Subido por Eberto Leones

BIOGRAFIA DE LA VIRGEN MARÍA

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Mas de cuarenta siglos habían pasado desde que Dios Nuestro Señor, a raíz de la caída original y en la misma
hora que fulminaba su castigo sobre los culpables, dejó brillar, en medio de su enojo, un rayo de luz y de
esperanza, precursor de su inmensa […]
MARTES, NOVIEMBRE 05, 2019
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BIOGRAFIA DE LA VIRGEN MARÍA
BIOGRAFIA DE LA VIRGEN MARÍA
La Gran Promesa
Mas de cuarenta siglos habían pasado desde que Dios Nuestro Señor, a raíz de la caída original
y en la misma hora que fulminaba su castigo sobre los culpables, dejó brillar, en medio de su
enojo, un rayo de luz y de esperanza, precursor de su inmensa misericordia.
Al tocar el turno a la serpiente tentadora, es decir al diablo, le dijo Dios: "Enemistades pondré
entre ti y la mujer, entre tu posteridad y la suya: Ella quebrantará tu cabeza y tú morderás su
talón". (Gen. 3, 15).
La Tradición cristiana ha visto siempre en esas palabras, la gran promesa del Redentor futuro
y de su completa redención o victoria sobre el pecado y el demonio.
La Promesa divina se cumplió, más de dos mil años. Llegada, en efecto según el plan divino, la
plenitud de los tiempos, como aurora divina de redención apareció María Inmaculada y llena
de gracia, de la cual nació a su tiempo el divino Sol de Justicia, Cristo Jesús, nuestro Redentor,
el prometido Triunfador invicto del demonio, del pecado y de la muerte.
El Nacimiento
María Santísima, hija de San Joaquín y Santa Ana por especial favor de Dios, nació en Jerusalén,
y cuando tuvo tres años fue llevada por sus padres al templo de esa ciudad para ser presentada
al Señor y entregada a su servicio, viniendo a ser entre todas las doncellas el mayor ejemplo de
santidad y modestia. La Iglesia celebra el 21 de Noviembre la Presentación de la Santísima
Virgen en el Templo.
Allí la Niña María aprendió a hilar lana y lino, a labrar las vestiduras sacerdotales y demás objetos
para el culto santo; leía con suma atención las divinas escrituras y con encendido amor, aunque
sin ninguna ceremonia exterior hizo voto perpetuo de guardar su pureza virginal. En ese
entonces debía tener ya más de doce años, pues en esta edad era cuando se permitía a las
jóvenes judías hacer votos valederos.
Sabemos por la revelación y el magisterio de la Iglesia, que en Ella, la gracia divina se adelantó
a la naturaleza viciada; que ningún hálito impuro la contaminó jamás; que sola Ella, entre todas
las hijas de Adán, por un milagro de preservación redentora, fue preservada del universal
contagio del pecado original; Dios pareció haber agotado los tesoros inmensos de su
omnipotencia, para embellecer y santificar su alma; y que la fidelidad perfecta de la Virgen,
correspondiendo con exacta cooperación a los continuos llamamientos de la gracia, acumuló en
sí méritos sobrenaturales sobre toda otra humana medida e hizo de Ella la más bella, la más
sublime y santa entre todas las puras criaturas salidas de las manos del Creador.
Fisonomía Exterior de María
El gran Padre y Doctor de la Iglesia, San Ambrosio, dice a este respecto:
"Era la Virgen María de alma prudente y corazón blando y humilde, grave y parca en el hablar,
aficionada a lecturas santas, modesta en sus palabras, muy atenta a lo que hacía, y buscando
en todo siempre agradar a Dios y no a los hombres.
A nadie molestó jamás, a todos quiso bien, y tuvo particular respeto y reverencia a los mayores.
Nada duro o provocativo había en sus ojos o en su mirar; nada de atrevido o inconsiderado en
sus palabras; y en sus acciones, nada que no fuese de todo punto digno y decoroso.
Sus gestos y su andar, nada tenían de ligero, suelto o petulante, antes bien, procedía con todo
orden y compostura, de suerte que, la modestia y continente exterior de su persona eran como
un bello reflejo de su alma, y podía servir como acabado ejemplar de toda probidad.
Era Ella la mejor guarda de sí misma, y tan apacible en su andar, en sus palabras y ademanes,
que con sus pasos y movimientos, más que avanzar en el camino parecía adelantar en la virtud.
Cuando hacía esta Virgen modestísima, podía tomarse como regla de buen proceder y de virtud.
Los Desposorios
Dos años después de muertos sus padres y siendo ya de catorce años, quisieron los sumos
sacerdotes que tomase esposo, más Ella rehusó esto terminantemente por su amor a la pureza
y promesa virginal; pero por providencial manifestación de Dios aceptó, previo voto mutuo de
castidad, a San José por compañero, con el cual se desposó y se fue a vivir a Nazaret, pequeña
aldea donde se ejercitó en la oración y la contemplación.
El día menos pensado, estando la Santísima Virgen en oración, se le presentó el arcángel San
Gabriel y le anunció que Ella concebiría en su seno al Hijo del Altísimo, que iba a hacerse hombre,
sin dejar de ser Dios para redimir a la humanidad; y que esto se haría maravillosamente
suministrando su purísima sangre en su propio seno al Espíritu Santo obrador del prodigio.
Luego le reveló, como para confirmar la divina encarnación, que Isabel su prima, había
concebido un niño, que sería precursor del Verbo humanado; entonces la Santísima Virgen
determinó ir a visitar a Santa Isabel, guardando grande reserva de lo que pasaba; mas en aquel
venturoso día ---que llamamos de la Visitación---, al ver Santa Isabel a María Santísima, exclamó:
"¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a visitarme?" No pudo María dejar de bendecir
a Dios en tal momento y prorrumpió en admirable cántico de alabanzas a Dios, de sentida
expresión de humildad y de reconocimiento, que denominamos el himno del Magníficat.
El Nacimiento de Jesús
Antes del Nacimiento del Bautista, María regreso a Nazaret, donde vivía con humildad,
recogimiento y oración. Tuvo luego que ir San José a la ciudad de Belén, patria del profeta
David, a cumplir con el empadronamiento ordenado por edicto imperial; en tal viaje acompañó
al esposo la Santísima Virgen, cuidándose más de pensar en que todo lo ordena la divina
providencia, que en la fecha en que pudiera ser el alumbramiento. Habiendo arribado a Belén,
hallándose como perdidos en medio de las multitudes que habían llegado de todas partes para
hacerse inscribir; en vano buscaron asilo para pasar la noche, pues ninguno les abrió, tanto por
ser desconocidos y pobres, como por estar ya todo ocupado.
Tuvieron que albergarse en un mezquino establo, refugio de pastorcitos y rebaños. Allí, hacia la
media noche, el Verbo encarnado sale milagrosamente del seno de María, ésta lo toma en sus
brazos, lo adora, lo envuelve en humildes pañales y coloca sobre unas pajas del pesebre; tal es
el nacimiento del divino Infante, cual pasa el rayo de luz por un purísimo cristal.
Por este tiempo, a los 40 días, la Santísima Virgen se presentó, sin estar obligada, al templo de
Jerusalén a la ceremonia legal de la Purificación y a ofrecer la oblación del caso. ¡Qué humildad
y obediencia!. Y allí oyó las amargas profecías de Simeón el anciano.
Vida en Nazaret
Estando aún la Sagrada Familia en Belén, una noche un ángel del Señor ordenó a San José que
tomara a Jesús y con la Santa Madre y huyeran a Egipto porque Herodes buscaba al Niño para
darle muerte. ¡Qué afán! Mas qué obediencia y prontitud en emprender aquella huída. Años
después por aviso Angélico volvieron a Nazaret.
Siendo el Niño de doce años, fue llevado por sus padres al templo de Jerusalén en cumplimiento
de prescripciones santas de asistir a los sacrificios y oír explicar la Sagrada Escritura; mas por la
imprevista quedada del Niño Jesús en el templo, ---que ellos juzgaron que se les había perdido--, ¡Cuánto sufrimiento hasta encontrarlo!. Estaba en medio de los doctores, oyéndolos y
enseñándoles...
En Nazaret continuó la Sagrada Familia la oscura y humilde vida: allí crecía el Niño en edad,
santidad y ciencia a vista de todos; allí aumentaba a diario la perfección de María y tuvo la pena
de ver morir a San José, a quién asistieron con Jesús en su último instante de vida humana; de
allí salió a los 30 años de edad, Jesús divino Maestro, a emprender la vida en público, de
enseñanzas, predicación, beneficios y continuo sacrificarse hasta la muerte.
Durante la Vida Pública de Jesús
En los tres años de vida pública de Nuestro Señor Jesucristo hallamos a María Santísima
principalmente en tres momentos: 1º Abogando por los necesitados en Caná de Galilea; 2º
Saliendo al encuentro de Jesús, agobiado con el peso de la Cruz, en la calle de la amargura; y
3º En el Calvario, donde fue constituida Madre Nuestra.
1º Las Bodas de Caná
Había sido invitado Jesús con sus discípulos a unas bodas, a que asistía también María. Durante
la comida faltó el vino. María se lo advirtió a Jesús. "Mujer, le contesta el Salvador, ¿por qué te
diriges a mí? No ha llegado aún mi hora".
Y dice María a los sirvientes: "Haced cuanto El os diga". Ordena Jesús que llenen de agua seis
tinajas, manda escanciarlas, y gustan los convidados un vino mejor que el que hasta entonces
se les había servido. Este fue el primer milagro de Jesús, que sirvió para confirmar a sus
discípulos.
Si María no hubiese intervenido, el Salvador no hubiese obrado el prodigio; sin embargo, el
milagro se efectuó, y nota el Evangelio que fue el primero que obró Jesús. ¡Qué delicada atención
la del Señor!
Durante una época entera de su vida, va como a olvidarse de su Madre; pero antes le concede
obtener el primer milagro que confirma la fe de sus discípulos. ¡Qué demostración tan espléndida
del poder de María!.
2º En la Calle de la Amargura
Acompañada por San Juan y por las piadosas mujeres, María quiso salir al encuentro de su divino
hijo. El lugar del suplicio no es ciertamente un sitio adecuado para una madre.
Bien sabía Ella que no habría podido prestar ningún socorro a su Hijo pues los verdugos, según
la ley, se lo habrían impedido. Sabía muy bien, además, que con su presencia, lejos de disminuir
el dolor del Salvador, no haría más que aumentarlo. Esto no obstante, su deber, su calidad de
Corredentora, no le permitía estar ausente; impulsada por el deber, se dirigió Ella también hacia
el Calvario, al encuentro de su Hijo.
Una antigua tradición nos cuenta que la Virgen en vez de agregarse a la multitud tumultuosa
que seguía al condenado, tomó un atajo a fin de encontrarse con su Hijo, quizás junto a la
puerta por la cual habría debido pasar para dirigirse al Calvario y se encontró de hecho con Él,
pero, a causa de los esbirros y de la plebe no hubo ni pudo haber otra cosa, entre Ella y Él, que
un rápido cambio de miradas y de afectos, sintetizando en dos palabras pronunciadas más con
el corazón que con los labios: "Madre mía, Hijo mío". Cuánto pesar y compasión no se
expresarían mutuamente. Cuántas cosas no se dirían en estas dos palabras.
3º María Santísima al pie de la Cruz
Después de haberse visto María como olvidada durante la vida pública del Salvador, reaparece
en el momento supremo del sacrificio. Allí está; fuerte en medio de su inmenso dolor. La ve su
Hijo, y en su corazón sumergido en el sufrimiento, halla aún, lugar para la compasión y la piedad
hacia su Madre. En el momento de la despedida, quiere verse reemplazado para con Ella. ¿A
quién confiar tan preciosa misión, sino a su discípulo amado?. "Mujer, dice a María, designando
a Juan: he aquí a tu Hijo". "Hijo, dice a San Juan, he aquí a tu Madre".
María mira a su alrededor. Sólo ve a Juan, y a Juan precisamente mira Jesús. Entonces
comprendió muy bien María que Juan estaba allí en representación de otros hombres, cuyo lugar
él ocupaba en esos instantes sublimes, y esos hombres éramos todos nosotros. Recién entonces
comprendió el hondo significado de su "fiat" de Nazaret: para salvarnos, para ser Nuestra Madre
en el orden de la gracia, debía sacrificar a su Hijo, en el orden de la naturaleza. He aquí, cómo
la Santísima Virgen ha quedado constituida Madre nuestra, he aquí cuál es la parte que ha tenido
en nuestra redención y hasta qué punto le somos deudores de la vida de la gracia para nuestra
salvación.
Últimos años de la Virgen
Los últimos años vividos por María sobre la tierra, han permanecido envueltos en una neblina
tan espesa que casi no es posible entreverlos con la mirada, y mucho menos penetrarlos. La
Escritura calla y la tradición nos hace llegar solamente ecos lejanos e inciertos. Indudablemente
la Virgen, en aquellos años en que permaneció en la tierra, debió exclamar continuamente, con
mayor razón que San Pablo, dirigiéndose a los primeros cristianos: "Mi vida es Cristo y la muerte
sería para mí una ganancia. Mas, ¿qué escoger?. A la verdad, mucho mejor sería para mí irme
con Él; pero vuestra necesidad me manda quedar aquí... Permaneceré con vosotros para
provecho vuestro y gozo de vuestra fe" (Filipenses, 1, 21-26).
¡Si la Iglesia, hija de María era todavía niña, y como tal, aún tenía necesidad de todos aquellos
cuidados que sólo una madre puede procurar, de todas aquellas finas y delicadas solicitudes que
sólo un corazón de madre puede percibir. Y María, consagrada enteramente al provecho de la
Iglesia, prestó de continuo hacia Ella, cuerpo místico de Cristo, todos aquellos cuidados y
atenciones maternales que había tenido para con su divino Hijo. A Ella, por consiguiente, como
a la madre de una familia, recurrían de continuo los Apóstoles y discípulos, todos los fieles
especialmente en las horas de duda, de dolor y de persecución. Ella aconsejaba a todos, sostenía
a todos. Junto a Ella, aquellos primeros fieles olvidaban las penas del destierro y se sentían
animados para recorrer con ardor el camino que conducía a la patria.
Fin del Destierro
Todo nos induce a creer que la vida terrena de María, así como tuvo su comienzo en la ciudad
santa, así también tuvo en ella su término. Ella pasó de la Jerusalén terrestre a la Jerusalén
Celestial. No se comprende bien, en efecto, cómo pudo morir la Virgen. Para nosotros es fácil,
demasiado fácil morir. Pero para María no sucede lo mismo.
Después de consolar, enseñar y amparar a los apóstoles y discípulos de Cristo, cuando fue
tiempo de salir de este mundo, abrasada en amor divino se durmió plácidamente.
No fue una sacudida violenta que arrancó el alma de María; fue el impulso de la caridad lo que
la separó dulcemente del cuerpo enviándola al Paraíso envuelta en una onda de deseo ardiente
de su Amado.
Después de su muerte la Santísima Virgen fue llevada a los cielos por los ángeles, donde
coronada de gloria y de poder y con trono sobre todos los coros angélicos y todos los santos,
permanece eternamente como Madre de Dios que es, y Señora y Madre nuestra, ejerciendo su
amabilísimo poder por los siglos de los siglos.
Fuente: www.legiondemaria.org
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