See discussions, stats, and author profiles for this publication at: https://www.researchgate.net/publication/273739712 La agricultura familiar en Argentina: Nuevos desarrollos institucionales, viejas tendencias estructurales Article · January 2014 CITATIONS READS 2 373 1 author: Clara Craviotti National Scientific and Technical Research Council 46 PUBLICATIONS 101 CITATIONS SEE PROFILE Some of the authors of this publication are also working on these related projects: Agentes sociales y dinámicas de anclaje territorial de la actividad agroalimentaria View project All content following this page was uploaded by Clara Craviotti on 18 March 2015. The user has requested enhancement of the downloaded file. En Craviotti, Clara (comp.), Agricultura familiar en Latinoamérica: Continuidades, transformaciones y controversias, Editorial CICCUS, Buenos Aires, 2014, pags. 175-204. La agricultura familiar en Argentina: Nuevos desarrollos institucionales, viejas tendencias estructurales* Clara Craviotti Uno trabaja con un perfil que no solamente es social, está más definido por lo económico. (…) Por ahí, uno tiene, un poco, una visión más amplia de lo que es el agricultor familiar, que es aquel que uno ve que tiene sentido de pertenencia con la tierra y ya tiene una cultura de trabajo de la tierra y no solamente él. (….) El futuro de su familia él no lo ve separado de lo que es la tierra. (Técnico de campo, 2011) Introducción La agricultura familiar (AF), como noción conceptual y operativa que engloba a un heterogéneo conjunto de productores que recurren al trabajo de sus familias, toma cuerpo a comienzos del nuevo milenio en Argentina. La instalación del término se produce en un contexto donde se recuperan las capacidades estatales de formulación y ejecución de políticas, luego del desmantelamiento de instituciones e instrumentos de regulación que había caracterizado a la etapa neoliberal de los 90. Durante esa etapa, los productores agropecuarios se vieron expuestos sin resguardos a los vaivenes de los mercados y sus efectos no lograron ser contrarrestados con la puesta en marcha de programas focalizados en los segmentos más pobres o descapitalizados. La formulación y ejecución de esos programas generó diagnósticos, posibilitó aprendizajes, afianzó equipos técnicos orientados al sector y su vinculación con organizaciones sociales –tanto de base como ONGs– y contribuyó a moldear una visión de la agricultura familiar como sujeto productivo con características propias. La sumatoria de sus fortalezas, sin embargo, no logró compensar la escasez de políticas sectoriales agropecuarias y el aislamiento de las políticas existentes de los programas orientados a los pequeños y medianos productores, ni tampoco la ausencia de una articulación que les suministrara coherencia, desde una visión común del desarrollo. Hacer un inventario de las lecciones, actores y acuerdos derivados del pasado, presentes en la etapa inaugurada a principios de los años 2000 no es, sin embargo, el propósito de este capítulo. Cabe argumentar, sin embargo, que ninguna herramienta de intervención se genera desde la nada, sino que, por el contrario, se cimienta sobre * Esta es una versión revisada y ampliada de la ponencia presentada en el Panel “Situación actual y perspectivas de la Agricultura Familiar en el ámbito del Mercosur”, en el XXIX Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología, organizado por la Red Sur de Investigación y Posgrados en Desarrollo Rural (REDSUL). 1 la base de ideas y actores preexistentes, aunque sólo sea para discutirlos o cuestionarlos.1 En todo caso, aquí apuntamos a identificar algunos hitos en la institucionalización de la problemática de la agricultura familiar dentro de la agenda de las políticas públicas de la Argentina (proceso éste que ocurre a partir del 2004), dar cuenta de algunos de los rasgos centrales del sector en base a los datos disponibles, así como ensayar algunas interpretaciones sobre los procesos que ha venido experimentando. Por último, plantearemos ciertos interrogantes para una agenda de investigación. La institucionalización de la agricultura familiar De aquellos programas iniciales orientados a “pequeños productores”, la instalación de la categoría AF en la agenda pública del país se dio conjuntamente con la progresiva institucionalización de su problemática a nivel del Estado y la definición de políticas orientadas al sector en el marco del Mercosur, en consonancia con lo que venía haciendo Brasil (Soverna et al., 2008). Es, en parte, una creación “desde arriba”, luego del puntapié inicial dado por la Carta de Montevideo en diciembre de 20032 y la creación de la Reunión Especializada de Agricultura Familiar (REAF) en junio de 2004 en el seno del Mercosur. Mientras en Brasil el reconocimiento legal de la agricultura familiar como tema digno de políticas públicas se dio por la fuerza política de las organizaciones3, en Argentina el Estado instrumentó los mecanismos necesarios para que éstas pudieran expresarse a nivel supranacional (González y Manzanal, 2010). De esta manera se dio impulso a un proceso de nucleamiento e interlocución con el Estado en un lapso de tiempo relativamente corto. Más concretamente, con el compromiso de las autoridades de organizar la sección argentina de la REAF, surge la propuesta y se crea luego el Foro Nacional de la Agricultura Familiar (FONAF). Integrado por representantes de programas estatales y de organizaciones, dicho Soverna (2013) sostiene que –coincidiendo con la finalización del proyecto PROINDER en 2011– se cierra una etapa en la ejecución de las políticas de desarrollo rural en Argentina. No obstante y a pesar de las diferencias, se pueden señalar la continuidad de varios rasgos en las acciones, como la escasa complementación (y a veces contradicción) entre aquellas orientadas a los productores familiares y el resto de las políticas estatales, sean las propiamente sectoriales como las no sectoriales. Por otro lado, visto desde el ángulo de los aprendizajes y apoyos que contribuyeron a instalar una agenda para el sector, puede plantearse que ya desde los años 90 se advierte la conformación de una “coalición de causa”, en el sentido dado por Sabourin (2014), para la definición de una política diferenciada hacia la agricultura familiar, sustentada en redes en las que participaban tanto técnicos estatales como representantes de organizaciones. 2 Se trata de un documento en el que la COPROFAM (Coordinadora de Organizaciones de la Producción Familiar de MERCOSUR, e integrada por la Federación Agraria en el caso argentino) solicita al Consejo Mercado Común la creación de un grupo ad hoc para que proponga una agenda de política diferencial para la agricultura familiar (Márquez, 2007). 3 En Brasil, la conquista del programa PRONAF se dio a través de las movilizaciones anuales (“Gritos da Terra”) organizadas, en sus primeras manifestaciones, conjuntamente por la CUT, la CONTAG y el MST (Picolotto, 2009). Posteriormente, en el año 2000, se crea el Ministerio de Desarrollo Agrario orientado al sector y seis años más tarde se sanciona la Ley de la Agricultura Familiar. 1 2 ámbito público-privado continuó con la tarea de realizar diagnósticos e identificar propuestas de acción dirigidas a este sector.4 Una mayor institucionalización de la problemática se da en 2008, con la creación de la Subsecretaría de Desarrollo Rural y Agricultura Familiar (en 2009 devenida Secretaría, en el marco de la creación del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca), órbita bajo la cual pasaron a ubicarse los programas preexistentes orientados a diferentes estratos de la agricultura familiar.5 La creación de este ámbito institucional ha sido atribuido al llamado “conflicto del campo”, generado en torno a la propuesta de cambio de la política impositiva en granos exportables (González y Manzanal, 2010). Aunque el compromiso de hacerlo fue previo a que el conflicto como tal se desencadenara6, sin duda éste actuó como catalizador, en un intento por quebrar el frente del “campo”. Como parte del proceso de institucionalización y de los acuerdos alcanzados a nivel del Mercosur, se crea en 2007 el Registro Nacional de la Agricultura Familiar (RENAF), con el objeto de contar con información de los potenciales destinatarios de las acciones del Estado. En el RENAF la unidad de registro y análisis es el Núcleo de Agricultura Familiar, asimilable al concepto de hogar en los censos de población.7 Este registro se implementa a partir de la gestión asociada entre el Estado y las organizaciones que integran el FONAF.8 Para el productor, y según la Resolución 255/2007, la inscripción se convirtió en una condición para acceder a programas 4 La instancia de diálogo político fue iniciada a fines de 2004 y formalizada a principios de 2006 a través de la Resolución 132 que crea el Foro y asigna su presidencia a la máxima autoridad sectorial de ese momento. Tal encuadramiento hizo que algunas organizaciones campesinas no participaran del mismo por considerarlo una entidad “paraestatal” (http://mocase-vc.blogspot.com/2009/08/algunas-verdades-sobre-elfonaf.html). A fines de 2011 desde el mismo espacio del Foro se crea la Federación de Organizaciones nucleadas en la Agricultura Familiar, como entidad con personería jurídica sin participación del Estado. 5 En ese marco las otrora coordinaciones provinciales del Programa Social Agropecuario creado en 1993 pasaron a ser delegaciones de la flamante Subsecretaría. 6 En octubre del 2007 se lleva a cabo el Plenario Nacional del FONAF, donde el Secretario de Agricultura asume el compromiso de creación de la Subsecretaría de Desarrollo Rural (FONAF, 2008). 7 La Resolución 255 del 2007 define al núcleo de agricultura familiar como una persona o grupo de personas, parientes o no, que habitan bajo un mismo techo en un régimen de tipo familiar; es decir, que comparten sus gastos en alimentación u otros esenciales para vivir y que aportan o no fuerza de trabajo para el desarrollo de alguna actividad del ámbito rural. Para determinar operativamente la cualidad de agricultor familiar, el Manual de Registrador Habilitado dado a conocer en 2009 toma los siguientes parámetros: La residencia en áreas rurales o a una distancia que permita contactos frecuentes con la producción; una proporción de mano de obra familiar en el total de la mano de obra empleada superior al 50% y la contratación de no más de 2 trabajadores asalariados permanentes; un ingreso mensual por actividades no vinculadas a la Agricultura Familiar no mayor a 3 salarios legales del peón rural (equivalente a 13.000$ mensuales o 2140 u$s a diciembre de 2013). 8 La posibilidad de inscribirse está ligada a las acciones de mediación efectuadas por técnicos y promotores, así como a la existencia de lazos personalizados. Por ejemplo, en el caso de Misiones se privilegia la inscripción de los productores orientados a la producción de alimentos, en detrimento de aquellos articulados a las agroindustrias (Schiavoni, 2013). 3 orientados al sector (aunque no para el resto de las políticas sociales), por lo que su carácter de “voluntario” resulta limitado. A principios de 2014, el registro incorporaba oficialmente 93.512 productores, de los cuales el 14% y el 12% correspondían a dos provincias del norte –Santiago del Estero y Misiones– seguidas por Santa Fe, Mendoza y Salta, con el 6% cada una. Estos variables resultados pueden vincularse con la diferente densidad del entramado institucional que facilita el proceso de inscripción. El registro fue complementado con acciones destinadas a incorporar a los agricultores familiares en la economía formal, a través de su inscripción en el Monotributo Social Agropecuario (MSA). A partir de 2009 la inscripción no tiene costo para el productor y lo habilita para emitir facturas así como acceder a prestaciones de salud y previsionales; no lo excluye de prestaciones sociales como la Asignación Universal por Hijo. Por lo tanto, el instrumento es visto por sus promotores como generador de derechos. La condición para acceder al monotributo es estar inscripto en el RENAF, a lo que se agrega cumplir con determinados criterios de ingresos y no tener empleados (aspecto éste que en el RENAF sí admite).9 La inscripción en esta categoría también es voluntaria, pero a diferencia del registro de agricultores está a cargo de técnicos pertenecientes a la Subsecretaría de la Agricultura Familiar (SSAF). El chequeo personalizado es visto como necesario, para evitar errores de inclusión de productores empresariales, así como de exclusión de productores que por sus ingresos entrarían en la categoría, pero podrían ser dejados de lado en virtud de su acceso a bienes.10 Sin embargo, la adhesión a este instrumento, que posibilita la participación en la economía formal, es baja aún. A principios del 2013 la cantidad de adherentes al monotributo agropecuario representaba un 13% del total de inscriptos en el Monotributo Social, y el 30% de los inscriptos en el RENAF. Por otro lado, en ciertas regiones del país, como es el caso del noroeste, la adhesión es reducida, si se la compara con los productores familiares registrados, o si se considera los productores que, por sus características, estarían en condiciones de acceder a este mecanismo. Este hecho podría vincularse a que la conexión entre el MSA y el RENAF es relativamente débil; no sólo porque la inscripción está a cargo de diferentes organismos, sino porque las definiciones adoptadas son distintas. Un planteo similar puede hacerse sobre la conexión entre la Subsecretaría de la Agricultura Familiar y otros programas promovidos desde otras dependencias del Ministerio de Agricultura. Por ejemplo el Plan Estratégico Agroalimentario 20002020 hace una referencia mínima al sector, en relación a la multiplicidad de instrumentos que contempla para profundizar la inserción de la Argentina en las cadenas globales de valor. Esta, por cierto, no es una situación exclusiva de la 9 La vinculación entre ambos instrumentos es expresada en http://www.afmendoza.com.ar (consulta del 29/6/2013). En la práctica y según el coordinador nacional del MSA la inscripción en el RENAF no se exigiría (comunicación personal, 6/6/2013). El 11/09/2013 se estableció que los ingresos brutos totales anuales para acceder al monotributo no debían superar los 48.000$ (equivalente a 8300 U$s de ese entonces). Cabe aclarar que el monto es similar al establecido para actividades productivas no agropecuarias y prestación de servicios. Existen situaciones incompatibles con la condición de monotributista social como tener un trabajo en relación de dependencia, estar registrado como empleador o ejercer un trabajo profesional. 10 La planilla de registro, generada desde el Ministerio de Desarrollo Social, está pensada para desocupados urbanos. En el caso de los pequeños productores agropecuarios, puede haber casos que tengan más de una parcela pequeña y así alcancen el tope estipulado de dos inmuebles. 4 Argentina; pues también se manifiesta en Brasil a través de la existencia de dos ministerios separados (el de Desarrollo Agrario y el de Agricultura, Ganadería y Abastecimiento). Estos aspectos permiten plantear la hipótesis de dos modelos agrarios promovidos por instancias políticas diferentes, cuyas tensiones no son problematizadas.11 En consecuencia, se puede argumentar que estas medidas de política pública no han puesto en cuestión las bases de un modelo agrario orientado a la exportación, que aporta divisas e ingresos provenientes de las retenciones a las exportaciones para ayudar a sustentar el gasto público. La institucionalización de la categoría sugiere la idea de una política que se adiciona, sin modificar la esencia de las preexistentes, debido a que más allá de casos aislados, no se han formulado medidas diferenciadas por producto, ni una batería de acciones orientadas a la agricultura familiar.12 Tampoco se ha sancionado una ley específica, lo que haría más difícil desmontar el aparato institucional orientado al sector (Mielitz, 2010). Ya en otro terreno de análisis, para algunas perspectivas el carácter englobante de la noción “agricultura familiar” impediría, para algunas perspectivas, diferenciar al campesinado de los sectores medios rurales (Barbetta et al., 2012). Daría visibilidad a productores capitalizados en detrimento de los sectores desfavorecidos, quienes se verían perjudicados por el ensanchamiento de la base de población potencialmente beneficiaria de las políticas públicas. En contraste, González y Manzanal (2010) advierten que, si bien existe el riesgo de generar mayores desigualdades y una mayor complejidad para la gestión, el carácter incluyente de la categoría agricultura familiar permitiría, al menos en teoría, construir una fuerza social representativa y con poder. Es indudable que la cuestión del significado de un término –agricultura familiar en este caso– no es neutra o desprovista de implicancias políticas. Por el contrario, en el campo del desarrollo rural resulta esencial ganar las disputas por la atribución de significados (Long y Ploeg, 1994). Pero tal como lo indica un mínimo análisis lingüístico, el o los significados de un concepto están ligados a los usos que se le da en diferentes ámbitos sociales y contextos discursivos. Que los riesgos mencionados se conviertan en realidades depende de las interpretaciones que realicen los ejecutores de políticas y programas, en tanto existe un ejercicio de mediación cotidiana que técnicos y funcionarios efectúan –más allá de las definiciones y categorizaciones formales– en un proceso que no es independiente o aislado de las demandas sociales. La instalación de la noción de agricultura familiar es demasiado reciente como para poder concluir que las acciones emprendidas benefician al sector de productores familiares capitalizados en desmedro de los campesinos. Pareciera, además, que no existen variantes sustanciales respecto del foco en los “pequeños productores” que caracterizó a los programas iniciados en los años 90. 11 Las declaraciones de algunos funcionarios resultan ilustrativas, al señalar que el Estado apunta a lograr “la convivencia pacífica entre estos dos modelos de producción (el campesino y el del agronegocio) que van a estar sí o sí presentes en el territorio” (www.redaf.org.ar, 5/9/2013); o que “el sector agroexportador genera divisas para acrecentar las reservas, cumplir con las obligaciones internacionales, activar políticas de generación de empleo y reactivación económica", mientras que "los agricultores familiares y la economías regionales permiten garantizar la producción de alimentos, la generación de puestos de trabajo local y el arraigo territorial" (www.portalagropecuario.com.ar, consultado el 17/12/2012). 12 Al respecto vale contrastar la situación argentina con la de Brasil, que dispone de programas de adquisición de alimentos, seguro agrícola, regularización fundiaria, etc. específicamente orientados a la agricultura familiar. 5 La definición de agricultura familiar vigente en los actuales ámbitos institucionales tiene sus raíces en la generada en 2006 desde el Foro Nacional de la Agricultura Familiar. Más que en términos económico-productivos se la conceptualiza como una “forma de vida” y una “cuestión cultural”, cuyo principal objetivo es la reproducción social de la familia en condiciones dignas, donde la gestión de la unidad productiva y las inversiones en ella realizadas es hecha por individuos que mantienen entre sí lazos de familia, la mayor parte del trabajo es aportada por los miembros de la familia, la propiedad de los medios de producción (aunque no siempre de la tierra) pertenece a la familia, y es en su interior que se realiza la transmisión de valores, prácticas y experiencias (FONAF, 2006: 8). Se trata entonces de una definición centrada en la unidad, que no hace alusión a su inserción subordinada en circuitos económicos y políticos, pero que de todos modos nos advierte sobre las limitaciones de conceptualizaciones que se asientan exclusivamente en variables de tipo estructural. En los documentos producidos por el Foro, esta definición de agricultura familiar ha sido complementada con la identificación de cinco categorías delimitadas mediante indicadores, que se basan en los adoptados en Brasil para su programa nacional de agricultura familiar.13 De índole socioeconómica y, en principio, cuantificables mediante censos o encuestas, no guardan correspondencia o dejan de lado los componentes cualitativos presentes en la definición conceptual. Nada nos dicen sobre el tipo de trabajo familiar presente en las categorías de productores identificadas. El aporte fundamental de la tipología esbozada es su rescate de la heterogeneidad interna de la agricultura familiar, un rasgo dejado de lado cuando se la asocia exclusivamente con actividades de subsistencia o con situaciones de pobreza. La cuestión de su diversidad es relevante, tal como desarrollaremos en los apartados que siguen. La agricultura familiar desde los datos disponibles Un primer abordaje y caracterización del sector puede apoyarse en los datos cuantitativos existentes, que si bien son de índole puntual y no permiten captar la dinámica de este sujeto, tienen la potencialidad de abarcar todo el país empleando la misma metodología de relevamiento. Una segunda instancia de acercamiento será realizada luego, a partir de estudios de caso y trabajos sobre diversos espacios rurales. Los estudios IICA-PROINDER Posiblemente un hito en la caracterización y cuantificación de la producción familiar en Argentina haya sido el trabajo efectuado por Obschatko et al. (2006) –de aquí en más denominado Estudio IICA-PROINDER– a partir del reprocesamiento de los datos del Censo Agropecuario 2002. Por su aproximación al tema, el estudio se inscribe en antecedentes que asignan un papel relevante a la ausencia de la contratación sistemática de trabajo asalariado en la caracterización de las unidades familiares. Además, dimensiona su contribución a la producción y el empleo, una herramienta de la que el país carecía desde principios de la década de los sesenta (Tsakoumagkos y Maraschio, 2009). 13 Estas categorías son más abarcadoras que las adoptadas finalmente por el RENAF, ya que admiten productores que contratan tres trabajadores permanentes o tienen ingresos extraprediales que representan hasta el 100% del total. 6 Este trabajo, efectuado en el marco de un programa con financiamiento internacional dirigido a pequeños productores, adopta este encuadre y procura cuantificarlos a partir de las variables disponibles en el relevamiento censal. Define operativamente al pequeño productor como quien dirige la explotación agropecuaria, trabaja directamente en ella, no posee trabajadores no familiares remunerados permanentes, no posee la forma jurídica de sociedad anónima o en comandita por acciones y no sobrepasa ciertos límites máximos en superficie total y cultivada así como existencias ganaderas no compatibles con una estructura de trabajo familiar. Utiliza además indicadores de nivel de capitalización (superficie regada y con frutales e invernáculos; antigüedad del tractor; número de unidades ganaderas) para identificar tipos de pequeños productores cuyo variable acceso a recursos incide en su capacidad de reproducción. Determina entonces tres estratos, de reproducción “ampliada”, “simple” e “inviable” en las condiciones actuales, trabajando sólo como productor agropecuario (Obschatko et al., 2006: p. 36). Un estudio posterior en base a los mismos datos (Obschatko, 2009) pasa a adoptar el concepto de agricultura familiar (en lugar de la de pequeños productores) según las nuevas definiciones políticas y además agrega un nuevo grupo que, a diferencia de los anteriores, puede contratar hasta dos trabajadores asalariados permanentes. La amplitud de unidades que ambas definiciones engloban queda de manifiesto cuando se observa que 2/3 de las explotaciones del país corresponderían a pequeños productores y 75% al grupo más amplio de agricultores familiares (unas 250.000 explotaciones para 2002). Estas controlarían un escaso 13/18% de la superficie, emplearían el 53/64% de la mano de obra directa y aportarían el 19/27% del valor de la producción, según la definición adoptada.14 Ambas definiciones no consideran, entre otras variables posibles para la delimitación de las unidades familiares, el empleo de asalariados transitorios y la recurrencia a contratistas de servicios, hoy día aspectos importantes en función de la tendencia hacia la tercerización de tareas.15 Sin embargo, un punto importante a remarcar es que ninguna de estas delimitaciones pone en cuestión la noción de trabajo familiar que sustenta, desde el punto de vista teórico, la definición y la tipología de productores construida. En efecto, el criterio empleado por estos estudios es que el productor trabaje directamente en la explotación, sin referencia a lo que ocurre con el resto de su familia.16 Otro tema importante es que las Si bien la contribución económica resulta limitada –al menos en relación a otros países latinoamericanos–, ésta varía según la actividad productiva considerada: En cultivos intensivos a campo –como hortalizas y viveros– las cuatro categorías de agricultura familiar aportan el 55% del valor bruto de producción (VBP). Su contribución también cambia según las zonas del país: en provincias como Misiones genera el 51% del VBP. 15 Según un trabajo que procura aproximarse al “núcleo duro” de las explotaciones familiares (es decir, aquellos que no recurren a ninguna fuente de empleo externo a la familia) sólo el 52% de éstas no emplea asalariados transitorios o servicios de contratistas (Soverna y Tsakoumagkos, 2008). 16 Inscribimos nuestra reflexión en el trabajo de Archetti y Stolen (1975) cuando reparan en la cuestión cualitativa representada por la organización social del trabajo en estas explotaciones – el carácter central o no que adquiere el trabajo familiar en la ejecución del proceso productivo–. Así, si consideramos sólo aquellas explotaciones agropecuarias que declaran utilizar trabajadores familiares además del productor, baja notoriamente el número de explotaciones y su participación dentro del total. Una estimación efectuada en base a los datos de la base usuaria del Estudio IICA14 7 definiciones censales en que se basan estos estudios consideran como explotaciones agropecuarias a las unidades que producen bienes agrícolas, pecuarios o forestales destinados al mercado. Aunque consideran como trabajo a las actividades realizadas en o para la explotación, sean o no remuneradas, no incluyen como trabajo a las actividades vinculadas a la producción para autoconsumo. Todo esto tiene consecuencias en términos del posible subregistro de unidades y de la fuerza de trabajo familiar dedicada a dichas actividades. A pesar de estas limitaciones, con una cobertura para el total del país, el Estudio IICA-PROINDER nos brinda un panorama para la caracterización económica de los productores familiares, que sintetizaremos aquí.17 Estos agricultores familiares representan la casi totalidad de los productores en los llamados cultivos agroindustriales (tabaco, algodón, yerba mate, caña de azúcar); la gran mayoría de los productores hortícolas y en algunos rubros frutícolas; más de 2/3 de los productores en cultivos extensivos (maíz y soja). Una forma alternativa de acercarse a estos mismos datos indica que las producciones más presentes en el sector de la agricultura familiar son el maíz (el 22% lo cultiva), la soja (14%), la yerba mate y el tabaco (6% en cada caso). Lamentablemente no se puede efectuar un similar acercamiento para las producciones ganaderas, pero el estudio estima que una cantidad significativa de productores familiares cría diferentes tipos de ganado, en particular ciertos rubros (caprinos y camélidos). Por otra parte, casi la mitad de las unidades familiares pertenece al estrato más descapitalizado, mientras que sólo el 19% al grupo C (capitalizado) y 13% al D (que contrata uno o dos trabajadores). Se evidencia además que la primera categoría es mucho más numerosa en el norte del país, donde reúne entre el 67 y 60 % de la AF (Cuadro 1). PROINDER (Craviotti, 2011) refleja que para 2002, la proporción de explotaciones familiares en el caso de la región pampeana desciende del 71% (en base al estudio de Obschatko, 2009) al 17%. 17 Identificaremos grandes diferencias por regiones para simplificar el análisis. Asimismo, y para facilitar la comparabilidad de los datos de los Estudios IICAPROINDER con los del RENAF que se mencionan luego, se reprocesaron los datos de estos estudios según las regiones definidas por dicho registro. Así la región Pampeana abarca a las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe; la Noreste (NEA), a las de Chaco, Corrientes, Misiones y Formosa; la Noroeste (NOA), a Catamarca, Jujuy, Salta, Santiago del Estero y Tucumán; Cuyo, a La Rioja, Mendoza, San Juan y San Luis; y Patagonia, a Chubut, La Pampa, Neuquén, Rio Negro y Santa Cruz. Una aproximación diferenciada en base a 11 regiones agroeconómicas puede consultarse en Obschatko et al, 2006 y Obschatko, 2009. 8 Entre otros rasgos destacamos que el 32% de los productores que encabezan las unidades de la agricultura familiar no lee ni escribe o tiene estudios primarios incompletos (siendo esta proporción notoriamente más alta –45%– en el grupo A, especialmente en las provincias del NOA, NEA y Patagonia, donde supera la mitad de los productores de este grupo). Las explotaciones familiares tienen un promedio de 3,3 residentes (nuevamente las regiones NOA y NEA se distinguen por una mayor cantidad de personas que habitan en estos hogares). En términos generales, en los grupos extremos (A y D) se llega a un promedio de casi 3,5 residentes por hogar, pero su composición es cualitativamente distinta: en el primer caso son los miembros de las familias, mientras que en el segundo incluye trabajadores asalariados. Igual de significativo es que en este caso 2/3 de los titulares no residen en las explotaciones. En cuanto al régimen de tenencia, el 74% de la superficie de las explotaciones familiares está bajo la modalidad de propiedad o sucesión, mientras que el 9% implica modalidades precarias (ocupación de tierras privadas o fiscales). Su peso resulta mayor en el estrato más descapitalizado de todas las regiones (excepto la pampeana), ya que abarca entre el 15% y el 35% de la superficie a la que acceden. El arrendamiento de tierras cobra relevancia sólo en los productores familiares de la región pampeana, en tanto reúne entre el 16% y 24% de la superficie que controlan, según la categoría. Los productores familiares disponen de unidades que promedian las 142 hectáreas para todo el país, con variantes muy pronunciadas según las regiones y sus características agroproductivas: poco más de 60 hectáreas en el NEA, casi 600 en Patagonia. Dejando de lado a esta última región, los estratos menos capitalizados (A y B) controlan bastante menos superficie que los otros dos. La organización del trabajo en estas unidades nuevamente da cuenta de las heterogeneidades que existen al interior del sector. En promedio trabajan 1,8 personas del grupo familiar (1,1 productores y 0,7 familiares). El grupo D se 9 distingue del resto, por la presencia más baja de trabajadores familiares (un promedio de 0,20). Es en las explotaciones de las regiones NEA y NOA donde la presencia de trabajadores familiares además de los mismos productores resulta mayor (1,15 y 1,11 en promedio). Los titulares de estas unidades están abocados principalmente a las tareas prediales: sólo 1/4 parte tiene un trabajo externo (principalmente fuera del sector agropecuario y como asalariado). Nuevamente aquí se pone de manifiesto una marcada diferencia según las diferentes categorías de productores, ya que mientras casi 2/3 de los familiares más descapitalizados pluriactivos (A) se desempeñan como trabajadores asalariados, sólo 1/3 de los D lo hacen. La otra mirada: El panorama que aporta el RENAF Esta imagen, construida a partir de datos censales, puede ser contrastada con la que surge de los datos aportados por el Registro Nacional de Agricultores Familiares puesto en marcha en 2009. Siguiendo el espíritu del FONAF éste adopta una definición más amplia que la empleada por los estudios IICA-PROINDER mencionados en el apartado anterior, ya que incluye a las familias vinculadas al ámbito rural que no necesariamente manejan explotaciones agropecuarias18 y cuyas producciones pueden o no estar dirigidas al mercado. Al mismo tiempo, excluye las familias que no se ajustan a los criterios de residencia, ingresos y trabajo establecidos por el registro, que son más restrictivos que los del Estudio IICA-PROINDER. A partir de los datos disponibles para agosto de 2012, de unos 65.000 NAF registrados a nivel nacional (de los cuales casi 2/3 corresponden a NEA y NOA) que abarcan unas 240.000 personas, podemos realizar una caracterización del sector que resulta más comprehensiva que la que surge de los estudios IICA-PROINDER. Esto es posible porque los datos relevados –una selección de los incluidos en los censos agropecuarios y de población– no se limitan a las características estructurales de las explotaciones, sino que también abarcan rasgos de los hogares. Invitan entonces a una mirada diferente a la aportada por los estudios previamente mencionados, al poner de relieve sus carencias y la importancia de los ingresos en concepto de transferencias estatales.19 Entre otros aspectos indican que existe un déficit marcado en lo que respecta al acceso a servicios públicos, especialmente los de índole sanitaria (sólo el 30% tiene agua corriente y baño). Este tipo de carencias se manifiestan en mayor medida en las provincias del NEA. Además existe hacinamiento en un 16% de estos hogares (con valores algo mayores en el NOA). 18 Las familias pueden realizar “actividades agrícolas, ganaderas o pecuarias, pesqueras, forestales, las de producción agroindustrial y artesanal, las tradicionales de recolección y el turismo rural (…) sin importar si el destino de esas actividades es la venta, el autoconsumo o el trueque, o si se trata de la actividad principal o una secundaria del hogar” (RENAF, op.cit., pp. 15-16). Las actividades agropecuarias predominantes son la ganadería (80%), seguidas por la agricultura (70%) y la agroindustria (16%). La artesanía, la recolección, la caza y la pesca sólo tienen cierta relevancia en algunas regiones/provincias. 19 Se trata de un registro en evolución, por lo que los datos que aporta deben ser tomados como provisionales. 10 Las unidades domésticas con mayor presencia de niños son las del norte del país, mientras que la Patagonia se caracteriza por tener mayor proporción de integrantes que superan los 55 años (23%). Si consideramos el nivel educativo de los titulares, encontramos que un 40% no tiene instrucción o tiene estudios primarios incompletos. Alrededor de un 20% de los hijos en edad escolar no está asistiendo a la escuela, y un 12% de los jóvenes no estudian ni trabajan (valores sin embargo inferiores a los que se han registrado en algunas áreas urbanas). La precariedad en las formas de la tenencia de la tierra se expresa en el hecho de que sólo el 30% es propietario como modalidad predominante (disminuyendo al 17% en el NOA), mientras que un 18% es principalmente poseedor o tenedor de tierras fiscales o privadas (31% en NEA y Patagonia).20 Las superficies trabajadas son limitadas: alcanzan un promedio de 36 hectáreas a nivel nacional, pudiéndose estimar que las explotaciones de productores familiares con límites definidos abarcan 2.304.000 hectáreas para todo el país (FAO, 2012). Aquí las diferencias con los Estudios IICA-PROINDER son evidentes, ya que le adjudicaban al sector 30.921.077 hectáreas (un 17,6% del total) y un promedio de 142 hectáreas por unidad. El carácter de unidades familiares surge claramente del hecho que 77% de los hogares emplea 2 o más trabajadores familiares (con valores mayores en NEA y NOA) y sólo el 3% contrata algún trabajador permanente (13% en el Estudio IICAPROINDER), con mínimas diferencias según las regiones. Por otro lado, el 82% de los núcleos familiares tiene ingresos extraprediales que representan el 71% de los ingresos totales, con el NOA con una mayor presencia e importancia de esta fuente de ingreso. Los trabajos eventuales –tanto dentro como fuera del sector agropecuario– son los que predominan como ocupaciones. En las provincias del norte del país los ingresos derivados de transferencias estatales (pensiones, jubilaciones, seguro de desempleo, asignación universal por hijo, u otros) son superiores a los provenientes de actividades laborales fuera de la unidad, si bien los montos por estos conceptos son inferiores a los que reciben los hogares de Patagonia. Salvando las diferencias, en las formas de registro como en el momento del relevamiento, una mirada sintética a partir de estos datos como los derivados de los Estudios IICA-PROINDER puede obtenerse a partir de la Matriz construida. Sin embargo, nos aportan una descripción estática, a la manera de una fotografía. Es necesario incorporar aspectos procesuales y hacer un esfuerzo por ubicar al sector en el contexto más amplio de los cambios experimentados por el agro argentino. De ello nos ocuparemos en el próximo apartado. 20 Según lo expresa el Manual del Registrador, la persona poseedora es aquella que vive, trabaja o utiliza la tierra como si fuera su única dueña, no reconoce otro dueño. En cambio el tenedor es quien está en la tierra, pero reconoce que otra persona es el dueño. 11 12 Los procesos que afectan a la agricultura familiar Es frecuente que en la bibliografía argentina se aluda a la falta de reconocimiento de este sujeto y sector del agro. Arach et al. (2011) atribuyen la falta de adopción espontánea del término “agricultura familiar” por parte de los productores (o aun la misma dificultad para nombrarse) a su subalternidad e invisibilidad, para un sistema preocupado fundamentalmente por las exportaciones de commodities. Aparicio (2004) marca su invisibilidad en términos históricos: un agro tempranamente integrado al mercado mundial habría oscurecido la importancia regional de una población campesina en situación de pobreza, al tiempo que su migración hacia las ciudades en busca de empleo habría contribuido a su desdibujamiento. La cuestión también suele ser planteada por técnicos estatales y pertenecientes a ONGs, que consideran que la visibilización del sector es necesaria para definir políticas diferenciadas para la agricultura familiar que contribuyan al mejoramiento de sus condiciones de vida. Desde otro punto de vista –el de los propios sujetos–, la invisibilización puede formar parte de una estrategia de reproducción social, que apunta a regular o inclusive evitar la participación en circuitos mercantiles formales, así como el vínculo con bancos y algunas instituciones del Estado.21 Esto implica que tanto los técnicos que los asisten como los investigadores que los estudian deben persuadirse (y persuadir) de que dar a conocer su presencia y acciones no sólo es necesario, sino que no les será contraproducente. Como se señalara en otras secciones de este capítulo, se puede argumentar la jerarquización de la agricultura familiar dentro de las políticas estatales del país, a través de la creación de ámbitos institucionales de cierto nivel y de instrumentos específicos como el RENAF. Sin embargo, desde una perspectiva histórica, se puede argumentar que el fortalecimiento institucional de la agricultura familiar corre paralelo a su debilitamiento estructural. De hecho, considerando los datos cuantitativos de mayor cobertura (los censos agropecuarios), se observa una disminución de poco más del 20% de las unidades productivas entre 1988 y 2002, junto con un proceso de concentración de la tierra dado por el aumento de la superficie media de los establecimientos.22 El 95% de las unidades que desaparecieron durante tal período pertenecía al estrato de hasta 500 hectáreas y el 67% de ellas se ubicaba en la región pampeana, la más expuesta a los procesos de aumento de escala ligados a la expansión de la producción de commodities (principalmente soja).23 Cabe observar que la expansión de este cultivo a otras áreas del país, más marcada en la última década, hace presumible que sus efectos 21 La inclusión en los circuitos formales, si bien supone algunas oportunidades como el acceso a créditos, también implica mayores gastos monetarios e impositivos y puede llegar a generar cambios en las formas de producir. Es el caso de la venta a través de canales ligados a empresas agroindustriales, que implican la adopción de pautas de manejo e insumos por ellas requeridos. 22 La disminución de las unidades productivas no guarda relación con la superficie cultivada, que creció un 15% a nivel nacional en el período 1988-2002 (Barsky y Fernández, 2005). 23 Lamentablemente se carece de un estudio similar al del IICA-PROINDER en base al censo agropecuario del 2002 para el censo de 1988, que permita dar cuenta de la evolución de la participación de la agricultura familiar en la superficie y en la producción agropecuaria y establecer en qué rubros su disminución fue mayor. 13 concentradores se han extendido hacia otras regiones, aunque lamentablemente se carezca de una fuente censal que permita cuantificarlos. Al mismo tiempo ha aumentado el peso de los trabajadores asalariados en la población ocupada en el sector agropecuario. Los datos de los censos de población 1991 y 2001 permiten visualizar que su peso se incrementó del 45% al 55%, al tiempo que los trabajadores familiares perdieron 6 puntos de participación. Todos estos indicadores dan cuenta de la consolidación de un agro más empresarial en el sentido clásico. Los cambios tecnológicos acaecidos en las últimas dos décadas – consolidación de los paquetes propios de la “Revolución Verde”, desarrollos ligados a la biotecnología y tecnologías de manejo de la información, tales como la agricultura de precisión– van en la misma dirección, al favorecer a (o ser más fácilmente apropiables por) productores de tipo empresarial. Ampliando la mirada por fuera del sector agropecuario, la creciente presencia de capitales extrasectoriales en áreas rurales –que encuentran oportunidades de valorización no sólo en el agro, sino también en la minería o en los emprendimientos inmobiliarios–, dificultan la capacidad de reproducción de los productores de baja escala, al aumentar la competencia por el uso del suelo y otros recursos. Adoptando una mirada de largo alcance, todo ello se traduce en un quiebre en la tendencia hacia la consolidación de los estratos inferiores de tamaño –tanto en términos absolutos como relativos–, que empieza a manifestarse hacia fines de los años 80 y continúa luego (Cuadro 2). En contrapartida, los estratos que superan las 1000 hectáreas de superficie trabajada incrementan el número de unidades y su porcentaje de participación dentro del total. Pero además de un menor peso en la estructura social agraria, es posible plantear cambios cualitativos dentro de la agricultura familiar. Tomando como punto de partida la ampliación del papel del capital en el agro, Murmis y Murmis (2010) sintetizan algunos de ellos. En el caso de la región pampeana, se destacaría la transformación de pequeños y medianos productores en pequeños rentistas, al resultar descolocados en función de los costos de producción y los arreglos tecnológicos utilizados por las grandes unidades. Mientras que, en las regiones de cordillera patagónica, Cuyo y NOA, situaciones más evidentes de desplazamiento – muchas veces forzadas a través de órdenes de desalojo– encuentran su raíz en las irregularidades preexistentes en materia de tenencia de la tierra. 14 En un reciente estudio de la SSAF (Bidaseca et al., 2013), se registraron, con la colaboración de las organizaciones del sector, los conflictos vinculados a la tenencia de la tierra existentes en el país. Estas afectan a unas 64.000 familias y abarcan alrededor de nueve millones de hectáreas. Es decir que involucran a casi ¼ de los agricultores familiares estimados y un 29% de la superficie del sector, según el Estudio IICA-PROINDER de 2009. Casi el 40% de estas situaciones ha llegado a la justicia y el 29% ha dado lugar a órdenes de desalojo. En un 52% se registran acciones de amedrentamiento para presionar al abandono de las tierras. Este y otros trabajos señalan que buena parte de estos conflictos abiertos o latentes por la tierra emergieron en la última década, lo que atribuyen al impacto de los cambios en el uso del suelo (la agriculturización) y la expansión de la frontera agropecuaria. A estos fenómenos se agregan procesos concomitantes, quizá más imperceptibles, como los desplazamientos por la contaminación de suelos y cursos de agua, y los conflictos por la disponibilidad y uso de recursos comunes como el monte (Domínguez et al. 2006). En ese marco se han realizado estudios de caso para diferentes áreas del NOA y NEA (Goldfarb 2012; Percíncula et al, 2011) que remiten, si bien de una manera un tanto elástica, a la noción de acumulación por desposesión (Harvey, 2004). Así se sostiene que ante las dificultades para sostener la acumulación ampliada del capital se renovarían los mecanismos englobados bajo el concepto marxiano de acumulación originaria, como la mercantilización y privatización de la tierra y la expulsión de las poblaciones campesinas; la conversión de derechos de propiedad común en derechos de propiedad exclusivos. Otra corriente de trabajos, sin desconocer estos procesos, procura desentrañar las claves de las situaciones de persistencia. En el caso de productores familiares del NOA, que desarrollan sistemas pecuarios diversificados en explotaciones sin límites definidos, Paz et al. (2012) dan cuenta de la venta de excedentes, el trabajo extrapredial, los ingresos por planes sociales y el autoconsumo como estrategias tendientes a garantizar la supervivencia. Tanto la desmercantilización de varias dimensiones que hacen a la reproducción de estas unidades como la intensificación del trabajo familiar en situaciones de crisis darían lugar, en contextos más favorables, a la intensificación de la producción en pequeña escala. Cowan Ros y Schneider (2008), por su parte, también rescatan el rol desempeñado por las actividades no agropecuarias y las ayudas estatales, aunque ponen énfasis en el papel del capital social y simbólico (la reivindicación de nuevas identidades y derechos) para la reproducción social. Para otros tipos de productores de zonas extrapampeanas (de caña de azúcar, tabaco, yerba mate, frutales), que canalizan su producción a empresas agroindustriales, estudios recientes han abordado sus condiciones de articulación, teniendo en cuenta que la integración vertical de las grandes empresas dista de ser total. La incorporación de buenas prácticas agrícolas, la diversificación, la pluriactividad, la vinculación con organizaciones gremiales y aun las definiciones identitarias inciden en los cambiantes resultados (Bendini y Trpin, 2012; García, 2013). Asimismo ponen de manifiesto que tanto las características de los productores familiares como sus formas de participación en tales cadenas no son las mismas ahora que en el pasado. Desentrañar las variables formas de inclusión como los procesos de exclusión puede entonces profundizar nuestra comprensión de los procesos en curso y, a la vez, sugerir fuerzas de cambio que de otra forma permanecerían en las sombras (Buck, 2009). En términos más amplios, estos antecedentes indican que construir una imagen general de la categoría agricultura familiar requiere de análisis particularizados como paso previo. La cuestión reviste cierta complejidad porque además de los rasgos fácilmente captables a partir de los datos cuantitativos se 15 pueden delinear otros de corte cualitativo, vinculados a los cambios en las formas de organización de unidades que provienen del universo de la agricultura familiar y/o de las lógicas de quienes las integran. Al respecto, un rasgo que viene siendo bastante discutido (al menos para la región pampeana) es la creciente recurrencia a contratistas de servicios de maquinaria. Esto se da en un sector que tradicionalmente “externalizó” tareas clave, como la cosecha, pero donde el actual grado de tercerización nos habla de un cambio cualitativo, por la pérdida de centralidad del trabajo familiar (Craviotti, 2000). Más allá de que la agricultura por contrato o tercerización de tareas es uno de los elementos definitorios de nuevas formas de organización de la producción, como los pools de siembra, ni los familiares capitalizados, ni los mismos campesinos parecen escapar a este mecanismo de delegación de actividades, a veces impulsado por la realización de trabajos extraprediales. Además se le presta atención, en el caso pampeano, al aumento del trabajo de gestión por sobre el trabajo físico (Craviotti, 2000) y al mayor requerimiento de saberes “expertos”. Otro rasgo que se menciona como novedoso es la conformación de sociedades (no necesariamente formalizadas) con personas externas a las familias para arrendar tierras (Gras, 2009). Todos estos aspectos resultan difíciles de captar mediante instrumentos convencionales. Lo propio ocurre con el capital circulante puesto en juego para llevar a cabo el proceso productivo, un elemento central de las formas “flexibles” de producción basadas en la tercerización. Evidentemente, la confluencia de varios rasgos en un mismo sujeto – externalización de tareas, incorporación de capitales externos a la familia, modificación del status jurídico de la explotación para separar la familia de la unidad productiva– nos hablan de trayectorias de empresarialización o de diferenciación hacia arriba (aunque no necesariamente en el sentido clásico por aumento del capital fijo en maquinaria e instalaciones y un mayor empleo directo de trabajo asalariado). Estas trayectorias pueden, asimismo, expresarse en mayores niveles de consumo e inversiones fuera del sector agropecuario y nos remiten a capas de la agricultura familiar en condiciones de ampliar su reproducción, abandonando su pertenencia al sector. La empresarialización es una de las trayectorias posibles, aunque no sólo requiere de recursos económicos, sino también educacionales y el acceso a una red de vínculos específicos. También las diferentes motivaciones y visiones sobre los procesos, expresadas en las disposiciones culturales están en la base de diferentes comportamientos, que indudablemente incidirán en las trayectorias de las unidades. Considerando estos aspectos, en nuestros estudios recientes hemos procurado comprender las formas en que los productores familiares tratan de organizar sus recursos dentro de los límites que enfrentan y cómo esto se vincula con su evolución a través del tiempo como productores, sin olvidar que la gama de opciones disponibles y su misma percepción se encuentra condicionada por estructuras más vastas y la posición ocupada en el espacio social. Así, aun en la “moderna” región pampeana, encontramos estrategias productivas divergentes de las anteriormente mencionadas, como la puesta en práctica de esquemas productivos basados en el fortalecimiento de los recursos propios de la unidad (incluyendo la intensificación del trabajo de sus miembros y la disminución del trabajo asalariado), el ahorro de gastos monetarios y la obtención de recursos mediante circuitos no mercantiles (Craviotti, 2014). Ello sugeriría un proceso de desmercantilización por parte de estos sujetos –si bien de carácter parcial– y la búsqueda de un mayor control o autonomía sobre su reproducción como productores. 16 Sostener que estos comportamientos dan cuenta de trayectorias de campesinización de otrora productores familiares capitalizados es, por cierto, arriesgado. No siempre en estas unidades existen recursos laborales disponibles para ser volcados a las actividades prediales, ni suficiente apoyo externo que permita sostener propuestas alternativas. Pero en todo caso, las evidencias encontradas muestran la necesidad de considerar la situación actual junto con el análisis diacrónico de trayectorias (la “foto” actual y la “historia de vida”) en el análisis y definición de propuestas de intervención orientadas a estos productores. Hacia una agenda de investigación Las reflexiones precedentes no pretenden desconocer la importancia de las situaciones de desplazamiento. Muy por el contrario, ésta es notoria en áreas de reciente expansión de la frontera agropecuaria. En otras, como la región pampeana, situaciones de tenencia regularizadas han permitido a productores familiares que han logrado conservar la propiedad de sus tierras en un contexto de intensa valorización del suelo, plantearse la opción de convertirse en pequeños rentistas. En todo caso, se quiere proponer la necesidad de enriquecer teórica y empíricamente de qué tipos de persistencia estamos hablando en los casos en que ésta se ha logrado; de entender mejor a qué tipo de trayectorias se asocian las actuales situaciones de permanencia. Esto supone preguntarse por las condiciones de inclusión además del desplazamiento. En ese marco, la temática de sus formas de articulación con complejos agroindustriales que se han transformado, tanto a nivel horizontal como vertical (en el marco de cadenas que se densifican y complejizan, y articulan espacios nacionales y globales) no se ha vuelto irrelevante. Uniendo ambas problemáticas, es válido reflexionar en qué medida los diferentes procesos que prevalecen en las distintas regiones del país unen o separan a las distintas formas de la agricultura familiar, en un contexto donde se profundizan las dinámicas multiescalares. Las aproximaciones cuantitativas y cualitativas aquí presentadas dan cuenta de situaciones marcadamente diferentes en la región Pampeana y Cuyo respecto de las del norte del país, que parecen profundizarse. Otra cuestión que demanda renovados esfuerzos es el estudio de las relaciones de la agricultura familiar (campesina y familiar capitalizada, para recuperar conceptos clásicos) con su hábitat y los espacios donde desarrollan sus actividades, en tanto personas que no necesariamente participan de vínculos ligados a su sector de actividad. En ese mismo orden de cosas, para entender la situación de las agriculturas familiares (en plural) no debiera estar ausente del análisis cómo sus transformaciones se conectan con aquellas experimentadas por aquellos sectores con los cuales coexiste, se vincula, o entra en disputa por los mismos recursos. En este contexto no puede estar ausente de la reflexión aquello que encierra el denominado agronegocio, noción ésta que reclama de una mayor precisión empírica y conceptual. Pensamos que el análisis de las implicancias del término no puede darse sin un replanteo de la “vieja” cuestión de la especificidad del agro, y los límites que plantea a la rotación del capital. Desde el punto de vista empírico, captar cómo se despliega una agricultura empresarial que se ha transformado (en parte por su fuerte conexión con sectores no agropecuarios) en diferentes producciones e, inclusive, identificar sus fisuras y contradicciones resulta necesario para comprender las condiciones de inserción de las agriculturas familiares. Persisten asimismo interrogantes referidos a las relaciones que los diferentes componentes de la agricultura familiar establecen con los asalariados rurales. Antes 17 considerados parte de la misma población campesina que trabajaba temporalmente en las cosechas, este sector ha cambiado en su composición, al englobar cada vez más personas de trayectoria y residencia urbana. ¿Cuál es la relación entre ambos colectivos? ¿En qué grado responden ambos sectores a problemáticas distintas? Para finalizar, y dada la reciente institucionalización de la agricultura familiar, se requiere de un mayor análisis de su relación con el Estado y cómo ésta influye en la cuestión organizativa y la autonomía de los productores (Berger y Ramos, 2013). La existencia de fracturas que dificultan su representación homogénea –tanto en organizaciones tradicionales como en otras de conformación más reciente– es un tema pendiente de análisis. En síntesis, la estructura agraria argentina y las políticas públicas han cambiado en los últimos veinte años. Ello nos reclama nuevas reflexiones sobre las dinámicas de la agricultura familiar, considerando el complejo interjuego de las instituciones, las estructuras y los actores sociales. 18 Bibliografía Aparicio, Susana (2004), “Proyectos productivos y empleo agrario”, II Congreso Nacional de Políticas Sociales, Universidad Nacional de Cuyo. Arach, Omar, Diego Chifarelli, Luciana Muscio, Marina Pino, Graciela Preda, Guido Prividera, Guillermo Ramisch y Constnaza Villagra (2011), “Notas teóricas y metodológicas para una investigación participativa desde una institución de desarrollo rural”, en Natalia López Castro y Guido Prividera, Repensar la agricultura familiar. Aportes para desentrañar la complejidad agraria pampeana, Ediciones CICCUS: Buenos Aires, pp. 17-32. Archetti, Eduardo y Stolen, Kristi Anne (1975), Explotación familiar y acumulación de capital en el campo argentino, Siglo XXI: Buenos Aires. 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