Subido por José López Mauricio

Artículo LAS MALAS PALABRAS

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LAS MALAS PALABRAS:
EL TABÚ EN EL LENGUAJE
José López Mauricio
“En nuestro lenguaje diario hay un grupo de palabras prohibidas, secretas, sin contenido claro, y a
cuya mágica ambigüedad confiamos la expresión de las más brutales o sutiles de nuestras
emociones y reacciones. Palabras malditas, que sólo pronunciamos en voz alta cuando no somos
dueños de nosotros mismos”. Octavio Paz
Dice un chiste que las malas palabras son aquellas que les pegan a las palabras pequeñas. Con el nombre de ‘malas
palabras’, ‘palabrotas’ o ‘lisuras’ se conoce a un conjunto de vocablos prohibidos y censurados, pero, ¿qué son en
realidad las ‘malas palabras’?, ¿qué significan?, ¿debe prohibirse su uso?, ¿qué actitud deben asumir los padres y
docentes frente a este vocabulario?
EL ORIGEN DEL TABÚ
Lozano (2003, p. 31) explica que el tabú lingüístico se origina cuando los adultos califican de indecente la
pronunciación de palabras relacionadas con la vida sexual o algunos procesos digestivos, y agrega que no es censurable el
objeto en sí mismo sino la palabra que la designa. Igualmente, Cáceres (1998, p. 18) sostiene que palabras como
‘pajarito’, ‘cosita’, etc., se crean cuando se considera vergonzoso designar a los genitales, en lugar de nombrarlos
apropiadamente. La observación de ambos autores corresponde al espacio familiar, donde algunos padres piensan que así
conservan la inocencia y pudor de sus hijos, y les ordenan, tácita o explícitamente, desterrar los nombres auténticos de su
propio cuerpo.
El otro ámbito donde se presentan las ‘malas
palabras’ es la interacción agresiva entre adultos,
debido a que el lenguaje, entre otras funciones, sirve
para la expresión de nuestras emociones, y una de sus
variantes en asuntos belicosos es el insulto. Espinoza
(2001, párr. 1) observa que la agresión verbal se
puede manifestar “utilizando formas sutiles,
disfrazadas, apoyándonos exclusivamente en el tono
de nuestra voz o usando palabras especializadas en
herir, sobajar y/o lastimar a las personas, es decir,
haciendo uso de las llamadas ‘malas palabras’ o
groserías”.
EL REPERTORIO AGRESIVO
Recuperado de https://buenavibra.es/movida-sana/psicologia/decir-malas-palabras-es-signode-inteligencia-segun-los-cientificos/
Se define lo soez como “bajo, grosero, indigno,
vil” (Real Academia Española y Asociación de
Academias de la Lengua Española [RAE y ASALE], 2014), y comprendidas con la calificación de palabras soeces,
generalmente convertidas en interjecciones, entre las más ofensivas y desperdigadas en contextos vulgares, tenemos:
Mierda (del latín merda): Excremento humano y de algunos animales. Coloquialmente, es la “grasa, suciedad o
porquería que se pega a la ropa o a otra cosa. Cosa sin valor o mal hecha”. También se utiliza para calificar
despectivamente a una “persona sin cualidades ni méritos”. Como interjección vulgar “expresa contrariedad o
indignación”. El diccionario registra la expresión ‘vete, idos, etc. a la mierda con el significado de vete a paseo’. En
nuestro entorno, cuando oímos que un sujeto envía a la mierda a otro, lo que le dice es que no le da importancia a lo que
ha hecho o dicho. El eufemismo de ‘mierda’, por parentesco fonético, es miércoles.
Carajo (de origen incierto): Según el diccionario de la RAE y ASALE, carajo es el miembro viril, aunque en realidad
este significado es totalmente ajeno a nuestro entorno. En lo que sí hay correspondencia con lo registrado es la expresión
coloquial que “denota enfado o rechazo”, “negación, decisión, contrariedad, etc.”. Es una interjección usada “para
expresar disgusto, rechazo, sorpresa, asombro, etc.”. Sus variantes eufemísticas son caramba y caray. Una explicación
difundida en Puerto Rico sobre el origen de carajo indica que durante la colonización española algunos tripulantes
pagaban el viaje desde España a través de su trabajo en la embarcación; estos eran enviados a un cesto, llamado ‘carajo’,
en lo alto del mástil para que cumplan la función de vigías y, ahí, debido a su escasa adaptación al mar, padecían mareos
y vómitos. De esta manera, cuando alguien era enviado al carajo, equivalía a enviarlo a sufrir variados trastornos.
Concha de tu madre: Literalmente significa “vagina de tu madre”, y es el insulto más grave que se puede proferir.
Denegri (2005) explica esta expresión vulgar en una de sus variantes: la forma conchetumadre es la abreviación de la
frase exclamativa ¡Ándate a la concha de tu madre! Quien profiere este insulto estaría señalando que tenga cópula carnal
con su madre “incitándolo a que viole el tabú universal del incesto entre madre e hijo; violación que se juzga gravísima.
Por eso resulta tan ofensivo el improperio” (p. 28). Y agrega que el uso ha convertido esta expresión en simple insulto
“por haber perdido este término la connotación de ayuntamiento entre madre e hijo”, de modo que incluso se le oiga entre
riñas de mujeres. Valle informa que la ‘mentada de madre’ tiene dos formas: la española o universal que le atribuye a la
madre del enemigo ocasional un oficio convencionalmente infamante (es decir, de prostituta); y la manera peruana,
curiosísima, porque en realidad no insulta a la madre del sujeto, sino que, más bien, valiéndose de una metáfora algo
vulgar pero muy lograda expresa el deseo de que el adversario regrese a sus orígenes, es decir, que le hubiera sido mejor
no haber nacido.
Al igual que las anteriores expresiones, otras que integran un vocabulario grotesco y obsceno son las que se refieren
generalmente a los genitales y a los actos sexuales, y sus denominaciones, aunque algunas son comunes en
Hispanoamérica, varían en sus formas y matices de significado en los distintos países. Este léxico, cuyo listado incluye
‘hijueputa’, ‘malparido’, ‘maricón’, ‘boludo’, etc., es frecuente en estratos vulgares y en ámbitos militares donde prima la
rudeza física y verbal entre varones. Lamentablemente, gran parte de periódicos y programas televisivos difunden este
vocabulario sin buscar una reflexión sobre su pertinencia o explorar la riqueza formal de nuestro idioma.
LA TENSIÓN DESCARGADA
Cuando un niño emplea palabras que le han sido prohibidas, no solo sentirá la culpa de una desobediencia ominosa,
sino que a veces puede ser castigado con el rigor implacable de los adultos que desean de ese modo encauzar su decencia.
Sin embargo, Heriberto Tejo, en un cuento infantil titulado Historia del soldado que ganó la guerra, narra la graciosa
historia de un soldado “pedorro” –una ‘mala palabra’–, cuya copiosa flatulencia, ocasionada por haber comido frijoles, le
sirvió como arma fulminante contra el ejército enemigo. Este sencillo cuento con seguridad provoca más que sonrisas en
el infante lector porque encuentra la complicidad del autor en su trasgresión al usar la palabra prohibida. Los niños
encuentran placer en la osadía de vulnerar las restricciones lingüísticas.
Valle (como se citó en Lozano, 2003) explica que, en el caso de los adultos, las palabras soeces se presentan con
frecuencia en conflictos airados, sirven para la “descarga emocional o –si queremos– limpieza del subconsciente. A veces
una lucha verbal de groserías impide enfrentamientos físicos. […] Las lisuras descargan y alivian frecuentemente ese
cúmulo de tensiones”. Por su parte, Espinoza (2001), refiriéndose en general a los insultos, señala:
Las groserías representan una válvula de escape para la tensión por la que pasamos, al insultar
descargamos a tal grado nuestro enojo, nuestra impotencia, nuestro dolor, que se podría decir que el
insulto puede cumplir también una función catártica en el ser humano.
EL TRATAMIENTO EDUCATIVO
En los eufemismos domésticos que sirven para referir a los genitales, a las excreciones o los procesos digestivos, es
necesario utilizar las palabras con propiedad. La diferencia entre un niño que dice ‘quiero hacer pipí’ y otro que dice
‘quiero orinar’ es que mientras una expresión corresponde al falso candor y prejuicio que sume en el oscurantismo, la otra
denota la libertad en el uso del lenguaje que promueve la confianza y el conocimiento. Debemos emplear el lenguaje en
su plenitud y desacralizar aquellas que fueron proscritas por un ingenuo sentido moral, y expresarnos con la propiedad
que nos brinda el conocer realmente lo que somos y lo que nos rodea.
Con respecto a las palabras insultantes, dice Martha Hildebrandt (2005) que cuando las circunstancias ameritan que
alguien pronuncie enfáticamente un carajo, esta palabra estará justificadamente bien dicha. Esto es lo que se llama
funcionalidad del lenguaje, cuando las palabras desempeñan su papel correspondiente de acuerdo a determinadas
situaciones. Barrios (como se citó en Machado y Ureta, 2002) explica que las palabras procaces, “desde el punto de vista
de la sociolingüística, no se puede ignorar que son una marca de informalidad y que hay situaciones en que es adecuado
usarlas y otras en que no lo es”. A pesar de estos argumentos, no se trata de que estos términos se empleen como
muletillas, pues se presentan casos en que algunas personas o desconocen el significado de las palabras o simplemente su
excesivo uso los ha despojado de su fuerza agresiva y los emplean como si fuesen vocativos. El vocabulario soez no debe
ser elogiado ni por los padres ni por los docentes, ni tampoco deben estos agobiarse vanamente en desterrarlo. Como
aconseja Valle, “mucho más práctico y beneficioso resultará discutir con ellos sobre el punto, para sacar las respectivas
conclusiones.”
En síntesis, si se trata de los eufemismos infantiles que sustituyen a las palabras ‘malas’, quienes educamos debemos
emplear las palabras apropiadas. Si se trata de los términos insultantes, debemos evitar este vocabulario, tanto en espacios
formales como informales, y utilizar un lenguaje educado y asertivo. Los adultos debemos recomendar a los jóvenes,
sobre todo si son estudiantes universitarios, que utilicen un código adecuado al contexto, buscando un nivel formal y
decoroso. Al abordar el repertorio procaz en el hogar o en el aula, no se pretenderá aprobar el uso de un vocabulario
vulgar, sino de indagar su sentido, reconocer su función perturbadora y, solo mediante la reflexión, podremos orientar el
uso de nuestra lengua, amplia y magnífica, hacia una expresión respetuosa que nos permita una fraterna comunicación.
Referencias
Cáceres, A. (1998). Tonterías que se dicen del sexo. Lima: San Marcos,
Denegri, M. A. (27 de febrero de 2005). Léxico obsceno. Domingo. La revista de La República, p. 28.
Espinoza Meneses, M. (octubre-noviembre de 2001). Algo sobre la historia de las palabrotas. Revista Razón y Palabra, 23.
Recuperado de http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n23/23_mespinosa.html
Lozano Alvarado, S. (2003). Los senderos del lenguaje (4.ª ed.). Trujillo, Perú: Páginas Libres.
Machado, E. y Ureta, M. (enero-junio de 2002). Aproximación al tabú de las malas palabras. Boletín de la Academia Nacional de Letras, (11).
Recuperado de http://letras-uruguay.espaciolatino.com/notas/malas_palabras.htm
Martha Hildebrandt: Soy alérgica al fútbol (4 de mayo de 2005). Recuperado de http://www.gatoencerrado.net/store/noticias/32/32689/detalle.htm
Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española (2014). Diccionario de la lengua española (23.a ed.). Madrid: Espasa
Calpe.
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