Demencia En los últimos años se ha producido literalmente una <<explosión>> de conocimientos sobre la demencia que ha permitido conseguir una mayor precisión diagnóstica, una mejor comprensión de la fisiopatología de las enfermedades que cursan con demencia , mas opciones de tratamiento, y un mayor conocimientos de los factores de riesgo. También se han realizado grandes progresos en la detección precoz de la enfermedad de Alzheimer (EA) y en su diferenciación respecto a otras enfermedades que cursan con demencia. Ahora es posible distinguir estas enfermedades a nivel molecular y se comienza a disponer de nuevos tratamientos para la EA. Se han efectuado progresos en la prevención de la demencia vascular, y con los datos obtenidos a partir de estudios epidemiológicos se plantea la posibilidad futura de disponer de medidas preventivas para la EA. Diagnóstico La American Academy of Neurology ha propuesto un conjunto de pautas para la evaluacion y el diagnóstico de una supuesta demencia (Knopman y cols., 2001). Además de la historia clínica, hay que realizar un examen del estado mental y una exploración neurológica y física general; las recomendaciones incluyen llevar a cabo un estudio sistemático (screening) de depresión, una evaluacion de la función tiroidea, y una determinación de las concentraciones plasmáticas de vitaminas B12. Ya no se recomienda realizar un estudio sistemático de sífilis, pero sí aplicar de manera sistemática técnicas de neuroimagen (tomografía computarizada [TC] o imagen por resonancia magnética [RM]). Las directrices recomiendan aceptar los criterios del DSM-IV (American Psychiatric Association, 1994) para la demencia y los criterios del National Institute on Neurological and Communication Disorders and Stroke/Alzheimer’s Disease and Related Disorders (NINCDS/ADRDA) para la EA (McKhann y cols; 1984). Se recomienda un examen del líquido cefalorraquídeo para la proteína 14-3-3 en casos en que se sospecha de una enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, y pruebas neuropsicológicas para diferenciar las demencias frontotemporales de otras enfermedades que cursan con demencia. El uso de criterios diagnósticos formales es importante para la investigación y para planificar el tratamiento, aunque estos criterios pueden limitar la visión de los clínicos. Por ejemplo, los criterios NINCDS/ADRDA para la EA requieren que los pacientes tengan demencia. Desde el punto de vista de las posibles terapias, puede que ya sea demasiado tarde. La patología de la EA aparece bastante antes de que los individuos presenten el suficiente deterioro cognoscitivo para cumplir criterios de demencia; el hecho de aguardar para tratar la enfermedad hasta que los individuos tengan una demencia manifiesta es equipararle a tratar la hipertensión después de que los pacientes sufran su primer accidente vascular cerebral. Por esta razón, los investigadores clínicos están intentando detectar los primeros signos indicadores del posterior desarrollo de una verdadera EA, y para ello se ha propuesto establecer una categoría diagnóstica de deterioro cognoscitivo leve (mild cognitive impairment, MCI). Deterioro cognoscitivo leve Que se produzcan pequeñas reducciones en la capacidad de aprendizaje y de recuperación de información forma parte del envejecimiento normal. Algunos individuos desarrollan déficit de memoria más intensos que parecen estables, mientras que otros acaban desarrollando una EA u otras enfermedades demenciantes. A fin de clasificar a las personas con perdida de memoria <<benigna>>, Crook y cols. (1986) propusieron el síndrome de deterioro de memoria asociado a la edad (age-associated memory impairment, AAMI). Los criterios para el AAMI incluyen quejas subjetivas de pérdida gradual de memoria en personas mayores de 50 años, pruebas objetivas de deterioro en un test estandarizado de memoria (en comparación con la media establecida para adultos jóvenes), funciones intelectuales normales, y ausencia de demencia o de enfermedades médicas que puedan provocar deterioro cognoscitivo. Aunque el AAMI puede ser de una variante normal del envejecimiento, Goldman y Morris (2001) seguirían que probablemente no era así. Efectuaron el seguimiento de 202 ancianos no ingresados (media de edad de 77 años) con y sin alteraciones de memoria durante un promedio de 3 años. En el grupo de personas que cumplían algunos criterios indefinidos indicadores de tener una capacidad cognoscitiva general intacta (puntuación en el Short Blessed Test <10; Blessed y cols., 1968), el 29% cumplía criterios para el AAMI. De este grupo con AAMI, el 42% progresó a una demencia a lo largo de un período de 3 años, frente al 16% de aquellos considerados al inicio cognitivamente normales. Entre los individuos que se ajustaban a parámetros más estrictos de normalidad cognoscitiva general (puntuación e el Short Blessed Test <5), el 22% del total de 202 sujetos cumplía criterios para el AAMI, y en el 31% del grupo con AAMI hubo progresión hacia una demencia, frente al 9% en personas normales. En un esfuerzo por detectar una EA <<preclínica>> o prodrómica, se ha llegado a definir el síndrome denominado deterioro cognoscitivo leve (Petersen y cols., 1999). Los pacientes con MCI se quejan de alteraciones de memoria y los tests psicológicos con una prueba de memoria verbal demuestran que existe deterioro de memoria, aunque esté preservada la función cognoscitiva general y estas personas llevan a cabo sus actividades de la vida diaria a un nivel normal. Dado que el único déficit cognoscitivo que se detecta está relacionado con la memoria, Petersen y cols. (2001a) prefieren denominar a esta afección MCI amnésico. Al comparar 76 sujetos con MCI con 234 sujetos control sanos y con 106 personas con una EA leve, se observó que los sujetos con MCI sólo diferían cognitivamente de los sujetos control en la memoria. Los grupos eran similares en función mnésica respecto a los pacientes con una EA en fases tempranas, pero se diferenciaban de los pacientes con una EA temprana en que sólo estaba afectada un área cognoscitiva (memoria) (Petersen y cols., 1999). En el seguimiento a 5 años, el 10-15% de estos individuos presentaba EA cada año –cifra bastante superior al 1-2% que cabe esperar por año en la población general. Por tanto, transcurridos 5 años desde el diagnóstico inicial, el 50-80% de sujetos del grupo con MCI cumplía criterios para una EA (Petersen y cols., 2001a). En esta cohorte, los factores pronósticos para que el MCI avance hasta una EA incluyen la presencia del alelo ε4 de la apolipoproteína E (ApoE ε4), malos resultados en un test de memoria con pistas, y atrofia hipocámpica observada mediante RM. Morris y cols. (2001) compararon 177 ancianos cognitivamente normales con 277 ancianos con deterioro cognoscitivo leve utilizando criterios algo diferentes. El grupo con deterioro leve fue dividido en tres subgrupos: los individuos el los que se sospechaba una EA temprana, los sujetos considerados que presentaban una EA incipiente, y aquellos con un deterioro de causa incierta. Durante un promedio de 9.5 años, el 100% del grupo en el que sospechaba la presencia de una EA temprana progresó hasta desarrollar una demencia. En el transcurso de 5 años, el 61% del grupo en que se sospechaba una EA temprana, el 36% del grupo en que se suponía una EA incipiente y el 20% del grupo con deterioro de causa incierta habían progresado a una demencia, en comparación con el 6.8% del grupo cognitivamente intacto. Si el MCI y el AAMI constituyen la fase más temprana de la EA, ¿no deberían ser tratados como EA? Y de ser así, ¿cuál sería el tratamiento más apropiado? La protección frente al estrés oxidativo podría ser un punto de partida seguro y razonable. Por tanto, se podría tener en cuenta la administración de 1000 UI de vitamina E dos veces al día, ya que se ha observado que esta dosis puede retrasar la progresión de la EA (Sano y cols., 1997). Otro tratamiento estándar para la EA, el uso de un inhibidor de la colinesterasa, se ha puesto en entredicho a partir del descubrimiento realizado por DeKosky y cols. (2002); el grupo de DeKodky no encontró indicios de una actividad deficitaria de la acetilcolintransfersa cortical en pacientes con MCI sino que los niveles de acetilcolintransfersa estaban elevados en el hipocampo de las personas con un MCI en comparación con los sujetos control cognitivamente intactos. Este dato sugiere que podría existir un mecanismo de compensación. Por otra parte, los inhibidores de la colinesterasa mejoran la función cognoscitiva en personas con EA temprana, en las que no existe esencialmente déficit colinérgico alguno (Davis y cols., 1999), y también en adultos cognitivamente normales. Por tanto sería razonable tratar con inhibidores de la colinesterasa a individuos con problemas de memoria a los que no se puede diagnosticar clínicamente EA. Aunque no compense el déficit colinérgico, esta estrategia podría dar un empuje adicional a la función cognoscitiva. En la actualidad se están llevando a cabo estudios sobre el uso de vitamina E e inhibidores de la colinesterasa en el MCI. Dada la elevada prevalencia de estos trastornos, y puesto que muchas personas afectadas acabarán padeciendo una EA, parece lógico buscar medidas baratas y de bajo riesgo que permitan retrasar o detener el avance hacia una EA. Por ejemplo, se están efectuando ensayos con vitamina B6, B12 y ácido fólico a partir de la asociación observada entre concentración plasmática de homocisteína, EA, y demencia vascular (Seshadri y cols., 2002). Demencia de cuerpos de Lewy Con la aparición de las nuevas técnicas de tinción inmunohistoquímica se ha observado que las enfermedades neurodegenerativas asociadas a los cuerpos de Lewy son una causa frecuente de demencia en los ancianos. Los cuerpos de Lewy son corpúsculos intraneuronales que contienen α-sinucleína, proteínas fosforiladas de neurofilamentos, ubicuitina, y otras sustancias implicadas en la eliminación de proteínas anómalas o dañadas (Lowe y cols., 1996). A diferencia de los ovillos neurofibrilares de la EA, los cuerpos de Lewy no contienen los microtúbulos asociados a las proteínas tau. Utilizando técnicas de tinción de ubicuitina, una proteína que se agrega a otras moléculas para su degradación, se han encontrado cuerpos de Lewy en un 20% de las personas que han recibido un diagnóstico clínico de EA (Perry y cols., 1993) y en el 65% de pacientes con una enfermedad de Parkinson (EP) que presentan demencia (Mayeux y cols., 1992). Se cree que los cuerpos de Lewy son consecuencia se una modificación postranscripcional de α-sinucleína que causa la formación de fibrillas y la agregación en neuronas y neurología (Dickson, 2001). Por esta razón, las enfermedades asociadas a los cuerpos de Lewy han llegado a denominarse α-sinucleinopatías. Los cuerpos de Lewy son numerosos en células pigmentadas de la sustancia negra de pacientes con EP odiopática (Hugues, 1997) y en grandes cantidades en el neocórtex y las estructuras límbicas de personas con EP y demencia (Brown y cols., 1998). Los cuerpos de Lewy se pueden encontrar en el neocórtex, las estructuras límbicas y el tronco del encéfalo, en asociación con los síntomas neuropatológicos de la EA. En los casos de la denominada variante de cuerpos de Lewy de la EA (VCL), la patología de esta enfermedad tiende a ser mínima (Hansen y cols., 1990). Los cuerpos de Lewy también aparecen en el neocórtex, las estructuras límbicas y el tronco del encéfalo (incluyendo la sustancia negra) de personas con una enfermedad neurodegenerativa progresiva sin patología marcada de EA; ésta se denomina enfermedad de cuerpos de Lewy difusos (ECLD; McKeith y cols., 1996). La densidad de los cuerpos de Lewy en la corteza cerebral se correlaciona con la intensidad del deterioro cognoscitivo (Haroutunian y cols., 2000), lo que sugiere que los cuerpos de Lewy pueden estar íntimamente relacionados con el proceso subyacente que causa la demencia. Además, aparecen en otros trastornos neurodegenerativos como la atrofia multisistémica, la parálisis supranuclear progresiva y la degeneración corticobasal (Lowe y cols., 1996). Es probable que en la variante de la EA con cuerpos de Lewy confluyan diversos procesos: la patología de la β-amiloide y tau asociada a las placas y ovillos de la EA y la patología de la α-sinucleína asociada a los cuerpos de Lewy . Los ovillos neurofibrilares intraneuronales de la EA están compuestos en buena parte por proteína tau fosforilada que se ha disociado de los microtúbulos (Strong y cols., 1995). En cambio, parece que la ECLD es una α-sinucleína pura. Se han establecido criterios para el diagnóstico clínico de la demencia con cuerpos de Lewy (McKeith y cols., 1992), pero no diferencian entre la variante de la EA con cuerpos de Lewy y la ECLD. Estos criterios incluyen demencia con fluctuación de la atención y la concentración y al menos uno de los siguientes: a) alucinaciones visuales o auditivas normalmente acompañadas de ideas delirantes, b) síntomas extrapiramidales leves o sensibilidad a los fármacos neurolépticos, o caídas repetidas inexplicables y/o embotamiento o pérdida transitoria de la conciencia, y progresión rápida a demencia grave. Usando estos criterios en una revisión retrospectiva, Hohl y cols. (2000) sólo consiguieron un 50% de precisión diagnóstica (verdaderos positivos / [verdaderos positivos + falsos positivos]) en 10 casos con un diagnóstico clínico de demencia con cuerpos de Lewy. Más recientemente, McKeith y cols. (1996) modificaronlos criterios para incluir demencia con al menos uno de los siguientes requisitos: a) fluctuación de la atención y la concentración, b) alucinaciones de otro tipo. Utilizando estos criterios, y de nuevo a partir de una revisión retrospectiva, la sensibilidad y especificidad diagnósticas alcanzaron un valor de 0.83 y 0.95 para la presencia de cuerpos de Lewy a nivel cortica, pero no se hacía ningún tipo de distinción clínica entre la variante de la EA con cuerpos de Lewy y la ECLD (McKeith y cols., 2000b). La cuestión fundamental para los clínicos, no obstante, es efectuar un diagnóstico en la primera evaluación del paciente y no al final del curso de la enfermedad. En un estudio de este tipo, utilizando pautas de consenso para el diagnóstico de demencia de cuerpos de Lewy probable o posible, sólo 4 de los 13 casos en los que se encontraron cuerpos de Lewy a nivel cortical en la autopsia tenía un diagnóstico premórtem de demencia asociada a cuerpos de Lewy (sensibilidad 30.7%, especificidad, 100%) (López y cols., 2002). A partir de estos estudios y de nuestra propia experiencia clínica (Weiner y cols., 1996), no es posible diferenciar entre sí o e la EA la variante de EA con cuerpos de Lewy o la ECLD con certeza. Sin embargo, los últimos estudios mediante tomografía por emisión de positrones (PET) y tomografías computarizada por emisión de fotón único (SPECT) sugieren que la variante de EA porque con cuerpos de Lewy y la ECLD se pueden diferenciar de la EA porque hay una menor captación de glucosa o una reducción del flujo sanguíneo cerebral regional en la corteza occipital de asociación visual (Okamura y cols., 2001) Clínicamente, es importante diagnosticar la demencia de cuerpos de Lewy. Posiblementeporque el déficit colinérgico en la variante de EA con cuerpos de Lewy es intenso (Perry y cols., 1994), puede darse una buena respuesta de los síntomas conductuales y psicóticos a los inhibidores de la colinesterasa. A menudo se observa sensibilidad a los neurolépticos en pacientes con demencia de cuerpos de Lewy debido a las existencia de déficit en los circuitos nigroestriados dopaminérgicos (Barber y cols., 2001), por lo que en estos individuos es importante utilizar inhibidores de la colinesterasa o antipsicóticos atípicos (o ambos) para manejar los síntomas psicóticos cuando aparecen. Demencia Frontotemporales Las demencias frontotemporales (DFT) son un grupo heterogéneo de trastornos menos frecuentes en conjunto que las EA o las demencias de cuerpos de Lewy. Las DFT tienen una progresión lenta, tienden a presentar síntomas acusados de trastornos del lenguaje o conductuales, y a menudo se asocian a parkinsonismo. La DFT mejor conocida es la enfermedad de Pick, en la que el deterioro del lenguaje y las alteraciones del comportamientos están asociados a una atrofia focal de los lóbulos frontales y temporales al hallazgo con el microscopio de cuerpos de inclusión argentófilos (cuerpos de Pick) y neuronas inflamadas y acromáticas. Las tres manifestaciones clínicas frecuente de las DFT son: perfil clínico de DFT (Neary y cols., 1988), afasia progresiva primaria (APP) (Mesulam, 2001), y demencia semántica (Hodges y cols., 1992). El perfil clínico de DFT incluye disfunción de la capacidad ejecutiva, problemas de comportamiento social e interpersonal, y apatía y/o desinhibición. La APP se caracteriza por afasia expresiva con dificultad para encontrar las palabras, agramatismo, parafasias fonémicas. La demencia semántica es una disfasia de la fluidez con enormes dificultades para denominar y entender palabras y con problemas para denominar o señalar la función de herramientas o utensilios. Los criterios clínicos para la DFT se solapan considerablemente con los de la EA. En un estudio, en el 86% de los pacientes con enfermedad de Pick demostrada mediante autopsia se había confundido el diagnóstico clínico con una EA (Mendez y cols., 1993). Se han publicado ya nuevos criterios clínicos consensuados para la DFT, pero se continúan solapando considerablemente con los criterios del DSM-IV-TR (American Psychiatric Associatio, 2000) para la EA (tabla 2-1). Las pruebas cognitivas convencionales suelen ser insensibles a los déficit precoces y aislados de la capacidad ejecutiva y/o del lenguaje en pacientes con DFT. Las evaluaciones clínicas de la función de lóbulo frontal consisten en explorar la producción de signos frontales y la incapacidad para llevar a cabo la maniobra de Luria. Los pacientes con DFT a menudo manifiestan ecopraxia, perseverancia y falta de persistencia motora. Las imágenes mediante SPECT, que se utilizan de manera generalizada para evaluar a los pacientes con una DTF, muestran característicamente un déficit de perfusíon frontal y temporal, pero no hay datos acerca de su sensibilidad y su especificidad. Además de la enfermedad de Pick, la APP, y la afasia semántica, las DTF incluyen una degeneración frontotemporal con inclusiones ubicuitinadas, degeneración corticobasal, parálisis supranuclear progresiva y degeneración frontotemporal con pérdida neuronal y degeneración espongiforme. La DTF familiar puede ser debida a una taupatía del sistema múltiple ligado al cromosoma 17, cuyas manifestaciones clínicas son desinhibición, demencia, parkinsonismo, y agotamiento muscular. En la esclerosis lateral amiotrófica también aparece un tipo de demencia frontal; en casos familiares, puede haber un ligamiento al cromosoma 9q21-q22. Enfermedad de Alzheimer La EA es un trastorno degenerativo y progresivo cuya prevalencia aumenta hasta aproximadamente los 90 años de edad. La enfermedad está caracterizada por la tríada de amnesia, anomia y apraxia. Se produce un deterioro importante de la memoria, acompañado por cierta dificultad para nombrar los objetos y para iniciar y llevar a cabo tareas sencillas de la vida diaria como vestirse y arreglarse. Generalmente, los paciente con EA conservan sus habilidades sociales durante el proceso de la enfermedad, pero se pueden acentuar los síntomas conductuales y psicológicos. Estos síntomas son en buena parte pasajeros y tienden a disminuir en la última fase de la enfermedad, momentos en que se pierden las habilidades relacionadas con el lenguaje y se agrava la apraxia. El curso de la EA suele complicarse en sus etapas finales con síntomas extrapiramidales leves. Los individuos que viven la enfermedad hasta el final acaban en la cama, y entonces aparece la incontinencia; son incapaces de expresarse verbalmente o de alimentarse. Normalmente, en estos casos la causa de su muerte es una sepsis debida a una neumonía o una infección de las vías urinarias. El curso de la enfermedad oscila entre 4 y 20 años. Los individuos con una enfermedad de inicio presenil presentan la evolución más maligna. Existen muchos sistemas para clasificar los estadios de la EA. Ante los cuidadores, prefiero describir las etapas de la enfermedad en temprana, intermedia y final, puntualizando que estas etapas están más relacionadas con la funcionalidad del paciente que con la amplitud de la patología subyacente. En la etapa temprana, los pacientes son bastante autosuficientes. En la etapa intermedia, requieren mucha orientación y asesoramiento, pero normalmente pueden permanecer en casa bajo supervisión. En la etapa final, requieren supervisión durante 24 h para garantizar su seguridad, nutrición y cuidados personales; esta etapa normalmente precisa el ingreso de los pacientes en un centro asistencial a largo plazo por la carga física y emocional que supone para los familiares que se encargan de ellos. El paso a la etapa final de la enfermedad suele estar indicado por las demandas cada vez mas frecuentes por parte de los cuidadores de tranquilizantes para sus seres queridos y de fármacos antidepresivos para ellos mismos. Muchas personas con EA no tienen conciencia de sus déficit, pero sí la tienen los que les rodean y luchan contra ellos en un intento por mantener unible de autonomía que supera las capacidades del familiar afectado, con el consiguiente desconcierto familiar y personal. Diagnóstico Los criterios clínicos para el diagnóstico de la EA siguen siendo los mismos que propusieron McKhann y cols. En 1984. Las técnicas de neuroimagen con PET y SPECT pueden confirmar el diagnóstico clínico, mostrando normalmente un patrón de hipometabolismo temporal y parietal o reducción del flujo sanguíneo cerebral regional. La presencia del alelo ε4 de la ApoE, un factor de riesgo de EA (expuesto en el apartado anterior), no ayuda a realizar el diagnóstico porque muchas personas con EA no presentan este alelo (Weiner y cols., 1999). Existe un test en el mercado para β-amiloide (≤1240 pg/ml) tiene una especificidad superior al 95% y una sensibilidad del 60% para el diagnóstico de EA en pacientes mayores de 60 años de edad, pero otros autores no han podido confirmar este dato. Parece que existen dos componentes esenciales en la fisiopatología de la EA: el desarrollo de placas neuríticas extracelulares y ovillos neurofibrilares intraneuronales. Las placas (salvo aquellas debidas a un traumatismo craneal grave) se desarrollan durante años. Están compuestas por un núcleo central de β-amiloide un producto tóxico anormal de la degradación de la proteína precursora del amiloide (APP). Las placas denominadas maduras están rodeadas de neuritas degeneradas y de células inflamatorias. Los ovillos consisten en moléculas tau hiperfodforiladas. La relación entre las placas y los ovillos no está clara, pero se ha postulado que la fosforilación anómala de la tau está relacionada con el estrés oxidativo inducido por la toxicidad βamiloide. Test del reloj- minimental- fluencia verbal. Factores de riesgo A excepción de los casos raros de EA autosómica dominante y del síndrome de Down, los dos factores principales de riesgo de EA son la edad y tener un familiar de primer grado afectado. La EA autosómica dominante puede ser consecuencia de mutaciones en uno de los diversos genes, incluyendo el gen APP del cromosoma 21, y de mutaciones en los genes presenilinos de los cromosomas 1 y 14. La APP es una proteína transmembrana larga que se encuentra en las células somáticas. Se desconoce su función. Las presenilinas parecen desempeñar un papel en el desarrollo del cerebro. Los individuos con síndrome de Down desarrollan igualmente la neuropatología de EA en la quinta década de vida (Wisniewski y cols., 1985) probablemente porque presentan una reduplicación del gen APP, que causa una excesiva producción de amiloide en el cerebro. Otros factores de riesgo son los traumatismo craneal con pérdida de conciencia, la herencia del alelo ε4 de la ApoE, la hipercolesterolemia, y niveles plasmáticos elevados de homocisteína. Traumatismo craneal Parece existir una relación entre los traumatismos craneales cerrados graves y el posterior desarrollo de EA. El riego se incrementa con la herencia del alelo ε4 de la ApoE. Mayeux y cols. (1995) encontraron que el riesgo de EA se duplicaba en personas con antecedentes de traumatismo craneal grave sin que estuviera presente otro factor de riesgo conocido, y este riesgo era 10 veces superior en personas con antecedentes de traumatismo craneal grave y uno o más alelos ε4 de la ApoE. El mecanismo se desconoce, pero puede estar relacionado con una mayor permeabilidad de la barrera hematoencefálica a las sustancias tóxicas. Nicoll y cols. (1995) referían una asociación entre ApoE ε4 y la deposición de amiloide en el cerebro durante las semanas posteriores al traumatismo craneal. Sin embargo, Omeara y cols. (1997) encontraron que el traumatismo craneal con pérdida de conciencia incrementaba el riesgo de EA en hombres, pero no en mujeres, lo que sugiere la posibilidad de que el estrógeno tenga un efecto protector. Alelo ε4 de la apolipoproteína E Las apoloproteínas son proteínas transportadoras de colesterol. En el cerebro, la ApoE, que sintetizan y eliminan en gran parte los atrocitos, participa en la movilización y redistribución de lípidos en casos de lesiones y durante el desarrollo del sistema nervioso (Pitas y cols., 1987). La ApoE tiene tres alelos; 2, 3 y 4. El ApoE ε4 es un factor de riesgo para la EA familiar de inicio tardío y la EA esporádica, e influye presuntamente en el depósito de β-amiloide en el cerebro (Schmechel y cols., 1993). El alelo ε4 de la ApoE aparece en el 40% de pacientes con EA de inicio tardío, en comparación con el 14% en la población general. La frecuencia del alelo ε4 de la ApoE aumenta hasta el 25-50% en personas con variante de la EA con cuerpos de Lewy (Weiner y cols., 1996), pero no es diferente de la observada en la población general en la ECLD (Galasko y cols., 1994). La frecuencia normal del alelo ε4 de la ApoE en la ECLD sugiere que la patogénesis de la EA y la ECLC son diferentes. Aunque no existe manera de cambiar la herencia de ApoE ε4, es posible que se encuentren formas de reducir la expresión de esta molécula transportadora, por ejemplo reduciendo la concentración de colesterol en plasma. Hipercolesterolemia Parece ser la elevación del colesterol plasmático es un factor de riesgo independiente de la EA (Notkola y cols., 1998) y puede estar relacionado con un mayor depósito de amiloide por parte del colesterol. La reducción de colesterol, por otra parte, inhibe la producción de β-amiloide en las neuronas (Simona y cols., 1998). El descubrimiento según el cual la estatina reduce la producción cerebral del colesterol (Locatelli y cols., 2002) puede considerarse un indicador del mecanismo mediante el cual esta clase de fármacos ejerce un efecto de cierta prevención (v. <<Fármacos y hormonas>>). Hiperhomocisteinemia Niveles plasmáticos elevados de homocisteína (por encima de 14 mmol/1) se han asociado a un mayor riesgo de EA; el análisis de los datos obtenidos en el estudio de Framingham demostraba un riesgo dos veces superior de desarrollar EA a lo largo de 8 años (Seshadri y cols., 2002). Existen muchas vías posibles de toxicidad por homocisteína, entre ellas el incremento del estrés oxidativo y la posible lesión excitotóxica en las neuronas. Dado que las hiperhomocisteinemia es potencialmente reversible si se trata con vitamina B6, B12 y ácido fólico, existe una vía prometedora de prevención de la EA o de retraso del avance de esta enfermedad. Factores protectores La revisión retrospectiva de numerosas bases de datos ha aportado importantes pistas acerca de los posibles agentes protectores y consideraciones relativas al estilo de vida. Estas revisiones, desde luego, no establecen relaciones casuales entre ambos. En el caso de los fármacos y las hormonas, estos aspectos pueden ser un reflejo del cuidado personal general. Fármacos y hormonas Muchos estudios retrospectivos sugieren una acción protectora del estrógeno en la EA (LeBlanc y cols., 2001), los fármacos antiinflamatorios no esteroideos (AINE; in’t Veld y cols., 2001), y los fármacos tipo estatina (Jick y cols., 2000). Para que tengan un efecto protector, los AINE deben haberse tomado durante 2 años como mínimo (in’t Veld y cols., 2001), pero no está clara cuál es la dosis necesaria. Los supuestos efectos protectores han de confirmarse mediante estudios prospectivos. Los datos son más concluyentes en el caso de las estatinas. En un amplio estudio retrospectivo se encontró que el riesgo de EA se reducía en un 70% con estos fármacos (Jick y cols., 2000). Este dato es particularmente alentador porque esta clase de fármacos se puede prescribir tanto a mujeres como a hombres y s menos peligrosa que el estrógeno (trombosis venosa profunda, estimulación de tumores dependientes de estrógeno) y los AINE (hemorragias gastrointestinales). Educación / actividad mental El nivel educativo, la inteligencia, o el nivel de actividad intelectual ¿previenen la EA o mitigan la evolución de la enfermedad? Estas preguntas han dado lugar a una gran cantidad de literatura en relación con la prevalencia, la incidencia y el curso de la EA (Weiner y cols., 1998). El tema es importante porque se trata de cuestiones que suelen plantear familiares al intentar ayudar a sus seres queridos y aplicar medidas preventivas para tratarse a ellos mismos. Las familias casi siempre desean saber cuanto esfuerzo deben dedicar a implicar a sus familiares afectados en actividades de ejercicio mental. En cuanto a la prevalencia, los resultados no están claros. Se basan en el supuesto de que la mayoría de ancianos que acabaron presentando demencia padecían una EA. Por ejemplo, Katzman y cols., (1998) encontraron que, en sujetos mayores de 75 años de edad, el riesgo relativo de presentar demencia era el doble en aquellos sin educación que en aquellos con un nivel educativo elemental o medio. Sin embargo, Fratiglioni y cos., (1993) no encontraron asociación alguna entre el nivel educativo y la prevalencia de la demencia. La incidencia de la demencia tampoco se vio afectada por el nivel educativo en el estudio Framingham (cobb y cols., 1995). Otro estudio prospectivo encontró que el riesgo de demencia era dos veces superior en personas con niveles educativo y profesional bajos (5.3 ± 2.6 años) con respecto a sujetos con niveles educativo y profesional altos (13.0 ± 2.8 años). En este estudio, 101 de un total de 106 personas que acabaron presentando demencia cumplían criterios clínicos para la EA (Stern y cols., 1994). Las personas con mayor nivel educativo ¿tienen una mayor reserva cognitiva? Esta posibilidad se ha visto confirmada por el hecho de que se encontró una relación inversa entre el nivel educativo, el nivel de éxito laboral, y un flujo sanguíneo cerebral regional en personas con EA (Stern y cols., 1992, 1995b). Este dato sugería que las personas brillantes o realizadas no manifestaban clínicamente la enfermedad hasta que se había producido una lesión más amplia de los tejidos. Además, Alexander y cols. (1997) encontraron que las estimaciones de la capacidad intelectual premórbida correlacionaban inversamente con el metabolismo cortical regional. Por otra parte, Teri y cols. (1995) encontraron que los pacientes con EA con un nivel educativo mas alto presentaban una pérdida por año de 1.2 puntos más en el Miniexamen del estado metal que los sujetos con un nivel educativo inferior al bachillerato; las personas que habían estudiado durante 13 años o mas perdían 1.3 puntos por año más rápidamente Asimismo, Edland y cols. (1993) encontraron que, por cada 4 años de educación, la merma en el Miniexamen del estado mental era 0.6 puntos más rápida. Los estudios sobre la relación entre educación y años de supervivencia con EA también son contradictorios. Cuando Stern y cols. (1995a) compararon la supervivencia de pacientes con EA cuyo nivel educativo era inferior a 8 años con aquellos cuyo nivel era superior a 8 años, encontraron una menor supervivencia en el grupo que había estudiando más años. En cambio, Herman y cols. (1996) encontraron que en un amplio registro, los únicos factores significativos predoctores de supervivencia eran la edad, el sexo, y la gravedad de la demencia. Motriz y Petitti (1993) encontraron, en una gran muestra de personas con EA, que en los individuos con un nivel educativo mas bajo la edad de inicio era significativamente diferente. En dos bases de datos amplias, Weiner y cols. (1998) encontraron que el mayor nivel educativo se asociaba a un inicio más temprano de los síntomas de EA. Los síntomas de la EA se iniciaban antes en personas con un mayor nivel educativo y no se encontraron diferencias en el tiempo transcurrido desde la primera evaluación y el fallecimiento entre el grupo de sujetos con un nivel educativo superior (>11 años) y el inferior (<11 años). BIBLIOGRAFIA Aisen PS, Davis KL, Berg JD, et al: A randomized controlled trial of prednisone in Alzheimer’s Disease Cooperative Study. 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