Subido por Jaime A. Rodriguez

Arriaga Juan Carlos & Camal Tania ( 2012). Secesion y fragmentacion de los territor

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Geopolítica, relaciones
internacionales y
etnicidad
Aspectos de la construcción del Estado
en América Latina durante los siglos
XIX y XX
Jazmín Benítez López; Rafael Romero Mayo
y Mario Vázquez Olivera
(coordinadores)
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Geopolítica, relaciones internacionales y etnicidad. Aspectos de la construcción del Estado
en América Latina durante los siglos XIX y XX / Jazmín Benítez López; Rafael Romero
Mayo y Mario Vázquez Olivera, Coordinadores. – México: Bonilla Artigas Editores :
Universidad de Quintana Roo : UNAM, CIALC: Gobierno del Estado de Quintana
Roo: Conaculta, 2012 376 p. ; 23 cm. – (Colección Pública)
ISBN 978 -607-7588-65-8
1. Geopolítica – América Latina – Caríbe.
2. Relaciones internacionales 3. Etnicidad I. Benítez López,
Jazmín, coord. II. Romero Mayo, Rafael, coord. III. Vázquez
Olivera, Mario, coord.
F1414 G385 2012
Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados
para todos los países de habla hispana. Prohibida la
reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido
o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de su
legítimo titular de derechos.
Geopolítica, relaciones internacionales y etnicidad.
Aspectos de la construcción del estado en América Latina durante los siglos XIX y XX.
de Jazmín Benítez López; Rafael Romero Mayo y Mario Vázquez Olivera
(coordinadores)
Primera edición 2012
D. R. ©Bonilla Artigas Editores
De la presente edición ©Bonilla Artigas Editores, S.A. de C. V.
Cerro Tres Marías número 354
Col. Campestre Churubusco, C. P. 04200
México, D. F.
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Tel. (52 55) 55 44 73 40/ Fax (52 55) 55 44 72 91
Coordinación editorial: Jazmín Benítez López
Diseño editorial: Saúl Marcos C.
Diseño de portada: Teresita Love
Fotografía de portada: Teresita Love
ISBN: 978 -607-7588-65-8
Impreso y hecho en México
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Primera parte
Geopolítica y fragmentación territorial de
Hispanoamérica
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Secesión y fragmentación de los territorios
coloniales en la América española: 1810-1836
Juan Carlos Arriaga Rodríguez
Tania Libertad Camal Cheluja
Los movimientos de independencia en Hispanoamérica no sólo
condujeron a la ruptura económica y política de sociedades periféricas de su metrópoli colonial, también deben ser interpretados como
procesos de configuración territorial. Es decir, tales movimientos
también deben ser interpretados como procesos de secesión del
espacio colonial y la inmediata fragmentación de éste en territorios
bajo el dominio de repúblicas independientes. Ambos procesos
marcaron el inicio de una nueva etapa en la partición territorial en
América Latina.
La secesión e inmediata fragmentación del territorio colonial español tuvo la trascendencia histórica equivalente a cuando el continente
fue conquistado tres siglos atrás. Desde el punto de vista geohistórico, la pérdida del territorio colonial fue uno de los acontecimientos
coyunturales más importantes en la historia mundial y, específicamente para Hispanoamérica, marcó el fin de un sistema social y de
organización territorial y el tránsito hacia otros diferentes.1 La secesión territorial2 de las colonias hispanoamericanas fue consecuencia
del triunfo de los movimientos de independencia, mientras que la
1
Comellas García-Llera, José Luis. “Del antiguo régimen”, en Historia General de España
y América, Tomo XII, Madrid, Ediciones Rialp, 1981, p. XIV.
2
Se entiende por secesión territorial a la separación de una comunidad y el territorio
que habita de una entidad política con el fin de crear una entidad independiente o adherirse a otra ya instituida.
23
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fragmentación3 fue resultado de las luchas entre las élites de las ciudades capitales y de las ciudades de las provincias interiores. En ambos
procesos históricos, la demanda de autonomía de las élites criollas fue
un factor central, pues incentivó las intenciones y deseos independentistas y marcó la ruta que siguió la formación territorial de las nuevas
repúblicas.
En el presente capítulo se pretende explicar cómo la configuración
territorial de las repúblicas hispanoamericanas fue influenciada por la
demanda de autonomía y los conflictos entre las élites criollas que se
derivaron de ello. Para explicar lo anterior, el texto está dividido en
tres partes. En la primero se revisa cómo la demanda de autonomía
fue el catalizador de los movimientos de independencia y, en consecuencia de la secesión territorial de las colonias españolas en América.
En el segundo apartado se explica por qué la demanda de autonomía
de las élites de las provincias impulsó la fragmentación territorial en
las primeras repúblicas. Finalmente, se presenta un recuento histórico
del proceso de fragmentación territorial de las primeras repúblicas. En
este relato histórico se pone atención a las disputas políticas entre las
élites criollas, pues éstas tuvieron un impacto importante en la configuración y organización de los territorios de las primeras repúblicas
hispanoamericanas.
El proceso de secesión territorial de las colonias españolas
La coronación de José I. Bonaparte como Rey de España, desencadenó una serie de acontecimientos políticos en América que se sintetizaron en las proclamas de independencia de las colonias. La ausencia
del rey legítimo, Fernando VII, fortaleció la idea entre los liberales
españoles y algunos grupos de criollos notables en América de que
en tal circunstancia y, ante el impedimento evidente de designar un
nuevo monarca, —por encontrarse España ante la imposición de un
3
La fragmentación ocurre cuando una entidad política surgida de un proceso de secesión se divide en dos o más entidades, cada una de las cuales construye su propio sistema
jurídico político.
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Secesión y fragmentación
príncipe extraño— la representación debía ser depositada en el pueblo, quien asumía temporalmente las funciones de defensa y administración económica y judicial de los territorios del imperio.4
Las Juntas Provinciales fueron una forma improvisada de representación política, por lo cual los líderes de la resistencia en contra de la
invasión francesa no poseían legitimidad plena ante todos los grupos
sociales. Debido a lo anterior, a finales de agosto de 1808 fue establecida la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino y de las Indias, institución en la que se procuró la representación de cada una las Juntas
Provinciales.5
Para justificar su existencia y su legitimidad, la Junta Central emitió un decreto por el cual se estableció que las provincias americanas
no eran colonias, sino parte del reino de España y las invitó a enviar
representantes a la realización de un Parlamento, reuniones de las
Cortes, para redactar una nueva constitución.6 Al poco tiempo de
instituida, la Junta Central pretendió ejercer el poder por su cuenta,
motivo por el cual algunas juntas provinciales se rebelaron y se autoproclamaron como las verdaderas depositarias de la soberanía del reino, lo que ocurrió tanto en España como en América. En la mayoría
de los casos no se trataba de sentimientos independentistas o separatistas, sino de la reivindicación de que ellas también eran depositarias
legítimas de la soberanía, en términos de igualdad con las otras juntas
provinciales de América y España. A partir de este momento, la de4
Vd Burkholder, Mark A. De la impotencia a la autoridad. La Corona Española y las Audiencias en América, 1687-1808, México, FCE, 1984, pp. 192-193, y Portillo Valdés, José
María. Crisis atlántica: autonomía e independencia en la crisis de la monarquía hispana, en
colección Ambos Mundos, Madrid, Marcial Pons Historia, 2006, p. 56.
5
Vd Guerra, François-Xavier. Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones
hispánicas, México, FCE, 1992, pp. 42-43.
6
Vd Hume, Martin. Historia de la España contemporánea, 1788-1898, Madrid, Imp. de
Gabriel L. y del Horno, 1905, p. 162; Portillo Valdés, José María. Op. cit., p. 55; Rodríguez,
Jaime. “Fronteras y conflictos en la creación de las nuevas naciones en Iberoamérica”, en
Circunstancia, No. 9, Madrid, IUIOG, enero de 2006, p. 3; Rojas, Beatriz. “Soberanía y
representación en Zacatecas: 1808-1835”, en Relaciones, vol. 22, núm. 85, México, El Colegio de Michoacán, 2001, p. 194, y Lovett, Gabriel H. “El intento afrancesado y la guerra
de independencia”, en Historia general de España y América. Del Antiguo Régimen hasta la
muerte de Fernando VII, Tomo XII, Madrid, Ediciones Rialp, 1981, p. 194.
25
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manda de autonomía empezó a tomar fuerza hasta convertirse en el
justificante de la secesión de los territorios de las primeras repúblicas
hispanoamericanas.7
En América fueron las élites criollas de las principales ciudades las
que reclamaban mayor autonomía para sus provincias, especialmente
a través de la creación de las juntas provinciales. En todo el territorio
colonial, los criollos juraron fidelidad a Fernando VII y procuraron
apoyo financiero a la metrópoli. Originalmente, la función de las
juntas provinciales era oponerse a la imposición de José Bonaparte y
garantizar el retorno del rey legítimo a la titularidad del ejercicio de la
soberanía. Sin embargo, poco a poco crecieron las demandas de reformas que incluían libertades políticas, derechos para crear gobiernos
locales y derechos de representación en las instancias de gobierno
monárquico.8
A mediados de abril de 1809, la Junta Central emitió una convocatoria para que las provincias de los virreinatos y capitanías de las
colonias enviaran a España representantes para integrarse a las futuras
Cortes Constitucionales.9 Las primeras elecciones para designar a los
representantes americanos ante la Junta Central se realizaron en 1809.
En enero de 1810, corrompida, desprestigiada y débil, la Junta fue
disuelta y en su lugar fue establecido el Consejo de Regencia, institución monárquica que finalmente se encargó de organizar los trabajos
de los constituyentes en las Cortes Constitucionales.
La mayoría de las juntas americanas ya instituidas se negaron a
reconocer al Consejo de Regencia. En las provincias en donde las
élites criollas exigían reformas y mayor participación en los asuntos
gubernativos del reino, decidieron que era el momento para crear gobiernos independientes, cuya soberanía recayera en las Juntas locales.
7
Vd Portillo Valdés, José María. Op. cit., pp. 57-63, y Lovett, Gabriel H. Op. cit., pp. 195-203.
Vd Burkholder, Mark A. Op. cit., p. 193, y Carmagnani, Marcelo. El otro Occidente. América
Latina desde la invasión europea hasta la globalización, México, FCE, 2004, pp. 140-141.
9
La Junta Central decidió que las colonias hispanoamericanas representadas en las
Cortes fueran los Virreinatos de Nueva España, Perú, Santa Fe y Buenos Aires y las dependencias de Puerto Rico, Cuba, Santo Domingo, Guatemala, Provincias Interiores, Venezuela, Chile y las Filipinas. Vd Parra-Pérez, Caracciolo. Historia de la Primera República
de Venezuela, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1992, p. 242.
8
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Secesión y fragmentación
Para entonces la anarquía imperaba en España, producto de la guerra
de independencia contra Francia. Sin la amenaza de tropas españolas
que se los impidiera, las juntas de las provincias de Caracas, Buenos
Aires, Nueva Granada y Paraguay en 1811 y Chile en 1812 proclamaron su independencia. Mientras tanto, en las provincias agrícolas del
centro de Nueva España daba inicio una revuelta contra el Consejo
de Regencia y el poder del virrey y la restitución de Fernando VII. Las
primeras proclamas de independencia fueron acciones aisladas y localizadas en las ciudades capitales de ciertas provincias.10
En un intento por contrarrestar las pretensiones independentistas
de las colonias, el Consejo de Regencia aceptó convocar a la integración de las Cortes con representantes de las provincias, convenciéndolas así de apoyar al nuevo gobierno. Esto calmó momentáneamente
las inconformidades de algunas juntas provinciales en América. La
mayoría de las provincias americanas realizaron elecciones para conformar el parlamento de toda España, —excepto la gobernación de la
Banda Oriental, el resto de las provincias del Virreinato del Río de la
Plata no realizaron elecciones de representantes ni participaron en las
cortes de Cádiz— el cual tendría el poder para transformar el antiguo
régimen.11
Las Cortes sesionaron entre finales de 1811 y principios de 1812
en la Real Isla de León, cerca de Cádiz. Del trabajo constituyente surgió un documento en el que se proclamaba que la soberanía residía
en la nación española y se ejercía por medio de las Cortes, no del rey.
El texto fue la Constitución Política de la Monarquía de España, más
conocido como Constitución de Cádiz.12 Tres aspectos contenidos
en la Constitución de Cádiz que debemos resaltar para comprender el
proceso de secesión territorial de las colonias hispanoamericanas son
los siguientes: la idea de nación española, el territorio de las Españas y el
régimen provincial.
10
Vd Hume, Martin. Op. cit., pp. 163-169, y Parra-Pérez, Caracciolo. Op. cit., pp. 234-235.
Hume, Martin. Op. cit., p. 162, y Commons de la Rosa, Áurea. Cartografía de las divisiones territoriales en México, 1519-2000, México, Instituto de Geografía/UNAM, p. 52.
12
Vd Suárez Verdaguer, Federico. “Génesis y obra de las Cortes de Cádiz”, en Historia
general de España y América, Tomo XII, Del Antiguo Régimen hasta la muerte de Fernando
VII, Madrid, Ediciones Rialp, 1981, p. 251.
11
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Respecto al primer punto, el artículo 1 de la Constitución de Cádiz
establecía que la nación española era aquella conformada por individuos asentados en España y en América. En este artículo constitucional se fusionaban los conceptos de población y territorio en la idea de
nación.13 Sin embargo no se trataba de la idea de nación en términos
de comunidades culturales que han habitado un territorio desde mucho tiempo atrás, sino otra construida por el mismo Estado colonial:
la de un pueblo vinculado a un territorio. Más adelante se retomará el
concepto con mayor detalle.
En cuanto al segundo punto, el territorio de las Españas, la Constitución de Cádiz señalaba que el territorio español comprendía:
[…] la Península con sus islas y posesiones adyacentes […]. En América Septentrional Nueva España con Nueva Galicia y Yucatán, Goatemala (sic), Provincias Internas de Oriente, Provincias Internas de
Occidente, isla de Cuba con las dos Floridas, la parte española de la
isla de Santo Domingo, y la isla de Puerto Rico con las demás adyacentes a éstas y otro mar. En la América Meridional, la Nueva Granada,
Venezuela, el Perú, Chile, provincia del Río de la Plata y todas las islas
adyacentes en el mar Pacífico y el Atlántico […].14
Como se puede observar en el párrafo anterior, el conjunto de las
provincias mencionadas conformaban las Españas. Sin embargo, ni
en este artículo ni en el resto del texto constitucional se definió el término provincia, ni tampoco se establecieron las divisiones interiores
de éstas. En otros artículos de la Constitución se trató lo referente a
los ayuntamientos, lo que permite inferir que éstos serían la base de la
división interna de las provincias. Igualmente, la Constitución señala
que una división territorial más precisa se realizaría mediante una ley
específica, redactada “…cuando la situación política lo permitiera…”.15
13
“La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios.” Artículo 1 de la Constitución de Cádiz de 1812. Disponible en: http://www.hispanidad.
info/1812cadiz.htm.
14
Artículo 10 de la Constitución de Cádiz de 1812, op. cit.
15
Artículo 11 de la Constitución de Cádiz de 1812, op. cit.
28
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En el artículo 10 señalado, América Septentrional y América Meridional estaban conformadas por diversas provincias. Ambas Américas
fueron concebidas como regiones geográficas y no como unidades
jurídico-administrativas. Por eso, en el caso de América Septentrional,
la Constitución distinguió entre Nueva España y las Provincias de
Oriente y Occidente, Nueva Galicia, Yucatán y Guatemala, lo que indica que los constituyentes de Cádiz las consideraron provincias con
autoridades propias e independientes entre sí.16
Finalmente, en cuanto al régimen provincial, la Constitución de Cádiz modificó la estructura y el funcionamiento de las divisiones jurídico administrativas al incorporar las figuras de jefe superior al frente de
la provincia y la diputación provincial.17 En el jefe superior residiría el
gobierno político, y sería designado directamente por el rey; en tanto
que la diputación provincial sería una especie de oficina gubernativa
encargada de la administración del territorio. Asimismo, el texto constitucional señalaba que los pueblos, es decir, las pequeñas divisiones
jurídico-administrativas de las intendencias, estarían gobernados
por el alcalde o alcaldes, regidores y procurador síndico, electos cada
año.18 Fue así como se estableció el principio de representación política en las estructuras de gobierno provincial.
El concepto de representación política expresado en la Constitución
de Cádiz estuvo asociado a la idea de territorio y a la concepción
jurídica de nación (población atada a un territorio). Es decir, la administración del territorio de las provincias ya no sería un asunto decidido exclusivamente por la monarquía metropolitana, sino un punto
de partida para reconocer el derecho de los criollos de las provincias
americanas, como parte de la nación española, a crear autogobiernos
16
Vd Gortari Rabiela, Hira de. “Nueva España y en México: Intendencias, modelos
constitucionales y categorías territoriales, 1786-1835”, Scripta Nova. Revista Electrónica de
Geografía y Ciencias Sociales, vol. X, núm. 218/ 72, agosto de 2006, Universidad de Barcelona. Disponible en [http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-218-72.htm].
17
“El gobierno político de las provincias residirá en el jefe superior, nombrado por el
Rey en cada una de ellas.” Artículo 324 de la Constitución de Cádiz de 1812, op. cit.
18
Suárez Verdaguer, Federico. Op. cit., p. 251.
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en sus respectivos territorios y tener representación en los nuevos órganos de gobierno monárquico.19
Para mala fortuna de los criollos liberales en América y España, la
vigencia de Constitución de Cádiz fue efímera y desapareció. Cuando
Fernando VII regresó al trono en 1814, abolió las Cortes, la misma
Constitución y reinstauró el absolutismo. La abrogación de la Constitución de Cádiz profundizó las pugnas de la monarquía con las élites
criollas y dividió a estas últimas en dos bandos: por un lado, el liberal, que pugnaba por la vigencia de la Constitución de 1812 y, por el
otro, los moderados y realistas, que defendían la soberanía absoluta de
Fernando VII. Sin embargo, más que un enfrentamiento ideológico,
se trataba de una lucha entre grupos de poder por definir el tipo de
régimen político y la forma de organización territorial que debía imperar en las colonias. Como veremos más adelante, lo que se debatía
era, por un lado, si se debía conservar la monarquía absolutista dirigida desde España, instaurar una monarquía parlamentaria con autonomía de las provincias o establecer repúblicas independientes; por el
otro, si se debía mantener el modelo centralizado de la administración
territorial o si se debía implantar un nuevo modelo de administración
política de los territorios de las provincias.20
La represión desatada por la corona española luego de la abolición
de la Constitución de Cádiz estimuló a los criollos liberales a actuar
de manera más decidida para instaurar repúblicas independientes. De
esta manera, hacia 1816 retomaron fuerza las revueltas en América del
Sur y, para julio de ese año las provincias del Río de la Plata, reunidas
en la ciudad de Tucumán, consumaron su independencia y crearon las
Provincias Unidas en Sudamérica. Al año siguiente, El Libertador José
de San Martín invadió Chile y apoyó la creación de una nueva república en febrero de 1818; en 1821 invadió la ciudad de Lima y facilitó
la creación de la primera república del Perú en 1822. En Venezuela y
19
Vd Gortari Rabiela, Hira de. Op. cit., obra completa; Suárez Verdaguer, Federico. Op.
cit., p. 251, y Quijada, Mónica. “Sobre la idea de ‘nación’, ‘pueblo’ y ‘soberanía’ y otros ejes
de la modernidad en el mundo hispánico”, en Jaime Rodríguez (comp.), Las nuevas naciones. España y México 1800-1850, Madrid, Fundación MAPFRE, 2008, pp. 30-31.
20
Hume, Martin. Op. cit., p. 174.
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Nueva Granada, los independentistas encabezados por Simón Bolívar
incrementaron sus acciones militares, expulsaron a los realistas de la
mayor parte de los territorios y fundaron la República de la Gran Colombia en 1819. En Nueva España, sin embargo, entre 1815 y 1820, el
gobierno virreinal consiguió someter a los ejércitos de los insurgentes
y reducirlos a guerrillas regionales. Lo mismo ocurrió en Centroamérica, donde el único reducto independentista y liberal fue la intendencia de El Salvador.21
A finales de 1819 España estaba nuevamente en bancarrota y la
impopularidad de Fernando VII iba creciendo. Para recuperar las
posesiones coloniales ya independizadas, la corona debía enviar más
tropas, las cuales no podía sufragar. En 1820, los liberales españoles
—con la sublevación de Rafael de Riego— lograron forzar al rey a
reinstaurar la monarquía constitucional establecida en la Constitución de Cádiz, lo cual produjo reacciones diferentes en América. En
algunos casos fue restablecido temporalmente el orden constitucional
de Cádiz (Nueva España, el Perú y en las Capitanías de Guatemala
y Yucatán), en otros se ratificó la separación política y secesión territorial de España (Nueva Granada, Río de la Plata y las Capitanías de
Venezuela y Chile).22
Proceso de fragmentación territorial de las primeras repúblicas
hispanoamericanas
Consumada la independencia de las colonias hispanoamericanas, los
líderes independentistas e intelectuales simpatizantes del movimiento daban como un hecho incuestionable que los reinos, audiencias y
capitanías serían sustituidos por instituciones republicanas, cada una
de las cuales sería independiente y heredaría el espacio territorial de
21
Hermann, Christian. Les révolutions Dans le monde ibérique, 1766-1834: L’Amérique,
Vol 2, Colección Lés révolutions dans le monde ibérique, 1766-1834: soulèvement national et
révolution libérale, état des questions, Bordeaux, Presses Universitaires de Bordeaux, 1991,
p.191, y Beyhaut, Gustavo y Hélène Beyhaut, América Latina, ��������������������������
colección Historia Universal, México, Siglo XXI, 1985, pp. 13-15.
22
Hume, Martin. Op. cit., p. 174.
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la institución colonial a la que reemplazaba. Así fue considerado, por
ejemplo, en el Reglamento de Juntas Provinciales y Subordinadas y Subalternas de 1811 en Argentina o en las constituciones de la Gran Colombia de 1819 (Constitución de Angostura) y de México de 1824.23
Los líderes independentistas visualizaban el territorio de las repúblicas que iban creando como aquel que había estado bajo el dominio
de la institución administrativa colonial a la que pretendían derrocar.
Fue por ello que las primeras repúblicas hispanoamericanas surgidas
entre 1810 y 1824, nacieron sobre los territorios ocupados por los Virreinatos (Las Provincias Unidas del Río de la Plata, la República de
Colombia, el Perú y México); Capitanías Generales (Chile, Paraguay,
las Provincias Unidas de Centroamérica); Audiencias (Bolivia) e Intendencias (República Oriental del Uruguay).
La fragmentación de los territorios coloniales no fue el objetivo de
los movimientos de independencia y de sus líderes, ni de los primeros
gobiernos republicanos, pues éstos siempre creyeron en supuestos derechos territoriales heredados del antiguo régimen. Además, la independencia política de las colonias hispanoamericanas dejó intactas a
las estructuras económicas y sociales del antiguo régimen, por lo cual
era comprensible que las élites criollas buscaran conservar los límites
de los territorios coloniales sobre los que operaban dichas estructuras. La independencia política y la secesión territorial de las colonias
hispanoamericanas fortalecieron los sentimientos autonomistas de
las élites criollas de las provincias y, las impulsó a desafiar el centralismo político administrativo de las élites radicadas en las ciudades
capitales, reclamando incluso, en ciertos casos, derechos a instituirse
como repúblicas independientes. El autonomismo se manifestó en el
marco del conflicto entre élites de las ciudades capitales y de las ciudades de las provincias por el derecho al ejercicio de su soberanía. Este
conflicto refiere a dos formas diferentes de concebir la organización
político-administrativa del territorio: centralismo versus federalismo.
23
Vd Fernández, Jorge y Julio César Rondina. Historia Argentina: 1810-1930, Universidad Nacional del Litorial, 2004, p. 34, y Monsalve, José Dolores. El ideario político del
libertador Simón Bolívar, Madrid, Editorial América, 1916, p. 267.
32
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Secesión y fragmentación
Este conflicto fue uno de los asuntos persistentes hasta prácticamente
el tercer tercio del siglo xix.24
El régimen centralista o unitario no sólo era la única experiencia de
gobierno que habían conocido las nacientes repúblicas hispanoamericanas, sino que además era la única aceptada por buena parte de las
élites criollas. Por ejemplo, para algunos notables criollos mexicanos
de principios del siglo xix, si el territorio que le correspondía a la nación mexicana era aquel definido en la Constitución de Cádiz como
América Septentrional, entonces la organización política debía regirse
por prácticas imperiales.
En contraparte al régimen centralista o unitario, la propuesta de
un sistema liberal de gobiernos autónomos, con un poder ejecutivo
supeditado al legislativo era sumamente atractiva. La filosofía política francesa, las ideas dominantes en el iusnaturalismo jurídico, la
experiencia de la descentralización político-administrativa generada
por el sistema de Intendencias del período colonial y el ejemplo político de Estados Unidos daban la explicación y la ruta a seguir para
lograr la prosperidad y la libertad en el marco de un régimen federal.
De la combinación de elementos anteriores surgió la propuesta de
una república liberal, representativa e igualitaria, en síntesis de una
república federal.25
En las ciudades capitales y en las ciudades de las regiones interiores en donde las estructuras económicas y sociales coloniales estaban
muy arraigadas, dominaba una élite criolla que insistía en ejercer
dominio político sobre todo el territorio de la república a través del
poder de un hombre fuerte —rey o presidente vitalicio— instalado
en la dirección del Estado. En contraparte, en las provincias en donde
el comercio se realizaba con mercados del exterior, dominaba otra éli24
Vd García Álvarez, Jacobo. “El estudio geohistórico de las divisiones territoriales subestatales en Europa y América Latina. Actualidad y renovación”, en Investigaciones Geográficas, núm. 3, Alicante, Instituto Universitario de Geografía, Universidad de Alicante,
2003, pp. 73-74.
25
Vd Monteagudo, Bernardo. Ensayo sobre la necesidad de una federación jeneral [sic] entre los estados, Lima, Impresora del Estado (reimpreso en Guatemala, Imprenta Nueva),
1825.
33
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Juan Carlos Arriaga y Tania Libertad Camal
te oligárquica que demandaba mayor representación en el control del
gobierno nacional y exigía su derecho a instalar un gobierno propio.26
La disputa por la autonomía entre las ciudades de las provincias y
los poderes instituidos en las ciudades capitales no fue simplemente
un asunto de teoría jurídica, sino que se le debe entender como un
conflicto entre las clases dirigentes criollas por la definición del tipo
de régimen político que debía imperar en la república y, particularmente, por el modelo de organización territorial que debía implantarse. No se trataba tampoco de una disputa por la realización de
cambios estructurales que beneficiaran a otros grupos sociales de
rango menor, sino del tipo de régimen político que se debería adoptar
para garantizar los principios establecidos en el régimen jurídico, esto
es, la libertad, independencia y seguridad de la república, así como el
espacio que quedaría bajo dominio y jurisdicción de ese régimen.
La pugna entre centralistas y federalistas se daba en el marco de estructuras sociales y económicas construidas y fuertemente enraizadas
a lo largo de tres siglos de dominación colonial. Las provincias donde
el movimiento independentista fue intenso y estaban a favor de instaurar una república federal, eran controladas por una élite criolla con
fuertes vínculos comerciales externos e influenciada por la ideología
liberal. En contraparte, las provincias en donde la influencia realista
fue mayor estaban dominadas por una élite conformada por peninsulares y terratenientes criollos. Ahora bien, el apoyo que las élites
brindaron a los gobiernos federalistas o centralistas se daba más por
intereses económicos que ideológicos.27
En algunas provincias en donde la estructura económica estaba basada en la explotación del trabajo esclavo o en actividades productivas
anteriormente protegidas por el régimen colonial (Cuba, Santo Domingo o Puerto Rico) se distinguieron por rechazar la independencia
26
Vd Fernández, Jorge y Julio César Rondina. Op. cit., pp. 12-13 y, Rodríguez, Jaime. Op.
cit., p. 6.
27
Vd Saether, Steinar A. Identidades e independencia en Santa Marta y Riohacha, 17501850, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2005, y Saether, Steinar
A. “La independencia y la redefinición del concepto de indignidad alrededor de Santa
Marta, Colombia, 1750-1850”, en Memorias. Revista Digital de Historia y Arqueología desde el Caribe, año/vol. 5, número 009, Barranquilla, julio de 2008.
34
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y, otras en donde el movimiento independentista triunfó se opusieron
a adoptar gobiernos de tipo federal (Antioquia, Nueva Granada, Quito, Guatemala, Lima, etcétera). En ambos casos las élites locales no
deseaban perder sus privilegios ni tampoco que ocurrieran cambios
en el sistema económico, mucho menos que se decretara la liberación
de la fuerza de trabajo esclava y el servilismo indígena. Las élites criollas de dichas provincias eran latifundistas y esclavistas, pero sobre
todo conformaban la élite del poder en dichas regiones.
Precisamente, la forma en cómo las élites criollas de ciudades capitales y de los provincias interiores negociaron o pactaron el problema
de la autonomía, marcó la ruta que siguieron los diferentes pueblos
hispanoamericanos en la creación de repúblicas independientes y la
configuración de sus territorios. Los gobiernos de las primeras repúblicas fueron efímeros. Las crisis políticas que provocaron la caída de
esos gobiernos en varios casos tuvieron como desenlace la fragmentación en nuevas repúblicas y territorios. Este proceso de fragmentación política y territorial fue reflejo de los conflictos políticos entre las
élites criollas, y también de la resistencia de estas a los cambios en las
estructuras sociales y económicas de sus regiones.
Como veremos en el recuento histórico del siguiente apartado, la
creación de las nuevas repúblicas hispanoamericanas estuvo estrechamente vinculada al proceso de configuración y fragmentación territorial. Se puede observar que a lo largo de este proceso, la lucha por la
autonomía de las provincias del interior contra las pretensiones centralistas de las ciudades capitales fue la constante. También podemos
observar que la idea de nación no tuvo algún impacto en la creación
de las repúblicas hispanoamericanas y sus territorios, tampoco lo tuvo
en la delimitación territorial subsecuente. Ciertamente, una de las corrientes del pensamiento político más atractivas para la mayoría de los
intelectuales independentistas hispanoamericanos de principios del
siglo xix, fue el liberalismo y su tesis sobre la idea de nación, esto es,
la de un pueblo soberano con su propio territorio. Sin embargo, en la
Hispanoamérica de aquel tiempo no existía la idea de naciones americanas en el sentido de comunidades culturales como hoy lo interpretamos. La idea liberal de nación empezó a ser construida durante la
lucha de independencia de las repúblicas y fue tomando forma duran35
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te el proceso de consolidación del Estado a lo largo del siglo xix. La
construcción de la idea de nación pasó por un largo proceso histórico
de definición en el cual las revoluciones políticas y las luchas militares
jugaron un papel muy importante, pero no fue un elemento significativo en la configuración territorial de las primeras repúblicas.
En la fragmentación de los territorios escindidos de la corona española, el factor geográfico tuvo una influencia aún más decisiva que la
idea de nación. La organización del territorio colonial siguió la geografía física de las regiones que los conquistadores iban ocupando: ríos
navegables que comunicaban a las ciudades y los centros de producción del interior (Hinterland) con las ciudades portuarias de la costa;
ríos que servían para definir la división entre unidades territoriales
(reinos, provincias, cabildos, etcétera); montañas, selvas, bosques y
desiertos que obstaculizaban las comunicaciones entre regiones colindantes, etcétera. Al consumarse la independencia, las dificultades de
comunicación entre las ciudades capitales de los virreinatos y capitanías con sus provincias periféricas condujeron a estas últimas a buscar
vínculos con el exterior antes que hacerlo entre ellas.
Un claro ejemplo de lo anterior es Centroamérica. Como explica
Christian Hermann, una de las características geográficas más importantes de esta región es la cadena de montañas que da forma a valles y
cuencas interiores. Durante el período colonial, cada uno de estos espacios fue asentamiento de unidades territoriales diferenciadas, aunque dependientes de una ciudad central, Santiago de Guatemala. En
el istmo no existe una corriente fluvial que la cruce longitudinalmente, ni tampoco una meseta central que sirva de nodo de integración de
las unidades jurídico-administrativas periféricas, tal y como ocurrió
en Nueva España. De esta manera, proclamada la independencia de la
Capitanía General de Guatemala y creada la entidad Provincias Unidas del Centro de América en 1824, la desvinculación entre sus principales unidades territoriales se hizo evidente: la mitad de Guatemala
estaba estrechamente ligada a Chiapas, Tabasco y Yucatán; Costa Rica
estaba orientada hacia Nueva Granada por conducto de la provincia
de Panamá; El Salvador y las poblaciones costeras al Océano Pacífico de Honduras, Nicaragua y Costa Rica tenían más contacto con
los puertos de Acapulco en México y el Callao en el Perú que entre
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ellas mismas; lo mismo ocurría en la costa atlántica que sólo miraba
a las Antillas inglesas. Por último, los pantanos de los litorales de la
costa atlántica y sus selvas tropicales circundantes fueron obstáculos
naturales de protección para diferentes pueblos indios y comunidades
étnicas (la comunidad garífuna, por ejemplo). Estas comunidades influyeron en la organización territorial de las repúblicas surgidas de la
disolución de las Provincias Unidas.28
La configuración territorial de las primeras repúblicas
hispanoamericanas: 1819-1836
En México, la disputa entre las élites criollas ocurrió entre los promotores de la república con un presidente fuerte —Vicente Guerrero— y
los defensores una monarquía constitucional con un príncipe fuerte
—Agustín de Iturbide—. Rechazada la posibilidad de un régimen monárquico con la abdicación forzada de Agustín de Iturbide, el dilema
siguiente fue encontrar una fórmula política que permitiera conservar
la integridad territorial y garantizar la independencia ante el exterior.
La instauración de un gobierno estable ocurrió hasta el último cuarto
del siglo xix y durante todo ese tiempo el país perdió la mitad de su
territorio en la guerra contra Estados Unidos, vivió la amenaza de secesiones territoriales de algunos de sus estados federados (Yucatán en
1848; Sonora 1853-1854; la República del Río Grande en 1840, integrada por Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas); de una expedición
española de reconquista (la expedición de Isidro Barradas en 1829)
y de la reinstauración de un régimen monárquico (Segundo Imperio,
1864-1867).
En todo caso, la configuración original del territorio mexicano fue
pactada por los liberales federalistas en 1824, lo cual además permitió la independencia pacífica de las provincias de Centroamérica. Los
monarquistas mexicanos deseaban mantener unido el antiguo territorio de América Septentrional, lo que explica el motivo principal de
la expedición de Vicente Filisola a Centroamérica, ordenada por el
28
Hermann, Christian. Op. cit., p. 189.
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emperador Agustín de Iturbide en 1822-1823. Al finalizar el período
colonial, la Capitanía General de Guatemala no formaba parte jurídica ni administrativamente del Virreinato de Nueva España. Los criollos liberales de las diferentes intendencias centroamericanas —sólo
Guatemala no poseyó su propia intendencia— concebían autónomas
a sus instituciones de gobierno locales y actuaron en consecuencia
desde 1810 para conservar este estatus para sus regiones, aunque sin
romper los vínculos con la metrópoli.
La proclama de la independencia de México en 1821, contenida en
el Plan de Iguala, fue comunicada a las autoridades de Guatemala, invitándolas a formar parte del Imperio Mexicano. Para los liberales centroamericanos, la propuesta mexicana significaba la independencia en
orden y en paz, pero no garantizaba la autonomía de las provincias. La
Intendencia de Chiapas aceptó la invitación, al igual que la Intendencia
de Yucatán, no así el resto de las provincias centroamericanas, las cuales declararon su independencia tanto de España como de Guatemala.
Nicoya (Honduras), Nicaragua y El Salvador proclamaron su independencia en los primeros días de septiembre; Costa Rica declaró su
independencia a finales de octubre, separándose con ello de Nicaragua.
La secesión pacífica de las provincias centroamericanas respecto de España se consumó en un período de un mes. La preocupación principal
de algunos grupos de la élite criolla centroamericana era mantener la
hegemonía de la ciudad capital, Guatemala, sobre el resto de las provincias centroamericanas y, al mismo tiempo, evitar una guerra civil.29
Las proclamas independentistas de las provincias centroamericanas disgustaron al emperador Iturbide, pues deseaba mantener unido
el antiguo territorio de América Septentrional que, desde su punto de
vista, también incluía la Capitanía de Guatemala. Como señala Lucas
Alamán, el proyecto monárquico de Iturbide consideraba que la independencia de España implicaba el surgimiento del Imperio Mexicano,
29
Ibídem, pp. 191-92; Woodward, Ralph Lee. “Cambios en el Estado guatemalteco en
el siglo XIX”, en Teracena Arriola, Arturo y Jean Piel (coords.), Identidades nacionales y
Estado moderno en Centroamérica, San José, Editorial Universidad de Costa Rica, 1995, p.
117, y Anna, Timothy. “La independencia de México y Centroamérica”, en Bethell, Leslie (ed.), Historia de América Latina No. 5. La Independencia, Barcelona, Editorial Crítica,
1991, p. 72.
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el cual heredaba por derecho natural el territorio de América Septentrional. Por lo tanto, agrega, las pretensiones independentistas de ciertas provincias centroamericanas cercenaba el territorio del Imperio,
tal y como fue proclamado en la Constitución de Cádiz.30
En cierto momento, incluso, Iturbide llegó a imaginar la expansión
territorial de su imperio anexando las islas de Cuba, Puerto Rico y
Santo Domingo, como paso previo para colocar a su Imperio como
potencia hegemónica en el Caribe. Fue el mismo sueño de crear
grandes naciones sobre grandes territorios que compartieron Simón
Bolívar con su proyecto de la Confederación Andina y José de Santa
Cruz con intento de creación de la Confederación Peruano-Boliviana.
Todos estos sueños fracasaron.31
Moderados, realistas e incluso algunos miembros del clero centroamericano apoyaron el movimiento de adhesión al Imperio Mexicano, dirigido por Gabino Gaínza.32 La proclama de adhesión a México
fue anunciada en enero de 1822, luego de realizadas las consultas a
los cabildos en diciembre anterior. Sin embargo, la unión a México
fue rechazada por las autoridades civiles de El Salvador, cuyos líderes,
Manuel José de Arce y el padre José Matías Delgado se declararon en
rebeldía. Tropas guatemaltecas al mando de Gaínza fueron enviadas
a El Salvador para someter a las autoridades rebeldes, pero cayeron
derrotadas. Gaínza entonces solicitó refuerzos a Iturbide; tropas que
ya estaban apostadas en Chiapas llegaron a la ciudad de Guatemala a
mediados de junio. Ante el peligro de la invasión del ejército imperial
30
Alamán, Lucas. Historia de México. Con una noticia preliminar del sistema de gobierno
que regía en 1808 y del estado en que se hallara el país en el mismo año, Tomo V. México,
Imprenta de Victoriano Agüeros y Comp. Editores, 1885, pp. 368-369.
31
Vd Rojas, Rafael. “El México de Iturbide. Indicios de un imaginario imperial”, en Política y Gobierno, vol. VI, núm. 2, México, CIDE (2° semestre), 1999, pp. 491-493, y Lucena
Salmoral, Manuel. Atlas histórico de Latinoamérica: desde la prehistoria hasta el siglo XXI,
Madrid, Ed. Síntesis, 2005, p. 148.
32
Gabino Gaínza y Fernández de Medrano fue el militar español que reprimió la rebelión de Túpac Amaru en Perú en 1784, y como jefe del ejército realista en Chile firmó con
Bernardo O’Higgins el tratado de Lircay con el que se reconoció la independencia de esta
Capitanía General.
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mexicano, la Junta de Gobierno presidida por el padre Delgado proclamó la anexión de El Salvador a Estados Unidos.33
No habían iniciado aún los enfrentamientos entre las tropas imperiales y las fuerzas rebeldes centroamericanas cuando el emperador
Iturbide fue depuesto en marzo de 1823, anulando con ello la amenaza de guerra, así como la proclama salvadoreña de anexión a Estados
Unidos. El general Vicente Filisola retiró las tropas mexicanas de Centroamérica y llamó a todos los habitantes de la Capitanía General a
elegir a sus diputados a la asamblea constituyente de la Federación de
la América Central. En julio de 1823 las provincias del Antiguo Reino
de Guatemala, excepto Chiapas y el Soconusco,34 ratificaron la decisión de crear su propia república. El Congreso mexicano aceptó la situación y las provincias centroamericanas conservaron pacíficamente
su independencia. De esta manera nació la república centroamericana
llamada Provincias Unidas del Centro de América, que en 1824 adquirió el nombre de República Federal de Centroamérica.35
La federación centroamericana estuvo conformada por los territorios de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica.
También consideraba parte de su territorio a la colonia de Honduras
Británicas —hoy Belice— y el Soconusco. El proceso de fragmentación de esta república inició en 1838, primero con la separación de
Nicaragua; poco después ese mismo año, por Honduras y Costa Rica
y, al año siguiente, por Guatemala —que conservó por la fuerza el territorio de Los Altos que a su vez incluía el Soconusco y mantenía el
33
Vd Hermann, Christian. Op. cit., p. 192; Ayala Benítez, Luis Ernesto. La Iglesia y la independencia política de Centro América: “El caso de El Estado de El Salvador” (1808-1833),
Roma, Pontificia Universidad Gregoriana, 2007, pp. 143-256 y, Woodward, Ralph Lee.
Op. cit., p. 121.
34
La provincia del Soconusco se mantuvo en litigio entre Guatemala y México hasta
1842. La pertenencia del Soconusco a Chiapas fue ratificada en el Tratado de Límites entre México y Guatemala de 1884, tratado con el cual, además, la república centroamericana renunció definitivamente a Chiapas y particularmente al Soconusco.
35
Vd Commons de la Rosa, Áurea. Op. cit., p. 74; Hermann, Christian. Op. cit., p.192;
Woodward, Ralph Lee. Op. cit., p. 122, y Anna, Timothy. Op. cit., pp. 72-73.
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reclamo de derechos históricos sobre Honduras Británicas—. Así desapareció el primer intento de integración política en Centroamérica.36
Al sur, en Nueva Granada, la élite criolla de Bogotá proclamó la
independencia del Virreinato en julio de 1810. El problema que enfrentaron desde el primer momento fue construir un gobierno legítimo para todo el Virreinato. Por un lado, la élite de Cartagena de Indias
conservó su propia Junta gubernativa fiel al Consejo de Regencia; por
otro Tunja, Socorro, Pamplona, Santiago de Cali, Antioquia y Angostura reclamaron, en nombre de sus respectivas provincias, la soberanía
para una república denominada Confederación de las Provincias Unidas de Nueva Granada. En la provincia de Santa Fe de Bogotá, ciudad
capital del Virreinato, la casta criolla proclamó su propia república
de tendencia centralista, llamada Cundinamarca. Las provincias de
Popayán y Pasto se declararon fieles al Consejo de Regencia. De esta
manera, para finales de 1811 existían en Nueva Granada tres regiones
bajo dominio de gobiernos diferentes. Esta situación política dio pie a
una multiplicidad de soberanías territoriales que no sólo impidió la conformación de un gobierno central unificado y fuerte, sino que además
empujó a las provincias a sostener una guerra civil.37
En los cuatro años siguientes se realizaron diferentes intentos por
unificar a las provincias en torno a una sola república, aunque estas ya
estaban coaligadas en dos facciones. Por un lado, el grupo liderado por
Cartagena con su propuesta de gobierno federal que otorgaba a cada
provincia autonomía e igualdad. Por el otro, el grupo encabezado por
Santa Fe de Bogotá que propugnaba por un gobierno centralista y leal
a los realistas. En marzo de 1811, los notables santafesinos realizaron
un congreso en el que crearon el estado de Cundinamarca y reconocieron a Fernando VII como su rey. Al mismo tiempo, Cartagena y su
coalición crearon las Provincias Unidas de Nueva Granada. El gobier36
Taracena Arriola, Arturo y Jean Piel. Identidades nacionales y estados modernos en Centroamérica, San José, Editorial Universidad de Costa Rica, 1995, pp. 50-56.
37
Vd Restrepo Mejía, Isabela. “La soberanía del ‘pueblo’ durante la época de independencia, 1810-1815”, en Historia Crítica, núm. 029, Bogotá, Universidad de los Andes,
2005, p. 10, y Amores Carredano, Juan Bosco. “La independencia de la América Continental española”, en Amores Carredano, Juan B. (coord.), Historia de América, Barcelona,
Ed. Ariel, 2006, p. 605.
41
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no de esta confederación recayó en el Congreso de la Confederación,
el poder presidencial estaba subordinado a éste y cada provincia podía
establecer su propia constitución. El escenario estaba listo para el inicio de la guerra civil, misma que se prolongaría hasta finales de 1814
y terminó con la derrota del ejército de las Provincias Unidas. Así
concluyó el período de lo que la historiografía colombiana denomina
como la Patria Boba.38
Por otra parte, en la Capitanía de Venezuela, en abril de 1810 el Cabildo de Caracas destituyó al capitán general e instaló la Junta Suprema Conservadora de Derechos de Fernando VII ( Junta de Caracas),
lo que constituyó la primera experiencia de gobierno autónomo en
Venezuela. La junta ejerció su autoridad hasta marzo de 1811 cuando
fue sustituida por el Primer Congreso Nacional, institución encargada de redactar la Declaración de Independencia y la creación de la
Confederación de Venezuela. En el texto constitucional se reconoció
la autonomía de las llamadas Provincias Unidas de Venezuela (Caracas, Cumaná, Barinas, Barcelona, Margarita, Mérida y Trujillo), en
términos de igualdad entre poderes provinciales. También estableció
el dominio del Legislativo sobre el Ejecutivo, integrado por un triunvirato.39
La Confederación de Venezuela, también conocida como la Primera República, colapsó cuando el Congreso decidió otorgar amplios
poderes civiles y militares a Francisco de Miranda —es decir, lo ungió
como dictador— para combatir a los realistas venezolanos (Coro,
Maracaibo y Barcelona) aliados con los realistas de Santo Domingo.
Sin embargo, la medida fue infructuosa y la república se derrumbó en
julio de 1812.40
38
Vd Aguilera Peña, Mario. “División política administrativa de Colombia”, en Revista
Credencial Historia, núm. 145, 2002, y Domínguez, Camilo, et al. “Construcción y deconstrucción territorial del Caribe colombiano durante el siglo XIX”, en Scripta Nova,
Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, vol. X, núm. 218 (75), Universidad de
Barcelona, 2006. Disponible en: http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-218-75.htm.
39
Vd Yánez, Francisco Javier. Compendio de la historia de Venezuela: desde su descubrimiento y conquista hasta que se declaró estado independiente, Caracas, Imprenta de A. Damirón, 1840, pp. 164-171y, Parra-Pérez, Caracciolo. Op. cit., pp. 234-236.
40
Ibídem, p. 254.
42
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Luego de varios intentos por reinstaurar una república independiente, el objetivo se logró finalmente en diciembre de 1819, bajo
el liderazgo de Simón Bolívar en el Congreso de Angostura. Ahí fue
redactada una constitución que centralizaba el poder en el Ejecutivo,
depositado en Simón Bolívar como presidente, a quien además se le
otorgó la facultad de suspender la carta fundamental cuando así lo
considerara conveniente.41 También en el Congreso de Angostura
fue creada la República de Colombia —luego llamada Gran Colombia— conformada por los territorios del Virreinato de Nueva Granada y la Capitanía General de Venezuela; posteriormente se adhirió la
Comandancia de Panamá en 1821 y fueron anexadas las provincias
de Quito y Guayaquil en 1824. El territorio imaginado para la nueva
república colindaba al norte con la capitanía de Guatemala, al sur con
el Virreinato del Perú y al oriente con el imperio del Brasil y la Guyana
inglesa. Para entonces Santa Fe, Cartagena, Quito y Panamá eran controladas por realistas.42
Luego de una larga expedición militar, los independentistas encabezados por Bolívar consolidaron la fundación de la República de
la Gran Colombia y convocaron en 1821 a un nuevo Constituyente,
esta vez en Cúcuta, ciudad fronteriza entre Nueva Granada y Venezuela. La Constitución de Cúcuta, promulgada en agosto de ese año,
fue un orden jurídico para tiempos de guerra, es decir, un conjunto
de leyes para facilitar la culminación de la guerra de independencia.
Los ejércitos de Bolívar estaban conformados por oficiales y soldados
neogranadinos y venezolanos que luchaban con la misma decisión sin
importar en cuál territorio colonial ocurriera la batalla. Por lo tanto,
había unidad militar, pero lo único que faltaba era reconocimiento
41
Blanco Blanco, Jacqueline. “De la Gran Colombia a la Nueva Granada, contexto histórico-político de la transición constitucional”, en Prologómenos, Derechos y valores, año/vol.
X, número 020, Bogotá, Universidad Militar Nueva Granada, 2007, p. 74.
42
Vd Bushnell, David. “La independencia de la América del Sur española”, en Bethell,
Leslie (ed.), Historia de América Latina, No. 5, La Independencia, Barcelona, Editorial Crítica, 1991, p. 111; Domínguez, Camilo, et al. Op. cit., y Sosa, Juan B. y Enrique J. Arce,
Compendio de historia de Panamá, Panamá, Diario de Panamá, 1912, p. 289.
43
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jurídico y legitimad política para las fuerzas independentistas. Ambas
cualidades las proporcionó la Constitución de Cúcuta.43
El sistema constitucional de Cúcuta permitió organizar la guerra de
independencia, pero casi al finalizar ésta, brotaron las inconformidades en varias regiones. La Gran Colombia estuvo unida en lo militar
contra un enemigo común, pero no en lo político para poder conformar una sola entidad. Ciertamente la unión de Venezuela con Nueva
Granada era fundamental para ganar la guerra contra España, pero al
concluir la lucha de independencia no fue posible conservar unificada
territorialmente a la confederación. Aspectos geográficos, diferencias
económicas y pugnas políticas entre las élites locales separaban las
provincias de la Gran Colombia. Por ejemplo, Caracas, antigua capital de la Capitanía General que se mantuvo independiente del centro
virreinal neogranadino, mantuvo en la Constitución de Cúcuta su
condición de asiento de los poderes de gobierno como ciudad capital
del Departamento de Venezuela y conservó su territorio original. Por
el contrario, Santa Fe de Bogotá, antigua sede de los poderes virreinales, fue renombrada Cundinamarca y perdió varias ciudades que tuvo
bajo su jurisdicción durante la colonia.44
Situaciones singulares dentro de la Gran Colombia fueron las provincias de Panamá y Quito, pues en realidad no tuvieron injerencia en
la creación de la república. En el caso de Panamá, ya en la postrimería
del régimen colonial, era una comandancia general dependiente del
Virreinato de Nueva Granada. Estaba integrada por las provincias de
Portobelo, Veraguas y el Darien. En la Ciudad de Panamá estaban
radicados los poderes militares, políticos y administrativos de toda la
Comandancia.45
En la provincia de Portobelo estaba ubicado el puerto del mismo
nombre, que por tierra estaba conectado con el puerto de Panamá.
Para España era fundamental controlar esta ruta terrestre de comunicación interocéanica, pues era estratégica para garantizar el tráfico
43
Vd Bushnell, David. Op. cit., p. 111, y Blanco Blanco, Jacqueline. Op. cit., p. 76.
Rodríguez, Jaime. Op. cit., p. 13.
45
Arosamena, Mariano. Apuntamientos Históricos (1801-1840), Panamá, Biblioteca de
la Nacional Autoridad del Canal de Panamá, 1999, p. 20.
44
44
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comercial con sus colonias en el Pacífico y, entre 1815 y 1819, como
base de operaciones para emprender los planes de reconquista de
las provincias independizadas de Cartagena, Chile y Buenos Aires.46
A mediados de 1821, Bolívar había planeado una campaña para la
liberación de Panamá. Sin embargo, debido a la importancia que le
asignaba a la campaña de independencia de Quito que comandaba
Antonio José de Sucre, decidió posponer el proyecto sobre Panamá.
Para septiembre de ese año, las provincias centroamericanas habían
proclamado su independencia de España, los realistas de Cartagena
habían caído ante los independentistas, lo mismo que la totalidad de
la Capitanía de Venezuela. En este contexto fue que el gobernador de
Panamá, el general Juan de la Cruz Murgeón, debido a su viaje al sur
para apoyar a las tropas realistas de Quito, delegó temporalmente el
poder en José de Fábrega, oriundo del lugar. La élite criolla aprovechó
la situación, convenció a Fábrega y, a mediados de noviembre desencadenaron el movimiento de independencia en la Villa de los Santos.
A finales de ese mes proclamaron la independencia de Panamá y la
adhesión de la provincia a la Gran Colombia.47
Panamá quedó integrada a la Gran Colombia en calidad de departamento, nombrado Departamento del Istmo, con los límites territoriales que poseía cuando era Comandancia General. La crisis política en
la que cayó la Gran Colombia después de 1830 animó a las élites criollas panameñas a exigir la erección de Panamá como el cuarto estado
dentro de la confederación Quito-Nueva Granada-Venezuela; se llegó
a proponer, incluso la independencia del Departamento y a solicitar
la protección de alguna potencia europea. En septiembre de 1830 se
produjo la primera separación de Panamá de la Gran Colombia, poco
después de que Venezuela y Ecuador habían decidido convertirse en
repúblicas independientes. Esta proclama fue anulada por su mismo
promotor, José Domingo Espinar, en diciembre de aquel año. Tal decisión le costó el destierro a Espinar y condujo a una segunda separación de Panamá, en julio de 1831, que instaló la dictadura de Juan
Eligio Alzuru. El gobierno del dictador fue vencido por fuerzas locales
46
47
Ibídem, pp. 27-28 y, Sosa, Juan B. y Enrique J. Arce, op. cit., p. 278-279.
Sosa, Juan B. y Enrique J. Arce, op. cit., p. 288 y, Bushnell, David. Op. cit., pp.112-113.
45
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y permitió reincorporar el territorio panameño a la República de Nueva Granada, es decir, lo que quedó de la Gran Colombia. Así se mantuvo hasta 1903 cuando fue separada definitivamente de Colombia.48
En el caso de Ecuador, cuando fue promulgada la Constitución de
Cúcuta, la provincia continuaba en poder de los realistas; solamente
Guayaquil había proclamado previamente su independencia (octubre
de 1820) y creado una junta militar para combatir al régimen colonial.
Tras dos años de lucha y luego de ser derrotadas las fuerzas realistas
por el ejército colombiano —bajo el mando de Antonio José de Sucre
y acompañado por un ejército compuesto por tropas altoperuanas-argentinas-chilenas dirigido por Andrés de Santa Cruz— las provincias
de Quito, Cuenca y Loja fueron anexadas a la República de Colombia
en mayo de 1822 como el Departamento de Ecuador. Sólo Guayaquil se rehusó, pues existía controversia entre grupos criollos locales
de tendencia “peruanista”, “colombianista” e independentista.49 En
julio de 1822 Guayaquil fue ocupada por el ejército comandado por
el mariscal Sucre. Dos semanas después Simón Bolívar la anexó a la
Gran Colombia, pues la consideraba parte de la antigua intendencia
de Quito y, por lo tanto, perteneciente a la confederación grancolombiana.50
Previo a la ocupación de Guayaquil por Bolívar, José de San Martín
había planeado la captura de la provincia por el Sur. Desde la perspectiva del Libertador argentino, Guayaquil debía formar parte del Perú,
pues administrativamente así había ocurrido desde el siglo xviii. Sus
planes eran crear una monarquía constitucional para el Perú, en la
que formara parte Guayaquil, entre otras provincias. En la entrevista
que sostuvo con Bolívar precisamente en Guayaquil en 1822 —de la
cual no se sabe con exactitud qué fue lo que discutieron ambos caudillos— el asunto de la posesión de la ciudad puerto quedó resuelto
en favor de la Gran Colombia, pues San Martín desistió de su idea del
48
Sosa, Juan B. y Enrique J. Arce, op. cit., pp. 298-301.
Bushnell, David. Op. cit., p. 113.
50
Cárdenas Reyes, María Cristina. “Olmedo y las ideologías latinoamericanas del s.
XIX”, en Revista del Archivo Histórico del Guayas, núm. 1, Segunda Época, Guayaquil,
2006, pp. 101-102.
49
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Guayaquil peruano, de igual forma abandonó la lucha de independencia, dimitió a todos sus poderes en el Perú y se exilió en Europa.51
Durante la colonia, Guayaquil fue ciudad portuaria dedicada al
comercio, rodeada de una fértil región productora de cacao. La economía de la ciudad puerto estaba dominada por el monopolio que
ejercía el Consulado de Comercio de Lima, protegido y estimulado
además por el virrey del Perú. La élite guayaquileña de los siglos xviii
y xix estaba fuertemente influenciada por el pensamiento ilustrado y
políticamente identificada con el liberalismo. Este grupo reclamaba
desde finales del siglo xviii la aplicación del libre comercio entre las
distintas provincias americanas del Pacífico anunciado en 1774 y que
se había suspendido para esta provincia a solicitud de los comerciantes de cacao de Caracas. La revolución de octubre de 1820 buscó precisamente establecer el libre comercio del cacao —muy importante
entre los puertos de Guayaquil y Acapulco— y también eliminar las
elevadas tributaciones impuestas por la Caja Real de Lima, recursos
utilizados a su vez para sufragar los gastos militares contra los independentistas en el Perú y Chile.52 Esta situación explica, en parte, el
por qué del rechazo de la élite criolla guayaquileña a formar parte de
la Gran Colombia.
La configuración territorial de la Gran Colombia quedó completada en 1822 con la anexión de Guayaquil. Sin embargo, la unidad
política y territorial de la república no estaba destinada a durar mucho
tiempo. En los siguientes ocho años se desarrolló una intensa lucha
entre élites regionales que se oponían al supuesto centralismo de
Bogotá. Así, desde el nacimiento de la Gran Colombia, la integridad
territorial de la república fue precaria y sólo bastaba que desapareciera
el elemento unificador para comenzar su fragmentación. Ese elemento unificador fue el poder militar de Bolívar.53
51
Bushnell, David. Op. cit, pp. 113-114.
Cárdenas Reyes, María Cristina. Op. cit., p.101.
53
Enock, Reginald. Ecuador. Its Ancient and Modern History, Topography and Natural Resources, Industries and Social Development, London, T. Fisher Unwin, 1914, p. 77, y Rodríguez, Jaime. Op. cit., p. 14.
52
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Al igual que Quito, el Perú fue independizado de España por fuerzas externas. En 1820 San Martín ocupó la región sur del Perú, desde
Chile y, en junio de 1821 liberó Lima. En la antigua capital virreinal,
San Martín convocó a una junta de notables para que se encargara de
redactar el Acta de Independencia del Perú, en la que se designó Protector de la República a San Martín, se instituyó un Consejo de Estado y se convocó a la realización de un Congreso Constituyente que
quedó integrado en mayo de 1822 con representantes de los departamentos de Lima, Trujillo, Tarma, Huaylas, La Costa, Cuzco, Arequipa, Puno, Huencavélica, Maynas y Quijos que conformaban el Perú,
mientras que los otros cinco permanecían bajo control de los realistas.
La primera sesión del Constituyente se efectuó hasta septiembre de
ese año y en ella los diputados le ofrecieron a San Martín poderes
absolutos, mismos que el Libertador argentino rechazó. San Martín
renunció a sus poderes cómo protector del Perú y los entregó a una
Junta de Gobierno creada en el acto por el Constituyente. La primera
Constitución, de tendencia liberal, fue promulgada en noviembre de
1822.54
El Constituyente del Perú de 1822 estableció un gobierno presidencial con un poder legislativo fuerte y un ejecutivo representado en
un triunvirato. Instalado el nuevo gobierno, el Congreso y el Triunvirato se mostraron incapaces de establecer el orden, pero sobre todo de
hacer frente a los embates realistas. Así, la Junta de Gobierno decidió
solicitar ayuda militar a Bolívar para defender la independencia de la
república. Bolívar envió tropas colombianas al Perú en marzo de 1823
e inmediatamente después designó a Antonio José de Sucre para dirigir la campaña militar contra los realistas. Bolívar arribó a Lima en
septiembre de ese año. Acto seguido, la Junta de Gobierno derogó la
Constitución y transfirió al Libertador el poder político y militar de la
república, sin reservas.55 Ya instalado en la presidencia, Bolívar reinició la lucha contra los realistas, dirigiendo él mismo las campañas en
54
Núñez Endara, Pablo. Relaciones internacionales del Ecuador en la fundación de la República, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar-Abya Yala-Corporación Editorial Nacional, 2001, pp. 27-29.
55
Lucena Salmoral, Manuel. Op. cit., p. 147, y Rodríguez, Jaime. Op. cit., p. 15.
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el Perú y encargando a Sucre la liberación de la audiencia de Charcas.
Sucre cumplió su encomienda en febrero de 1825 y, meses más tarde,
fue promulgada la llamada Constitución Bolivariana de la República
de Bolivia. El texto constitucional fue copiado textualmente e implantado en el Perú.
En 1826 la situación política en la Gran Colombia se encontraba
muy tensa, por lo cual Bolívar tuvo que encargar a Andrés de Santa
Cruz la presidencia del Perú y retornar a Colombia. Cuando Bolívar
estuvo ya fuera del Perú, los liberales locales aprovecharon la oportunidad para desconocer la Constitución Bolivariana y convocaron a la
instauración de un nuevo gobierno. En junio de 1827, la Constitución
Bolivariana fue abolida y se designó al general José Domingo de La
Mar y Cortázar como nuevo Presidente del Perú. Al año siguiente
fue promulgada una nueva constitución de corte centralista. La lucha
contra Bolívar acrecentó en el Perú un fuerte sentimiento anticolombiano que fue aprovechado por el gobierno de José de La Mar para
declarar la guerra a la Gran Colombia y con ello fijar los límites territoriales entre el Perú y el Departamento de Quito. En 1828 el ejército
peruano ocupó Cuenca y Guayaquil. Esta fue la segunda guerra territorial en América Latina, que fue resuelta a favor del departamento de
Guayaquil, sin embargo, fue el inicio de futuros conflictos territoriales
entre las repúblicas de Ecuador y el Perú.56
Luego de su fracaso por ocupar y anexar al Perú, así como los territorios de Cuenca y Guayaquil, el general La Mar fue derrocado de
la presidencia, siendo sucedido por Agustín Gamarra Mesía, quien
se mantuvo en el cargo hasta 1833, sorteando una serie de guerras
internas contra movimientos regionalistas y contra caudillos locales.
Derrocado Gamarra, la república quedó sumergida en una guerra civil, sólo resuelta cuando Santa Cruz invadió el Perú desde Bolivia y
proclamó la Confederación Peruano Boliviana en 1836.
Como se mencionó párrafos atrás, Antonio José de Sucre declaró
la independencia de Charcas o el Alto Perú en febrero de 1825, pero
lo hizo sin librar una sola batalla. La extinta Audiencia virreinal fue
renombrada posteriormente como Bolivia en honor del Libertador
56
Enock, Reginald. Op. cit., p. 77.
49
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Simón Bolívar.57 Durante la mayor parte de la época colonial, Charcas
formó parte del Virreinato del Perú, luego en 1778 España la agregó al
recién creado Virreinato del Río de La Plata y, finalmente, reincorporada al Virreinato del Perú al proclamarse autónoma la Junta de Buenos Aires. Aunque vinculado a Buenos Aires y Lima, los asuntos de
gobierno, seguridad interior, hacienda y guerra fueron encomendados
a los intendentes de cada una de las provincias (Potosí, Santa Cruz,
La Paz y Chuquisaca) y a los jefes de las dos gobernaciones orientales
(Moxos y Chiquitos), y los de justicia a la Audiencia de Charcas. En
ese entonces, Charcas poseía una de las Universidades más prestigiadas de la época (Chiquisaca) y su propio arzobispado. Por lo anterior,
en la práctica Charcas fue autónoma de Buenos Aires y Lima en los
asuntos de gobierno y administración interior.
Derrotadas las fuerzas realistas, el asunto más importante por resolver fue la organización política del territorio recién independizado.
Las élites criollas de las provincias altoperuanas deseaban conservar
la situación de autonomía de cuando fueron Intendencias coloniales,
pero no existía arreglo sobre la forma del tipo de organización política a instaurar. Sucre propuso en 1825 la realización de un Congreso
Constituyente en el que los habitantes altoperuanos decidirían con
libertad su futuro político; las élites criollas se sumaron rápidamente
a la convocatoria. Cuando el Congreso fue retrasado debido al rechazo de Bolívar a aceptar la independencia de la antigua Audiencia de
Charcas, las élites criollas empezaron a manifestar su recelo contra
el gobierno de Sucre y a la presencia de las tropas colombianas en su
territorio.
El Congreso constituyente convocado por el Mariscal Sucre se realizó finalmente en la ciudad de Chiquisaca en 1826. Los representantes de las cuatro provincias discutieron, entre otros asuntos, el rumbo
que debería tomar la naciente república. Por un lado, algunos representantes proponían continuar la unidad con el gobierno independiente del Río de la Plata, es decir, con las Provincias Unidas; otros
57
Arguedas, Alcides. Historia General de Bolivia, La Paz, Archivo y Biblioteca Nacionales
de Bolivia, 1912, pp. 22-25, y Siles Salinas, Jorge. Historia de la Independencia de Bolivia,
La Paz, Plural Editores, 2009, p. 276.
50
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proponían reincorporar el territorio de Charcas al Perú monárquico;
el resto, el grupo más numeroso, sostuvo la posición de mantener la
independencia de Charcas, no sólo de España, sino también de cualquier otra república americana.58
Las discusiones sobre el estatus jurídico de Bolivia no eran un
asunto menor, dado el hecho de que en el pasado había pertenecido
a los Virreinatos del Perú y del Río de la Plata. Ya como repúblicas, el
Perú y las Provincias Unidas decían tener el derecho histórico de recibir
como herencia el antiguo territorio altoperuano. El asunto se resolvió cuando el gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata
y algunos independentistas aliados de Bolívar en el Perú estuvieron
de acuerdo con la independencia total del Alto Perú.59 Primero, el gobierno de Buenos Aires decretó en 1824, poco antes de la derrota de
los realistas en el Alto Perú, la postura de dejar libres a tales provincias
para que éstas decidieran lo que conviniera a sus intereses. Luego,
en el Perú se aceptó la independencia del Alto Perú por órdenes de
Bolívar, quién cambió su renuencia inicial luego de visitar algunas
ciudades altoperuanas y escuchar las demandas independentistas de
sus habitantes. Para el historiador Jorge Siles Salinas, la perspectiva
estratégica de Bolívar era que la independencia de Bolivia permitiría
asegurar el equilibrio de poder en Sudamérica.60
En 1826 Andrés de Santa Cruz, aliado con ciertos liberales antibolivarianos, aprovechó la ausencia de Bolívar en el Perú para derogar
la Constitución Bolivariana que reconocía al Libertador como presidente vitalicio. La política antibolivariana llegó pronto a Bolivia; las
inconformidades de la población local contra las tropas colombianas
crecían y alimentaban la influencia peruana contra el gobierno de
Sucre. Al mismo tiempo, los soldados colombianos asentados en las
principales ciudades bolivianas demandaban el retorno a sus lugares
de origen y reclamaban el pago de sus salarios. Los problemas anteriores aunados a las intrigas políticas de militares peruanos —principalmente las fraguadas por Agustín Gamarra— y de personajes notables
58
59
60
Arguedas, Alcides. Op. cit., p. 25.
Siles Salinas, Jorge. Op. cit., p. 276, y Arguedas, Alcides. Op. cit., p. 23.
Siles Salinas, Jorge. Op. cit., p. 273.
51
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de las provincias bolivianas empujaron la caída del general Sucre,
quien renunció a la presidencia en agosto de 1828.61
Agustín Gamarra invadió Bolivia en mayo de 1828 con la pretensión de anexarla al Perú. Luego de un período de confrontaciones
entre diferentes grupos de poder locales, Andrés de Santa Cruz, antiguo general a las órdenes de Sucre, fue designado presidente. Santa Cruz convocó a un nuevo Constituyente que elaboró una nueva
constitución de corte centralista en 1831, en la que él fue designado
presidente vitalicio. Pretendió unificar al Perú y Bolivia en una sola república (1836-1839). Este proyecto fue destruido por la intervención
de Chile y Argentina, y las intrigas de militares y políticos bolivianos y
peruanos que veían en Santa Cruz a un dictador ambicioso.62
Por otra parte, el mismo anhelo de fundar una gran república en
un extenso territorio lo tuvo Simón Bolívar. El Libertador pretendió
establecer la Constitución de Bolivia de 1826 en el Perú y en la Gran
Colombia, para de esta manera crear la Confederación de los Andes
que unificaría los territorios de las tres repúblicas.63 Este sueño de
Bolívar nunca pudo materializarse debido a las rivalidades regionalistas, la oposición de los liberales en todas las provincias, pero sobre
todo, por la oposición a conformar gobiernos representativos por los
ciudadanos políticamente activos de las ciudades de dichas repúblicas.
Así, en lugar de integrar un territorio bajo un mismo poder, la política
centralista de Bolívar aceleró el proceso de fragmentación de la Gran
Colombia.
En Caracas, desde 1825, una coalición política conocida como el
Club Liberal se opuso a varias políticas gubernamentales de Santander, entonces encargado de la presidencia en ausencia de Bolívar. Se
opusieron, por ejemplo, a las leyes para expulsar a los españoles y la
obtención de un crédito de banqueros ingleses. La primera medida
afectaba fuertemente a la economía de Caracas, pues la mayoría de
los españoles residentes eran comerciantes de productos venezolanos
como el cacao y de la cochinilla. El Club Liberal se organizó para par61
62
63
Arguedas, Alcides. Op. cit., pp. 48-50.
Siles Salinas, Jorge. Op. cit., p. 293.
Bushnell, David. Op. cit., p.116.
52
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ticipar en las elecciones de 1825-1826 y, aunque Bolívar fue reelecto
para un nuevo período a pesar de que se encontraba en el Perú, su
fuerza se manifestó en Venezuela y hubo réplicas en Guayaquil.64 La
realización de elecciones presidenciales y la continuidad del sistema
bolivariano de gobierno no significaban que el poder ejecutivo nacional tuviera el control total del territorio. Los comandantes del ejército
gobernaban en sus departamentos de manera autocrática. También
existía una profunda división entre los liberales, quienes favorecían
un gobierno civil, y los bolivarianos, que apoyaban un gobierno
centralizado, militar y autocrático. Esta división se exacerbó por los
constantes enfrentamientos entre el ejecutivo y el legislativo. Así pues,
Santander y los legisladores privilegiaban la instauración de un orden
constitucional, en tanto que Bolívar y los militares gobernadores de
los departamentos enfrentaban la autoridad del poder legislativo.65
La crisis política surgió cuando los diputados votaron a favor de
someter a juicio por abuso de autoridad al comandante general del
departamento de Venezuela, José Antonio Páez. En abril de 1826, el
Ayuntamiento de Caracas incitó a Páez a rebelarse contra la orden
judicial y tomar las armas contra el gobierno de Bogotá. Otros militares se pronunciaron por una reforma a la Constitución de Cúcuta y
la instauración de la Constitución Bolivariana, es decir, la promulgada
en Bolivia semanas atrás. Bolívar, militares, gobernadores y los intendentes de varios departamentos apoyaron dicha reforma constitucional. Bolívar regresó del Perú dispuesto a resolver la crisis política y
los conflictos entre los gobiernos de los departamentos y el gobierno
central. Primero otorgó el perdón a Páez por intento de rebelión y luego se empeñó en imponer la Constitución Bolivariana. Estas acciones
distanciaron a Bolívar y a Santander. En esta situación, algunos movimientos regionalistas se aliaron a los bolivarianos para debilitar aún
más al gobierno nacional, al cual consideraban centralista.66
Por su parte, el Congreso colombiano mantenía su rechazo a la
Constitución Bolivariana. En un intento por resolver la crisis, el Con64
65
66
Rodríguez, Jaime. Op. cit., p. 17.
Ídem.
Ídem.
53
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greso convocó a una gran convención nacional, la cual se reunió entre
abril y mayo de 1828. Los debates fueron intensos y encarnizados;
los bolivarianos decidieron abandonar las sesiones y dejar a la convención sin quórum y, en consecuencia, imposibilitada para adoptar
alguna reforma a la Constitución. En ese agosto, Bolívar, siguiendo lo
señalado en la Constitución de Cúcuta, instauró una dictadura hasta
que el Congreso Constituyente se reuniera nuevamente. En los meses
posteriores la crisis política se agravó dando inicio a la fragmentación
territorial de la Gran Colombia. En noviembre, Venezuela declaró su
separación de la República de la Gran Colombia, ratificada en mayo
de 1830 por una asamblea constituyente. Al poco tiempo Ecuador
proclamó su separación de la Gran Colombia y la creación de una república federal.67
Para finalizar este breve recuento del proceso de fragmentación
de la República de la Gran Colombia, es pertinente señalar que una
de las consecuencias de lo anterior fue el inicio de las disputas y diferendos territoriales. Por ejemplo, en el contexto de la separación del
departamento de Quito de la Gran Colombia ocurrió la tercera guerra
por territorio en Hispanoamérica. La primera constitución de Ecuador fue promulgada 1831 en la ciudad de Riobamba. Las ciudades de
Pasto, Buenaventura y Popayán que habían estado bajo jurisdicción
de la Audiencia de Quito se incorporaron voluntariamente a los trabajos del Constituyente. Nueva Granada —o lo que quedó de la Gran
Colombia—, protestó la adhesión del Cauca a Ecuador y exigió su devolución. Ante la negativa reiterada de Ecuador, Nueva Granada envió
tropas para recuperar la provincia en cuestión. Derrotado, el gobierno de Ecuador firmó un tratado de paz en diciembre de ese año que
definió parte del límite territorial entre ambas repúblicas, el resto fue
negociado en un nuevo tratado de límites firmado en 1916.68
Por otra parte, en cuanto a los territorios que se separaron del antiguo Virreinato del Río de la Plata, éstos fueron Paraguay, la Banda
Oriental y Charcas —del cual ya tratamos párrafos atrás—. El resto
de las provincias fueron sometidas por la fuerza. El Virreinato del Río
67
68
Ibídem, p. 14, y Enock, Reginald. Op. cit., p. 78.
Ídem.
54
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de la Plata fue la última entidad virreinal creada por el imperio español en 1776. Su existencia no fue lo suficientemente prolongada para
conseguir afianzar los lazos comerciales, sociales, culturales y políticos
entre las provincias y de éstas con la ciudad capital virreinal, Buenos
Aires. Por ejemplo, Charcas tenía lazos étnicos y culturales más fuertes con el Perú; Paraguay se había mantenido prácticamente aislado
y en la autarquía después de la expulsión de los jesuitas en 1767, y la
Banda Oriental sostenía relaciones comerciales más intensas con las
provincias del sur del Brasil, de hecho era competidora de los productos ganaderos y agrícolas de las Provincias del Río de la Plata y su
puerto, Montevideo, rivalizaba con el de Buenos Aires en el monopolio de esclavos negros, cueros y carne salada.69
El Virreinato del Río de la Plata estaba conformado por las Intendencias de Buenos Aires, Salta del Tucumán, Córdoba del Tucumán,
Paraguay; las Gobernaciones de las Misiones y Montevideo; y hasta
1809, por las Intendencias que integraban a la Audiencia de Charcas.
Llegó a abarcar el territorio comprendido entre la cordillera de los
Andes hasta la costa del Atlántico, en el sur con los límites con la Patagonia y, hacia el norte, hasta la amazonia alto-peruana. Al iniciar el
movimiento de la lucha de independencia en Buenos Aires, todo este
vasto territorio estaba poco habitado, con ciudades, villas y poblados
separados por grandes distancias.70 Debido a dicho factor geográfico,
era precaria la unidad territorial de la república surgida del Virreinato
del Río de la Plata. Las demandas de autonomía de las oligarquías de
las provincias, aunadas a la política centralista y despótica seguida por
los notables de Buenos Aires, alentaron la creación de nuevas repúblicas.
Las diferencias entre la élite porteña de Buenos Aires y los hacendados agrícolas de las provincias fueron profundas. Por un lado, las
élites dominantes en las regiones agrícolas (Salta, Tucumán, La Rioja,
Jujuy, Catamarca, San Juan, Córdoba y Mendoza) vieron afectados sus
intereses con los decretos de libertad de comercio establecidos por la
69
Lynch, John. Las revoluciones hispanoamericanas, 1808-1826, 11ª0 ed. Barcelona, Ariel,
2008, p. 44.
70
Ibídem, pp. 44-45.
55
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Junta de Buenos Aires en 1810, benéficas sólo para los estancieros
bonaerenses y los comerciantes porteños. Por otra parte, las regiones
rivereñas del Río de la Plata (Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes) rechazaban el monopolio aduanero del puerto de Buenos Aires —Córdoba
y Santa Fe, por ejemplo, establecieron sus propias aduanas e incluso
nombraron a sus propios representantes diplomáticos—.71
Fue así que, al poco tiempo de instaurada, la Junta de Buenos Aires
debió organizar fuerzas expedicionarias para someter a las provincias
rebeldes como Córdoba, el Alto Perú, Paraguay y la Banda Oriental.
Con estas expediciones, los juntistas buscaban tener el control político sobre todo el territorio del antiguo virreinato y, a través de este
poder, establecer el monopolio comercial, aduanero y portuario de
Buenos Aires en la nueva república.72
La disputa entre las élites criollas por el modelo de organización
territorial que debía implantarse fue una constante desde el momento
en que fue declarada la independencia de las provincias del Río de las
Plata. Por ejemplo, en la Junta Grande febrero de 1811, donde se publicó el Reglamento de Juntas Provinciales y Subordinadas o Subalternas,
se pretendió establecer el régimen de organización político territorial
basado en el sistema colonial de las Intendencias. Dicho régimen generó inconformidades entre las élites criollas de varias ciudades. Al
respecto, Juan Ignacio Gorriti73 consideraba a esta forma de organización territorial como un mecanismo de intervención que violaba el
principio de autonomía y, en lugar de ésta, proponía la instalación de
una confederación de ciudades.74
71
Vd Amores Carredano, Juan Bosco. Op. cit., pp. 606-608, y Fernández, Jorge y Julio
César Rondina. Op. cit., p. 39.
72
Ídem, y Rock, David. Argentina, 1616-1987: from Spanish Colonization to Alfonsín, California, University of California Press, 1987, pp. 70-80.
73
Teólogo, miembro del triunvirato de la Junta Grande y promotor de la autonomía de
la ciudad de Jujuy, de la provincia de Salta.
74
Vd Gorriti, Juan Ignacio de. “Exponiendo los graves males que entraña la aplicación
del decreto sobre la creación de Juntas provinciales y subalternas”, en Chiaramonte, José
Carlos. Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846), Buenos Aires, Ed. Emecé, 2007, pp. 136-141, y Fernández, Jorge y Julio César Rondina. Op.
cit., pp. 43-44.
56
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La Junta Grande fue disuelta en septiembre de 1811 y fue sustituida por un poder ejecutivo de tres miembros denominado Triunvirato.
En diciembre de 1811 el Triunvirato derogó el Reglamento de Juntas
Provinciales y Subordinadas, reemplazándolo por el de Gobernadores y Tenientes Gobernadores. En este nuevo reglamento, los titulares de gobierno de las provincias serían designados directamente
por el Triunvirato, lo cual generó nuevas protestas de las élites en las
provincias.75 El Triunvirato fue desintegrado en octubre de 1812 por
la presión de un grupo de militares y políticos liberales. Entonces
fue instituido un segundo Triunvirato que convocó a una asamblea
encargada de declarar la independencia y redactar una constitución.
La Asamblea sesionó en los primeros meses de 1813 y dictó diversas
disposiciones, de las cuales nos interesa destacar especialmente el Estatuto Supremo del Supremo Poder Ejecutivo.
El Estatuto Supremo no fue un documento constitucional tal y
como lo esperaban los radicales de la Sociedad Patriótica y la Logia
Lautaro, ni tampoco proclamó oficialmente la independencia del
antiguo Virreinato. Lo singular del documento, sin embargo, fue que
creó una institución política que operaba de manera soberana: las
Provincias Unidas del Río de la Plata. Esta fue una figura de gobierno
nacional de corte centralista que dejó nuevamente el poder político
en la élite porteña de Buenos Aires ejercido por un director supremo;
esta figura política estuvo vigente entre 1814 y 1820.76
Asimismo, no obstante la creación de las nuevas gobernaciones e
intendencias, la organización político-territorial establecida en el Estatuto Supremo no satisfizo las pretensiones de las élites de las provincias
y las ciudades del interior, ni tampoco la élite porteña estuvo de acuerdo en reconocer la autonomía de las provincias. En consecuencia, los
representantes de la Banda Oriental fueron impedidos para ingresar
a la Asamblea de 1813 y el segundo Triunvirato declaró enemigo de la
nación a José Gervasio Artigas. Meses después las provincias de Santa
Fe y de Entre Ríos se rebelaron al gobierno del Directorio. El entonces
Director Supremo, Ignacio Álvarez Thomas (abril de 1815-abril de
75
76
Ibídem, p. 46.
Ibídem, pp. 50-51.
57
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1816), pretendió someter por la fuerza a ambas provincias pero fue
derrotado militarmente y debió renunciar al cargo. Ante esto, su sucesor, Antonio González Balcarce, firmó un tratado mediante el cual
Buenos Aires reconocía la independencia de Santa Fe; además de otro
tratado secreto que obligaba a Santa Fe a respetar el primer tratado
aún si ocurría el rechazo de Artigas.77
González Balcarce no ratificó los tratados de reconocimiento de
la independencia de Santa Fe; en lugar de ello, envió los tratados al
Congreso Constituyente que se realizaba en la ciudad de Tucumán,
donde fueron rechazados por los diputados constituyentes. Como
consecuencia, los representantes de las provincias de Santa Fe, Entre
Ríos y la Banda Oriental deciden no asistir a las deliberaciones del
Constituyente del Tucumán. Ante la actitud de González Balcarce
de enviar tropas para aniquilar las pretensiones independentistas de
Santa Fe, aparecieron nuevos levantamientos contra el centralismo
porteño, ahora en ciudades como Córdoba y Santiago del Estero.
El Congreso Constituyente del Tucumán ratificó la independencia
del Río de la Plata en julio 1816 y proclamó oficialmente la creación
de la República de Provincias Unidas de Sud América.78 El Congreso
del Tucumán se realizó entre los meses de marzo y junio de 1916 en
el contexto de profundas diferencias políticas entre los representantes
de las provincias interiores y la mayoría de delegados porteños, así
como por la amenaza de fragmentación territorial. En éste participaron dos facciones políticas con propuestas diferentes. Una facción
minoritaria que apoyaba la creación de una república federal, mientras que otra, la mayoritaria, estaba a favor de una monarquía. Para los
partidarios de este segundo grupo, la única manera de garantizar la
existencia como república independiente de las Provincias Unidas era
atacar el bastión realista en el Perú, una vez liberada e independizada
la Capitanía General de Chile. Simultáneamente, se debía entregar
la Banda Oriental al Imperio del Brasil —lo cual ocurrió en 1817—,
cuando el director supremo en turno, Juan Martín de Pueyrredón,
dejó a Artigas sin apoyo para defender la invasión realizada por Carlos
77
78
Ibídem, p. 52.
Amores Carredano, Juan Bosco. Op. cit., p. 619.
58
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Federico Lecor y teniendo que buscar el apoyo de Inglaterra y Francia
para sostener a la futura monarquía constitucional, encabezada por un
príncipe europeo (español o incluso francés).79
El Congreso Constituyente fue trasladado del Tucumán a Buenos
Aires sin haber concretado el texto constitucional. En mayo de 1817,
en lugar de una carta constitucional, lo que emitió el Congreso fue el
Reglamento Provisorio que debía reemplazar al Estatuto de 1815. El
texto del reglamento de 1817 conservó el carácter unitario del documento antecesor, pues las provincias fueron consideradas como entidades administrativas, no como entidades autónomas; se mantuvo
la facultad del director supremo para nombrar y remover libremente
a los gobernadores de las provincias, además le otorgaba amplias facultades de fiscalización sobre los demás poderes.80 Las élites de las
provincias del interior rechazaron el reglamento Provisorio de 1817.
Las inconformidades de las provincias y la respuesta militar que dio
Buenos Aires desencadenaron una guerra civil. En 1820 las fuerza
federalistas de Estanislao López y Francisco Ramírez derrotaron al
ejército del gobierno central, tomaron Buenos Aires y abolieron la
Constitución de 1819. Acto seguido, las fuerzas provinciales convocaron a un nuevo Congreso Constituyente, el cual sesionó en marzo
de 1820, en la ciudad de Córdoba. En la nueva Constitución se otorgó
autonomía limitada a las provincias. El gobierno nacional desapareció
y cada gobierno provincial se dedicó a administrar sus propios territorios, basados en su propia Constitución.
Fue hasta enero de 1831 que las provincias firmaron un Pacto Federal que sirvió como punto de acuerdo para atender los asuntos locales en cada territorio en tanto se redactaba una nueva ley fundamental.
Luego de más de dos décadas, la carta constitucional finalmente fue
promulgada en 1853.81
La primera provincia que se separó del territorio original del Virreinato del Río de la Plata fue el Paraguay. Esta provincia, aunque
formalmente era parte del Virreinato, nunca estuvo bajo el dominio
79
80
81
Ídem, y Fernández, Jorge y Julio César Rondina. Op. cit., pp. 53, 60-61.
Ibídem, pp. 62-63.
Rodríguez, Jaime. Op. cit., p. 8.
59
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directo de Buenos Aires. Se trataba de una provincia agrícola dedicada
a la ganadería y la agricultura. Su puerta comercial era la ciudad portuaria de Asunción, situada río arriba del Río de la Plata. Cuando en
Asunción se supo de la instalación de la Junta Provisional de Buenos
Aires en 1810, los notables de la provincia votaron por reconocer al
Consejo de Regencia en España y mantener relaciones pacíficas con
Buenos Aires. La Junta de Buenos Aires declaró al Paraguay “provincia rebelde” y de inmediato organizó una fuerza expedicionaria al
mando de Manuel Belgrano, para imponer la autoridad del gobierno
y someter a los opositores. Los paraguayos derrotaron al ejército de
Belgrano en enero de 1811.82
La élite que controlaba la Junta de Asunción solicitó ayuda a los
portugueses para combatir a los bonaerenses, lo cual suscitó su derrocamiento y la creación de una nueva Junta de Gobierno en junio
de 1811. A continuación, la nueva Junta declaró la autonomía del
Paraguay, tanto de Buenos Aires como de España. Un mes después
fue integrado un congreso en el que estuvieron representados todos
los distritos del Paraguay; en él se decidió crear una Junta Superior,
encargada del gobierno de la nueva república y en la que José Gaspar
Rodríguez de Francia fue uno de sus integrantes. La Junta gobernó
durante dos años, tiempo durante el cual el Dr. Francia fue ganando
poder.
En 1813 la Junta propuso a Buenos Aires conformar una confederación de provincias del Rio de la Plata en la cual todas las provincias
gozarían de autonomía y una igualdad completa. Buenos Aires rechazó
la propuesta y comenzó a proferir una serie de amenazas de agresión
militar que se sumaron a otras hechas por el Imperio de Brasil. Dada
esta situación se convocó a un Congreso que declaró, en octubre de
1813, la independencia definitiva del Paraguay. Asimismo, integró un
directorio de gobierno con dos cónsules, el Dr. Francia y Fulgencio
Yegros. Al año siguiente el Dr. Francia consiguió que el Congreso lo
nombrara dictador perpetuo y que éste se reuniera sólo cuando él así
lo solicitara. La Asamblea nunca volvió a reunirse y el poder absoluto
82
Amores Carredano, Juan Bosco. Op. cit., p. 609.
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quedó en manos de Rodríguez de Francia, quien hasta su muerte en
1840 aisló al Paraguay.83
La Banda Oriental fue otra de las provincias escindidas del territorio original del virreinato del Rio de la Plata. Al igual que el Paraguay,
la Banda Oriental tenía frontera con Brasil, su economía era fundamentalmente agrícola y su capital provincial era una ciudad portuaria,
Montevideo. Al igual que Paraguay una junta de notables decidió reconocer al Consejo de Regencia y oponerse a la Junta Provisional de
Buenos Aires de 1810.
La Banda Oriental fue de los últimos espacios coloniales en ser
ocupado por los españoles. Su creación como gobernación colonial
fue en respuesta a la fundación de la Colonia de Sacramento por los
portugueses. El núcleo de poblamiento principal fue Montevideo,
ciudad portuaria creada entre 1724 y 1726 para frenar el avance colonizador portugués, impedir el contrabando y combatir el saqueo de
ganado que se realizaba en las estancias de la región. El proceso de poblamiento importante de Montevideo ocurrió hasta finales del siglo
xviii, principalmente por catalanes, vascos y gallegos, lo que diferenció significativamente a la población de la ciudad respecto aquella de
las tierras interiores de la Banda Oriental. De esta manera, hacia 1810,
la población estaba claramente diferenciada entre ibéricos y criollos
leales a la monarquía, en su mayoría radicados en Montevideo, y los
mestizos e indígenas de las tierras del interior. Debido a ello, Montevideo fue un reducto realista muy importante durante el período
independentista en Sudamérica, equivalente a como lo fue la ciudad
amurallada del Callao en el Perú.
Para contener al movimiento juntista en Buenos Aires, a principios de 1811 el Consejo de Regencia envió a Montevideo al general
Francisco Xavier de Elío en calidad de virrey del Río de la Plata. Ya
en el cargo, Elío implantó una férrea y sangrienta política de control
interno, revisó los títulos de propiedad de los estancieros, incrementó
los impuestos y buscó el apoyo de Brasil para someter a Buenos Aires.
Estos actos motivaron el fuerte descontento y la rebeldía de los pobla83
Ídem, y Lucena Salmoral, Manuel. op. cit, pp. 143-144.
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dores de la Banda Oriental. La dirección de los rebeldes orientales fue
asumida por José Gervasio Artigas.
La guerra por la expulsión de los realistas de la Banda Oriental inició en febrero de 1811 con el llamado Grito de Asencio, acto de adhesión de Artigas y sus tropas a la Junta de Buenos Aires. En el fondo se
trató de un movimiento de insurrección encabezado por estancieros
productores de cueros y carne salada que se oponían a las leyes españolas de exportación. Luego de varias batallas, los orientales apoyados
por tropas bonaerenses, lograron someter a los realistas, dejando a
Montevideo como el único reducto de apoyo que tenía el virrey Elío.
El asedio de Montevideo inició en mayo de 1811, situación que obligó
al virrey a solicitar la ayuda del emperador del Brasil, quien gustoso
aceptó la petición, pues se le brindaba la oportunidad de reafirmar su
dominio sobre el territorio de la Banda Oriental y con ello obtener
derechos de navegación sobre el Río de la Plata. El avance del ejército
brasileño sobre Montevideo y la retirada de las tropas bonaerenses
obligaron a Artigas a refugiarse en la provincia de Entre Ríos y ahí
solicitar nuevamente apoyo de Buenos Aires. Sin embargo, el primer
Triunvirato ya había firmado, en octubre de 1811, un armisticio con el
virrey Elío que incluía la retirada de los ejércitos portugueses y bonaerenses de la Banda Oriental y el cese del bloqueo naval al puerto de
Buenos Aires. Los realistas del Alto Perú estaban avanzando sobre la
ciudad de Tucumán y el bloqueo naval sobre Buenos Aires había generado graves pérdidas a los comerciantes porteños. Ambos hechos obligaron a los jefes del Triunvirato a firmar el armisticio con el virrey.84
Fue en ese momento que comenzó el distanciamiento de José Artigas de los gobiernos de Buenos Aires. En un principio, el caudillo
de los orientales no promovió la creación de una república independiente. Para él, el destino de la Banda Oriental estaba ligado al de las
Provincias del Río de la Plata que correspondía al territorio del antiguo Virreinato, pero en la forma de una confederación, no bajo un
régimen centralista controlado desde Buenos Aires. Así se observa en
las instrucciones dadas por Artigas a los delegados de la Banda Oriental que acudieron al Congreso del año 13, —o Instrucciones del Año
84
Ibídem, pp. 142-143.
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xiii— en la respuesta de Artigas al reconocimiento de la independencia de la Banda Oriental por parte de Buenos Aires.
En términos generales, las Instrucciones del Año xiii fueron: defender la independencia absoluta de las Provincias del Río de la Plata
y la creación de una república confederada; respeto a la soberanía política interior (autonomía) de cada provincia; creación de la Provincia
Oriental y el reconocimiento de su territorio; derecho de las provincias para formar ejércitos propios; libertad civil y religiosa, entre
otros. Estas instrucciones se convertirían posteriormente en la base de
la primera constitución de la República Oriental del Uruguay.85 Los
delegados orientales fueron impedidos para participar en el Congreso
de 1913, lo que agravó el enfrentamiento de Artigas con los unitarios
bonaerenses. Como consecuencia del incidente anterior, en enero de
1814 Artigas decidió convocar a un congreso de diputados —llamado
después Congreso de Oriente— con el propósito de declarar la independencia de las provincias del Litoral. En los meses posteriores al
Congreso de Oriente, las provincias de Entre Ríos (febrero de 1814),
Corrientes (marzo de 1814), Santa Fe (marzo de 1815) y Córdoba
(marzo de 1815) se aliaron a la Banda Oriental y Misiones para conformar La Liga Federal o la Liga de los Pueblos Libres.
A mediados de 1814 las tropas bonaerenses tomaron Montevideo.
Ahora la guerra por el control de la Banda Oriental se desarrollaría
entre las fuerzas orientales al mando de Artigas que dominaban las
regiones del interior y el ejército unitario de Buenos Aires que dominaba la ciudad de Montevideo. En febrero de 1815 Artigas logró consolidar su poder en todo el territorio de la Banda Oriental e instaurar
un gobierno independiente que se mantuvo funcionando hasta agosto
de 1816. A este período de la historia uruguaya los historiadores le
denominan la Patria Vieja.
Poco antes del Congreso del Tucumán de 1816, el director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Carlos María de
Alvear, propuso a Artigas el reconocimiento de la independencia de
la Banda Oriental a cambio de la renuncia a su apoyo e influencia a
85
Galasso, Norberto. “Artigas y las masas populares en la revolución”, en Cuadernos para
la otra Historia, Buenos Aires, Centro Cultural Enrique S. Discépolo, 2006, pp. 6-7.
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la Liga de las Provincias del Litoral. Artigas respondió que la Banda
Oriental seguía siendo parte de las Provincias Unidas del Río de la
Plata; que el pacto con las otras provincias integrante de la Liga era
ofensivo-defensivo y que su gobierno quedaría sujeto a la constitución
emanada de un congreso legalmente constituido.86 Al no conseguir
someter a Artigas ni a las provincias rebeldes del Litoral, los gobiernos
de Buenos Aires y del Imperio del Brasil firmaron un acuerdo para
que el primero retomara el control de las provincias artiguistas, en tanto que el segundo invadiría la Banda Oriental. Las fuerzas brasileñas
atacaron en 1816 al ejército de Artigas, mientras que el nuevo director
supremo, Juan Martín de Pueyrredón, envió tropas para someter a los
federalistas de Santa Fe y Entre Ríos. Fue entonces que el imperio del
Brasil incorporó la Banda Oriental a su territorio como provincia Cisplatina del Imperio.87
Ante la fuerza del embate portugués, hacia principios de 1820,
Artigas decidió atacar Buenos Aires. Encargó la operación a sus lugartenientes Estanislao López (Santa Fe) y Francisco Ramírez (Entre
Ríos), quienes lograron derrotar al ejército porteño; tomaron Buenos
Aires; forzaron la renuncia de Rondeau, el dictador supremo; disolvieron el Congreso y suspendieron la Constitución unitaria de 1819.
En febrero de 1820, López y Ramírez firmaron con el cabildo de
Buenos Aires el Tratado del Pilar, documento que significó el rompimiento de Artigas con sus antiguos aliados. Pasado este capítulo de
la historia uruguaya, lo que siguió fue el enfrentamiento permanente
entre Brasil y Argentina por apoderarse de la Banda Oriental. La lucha
se prolongó hasta 1828, que a través de la mediación británica, todas
las partes estuvieron de acuerdo en aceptar la independencia de la
Provincia Oriental del Uruguay.88
Para finalizar este recuento general de la configuración territorial de
las primeras repúblicas hispanoamericanas, pasemos al caso chileno.
86
Fernández, Jorge y Julio César Rondina. Op. cit., p. 50.
Ibarra, Ana Carolina. “Las fronteras en América Latina al concluir la lucha por la independencia”, en Piñera Ramírez, David (comp.), Las fronteras en Iberoamérica: aportación
para su comprensión histórica, México, Universidad Autónoma de Baja California, 1994,
pp. 59-60, y Lucena Salmoral, Manuel. Op. cit., p. 143.
88
Rodríguez, Jaime. Op. cit., p. 9.
87
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Luego de su independencia en febrero de 1818, esta república entró
en un período de inestabilidad política y de constantes cambios constitucionales (Constitución de 1822, Constitución Moralista de 1823,
Leyes Federales de 1826, Constitución Liberal de 1828, Constitución Conservadora de 1833) y de gobiernos. Fue hasta 1833 que la
oligarquía conservadora logró tomar el gobierno e instaurar una constitución centralista en la que el poder recayó en un ejecutivo fuerte.
Justo cuando el conservador José Joaquín Prieto asumió la dirección
de la república se abrieron las puertas para la exportación de productos como el salitre y el guano chilenos. La estabilidad política, la
nueva posición exportadora de la economía y la hábil administración
del ministro Diego Portes, le permitieron al país entrar en un largo
período de crecimiento económico y, más aún, desarrollar un poder
militar que le ayudó dominar el Pacífico sudamericano durante prácticamente todo el siglo xix. El período de estabilidad y crecimiento
facilitó a los gobiernos chilenos salir victoriosos de las guerras contra
Bolivia y el Perú de 1838-1839 y de 1873-1879 y, como consecuencia
de ello, tomar el control de los principales puertos sudamericanos en
el Pacífico Sur y ampliar territorio del país.89
Conclusiones
La creación de las nuevas repúblicas a partir de los territorios independizados de España estuvo estrechamente vinculada al proceso de fragmentación territorial. A lo largo de este proceso, el factor “autonomía
política de las provincias” fue determinante. Contrario al supuesto de
que la idea de nación impactó en la creación de repúblicas, lo cierto
es que la demanda de autonomía de las élites criollas fue determinante en la configuración de los territorios de las nuevas repúblicas, así
como en el proceso de fragmentación de esos territorios ocurrido en
las décadas siguientes.
En la Hispanoamérica de del siglo xix no existía la idea de naciones
americanas en el sentido de comunidades culturales como hoy las co89
Bushnell, David. Op. cit., p. 104.
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nocemos. La idea liberal de nación empezó a ser construida durante
la lucha de independencia de las repúblicas y fue tomando forma durante el proceso de consolidación del Estado a lo largo del siglo xix.
La vinculación de la idea de nación con la idea de territorio ocurrió
en el largo proceso histórico de definición territorial en el cual las revoluciones políticas internas jugaron un papel muy importante, pero
fue posterior al período de guerras de independencia. Así pues, las
repúblicas y sus territorios no fueron creados con base en la idea de
nación; ésta fue incorporada al proceso de consolidación de los Estados, no antes.
Los espacios jurídico administrativos de la colonia no tuvieron
como función crear la idea de identidad cultural local sobre la cual
fundar la idea de nación. Explica que ni Río de la Plata, Nueva España,
Nueva Granada o el Perú fueron organizaciones político-territoriales
integradas por naciones. Las independencias, por lo tanto, no fueron producto de luchas nacionales, sino que la lucha posterior por
la consolidación de Estados inventó la idea de identidad nacional. El
nacimiento de las repúblicas y la configuración de sus territorios estuvieron fundamentados en nociones contractuales del derecho natural
y del derecho de gentes, pero sobre todo en la demanda de autonomía
de las élites criollas y no en factores sociológicos como la identidad
nacional, o antropológicos como la homogeneidad cultural.
Por otra parte, el factor geográfico tuvo, al igual que la demanda
de autonomía, una fuerte influencia en el proceso de fragmentación
de los territorios escindidos de la corona española. Al consumarse la
independencia, las dificultades de comunicación entre las ciudades
capitales de los antiguos virreinatos y capitanías con sus provincias
periféricas condujeron a algunas de estas últimas a buscar su propia
independencia y sostener al gobierno local a través de la protección
de potencias extrarregionales.
Consumada la independencia, la mayoría de las repúblicas hispanoamericanas entró en un prolongado período de inestabilidad política, crisis económica y de fragmentación territorial. La independencia
no sólo significó la emancipación política de la metrópoli española,
sino que fue también la fragmentación de las unidades territoriales
construidas durante el largo período colonial. Las nuevas repúblicas
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no sólo tuvieron que enfrentar las presiones de las potencias imperialistas de la época, también debieron luchar contra las ambiciones
territoriales de sus vecinos regionales más poderosos: Chile, Brasil y
Estados Unidos.
Concluida la etapa de fragmentación territorial, las repúblicas hispanoamericanas se vieron obligadas a reconstruir sus propias economías destrozadas por largas guerras de independencia, guerras civiles
y de ocupación militar. También debieron enfrentar las amenazas de
intervención militar, o se vieron forzadas a negociar la integridad y los
límites de sus territorios. Concluido este período hacia 1836, lo que
siguió fue una nueva etapa en el largo proceso histórico de partición
territorial de América Latina.
Otras fuentes
Chiaramonte, José Carlos. Crear la nación: los nombres de los países de América Latina. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2008.
Dachner Trujillo, Yolanda. “Centroamérica: una nación antigua
en la modernidad republicana”, Anuario de Estudios Centroamericanos, año/vol. 24, No. 002, San José, Universidad de Costa Rica,
1998.
Deas, Malcom. “Venezuela, Colombia y Ecuador”, en Bethell, Leslie
(ed.), Historia de América Latina. No. 6. América latina independiente, 1820-1870. Barcelona, Editorial Crítica, 1991.
Mejía Quintana, Óscar y Arlene Tickner. Cultura y democracia
en América Latina. Elementos para una interpretación de la cultura y
la historia latinoamericana. Bogotá, M&T, 1992.
Donoso Rojas, Carlos. “La idea de nación en 1810”, Nueva Polis 15,
1998. Disponible en: http://www.revistapolis.cl/polis%20final/15/
don.htm.
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