Guzmán Carriquiry - Un papa latinoamericano

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(título) Un papa latinoamericano
Algunas consecuencias para el continente
(recuadro) El pasado 22 de abril, Mediatrends organizó en Roma un desayuno de diálogo con
periodistas y expertos sobre el flamante pontificado de Francisco papa. Allí intervino el doctor
Guzmán Carriquiry, laico uruguayo, secretario de la Comisión Pontificia para América
Latina. Esta es su intervención íntegra, tomada de Zenit.org. Los subtítulos y negritas son del
BS.
“He aceptado con mucho gusto compartir algunas reflexiones para introducir este encuentro,
porque estamos ante un hecho inédito – un Papa latinoamericano – que nos exige ir más allá
de esta novedad sorprendente y del entusiasmo que nos provoca para plantearnos su
significación y repercusiones para América Latina. Ese es el tema que nos reúne, aunque
podría ser complementado con reflexiones sobre la significación de un Papa latinoamericano
para toda la catolicidad.
Es obvio que el Sucesor de Pedro no es elegido según cálculos geopolíticos. No ha sido
elegido el Cardenal Bergoglio, in primis, por el hecho de ser argentino, latinoamericano. Se
elige una persona que se considera que reúne experiencias y capacidades aptas para
responder adecuadamente, tempestivamente, como pastor universal, a las necesidades,
exigencias y desafíos que se plantean a la misión dela Iglesia en una determinada fase
histórica. Pero la persona es siempre – como diría Ortega y Gasset – el yo y sus circunstancias,
y las circunstancias de ser latinoamericano no resultan, por cierto, un hecho indiferente o
meramente adjetivo.
El Papa Francisco es argentino, pero estoy seguro que tiene la conciencia, el orgullo y la
proyección de identificarse también como latinoamericano, partícipe de ese círculo alargado
de fraternidad y solidaridad, de esa originalidad histórico-cultural que llamamos América
Latina, simbolizada luminosamente en el rostro mestizo de María de Guadalupe. Por
formación cultural, el Padre/Obispo/Cardenal Bergoglio ha tenido siempre bien presente ese
horizonte de la “Patria Grande”, de la “Nación latinoamericana”, como ama definir a América
Latina. Tengo la legítima impresión de que la presencia del Cardenal Claudio Hummes junto al
Papa Francisco en el balcón y momento del anuncio del nuevo papa no se debió solo a la
amistad declarada entre ellos –-porque son varios los cardenales amigos del Papa Francisco-–,
sino que sirvió además para mostrar esa imagen, ese eje Argentina-Brasil, que evoca a toda
América Latina, hispano y luso parlante.
América Latina y el futuro de la Iglesia católica
Desde hace dos años, cuando asumí la responsabilidad de Secretario dela Comisión Pontificia
para América Latina, no me canso de destacar que más del 40% de los católicos de todo el
planeta son latinoamericanos. Y que si sumamos los 52 millones de hispanos que viven en
Estados Unidos, estamos por el 50%, recordando también que dentro de unos 15 años los
hispanos constituirán el 50% de los católicos de ese gran país. Los números no lo dicen todo,
pero quienes no tienen en cuenta el peso de los números o son muy distraídos o son tontos.
Durante el viaje que lo llevaba a San Pablo, en esas ruedas de prensa informales que se
organizan en el avión, un periodista le preguntó a S.S. Benedicto XVI por su presunto
eurocentrismo, y el Papa le respondió textualmente: “estoy convencido que aquí se decide, al
menos en parte – y en una parte fundamental – el futuro dela Iglesia católica: esto para mí ha
sido siempre evidente”.
No es tampoco pura coincidencia que la elección de un Papa latinoamericano tenga lugar en
tiempos en que América Latina se presenta como una región emergente en la escena mundial,
sostenida por diez años de significativo crecimiento económico, de reducción progresiva de la
pobreza, de mayor integración económica y política, de diversificación de sus relaciones
políticas y comerciales, de más protagonismo en los diversos ámbitos, instituciones y alianzas
internacionales. Me permito citarme, en mi libro sobre “Una apuesta por América Latina”,
cuando en el capítulo titulado “La hora de la Iglesia en América”, escribía: “América Latina,
como región emergente, es ‘mediación singular’ entre los mundos hiperdesarrollados y los
pueblos pobres y naciones periféricas y dependientes. Ocupa el lugar de una ‘clase media’ en la
comunidad internacional, con una comunicación a 360 grados, sea con las áreas del Occidente
desarrollado, sea con las regiones del Sur del mundo. Y crecen sus vínculos con la India, China y
el Extremo Oriente asiático (pensemos en la ‘alianza del Pacífico’). América Latina es un
extremo Occidente mestizo. La herencia de Occidente, la tradición católica y la incorporación
en los dinamismos de la globalización encuentran en América Latina un terreno privilegiado y
un banco de prueba decisivo”.
Exigencias y desafíos para la Iglesia latinoamericana
Ahora bien, el hecho de un Papa latinoamericano no puede limitarse a ser motivo de sano y
legítimo orgullo entre nuestras gentes sino de acrecidas responsabilidades. La Providencia
pone a la Iglesia, pueblos y naciones de América Latina en una situación singular. Un salto
cualitativo de exigencias y desafíos se le plantean.
La primera es la de dar renovado ardor, ímpetu, irradiación, en los hechos y no en la retórica
eclesiástica, a la “misión continental”, propuesta y experiencia que el Papa Francisco lleva
ciertamente en su corazón desde el extraordinario acontecimiento de “Aparecida” y la
experiencia subsiguiente. ¿Acaso no se advierte ya que el papa Francisco está atrayendo a
tantas personas que por muy diversos motivos se habían alejado dela Iglesia? ¿No es él quien
llama e impulsa a evitar toda autorreferencialidad y ensimismamiento eclesiásticos, para ser
enviados a compartir el Evangelio en todas las periferias humanas del sufrimiento, de la
pobreza, de la indiferencia? Una oportunidad providencial, educativa y misionera, se plantea
ya respecto a los millones de jóvenes latinoamericanos que participarán en la Jornada Mundial
de la Juventud en Río de Janeiro: en la inmediata preparación, en la realización y en el
seguimiento posterior de ese gran evento, para que la tradición cristiana se haga carne y
sangre de las nuevas generaciones.
No pocos artículos periodísticos en Europa han visto el pontificado de Francisco a modo de
reacción contra el crecimiento de comunidades cristianas evangélicas y sectas, así como la
difusión del secularismo, en América Latina. Mucho más que reacción contra secularismo
y sectas, el Papa Francisco es muy propositivo: invita a compartir la belleza de la experiencia
cristiana, por desborde de gratitud y alegría en el encuentro con Jesucristo. Transmite el
Evangelio sine glosa. Está mostrando con su ejemplo y palabras lo que quiere de todos los
Pastores como cercanía misericordiosa y evangelizadora a su propio pueblo, así como lo que
quiere de todos los bautizados. Ya sacude de los letargos y de las aparentes comodidades a
quienes pretenden seguir viviendo de rentas de un patrimonio cristiano sometido a fuerte
erosión. Despertará a muchos cristianos dormidos, quedará más alimentada aún la religiosidad
popular y sus manifestaciones, crecerá el sentido de pertenencia a la Iglesia católica. Pondrá,
en efecto, a la Iglesia y a los pueblos latinoamericanos en “movimiento”.
Una segunda cuestión que se plantea a la Iglesia en América Latina es, ¡nada menos!, la de
saber reasumir, recapitular, incorporar a sí, toda la riqueza de la gran tradición católica en
santidad, doctrina, cultura, caridad y misión, para dar un salto de cualidad en la conciencia y
ministerio de sus Pastores, en la formación teológica, cultural, espiritual de sus sacerdotes, en
la fidelidad carismática y misionera de los consagrados, en el crecimiento cristianos de todos
los bautizados. Si esa tradición católica ha vivido su flujo y su propagación, sobre todo, en los
itinerarios históricos de Europa, el pantano cultural del Viejo Continente y su crisis depresiva,
requieren a la Iglesia católica superar toda tentación eurocéntrica. El actual pontificado ha de
dejar atrás lo que queda de una imagen residual dela Iglesia latinoamericana como periférica,
muy vital pero sin mayor consistencia, “iglesia reflejo” más que “iglesia fuente”, muy generosa
pero con dosis de confusión, para asumir ahora todas las exigencias que conlleva su
centralidad emergente en la “multipolaridad” católica y una exigente y renovada solicitud
apostólica universal.
La voz de la Iglesia en la sociedad latinoamericana
Me parece también evidente que el pontificado del Santo Padre Francisco conllevará el peso
de una mayor presencia dela Iglesia en la vida pública de los países latinoamericanos y en el
camino de sus sociedades hacia metas de mayor justicia, equidad, fraternidad y bien común.
Le dará mayor libertad evangélica, lejos de reducirse a ser o antagonista o sacristana de los
regímenes políticos. La hará más próxima a la realidad de sus pueblos, más compenetrada a
sus necesidades, sufrimientos y esperanzas, más caritativa y solidaria con los pobres, más
pueblo de Dios en los pueblos.
Tendrá más peso y repercusiones la palabra profética que alzará contra todo lo que atente
contra la dignidad de la persona, la familia y las naciones. Pondrá más alerta a los pueblos ante
la difusión de los subproductos culturales de la sociedad del consumo y del espectáculo.
Difundirá una cultura de la vida, de la vida verdadera, para bien de las naciones. Ayudará,
pues, a abrir nuevas vías y modelos de convivencia, precisamente cuando los regímenes ateos
del socialismo real se han derrumbado y dejado devastaciones humanas y los paradigmas
neoliberales, idólatras de la riqueza, han mostrado ya sus secuelas de impotencias e
iniquidades.
La Iglesia en América Latina estará llamada y fortalecida por el pontificado del Papa Francisco
en reconocer y alentar a los pueblos como sujetos de su propio desarrollo, en fraternidad y
solidaridad, y no como clientelas asistidas o masas de maniobra asimiladas por el poder de
turno. Estará desafiada a demostrar que el Evangelio es la mejor respuesta, la más adecuada
y satisfactoria, a la sed de felicidad y justicia que laten en el corazón de los latinoamericanos
y en la cultura de sus pueblos. No creo que pueda construirse nada de auténticamente
popular, nacional y latinoamericano, dejando de lado la presencia y contribución de la Iglesia
católica.
Prever dichas tendencias y posibilidades no quiere decir que los latinoamericanos sepamos
afrontarlas como protagonistas. Desperdiciar este tiempo providencial tendría consecuencias
nefastas para los pueblos latinoamericanos y para toda la catolicidad. Dios nos pone ante
tremendos desafíos, que parecen desproporcionados, pero nunca falta su gracia para
sostenernos”.
Dr. Guzmán Carriquiry Lecour
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