notará que esto constituye una
enmienda importante de la afirmación original de Freud de que la perversión
sexual es la inversa de una neurosis, a la que nos referimos con anterioridad en
este mismo capítulo (Freud, 1905 b).
Estaría más allá del ámbito de nuestra presentación el discutir en detalle
qué conflictos intrapsíquicos específicos y qué formaciones de compromiso dan
origen a la variedad de síntomas conocidos clínicamente como histéricos,
obsesivos, fóbicos, maniacodepresivos, esquizofrénicos de perversión, y así
sucesivamente. Nuestro objeto ha sido más bien el de dar al lector la comprensión
de las formulaciones teóricas, fundamentales y generales que son comunes a
todas estas subdivisiones clínicas o que pueden utilizarse para hacer entre ellas
amplias distinciones psicopatológicas. Por sobre todo, hemos procurado dejar
claro el hecho de que no existe una diferencia neta o indiscutible entre lo que
puede considerarse normal o patológico en el ámbito del funcionamiento de la
mente. Lo que denominamos normal y lo que llamamos patológico ha de ser
comprendido como consecuencia de diferencias en el funcionamiento del aparato
psíquico de un individuo a estiro, diferencias que son de grado y no de naturaleza.
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