Subido por Christian Alejandro Valdiviezo Mechato

Cap. 1 Jean Grondin - La filosofia de la religion

Anuncio
alguna vez se niegue, de que la filosofía nació en
el mundo griego. Ahora bien, esta filosofía estuvo
precedida y fue hecha posible por una «mitología»
que planteaba que el orden del mundo se debía a los
dioses, sabios y benevolentes. La idea de un orden
del mundo, de un cosmos al que el hombre debe
conformarse, ha sido prefigurada por la religión.
De esta idea de un orden del mundo, justamente,
intentará la filosofía dar razón.
La reflexión filosófica sobre la religión es así el
reconocimiento de una deuda y una procedencia.
La religión ha precedido a la aparición de la filosofía y ha hecho posible su búsqueda de sabiduría,
de racionalidad y de felicidad. Pero antes de tratar
sobre los griegos, importa calibrar la esencia de la
religión y de su universalidad. Porque la cuestión
filosófica fundamental de una filosofía de la religión es intentar comprender su esencia.
38
III
La esencia de la religión:
un culto creyente
Se podría decir de la religión lo que Plotino y Agustín dijeron del tiempo: mientras nadie nos pregunta
en qué consiste sabemos más o menos de qué se
trata. Pero cuando alguien nos plantea directamente
la pregunta, dejamos de saberlo. Y es que la religión
puede ser todo y su contrario. Se dice a menudo que
se trata de un «sistema de creencias en algún tipo de
trascendencia». Pero no es difícil hallar religiones
que no suponen ni sistema ni trascendencia y que
no se reconocen tampoco como una creencia.
El fenómeno religioso adopta formas tan variadas que los investigadores en ciencias sociales de las
religiones renuncian a menudo a definirlo. Verdad
es que el ambiente actual, nominalista, rechaza cualquier discurso que se refiera a la esencia de las cosas,
como si se tratara de una mala palabra. Se asocia
entonces, de manera caricaturesca, la esencia a una
idea algo platónica, intemporal y de una constancia
absoluta. Si algo nos enseña el estudio de las religiones es que la religión difícilmente corresponde
39
a algo idéntico en todas las culturas. Cierto, pero si
se habla de formas plurales de lo religioso, en singular, lo religioso debe corresponder a alguna cosa.
Por eso, la cuestión de la esencia de la religión, lejos
de buscar una idea a priori, quiere responder a una
pregunta más elemental: ¿de qué se habla cuando
hablamos de religión? ¿ Q u é es lo que se mantiene en el fenómeno religioso a través de todas sus
metamorfosis? Si no hubiera en ellas algo común,
el término «religión» no tendría ningún sentido.
Y si ese algo no continuara siendo enigmático, la
filosofía no se interesaría en ello.
La filosofía de la religión puede reconocer ahí
su cuestión principal: trata ante todo de la esencia
de la religión a fin de comprender lo que es, cuáles
son sus elementos y razones. N o se interesa directamente por los índices de práctica en una sociedad
determinada (como puede hacerlo la sociología de
la religión), ni p o r una forma concreta, positiva
y confesional de creencia (como lo hace la teología), ni p o r las formas inmensamente diversas de
lo religioso (que competen a la antropología y a
la ciencia comparada de las religiones), ni p o r la
importancia cultural, o hasta política, de la religión
en nuestra cultura (que interesa a una filosofía de
la cultura), sino por lo que es fundamentalmente la
religión, p o r su esencia.
40
1. Enfoques esencialistas y
funcionalistas
Se diferencian por lo general dos grandes enfoques
de la religión, el funcionalista y el esencialista, aunque en absoluto se excluyen mutuamente.
El enfoque funcionalista plantea que la religión existe porque llena una función más o menos
evidente para quien la practica, pero transparente
para quien la estudia desde el exterior. Su enfoque,
fecundo en sí, es por lo general genealogista y causal: la religión se explica a partir de algo o, según la
fórmula consagrada, y más crítica, «no es otra cosa
que...». Aquí, la religión no se considera un fenómeno a u t ó n o m o u originario; se la reduce a algo
que la razón puede explicar mejor y que sólo ella
puede descubrir.
La respuesta a la pregunta por la función o el
p o r q u é de la religión es también plural. H e aquí
un resumen, no exhaustivo, de esas explicaciones
funcionalistas, todas las cuales conllevan un núcleo
de verdad:
1) La religión habría servido para explicar los
fenómenos naturales en una época en la que no existía ciencia; de ahí proviene su recurso a los poderes
mágicos y demoníacos. La religión es vista, en este
planteamiento, como una pseudociencia, o una forma de animismo, caduca tras la llegada de la ciencia.
Esta interpretación funcionalista de la religión se
encuentra, en la Antigüedad, en Epicuro y en Lucrecio, pero es también una lectura que Auguste Comte
41
(1798-1857) popularizó cuando distinguió el estadio
religioso (primitivo) del estadio positivo (científico) de la humanidad. Esta concepción se mantiene
fuertemente arraigada en el imaginario popular, que
ordinariamente piensa que la religión ha quedado
suplantada por la ciencia (pero ya hemos visto que
la opinión de los científicos sobre esta cuestión es
bastante más matizada).
2) O t r a explicación percibe en la religión u n
intento de explicar la obligación moral: hay que
obrar moralmente porque se trata de u n mandamiento divino. La religión propone en este caso una
justificación vertical de la moral que permite asociarla con recompensas y castigos: se obra moralmente, por ejemplo, porque se espera una felicidad
futura. El fenómeno religioso se explica aquí a partir
del sentimiento moral, al que se lo considera más
originario y auténtico que aquél. N o se dice esto
siempre para desacreditar la religión: pensadores
como Rousseau y Kant dirán que los mandamientos morales puede ser vistos como mandamientos
divinos, pero que su origen es puramente moral. El
sello divino les confiere una dimensión de esperanza, que sería algo así como una plusvalía, sobreañadida a la moral.
3) Argumentando casi en la misma línea, se percibe a menudo en la religión un intento de justificar
o explicar un orden social y político o la función que
en él tienen los gobernantes (faraones, reyes), los
sacerdotes o una casta particular. Se trata de una
filosofía de la religión que encontramos tanto en
los manuscritos del joven Marx como en La genealogía de la moral (1887) de Nietzsche o el Tratado
teológico-político de Spinoza. La religión, ordinariamente considerada opio del pueblo, se reduce en
estos casos a u n fenómeno sociológico, político o
ideológico que se considera más originario.
4) En la misma línea de esta idea de proyección
y de ilusión, las lecturas más psicoanalíticas ven
normalmente en la religión u n fenómeno de transferencia (Dios es el padre que debe proteger de la
incertidumbre de la existencia al niño que siempre
somos), que vendría a ser, según Freud (1927), un
fenómeno de neurosis colectiva con un punto narcisista. La religión, creada por nuestros antepasados,
que eran más ignorantes y míseros que nosotros,
para hacer frente a la abrumadora potencia de la
naturaleza y paliar la impotencia humana ante ella,
se convierte aquí en un fenómeno de sublimación,
de represión, en una palabra, en una ilusión que
la ciencia puede hoy día esclarecer, curando así a la
humanidad de su propia neurosis.
5) H a y una última forma de explicación funcionalista corrientemente admitida y que Freud
p r e s u p o n e : de acuerdo con ella, la religión nace
ante todo de la angustia ante la muerte, que la conciencia humana no podría soportar. La religión sería
entonces una ceguera voluntaria frente a la finitud
humana y la nada que supone la muerte. Para poder
extenderse, esta forma de explicación presupone el
42
43
horizonte del individualismo moderno y la importancia que concede a la vida, y a la supervivencia,
de la persona humana. N o es seguro, sin embargo,
que se aplique a todas las formas de religión: ciertas formas de budismo exaltan preferentemente la
desaparición de la individualidad en la serenidad
del nirvana, y las formas más antiguas de judaismo,
así como de otras religiones, no parecen conocer la
idea de otra vida después de la muerte.
2. El carácter inmemorial
de lo religioso
Las explicaciones funcionalistas dicen todas algo
que resulta valioso para una filosofía de la religión:
¿quién negará que hay en la religión una parte de
consuelo y de proyección, que ella ofrece «explicaciones» de las cosas que ya no se sostienen, o que
a m e n u d o es el reflejo de una constelación social
o ideológica? Encontramos aquí elementos de una
crítica a la religión (incluso si n o todas las perspectivas funcionalistas son necesariamente críticas),
por lo que cabe pensar que la religión puede apropiárselos, y a fortiori una filosofía de la religión si
quiere llegar a un mejor conocimiento de su propio
objeto.
Pero no convendría olvidar que la crítica de
la religión ha formado siempre parte de la experiencia religiosa misma. Esto es particularmente evidente
en la tradición de las religiones del Libro, en las que
44
cada una se funda en una crítica de la que la precede.
La religión judía estigmatiza el culto de los ídolos de
los egipcios y de ciertos cultos judíos infieles a las
prescripciones de Moisés (el becerro de oro y todas
las imágenes están proscritas en nombre de la trascendencia absoluta de Yahveh). El Nuevo Testamento denuncia, por su parte, la práctica excesivamente
legalista de los judíos. El islam critica a su vez las
aberraciones de la religión cristiana, su noción de la
Trinidad y la idea de que Dios pueda tener un hijo.
En cuanto al protestantismo, nace de una crítica a
una versión esclerotizada del catolicismo y padecerá
él mismo diversas reformas. Nada es más religioso
que la crítica de la religión. Y eso es también verdad
de las críticas radicales de la religión: se condena a la
religión porque se tiene una idea de salvación más
rigurosa que al hombre le está permitido esperar. Se
puede sacar de ahí una lección importante para una
filosofía de la religión: sólo se puede criticar la religión cuando se tiene una cosa mejor que proponer,
una religión mejor de alguna manera.
También es lícito preguntarse si la religión sólo
sirve para explicar las cosas y para llenar una función. Podría ser que hubiera en esto todavía una
visión algo científica de las cosas. Las interpretaciones funcionalistas presuponen, en efecto, que
toda creación cultural debe c o r r e s p o n d e r a u n a
función precisa. Y si esto no es así, es porque hay
una dimensión de la religión que remite a algo que
«está desde siempre ahí». Hay, efectivamente, más
45
o menos en todas las religiones una tradición que
se perpetúa, las más de las veces de manera irreflexiva: la religión se expresa a través de costumbres ancestrales, ritos, relatos que se repiten de un
modo natural. No es, pues, necesario que la religión
hay sido inventada una buena mañana por espíritus
malignos que querían justificar su poder o abusar
de la credulidad de sus fieles. Esto se ha producido
sin duda en algunos casos: ha habido charlatanes y
gurús que han sido simples estafadores (fenómeno
que tampoco se limita al mundo religioso). Pero,
en general, la parte de la tradición, de la memoria
y de las costumbres que «está desde siempre ahí»,
demuestra su potencia en la historia de las religiones. Aquí, el individuo no se halla en la posición de
aquel que escoge a la carta lo que le conviene o lo
que responde a sus necesidades; se integra más bien
en un culto transmitido. Es lo que podemos llamar
el «pasado anterior» de toda religión, su anterioridad respecto de la conciencia.
¿Surgen todas las religiones de la sola necesidad de creer? Si podemos dudar de ello es porque las religiones han existido mucho antes de que
surgiera la cuestión del porqué y de su porqué, y
mucho antes, sin duda, de que la creencia hubiera
sido expresamente reconocida como tal. El sentimiento de la anterioridad inmemorial de lo religioso
forma parte de una realidad transmitida y que se
integra en una tradición de la memoria. Sin duda
los hombres han sido en todos los tiempos «cré-
dulos», y lo son todavía, pero ¿depende la religión
únicamente de esta credulidad? El judaismo, como
se sabe, remite más a la pertenencia a un linaje y a
una tradición que a la fe (lo cual, por otra parte, es
más la norma que la excepción en la historia de las
religiones). En el judaismo, el papel de la tradición
es más importante que el de la fe, y la idea de credulidad no tiene ningún sentido.
Nos damos cuenta especialmente de que las
interpretaciones funcionalistas se reducen a interpretaciones esencialistas: decir que la religión no es
más que esto o aquello es hablar de su esencia, de
lo que es en el fondo, que es lo que en definitiva se
pretende descifrar. No podemos, por tanto, eludir
el enfoque esencialista, una reflexión sobre lo que
constituye lo propio de la religión, por inconmensurable que sea su diversidad.
3. Los dos polos de la religión
Son dos las dimensiones que parecen fundamentales
y específicas de la religión: el culto y la creencia.
N o es esto algo evidente de por sí, pues son dos
aspectos cuyo peso relativo rechazan a veces los
especialistas. Ni que decir tiene que, para los modernos, la dimensión del culto parece a menudo secundaria (el único culto verdadero, dirán Rousseau y
Kant, es el del corazón). La modernidad asocia fácilmente el culto y el rito a prácticas hasta cierto punto
46
47
mágicas, de las que la verdadera religión debería
prescindir. Prefiere vincular la religión a la noción
de creencia, siendo ambos términos casi intercambiables: habrá tantas religiones c o m o creencias.
Para la modernidad, la religión remite más a una
creencia que a un culto, y a éste lo ve como la consecuencia de aquélla (los que creen en Moisés, Jesús
o M a h o m a guardarán los cultos instituidos p o r
ellos o por quienes los siguieron).
Simplemente, esta insistencia en la creencia apareció muy tardíamente en la historia de las religiones. Los especialistas recuerdan con frecuencia que
las religiones más antiguas no habrían conocido esa
dimensión de la creencia. Este sería el caso de las
religiones griega y romana, como insiste en decir
Pierre Gisel (2007: 54s):
En la Antigüedad grecorromana, la cuestión de la
creencia no es pertinente. Lo religioso se refiere a
una relación con el cosmos, hecha de sabiduría y de
mesura, ligada a la condición de lo humano. Diversas narraciones y mitos, transmitidos por los poetas, relatan esta relación o la escenifican; cuentan el
mundo de diversas maneras, y en ninguna de ellas
hay nada que creer. [...] En relación con el cosmos,
la religión antigua es por naturaleza ritual. Hay ritos
que se han de poner en práctica, acompañados por
mitos. Los ritos han de realizarse en un lugar determinado, deben ser practicados por todos, sea uno
extranjero o esté de paso, de no ser así puede sobre48
venir la peste o cualquier otra catástrofe cósmica.
Hay un rito que se debe realizar, sin compromiso
creyente ni conversión.
Gisel tiene razón al recordar que la religión antigua
era más ritual y cívica. En casi todas las religiones
antiguas se enumeran prácticas y formas de culto
que jalonan los grandes ritos de paso, el nacimiento,
el ingreso en la comunidad, el matrimonio, los ritos
funerarios, pero también los ciclos de la naturaleza
(solsticio, luna llena, etcétera). Estos cultos llevan
a cabo múltiples tareas, infinitamente variadas, de
conmemoración, pacificación y comunión que se
expresan frecuentemente mediante sacrificios de
animales y, a veces, de humanos. Esos ritos, colectivos y participativos, administrados por las autoridades religiosas, adivinos, druidas, arúspices, los
cuales ocupan con frecuencia posiciones políticas,
ejercen una función que puede a menudo llamarse
propiciatoria: tienen como finalidad procurar que los
dioses, o las fuerzas de la naturaleza, sean propicios
y benevolentes. Los sacrificios más «expiatorios»,
por medio del chivo expiatorio (Lv 16,22), cumplen
una función análoga.
Las espiritualidades modernas, aunque no excluyen toda forma de culto, ven preferentemente en
la religión un asunto de convicción personal (en la
que podríamos advertir un efecto del cristianismo
y del acento que éste pone en la fe). Al remitir al
compromiso, la religión se convierte entonces en
49
un asunto cada vez más privado, incluso exclusivamente privado. En su Carta sobre la tolerancia, de
1689, Locke dirá de toda religión que es un asunto interior: «La vida y la potencia de la verdadera
religión residen en la convicción plena e interior del
espíritu: y la fe no es fe sin creencia». Es ésta una
idea, para nosotros, bastante trivial, pero no habría
entendido nada acerca de ella un pensador griego o
un sacerdote quechua.
Si podemos decir que las religiones más antigua
se centraban sobre todo en el rito, las formas más
recientes de religión insisten sobre todo en la creencia, siguiendo los derroteros del cristianismo. Pero
podemos partir de la idea de culto — p o r ser más
antigua— y reconocerle una dimensión fundamental. Sin duda, se nos ha hecho un poco extraña, pero
sobrevive de manera importante en la idea de un
culto del alma, que las religiones de la creencia han
mantenido y hasta ahondado. La noción de culto
viene del verbo colere, que quiere decir «cultivar».
En su sentido más agrícola, se cultiva un terreno
para hacerlo más fértil y, en el caso del culto religioso, para hacerlo fecundo para la divinidad. Todo culto implica, pues, incluso inconscientemente, un culto
de sí mismo, en la medida en que el homo sapiens que
toma parte en un rito lo hace con un determinado
espíritu, sabiendo o notando (¡sapiens!) que se trata
de u n culto que tiene sentido. En este aspecto, la
religión puede ser considerada un culto creyente, en
el que normalmente participa una comunidad.
50
Se puede hablar aquí de los dos polos del culto y
de la creencia para subrayar que lo religioso puede
tender tanto hacia uno de ellos como hacia el otro:
la religión más arcaica es con toda evidencia más
ritual, mientras que las religiones modernas y conscientes de sí mismas como religiones se considerarán sobre todo creencias. Pero un polo no orienta
sin tener en cuenta al otro: una creencia implica un
compromiso, u n cierto trabajo sobre u n o mismo,
por tanto, una forma de culto o de práctica, que puede limitarse a una plegaria silenciosa, una lectura o
una mirada sobre la vida; asimismo el culto, que no
necesariamente tendrá que reflejarse como creencia,
implica una cierta orientación de la existencia en
un sentido determinado: un rito no se cumple sino
sintiéndolo —y, por tanto, creyéndolo— como algo
que significa.
4. Un sentido de la vida traducido en símbolos
El culto creyente, que es lo que constituye a toda
religión, supone una dimensión simbólica. Realiza
acciones y ritos cuyo alcance va más allá de los gestos mismos: se sacrifica una oveja para conseguir que
los dioses sean favorables igual que se bautiza a una
persona con el agua para lavarla de sus pecados.
La palabra «símbolo» viene del verbo griego symbállein, que quiere decir «concurrir, fusionar»: expresa
una fusión entre lo dado y lo que significa (el agua
51
y la purificación). El mundo de la religión es de
entrada un mundo simbólico que quiere decir algo
y que por consiguiente tiene sentido. Esta dimensión simbólica, o más simplemente, significante,
está presente de un manera u otra en el espíritu de
quien toma parte en el rito. Si se participa en una
ceremonia o en una procesión es porque se siente
(sapiens) que estas cosas tienen sentido. Aquí interviene la dimensión de la creencia, aun cuando se la
reconozca poco o esté incluso ausente, tal como
se pretende a menudo, en los ritos de las culturas
más arcaicas. Y es que no se puede realizar un rito
si no se cree en él, si no se cree en su sentido, que
confiere sentido a nuestro mundo. En su esencia,
la religión es, pues, un culto creyente, en el que la
dimensión de culto o la de creencia será más o
menos visible, un culto simbólico que reconoce
un sentido a nuestro cosmos y, por consiguiente, a
nuestra existencia.
El nominalismo ve normalmente en la función
simbólica una actividad constructiva de nuestro
espíritu, una simple proyección de nuestra inteligencia, sobreañadida a la experiencia de un mundo
en principio físico. La religión nos recuerda que esto
no es en absoluto cierto en el sentido en que el mundo rebosa ya de signos que apuntan más allá de lo
inmediatamente dado: la negra nube anuncia la tempestad (o la cólera de los dioses...), la cara macilenta
es síntoma de enfermedad, el buen olor nos permite
reconocer algo comestible o una pareja interesante.
52
Lo real es de entrada significante. El sentido no es
una mera creación de nuestro cerebro.
Como dice Ricceur, el hombre tiene experiencia
del sentido en el mundo mismo y, a través de ella, de
lo sagrado: «El hombre empieza viendo lo sagrado
en primer lugar en el mundo, en elementos o aspectos del mundo, en el cielo, en el sol, en la luna, en las
aguas y en la vegetación. [...] En consecuencia, los
primeros símbolos que aparecen son el sol, la luna,
las aguas, es decir, todas ellas realidades cósmicas».1
Sin que siempre la refleje como tal, la religión es
la expresión de esta dimensión simbólica de lo real
y de la vida: lo real es algo más que lo que da a entender a primera vista, tiene un sentido. La articulación
de este sentido, en los cultos y en las creencias, es
la religión. Esta articulación tiene algo de universal.
5. La universalidad de la religión
1) Universalidad de la religión quiere decir primeramente que ha habido religiones en todas partes, en
casi todas las culturas y en todos los tiempos. Hegel
dice incluso que la religión es lo más propio y más
valioso que tienen el hombre y las culturas, ya que
es, como atestiguan a menudo sus obras de arte, o
lo que nosotros consideramos hoy sus obras de arte,
1. P. Ricoeur, Finitud y culpabilidad, Madrid, Taurus,
1969, págs. 245s.
53
su realización más elevada y la mayor fuente de felicidad. Por esto dice que la religión es algo así como
el «domingo de la vida» (1984 [1821-1831]: i, 58),
la quintaesencia de una vida que reflexiona sobre
sí misma. De hecho, es lo que más consideramos y
admiramos en las culturas antiguas o foráneas.
2) La universalidad de la religión nos hace pensar
en la variedad infinita de cultos y religiones. Tiene la característica de prevenirnos contra las ideas
preconcebidas a propósito de la religión, que la
asocian con excesiva facilidad o demasiado cómodamente a una forma particular de religión, como
ocurre a menudo, tanto si se trata del integrismo musulmán como del jansenismo católico. ¿Es
correcto decir que todas las religiones son hostiles a
la sensibilidad y a la mujer o que están consagradas
a una alienante trascendencia metafísica? La universalidad de la religión nos recuerda que esto dista
mucho de ser evidente. Hay religiones que veneran
realidades naturales, como el sol y los animales, que
nada tienen de metafísico. Algunas apenas hablan
de Dios o de un Dios trascendente, otras más bien
están asociadas a etnias. Pero en todas el filósofo
puede presentir un culto creyente que se traduce
a través de símbolos que reconocen un sentido a
nuestro universo.
su existencia y que algunos preferirán llamar espiritualidad, visión del mundo o filosofía de la vida.
Podemos recordar aquí la frase de Agustín según la
cual cada uno es una cuestión para sí mismo, o la de
Heidegger, para quien el hombre es el ser al que en
su ser le va este mismo ser. Esta preocupación traduce una inquietud sobre el sentido de la existencia,
el mismo que la religiones pretenden articular. Una
visión no religiosa del mundo buscará a su manera
el equivalente de este sentido.
4) La universalidad de la religión subraya, por
último, la idea de que la religión propone una salvación que en principio quiere ser universal. La
religión y la utopía que la anima son el origen de
nuestra concepción misma de la universalidad. Es
innegable que el universalismo de los derechos del
hombre tiene mucho que ver con la universalidad
de la salvación que proclama san Pablo en la Carta
a los gálatas (3,28).
Por esto no puede proclamarse el fin de la religión a no ser que se crea en otra cosa. Pero ¿en qué
otra cosa? Corresponde decirlo a quienes quieren
superar el estadio religioso de la humanidad. En cualquier caso, podría ser que les resultara difícil hacerlo
sin recurrir masivamente al discurso religioso.
3) La universalidad de la religión subraya así que
ningún hombre existe realmente sin alguna forma
de religión, esto es, sin alguna orientación fundamental, por embrionaria que sea, a propósito de
54
55
Descargar