Subido por Susana Haug

La dislocada identidad nacional del migrante venezolano en tres novelas del siglo XXI (Tesis. Ver Eduardo Sánchez Rugeles)

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LA DISLOCADA IDENTIDAD NACIONAL DEL MIGRANTE VENEZOLANO
EN TRES NOVELAS
DIEGO MAGGI WULFF
REQUISITO PARCIAL PARA OPTAR AL TÍTULO DE MAGÍSTER EN LITERATURA
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
MAESTRÍA EN LITERATURA
Directora:
DRA. GINA SARACENI
Bogotá, 2018
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NOTA DE ADVERTENCIA
Artículo 23 de la Resolución No. 13 de julio de 1946
“La Universidad no se hace responsable por los conceptos emitidos por sus alumnos en sus
trabajos de tesis. Solo velará porque no se publique nada contrario al dogma y a la moral católica
y porque las tesis no contengan ataques personales contra persona alguna, antes bien se vea en
ellas el anhelo de buscar la verdad y la justicia”.
CERTIFICADO
Yo, Diego Maggi Wulff, declaro que este trabajo de grado, elaborado como requisito
parcial para obtener el título de Maestría en Literatura en la Facultad de Ciencias Sociales
de la Pontificia Universidad Javeriana es de mi entera autoría excepto en donde se indique
lo contrario. Este documento no ha sido sometido para su calificación en ninguna otra
institución académica.
Diego Maggi Wulff
Abril 24 de 2018
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Agradecimientos
A mis padres, por sus acertadas y honestas sugerencias en el proceso de construcción de este
trabajo; por ser modelos de constancia, sacrificio, lealtad, respeto y sensibilidad; por apoyarme
día a día sin importar las circunstancias ni las adversidades, mi gratitud eterna.
A Gina Saraceni, quien me guio, apoyó e incentivó de principio a fin durante la travesía
de esta tesis, siempre indicándome el camino correcto mediante sus apropiados y certeros
comentarios.
A Eduardo Sánchez Rugeles, profesor, consejero y amigo; por alentarme en el colegio a
recorrer el mundo de las humanidades, por inmortalizar a la querida 80H y por ser una de las
motivaciones principales para realizar esta tesis.
A Miguel Gomes y Juan Carlos Méndez Guédez, por sus obras que me cautivaron y por
su amable disposición a colaborar en todo lo que necesitara durante la elaboración de este trabajo.
A Luz Marina Rivas, por su apoyo constante y por sus clases durante la maestría, las
cuales fueron determinantes para profundizar en muchos de los temas abordados en la tesis.
A Carlos Sandoval, Raquel Rivas Rojas y Rafael Tomás Caldera, por su gentileza al
ofrecerme un espacio de su tiempo para conversar sobre este trabajo y por sus valiosos consejos.
A la Pontificia Universidad Javeriana, el Departamento de Literatura, sus profesores y mis
compañeros de clases, por la enriquecedora experiencia como estudiante javeriano en los últimos
dos años.
Al resto de mi familia y mis amigos que me apoyaron durante este proceso, mi aprecio y
afecto por siempre.
4
Tabla de contenido
Introducción………………………………………………………………………………………6
1. La identidad nacional en el siglo XXI………………………………………………………..15
1.1. ¿Nación o postnación? ……………………………………………………………………….15
1.2. La identidad nacional y el nacionalismo: pertenencia y poder……………………………….21
1.3. La identidad nacional y las migraciones……………………………………………………..25
1.4. La identidad nacional y la novela hispanoamericana…………..…………………………….29
2. La construcción de la identidad nacional chavista…………………………………………..35
2.1. Rasgos históricos de la identidad nacional venezolana……………………………………….36
2.1.1. El mito de la Independencia y el culto a Bolívar…………………………………….36
2.1.2. El caudillismo y el militarismo………………………………………………………40
2.2. El nacionalismo chavista……………………………………………………………………..43
3. La literatura vinculada a la diáspora venezolana…………………………………………..53
3.1. Insiliados e inmigrantes en Venezuela y su literatura……………………………………….53
3.2. Diáspora y literatura en la Venezuela del siglo XXI..……………………………………….62
3.2.1. Términos polémicos…………………………………………………………………62
3.2.2. Diáspora e identidad nacional……………………………………………………….64
3.2.3. Literatura realista y diáspora venezolana……………………………………………67
3.2.4. Diáspora e identidad nacional en la literatura venezolana…………………………..72
3.3. Tres autores de la literatura vinculada a la diáspora venezolana…………………………….77
3.3.1. Miguel Gomes: del inmigrante portugués al pícaro cosmopolita……………………77
3.3.2. Juan Carlos Méndez Guédez: huyendo de la ciudad de las moscas………………….84
3.3.3. Eduardo Sánchez Rugeles: antihéroes y nacionalismo fracasado……………………90
5
4. La dislocada identidad nacional del migrante venezolano…………………………………95
4.1. El ocaso de los héroes………………………………………………………………………..95
4.1.1. La decadencia de los ídolos…………………………………………………………..96
4.1.2. El antimilitarismo y la proclama fallida……………………………………………103
4.1.3. La generación perdida de la nación fracasada………………………………………113
4.2. La pertenencia en disputa…………………………………………………………………...118
4.2.1. Vida migrante y cosmopolita……………………………………………………….119
4.2.2. La nostalgia incomprendida………………………………………………………...125
4.2.3. Desarraigo, Venezuela queer y guerra escatológica………………………………..132
4.3. El reencuentro con el origen………………………………………………………………..138
4.3.1. Lucio enamorado y la redención con su patria……………………………………..139
4.3.2. José Luis y el silencio de las campanas…………………………………………….145
4.3.3. Gabriel y el pasado maldito que siempre retorna…………………………………...149
Conclusiones……………………………………………………………………………………156
Referencias……………………………………………………………………………………..162
Anexo 1: Entrevista a Miguel Gomes………………………………………………………...178
Anexo 2: Entrevista a Juan Carlos Méndez Guédez………………………………………...185
Anexo 3: Entrevista a Eduardo Sánchez Rugeles……………………………………………188
Tabla de figuras
Figura 1. Edificio de Misión Vivienda en Caracas con la mirada de Chávez…………………...48
Figura 2. Escalinatas del Calvario en la zona de El Silencio en Caracas………………………..48
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Introducción
A causa de los efectos de la masiva migración1 de sus habitantes, más de cuatro millones de
venezolanos residen actualmente fuera de su país2, lo que representa cerca del 13% de su
población3. Este éxodo, llamado comúnmente “diáspora venezolana”, ha afectado de forma
significativa a la política, la educación, la salud, el comercio, la industria, el turismo y cualquier
otro ámbito de esta sociedad. También es necesario destacar que, desde la conformación del país
en República, nunca había ocurrido una emigración parecida en Venezuela, la cual había sido
considerada como una nación receptora de inmigrantes en el pasado, debido a la gran cantidad de
europeos y latinoamericanos que llegaron a este país entre las décadas de 1950 y 1970. La
diáspora venezolana constituye así un campo de estudio reciente que, además, ha sido abordado
por diversas disciplinas científicas y artísticas, incluyendo la literatura.
En 2016 migré de mi ciudad natal, Caracas, para cursar la Maestría en Literatura en la
Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. De manera que, a partir de ese año, formo parte de la
diáspora venezolana, lo cual ha sido determinante para emprender este trabajo de investigación
sobre la narrativa y la poesía relacionada con el éxodo reciente de mi país. No obstante, mi
interés por la literatura vinculada a la migración venezolana comenzó mucho antes, con las
lecturas que hice de las novelas de mi profesor de bachillerato y amigo, el escritor Eduardo
Sánchez Rugeles. Varias de sus obras hablan sobre personajes venezolanos que viven en el
exterior o que desean migrar del país natal; en ellas se observa la representación del desarraigo y
En esta tesis se entenderá por “migración” todo “[d]esplazamiento geográfico de individuos o grupos, generalmente
por causas económicas o sociales” (Diccionario de la Real Academia Española). Además, se considerará al
“migrante” como aquel individuo que se traslada de su país natal a otro. Para evitar confusiones, en algunas partes de
la tesis, sobre todo en el tercer capítulo, se utilizarán las palabras “inmigrante” y “emigrante” para diferenciar a
aquella persona que llega a un país extranjero (inmigrante) del sujeto que abandona su nación (emigrante).
2
Según el estudio de la consultoría estratégica Consultores 21, realizado en diciembre de 2017 y publicado a
principios de 2018.
3
Tomando en cuenta que Venezuela tiene un poco más de 31 millones de habitantes, según el sitio web oficial del
Banco Mundial (http://www.bancomundial.org/es/country/venezuela).
1
7
el rechazo a la realidad política, económica y social venezolana de los últimos veinte años. A
través de su narrativa empecé a interesarme entonces por cómo la literatura construía al migrante
venezolano del siglo XXI.
Durante mi época universitaria en Caracas, ocurrió un episodio que me incentivó a
preocuparme también por el tema de la identidad nacional. En YouTube fue publicado un video
llamado Caracas, ciudad de despedidas (2012), realizado por Ivana Chávez Idrogo y Javier Pita,
el cual mostraba varias entrevistas a jóvenes caraqueños, incluyendo a tres compañeros de mi
salón de clases del colegio, quienes expresaban sus motivaciones para irse de Venezuela. Gran
parte del país debatió sobre el video por varias semanas, expresando severas críticas y reiteradas
burlas a los realizadores y, sobre todo, a los entrevistados. Si bien se evidenciaba en ellos un
discurso con argumentos inconsistentes, muchas personas, tanto chavistas como opositores,
criticaron el desarraigo y la falta de patriotismo, entre ellos el propio Hugo Chávez.
Sumado a mi indignación por las humillaciones a mis compañeros y a otros jóvenes del
video, toda la conmoción que causó este documental me llevó a pensar que la identidad nacional
era un tema sensible para los venezolanos, no sólo para los que vivíamos en aquel entonces en
ese país, sino igualmente para los pertenecientes a la diáspora. Asimismo, empezaron a surgirme
las siguientes preguntas: ¿Qué significa ser venezolano? ¿Qué elementos determinan que alguien
sea “más venezolano” que otro? ¿Venerar a los símbolos patrios, a Bolívar y a otros próceres de
la Independencia me hace ser más patriota?
Durante mis estudios de maestría, a causa de algunas de las materias cursadas se
incrementó mi interés por profundizar en el tema de la identidad nacional y en la literatura que
habla sobre la diáspora venezolana. En la materia “Teoría crítica literaria latinoamericana”, por
ejemplo, dictada por la profesora Luz Marina Rivas, tuve la oportunidad de ahondar en textos de
Néstor García Canclini como Culturas Híbridas. Estrategias para entrar y salir de la
8
Modernidad (1989) y Diferentes, desiguales y desconectados (2004), los cuales me permitieron
comprender las complejas formaciones interculturales en Latinoamérica que dificultan la tarea de
definir la identidad nacional en esos países. De igual manera, pude explorar las relaciones entre el
exilio y la literatura, que sirvieron de base teórica para mi ensayo final en esa materia, acerca de
las formas del destierro observables en la novela Liubliana de Sánchez Rugeles (2013a), en la
cual el protagonista y otros personajes son migrantes venezolanos pertenecientes a la diáspora.
También las asignaturas “Teoría literaria contemporánea”, “Seminario poéticas
hispanoamericanas del siglo XIX” y “Seminario sobre narrativa española contemporánea”4
contribuyeron a que indagara en las literaturas que abordan la pertenencia y las migraciones. En
la primera de esas asignaturas, dictada por la profesora Gina Saraceni, pude conocer la teoría de
Arjun Appadurai (2001), desarrollada en su libro La modernidad desbordada, sobre la
imaginación como causante de la acción colectiva de migrar y el impacto de los movimientos
migratorios en el mundo globalizado, los cuales causan cortocircuitos en el Estado-nación
decimonónico.
Igualmente pude adentrarme durante este curso en la propuesta de Florencia Garramuño
(2013) sobre el arte inespecífico, el cual no puede determinarse por las categorizaciones artísticas
tradicionales, debido a que propone otros tipos de estéticas y otras formas de hacer comunidad.
Este planteamiento, sumado al del filósofo Byung-Chul Han (2014) sobre la transformación de
las sociedades actuales en un enjambre de individuos aislados producto de las redes sociales, me
permitieron reflexionar sobre esas clases acerca de la posible disminución de la capacidad que
tienen las naciones de generar un sentimiento de pertenencia en sus habitantes, a causa de la
4
Esta materia, dictada por el profesor Mario Barrero Fajardo, la cursé en la Universidad de los Andes gracias a una
beca convenio.
9
existencia de otras maneras de construir comunidades y del aislamiento originado por las redes
sociales y otras tecnologías comunicacionales.
Con respecto a la asignatura “Seminario poéticas hispanoamericanas del siglo XIX”, fue
impartida por el profesor Cristo Figueroa y en ella pude ahondar en el poema épico La victoria de
Junín (1825) de José Joaquín de Olmedo. Esta obra exalta el arquetipo heroico de los próceres de
la guerra de Independencia contra España, en especial Simón Bolívar, conformando uno de los
antecedentes literarios del culto al Libertador. También pude indagar en la poesía pedagógica de
Andrés Bello, quien buscaba aleccionar a las nuevas naciones independientes de América Latina
sobre las bondades del trabajo en el campo. Las lecturas y análisis sobre el romanticismo criollo
del siglo XIX y su misión de construir nacionalismos igualmente fueron muy importantes para
estudiar las vinculaciones entre identidad nacional y literatura en América Latina. En cuanto al
“Seminario sobre narrativa española contemporánea”, escribí un artículo acerca del rechazo al
nacionalismo en las novelas Mañana en la batalla piensa en mí (1994) de Javier Marías y
Liubliana, en el cual pude profundizar también en los vínculos identitarios con la nación.
Además del valioso aporte de estos cursos, mi experiencia como migrante acrecentó mi
motivación para explorar sobre los dos temas mencionados. De cierta manera, me había
convertido en otro personaje de las novelas de Sánchez Rugeles que cuestionan su patriotismo y
la compleja realidad de la Venezuela contemporánea. Haber vivido por más de dos años fuera de
mi país me llevó a reflexionar sobre lo indeterminable que puede ser la pertenencia del migrante
cuando, por ejemplo, la lengua, la dieta, la rutina y las formas de relacionarse con el otro
presentan modificaciones por el contacto diario con otra cultura; sin embargo, al mismo tiempo,
se mantiene la añoranza por lugar natal.
Esta breve referencia autobiográfica es para mostrar las razones que me llevaron a realizar
mi tesis sobre la relación entre la identidad nacional y la literatura que habla sobre la diáspora
10
venezolana. Tras haber tomado esta decisión, comencé a investigar sobre los escritores que
abordan el éxodo en Venezuela de los últimos veinte años. Encontré que hay muchos autores de
este país que han migrado y que han escrito novelas, cuentos, poemas y otros tipos de textos que
exponen, en menor o mayor medida, las experiencias de venezolanos en el extranjero y las
dificultades que sufren, bien sean penurias económicas, la nostalgia por su país o la compleja
adaptación a la otra cultura. Muchos de ellos también muestran identidades dislocadas, término
que usa la escritora venezolana Liliana Lara, quien actualmente reside en Israel, para describir su
labor literaria: “La dislocación lleva implícita un malestar que narra el desencuentro y las
dificultades de estar fuera de contexto o fuera de la lengua propia” (2016, pp. 92-93).
Viendo que esa dislocación resultaba evidente en muchos venezolanos que escriben sobre
el éxodo masivo de su país, me hallé ante el problema de elegir a los autores y las obras que
trabajaría en la tesis. En primer lugar, quería escoger a escritores que hubieran tratado la diáspora
venezolana en varias de sus obras, de modo que fuera una preocupación constante y no
esporádica en sus narrativas. Mi intención, en segundo lugar, era trabajar con alguna de las
novelas de Sánchez Rugeles pertenecientes a su llamada “trilogía del exilio”, que incluye a Blue
Label / Etiqueta Azul (2010), Transilvania Unplugged (2011a) y Liubliana, ya que muchos de los
personajes de las tres obras manifiestan una evidente transgresión a la identidad nacional
venezolana. Por último, quería escoger dos novelas de otros autores que cuestionaran en sus
ficciones la identidad nacional, con la finalidad de establecer cómo distintos escritores de la
literatura relacionada con la diáspora venezolana abordan este tema.
Decidí entonces elegir a Liubliana entre las obras de Sánchez Rugeles. No escogí Blue
Label / Etiqueta Azul porque este libro narra la historia de una muchacha venezolana que desea
irse de su país, y mi intención era trabajar con una novela que mostrara la identidad nacional del
migrante de Venezuela. Aun cuando Transilvania Unplugged sí muestra personajes de esta
11
nación que viven en el exterior, en Liubliana el pasado del protagonista lo persigue y lo
atormenta constantemente. Sus conflictos con la memoria causan un cuestionamiento reiterado de
su pertenencia, lo cual contribuiría a revelar la dislocada identidad nacional del protagonista.
Las otras dos novelas que elegí para el corpus son Una tarde con campanas (2004) de
Juan Carlos Méndez Guédez y Retrato de un caballero (2015) de Miguel Gomes. Ambos autores,
con largas y reconocidas trayectorias literarias, han escrito numerosas obras donde exploran los
conflictos del migrante venezolano del siglo XXI. Esas dos novelas, al igual que Liubliana,
ahondan en la identidad nacional de personajes venezolanos que viven en otros países durante la
época de la diáspora. Además, las tres obras están relatadas por un narrador intradiegéticohomodiegético5, condición que favorece a que el lector se introduzca en las emociones y los
pensamientos del protagonista, incluyendo sus opiniones y cuestionamientos sobre la identidad
nacional. No obstante, las historias, los personajes, las estructuras de los textos e, incluso, las
formas que abordan la identidad nacional son, en apariencia, distintas entre sí, por lo cual su
análisis resultaría más enriquecedor.
Una vez escogidas las obras, me propuse contestar la siguiente pregunta: ¿Cómo tres
novelas contemporáneas de Venezuela representan la identidad nacional de los migrantes
pertenecientes a la diáspora venezolana? En primer lugar, debía elegir qué enfoque darle a la
identidad nacional. Las tres novelas cuestionan muchos de los rasgos identitarios de los
venezolanos, ya que muestran, entre otros aspectos, la asimilación de elementos culturales del
lugar al que migran, el uso de palabras y frases de otras jergas e idiomas en sus vocabularios y el
repudio a la situación actual del país natal. De modo que el enfoque que le iba a dar a la identidad
5
Partiendo del libro Figuras III de Gérard Genette (1989), el nivel intradiegético ocurre cuando el narrador se ubica
en el interior de la historia relatada (aunque no necesariamente como personaje, tal como sucede con Sherezade en las
historias que le cuenta al sultán en Las mil y una noches). En el nivel homodiegético, el narrador es un personaje dentro
de la historia. Comúnmente suele llamarse narrador en primera persona al intradiegético-homodiegético.
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nacional en el trabajo debía reflejar esos y otros cuestionamientos sobre la relación entre el
migrante venezolano y su patria.
Además del análisis de diferentes modos de representar esa pertenencia trastocada,
consideré necesario incluir la problemática del chavismo como una influencia determinante en la
identidad nacional de la mayoría de los migrantes venezolanos del siglo XXI. Muchas de esas
personas se han desplazado a otros países por causas relacionadas directa o indirectamente con
los gobiernos chavistas, como son la delincuencia, las crisis económicas, el cercenamiento de
derechos y libertades, los ideales comunistas del régimen, entre otros. Esos venezolanos, además,
suelen rechazar los cambios que hacen los chavistas de los símbolos patrios y de la historia
venezolana, y el nacionalismo basado en el culto desmedido a Chávez, a Simón Bolívar y a otros
líderes militares de la patria.
Considerando la repercusión que ha tenido el chavismo y su nacionalismo en los
venezolanos de la diáspora, decidí enfocar la tesis en dos aspectos de la identidad nacional. El
primero corresponde a la pertenencia, es decir, a las maneras en las que los individuos se
vinculan a su nación y se sienten pertenecientes a ella por medio de la lengua, la cultura, las
tradiciones, las costumbres, entre otros rasgos que caracterizan a los habitantes de ese país. El
otro aspecto consiste en indagar sobre el nacionalismo chavista y en varios rasgos históricos de la
identidad nacional venezolana que se han mantenido vigentes desde el siglo XIX hasta la
actualidad, y que han sido utilizados por el chavismo como estrategia para controlar y unificar al
pueblo alrededor de Hugo Chávez. Por lo tanto, el nacionalismo chavista y esos rasgos históricos
pueden considerarse como un intento de imponer una identidad nacional desde el poder.
A continuación, expondré la estructura de este trabajo. En el primer capítulo, denominado
“La identidad nacional en el siglo XXI”, busco cuestionar y definir el concepto de la identidad
nacional dentro del contexto del mundo globalizado e intercultural de la actualidad. Este capítulo,
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a su vez, se encuentra dividido en cuatro apartados. El primero de ellos lo llamé “¿Nación o
postnación?”, debido a que me propongo dilucidar si hoy en día vivimos en naciones como se
concebían en el siglo XIX o si, por el contrario, nos encontramos en vías de un nuevo modelo de
nación de fronteras imprecisas. Luego, en “La identidad nacional y el nacionalismo: pertenencia
y poder”, basándome en varias teorías, elaboro los conceptos de identidad nacional y
nacionalismo que uso a lo largo de la tesis. En cuanto al subcapítulo “La identidad nacional y las
migraciones”, presento cómo los flujos migratorios pueden erosionar y al mismo tiempo
fortalecer los vínculos identitarios con la nación. Sobre el cuarto apartado, “La novela
hispanoamericana y la identidad nacional”, planteo cómo desde el siglo XIX la novela en los
países hispanoamericanos ha buscado construir identidades nacionales, y cómo algunas
tendencias literarias de las últimas décadas proponen otras formas de pertenencia que trascienden
la tierra natal.
El segundo capítulo, titulado “La construcción de la identidad nacional chavista”, está
compuesto por dos apartados. En el primero de ellos abordo cuatro rasgos de la identidad
nacional venezolana que han pervivido a lo largo de la historia de este país, y que han sido
utilizados por el nacionalismo chavista para controlar y unificar a la población venezolana: el
mito de la Independencia, el culto a Bolívar, el caudillismo y el militarismo. Con relación al
segundo subcapítulo, me propongo mostrar en qué consiste ese nacionalismo chavista y cómo ha
tratado de implantar una identidad colectiva, en la cual se vincula a Chávez con el alma y la
esencia nacional.
Con respecto al tercer capítulo, “La literatura vinculada a la diáspora venezolana”, se
encuentra integrado por tres apartados. En el 3.1, llamado “Insiliados e inmigrantes en Venezuela
y su literatura”, muestro de qué manera el país se fue convirtiendo en una nación receptora de
extranjeros en el siglo XX y cómo la literatura venezolana abordó las figuras del insiliado y el
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inmigrante en ese período. Le sigue el 3.2., “Diáspora y literatura en la Venezuela del siglo XXI”,
subdivido a su vez en cuatro partes. En la primera explico las dificultades para definir la literatura
relacionada con la diáspora venezolana. Luego expongo las características más resaltantes de este
éxodo y cómo ella ha causado cuestionamientos en la sociedad en torno a la identidad nacional.
En el tercer subcapítulo muestro cómo surgió la literatura relacionada con la diáspora venezolana
y sus rasgos más notorios, mientras que, en la cuarta parte, revelo cómo esta literatura ha
abordado los conflictos del migrante venezolano con su pertenencia a la nación. En cuanto al 3.3,
presento varias características de las literaturas de Miguel Gomes, Juan Carlos Méndez Guédez y
Eduardo Sánchez Rugeles y resumo las tres novelas del corpus.
Pasando al cuarto capítulo, “La dislocada identidad nacional del migrante venezolano”,
allí profundizo en cómo los dos aspectos de la identidad nacional que utilizo en la tesis, el
nacionalismo chavista (incluyendo los rasgos históricos) y la pertenencia, son tratados en las tres
novelas. Este capítulo está compuesto por tres apartados: “El ocaso de los héroes”, “La
pertenencia en disputa” y “El reencuentro con el origen”. En el primero exploro cómo las obras
cuestionan el nacionalismo chavista y los rasgos identitarios históricos y en los subcapítulos
restantes ahondo en la pertenencia. Con respecto al apartado 4.2., busco evidenciar de qué
manera los personajes desarticulan sus vínculos que los unen a Venezuela. Después, en “El
reencuentro con el origen”, explico los lazos que unen a los personajes con su pasado en el país
natal. Cada apartado, a su vez, está dividido en tres subcapítulos, correspondientes a la forma en
que se manifiestan esos aspectos de la identidad nacional en cada novela.
Este recorrido por los modos como los autores del corpus representan el problema de la
identidad nacional y la pertenencia en el caso de los migrantes venezolanos, respondió también al
interés de mostrar de qué manera la literatura propone otros modos de pertenecer más allá de la
nación, así como la dimensión afectiva y emocional de toda identidad.
15
1. La identidad nacional en el siglo XXI
1.1. ¿Nación o postnación?
En una era donde el Internet y las redes sociales forman parte de la vida cotidiana de billones de
personas, la nación, tal como la hemos concebido desde el siglo XIX, pudiera estar destinada a
evolucionar o perder su función y sentido. El 27 de junio de 2017, la red social Facebook
alcanzó, según su Director Ejecutivo, Mark Zuckerberg, dos mil millones de usuarios. Este dato
refleja que las personas están formando comunidades que trascienden las fronteras nacionales,
cuya cantidad de integrantes muchas veces supera a las poblaciones de la mayoría de los países.
En este sentido, pudiera pensarse que los logos de Facebook, Twitter, WhatsApp y Skype están
comenzando a opacar los colores de las banderas.
Byung-Chul Han (2014) es uno de los teóricos que han analizado el impacto de las redes
sociales en el mundo actual. Este filósofo surcoreano asegura que la sociedad contemporánea,
debido principalmente al uso de los medios digitales, conforma un enjambre que “no es ninguna
masa porque no es inherente a ninguna alma, a ningún espíritu. El alma es congregadora y
unificante [sic]. El enjambre digital consta de individuos aislados” (p. 16). El planteamiento de
Han contrasta, por ejemplo, con el concepto de nación de Ernest Renan en 1882, quien la definió
como una solidaridad generalizada, constituida por el sentimiento de sacrificios realizados y
dispuestos a realizar (2010). Tomando en cuenta la diferencia entre estas dos definiciones tan
distantes en el tiempo, es pertinente introducir la siguiente pregunta: ¿habrá disminuido la nación
su capacidad de generar ese sentimiento de pertenencia y comunidad en sus pobladores?
Sin embargo, antes de intentar responder esta interrogante, resulta oportuno mostrar la
complejidad para definir los conceptos de “nación”, “patria”, “país” y “Estado”. Con respecto al
término “nación”, Benedict Anderson (1993) la considera “una comunidad política imaginada
16
como inherentemente limitada y soberana” (p. 23). La nación para Anderson no se constituiría
entonces por la solidaridad generalizada ni el deseo de sus habitantes para vivir en comunidad,
sino por el hecho de que ellos se imaginen que pertenecen a ella, al realizar prácticas comunes
como, por ejemplo, comprar el periódico y leerlo. Esta concepción de nación, no obstante,
pudiera estar amenazada en un futuro por el enjambre digital que plantea Han porque, en caso de
aumentar el aislamiento de las personas producto, entre otras razones, de las redes sociales y el
Internet, esos individuos quizás dejen de imaginarse como pertenecientes a una comunidad
política y soberana y a un territorio con fronteras delimitadas.
Anthony D. Smith (1997), por su parte, propone otro concepto de la nación, al definirla
como un grupo de seres humanos que comparten un gentilicio, un territorio histórico6, recuerdos
y mitos colectivos, una economía unificada, una cultura de masas pública, y deberes y derechos
legales para todos sus habitantes. Una diferencia primordial entre Anderson y Smith consiste en
que el primero pertenece a los teóricos que creen que la nación se originó en la modernidad,
mientras que el segundo se ubica entre los “etnosimbolistas”, quienes consideran que las
comunidades étnicas, de donde surgen las naciones, han existido en todos los períodos de la
historia (Özquirimli, 2010). Smith afirma que las comunidades étnicas son aquellas cuyos
habitantes comparten un mito de origen, una cultura, una noción de patria y un sentido de
solidaridad entre sus miembros. El autor menciona como ejemplo al pueblo judío que, a pesar de
las diásporas y los genocidios sufridos, sobrevivió como grupo étnico.
En cuanto a Anderson, pudiera decirse que existen grupos sociales dentro de un país que
no se sienten (y quizás tampoco se imaginen) como parte de él. Tal es el caso de los inmigrantes
Eric Hobsbawm, al igual que Smith, considera que la nación necesita de la historia para poder constituirse: “Nación
sin pasado es un término en sí contradictorio. Lo que hace a una nación es el pasado, lo que justifica a una nación
ante las otras es el pasado, y los historiadores son las personas que lo producen” (2000, p. 173).
6
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que mantienen sus culturas, sus lenguas y sus tradiciones dentro de otra nación. Para Edward
Said (2005), el rechazo del país a donde se migra se divisa con más claridad en los exiliados7, ya
que observan a los que nacieron en ese territorio con resentimiento por pertenecer a su entorno,
mientras que ellos siempre están fuera de lugar. También se encuentran los grupos que repudian
la patria natal y desean liberarse de ella, como es el caso de los separatistas catalanes y vascos8.
Con respecto a los etnosimbolistas, el sociólogo turco Umut Özkirimli (2010) desglosa
varias de las críticas que estos teóricos han recibido. Por ejemplo, para este autor, uno de los
problemas que se divisa en ellos es la creencia de la persistencia y durabilidad de los elementos
étnicos como la cultura, los mitos, los símbolos y la memoria colectiva (pp. 163-64). De hecho,
sus críticos argumentan que estos aspectos cambian constantemente y, por consiguiente, no se
puede aseverar que las comunidades étnicas mantengan inalterables sus recuerdos históricos, las
tradiciones e incluso la lengua con el pasar de los siglos. Igualmente resulta casi imposible
determinar una “pureza” de comunidad étnica, porque “hoy todas las culturas son de frontera”
(García Canclini, 1990, p. 325), es decir, hay constantes intercambios culturales gracias al
desarrollo tecnológico, los medios de comunicación, entre otros rasgos del mundo globalizado.
Además de la complejidad que conlleva definir el término “nación”, también se encuentra
el problema de diferenciarlo de otros conceptos como “patria”, “país” y “Estado”. En cuanto al
primer término, López (2014) señala que “por patria debe entenderse la tierra natal” (p. 110), la
cual constituye el lazo de pertenencia al territorio de los antepasados y un espacio de libertad
Edward Said (2005) explica la diferencia entre los términos “emigrado”, “exiliado”, “refugiado” y “expatriado”.
Para este autor, emigrados serían todos aquellos que dejan su tierra para vivir en un nuevo país. En cuanto al
exiliado, lo define como aquella persona a la que se le impide regresar a su hogar. Al refugiado lo considera “un
término político que hace pensar en grandes masas de personas inocentes y desconcertadas que requieren ayuda
internacional urgente” (p. 188). El expatriado, por último, es el que vive de forma voluntaria en un país extraño, pero
puede compartir el extrañamiento y la soledad del exiliado.
8
Para mayor profundización sobre los movimientos de vascos y catalanes que buscan separarse de España, se
sugiere la lectura del reportaje “¿El País Vasco se contagiará del movimiento independentista catalán?” (30 de
octubre de 2017) de Patrick Kingsley, publicado en el portal web de The New York Times: https://nyti.ms/2qG5pjk
7
18
enmarcado por un Estado libre y una constitución. En cuanto a la palabra “país”, el Diccionario
de la Real Academia Española (DRAE)9 le otorga cinco definiciones, siendo una de ellas:
“Territorio, con características geográficas y culturales propias, que puede constituir una entidad
política dentro de un Estado”. Con relación al Estado, puede diferenciarse con mayor facilidad de
la nación debido, entre otras razones, al aporte de historiadores y sociólogos desde el siglo XX.
Tal es el caso de la socióloga Theda Skocpol (1984), quien considera al Estado como un conjunto
de organizaciones administrativas, militares y políticas coordinadas por una autoridad ejecutiva.
Tras este recorrido por las complejidades existentes para definir la nación y distinguirla de
otros términos, es necesario precisar los conceptos que se utilizarán a lo largo de este trabajo, con
el propósito de analizar un conjunto de novelas venezolanas contemporáneas que despliegan, en
sus respectivas historias, preguntas sobre la pertenencia mediante la referencia a conceptos como:
nación, patria y país. En primer lugar, para definir estos términos consideraré los aportes teóricos
de Homi Bhabha, quien afirma que existen dos aspectos fundamentales que caracterizan a las
naciones: su realidad liminal y la identidad nacional determinada por los antagonismos sociales
internos (2000). El primer aspecto se refiere a que la nación se define a sí misma por sus fronteras
con otros territorios, mientras que el segundo consiste en que “la nación es construida a través de
muchas formas de identificación contingentes, arbitrarias e indeterminadas” (2000, p. 228).
Tomando en cuenta las teorías de Bhabha, Anderson y Smith, en este trabajo se
considerará a la nación como un territorio soberano con fronteras delimitadas, que posee una
variedad de formas de identificación eventuales, indeterminadas y arbitrarias, las cuales generan
en muchos de sus habitantes la sensación de poseer una cultura unificada y recuerdos colectivos
comunes. Debido a la dimensión emocional que, similar al concepto de nación, suele otorgarse a
9
Cada vez que aparezca la sigla DRAE en la tesis, se estará refiriendo al Diccionario de la Real Academia Española
en su versión digital.
19
los términos “patria” y “país”, a diferencia de Estado, relacionado más con una dimensión legal y
administrativa; en esta tesis serán utilizadas las palabras “nación”, “patria” y “país” como si
tuvieran el mismo significado, aun cuando, como se dijo anteriormente, hay algunas diferencias
entre ellas. En cuanto al concepto de Estado, se empleará en este trabajo la definición de Skocpol.
Luego de precisar estos términos, volvemos a la pregunta planteada al principio de este
capítulo: ¿ha disminuido la nación su capacidad de generar un sentimiento comunitario y de
pertenencia en sus habitantes? Mucho antes de que Byung-Chul Han desarrollara su propuesta del
enjambre, Jürgen Habermas consideraba que los países se hallaban en camino de transformarse
en sociedades postnacionales, caracterizadas por el multiculturalismo, la pluralidad étnica, las
interdependencias en la economía global, entre otros aspectos (2007). Siguiendo esta idea, Grínor
Rojo (2006) considera que la postnación implicaría una redefinición y un posible relevo de los
Estados nacionales clásicos, sin liquidarlos. Los cambios con respecto a su concepción
decimonónica de la nación, según Rojo, estarían vinculados a la coexistencia de distintas culturas
en un mismo territorio, sin privilegiar una sobre las otras, y a la extensión del derecho
democrático más allá de las fronteras nacionales. De modo que esa postnación conllevaría a una
sociedad más igualitaria en el ámbito de las leyes, en la que el patriotismo y las políticas
nacionalistas dieran paso a la convivencia multicultural y a acciones gubernamentales que
beneficien a los habitantes de muchas naciones y no sólo a los de un país.
Por su parte, Néstor García Canclini en su libro La globalización imaginada (1999) utiliza
el término de “glocalización” para referirse a la interdependencia e interpenetración de lo global
y lo local. Un ejemplo de este concepto sería el uso de disfraces de la tradición mexicana del Día
de Muertos durante la fiesta de Halloween en los países occidentales. En este sentido, Estella
Agudelo asegura que la interrelación de lo “glocal” en la actualidad, donde la presencia del
Internet penetra en todas las naciones, ha dado paso al “Homo Googlens”, el cual “ha sido, más
20
que el proceso, el resultado de expandir el lenguaje y transformar emisores y receptores en
nativos digitales y conectados multimodales” (2014, p. 128). De esta manera, pareciera que la
glocalización y el mundo digital están cambiando la concepción antigua de los países.
Sin embargo, la nación no sólo se encuentra lejos de su desaparición, sino que en los
últimos años han surgido con más fuerza los sentimientos nacionalistas en países donde se creía
que se habían superado. Paradójicamente, dos de los casos más emblemáticos son Estados
Unidos y Gran Bretaña, quizás los países que más han contribuido a la globalización10. En junio
de 2016, la mayoría de la población del Reino Unido votó a favor de la propuesta nacionalista del
Brexit, término utilizado para denominar la salida de este país de la Unión Europea. Pocos meses
después, ganó Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, siendo una de
las promesas de su campaña la construcción de un muro en la frontera con México. También está
el caso del gobierno chavista en Venezuela, el cual ha propagado activamente el sentimiento
nacionalista en este país, como se podrá observar en el segundo capítulo de esta tesis.
Respondiendo a la pregunta planteada en este apartado, se puede asegurar que los países
todavía generan sentimientos de pertenencia en muchos de sus habitantes, a pesar de la
hibridación cultural y del enjambre digital producto, entre otras razones, de las redes sociales y
del Internet. Aquella postnación multicultural que menciona Habermas todavía parece generar
resistencia en gran cantidad de individuos. De hecho, el aprecio a lo local y el rechazo a lo global
sigue vigente como herramienta efectiva de persuasión política. Por consiguiente, al igual que la
nación, el nacionalismo y la identidad nacional también se han redefinido, reformulado y
actualizado de acuerdo con las circunstancias del presente.
En esta tesis se entenderá por globalización la siguiente definición: “Proceso por el que las economías y mercados,
con el desarrollo de las tecnologías de la comunicación, adquieren una dimensión mundial, de modo que dependen
cada vez más de los mercados externos y menos de la acción reguladora de los Gobiernos” (DRAE).
10
21
1.2. La identidad nacional y el nacionalismo: pertenencia y poder
Así como el significado de nación ha sido confundido con el de otros términos, la identidad
nacional y el nacionalismo son conceptos que se encuentran muy vinculados. Por esta razón,
abordo primero en este apartado las características de la identidad nacional, luego explico los
aspectos del nacionalismo que lo convierten en un discurso de poder y, por último, busco definir
ambos conceptos tomando en cuenta los aportes de varios autores.
A pesar de la supervivencia de los vínculos identitarios con las naciones en la actualidad,
existen otros tipos de colectividades con una fuerte empatía entre sus miembros. Basta mencionar
los grupos en Facebook que apoyan causas a favor del medio ambiente o los fanáticos de equipos
de fútbol como el Real Madrid, ubicados en todos los continentes. Arjun Appadurai denomina a
este tipo de grupos con el nombre de “comunidades de sentimiento”, ya que sus miembros
sienten e imaginan de forma conjunta (2001, p. 23). La identidad nacional, por lo tanto, pudiera
hallarse en riesgo, o al menos en proceso de cambio, ante el auge y la transnacionalización de
este tipo de agrupación en la contemporaneidad.
No obstante, el hecho de que existan múltiples comunidades de sentimiento no garantiza
que la identidad nacional esté en riesgo. Por ejemplo, Anthony D. Smith (1997) afirma que la
identidad nacional ejerce una influencia más duradera y profunda que otras identidades
colectivas. Para este autor, la “función fundamental de la identidad nacional es la de suministrar
una sólida ‘comunidad de historia y destino’ para rescatar a las personas del olvido personal y
restaurar la fe colectiva” (p. 147). En otras palabras, para lograr una trascendencia individual más
allá de la muerte, muchos seres humanos se adhieren a los valores de la patria y a la fe de una
historia nacional que promete un destino grupal como país. De modo que, a diferencia de muchas
comunidades de sentimiento, la identidad nacional otorga una sensación de perpetuidad en sus
simpatizantes, al priorizar el porvenir de la patria por encima de la individualidad.
22
Para que la identidad nacional se conserve con el paso de las décadas, las personas deben
recordarlas y transmitirlas a las siguientes generaciones. En este sentido, la identidad nacional se
relaciona con la memoria, la herencia y la lengua. En el libro La soberanía del defecto: Legado y
pertenencia en la literatura latinoamericana contemporánea (2012), Gina Saraceni afirma: “La
memoria es una cuestión de oído. No se puede recordar sino dentro de una lengua y la memoria
es el modo como esa lengua suena” (p. 19). Por esta razón, la conservación de la lengua es
determinante para que los sujetos de una sociedad sientan que pertenecen a una nación y
manifiesten una memoria colectiva, la cual puede definirse como los recuerdos que comparte un
grupo social y la transmisión informal y oral de éstos, con la finalidad de defender la identidad
colectiva y asegurar la cohesión social (Páez, Valencia, Basabé, Herranz y González, 2000).
Saraceni (2012) también destaca la importancia de la herencia para generar sentimiento de
pertenencia a un grupo social. Sin embargo, el legado que una persona recibe, señala esta autora,
siempre es intervenido y sufre modificaciones, al igual que ocurre con la memoria y la lengua.
También hay que considerar, como menciona el ya citado Bhabha (2000), los
antagonismos internos y externos de la identidad nacional, los cuales pueden aumentar por
conflictos como las luchas entre partidos políticos y las guerras civiles, y por las pugnas con otros
países. La identidad nacional, además, no permea por igual a los individuos, así que esos
antagonismos crean una diversidad de formas de identidad que son difíciles de precisar. Por
ejemplo, las encuestadoras del Reino Unido no pudieron predecir, antes de la victoria electoral
del Brexit, el sentimiento nacionalista de la mayoría de la población que terminó aprobando la
opción de separarse de la Unión Europea.
Hay veces que los rasgos de la identidad nacional son impuestos para unir a la población
en contra de aquellos que representan un peligro para la estabilidad de quienes detentan el poder.
Bhabha (2000), por ejemplo, señala que en ciertas culturas el proletariado puede ser considerado
23
como enemigo interno para el fortalecimiento de una identidad nacional. Un caso contrario ha
sido el de Venezuela, debido a que el chavismo11 ha utilizado la identidad de la nación para
lograr el apoyo de las clases sociales bajas, llamando “oligarquía apátrida” a los opositores del
régimen. También los líderes chavistas han usado el antagonismo externo para fortalecer la
identidad nacional, señalando al gobierno de Estados Unidos como el culpable de los problemas
del país. La política juega entonces un papel fundamental en la construcción de los rasgos
identitarios de la nación, contribuyendo a que éstos sean cambiantes y, muchas veces, arbitrarios.
La imposición de valores nacionales y de enemigos de la patria se puede observar
frecuentemente en los movimientos nacionalistas. De acuerdo con Eric Hobsbawm (2000), el
nacionalismo consiste en un programa político, el cual establece que los grupos concebidos como
“naciones” tienen el derecho a formar estados territoriales, como los que se edificaron desde la
Revolución francesa. Umut Özquirimli (2010), por su parte, considera que el nacionalismo, más
que un programa político, es un discurso de poder con tres características interrelacionadas:
identitaria, temporal y espacial. La primera corresponde a la división del mundo entre “nosotros”
y “ellos”, “amigos” y “enemigos”, con rasgos diferenciados. En cuanto al aspecto temporal,
asevera que el discurso nacionalista siempre mira hacia el pasado, con la finalidad de evidenciar
el tiempo lineal de la nación que justifique su control político. La última característica se refiere a
la fijación de este discurso con el territorio que representa el “hogar”.
Özquirimli también afirma que Michel Foucault influyó en él para definir al nacionalismo
como discurso de poder. Para Foucault, “[e]l poder es algo que opera a través del discurso, puesto
que el discurso mismo es un elemento en un dispositivo estratégico de relaciones de poder”
(1999, p. 59). Por ende, discursos con propósitos divergentes, como el que pronuncia un cura
11
En este trabajo se considerará al chavismo como el movimiento político liderizado por Hugo Chávez que busca
implantar los ideales de la Revolución Bolivariana, la cual basa su ideología en el legado de Simón Bolívar.
24
para rescatar la fe en Dios y el que expone un neonazi a favor del Anticristo, son mecanismos de
un sistema de poder que tiene como fin el control y la dirección de un grupo social.
El discurso nacionalista igualmente es reproducido por personas comunes en su
cotidianidad de forma inconsciente, a través de lo que Michael Billig (2002) denomina como
“nacionalismo banal”. Para este autor, palabras rutinarias como “nosotros”, “nuestro”, “ellos”,
“aquí” y “allá” son las que recuerdan constantemente a la patria y constituyen la identidad
nacional. En el mundo actual, por ejemplo, donde las migraciones son cada vez más constantes,
las personas denominan inconscientemente y con frecuencia a los individuos de su país como
“nosotros” y a los foráneos como “ellos”. Incluso los medios de comunicación separan las
noticias en nacionales e internacionales y utilizan frases como “aquí en la nación”, “los
extranjeros de nuestro país”, entre otras.
Al igual que el apartado anterior, conviene determinar cuáles serán las definiciones de
identidad nacional y nacionalismo que se usarán a lo largo de la tesis. Hay que recalcar que los
dos conceptos son históricos, ya que pueden cambiar según las condiciones del tiempo y del lugar
donde sean utilizados. En cuanto al primero, se considerará a la identidad nacional como un tipo
de identidad colectiva basada en la creencia de que existen un conjunto de valores y rasgos
geográficos, históricos, políticos y culturales, que unen a los habitantes de una nación y los
diferencian de aquellos que pertenecen a otros países. Además, esta forma de identidad colectiva,
la cual produce un sentimiento de pertenencia en sus pobladores, se construye gracias a los
antagonismos internos y externos de la nación y a la influencia del discurso nacionalista,
generando una variedad de formas de identificación indeterminadas, cambiantes y arbitrarias.
Con relación al segundo concepto, el nacionalismo será considerado en esta tesis como un
discurso de poder, expresado de manera consciente (como usualmente ocurre con los políticos) e
inconsciente (por medio del nacionalismo banal), cuyo objetivo es el control de una sociedad bajo
25
las siguientes creencias: los habitantes del mundo se dividen entre los que pertenecen a la patria y
los que no forman parte de ella, el pasado justifica el control político del presente y el alma
nacional está representada en su territorio y su cultura. Cada discurso nacionalista, asimismo,
suele sufrir transformaciones al igual que la identidad nacional.
A pesar de su evidente presencia en la actualidad, una de las mayores amenazas para
difuminar las identidades nacionales y disminuir el poder del nacionalismo proviene de los
constantes y masivos flujos migratorios.
1.3. La identidad nacional y las migraciones
Según la “Declaración de Nueva York para los Refugiados y Migrantes”, aprobada por la
Asamblea General de las Naciones Unidas en 2016: “El número de migrantes crece a un ritmo
más rápido que el de la población mundial, y en 2015 ascendió a más de 244 millones” (p.1).
Este aumento constante de los flujos migratorios puede disminuir el sentimiento de pertenencia a
una nación. En este sentido, Domingo Barbolla (2011) asegura que se está gestando una “Nueva
Civilización”, donde la interrelación entre las diferentes culturas del mundo genera cercanías que
permiten fijar un marco civilizatorio único ¿Se puede afirmar entonces que el aumento de las
migraciones augura la desarticulación futura de la identidad nacional, para dar paso a nuevas
formas y denominaciones de la pertenencia atravesadas por líneas de fuga12?
En primer lugar, resulta pertinente puntualizar la influencia de la globalización como
propiciadora de las migraciones masivas, ocurridas durante el siglo XX y comienzos del XXI.
Maite Marín Salamero (2015) afirma que el proceso de la globalización ha modificado
12
La línea de fuga es un concepto utilizado por Gilles Deleuze y Félix Guattari en muchas de sus obras. En su libro
Crítica y clínica, Deleuze define la línea de fuga como “zona de indiscernibilidad o de indiferenciación” (1996, p. 12)
Al hablar de líneas de fuga que atraviesan nuevas formas de pertenencia me refiero entonces a la potencia de variación
que todo sistema tiene de romper, en este caso, las maneras convencionales de pertenecer a una sociedad, como la
familiar y la nacional, y generar de este modo otras comunidades que atentan con lo que se considera “normal” en la
sociedad, como los sería la comunidad queer.
26
significativamente las nociones temporales y espaciales de los seres humanos, debido a las
nuevas formas implantadas en las últimas décadas para informar, comunicar, migrar o viajar, “en
un desdoblamiento constante que nos lleva de lo local a lo global, de lo micro a lo macro, de lo
real a lo virtual, de lo que se fija en el territorio a lo volátil y efímero” (p.15). Considerando esta
propuesta, las culturas nacionales contemporáneas no pudieran definirse solamente por los
valores, costumbres y tradiciones que se originan dentro de su espacio territorial delimitado y
durante una época específica, sino que son condicionadas por la glocalización, los complejos
intercambios transnacionales y las migraciones.
En su libro ya mencionado, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la
modernidad (1990), Néstor García Canclini profundiza en el desarrollo de la interculturalidad13
en Latinoamérica. Este autor afirma que los países de esta región son producto de la
yuxtaposición, sedimentación y entrecruzamiento de tradiciones del indígena y del hispano
católico desde el período colonial14, así como de las acciones educativas, comunicacionales y
políticas modernas. Los intercambios culturales se dan en conexión con otras regiones del mundo
a través de, por ejemplo, los medios de comunicación y las migraciones constantes, generando así
mayor simbiosis entre lo local y lo global. Un ejemplo de glocalización que aborda García
Canclini en este libro es el caso de la frontera entre San Diego (Estados Unidos) y Tijuana
(México), donde el inglés y el español se mezclan junto a las lenguas indígenas de los barrios de
esta zona, y los permanentes traslados de individuos de un país a otro contribuyen al incremento
de la hibridez cultural en este territorio.
Sobre la diferencia entre interculturalidad y multiculturalidad, Manuel Pulido (2011) asegura: “La interculturalidad
nos lleva a un paisaje de culturas diferentes (multiculturalidad) que interactúan entre sí y a los esfuerzos para que se
puedan poner en común los elementos culturales propios con aquellos que le son ajenos” (p.41).
14
A este argumento de García Canclini puede sumársele la influencia de los esclavos afrodescendientes en la
sociedad colonial de gran parte de Latinoamérica.
13
27
Uno de los aspectos claves para comprender la relevancia de los flujos migratorios
masivos en las transformaciones y los intercambios de las culturas modernas, consiste en la
imaginación. Tal como asegura Appadurai (2001), pareciera que cada vez más personas se
imaginan la posibilidad de que, en el futuro, ellas o sus hijos vivan y trabajen en un país distinto a
su patria. Esta imaginación observable en los flujos migratorios funciona como combustible para
la acción colectiva y la ejecución de futuros proyectos. Los individuos hoy en día están sometidos
a una cantidad de relatos diversos (fotos, posts, videos, tweets, entre otros) que las redes sociales
producen y difunden, facilitando la posibilidad de imaginar cómo sería una vida en otra parte.
Si bien resulta complicado determinar la imaginación de las personas por ser una facultad
inaprensible e intangible, hay que reconocer que esta, a lo largo de la historia, se ha inscrito en
relatos, dibujo, mapas, fotos. Además, la subida de los índices migratorios año tras año permite
inferir que más individuos quieren vivir en otro país y, por consiguiente, se imaginan teniendo
una nueva vida en un territorio lejos de donde nacieron. Así ha ocurrido en la diáspora
venezolana reciente. Aun cuando no se pueda saber lo que imaginan millones de venezolanos que
abandonaron su país durante el siglo XXI, gracias a distintas encuestas, estudios y testimonios de
muchos de estos migrantes en los medios de comunicación y las redes sociales, se puede inferir
que la mayoría de ellos, antes de irse de Venezuela, se imaginaba teniendo una mejor calidad de
vida y mejores oportunidades de trabajo fuera de su patria. La imaginación motiva entonces a
estas personas para que planifiquen y ejecuten todos los trámites burocráticos que les permitan
migrar fuera de Venezuela.
En cuanto al discurso mediático sobre las migraciones, suele estar “centrado en la
conflictividad y en la asociación con la delincuencia o la violencia (...) y se expresa como un
debate entre el bien y el mal, entre nosotros, y ellos” (Benítez, González, Granados y Sierra,
2013, p. 68). Además, si bien los medios de comunicación y las redes sociales ayudan a difundir
28
los sueños realizados de muchos migrantes y las posibilidades de una mejor calidad de vida,
también intensifican el nacionalismo banal, determinando a los extranjeros como “ellos”, “los
otros” y los culpables de los problemas que sufre el país. La descalificación del inmigrante y
sobre todo del exiliado ha sido utilizada igualmente por gobiernos nacionalistas para determinar
el enemigo externo. En este sentido, Edward Said afirma que la relación entre exilio y
nacionalismo es similar a la del esclavo y el amo, en la que los contrarios se constituyen
mutuamente (2005). De modo que el régimen nacionalista necesita tener exiliados e inmigrantes
para definir al enemigo externo y reforzar la identidad nacional de sus pobladores.
Otro factor que impide la asimilación de los migrantes consiste en la soledad y el
desarraigo de muchos de ellos, al permanecer ajenos a las tradiciones de la otra cultura y al
relacionarse sólo con personas de su mismo país, anhelando volver algún día a la patria donde
nacieron (Zuleta, 2011). En numerosos casos, los inmigrantes de una misma nación terminan
formando guetos o barrios donde conservan tradiciones, costumbres y comidas típicas. Los
inmigrantes, como señala Álvaro Zuleta (2011) refiriéndose específicamente a los que viven en
Europa, terminan siendo los “otros” a quienes se les toleran, pero con los que no se comparten
tradiciones, valores ni ideales.
Este papel contradictorio de los flujos migratorios, que favorecen y obstaculizan la
interculturalidad, refleja la tensión que describe García Canclini (1990) entre los procesos de
desterritorialización y reterritorialización. El primero de estos conceptos se refiere a “la pérdida
de la relación ‘natural’ de la cultura con los territorios geográficos y sociales”, mientras que el
segundo consiste en las “relocalizaciones territoriales relativas, parciales, de las viejas y nuevas
producciones simbólicas” (p. 288). En otras palabras, mientras que las culturas dejan de
pertenecer estrictamente a un territorio específico, como la influencia de la música pop
estadounidense en América Latina, al mismo tiempo ocurre la conservación de tradiciones,
29
costumbres, símbolos y valores de territorios específicos, como la defensa de las culturas
autóctonas de tribus indígenas en Centroamérica.
De manera que, tal como asegura García Canclini (1990), a pesar de los intercambios
simbólicos que ocurren debido a las migraciones, los circuitos internacionales de comunicación y
las industrias culturales, las preguntas por la identidad y lo nacional no desaparecen. Por el
contrario, se vuelven cada vez más complejas como las redes que conectan y separan al mundo.
Las nuevas formas de pertenencia atravesadas por líneas de fuga no sustituyen entonces las
identidades colectivas como la identidad nacional, sino que conviven en permanente tensión.
1.4. La identidad nacional y la novela hispanoamericana
Antes de hablar sobre la novela de Hispanoamérica, resulta necesario mencionar algunas de las
dificultades que existen cuando se intenta definir a la “literatura”. El crítico literario Terry
Eagleton, por ejemplo, propone cuatro posibles significados de este concepto. El primero de ellos
consistiría en “obra de ‘imaginación’, en el sentido de ficción, de escribir algo que no es
literariamente real” (2007, p.11). El segundo concepto, tomado de los formalistas rusos, sería el
de la literatura como una forma de escribir en la cual se altera de forma organizada el lenguaje
cotidiano. La tercera definición correspondería a “las diferentes formas en que la gente se
relaciona con lo escrito” (p.20). Por último, el cuarto concepto se refiere a la función estética de
la literatura, como una forma de escribir muy estimada.
Eagleton (2007), no obstante, revela numerosas incongruencias en los cuatro posibles
conceptos, por lo cual considera que ninguno de ellos, por sí sólo, puede definir cabalmente a la
literatura. Además, como aseguran Carlos Pacheco, Luis Barrera Linares y Beatriz González
Stephan (2006), al igual toda práctica humana, la literatura resulta cambiante y dinámica,
30
“siempre en proceso de dejar de ser algo que aún es y de llegar a ser otra cosa” (p.1). De tal
forma que es un concepto histórico que varía según la época y el lugar donde se emplee.
Por lo que se refiere al debate actual sobre la literatura en América Latina, en el texto
“Frutos Extraños. Prácticas de la no pertenencia en la estética contemporánea” (2013), Florencia
Garramuño asegura que muchas prácticas artísticas contemporáneas han ido derribando “todo
tipo de idea de lo propio, tanto en el sentido de lo idéntico a sí mismo como en el sentido de
limpio o puro, pero también en el sentido de lo propio como aquella característica que diferencia,
porque sería propia, una especie de la otra” (p. 4). Estas obras, definidas por la autora como “arte
inespecífico”, no pueden definirse dentro de las clasificaciones tradicionales del arte como la
novela, la pintura o el film, sino que plantean otro tipo de formas y estéticas que generan
comunidades expandidas, donde lo impropio y “lo otro” es lo que define a lo común (Esposito
citado por Garramuño, 2013).
Estas nociones de inespecificidad en el arte aumentan la complejidad a la hora de precisar
qué se entiende por literatura. Considerando que la indagación de este problema nos desvía del
objetivo del trabajo, en esta tesis se entenderá por literatura uno de los conceptos planteados en el
DRAE: “Conjunto de las producciones literarias de una nación, de una época o de un género”. El
género de producción literaria que se enfocará este trabajo es la novela15, pero también se
menciona en capítulos posteriores determinados cuentos, poemas e incluso blogs que han sido
significativos en la literatura venezolana relacionada con las migraciones.
15
La definición de novela también puede llevar a un profundo debate, sobre todo por las nuevas formas de arte
expandidas que menciona Garramuño (2013). De hecho, el DRAE la define de forma imprecisa: “Obra literaria
narrativa de cierta extensión”. Sin embargo, hay novelas que incluyen también otras expresiones artísticas más allá
de la narrativa como pintura, poesía, comics, etc. Por lo tanto, tomando como referencia el análisis que hace
Raymond Williams (2000) sobre la literatura en su libro Marxismo y literatura, se considerará a la novela en esta
tesis como aquello que en nuestra época es catalogado como novela.
31
Es importante destacar la función que cumplió la literatura para la fundación de las
naciones latinoamericanas. En este sentido, hay que remontarse brevemente a la novela de
Hispanoamérica y su relación con la identidad nacional durante la época en que muchas de las
provincias y capitanías generales en América se independizaron de España a principios del siglo
XIX. Al conformarse las nuevas repúblicas, los dirigentes se vieron en la necesidad de que la
sociedad se sintiera perteneciente a comunidades como la venezolana, la neogranadina o la
peruana. Asimismo, las élites criollas querían que la población olvidara la orfandad política que,
según Carole Leal (2008), comenzó en 1810 con la disolución de la Junta Suprema Central
Gubernativa de España e Indias16, hecho que se sumó a la ausencia del rey Fernando VII,
apresado por Napoleón en 1808. Esta obligación de olvidar el pasado “se convierte en la base
necesaria para recordar la nación, para poblarla de nuevo, para imaginar posibilidades de otras
formas contrapuestas y liberadoras de identificación cultural” (Bhabha, 2010, p. 410). De modo
que, para olvidar el pasado español y las penurias sufridas durante las cruentas guerras
independentistas, el liderazgo político de los blancos criollos debía crear identidades nacionales
que les permitieran legitimar su ascenso y permanencia en el poder.
Una de las estrategias que utilizó la clase política dirigente de los distintos países de
Hispanoamérica para fomentar el sentimiento de pertenencia a las nacionalidades recién creadas,
fue el uso de la literatura como espacio de formación de ciudadanías. En el libro Ficciones
fundacionales: novelas nacionales de América Latina, Doris Sommer (2004) afirma que los
escritores eran capaces de proyectar un futuro ideal en sus obras, por lo cual fueron alentados
para rellenar los vacíos de la historia de cada país y, de esta manera, contribuir a la legitimación
de la burguesía criolla, enseñar sobre sus costumbres e impulsar la historia de la patria a un futuro
16
Esta junta estaba encargada de dirigir la resistencia española ante la invasión francesa.
32
próspero. Sommer también asegura que este tipo de novela (catalogada como romance) tenía la
misión de conquistar al adversario y reconciliar los distintos estratos sociales mediante la pasión
romántica (2004). El amor y la política en esas obras formaban así una comunión que, entre otros
motivos, buscaba construir la nación y fortalecer las débiles identidades nacionales, mediante una
serie de modelos y anti-modelos encarnados en los personajes que tenían la función de darle
forma, a través de la palabra, a los valores que las naciones querían fomentar.
Sin embargo, este proyecto burgués tuvo un impacto reducido debido a que el número de
lectores de estas obras siempre fue escaso por el alto analfabetismo, la falta de medios de
comunicación, las dificultades de los escritores para vivir de su trabajo, las frustradas políticas
educacionales y la anarquía financiera de los gobiernos (Cándido, 1972). Otra razón que
complicó el fortalecimiento de la identidad nacional en estos territorios por medio de las novelas
fue la ausencia de literaturas nacionales. Ángel Rama afirma que, a diferencia de Brasil y salvo
atisbos en Buenos Aires y México, no se ha registrado en los países latinoamericanos “la
existencia de una literatura nacional nítidamente diferenciable, con su estructura interna propia,
su constelación temática, su sucesión estilística, sus peculiares operaciones intelectuales,
históricamente reconocibles” (1982, p. 49). La ausencia de literaturas nacionales que aglomeraran
obras con temas, estéticas y preocupaciones sociales similares dificultó aún más la labor literaria
de sus escritores y, por lo tanto, sus contribuciones a formar identidades nacionales.
A pesar de que las novelas hispanoamericanas posteriores a los romances fueron
clasificadas dentro de distintas corrientes literarias, en ellas se observan pulsiones entre lo local y
lo universal en cuanto al lenguaje, las técnicas narrativas y los temas abordados en las novelas.
Ángel Rama (1982) afirma que estas dos tendencias, llamadas usualmente “regionalismo” y
“universalismo”, son dinámicas y existe una fluidez entre ellas que ha enriquecido la obra de
muchos autores, como Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier, quienes tuvieron fuertes
33
influencias de la vanguardia superrealista francesa y lograron insertarse en la realidad local de sus
naciones. De modo que la glocalización de las culturas híbridas contemporáneas también se
observa en las novelas de Hispanoamérica.
La pulsión local, por ejemplo, se evidencia en los paisajes del llano venezolano que
describe Rómulo Gallegos en Doña Bárbara y en los diálogos de sus personajes, en los cuales el
autor quiere plasmar el habla coloquial de los llaneros criollos a comienzos del siglo XX (1977).
Igualmente se puede observar esa pulsión en la literatura de Gabriel García Márquez, que puso en
tensión la cultura costeña y la bogotana (Rama, 1982), rescatando costumbres y valores del
Caribe. En contraste, el cuento La biblioteca de Babel de Jorge Luis Borges, por ejemplo,
presenta un lenguaje carente de localismos que narra una historia no vinculada a la realidad
latinoamericana particular, sino que refleja preocupaciones globales de los seres humanos como
la búsqueda de una explicación que contenga todas las respuestas del universo (1997).
Muchos escritores contemporáneos de Hispanoamérica y otras partes del mundo también
han desarrollado literaturas que proponen otras formas de identidad que trascienden lo nacional y
lo regional. Incluso hay autores que transgreden identidades, clasificaciones y categorizaciones
que han sido impuestas en las sociedades con fines de dominación. Tal es el caso de los escritores
queer como el argentino Néstor Perlongher (1997) —citado por Arboleda (2011)— quien
propone alimentar la identidad de los gays, lesbianas, bisexuales, transexuales y demás
sexualidades fuera de lo común “con enunciados diferentes, conceptos no ‘fijos’ sino ‘nómades’,
capaces de indicar esa diversidad de derivas deseantes” (p. 117). De hecho, tal como señalan
Viteri, Serrano y Vidal-Ortiz, lo queer redefine la relación del individuo con la familia, la
ciudadanía y la nación a través de prácticas liminales o transgresivas (2011). La literatura queer
profundiza, por lo tanto, en identidades que no están determinadas por el territorio, como lo sería
la identidad nacional, estableciendo otra forma de comunidad: la de las minorías sexuales.
34
Aun cuando muchos novelistas contemporáneos están apostando a un arte que instaura
otras formas de pertenencia y de comunidades, la identidad nacional continúa siendo un tema
relevante en la narrativa relacionada con las migraciones. Esto se observa en algunas novelas
peruanas del siglo XXI como Paseador de perros de Sergio Galarza y Entre el cielo y el suelo de
Lorenzo Helguero, publicadas en el año 2008, las cuales abordan el tema de la migración peruana
y los conflictos con la identidad nacional desde diversas formas. Los protagonistas de estas
novelas, por ejemplo, sienten frustración y desarraigo ante la realidad de Perú que limita sus
posibilidades personales y profesionales, por lo cual migran y presentan conflictos identitarios en
el extranjero (Esparza, 2008). También los tres autores venezolanos que analizo en esta tesis
(Miguel Gomes, Juan Carlos Méndez Guédez y Eduardo Sánchez Rugeles) problematizan la
identidad nacional del migrante perteneciente a la diáspora venezolana de las dos últimas
décadas. En el tercer y cuarto capítulo del presente trabajo profundizo en sus narrativas.
Luego de este recorrido por los modos en que se manifiesta la identidad nacional en el
siglo XXI, se puede observar que ésta sigue vigente en la actualidad y constituye un aspecto
fundamental para comprender las sociedades contemporáneas, a pesar de las amenazas que para
ella representan la globalización, la interculturalidad, los medios de comunicación, las redes
sociales, los constantes flujos migratorios y (específicamente en el ámbito artístico) el aumento
de obras que transgreden las identidades determinadas por límites territoriales y que proponen
otras formas de pertenencia y de comunidad. Quizás la afirmación de Anthony D. Smith acerca
de la identidad nacional como el tipo de identidad colectiva que ejerce una influencia más
profunda y duradera en la humanidad sea objetable hoy en día, pero el hecho de que muchos
gobiernos sigan utilizando con éxito el nacionalismo como estrategia de persuasión, con el
objetivo de ganar adeptos y legitimar su poder, invita a pensar que la identidad nacional se
encuentra lejos de su desaparición.
35
2. La construcción de la identidad nacional chavista
Como se expuso en el capítulo anterior, la identidad nacional varía, se transforma y se
reconstruye constantemente por medio de la memoria, la lengua, la herencia, la interculturalidad,
las migraciones, entre otros múltiples motivos. Suele ocurrir, sin embargo, que los gobiernos
utilicen el nacionalismo para imponer rasgos en la identidad nacional de la población, con la
finalidad de justificar su poder, ejercido muchas veces de forma violenta, y de manipular la
opinión pública. Por esta razón, Ernest Gellner (1988) considera al nacionalismo como “una
teoría de legitimidad política” (p. 14) y Fernando Savater (2007) alega que los regímenes
nacionalistas, en nombre de la defensa de la identidad nacional, más bien agreden y limitan a esta
identidad colectiva, ya que niegan las influencias que hay en ella de otras culturas.
En el caso de Venezuela, es importante recordar que, tras independizarse de España, la
dirigencia política y militar tuvo la necesidad de legitimarse ante la sociedad y de explicar por
qué el pueblo, luego de tantos sacrificios, “no sólo no veía llegar la recompensa prometida, sino
que la sentía alejarse más y más” (Carrera Damas, 2013, p. 51). De manera que se buscó
implantar, en la identidad nacional de los venezolanos, rasgos vinculados a la historia patria17 que
fueron utilizados a beneficio de los regímenes autoritarios de este país desde el siglo XIX. Varios
de estos rasgos han sido incorporados por el nacionalismo chavista para construir una identidad
nacional en torno a la figura de Hugo Chávez. En este capítulo abordo los rasgos históricos y el
nacionalismo que han querido imponer el chavismo, los cuales también son cuestionados en las
tres novelas que analizaré en el cuarto capítulo de esta tesis.
La “historia patria” consiste en una versión histórica sobre Venezuela, la cual promulga que “después de la
Independencia, salvo el fogonazo de la Guerra Federal, no hay nada digno de auténtica mención. Según este
discurso, la larga y oprobiosa cuarta república, desde 1830 hasta 1998, de la cual sólo venimos a salir ahora, fue la
antítesis de la grandeza a la que nos tenían destinados los Libertadores” (Straka, 2011, p.91). Esta es la versión
histórica que defiende el chavismo.
17
36
2.1. Rasgos históricos de la identidad nacional venezolana
2.1.1. El mito de la Independencia y el culto a Bolívar.
Dos rasgos muy vinculados entre sí que pudieran considerarse fundamentales de la identidad
nacional de la mayoría de los venezolanos a lo largo de su historia republicana, son el mito de la
Independencia18 y el culto a Simón Bolívar19. Ambos surgen de las trágicas consecuencias que
sufrió la sociedad de Venezuela durante la guerra librada contra el Imperio español. En el libro
La herencia de la tribu: Del mito de la Independencia a la Revolución Bolivariana (2010), Ana
Teresa Torres afirma que, según los estudios de Pedro Cunill Grau, “la población de Venezuela
en 1807 podía estimarse en un millón de habitantes. Para 1820 se había perdido el cuarenta y
cuatro por ciento” (p. 26). Como causas principales de esta drástica disminución de la población,
se encuentran las muertes en combate, las epidemias, las hambrunas y las migraciones.
Al desolador escenario de la guerra hay que sumarle las distintas expectativas de libertad
de cada casta que, al no realizarse, originaron frustración y pesimismo. Por ejemplo, los criollos
terratenientes aspiraban “a un comercio floreciente libre de los controles imperiales”, mientras
que las castas dominadas como los pardos, los indígenas y los esclavos anhelaban “la autonomía
y la igualación” (Torres, 2010, pp. 23-24). Además, hay que considerar la orfandad política,
mencionada en el capítulo anterior, la cual originó un vacío de legitimidad que debía llenarse por
los blancos criollos. De modo que la unión del pueblo en torno a una nacionalidad venezolana y
el cumplimiento de las promesas durante la guerra parecían metas difíciles de alcanzar.
En este trabajo se llamará “Independencia” al conflicto bélico, político y jurídico entre 1810 y 1830, que llevó a
Venezuela a independizarse del Imperio español y a constituirse como una república soberana.
19
Militar y político nacido en Caracas que lideró los movimientos de emancipación en los territorios que hoy
conforman Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador, Bolivia y Perú. Fue apodado “Libertador” por los diversos
títulos que le otorgaron bajo ese nombre. En esta tesis, cada vez que se mencione al Libertador, se estará haciendo
referencia a Simón Bolívar.
18
37
La élite social de Venezuela mitificó entonces a la Independencia, estableciendo a ese
período como una epopeya colmada de héroes y hazañas que sirvió para sustentar la legitimidad y
la identidad de la nación, pero también condenó a la sociedad venezolana, debido a que “la patria
en su grandeza y gloria de la Independencia no será reparada hasta que un nuevo héroe la
restituya en su esplendor” (Torres, 2010, p.35). Ese héroe no sólo debía conducir a la nación al
pasado heroico de Venezuela, sino que igualmente tendría que continuar el legado de Simón
Bolívar, Libertador y padre de la patria, quien pervivió en la memoria colectiva del pueblo
venezolano, a pesar de haber sido execrado de su país y de haber muerto en 1830.
Uno de los libros que analiza a profundidad esta veneración al Libertador y su impacto en
la sociedad es El culto a Bolívar de Germán Carrera Damas. Allí el historiador venezolano define
a este culto como “la compleja formación histórico-ideológica que ha permitido proyectar los
valores derivados de la figura del Héroe sobre todos los aspectos de la vida de un pueblo” (2013,
p. 29). A raíz de este concepto, se puede asegurar que el símbolo de Bolívar como padre de la
patria ha permeado en las tradiciones, la política, la economía, la religión, el entretenimiento y en
cualquier otro ámbito de la sociedad venezolana20.
Carrera Damas (2013) también considera que la burguesía terrateniente y comercial
venezolana, al ver el fervor de las clases populares hacia el Libertador, tuvo el acierto de usar a
Bolívar como instrumento de unificación política y tranquilizador de las masas, con la finalidad
de disimular los fracasos de los gobiernos y mantener las esperanzas del pueblo con respecto a
los ideales de libertad, igualdad y prosperidad de la Independencia que aún no se habían
conseguido. Para autores como Pino Iturrieta (2014), Straka (2006) y el propio Carrera Damas
(2013), el culto a Bolívar se instaura oficialmente en la vida pública de Venezuela con la
20
El culto a Bolívar también se puede observar en otros países como Colombia, Ecuador y Bolivia. Sin embargo,
esta tesis se enfocará solamente en cómo se manifiesta el culto al Libertador en Venezuela.
38
repatriación de los restos mortales del Libertador en 1842, durante el segundo gobierno de José
Antonio Páez. La devoción hacia Bolívar establecida desde el poder, aunque basada en el afecto
popular hacia él, contribuyó a formar una identidad colectiva en torno a su figura, que fue
utilizada por muchos caudillos para erigirse como sus sucesores y perpetuarse en el gobierno21.
En el ámbito religioso, por ejemplo, el Libertador fue comparado con Cristo por el
sacerdote Humberto Quintero en 1930, quien se refirió al destierro de Bolívar como “ese grito
infando, comparable al rabioso ‘¡Crucifícale! ¡Crucifícale!’ del pueblo deicida, el Libertador —
imitando al Divino Maestro— guardará un digno, impresionante, doloroso silencio” (citado por
Pino Iturrieta, 2014, p. 166). Sin embargo, esta devoción también forma parte de prácticas
religiosas ajenas al catolicismo, como es el culto a María Lionza22, en el que Bolívar sería la
reencarnación del cacique Guaicaipuro23. Según Yolanda Salas (1987), el espíritu de Bolívar en
este culto puede descender a través de un médium, originando una “transportación” suya, aunque
también puede manifestarse en las “peticiones que se hacen en su nombre” (p. 100). De modo
que la figura del Libertador transmuta de su realidad histórica y adquiere múltiples significados
que contribuyen a la formación de diversos (y a veces contrarios) rasgos identitarios.
Aparte del fervor religioso, así como la literatura contribuyó a la construcción de las
identidades nacionales en Hispanoamérica, también colaboró en la formación del culto a Bolívar.
Por ejemplo, José Joaquín de Olmedo, poeta y político nacido en Guayaquil, publicó en 1825 su
poema épico La victoria de Junín: Canto a Bolívar, en el cual exaltaba la victoria que tuvo el
21
Uno de esos caudillos fue Antonio Guzmán Blanco, presidente de Venezuela durante tres períodos: el primero de
1870 a 1877, el segundo de 1879 a 1884 y el último de 1886 a 1888. Además de sus comparaciones constantes con el
Libertador, Guzmán fundó el Panteón Nacional en la Iglesia la Santísima Trinidad de Caracas. El sarcófago de
Bolívar reemplazó el altar mayor y los restos de otros héroes de la Independencia sustituyeron los demás altares.
Pino Iturrieta (2014) afirma que este hecho representa “un traslado mecánico de referencias y valores, en el cual sale
ganando el dios de la Nación frente al dios del Universo” (p. 28).
22
Deidad indígena venezolana.
23
Líder de varias tribus caribes durante el siglo XVII.
39
ejército patriota en Junín24, guiados por el espíritu del Libertador25: “Esta es, Bolívar, aún mayor
tu hazaña / Que destrozar cetro a España. / Y es digna de ti solo / (…) / Tú la salud y honor de
nuestro Pueblo / Serás viviendo, y Ángel poderoso / Que lo proteja cuando / Tarde al empíreo el
vuelo arrebatares” (2008, p. 47). El autor convierte entonces al Libertador en una figura sagrada y
heroica y presagia su culto al afirmar que, después de su muerte, seguirá protegiendo al pueblo.
Otro de los ejemplos más significativos sobre el endiosamiento de Bolívar en la literatura
se observa en el texto romántico Venezuela heroica de Eduardo Blanco26, publicado por primera
vez en 1881. Esta compilación de narraciones épicas relata los triunfos más representativos de los
patriotas en la época de Independencia. Como es de esperarse, Bolívar es el héroe que recibe los
mayores elogios: “Alejandro, César, Carlo Magno y Bonaparte, tienen entre sí puntos de
semejanza. Bolívar no se parece á nadie. Su gloria es más excelsa (...) está por sobre todas las
grandezas á que puede aspirar la ambicion [sic] de los hombres” (Blanco, 1881, p. 87). Se puede
observar cómo Blanco no buscaba la objetividad histórica, sino la exaltación de los sentimientos
nacionales, de manera que el lector admirase a sus semidioses de la patria.
Bolívar no sólo forma parte relevante de la literatura venezolana, sino que se encuentra
presente en la cotidianidad de las personas. La mayoría de los habitantes de Venezuela, por
ejemplo, mencionan al Libertador a diario ya que su moneda es el bolívar. El estado más grande
de este país y su capital igualmente llevan su nombre, al igual que las plazas más importantes de
cada pueblo y ciudad. También existen colegios, universidades, hospitales, calles y distintos tipos
de empresas y negocios que están denominados bajo el nombre del héroe supremo. Y la lista,
24
Ciudad de Perú.
Aunque el poema evoca constantemente a Bolívar, él no participó en esa batalla. El ejército patriota fue
comandado por Antonio José de Sucre. Por este motivo, Olmedo escribe que Bolívar, durante el enfrentamiento,
“[a]l joven Sucre prestará su rayo” (2008, p. 33).
26
Eduardo Blanco (1838-1912) fue un escritor y político caraqueño, famoso por sus obras épicas Venezuela heroica
y Zárate (1882). Tal fue el impacto de estos textos en el imaginario venezolano, que los restos de Blanco reposan en
el Panteón Nacional, al igual que varios de los héroes independentistas.
25
40
todavía, se queda corta. El nombre “Bolívar” pudiera considerarse, por lo tanto, un espectro que
regresa en la vida diaria de los venezolanos de modo obsesivo y una forma de nacionalismo banal
que obliga a recordar, consciente e inconscientemente, al padre de la patria.
La cúspide del culto a Bolívar en el siglo XX se alcanzó con la aprobación de la
Constitución de 1999, propuesta por Hugo Chávez, que denominaba oficialmente a la nación
como República Bolivariana de Venezuela. La identidad de un país se convertía entonces en la
identidad del héroe. Todos los venezolanos eran, por decreto de la constitución, bolivarianos.
Entre los detractores de esta denominación se encuentra el historiador Elías Pino Iturrieta, quien
opina: “Determinar oficialmente el carácter excepcional de uno solo de los integrantes de la
sociedad, pero también de la época que inspiró (...) es un atentado con la historia nacional
entendida como proceso y como actividad colectiva” (2014, p. 243). La historia de Venezuela, o
al menos la parte más destacable de ella, quedaba reducida legalmente a la de Simón Bolívar.
2.1.2. El caudillismo y el militarismo.
Desde el siglo XIX, muchos gobiernos autoritarios de Venezuela, contando con el apoyo de una
parte del pueblo, buscaron implantar la creencia de que los únicos que pueden establecer el orden
en el país y conducirlo a la prosperidad son los caudillos y militares. Ingrid Micett y Domingo
Irwin (2008) definen al caudillo como “un jefe guerrero, personalista, político, el cual emplea un
grupo armado que le acepta como su jefe a manera de ‘elemento’ fundamental de su poder”,
mientras que al caudillismo lo consideran como la actividad política ejecutada por caudillos en un
contexto histórico determinado. En cuanto al militarismo, para estos autores, significa “el domino
absoluto y total de la sociedad por lo militar” (2008, p. 13) y representa la fase superior del
pretorianismo, el cual consiste en el uso abusivo de la política por parte de un grupo militar, sin
llegar a controlar por completo a la sociedad ni a otros grupos armados que le adversan.
41
Desde 1861 hasta 1903, los caudillos regionales de Venezuela se disputaron el poder,
ocasionando numerosos conflictos armados. Si bien hubo caudillos que permanecieron muchos
años en la presidencia, como Antonio Guzmán Blanco, ninguno fue capaz de someter totalmente
a sus contendores. En el año 1903, “estalla la paz” en Venezuela, ya que “sólo significará
ausencia de guerra, pero no cese de la violencia” (Caballero, 2004, p. 44). El ejército comandado
por Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez derrota a los demás caudillos regionales y ocurre la
transición en el país del pretorianismo al militarismo. De manera que Castro (hasta 1908) y
Gómez (de 1908 a 1936) se convierten en lo que Carlos Rangel (1982) cataloga como
“supercaudillos”, al controlar militarmente a la sociedad por medio de un ejército nacional.
En 1859, según Tomás Straka (2013), ocurre el colapso de la institucionalidad del Estado
venezolano. Comienza la Guerra Federal entre conservadores y liberales, la cual culminó en 1863
con la victoria del partido liberal. “Ante la violencia y anarquía (...) los conservadores, en 1861,
entronizan al caudillismo como sistema”, ya que José Antonio Páez “sería la personificación de la
república, con poderes absolutos” (Straka, 2013, p. 13). Es decir, todas las instituciones y poderes
del Estado quedaron bajo el dominio de Páez.
Durante su breve mandato, este caudillo declaró mediante un discurso oficial: “El poder
que me dieron es ilimitado, y yo he tratado siempre de usarlo de una manera paternal y justa, tan
sólo provechosa a los que generosamente lo depositaron en mis manos” (citado por Straka, 2013,
p. 30). Se puede observar cómo Páez establece un vínculo con el poder basado en las relaciones
familiares. El gobierno no es el que ejerce el control sobre la ciudadanía, sino es el padre Páez
quien toma todas las decisiones de su familia, castigando a aquellos que incumplen sus órdenes y
velando por la prosperidad de sus hijos, quienes serían todos los habitantes de Venezuela. De
modo que Páez cumpliría el rol de sucesor de Bolívar como padre de la patria.
42
Para Torres (2010), este tipo de poder de carácter familiar que privilegia “los vínculos
afectivos y privados del grupo tribal sobre los impersonales” (p. 145), es clave para entender la
identidad venezolana. La autoridad tribal se origina en el imaginario de este país, según esta
autora, en la madre naturaleza de Venezuela, hogar de tribus indígenas y dotada de bellos
paisajes, tierra fértil y abundante petróleo en el subsuelo. “Una madre violada y humillada por el
conquistador, pero también por los traidores que execraron a su mejor hijo [Bolívar] y por todos
aquellos que la saquearon y expoliaron en su propio beneficio” (p. 143). Así que los caudillos de
este país buscaban suplir al hijo preferido para ejercer la función paterna en la tribu.
Otro de los rasgos que contribuyeron a la formación de la identidad nacional consiste en
la creencia de que el caudillo era la única vía posible para controlar al pueblo. De hecho, muchos
intelectuales venezolanos apoyaron a caudillos y militares por su función controladora de la
barbarie en la sociedad. Uno de los más emblemáticos fue el escritor positivista Laureano
Vallenilla Lanz, quien justificó la recia dictadura de Juan Vicente Gómez porque consideraba al
caudillo en Venezuela como “la única fuerza de conservación social” (1991, p. 94).
No obstante, el caudillo controla la violencia, pero no la suprime en su totalidad debido a
que su liderazgo es violento, y en él se encuentra su justificación (Straka, 2013). Incluso Juan
Vicente Gómez, quien pudo mantenerse casi treinta años como dictador, tuvo que luchar contra
varias rebeliones en contra suya. Como consecuencia de esa paz lograda bajo la violencia sobre la
sociedad, “alrededor de la fuerza armada, del cual es su columna vertebral, se va formando el
cuerpo del Estado venezolano” (Caballero, 2004, p. 50). Considerando entonces que los militares
gobernaron ese Estado por ciento dieciocho años hasta 1958, mientras que los civiles sólo
ocuparon el poder por diez años hasta esa fecha, en el imaginario venezolano pervivió la creencia
de que sólo un general autoritario con poderes absolutos y apoyado por un ejército fuerte, podía
controlar el caos y la violencia de la sociedad venezolana para conducirla al progreso.
43
Más aún, identificarse con el caudillo “es sin duda renunciar a la identidad individual;
pero al mismo tiempo es recuperar el carácter integral de la identidad colectiva, la fusión íntima e
indisoluble con la comunidad madre” (Girardet, 1999, p. 194). El caudillo entonces, sumado a su
poder paternal, se erige como un salvador de la identidad nacional forjada durante la
Independencia. Además, exige de forma violenta a sus súbditos el abandono de su individualidad
para que se sumen a la identidad de la patria que soñó Bolívar, la cual resulta tan abstracta y
ambigua, que cada militar la ha utilizado a su conveniencia para justificar su autoridad violenta.
Aun cuando el caudillismo y el militarismo tuvieron un papel relevante en la formación de
la identidad nacional de gran parte de los venezolanos durante los regímenes autoritarios, con la
instauración de la democracia en Venezuela, primero de 1945 a 1948 y luego de 1958 a 1998,
muchos creyeron, en vano, que nunca más retornaría un caudillo militar a ocupar un espacio
central en la política.
2.2. El nacionalismo chavista
La atracción por los héroes venezolanos fue notoria en Hugo Chávez, quien ejerció la presidencia
de Venezuela desde 1999 hasta su muerte, el 5 de marzo de 2013. En una entrevista que le
realizaron durante su primer año de gobierno, él confesó que su héroe de la infancia no era
Superman sino Bolívar (citado por Marcano y Barrera Tyszka, 2008). Chávez también demostró
durante su vida la devoción que tenía hacia caudillos y hombres de armas de la historia de
Venezuela, como Maisanta27 y Ezequiel Zamora28, y a líderes comunistas, como el Che Guevara,
Fidel Castro y Mao Zedong (Marcano y Barrera Tyszka, 2008).
Pedro Pérez Delgado, apodado “Maisanta”, era uno de los bisabuelos de Hugo Chávez. Para la abuela paterna del
presidente, Maisanta era un bandido, pero Hugo lo consideraba un héroe y un defensor de los pobres (Krauze, 2010).
28
Ezequiel Zamora fue un general de los liberales durante la Guerra Federal que murió en combate en 1860. Entre
otros aspectos, Zamora fue famoso en su época por sus lemas populares en contra de la aristocracia de su tiempo. Un
amigo cercano de Hugo Chávez, Ned Paniz (citado por Marcano y Barrera Tyszka), confesó que éste le dijo una vez:
“Yo sí creo que soy la reencarnación de Ezequiel Zamora” (2008, p. 124).
27
44
Teniendo como guía las gestas heroicas de sus ídolos, el teniente coronel Hugo Chávez
lidera un golpe de Estado el 4 de febrero de 199229, cuya misión era derrocar al presidente Carlos
Andrés Pérez y tomar el poder. Tras permanecer dos años en la cárcel, Chávez es liberado en
1994 durante el gobierno de Rafael Caldera. Tiempo después, el jefe del frustrado golpe militar
se inscribe como candidato presidencial para la elección de 1998, en la cual obtiene la victoria
con el 56% de los votos. Tal como aseguró en su primer discurso como presidente, Chávez
(2000) quería rescatar el sueño bolivariano. De manera que la retórica del chavismo estuvo, desde
un comienzo, “dirigida a inscribir en los venezolanos la ilusión de que actúan en una nueva
guerra de Independencia, viviendo la gloria del pasado en el presente” (Torres, 2010, p. 274).
Bajo el liderazgo del héroe vengador, la nación de Bolívar podrá por fin, según esta retórica,
alcanzar los ideales inconclusos que promulgaron los próceres venezolanos del siglo XIX.
Chávez no sólo divulgó el fervor a Bolívar y a otros héroes, sino que llegó a compararse
con el Libertador y Jesucristo. Esto se evidencia en varios fragmentos de sus discursos como
“Bolívar y yo dimos un golpe de Estado” (citado por Krauze, 2010, p. 147) y “yo soy uno de los
que cree que si ‘por la verdad murió Cristo’, y si por la verdad tiene que morir uno más, pues
aquí estoy a la orden” (Chávez, 2000, p. 15). Pudiera afirmarse que este tipo de expresiones
lograron su cometido ya que, tras la muerte de Chávez, sus seguidores lo idolatran como si fuera
un ser divino e inmortal. Incluso el dirigente político chavista, Jorge Rodríguez, lo calificó de
“galáctico”, “celestial” y “universal” en un discurso que dio el 18 de julio de 2013 (“Jorge
Rodríguez a Capriles”, 2013).
29
Al fracasar el golpe del 4 de febrero de 1992, el ministro de Defensa insta a Chávez a que le ordene la rendición al
resto de los conspiradores, mediante un mensaje por televisión (Marcano y Barrera Tyszka, 2008). Chávez transmite
entonces un mensaje de 169 palabras donde informó que “lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos
planteamos no fueron logrados” y que asumía “la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano” (p.103).
Esta última frase, según Torres (2010), tuvo gran impacto en Venezuela, debido a que en este país no es frecuente
que la gente asuma responsabilidades por sus errores.
45
La idolatría de Chávez por los héroes patriotas y comunistas y su comparación explícita
con Bolívar y Jesucristo pudieran considerarse parte de un nacionalismo promulgado por la
dirigencia chavista, incluyendo a su líder. En otras palabras, retomando lo expuesto en el primer
capítulo de este trabajo, el chavismo busca controlar a la sociedad venezolana mediante un
discurso de poder soportado principalmente en tres creencias: la gente se divide entre los que
pertenecen a la nación y los que no forman parte de ella, el dominio político se justifica por el
pasado patriótico y el alma nacional se encuentra reflejada en el territorio y la cultura.
En primer lugar, Hugo Chávez procuró con su discurso fragmentar a la nación en dos
bandos: los chavistas patriotas y los opositores a apátridas o vendepatrias: “…tenemos que
impedir que los vendepatrias, que la oligarquía venezolana que gobernó nuestro país y lo destrozó
durante los cien años casi completos del siglo XX (…) vuelvan a ocupar espacios de poder (…)
ellos son los vendepatrias, los destruyepatria” (citado por Krauze, 2010, p. 279). Se puede inferir
de este fragmento que los dirigentes políticos del siglo XX querían, al destruir la patria, aniquilar
también la identidad nacional del venezolano. Por lo tanto, Chávez y su movimiento político se
convertirían en salvadores de la venezolanidad, como se evidencia en unas declaraciones del
ministro chavista Ricardo Menéndez, en las cuales afirmó que el legado de Hugo Chávez fue
rescatar la identidad nacional venezolana (“Menéndez: ‘El gran legado’”, 2015).
Los enemigos de la nación, para Chávez, no sólo incluían a los opositores venezolanos
sino también a gobiernos del exterior (principalmente el de Estados Unidos), a canales de
televisión de otros países (en especial a CNN en Español), a la oligarquía de otras naciones como
la colombiana y a varios intelectuales extranjeros que se oponían al chavismo como Mario
Vargas Llosa. Sobre las relaciones de Chávez y el gobierno de EE. UU., éstas siempre fueron
tensas, en gran medida, por la cercanía del presidente venezolano con Fidel Castro. Incluso
pudiera considerarse que el mayor de todos los enemigos de Chávez fue el presidente
46
norteamericano George W. Bush, a quien el líder de la Revolución Bolivariana llamó “diablo” en
una reunión de la ONU (“Bush es el diablo”, 2006). En este sentido, al establecer enemigos
externos, el chavismo busca, entre otros objetivos, unificar a los venezolanos en contra de los
adversarios a la patria y fortalecer así su nacionalismo.
Los chavistas también han reinterpretado y modificado la historia de Venezuela para sus
propios fines políticos e ideológicos, cuya consecuencia ha sido la promulgación de “una historia
de buenos y malos” (Torres, 2010, p. 270). Pino Iturrieta, por ejemplo, dijo que Chávez quiso
colonizar la historia venezolana con la finalidad de modificar los recuerdos de la sociedad
(Redacción Runrun.es, 2015). Otro historiador, Juan Eduardo Romero (2005), asevera que el
chavismo propone una nueva lectura de la historia política de Venezuela, “con un antes y después
de 1992, que es en sí misma un intento de reconstruir los referentes de interpretación de todo el
pasado histórico –reciente y lejano– venezolano y de la venezolanidad misma” (p. 216). Según
esta versión del pasado, Chávez sería uno de los mayores protagonistas de la historia venezolana
Otros cambios más significativos han estado relacionados con la propia figura histórica de
Simón Bolívar. Chávez sostuvo en varias ocasiones, por ejemplo, que el Libertador no murió de
tuberculosis, sino que habría sido asesinado por órdenes de la oligarquía colombiana liderizada
por Francisco de Paula Santander (Rueda, 2007). Incluso ordenó la exhumación de los restos de
Bolívar en el año 2010 para determinar su verdadera causa de muerte30. De esta manera, Chávez
contrariaba a la gran mayoría de los historiadores venezolanos quienes, basándose en los
documentos del médico del Libertador, Alejandro Próspero Révérend, afirmaban que la
tuberculosis había sido la razón de su fallecimiento.
30
Para más información, se sugiere leer la nota de prensa en el siguiente enlace:
http://albaciudad.org/2010/07/exhumados-los-restos-del-libertador-simon-bolivar/
47
Otro aspecto relacionado con el cambio del pasado histórico como una estrategia para
reescribir y corregir el pasado nacional, consiste en la modificación de los símbolos patrios. Por
ejemplo, tras la exhumación del cadáver de Bolívar, Chávez mostró por televisión un nuevo
rostro del Libertador que había sido reconstruido digitalmente a partir de sus restos, el cual se
parecía muy poco al que se muestra en todas las pinturas sobre este personaje. El chavismo
también agregó una estrella a la bandera de Venezuela31 y modificó el escudo nacional
amparándose en su versión de la historia de este país. Cuando fueron aprobados esos cambios, la
dirigente chavista Cilia Flores afirmó que los nuevos símbolos patrios se adecuaban “a los nuevos
tiempos de independencia que vive Venezuela” (citado por “Venezuela cambia de escudo”, 2006,
párr. 8). Así que estas modificaciones, entre otros aspectos, buscaban igualar al chavismo con la
gesta de los próceres decimonónicos y a la guerra frente a España en el siglo XIX con la batalla
discursiva que libran los chavistas contra el imperio de Estados Unidos.
Con respecto al “alma nacional”, Chávez le ha otorgado dos significados. El primero de
ellos, muy recurrente en sus inicios como presidente de la República, no posee una definición
clara, como se puede advertir en este fragmento de un discurso que dio en 1999: “…para abrir
operaciones de guerra contra la miseria (…) ahora los militares solos no llegarían muy lejos, yo
invoco el espíritu nacional, invoco el alma nacional” (2000, pp. 34-35). Según esta cita, el alma
nacional pudiera generar múltiples interpretaciones ambiguas como el espíritu patriótico de la
sociedad o la voluntad del pueblo. El otro significado corresponde a la relación del propio
Chávez con el alma nacional. Esto se observa en varios de sus últimos discursos, como el que dio
el 24 de febrero de 2012, el cual fue subido a YouTube por el usuario “misionchavezcandanga”:
“Chávez ya no soy yo, Chávez está en las calles, y se hizo pueblo, se hizo esencia nacional, más
31
El chavismo basó su argumento en que el Libertador había propuesto incorporar la octava estrella en la bandera
durante el año 1818, para rendirle honor a la provincia de Guayana por haberse sumado a la lucha independentista.
48
que sentimiento [se hizo] cuerpo nacional, alma nacional y arma nacional”. Chávez entonces
estaría presente en el alma de cada uno de los venezolanos y en él se reflejarían la cultura, el
territorio e incluso toda la población. En otras palabras, Chávez sería la nación.
Para implantar de forma eficaz su nacionalismo, el gobierno chavista se valió del uso de
los medios comunicación tradicionales (periódico, radio, televisión, etc.) y digitales, como las
redes sociales y las páginas web. Max Römer (2014) afirma que la posesión de medios de
comunicación le ha permitido al chavismo desvirtuar a la oposición y estandarizar los signos del
poder chavistas como las camisetas rojas, las consignas a favor de su líder y la imagen de la
mirada de Chávez, cuyo objetivo pudiera ser considerado un efecto panóptico —tomando como
referencia a Foucault (1996)32—, es decir, una vigilancia y un control continuo sobre las
personas. El propio Chávez le confesó a Marta Harnecker (2003) que él poseía “una obsesión
Figura 1 (izquierda). Edificio de Misión Vivienda en Caracas con la mirada de Chávez. Fotografía de Leo
Ramírez (2018) (AFP/Getty Images), publicada en el sitio web de Univisión: https://bit.ly/2vpSyXX
Figura 2 (derecha). Escalinatas del Calvario en la zona de El Silencio en Caracas. Fotografía de Jorge
Silva (2018) (REUTERS), publicada en el sitio web de Univisión: https://bit.ly/2vpSyXX
Según Foucault, “[e]l Panóptico era un sitio en forma de anillo en medio del cual había un patio con una torre en el
centro. El anillo estaba dividido en pequeñas celdas que daban al interior y al exterior y en cada una de esas
pequeñas celdas había, según los objetivos de la institución, un niño aprendiendo a escribir, un obrero trabajando, un
prisionero expiando sus culpas, un loco actualizando su locura, etc.” (1996, p. 99).
32
49
comunicacional” y que “tenemos que ver cómo enfrentamos la poderosa acción de los medios de
comunicación opositores que desfiguran nuestras intenciones, que nos satanizan” (p. 173). El
gobierno chavista ejecutó entonces diversas estrategias para contrarrestar la información de los
medios no afectos al chavismo.
Una de esas estrategias, usada tanto por el gobierno de Hugo Chávez como el de Nicolás
Maduro, ha sido la llamada “cadena”, que consiste en que todas las emisoras de radios y los
canales televisivos de Venezuela “deben ceder su espacio a la señal emitida por el Estado para
realizar una transmisión conjunta” (Marcano y Barrera Tyszka, 2008, p. 219). En sus primeros
diez años de gobierno, Chávez estuvo 1207 horas en cadena, las cuales equivalen a la realización
de una cadena cada dos días aproximadamente y a cincuenta días ininterrumpidos hablándole a la
nación (Cadenas, 2010). De manera que Chávez encontró en esta estrategia una ventana para
hablarles a todos los venezolanos y difundir, entre otros aspectos, el nacionalismo que él mismo
promulgaba. Asimismo, Chávez se convertiría entonces en una forma de nacionalismo banal, ya
que su presencia cotidiana en los medios propició que los venezolanos hablaran continuamente
sobre él y lo relacionaran con lo positivo o negativo del país.
Sumado a esta estrategia comunicativa, Marcelino Bisbal (2010) asegura que el gobierno
chavista ha escogido dos vías para la construcción del “Estado-comunicador”. La primera de ellas
es la ruta jurídica, que consiste en “dotar al Estado de todo un instrumento de leyes que en
ocasiones pueda accionar de acuerdo con los niveles de control y censura que se requieran” (p.
267). En este sentido, el gobierno de Chávez se basó en las leyes de su país para denegar la
renovación del canal opositor Radio Caracas Televisión (RCTV), lo cual ocasionó que saliera del
aire. La segunda vía que plantea Bisbal (2010) se refiere a “la estructuración de una plataforma
de medios preparada y justificada, además, para la contrainformación, la guerra informativa y la
confrontación ideológica” (p. 268). El gobierno de Chávez creó numerosas emisoras de radio,
50
canales televisivos, páginas web e incluso cuentas en redes sociales que se mantienen en la
actualidad, en la que la mayor parte del contenido es propagandístico a favor del chavismo.
Sin embargo, quizás la estrategia comunicativa más eficaz fue el talento y la habilidad
comunicacional de Chávez, que generaba (y sigue generando) un vínculo afectivo y religioso con
los sectores populares (Marcano y Barrera Tyszka, 2008). Su discurso, además, se caracterizaba
por ser “fuertemente retórico, con marcados rasgos de coloquialidad y (...) cercanía con los
interlocutores que apoyan su liderazgo” (Chumaceiro, 2010, p. 235). Era una retórica, por
consiguiente, marcada por la interpelación emocional. La efectividad de este discurso se pudiera
demostrar en las numerosas elecciones donde resultó vencedor el chavismo por un amplio
margen de votos, aun cuando muchas resultaron polémicas por el supuesto ventajismo de las
campañas electorales chavistas y la parcialidad del Consejo Nacional Electoral. La vinculación
emocional de Chávez con sus seguidores puede vincularse con el poder familiar del caudillo que
sustituye la relación presidente-ciudadanos por la de padre-hijos33.
Otro aspecto relevante de ese discurso afectivo de Chávez es el reiterativo uso del término
“nosotros”. Durante la campaña presidencial venezolana de 1998, ya la investigadora Iria Puyosa
destacaba que “[d]esde el punto de vista de la pragmática discursiva el aspecto más interesante
del discurso chavista es la construcción del enunciador. Hugo Chávez Frías siempre habla por un
nosotros” (p. 76). También Puyosa (1998) alegaba que el pronombre “ellos” se refería
comúnmente a los adecos y copeyanos. Tanto el “nosotros”, refiriéndose a los chavistas, como el
“ellos”, señalando al pasado democrático, los opositores y cualquier otro enemigo, interno y
externo, se mantuvo vigente en el discurso chavista. Por ejemplo, Nicolás Maduro declaró el 2 de
33
Este tipo de poder familiar se demostró en la celebración de su cumpleaños 50 en 2004, en el que Chávez realizó
una cadena y todos los televidentes y radioescuchas fueron testigos de su fiesta íntima con sus familiares, borrando
así la frontera entre público y privado, entre familia y nación (Marcano y Barrera Tyszka, 2008).
51
febrero de 2018: “Ellos combaten una supuesta dictadura y nosotros ejercemos nuestra
democracia” (citado por Rodríguez Rosas, 2018, párr. 4). Esta construcción discursiva puede
relacionarse con el ya mencionado nacionalismo banal del que habla Billig, aunque en este caso
sería inculcado por el propio gobierno para que los ciudadanos relacionen el “nosotros” con los
chavistas patriotas y el “ellos” con los opositores apátridas.
El discurso chavista, por último, también ha estado marcado por palabras y frases propias
del ámbito militar. Por ejemplo, Chávez en sus campañas “organiza a sus seguidores en
‘patrullas’ que deben levantarse ‘al toque de la diana’ para ir a las urnas [electorales] a librar ‘la
batalla’ y ‘derrotar al enemigo’” (Marcano y Barrera Tyszka, 2008, p. 285). Por lo tanto, lo
afectivo, lo familiar y lo militar se entremezclan en el discurso oficialista, fortaleciendo así la
imagen de Chávez como el sucesor de Bolívar, cariñoso pero severo al mismo tiempo, que
luchará contra los enemigos internos y externos de la nación para proteger a su familia,
conformada por todos los habitantes de Venezuela.
Considerando lo expuesto en párrafos anteriores, se pudiese establecer que el
nacionalismo chavista consiste en un discurso afectivo de poder que, potenciado por las
cualidades comunicativas de su líder y la plataforma de medios masivos que instauró su
gobierno, tiene como misión unificar y controlar a la población venezolana en torno a la figura de
Hugo Chávez bajo las siguientes creencias: existen venezolanos patriotas y enemigos de esta
nación, dentro y fuera de ella, y el pasado heroico venezolano justifica la labor de Chávez, quien
además es, en sí mismo, la nación y la identidad nacional.
Si bien el chavismo ha querido imponer, a través de su nacionalismo, una identidad
nacional alrededor de la figura de Hugo Chávez, una parte de la población venezolana la ha
rechazado. Para muchos opositores y los llamados “ni-ni” (quienes no simpatizan con ninguno de
los dos bandos), los gobiernos chavistas han querido destruir la democracia e incluso los valores
52
republicanos que promulgaban Simón Bolívar y otros héroes de la Independencia. Germán
Carrera Damas (2013a), por ejemplo, opina que el chavismo busca desmantelar la República que
implantó la Constitución de 1830 en Venezuela, la cual establecía que los poderes ejecutivo,
legislativo y judicial debían ser autónomos, que la soberanía residía en la nación y que ella debía
garantizar la libertad, la seguridad, la propiedad y la igualdad mediante leyes justas.
También resulta pertinente destacar que, a pesar del intento de revivir el caudillismo y el
militarismo por parte de los chavistas, el sufragio se ha mantenido, al igual que en la etapa
democrática, como la vía preferida por los venezolanos para dirimir sus diferencias políticas, en
contraste del uso de la violencia. El vínculo de la sociedad venezolana con el voto ha sido tan
sólido y estable en el tiempo que, en diciembre de 2017, un estudio de la encuestadora Datincorp
(citado por Hermoso, 2018) reveló que 69% de los venezolanos votaría en una elección
presidencial, aun cuando 70% de la población desconfiaba del Consejo Nacional Electoral en su
labor de garantizar unas elecciones justas y transparentes.
Considerando que chavistas y opositores poseen, tal como asegura Yolanda Salas (2004),
narrativas épicas, símbolos, lemas y creencias sobre la soberanía nacional y la conformación de la
República que son divergentes y, muchas veces, antagónicas, pudiera decirse que la identidad
nacional venezolana del siglo XXI está caracterizada, considerando lo expuesto por Homi
Bhabha (2000) anteriormente, por una variedad de formas identitarias cambiantes, arbitrarias e
indeterminadas que conviven no sólo en el interior de la nación sino fuera de ella, tomando en
cuenta la masiva diáspora de venezolanos de las últimas dos décadas.
53
3. La literatura vinculada a la diáspora venezolana
3.1. Insiliados e inmigrantes en Venezuela y su literatura
Durante el siglo XXI, la migración de los venezolanos ha sido una de las mayores de América
Latina34. Sin embargo, es importante resaltar que Venezuela fue una nación receptora de
extranjeros provenientes de Europa y Latinoamérica desde mediados hasta finales del siglo XX.
Al igual que otros géneros artísticos, la literatura venezolana se vio influenciada por las
inmigraciones que hubo en el país. De hecho, como se mostrará a lo largo de este apartado, las
figuras del insiliado y del inmigrante fueron recurrentes en la literatura venezolana durante el
siglo XX e incluso se pueden observar en varias obras literarias de los últimos veinte años. En
contraste, la figura del venezolano emigrante sólo será habitual en la literatura venezolana con el
surgimiento de la masiva diáspora de venezolanos de las últimas dos décadas.
Antes de abordar las inmigraciones de mediados del siglo XX en Venezuela y su impacto
en la literatura, conviene aclarar que, desde 1830 hasta la década de 1940, la cantidad de
extranjeros que se estableció en la nación venezolana fue escasa. Para Susan Berglund (2004), en
Venezuela “la población extranjera nunca formó más del dos por ciento de la población en el
siglo XIX” (p. 35). Esta autora también considera que algunas de las causas principales sobre la
reducida migración a este país fueron el poco conocimiento que había en el extranjero sobre
Venezuela (excepto por sus guerras civiles), la gran cantidad de enfermedades que padecía la
población, la deuda externa de sus gobiernos y el difícil acceso a tierras baldías, lo cual evitaba
que los forasteros pudieran establecer pequeñas propiedades para la agricultura.
Para más información, se puede consultar el artículo “Las cifras del adiós” de Luis Alejandro Amaya, publicado en
el portal web de CNN en Español el 13 de julio de 2017: http://cnnespanol.cnn.com/2017/07/13/las-cifras-del-adiosla-migracion-venezolana-se-dispara-en-todo-el-continente/
34
54
La situación de atraso con respecto a otras naciones se evidencia en la literatura de viajes
realizada por europeos que visitaron a Venezuela durante el siglo XIX, quienes representaron a
esta nación “desde una mirada que descalifica el país por el supuesto estado de ‘barbarie’ en que
se encuentra respecto de los modelos de modernización y progreso al que están acostumbrados
los viajeros” (Saraceni, 2006, p. 252). Esta visión negativa del país por parte de los europeos
contrastaba con la de otros países suramericanos. Por ejemplo, según el censo nacional de
Argentina de 1895 (citado por Sánchez, 2016), el 25% de su población total provenía del
extranjero, mientras que más de la mitad de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires había
nacido en otros países, principalmente de Europa. De manera que Venezuela, a diferencia de
Argentina, no representaba un destino idóneo para migrar.
La percepción de Venezuela como un país donde reinaba la barbarie no sólo fue común en
los extranjeros que viajaban a este país sino también en muchos escritores venezolanos. Entre
ellos se encontraba, Rómulo Gallegos, quien, según Carlos Pacheco (2001), insistía en la
“función formadora del intelectual, concebido como energía ductora, como faro de las
inteligencias y sensibilidades mejor formadas capaz de promover y orientar a las masas en la
adquisición de lo mejor de la cultura de Occidente” (p. 81). Varios de los personajes de la
narrativa de Gallegos, siendo el más emblemático Santos Luzardo en Doña Bárbara, combaten
esa barbarie desde la sabiduría del civilizador y logran derrotarla. Por consiguiente, se puede
notar en la obra de este autor una cierta esperanza por educar e inculcar valores civilizatorios a la
sociedad “atrasada” de Venezuela, con la finalidad de que el país supere la barbarie, tal como lo
logró Santos Luzardo con Marisela, la hija de Doña Bárbara.
Sin embargo, hay otros personajes de la literatura venezolana que, a pesar de aborrecer la
situación de retraso e incultura que padece su país, no quieren o no pueden combatirla y se
sienten cual extranjeros dentro de su propia nación, es decir, como si no pertenecieran a ella. Los
55
personajes, entonces, sufren un exilio interior o “insilio”, es decir, un extrañamiento que los
distancian de cualquier sentido de pertenencia a su nación. Además, muchos de ellos vivieron o
conocieron otras ciudades del mundo “civilizado”, como París, por lo cual, al retornar a
Venezuela, aumenta su frustración ante la barbarie incorregible.
Uno de los casos más notorios del insilio en personajes de la literatura venezolana
corresponde al protagonista Alberto Soria de la novela Ídolos rotos, escrita por el caraqueño
Manuel Díaz Rodríguez y publicada por primera vez en 1901. Soria es un joven escultor que vive
en París y tiene que retornar a su patria, Venezuela, debido a la enfermedad de su padre. Alberto
sufre el atraso cultural de la sociedad caraqueña que, a diferencia de la parisina, no valora su arte.
Hacia el final de la novela, dos de sus esculturas sufren “las caricias bestiales de los bárbaros
[militares] en celos” (Díaz Rodríguez, 1982, p. 162), razón por la cual Soria reniega a Venezuela
y expresa “una palabra irrevocable y fatídica: Finis Patriae” (p. 163). Para este personaje, la
patria representa un fracaso absoluto producto de la barbarie de la sociedad venezolana a la que, a
diferencia de Santos Luzardo, cree que no puede civilizarse y no se siente perteneciente a ella.
Otro personaje emblemático de la literatura venezolana que puede considerarse como
víctima del insilio es María Eugenia Alonso, protagonista de la novela Ifigenia de la escritora
venezolana Teresa de la Parra, obra que fue publicada originalmente en 1924. María Eugenia,
según Douglas Bohórquez (2006), sufre la crisis de identidad de una señorita “que viene de París
y ha de enfrentarse al tiempo-espacio de represión que simboliza la casa colonial de la abuelita y
la tía Clara” (p. 197). Más que a la barbarie, el personaje se opone al espíritu colonial que, de
acuerdo con la propia autora, “siguió imperando a través de todo el siglo XIX hasta alcanzarnos
[en 1930]” (1982a, p. 491). En Ifigenia, ese espíritu se refleja en el encierro que sufre la
protagonista en la casa de su abuela y en la sumisión de las mujeres de su época, cuya libertad
estaba subyugada a la voluntad de los hombres y a las labores del hogar. Pudiera afirmarse, por lo
56
tanto, que María Eugenia se siente más afín a la mujer moderna e intelectual que ya se empezaba
a vislumbrar en París, que a la típica señorita venezolana de clase alta a principios del siglo XX.
Haciendo un salto en el tiempo, la figura del insiliado en la literatura venezolana siguió
vigente incluso después del año 2000. Por ejemplo, la novela Blue Label / Etiqueta azul (2010)
de Eduardo Sánchez Rugeles cuenta la historia de una chica caraqueña, Eugenia Blanc, que viaja
a un pequeño pueblo de Venezuela en búsqueda de su abuelo de origen francés, con la finalidad
de pedirle su partida de nacimiento, obtener el pasaporte europeo y migrar a Francia. A diferencia
de María Eugenia, Blanc se siente aprisionada no por los valores coloniales femeninos sino por la
delincuencia caraqueña: “El colegio es el único universo que conozco. Mi mamá siempre ha
dicho que Caracas es peligrosa y por esa razón mi geografía urbana es bastante limitada” (2010,
p. 19). La capital de Venezuela se muestra como una ciudad de jóvenes insiliados, donde la única
escapatoria aparente es la huida del país.
Pasando a la figura del inmigrante en la literatura venezolana, resulta necesario indicar
que la situación migratoria en esta nación comenzó a cambiar durante las primeras décadas del
siglo XX, debido a la explotación petrolera por compañías inglesas y estadounidenses que
atrajeron a “trabajadores y técnicos norteamericanos e ingleses, así como gente de las islas
inglesas del Caribe y colombianos” (Velásquez, 2004, p. 17). Una de las primeras novelas
influenciada por el tema petrolero fue Tierra del sol amada (1918) de José Rafael Pocaterra, en la
cual el autor compara al norteamericano y al inglés de las compañías extranjeras con el
conquistador español de la época colonial (Carrera, 2005). Los temas vinculados a estas
compañías, los trabajadores extranjeros y el antiimperialismo se mantuvieron vigente, según
Gustavo Carrera (2005), en novelas como La bella y la fiera (1931) de Rufino Blanco Fombona,
Los Riberas (1957) de Mariano Briceño-Iragorry y Oficina Nº 1 (1961) de Miguel Otero Silva.
57
Si bien la llegada de compañías petroleras a Venezuela atrajo a muchos trabajadores de
otros países, el crecimiento acelerado de inmigrantes en esta nación ocurrió después de la
Segunda Guerra Mundial. En 1948, el gobierno de Rómulo Gallegos envió misiones a Europa
para seleccionar refugiados y “creó una Junta de Inmigración que lo mantuvo informado sobre las
necesidades de mano de obra y la inserción de los inmigrantes” (Berglund, 2004, p. 40). A pesar
de que Gallegos fue derrocado ese año, las políticas de apertura hacia los extranjeros perduraron
en tiempos del régimen militar, comandado desde 1952 hasta 1958 por Marcos Pérez Jiménez.
De hecho, la migración italiana fue tan masiva que, tras la caída del autócrata, hubo “actitudes
xenófobas por parte de algunos miembros de las comunidades que (…) acusaban a los italianos
de ser colaboradores de la dictadura” (Bolívar, 2004, p. 222). No obstante, las actitudes de
rechazo a los extranjeros en Venezuela casi siempre fueron aisladas durante la etapa democrática.
La modernización urbanística de Caracas durante los años cincuenta, según Ramón J.
Velásquez (2004), generó muchas oportunidades de empleo para los migrantes europeos,
provenientes en su mayoría de España, Italia y Portugal, siendo muchos de ellos fundadores de
pequeñas empresas. En la década de 1950, también hubo una masiva migración a Venezuela de
colombianos que “venían huyendo de la violencia exterminadora que se había desatado entre
liberales y conservadores” (Velázquez, 2004, p. 50). Como revela el censo de 1961 (citado por
Berglund, 2004), el número de extranjeros que residían en Venezuela había crecido casi tres
veces más desde el censo de 1950, representando un 7,2% del total de habitantes en el país. De
esos extranjeros, cerca de 134.000 provenían de Europa y más de 45.000 eran colombianos.
A raíz de esta primera oleada migratoria a Venezuela, la figura del extranjero, en especial
la del nacido en España, Portugal, Italia o Colombia, apareció de forma frecuente en la literatura
venezolana, al igual que temáticas relacionadas con estas migraciones. Naida Saavedra (2012)
sostiene que los personajes inmigrantes poseen una relación estrecha con las profesiones que
58
habitualmente realizaban (y algunos de ellos siguen ejecutando) en Venezuela. Los personajes
portugueses, afirma Saavedra, suelen ser dueños de una panadería, un abasto u otro tipo de
comercio relacionado con víveres, como ha sido usual en la historia venezolana desde mediados
del siglo XX. Por otro lado, la autora también asegura que el nivel socioeconómico del migrante
de Colombia en Venezuela acostumbra a ser más bajo que el de los europeos. Además, el
personaje colombiano ha estado enlazado en la literatura venezolana de forma frecuente al trabajo
doméstico, al comercio informal e incluso a la delincuencia.
El vínculo del migrante con el trabajo que habitualmente desempeña en Venezuela se
puede observar en la novela País portátil (1968) de Adriano González León. En esta obra se
encuentran muchos personajes extranjeros que viven en Caracas (unos con más protagonismo que
otros), siendo uno de ellos el gallego: “Más abajo, al lado del cajón de los teléfonos, estaba la
cafetería. Cuando entró, el gallego despachaba un sándwich de queso” (González León, 1996, p.
67). La novela muestra entonces a un personaje migrante de España que es dueño de un
comercio, la cafetería, hecho que resultaba común en la Caracas de la década de 1960. Asimismo,
el narrador llama al personaje por su lugar de origen y no por su nombre, algo que ha sido
habitual en Venezuela, incluso en el siglo XXI, donde su gente, por ejemplo, utiliza el apodo
“portu” para nombrar al migrante de origen portugués y a sus descendientes.
También hay casos en que los personajes extranjeros tienen mayor participación en la
trama y son llamados por sus nombres de nacimiento, como el personaje de Filippo Partuzo en la
novela de Salvador Garmendia (1981) Día de ceniza, publicada por primera vez en 1963. Filippo
es un hombre laborioso y honrado que muere en circunstancias misteriosas. El personaje del
español Perucho también se exhibe en esta novela como un trabajador noble. Para Saavedra
(2012), estas cualidades son afines a la noción positiva que tienen los venezolanos de los
migrantes europeos. En contraste, Día de ceniza también revela la percepción negativa hacia
59
muchos colombianos que viven en Venezuela ya que, en un tramo de la novela, alguien deja un
retrete sucio y los inquilinos de la pensión sospechan que el culpable ha sido un colombiano.
Otro de los recursos utilizados por los escritores venezolanos para caracterizar a un
personaje extranjero consiste en la representación de su acento y su forma de hablar el castellano.
En País portátil, por ejemplo, cuando el protagonista Andrés Barazarte le pregunta una dirección
de Caracas a un portugués, éste le responde: “Edificciu Unión… Lu más cerca es pur aquí
mismu…” (González León, 1996, p. 65). Resulta evidente cómo el autor busca plasmar el acento
y la forma en que los portugueses se expresan oralmente cuando hablan español. En otros casos,
el acento no es imitado en el diálogo sino explicado por el narrador, tal como se observa en este
fragmento de la novela Oficina Nº 1 de Miguel Otero Silva, acerca del sacerdote Toledo, oriundo
de España: “¡Santas y buenas tardes les dé Dios! —y en el silbido de las eses y en la desusada
construcción de la frase comprendieron madre e hija que el visitante era español de nacimiento y
recién llegado al país por añadidura.” (p. 82) Ambos recursos, por consiguiente, han servido para
caracterizar los distintos acentos de los extranjeros en Venezuela.
La figura del inmigrante igualmente se puede observar en la poesía venezolana. Uno de
los ejemplos más notorios es el poema Mi padre, el inmigrante (1945) del poeta venezolano
Vicente Gerbasi, hijo de italianos. El motivo de este texto, como se puede inferir, es el padre del
poeta, Juan Bautista Gerbasi, quien falleció cuando Vicente tenía quince años. Para Victoria de
Stefano (2005), si este poeta “pudo reelaborar la condición de inmigrante del padre, del exilio, la
lejanía, la soledad, la separación del hogar y los afectos, era porque él mismo había padecido los
rigores de la orfandad, la pérdida de la infancia, el desarraigo” (p. 60). Entre otros aspectos de su
vida, el poema muestra el afecto de su papá por Venezuela: “Y el joropo en el arpa te agitaba una
nueva melodía, / y había una nueva tristeza para ti, y una nueva alegría. / Aquella gente era tu
gente. / Un día te ibas con ella en el fragor de una guerra civil” (Gerbasi, 1986, p. 77). Se observa
60
así de qué manera la adaptación al nuevo país le proporciona al inmigrante otra pertenencia, otro
imaginario y otra identidad siempre en disputa con la anterior italiana.
Otros poetas venezolanos también abordaron la figura del extranjero en el siglo XX.
Hanni Ossott, por ejemplo, hija de inmigrantes alemanes que llegaron a Venezuela durante la
Segunda Guerra Mundial, escribió un poema titulado “Del país de la pena” (1987), sobre el cual
dijo: “Es el poema de mi madre, de los miedos que tuve en mi infancia en torno a la guerra vivida
desde aquí” (2003, p. 239). Otra poeta venezolana cuya obra fue influenciada por la migración
europea a este país es Márgara Russotto, tal como se evidencia en su poemario Épica mínima,
publicado por primera vez en 1996. Para Gina Saraceni (2012), esta obra “aborda la relación
entre memoria, lengua y pertenencia en el contexto de la inmigración italiana en Venezuela. Se
trata de un conjunto de poemas donde el yo poético (hija de inmigrantes) se aproxima al origen
de modo fragmentario, tangencial” (p. 35). De manera que las dos poetas, al igual que Gerbasi, se
adentran en su herencia europea y en conflictos identitarios del inmigrante en Venezuela35.
A diferencia de los extranjeros que llegaron en los años cincuenta, siendo la mayoría de
origen europeo, en los años setenta y parte de los ochenta del siglo XX arribaron a Venezuela
personas del Cono Sur y de otros países de Latinoamérica y el Caribe que huían, la mayor parte
de ellas, de los regímenes dictatoriales y los colapsos económicos (Páez, 2015). El atractivo de
Venezuela como país para inmigrar en la década de 1970 se debió, en gran medida, al incremento
vertiginoso de los ingresos petroleros durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979),
que contó con “un sistema político consolidado, un apoyo popular masivo (…) y, sobre todo, una
súbita riqueza” (Caballero, 2000, p. 69). Todos estos factores favorecieron a que muchos
35
Además de la poesía, la novela y el cuento, el ensayo literario ha abordado el tema del inmigrante en Venezuela.
Esto se evidencia en el ensayo de Victoria de Stefano (2005a) llamado “Su vida”, en el que la autora narra en tercera
persona su biografía, enfocándose en la experiencia de su familia al huir de Italia durante la Segunda Guerra Mundial
y en sus primeros años como inmigrante en Caracas.
61
latinoamericanos se imaginaran a Venezuela como un país rico, democrático y abierto a los
extranjeros. Esa gran cantidad de latinoamericanos que arribó a este país se comprueba en el
censo de 1981 (citado por Berglund, 2004), el cual reveló que 7,4% (equivalente a más de un
millón de personas) de la población venezolana era de origen extranjero.
Las crisis económicas y políticas que hubo en Venezuela durante los años ochenta y
noventa no sólo causaron que muchos venezolanos se desencantaran de la democracia de su país,
sino también que gran cantidad de inmigrantes regresaran a sus naciones de origen. De hecho,
entre los años 1991 y 1998, “se marcharon 636.166 extranjeros más de los que entraron. Esta es
más de la mitad del total registrado en el censo de 1990” (Berglund, 2004, p. 46). El descenso de
extranjeros no sólo continuó en el siglo XXI, sino que coincidió con la migración masiva de los
propios venezolanos. A pesar de estas crisis, la figura del inmigrante continuó siendo habitual en
la literatura venezolana, como se puede observar en algunos cuentos del escritor Fedosy Santaella
que están recopilados en su libro Piedras lunares (2008).
Vale acotar que los movimientos migratorios del siglo XX también tuvieron un impacto
en la economía y la cultura de esta nación. Chi Yi Chen (2004) destaca la alta participación de los
inmigrantes en las actividades comerciales venezolanas, lo cual significó un aumento del
bienestar económico. El lenguaje venezolano también se ha visto influenciado por las lenguas de
los inmigrantes. Por ejemplo, palabras tan comunes en Venezuela como “gafo” (tonto) y
“balurdo” (maleducado) son de origen italiano (Saavedra, 2012). En el ámbito culinario, los
inmigrantes enriquecieron y ampliaron la alimentación de la sociedad venezolana con los platos
típicos de sus naciones de origen (Cartay, 2004). Así que la presencia de los extranjeros ha
contribuido también a la formación de la identidad nacional venezolana (Saavedra, 2012).
En cuanto a la figura del emigrante venezolano, aun cuando no fuera frecuente en la
literatura de este país en el siglo XX, sí pueden hallarse algunos ejemplos. Uno de ellos consiste
62
en las cartas de los propios escritores venezolanos en el extranjero que fueron desterrados o que
decidieron migrar por su propia voluntad. Así se evidencia en la obra epistolar de Rufino Blanco
Fombona, José Rafael Pocaterra y Rómulo Gallegos en el exilio36. Otros ejemplos notorios son
las novelas Al sur del Equanil (1963) y El Bonche (1985) del escritor venezolano Renato
Rodríguez, las cuales hablan sobre migrantes venezolanos que deambulan por varios países de
Europa y América. Estos personajes, según Aura Marina Boadas (2007), no tienen un hogar,
sobreviven gracias a trabajos temporales y no se comprometen emocionalmente, “lo que les
permite conocer, incorporar y amalgamar nuevas lenguas, diferentes tradiciones culturales y
múltiples referencias históricas” (p.146). Como se verá a continuación, varios de estos rasgos se
mantendrán en la literatura vinculada a la diáspora venezolana.
3.2. Diáspora y literatura en la Venezuela del siglo XXI
3.2.1. Términos polémicos.
No existe un acuerdo unánime en cuanto a la escogencia de términos para denominar a la masiva
migración de venezolanos durante el siglo XXI y a la literatura relacionada con ella. La palabra
“diáspora” ha sido la más usada en la actualidad para nombrar al éxodo de los más de cuatro
millones de venezolanos que viven fuera de su país. Sin embargo, hay quienes prefieren no
utilizar ese término para referirse a este acontecimiento. Tal es el caso del escritor venezolano
Miguel Gomes, quien afirma que esa palabra “no se salva de esas atracciones religiosas, enormes,
muy poco apropiadas para retratar el día a día de quienes han dejado su tierra con el plan de
recibir un diploma” (2016, p.26). En este argumento subyace la idea de que la mayoría de las
36
Los escritores venezolanos Rufino Blanco Fombona (1874-1944) y José Rafael Pocaterra (1889-1955) estuvieron
presos y vivieron en el exilio durante las dictaduras de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. En cuanto Rómulo
Gallegos (1864-1969), fue exiliado en tiempos de los regímenes de Gómez y Pérez Jiménez. En Diarios de mi vida
(1991), se encuentran muchas cartas de Blanco Fombona que narran sus vivencias por Europa. Varias experiencias
de Pocaterra en Rusia están compiladas en sus Cartas hiperbóreas (1975). En cuanto a Gallegos, algunas reflexiones
sobre su vida en México y Estados Unidos pueden observarse en Cartas familiares de Rómulo Gallegos (1990).
63
personas que han migrado de Venezuela lo han hecho por voluntad propia, bien sea para vivir en
un país democrático, buscar trabajo, estudiar, tener una mejor calidad de vida, etc. Por los
momentos, es importante recalcar que, a pesar de esta polémica, en esta tesis se llamará “diáspora
venezolana” a la migración ocurrida durante el siglo XXI en este país.
Con respecto a los distintos términos utilizados para nombrar a la literatura vinculada a la
diáspora venezolana, la controversia es aún mayor. Si bien los autores que escriben sobre este
éxodo concuerdan que se pueden observar coincidencias en sus literaturas, hay discrepancia sobre
cómo definirse a sí mismos (Carreño, 2013). La escritora venezolana Raquel Rivas Rojas (2014),
por ejemplo, califica a varias producciones narrativas relacionadas con la diáspora como
pertenecientes a una “narrativa del desarraigo” y “ficciones diaspóricas” (p. 228, 245). Otra
escritora de este país, Liliana Lara (2016), quien reside en Israel desde hace varios años, más que
una autora “migrante”, término que considera muy difuso, se considera una autora “dislocada”,
tal como se señaló en la introducción de esta tesis.
Además del término “desarraigo”, la prensa venezolana también ha usado la palabra
“exilio” para definir a esta literatura. No obstante, varios autores reniegan que califiquen sus
escritos en esos términos. Eduardo Sánchez Rugeles (citado por Arellano, 2014) no está de
acuerdo que lo cataloguen como un “narrador del exilio” y prefiere definirse como un escritor
que registra historias vinculadas al abandono del país. Miguel Gomes (2016), por su parte, afirma
que la palabra “exilio” se ha convertido en una moda en Venezuela que ha servido para
denominar de forma errónea a los escritores que, por su propia decisión, viven fuera de su país.
Ante las distintas definiciones sobre la condición del escritor venezolano que aborda el
tema de la diáspora, en el presente trabajo se continuará nombrando a esa literatura que
representa la migración de venezolanos en el siglo XXI como “la literatura vinculada a la
diáspora venezolana”. No se le llamará literatura “de” la diáspora venezolana porque esas obras
64
literarias suelen abordar también otros temas, conflictos y realidades. De hecho, la migración
venezolana se presenta como tema secundario en muchos de esos textos (Rivas, 2011).
3.2.2. Diáspora e identidad nacional.
El análisis realizado por Consultores 21 (2017) sobre la diáspora venezolana arroja varios
datos esclarecedores. En primer lugar, el estudio revela que 4.091.717 venezolanos viven fuera de
su país, lo cual equivaldría aproximadamente al 13% de la población de Venezuela como se
explicó en la introducción de la tesis. Se puede observar entonces que el porcentaje de la cantidad
de migrantes venezolanos en la actualidad casi duplica al 7% de inmigrantes que hubo en este
país a principios de la década de 1980. Además, según esta consultoría estratégica, 51% de los
jóvenes de Venezuela entre dieciocho y veinticuatro años desean irse del país.
En cuanto a la razón principal para migrar de esta nación, 63% de los encuestados
aseveraron que correspondía a la situación económica, 29% a la actualidad política y 7% al
aprovechamiento de oportunidades. Estos porcentajes distan de la investigación coordinada en
2014 por Tomás Páez (2015), que incluyó entrevistas, estudios con grupos focales y encuestas a
venezolanos que viven en el exterior. En una de esas encuestas, realizada a cuatrocientos
cincuenta migrantes venezolanos, el 74,87% aseguró que la principal causa para salir del país era
la situación política, mientras que sólo el 8% lo relacionó con motivos económicos.
Considerando ambos estudios, pudiera decirse que el aumento de la crisis de la economía
venezolana en los últimos tres años, como la hiperinflación y el incremento de la escasez de
alimentos y medicinas, ha generado que la principal motivación para migrar en la actualidad sea
la situación económica.
Si bien el éxodo en Venezuela ha aumentado de forma más vertiginosa en los últimos dos
años, como se puede demonstrar en las treinta y cinco mil personas que cruzan a diario hacia
65
Cúcuta (“Cúcuta, cerca de emergencia”, 2018), desde inicios del gobierno de Chávez muchos
venezolanos han abandonado el país, lo que ha originado un debate sobre la identidad nacional y
el patriotismo, es decir, el amor a la patria.
Una de las polémicas más notorias fue la generada alrededor de un breve video
documental llamado Caracas, ciudad de despedidas (2012), que fue realizado por un grupo de
jóvenes caraqueños de clase media alta y publicado en YouTube. Este documental muestra varias
entrevistas que estos muchachos les hacen a sus amigos, en las cuales el tema central que abordan
es el deseo y la necesidad de migrar de Venezuela por razones como la alta inseguridad de
Caracas y la falta de oportunidades de bienestar para los jóvenes. El video se volvió viral y por
unas semanas gran parte del país debatió sobre él. Los directores de este producto audiovisual,
Ivana Chávez Idrogo y Javier Pita, y los jóvenes entrevistados recibieron numerosas burlas y
quejas por las redes sociales y los medios de comunicación.
Muchos venezolanos, por ejemplo, criticaron la procedencia socioeconómica de estos
jóvenes (llamados despectivamente “sifrinos”37 e “hijos de papi y mami” por pertenecer a
familias acomodadas), sus posturas antipatrióticas y sus inconsistencias argumentativas. Uno de
los detractores de este video fue el propio Hugo Chávez, quien lo mencionó por cadena de radio y
televisión en dos ocasiones. La primera vez ocurrió el 22 de mayo de 2012, cuando anunció en
tono irónico: “Yo también me iría demasiado” (“En video: Chávez”, 2012), haciendo alusión a
una de las frases del video que se hizo mayor objeto de burla. Unos meses después, el 10 de
agosto de 2012, Chávez se volvió a referir a Caracas, ciudad de despedidas en un discurso
durante un desfile militar, el cual fue subido a YouTube por el usuario Con el mazo dando:
37
Término utilizado popularmente en Venezuela para referirse de forma despectiva a personas de las clases altas que
hacen alarde de su estatus socioeconómico.
66
Recuerdo un grupo de jóvenes venezolanos de las clases altas que usaron una expresión
que a uno le duele mucho, que dijo: “Yo me iría de este país demasiado”. Cómo te vas a ir
de aquí, si esta es tu patria, esta es tu tierra, siéntete orgulloso de nuestra patria, de nuestra
tierra, de ser venezolano, muchacho, y sobre todo de ustedes, los jóvenes. (2017)
En estas palabras puede evidenciarse de qué manera la referencia al video tiene el objetivo
de fortalecer el nacionalismo. A diferencia de sus discursos donde fijaba a la oposición “apátrida”
como enemigo interno del país, en este caso Chávez ejerce un rol de maestro de la juventud
venezolana, inculcándole la identidad nacional y los valores que deben tener hacia la patria. Él no
indaga en las razones que llevaron a esos muchachos a expresar el desarraigo, sino que se afinca
en su falta de patriotismo. Según esta perspectiva, los jóvenes deben amar a su nación, amar a sus
héroes (incluido el propio Chávez), y permanecer dentro de su país, sin importar la inseguridad,
la falta de oportunidades, la crisis económica o el descontento con el gobierno.
También hubo personas que defendieron a los realizadores y entrevistados de Caracas,
ciudad de despedidas. Una de ellas fue la periodista y escritora venezolana Milagros Socorro (5
de mayo de 2012), quien afirmó que le “conmovió el coraje de esos muchachos al presentarse sin
máscaras”, (párr. 1) y que, más allá de las carencias discursivas de los entrevistados, sus
testimonios revelan situaciones dolorosas que viven los venezolanos día a día, como la
delincuencia y la constante migración de familiares y amigos. El escritor Eduardo Sánchez
Rugeles también defendió a este documental, al aseverar que la “despiadada recepción” del video
“es un elogio a la intolerancia, un ejercicio de estupidez humana que ilustra a la perfección el
conjunto de nuestros más grandes complejos y carencias. De alguna forma, el discurso político
triunfó: aprendimos el odio” (6 de mayo de 2012, párr. 3). Esta sociedad infectada por el rencor
entre sus miembros que plantea el escritor se evidencia en su novela Liubliana, como se podrá
observar en el cuarto capítulo de la tesis.
67
El debate alrededor de este video sirve para ilustrar cómo la diáspora venezolana y los
deseos de muchos jóvenes de este país por migrar han generado complejas controversias en la
sociedad, sobre todo en torno a temas como la lealtad a la patria, así como ha movilizado la
producción de discursos de tendencias políticas diferentes. Además, ha servido como estrategia
para fortalecer el nacionalismo chavista. Sumado al comentado ejemplo de Chávez y el video,
Iris Varela (citada por El Nacional Web, 2018), ministra del gobierno de Maduro, dijo que todos
los venezolanos que viven afuera son unos frustrados de las protestas convocadas por el líder
opositor Leopoldo López en 2014, quienes, al sentirse “apoyados por el imperio [EE. UU.],
entonces dan rienda suelta a todo el veneno que sienten contra nuestra patria” (párr. 4). Se
demuestra así la generalización de la diáspora para determinar al enemigo externo.
Estas controversias alrededor de la identidad nacional del migrante venezolano del siglo
XXI no sólo se han reflejado en discursos políticos y debates en medios de comunicación o redes
sociales, sino que igualmente ha transcendido a otros ámbitos de la sociedad de Venezuela como
el artístico, incluyendo el literario.
3.2.3. Literatura realista y diáspora venezolana.
No es de extrañar que la literatura contemporánea de Venezuela aborde el tema de la masiva
migración de venezolanos ocurrida en el siglo XXI. Violeta Rojo (2016) señala que la narrativa
venezolana suele ser realista y mostrar hechos del pasado, lejano o próximo, o sucesos vinculados
con la actualidad del país, por lo cual “[l]os eventos históricos más o menos recientes, el día a
día, la suma de acontecimientos en los que nos vemos y reconocemos son parte fundamental de
nuestra producción literaria” (p. 654).
Muchos autores venezolanos del siglo XX han reflejado en sus novelas y cuentos la época
en que vivían y, en otras ocasiones, se remontaron a sucesos del pasado para recrearlos y
68
abordarlos desde otras perspectivas y posturas, confrontando en muchas ocasiones a la historia
oficial38. Por ejemplo, el cuento “La tienda de muñecos” (1927) de Julio Garmendia hace una
sutil comparación entre el dueño de una tienda de juguetes y la férrea dictadura de Juan Vicente
Gómez (Sambrano, 2008); la novela Las lanzas coloradas39 de Arturo Uslar Pietri (1984),
ambientada en los primeros años de la guerra de Independencia, muestra los horrores que sufrió
la población en ese período; Casas muertas40, novela de Miguel Otero Silva (1985), revela la
cruda realidad de los pueblos llaneros en Venezuela y el éxodo rural de sus habitantes durante los
inicios de la explotación petrolera en el país; y el cuento “Miedo” (2012) de Miguel Torres
expone el temor que sienten hoy los caraqueños por la inseguridad y la violencia en las calles.
El elemento histórico igualmente representa, según Alexis Márquez (2006), “una
constante en la poesía venezolana” (p. 355). Desde el mismo año que culminó la Guerra de
Independencia contra España, en 1823, el intelectual caraqueño Andrés Bello publicó Alocución
a la Poesía, en la cual hace referencia a situaciones y personajes históricos desde la época de la
conquista en América hasta la liberación de las naciones hispanoamericanas (2012), con la
finalidad de exaltar la riqueza de la tierra venezolana y las posibilidades de cultivo y producción.
Las hazañas de Simón Bolívar sirvieron también de inspiración a poetas venezolanos, incluso en
el siglo XX, como es el caso de Rufino Blanco Fombona y Antonio Arráiz. Otro ejemplo
significativo es el poemario Nuevo Mundo Orinoco (1959) de Juan Liscano, el cual “constituye
una verdadera simbiosis de la historia y la poesía”, en la que realiza un recorrido histórico desde
la época independentista hasta concluir con la “exaltación del pueblo venezolano con motivo del
38
Así se evidencia en las obras intrahistóricas. En su libro La novela intrahistórica: Tres miradas femeninas de la
historia venezolana (2000), Luz Marina Rivas explica el concepto “intrahistoria” “como una visión de la historia desde
los márgenes del poder”, cuyos protagonistas presentan una “tensión entre espacio de experiencia o habitus y horizonte
de espera”, la cual “resulta en una conciencia del subalterno de un pasado y de un futuro muy distantes a los de la
historia oficial” (p. 58).
39
Publicada por primera vez en 1931.
40
Su publicación original data del año 1955.
69
derrocamiento de la dictadura perezjimenista” (Márquez, 2006, p. 355). Liscano de esta manera
enlaza, como parte de la misma gesta independentista, el pasado heroico con la sociedad
venezolana de 1958 que obligó al dictador Pérez Jiménez a huir del país.
En el siglo XXI, la tendencia realista de reflejar el presente y el pasado venezolano se ha
mantenido vigente en la obra de algunos poetas. Tal es el caso del poemario Silva a las
desventuras en la zona sórdida (2011) del poeta Harry Almela (1953-2017), en el cual el autor
hace referencia y establece un diálogo con la silva La agricultura de la zona tórrida (1826) de
Andrés Bello, en la que el intelectual venezolano del siglo XIX celebra la naturaleza tropical y la
vida campestre de las patrias suramericanas recién libertadas (Sambrano y Miliani, 1991).
Almela, en cambio, muestra con ironía el país fracasado en que se ha convertido Venezuela,
alejado de esa visión edénica y optimista de Andrés Bello. Para Miguel Gomes (2013), el
poemario de Almela, lejos de satirizar la silva de Bello, invita “a explorar el envés de una historia
cultural y a hacer del pasado un día a día vivo que descarte los intentos pueriles de llegar a tablas
rasas creadoras o de desbancar a las viejas generaciones” (p. 29). El diálogo entre el presente y el
pasado venezolano, entonces, se revela de forma clara en este poemario de Almela41.
Además de la tradición realista de gran parte de la literatura venezolana, el hecho de que
muchos escritores de este país vivan en el exterior también contribuye a que la diáspora
venezolana se haya vuelto un tema frecuente en las producciones literarias. Desde los primeros
años de Chávez en el poder, ha ocurrido una masiva migración nunca vista en Venezuela de
escritores y académicos, tal como asegura el autor Juan Carlos Méndez Guédez:
41
Varios de los poemarios de Igor Barreto como Carreteras nocturnas (2010), El duelo (2010a), Annapurna (2012)
El muro de Mandelshtam (2017) también tienen una notable potencia política y hacen referencia a la crisis del país y
a la “maldita circunstancia del presente por todas partes” (2007, p. 81).
70
…por primera vez se produce una dispersión tan grande de los escritores venezolanos. En
el pasado sucedió, claro, no olvidemos que en el XIX hubo escritores realistas que
debieron abandonar Venezuela cuando triunfó la independencia; o que las anteriores
dictaduras militares dejaron un rastro terrible de exilios; pero en la actualidad es inmenso
el universo de escritores que han abandonado el país por la necesidad de vivir en un
ambiente de libertad, y de seguridad, o por la necesidad personal de tener una vida más
tranquila que la que podía depararle Venezuela. (Entrevista personal, 19 de julio de
2017)42
A diferencia de los escritores venezolanos de los siglos XIX y XX que sufrieron el exilio
por razones políticas, como fue el caso de Andrés Bello, Simón Rodríguez, Rufino Blanco
Fombona, José Rafael Pocaterra, Rómulo Gallegos, Andrés Eloy Blanco, y Miguel Otero Silva;
durante la diáspora venezolana los escritores de este país han migrado por decisión propia, sin
haber padecido, en su mayoría, persecuciones políticas. Como se observa en el argumento de
Méndez Guédez, casi todos estos escritores prefieren vivir en el extranjero por su descontento
con el gobierno y la realidad del país, y por su deseo de tener una mejor calidad de vida.
La mayoría de los autores venezolanos que migraron han manifestado de forma clara su
posición contra el chavismo. Este hecho se puede inferir ya que, si los escritores han salido de su
país de origen, se debe a que seguramente no están conformes con la realidad de Venezuela. Así
se demuestra, por ejemplo, en las reflexiones de los quinces escritores venezolanos que viven en
el exterior y que Silda Cordoliani (2016) compila en el libro Pasaje de ida. Cada uno de ellos
expresa su relación con Venezuela desde el extranjero, y varios suelen criticar a Chávez y su
gobierno. Igualmente, muchos escritores se han quejado de los ataques del chavismo a la libertad
42
Las entrevistas que les realicé a los tres escritores del corpus de la tesis se encuentran en los anexos (pp. 178-190).
71
de expresión, como es el caso del autor caraqueño Israel Centeno (2016): “El pensamiento único
robó el oxígeno al pensamiento plural” (p. 138). Hay quienes también han criticado la exclusión
que han recibido en los eventos culturales organizados por el Estado, controlado por el chavismo.
Así lo asegura Ana Teresa Torres (2006), quien afirma que el Estado ha buscado derogar y
deslegitimar las instituciones culturales creadas en la era democrática de Venezuela.
El impacto del chavismo en la literatura venezolana de los últimos veinte años ha sido
analizado por Miguel Gomes en su libro El desengaño de la modernidad. Cultura y literatura
venezolana en los albores del siglo XXI (2017). Allí, el autor nombra como “fábulas del
deterioro” (p. 160) a las obras de la narrativa venezolana que muestran la destrucción progresiva
de Venezuela durante los gobiernos de Chávez y Maduro. En este sentido, agrupa a estas obras
como parte de “un auténtico ‘ciclo’ narrativo, un ciclo del chavismo” (p.162) y considera a Pin
pan pun (1999) de Alejandro Rebolledo “como una de las primeras novelas que registró el
ascenso del chavismo en una atmósfera de inquietante violencia y múltiples desintegraciones” (p.
165). Se puede observar la intención persistente de una parte significativa de la literatura
venezolana del siglo XXI de mostrar el deterioro y hundimiento del país durante el chavismo.
De todo esto se desprende que la presencia del fenómeno social de la diáspora venezolana
en obras literarias de este país se debe, por un lado, a la propia tendencia a representar la realidad
que históricamente ha caracterizado a la literatura venezolana, la cual suele mostrar la realidad
del presente y del pasado, reciente o lejano, de la nación o de un lugar específico dentro de ella.
De igual forma, el hecho de que gran cantidad de escritores haya migrado de Venezuela por
diversas razones como el descontento por la actualidad política y económica del país, el control
de la cultura por parte del Estado chavista y el cercenamiento a la libertad de expresión; ha
causado que estos autores escriban sobre las vivencias del venezolano que reside en otro país y,
en muchos casos, sobre sus propias experiencias en el extranjero.
72
3.2.4. Diáspora e identidad nacional en la literatura venezolana.
A diferencia de la literatura de Venezuela del siglo XX, en la cual era frecuente la representación
del inmigrante europeo o latinoamericano, la literatura vinculada a la diáspora ha representado las
experiencias y sentimientos de migrantes venezolanos en el extranjero y también al nativo de este
país que desea migrar a otra nación. Para Luz Marina Rivas (2011), “Esto constituye una novedad
importante, puesto que en las décadas anteriores, las representaciones de los migrantes tenían
relación más bien con los que llegaban a Venezuela” (p. 3). Incluso los escritores de este país que
sufrieron el exilio en el siglo XX no acostumbraron a escribir sobre sus vivencias en el destierro
sino acerca de la realidad venezolana. Así se evidencia en dos de las novelas de Rómulo
Gallegos: Cantaclaro (1934), ambientada en los llanos venezolanos, y Canaima (1935), conocida
como “la novela de las selvas guayanesas [ubicadas al sur de Venezuela]” (Sambrano y Miliani,
1991a, p.30), las cuales fueron escritas en el exilio.
Este migrante representado en la literatura vinculada al éxodo venezolano, bien sea en un
texto de ficción o autoficción43, suele ser opositor o al menos crítico con el chavismo. En algunos
casos incluso denuncia los rasgos históricos de la identidad nacional que Hugo Chávez y sus
seguidores han alentado, como el culto a Bolívar, el mito de la Independencia y la devoción por
los militares como salvadores de la patria. Así se observa, por ejemplo, en Blue Label / Etiqueta
Azul (2010) de Sánchez Rugeles, donde el personaje de Luis Tévez dice que Bolívar es un
pendejo, sinvergüenza y cobarde. En el cuarto capítulo se ahondará sobre la transgresión de esos
rasgos históricos de la identidad nacional en las tres novelas escogidas como corpus de esta tesis.
Para García Pozo (2017), la “autoficción” consiste en “un tipo de literatura que reúne los conceptos de autobiografía,
realidad y ficción" (p.3). En estos textos, el autor fabrica un narrador y personaje con identidad análoga a la propia
dentro de una trama literaria.
43
73
A pesar de que los personajes que representan a migrantes venezolanos en la literatura
vinculada a la diáspora suelen ser críticos de los gobiernos chavistas y de la realidad del país, ha
habido una excepción reciente. En el año 2016, el director de cine Jonathan Jakubowicz, nacido
en Caracas, se estrenó en el ámbito literario con la novela “Las aventuras de Juan Planchard”, en
la cual el protagonista es un migrante venezolano chavista y boliburgués, término con el cual se
define popularmente a los acaudalados empresarios vinculados al chavismo. Si bien esta obra
revela la corrupción, los vínculos con las mafias y la vida lasciva de los boliburgueses, el hecho
de que el protagonista sea un chavista y no un opositor o alguien crítico a los gobiernos de
Chávez y Maduro, convierte a la novela en una rareza de esta literatura.
Por otro lado, en su artículo “Las heridas de la narrativa venezolana contemporánea”
(2016), Violeta Rojo considera que “[l]a partida, el recuerdo de Venezuela, la frustración, la
crispación, el desprecio y la desesperación por una realidad que empuja a sus naturales fuera del
país” (p. 655) componen los temas más representativos que abordan los autores que escriben
sobre la diáspora venezolana. Varios de esos temas, a su vez, poseen nexos con el tema de la
identidad nacional. Por ejemplo, el personaje del migrante venezolano o el narrador de la
autoficción suele recordar rasgos característicos que lo identifican con su nación como el
lenguaje, el territorio, las costumbres y las tradiciones. No obstante, también tiende a frustrarse
por las penurias que padece Venezuela, las cuales lo llevaron a tomar la decisión de abandonar su
país, llegando por momentos a renegar rasgos de la identidad nacional.
Incluso en varias obras de la literatura relacionada con la diáspora venezolana, la
identidad llega a ser considerada como una maldición por varios personajes. Esta característica,
según Raquel Rivas Rojas (2013), se encuentra presente, por ejemplo, en el cuento “La montaña
rusa” (2003) de Miguel Gomes, donde ocurre un “rechazo visceral” por parte del protagonista
Eugenio de varios signos de pertenencia a la nación, como la tendencia de los venezolanos a la
74
bulla y al desorden, “mezclado con una nostalgia incontrolada” por los recuerdos de su vida en
Venezuela (p. 196). En otras obras, no se evidencia una relación bilateral de amor-odio con el
país como en “La montaña rusa”, sino un repudio contundente a varios signos identitarios, que
niega cualquier aspecto positivo de la cultura o de la realidad del país y que confluye en
desenlaces trágicos. Tal es el caso del cuento epistolar “La indiferencia (Correspondencia inútil)”
(2011) de Eduardo Sánchez Rugeles, donde el narrador expresa sus sentimientos en una carta a su
amiga Lo, quien se suicida al regresar a su país, luego de vivir en el extranjero:
Nunca te gustó Venezuela. Siempre —a diferencia de muchos de nuestros compañeros—
admiré tu compromiso apátrida, tu desarraigo militante. Mucho menos te gustaba Caracas.
Nadie comprendía tu repudio, tu incomodidad (...) El odio legítimo por el Ávila3 te ganó
enemistades eternas (...) Porque tú querías cambiar de pasaporte, de nombre, de apellidos,
de paisaje, porque nunca te gustaron los colores de la bandera, porque Vuelta a la patria4
te parecía un poema infame, entonces, te convertiste en un referente de lo maldito, en
aquello que no debía ser. (pp. 39-40)
Se pudiera plantear que este cuento muestra el repudio de numerosos rasgos de la
identidad nacional por parte de una muchacha venezolana que, considerando el video Caracas,
ciudad de despedidas y el dato sobre los 51% de los jóvenes venezolanos que actualmente desean
irse del país, representaría el sentir de una porción significativa de los habitantes de Venezuela.
El rechazo a la nación y a sus signos identitarios también se puede observar en la poesía
contemporánea de Venezuela que aborda, al mismo tiempo, los temas del lesbianismo y de la
migración masiva de venezolanos. En su artículo Palabras sin nación: diáspora y lesbianismo en
la poesía (2011), Gisela Kozak Rovero analiza la obra poética de las escritoras venezolanas Ana
75
Nuño, Dina Piera Di Donato, Manón Kubler y Veronica Jaffé44. Para Kozak, estas autoras
exploran “la singular situación apátrida de la mujer lesbiana, excluida del discurso de la nación,
la familia y la religión al no tener espacio la representación de su voz” (p.8). De modo que la
condición de ser lesbiana está ligada a la del desterrado, con la diferencia de que la lesbiana sufre
el extrañamiento y el desarraigo incluso en su propio país.
Esta postura va acorde con el ensayo “El pensamiento heterosexual” de Monique Wittig,
donde la autora asevera que “[l]as lesbianas no son mujeres” (2006, p. 57), es decir, no encajan
en la construcción cultural que se ha hecho sobre las conductas, las formas de relacionarse con el
patriarcado y el hombre, los estereotipos, la vestimenta y otros aspectos que representan a la
mujer. El migrante y la lesbiana simbolizarían entonces al otro, al diferente, al que no pertenece a
la sociedad y que debe adaptarse a sus normas, costumbres y valores o, en caso contrario, sufrirá
el rechazo. Para Kozak, sin embargo, esas poetas no expresan una defensa explícita de su
sexualidad ni un activismo político a favor de las lesbianas, sino que intentan “representar
subjetividades invisibles a los ojos de la sociedad patriarcal y heteronormativa” (p.8). Se puede
asegurar, por consiguiente, que estas autoras venezolanas buscan un reconocimiento a su
identidad individual, por encima de la identidad nacional, la identidad femenina o cualquier otro
tipo de identidad colectiva.
Además de las obras literarias que reflejan la relación bilateral de amor-odio del migrante
venezolano con su país y de aquellas que muestran el rechazo a rasgos de la identidad nacional,
hay textos de la literatura venezolana contemporánea que buscan “dibujar los contornos de una
identidad disuelta o estallada que mira al mismo tiempo hacia el lugar de origen y hacia los
44
Las poetas Ana Nuño (1957-), Manón Kubler (1961-) y Verónica Jaffé (1957-) nacieron en Caracas, mientras que
Dinapiera Di Donato (1958-) nació en Upata, población del estado Bolívar (Venezuela). Todas, excepto Kubler,
residen actualmente en otros países. Nuño vive en Barcelona (España); Di Donato, en Nueva York; y Jaffé, en París.
76
posibles nuevos lugares de arraigo” (Rivas Rojas, 2014, p. 228). Estas identidades fragmentadas,
donde la pertenencia y lo nacional son polemizados por las vivencias en el extranjero, se pueden
observar, según Raquel Rivas Rojas (2014), en las propuestas literarias de los blogs de las
escritoras venezolanas Mirtha Rivero, Liliana Lara y Leila Macor.
Mediante escritos híbridos que mezclan “periodismo con diario íntimo, crónica con
poesía, especulación ensayística con ficción histórica”; estas autoras buscan “Construir un
discurso de reconocimiento, que genere una marca al mismo tiempo local –el acento venezolano–
y global –donde quiera que esté” (p. 230). Asimismo, exponen su desarraigo y glocalidad desde
la cotidianidad en el extranjero y desde la memoria de Venezuela, especialmente los recuerdos
íntimos y familiares, sin pretender transmitir discurso político alguno (Rivas Rojas, 2014).
La idea de nación como se concebía en el siglo XIX (y que sigue vigente hoy en día en el
pensamiento de muchas personas), en la cual las fronteras eran delimitadas y excluyentes y los
habitantes poseían rasgos claramente diferenciados al de los pobladores de otras naciones,
también ha sido trastocada en los blogs de estas tres escritoras. Raquel Rivas Rojas (2014)
expone que las autoficciones de Rivero, Lara y Macor entran dentro de la tradición de origen
decimonónico sobre la elaboración de nación por medio del discurso, pero los límites de este país
planteado por las autoras se borran y la identidad nacional se disuelve. De esta manera, se puede
asegurar que en estas tres escritoras hay una búsqueda por nuevas formas de pertenencia, dentro
de un mundo multicultural marcado por los constantes flujos migratorios.
Considerando lo expuesto en párrafos anteriores, pudiera asegurarse que la identidad
nacional del migrante venezolano ha sido abordada de diversas perspectivas en la literatura
relacionada con la diáspora de este país. En algunos casos, los personajes o los narradores de la
autoficción muestran una relación de afecto y rechazo, al mismo tiempo, con rasgos de la
identidad nacional. En otras obras, se revela un repudio a cualquier sentido de pertenencia con la
77
nación. Igualmente, en muchas producciones literarias relacionadas con la diáspora venezolana se
puede observar identidades fragmentadas o disueltas, donde la pertenencia a la nación es
reconstruida desde la memoria y confrontada con la cotidianidad de la experiencia del venezolano
residiendo en otro país. Se evidencia entonces que, en ninguno de los ejemplos mostrados, la
identidad nacional se concibe como una esencia inmutable. Por el contrario, los autores
transgreden, polemizan, transforman y desdibujan la identidad nacional del migrante venezolano
del siglo XXI, mostrando, de este modo, su carácter inestable, histórico y cambiante.
3.3. Tres autores de la literatura vinculada a la diáspora venezolana
3.3.1. Miguel Gomes: del inmigrante portugués al pícaro cosmopolita.
El escritor de ascendencia portuguesa, Miguel Gomes, nació en Caracas en 1964. Su formación
académica la realizó en la Universidad Central de Venezuela, la Universidad de Coimbra en
Portugal y la Universidad de Stony Brook en Nueva York, donde se doctoró. Ha residido en
Estados Unidos desde 1989 y actualmente es catedrático de la Universidad de Connecticut. Ha
sido cuantiosa y muy diversa su obra publicada, abarcando la crítica y la investigación literaria, el
ensayo, el cuento y la novela. También ha recibido reconocimientos literarios como el Premio
Municipal de Narrativa y el primer lugar en el Concurso de Cuentos del diario El Nacional en dos
ocasiones. En este apartado me enfocaré en dos de sus cuentos que están relacionados con las
migraciones en Venezuela y en su única novela, Retrato de un caballero (2015).
En los primeros libros de la narrativa cuentística de Miguel Gomes como La cueva de
Altamira (1992), De fantasmas y destierros (2003) y Un fantasma portugués (2004) se puede
encontrar con frecuencia personajes europeos (en su mayoría portugueses) que migraron a
Venezuela. En cambio, obras más recientes de este autor como Viviana y otras historias del
cuerpo (2006), El hijo y la zorra (2010) y Julieta en su castillo (2012) reúnen cuentos con
78
personajes venezolanos que viven en otras naciones. Pudiera inferirse que, durante sus primeras
obras, sus experiencias familiares motivaron a retratar las vivencias de personajes lusitanos que
migraron a Venezuela; mientras que en sus cuentos de los últimos doce años se puede notar las
influencias de la diáspora venezolana y de su experiencia en Estados Unidos.
Uno de sus cuentos que muestra la historia de un inmigrante portugués en territorio
venezolano se titula “De un álbum”, publicado en el libro La cueva de Altamira. Por medio de un
conjunto de fotografías, el narrador recuerda las vivencias de su padre, Vitorino, quien migró a
Venezuela por la ilusión de hallar petróleo, pero nunca pudo vivir en la riqueza, teniendo que
conformarse con realizar diversos trabajos para mantener a su familia. Tal como señala Mario
Morenza en su tesis Las formas del espacio en la obra narrativa de Miguel Gomes (2013), las
fotografías en esta historia “tienen un ritmo cronológico, avanzan hacia el presente y le confieren
al relato una anatomía fragmentaria, ya que da saltos de un momento a otro en el siglo XX: se
resumen los hechos más decisivos de una vida: por trozos y no linealmente” (p. 110).
La fragmentación en este cuento no sólo se revela en su estructura sino también en la
identidad nacional del protagonista. En primer lugar, el narrador utiliza expresiones en portugués
que Vitorino decía con frecuencia, como bater ferro45 y saudade46, pero igualmente coloca
diálogos de este personaje en español: “—[El mundo] Es un pañuelo —decía papá— pero hay que
saber sonarse”. Aun cuando exista la posibilidad de que el personaje del narrador haya traducido
el diálogo del padre, el hecho de que convivan palabras en portugués con el texto en español
vislumbra la mezcla de lenguajes que hubo en Venezuela producto de las migraciones europeas,
que cuestiona la idea de una lengua estable de la identidad nacional. Además, Vitorino recibe el
apodo de “Venezuelano” por sus hermanos, quienes permanecieron en Portugal. Se pudiera
45
46
Batir el hierro.
Nostalgia.
79
asegurar entonces que la prolongada vida de Vitorino en Venezuela desarticuló, para sus
hermanos, la identidad nacional lusitana.
Este cuento muestra igualmente cómo la herencia de la lengua familiar del protagonista,
en este caso la portuguesa, obstaculiza la posibilidad de una pertenencia sin fisuras a Venezuela.
Esta condición del personaje de Vitorino puede relacionarse con el bilingüismo que plantea Fabio
Morábito (1993), al que define como una “franja dudosa” en la cual “se reúnen dos idiomas
mermados: el materno, por hallarse en continuo proceso de erosión, y el adquirido, porque no
logrará jamás hacer desaparecer el fantasma del otro” (p. 24). El idioma y la jerga materna del
migrante sería como un espectro que, a pesar de su deterioro, siempre lo persigue, causándole una
desterritorialización; es decir, retomando el concepto de García Canclini (1990), una “pérdida de
la relación ‘natural’ de la cultura con los territorios geográficos y sociales” (p. 288) que, en el
caso de Vitorino, corresponderían a los de Venezuela.
En cuanto a los cuentos más recientes de Gomes que abordan el éxodo venezolano (como
“La montaña rusa” que ya fue mencionado en el capítulo anterior), uno de ellos es “Australia”,
publicado en Julieta en su castillo (2012). Si bien el relato transcurre en Caracas, el tema de la
masiva migración venezolana está presente de principio a fin. El narrador en primera persona y
protagonista del cuento, Tomás, quien reside en Barcelona (España), llega de visita a Caracas, su
ciudad natal, y lo recibe su hermano Gabriel en el aeropuerto. Una de las discusiones más álgidas
entre ambos hermanos consiste en que Gabriel quiere mudarse con su familia a Baltimore y
trabajar allí de manera ilegal, mientras que Tomás asegura que España es un mejor lugar para
migrar, porque puede utilizar su pasaporte europeo y trabajar con sus papeles en regla.
Al final del relato, Gabriel afirma que si el plan de Baltimore falla, se iría con su familia a
Australia. Esta situación que expone el cuento representa una discusión común que ocurre en
muchas familias de Venezuela en torno a los riesgos de migrar y los lugares idóneos para hacerlo.
80
También el hecho de que Gabriel asegure que se iría a Australia si fracasa en Baltimore, revela el
deseo de muchos venezolanos de abandonar su país a toda costa, sin importar las cuantiosas
dificultades de vivir en el extranjero. Los miedos y las incertidumbres de los venezolanos debido
a la delincuencia, la inflación, la escasez de alimentos y medicinas, entre otras causas, desatan
ficciones de futuro producto de la imaginación que, como afirma Appadurai (2001), funcionan
cual combustible para la ejecución de proyectos, que en este cuento correspondería a la huida de
Venezuela por parte de Gabriel y su familia, y a la búsqueda desesperada de oportunidades
laborales fuera de su patria.
Al comparar las ficciones de futuro en los relatos “De un álbum” y “Australia”, puede
observarse cómo ha cambiado la percepción de Venezuela de los migrantes europeos que
llegaron a este país en la década de 1950 con la de los venezolanos de hoy en día que quieren
migrar. La ficción de futuro que tenía Vitorino de esta nación era la de un lugar cuya riqueza era
tal que “todo consistía en abrir un hoyo en el suelo para sacar aquella brea oscurísima que
después era dorada, papel moneda y cuenta bancaria” (Gomes, 1992, pp.47-48), mientras que,
para el padre de Gabriel y Tomás, quien migró de España también a mediados del siglo XX,
“Caracas era el paraíso” (Gomes, 2012, p. 95). Es decir, ambos personajes revelan la visión que
tenían los extranjeros europeos en Venezuela sobre este país durante el régimen de Pérez
Jiménez, la cual correspondía a una nación ideal para migrar debido a la prosperidad económica
producto del petróleo y a las facilidades otorgadas al extranjero para que residiera en esta nación.
En contraste, las ficciones de futuro que tiene Gabriel corresponden a una Venezuela
donde no hay bienestar posible, así que prefiere ser un albañil en Estados Unidos, que quedarse
en el país ejerciendo su profesión: “Es un trabajo [ser albañil] y, tal como van las cosas en
Venezuela, el nivel de vida de un albañil en los Estados Unidos es incluso mejor” (2012, p.95).
La drástica diferencia entre la percepción de Venezuela que tenían los inmigrantes europeos en la
81
década de 1950 con la de los venezolanos de la diáspora o los que desean huir del país hoy en día,
revela lo cambiante que puede ser la memoria colectiva de una nación y cómo las ficciones de
futuro pueden generar relatos contradictorios sobre un mismo lugar con el paso del tiempo. Se
evidencia entonces que la nación es un concepto histórico sometido a circunstancias del tiempo y
del espacio, lo cual ocasionará que la percepción que tengan las personas hacia su nación varíe
según el momento histórico en que se encuentren.
Pasando a la primera novela de Miguel Gomes, Retrato de un caballero (2015), cuenta las
memorias ficticias del pícaro47 Lucio Cavaliero, un escritor venezolano de ascendencia italiana
que vive en Estados Unidos. La estructura del libro se asemeja a un tríptico pictórico, es decir,
“tres cuadros separables, y sin embargo asociados”, los cuales no transitan siempre de forma
racional o coherente de uno al otro, captando de esta manera “la estructura del mundo como la va
entendiendo inconscientemente Lucio, así como la fragmentación, la heterogeneidad o la otredad
que nos van componiendo”, tal como me aseguró el propio Gomes en la entrevista que le realicé.
La primera parte del libro corresponde al panel izquierdo, cuyo nombre es “Lucio furioso”, le
sigue el panel derecho, denominado “Lucio perplesso48”, y la tercera y última sección
corresponde al panel central: “Lucio innamorato49”.
En cuanto al panel izquierdo, el narrador y protagonista, quien ha publicado varios libros
de cuentos aunque con poco éxito, decide escribir su primera novela. Durante esa etapa creativa
en la cual llega a escribir hasta setenta páginas en un día, Lucio padece un acrecentamiento
desmesurado de su órgano sexual masculino, lo cual le ayuda al éxito de sus relaciones íntimas
con diferentes mujeres. Sin embargo, su productividad literaria se acaba y, al mismo tiempo,
En esta tesis se entenderá por pícaro: “Personaje de baja condición, astuto, ingenioso y de mal vivir” (DRAE).
Perplejo.
49
Enamorado.
47
48
82
sufre de impotencia sexual. De manera que intenta, por varios medios, de recuperar tanto su
creatividad como sus erecciones. En esta primera parte, se puede observar la influencia de la
picaresca española pero también de la narrativa romana que, según el propio Gomes (entrevista
personal, 21 de junio de 2017), muestra el fuerte deseo sexual de los personajes, como los casos
de Apuleyo y Petronio en El asno de oro y El Satiricón, respectivamente. En esta parte, hay
numerosas críticas al chavismo y a la realidad social, política y económica de Venezuela.
Desde el comienzo del segundo panel del libro, “Lucio perplesso”, el protagonista padece
numerosas desgracias, tanto por problemas económicos como por dramas emocionales, e incluso
sufre una persecución por parte de unos agentes chavistas que casi le cuesta la vida. En primer
lugar, el protagonista cae en la pobreza estando en Nueva York, lo cual le obliga a tomar trabajos
vergonzosos como, por ejemplo, tener relaciones sexuales con una anciana a cambio de dinero.
Además, en el ámbito sentimental, su madre, quien vive en Italia, muere de cáncer y tiene que
pedirle a una amiga que le pague el pasaje para poder asistir al funeral. Hacia al final del capítulo,
un historiador amigo del padre de Lucio, Ramón Santos, le entrega al protagonista una carta de
Bolívar donde El Libertador ordena ejecutar al cabo Frías por traidor, quien sería un ancestro de
Hugo Chávez. Varios agentes del régimen venezolano persiguen a Lucio por Nueva York para
quitarle el documento, pero no logran capturarlo. Lucio, sin embargo, pierde la carta y se
arrepiente de ello.
En el último panel, “Lucio innamorato”, el protagonista viaja a Salamanca a visitar a su
padre, quien se había divorciado desde hace mucho tiempo de la mamá de Lucio. El personaje del
papá y el protagonista revelan conflictos de pertenencia debido a la vida cosmopolita que han
llevado, ya que ambos han vivido en diversos países. En este panel también transcurre una
historia de amor entre Lucio y Beatriz, hija de su amigo venezolano Virgilio. Durante ese tiempo,
83
el protagonista retoma el proyecto de escritura de su novela. Al final de Retrato de un caballero,
Lucio duda si debe quedarse en Salamanca con Beatriz o regresar a Nueva York.
Los cuestionamientos y construcciones de la identidad nacional venezolana que se pueden
observar en esta novela van acorde a la visión de Miguel Gomes con respecto a este tema, como
se advierte en una de las respuestas que me dio en la entrevista que le realicé:
…históricamente hay evidencia de que las ideas de nación, la idea de lo que significa ser
venezolano, varía. Por ejemplo, hay que pensar en lo que significó el ser “venezolano”
antes y después de julio de 1811. O reflexionar si nos sentimos ciudadanos de la
República de Venezuela o de la República Bolivariana de Venezuela, sin importar lo que
nos fuercen a decir los papeles. Todo intento de definir nuestra pertenencia no dejará de
ser eso, un intento. Si tratamos de hablar en términos colectivos me parece que nos
planteamos una imposibilidad, o una majadería. (21 de junio de 2017)
Considerando las maneras en que Gomes aborda en su narrativa la inmigración europea
en Venezuela durante el siglo XX y la diáspora venezolana, pudiera establecerse que las
dislocaciones de la identidad nacional en sus obras suelen estar ancladas al quiebre en la lengua y
la memoria familiar. La herencia igualmente desempeña un papel relevante en varios de sus
textos, debido a que el sentimiento de pertenencia nacional en sus personajes está frecuentemente
condicionado por un legado transmitido por sus antepasados, el cual origina una identidad-entre
culturas, lenguas y afectos distintos. Estas formas de representar la pertenencia en la literatura de
Gomes, que pueden observarse en su novela Retrato de un caballero, serán analizadas en el
próximo capítulo, junto a otros aspectos como la incapacidad del país de desprenderse de los
ídolos militares que lo condenaron a la barbarie.
84
3.3.2. Juan Carlos Méndez Guédez: huyendo de la ciudad de las moscas.
Juan Carlos Méndez Guédez nació en Barquisimeto (Venezuela) en 1967. A los pocos años se
trasladó con su familia a Caracas, aunque siguió manteniendo vínculos con su ciudad natal. Se
graduó de Licenciado en Letras en la Universidad Central de Venezuela y luego obtuvo el
doctorado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Salamanca. Desde el año 1996
reside en España, donde ha publicado la mayoría de su narrativa, incluyendo diez novelas, siete
libros de cuentos y tres ensayos, entre otros textos. Algunos de los galardones literarios que ha
obtenido son el Premio Internacional de novela Ciudad de Barbastro, por su obra Tal vez la lluvia
(2009), y el premio internacional del Banco del Libro a los mejores textos literarios de 2016, por
El abuelo de Zuleimar. También su obra Una tarde con campanas (2004) fue finalista del V
Premio de Novela Fernando Quiñonez.
El tema de la diáspora venezolana ha estado muy presente en la narrativa de Méndez
Guédez. Varias de sus novelas y cuentos abordan los conflictos de pertenencia de los venezolanos
que migran de su país, al igual que el rechazo y aversión al proyecto político de Hugo Chávez. A
pesar de que en muchas de sus obras se puede observar reflexiones y cuestionamientos hacia la
identidad nacional venezolana, Méndez Guédez afirma que no pretende reedificar la
venezolanidad ni la novela nacional, sino escribir “novelas que inevitablemente tengan un sabor
venezolano, mezclado con algo de sabor español; y que remuevan el alma de un lector filipino”
(citado por Vera Rojas, 2012, párr. 35). Es decir, aun cuando escriba sobre temas nacionales
como la diáspora venezolana o el chavismo, el autor pareciera aspirar a captar el interés de un
lector transnacional y global.
Esta motivación de Méndez Guédez puede relacionarse con la corriente literaria de la
década de 1990 llamada McOndo, Que tenía el propósito de enfrentar y problematizar el
estereotipo de Latinoamérica como “un continente ‘realista mágico’, un bucólico espacio rural en
85
el que lo exótico es lo cotidiano, con otro estereotipo de América Latina como un continente
urbano, de centros comerciales repletos de jóvenes alienados por la cultura popular
norteamericana” (Fuentes, 2009, p. 401). Si bien la narrativa de Méndez Guédez no debería
enmarcarse en esa corriente literaria porque no comparte algunas de sus características como, por
ejemplo, plasmar la alienación de los jóvenes por la cultura pop de Estados Unidos, al representar
las expansiones, desarticulaciones e insuficiencias de la nación, pudiera decirse que tanto el
grupo McOndo como la obra de Méndez Guédez buscan interpelar a lectores inmersos en la
globalización, la interculturalidad y los adelantos tecnológicos.
Uno de los cuentos de Méndez Guédez, “El último que se vaya”, publicado por primera
vez en 1994, resultó profético de la diáspora venezolana del siglo XXI. El título de este relato, tal
como asegura la ya citada Raquel Rivas Rojas (2013), tiene relación con un dicho muy popular
en Latinoamérica que se utilizó durante los exilios del Cono Sur en la segunda mitad del siglo
XX: “El último que se vaya, que apague la luz”, el cual continúa empleándose en Venezuela
“entre quienes creen que la solución a todos los males es el abandono del lugar de origen; la
búsqueda de un nuevo territorio donde establecer nuevas formas de arraigo” (p. 192). Este cuento
relata la huida del país por parte de algunos pocos venezolanos, lo que después se convierte en
una migración multitudinaria, dejando al país sin habitantes:
…los jonrones perdiéndose en el mar grisáceo de las gradas. Y la única cola en la puerta
de los consulados. Y Julio Miguel, que fue el primero de nosotros en irse, con su agónica
carta de respuesta: “Madrid es grande, Martín Romaña tenía razón, me botaron de la
pensión porque me bañaba todos los días. Ahora no está haciendo frío, es primavera, nos
llaman sudacas y nadie nos da trabajo”. (Méndez Guédez, 2018, párr. 13)
Si bien en los años noventa el número de emigrantes en Venezuela creció de forma
significativa, la huida masiva que narra este cuento se asemeja más a la diáspora del siglo XXI
86
que a la migración venezolana de la década de 1990. El texto no solamente predice el éxodo
ocurrido durante el chavismo, sino que revela las penurias que sufren muchos de los venezolanos
en el exterior, como las escasas oportunidades laborales y los insultos xenófobos. Además, al
igual que ha sucedido durante la diáspora venezolana, algunos personajes del cuento prefieren
sufrir las dificultades que conlleva la vida como extranjero que regresar a su patria. Así que, al
final del relato, el narrador protagonista se queda solo en su país: “Y el graffiti en el piso
terminando de joderme: ‘El último que se vaya, que apague la luz’, y cómo saber dónde estaba el
suiche, dónde apretar, donde cortar el sol inútil derramado sobre las piedras” (párr. 21).
A través de este cuento puede evidenciarse cómo la literatura no sólo sirve, por ejemplo,
para mostrar, interpretar y cuestionar el presente y el pasado, sino también para imaginar el futuro
y representarlo, llegando, algunas veces, a predecir realidades que ocurrirán en un tiempo cercano
o lejano. Más que cualquier don profético del escritor, Méndez Guédez supo percibir la
disconformidad de los venezolanos con la realidad de su país en la década de los noventa, en la
cual ya empezaban a elevarse la cantidad de emigrantes por encima a la de inmigrantes. De sus
ficciones dio cuenta de la gravedad del problema social de los años noventa que comenzaba a
padecer Venezuela sobre la huida de sus habitantes a otros países, el cual se iría agravando con el
tiempo hasta llegar a asemejarse, hacia finales de la primera década del siglo XXI, en gran
medida con su relato. La ficción de futuro, entonces, estaría alcanzando a la realidad del presente
unos quince años después.
A pesar de que, tal como se observa en “El último que se vaya”, muchos venezolanos
deciden no regresar a Venezuela sin importar las adversidades, hay otros que sí vuelven a su país
luego de una estancia prolongada en el extranjero. Esta realidad se refleja en la novela de Méndez
Guédez Tal vez la lluvia (2009), donde Adolfo, el protagonista, regresa a Venezuela durante el
chavismo, luego de vivir en España por varios años. Mientras permanece en Caracas, Adolfo
87
percibe a esta ciudad como “un lugar desconocido, los amigos del pasado ya no están y el
contacto con el mundo exterior está marcado por la delincuencia, el caos, la polarización política
y la militarización” (Valladares-Ruiz, 2012, p. 396). Además del extrañamiento que le produce a
Adolfo la capital venezolana, también se evidencia una crítica hacia el nacionalismo chavista, ya
que el protagonista se queja de la gran cantidad de imágenes de Chávez que están pegadas en las
paredes de muchas casas en Venezuela, donde el presidente sale vestido de militar en unas, de
súper héroe en otras e incluso aparece en algunas acompañado de Jesucristo y Bolívar.
Otros textos de Méndez Guédez también abordan la realidad del migrante venezolano
durante el chavismo, entre los cuales se encuentra la novela que se analizará en la presente tesis:
Una tarde con campanas (2006). Esta obra relata las vivencias de José Luis en Madrid, un niño
venezolano de aproximadamente doce años que migró con su familia a la capital española. La
mayor parte del libro está narrada en primera persona por el propio José Luis, ya que Méndez
Guédez quería “explorar literariamente la voz de un niño; usar la estructura episódica; combinar
los planos de lo real y lo fantástico y también fusionar el mundo mágico español con el mundo
mágico venezolano”, tal como me dijo en la entrevista que le realicé (19 de julio de 2017).
También hay cuatro capítulos donde sólo aparecen unos diálogos entre unas señoras que viven
alquiladas en una habitación del apartamento de la familia del protagonista, así como tres
capítulos relatados por un narrador omnisciente que revelan unos sueños relacionados entre sí que
tuvo José Luis durante tres noches mientras dormía.
La familia del protagonista está compuesta por la madre, el padre, los hermanos mayores
Augusto y Somaira (aunque ésta es hija de otro papá) y la hermana pequeña Agustina. Para María
Teresa Vera Rojas (2013), esta familia “deja de ser la metáfora de unión nacional para dar lugar
al desencuentro y a la ruptura”. A los conflictos internos de los miembros de la familia, como las
peleas entre Augusto y su padre cuando éste intenta abusar sexualmente de Somaira, se les suman
88
las dificultades económicas, el temor a que la policía de Madrid descubra que son inmigrantes
ilegales, los insultos xenófobos que reciben y la nostalgia por Venezuela. Estos aspectos resultan
muy complejos para José Luis por momentos y sufre represalias por ello, como el capítulo donde
asegura que no quiere regresar a la “ciudad de las moscas” (el lugar de Venezuela donde vivían,
cuyo nombre no es revelado) y su padre lo golpea porque quiere que José Luis ame a su patria.
Las dificultades que padece esta familia no sólo son expuestas en la narración del
protagonista, sino también en los diálogos de las dos mujeres latinoamericanas que viven
arrendadas en un cuarto del pequeño apartamento de la familia de José Luis. Se puede inferir que
la función de esos capítulos en la novela consiste en relatar sucesos que el pequeño protagonista
no comprende o no conoce, como los atentados de los terroristas en Madrid y los intentos del
padre por abusar sexualmente de Somaira, y en mostrar algunas conductas de José Luis, como su
manía por matar las hormigas del baño, desde otras voces.
Con respecto a los capítulos donde se narran unos sueños interconectados que tiene el
protagonista durante tres noches, en ellos se evidencia esa mezcla del “mundo mágico español
con el mundo mágico venezolano”, que va formando su identidad nacional dislocada. En esos
pasajes oníricos, se fusionan figuras populares de Venezuela (como María Lionza) con lugares de
Madrid y canciones gallegas entonadas por Mariana, una amiga española de José Luis. Se revela
entonces mediante el subconsciente del protagonista, su compleja hibridación cultural entre
Venezuela y España, que no comprende del todo y que disloca su pertenencia. También la mezcla
de la identidad nacional española y venezolana se puede observar en el propio vocabulario del
protagonista, que a medida que transcurre la trama va usando más palabras comunes de Madrid,
tal como explicaré con mayor especificidad más adelante.
Al final de la novela, José Luis se va de Madrid a Salamanca junto con Augusto y
Somaira, mientras que sus padres se quedan en la capital española. De modo que, siguiendo la
89
idea de Vera Rojas (2013) sobre la familia de José Luis como metáfora de la ruptura de la unión
nacional, los hijos terminan exiliándose de sus padres, de su herencia, desechando así toda
posibilidad de forjar una familia (y nación) unida. El núcleo familiar deja de ser un articulador de
la identidad nacional de sus miembros, dislocando aún más la pertenencia a Venezuela, la cual ya
se encontraba trastocada desde que migraron y empezaron a adaptarse a la cultura española.
A diferencia de Retrato de un caballero, publicada hace pocos años, la novela Una tarde
con campanas de Méndez Guédez ha sido estudiada en artículos académicos y en las tesis de
pregrado “Cultura, identidad y condición migrante en Árbol de luna y Una tarde con campanas,
de Juan Carlos Méndez Guédez” (2005) escrita por Belinda Téllez, y “La construcción de la
memoria y la identidad en el personaje protagónico de Una tarde con campanas de Juan Carlos
Méndez Guédez” (2017), realizada por Caroli Matheus. Una de las conclusiones a las que llega
Téllez (2005) consiste en que los personajes migrantes de ambas novelas se mueven entre dos
espacios culturales (España y Venezuela) “mezclando elementos de allá y de acá, mediando sus
sensaciones de desarraigo y extrañamiento con sus deseos de renacer y hallar cabida en una
nueva comunidad” (p. 88). Por su parte, Matheus concluye que José Luis “permanece conectado
con sus recuerdos afectivos por la ausencia de su territorio geográfico, su cultura, su comunidad y
su lengua al mismo tiempo que incorpora nuevos elementos adquiridos en el país donde reside”
(2017, p. 85). Ambos trabajos servirán de apoyo a la hora de profundizar en esta obra.
En el cuarto capítulo buscaré evidenciar, entre otros rasgos, de qué manera se muestra en
Una tarde con campanas la noción de pertenencia que ha sido constante en la narrativa de
Méndez Guédez, la cual revela la interculturalidad de sus personajes que oscila entre Venezuela y
España, y la fragmentación de la identidad nacional producto del desplazamiento y la
desterritorialización. Asimismo, analizaré cómo afecta al migrante venezolano la noción de un
país secuestrado por el militarismo y la ideologización chavista.
90
3.3.3. Eduardo Sánchez Rugeles: antihéroes y nacionalismo fracasado.
Nacido en Caracas en el año 1977, Eduardo Sánchez Rugeles ha sido uno de los escritores
venezolanos que más ha abordado el fenómeno social de la diáspora venezolana en su obra.
Obtuvo las licenciaturas en letras por la Universidad Católica Andrés Bello y en filosofía por la
Universidad Central de Venezuela. Tiempo después migró a España y se graduó de Magíster en
Estudios Latinoamericanos en la Universidad Autónoma de Madrid (2009) y de Magíster en
Estudios Literarios en la Universidad Complutense de Madrid (2010). Se dio a conocer
públicamente como escritor tras ganar el Premio Iberoamericano de Literatura Arturo Uslar Pietri
en 2010 por su novela Blue Label / Etiqueta Azul. Ha escrito también las novelas Transilvania
unplugged (2011a), Liubliana50 —ganadora en 2012 del Primer lugar mención novela en el
Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicentenario, Sor Juana Inés de la Cruz en
México—, Jezabel (2013) y Julián (2014). Además, publicó el libro de cuentos Los desterrados
en 2011.
En una entrevista que le realizó Roberto Lovera De Sola (2010) a Sánchez Rugeles, este
escritor expresó dos opiniones que se verían reflejadas en gran parte de su literatura. La primera
consistió en que le interesaban más los seres humanos que los héroes y la segunda se refería a que
la palabra que menos le gustaba era “nacionalismo”. Los protagonistas de la narrativa de Sánchez
Rugeles son, en su mayoría, antihéroes51 venezolanos pertenecientes a la clase media que
desprecian cualquier patriotismo y vínculo identitario con su país, hasta el punto de que huyen o
50
En esta tesis se utilizará como referencia la tercera edición de Liubliana publicada por Ediciones B en el año 2013.
El concepto de “antihéroe” es definido por el DRAE como “Personaje destacado o protagonista de una obra de
ficción cuyas características y comportamientos no corresponden a los del héroe tradicional”. Los protagonistas de la
literatura de Sánchez Rugeles suelen ser personajes con muchos vicios y defectos, que en vez de enfrentar los
problemas que los agobian tanto a ellos como a su país, deciden huir de ellos. También tienden a ser pesimistas y
carentes de esperanza alguna, tal como se observa en el principio de Jezabel: “Yo no creo en Dios ni en América.
Siempre imaginé que el Paraíso y el Infierno eran metáforas infantiles (...) Solo cuando envolví el cañón con los labios
y el frío del metal me adormeció la lengua me pregunté por el posible contenido de la muerte” (p. 7).
51
91
quieren huir de ese lugar. Tal como asevera Patricia Valladares-Ruiz, “Sánchez Rugeles indaga
incisivamente en el desarraigo y en el desafío a la construcción hegemónica de una
venezolanidad cada vez más quebradiza y porosa” (2013, p.116). La nación entonces se convierte
en una maldición para muchos de los personajes de Sánchez Rugeles que buscan, sin éxito,
olvidarse por completo de Venezuela y de los traumas generados por la realidad política,
económica y social durante el chavismo, mostrando una perspectiva sobre la nación más
decadente que las novelas Retrato de un caballero y Una tarde con campanas.
En su novela Blue Label / Etiqueta Azul, el rechazo de la identidad nacional (y en especial
de varios de sus rasgos históricos) es un tópico constante a lo largo del texto que problematiza la
propia noción de nacionalidad. El personaje de Luis Tévez, por ejemplo, no sólo insulta a Bolívar
como se pudo observar anteriormente, sino que también asegura que la historiografía heroica
venezolana ha mentido sobre el Libertador, ya que ha ocultado sus errores tácticos, los cuales
permitieron que los españoles se reforzaran y que la guerra se prolongara por muchos años más.
En otra parte del libro, la narradora comenta sobre un amigo de Tévez que inventó una página
web de venezolanos desarraigados donde planteaban, muchas veces de manera irónica, la
desaparición de Venezuela. Uno de esos proyectos consistía en dinamitar al país para cubrirlo de
agua, mientras que otro plan radicaba retroceder en el pasado cuando Venezuela era una colonia
española. En ambos casos se trata de una visión pesimista que piensa el país desde el recurso de
la destrucción, la dependencia y la incapacidad.
En la entrevista que le realicé a este autor (10 de marzo de 2018), me comentó que esa
visión negativa del país que tienen sus personajes se relaciona con “las fobias que podía percibir
e interpretar en la Venezuela de 2007, con un Hugo Chávez Frías vivo e inquebrantable, con una
dinámica social bastante pervertida pero no tan desahuciada como la actual”. También reconoció
que esas fobias no necesariamente se mantienen en la juventud venezolana de hoy en día, porque
92
considera que la rebelión de los estudiantes contra el gobierno de Maduro en 2017 “refuta la idea
de que el concepto de país que tienen los jóvenes es el de una nación inservible e irreparable;
estos chamos luchan por una causa, creen en algo, anhelan algo diferente”. De manera similar a
los cuentos de Gomes expuestos anteriormente, estas opiniones demuestran cómo las
circunstancias históricas de una nación afectan la percepción y el sentimiento de pertenencia de
sus habitantes hacia ella. Pudiera pensarse incluso que, a medida que se han agravado las crisis
políticas, económicas y sociales en Venezuela, se ha intensificado el patriotismo y la identidad
nacional en muchos jóvenes de este país.
Al igual que la narrativa de los otros dos autores, el rechazo a Hugo Chávez y a sus
seguidores aparece tematizado en varias de las obras de Sánchez Rugeles. Muchos de sus
personajes quieren huir del país, entre otros motivos, por la polarización política, el militarismo y
los fracasos del gobierno chavista en torno a la seguridad social y la economía. Así se evidencia,
por ejemplo, cuando la protagonista de Blue Label / Etiqueta Azul afirma: “Me quiero ir de esta
mierda, no soporto las ridiculeces de estos militaruchos” (p.17). También en el cuento “Suite
palermitana (Sobre una novela inédita y erótica de Rómulo Gallegos)”, publicado en Los
desterrados, el narrador menciona la quema de libros que supuestamente se realizó bajo las
órdenes del chavista Diosdado Cabello: “La inquisición revolucionaria lanzó a la hoguera todo
aquello que sonara a republicanismo de la cuarta (...) El funcionario encargado de quemar los
libros era un facineroso borracho” (p.89). Asimismo, en Jezabel el protagonista Alain Barral
denomina al chavismo como “dictadura legitimada” (2013, p. 33).
Estas características de la obra de Sánchez Rugeles igualmente están presentes en
Liubliana, la tercera novela de su denominada trilogía del exilio (compuesta también por Blue
Label / Etiqueta Azul y Transilvania unplugged). El narrador y protagonista, Gabriel Guerrero, es
un caraqueño de unos treinta años que migra a Madrid junto a su esposa, Elena, durante el
93
gobierno de Hugo Chávez. En la capital española, Gabriel retoma el contacto con Carla Ramírez,
la hermana pequeña de Alejandro, su mejor amigo. Sucede entonces una apasionada y conflictiva
historia de amor entre Gabriel y Carla, la cual transcurre en Madrid y Liubliana52. Al mismo
tiempo, acontece otra trama en la cual el protagonista y Mariana Briceño, una compañera de su
trabajo, investigan sobre la verdadera causa de muerte de Javier, otro colega que aparentemente
se suicida luego de descubrir un complot de tráfico de niños vinculado a la UNESCO.
La estructura de los capítulos de Liubliana se encuentra fragmentada tanto espacial como
temporalmente. En cada capítulo hay recuerdos del pasado del protagonista en Venezuela que se
entretejen con los hechos que ocurren en el extranjero. Gabriel rememora muchos episodios
trascendentales de su juventud en Santa Mónica, una zona residencial y comercial de clase media
en Caracas donde vivían el protagonista y sus amigos de la infancia. También recuerda algunos
acontecimientos ocurridos durante la tragedia del estado Vargas en 1999, suceso que ha sido
retratado en varias novelas venezolanas a principios del siglo XXI53. Además, luego del divorcio
con Elena, del fracaso de su amorío con Carla y de la renuncia a su trabajo en Madrid, Gabriel
regresa a Santa Mónica y vive allí por un tiempo hasta que, tras sufrir dos infartos, decide
regresar a Liubliana. Se puede afirmar entonces que los sucesos del protagonista en Venezuela
poseen más relevancia en esta novela que en Retrato de un caballero y Una tarde con campanas.
Como ha sido habitual en la narrativa de Sánchez Rugeles, Gabriel Guerrero es un
antihéroe que no pretende superarse ni mejorar el entorno donde vive, tal como se observa en su
propio testimonio al principio de Liubliana: “Nunca tuve ambiciones desmesuradas. Nunca tuve
sueños imposibles. Mi mayor aspiración en la vida fue convertirme en un hombre común”
52
Capital de Eslovenia.
Luz Marina Rivas en su artículo “El país que nos habita: la tragedia de Vargas como metáfora” (2011a) profundiza
en varias novelas venezolanas que abordan el tema de las inundaciones y los deslaves en el estado Vargas (Venezuela)
durante el mes diciembre de 1999.
53
94
(2013a, p. 10). A esta carencia de esperanzas y objetivos en la vida se le suma su ausencia de
patriotismo y su temor al pasado que resulta imposible de olvidar, al igual que le ocurre, por
ejemplo, a Eugenia Blanc y Emilio Porras (protagonista de Transilvania unplugged). Por
consiguiente, el amor de Gabriel hacia Carla se convertirá en su mayor motivo de felicidad, pero
el fracaso de la relación lo llevará a depresión.
De forma similar a Una tarde con campanas, la novela Liubliana ha sido estudiada por
varios autores, incluso desde ámbitos como la identidad y la memoria. Entre ellos se encuentra
Miguel Gomes (28 de abril de 2012), quien considera que la derrota de Gabriel Guerrero
comienza “con la ausencia de un principio paterno auténtico, carencia que resuena en las del país,
cuyo sentimiento de perenne orfandad y cuya falta de madurez estimula el culto esperpéntico a
los padres de la patria” (párr. 13). Así que, según Gomes, el rechazo de Gabriel por la patria tiene
su origen en la ausencia de la figura paterna en su vida. Shirley Bedoya (2012), por su parte,
considera que la Caracas de Liubliana, por más de que sea aborrecible, representa el lugaridentidad y la memoria del protagonista, quien siendo infeliz intenta reconstruir el pasado, de
forma similar al protagonista de Los pequeños seres (1959) de Salvador Garmendia.
Varios planteamientos de la narrativa de Sánchez Rugeles observables en Liubliana, como
la visión pesimista y destructiva de la nación, en la cual el chavismo tan solo es la continuidad de
un fracaso histórico del que nadie podrá salvarse, los abordaré en el siguiente capítulo. También
analizaré la incapacidad de los personajes de desvincularse de la memoria y el pasado en
Venezuela y cómo esta presencia espectral determina los modos de pertenecer del migrante.
95
4. La dislocada identidad nacional del migrante venezolano
4.1. El ocaso de los héroes
En el libro ya citado La herencia de la tribu…, Ana Teresa Torres afirma: “Nuestra filiación está
establecida: somos los hijos de Bolívar. Nuestro fin está predeterminado: construir la patria
grande e inconclusa de Bolívar” (2010, p. 13). La continuidad de este legado heroico no sólo ha
constituido un deber de los venezolanos desde el siglo XIX, sino que también ha representado
una de las bases para legitimar el nacionalismo chavista, el cual busca controlar y unificar a los
habitantes de Venezuela alrededor de la figura de Hugo Chávez.
La Revolución Bolivariana ha buscado imponer rasgos de la identidad nacional que se han
establecido históricamente desde el poder, aunque con apoyo de gran parte del pueblo, como lo
son el caudillismo, el militarismo, el mito de la Independencia y el culto a Bolívar. Estos rasgos
también han sido promulgados por la literatura, como es el caso del libro Venezuela heroica54,
considerado por el autor cubano José Martí como “un viaje al Olimpo” (citado por Pino Iturrieta,
2014, p. 65). La adoración a héroes militares ha representado, por lo tanto, una constante en el
discurso chavista para elevar a su líder a ese Olimpo de los próceres decimonónicos.
En este apartado buscaré demostrar cómo las tres novelas que componen el corpus de esta
tesis cuestionan el nacionalismo chavista y los rasgos identitarios que éste ha tratado de
implantar, al igual que ocurre con muchos venezolanos de la diáspora que reniegan ese “legado”
heroico porque no se corresponde con la realidad actual del país. Pudiera decirse que estas
novelas intentan bajar a esos héroes militares de su Olimpo para juzgarlos en la tierra de sus
compatriotas mortales.
54
Como se expuso en el segundo capítulo, este libro, escrito por Eduardo Blanco en 1881, compila narraciones
épicas que relatan las victorias más representativas de los patriotas en la Independencia.
96
4.1.1. La decadencia de los ídolos.
Desde la primera página de Retrato de un caballero, el narrador y protagonista, Lucio
Cavaliero55, hace explícita su posición política en contra del chavismo. Lucio comienza la novela
relatando sobre la entrevista que le realizó una chavista, Migdalia Marcano, en Nueva York. La
primera vez que escucha la voz de ella por teléfono, el protagonista afirma que “sonaba a chavista
desmelenada” y luego expresa irónicamente: “¿Qué hacía en Nueva York, cubil de Satán y de la
horrenda sierpe capitalista obsesionada con someter a nuestra sufrida patria, sorberle golosamente
los hidrocarburos, el acervo mineral?” (2015, p. 9). En esta cita puede observarse la burla del
nacionalismo que hace Lucio, debido a que parodia los ataques verbales que Chávez le propiciaba
recurrentemente al gobierno de Estados Unidos y a su presunta intención de robarse el petróleo
de Venezuela. El protagonista, sin embargo, utiliza términos más eruditos como “cubil”, “sierpe”
y “acervo”, los cuales no son usados por los chavistas en actos políticos. La referencia a Satán
igualmente puede relacionarse con la analogía que hacía Chávez entre George W. Bush y el
diablo, mientras que la descalificación al capitalismo y la expresión “nuestra sufrida patria”
también aluden de forma irónica al discurso antimperialista del nacionalismo chavista.
Cavaliero no sólo descalifica al chavismo y se describe como un opositor en el extranjero,
sino que es víctima de los medios de comunicación estatales de su país. Durante la entrevista
mencionada, Migdalia le pregunta sobre su carrera literaria y la situación política en Venezuela, y
el protagonista responde con franqueza, sin ocultar su aversión al chavismo. Cuando la entrevista
es publicada en la revista Tamanaco: Letras y Cultura de la Patria Bolivariana, las palabras del
protagonista se encuentran tergiversadas con el fin, según el propio Lucio, de calumniarlo y
55
Considerando que los protagonistas de las tres novelas que abordo en este capítulo (Retrato de un caballero, Una
tarde con campanas y Liubliana) son también narradores en primera persona (intradiegéticos y homodiegéticos), cada
vez que mencione al narrador de la novela me estaré refiriendo igualmente al protagonista y viceversa.
97
crearle enemistades en la oposición. Él a su vez relaciona estas difamaciones con los ataques a
disidentes por parte de las dictaduras venezolanas del pasado, asegurando que la nueva barbarie
del siglo XXI replica de forma perversa los autoritarismos en Venezuela del siglo XIX.
El chavismo y la entrevista publicada por Migdalia constituyen, para el protagonista, un
incentivo para escribir su primera novela. La decadencia y el deterioro que vive la sociedad
venezolana en tiempos del gobierno de Hugo Chávez lo lleva a recordar y a identificarse con la
obra Ídolos rotos (1901) de Manuel Díaz Rodríguez que, como se expuso en el capítulo anterior,
habla del fin de la patria a causa de la barbarie militar a principios del siglo XX en Venezuela.
Lucio decide entonces comenzar un proyecto de novela semejante a Ídolos rotos que “tenía el
atractivo adicional de dejar en claro que Migdalia Marcano había tergiversado mis palabras en la
entrevista” (p. 27). De tal forma que la novela igualmente serviría como venganza contra el
chavismo encarnado en la periodista.
Con esta nueva versión de Ídolos rotos, Cavaliero quiere mostrar la Venezuela
desencantada y decadente de los años noventa que propició la llegada de Hugo Chávez al poder.
Asimismo, afirma que quiere reflejar cómo Venezuela se suicidaba en 1999, mientras enloquecía
y aplaudía el asesinato de la Constitución de 1961. Lucio estaría buscando de esta manera las
razones que hicieron posible el surgimiento y éxito del proyecto socialista del chavismo en una
sociedad decadente que decidió aniquilarse eligiendo a Chávez, por lo cual el narrador interviene
y problematiza el argumento del nacionalismo chavista acerca de que su líder galáctico y sus
seguidores rescataron la identidad nacional y el pasado heroico venezolano.
En el proyecto de novela de Lucio, puede observarse también un propósito que ha
caracterizado a muchas obras de la literatura venezolana: la formación de ciudadanías por medio
de la denuncia política. El libro de José Rafael Pocaterra Memorias de un venezolano en la
decadencia, publicado por primera vez en 1927 y catalogado como novela por algunos críticos y
98
como testimonio por otros, constituye un claro ejemplo de esa intención pedagógica, ya que todas
las injusticias y crueldades que muestra este texto sobre la dictadura de Juan Vicente Gómez en
Venezuela buscaban, según afirmó el propio autor: “Nutrir, formar y educar el futuro que pernea
en la cuna, aún mal lavado de adherencias placentarias, la boca en queja, los ojitos nublados”
(1990, p. 12).
Si bien Lucio no expresa que su novela pretenda aleccionar a los jóvenes, al querer
mostrar “el fresco de la decadencia de Venezuela en los años noventa” (Gomes, 2015, p. 33) que
causó la llegada del chavismo al poder y, por consiguiente, el suicidio de Venezuela (según
Cavaliero), puede inferirse una motivación pedagógica de poner en evidencia cómo el país se
enrumbó hacia la catástrofe, con la finalidad de que la sociedad venezolana no cometa los
mismos errores en el futuro. La novela de Lucio contribuiría entonces a la formación de una
memoria histórica en Venezuela que, lejos de recordar a las glorias de los héroes militares del
siglo XIX, buscaría instruir a los ciudadanos de las próximas generaciones en cómo construir una
nueva nación que no herede los vicios del chavismo ni de la era democrática.
La habilidad retórica de Chávez y su plataforma de medios comunicacionales masivos, la
cual sirvió para darle mayor alcance y eficacia a su discurso afectivo de poder, también son
criticados por Lucio en el primer panel56 de Retrato de un caballero. Según el protagonista,
Chávez “te obligaba a concentrarte en él las veinticuatro horas del día. Por algo el Supremo tenía
programas en la radio y la televisión que podían durar siete horas sin interrupción; por algo sus
secuaces bombardean la Internet” (p. 25). De manera que Lucio, aun siendo un migrante
venezolano que ha vivido por mucho tiempo fuera de su país, se ve afectado por el poder
comunicacional del chavismo, fundado en su capacidad viral, contaminante, obsesiva. Esta
Debido a que Retrato de un caballero está dividido en tres extensos capítulos llamados “paneles”, como se explicó
en el capítulo anterior de esta tesis, el término “panel” referirá entonces a dichas divisiones de la novela.
56
99
reflexión del protagonista, asimismo, da cuenta de la realidad de muchos migrantes venezolanos
del siglo XXI, quienes constantemente piensan en la actualidad política de su patria, a pesar de
vivir en países con realidades muy distintas a Venezuela como Estados Unidos y España.
Además del nacionalismo chavista, los rasgos históricos de la identidad nacional
venezolana también son cuestionados por el narrador. Lucio critica, por ejemplo, el caudillismo y
el culto a Bolívar, ya que describe a Chávez como un caudillo “que tenía en una coctelera las
frasecitas de los sesenta junto con las del santo telúrico (San Bolívar, San Padre de la Patria,
Libertador de Libertadores, más macho y guapo que San Martín, Washington y Supermán),
salpicados con pasajes de la Biblia” (p. 25). Basado en la constante evocación a Bolívar y
Jesucristo que hacía Chávez, Lucio ridiculiza el heroísmo chavista y, sobre todo, se mofa con
sarcasmo del culto al Libertador. El narrador quiere mostrar el endiosamiento exagerado de
Bolívar y para ello usa un lenguaje humorístico, como el nombre grandilocuente “San Padre de la
Patria”, la frase “más macho y guapo” y la comparación con Superman. El protagonista entonces
no cuestiona en ese fragmento la figura histórica del Libertador sino su culto desmesurado.
En el segundo panel, Lucio perplesso, la figura de Bolívar toma un protagonismo
fundamental en la trama. Como se mencionó en el capítulo anterior, el personaje de Ramón
Santos, amigo cercano del padre del narrador, le envía a Cavaliero una carta original de Simón
Bolívar donde éste ordena asesinar al cabo Frías, ancestro de Chávez, por conspirador y por
querer “[p]roclamar de nuevo una guerra de colores, instigar al desorden y a la anarquía” (p.
120). Con esta carta, la legitimidad heroica de Hugo Chávez, quien se consideró durante su vida
como un sucesor de Maisanta, Zamora y el propio Bolívar, queda en tela de juicio, razón por la
cual espías chavistas asesinan a Ramón Santos y luego persiguen a Lucio, hasta que fallecen en
un accidente de carro. En esta parte de la novela, el chavismo se muestra así como víctima de su
100
propio invento, ya que la igualación de Chávez con el Libertador se derrumba con el documento
histórico que descubre Santos.
Esta carta, además de atentar contra la figura heroica de Chávez al convertirlo en
descendiente de un zambo que traicionó al divino Libertador, transgrede la imagen de Bolívar
como defensor de los pobres y de las razas oprimidas, imagen que se ha hecho muy popular
gracias al propio culto. En el texto ficticio de Bolívar, el Libertador expresa su temor por una
pardocracia57 y una guerra de colores, es decir, teme el alzamiento en su contra de las razas
oprimidas como los pardos y los zambos58. Por ende, la carta revela a un aristócrata que teme la
sublevación de las castas inferiores, imagen que se aleja del Bolívar popular que incentivó
Chávez (2012), quien aseguró en muchas ocasiones que el Libertador había luchado por la
igualdad de los pueblos59. Más allá del hecho de si rechazaba o no a las masas populares, puede
observarse en la carta ficticia una transgresión de la imagen de Bolívar divulgada por el culto y,
de manera más evidente, por el chavismo.
Luego de que los agentes chavistas fallecen en el accidente, Lucio regresa al Parque
Central en Nueva York, donde había escondido la carta, pero no la encuentra. Por este motivo, el
protagonista expresa: “Mi sentimiento de culpa por haber perdido una tajada de historia nacional
me habrá obligado a desarrollar una falsa memoria” (p. 157). Se desprende entonces de la novela
un interés por mostrar lo cambiante que puede ser la memoria histórica de un país y cómo el
chavismo le ha sacado provecho a este aspecto, tal como aseguró Gomes en la entrevista que le
Según la versión digital del Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Empresas Polar: “En el siglo
XVIII se generalizó en Venezuela el empleo del término pardos para designar de manera imprecisa a los que
descendían del cruce étnico entre negros y blancos” (párr.1). La pardocracia sería entonces un gobierno regido por los
pardos.
58
Zambo era la denominación que usualmente recibían las personas descendientes de la mezcla entre indígenas y
negros.
59
En el discurso de Hugo Chávez en la conmemoración del 193º aniversario del II Congreso de Angostura de 1819,
se puede hallar varias referencias al anhelo de Bolívar por la igualdad social. El discurso puede encontrarse a través
del siguiente link: https://goo.gl/14FeT9
57
101
hice: “Todo el batiburrillo de mitologías con que Chávez bombardeó al país, sus cruces de Che
Guevara con Bolívar y citas bíblicas (…) fue un mecanismo productor de falsas memorias,
ficciones (ficciones fuera del arte, es decir, mentiras)” (21 de junio de 2017). Considerando estas
palabras, el episodio de la carta de Bolívar demuestra que el chavismo batalla no sólo por
implantar una memoria histórica a su medida con el pretexto de construir la patria inconclusa del
Libertador, sino también por instaurar en la imaginación de los venezolanos una nación ficticia
que no corresponde con la realidad.
Antes de su asesinato por parte de agentes chavistas, Ramón Santos le muestra a
Cavaliero, además de la carta de Bolívar, un panfleto xenófobo en contra de los inmigrantes
españoles, portugueses e italianos en Venezuela, realizado por el Frente Simón Bolívar del
Soberano Pueblo de Venezuela, que consistió en una organización proselitista del chavismo
durante sus primeros años en el poder60. Ese texto asegura, entre otros aspectos, que los
extranjeros europeos en Venezuela no quieren a este país y que sólo desean lucrarse
indebidamente, por lo cual se deben expropiar sus bienes y expulsarlos de la nación. Santos le
comenta a Lucio que ese panfleto pasará a la historia de la misma forma que la propaganda
antisemita nazi. Así que, por medio del personaje de Santos, también se compara en la novela al
nacionalismo chavista con el del Tercer Reich.
Por otro lado, las características de Lucio distan de los rasgos con que se han dotado a los
héroes de la historia de Venezuela. Si bien él comparte con Bolívar, Miranda y otros ídolos la
condición de ser mujeriego, sus defectos como el egoísmo y las constantes penurias de su vida
60
A diferencia de la carta de Bolívar, ese texto xenófobo está basado en la realidad, ya que sí existió ese frente
chavista que produjo panfletos en contra de los inmigrantes italianos, españoles y portugueses que fueron repartidos
en el Metro de Caracas y otros lugares del país. Para más información, se puede consultar la reseña periodística
“Frente xenófobo amenaza a extranjeros en Venezuela” (20 de septiembre de 2000) de María Victoria Cristancho, a
través de este link: http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1250356
102
picaresca lo distancian de la versión idealizada e incorruptible que se tiene de los héroes militares
en este país. Además, así como Soria es derrotado por la barbarie, en el Lucio de la primera parte
de la obra, tal como dice Gomes, “la barbarie se anatomiza en él, se apropia de su miembro”
(entrevista personal, 21 de junio de 2017), y sólo la vence cuando una doctora enana le hace un
examen de próstata y su órgano sexual recobra su tamaño natural y sus erecciones. Es decir,
Lucio, lejos de representar a un héroe, se ve vulnerado por la barbarie que se encarna en su
miembro y debe acudir a alguien más para superar la enfermedad.
Tras lo expuesto en este apartado, pudiera asegurarse que la visión de patria que plantea el
protagonista consiste en una nación estancada, agónica que no evoluciona. La población
venezolana sigue sufriendo de la misma barbarie militar representada en Ídolos rotos y continúa
anclada a su historia heroica decimonónica, razón por la cual la carta de Bolívar amenaza la
legitimidad del chavismo. La identidad nacional de Lucio está marcada entonces por una
memoria traumática que, tal como la define Aróstegui (2007), engendra “sufrimientos
compartidos que determinan, a veces con gran violencia, la vida de las comunidades históricas”
(p. 35). Es decir, el protagonista refleja cómo el autoritarismo castrense que pervive desde el
siglo XIX ha constituido un trauma en su memoria, al igual que ha ocurrido con muchos
venezolanos a lo largo de la historia. En este sentido, decide escribir una novela que exponga las
causas que llevaron a Venezuela a recaer en la barbarie militar, lo cual desempeñaría una función
pedagógica para que en el futuro los venezolanos no padezcan los efectos trágicos de vivir bajo el
sometimiento del poder de las armas.
Esa memoria traumática también se encuentra afectada por la figura de Hugo Chávez. Al
afirmar que este presidente obligaba a los venezolanos a pensar las veinticuatro horas del día en
él, fuesen sus simpatizantes o no, se infiere que éste se encuentra anclado en la memoria de los
habitantes de este país, como un espectro que los persigue. La alternativa que propone la novela
103
de Gomes ante la rememoración constante del líder de la Revolución Bolivariana es el humor y la
ironía. Al burlarse del discurso chavista y del culto a “San Padre de la Patria”, el protagonista
difumina el aura sagrada con la cual se han construido las figuras míticas de Chávez y Bolívar,
para llevar a ambos personajes históricos al terreno del cuestionamiento y la crítica, proponiendo
así una nación sin héroes incorruptibles y sin una memoria histórica manipulada por el militar de
turno que ocupa el poder.
4.1.2. El antimilitarismo y la proclama fallida.
En comparación con Retrato de un caballero, la novela Una tarde con campanas muestra de
forma más sutil el cuestionamiento a los rasgos históricos de la identidad nacional y al
nacionalismo chavista. Esta obra de Méndez Guédez, por ejemplo, no menciona que José Luis y
su familia provienen de Venezuela. De hecho, el protagonista denomina como “la otra ciudad”61
al lugar donde nació y vivió hasta migrar a España. El lector infiere que él y su familia provienen
de Venezuela por la forma en que hablan, utilizando expresiones propias de este país como la
frase “chévere cambur”, y por las referencias a hechos y personajes de la cultura venezolana,
como la alusión al culto a María Lionza. Además, se deduce que los personajes hablan de Chávez
cuando mencionan al “Comandante”.
A pesar de que las alusiones a la cultura venezolana y al gobierno chavista no son
explícitas, se puede hallar en Una tarde con campanas un cuestionamiento a dos de los rasgos
históricos: el militarismo y el caudillismo. En primer lugar, siempre que el narrador62 y otros
Presumiblemente esa “otra ciudad” sea Barquisimeto, capital del estado Lara y ciudad natal de Juan Carlos Méndez
Guédez, ya que al final de la novela el autor coloca: “Barquisimeto-Madrid. Enero 2001-2002” (2004, p. 225).
Asimismo, el protagonista llega a referirse a la planicie de la otra ciudad, lo cual concuerda con el terreno que
caracteriza a Barquisimeto: “Donde yo vivía antes también era plano. Muy plano. La única vez que yo vi montañas
fue cuando nos vinimos [a España]” (p. 155).
62
Aun cuando en Una tarde con campanas haya dos narradores, José Luis y el narrador omnisciente que relata los
sueños, en este capítulo cuando hable del narrador de la novela me estaré refiriendo al protagonista.
61
104
personajes hablan de los chavistas se refieren a ellos como “los militares”. Por ejemplo, en una
parte de la novela, el protagonista explica que su padre necesitaba la carta de un político para no
tener que pagar la renta de un apartamento, y luego afirma: “Después de mucho intentarlo papá
consiguió la carta, pero entonces ya no servía porque ahora estaban mandando los militares, y nos
pidieron que lleváramos una carta nueva, una carta de algún capitán, de algún teniente” (p. 46).
Se muestra entonces en este fragmento el traspaso del poder (y la corrupción) en Venezuela de la
etapa democrática, liderizada por los civiles, al chavismo en el cual, más allá de que Chávez
perteneciera a las Fuerzas Armadas, los militares tuvieron funciones y roles centrales en su
gobierno como nunca se había visto en los cuarenta años anteriores.
La toma del poder por parte de los militares es una de las razones principales para que la
familia de José Luis abandonara su patria. Así se demuestra cuando Pilar, la novia de Augusto, le
pregunta a éste por qué su familia se había ido de su país y Augusto le contesta:
Porque desperté un jueves, dijo Augusto, desperté a hacer pipí y dentro de la poceta
había un militar; fui a la cocina y en el horno había un militar, me monté en el
ascensor y encontré un militar; salí a la calle y en cada parada había un militar; me
monté en un autobús y entre los asientos había un militar (...) y cuando llegué
cansado esa noche en la televisión estaba hablando un militar; y cuando me acosté,
entre las cobijas se había escondido un militar. (p. 51-52)
Estas palabras de Augusto denuncian al militarismo tal como lo definen Irwin y Micett
(2008), es decir, como un dominio total y absoluto del pueblo por parte de los militares. También
se puede observar cómo la invasión de los militares en la vida privada y pública del venezolano
afecta la identidad nacional de este personaje. Augusto no quiere vivir en un país donde la
presencia castrense menoscabe su individualidad y libertad, de modo que prefiere irse a un lugar
105
en el cual las personas no sean vigiladas constantemente por los militares63. Asimismo, al
rechazar la presencia castrense en la cotidianidad del ciudadano civil, estaría repudiando entonces
al militarismo como rasgo histórico de la identidad nacional, rasgo que desmerece el aporte de los
civiles a la nación y coloca a Venezuela como un país donde los mayores logros de su población
se inscriben dentro del ámbito militar.
Sin embargo, José Luis cuenta que Augusto y su padre veían con simpatía al chavismo
durante sus inicios e, incluso, lo llevaban a los desfiles militares, “Hasta que pasado un tiempo,
mi hermano Augusto empezó con que estaba aburrido de tanta bandera, de tanta pendejada” (p.
52). El protagonista también relata que su hermano creía que los militares “eran tan ladrones
como los que estaban antes” (p. 52). Puede observarse cómo el desencanto de Augusto por el
chavismo está ligado a la corrupción, la cual se aleja de la narrativa chavista sobre el rescate de la
identidad nacional, de los símbolos patrios y de las glorias de los héroes. En otras palabras, para
Augusto, de forma similar a Lucio en Retrato de un caballero, el nacionalismo chavista se
convirtió en una máquina de producir mentiras y falsedades.
Mediante el rechazo de este personaje hacia el nacionalismo chavista, se evidencia
también la función de la literatura de pensar de otro modo la realidad. Cuando Augusto, al igual
que muchos venezolanos que adversan al chavismo, llama despectivamente “militar” a cualquier
integrante de la Fuerza Armada Nacional de su país, sin distinguirlo por su nombre, rango o
institución de este cuerpo armado al cual pertenece64, está proponiendo una realidad donde los
militares en Venezuela forman una masa anónima de personas carente de cualquier
63
El militarismo sería entonces, para Augusto, semejante al concepto de panoptismo que expone Foucault al
describir a la sociedad disciplinaria capitalista como “un ojo siempre abierto sobre la población” (1996, p. 121). Es
decir, el militarismo como una forma de vigilancia y de control sobre los habitantes.
64
La Fuerza Armada Nacional (FAN) de Venezuela, según la Constitución de 1999 de este país, está conformada por
las instituciones el Ejército, la Aviación, la Armada y la Guardia Nacional. El gobierno de Hugo Chávez incorporó la
Milicia Nacional Bolivariana a la FAN, aun cuando este cuerpo armado no lo menciona la constitución.
106
individualidad. Ésta, siguiendo las directrices del nacionalismo chavista, idolatra y santifica al
Comandante, único militar que, junto al “capitán” al que José Luis le recita una proclama de la
que luego comentaré, porta un rango en la novela. Considerando que, tal como afirma Girardet
(1999), identificarse con el caudillo acarrea la renuncia a la identidad individual, pudiera decirse
que Hugo Chávez comanda esa masa sin rostro y le implanta la identidad que ella carece, como
lo intenta hacer el nacionalismo chavista con la sociedad venezolana.
A pesar de su repudio al militarismo, Augusto llora porque extraña a su patria. Es decir,
su afecto hacia ella no está determinado por los mecanismos de poder que buscan imponer una
identidad nacional que los legitime, como sería, en el caso del chavismo, la vinculación patriaChávez, en la cual amar al país natal significaría amar al Comandante. El hermano de José Luis y
demás miembros de su familia no llegan a sustituir el nacionalismo chavista por otra clase de
nacionalismo, sino son los recuerdos de Venezuela y, más específicamente, de la ciudad donde
vivían, los que les generan la añoranza.
La novela de Méndez Guédez también revela la intención del chavismo de ideologizar a la
juventud venezolana. José Luis explica que en la escuela lo subían en un autobús y pasaban lista
para asegurar que ninguno faltara a los desfiles militares. Hay que aclarar que, en la mayoría de
esos desfiles, Chávez pronunciaba largos discursos (como aquel donde habló sobre la
preocupación que le causaba los testimonios de los muchachos de Caracas, ciudad de
despedidas) que buscaban persuadir a los jóvenes venezolanos para que defendieran y
promulgaran el nacionalismo chavista. Igualmente, el narrador comenta que “los viernes en el
colegio nos ponían a saludar la bandera, nos ponían a marchar, y a los más grandes los iban
enseñando a manejar pistolas” (p. 52). Esta cita hace referencia a la materia de Instrucción
premilitar que estableció el chavismo en todas las instituciones educativas públicas y privadas del
país, que recibió muchas críticas por parte de opositores y de muchos padres y representantes.
107
Además de la intención del chavismo de implantar en la juventud venezolana el
militarismo como una estrategia ideológica para asentar convicciones políticas y de identidad
nacional, la novela revela también el objetivo de los chavistas de instaurar el culto a Hugo
Chávez en las escuelas. Esto se evidencia cuando José Luis confiesa que le gustaba mucho recitar
una proclama al presidente y casi se gana un premio por ello, el cual consistía en declamarla
delante del propio Comandante. Ese premio no sólo le interesaba al protagonista sino también a
su padre, quien quería que José Luis le entregara una carta al presidente pidiéndole que le
regalara un apartamento para su familia. Un fragmento de esa proclama es el siguiente:
Ingresó a la Academia Militar a los diecisiete años y allí destacó por su valentía, su
talento cultural, su arrojo y su patriotismo insigne (...) Descendiente de etnias indígenas,
de la verdadera raza autóctona de nuestras raíces nacionales y patrióticas, el Mandatario
goza de una popularidad jamás vista en la historia política mundial (...) Tiene una empatía
tan especial y es supremamente tierno con cualquier menor, no importa de dónde
provenga, especialmente si se trata de niños pobres (...) nuestro Comandante, como
cariñosamente lo llamamos, nos devolvió la esperanza. (pp. 126-128)
Este fragmento muestra cómo esa proclama a Chávez busca ser también un discurso de
exaltación de valores como la valentía, el arrojo y el patriotismo que tenían los héroes de la
Independencia. Por lo tanto, Chávez sería como un sucesor de aquellos próceres. Su ascendencia
indígena, “verdadera raza autóctona de nuestras raíces nacionales y patrióticas”, puede vincularse
a la madre naturaleza de Venezuela que, como explica Ana Teresa Torres (2010) en referencia al
mito de la Independencia65, fue violada por el conquistador y por los que execraron a Bolívar.
65
El fragmento del libro La herencia de la tribu… donde Ana Teresa Torres habla de la violación a la madre naturaleza
venezolana es el siguiente: “Nos encontramos, entonces, con una pareja mítica que reina en el imaginario venezolano.
La madre naturaleza, la patria paisajística, exuberante, generosa, dadora de todos los bienes visibles e invisibles, como
el petróleo que ocultaba en su seno. Una madre violada y humillada por el conquistador, pero también por los traidores
108
Chávez, en consecuencia, estaría destinado entonces, por su ascendencia indígena66 y su
patriotismo, a redimir a la madre naturaleza, la cual representa un lugar simbólico central de la
nación. Por último, la devoción de los niños hacia Chávez pudiera relacionarse con el amor
mutuo entre los infantes y Jesucristo, simbolizado en su famosa frase “Dejad que los niños
vengan a mí” Mateo 19:14 (Biblia de Jerusalén).
José Luis aprende a la perfección no sólo la proclama sino también varios gestos teatrales
mientras la recita, como ponerse las manos en el corazón, elevar los brazos y besar la bandera.
Esto demuestra que el nacionalismo requiere, además de la internalización de vínculos
identitarios con el país, de acciones, gestos faciales y expresiones corporales. Es decir, el
nacionalismo, para ser internalizado, debe inscribirse también en el cuerpo, como se evidencia en
el conocido saludo de los nazis. En el texto introductorio del libro Estudios avanzados de
performance, llamado “Performance, teoría y práctica”, Diana Taylor afirma: “Las conductas de
ciudadanía, género, etnicidad e identidad sexual, por ejemplo, son ensayadas y reproducidas a
diario en la esfera pública, de manera consciente o inconsciente” (2011, p.20). El nacionalismo
pudiera considerarse igualmente un performance, una actuación, en el que las conductas son
practicadas y repetidas.
El protagonista de la novela termina perdiendo el premio porque, durante el concurso, no
puede llorarle en el hombro a un capitán militar que “olía a orine de gato” (p. 129). Ante la
incapacidad de realizar el acto físico de llorar, el protagonista fracasa porque su cuerpo no pudo
actuar como el personaje que le exigía el nacionalismo chavista. De manera que su cuerpo
todavía necesitaría ser corregido y performado por el chavismo, de forma similar a como lo hace
que execraron a su mejor hijo, y por todos aquellos que la saquearon y expoliaron en su propio beneficio” (2010, p.
143).
66
Aun cuando Chávez siempre tuvo un discurso en defensa de los indígenas, no se ha comprobado que tenga una
ascendencia indígena como sí la tiene, por ejemplo, el presidente de Bolivia Evo Morales.
109
la sociedad disciplinaria capitalista según Foucault67. Además, al igual que a Augusto, la realidad
termina imponiéndose a la ficción de la narrativa de la Revolución Bolivariana, por lo cual José
Luis es incapaz de expresarle afecto al apestoso militar.
Lo conmovido que se siente el protagonista cada vez que recita la proclama está ligado a
la relación intrínseca que la identidad nacional y el nacionalismo tienen con lo emocional. Para el
sociólogo David Le Breton (2012), “[l]as emociones son modos de afiliación a una comunidad
social, una forma de reconocerse y de poder comunicar juntos, bajo un fondo emocional
próximo” (p.73). En el caso de la identidad nacional y el nacionalismo, la relación emocional con
los rasgos identitarios de la patria constituye una necesidad fundamental para que los habitantes
de un país se reconozcan entre ellos y formen una comunidad, como sucede en los mundiales de
fútbol, cuando compatriotas se juntan a ver a su selección y cantan exaltados el himno nacional
(muchas veces con lágrimas en los ojos) al frente del televisor.
Asimismo, la crítica literaria Mabel Moraña (2012) afirma que el impulso afectivo68
modela el vínculo de la comunidad con su pasado, presente y futuro (posible, imaginado y
deseado). Esto podía observarse en los seguidores de Chávez durante su gobierno (mucho más
que en el de Maduro debido a su baja popular), ya que los unían, entre otros motivos, las
emociones que les generaban las glorias de Bolívar, Zamora y demás héroes del pasado, los
discursos de Chávez en el presente de aquel entonces y la imaginación a futuro de un país
próspero, sin pobreza, donde reinara la felicidad. En la novela se demuestra entonces el objetivo
67
En La verdad y las formas jurídicas, Foucault expone que las relaciones de poder de la sociedad moderna, industrial
y capitalista están caracterizadas por la vigilancia, control y corrección de los cuerpos de las personas. Esto se evidencia
cuando el autor habla sobre el control institucional: “…si analizamos de cerca las razones por las que toda la existencia
de los individuos está controlada por estas instituciones veríamos que, en el fondo, se trata no sólo de una apropiación
o una explotación de la máxima cantidad de tiempo, sino también de controlar, formar, valorizar, según un determinado
sistema, el cuerpo del individuo” (1996, p. 133).
68
Moraña (2012) define al afecto como “la capacidad de afectar y ser afectado” (p.318) y considera que ese impulso
afectivo puede expresarse en manifestaciones pasionales, emocionales y sentimentales.
110
del nacionalismo chavista de inculcarles el afecto hacia Chávez y la patria, con la finalidad de
que ellos se reconozcan como parte de la comunidad que idolatra al Comandante.
Otra parte de la novela donde se observa la ideologización en la juventud venezolana,
incluyendo el culto a Chávez y a los héroes de la Independencia, consiste en un fragmento de un
periódico que envuelve el guante de béisbol del protagonista. Allí se muestra la información más
relevante sobre un evento titulado “Juramentación de los niños patriotas” que tendrá lugar, según
el periódico, en el Teatro de los Héroes69. Los invitados especiales son “El espíritu inmortal de
nuestro prócer de la independencia. Y el heredero de su gloria, nuestro Comandante en jefe y
Presidente de la República” (p. 57). En cuanto a los deberes de los niños patriotas, tienen que
vestirse con los colores de la bandera, además de llevar arpas, cuatros, maracas70 y “mucho,
mucho amor a la patria” (p. 57). El texto igualmente aclara que, en el acto, los niños entonarán el
himno Morir por la patria es vivir, compuesto por el coronel Luis Alberto Armas71, y
escenificarán la obra teatral escrita por el presidente, llamada “La patria es una mujer y por eso
hay que quererla”72.
Esta pieza de teatro que sexualiza a la patria revela el uso del afecto por parte del
nacionalismo de los militares en la novela. Según la crítica literaria Ana Peluffo, “el uso político
de la retórica sentimental (entendida por Shirley Samuels como una modalidad cultural que busca
generar una respuesta emocional en el lector/espectador) está genéricamente73 marcado” (p. 174).
69
El Teatro de los Héroes al que se refiere el periódico en la novela no existe en Venezuela, razón por la cual pudiera
inferirse que el autor quería relacionar la teatralidad con el discurso heroico del chavismo.
70
Instrumentos musicales típicos de Venezuela.
71
Este himno también es ficticio, puesto que no existe ningún himno con ese nombre compuesto por ese coronel. Sin
embargo, el himno de Cuba “La Bayamesa”, cuya melodía y letra es de Pedro Figueredo, dice en su primera estrofa
“No temáis una muerte gloriosa, que morir por la Patria es vivir”. Cabe preguntarse entonces si el autor quería hacer
una alusión al himno cubano, sobre todo considerando la amistad de Chávez y Fidel Castro.
72
“La patria es una mujer” es una frase que ha usado el chavismo para diversas obras sociales, pero no existe una obra
de teatro que lleve ese nombre y que haya sido escrita por Chávez.
73
Al decir “genéricamente” Peluffo (2012) se refiere a los sexos masculino y femenino.
111
Considerando esta cita, pudiera establecerse que en la retórica afectiva del chavismo, al
representar a la nación como una mujer, le está haciendo un uso político ya que la convierte en
objeto de deseo que despierta pasiones. Funciona así como una estrategia propagandística
vincular algo tan complejo de definir como es la patria con la mujer que, tal como asegura
Simone de Beauvoir en El segundo sexo, históricamente ha representado un objeto y una presa
tanto para el hombre como para ella misma (1969). Por lo tanto, la patria sería para los militares
(tomando en cuenta que lo castrense suele relacionarse con lo viril) aquello que se desea poseer.
El anuncio del periódico muestra, igualmente, la exacerbación del patriotismo, así como
del culto a Bolívar (cuando se refiere al prócer de la Independencia) y de su heredero Chávez.
Como se vio anteriormente, la imposición de una identidad nacional en la que el culto a los
héroes justificaba la presencia de los caudillos en el poder, fue un hecho definitorio de la historia
de Venezuela. Por lo tanto, en la novela la figura de Chávez sería la continuación de la tradición
caudillista en esta nación, por más que este, a diferencia de los caudillos del siglo XIX y los
“super caudillos” (como los denomina Carlos Rangel) del siglo XX, no hubiera llegado al poder
por medio de las armas sino de las urnas electorales.
El militarismo chavista en Una tarde con campanas, además de ser rechazado por
Augusto y José Luis, causa temor en la madre del protagonista. El narrador cuenta que ella todos
los lunes antes de llevarlo a la escuela le expresaba:
No digas milicos, se dice militares.
No digas gorilita, se dice sargento.
No digas loro mandante, se dice señor presidente.
No digas nada de lo que dice tu hermano, no lo repitas, no digas nada que no venga en el
libro que leen al empezar la clase, mejor no digas nada, no digas, tú no digas. (p. 153)
112
La actitud de la madre representa el temor del ciudadano común ante el militar, con quien
no se identifica pero se ve obligado a respetar, reconociendo su obligatoria superioridad de poder
y evitando así que su familia sea víctima de represalias y agresiones. Es posible entonces que
José Luis, en caso de que se hubiera quedado en Venezuela, incorporara el rasgo histórico del
militarismo en su identidad nacional, tanto por la ideologización recibida en la escuela como por
las advertencias de su mamá para que evitara insultar a los militares. No obstante, el protagonista
no manifiesta ese rasgo durante la novela.
Una tarde con campanas también muestra episodios de xenofobia hacia los extranjeros
por parte de los chavistas, como se observa cuando Augusto y su padre despegan papeles de las
paredes que dicen: “¡¡¡Viva la patria. Fuera extranjeros explotadores!!!” (p. 87), los cuales se
refieren a empresarios inmigrantes de origen europeo. Esos panfletos demuestran cómo el
nacionalismo necesita crearse enemigos externos a los que culpar de los problemas que sufre la
sociedad, tal como ha ocurrido continuamente en Latinoamérica con Estados Unidos (Rangel,
1982).
La perspectiva de nación que se desprende de Una tarde con campanas es la de una
Venezuela secuestrada y corrompida por el militarismo. Esta novela igualmente muestra la labor
del nacionalismo chavista de ideologizar a la juventud venezolana, estableciendo un performance
que se inscriba en el cuerpo de esos niños y adolescentes, con la finalidad de que adoren al
Comandante y heredero de los ancestros indígenas, de los próceres de la Independencia y del
propio Jesucristo. Las correcciones que le hace la mamá de José Luis a su hijo para que no insulte
a los militares, revelan también a una nación donde el sujeto debe aceptar con sumisión y temor
el poder castrense o, en caso contrario, se ve obligado a abandonar la patria. La alternativa de los
personajes al secuestro de su tierra natal, al igual que el sentimiento de muchos venezolanos en la
diáspora, es la nostalgia y el recuerdo, como se podrá observar en apartados siguientes.
113
4.1.3. La generación perdida de la nación fracasada.
En Liubliana de Sánchez Rugeles, Venezuela es vista por muchos de sus personajes, incluyendo
el protagonista Gabriel Guerrero, como una nación fracasada que no tiene solución alguna, salvo
huir de ella. La identidad nacional y el chavismo forman parte de ese fracaso que se inicia, según
el propio Guerrero, mucho antes de la llegada de Chávez al poder y se mantiene hasta un futuro
que plantea la novela, donde los chavistas ya no gobiernan en Venezuela. También la oposición
es objeto de burla y polémica por parte de varios personajes. Los rasgos históricos de la identidad
nacional venezolana y el nacionalismo chavista son rechazados entonces como pieza relevante,
mas no única, del fracaso general de la nación.
Al comienzo de la novela, Gabriel plantea que a los sujetos de su generación les
enseñaron en los colegios a sentirse orgullosos de un universo que les resultaba extraño, “a citar
los pensamientos ejemplares de héroes decimonónicos que no nos decían nada pero que sonaban
bien y complacían la ética diletante de una generación que se propuso pasar desapercibida, que
nunca se preguntó nada” (Sánchez Rugeles, 2013a, p. 36). El personaje manifiesta así la frustrada
labor de las instituciones educativas venezolanas en inculcar el culto a Bolívar y el mito de la
Independencia como valores necesarios para la construcción de la identidad nacional. La
generación de Guerrero, por consiguiente, carece de cualquier espíritu heroico y su única virtud,
tal como establece el propio protagonista, es el aburrimiento y la falta de estímulos. Se puede
observar entonces que, así como Augusto y José Luis se decepcionan de los militares en Una
tarde con campanas debido a que no coincide su narrativa heroica con sus acciones, Guerrero y
su generación se sienten ajenos a la gesta de los héroes decimonónicos porque no concuerda con
la realidad venezolana a finales del siglo XX y la consideran anacrónica.
Tomando en cuenta que el protagonista vivió su juventud en Santa Mónica, una
urbanización de Caracas de clase media, y que estudió en el colegio Cristo Rey, ubicado en esa
114
misma zona, puede inferirse que la generación a la cual se refiere Guerrero es la clase media
venezolana nacida a finales de los años setenta y comienzos de la década de 198074. Si bien el
protagonista nunca expresa en la novela que fue chavista, hay que tomar en cuenta que Hugo
Chávez gana las elecciones presidenciales de 1998 con un apoyo masivo de la clase media
desencantada del empobrecimiento sufrido en las décadas de 1990 y 198075. De modo que parte
de esa generación vivió un doble desencanto, primero a finales del siglo XX con las crisis del
sistema democrático venezolano y luego durante el chavismo, ya que la clase media es la que
enfrenta con mayor efervescencia al proyecto político de Hugo Chávez desde el año 200276.
En el caso particular de Gabriel, más que las causas que motivaron a la clase media a
desencantarse con Chávez, como la inseguridad y la erosión de la democracia, le molesta que el
presidente venezolano se encuentre presente en todas las conversaciones de sus compatriotas:
“…evité el tema Chávez. Odiaba el tema Chávez. Los venezolanos, en su mayoría, solo sabían
hablar de Chávez” (p. 60). Hay que tomar en cuenta que, como se mostró en el segundo capítulo
de la tesis, la constante presencia de Chávez en los medios de comunicación masivos lo convirtió
a él mismo en la encarnación de lo bueno o de lo malo del país según la perspectiva en cuestión.
De tal forma que Guerrero manifiesta repudio hacia el nacionalismo banal vinculado al tema de
Chávez, el cual terminaba relacionando la figura de este presidente con la nación misma, bien sea
para exaltar los logros de la Revolución Bolivariana o criticar la destrucción de la democracia.
Además de su queja sobre Chávez como tema de conversación recurrente y obligatorio en
los venezolanos, Guerrero destruye la imagen heroica de este líder de una forma radical. Durante
74
En la novela se corrobora que el protagonista nace aproximadamente en el año de 1980, ya que menciona, por
ejemplo, que su infancia, ocurrida entre 1980 y 1992, “fue una mierda” (p. 10).
75
Para más información, puede acudirse al artículo “La clase media empobrecida aúpa a Chávez a la presidencia de
Venezuela”, publicado por Juan Jesús Aznarez en El País de España el 7 de diciembre de 1998: https://bit.ly/2qTozmG
76
En ese año, hubo numerosas protestas masivas en contra del presidente Chávez, integradas sobre todo por la clase
media venezolana.
115
su vida en España, se reencuentra una noche con María Fernanda, una ex novia de su época
universitaria que apoya a la Revolución Bolivariana y se había casado con un político chavista.
Mientras están teniendo relaciones sexuales, Gabriel le dice: “¡Dime que Chávez es un maldito!”
(p. 62). En medio de la euforia, María Fernanda le responde: “¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! (...) Es un maldito, sí.
¡Sí! Maldito, hijo’e puta, coño’e madre, etc.”. Esta situación saca al chavismo de su discurso
heroico, de su narrativa épica que reivindica las glorias de Bolívar y el rescate de la identidad
nacional, para convertirlo a un hecho vergonzoso y paródico, donde la chavista es capaz de
corromper todos sus ideales revolucionarios con tal de alcanzar el orgasmo sexual.
Guerrero también cuestiona en varios momentos a la oposición y la considera como parte
del fracaso nacional, lo cual representa el sentimiento de muchos venezolanos en la diáspora. Por
ejemplo, describe cómo estaba Caracas durante el paro petrolero en 200277, ya que en esos días
ocurrió la muerte de su amigo Alejandro en un accidente de carro. Entre otros hechos, Guerrero
critica la huelga que hizo un grupo de militares en contra de Chávez en la Plaza Altamira de
Caracas. Asimismo, al enterarse del accidente de Alejandro, cuenta que tropezó “con el odio; un
odio esencial, vivo” (p. 161). La ciudad estaba colapsada por guarimbas78 y, ante la imposibilidad
de llegar a la clínica porque una anciana opositora le cerraba el paso y le decía: “No pasarás
chavista maldito” (p. 161), el protagonista decidió atropellarla, causándole a ella una ira
desbordada más que heridas graves. El narrador revela entonces cómo la oposición también era
cómplice del odio irracional entre compatriotas, por lo cual llega a la convicción de que “Caracas
era un lugar perdido para siempre” (p. 162).
77
El paro petrolero de finales de 2002 y principios de 2003 en Venezuela consistió en la paralización de actividades
económicas y laborales, entre ellas la de la empresa estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA), acompañada por
protestas de calle por parte de un sector de la sociedad en contra del gobierno de Hugo Chávez.
78
Nombre que se ha utilizado en los últimos años para denominar las protestas de la oposición venezolana.
116
Retomando la propuesta de Le Breton (2012) sobre las emociones como modos de
afiliación y de reconocimiento dentro de una comunidad, en Liubliana sucede lo contrario en
tiempos del paro petrolero. La polarización política genera pasiones desmedidas y descontroladas
que destruyen cualquier sentimiento comunitario en Venezuela. No existe entonces en la nación
una solidaridad generalizada, como propone Ernest Renan (2010), ni sus habitantes se imaginan
como parte de una sola comunidad, ya que cada bando político niega a la otra mitad y no la
concibe como parte de su grupo social. De tal forma que no sólo la novela plantea el fracaso de la
nación sino su propia destrucción durante la época del paro.
Liubliana propone igualmente una mirada sobre la identidad nacional cuestionadora de
sus valores e ideales. Así como el protagonista lo muestra a lo largo del relato, hay otros
personajes que revelan una visión pesimista de Venezuela y su historia. Uno de los amigos de la
infancia de Gabriel, Fedor, quien también vive su adultez en Madrid, opina que “[l]os
venezolanos nunca tuvimos una edad dorada. No hay ningún lugar a donde regresar” (p. 231). El
personaje expresa su incomodidad y rechazo de la épica independentista que está en la base del
relato nacional, estableciendo entonces que este país siempre fue un fracaso. De hecho, el
aborrecimiento de Fedor hacia Venezuela y sus habitantes resulta tan notorio, que hacia el final
de la novela afirma: “Si es por mí, el cabrón de Chávez podría mandar hasta el 2050, me da lo
mismo. Que se jodan, yo a esa gente le tengo arrechera” (p. 296). Personajes como Carla y Atilio,
otro de los amigos de la infancia del protagonista, también llegan a quejarse de los problemas que
sufre la sociedad venezolana durante el chavismo, como la inseguridad, los prolongados
racionamientos del agua, las fallas eléctricas y el mal estado de las autopistas.
Luego de su divorcio con Elena y su relación frustrada con Carla, Gabriel regresa a una
Venezuela en donde ya no gobiernan los chavistas. Allí se reúne con Atilio en varias ocasiones,
quien le llega a decir al protagonista: “El año que viene habrá elecciones, ya anda por ahí un
117
militar de mierda diciendo que tiene la receta para arreglar este desastre. ¡Qué bolas! ¿Tú puedes
creer que, después de todo lo que ha pasado, la gente siga creyendo en militares?” (p. 316). Estas
palabras reflejan la tradición militarista de Venezuela que, por más que haya fracasado y
mostrado sus límites, sigue produciendo ilusiones y confianza en algunos sectores de la sociedad.
También puede percatarse la tendencia del pueblo venezolano a creer que un caudillo puede
resolver todos los problemas nacionales. La novela propone así un eterno retorno y actualización
del militarismo y el caudillismo en Venezuela, que no se extingue con la salida del chavismo del
poder. Al contrario, muestra que el país siempre será vulnerable al regreso de otro Chávez o líder
carismático militar, sin importar las consecuencias que eso haya traído en décadas anteriores. De
modo que en las palabras de Atilio subyace la idea sobre la imposibilidad de salir de la repetición
de un modelo de nación que sólo puede cometer los errores del pasado una y otra vez.
La Venezuela que plantea el autor en Liubliana corresponde a un país fracasado desde la
era democrática que luego llega a destruirse como comunidad durante el chavismo,
específicamente en la época del paro petrolero. Impera en ella el desastre, el pesimismo y las
pasiones desenfrenadas, mostrando así a un país inhóspito donde la huida es la única opción para
tener una vida digna. Además, la patria está condenada a rasgos históricos de la identidad
nacional que pueden propiciar en el futuro la llegada de otro régimen similar al chavista, donde
un líder proveniente de las Fuerzas Armadas cautive a la población con su carisma y sus
promesas de solucionar todas las dificultades que han padecido históricamente los venezolanos.
Después de presentar estos tres apartados, puede aseverarse que las novelas tienen varios
puntos de encuentro, aunque también diferencias, en cuanto a la concepción de la nación con
respecto al nacionalismo chavista y los rasgos que han funcionado para implantar una identidad
nacional venezolana desde el poder, pero con apoyo de buena parte de los habitantes, a lo largo
de su historia. La involución política de la nación, cuya sociedad ha estado condenada al control
118
de los militares desde el siglo XIX, parece ser una constante en las tres novelas. Para Lucio, la
Venezuela de hoy en día constituye una nueva versión de la barbarie militar de Ídolos rotos. Una
tarde con campanas, por su parte, muestra a una sociedad invadida por una masa anónima de
militares cuya única identidad parece ser la de su Comandante, mientras que Liubliana expone a
una nación fracasada que, incluso en el futuro, será sometida por el militarismo.
No obstante, hay matices en los tres planteamientos de la nación. En Retrato de un
caballero, el protagonista enfrenta al nacionalismo chavista y a los rasgos históricos mediante su
proyecto de novela y la presencia del humor en su lenguaje. Con relación a la obra de Méndez
Guédez, los militares invaden la vida cotidiana de los civiles, generando temor, sumisión y
deseos de huida en los personajes, quienes son incapaces de enfrentar al poder castrense.
Además, a diferencia de las otras dos novelas, se enfoca en la ideologización y el performance
chavista de la juventud venezolana, que busca fortalecer los rasgos históricos y el nacionalismo
en torno a la figura del Comandante. Por último, el texto de Sánchez Rugeles plantea una visión
más pesimista de la nación, sobre todo al exponer que, según el protagonista, su generación no se
sentía parte de la patria desde la etapa democrática, y al mostrar a una sociedad desquiciada y
destruida por el odio y otras pasiones desmesuradas durante las protestas del 2002.
4.2. La pertenencia en disputa
La identidad nacional no sólo está conformada por un conjunto de mitologías e historias, muchas
veces impuestas desde el poder, que explican cómo surgieron los valores, las costumbres y otros
elementos culturales de una nación, sino que también constituye un sentimiento de pertenencia,
más íntimo y privado que no suele estar relacionado a prácticas públicas colectivas, el cual
produce ciertas maneras de actuar y de sentir cuando uno está afuera de su país natal. En el libro
Escribir hacia atrás: herencia, lengua, memoria (2008), Gina Saraceni afirma:
119
Esta pertenencia “natural” del sujeto a una morada —país, memoria, lengua— que le
otorga una identidad y un relato sobre sí mismo es lo que el pensamiento posmoderno, la
experiencia poscolonial y las prácticas de la globalización han cuestionado al mostrar
cómo el arraigo no es una condición natural y definitiva, sino por el contrario, un proceso
en permanente construcción. (p.111)
Trasladando este argumento al sujeto diaspórico venezolano, pudiera decirse que los
vínculos con su país, su lengua (incluyendo la jerga y el acento), sus recuerdos sobre las
vivencias en Venezuela y su herencia cultural y afectiva no se mantienen inertes durante su
estadía en el extranjero. Por el contrario, esas relaciones normalmente cambian, se trastocan y se
dislocan como consecuencia, entre otras razones, del contacto con otras culturas y otras formas
de ser y sentir, de la experiencia glocal79 y del distanciamiento con el hogar y la familia. En el
presente apartado expongo cómo se evidencian esas dislocaciones en las tres novelas del corpus.
4.2.1. Vida migrante y cosmopolita.
Hay dos condiciones inherentes al personaje de Cavaliero que trastocan su pertenencia nacional.
La primera consiste en ser hijo de inmigrantes italianos y la segunda en haber vivido como
migrante venezolano en España e Italia cuando era joven y en Nueva York durante su adultez.
Ambas condiciones auspician la interculturalidad del personaje y atentan contra la rigidez que
implicaría identificarse solamente con las costumbres, las tradiciones, el territorio y demás rasgos
característicos del país de origen. En este sentido, resulta evidente la fragmentada identidad
nacional del cosmopolita Lucio cuando, por ejemplo, asegura que posee tres nacionalidades no
excluyentes: venezolana, italiana y extranjera.
Como se explicó en el primer capítulo, lo “glocal” puede entenderse como la interdependencia e interpenetración de
lo local y lo global (García Canclini, 1999).
79
120
Resulta necesario destacar que su pertenencia híbrida no sólo está ligada a dos naciones,
sino igualmente a un tercer territorio indefinido (el extranjero) que puede ser cualquier lugar del
mundo pero, a la vez, ninguno. Por este motivo, pudiera afirmarse que Lucio se considera a sí
mismo como un ciudadano universal con raíces venezolanas e italianas, que al mismo tiempo es
un extranjero en todos los lugares a los que se dirige. Con relación a la ciudadanía universal,
Manuel Pulido (2011) expresa: “Estamos ya ante un mundo que es cosmopolita, pero nuestra
mente sigue teniendo el cosmopolitismo, como una idea realizar, un supuesto ideal” (pp. 31-32).
Por lo tanto, Lucio sería la representación del mundo en donde vivimos, en el cual lo nacional
sigue teniendo importancia (como los vínculos del protagonista con Venezuela e Italia) pero que
inevitablemente por la globalización, los intercambios culturales, el Internet, las migraciones,
entre otros factores, la sensación de sentirse extranjero, incluso en el propio país natal, conlleva a
la proliferación de personas que se sienten cosmopolitas.
Su pertenencia plurinacional también se puede observar en el lenguaje del narrador. Si
bien el texto de la novela está escrito de principio a fin en español, utiliza numerosas palabras y
expresiones en italiano, inglés, francés y en otros idiomas que las mezcla con el castellano:
“Mamma mia, pensé, qué nombre” (p. 9), “¿Por qué ninguno de mis amigos o mi padre me
habían advertido que ocurría nel mezzo del cammin?” (p. 35), “…las dos o tres noches que duró
nuestro affaire y con los sueños que sin duda tenían ahora, conmigo o con otro sustituto de Lucio
Cavaliero, no tan light-skinned” (p. 73). De hecho, Lucio asegura que, hasta su adolescencia, la
mente le había funcionado en español e italiano, aun cuando al pasar los años predominó el
español en su vida. De tal forma que el propio lenguaje del políglota narrador propone una
mezcla de lenguas y culturas que definen la influencia intercultural en el protagonista.
Pero la lengua no sólo se relaciona con rasgos culturales de una persona sino también con
su memoria. Sobre este tema, Gina Saraceni en La soberanía del defecto (2012) afirma: “La
121
memoria es una cuestión de oído. No se puede recordar sino dentro de una lengua y la memoria
es el modo como esa lengua suena” (p. 19). Pudiera decirse entonces que la lengua de Lucio es
un reflejo también de su memoria, de sus cruces de recuerdos sobre situaciones, personas y
lugares pertenecientes a distintos países y diversas etapas de su vida, que llegan a superponerse
unos a otros como ocurre en su narración cuando utiliza frases en distintos idiomas. Su memoria,
sin embargo, también se encuentra anclada a la herencia y al lugar de origen, como expondré con
mayor profundidad en el apartado 4.3.1.
La pertenencia a Venezuela en Lucio también se trastoca durante sus reflexiones sobre
Salamanca, donde vive su padre. Uno de los aspectos que más admira de esta ciudad es la
conglomeración de culturas y épocas en su arquitectura:
Edad media, Renacimiento, Barroco, gran mescolanza de eras (…) Fray Luises, Cervantes
y Unamunos trágicos, dándose guantazos con los fascistas. Pícaros, nigromantes, palacios,
puentes romanos tendidos sobre las aguas del río, con monumentos prehistóricos y, para
que nada falte, salpicones de Belle époque, densos bares y muchas pintadas en las paredes
(p. 167).
Esta noción de Salamanca va más allá del concepto de glocalización que utiliza García
Canclini (explicado en el primer capítulo de la tesis) cuando analiza la hibridez en la frontera
entre San Diego y Tijuana, ya que Cavaliero no sólo plantea la interculturalidad sino también la
presencia de temporalidades distintas que allí conviven. La glocalización histórica de Salamanca
representa cómo cada ciudad constituye una mescolanza de épocas, lugares, tradiciones y
símbolos que complejizan la precisión de rasgos identitarios en ella, evidenciando lo
problemático que resulta definir los aspectos que determinan a todo un país. Además, esa
glocalización armoniza con los rasgos interculturales del protagonista y sus intereses intelectuales
en el arte de distintos lugares y épocas. Por ejemplo, Lucio demuestra admiración por el cuadro
122
Portrait of a Young Man (1530)80 del pintor renacentista Bronzino; por los escritores Edgar Allan
Poe, Guy de Maupassant, Antón Chéjov y Juan Rulfo; y por el compositor estadounidense Elliott
Sharp y su “batuque de zulú y mandinga” (p. 18).
Igualmente existen otros personajes de la novela que representan la hibridez de culturas y
nacionalidades. El padre de Lucio, por ejemplo, refleja la interculturalidad del migrante que nació
en Italia y huyó muy pequeño con su familia a Venezuela durante la Segunda Guerra Mundial.
Allí vive la mayor parte de su vida hasta que decide pasar su vejez en Salamanca porque allí,
según él, “se puede morir con dignidad” (p. 180). Sus cargos como diplomático en la era
democrática venezolana también lo llevaron a vivir con su familia en Italia y en las ciudades de
Madrid y Barcelona. Sin embargo, su carrera política se frustra cuando descubren que había
falsificado su partida de nacimiento, la cual decía que había nacido en Venezuela y no en Italia.
Sobre este hecho, Lucio cuenta que Ramón Santos “dijo claramente que mi padre no era
venezolano por accidente, como los demás, sino por devoción. Que para él la nacionalidad no era
un papel sino un destino” (p. 112). Estas palabras de Santos plantean el debate sobre si la
identidad nacional pasa más por el lugar de nacimiento o por la adopción de los rasgos
característicos de una nación. En el caso del padre de Lucio, la identificación con el país no pasa
por haber nacido en él ni por el papel que así lo consta, sino por el arraigo hacia su cultura,
lenguaje, territorio, entre otros aspectos. A pesar de su condición de inmigrante y de haber vivido
en muchos países, este personaje ha construido una vinculación tan estrecha con Venezuela que
pudiera parecer, por momentos, que se siente más “venezolano” que el propio Lucio.
Considerando las palabras de Ramón Santos, pudiera establecerse que existe una
nacionalidad relacionada con el ámbito jurídico y otra nacionalidad afectiva y cultural, la cual
80
Esta pintura es la que aparece en la portada del libro Retrato de un caballero (2015) en su edición de Seix Barral.
123
representa el vínculo del padre de Lucio con Venezuela. Esta división de la pertenencia nacional
que propone el personaje cuestionaría la teoría sobre la identidad nacional que proponen Anthony
D. Smith y otros etnosimbolistas, quienes establecen que los miembros de una comunidad étnica,
aquella que da origen a la identidad nacional, comparten, entre otros rasgos, un origen histórico
(Ozquirimli, 2010). En cambio, aun cuando el padre de Lucio nació en Italia, revela otros rasgos
identitarios de Venezuela, hasta el punto de hacerles creer a los propios ciudadanos de este país,
durante su etapa política, que había nacido en Caracas. Por lo tanto, puede notarse cómo la
identidad nacional se relaciona más con la adopción y adaptación de los rasgos y su performance
que con el lugar donde nace la persona.
El cosmopolitismo en la novela también se evidencia en una amante casual de Lucio
llamada Wendy, cuya ascendencia coreana, rusa, estadounidense, noruega, africana y cheroqui
lleva a Lucio a afirmar que tener relaciones sexuales con ella “sería como acostare con la
humanidad” (p. 34). El protagonista, al referirse a Wendy, critica la creencia de que los
latinoamericanos son la raza cósmica81, debido a que “en los EE.UU. hace rato que las mezclas
empiezan a ser impredecibles” (p. 34). La plural descendencia de Wendy y la opinión de Lucio
sobre la amalgama de razas y descendencias en Estados Unidos revelan la realidad actual del
mundo globalizado, donde los constantes flujos migratorios y los intercambios culturales
propiciados, en gran medida, por los medios de comunicación, las industrias culturales y las redes
sociales, contribuyen a la difuminación de las identidades nacionales.
A pesar de su cosmopolitismo y su nacionalidad “extranjera”, la pertenencia en Lucio
representa un dilema sin aparente solución que lo afecta. Así se demuestra cuando viaja a Italia al
81
Este concepto fue popularizado por el escritor mexicano José Vasconcelos (1982) en su ensayo La raza cósmica:
misión de la raza iberoamericana, Argentina y Brasil, el cual plantea que los latinoamericanos portan la sangre de
las cuatro razas primigenias de nuestro mundo (amerindios, blancos, negros y asiáticos) producto del mestizaje.
124
funeral de su mamá, hecho ocurrido en la misma época en que Lucio sufría severos problemas
económicos y realizaba trabajos degradantes en los Estados Unidos. Mientras se encuentra en el
tren, el protagonista llora por el fallecimiento de su madre y por la difícil situación que vive en
Nueva York, por lo cual se pregunta si éste sería su lugar en el mundo. Las penurias sufridas
como inmigrante en los Estados Unidos y la muerte de su mamá, por lo tanto, llevan a Lucio a
cuestionarse por su pertenencia, por la ciudad donde debería vivir.
En ese momento, lo que el personaje siente pudiera vincularse a la condición del
expatriado que presenta Edward Said en su ensayo “Reflexiones sobre el exilio”: “Los
expatriados viven voluntariamente en un país extraño, normalmente por razones personales o
sociales (…) Los expatriados pueden compartir la soledad y el extrañamiento del exilio, pero no
sufren sus rígidas proscripciones” (2005, p.188). Al no estar obligado a vivir en un país
determinado porque no es un exiliado, el extrañamiento por no sentirse perteneciente a una
nación o lugar específico y la soledad que padece en el tren mientras recuerda a su madre, revelan
que el personaje, aun cuando haya vivido en muchos países y hable distintas lenguas, sufre por su
pertenencia dislocada, al igual que muchos migrantes de todo el mundo.
Este debate interior en el narrador igualmente puede relacionarse con los procesos de
desterritorialización y reterritorialización culturales. En “Tiempos, espacios y memorias del
desplazamiento” (2015), Maite Marín Salamero afirma que, si bien actualmente se habla de
desterritorialización refiriéndose a “la idea de que las cosas, las imágenes y las palabras se
desplazan por el espacio, fluctuantes, volantes, virtuales, por otro lado, se produce una fuerte
reterritorialización. El territorio cobra más importancia que nunca” (p.46). De esta manera se
pudiera aseverar que, sumado a la muerte de su madre, las experiencias traumáticas de Lucio en
Nueva York, ejerciendo como gigoló de una anciana entre otros trabajos indignantes, originan
que el personaje se pregunte por cuál es el lugar que más lo identifica y donde él debería vivir.
125
Así que el protagonista, cuyo cosmopolitismo pudiera hacer pensar que es un ciudadano universal
y que está totalmente adaptado a la desterritorialización, desea sentir que pertenece a un espacio y
no a cualquier país del mundo.
Puede observarse cómo la identidad nacional de Lucio está condicionada por la herencia,
al ser hijo de inmigrantes italianos, y por haber residido en muchos países durante su vida. La
lengua y la memoria de este personaje también demuestran cómo sus nacionalidades venezolana,
italiana y extranjera se hibridan y se superponen, complejizando su pertenencia. Estos aspectos,
sumados a la identidad multicultural de Wendy y el arraigo del padre de Lucio con Venezuela,
aun cuando no naciera en ese país, cuestionan el concepto de identidad nacional. Sin embargo, la
tristeza por la muerte de su madre y las frustraciones que sufre en su viaje a Italia por el
extrañamiento, la soledad y el deseo de hallar su lugar en el mundo, demuestran que a Lucio le
afecta su pertenencia dislocada.
4.2.2. La nostalgia incomprendida.
Las tesis de Belinda Téllez (2005) y Caroli Matheus (2017), comentadas anteriormente,
profundizan en los conflictos identitarios de José Luis con respecto a las confrontaciones,
encuentros e hibridaciones entre la cultura venezolana y española. Es decir, le han dado un lugar
central a la reflexión sobre la pertenencia. En este apartado, por consiguiente, voy a exponer
algunas de las conclusiones a las que llegan esas autoras sobre la pertenencia dislocada de José
Luis, y luego plantearé otras reflexiones producto de mi propia investigación.
En cuanto a la adopción de rasgos culturales españoles por parte del protagonista, Téllez
considera que “[e]l haber llegado tan joven a España amplifica su potencial para absorber
elementos culturales, lingüísticos e ideológicos del país de acogida y, simultáneamente,
disminuye su capacidad de mantener vínculos significativos con una identidad tersamente
126
venezolana” (2005, p.37). Así se observa cuando el protagonista narra la nostalgia que sus
hermanos mayores y sus padres sienten por Venezuela: “Yo no entiendo por qué lloran (...) Allá
siempre había moscas. Todo el año. Aquí solo en verano (...) Por eso no entiendo tanta nostalgia.
Yo no quiero volver a la ciudad de las moscas” (pp. 55-56). Se advierte entonces que el narrador,
al no haber vivido tanto tiempo en Venezuela, como sus padres y hermanos mayores, y al poseer
el recuerdo negativo sobre su patria por la gran cantidad de moscas que allí hay, le resulta más
fácil adoptar los rasgos identitarios españoles y olvidar elementos culturales de su país natal.
Otro aspecto relevante que menciona Téllez en su tesis consiste en la función que tienen
los miembros de la familia de José Luis, y sobre todo el padre, de transmitir la herencia
venezolana para que no se pierda. Resulta evidente en la novela las correcciones constantes al
vocabulario del protagonista para que mantenga el habla coloquial venezolana:
No digas coche, se dice carro.
No digas sandía, se dice patilla.
No digas gafas, se dice lentes.
No digas polla, se dice güevo.
No digas cortado, se dice marrón.
No digas cacahuete, se dice maní.
Carajo, que no digas, no digas, que no hables así, carajo. (p. 85)
Sin embargo, las correcciones del padre no tienen el efecto deseado porque, a medida que
transcurre la trama, el protagonista utiliza en su vocabulario más palabras comunes de Madrid
como “gilipollas” y “hostia”. No obstante, algunas palabras y frases típicas venezolanas sí las
mantiene como la expresión “chévere cambur”, sobre todo porque la relaciona con recuerdos
positivos sobre su padre: “Chévere cambur es chévere cambur. Es mi papá que regresa, es mi
papá cuando vamos a comer solomillo, es mi papá cuando le llevo una cerveza helada junto al
127
televisor” (p. 39). Más que la defensa de la jerga y el vocabulario venezolano, las correcciones
del padre de José Luis apuntan a que éste no olvide su pasado. Es decir, retomando la relación
que propone Gina Saraceni (2012) entre lengua y memoria, los recuerdos del protagonista sobre
su vida en la ciudad de las moscas se verán afectados por su absorción del acento y la jerga
madrileña. Por consiguiente, el “chévere cambur” del padre y sus correcciones a José Luis
representan un intento por salvar la memoria del niño que lo vincula con Venezuela.
La mezcla de elementos culturales tanto de este país como de España en los sueños de
José Luis es otro de los aspectos que destaca Téllez con respecto a la construcción de la identidad
de este personaje, a la que considera “una urdimbre tramada con hilos prestados, hebras dispares
y costuras inacabadas” (p. 55). En otras palabras, la identidad de José Luis estaría determinada en
gran medida por una trama de hilos de tradiciones, mitos y símbolos venezolanos y españoles.
Vale acotar que José Luis no comprende muchos de esos elementos culturales reflejados en los
episodios oníricos, como las palabras que recita Mariana en gallego, por lo cual la novela revela
que la interculturalidad afecta a las personas también de manera inconsciente.
En la tesis “La construcción de la memoria y la identidad en el personaje protagónico de
Una tarde con campanas de Juan Carlos Méndez Guédez” (2017), Matheus considera que José
Luis “siente angustia frente al cambio porque no sabe cómo adaptarse al nuevo ambiente y por su
corta edad, asume una actitud rebelde porque no entiende la situación que le tocó vivir” (p.46). Si
bien en la novela no resulta tan evidente que el protagonista exprese angustia por su falta de
adaptación a Madrid, salvo quizás su obsesión de matar hormigas en el baño, sí puede
corroborarse que él en ocasiones actúa con maldad sin estar plenamente consciente de ello,
arrepintiéndose en algunos momentos de sus actos, como la vez que le hizo una zancadilla a su
hermana pequeña Agustina. De hecho, José Luis expresa en un momento de la obra que, en la
otra ciudad, él se portaba bien y no hacía maldades.
128
Considerando los valiosos aportes de ambas tesis, voy a enfocarme ahora en otros
aspectos que he abordado a lo largo de este trabajo relacionados con la pertenencia. El primero de
ellos consiste en la representación del nacionalismo banal que, como expresa Billig (2002), se
encuentra presente en palabras cotidianas como “aquí”, “allá”, “nosotros” y “ellos” que recuerdan
continuamente a la patria y contribuyen a la construcción de la identidad nacional. Ese tipo de
nacionalismo se demuestra cuando José Luis habla de la tristeza que siente su familia hacia el
lugar donde vivían antes de migrar a España: “Dicen que tienen nostalgia, que recuerdan aquello
(así dicen siempre, aquello, para hablar de donde vivíamos antes), y que a pesar de todo somos de
allá” (p. 55). Puede notarse cómo las palabras “aquello” y “allá” tienen una connotación
sentimental para los padres de José Luis y para sus hermanos Augusto y Somaira, ya que
simbolizan a la patria que tanto extrañan.
Sin embargo, para el protagonista esas palabras funcionan más bien como un
distanciamiento con Venezuela, nación sobre la cual llega a asegurar que no siente nostalgia
alguna y que no desea regresar por la gran cantidad de moscas que hay en ella82. Al definir a
España como “acá” y a Venezuela como “allá”, el personaje inconscientemente se va alejando de
su país y, por lo tanto, de los rasgos que lo identifican con la nación de origen. Con esas palabras
que utiliza en su lenguaje cotidiano, José Luis establece una separación entre ambos territorios y
culturas que muy posiblemente lo lleve a considerar en un futuro a “acá” (adverbio que transmite
82
La relación de Venezuela (y se pudiera incluir también a América Latina) con un insecto aborrecido por las personas,
pudiera responder también a ciertos estereotipos del Tercer Mundo, en contraposición a Europa y Norteamérica, como
la vinculación de Latinoamérica con la barbarie. El uso de las moscas en la novela también puede vincularse con los
estudios de animalidad y biopolítica. Gabriel Giorgi (2014) afirma que “la cultura inscribió la vida animal y la
ambivalencia entre humano/animal como vía para pensar los modos en que nuestras sociedades trazan distinciones
entre vidas a proteger y vidas a abandonar, que es el eje fundamental de la biopolítica” (p. 10). Así que, al identificar
a una ciudad con las moscas, es decir, con “vidas a abandonar”, ésta se convierte en un lugar “a abandonar”. Por esta
razón, pudiera decirse que José Luis no siente deseos de regresar a su hogar en Venezuela.
129
cercanía) como el país que le pertenece, y a “allá” (adverbio que determina una separación y una
distancia) como la nación de la cual ya no forma parte y que sólo le quedan lejanos recuerdos.
Estas palabras en el vocabulario de José Luis también revelan cómo el acto del habla
performa los lugares y la pertenencia. En cuanto a esta condición de la lengua, Gina Saraceni
(2012) plantea: “La lengua madre es la primera memoria, en ella se hace audible aquello que de
la identidad es puro sonido porque allí donde la madre suena, la pertenencia es una posibilidad
sonora, un hecho de voz, una afectividad de la lengua” (p. 20). En el caso de José Luis, la lengua
materna (incluyendo la jerga, el vocabulario y el acento) representaba su arraigo con Venezuela.
Sin embargo, esa lengua madre se ve desplazada poco a poco por el vocabulario y el sonido del
acento madrileño y por la referencia a Venezuela como “allá”, lo cual modifica la representación
del país natal en su memoria, erosionando así su sentimiento de pertenencia a ese lugar.
Además, la afectividad de la lengua también se va transformando, ya que al nombrar a
Venezuela como “allá” genera una distancia emocional, la cual contribuiría a que no sienta la
misma nostalgia por su país natal que los adultos de su familia. En cambio, la cercanía afectiva
con “acá” se revela al final de la novela, cuando se muda a Salamanca con sus hermanos, ya que
José Luis asegura que extrañará a Madrid y no menciona a la ciudad de las moscas. De tal forma
que, retomando la propuesta de Moraña (2012) sobre el impulso afectivo como modelador de la
relación de la comunidad con su pasado, presente y futuro, pudiera aseverarse que los cambios en
la lengua de José Luis agudizan su desterritorialización, merman la relación afectiva con su
comunidad del pasado (su ciudad natal) y fortalecen su vínculo emocional con Madrid.
Así como José Luis no entiende por qué su familia siente tanta nostalgia por su patria,
tampoco comprende la xenofobia que sufren los venezolanos en España. Por ejemplo, estando en
una escuela de Madrid, José Luis intenta jugar al fútbol con sus compañeros de clase, pero hace
el ridículo y se burlan de él. Uno de los niños le grita que él es “un mulato bruto”, por lo cual
130
José Luis lo golpea salvajemente, aun cuando el propio protagonista confiesa que no sabe a qué
se refería con la palabra “mulato”. José Luis entonces se defiende del hecho de que lo hubieran
llamado “bruto” y no del insulto racista que no comprende, de manera que está defendiendo su
capacidad intelectual más que su identidad nacional. También hay que tomar en cuenta que el
fútbol representa un rasgo identitario de España con el cual José Luis no estaba familiarizado, ya
que en su escuela jugaba béisbol, mientras que el fútbol, por el contrario, lo termina repudiando.
El deporte constituye una de las formas más evidentes en las que se manifiesta la
identidad nacional. El Premio Nobel de Literatura, Albert Camus, dijo en una ocasión: “La patria
es la selección nacional de fútbol” (citado por Ávalos, 2014, p. 32), lo cual pudiera considerarse
cierto al ver el patriotismo que despierta en la población de un país cuando su selección juega el
Mundial. En el caso de Venezuela, el béisbol es el deporte más popular y José Luis disfruta
jugarlo: “Era sabroso oler el guante. Olía a cuero. Muy rico. Yo metía la nariz en mi guante y me
acordaba de todas las tardes cuando jugaba con Guaicaipuro o con Diego” (p.195). Además de
sus buenos recuerdos y del afecto a su guante, hay que tomar en cuenta que, tal como afirma
Johan Huizinga en Homo ludens, el juego es libertad: “El niño y el animal juegan porque
encuentran gusto en ello, y en esto consiste su libertad” (1995, p. 20). De manera que la libertad
que le produce el béisbol lo une más a su patria que, por ejemplo, la ideologización militar que
recibió en la escuela, mientras que el fútbol, al no saber jugarlo y al relacionarlo con las
humillaciones que sufrió, lo distancia de España.
Sumado a la xenofobia, la condición de migrantes ilegales que padecen tanto la familia de
José Luis como las ancianas y sus hijas (quienes también viven en el apartamento, aunque pasan
gran parte del día fuera de él), constituye otra de las penurias y miedos de estos personajes
durante su estadía en Madrid. Incluso en la novela narran algunas redadas policiales en las que
capturan indocumentados para deportarlos. Los personajes entonces pasan mucho tiempo en el
131
apartamento por miedo a que la policía los agarre, formando un gueto de venezolanos en ese
reducido lugar. Como señala Zuleta (2011), los guetos de inmigrantes son comunes en los países,
debido a que les ayudan a conservar las costumbres, tradiciones y otros rasgos culturales de la
patria. Asimismo, estas uniones de compatriotas producen nuevos modos de estar juntos por
medio de comunidades de sentimientos, es decir, grupos con los cuales sentimos e imaginamos
de forma conjunta (Appadurai, 2001), como las asociaciones de venezolanos en distintos países.
En el caso del apartamento donde vive José Luis, su familia mantiene costumbres
venezolanas (la mamá, por ejemplo, conserva una estampita de María Lionza en la cocina y el
padre no permite a José Luis que hable como un madrileño). El protagonista, sin embargo, al
relacionarse con otros niños españoles de la urbanización, como su amiga Mariana o sus
compañeros de travesuras Francisco y Chang, y al mirar programas de televisión españoles en el
apartamento, se va impregnando entonces de rasgos culturales de la nación de acogida, sobre
todo en el habla coloquial del madrileño, por lo que el “gueto” de venezolanos donde vive no
impide evitar su hibridación cultural.
Tras lo analizado en este subcapítulo, pudiera aseverarse que la pertenencia de los
personajes en Una tarde con campanas se encuentra en constante disputa. No obstante, estos
personajes adultos muestran un mayor arraigo con Venezuela que el protagonista, ya que el hecho
de que José Luis sea un niño facilita su asimilación de rasgos culturales españoles y su
adaptación a los procesos interculturales y globalizadores que padece. Incluso las constantes
correcciones de su padre para que no hable como un madrileño y la vida cual gueto de
inmigrantes de Venezuela en el pequeño apartamento, no son suficientes para que él asimile las
palabras y el acento español en detrimento del venezolano. El nacionalismo banal y la afectividad
de la lengua que puede percatarse en José Luis igualmente contribuye a que este personaje se
distancie de su lugar de origen. No obstante, como se verá en el subcapítulo 4.8.2., la nostalgia
132
por su pasado en Venezuela, aunque lo llegue a negar por su odio a las moscas, se manifiesta en
la evocación constante de sus recuerdos de este país.
4.2.3. Desarraigo, Venezuela queer y guerra escatológica
Desde el comienzo de Liubliana, puede observarse en Gabriel Guerrero una frágil
identidad y un desarraigo en torno a la pertenencia nacional. En varios momentos de la novela, el
protagonista se define como una persona sin grandes sueños ni ambiciones, que carece de una
vocación u horizonte que lo guíe en su vida. Afirma, igualmente, que su mayor aspiración fue
convertirse en un hombre común y que le daba igual ser héroe o villano. Esta percepción
decadente de un hombre que no sabe quién es o qué busca también se la manifiestan otros
personajes a Guerrero. Su esposa Elena, por ejemplo, cuando le pide el divorcio a Gabriel le
pregunta de manera retórica: “¿Quién coño eres? ¿Qué carajo eres?” (p. 294). También ocurre de
forma similar con su compañera de trabajo, Mariana, quien le critica a Guerrero su cobardía, su
ausencia de carácter, su indolencia y su falta de perspectiva.
Esta identidad indeterminada del personaje, caracterizada por la ausencia de una noción
sobre quién es y qué quiere en la vida, no lo lleva a la búsqueda de un lugar de arraigo con el que
pueda identificarse y otorgarle un propósito determinado a su vida. Para Anthony D. Smith, tal
como se señaló en el primer capítulo, la función principal de la identidad nacional consiste en
generar una “comunidad de historia y destino” (1997, p. 147), es decir, un pasado y un futuro
común para un grupo de personas con el cual el individuo pueda identificarse. Pudiera pensarse a
priori que una forma de llenar ese vacío existencial sería adoptando una sólida identidad nacional.
No obstante, el protagonista considera a Venezuela como un país en desgracia al cual
nunca quiso pertenecer ni se sintió parte de él. Gabriel expresa el fracaso de las instituciones
educativas venezolanas de crear arraigo en los alumnos, ya que ese país que sus profesores
133
exaltaban con orgullo, no correspondía con la realidad: “Nosotros, los estudiantes del Cristo Rey,
y los de todos los colegios de Venezuela en los años noventa, éramos representantes de una
nación aérea, de un no-lugar, de una especie de fantasía animada” (p. 35). Considerando el
concepto de nación utilizado en esta tesis, Guerrero está proponiendo que su generación no siente
que pertenece a una cultura unificada y no comparte recuerdos colectivos comunes, por lo cual
fracasa todo intento de construir una identidad nacional. Incluso el protagonista no se considera
ni siquiera caraqueño, ya que llega a decir que, para él y los demás jóvenes que vivían en su zona,
la urbanización de los Chaguaramos, adyacente a Santa Mónica, constituía “parte de otra
república” (p. 11). Esto a la vez indica que dentro de la nación hay varias naciones que, en el caso
de las grandes ciudades, se relacionan con las urbanizaciones.
Guerrero no sólo critica y manifiesta su desarraigo con su patria sino también reprocha la
actitud de los venezolanos pertenecientes a la diáspora. Así se demuestra cuando él y Elena están
cenando con sus amigos Adriana y Ramiro quienes, según el protagonista, tenían “el defecto
inevitable de los venezolanos en el exilio: Venezuela era una mierda, el país no servía para nada,
todos los venezolanos eran unos pendejos excepto ellos” (p. 102). Si bien Gabriel también
reprocha en muchas de sus reflexiones la situación política de Venezuela, le aburre hablar de ese
tema con otros compatriotas. De tal forma que el protagonista tampoco se siente parte de las
comunidades de venezolanos en la diáspora que intenta desahogar sus penas por el país83. Al
contrario, él prefiere evadir temas de conversación vinculados con su nación, mostrando así el
poco arraigo que tiene con ella.
Como se pudo observar anteriormente, el personaje de Fedor también evita cualquier
conversación sobre Venezuela: “A Fedor no le gustaba hablar de Caracas. Venezuela era una
83
A lo largo de la historia se han construido comunidades en el exilio que influyen en la organización espacial de
muchas ciudades grandes y que hoy en día tienen su correspondiente en las redes sociales.
134
mierda, no había más que decir” (p.201). Sin embargo, a diferencia de Guerrero, quien no se
identifica con rasgos culturales de España, Fedor sí va absorbiendo, a medida que transita la
novela, el habla coloquial madrileña, de manera incluso más notoria que José Luis en Una tarde
con campanas. Por ejemplo, en uno de los reencuentros de Fedor con Gabriel en Madrid, el
protagonista dice que su amigo “había logrado adaptarse por completo a la lógica castellana. Se
apropió sin conflicto del tiempo verbal antepresente, el vocabulario, las eses y las interjecciones
airadas. Entre nosotros, sin embargo, persistía la jerga. Conmigo no fingía” (p. 202). La
conservación del habla coloquial caraqueña en Fedor, no obstante, desaparece al final de la
novela cuando Guerrero, luego de haber vivido en Venezuela y de haber sufrido dos infartos, se
encuentra con su amigo en Madrid durante la escala de su viaje a Liubliana:
“¡Joder! —dijo de repente—. ¡Un fantasma! ¡Gabriel Guerrero!”. Pensé que diría las
invectivas comunes, las frases de rigor: ¡Una güevonada!¡Marisco!¿Cómo está la vaina?,
pero su reacción fue diferente. Engulló la cerveza y me palpó la espalda. “¡Chaval, qué ha
sido de tu puñetera vida!” (...) No teníamos nada en común, ni siquiera hablábamos la
misma lengua (...) Yo no conocía a ese hombre llamado Fedor. (p. 320)
Se evidencia de esta manera cómo la pertenencia y la memoria del personaje se esconde
en la lengua y el acento. Fedor quiere olvidar a Venezuela y por eso adopta la jerga española
como sustitución de la lengua materna, borrando así cualquier vinculación afectiva con su tierra
natal y su pasado. A diferencia de José Luis, él no absorbe rasgos identitarios de España por el
hecho de haber vivido poco tiempo en Venezuela ni por tener pocos recuerdos de ese país, porque
Fedor migró a Madrid siendo un adulto. Así que, debido a su rechazo visceral a Venezuela y a su
sociedad, él prefiere identificarse con el lenguaje y la cultura de España, suplantando de este
modo su frágil identidad nacional venezolana por la española.
135
Cabe señalar también que Fedor se vuelve un acérrimo fanático del Real Madrid.
Considerando que el fútbol genera un exaltado patriotismo y que ese equipo es el más
representativo de la españolidad84, ser hincha de ese club no sólo representaría para el personaje
formar parte de una comunidad de sentimientos con la que mantiene gustos e intereses comunes
(Appadurai, 2001), sino que contribuiría en gran medida a distanciarse de Venezuela y a
solidificar su vínculo emocional con la nación española. Su fanatismo hacia el Real Madrid sería
entonces contrario a la pertenencia de guetos de extranjeros en una nación, ya que él busca borrar
su identidad venezolana por completo.
Además del desarraigo de Gabriel y el aumento progresivo de Fedor por adoptar rasgos
culturales españoles, puede observarse que la pertenencia a Venezuela en Liubliana se disloca
cuando el protagonista se reúne con un personaje apodado “Diablito” en el Club de los Poetas
Publicistas en Madrid85. Ese lugar consiste en un local nocturno queer, iluminado por luces de
neón con los colores del arcoíris y decorado con afiches de actores de Venezuela de las décadas
de 1980 y 1990, donde también suena música pop venezolana de esa misma época, por lo cual da
la impresión de ser, según el narrador, “un inventario kitsch de las vergüenzas y olvidos de
Venezuela” (p.73). Allí, asimismo, varias personas suben una detrás de otra a la tarima a recitar
eslóganes publicitarios venezolanos de las décadas de los ochenta y noventa.
En ese club se puede observar cómo una de las formas de pertenencia que trasciende lo
nacional, como lo sería la cultura queer, se mezcla con la cultura pop venezolana de la época
decadente que llevaría al ascenso de Hugo Chávez al poder. De manera que la comunión de
84
Si bien el Barcelona FC, en el ámbito futbolístico, pudiera considerarse a la altura del Real Madrid, el equipo de
Cataluña ha solido tener una postura separatista. Por ejemplo, Josep Guardiola, técnico más exitoso de la historia de
ese equipo, ha manifestado públicamente su apoyo a los políticos independentistas radicales de su país. En cambio,
el Real Madrid ha sido criticado en numerosas ocasiones por haber simpatizado con Franco.
85
El motivo de esa reunión se debe a que “Diablito” tiene información relevante acerca de Javier, el colega del
protagonista que fallece en circunstancias misteriosas.
136
rasgos identitarios venezolanos de los ochenta y noventa se entrelazan con elementos de la
cultura queer en el ambiente del lugar, donde travestis y homosexuales venezolanos recuerdan
con burla, pero también con nostalgia, el pasado reciente de su país. Pudiera afirmarse entonces
que el Club de los Poetas Publicistas refleja el argumento de García Canclini en cuanto a que las
preguntas por lo nacional y la identidad no se borran a pesar de las migraciones (como se observa
en la novela en los travestis y homosexuales venezolanos en Madrid), los medios de
comunicación y las industrias culturales. Incluso los productos de esas industrias, como la música
y cultura pop venezolana de décadas anteriores, puede generar arraigos en lo nacional.
Por último, vale mencionar igualmente que en Liubliana se trastoca también la identidad
latinoamericana, mediante el personaje del Indio Aurelio. En cuanto a su rol en la trama, este
personaje ayuda a Gabriel a conseguir unas pistas sobre una ONG que realiza tráfico de menores
de edad. El narrador define a este personaje como “un americano impreciso. No tenía
nacionalidad. Era un hombre sin raíces, sin patria, sin conflicto identitario. Sus modismos
universales no permitían atribuirle un origen. Sus rasgos indígenas contrastaban con su marcado
acento castellano” (pp. 174-175). Aurelio aprovecha su desterritorialización para hacerse pasar
por miembro de tribus indígenas marginadas con la finalidad de que personas millonarias donen
dinero para ayudar a pueblos desahuciados de Latinoamérica.
Además de carecer de una identidad nacional y valerse de ello para realizar su trabajo, el
Indio le plantea a Guerrero que la única manera de que América Latina prospere es destruyéndola
para que luego renazca. Aurelio le cuenta al protagonista que tal destrucción ocurrirá por medio
de un conflicto bélico entre los países latinoamericanos. En esa guerra, afirma en tono burlón,
habrá una crisis de armas, por lo cual “[l]os líderes políticos se darán cuenta del potencial bélico
de la mierda y, más aún, de su bajo coste de producción” (p. 185). Por consiguiente, prosigue
Aurelio, habrá batallas de heces fecales y una total destrucción de los países hasta que llegue la
137
paz y se construya “la imagen de una nueva América en la que todos seremos hermanos sin
importar los orígenes, el color de la piel, la posición social, el partido político y el género. Será el
fin de las fronteras. La mierda será nuestra igualadora social” (p. 186). Más allá del relato
bromista y escatológico del Indio, en el fondo el personaje propone que América Latina está
definida por la miseria, simbolizada por el excremento en su relato, y que la única solución
posible para crear una sólida identidad latinoamericana consiste en que todo este territorio llegue
al grado máximo de miseria para empezar de nuevo.
Recopilando lo expuesto en este apartado, la identidad nacional resulta trastocada, aunque
de distintas maneras, en la personalidad indeterminada y desarraigada de Gabriel Guerrero, en los
intentos de Fedor por suplantar la identidad nacional española por la venezolana, en el coctel de
referencias queer y símbolos de la cultura pop venezolana de las décadas de 1980 y 1990 en el
Club de los Poetas Publicistas, y en la desterritorialización y negación de la identidad
latinoamericana encarnada en el Indio Aurelio.
Puede observarse también que la pertenencia nacional que proponen las tres novelas se
encuentra en disputa de diversas maneras. Por ejemplo, la relación entre lengua y memoria
resulta muy evidente en todas ellas. La lengua venezolana se encuentra dislocada en Lucio por
continuas frases en inglés, italiano y otros idiomas, lo cual no sólo representa el cosmopolitismo
del personaje, sino que igualmente refleja una memoria en la que sus recuerdos en los distintos
países se entrecruzan, evidenciando una nacionalidad híbrida en la que confluyen rasgos
identitarios italianos, venezolanos y extranjeros (de todos los lugares y de ninguno a la vez). En
José Luis la lengua de “allá” y la memoria sobre ese país se encuentra amenazada ante los
elementos culturales que absorbe de “acá”, en especial la jerga y el acento. Su padre intenta que
él mantenga la lengua venezolana, pero, a medida que transcurre la novela, José Luis utiliza más
expresiones españolas, erosionando así sus recuerdos de Venezuela. En el caso de Fedor, a
138
diferencia de José Luis, quien no está plenamente consciente de su españolización, decide hablar
como un madrileño para ir borrando su identidad nacional y la memoria de su pasado en
Venezuela, hasta el punto de que Gabriel lo considera otra persona la última vez que se reúnen.
Cada novela, además, presenta otros cuestionamientos a la pertenencia a Venezuela. En
Retrato de un caballero, se demuestra que la identidad nacional, más que estar determinada por el
lugar donde nacen las personas, se manifiesta mediante la internalización y el performance de un
número de rasgos. De manera que ese tipo de identidad correspondería más a una actuación que a
una esencia de las personas. Las otras dos novelas, por su parte, revelan por medio de las
acciones y comportamientos de José Luis y Fedor cómo la pertenencia nacional está influenciada
en gran medida por el deporte86. Incluso pudiera decirse que, en algunas ocasiones, la vinculación
emocional pasa más por un evento deportivo que por la adopción de rasgos culturales o
históricos. Una tarde con campanas también evidencia cómo los migrantes tratan de conservar su
pertenencia nacional formando guetos en el extranjero, mientras que Liubliana muestra la
desarticulación casi total de la identidad nacional en el Indio Aurelio y cómo los migrantes
forman comunidades en el extranjero que relacionan lo nacional con otras formas de pertenencia,
como ocurre en el Club de los Poetas Publicistas.
4.3. El reencuentro con el origen
El hecho de que vivamos en un mundo interconectado por la tecnología, donde podamos
atravesar continentes por avión en tan sólo unas horas y comunicarnos con nuestra familia por
Skype y WhatsApp sin importar el lugar donde esta se encuentre, no significa que la añoranza de
En Retrato de un caballero hay una crítica al fútbol y el patriotismo que éste genera, ya que Lucio expresa: “No
entiendo cómo en la culta Europa puede prestarse atención a unos peludos que patean pelotas y creen que con eso
hacen patria” (p. 189). Su padre, al contrario, defiende este deporte. No se incluyeron estas reflexiones en el análisis
porque Lucio y su padre no manifiestan patriotismo o vinculación emocional con su patria por medio del deporte, a
diferencia de los personajes de José Luis y Fedor.
86
139
la tierra natal y, sobre todo, del hogar haya desaparecido en el migrante contemporáneo. La
nostalgia por la morada que representa el lugar de origen, el inicio de la memoria, puede
relacionarse con la reflexión que hace Edward Said sobre el exilio: “Es la grieta imposible de
cicatrizar impuesta entre un ser humano y su lugar natal, entre el yo y su verdadero hogar: nunca
se puede superar su esencial tristeza” (2005, p. 179). En el caso de los tres protagonistas de las
novelas analizadas, esa grieta está representada por la herencia familiar y cultural, los recuerdos
de la vida en Venezuela y la relación de amor-odio con sus raíces, las cuales no sólo les causan
tristeza, sino también otras emociones como miedo o rabia. Sin embargo, como se mostrará en
los siguientes apartados, cada protagonista tiene su propia herida incurable con su origen que lo
diferencia de los otros personajes.
4.3.1. Lucio enamorado y la redención con su patria.
A lo largo de Retrato de un caballero, Lucio manifiesta su condición de cosmopolita a través de
sus migraciones y de sus viajes constantes, de su lenguaje colmado de expresiones y palabras en
italiano e inglés y de sus gustos heterogéneos por el arte de diversas épocas y países; lo cual
pudiera hacer pensar que no tiene interés alguno por su identidad nacional o que su identidad es
este tránsito entre lenguas, culturas y espacios. Sin embargo, el hecho de que él se pregunte cuál
es su lugar en el mundo, sumado a la nostalgia por Venezuela y las conversaciones con su padre
sobre su pasado, revela una preocupación por la pertenencia.
A pesar de su admiración por Nueva York y Salamanca, Lucio es incapaz de
desvincularse del país natal. Por ejemplo, el protagonista reflexiona sobre el pesar que le produce
lo que ocurre en Venezuela y cómo el hecho de vivir en Manhattan no le había curado ese
sufrimiento: “Pasaba por alto que uno quiere sin justificaciones ni habilidad de razonar, amo quia
140
absurdum87 tendría que proclamarse cuando nuestro país nos decepciona o sabemos que
sacaremos nada de la fidelidad” (p. 24). En estas palabras del protagonista se muestra su lazo
afectivo con Venezuela que va más allá de cualquier comprensión racional y de cualquier
identidad nacional impuesta. Quiere a ese país incluyendo todo lo absurdo o incomprensible que
hay en él, pero al mismo tiempo rechaza, entre otros aspectos, al chavismo y la destrucción que
este movimiento político, según Lucio, ha hecho del país.
Puede resultar paradójico que otro de los momentos de la novela donde Lucio reflexiona
sobre su pasado en Venezuela y el posible lugar donde vivirá en el futuro sea durante las sesiones
de una secta a la que participa. Antes del episodio de la carta de Bolívar, Lucio llega a formar
parte de un círculo o culto en el cual un grupo de adultos se reúne alrededor de la pintura Portrait
of a Young Man de Bronzino, ubicada en el Museo Metropolitano de Arte (MET) en Nueva York,
para contemplarla en silencio. Podría decirse que esta secta representa una comunidad de
sentimiento debido a que sus miembros comparten una identidad colectiva de fascinación por esa
pintura. Así que la secta no debería tener relación alguna con generar reflexiones sobre la
identidad nacional en sus miembros. Sin embargo, Lucio confiesa que esas sesiones de
contemplación propician en él una reflexión sobre su patria:
Pensaba en mi vida: un país lejano al que se lo tragaban las tinieblas; amigos de los que
no recuperaba más que la nostalgia; mi madre, por supuesto, que nunca me dijo que se
moriría (y a la que había imaginado, por eso, inmortal) (...) ¿acabaría con mis huesos en
Italia?; si no, ¿cómo iba a ser el resto de mi existencia en Nueva York? (p. 104).
De modo que detrás de su personalidad picaresca e intelectual se esconde un ser que
extraña a su madre, a sus amigos y a Venezuela, país al que además le expresa su dolor por el
87
Amo el absurdo.
141
deterioro que ha padecido durante el chavismo. La reflexión sobre su futuro y su muerte también
revela una preocupación por su dislocada pertenencia, ya que no sabe si sería más feliz en Italia,
el territorio de sus ancestros, o en Nueva York, donde no termina de hallar una vida estable.
Sumado a la nostalgia que siente cuando contempla el cuadro de Bronzino, el viaje a Italia
para asistir al funeral de Bella, su mamá, igualmente representa un episodio donde el protagonista
se encuentra con su pasado. En ese viaje Lucio asegura: “Me sentí viejo de pronto, luchando con
la memoria” (p.77). Esta disputa con su pasado se puede relacionar con la concepción de
memoria que abordan Rosa, Bellelli y Bakhurst: “Las memorias no son fijas, sino recreaciones
del pasado que nos producen un sentido de continuidad, un sentimiento de ser una entidad con
pasado y con futuro” (2000, p. 45). El viaje a Italia significaría entonces para Lucio darse cuenta
de que su vida no es un evento tras otro, un conjunto de situaciones picarescas yuxtapuestas, sino
una continuidad donde el pasado repercute en el presente y en el futuro. El reencontrarse con el
pasado lleva entonces a Lucio a sentirse más viejo y maduro, a concientizar sus experiencias
vividas y a intentar descubrir, por medio de su memoria, quién es.
Además de ir al funeral de Bella, el protagonista visita distintas ciudades de este país,
rememorando no sólo a su madre, sino también a esos lugares que conoció en su infancia, como
la vez que visitó de niño, junto a sus padres, a sus abuelos quienes vivían en Pisa. Cuando tiene
que regresar a Nueva York, define su estadía en Italia como “una inmersión en la Toscana de mis
muertos”. Al asumir que sus ancestros le pertenecen, está reconociendo que el legado de ellos
vive en él, por lo cual Lucio se convertiría en el heredero de su familia italiana. Ese rol que
adquiere el protagonista pudiera relacionarse con el siguiente planteamiento de Eduardo Cohen:
Llegado un momento somos más nuestros muertos que nuestros vivos. Con cada ser
amado que muere nosotros mismos morimos un poco, es cierto; pero también es cierto
que ellos comienzan a vivir en nosotros de un modo que jamás hicieron en vida (supongo
142
que ha de ser porque no podemos defendernos de su ausencia como lo hacíamos de su
presencia). (Citado por Cohen, 1999, p. 79)
La mamá de Lucio sigue viviendo en la memoria de su hijo y éste decide tomar su legado
al reconocer a todos sus ancestros como “mis muertos”. El protagonista se da cuenta de que su
pertenencia a Italia se debe a un legado familiar que le dejó su madre, el cual Lucio no menciona
pero puede inferirse que se trata, entre otros aspectos, de costumbres y valores que ayudaron a
formarlo como ser humano. Los recuerdos sobre su madre y el legado que hereda se mantendrán
vivos en la memoria del protagonista, aunque no inertes; por el contrario, serán inevitablemente
intervenidos, modificados, hasta que sean traspasados al próximo heredero.
Así como el viaje al funeral de su madre traslada al protagonista a confrontarse con sus
vínculos identitarios con Italia, la visita a su padre, don Lucio, en Salamanca llevará al narrador a
recordar a su país natal. Durante esa estadía, el protagonista conversa con su padre quien nombra
constantemente a Venezuela, debido a la alta estima que le tiene a este país. Incluso don Lucio
afirma que se autoexilia de esa nación “porque no aguantaba ver cómo lo que había costado
medio siglo levantar en el país se desmoronaba en unos cuantos años, y a trompicones” (p. 180).
El padre del protagonista huye del país con el cual se siente más identificado, porque no quiere
presenciar la destrucción de aquella nación a la que ayudó a construir en la era democrática. Así
que pudiera asegurarse que desea conservar su identidad nacional por medio de la memoria de
aquel país al que ayudó a edificar, rechazando de este modo a la Venezuela del chavismo.
A pesar de que don Lucio quiere vivir sus últimos años en Salamanca, le pregunta a su
hijo por qué no regresa a Caracas. Lucio le responde que, más que el chavismo, no quiere
regresar a ese lugar porque le da miedo, “porque tengo la impresión de que la ciudad ya no está
allí. Si vuelvo puedo descubrir que no existe o que sus restos han estado siempre conmigo, cosa
mentale” (p. 179). El protagonista entonces, más que tristeza, prefiere no cruzar la grieta que lo
143
distancia de su hogar por miedo a que ese lugar no sea el mismo que pervive en su memoria. Al
igual que su padre, sabe que esa ciudad no se corresponderá con los recuerdos que tiene sobre
ella. Su vínculo con Venezuela yace, sobre todo, en los recuerdos de su infancia y juventud.
El miedo de Lucio a su regreso a Caracas igualmente puede vincularse con el papel de la
memoria colectiva88 en la construcción de la identidad nacional. Considerando que los rasgos
identitarios de un país permanecen gracias a que las distintas generaciones de esa sociedad los
recuerdan y se los enseñan a sus hijos, la memoria colectiva va modificando con el pasar de los
años los rasgos de la identidad nacional. En otras palabras, “la memoria de los grupos conserva el
pasado a través de los procesos de selección e interpretación: la memoria es, por ello,
reconstrucción” (Jedlowski, 2000, p. 123). Asimismo, se debe considerar que “[e]l regreso a la
patria desata la experiencia de la extrañeza porque el espacio que se reencuentra, su topografía y
nomenclatura, produce significados ilegibles para los padres que se sienten descolocados
y fuera de lugar” (Saraceni, 2012, p. 60). De manera que regresar a Caracas luego de tanto tiempo
pudiera suponer para Lucio, además que los lugares y las personas con que frecuentaba en
Caracas ya no existen o se han vuelto irreconocibles, que rasgos de su identidad nacional no se
correspondan a los rasgos de los venezolanos de la actualidad. Por ejemplo, la jerga caraqueña
puede ser muy distinta a la de Lucio, los platos típicos que él solía comer quizás ya no las haya
por la escasez de alimentos y tal vez los lugares culturales a los que frecuentaba estén repletos de
propaganda chavista. Así que prefiere no volver para conservar la Caracas de su memoria.
La relación del protagonista con Beatriz también pudiera representar un reencuentro con
su patria. Luego de haber tenido muchas amantes por años, Lucio llega a Salamanca y tiene un
88
Como se explicó en el primer capítulo, la memoria colectiva puede entenderse como el conjunto de recuerdos que
comparte un grupo social y “la transmisión oral e informal del pasado del grupo de pertenencia del sujeto” (Páez,
Valencia, Besabé, Herranz y González, 2000, p. 385).
144
romance con Beatriz, una muchacha caraqueña de veintitrés años (mientras que él tiene casi
cincuenta) que estudia filología hispánica en la universidad. Ella, además, es hija de su amigo
Virgilio, quien trabaja como mesonero en un restaurante de esa ciudad. Lucio incluso se enamora
de ella hasta el punto de que la considera la única mujer con la que se había imaginado teniendo
hijos. De modo que Beatriz pudiera encarnar para Lucio su patria idealizada que añora pero que
sabe que sólo existe en su memoria. El deseo de tener una familia con ella representaría, a su vez,
la perpetuación de esa Venezuela que, a pesar de su vida cosmopolita, termina constituyendo una
parte esencial de su identidad. Por consiguiente, a pesar de su herencia italiana, quiere que los
próximos herederos de su legado, es decir, sus hijos, sean venezolanos.
Puede observarse que el vínculo de Lucio con Venezuela e Italia está determinado en gran
medida por su herencia. En el caso de la nación europea, durante su viaje al funeral de su madre,
el narrador concientiza que su vida es una continuidad de ese pasado que, además de los
recuerdos, está influenciado por el legado de su mamá y de sus ancestros de la Toscana,
convirtiéndose así en el heredero de esa familia. Con respecto a Venezuela, admite su miedo de
regresar porque sabe que la Caracas de hoy en día no es la misma que la de su memoria. Prefiere
entonces conservar la grieta que lo distancia del hogar en vez de cruzarla y ver que ese hogar ya
no existe. Se evidencia entonces que su vínculo con este país pasa por lo afectivo que, tal como
afirma Mabel Moraña (2012), modela la relación de la comunidad con su pasado, presente y
futuro. En la novela, Beatriz sería la que termina de darle sentido a esa vinculación con su
comunidad venezolana en el futuro. Al imaginarse teniendo hijos con ella, puede inferirse que el
protagonista desea que sus descendientes sean venezolanos más que ninguna otra nacionalidad.
145
4.3.2. José Luis y el silencio de las campanas.
Pese a que José Luis manifiesta que no entiende por qué su familia siente tanta nostalgia por la
ciudad de las moscas, él también expresa su añoranza por el lugar donde nació. En muchas partes
de su narración, el protagonista rememora su pasado y en algunos momentos declara que le
gustaría volver a él. Por esa razón pudiera establecerse que, así sea de manera inconsciente, al
recordarse de personas venezolanas que le gustaría ver de nuevo y de episodios en esa ciudad que
quisiera revivir, José Luis revela la nostalgia por su lugar de origen que, al igual que Madrid,
forma parte relevante de su identidad afectiva.
Uno de los personajes con el que el protagonista quisiera reencontrarse en Venezuela es
Manuel, un amigo de Augusto. Un día Manuel se gana un carro que, según José Luis, era verde y
brillante como una manzana. No obstante, estando borracho, estrelló el auto contra un aviso y no
hubo forma de repararlo. Luego de narrar esa historia, José Luis asegura: “Es raro, pero pienso en
el carro verde y en mi amigo Manuel y algunas veces quisiera estar allá para reírme de mi amigo,
cada madrugada contemplando su carro que ya no parece una manzana brillante, sino una pasa”
(p.20). Considerando que “[e]n gran medida, la memoria funciona como un músculo
involuntario, independiente de nuestras órdenes conscientes” (Portelli, 2013, párr.2), cuando José
Luis dice que le parece “raro” que recuerde el carro de Manuel, expresa su extrañeza ante la
intensidad de un recuerdo que él pensaba menos importante de su pasado. Así que, a pesar de no
entender por qué sus familiares tienen tanta nostalgia por su país, parte de la memoria del
narrador sigue anclada a esa nación, aun cuando él no quiera recordarla voluntariamente.
José Luis también relata otros recuerdos que representan su añoranza por la otra ciudad,
bien sea porque le generan alegría o tristeza. Rememora con entusiasmo, por ejemplo, cuando
jugaba béisbol con su guante y cuando Manuel lo montaba en sus hombros durante las navidades
en Venezuela. Otros recuerdos le causan desconsuelo, como su pupitre de la escuela de la otra
146
ciudad, al cual se lo imagina vacío y le da pesar. Además de notarse la nostalgia hacia rasgos
específicos de la identidad nacional venezolana, como lo serían las tradiciones navideñas y la
mencionada afición por el béisbol, se distingue cómo objetos específicos conectan al narrador
con recuerdos y sensaciones del pasado. Por ejemplo, pudiera considerarse a su guante como uno
de “esos objetos cargados de signos, de historia, de memoria, de ternura, de miedos que nos
acompañaron en nuestras travesías, en las huidas, en los viajes” (Meloni, Saiegh y González,
2017, p.11). Su guante se transforma entonces en un material cargado de historia que sirve de
medio para acceder a sus alegrías del pasado, mientras que el pupitre vacío también representaría
un objeto que porta historia pero, en este caso, traslada a José Luis a una sensación de tristeza.
Así como el protagonista relata estos episodios nostálgicos, también habla sobre hechos y
personajes de Venezuela que repudia. Además de su odio por las moscas, otras situaciones
desagradables en ese lugar son las peleas que tuvo su familia con unos vecinos chavistas de
apellido Serrano. La primera de esas trifulcas ocurrió entre el padre de José Luis y dos de los
Serrano que quisieron robarle unas cadenas de oro, pero él no se dejó y los golpeó fuertemente.
No obstante, el episodio más traumático fue cuando los Serrano quisieron quemar la casa de José
Luis, hasta que Manuel los salvó gracias a que traía una pistola que ahuyentó a los delincuentes.
Esta memoria traumática sobre su vida en Venezuela se relaciona con los motivos de
muchos venezolanos para huir de su nación. Una de esas razones es la delincuencia que, como
afirma Páez (2015), ha convertido a Venezuela en “uno de los países con mayor inseguridad y
decenas de miles de homicidios por años, que dan cuenta del escaso valor que posee la vida” (p.
50). De hecho, luego del último enfrentamiento con los Serrano, la madre de José Luis le dice a
su familia que deben huir de Venezuela. Así que, sumado a la razón que expresa Augusto sobre el
militarismo chavista, la inseguridad de su familia debido a la confrontación con los delincuentes
constituye otro motivo por el cual deciden irse a España. Así que los recuerdos de José Luis
147
reflejan la relación de amor-odio que tienen los migrantes venezolanos de los últimos veinte años
con su país, en la cual la añoranza por las comidas típicas, las tradiciones navideñas, el béisbol y
las bellezas naturales como El Ávila y las playas venezolanas se mezclan con los recuerdos
traumáticos como robos, secuestros, violaciones, asesinatos y otras situaciones trágicas.
Además de esas reminiscencias que tienen connotaciones positivas y negativas en el
protagonista, el sonido de las campanas se convierte en un hecho muy significativo para José
Luis (que a su vez es la razón del título de la novela) debido a que en Venezuela le evocaba
momentos felices, pero en Madrid lo relaciona con un episodio vergonzoso. Es decir, las
campanas se convierten en objetos cargados de historia y de memoria que, a diferencia del guante
y el pupitre, su significado es maleable. En la ciudad venezolana, cuando las campanas sonaban,
su papá y sus hermanos regresaban a su casa y comenzaba su programa de televisión favorito, por
lo cual ese sonido era motivo de alegría. Al contrario, cuando las campanas suenan en Madrid, se
acuerda del momento en que le lanzó un tomate podrido a un vecino con deficiencias mentales y
Mariana, quien lo observaba mientras se escuchaban las campanas, se molesta con José Luis y no
le habla por un tiempo. De modo que la pertenencia en el protagonista igualmente se relaciona
con la rememoración de la materia sonora. Retomando el argumento ya citado de Gina Saraceni
(2012), al estar la memoria vinculada al oído, no sólo la lengua resulta determinante en el acto de
recordar, sino también los sonidos, tal como se evidencia en José Luis.
La alteración en el significado que le produce al narrador el sonido de las campanas
también refleja lo cambiante y volátil que pueden ser los rasgos que identifican a una persona con
un lugar y un tiempo determinado. Además, muestra la inestabilidad misma del concepto de
pertenencia nacional y cómo esta se reformula constantemente según la experiencia de cada
individuo. El sonido de las campanas deja de ser un rasgo que vincula al protagonista con su vida
en Venezuela, es decir, que formaba parte de su identidad nacional, para convertirse en materia
148
sonora que altera su afectividad y sus emociones. Esto también demuestra que los
acontecimientos que van modificando las memorias de las personas pueden afectar el vínculo
identitario que tienen con la nación, revelando así la fragilidad de la identidad nacional no sólo en
la sociedad de un país, sino incluso en una sola persona.
A pesar de los numerosos recuerdos de José Luis sobre Venezuela, al final de la novela,
cuando se muda a Salamanca con Augusto y Somaira, asegura que extrañará a sus padres, a
Agustina y a sus amigos de Madrid, pero no menciona a la ciudad de las moscas. Si bien existe la
memoria involuntaria, hay que destacar que uno suele acordarse de “aquello que sirve para algo
en el curso de las acciones presentes. En este sentido, el recuerdo es importante, pero también lo
es el olvido, que de este modo podríamos considerar como la no activación de los rastros del
pasado existentes” (Rosa, Bellelli y Bakhurst, 2000, pp. 44-45). De manera que pudiera
establecerse que José Luis olvida a Venezuela en su trayecto a Salamanca porque, en ese
momento, Madrid tiene más significación, debido a que ahí se encuentra la gente que más quiere.
Además, confiesa que le gusta Mariana y que quisiera regresar para volver a abrazarla. De tal
forma que son esos personajes los que motivan al protagonista a querer regresar a Madrid, más
que la ciudad en sí misma o los rasgos identitarios vinculados a ella.
Pudiera aseverarse entonces que la identificación de José Luis con las ciudades donde ha
vivido está determinada, principalmente, por las personas a las que les tiene afecto y por los
recuerdos vinculados a ellas, más que por la memoria de rasgos propios de la identidad nacional
como la cultura, el territorio, el lenguaje y las costumbres del lugar. Sin embargo, para este
personaje también cobra importancia la carga histórica y de la memoria que portan los objetos, en
especial las campanas, el guante de béisbol y el pupitre vacío, los cuales trasladan a José Luis a
emociones y situaciones de su pasado.
149
4.3.3. Gabriel y el pasado maldito que siempre retorna
De las tres novelas abordadas, Gabriel Guerrero es el protagonista que más reflexiona y revive su
pasado. Lucio comenta muy poco de cómo era su vida en Caracas y José Luis recuerda
específicos episodios acontecidos en la otra ciudad. En cambio, el personaje principal de
Liubiana recrea con detalle la Santa Mónica de la década de 1990 y comienzos del nuevo
milenio. Describe, por ejemplo, las calles que componen la urbanización; los negocios más
relevantes y sus dueños; personajes emblemáticos del lugar, como el viejo relator de historias
Enrique Vivancos; y el edificio donde vivía el protagonista, llamado el Inírida, incluyendo a las
personas que vivían en él, como sus amigos Alejandro, Martín, Fedor y Atilio.
Guerrero, además, se queja constantemente de su pasado, al cual repudia: “Mi infancia fue
una mierda” (p. 9), “[e]l pasado es una mancha” (p. 9), “[e]l pasado también era mi enemigo” (p.
169), “[y]o sabía que esa ciudad estaba maldita” (p. 202). Sin embargo, el narrador advierte que
no padeció de episodios traumáticos en su infancia, por lo cual su motivo para aborrecer esa
niñez se debe a que “[s]implemente tengo la impresión de que, entre 1980 y 1992, no me pasó
nada”. El pasado del protagonista se revela, por lo tanto, como un vacío, no por la ausencia de
hogar y memoria sino, al contrario, por la nitidez de sus recuerdos sobre la Santa Mónica de su
juventud. Se da cuenta de que su pasado fue inútil, que no le aportó nada y que lo condenó a una
mediocre y fracasada existencia. Considerando a las emociones como una forma de reconocerse
dentro de una comunidad social, tal como afirma Le Breton (2012), Gabriel, por más que la
recuerde, no se reconoce en su comunidad y por eso niega su pertenencia a ella. Sumado a este
desarraigo, el sentirse parte de una generación perdida y de una nación aérea también puede
considerarse como una de las causantes de su personalidad cobarde, insegura, dubitativa y
moralmente mutable que contrastan con su apellido Guerrero.
150
A este pasado aborrecido, hay que sumarle la ausencia de un padre en su vida y la fría
relación con su madre. En su análisis sobre Liubliana, Miguel Gomes (2012) considera que la
derrota de Gabriel comienza “con la ausencia de un principio paterno auténtico, carencia que
resuena en las del país, cuyo sentimiento de perenne orfandad y cuya falta de madurez estimula el
culto esperpéntico a los padres de la patria” (p. 4). Pero, a diferencia de muchos venezolanos, el
protagonista no acude a los rasgos históricos de la identidad nacional como el culto a Bolívar y el
caudillismo para sentirse orgulloso de su patria que quedó huérfana tras su desvinculación con el
rey de España. Gabriel odia a su país y no hay nadie en su vida que sustituya la ausencia de la
herencia paterna, ni que reemplace la distante relación con su madre, quien hasta el día que ella
murió, según el protagonista, lo trató como a un extraño.
A pesar de que asegura que no sufrió de ningún episodio trágico durante su niñez, en su
etapa universitaria sí padece una situación traumática como se mencionó anteriormente: la muerte
de Alejandro, su mejor amigo, en un accidente automovilístico. Ese recuerdo se vuelve más
infausto cuando el protagonista en su adultez se entera de que Carla, quien sobrevivió a ese
accidente, fue violada en muchas ocasiones por su propio hermano Alejandro. Más allá del
chavismo y las causas habituales para migrar de Venezuela durante la diáspora, Gabriel confiesa
que quiso irse de su país porque “en el fondo, solo deseaba escapar de la ausencia dañina de
Alejandro” (p. 204). La muerte de su amigo se convierte entonces en una herida de su memoria
que agudizará cuando Gabriel, ya con treinta años, se enamore de Carla. Este episodio trágico
muestra cómo la percepción de la nación puede convertirse en el efecto que genera una
experiencia personal traumática.
El narrador no sólo expone hechos dramáticos de su vida sino también de su nación al
abordar la tragedia de Vargas. Retomando el concepto de memoria traumática que propone
Aróstegui (2007), en la que sufrimientos comunes pueden determinar la vida en una comunidad,
151
el deslave ocurrido por las lluvias en el estado Vargas engendró tragedias compartidas en toda la
sociedad venezolana, determinando así un hecho traumático de esta población. Liubliana
formaría parte del conjunto de relatos que han representado la tragedia de Vargas y en los cuales
este hecho histórico, según Luz Marina Rivas (2011a), “marca un antes y un después del país
representado. Se nos representa un país herido, un país que deja de ser casa para sus habitantes,
en el que no se avizora el futuro” (p. 158). De tal forma que, a la visión de país fracasado que
tienen Guerrero y otros personajes de la novela, se le une el horror de una tragedia que
desarticula la esperanza por un país de progreso, prosperidad y fraternidad.
La memoria traumática del deslave de Vargas también perjudica para siempre las
relaciones entre el círculo íntimo de amigos del protagonista. En diciembre de 1999, mes que
ocurrió la tragedia, Alejandro, Atilio, Fedor y Martín fueron a La Guaira89 sin Gabriel, porque
éste se encontraba enfermo de dengue. Los cuatro amigos sobrevivieron al deslave pero, según el
protagonista, “se habían convertido en otras personas. A veces, incluso, parecían odiarse” (p. 71).
La verdad sobre lo que les ocurrió en La Guaira no lo sabría Gabriel sino hasta un año después de
la tragedia, cuando Martín, estando borracho, le contó al protagonista que, además de los horrores
como los edificios derrumbándose y la gente muriéndose en los ríos, Alejandro asesinó a un
señor que se estaba violando a una niña, usando la pistola del abusador. Los recuerdos
traumáticos de sus amigos revelaban entonces no sólo la faceta más cruel de la naturaleza sino la
de las propias personas, como Alejandro, quien seguramente se vería reflejado en ese violador
que asesinó cuando abusaba sexualmente de su hermana. El deslave de Vargas es mostrado
entonces como una alegoría nacional en la que se equipara el horror de la tragedia con las
atrocidades que se observan continuamente en el país, como el abuso sexual a menores de edad.
89
Capital del estado Vargas que, debido a sus numerosas playas y a su cercanía con Caracas (a menos de una hora en
carro sin tráfico), muchos caraqueños van constantemente para allá en fines de semana o en época de vacaciones.
152
Aun cuando Gabriel describe recuerdos felices de acontecimientos de su juventud en
Santa Mónica, como la noche en que él y sus amigos convencieron a Enrique Vivancos para que
le cantase una serenata a la viuda Cristina o la vez que ganaron la final del campeonato de fútbol
sala de su vecindario, el protagonista no desea revivir esa etapa de su vida. Luego del divorcio
con Elena, por ejemplo, época en que Gabriel ya se había devuelto de Madrid a Caracas, el
narrador asegura: “No volví a Santa Mónica, no quería recorrer las calles de mi niñez. Aquellas
esquinas me hacían daño, las sombras de los edificios me sumergían en la oscuridad absoluta. El
pasado me daba mucho miedo” (p. 312). Resulta evidente otra vez en el protagonista la relación
nación-memoria y, sobre todo, hogar-memoria. Él no teme lo incierto, lo desconocido, sino, por
el contrario, lo que más conoce, lo que más le resulta familiar, porque precisamente lo lleva a
reflexionar sobre su pertenencia, sobre quién es él, concientizando así su fracaso como individuo.
En cuanto a la relación de la identidad nacional venezolana con ese pasado de los
personajes en Santa Mónica, hay dos posturas claras. Una corresponde a la de Fedor, quien le
llega a decir a Gabriel:
El mal es Venezuela. A ese país deberían dinamitarlo, lanzarle una bomba atómica. El
infierno está en la Tierra y queda en Caracas, es así. Yo lo sé. A Alejandro lo mató
Caracas, a Martín lo mató Caracas, a nosotros Caracas nos hizo ser los infelices que
somos. Perdimos el partido porque nacimos ahí, nunca tuvimos una oportunidad de nada.
(p. 293)
Este personaje atribuye entonces las frustraciones y fracasos de sus vidas al hecho de
haber nacido y crecido en Venezuela. Pudiera decirse que, en opinión de Fedor, los rasgos que
identifican a esta nación como su territorio, su cultura, su historia, sus tradiciones y su población
serían los causantes de sus desgracias. La identidad nacional, por lo tanto, resulta ser una
maldición que cargan a cuesta los nacidos en Venezuela de la que no hay posibilidad de librarse.
153
La otra postura se observa en el personaje de la madre de Gabriel, poco tiempo antes de
que ella fallezca. Luego de que el protagonista le pregunta de forma retórica que cómo es posible
que pueda vivir en Venezuela, ese país lleno de delincuentes, la Nena le responde:
Este es mi lugar, Gabriel. Puede que te parezca ridículo pero yo pertenezco a esta
ciudad, a Santa Mónica. Solo podría vivir en estas calles, con mi gente (...) Este país
puede cambiar de nombre, pueden cambiarle la bandera, el escudo, la religión, la
lengua, pero sé que Santa Mónica siempre será la misma (...) Quizás sea una tontería
pero me gustaría morirme pensando que esta ciudad todavía tiene remedio, que los
últimos años han sido un paréntesis, un apagón, quizás un llamado de atención ante
tanta desidia (pp. 262-263).
Puede notarse cómo ella cree que, a pesar de la identidad nacional que ha intentado
imponer el nacionalismo chavista cambiando, por ejemplo, los símbolos patrios, existen unas
características arraigadas en esa urbanización y su gente con las que ella se identifica y que la
motivan a seguir viviendo en ese lugar. Al contrario de Fedor, Nena considera que ella ha sido
feliz en su vida por Santa Mónica y su gente. Por ende, más que identificarse con la nación, se
identifica estrechamente con la urbanización donde ha residido la mayor parte de su vida.
La Nena también critica el hecho de que Gabriel culpe a su país de sus desgracias
personales: “El problema no es Venezuela, el problema eres tú” (p. 260). Su madre contradice de
nuevo a Fedor, al afirmar que el propio protagonista es dueño de sus decisiones y actos que lo
han llevado a ser infeliz, por lo cual el hecho de haber nacido en Santa Mónica no sería la causa
de su mal. Además, ella le dice también que aquellos individuos que todavía viven en Santa
Mónica y que Gabriel critica por sus vidas mediocres parecen ser más felices que el propio
Guerrero. La identidad que está inscrita en los recuerdos vividos en una urbanización no sería
entonces, para la madre, una maldición que condena a las personas al fracaso.
154
Si bien el protagonista posee algunos recuerdos alegres de ese pasado al cual aborrece,
resulta evidente en la novela que los días más felices de su vida fueron durante su romance con
Carla en Liubliana90. Tras el infarto que sufre en Caracas a la edad de cuarenta años, Gabriel cree
que el fin de su vida puede estar cerca y piensa: “Si me voy a morir, quiero morirme en
Liubliana” (p. 313). Así que decide viajar a la capital de Eslovenia. Sin embargo, cuando llega a
esa ciudad y observa el río, en vez de pensar en sus días pasionales con Carla, recuerda su hogar
mientras empieza a sufrir otro infarto: “Las aguas del Liublianica traían los sonidos de mi casa.
Pensé, aturdido por el dolor del pecho, que el desarraigo no era más que una falsa mudanza.
Quizás –me dije– aquello que llamamos hogar solo sea una invención de la memoria” (pp. 325326). Considerando al afecto como “una fuerza a la vez constructora y deconstructora”
(Moraña, 2012, p. 324), Gabriel, quien durante su vida intentó deconstruir su pasado (aunque sin
éxito) para borrar su pertenencia a Santa Mónica, el saberse cercano a la muerte causa que su
memoria construya un hogar que añora y una patria afectiva fundada en la misma impotencia de
arraigo. Gabriel cruza entonces la grieta que lo distancia del hogar estando, paradójicamente, en
Liubliana, a miles de kilómetros de Santa Mónica.
Antes de que el dolor en su pecho se agudice y unas manos de mujer (¿quizás Carla? ¿La
muerte?) le tapen los ojos, lo cual constituye el final de la novela, Guerrero se imagina a la Nena
preguntándole si quiere llorar y a Alejandro pidiéndole perdón por todo el daño que le había
hecho a Carla, al igual que rememora la celebración de él y sus amigos ganando el campeonato
de fútbol de su vecindario. De manera que, sólo distanciado de su hogar y al borde de la muerte,
90
El motivo del viaje a Liubliana también se relaciona con Santa Mónica. Gabriel y sus amigos, siendo adolescentes,
se encontraban en la casa de Alejandro jugando un juego de mesa. Ante uno de los retos, el protagonista tuvo que
contestar cuál era la capital de Eslovenia. Al escuchar la respuesta de “Liubliana”, a Carla, quien era una niña, le
pareció tan bonito ese nombre que le pidió a Gabriel que la llevara algún día a esa ciudad. Al reencontrarse con Carla
en la adultez, iniciaron su relación amorosa viajando a Liubliana.
155
Gabriel puede “conectarse con sus ausencias y fantasmas” con los cuales conforma “una suerte
de comunidad imaginaria y afectiva” (Saraceni, 2012, p. 111). Gabriel termina reconociéndose
entonces como parte de una comunidad afectiva, la Santa Mónica de su pasado, la cual sólo
existe en su moribunda memoria.
A lo largo del apartado 4.3., se evidenció cómo cada protagonista mantiene, por medio de
la memoria, un vínculo emocional con su pasado en Venezuela, aun cuando perviva “la grieta
imposible de cicatrizar” entre ellos y sus hogares. Pudo observarse cómo la herencia constituye
en Lucio un enlace fundamental para conservar la conexión con su pasado tanto en Venezuela
como en Italia. Además, si bien teme regresar a Caracas porque cree que esta ciudad no se
corresponderá a la de su memoria, el reencuentro definitivo con su país natal ocurre durante su
romance con la venezolana Beatriz, única mujer con la que se imagina teniendo hijos, de modo
que la descendencia que tomaría el legado de su herencia sería venezolana.
A diferencia de Lucio, cuya estadía en Salamanca representa una estrechez de su lazo con
Venezuela, cuando José Luis se traslada con sus hermanos a esa ciudad española, él no siente la
necesidad de rememorar a su país natal. Su nostalgia al final de la novela está enfocada en
Madrid y no en la ciudad de las moscas, ya que la gente que más quiere se encuentra en la capital
de España. Sin embargo, la memoria involuntaria de su pasado en Venezuela, en la que
específicos objetos como las campanas, el guante y el pupitre vacío están cargados de historia,
demuestra la añoranza por su patria.
En cuanto a Liubliana, la memoria de ese hogar que consideraba maldito, de ese pasado al
que repudiaba, es lo único que termina acompañando a Gabriel hasta el día de su posible muerte.
No es entonces su país sino su hogar, la Santa Mónica de su juventud, la gente que amó y
despreció de ese lugar, lo que representa su verdadera pertenencia.
156
Conclusiones
Las novelas Retrato de un caballero de Miguel Gomes, Una tarde con campanas de Juan Carlos
Méndez Guédez y Liubliana de Eduardo Sánchez Rugeles cuestionan y desarticulan la identidad
nacional del migrante de la diáspora venezolana. Los personajes de estas obras reflejan el mundo
en el que vivimos, donde la globalización, la interculturalidad, las masivas migraciones, los
medios de comunicación, el Internet y las redes sociales trastocan la idea antigua de la nación
como un territorio con fronteras rígidas, dentro de las cuales hay una sociedad unificada y
diferenciada de otras poblaciones, la cual siente que sólo pertenece a la cultura, el idioma, las
costumbres y las tradiciones del país natal. En cambio, la noción de patria que proponen los tres
escritores, pese a los distintos matices de cada novela, es la de un lugar afectado por el éxodo de
muchos de sus habitantes, quienes revelan una pertenencia dislocada por la memoria, muchas
veces traumática, que genera una tensión de amor-odio con el hogar; por la relación con personas
de otras naciones, otras culturas y otras lenguas o jergas; y por el rechazo a rasgos identitarios
impuestos desde el poder para generar patriotismo en la sociedad y legitimarse ante ella.
A lo largo de este trabajo se pudo observar cómo las tres novelas también buscan
representar la diáspora venezolana del siglo XXI. Miguel Gomes, Juan Carlos Méndez Guédez y
Eduardo Sánchez Rugeles, al igual que otros escritores venezolanos, viven fuera de su país natal
y tienen la necesidad de darle voz a ese migrante de Venezuela que sufre penurias en el exterior,
conflictos de pertenencia y nostalgia por la nación que dejó. Si bien las historias de las tres
novelas son ficticias, están inmersas en la realidad de Venezuela y del mundo de los últimos
veinte años. Incluso mencionan o describen eventos históricos acontecidos en este país como la
tragedia de Vargas y el paro petrolero de 2002 y 2003. Por consiguiente, estas obras forman parte
157
de la tradición literaria venezolana que, según Violeta Rojo (2016), busca representar la realidad
pasada o presente de este país.
Lo ocurrido en Venezuela durante las últimas dos décadas, incluyendo la diáspora, ha
estado determinado en gran medida por el chavismo. Por esta razón, se analizó cómo los
personajes rechazan la imposición de una identidad nacional chavista, lo cual contribuye a la
dislocación de la pertenencia a Venezuela. El movimiento político liderizado por Hugo Chávez
implantó en la sociedad venezolana los rasgos del culto a Bolívar, el mito de la Independencia, el
caudillismo y el militarismo, los cuales ya habían sido utilizados por caudillos y dictadores del
pasado en este país, quienes aseguraban ser los continuadores de las glorias del Libertador y de
otros héroes militares del pasado, con la finalidad de legitimar y justificar el manejo autoritario
del poder. Además, el chavismo ha construido un nacionalismo, entendido en esta tesis como
discurso de poder, que busca vigilar, controlar y unificar a la población venezolana en torno a la
figura heroica y divina de Chávez, heredero de Bolívar y Jesucristo y esencia de la propia nación
según él mismo y sus seguidores.
Los protagonistas y otros personajes de las tres novelas rechazan el nacionalismo
chavista, aun cuando no estén muy conscientes de ello como el caso de José Luis en la obra de
Méndez Guédez, y critican el deterioro progresivo de Venezuela en los ámbitos político,
económico, social y ético91. Retrato de un caballero revela a un régimen chavista capaz de
asesinar a todo aquel que atente dañar la figura heroica y santa de Chávez, como ocurre en el
episodio de la carta de Bolívar; Una tarde con campanas presenta a una población controlada por
una masa anónima de militares, que busca ideologizar a todos los niños del país para que veneren
al Comandante, sacrifiquen su libertad y sustituyan su identidad por la de él; y Liubliana muestra
Entiéndase por ético el “[c]onjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de
la vida” (DRAE).
91
158
a una sociedad condenada al fracaso y dividida por el odio, cuya única salvación es la huida a
otros países. De esta manera, las obras manifiestan una postura crítica ante las ambiciones
totalitarias del chavismo por fragmentar al pueblo entre buenos y malos, patriotas y apátridas,
generando así la intolerancia entre sus habitantes; y por implantar en cada sujeto no sólo una
identidad nacional, sino también una identidad personal a imagen y semejanza de Chávez.
Subyace en estas novelas, por lo tanto, el anhelo de una nación donde prevalezca la diversidad, la
libertad y la tolerancia.
A pesar de negar esa identidad nacional que ha intentado imponer el chavismo, los
protagonistas de las obras analizadas no pueden desprenderse de su pasado, su nación y su hogar.
Si bien la pertenencia al país natal se encuentra trastocada en cada uno, ya sea por la
incorporación de frases y acentos de otros idiomas y jergas, lo cual también afecta la memoria —
considerando que ésta es la manera como suena la lengua al recordar (Saraceni, 2012)— tal como
ocurre con Lucio y José Luis, o por el repudio al pasado maldito, causante de todas las desgracias
del personaje, como sucede con Gabriel; hay lazos afectivos hacia Venezuela producto de la
nostalgia, la herencia, la imposibilidad de olvidar el pasado y el nexo con familiares, amigos y
amantes de este país.
El vínculo con la patria, no obstante, varía en cada personaje, como se observó en el
cuarto capítulo de la tesis. En el caso de Lucio, esa relación afectiva se debe, en gran medida, a la
herencia familiar, al deseo de mantener intacta en su memoria la Caracas de su juventud y a la
aspiración de que su legado y sus herederos sigan ligados a Venezuela. Con respecto a José Luis,
más que los regaños de su padre para que no hable como un niño de Madrid, son los recuerdos
vinculados con el pasado de su ciudad natal y, particularmente, con objetos determinados
cargados de historia los que conservan el afecto por el hogar de “allá”. Gabriel, por su parte, ante
la agónica espera de su muerte en la lejana Liubliana, se da cuenta que lo único que conserva son
159
recuerdos de su odiada Santa Mónica, su única y verdadera pertenencia de la que trató de huir, sin
éxito, durante toda su vida. Considerando estas propuestas sobre los modos en que el venezolano
de la diáspora se relaciona con su nación, pudiera asegurarse que el migrante de Venezuela que
los tres autores plantean es una persona que, aun cuando rechace el chavismo, la realidad
venezolana e incluso experiencias vividas en ese país, siempre añora regresar a ese hogar que ya
no existe y que nunca más volverá.
El cuestionamiento a la identidad nacional venezolana y los conflictos con la pertenencia
alejan a las tres obras de la búsqueda de plasmar la idiosincrasia del venezolano por medio de la
literatura, una búsqueda que sí intentaron realizar, por ejemplo, escritores como Rómulo
Gallegos, Miguel Otero Silva y Arturo Uslar Pietri92. Más que explicar cómo somos los
venezolanos, muchos escritores de la literatura actual de este país (no sólo la vinculada con la
diáspora) quieren exponer, tal como me aseguró Raquel Rivas Rojas en una comunicación
personal (22 de febrero de 2018), qué les está ocurriendo a los venezolanos, incluyendo a los
migrantes, y cómo el problema político en Venezuela se convirtió en un problema existencial.
Incluso pudiera asegurarse que autores como Gomes, Méndez Guédez y Sánchez Rugeles
problematizan la pregunta acerca de cómo somos los venezolanos, porque muestran a personajes
migrantes que están en contacto con otras naciones, culturas, lenguas y formas de ver el mundo,
que evidencian un claro desarraigo en muchos momentos, a pesar de su imposibilidad de
desligarse de su pasado, y que cuestionan de forma recurrente la pertenencia a su patria, lo cual se
distancia de la venezolanidad que encarnan, por ejemplo, los personajes de Gallegos.
92
En el libro Medio milenio de Venezuela, Uslar Pietri expone que uno de los objetivos de su escritura es hallar y
determinar la identidad latinoamericana: “…la dificultad de definir la identidad, que tanto atormenta a todos los hijos
de América Latina (…) Este ha sido un tema constante y obsesivo en mi obra de escritor. Toda ella puede
considerarse como la expresión de una búsqueda de esa realidad, a veces subyacente y borrosa, y de esa identidad
frecuentemente contradictoria y elusiva. Llegar a saber lo que somos, partiendo del cómo somos y del cómo hemos
pretendido ser, no es tarea fácil. Sin embargo, al final de ella podría estar la respuesta definitiva que concilie nuestras
profundas contradicciones y apacigüe nuestra angustia existencial” (1991, p. 18).
160
La representación de la identidad nacional en el migrante no sólo ha sido abordada por la
literatura venezolana, sino por las literaturas de otros países que también han padecido éxodos de
sus poblaciones. En Latinoamérica, por ejemplo, las masivas migraciones en el Cono Sur durante
las dictaduras militares de las décadas de 1960 y 1970, el exilio cubano originado por los
regímenes de Fidel y Raúl Castro y el desplazamiento de peruanos al extranjero en tiempos del
fujimorismo han causado que las literaturas de esos países se interesen por las relaciones de los
migrantes con sus patrias, por los conflictos de ellos con la memoria, la herencia y la lengua del
país natal. De modo que existe en América Latina un amplio campo de estudio sobre las
relaciones entre literatura, migraciones e identidades nacionales que pueden profundizarse y
enriquecerse con futuras investigaciones y trabajos académicos.
Latinoamérica, además, forma parte de este mundo que, aun cuando pareciera que se
acerca a esa postnación multicultural de la que habla Habermas, los nacionalismos, las políticas
anti migratorias, los movimientos separatistas, la construcción de muros en las fronteras, los
odios raciales y la xenofobia siguen vigentes hoy en día. Esto hace presagiar que seguirán
existiendo tensiones en los países entre la convivencia de distintas culturas y el deseo de imponer
la cultura nacional por encima de las demás, y entre la identidad nacional y otras formas de estar
en comunidad. De manera que los migrantes en la actualidad viven en naciones que han
cambiado su concepción decimonónica sólo de forma parcial, por lo que la inclusión de los
extranjeros en las sociedades sigue siendo tema de debate y causante de múltiples conflictos.
También se debe recalcar que la identidad nacional de una sociedad se reconstruye y
cambia constantemente, variando según cada persona. En esta tesis se trabajó con rasgos
históricos que se pueden evidenciar tanto en el pasado de Venezuela como en la actualidad, e
igualmente en rasgos culturales que resultan notorios para la mayoría de los venezolanos (al igual
que para los habitantes de cualquier nación) como la lengua, las tradiciones y las costumbres. Sin
161
embargo, cada individuo se imagina a su país de una forma particular y puede rechazar rasgos
que la mayoría de sus compatriotas consideran como propios de su nación. Además, se pudiera
asegurar que la gran mayoría de la gente en el mundo comparte elementos de diversas culturas.
Por consiguiente, todos, de alguna u otra manera, somos híbridos.
A pesar de lo relativo que llegue a ser la identidad nacional, hay que tomar en cuenta que,
tal como señala Rafael Tomás Caldera (2007), “para cada persona la experiencia de la vida se
halla penetrada —y no tan solo enmarcada— por una circunstancia de espacio y tiempo” (p. IX).
Vivimos en uno o varios lugares durante una época determinada, los cual nos afecta y nos define.
Somos, asimismo, seres con memoria, así que parte de nuestro pasado siempre se queda con
nosotros, querámoslo o no. En este sentido, a pesar de que el Facebook y otras redes sociales
pueden hacernos creer que las naciones estén disminuyendo su importancia en las personas,
siempre habrá una vinculación con el hogar, con el pasado, y con la cultura del territorio al que
sentimos que pertenecemos y nos identificamos de alguna u otra manera. Habrá igualmente
conflictos con ese hogar, con esa identidad colectiva que nos traslada a nuestros recuerdos y
tradiciones. Por lo tanto, la pertenencia siempre será un estado que la literatura buscará abordar
para mostrar su inestabilidad y continua mutación.
162
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178
Anexo 1: Entrevista a Miguel Gomes94
Tras vivir tantos años fuera de Venezuela, imagino que la distancia posiblemente te habrá
permitido cuestionarte de diversas maneras sobre lo que significa ser venezolano. Partiendo,
además, de la concepción de Benedict Anderson de una nación cual comunidad imaginada,
¿crees que existe una identidad nacional venezolana, cuyos rasgos son determinantes y
diferenciados de otras identidades nacionales? ¿O, en cambio, piensas que cada persona tiene
una forma distinta de imaginar, recordar y vincularse con su país de origen y, por lo tanto,
resultaría imposible definir la identidad de toda una sociedad?
Anderson hablaba de comunidad imaginada sin darse cuenta de la tremenda aporía encerrada en
esa imagen. ¿Cuándo han sido exactamente equiparables los productos de la imaginación de dos
individuos? No puedo dominar lo que mi prójimo imagina; lo contrario es igualmente cierto. Y
¿de cuándo acá somos capaces de dominar nuestra propia imaginación? Mi comunidad, por eso,
puede ser muy fluida, cambiante. E históricamente hay evidencia de que las ideas de nación, la
idea de lo que significa ser venezolano, varía. Por ejemplo, hay que pensar en lo que significó el
ser “venezolano” antes y después de julio de 1811. O reflexionar si nos sentimos ciudadanos de la
República de Venezuela o de la República Bolivariana de Venezuela, sin importar lo que nos
fuercen a decir los papeles. Todo intento de definir nuestra pertenencia no dejará de ser eso, un
intento. Si tratamos de hablar en términos colectivos me parece que nos planteamos una
imposibilidad, o una majadería. Yo tengo un vínculo muy fuerte con Venezuela: soy, entre otras
cosas, escritor venezolano. Mi base de operaciones para escribir narrativa es la lengua española
tal como la aprendí en Venezuela. Tengo otras bases de operaciones (mi vida familiar inicial fue
portuguesa y en portugués; mi vida marital se ha desarrollado en catalán y está marcada por la
cultura de mi mujer; mi experiencia como profesor es estadounidense), pero nunca se me olvida
que la ficción me nació en circunstancia venezolana. Me imagino o, mejor dicho, me siento en
comunidad con otros escritores venezolanos.
Me llama la atención que el epígrafe de la novela sea un fragmento de la canción del Bufón que
culmina la obra Noche de epifanía de Shakespeare. Teniendo en cuenta que existen varias
comedias shakespearianas que retratan a don juanes picarescos (como Benedicto en Mucho
ruido y pocas nueces), quienes pudieran vincularse con Lucio Cavaliero, ¿cuál fue el motivo
para escoger el fragmento de Noche de Epifanía? ¿Consideras que Retrato de un caballero y
Noche de epifanía parodian a un mundo carente de coherencia y sentido?
La canción del bufón con que se cierra Noche de Epifanía tiene la exacta medida de melancolía
con la que apareció en mi fantasía Lucio Cavaliero (al menos el Lucio que debía cerrar el libro,
muy distinto del inicial y producto de una serie de transformaciones a partir del ser irritable e
irritante que predomina en el comienzo). Para mí esa canción, además, suma todos los extremos
de la vida, la risa y la nostalgia, el sarcasmo y la dulzura que van armonizándose en el
protagonista. La novela se divide en tres partes que no siempre transitan racional o
coherentemente de una a la otra: esa estructura capta la estructura del mundo como la va
94
Entrevista de Diego Maggi a Miguel Gomes. Las respuestas de Gomes fueron enviadas por correo electrónico el
21 de junio de 2017.
179
entendiendo inconscientemente Lucio, así como la fragmentación, la heterogeneidad o la otredad
que nos van componiendo. Ya nos gustaría ser totalmente coherentes, pero me temo que los seres
humanos no tenemos el poder de lograrlo. Estamos hechos de muchos cabos sueltos, de
contradicciones, de malentendidos. La canción de Feste describe el arco que va trazando
vitalmente la paulatina comprensión de este hecho: es uno de los grandes poemas que debemos a
Shakespeare.
Para mí es esencial tener en cuenta que Retrato de un caballero es un tríptico como los
pictóricos: tres cuadros separables, y sin embargo asociados. En pintura los trípticos fueron muy
comunes hasta el siglo XVII y Lucio imagina su obra de esa forma. Un todo fragmentado,
discontinuo (tal vez por eso más auténtico, cercano a la vida), para nada el artefacto continuo
inventado por los novelistas del siglo XIX. Se trata también de un homenaje a la novela como
género (y esta es la primera novela de Lucio): la épica primero y después las novelas nacen por la
agregación de historias independientes que tuvieron vida anterior. Muchas anécdotas que pasaron
a integrar luego las novelas de caballería circularon por separado y luego fueron engranadas por
un autor en un todo. Igual ocurre con la picaresca: los episodios inconexos se articulan gracias al
protagonista y a su voz, pero seguro que antes existían aparte. Quise que Retrato de un caballero
mantuviera un poco ese aire, esa sensación que da la lectura de la picaresca, el roman medieval
artúrico o la novela romana cuando uno está acostumbrado a otro tipo de escritura novelesca más
moderna. Pero yo siempre disfruté la narrativa del siglo XV, XVI y XVII y deseé revivir algo de
ese placer en lo que me iba saliendo en el teclado. Quien no esté familiarizado con el Lazarillo, el
Guzmán, el Buscón, la Pícara Justina o las novelas de caballería, quizá pierda esa clave de
lectura. Eso, lamentablemente, no puedo controlarlo: mi único objetivo era poner por escrito lo
que las voces que oía me pedían que pusiera por escrito.
Así como Cervantes empieza el Quijote dirigiéndose al “desocupado lector”, Retrato de un
caballero también comienza con una referencia al receptor del texto: “Lector pío, del cascarón
recién salido”. La importancia al lector, asimismo, se evidencia a lo largo de la novela cuando
el narrador establece contacto directo él: “Te imaginarás, lector, las cosas que llegan a juntarse
cuando uno mira”, “Conociéndome, lector, supondrás que dormí mal”. ¿Por qué tomaste la
decisión de establecer esa intimidad confidente con el lector?
La decisión la tomó Lucio. Si se fabula a sí mismo, debe comenzar por fabular al interlocutor. De
hecho, el lector es el centro de la creación para él: sale del huevo, nace cuando la novela nace.
Claro está, todo aparece disfrazado de broma (una variación de aquel verso tan bueno y celebrado
de las primeras páginas del Estebanillo González: “Lector pío, como pollo”), pero es
terriblemente serio: mi “yo” depende de un “tú”; si la identidad fluye, lo hace entre lo sentido
como propio y lo sentido como ajeno. Quien habla es siempre un “yo”, aunque use la tercera
persona en ciertas narraciones. Y quien habla lo hace siempre para un “tú”, aunque elija no
mencionarlo. Lucio simplemente pone el mecanismo al desnudo, porque uno de los temas de su
novela es la literatura (y particularmente la suma de artificios propia del género novela).
Al leer Retrato de un caballero uno puede encontrar elementos similares a la novela picaresca
como la actitud antiheroica del protagonista, la cronología de aventuras y la sátira social.
180
¿Consideras que tu novela pudiera entrar dentro del género de la picaresca? ¿Utilizaste algún
referente particular de este género para crear a Lucio Cavaliero?
Ya he adelantado que el Estebanillo González está presente (una modulación de la picaresca
hacia la novela del bufón). Los padres de Lucio tenían que haberse conocido en Salamanca,
naturalmente, cuna de la picaresca: de allí sale el primer pícaro, Lázaro. Lucio, sin embargo, tiene
más de italiano que de español, por sangre y por genes literarios: en su picaresca hay un injerto de
otro género, o de otra fase de la novela antigua. Me refiero a la narrativa romana como la
representan El asno de oro y El satiricón. El pícaro español no da muestras de que la libido sea
fuerte en él; pero los personajes de Apuleyo y Petronio sí están más en contacto con su cuerpo,
como Lucio (para bien o para mal). La historia de Eros y Psique es crucial en El asno de oro, y,
de manera abstracta, también lo es en Retrato de un caballero. Y tanto el libro de Apuleyo como
Retrato de un caballero están protagonizados por alguien que se llama Lucio. Hasta ahora solo
Marina Gasparini, que leyó el manuscrito de mi novela, y David de Sousa, que tuvo la gentileza
de escribir una de las notas de contratapa, me han dicho que lo han notado. Sin olvidar que en
cuestiones de gigantismo y tamaño Rabelais ronda todo esto. En resumen: hay un cruce
consciente de picaresca y novela romana, con excursiones frecuentes a otros géneros. En el
segundo panel hay muchas parodias: del Thriller, de la novela histórica, etc.
Desde la primera página de la novela, el narrador critica duramente al chavismo. ¿Fue difícil
tomar esa decisión pensando en las posibles críticas de los chavistas? Hay autores venezolanos
que prefieren no mencionar en sus textos al chavismo. ¿Piensas que es importante que la
literatura contemporánea venezolana hable sobre el chavismo y su impacto en la psicología del
venezolano?
No me fue difícil. Mientras escribía estaba poseído por Lucio, y Lucio decía esas cosas muy
visceralmente; no había marcha atrás. Hay que recordar los consejos de Quiroga a la hora de
escribir: “No pienses en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera
interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes. No de otro modo se obtiene la vida”.
Lo que Quiroga afirmaba sobre el cuento, al menos en este aspecto, puede trasladarse a la novela.
Si Lucio no hubiese mencionado esas cosas, no sería él mismo. Yo, probablemente, me habría
saltado la referencia, pero él no podía dejar de hablar del tema. Esta novela es suya.
En cuanto a la segunda parte de tu pregunta: no me parece que las novelas o los cuentos (o los
poemas) hablen sobre algo como podría hacerlo un ensayo o un estudio. Los narradores o los
sujetos líricos hablan de lo que les pasa o de lo que sienten sus personajes (o ellos mismos,
puesto que son también personajes o semipersonajes); y si en algún momento llegan a
reflexionar, tenemos que asimilar sus ideas como parte de ese mundo de ficción, no como parte
directa de nuestra realidad. Claro está, el lector debe decidir si va a reflejarse o no en esa ficción
o cómo traducir ese código a su horizonte de vivencias inmediatas. Pero eso es responsabilidad
del lector (o su privilegio, su fuente de poder). Mientras escribo, mi única responsabilidad es con
la lógica del universo ficticio, con la consistencia psicológica de los personajes.
Sin embargo, y esto importa, quien escribe es solo un eslabón en una cadena. Después del escritor
viene la labor creadora del lector, ya lo he dicho. Y antes del lector y el escritor está la voluntad
transpersonal del inconsciente colectivo, que domina al autor (y no al revés). A mí los temas se
181
me imponen de manera inconsciente, y yo trato de acatar esas imágenes o esos impulsos, por más
irracionales u ofensivos o grotescos o transgresores que puedan parecerme. Los acato
transcribiéndolos, poniéndolos en palabras y frases y capítulos. Hablo a cuenta propia; no sé
cómo trabajan otros narradores.
Aníbal González asegura que “el tema ostensible de Ídolos rotos es el desengaño del artista con
respecto a su patria”. Considerando que Lucio se inspira en esta obra de Manuel Díaz
Rodríguez para escribir una novela que retrate “el asfixiante crepúsculo previo al
totalitarismo”, ¿pudiera describirse a Lucio como un artista desengañado con la patria, al igual
que Alberto Soria en Ídolos rotos?
Al final de la obra de Díaz Rodríguez, las esculturas de Soria son ultrajadas por “las caricias
bestiales de los bárbaros [los oficiales del ejército de Castro] en celos”, razón por la cual el
narrador declara el “Finis Patriae”. En cuanto a Retrato de un caballero, ¿también pudiera
plantear de fondo, entre otros temas, el fin de la patria bajo la barbarie del chavismo?
El Lucio “furioso” de la primera parte sí tiene algo de Soria, pero el Lucio “innamorato” de la
tercera parte no. Y tal vez por eso el cuerpo del Lucio “furioso” se le amotina, protesta por la
hibris tan evidente, por el titanismo que traspasa sus actitudes, ese aire de superioridad que tanto
me fastidiaba mientras escribía la primera sección (la verdad es que me daban ganas de abofetear
a Lucio cuando empezaba a dictarme sus frases). Luego Lucio cambió bastante, y me reconcilié
con él. Soria es incapaz de sintonizarse con la realidad que lo rodea, por eso esta se venga de él.
Algo así le pasa al Lucio “furioso”, solo que la barbarie se anatomiza en él, se apropia de su
miembro. Soria acaba mal, escapando. Lucio tiene mejor suerte: viene una emisaria del
inconsciente profundo, una enana medicinal, y le hace un examen de próstata cuyo efecto es
equivalente al “reboot” (el reinicio) de las computadoras. Y allí arranca de nuevo la novela,
haciendo (relativa) tabla rasa: Lucio perplesso. Mi personaje, para alivio mío, tiene una segunda
oportunidad. Díaz Rodríguez fue más cruel; mandó a su personaje a París, con todo su orgullo a
cuestas, sin darle ocasión para rehacerse. La estatua del sátiro que hizo Alberto, por eso, se ríe de
él y de sus compañeros intelectuales. Ese es un detalle importantísimo de Ídolos rotos; Díaz
Rodríguez no se identificaba para nada con Soria, y dejó testimonios de eso en sus ensayos.
Retrato de un caballero acaba sin acabar a propósito; quizá el destino de Venezuela por ahora
está así también para Lucio. No puede haber un final para él porque se sabe vinculado a la patria,
y no quiere que esta se acabe. Sufre de lejos, es evidente, pero no me parece que vaya jamás a
decretar un fin: sería un suicidio espiritual.
En el tercer panel, Lucio le asegura a su papá que teme ir a Caracas porque tiene la impresión
de que la ciudad donde él vivió ya no está allí. Partiendo de este conflicto del personaje,
¿consideras que los extranjeros que han vivido mucho tiempo fuera de su país pertenecen a una
nación paralela, donde el país que conocieron se queda inerte en la memoria, mientras que la
realidad de la nación cambia con los años?
Por otra parte, el protagonista a lo largo de la novela no encuentra su lugar en el mundo.
¿Crees que el migrante venezolano manifiesta una relación de amor-odio con su país, que no le
permite sentirse plenamente satisfecho con el lugar donde reside?
182
En efecto, quien sale de un lugar nunca regresa a él. Cada ciudad o país del mundo es
exactamente como el río de Heráclito. Si estás sumergido en ellos, no te das cuenta; si una
experiencia distinta te da la perspectiva necesaria, lo notas de inmediato. En el caso de Lucio, la
sensación se potencia, se acelera, es más compleja y matizada, porque él, desde su nacimiento,
está vinculado a otras tierras (Italia, específicamente, a través de sus padres: hay que recordar que
el lugar donde uno nace no es un trozo de tierra, sino el vientre de un ser humano, y que el
espacio social de la familia es el primero y el más determinante, en el plano inconsciente, en la
formación de un individuo: lo que allí se adquiere se arrastra, con o sin terapia, hasta la tumba. Es
la primera capa de identidad que se instala en la psique. Una persona en esa situación de
migrancia familiar está signada por el espíritu de comparación desde su infancia; siente la
extranjería como una nacionalidad en sí misma, sabe que el “pertenecer” es un juego de ajedrez
con el “no pertenecer”, y el tablero está dentro de uno mismo). En todo caso, si Lucio vive en el
umbral, en la liminaridad y la duda, compensa buscando la amistad (no se lo plantea él en esos
términos: yo me lo planteo así, luego de haberme distanciado de la novela y tratado de entenderla
ahora que ya no estoy metido en ella). Encuentra amigos y, sobre todo, su Beatriz, lo que ella
puede representar. Esas relaciones humanas se imponen a cualquier insatisfacción cívica. Y,
como broma del destino, resulta que Beatriz es también venezolana, también tiene dos pasaportes
por nacimiento, y está asimismo fuera de Venezuela, debido a la hostilidad generalizada, la
violencia, el hampa…
Tras perder la carta de Bolívar, Lucio afirma: “Mi sentimiento de culpa por haber perdido una
tajada de historia nacional me habrá obligado a desarrollar una falsa memoria”. Basándonos en
esa frase, ¿la historia oficial de Venezuela representa una “falsa memoria” con muchas tajadas
perdidas? ¿Bolívar se ha convertido en un personaje ficticio más que histórico? ¿Ha habido en
la literatura venezolana una obsesión por la historia?
Supongo que sí. Sí a las tres preguntas que haces. Todo el batiburrillo de mitologías con que
Chávez bombardeó al país, sus cruces de Che Guevara con Bolívar y citas bíblicas, más
salpicones de santería e historia familiar privada, fue un mecanismo productor de falsas
memorias, ficciones (ficciones fuera del arte, es decir, mentiras). Y en nuestro campo cultural la
historia nacional desde el principio se ha usado como instrumento para adquirir capital simbólico,
prestigio: ocuparse de la historia consagra si, por supuesto, ello se combina con talento. Algo de
eso ha habido en toda la tradición hispanoamericana. Si comparas el estatus de la novela histórica
(o intrahistórica, u otros nombres que se usen) en nuestra literatura y en la literatura de lengua
inglesa, por ejemplo, verás una gran diferencia. Hasta el siglo XIX la novela histórica fue
prestigiosa y central en inglés (Scott, Hawthorne); en el siglo XX fue saliendo del centro y
derivando hacia los márgenes del canon, hasta confundirse con la simple literatura comercial (con
pocas excepciones, y en estas lo que interesa parece ser el drama humano, psicológico de sus
protagonistas y no su representatividad u operatividad en un conglomerado nacional: pienso en
una magnífica novela como el Augustus [1972] de John Williams). En Hispanoamérica, en
cambio, todavía en el Boom y el Posboom se publican enormes novelas históricas (sean
innovadoras en sus técnicas o no) que persisten en escarbar en la trayectoria de lo nacional.
Hispanoamérica sigue obsesionada por la historia; es parte de la economía simbólica de su campo
cultural. Fíjate en que eso no pasa tan agudamente con los brasileños (por eso no uso aquí la
183
palabra Latinoamérica). Pero sí pasa sobremanera con los españoles, solo que muy enfocado en
el trauma de la Guerra Civil; las otras eras se prestan en ellos más a la novela histórica comercial.
Conste que con excepciones: habría que reflexionar sobre si ciertas novelas de Vila-Matas
admiten la etiqueta de históricas; algunas de Muñoz Molina definitivamente sí.
La obra presenta muchas referencias al arte de la Edad Media, el Renacimiento y el Barroco.
¿Por qué te enfocaste en el arte de aquellos tiempos? ¿Piensas que las manifestaciones artísticas
realizadas desde el medioevo hasta el Barroco tienen vigencia en la realidad actual?
La novela moderna es un género renacentista, con algunos antecedentes medievales inmediatos
(en la oración anterior se compendia la génesis del Quijote); un género renacentista, fortalecido
en el Barroco. Eso responde la pregunta: más vigencia no puede pedirse; nuestro lenguaje
artístico mismo se forjó precisamente en esas épocas, porque las narraciones grecolatinas
antiguas que retrospectivamente se han denominado “novelas” ofrecen muchas diferencias en la
concepción de los personajes y las tramas, aunque lateralmente también contribuyeron a la
imaginación novelística de renacentistas y barrocos.
Te confieso, además, que lo que más me atrae de las artes, incluyendo la literatura, es que
constituyen cristalizaciones de una genealogía de los sentimientos. Los historiadores solo pueden
acopiar datos y opiniones. El arte, en cambio, registra afectos, intuiciones: dos cosas demasiado
importantes y que decisivamente nos hacen humanos. El arte se crea siempre para el futuro, para
hacer de nuestros sentimientos algo “más duradero que el bronce”, como escribió Horacio. El
instinto de multiplicarse no es solo físico; también es espiritual: uno pinta y escribe para eso, para
dejar encinta la imaginación de los otros, y que nuestros placeres, gustos, deseos tengan
descendencia y se transmitan, sobrevivan a la Nada. Todo lo que se pintó, escribió o compuso en
la Edad Media, el Renacimiento, en todas las eras del pasado, se hizo más para nosotros que para
ellos mismos. ¿Cuál es el mensaje?: reconócete, tú eres más que tú; tú eres nosotros. Nosotros
seguimos en ti. Lo que nos distingue de los animales es esa conciencia transhistórica de
pertenencia a una especie. Los animales viven en un presente estricto. Los seres humanos
imaginamos, intentamos reconstruir el pasado y preparar el futuro. En el arte reposa toda la
dimensión subjetiva de esa conciencia. Quien solo conoce y aprecia el presente acaba siendo
menos humano de lo aconsejable. Además: sería muy narcisista pensar que solo el presente,
nuestro entorno, cuenta…
¿Cree que pesaron otros rasgos autobiográficos para la creación de Lucio?
mi narrativa no hay casi nada autobiográfico, sobre todo en lo que respecta al plano de las
acciones y al de las opiniones de los personajes. Son estrictas ficciones. Yo no soy interesante, la
verdad sea dicha, por eso tiendo a imaginar criaturas que sí lo son. Por otra parte, si algo de lo
que le ocurre a Lucio me pasara a mí, ¡qué vergüenza!: jamás se me ocurriría contarlo. Si me
atrevo a escribirlo es, ni más ni menos, porque no estoy refiriéndome a mí. Por ejemplo, el Lucio
del primer panel y yo nos encontramos diametralmente opuestos en cuestiones de la valoración
de ciertos escritores, de ciertos géneros, de cierto tipo de arte, de cierto tipo de relaciones
personales. Mi vida gira en torno a mi mujer y mis hijos, sin ellos nada más tendría sentido;
Lucio no es padre y en ese momento ni siquiera se plantea casarse. El Lucio inicial me abisma
por su infantilismo: pero yo tenía la responsabilidad de darle una voz, su voz, jamás la mía.
184
Tampoco la misión del novelista debe ser juzgar a su personaje. Ese problema le toca al lector.
Por eso un escritor puede escribir en primera persona la historia de don juanes, de pícaros, de
criminales menores, de criminales mayores, incluso de asesinos, violadores, monstruos. El arte
consiste en eso, en distanciarse de uno: sería tristísimo que los lectores confundieran a Nabokov o
a Joyce Carol Oates con los protagonistas sociópatas y psicóticos de sus novelas; o que
confundan a Borges con el “yo” del Nazi que habla en “Deutsches Requiem”. Shakespeare comió
y bebió, hizo el amor, odió y quiso como sus personajes, pero Shakespeare no fue ni Hamlet ni
Othello, ni Macbeth… Y supongo que el autor del Lazarillo, quienquiera que haya sido, tampoco
era un pícaro; ni Cervantes enloqueció ni Quevedo protagonizó mitad de las historias de don
Pablos. Es cierto aquello de que “Madame Bovary soy yo”, pero hay siempre que agregar: “sí,
soy yo, y también Madame Bovary eres tú, y es él, y es ella, y somos nosotros…” Hay tanta
conexión entre mis personajes y yo como pueda haberla entre mis personajes y el lector. Para
lograr ese tipo de comunicación transpersonal existe el arte.
Por supuesto, puede haber ciertas coincidencias específicas entre Lucio y quien lo crea: vivimos
en Estados Unidos luego de haber vivido en Venezuela, somos hijos a su vez de migrantes,
compartimos algunos gustos literarios… pero esas coincidencias igualmente ocurren con
personas reales que conozco y con personas reales a quien no he tenido el placer de conocer. Lo
importante para mí es recordar que los personajes viven en su propia realidad, y que hasta las
esporádicas coincidencias no se deben a la identidad. Pessoa lo dijo magníficamente (mi
traducción aquí no tiene pretensiones literarias, me limito a ser literal):
El poeta es un fingidor,
Finge tan completamente,
Que llega a fingir que es dolor
El dolor que de veras siente.
185
Anexo 2: Entrevista a Juan Carlos Méndez Guédez95
En una entrevista que te realizó Patricia Valladares-Ruiz hace unos años, aseguraste: “Ahora
existe una literatura realizada dentro del país y una que pertenece a la diáspora”. ¿Considerarías
que hay vínculos, similitudes o proximidades entre las literaturas de los distintos escritores
venezolanos pertenecientes a la diáspora del siglo XXI? ¿Crees que en un futuro cercano pudiera
establecerse un subgénero de la literatura venezolana contemporánea que agrupe a los escritores
vinculados a la diáspora?
Imagino que sí será posible establecer ese subgénero. Será una tarea de los estudiosos y los críticos,
que son quienes tienen esa capacidad de armar conjuntos, de percibir un sistema.
¿Vínculos y proximidades entre los escritores de la diáspora? Lo más sencillo sería responderte
que sí. Pero hablamos de un proceso en marcha. Por un lado, podría decirte que en varios de esos
autores noto un apego al espacio venezolano, a las historias que transcurren en esas calles. Lo ves
en Israel Centeno, en Lena Yau, en Gustavo Valle; pero luego supongo que en cada caso se
producirán interacciones con el mundo literario que los está rodeando. En el caso de Centeno
incluso con otro idioma, en el caso de Lena Yau con el sistema literario español y el de Valle con
el argentino.
Sin embargo, pienso luego en Juan Carlos Chirinos o en Miguel Gomes. Allí también hay la
aparición de otras realidades, de otros paisajes, incluso de tonos fantásticos que irrumpen desde sus
lecturas.
Como te decía, será la crítica la que pueda establecer esas similitudes y sus respectivas
singularidades.
Mario Vargas Llosa dijo en una ocasión que la democracia y la felicidad no son terreno abonado
para la gran literatura. ¿Opinas que el chavismo ha funcionado como abono para la literatura
contemporánea venezolana?
Todo gran cataclismo genera literatura. Ese retorno salvaje a lo peor de nuestro siglo XIX ha
servido como abono a nuestra literatura. Hay momento de la realidad que nos ha impuesto el
chavismo que me recuerdan a Ídolos rotos de Díaz Rodríguez, o a las Memorias de un venezolano
de la decadencia de Pocaterra o a los diarios de Blanco Fombona.
Por otra parte, el chavismo ha generado dos fenómenos que pienso tendrán influencia en la
literatura. Por una parte, la necesidad de proyectos editoriales particulares, ajenos al estado, pues
el estado fue secuestrado por una secta militarista excluyente. Ya no es posible un proyecto plural,
inmenso como la Monte Ávila que publicaba a Luis Britto García y a Juan Liscano. Ahora la voz
de la cultura promovida por el estado es monocorde. Así que la literatura se ha expandido a espacios
más libres como los que promueven editoriales como Madera fina, El estilete, Lugar Común,
Libros del fuego, Kalathos, Alfa, etcétera.
95
Entrevista de Diego Maggi a Juan Carlos Méndez Guédez. Las respuestas del escritor fueron enviadas por correo
electrónico el 19 de julio de 2017.
186
En segundo lugar, por primera vez se produce una dispersión tan grande de los escritores
venezolanos. En el pasado sucedió, claro, no olvidemos que en el XIX hubo escritores realistas que
debieron abandonar Venezuela cuando triunfó la independencia; o que las anteriores dictaduras
militares dejaron un rastro terrible de exilios; pero en la actualidad es inmenso el universo de
escritores que han abandonado el país por la necesidad de vivir en un ambiente de libertad, y de
seguridad, o por la necesidad personal de tener una vida más tranquila que la que podía depararle
Venezuela. Zakarías Zafkra en México, Israel Centeno y Miguel Gomes en USA, Liliana Lara en
Israel, Salvador Fleján, Gustavo Valle y Ricardo Azuaje en Argentina, Luis Yslas en Perú;
Christian Díaz Yepes, Lena Yau, Juan Carlos Chirinos, Slavko Zupcic en España. Te hablo de
memoria y sé que se me quedan nombres en el tintero. Esa dispersión también producirá
transformaciones en la literatura venezolana.
En gran parte de tu obra, incluyendo Una tarde con campanas, abordas la identidad nacional del
migrante venezolano desde diversos matices y perspectivas. ¿Cómo considerarías que ha
cambiado la identidad nacional del venezolano con el chavismo y la diáspora?
Creo que estamos recibiendo una inmensa y dolorosa lección de humildad. Nos sentíamos un país
ajeno a la violencia política, nos sentíamos ricos, divertidos, lúdicos, importantes.
El reaccionario chavismo que ha destruido el país nos está mostrando el lado más oscuro de nuestra
identidad colectiva e individual. También somos un país violento, un país pobre, y no somos tan
importantes cómo pensábamos.
Tomando en cuenta que la trama de Una tarde con campanas se desarrolla a principios del nuevo
milenio, hoy el personaje de José Luis tendría alrededor de veinte años de edad. ¿Piensas que la
generación de migrantes venezolanos a la que pertenece José Luis está olvidando (o ya olvidó) el
“chévere cambur” y otros rasgos identitarios del lenguaje y de la cultura venezolana?
Imagino que quedará un trasfondo en ellos. Un tenue rastro. Es difícil precisarlo. En todo caso,
espero que dónde se encuentren estén siendo felices. Eso me parece más importante que sostener
una identidad nacional.
En Una tarde con campanas, el personaje de Augusto le asegura a Pilar que se fue de Venezuela
porque a cualquier lugar donde iba se encontraba a un militar. ¿Relacionarías esta metáfora del
personaje con la historia de Venezuela?
Claro que sí. Somos un cuartel triste. Dejamos de serlo entre el 58 y el 98, pero lo cierto es que
como dijo Blanco Fombona, convivimos con una clase de forajidos llamado militares. Ojalá el
futuro modifique esta respuesta que te estoy dando ahora y de nuevo seamos un país de civiles,
motivados por la idea de la felicidad y el bienestar.
Más allá de las dificultades económicas y los problemas originados por la migración, los mayores
dramas que vive la familia de José Luis están relacionados con la violencia y la intolerancia entre
sus miembros. ¿Considerarías a esta familia como un retrato a pequeña escala de Venezuela
durante el chavismo?
187
Un escritor escribe sobre lo que siente y ve. No se plantea proyectos que sean retratos
sociológicos. Claro que ese dibujo estará allí; las ficciones nacen de una sociedad. Por todo esto
te diría que eso que mencionas es posible que esté presente, pero ojo, el chavismo no surgió de la
nada; es una concepción social que surge de la Venezuela que hemos sido. Familias muy
aglutinadas; autoritarismo, machismo, ausencia total o parcial de la figura paterna. Eso es previo
al chavismo y quizá fue lo que le dio cohesión y sentido.
Habiendo transcurrido más de diez años desde la primera edición de Una tarde con campanas,
¿qué representa esta obra para ti hoy en día?
Mira, primero te hablo de lo externo. El libro ha tenido dos ediciones en España y una en
Venezuela. Ha tenido una edición digital que me dicen se usa en Suecia para enseñar español. Es
decir, Una tarde con campanas se ha movido y alcanzado sus lectores con un ritmo sostenido, y
eso, para qué negarlo, me hace muy feliz. No fue un libro que se extinguió al nacer.
Y en lo interno, fui feliz escribiendo esa novela. Deseaba explorar literariamente la voz de un niño;
usar la estructura episódica; combinar los planos de lo real y lo fantástico y también fusionar el
mundo mágico español con el mundo mágico venezolano.
Por otra parte, quizá sentía que era necesario contar en aquella España de principios del XXI como
la realidad de este país donde vivo se iba haciendo más compleja e interesante; y a la vez contar
para el lector venezolano cómo la pesadilla militarista estaba teniendo influencia en la vida de las
personas.
188
Anexo 3: Entrevista a Eduardo Sánchez Rugeles96
Considerando la gran cantidad de escritores venezolanos que residen en el exterior y las obras
que hablan sobre la diáspora de Venezuela, ¿piensas que hay vínculos o similitudes entre las
literaturas de los distintos escritores venezolanos que viven fuera de su país natal? ¿Crees que
en un futuro cercano pudiera establecerse un subgénero de la literatura venezolana
contemporánea que agrupe a los escritores vinculados a la diáspora?
Todos los venezolanos que nos dedicamos a este oficio compartimos el mismo escenario de
conflicto, somos herederos y actores de una crisis sociopolítica a la que no es posible darle la
espalda. En ese sentido, sí, es harto probable que nuestras obras tengan cierto aire de familia,
puntos de encuentro, correspondencias, elementos complementarios. No creo que se trate de una
estética colectiva, pero sí de un contexto común que, sin duda, afecta y condiciona el tipo de
historias que contamos y el cómo las contamos. Me parece que críticos como Miguel Gomes o
Carlos Sandoval ya han hablado de este ciclo, o subgénero si quieres llamarlo así, referido al
asunto del destierro.
Art Spiegelman, creador del comic Maus, en el cual muestra las penurias sufridas en la Segunda
Guerra Mundial por sus padres judíos, agradeció a Hitler porque sin él no hubiera podido crear
su novela gráfica. Por consiguiente, me gustaría saber, según tu opinión, de qué manera el
chavismo, así como Hitler en Maus, ha funcionado como motivador de historias y personajes en
la literatura contemporánea venezolana.
“Chávez puso a Venezuela en el mapa”, me dijo alguna vez un editor que mostró interés por uno
de mis trabajos. Efectivamente, el chavismo fue un cambio de paradigma, un punto de giro.
Ninguna instancia de la vida social venezolana permaneció inmune al tsunami revolucionario.
Por lo tanto, sí, es natural que la literatura, y las artes en general, se hayan hecho eco de esa
debacle, que hayan contemplado contarla, criticarla, refutarla e interpretarla bajo premisas
estéticas. Quizás Spiegelman pudo agradecerle a Hitler por contar con el beneficio del tiempo.
No conozco su obra, no sé qué tan posterior es su trabajo a los hechos trágicos de la guerra. El
fenómeno Chávez es tan reciente, su efecto dramático en la sociedad está tan presente, que no me
sentiría cómodo dándole las gracias, preferiría esperar, necesitaría esperar.
En la mayoría de tus novelas y cuentos muestras personajes que cuestionan sus vínculos de
pertenencia con Venezuela. Muchos de ellos se sienten desterrados, aun cuando vivan dentro de
su propio país, y visualizan un futuro desolador sobre su nación. Considerando estos aspectos,
¿opinas que se puede hablar de una identidad nacional venezolana? ¿Cómo ha afectado el
chavismo y la diáspora a la identidad del venezolano?
Es una pregunta difícil, porque yo ya tengo diez años fuera del país. Las fobias de mis personajes,
quizás, eran las fobias que podía percibir e interpretar en la Venezuela de 2007, con un Hugo
Chávez Frías vivo e inquebrantable, con una dinámica social bastante pervertida pero no tan
desahuciada como la actual. Los sucesos de 2017, la rebelión de los estudiantes, refuta la idea de
96
Entrevista de Diego Maggi a Eduardo Sánchez Rugeles. Las respuestas del escritor fueron enviadas por correo
electrónico el 10 de marzo de 2018.
189
que el concepto de país que tienen los jóvenes es el de una nación inservible e irreparable; estos
chamos luchan por una causa, creen en algo, anhelan algo diferente. El problema tiene
demasiadas aristas al igual que el asunto de la identidad. No sé definir esa identidad, me cuesta
identificar los rasgos característicos de nuestra idiosincrasia. Veo mucha paradoja, contradicción,
refutación, negación, pero no soy capaz de establecer cuáles son las cosas que tenemos en común.
El chavismo, sin duda, fue un cambio de paradigma. Ninguna forma social o individual
permaneció inmune al sacudimiento. La diáspora es consecuencia del chavismo, nos convertimos
en una nación de emigrantes y eso, sin duda, ha tenido perjuicios y beneficios. Venezuela tiene
presencia poblacional en una diversidad de países a los que antes solo se iba en plan turístico.
Esta experiencia ha favorecido a artistas, científicos, médicos, nos ha dado voz en escenarios a
los que no estábamos acostumbrados a asistir, pero también genera mucha zozobra. Personal y
emocionalmente son procesos difíciles y complejos.
Considerando la gran variedad de antihéroes que se evidencia en la literatura contemporánea
venezolana, incluyendo al protagonista de Liubliana, Gabriel Guerrero, lo cual contrasta con la
historia heroica de esta nación (llamada “historia patria” por Germán Carrera Damas) que está
influenciada, en gran medida, por el culto a Bolívar, ¿cómo crees que esa historia heroica afecta
o condiciona a los escritores venezolanos?
El bolivarianismo es un paradigma totalitarista y perverso. Sobre esto han reflexionado con
lucidez Luis Castro Leiva y Elías Pino, entre otros; es un lastre, un relato que deforma la realidad
nacional y la historia, una épica falsa. Se trata de un acto de fe. Para el ideal revolucionario los
próceres de la patria son santos, figuras místicas a las que no se les puede abordar desde ninguna
perspectiva crítica. El chavismo legitimó ese dogma, Bolívar es Dios, y toda su ética, su lógica y
su estética pasa por el mantenimiento y el ejercicio del discurso del siglo XIX. Un discurso
totalmente anacrónico, desfasado, romántico con el que alimentan su burda ideología. Toda
creación artística honesta pasa por un ejercicio de rebelión, de protesta, de refutación, de atentar
contra un orden establecido, por lo que es natural que los escritores venezolanos, cada uno a su
manera, con sus estrategias, se hayan posicionado contra esta religión pagana.
En Liubliana, los personajes revelan distintos vínculos con Venezuela. Por ejemplo, el personaje
de Fedor asegura: “Nunca más, nunca jamás me vuelvas a hablar de Venezuela”; mientras que
Atilio afirma: “Yo no sabría vivir en otra parte”. ¿Cuáles crees que son los rasgos que más
vinculan a los venezolanos con su país y, por otro lado, cuáles serían sus mayores motivos de
rechazo?
No lo sé. He reflexionado mucho sobre este asunto y hasta el día de hoy no lo tengo claro. La
idiosincrasia venezolana es una paradoja, una negación constante, una contradicción para la que
no aplican generalizaciones. Hay ciertos fetiches paisajísticos o gastronómicos, también
culturales, que podrían actuar como elementos de comunión, como cosas que tenemos en común,
pero no dejan de ser generalizaciones románticas, como puede ser la contemplación del Ávila, la
arepa matutina o las tonadas de Simón Díaz, ahí parecería haber algo, un contenido colectivo,
pero es una impresión muy subjetiva. Los motivos de rechazo también son equívocos; para
algunos, un motivo de rechazo puede ser el cheverismo, el pataebolismo, la supuesta alegría
desmedida, pero para otras personas esto puede ser un atributo. Todo un enigma.
190
¿Cómo vincularías al personaje de Aurelio en Liubliana, “un hombre sin raíces, sin patria, sin
conflicto identitario”, con la actualidad de Latinoamérica? ¿Crees que hay un aumento de
desarraigo y desprecio en los latinoamericanos por los fracasos del continente?
La unidad latinoamericana es un mito, un resabio romántico. Somos hermanos cuando nos
conviene, cuando es oportuno (sobre todo, desde una perspectiva política), pero creo que cada
Estado Nación ha configurado a fondo su propia historia, su propia idiosincrasia, su propia forma
de ser. Los relatos fundacionales de cada país han calado hondo en la mentalidad de las personas,
son relatos que se aprenden desde la escuela y que, difícilmente, logran desaparecer. Quizás, no
estoy seguro, el indio Aurelio no sea más que un latinoamericano desengañado, aburrido de las
historias fundacionales, de los relatos épicos, del procerato, un tipo al que le da lo mismo que San
Martín, Bolívar o Santander hayan hecho lo que hayan hecho; un individuo pragmático que solo
busca sobrevivir y que no les da importancia a los patrioterismos. El Indio Aurelio, además, tiene
sentido del humor, se ríe de sí mismo, de la sacralidad de la historia latinoamericana. No sabría
decir si hay un aumento de desarraigo y desprecio; los sentimientos son un coctel, hay de todo un
poco, amor-odio, necesidad y deseo.
El Indio Aurelio relata una guerra ficticia entre los países de Latinoamérica que, al acabarse los
recursos, utilizarán excrementos como armas. En las protestas venezolanas del 2017, varios
manifestantes usaron armas fabricadas con heces fecales para atacar a los cuerpos de seguridad
del Estado. ¿Considerarías que en Venezuela la realidad llega a igualar e incluso superar a la
ficción? ¿Qué dificultades o ventajas puede encontrar el escritor venezolano al ver que lo
ocurrido en Venezuela resulta absurdo e inverosímil?
La Venezuela contemporánea, sin duda, (la Revolucionaria, la representante del Socialismo del
Siglo XXI) es un caldo de cultivo para obras de creación sobresalientes y originales. Todo lo que
ha ocurrido en los últimos 20 años es insólito, absurdo e increíble. El escritor español Antonio
Muñoz Molina decía hace algunos días en un evento sobre Venezuela que el problema de los
extranjeros para empatizar con nuestra tragedia era que no nos creían, porque los relatos
resultaban inverosímiles. El drama social es una fortuna para los escritores, hay mucho qué
contar, mucho qué decir, mucho qué reflexionar sobre lo que nos ha pasado. El ciclo de novelas
del chavismo, sin duda, será amplio y complejo.
Si tuvieras que reivindicar a un personaje de la historia de Venezuela, ¿quién sería?
Siempre tuve simpatía por la figura de José María Vargas, el primer presidente civil de
Venezuela. No me imagino cómo se habrá sentido ese hombre culto, inteligente, en medio de ese
basto entorno de militares brutos y ambiciosos. Literariamente, creo que tiene mucho interés. Y,
por supuesto, a partir de Vargas, reivindicar las figuras de los civiles en Venezuela, más que las
de la lacra militar.
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