José Enrique López Tablero, un hombre que amó a su tierra. Freddy J. Millán Borges. Maturín, octubre 2019 Al despuntar el alba, del 15 de julio de 1937, en un pequeño poblado oriental, rendido a los pies de las montañas azuladas, en el devenir de las aguas del río, que en la toponimia indígena llamó río de piedras, se escucha el llanto de un niño. “Las calles apenas estaban delineadas o conservaban el trazado que sobre la meseta hizo el misionero fundador. Algunas siguen las tortuosidades de las aguas que bajan, en larga travesía, desde las últimas estribaciones de la Cordillera de la Costa. La belleza de Santa Fe, está distante, del mar Caribe, pero todas sus aguas navegan sobre el río Guarapiche y se convierten en sal en el Golfo de Paria. Allí una vez el navegante Genovés creyó ver el Paraíso”. 1 Así narró a Caicara de Maturín, un contemporáneo, donde vio luz, el hijo de Juan López Martínez y de Ramona Tablero Simosa, quien fue bautizado como José Enrique. Orgullosamente se firmó siempre con sus dos apellidos y orgullosamente reivindicó su caicareñidad, más que como un gentilicio, fue su identidad, una devoción de un eterno retorno, cuando buscaba la fuerza de los orígenes, el calor de los ancestros y la fuerza de una raza bravía. Así de niño el paisaje lo atrapó y valoró profundamente la tierra, con sus aguas, con los bienes que ella rendía producto del trabajo, de esa gente sencilla; de vida discreta, laboriosa y honesta, quienes fueron motivo de sus luchas por la justicia social. Por eso antes del derecho, la política, la actividad gremial, fue la educación parte de su apostolado, desde el niño que acudió a la escuela “José Francisco Bermúdez”, el joven que se gradúa de Bachiller en filosofía y letras, en el liceo “Miguel José Sanz” en 1958, opta por la docencia y egresa como Maestro Normalista, en el “Colegio Maturín” en 1959. En la educación, en la vocación, también queda prendado de una maestra; de la misma albitud de las espumas del río, de las nubes veraniegas, de la luz del amanecer, con quien compartió bajo el celeste caicareño y le cautivó desde el canto tempranero del gallo madrugador, de los tiempos mozos y así se casó con Olga Morales en 1959, y producto del amor nacieron José Enrique, Gabriel Darío, Daniel Salomón, Jorge Eliezer (+) y Olga Francys. José Enrique emprende el viaje obligado de la época a Caracas, para hacer estudios universitarios, la docencia fue su primer ejercicio profesional, en la Escuela Nacional “Pro-Patria”, luego de una breve pasantía por la subsecretaría de la Cámara de Diputados, mientras cursa la carrera de Derecho en la Universidad Central de Venezuela, de la que egresa como abogado en 1963. La vocación por la docencia, por la educación, siempre lo acompañó; como profesor universitario, en el novel Instituto Pedagógico de Maturín, en la magistratura, en la dirigencia gremial profesional y de los productores agrícolas, en las que insistió en el perfeccionamiento profesional y en la extensión agrícola. Una vez egresado y con el título de abogado, el llamado de la tierra, lo trae de nuevo a Monagas, cuando no faltaron las oportunidades de quedarse en la capital. Retorna y se desempeña en el servicio público como Procurador General del Estado, Consultor Jurídico del Concejo Municipal del Distrito Cedeño, Suplente de la Fiscalía del Ministerio Público del Estado Monagas y del Territorio Federal Delta Amacuro, Presidente de la Junta Electoral del Distrito Maturín, Conjuez del Juzgado de Primera Instancia en lo Civil, Mercantil, Penal, del Tránsito y del Trabajo de la Circunscripción Judicial del Estado Monagas y del Territorio Delta Amacuro y logra la máxima magistratura judicial regional como Juez Superior Primero en lo Civil, Mercantil, Penal, del Tránsito y del Trabajo de la Circunscripción Judicial del Estado Monagas López Tablero tiene vocación social y de servicio a la comunidad, se desempeñó como Presidente del Colegio de Abogados, motorizó e integró como fundador las directivas de las Sociedades de Amigos de la Universidad de Oriente y del Instituto Pedagógico de Maturín, presidió la Comunidad Educativa del liceo “Miguel José Sanz”, como productor agrícola fue directivo de UNEAGRO-Monagas; Presidente de la Sociedad de Cañicultores del Estado Monagas, Director Agropecuario de la Cámara de Comercio e Industria del Estado Monagas y Director de FEDEAGRO. Recibió múltiples reconocimientos y condecoraciones, entre las que destacan “Hijo Ilustre de Caicara”, Orden “Ciudad de Maturín”, Orden “Francisco de Miranda”, recibió bendición apostólica, de su santidad “Juan Pablo II”, expedida en El Vaticano el 10 de diciembre de 1983 y las “Llaves de la Ciudad de Maturín” en 1993. José Enrique López Tablero, es electo Alcalde de Maturín, en los comicios de diciembre de 1992, para el período 1993-1996, abanderando un crisol de organizaciones políticas, sociales y vecinales. Fueron tiempos difíciles, de gran conflictividad política, social, de recesión económica, de inflación de tres cifras nunca antes conocida, de pugnacidad partidista. Tiempos de conflictos e incomprensiones. Allí se empeñó en un diálogo sincero con todos, porque siempre se propuso ser el “Alcalde de Todos”, de la amplia alianza partidista y de la adversa cámara municipal, de los grupos empresariales y los sindicatos, y fundamente de las comunidades. Noches en vela pendiente de los servicios, de la recaudación con disminución de la actividad comercial, del recorte de metas físicas por metas presupuestarias por la inflación, fue el momento de la mega crisis financiera. Incluso siendo apoderado por años de bancos, había que retirar, de esas mismas instituciones, los recursos para salvaguardar el patrimonio municipal. Frente a la adversidad, dedicación y construcción, queda una obra; la Policía Municipal, un ejemplo de eficiencia y respetabilidad en sus inicios; el corredor vial, el programa de FONTUR de colectivos de dimensiones eficaces para el tráfico urbano ágil, la señalización, las paradas inteligentes, la semaforización, el redimensionamiento de las vías, los flujos de tráfico de la ciudad; las obras de PROMUEBA con saneamiento y equipamiento de barrios, el proyecto de viviendas de construcción por autogestión, con la tecnología de “arquitectura de la tierra”, la gestión de animación cultural (FUMCULTURA) la construcción de canchas y la política de masificación deportiva; los mercados populares con la participación de los productores en la comercialización, la “Casa de la Mujer”, la modernización del Palacio Municipal para la atención de los contribuyentes, y la optimización de los procesos de gestión. Una obra física en medio de las dificultades. Al sedimentarse los procesos, con el devenir del tiempo, el reconocimiento de la obra humana, de la dimensión ética de la presencia del Alcalde, quien en ejercicio y después , caminaba por la ciudad recogiendo afectos, escuchando angustias, las incomprensiones, también la queja directa. Pese a las complejidades del gobierno municipal, el asunto fiscal, la conflictividad política, exigió a sus más estrechos colaboradores, le diseñaran un esquema que permitiera la audiencia pública que se extendía por doce horas o más, las asambleas con vecinos, la atención a los grupos comunitarios, la visita a las dependencias a primera hora, para comprender los problemas desde la perspectiva del vecino, del contribuyente, del usuario, del funcionario, allí recogía sugerencias de mejoramiento continuo de los procesos. El sábado en el Maturín rural, sub urbano, en su decir, el “Maturín profundo”, que requería del encuentro con el gobernante. Muchas veces en las campañas intensas que hizo, se empeñaba en comenzar desde la pequeña y distante comunidad, mientras los estrategas apuntaban a los núcleos más densamente poblados, desconcertando a muchos con lo que hoy llaman la pedagogía política y la docencia social. Ese es López Tablero, el hombre público; el abogado, el productor agrícola, el juez, el Alcalde, el Maestro en todo el sentido que la palabra entraña. Hoy también nos convoca el ser humano; el padre ejemplar, el amigo de tantos, ese ser excepcional que supo tejer desde su sensibilidad, esta cobertura amplia que nos cobija, policromática, también polifónica de afectos. Ese es su legado, el mayor patrimonio, ese es nuestro orgullo. Para quienes compartimos en la intimidad, esta su ejemplo, para quienes trabajamos con él están sus enseñanzas, para quienes conoció, está el amor en todo tiempo y persona verbal conjugable. Así sigue presente en tres estadios perceptivos, lo que de él vimos, lo que de él oímos y de lo que él sentimos. Humano, profundamente humano. La vida un ciclo biológico finito, con la estación en la que se apura escanciar el trago amargo del dolor. Allí aparece la otra dimensión trascendente, que nos hace reflexionar desde la fe, desde la ciencia, con ambas armonizó. A López Tablero, siempre le interesó la historia, eso explica que de su vida hizo testimonio, allí aparece el pasado de quién fue, la memoria, que al decir del poeta Borges, “está hecha en buena parte de olvido”, olvido artero, traidor y ruin, que era una condena en el mundo mítico griego, el de Hades, en el destierro, en la frialdad y en las sombras. En la mitología latina, Cupido, el amor, por el contrario, se simbolizó en el corazón Por eso José Enrique López Tablero, es un hombre de corazón, cordio, cuore, coeur, en distintas voces, de allí la palabra recuerdo, que es volver a pasar por el corazón, no es la memoria, es el recuerdo el que siempre le permitirá estar presente, no es hombre para el olvido porque fue y es un hombre de un gran corazón. José Enrique López Tablero, hoy retornas a la madre tierra, esa fuente de vida, esa noción del trabajo honesto, la tierra que amaste, a la que dedicaste tanto , a la que te reconoció en frutos, la misma del cantar de los pájaros, del color de las flores, en la que sembraste y cosechaste para extraerle su dulzura, la del aroma del café recién colado, ahora sin amargura, la tierra en la que pasta el rebaño manso y corre el caballo sin rienda ni freno, la que surca el río en eterno devenir, la que recoge las aguas de la laguna en la que abre surcos con su pico la gaviota, la que te vio nacer y te dará cobijo, la misma tierra de dónde venimos, la tierra del eterno retorno, la tierra prometida, la tierra que desde siempre es el destino, en ese instante, en ese episodio, contingente, temporal, que es la vida, la tierra que nunca despide definitivamente, la tierra que te hará recuerdo vivo, por siempre y para siempre.