Subido por viernes

Bachrach, Estanislao - En-Cambio

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Estanislao Bachrach
En cambio
a modificar tu cerebro para cambiar tu vida y sentirte mejor
Ilustraciones de Max Aguirre
Sudamericana
Dedicado a Vicky, Uma y Valentín,
mis verdaderos impulsores del cambio.
A Joaco, Ale y mis padres, Silvia y Goyo.
A mis amigos Fer, Lucas, Dani y Gastón.
A Jorge Bracco.
Agradecimiento:
A Flor Cambariere, Juan Pablo Cambariere y Max Aguirre.
A Nano, Guso, Vale, Viki y Ailín:
Creative Brains at Work (www.cbatwork.com).
Voy a empezar por contarte una historia personal. Durante mis años de estudiante
de biología molecular en la Universidad de Buenos Aires, tenía una sola meta, llegar al
lugar más alto al que un científico podía aspirar: Harvard. Cada año, desde el inicio hasta
los últimos finales, fui alimentando ese objetivo con inquebrantable afán.
Luego de quince años de estudios ininterrumpidos, estaba en ese preciso lugar al
que había aspirado. En 2005, ya llevaba cuatro años totalmente asentado en Boston.
Alquilaba un pequeñísimo departamento victoriano cerca de Harvard Square, circulaba con
mi bici por toda la ciudad, tanto en los veranos húmedos de más de treinta grados como en
los tremendos inviernos de veinte bajo cero. Viajaba seguido a congresos por todo el
mundo, tenía más de cien bibliotecas a mi disposición —el sueño de un verdadero nerd— y
alrededor de quince seminarios distintos por día para elegir. Bono, Michael Crichton, Pedro
Almodóvar o el Dalai Lama, entre otros, estaban, de algún modo, a nuestra disposición. Yo
daba clases por la noche en el Science Center de Harvard y mis estudiantes de diferentes
nacionalidades, culturas y religiones me elegían cada semestre como mejor profesor. Por el
lado de mi trabajo de investigación, poseía una beca posdoctoral del Howard Hughes
Medical Institute para colaborar con la difícil tarea de encontrar alguna cura, o al menos un
mejora, en la calidad de vida de pacientes con distrofia muscular de Duchenne. A pesar de
lo increíble de ese momento, tenía un mal sueldo y una débil seguridad laboral, pero con el
sabor del sueño cumplido por estar en la meca de la ciencia y la academia.
Sin embargo, cada vez me costaba más ir a trabajar, dialogar con mis colegas,
pensar los experimentos y pasar horas bajo el microscopio buscando fibras musculares
fluorescentes. No podía quejarme, estaba en Harvard. No obstante, algo sucedía que me
hacía dudar de si estaba donde quería estar o donde debía estar. Un día que no olvidaré
jamás, se acercó mi jefe y me ofreció una de las mejores ofertas a las que un científico de
carrera puede aspirar. Quería ascenderme a un cargo oficial y de por vida en la universidad
y en el hospital donde trabajaba, el Children’s Hospital. Es decir, se terminaba mi
inseguridad laboral y mi sueldo se cuadriplicaba. Era la oportunidad de mi vida, el gran
cambio que necesitaba, a un paso de hacerse realidad. La lista de pros y contras era
absolutamente despareja. Al menos, la lista racional. Casi no había contras. Pero algo muy
dentro de mí me despistaba, me hacía sentir inseguro, simplemente me decía: “No siento
que sea lo que quiero” (atención al verbo “sentir”). A pesar de ello, evité escuchar(me),
hasta que mi cuerpo empezó a enfermar.
Todo comenzó con unas espantosas migrañas que me nublaban la vida, ataques de
ansiedad y unos dolores abdominales tremendos. Pero en realidad no estaba enfermo. Era
simplemente la forma que había encontrado mi cabeza para obligarme a recalcular. Y luego
de diez meses de soportar con el cuerpo lo que mi mente no aceptaba, exclamé con una
seguridad que nunca antes había experimentado: “No quiero vivir en Estados Unidos, no
quiero ser un biólogo haciendo experimentos en un laboratorio. Me vuelvo a mi país.
¡Chau, Harvard!”. Inmediatamente después de esa decisión, mis dolores se fueron
calmando como si me hubiesen dado la medicina esperada, hasta que se fueron por
completo tres años más tarde, cuando ya estaba de vuelta en Buenos Aires.
Después de esa experiencia, me volví un experto en el arte de cambiar. Como me
gusta decir, pasé a ser mi primer conejillo de Indias en todo lo que enseño, tanto en la
universidad como en las organizaciones donde trabajo hace cinco años. Experto en
abandonar lugares en los que ya no quiero estar, pero, sobre todo, en advertir cuáles son.
Un gran trabajo de autoconocimiento gracias a terapia, meditación, correr y saber parar la
pelota de vez en cuando. En esto último tengo mucho por mejorar.
Vivimos queriendo cambiar aspectos de nosotros mismos que no nos hacen felices.
“Empiezo la dieta el lunes”; “Sé que no es la persona para mí”; “Quiero aprender a nadar”;
“Me gustaría ser distinto en el trabajo”; “Si me animara a tomar ese avión…” A veces lo
intentamos, otras nos da tanto miedo el fracaso que nos quedamos a mitad de camino o ni
siquiera empezamos, y luego nos culpamos y castigamos por no generar el cambio tan
deseado.
¿Por qué los cambios nos cuestan tanto? En los últimos años, investigadores de las
más variadas disciplinas, desde la neurociencia, sociología y psicología hasta el
management, nos han confirmado lo que todos nosotros sabemos muy bien: el cambio es
difícil. Y esto es una verdad. El cambio es, al mismo tiempo, delicado, frágil, caótico y
complejo. Una de las razones principales de esta dificultad es que los sistemas complejos,
como la mente humana, tienden a la homeostasis, es decir, a equilibrar el movimiento en
una sola dirección, con mínimos movimientos compensatorios en la dirección opuesta. En
otras palabras, si te sentís confortable con tus pensamientos, emociones y comportamientos,
entonces sos consistente como persona. Pero si no, entrás en conflicto. Cambiar muchas
veces implica entrar en conflicto. Esto significa admitir que comportamientos de tu
pasado estaban mal o simplemente no te hacían feliz, y esta ruptura con el pasado es un
gran disparador de ansiedad. Ansiedad que se establece por la inconsistencia entre lo que
hiciste —o cómo lo hiciste— en el pasado y tus nuevas creencias del presente. Si sos de los
que creen que siempre todo tiene que “estar bien”, o que siempre tenés que “tener razón”,
entonces lo más importante para vos es que estés simplemente “bien”. Pero muchas veces
eso va en detrimento de tu felicidad, como me sucedió durante mis últimos años en Boston.
Cambiar es aceptar que no siempre vas a estar bien, ni siempre vas a tener razón, ni siempre
vas a querer lo mismo para tu vida porque, por suerte, vamos evolucionando.
EnCambio te va a explicar cómo funcionan tu mente, tus pensamientos y tus
emociones, con la intención de que te conozcas más a vos mismo. Porque ese conocimiento
te va a permitir producir cambios en el nivel cerebral, y eso implica cambiar. Creo
firmemente que es a través del conocimiento profundo de tu cerebro que vas a poder
modificar conductas y ciertos hábitos que no te dejan ser feliz. Así como te enseñé en
ÁgilMente, las neurociencias están pasando por un gran momento, y de los hallazgos
científicos podemos extraer excelentes herramientas para vivir mejor y para construir una
especie de manual de instrucciones de nuestro cerebro.
Nuestra subjetividad, tan propia del ser humano, nos hace únicos. Y el mundo
interno que todos tenemos en nuestra cabeza es un lugar exquisito, muy fértil, lleno de
pensamientos, emociones, recuerdos, sueños, esperanzas y deseos. Pero también puede ser
un lugar tumultuoso, agitado, con miedos, arrepentimientos, pesadillas, penas y terrores.
Todos nos hemos sentido sobrepasados alguna vez y dominados por estas últimas
sensaciones. Algunas de ellas son pasajeras: una pelea con alguien que querés, un mal día
en el trabajo, ansiedad ante un examen, incluso a veces no podés explicar por qué ese día, o
esa noche, te sentías así. Y otras sensaciones parecen destinadas a convertirse en parte de tu
esencia, de tu carácter, incluso de tu personalidad, y todo esto, sin que te des cuenta. Te
decís que no podés cambiar, que sos así. Es como si estuvieras en piloto automático,
comportándote y reaccionando ante las diversas situaciones de tu vida siempre igual, o de
manera muy parecida, casi sin pensar. Esto no es casual. Estas reacciones automáticas son
determinadas por patrones cerebrales que vas construyendo a lo largo de tu vida. Como las
piezas de un dominó, arman una especie de reacción emocional en cadena. Ante
disparadores y eventos similares, tendés a reaccionar igual. Y cuando tenés el tiempo de
mirar hacia atrás, te das cuenta de que esas reacciones ya no te hacen bien. No te sirven, no
te hacen mejor persona. No ayudan a que te conozcas mejor, ni a alcanzar eso que anhelás.
Parecés estar atrapado en tu cerebro y los patrones que construiste.
Quiero ayudarte a que examines de cerca y alumbres estos procesos por los cuales
pensás, sentís y te comportás de determinada manera. Para que puedas pensarlos y luego
re-esculpirlos. El objetivo es que adviertas el potencial que tiene tu cerebro para
cambiar y la capacidad que tenés vos para modificarlo. Voy a transmitirte el
conocimiento y las herramientas para que, por un lado, aprendas a conocerte más y mejor,
punto de partida fundamental para lograr un mayor bienestar en tu vida. Y por otro lado,
para que puedas, de manera eficiente, cambiar pensamientos, emociones, acciones e
inacciones que entorpecen la vida que querés para vos, con el fin de conseguir objetivos a
largo plazo, en tu vida personal o profesional.
Con ÁgilMente comencé la extraordinaria aventura de compartir mis años de
estudio y de experiencia con los demás. Quise decodificar esa fuente enorme de saber que
encontré en la ciencia y compartirla con otros. Cuando comencé a pensar cómo pasé del
laboratorio a las librerías, me di cuenta de que fue gracias a que había logrado cambiar.
Ahora es tiempo de que comparta esto con ustedes. Luego de leer EnCambio vas a tener
más libertad de elección en tus acciones diarias y, de esta forma, más poder para crear tu
presente y tu futuro. Ser el autor de tu propia historia. Te voy a dar conocimientos en
forma de herramientas para que puedas mejorar y hacerte cargo de tu cerebro. Pero, como
verás, todo esto no es sencillo, sino que vas a tener que trabajar duro. Vale la pena.
La cuestión: cambiar
Voy a hacer un cambio, por una vez
en mi vida. Me sentiré realmente bien,
lo voy a hacer distinto, lo voy a hacer bien.
MICHAEL JACKSON
El cerebro es diferente de todos los otros órganos del cuerpo. Mientras que el
hígado y los riñones se gastan luego de ciertos años de uso, el cerebro se afila cuanto más
se usa. En realidad, mejora con el uso.
RICHARD RESTAK
El tipo de vida que vivirás mañana
comienza con tu mente del hoy.
JOE BATTEN
Cambiar. Esa es la cuestión. Casi como en un debate interno permanente, vivimos
planteándonos si aquello que nos perturba seguirá siempre ahí, acechándonos desde el
backstage de nuestra mente, o si podremos dar un giro y despistarlo para siempre. A veces
nos gana el optimismo y creemos que sí. Otras veces los pensamientos negativos nos
arrastran a un callejón sin salida. Pero no es cuestión de levantarnos con el pie derecho o el
izquierdo. Es ciencia. Y la ciencia dice que sí. ¿Es posible? Sí. ¿Es sencillo? Sí. ¿Es fácil de
lograr? No. Tu mente tiene la capacidad de modificar la fisonomía de tu cerebro y lograr lo
que te propongas cambiar. Pero tenés que conocerlo mejor que nadie y saber cómo
funciona para destrabar los circuitos que están ahí aparentemente fijos.
Empecemos por el principio. Cerebro y mente. Mente y cerebro. Es bueno que
desde ahora tengas en claro que no son lo mismo. No son sinónimos. Tu cerebro es como
un hardware y tu mente como un software. El cerebro está constituido por tus neuronas y
sus conexiones —llamadas sinapsis—, que forman circuitos o “cables”. La mente o
actividad mental son tus pensamientos y emociones que corren por tu sistema operativo,
que es el cerebro. EnCambio te va a mostrar cómo usar tu mente para modificar tu cerebro,
es decir, para cambiarlo. Tu mente es una fuente de actividad tal que, mediante
entrenamiento y autoconocimiento, puede modificar la estructura de tu cerebro.
El potencial cerebral que tenés para crecer, aprender y desarrollarte es todavía
desconocido para vos. Pero la ciencia hoy nos muestra que ese potencial es enorme y no
declina tanto con la edad, como se pensaba. Tu cerebro posee esta increíble capacidad de
cambio. Puede crecer y cambiar en respuesta a tus experiencias de vida, y al igual que tu
cuerpo, tu cerebro mejora en lo que vos le pidas que haga.
Las creencias sobre la posibilidad que tenés para cambiar son fundamentales:
pueden levantar o cerrar la barrera hacia el cambio que pretendés. Es decir, que creas
o no que podés cambiar puede ser la llave de tu felicidad, pero también de tus miserias. Ahí
sí entran en juego tu actitud, tus pensamientos y tus emociones, o sea, la materia prima de
tu mente.
¿Y qué pasa con el contexto? ¿Creés que la actualidad nos exige una mayor
capacidad de adaptación y cambio? Si bien todo parece indicar que sí, existe un concepto
erróneo sobre la lenta y gradual aparición de cambios durante la prehistoria humana. El
hombre siempre ha tenido que enfrentar y adaptarse a cambios muchas veces drásticos, y el
cambio ha sido siempre parte de su experiencia. Y, por supuesto, no todos los cambios han
sido iniciados por el clima o eventos del ambiente. El cambio siempre ha sido difícil, pero
también inevitable.
Partimos de supuestos sobre nosotros mismos. “Yo soy bueno para las matemáticas
—o para las ciencias sociales— pero no soy inteligente”, etc. Suponemos que somos lo que
nos tocó: bueno para los deportes, malo para lo intelectual. Para cambiar tenés que elegir
quién querés ser más allá de lo que te haya “tocado” en la repartija genética y más allá de
las influencias culturales de tus progenitores. Para lograrlo, corremos con una ventaja: hoy
sabemos que primero tenés que saber quién sos y quién querés ser. Este libro te aportará el
conocimiento y las herramientas para mejorar en este aspecto.
Lo que sí o sí está claro como el agua es que sólo podés ser quien realmente querés
ser si tu cerebro funciona bien. Cómo funciona este complejo y fascinante órgano
determina cuán feliz y qué tan efectivo sos, y cómo interactuás con los demás. Los
patrones cerebrales que vas construyendo a lo largo de tus experiencias ayudan o lastiman
cada aspecto de tu vida, como también tus momentos de placer y dolor. En la actualidad,
muchos estudios reflejan que problemas como la ansiedad, el enojo, la distracción, la
depresión y algunas obsesiones compulsivas, no son puramente psicológicas sino que
además están relacionados con la fisiología del cerebro. Esto, sumado a que hay cada vez
más evidencia de que esta fisiología, en ciertas ocasiones, la podés modificar. Es decir, en
algunos casos, podés cambiar y arreglar eso que “anda mal” o que no te hace feliz o te
desvía de tus objetivos a largo plazo como persona o como profesional. Conocer cómo
funciona el cerebro es, entonces, beneficioso para cualquier persona. Situaciones que te
incomodan, como cambios de humor, ansiedad, irritabilidad, rigidez y angustia
—llamémoslos “problemitas”—, son cosas que tenemos muchos de nosotros. EnCambio
parte de la ambiciosa intención de ayudarte a conocer tu cerebro, optimizar su
funcionamiento eficaz, para luego promover el cambio.
¿Es un objetivo que te gustaría alcanzar? ¿O un hábito que quisieras empezar o
dejar atrás? ¿Estás en un momento bisagra de tu vida, atravesando alguna transición?
¿Querés empezar a disfrutar de tu trabajo, o volver a hacerlo? ¿Buscás la fuerza para
animarte a vivir en otro lugar? ¿Querés cambiar para sentirte más útil, creativo o autónomo
en lo que hacés? Cualquiera sea la razón para querer cambiar, ya sabés que es difícil
conseguirlo pero, a la vez, es posible.
Es obvio que algunos cambios requieren de más energía, paciencia, voluntad y
entereza, pero son posibles. Y todo aquello a lo que tratás de aferrarte sólo te creará más
sufrimiento, ya sea un trabajo, la apariencia de tu cuerpo, el lugar donde vivís, tu sentido de
quién sos. Es decir, el deseo de dejar todo como está o la creencia de que todo debe ser de
una forma, y no de otra, es una de las fuentes de mayor sufrimiento humano.
Es importante que sepas y entiendas profundamente que tus niveles de estrés, de
sufrimiento o los reveses que tengas en tu vida, no dicen nada sobre quién sos como
persona, sino que dicen que sos una persona. Es universal. Todos los humanos sabemos lo
que es estar triste, enojado, desilusionado, ansioso, solo, dubitativo. Por eso, cuando estés
dolido, es fundamental que recuerdes esta perspectiva amplia de cómo somos como
humanos. Si empezás a criticarte y hacerte la cabeza, te vas a convencer de que algo anda
mal y de que sos, junto con tu forma de ser, la causa principal de sentirte así. La autocrítica
no entiende que a veces el dolor es parte del proceso de cambio. Negarlo te hunde más en
ese dolor que se vuelve sufrimiento. Incluso se puede cambiar en situaciones que parecen
imposibles. Vos podés hacerlo activa, intencional y deliberadamente si entendés primero
quién sos y luego cómo hacer para que el cambio realmente ocurra. Para ambas
habilidades —conocerte y cambiar— deberás adquirir y utilizar disciplina y compromiso.
Tiempo de calidad dedicado a entenderte y entender, buscarte y buscar para llevar adelante
el proceso de cambiar.
Entonces, para nuestro propósito, cambiar es también sinónimo de aprender y
mejorar. Aprender quién sos y aprender cómo ir transformándote en eso que querés ser.
Hoy la ciencia es categórica en cuanto a que el aprendizaje puede —y debe— ser sostenido
a lo largo de toda tu vida, no sólo durante la niñez. Es decir, para poder tener oportunidades
de lograr cambios importantes y sostenidos, nada más eficiente que empezar conociéndote
mejor a vos mismo. Eso que sos, lo que sentís, lo que querés, cómo pensás y cuáles son tus
comportamientos y hábitos. En otras palabras, el conocimiento profundo sobre vos mismo
es la piedra angular que te permitirá cambiar con más eficacia y de forma sostenida.
El primer obstáculo natural del cambio es que si bien este es parte vital de nuestra
vida, las personas también ansiamos un sentido de consistencia y continuidad. Así es, todos
tenemos un sentido de quiénes somos como individuos. Nos gusta pensar que nuestras
identidades permanecen estables en el tiempo. Llamemos a esto nuestra concepción de
“este soy yo”.
El dilema es que “este soy yo” se ve amenazado por cualquier tipo de cambio en tus
patrones de pensamiento, emociones o tu forma de actuar, incluso si son cambios positivos.
El nuevo “este soy yo” tiene que acordar y llevarse bien con el viejo “este soy yo”. Una de
las razones inconscientes por las cuales resistimos el cambio es que el nuevo “este soy yo”
puede invalidar años de un comportamiento particular. Por ejemplo, si lográs cambiar tu
estilo de vida luego de un bypass coronario, tu nuevo “este soy yo” se puede preguntar:
“¿Por qué puse en riesgo mi salud fumando durante tantos años, cargado de estrés y
comiendo más de lo que debía?”. Si bien esto es una barrera inconsciente para el cambio,
no hay un “este soy yo” inmutable sino que constantemente lo estamos construyendo y
reconstruyendo. Esto último lo hacés a través de las historias que te contás sobre lo que te
pasa en tu vida. Estás permanentemente reescribiendo tu biografía en tu mente para
entender mejor tu pasado y presente y tus esperanzas y planes para el futuro. Cuando te
conviene, preferís olvidar ciertos hechos y detalles e interpretar otros de maneras
totalmente nuevas. La mayoría del tiempo no te das cuenta de que esto es lo que estás
haciendo.
Tenés que saber que pasar de un “este soy yo” a “este soy yo ahora” puede ser un
momento de mucha vulnerabilidad. Como un cangrejo que para crecer debe quitarse
primero su esqueleto arrastrándose afuera de su escudo, quedando indefenso frente a sus
depredadores. Cambiar funciona de manera similar. Sin embargo, elegir mantener tu cabeza
gacha y estar en “modo supervivencia” cada día, sin cambiar, no es una opción para una
vida plena de bienestar y alegría. Conocerte más a vos mismo, cambiar para crecer o
desarrollarte como persona y profesional, es, al menos al principio, como dejar tu escudo a
un lado, quedar un poco vulnerable. Es tomar riesgos. Siempre hay espacio para crecer,
pero para lograrlo vas a tener que salir de esa zona de confort y abrirte a nuevas
posibilidades. Cuanto más te conozcas y sepas quién sos, menos depredadores podrán
hacerte daño. Es decir, a pesar de los riesgos de quedar un poco vulnerable, vos podés
elegir darles la bienvenida a los nuevos desafíos y tomarlos por lo que son: oportunidades
para crecer, para aprender, para cambiar, para conocerte, y para estar mejor con vos y los
demás. El cambio puede ser entonces, al inicio, la antítesis de la alegría. Requiere de coraje,
resiliencia y al menos un poquitito de disconfort o malestar con tu estado actual. Pero esto
último puede encender tu chispa de la curiosidad sobre qué otra cosa podés ser, podés
sentir, podés hacer. Como muchas veces el cambio será lento y sutil, los progresos serán
difíciles de identificar, por eso te invito a celebrar los pequeños cambios recordándote
siempre que te recompenses cada vez que los logres.
En definitiva, a lo largo de EnCambio verás cómo usar tu mente, pensamientos y
emociones, para alinear objetivos y acciones, es decir, tus expectativas de cambio,
integrando la moral, la conciencia, los insights o revelaciones que vayan apareciendo y los
valores que provienen de tus experiencias y que van a guiar tus respuestas. Esto es lo que
te fortalece a la hora de tomar decisiones que estén alineadas con tus intereses de largo
plazo, con eso que querés cambiar. El cerebro, por el contrario, va a tratar de asegurarte tu
supervivencia del momento y sentido de seguridad actuando de manera automática. En
efecto, trabaja en modo “supervivencia del más apto” tratando de asegurar seguridad,
confort o alivio del momento sin importarle tu futuro. A pesar de estas diferencias, cerebro
y mente trabajan juntos como un equipo y ninguno es mejor que el otro. Necesitás del
cerebro para acciones rápidas de supervivencia cuando te confrontás con situaciones de
peligro. Situaciones reales de escapar o pelear que nos han permitido subsistir en el planeta.
Al final se trata de equilibrar estas acciones rápidas necesarias, originadas en el cerebro,
que aseguran la supervivencia del momento, con las decisiones de largo plazo que se
construyen en tu mente con tus pensamientos y emociones. Lo interesante es que todo eso
que ya construiste a lo largo de tu vida, en muchas más situaciones de las que comúnmente
creés, las podés reconstruir y, de esta forma, cambiar. En definitiva, podés seguir
conociéndote, aprendiendo, mejorando y cambiando hasta el último día de tu vida.
Una de las primeras cosas que aprendí como científico de formación es que, si bien
las teorías son interesantes, las prácticas son mucho mejores. EnCambio es como un
experimento. Vos podés —y deberías— ser el objeto de tu propio estudio en el mundo real
en el que vivís. Luego de que te muestre evidencias y estudios de otros, te recomiendo que
uses las herramientas e ideas aprendidas para tu propia vida. Juntá tus datos para averiguar
qué es verdad y qué funciona para vos. Hacé los ejercicios. A través de cada capítulo verás
diferentes estrategias prácticas para conocerte y para mejorar, alentar y hacer más eficientes
los cambios que suceden o aquellos que quieras hacer en tu vida. Vos podés aplicar estas
estrategias inmediatamente para desafíos reales de tu vida utilizando con cuidado tu sentido
común.
EnCambio es una valija armada de conocimiento científico con herramientas,
historias e investigaciones que te ayudarán no sólo a poder cambiar aquello que deseás y
adaptarte mejor a esos cambios que simplemente suceden, sino también a dar el primer gran
paso para el cambio: que aprendas más sobre vos. Para lograrlo, veremos que la clave
estará en vivir nuevas experiencias prestándoles lo que llamaremos atención positiva,
establecer expectativas coherentes y valiosas que orienten y motiven tu cambio, y aprender
a utilizar el poder de vetar pensamientos, emociones y acciones automatizadas de tu pasado
que ya no te son beneficiosas.
Tus mapas
¿Fracaso? Fracaso es una palabra rara.
No veo fracasos. Veo la evolución natural
hacia la solución de un problema.
ANÓNIMO
Tu cerebro crea patrones y luego
nunca para de buscarlos.
THOMAS CZERNER
Conocerte. Ese es tu principal desafío. El trabajo más importante para lograrlo es
decodificar la lección que te deja cada experiencia por la que atravesás, ya sea positiva o
negativa, para luego seguir camino hacia tu próximo desafío. A medida que avances, vas a
reescribir tu historia personal. En la medida en que puedas detectar qué querés que sea
diferente en tu vida y aceptes los desafíos que eso representa, tus experiencias comenzarán
a tomar otra dimensión de claridad. Cambiar te brinda el beneficio de poder redirigir tu
historia hacia donde vos quieras.
Pero ¿qué nos diferencia como sujetos? ¿Por qué frente a experiencias similares nos
comportamos de modos tan variados? Hay algo de genética y de educación en las
respuestas a estas preguntas. Los padres pasamos ciertas características a nuestros hijos de
dos maneras: la primera y obvia es a través de nuestros genes, en el espermatozoide y el
óvulo durante el desarrollo. La segunda es a través de nuestro comportamiento como
progenitores. Durante años y años los científicos estuvieron estudiando esta forma social de
trasmisión de caracteres. Asumían que los chicos se iban moldeando, de manera consciente
o inconsciente, como eran sus padres, adoptando o rechazando el amor del papá por el
fútbol, la religión de su mamá, las tradiciones de los domingos, su generosidad, sus valores,
su personalidad, etc. Hoy está claro que el modo en que nos comportamos como padres
altera la química de los genes de nuestros hijos —lo que llamamos epigenética—
provocando efectos a largo plazo en su comportamiento y temperamento. Las experiencias
a muy temprana edad pueden tener consecuencias para toda la vida. Mucho de lo que
querés cambiar se fue solidificando en épocas tempranas de tu vida sin que te dieras cuenta.
Como te dije, estoy convencido de que el entendimiento básico de cómo funciona tu
cerebro puede ayudarte a que te conozcas mejor y a que veas el tremendo potencial que
tenés para cambiar. Es decir, crear un mayor bienestar mental, en tus relaciones y con tu
cuerpo para tu vida, es algo que podés aprender y adquirir.
Como vimos en la introducción de la primera parte, el cerebro es como el hardware.
Las neuronas y sus conexiones —llamadas sinapsis— forman cables. Es bueno recordar
que la actividad que llamamos cerebral no ocurre sólo en la cabeza. El corazón, los
intestinos y todos los órganos y sistemas del cuerpo poseen redes nerviosas que procesan
información compleja y utilizan los datos enviados “desde arriba”. El cerebro es materia, la
podés tocar. La mente o actividad mental sería tu software. Pensamientos y emociones que
“corren” por tu hardware. No es materia, no la podés tocar. Algunos biólogos definen a la
mente simplemente como “la actividad que realiza el cerebro”. Un antropólogo diría “un
proceso social que se comparte y se pasa de generación en generación”. Para un psicólogo
la mente podría ser “nuestros pensamientos y emociones”. Para el doctor Daniel Siegel, “la
mente es un proceso relacional dentro del cuerpo que regula el fluir de la energía y de la
información”. Analicemos la definición de Siegel y sus componentes.
Energía: es la capacidad para llevar adelante una acción, que puede ser desde mover
la mano hasta desarrollar un pensamiento.
Información: es cualquier cosa que simboliza algo diferente de sí mismo. Por
ejemplo, una piedra en sí misma no es información, pero sí contiene datos. Podemos
pesarla, medirla, conocer su textura, su color, su composición química, podemos imaginar
las fuerzas naturales que le fueron dando forma, su edad geológica. Es decir, la palabra
“piedra” es un paquete posible de información, hasta el solo hecho de imaginarla tiene un
significado. Pero es tu mente la que crea ese significado, no la piedra en sí misma.
Dentro del cuerpo: porque ocurre en un lugar determinado, en los circuitos y las
sinapsis del cerebro, pero también en todos los nervios que circulan monitoreando e
influenciando la energía y la información que viaja por el resto de tus órganos y sistemas
del cuerpo.
Fluir: porque la energía y la información cambian en el tiempo, son dinámicas,
fluidas y en proceso de movimiento. Sin embargo, no podés observar estos movimientos.
Regular la mente es justamente cambiar el fluir creando nuevos patrones de energía e
información. De esto se trata la esencia de tu experiencia subjetiva de la vida.
Relacional: porque la energía y la información fluyen entre las personas y son
monitoreadas y modificadas durante este intercambio. Por ejemplo, esto está ocurriendo
ahora mismo entre mi escritura y tu lectura. Mis palabras y la información que ellas
producen, surgen de mi mente y entran en la tuya.
Ya hace muchísimos años que está claro para los científicos que las propiedades
fisicoquímicas —algo que se puede tocar y medir— de las conexiones neuronales y sus
sinapsis se correlacionan con la experiencia subjetiva de lo que describimos como actividad
mental. Es decir, lo que tenés o lo que le pasa a tu cerebro afecta de manera directa a tu
mente. Por ejemplo, si tenés un derrame cerebral (hardware afectado) en el área del cerebro
responsable del habla, seguramente no podrás hablar o tendrás dificultades para hacerlo
(software afectado). Sin embargo, nadie sabe con precisión cómo esto ocurre, cómo se
traduce de lo material a lo no-material.
Pero hoy existen pruebas de un nuevo paradigma, y es que también funciona a la
inversa. Es decir, tu actividad mental puede estimular la modificación de conexio-nes
neuronales existentes o la creación de nuevas conexiones neuronales. Utilizando tu
software podés alterar y cambiar tu hardware.
Principio fundamental de EnCambio: con tu mente, tus pensamientos y emociones,
y lo que hagas con ellos, podés cambiar mucho de lo que querés. Por ejemplo, y como
veremos en detalle, una de las lecciones aprendidas de la neurociencia moderna es el poder
que tiene el hecho de dirigir tu atención (actividad mental, software) a reconfigurar y
encender nuevos patrones neuronales, así como también afectar y modificar la arquitectura
del cerebro (hardware).
CEREBRO
MENTE
Cuando tenés una experiencia, tus neuronas se activan. Dicho científicamente, una
cascada de iones circula internamente por la pata de la neurona (axón) y funciona como una
corriente eléctrica. En el final del axón esta corriente permite la liberación de
neurotransmisores químicos a un lugar muy pequeño —fuera de la neurona— llamado
espacio sináptico. Allí, estos transmisores se conectan con otras neuronas. Dependiendo de
qué neurotransmisor haya sido liberado, esto desencadenará una activación o desactivación
de otras neuronas que están en ese camino. Bajo condiciones apropiadas, este “disparo”
neuronal fortalece las conexiones entre esas neuronas. ¿Cómo funciona este
fortalecimiento? Al principio, esas neuronas juntas forman un “piolín” y luego, a partir de
sucesivas repeticiones, forman un cable de acero. Las condiciones apropiadas para que este
“cable” se forme son: la repetición, es decir, repetir un pensamiento, una emoción o una
acción en la vida; la excitación emocional, que ese pensamiento te estimule
emocionalmente; la novedad, al menos al principio; y la focalización cuidadosa de tu
atención, o sea, que le prestes mucha atención consciente, dirigida, focalizada. Dadas estas
condiciones, las conexiones entre esas neuronas se fortalecen y así se van creando tus
patrones cerebrales. Estos patrones son como huellas digitales, cada uno tiene los suyos.
Como senderos en la montaña. Y fortaleciendo esas conexiones sinápticas aprendés a través
de la experiencia. Una de las razones por las cuales estás tan ávido de aprender —o al
menos deberías estarlo— a través de la experiencia es debido a que desde nuestros días en
el útero, la niñez y la adolescencia tu arquitectura básica del cerebro está en plena
construcción y desarrollo. Tu cerebro racional recién concluye su formación básica
alrededor de los 23 años, y el cerebro emocional, a los 11. ¿Por qué digo básica? Porque tu
cerebro se seguirá desarrollando y seguirás aprendiendo durante toda tu vida.
A medida que los científicos empezamos a comprender más en detalle estos
mecanismos del cerebro, nos encontramos con un mundo de inimaginable complejidad.
Tenés alrededor de 100 mil millones de neuronas. Cada una puede tener 100.000 dendritas,
que son las ramas que adquieren información proveniente de un axón de otra neurona. Por
las dendritas viaja la información hacia otras neuronas o tejidos. Las conexiones entre
neuronas, a través de sus dendritas, forman los circuitos o cables (los llamaremos “mapas”).
Estos últimos guían nuestros pensamientos, emociones, comportamientos y acciones.
Tus mapas son creados a través de un proceso cerebral que realiza millones de
nuevas conexiones cada segundo entre diferentes áreas. Es decir, cada pensamiento,
habilidad o atributo que tenés en tu cerebro tiene un mapa complejo de conexiones entre
pedazos de información. Por ejemplo, tu mapa para “perro” incluye todas las razas que
conocés, su pelo, el tono de ladrido, aquel que te mordió el tobillo cuando andabas en bici
de chiquito, el que viste herido al costado de una ruta, tu noción sobre mamíferos y
cuadrúpedos, la sensación de acariciar al que tenía tu novia de secundario, el miedo que te
dio uno en la película de terror que más te gusta, hasta el lugar donde colgabas el collar
para sacarlo a pasear. Cuando tratás de pensar y procesar una nueva idea, creás un mapa de
esa idea en tu mente y luego la comparás subconscientemente en una fracción de segundo
con otros ya existentes. Si lográs encontrar relaciones o enlaces sólidos entre esa nueva idea
y tus mapas, si detectás conexiones, entonces creás un nuevo mapa que se establece como
parte de tu trazado cerebral. Se convierte, literalmente, en una parte más de lo que sos. Esto
te sucede en general cuando dejás de hablar y estás pensando. Ahí empieza en tu mente un
proceso donde “ves” diferentes conceptos tratando de unirse, de tener sentido.
Si querés determinar cuántas posibles conexiones existen en tu cabeza, habría que
multiplicar el número de neuronas por la cantidad de dendritas y luego multiplicarlo por la
cantidad de mensajeros químicos o neurotransmisores que usas para comunicar. Una
cantidad ridículamente grande. Esto no significa que tenés un poder mental ilimitado,
aunque sea atractivo para películas de ficción, pero sí que tenés una capacidad
extraordinaria para desarrollar conexiones. Si estás esperando el número que resulta de esas
dos multiplicaciones, es igual a 300 billones de conexiones, que están en constante cambio
en tu cerebro: 300.000.000.000.000.
Al nacer, nuestros cerebros son bastantes diferentes entre sí. A partir de entonces,
los distintos mapas son moldeados por cada pensamiento, emoción, sonido, idea y
experiencia durante toda nuestra vida. Es decir, a medida que crecés, es tu ambiente el que
—de manera literal— contribuye a darle forma física a tu cerebro. Mientras tu cerebro
a la distancia se parece mucho al mío, la manera de guardar, organizar, gestionar y buscar
información es muy diferente. Por ejemplo, cuando quiero buscar un archivo en la
computadora de alguno de mis colegas de trabajo, puedo pasar varios minutos e incluso
puedo no encontrarlo. Sin embargo, en mi laptop sólo me lleva segundos. Somos así de
diferentes. Y a pesar de que esto es cierto, en general no actuamos bajo esta verdad. Por
ejemplo, cuando querés ayudar a alguien, de manera inconsciente asumís que el cerebro de
esa persona funciona como el tuyo. Entonces metés “su” problema en “tu” cerebro, “ves”
las conexiones que podés hacer para resolver el problema, y le decís a la otra persona qué
tiene que hacer, convencido de que esa es la solución correcta para ella. Es raro encontrar a
una persona que quiera ayudar a alguien asumiendo que los cerebros no son iguales. Lo
mismo ocurre con aquellas personas consideradas emocionalmente inteligentes. Pensar “por
los demás” es un gasto de energía y tiempo, y se interpone en las respuestas y soluciones
correctas de aquellos que queremos ayudar.
A tu cerebro le gusta crear cierto orden en el caos de la lluvia de datos que entran en
él. Este orden es la búsqueda de asociaciones entre la muy diferente información que entra
para que tu vida tenga más sentido. El cerebro se siente más cómodo rodeado de orden,
dentro de la simetría, donde puede ver cómo está conectado todo. La teoría más respetada
sobre por qué le gusta que todo esté conectado explica que, de esta forma, los mapas te
ayudan a predecir más fácilmente diversas situaciones. Por ejemplo, cuanto más conectados
estén esos mapas para realizar tareas repetitivas, más memoria y capacidad liberada tenés
para realizar otras tareas más complejas.
Cada bit de información que llega a tu cerebro es tratado de igual forma, ya sea una
nueva cara, una nueva idea de trabajo, una nueva forma de pensar sobre vos mismo. Estos
nuevos datos se comparan con datos o mapas mentales ya existentes para ver dónde pueden
conectarse. Luego, tratás de encajar los nuevos datos con los marcos de pensamiento que ya
tenés, los patrones. Y esto se realiza sin importar si los datos vienen en forma de sonido,
textura, olor, imagen, etc. Si la info no encaja muy bien, entonces te forzás para que encaje.
Por ejemplo, si una idea te gusta, buscás desesperadamente argumentos que la
sostengan y convertís asociaciones tenues en hechos evidentes. Pero si la idea no te
gusta, encontrás rápidamente evidencias muy fuertes en contra de ella misma. Aun si
ciertas características de la idea son claras y concretas, las “verás” irrelevantes. ¿Te suena?
Si no salís, usando tu mente, de este piloto automático cerebral, te será muy difícil cambiar.
Ahora imaginate que mientras tu cerebro está tratando de aproximar los datos
nuevos con los existentes, paralelamente también está encargándose de procesar una
cantidad enorme de información. Millones de bits de información entran por tus cinco
sentidos a cada segundo, al mismo tiempo que se procesan datos internos muy complejos.
Mucho de esto lo hace gracias a la “aproximación”. Por ejemplo, una vez que aprendés a
leer, leés mirando las primeras dos letras de la palabra y “adivinando” —aproximando— el
resto, en el contexto de la oración y o la palabra anterior. Leés a partir de tu experiencia y
tus expectativas, no leés lo que está frente a vos. Coko conricoetcia hatés mugcas cobas
mal y tegtés a rerifir ernutes. Es por esto que, como veremos más adelante, trabajando
sobre tus experiencias y tus expectativas podés promover, de manera más eficiente, el
cambio que pretendés.
Es tu interpretación de los hechos y las decisiones que tu cerebro toma a partir de
los estímulos que te rodean lo que determina cómo percibís la realidad. No hay una
realidad, sólo aquella que decidas “ver”. Si pensás que el mundo es un lugar peligroso, tu
cerebro buscará la evidencia que lo demuestre y la encontrará. Si pensás que la gente está
hablando mal de vos, encontrarás pruebas de que eso ocurre. Sea cual fuere el filtro que
tenés en tu mente, tu cerebro encontrará evidencia para confirmar ese filtro. Ese es el filtro
que muchas veces no te deja cambiar. Y encima esto lo hace de manera muy eficiente,
segundo a segundo y sin que te des cuenta.
¡Con razón es tan difícil cambiar! No sos vos, es tu cerebro que no quiere.
Tus respuestas y tus percepciones automáticas son conducidas por cómo están
cableados tus mapas. Es por esto que la gran mayoría de tus hábitos —a los que
dedicaremos un capítulo entero de este libro— es disparada por decisiones que tomaste en
el pasado y que ahora son, literalmente, parte tuya, un mapa. Lo que está claro es que si no
percibieras el mundo a través de estos mapas específicos que tenés, sería muy difícil lidiar
con la enorme cantidad de información que entra por tus cinco sentidos a cada segundo. Sin
ellos no podrías hablar, ni leer, ni escribir, ni realizar alguna actividad.
¿Con quién? Con ciencia
Nuestra historia es increíble. Debemos de ser, hasta que alguien demuestre lo
contrario, el único sistema en el planeta tan complejo como para que le dediquemos tanto
tiempo a descifrar nuestro propio lenguaje de programación. Imaginate que tu laptop toma
el control de sus dispositivos periféricos: se abre sola, imprime lo que quiere, cambia de
dirección la cámara de video, etc. Eso somos nosotros, los humanos. Y lo que hemos
descubierto gracias a los intelectuales más imponentes de nuestro viaje por la vida es
reconocer que nuestras innumerables facetas de comportamiento, pensamientos y
experiencias vienen inseparablemente pegadas a una vasta y húmeda red eléctrica y
química llamada sistema nervioso. Esta maquinaria es absolutamente ajena a nosotros; sin
embargo, somos nosotros. Una de las primeras cosas que aprendés cuando estudiás tus
circuitos cerebrales es simple: la mayoría de lo que pensás, sentís, hacés, no está bajo
tu control consciente. Los densos bosques de neuronas operan sus propios programas. El
“yo” consciente, ese que se levanta cada mañana, es el bocado más chiquitito del gran
banquete que hay en tu cerebro. Tu conciencia es como un pasajero que se “coló” en un
gran transatlántico, que encima se cree que lo está conduciendo, sin saber la masiva
ingeniería que hay bajo sus pies. Que el cerebro sea muy complejo no quiere decir que sea
incomprensible.
De la misma forma en que sucedió con tus ojos o páncreas, tu cerebro ha sido
moldeado por las presiones evolutivas, al igual que tu conciencia. Esta última también se
desarrolló porque era ventajosa, pero sólo en cantidades limitadas. Una vez escuché al
joven neurocientífico David Eagleman comparar al cerebro con el funcionamiento de un
país: si considerás alguna de las actividades que caracterizan a un país en cada momento,
tenés, por ejemplo, fábricas como los tambos que producen leche, líneas de
telecomunicaciones llenas de actividad y negocios entregando materias primas y productos.
La gente come todo el tiempo. El drenaje y las alcantarillas eliminan los desperdicios. La
policía busca criminales. Los acuerdos se cierran estrechando manos. Los amantes se aman,
las secretarias llenan agendas, los profesores enseñan, los médicos operan, los atletas
compiten, etc. Vos no podés saber todo lo que está pasando a cada momento. Ni siquiera
sería útil para vos saberlo. Lo que necesitás es un resumen. Para eso agarrás el diario o lo
mirás por Internet. Allí verás que ninguna de las actividades descriptas antes las encontrás
en detalles. Querés saber lo más importante. Quizá alguna ley que aprobó el Congreso, pero
no los detalles de cómo los asesores de diputados y senadores la pensaron, escribieron, los
debates que hubo y los cambios pertinentes a raíz de esos debates. Tampoco te interesa si
las vacas que dan la leche comieron bien hoy o si amanecieron aburridas —pero sí si hubo
algún brote de aftosa—, o la nueva torre para generar señal para el celular que se está
instalando en tal región —pero sí si se cayó la señal—, o cómo están desalojando la basura
de la ciudad —pero sí saber dónde tenés que poner la basura que generás—. Esto es lo que
obtenés al leer el diario. Tu mente consciente es como un diario. Tu cerebro zumba de
actividad las 24 horas y, como un país, casi todo sucede de manera local. Pequeños grupos
están tomando decisiones constantemente y mandando mensajes a otros grupos. Y de estas
interacciones surgen coaliciones más grandes. En el momento que vos leés un titular o
encabezado mental, las acciones importantes ya sucedieron. Tenés un acceso muy limitado
al “detrás de escena”. Sos el último en escuchar la información. Sin embargo, tu conciencia
es un diario muy raro, ya que cree que fue el primero en pensarlo (“¡Acabo de pensar
algo!”), cuando en realidad tu cerebro realizó una enorme cantidad de trabajo antes de tener
ese momento de “revelación”. Cuando la idea hace su aparición proveniente del “detrás de
escena”, tus circuitos neuronales ya estuvieron trabajando por horas o incluso días y años,
consolidando información y tratando nuevas conexiones. El cerebro dirige el show de tu
vida casi de incógnito. Como canta Roger Waters en “Brain Damage”, de The Dark Side of
the Moon: “Hay alguien en mi cabeza pero no soy yo”.
Entonces la conciencia es como el titular y a lo sumo el encabezado de la
noticia, que proyecta toda la actividad del cerebro en una forma muy sencilla. Resume
lo que te es útil saber. EnCambio pretende que logres usar tu conciencia, es decir, los
pensamientos que podés generar, para meterte en el “detrás de escena” y cambiar algunos
de esos circuitos que parecen dirigir todo el show de tu vida sin preguntarte si la estás
pasando bien.
EJERCICIO DE AUTOCONOCIMIENTO: TU MAPA DE ACCIÓN
Comprometerte a cambiar para tomar una nueva dirección en tu vida personal o
profesional puede ser muy emocionante, pero también abrumador. Tu inteligencia de
cambio para conocerte mejor y tomar buenas decisiones, según cuáles sean tus metas y
objetivos, es el combustible que necesitás para este viaje que es tu vida.
Te propongo que diseñes un mapa de tu territorio para identificar mejor dónde
querés ir. Como para cualquier viaje, es necesario saber qué llevar en la valija. En este caso,
estás empacando tu autoconocimiento y tu crecimiento profesional y personal.
Conseguí un pequeño diario o libreta para anotar tus resultados. Andá registrando tu
progreso, ayudándote con las herramientas que te ofrece EnCambio, reconocé tus victorias
y tomá notas en el camino.
1. Definí cuál es tu nuevo camino o tu nuevo destino: identificá y escribí al menos
dos objetivos, uno personal y uno profesional, que quieras alcanzar el próximo año.
2. Definí tu punto de partida: esas creencias y valores que van a mantenerte bien
parado y orientado hacia tu norte.
Tu punto de partida te sirve de plataforma inquebrantable, aquellas situaciones o
eventos en los cuales sabés que no vas a “transar”, las áreas donde claramente dibujás las
líneas sobre la arena para no cruzar. Tienen que tener mucha importancia para vos y ser
innegociables. Escribí hasta cinco de estas creencias y valores.
3. Definí tus comportamientos desde tres perspectivas diferentes:
a) Identificá y escribí cuáles son los comportamientos y acciones actuales que hacés
y que producen resultados sólidos y beneficiosos para vos. Aquellos que sentís naturales, y
en los cuales tu rendimiento es regular y sencillo. Identificá estas áreas como
comportamientos y acciones que querés seguir haciendo y sosteniendo y, probablemente,
fortalecer.
b) Considerá las áreas donde tus comportamientos no estén produciendo ni logrando
los resultados que querés. Estas acciones disminuyen tu efectividad o generan conflictos
con tus valores primordiales y necesitás cambiar. Identificá y escribí esos comportamientos
que querés cambiar o dejar de lado completamente porque no te sirven más. Para cada
comportamiento, anotá dos acciones específicas que van a ayudarte a cambiar cada uno de
ellos.
c) Finalmente, identificá y escribí cuáles son aquellos comportamientos nuevos que
necesitás empezar a incorporar. Pueden también ser acciones que necesitás dejar de hacer
completamente. ¿Qué es lo que en realidad está pasando? ¿Qué está faltando? Pensá en las
pequeñas mentiras que te decís a vos mismo, aquello que en lo más profundo de tu corazón
sabés que no es cierto. ¿Qué comportamientos podrían producir mejores resultados para
vos? Si estás inseguro, preguntá a personas que sabés que pueden ofrecerte visiones y
sugerencias para lograr cambios que aumenten tu efectividad.
Usá EnCambio, y las herramientas que te brinda, para hacer más eficiente estos
cambios y para aprender a conocerte más. Identificá nuevos comportamientos y prácticas
que pueden servirte más y mejor para conocerte a vos mismo, y que te ayuden a moverte
hacia la vida personal y profesional que realmente querés para vos.
Por ejemplo, si considerás tu meta profesional, ¿qué es lo que actualmente está
funcionando y planeás continuar? ¿Qué necesitás cambiar? ¿Qué necesitás empezar a
hacer? Hacé lo mismo con tu objetivo de autoconocimiento o crecimiento personal. Vas a
ver que a medida que identifiques cada comportamiento, las acciones específicas que
necesitás en cada categoría serán casi evidentes. Leé EnCambio para aprender cómo dejar
de hacer acciones que corresponden a tu pasado y presente, y cómo empezar a hacer nuevas
acciones orientadas a tus objetivos de largo plazo.
4. Escribí en tu libreta de viaje seis nuevas iniciativas de acción para cada mes: tres
enfocadas en tu objetivo profesional y tres en tu objetivo de autoconocimiento o
crecimiento personal.
No sos vos, es tu cerebro
Por muchísimos años los científicos aceptamos la idea de que la mente es lo que el
cerebro hace. Los pensamientos y emociones son expresiones de la actividad cerebral. Es
decir, esta actividad da lugar a pensamientos, emociones y otras actividades cognitivas que
juntas suman eso que llamamos “mente”, según la describimos y definimos unos párrafos
atrás.
En efecto, la sabiduría científica aceptada es que los estados cerebrales dan lugar a
los estados mentales. Un patrón particular de neuronas disparando por acá y
neurotransmisores liberándose y estimulando otras neuronas por allá dan lugar a algún
estado mental, por ejemplo, “tener intención de hacer algo”. Como cada estado mental, la
intención tiene una correlación neuronal, un estado cerebral correspondiente marcado por
una actividad en algunos circuitos específicos que hoy pueden ser detectados, por ejemplo,
por resonancia magnética nuclear. Pero el estado cerebral de la “intención” es diferente del
estado cerebral que causó esa intención, y puede dar lugar a otros subsecuentes estados
cerebrales.
En el siglo XVII, el filósofo francés René Descartes postulaba al dualismo como un
principio científico. Por un lado estaba el mundo material, las rocas y las cosas, y por el
otro los pensamientos y emociones, la mente. Dos dominios distintivos pero paralelos de la
realidad. Para esa época, los científicos no tenían ni idea de cómo funcionaba el cerebro y
les era difícil imaginar que un pedazo de gelatina dentro del cráneo podía ser capaz de los
pensamientos, la fe, la genialidad y el amor. Es más, para esa época, era algo ridículo. Pero
en la mitad de ese siglo Thomas Willis, el padre de la neurología moderna, y su equipo en
Oxford, Inglaterra, estaban convencidos de la relación que había entre ambos. Todo lo que
hace la mente se refleja en la química intrínseca de las células nerviosas que, con mucha
paciencia, su equipo disecaba. Willis fue el que llamó a su trabajo “neurología”. Cuatro
siglos más tarde, cómo los patrones de actividad neuronal son transformados en la
subjetividad de la mente y la conciencia sigue siendo el misterio más grande de la
existencia humana.
Lo fantástico de la tecnología aplicada a la ciencia —en este caso, a la
neurociencia— es que hoy podemos ver también el efecto opuesto. Algunos aspectos de
nuestra mente actúan sobre el cerebro y causan cambios físicos en la mismísima materia
que la ha creado. Pensamientos puros cambian la química cerebral, su actividad eléctrica,
sus circuitos e incluso su estructura. Este es el conocimiento científico que provee el eje
central de EnCambio. Tu mente puede cambiar tu cerebro. Entonces, hay muchas cosas
—no todas— que podés cambiar según cómo uses tu mente, aunque esas cosas parezcan, o
te hayan dicho, que son muy difíciles o incluso imposibles de lograr.
¿Se nace o se hace?
EJERCICIO
Indicá si estás mayoritariamente de acuerdo o en desacuerdo con lo que dicen estas
afirmaciones sobre la inteligencia:1
1. Tu inteligencia es algo muy elemental que no puede cambiarse mucho.
2. Podés aprender nuevas cosas, pero no podés cambiar cuán inteligente sos.
3. No importa cuán inteligente sos, siempre podés cambiarla un poco.
4. Siempre podés cambiar de manera sustancial cuán inteligente sos.
Ahora indicá si estás mayoritariamente de acuerdo o en desacuerdo con lo que dicen
estas afirmaciones sobre tu personalidad y carácter:
1. Sos un tipo de persona y no hay mucho que puedas hacer para cambiar eso.
2. No importa qué tipo de persona seas, siempre podés cambiar sustancialmente.
3. Podés hacer muchas cosas de manera diferente, pero las partes importantes de lo
que sos no pueden cambiarse.
4. Vos podés cambiar hasta las cosas más básicas y fundamentales del tipo de
persona que sos.
Por ahora, dejemos a un lado tus respuestas. Ya volveremos a ellas.
Si las cualidades humanas son cultivadas durante la vida o escritas en nuestros
genes con tinta indeleble, hoy ya es un tema viejo. Como dijo el prestigioso neurocientífico
Gilbert Gottlieb: “No sólo los genes y el ambiente cooperan sino que, además, los genes
necesitan información del ambiente para trabajar correctamente”. Como es obvio, cada uno
tiene su herencia genética y seguramente iniciamos nuestras vidas con diferentes
temperamentos y aptitudes, pero hoy está claro que la experiencia y los esfuerzos
personales son clave para determinar quiénes y cómo seremos en la vida. No se trata de una
habilidad previamente fijada, sino de un compromiso con un claro propósito, con un
sentido.
Durante años de investigación científica varios expertos han concluido, además, que
aquello que vos creés de vos mismo, afecta de manera profunda la forma en que llevás
tu vida adelante. Esa creencia hasta podría determinar si serás esa persona que querés ser y
si alcanzarás la mayoría de los objetivos que te propongas. Por el contrario, si creés que tus
cualidades y aptitudes vienen “de fábrica”, eso te creará una especie de urgencia en querer
probarte todo el tiempo a vos mismo. Es decir, si creés que tenés una cantidad determinada
de inteligencia, un cierto carácter, una cierta personalidad, todas más o menos fijas,
entonces será mejor probarte que tenés una buena dosis de ellas para no parecer deficiente
en la mayoría de estas características básicas de lo que somos. Muchas personas pasan sus
vidas probándose a sí mismas en sus carreras, en sus relaciones, en sus trabajos. Cada
situación que atraviesan es una oportunidad para confirmar su inteligencia, su personalidad,
su carácter. Cada situación es evaluarse: éxito o fracaso, piola o tonto, aceptado o
rechazado, ganador o perdedor. Es decir, lograr algo es (re)validarse a uno mismo, y para la
mayoría de estas personas el esfuerzo es algo bastante malo.
Si vos sos uno de estos, es porque creés, consciente o inconscientemente, que tu
cerebro determina todo lo que sos y que eso es bastante fijo. Así viniste de fábrica y no se
puede cambiar demasiado. Pero sabé que esos rasgos tuyos no son sólo eso que te tocó y
con lo que tenés que vivir. Esos rasgos son tu punto de partida. Podés cultivar tus
cualidades básicas a través del esfuerzo. Si bien podemos discutir —aunque no lo vamos a
hacer— cómo surgen esos primeros talentos, aptitudes, intereses o temperamentos, todos
podemos cambiarlos y crecer a través de la experiencia y el compromiso. No estoy diciendo
que cualquiera puede ser, con la educación y la motivación adecuadas, un Messi, un Edison
o un Picasso. Pero el potencial cerebral que tenés es bastante desconocido, por lo tanto, es
imposible prever o saber qué y cuánto podés lograr con años de pasión, entrenamiento,
compromiso y trabajo duro.
Darwin, por ejemplo, era considerado un niño normal y Einstein tenía bajas notas en
matemática durante su adolescencia. Conociendo que el cerebro tiene este potencial, que no
es fijo sino que puede cambiar, crecer y desarrollarse, no hace falta que estés probándote a
vos mismo cuán inteligente sos, cuando sabés que en realidad podés ser mejor en lo que
hacés. Vos, junto con tu actitud mental, podés alterar tu cerebro y cambiarlo. Como dice el
sociólogo Benjamin Barber, “no divido al mundo en débiles y fuertes, o exitosos y
perdedores, sino en los que aprenden y los que no aprenden”.
Hoy existen estudios que muestran que aquellas personas que creen que lo que
son es lo que les tocó por genética, que el cerebro es fijo, son peores para estimar sus
habilidades. Lo que sucede es que si todo se dirime en buenas noticias o malas noticias
sobre tus preciadas características, es inevitable que la distorsión sobre ellas se haga
presente. Algunas son magnificadas, otras lo opuesto, y antes de saberlo realmente, no
sabés nada de vos mismo. Además, estas personas logran convertir una acción en una
identidad. Por ejemplo, fracasaste en algo (acción) y te decís que sos un fracasado
(identidad). Si bien el fracaso es doloroso, no te define. Es un problema que tenés que
enfrentar y aprender de él. Cuando este tipo de personas se somete a un cuestionario de
preguntas difíciles, mientras se les mide nivel atencional en sus ondas eléctricas del cerebro
y luego se les da una devolución sobre lo que contestaron, sólo prestan atención cuando se
les dice si sus respuestas fueron correctas o incorrectas, pero no cuando se les presenta la
información que podría ayudarlas a aprender algo nuevo; si contestaron mal, tampoco les
interesa saber cuál era la respuesta correcta. Si este mismo experimento se hace con
personas que sí creen que pueden cambiar, aprender, mejorar, las ondas cerebrales que
representan los niveles de atención son tan intensas cuando se les dice si fueron o no
correctas las respuestas como a la hora de escuchar la devolución. Además, estas personas
tienden a amar lo que hacen, incluso durante momentos difíciles. Valoran mucho más lo
que hacen independientemente del resultado.
No te estoy pidiendo que ames todo lo que hacés, pero sí que comprendas que tus
creencias sobre vos mismo pueden levantar o cerrar la barrera hacia el cambio que
pretendés. Como dijo el famoso y exitosísimo jugador de básquet Michael Jordan: “Erré
más de 9.000 tiros, perdí casi 300 partidos, me dieron la pelota 26 veces para definir en el
último segundo del partido y no la metí”. Pero algo es seguro: cada vez que eso sucedía,
Michael Jordan volvía a practicar ese tiro que había perdido cientos de veces. Practicar,
practicar, practicar. Vas a ver que para cambiar deberás repetir, repetir, repetir.
Sería como elegir entre mirar atrás en tu vida y decir “Pude haber sido…” por no
haber logrado cambiar, o “Di todo por las cosas que tenían valor para mí”, o sea, fuiste
cambiando a medida que pasaba tu vida.
Todo esto no quiere decir que cambiar es como una cirugía. Cambiar tus viejas
creencias no implica que serán removidas como un quiste o reemplazadas como un
ligamento cruzado de rodilla. Al cambiarlas, las nuevas creencias se ubican al lado de las
viejas, y a medida que se hacen más fuertes (del piolín al cable, ¿te acordás?) te dan a vos
una forma diferente de pensar, sentir y actuar. Tus creencias pueden ser la llave de tu
felicidad y de tus miserias.
Cuánto creés que podés cambiar
Volvamos al mini test de cuatro afirmaciones sobre tu inteligencia, personalidad y
carácter. En la primera parte las afirmaciones 1 y 2 te indican que sos de los que creen que
el cerebro es fijo; y las afirmaciones 3 y 4 reflejan que creés que lo podés cambiar. Sustituí
la palabra “inteligencia” por alguna habilidad (talento artístico, destreza en el deporte,
bueno para los negocios, etc.). Por ejemplo, en la 4, “Siempre podés cambiar de manera
sustancial cuán bueno sos para los deportes”. Los resultados son iguales: 1 y 2 indican que
sos de los que creen que el cerebro es fijo, y la 3 y 4 reflejan que creés que podés
cambiarlo.
Del segundo test siguiente, de personalidad y carácter, las afirmaciones 1 y 3
indican que sos de los que creen que el cerebro es fijo, y las afirmaciones 2 y 4 reflejan que
creés que podés cambiarlo. En general, los primeros tienden a preocuparse por cómo serán
juzgados, mientras que los segundos están ocupados o preocupados por cómo mejorar.
Imaginate que estás tomando un curso de chino. Al cabo de tres o cuatro clases el
profesor comienza a hacerte preguntas delante de todo el curso. Si sos de los que creen que
no se puede cambiar mucho (ni tu inteligencia, ni tus habilidades o características
personales), tu habilidad estará en juego. Los ojos de los demás te estarán mirando, la cara
y los gestos del profesor te estarán evaluando. Sentís la tensión y tu ego desplomarse. Pero
si sos de los que saben que podés cambiar, seguro que te decís: “Hace poco que empecé el
curso, estoy aprendiendo, el profe es un recurso para lograr ese aprendizaje, no hay tensión
sino una mente abierta”. Lo importante es que, ya seas uno o el otro, tus creencias sobre vos
son algo que también podés cambiar. Aquí un ejemplo.
¿Te acordás de la película El Día de la Marmota?2 (Groundhog Day, de Harold
Ramis, 1993). El actor Bill Murray es Phil Connors, un meteorólogo de un canal de
televisión local de la ciudad de Pittsburgh que es enviado a un pueblo, Punxsutawney, a
cubrir el Día de la Marmota. En esta ceremonia, una marmota es sacada de su casita el día 2
de febrero y, si es juzgada como que ha reconocido su propia sombra, entonces habrá seis
semanas más de invierno. Pero si no la reconoce, la primavera llegará pronto. Phil se
considera un ser superior y piensa que esa ceremonia, el pueblo y su gente son “rústicos
pueblerinos idiotas”. Quiere irse lo más rápido posible de allí. Pero una tormenta de nieve
azota el pueblo y lo fuerza a quedarse. Y cada vez que despierta es otra vez 2 de febrero,
otra vez el Día de la Marmota. Una y otra vez. Al principio Phil usa su conocimiento para
reírse de los demás y hacerlos sentirse tontos. Como él es el único que se da cuenta de que
el día se repite, empieza a conocer a la gente que se le cruza ese día y usa la información
que va obteniendo de ellos para decepcionarlos, impresionarlos o hasta seducirlos. Puede
probar su superioridad una y otra vez. (¿Te suena esto último?) Con el correr de los días ve
que esto no va a cambiar e intenta suicidarse, algo que no logra. Finalmente cae en la
cuenta de que podría usar ese tiempo para aprender. Toma lecciones de piano, lee
muchísimo, aprende a esculpir sobre hielo, ayuda y cuida a la gente que lo necesita ese día.
Muy rápido ese día ya no es tan largo. Cambió.
En definitiva, que creas o no que podés cambiar es la primera clave para lograrlo.
Es importante remarcar que el hecho de que creas que tus habilidades pueden cambiarse,
mejorar, cultivarse, desarrollarse no dice mucho de cuánto cambio es posible o cuánto
tiempo llevará ese cambio. Tampoco dice que todo puede cambiarse. Tampoco quiere decir
que todo lo que pueda ser cambiado deba ser cambiado. Todos tenemos que aceptar
nuestras imperfecciones, sobre todo aquellas que no lastiman nuestra vida ni las de los
otros. Tus creencias sobre que el cambio es posible son fundamentales para que lo logres,
pero vos tenés que decidir dónde pondrás tu esfuerzo para cambiar.
Todos nacemos con un amor por el aprendizaje que puede ir perdiéndose con el
correr de los años. Si esto te ocurrió, pensá en algún momento de tu vida en el que
disfrutabas mucho de algo, como aprender un deporte o un tipo de baile, hacer sopas de
letras o sudokus, coleccionar autitos o boletos. Quizá en algún momento te aburriste, te
cansaste o enojaste, pero siempre hay otro desafío que puede aparecer, otra pasión, ganas,
deseos para crecer, aprender y mejorar.
Nuevo aprendizaje causa nuevas conexiones en el cerebro. Esto tiene un efecto
positivo en tu cerebro manteniéndolo joven. El mejor ejercicio mental es el de adquirir
nuevo conocimiento y hacer cosas que nunca hiciste antes.
DANIEL AMEN
EJERCICIO
Preguntate cuáles son las oportunidades que tenés para aprender y crecer hoy, para
vos y para las personas que te rodean en tu vida. Mientras pensás en esas oportunidades,
armate un plan que diga —para que sea bien concreto— dónde, cuándo y cómo te
embarcarás en ese plan. Cuando te encuentres con obstáculos, armá otro plan preguntándote
de nuevo dónde, cuándo y cómo vas actuar en ese nuevo plan para superar ese obstáculo.
Oportunidad:
Plan:
En síntesis, si creés que no podés desarrollar tu inteligencia, que sos lo que te tocó
por genética sumado a algo de tus primeros años de vida, vas a ser dirigido por el deseo de
tener que parecer inteligente, lo cual generará una tendencia en vos a evitar los desafíos,
poniéndote a la defensiva o rindiéndote rápidamente, y creyendo que el esfuerzo es inútil.
Vas a ignorar las críticas y sugerencias de los demás y te sentirás amenazado por el éxito de
otras personas. Como resultado de esto vas a lograr muchos menos cambios en tu vida de
los que tu potencial podría lograr. Pero si creés que tu inteligencia se desarrolla, entonces tu
deseo será aprender, con una tendencia a aceptar y enfrentar los desafíos, resistiendo a los
obstáculos que aparezcan. Verás al esfuerzo como algo necesario para dominar alguna
habilidad, aprendiendo de las críticas e inspirándote con el éxito de los otros. Como
resultado, obtendrás grandes logros y cambios en tu vida.
EJERCICIO DE AUTOCONOCIMIENTO LABORAL: DETECTAR
OPORTUNIDADES PARA CONOCERME Y CAMBIAR EN MI TRABAJO
1. ¿Quién soy y qué tengo? (¿Cuáles son tus intereses, habilidades, conocimiento,
contactos personales y profesionales, recursos tangibles e intangibles?)
(Ejemplo. Florencia, editora: interés en la escritura de alta calidad, habilidad en la
edición, cuidado de sus autores, meticulosa, detallista.)
2. ¿Qué hago? (A partir de quién sos y qué tenés.)
(Ejemplo. Florencia, editora: edito, reescribo, investigo.)
3. ¿Cómo ayudo? (¿Qué es lo que hacés para ayudar a otros?)
(Ejemplo. Florencia, editora: ayudo a los clientes a que publiquen sus artículos en
importantes revistas académicas.)
4. ¿A quién ayudo? (La gente que en tu trabajo te necesita para hacer su tarea:
clientes, jefes, supervisores, etc. Escribí sus nombres y apellidos.)
(Ejemplo. Florencia, editora: docentes universitarios, sobre todo de países
europeos.)
5. ¿Cómo interactúo con otros? (Describí cómo interactuás.)
(Ejemplo. Florencia, editora: servicio personal, foco en retener clientes.)
6. ¿Cómo me conocen y cómo entrego lo que hago? (¿Cómo se enteran de que
podés ayudarlos, cómo deciden que te quieren a vos, cómo entregás lo que hacés, cómo
mantenés el contacto?)
(Ejemplo. Florencia, editora: e-mail, Skype, Internet.)
7. ¿Qué obtengo? (Describí todos tus ingresos y beneficios, incluso los no tangibles,
como satisfacción, reconocimiento, contribución social.)
(Ejemplo. Florencia, editora: plata por la edición, satisfacción con cada edición
publicada.)
8. ¿Qué doy? (Describí lo que das en tu trabajo —tiempo, energía y dinero—, como
viajar, gastos sociales, cenar almorzar con clientes, Internet, teléfono, transporte, estrés,
insatisfacción, etc.)
(Ejemplo. Florencia, editora: tiempo, energía y estrés por las investigaciones
adicionales requeridas, costo de Internet y teléfono.)
9. ¿Quién me ayuda? (¿Qué profesionales u otros te ayudan en tu trabajo, te
motivan, te aconsejan y te dan oportunidades para crecer?)
(Ejemplo. Florencia, editora: miembros doctorales del comité.)
Habiendo detectado y descripto estos aspectos tuyos y de tu relación con el trabajo,
por un lado, podés sorprenderte de cosas tuyas que no las tenías conscientes o muy
presentes (por ejemplo, cuando yo trabajé con el virus del VIH durante un par de años
estaba tan metido en mi trabajo de biólogo y en el laboratorio que olvidaba que la meta
final de mi trabajo era curar una enfermedad o mejorar la calidad de vida de pacientes). Por
otro, podés detectar oportunidades de mejoras o cambios que quieras hacer.
Con miedo
Hoy existe una gran crisis en la industria de la salud que, sólo en Estados Unidos,
consume 2,1 billones de dólares al año. Esto representa un séptimo de la economía total de
ese país. La mayoría de este presupuesto está destinada al tratamiento de problemas de
salud relacionados con el comportamiento de la gente. Por ejemplo, el 80% de ese dinero es
usado en cinco problemáticas relacionadas con el comportamiento: exceso de alcohol,
tabaquismo, obesidad, estrés y falta de ejercicio físico. Y si bien estos son números del gran
país del norte, se estima que es bastante representativo del mundo occidental en general. Si
analizás las cosas tuyas que querés cambiar, vas a ver que la gran mayoría se refiere a
ciertos comportamientos que determinan tus resultados o desempeño en tu vida. Aquí la
paradoja es que solemos enfermarnos más seguido como consecuencia del estilo de vida
que nosotros mismos elegimos y no por causas externas o genéticas.
En ese mismo país, un millón de personas se realizan al año un by-pass coronario o
angioplastia, lo que equivale a 60 mil millones de dólares en salud. Este último
procedimiento es un implante de un pedazo de plástico que abre las arterias que se tapan.
Pero esta reparación es sólo temporal. La operación elimina el dolor de los pacientes, pero
sólo el 3% de ellos, gracias a la intervención, no sufre un ataque cardíaco en lo que le resta
de su vida porque el by-pass se vuelve a tapar a los pocos años y las angioplastias, a los
pocos meses. Al salir de la sala de operaciones los doctores explican que, para que el dolor
no vuelva, las arterias no se tapen otra vez y evitar un ataque cardíaco, y quizá la muerte,
los pacientes deben modificar su estilo de vida y sus comportamientos. Dejar de fumar, de
tomar alcohol, de comer ciertos alimentos, de bajar el estrés y de comenzar a hacer
ejercicio físico. Pocos lo logran. Está demostrado que el 90% de los pacientes que tuvieron
un by-pass coronario no cambia su estilo de vida luego de dos años de la operación. Saben
que tienen algo serio y saben que deberían cambiar, pero sin embargo por alguna razón no
lo hacen. Los médicos conocen estas cifras, por lo cual debe ser difícil para ellos inspirar la
creencia en el paciente de que puede cambiar cuando ellos mismos saben que eso no
sucede. Los médicos no fueron entrenados en psicología, sino para ser grandes cirujanos y
prescribidores de drogas. Y atención, en la incesante prescripción de drogas se encuentra
escondido un peligroso mensaje: no cambies, total las drogas hacen el trabajo por vos. La
cirugía genera la ilusión de curación absoluta, pero no es así. Tras la cirugía, la motivación
para el cambio de hábitos, y por ende de comportamientos, se basa en dos ideas que nos
llevan por mal camino: los hechos y el miedo. Luego de unas semanas de la cirugía tenés
tanto miedo a morir que vas a seguir las órdenes al pie de la letra. Pero la muerte es
demasiado aterradora para pensarla durante mucho tiempo, entonces evitás hacerlo. Negás
y volvés al comportamiento insano con facilidad, ya que, por ahora, el dolor ya no existe.
Un estudio realizado con cinco marcas diferentes de estatina, una droga recetada de por
vida luego de las angioplastias y necesaria para favorecer que no se formen más coágulos
arteriales, concluyó que todos los pacientes la toman los primeros dos meses, al tercer mes
la mitad deja de tomarla y un año más tarde sólo un quinto la sigue tomando.
¿Imaginás algún cambio más fácil y pequeño en la vida de una persona que tomar
una píldora por día? Sin embargo, tomarla te recuerda que estás enfermo, y de una
enfermedad mortal, algo que no querés recordar y por eso negás. Cuando te encontrás ante
una situación intolerable y te sentís sobrepasado de tensión, ansiedad y sin poder, o cuando
la dura realidad amenaza con hacer añicos tu autoestima, tu mente —de manera
inconsciente— activa una batería muy poderosa de estrategias para ayudarte a tolerar la
situación. Te escudás de los hechos humillantes y amenazadores. Hacés desaparecer las
malas noticias de tu consciente. Son mecanismos de autodefensa que Freud llamó “la teoría
de las defensas del ego” y que hoy la neurociencia considera un hecho. La negación es el
más conocido de estos mecanismos. Negás literalmente que te pasa algo o tenés un
problema. La idealización es otro mecanismo: por ejemplo, cuando estás perdidamente
enamorado de alguien, dejás de ver sus defectos o fallas. Proyectar, cuando atribuís a otra
persona tus virtudes o defectos. Racionalizar, cuando reducís todo a normas o conceptos
racionales, lo cual te sirve para tapar los motivos reales de tu comportamiento. En lugar de
ser seres racionales, somos seres racionalizadores.
Obviamente estas defensas no son intencionalmente elegidas. Es cómo tu
inconsciente alivia las debilidades de tu conciencia. Tu cerebro automáticamente empuja
aquello que no te gusta fuera de tus pensamientos conscientes y ni siquiera te das cuenta de
que lo estás haciendo. Cuando la conciencia —los pensamientos que creás— no puede
tolerar la realidad, el inconsciente acude a su rescate emocional. Pero sólo entendiendo
cómo funciona tu mente no vas a cambiar cómo funciona tu mente. Tenés que hacer algo
más. Cuando no podés tolerar los hechos de la realidad, no sirve sólo enfrentarte a los
hechos para poder cambiar y comportarte diferente. El remedio y la enfermedad aquí serían
los mismos. Te gusta pensar que los hechos pueden convencer a las personas para cambiar,
que vas a actuar por tu propio interés, si tenés la suficiente información. Decís que “el
conocimiento es poder” y que “la verdad te liberará”, pero no sucede. Pensás que cambiar
está motivado por el miedo y que la fuerza más potente para cambiar es la crisis, que es la
que crea el mayor de los miedos. Pero hay poquísimas crisis tan amenazantes como una
enfermedad del corazón y no hay un miedo tan intenso como el de morir y, sin embargo,
eso no motiva a estos pacientes a cambiar.
La gente se resiste al cambio, es parte de nuestra naturaleza. Hasta algunos de los
más distinguidos expertos sostienen que es naïf y desesperanzador esperar que la gran
mayoría de las personas podamos cambiar. El concepto erróneo, entonces, es que no
cambiás por conocer los hechos, sentir miedo y usar la fuerza para transformar una
situación. Estrategia que usamos muchas veces para intentar, con recurrentes fracasos, un
cambio personal o cambiar a otro, o a un equipo u organización.
Vivís guiado por ideologías de todo tipo, por sistemas de creencia o marcos
conceptuales, es decir, estructuras mentales que le dan forma a cómo ves el mundo. Como
ya vimos, tus creencias más profundas son parte de tu inconsciente cognitivo. Esto quiere
decir que los conceptos que van estructurando cómo pensás se van haciendo automáticos e
instantáneos por sinapsis cerebrales (conexiones entre neuronas). En otras palabras, tus
creencias —las cuales muchas veces no podés explicar— son lo que sentís, y estas son
difíciles de cambiar porque se han desarrollado a lo largo de todos tus años de vida. Tomás
los hechos, las cifras y los números y tratás de adaptarlos o pegarlos a tus sistemas
conceptuales o de creencia. Si no lográs hacerlo, seguramente desafiarás esos hechos o
tirarás a la basura esa información, persistiendo en creer lo que querés creer. Los conceptos
no son algo que podés cambiar porque alguien te dice que es un hecho. Te pueden presentar
los hechos, pero para que tengan sentido deben adaptarse a las sinapsis que ya tenés en tu
cableado cerebral. Si no, los hechos entran y salen como si nada. No son escuchados, o no
son aceptados como hechos, o los desmitificás etiquetándolos como irracionales, locos o
estúpidos (“¿Cómo alguien pudo haber dicho una cosa así?”). Bueno, cambiar va a ser
difícil, pero ya sabés la potencia que tiene el hecho de creer que sí podés hacerlo. Y ahora
aprendiste que ni los hechos, ni el miedo ni la fuerza son elementos motivantes para un
cambio de tus comportamientos a largo plazo.
Sin embargo, sucede
Hay cambios que suceden naturalmente. Experimentás y te copás con algunas
nuevas ideas que se te ocurren. Aprendés de la experiencia. Crecés y madurás. Vas
respondiendo a las nuevas demandas de cada etapa de tu vida. Hay veces que cuando estás
atrapado o frenado, y ves que tus soluciones habituales no funcionan, buscás intuitiva y
creativamente otras formas hasta que algo finalmente sucede y lo solucionás. El cambio
parece ser más difícil a medida que envejecés, pero muchos neurocientíficos afirman que
hay ciertas cosas, que veremos más adelante, que podés hacer para “afilar” tu habilidad de
cambio a medida que tu vida progresa. Es decir, muchas veces el cambio sucede, no se
puede detener y tiene su propia energía.
Cada célula de tu cuerpo está en un proceso constante de transformación, cada una a
su propio ritmo. Tus células del intestino son reemplazadas cada dos o tres días, las de la
piel cada dos semanas; tus glóbulos rojos viven unos meses; tus músculos y huesos tienen
una vida aún más larga y se renuevan cada diez o quince años. Hasta el 1% de tu corazón se
renueva cada año, incluso luego de un paro cardíaco no fatal puede hacer crecer nuevas
células. Lo mismo ocurre si exploramos en niveles moleculares, bien profundos, por
ejemplo en tu ADN, que contiene el código genético que determina bastante quiénes
somos. La expresión de los genes, que creíamos un rasgo fijo, también puede cambiar en el
tiempo a partir de tus experiencias en la vida. Es decir que tu cuerpo físico no es,
literalmente, el mismo que diez años atrás, o que un mes atrás, o la semana pasada. Y quien
sos hoy es en gran parte debido a lo que hacés e hiciste con tu vida. Si ejercitás
regularmente, tus músculos crecen, y con ellos crecen nuevos vasos sanguíneos para
alimentar la nueva masa muscular para que pueda hacer el trabajo que vos le pedís que
haga. Hoy la ciencia muestra que si hacés pequeños cambios en tu salud en el día a día, no
solo podés revertir sino también prevenir enfermedades relacionadas con el corazón.
Cambios relacionados con el manejo del estrés, la comida sana, caminar regularmente, etc.
Con estos mínimos pero importantísimos cambios se ha visto que se puede revertir la
expresión de genes relacionados con el cáncer de próstata en hombres que ya están
afectados por esta terrible enfermedad, promoviendo además la expresión de otros genes
que pueden luchar contra el cáncer. Tu cerebro también posee esta increíble capacidad de
cambio. Puede crecer y cambiar en respuesta a tus experiencias de vida. Al igual que tu
cuerpo, tu cerebro mejora en lo que vos le indiques. Por ejemplo, el cerebro de un músico o
de un artista va a cambiar para poder asistir a las habilidades que se necesitan para el
desempeño de estas actividades. Áreas que procesan la información visual o auditiva crecen
y mejoran sus conexiones. Lo mismo ocurre con las áreas que son responsables del control
motor, las que permiten que tus manos se muevan con un alto grado de precisión. Y es el
proceso de practicar y practicar lo que hará progresar estas habilidades en el tiempo. Por
ejemplo, aquellas personas que practican concentración a través de la meditación tienen
cerebros que responden mucho mejor a todo desafío que requiera prestar mucha atención y
focalizar. Y las áreas responsables del control de la atención de estos cerebros son más
densas, gruesas y mejor conectadas.
El cerebro no sólo aprende, sino que también quiere crecer y curarse, lo que
veremos en detalle en el segundo capítulo. En efecto, luego de un daño cerebral otras
regiones del cerebro no dañadas pueden ir a ocupar la zona afectada para tratar de recuperar
la función que se ha perdido. La neurociencia muestra que al mismo tiempo que el cerebro
está siendo perjudicado por el estrés, se empiezan a acumular células madre (que pueden
dar origen a nuevas neuronas). Es decir que cuando sufrimos estrés, nuestro cerebro se está
preparando para cuando se dé la circunstancia de poder curarnos y recuperarnos. Está
creando y cuidando las células que vamos a necesitar para hacer crecer nuevas neuronas
una vez que el estrés pase. Fijate qué interesante: durante el estrés no busca cambiar, sino
que espera que el estrés pase. Como veremos, lo mismo pasa con nosotros: frente a un
estado de amenaza: es muy difícil cambiar. Pero la mayoría de la gente cree que es el mejor
momento para hacerlo. Podríamos decir que el cerebro, como el cuerpo, tiene un instinto
para cuidarse, preservarse y atravesar los malos momentos. EnCambio te va a mostrar
cómo redirigir esa capacidad con las elecciones que vas tomando sobre tu vida y lo que
hacés con ella.
Todos estos principios del cambio que afectan tu cuerpo y tu cerebro también
aplican para tus emociones, pensamientos, hábitos, relaciones. El mundo en que vivís está
en constante cambio. Lo único constante es el cambio. Algunos cambios suceden rápido,
otros más despacio, pero todos evolucionan en el tiempo. Cada cosa que hagas tiene el
poder de intervenir en el proceso de cambio que ya está ocurriendo, al igual que algunas de
esas cosas que parecen imposibles de cambiar por vos o por nadie, aquellas que parecen
permanentes. La ciencia nos muestra que nada es permanente. Algunos cambios requieren
de más energía, paciencia, voluntad y entereza, pero son posibles. Creo que todo aquello a
lo que tratás de aferrarte sólo crea más sufrimiento, ya sea un trabajo, la apariencia de tu
cuerpo, el lugar donde vivís, tu sentido de quién sos. Si creés que en la vida solo hay —o
debe haber— una única forma posible y temés que pueda cambiar, inevitablemente sufrirás.
El deseo de dejar todo como está o la creencia de que todo debe ser de una forma y no de
otra es una de las fuentes de mayor sufrimiento humano. Para mejorar tu calidad de vida
tenés que aceptar que el proceso de cambio existe, que es posible. Pero es fundamental que
entiendas que hay muchas cosas y aspectos durante el proceso que no podés apurar ni
controlar. Si pretendés cambiar las cosas de manera inmediata, también vas a sufrir. Para
ser tu propio piloto del cambio debés, sí o sí, en variadas ocasiones, salir de tu zona de
confort, lo que te generará dudas, ansiedades y miedos. También debés ser más
consciente de quién sos, qué querés, conocerte más. Conocerte a vos mismo, tus
experiencias internas, tus motivaciones más profundas y tus trampas mentales o hábitos
emocionales, los que muchas veces detienen las acciones que deberías tomar para mayor
bienestar personal. La mayoría de las veces sabés que querés cambiar, pero al intentar y
sentirte poco cómodo, o cuando no sucede rápidamente, te rendís. Usás tu energía en
controlar lo incontrolable, en lugar de ver qué es lo que sí podés hacer para transformar tu
experiencia.
EJERCICIO
Te propongo que reflexiones sobre estas preguntas y te recomiendo que las escribas
y las respondas en algún momento. Tomate todo el tiempo que quieras.
¿Cuál es el cambio que buscás o esperás que suceda en tu vida? ¿Qué es lo que ya
está cambiando? ¿Qué es lo que ya creés que cambió?
EJERCICIO: EXPERIMENTÁ EL CAMBIO
Hacé una cosa diferente hoy. Por ejemplo, tomá otro camino para ir al trabajo; si
siempre almorzás afuera de la oficina, llevá comida de tu casa; si en general salís a comer
durante el almuerzo, hacelo en tu oficina; enviá la agenda para la reunión del día siguiente.
No es necesario que sea un gran cambio. Pensá lo que sucede cuando generás este pequeño
cambio. ¿Cuál fue el impacto en tu rendimiento? ¿Cómo impactó tu cambio en el
rendimiento de los otros? ¿Qué emociones se han disparado? ¿Tu día fue más sencillo o
más difícil? ¿Te gustaron más los resultados obtenidos a partir del cambio?
La puntita, no
Muchas veces lo que querés cambiar son los resultados que obtenés de lo que hacés
en casa, en el estudio, en el trabajo, con amigos, etc. Tu desempeño o performance. Estos
resultados son conducidos, la mayoría de las veces y del tiempo, por una serie particular de
comportamientos, tus hábitos. En forma resumida, un hábito se forma en tu cerebro en
respuesta a un comportamiento que ya hiciste varias veces. Este nace provocado o
disparado por algún estímulo interno o en el ambiente, que conduce a que el cerebro
reaccione en busca de alivio o placer instantáneo haciendo algo o no haciéndolo. Por
ejemplo, tu revés en el tenis, tu forma de lavarte los dientes, cómo chequeas los mails en la
compu o el lugar por donde empezás a enjabonarte al bañarte. Pero fumar, comer de más,
no hacer ejercicio físico o pelearte con quienes te rodean también pueden ser hábitos.
Los hábitos no son sólo acciones, pueden ser también un pensamiento, una emoción
repetitiva o una no-acción, algo que en determinadas circunstancias respondés no haciendo
nada. Tus pensamientos sobre la política son casi siempre los mismos, como tus emociones
cuando pierde tu equipo de fútbol. Pasás casi un 95% de tu vida pensando, sintiendo y
haciendo lo mismo, o casi lo mismo. Este mecanismo cerebral hace del cerebro un órgano
muy eficiente. ¿Para qué gastar energía si ya sé hacerlo, si ya lo sentí varias veces, si pensar
igual es más “barato”, energéticamente? En otras palabras, lo que hace tu cerebro gracias a
los hábitos es pasar del estímulo o disparador directamente a la acción, pero sin darte la
oportunidad de pensar si todavía querés seguir haciéndolo de esa manera. Esto ahorra un
gran gasto de energía. Si cuando empezás a salir de bares con amigos solés fumar con ellos,
es altamente probable que en cada situación que te encuentres con amigos o sociabilizando
enciendas un cigarrillo, sin ni siquiera haber pensando si querías o sentías hacerlo. El hábito
quita el componente motivacional de la acción.
También están los llamados buenos hábitos, aquellos que te hacen más eficiente en
el día a día y que no querés cambiar, y los malos hábitos, esos que alguna vez te sirvieron
para calmar o darte alivio (fumar, gritar, comer de más, no hacer ejercicio físico, drogarte,
aislarte, etc.) sobre alguna situación, pero que hoy ya no coinciden con tus metas y
objetivos, con tu mirada de largo plazo de quien querés ser. Eso que querés cambiar.
Volvamos entonces a tus comportamientos, que son los que determinan los
resultados que obtenés. Estos son los que en ocasiones querés, o a veces te piden cambiar.
A su vez, estos comportamientos habituales son influenciados por tus emociones, lo que
sentís, que paralelamente son influenciados por tus pensamientos, lo que pensás. Esto
puede verse claramente en el modelo conocido como el modelo del iceberg. En él, tu
desempeño y algunos de tus comportamientos son visibles, están afuera del agua. Pero
otros comportamientos, más tus emociones y pensamientos, se esconden bajo la superficie.
Hay mucho más de lo que impacta en tus resultados y desempeño que tan sólo algunos de
los hábitos que podés ver, literalmente. Es decir, la base de tu desempeño es lo que pensás
usando tu mente. Dicho de otra forma, lo que lográs en tu trabajo y en tu vida tiene directa
relación con tu forma particular de pensar. Sin embargo, cuando tratás de cambiar esos
resultados, tendés a mirar lo que es visible, algunos comportamientos y el desempeño en sí
mismo, en lugar de enfocarte en la base de tu performance: tus pensamientos. Rara vez te
fijás o discutís con colegas o amigos acerca de tus hábitos o de los demás: “¿Qué estaré
sintiendo?”. Y mucho menos: “¿Qué estaré pensando?”.
Te doy un ejemplo extremo para que sea más visual. Un empleado de comercio era
despedido de todo tipo de trabajo porque cuando se encariñaba con un cliente, lo escupía.
Se le pedía que cambiara ese comportamiento bien visible. Él se daba cuenta de que no era
bueno escupir porque, cuando lo hacía, lo echaban. A veces, cuando era amenazado por el
jefe pero se le daba una nueva oportunidad, lograba por unas semanas no escupir:
cambiaba. Pero al cabo de uno o dos meses volvía a hacerlo. Finalmente, resultó ser que en
su relación con sus padres y hermanos una escupida cariñosa era sinónimo de amor en la
familia. Él “amaba” a su cliente, por eso lo hacía. Está claro que aquí el marco conceptual
de pensamiento de esa persona sobre “escupir” es el que hay que cambiar. El cómo piensa
al cliente y a la saliva. Atacar el pensamiento para cambiar la acción.
Las buenas noticias son que si tu mundo está definido por tus marcos mentales
de pensamiento, podés cambiar tu desempeño simplemente ayudándote a mover,
trasladar o cambiar esos marcos. Pero cambiar lo que pensás es un desafío tremendo,
dado que peleás y te aferrás muy fuerte a tu mirada sobre el mundo. Sentís que si cambiás
lo que pensás, todo el mundo colapsará. Además, cuando la realidad externa cambia, tus
realidades internas no se mueven tan rápido. Cuando el cambio viene de afuera —por
ejemplo, tu jefe te pide que uses un software nuevo que no conocés—, necesitás tiempo
para recablear tu cerebro y adaptarte, aprender. Esto lo hacés creando nuevas conexiones
acordes con tus propios cableados anteriores. Necesitás espacio, tiempo y motivación para
que suceda. Pero luego debés dar un paso atrás y dejar que el proceso de recableado se
desarrolle solo.
En este libro verás cómo usar ese espacio, tiempo y cómo motivarte para dirigir ese
cambio en el cerebro, por ende, en vos. Además, dado que cada cableado de cada persona
puede ser muy diferente, cualquier grupo de personas puede ver una misma situación desde
diferentes perspectivas. En definitiva, si lo que hacés y los resultados que obtenés —tu
desempeño— dependen en primera medida de tus pensamientos, según vimos en el modelo
del iceberg, lo que te propongo es que para cambiar debés trabajar primero con tu proceso
de pensamiento o marcos mentales. Entonces, muchas de las cosas que querés cambiar son
determinadas primero por pensamientos —la mayoría de las veces no te das cuenta—,
luego sensaciones o emociones que te empujan a hacer —o no— cosas que quizá a corto
plazo te hagan sentir aliviado, pero que a largo plazo claramente te perjudican.
A continuación te dejo una serie de ejemplos sobre el proceso que se da en el
cerebro para que termines haciendo algo de lo que la mayoría de la gente quiere cambiar.
Acordate: pensás, sentís y actuás. Obviamente que sentir puede retroalimentar tus
pensamientos y convertirlo en una bola de nieve —o espirales negativas— que empeora la
situación. Es cuando tus emociones negativas les hablan a tus pensamientos, y luego pensás
que “todo es cada vez peor”, haciendo que tus emociones crezcan y, por ejemplo, una
bronca termine convirtiéndose en enojo y luego en ira. Por ejemplo: imaginate que tu jefe te
pide que termines un reporte para mañana (este es el estímulo o disparador). Esta situación
hizo en el pasado que pensaras: “Uy, no soy lo suficientemente bueno para lograrlo”. Eso
llevó a sentirte ansioso, lo que te llevó a fumar (acción) un paquete de cigarrillos diario.
Eso es lo que querés cambiar en tu vida: dejar de fumar. El hábito hace que pases del
pedido de tu jefe a salir a fumar de manera casi instantánea, sin pensar ni sentir. Si tan sólo
pudieses frenar el “cómo estás pensando esa situación” y cambiar esa forma de pensar,
habrá altas posibilidades de que logres cambiar lo que sentís y el comportamiento final.
Esto veremos en EnCambio.
ESTÍMULO
PENSAMIENTOS
HÁBITO
EMOCIONES
ACCIÓN =
En efecto, esta conexión entre estímulo-disparador-ambiente-situación con el
pensamiento, la emoción y la acción que le sigue, surge generalmente durante la infancia o
juventud en hechos que quizá no fueron importantes en el momento en que ocurrieron. Es
allí donde se establecen los hábitos. Puede ser consciente o inconsciente, pero lo que es
seguro es que fue una forma de responder del cerebro en busca de placer o alivio
instantáneo en aquel momento, pero que a largo plazo y hoy no te benefician.
Ejemplos. Dada una cierta situación, pienso (1): no soy bueno para esto. Debería /
no debería. Estoy loco / estoy enfermo. Quiero escapar de esta realidad. Últimamente tengo
muchas ganas de comer algo que sé que no es bueno para mí. Quiero cosas que no son
realistas, como sentirme bien todo el tiempo. Todos lo hacen bien menos yo. No me
merezco ser feliz. Todo lo que hago es para los demás. Nadie me quiere. No tengo control.
Soy mala persona. No soy bueno para esto. Hay algo que está funcionando mal en mi
cabeza. Todo piensan que yo… Todos son más importantes que yo.
Ese pensamiento me hace sentir (2): ansioso. Me duele la panza. Mariposas en la
panza. Mi corazón va muy rápido. Tremendas ganas de comer algo dulce o salado.
Sensación de desesperanza. Miedo. Fatiga, cansancio. Transpiración. Dolor en el pecho.
Enojo excesivo. Calor en mi pecho, brazos, cara. Tristeza, depresión.
Y termino (3): fumando. Peleando o argumentando. Sexo compulsivo. Shopping,
gastando plata que no tengo. Drogas. Alcohol. Comiendo demasiado. No comiendo nada.
Evitando personas, lugares o eventos. Comiendo cosas que no me hacen bien. Chequeando
algo repetidas veces (e-mails, hechos, info, mensajes de texto, etc.). Evitando hacer cosas
que no me gustan pero que te harían bien (ejercicio físico). Pensando demasiado o
sobreanalizando situaciones, eventos o personas.
Mezclemos ahora 1, 2 y 3 al azar: un cliente te hace una crítica sobre tu trabajo,
entonces pensás “No soy bueno para esto”, eso te lleva a sentirte un poco ansioso y triste, lo
cual te lleva a pensar demasiado y sobreanalizar durante todo el día ese comentario. Es
decir, quedándote en el problema en lugar de buscar soluciones.
Si te sentiste identificado, podés ayudarte a cambiar. Recordá que tus creencias
sobre tus habilidades pueden levantar o cerrar la barrera hacia el cambio que pretendés.
Pero que también estas últimas son cambiables. Que el éxito es hacer lo mejor posible para
mejorar y aprender, y el fracaso una señal de alarma, algo informativo que te debería
motivar a volver a intentarlo. No sabés con exactitud cuánto cambio es posible o cuánto
tiempo llevará, ni que todo puede cambiarse. Y también aprendiste que motivar el cambio
por conocer los hechos, sentir miedo y usar la fuerza es un concepto erróneo.
¿Cuál creés que es la forma más efectiva de cambiar? Atacando tu comportamiento
habitual (sobreanalizando demasiado, del ejemplo anterior), o trabajando sobre los
pensamientos que lo originan (“No soy bueno para esto”). ¡Exacto! Veamos entonces cómo
los pensamientos pueden modificar el cerebro a partir de uno de los descubrimientos más
excitantes de la ciencia: la neuroplasticidad autodirigida.
No todo lo que se enfrenta puede cambiarse, pero nada puede cambiar si no se lo
enfrenta.
JAMES BALDWIN
1. Adaptado del libro Mindset, The New Psychology of Success, de Carol Dweck.
2. También conocida con el título Hechizo del tiempo.
En tu mano
Hay más posibilidades de conexiones entre neuronas
en el cerebro que cantidad de átomos en el Universo.
JOHN RATEY
Te propongo que con tu mano hagas lo siguiente: si ponés tu pulgar en el medio de
la palma de tu mano y luego lo enrollás tapándolo con los otros cuatro dedos, obtendrás un
modelo sencillo para describir a tu cerebro. Tu cara estaría al frente de tus nudillos y la
parte de atrás de tu cabeza sería la parte de atrás de tu mano. La muñeca representa tu
médula espinal, surgiendo desde tu columna, donde se “sienta” la cabeza. Y si levantás los
cuatro dedos y luego tu pulgar, verás en tu palma tu cerebro reptiliano, la parte más antigua
de tu cerebro, la que recibe datos de tu cuerpo, los analiza y reenvía nueva información para
regular procesos básicos como el funcionamiento de tu corazón y pulmones. Si ahora ponés
de nuevo tu pulgar en el medio de la palma —lo ideal sería que haya dos para hacerlo
simétrico— este representaría las áreas límbicas que evolucionaron cuando aparecieron los
primeros pequeños mamíferos. El límbico trabaja junto con el reptiliano y el resto del
cuerpo para crear tus instintos básicos, deseos y emociones. Es crucial para formar tus
relaciones con los demás. Juntos, reptiliano y límbico, tienen más de 200 millones de años
sobre la Tierra. Finalmente, al enrollar los cuatro dedos formás el córtex. Esta última es la
capa más externa, también conocida como neocórtex, que se ha expandido muchísimo con
la aparición de los primates. En nosotros, los humanos, la parte más frontal y elaborada del
córtex nos permite tener ideas, elaborar conceptos y hasta pensar en lo que estamos
pensando. Tu neocórtex tiene unos 100 mil años en el planeta.
De esta forma has esquematizado en tu mano el cerebro triuno —reptiliano, límbico
y neocórtex— que fue desarrollando sus diferentes capas a través de la evolución. Estas
áreas están verticalmente integradas, ya que se distribuyen desde abajo o adentro —cerebro
reptiliano y límbico— hacia arriba o más afuera —el córtex más nuevo y desarrollado—.
También se lo puede dividir en dos mitades, una integración horizontal. Más adelante
veremos en detalle algunas áreas que, de manera directa o indirecta, están involucradas en
los procesos de cambio. Con esta descripción básica y sencilla del cerebro estás listo para
adentrarte en una de sus habilidades más increíbles y recientemente comprobadas por la
ciencia: su capacidad para crecer, seguir desarrollándose, crear nuevas neuronas y
reemplazar áreas dañadas tanto de pequeño como de adulto, hasta el último día de tu vida.
Su neuroplasticidad. Tu neuroplasticidad.
Sí, se mueve
El primero en introducir el concepto de plasticidad del cerebro fue el padre de la
psicología experimental en Estados Unidos, William James. En 1890 dijo: “Materia
orgánica, fundamentalmente tejido nervioso, que parece dotado de un extraordinario grado
de plasticidad. Una estructura lo suficientemente frágil para poder ser influenciada”. El
tema fue que Williams era “sólo” un psicólogo, entonces su especulación no fue muy lejos.
Además, en ese mundo científico era mucho más prestigiosa la visión del español Santiago
Ramón y Cajal, ganador del premio Nobel de Fisiología o Medicina, que en 1913 dijo: “En
adultos las estructuras nerviosas son algo fijo, terminado e inmutable”. Estas afirmaciones
que indican que los circuitos neuronales de un órgano viviente no pueden cambiarse, y que
sus estructuras y su organización son estáticas, como las de un cadáver, permanecieron
vigentes durante casi un siglo. Todavía la mayoría de los manuales describe al cerebro
adulto como algo fijo, cableado en forma y función. Nos dicen que llegamos a grandes
“pegados” a lo que ya tenemos en la cabeza, a lo que ya somos. Esto no significa que los
científicos fallaban en reconocer que el cerebro debía sufrir cambios durante la vida.
Después de todo, el cerebro es el órgano del comportamiento y el repositorio del
aprendizaje y la memoria. Cuando adquirimos nuevos conocimientos, dominamos una
nueva habilidad o guardamos algo del pasado en la memoria, el cerebro cambia de forma
real y física para que aquello ocurra. Por años los científicos ya sabían que el aprendizaje y
la memoria ocurren con la formación de nuevas sinapsis, que son los puntos donde se
conectan las neuronas, o el refuerzo de sinapsis ya existentes. Es así, desempeñamos
acciones automáticamente porque hemos creado cambios permanentes en nuestro
cerebro a través de la repetición. Lo que mencionamos en el capítulo anterior y llamamos
“nuestros hábitos”. En personas muy especializadas, como músicos profesionales, esos
cambios se ven claramente en escáneres cerebrales. Si tocás un instrumento durante varios
cientos de horas, eso hará una gran diferencia en áreas del cerebro que controlan tus dedos,
lengua y labios. Distorsionaste o esculpiste tu cerebro. Un experto en negocios también
tiene un cerebro distorsionado ya que está altamente entrenado. Los especialistas son
realmente difíciles de crear y conseguir, y muy valorados en organizaciones, pero al mismo
tiempo tienen algo de rigidez en su cerebro. La experiencia que van acumulando con el
tiempo hace que sea más difícil de cambiar. Para lograrlo, una de las claves es mantener a
tu cerebro aprendiendo. De joven, casi todo lo que hacés es un comportamiento basado en
el aprendizaje, poderoso y muy plástico. De adulto, cuando dejás de usar esa poderosa
máquina de aprender, se pone como dura y empieza a morir. La salud del cerebro empieza a
declinar alrededor de los treinta años, a menos que sigas trabajando con él y aprendiendo.
Pero, cuidado, “permanecer activo” no es lo mismo que “seguir aprendiendo”. De adulto,
estando más cómodos con nuestros éxitos, nos ponemos adversos a la práctica ardua y
la repetición sostenida de nuevas cosas, que son las que llevan al cambio. Si sos
abogado, leer lo último que salió en el tema de leyes internacionales en revistas
especializadas en Derecho no es lo que el cerebro entiende por “aprender”. Ya sos un
experto en leyes y derecho. En este caso particular, “aprender” para tu cerebro sería que
tomes lecciones de kitesurf o tango de salón. Es decir, la idea es escapar de tu expertise y
volverte novato en un desafío totalmente diferente. Es desafiarte en lo que seguramente vas
a ser malo por un tiempo, en lugar de volver a los desafíos en lo que ya fuiste muy bueno
por muchos años. Además, a eso hay que agregarle el uso de las diferentes inteligencias:
verbal, espacial, mecánica, práctica, emocional, etc. Es por eso que aprender a tocar un
instrumento o un idioma es un verdadero “aprendizaje” para el cerebro. Vas a saber que
realmente estás aprendiendo algo nuevo y diferente cuando te cueste por mucho tiempo
dominarlo y cometas constantes errores, y hasta por momentos te sientas un idiota. Luego,
de a poco, serás mejor en eso hasta que se convierta en un hábito y devenga automático.
Aprender cosas nuevas y complejas es difícil y desalentador, por eso es tan
importante tener un maestro o coach. Los buenos maestros hacen mucho más que
demostrar la técnica y corregir errores. Inspiran y sostienen tus ilusiones comunicándote
que creen en vos, y marcándote los pequeños progresos que muchas veces ni siquiera vos
notás.
Ya vimos la importancia de tus creencias a la hora de cambiar. Te muestran su
competencia, sus métodos y las cosas importantes, pero lo fundamental para que lo logres
es que te muestran tu propio potencial. Entonces, un cambio de cualquier tipo requiere
que aprendas nuevos hábitos (en el cerebro) y desarrolles nuevas habilidades. Cambio
es entrenar, practicar y enseñar, pero por sobre todo necesitás una motivación que sostenga
el esfuerzo necesario para que lo logres en el tiempo. Esa motivación es emocional y no
con hechos, datos y números, como vimos en el capítulo anterior.
CAMBIO = NUEVAS HABILIDADES
NUEVOS HÁBITOS
CAMBIO = ENTRENAR + PRACTICAR + MOTIVARTE –
MARCOS CONCEPTUALES VIEJOS
En los últimos años del siglo XX numerosos investigadores desafiaron el dogma del
cerebro estático y realizaron varios descubrimientos que demostraron lo contrario, es decir,
que el cerebro adulto contiene un fantástico poder de neuroplasticidad. Puede recablearse
activando cables “dormidos” o desenchufados y creando nuevos cables. O apagar cables y
circuitos con actividades aberrantes o negativas para sus dueños, como las que caracterizan,
por ejemplo, la depresión. Cortar aquellas conexiones patológicas que sin cesar provocan
un estado casi continuo de “algo malo está sucediendo”, como aquellos con trastorno
obsesivo compulsivo. En resumen, el cerebro adulto retiene mucha de la plasticidad de
aquel cerebro en pleno desarrollo, incluyendo el poder de reparar regiones dañadas, de
hacer crecer nuevas neuronas, de reubicar neuronas de una región que realizan una tarea
determinada en otra región para que asuman nuevas funciones y de cambiar los circuitos
del tejido neuronal en las redes que nos permiten recordar, sentir, sufrir, pensar, imaginar y
soñar. Pero la revolución no consiste sólo en saber de este poder y capacidad de cambio que
tiene nuestro cerebro adulto. Igualmente importante es el empezar a entender cómo el
cerebro cambia. Las acciones que hacemos en la vida pueden literalmente expandir o
contraer diferentes regiones del cerebro, poniendo más gasolina en algunos circuitos
callados o silenciando otros muy ruidosos.
El cerebro ocupa mucho más espacio físico, más terreno o geografía en funciones
que su propietario utiliza con mayor frecuencia, y deja poco espacio para las actividades
que rara vez realizamos. Es decir, la mismísima estructura de tu cerebro, los tamaños
relativos de las diferentes regiones, la fortaleza de las conexiones entre un área y otra, todo
eso refleja la vida que vivís. Como la arena en la playa, el cerebro lleva las huellas de las
decisiones que tomás, las cosas que aprendés y las acciones que hacés o dejás de hacer.
Como vimos en el capítulo anterior, ya existen evidencias científicas de que tu
mente puede re-esculpir tu cerebro sin ningún input del mundo externo, tan sólo con
aquellos pensamientos que pensás. Por pura actividad mental. Por ejemplo, si pensamos
que estamos tocando la guitarra, se pueden medir cambios físicos en el córtex motor
responsable del movimiento de tus manos y dedos. Incluso algunos pensamientos pueden
curar o restaurar algo de tu salud mental. Por ejemplo, haciendo pensar diferente a
pacientes con depresión sobre el tipo de pensamiento que los amenaza y los deja en el
abismo de la desesperación, pueden reactivar regiones del cerebro y aquietar otras,
reduciendo así el riesgo de volver a tener recaídas depresivas. Atención, esto debe ser
trabajado con un profesional de la salud. Algo tan no-sustancial como un pensamiento tiene
la habilidad de alterar conexiones neuronales de manera de recuperarse de una enfermedad
mental y quizá mejorar la capacidad de compasión y empatía. Entonces, tus actividades en
la vida te informan quiénes somos. Sí, sos producto de tu pasado, pero tenés siempre la
oportunidad de remodelarte.
Si usamos la definición del prestigioso doctor Peter Levine, la neuroplasticidad es
la habilidad que tiene el cerebro para asumir nuevas funciones basado en necesidades
de cambio y acciones personales. “Plasticidad” proviene del griego plastikos, que
significa “con forma o moldeado”. Incluye cualquier proceso que resulte en el cambio en la
estructura, circuitos, composición química o funciones del cerebro, en respuesta a cambios
en el ambiente. Es una propiedad del cerebro mejor comprendida como una capacidad o
potencial de áreas y circuitos para adoptar nuevos roles y funciones. Por ejemplo, cuando
ocurre un derrame cerebral o un taponamiento de alguna arteria, más conocido como stroke
o ACV (accidente cerebro vascular), el torrente sanguíneo decrece en áreas específicas del
cerebro y puede resultar en daños permanentes de esas neuronas. Según dónde ocurra,
determinará los déficits que esa persona podrá sufrir. Si ocurre en el córtex motor, quizá no
pueda moverse o mover alguna parte de su cuerpo, como un brazo. El solo escuchar la
palabra nos suena como una sentencia de vida de parálisis parcial, pérdida del habla u otros
impedimentos trágicos. Pero un tercio de los pacientes se recupera espontáneamente,
volviendo a obtener bastante rápido la mayoría o todas las funciones que había perdido.
Otro tercio se recupera luego de terapia. La más efectiva y a veces controversial,
introducida por Edward Taub, es la del movimiento inducido por restricción. Imaginemos
que el ACV te dejó paralizado el brazo derecho, entonces se coloca tu brazo izquierdo en
un cabestrillo para que no puedas moverlo. También se te inmoviliza la mano “buena”, y
así no te quedará otra opción más que “mover” el brazo derecho. Muchos pacientes se
benefician con esta terapia. El área dañada del córtex motor (la responsable del movimiento
de tu brazo derecho) parece ser reubicada en otra área cerebral sana que asume la función
perdida. El estudio más famoso de Taub fue cuando, en 2006, eligió a 41 pacientes que
habían tenido en promedio un ACV cuatro años y medio atrás. De ellos, 21 fueron puestos
en terapia de movimiento inducido por restricción seis horas por día, durante diez días.
Durante el tratamiento, los pacientes recibían entrenamiento en diferentes tareas usando el
brazo afectado, mientras que el otro estaba sujeto e inmovilizado. Los otros 20 pacientes, el
grupo control, seguían terapias para el fortalecimiento, balance y resistencia del cuerpo, así
como también ejercicios de relajación mental, pero nada con el brazo “malo”. Dos semanas
más tarde, el primer grupo mostró progresos en la calidad y cantidad de movimiento del
brazo “malo” en comparación con el grupo control. Progresos que dos años después aún
persistían. Te recuerdo que estos pacientes eran adultos con cerebros adultos. Sin embargo,
cabe aclarar que no todos los pacientes se benefician con esta terapia ni tampoco está claro
cuáles son las bases neurológicas que explican por qué esta terapia funciona.
¿Cómo?
La neuroplasticidad ocurre cuando otras áreas del cerebro o nuevas neuronas
ocupan esas regiones dañadas por el ACV. Esto muchas veces significa asignar nuevas
funciones a áreas o circuitos que estaban siendo usados para otra cosa. Lo que la
neurociencia aprendió estos últimos años, y llamaremos neuroplasticidad autodirigida, es
que en ocasiones, si se le pide al cerebro repetidas veces una función determinada muy
necesitada —usando nuestro último ejemplo, “mover el brazo”—, el cerebro “aprende” que
esa nueva función es muy importante, y neuronas previamente alojadas en otros lugares son
redirigidas para su nuevo uso. En este último caso, al córtex motor para devolver la
movilidad del brazo. En general esto ocurre con áreas adyacentes a las áreas dañadas.
Desde el punto de vista biológico, esto no es ni bueno ni malo, sino un simple mecanismo
que se desarrolló para ayudarte a adaptar a tu ambiente y sobrevivir a condiciones muy
cambiantes. Lo poderoso de la neuroplasticidad autodirigida es que te da una herramienta
para recablear tu cerebro, es decir, cambiar. Esto se logra, como veremos en profundidad, a
través de tus expectativas, experiencias, a qué y cómo le prestás atención, y el poder de
vetar ciertos pensamientos, emociones y acciones automáticas del cerebro. Además,
necesitás de un fuerte compromiso, trabajo, disciplina y dedicación sobre eso que querés
cambiar.
En conclusión, la neuroplasticidad está operando todo el tiempo. Si repetidas veces
te involucrás en los mismos comportamientos —por ejemplo, chequear tu e-mail cada cinco
minutos o fumar—, tu cerebro va a designar esta acción como “preferida”, sin importarle
los efectos que tenga en vos o en tu vida futura. Es decir, las acciones o inacciones que
hacés hoy —donde estás focalizando tu atención— tienen un efecto sobre el cableado de tu
cerebro y cómo vas a responder de forma automática a diferentes estímulos en el futuro
cercano. Por ejemplo, si sos de chequear tu e-mail muy, muy seguido, te propongo que
dejes de hacerlo durante 24 horas y vas a ver lo difícil que es. Lo mismo que dejar de
fumar. En resumen, a lo que le prestás más atención en tu día va a crear el cerebro con el
cual vas a vivir, y es por eso que veremos que dónde ponés el foco es de extrema
importancia para cambiar.
Nacimientos adultos
El término científico para describir el nacimiento de nuevas neuronas es
“neurogénesis”. Fue recién en 1962 cuando el equipo de Joseph Altman, en Boston, logró
demostrar de manera elegante que esto ocurría en cerebros adultos de ratas, gatos y
conejillos de Indias, y no sólo en la etapa de desarrollo cerebral. Altman pudo poner en
evidencia la neurogénesis utilizando una herramienta molecular que para esa época estaba
de moda. Cuando una célula se divide para formar dos células hijas, primero debe fabricar
una copia nueva de su ADN. Para eso necesita diferentes moléculas más pequeñas que
navegan por el núcleo celular. Una de ellas es la timidina, que tiene la particularidad de
poder ser detectada radiactivamente… Para hacértela fácil: brilla. Si la timidina radiactiva,
agregada por el investigador al caldo celular donde está ocurriendo la división, se incorpora
a una nueva cadena de ADN, esta puede ser detectada fácilmente. Y esto fue lo que el
equipo de Altman detectó en cerebros adultos: radiactividad producto de nuevas cadenas de
ADN, es decir, nuevas células neuronales. Neurogénesis. Luego le siguió el equipo de
Michael Kaplan, en 1977, con una técnica parecida —pero mucho más cool— en cerebros
de ratas adultas. Los científicos son capaces de crear una especie de etiqueta molecular
fluorescente que puede pegarse a la timidina, y bajo microscopio electrónico es posible ver
neuronas fluorescentes. Eso detectó el equipo de Kaplan.
Podemos argumentar que cerebros de ratas, gatos o conejillos de Indias —luego se
hizo también en diferentes aves, monos— no son ni parecidos a los cerebros humanos. Pero
el tema era que la neurogénesis en cerebros humanos adultos no parecía fácil de demostrar.
No hay técnica, que no sea invasiva, de imágenes tan poderosa —como fMRI o PET, que
sólo pueden ver qué regiones del cerebro están activas— para ver el nacimiento de nuevas
neuronas en cerebros intactos y vivos de personas. Para lograrlo, se debería “matar” al
propietario del cerebro, remover el tejido que se quiere analizar y estudiarlo con técnicas de
“etiquetado molecular que brilla” y microscopía muy sofisticada. Pero en 1996 un trabajo
en conjunto entre un grupo sueco, liderado por Peter Eriksson, y un equipo norteamericano,
dirigido por Fred Gage, logró romper lo que durante siglos había sido el dogma sobre el
cerebro adulto humano: “No hay nacimiento de nuevas neuronas cuando sos adulto si sos
humano”.
Algunos pacientes con cáncer son inyectados muy seguido con una molécula
llamada BrdU (bromodesoxiuridina), que también brilla cuando se duplican las células. Los
oncólogos la usan para saber cuántas nuevas células “cancerígenas” van naciendo, y a qué
velocidad, en el paciente para estudiar su evolución y lo agresivo y maligno del cáncer. La
BrdU no es exclusiva de células tumorales sino que se incorpora en toda nueva cadena de
ADN que se divide para formar otra célula hija. Entre 1996 y 1998, una serie de pacientes
con cáncer que habían sido inyectados con BrdU murieron en Suecia. Tras la autorización
pertinente, partes de su tejido cerebral fue removido y estudiado en busca de células
fluorescentes de BrdU, es decir, nacimiento de nuevas neuronas. “Todos los cerebros tenían
evidencia de neurogénesis en los exactos mismos lugares que las otras especies de animales
anteriormente estudiadas”, escribió en su artículo científico Gage, e indicó que además se
trataba de neuronas adultas y maduras, y se habían creado entre 500 y 1.000 células nuevas
por día. Este descubrimiento derribó generaciones de sabiduría convencional en
neurociencia. El cerebro humano no está limitado a las neuronas con las que nace, ni a
aquellas que nacen durante la etapa temprana de desarrollo, sino que nuevas neuronas
nacen hasta en la octava década de vida, y pueden crear estructuras cerebrales o migrar a
estructuras ya existentes para armar nuevos circuitos y mapas.
En la actualidad, dada la evidencia científica, sabemos que todo sistema cerebral
conocido —sistema visual, auditivo, de atención, del lenguaje— es neuroplástico, es decir,
puede cambiar. Pero también sabemos que no todos son igualmente plásticos. Algunos lo
son durante un período pero no en otro, mientras que otros son capaces de cambiar durante
toda la vida. La neurociencia está avocada hoy a comprender mejor esto. Estudiamos el
desarrollo del cerebro para optimizar el desarrollo de las personas. Entendiendo cómo
cambian los cerebros podemos mejorar, por ejemplo, el diseño de las escuelas, de las
oficinas, etc. Un nene de un año tiene el doble de conexiones neuronales que un adulto.
Como si fuese un escultor con un gran mármol aún sin trabajar, el cerebro comienza de la
misma manera, con un exceso de conexiones. Cada una de las más o menos 100 mil
millones de neuronas de un cerebro recién nacido conecta con un promedio de 2.500
neuronas. Hasta los dos y tres años seguirá conectándose al máximo, hasta llegar a un
promedio de 15.000 conexiones. A esa edad el cerebro empieza a perder conexiones en una
especie de poda neuronal. Se estima que unos 20 mil millones de sinapsis se pierden por día
desde esa edad hasta la adolescencia. Aquellas que perduran son las más utilizadas, las de
mayor tráfico. Y los caminos no transitados se irán disolviendo. Este cambio dramático de
pequeños nos deja con un mundo lleno de posibilidades en cerebros adultos, cuyos circuitos
son menos maleables, pero maleables al fin.
Estoy convencido de que si cada uno supiese más y mejor cómo funcionamos y
cómo podemos cambiar, haríamos del mundo un lugar mejor. Así que… ¡metámonos de
lleno a aprender cómo cambiar nuestro cerebro para vivir mejor!
Hablale a tu cerebro
Uno no puede enseñarle nada al hombre,
sólo puede permitirle aprender por sí mismo.
GALILEO GALILEI
Tu vida no mejora por azar,
sino que mejora por cambiar.
JIM ROHN
¿Es importante para vos pasarla bien mientras estudiás o trabajás? Existen muchos
estudios sobre la satisfacción de las personas en sus trabajos y todos llegan a conclusiones
muy parecidas: seis de cada diez son infelices y tres de cada cuatro no están involucrados
con su trabajo. Imaginá si aquello que te gusta mucho hacer, un día dejara de gustarte.
Probablemente no lo harías más, salvo que estés obligado. No hay dudas entonces de que la
productividad y la creatividad para desempeñarte en cualquier función o trabajo están
relacionadas con las ganas, la intención y el disfrute de lo que hacés. Si a tanta gente no le
gusta lo que hace, o se siente infeliz haciéndolo, podemos pensar en el cambio como una
herramienta posible para transformar esto. Cambiar para empezar o volver a disfrutar de tu
trabajo, para animarte a irte a otro lugar —y tal vez en otra función muy diferente—,
cambiar para sentirte más útil, creativo, autónomo en lo que hacés. Cambiar para pensar
cosas que sirvan, que gusten, que mejoren la calidad de tu trabajo, el de tus colegas y el de
todas las personas que directa o indirectamente tengan algo que ver con lo que hacés.
¿Cómo llegaste hasta este lugar sin ser feliz? ¿Cómo sucedió? ¿Acaso no fuiste vos
quien eligió, quien pensó y creyó que acá era donde debías estar? Fuiste comportándote de
diferentes maneras hasta llegar acá, a tu presente. ¿Quién es el responsable —o
irresponsable— de la creación de tus comportamientos, elecciones, creencias y
pensamientos? La respuesta es tu sistema de valores. Este último se va imprimiendo y
dejando una huella en tu vida desde el nacimiento. Es decir que para cambiar o eliminar
alguno de tus comportamientos, o creencias, o pensamientos, o elecciones, debés cambiar
algo de tu sistema de valores. Dicho de otra forma, para obtener nuevos resultados en lo
que hacés, debés cambiar el sistema de valores responsables de tus comportamientos y
procesos de pensamiento, que sólo obtienen viejos resultados. Si aquello en lo que creés y
valorás no cambia, tu cerebro seguirá filtrando información de la misma manera que
siempre la ha filtrado, entonces las actitudes, los comportamientos y las formas de pensar
no cambiarán.
Para entender la dimensión de su importancia: los humanos somos la única especie
que mata para defender algún sistema de valores que fue violado. Es decir, cuando tus
pensamientos o valores conscientes violan aquellos inconscientes, el cambio no es
sostenible. Es lo que a mí me gusta sintetizar con esta frase: “Cambiás, pero a corto plazo”.
Por ejemplo, si en tu sistema de valores a todas las personas, sean quienes fueren, hay que
tratarlas por igual pero en la “cultura” de tu nuevo trabajo a los cadetes y a las secretarias se
los puede sobreexplotar pidiéndoles infinidad de cosas, incluso fuera del horario laboral,
pero a tus compañeros de proyecto y a tu jefe no podés llamarlos ni escribirles luego de las
seis de la tarde, dado tu sistema de valores, hay altas posibilidades de que no uses ese
permiso de pedir “extra” a ciertos compañeros (cadetes y secretarias) y a los otros no
(compañeros de proyecto y jefe). Y si tu jefe te pide que lo hagas, podrás hacerlo, pero no
será sostenible en el tiempo. Salvo que cambies tu sistema de valores. Una vez un jefe me
dijo: “No podés ni tenés que tratar a las secretarias igual que me tratás a mí”. Al principio
no entendí, luego pensé que era una broma. Finalmente, lo que sucedía es que su sistema de
valores era muy diferente del mío.
Parece entonces que si es tan difícil cambiar tu sistema de valores, se trataría de lo
que se conoce como un sistema cerrado. Estos son sistemas que no son influenciados por
variables externas, se autocontienen y sólo cambian por condiciones internas. Sin embargo,
no es así. Tu sistema de valores —como también tu cerebro, que lo ha creado— es abierto.
Puede continuar toda tu vida adaptándose, creciendo y evolucionando en relación con tu
ambiente. Ajustando los cambios según el contexto. Ese sos vos, o más bien, lo que podrías
ser si te lo proponés.
Cuanto más abierto es un sistema, más intercambio, más retroalimentación con el
ambiente y flexibilidad pueden darse. Por ejemplo, a diferencia del cerebro, muchos de
nuestros órganos y sistemas del cuerpo trabajan con límites concretos para su preservación
y seguridad —sistemas más bien cerrados—. Pero el cerebro es un sistema capaz, como
venimos viendo, de enormes cambios, y puede reconstruirse extensivamente a sí mismo, a
pesar de daños traumáticos o contextos caóticos, como vimos en el capítulo anterior. El
cerebro logra ser un sistema abierto gracias a lo que se conoce como estabilidad dinámica.
Algunos autores se refieren a la neuroplasticidad cerebral como sinónimo de estabilidad
dinámica, otros autores lo denominan flow o, sencillamente, cambio positivo. Esto último
es justamente lo que querés, ¿no? Cambiar de manera positiva, para mejor. Para los fines de
EnCambio, la estabilidad dinámica será ni más ni menos que la capacidad que tiene el
cerebro de cambiar para bien. Dicho de otra forma, la estabilidad dinámica es el
resultado de la habilidad que tienen los sistemas abiertos —como tu cerebro— para
relacionarse con el ambiente, y que permite el crecimiento y la evolución constante de
esos sistemas. Estos últimos, en estabilidad dinámica, se desarrollan en el tiempo y se
hacen cada vez más complejos. Es el poder de cambio que permite a un sistema adaptarse y
desarrollarse, en lugar de quedar inflexible y sin poder responder. Este cambio debe hacerlo
sin quedar sumergido en el caos. Esto último sería un cambio negativo. Por ejemplo, querés
y tratás de dejar de fumar y terminás fumando más, y ahora encima dejaste de hacer
actividad física y además ya no creés que te sea posible dejar el cigarrillo. Es decir, un caos.
Por último, cuanto más fácil pueda pasar la información entre el sistema y el ambiente,
mejor podrá el sistema adaptarse, evolucionar y mantener su integridad en un mundo
caótico de incertidumbre. Por ejemplo, tu mente, con su sistema de valores y patrones de
pensamiento, puede ser un filtro o incluso una barrera para ese pasaje necesario para el
cambio, de tu contexto y ambiente hacia tu cerebro.
Veámoslo de esta manera: para un bebé, aprender a caminar es físicamente
complicado. Pero neurológicamente, dado el dinamismo del sistema neurológico, que es
abierto, y su habilidad para intercambiar información con su ambiente, mientras que el bebé
casi no cambia nada en su aspecto físico, eventualmente aprende a caminar de un día para
otro. En efecto, como seguramente ya habrás visto alguna vez, los primeros pasos de un
bebé son un poco torpes, poco diestros, toscos, pero con el tiempo su cerebro y su cuerpo se
desarrollan para que pueda ejecutar hasta complejos pasos de hip-hop o ballet. Cambió de
manera positiva. Si bien el cerebro de un niño de dos o tres años tiene el doble de
conexiones neuronales que un adulto, algunas de sus neuronas y conexiones que no usa o
no usará comienzan a ser “podadas”. Aquellas que logran quedar forman redes de
conexiones cada vez más complejas, estimuladas por el cambio del ambiente. Esas que
quedan son las que usás hoy. Enfrentar desafíos a veces abrumadores, como aprender a
bailar hip-hop, puede terminar en frustraciones y sensación de fracaso pero, por otro lado,
tener que hacer repetidas veces lo mismo que ya sabemos hacer casi a la perfección puede
traer aburrimiento y falta de motivación. En ambos extremos no cambiamos y en ambos
casos se trata de emociones negativas. Es por esto que la búsqueda de la estabilidad
dinámica o cambio positivo tiene que ver con la búsqueda de cierto sentido de compromiso
y empeño para ir creciendo y desarrollándose como persona, ya sea en el ámbito personal o
en el profesional. Sin compromiso es muy difícil cambiar. Sin decirte a vos mismo que este
cambio que pretendés, o que en ciertas situaciones te exigen desde algún lugar (trabajo,
familia, amigos, etc.), es “bueno para vos”, será muy difícil lograrlo. Compromiso es darte
cuenta y convencerte de que “esto que quiero cambiar es bueno para mí, me desafía,
aprendo, crezco, me desarrollo, etcétera”. Sería como si tu mente le hablase a tu cerebro:
MENTE (hablándole al cerebro): —¿No te das cuenta de que esto está bueno para
nosotros? Nos sirve. Vamos a aprender algo nuevo. Y además… nos gusta. En efecto, si
además de darte cuenta de que te sirve, te gusta, pasás de estar comprometido con el
cambio a estar apasionado. Cambiar será aún más fácil.
CEREBRO (le contesta a la mente): —Buenísimo. Entonces, si decís que nos sirve,
eso significa para mí que obtendré más placer que amenazas. Dale para adelante, usá todas
las neuronas y las conexiones que quieras para cambiar.
La mente —la posibilidad de pensar a largo plazo— le habla al cerebro —la
supervivencia a corto plazo— y lo convence de que le preste todos sus recursos (neuronas y
conexiones) para poder cambiar.
Sin embargo, nuestra cultura y nuestra educación condicionan a nuestro cerebro a
trabajar más como un sistema cerrado. Sin darnos cuenta, migramos hacia acuerdos
inconscientes de vivir siempre la misma vida. Los procesos de educación de masas no nos
dan alternativas para diferentes estilos de vida. Nuestra independencia no le sirve al “gran
sistema”. Sólo sirve el cumplir, la conformidad, que es justamente lo que ofrecen los
sistemas cerrados. Nos condicionan a comportarnos como sistemas cerrados. Sin embargo,
la eficiencia y la consistencia requieren de un sistema mental abierto que pueda
reconstruirse, responder y adaptarse continuamente a los cambios del contexto. Una suerte
de ir “resintonizándose” para adquirir nuevas habilidades. Además, los sistemas cerrados
rara vez son motivados a obtener algo por fuera de su conformidad. No nos damos cuenta
con facilidad de cuán dependientes somos de una forma particular de pensar o de hacer las
cosas. Sólo cuando tenés la oportunidad de parar y mirar hacia atrás con otro marco de
referencia podés apreciar cuán atrapado estás o estuviste en una situación, y cuánta libertad
te ofrece un nuevo escenario. Es lo que yo llamo poner pausa. Muchos decimos que
queremos seguridad económica, independencia, libertad, pero pocos hacemos lo necesario
para aprender las habilidades que se requieren para obtener lo buscado. Lo dejamos librado
a la suerte, al azar, al gran sistema. Hablamos de necesitar espacio. Espacio para respirar,
para elegir, para jugar, para la aventura, para crecer. Pero los sistemas cerrados sofocan los
espacios. No elegimos de forma consciente sofocarnos, pero de alguna forma nos sucede.
CEREBRO = SISTEMA ABIERTO
SISTEMA ABIERTO = POTENCIAL DE CAMBIO
Put pause
Para cambiar, primero tenés que poner pausa. En pausa podés pensar, quizá y ojalá,
diferente, y no actuar de manera automática, reaccionando. Recordá que este es el estilo
preferido del cerebro. “¿Para qué pensar?”, se pregunta. “Mucho gasto de energía. Si vos ya
pasaste por esta situación o una similar, repetí”, te dice el cerebro. El automatismo, los
hábitos, la repetición, hacer siempre lo mismo le asegura al cerebro poco esfuerzo, poco
gasto de energía y mucha supervivencia. Lo que el cerebro no sabe, pero tu mente sí, es que
esa reacción, ese “otra vez actué sin detenerme a pensar”, te puede hacer zafar del presente,
o a veces hundir más, pero no se condice con tus metas a largo plazo. Es como arrojar una
moneda al aire. Y es justamente lo que querés cambiar: tus comportamientos reactivos, que
no se llevan nada bien con eso que vos querés obtener de tu vida. Veamos un ejemplo: tu
jefe te manda un mail un poco disgustado —así lo interpretás vos— porque no te vio en la
convención de la semana pasada. Leés y pensás: “No lo puedo creer. Diez días atrás,
cuando se estaba yendo de la oficina, le dije que no iba a poder ir a la convención porque
tenía que ir al interior a cerrar un acuerdo con un cliente importante…”. Esto te genera un
poco de bronca (emoción): “No me escucha cuando le hablo, no se acuerda de mí”.
Entonces volvés a leer el mail, tres veces más, porque no podés creer que te haya escrito
eso. Estás convencido de que le habías avisado que no podías ir y sin embargo… Y luego
reaccionás y le contestás el mail (acción, comportamiento): “Estimado Carlos, te recuerdo
que yo te había dicho que no iba a poder ir…”, bla, bla, bla. Cinco minutos más tarde
vuelve la respuesta de Carlos —o mejor dicho, su reacción—, que te detalla con precisión
sus encuentros diez días atrás en los cuales vos no estuviste y donde vos nunca le dijiste
que no ibas a la convención. Ahora necesitás leerlo diez veces en lugar de tres. Es más, lo
imprimís y te lo llevás al baño porque NO PODÉS CREERLO. Ya la bronca pasó a enojo y
luego de leerlo en el baño a ira —lo que conocemos como espirales emocionales negativas,
de las que es muy difícil salir—. Ira que va a soltarse probablemente en tu casa, con tu
familia. Bola de nieve. Empiezan los mails, ida y vuelta. Te peleás fuerte con tu jefe. Nadie
gana. Ahora, imaginemos que estas historias se repiten en tu vida: reacciones frente a
broncas que no te llevan a nada y empeoran tus relaciones. Querés cambiar. Entonces,
primero vas a tener que poner pausa para poder pensar y dejar de reaccionar, para
responder, eligiendo con tus pensamientos durante la pausa cuál es la mejor opción para
vos. Esto último requiere de más recursos, más esfuerzo, más atención, más energía.
¿Cómo pongo pausa? En tres pasos que tenés y podés hacer al mismo tiempo:
EJERCICIO: PONER PAUSA
Paso uno: si con algún estímulo (mail de Carlos) estás empezando a sentirte mal
—por esto es tan importante que conozcas al máximo sobre tus emociones—, en la medida
de lo posible retirate visualmente de ese estímulo, cambiá de ambiente. En nuestro ejemplo
sería no leas el mail cuarenta veces: cerrá la compu, levantate y da una vuelta, salí de tu
oficina. Si no lo hacés, todo tu córtex visual y áreas del cerebro relacionadas con la visión
quedarán “secuestradas” en ese estímulo. Estas áreas comprenden casi un tercio de tu
cerebro. Dicho de otra forma: imaginate que tu cerebro está compuesto por 100 empleados.
Ahora tenés 30 de ellos que no podés usarlos y que además se están llevando todos los
recursos de tu empresa, dejando a los otros 70 sin poder hacer mucho, sólo reaccionando.
¿Cuántas veces, intuitivamente, hemos pedido pausa o un recreo cuando nos peleamos con
nuestras parejas e ido a dar una vuelta manzana o hacernos un té a la cocina? Cuando te
alejás visualmente del estímulo que causa tu reacción, estás recuperando esos 30 empleados
que habían sido secuestrados.
Paso dos: respirá profundo. Tres o cuatro veces será suficiente. Cuando te invaden
emociones negativas, aunque muchas veces de modo imperceptible, tu respiración se agita:
menos oxígeno entra a tu cerebro y peor es la limpieza de las toxinas que se acumulan en
las neuronas. ¿Sabías que el cerebro es el órgano más tóxico del cuerpo? El oxígeno,
además de permitirles respirar a tus células, es un gran estimulador de fabricación de
nuevos capilares. Así es, respirar profundo favorece la construcción de una red más amplia
de venas y arterias, y esto favorece más y mejor acceso a los nutrientes y oxígeno a más
neuronas (arterias), además de tener más rutas para que las toxinas sean evacuadas (venas).
Más neuronas limpias, alimentadas y respirando mejor equivale a pensar mejor. Al respirar
profundamente estás favoreciendo el uso de más neuronas para pensar qué hacer con ese
mail, o sea, responder, crear en tu cabeza varias alternativas, quizá de una manera diferente
de tus habituales reacciones, es decir, cambiar. Por ejemplo, dejar pasar un día y luego ir a
la oficina de tu jefe y charlarlo en persona.
Paso tres: mientras cambiás de estímulo visual o te vas del lugar y lo hacés
respirando profundamente, también focalizá en hacerlo con tu espalda derecha. Esto no sólo
permite que respires mejor, sino que además favorece el traslado más eficiente de los
mensajeros neuroquímicos desde la médula espinal hacia el resto del cuerpo. Como una
autopista sin tráfico. Los yoguis tienen razón. Y encima, cuando nos sentimos mal por algo,
tendemos a encorvarnos. Así que recordá: frente a algún bajón o si no te sentís bien,
espalda derecha y respiración profunda. Además: pensá, no te enrosques con los primeros
pensamientos habituales que suelen venir de reacciones emocionales. Para cambiar,
primero debés poner pausa.
PAUSA
PIENSO = RESPUESTA
CAMBIO
NO PAUSA entonces AUTOMÁTICO =
REACCIÓN entonces NO CAMBIO
No a los cañones
Ya tenemos el compromiso de cambiar, es decir, tomar el cambio como un
aprendizaje, entenderlo como un desafío en el que habrá errores y fallas, pero que al final
será algo bueno para vos. Ya sabemos que sin hacer pausa es difícil controlar las
reacciones habituales que no nos dejan cambiar. Ahora, un condimento más: necesitás
voluntad. Definimos a la voluntad como la habilidad para controlar la atención, las
emociones y los deseos que influyen en tu salud, seguridad económica, relaciones con los
demás y el éxito personal. Todos sabemos bien que habitualmente necesitamos controlar
distintos aspectos de nuestra vida para no entrar en conflicto permanente con todo, ya sean
los impulsos para decir, actuar repentinamente, consumir, etcétera. Todos luchamos en
algún momento con tentaciones, distracciones o inacciones, como procrastinar. Es lo
imperfecto de lo perfecto del comportamiento humano. No son debilidades individuales que
revelan tus falencias como persona, son experiencias universales y parte de la condición
humana.
Hoy existen evidencias psicológicas y neurocientíficas que determinan que la
voluntad es como un músculo que puede ejercitarse. Muchos de los cambios que te
proponés en la vida se frustran por no tener suficiente fuerza de voluntad. Todos sentimos
alguna vez a nuestra voluntad fallar, controlando alguna cosa, pero sobrepasada y dejando
sin control otra. Comprender tus límites biológicos sobre cómo ejercitar tu voluntad, para
tener cierto autocontrol, es un paso importante en cualquiera de las estrategias que quieras
emplear cada vez que desees cambiar algo.
Una forma simple para entender cómo funciona tu voluntad es entender primero
cómo y por qué perdés el control. Comprender esto te va a ayudar a evitar ciertas trampas
que hacen que falle tu voluntad para hacer o, en ciertos momentos, no hacer ciertas cosas.
Estos hallazgos científicos han ayudado a recuperar a personas de distintos
comportamientos disfuncionales que sesgaban sus vidas: desde adictos al alcohol, a los
videojuegos o al email hasta compradores compulsivos, y ayudó a otros desde entrenarse
para una maratón hasta comenzar un negocio nuevo, redirigir el estrés laboral, resolver
conflictos familiares o prepararse para terminar la escuela o ingresar a la universidad.
Experimentos realizados en la Universidad de Cornell, de Nueva York, que luego
repitieron otros científicos y llegaron los mismos resultados, encontraron que las personas
que creen tener más voluntad para hacer o no hacer algo, son aquellas que, al ser tentadas,
pierden el control con más facilidad. Por ejemplo, fumadores que son optimistas en su
habilidad para dejar definitivamente de fumar son los que tienen más posibilidades de
volver a fumar cuatro meses luego de haber dejado. Los que hacen dieta y creen poder bajar
muchos kilos son los que menos bajan. Estas personas fallan en predecir cuándo, dónde y
por qué se darán por vencidos. Se exponen a más tentaciones, como salir con otros
fumadores o dejar tortas y chocolates en sus cocinas. El mismo estudio sugiere que aquellas
personas que llevan un mejor control sobre su atención, sus emociones y acciones, son más
felices, saludables, y sus relaciones les brindan más satisfacciones y son más duraderas.
Además ganan más plata y llegan más lejos en sus carreras, manejan mejor el estrés, el
conflicto, y se sobreponen más rápido de la adversidad. Hasta viven más años. Además, la
fuerza de voluntad es el mejor predictor del éxito académico, incluso más que la
inteligencia IQ, y un determinante mucho más fuerte de liderazgo que el carisma.
Finalmente, parece que la voluntad es más importante que la empatía en la dicha del
matrimonio. Lo que conocemos como “saber cuándo mantener tu boca cerrada” requiere
fuerza de voluntad.
[QUÉ + CUÁNDO + POR QUÉ] (HACER) = MÁS FUERZA VOLUNTAD
Lo primero que tenés que desarrollar para mejorar tu fuerza de voluntad es darte
cuenta de qué es lo que estás haciendo, cuándo lo hacés, y comprender por qué lo estás
haciendo. En neurociencia esto se conoce como self-awareness o autoconocimiento. Es
muy importante que sepas reconocer cuándo estás tomando una decisión que requiere de
voluntad. Recordá que tu cerebro tenderá a responder de la forma más fácil, aquella que
requiera menos gasto de energía. Como ya vimos, la mayoría de nuestras elecciones se
hacen en piloto automático, sin una conciencia real de qué es lo que las está conduciendo, y
sin casi ninguna reflexión seria de sus consecuencias. Esto quiere decir que la mayoría de
las veces ni te das cuenta de que estás eligiendo o tomando una decisión. Por ejemplo, en
un estudio muy conocido se le pidió a la gente que dijera cuántas decisiones por día toma
relacionadas con la comida. En promedio, la gente intuyó unas 14 decisiones, pero cuando
se dedicaron cuidadosamente a darse cuenta, el promedio fue de 277. Dicho de otra forma:
tomaron 200 decisiones sin darse cuenta. Y esto sólo fue con cuestiones relacionadas con la
comida. Además, muchos estudios muestran que cuando tu mente está preocupada es
cuando tus impulsos van a guiar aún más tus elecciones y, como vimos, estos van en
contra de los objetivos que te proponés a largo plazo. Además, si tu mente está distraída,
caerá más en las tentaciones. Por ejemplo, estudiantes que deben retener un número
telefónico durante el almuerzo tienen un 50% más de posibilidades de pedir torta de
chocolate en lugar de ensalada de frutas. La ciencia ha descubierto que tu voluntad no es
sólo dominio de la psicología, sino también de la fisiología. Se trata de un estado
temporario de tu cuerpo y mente que te da la fuerza y la calma para anular o hacer caso
omiso a tus impulsos. Cada vez sabemos más sobre este estado y cómo el mundo actual
interfiere con él.
Imaginemos el siguiente escenario: estás caminado por la calle y pasás frente a una
panadería que ofrece en su vidriera unos cañoncitos de dulce de leche. Antes de que te
digas a vos mismo, mientras te tocás la panza, “Me estoy cuidando”, tus pies ya se dirigen
hacia la puerta del negocio. Tu mano acciona el picaporte y olés las medialunas recién
salidas del horno. Empezás a salivar cuando ya estás adentro. Estás sintiendo la “promesa
de la recompensa”, sistema del cerebro que te hace actuar de manera casi automática. La
dopamina, liberada por este sistema, ya inundó las áreas del cerebro que controlan tu
atención, motivación y acción. Los neurotransmisores te dicen: “Comprá YA MISMO esos
cañoncitos de dulce de leche, es una cuestión de vida o muerte”. Mientras todo esto sucede,
cae tu nivel de azúcar en sangre. Es decir, apenas tu cerebro anticipa el primer mordisco
dulcedelechoso libera un neuroquímico que le indica al resto del cuerpo absorber toda la
energía —azúcar— que esté circulando en la sangre. La lógica es la siguiente: como voy a
comer el cañoncito que es súper rico en azúcar y grasas, esto va a producir un pico de
azúcar en sangre. Para prevenir un desagradable coma por azúcar y la rara muerte por
cañoncito de dulce de leche, tengo que bajar el nivel de azúcar que circula en este
momento. Pero este descenso del azúcar te deja un poco débil y raro, haciendo que esas
ansias por el cañoncito aumenten aún más. Es decir, si fuese un concurso entre vos
cuidándote y haciendo dieta versus el cañoncito de dulce de leche, este último tiene todas
las de ganar. Salvo que tengas voluntad. La habilidad de hacer lo que realmente importa,
aun en momentos difíciles. Y ese escenario donde el dulce de leche está incrustado en tu
paladar no es lo importante. Vos tenés otros objetivos, como salud, bienestar y seguir
usando el mismo talle de pantalón la semana que viene. El cañoncito amenaza tus objetivos
a largo plazo. Necesitás voluntad. Un plan que encienda un set coordinado de cambios en el
cerebro y cuerpo que ayuden a resistir la tentación. La doctora Suzanne Segerstrom, de la
Universidad de Kentucky, lo llama “respuesta de la pausa y el plan”. ¿Te acordás de que te
enseñé a poner pausa cuando te invadan, por los motivos que sean, las emociones
negativas? Acá hacés lo mismo: alejate de la vidriera de la panadería, respirá profundo y
con la espalda derecha. Vas a poder hacerlo si lográs percibir rápidamente que existe un
conflicto interno (me quiero cuidar) ante una amenaza externa (cañoncito de dulce de
leche). Parece que querés hacer sólo una cosa —comer el cañoncito, salir a fumar, tomar
alcohol— pero sabés que no deberías. O al revés, sabés que deberías hacer algo —pagar los
impuestos, ir al gimnasio, terminar el proyecto— pero preferís no hacerlo. Este es el
conflicto interno en el cual tus instintos o hábitos te están llevando hacia una potencial mala
decisión. Tenés entonces que protegerte de vos mismo. De esto se trata utilizar la voluntad
para tener cierto autocontrol. Y es la percepción del conflicto interno la que debe disparar
cambios en el cerebro y luego en el cuerpo para bajar un cambio: primero pausa —no
apurarse— y luego controlar tus impulsos —plan—.
La mejor forma fisiológica de medir cuán exitoso podés ser en la respuesta de la
pausa y el plan es lo que se conoce como variabilidad del ritmo cardíaco. Todos los
corazones varían en cierto grado su ritmo de latidos. Es fácil darte cuenta si corrés una
cuadra. El ritmo cardíaco de una persona sana tiene variaciones normales, aunque esté
sentada leyendo esta página o su tablet. No me refiero a arritmias graves, desde ya. Son
pequeñas variaciones. Aumentan un poco al inhalar y disminuyen al exhalar. Esto es bueno,
es sano. Significa que tu corazón está recibiendo señales del sistema nervioso autónomo.
Este último tiene dos componentes: el sistema nervioso simpático, que revoluciona tu
cuerpo hacia la acción, y el parasimpático, que promueve la relajación. Cuanto más
estresado estás —lo cual no ayuda a la respuesta de pausa y plan, por lo tanto no ayuda a tu
fuerza de voluntad—, el ritmo cardíaco aumenta y la variabilidad del ritmo cardíaco
disminuye. Esto último sucede porque el corazón se queda atrapado en un ritmo muy veloz
casi sin variar, lo que contribuye a la sensación física de ansiedad y enojo. Sin embargo,
cuando ejercés exitosamente tu voluntad para controlar algo, el corazón se relaja y la
variabilidad aumenta. Otros estudios muestran que las personas con mayor variabilidad del
ritmo cardíaco, ya sea por genética o porque aprendieron a hacerlo, son mejores para
ignorar distracciones, posponer las gratificaciones y manejar situaciones de mucho estrés.
Además, estas personas se rinden menos frente a las dificultades o cuando fracasan y
reciben críticas. La variabilidad del ritmo cardíaco es entonces una especie de reserva de la
fuerza de voluntad, por ende, de cierto autocontrol. Los factores que influyen directamente
con esta reserva van desde lo que comemos hasta el lugar donde vivimos. Como te podés
imaginar, la comida chatarra y un aire con mucha polución bajan la variabilidad del ritmo
cardíaco, o sea, baja la reserva de voluntad. Cualquier cosa que estrese tu mente o tu cuerpo
interfiere con la fisiología de tu voluntad y así controlás menos: ansiedad, enojo, depresión,
soledad, dolor crónico, enfermedades.
Para aumentar la variabilidad del ritmo cardíaco, y por ende tu fuerza de voluntad,
todo lo que tenga que ver con reducir el estrés y cuidar tu salud cuenta. Chocolate por la
noticia. Ejercicio físico, dormir bien, comer mejor, pasar tiempo de calidad con amigos y
familia. ¿Quién no lo sabe?
Lo que quizá no sepas es que la técnica más comprobada que aumenta la
variabilidad del ritmo cardíaco —o sea, tu voluntad— es la meditación. Además de mejorar
todas tus habilidades de voluntad y autocontrol, esta práctica mejora tu poder de atención,
foco, manejo del estrés y el controlar los impulsos. Reduce tu estrés y le enseña a tu mente
cómo actuar frente a distracciones internas como preocupaciones, ansias, deseos y
tentaciones externas (sonidos, olores, cosas que ves). A diferencia de lo que creemos la
mayoría de los occidentales, la meditación no se trata de eliminar tus pensamientos sino de
aprender a no estar tan perdidos en ellos, lo cual hace que muchas veces te olvides de tus
objetivos. Incluso, si meditás “mal”, con el tiempo la práctica se hace más efectiva. Es
decir, si tus pensamientos se alejan del foco durante la meditación —llámese foco a tu
respiración, un mantra, un sonido— sólo tenés que volver al foco sin tratar de esforzarte de
que no haya pensamientos.
Otra práctica fácil para fortalecer tu fuerza de voluntad es disminuir tu respiración a
cuatro o seis respiraciones por minuto. Eso es unos diez a quince segundos por respiración.
Mucho más despacio de lo normal, pero no tan difícil de lograr con un poco de práctica y
paciencia. Hacer esto activa tu córtex prefrontal —lo que te permite usar la razón, el
análisis lógico—, es decir, pensar mejor, e incrementa la variabilidad del ritmo cardíaco.
Unos pocos minutos de esta técnica te ayudan a calmarte y a estar más en control, y vas a
sentirte capaz de manejar impulsos, ansias o desafíos. Nada mejor que practicar la técnica
cuando estés frente al cañoncito de dulce de leche. Cuando lo hagas, recordá no contener tu
respiración, esto sólo incrementará tu estrés. Si no llegás a cuatro por minuto no te
preocupes, la variabilidad del ritmo cardíaco empieza a aumentar con tan solo alcanzar
doce respiraciones por minuto. Hoy existen dispositivos y aplicaciones de celular para
ayudarte a medir y monitorear tu respiración. Se usan programas de entrenamiento sobre
variabilidad del ritmo cardíaco para reducir el estrés en policías, operadores de bolsa y de
servicios al cliente, profesiones muy estresantes.
Otra forma de aumentar tu fuerza de voluntad para combatir tentaciones es el
ejercicio físico. Cuando miramos el interior de cerebros de personas que empiezan a
ejercitarse regularmente, vemos un aumento de la materia gris (tus neuronas) y de la
materia blanca (lo que aísla y protege a las neuronas para que puedan comunicarse más y
mejor). Sin embargo, no existe un consenso científico sobre cuánto se necesita ejercitar
para que esto último ocurra. Sin embargo, analizando varios estudios independientes
podemos concluir que entre 30 y 45 minutos por día es suficiente. Caminar, hacer
jardinería, jugar con tu perro o tus hijos, practicar yoga o un deporte de equipo, nadar,
etcétera. Al cerebro le da lo mismo. Y si te divertís, mejor.
Dormir mal también aumenta las posibilidades de perder el control y caer en
tentaciones, además de perder el control sobre tus emociones y la atención durante el día.
La falta de sueño perjudica el modo en que el cerebro y el cuerpo usan la glucosa, la forma
base de energía de las células. Cuando estás cansado, a tus células se les dificulta absorber
la glucosa del flujo sanguíneo. Esto las deja con poca energía, y a vos, exhausto. Tu cuerpo
y tu cerebro se desesperan por energía. Pero aunque empieces a reponer la energía con
dulces o cafeína, como no es capaz de absorberlo eficientemente, te embarcás en una causa
perdida.
El área del cerebro que más consume energía y que se ve inmediatamente afectada
por su escasez es la que más usamos para pensar, el córtex prefrontal. También dirige y
controla otras áreas cerebrales, y cuando le falta glucosa empieza a soltar el control de esas
otras áreas. Los científicos del sueño muestran que con tan sólo una noche de buen dormir
se restaura la función óptima del cerebro. Es decir, si tuviste una mala semana o te acostaste
muy tarde la noche anterior, podés usar el fin de semana para recargar las pilas durmiendo
bien. Otras investigaciones sugieren que lo más importante no es la cantidad de horas
seguidas que dormís sino los intervalos que hacés para descansar entre las horas de vigilia.
Dicho de otra forma, con una siestita podés restablecer el foco y la voluntad si no dormiste
mucho la noche anterior. Probá cuál de las dos estrategias te funciona mejor.
Control freak
Todos sabemos que el estrés es malo para tu salud. Si sufrís de estrés crónico, tu
cuerpo empieza a malograr el uso de la energía necesaria para las tareas de largo plazo:
digestión, reproducción, reparación de tejidos dañados, lucha contra infecciones y respuesta
a constantes emergencias aparentes. Así, el estrés crónico puede conducir a enfermedades
cardiovasculares, diabetes, dolores, infertilidad, o a disminuir tus defensas y a exponerte a
toda gripe o resfrío que ande dando vueltas por ahí. Pero la voluntad también requiere del
gasto de mucha energía. El abuso de autocontrol o control crónico también puede aumentar
tus posibilidades de enfermarte desviando recursos de tu sistema de defensa. Mucha fuerza
de voluntad puede ser mala para tu salud. No se trata de ir en busca de la voluntad perfecta.
Aun si mejorás tu autocontrol no podés controlar todo lo que pensás, querés, decís y sentís.
Voy a repetirlo: incluso si mejorás tu autocontrol NO vas a poder controlar todo lo que
pensás, querés, decís y sentís. Vas a tener que elegir sabiamente, durante el día, en qué
batallas usarás tu voluntad.
Tiene pilas
Los investigadores encontraron que ejercer tu voluntad para controlar impulsos es
más fácil de mañana que de noche. Es más, al ir transcurriendo el día, esta habilidad se va
deteriorando. En el momento que vas a hacer lo que más te importa (ir al gimnasio después
de trabajar, sentarte a terminar un proyecto, mantenerte tranquilo cuando tus hijos
convierten tu sillón en una obra de arte, estar alejado de la heladera) es cuando menos
voluntad tenés. Y si encima tratás de hacer o controlar muchas cosas a la vez, terminás
exhausto. Esto no dice nada acerca de quién sos, sino que nos dice cómo funciona la
voluntad. Como una pila que se va gastando a medida que la usás, a medida que transcurre
tu día.
El psicólogo Roy Baumeister, de la Universidad de Florida, fue uno de los pioneros
en observar, testear y demostrar los límites de la fuerza de voluntad en docenas de estudios.
Sin importar el tipo de tarea o acción en los experimentos (diciendo que no a apetecibles
galletitas, zafando de distracciones, aguantando el enojo o metiendo las manos en agua
helada), en todas se observa que la voluntad se deteriora con el paso del tiempo. Sus
observaciones sugieren que la voluntad es como un músculo: cuanto más se usa, más se
gasta. Si no descansás, podés agotarla completamente. Es un recurso limitado. Te cuento
otros ejemplos: una tarea que requiere de mucha concentración con el paso del tiempo no
sólo empeora el foco, sino que deja a esa persona sin fuerza física; controlar la expresión de
las emociones no sólo conduce a una explosión emocional, sino que hace que la gente sea
más propensa a gastar más dinero en cosas que no necesita ni quiere; resistir ante unos
dulces súper tentadores no sólo hace que dispare las ansias por chocolate, sino que además
promueve la procrastinación. Entonces, si por cada acto de voluntad se reduce tu fuerza de
voluntad, por cada acto de autocontrol se pierde el control. Si salís a almorzar y le decís que
no a un flan, cuando regreses a tu oficina te será más difícil enfocarte en tu trabajo. Cada
vez que te sentás en una aburridísima reunión, manejás en el tráfico, tratás de encajar en la
cultura de una organización, querés impresionar a la chica o chico con quien salís, luchás
contra un impulso, filtrás una distracción, o hacés algo difícil, estás usando un poquito de
ese recurso limitado que es tu voluntad.
Consejo: poné en tu día primero lo que es primero, las urgencias y las cosas
difíciles. Priorizá. Y si no encontrás el tiempo y la fuerza para hacerlo, tratá de investigarte:
¿cuándo tengo más voluntad durante el día? Ese es el momento para que te sientes a
priorizar lo que tenés que hacer en la semana o en el mes.
Los experimentos de Roy se complementan con aquellos que miden los niveles de
azúcar antes y después de las tareas que requieren de voluntad. Cuanto más caen los niveles
de azúcar luego de una tarea que requiere de control, peor es el desempeño en la tarea
siguiente. Ejercer mucho tiempo seguido la voluntad vacía al cuerpo de su energía, y esta
pérdida de energía debilita el autocontrol. Esto se confirmó cuando se les dio a los
participantes del experimento una limonada con azúcar entre tareas y mejoraban el
desempeño gracias a un aumento visible del autocontrol, en comparación con los
participantes que tomaban limonadas sin azúcar. Por eso, atención cuando tomamos una
bebida sin glucosa, las famosas light o diet. El sabor dulce engaña al cuerpo, que va a sacar
la glucosa de la sangre anticipando un pico de azúcar que está por llegar. Pero el azúcar
nunca llega (porque es diet), entonces te quedás con menos energía y menos autocontrol,
mientras que tu cuerpo y cerebro se quedan preguntando: “¿Qué pasó con el azúcar que me
prometiste?”. Hay estudios que relacionan a las bebidas light con el aumento de peso, ya
que ese azúcar que no entró te deja menos fuerte frente a las tentaciones y quizá, como
suelo hacer yo, te comés una ensalada con una bebida light pero de postre te pedís una
mousse de chocolate.
Parece ser, además, que el azúcar nos vuelve menos egoístas, menos impulsivos y
más persistentes. Según Robert Kurzban, investigador de la Universidad de Pensilvania, la
cantidad de energía que necesita el cerebro para ejercer un poco de voluntad es menos de la
mitad de un Tic Tac por minuto. Pero esto es más de lo que el cerebro usa para otras tareas
mentales, y muchísimo menos de lo que nuestro cuerpo necesita para ejercitarse. Si bien el
cerebro puede guardar algo de energía en sus células, depende mayoritariamente de
suplementos continuos de glucosa que circulan por la sangre. Existen unas células
especiales que se dedican a monitorear los niveles de glucosa disponibles. Cuando se
detectan niveles bajos, el cerebro se pone un poco nervioso y decide dejar de gastar energía.
Como cuando los gobiernos recortan sus presupuestos, en general, y los primeros en sufrir
son la educación y la salud, en el cerebro son los circuitos destinados a la voluntad y el
autocontrol quienes sufren el recorte, ya que son altos consumidores de energía. Quiero
decir que, para conservar energía, el cerebro se pone reticente a darte los recursos mentales
que necesitás para resistir tentaciones, focalizar tu atención y controlar tus emociones. Trata
a la energía como al dinero: cuando los recursos son altos, la gasta, pero si son bajos, deja
de hacerlo.
Esta renuncia a gastar energía en el autocontrol frente a escenarios de azúcar en baja
puede deberse, además, a que cuando nuestro cerebro evolucionó, lo hizo en un ambiente
con escasez de azúcar. En el África de hace cien mil años, una baja en los niveles de azúcar
era un indicador del tiempo de reserva que te quedaba para buscar alimento. Eran
indicadores de cuánto tiempo más podías pasar sin encontrar alimento. Hoy, en el siglo
XXI, seguimos usando nuestro cerebro como si nos enfrentáramos a escenarios de
abundancia o escasez de azúcar en el ambiente. Tener un cerebro que desvía sus decisiones
hacia la gratificación inmediata cuando los recursos eran escasos, pero hacia el largo plazo
cuando los recursos eran enormes, era de una gran ventaja hace cien mil años cuando
encontrar comida era impredecible. Aquellos humanos que eran lentos en escuchar a su
hambre o demasiado amables para buscar su trozo de carne luego de la cacería
probablemente no sobrevivían mucho tiempo. En tiempos de poca comida, los que seguían
rápidamente sus impulsos y su apetito (poca voluntad y autocontrol) tenían más
posibilidades de dejar descendencia. Fueron aquellos que tomaban más riesgos explorando
nuevos territorios y probando nuevas comidas. Entonces, cuando perdemos control en el
mundo actual, se trata, a nivel cerebral, de un vestigio de nuestro instinto para tomar
más riesgos biológicamente estratégicos. Hoy, por ejemplo, muchos estudios muestran
que las personas estamos dispuestas a tomar todo tipo de riesgos cuando se trata de tener
hambre. Cuando la gente tiene hambre, es más infiel e invierte de manera más riesgosa en
la bolsa. En panza llena…
Ahora bien, en tiempos modernos, este instinto o la liberación de los impulsos
frente al hambre ya no nos sirven. Pocas veces una caída en los niveles de azúcar cerebrales
indica hambruna o necesidad de pasar tus genes en caso de que no sobrevivas el invierno.
Pero, ya sabés, cuando cae tu azúcar, tu cerebro va a favorecer el pensamiento a corto plazo
y el comportamiento impulsivo. No te dejes engañar. La prioridad para el cerebro será
obtener más energía, no la de estar seguro de que tus decisiones se alineen con tus objetivos
de largo plazo. Como por ejemplo, cuidar tu silueta.
Pero atención. Un shot de azúcar puede darte un aumento de tu fuerza de voluntad,
pero a súper corto plazo. No es una estrategia indicada ni sana a largo plazo. Durante
momentos estresantes de tu vida es muy tentador acudir a comidas ricas en grasas y
azúcares. Pero hacer esto te va a llevar a que tu voluntad descarrile completamente. Como
vimos, los altos picos de azúcar pueden interferir con la habilidad que tiene el cuerpo y el
cerebro para usarla. Es decir, terminar con altos picos de azúcar pero con bajísima energía,
como es el caso de millones de personas con diabetes de tipo II. La mayoría de expertos en
nutrición y cerebro recomienda una dieta que permita mantener constante niveles
adecuados de azúcar. Proteínas sin grasas, nueces, porotos, fibras y cereales, la mayoría de
frutas y vegetales. Básicamente, comida en su estado natural sin agregados de grasas,
químicos ni azúcares.
En definitiva, con respecto a la voluntad, tu desafío es entrenarla como si fueses un
atleta. Empujando un poco los límites pero chequeando el paso y la velocidad. Cuando
estés tratando de hacer un gran cambio, practicá pequeñas formas de controlar tus
impulsos y reacciones. De esta manera fortalecerás tu voluntad. Pero no te pases.
Mucho control no es bueno. Recordá que tu voluntad es como un músculo: se cansa al ser
usada, pero usarla regularmente la hace más fuerte. Y cuando te sientas débil o con poca
voluntad, buscá fuerzas en tu motivación interna para lograr tus objetivos de cambio
utilizando los siguientes ejercicios.
EJERCICIO: ENTRENANDO MI VOLUNTAD
a) ¿Cuáles son tu desafíos “Voy a…”? ¿Qué es aquello que te gustaría hacer más o
hacer menos, sabiendo que si lo lográs vas a mejorar la calidad de tu vida?
b) ¿Cuáles son tus desafíos “No voy a…”? ¿Cuáles son los comportamientos que
perjudican tu salud, felicidad y éxito? ¿Y cuáles mejorarían tu vida si los hicieras más
seguido o dejaras de hacerlos?
c) ¿Cuáles son tus desafíos “Quiero…”? ¿Cuál es el desafío a largo plazo hacia el
cual querés dirigir tu energía? ¿Cuál es el “quiero inmediato” que está minando ese desafío
o alejándote de él?
EJERCICIO: EL PODER DE QUIERO
Si tu voluntad está baja, renovate utilizando el poder de quiero para motivarte
durante tus desafíos. Considerá las siguientes preguntas para motivarte.
a) ¿Cómo voy a beneficiarme si tengo éxito en este desafío/cambio? Pensá qué vas a
obtener como persona: salud, felicidad, dinero, seguridad económica, éxito, etcétera.
b) ¿Quién más se va a beneficiar si tengo éxito en este desafío/cambio?
Seguramente hay otros que dependen de este desafío tuyo y son afectados de forma directa
o indirecta por tus decisiones: familia, colegas, amigos, empleados, empleador, comunidad.
¿Cómo pueden beneficiarse los demás con mi éxito?
c) Imaginá que este desafío/cambio se va a poner cada vez más fácil con el tiempo.
Si estás dispuesto a hacer lo más difícil ahora, ¿cómo sería tu vida?; ¿cómo te sentirías
acerca de vos mismo al ir progresando en este desafío?; ¿creés que vale la pena el esfuerzo
de sobrellevar un malestar hoy para conseguir cierto progreso mañana?
Bajo amenaza
La gente no resiste al cambio, resiste ser cambiada.
DR. DEAN ORNISH
Según el principio central de organización del cerebro, cuando encontrás un
estímulo, tus neuronas van a etiquetarlo rápidamente como bueno o malo. Si hace lo
primero, te acercás a ese estímulo porque hay una recompensa o emoción positiva para vos.
Pero si hacés lo segundo, tenderás a alejarte, allí yace una amenaza o emoción negativa.
Esto también es conocido como la tendencia del cerebro a “minimizar el peligro y
maximizar las recompensas”. Esta respuesta cerebral (en inglés, activate and avoid
response) es mucho más fuerte cuando el estímulo está asociado a la supervivencia, es
decir, es un mecanismo diseñado para ayudarnos a mantenernos vivos, recordándonos
rápida y fácilmente qué es lo bueno y lo malo del ambiente. Por ejemplo, el cerebro guarda
en un tipo de memoria aquellos gustos que fueron malos en el pasado, y en otro tipo
diferente, los que fueron buenos. Es la amígdala, parte del sistema de emociones que
veremos más adelante, la que juega un rol central en recordar a qué te deberías acercar (una
pareja, un refugio, comida, agua) y qué deberías evitar (un tigre, el frío extremo, no
dormir). Lo interesante de la amígdala y sus redes neuronales asociadas es que puede
procesar estos estímulos antes de que lleguen a tu conciencia, es decir, antes de que te des
cuenta de que lo está haciendo. Cuando estás yendo al baño (estímulo bueno, recompensa al
terminar de hacer tus necesidades) no pensás si tenés o no ganas de ir, vas.
Te propongo conocer el grado de sensibilidad de este sistema de amenazas y
recompensas del cerebro. En 2005, el equipo del doctor Lionel Naccache demostró que por
el solo hecho de mostrar a personas de manera subliminal —no son conscientes de que lo
están viendo— palabras que no tienen sentido, estas eran tratadas por la amígdala como
posibles amenazas y peligros. Hablando de velocidad, este sistema logra detectar estas
recompensas o amenazas en un quinto de segundo, dotándote con intuiciones no
conscientes durante todo el día de lo que tiene o no sentido en cada situación de tu vida
diaria. Es un acto reflejo, rápido, automático y no consciente.
En 2008, los científicos Matthew Lieberman y Naomi Eisenberger descubrieron que
para las interacciones sociales utilizamos circuitos cerebrales similares a los de estas
respuestas de supervivencia del tipo “acercarse o evitarlo”. Estos hallazgos tienen mucha
relevancia para procesos de cambio, ya que muchas veces, y sin que te estés dando cuenta,
te estás sintiendo amenazado por un montón de diferentes tipos de interacciones sociales. Y
si hay algo que hace complicado el cambio o que no te deja cambiar, es el sentimiento de
amenaza. Las amenazas te empujan a reaccionar y las reacciones son como una lotería.
Sobre todo si son las reacciones y los impulsos los que justamente querés cambiar. Ante la
amenaza, el cerebro tiende a lo conocido, a lo familiar. Y cambiar es, en muchas ocasiones,
lo opuesto a esto último. Traducido a tu mundo social: cualquier amenaza de tu jefe, padres,
amigos, colegas, puede interferir seriamente con tus intenciones de cambio. Y,
paradójicamente, muchas veces son ellos los que nos piden —usando amenazas— que
cambiemos. Como ya vimos, el miedo y la fuerza no motivan el cambio, sino reacciones
que no sólo no podemos estar seguros de que nos harán bien, sino que además son a corto
plazo.
Las amenazas además perjudican de manera directa tu desempeño cognitivo.
Resolver problemas, equivocarte menos, tomar buenas decisiones, manejar el estrés,
colaborar y sentirte motivado empeoran bajo amenaza. Pero esto te sucede muchas veces
por fuera de tu umbral de conciencia. Es decir, quizá en este preciso momento estés
sintiéndote amenazado, evitando cosas o acciones, sin que te estés dando cuenta. Y esas
amenazas son las que te están impidiendo cambiar. ¿Por qué? Primero, porque existe una
fuerte relación negativa entre la cantidad de activación cerebral debido a las amenazas y los
recursos disponibles que necesitás para pensar usando tu córtex prefrontal. Más amenazas,
menos o peor pensás. Y si querés cambiar, necesitás mucho de tus pensamientos para
lograrlo. Ya mencionamos que ellos son la base de tus comportamientos, desempeño,
rendimiento y de los resultados que obtengas en tu vida. Segundo, cuando estos circuitos de
amenazas se sobreactivan, inhiben señales cerebrales sutiles como las revelaciones, ideas o
insights, que son muchas veces las que te dicen qué es lo mejor para vos. Y tercero, al estar
tan activa la amígdala, tendés a generalizar más, lo que aumenta las posibilidades de que
hagas conexiones accidentales, tendiendo a buscar siempre el lado “seguro”, disminuyendo
así nuevas oportunidades. Actuás a la defensiva ante cualquier cosa y percibís los pequeños
eventos que pueden estresarte como un estrés tremendo. Por ejemplo, tu novia no te sonrió
cuando te fuiste de su casa a la mañana y te hacés la cabeza y la reunión que tenés más
tarde con tu jefe se volverá seguro más amenazante y difícil.
AMENAZAS [PENSÁS PEOR x MENOS IDEAS
x MENOS OPORTUNIDADES] = NO CAMBIO
¿Cuáles son los factores primarios que nos hacen sentirnos recompensados o
amenazados? Los factores primarios clásicos que activan estas respuestas positivas de
recompensa —acercarse— son el dinero, el agua, el sexo, el refugio y las necesidades
físicas para la supervivencia. Y los factores sociales o situaciones que también la activan
son la felicidad, las caras atractivas, las recompensas en forma de estatus, certezas,
autonomía, colaboración y justicia. En el lado opuesto, los factores primarios clásicos que
activan las respuestas de peligro y amenaza —evitar— son castigos como sacarte dinero u
otros recursos, un depredador o un arma. Y los factores sociales o situaciones que también
activan la amenaza son el miedo, algo poco atractivo para vos, caras desconocidas y
cualquiera de las formas que te hagan sentir una baja en tu estatus, tus certezas, tu
autonomía, menos colaboración y la sensación de injusticia. Por eso, según el modelo
SCARF creado por David Rock, los dominios cerebrales que son representados por las
interacciones sociales, que según como se den pueden hacerte sentir recompensado o
amenazado —en este último caso, en detrimento de los cambios que te propongas— son: el
estatus (S del inglés status), las certezas (C de certainty), la autonomía (A de autonomy), la
colaboración (R de relatedness) y la justicia (F del inglés fairness).
El estatus trata sobre la importancia relativa, el señority. Se representa en relación
con los demás durante las conversaciones. Es decir, sentís aumentar tu estatus cuando te
sentís “mejor que” otra persona. Si esto sucede, son tus circuitos de recompensa los que se
activan y aumentan tus niveles de dopamina. Ganar una carrera, un juego o una discusión te
hace sentir bien por la percepción del incremento de tu estatus que resulta de la activación
de tu circuito de recompensa. Es interesante saber que para pensar en estatus utilizamos
circuitos similares a los que usamos para procesar números. Por el contrario, la percepción
de una reducción real o potencial de tu estatus puede generar una respuesta del tipo
amenaza. Y si esto te sucede o te está sucediendo, cambiar será mucho más difícil. En un
estudio con escáneres cerebrales realizado por el equipo de Naomi Eisenberger mostró que
personas que eran dejadas afuera de una actividad social tenían las mismas áreas del
cerebro activadas que durante el dolor físico. Por eso se siente tan feo cuando te dejan
afuera del “pan y queso”. El rechazo social duele de verdad. Una reducción en tu estatus,
que puede hacerte sentir amenazado y de esta manera complicar los cambios que pretendés,
puede ocurrirte por el simple hecho de que alguien te dé un consejo, una orden o remarque
que estás haciendo algo mal. Y cuando sentís esa amenaza, es probable que te defiendas
contra lo que te dicen. Esto lo hacés para evitar sentir el dolor —que ya sabemos que es
real— que te causaría bajar tu estatus frente a otro. Voilà! Esto es un clásico en los lugares
de trabajo donde los jefes dan feedback a sus empleados. Las investigaciones científicas
muestran que podés sentir subir tu estatus —acordate de que tal vez no te des cuenta de
esto— cuando aprendés y mejorás en algo y se le presta atención a esa mejora que hiciste.
También al recibir feedback positivo, sobre todo si te reconocen públicamente. Ya veremos
la importancia que tiene para el cambio el hecho de hablarte a vos mismo de forma
positiva, ya sea para alentarte frente a los obstáculos como para cuando te explicás por qué
te suceden las cosas, las malas y las buenas.
El cerebro es una máquina que se la pasa intentando predecir el futuro mediante la
detección de patrones reconocidos sobre la base de su experiencia. Cada vez que tu mano se
acerca a la taza de café caliente, tus dedos ya saben lo que van a sentir. El cerebro tiene en
la memoria cómo se siente una taza de café caliente en tu mano. Si se sintiese diferente (por
ejemplo, pegajosa), es probable que le prestes mucha atención. Al cerebro le gusta saber los
patrones que ocurren momento a momento. Desea certezas, así las predicciones que hace
son posibles. Sin estas últimas, debe usar muchos más recursos, energía y atención. Del
mismo modo, una pequeña cantidad de incertidumbre genera una respuesta cerebral de
“error”. Eso hace que tu atención se aleje de tus objetivos y se dirija hacia el error. Por
ejemplo, si alguien no te está diciendo toda la verdad o actúa de forma incongruente, se
dispara el “error” en tu cabeza.
Grandes cantidades de incertidumbre pueden ser muy debilitantes para vos. Por
ejemplo, no saber qué se espera de vos en tu trabajo o cuáles son tus prioridades. Por el
contrario, el acto de crear certezas te ofrece una sensación de placer. Lograr lo que te
propusiste con tus expectativas aumenta tu dopamina, es decir, tu respuesta de recompensa.
Ocurre algo similar cuando volvés a lugares donde te sentiste bien, ya que los mapas
mentales del lugar son fácilmente encontrados entre tus cables. Como sabrás, cualquier tipo
de cambio importante genera incertidumbre, así que ya partís algo amenazado cada vez que
querés cambiar. Si esos cambios que pretendés involucran un tiempo importante, el solo
hecho de establecerte expectativas claras sobre tus objetivos, y poder descomponerlo en
etapas más pequeñas y más fáciles de realizar, te baja el nivel de incertidumbre. O sea,
menos amenaza.
Tu autonomía es la percepción de cuánto poder podés ejercer para controlar tu
contexto y el ambiente que te rodea. Esta también puede ser amenazada y perjudicar así tus
intenciones de cambio. La ciencia muestra que el grado de control que un organismo puede
ejercer sobre un factor de estrés determina si ese estresor puede o no alterar el
funcionamiento de ese organismo. Vos no tenés control sobre el tráfico vehicular de cada
mañana, pero sí por dónde vas al trabajo, a qué hora te levantás y a qué hora salís. Como no
controlás el tráfico, tendés a estresarte mucho, por eso es tan importante realizar ejercicios
de relajación y calma y decirte: “No puedo controlar el tráfico, de nada sirve estresarme
porque así no irán los autos más rápido”. Sé que es difícil, pero lograr tan sólo esto ya
produce un impacto importante en tu calidad de vida y en el resto de tu día. Cuando no
tenés control sobre lo que hacés, suben las amenazas. Por ejemplo, cuando en tu trabajo no
tenés poder de decisión y todo está regido por reglas de tu empresa, de la A a la Z, y nada
podés cambiar. Si no vas a tener control sobre los cambios que te proponés, estás
complicado. Si cuando estás cambiando tenés opciones para elegir, eso es tener cierto grado
de autonomía.
Cuando el modelo SCARF se refiere a la colaboración, involucra tu decisión de si
los demás están dentro o fuera de tu grupo social. Amigo o enemigo. Nos gusta formar
tribus en las que experimentamos un sentido de pertenencia. Esta decisión, si amigo o
enemigo, es tomada por tu cerebro muy rápido e impacta en su funcionamiento. Por
ejemplo, cuando decidís que alguien es “como vos”, utilizás los mismos circuitos que usás
para pensar en vos mismo, en tus propios pensamientos. Pero si es “enemigo”, empleás
circuitos diferentes. Además, si considerás a alguien tu competidor, tu capacidad empática
por esa persona decrece significativamente.
El experto en neurociencia John Cacioppo considera que el contacto seguro entre
humanos es tan importante como el agua y la comida. Cuando las relaciones no son
seguras, el cuerpo genera una respuesta de amenaza conocida como “sentirse solo”. Eso
duele. Esta respuesta también tiende a dispararse al conocer a alguien por primera vez. Y es
por esto que te sentís mejor en una reunión cuando conocés a cinco de los presentes en
lugar de una persona.
¿Adiviná quién ayuda a reducir esta respuesta social de amenaza, permitiendo
comunicar con extraños mas fácilmente? Exacto: el alcohol. El lubricante social alrededor
del mundo. En el cerebro, la hormona oxitocina permite un mayor comportamiento social.
Por ejemplo, un apretón de manos, intercambiar nombres y charlar sobre algo en común
como el clima libera oxitocina y te hace sentir más cerca del otro. Como verás, entonces, el
concepto de colaboración está ligado al de confianza, y uno confía en el que parece estar en
“su grupo”, con aquel que conectás y generás emociones de acercamiento. Cuanta mayor
confianza hay entre la gente, más grande será la colaboración y mayor la información que
se compartirá. Es por esto que si tu cambio involucra a otro u otros, y entre ustedes hay una
situación de competencia en lugar de colaboración, tu cerebro se sentirá amenazado y te
será más difícil cambiar. Esto último es una de las causas más comunes de por qué los
empleados no cambian en las compañías. Demasiada competencia interna entre colegas, ya
sea por una posición, cliente, proyecto, salario, incluso por la conquista de una mujer u
hombre, hace sentir a todo el equipo amenazado. Aunque no se estén dando cuenta. Muchas
personas y organizaciones creen que “pasar más tiempo juntos” puede mitigar estas
amenazas, pero los estudios indican que no es así. La mejor forma es dedicar algo de
tiempo social juntos con reuniones informales, contándose historias donde se descubra la
persona detrás del empleado, apelando a las emociones. En 2008, un estudio de Gallup
demostró que el hecho de poner bidones de agua en los pasillos aumenta la productividad
de la organización. Los mejores amigos, grandes catalizadores de la confianza y la
colaboración, pueden ser de gran ayuda en tus procesos de cambio. No para que te digan lo
que tenés que hacer, pero sí para hacerte sentir un poco más seguro.
Finalmente llegamos al final del modelo SCARF, que nos asegura que frente a
situaciones consideradas injustas para vos, tu cerebro se sentirá amenazado y le será muy
difícil el cambio. En un estudio muy famoso, Golnaz Tabibnia mostró que 50 centavos de
dólar generan más recompensa cerebral que 10 dólares. Esto ocurría cuando esos 50
centavos provenían de dividir entre dos personas 1 dólar, y los 10 dólares de repartir 50
dólares entre dos personas de forma inequitativa. Es decir, en el primer caso se quedaban
con partes iguales, y en el segundo, a pesar de que 10 dólares es más que 50 centavos, y a
pesar de que antes de recibirlos no tenía nada, por el simple hecho de que el otro se
quedaba con 40 dólares, veía la situación injusta y se disparaba el sistema de amenaza.
Muchos otros estudios muestran que los intercambios justos generan una sensación de
placer y algunos especulan que hacer un trabajo voluntario (gratis) para ayudar a personas
que menos tienen, o mejorar la comunidad donde vivís, es reconfortante porque te genera
una sensación de que “baja” la injusticia en el mundo. Pero si estás queriendo cambiar y en
el proceso ocurren intercambios con los demás que considerás injustos, te sentirás
amenazado y más te costará ese cambio.
Es clave rescatar que la evidencia científica sobre este modelo del cerebro social
refleja que no todas las personas nos sentimos amenazadas por las mismas situaciones, y de
estos cinco dominios descriptos no todos los cerebros se comportan igual frente a ellos.
Pero conocer estos dominios y cómo funcionan te puede permitir diseñarte otras formas de
motivación más efectivas para cambiar. Por ejemplo, buscando más autonomía a la hora de
cambiar, evitando los enfrentamientos por estatus, recolectando en lo posible certezas —lo
que menos hay a la hora de cambiar—, colaborando en lugar de competir y sabiendo que
frente a situaciones injustas se te va a complicar un poco más.
La ecuación es sencilla: en estado de amenaza, estés consciente o no de ellas, será
más difícil que cambies. Amenazado no. Frente a situaciones amenazantes, el cerebro
tenderá a las reacciones e impulsos, enemigos del cambio, y a lo conocido y familiar, lo
opuesto a lo nuevo del cambio.
En esta primera parte estuvimos conociendo más y mejor nuestro cerebro.
Aprendimos conceptos clave para el cambio, como creer que es posible, la necesidad de
compromiso y voluntad y el potencial cerebral de la neuroplasticidad, sin olvidar poner
pausa para dejar de reaccionar y tener la posibilidad de pensar cómo responder diferente.
Ya estamos preparados para el cambio. Ahora veamos cómo.
AMENAZA (ESTATUS + CERTEZAS + AUTONOMÍA +
COLABORACIÓN + JUSTICIA) = NO CAMBIO
Cambio positivo
Ya sabemos que podemos cambiar. Ya tenemos compromiso para lograrlo —el
convencerte de que ese cambio es bueno para vos—. Aprendimos que debemos poner pausa
y que necesitamos voluntad. También quedó claro que frente a situaciones amenazantes,
estemos conscientes o no de ellas, el cerebro tenderá a las reacciones e impulsos, enemigos
del cambio, y a lo conocido y familiar, lo opuesto a lo nuevo del cambio. Estos
conocimientos son clave cuando estamos queriendo cambiar. Ahora veamos cómo
cambiamos utilizando nuestro aliado más importante: nuestra mente.
David Rock, Jeffrey Schwartz y colegas crearon una fórmula para descifrar cómo el
cerebro puede lograr una mejora en el rendimiento creciendo, adaptándose, reinventándose
y desarrollándose. Es decir, cómo cambiar tu cerebro para que, en definitiva, cambies vos.
Esta es la fórmula de la estabilidad dinámica o cambio positivo. El cambio positivo se
logra por una combinación de las expectativas que nos creamos —nuestro futuro— y las
experiencias que vivimos en nuestra vida —nuestro presente y pasado—, multiplicadas por
la densidad de atención positiva —a qué y cómo y cuánto le prestamos atención—,
multiplicadas por el poder de vetar —nuestra capacidad consciente de decidir “no” a hacer
algo que el cerebro de manera involuntaria decidió hacer—. A partir de estos cuatro
elementos de la ecuación para ayudarte a cambiar desarrollaré los siguientes y últimos
capítulos de EnCambio.
CAMBIO POSITIVO = (EXPERIENCIAS + EXPECTATIVAS) x ATENCIÓN
POSITIVA x PODER DE VETAR3
Antes, te resumo: los sistemas en estabilidad dinámica —los que cambian de
manera positiva—, como tu cerebro, evolucionan en el tiempo desarrollándose con más
complejidad e incorporando nuevas habilidades. Es por esto que debés considerar el hecho
de cambiar como un “seguir aprendiendo”. Una vez que esas habilidades hayan sido
incorporadas, podés enfrentar el futuro, siempre incierto, de manera más efectiva. Pero, sin
embargo, la sociedad y la cultura promueven que nos comportemos como sistemas
cerrados. Nos conducen por el carril “correcto”, llevados por la necesidad de hacer las
cosas “bien”, dejándonos rígidos ante la posibilidad de responder de manera eficaz a las
condiciones cambiantes del contexto y a la información que recibimos. Como veremos en
detalle, más adelante, uno puede cambiar combinando nuevas experiencias que modifiquen
el cerebro con nuevas expectativas que provean una motivación positiva. Dicho de otra
forma, agregar a tu vida expectativas por ciertos resultados deseados —usando tu
compromiso de querer aprender—. Además, agregar experiencias nuevas y positivas, y a
eso multiplicar la cantidad y calidad de atención que les vas a prestar a esas experiencias. Y
todo esto, multiplicarlo por el poder que tenés para decir que no a impulsos, reacciones
automáticas y hábitos que no te hacen bien —utilizando, por ejemplo, la pausa y tu
voluntad, que te arrastran a repetir eso que no funcionó—. Cuando hacemos esto de manera
consistente en el tiempo, obtenemos nuevos cables, nuevos hábitos mentales. Cambiamos.
A nivel cerebral, cambiar no se trata de romper o hacer desaparecer mapas cerebrales que te
llevan a comportarte de una u otra forma que ya no te beneficia, sino de que esos mapas
sean reemplazados por otros “mejores”, más sanos o condecentes con lo que vos querés
para vos y tu vida a largo plazo. Ahora, sigamos adelante.
A través de mi experiencia como consultor en organizaciones, profesor e
investigador, y todavía muchas veces alumno en diferentes universidades, y gracias a mi
exhaustiva formación como investigador científico, he aprovechado esta fórmula de la
estabilidad dinámica en muy variadas situaciones y he demostrado lo increíblemente válida
que puede ser: ayuda a la gente y a las organizaciones a cambiar. La fórmula no es mágica,
sino que hay que adaptarla y conectarla a las situaciones de cada persona, ya sea para su
vida privada o profesional. Esto último quizá sea es el desafío profesional más interesante
que nos toca con mi equipo al trabajar en temas de cambio. Y seguramente es el desafío que
tenés vos mientras vas leyendo estas páginas: tenés que conectar estos conocimientos y
herramientas a lo que a te pasa, a lo que querés cambiar. Cada persona es un mundo, y
ocurre lo mismo con los equipos y las organizaciones. Obviamente no tenemos aún los
recursos ni la habilidad para demostrar que durante este trabajo haya realmente ocurrido
neuroplasticidad en los cerebros de esas personas: nuevos mapas cerebrales reemplazando
viejos mapas. Pero sí guardo sus cartas, mails o charlas en pasillos y cafés sobre cómo han
logrado cambiar cosas importantes en sus vidas y sus trabajos, y esto les generó mayor
bienestar y satisfacción. Además, soy mi primer conejillo de Indias y mis seres más
cercanos pueden atestiguar cómo he logrado concretar muchos de los cambios que me
propuse, y es esto último lo que más me motivó a compartir estos conocimientos con
ustedes en EnCambio.
Metámonos en los elementos de la ecuación.
EJERCICIO DE AUTOCONOCIMIENTO: PONER AL FRENTE TUS
INTERESES OCULTOS
En cada hoja escribí una sola respuesta a la pregunta “¿Quién soy?”. Por ejemplo:
hoja 1, “soy papá”; hoja 2, “soy deportista”; hoja 3, “soy hermano”; hoja 4, “soy biólogo”;
hoja 5, “soy actor frustrado”, etcétera.
Ahora volvé a cada una de las hojas con las respuestas y respondé por qué escribiste
eso. ¿Qué te gusta de cada respuesta? Por ejemplo, en la hoja 1, debajo de “soy papá”,
podrías poner: “Puse esto porque es lo más fuerte que me está pasando en este momento de
mi vida y lo que me gusta de ser papá es aprender todo el tiempo de mí mismo, cultivar la
paciencia y llenarlos de mimos y besos”.
Ahora ordená, con números, las hojas según su importancia: ¿cuál de todas esas
identidades es la más importante para vos? Y finalmente ponete a buscar y encontrar
denominadores comunes entre todos esos que sos vos.
EJERCICIO DE AUTOCONOCIMIENTO: ¿QUIÉN SOY?
Escribí 12 cualidades personales que te describan mejor.
Describí qué significan para vos esas cualidades seleccionadas. Por ejemplo: si
seleccionaste “perseverante”, podés escribir “yo siempre me comprometo con los proyectos
hasta el final. Casi nunca abandono algo sin finalizarlo”.
Pedile a un amigo, colega, empleado o familiar que te describa en 12 cualidades.
Preguntale luego el porqué de su elección.
Repetí el ejercicio con todas las personas de confianza que puedas. ¿Cómo se
adaptan las percepciones de los otros a las tuyas?
3. Adaptado de David Rock y Jeffrey Schwartz.
Pensar tu cambio
Predecir no es una función más del cerebro,
es “la” función primaria del neocórtex
y la base de la inteligencia.
JEFF HAWKINS
Cambio es el proceso por el cual
el futuro invade nuestras vidas.
ALVIN TOFFLER
Deseo
Según la Real Academia Española, expectativa se define como “la esperanza de
realizar o conseguir algo”. En su segunda acepción, “posibilidad razonable de que algo
suceda”, y en la tercera, “posibilidad de conseguir un derecho, una herencia, un empleo u
otra cosa, al ocurrir un suceso que se prevé”.
Las expectativas, entonces, tienen que ver con tus deseos, con tus intenciones, con
algo que querés que pase. Destaqué algunas palabras que considero cruciales en las tres
acepciones de expectativa: conseguir algo, razonable, al ocurrir un suceso que se prevé. Si
te encontrás en una posición clara en cuanto a los objetivos posibles —eso que querés
cambiar—, serás mucho más eficaz para encontrar oportunidades para lograrlo y coincidir
con tus intenciones. La expectativa es aquello que “querés que pase”.
Las llamamos positivas cuando lo que esperás es algo que te hará sentir bien o
mejor, lo que para el cerebro es una recompensa. El solo hecho de querer obtener algo
como un cambio tiene un impacto en el cerebro y no sólo modifica tu habilidad para
procesar información, sino también qué y cómo percibís las cosas. Por ejemplo, si ves una
chocotorta sobre la mesa de tu cocina, o te la imaginás en tu mente, o deseás comerte una
porción, en todos estos casos el mapa cerebral de la chocotorta se activa como también se
activa tu circuito de recompensa. Las expectativas son también centrales en la creación de
espirales positivas —emociones buenas que se van retroalimentando unas a otras y cada
vez te sentís mejor— y de las negativas —lo contrario— en el cerebro. Y de estas últimas
es muy difícil salir. Es decir, pueden llevarte al pico de tu desempeño o a lo más profundo
de tu desesperanza e impotencia. Por esto, mantener expectativas “correctas” en tu vida
puede ser central para mantener un estado general de bienestar y felicidad. Pero, atención,
aquellas expectativas “incorrectas” o negativas, basadas por ejemplo en “no soy bueno para
esto”, “no me merezco ser exitoso”, o expectativas que generan demasiada incertidumbre,
falta de confianza, poco realistas, son detractoras de algún cambio positivo posible. Por
ejemplo, si quiero cambiar mi situación económica y establezco mis expectativas en ganar
cien veces más de lo que gano hoy y que suceda en menos de seis meses, claramente son
expectativas negativas porque la posibilidad de que lo logre es casi nula. Cuando pasen
esos seis meses y no lo haya conseguido, me voy a frustrar, como mínimo. Es decir,
enfrentar desafíos abrumadores, establecidos por tus expectativas, puede terminar en
frustraciones y sensación de fracaso. La clave es establecerte expectativas “positivas y
correctas”, ni muy para abajo ni muy para arriba. Pero ¿cuándo son “correctas”? Y eso,
querido lector, depende completamente de vos. De conocerte, de saber cómo y quién sos lo
máximo posible. Cuanto más sepas de vos y de aquellas cosas que podés y que no podés
controlar, mejor serás en crearte “buenas” expectativas para cambiar porque significa que
entendés realmente tus deseos e intenciones.
Yo no me conocía: cuando soñaba con ser científico, mis expectativas eran llegar al
mejor laboratorio del mundo. Pero, en realidad, luego de muchos años, durante los cuales
aprendí a conocerme a mí mismo, descubrí que esas expectativas eran más un deseo
paterno que mías. Y con esto no estoy diciendo que mi padre era una mala persona, todo lo
contrario. Quería lo mejor para su hijo, pero lo que él consideraba “lo mejor”. Entonces yo
me engañaba un poco a mí mismo —en general, las personas hacemos muy bien esto de
autoengañarnos— creyendo que con el esfuerzo y trabajo para llegar a una universidad de
prestigio alcanzaría mis objetivos, eso que quería para mi vida. Pero, al llegar, con mucho
más esfuerzo y más trabajo del que suponía, descubrí con mucha frustración, tristeza, ira e
incluso problemas físicos que yo no era feliz. Pero ¿cómo, no era eso acaso lo que yo
quería? Y allí empecé un camino que nunca se termina: conocerme a mí mismo. En poco
tiempo, esto me permitió virar el timón, ahora sí más seguro de mis expectativas, deseos e
intenciones. Emprendí el camino del cambio. Ese que me llevó hasta aquí, en una transición
lenta y turbulenta —veremos más adelante que esta turbulencia puede ser normal— al
tiempo presente. Del laboratorio, ratones y congresos, a las aulas, la divulgación y la
educación. Conocerme más me permitió establecerme expectativas a la altura de quién soy,
quién quiero ser y, fundamentalmente, cómo quiero sentirme. Cambiá el “qué tengo que
hacer” por el “cómo me quiero sentir”… haciéndolo.
Las expectativas positivas también pueden “medir” si algo es de valor para vos de
acuerdo hacia dónde estás queriendo ir con tu vida. Algo tiene valor para el cerebro cuando
posee un atributo que te permite sobrevivir, como el azúcar. Pero vos también podés crear
tus propios mapas sobre las cosas y las experiencias que tienen valor para vos: una
bicicleta, una cena con amigos, los estudios, visitar a tu hermano, etcétera. Un objetivo o
meta que tenga valor para vos también tiene su mapa en tu cerebro. Cuando te establecés
una meta, tomás una decisión de la cual se desprende un valor. A medida que pensás en ese
objetivo y vas hacia él, las expectativas de obtenerlo aumentan. Ir hacia un objetivo puede
activar todo un estado cerebral de acción. Tu cerebro se orienta todo el tiempo y de
manera automática hacia eventos, personas e información que conectan con aquello que
valorás como positivo. Por ejemplo, cuando decidí tener hijos, y no antes, empecé a notar
cochecitos de bebés en la calle, plazas con juegos para niños y menús infantiles en los
restaurantes. De ahí la frase “buscá que vas a encontrar”, que quizá, como acabamos de ver,
tenga su base científica. Entonces, como las expectativas te alteran la percepción, te llevan
a que veas lo que querés ver, y a que no veas lo que no estás esperando ver. Por otro lado, si
tus expectativas no son alcanzadas, en tu cerebro se puede generar una respuesta
amenazante. Y como el cerebro tiende a evitar las amenazas, tiende al confort,
probablemente va a intentar que creas que lograste tus expectativas aunque no sea así.
¿Acaso nunca te encontraste tratando de unir ideas o circunstancias un poco a la fuerza, o
descartando algunas teorías que no coincidían con tus expectativas? Por ejemplo, luego de
una cita tu chico no te vuelve a llamar. Tus amigas te preguntan y vos les decís: “No me
llamó, pero seguro que está enfermo o le robaron el celular o murió su abuela”.
Placebo
No todos sentimos lo mismo frente a las mismas situaciones. La experiencia de un
evento sensorial, por ejemplo, como sentir dolor, placer, disgusto o agrado ante un
estímulo, es subjetiva y varía substancialmente entre vos y los demás. Gran parte de esta
variación individual es el resultado de la forma en que utilizás tus experiencias previas y tus
predicciones del futuro para interpretar la información que te llega desde afuera.
Experimentar dolor, placer, disgusto o agrado es un evento complejo que se da en tu
cerebro. Cuando analizamos lo que ocurre dentro del cerebro es interesante ver que cada
experiencia que tenés está moldeada por la interacción entre tus expectativas (futuro), tu
experiencia previa (pasado) y la información sensorial que recibís del ambiente (presente).
Si tenés expectativas inconsistentes con la información que te llega desde afuera,
estas pueden alterar tu experiencia sensorial. Por ejemplo, en el caso del dolor, hay estudios
que demuestran que expectativas positivas —pensar que algo no va a doler— pueden
disminuir poderosamente tu experiencia subjetiva de dolor frente a un estímulo nocivo. Lo
mismo se puede dar en el sentido inverso: expectativas negativas —pensar que algo va a
doler mucho— sobre un estímulo doloroso puede hacer que se amplifique tu dolor frente a
él. Estoy tratando de mostrarte el gran poder que tienen tus expectativas sobre tu vida y
sobre aquello que querés cambiar.
Por otro lado, algunos estudios demostraron que cuando existe mucha certeza sobre
cuál va a ser el resultado de un evento, se activa una especie de sistema de control del
cerebro y eso causa que disminuya tu percepción de dolor, mientras que las expectativas
que están asociadas con incertidumbre sobre el resultado amplifican el dolor resultante.
Como vimos en el modelo SCARF, la incertidumbre genera amenaza y dolor. Las certezas,
lo contrario. Si River Plate juega contra el Barcelona de Messi y pierde, tu dolor —si sos
hincha de River— no será tan fuerte porque tenías muchas certezas de que eso podía pasar.
Pero si pierde contra un equipo muy parejo, como puede ser Newell’s Old Boys o Vélez
Sarsfield, seguro que te dolerá más, ya que no hay certezas en el resultado antes de empezar
el partido. Los cambios están muy relacionados con la incertidumbre: ¿qué podrá pasar?,
¿cambiaré al cambiar?, ¿lograré hacer el cambio?, ¿seré aceptado por los demás? Por eso
duele tanto. El cambio nos enfrenta a la incertidumbre, y la transforma casi en sinónimo.
Se cree que existen tres procesos neuronales diferentes que hacen que las
expectativas cambien tu percepción de las sensaciones:
La activación mental de la imagen de un evento que está por suceder. Esta imagen
se construye en tu mente integrando información de recuerdos previos del evento con los
estímulos ambientales del contexto presente, y esto puede ser consciente o inconsciente.
Por ejemplo: estás tomando café y sin querer movés la mano bruscamente y hacés que el
café se derrame sobre tu brazo: apenas ves que la taza se inclina —estímulo presente—
surge en tu mente la visión del café caliente cayendo sobre tu brazo y el dolor que implica
—recuerdos anteriores de haberte quemado con café o de haber visto a otro quemarse con
café—.
Las regiones cerebrales que se activan frente a la imagen de lo que está por
sucederte interactúan con aquellas áreas cerebrales que procesan el dolor. Es decir, pensar
que te vas a quemar te hace sentir la sensación de dolor que vas a tener.
Las regiones cerebrales que te hacen sentir las experiencias subjetivas son
moduladas e influenciadas por las expectativas. Estas áreas ya se activaron por tu imagen
mental, con lo cual, cuando sucede el evento real, ya están predispuestas a responder de la
misma manera que imaginaste. Tus expectativas alteran las experiencias.
En tu cerebro, las expectativas se forman principalmente por el córtex prefrontal, la
ínsula y el cingulado anterior. Estas áreas trabajan juntas con regiones más profundas del
cerebro —hipocampo, globo pálido, putamen— para recrear una representación o idea de
un estímulo futuro. Esa representación depende mucho de la información que tengas sobre
experiencias pasadas, por lo tanto debe incorporar información almacenada en estructuras
cerebrales relacionadas con la memoria, como el hipocampo, una estructura cerebral que
participa en procesos relacionados con el almacenamiento de recuerdos y está conectada
con la amígdala —que se activa frente a las emociones— de manera que los recuerdos
están conectados directamente con las emociones asociadas a ellos. Luego, el córtex
prefrontal recibe información de la amígdala y del hipocampo, y utiliza y transforma la
información de los recuerdos para actuar en consecuencia con tus expectativas.
En un experimento realizado por Tetsuo Koyama y su grupo de investigadores, se
reunió a diez voluntarios —ocho hombres y dos mujeres— de entre 24 y 46 años, y se los
sometió a una estimulación térmica cuyo objetivo era provocar dolor. (Niños —y
adultos—, ¡no repetir esto en sus casas!) En la pierna de cada participante los
investigadores colocaron un estimulador térmico que tenía una temperatura base de 35 ºC y
confería estímulos de 46 ºC, 48 ºC y 50 ºC separados por distintos intervalos de tiempo.
Antes de realizar el experimento, se entrenó a los participantes para que aprendieran a
predecir qué tan doloroso iba a ser el estímulo de calor futuro. ¿Cómo? La temperatura de
cada estímulo era señalizada con diferentes intervalos de espera. Cuanto mayor era el
intervalo, mayor era la temperatura del estímulo. Así, una temperatura de 46 ºC (baja) se
correspondía con un intervalo de espera de 7.5 segundos, una temperatura de 48 ºC (media)
se correspondía con un intervalo de 15 segundos, y por último, una temperatura de 50 ºC
(alta) se correspondía con un intervalo de 30 segundos.
Durante el experimento, los cerebros de los participantes fueron escaneados con una
resonancia magnética nuclear funcional durante la espera del estímulo —que es el momento
en que se forman las expectativas— y también durante la experimentación de la sensación
de dolor dada por el estimulador térmico. A lo largo del experimento los participantes
fueron sometidos a distintas intensidades de calor en sus piernas, con intervalos de espera
que eran señalizados por un sonido al inicio y al final de cada estímulo de calor. Durante el
intervalo los participantes debían decir cuánto dolor esperaban sentir —expectativas— y,
luego de haber sido expuestos al calor, cuánto dolor realmente sintieron —experiencia—.
Las personas ya habían aprendido en el entrenamiento previo que si durante el experimento
les hacían esperar 15 segundos, el estimulador termal estaría moderadamente caliente,
mientras que si se les hacían esperar 30 segundos, estaría muy caliente. Lo que no sabían
era que en el 33% de los casos, tanto de los estímulos de medio como de los de elevado
calor, estaban falsamente señalizados por tiempos que no les correspondían. Vamos
despacio: había casos en los que tras 15 segundos de espera (esperan calor o dolor medio),
el estimulador térmico disparaba una temperatura alta de 50 ºC, mientras que tras 30
segundos (esperan calor o dolor alto) disparaba una temperatura media de 48 ºC. Con esto,
los investigadores lograron disociar las expectativas de lo que realmente sucedía en el
estímulo, la experiencia.
Durante el período de espera, en el cual se forman las expectativas, se activaron
varias regiones cerebrales relacionadas con la magnitud de la expectativa del dolor.
Mientras más dolor se esperaba, mayor era la activación de estas áreas. Lo interesante es
que durante estos ensayos, frente al dolor, se activan y desactivan las mismas áreas que las
que se activan y desactivan frente a la expectativa de dolor, a pesar de que estos dos estados
cognitivos distintos se dan en tiempos diferentes. Es decir, dependiendo de las expectativas
que te pongas sobre el proceso de cambio que se te avecina, te animarás más, menos o nada
a ese cambio. Antes de que duela, si te imaginás que dolerá, entonces duele. O sea, si esas
expectativas son de dolor fuerte por lo que se viene, sentirás realmente ese dolor en ese
momento, antes de empezar a cambiar. Y esta sensación dolorosa hará que lanzarte a
cambiar se te complique. Duele de verdad. Los resultados del estudio mostraron que en los
casos en que el estímulo alto de 50 ºC era falsamente señalado por un intervalo de espera de
15 segundos, las personas, tras generar expectativas de menor dolor (porque habían
aprendido que 15 segundos señalizaban una temperatura futura media de 48 ºC), sentían
menor intensidad de dolor en comparación con el mismo estímulo cuando era
correctamente señalizado (es decir, cuando las personas esperaban que fuese doloroso).
Todos las personas analizadas disminuyeron su sensación de dolor tras la
expectativa de menor dolor. Es decir, cuando el estímulo alto de 50 ºC era señalizado
falsamente por una espera de 15 segundos, el dolor real percibido por las personas era el
correspondiente al de 48 ºC. A ver si me explico: ellos esperan medio, pero el estimulador
térmico está en alto, sin embargo dicen sentir —y se ve en la resonancia— dolor medio. En
otras palabras, las personas sentían exactamente lo que esperaban sentir, a pesar de
que en realidad el estímulo debía ser más doloroso. Y esto se vio reflejado en los
escáneres en una menor activación de las estructuras cerebrales que responden al dolor. A
diferencia del caso anterior, en aquellos casos en que los sujetos esperaban mayor dolor del
que realmente sintieron —un estímulo medio de 48 ºC tras 30 segundos de espera— la
expectativa de mayor dolor no alteró significativamente la experiencia real. Es decir, por
más que los sujetos esperaban sentir una alta intensidad de dolor, en realidad durante el
estímulo sintieron el grado moderado de dolor, lo que decía el estimulador térmico. Estos
resultados nos permiten concluir que expectativas de poco dolor reducen profundamente
tanto nuestra experiencia subjetiva real de dolor como la activación cerebral de áreas
responsables de ese dolor. Esto es lo que se conoce como “paradigma de las expectativas”.
O visto desde otra perspectiva: ignoramos información negativa que no se condice con
nuestras intenciones. O prestamos más atención a la info que sí se condice con nuestras
intenciones. ¿Cuántas veces diste un mensaje idéntico a todo un equipo o grupo (input) y,
sin embargo, cada uno interpretó ese mensaje de formas variadas, con sus expectativas e
intenciones como filtro, obteniendo luego muy diferentes resultados (output)? Cuando vas a
una reunión, ya sea social o laboral y, por la razón que sea, el que está hablando no te gusta
o no te cae bien —fijate que es emocional—, tu cerebro va a buscar de manera veloz y
efectiva argumentos, que encima serán válidos, para refutar lo que esa persona está
diciendo. Y lo mismo a la inversa. Si el que habla te “copa”, entonces, diga lo que fuere, tu
cerebro de forma automática y sin esfuerzo encontrará la forma de validar sus dichos.
Escuchamos lo que queremos. Armamos nuestra propia realidad. Entonces, en definitiva,
todos estos estudios nos muestran que tu actividad mental —tus expectativas— altera la
información que te llega al cerebro de manera positiva o negativa.
Para algunos científicos, tus expectativas pueden explicar cómo funciona el efecto
placebo. El doctor Donald Price convocó a tres grupos de voluntarios con síndrome de
colon irritable. Te advierto que todos los participantes sabían lo que les iba a suceder. A las
personas de los tres grupos se les colocó un pequeño globo inflado dentro de su colon. (Te
imaginás por dónde entró el catéter con el globo, ¿no?) El grupo A no tenía medicación.
Sus integrantes dijeron en promedio que el dolor era de 5,5 sobre una escala de 10 de dolor
máximo. Al grupo B se le puso en el recto un anestésico, lidocaína, y esos pacientes dijeron
en promedio que el dolor era de 2,5 sobre 10. Al grupo C se le puso un placebo, vaselina,
pero se le dijo que “quizá” tenían un placebo, “quizá” el anestésico. El dolor mencionado
por este último grupo fue de 3,5 sobre 10. El placebo bajó el dolor aun cuando se les dijo
que quizá era un placebo y no la droga efectiva. Price repitió el experimento pero al grupo
C, que se le puso el placebo, se le dijo que le aplicaban algo muy poderoso para reducir el
dolor en la mayoría de las personas. Aquí lo que hizo Price fue “meterse” con las
expectativas de la gente. El dolor señalado esta vez fue de 1,5 sobre 10. Es decir, aún
menor que con la lidocaína. Este tipo de estudios se ha repetido con los mismos resultados:
si te metés con las expectativas de la gente, podés tener un efecto remarcable en su
percepción. Una buena dosis de expectativas puede ser tan fuerte como el más poderoso de
los analgésicos.
Muchas veces, las cosas que te pasan en la vida real suceden demasiado rápido y no
podés darte cuenta, de manera consciente, de cómo tenés que actuar ante distintas
situaciones. Pero, como vimos, las áreas cerebrales que generan nuestras expectativas en
gran medida son las mismas que procesan la información que nuestros sentidos captan del
mundo real. Por ejemplo, si cruzás la calle y ves que un auto se acerca a toda velocidad, tu
cerebro ya tiene que estar preparado para salir corriendo y evitar que seas atropellado. Para
ello tu cerebro necesita poder predecir qué es lo que pasaría si te quedás parado frente al
auto y qué sentirías en ese caso. Por eso, al ver el auto acercarse a toda velocidad, tu
cerebro activa los recuerdos de tus experiencias, propias o ajenas, sobre lo que sucede si el
auto te choca, y a la vez te tiene que hacer sentir el dolor, para desencadenar en tu cuerpo la
reacción de alarma que te haga actuar rápido para salir de ahí. De esa manera, el cerebro no
tiene que esperar a que el auto te pise para darse cuenta de cuál es el resultado de la escena
actual, y puede actuar de manera rápida y precisa antes de que el hecho nocivo suceda.
El córtex prefrontal, la ínsula y el cingulado anterior son las áreas cerebrales que
establecen tus expectativas, fundamentales y necesarias para cambiar.
Detrás de tu frente
El córtex prefrontal (CPF) es la parte más evolucionada de tu cerebro, el centro
ejecutivo o “director de orquesta”, tu razón. Es el que mira, supervisa, guía, dirige y
concentra tu comportamiento. Además, supervisa las funciones ejecutivas encargadas de
habilidades tales como el manejo del tiempo, el juicio, el control de impulsos, la
planificación, la organización y el pensamiento crítico, todas funciones íntimamente
relacionadas con establecerte expectativas. Dicho de otra forma, el CPF es el encargado de
los comportamientos que son necesarios para que seas una persona socialmente responsable
y efectiva, y de aquellos comportamientos que te conducen a tu objetivo. Esta es también la
parte del cerebro que te ayuda a aprender de tus propios errores, fundamental cuando se
trata de cambiar. Recordá que cambiar implica atravesar un proceso donde seguramente
haya equivocaciones, fallas, errores, y caminos aparentemente sin salida. Entender, gracias
a tu voluntad por hacerlo y al córtex prefrontal que te facilita esta habilidad cognitiva, qué
es lo que pasó, en qué te equivocaste, qué no deberías volver a hacer y por qué, y buscar
nuevas alternativas para subsanar esos errores, es fundamental en el camino del cambio. Si
vas a cambiar, vas a fallar. Fallar es normal cuando se trata de cambiar y, como veremos
más adelante, provocará torbellinos emocionales que muchas veces son la causa de no
seguir intentando. Fisiológicamente, si tu córtex prefrontal presenta baja actividad (pocas
neuronas encendidas), te distraés más fácil. Si esto ocurre, es probable que dejes de ver las
oportunidades que pueden conducirte a tus expectativas de cambio. Al estar más distraído,
las oportunidades pasan frente a vos y no las ves. Retomando mi ejemplo del principio del
capítulo donde lo que quiero cambiar es ganar más dinero, si estoy distraído y no busco
otro trabajo, no hablo con mi jefe para un aumento, no investigo nuevas actividades que
podría realizar, o cosas que me gustaría hacer para ganar dinero, claramente me correré del
camino que conduce a mis objetivos. Es decir, la clave es que tu atención coincida al
máximo con tus intenciones. Que les prestes atención —como veremos más adelante— a
tus expectativas.
La consideración y el control de tus impulsos están influenciados en gran medida
por tu córtex prefrontal. Sin su buen funcionamiento, es difícil que actúes de manera
consistente, considerada o precavida, y los impulsos serán los que te dominen. Si bien estos
últimos pueden ser muy útiles, a veces también pueden boicotear tu camino hacia el
cambio. Por ejemplo, personas con problemas en el córtex prefrontal hacen cosas de las que
después se arrepienten y ponen en evidencia dificultades para controlar sus impulsos.
Además, tienen períodos de atención cortos, se distraen fácilmente y tienen inconvenientes
para expresarse. Estas complicaciones impiden el buen funcionamiento frente a situaciones
que requieren concentración, control de impulsos y reacciones rápidas. La ansiedad —en
exámenes o ante situaciones sociales— es una marca distintiva de problemas en el córtex
prefrontal.
El CPF se encuentra geográficamente justo detrás de nuestra frente y nuestros ojos,
sería el nudillo de tu meñique en el modelo cerebral de la palma de la mano. Durante gran
parte de nuestra historia evolutiva esta área controlaba principalmente nuestros
movimientos: caminar, correr, alcanzar algo, empujar. A medida que fuimos
evolucionando, creció y mejoró sus conexiones con otras áreas del cerebro. Ahora ocupa
una porción mayor en comparación con otras especies. Por eso tu perro no guarda dinero
para cuando se jubile. También ganó en funciones: controlar a qué le prestás atención, en
qué estás pensando, cómo te sentís, y en controlar lo que hacés. Según el científico Robert
Sapolsky, su función principal es “hacer lo más difícil o lo que cueste más”. Si es fácil
quedarse tirado en la cama, el CPF va a hacer que te levantes y salgas a correr; si está
bueno pedir torta de postre, el CPF te recordará que pidas ensalada de frutas; si vas a dejar
el proyecto para mañana, el CPF va a abrir el documento de Word de tu laptop para que te
pongas a trabajar. En el medio del córtex prefrontal está el córtex prefrontal medio (se
mataron con el nombre), que se ocupa de funciones relacionadas con el “pensar en vos”,
incluyendo un diálogo interno que todos tenemos cuando nuestra mente divaga, imaginar el
futuro, recordar el pasado, inferir qué piensan otras personas. Muy cerca se encuentra una
estructura llamada córtex orbitofrontal, relacionado con la detección de errores y
obsesiones. Ambas regiones componen el centro de autorreferencia porque hacen foco en
procesos internos relacionados con vos. Este centro de autorreferencia puede jugarte en
contra reaccionando de manera automática a una información emocional. Por ejemplo, cada
vez que te estresás, tomás alcohol o te bajás una caja de alfajores, y además te tomás todas
las cosas de modo muy personal, es decir, en contra tuyo. En resumen, el centro de
autorreferencia guarda información autobiográfica. Es también responsable de que sueñes
despierto, permitiendo una introspección sobre quién sos, imaginando qué pueden estar
pensando los otros, sobre todo de vos. Se activa durante interacciones sociales y gestiona
las emociones de manera automática. En los costados del córtex frontal está el córtex
prefrontal lateral, que puede evaluar y modular de manera voluntaria respuestas que
provienen de los ganglios basales, responsables de nuestros hábitos. Es decir, el prefrontal
lateral te permite ignorar o modificar acciones que tus partes más primitivas y automáticas
del cerebro te empujan a realizar casi siempre de manera inconsciente. En resumen, te
permite decrecer tus respuestas emocionales, anular ciertos hábitos —clave para cambiar—
y permitirte no tomarte las cosas tan a pecho.
FUNCIONES DEL CÓRTEX PREFRONTAL
Período de atención. Perseverancia. Juicio. Control de impulsos. Organización.
Automonitoreo y supervisión. Resolución de conflictos. Pensamiento crítico. Pensamiento
con visión de futuro. Habilidad para sentir y expresar emociones. Interacción con el sistema
límbico. Empatía.
PROBLEMITAS EN EL CÓRTEX PREFRONTAL
Período de atención corto. Falta de perseverancia. Problemas para controlar la
impulsividad. Hiperactividad. Retraso crónico, manejo pobre del tiempo. Desorganización.
Postergación. Falta de disponibilidad emocional. Percepciones erróneas. Falta de criterio.
Inconvenientes para aprender de experiencias. Problemas de memoria de corto plazo.
Ansiedad social y frente a exámenes.
En definitiva, el córtex prefrontal es la parte de tu cerebro más evolucionada, y entre
otras muchísimas funciones se encarga de establecer tus expectativas. Como tal, es esencial
para ayudarte a alcanzar tus metas, a cambiar. Controla tu habilidad para mirar las
situaciones, organizar tus pensamientos, planificar lo que querés hacer y llevar a cabo tus
planes. Cuanto más sana esté esta parte clave y moderna de tu cerebro, más posibilidades
hay de alcanzar los cambios que querés. Aquí, algunas propuestas para cuidarla y mimarla.
DESARROLLÁ Y MANTENÉ UN FOCO CLARO
Para ser exitoso en este mundo, es necesario tener objetivos claros y definidos. En
concreto, tenés que saber quién sos y qué es lo que querés lograr y cambiar de tus
relaciones, en el trabajo y con vos mismo. Cuando sabés qué es lo que querés, es más fácil
que cambies tu comportamiento en torno a tu deseo para obtenerlo. Mantenerte
direccionado a cierto objetivo te ayuda a ir por el camino indicado. Escribí qué es lo más
importante para vos en un papel, destacando lo que querés pero no lo que no querés. Sé
positivo y escribilo en primera persona. Una vez que termines el primer borrador —vas a
querer actualizarlo seguido— poné este papel en un lugar visible, donde puedas verlo todos
los días, como por ejemplo en la heladera. De esta manera, todos los días podés focalizar tu
mirada en lo que es importante para vos y usar tu energía para cumplir los objetivos que te
son clave en tu vida.
FOCALIZATE MÁS EN LO QUE TE GUSTA QUE EN LO QUE NO TE GUSTA
La manera más poderosa de mantener tu córtex prefrontal saludable es enfocándote
en lo que más te gusta de tu vida y en lo que te gusta de los otros.
ORGANIZATE Y BUSCÁ AYUDA CUANDO LA NECESITES
Aprender cómo organizar tu día es muy importante para la salud de tu CPF. Además
de la importancia de establecerte buenos objetivos en tus relaciones, trabajo, emocionales,
de salud, espirituales, etcétera, deberías preguntarte seguido si tu comportamiento te está
ayudando a conseguir esos objetivos. Una especie de introspección. Es bueno que dediques
un tiempito de tu semana a organizarla, no atrasarte en los trámites, papeleos, temas
administrativos, si no buscá a alguien que te ayude. Fundamental: priorizar eventos y
ponerte deadlines. En efecto, con los niveles altos de estrés con los que vivimos hoy, si no
te imponés priorizar las cosas, para el cerebro todo pasará a tener la misma urgencia e
importancia. Por eso, cuando estamos trabajando o concentrados en algo y nos entra un
mensaje o mail poco relevante, “tenemos” y “queremos” contestarlo —sí o sí—
inmediatamente, y nos distraemos de nuestra actividad principal. Hacete una lista de todo
aquello que tenés que hacer y revisala de manera regular (si no, no te servirá de nada). Esto
es para sacarte literalmente cosas de tu CPF. Si la tenés todo el tiempo en tu cabeza, estás
ocupando lugar en tu memoria de corto plazo que podrías usar para otra cosa. Bajalo a un
papel, agenda, compu, celular, lo que sea. Te va a aliviar muchísimo. Usá un cuaderno,
libreta o tu celular para guardar las ideas que te aparezcan en los momentos más insólitos.
Nunca sabés cuándo esa idea puede ser el conector de otras o el disparador de alguna
solución a algún problema. Si tenés alguna tarea muy difícil, larga o compleja, tratá de
dividirla en etapas más cortas.
También son parte del córtex la ínsula y el cingulado anterior, responsables juntos
con el CPF de establecer tus expectativas. La ínsula se encarga de las sensaciones del tipo
“presentimientos”. Algunos describen ciertas situaciones como un “nudo en el estómago”.
El cingulado detecta errores y evalúa riesgos y recompensas. Además, te ayuda a cambiar y
redirigir tu atención de una cosa a otra, de una idea a otra, y de ver opciones en la vida. Los
sentimientos de seguridad también son atribuidos a esta parte del cerebro. La expresión que
más se relaciona con ella es “flexibilidad cognitiva”, la habilidad que tenés para ir con la
corriente, para adaptarte al cambio y manejar en forma exitosa los problemas nuevos que se
te presentan. Como ves, esta parte de tu cerebro es clave para los cambios. Muchas
situaciones de la vida requieren de flexibilidad cognitiva. Por ejemplo, cuando comenzás un
nuevo trabajo o aprendés una nueva manera de hacer las cosas. El cingulado también está
implicado en “pensamientos orientados al futuro”, como planificar y establecer objetivos.
Cuando esta parte del cerebro está en buenas condiciones, es más fácil planificar y
establecer expectativas y objetivos razonables. Las dificultades en esta parte del cerebro
pueden ser la causa de que percibas situaciones temerosas cuando no las hay, o te pongas a
predecir eventos negativos y sentirte inseguro. Poder ver opciones es fundamental para un
comportamiento más adaptable. Al ser capaz de ver opciones, y nuevas ideas, estás
protegido frente al estancamiento, la depresión y conductas hostiles. Cuando el sistema
cingulado es anormal, tendés a quedarte estancado en algunas cosas, encerrado y volvés a
tener el mismo pensamiento una y otra vez. Podés devenir aprensivo y continuamente
obsesivo con el mismo pensamiento, aferrarte a dolores o rencores del pasado y no dejarlos
ir.
FUNCIONES DEL CINGULADO
Habilidad para dirigir la atención. Flexibilidad cognitiva. Adaptabilidad.
Movimiento de una idea a otra. Habilidad para ver opciones. Habilidad para “ir con la
corriente”. Habilidad para cooperar.
PROBLEMITAS EN EL CINGULADO
Preocupación. Seguir aferrado a heridas del pasado. Quedar atascado en
pensamientos (obsesiones). Quedar atascado en comportamientos (compulsiones).
Conducta oposicionista. Discusión. Poca cooperación, tendencia a decir que no
automáticamente. Agresión al manejar.
Lógica asesina
Tu sistema racional, del cual el córtex prefrontal es la estrella principal, es el que se
encarga de analizar las cosas del mundo exterior, mientras que el sistema emocional, que
veremos en detalle en el próximo capítulo, monitorea tus estados internos y se preocupa por
tu mundo interno y, obviamente, el impacto del afuera en vos. Este último es absolutamente
necesario en tu proceso de toma de decisiones. Si el sistema emocional no existiera, podrías
hacer análisis sobre las cosas que te rodean pero te congelarías y no podrías decidir qué
hacer con ello. Las elecciones sobre tus acciones prioritarias están determinadas por tus
estados internos. Si cuando entrás en tu casa vas directo a la heladera, eso no depende de
estímulos externos, sino de los estados internos de tu cuerpo. Esta batalla entre lo racional y
lo emocional llevó a distintos filósofos al conocido “dilema del tren”. Te lo cuento: un tren
sin control está por atropellar a cuatro personas que están trabajando sobre las vías del
ferrocarril. Va a matarlas. Pero existe la opción, apretando un botón, de redirigir el tren
hacia otra vía donde se encuentra trabajando una persona sola. Si tocás el botón, esa
persona morirá; si no tocás nada, morirán cuatro. ¿Qué hacés? La mayoría, casi sin dudarlo,
opta por tocar el botón. Ahora, el dilema.
Idéntica situación: cuatro personas serán arrasadas por un tren que viene a máxima
velocidad, pero ahora, en lugar de un botón, vos estás al lado de las vías y sabés que
empujando a una persona X que tenés al lado podrás detener la marcha del tren. Así,
matando a una persona, lograrías que el tren no arrase con las otras cuatro.
Matemáticamente, lo mismo que en el caso anterior. ¿Dije matemática? Es decir, de manera
lógica, es lo mismo. Sin embargo, en este caso la mayoría de las personas decide no
empujar a X y deja morir a las otras cuatro.
Los especialistas en neurociencia Joshua Greene y Jonathan Cohen explican que la
diferencia en ambos escenarios es el componente emocional: estás tocando a alguien. Si en
lugar de empujarlo vos pudieras apretar un botón para que se caiga solo, muchos optarían
por hacerlo. Lo que sucede en el dilema es que se cambia un problema impersonal y
abstracto de matemática a otro personal y emocional. Cuando este dilema se plantea a
voluntarios bajo escáneres cerebrales, en el primer escenario sólo se activan áreas
involucradas en el pensamiento racional, pero cuando tienen que empujarlo se activan áreas
emocionales.
Hoy está claro que las emociones inciden muchísimo más en nuestra toma de
decisiones de lo que pensábamos hace años los científicos y, por ende, en nuestros
comportamientos. Por esto, el sistema racional no es superior al emocional, el balance entre
ambos es el que hace a nuestros cerebros más eficientes.
Tus expectativas, necesarias para orientar el cambio, son pensadas desde tu sistema
racional, pero tus emociones le van susurrando siempre algo al oído, midiendo cómo te
sentís, corrigiéndolo, aconsejándolo, según tus metas y objetivos a largo plazo. Para lograr
esto, cuanto más conozcas sobre tus emociones, mejor lo harás: “Si no se siente bien, es
probable que esté mal”. Una analogía de la antigua Grecia captura esta batalla entre la
razón y la emoción. Vos sos el cochero y tu carruaje es tirado por dos caballos, el blanco de
la razón y el negro de la pasión. El blanco trata de impulsarte hacia un lado del camino y el
negro hacia el lado contrario. Tu trabajo es agarrarlos con fuerza e ir guiándolos por el
medio.
Partimos del supuesto de que la capacidad para aprender y razonar es opuesta al
instinto. La mayoría de nosotros cree que el perro del vecino opera por instintos y que
nosotros somos seres racionales. Sin embargo, tu comportamiento logra ser más flexible
que el de los animales porque poseés más instintos que ellos. Ellos son como herramientas
en una caja: cuantas más tenés, más adaptable podés llegar a ser. Parecen no existir en tu
vida porque son tan eficientes que procesan información automáticamente y sin esfuerzo.
No los “ves” actuar pero lo están haciendo. Están tan bien programados que no tenés casi
acceso consciente a ellos. Juntos forman lo que conocés como tu naturaleza humana. Pero,
ojo, los instintos son diferentes de tus comportamientos automáticos, también conocidos
como hábitos (andar en bici, teclear en la compu, atender el teléfono, etcétera). A diferencia
de tus hábitos, a tus instintos no necesitás aprenderlos sino que los heredás. Estos
comportamientos innatos han sido tan útiles, elegidos por la selección natural durante
millones de años, que vienen encriptados en tu código genético. Aquellos que poseen
instintos que favorecen la supervivencia y la reproducción tienden a multiplicarse. Es decir,
los instintos que han sido optimizados y especializados a lo largo de la historia te confieren
todos los beneficios de la velocidad y la eficiencia energética, siempre a costa de
encontrarse lejos para ser alcanzados por tu consciente. Estos programas permanecen
inaccesibles a tu conciencia porque son fundamentales para tu supervivencia. Estos son,
entre otros: la atracción sexual, los celos, el miedo a la oscuridad, empatizar con otros,
argumentar, buscar justicia, encontrar soluciones, evitar el incesto, reconocer las
expresiones faciales. Estas son cosas que no podés cambiar pero que sí pueden “funcionar
mal” en tu cabeza.
De la intención a la acción hay un largo trecho
Seguro que ya has estado en un momento de necesidad de cambio. Y entonces sabés
bien que las ganas e intenciones para lograrlo y la realidad de que eso suceda son muy
diferentes. Para la mayoría de nosotros, cambio significa peligro. El proceso de inspirar,
querer, promover y mantener el cambio es arduo y lleva tiempo. Una de las formas posibles
de introducir el concepto de cambio es bajo el contexto de “resolución de un problema”. El
estado actual es el problema, el cambio sería el proceso y la solución a ese problema
(gracias al cambio), el estado futuro. Sin duda esto implica alterar la manera de pensar en
pos de nuevos beneficios en el plano individual. Una de las trabas más importantes para
atravesar el proceso de cambio es no poder convertir tus intenciones en acciones. ¿Cuántas
veces tuviste la intención de hacer algo nuevo, diferente y, sin embargo, no lograste que
suceda o no conseguiste mantenerlo en el tiempo? Lesiones cerebrales en el lóbulo frontal
del córtex producen desajustes entre la intención y la acción. Pero en personas sanas como
vos esto es conocido como el “objetivo desatendido”. Para que la nueva acción sea exitosa,
la intención y la acción deben estar siempre interconectadas en tu cerebro. Por ejemplo, si
tu intención es cambiar y hablarle a tu mujer o marido en un tono más tranquilo, empático y
pausado, esa intención tiene que estar siempre presente en vos y asociada a cada encuentro
entre ustedes. Para tu cerebro, cambiar una acción del pasado lleva un costo o detrimento
de su desempeño. Como vimos, prefiere repetir la misma tarea. Esta es una de las razones
por las cuales la gente no cambia. Estos costos incluyen inversión de tiempo, miedo a lo
desconocido, desorientación, imprecisión e inexactitud. Este ahorro actúa sobre la acción
literal de hacer otra cosa, pero no influye sobre tus intenciones. Por ejemplo, desde hace
seis meses tengo la intención de bajar unos kilitos, sin embargo no paso a la acción:
cuidarme en las comidas. Este es el costo de pasar de la fase de intención o inspiración a la
fase de acción. Es decir, las intenciones son gratis, las acciones nuevas muy caras. Por esto
último, el sentimiento de inspiración es reconfortante a nivel biológico, dado que no tiene
ningún costo energético cerebral. Pero actuar según esa inspiración es menos placentero ya
que involucra nuevos conocimientos y, por ende, como ya dijimos, costos adicionales.
Además, los humanos tendemos a percibirnos como aprendedores cuando somos pequeños
y como repetidores cuando somos adultos. Esto se debe a que como adultos preferimos
sentir que “dominamos” algo. Estos costos de cambiar acciones nos quitan ese sentido de
expertise, de saber. Tu mente debe “convencer” a tu cerebro de que el riesgo de sentirse
desorientado un ratito y de “gastar más” es en su propio beneficio. Aunque te parezca que
el costo de discutir con tu mujer por tu mal tono es mayor, a tu cerebro le conviene porque
es el lugar que reconoce y puede clasificar. Por ende, está en tu mente poder convencerlo.
Para realizar una tarea nueva —cambiar— tu cerebro debe inhibir la atención
dirigida hacia la tarea antigua. Es decir, involucra no sólo atender a la nueva tarea sino
además que elijas entre muchas alternativas que el cerebro ya tiene registradas —las cosas
viejas que querés cambiar— y las inhibas. Eso es carísimo para tu cerebro. Es como si vos,
que vas siempre al trabajo o a la casa de un amigo tomándote el mismo colectivo que te
deja a una cuadra, y sabiendo que en caso de que no haya colectivos podés tomar un subte
que también te deja cerca, una mañana decidas ir por otro camino totalmente nuevo, por
ejemplo, combinando nuevas líneas de colectivos y subtes. Ni loco. Una de las formas
positivas de favorecer que asumas ese “costo de cambiar de acción” es no sólo enfatizar en
los beneficios y la importancia de la nueva acción (cambio), sino además mostrar por qué
tus viejas acciones ya no te sirven. En el caso de tu marido, ya no te sirve gritarle, probá
hablarle pausado, etcétera. También es de extrema utilidad que practiques las nuevas tareas
o acciones advirtiéndote qué errores, fallas o frustraciones aparecerán en el camino o
proceso de cambio hasta que vuelvas a dominar esa nueva tarea. Estas fallas son parte del
costo de cambiar. Si no hubiese ningún tipo de limitación o restricción, no habría costo
alguno. El cambio implica cierto dolor. Te lo digo otra vez: si vas a cambiar, es normal que
falles. Como veremos más adelante, lo que vos te digas —es decir, lo que pienses— sobre
ese error, falla u obstáculo en el camino del cambio determinará tus ganas para volver a
intentarlo. No sos más débil por sentir dolor o miedo, justamente eso es lo que te hace
humano.
En resumen, tus circuitos cerebrales y sus conexiones tienen que trabajar más
arduamente cuando se trata de cambiar, y además deben inhibir la repetición de formas
familiares y cotidianas de hacer las cosas. Generarte expectativas a través de tus intenciones
es fundamental para ayudarte a encontrar oportunidades de cambio. Si sabés dónde vas o
adónde querés ir, más fácil llegarás. Pero recordá que pasar de la intención a la acción tiene
un costo para el cerebro. Y por eso te cuesta tanto.
¿No te acordabas?
Toda acción que hagas requiere del funcionamiento correcto de tu memoria. En
otras palabras, debés recordar los detalles de tus intenciones de cambio para poder
realmente hacerlo mediante pensamientos, comportamientos y acciones nuevas. De forma
muy simplificada, contás con: memoria de corto plazo —también conocida como memoria
de trabajo—, de mediano y de largo plazo. Cada vez hay más hallazgos que muestran que
cuando el cerebro aprende algo nuevo, le cuesta mucho trabajo procesarlo y convertirlo en
una nueva memoria, pero una vez que algo fue aprendido, es transformado en formato de
“fácil acceso”, que consume menos energía. Por eso es tan fácil repetir errores del pasado,
ya que son guardados en formatos de memoria de largo plazo de fácil, barato y rápido
acceso. Es decir, necesitás pasar mucho tiempo explorando y practicando las nuevas
acciones para que se consoliden en memorias de largo plazo. De lo contrario, tus
comportamientos del pasado volverán, volverán, volverán.
Existe una teoría muy interesante, la teoría del proceso irónico, que explica que en
momentos de estrés o demasiada información mental hacés lo que estás tratando de evitar
hacer. Sumo a esta teoría que cuando estás tratando de olvidar algo para actuar de una
manera diferente, sólo se puede lograr si no estás demasiado estresado. Es decir, si tu
atención es capturada por tu estrés, en lugar de aquella tarea nueva que requiere de energía
tendés a recordar aquellas cosas que no querés recordar. Dicho de otra forma, el estrés te
empuja a tus hábitos, en detrimento de tu desempeño orientado a un objetivo de
cambio. Entonces, la ansiedad excesiva puede interferir con aquellas cosas nuevas que
debés recordar para cambiar de comportamiento. Si estás bajo condiciones de mucho
estrés, seguramente no podrás recordar muchas cosas ni integrar información nueva.
Se te complica cambiar.
CONSEJOS PARA QUE APRENDAS DE MANERA MÁS EFICIENTE
Dejá a un lado el miedo al ridículo y al fracaso.
Cultivá una curiosidad de niño.
No te tomes a vos mismo tan en serio.
El proceso de aprender algo nuevo es más importante que el resultado. Tu cerebro
se beneficia por tratar de aprender.
Un resultado exitoso es como un bono adicional.
Buscá nuevos desafíos. Aprendé algo nuevo que no te sea familiar. La novedad
rinde muchos beneficios al cerebro.
Aprender nuevas habilidades puede cambiar cientos de millones de conexiones
cerebrales.
DR. MICHAEL MERZENICH
Gente, quiero so-lu-cio-nes
Otro concepto importante a la hora de establecer tus expectativas es, frente a los
diferentes desafíos que se te presentan, focalizar en las soluciones. Focalizar en el
problema te lleva al pasado, a tratar de cambiar aquello que no pudiste cambiar, a culpar,
responsabilizar, justificarte o buscar excusas. Si querés analizar o cambiar algún proceso,
por ejemplo, cómo funciona el motor de un auto o por qué dejó de funcionar, el método de
“foco en el problema” puede ser muy útil, pero cuando se trata de cambiar, necesitás
focalizar en soluciones.
En efecto, cuando focalizás en soluciones inmediatamente se crea energía en tu
mente. Te abrís a posibilidades e ideas. Esto no significa que no haya que ocuparse de los
problemas, pero podés tratar de pensarlos hacia adelante, en lugar de qué los causó. Por
ejemplo, en lugar de preguntarte “¿Por qué no cumplí con mis objetivos?”, podés
preguntarte: “¿Qué necesito hacer la próxima vez para lograrlos?”. En lugar de “¿Por qué
hice eso?”, preguntate “¿Qué es lo que quiero hacer ahora?”, o reemplazá “¿Por qué
sucedió?” por “¿Qué es lo que quiero lograr con esto?”. El solo hecho de remover el “por
qué” de las preguntas te hará focalizarte más en las soluciones. Esto último es un primer
paso en la creación de nuevos cables, mapas y circuitos cerebrales que cambian tu
verdadera forma de pensar.
Te cuento un ejemplo personal: era un sábado de Semana Santa en Nueva York. Yo
esperaba un taxi en una concurrida esquina para que me llevara al aeropuerto JFK para
volver a Buenos Aires. Al día siguiente, era el primer cumpleaños de mi hijo Valentín.
Luego de veinte minutos, seguía en la misma situación. Empecé a rumiar, a hablarme con
mis pensamientos. (Veremos a continuación cómo se relacionan estas explicaciones que te
das a vos mismo sobre lo que te sucede con las posibilidades reales de cambio.) “Cómo no
me di cuenta de que era Sábado Santo, debería haber salido una hora antes, debería haber
pedido un taxi la noche anterior en el hotel. Ahora ya estoy lejos para volver, no voy a
llegar al aeropuerto, ni loco llego con la cantidad de gente que debe de haber en la ruta, por
qué no me avivé antes”, etcétera, etcétera, etcétera. Seguía haciendo foco en el pasado. El
problema ya había acontecido, eso no podía cambiarlo. Entonces, apreté pausa: puse mi
espalda derecha, respiré profundo, cerré los ojos —quizá al cerrarlos haya pasado un taxi
vacío…— y recordé que yo enseñaba a la gente a focalizar en soluciones. Era el momento
de hacerlo con mi adversidad. Me dije, todavía con los ojos cerrados y respirando tranquila
y profundamente: “¿Qué medios de transporte llegan a un aeropuerto? Subte, tren,
limusinas, remises, hacer dedo, autos particulares, motos, bicis, micros”. Y de pronto dije:
“¡Turistas!”. Abrí los ojos y comencé a escanear las calles. Cuando tu atención está puesta
en tus expectativas, hay más posibilidades de cambiar, aparecen las oportunidades. Y ahí
los vi, a unos cincuenta metros, en la vereda de enfrente, subiendo valijas a una limusina.
Era una pareja de brasileños que iba al aeropuerto. Los abordé y utilicé las emociones —el
cumpleaños de mi hijo— y no los hechos —el horario de mi avión—. Usando el “ver”, y no
el miedo o la fuerza, les mostré una foto de Valentín y los convencí de compartir el viaje.
Focalizá en soluciones y estarás construyendo nuevas alternativas, nuevos mapas
neuronales para el cambio.
EJERCICIO: FOCALIZÁ EN QUÉ FOCALIZÁS
Durante una semana tomá nota cada vez que durante tus conversaciones decidas
focalizar en el problema o en las soluciones. Fijate el impacto que tiene en tus
pensamientos y en tu desempeño posterior.
Lo positivo
Un estudio de Gallup muestra que la gente reacciona a las críticas de manera
positiva sólo una de cada trece veces. Crítica se refiere a cierto feedback negativo que
recibe alguien luego de algún desempeño o resultado. Recordemos que nuestra
performance es conducida por nuestros comportamientos, y estos, por nuestras emociones,
las que a su vez dialogan con nuestros pensamientos. El modelo del iceberg. En el ritmo del
mundo en el que vivimos hoy, tenemos cada vez más pensamientos que no apoyan nuestro
desempeño. Se puede trasladar la misma idea a los comentarios ajenos, las sugerencias y el
feedback general que recibís de los que te rodean. Estás constantemente preocupándote,
imaginando lo peor: te criticás y te critican. Si lograras callar esa voz interna y concentrarte
más en acentuar lo positivo, harías una gran diferencia en tus pensamientos, y esto se
reflejaría en los resultados que producís, por ende, en tu performance. Ponelo en esta
simple pero poderosa ecuación: tu performance equivale a todo el potencial que tenés
como persona menos las interferencias que podés tener para desarrollar ese potencial.
Interferencias serían el miedo, las dudas y la imaginación negativa (performance =
potencial – interferencias).
Un atleta profesional sabe que si sale a realizar su disciplina con dudas, autocríticas
o excesiva cantidad de miedo o ansiedad, puede perderlo todo. Esto marca la llamada
“diferencia mental” que distingue a los deportistas de alta elite del resto de los mortales.
Los tenistas Rafael Nadal y Novak Djokovic salen a la cancha, pero el que salga a la cancha
a jugar con menos interferencias mentales probablemente gane el partido, ya que
físicamente tienen similitudes. De adulto casi espontáneamente te dejás de alentar y de ser
positivo, cuando seguramente hacés todo lo contrario con tus hijos. Existen múltiples
estudios que muestran la importancia del feedback positivo en el desarrollo, IQ y bienestar
de los más pequeños. El feedback tiene un gran impacto en el desempeño, y las
investigaciones muestran que es igual para todo el mundo.
Si querés cambiar tu performance, tenés que dominar el arte del reconocimiento, de
reconocerte. Es decir, ayudar a construir nuevos circuitos neuronales a través de poder ver
lo que estás haciendo bien. Observar cómo te desafíás, crecés, aprendés y te desarrollás.
Explorar qué hiciste bien y qué podrías hacer mejor. Esto no significa que tenés que
esconder bajo la alfombra los obstáculos y los errores. Es evidente que hay ciertos
momentos en los que debés entender de manera clara y honesta lo que hiciste mal. Marshall
Goldsmith llama a este proceso el feedforward: en lugar de pasar horas en algo que no
funcionó en el pasado, debés pensar qué deberías cambiar en el futuro y explorar formas
para que sea posible. Algunas formas de acentuar lo positivo serían, por ejemplo, que
aprecies el trabajo que hacés, validarlo, reconocerlo, afirmarlo, confirmarlo y agradecerte.
Y lo mismo para tus pares, colegas o familia. Probá hacerlo esta semana, verás la diferencia
en tu comportamiento. Claro que para algunos no es fácil. La forma en que te explicás las
cosas que te pasan, las buenas y las malas, en tu trabajo o en tu vida, conforman hábitos de
pensamiento. Los hábitos no se circunscriben al campo de la acción, también existen los
hábitos de pensamiento y de las emociones. Algunos de estos son enemigos del cambio.
Veamos.
¿Cuál es tu estilo?
Vamos a empezar con un test. Tomate todo el tiempo necesario para contestar estas
48 preguntas. Es un poco cansador pero vale la pena. El test lo adapté del libro Learned
Optimism, del doctor Martin Seligman.
Debería llevarte entre quince y veinte minutos. No hay respuestas malas ni buenas.
Tenés que leer la situación descripta e imaginarla los más vívida posible, casi como si te
estuviera pasando a vos. Quizá algunas de las situaciones nunca las hayas vivido, pero no
importa. Si no encontrás naturalmente posible ninguna de las opciones, intentá inclinarte
por la que creas conveniente. No contestes lo que deberías contestar o lo que suena bien
decirles a otros. Por ahora, ignorá completamente las letras y los números en código de
cada pregunta y respuesta. No creas que los 1 son mejores que los 0 ni viceversa.
1. Estás a cargo de un proyecto al que le está yendo genial [PsB]:
a) Controlé que todo el mundo esté haciendo su trabajo. [1]
b) Todo el mundo dedicó mucho tiempo y energía a este proyecto. [0]
2. Vos y tu pareja se arreglan luego de una pelea [PmB]:
a) La/lo perdoné. [0]
b) Soy una persona que en general perdona a los demás. [1]
3. Te perdés yendo a los de un amigo en auto [PsM]:
a) Debo haber doblado mal en algún lado. [1]
b) Mi amigo me dio mal la dirección. [0]
4. Tu pareja te sorprende con un regalo [PsB]:
a) Lo/la acaban de promocionar en el trabajo. [0]
b) Anoche lo/la llevé a una cena espectacular. [1]
5. Te olvidás del cumple de tu pareja [PmM]:
a) No soy bueno para recordar cumpleaños. [1]
b) Estaba preocupado por otras cosas. [0]
6. Recibís flores de un admirador secreto [ExB]:
a) Le debo atraer. [0]
b) Soy una persona muy popular. [1]
7. Postulás para un puesto y lo ganás [ExB]:
a) Le dediqué mucho tiempo y energía a esa posición. [0]
b) Trabajo muy duro en cada cosa que hago [1].
8. Te olvidás de un compromiso muy importante [ExM]:
a) A veces mi memoria me falla. [1]
b) A veces olvido chequear mi agenda. [0]
9. Te postulás para un puesto y no te toman [PsM]:
a) No dediqué suficiente tiempo ni energía. [1]
b) La persona que ganó el puesto conocía más gente que yo. [0]
10. Preparás una cena en tu casa con amigos y es todo un éxito [PmB]:
a) Esa noche estaba particularmente inspirado. [0]
b) Soy un buen anfitrión [1].
11. Lográs detener un crimen llamando a la policía [PsB]:
a) Un ruido raro llamó mi atención. [0]
b) Ese día estaba alerta. [1]
12. Todo el año estuviste muy sano [PsB]:
a) Poca gente alrededor mío estuvo enferma, así que no estuve expuesto. [0]
b) Me aseguré de comer bien y descansar. [1]
13. Le debés a la biblioteca diez pesos por no devolver un libro a tiempo [PmM]:
a) Cuando me meto mucho con lo que estoy leyendo, a veces olvido cuándo hay que
devolverlo. [1]
b) Estaba tan concentrado en escribir un reporte para el trabajo que olvidé
devolverlo. [0]
14. Tus acciones te hacen ganar mucha plata [PmB]:
a) Mi broker decidió apostar a algo nuevo. [0]
b) Mi broker es un genio inversor. [1]
15. Ganás una competencia atlética [PmB]:
a) Me sentía imbatible. [0]
b) Entrené duro. [1]
16. Te va mal en un examen importante [ExM]:
a) No era tan inteligente como otros que dieron el examen. [1]
b) No me preparé lo suficientemente bien. [0]
17. Preparás una comida especial para un amigo y él apenas toca el plato [ExM]:
a) No soy un buen cocinero. [1]
b) Cociné demasiado rápido. [0]
18. Perdés en un evento deportivo para el que te habías preparado durante mucho
tiempo [ExM]:
a) No soy un buen atleta. [1]
b) No soy bueno en ese deporte. [0]
19. Te quedás sin combustible en una calle oscura a la noche [PsM]:
a) No miré cuánta nafta me quedaba al salir. [1]
b) La aguja debía de estar rota. [0]
20. Perdés el control discutiendo con un amigo [PmM]:
a) Él/ella está siempre molestándome. [1]
b) Él/ella estaba de mal humor ese día. [0]
21. Te multan por no cumplir con tus impuestos a tiempo [PmM]:
a) Siempre dejo los impuestos para último momento. [1]
b) Este año estaba con pereza para preparar los papeles de los impuestos. [0]
22. Invitás a salir alguien y te dice que no [ExM]:
a) Ese día yo no me sentía muy bien en general. [1]
b) Me quedé un poco tartamudo cuando la/lo quise invitar [0]
23. Estás en el teatro y te invitan a participar al escenario de un juego elegido entre
la audiencia [PsB]:
a) Estaba sentado en el lugar correcto. [0]
b) Del público, yo era el que más entusiasmado estaba. [1]
24. Siempre que voy a una fiesta me sacan a bailar [PmB]:
a) Soy extrovertido en las fiestas. [1]
b) Esa noche me sentía perfecto. [0]
25. Le comprás a tu pareja un regalo y no le gusta [PsM]:
a) No soy de pensar mucho en ese tipo de cosas. [1]
b) Él/ella tiene gustos muy especiales. [0]
26. Vas a una entrevista de trabajo y te va sorprendentemente bien [PmB]:
a) Me sentí muy confiado durante la entrevista. [0]
b) Soy muy convincente en las entrevistas de trabajo. [1]
27. Contás un chiste y todo el mundo se ríe [PsB]:
a) El chiste fue muy gracioso. [0]
b) Mi remate fue perfecto. [1]
28. Tu jefe te da muy poco tiempo para terminar un proyecto, sin embargo lo lográs
[ExB]:
a) Soy bueno en mi trabajo. [0]
b) Soy una persona muy eficiente. [1]
29. Últimamente te estuviste sintiendo cansado/a [PmM]:
a) Nunca tengo tiempo para relajarme. [1]
b) Estuve muy ocupado esta semana. [0]
30. Invitás a alguien a bailar y te dice que no [PsM]:
a) No soy un buen bailarín. [1]
b) A él/ella no le gusta bailar. [0]
31. Salvás a una persona de morir ahogada [ExB]:
a) Conozco una técnica para ayudar a la gente que se está ahogando. [0]
b) Sé qué hacer en situaciones de crisis. [1]
32. Tu pareja quiere tomarse un tiempo [ExM]:
a) Soy demasiado egoísta. [1]
b) No paso suficiente tiempo con él/ella. [0]
33. Un amigo te dice algo que te hace sentir mal [PmM]:
a) Siempre dice estas cosas sin pensar en los demás. [1]
b) Mi amigo tuvo un mal día y se la agarró conmigo. [0]
34. Tu empleado te pide consejos [ExB]:
a) Soy experto en el área que me vino a preguntar. [0]
b) Soy bueno dando consejos a la gente. [1]
35. Un amigo te agradece por ayudarlo durante un mal momento de su vida [ExB]:
a) Disfruto ayudándolo durante los momentos difíciles. [0]
b) Me preocupo por los demás. [1]
36. Lo pasás increíble en una fiesta [PsB]:
a) Todo el mundo era muy amistoso. [0]
b) Yo estuve muy amistoso. [1]
37. Tu doctor te dice que estás en muy buen estado físico [ExB]:
a) Me aseguro de hacer ejercicio físico seguido. [0]
b) Soy muy consciente con respecto a mi salud. [1]
38. Tu pareja te invita a un fin de semana romántico [PmB]:
a) Necesita irse afuera por unos días. [0]
b) Le gusta explorar nuevas cosas. [1]
39. Tu doctor te dice que estás comiendo mucha azúcar [PsM]:
a) No presto mucha atención a mi dieta. [1]
b) No puedo evitar el azúcar, está por todos lados. [0]
40. Te piden que lideres un proyecto muy importante [PmB]:
a) Acabo de terminar de manera exitosa algo similar. [0]
b) Soy un buen supervisor. [1]
41. Hace tiempo que venís peleando mucho con tu pareja [PsM]:
a) Estuve sintiéndome muy presionado y de mal humor últimamente. [1]
b) Él/ella está muy hostil últimamente. [0]
42. Te caés muy seguido mientras esquiás [PmM]:
a) Esquiar es muy difícil. [1]
b) Las pistas estaban heladas. [0]
43. Ganás un premio muy prestigioso [ExB]:
a) Resolví un problema muy importante. [0]
b) Fui el mejor empleado. [1]
44. Tus acciones están muy bajas [ExM]:
a) No conozco mucho de negocios. [1]
b) Elegí mal las acciones. [0]
45. Ganás la lotería [PsB]:
a) Fue pura suerte. [0]
b) Elegí los números correctos. [1]
46. Aumentás de peso durante las vacaciones y no lográs bajarlo [PmM]:
a) Las dietas no funcionan a largo plazo. [1]
b) La dieta que probé no funcionó. [0]
47. Estás internado en el hospital y muy poca gente va a visitarte [PsM]:
a) Soy muy irritable cuando me enfermo. [1]
b) Mis amigos son negligentes para estas cosas. [0]
48. Tu tarjeta de crédito es rebotada en un negocio durante una compra [ExM]:
a) A veces sobreestimo cuánta plata tengo. [1]
b) A veces me olvido de pagar la tarjeta de crédito. [0]
Por ahora, dejá el test a un lado. Iremos viendo cómo te fue a medida que
avancemos en la explicación.
Durante los últimos veinticinco años, varios investigadores, entre ellos Bernard
Weiner, John Teasdale y Martin Seligman, han demostrado que cada uno de nosotros tiene
un estilo particular de explicarnos las cosas. A esto lo llaman “estilo explicativo”. A su vez,
dentro de este estilo, encontramos el tipo optimista y el pesimista.
Las características básicas que definen a los pesimistas es que tienden a pensar que
los malos momentos van a durar muchísimo tiempo (permanencia), que van a interferir con
todo lo que hacen en sus vidas (extensión) y que todo suceden por culpa de ellos (personal).
Los optimistas, por el contrario, enfrentados a los mismos eventos, tienden a creer que una
derrota es algo temporal y que sólo repercutirá en el dominio donde se produzca. Por
ejemplo, si lo echan del trabajo, eso no trasciende en su vida familiar o social. Los
optimistas creen que las derrotas no son su culpa, sino circunstancias, mala suerte o incluso
responsabilidad de otras personas. Los optimistas, confrontados a una mala situación, la
perciben como un desafío y prueban de nuevo. Existen literalmente cientos de estudios que
muestran que los pesimistas se rinden rápidamente frente a desafíos de cambio y esto,
encima, hace que se depriman más seguido. Por otro lado, estudios similares muestran a los
optimistas como mejores en la escuela, en el trabajo y en los deportes; ganan más
elecciones que los pesimistas, son más sanos, envejecen mejor y algunas evidencias
sugieren que, incluso, viven más años. No es tan fácil, como seguramente suponés, saber si
sos poco, algo o muy pesimista. Seas quien seas hoy, sabé que se puede escapar del
pesimismo. Un pesimista puede devenir optimista si aprende una serie de habilidades
cognitivas descubiertas en laboratorios y clínicas y seriamente validadas. Pero hay algo
peor, en el corazón del fenómeno del pesimismo reside otro fenómeno: la impotencia. En
este estado, cualquier cosa que vos decidas hacer no afectará nada de tu situación y de lo
que te pasa. Nada bajo su control. La desesperanza. La vida comienza con una impotencia
total: los bebés no pueden ayudarse a sí mismos, son criaturas de reflejos. Y a pesar de que
cuando lloran la mamá acude a ellos —al menos en la mayoría de los casos— eso no
significa que “controlan” a la mamá. Su llanto es un reflejo de dolor o disconfort. Sólo un
número reducido de músculos parece estar bajo su control: los relacionados con succionar.
Este largo período de la infancia a la adultez es un camino que va de la impotencia total a
ganar control personal. Esto último es la habilidad que tenés para cambiar cosas por tus
meros actos voluntarios. Es lo opuesto a la impotencia. Está claro que muchas cosas en la
vida están fuera de tu control y no las podés cambiar —el lugar donde naciste, el color de
tus ojos, quienes son tu papá y mamá, tu raza, etcétera—, pero existe un vasto territorio de
posibles acciones bajo tu control, o de ceder el control a otros, o al destino. Y es la forma
en la que pensás por qué te suceden las cosas en la vida —tu estilo explicativo— la que
puede disminuir o aumentar el control que tenés sobre ella. Tus pensamientos no deben ser
sólo reacciones a diferentes eventos que ocurren. Los hábitos de pensamientos no necesitan
ser siempre los mismos. Podés elegir cómo pensar. ¿Te acordás de poner pausa para
hacerlo? Como te darás cuenta, tanto el pesimismo como la impotencia son enemigos
acérrimos del cambio.
Entonces, la manera en que te explicás a vos mismo el porqué de las cosas malas
que te suceden es clave para aumentar o disminuir tus posibilidades de cambio. Aquí la
cuestión sería evaluar —y luego, si es necesario, trabajar— los hábitos explicativos. No las
explicaciones individuales y aisladas que podés tener frente a un fracaso en particular.
Todos tenemos estilos de “ver” las causas de las cosas que nos suceden, y si le damos a ese
estilo una oportunidad, se impondrá como un hábito en nuestras vidas. Como vimos, las
tres dimensiones cruciales para tu estilo explicativo son: la permanencia, extensión y
personal. Ahora veamos cuál es el tuyo. A medida que te los vaya contando podés ir
mirando tu test y sumando tus puntajes para cada estilo.
Forever mal o forever bien
Aquellas personas que se rinden fácilmente creen que los malos eventos que les
suceden son permanentes. Permanencia se refiere a la constancia en el tiempo, a la
inmutabilidad que va a tener aquel evento en su vida. Comparemos permanente versus
temporario. Si para vos estos malos eventos van a persistir, entonces van a estar siempre ahí
afectándote en tu vida. Si pensás las cosas malas que te suceden usando “siempre” o
“nunca” (y otros rasgos duraderos: “nunca me mira”, “las dietas no funcionan”, “siempre
me va a molestar”, “siempre va a doler”, etcétera), tenés un estilo pesimista permanente.
Volvé al test. Sumá los resultados de las preguntas con el código PmM (5, 13, 20,
21, 29, 33, 42 y 46). Estas preguntas miden cuán permanente tendés a pensar las causas de
los malos eventos que te suceden. En las que pusiste 0 sos optimista y las 1 indican que sos
pesimista. Ahora sumá tu puntaje:
PmM =
Si el total de la suma de las ocho preguntas PmM te dio entre 0 y 1, sos muy
optimista en esta dimensión. Entre 2 y 3, moderadamente optimista; 4 sos promedio; entre
5 y 6 sos algo pesimista; y entre 7 y 8, muy pesimista, y te recomiendo que leas con mucha
atención lo que viene más adelante.
Es obvio que fallar, fracasar o los obstáculos que aparecen en tu proceso de cambio
pueden dejarte impotente. Es un golpe, pero el dolor termina. Mientras para algunos eso es
algo lógico, saben que va a pasar (los que suman entre 0 y 1), para otros el dolor no se irá
nunca (los que suman entre 7 y 8). Ante un fracaso, no vuelven a intentarlo, ni siquiera
buscando nuevas opciones.
Ahora analicemos qué pasa cuando lo que te sucede está bueno. Aquellos que tienen
un estilo optimista permanente suelen explicar los buenos eventos de esta manera:
“Siempre tengo suerte”, “Soy muy bueno en lo que hago”, “Mi competidor no sabía tanto
como yo”.
Lo contrario a ellos serían los pesimistas temporarios, que explican las cosas
buenas que les pasan en términos de estados de ánimo, esfuerzos, momentos pasajeros,
temporarios: “Tuve suerte”, “Me esforcé esta vez”, “El otro estaba cansado”. En el test les
corresponden las preguntas PmB (2, 10, 14, 15, 24, 26, 38 y 40). Estas preguntas miden
cuán permanente tendés a pensar las causas de las cosas buenas que te suceden. En las que
pusiste 1, sos optimista. Sumá tu puntaje:
PmB =
Si el total te dio entre 7 y 8, sos muy optimista, pensás que las cosas buenas
continuarán sucediéndote. Si te dio 6, sos moderadamente optimista; 4 y 5, promedio; 3,
algo pesimista; entre 1 y 2, muy pesimista. Lo importante es que las personas que creen que
las cosas buenas tienen efectos permanentes en el tiempo, se esfuerzan aún más para lograr
cambiar y ser exitosos en lo que quieren. Los pequeños triunfos motivan a la gente a
seguir adelante, por eso es tan bueno reconocerlos y festejarlos.
Recordá que las explicaciones permanentes sobre las cosas malas que te suceden te
dejan impotente por años y sin cambiar, pero aquello explicado como temporario te da
resiliencia, esa capacidad para sobreponerte de dolores emocionales y situaciones adversas.
Catastrófico & cool
En la dimensión de la extensión nos referimos a la universalidad de la explicación
que te das. Es una cuestión de espacio. Por ejemplo, algo que te pasó en tu trabajo afecta
además otras áreas de tu vida. Si la explicación es específica, entonces molesta sólo donde
te ocurrió. Aquí comparamos universal versus específica. Por ejemplo, aquellas personas
que generalizan las explicaciones sobre las cosas malas que les suceden, al fallar en una
dieta llevan ese pequeño fracaso a todo tipo de cambios, incluso a los que están fuera de lo
relacionado con su peso. Es decir, no puedo cambiar A, entonces tampoco puedo cambiar
B, C, D, Z…
Veamos quién sos. En el test, las preguntas son las correspondientes al código ExM
(8, 16, 17, 18, 22, 32, 44 y 48). Estas miden cuán catastróficamente tendés a pensar los
malos eventos que te suceden. Sumá tu puntaje:
ExM =
Si el total te dio entre 0 y 1, sos muy optimista en esta dimensión, lo malo que te
sucede en un dominio de tu vida no afecta a los otros. Entre 2 y 3, moderadamente
optimista; 4 es promedio; entre 5 y 6, algo pesimista; y entre 7 y 8, muy pesimista. Estos
últimos, los pesimistas universales, dicen cosas como: “Todos los clientes son malos”, “Soy
repulsivo”, “Las tablets no sirven para nada”. Por el contrario, los optimistas específicos
suelen decir frases como las siguientes: “Este cliente es malo”, “Lo atendí mal”, “Esta
marca de tablet no funciona bien”.
Como hicimos con la dimensión de permanencia, veamos ahora lo contrario con la
dimensión de extensión. Un estilo optimista para explicar las cosas buenas que suceden.
Por ejemplo, cuando lográs un cambio positivo, por ejemplo, una nueva forma de tratar a
tus clientes, eso se trasladará de manera positiva a cualquier otro tipo de cambio que te
propongas. Te motiva. Si sos así, seguramente pensás que las cosas malas son específicas
de un dominio particular, pero las buenas tienen efecto en potenciar todos los dominios de
tu vida. Un optimista universal dice frente a eventos positivos que le suceden: “Lo logré
porque soy piola”, “Mi socio sabe mucho”, “Estuve perfecto esa noche”. Un pesimista
específico, ante la misma situación, puede decir: “Lo logré porque soy piola en ese tema”,
“Mi socio conoce sobre marketing”, “Le hablé muy bien a ella/él esa noche”.
En el test, las preguntas relacionadas son las con el código ExB (6, 7, 28, 31, 34, 35,
37 y 43). Sumá tu puntaje:
ExB =
Si el total te dio entre 7 y 8, sos muy optimista sobre que las cosas buenas que te
suceden en un área de tu vida y eso se trasladará a las otras; 6, moderadamente optimista; 4
y 5 es promedio; 3, algo pesimista; entre 1 y 2, muy pesimista.
¿Quién tiene la culpa?
Por último, veamos la dimensión de estilo explicativo personal. Cuando pasan cosas
malas, cuando no logro los cambios, me culpo. Este es el estilo explicativo personal
interno. Aquí comparamos estilo interno versus externo. El estilo interno deja a las
personas con una baja autoestima. Sienten que no sirven para nada, que no tienen talento,
que nadie los quiere: “Soy un estúpido”, “Soy inseguro”, “No tengo talento para esto”. Lo
contrario sería que, ante sucesos malos, culpe a otras personas o a las circunstancias (estilo
externo): “Vos sos estúpido”, “No tuve suerte”, “No tuve una buena educación”. Acordate
de que la baja autoestima llega de manera frecuente a tu vida cuanto tenés un estilo interno
para explicarte los malos eventos. En el test lo encontrarás con el código PsM (3, 9, 19, 25,
30, 39, 41 y 47). Sumá tu puntaje:
PsM =
Si el total te dio entre 0 y 1, indica alta autoestima; entre 2 y 3, moderada
autoestima; 4 es promedio; entre 5 y 6, baja autoestima; entre 7 y 8, muy baja autoestima.
Por último, veamos los estilos explicativos personales para cuando suceden los
buenos eventos. En el test, estos están vinculados con el código PsB (1, 4, 11, 12, 23, 27,
36 y 45). Sumá tu puntaje:
PsB =
Si el total te dio entre 7 y 8 sos muy optimista, es decir, creés que las cosas buenas
son causadas por vos; 6 es moderadamente optimista; 4 y 5 es promedio; 3, algo pesimista;
entre 1 y 2, muy pesimista, creés que lo bueno que te sucede es gracias a otros o a las
circunstancias.
En definitiva, no podrás cambiar si no asumís responsabilidad sobre lo que hacés, si
atribuís a otros las circunstancias por tus errores o contratiempos (estilo personal externo).
No tengo dudas de que si querés cambiar, la dimensión más importante de las recién
estudiadas es la de permanencia. Si vos pensás que tus fracasos, obstáculos y batallas
perdidas son permanentes en el tiempo, entonces no volverás a actuar sobre ellas. Por ende,
sin volver a intentarlo, no cambiás. Para cambiar tenés que pensar que cualquiera de las
causas que provocaron ese contratiempo pueden ser superadas.
TEST DE FELICIDAD DE OXFORD4
Acabamos de ver los diferentes estilos explicativos, o sea, cuán optimista o
pesimista sos para explicarte las cosas que te suceden en la vida. Antes de ver cómo
cambiar de un estilo pesimista a uno optimista, y cuándo es conveniente hacerlo, te
propongo que te evalúes en uno de los test de felicidad más utilizados en la literatura
científica. A continuación del test te propongo algunas actividades estudiadas
estadísticamente sobre qué nos hace felices a las personas.
Debajo encontrarás diferentes afirmaciones sobre la felicidad. Indicá cuán de
acuerdo estás o no con cada definición según la siguiente escala:
1 = muy en desacuerdo
2 = desacuerdo moderado
3 = un poco en desacuerdo
4 = un poco de acuerdo
5 = acuerdo moderado
6 = muy de acuerdo
1. No me siento particularmente a gusto con cómo soy (X).
2. Me interesan otras personas.
3. Siento que la vida está llena de recompensas.
4. Tengo sentimientos cálidos hacia la mayoría de las personas.
5. Rara vez me despierto a la mañana sintiéndome descansado (X).
6. No soy muy optimista con respecto al futuro (X).
7. Encuentro muchas cosas divertidas.
8. Siempre estoy comprometido e involucrado.
9. La vida está buena.
10. No creo que el mundo sea un buen lugar (X).
11. Me río muchísimo.
12. Estoy satisfecho con todo en mi vida.
13. No creo ser una persona atractiva (X).
14. Hay una gran diferencia entre lo que me gustaría hacer y lo que ya he hecho (X).
15. Soy muy feliz.
16. Encuentro belleza en algunas cosas.
17. Siempre tengo un efecto positivo en los demás.
18. Encuentro tiempo para todo lo que quiero hacer.
19. Siento que no tengo mucho control sobre mi vida (X).
20. Me siento capaz de soportarlo todo.
21. Me siento alerta mentalmente.
22. Siento muy seguido disfrute y júbilo.
23. No me es fácil tomar decisiones (X).
24. No tengo un gran propósito en mi vida (X).
25. Tengo una gran cantidad de energía.
26. Tengo una gran influencia positiva en diferentes eventos.
27. No me divierto con otras personas (X).
28. No me siento particularmente saludable (X).
29. No tengo muchos recuerdos positivos del pasado (X).
Ya hiciste el test. Ahora tomá las doce afirmaciones que finalizan con una X. Tomá
cada resultado y modificalo según el siguiente criterio: donde te pusiste un 1, tachalo y
ponete un 6. Si te pusiste un 2, tachalo y ponete un 5. Si te pusiste un 3, tachalo y ponete un
4. Si te pusiste un 4, cambialo por un 3. Si te pusiste un 5, cambialo por un 2. Si te pusiste
un 6, cambialo por un 1. Te recuerdo que esto lo hacés sólo en las afirmaciones que tienen
una X.
Tu total de felicidad, para este test particular, es la suma de todos tus 29 resultados
(luego de haber invertido los de X), dividido 29.
Felicidad = total de la suma ÷ 29 =_ _ _ _ _ _ _
El resultado más bajo posible es 1 y el máximo es 6. El promedio de los que toman
este test es 4,30. Vos podés llevar una especie de registro cada semana o mes repitiendo el
test, sobre todo luego de involucrarte en actividades que te hacen feliz, o que así lo creas.
Estas son algunas de las actividades estudiadas estadísticamente sobre qué nos hace
felices a las personas:
1. Expresar gratitud: estar y ser agradecido promueve saborear lo positivo de las
experiencias de la vida. Te hace valorarte más y subir tu autoestima. Ayuda a lidiar con el
estrés, estimula un comportamiento más moral (la gente que agradece ayuda más y mejor a
otras personas) y menos material. Ayuda, además, a construir relaciones más fuertes y
duraderas. Disminuye los sentimientos de enojo, amargura, avaricia, codicia.
2. Cultivar el optimismo: desarrollar el hábito de esforzarse por encontrar el lado
positivo de los eventos y situaciones. No sólo celebrar el presente y el pasado sino, además,
anticiparse a un futuro con más brillo.
3. Evitar compararse con otros y sobrepensar las cosas.
4. Realizar actos bondadosos, ser amable.
5. Alimentar sanamente las relaciones sociales (parejas, familias, amigos,
colegas). Ya vimos la importancia de las relaciones sociales para la salud del cerebro.
Tenés que expresar tu admiración, aprecio y afecto hacia los demás.
6. Desarrollar estrategias para salir adelante cuando no estás bien: es lo que
hacés para aliviar el estrés, el dolor y el sufrimiento que te causa una situación o evento
negativo. Las distintas estrategias pueden ser: concentrar todos tus esfuerzos en hacer algo
al respecto; hacer lo que creés que tenés que hacer pero paso a paso; pensar una estrategia
de qué es lo que deberías hacer; diseñar un plan de acción; dejar otras actividades para
concentrarte en aquello que querés resolver; pedir consejos y ayuda a los demás, hablar con
alguien que podría hacer algo al respecto.
7. Aprender a perdonar.
8. Sumergirte en actividades que te permitan concentrarse completamente en
el aquí y ahora: pintar, conversar, jugar, practicar un deporte, rezar, navegar en Internet.
Realizar alguna actividad que te desafíe y absorba, y mejore tus habilidades y expertise.
Y por sobre todo, no tiendas a establecerte objetivos basados en una circunstancia,
externos, orientados a evitar algo, conflictivos y rígidos. Tus objetivos para tener más
oportunidades de generar bienestar en tu vida deben estar basados en una actividad, ser
intrínsecos, orientados a alcanzar algo, armoniosos y flexibles.
No te preguntes tanto por qué o adónde, sólo disfruta el helado cuando está en tu
plato.
THORNTON WILDER
Ahora, escribí una lista de diez objetivos que tengan las características recién
mencionadas. Estos deben incluir: metas, proyectos, deseos, intenciones.
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ABC
Tengas el estilo explicativo que fuere, los cambios son tan difíciles para los
optimistas como para los pesimistas. Pero, como vimos, la explicación que te des del
porqué te suceden las cosas (malas y buenas) te hará más fácil enfrentar las derrotas y
comenzar de nuevo. Pero la buena noticia es que los más pesimistas pueden aprender
diferentes habilidades de los optimistas, para mejorar de manera permanente su calidad de
vida y favorecer sus posibilidades de cambiar, o al menos de seguir intentándolo. También
los optimistas pueden aprender de lo que sigue; incluso muchos de ellos atraviesan períodos
de pesimismo.
Existen herramientas cognitivas para que incrementes el control de lo que pensás
frente a las adversidades del cambio, no para proveerte un optimismo incondicional y
absoluto en todo tipo de situaciones, pero sí para ofrecerte un optimismo flexible. Si tenés
un estilo explicativo negativo, estas herramientas te ayudan a que no tengas que vivir bajo
la tiranía del pesimismo. Pero, cuidado, en ciertas situaciones no es conveniente pasar al
formato optimista. Por ejemplo, si tu objetivo es cambiar algo muy riesgoso y con mucha
incertidumbre sobre el futuro, mejor no usar optimismo, ya que podés chocar contra una
pared. La pregunta que deberías hacerte para saber si usar esta herramienta cognitiva para
ser más optimista es: ¿cuál es el costo de fallar en esta situación particular de cambio? Si
fallar puede implicar perder tu trabajo y no tener qué darles de comer a tus hijos, por
ejemplo, yo no sería muy optimista, sino más bien analítico de la situación antes de
mandarme con cualquier tipo de cambio. Si el costo de fallar al intentarlo es bajo, usá el
optimismo. Si es alto, no lo hagas. Eso depende de cada uno y de cada situación particular.
Acordate de que siempre estamos hablando, en definitiva, de las “expectativas” y de la
importancia de que los objetivos deseables sean posibles. Por ejemplo, si quiero empezar a
ejercitarme y pretendo correr una maratón de 42 kilómetros el primer día, probablemente
termine en un sanatorio.
Tus hábitos de pensamiento se traducen en lo que llamamos “tus creencias”. El
psicólogo Albert Ellis, y luego los doctores Arthur Freeman y Steven Hollon, codificaron el
modo de actuar basados en nuestras creencias llamándolo ABC (del inglés, adversity
—adversidad—, beliefs —creencias—, consequences —consecuencias—). ¿De qué se
trata? Cuando nos enfrentamos a una adversidad, en general reaccionamos pensando en
ella. Nuestros pensamientos rápidamente se traducen en creencias. Estas son tan habituales
que ni siquiera nos damos cuenta de que las tenemos, a menos que frenemos (pausa) y nos
focalicemos en ellas. Esas creencias tienen consecuencias reales en nuestras vidas, son las
causas de cómo nos sentimos y qué hacemos con eso. Pueden llegar a ser la diferencia entre
el abatimiento y rendirnos, por un lado, o el bienestar y las acciones constructivas, por otro.
Por ejemplo: alguien se “cola” delante de vos en la fila del supermercado
(adversidad). Pensás: “No tengo coraje para decirle algo” (creencia). Entonces, te sentís un
tarado, bajás la mirada y te hacés el que no lo viste colarse (consecuencia). Las
consecuencias siempre terminan en un sentimiento o emoción, y/o una acción o inacción.
Así están conectados estos tres elementos. La adversidad es algo que ocurre, la creencia es
un pensamiento, y la consecuencia una emoción y/o acción o inacción.
Otro ejemplo: imaginemos que estás queriendo cambiar la relación con tu jefe. Él se
excede con los pedidos y te sobreexige demasiado, y vos terminás trabajando horas extra en
tu casa. Adversidad: tu jefe te pide que termines el reporte X para mañana. Creencia:
pensás que si no lo hacés podrían echarte o no darte un aumento o promoción.
Consecuencia: te quedás hasta las dos de la mañana trabajando, estresado y cansado. No
cambió nada con tu jefe ni en vos.
Es decir, las adversidades pueden ser casi cualquier cosa: un bebé que llora, un
retraso en el subte, tráfico en la ruta, tu equipo que perdió el fin de semana, una cuenta que
tenés que pagar, un/a novio/a que no te presta mucha atención o aquellas adversidades que
aparecen en los momentos en que querés cambiar. Tus creencias son las que interpretan
esas adversidades, son los pensamientos, no los sentimientos. Estos últimos van en las
consecuencias junto con tus acciones.
Enfrentar tus creencias
Primero, es clave que detectes cuáles son tus creencias, que seas consciente de ellas
y las escribas en una lista. Ellas constituyen tus ABC más clásicos y son las que te impiden
el cambio. Por ejemplo: quiero dejar de tratar mal a mi mamá. Cada vez que la escucho
triste, me enojo con ella y sé que no es bueno ni para ella ni para nuestra relación. Mi
situación adversa sería: “Mi mamá me llama y me dice que está triste”. Mi creencia, o sea,
el modo que tengo de interpretar esa situación, es la siguiente: “¿No se da cuenta de que
está en un momento de su vida ideal para disfrutar de sus nietos, leer, ir al cine, caminar y
no trabajar más? Si yo puedo ayudarla, ¿cómo no lo ve?”, y la consecuencia de esta
creencia que se me impone es: le grito (acción), mi mamá se pone peor y yo me siento un
mal hijo (emoción) y prefiero no ir a verla (inacción).
Cuando tengas registrados varios de tus ABC, leelos cuidadosamente y buscá las
conexiones entre tus creencias y sus consecuencias.
Generalmente tus creencias son tan poderosas y automáticas que pueden nublar tus
expectativas de cambio. Por ejemplo, mis expectativas de cambio se concentraban en “No
tratar mal a mi mamá”, pero cada vez que ella está triste, mis creencias sobre lo que ella
debería hacer para no estarlo me conducen a la decepción (emoción) y a enojarme con ella
(acción). Esto último se traduce en la imposibilidad de cambiar mi actitud hacia ella.
Si vos pudieras cambiar tus creencias habituales —que, como vimos, se imponen de
manera automática apenas surge una situación adversa—, tu respuesta frente a ellas
cambiará. Es decir, tenés más posibilidades de dejar de reaccionar y pensar de una manera
novedosa lo que te está ocurriendo para tomar un nuevo curso de acción.
Nuestros cerebros están preparados para dirigir la atención hacia aquello a lo que
deben atender, ya sea positivo o negativo. El leopardo que nos ataca cuando estamos por
cazar nuestra presa. Nuestro cerebro está cableado así. No habríamos sobrevivido como
especie sin reconocer los peligros y preocuparnos por ellos. Nuestro cerebro sabe con qué
tiene que lidiar y cómo. El tema es que los pesimistas habituales llevan este proceso de
identificar y atender a las preocupaciones un paso más allá. No sólo atraen su atención, sino
que además circulan incansables por su mente. Cerebralmente estas alarmas y
preocupaciones son primitivas, recuerdos biológicos de tus necesidades y peligros. Pero, en
tu presente, estos viejos recuerdos, que hoy son tus creencias, pueden complicarte la vida y
el hecho de querer cambiar, trastornando tu desempeño y arruinando tu bienestar
emocional. Enfrentar tus creencias tiene que ver con encontrarles un argumento,
atacarlas. Si enfrentás de manera efectiva las creencias que aparecen frente a la
adversidad, podés cambiar tus reacciones decepcionantes y el deseo concomitante de
rendirte por una actividad beneficiosa y una motivación para seguir.
Volvamos al ejemplo de la relación madre-hijo. Mi situación adversa sería: “Mi
mamá me llama y me dice que está triste”. Mi creencia, o sea, cómo interpreto con mis
pensamientos esa situación: “¿Pero no se da cuenta de que es un momento para disfrutar de
sus nietos, leer, ir al cine, caminar y no trabajar más?”. Enfrento mi creencia: “¿Por qué
pretendo que mi mamá haga todas esas cosas? Quizá esté cansada, perdió a su marido hace
sólo cuatro años luego de cuarenta años viviendo juntos, nunca le gustó la actividad física y
forzarla es peor, puede que esté pasando por un momento de transición. Ya no tiene 60 sino
72 años, debería ser más empático con ella y, en vez de forzarla, preguntarle qué es lo que
quiere hacer”. Nueva consecuencia: la llamo y le pregunto si tiene ganas de hacer algo
juntos, lo que ella quiera para que se sienta menos triste. Cambié.
Parece fácil, ¿no? Pero sé que no lo es. Para lograrlo, es esencial darte cuenta de que
las creencias son sólo eso, creencias. Pueden o no ser hechos. Una técnica útil para que
puedas enfrentar a tus creencias de forma efectiva es buscando evidencia que muestre cuán
incorrecta es tu creencia. Como un detective, preguntate cuál es la evidencia para esta
creencia. Casi nada de lo que te pasa tiene una sola causa, la mayoría de los eventos tienen
múltiples causas. Para enfrentar tus creencias, buscalas. Luego de encontrarlas, buscá
alternativas. Tu trabajo es deshacer esta creencia habitual y destructiva, y convertirte en un
habilidoso generador de alternativas.
Por último, imaginemos que tus creencias sobre alguna adversidad sí son correctas:
¿y?, ¿cuáles son las implicancias?, ¿son tan tremendas como creías? Aquí se trata de
desdramatizar la situación. Si hacés esto, vas a ver que te sentirás energizado para volver a
intentarlo, para ganar resiliencia y que los obstáculos en tu proceso de cambio sean sólo
eso, obstáculos, pero no lugares sin retorno. Enfrentá tus creencias con evidencias,
alternativas y/o implicancias.
Finalmente, recordá frenar frente a la adversidad para que tus creencias no te
atropellen. Enfrentar tus creencias es entonces tratar de cambiar tu reacción mental (hábito)
por una respuesta mental (pensar) a la adversidad. Podés empezar ahora mismo. Por
ejemplo, la próxima vez que te sientas ansioso o enojado, preguntate qué te estás diciendo a
vos mismo. A veces esas creencias serán reales. Cuando eso ocurra, concentrate en los
modos en que podés alterar la situación y prevenir que esa adversidad se convierta en un
desastre. Pero creeme que la mayoría de las veces esas creencias son distorsiones.
Enfrentalas con evidencias, alternativas y/o implicancias y no las dejes arruinar tu vida ni
tus ganas de cambiar.
En resumen, para poder cambiar, recordá la importancia de establecerte expectativas
positivas y de gestionarlas prestándoles atención. Si querés cambiar, tenés que pensar que
cualquiera de las causas que provocaron algún contratiempo durante tu proceso de cambio
pueden ser superadas. Si sos pesimista, existen herramientas cognitivas para enfrentar tus
creencias habituales sobre las cosas que te suceden y te dejan con un optimismo flexible
que te permita seguir adelante frente a las adversidades del cambio.
Definir tus expectativas es fundamental. Imaginá que sos un atleta profesional y tu
disciplina deportiva es cambiar algo de tu vida. Si te sobrepasás con tus expectativas de
ganar, podés perder concentración y fracasar en la competencia. Tenés que lograr que tus
expectativas no te sobrepasen: recordá que la intención es una muestra gratis para tu
cerebro, pero si es excesiva, te vas a frenar en la acción. Para que esto no pase, la clave es
conocerte a vos mismo para establecerte expectativas “correctas”. Pero como atleta
tampoco vas a estar esperando perder. Expectativas bajas o negativas te llevarán directo a la
frustración o al aburrimiento. La mejor forma de ganar la competencia es sencillamente
prestar mucha atención a tus propias experiencias que incluyan observar cómo tus
expectativas pueden alterar tu estado mental. En definitiva, podés cambiar combinando
nuevas expectativas que provean una motivación positiva, con nuevas experiencias que
cambien el cerebro. Veamos a continuación cómo ocurre esto último.
4. Adaptado de http://happiness-survey.com/survey/
Pensá, sentí y hacelo…
de nuevo
Los problemas significativos que enfrentamos
no pueden ser solucionados con el mismo marco de pensamiento con los que los hemos
creado.
ALBERT EINSTEIN
Tu cerebro es dinámico
En 1861, el anatomista francés Pierre-Paul Broca descubrió el área del cerebro
responsable del habla. Durante la autopsia del señor Tan —lo llamaban así porque era la
única sílaba que este hombre podía pronunciar—, Broca encontró una lesión cerebral detrás
de los lóbulos frontales que afectaba lo que bautizó como el área del cerebro responsable
del habla, hoy conocida como área de Broca. A partir de ese momento la ciencia comenzó a
determinar las áreas del cerebro según su función (mapeo cerebral). Una vez determinadas
muchas de las funciones por área cerebral, los científicos se preguntaron si para cada área
específica se correspondía sólo una función determinada, y si, a su vez, esto se mantenía a
lo largo de toda la vida y en todas las personas. Es decir, mis neuronitas responsables de
mover mi pulgar derecho, ¿serán siempre las mismas?, ¿podrán hacer alguna otra cosa
durante mi vida? Y además, ¿están ubicadas geográficamente en la misma área en todos los
cerebros humanos? ¿Vos qué opinás? Esto me remonta al secundario, cuando debíamos
decidir qué íbamos a estudiar porque esa decisión “gigante” determinaba lo que haríamos
por el resto de nuestras vidas. Pero ¿un médico tiene que ejercer la medicina siempre? ¿Y
lo tiene que hacer siempre en el mismo hospital, clínica o consultorio? Claro que no.
Las respuestas a estas preguntas empiezan a aparecer a principios del siglo XX,
cuando neuroanatomistas como Graham Brown y Charles Sherrington, entre otros,
investigaron lo que se conoce como los “mapas de movimiento del cerebro”. Esto sería
—para hacértela fácil— como realizar un dibujo de las distintas funciones del córtex motor
—área del cerebro responsable de nuestros movimientos— que va de oreja a oreja por la
parte de arriba del cráneo, donde cada punto (representado por un grupo de neuronas) es
etiquetado con la parte del cuerpo que mueve. El córtex motor funciona mandándole
señales a través de las neuronas a las diferentes partes del cuerpo para que se muevan o
dejen de moverse. Además de las motoras, tenemos otras áreas fundamentales pero
responsables de “sentir”, por ejemplo, cuando tocamos o algo nos toca en las diferentes
partes del cuerpo. Esta última se llama región somatosensorial. Es como si fuesen dos
autopistas, una va de norte a sur —del cerebro a las extremidades— y la otra, de sur a norte
—de las extremidades y piel al cerebro—.
Para lograr este mapa los científicos van tocando, en animales de laboratorio
primero y con electrodos muy chiquitos, un sitio neuronal tras otro y viendo qué partes del
cuerpo se mueven. Sí, eso mismo que te imaginás, con la base del cráneo abierta cual
Tupperware. Pero no te preocupes, esto no causa dolor ya que, paradójicamente, el cerebro
no siente. Lo primero que varios autores en paralelo fueron encontrando es que estos sitios
variaban de animal en animal. Por ejemplo, el sitio A movía el dedo índice de un mono,
pero ese mismo sitio A, estimulado en otro mono, hacía mover toda la mano. La conclusión
es que no hay “un” mapa de movimiento, sino que cada uno de nosotros tiene uno bastante
único. Los mapas de movimiento son como huellas digitales. Estos hallazgos dieron lugar a
la certeza, algo que la psicología ya intuía un siglo antes, de que los hábitos —por ejemplo,
repetir muchas veces un movimiento— producen y son un reflejo de cambios en el cerebro
(¿te acordás del piolín que se convertía en cable cuando repetías muchas veces el mismo
pensamiento o acción?).
Hasta que surgió la siguiente pregunta: ¿y si esas diferencias en los mapas de
movimiento que cada uno tenemos se deben a diferencias de nacimiento y no a las
experiencias (hábitos)? Si fuese así, estos mapas deberían ser fijos o casi fijos desde el
nacimiento hasta el último día de nuestras vidas.
En 1923, el científico Karl Lashley demostró que en el curso de un mes, en un
mismo mono, el mapa de movimiento va cambiando. Lo hizo invitando al mono a
incorporar en su día un nuevo hábito, como agarrar una galletita de una forma en particular,
durante ese mes. El mismo Lashley llamó a esto “plasticidad de la función neuronal”. Todo
un adelantado. Además, descubrió que cuanto más seguido hacés un movimiento, más
espacio ocupa en tu cerebro el área que se encarga de él. Es decir, ocupa más terreno,
espacio y geografía cerebral. O sea que, según la historia del movimiento, cómo los
movemos y la cantidad o repetición de veces en que lo hacemos va dejando huellas en el
cerebro y formando nuestros mapas. Los saxofonistas, por ejemplo, tienen muchas más
neuronas en el córtex motor dedicadas al movimiento de sus dedos que los no saxofonistas.
Un ejemplo similar son las neuronas del movimiento de los pies en bailarines y en los no
bailarines. El área del córtex motor responsable del revés —o del drive— de “Pico”
Mónaco es mucho mayor que la mía.
En conclusión, el cerebro es dinámico y se va remodelando a sí mismo
continuamente en respuesta a tus experiencias. Para nuestro propósito de cambiar esto, nos
dice que no basta con introducir un cambio una vez, sino que aquello que quieras hacer
nuevo, diferente, aquel cambio que deseás, vas a tener que practicarlo, repetirlo y probarlo
muchas veces hasta que se convierta en un nuevo mapa, un nuevo cable cerebral. Un nuevo
hábito. Y en ese proceso te equivocarás, te caerás, fallarás y esto —ya te lo dije muchas
veces— es absolutamente normal.
Finalmente, en 1944, el psicólogo canadiense Donald Hebb explicó cómo sucede
todo esto de las repeticiones y las experiencias para cablear un pensamiento, una emoción o
una acción. Cuando dos o más neuronas se conectan y disparan simultáneamente una señal
juntas, sus conexiones sinápticas se fortalecen, aumentando así las probabilidades de que
cuando una vuelva a encenderse, se encienda también la otra. Neuronas que disparan juntas,
se cablean juntas. Es como la onda verde de los semáforos. Si atravesás la ladera de la
montaña llena de vegetación, la primera vez te llevará mucho esfuerzo, pero habrás dejado
una marca, por ahora muy débil, del camino que recorriste. Pero si lo hacés varias veces,
ese camino se hará cada vez más notorio. Llegará un punto en el que el sendero que creaste
será tan marcado que no querrás ir por otro lado, ya que te llevaría mucho esfuerzo
construir un nuevo sendero, como la primera vez. ¡Bienvenido al mundo de los hábitos!
Otro ejemplo: empezás clases de tenis —y esto sirve para cualquier habilidad nueva
que quieras emprender— y tu primer golpe requiere de mucho esfuerzo, energía y, sobre
todo, atención. Con el tiempo y las repeticiones le empezás a pegar casi sin pensar, o sea,
sin esfuerzo mental. Eso no quiere decir que le pegues bien pero sí que ese golpe tiene su
sendero en tu cerebro. Si luego de cinco años de jugar tenis cambiás de profesor y te pide
que modifiques la empuñadura de la raqueta, ¡ahí te quiero ver! Te está pidiendo que
atravieses la ladera de la montaña por la región tupida de la vegetación, cuando tenés el
sendero ahí al ladito nomás. Difícil.
Neuroquímicamente, lo que sucede es que estas neuronas que disparan juntas, al
repetir la acción, se someten a una suerte de abrazo fisiológico gracias a la liberación de
diferentes neurotransmisores y forman un circuito funcional del cerebro. Este “abrazo” es,
por ejemplo, la base física de la memoria y del aprendizaje durante el desarrollo del
cerebro.
El cerebro es, entonces, hijo de las experiencias al someterse a cambios físicos en
respuesta al tipo de vida que su propietario lleve adelante. Tus experiencias cambian tu
cerebro. Tus experiencias te cambian.
El científico Álvaro Pascual-Leone utilizó una tecnología, hoy vedette de la
neurociencia, para demostrar cómo las experiencias permiten un cambio dramático en el
cerebro de personas ciegas. Mostró que el córtex de estas personas se recableaba de
acuerdo con las exigencias de leer el sistema Braille. La tecnología que utilizó es la
estimulación magnética transcraneal (del inglés transcranial magnetic stimulation, o TMS).
Esta tecnología produce cortas ráfagas de pulsos magnéticos sobre tu cráneo e induce
corrientes eléctricas en áreas específicas del cerebro, excitando o inhibiendo temporalmente
esa área. O sea, deja a tus neuronas bobas por unos instantes. Cuando usás la TMS para
inhibir, es como si se produjese un ACV momentáneo, es decir, esa región del cerebro deja
de funcionar brevemente. La TMS sirve entonces para identificar regiones del cerebro que
son necesarias para una tarea determinada. Si el voluntario sometido a la TMS no puede
hacer “algo” cuando esa región del cerebro está en off, se puede inferir que esa área es
necesaria para ese “algo”. Pascal y su equipo demostraron que la parte del córtex motor
destinada al dedo índice lector de Braille de un ciego era mucho más grande que la del dedo
índice no lector o cualquiera de los dos meñiques, pero que la parte del córtex destinada al
dedo meñique de la mano lectora era mucho menor que al dedo meñique de la mano no
lectora. Es como si el índice lector hubiese usurpado áreas del cerebro que le correspondían
al meñique de esa misma mano. En igual experimento pero con personas con visión normal,
ambos dedos índices ocupaban la misma cantidad de espacio en el córtex motor, lo que
llamamos un grupo control. Pero más increíble aún es que las personas ciegas de
nacimiento “sienten” los puntos del Braille utilizando el córtex visual y no alguna región
somatosensorial que describimos algunos párrafos atrás. Es decir, para sentir y entender los
puntitos del Braille ellos usan la misma área que vos usás para leer esto. Por ejemplo,
cuando inhibís con la TMS el córtex visual, los expertos en Braille no pueden leer, sólo
dicen sentir puntitos en la mano pero no les encuentran el significado. La TMS entonces no
sólo permite identificar qué áreas del cerebro están involucradas, sino además, y mucho
más poderoso, qué áreas son necesarias, como por ejemplo, en el caso anterior, en procesar
las sensaciones táctiles de los puntos elevados del Braille.
Esto sugiere y aporta más evidencia sobre la notable plasticidad del cerebro. Sin
embargo, y no se saben aún las razones, las personas que pierden la visión luego de los
once a quince años no logran realizar esta transformación radical de reubicar el sentido del
tacto en el córtex visual. Es evidente que la capacidad de cierta neuroplasticidad en algunas
áreas cerebrales puede disminuir con la edad, pero no la perdés totalmente hasta el día que
morís.
Es una experiencia religiosa…
Hoy la ciencia tiene claro a través de estudios post mórtem, resonancia magnética
nuclear, electroencefalografías, TMS y otros derivados tanto en animales como en
personas, que las experiencias son un gran estimulante de la plasticidad del cerebro. Estas
permiten el incremento en el largo y la densidad de las dendritas —que son las terminales
de las neuronas que reciben los estímulos de sus otras hermanas—, la formación de nuevas
sinapsis, el incremento de la actividad glial —las células que protegen a las neuronas— y la
alteración de la actividad metabólica. Quiero decir: mucha y variada evidencia científica. Y
si bien estos cambios son posibles, no todas las partes del cerebro pueden cambiar de la
misma manera, y no todo pensamiento o experiencia es lo suficientemente poderoso para
crear cambios permanentes. Sin embargo, experiencias en las que fallaste en cambiar algo,
o creíste haber aprendido pero realmente no lo hiciste, o estuviste muy condicionado por el
saber convencional, el ambiente o ciertas personas, o en las que utilizaste viejas reglas que
ya no te servían, son detractoras de algún cambio positivo posible. Si intentaste dejar de
fumar y no lo lograste, es probable que te cueste más volver a intentarlo. Fue una “mala”
experiencia. Es decir, tus experiencias también se construyen con las cosas que
recordás del pasado, tus marcos de pensamiento, sensaciones y relaciones importantes, y
los mecanismos de autocrítica que te fuiste construyendo.
Las experiencias y aprendizajes que vamos viviendo en cada momento y aquellas
que son parte de nuestra historia —es decir, nuestro presente y pasado— cumplen,
entonces, un rol clave en nuestras posibilidades de cambiar de manera efectiva. Además,
cuanto más intensas e importantes sean, más involucradas estarán nuestras emociones en
dichos momentos. ¿Tuviste alguna vez un súper buen profesor, o te dejaste subyugar por
una charla o seminario de algún personaje y por varias semanas, meses, incluso años
seguiste recordando el contenido de esa intervención? Cuanto más involucradas tus
emociones estén, más fuertes serán tus experiencias, y viceversa.
El sistema límbico es el área del cerebro responsable de tus emociones. Es el que
etiqueta los eventos y tus diferentes experiencias como internamente importantes, y guarda
los recuerdos cargados de emoción, tanto los buenos como los malos. Además, modula tu
motivación, lo cual, como vimos durante las expectativas, es indispensable para cambiar.
Se encuentra geográficamente cerca del centro del cerebro (tu pulgar en el modelo cerebral
de la mano). Se encarga entonces de establecer tu tono emocional y está lleno de funciones
críticas para tu conducta y supervivencia. En efecto, la evolución del cerebro te dio la
capacidad de resolver problemas, planificar, organizar y tener pensamientos racionales
gracias al córtex prefrontal, como ya vimos. Sin embargo, para que estas funciones tengan
un efecto en el mundo, debés tener pasiones, emociones y el deseo para que las cosas
sucedan. Es por eso que el sistema límbico le agrega el toque emocional, tanto en forma
positiva como en forma negativa, a tu vida. Cuando está menos activo —pocas neuronas
encendidas—, tenés un estado mental más positivo y esperanzado. Pero si está recalentado
o hiperactivo —muchas neuronas encendidas—, se apodera de vos la negatividad, el
pesimismo. ¿Conocés personas que ven sólo lo malo en cada situación? ¿Te acordás del
estilo explicativo pesimista permanente y universal? Esto se puede deber a un problema del
sistema límbico que, al estar sobreexigido, su filtro emocional se pinta de pesimismo y
negatividad. Tus experiencias están conectadas directamente con tus emociones.
Algunas subáreas interesantes del sistema límbico:
El hipotálamo es el centro de impulsos primarios, como el hambre, la sed, el sexo y
otros impulsos básicos de supervivencia.
La amígdala es responsable de generar la sensación de miedo y otras sensaciones
físicas como cuando late más rápido el corazón, la respiración más corta y agitada y la
sudoración. Es el interruptor de la muy conocida respuesta “pelear o escapar” (fight or
flight) y de la ansiedad. También evalúa potenciales amenazas enviando señales a otras
regiones del cerebro del tipo: “esto es de temer o de evitar”, “esto es seguro, no pasa nada”.
La ínsula y el cingulado anterior, que ya vimos que son parte del córtex, forman
junto con la amígdala lo que podría llamarse el “centro de alerta” del cerebro. La ínsula es
la responsable de las sensaciones como los presentimientos. El cingulado detecta errores y
evalúa riesgos y recompensas. Si las tres partes están encendidas, seguramente vas a sentir
una sensación fuerte de que algo anda mal.
FUNCIONES DEL SISTEMA LÍMBICO
Establecer el tono emocional de la mente. Filtrar eventos externos a través de
estados internos (crea tinte emocional). Etiquetar a los eventos como internamente
importantes. Guardar los recuerdos cargados emocionalmente. Modular la motivación.
Controlar el ciclo del apetito y del sueño. Promover vínculos. Procesar directamente el
sentido del olfato. Modular la libido.
PROBLEMITAS EN EL SISTEMA LÍMBICO
Cambio de humor, irritabilidad. Incremento de los pensamientos negativos.
Percepción negativa de los pensamientos. Disminución de la motivación. Inundación de
emociones negativas. Problemas de apetito y sueño. Mayor o menor sensibilidad sexual.
Aislamiento social.
No me banco las hormigas
Uno de los obstáculos más difíciles de combatir en el camino hacia el cambio, y que
se relacionan con el sistema límbico, aquel que etiqueta nuestras experiencias como
importantes o no y modula nuestra motivación, son los pensamientos automáticos
negativos (ANT, del inglés automatic negative thoughts; ant significa “hormiga” en
inglés). Según el doctor Daniel Amen, nuestro estado de ánimo tiene un cierto tono y sabor
que depende, en gran medida, del tipo de pensamientos que tenemos. Si te acordás del
modelo del iceberg, los pensamientos y las emociones “conversan” entre sí, afectando
nuestros comportamientos y posteriores resultados en lo que hacemos. Cuando el sistema
límbico se encuentra extremadamente activo, coloca nuestra mente en “negativo”. Las
personas que sufren depresión, por ejemplo, tienen pensamientos negativos y
desalentadores uno tras otro. La lente a través de la cual se ven a ellos mismos, a otros y al
mundo, es gris. Y esto sucede porque están sufriendo de pensamientos automáticos
negativos. Estos son pensamientos melancólicos y de queja que parecen marchar por sí
solos. ¿Te acordás de que los mencionamos en el capítulo anterior? Muchos de nosotros
desconocemos la importancia que tienen los pensamientos y los dejamos desarrollarse al
azar. El doctor Amen propone una analogía entre los pensamientos negativos que invaden
tu mente y las hormigas (ants) que te pueden molestar en un picnic. Un pensamiento
negativo no es un gran problema, sin embargo, diez o veinte pensamientos negativos sí
pueden generar otra cosa, así como diez o veinte hormigas pueden colaborar en la decisión
de que levantes el picnic y te vayas. Cada vez que identificás estos pensamientos
automáticos negativos, es necesario frenarlos y eliminarlos porque, de lo contrario, pueden
arruinar tus relaciones, autoestima y poder personal. Y obviamente, tu camino hacia el
cambio.
Daniel Amen describe nueve diferentes maneras en las que este tipo de
pensamientos actúan magnificando las situaciones para que parezcan más graves de lo que
en realidad son. Aquí van:
Los pensamientos siempre/nunca: son aquellos asociados a conceptos como
siempre, nunca, nadie, todos. Suelen aparecer cuando creés que algo que te sucedió volverá
a repetirse o que nunca obtendrás lo que deseás. Estos pensamientos activan tu sistema
límbico y estos conceptos generalmente son erróneos. Algunos ejemplos: “siempre habla
mal de mí”, “me menosprecia”, “nunca nadie me va a llamar”, “nunca voy a conseguir el
ascenso”, “todos se aprovechan de mí”, “te alejás cada vez que te toco”, “mis hijos nunca
me escuchan”. Los siempre/nunca son muy comunes. Si te encontrás pensando en estos
“absolutos”, frenalos y pensá en ejemplos que desaprueben o contradigan esta actitud de
“todo o nada”. Por ejemplo, si te encontrás pensando “mi novio nunca me escucha”,
escribilo. Luego, escribí una respuesta racional, como “no me está escuchando ahora,
probablemente está distraído con alguna otra cosa. Generalmente me escucha”. Cuando
escribís pensamientos negativos y les “contestás”, quitás su poder y te sentís mejor.
Focalizar siempre en lo negativo: esto ocurre cuando tus pensamientos reflejan sólo
lo malo de una situación, ignorando todo lo bueno. Por ejemplo, si luego de tu presentación
en el trabajo uno de los diez miembros del equipo te hace una crítica y los otros nueve te
felicitan, sólo te focalizás en esa negativa. Es muy difícil cambiar si sólo te concentrás en lo
negativo.
Predecir el futuro: cuando predecís el peor resultado posible de una situación.
Acordate de que cuando predecís cosas malas, ayudás a que sucedan. Suponé que estás
manejando de vuelta a casa después de la facu o el trabajo, y en el camino “predecís” que tu
casa será un caos y nadie estará interesado en verte. En el momento en que llegues, estarás
listo para la pelea. Si ves algo fuera de lugar o si nadie va corriendo a saludarte, estarás más
propenso a “explotar” y a arruinar el resto de la tarde. Este tipo de pensamiento automático
negativo daña tus oportunidades de sentirte bien.
Leer la mente: cuando creés saber lo que otros están pensando, aun cuando no te lo
dijeron. Leer la mente es una causa común de conflicto entre las personas. En general, es
una proyección de lo que vos creés. Aun en las parejas que han estado juntas treinta años
les es difícil saber con certeza lo que está pasando por la cabeza de la otra persona.
Chequear estas suposiciones es esencial para una buena comunicación, sobre todo si lo que
querés cambiar es la relación con alguien. Sabés que estás leyendo la mente cuando tenés
pensamientos como “está enojado conmigo”, “no me quiere” o “están hablando de mí”. No
podés leer la mente de nadie. Nunca sabés exactamente lo que están pensando los otros, a
menos que les preguntes. Cuando hay cosas que no entendés, preguntá así quedan claras.
Desteñir tus pensamientos: esto ocurre cuando tus sentimientos previos negativos
tiñen los nuevos pensamientos. Por ejemplo, cuando te decís “me siento de tal manera, de
manera que así debe ser”. Los sentimientos son muy complejos y muchas veces están
basados en recuerdos del pasado. Estos sentimientos, si vienen de situaciones del pasado,
pueden mentirte. Estos pensamientos surgen cuando describís las situaciones usando el
verbo sentir, por ejemplo: “siento que me voy a enfermar”, “siento que no me querés más”,
“me siento perdedor”, “siento que nadie confiará en mí”. Cuando tenés un sentimiento
negativo fuerte, prestá mucha atención. Buscá la evidencia detrás de ese sentimiento, si no
te dominará e impedirá que cambies lo que sea que quieras cambiar. “¿Tengo razones
reales para sentirme de esta manera? ¿O son simplemente sentimientos que provienen de
eventos del pasado? ¿Qué es real y qué es sólo un sentimiento?”
Golpe de culpa: pensar en palabras como debés, tenés que, es necesario, es
obligatorio. La culpa no es una emoción que ayude a cambiar. Te lleva a hacer cosas que
en realidad no querés hacer. Por ejemplo: “tengo que estar más tiempo en casa”, “debo
organizar mi oficina”. Por nuestra naturaleza humana, cada vez que pensás que tenés que
hacer algo, sin importar qué, en general no querés hacerlo. Es mejor reemplazar golpes de
culpa con frases como “quiero…”, “es parte de mis objetivos…”, “sería bueno para mí…”.
Las frases serían, entonces: “quiero estar más tiempo en casa”, “lo mejor para mí es
organizar la oficina”. La culpa no es productiva. Eliminá la turbulencia emocional que te
abstiene de lograr tus objetivos.
Etiquetar: ponerte una etiqueta negativa a vos mismo o a otros. Cada vez que lo
hacés, frenás tu habilidad de mirar con claridad una situación. Etiquetas negativas como
“arrogante”, “irresponsable”, “tarado”. Esto es muy dañino porque cada vez que te digas a
vos mismo o a otro “arrogante”, estarás poniendo a esa persona en tu mente en el grupo de
“personas arrogantes” que has conocido en tu vida y, a partir de entonces, va a ser más
difícil tratarlo razonablemente como un individuo único.
Personalizar: cuando les agregás un significado personal a eventos inofensivos: “mi
papá no me habló esta mañana, debe de estar enojado conmigo”. Existen muchas otras
razones que explican el comportamiento de los otros, además de las explicaciones negativas
que tu sistema límbico “anormal” elige. Por ejemplo, tu papá pudo no haberte hablado
porque estaba preocupado, enojado o apurado. Nunca sabés exactamente por qué los otros
hacen lo que hacen. No personalices el comportamiento de los otros.
Culpar: culpar a otros por tus problemas es el pensamiento más tóxico de los
negativos automáticos. Cuando culpás a alguien o algo por tus problemas, te transformás en
una víctima pasiva de las circunstancias y es más difícil que te pongas a hacer algo para
cambiar tu situación. Muchas relaciones se arruinan por personas que culpan a sus parejas
cuando las cosas salen mal. No asumen responsabilidad por sus problemas. Cuando algo
anda mal en casa o en el trabajo, tratan de encontrar alguien a quien culpar. Pocas veces
admiten sus propios problemas. Frases típicas de este tipo de personas y pensamientos
negativos automáticos: “esto no habría sucedido si vos hubieras…”, “cómo iba yo a
saber…”, “es tu culpa que…”. Cada vez que culpás a alguien por tus problemas, perdés
poder para transformarlos y cambiar. Tenés que hacerte cargo de tus problemas antes de
creer en poder cambiarlos.
En definitiva, para poder cambiar tenés que poder reconocer de manera
consciente estos pensamientos negativos automáticos para comenzar a quitarles el
poder que tienen sobre vos. Luego, como si fueran hormigas en tu picnic, tenés que
pisarlos. (Perdón por esta última frase a los protectores de hormigas, lo dije en sentido
figurado.) En efecto, cada vez que detectás un pensamiento automático negativo, eliminalo
o afectará no sólo tus posibilidades para poder cambiar algo sobre vos, sino además tus
relaciones, tu trabajo y tu vida. La mayoría de los pensamientos negativos son automáticos
y pasan inadvertidos. Enseñarte a vos mismo a controlar y direccionar tus pensamientos en
forma positiva es una de las maneras más efectivas para sentirte mejor. Cuando detectás un
ANT entrando en tu mente, entrenate para reconocerlo y escribilo. Una vez escrito,
reformulá ese pensamiento de manera más balanceada. Ejemplo: ANT 1: “mi jefe no me
quiere”. Reformulación: “mi jefe quizá tiene un mal día hoy”. ANT 2: “todos se van a reír
de mí”. Reformulación: “no lo sé, puede que les guste mi presentación”. ANT 3: “soy
tonto”. Reformulación: “a veces hago las cosas mal, soy humano, me equivoco como
cualquiera”.
Recordá que estos pensamientos tienen una lógica retorcida. Si los traés a nivel
consciente y los examinás, podrás ver por vos mismo qué poco sentido tiene en realidad
pensar este tipo de cosas. Este ejercicio de “matar los ANT” es muy efectivo, por ejemplo,
cuando te sentís ansioso, nervioso, un poco depre o exhausto. Yo tengo ANT, y muchos
más de los que creía, pero a medida que logro reformularlos y “matarlos”, voy teniendo
cada vez menos.
Si dejamos a los pensamientos cabalgar libres por la mente, pueden disparar
emociones bastantes destructivas, como odio y ansia incontrolables. Es por eso que la
habilidad para entrenar tu mente te permite identificar y manejar las emociones y todo
evento mental que surja. La meditación, por ejemplo, consiste en entrenarse para poseer
una nueva percepción de la realidad y de la naturaleza de la mente. Es desarrollar nuevas
cualidades hasta que se hacen parte de nosotros. Si ponemos todos nuestros miedos y
esperanzas en el mundo exterior, el desafío será demasiado grande porque nuestro control
sobre ese mundo es muy débil, temporal e incluso ilusorio. Está más en nuestro control y
habilidades cambiar el modo en que traducimos ese mundo externo en nuestras
experiencias internas. Aunque no parezca, tenemos una gran cantidad de libertad para
transformar esas experiencias.
Conexión emocional
Durante mucho tiempo las emociones fueron identificadas como “habilidades
blandas” que nada tenían que ver con funciones ejecutivas. Hoy, la ciencia muestra todo lo
contrario: el sistema límbico tiene conexiones directas con los sistemas ejecutores que nos
llevan a hacer o no hacer cosas en nuestra vida; tiene mucho que decir a la hora de tomar
decisiones efectivas, y además, como vimos, logra un impacto importante en nuestra
atención, memoria y aprendizaje. Es decir, prestarles atención profunda a nuestras
emociones —conocerse a uno mismo— es un factor determinante a la hora de apostar si
aquellas intenciones de cambiar se convertirán en acciones sostenidas para lograrlo.
En 1950 el doctor Jerome Frank, director de una clínica psiquiátrica, realizó un
estudio simple pero interesante. Investigó qué psicoterapias eran más efectivas para
cambiar comportamientos de ansiedad y estrés de ciertas personas. Comparó tres tipos de
terapias, obviamente con pacientes de síntomas muy parecidos. El primer grupo siguió el
clásico método de Sigmund Freud, en el que el paciente se encuentra con el analista en
sesiones privadas muy intensas. El segundo hizo terapia de grupo, en la que varios
pacientes conversan juntos con un terapeuta como moderador, técnica que estaba
poniéndose muy de moda en aquella época. En el tercero siguió una terapia más
experimental en la que se reunían a solas con su profesional pero en sesiones muy cortas,
de treinta minutos, y sólo una vez cada quince días. Los pacientes de los tres grupos
calificaron cómo se sintieron luego de un tiempo con respecto a sus síntomas, es decir,
cuánto habían mejorado o cambiado. Los terapeutas y un equipo de trabajadores sociales,
ajenos al experimento, que entrevistaron a los pacientes antes y después de las terapias,
también hicieron su ranking sobre la salud y el comportamiento de los pacientes. Cuando
sumaron todos los números derivados de ambos rankings —el de los pacientes y los
evaluadores— vieron que las tres formas de terapia habían sido igual de efectivas. El doctor
Frank buscaba diferencias, pero lo que encontró, sin quererlo, fue el denominador común
que las hacía eficientes. La “química” de las relaciones cargadas de emociones entre el
paciente y el terapeuta o el grupo, y no la teoría de una escuela particular de psicoterapia.
Esto no quiere decir que la teoría no sirva.
Pero Frank también estaba interesado en la antropología, por lo que aplicó estas
ideas a otras culturas muy diferentes de la occidental y observó el mismo patrón. Cómo un
terapeuta o un grupo de terapia puede inspirar a una persona que quiere cambiar, al igual
que un predicador inspira a una congregación o un chamán a una tribu. Atención, no estoy
diciendo que es suficiente, pero sí que la conexión emocional es fundamental para poder
cambiar, por algo somos muchos más emocionales que racionales a la hora de tomar
decisiones en nuestra vida. La emoción conduce a la acción, y la razón, a las conclusiones o
justificaciones. De la misma manera, el prestigioso investigador de la Escuela de Negocios
de Harvard John Kotter concluyó que los cambios organizacionales dependen
fundamentalmente de poder cambiar las emociones de los individuos. Luego de años de
estudio, en 130 organizaciones y con más de 400 personas, Kotter observó que el
comportamiento de la gente cambia cuando se influencian sus emociones, no sólo sus
pensamientos o su parte racional. Para que esto ocurra, según su estudio, es fundamental
celebrar los pequeños logros que se van sucediendo cuando los miembros de la
organización tratan de cambiar la manera en que piensan, sienten y actúan. Estas
celebraciones nutren y motivan aún más el esfuerzo que se está haciendo por cambiar y
recompensa emocionalmente a la gente, dejando todo tipo de críticas a un lado. Kotter dice
que sin suficientes victorias que sean visibles, concretas y con un propósito, los esfuerzos
de cambiar corren grandes dificultades. A celebrar las pequeñas victorias en el largo
camino hacia el cambio. Kotter identificó que, sin importar la etapa del proceso de cambio
donde se encuentre la gente, el éxito se debe fundamentalmente a que las actividades
centrales de las personas no se centren en juntar datos, analizar, escribir reportes y hacer
presentaciones, sino que de manera determinante “muestren” a la gente cuáles son los
problemas y cómo resolverlos. Provocar respuestas que aumentan sus emociones para
motivarlos a la acción. Esa motivación emocional genera una energía que sirve para
empujar el proceso de cambio sin importar las dificultades. Kotter lo llama ver para hacer
sentir y tener la energía para cambiar.
Entonces, frente a una situación de cambio considerada muy difícil, cuando alguien
te dice o vos mismo te decís “Imposible”, necesitás la influencia de una persona o personas
que te hagan recuperar las esperanzas para hacerte creer que podés cambiar. Ya
describimos en el primer capítulo la importancia de creer. Necesitás una conexión
emocional, un verdadero acto de persuasión. Esta nueva conexión puede ser con un
terapeuta, amigo, novia, jefe, pariente, coach, mentor, colega, etcétera. La conexión te
ayuda a aprender, practicar y dominar los nuevos hábitos y habilidades que necesitás para
cambiar. Ya vimos, y veremos en más detalle sobre el final del libro, que vas a tener que
repetir durante mucho tiempo los nuevos patrones de comportamiento para que se hagan
automáticos y parezcan naturales. Es decir, que dejen de ser un esfuerzo y que los hagas sin
pensar que los estás haciendo —con muy poco gasto energético para el cerebro—. No sólo
te tienen que persuadir, y persuadirte, de que podés sino que además tenés que entrenar. Ya
sabés que lo que creés y lo que sentís impacta de manera directa en tu forma de actuar, pero
hoy también desde la ciencia sabemos que cómo actuás puede influenciar en lo que creés y
en lo que sentís. La ecuación funciona en ambas direcciones. Entonces este concepto de
“actuar como si” explica por qué la repetición de experiencias personales en el tiempo es lo
que condiciona nuestras más profundas emociones y creencias. Para cambiar nuestros
marcos de pensamiento se requiere que primeras o nuevas experiencias se repitan una y otra
vez para formar nuevos marcos. No es suficiente que alguien te diga o explique una nueva
forma de hacer las cosas. Vos tenés que hacer las cosas de una manera nueva para luego
poder pensar de una manera nueva. O al revés, pensar diferente, un nuevo “cómo pienso”
una situación particular, para luego comportarte diferente en esa situación. Un nuevo marco
de referencia. Cambiaste.
EJERCICIO DE AUTOCONOCIMIENTO EMOCIONAL: DETECTAR
OPORTUNIDADES PARA CONOCER Y ENTENDER TUS EMOCIONES
Entender cómo te sentís y por qué te sentís de esa manera te permite utilizar tus
emociones como un timón intuitivo para tomar mejores decisiones.
1. Tomate un tiempo de cinco a diez minutos para reflexionar sobre tu día. Examiná
tus respuestas y comportamientos, y evaluá los niveles de control y conciencia que tuviste.
Como decía mi profesor de yoga, si no tenés una hora por día para meditar o hacer ejercicio
físico, tomate veinte minutos; si no tenés veinte minutos, imponete una hora.
2. Reconocé tus desafíos diarios y tus fortalezas. Pedí sugerencias y críticas
constructivas a personas en las que confiás.
3. Observate a vos mismo. Preguntate en qué estás pensando y cómo te estás
sintiendo durante el día. No trates de cambiar tus pensamientos o emociones. Sólo notalos y
aceptalos. El solo hecho de estar consciente de ellos te permite elegir cómo querés
responder.
4. Practicá discernir entre las diferentes emociones que te invaden durante el día en
términos de intensidad y profundidad (no es lo mismo bronca, enojo o ira). Fijate cómo es
tu tono, volumen y lenguaje corporal cuando expresás estas emociones.
5. Registrá en una libreta las emociones que sentís durante momentos difíciles y/o
con personas desafiantes. Anotá cómo reaccionaste o respondiste. Podés aprender las
diferencias entre estas dos leyendo EnCambio.
6. Escribí un párrafo sobre vos desde una mirada neutral. Describí qué es importante
para “esta” persona (vos), cuál es su (tu) estado de ánimo más común, cómo se (te)
relaciona con los demás.
7. Aprendé a reconocer las señales que les das a los otros con tu lenguaje corporal.
8. Reconocé tus defectos y carencias. Apropiate de tus errores sin culpar a otros.
Pedí perdón cuando sea necesario.
EJERCICIOS PARA USAR Y MEJORAR TU INTELIGENCIA EMOCIONAL
Identificá tus emociones categorizando sus intensidades. Usá la tabla de la página
siguiente.
Autorregulá tu sistema nervioso practicando respiraciones profundas, relajación
muscular progresiva o meditación guiada. Regular comienza estando consciente de que
estás tenso. Las preocupaciones tensan la mente, esto lleva a más preocupaciones que
tensan el cuerpo, que generan aún más preocupaciones. Regulá tu cuerpo y regulás tu
mente.
Respiraciones profundas pueden ser: “de calma”, en las que la exhalación lleva el
doble de tiempo que la inhalación, y “de balance”, en las que inhalación y exhalación duran
el mismo tiempo.
La regulación muscular progresiva consiste en focalizar en cada uno de los grupos
musculares mayores (por ejemplo, brazos, piernas, abdomen) tensionándolos durante diez
segundos y luego liberándolos veinte segundos.
Veremos meditación guiada más adelante.
Desafiá tus pensamientos negativos practicando respiración profunda y luego
hablándote a vos mismo de forma lógica, racional.
Recuperate lo más rápido posible. No te quedes colgado o trabado en tus
emociones. Recordá que son pasajeras y se irán si las dejás ir. Separá tu estrés del estrés de
los demás. Pedí perdón si es necesario. Andá a caminar para cambiar tu ambiente y liberar
tensiones.
Respondé empáticamente. Ponete en el lugar del otro. Esto eleva tu nivel de
pensamiento.
Sentilo
La mayoría de las personas sostienen que para realizar un cambio en sus vidas
deben pensar cuidadosamente la situación. Sin embargo, muchos dejan afuera de la
ecuación, mientras piensan, las sensaciones o emociones respecto a ese cambio. Al hacer
esto, al cerebro le falta una pieza del rompecabezas tremendamente importante para pasar
de la intención a la acción. Cuando estás pensando en un cambio, tu cerebro busca de
manera racional los pros y los contras. Sin embargo, que la balanza se incline hacia los pros
no es suficiente, debés tener en cuenta las emociones que te generan el proceso de cambio y
la nueva situación. En este sentido, existen estudios cerebrales del sistema de recompensa
(que veremos en detalle más adelante) que demuestran que luego —y no antes— de haber
tomado una decisión sobre algún cambio, nos comprometemos más con ese cambio. Esto
sirve para saber que no es estrictamente necesario comprometerse totalmente con un
cambio antes de tomar la decisión correspondiente. Tomá la decisión y durante el proceso
te irás comprometiendo aún más. Ahora, durante ese proceso sabé que te vas a alejar de tu
zona de confort y eso va a doler. No sólo va a doler, sino que además tu cerebro va a hacer
todo lo posible para quedarse en piloto automático e incluso retornar a tus antiguos
pensamientos y acciones, es decir, no cambiar. Por eso es tan importante la repetición de las
nuevas experiencias para “asentar” el cambio, para pasarlo de un lugar bien consciente, que
lleva esfuerzo y energía —el córtex prefrontal—, a otro más económico y automático del
cerebro —y mucho más antiguo evolutivamente, el ganglio basal—. Repetir, repetir,
repetir. El dolor es parte del cambio, no así el sufrimiento. Si estás sufriendo, quizá haya
algo que no estés haciendo o haya algo que no esté andando bien. ¿Recordás el ejemplo de
hablarle tranquilo, pausado y sereno a tu pareja durante una discusión? Las primeras tres
veces es probable que te cueste mucho esfuerzo cognitivo, que tengas que estar pensando
en no gritar, pero en la cuarta o quinta escena, te va a salir naturalmente, sin esfuerzo, es
decir, se habrá convertido en un nuevo hábito de comportamiento. En este caso, un buen
hábito.
Es como si tuvieses que sentirte cómodo —racionalmente— sintiéndote incómodo
—tiempo de emociones muy fuertes—. Además, el hecho de que aceptes que el proceso de
cambio será un tiempo turbulento emocionalmente hará que esas emociones (miedo,
disconfort, estrés, cansancio, frustración, desilusión, etcétera) sean menos intensas cuando
te sorprendan. Es lo que en neurociencia llamamos normalizing o anticipación. En otras
palabras, cuando te alejes de tu zona de confort, debés comprender que lo que vas a sentir
es normal. Con sólo advertir esto, las posibilidades de que sigas en el camino hacia el
cambio, a pesar de las emociones negativas que atravieses, aumentarán considerablemente.
Además de anticiparte, podés ayudarte a manejar las emociones fuertes que
atravesás durante los cambios etiquetándolas. En varios experimentos conducidos en
UCLA por el doctor Matthew Lieberman se utilizaron escáneres para medir la actividad del
cerebro frente a fotos de caras con distintas emociones. Se les pidió a los participantes que
determinasen con una palabra la emoción de la cara que veían (angustia, decepción,
frustración, etcétera). Al hacer esto se observaba un aumento de la actividad en las áreas
racionales del cerebro (córtex prefrontal lateral) y, en simultáneo, una baja en la actividad
de las emocionales como la amígdala, ínsula y el cíngulo anterior. Es decir, al etiquetar
estamos utilizando nuestra parte racional del cerebro más que la de nuestros impulsos
emocionales e instintivos. Es como si estuvieses tomando nota mental. Esto ayuda a
gestionar un poco tus emociones y, de paso, a distanciarte de esas sensaciones molestas:
“Ah, otra vez asustado, no soy yo, es la forma habitual que tiene mi cerebro de hacerme
sentir cada vez que discuto con mi jefe”.
En nuestra lucha por el cambio estamos enfrentando no sólo hábitos muy aferrados,
sino lo que realmente creés ser o no ser. Por ejemplo, si tenés que vender tu auto y no te
sentís seguro haciéndolo, es muy probable que durante los últimos diez, veinte años te
hayas dicho a vos mismo “no soy bueno para las ventas”. Esto hace que cuando te enfrentes
a una oportunidad de venta te sientas inseguro. Imaginate que ahora el único laburo que
encontrás es como vendedor de un local de ropa. Transformarte en una persona súper buena
vendiendo significa que te tenés que enfrentar con circuitos neuronales muy firmes y
establecidos (“no soy bueno para las ventas”), es como cambiar tu mundo entero. Lo que
tenés que hacer con tu cerebro es crear nuevos cables y mapas en tu cabeza, y para ello
debés salir de tu zona de confort. Cada vez que tratamos de pensar de una forma novedosa
o de realizar una nueva actividad, estamos literalmente construyendo un nuevo camino en
nuestro cerebro, creando circuitos que antes no existían. Esto requiere de energía y atención
y de un uso muy importante de tu mente consciente. Como es nuevo, hay altas
posibilidades de que te equivoques, y eso te llevará a que te sientas mal, con incertidumbre
y frustrado, ansioso y con miedo. Esta etapa hacia el cambio, que suelo llamar “proceso”,
es donde la mayoría de la gente abandona debido al estado emocional negativo que
produce. Es por eso que es de suma importancia que te advierta, una vez más, que esa
frustración es normal. El cambio está acompañado de fuertes emociones, muchas de ellas
negativas. Y el cerebro es una máquina que se dedica a proteger lo conocido, el statu quo,
por eso comportarse o pensar diferente hará sonar una alarma que incluso puede venir
acompañada por una ráfaga de adrenalina. Esto es fácil de notar, por ejemplo, en el trabajo,
cuando el punto de vista de alguien sobre algo es desafiado. Es la alarma que trata de
proteger el statu quo.
Es por todo esto que todo el aliento y el feedback positivo que puedan proveerte
durante estos momentos serán de gran ayuda. Uno de los grandes desafíos de conducir lejos
de nuestra zona de confort es que tendemos a ver nuestras limitaciones y no nuestro
potencial. Pasamos gran parte, incluso toda nuestra vida, operando muy por debajo de lo
que somos capaces de hacer. Sin duda, tener a alguien que te guíe, te empuje, te estimule y
te aliente a alejarte de tu zona de confort es de tremenda eficiencia. Por ejemplo, hace años
que vengo pensando en correr una maratón de 42 kilómetros, lo cual sin duda significa
alejarme de mi zona de confort físico y mental. Cuando me ponía a entrenar solo, no
lograba correr más allá de los 10 kilómetros. Tampoco cambiaba mis hábitos alimenticios,
no elongaba luego de correr ni fortalecía los músculos de mis piernas. El año pasado
contraté a una personal trainer con quien ya he bajado algunos kilos, corro 21 kilómetros
tranquilo, mejoré mi masa muscular y corregí mi alimentación. El objetivo de la maratón de
42 kilómetros está más cerca. La personal trainer me propone hacer ejercicios, con sus
infinitas repeticiones, que jamás me habría imaginado hacer. Cuando siento que no puedo
más, que voy a abandonar y digo “esto no lo puedo hacer” es cuando el aliento y el
feedback positivo de la personal trainer me hacen lograrlo y sentirme increíble.
Obviamente que para que alguien te aleje de tu zona de confort debe conocer la actividad y
estar preparado para los contratiempos. Habitualmente estas personas son las que
consideramos los buenos líderes. La conexión emocional necesaria que mencionábamos
algunos párrafos atrás.
EJERCICIO
Para salir de tu zona de confort, lográ alcanzar los mismos objetivos que te
proponés en una reunión de 60 minutos pero en una de 15 minutos.
Emocionalmente sano
Como tus experiencias tienen un impacto enorme en tu capacidad de cambio y a su
vez están directamente conectadas con tus emociones, tener un sistema límbico lo más sano
posible mejora tus posibilidades de hacer efectivos esos cambios. Por eso aquí te propongo
ejercicios para mejorar, cuidar y mantenerlo sano.
Para lograrlo, es necesario enfocarse en varias propuestas: pensamientos precisos,
buen manejo de los recuerdos, la conexión entre los aromas y el humor, y la construcción
de vínculos positivos con uno mismo y con los demás. Las siguientes propuestas están
basadas en experiencias clínicas con pacientes y conocimientos de cómo funciona el
cerebro y el cuerpo.
CONSTRUÍ UNA BIBLIOTECA DE RECUERDOS MARAVILLOSOS
Para poder balancear los malos recuerdos y sanar el sistema límbico en tu cerebro,
es importante recordar los momentos de tu vida que estuvieron cargados de emociones
positivas. Por ejemplo, cuando me siento mal por algo, trato de recordar cosas que me
hicieron sentir bien. Y si estas últimas están relacionadas con lo que me puso mal, mejor.
Conectar con recuerdos agradables te hace entrar en sintonía con estados mentales más
saludables. El cerebro utiliza los mismos patrones químicos que fueron registrados en el
momento en que estos sucedieron.
ESCRIBÍ UNA LISTA DE LOS DIEZ MOMENTOS MÁS FELICES DE TU
VIDA
Describilos en detalle, tratando de usar los cinco sentidos. ¿Cuáles son los colores
que recordás y que acompañan a las imágenes mentales de esos momentos? ¿Y los olores?
¿Había música? Tratá de describir la imagen tan real como puedas. Es como si estuvieras
yendo por los estantes de la biblioteca de las experiencias diarias que guarda tu cerebro
buscando el libro indicado. Si estuviste en una relación por un largo tiempo, recolectar la
historia de los momentos felices compartidos juntos mejorará el vínculo entre los dos si aún
estás con él o ella. Las huellas de memorias positivas incentivan comportamientos que
fortalecen los vínculos. Fomentando los pensamientos reafirmantes —al recordar, por
ejemplo, las caricias de tu pareja, cómo te ayudó en algún proyecto, una mirada o un gesto
que fueron particularmente lindos— volvés a sintonizar con los sentimientos positivos que
te llevan a actuar con más amor.
Si continuamente recordás malos momentos, el filtro emocional de tu cerebro se
programa para dejar fuera los recuerdos lindos. Muchos de nosotros nos encontramos en
estados más negativos de los que la vida en realidad justifica. Cuando suceden cosas
desafortunadas, se piensa en ellas durante más tiempo de lo que es útil para poder
solucionar el problema. Para encontrar un balance entre los malos recuerdos y sanar el
sistema límbico profundo del cerebro, es importante recordar los momentos de tu vida
cargados de emociones positivas.
RODEATE DE AROMAS RICOS
Los aromas tienen efecto en tu humor. Los aromas indicados calman el sistema
límbico. Las fragancias agradables son como antiinflamatorios. Al rodearte de flores,
fragancias dulces y otros aromas agradables, modificás la forma de trabajar de tu cerebro de
manera poderosa y positiva. El sistema límbico es la parte de tu cerebro que procesa
directamente tu sentido del olfato. Esta es la razón por la que los perfumes y los jabones
con aromas ricos son atractivos, y los olores desagradables del cuerpo son repugnantes y
repelentes. En aromaterapia, fragancias especiales se usan en una máquina de vapor, en un
baño, en la almohada o en mezclas de flores secas. Mucha gente nota que algunos olores
evocan recuerdos fuertes y claros, como si todo el sentimiento y la sensación del momento
original volvieran. Existe una buena razón para esto: el olfato y la memoria se procesan en
la misma área del cerebro. Los olores activan circuitos neuronales en el sistema límbico y
es por eso que logran una completa reproducción de los momentos y le dan a uno acceso a
detalles del pasado con gran claridad.
RODEATE DE GENTE QUE TE HAGA BIEN
Si pasás mucho tiempo con gente negativa, te vas a contagiar. Entonces, pasá la
mayor cantidad de tiempo posible con gente positiva. Evaluá tu vida en este momento.
¿Qué tipo de personas te rodean? ¿Creen en vos y te hacen sentir bien, o están
constantemente tirándote abajo y menospreciando tus ideas y sueños? Hacé una lista de
diez personas con las que pasás la mayor parte de tu tiempo. Al lado, escribí cuánto te
apoyan y de qué manera te gustaría que te apoyen más.
1. Nombre:
2. Nombre:
3. Nombre:
4. Nombre:
5. Nombre:
6. Nombre:
7. Nombre:
8. Nombre:
9. Nombre:
10. Nombre:
Las personas negativas agregan obstáculos innecesarios a tu vida. Pasar el tiempo
con personas que creen que nunca llegarás a nada te quita entusiasmo para alcanzar tu
metas y hace más difícil seguir caminando en la dirección que vos querés darle a tu vida.
En cambio, las personas que te dan confianza con un “vos podés”, los que te inspiran, son
los que van a ayudarte a darles forma y vida a tus planes y sueños. Decidir que no querés
pasar más tiempo con las personas que pueden tener un efecto negativo sobre vos no quiere
decir que tengas que culparlas por cómo son. Esto simplemente significa que tenés el
derecho de elegir una mejor vida para vos. Pasá el tiempo con personas que mejoren tu
sistema límbico más que con aquellas que pueden causarle “inflamaciones”.
MEJORÁ TUS HABILIDADES SOCIALES
Se ha demostrado que mejorar los vínculos emocionales entre las personas ayuda a
sanar el sistema límbico. Cuanto mejor te llevás con la gente que te rodea, mejor te vas a
sentir. Principios relacionales que te ayudan a mantener el sistema límbico saludable y
gratificante: no culpes al otro y buscá maneras para poder mejorar las relaciones; nunca des
por sentada una relación, estas, para que sean especiales, necesitan ser nutridas
constantemente; no rebajes ni subestimes al otro; cuando las relaciones se estancan o se
ponen aburridas, son más propensas a “erosionarse”, por eso buscá nuevas y diferentes
maneras de agregarles más vida (es muy fácil ver lo que no te gusta de una relación); tratá
de pasar más tiempo fijándote en sus aspectos positivos; sé claro al comunicarte; tomate un
tiempo para escuchar y entender lo que otros te dicen; encargate de las cuestiones más
difíciles (evitar el conflicto a corto plazo tiene efectos devastadores a largo plazo); hacete
más tiempo para el otro (muchas parejas en las que ambos trabajan y tienen chicos, se
alejan porque no tienen tiempo para estar juntos y, cuando logran ese rato juntos, se dan
cuenta de cuánto se quieren).
EJERCICIO FÍSICO
El ejercicio físico puede sanar el sistema límbico. El cuerpo libera endorfinas, que
inducen a un estado de bienestar. El sistema límbico tiene muchos receptores de endorfina.
El ejercicio también aumenta la circulación de sangre en el cerebro, que lo nutre para
funcionar bien. Las personas que hacen ejercicio regularmente tienen una sensación de
bienestar que los que son más sedentarios no experimentan. Tienen más energía y un
apetito saludable, duermen mejor y en general tienen un mejor estado de ánimo. Desde hace
varios años se prescribe ejercicio físico a los pacientes con depresión. Esto es aún más
importante para los pacientes que no toleran la medicación antidepresiva. En vez de
medicarlos, algunos optan por un arduo programa de actividad física, supervisado por el
mismo médico, que los hace sentir tan bien como si estuvieran tomando un medicamento.
Con el ritmo de vida moderno, largas horas de trabajo, idas y vueltas en horas pico, y sobre
todo en familias en las que ambos padres trabajan, es importante recordar lo esencial que es
el ejercicio físico y el cuidado personal para mantener una buena salud, y no dejarlos
afuera. Muchas personas se quejan cuando les dicen que tienen que hacer más ejercicio, les
parece que les lleva mucho tiempo y que es aburrido. Lo mejor es intentar diferentes
actividades hasta encontrar una que sea apropiada.
Buscá qué es lo que más te gusta, pero asegurate de hacer algo de actividad física
todos los días (caminar, correr o andar en bici) y una actividad aeróbica que aumente tu
frecuencia cardíaca y la circulación de oxígeno en los músculos al menos tres veces por
semana durante al menos veinte minutos. Además, realizar ejercicio aumenta los niveles de
L-triptófano, un pequeño aminoácido que tiene problemas compitiendo contra otros
aminoácidos en el cerebro. Al hacer ejercicio, muchos de los “grandes” aminoácidos se
ocupan de reponer fuerza muscular, lo que causa un descenso en la disponibilidad de estos
aminoácidos en la sangre. Cuando esto sucede, el L-triptófano puede completar más
efectivamente su entrada al cerebro y aumentar los niveles de serotonina. Además, el
ejercicio aumenta tus niveles de energía y te distrae de pensamientos negativos que tienden
a reiterarse. Se recomienda también para los chicos, como una manera de aumentar los
niveles de L-triptófano y aumentar su cooperación. Y nunca te olvides de matar a las
hormigas (ANT, automatic negative thoughts).
TOCALO, TOCALA
El contacto es esencial para la humanidad. Sin embargo, en nuestra sociedad es cada
vez menos frecuente. Abrazá, tocá, contactate con tus hijos, con tu pareja, con los que más
querés, y hacelo regularmente. Dar y recibir masajes también mejora la salud del límbico,
ya que este no sólo está involucrado en los vínculos emocionales, sino también en los
físicos. La conexión física es un elemento crítico en el proceso de vinculación padre-hijo.
Las caricias, los besos, las palabras dulces, y el contacto visual de la mamá y el papá le dan
al bebé el placer, el amor, la confianza y la seguridad que necesita para desarrollar vías
sanas en este sistema. Es así como el vínculo y la conexión entre los padres y el bebé
pueden comenzar a crecer. Sin amor, sin afecto, el bebé no desarrolla las conexiones
apropiadas en el límbico y nunca aprende a confiar y a conectarse. Se siente solo e
inseguro, se pone irritable e insensible.
El amor entre los adultos es muy parecido. Para construir un buen vínculo, las
parejas necesitan abrazarse y besarse, decirse cosas lindas y tener contacto visual, miradas
con cariño. No es suficiente que uno dé y el otro reciba pasivamente. Manifestaciones
físicas de amor necesitan ser recíprocas para que el otro no se sienta herido, rechazado,
causando el quiebre del vínculo.
Como padres o responsables de niños, construirles una zona emocional segura es
crítico porque les permite desarrollar un terreno de entrenamiento fértil para que puedan
lidiar con sus verdaderas emociones de una manera constructiva. Es, o mejor dicho, fue en
este espacio de tu vida donde deberías haber aprendido que expresar —y no suprimir— tus
necesidades y emociones es una acto saludable. Si tus padres, y otros, estuvieron más o
menos disponibles y respondieron a tus necesidades emocionales, te sentiste calmado,
amado, seguro y comprendido. Entonces estos actos de amor de tu mamá o papá le
enseñaron a tu cerebro que expresar tus emociones es importante, proveyéndote ejemplos
de cómo elegir respuestas sanas para calmarte al atravesar dificultades en tu vida. Pero si no
estuvieron disponibles, tu cerebro habrá aprendido que explorar tus emociones no es
importante y que la vida no es un lugar seguro, disparando ansiedad y preocupaciones muy
seguido en tu vida de adulto, defendiéndote de los “peligros” con reacciones y hábitos que a
largo plazo te perjudican. Como dice mi mamá: “La culpa de todo la tiene la madre, menos
yo”.
Yoga cognitivo
Veamos ahora algunos ejercicios para mantener tu flexibilidad cognitiva —el
sistema cingulado— lo más sano posible. Recordá que esta flexibilidad es tu habilidad tanto
para ir con la corriente como para adaptarte al cambio, y manejar en forma exitosa los
problemas nuevos que se te presentan.
SI ESTÁS TRABADO, DISTRAETE Y VOLVÉ AL PROBLEMA MÁS TARDE
El primer paso para enfrentar una disfunción del cingulado es darse cuenta de
cuándo estás trabado y distraerte. Darse cuenta de los pensamientos reiterativos es
fundamental para poder controlarlos. Cuando te encontrás pensando lo mismo una y otra
vez, distraete de ese pensamiento, eso puede ayudarte a tener un poco más de control sobre
ellos. Algunos ejemplos: cantar tu canción favorita, escuchar música que te hace sentir
bien, salir a caminar, hacer un mandado, jugar con una mascota, meditar, focalizarte en una
palabra y no dejar que todos los otros pensamientos entren en tu mente. Imaginate un
escobillón que barre todos los pensamientos afuera.
PENSÁ LAS RESPUESTAS ANTES DE DECIR QUE NO
AUTOMÁTICAMENTE
Muchas personas con problemitas en el cingulado tienen una tendencia a decir
automáticamente que no. “No, no, no, no lo haré.” “No quiero hacerlo.” “No podés
obligarme a hacerlo.” Dale pelea a esta tendencia. Antes de responder preguntas o pedidos
en forma negativa, respirá hondo y pensá primero si es mejor decir que no. A veces es
importante respirar profundo, sostener la respiración por tres segundos, tomar cinco
segundos para exhalar y tener suficiente tiempo extra antes de dar una respuesta. Esto lo
vimos al aprender cómo poner pausa en el capítulo “Preparándote para el cambio”.
Si tu pareja te pide que vayas a la cama a hacer el amor, respirá hondo antes de
responder que estás cansado, enfermo, muy ocupado o sin ganas. Usá ese tiempo de
respiración para preguntarte a vos mismo si realmente querés darle una respuesta negativa a
tu pareja. La negación automática ha sido causa de muchos quiebres en las relaciones.
Tomate suficiente tiempo para preguntarte a vos mismo si decir que no es realmente lo que
querés decir.
ESCRIBÍ OPCIONES Y SOLUCIONES CUANDO ESTÁS TRABADO
Cuando estás trabado en un pensamiento, es útil escribir. Escribir te ayuda a sacarlo
de tu cabeza. Ver un pensamiento escrito sobre papel ayuda a manejarlo de manera más
racional. Cuando pensamientos repetitivos te causen problemas para dormir, tené siempre
un papel y una lapicera cerca de tu cama para poder escribirlos. Una vez que escribís un
pensamiento que se ha “trabado”, generá una lista de cosas que podés hacer para revertirlo
y de las que no podés hacer. Por ejemplo, si estás preocupado por una situación en el
trabajo, como si conseguirás un ascenso, hacé lo siguiente: escribí tu pensamiento (“Estoy
preocupado porque no sé si obtendré el ascenso”), luego hacé una lista de las cosas que
podés hacer acerca de tu preocupación (“Puedo hacer mi trabajo de la mejor manera
posible, seguiré siendo confiable, trabajador y creativo, me aseguraré de que mi jefe sepa
cuánto deseo este ascenso, le haré saber de mis contribuciones en la empresa”). Luego listá
las cosas que no podés hacer al respecto: “No puedo tomar la decisión por mi jefe, no
puedo querer aún más de lo que quiero este ascenso, yo no puedo hacer que el ascenso sea
un hecho, con preocuparme no gano nada y no ayuda, no puedo hacer que el ascenso sea un
hecho aunque sé que tengo gran influencia en el proceso por mis actitudes y mi
desempeño”.
BUSCÁ EL CONSEJO DE OTROS CUANDO TE SIENTAS TRABADO
A través de los años, mentores y personas pueden ayudarte a atravesar los
problemas que tenés que enfrentar. Otros pueden ser una “caja de resonancia” que te ayude
a ver opciones y te ofrece nuevas maneras de chequear la realidad.
Perdonar, agradecer, reír
Lopon-la era un monje tibetano amigo del Dalai Lama. Luego de la invasión de los
chinos al Tíbet, fue puesto en prisión durante dieciocho años. Una vez liberado, huyó de
China y veinte años más tarde se reencontró con el Dalai Lama, quien nos dice: “Está igual,
gentil como siempre, su mente muy ágil. A pesar de tantos años de prisión y tortura, le
pregunté si había tenido miedo y me dijo: ‘Sólo tuve miedo de una cosa, de perder la
compasión por los chinos’. El perdón lo ayudó en la prisión, gracias al perdón su mala
experiencia con los chinos no empeoró. Mental y emocionalmente no sufrió tanto”. En
efecto, el perdón es una actitud que te lleva a cambiar hacia una vida de mayor bienestar.
Según los estudios del doctor Fred Luskin, de la Universidad de Stanford, perdonar
estimula el sistema inmune, baja la presión arterial, reduce la ansiedad y la depresión, y
mejora los patrones de sueño. Es fácil percibir que al no perdonar el resentimiento y la
amargura de esa emoción dañan a la persona que no perdona, liberándose a la sangre
hormonas de estrés. Sin embargo, nada le sucede a la persona que no está siendo
perdonada.
Lo mismo sucede con la gratitud. El premio Nobel Albert Schweitzer dijo: “La
mejor de las cosas es agradecer por todo. Aquel que haya aprendido esto sabe lo que
significa vivir”. Los doctores Robert Emmons y Michael McCullough llevaron adelante
experimentos para medir los efectos de estar dispuesto a agradecer. Aquellos que lo hacen
reportan una vida de mayor bienestar y además son mucho más optimistas.
Reíte: muchas veces escuchamos que reírnos tiene un efecto analgésico,
aparentemente libera endorfinas al torrente sanguíneo. Pero, además, el humor disminuye la
tensión muscular y suprime la liberación del cortisol, la hormona del estrés. También
existen estudios que muestran que mejoran los síntomas en pacientes alérgicos, nuestro
sistema de defensa aumenta, ayudan a respirar más profundo, al latido del corazón y relaja
músculos de la cara y parte superior del tronco.
Si se trata de cambiar para un mayor bienestar, el perdonar, agradecer y el humor ya
no sólo son conceptos espirituales, religiosos o del sentido común, sino que existen
evidencias científicas de sus efectos en las personas.
Vimos lo importante de tus experiencias a la hora de cambiar, sean estas acciones,
pensamientos o emociones. Durante las experiencias, cuando estés queriendo cambiar algo
es muy bueno tener presente las siguientes preguntas antes de que actúes o de que no lo
hagas —recordá que la inacción también puede ser un hábito que quieras cambiar—:
“¿Esto que estoy por hacer me ayuda o me lastima?”, “¿Está alineado con mis objetivos y
valores?”, “¿Estoy evitando algo en este momento?”, “¿Estoy por hacer algo sólo basado en
una necesidad, deseo, urgencia que busca un alivio instantáneo?”, “¿Qué me motiva a hacer
esto?”, “¿Por qué estoy por hacerlo?”.
En definitiva, vimos que las neuronas que utilizamos para llevar a cabo una acción
comienzan a disparar juntas al repetir lo mismo varias veces, sometiéndose a una suerte de
abrazo fisiológico para terminar formando un circuito funcional del cerebro, un hábito. Lo
mismo ocurre con nuestros pensamientos y emociones habituales. Por ende, tu cerebro es
dinámico y los vas remodelando continuamente gracias a las experiencias que vas viviendo.
El hábito es hijo de tus experiencias, vos lo sometés a cambios físicos dado el tipo de vida
que lleves adelante. Tus experiencias cambian tu cerebro, entonces te cambian. Es decir, tus
experiencias y las cosas que vas aprendiendo en tu vida a cada momento cumplen un rol
clave en tus posibilidades de cambiar de manera efectiva. Sin embargo, no hay nada más
poderoso para cambiar que estar en contacto con tu experiencia presente. Para lograrlo con
éxito, nada mejor que el proceso experiencial de la atención. Veamos de qué se trata.
¿Estás atento?
A lo que prestamos atención, y cómo prestamos
atención a eso, determina el contenido
y la calidad de nuestras vidas.
MIHALY CSIKSZENTMIHALYI
Jamás habría tenido éxito en la vida si no hubiera yo prestado a la cosa más nimia
de que me ocupé la misma atención y cuidado que he prestado a la más importante.
CHARLES DICKENS
En este preciso momento millones de neuronas de tu córtex visual están registrando
las imágenes de las letras de esta página, como así también los espacios en blanco. Una
mente consciente y despierta es bombardeada por un sinnúmero de bits de información
sensorial a cada segundo. Esta información les hace cosquillas a billones de neuronas todo
el tiempo. Sin embargo, son altas las posibilidades de que vos no estés viendo los espacios
en blanco, porque no les estás prestando atención. Pero sí lo hacés a las curvas y líneas
negras que forman las letras. Sin atención, la información que registran tus sentidos —lo
que ves, olés, tocás, gustás, escuchás— no es registrada, de manera literal, por tu mente.
Hasta puede que ni siquiera sea registrada brevemente en tu memoria. Lo que ves está
determinado por eso a lo que le prestás atención.
Recién a principios de este siglo los investigadores entendieron cómo el cerebro
administra la atención. Imaginá que estás en la playa. Cientos de turistas en trajes de baño
se agolpan recostados en sus toallas, unos al lado de otros. Tenés que encontrarte con un
amigo que te dijo que estaría allí. Empezás a escanear la arena en su búsqueda. Las
imágenes entran en tu retina y van hacia “atrás”, a tu córtex visual, en forma de señales
eléctricas. Aquella señal que será registrada tendrá que ver con la fuerza de esa señal —por
ejemplo, tu amigo tiene un sombrero verde flúo—, o por la novedad de la señal —quizá tu
amigo tenga una sombrilla en forma de dinosaurio de cinco metros de alto—, por su fuerza
asociativa —entre la multitud de caras reconocerás rápido la de tu amigo— y/o por tu
atención. Es decir, tus neuronas están compitiendo. Si vos le das al cerebro la tarea de
“buscar a un amigo”, este aumentará las respuestas neuronales para encontrar ese objetivo,
en este caso, en imágenes. La señal eléctrica asociada al objetivo es más fuerte que aquellas
asociadas a los no-objetivos. Físicamente, lo que sucede cuando prestás atención es que
bajás la actividad de todas las neuronas —la de la gente en la playa— salvo de aquellas
involucradas en focalizar con la atención puesta en tu objetivo —la cara de tu amigo—.
Todo aquello que vemos tiene multiplicidad de atributos, desde movimiento, color,
forma, etcétera. Diferentes pedazos del córtex visual se especializan en cada una de estas
características. Tus neuronas responsables de la forma nada tienen que ver con las del color,
y viceversa. Y aquellas responsables de procesar el movimiento son otras distintas. La
atención puede fortalecer la actividad de un grupo de estas neuronas, comparada con la
actividad de otras diferentes. Los humanos, por ejemplo, tenemos neuronas especializadas
en escanear y analizar caras. En definitiva, la intensidad de la actividad en algún circuito
neuronal que se especializa en diferentes tareas visuales es amplificada por el acto mental
de prestar atención. No cambia la información que entra en el cerebro, sino a qué se le
presta atención. Es decir, la atención enciende y aumenta la actividad para ciertos
circuitos neuronales. La atención es, entonces, algo real que toma una forma física capaz
de afectar la actividad del cerebro. Y, como ya vimos, la atención también es indispensable
para la neuroplasticidad, para el cambio.
El científico Michael Merzenich colocó en los dedos de unos monos un dispositivo
—esto no duele— que da unos golpecitos durante cien minutos por día, durante seis
semanas. Mientras sucedían esos golpecitos les puso, además, unos sonidos en auriculares.
A un primer grupo de monos le enseñó a prestar atención al ritmo de los golpecitos, es
decir, lo que sentían en los dedos. Si los primates descubrían cambios de ritmo en los
golpecitos, se los recompensaba con jugo. Pero no se le enseñó nada sobre los sonidos
cambiantes de los auriculares. Al segundo grupo, al revés: si prestaban atención a los
sonidos —no a los golpecitos en dedos— y reconocían cambios, se los premiaba. Y,
finalmente, al tercer grupo no se le enseñó a prestar atención. Antes de conocer los
resultados de esta experiencia te recuerdo que, según lo que vimos en el capítulo anterior, la
experiencia estimula cambios cerebrales. A priori, los monos que fueron sometidos a los
golpecitos durante seis semanas deberían —por experiencia— tener cambios en las
regiones del cerebro que sienten esos golpecitos, en comparación con los que no recibieron
estímulo sensorial. Esta última es la región cerebral que ya describimos como área
somatosensorial, la que siente. Entonces, dado este conocimiento previo podemos
hipotetizar que, sin importar si prestaban o no atención a los golpecitos, esa área debería
crecer. Sin embargo, esto último ocurrió sólo cuando se les enseñó a prestar atención al
estímulo. Es decir, en los monos que fueron sometidos a los golpecitos, pero se les pidió
que prestasen atención a los sonidos, sólo se observó un cambio en la zona cerebral auditiva
pero no en la sensitiva de los dedos. Me permito extrapolarlo a lo siguiente: si tu papá te
lleva a jugar al tenis tres veces por semana durante cinco años (monos con golpecitos en los
dedos) pero a vos no te gusta ese deporte, es decir, al practicar no prestás atención porque
no te interesa ni progresar, ni mejorar ni divertirte (monos con golpecitos en los dedos pero
que les prestan atención a los sonidos), significa que la experiencia acoplada con la
atención es la que produce cambios físicos en el cerebro. Si a vos te piden que cambies
algo, es fundamental que prestes atención, y si es algo que te interesa, el cambio será aún
más efectivo.
Tu trabajo o tu relación con tu jefe es un ejemplo típico. Lo que nos lleva a una
conclusión poderosa: estamos esculpiendo nuestro cerebro momento a momento según a
qué decidimos prestar atención. Elegimos quién vamos a ser en el próximo momento en un
sentido muy real. Somos eso a lo que le prestamos atención. ¿Qué creés que va a pasar
con tu vida presente y futura si les prestás atención sólo a las cosas malas que suceden, si
sólo focalizás en el dolor, lo negativo, el miedo, la venganza? Más de eso obtendrás, más de
eso serás.
Entonces, si te digo que mientras leés este libro pongas algo de música de fondo, tu
cerebro tendrá una muy pequeña respuesta neuronal a esos sonidos, ya que estás mucho
más metido en lo que leés. Pero si ahora te pido cerrar el libro y escuchar la música,
entonces podrás detectar cada vez que las frecuencias cambien, tendrás mucha más señal en
tu córtex auditivo. Es como si la atención funcionase como una puerta que puede abrirse
para dejar entrar más información neuronal. La atención entonces no es una construcción
psicológica. La podés tocar, tiene anatomía, fisiología y química.
Todo esto quiere decir que si entrenás tu atención, allanás el camino que puede
conducirte a la neuroplasticidad autodirigida, por ende, a que logres cambiar.
La habilidad de prestar atención de manera selectiva, ignorando las distracciones, se
desarrolla desde la niñez hasta la adolescencia. Esta es la habilidad de cambiar tu atención
de manera rápida y eficiente de una cosa a otra. Pero esta habilidad, como seguramente
notás, decrece con la edad. Por eso los más jóvenes parecen poder estar haciendo muchas
cosas al mismo tiempo. Sin embargo, tanto en jóvenes como en no tan jóvenes, cuando
realizamos varias actividades que requieren de nuestra atención consciente para poder
resolverlas, no las estamos resolviendo al mismo tiempo. Nuestra atención va saltando de
una tarea a la otra haciendo un gran esfuerzo que provoca no sólo más posibilidades de
equivocarse y de tardar más tiempo en resolverlas, sino además mucho cansancio. Es lo que
comúnmente llamamos “hacer multitasking” y lo que la ciencia conoce como “interferencia
de la tarea dual”. Es como si prendieses y apagases la luz de tu cuarto cientos de veces.
Para las tareas que requieren mucha atención, te recomiendo entonces empezarlas y
terminarlas sin distraerte en otras cosas. Sé que, por el mundo de estímulos en el que
vivimos, esto es muy difícil, pero verás que sos más eficiente y que al final del día estarás
menos cansado.
Entonces, vimos al equipo de Merzenich con sus monos y cómo la atención
cambiaba sus cerebros. Pero ¿qué pasa en los humanos?
Plena
El neuropsiquiatra Jeffrey Schwartz, de Los Ángeles, California, siempre sospechó
que las señales capaces de cambiar el cerebro podían venir no sólo del mundo exterior a
través de tus sentidos, sino también de la mente en sí misma. Junto con Lewis Baxter
iniciaron un grupo de terapia cognitiva conductual para tratar pacientes con trastornos
obsesivo-compulsivos (TOC). Estas terapias están enfocadas en la vinculación del
pensamiento y la conducta, y suelen combinar técnicas de reestructuración cognitiva, de
entrenamiento en relajación y otras estrategias de afrontar y de exponerse. Por otro lado, el
TOC afecta a una de cada cuarenta personas sin discriminar entre hombres o mujeres, y se
inicia en general en la adolescencia o temprana adultez. Estos pacientes son presos de
pensamientos intrusivos, no deseados y desagradables o molestos (obsesiones) que disparan
impulsos irresistibles para realizar ciertos comportamientos a modo de rituales
(compulsiones). Dependiendo del paciente, estas compulsiones pueden ser lavarse las
manos, asegurarse de que las puertas, los hornos, microondas, están cerrados, contar cosas,
etcétera. Los que sufren estos TOC severos los describen como si sintieran que alguien
secuestrara sus cerebros y se apoderase del control. En la actualidad, gracias a estudios de
imágenes cerebrales se observa en estas personas una hiperactividad en dos áreas del
cerebro, el córtex orbitofrontal y el striatum. La función del primero es detectar cuándo
algo es “incorrecto”, cuándo algo está mal. Es el detector de errores cerebral. Si está
hiperactivo, como en pacientes con TOC, le está diciendo al resto del cerebro, todo el
tiempo, que algo anda mal. El striatum, por su parte, recibe información de la amígdala
—emociones negativas— y también del córtex orbitofrontal, y todas estas áreas juntas son
parte de lo que se conoce informalmente como “circuito de la preocupación”. En el equipo
del doctor Schwartz pusieron a prueba en estos pacientes la técnica de meditación
mindfulness, o también conocida como atención plena, una práctica para aprender a
observar las experiencias internas de forma consciente pero sin juzgar. Sería como “ver”,
desde un lugar de espectador, lo que estás pensando o sintiendo a cada momento. La
técnica de atención plena se refiere, por ejemplo, a que puedas, y quieras, observar —ser
consciente— de tu propio estrés y sufrimiento, y a su vez que estés presente con ellos, tanto
si es incómodo o te pone triste o es doloroso. En general, la mayoría de nosotros tratamos
de escapar lo más rápido posible de nuestros dolores, sufrimientos y cosas que nos estresan.
Sería como la capacidad de sentir lo que sentís y reconocer las desilusiones que te producen
ciertos fracasos, arrepentimientos luego de equivocarte, el enojo, la tristeza, la ansiedad. Te
doy un ejemplo: imaginate que una persona por la cual sentís compasión, la querés, viene a
charlar con vos y te cuenta alguna circunstancia en la que la está pasando mal. Vos podés
sentir su tristeza, su enojo o sus desilusiones, pero no te “perdés” en sus emociones. Es
más, estás abierto y predispuesto a acompañarlo en su sufrimiento. Esto es lo que la
atención plena puede enseñarte a hacer con vos mismo, con tus emociones negativas, verlas
por lo que realmente son, sin caer en la autocrítica constante, o diciéndote cómo deberían
ser las cosas. Simplemente, sentir lo que sentimos.
Fue el biólogo molecular Jon Kabat-Zinn, en Boston, quien introdujo este tipo de
meditación en el mundo de la medicina occidental. Kabat-Zinn define a esta técnica como
“un tipo especial de atención que posee intención, es decir que uno quiere estar atento; esa
atención es momento a momento, en el presente; y sin juzgar eso que se presta atención”.
Esto último es quizá lo más difícil, ya que casi todo el tiempo estamos juzgando lo que nos
sucede mediante opuestos contrarios como bueno-malo, feliz-triste, lindo-feo, etcétera,
como ya vimos con los estilos explicativos. La idea general de la técnica es aceptar las
cosas como son y reconocer que los opuestos son complementarios en lugar de contrarios.
Entonces, la atención plena no es un estado de la mente sino una actividad, un
proceso experiencial, como andar en bicicleta. Uno puede aprender la teoría, las partes de la
bici y la física del equilibrio, pero hasta que no se sube y prueba, no lo entiende. Se
requiere esfuerzo, vigilancia y ganas porque en cada momento de tu día vos podés elegir
estar o no atento a lo que te está ocurriendo y a cómo reaccionás. Te recomiendo mucho
que aprendas esta técnica.
Aquí es útil distinguir la diferencia entre estar viviendo la experiencia de la atención
plena o estar muy focalizado en algo, que no es lo mismo. Focalizado es cuando vos
conscientemente dirigís tu atención a una actividad, como los monos a los golpecitos en sus
dedos. Atención plena es comprender y sentir todo lo que te está pasando en el momento
presente, la utilización de un circuito muy particular del cerebro, que estudiaremos a
continuación, conocido como el circuito de experiencia directa.
Ambos, el foco en eso que elegís prestar atención y la atención plena, son clave para
rediseñar tu cerebro y cambiar. Por ejemplo, focalizar en tus pensamientos automáticos
negativos —¿te acordás de las hormigas?— sin estar activamente consciente de lo que son,
es lo que te lleva a los malos hábitos. Por ejemplo, si tu jefe rechaza una idea tuya durante
una presentación en el trabajo, quizá te digas a vos mismo: “¿Qué le pasa a este tipo? Era
una muy buena idea. ¿No puede ver que con esta idea las cosas van a funcionar? No sabe
nada”. Aquí estás focalizado sólo en el contenido. Pero si lográs ser el espectador imparcial
de tus pensamientos y decirte: “Uh, me perdí en mis pensamientos, debe ser un
pensamiento automático negativo”. Y ahora podés matar el ANT, la hormiga: “Sí que sabe
del tema, quizá hoy estaba de mal humor por otra cosa. Igualmente voy a repasar lo que me
dijo para ver si puedo mejorar la presentación de mi idea”. Es decir, en este último caso,
estás activamente consciente de lo que te está pasando en ese momento de diálogo interno.
La atención plena te sirve entonces, también, para ayudarte a reconocer las ANT, para
luego poder pisarlas. El ejercicio más fácil para entender cómo el focalizar y la atención
plena están relacionados es usando la respiración como objeto de tu atención, de tu foco.
Aprender cómo focalizar en tu respiración es muy poderoso porque te da un ancla, algo
para volver fácilmente cada vez que tu mente viaje por el tiempo. Hagámoslo.
EJERCICIO: FOCALIZAR EN TU RESPIRACIÓN
Sentate tranquilo por al menos cinco minutos y asegurate de que no tendrás
distracciones externas. Te recomiendo cerrar o entrecerrar los ojos. Sin ningún objetivo en
mente, notá cómo el aire de tu respiración entra y sale de tu cuerpo. Focalizá tu atención
dentro de tu nariz: deberías sentir el movimiento sutil del aire al inhalar y al exhalar. No
focalices en ningún pensamiento, emoción u otra cosa. Sólo en tu respiración sin tratar de
influenciar su ritmo. Si tu atención se va de tu respiración y de la sensación del aire dentro
de tu nariz, lo cual debería pasarte, es normal, notá dónde va y luego volvé a tu ancla, el
aire que entra y sale. Por ejemplo, si empezás a pensar en qué vas a cenar a la noche, decite
internamente “pensando” y volvé a la respiración. Si aparece todo lo que tenés que hacer en
la semana, decite internamente “planificando” y volvé a la respiración. Si aparece la
película que viste ayer, decite internamente “viajando” y volvé a la respiración, etcétera.
Algunas personas encuentran que este ejercicio es más fácil contando. Decirte internamente
“1” al inhalar, “2” al exhalar, “3” al inhalar, “4” al exhalar, y así sucesivamente hasta diez y
luego volver a empezar. Llega un momento en que vas a poder mantener el foco en la
respiración sin contar. Puede pasarte que logres contar hasta diez sin perder el foco, o no.
No te decepciones, no es una competencia. Puede también ocurrir que te pierdas y no sepas
por qué número vas o que te pases de diez. Esto ocurre porque el foco de tu mente se
dispersó en algún pensamiento o sensación y ni te diste cuenta. Claro que cuanto más
frecuente lo hagas, más rápido tu mente se dará cuenta de que perdiste el foco y más rápido
volverás al foco de tu respiración. Si lográs hacer este ejercicio durante treinta minutos por
día, definitivamente tu mente va a desarrollar la habilidad de reconocer cuándo tu atención
se dispersa, y por consiguiente volver al foco. Así vas a potenciar tu poder de observación.
Volvamos a los pacientes de Los Ángeles. Cuando Schwartz y sus colegas
enseñaron la técnica de atención plena a los pacientes con TOC, les mostraron que, por un
lado, se pueden experimentar los síntomas sin reaccionar emocionalmente a ellos, y por el
otro, a darse cuenta de que la sensación de que algo anda mal es la manifestación de un
defecto en el cableado de una parte de tu cerebro —justamente, esa zona hiperactiva que
describimos algunos párrafos atrás—. Es decir, vos no sos el que te manda a lavarte las
manos veinte veces por día, es tu cerebro, que no anda muy bien… y vos no sos tu cerebro.
El solo hecho de que los pacientes reconozcan esto último es tremendamente terapéutico.
Pero, además, la atención plena enseñó a estos pacientes a darse cuenta de la verdadera
naturaleza de sus obsesiones, para poder, de esta manera, estar mejor preparados para
focalizar la atención lejos. La idea sería la siguiente: cuando una obsesión aparece en la
mente, gracias a practicar la atención plena se puede decir “Mi cerebro otra vez está
generando un pensamiento obsesivo, esto no es real sino un defecto en un circuito neuronal,
no necesito lavarme las manos, esa urgencia no es real, es un problema de cableado
cerebral”. Ya sé, parece fácil, pero si vos tenés TOC sabés que no lo es. Lo interesante no
es sólo que funciona, según las descripciones de los pacientes que dicen que ya no son
controlados por estos impulsos y que pueden hacer algo al respecto, sino lo que se ve en
escáneres de los cerebros antes y después de las diez semanas de estas terapias junto con la
práctica de la atención plena. ¡Los cerebros cambian! La atención, como vimos con los
monos de Mike, hace cambiar a los cerebros. Más específico: la actividad en el córtex
orbitofrontal —responsable de la detección de errores que está hiperactiva en pacientes con
TOC— baja dramáticamente. Ya no está tan activa en comparación con antes de empezar
las terapias y comparado con pacientes que llevaron adelante la terapia
cognitivo-conductual pero que no practicaron atención plena. La acción mental de cambiar
la atención de pensamientos intrusivos (obsesiones) en otros pensamientos más racionales y
positivos cambió la química cerebral de estos pacientes. Una vez más, la mente puede
cambiar el cerebro.
Te dejo cuatro ejercicios de atención plena fáciles y prácticos. Como casi todo en la
vida, cuanto más practicás, mejor lo hacés. Una o dos veces al día sería genial. Además, es
un momento para vos, tan difícil de encontrar en nuestro agitado día a día. No esperes tener
un espacio para estas prácticas, porque si sos como yo, ese espacio no existe. Tenés que
creártelo. Pensá que de esta manera estás cuidando y mimando tu cerebro. Sin duda, la
forma más fácil es encontrar grupos de meditación o instructores que te acompañen y guíen
en cómo, cuándo y dónde podés hacerlo.
EXPLORACIÓN CORPORAL
Una meditación de cinco minutos que busca que tomes conciencia de las diferentes
partes de tu cuerpo, desde las puntas de tus pies hasta la cabeza. La forma más fácil de
hacerla es que te sientes cómodamente en una silla con la espalda derecha, los pies sin
cruzarse sobre el piso, derechos, y con las manos sobre tu regazo. Otra forma podría ser
acostarte boca arriba en el piso con las manos a los costados. Si decidís acostarte, debés
resistir el impulso de quedarte dormido, ya que buscás traer un estado de alerta tranquilo
pero no de total relajación que pueda llevar a dormirte.
Cerrá los ojos o dejalos medio cerrados, y llevá tu atención hacia tu respiración, que
entra y sale de tu cuerpo. Tal vez sientas cómo tu pecho y panza se expanden o al aire
entrando y saliendo de tus fosas nasales. Elegí una, la que te sea más fácil de sentir. Tomate
un minuto para alejar todo lo que estabas haciendo antes y concentrate en este momento.
Sentí tu cuerpo sentado o acostado en el cuarto o habitación. Sentí los puntos de
contacto entre tu cuerpo y la silla o el piso.
Ahora, de a poco empezá a enfocar la atención en tus pies; sólo si te cuesta sentirlos
mové los dedos. Explorá las sensaciones que sentís en tus pies y dedos. Algunas
sensaciones son obvias, como el contacto de tus pies con el piso o con las medias o de la
ropa al tocar la piel. Otras son más sutiles, como la sensación de picazón, cosquilleo, de
calor o del aire al rozar la piel. Otras son tan sutiles que no vas a ser capaz de percibirlas
todavía. Al incorporar curiosidad y aceptación a esta experiencia, vas a encontrar que con el
tiempo vas a percibir todo tipo de sensaciones diferentes.
Ahora llevá tu atención a la parte baja de tus piernas: tus rodillas, tus muslos. Tomá
conciencia de ambas piernas y de las sensaciones que van surgiendo de momento a
momento. Ahora llevá la atención a tus caderas. A la parte baja de tu espalda. Sentí el lugar
donde el cuerpo hace contacto con la silla. Puede pasar que te distraigas y ya no prestes
atención a las sensaciones de tu cuerpo. Es completamente normal si te ocurre. La mente es
una máquina de pensar. Pensar es lo que hace, al igual que el oído oye y la nariz huele.
Cada vez que sientas que tu mente está distraída, llevá la atención hacia la exploración de
tu cuerpo.
Ahora llevá la atención a la panza. Sentí cómo la respiración entra y sale de ella.
Explorá las sensaciones en tus hombros, tus brazos y manos, cada uno de tus diez dedos. Si
tenés alguna tensión en tus hombros, dejala ir.
Aunque esto no es un ejercicio de relajación, lo podés usar para tomar conciencia y
liberar cualquier tensión innecesaria. Ahora notá las sensaciones en tu cuello. Explorá en tu
rostro tu mandíbula, tu lengua, tus mejillas, tus orejas, nariz, tus ojos.
Ahora, ampliá tu atención de tal forma que incluya la totalidad de tu cuerpo. Tomá
conciencia del lugar donde estás, sentí dónde tu cuerpo se conecta con la silla o el piso.
Sentí el aire entrar y salir de tu cuerpo. Prestá atención a los sonidos a tu alrededor. Ahora,
poco a poco mové tus dedos.
Si lo deseás, estirá y cuando estés listo abrí tus ojos y seguí adelante con una
sonrisa.
RESPIRACIÓN Y SONIDOS
La atención plena consiste en llevar tu curiosidad a las cosas que están presentes
ahora, como el cuerpo, la respiración y los sonidos de tu entorno. El hecho de incorporar la
curiosidad, aceptación y la atención a estas cosas te permite cultivar una conciencia del
momento presente y entrenar el músculo de la atención. Esta meditación de diez minutos te
enseña a tomar conciencia de la respiración y de los sonidos.
Sentate en una silla o sobre un almohadón en el piso con las piernas cruzadas,
asegurate de tener la espalda derecha ya que te va a permitir, como ya vimos, respirar
correctamente. Si estás sentado en una silla, procurá no tener los pies cruzados y que
descansen en el piso. Ahora cerrá los ojos o dejalos a medio cerrar y tomate un minuto para
acomodarte en la postura. Capaz querés moverte un poco de lado a lado para asegurarte de
que estás cómodo. Vas a estar sentado de esta forma unos diez minutos.
Poné tus manos sobre la panza y comenzá a respirar profundo, más profundo de lo
que solés respirar. Sentí las manos en tu panza elevarse al inhalar y caer al exhalar. Tomá
tres o cuatro de estas respiraciones y luego dejá que tu respiración vuelva a la normalidad.
Ahora, mientras respirás normalmente, sentí tu respiración en tu panza, sentí tus manos
levantarse y caer con tu respiración normal. Es muy probable que notes que mientras
intentás prestarle atención a tu respiración, la mente se pierda en pensamientos. Esto es
completamente normal, de hecho esto es lo que la mente hace. Cada vez que te distraigas,
intentá concentrar la atención de nuevo en la respiración.
Ahora vas a intentar contar 10 respiraciones, contando 1 al inhalar y 2 al exhalar, 3
al inhalar, 4 al exhalar, hasta llegar a 10 para luego recomenzar con 1.
Ahora llevá tus manos sobre tu regazo y tratá de sentir la respiración entrar y salir
de tu cuerpo sin usar la ayuda de tus manos. Tal vez sientas tu panza expandirse o la
respiración entrar por la nariz. Elegí un lugar en el cual concentrarte y mantené la atención
en ese lugar, panza o nariz. Tratá de sentir cada respiración que entra en el cuerpo y cada
una que sale. Tratá de mantener tu atención en ese lugar percibiendo cada inhalación y
exhalación.
Recordá que es normal que tu mente se pierda o se distraiga. Si esto sucede, llevá la
atención de vuelta a contar tus respiraciones. Tratá de explorar los diferentes tipos de
calidad de la respiración, ¿son largas o cortas?, ¿son profundas o superficiales?, ¿son todas
iguales o cambian?
Ahora, llevá tu atención de vuelta a sentir tu respiración entrando y saliendo de tu
cuerpo. Podés usar tu respiración como ancla hacia el momento presente cada vez que lo
necesites.
Ahora, poné tu atención en el cuarto donde estás. Tomate un momento para percibir
la totalidad del paisaje sonoro que te rodea. Escuchá los sonidos lejanos, afuera de la
habitación donde estás. Si tu mente se distrae, poné tu atención en explorar poco a poco los
sonidos externos. Incorporá una actitud de curiosidad a esta exploración, que te permita
percibir cosas que nunca notaste antes. Ahora escuchá los sonidos que están más cerca de
vos.
¿Podés escuchar dónde termina un sonido y dónde empieza otro? ¿Podés notar el
espacio entre sonidos? ¿Cuál es el sonido más cercano que podés oír? ¿Podés escucharte
respirar?
Llevá tu atención de nuevo a tu cuerpo sentado en ese cuarto. Sentí los puntos de
contacto entre tu cuerpo y la silla o el almohadón. Sentí el aire moverse de forma natural al
entrar y salir de tu cuerpo. Tomá conciencia de los sonidos que te rodean. ¿Qué encontrás
diferente ahora en comparación con el principio del ejercicio? Cuando estés listo, podés
abrir los ojos y seguir adelante con tu día.
RESPIRACIÓN Y PENSAMIENTOS
Nuestras mentes son máquinas de pensar que divagan de forma salvaje cuando se
las deja libradas a su propio criterio. A veces nos conducen a ideas o recuerdos que causan
enojo, tristeza, ansiedad o autocompasión. Prestar atención al momento presente y tomar
conciencia de tus pensamientos disminuye el efecto que tiene en tu vida. Los próximos
cinco minutos van a estar dirigidos directamente a prestarles atención a la respiración y a
los pensamientos.
Comenzá por sentarte cómodamente en una silla o sobre un almohadón en el piso.
Asegurate de tener la espalda derecha y apoyá tus manos en los muslos o en el regazo, y
cerrá o entrecerrá tus ojos. Tomate un minuto para acostumbrarte a la postura y para dejar
de lado lo que estabas haciendo antes. Abrite a explorar todo lo presente en este momento.
Ahora, tomá tres respiraciones bien profundas, sintiendo cómo el aire se mueve
hacia abajo en tu cuerpo, pasando por la garganta, el pecho y cómo entra y sale de la panza.
Dejá que la respiración vuelva a su ritmo natural y fijate si podés concentrarte en el
movimiento ascendente y descendente de tu cuerpo mientras respirás. Tal vez sientas cómo
la panza sube y baja, cómo el pecho se expande o cómo el aire entra por tus fosas nasales.
Elegí el punto donde sientas la respiración de forma más fácil y concentrate en eso.
Si tu mente se distrae o se pierde en pensamientos, en preocupaciones o planes, traé
lentamente la atención de vuelta hacia la sensación del aire entrando y saliendo del cuerpo.
Mantené la atención en el lugar que elegiste en vez de dejar que la atención pasee
por todo tu cuerpo. Explorá los diferentes tipos de calidad de la respiración, ¿son largas o
cortas?, ¿profundas o superficiales?
No pasará mucho tiempo antes de que tu mente se vuelva a distraer, pero esta vez
sin perderse en pensamientos. Intentá ver adónde se ha ido la mente, el tipo de
pensamientos que estás teniendo, ¿son recuerdos del pasado o planes y preocupaciones
sobre el futuro?
Notá la intensidad y el tono emocional de estos pensamientos. Tratá de verlos como
si fueran nubes pasando por el cielo u hojas flotando en un río.
Es muy importante reconocer que pensar es la función esencial de la mente, al igual
que la nariz huele o los oídos oyen. Tal vez encuentres muchos pensamientos que se
mezclan con otros o que una vez que los mirás no hay muchos. Fijate si podés percibir los
pensamientos por sí solos y el espacio o la conciencia que ese pensamiento parece
mantener.
Ahora llevá tu atención de vuelta al lugar del cuerpo donde podías sentir la
respiración entrando y saliendo. Intentá quedarte con toda la atención en la respiración
desde el momento en que entra hasta que sale del cuerpo. Si la mente se pierde, tratá de
observar tus pensamientos, notá ciertos pensamientos que se repiten. ¿Podés ver cómo
algunos se fortalecen mientras otros mueren? ¿Podés notar una pausa o silencio entre los
pensamientos? Sé muy curioso al explorar.
Poné una vez más tu atención en la respiración. Sentí el aire entrando y saliendo del
cuerpo. Sentí cómo la panza sube, cómo el pecho se expande o cómo el aire se mueve hacia
adentro y hacia afuera de las fosas nasales.
Ahora llevá tu atención al cuarto donde estás. Sentí cómo estás sentado en la silla o
el almohadón. Notá los puntos de contacto entre el cuerpo y la silla o el almohadón. Tomá
conciencia de los sonidos a tu alrededor. Cuando te sientas listo, podés abrir los ojos y
seguir adelante con tu día.
RESPIRACIÓN Y EMOCIONES
Este ejercicio está dedicado a llevar la conciencia hacia las emociones,
permitiéndote observarlas sin juzgar. Ya sabemos que nuestras reacciones pueden aumentar
el efecto de las emociones y experiencias negativas de nuestras vidas. Este ejercicio de
cinco minutos te ayudará a resistir las emociones intensas y te enseñará a observar la
experiencia en vez de reaccionar frente a ella.
Comenzá por sentarte cómodamente en una silla o sobre un almohadón en el piso.
Asegurate de tener la espalda derecha y apoyá tus manos en los muslos o en el regazo,
cerrando o entrecerrando tus ojos. Tomate un minuto para acostumbrarte a la postura y para
dejar de lado lo que estabas haciendo antes. Abrite a explorar todo lo presente en este
momento.
Ahora, tomá tres respiraciones bien profundas, sintiendo cómo el aire se mueve
hacia abajo en tu cuerpo, pasando por la garganta, el pecho y cómo entra y sale de la panza.
Dejá que la respiración vuelva a su ritmo natural y fijate si podés concentrarte en el
movimiento ascendente y descendente de tu cuerpo mientras respirás. Tal vez sientas cómo
la panza sube y baja, cómo el pecho se expande o cómo el aire entra por tus fosas nasales.
Elegí el punto donde sientas la respiración de forma más fácil y concentrate en eso.
Si tu mente se distrae o se pierde, lentamente traé la atención de vuelta hacia la
sensación del aire entrando y saliendo del cuerpo. Si se distrae cien veces, traela de vuelta
cien veces.
Cada vez que la mente se distraiga es una oportunidad para entrenar el músculo de
la atención. Mantené tu atención en el lugar que elegiste, en vez de dejar que la atención
pasee por el cuerpo. Explorá los diferentes tipos de calidad de la respiración, ¿son largas o
cortas?, ¿profundas o superficiales?
Ahora pensá en una situación que te haya hecho muy feliz. Tratá de revivir ese
momento con la mayor cantidad de detalles posibles. Pensá en las personas involucradas,
los olores, los sonidos, los paisajes. Al hacerlo, explorá todas las sensaciones que surgen en
tu cuerpo. ¿Donde sentís la felicidad o la alegría?
Mantené la atención en las sensaciones de tu cuerpo y observá qué sucede al
hacerlo.
Ahora llevá la atención hacia la respiración, tratá de conservarla a lo largo de todo
el trayecto desde que entra al cuerpo hasta que sale.
Ahora imaginá una situación en la que estuviste triste o enojado, y hacé lo mismo
que antes, tratá de revivirla con la mayor cantidad de detalles hasta donde te sientas
cómodo.
Explorá las sensaciones en tu cuerpo y observá cómo estas sensaciones son
diferentes de las que experimentaste con los sentimientos de felicidad. Observá las
sensaciones en tu cuerpo y percibí cómo cambian minuto a minuto. Explorá las emociones
de esta forma, te va a ayudar a reconocerlas en situaciones del día a día. Si incorporás
curiosidad y aceptación a la exploración, vas a notar que es más fácil no identificarse con
las emociones. Todo este ejercicio te ayuda a actuar de forma consciente frente a las
emociones, en vez de reaccionar inconscientemente.
Poné tu atención en la habitación donde estás. Sentí los puntos de contacto entre tu
cuerpo y la silla o el piso. Notá cualquier tensión acumulada en tu cuerpo luego de este
ejercicio e intentá dejarla ir. Sentí la respiración entrando y saliendo de tu cuerpo. Prestá
atención a los sonidos a tu alrededor.
Cuando te sientas listo, podés abrir los ojos y seguir adelante con tu día.
Llevá tus emociones al gym
En 1992, el equipo de Richard Davidson, de la Universidad de Wisconsin-Madison,
tomó una muestra de personas ubicadas en los extremos opuestos de una escala que mide el
espectro de felicidad e identificó diferencias en sus patrones cerebrales. Es decir, identificó
que existen estados cerebrales diferentes que se correlacionan con la felicidad. A su vez,
más adelante demostró que esos estados pueden transformarse (entrenarse). A diferencia de
los estudios con pacientes con TOC, Davidson no se interesó en mejorar la calidad de vida
de los pacientes, sino que su objetivo era investigar qué sucedía cuando se practicaba la
atención plena en personas sanas. La idea era ver si a través de este entrenamiento se
fortalecían, en el tiempo, la salud mental y emocional de las personas. En efecto, utilizando
la sencilla herramienta de electroencefalografía que explora y registra la actividad
bioeléctrica del cerebro en distintas condiciones, su equipo mostró que la actividad en el
córtex prefrontal (CPF) es un reflejo del estado emocional de la persona. Una activación
asimétrica en el CPF correspondía a lo que él llamó y hoy todavía se conoce como “estilos
afectivos”. Cuando la actividad en el CPF izquierdo era marcada y crónicamente más alta
que en el derecho, esas personas reportaban sentirse más alertas, energizadas, entusiastas,
alegres y disfrutando más de la vida con un alto sentido de bienestar. Es decir, se sentían
más felices. Cuando se detectaba mayor actividad en el CPF derecho, la gente decía sentirse
más preocupada, ansiosa y triste y descontenta con la vida. Cuando dicha actividad era
extrema en el lado derecho versus el lado izquierdo, esas personas corrían alto riesgo de
caer en depresión clínica.
Para 2006 el equipo de Davidson ya había publicado más de cincuenta artículos
científicos confirmando esto: las asimetrías en la actividad del CPF se correlacionan con
diferencias en estados de ánimo y bienestar. Es decir, más activación en el CPF izquierdo
está asociada con emociones positivas como la felicidad. Estas personas sienten que tienen
la vida bajo su control, experimentan crecimiento personal, sienten que tienen un propósito
en la vida y buenas relaciones interpersonales. Se aceptan mejor como son. Todo esto,
cuando se compara con los que tienen más activo el lado derecho del CPF.
Como vimos cuando explicamos el sistema límbico de las emociones, estos estilos
de ver las cosas más rosa o más gris son remarcadamente estables a lo largo de tu vida,
como una especie de base de tu felicidad que todos tenemos. Un magneto emocional que
sin importar si ganaste la lotería o tu empresa quebró, si te casaste con la mejor persona del
mundo o fuiste dejado por el amor de tu vida, el magneto te vuelve a atraer a ese, tu punto
de referencia de la felicidad.
Davidson y equipo testearon voluntarios sin experiencia en meditación o la técnica
de atención plena mostrándoles fotografías horribles, por ejemplo, de bebés con tumores en
un ojo. Mientras veían las imágenes se les pedía que pensasen que ese bebé se iba a
recuperar, que iba a estar feliz y que no sufriría. En paralelo les medían, esta vez con
resonancia magnética nuclear, activación o desactivación, por ejemplo, de la amígdala, que
como vimos está activa durante emociones negativas —miedo, enojo, angustia y
ansiedad—. Por el solo entrenamiento mental de aspirar a que los bebés de la foto estén
libres de sufrimiento, la señal en la amígdala disminuía. Es sabido que el CPF, lo que uso
en este caso para pensar que el bebé está bien, y la amígdala están conectados. Es como si
el pensamiento le hablase a la emoción: “Quedate tranqui, amígdala, ese bebé está bien, es
sólo una foto trucada o después de la cirugía nunca más tendrá ese tumor, y además no le
duele”. Algunas personas son muy buenas haciendo esto y otras no tanto, aunque no se
conocen las diferencias científicas de esta habilidad. Pero lo que otra vez está claro es que
un proceso meramente mental —aspirar de manera consciente a que algo suceda— puede
tener efectos observables a nivel cerebral, y en este caso, emocional.
Entonces, estudiamos el potencial de la práctica de la atención plena o mindfulness.
También entendimos lo que es la atención y cómo funciona. Veamos ahora cómo usar la
atención positiva para cambiar. Esta tiene que ver con adónde vos, de manera consciente,
redirigís tu atención para cambiar. Al hacer esto, se inicia el proceso de neuroplasticidad
autodirigida. Es decir, se construyen nuevos circuitos neuronales y nuevas conexiones entre
neuronas del cerebro. Tu cerebro se reesculpe y cambia. Cuanta mayor densidad de
atención, mayor la neuroplasticidad, mayor el cambio.
Definamos densidad. Es la cantidad de veces que prestás atención a eso que querés
cambiar. Y también es la calidad de la atención. La calidad de focalizar en algo está
asociada con el uso de la energía, que está directamente relacionada con tu involucramiento
emocional con aquello a lo que le estás prestando atención. Es decir, cuanto más te interesa,
más te gusta, más motivado estás, mayor será la calidad de atención en esos circuitos. Por
ejemplo, querés aprender un idioma nuevo para vos, chino mandarín. Eso significa cambiar,
incorporar un nuevo software, nuevos circuitos que antes no había, en tu cerebro.
Imaginemos estos dos escenarios de cambio. Escenario 1: vas a tomar clases de una hora y
media de chino dos veces por semana durante un año. Escenario 2: te vas solo cuatro meses
a trabajar a China, donde nadie habla español ni ninguna otra lengua que domines, es decir,
te las vas a tener que arreglar para comunicarte. Claramente en el segundo escenario la
densidad de tu atención en el idioma chino será mucho mayor. La cantidad: todos los días a
toda hora, en el trabajo, la radio, la tele, el supermercado, la vida social, chino, chino,
chino. La calidad: si querés hacer un buen trabajo allí y comunicarte con la gente, tener una
vida social, vas a estar interesado en aprender, y lo más rápido posible. Eso será calidad en
tus circuitos. Dicho fácil: cuanto mejor te hace sentir eso a lo que le prestás atención,
más atención le prestás. En cuatro meses allí aprenderás mucho más que en un año en tu
país. Dicho de otra forma: veinticuatro horas, los siete días de la semana de chino versus
tres horas por semana. A mí me sucedió cuando viajé a Francia, sin hablar francés, para
realizar mi doctorado. Recuerdo haber bajado del avión y, antes de tener un lugar donde
dormir, ya estaba tomando mi primer curso de virología en la universidad, y en francés, el
cual obviamente ni sé de qué se trató. Pero me encantaba el idioma y me entusiasmaba la
idea de desarrollarme, crecer profesionalmente y conocer gente, con lo cual en pocos meses
lo hablaba y entendía muy bien. Y eso que hubiese podido hacer todo en inglés, incluso mi
vida social. Mucha densidad de atención en el idioma. Sin embargo, en esos años de
doctorado fui enviado a Dinamarca por un par de meses a realizar una cooperación
científica entre laboratorios y universidades. No tenía muchas ganas de moverme del
Mediterráneo francés al frío y noche eterna de la puntita norte danesa. Sin embargo fui, no
tenía opción. No aprendí ni una sola palabra en danés. Literalmente no le presté nada de
atención ya que no me interesaba. Lo opuesto a lo que me había sucedido en Francia.
Querer, algunas veces, es poder. Pero, como mínimo, siempre ayuda a poder.
Cerebro cuántico
Ya sabemos que el cerebro está compuesto por neuronas que se comunican entre
ellas a través de señales electroquímicas. Estas señales son producto del movimiento de
iones de elementos como el sodio, el potasio y el calcio. A su vez, para que estos iones se
muevan, necesitan pasar a través de las neuronas por las dendritas y axones, y para ello
deben atravesar canales que son apenas más grandes que el ancho de un ion. Por lo tanto,
para que un ion atraviese el canal para entrar en una neurona, este tiene que tener una
posición, velocidad y dirección adecuadas que le permitan entrar. Debido a que esta
interacción entre el ion y el canal se lleva a cabo en escalas cuánticas, está sujeta a
probabilidades. Con escala cuántica nos referimos a partículas de tamaño menor o igual al
de un átomo. Así es, los científicos expertos en quantum —aparentemente la cosa más
pequeña del Universo— aseguran que el cerebro está sujeto a las leyes de la física
subatómica, de la física cuántica. Fue el físico alemán Werner Heisenberg quien se dio
cuenta de que las reglas de la probabilidad que gobiernan las partículas subatómicas
provocan una paradoja: cuando uno quiere estudiar el comportamiento de una partícula, no
puede conocer su localización y su velocidad a la vez, porque cuando uno como observador
utiliza un instrumento para evaluar estos dos factores en un sistema —sistema es un
conjunto de partículas—, inexorablemente el instrumento afecta el sistema y cambia el
comportamiento de la partícula que se quiere investigar. Esto es lo que se conoce como
“principio de incertidumbre”. Este principio se aplica a partículas muy pequeñas. Por
ejemplo, en una habitación hay un hombre con los ojos vendados y una pelota que se
mueve a lo largo de la habitación. El hombre va tanteando con los pies el piso con el
objetivo de saber dónde se encuentra la pelota. En el momento en que, por azar, se cruza
con la pelota, la toca con el pie y desvía el camino de la pelota, alterando su dirección y
velocidad. Por lo tanto, cuando el hombre logra saber dónde se encuentra la pelota,
inevitablemente deja de saber hacia dónde iba y a qué velocidad porque ya la cambió. En el
caso de la medición de electrones y partículas del tamaño de un átomo o menor, como los
iones que hacen comunicar a las neuronas, pasa lo mismo. Para medirlas hay que hacer que
un fotón —partícula de luz— choque contra ellas, produciendo un cambio, de manera
similar a lo que le sucedió al hombre con la pelota. En estas condiciones se utiliza la
mecánica cuántica para predecir el comportamiento de las partículas. Es decir, existe una
probabilidad de que el ion logre atravesar el canal, como también una probabilidad de que
no lo logre. Es por ello que se dice que procesos que ocurren en el cerebro están sujeto a las
leyes de la física cuántica. Pero volvamos a la atención.
Un efecto interesante relacionado con el principio de incertidumbre es el conocido
como Zenon Quantum Effect (ZQE). En español, efecto zenón cuántico. Este principio fue
descripto en 1977 por el físico George Sudarshan, de la Universidad de Texas. El ZQE
plantea que si uno mide la posición de una partícula repetidamente, en intervalos
infinitamente pequeños, uno puede impedir que la partícula cambie de estado. La
observación constante de la posición de una partícula afecta la velocidad con que esta se
mueve, disminuyendo su tasa de cambio. Este efecto fue verificado experimentalmente
varias veces desde su postulación. En 2005, los científicos Henry Stapp y Jeffrey Schwartz
(el mismo de los pacientes con TOC) trasladaron el concepto de ZQE a lo que sucede
cuando prestamos atención a nuestra experiencia mental. Desde el punto de vista
neurocientífico, el ZQE implicaría que si uno presta atención de manera repetitiva a una
experiencia mental determinada, se logra mantener activados los circuitos cerebrales que
producen esa experiencia, es decir, evita que cambien. O sea que, focalizar la atención en
algún pensamiento, sensación o emoción, estabiliza los circuitos cerebrales asociados a
ellos y los mantiene dinámicamente activados. Se “fortalecen”. Con el tiempo, estos
circuitos pueden eventualmente pasar de ser conexiones químicas temporales a cambios
físicos estables de la estructura del cerebro. Lo interesante de este planteo es que la mente o
el aspecto psicológico del ser humano pasa a tener relevancia a nivel físico. Estos podrían
ser los cambios que derivan de nuestras decisiones. En definitiva, el ZQE, desde la
perspectiva de Schwarts y Stapp, explica cómo la forma en que focalizamos nuestra
atención influye directamente sobre la actividad de nuestro cerebro. Por lo tanto, la física
cuántica nos abre una puerta para integrar a nuestros pensamientos en el mundo material en
el que vivimos. En la literatura científica sobre distintas terapias existe evidencia de que el
esfuerzo direccionado y el entrenamiento logran cambios sistemáticos y predecibles en la
función cerebral. Y esto es justamente lo que la física cuántica puede explicar a través del
ZQE.
Por ejemplo, el equipo del doctor Ochsner, de la Universidad de Columbia, realizó
un experimento que permite demostrar que la forma en que una persona dirige su atención
afecta tanto a su experiencia de la realidad como al estado de su cerebro. Estos
investigadores separaron a un conjunto de personas en dos grupos y se los hizo pasar por
dos fases. La primera fase fue de entrenamiento: a ambos grupos les mostraron imágenes
emocionalmente impactantes, por ejemplo, un asesino matando a una mujer. Al grupo 1 se
le enseñó a atender pasivamente y reportar sus emociones tal como las percibía al ver la
foto. Al grupo 2 se le enseñó a reinterpretar esas imágenes para que el impacto emocional
fuera menor, por ejemplo, focalizar la atención en pensamientos como “eso más que sangre
parece salsa de tomate”. Luego se pasó a la segunda fase, en la que se midieron las
respuestas neuronales con resonancia magnética nuclear de los participantes mientras
observaban las imágenes desagradables, debiendo cada grupo interpretarlas como aprendió
en el entrenamiento de la primera fase. Los resultados mostraron que el grupo que atendió
pasivamente a sus emociones mostraba una mayor activación en áreas emocionales como el
miedo. Por el contrario, los individuos del grupo 2, que aprendieron a reinterpretar el
contenido de las imágenes, para que no generasen una respuesta emocional negativa
presentaron mayor activación en áreas del córtex prefrontal, justamente las áreas de
pensamiento superior relacionadas con la actividad mental más racional. A su vez, este
grupo presentó una disminución de las emociones negativas. Estudios y resultados
similares a los experimentos de Davidson con las fotos de los bebés con tumores que vimos
al principio del capítulo. En conclusión, se demuestra que el modo en que uno decide
prestar atención impacta directamente en la determinación de qué áreas del cerebro
se van a activar. Como diría mi abuela, “Cuanto más prestás atención a las cosas malas,
más cosas malas te pasarán”.
Para seguir sumando a estos conceptos, el matemático estadounidense John von
Neumann formuló una teoría que da cuenta de cómo la mente del ser humano
voluntariamente puede alterar sus patrones cerebrales y, de esta manera, al mundo físico del
cerebro. En la teoría de Von Neumann encontramos tres procesos distintos: el Proceso Dos
(sí, ya sé, es raro, pero empieza con el número dos) es el proceso cuántico que consiste en
el cambio de un sistema de un estado a otro, lo que genera un conjunto de mundos posibles.
En la física cuántica se habla de probabilidades, por eso a partir de una causa tenemos
varios efectos posibles con distintas probabilidades, de los cuales uno solo se actualiza. A
eso nos referimos cuando decimos “mundos posibles”.
Por ejemplo, imaginemos que hay una persona sentada en una habitación mirando
una película de terror y justo está observando una escena de tensión donde de repente
aparece el asesino. En un primer momento, la persona está sentada tranquila mirando la
película; luego, en un segundo momento, frente a la aparición del asesino en la película, la
persona puede: asustarse mucho, asustarse poco o no asustarse (cada posibilidad implica un
correlato de activación neural específico: poca activación de áreas emocionales, mediana
activación, mucha activación). Tenemos tres mundos posibles que dependen de la reacción
que tome la persona. Luego, sucede el Proceso Uno, que es la elección humana de una
posibilidad dentro del conjunto de posibilidades —o mundos posibles—. En nuestro caso,
la persona puede decirse a sí misma: “Esto no me asusta porque es una película”; “No me
tendría que asustar pero qué miedo me da el asesino”; o “¡Qué horror! El asesino va a matar
a la chica”. En este proceso, el rol importante lo tiene la elección de la persona sobre a qué
pensamiento o estado cerebral prestar atención. El Proceso Tres, finalmente, es llevado a
cabo por la naturaleza, que le da información al ser humano respondiendo “sí” o “no” a su
elección. En nuestro caso, la naturaleza le demostraría a nuestra persona que efectivamente
asustarse no tiene sentido porque es sólo una película y el asesino no es de verdad. Con lo
cual la respuesta de la naturaleza sería: “Sí, esto es sólo una película”.
En el Proceso Uno es donde entra la voluntad del ser humano, que decide mantener
un modelo mental, por ejemplo, “Esto no me da miedo porque es sólo una película”. Este
proceso implica una elección que no responde a las leyes de la física, porque la elección no
está hecha de materia pero tiene un efecto definitivo sobre el cerebro del que elige. La
elección libre de las personas es vista por la física cuántica como subjetivamente
controlable, es decir, no hay una ley física que dé cuenta de cómo vos decidís mantener o
no un determinado estado mental, pero sí da cuenta de cómo el mantenimiento de ese
estado mental produce cambios físicos en la estructura del cerebro y consecuentemente en
tus conductas y a gran escala, en la naturaleza.
Otra forma de verlo sería: “las preguntás que te hacés influyen en las respuestas que
aparecerán en tu mente”. Es decir, creás tu propia realidad a través de la naturaleza
consciente o inconsciente de tu diálogo interno. Si yo te pregunto “¿Entendiste qué es la
atención positiva?”, vos vas a activar ciertos circuitos neuronales para buscar la respuesta a
mi pregunta. Pero si te pregunto si fui claro al explicar lo que es la atención positiva,
seguramente serán otros los circuitos que se activarán, a pesar de que las dos preguntas son
casi la misma. Esto está ocurriendo todo el tiempo durante tus diálogos internos. Elegís
prender o no ciertos circuitos neuronales. Recordá que cuanto más los prendas, más
recibirás en tu vida de eso. Prendés miedo, tendrás miedo; prendés chino, aprenderás más
rápido chino. Como vimos en el capítulo de expectativas sobre cómo el estilo explicativo
que tenés sobre las cosas que te suceden puede ayudarte o perjudicarte a cambiar, veamos
ahora la neurociencia detrás de esos estilos cuando dialogás con vos mismo. Esos diálogos
internos van a crear tu propia realidad.
¿Estás en default?
Si tomás conciencia de qué está haciendo tu mente y tratás de buscar en ella calma,
tranquilidad, te darás cuenta de que la mente es un lugar muy ruidoso. Está muy ocupada en
un diálogo interno, yendo y viniendo del pasado al futuro y empujándote lejos del presente.
Si te ponés a pensar con cuidado, verás que ese estado constante de distracción interna en
general te lleva a sentirte disconforme, un poco ansioso o estresado, malhumorado con tu
situación actual, con el tiempo presente. Es como si “alguien” te arrastrara fuera de tu
experiencia directa del tiempo presente hacia un lugar de estrés y sufrimiento. La
neurociencia hoy puede ver bajo resonancia magnética qué le pasa al cerebro, qué áreas son
las que se encienden y cuáles se apagan durante ese estado de “reposo” o default de la
mente, es decir, cuando no estás hacienda nada, sin utilizar tu atención consciente sobre una
actividad o pensamiento determinado. La gente entra al resonador y se le dice que no haga
nada: “descansá tu mente”. Lo primero que se observa es que, cuando ponés la mente en
reposo, el cerebro se vuelve mucho más activo. En lugar de irse a dormir, muchos sistemas
del cerebro se activan en simultáneo. Estas son las áreas que producen lo que conocemos
como “diálogo interno” y sus respectivas distracciones. Este es el estado de default
universal, el estado de reposo de la mente, cuando no estás prestando atención a nada
específico. El reposo o default no es un estado real de silencio o descanso o lo que algunos
llamamos “de paz mental”.
Durante este estado se encienden principalmente cuatro áreas del cerebro que
producen cuatro actividades mentales. La primera es un área que comenta todo lo que
estamos experimentando en el momento presente. La mente produce una opinión de todo lo
que pasa a tu alrededor y en general lo hace criticándote a vos mismo o a los demás, en
lugar de buscar lo bueno o positivo. Por ejemplo: “está haciendo frío”, “qué duro fue mi
jefe en la reunión esta mañana”, “uy, qué tarado soy, me olvidé de llamar a mi vieja”, “por
qué se pone esos pantalones para venir a trabajar, qué desubicada”, etcétera.
Es como un diálogo interno que te dice qué es lo que está mal en este momento de
tu vida. Sin embargo, a veces te podés proponer, con tus pensamientos, alternativas de ese
escenario negativo que te estás creando para que puedas sentirte mejor y seguir adelante
con tu día. “Seguro que más tarde sube un poco la temperatura”, “mi jefe debería
disculparse por lo que hizo”, “bueno… no es grave, llego a casa y lo primero que hago es
llamar a mi vieja”, “la semana pasada se vino toda de flúo, qué mal gusto, no entiende nada
de moda”. Es decir, sin hacer un verdadero esfuerzo, tu mente está diseñando una realidad
alternativa de cómo las cosas deberían ser para vos.
Una segunda actividad que hace la mente en simultáneo al diálogo interno es viajar
en el tiempo. Esto se observa en los escáneres al activarse áreas del cerebro involucradas en
recordar cosas específicas que te pasaron en el pasado, y en paralelo, con áreas que te
transportan a imaginarte diferentes escenarios, es decir, el futuro. Te creás una fantasía
recordando cosas que te pasaron y proyectándolas hacia el futuro imaginando qué podría
pasarte. Mientras viajás internamente, te perdés muchas cosas que están pasando en el
presente, como viviendo en otra parte.
Una tercera área activa en estado de reposo de la mente es la responsable del
proceso de autorreferencia. Aquí lo que sucede es que sea lo que fuere que el cerebro elige
pensar —presente, pasado o futuro—, está permanentemente tratando de interpretar esa
información con relación a quién sos. De esta forma va creando una identidad, trata de
fortalecer el sentido de quién sos como individuo: “yo soy la clase de persona que…”, “a
mí me gusta mucho… y no me gusta…”, “los demás deberían tratarme de esta manera
porque así soy yo”.
La cuarta actividad es conocida como cognición social o pensar en otras personas.
Hay muchas formas de hacer esto. A veces te preguntás qué pensarán de vos, o vos de ellos,
y los ponés en categorías: amigo, enemigo, jefe, menos inteligente, no me importa, etcétera.
Pasás mucho tiempo pensando en vos en relación con los demás, comparándote: ¿lo hace
mejor que yo?, ¿tiene más que yo?, ¿es más atractivo que yo?
Estas cuatro actividades las hace el cerebro simultáneamente sin que vos le pidas o
quieras hacerlo cada vez que tu atención se diluye del momento presente, cada vez que
dejás la mente “descansar”. Muchos de estos momentos causan estrés, malestar,
sufrimiento. El estado de reposo de la mente o estado de default entonces no es un reposo
como el que conocemos: tranquilidad, paz, silencio, bienestar. En el cerebro, es más bien
perderte del presente y sufrir un poco, y a veces, mucho. Es evidente que cuando reactivás
tu mente en alguna actividad que te requiera foco y atención, salís inmediatamente de ese
estado (leer un libro, conversar con alguien, mirar una peli, ponerte a trabajar, practicar
deporte, etcétera).
Estudios neurocientíficos muestran, por ejemplo, que personas depresivas viven
más tiempo atrapadas en este estado de default, incluso cuando tratan de involucrarse en
alguna actividad que les requiera foco y atención y que les provea cierto alivio. Además,
cuanto más difícil es para estas personas salir de ese estado, peores son los síntomas, más
deprimidas se sienten. Lo mismo ocurre con quienes sufren de mucha ansiedad o de
síndrome de estrés postraumático. Sin embargo, sabés lo que es estar atrapado en ese estado
y esto genera un real problema cuando querés hacer un cambio en tu vida. Acercarte a la
idea de cambiar algo desde el estado de reposo de la mente puede jugarte una mala pasada.
Si usás el estado de default, con sus cuatro actividades principales a flor de piel, para
ayudarte a orientar el cambio que querés, en general te convencerás de que el cambio no es
posible. Otra cosa que sucederá es que estarás orientado primero a cambiar cosas del
mundo exterior, antes que ocuparte de cambios que podés hacer vos, en tu comportamiento,
pensamientos, reacciones y hasta en tu relación con las experiencias que estás teniendo en
la vida.
Las teorías de neurociencia y evolucionistas más aceptadas de por qué hay tanto
ruido y muchas veces sufrimiento, y de por qué no podemos cerrar los ojos y descansar la
mente, argumentan que el estado de default evolucionó para permitirnos sobrevivir en un
mundo cada vez más dinámico. Con tribus cada vez más complejas, peligros y amenazas
ambientales y depredadores, seguramente estaba bueno tener un cerebro que cuando no
estaba haciendo nada se dedicaba a tratar de resolver problemas que todavía no ocurrieron.
Por ejemplo, si no hay ningún leopardo persiguiéndote, es bueno que pienses dónde estarán
los leopardos o qué harías si te encontraras con uno. Parece que el estado de default
evolucionó de manera favorable para protegernos de amenazas futuras y resolver conflictos
sociales, ya que estamos pensando constantemente qué estarán pensando los otros sobre
nosotros. Si miramos el lado positivo del estado de reposo, no podemos ignorar que, más
allá de las cuatro actividades principales que describimos y que muchas veces nos traen
más insatisfacciones que otras cosas, durante este estado la mente también puede resolver
problemas y ser muy creativa, algo que sin duda sigue siendo muy valorado, pero que cien
mil años atrás probablemente era indispensable para sobrevivir. Es también durante esos
momentos de reposo de la mente que te desarrollás teniendo nuevas ideas.
Ser alternativo
Expertos neurocientíficos han encontrado que existe un estado alternativo de la
mente que no se la pasa evaluando ni escapando, sino más precisamente relacionándose de
manera directa y con toda la atención y foco en las experiencias que estás viviendo en el
momento, en el tiempo presente. Este modo alternativo lo componen los circuitos
conocidos como de la experiencia directa. Es el estado que alcanzás al practicar la técnica
de atención plena. Utilizando todos los recursos del cerebro, toda tu capacidad de atención,
para vivir una experiencia o actividad, sea cual fuere, positiva o negativa, podés aprender
más de esa experiencia o actividad y mejorar y desarrollarte como persona. Es decir,
escapándote de lo que te sucede no aprendés nada, más bien sufrís un poquito más.
Al mirar con escáneres los cerebros en modo alternativo, se observa un incremento
de actividad en todas las regiones que procesan lo que sucede en tiempo presente y baja o
nula actividad en áreas del diálogo interno o comentarios, el pasado o futuro. O sea,
aumenta la actividad que procesa lo que ves, lo que oís, lo que olés, lo que sentís en tu
cuerpo, como las sensaciones físicas y las emociones. También aumenta la actividad del
área que controla la atención, justamente los circuitos responsables de permitirte focalizar
en lo que estás viviendo en ese momento al ciento por ciento, sin perderte en tus
comentarios, diálogos internos o viaje por el tiempo. Pero, más interesante aún, los estudios
neurocientíficos que permitieron descubrir este modo alternativo se realizaron con personas
que habían sido entrenadas en meditación o la ya conocida técnica de atención plena.
Curiosamente, a aquellos no entrenados en alguna de estas técnicas o similares les resulta
muy difícil, por no decir imposible, activar este modo alternativo de forma exclusiva, sin
tener interferencias del diálogo interno, críticas, viaje por el tiempo, etcétera, del modo de
default.
Ya venimos hablando seguido sobre el poder de la meditación. Desde la ciencia,
hoy sabemos que la meditación interviene en al menos tres cambios centrales en el circuito
de default de las personas que practican esta disciplina.
Si son distraídos de la experiencia directa cayendo en el estado default de la mente,
la recuperación —vuelta a la estado experiencia directa— es más rápida que en aquellos
que no meditan. Es como si desarrollaras un estado de conciencia interna que te permite
que, cada vez que caés en el default, te des cuenta de esto y vuelvas al estado de
experiencia directa. Es decir, de manera consciente podés elegir salir de un estado para
volver a otro.
Los meditadores transitan su vida utilizando durante mucho menos tiempo el estado
de default. Además, sus áreas de viaje en el tiempo, diálogo interno y cognición social están
menos activas en general.
Sus regiones cerebrales involucradas en la experiencia directa —ver, oír, sentir,
etcétera— son más densas, o sea, más y mejores conexiones, porque las usan más prestando
mucha atención a ellas.
En definitiva, la meditación te ayuda a cambiar tu relación con el estado de default.
Por un lado, te permite ver lo que hace tu mente en ese estado, ver tus pensamientos. Esto
te hace tomar distancia de los pensamientos y entender que no son interpretaciones
perfectas de la realidad sino hábitos de la mente. El solo hecho de que seas consciente de
esto te permite no creer que todo lo que pensás es lo que te pasa, que hay algo malo o
negativo con tu vida —como te dirían tu diálogo interno y tu cognición social—. Meditar
entonces no se trata necesariamente de silenciar esos pensamientos, distanciarte de ellos
hará un gran beneficio a tu bienestar mental. Meditar es, entonces, desde una mirada
neurocientífica, aprender de tu estado de default de la mente y, al mismo tiempo, fortalecer
el estado alternativo de experiencia directa.
En conclusión, cuando dirigís tu atención a eso que te importa, tu cerebro
subatómico comienza a hacer conexiones que literalmente diseñan los cambios que querés
y la realidad que ansiás ver. La atención crea un fenómeno que permite a los átomos lograr
una estabilidad dinámica o cambio positivo. ¿Te suena? En otras palabras, si observás
repetidas veces algo, permitís que ciertas moléculas queden retenidas, y de esta manera
creás la realidad a la que estás focalizando. Esto es bien distinto de otro tipo de atención
cerebral básica, la involuntaria. Esta última ha evolucionado como mecanismo de
supervivencia ya que no tenés que gastar energía pensando a qué le tenés que prestar
atención. La atención involuntaria se dispara cuando cualquier cosa te pone en peligro. Es
la atención que usás para aquello que es lo más importante y urgente que te está pasando en
la vida en ese momento. Es por esto que prestás inmediata atención a cualquier peligro
como neumáticos frenando en el asfalto, sonidos de accidentes, el olor a humo, luces que
parpadean, aullidos de predadores, etcétera. Dados el contexto y las presiones naturales, tu
cerebro evolucionó de manera tal de prestarles atención a aquellas emociones negativas
más que a las positivas, puesto que el dolor de esas emociones te empuja a querer
resolverlas. Ni siquiera tenés que pensar en prestar atención al miedo, culpa, enojo, ya que
cualquier cosa que pueda sonar peligrosa automáticamente le prestás atención cerrándote a
otros eventos de tu alrededor.
En definitiva, para lograr el cambio, tu atención consciente debe coincidir con
tus intenciones y expectativas. Al hacer esto, comenzás a crear el próximo momento, es el
primer paso de muchos momentos sucesivos. La atención tiene dos momentos de selección.
El primero es llevar tu energía a algo que vos querés focalizar y el segundo es inhibir la
energía de las cosas que suceden alrededor de eso. Para que tu cerebro focalice en algo,
primero debe suprimir los ruidos que rodean ese algo. Cuando lográs estar focalizado sólo
en eso, se convierte literalmente en tu única realidad cerebral y todo lo de afuera queda
excluido. No podés aprender bien chino si al mismo tiempo estás jugando a la Playstation.
Te lo repito: para lograr el cambio tu atención debe coincidir con tus intenciones. Cuando
no prestás atención a tus intenciones, entonces estás literalmente inconsciente a eso que
decís que querés, y en ese estado actuás bajo procesos dominantes y automáticos. Nada
nuevo, no hay cambio.
El peligro en esta sociedad es que hay demasiados estímulos compitiendo por
nuestra limitada atención: computadoras, teléfonos celulares, redes sociales, requerimientos
en el trabajo, etcétera. Como resultado, muchas veces estás distraído por las demandas del
trabajo, familia, presiones sociales, horas en el tráfico, deportes, sociabilizar, y tenés poca
densidad de atención hacia eso que querés cambiar. Algunos estudios indican que en tu
vida tenés una capacidad limitada de atención de 173 mil millones de bits de información.
¡A utilizarla mejor!
No te pegues
Tras varios experimentos neurocientíficos con personas muy diferentes se concluyó
que a la gente le parece mucho más fácil ser más duro y crítico que tener cierta compasión
o consideración con uno mismo. La autocrítica con látigo en lugar de con esponja. La gente
cree más en los mensajes fuertes que en las palabras suaves. Sin embargo, hay gente que es
dura consigo misma cuando se critica pero que puede y sabe ser muy considerada y
comprensiva con otras personas. Quizá las razones para este típico comportamiento
humano es que, como vimos, en el estado de default nuestro cerebro tiene una
preponderancia hacia lo negativo. Es como si tu cerebro estuviera construido para mirar
más lo que está mal que lo que está bien. Para muchos de nosotros, darnos con el látigo,
sobre todo luego de un fracaso, error o mal momento, es motivador del cambio. Si somos
duros con nosotros, si nos hacemos sentir mal sobre lo que pasó, sobre lo que hicimos o no
hicimos, sobre quiénes somos o quiénes deberíamos ser, de alguna forma toda esta crítica
destructiva nos va a llevar a cambiar, o al menos a encontrar la fuerza y la motivación para
cambiar. Esta es una creencia muy profunda en muchas personas (y en empresas, ni te
cuento).
Quizá cuando eras chico te han retado muy fuerte para cambiar algún
comportamiento, para explicarte qué estaba bien y qué estaba mal. Pero ahora, como
adultos, esa crítica te perturba mucho más de lo que te ayuda. Hoy existe una cantidad
enorme de evidencia científica que concluye que cuanto más duro sos con vos mismo al
tratar de cambiar algo en tu vida, y sobre todo si te está costando cambiar, menos
posibilidades tenés de lograr ese cambio y más posibilidades de renunciar definitivamente a
seguir tratando de cambiar. Cuando se miran por escáneres los cerebros durante la
autocrítica, se observa que dos áreas particulares se activan, unos circuitos llamados de la
autoinhibición, que son los responsables de poner un freno para que no tomes ningún tipo
de acción. Así, imposible cambiar. Es como si el cerebro te protegiese de vos mismo
diciéndote que, por las dudas, no hagas nada. Los otros circuitos son áreas que se encienden
cuando alguien te está amenazando o retando. Entonces, según la activación cerebral que se
observa, al criticarte es como si te pusieses un chaleco de fuerza que te impide actuar, y al
mismo tiempo te sentís como en una especie de penitencia, desmoralizado, lo opuesto a
motivado. Durante la autocrítica no se activan áreas involucradas en recordarte tus
objetivos, tomar acciones positivas o hacer cambios. Criticarte duro es como ponerte en
prisión, que por cierto no es un ambiente óptimo para cambiar. Sólo te hace sufrir más,
enojarte y hasta creer que te será imposible cambiar algo, algún día, de vos o de tu vida.
Además, la gente que es más dura consigo misma durante una autocrítica tiene
menos motivación y menos control sobre sus acciones que aquella más comprensiva. En
lugar de ser duro con vos, necesitás ser más consciente de tus acciones y de lo que hacés, y
que esto sea, además, consistente con tus valores y objetivos. Usar esa conciencia para
guiar tus comportamientos y redirigir hacia lo que querés a largo plazo cuando descubras
que te corriste fuera del camino. Desviarse del camino o descarrilar no requiere ser duro y
súper crítico, tampoco deberías sentirte avergonzado si sucede. Ya lo dijimos varias veces:
cambiar es fallar. Peor aún, cuanto más duro sos con vos al criticarte, con más frecuencia
actuás a través de hábitos automáticos que no son buenos para tu bienestar a largo plazo.
Estos comportamientos frecuentes derivados de tus hábitos, como veremos en el último
capítulo, son en general una estrategia para sobrellevar el estrés o para tratar de dejar de
sentirte mal, pero sólo a cortísimo plazo. Abrir la heladera y comerte todo lo dulce que
haya, ir de compras, fumar, drogarte, quedarte sin hacer nada, etcétera, todos
comportamientos que activan tu sistema de recompensa cerebral y te dan placer casi
instantáneo, pero que seguramente no encaja con los objetivos y deseos que tenés para vos
y tu bienestar a largo plazo.
Finalicemos este viaje ahora entendiendo cómo decirles NO a esos hábitos que te
conducen al placer o al alivio casi instantáneo, pero que no encajan con los objetivos y
deseos que tenés para vos, o sea, los que no te dejan cambiar.
Reprogramar tu cerebro
No todo lo que encaramos puede ser cambiado,
pero nada puede ser cambiado si no es encarado.
JAMES BALDWIN
Tus 0.2 segundos
Ya sabés que el cerebro hace nuevas conexiones basado en el uso repetitivo: tus
experiencias. También aprendiste que si repetís un pensamiento o comportamiento lo
suficiente, prestándole mucha atención, su representación a nivel cerebral se fortalecerá
estableciendo un nuevo mapa o circuito y se convertirá en automático: es así cómo se
forman los hábitos. En efecto, cuanto más seguido realizás una acción, más fuertes se hacen
las conexiones neuronales para esa acción, entonces, más difícil será modificarlos. Cuando
aprendés a hacer algo (o pensar o sentir), las conexiones neuronales responsables de esa
acción (o pensamiento o emoción) son como un piolín que, con las repeticiones, se
convierte en un cable de acero. Podría pensarse que cambiar es romper ese cable pero,
como veremos con el poder de vetar, hoy la ciencia tiene evidencia de que, más que
romperlo, lo cambiamos por uno nuevo. En este caso, uno más saludable o más orientado a
tus expectativas e intenciones. Eso que querés cambiar. Cuando hayas cambiado, habrá otro
cable nuevo.
Te propongo que conozcas una habilidad que tiene la mente para, llegado el
momento automático de reaccionar con un hábito frente a un estímulo, puedas generar
elecciones alternativas —nuevos piolines— para reemplazar esos viejos hábitos y patrones
de pensamiento, emociones y acciones que no te hacen bien, a las que llamaremos malos
hábitos.
Si prestás mucha atención a tu día, verás que la mayoría de las acciones que realizás
no las pensás, son involuntarias. Es decir, conscientemente no decidís con tu córtex
prefrontal, que le da la orden al córtex motor de hacerlas. Por ejemplo, mientras tecleo en la
compu, es obvio que decido qué letra apretar. Estoy pensando qué escribir: mi córtex
prefrontal le da la orden a mi córtex motor para que mis dedos aprieten ciertas teclas y no
otras para formar así estas palabras que estás leyendo. Pero mientras hago esto, cada tanto
agarro un vaso de licuado de naranja y durazno y tomo algunos sorbos. Esas dos acciones
(agarrar el vaso y llevarlo a mi boca) no las pienso, suceden. O sea, por momentos me
encuentro tomando licuado y podría decirme: “¿Cuándo decidí agarrar el vaso?”. Fue mi
cerebro el que decidió. Como hemos visto a lo largo del libro, nuestro cerebro decide, sin
consultarnos, muchas de las cosas que hacemos o dejamos de hacer. No nos pregunta si
queremos seguir haciéndolas, si aún son beneficiosas o si se condicen con nuestras
expectativas y objetivos a largo plazo. Entonces, esa acción involuntaria es iniciada por el
cerebro sin que nos demos cuenta de manera consciente. En 1982, el especialista en
neurociencia Benjamin Libet determinó que en el cerebro 0.5 segundos antes de que ocurra
la acción involuntaria, se genera una señal eléctrica en el córtex motor, llamada en inglés
readiness potential. Es decir, la señal eléctrica neuronal de “hacé una acción involuntaria”
tarda medio segundo en llegar a destino (mano, pie, cuerpo) y ser realizada. Por ejemplo,
0.5 segundos antes de que mi mano agarre el vaso de licuado, desde mi cerebro ya había
salido la señal hacia la mano: “Agarrá el vaso”. Es decir, cuando el licuado entra en mi
boca, mi cerebro “sabía” medio segundo antes que yo que eso iba a pasar. ¿Y yo cuándo me
entero de que eso está por suceder? Podría enterarme unos 0.3 segundos luego de que la
señal de readiness potential haya sido iniciada en el cerebro. O sea, puedo ser consciente de
la intención de la acción que fue iniciada por mi cerebro. Es el espacio de tiempo entre la
conciencia de la acción y la realización de la acción. Es decir, me quedan 0.2 segundos
(0.5–0.3 = 0.2) para decidir no hacerla. El poder de vetar es la conciencia que puedo
ejercer sobre una acción involuntaria accionada por el cerebro para no realizarla.
Parece poco tiempo, pero es más que suficiente para permitirnos que nuestra conciencia
entre en funciones y pueda alterar el resultado de la intención de acción. La mente tiene
poder de veto sobre el cuerpo. Libet describió entonces que “como el libre albedrío es
iniciado en el cerebro de manera no consciente, uno no tiene por qué sentirse culpable o
pecador por el simple hecho de sentir ansias, urgencias o deseos de hacer algo no social.
Pero el control consciente sobre ese posible acto está al alcance de todos, haciendo,
entonces, que sí tengamos responsabilidades por nuestros actos”. Es decir, vos no tenés que
actuar “siempre” de la manera que te sentís (ansias, urgencias o deseos).
Con entrenamiento podés mejorar el estar consciente de tus 0.2 segundos para
cambiar una acción: cuando estás por gritarles a tus hijos porque te sacaron de las casillas,
frenar y no gritarles, hablarles tranquilo. Cuando estás por encender el cigarrillo en la
puerta del bar rodeado de amigos, no lo encendés, pero entrás a pedir un vaso de agua.
Cuando tentado por el olor entrás en la panadería a pedir una docena de facturas, al llegar al
mostrador pedís una porción de tarta, etcétera. Podés vetar, decirle que no a una acción, a
un hábito, a una señal cerebral que, por comodidad, ahorro de energía y esfuerzo o
búsqueda de placer y alivio inmediato, tiende a repetir una acción, emoción o pensamiento.
Vetar no sólo significa decir que no a una acción aislada. Hoy sabemos que para cambiar
definitivamente esa acción o hábito en tu vida es mucho más eficiente y sostenido a largo
plazo reemplazar esa acción o hábito que no querés más por otro más sano y saludable.
Construir un cable nuevo al lado del cable viejo. Si volvés a leer otra vez mis ejemplos,
verás que utilicé alternativas de una acción por otra: hablarles tranquilos, tomar agua, pedir
tarta, etcétera. Es decir, lo que estás haciendo al hablarles tranquilo una primera y segunda
vez, es construyendo un piolín, pero si lográs sostenerlo en el tiempo —utilizando tus
expectativas, tu atención positiva y repitiendo esa nueva experiencia— se formará un nuevo
cable al lado de ese viejo cable —gritarles cuando estás enojado— que ya no te hace bien,
que no te deja cambiar. Cambiar sería construir un nuevo hábito sano y orientado a tus
objetivos de largo plazo, al lado de un viejo hábito que ya no te sirve. En definitiva, cuando
queremos cambiar malos hábitos, sean estos poco sanos o ineficientes para nuestra
productividad y desempeño, tenemos un período crítico de 0.2 segundos para decidir no
realizar ese hábito y reemplazarlo por otra acción (pensamiento o emoción). Los 0.2
segundos del poder de vetar a nuestro cerebro inconsciente con nuestra mente. Cada vez
que utilizamos este poder de vetar, estamos activando nuestra neuroplasticidad para formar
nuevos patrones y conexiones. Pero quizá nuestro desafío más grande sea la sociedad, la
cultura y el ambiente, que nos condicionan no a cambiar sino a focalizarnos en mandatos,
rutinas y hábitos que nos imposibilitan el ejercitar nuestro poder de vetar. Es decir, no sólo
tenemos que manejar mejor nuestro cerebro, sino también esquivar mandatos y formas de
hacer las cosas de la sociedad en general.
Entremos en el mundo neurocientífico de los hábitos para entender mejor qué y
cómo hacer para cambiarlos.
Ganglios basales
En el cerebro, un hábito se forma en respuesta a un comportamiento que ya hiciste
varias veces. El hábito empieza como un circuito neuronal específico que relaciona un
disparador, estímulo o factor desencadenante con un objetivo que luego promueve un
comportamiento o acción determinada. Muchas cosas pueden ser disparadores: un
pensamiento, una emoción, algo del ambiente, otras personas, una actividad que estás
haciendo. Por ejemplo, puede ser que fumes (mal hábito) sólo cuando estás con amigos en
un bar (disparador), pero no en otro contexto; o cuando te sentís triste (disparador) vas en
busca de algo dulce (mal hábito si te bajás una torta entera) o vas a hacer algo de actividad
física (con moderación es un hábito bueno, si te matás más de lo que tu cuerpo se banca
puede lastimarte). Hay algo en este proceso que dispara una necesidad y vos elegís el
comportamiento que trata de satisfacer esa necesidad. Cuando lo hacés muy seguido, el
cerebro entiende rápido y aprende a anticipar que ante un determinado disparador o
estímulo vos vas a actuar con una acción muy específica. Lo que sucede es que lo que en
algún momento fue una elección consciente y un deseo intencional, luego se convierte en
algo automático y veloz, y entonces el cerebro va directamente del disparador al
comportamiento y de manera casi instantánea. Y así, ese momento en el que vos querías
alcanzar un objetivo, o en el que reconocés que querés algo y tenés que tomar alguna
decisión para esa urgencia, ansia, deseo, se borra de los circuitos neuronales. Es decir, para
usar los ejemplos anteriores, al entrar al bar te ponés a fumar y cuando estás triste te
encontrás en el kiosco comprando, pero todo esto sucede ya sin el componente
motivacional. Ya no decidís vos, decide tu cerebro.
El cerebro evade la motivación y va directo al comportamiento. Esto lo hace porque
el cerebro ama conservar energía. Para él es muy eficiente y productivo predecir qué es lo
que vos harías cuando te enfrentás a ciertos disparadores o estímulos. Es una forma de
simplificar el proceso consciente de “tener” que elegir, que gasta mucha más energía. Y
esto ocurre neuronalmente, como vimos, según la Ley de Hebb. La misma, te la recuerdo,
establece que cuando algunas neuronas se activan con un mismo patrón repetidas veces,
eventualmente forman un circuito. Una vez que ese circuito está establecido, las áreas del
cerebro involucradas responden automáticamente cada vez que ocurre una situación
similar. Esto causa que el circuito sea cada vez más fuerte, y así se forma y mantiene un
hábito. Sería el pasar del piolín (neuronas disparando juntas cada tanto) al cable de acero
(circuito establecido, neuronas muy fuertemente unidas). Siguiendo los ejemplos, si
nosotros relacionamos el estrés con algo dulce y repetimos este comportamiento, el circuito
que automáticamente te lleva al kiosco o a la heladera cuando estás estresado se fortalece,
se hace más denso y mejor conectado. Difícil salir de ahí. Mientras esto sucede, el centro de
recompensa del cerebro, que pronto veremos cómo funciona, va aumentando su actividad
cada vez más, por lo cual tus ansias y urgencias por algo dulce aumentarán cada vez que te
estreses. Muy difícil salir de ahí. Lo que antes “calmaba” una porción de torta, luego de un
tiempo va a necesitar tres porciones y luego la torta entera. ¿Te suena? Cuando llevás diez
años yendo a trabajar en auto por el mismo camino, subte o colectivo (circuito) te lleva
mucho más esfuerzo y energía tomar por un camino diferente (cambiar).
Es decir, el cerebro está construido para aprender hábitos y para conservarlos. Para
nuestro propósito de cambiar, esto parece malo, pero en realidad es muy bueno porque una
de las formas más efectivas de cambiar los malos hábitos es aprendiendo nuevos hábitos
para reemplazar los viejos que no queremos o no nos sirven o nos perjudican a largo plazo.
Construir nuevos hábitos positivos. Y esto es lo que el cerebro sabe hacer bien: hábitos.
El área del cerebro involucrada en aprender y retener los hábitos son los ganglios
basales. Se encuentran geográficamente en el medio del cerebro, muy cerca de las áreas
responsables de nuestras necesidades básicas de supervivencia e instintos, como el hambre
y la sed. Además, está cerca de nuestra amiga la amígdala, que produce la respuesta al
miedo y detecta amenazas disparando nuestro instinto de agresión o autodefensa. Y muy
cerca, también, del hipotálamo, que crea los deseos sexuales. ¿Por qué te estoy haciendo un
descripción geográfica? Para que veas que tenés un cerebro que dispone muy cerca los
circuitos de nuestros hábitos aprendidos con los de nuestros instintos de supervivencia. Eso
determina que muchos de tus hábitos estén relacionados con tus necesidades de
supervivencia básica. Por eso frente a momentos de estrés y dificultad utilizamos estos
instintos.
El ganglio basal también es responsable por aprender y mantener lo que conocemos
como memoria de procedimiento. Esto es cuando nos acordamos cómo hacer algo pero sin
tener conciencia de ello, como por ejemplo andar en bicicleta o volver a casa desde el
trabajo. No tenés que pensar cómo hacerlo, es como un mapa interno que ni necesitás
consultar. Sabés de dónde salís, adónde tenés que ir y de repente, como por arte de magia,
llegaste sin ni siquiera haber pensado en cómo llegar durante el camino. Estas memorias de
procedimiento son las que sustentan todos los hábitos. Es por eso que, a veces, nos
encontramos realizando acciones o comportándonos de cierta forma sin haber sido
conscientes de que lo estamos haciendo. Por ejemplo, cuando me mudé del barrio de
Palermo al barrio de Núñez, en Buenos Aires, durante varios días cuando salía de la
universidad para volver a casa mi cuerpo me decía que tenía que ir por Avenida del
Libertador hacia el centro, y lo hacía, en lugar de ir en dirección a provincia, donde está
ahora mi nuevo hogar. Cuando me sentaba en el auto al salir del trabajo tenía una memoria
de procedimiento: “ir hacia Palermo”. Esto es exactamente lo que pasa en tu cerebro
cuando, por ejemplo, estás muy triste y de pronto te encontrás comiéndote una torta, o
cuando estás ansioso y le gritás a alguien. Seguro que podés encontrar tus propios ejemplos.
El clásico es encontrarte frente a la heladera, con la puerta abierta y a punto de comer algo
pero no tenés hambre, ni siquiera fuiste consciente de que estabas yendo a la cocina.
Finalmente, si bien cuando tratamos de cambiar hábitos estas memorias de procedimiento
son una pesadilla, en realidad es un don de nuestro cerebro poder no gastar tanta energía
consciente para la gran mayoría de las acciones de nuestro día.
Además, los ganglios basales están involucrados en establecer el nivel de ansiedad y
ayudan a modular la motivación. Si tus ganglios basales están hiperactivos, como en el caso
de personas con tendencias o desórdenes de ansiedad, te encontrarás más propenso a
sentirte abrumado por situaciones estresantes y tenderás a quedarte “helado” o inmóvil en
pensamientos y acciones. Bajo esta hiperactividad de ganglios basales también tendés a
paralizarte frente al conflicto y, como consecuencia, hacés lo posible para evitarlo. Cuando
los ganglios basales se encuentran hipoactivos —por ejemplo, en personas que sufren
déficit de atención (ADD)—, una situación estresante puede motivar a estas personas a la
acción. Las personas con ADD son generalmente las primeras en las escenas de accidentes
y responden a situaciones estresantes sin miedo. El aumento de la tensión muscular
relacionada con la actividad de los ganglios basales se asocia generalmente con los dolores
de cabeza. Algunas personas con fuertes dolores de cabeza presentan intenso aumento de
actividad en ciertas áreas de los ganglios basales. Esto aparentemente ocurre en dolores de
cabeza causados por contractura muscular —dolor detrás del cuello o en una franja tirante
en la frente— o migrañas y dolor de cabeza punzante que puede estar precedido por un aura
visual u otro fenómeno de advertencia.
FUNCIONES DE LOS GANGLIOS BASALES
Integración de sentimiento y movimiento. Cambiar y suavizar comportamientos
motores finos. Suprimir comportamientos motores no deseados. Establecer el nivel de
ansiedad del cuerpo. Modular la motivación. Mediar entre el placer y el éxtasis.
PROBLEMITAS EN LOS GANGLIOS BASALES
Ansiedad, nervios. Ataques de pánico. Sensaciones físicas de ansiedad. Tendencia a
predecir lo peor. Evitar el conflicto. Tics, síndrome de Tourette. Tensión muscular, dolores.
Problemas motores finos. Dolores de cabeza. Baja o excesiva motivación.
Las siguientes recomendaciones pueden ayudarte a optimizar tus ganglios basales.
Están basadas en datos específicos de los ganglios basales y en experiencias clínicas con
pacientes.
MATÁ LOS PENSAMIENTOS QUE PREDICEN SÓLO LO NEGATIVO
Las personas que tienen problemas en los ganglios basales son expertas en predecir
lo peor. Tienen muchos pensamientos automáticos negativos para predecir el futuro. ¿Te
acordás de las ANT? Aprender a sobrellevar la tendencia a las predicciones pesimistas es
muy útil para curar esta parte del cerebro. Muchas personas dicen ser pesimistas porque
creen que si esperan lo peor de una situación, nunca estarán decepcionadas. Puede ser que
no se decepcionen, pero probablemente mueran antes. El estrés constante provocado por las
predicciones negativas baja la efectividad del sistema inmunológico y aumenta el riesgo de
enfermarse. Ya vimos lo desastroso para el cambio que es tener un estilo explicativo
pesimista. Aprender cómo matar estos pensamientos de predicción del futuro que pasan por
tu mente es clave para manejar efectivamente la ansiedad generada en esta parte del
cerebro.
Cuando te sientas ansioso o tenso, probá los siguientes pasos:
1. Escribí el hecho que te está causando ansiedad, por ejemplo, tener que dar una
charla frente a muchas personas.
2. Prestá atención y escribí los pensamientos automáticos que tenés frente a ese
hecho. Probablemente muchos de ellos sean predicciones negativas si estás ansioso o
nervioso. Algunos serán como “van a creer que soy tonto”, “van a reírse de mí”, “me voy a
trabar al hablar” y “voy a estar temblando y se va a notar que estoy nervioso”.
3. Etiquetá e identificá estos pensamientos como de “predicción de futuro”. En
ocasiones, simplemente nombrar e identificar el pensamiento ya ayuda a quitarle parte de
su “poder”.
4. Contestale a este pensamiento negativo automático y matalo. Escribí una
respuesta para apaciguar este pensamiento negativo. En los ejemplos previos, podría ser
algo como “es probable que no se rían y haré un buen trabajo. Si se ríen, me reiré con ellos.
Sé que hablar en público es tensionante para muchas personas y algunas seguramente
puedan sentir empatía si me pongo nervioso”.
VISUALIZACIÓN GUIADA
Es importante poner —o regresar— tus ganglios basales a un estado saludable y de
relax. Esto se logra con un régimen de relajación diaria. Usar 20 o 30 minutos por día para
entrenar a tu cuerpo a relajarse tiene muchos efectos beneficiosos, como la disminución de
la ansiedad, bajar la presión sanguínea, la tensión y dolor en los músculos, y una mejora en
tu temperamento frente a los demás. La visualización guiada es una buena técnica para usar
a diario. Buscá un lugar tranquilo donde puedas estar solo durante 20 o 30 minutos. (Yo lo
hago en el garaje de mi casa cuando vuelvo de trabajar.) Sentate cómodo en una silla
—podés recostarte si no te vas a quedar dormido— y entrená a tu mente a estar en silencio.
En tu imaginación, elegí tu propio refugio “especial”. Si pudieras ir a algún lugar en el
mundo para sentirte relajado y satisfecho, ¿adónde irías? Imaginate tu lugar especial
apelando a todos los sentidos. Mirá lo que quieras ver, escuchá los sonidos que quieras
escuchar, olé y probá las fragancias y gustos del ambiente, sentí lo que quieras sentir.
Cuanto más vívido sea lo que imaginás, más te dejarás llevar por la imaginación. Si te
molestan pensamientos negativos, prestales atención pero no te obsesiones ni extiendas en
ellos. Pensá que esos pensamientos negativos son como nubes que están pasando. Velos
pasar. Volvé a focalizarte en tu refugio seguro. Respira hondo, despacio, tranquilo y
profundo. Disfrutá de tus mini vacaciones.
PROBÁ RESPIRACIÓN DIAFRAGMÁTICA
El propósito de la respiración es obtener oxígeno del aire para tu cuerpo y soltar
desechos como el dióxido de carbono. Cada célula de tu cuerpo necesita oxígeno para
funcionar bien. Las células del cerebro son particularmente sensibles al oxígeno, ya que
comienzan a morir a los cuatro minutos desde que dejaron de recibir oxígeno. Algunos
pequeños cambios en la cantidad de oxígeno en tu cerebro pueden alterar la manera en que
te sentís o te comportás. Respirá lenta y profundamente, con tu diafragma llevá el aire a la
panza. Este es un ejercicio muy efectivo en personas con trastornos de pánico. Yo mismo lo
probé y me funcionó de maravillas y casi inmediatamente. Aprender a respirar bien es
súper beneficioso. Intentá hacer este ejercicio: sentate en una silla, ponete cómodo, cerrá
los ojos. Poné una mano sobre tu pecho y la otra en tu panza. Durante algunos minutos,
sentí el ritmo de tu respiración. ¿Estás respirando con el pecho o desde la panza, o con
ambos? Muchos adultos respiran con la parte superior del pecho. Para corregir este patrón
de respiración negativo, recostate sobre tu espalda y poné un pequeño libro sobre tu panza.
Cuando inspirás, hacé que el libro suba, y cuando exhalás, hacé que el libro baje. Cambiar
el centro de respiración más hacia abajo en tu cuerpo puede ayudarte a sentirte más relajado
y con un mejor control de vos mismo. Practicá esta respiración diafragmática durante 5 o
10 minutos cada día para estabilizar tus ganglios basales.
PROBÁ MEDITACIÓN
Existen muchas formas de meditación. Ya nos referimos a la atención plena o
mindfulness, y te propuse cuatro meditaciones de esta técnica para que practiques. Si no te
gustaron, podés probar la siguiente. Muchas de las formas de meditar incluyen respiración
diafragmática y visualización guiada. Estos son como pasos para una “autohipnosis”. Las
primeras veces, es necesario hacer esto con tiempo. Muchas personas se relajan tanto que se
quedan dormidas. Si esto te pasa, no te preocupes. En realidad una buena señal porque estás
muy relajado. Es importante que tengas dos o tres espacios de 10 minutos el primer día para
seguir estos pasos:
1. Sentate en una silla cómoda con los pies en el suelo y las manos sobre las piernas.
2. Elegí un punto en la pared que esté un poquito por encima del nivel de tus ojos.
Mirá fijo ese punto y contá lentamente hasta 20. En poco tiempo vas a sentir tus párpados
más pesados. Dejá que tus ojos se cierren.
3. Respirá profundo, tan profundo como puedas, y muy despacio exhalá. Repetí la
respiración y exhalá despacio tres veces. Prestá atención a tu respiración. Vas a notar que te
llega una cierta calma.
4. Cerrá los ojos con fuerza. Luego, dejá que tus músculos del párpado se relajen
lentamente. Date cuenta de cuánto más se han relajado. Imaginate que esta relajación de tus
músculos en los párpados se extiende por todos los músculos de la cara, hacia tu cuello,
hombros y hasta tu pecho y el resto del cuerpo.
5. Cuando todo tu cuerpo se sienta relajado, imaginate en la cima de una escalera
mecánica. Da un paso y bajá por esta escalera mecánica contando lentamente para atrás, de
20 a 0.
6. Disfrutá de la tranquilidad por varios momentos. Después volvé a la escalera
mecánica y, esta vez, subí. Contá hasta 10. Cuando llegues a 10, abrí los ojos, sentite
relajado y bien despierto.
APRENDÉ A MANEJAR EL CONFLICTO
Cuando cedés frente a caprichos, cambios de humor de los chicos, o dejás que
alguien se burle o sienta control sobre vos, te sentís mal. Sufre tu autoestima y la relación
con esa persona se daña. De muchas maneras enseñás a los otros cómo tratarte al mostrar lo
que tolerás y lo que te negás a tolerar. Muchas personas tienen tanto miedo al conflicto con
otros que hacen todo lo posible por evitarlos. Este miedo a los conflictos en realidad
establece relaciones en las que la posibilidad de conflictos es, paradójicamente, mayor. Para
tener poder en una relación, tenés que estar dispuesto a defenderte y defender lo que creés
justo. Esto no quiere decir que tengas que ser malo, grosero ni antipático. Existen maneras
de ser firme y al mismo tiempo racional y amable. Estas son cuatro maneras que pueden
ayudarte a afirmarte de una manera saludable y amable:
1. No te rindas ante el enojo de otras personas sólo porque te pone incómodo.
2. No permitas que las opiniones de los demás controlen cómo te sentís sobre vos
mismo. Tu opinión, dentro de lo razonable, es la que cuenta.
3. Decí lo que sentís y mantené lo que creés que está bien o que es verdad.
4. Sé amable, en lo posible, pero por sobre todo firme en tu postura. Recordá que
sos vos quien determina la manera en que querés que otros te traten. Cuando cedés frente a
los caprichos o cambios de humor, estás marcando y enseñando cómo querés que te
controlen. Cuando te mostrás firme y amable al mismo tiempo, los demás te tienen más
respeto y te tratan respetuosamente. Si dejaste que otros te atropellasen emocionalmente
durante un largo tiempo, van a estar un poco resistentes a tu nueva manera de enfrentar las
cosas con firmeza. Pero mantenete en tu nueva postura y los estarás ayudando a que
aprendan una nueva manera de relacionarse con vos.
Hábitos, una promesa de placer
Si bien el centro de recompensa cerebral es el que te promete que te sentirás feliz y
te empuja a la acción en busca de esa felicidad, muchas veces puede engañarte. Esta área
comprende regiones bien primitivas de nuestro cerebro y ha evolucionado para impulsarnos
hacia la acción y el consumo. Nuestro mundo está lleno de estímulos que la ponen en
funcionamiento, como avisos publicitarios, comidas, marcas de ropa, dispositivos
tecnológicos, etcétera. Es la que nos empuja a la acción en busca de una promesa de
felicidad. Nuestro cerebro se obsesiona con “yo lo quiero”, y una vez encendida se hace
cada vez más difícil decir “no lo quiero”. Entonces, cuando el cerebro reconoce una
oportunidad de recompensa, libera el neurotransmisor dopamina. La dopamina le dice al
resto del cerebro a qué debe prestar atención y dónde debemos meter nuestras ávidas manos
(u otras partes del cuerpo). Pero un chorro de dopamina no crea felicidad, sino una
sensación de excitación. No sexual, sino cerebral: nos sentimos alertas, despiertos,
cautivados, embelesados, encantados. Es cuando reconocemos la posibilidad de sentirnos
bien y nos ponemos a trabajar, accionamos lo que sea necesario para lograr esa sensación.
Durante los últimos años la neurociencia le ha dado a la liberación de dopamina en el
cerebro diferentes nombres: búsqueda, querer, desear, ansiar, entre otros. Fue en 2001, tras
un experimento del doctor Brian Knutson, de la Universidad de Stanford, se demostraron
definitivamente los efectos anticipatorios de la dopamina y no la experiencia misma de
sentirse recompensado. Knutson puso a personas en escáneres cerebrales y las condicionó a
esperar la oportunidad de ganar dinero si veían un símbolo particular en una pantalla. Para
ganar ese dinero debían apretar un botón cuando aparecía ese símbolo. Pero el sistema de
recompensa se iluminaba y activaba apenas al aparecer ese símbolo antes de obtener la
recompensa. Cuando los participantes ganaban el dinero, esta área se desactivaba. El placer
de ganar el dinero se veía reflejado en la activación de otras áreas. De esta manera, se probó
que la dopamina se relaciona con la acción y no con la felicidad. La promesa de la
recompensa garantiza que no dejes pasar la oportunidad, por ejemplo, no actuando o
dejando de actuar. Cualquier cosa que pienses que te puede hacer feliz activará esta área: el
olor a café, el descuento en la zapatería, una mirada de alguien sensual en el subte, la pinta
de la torta en la panadería, etcétera. El chorro de supervivencia, aunque ya nada tiene que
ver con la supervivencia per se. La dopamina entonces secuestra toda tu atención, tu mente
se obsesiona en obtener eso, o en repetir el comportamiento que alguna vez fue disparado
por ese mismo estímulo (malos hábitos). Este es un mecanismo perfecto de la naturaleza
que se asegura de que vuelvas a comer, aunque no tengas ganas de ir a recolectar frutas o a
cazar mamuts, o se asegura de que trates de seducir a esa chica, aunque sepas que puede
llevarte días obtener su número de teléfono, dirección de email o facebook. Así fue que no
nos extinguimos. A la evolución no le interesa la felicidad, pero usa la promesa de la
felicidad para que sigas luchando por sobrevivir. Es la promesa de la felicidad, y no la
felicidad en sí misma, la estrategia del cerebro para que sigas trabajando, cortejando,
cazando y acumulando. Este sistema instintivo es genial si vivimos en un ambiente donde
no hay mucha azúcar disponible, pero hoy no sólo sobra la cantidad de alimentos
producidos sino que están ingenierilmente construidos para maximizar nuestra respuesta
dopamínica. Si seguís cada ráfaga de dopamina a cada minuto, terminás obeso. Cuando un
desodorante o marca de jeans usa campañas de alto contenido sexual, te está convirtiendo
en esclavo de tus chorros de dopamina, que te van a hacer salir a buscar todo tipo de
“oportunidades” para obtener eso que creés que te hará feliz. En nuestra época, la
tecnología moderna nos brinda una sensación de gratificación instantánea. Sabés que un
nuevo mail o el próximo video online te pueden hacer reír, entonces te la pasás
rechequeando sin parar todo tipo de aparato que tengas de manera impulsiva. Es como si tu
smartphone y laptop tuviesen un cable conectado directamente a tu cerebro que se la pasa
alimentándolo con corrientes de dopamina. Por eso la tecnología es tan adictiva y cada vez
querés más. La función básica de Internet describe perfecto la función básica del sistema de
recompensa: buscar, ir por más. Y si bien Internet, los celulares y las redes sociales han
explotado tu sistema de recompensa de manera accidental, las computadoras y los juegos
son diseñados para mantenerte enganchado jugando y jugando. La promesa de avanzar al
siguiente nivel. Es por eso que te es difícil dejar la Playstation, la Wii o similares.
Un estudio mostró que jugar a un videogame incrementa la cantidad de dopamina
como el uso de anfetaminas. La impredictibilidad del puntaje o avanzar a otros niveles te
deja pegado al joystick o al touchscreen de tu teléfono. Esto puede ser, o tremendamente
entretenido o peligrosamente adictivo. En 2005, Lee Seung Seop, un joven coreano de 28
años, murió de una falla al corazón luego de jugar durante cincuenta horas seguidas al
StarCraft. Durante ese tiempo se rehusó a comer y a dormir. Cuando la dopamina pone a tu
cerebro en modo “buscar para sentir recompensa”, te convertís en tu versión más impulsiva,
tomás riesgos fuera de control. Si esa recompensa nunca llega, te deja en un extremo poco
riesgoso, con la billetera vacía o el estómago a punto de estallar, pero en el otro más
riesgoso te puede llevar a un estado de compulsión y obsesión tremendo.
Muchos estudios muestran que cuando se libera la promesa de una recompensa, nos
volvemos más susceptibles a todo tipo de tentaciones, muchas de las cuales disparan
nuestros malos hábitos. Altos niveles de dopamina amplifican lo atractivo de la
gratificación inmediata preocupándote menos por las consecuencias a largo plazo. Este
sistema también responde a la novedad y la variedad, es decir, tus neuronas dopaminérgicas
—las que secretan dopamina— responden cada vez menos a los estímulos familiares, lo
mismo que ocurre si son cosas que te gusta mucho hacer, como un plato particular de
comida o un chocolate de una marca especial. Por eso las marcas cambian
permanentemente sus colecciones, sabores, colores, etcétera.
El sistema de recompensa tiene una segunda arma secreta: no sólo envía dopamina
para que actúes en busca de esa recompensa, sino que además les indica a áreas particulares
del cerebro que secretes hormonas de estrés. Esto hace que te sientas ansioso —una de las
más comunes sensaciones emocionales molestas que describí párrafos atrás— mientras te
anticipás a tu objeto de deseo. La necesidad de obtener eso que querés se convierte en una
sensación de emergencia, de vida o muerte.
Así que ya sabés: “descuento del 80%” o “comprá uno y el segundo es gratis”
inundan tu cabeza de dopamina. Y también ahora entendés por qué algo que te parecía
irresistible en el negocio, cuando llegás a tu casa te desilusiona un poco. La ráfaga de
dopamina que nubló tu juicio y te lo hizo comprar, ya pasó. Si bien es dificilísimo por el
mundo en el que vivimos evitar estos chorros de dopamina que nos hacen actuar muchas
veces sin realmente quererlo, podemos prestar más atención. Saber cómo funciona no los
elimina pero te da el poder de luchar contra eso y ejercitar tu poder de decir que no —tu
poder de vetar— sumado a tu fuerza de voluntad.
Pero, cuidado, esta “promesa de recompensa” es tan poderosa que va a continuar
tratando de obtener y consumir cosas que ni siquiera te hacen feliz, y que hasta pueden
llevarte un poco más a la miseria. Recordá que la búsqueda de esta recompensa es el
objetivo principal de la dopamina y nunca habrá una señal cerebral de stop, al igual que si
la experiencia no es lo que prometía. El stop lo tenés que decidir vos con tu mente; pronto
veremos cómo. A veces estás tan convencido de que “eso” debería hacerte feliz, que lo que
hacés es ir por más, aunque lo que sucede es que todavía no tuviste lo suficiente. Si lograras
analizar cuidadosamente la experiencia y sus consecuencias, al menos podrías eliminar la
ansiedad que te produce obtenerlo. Se trata de ajustar las expectativas para sentirte menos
frustrado, menos desilusionado, menos cansado, menos infeliz. Cuando lográs liberarte de
las falsas promesas del sistema de recompensa, descubrís muchas veces que eso que
ansiabas tanto era la causa central de tu infelicidad. Entonces, es tu sistema de recompensa
el que muchas veces te empuja a lo malos hábitos.
La paradoja es que si bien la promesa de la recompensa no garantiza la felicidad,
que no haya promesa garantiza la infelicidad. Así es. Si escuchás la promesa de la
recompensa, muchas veces caés en la tentación, pero si no hay ninguna promesa, no tenés
motivación, ese es el dilema. Necesitás el sistema de recompensa para seguir conectado,
interesado e involucrado en la vida. Lo que debés hacer para cambiar es separar las
recompensas reales que dan sentido a tu vida de aquellas falsas que te distraen y te vuelven
adicto. Poder diferenciarlas es quizá lo mejor que podés hacer. Entonces, cuando la
dopamina apunte a la tentación, debés distinguir entre “querer” y “felicidad”. El deseo es la
estrategia del cerebro para la acción y puede ser ambas cosas contradictorias: una amenaza
para el poder de vetar o una fuente de voluntad para hacer y obtener cosas. No es que el
deseo sea malo ni bueno, lo que importa es tener la sabiduría de saber cuándo seguirlo y
cuándo no.
Malos hábitos
Nada es más confuso que cuando tu cerebro se apodera de tus pensamientos y trata,
muchas veces con éxito, de dictar tus acciones. Si lo dejás decidir, y no usás tu poder de
veto, puede hacerte actuar de manera autodestructiva de variadas formas: pensando
“demasiado” los problemas que tenés, agitándote sobre cosas que no controlás, quedando
atrapado por pánicos o miedos infundados, culpándote o castigándote por cosas que no
fueron tu responsabilidad, iniciando comportamientos no saludables para escapar de los
conflictos de tu rutina diaria y repitiendo patrones del pasado cuando vos querés tratar de
cambiar. Cuanto más seguido actuás de estas formas insanas, más le enseñás a tu cerebro
que estos son hábitos sencillos y esenciales para tu supervivencia.
Estos son tus malos hábitos, comportamientos que aprendiste. Y digo “malos”
porque si bien a corto plazo hay posibilidad de que no te haga mal comerte dos
hamburguesas, fumarte un atado de cigarrillos, quedarte toda la semana de manera
sedentaria, etcétera, a largo plazo, sean cuales fueren tus objetivos y metas con tu vida, hay
altísimas posibilidades de que te perjudiquen. Tu cerebro no distingue si la acción es
beneficiosa o destructiva, responde a cómo vos te comportás y luego genera deseos, ansias,
impulsos, pensamientos muy fuertes que te obligan a perpetuar tus hábitos, sean cuales
fueren.
Todo pensamiento inexacto o falso, todo impulso, ansia o deseo que distrae tu
atención, o sea poco constructivo y te lleve lejos de tus intenciones reales y metas en tu
vida, quien vos querés ser, es un hábito malo que deberías cambiar. La gran mayoría de
estos se empiezan a construir (piolines) durante diferentes eventos importantes de tu
infancia, experiencias específicas que fueron moldeando tu cerebro de maneras particulares.
Quizá no recuerdes muchas de estas experiencias, o no las recuerdes como importantes. No
es el objetivo de este libro estudiar de dónde vienen o por qué se formaron. Pero que están,
están. Todos los tenemos y en muchas oportunidades son nuestras trabas, conscientes o
inconscientes, para poder cambiar.
Como vimos, entonces, el cerebro puede ejercer un dominio poderoso sobre tu vida,
pero sólo si vos lo dejás. Podés superar ese control y reescribir o recablear tu cerebro
eligiendo actuar de manera adaptativa y sana. De esta forma será tu vida, la vida que vos
elegís y el cerebro que vos esculpís, y no los viejos caminos de acciones conflictivas y
comportamientos impuestos por estos hábitos de tu cerebro que se repiten y repiten.
Algún tipo de estos malos hábitos nos impacta a todos en algún momento de
nuestras vidas. Incluso si vivimos bastante relajados, cuando nos estresamos o sentimos
“bajoneados” estos hábitos insanos logran infiltrarse y causar estragos. Una vez que sucede,
tu confianza se debilita y te hace encontrar formas de escapar de la realidad, con drogas,
alcohol, comida, gastando dinero que no tenés, evitando gente, enojándote, desarrollando
expectativas exageradas sobre vos mismo, sintiendo y pensando cosas absurdas o
dolorosas, limitando tu rango de experiencias, preocupándote demasiado, etcétera. En los
casos más benignos, cuando dejás que esos hábitos te dominen, podés llegar a perder el
tiempo que podías haber usado mucho mejor en otro lugar. En las peores situaciones,
terminás actuando de forma impulsiva, que no representa quién realmente sos, viniéndote
abajo y lamentándote. Cambiar estos hábitos que definitivamente no te benefician es quizá
el desafío más difícil e importante de tu vida. Para lograrlo, vas a tener que usar tus
expectativas e intenciones alineadas a tu atención para focalizar en comportamientos y
acciones —experiencias— nuevos pero más sanos para vos. Estos tres componentes son
posibles de utilizar si primero aprendés a detener, con tu poder de vetar, a los malos
hábitos, antes de realizarlos.
LOS MALOS HÁBITOS EN TU VIDA
Te sacan tiempo, se apoderan de tu vida, te cansan, te hacen perder oportunidades,
restringen tu vida y tus actividades, te hacen evitar personas, lugares y cosas que disfrutás,
causan problemas de parejas, te hacen perder relaciones importantes, oscurecen tu realidad,
te alejan de tus metas y objetivos de largo plazo, te dejan atrapado haciendo sólo lo que los
otros quieren, te hacen rendirte a ansias y urgencias y deseos para aliviar solamente cosas
inmediatas e instantáneas.
Sensaciones emocionales
Sin importar qué lo inicia, este fenómeno de hábitos es universal y nos sucede a
todos. El proceso comienza cuando el cable cerebral del hábito se dispara frente al estímulo
y hace superficie —ya sin el componente motivacional de hacer algo— llevándote, a veces,
a experimentar cierta angustia, sufrimiento, incomodidad o molestia. Podés sentir una
sensación física, como el aumento de los latidos del corazón, un nudo en el estómago, unas
ansias abrumadoras de comer algo o de fumar; o una sensación emocional, como miedo,
ansiedad, enojo, tristeza o terror. No importa cuál sea, si te estás sintiendo así, ahora tu
objetivo primordial es sacarte de encima esa sensación lo más rápido que puedas, y esto lo
hacés actuando como actúa el cerebro a su mayor velocidad, de manera automática, con
algún hábito.
Las estrategias que a la larga terminan siendo perjudiciales para vos, las que usás
para evitar y escapar de esas sensaciones incómodas, varían dependiendo de los patrones
que desarrollaste para tratar de ocuparte de esa angustia o sufrimiento. El rango de posibles
reacciones es infinito e incluye: una adicción, ponerse a pelear, evitar la situación por
completo, encerrarse y no hablar con nadie, ponerse a hacer algo cientos de veces (como
revisar mails, si cerraste la llave de gas, lavarte las manos, etcétera). En muchos casos vos
ni siquiera sos consciente de que lo estás haciendo. Pero algo dentro de vos, por debajo de
tu nivel de atención consciente, cree instintivamente que tenés que completar ese
comportamiento para sacarte de encima esa horrible e intensa sensación que estás
experimentando. Es decir, cuando hablamos de malos hábitos, la secuencia sería la
siguiente: disparador o estímulo que activa tu circuito fuertemente cableado (el cable de
acero), sensaciones molestas (físicas o emocionales) y luego la acción o comportamiento
habitual que quiere lo más rápido posible sacarse de encima esas sensaciones molestas.
Distinguimos sensaciones emocionales, y no emociones, porque no están basadas en
la verdad, sino que están evocadas por la reacción habitual que tenés frente a ese estímulo
específico. Si estás triste porque falleció alguien que querías mucho, esa es una emoción,
no una sensación emocional, porque está basada en un hecho real. Las emociones no deben
ser evitadas. Al contrario, debés vivirlas y de manera constructiva ocuparte de ellas a
medida que van apareciendo. Pero si te sentís triste porque tuviste un pensamiento
(disparador o estímulo) que te dice que nadie te quiere o que no sos un ser querible, a pesar
de que hay mucha evidencia que demuestra lo contrario —por ejemplo, tener una variedad
de conexiones positivas con familiares y amigos—, entonces tu tristeza es una sensación
emocional, no una emoción, y puede llevarte a actuar de una forma que no es sana ni
conveniente para vos, como aislarte de personas que sí se preocupan y te quieren, o usando
drogas o comidas para escapar, u otro comportamiento insalubre o enfermizo a largo plazo.
Si bien es natural querer evitar el sufrimiento y la angustia, buscar placer o sentirse
aliviado, el problema con satisfacer esas ansias o urgencias y sofocar eso que te molesta es
que tu cerebro entonces se cablea de forma tal que automatizará de manera muy eficiente
esos comportamientos insalubres que elegiste para calmarte cada vez que te pase o vuelva a
pasar. Es decir, consentir esas reacciones habituales causa que tu cuerpo y cerebro
comiencen a asociar algo que vos hacés, evitás, buscás o pensás, repetidas veces, con
alivios o placeres temporales. Estas acciones crean patrones o circuitos neuronales muy
fuertes y durables en tu cerebro que son muy pero muy difíciles de cambiar sin un esfuerzo
y atención considerables. A medida que este proceso se desencadena, estos hábitos ocurren
con más frecuencia y las sensaciones feas también crecen en intensidad, haciendo aún más
difícil resistirse o cambiar tu comportamiento. En conclusión, sea lo que hagas de manera
repetida que te dé placer, o para evitar cualquier tipo de sensación desagradable, tu cerebro
aprende que esas son las acciones prioritarias y genera pensamientos, impulsos y deseos
para asegurarse de que lo sigas haciendo una y otra vez. No le importa que esa acción a
largo plazo sea muy perjudicial para vos.
Entonces, ¿cómo podemos reemplazar esos malos hábitos por otros más saludables?
¿Cómo podemos cambiar dejando esos malos hábitos atrás en nuestra vida?
¡Identifíquese!
Un hábito no es sólo una acción física repetitiva, también lo es, por ejemplo, evitar
constantemente una situación, una persona o un lugar. Un pensamiento repetitivo —las
ANT— que no te lleva a ninguna solución ni te hace progresar también es un hábito, al
igual que sobreanalizar o pensar demasiado. Pensamientos, acciones o inacciones repetidas,
cualquier cosa que hagas repetidas veces y te aleje de focalizar o poner tu atención en algo
que es beneficioso para vos, eso es un hábito. Y para nosotros es uno malo.
Una de las formas más eficientes de identificar estos malos hábitos es prestar mucha
atención a tu diálogo interno, que muchas veces es crítico y negativo. Me refiero a esas
cosas que vos te decís de manera automática durante tu estado de default cerebral, sin que
te des cuenta, que no son verdades y que los otros no podrían imaginarse que te las estás
diciendo. Aquí podemos incluir el estilo explicativo pesimista y los pensamientos
automáticos negativos. El punto es que si esas son historias que te decís a vos mismo y te
menosprecian —las explicaciones imprecisas que te das sobre por qué las cosas ocurren de
una manera determinada— te van a hacer actuar de las formas habituales que no son de tu
beneficio. Entonces, no cambiás.
Pero tu mente, como ya sabés, es tu mejor aliada para luchar contra estos malos
hábitos. Tenés que involucrarla para que te ayude a focalizar tu atención de manera
constructiva. Aprender cómo focalizar tu atención de forma positiva para obtener
beneficios recableando y renovando tu cerebro. Así, tu mente te da el poder de determinar
tus acciones, decidir qué es o no importante, y revisar el valor o el significado de
situaciones, personas, eventos y de vos mismo.
Hoy existen varios enfoques para cambiar estos malos hábitos representados en
acciones, inacciones o a veces pensamientos que te perjudican a largo plazo. La mayoría de
los enfoques comparten determinadas etapas. Primero tenés que identificar qué o quién es
el estímulo que dispara ese comportamiento automático que a largo plazo no te beneficia.
Esto requiere un trabajo de autoconocimiento, de aumentar tu conciencia sobre las cosas
que te pasan. La técnica de atención plena es muy útil para lograr esto, ya que te permite
estar consciente o “ver” qué es lo que tu cerebro está haciendo en el momento que lo está
haciendo, y así poder darte cuenta de que esos estímulos, personas, ambiente, disparadores
que rapidísimo se trasladan a sensaciones emocionales molestas —angustia, ansiedad,
enojo, miedo—, te empujan a un hábito que sólo sirve para aliviarte momentáneamente. Por
ejemplo, gracias a esta técnica y haciendo terapia, descubrí mi miedo a ser rechazado, del
cual no era consciente. No sé por cuántos años, pero seguramente muchos, de manera
automática, al sentir miedo de ser rechazado —algo que sucedía por debajo de mi nivel de
conciencia— por cualquier tipo de persona o relación cercana, crecía mi ansiedad y me
enojaba por cualquier pequeñísima cosa —sensaciones emocionales— y me ponía a
sobrepensar en un diálogo interno cansador, pudiendo verlas sólo como negras o blancas
—malos hábitos—.
Al conocerte más a vos mismo, no sólo vas a lograr empezar a reconocer todos esos
disparadores que te llevan directo y sin escalas —sin el componente motivacional— a los
malos hábitos, sino que además descubrís cuán ciego estabas a un montón de información
importante de todo tipo. Es como si hubieses estado viviendo una versión falsa de tu vida.
Estoy convencido de que es posible conocerte más a vos mismo de muchas maneras,
técnicas, disciplinas y formatos variados. Yo hice terapia, meditación, atención plena, creo
que el salir a correr también me ayuda, hablar con un coach… Es decir, para mí no importa
la forma, importa que te sirva. Ahora bien, cualquiera sea la forma que elijas o te convenga
por tu estilo y personalidad, todas requieren primero querer hacerlo, y luego siempre
tendrás que poner esfuerzo y atención, como cualquiera otra actividad que realices. Y
cuanto más practiques el conocerte a vos mismo, más fácil, rápido y eficiente se convertirá
esta habilidad en vos, como la práctica de un deporte o cualquier cosa nueva que se aprende
en la vida.
A nivel cerebral, para identificar esos disparadores de malos hábitos, se trata de
estar en contacto con lo que te está pasando en el momento presente utilizando tu circuito
alternativo o de experiencia directa, no el de default. Este último, te lo recuerdo, es el que
activa el diálogo interno, el viaje al pasado y al futuro, la cognición social y lo relacionado
con la autorreferencia, o sea, te perdés del presente.
Propuesta: ¿tenés una ventana, jardín o balcón cerca? ¿Hay sol? Si es así, te invito a
que cierres los ojos con tu cara al sol y sientas la tibieza de los rayos en tu cara, en tu piel.
Tratá de concentrarte y de llevar toda tu atención sólo a esa sensación, sin perderte en
pensamientos, preocupaciones o planes de lo que tenés que hacer más tarde. No lo fuerces.
Si aparece un pensamiento, algo normal, dejalo pasar. Si lográs sentir sólo el sol y nada
más, sé que es muy difícil, estás utilizando tu circuito alternativo.
Otro lindo ejercicio es comer algo y tratar de sentir llevando toda tu atención al
sabor en el paladar, lengua, encías, cómo va cambiando ese sabor a medida que lo vas
masticando, la temperatura, gusto, etcétera. Practicalo en tu próxima cena, te aseguro que
descubrirás cosas nuevas. Hacelo con alguien y compartan la experiencia.
Entonces, en esta primera etapa, para derrotar tus malos hábitos estás tratando de
aprender a reconocer cuáles son esos estímulos o disparadores que hoy te llevan a
realizarlos. Entendimos que la forma más eficiente de lograr esta identificación es
aprendiendo más sobre vos, conociéndote más, elevando tu nivel de conciencia. Es decir,
tenés que estar más interesado en estar más atento y consciente al proceso de qué y cómo lo
hace tu cerebro y luego tu cuerpo, que al contenido de eso que hace.
Para potenciar esta habilidad te propongo el siguiente ejercicio para que practiques:
mientras estés haciendo una actividad como mirar la tele, trabajar, revisar tus mails,
navegar por Internet, leer, etcétera, tratá de prestar atención a cada movimiento que hacés
durante cinco a diez minutos. Todos y cada uno de ellos. Por ejemplo: estornudar, mover
cosas a tu alrededor, cambiar la posición de tu cuerpo, cruzar o descruzar las piernas,
rascarte, estirarte, golpear o tocar algo. Esta es una forma sencilla de empezar a incrementar
tu atención y conciencia sobre vos mismo. En resumen, te estoy proponiendo hacer todo
esto porque no podés cambiar algo de lo que no sos consciente, o sea, no podés tomar
decisiones sobre cosas que no sabés que existen. Tu mini objetivo sería que comiences a ser
más consciente en cada momento de tu día, y la evidencia indica que empezar por entender
qué le pasa a tu cuerpo es un muy buen lugar para comenzar. Por ejemplo, en los próximos
días tratar de notar cualquier movimiento o sensación física. Pero sólo notarlo, no trates ni
de cambiarlo ni de darle un significado. La idea no es que te conviertas en un
mega-súper-dotado de la conciencia sobre vos mismo, sino en adquirir la habilidad de estar
más consciente de qué te pasa en el momento que te pasa. Es como estar “despierto” en tus
experiencias.
Al final, en esta primera etapa todo se trata de aprender a detectar qué o quién es lo
que te dispara el realizar un hábito malo, eso que querés cambiar. Pero esto no significa que
logres controlar las sensaciones molestas que ese estímulo o disparador te provoca. Lo que
sí podés controlar es cómo responder a esos estímulos y sensaciones molestas si lo que
querés es cambiar modificando cómo funciona tu cerebro. Además, no tenés que
avergonzarte de esas sensaciones sino ser gentil con vos mismo. Se trata de ir hacia
adelante, ya no importa qué lo inició o qué es lo que te hace sentir, sino cómo vas a actuar
para cambiar. En esto último podés ganar control y en las próximas dos etapas veremos
cómo. Cuanto más consciente de vos mismo, cuanto más puedas estar presente, momento a
momento, mejor usarás el poder de vetar aquellas acciones que no te benefician más.
EJERCICIO DE REPROGRAMACIÓN CEREBRAL
1. Identificá un estímulo o disparador que hace que te sientas mal. Algo o alguien
que secuestra tus emociones. Ejemplo: cuando mi jefe me grita.
2. Identificá qué dolor físico ese estímulo o disparador te hace sentir en tu cuerpo (a
algunos les será muy fácil de identificar, a otros no tanto). Ejemplo: cuando mi jefe me
grita, empieza a contracturarse mi cuello (calor en las manos, sudoración, me pica, ojos
rojos, dolor de panza, etcétera).
3. Identificá qué te decís a vos mismo en ese momento. Ejemplo: cuando mi jefe me
grita, empieza a contracturarse mi cuello y me digo “¿Por qué sigo trabajando acá? Debería
buscarme otro trabajo, no quiero estar acá”.
1, 2 y 3 son parte de tu viejo programa cerebral. Vamos a reprogramarlos en 4 y 5.
4. ¿Qué cosa distinta podrías decirte a vos mismo en esa situación? Ejemplo:
cuando mi jefe me grita, empieza a contracturarse mi cuello y podría decirme: “Tranquilo,
seguro que tuvo un mal día, no siempre me trata así. En dos años se termina su mandato, es
la forma que tiene de expresar sus emociones, no es contra mí, él es así con todos”.
5. ¿Cómo creés que te sentirías si te dijeses eso?
Ejemplo: me sentiría más energizado, lleno de fuerzas para hacer mejor mi trabajo,
con nuevas ilusiones sobre mi futuro.
Ahora practicá tu nuevo programa cuantas veces puedas. La magia está en repetir,
repetir y repetir. ¡Y no olvides recompensarte cada vez que hagas algo nuevo!
EJERCICIO: ¿CUÁLES SON?, ¿CUÁLES PODRÍAN SER?
Tomate un momento para pensar cuáles son tus malos hábitos y cómo te afectan,
esos que sería bueno que cambies. Escribilos.
Ahora tomate un momento para pensar cuáles podrían ser los estímulos y
disparadores de cada uno de esos malos hábitos (esto es mucho más difícil pero probá).
Escribilos. Ahora escribí cómo son todas las formas en que tu cerebro y tu cuerpo
responden cuando estás ansioso, deprimido, desesperanzado, estresado o urgido de algo. Te
dejo unos ejemplos personales de estímulos y disparadores: alguien te molestó o actuó mal
con vos; tuviste que decirle que no a alguien; la comunicación no está funcionando bien;
sentís que alguien está dolido por lo que dijiste: alguien te dijo algo lindo/feo o percibís que
alguien no gusta/gusta de lo que hacés, etcétera.
EJERCICIO: PENSAR Y VETAR
Una vez que estés más consciente de aquellos malos hábitos, antes de que los
realices podés usar tu poder de vetar para preguntarte:
Esto que estoy por hacer, ¿me ayuda o me hiere?
¿Está alineado con mis objetivos y valores?
¿Estoy tratando de evitar algo?
¿Estoy por hacer algo basado sólo en mis sensaciones emocionales?
¿Qué me está motivando a hacer esto?
¿Por qué estoy por hacer esto?
Inteligente para conocerte
Si la idea es que aprendas a conocerte más a vos mismo, no puedo dejar de hablarte
de la inteligencia emocional. Por muchos, muchos años la sabiduría convencional tendió a
evitar las emociones cuando se trataba de tomar decisiones importantes. Es más, el término
emocional es muchas veces tomado como algo poco serio en la sociedad en la que vivimos.
Sin embargo, ya existen muchos estudios que sugieren que la habilidad que tiene tu cerebro
de conectar tus emociones con tu sistema cognitivo involucrado en tomar decisiones —tu
córtex prefrontal— produce mejores decisiones para tu vida. De manera sencilla, la IE
(inteligencia emocional), que varía entre las personas, describe tu habilidad para percibir y
comprender emociones, cómo usás tus emociones para facilitar el proceso de pensamiento
y cómo gestionás tus emociones para tener más éxito en tu trabajo o en tu vida en general.
En 1995 Daniel Goleman explicó cómo las personas que logran comprender y
gestionar sus emociones en diferentes situaciones de su vida tienen un 85% más de
posibilidades de ser mas exitosas en sus trabajos y en las importantes decisiones de su vida
en comparación con las que tienen un bajo IE. Aquellas con alto IE validan y respetan los
sentimientos de los demás, usan sus emociones para tomar decisiones importantes, asumen
responsabilidad por eso que sienten, distinguen bien entre lo que piensan y lo que sienten,
evitan controlar, culpar y juzgar a los otros y buscan resultados positivos a partir de sus
emociones negativas. Además estas personas están menos estresadas en sus trabajos, son
más felices y llevan adelante una vida con mayor bienestar general.
Los psicólogos John Mayer y Peter Salovey han conducido cientos de estudios
sobre la naturaleza de la inteligencia emocional, lo que eventualmente los llevó a construir
un modelo con cuatro componentes. Rankeate en estas doce afirmaciones para conocer un
poco más sobre tu IE.
1 = estás muy en desacuerdo
2 = en desacuerdo
3 = ni de acuerdo ni en desacuerdo
4 = de acuerdo
5 = muy de acuerdo
Habilidad para percibir y expresar emociones
Detecto fácilmente si alguien está triste, contento o desilusionado.
Rara vez interpreto mal las emociones de los otros en sus vidas personales o
situaciones laborales.
Percibo fácilmente las emociones que se expresan a través de la música o el arte.
Expreso bien mis emociones a los demás.
Habilidad para asimilar emociones en mis pensamientos
Detecto fácilmente el impacto que tienen mis emociones en mis pensamientos y
acciones.
Integro con frecuencia mis emociones con mi razonamiento cuando trato de resolver
un problema.
Habilidad para entender emociones
Entiendo cómo las emociones se pueden combinar entre ellas (por ejemplo, podés
estar contento y temeroso al mismo tiempo).
Entiendo que las emociones pueden cambiar en el tiempo (por ejemplo, de estar
contento a estar aburrido, de triste a enojado).
Entiendo cómo ciertas emociones pueden aislarme de otras personas y cómo otros
pueden darme ayuda y alivio.
Habilidad para gestionar y regular de forma eficiente las emociones
Estoy abierto a experiencias emocionales cuando resuelvo problemas y tomo
decisiones.
Soy bueno gestionando mis emociones, incluso en situaciones difíciles.
Soy bueno gestionando las emociones positivas y negativas de los demás.
Estas afirmaciones no han pasado por validaciones estadísticas pero te pueden dar
algunos resultados para reflexionar. Un total de entre 48 y 60 indica que tenés una alta IE.
Si es menor a 48, indica una IE baja o promedio.
Un elemento crítico de la IE es tu habilidad de verte a vos mismo con tus propios
ojos siendo consciente de tus creencias, tus objetivos, tus valores, tu diálogo interno, y
cómo estos contribuyen a tu percepción del mundo en el que vivís. Como ves, todos son
elementos con alto impacto en tus posibilidades de cambio y que ya hemos venido
mencionando y estudiando. Una forma de mejorar tu conocimiento sobre vos mismo es
cuando podés contestar estas tres preguntas de manera muy honesta:
1. ¿Cuáles son tus creencias y valores más importantes dado que si alguien les hace
algo a estas últimas, te tocan las emociones y eso te empuja a la acción?
Hacé una lista de esas creencias y valores y tratá de recordar las circunstancias en
las que eso sucedió.
¿Qué hiciste cuando eso sucedió? ¿Cómo lo manejaste? ¿Reaccionaste o
respondiste? ¿Cómo lo vas a hacer la próxima vez que te suceda?
2. ¿Cuán bueno sos para determinar el estado de ánimo o el humor de la gente que
te rodea?
En tu próxima reunión, por ejemplo, notá cómo las personas se miran entre ellas
cuando hablan y se escuchan.
¿Cómo son sus expresiones faciales? ¿Están concentrados? ¿Prestan realmente
atención a los comentarios de los otros o sólo esperan su turno para hablar?
Tomá nota y luego mirá lo que escribiste y fijate si podés determinar el estado de
ánimo de cada una de esas personas.
¿Estaban entusiasmados, cooperaban, entendían lo que debían hacer?
Si practicás esto, te va a ayudar a usar información sensorial para juzgar mejor y
moverte de eso que creés que ves a lo que realmente podés ver.
3. ¿Cuánto confiás en tus emociones y sentimientos? ¿Sos honesto con vos mismo?
Por ejemplo, un amigo te pide la noche anterior que lo ayudes con una mudanza.
Vos estás tapado de trabajo con un proyecto muy importante pero, como querés ayudar, le
decís que sí. Durante la mudanza te das cuenta de que va a durar más de lo que creías y
entonces te ponés molesto con vos, tu amigo y todo. Tu intención original de ayudarlo entra
en conflicto con tu objetivo de terminar tu proyecto laboral. Habría sido más honesto y
menos estresante decirle que no a tu amigo porque eso es lo que realmente querías decirle.
Espero que esta brevísima descripción de la inteligencia emocional, más todo lo que
venimos hablando de las emociones en el libro, te ayude a reconocer la importancia
respecto a cómo contribuyen en tus decisiones en general y obviamente en aquellas que vas
tomando para cambiar.
No soy yo
Ya sabés o tenés más claro cuáles son los disparadores o estímulos que inician tus
comportamientos habituales que querés cambiar: tus malos hábitos. Ahora, en esta segunda
etapa, ya habiéndolos identificado, vas a cambiar la percepción de la importancia de lo que
te hacen sentir, poner en otro contexto las sensaciones emocionales y físicas molestas, lo
que yo llamo “no te creas todo lo que estás sintiendo”. Podés decirte que esas sensaciones
se sienten reales, pero son falsas. Y lo sé porque lo viví, y claro que se sienten reales. La
ansiedad la sentís, pero producto de un cable, de algo físico que fue construido, quizá hace
más de diez años. Ponerla en otro contexto sería: “Estas sensaciones, impulsos, urgencias,
ansias, pensamientos negativos son muy incómodas y no me gustan. No son parte de mí y
no reflejan quien soy, pero se sienten reales y verdaderas. Tengo que cambiar algo”.
Cuando vos ponés esas sensaciones en otro contexto, racionalizándolas con tu córtex
prefrontal, tu amígdala se calma, por ende bajan esas sensaciones tan molestas. Sería
utilizar tu conocimiento sobre qué causa esas sensaciones para quitarles poder sobre vos.
Con conocimiento me refiero a que vos ya sabés que es el cable formado hace años
para reaccionar de forma habitual y aliviarte instantáneamente, y que el cerebro lo hace no
porque quiera molestarte, sino porque así es más eficiente y ahorra energía, ya que predice
tus comportamientos. De esta manera, explicándote a vos mismo, vas a ir cambiando la
percepción de estas sensaciones molestas. Pero, cuidado, no tenés que tratar de cambiar
esas sensaciones o hacerlas desaparecer, sino cambiar tu experiencia y perspectiva sobre
ellas. Así vas a comprender mejor por qué suceden y aprender que es a través de nuevas
acciones más saludables y constructivas que tus reacciones y respuestas a esas sensaciones
pueden cambiar de manera durable y sostenible. Lo complicado es que sentarse con tus
sensaciones molestas sin tratar de hacer algo lo más rápido posible para que se vayan puede
ser doloroso y difícil. Lo sé y lo viví. Para soportar esto, tenés que recordarte que rendirte
frente a esas sensaciones y actuar de manera insalubre es, biológicamente, aún peor para tu
vida. Cables más gruesos que serán más difíciles de cambiar.
EJERCICIO: NO HAGAS NADA
Podés aprender que las sensaciones emocionales molestas, aunque no hagas nada, se
van a ir. Cuando te pique algo o tengas un mini dolorcito en el cuerpo, notá cómo se siente
pero no hagas nada, ni trates de cambiar nada, ni darle ningún significado. Entrenate en eso.
Y luego, hacé lo mismo con tus sensaciones emocionales molestas. Si te ponés a pensar,
esto tiene mucho sentido: ¿cuántas veces en tu vida algo que te molestaba desapareció
cuando dirigiste la atención a otro lugar?
EJERCICIO: VOLVER AL FUTURO
Pensá en algún episodio de las últimas semanas donde hayas tenido una fuerte
reacción emocional. Mientras lo estás pensando, contestá: ¿qué pasó?, ¿por qué
reaccionaste de esa manera?, ¿qué fue lo que te molestó? Pensalo ahora en el presente:
¿sigue provocando la misma reacción en vos? Si la respuesta es afirmativa, ¿por qué? Si es
negativa, ¿por qué no? Cuando pensás en esa situación ahora, ¿sentís las mismas
sensaciones emocionales molestas que aquella vez?, ¿por qué o por qué no?
Foco en otra cosa
Ya identificaste qué o quiénes son los disparadores y estímulos de tus malos hábitos
gracias a que aprendiste más sobre vos mismo: autoconocimiento. Acabás de
recontextualizar esas sensaciones emocionales y físicas molestas que causan esos estímulos
al darte cuenta de que ese no sos vos, es tu cerebro, y lograste de esta forma apaciguarlas.
En esta última etapa vas a redirigir tu atención o refocalizar hacia otra actividad o
proceso mental pero que sea productivo para vos, incluso si estos estímulos y disparadores,
y las sensaciones que causan, persisten y te siguen molestando.
Ya sabés que la atención puede iniciar el proceso de neuroplasticidad autodirigida y
así reescribir tu cerebro. Aquí es importante destacar que redirigir la atención no tiene nada
que ver con distraerse para, de alguna manera, evitar la situación que te está causando esas
sensaciones molestas. No tenés que tratar de sacarte de encima de cualquier forma esas
sensaciones, sino dejar que todas esas sensaciones, pensamientos, ansias, urgencias y
deseos estén ahí, pero mientras vos te involucrás en otra actividad que es sana y buena para
vos y tus objetivos de cambio. Es decir, tenés que aprender, de una manera constructiva, a
gestionar tus respuestas a esas sensaciones feas.
Uno de los ejercicios más poderosos que podés hacer para prepararte y así ayudarte
a redirigir tu atención cuando te llegue el momento es elaborar una lista de actividades en
las que sabés que sería bueno llevar tu atención. Dado que esas sensaciones feas que
prenuncian tus malos hábitos muchas veces son fuertes y perturbadoras, no te dan tiempo a
que decidas adónde redirigir tu atención. Por eso la lista será de gran ayuda. Ya estás
preparado para cuando te encuentres lidiando en la tormenta de sensaciones.
Aquí te dejo algunas ideas de actividades para refocalizar tu atención: llamá a
alguien; escribí o blogueá; pasá tiempo con tu mascota; pasá tiempo con alguien como un
amigo, familiar, compañero; jugá algún juego como solitario, sudoku, palabras cruzadas;
leé; si estás en el trabajo, focalizá en lo que tenés que hacer o terminar ese día; tomá clases
de yoga, pilates, spinning; jugá fútbol, básquet, tenis, etcétera; andá en bici, corré, nadá;
cociná algo rico y sano; practicá tu hobby; aprendé algo nuevo, como un deporte, habilidad,
juego; mirá algún programa de tele educativo o una serie; elongá o levantá pesas; caminá y,
mientras lo hacés, llevá toda tu atención a tus pies cuando tocan el suelo (esta sería una
caminata de atención plena) o notá bien todo el ambiente (árboles, gente, edificios,
etcétera).
Lo que yo hacía cuando sufría ataques de pánico era salir con un frisbee a la plaza
que tenía frente a mi casa en Boston y jugar con él yo solo. Lo tiraba y tenía que correr para
agarrarlo. No te rías. Hacía todo tipo de estrategias de altura, velocidad, formas de tirarlo
para lograr mi objetivo. La clave de elegir una actividad que te requiera de cierta estrategia
o interés es que tendés a involucrarte mucho más fácilmente ayudándote de esta manera a
refocalizar más rápido, sobre todo cuando comenzás a hacerlo. La estrategia te empuja a
construir nuevos circuitos cerebrales sobre las rutinas que estás aprendiendo, por ejemplo,
cómo hacer volar el frisbee para que logre agarrarlo, en tus ganglios basales, privando así la
atención sobre los circuitos de tus malos hábitos. Recomiendo entonces que elijas
refocalizar en algo que te gusta hacer y disfrutás, o que te requiera de cierta estrategia, o
ambas cosas a la vez. Acordate de que el objetivo aquí es una actividad que capture tu
atención de manera positiva y sana. Este ejercicio es tremendamente productivo para
aquellas personas ansiosas o que piensan demasiado las cosas.
EJERCICIO: LOS 15 MINUTOS (SI AGUANTÁS MÁS, MEJOR)
Cuando el estímulo o disparador del mal hábito aparezca y provoque esas
sensaciones físicas o emocionales molestas, tratá al menos por 15 minutos de no sucumbir a
tu hábito y refocalizar tu atención en otra actividad más sana para vos. Si lográs pasar los
15 minutos, sumate otros 15 más. Acordate de tenerte compasión y paciencia con vos
mismo, alentándote, siendo honesto y sabiendo que estás haciendo lo mejor que podés.
Tranqui y sin evitar
Para asegurarte el éxito en refocalizar tu atención en otra actividad y derrotar así tus
malos hábitos, podés ayudarte regulando tu sistema nervioso central. Recordá que mientras
buscás refocalizar la atención en conductas más sanas estás viviendo ese cóctel de
sensaciones molestas y no trates de evitarlas. Regular tu sistema nervioso central significa
tratar de relajarte. Existe mucha evidencia científica y clínica de que si lográs bajar la
presión arterial, el ritmo cardíaco y la respiración, llevás tu cuerpo a un estado fisiológico
opuesto al de pelear o escapar. O sea, opuesto al de las reacciones que tienden a la
búsqueda del placer inmediato sin importar el futuro. Opuesto a tus malos hábitos.
Estamos hablando de métodos de relajación que pueden influenciar en la expresión
de muchos genes, por ejemplo, asociados al estrés. Hay estudios que muestran que la
práctica de la relajación durante tan sólo ocho semanas permite una baja en la presencia de
proteínas —que derivan de la expresión de genes— asociadas al estrés. Existen muchos
métodos de relajación de la respuesta fisiológica como el yoga, la meditación, técnicas de
respiración, relajación muscular, repetición de mantras o sonidos, visualizaciones guiadas,
tai-chi, etcétera. La que yo practico es el 4/8. No, no es un paso de tango. Al sentir esas
sensaciones molestas, respiro profundo por mi nariz, cuento hasta cuatro, expiro y cuento
hasta ocho. Es decir que la expiración dura el doble que la inspiración. Hacerlo por la nariz
me asegura no hiperventilarme ni respirar “de más”. Probala la próxima vez que te sientas
molesto por algo.
¿Por qué tanto énfasis en que no trates de evitar las sensaciones molestas? Uno de
los enemigos acérrimos de este enfoque para cambiar tus malos hábitos es, justamente,
evitar una acción porque te causa mucho sufrimiento o angustia. Evitar es uno de los
comportamientos más destructivos porque te limita mucho de lo que podés hacer con tu
vida, llevándote directamente a los más variados pensamientos automáticos negativos: “yo
no necesito esto”, “lo puedo hacer en otro momento”, etcétera. Aunque entendible, dado el
dolor que te causa, al evitar es muy difícil estar atento a lo que te pasa para cambiarlo, y te
quedás atrapado allí sin poder cambiar nada.
EJERCICIO: RANKING DE ACCIONES
Hacete una tablita con todas las acciones que evitás en tu día porque te causan
mucho sufrimiento o angustia, y poneles, en una escala del 1 al 10, el nivel de “evitar” (10
a las acciones que evitás hacer siempre por toda la angustia y sufrimiento que te causan, y 1
a las que nunca evitás). Aquellas con 5 o menos, ni las mires, no impiden ni limitan tu vida.
Te propongo que empieces a probar este enfoque de tres etapas: 1) reconocé los
estímulos, disparadores, personas que causan que evites eso; 2) reinterpretá la importancia
de las sensaciones físicas y emocionales que te causan esas acciones cuando estás allí, ya
que no pudiste evitarlo; y 3) relajá tu sistema nervioso central y, en la medida de lo posible,
redirigí tu atención en otras actividades o pensamientos más sanos. Empezá por la que te
pusiste 5 o 6, no por las de 10. Te doy un ejemplo con acciones cotidianas.
1. Acción: llamar a mis clientes–nivel de evitar: 3
2. Acción: tener reuniones con mi jefe–nivel de evitar: 8
3. Acción: ir a visitar a mi madre–nivel de evitar: 4
4. Acción: comer con amigos–nivel de evitar: 1
5. Acción: preparar una presentación–nivel de evitar: 6
6. Acción: exponer mi trabajo frente a mis colegas–nivel de evitar: 10
Está claro que en este caso, si lo que querés es mejorar en tu trabajo, cambiar tu
desempeño y tus resultados evitando exponer (6), preparar presentaciones (5) y hablar con
tu jefe (2), te llevará en la dirección opuesta.
EJERCICIO: REDIRIGIR TU ATENCIÓN
Cuando no encuentres una actividad o foco para redirigir tu atención, podés escribir
la noche antes de dormir lo siguiente: diez cosas por las que estás agradecido (que mi
hermano le esté yendo bien en el trabajo), cinco cosas que lograste hoy (por más pequeñas
que sean, como que la moza del bar donde vas cada mañana te sonría, que tus colegas te
feliciten, el cumplimiento de un objetivo, reunir a todos tus amigos en una cena, etcétera), y
cualquier cambio positivo que hayas logrado con respecto a tus malos hábitos (hoy no le
grité a mi esposo, pude tener paciencia en el tráfico, fumé menos que ayer, etcétera).
Vos podés vetar tus malos hábitos, esos comportamientos y acciones que no te
ayudan en tu vida, lo que querés cambiar. Tenés esos 0.2 segundos que parecen poco pero
con la práctica verás que es más que suficiente. Reconocer o identificar qué los dispara es
importante porque es imposible cambiar aquello que ni siquiera conocés. Reinterpretar esas
sensaciones molestas, físicas y emocionales te ayuda a no creerte todo lo que sentís.
Recordá que esas sensaciones son producto de algo físico, de conexiones neuronales que
fuiste construyendo. No sos vos, es tu cerebro. Con tan sólo hacer esto, ya te sentirás más
aliviado. Mientras tanto, ayudate bajando la actividad de “escape o pelea” de tu sistema
nervioso central con técnicas de relajación, sin evitar esas situaciones que te angustian o
generan sufrimiento. Y finalmente llevá tu atención a otras actividades más sanas para ir, de
a poco, construyendo cables más gruesos que aquellos responsables de tus malos hábitos.
Todo esto en 0.2 segundos, una eternidad. Te aseguro que es un camino sinuoso pero
seguro hacia el cambio. Y, por sobre todas las cosas, nunca te olvides de recurrir a toda la
ayuda que creas necesaria.
EJERCICIO: QUÉ QUIERO PARAR DE HACER
Escribí cuáles son los malos hábitos que querés dejar de tener. Ejemplos: comer
chocolate cuando estás nervioso, nunca hacer nada para vos, pelearte con tu pareja o hijos
cuando llegás cansado del trabajo, etcétera.
EJERCICIO: QUÉ QUIERO HACER
Escribí cuáles son los nuevos hábitos sanos que querés empezar a hacer. Ejemplos:
hacer ejercicio físico, decirles a las personas lo que pienso o necesito, empezar técnicas de
relajación o atención plena, etcétera.
Hablando de ayuda, es un desafío muy especial que se te presenta en tu vida cuando
un amigo, pariente, hijo o pareja se esfuerza y lucha sin éxito con problemas que lo
desmoralizan por mucho tiempo, con cosas que quiere pero no puede cambiar. Y muchas
veces puede significar que tu relación con esa persona que querés no la ayudó a atravesar y
superar esas crisis, o peor, a pesar de tus mejores intenciones, es posible que haya
empeorado. Quizá esa persona esté repitiendo una “tentativa de solución” haciendo “mucho
de lo mismo”, lo cual no funciona.
Es muy natural y poderosa el ansia de querer ayudar, de protegerlo de las
consecuencias de sus acciones o inacciones, de hacer por él lo que él no está haciendo. Si
no, al menos, decirle lo que tiene que hacer, como si nuestras palabras pudiesen romper su
mecanismo de defensa. Pero es clave que recuerdes que para que cambie no debés ofrecerle
tu consejo o protección. Debés inspirarlo para que crea y tenga expectativas de que puede y
va a cambiar su vida. Necesita que vos creas en él o ella, lo cual fortalecerá su propia
creencia en sí mismo. También puede beneficiarse si le mostrás afectuosamente ejemplos y
experiencias de otras personas que exitosamente han atravesado por crisis o problemas o
desafíos de cambio similares. Acordate de que no ayuda a un paciente del corazón decirle:
“Viví más sanamente”, pero puede ser muy útil presentarle a ese paciente otras personas
que hayan sufrido como él y hayan logrado cambiar su estilo de vida.
Y como yo creo en vos y creo que este libro no te cambia, sino que sos vos el que
puede cambiar, lo mismo debería suceder con esa persona que querés ayudar. Acompañalo
a identificar aquellas situaciones que le desencadenan sus malos hábitos para que aprenda y
crea en su poder de vetarlas. Ayudalo a establecerse expectativas reales y alcanzables de
aquello que quiere cambiar en el largo plazo. Empujalo a repetir esas experiencias sanas
que se relacionan con eso que quiere cambiar y lo va alejando de comportamientos
automáticos y habituales que no condicen con sus objetivos. Y ofrecele tu apoyo
incondicional y emocional cuando necesite sostener su atención positiva en esas nuevas
experiencias.
EJERCICIO: USÁ “VOS” CON CUIDADO CUANDO NO ESTÁS DE
ACUERDO
Parece una pavada pero la palabra “vos” tiene una connotación emocional muy
poderosa. Es un disparador negativo que puede secuestrar las emociones de la gente cuando
hay un conflicto real o potencial.
Para cambiar y mejorar las relaciones con los demás, usá mensajes “yo” cuando no
estés de acuerdo o quieras hacer una crítica, y mensajes “vos” cuando estés de acuerdo o
quieras mostrar empatía. Esto lleva las charlas y discusiones a un terreno más productivo
para debatir.
Los mensajes “yo” funcionan así:
Yo… (emociones)
Cuando, dado que, etcétera… (hechos, no prejuicios ni opiniones)
Porque… (dar una razón)
Ejemplo de mensaje “yo”:
“Yo estoy preocupado dado que fui criticado en la reunión, porque trabajé muy duro
para este proyecto”.
En lugar de: “Vos me hiciste quedar mal adelante de todos en la reunión”.
Dar una explicación (“ya que trabajé muy duro para este proyecto”) de por qué te
sentís de determinada manera tiene un poder muy fuerte en el comportamiento humano. Por
ejemplo, en un experimento que se realizó en la biblioteca de una universidad de Nueva
York se les pidió a ciertas personas que pidieran permiso para “colarse” en la fila de las
fotocopias de tres formas diferentes:
“Disculpá, tengo cinco páginas, ¿puedo usar la fotocopiadora antes que vos?” (El
60% dijo que sí.)
“Disculpá, tengo cinco páginas, ¿puedo usar la fotocopiadora antes que vos porque
tengo que hacer unas copias?” (El 93% dijo que sí.)
“Disculpá, tengo cinco páginas, ¿puedo usar la fotocopiadora antes que vos porque
estoy apurado?” (El 94% dijo que sí.)
Practicá los mensajes “yo”:
1. No te están escuchando lo que decís.
2. Esto nunca va a funcionar, es una idea estúpida.
3. Tenés que decir algo con lo que no estás de acuerdo.
Cambiar implica conocerte a fondo, tus experiencias internas, pensamientos y
emociones, para modificar tus comportamientos y acciones, y así tu desempeño y los
resultados que obtenés de lo que hacés o dejás de hacer. EnCambio es como un GPS para
que descubras el potencial cerebral que tenés para crecer, aprender y desarrollarte. Como
esto último es bastante difícil de conocer, es imposible prever o saber cuánto podés lograr
cambiar. Pero sí aprendimos que tu cerebro posee esta increíble capacidad de cambio.
Puede crecer y cambiar en respuesta a tus experiencias de vida, y al igual que tu cuerpo, tu
cerebro mejora en lo que vos le pidas que haga.
Vimos que conocerte a vos mismo en algunos aspectos y algunos cambios
particulares te requerirá más energía, paciencia, voluntad y entereza, pero son posibles.
Acordate, además, de que no vas a cambiar por conocer los hechos, sentir miedo y usar la
fuerza para transformar una situación. Y que si querés ser tu propio piloto del cambio, sí o
sí, y en variadas ocasiones, debés salir de tu zona de confort. Esto último te generará dudas,
ansiedades y miedos.
También debés ser más consciente de quién sos, qué querés, conocerte más.
Conocerte a vos mismo, tus experiencias internas, tus motivaciones más profundas y tus
trampas mentales o hábitos emocionales que muchas veces detienen las acciones que
deberías tomar para mayor bienestar personal.
Cuidado, de adulto estás más cómodo con tus éxitos, entonces te ponés adverso a la
práctica ardua y la repetición sostenida de cosas nuevas, que son las que te llevan al
cambio. Porque cambio es entrenar, practicar y enseñar, y para esto necesitás una
motivación que sostenga el esfuerzo necesario para que lo logres en el tiempo. Necesitás
pasar mucho tiempo explorando y practicando las nuevas acciones para que se consoliden
en memorias de largo plazo, de lo contrario tus comportamientos del pasado volverán,
volverán, volverán.
Escapá de tu expertise y volvete novato en un desafío totalmente diferente. De esta
forma el cerebro aprende, mejora y cambia. Recordá que, para lograrlo, tu cerebro adulto
retiene mucha de la plasticidad de aquel cerebro en pleno desarrollo, incluyendo el poder de
reparar regiones dañadas, hacer crecer nuevas neuronas, reubicar neuronas de una región
que realizan una tarea determinada en otra región asumiendo nuevas funciones, y cambiar
los circuitos del tejido neuronal en las redes que te permiten recordar, sentir, sufrir, pensar,
imaginar y soñar. En efecto, tu cerebro no está limitado a las neuronas con las que nace, ni
a aquellas que nacen durante la etapa temprana de tu desarrollo, sino que nuevas neuronas
nacen hasta en la octava década de tu vida, y pueden crear estructuras cerebrales o migrar a
estructuras ya existentes para armar nuevos circuitos y mapas.
Tu búsqueda de cambio positivo tiene que ver con la búsqueda de cierto sentido de
compromiso y empeño, para ir creciendo y desarrollándote como persona, ya sea en el
ámbito personal o profesional. Sin compromiso, es muy difícil cambiar. Sin decirte a vos
mismo que este cambio que pretendés, o que en ciertas situaciones te exigen desde algún
lugar, es “bueno para vos”, será muy difícil lograrlo.
¿Querés cambiar? Entonces recordá que primero vas a tener que poner pausa para
poder pensar y dejar de reaccionar. Para responder, eligiendo con tus pensamientos durante
la pausa, cuál es la mejor opción para vos. Responder requiere de más recursos, más
esfuerzo, atención y energía, que reaccionar. Y si tu mente está preocupada, tus impulsos
van a guiar aún más tus elecciones. Una mente distraída caerá más en las tentaciones.
Impulsos y tentaciones muchas veces te juegan en contra de eso que realmente querés para
tu futuro. Por eso necesitás voluntad, ese estado temporal del cuerpo y mente que te da la
fuerza y la calma para anular o hacer caso omiso a tus impulsos.
Además de la preocupación y la distracción, las amenazas también te empujan a
reaccionar. Ante la amenaza, tu cerebro tiende a lo conocido, a lo familiar. Y cambiar es lo
opuesto a esto último. Para reducir las amenazas sociales que impiden tu cambio, buscá
más autonomía a la hora de cambiar evitando los enfrentamientos por estatus, recolectando
en lo posible certezas, colaborando en lugar de competir y sabiendo que frente a situaciones
injustas se te va a complicar un poco más. Recordá esta ecuación sencilla: en estado de
amenaza, estés consciente o no de ellas, será más difícil que cambies.
Cambiar de manera positiva significa evolucionar en el tiempo, logrando un
desarrollo un poco más complejo e incorporando nuevas habilidades. Cambiar es sinónimo
de seguir aprendiendo. Para esto, tus expectativas positivas te ayudan. Al hallarte en una
posición clara en cuanto a tus objetivos de cambio, sos mucho más eficaz para encontrar
oportunidades para lograrlo. En efecto, las expectativas de una posible recompensa al
querer obtener algo tienen un impacto en el cerebro al cambiar no sólo tu habilidad para
procesar información, sino también qué y cómo percibís las cosas. Y cuanto más sabés de
vos mismo, de qué cosas podés controlar y cuáles no, mejor sos en ponerte buenas
expectativas para cambiar. Es decir, más entendés tus deseos e intenciones. A medida que
pensás en ese objetivo y caminás hacia él, las expectativas de obtenerlo aumentan. Esto
último activa todo un estado cerebral de acción. Acordate de que tendés a ignorar
información negativa que no condice con tus intenciones y prestás más atención a la info
que sí se condice con ellas. Es decir, dependiendo de las expectativas que te pongas sobre el
proceso de cambio que se te avecina, te animarás más, menos o nada a enfrentarlo. O sea, si
tus expectativas son de dolor fuerte por lo que se viene, sentirás realmente ese dolor en ese
momento, antes de empezar a cambiar. Y esta sensación dolorosa hará que lanzarte a
cambiar se te complique.
Cuando sabés qué es lo que querés, es más fácil que cambies tu comportamiento en
torno a tu deseo para obtenerlo. Mantenerte direccionado a cierto objetivo te ayuda a ir por
el camino indicado. Cambiar implica atravesar un proceso donde seguramente habrá
equivocaciones, fallas, errores y caminos aparentemente sin salida. Entender qué es lo que
pasó, en qué te equivocaste, qué no deberías volver a hacer y por qué, y buscar nuevas
alternativas para subsanar esos errores, es fundamental en el camino del cambio. Si vas a
cambiar, vas a fallar. Es decir, la clave es que tu atención coincida al máximo con tus
intenciones. Que les prestes atención a tus expectativas.
Para que tu cerebro cambie una acción del pasado por una nueva, tiene que pagar un
costo o un detrimento del desempeño. El cerebro siempre preferirá repetir una misma tarea
que ya sabe hacer. Estos costos incluyen tiempo, miedo a lo no familiar, desorientación,
imprecisión, inexactitud, etcétera. Y los humanos tendemos a ver nuestra etapa de
aprendedores sólo cuando somos pequeños. De adultos, nos gusta “dominar” algo. Y esos
costos de cambiar acciones nos quitan ese sentido de expertise, del saber. Por todo esto,
podés reducir estos costos si los tomás como oportunidades para dominar algo nuevo. Una
de las formas positivas de favorecer que asumas ese “costo de cambiar” es no sólo
enfatizarte los beneficios y la importancia de la nueva acción y de cambiar, sino además
mostrar por qué tus viejas acciones ya no sirven. Recordá que no sos más débil por sentir
dolor o miedo, justamente eso es lo que te hace humano. Además, si querés cambiar tu
desempeño en algo, recordá que tenés que dominar el arte del reconocimiento, de
reconocerte. A través de poder ver lo que estás haciendo bien, ayudás a construir nuevos
circuitos neuronales.
Vimos también que explicarte a vos mismo el porqué de las cosas malas que te
suceden es clave para aumentar o disminuir tus posibilidades de cambio. Si te rendís
fácilmente ante los reveses, contratiempos y obstáculos que se presenten en tu proceso de
cambio, te dejará con las manos vacías. Si pensás que tus fracasos, obstáculos y batallas
perdidas son permanentes, entonces no volverás a actuar sobre ellas. Tenés que pensar que
cualquiera de las causas que provocaron ese contratiempo pueden ser superadas. Y recordá
que son las personas que creen que las cosas buenas tienen efectos permanentes en el
tiempo las que se esfuerzan aún más para lograr cambiar y ser exitoso en lo que quieren.
Reconocé y festejá los pequeños triunfos, te motivarán para seguir adelante. Cuando luego
de una adversidad creas que no podés, enfrentá esas creencias. Buscá evidencia que
muestre que son incorrectas. Buscá alternativas. Casi nada de lo que te pasa tiene una sola
causa, la mayoría de los eventos tiene múltiples causas.
Tu cerebro es dinámico y se va remodelando a sí mismo continuamente en respuesta
a tus experiencias. No basta con una vez. Aquello que quieras hacer nuevo, diferente, aquel
cambio que deseás, vas a tener que practicarlo, repetirlo y probarlo muchas veces, hasta que
se convierta en un nuevo mapa, un nuevo cable cerebral. Las experiencias son un gran
estimulante de la plasticidad del cerebro. Permiten el incremento en el largo y en la
densidad de las dendritas, en la formación de nuevas sinapsis, en el incremento de la
actividad glial y en la alteración de la actividad metabólica. O sea que tu cerebro es el hijo
de tus experiencias al someterse a cambios físicos en respuesta al tipo de vida que vos
lleves adelante. Tus experiencias cambian tu cerebro. Tus experiencias te cambian. En
definitiva, tus experiencias y los aprendizajes que vas viviendo a cada momento, y aquellos
que son parte de tu historia —es decir, tu presente y pasado—, cumplen entonces un rol
clave en tus posibilidades de cambiar de manera efectiva. Cuanto más intensas e
importantes sean tus experiencias, más involucradas estarán tus emociones en dichos
momentos.
Recordá que frente a una situación de cambio considerada muy difícil, necesitás la
influencia de una persona o varias que te hagan recuperar las esperanzas para hacerte creer
que podés cambiar. Necesitás una conexión emocional, un verdadero acto de persuasión.
Cuando estás pensando en un cambio, tu cerebro busca de manera racional los pros y los
contras. Sin embargo, que la balanza se incline hacia los pros no es suficiente: debés
entender también las emociones frente a ese cambio, como querés sentirte. Como ya sabés,
el cambio está acompañado de fuertes emociones, muchas de ellas negativas. Y tu cerebro
es una máquina que se dedica a proteger lo conocido, el statu quo, por eso comportarte de
manera distinta o pensar diferente hará sonar una alarma. Etiquetá racionalmente y ponele
un nombre a lo que sentís. Eso apaciguará esa emoción. Cuando etiquetás, utilizás tu parte
más nueva del cerebro, y eso disminuye tu parte más impulsiva e instintiva.
La atención es algo real que toma una forma física capaz de afectar la actividad de
tu cerebro. Y es la experiencia acoplada con tu atención la que produce cambios físicos en
el cerebro. Por eso es tan difícil cambiar en algo que no te interesa tanto o no te gusta, o te
están forzando a hacerlo. Cuando prestás atención, bajás la actividad de todas las neuronas,
salvo de aquellas involucradas en focalizar con la atención puesta en tu objetivo. Es decir,
la intensidad de la actividad en algún circuito neuronal, que se especializa en diferentes
tareas visuales, es amplificada por el acto mental de prestar atención. Estás esculpiendo tu
cerebro momento a momento, según a qué decidís prestar atención. Elegís quién vas a hacer
en el próximo momento en un sentido muy real. Sos eso a lo que le prestás atención.
Todo esto quiere decir que si entrenás tu atención, podés allanar el camino que
conduce a la neuroplasticidad autodirigida, por ende, a que logres cambiar. Y cuanto mejor
te hace sentir eso a lo que le prestás atención, más atención le prestás. Químicamente, al
focalizar tu atención en algún pensamiento, sensación o emoción, se estabilizan los
circuitos cerebrales asociados a ellos y los mantiene dinámicamente activados. Se
fortalecen. Con el tiempo, estos circuitos pueden pasar de ser conexiones químicas
temporales a cambios físicos estables de la estructura de tu cerebro.
Tu mente o tu aspecto psicológico tiene relevancia a nivel químico y físico en tu
cerebro. Recordá que tu atención tiene dos momentos de selección: el primero es llevar tu
energía a algo que vos querés focalizar y el segundo es inhibir la energía de las cosas que
suceden alrededor de eso. Para que tu cerebro focalice en algo, debe primero suprimir los
“ruidos” que rodean ese algo. Cuando lográs estar focalizado sólo en eso, se convierte
literalmente en tu única realidad cerebral y todo lo de afuera queda excluido.
La técnica de meditación mindfulness o atención plena es una práctica que permite
aprender a observar tus experiencias internas de forma consciente pero sin juzgar. Podemos
decir que es la capacidad de sentir lo que sentís y de reconocer las desilusiones que te
producen ciertos fracasos y arrepentimientos luego de equivocarte, el enojo, la tristeza, la
ansiedad. Gracias a esta práctica podés dirigir la atención puesta en pensamientos negativos
hacia otros pensamientos más racionales y positivos, lo que cambia la química cerebral de
tu cerebro.
Recordá que cuanto más duro seas con vos mismo, al tratar de cambiar algo en tu
vida, y sobre todo si te está costando cambiar, menos posibilidades tenés de lograr ese
cambio, y más posibilidades de renunciar definitivamente a seguir tratando de cambiar. Al
criticarte es como ponerte un chaleco de fuerza que te impide actuar, y al mismo tiempo te
hace sentir como en una especie de penitencia, desmoralizado, lo opuesto de motivado.
Criticarte con dureza es como ponerte en prisión, un ambiente poco apropiado para
cambiar. Esa actitud sólo te hará sufrir más, enojarte y hasta creer que te será imposible
cambiar algo. Y cuanto más duro seas con vos mismo, con mayor frecuencia actúan hábitos
automáticos que no son buenos para tu bienestar a largo plazo.
Cambiar implica construir un nuevo hábito, sano, orientado a tus objetivos de largo
plazo, al lado de un viejo hábito que ya no te sirve. Es construir un cable nuevo al lado del
cable viejo. Para ello contás con tu poder de vetar acciones involuntarias que tu cerebro
genera por debajo de tu nivel de conciencia. Al utilizar este poder de vetar, estás activando
tu neuroplasticidad para formar nuevos patrones y conexiones. El desafío es que no sólo
tenés que manejar mejor tu cerebro, sino también esquivar mandatos y formas de hacer las
cosas de la sociedad en general.
Acordate de que tu cerebro no distingue si tu acción es beneficiosa o destructiva. Tu
cerebro responde a tu manera de comportarte y luego genera deseos, ansias, impulsos y
pensamientos muy fuertes que te obligan a perpetuar tus hábitos, sean estos cuales fueren.
Las emociones no deben ser evitadas: por el contrario, debés vivirlas y ocuparte de ellas de
manera constructiva, a medida que van apareciendo. Si bien es natural que quieras evitar el
sufrimiento y la angustia, y busques el placer o sentirte aliviado, el problema con saciar
esas ansias o urgencias y sofocar lo que te molesta es que tu cerebro se cableará de forma
tal que automatizará de manera muy eficiente esos comportamientos insalubres que elegiste
para calmarte. Es decir, consentir esas reacciones habituales va a causar que tu cuerpo y tu
cerebro comiencen a asociar algo que vos hacés, evitás, buscás o pensás repetidas veces con
alivios o placeres temporales.
Vimos tres etapas para cambiar esos malos hábitos representados en acciones,
inacciones o pensamientos que te perjudican a largo plazo. Primero: tenés que identificar
qué o quién es el estímulo que dispara ese comportamiento automático que a largo plazo no
te beneficia. Esto requiere un trabajo de autoconocimiento, de aumentar tu conciencia sobre
las cosas que te pasan. La técnica de atención plena es muy útil para lograr esto. Sin
embargo, es posible conocerte más a vos mismo de muchas maneras, técnicas, disciplinas y
formatos variados, pero todas requieren querer hacerlo, y luego, siempre tendrás que poner
esfuerzo y atención. Segundo: tenés que cambiar la percepción de la importancia de aquello
que los malos hábitos te hacen sentir. Ponerlos en otro contexto. Esto calma tu amígdala y
bajan las sensaciones molestas. Tercero: tenés que redirigir tu atención o refocalizar hacia
otra actividad o proceso mental, pero que sea productivo para vos, al igual que si estos
estímulos y disparadores, y las sensaciones que causan, persisten y te siguen molestando.
Elegí una actividad que te requiera de cierta estrategia o interés, ya que así tendés a
involucrarte mucho más fácil, y esto te va a ayudar a refocalizar más rápido. Esta estrategia
te empuja a construir nuevos circuitos cerebrales sobre las nuevas rutinas que estás
aprendiendo. Recordá que el objetivo aquí es una actividad que capture tu atención de
manera positiva y sana. Relajarte también ayuda en esta etapa, ya que llevás a tu cuerpo a
un estado fisiológico opuesto al de pelear o escapar, es decir, un estado opuesto a las
reacciones que tienden a la búsqueda del placer inmediato sin importar el futuro. Y no
evites: evitar es uno de los comportamientos más destructivos porque te limita mucho de lo
que podés hacer con tu vida, y te lleva directamente a los más variados pensamientos
automáticos negativos.
FinalMente
La biología no es tu destino. No estás predestinado a vivir una vida dada por tu
genética. Tenés la habilidad de sobreponerte a muchos de los que pueden ser obstáculos
que heredaste e influenciar la manera en que tu cerebro y cuerpo funcionan. Para tener éxito
no servirán tácticas del miedo, sino una conciencia y atención profunda sobre el hecho de
que para sobreponerse a estos circuitos neuronales automáticos llevará una increíble
paciencia, esfuerzo y dedicación. Es decir, cambiar comportamientos automáticos demanda
un esfuerzo y un compromiso considerables. No sólo primero tenés que darte cuenta, salir
del automatismo o ser consciente de que te estás involucrando en acciones perjudiciales,
sino que además necesitás mucha energía para armar circuitos neuronales diferentes que te
permitan elegir cómo actuar distinto cada vez que te confrontes con aquellos estímulos
(ansias, deseos y ganas) que dispararon esos comportamientos. Para llevar a cabo esta
estrategia, es crítico separar quién sos, tu identidad, de esos comportamientos que no te
benefician a largo plazo. Vos no sos una enfermedad, ni un problema ni un desorden, sos
una persona tratando de resolver momentos molestos de los que querés sentirte aliviado o
de cambiar pensamientos, emociones o comportamientos que no concuerdan con tus
objetivos de largo plazo. Esta distinción te permite darte cuenta de que sos más que un
grupo de hábitos que ya no te benefician y que tenés el poder de derrotarlos. Sin creer en
esto y en tus habilidades para lograrlo, el desafío de cambiar será muchísimo más difícil.
En conclusión, vos tenés la habilidad de definir quién querés ser y alinear tus
comportamientos con tus metas. Claramente no será fácil, ya que para alterar o cambiar
viejos comportamientos fundamentalmente debés modificar muchas de las elecciones que
hacés a cada minuto de tu día. Además, tendrás que luchar con la poderosa biología que hay
detrás de tus comportamientos habituales, aquellos que actúan de manera automática y
súper eficiente por fuera del alcance de tu conciencia.
No te enojes con tu biología. Entendé que desde su perspectiva tiene mucho sentido
que estés cableado para usar de la manera más automática posible la parte del cerebro más
eficiente en el uso de energía, que tiene como meta principal la supervivencia y la
seguridad del momento. Necesitás reconocer que no es tu culpa por lo que estás pasando,
sino que es lo que tu cerebro hace mejor, y realizar los cambios a partir de tu interés a largo
plazo. Con el tiempo, refocalizando tu atención en la combinación de expectativas
positivas, corroboradas por tus experiencias, y mientras practicás el poder de vetar una y
otra vez, se producirán nuevas conexiones cerebrales y nuevos hábitos mentales.
Espero que EnCambio haya contribuido a que recalibres tu GPS del cambio. Ya
entendés la importancia que tiene establecer tu destino utilizando tus expectativas,
intenciones y deseos de aquello que querés. Ya sabés que la ruta que elijas deberás
transitarla en repetidas ocasiones —experiencias— y con dedicada atención al camino. Y
para cuando tu cerebro quiera agarrar el volante para conducirte por los caminos que a él
más le convienen, ya contarás con las herramientas para decirle que no —poder de vetar—.
El volante es tuyo, de tu mente y de tus pensamientos, que son los únicos que pueden
conducirte a un cambio positivo.
Me despido recordándote que, para la ciencia, la verdad es siempre tentativa, está
sujeta a ser refutada por un experimento que pruebe lo contrario.
Te deseo lo mejor en este viaje por los cambios de tu vida.
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Cubierta
Portada
Dedicatoria
Prólogo
Primera parte. No sos vos, es tu cerebro La cuestión: cambiar
Capítulo 1. Saber que se puede, creer que se puede Tus mapas ¿Con quién? Con
ciencia No sos vos, es tu cerebro ¿Se nace o se hace? Cuánto creés que podés cambiar Con
miedo Sin embargo, sucede La puntita, no
Capítulo 2. Neuroplasticidad En tu mano Sí, se mueve ¿Cómo? Nacimientos
adultos
Capítulo 3. Preparándote para el cambio Hablale a tu cerebro Put pause No a los
cañones Control freak Tiene pilas Bajo amenaza
Segunda parte. De mente somos Cambio positivo
Capítulo 4. Expectativas Pensar tu cambio Deseo Placebo Detrás de tu frente
Lógica asesina De la intención a la acción hay un largo trecho ¿No te acordabas? Gente,
quiero so-lu-cio-nes Lo positivo ¿Cuál es tu estilo? Forever mal o forever bien Catastrófico
& cool ¿Quién tiene la culpa? ABC Enfrentar tus creencias
Capítulo 5. Experiencias Pensá, sentí y hacelo… de nuevo Tu cerebro es dinámico
Es una experiencia religiosa… No me banco las hormigas Conexión emocional Sentilo
Emocionalmente sano Yoga cognitivo Perdonar, agradecer, reír
Capítulo 6. Atención positiva: tu mejor aliada ¿Estás atento? Plena Llevá tus
emociones al gym Cerebro cuántico ¿Estás en default? Ser alternativo No te pegues
Capítulo 7. El poder de vetar Reprogramar tu cerebro Tus 0.2 segundos Ganglios
basales Hábitos, una promesa de placer Malos hábitos Sensaciones emocionales
¡Identifíquese! Inteligente para conocerte No soy yo Foco en otra cosa Tranqui y sin evitar
RecalCambiando FinalMente
Bibliografía
Créditos
Bachrach, Estanislao
EnCambio. - 1a ed. - Buenos Aires : Sudamericana, 2014
(Obras diversas)
EBook.
ISBN 978-950-07-4893-3
1. Ensayo Argentino. I. Título
CDD A864
Edición en formato digital: septiembre de 2014
© 2014, Penguin Random House Grupo Editorial
Humberto I 555, Buenos Aires.
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ISBN 978-950-07-4893-3
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