—di-si-mu- 3 Ro-ge-lio --os di-je ya

Anuncio
Canto VIII
Orlando Furioso
de Ludovico Ariosto
1 ¡Oh cuán-to en-can-ta-dor y en-canta-do-ra hay con no-so-tros sin que
de él se-pa-mos, que con ar-te fin-gida y se-duc-to-ra
se ha-cen de hom-bres y mu-je-res amos!
No por es-pí-ri-tu que en el an-tro mora
ni ob-ser-va-ción de es-tre-llas a él
nos da-mos; mas por si-mu-la-ción,
men-ti-ra y tra-za
con irrom-pi-ble la-zo el al-ma ca-za.
2 Qui-en del má-gi-co a-ni-llo dis-pusie-se
o a-quel me-jor de la ra-zón po-dría
de-sem-bo-zar su faz, que, si a-sí fuese,
no o-cul-ta por fi-cción ni ar-te es-taría.
Y así qui-en an-tes be-llo pa-re-ciese,
feo y mor-tal des-pués pa-re-ce-ría.
Muy ven-tu-ro-so fue Ro-ge-lio enton-ces,
pu-es tu-vo a-ni-llo con que a-brió los
gon-ces.
3 Ro-ge-lio --os di-je ya—di-si-mulan-do fue a ca-ba-llo a las puer-tas
del cas-ti-llo;
ha-lló a la guar-dia dis-tra-ída, y cuando lle-gó, no e-chó las ma-nos al bolsi-llo. A a-quel a pi-que, a a-quel
muer-to de-jan-do pa-só el puen-te,
rom-pi-én-do-le el ras-tri-llo:
al bos-que huyó, mas po-co y mal galo-pa, pu-es un sa-yón de la he-chice-ra to-pa.
4 Un hal-cón so-bre el pu-ño pe-regri-no por-ta-ba al que a me-un-do echar gus-ta-ba ora al cam-po, ora al
la-go a-llí ve-ci-no,
don-de a-bun-dan-te pre-sa siem-pre
ha-lla-ba: mon-ta-ba en un fa-mé-li-co
ro-ci-no, de un pe-rro fi.el de-trás se
a-com-pa-ña-ba. Juz-ga que pue-da
ser a-quello hui-da,
pu-es tan pre-ci-pi-ta-da es la par-tida.
5 Le fue al en-cuen-tro, y con so-verbio ges-to le pre-gun-tó por qué veloz co-rría. No qui-so res-pon-der Roge-lio a es-to, con que él, cer-ti-fi-cado ya que hu-ía, pu-so en e-je-cu-ción
dar-le el arres-to, y el bra-zo al-zando en que el hal-cón te-ní-a:
«Ve-rás –di-jo-- si el pa-so se desten-sa, pu-es no ha-lla-rás con-tra mi
hal-cón de-fen-sa».
tanto del grito Rabicán padece,
que ni a brida ni a espuelas obedece.
6 Lo suelta, y con tal fuerza bate el
ala
que alcanza a Rabicán en la carrera.
El cazador del palafrén se cala
y a un tiempo de la brida lo libera.
9 Alza Rogelio al fin su arma acerada;
y, por que tal estorbo se concluya,
mostrando el filo y punta de la
espada,
pretende que aquel ruin cortejo huya.
Mas éste más le turba y más le
enfada,
Galopa, como flecha que arco exhala,
y menos da ocasión con que no
con coces y bocados esta fiera;
y el siervo detrás de él tan veloz corre
que parece que el viento lo socorre.
irruya.
Ve el paladín el daño y menoscabo
que ha de sufrir, si no da al hecho
cabo.
7 No quiere el perro parecer más
tardo,
y sigue a Rabicán con la presteza
con que suele seguir la liebre el
pardo.
Ve huir Rogelio afrenta a su nobleza:
se vuelve a aquel que corre tan
gallardo
y un arma sola ve con que se atreza:
la fusta con que al perro necesita.
Rogelio, pues, tomar la espada evita.
10 Sabe que de no usar al punto el
hierro,
le dará Alcina con su gente alcance:
8 Aquel se acerca y fuerte lo golpea;
de caja, de trompeta y de cencerro
escucha ya el rumor que trae su
avance.
Mas piensa que con siervo inerme y
perro
usarlo es deshonroso e infame lance:
y al fin resuelve por más justo y breve
aquel escudo usar que a Atlante
debe.
a un tiempo el pie derecho el can le
muerde;
tres veces (más quizá) el bruto cocea,
y no ocasión de herirle el flanco
pierde.
El ave sobre él revolotea,
y, hundidas en su piel, las garras
pierde:
11 Alza el rojo cendal en que cubierto
desde su huida aquel escudo trae,
y obra el efecto él con el que yerto
a aquel que hiere de sentir sustrae:
queda el siervo en el suelo sin
concierto,
cae el perro y cae el corcel, la pluma
cae
que hacía sostenerse en vuelo al ave;
y quedan en poder de un sueño
suave.
cualquier signo acabar que Alcina
usaba:
imágenes quemó, deshizo estampas,
nudos y rombos y mil otras trampas.
12 A Alcina, a la que ya le es
manifiesto
cómo Rogelio por romper la puerta,
ha a muchos muerto y malherido al
resto,
15 Luego cruzando el valle y la ribera
a sus viejos amantes que allí en
forma
vivían de fuente, planta, piedra o fiera
hizo volver a su primera forma.
le traspasa el dolor y queda muerta:
Y todos, ya expedita la carrera,
rasga sus ropas, se maltrata el gesto,
mujer necia se llama y mal despierta,
y, al arma convocando urgentemente,
juntó para ir tras él toda su gente.
siguieron de Rogelio el paso y orma:
al reino van de Logistila, y luego
vuelven entre indio, persa, escita o
griego.
13 La parte en dos, y a una, hecho ya
examen,
manda a la senda que el felón
16 Melisa a cada cual mandó a su
tierra
con orden de que tal no se olvidara,
camina;
a otra que, atendiendo su dictamen,
al puerto vaya y tome en la marina
flota que nuble el mar con su
velamen.
Con estos va la desperada Alcina,
y tanto por Rogelio de amor arde
que deja su ciudad sin quien la
guarde.
mas fue el primero el duque de
Inglaterra
en ser vuelto a su antigua humana
cara;
pues hizo el firme ruego y cortés
guerra
de Rogelio por él que así privara;
y aún más que ruegos dio, pues dio el
anillo
a fin de hacer el acto más sencillo.
14 No deja guardia a cargo de su
estado
lo que a Melisa, que ocasión buscaba
para librar de aquel reino malvado
al pueblo que en miseria se
encontraba,
le dio comodidad para a su grado
17 A ruego de Rogelio, pues, recobra
su aspecto Astolfo natural y exacto,
mas vana cree Melisa que es su obra,
mientras que no le restituya al acto
aquella lanza de oro, con que cobra
victoria en cualquier justa al primer
tacto:
fue de Argalía, fue de Astolfo luego,
y honor dio a uno y otro en todo
juego.
18 Halla Melisa al fin la lanza de oro,
que algún rincón de aquel palacio
ocupa,
y el resto del ajuar que con desdoro
perdió Astolfo, también cobra y
esto
bastante a derretir el vidrio fuera.
Sólo cigarra con un son molesto
(pues toda ave a la fresca sombra
era)
ociosa entre las ramas de un majuelo
asorda valle y monte, y mar y cielo.
21 No tuvo allí otro amigo ni otra
amiga
agrupa.
Rogelio en esta huida fastidiosa
Después montó el corcel del sabio
moro
y al duque atrás acomodó en la
grupa,
y tan diestra el corcel rige y mancipa
que en una hora a Rogelio se
anticipa.
más que el calor, la sed y la fatiga
de andar senda tan yerma y arenosa.
Mas porque no está bien que siempre
os diga
y os dé por diversión la misma cosa,
dejo a Rogelio en tan duro rescaldo
y vuelvo a Escocia en busca de
Reinaldo.
19 Mientras, topando piedra y fuerte
espina,
Rogelio a Logistila en su viaje
de valle en valle senda tal camina
yerma, arriscada, inhóspita y salvaje,
que sólo tras gran pena y gran
mohína
llega a la ardiente nona hasta un
paraje
costero entre monte y mar, al sur
abierto,
yermo, abrasado, estéril y desierto.
20 Punza al vecino monte un sol
funesto
y del calor que el monte rebervera,
hierven de modo arena y aire que
22 En mucho era el paladín tenido
del rey, su hija y de aquel reino todo,
y la causa que allí le había traído
Reinaldo declaró con gentil modo:
que era al inglés y al escocés pedido
socorro para aquel duro periodo,
y añadió al ruego que su rey le diera
justísima razón que a ello moviera.
23 Dio el rey, sin titubeo, por
respuesta
que en cuanto allí su fuerza se
extendía,
siempre a su servicio predispuesta
don Carlos y su Imperio la tendría;
y que en satisfacción de su recuesta
cuantos hombres tuviese reuniría,
y él mismo, si no fuese ya tan viejo,
sería el capitán de aquel cortejo.
hasta que a Londres el bajel arriba.
24 Mas tal molestia nunca la creería
suficiente razón, si no tuviese
un hijo que por seso y bizarría
muy digno era a que aquel mando
asumiese,
y, aunque ahora allí en el reino no
27 Cartas de Carlos y de Otón reales
(Otón que junto a Carlos sufre
asedio)
tiene para que el príncipe de Gales,
actuando en atención a su remedio,
junte en su tierra y su región feudales
caballos y hombres por cualquiera
medio;
asistía,
a fin de que en Calés, tras
a Escocia se esperaba que volviese,
mientras se apercibía aquella
armada,
de suerte que la hallara preparada.
embarcarlos,
pasen a Francia a socorrer a Carlos.
25 Y así a los tesoreros por su tierra
mandó reunir caballería y gente;
barcos prepara y munición de guerra,
vituallas y dinero prontamente.
Partió en tanto Reinaldo hacia
Inglaterra,
y el rey por despedirlo cortésmente
hasta Bervique mismo lo acompaña,
y allí al dejarlo el rostro en llanto
baña.
28 El príncipe al que Otón regente
hizo
en tanto que al infiel él combatía,
a Reinaldo de Aimón tanto honor hizo
como a su mismo rey hecho no
habría.
Sus demandas al punto satisfizo,
y a todo el que empuñar arma podía
de Bretaña y sus islas, con instancia,
señala día en que embarcar a
Francia.
26 Soplando el viento próspero en la
29 Señor, mejor haré como el
maestro
popa
Reinaldo embarca, a todos
despidiendo;
zarpa el piloto, y sobre el mar galopa
tanto que llega allá donde muriendo
al mar el bello Támesis se topa.
Entran en él con la marea subiendo,
y a vela y remo van aguas arriba
tañe el instrumento, que a menudo
varía cuerda y tono, porque diestro
buscando va ahora el grave, ahora el
agudo.
Mientras los hechos de Reinaldo
muestro,
venirme Angélica a las mientes pudo,
la cual dejé, cuando del franco huida,
de un viejo se encontraba recogida.
30 Quiero un poco contar en qué esto
acaba.
Dije el modo en que al viejo con
porfía
senda que al mar llegase preguntaba.
Tal era el miedo que al de Aimón
tenía
que, no cruzando el mar, morir
y de su cuita visceral le informa;
y le hace entrar en el corcel caoba
que el alma junto a Angélica le roba.
33 Como sagaz lebrel, abituado
a dar a zorra y liebre astuta caza,
que, viendo andar la presa por un
lado,
marcha por otro y finge no hallar
traza,
pensaba
para al fin verse cómo ya tornado
y a riesgo en toda Europa se creía.
Mas la sosiega el santurrón con traza,
porque gozarla de secreto traza.
la trae en la boca, y muerde y
despedaza;
así a Angélica hallar el viejo ensaya,
y habrá de hallarla allá por donde
vaya.
31 Le encendió el corazón tanta
hermosura,
y le abrasó la frígida medula;
mas luego que ve que ella de él no
34 Cuál fuese su intención, bien yo la
entiendo;
cura
y hastiada ya de él con él deambula,
espolea con saña su montura,
mas no consigue acelerar la mula:
al paso apenas va y al trote aún
menos,
no acata el animal más que los
frenos.
y en otra parte os la diré, mas luego.
Angélica de nada, pues, temiendo,
cabalgaba fïada con sosiego.
Se iba el demonio en el corcel
cubriendo,
como se cubre entre el rescoldo el
fuego,
que con muy grave incencio se
destapa,
32 Y, porque mucho ya se había
alejado,
y habría perdido a poco más su
horma,
recurre el viejo al antro sulfurado
y presta a algunos que lo habitan
forma
elige a uno entre ellos señalado
si no se extigue, apenas de él
escapa.
35 Llevaba en tanto Angélica el
camino
que sigue el mar que la Gascuña
lava,
guïando por la arena su rocino
que húmeda el flujo de la mar dejaba,
cuando el demonio a enloquecerlo
vino
tanto que dentro de la mar nadaba.
No sabe más que hacer la pobrecilla,
si no es tenerse bien sobre la silla.
la tierra y el opuesto cielo oscura,
quedó en modo que habría sugerido
a cuanto hubiese visto su figura
si era mujer real lo que allí había
o estatua en cambio que ser tal
fingía.
36 No vuelve atrás, por más que use
la brida;
cada vez más se aleja en el mar alto.
39 Quieta y pasmada en la dudosa
arena,
con un inmóvil labio a otro pegado,
Traía ella la ropa recogida
las manos juntas, suelta la melena,
por no mojársela y los pies en alto.
La melena a la espalda iba esparcida
y lasciva la brisa le da asalto.
Restaban quietos mar y grandes
vientos,
quizá a tanta beldad ambos atentos.
tenía el rostro al cielo levantado
como acusando a Dios de que Él
ordena
la cruda inclinación del crudo hado.
Luego de así permanecer un tanto,
nto. dio lengua a su dolor y ojos al
llanto:
37 Volvía ella a la orilla el rostro en
vano,
bañando con el llanto rostro y seno,
y cada vez veía más lejano
volverse y más pequeño el lido
ameno.
El corcel, que nadaba a diestra mano,
tras mucho nado la sacó a un terreno
de oscura piedra y grutas
espantosas,
40 «Fortuna --se quejó--, ¿qué hacer
te resta
a fin de que por fin te satisfagas?
¿Qué más te puedo dar, que no sea
esta
mísera vida con que no te pagas?
Cuando pudo acabar su estancia
mesta,
la traes del mar y de sus aguas
ya huido el sol de las terrestres
cosas.
dragas,
¿por qué gustas, Fortuna cruel y
fiera,
de verme aún sufrir más antes que
muera?
38 Cuando sola se vio en tan yermo
lido,
que inspiraba pavor su sola hechura,
a la hora en que en el mar Febo
escondido
41 »Mas no sé qué hacer más
puedas, Fortuna,
que hasta hoy no hicieras contra mí
primero.
Tú causas que ande lejos de mi cuna,
donde nunca volver jamás espero;
y he perdido el honor, que es peor
fortuna,
pues, si bien no hice impuro
desafuero,
doy pie, al vagar por playa y por
floresta,
y hecho todo el mal que hacer
podías,
¿qué daños más guardarme aún
ansías?
a ser llamada obscena y deshonesta.
despedace.
42 »¿Y qué virtud posee la doncella,
que no es en opinión del mundo
casta?
Sea falso o cierto, el ser juzgada
bella,
¿qué suerte es para mí torpe y
nefasta?
No doy gracias al cielo de esta
estrella;
ser bella obró mi mal y el de mi casta:
mi hermano muerto fue por mi
decoro,
que poco le valió la lanza de oro;
44 »Si ahogarme en este mar no es
postrimera
muerte que tu crudeza satisface,
acepto, pues, que mandes una fiera
que mis miembros devore y
Sea cual sea el fin, aunque de él
muera,
no habrá de ser que ingrata no lo
abrace.»
Así decía la dama tristemente,
cuando se topa el ermitaño enfrente.
45 La había visto él desde la cima
de un altivo peñón, mientras aquella
al pie de aquel escollo con gran grima
cansada y afligida se querella.
Seis días ha que allí su traza ultima,
traído de un demonio, y viene a ella
fingiendo más piedad aquel falsario
que cuanta tuvo Pablo o San Hilario.
43 »por su causa Agricán, rey de
Tartaria,
46 No es conocido, y cuando más se
deshizo a Galafrón, mi padre amado,
gran Kan de donde soy originaria;
y aquello causa fue de que hoy mi
estado
sea errar por esta Europa a mí
contraria.
Si hacienda, honor, familia me has
quitado
acerca,
algo Angélica alivia su cuidado,
y pierde el miedo, aunque la pena
terca
le traiga aún el rostro demudado.
«Padre, tened --dijo ya estando
cerca-piedad de mí, que a mal puerto he
llegado.»
Y con voz del sollozo interrumpida,
contó la historia bien por él sabida.
afana.
47 Empieza el ermitaño a confortarla,
con alguna piadosa oracioncilla;
y pasa audaz las manos, al hablarla,
ya por el seno, ya por la mejilla;
confiado se dispone ya a abrazarla,
mas ella su intención primero pilla:
50 De mil formas y modos mil lo
intenta,
y aquel penco pellejo nunca salta.
Sacude el freno, pica y lo atormenta,
mas no logra dejar su testuz alta.
Al fin junto a la dama se adormenta,
y nueva adversidad después lo
asalta;
lo aparta con la mano y se desciñe,
que nunca es la Fortuna avara y
y de honesto rubor el gesto tiñe.
poca,
cuando a un mortal para burlarlo toca.
48 Entonces abrió él una frasquita
que extrajo de un morral que atrás le
pende,
y en los ojos intensos do crepita
la llama más voraz que Amor
enciende,
51 Mas fuerza es, para que os narre
el caso,
que aquí seguir la senda recta eluda.
Allá en el Mar del Norte, hacia el
ocaso,
dejó apenas caer una gotita
bastante a adormecerla. Ella se
tiende,
y yace sobre aquel lido lejano
a merced toda del rapaz anciano.
allende Irlanda, está la isla de Ebuda,
en donde poca gente vive acaso
después de que la orca fiera y ruda,
con más de su tropel la destruyera,
como venganza que Proteo hiciera.
49 La abraza él y a voluntad la toca;
duerme ella inerme con profundo
muermo.
52 Narra una antigua historia, o falsa
o cierta,
que tuvo aquel lugar un gran regente
Ora le besa el pecho, ora la boca,
sin que haya quien lo impida en aquel
yermo.
Mas en la monta su corcel se apoca,
que no cumple al deseo el cuerpo
enfermo;
no le responde más su edad anciana,
y menos puede, cuanto más se
con hija en la que tanto se concierta
gracia y beldad, que pudo facilmente
yendo una vez sobre la arena incierta
dejar Proteo ardiendo en la corriente;
y este, un día en que se hallaba sola,
tomándole la flor, allí preñóla.
53 Pensó su padre aquel hecho
infamante,
cruel más que ningún otro y severo,
y a muerte condenó al nonato infante:
a tanto lo movió su desdén fiero.
Ni aun ver la hija encinta, fue
bastante
a detener su hierro carnicero;
y al nietecillo, que inocente era,
le dio la muerte antes que naciera.
y a aquel dios ofrecerla en vez de
aquella,
al pie siempre de un mismo
acantilado.
Si le parece lo bastante bella
quedará con tomarla sosegado;
si no, que una tras otra se le ofrezca
hasta que alguna al fin se lo parezca.
57 Y así principio dio la cruda suerte
54 El marino Proteo, que el ganado
de aquellas cuyo gesto más las paga:
del dios del mar, Neptuno,
apacentaba,
del cruel suplicio de su dama airado,
rompió la ley y el orden que
guardaba;
de suerte que soltó en aquel estado
cuantas focas y orcas comandaba,
las cuales no ya oveja y buey
que cada día a Proteo (¡oh caso
fuerte!)
se dé una hasta que al fin se
satisfaga.
Todas hallaron hasta hoy la muerte,
que a todas una orca se las traga,
que allí cerca quedó de la bocana,
después que aquella grey volvió a su
mataron,
mas villas y ciudades arrasaron;
tana.
55 y van a las ciudades muralladas,
y a todas ellas hacen grande asedio.
Sus gentes día y noche están
armadas
con gran temor y displicente tedio.
Las tierras han dejado abandonadas
58 Sea crónica o historia fabulosa
(que no sé yo si aquí Turpín nos
miente),
contraria a las mujeres y ominosa,
pervive antigua ley entre esta gente:
que de su carne la orca monstruosa
que llega allí a diario, se alimente.
y, por hallar del mal algún remedio,
acuden al oráculo en encuesta,
y de él todos escuchan por respuesta
Y aunque es en todo estado una gran
carga,
el ser mujer aquí es aún más amarga.
56 que se ha de hallar para Proteo
doncella
que tenga de belleza un mismo
grado,
59 ¡Oh míseras doncellas a quien
lleva
la impía Fortuna al litoral infausto,
donde esta gente de ellas hace leva
y así ejecuta aquel cruel holocausto;
que, cuantas más de éstas la orca
ceba,
menos su pueblo está de hembras
exhausto!
Mas, porque no las lleva siempre el
viento,
hacen por otras playas prendimiento.
pues das por pasto a bestia horrible y
rara
la gran beldad, que a India a un rey
pagano
llevó desde su cáucasico fuerte
con media Escitia para hallar la
muerte;
60 Peinan con fusta y gripo la marina
63 la gran beldad que el gran rey
Sacripante
y otras diversas naves de su armada,
antepuso a su honor mismo y su
y de lejana tierra y de vecina
traen siempre la bodega bien
cargada.
Muchas cobran por oro o golosina,
otras cobran por rapto o por espada;
y siempre de gran copia de regiones
tienen sus torres llenas y prisiones.
estado,
la gran beldad que al gran señor de
Anglante
quitó el seso y la fama de acordado;
la gran beldad que al fin volvió
Levante
de arriba abajo atento a su dictado;
no tiene ahora, indefensa y en el
61 Yendo una fusta, pues, cerca de
tierra
delante de la playa ancha y baldía
donde entre arbustos sobre estéril
tierra
la desdichada Angélica dormía,
bajaron un retén de ellos a tierra
por provisión de leña y agua fría,
y hallaron de entre cuanta bella ha
suelo,
siquiera quien le preste algún
consuelo.
sido
la flor en brazos del santón fingido.
cargada.
Llevó, henchida la vela, a la doncella
la nave hasta la isla desalmada,
y allí en un torreón fue puesta
Angélica,
en espera de hallar la orca famélica.
62 ¡Oh más que excelsa, oh presa
más que cara
para pueblo tan bárbaro y villano!
Oh Fortuna crüel, ¿quién te pensara
tan poderosa sobre el sino humano?,
64 Dormida aún, Angélica la bella,
fue, antes que despierta,
encadenada;
y subieron al viejo junto a ella
a aquella fusta ya de hembras
65 Mas ser tan bella obró que se
moviera
aquella gente a compasión no usada,
y que por gran espacio defiriera
la muerte a la que estaba reservada;
y así, mientras que hubo una
extranjera,
fue aquella gran belleza perdonada.
Al monstruo la entregaron finalmente,
detrás llorando toda aquella gente.
vuelto en pos a París tras el litigio;
o los dos que engañó aquel ermitaño
con el correo del paraje estigio!
Por socorrerla entre el sangriento
baño
buscado habrían su angélico vestigio:
Mas ¿cómo harían, teniendo aún de
ella indicio,
si tan lejos estaban del suplicio?
66 ¿Quién podrá pintar la angustia, el
69 Mientras tanto París era
llanto,
el lamento gentil que el cielo pasa?
¿Cómo no abrióse aquel lido de
espanto
cuando quedó sobre la pétrea basa,
donde esperaba sin socorro, al canto
de ser del monstruo fácil presa y
lasa?
asedidada
por el famoso hijo de Troyano,
y a tanta extremidad se vio llevada
que casi cae del árabe en la mano;
pues de no haber París sido
escuchada
del cielo que inundó de lluvia el llano,
aquel día cae por la africana instancia
No diré más; que tanto el mal me
mueve,
que fuerza a que a otro asunto el
canto lleve;
el santo Imperio y gran nombre de
Francia.
67 y encuentre verso no tan
displicente
hasta que el laso corazón rehaga,
pues no podría la hórrida serpiente
la tigre que sin cría ardiendo vaga,
ni cuanta yerra por la arena ardiente
del Atlas al Mar Rojo infecta plaga,
ver o pensar sin que al gemido ceda
que Angélica en aquel escollo queda.
68 ¡Ay, si hubiese sabido Orlando el
daño,
70 Volvió sus ojos Dios al justo ruego
del viejo Emperador de nuestro
Oeste,
y con súbita lluvia apagó el fuego,
que no hay fuerza que a Él Lo
contrareste.
Ved, pues, si es sabio a Dios mostrar
apego;
pues no hay quien un socorro mejor
preste.
Y bien sabía esto el rey devoto,
que se salvó por ofrecerLe voto.
71 De noche entre las plumas
importuna
a Orlando el pensamiento y la
quimera:
tal vez lo hace correr, tal vez lo aúna,
mas no logra que afloje su carrera,
como la luz del sol o de la luna
después de que en el agua reverbera
por los altos tejados fugitiva
de un lado a otro va, de abajo a
arriba.
74 »¿No pude con razones
excusarlo?
Quizá no las habría Carlos deshecho;
y, si deshecho, ¿quién podría
forzarlo?
¿quién de ti apartarme a mi
despecho?
¿No podía con armas contrastarlo,
o bien dejarme vaciar el pecho?
Mas ni Carlos ni Francia entera en
72 Su dama, que le ha vuelto ya a la
mente,
si alguna vez de ella fue partida,
le abrasa y hace más viva y ardiente
la llama que de día cree extinguida.
Con él había venido hasta Poniente
desde el Catay, y aquí fue de él
perdida,
plante
a quitárteme por fuerza era bastante.
y nada supo más ni oyó su oído
desde que fue en el sur Carlos
vencido.
pues quiso despedirla de esta suerte.
¿Qué paladín mejor la habría
guardado
que yo que lo habría hecho hasta la
muerte?
Guardarla más que a mí --llorando
dice-debí y lo pude hacer, y no lo hice.
73 Mucho se duele Orlando ahora, y
consigo
en vano aquella necedad sopesa:
«¡Ay, corazón --lloró--, cuán vil
contigo
he sido y soy! ¡Ay cuánto ahora me
pesa
que, pudiéndote estar siempre
conmigo,
cuando era por tu bien mi suerte ésa,
te dejase entregar al duque Namo,
por no saber guardar lo que más
amo!
75 Si un buen guardián la hubiese
custodiado
al menos en París o en plaza fuerte...
Mas me cuadra que a Namo la haya
dado,
76 »Ay, ¿dónde ahora sin mí, mi
dulce vida,
quedaste tan hermosa y tan zagala
tal como, cuando ya la luz partida,
sola en el bosque la cordera bala,
que, porque espera ser del dueño
oída,
tanto resuena por la selva rala
que escucha el lobo aquel llanto
lejano
y el mísero pastor la llora en vano?
transido de tu cuita y pesaroso;
y ni aun un sueño fugitivo y breve
deja que goces de reposo leve.
77 »¿Dónde ahora estás? ¿Dónde,
esperanza mía?
¿Vas sola todavía el monte errando
o te ha atajado el lobo por la vía
sin la custodia de tu fiel Orlando?
La flor que hacerme un dios casi
80 Creía Orlando en plácida ribera
de flores olorosas esmaltada,
ver la nativa rosa en bella cera
de la mano de Amor propia pintada;
y los dos claros soles por que era
en las redes de Amor su alma
podía,
atrapada:
la flor que había venido respetando
por no agostar tu honesto y casto
estado,
por fuerza otro cogido habrá y ajado.
digo de aquellos ojos y aquel gesto
que le han del pecho el corazón
depuesto.
78 »Oh desdichado, oh mísero, ¿no
quiero
antes morir que ver la flor cortada?
Oh pío Dios, hazme sentir primero
cualquier mal, si esta suerte no le es
dada.
Mas si es verdad, yo juro, oh cielo
fiero,
que he de pasarme el pecho con la
espada.»
Así con fuerte llanto suspirando
iba diciendo el afligido Orlando.
79 Ya las criaturas mil que son
terrenas
daban a sus espíritus reposo,
al raso o entre sábanas amenas,
sobre la hierba o sobre el mirto
umbroso:
cierras los ojos tú, Orlando, apenas,
81 Sentía el mayor placer, la mayor
fiesta
que no sintió jamás dichoso amante,
cuando una tempestad se manifiesta
que aniquila el verdor que halla
delante,
tanto que no se ve pareja a esta
cuando azota aquilón, austro o
levante.
Parecía vagar por un desierto
buscando vanamente algún cubierto.
82 Y en esto, sin saber que haya
pasado,
su dama por el turbio viento pierde,
y el eco de aquel bello nombre
amado
hace sonar por lo que fue antes
verde.
Y mientras dice en vano: «Ay
desdichado,
¿quién envidioso tu fortuna muerde?»
su dama escucha por ignota senda
que llora y en sus manos se
encomienda.
tomado
que había, años había, degollado.
83 A allá de donde el grito parte,
acude;
de un lado para otro en vano yerra.
¡Oh cuánto el dolor fuerte le sacude,
porque la angélica visión le cierra!
86 A media noche silencioso parte
sin saludar al tío ni dar cuenta;
ni a su amigo del alma, Brandimarte,
antes le dice adiós o se presenta.
Sólo después que el sol su luz
reparte
cuando del lecho de Titón se ausenta
Entonces otra voz su dama alude:
y toda negra sombra desbarata,
«No esperes más hallarla en esta
tierra».
Ante aquel grito despertó de modo
que en lágrimas se halló bañado
todo.
el rey de su partida se percata.
84 Sin reparar en que no es caso
cierto
87 Con gran contrariedad el soberano
aquella deserción a saber vino,
pues más necesitaba a Orlando a
mano;
y, ardiendo en ira y cólera, sin tino
entre lamentos aquel rey cristiano
lo que por miedo o por afán se sueña,
quedó de aquella monición tan cierto
que la tomó por verdadera seña;
y, saliendo del lecho, medio muerto
todo se armó, pero con falsa enseña,
ensilló a Bridadoro y partió presto,
sin querer cuenta de escudero en
esto.
maldijo e injurió al mal sobrino;
y amenaza de hacerle pagar caro
si no regresa, aquel torpe descaro.
85 Y por poder tomar senda seguro
de que su honor por tal no se
machara,
dejando aquel cuartel de blanco puro
y rojo con que antes se mostrara,
quiso portar blasón negro y oscuro
a fin de que el dolor representara,
el cual de un amostante había
reproche,
no quiso esperar más a aquel de
Brava,
y salió apenas que cayó la noche.
No habló a su Flordelís de este su
intento,
por que no le estorbase el
pensamiento.
88 Brandimarte, que tanto a Orlando
amaba
como a sí mismo, sin hacer derroche,
o porque hacerlo regresar pensaba,
o porque le enfadaba el real
89 Rara vez, por amor, de su
presencia
quiso estar lejos él; que era doncella,
dotada de agudeza y de prudencia,
noble, educada y en extremo bella;
y, si esta vez no pide él su licencia,
fue por pensar que tornaría a ella
el día aquel; mas luego cosa hubo
que más de lo pensado lo entretuvo.
90 Y ella, después que casi un mes
en vano
lo hubo esperado, sin que de él se
sienta,
tanto la abrasó el deseo tirano
que sola se partió sin echar cuenta;
y entre cristiano lo buscó y pagano,
como la historia en su momento
cuenta.
No digo más de uno ni otro amante,
que más importa ahora aquel de
Anglante.
91 El cual, después que la gloriosa
enseña
mudó de Almonte, ante la puerta
acaba,
y, dando un «soy el conde» como
seña
a un capitán que aquel portón
guardaba,
hizo el puente bajar; y por la breña
que más derecha al enemigo andaba,
tomo camino entre lamento y llanto.
Lo que después siguió, cuenta otro
canto.
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