La mujer samaritana (Segunda parte) B. Discípulos aleccionados (31–38) Nuevas lecciones profundas salen a la luz cuando los discípulos se quedan solos con el Señor. 1. La única comida que satisface (31–34). Entre tanto, los discípulos le rogaban diciendo: Rabí, come. 32El les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis. 33Entonces los discípulos decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer? 34Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra. 31 Mientras la mujer va en busca de sus conocidos para contarles las cosas maravillosas que habían sucedido, Jesús queda solo con sus discípulos, que acababan de regresar luego de haber ido a comprar comida. Jesús aprovecha esta oportunidad con ellos para enseñarles una lección. El maestro tenía gran hambre física, pero al encontrarse con esta mujer de corazón sediento y necesitado, dejó de lado su propia necesidad a fin de hablar con ella y darle el agua viva. Los discípulos querían que él comiese para saciar su hambre física, pero Jesús les advierte que hay una comida más importante que la comida física, una comida sin la cual el ser humano no es un ser completo. Jesús les declara que esa comida era: “Hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra” (34). En realidad éste es el secreto de una vida cristiana emocionante. Lo primero es recibir a Cristo, pero luego debe haber un propósito, un objetivo en la vida: hacer la voluntad de Dios y acabar la obra que él nos ha encomendado. Jesús luego diría a su Padre: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (Jn. 17:4 y ver también 5:36). 2. La cosecha está lista (35–38). ¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega. 36Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega. 37Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra, y otro es el que siega. 38Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores. 35 a. Los campos listos (35). Por otra parte, Jesús aprovecha lo que acaba de ocurrir con la mujer samaritana para implementar una lección válida a través de los siglos. Una vez más se vale de lo cotidiano: la visión de los campos listos para la cosecha. Alrededor de nosotros hay millones de hombres, mujeres y niños en ciudades, aldeas y en el campo, millones que están listos para ser cosechados espiritualmente. Debemos ofrecerles el mensaje que puede transformarlos. Debemos hacerlo aunque ello implique sacrificio personal. Jesús hacía advertencias contra nuestra tendencia a malgastar el tiempo. Una de las excusas más comunes de los cristianos es decir que el tiempo no ha llegado, que aún falta para la cosecha: “¿No decís que faltan cuatro meses para la siega?” Tal vez lo digamos con otras palabras, por ejemplo: “Mis vecinos no tienen interés en Dios.” “Esperaré a que llegue la oportunidad justa.” “Debo conocerlos mejor antes de hablarles.” El autor recuerda que tiempo atrás un vecino, un hombre joven, recién casado y aparentemente lleno de vitalidad, murió en forma repentina de un derrame cerebral. ¡Qué tristeza, al no haber llegado a comunicarle el evangelio ni a compartirle lo que es la nueva vida en Cristo! Tengamos en mente la advertencia del Maestro: “Alcen la vista, miren alrededor y dense cuenta de que no es momento de excusarse porque aún no es tiempo para cosechar, porque los vecinos no están preparados, o porque los parientes no están listos.” Hay que acabar con las excusas. Tenemos oportunidad de ser instrumentos en manos de Dios para producir una tremenda cosecha espiritual. La aplicación práctica es que debemos ir en busca de los sedientos y hambrientos de espíritu y entregarles el agua de vida. b. Los segadores (36–38). i) El premio de los que cosechan (36a). El que cosecha recibe salario (Col. 3:24; Ap. 22:12), es decir que hay corona, premio, recompensa para el segador (36a)—en este caso, para quien busca almas para el reino eterno y las trae a los pies de la cruz. ii) La dignidad del trabajo (36b) Quien cosecha almas está recogiendo fruto para vida eterna. El Señor otorga tremenda dignidad a la labor de evangelización—ya sea personal, en el vecindario, en la familia, en el trabajo, en la escuela, en la iglesia. iii) El gozo de la tarea (36c). Hay gran gozo tanto para el que siembra como para el que cosecha. Es el gozo de obedecer al Señor y cumplir con la tarea encomendada (ver Fil. 4:1; 1 Ts. 2:20). iv) El trabajo hecho en equipo (37–38). El sembrador a menudo no tiene el privilegio de ver a la persona convertirse. El segador sí. La mayoría de los cristianos pasan su vida sembrando, mientras que los que siegan son aquellos que tienen los dones para instar a la gente a tomar su decisión por Cristo. Sin embargo ni el uno es sin el otro, ni el otro sin el uno. Uno siembra y otro siega (37). No estamos en competencia sino que trabajamos en equipo (1 Co. 12:25–27). Jesucristo envía tanto a labrar como a sembrar y a cosechar (38). Cada uno tiene su tarea (1 Co. 3:5–9), pero en equipo trabajamos para un mismo Señor y para la extensión de su reino (1 Co. 3:21–22). C. Testimonio con fruto (39–42) Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho. 40Entonces vinieron los samaritanos a él y le rogaron que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días. 41Y creyeron muchos más por la palabra de él, 42y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo. 39 Es sobrecogedor leer el testimonio de la samaritana, y pensar que hasta un rato antes había vivido una vida perdida y desorientada. En tan sólo un momento, toda su existencia se transformó al punto que los mismos amigos y vecinos de la ciudad donde vivía, al oír su relato entusiasmado del encuentro que había tenido con Cristo Jesús, acudieron también al Maestro. He allí una verdadera transformación, un cambio de corazón, un nuevo comienzo. Y como consecuencia del testimonio de esta samaritana, muchos creyeron en Cristo y aun pidieron a Jesús que permaneciese con ellos. El se quedó dos días más (v. 43) a fin de discipular a los nuevos creyentes y edificarlos en el conocimiento de la verdad. Estos creyentes habían tenido un encuentro personal con Cristo, hecho que ellos mismos reconocían (v. 42). Le estaban diciendo a la mujer: “Ya no creemos sólo por lo que nos cuentas tú. Fue importante oír lo que dijiste, pero ahora nosotros mismos hemos oído y sabemos con certeza que Jesús es el Cristo.”1 1 Palau, L. (1991). Comentario bı́blico del continente nuevo: San Juan I (pp. 106–108). Miami, FL: Editorial Unilit.