Mi primer concierto; Felisberto Hernández

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P.U.A.M.
Lectura Crítica
Mi primer concierto de Felisberto Hernández
Comentario de textos
Mi primer concierto. Felisberto Hernández
El texto se inicia con una anticipación y un resumen de lo que luego sucederá en su transcurso:
“El día de mi primer concierto tuve sufrimientos extraños y algún conocimiento imprevisto de mí mismo”
Desde el comienzo el narrador nos sitúa en un mundo insólito donde todo será posible. Y
también nos adelanta que esa experiencia será dolorosa. Otro dato que nos aporta es que lo que
sucederá le permitirá acceder a un autoconocimiento que puede resultar sorpresivo.
El relato explícito estaría dado por el desarrollo de los distintos sentimientos por los que va
atravesando el narrador protagonista el día de su primer concierto, su seguridad de que va a fracasar, los terrores que lo acosan, los artilugios que emplea para evadir el desastre hasta llegar a
un supuesto éxito final.
La historia transcurre en un día completo, desde su despertar, hasta la noche, cuando finaliza la función. Ya desde el principio, sucede algo que no es normal para él, como es el levantarse temprano. En esta construcción de un yo inseguro y nervioso, comenta sus problemas habituales para poderse dormir. Irá luego al teatro donde debe actuar para repasar su rutina:
“Yo tenía desconfianza de mí, y aquella mañana me puse a repasar el programa como el que cuenta su dinero porque sospecha que en la noche lo han robado.
La acción se desarrolla en una sala pobre, mediocre, que es descripta como sucia y abandonada. El ámbito donde suceden los hechos es un fiel reflejo de éstos, que nunca llegan a ser
grandiosos, sino que son acontecimientos con una importancia relativa. No hay ningún drama
significativo, ninguna desgracia notable. Sólo el miedo de un anónimo pianista que desde el
principio reconoce su falta de valores:
“…Por algunos agujeros entraban rayos de sol empolvados y en el techo el aire inflaba las telas de araña”
Su inseguridad, se ve reflejada en la obsesión que lo lleva a intentar recordar una y otra
vez lo que debe interpretar. Su único bien, sería su capacidad para tocar el piano, ya que lo compara con el dinero; el arte sería sentido como un hurto, como algo que se escamotea, que no es
propio del ejecutante, sino que éste es un ladrón de la realidad.
No obstante, inmediatamente reconoce haber estado equivocado y que en realidad su talento era escaso, así que sería muy poco lo que le podrían robar, lo que le podrían sustraer; porque
en realidad era ya muy escaso lo que tenía; siguiendo con la analogía es un pobre artista en los
dos sentidos de la expresión, en el literal y en el metafórico. Y por lo tanto será exiguo lo que
pueda ofrecer al público:
“Pronto me di cuenta que yo no poseía todo lo que pensaba"
Acuciado por las dudas, comprendiendo su falta de capacidad y consciente de su inconstancia para estudiar, decide abandonar el lugar e irse a vagar por los alrededores. Pero un carro
con grandes carteles con su nombre lo confronta con la realidad y le hace retornar. Asume el
punto de vista de un espectador y se sienta en la platea, y al no lograr tranquilizarse y recordar la
desventura de otras intérpretes intenta ensayar diversos trucos para que su presentación no sea
tan desastrosa.
Aparece aquí otro elemento la mirada de los otros que lo construirá como sujeto. La mirada
de los otros es importante para él, porque será en un último término quien decidirá su triunfo o su
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fracaso. No toca para él, toca para que los otros lo escuchen. Y también lo hace para que los demás cambien la opinión acerca de lo que él realmente es, que dejen de pensar que es sólo un pianista de café y lo consideren un concertista:
“…esperaba esa noche para después decirles, a esas profesoras que charlan,
cómo “un pianista de café”…puede dar conciertos…”
Esa visión crítica de los otros, le hace reconocer también que el fracaso no es un hecho
personal, sino que es también padecido por otros artistas, es el caso de unas jóvenes que habían
actuado allí y habían salido despavoridas:
“…parecían gallinas asustadas…”
No hay compasión de su parte por sus colegas pese a que sufrieron los mismos padecimientos que él está atravesando. Tal es su desprecio por ellas que las compara con animales,
animales que además simbolizan la cobardía y la estupidez.
La mirada es la que conforma a los objetos, no sólo explicita lo que él ve, sino que se
preocupa por comentar lo que ven los demás:
“…miró al piano como si se tratara de un féretro…”
Para, de alguna manera, atenuar el ridículo se obsesiona en preparar una entrada que pueda hacer creer a los espectadores que es un experimentado ejecutor, y que no es su primera vez,
sino que ya en innumerables ocasiones ha recorrido el escenario. Tanto le interesa la mirada ajena que antes de comenzar a ensayar se cerciora de que nadie lo está observando:
“Primero revisé bien todo el teatro para estar seguro de que nadie me vería…”
En la primera entrada que ensaya, se compara con un mandadero que va a dejar un producto, lo cual sería inaceptable, ya que esta actitud no coincide con la que se espera de un artista:
“La primera vez entré tan ligero como un repartidor apurado que va a dejar
la carne encima de la mesa”.
Al caminar, pretende al mismo tiempo observar sus propios pasos como si fuera otro el que
lo hiciera, tanto es así que sale del escenario, camina en otro lugar e intenta reproducir esa forma
de moverse. Y en los diversos intentos, se siente otro. Se compara con dos figuras fuertes y luchadoras, con dos tareas en las que se supone que el miedo debe estar ausente, son dos situaciones en las que quien las realice, deberá ir al ataque, como tendrá que hacerlo él con el piano. Pero, simultáneamente, su percibe empequeñecido, como un mozo que lleva un pedido. Lo sugestivo es que ambas comparaciones de fuerza están cortadas por la del servilismo del que lleva la
bandeja, aunque en esta se introduce un adjetivo “duro” que se puede relacionar con la imagen
precedente y con la siguiente:
“…movía las caderas como un torero, o iba duro como si llevara una bandeja
cargada, o me inclinaba hacía los lados como un boxeador”.
En la disociación que hace de su cuerpo, luego se ocupa de sus manos. Y cree haber encontrado un fraude habilidoso para simular ante el público que es un consumado concertista. Camina
despreocupado fingiendo que se abrocha un gemelo. Sin embargo, con el constante vaivén entre
éxito y fracaso que caracteriza al texto, tiempo después se entera que esta acción es ridícula y
mediocre, y lo comenta en una oración parentética que es un salto temporal.
Su pobreza se demuestra en el hecho, de que el smoking que usaría es un regalo de un
amigo. Pero esta prenda le queda chica, lo aprieta, lo lastima. Se podría considerar que es un
paralelismo de lo que está soportando él. También la situación lo sofoca, lo asfixia. El miedo al
ridículo y el saberse demasiado pequeño, exiguo (como el saco) lo hacen sentir encerrado en una
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situación de la que no puede escapar, porque hacerlo sería también un fracaso. Presiente que el
desastre se aproxima pero el abandonar sería aún peor. Además, como le sucede a la ropa prestada que puede romperse también él puede quebrarse en cualquier momento. Otra semejanza, es
que como la prenda que no era de él, que le es ajena, él tampoco se siente de ese lugar, no es un
concertista, es sólo un pianista de café. Ambos comparten la incomodad, el desagrado, la ajenidad. En un principio ya había mencionado el sufrimiento, primero relató todos los padecimientos
mentales por los que pasó, ahora con una hipérbole, traslada este dolor al plano físico:
“…sentía en las axilas las lastimaduras que me había dejado el smoking”
Al tener que rechazar el smoking, debe utilizar su propio traje, es decir caer en lo conocido, en la rutina, en lo acostumbrado, pero lo hace con desagrado. Ya en la introducción había
planteado la necesidad de algo diferente, original, raro y el traje usado no tiene tales características. Primero, ha sido usado muchas veces, y él desearía tener algo nuevo para dar su concierto,
en segundo lugar, es suyo, y por lo tanto participa de su misma falta de categoría para estar allí.
Él ansiaría usar algo que fuera totalmente diferente, ideado por él. Igual que el arte que debe ser
diferente, original, no una copia ni una repetición:
“…yo hubiera querido inventar…algo extraño; pero yo estaba muy cansado…”
Podemos observar en esta cita los ocultos deseos de un creador que lucha con denuedo por
crear algo que no se pareciera a nada, pero que al mismo tiempo reconoce sus limitaciones y
sabe que su anhelo es muy posible que nunca llegue a cumplirse.
La soledad que aumenta sus recelos se ve interrumpida por la llegada de dos amigos. Mas,
en lugar de tranquilizarlo la compañía de ellos acrecienta sus aprensiones, ya que la mirada de
uno de ellos, según el narrador, percibe al piano como un si fuera un ataúd. Comparación semejante a la que él mismo había realizado en el principio del relato cuando la analogía se establecía
con un sarcófago. El arte es concebido como una instancia de la muerte, lo que se ve ratificado
por el campo semántico que construye a continuación, a partir de lo que se supone que los demás
ven en él, lo perciben como el “deudo más cercano al muerto”
“…un pequeño piano negro que parecía un sarcófago.”
“…miró el piano negro como si se tratara de un féretro.”
Y evadir de la muerte, emprender una batalla de la que debería salir victorioso, aunque
constantemente espera la derrota. Se constituye, a partir de esto, otro campo semántico, relacionado éste con la guerra, con los vocablos: “trinchera”, “cañón”, “oficial”, “órdenes”, ya antes
había aparecido una expresión relacionada con la lucha, mientras ensayaba la entrada y compara
una de sus caminatas con una “parada militar”. El arte no es fácil, es un arduo combate en el que
el autor deberá lidiar con los sonidos, con las palabras, para lograr una creación exitosa.
Por momentos prefiere que los espectadores fuesen pocos, deseo que paradójicamente se
cumplió con los escasos lectores de sus cuentos en un principio. Se relaciona este deseo con la
trascendencia que le otorga el narrador a la opinión ajena, que ya se pudo observar cuando se
siente avergonzado por el tamaño de los carteles. La cantidad de público determinará, según él,
el calibre del desastre, como si éste no tuviera un valor objetivo, sino que su dimensión estará
dada por el número de los que lo presencien, cuantas más personas lo escuchen, más grande será
el fracaso.
En ese continuo ir y venir del texto frente a sus amigos finge una seguridad que no tiene y
protesta por la escasa concurrencia. Y es tal su temor, que sospecha que ellos lo sufren igual que
él:
“Parecía que ellos también tuvieran miedo”
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En esa constante oscilación del discurso él sigue simulando sentirse bien y aprovecha este
precario estado de confianza para realizar una crítica dirigida a los que se suponen cultos:
“… en este país un pianista de concierto tenga que ir a tocar en un café”
Al ingresar al escenario, la inminencia de una catástrofe es aún más poderosa, intuye que
se acerca a una zona cercada por el fuego. Su terror es tan grande que siente arder y que las llamas lo rodean. Si el desastre que él intuye se cumple, todos sus sueños se verán destruidos,
arruinados, quemados, para siempre.
“…en el resplandor próximo a un incendio.”
El narrador, a continuación, se desdobla y se mira a sí mismo como si fuera otro el que lo
estuviera haciendo. Pero va más allá, mostrando la misma acción desde otras perspectivas. Se
fragmenta la realidad y se emplea la perspectiva múltiple para describirla
“Aunque miraba mis pasos desde arriba, desde mis ojos, era más fuerte la
suposición con que me representaba mi manera de caminar vista desde la platea.
El espanto es tan grande que se siente invadido por nefastos pensamientos, a los que compara con grandes pájaros a los que denomina despectivamente “pajarracos”, y son tan poderosos
que le impiden caminar. La razón se impone a su voluntad y debe luchar para lograr avanzar. Y
al hacerlo, es como si sus movimientos tuvieran vida propia mientras él intentaba verse a sí mismo mientras caminaba:
“…me rodeaban pensamientos como pajarracos que volaran obstucalinzándome el camino; pero yo caminaba con fuerza y trataba de ver cómo mis pasos
cruzaban el escenario”.
Nuevamente está presente la idea de esfuerzo, el concepto de que para desarrollar su oficio debe vencer varios impedimentos. No es fácil dedicarse al arte, implica una tarea ardua, difícil.
Cuando al fin logra sentarse, y se escuchan los esperados aplausos, debe suspender los ensayados movimientos para saludar al público. Lo que es sentido como un “contratiempo”, o sea,
todo lo que hace es un ritual que debe ser respetado rigurosamente y el apartarse de lo ya conocido, por haberlo repetido tantas veces, puede significar un riesgo. Otra vez, se dan las contradicciones por un lado, el empeño por transitar por caminos habituales y por el otro la necesidad de
emprender nuevos rumbos.
La mirada aparece de nuevo, pero esta vez, no la dirige hacia él, sino hacia el público. Y su
visión de los demás, también fragmenta la realidad, ya que destaca sólo dos detalles las caras y
las manos. Ambas partes son vistas como si no fueran pertenecientes a seres humanos, ya que los
a los rostros se los compara con “cáscaras de huevo” y a las manos con plantas o semillas, ya que
las percibe “sembradas”. Esto les otorga un carácter estático y las aleja de su condición de piezas
de un cuerpo humano.
Es de notar que en este pasaje, como en otro anterior en el que describía al teatro, son los
únicos momentos en los que se menciona el color blanco, referido a las columnas que rodean los
palcos y a las caras de los espectadores. En todo el resto del texto el color predominante es el
negro, negro es el piano, negras las teclas de éste, negro el gato que aparecerá más adelante. La
reiteración de este color, junto con otros elementos, crea una atmósfera pesada, sombría, fúnebre,
que es un reflejo de los sentimientos que está soportando el narrador.
Al tener que hacer un alto, por la llegada de nuevos espectadores, se siente bien por un instante, y llega a suponer que puede lograr su objetivo, ya que se siente en un ámbito en donde
todo puede suceder y es un reconocimiento de que está entrando en otra dimensión:
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“Aquel inesperado descanso me reconfortó; volví a mirar a la sala y pensé
que estaba en un mundo posible”.
Pero el miedo regresa inmediatamente y debe comenzar a ejecutar el instrumento. Ese
comienzo es sentido por él como una acometida en la que “ataca” a las teclas, y al hacerlo se
produce el silencio de los espectadores que es advertido por él como si fuera una anticipación de
algo inesperado y negativo. Y esta sensación de que algo malo va a suceder, se ve reforzada por
la comparación que realiza entre el primer sonido y el ruido que produce una piedra al caer en un
estanque, en lugar de ser un sonido armonioso como debiera haber sido, él lo escucha como un
ruido estridente que rompe el silencio. Las primeras notas constituyen un corte en el relato, que
se podría estructurar en tres partes: los preparativos, el concierto propiamente dicho y el final del
mismo. Y el narrador marca esta incisión, al hablar de la piedra que es arrojada al agua, porque
al igual que ésta que removerá y alterara el espacio, que antes estaba tranquilo, el principio de su
actuación significa una alteración del equilibrio.
“…parecía que hubiera caído una piedra en un estanque.”
Este hecho es sentido como algo amenazante, como un golpe, que estaría relacionado con
la noción de “ataque” que había planteado anteriormente.
“…solté un acorde con la mano abierta que sonó como una cachetada.”
Como un escritor que se siente bloqueado ante la página en blanco, a él también le cuesta
mucho iniciar el concierto. Realiza diversos intentos, hasta que decide “improvisar”, o sea que se
aparta del programa estipulado, como buen artista de aquí en más va a innovar, va a alejarse del
camino habitual para buscar nuevos recorridos. Entonces la música, como podría suceder con las
palabras, toma cuerpo y se convierte en una “masa sonora” que él ira modelando a su antojo.
Trabaja esa masa como lo haría un escritor con las palabras, con las que juega a su arbitrio. Su
creatividad llega a tanto que se imagina dentro de la “cámara de un mago”. Éste lo maneja, ya no
es él el que interpreta, sino que el mago es el que decide. Es como la inspiración que guía la actividad del artista que se convierte en un demiurgo que creará diferentes mundos. Y esta práctica
es tan asombrosa para el narrador, que siente que está atravesando por una experiencia religiosa:
“…tenía la actitud de estar hincado en un reclinatorio.”
De nuevo se mencionan las miradas, en este caso de los espectadores y son tan poderosas
que podrían quemar su rostro.
“Las miradas del público me daban sobre la mejilla derecha y parecía que me
levantaban ampollas.”
Lo cual demuestra que en ningún momento logra abstraerse de los otros, olvidarse que está
siendo observado y juzgado. Tanto le importa la opinión de los demás que cuando es aplaudido,
es en el único momento en que expresa un sentimiento de felicidad. Actúa siempre buscando la
aprobación y sólo cuando la logra se siente satisfecho.
Al tocar “Cajita de música” se siente otra vez mal, y compara a música con la lluvia, pero
no lo hace como un elogio ya que manifiesta que las notas “caen”, como si éstas tuvieran autonomía y pudieran actuar por sí mismas, y la acción que realizan es una que les es ajena, que no
es propia de su naturaleza y que se relaciona con la violencia contenida que aparece a lo largo de
todo el cuento.
De pronto sucede algo inesperado, escucha murmullos y risas en la sala. Lo que le hace
sentirse tan humillado que se siente un gusano, animal que nos hace pensar en alguien despreciable, indigno; es alguien que está ocupando un lugar que no merece.
El narrador construye una atmósfera fantástica y de suspenso cuando habla de la presencia
de una sombra, de esa forma anticipa la aparición del gato negro, signo de la desgracia y la mala
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suerte, gato que desparece misteriosamente de la misma forma que apareció, y cuya única función fue acrecentar los temores y las dudas del pianista.
Al terminar el concierto es felicitado por sus amigos, quienes comentan los elogios que han
escuchado de la familia que anteriormente había criticado con dureza a otros artistas. Se podría
decir, que finalmente logra triunfar, un triunfo mediocre e insignificante como corresponde a lo
que ha sucedido en el resto de la historia.
Al final una muchacha pronuncia una frase por demás enigmática: “Cajita de música, es él.
En un principio, pensé que se podría tratar de un elogio, como si estuvieran diciendo que era tan
buen ejecutante que todo él, era un instrumento musical. Pero luego de escuchar lo que dijeron
mis compañeros del taller, coincido en que también puede ser una crítica, alguien acertadamente
dijo que le hacía pensar en un títere, lo que estaría relacionado con ese mago que el narrador había comentado que lo manipulaba. Puede, así mismo pensarse, en que esta expresión se relaciona
con la sensación de encierro, de ahogo que ha debido soportar todo el tiempo. Por otro lado, estaría negando lo que él tanto ansiaba que era innovar o inventar, porque una cajita música repetirá
hasta el cansancio siempre la misma melodía, sin ninguna posibilidad de cambio. En ese caso, su
concierto habría sido monótono y redundante, y el éxito no habría sido tal porque lo que él anhelaba era mostrar algo extraño, diferente, inexplorado:
“…debía dar la impresión de llevar con descuido, algo propio, misterioso, elaborado en una vida desconvidad.
Es posible que esta frase encierre todo lo que él, como autor, y ya no como narrador haya
deseado para su literatura.
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