CUADERNOS DE SISTEMÁTICA PEIRCEANA Número 1 – 2009 CENTRO DE SISTEMÁTICA PEIRCEANA CSP Editores ARNOLD OOSTRA Universidad del Tolima FERNANDO ZALAMEA Universidad Nacional de Colombia Editores Asociados LORENA HAM Universidad Nacional de Colombia ALEJANDRO MARTÍN Biblioteca Luis Angel Arango DOUGLAS NIÑO Universidad Jorge Tadeo Lozano © Los autores © Fondos de imágenes (diagramas y caricaturas de Peirce): Charles Sanders Peirce Papers Ms AM 1632, Houghton Library, Harvard University http://www.cspeirce.com/digitized.htm ISBN 978-958-46-0619-8 Impreso por Editorial Nomos Impreso en Colombia CONTENIDO Presentación.............................................................. 5 La matemática intuicionista y sus conexiones con el pensamiento de Peirce....................................... 9 Faneroscopia, filosofía natural y literatura. “La Esfinge” en Peirce, Emerson, Poe y Melville.......... 33 Las categorías ceno-pitagóricas y la controversia sobre el origen de las innovaciones evolutivas.............. 53 Desde Peirce: invitación a ampliar nuestro concepto de signo.............................................. 95 ¿Es la verdad la meta de la investigación? Una lectura pragmaticista para objeciones pragmatistas 139 DOUGLAS NIÑO Algunas reflexiones sobre la duda y la creencia............ 159 EDISON TORRES Idealismo epistemológico y realismo metafísico en Charles S. Peirce........................................................ 181 ARNOLD OOSTRA FERNANDO ZALAMEA EUGENIO ANDRADE ROBERTO PERRY CARLOS GARZÓN NOTA BIBLIOGRÁFICA. A lo largo del número, las referencias usuales a escritos de Peirce se denotan con las siguientes siglas: [CP] Charles S. Peirce, Collected Papers (8 vols.), Harvard: Harvard University Press, 1931-1958. [EP] Charles S. Peirce, Essential Peirce (2 vols.), Bloomington: Indiana University Press, 1992-1998. [N] Charles S. Peirce, Contributions to The Nation (4 vols.), Lubbock: Texas Tech University Press, 1975-1987. [NEM] Charles S. Peirce, The New Elements of Mathematics (4 vols., en 5), The Hague: Mouton, 1976. [W] Charles S. Peirce, Writings. A Chronological Edition (7 vols. hasta la fecha), Bloomington: Indiana University Press, 1981-. [MS/L] Charles S. Peirce, The Charles S. Peirce Papers (32 rollos de microfilms de los manuscritos conservados en la Houghton Library), Cambridge: Harvard University Library, 1967-1971. La numeración corresponde a Richard Robin, Annotated Catalogue of the Papers of Charles S. Peirce, Amherst: University of Massachusetts Press, 1967, y/o Richard Robin, “The Peirce Papers: A Supplementary Catalogue”, Transactions of the Charles S. Peirce Society 7 (1971): pp. 37–57. “MS” se refiere a los manuscritos y “L” a las cartas. Una referencia del tipo [A b.pqr; xyzt] en las fuentes publicadas envía a la colección [A], volumen b. En el caso [CP], pqr envía al párrafo pqr. En los demás casos, pqr envía a la página pqr. El dato xyzt (cuando incluido por los autores) indica fecha de escritura del texto. Otras referencias específicas a escritos puntuales de Peirce se incluyen en cada artículo por separado. Presentación Centro de Sistemática Peirceana Cuadernos de Sistemática Peirceana Científico de profesión (químico, físico, geodesta), Charles S. Peirce (1839-1914) elaboró un amplio sistema filosófico para tratar de entender el mundo natural y la acción del hombre allí inscrita. Calificado como un “pensador del siglo XIX para el siglo XXI”, Peirce incluyó en su arquitectónica algunas herramientas que permiten captar tránsitos de la información (así como definir obstrucciones) entre subcampos distintos del saber. En pleno redescubrimiento desde hace un par de décadas, y situadas en el centro de muchas problemáticas contemporáneas, las herramientas peirceanas básicas incluyen: • • • • un pragmatismo modal (“pragmaticismo”), en el cual los signos (actuales) son instanciados en contextos posibles de representación y son subdeterminados mediante su comportamiento relacional (acotado y necesario dentro de un contexto apropiado) una fenomenología universal (“faneroscopia”), en la cual se median los dualismos mente/cuerpo o cultura/naturaleza y en donde tres categorías “cenopitagóricas” (primeridad: inmediatez; segundidad: acción-reacción; terceridad: mediación) establecen una red compleja (reflexiva, recursiva, jerárquica) entre las formas arbitrarias de los fenómenos una lógica del continuo (“sinequismo”), en la cual el conocimiento emerge por medio de cortes y/o deformaciones de la información sobre estratos continuos que permiten comparar singularidades y/o transferencias una dialéctica de lo fronterizo (“creatividad”), en la cual diversas tensiones entre polaridades (determinado/indeterminado, vago/general, particular/universal) dan lugar a mediaciones fronterizas originales. El sistema arquitectónico peirceano especifica estas armazones genéricas, y provee multitud de ejemplos, concreciones y espectros metodológicos (clasificación de los signos, clasificación triádica de las ciencias, lógica de la investigación científica) que son de suma utilidad en el estudio de los problemas de transferencias del saber. A comienzos del siglo XXI resulta cada vez más notorio que las apariciones de híbridos y de mixturas en las ciencias determinarán los próximos desarrollos del conocimiento. Esto es particularmente visible alrededor de la invasión de métodos exactos (matemática) en las ciencias de lo vivo (biología, genética, medicina), de la introducción de conceptos dinámicos (lógicas no clásicas) en las ciencias de la información, o de la aparición de métodos alternativos (no lineales, no conmutativos) en las ciencias físicas (cosmología, mecánica cuántica). Se trata de una situación que se extiende también al ámbito de los estudios culturales, donde las hibridaciones son legión, pero donde hace mucha falta un instrumentario mínimo de orientación, como el que provee el sistema de Peirce. 5 Dentro de este marco general, el Centro de Sistemática Peirceana pretende aprovechar el sistema peirceano en toda su generalidad, para adelantar muy concretos estudios de caso dentro de las disciplinas específicas que corresponden a las especialidades de los miembros del Centro, en las cuales éstos poseen apropiados conocimientos de punta. Aprovechando así una de las dialécticas mismas del sistema, se pretende transitar de lo genérico a lo matérico mediante un adecuado uso de las herramientas peirceanas, y, en el sentido preciso del paso de lo universal a lo particular, puede entenderse entonces la labor del Centro como una labor básicamente aplicada. El acrónimo del Centro –CSP– sirve de homenaje a un Charles Sanders Peirce vivo, cuya obra pionera sigue siendo de fundamental valor para el mundo contemporáneo. Fundado en Colombia, en 2007, bajo la coordinación de Fernando Zalamea, el CSP cuenta actualmente con trece miembros activos, cuyos diversos backgrounds constituyen en sí mismos un verdadero homenaje a la amplitud del pensamiento peirceano: Eugenio Andrade (biología), Gustavo Baquero (filosofía), Carlos Garzón (filosofía), Lorena Ham (antropología), Richard Kalil (filosofía), Jaime Lozano (economía), Alejandro Martín (matemáticas), Douglas Niño (medicina), Arnold Oostra (matemáticas), Roberto Perry (lingüística), Miguel Ángel Riaño (filosofía), Edison Torres (filosofía), Fernando Zalamea (matemáticas). Basado en el Acervo Peirceano (http://acervopeirceano.org/) –la mayor colección en América Latina de escritos de (y sobre) Peirce– el CSP organiza sus tareas anualmente (ver figura 1), con el objetivo de producir un volumen anual de escritos de los miembros del Centro. Figura 1 Ejemplo de actividades del CSP: Seminario, Presentaciones de Textos, Discusiones. 6 Los Cuadernos de Sistemática Peirceana constituyen el resultado final de esas labores (cinco volúmenes planeados para el quinquenio 2009-2013). Después de presentaciones parciales de resultados en un Seminario de Estudios Peirceanos (abierto al público), los miembros del CSP redactan una primera versión de sus artículos, que es luego contrastada en una ronda de discusiones (cerrada al público) al final de cada año: el Coloquio Anual Málaga, en referencia a la hacienda que acoge el encuentro, en Villa de Leyva, Colombia. Intentando emular al Grupo Bourbaki, las discusiones son ásperas y lo suficientemente violentas para que los miembros tengan obligatoriamente que reescribir sus textos, a presentar en versión definitiva el año siguiente. En la práctica, cada artículo es literalmente desbaratado por los demás miembros del CSP y el ejercicio crítico llevado a cabo supera, de lejos, el requerimiento usual de un par de referees en las revistas académicas. Con este primer volumen de los Cuadernos de Sistemática Peirceana presentamos a la comunidad los resultados iniciales de esos trabajos, inscritos dentro del laberinto de pistas peirceanas para el siglo XXI. Labyrinth [MS 1537] 7 L A MATEM ÁTICA INTUICIONISTA Y SUS CONEXIONES CON EL PENSAMIENTO DE P EIRCE A RNOLD O OSTRA∗ El intuicionismo es una doctrina sobre los fundamentos de la matemática que surgió en la primera mitad del siglo XX como una reacción al formalismo y el logicismo. Para la filosofı́a intuicionista, la matemática es el resultado de la actividad mental libre y constructiva de la persona que investiga. El fundador y principal promotor del intuicionismo fue el matemático y filósofo holandés L. E. J. Brouwer (1881–1966). Si bien el auge del intuicionismo fue posterior a Charles Peirce, hay elementos técnicos que enlazan esta forma de pensamiento con algunos de sus trabajos. Se plantea entonces el ejercicio de establecer y delimitar las diferentes conexiones entre el intuicionismo y el pensamiento peirceano. El propósito de este empalme es brindar un contexto conceptual propicio para la sı́ntesis global de los desarrollos técnicos mencionados. En la primera sección de este artı́culo se hace una presentación general de la matemática intuicionista y en la segunda se exploran diferentes enlaces del intuicionismo con el legado de Peirce. ∗ Universidad del Tolima, [email protected] 9 1. E L INTUICIONISMO Aunque algunas ideas básicas del intuicionismo fueron expresadas de manera puntual por diversos matemáticos del siglo XIX, en su mayorı́a franceses, esta filosofı́a y sus consecuencias crecieron en Holanda alrededor de L. E. J. Brouwer. Después, en una inesperada vuelta de tuerca, la lógica intuicionista apareció en segmentos muy significativos de la matemática. El material presentado en esta sección es bastante conocido en la historia y la filosofı́a de la matemática. Por ello se omiten las fuentes, el lector interesado puede encontrar más detalles en la bibliografı́a, en especial en la completı́sima biografı́a [van Stigt 1990] y en [Dou 1970], [Largeault 1992], [Largeault 1993], [van Atten 2003] y [van Atten 2008]. 1.1. S URGIMIENTO Durante el siglo XIX, en parte como consecuencia de la aparición de las geometrı́as no euclidianas, la matemática vivió un proceso gradual de aritmetización consistente en un esfuerzo por construir todo el edificio matemático de manera formal a partir de los números naturales. Este magno proyecto condujo a diversas visiones sobre la naturaleza de la matemática. Sin duda, la más generalizada de ellas la muestra como una ciencia formal que se ocupa de las consecuencias de sistemas axiomáticos. En esta perspectiva, que en alguna medida perdura hasta la práctica matemática actual, se acepta la existencia de los objetos matemáticos cuya inexistencia es absurda y se avanzaba confiando encontrar una prueba de la consistencia o no-contradicción interna de todo el edificio. Otra propuesta adelantada en la misma época presenta la matemática como una extensión de la lógica. Inconformes con este escenario, al final del siglo XIX y al principio del XX varios matemáticos rechazaron la visiones formalista y logicista de su ciencia y las consecuencias que éstas implicaban. Puesto que percibı́an el peligro de ver la matemática como una mera ciencia formal de sı́mbolos, manifestaron la necesidad de visiones filosóficas alternativas. A algunos de estos pensadores se les conoce como preintuicionistas, ya que los elementos sugeridos por ellos después caracterizarı́an la propuesta más sólida denominada intuicionismo. Sin embargo es preciso advertir que ninguno de ellos elaboró con amplitud sus 10 ideas y, excepto quizás Poincaré, ninguno realizó algún trabajo filosófico significativo. Por ejemplo, las investigaciones sobre la aritmetización del álgebra y el análisis condujeron al alemán Leopold Kronecker a cierto finitismo, consistente en considerar aceptable una definición solo si es posible establecer mediante una cantidad finita de pasos si determinado número la satisface o no. Este punto de vista se refleja en su muy citada frase: “Los números naturales los hizo el buen Dios, todo lo demás es obra humana”1 y, como podı́a esperarse, su posición le llevó a profundas contradicciones con las pruebas existenciales de su alumno ocasional Georg Cantor. Por otro lado vale la pena mencionar al francés Henri Poincaré quien puede ser considerado como el último matemático universal por la multitud y variedad de sus contribuciones. Poincaré rechazó tanto la teorı́a de conjuntos de Cantor como el logicismo, argumentando que en la matemática se requiere más que solo lógica. Según él se necesita intuición, de la cual mencionó diversas clases. Otros preintuicionistas fueron los matemáticos franceses Émile Borel y Henri Lebesgue, ellos compartieron la concepción de que la consistencia no es suficiente para garantizar la existencia de un objeto matemático; el ruso Nikolai Luzin distinguió diferentes sentidos de la existencia de objetos matemáticos según el método de definición empleado y diferenció demostraciones constructivas de las que no lo son; por su parte el matemático alemán Hermann Weyl sostuvo que el fundamento último del conocimiento matemático es la intuición más que la prueba, e inició una reconstrucción de la matemática a partir de conjuntos definidos con la aritmética. El intuicionismo está ligado de manera indisoluble al nombre de Brouwer; en sentido contrario, este matemático se identifica casi de manera exclusiva con el pensamiento intuicionista, lo cual no es del todo justo pues también realizó aportes de suma importancia a la topologı́a. Luitzen Egbertus Jan Brouwer, conocido para sus allegados como Bertus, nació cerca de Rotterdam en 1881 y siempre se destacó por su brillantez. En 1897 ingresó a la Universidad de Amsterdam donde obtuvo su tı́tulo en 1904, año en el que también logró su primera publicación matemática. En 1907 Brouwer presentó su tesis doctoral titulada Sobre los Fundamentos de la Matemática2 y realizada bajo la dirección de Diederik Korteweg, bien conocido en la mate1 Die ganzen Zahlen hat der liebe Gott gemacht, alles andere ist Menschenwerk. de grondslagen der wiskunde. 2 Over 11 mática por las ecuaciones Korteweg-deVries (KdV). Su director hubiera preferido otro tema para la investigación y los dos tuvieron discusiones de fondo sobre el contenido filosófico de la tesis. Este escrito marca el comienzo de la reconstrucción intuicionista de la matemática por parte de Brouwer. Por supuesto sus ideas ya tenı́an cierta madurez, de hecho varios años antes habı́a publicado una monografı́a filosófica titulada Vida, Arte y Misticismo3 y que contenı́a muchos de los elementos que le darı́an forma a su trabajo. Un principio básico, llamado por Brouwer el “acto primero” del intuicionismo, lo formula él mismo de la siguiente manera [Brouwer 1981]. Separar de manera completa la matemática del lenguaje matemático y por lo tanto de los fenómenos del lenguaje descritos por la lógica teórica, reconociendo que la matemática intuicionista es una actividad de la mente que en esencia carece de lenguaje y que tiene su origen en la percepción de un movimiento de tiempo.4 Brouwer describe el “movimiento de tiempo” (move of time) como la división de un momento de vida en dos cosas, que hace nacer una segundidad (twoity) cuya acumulación es el sustrato que constituye la intuición matemática básica. De esta manera, la matemática es una actividad interna de la mente que conduce a construcciones cada vez más complejas a partir de intuiciones básicas. En esta actividad el lenguaje solo juega un papel secundario, el de retener las construcciones o comunicarlas a otras personas, pero no permite crear sistemas matemáticos nuevos. El acto primero separa la matemática del lenguaje y de la lógica. Por ejemplo, las relaciones entre objetos matemáticos deben distinguirse de las relaciones lógicas entre los signos que los representan. Una consecuencia de esta separación es que, como lo indicaron algunos preintuicionistas, la existencia de los objetos matemáticos se separa de su consistencia. Pues la consistencia es una cuestión lógica y la existencia una cuestión matemática. De hecho, Brouwer distinguió dos clases de contradicciones: la contradicción lógica es un hecho lingüı́stico mientras la contradicción matemática es la imposibilidad de efectuar una construcción. La existencia de un objeto matemático está dada por la posibilidad de su construcción mental, y de esta manera la separación de matemática y lenguaje lleva al intuicionismo a una forma de constructivismo. 3 Leven, Kunst en Mystiek. separating mathematics from mathematical language and hence from the phenomena of language described by theoretical logic, recognising that intuitionistic mathematics is an essentially languageless activity of the mind having its origin in the perception of a move of time. 4 Completely 12 Aquı́ vale la pena aclarar una confusión que puede aparecer con facilidad dada la semejanza de los términos empleados. La palabra intuición como la emplea Brouwer no tiene el sentido de instinto o habilidad innata para comprender algo de manera instantánea, tampoco el sentido de autoevidente. No debe pensarse que la matemática intuicionista es en alguna manera más intuitiva o de comprensión más sencilla que la clásica. En este contexto la palabra intuición debe entenderse como un término técnico que hace referencia al sustrato básico o fundamento último sobre el cual se efectúan las construcciones matemáticas. Un aspecto que sı́ comparten en alguna medida los sentidos técnico y cotidiano de esta palabra es que la intuición es anterior al razonamiento deductivo o aun independiente de él. 1.2. L ÓGICA Al obtener su doctorado, para Brouwer era claro que si querı́a atraer alguna atención para sus ideas sobre la fundamentación de la matemática, primero debı́a labrarse un lugar prominente en el mundo matemático. Por ello durante los años siguientes se dedicó casi de manera exclusiva, al menos en público, al estudio de la topologı́a. Hoy en dı́a esta especialidad es una sólida ciencia matemática pero al principio del siglo XX consistı́a en algunas ideas y resultados dispersos entre el análisis y la naciente teorı́a de conjuntos. Los aportes de Brouwer, entre los que se destacan la teorı́a de la dimensión y el famoso teorema del punto fijo, fueron decisivos para la consolidación y el desarrollo inical de la topologı́a, al punto de que se le reconoce como uno de los fundadores de esta disciplina. El propósito perseguido por Brouwer con este intermedio se cumplió a cabalidad. En 1908 participó en el Congreso Internacional de Matemáticas en Roma; entre 1909 y 1912 publicó más de cuarenta artı́culos matemáticos en varios idiomas; en 1912 fue elegido miembro del la Real Academia de Ciencias y el mismo año fue nombrado profesor de la Universidad de Amsterdam; en 1913 ocupó de manera definitiva el lugar de Korteweg, quien renunció a su favor; en 1914 fue invitado a formar parte del Comité Editorial de la muy prestigiosa revista Mathematische Annalen. Durante estos años tuvo contacto con muchos matemáticos destacados de la época como Poincaré, Borel, Hadamard y el gran David Hilbert. La conferencia pronunciada por Brouwer en 1912 al inaugurarse como profesor de 13 la Universidad, que fue publicada en holandés pero que el año siguiente ya fue traducida y publicada en inglés, marcó su regreso definitivo a las reflexiones sobre la fundamentación de la matemática. Titulada Intuicionismo y formalismo,5 recogió muchas de las ideas presentadas cinco años antes en la tesis pero presentó un giro de mayor énfasis hacia la teorı́a de conjuntos y, en consecuencia, hacia la lógica. Separada la matemática de la lógica por el primer acto del intuicionismo, se plantea la pregunta acerca de la verdad matemática en este contexto. Para Brouwer el único determinante de la verdad matemática es la actividad mental, luego una proposición matemática se vuelve verdadera cuando el sujeto experimenta (o “intuye”) su verdad después de haber efectuado una construcción mental adecuada; en cambio, una proposición se hace falsa cuando el sujeto se convence de que su construcción mental es imposible. Brouwer expresa que “no hay verdades no experimentadas”.6 De esta manera, las operaciones lógicas que por tradición se consideran fundamentales pueden leerse de manera intuicionista como sigue. Negación. Negar una proposición, en el intuicionismo, es refutarla o sea asegurar que su construcción es imposible. Es decir, a partir de su afirmación puede construirse algo absurdo. Esta idea se identifica tanto con el intuicionismo que en la lógica matemática actual se llama negación intuicionista a la definición de negación como implicación del absurdo. Conjunción. Una conjunción es verdadera cuando pueden construirse de manera efectiva ambas proposiciones conjugadas. Disyunción. Una disyunción de dos proposiciones es verdadera cuando puede realizarse una construcción efectiva de alguna de las dos. Implicación. Una proposición implica otra si una construcción del antecedente puede transformarse en una del consecuente. El concepto intuicionista de la negación conduce a rechazar el principio de la doble negación. En efecto, la doble negación de una proposición significa que de la sentencia negada se puede construir un absurdo, lo cual de ninguna manera equivale a una construcción efectiva de la proposición. Muy cercana a esta consecuencia hay otra que es una carac5 Intuitionisme 6 There en Formalisme. are no non-experienced truths. 14 terı́stica muy famosa del intuicionismo, el rechazo del principio del tercero excluı́do. Pues afirmar que una sentencia o su negación es verdadera significa, en el contexto intuicionista, que se tiene una construcción efectiva de la sentencia o de su negación. Es muy sencillo enunciar proposiciones de las cuales no se puede dar una construcción y de cuya aceptación no se puede construir ninguna contradicción. Un ejemplo famoso, debido a Brouwer, es la existencia en la expansión decimal del número π de la secuencia de dı́gitos 0123456789. De manera reciente se descubrió que esa secuencia sı́ aparece en la expansión de π, pero eso no debilita para nada el argumento pues en la matemática siempre hay proposiciones de las cuales no se tiene prueba ni refutación. En el pensamiento clásico se acepta que alguna de las dos es verdadera; en el intuicionista eso es inaceptable. Vale la pena señalar aquı́ que Brouwer comparó la creencia en la validez universal del principio del tercero excluido con la creencia en la racionalidad de π y con la creencia en la rotación del firmamento alrededor de la tierra [Brouwer 1981]. Este sı́mil expresa de manera implı́cita la esperanza de la superación futura de tal creencia. Una consecuencia del rechazo de estos principios es la caı́da del método de reducción al absurdo, tan querido en la matemática clásica: si se supone la negación de un enunciado y eso conduce a un absurdo, puede concluirse su afirmación. Muchos resultados importantes de la matemática se prueban con este argumento y entonces ya no son válidos en el intuicionismo. Dicho sea de paso, esto ha llevado a presentar el intuicionismo como “matemática clásica sin principio del tercero excluido”, lo cual por supuesto es una visión muy simplista de toda esta filosofı́a. Es evidente que sı́ se mantiene la llamada reducción al absurdo débil: si se supone un enunciado y eso conduce a un absurdo, se puede concluir su negación. Estos principios generales y vagos dieron lugar, dentro de la matemática formal de uso generalizado entre los matemáticos, a la muy precisa lógica intuicionista. Uno de los pioneros de este desarrollo fue el matemático holandés Arend Heyting, discı́pulo de Brouwer e incansable promotor de sus ideas. En 1925 presentó su tesis doctoral en la Universidad de Amsterdam, titulada Axiomática Intuicionista de la Geometrı́a Proyectiva7 y orientada por Brouwer. Este fue el primer estudio axiomático en matemática constructiva y el perfecto abrebocas para el trabajo más conocido de Heyting, la formalización de la teorı́a 7 Intuitionistische Axiomatiek der Projectieve Meetkunde. 15 intuicionista de Brouwer. Este problema, que parece una contradicción en los términos, fue propuesto por la Asociación Matemática Holandesa como un concurso en 1927 y el ganador fue Heyting, su solución fue publicada en 1930 como un artı́culo titulado Las reglas formales de la Lógica Intuicionista [Heyting 1930]. Aunque la axiomatización de Heyting es la más conocida y la más citada, lo cual también se debe a que él hizo muchos aportes significativos a la matemática intuicionista, cabe anotar que hubo otros esfuerzos importantes en la formalización de las ideas de Brouwer. En 1925 el matemático ruso Andrei Kolmogorov publicó una formalización parcial de la lógica intuicionista, que a la sazón no fue conocida en Europa occidental. En 1928 y 1929 el también ruso Valerii Glivenko, discı́pulo de Luzin y corresponsal de Heyting, publicó un par de artı́culos que contenı́an otra axiomatización del cálculo intuicionista. El segundo trabajo de Glivenko alcanzó alguna notoriedad porque allı́ probó que una fórmula es demostrable en el cálculo proposicional clásico si y solo si su doble negación lo es en el cálculo intuicionista. A partir de aquı́ y con otros resultados debidos al alemán Gerhard Gentzen y al austrı́aco Kurt Gödel se llegó a demostrar la plena equiconsistencia, no solo de los cálculos proposicionales sino también de las aritméticas intuicionista y clásica. Sin embargo Gödel indica que la lógica intuicionista es más rica por la sencilla razón de que distingue fórmulas que coinciden en la lógica clásica. La lógica intuicionista, al igual que la clásica, tiene una amplia gama de modelos semánticos. Cierta clase de retı́culos, llamados en algunas ocasiones retı́culos brouwerianos, ahora se conocen como álgebras de Heyting y de un modo técnico muy preciso constituyen la contraparte algebraica del cálculo proposicional intuicionista, véase [Blok & Pigozzi 1989] y [Oostra 1997]. El matemático holandés Evert Beth y el norteamericano Saul Kripke también elaboraron sendos modelos para el intuicionismo. 1.3. D ESARROLLO Podrı́a pensarse que las reflexiones del intuicionismo y sus diferencias con el pensamiento matemático clásico se limitan a la matemática más fundamental. En realidad, el ambicioso programa de Brouwer y sus sucesores consistı́a en elaborar una revisión completa de la matemática con principios intuicionistas. Comenzó con los fundamentos de la teorı́a de 16 conjuntos pero luego se fue extendiendo de manera paulatina al análisis, al álgebra y a la teorı́a de funciones. Una de las hipótesis requeridas para ello se llamó “el acto segundo” del intuicionismo [Brouwer 1981]. Admitir dos maneras de crear entes matemáticos nuevos: primero en la forma de sucesiones infinitas que proceden de manera más o menos libre y constituidas por entes matemáticos adquiridos con anterioridad; segundo en la forma de especies matemáticas, esto es, propiedades que pueden tener entes matemáticos adquiridos con anterioridad y que además satisfacen la condición de que si se cumplen para cierto ente entonces también se cumplen para todos los entes matemáticos que han sido definidos como ‘iguales’.8 En terminologı́a actual, aquı́ se está suponiendo la estabilidad de la existencia matemática por sucesiones y por relaciones de equivalencia. Con estas herramientas Brouwer pudo revisar una porción considerable de la especialidad conocida como análisis matemático. El resultado fue sorprendente pero del todo aceptable para Brouwer: mientras la aritmética intuicionista es un subsistema de la clásica, en el caso del análisis esa relación se rompe al punto de que no todo el análisis clásico vale en el intuicionismo ni todo el análisis intuicionista vale en la matemática clásica. El ejemplo más conocido lo constituye el resultado intuicionista, obtenido por Brouwer, según el cual toda función real definida en el intervalo unidad es uniformemente continua. Estos trabajos sistemáticos de Brouwer representaron un ataque frontal y serio al formalismo, defendido de manera intensa por Hilbert. A lo largo de la década de 1920 se fue cristalizando una seria disputa sobre la fundamentación de la matemática que pronto minó el aprecio mutuo entre Brouwer y Hilbert convirtiéndolo en franca enemistad. De las diatribas conceptuales pasaron al plano personal en 1928 cuando Hilbert sacó a Brouwer de Mathematische Annalen. El impacto de estas contrariedades hizo que Brouwer se alejara durante años de la actividad académica, dedicándose a labores sociales y polı́ticas. Después de la Segunda Guerra Mundial recibió invitaciones de varias Universidades alrededor del mundo para dar conferencias sobre su filosofı́a intuicionista, lo cual le motivó lo suficiente para volver a escribir algunos trabajos. Brouwer vivió en soledad la última década de su vida y murió en 1966 en un accidente de tránsito. 8 Admitting two ways of creating new mathematical entities: firstly in the shape of more or less freely proceeding infinite sequences of mathematical entities previously acquired; secondly in the shape of mathematical species, i.e. properties supposable for mathematical entities previously acquired, satisfying the condition that if they hold for a certain mathematical entity, they also hold for all mathematical entities which have been defined to be ‘equal’ to it. 17 El intuicionismo no desapareció con la muerte de su fundador y mayor impulsador. La lı́nea de trabajo más pura de esta filosofı́a dio lugar a diversas especies de matemática constructiva que se siguen cultivando hasta la actualidad [Troelstra & van Dalen 1988]. Por otro lado, la formalización de la lógica intuicionista iniciada por Heyting a fines de los años 20 no era considerada por Brouwer auténtico intuicionismo, aunque su concepto sobre el trabajo de su discı́pulo fue que lo encontró “extraordinariamente interesante” y de hecho fue él quien le sugirió a Heyting que lo publicara en Alemania. Pero es esa lógica intuicionista formalizada la que aparece de manera natural y sorpresiva en otro contexto del todo diferente de la matemática. Los mencionados modelos de Kripke fueron propuestos primero para las lógicas modales pero después su autor descubrió que también proveı́an una semántica para la lógica intuicionista de Heyting. Esta sorpresa se repitió de manera mucho más impresionante a otro nivel. Pues un modelo de Kripke puede verse, en particular, como un haz. Los haces, concebidos al principio como herramientas de la topologı́a algebraica, fueron empleados a fondo por el gran matemático francés Alexander Grothendieck y su escuela en la solución de las conjeturas de Weil de la geometrı́a algebraica. En esta etapa de su desarrollo, la teorı́a de haces adoptó el lenguaje de las categorı́as, una teorı́a abstracta propuesta en 1945 por los matemáticos norteamericanos Samuel Eilenberg y Saunders Mac Lane quienes también trabajaban en temas provenientes de la topologı́a algebraica. Alrededor de 1970 la combinación de los haces con las categorı́as dio lugar a la teorı́a de topos, un ambiente generalizado y sintético para la matemática, y muy pronto se descubrió que cualquier topos tiene una lógica interna. Lo asombroso es que el segmento proposicional de esta lógica no satisface las leyes clásicas pero sı́ satisface siempre los axiomas del cálculo proposicional intuicionista de Heyting. De manera que la lógica natural de los topos y los haces resulta ser intuicionista, más aún, con haces se pueden construir modelos no solo para la lógica intuicionista sino para todas las lógicas intermedias entre la intuicionista y la clásica. Incluso se han construido topos en los cuales es posible concretar los desarrollos intuicionistas más avanzados al punto de obtener los resultados del análisis intuicionista [Mac Lane & Moerdijk 1992]. Acerca de los desarrollos posteriores de la lógica intuicionista formal vale la pena citar los trabajos del matemático colombiano Xavier Caicedo sobre los conectivos intuicio- 18 nistas [Caicedo 1995b], [Oostra 2005], y su propuesta de una lógica especial de haces sobre espacios topológicos [Caicedo 1995a]. 2. E L INTUICIONISMO Y P EIRCE El ejercicio de comparar dos sistemas filosóficos, con el fin de detectar sus coincidencias o contrastar sus diferencias, muchas veces resulta bastante fructı́fero. Aunque el intuicionismo iniciado por Brouwer se refiere en especial a la matemática, tiene suficientes elementos para intentar una comparación con el pensamiento de Charles S. Peirce. Cabe anotar que en el tiempo, más o menos, la última década de la vida de Peirce coincidió con el primer decenio de publicaciones de Brouwer, perı́odo en el cual escribió las ideas fundamentales del intuicionismo. Los puntos de contacto entre el intuicionismo y Peirce pueden agruparse en históricos, técnicos y conceptuales. 2.1. E NLACES HIST ÓRICOS Desde un punto de vista histórico el contacto entre Brouwer y Peirce es muy débil y, hasta donde se sabe, se cristaliza en la figura de Victoria, Lady Welby. Esta dama inglesa vivió entre 1837 y 1912, no tuvo una educación superior formal pero de manera autodidacta se convirtió en una filósofa del lenguaje que ejerció cierta influencia a comienzos del siglo XX. Una parte importante tanto de su progreso como de su influencia se debe a la correspondencia que Lady Welby intercambió con intelectuales de su época como Bertrand Russell, J. Cook Wilson y los pragmatistas William James, F. C. S. Schiller, Giovanni Vailati y Mario Calderoni. Lady Welby escribió varios artı́culos en revistas de filosofı́a como Mind y su primer libro filosófico, que lleva como tı́tulo ¿Qué es Significado?,9 fue publicado en 1903. Con una preocupación constante por el problema del significado, en especial en el lenguaje cotidiano, Lady Welby desarrolló una teorı́a del lenguaje que denominó significs y en la que puede distinguirse cierta estructura triádica. Su mayor influencia la ejerció sobre el 9 What Is Meaning? Studies in the Development of Significance. 19 lingüista y filósofo inglés Charles K. Ogden [Redondo 2008a]. Es casi seguro que Lady Welby y Charles Peirce sabı́an el uno del otro antes de entrar en contacto [Redondo 2008b]. Pero su relación se hizo efectiva en 1903 cuando el texto ¿Qué es Significado? recibió una reseña muy positiva por parte de Peirce. Esto condujo a una correspondencia entre los dos que se prolongó hasta la muerte de Lady Welby en 1912. Para Peirce, este fue uno de los contactos intelectuales más importantes en la última década de su vida; para Lady Welby, la correspondencia con Peirce fue una importante fuente de ideas que después hacı́a circular entre sus corresponsales, contribuyendo ası́ a su vez a la difusión temprana del pensamiento peirceano. En las cartas a Lady Welby, que son bien conocidas en la comunidad peirceana y que han sido publicadas varias veces [Hardwick 1977], entre otros temas Peirce expuso su teorı́a de los signos y sus gráficos existenciales. Otro de los corresponsales y amigos de Lady Welby fue el escritor y siquiatra holandés Frederik van Eeden (1860–1932). Entusiasmado con las ideas de la dama inglesa y su llamado a una revisión crı́tica de todos los aspectos del lenguaje humano, van Eeden reunió un grupo de intelectuales con quienes hacia 1916 fundó un grupo que llamaron Significs. Los integrantes de este cı́rculo variopinto incluı́an el sociólogo H. P. J. Bloemers, el geólogo L. S. Ornstein, el poeta socialista Herman Gorter, el jurista y literato judı́o Jacob I. de Haan, el periodista y sinólogo Henri Borel y los matemáticos David van Dantzig, Evert Beth y Gerrit Mannoury, maestro y amigo de Brouwer quien en su momento le animó a continuar con su carrera intelectual. El mismo Brouwer, amigo de van Eeden desde hacı́a mucho tiempo, fue uno de los miembros fundadores del grupo. De hecho él fue el motor de Significs durante los primeros años del cı́rculo y sus ideas tuvieron influencia significativa en el mismo [van Stigt 1990]. En sus principios, el grupo Significs tenı́a un fuerte enfoque lingüı́stico y de reforma cultural. Reconocı́a la importancia del lenguaje en todas las actividades humanas y pretendı́a atacar el problema de la incomprensión y las ambigüedades de la comunicación en la sociedad, de manera particular en la comunicacion cientı́fica. Para alcanzar este objetivo se requerı́a un estudio sistemático del lenguaje natural, análisis que el grupo propuso emprender a diferentes niveles que fueron encontrando. Esto a su vez deberı́a generar una corrección en el curso histórico de la comunicación. Para los miembros del grupo, significs 20 era una disciplina de la envergadura de la filosofı́a. El grupo perduró varias décadas, incluso después del retiro de Brouwer, pero al final se fue disolviendo durante la década de 1960. Vale la pena anotar aquı́ que hay fuertes indicios de la existencia de conexiones del grupo Significs con el Cı́rculo de Viena y con Wittgenstein [Pietarinen]. Ası́ pues, Peirce fue corresponsal de Lady Welby y sin duda influyó en su pensamiento; a su vez la actividad de Lady Welby jugó un papel decisivo en la creación del grupo Significs, del cual Brouwer fue miembro fundador e influyente. Sin embargo, no parece haber existido ningún contacto directo entre Peirce y Brouwer, y parece muy difı́cil sostener que el pensamiento del uno haya influido el del otro. 2.2. E NLACES CONCEPTUALES En primer lugar puede mencionarse que Peirce se ocupó en algunas ocasiones de la intuición. Como ejemplo puede citarse su artı́culo publicado Cuestiones acerca de ciertas facultades atribuidas al hombre [Peirce 1868] en el cual refuta la existencia de la intuición como una habilidad humana especial. Tenemos, en consecuencia, una variedad de hechos, que se explican todos con suma facilidad suponiendo que carecemos de la facultad intuitiva de distinguir las cogniciones intuitivas de las mediatas. (...) Más aún, ningún hecho requiere suponer la facultad en cuestión. Quienquiera que haya estudiado la naturaleza de la prueba advertirá, entonces, que hay aquı́ razones muy fuertes para no creer en la existencia de esta facultad. 10 Y más adelante Peirce afirma lo siguiente. Debe concluirse entonces que no es necesario suponer una autoconsciencia intuitiva.11 Sin embargo, como se señaló en la sección 1.1, no debe confundirse el intuicionismo con la intuición, de manera que las convergencias conceptuales entre el pensamiento de Brouwer y el de Peirce deben buscarse con un poco más de profundidad. Ambos pensadores 10 We have, therefore, a variety of facts, all of which are most readily explained on the supposition that we have no intuitive faculty of distinguishing intuitive from mediate cognitions. (...) Moreover, no facts require the supposition of the faculty in question. Whoever has studied the nature of proof will see, then, that there are here very strong reasons for disbelieving the existence of this faculty. 11 It is to be concluded, then, that there is no necessity of supposing an intuitive self-consciousness. 21 escribieron de manera extensa sobre filosofı́a de la matemática y es en esos trabajos donde pueden encontrarse varios puntos de contacto. Hay algunas coincidencias bastante claras en las concepciones de Peirce y Brouwer sobre la naturaleza de la matemática. Ambos se opusieron al pensamiento logicista y sostuvieron de manera clara que la matemática y la lógica juegan papeles diferentes. Como ya se observó en el apartado 1.1, en el “acto primero” del intuicionismo Brouwer separó la matemática de la lógica; en otro pasaje expresó que la matemática es anterior a la lógica (citado en [van Stigt 1990, p. 228]). La lógica clásica estudia el acompañamiento lingüı́stico del razonamiento lógico... para sistemas matemáticos construidos, y del hecho de que podemos ver estos sistemas matemáticos sabemos que allı́ la secuencia de sentencias que se siguen por lógica la una a la otra nunca producirá contradicciones, porque ellas acompañan actos matemáticos de construcción... (los logicistas, sin embargo, invierten las cosas y parten de estos principios).12 Por su parte Charles Peirce amplió la famosa definición de su padre Benjamin (“La matemática es la ciencia que obtiene conclusiones necesarias”13 ) indicando que la lógica es la ciencia de obtener conclusiones necesarias. El matemático y filósofo Dr. Richard Dedekind sostiene que la matemática es una rama de la lógica. Esto no resultarı́a de la definición de mi padre, que dice, no que la matemática es la ciencia de obtener conclusiones necesarias –eso serı́a la lógica deductiva– sino que es la ciencia que obtiene conclusiones necesarias.14 Ası́, para Peirce la matemática es una ciencia activa y no un simple lenguaje. Para terminar, el pasaje siguiente de Peirce tiene un evidente aire intuicionista [NEM 4.268]. Por tanto, la matemática es el estudio de la sustancia de las hipótesis, o creaciones mentales, con miras a obtener conclusiones necesarias.15 12 Classical logic studies the linguistic accompaniment of logical reasoning... for mathematical, constructed systems, and we know from the fact that we can see these mathematical systems, that there the sequence of sentences which follow one another logically will never produce contradictions since they accompany mathematical acts of construction... (the logicists, however, turn things round and start from these principles). 13 Mathematics is the science which draws necessary conclusions. 14 The philosophical mathematician, Dr. Richard Dedekind, holds mathematics to be a branch of logic. This would not result from my father’s definition, which runs, not that mathematics is the science of drawing necessary conclusions –which would be deductive logic– but that it is the science which draws necessary conclusions. 15 Mathematics is, therefore, the study of the substance of hypotheses, or mental creations, with a view to the drawing of necessary conclusions. 22 En otra lı́nea de trabajo, el enlace conceptual que parece más claro entre Peirce y el intuicionismo es el continuo. Las reflexiones sobre el continuo se remontan a la antigüedad y fueron adelantadas por filósofos y por matemáticos. Durante el siglo XIX, con el proceso de aritmetización de la matemática, se propusieron varias construcciones de los números reales y a partir de Georg Cantor se identifica casi de manera universal el continuo con el sistema de los números reales. Pero un concepto tan general no puede representarse de manera plena con un objeto particular, cabe anotar que incluso el gran Gödel objetó el hecho de identificar el continuo con la recta real [Ketner & Putnam 1992, p. 38]. Tanto Brouwer como Peirce participaron en esta discusión, que en cierto modo conserva su vigencia. Como se indicó al final de la sección 1, la matemática intuicionista llega a un continuo diferente del de la matemática clásica; a su vez, durante las últimas décadas de su vida Peirce se ocupó con empeño creciente en estudiar el continuo general [Zalamea 2001], [Oostra 2004]. No es difı́cil señalar varias caracterı́sticas comunes entre el continuo peirceano y el continuo intuicionista, en los cuales ellos se distinguen del continuo de Cantor: ambos se conciben como una intuición primera y primordial; ambos poseen, en su contexto, el máximo tamaño posible; en ninguno de los dos vale el principio del tercero excluido. Sobre esta última caracterı́stica vale la pena citar a Peirce [CP 6.168]. Si vamos a aceptar la idea de continuidad correspondiente al sentido común (después de corregir su vaguedad y arreglarla para que signifique algo) entonces debemos decir que una lı́nea continua no tiene puntos o debemos decir que el principio del tercero excluido no vale para estos puntos. El principio del tercero excluido solo se aplica a un individuo (porque no es cierto que “todo hombre es sabio” ni tampoco que “todo hombre es necio”). Pero los lugares, al ser simples posibilidades sin existencia actual, no son individuos. Luego un punto o un lugar indivisible en verdad no existe a menos que en efecto haya algo allı́ para marcarlo, lo cual, si está allı́, interrumpe la continuidad.16 2.3. E NLACES T ÉCNICOS En último lugar, desde un punto de vista técnico pueden establecerse algunos notables anticipos del intuicionismo en el legado de Peirce. 16 If we are to accept the common sense idea of continuity (after correcting its vagueness and fixing it to mean something) we must either say that a continuous line contains no points or we must say that the principle of excluded middle does not hold of these points. The principle of excluded middle only applies to an individual (for it is not true that “Any man is wise” nor that “Any man is not wise”). But places, being mere possibles without actual existence, are not individuals. Hence a point or indivisible place really does not exist unless there actually be something there to mark it, which, if there is, interrupts the continuity. 23 Ante todo vale la pena mencionar la definición de la negación adoptada por Peirce en su artı́culo publicado Sobre el álgebra de la lógica [Peirce 1880] (reimpreso en [CP 3.154] y [W 4.163]). Si x representa “lo que no ocurre”17 entonces Peirce asume que la negación A de la proposición A es equivalente a A . ................. . x [CP 3.191], donde . ................. . representa la implicación que hoy en dı́a se simboliza casi de manera universal como →. Ası́, no A es A implica el absurdo, con lo que Peirce anticipa de manera nı́tida la definición intuicionista de la negación. En este punto la equivalencia le representa beneficios significativos en sus cálculos lógicos, por ejemplo concluye de inmediato que de S . ................ . T se sigue T . ................ . S [CP 3.192], lo cual a su vez le permite deducir el silogismo Camestres. En realidad esta definición de la negación no es un artificio fortuito empleado por Peirce solo en su artı́culo de 1880 sino que se trata de una idea que permanece estable en su pensamiento. En efecto, ella vuelve a aflorar en los gráficos existenciales [Peirce 1903] (reimpreso en [CP 4.394-417]) donde el autor define el seudográfico como “un estado de cosas imposible”18 [CP 4.395]. Luego llega al siguiente hecho, justificándolo no solo con un argumento lógico sino también con una secuencia de cinco gráficos [CP 4.456]. Un corte doble cuyo contenido tiene el seudografo en el área interna es equivalente a la negación precisa del contenido del área externa.19 En el contexto de los gráficos existenciales el corte doble corresponde a la implicación, con el antecedente en el área externa y el consecuente en el área interna. Ası́, la frase citada significa que aquı́ también una implicación cuyo consecuente es imposible equivale a la negación del antecedente, es decir, en los gráficos existenciales Peirce también anticipa la negación intuicionista. En la lógica algebraica puede señalarse otra conexión entre Peirce y la lógica intuicionista. En su artı́culo publicado Sobre el álgebra de la lógica: Una contribución a la filosofı́a de la notación [Peirce 1885] (reimpreso en [CP 3.359] y [W 5.162]) Peirce da una axiomatización de la lógica proposicional. En ella presenta la fórmula siguiente, conocida como ley de Peirce y que hasta ahora constituye la única referencia estándar en la 17 What does not occur. impossible state of things, conflicting with what is taken for granted at the outset or has been asserted. 19 A scroll with its contents having the pseudograph in the inner close is equivalent to the precise denial of the contents of the outer close. 18 An 24 matemática actual a Charles Peirce: {(x . ................ . y) . ................ . x} . ................ . x El autor justifica de inmediato la validez de esta expresión, aunque también es muy sencillo verificar que se trata de una tautologı́a mediante el algoritmo de las tablas de verdad. Esta fórmula no es válida en el cálculo proposicional intuicionista, como se puede verificar en un álgebra de Heyting lineal con elementos x, y tales que y < x < 1 [Oostra 1997]. Pero lo más interesante es una indicación que nota Peirce al introducir esta expresión [CP 3.384]. Se requiere... para el principio del tercero excluido y otras proposiciones conectadas con él.20 Esta frase es ya un notable anticipo porque con la perspectiva actual es un hecho conocido que la ley de Peirce establece la diferencia exacta entre el cálculo proposicional clásico y el intuicionista propuesto por Heyting. Con precisión, si a los axiomas del cálculo intuicionista se añade la ley de Peirce entonces se obtiene un sistema axiomático para el cálculo clásico. Resulta sugestivo que en su artı́culo de 1885 Peirce coloque este axioma en último lugar. Esto sugiere el problema técnico de establecer con exactitud si los cuatro axiomas anteriores, complementados quizás con algún principio lógico implı́cito, son una axiomatización para el segmento del cálculo proposicional intuicionista determinado por la implicación y la negación. Si se confirma esta conjetura se tendrá un anticipo muy significativo de la lógica intuicionista por Peirce. Pero quizás el aspecto técnico más profundo donde coincide el legado de Peirce con el intuicionismo es el sustrato topológico que subyace a ambos. Como se señaló en el apartado 1.2, a Brouwer se le considera uno de los fundadores de la topologı́a; por su parte Charles Peirce manifestó un vivo interés en los estudios que conducirı́an a esta ciencia (véanse por ejemplo [Burch 1991, NEM]). La lógica intuicionista, que no deja de ser una localización del intuicionismo, tiene conexiones profundas con la topologı́a: por una parte las álgebras de Heyting, que constituyen la contraparte algebraica del cálculo proposicional intuicionista, tienen como modelos tı́picos los retı́culos de abiertos de los espacios topológicos; por otro lado, la lógica propia de los haces es intuicionista y los haces 20 A fifth icon is required for the principle of excluded middle and other propositions connected with it. 25 son una generalización de los conjuntos que varı́an a lo largo de un espacio topológico [Mac Lane & Moerdijk 1992], [Caicedo 1995a]. Respecto a Peirce, quizás donde más afloraron sus ideas topológicas fue en los estudios acerca del continuo mencionados en el apartado anterior (2.2). Estos estudios plantean el problema abierto de construir modelos para el continuo peirceano, y entre las herramientas disponibles en la actualidad para tal empresa las más indicadas parecen ser la teorı́a de categorı́as y la mencionada lógica de los haces [Zalamea 2001]. Como ya se indicó, la lógica subyacente a estas especialidades es intuicionista. Por otro lado, las investigaciones de Peirce sobre el continuo a su vez encontraron una expresión local en los gráficos existenciales, que constituyen una auténtica lógica topológica [Zeman 1964], [Roberts 1973]. Aunque esto en sı́ ya es un enlace técnico muy fuerte, cabe anotar que Peirce tuvo que romper de manera literal los gráficos originales que tenı́a en mente para que sus transformaciones correspondieran con exactitud a la lógica clásica. Una ligera variante de los gráficos existenciales Alfa, que no rompe los diagramas originales de Peirce, capta con precisión la lógica proposicional intuicionista [Oostra 2012]. Los gráficos existenciales fueron considerados por Peirce como su obra maestra21 , luego se obtendrı́a una conexión muy fuerte entre el pensamiento peirceano y el intuicionismo si se puede demostrar que la lógica propia y natural de los gráficos existenciales es la lógica intuicionista. 3. C ONCLUSI ÓN Un eslabón histórico concreto entre el pensamiento peirceano y el intuicionismo es la figura de Lady Welby, quien tuvo contacto directo con Peirce y por lo menos a través de otra persona con Brouwer. Sin embargo es muy dudoso que haya existido alguna influencia conceptual por este enlace. Los trabajos filosóficos de Brouwer y Peirce sı́ tienen muchos puntos de convergencia entre los que se destacan, sin duda, los aspectos topológicos y en especial la concepción del continuo. Diversos desarrollos técnicos, algunos existentes y otros aún por realizar, son los que revelan las conexiones más fuertes y también más sorprendentes entre el pensamiento de Peirce y el intuicionismo de Brouwer. 21 My chef d’œuvre. 26 Como trabajos especı́ficos futuros sugeridos por este trabajo se pueden señalar los siguientes. 1. Revisar los primeros axiomas de Peirce para la lógica proposicional y decidir si constituyen una axiomatización para un segmento del cálculo proposicional intuicionista. 2. Desarrollar los gráficos existenciales intuicionistas. 3. Profundizar en las propiedades comunes del continuo intuicionista y el continuo peirceano. 27 B IBLIOGRAF ÍA . [van Atten 2003] Mark van Atten, “Luitzen Egbertus Jan Brouwer”, en: The Stanford Encyclopedia of Philosophy (accesible http://plato.stanford.edu/entries/brouwer/). [van Atten 2008] Mark van Atten, “The Development of Intuitionistic Logic”, en: The Stanford Encyclopedia of Philosophy (accesible http://plato.stanford.edu/entries/ intuitionistic-logic-development/). [Bezhanishvili 2006] Nick Bezhanishvili, Lattices of Intermediate and Cylindric Modal Logics, Amsterdam: Institute for Logic, Language and Computation, 2006. [Blok & Pigozzi 1989] Willem J. Blok, Don Pigozzi, Algebraizable Logics, Memoirs of the American Mathematical Society 396, Providence: American Mathematical Society, 1998. [Brent 1998] James Brent, Charles Sanders Peirce: A Life, Bloomington: Indiana University Press, 1998. [Bridges 2004] Douglas Bridges, “Constructive Mathematics”, en: The Stanford Encyclopedia of Philosophy (accesible http://plato.stanford.edu/entries/mathematicsconstructive/). [Brouwer 1981] Luitzen Lectures on bridge University Egbertus Intuitionism (ed. Press, Jan Dirk 1981 Brouwer, van Brouwer’s Dalen), (primera Cambridge Cambridge: conferencia Camaccesible http://www.marxists.org/reference/subject/philosophy/works/ne/brouwer.htm). [Burch 1991] Robert W. Burch, A Peircean Reduction Thesis: The Foundations of Topological Logic, Lubbock: Texas Tech University Press, 1991. [Caicedo 1990] Xavier Caicedo, Elementos de Lógica y Calculabilidad, Bogotá: Una Empresa Docente, 1990. 28 [Caicedo 1995a] Xavier Caicedo, “Lógica de los haces de estructuras”, Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Fı́sicas y Naturales XIX (74) (1995), pp. 569-585. [Caicedo 1995b] Xavier Caicedo, “Investigaciones acerca de los conectivos intuicionistas”, Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Fı́sicas y Naturales XIX (75) (1995), pp. 705-716. [Dou 1970] Alberto Dou, S. J., Fundamentos de la Matemática, Barcelona: Labor, 1970. [Hardwick 1977] Charles S. Hardwick, Semiotic and Significs: The Correspondence Between Charles S. Peirce and Victoria Lady Welby, Bloomington: Indiana University Press, 1977. [Heyting 1930] Arend Heyting, “Die formale Regeln der intuitionistische Logik”, Sitzungsberichte der preuszischen Akademie von Wissenschaften 1930 (1930), pp. 42-56, 57-71, 158-169. [Ketner & Putnam 1992] Kenneth L. Ketner, Hilary Putnam, Introduction: The consequences of mathematics, en: [Peirce 1992] pp. 1-54. [Largeault 1992] Jean Largeault (ed.), Intuitionisme et Théorie de la Démonstration. Textes de Bernays, Brouwer, Gentzen, Gödel, Hilbert, Kreisel et Weyl, Paris: Vrin, 1992. [Largeault 1993] Jean Largeault, Intuition et Intuitionisme, Paris: Vrin, 1993. [Mac Lane & Moerdijk 1992] Saunders Mac Lane, Ieke Moerdijk, Sheaves in Geometry and Logic: A First Introduction to Topos Theory, New York: Springer-Verlag, 1992. [Moschovakis 2007] Joan Moschovakis, “Intuitionistic Logic”, en: The Stanford Encyclopedia of Philosophy (accesible http://plato.stanford.edu/entries/logic-intuitionistic/). [Nubiola 1996] Jaime Nubiola, “Scholarship on the Relations between Ludwig Wittgenstein and Charles S. Peirce”, en: Studies on the History of Logic: I. Angelelli, M. Cerezo (eds.), Proceedings of the III Symposium on 29 the History of Logic, Berlin: de Gruyter, 1996, pp. 281-294. (accesi- ble http://www.cspeirce.com/menu/library/aboutcsp/nubiola/scholar.htm; traducción http://www.psicomundo.com/foros/investigacion/nubiola.htm). [Oostra 1997] Arnold Oostra, Álgebras de Heyting, Memorias del XIV Coloquio Distrital de Matemáticas y Estadı́stica, Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 1997. [Oostra 2004] Arnold Oostra, “C. S. Peirce y el análisis: Una primera lectura de El Continuo Peirceano”, Boletı́n de Matemáticas 11 (2004), pp. 19-30. [Oostra 2005] Arnold Oostra, “Una mirada al problema de los conectivos nuevos”, Boletı́n de Matemáticas 12 (2005), pp. 81-97. [Oostra 2012] Arnold Oostra, “A lattice of intuitionistic existential graphs systems”, en preparación. [Peirce 1868] Charles S. Peirce, “Questions concerning certain faculties claimed for man”, Journal of Speculative Philosophy 2 (1868), pp. 103-114. [Peirce 1880] Charles S. Peirce, “On the Algebra of Logic”, American Journal of Mathematics 3 (1880), pp. 15-57. [Peirce 1885] Charles S. Peirce, “On the Algebra of Logic: A Contribution to the Philosophy of Notation”, The American Journal of Mathematics 7 (1885), pp. 180-202. [Peirce 1903] Charles S. Peirce, “Existential Graphs”, en: A Syllabus of Certain Topics of Logic, Boston: Alfred Mudge & Son, pp. 15-23. [Peirce 1992] Charles S. Peirce, Reasoning and the Logic of Things (Kenneth L. Ketner, ed.), Cambridge: Harvard University Press, 1992. [Pietarinen] Ahti-Veikko Pietarinen, “Significs and the Origins of Analytic Philosophy”, preprint (accesible http://www.helsinki.fi/pietarin/brpage/significs-analyticphilosophy.pdf). [Redondo 2008a] Ignacio Redondo, “Victoria http://www.unav.es/gep/LadyWelby.html). 30 Lady Welby” (accesible [Redondo 2008b] Ignacio Redondo, “Relación de Victoria Lady Welby con C. S. Peirce” (accesible http://www.unav.es/gep/RelacionPeirceWelby.html). [Roberts 1973] Don D. Roberts, The Existential Graphs of Charles S. Peirce, Den Haag: Mouton, 1973. [van Stigt 1990] Walter P. van Stigt, Brouwer’s Intuitionism, Amsterdam: North-Holland, 1990. [Troelstra & van Dalen 1988] Anne S. Troelstra, Dirk van Dalen, Constructivism in Mathematics: An Introduction (two volumes), Amsterdam: North-Holland, 1988. [Zalamea 1993] Fernando Zalamea, “Una jabalina lanzada hacia el futuro: anticipos y aportes de C. S. Peirce a la lógica matemática del siglo XX”, Mathesis 9 (1993), pp. 391-404. [Zalamea 2001] Fernando Zalamea, El Continuo Peirceano, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2001. [Zeman 1964] J. Jay Zeman, The Graphical Logic of C. S. Peirce, Ph.D. dissertation, University of Chicago, 1964. 31 FANEROSCOPIA, FILOSOFÍA NATURAL Y LITERATURA. “LA ESFINGE” EN PEIRCE, EMERSON, POE Y MELVILLE FERNANDO ZALAMEA(*) En A Guess at the Riddle (1887-88), Peirce aborda el rango de aplicabilidad de sus tres categorías cenopitagóricas, al recorrer los más diversos ámbitos del saber. Una referencia a los secretos de la Esfinge debía servir de viñeta o epígrafe a su manuscrito. Este artículo se divide en tres partes: (i) breve presentación de todas las referencias de Peirce a “the Sphi(y)nx” en los Collected Papers; (ii) aplicación de la faneroscopia triádica peirceana al estudio literario del poema The Sphinx (Emerson, 1841), del cuento The Sphinx (Poe, 1846) y del capítulo de novela The Sphinx (Melville, 1851); (iii) elaboración de una dialéctica genérica categorial (en el sentido de la teoría matemática de categorías – a no confundir con las categorías peirceanas) que englobe la tensión fondo/estructura ligada a la Esfinge. (*) Universidad Nacional de Colombia, www.docentes.unal.edu.co/fzalameat/ 33 Desde el punto de vista de otros temas conceptuales en juego, especificaremos en la primera sección el interés metafórico de la Esfinge para la problemática peirceana de enlazar ideales asintóticos y cubrimientos parciales de lo real. En la segunda sección, discutiremos el contexto faneroscópico de los géneros –poema (1), cuento (2), novela (3)– y seguiremos un tema con variaciones ligado a la Esfinge (luz, irradiación, pliegues naturales y dificultad de la visión) en Emerson, Poe y Melville. En la última sección, introduciremos una suerte de transformada cubriente de lo real que permite acotar metódica y metodológicamente el tránsito entre los secretos de la Esfinge y sus develaciones parciales por medio de la filosofía natural. 1. FORMAS DE LA ESFINGE EN PEIRCE El sistema peirceano emerge a comienzos del siglo XXI como un orden general de la razonabilidad (“razón” + “sensibilidad” al estilo de Vaz Ferreira1), particularmente atractivo si se le entiende como arquitectónica continua del saber, capaz de romper con desgastantes dualismos y proclive al estudio de tránsitos de información entre contextos multiformes y variables. En particular, la suavización de las dicotomías ideal/real, mente/cuerpo y hombre/naturaleza puede verse como uno de los grandes logros peirceanos, al conseguir reintegrar las polaridades bajo conceptos más generales (cuasimente, signo, semiosis) que sirven para modular, desde perspectivas unitarias, la diferenciación de los entes. Dentro de esa arquitectónica de la contaminación y del flujo – tan cercana a muchas consideraciones transmodernas2, por eliminar un voluble y prematuro “post”modernismo– la urdimbre recursiva compleja de las tres categorías cenopitagóricas resulta ser imprescindible. La construcción de las tres categorías peirceanas puede verse como un verdadero continuo que recorre toda la obra del polígrafo norteamericano, pero su emergencia y 1 [Vaz Ferreira 1979]. En este artículo, las comillas (“ ”) se usan ya sea para citar apartes de textos, ya sea para llamar la atención del lector sobre el carácter ambiguo y elusivo de los términos entrecomillados. Las cursivas se utilizan ya sea para citar obras y libros, ya sea para acentuar el carácter complejo y profundo de los conceptos enfatizados. 2 [Rodríguez Magda 2004]. Sobre un transmodernismo hondamente ligado a Novalis y a las raíces mismas de un romanticismo no trivializado, véase [Zalamea 2009a]. 34 consolidación ocurre a lo largo de tres periodos principales: (a) la génesis misma de las categorías, desde la lectura de Schiller y los escritos universitarios (1857), hasta el tránsito general de las tríadas (1865), pasando por el fundamental método de “prescisión” en la deconstrucción inversa de la cadena inferencial categorial, para poder entender el tránsito entre lo múltiple y lo uno3; (b) la expresión formal de las categorías en los artículos sobre el Uno-Dos-Tres (1885)4; (c) la aplicación universal de las categorías, de manera continua y sin barreras artificiales, a todos los ámbitos del saber y de la naturaleza, a partir del A Guess at the Riddle (1887-88)5. Nos ocuparemos aquí únicamente de esta tercera instancia, en donde aparece explícitamente la Esfinge, ligada a las incógnitas y los acertijos de la Filosofía Natural6. A Guess at the Riddle, una de las más osadas y celebradas especulaciones cosmológicas de Peirce, presenta una versión genérica de la tríada 1-2-3, que luego aplica a los campos más diversos: razonamiento, metafísica, psicología, fisiología, biología, física, sociología, teología. Se trata de una arquitectónica inferencial iterativa donde se fraguan algunas de las más originales propuestas peirceanas: combinatoria de las transferencias categoriales, pensamiento asintótico, comprensión de la “fábrica de la filosofía” como red de redes de aproximación y cubrimiento al mundo, evolución de las leyes del universo, construcción de haces de hábitos, doble reticularidad y acoples graduales entre signos del mundo y signos de la cultura, tonos y tinturaciones de los conceptos, tránsitos relacionales generales entre elipticidad e hiperbolicidad. La dinámica de las categorías cenopitagóricas permite construir entonces un cubrimiento de lo real mediante redes de representación progresivas y modales, cubrimiento no absoluto que Peirce encuentra en la base profunda de toda forma de conocimiento. A Guess at the Riddle aprovecha una amplia polisemia de los términos, difícil de expresar en español: “guess” captura las ideas de conjetura, suposición, hipótesis, adivinación, mientras que “riddle” invoca acertijo, adivinanza, esfinge. Una conjetura 3 Es aquí imprescindible la Tesis Doctoral de André de Tienne (1991), cuya primera parte ha sido publicada en [De Tienne 1996]. A nuestro modo de ver, se trata de la más importante contribución a la bibliografía secundaria peirceana después de las asombrosas prefiguraciones de Murray Murphey. 4 [W 5.242-247, 5.292-308]. 5 [W 6.165-210]. 6 Anotamos los términos en mayúsculas, para englobar tanto al hombre y su mayor producción –la cultura– como al Cosmos natural mismo, independiente de la humanidad. 35 ante la Esfinge podría ser entonces una manera adecuada de traducir su sentido elemental – “una adivinación de la adivinanza”. Los manuscritos de Peirce sugieren que A Guess at the Riddle debía abrirse haciendo referencia explícita a la Esfinge7, al incluir una viñeta del monstruo sobrenatural y, posiblemente, un fragmento de un poema de Emerson que parece haber motivado varias veces a Peirce: The old Sphinx bit her thick lip -Said, “Who taught thee me to name? I am thy spirit, yoke-fellow, Of thine eye I am eyebeam. Thou art the unanswered question; Couldst see thy proper eye, Always it asketh, asketh; And each answer is a lie.8 [La vieja Esfinge mordió su grueso labio – Dijo, “Quién te enseñó a llamarme? Soy tu espíritu, camarada, De tu ojo soy tu faro [ojo/haz proyector]. Te acercas a la pregunta sin respuesta; Pudiste ver tu propio ojo, Siempre preguntaste, preguntaste; Y cada respuesta es una mentira. So take thy quest through nature, It through thousand natures ply, Ask on, thou clothed eternity,– Time is the false reply.”9 Lleva por tanto tu búsqueda por la naturaleza, A través de mil pliegues naturales, Pregúntale a la cubierta eternidad,– El Tiempo es la falsa respuesta.”] En la segunda sección estudiaremos con más cuidado este fragmento y el poema del cual proviene, pero, desde el punto de vista de las temáticas peirceanas abordadas en A Guess at the Riddle, es importante observar cómo la síntesis poética captura notablemente algunos de los temas esenciales para Peirce. “Of thine eye I am eyebeam” invoca toda la semiosis peirceana, la visión transitoria de los intérpretes y la luminosidad a la que pretende llegarse. “Thou art the unanswered question” recuerda la incesante persecución de un sistema de conocimiento que sólo puede ser asintótico y que evade respuestas finales, algo confirmado con los versos siguientes “Always it asketh, asketh; /And each answer is a lie”. Por otro lado, la continuación del poema se adentra en lo más profundo del pensamiento peirceano: “So take thy quest through nature / It through thousand natures ply” evoca la búsqueda extenuante de Peirce, el estudio de los mil 7 La presentación de los editores en [EP 1.245] indica que una página de apertura del manuscrito se titula “Notes for a Book, to be entitled «A Guess at the Riddle», with a Vignette of the Sphynx below the Title”. La viñeta y el epígrafe no han quedado situados aún de manera canónica en los escritos publicados de Peirce. Aparecen ahora en [EP 2.iii]. 8 La inclusión explícita de este fragmento aparece en [CP 1.310] (“Phaneroscopy”, 1905/06). La cita de Peirce tiene algunas pequeñas discrepancias con el texto original de Emerson. Nuestra traducción cuasi literal se presenta al frente. 9 Aquí se incluye la continuación del poema de Emerson, no citado por Peirce (al menos, no en [CP]). Será básica para nuestros propósitos. 36 pliegues de la naturaleza y el ordenamiento general de esa diversidad mediante sus concepciones mayores –faneroscopia triádica, tiquismo, sinejismo, semiosis universal. La exploración de los cubrimientos complejos de lo eterno y la contemplación del lugar siempre evasivo del tiempo (“Ask on, thou clothed eternity,– / Time is the false reply”) son, finalmente, algunos grandes temas románticos, sobre los que volveremos más adelante, que Peirce sitúa en el centro de las especulaciones de sus últimos años. Los fondos etimológicos y mitológicos del término “esfinge” se encuentran en plena sintonía con las investigaciones peirceanas. En efecto, Esfinge deriva, en griego10, de estrechar, ligar, anudar (de allí, el músculo anular “esfínter”), y encarna metafóricamente en el monstruo imaginario que anuda a la mujer y al león. El tono enigmático (la tintura, diría Peirce) de la Esfinge se origina a su vez en la magnificencia extraña de las representaciones egipcias, que, en la cultura griega, dan lugar al ente sobrenatural que guarda la entrada a un lugar secreto cerca de la antigua Tebas. Las respuestas apropiadas a los acertijos de la Esfinge (“Riddles of the Sphinx”) abrirían las puertas de secretos bien guardados. Dentro de este marco, la cercanía de Peirce con la Esfinge es inmediata, pues comprender y desenredar los nudos del saber constituye sin duda una de las mayores tareas del filósofo norteamericano. Todo su sistema tiende, en realidad, tanto a armar una taxonomía sofisticada de distinciones correlativas entre conceptos “anudados” (faneroscopia triádica, clasificación de las ciencias, jerarquía de signos, formas de razonamiento, etc.), como a construir contextos de disolución de posibles problemas mal planteados (objetivo de la máxima pragmaticista, cercanía muchas veces señalada con el último Wittgenstein). La riqueza de herramientas introducidas por Peirce para desenredar, desenmarañar, desembrollar los nudos del conocimiento asegura su resonancia natural con la metafórica de la Esfinge. Peirce se refiere explícitamente a la Esfinge en varios momentos de sus escritos. Dentro de las colecciones publicadas en los Collected Papers y en Contributions to the Nation11, la primera aparición (en orden cronológico) ocurre en A Guess at the Riddle, en 10 [Chartraine 1968]. Agradecemos a Roberto Perry el habernos hecho conocer esta fuente inagotable. Seguiremos la aparición de la Esfinge aprovechando la edición electrónica conjunta (Intelex Corporation, 1992) de los Collected Papers [CP] y de las contribuciones a The Nation [N], instrumento fundamental para búsquedas que apunten a una cierta exhaustividad, pero con el cual no se obtiene una adecuada fidelidad crítica o cronológica. 11 37 la séptima sección12, cuando apunta que “three elements are active in the world: first, chance; second, law; and third, habit-taking. Such is our guess of the secret of the sphynx” [CP 1.409-410, nuestras cursivas13]. Poco después, en 1892, Peirce invoca un fragmento del poema de Emerson en el contexto de una teoría de la cognición: partiendo de “«Of thine eye I am eye-beam,» says Emerson’s sphynx” [CP 3.404], Peirce aprovecha para fustigar los métodos de ciertos supuestos investigadores que seguirían ciegamente las prácticas de sus predecesores. En el mismo año, en una de sus contribuciones a The Nation, Peirce compara el gran problema de la continuidad con uno de los secretos hondos de la Esfinge, burlándose de quienes no reconocen su complejidad: “The spectacle of Mr. Alfred Sidgwick grappling with the problem of continuity is like an infant slapping the face of the Great Sphynx” [N 1.169]. En 1893, Peirce vuelve a citar a Emerson, ahora en el contexto de una discusión sobre las limitantes del conocimiento introspectivo: “The point to remember is, that whatever we say of ideas as they are in consciousness is said of something unknowable in its immediacy. The only thought that is really present to us is a thought we can neither think about nor talk about. «Of thine eye I am eyebeam,» says the Sphinx14. We have no reason to deny the dicta of introspection; but we have to remember that they are all results of association, are all theoretical, bits of instinctive psychology”. También en 1893 aparece otra referencia a la Esfinge, pero ahora en el contexto más general de la semiosis: “Symbols grow. They come into being by development out of other signs, particularly from icons, or from mixed signs partaking of the nature of icons and symbols. We think only in signs. These mental signs are of mixed nature; the symbolparts of them are called concepts. If a man makes a new symbol, it is by thoughts involving concepts. So it is only out of symbols that a new symbol can grow. Omne symbolum de symbolo. A symbol, once in being, spreads among the peoples. In use and in experience, its meaning grows. Such words as force, law, wealth, marriage, bear for us 12 Recuérdese, sin embargo, que la Esfinge debía aparecer desde el mismo proemio de A Guess at the Riddle (ver nota 7). 13 Como señalan los editores de los Writings [W 6.613], la frase en cursivas aparece insertada posteriormente, por indicación de Peirce, en el texto tipografiado. Existe allí un sinuoso orden de la invención, difícil de dilucidar, entre las intenciones iniciales del autor (subtítulo en A Guess at the Riddle) y la ejecución compleja del texto. 14 En diversos lugares, Peirce utiliza indiscriminadamente las dos tipografías Sphynx (antigua) o Sphinx (moderna). A su vez, el término aparece en mayúsculas o minúsculas. 38 very different meanings from those they bore to our barbarous ancestors. The symbol may, with Emerson’s sphynx, say to man, «Of thine eye I am eyebeam».” [CP 2.302]. Discutiremos el crucial fondo conceptual de algunas de estas referencias peirceanas a la Esfinge en la tercera sección de este artículo. En 1899, en otra contribución a The Nation, aparece una de las más bellas lecturas metafóricas peirceanas de la Esfinge: But concerning causes nature is not communicative. They are the secrets of the sphinx. She will vouchsafe no more than a terrible monosyllabic «no» to one guess after another whose making may have cost lives. The invention of the right hypothesis requires genius--an inward garden of ideas that will furnish the true pollen for observation’s flowers. And the framing of the hypothesis is merely the preparation for the main work of verification--of pressing Nature with question upon question until she is forced to a tacit confession; a work demanding the most varied powers, above all that kind of observation which is called «shrewd». [N 2.222-223] La Naturaleza como Esfinge –que esconde sus secretos y se ve llevada a confesiones tácitas– y el “jardín de las ideas” –donde una cuidada recolección del polen lleva a la emergencia de las hipótesis correctas– incitan a las lecturas posteriores que realizará Borges sobre la Biblioteca y el Jardín15. En 1903, Peirce vuelve sobre la Esfinge, pero ahora en el contexto casual de una reseña sobre un ensayo del pragmatista inglés Schiller: “The second essay is by Ferdinand C. S. Schiller, author of «The Riddles of the Sphinx,» and it is the liveliest, and, as one would say, the most brilliant, in the book.” [N 3.126]. En ese mismo año, otra referencia involucra el término “esfinge” dentro de una discusión sobre sinsentidos autorreferentes en la semiótica: “If I say, «This proposition conveys information about itself,» or «Let the term 'sphynx' be a general term to denote anything of the nature of a symbol that is applicable to every 'sphynx' and to nothing else,» I shall talk unadulterated nonsense” [CP 2.311]. También en 1903, Peirce introduce el ejemplo de la Esfinge (“We know that the Sphinx was made by some king of Egypt” [CP 7.625, cursivas de Peirce]) para discutir la indeterminación del cuantificador existencial. Finalmente, en un borrador 15 “Durante muchos años, yo creí haberme criado en un suburbio de Buenos Aires, un suburbio de calles aventuradas y ocasos visibles. Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de un largo muro, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses (...) Suelo pensar que, esencialmente, nunca he salido de esa biblioteca y de ese jardín”. Jorge Luis Borges, Revista Sur No. 129, pp. 120-121, citado en [Mosca 1983, p. 137]. 39 a sus textos finales sobre faneroscopia (1905/06), aparece la cita explícita más extensa de Peirce al poema de Emerson (ver arriba, nota 8). 2. LA ESFINGE EN EMERSON, POE Y MELVILLE Los versos citados por Peirce provienen del poema The Sphinx (1841) de Emerson, incluido luego en sus Poems (1846), una de las compilaciones literarias centrales para la formación del “canon”16 americano de mediados del siglo XIX. Se trata de un poema liminar, iniciático, situado al umbral17 de la compilación, que pretende adentrar al lector en la problemática irresoluble de lo múltiple y lo uno18. La “Eterne alternation”, uno de los versos del poema, deforma continuamente todas las cosas, y el hombre intenta vanamente encontrar un camino dentro del laberinto (“The meaning of man; / Known fruit of the unknown, / Daedelian plan”)19. Muchas de las imágenes centrales del poema se concentran alrededor de la mirada –tal como sucede en el verso citado varias veces por Peirce, “Of thine eye I am eye-beam”– y, más específicamente, llegan a evocar las limitantes de la visión: To vision profounder Man’s spirit must dive; To his aye-rolling orbit No goal will arrive. [Para mirar lo más profundo El espíritu del hombre debe zambullirse; A su órbita siempre movediza Ningún fin llegará.] De esta manera, la temática abordada en The Sphinx coincide plenamente con la búsqueda peirceana de herramientas que permitan reintegrar lo diverso (categorías cenopitagóricas, máxima pragmaticista) y de métodos que permitan ampliar la visión (semiosis universal, sinejismo). El carácter escéptico del poeta (sombras, media luz) contrasta con las construcciones parciales más positivas del científico (diagramas, luz más plena), pero ambos pensadores coinciden en situar la importancia del lugar del 16 Para un brillante estudio de la época, véase [Reynolds 1988]. Véase [Morris 1997]. Morris enfatiza la importancia de la situación del poema, al umbral de la compilación, para impulsar a abrir la razón y la imaginación. 18 Como Emerson escribió en 1859, el sentido de The Sphinx consiste en “la percepción de una identidad que une a todas las cosas” y su lucha contra “cada nuevo hecho que la rompe en pedazos y la vence mediante la variedad y la distracción”. Véase [Whitaker 1955] (cita de Emerson, p. 180). 19 Versión moderna del poema (situado también al inicio de la compilación) en [Emerson 1994]. 17 40 hombre en la búsqueda misma de respuestas a los acertijos de la Esfinge. Por otra parte, el hundimiento en lo profundo –uno de los temas mayores del romanticismo y esfuerzo vital en Novalis, explícitamente evocado en el verso de Emerson y retomado sin cesar en Moby Dick– aparece también en forma ubicua en el sistema de Peirce. Las formas de representación de lo diferencial y lo integral, del contraste y la unidad, de la duda y el secreto, de la contingencia y la profundidad, de la finitud y la infinitud, se conectan con muchas de las expresiones literarias mayores del Renacimiento Americano: Emerson, Hawthorne, Poe, Melville, Emily Dickinson, Whitman. Emerson, en particular, se aboca al estudio de la trascendencia y la infinitud en el hombre común, a través de una conducta ética y estética ejemplar ante la vida. El equilibrio requiere poseer entonces una plena conciencia de ciertas tensiones polares subyacentes, lo que enriquece la vida del hombre y su relación con el entorno. La Esfinge combina lo particular y lo universal (“Thorough a thousand voices / Spoke the universal dame”), y sirve de fluctuante y misteriosa guía para el hombre común, quien intenta, usualmente en vano, descubrir sus secretos. La construcción de The Sphinx revela en su forma misma el complejo vaivén de multiplicidad y unidad en su contenido: cortos versos y octetos rimados que dan la impresión de diversidad, pero que se enlazan en la unidad gracias a contrapuntos de sonoridades y de metáforas que se relanzan unas a otras. Por otro camino totalmente distinto, y jugando con la polisemia de los términos, Poe aborda en el cuento The Sphinx (1846) las problemáticas de la (in)corrección de la visión y de los ajustes que deben realizarse entre el hombre y el mundo en sus formas de (des)conocimiento de las cosas. En el cuento20, Poe nos presenta a un melancólico personaje que, en un cottage a orillas del Hudson, intenta escapar de una plaga de cólera que se ha desatado en Nueva York. Para ahuyentar sus sombríos pensamientos, el protagonista se hunde en múltiples lecturas, al frente de una ventana que da sobre el río; de repente, en una ladera adyacente aparece un monstruo repugnante, que el asustado lector nos describe con lujo de detalles, antes de desmayarse. Pasan los días y el protagonista empieza a dudar de su razón, hasta que comenta su visión con el pariente que lo ha acogido; éste se burla de la situación, toma de la biblioteca una “sinopsis de historia natural” y procede a leerle “una sencilla descripción del género Sphinx, de la 20 [Poe 1902]. Traducción al español (Julio Cortázar) [Poe 2004]. 41 familia Crepuscularia, del orden Lepidóptera, de la clase Insecta”. La descripción del insecto coincide a todas luces con el monstruo percibido en la ladera unos días antes. El enigma se resuelve cuando el pariente le muestra a su confundido huésped un sphinx que sube por un “hilo que alguna araña ha tejido a lo largo del marco de la ventana” y que, por un desorden de la visión, ha intercambiado con el supuesto monstruo. La jugosa ironía de Poe le otorga al cuento todo su sabor, mientras, en el fondo, el problema de las dificultades del conocimiento se conecta subrepticiamente con la acepción central del término “sphinx” en los secretos de la Esfinge. En este caso, la Sphinx se transforma en un intrascendente insecto, pero los desajustes de la visión son tales que, aún mediante un ínfimo representante de la Crepuscularia, el hombre se enfrenta a situaciones que escapan a sus razones primeras. Son fundamentales luego los correctivos21 de esas primeras percepciones, tal como lo sugiere, por ejemplo, la máxima pragmática en toda su fuerza, y tal como propone Poe con su mezcla distintiva de distanciación irónica, contrastación científica, escepticismo técnico, precisión poética y hondura romántica. La hondura y la distancia ayudan a descreer de primeras aproximaciones, la precisión técnica y poética ayudan a dudar permanentemente. Poniendo en cuestión nuestra capacidad de visión, Poe indica también cómo ajustarla progresivamente para intentar conseguir una mayor fidelidad en sus representaciones, así como en el saber ligado a esas representaciones. Resulta muy nítida entonces la resonancia natural de este método con el pensamiento asintótico de Peirce. Moby-Dick (1851) ha sido a menudo considerado como el paradigma mismo de “novela filosófica”. La riqueza de la narración de Melville incorpora, en efecto, una compleja red de metáforas conceptuales, cuestionamientos vitales y “filosofemas” poéticos de suprema originalidad. El capítulo 70, The Sphynx22 –que refleja la complejidad de la novela– empieza con una meticulosa descripción de cómo se decapita una ballena, y, luego, se desarrolla a lo largo de un potente soliloquio de Ahab ante la “cabeza negra y como encapuchada [que] suspendida así en medio de semejante calma, parecía la cabeza de la Esfinge en el desierto”. Ahab invoca “el secreto” de quien “ha 21 Para otra lectura, véase [Marks 1987]. Marks resalta, en particular, el tema de la conexión mente/terror, central en todo Poe; los desajustes de ojos y mente dan lugar a diversas formas imaginarias de terror. 22 [Melville 1988, cap. 70, pp. 310-312]. Dentro de las muchas versiones al español, la traducción de Enrique Pezzoni [Melville 1970, cap. 70, pp. 388-390] es tal vez la de mayor literalidad. 42 sondeado más hondo” y ha “andado entre los cimientos de este mundo”, discurre sobre la variedad de la experiencia a los ojos de quien ha “estado donde nunca bajó ninguna campana, ningún buzo”, y se lamenta de su silencio: “¡Oh, cabeza! ¡Has visto bastante como para reducir a polvo las estrellas y hacer de Abraham un incrédulo, pero no pronuncias una sola sílaba!” En una extrapolación final, el capítulo termina enfrentándose a la problemática de los (des)enlaces hombre-naturaleza: ¡Oh naturaleza! ¡Oh alma humana! ¡Qué lejos de toda expresión está la analogía que os encadena! El átomo más ínfimo que se mueve o vive en la materia tiene un sutil duplicado en la mente. La “gran cadena del ser”23 y la continuidad asociada entre mente y naturaleza resurgen aquí bajo nuevas imágenes metafóricas. La Esfinge emerge bajo inesperadas formas (balanza pascaliana: lo infinitamente pequeño en el insecto de Poe, lo infinitamente grande en el leviatán de Melville), y, una vez más, deja atónito al hombre ante los misterios de la naturaleza. La cabeza de la ballena –a pesar de estar “como encapuchada”, sin vista y silente– convoca todo “ese espantoso mundo de agua”, hondo e invisible cimiento, que parece escapar a nuestras más atentas investigaciones. Como contraparte (otra instancia del péndulo pascaliano), el ancho sistema sinejista peirceano, a través de su semiosis universal y su faneroscopia triádica, intenta estudiar, clasificar, representar –no ya como cadena, sino como red– la compleja continuidad entre lo Múltiple y lo Uno, entre la naturaleza y el alma melvillianas, y puede verse como un intento parcial de romper con el descreimiento sombrío de Ahab, quien tilda esa continuidad como “lejos de toda expresión”. ---------------------Una vez asimilada la urdimbre de las categorías cenopitagóricas peirceanas y una vez aceptada su plausible aplicabilidad, es interesante ejercitarse en su actual aplicación en casos concretos. En lo que queda de esta sección, proponemos aplicar el 1-2-3 de la faneroscopia peirceana para (i) distinguir ciertas especificidades entre la poesía 23 [Lovejoy 1983]. 43 (primeridad), el cuento (segundidad) y la novela (terceridad), y (ii) acotar esas distinciones en las expresiones literarias del “Sphi(y)nx” según Emerson, Poe y Melville. Recordemos ante todo el carácter recursivo, relativo y modal de las categorías peirceanas. Las tres categorías son suertes de “tinturas” conceptuales que resaltan correlativamente ciertas características en detrimento de otras, en contextos de interpretación bien delimitados. Nunca son categorías absolutas, y sólo funcionan dentro de una combinatoria relacional, gracias a iteraciones y “prescisiones”24 que permiten acentuar modos y modulaciones de los cuasi-signos bajo estudio. Es así como, por ejemplo, dentro del poema se acentúan rasgos de primeridad, expresables gracias a diversos objetivos propios de la creación poética: frescura, concisión, inmediatez, iluminación, unidad súbita. La amplísima apertura modal del poema, por otra parte, más dispuesto que los otros géneros a una multitud de interpretaciones, acentúa su situación privilegiada en un ámbito primero de posibilidades25. Por supuesto, se trata de rasgos genéricos, que no condividen de hecho todos los poemas (particularmente las largas sagas épicas), pero que deberían tender (“asintóticamente”) a compartir. A su vez, el cuento se estructura desde sus comienzos alrededor de una segundidad, de un corte activo-reactivo, de un antes y un después situados a lado y lado de un quiebre que constituye el eje usualmente sorpresivo de la narración. El cuento combina una concisión media entre el destello (poema) y la expansión (novela), y requiere del lector una activa lucha durante contados minutos para detectar el resquicio o residuo (segundo) que quiere develar el cuentista. Por su parte, la novela es básicamente una forma sofisticada de terceridad, puesto que consiste en una red representacional compleja donde evolucionan los personajes, red que requiere un continuo tejer del lector a lo largo de las páginas. La novela intenta constituirse en un reflejo icónico del mundo multivalente (tercero) donde se desarrolla la trama, y no se contenta nunca con una impresión súbita o 24 La prescision según Peirce (detección de gradaciones, estadios, disociaciones, distinciones) contituye el profundo corazón técnico desde el cual emergen las categorías peirceanas. Una metodología inversa en la creatividad y una deconstrucción no conmutativa en el razonamiento, estrechamente ligadas a la prescision, se ponen de relieve en [De Tienne 1996, pp. 200-224]. La gran riqueza de la “razonabilidad” peirceana (razón + sensibilidad, lógica + estética) yace así en buena medida en las raíces mismas de la faneroscopia triádica. La dificultad de poder prescindir el verso crucial de Emerson “Of thine eye I am eye-beam” explica las dificultades del investigador ante la Esfinge: se requiere una disociación del ojo (primero/individuo) y del “ojo-luminoso” (tercero/cosmos) antes de poder acercarse a fragmentos de verdad. 25 Debo esta idea a Lorena Ham. 44 con una breve acción-reacción acotada en el tiempo. De nuevo, es claro que si nos insertáramos dentro de algunos cauces particulares en cada forma de expresión, existirían probablemente momentos definibles de primeridad, segundidad y terceridad en cada género, pero, desde lo alto –en una primera sección genérica no artificial del árbol literario– es también claro que el 1-2-3 peirceano ayuda a separar inicialmente poesía, cuento y novela. La posibilidad de realizar una eventual red de iteraciones de esta primera “prescisión” ayuda también a distinguir los géneros. Dentro de la especificidades del poema se encuentra la “finitud baja” de esas iteraciones, ya que el material físico mismo del poema, es decir, el número usualmente comprimido de versos y palabras, tiende a ser reducido (por supuesto, con excepciones mayores, tipo Homero, Dante o Saint-John Perse). El cuento da en cambio opción a una combinatoria más compleja de iteraciones, que podríamos llamar de “finitud alta” (siempre con excepciones, como los cuentos de una página de Monterroso). La novela se abre, finalmente, a una verdadera “infinitud potencial”, con todo tipo de perspectivas exponenciales incluidas en el material mismo (no hablamos aquí de la multiplicatividad de interpretaciones de segundo orden, en donde poesía, cuento y novela se equiparan). De hecho, en la combinatoria estructural abstracta de los géneros literarios –tal como lo postula el método faneroscópico– puede observarse cómo un poema puede inscribirse en un cuento, el cual puede a su vez inscribirse en una novela, sin que las inscripciones contrarias (no conmutativas) sean posibles. La compleja arquitectónica tercera de una novela no cabe en un cuento, el cual a su vez tampoco cabe en un poema. De esta manera, el 1-2-3 de la poesía, el cuento y la novela no sólo confirman una “prescisión” adecuada con respecto a sus modos internos de conformación (señalados en los dos párrafos anteriores), sino que actúan también adecuadamente con respecto a sus modos externos de correlación estructural. Esta situación es patente en el caso de la obra de Poe, quien incurrió eficazmente en poesía, cuento y novela. En su “Filosofía de la composición” (1846)26, el genio de Baltimore (difícil describirle como un ser corriente) escribe cómo, en el cuento, “la primera entre todas las consideraciones es la de producir un efecto”, y cómo “la dimensión, el terreno y el tono” determinan el poema. En el caso de The Raven bajo 26 [Poe 2006]. 45 análisis, el poema queda completamente direccionado (“con la rigurosa lógica de un problema matemático” afirma polémicamente Poe) por el conciso “nevermore” del cuervo. Al abordar el poema, la inmediatez primera del “nunca más” atenaza nuestra imaginación, mientras que un efecto quebrado segundo –como una sombra contrapuesta a la luz– constituye el sine qua non de los cuentos del maestro americano. Es interesante observar que la que podría llamarse su única novela, donde narra las aventuras de Arthur Gordon Pym, resulta en cambio menos lograda que sus poemas o cuentos, tal vez precisamente por no constituir una forma realmente compleja de terceridad (tipo Proust), sino, más bien, un encadenamiento de relatos, es decir, una suerte de terceridad degenerada en el sentido peirceano. El 1-2-3 es específicamente rastreable en los “Sphi(y)nx” de Emerson, Poe y Melville. Una terceridad realmente plena es sin duda un rasgo distintivo en Melville, donde cualquier signo es símbolo de un continuo oculto, y donde se conectan el cosmos y el individuo a través de las múltiples metáforas de la obra literaria. Como hemos visto, esto sucede en The Sphynx, el capítulo 70 de Moby-Dick, en el cual Ahab enlaza relacionalmente el entorno obsesivo de su persecución de la ballena con el destino del hombre y el devenir del universo entero. Por otra parte, una acción-reacción segunda es fundamental en el cuento The Sphinx de Poe, tanto para indicar el temor del protagonista, como para registrar la sorpresa de la explicación final. El poema The Sphinx de Emerson –independiente de un orden factual y allende cualquier recurso narrativo– aprovecha en cambio aliteraciones primeras y correspondencias icónicas entre imágenes para ir delineando una sensación de misterio y fracaso. De esta manera, la forma (1), el contenido (2) y la estructura (3) encarnan también en el anagrama de las categorías –a nivel de cada escritor– tanto en lo general, como en lo particular. 3. LAS DIALÉCTICAS DE LA ESFINGE Dentro del medio siglo norteamericano que hemos venido revisando, la imagen metafórica de la Esfinge condensa algunas tramas generales sobre las que quisiéramos ahora extendernos en esta sección final: (a) las redes de tensiones polares entre lo 46 Múltiple y lo Uno como campo conceptual “electromagnético” (Châtelet27); (b) las categorías cenopitagóricas como instrumentario de gradación y de tránsito (recursivo, modal, no conmutativo) dentro de la polaridad anterior; (c) la “filosofía natural” como urdimbre de pasajes entre el conocimiento asintótico ideal del hombre y las realidades del mundo natural. Hemos visto en la sección anterior cómo Emerson, Poe y Melville tratan de modos diversos –a lo largo de modulaciones que pueden explicitarse mediante las categorías peirceanas– un fondo temático similar: la problemática de la luz y de su compleja irradiación a través de pliegues y penumbras naturales, con una consiguiente dificultad de visión para nuestros “ojos ciegos” (Tarkovski28). Nos enfrentamos entonces aquí a una problemática genérica de cubrimiento de lo real mediante imágenes ideales y a problemas asociados de ajuste asintótico entre subrecubrimientos locales y recubrimientos globales del saber. Una Dialéctica aún más amplia gobierna esta situación. Los transvases entre fondo, forma y estructura tensionan todo este “campo” conceptual. Un vector entre los extremos –fondo y estructura– emerge gracias a las correlaciones entre la tríada luz/penumbra/ceguera (fondo) y la tríada naturaleza/signos/mente (estructura). Es típico de la perspectiva norteamericana de mediados del XIX, ejemplificada en Emerson, Poe y Melville, el conectar “románticamente” la naturaleza con la luz y el identificar “escépticamente” la mente con la ceguera. El introducir la semiosis como mediadora saturnal entre ellas puede verse como un aporte original de Peirce. Otro vector mediador –forma– permite orientar la red multivalente de complejos intercambios de información, a lo largo de una tercera tríada: continuo/categorías/discreto (forma). Al hablar de “categorías” pensamos aquí, en primera instancia, en las categorías peirceanas, pero veremos pronto que podemos extender esta visión. La búsqueda de los secretos de la Esfinge consiste entonces en saber “deconstruir” la luz, gracias a sofisticadas mediaciones y gradaciones (penumbra, signos, categorías) que nos resulten accesibles a la mente, y con las cuales podamos recomponer aproximaciones ideales asintóticas a un (supuesto) continuo primigenio. 27 [Châtelet 1993]. “La imagen es una impresión de la verdad que nos está dada a percibir con nuestros ojos ciegos” [Tarkovski 2004, p. 123]. 28 47 En el fondo de estas problemáticas se encuentra en juego entonces algo que podríamos llamar una transformada cubriente de lo real. Se trata de una red movible de acoples que debe, por un lado, ser capaz de enfrentar el cambio y la identidad (lo que lleva a situar el pensamiento sintético29 de Peirce en el centro de nuestras consideraciones), y, por otro lado, ser capaz de definir gradaciones de mediación (usualmente jerárquicas y no conmutativas) entre las polaridades en juego. Ahora bien, la búsqueda de invariantes naturales para transformaciones dadas ha venido siendo el programa explícito determinante en el desarrollo de las matemáticas modernas y contemporáneas30. En particular, dentro de la teoría matemática de categorías (a no confundir con las categorías peirceanas)31, se ha construido todo un cuidadoso instrumentario teoremático acerca del cambio y la identidad, la variación y la permanencia, lo particular y lo universal, lo diferencial y lo integral. Dentro de la teoría matemática de categorías existen, por ejemplo, algunos conceptos cruciales (“definiciones universales”, “objetos libres”, “adjunciones”) que permiten precisar ciertas lecturas herácliteas “vagas” ligadas a la permanencia dentro del cambio. En lo que aquí nos concierne, la Dialéctica vaga y genérica entre fondo, forma y estructura se concreta a través de la tríada “categorías concretas” / “funtores” / “categorías abstractas”. Dentro de estas últimas viven cuasi-objetos universales (“identitarios”, “permanentes”) que se proyectan sobre objetos concretos (“particulares”, “cambiantes”) a través de los funtores mediadores que gobiernan el tránsito matemático. Lo universal/ideal cubre así cuidadosamente lo concreto/real. Una transformada cubriente de lo real –implícita, pero completamente viva, en las Esfinges de Peirce, Emerson, Poe y Melville– aparece entonces en el entorno superior 29 Giovanni Maddalena (comunicación personal) nos señala que una forma de distinguir la polaridad analítico/sintético podría ser a través de las definiciones: “analítico” = lo que disuelve la identidad en un cambio, “sintético” = lo que reconoce una identidad en un cambio. Todo el pensamiento peirceano, y, en particular, el sinejismo, la semiosis universal y la faneroscopia, apuntan a la búsqueda precisa de reconocimientos de identidad dentro del cambio. 30 Esto es claro al acercarnos a los matemáticos mayores desde mediados del siglo XIX: Galois (campos invariantes algebraicos del grupo de Galois), Riemann (géneros invariantes topológicos de las transformaciones continuas), Hilbert (invariantes generales de estructuras abstractas), Grothendieck (esquemas, topos y motivos como invariantes de su “matemática relativa”). 31 Para una excelente presentación conceptual de la teoría de categorías, véase [Mangione 1976]. Para una buena visión matemática general que explica la emergencia técnica de la teoría de categorías, véase [MacLane 1986]. Para un estudio más a fondo de nuevos entronques filosofía-matemática en la segunda mitad del siglo XX, donde introducimos una “transformada cubriente” de Grothendieck, véase [Zalamea 2009b]. 48 abstracto de la teoría matemática de categorías. No podemos entrar aquí en consideraciones acerca de la fascinante lógica del movimiento ligada a esa transformada32, pero baste señalar que esa lógica dinámica confirma los notables análisis de André de Tienne en su estudio de la emergencia dinámica –“prescisiva”, cubriente, polar, no conmutativa– de las categorías cenopitagóricas peirceanas. En efecto, son los tránsitos y obstrucciones dentro del hacer matemático los que impulsan a la creatividad, los que impulsan a la conformación de cuasi-objetos ideales (“luminosos”, “proyectivos”) que cubren fragmentos de una realidad opaca, de la misma manera como fueron los tránsitos y obstrucciones dentro del observar faneroscópico los que llevaron a la creación de las tres categorías peirceanas. Sin el movimiento, sin el cambio, sin el intento utópico de querer cubrir una realidad fugaz, esas búsquedas sintéticas habrían sido sencillamente impensables. La riqueza metafórica, imaginaria, ilusoria de la Esfinge se encuentra así íntimamente entrelazada con algunos de los avances científicos más concretos, razonables y pragmáticos de la ciencia contemporánea. Una vez más, la imaginación y la razón van de la mano, y es sólo mediante su plena conjunción cómo el hombre –lenta y sinuosamente, en caminos llenos de altibajos, avances y retrocesos, en vaivenes literarios, filosóficos y científicos– va develando parcialmente extraños secretos que deberían haberle trascendido. Agradecimientos. A los colegas del CSP y a las memorables sesiones en Málaga, Villa de Leyva, que han ayudado a mejorar notablemente los textos de la comunidad peirceana colombiana. 32 Se trata de la lógica de los haces descubierta por André Joyal y la escuela en teoría matemática de categorías, y llevada a su expresión más ágil en [Caicedo 1995]. Para una visión filosófica de la lógica de los haces y sus sorprendentes conexiones con los gráficos existenciales de Peirce, véase [Zalamea 2007]. 49 BIBLIOGRAFÍA. [Caicedo 1995] Xavier Caicedo, “Lógica de los haces de estructuras”, Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales XIX (74) (1995), pp. 569-585. [Chartraine 1968] Pierre Chartraine, Dictionnaire étymologique de la langue grecque: Histoire des mots, París: Klincsieck, 1968 (nueva reedición 2008). [Châtelet 1993] Gilles Châtelet, Les enjeux du mobile, París: Éditions du Seuil, 1993. [De Tienne 1996] André de Tienne, L’analytique de la représentation chez Peirce: la genèse de la théorie des catégories, Bruxelles: Facultés Universitaires Saint Louis, 1996. [Emerson 1994] Ralph Waldo Emerson, Collected Poems and Translations (ed. Bloom & Kane), New York: Library of America, 1994. [Lovejoy 1983] Arthur O. Lovejoy, La gran cadena del ser. Historia de una idea (1933), Barcelona: Icaria, 1983. [MacLane 1986] Saunders MacLane, Mathematics. Form and Function, New York: Springer, 1986. [Mangione 1976] Corrado Mangione, “La logica nel ventesimo secolo (II)”, en: Ludovico Geymonat (ed.), Storia del pensiero filosofico e scientifico IX. Il Novecento (3), Milano: Garzanti, 1976, pp. 139-273. [Marks 1987] William S. Marks III, “The art of corrective vision in Poe’s «The Sphinx»”, Pacific Coast Philology 22 (1987), pp. 46-51. [Melville 1970] Herman Melville, Moby Dick o la ballena blanca, Buenos Aires: Sudamericana, 1970 (“segunda edición especial”, 1999). [Melville 1988] Herman Melville, Moby-Dick or The Whale, Evanston: Northwestern University Press, 1988. 50 [Mosca 1983] Stefania Mosca, Jorge Luis Borges: utopía y realidad, Caracas: Monte Avila, 1983. [Morris 1997] Saundra Morris, “The Threshold Poem, Emerson, and «The Sphinx»”, American Literature 69 (1997), pp. 547-570. [Poe 1902] Edgar Allan Poe, “The Sphinx”, en: Edgar Allan Poe, The Complete Works (ed. Harrison), New York: Crowell, 1902, vol.5, pp. 238-244. [Poe 2004] Edgar Allan Poe, “La esfinge”, en: Edgar Allan Poe, Todos los cuentos, Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2004, pp. 167-172. [Poe 2006] Edgar Allan Poe, “Método de composición”, en: Edgar Allan Poe, Ensayos, Buenos Aires: Claridad, 2006, pp. 203-213. [Reynolds 1988] David S. Reynolds, Beneath the American Renaissance. The Subversive Imagination in the Age of Emerson and Melville, Cambridge: Harvard University Press, 1988. [Rodríguez Magda 2004] Rosa María Rodríguez Magda, Transmodernidad, Barcelona: Anthropos, 2004. [Tarkovski 2004] Andrei Tarkovski, Le temps scellé (1985), París: Cahiers du cinéma, 2004. [Vaz Ferreira 1979] Carlos Vaz Ferreira, Lógica viva – Moral para intelectuales (19081910), Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1979. [Whitaker 1955] Thomas R. Whitaker, “The Riddle of Emerson’s «Sphinx»”, American Literature 27 (1955), pp. 179-195. [Zalamea 2007] Fernando Zalamea, “Ostruzioni e passaggi nella dialettica continuo/discreto: il caso dei grafi esistenziali e della logica dei fasci”, Dedalus. Rivista di Filosofia, Scienza e Cultura - Università di Milano 2 (2007), pp. 20-25. [Zalamea 2009a] Fernando Zalamea, América – una trama integral. Transversalidad, bordes y abismos en la cultura americana, Bogotá: Universidad Nacional, 2009. 51 [Zalamea 2009b] Fernando Zalamea, Filosofía sintética de las matemáticas contemporáneas, Bogotá: Universidad Nacional, 2009. 52 LAS CATEGORÍAS CENO-PITAGÓRICAS Y LA CONTROVERSIA SOBRE EL ORIGEN DE LAS INNOVACIONES EVOLUTIVAS EUGENIO ANDRADE(*) La controversia sobre el origen de las variaciones evolutivas sirve como ejemplo para justificar la necesidad de construir un marco ontológico inspirado en las categorías de Peirce que supere los dualismos en los que las discusiones científicas están enfrascadas. La comunidad científica se ha dividido entre una corriente hegemónica –el neodarwinismo– para quienes la aparición de variaciones es azarosa y ciega, y una escuela minoritaria pero creciente –el neolamarckismo– que considera que las variaciones son dirigidas y surgen como respuesta de los organismos a desafíos del medio ambiente. En la última década la teoría de sistemas en desarrollo (TSD) ha planteado que la variación evolutiva depende de la plasticidad genotípica y fenotípica que posibilita responder a las condiciones del medio ambiente mediante ajustes somáticos a diferentes niveles (metabólico, fisiológico, ontogenético, conductual). Esta propuesta permite (*) Universidad Nacional de Colombia, [email protected] 53 superar la polaridad entre azar y determinismo, de una manera compatible con la visión peirceana de la evolución tal como se infiere del sistema de categorías y del proceso de interpretación de signos. Las tres categorías peirceanas vistas como relaciones diádicas dan lugar a las seis relaciones: (1.1) primeridad como primeridad (potencialidad sin restricciones); (2.2) segundidad como segundidad (actualizaciones concretas y determinadas); (3.2) terceridad como segundidad (posibilidades reales dadas las restricciones); (3.1) terceridad como primeridad (distribución estadística de las actualizaciones realizadas); (2.1) segundidad como primeridad (elección de las posibilidades reales que se exteriorizan y actualizan) y (3.3) terceridad como terceridad (integración de las realizaciones existentes y emergencia de nuevas posibilidades). En la formulación de la teoría neo-darwinista ha prevalecido una perspectiva externalista descrita por (2.2) y (3.1), la cual es insuficiente si no se incluye la perspectiva internalista dada por (1.1) y (3.2) y los puentes conectores entre ambas explicitados por (2.1) y (3.3). Estas dos últimas explican el proceso de abducción o inferencia que tiende a proponer una hipótesis explicativa para dar cuenta de un hecho de observación utilizando de modo original e impredecible el conocimiento previo acumulado evolutivamente. Por analogía el reconocimiento explícito de una actividad creativa propia de los organismos – congruente con la Teoría de Sistemas en Desarrollo– se equipara con procesos de abducción natural que explica por qué las respuestas de los organismos a sus condiciones inmediatas de vida determinan el carácter abierto e impredecible de la evolución. La abducción natural explica las tendencias de los organismos: (1) a variar y divergir, y (2) a establecer nuevas interacciones que incrementan el potencial evolutivo. Para concluir se propone construir un grafo en el que la tríada darwiniana (variación, herencia y selección) se constituye en un caso específico de la tríada (primeridad, segundidad, terceridad) donde cada elemento a su vez puede descomponerse en otra tríada más. La integración de estas tres tríadas da lugar a un grafo que sintetiza la propuesta de una teoría evolutiva expandida de la siguiente manera: [Abducción natural (input) → Tendencia a formar hábitos (mediación) → Herencia genética (output)]. 54 1. EL ORIGEN DE LAS INNOVACIONES EVOLUTIVAS: LAMARCKISMO VS DARWINISMO El problema sobre cómo surgen las variaciones evolutivas ha suscitado controversias que dividen el campo de batalla entre las diferentes escuelas de pensamiento evolutivo. 1. Variación dirigida. Para Lamarck (1809) la evolución obedece a un plan de la naturaleza, tendiente a mayores grados de complejidad, que permite modificaciones secundarias dependientes de las condiciones de vida mediadas por el uso y desuso. En la interpretación adaptacionista denominada neo-lamarckismo y que comienza con el propio Darwin, la variación es dirigida y ocurre como respuesta a una condición impuesta por el medio ambiente1. 2. Variaciones aleatorias. El capítulo V del Origen (1859) [Darwin 2001] discute el problema de si las variaciones son azarosas o por el contrario dirigidas. Darwin considera que la variación es un fenómeno asociado a la influencia de factores climáticos y geográficos sobre la alimentación y el comportamiento, que produce resultados indefinidos en algunos casos y definidos en otros. La acción directa del cambio de condiciones nos lleva a resultados definidos e indefinidos. En este último caso, el organismo se asemeja al plástico y tenemos una gran variabilidad fluctuante. En el primer caso, la naturaleza del organismo es tal que cede rápidamente cuando se encuentra influenciada por determinadas condiciones, y todos o casi todos los individuos se modifican de la misma manera [Darwin 2001, p. 125]. En el primer caso, las variaciones azarosas, fluctuantes o plásticas son sometidas al escrutinio de la selección natural, conduciendo a la retención y acumulación gradual de las más aptas, justificando así la explicación propiamente darwiniana. Pero en el segundo caso, si el medio ambiente produce variaciones definidas en los organismos, ellos varían de la misma manera, es decir, lamarckianamente. De generalizarse esta situación, la selección natural dejaría de jugar un papel protagónico en la evolución. En otras palabras, para Darwin el problema era decidir sobre el peso específico que debía concedérsele a la influencia del medio ambiente en cuanto factor causal de las modificaciones adaptativas. 1 Darwin dio importancia a este tipo de variación de 1836 a 1859 y a partir de 1868 hasta su muerte [Depew & Weber 1996], [Richards 1992]. 55 En la siguiente cita, Darwin explica que el primer caso es el más frecuente, mostrando su preferencia por la producción de variaciones independientemente de las necesidades y condiciones de vida de los organismos, o variaciones azarosas en cuanto producen resultados fluctuantes o indefinidos entre los individuos de una población: […] Además, todo naturalista sabe de innumerables ejemplos de especies que se mantienen constantes o que no varían nada, a pesar de vivir en los climas más opuestos. Consideraciones de este tipo me inclinan a atribuir menos peso a la acción directa de las condiciones ambientales, que a una tendencia a variar debida a causas que ignoramos por completo. [Darwin 2001, p. 126] Su preferencia por la acción indefinida del medio ambiente sobre la variación no le impidió reconocer que podría haberse equivocado, tal como lo expresó en carta a Moritz Wagner en 1876: En mi opinión, el mayor error que he cometido ha sido el de no darle suficiente peso a la acción directa del medio ambiente, alimento y clima, independientemente de la selección natural. Las modificaciones así causadas, las cuales ni son ventajosas ni desventajosas para el organismo modificado, estarían favorecidas especialmente, tal como puedo ver ahora a través de sus observaciones, por aislamiento en áreas pequeñas, donde solamente pocos individuos viven bajo condiciones casi uniformes. Cuando escribí el Origen, y durante algunos años después, tenía poca evidencia de la acción directa del ambiente; ahora hay un gran cuerpo de evidencias y su caso de la Saturnia2 es uno de los más destacados que haya oído. [Darwin 1888, p. 159] Darwin, en lugar de asumir a priori el carácter azaroso de las variaciones en todas las circunstancias, proponía investigar las causas y leyes que rigen su producción. La escuela darwinista adoptó el planteamiento de Darwin en el Origen, referido al reconocimiento de las variaciones como si fueran debidas al azar dada la ignorancia de las leyes de la variación, dándole mayor peso a los casos en que las variaciones se producen independientemente de las necesidades del organismo en un medio ambiente determinado. I have hitherto sometimes spoken as if the variations — so common and multiform with organic beings under domestication, and in a lesser degree with those under nature — were 2 Se refiere a un género de lepidópteros como las polillas. 56 due to chance. This, of course is a wholly incorrect expression, but it serves to acknowledge plainly our ignorance of the cause of each particular variation. [Darwin 1997, p. 121] Posteriormente, la escuela neo-darwinista interpretó la producción de variaciones como aleatoria en el sentido ontológico y las concibió como mutaciones genéticas que en principio tendrían igual probabilidad de ocurrir [Depew & Weber 1996]. 2. LA TEORÍA DE SISTEMAS EN DESARROLLO La teoría de sistemas en desarrollo (TSD) propone que las variaciones obedecen a una interacción entre factores genéticos y medio ambientales, mediados por el organismo (o sistema en desarrollo) de acuerdo, por un lado, a su capacidad de amortiguar perturbaciones tanto genéticas como medio ambientales, y, por otro lado, de responder por medio de ajustes fenotípicos (metabólicos, fisiológicos, ontogénicos y conductuales) a las condiciones del medio. En este sentido las variaciones no serían ni dirigidas, ni aleatorias, y solo podrían ser examinadas entendiendo la compleja relación entre genotipo, fenotipo y medio ambiente [Oyama 2000], [Griffiths & Gray 1994], [Andrade 2004]. Esta teoría aplica el modelo conocido como paisaje epigenético que fue propuesto en [Waddington 1957, 1961] para explicar la diferenciación celular o el desarrollo como un movimiento descendente a través de un gradiente de potencial. La topografía sinuosa del paisaje está gruesamente delineada por unas condiciones iniciales definidas por los genes, y se reconfigura y afina a lo largo del desarrollo, o epigénesis, por efecto de las interacciones entre los genes y aquellas entre el sistema en desarrollo (célula, organismo) y el ambiente. De esta manera se abren y profundizan rutas epigenéticas con posibilidad de bifurcarse. 57 Figura 1 (modificada de [Waddington 1957]) El paisaje epigenético representa una interfase dinámica entre los genes y el medio ambiente, donde se abren unas vías de desarrollo que se van modificando a medida que el proceso transcurre. La bola en la parte superior representa un sistema indiferenciado (célula u organismo) que tiene muchas posibilidades de desarrollo. Los valles profundos corresponden a caminos de desarrollo estables y las bifurcaciones a puntos de desequilibrio, donde pequeñas perturbaciones provocadas por factores del medio o por mutaciones génicas pueden hacer que el sistema opte por una vía u otra. La flexibilidad está representada por los valles pandos que al sobrepasarse abren una nueva vía de desarrollo. Este diagrama explica el fenómeno de la “asimilación genética”, por medio del cual los efectos inducidos por factores del medio que modifican vías de desarrollo podrían estabilizarse genéticamente, transformándose en características heredadas que se manifiestan sin presencia del estímulo inductor. La asimilación genética consiste en la selección de variantes génicas y/o patrones de conexión entre genes que tienen un efecto similar al que produce el factor inductor del medio. En este esquema los genes participan como factores de desarrollo, a la vez que su expresión está regulada por factores del medio con los cuales establece interacciones no lineales. Como resultado se obtiene una pluralidad de vías de desarrollo en proceso de canalización. No obstante, puede ocurrir que como respuesta a las influencias del medio ambiente, el sistema en desarrollo abandone su trayectoria abriéndose camino por una vía, hasta entonces inédita, que insinúa una innovación evolutiva [Waddington 1961]. Waddington definió la “asimilación genética” como el proceso por medio del cual un cambio fenotípico, inducido por efecto de una factor ambiental, se fija en el genotipo después de varias generaciones, estabilizando la modificación para las generaciones futuras. Este fenómeno implica selección a favor del fenotipo adaptable y, en consecuencia, la fijación de las combinaciones de alelos que estabilizan el desarrollo de la modificación, amortiguando las perturbaciones genéticas y del medio ambiente dentro de un umbral que, en caso de ser sobrepasado, permitiría acceder a otra vía de desarrollo. En condiciones de estrés generado por perturbación ambiental, o en casos de alta 58 mutabilidad, el proceso saldría de la trayectoria ontogenética canalizada, dando lugar a nuevos fenotipos. Es decir, la canalización, a la vez que mantiene la estabilidad de los fenotipos, favorece la acumulación de variantes genéticas que incrementan el potencial evolutivo y la capacidad de respuesta cuando cambian las condiciones del medio ambiente. Desde esta perspectiva, las modificaciones en la ontogenia se constituyen en la base de las modificaciones evolutivas que son sometidas a la selección natural, dado que durante el desarrollo tiene lugar una verdadera epigénesis, o emergencia y transformación de la forma, dependiente tanto de factores genéticos como ambientales [Jablonka & Lamb 1995, 1998, 2004]. La TSD contextualiza la acción de los genes, al considerar que el genotipo posibilita un conjunto de vías de desarrollo, pero la interacción del organismo con el medio ambiente decide el ajuste fenotípico a adoptar. La noción de epigenotipo representado por la superficie ondulante del “paisaje epigenético”, que puede modularse tanto por factores genéticos como ambientales, quita piso a la distinción radical entre genotipo y fenotipo, así como entre filogenia y ontogenia [Waddington 1957, 1961]. La explicación del surgimiento de las adaptaciones no puede depender exclusivamente de mutaciones genéticas azarosas, sino que se requiere de una teoría que explique por qué los fenotipos son capaces de responder generando variantes adaptativas. Para [Waddington 1976] no era necesario esperar a que, por azar, surgieran mutaciones adaptativas, puesto que la selección natural no actúa sobre genes que actúan independientemente, sino sobre procesos epigenéticos que son la base de la plasticidad fenotípica necesaria para mantener una interacción funcional con el ambiente. La TSD propone además una reinterpretación profunda de la herencia, al reconocer la denominada herencia epigenética. La herencia genética se circunscribe a los contenidos informativos codificados en las secuencias del ADN, que se transmiten en los genes y corresponde a una información estable e insensible a las condiciones del medio. Pero además se reconoce que hay una transmisión de información epigenética célula-célula y organismo-organismo [Jablonka & Lamb 1995, 1998, 2004] como, por ejemplo, transmisión de organelos celulares, transmisión de simbiontes, patrones de metilación del ADN, modificaciones en la cromatina, aprendizaje, relaciones grupales, manejo e interpretación de signos, construcción de nicho, etc. La capacidad de evolucionar radica en la eficacia de los procesos epigenéticos, asociada a la plasticidad morfogenética. La 59 configuración genética característica de cada especie es un producto avanzado de la evolución por selección natural, a favor de una mayor adaptabilidad y reducción parcial de la plasticidad por medio de la cooptación de genes preexistentes para el cumplimiento de nuevas funciones, pero, dado que los genes actúan en redes y por tanto tienen un efecto epistático, los que en un momento cumplen una función pueden ser usados para ejecutar otras, contribuyendo así a la aparición de nuevas funciones. La ontogenia produce cambios fenotípicos regulando la expresión de los genes de acuerdo con los factores del medio ambiente, por tanto la correlación entre genotipo y fenotipo no expresa una determinación causal sino una relación de potencia a acto. Para [Johannsen 1911] el genotipo es el potencial heredado del organismo (la aptitud para desarrollar varios caracteres), mientras que el fenotipo es la actualización de ese potencial en un ambiente particular. El genoma no debe verse como un programa definido y fijo, sino como una fuente de información que, en conjunción con otros factores, define las posibilidades futuras de la evolución. Cada factor cuyo estado afecta el desarrollo se considera como una fuente informativa [Oyama 2000]. En consecuencia, la información genética exige interpretación, es decir, su expresión depende de los sistemas de control epigenético y del contexto de interacciones en que actúan los organismos portadores de dichos genes. La evolución es una auto-construcción permanente, no preexiste en los genes, ni tampoco se imprime forzosamente por las condiciones ambientales o nichos ecológicos. La forma resulta de un proceso interpretativo agenciado por el organismo en desarrollo. El desarrollo y el comportamiento animal, al igual que el fenotipo, resultan de una interacción continua entre el organismo y el entorno. No hay distinción fundamental entre el comportamiento aprendido y el innato ([Lehrman 1953] citado por [Johnston 2001]), y este último fue aprendido a lo largo de la historia del linaje [Rield 1983]. La evolución se fundamenta en la capacidad de los organismos para percibir y crear una imagen de su mundo circundante que le permita utilizarla y transformarla en su beneficio. 60 3. DARWINISMO Y LAS CATEGORÍAS CAENO-PITAGÓRICAS El darwinismo es un caso específico de evolución concebida como un proceso de interpretación de signos. El Signo es una relación tríadica irreductible entre un Objeto, un Representamen y un Interpretante. A sign, or representamen, is something which stands to somebody for something in some respect or capacity. It addresses somebody, that is, creates in the mind of that person an equivalent sign, or perhaps a more developed sign. [CP 2.228] A Sign, or Representamen, is a First which stands in such a genuine triadic relation to a Second, called its Object, as to be capable of determining a Third, called its Interpretant, to assume the same triadic relation to its Object in which it stands itself to the same Object. [CP 2.274] Los signos son sistemas materiales de representación en los cuales se puede identificar una entrada de información, una mediación dada por el sistema procesador de la información, que actúa en un contexto de interpretación, y una salida o resultado representado en una morfología característica asociada a una acción específica. Figura 2 De acuerdo con la tríada categorial peirceana, todas las formas existentes, vivas o no, son signos que expresan una relación en la que confluyen tres elementos. En el caso específico del signo semiótico tenemos la tríada entre objeto (O), signo o representamen (R) e interpretante (I). En términos más generales tenemos: Input → mediación → Output. El objeto provoca una acción en el interpretante mediante un representamen. Una manera heurística de interpretar el signo peirceano es mediante la tríada: [Input → mediación → Output]. A diferencia de los sistemas mecánicos donde a cada input le corresponde un output, lo cual solo sería imaginable en condiciones de cerramiento al 61 entorno, aquí se subraya la acción mediadora dependiente del contexto y por tanto a una misma entrada le corresponde más de una salida posible. Las categorías más generales que necesitamos para comprender el mundo se infieren a partir de la experiencia en el mundo que suscita necesidades cuya satisfacción exige poder relacionarse y desempeñarse en un medio, el cual debe comprenderse con cierto grado de fiabilidad. La potencialidad es inherente a la vida y en este sentido es lo primero. Pero vivir genera resistencias debido a la presencia de otras cosas y seres vivos que conforman un entramado mundo de fricciones en un contexto local determinado. La experiencia de estas resistencias, la interacción, el conflicto, es lo segundo. Finalmente, nada ocurre completamente al azar sino que las entidades interactuantes proveen el contexto que las regula, es decir, lo tercero. Las tres categorías que Peirce formuló no son solo como el esqueleto del conocimiento, sino la estructura misma de los procesos [Esposito 1980, pp. 159-164], es decir, modos de ser y de vivir que sustentan una propuesta ontológica minimalista que la ciencia debe revisar y decantar en el proceso sucesivo de interpretación de datos, construcción de modelos y, sobre todo, en la definición de acciones que le den mayores posibilidades a la vida y al conocimiento. Las categorías son: (i) primeridad – lo que existe por sí mismo y que asociamos al azar como impulsos internos, potencialidad, independencia, inmediatez, posibilidades de evolucionar, variación en ausencia de restricciones; (ii) segundidad – lo que existe por relación a otro y que asociamos a lo material discreto y determinado, la actualidad, lo que realmente se manifiesta o exterioriza, la reacción, el forcejeo, la lucha, lo que se transmite por herencia; (iii) terceridad – la agencia activa de la naturaleza, la tendencia a adoptar hábitos, la regularidad, la costumbre, los códigos, la selección natural, la interpretación, la intencionalidad, la continuidad. El tercero media entre el primero y el segundo, a la vez que reaviva la potencialidad. First is the conception of being or existing independent of anything else. Second is the conception of being relative to, the conception of reacting with, something else. Third is the conception of mediation, whereby a first and second are brought into relation. [CP 6.32] In biology, the idea of arbitrary sporting is First, heredity is Second, the process whereby the accidental characters become fixed is Third. Chance is First, Law is Second, the tendency to take habits is Third. Mind is First, Matter is Second, Evolution is Third. [CP 6.32] 62 Se trata de capturar las características más generales que podríamos adjudicarle a esta realidad, de modo que eliminemos los prejuicios que impidan aceptar su carácter dinámico intrínsecamente creativo, generador de variabilidad, si se quiere experimentador, y, por tanto, evolutivo dentro de ciertas restricciones o leyes. Las dificultades que se esgrimen para aceptar el evolucionismo no provienen de la falta de evidencias empíricas sino del hecho de que la teoría darwiniana no ha logrado superar completamente el prejuicio newtoniano heredado del siglo XVIII, según el cual la materia es esencialmente pasiva y por tanto no presenta propiedades auto-organizativas. Aunque los defensores del materialismo y de la selección natural se consideran monistas, en el fondo caen en las limitaciones de la visión mecanicista de la naturaleza. No es suficiente con que Darwin hubiera mostrado la justeza del pensamiento evolutivo, sino que es necesario proponer una lógica evolutiva que permita explicarlo dentro del monismo inspirado en Peirce, que expande el horizonte mecanicista a una visión más cercana a la física y la biología del siglo XXI. Según Peirce, las tres categorías universales son necesarias para describir todos los fenómenos existentes y requieren de especificación en los diferentes campos de la investigación científica a fin de darles un soporte empírico sólido. En particular la tríada darwiniana –variación, herencia y selección– constituye una especificación de las categorías universales. Peirce se interesó por Darwin, debido a su preocupación por la idea de cambio y desarrollo, buscando su aplicabilidad a dos campos aparentemente disímiles, la cosmología y la evolución de las ideas. The theory of Darwin was that evolution had been brought about by the action of two factors: first, heredity, as a principle making offspring nearly resemble their parents, while yet giving room for "sporting" or accidental variations -- for very slight variations often, for wider ones rarely; and, second, the destruction of breeds or races that are unable to keep the birth rate up to the death rate. This Darwinian principle is plainly capable of great generalization. Wherever there are large numbers of objects having a tendency to retain certain characters unaltered, this tendency, however, not being absolute but giving room for chance variations, then, if the amount of variation is absolutely limited in certain directions by the destruction of everything which reaches those limits, there will be a gradual tendency to change in directions of departure from them. [CP 6.15] 63 A continuación esbozaré un marco ontológico de referencia inspirado en las categorías de Peirce. Partiré aceptando la existencia a priori de una única realidad – material en cuanto describible científicamente– que exhibe dos facetas principales, una “interna” y otra “externa”. La mirada internalista se concentra en las siguientes características: potencialidad, aleatoriedad, espontaneidad, propensiones, desequilibrio, auto-organización, apertura, etc. La mirada externalista se ha concentrado en el estudio de las actualidades o realizaciones concretas, determinismo, comportamientos regulares, cerramiento, carácter particulado o discreto, promedios estadísticos, selección natural [Andrade 2007a, 2007b, 2009, 2011], [García Azkonobieta 2005]. Cada dominio interno (I) y externo (E), asume dos niveles de representación, individual (i) y poblacional (p). En consecuencia se definen cuatro regiones: interna individual, interna poblacional, externa individual y externa poblacional. Con el fin de mantener una visión unificadora, los bordes interno-externo e individual-poblacional deben incluirse. De esta manera, a partir de la distinción entre los dominios interno y externo, y entre los niveles de representación individual y poblacional, se define el espacio (U) en que se encuentran las siguientes seis relaciones diádicas generadas a partir de las tres categorías de Peirce, [Andrade, 2007a, 2007b], [Taborsky, 2002, 2004]: primeridad como primeridad (1.1), segundidad como segundidad (2.2), segundidad como primeridad (2.1), terceridad como primeridad (3.1), terceridad como segundidad (3.2) y terceridad como terceridad (3.3). Hence, it would be a mistake to conceive of the psychical and the physical aspects of matter as two aspects absolutely distinct. Viewing a thing from the outside, considering its relations of action and reaction with other things, it appears as matter. Viewing it from the inside, looking at its immediate character as feeling, it appears as consciousness. [CP 6.268] En este sentido anota [Zalamea 2009, p. 34]: El sistema peirceano emerge a comienzos del siglo XXI como un orden general de la razonabilidad (“razón” + “sensibilidad”), particularmente atractivo si se le entiende como arquitectónica continua del saber, capaz de romper con desgastantes dualismos y proclive al estudio de tránsitos de información entre contextos multiformes y variables. En particular, la suavización de las dicotomías ideal/real, mente/cuerpo y hombre/naturaleza puede verse como uno de los grandes logros peirceanos, al conseguir reintegrar las polaridades bajo conceptos más generales (cuasi-mente, signo, semiosis) que sirven para modular, desde perspectivas unitarias, la diferenciación de los entes. 64 Asumamos un único espacio peirceano representado por U, en el cual distinguimos dos sub-espacios “interno” y “externo”, U= [{Interno}, {Externo}], cada uno de los cuales tiene dos niveles de representación “individual (i)” y “poblacional (p)”, U= [{Ii, Ip}, {Ei, Ep}]. De este modo cuatro espacios quedan delimitados: interno/individual (1.1), externo/individual (2.2), interno/poblacional (3.2) y externo/poblacional (3.1). Entonces U = [{(1.1), (3.2)}, {(2.2), (3.1)}]. Las relaciones (1.1) y (3.2) corresponden al dominio o ámbito interno de la realidad que define la potencialidad y las relaciones (2.2) y (3.1) al externo o actualizado. Las relaciones (1.1) y (2.2) corresponden al ámbito de lo local e individual donde se manifiesta lo azaroso, mientras que las relaciones (3.1) y (3.2) corresponden al espacio global o poblacional que da lugar a regularidades. Las relaciones (2.1) y (3.3) conectan los dominios internos y externos a nivel individual y poblacional respectivamente. La relación (2.1) actualiza o exterioriza el potencial interno, mientras que la relación (3.3) potencializa o interioriza lo actualizado. A continuación me referiré en más detalle a cada una de las seis relaciones diádicas. La primeridad como primeridad (1.1) define el campo de lo interno-individual (o local) en un tiempo presente. Es una faceta de la realidad que podemos calificar con la potencialidad, espontaneidad, creatividad y se asocia a la presencia de impulsos internos, motivaciones, sentimientos, azar, energía, estados alejados lejos del equilibrio, ausencia de restricciones, etc. [Taborsky 2002, 2004], [Andrade 2007a, 2007b, 2009]. Lamarck propuso la noción vaga de “principio vital del calor” y “sentimiento interior”, pero hoy en día la termodinámica, la teoría de la información y, sobre todo, la física cuántica ofrecen nociones mucho más precisas de esta relación. Esta noción está asociada al azar existente en cada instante presente como punto de partida, una suerte de caos generativo, la potencialidad máxima libre de restricciones. La segundidad como segundidad (2.2) define el campo de lo externo-individual (o local). Es una faceta de la realidad que podemos calificar con predicados que se refieren a los fenómenos en cuanto a su actualización o manifestación externa, su carácter discreto, el cumplimiento de una ley mecánica, la externalidad, reactividad y comportamientos predecibles [Taborsky 2002, 2004], [Andrade 2007a, 2007b, 2009], que la ciencia identifica con la realidad material. Corresponde a lo exteriorizado, realizado o actualizado, lo que existe en el mundo material. 65 Lo recibido, dado o heredado corresponde a lo alcanzado mediante procesos que se iniciaron en un pasado. Esta relación se revela cuando hablamos de entidades discretas como átomos, partículas, células, organismos, etc. Es decir, lo que definimos como entidades realmente existentes. La ciencia newtoniana hace un énfasis en este predicado. La terceridad como segundidad (3.2) corresponde al espacio global/interno de la realidad, manifiesto en un tiempo presente continuo [Taborsky 2002, 2004], [Andrade 2007a, 2007b, 2009]. En otras palabras, a medida que se procesa información en la interacción con el entorno, se va estableciendo una red comunicativa que cohesiona el sistema colectivo, mediante la utilización de signos de carácter icónico, indexical y simbólico. Esta relación, en cuanto código digital de información, se ha utilizado para explicar el origen de la vida por medio de la aparición del código genético propio del ADN y la emergencia de lo humano mediante la aparición del lenguaje articulado. El poder inherente a la combinatoria de símbolos, propio de los códigos digitales de información, incrementa la capacidad de generar representaciones internas de la realidad externa, por ejemplo la permutación de los genes de inmunoglobulinas genera una diversidad de líneas celulares de linfocitos que, en conjunto, tienen la posibilidad de reconocer cualquier estructura antigénica externa con la que eventualmente puedan verse enfrentadas. Este dominio corresponde a la creación colectiva de representaciones internas sobre el mundo externo y la comunicación entre agentes que identifican señales del entorno que les sirven para captar fuentes de energía, evadir predadores y reproducirse. Esta relación soporta las posibilidades accesibles, dadas las restricciones existentes que definen las propensiones futuras, capacidad evolutiva, anticipación e innovación. De entre todas las posibilidades sin restricción (definidas por 1.1), esta relación (3.2) delimita las posibilidades efectivas en las condiciones existentes. Las relaciones (1.1) y (3.2) explican a los organismos como verdaderos sujetos capaces de elegir [Baldwin 1896] y como constructores de Umwelt o de representaciones mentales internas de su mundo circundante (1940) [Von Uexküll 1982], [Hoffmeyer 1996, pp. 54-58]. Entre mayor sea la complejidad de los organismos, más complejas son las representaciones internas que pueden construir. 66 La terceridad como primeridad (3.1) define el campo de lo externo-global en un tiempo presente continuo que corresponde a las regularidades estadísticas introducidas en las poblaciones por la selección natural [Taborsky 2002, 2004], [Andrade 2007a, 2007b, 2009]. Este predicado define las regularidades estadísticas de sistemas colectivos o poblaciones de entidades definidas por la relación (2.2). Esto quiere decir que el azar inherente a los comportamientos de los sistemas individuales va generando regularidades estadísticas en las poblaciones. La relación (3.1) se refiere a la distribución de frecuencias de las que se actualizan o realmente tienen lugar. Se refiere a una externalidad a nivel poblacional perceptible en un tiempo presente continuo, el tiempo de la selección natural según Darwin. Natural Selection is daily and hourly scrutinizing, throughout the world, every variation, even the slightest; rejecting that which is bad, preserving and adding up all that is good; silently and insensibly working, whenever and wherever opportunity offers, at the improvement of each organic being in relation to its organic and inorganic conditions of life. [Darwin 1997, p.83] Esta relación expresa la necesidad de incluir las explicaciones estadísticas para dar cuenta de procesos direccionados o anisotrópicos en el sentido de [Short 2002, 2007]. En el caso de la difusión de gases explica la aparición de macro-estados de equilibrio más probables y en el caso de la evolución biológica el hecho de que nuevos alelos y configuraciones genéticas altamente improbables que surgieron por azar, mediante selección para un tipo de efectos en un contexto definido de interacciones, hayan aumentado su frecuencia en la población. El comportamiento de los gases en difusión y las frecuencias génicas en las poblaciones de organismos pueden describirse mediante un parámetro estadístico que siempre aumenta, entropía en el primer caso y fitness en el segundo. La formalización de esta relación ha sido en últimas el programa de investigación del neodarwinismo, al tomar como base de sus modelos la idea de que la selección natural desplaza los valores promedios hacia valores de mayor adaptación (fitness). La segundidad como primeridad (2.1) corresponde al borde o límite entre lo interno/externo, a nivel individual. Define la actualización o exteriorización de algunas potencialidades internas dadas por (3.2). Es un estado que promueve los acoplamientos e interacciones mediante la elección a nivel de cada individuo de ajustes o reacomodos 67 estructurales en un contexto poblacional y medioambiental dado. Se trata de un predicado que capta a la vez tanto la determinación histórica y estructural, como la incertidumbre asociada a elecciones individuales. En lo biológico se puede entender como la adopción impredecible de los ajustes fenotípicos individuales definidos de entre un conjunto de morfologías posibles habilitadas en un contexto local específico, aunque histórica y estructuralmente dependientes. En el borde entre lo interno y externo a nivel individual coexiste una multiplicidad de configuraciones posibles, algunas de las cuales se actualizan o exteriorizan dando lugar a una morfología determinada. Recordemos que Peirce intentó reconciliar el lamarckismo con el darwinismo, tomando como ejemplo la teoría catastrofista de Clarence King [CP 6.302, 6.17], para quien las variaciones no eran ni aleatorias, ni dirigidas, sino generadas por la tendencia a responder a las cambiantes condiciones locales [Aalto 2004]. King argumentó que cambios drásticos del medio provocan modificaciones rápidas en especies plásticas, es decir, que la respuesta a los desafíos del medio se manifiesta como una elección entre posibles ajustes fenotípicos. Por esta razón Peirce supeditó la selección natural a la existencia de un mecanismo interno de elección o a la actividad “mental” de los organismos que generan procesos orientados a metas específicas, convirtiéndose en la base de la diversificación y adaptación a las condiciones locales. A medida que los organismos individuales forcejean para anticipar los desafíos diarios, la población va alcanzando un estado de regularidad que se ajusta a los ritmos externos. Las respuestas generadas en este contexto funcional conducen a elecciones más o menos correctas y a la fijación de los hábitos que perpetúan este proceso vital, y en ese sentido se pueden calificar como inteligentes. El punto interesante, al que no se le ha dado suficiente énfasis, es que la selección natural supone una plasticidad fenotípica a nivel de los individuos que conforman la población, los cuales ante las exigencias de la escasez adoptan un ajuste somático cualquiera (metabólico, fisiológico, ontogenético o conductual) para ensayar su viabilidad en el futuro inmediato. Entre mayor sea la presión externa, mayor la aleatoriedad de esta elección que, en todo caso, constituye una actualización de una representación interna, históricamente construida. En consecuencia la selección natural (externalista) supone la existencia de la elección individual 68 (internalista) por cuanto favorece los fenotipos capaces de responder a las condiciones cambiantes. Este modo de evolución, dirigida hacia metas específicas por efecto de fuerzas externas y del cambio de hábitos, integra lo posible y lo necesario a un nivel superior [CP 6.7-34] (1891). Así como individualmente los organismos tienden a anticipar los desafíos cotidianos, la mente universal forcejea por alcanzar una regularidad y una generalidad, integrando armónicamente las divergencias que surgen permanentemente. Una respuesta inteligente da lugar a las elecciones funcionales que permiten ir fijando los hábitos que contribuyen a perpetuar el proceso vital mismo. Este proceso general de crecimiento y desarrollo ocurre en la interioridad de los organismos o en su mente, que deliberadamente intenta desarrollar hábitos, y, dado que la materia es una mente gobernada de modo estricto por hábitos, se concluye que el universo en su conjunto evoluciona de acuerdo con la misma ley. El sentido de la relación segundidad como primeridad subyace a la propuesta de [Baldwin 1896] cuando señala que la “selección orgánica” involucra la actividad de los organismos en la producción de sus ajustes o acomodaciones que son objeto de la selección natural. Se trata de un punto de vista que constituye, sin duda, como Baldwin lo indicó, “un nuevo factor de evolución”. En un contexto dado, una estructura puede adoptar más de un estado funcional y por tanto más de una solución posible para un desafío no previsto. La capacidad anticipatoria reside en la plasticidad morfológica, que posibilita adoptar más de una conformación o ajuste estructural para interactuar con algunos factores del entorno con diversos grados de afinidad. Para el neodarwinismo, la selección natural retiene los genes que aportan al incremento de la fitness. Pero [Wright 1931] y posteriormente [Kauffman 1993] demostraron que el poder de la selección natural está limitado por la conectividad génica que impide el mejoramiento independiente de los genes. No hay adaptaciones perfectas, ni puede haberlas. Por otra parte algunos autores neodarwinistas, se acercaron al reconocimiento del dominio interno en lo referente a los organismos. De acuerdo con [Levins & Lewontin 1983, Lewontin1985], los organismos determinan lo que es relevante, alteran el mundo externo a medida que interactúan con él, transforman el patrón estadístico de variación ambiental y modifican las estrategias de lucha, generando 69 las condiciones para su selección. Los organismos no son el objeto de la selección, sino sujetos autónomos de una relación cognitiva, de modo que al actuar sobre el medio construyendo nichos, definen el tipo de relaciones que pueden establecer con el entorno. De esta manera, la selección natural confiere una regularidad estadística a una población de individuos que, a consecuencia de los ajustes fenotípicos por los que optan, modifican la relación entre ellos y su entorno. (…) genes, organisms and environments are in reciprocal interaction with each other in such a way that each is both cause and effect in a quite complex, although perfectly analyzable, way. [Levins et al. 1983, Lewontin1985] La construcción de nicho es el proceso por el cual los organismos modifican su nicho o el de otros, mediante las actividades que eligen. Por ejemplo, existe una diversidad de animales que construyen nidos, túneles, huecos, redes, de plantas que modifican ciclos de los nutrientes, de hongos y bacterias que descomponen material orgánico y fijan nutrientes [Odling-Smee et al. 2003]. La característica definitoria de la construcción de nicho no es tanto la modificación del medio impulsada por el organismo, sino sobre todo el cambio en la relación entre un organismo y su nicho asociado [OdlingSmee 1988]. La complementariedad adaptativa entre el organismo y el medio es un proceso de interacción recíproca entre la selección natural y la construcción de nicho, puesto que los cambios ambientales producidos por la actividad de los organismos configuran sus propias condiciones de selección. La terceridad como terceridad (3.3) define el puente entre lo externo e interno a nivel poblacional o global en un tiempo presente continuo que fluye hacia un futuro donde se potencializan algunas actualidades. Este predicado describe un principio de continuidad, manifiesto como una tendencia a adoptar, fijar y desechar regularidades. Es una propiedad de todo sistema procesador de información, auto-organizante, evolutivo, viviente, etc. En el caso de la evolución biológica es equiparable en algunos aspectos a la selección natural como causa final no determinista que, al fijar restricciones en un tiempo determinado (presente), posibilita nuevas adaptaciones a futuro. Esta relación corresponde a una evolución plástica donde las regularidades aparecen al azar, unas se fijan y profundizan, pero posteriormente pueden alterarse e incluso eliminarse. En el caso 70 de los seres vivos esta relación corresponde a una propiedad que explica su evolución por aprendizaje y desarrollo de conductas que una vez seleccionadas se fijan, haciéndose instintivas. La auto-organización surge como consecuencia de la segunda ley en sistemas abiertos, lejos del equilibrio termodinámico, y sería lo más general que podemos inferir como ley evolutiva. De acuerdo con [Kauffman 2000, pp. 197-219], la auto-organización rige la exploración de nuevas formas y procesos en el “adyacente posible” donde los sistemas bifurcan impredeciblemente sus trayectorias a partir de las elecciones caprichosas que tienen lugar dentro de un contexto local funcional. Las nuevas configuraciones son accesibles dependiendo de la trayectoria evolutiva, de manera que las vidas individuales se abren a la historia cósmica contribuyendo a la propagación de la organización. La interpretación neodarwiniana de la evolución, tiene un marcado compromiso con una mirada externalista que prioriza las relaciones (2.2) y (3.1), es decir, acepta la existencia de unidades discretas (los genes) y el carácter estadístico de la evolución descrita como cambios en las frecuencias génicas en la población a consecuencia de la acción de la selección natural. La simplicidad de la exitosa fórmula “variación azarosa y selección” debe entenderse dentro de un complejo contexto de interacciones en el que la actividad creativa de los organismos actúa como factor de evolución. Fuera de este contexto la fórmula “variación azarosa y selección” pierde todo su sentido. [Short 2002, 2007] sostiene que es posible una interpretación no mecánica de la selección natural, cuando se toma en consideración la diferencia entre “selección de” variantes genéticas específicas (concretas) y “selección para” un tipo general de rasgo (abstracto). Patterns of outcome, whether biological or thermodynamic, cannot be explained by tracing causal chains, even were that possible. They are explicanda of a special kind. The form of their explanation, in statistical mechanics or by natural selection, is not captured by statistical variants of the covering-law model or related models of explanation. In them as in classical teleology, types of outcome are cited to explain why there are outcomes of those types. But only when types are explanatory by being ‘‘selected for’’, as in explanations of animal and human behavior as well as in Darwin’s theory of natural selection, but not in statistical mechanics, is the explanation teleological. Darwin’s theory is non-trivially teleological. [Short 2002, p. 323] 71 Cuando se indaga no por variantes genéticas concretas, sino por el tipo general de resultados funcionales que cabe esperar por selección natural, estamos ante un modo de explicación teleológica que es diferente al que provee la mecánica estadística. Estos resultados se asocian a tipos o clases de funciones, tareas, modos de interacción, comportamientos de los organismos en su entorno, los cuales definen las características o el “para qué” fueron seleccionados. En este sentido, la propuesta de [Short 2002] sería congruente con la reinterpretación de la teoría darwiniana a la luz de las propuestas de las teorías epigenéticas o de sistemas en desarrollo, tal como lo propongo en este trabajo. No obstante, la corriente hegemónica neodarwiniana descontextualiza la acción de los genes al enfatizar la selección de los mismos, a la vez que subestima la potencialidad individual (1.1) y colectiva (3.2) dada por la dinámica auto-organizativa y los procesamientos de información. Por otra parte, ignora completamente la existencia de la relación (2.1), es decir, la noción de los sistemas vivientes como agentes que, a pesar de estar determinados estructuralmente, presentan una plasticidad de respuestas fisiológicas en la forma de ajustes fenotípicos que los lleva a optar de modo arbitrario e impredecible por una u otra modificación estructural en respuesta a condiciones o factores locales presentes en el entorno. El reconocimiento de la selección natural para tipos de respuestas funcionales, en el sentido propuesto por [Short 2002, 2007], se facilita una vez que se acepta la relación (2.1) como factor causal de las variaciones fenotípicas presentadas al escrutinio de la selección natural, tal como se desprende de los modelos de [Baldwin 1896], [Waddington 1957, 1961], [Oyama 2000], [West-Eberhardt 2003], entre otros. El poder generalizador del darwinismo se deriva justamente del hecho de que la ley de selección natural es concreción de una ley o principio de regularidad más general, expresado como la tendencia natural a formar, fijar y eliminar hábitos, que opera de modo indeterminista aunque no es totalmente aleatoria. El hábito –o principio de regularidad– fija o retiene un tipo de restricción a los grados de libertad. A su vez, las restricciones dan lugar a nuevas posibilidades, algunas de las cuales se podrían realizar en el futuro inmediato, y, una vez realizadas, nuevas restricciones habilitarían nuevas posibilidades hasta entonces imprevistas que harían imposible formular una ley de evolución diferente a su carácter abierto e impredecible [Kauffman 2000]. 72 4. EL DESARROLLO Y LA EVOLUCIÓN SON PROCESOS DE INTERPRETACIÓN DE SIGNOS Los signos son un conjunto funcional que incluye tres de las seis relaciones [Taborsky 2002, 2004]. Las relaciones ubicadas en el dominio externo (2.2) y (3.1) definen el marco teórico del neodarwinismo, aunque a veces se recurre a relaciones propias del dominio interno (1.1) y (3.2). Pero las dos últimas (2.1) y (3.3), aunque implícitas en todas las teorías evolutivas, no se explicitan, ni se explicitarán hasta que no se derrumben los prejuicios heredados de la visión dualista y mecánica de la realidad. Mi intención es mostrar que gracias a la TSD se abre un camino para la explicitación de estas dos relaciones. Para entender la ontogenia como interpretación de signos, consideramos que la información genética (el ADN) representa la potencialidad, las múltiples posibilidades y por tanto corresponde a la primeridad. Las vías de desarrollo aparecen como un resultado determinado o sea la segundidad. El tercero es el huevo fertilizado que tiene la capacidad de interpretar su propia información genética presente en el ADN en un contexto o medio ambiente determinado [Hoffmeyer 1996]. Hay que tener en cuenta que, dada la misma información genética y el mismo medio ambiente, la interpretación tiende a repetirse de acuerdo con el mismo esquema, pero también pueden ocurrir innovaciones o nuevas interpretaciones que abren nuevas rutas ontogenéticas, dando lugar a las innovaciones evolutivas en el proceso embriológico. Igualmente, la evolución es un proceso de interpretación sígnica [Hoffmeyer 1996]. El nicho ecológico o el medio ambiente ofrecen una serie de posibilidades a la población (primeridad), pero solamente algunas de ellas se seleccionan, dando lugar a una población definida con una composición genética específica (segundidad). Pero esta operación está mediada por la interpretación del entorno circundante que ejecutan los individuos que conforman la población. Las categorías peirceanas se sobreponen permanentemente. Esto no quiere decir que el ADN es primeridad, o segundidad per se, lo que se afirma es que tiene un aspecto de primeridad en cuanto explica las posibilidades existentes, es un objeto susceptible de interpretarse de formas cada vez más profundas, pero también es un aspecto de segundidad en cuanto representa algo determinado, heredable o conservado como 73 producto de la evolución. Del mismo modo, el medio ambiente como primeridad es una multiplicidad de signos que tienen muchas posibilidades de interpretación, pero, en cuanto incluye elementos o factores definidos, como nichos construidos, también tiene aspectos de segundidad. En ambos casos la terceridad proporciona la regularidad, en la ontogenia el individuo en desarrollo, en la evolución la acción interpretativa hecha por el conjunto de individuos que componen la población. El esquema “evolución – desarrollo” es una propuesta sintética congruente con el marco filosófico de Peirce. La evolución es un fenómeno poblacional en el cual los fenotipos son sometidos en un entorno determinado a un proceso de selección, dando lugar a una composición genética característica. El desarrollo a nivel individual es la transformación de un genotipo que en conjunto con el medio ambiente contribuye a la aparición del fenotipo. En la evolución a partir de una población de fenotipos, se seleccionan los genotipos más adecuados en un medio ambiente determinado. Ambos fenómenos –desarrollo y evolución– están íntimamente encadenados, poniendo en evidencia el doble papel que ejerce el medio ambiente, como factor informativo en el desarrollo y como filtro en la evolución. No obstante, en ambos casos el medio ambiente es parcialmente predecible, en cuanto es fruto de la acción constructiva de los organismos, pero, también, impredecible por cuanto su dinámica no puede ser controlada por la acción de los organismos [Andrade 2009]. La semiótica peirceana reconoce un ámbito interno de la realidad (individual y poblacional) que se ha abordado mediante los conceptos de energía, información, entropía, auto-organización, capacidad de evolucionar, códigos biológicos3, elecciones individuales, una pléyade de nociones que todavía hay que precisar y formalizar. Aceptar la existencia de dinámicas internas equivale a darle un estatus primordial a la indeterminación y las contingencias, a la vez que simultáneamente se asume la existencia de principios o leyes de organización, o terceridad, que otorgan una regularidad y continuidad evolutiva. La semiótica no propone una perspectiva exclusivamente 3 De acuerdo con [Barbieri 2003] esta noción no ha sido incorporada suficientemente a la biología evolutiva, puesto que se ha limitado al código genético y a los códigos lingüísticos de los humanos, es decir, para explicar el origen de la vida y la aparición de lo humano. Estos serían verdaderos códigos por su carácter simbólico y la arbitrariedad en la asignación de significados. Sin embargo la aparición de los diferentes niveles de organización ha requerido de la emergencia de su respectivo código biológico, tales como el código para procesamientos de RNA que dio origen a los eucariotas, los códigos de adhesión celular que dio origen a los multicelulares, los códigos que definen el patrón corporal de los vertebrados dado por el complejo supra génico Hox, etc. No obstante el carácter simbólico y arbitrario de estos códigos no es claro. 74 internalista sino una integración de los aspectos internos local, interno global, externo local y externo global de la realidad. La utilización de las categorías y relaciones diádicas peirceanas proporciona los elementos para formular una teoría evolutiva, en oposición abierta al determinismo que deja sin explicar la dinámica evolutiva al centrarse en el estudio de estructuras estables y discretas (relación 2.2). La historia de la biología ilustra un panorama en el que los distintos ámbitos de la realidad se fueron delineando antes de que Peirce esbozara un esquema filosófico que mostrara su coherencia interna como sustento de una síntesis posible. Al igual que el pensamiento de Peirce, la teoría evolutiva fue influida no solo por la mecánica estadística de Boltzmann y Maxwell, sino por las propuestas de los biometristas, como Francis Glaton y Karl Pearson, que desarrollaron los métodos estadísticos con el fin de aplicarlos a la biología. Con la semiotización de la naturaleza, a la mente se le reconoce una existencia encarnada en la materia, puesto que el pensamiento solamente puede existir y desarrollarse en el mundo viviente [CP 4.551]. La antropomorfización que hemos heredado de la idea de mente se convierte en uno de los principales obstáculos que hay que superar para poder aceptar sin reticencias la idea evolutiva que se fundamenta en la continuidad entre energía, materia, vida y mente universal. La existencia de procesos mentales enraizados en la naturaleza física, e implicados en la individuación de los organismos, correspondería a dinámicas intrínsecas de sistemas abiertos, alejados del equilibrio, que se desarrollan en un contexto particular y que se alejan de una explicación determinista [Depew & Weber 1996]. Lo que aparece como materia desde una perspectiva externalista equivaldría a la conciencia desde una internalista. La acción de la mente es doble, interviene en el paso del caos al orden percibiendo regularidades y creando hábitos, pero también actúa abandonando y destruyendo hábitos, impidiendo que todo colapse en un orden que inmovilice y agote la evolución. Estamos ante un modo de pensar en donde la comprensión de los fenómenos requiere de la superación de la dualidad mente-materia. 75 5. INNOVACIÓN EVOLUTIVA POR ABDUCCIÓN NATURAL El marco peirceano explicado anteriormente subraya las funciones que ligan los dominios internos y externos (“elección individual” y “formación de hábitos”), las cuales permiten entender el surgimiento de las innovaciones evolutivas como un proceso análogo a una abducción natural, el tipo de inferencia que propone respuestas a las condiciones cambiantes del medio ambiente utilizando de un modo original la información existente acumulada a lo largo de la evolución. Explicaré más adelante cómo, mientras la “elección individual” abre opciones, la “formación de hábitos” garantiza la continuidad o posibilidad de seguir abriendo opciones. Peirce consideró que la abducción juega un papel decisivo en la generación de conocimiento [CP 5.171-174, 6.470-473, 7.202-207] y, por analogía, propuso extenderla al mundo natural dado que la evolución y el conocimiento son eminentemente creativos. Figura 3 El signo peirceano se entiende como tríada de relaciones irreducibles entre objeto (O), signo o representamen (R) e interpretante (I), con la subsiguiente iteración del mismo, en este caso, cuando el interpretante dinámico (I D) se convierte en un nuevo signo o representamen, que media entre objeto (input) y nuevo interpretante (output), y que a su vez se convierte en nuevo signo o representamen, hasta llegar a la producción del interpretante final (I F). La abducción es el proceso mediante el cual se proponen hipótesis para dar cuenta de hechos, eventos y observaciones sorprendentes que no podemos explicar, aunque sin 76 embargo se reconoce la posibilidad de valerse de reglas, leyes o fórmulas validadas por su aplicabilidad a otros casos. La apuesta consiste en proponer la existencia de una similitud entre dos situaciones diferentes, la nueva carente de explicación y otra que sí la tiene, para tratar de aplicar la ley de la segunda en la primera y proceder a examinar de un modo más riguroso por inducción y deducción su validez. La abducción es un método de inferencia en el que el “buen olfato” o instinto para acertar se deja guiar por la experiencia hacia un propósito específico, asumiendo todos los riesgos y sacando el mayor provecho de la ignorancia. Los casos observados provocan la formulación de una hipótesis tentativa mientras que el hábito orienta la elección de una en particular, la cual puede ser validada posteriormente o en caso contrario rechazada cuando es incapaz de demostrar su coherencia interna y su habilidad para resolver un problema específico. Las hipótesis aceptadas proporcionan nuevas reglas explicativas que sirven para reinterpretar los datos observados y orientan la investigación futura hacia niveles más formales. De modo análogo, la abducción natural es el proceso mediante el cual los organismos optan por unas respuestas a las condiciones cambiantes del entorno, utilizando algunos recursos estructurales y conductuales acumulados y seleccionados a lo largo de la evolución. Es decir, metafóricamente, los organismos proponen hipótesis sobre el entorno en la forma de ajustes somáticos a nivel metabólico, fisiológico, ontogenético y conductual. La exaptación [Gould & Vrba 1982] explica las innovaciones evolutivas como el proceso mediante el cual estructuras funcionalmente adaptadas que habían sido seleccionadas en los ancestros, en las condiciones de un ambiente definido, se utilizan para el cumplimiento de nuevas funciones en un nuevo contexto ambiental. Es decir, si el órgano A (aleta) se usa para la tarea B (nadar), y si la tarea B es similar a C (arrastrarse en tierra), puesto que ambas son formas de locomoción, entonces el mismo órgano A puede ser utilizado para ejecutar la tarea C. La hipótesis tentativa o abducción es asumir que si: A ➱ B en el contexto inicial, y si B = C (modos de desplazarse), entonces, A ➱ C en el nuevo contexto. En consecuencia, las aletas se utilizan como patas como se asume que ocurrió cuando los peces ancestrales conquistaron hábitats terrestres. En el caso, por ejemplo, de bacterias que utilizan lactosa, en condiciones de ayuno tratan de degradar algún otro azúcar que reconozcan por su complementariedad 77 estructural con la enzima encargada de su degradación, o incluso inducen la expresión de genes que codifican para enzimas que degradan otros tipos de azúcares. Si se asume la hipótesis que el carbohidrato CH (1) = CH (2), entonces la Enzima E (1) puede ser utilizada para degradar el nuevo carbohidrato CH (2). [Thaler 1994] y posteriormente [Jacob et al. 2004] propusieron hablar de bacterias inteligentes que a nivel colectivo ejecutan operaciones inteligentes, fundadas en respuestas químicas y genéticas a estímulos del medio, donde se ven abocadas a elegir entre vías metabólicas alternativas y decidir por consenso acerca de cuándo adoptar el estado esporulado. En lugar de ensayar todas las respuestas metabólicas posibles, las bacterias recurren a vías análogas a las existentes. Estos comportamientos y decisiones colectivas son el producto de complejos sistemas de comunicación basados en interpretación de señales químicas y plasticidad metabólica, hecho que permite hablar de identidad a nivel de colonias, las cuales se reconocen mutuamente formando bio-películas (biofilms) que se extienden en grandes extensiones y cuyas características varían según las circunstancias desafiantes del entorno. La identificación de este tipo de similitudes –abducción– les permite vivir en medios ligeramente diferentes. No obstante, en condiciones de escasez, de entre los ajustes metabólicos posibles, se opta azarosamente por uno cualquiera asumiendo el riesgo, puesto que no hay tiempo para informarse lo suficiente acerca de las condiciones del entorno. Con la aparición de niveles de organización más complejos, las opciones basadas en la percepción de semejanzas incluyen una diversidad mayor de características, de modo que el número de las abducciones posibles se incrementa, y, en el caso de los animales superiores y los homínidos, en los que están involucrados elementos mucho más abstractos y simbólicos, la abducción va adquiriendo el carácter de una elección racional, deliberada y libre. La abducción es la actividad creativa propia de la evolución que [Jacob 1977] compara con el modo como trabaja un cacharrero y no como un ingeniero que diseña y planea de antemano. En otras palabras, la evolución no obedece a un plan de ingeniería lógicamente estudiado, en el que cada detalle ha sido calculado para cumplir funciones específicas, sino que, más bien, trabaja tratando de acertar con lo que tiene a disposición para generar un dispositivo funcional. 78 In contrast to the engineer, evolution does not produce innovations from scratch. It works on what already exists, either transforming a system to give it a new function or combining several systems to produce a more complex one. Natural selection has no analogy with any aspect of [conscious] human behavior. If one wanted to use a comparison, however, one would have to say that this process resembles not engineering but tinkering, bricolage as we say in French. While the engineer’s work relies on his having the raw materials and the tools that exactly fit his project, the tinkerer manages with odds and ends. Often without even knowing what he is going to produce, he uses whatever he finds around him, old cardboard boxes, pieces of string, fragments of wood of metal, to make some kind of workable object. As pointed by Claude Lévi-Strauss, none of the materials at the tinkerer’s disposal has a precise and definite function. Each can be used in different ways. [Jacob 1977] Si la evolución operara por un mecanismo análogo a la deducción, sería equiparable a la ejecución de un programa o algoritmo que se limitaría a desplegar las formas que estaban contenidas al inicio en forma codificada, sin que haya necesidad de incluir otro tipo de información como, por ejemplo, la procedente del medio ambiente. Esta posición deductivista concibe la evolución como el resultado de la aplicación de una ley mecánica que niega la posibilidad de innovación y por tanto de la misma evolución. Justamente este es el error de las interpretaciones más rígidas del lamarckismo y, posteriormente, del determinismo genético considerado por Oyama como la versión preformista del siglo XX [Oyama 2000]. Por otra parte, comparar la evolución con la inferencia por inducción es reconocerla como un proceso que parte de una amplia diversidad de variantes, de las cuales solo dan descendencia las que se acomodan a las reglas impuestas por un medio ambiente determinado mediante la aplicación de la ley de selección natural. No obstante, la inducción dejaría sin explicar la emergencia de estas variantes, asumiendo que son producto del azar, puesto que se circunscribe a decir cuáles pasan la prueba impuesta por las condiciones de un medio ambiente dado. En este sentido, la interpretación del darwinismo hecha a través del lente del neodarwinismo sería una evolución por inducción. Pero de acuerdo con lo expresado por Darwin en los capítulos I, II y V del Origen [Darwin 1997] y en su extensa obra de 1868 sobre las variaciones de plantas y animales domésticos, no solamente hay que explicar la adaptación sino que hay que indagar las leyes que gobiernan la producción de las variantes que son sometidas a la prueba de la selección natural. 79 Así como ni la inducción, ni la deducción ofrecen una explicación sobre cómo se originan las nuevas hipótesis, ni el determinismo extremo, ni el azar explican el origen de las variaciones evolutivas. Cuando se recurre al azar para explicar el origen de las variaciones, debemos entender que se trata de un azar contextualizado por el medio y restringido estructuralmente, que genera una dispersión estadística de variantes alrededor de un valor promedio que correspondería a la respuesta por la cual se optó en condiciones locales altamente específicas. Pero no hay que olvidar que las variaciones o ajustes a nivel fenotípico surgen como elecciones fundadas en información incompleta y, por tanto, con cierto grado de incertidumbre por parte de los individuos o agentes que tratan de minimizar el riesgo. De modo similar, la abducción se basa en sospechas que, aunque bien fundadas, conducen a arriesgar una alternativa a elegir, que puede ser correcta o falsa. En el primer caso, hay supervivencia, en el segundo, muerte. El conjunto de datos que sirve como punto de partida de una inferencia abductiva nunca se da “en estado puro”, sino que está determinado por los sistemas de interpretación existentes (modos de percepción, teorías previas, etc.). Igualmente, la evolución tiene lugar dentro de contextos, o relaciones de mutua dependencia entre los hábitos de entidades diversas, y la articulación concreta de los diversos contextos determina el campo de las hipótesis o innovaciones posibles. La abducción obedece a una “lógica contextualizada” que es común a la evolución de las ideas y de las formas de vida, donde se genera un espacio para la creatividad (arbitrariedad y libertad). En la siguiente cita, Peirce cuestiona que, tanto las hipótesis correctas, como las acciones que deben ejecutar los organismos, se escojan después de una exploración azarosa y exhaustiva de todas las hipótesis y/o acciones posibles. How was it that man was ever led to entertain that true theory? You cannot say that it happened by chance, because the possible theories, if not strictly innumerable, at any rate exceed a trillion -- or the third power of a million; and therefore the chances are too overwhelmingly against the single true theory in the twenty or thirty thousand years during which man has been a thinking animal, ever having come into any man's head. Besides, you cannot seriously think that every little chicken, that is hatched, has to rummage through all possible theories until it lights upon the good idea of picking up something and eating it. On the contrary, you think the chicken has an innate idea of doing this; that is to say, that it can think of this, but has no faculty of thinking anything else. The chicken you say pecks by instinct. But if you are going to think every poor chicken endowed with an innate tendency toward a positive truth, why should you think that to man alone this gift is denied? [CP 5.591] (Ms. 475 citado por [Harrowitz 1988, p. 196]) 80 Se trata de una pregunta recurrente, referida al problema de cómo se exploran las configuraciones posibles antes de elegir la apropiada, considerando que el espacio de lo posible es astronómicamente inmenso y, en tiempos reales, es imposible esperar una exploración aleatoria exhaustiva del mismo. Un ejemplo es la llamada paradoja de [Levinthal 1968], basada en el hecho de que, en el caso del plegamiento proteico, para una proteína de 100 aminoácidos se estima que existen 3198 plegamientos posibles. Si cada uno se ensayara a tasas de picosegundos, se requeriría de un tiempo superior a la edad del universo para encontrar la conformación o estructura nativa existente. En realidad, en el medio citoplasmático el plegamiento ocurre en lapsos de mili y microsegundos, lo cual quiere decir que las exploraciones de la estructura nativa son sesgadas en la medida que están guiadas por interacciones locales, a partir de las cuales, por estabilidad térmica, se seleccionan, fijan y estabilizan las configuraciones que según el contexto son utilizadas para la ejecución de tareas. En el contexto de los organismos, estos sesgos exploratorios pueden ser caracterizados como abducciones. Las interacciones que se dan entre las relaciones (1.1), (3.2), (2.1) y (3.3) descritas anteriormente se visualizan mejor al examinar las tres fases que tienen lugar en el proceso de inferencia abductiva. (i) Creación de representaciones internas del mundo externo, utilizando de un modo original conocimiento e información previa, almacenada filogenéticamente en forma de información genética y estructural (relaciones 1.1 y 3.2), e información registrada sobre las condiciones inmediatas del entorno en la interacción directa con factores presentes en él (relaciones 2.1 y 3.3). (ii) Elección al azar, aunque dependiente de la trayectoria histórica, de las representaciones internas que se actualizan, la cual se convierte en una hipótesis tentativa que permite dar cuenta de un nuevo hecho de observación representado en factores del medio ambiente (relación 2.1). En caso de ser seleccionado el ajuste somático propuesto, éste puede profundizarse e incluso fijarse genéticamente (relaciones 3.1 y 3.3). Estas acciones van de respuestas mecánicas a respuestas plásticas entre más de una alternativa, y conducen a elecciones entre una multiplicidad de opciones. Este proceso iterativo se corresponde, en Lamarck, con las respuestas de animales apáticos guiados por el sentimiento interior, respuestas de animales sensibles guiados por el hábito y, de ahí, de animales inteligentes donde el hábito se manifiesta con mayor nitidez. Para [Lamarck 1815], a medida que los animales 81 incrementan la complejidad de su organización, la influencia del entorno deja de ser directa, y aparece mediada por el sentimiento interior que requiere del sistema nervioso. En consecuencia, los animales invertebrados podrían estar motivados por instintos, los vertebrados por ideas e instintos, y solamente los humanos por la voluntad, ideas e instintos. Esta transformación de animales apáticos a sensibles y de éstos a inteligentes sugiere un paralelismo interesante para investigar con la evolución del interpretante en Peirce, de inmediato (energético) a dinámico (emocional) y por último a final (lógico). (iii) Toda elección o ajuste preferente se traduce en una acción efectiva sobre el medio ambiente, creando un nicho local adecuado y transformando impredeciblemente el entorno global. Este hecho hace que necesariamente la abducción tenga que iterarse sucesivamente, guiada por hábitos que retienen la capacidad de hacer abducciones más o menos acertadas pero que, no obstante, siguen siendo riesgosas por cuanto siempre están pendientes del escrutinio inexorable de la selección natural (ver relaciones 2.1 y 3.3). La abducción natural es un intento de solución creativa, estructuralmente e históricamente facilitada, planteada por los organismos, que conduce a pensar que el factor decisivo de la evolución reside en la capacidad de respuesta a las condiciones locales e inmediatas de vida, hecho que explica también el carácter impredecible y abierto de la misma. Como resultado tenemos que las acciones sobre el mundo ejecutadas por los organismos se traducen en interacciones que, una vez son seleccionadas, dan lugar a situaciones imprevistas. La selección natural explicaría las variaciones en frecuencia de las diferentes propuestas morfológicas (ajustes fenotípicos) que se someten a prueba o confrontación con el medio ambiente, es decir, explica los cambios de frecuencias de la misma (relación 3.1), pero no explica la generación de las hipótesis naturales puesto que éstas obedecen a dinámicas internas (relaciones 1.1 y 3.2) contextualizadas en medios locales particulares y altamente específicos. 82 Figura 4 Evolución del azar extremo a la formación de hábitos, representada por una sucesión de gráficas donde el eje “y” corresponde a la probabilidad con que se da un evento determinado y el eje “x” representa los distintos eventos posibles. (a) Azar cuando todos los eventos son igualmente probables. (b) Distribución estadística en donde los valores tienden a oscilar en torno a un valor promedio, escogido abductivamente, con un amplio margen de variación azarosa. (c) Distribución estadística en donde el margen de variación azarosa se reduce. (d) Caso límite ideal e inalcanzable, cuando todo funciona de acuerdo con una ley determinista. La figura 4 muestra cómo la elección individual equidista del azar y de la determinación absolutos. Debido a que existe la intención individual de atinar a un blanco que se escoge abductivamente, se da la dispersión estadística. Si no existiera tal intención en cada evento individual, todos los eventos serían igualmente probables. El caso límite, cuando todos los eventos ocurren de la misma forma, habla de un determinismo que, sin embargo, sería el producto de la fijación de un hábito o un aprendizaje. La metáfora del aprendizaje en este caso es pertinente pues, si comparamos en la figura 4 el caso (a) con el (d), tenemos que mientras en (a) la dispersión de las flechas sobre un blanco parece producida por un arquero inexperto y ciego, el caso (d) correspondería a un arquero supremamente entrenado y avezado, como Ulises, quien, según la epopeya épica, siempre acertaba en el blanco. No obstante, los casos reales son los intermedios entre (b) y (c), donde, parafraseando a [Monod 1970], hay azar y necesidad. La figura 4 muestra cómo la interpretación está mediada por el hábito, el cual se ve reforzado por las iteraciones previas, haciendo de la abducción un proceso que tiende a 83 ser cada vez más acertado, aunque nunca elimina por completo la incertidumbre y el riesgo que implican las elecciones individuales. La abducción natural hace referencia al hecho de que la variación fenotípica, que surge como acomodación o ajuste estructural de los organismos individuales, no es azarosa, ni tampoco ciento por ciento dirigida. Pero es una respuesta que tiende a resolver –utilizando todos sus recursos estructurales producidos evolutivamente– un problema generado por las condiciones de vida, así como el sujeto de conocimiento elabora conjeturas –utilizando las teorías preexistentes– que tienden a resolver un problema conceptual. La existencia de una tendencia a acertar a nivel individual se manifiesta en una población como una distribución simétrica de las variantes alrededor de valores promedios, antes de someterse al filtro de la selección natural que definirá el corrimiento de este valor en la próxima generación. Las elecciones que tienen mayor probabilidad de permanecer son las que mantienen la coherencia interna por medio de los ajustes fenotípicos, a la vez que mantienen la coherencia funcional con el entorno. La idea de evolución por abducción o por elección individual, seguida de selección natural, hace hincapié en la manera como los organismos establecen interacciones. De hecho, la noción de interacción inunda toda la ecología moderna sin que como tal se haya formalizado, tarea que he tratado de acometer mostrando que corresponde a un reconocimiento específico seguido de un ajuste estructural recíproco [Andrade 2003]. De los múltiples ajustes posibles y determinados estructuralmente, unos individuos escogen unos, y otros individuos, otros. Los cambios genéticos (selección de alelos, regulación en la expresión, acomodación y asimilación genética) contribuyen a fijar y a estabilizar las respuestas fenotípicas, elecciones individuales o abducciones que pasaron con éxito la prueba de la selección natural. Al explicar la dinámica del paisaje epigenético, recordamos que los caminos estables o creodos encausan los procesos por vías regulares y definidas, y que la innovación equivalía a tomar una opción por una vía que no estaba bien demarcada, pero que al tomarse podía irse definiendo y profundizando. Estos caminos innovadores, una vez estabilizados con el paso de las generaciones, podrían convertirse en un creodo estable y definido, como consecuencia de la asimilación genética. El proceso de evaluaciones internas que hacen los agentes para decidir por una vía alternativa es 84 enteramente equiparable a la abducción, cuyo resultado se constituye en la fuente de innovaciones. El azar evolutivo es consecuencia de elecciones individuales y colectivas ejecutadas con información incompleta sobre su entorno, la cual hace que sea imposible garantizar una certeza absoluta. Escoger es arriesgar, aunque la abducción instintivamente tiende hacia la minimización del riesgo. [Margalef 1996, p. 122] habla de la relación entre ignorancia e indeterminación que justifica la adopción de un pragmatismo indeterminista, ante la diversidad del mundo que no podemos explorar adecuadamente. Esta indeterminación que se reserva la naturaleza es justamente debida al hecho de operar por medio de la abducción. Con el fin de mejorar la teoría de la selección natural, [Margaleff 1996 p. 122] sostiene que: Fundamentalmente se trata de examinar si los procesos de decisión que definen quién sobrevivirá y quién va a morir son realmente uniformes. Existe la sospecha de que los propios organismos, en función de su grado de organización, pueden modificar, complicándolos en el curso de la evolución, procesos de decisión que antaño eran más simples. De esta manera habría una evolución de las formas de selección natural y, por tanto, una evolución de la evolución, lo cual es muy coherente con la sorprendente capacidad que muestra la información para replegarse o envolverse sobre sí misma. La analogía entre el proceso de generación de innovaciones evolutivas y el surgimiento de nuevas hipótesis implica ver la variación evolutiva como un análogo a la abducción y no como puramente aleatoria. Esta analogía riñe con la creencia aceptada ampliamente según la cual la evolución biológica opera ciegamente y al azar, mientras que por el contrario las ideas lo hacen por esfuerzos dirigidos. Este es un prejuicio fuertemente arraigado que no se sostiene en ningún ámbito. Ni la evolución biológica es puramente aleatoria, ni la evolución de las ideas es dirigida. Lo que se impone aquí es recordar la discusión que Peirce planteó contra los defensores del determinismo acerca de cómo entender el poder explicativo del azar, es decir, en qué medida el azar explica la aparición de las leyes. La hipótesis del azar por sí sola no explica nada, pero si se utiliza en el sentido de admitir una espontaneidad que abre un espacio para un principio de generalización que produce regularidades, se convierte en un recurso imprescindible para explicar la universalidad del crecimiento y el desarrollo de la complejidad, la cual se manifiesta en la diversificación creciente de la 85 vida. Por esta razón hay que recalcar el papel de la abducción en la evolución del conocimiento. To undertake to account for anything by saying baldly that it is due to chance would, indeed, be futile. But this I do not do. I make use of chance chiefly to make room for a principle of generalization, or tendency to form habits, which I hold has produced all regularities. The mechanical philosopher leaves the whole specification of the world utterly unaccounted for, which is pretty nearly as bad as to baldly attribute it to chance. I attribute it altogether to chance, it is true, but to chance in the form of a spontaneity which is to some degree regular. [CP 6.63] Secondly, the necessitarian may say there are, at any rate, no observed phenomena which the hypothesis of chance could aid in explaining. In reply, I point first to the phenomenon of growth and developing complexity, which appears to be universal, and which, though it may possibly be an affair of mechanism perhaps, certainly presents all the appearance of increasing diversification. Then, there is variety itself, beyond comparison the most obtrusive character of the universe: no mechanism can account for this. Then, there is the very fact the necessitarian most insists upon, the regularity of the universe which for him serves only to block the road of inquiry. Then, there are the regular relationships between the laws of nature -- similarities and comparative characters, which appeal to our intelligence as its cousins, and call upon us for a reason. Finally, there is consciousness, feeling, a patent fact enough, but a very inconvenient one to the mechanical philosopher. [CP 6.64] Además habría que cuestionar la manera como nos percibimos a nosotros mismos bajo el lente de una racionalidad idealizada, que impide ver que nuestras decisiones se dan con información insuficiente y, por tanto, nos vemos abocados cada vez con más frecuencia a enfrentar consecuencias indeseadas e imprevisibles. Hemos idealizado la racionalidad en las decisiones humanas, desconociendo que éstas están guiadas por impulsos y emociones. El fin de las certezas afortunadamente hace que en la ciencia siempre quede espacio para la innovación, la creatividad heurística, la búsqueda de analogías, la intuición, la simbiosis con otros sistemas de conocimiento y todo lo que avive el planteamiento de hipótesis. En la ciencia se arriesgan hipótesis que se someten al test de la evaluación rigurosa de la comunidad científica (selección natural) como única guía para ampliar el horizonte del conocimiento. Así mismo, el manejo incompleto de información, por ejemplo sobre el mercado, hace que en economía no pueda haber inferencias totalmente deductivas. Las prescripciones y los dictámenes corrientemente fallan por el lado menos previsto. Pero la vía inductivista tampoco sería recomendable, puesto que ensayar una a una todas las soluciones posibles implicaría un gasto de energía y tiempo excesivo, además del 86 altísimo costo social que implica. La analogía darwiniana entre la economía de la naturaleza y la sociedad humana corresponde a una visión de la evolución en la que los agentes naturales arriesgan su vida en cada opción al esforzarse por superar los problemas con la información limitada que logran captar del medio, es decir, que operan vía abducción. La abducción se convierte en el único camino. Aunque es miope, aumenta su poder de previsión, minimizando riesgos en la persecución de fines específicos. Aunque el agente tiende a minimizar los riesgos a nivel local, el resultado no siempre coincide con la meta prevista, la cual cambia continuamente. Por esta razón, la abducción debe reiterarse permanentemente, guiada por el hábito que ha ido fijando los comportamientos adecuados. El no entender el papel de la abducción en la economía ha dejado incierto su carácter científico, pero si éste lo asociamos a la acción de agentes en juego que están interpretando sus condiciones de vida para tomar decisiones, así sean transitorias y coyunturales, estamos no solamente justificando su estatus científico, sino entendiendo mejor aquel de la biología. La perspectiva peirceana explica por qué Darwin tenía toda la razón cuando quiso comparar los seres vivos con agentes económicos, hecho que liberó la teoría evolutiva de la direccionalidad impuesta por el lamarckismo, puesto que el momento de la decisión es una inferencia por abducción que escoge dentro de un ramillete de alternativas la que debe ser expuesta a la prueba de la selección natural. En consecuencia, la evolución no opera por pura “exploración aleatoria”, ni por “reacción al medio”, sino por “abducción natural”, es decir, mediante elecciones individuales riesgosas, en la forma de ajustes somáticos arbitrarios en el contexto de una tendencia a formar y fijar hábitos que da como resultado la generación de códigos. La fijación de información en el código genético requiere de una selección natural que no solamente retiene los alelos más adecuados, sino que favorece la ocurrencia de fenómenos como la “asimilación genética” [Waddington 1957, 1961] y la “acomodación genética” [West-Eberhardt 2003]. La “elección individual” equidista tanto del azar de la “exploración aleatoria”, como de una direccionalidad determinista. En otras palabras, constituye un verdadero acto creativo cuya validación depende de la selección natural darwiniana. Esta visión permite entender el origen de las variaciones evolutivas a la luz de las teorías epigenéticas de la evolución o de sistemas en desarrollo que colocan el acento en la capacidad de respuesta de los 87 organismos, a nivel fisiológico, metabólico, ontogenético y conductual, ante las condiciones locales de vida. 6. CONCLUSIÓN He argumentado que la tríada [Variación (input) → Selección natural (mediación) → Herencia (output)], que identifica el núcleo teórico del darwinismo, es un caso específico de la tríada de Peirce, [Primeridad (input) → Terceridad (mediación) → Segundidad (output)]. Por otra parte, he argumentado que la evolución y el desarrollo podrían representarse como una combinatoria de sucesivas iteraciones triádicas. A continuación, muestro que, a su vez, cada elemento de la tríada darwiniana puede ser examinado como un signo o tríada, donde se pone de manifiesto la interacción entre las 6 relaciones descritas. La variación puede expresarse por medio de la tríada irreducible: V= [(1.1) Impulso interno → (3.1) Ley estadística → (2.1) Exploración sesgada]. Con el paso de las generaciones, sucesivas iteraciones conducen a una exploración sesgada mediante la adopción arbitraria de ajustes fenotípicos heredables epigenéticamente. La herencia puede expresarse como la tríada: H= [(2.1) Exploración sesgada → (3.2) Procesamiento de información → (2.2) Herencia genética]. Con el paso de las generaciones, sucesivas iteraciones retienen las configuraciones genéticas que favorecen la producción de fenotipos plásticos. La selección natural puede expresarse como la tríada: S= [(3.1) Ley estadística → (3.3) Formación de hábitos → (3.2) Procesamiento de información]. Con el paso de las generaciones, sucesivas iteraciones conducen la fijación de genotipos plásticos fundados en códigos digitales de información. La integración de estas tríadas iniciales (V, H, S) da lugar a otra tríada de orden superior: [2.1 Abducción natural → 3.3 Formación de hábitos → 2.2 Herencia genética]. Esta última tríada muestra que la variación aleatoria y la variación dirigida son casos extremos ideales. Pero la naturaleza ha creado una malla, o densa red de relaciones, donde estas situaciones ideales no tienen lugar, sino que siempre están contextualizadas. 88 La conexión entre la “exploración aleatoria” y “la reacción al medio” está mediada por la tendencia a formar hábitos, y se denomina “elección individual” o abducción. Como resultado tenemos que la “elección individual” constituye un verdadero acto creativo que se realiza y potencializa permanentemente, y que le confiere a la evolución la característica de ser abierta e impredecible. Agradecimientos. Agradezco a la Universidad Nacional de Colombia, y, en especial, al Departamento de Biología, por todo su apoyo en el desarrollo de este proyecto. Igualmente, a todos los miembros del Centro de Sistemática Peirceana, quienes, en la reunión sostenida en Málaga, Villa de Leyva (noviembre de 2008), contribuyeron con sus aportes y reflexiones críticas al perfeccionamiento del presente artículo. 89 BIBLIOGRAFÍA. [Aalto 2004] K. R. Aalto, “Clarence King 1842-1901. Pioneering Geologist of the West”, GSA Today, History of Geology Division, February 2004, pp. 18-19. [Andrade 2003] E. Andrade, Los demonios de Darwin. Semiótica y termodinámica de la evolución biológica, Bogotá: Unibiblos, 2003. [Andrade 2004] E. Andrade, “On Maxwell’s demons and the origin of evolutionary variations: an internalist perspective”, Acta Biotheoretica 52 (2004), pp. 17-40. [Andrade 2007a] E. Andrade, “A Semiotic Framework for Evolutionary and Developmental Biology”, BioSystems 90 (2007), pp. 389-404. [Andrade 2007b] E. Andrade, “A Semiotic Analysis of the Interface between Evolutionary and Developmental Processes”, Triple C (Cognition, Communication, Co-operation) 5 (2) (2007), pp. 11-23. [Andrade 2009] E. Andrade, La Ontogenia del Pensamiento Evolutivo, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia – Colección Obra Selecta, 2009. [Baldwin 1896] J. M. Baldwin, “A New Factor in Evolution”, American Naturalist 30 (1896), pp. 441-451, 536-553. [Barbieri 2003] M. Barbieri, The Organic Codes. An Introduction to Semantic Biology, Cambridge: Cambridge University Press, 2003. [Burkhardt 1995] R. W. Burkhardt jr., The Spirit of System. Lamarck and Evolutionary Biology, Cambridge: Harvard University Press, 1995. [Darwin 1868] C. Darwin, The Variation of Animals and Plants under Domestication (2 vols.), London: John Murray (Printed by William Clowes and Sons), 1868. [Darwin 1888] C. Darwin, Charles Darwin: Life and Letters (ed. Francis Darwin), London: John Murray, 1888 (en particular, vol. III, p. 159, Darwin 1876, letter to Moritz Wagner). 90 [Darwin 1997] C. Darwin, The origin of species by means of Natural Selection or the preservation of favoured races in the struggle for life (edition based on the text of first edition, London: John Murray, 1859), London: ElecBook, 1997. [Darwin 2001] C. Darwin, El origen de las especies (trad. E. Martínez), Barcelona: Edicomunicación, 2001. [Depew & Weber 1996] D. J. Depew, B. H. Weber, Darwinism Evolving. Systems Dynamics and the Genealogy of Natural Selection, Cambridge: The MIT Press, 1996. [Esposito 1980] J. Esposito, Evolutionary Metaphysics. The Development of Peirce’s Theory of Categories, Athens: Ohio University Press, 1980. [García Azkonobieta 2005] T. García Azkonobieta, Evolución, desarrollo y autoorganización. Un estudio de los principios filosóficos de la evo-devo, Donostia / San Sebastián: Universidad del País Vasco, 2005. [Gould & Vrba 1982] S. J. Gould, E. Vrba, “Exaptation - a missing term in the science of form”, Paleobiology 8 (1) (1982), pp. 4-15. [Griffiths & Gray 1994] P. E. Griffiths, R. D. Gray, “Developmental systems and evolutionary explanation”, Journal of Philosophy 16 (1994), pp. 277-304. [Harrowitz 1988] N. Harrowitz, “The body of the detective model: Peirce and Poe”, en: The Sign of the Three (eds. Eco & Sebeok), Bloomington: Indiana University Press, 1988. [Hoffmeyer 1996] J. Hoffmeyer, Signs of Meaning in the Universe, Bloomington: Indiana University Press, 1996. [Jablonka & Lamb 1995] E. Jablonka, M. J. Lamb, Epigenetic Inheritance and Evolution. The Lamarckian Dimension, Oxford: Oxford University Press, 1995. [Jablonka & Lamb 1998] E. Jablonka, M. J. Lamb, “Epigenetic inheritance in evolution”, Journal of Evolutionary Biology 11 (1998), pp. 159-183. 91 [Jablonka & Lamb 2004] E. Jablonka, M. J. Lamb, Evolution in four dimensions. Genetic, Epigenetic, Behavioral, and Symbolic Variation in the History of Life, Cambridge: The MIT Press, 2004. [Jacob et al. 2004] E. B. Jacob, I. Becker, Y. Shapira, H. Levine, “Bacterial linguistic communication and social intelligence”, Trends in Microbiology 12 (8) (2004), pp. 366-372. [Jacob 1977] F. Jacob, “Evolution and Tinkering”, Science 196 (1977), pp. 1161-1166. [Johannsen 1911] W. Johannsen, “The Genotype Concept of Heredity”, American Naturalist 45 (1911), pp. 129-159. [Johnston 2001] T. D. Johnston, “Toward a Systems View of Development: An Appraisal of Lehrman’s Critique of Lorenz”, en: Cycles of Contingency. Developmental Systems and Evolution (eds. Oyama, Griffiths & Gray), Cambridge: The MIT Press, 2001, pp. 15-23. [Kauffman 1993] S. Kauffman, The Origins of Order: Self-Organization and Selection in Evolution, Oxford: Oxford University Press, 1993. [Kauffman 2000] S. Kauffman, Investigations, Oxford: Oxford University Press, 2000. [Lamarck 1809] J. B. Lamarck, Zoological Philosophy (Hafner, 1809), reimpreso New York, 1963. [Lamarck 1815] J. B. Lamarck, “Histoire naturelle des animaux sans vertebres, 3, 238239”, en: [Burkhardt 1995, pp. 169-170]. [Levins & Lewontin 1985] R. Levins, R. Lewontin, The Dialectical Biologist, Cambridge: Harvard University Press, 1985. [Levinthal 1968] C. Levinthal, “Are there pathways for protein folding?”, Journal de Chimie Physique et de Physico-Chimie Biologique 65 (1968), pp. 44–45. [Lewontin 1983] R. Lewontin, “The Organism as the Subject and the Object of Evolution”, Scientia 118 (1983), pp. 63-82. 92 [Margaleff 1996] R. Margaleff, “Variaciones sobre el tema de la selección natural. Exploración, selección y decisión en sistemas complejos de baja energía”, en: Proceso al azar (ed. Wagensberg), Barcelona: Tusquets – Metatemas 12, 1996, pp. 121-140. [Monod 1970] J. Monod, El Azar y la Necesidad. Ensayo sobre la Filosofía Natural de la Biología Moderna, Barcelona: Ediciones Orbis, 1970. [Odling-Smee 1988] F. J. Odling-Smee, “Niche constructing phenotypes”, en: The Role of Behavior in Evolution (ed. Plotkin), Cambridge: The MIT Press, 1988, pp. 73– 132. [Odling-Smee et al. 2003] F. J. Odling-Smee, K. N. Laland, M. W. Feldman, Niche Construction. The Neglected Process in Evolution, Princeton: Princeton University Press – Monographs in Population Biology 37, 2003. [Oyama 2000] S. Oyama, The Ontogeny of Information. Developmental Systems and Evolution (2nd revised edition), Durham: Duke University Press, 2000. [Peirce 1891] C. S. Peirce, “La Arquitectura de las Teorías” (original en: The Monist I (1891), pp. 161-76; incluido en: [CP 6. 7-34]) (trad. Marinés Bayas, http://www.unav.es/gep/ArquitecturaTeorias.html, 2004). [Richards 1992] R. J. Richards, The Meaning of Evolution. The Morphological Construction and Ideological Reconstruction of Darwin’s Theory, Chicago: University of Chicago, 1992. [Rield 1983] R. Rield, Biología y Conocimiento. Los fundamentos filogenéticos de la razón, Barcelona: Labor Universitaria, 1983. [Short 2002] T. L. Short, “Darwin’s concept of final cause: neither new nor trivial”, Biology and Philosophy 17 (2002), pp. 323–340. [Short 2007] T. L. Short, Peirce’s Theory of Signs, Cambridge: Cambridge University Press, 2007. [Taborsky 2002] E. Taborsky, “The Six Semiosic Predicates”, SEED Journal (Semiosis, Evolution, Energy, Development) 3 (2) (2002), pp. 5-23. 93 [Taborsky 2004] E. Taborsky, “The Nature of the Sign as a WFF – A Well-Formed Formula”, SEED Journal (Semiosis, Evolution, Energy, Development) 4 (4) (2004), pp. 5-14. [Thaler 1994] D. Thaler, “The Evolution of Genetic Intelligence”, Science 264 (1994), pp. 224-225. [Von Uexküll 1982] J. von Uexküll, “The Theory of Meaning”, Semiotica 42/1 (1982), pp. 25-82. [Waddington 1957] C. H. Waddington, The Strategy of the Genes, London: Geo Allen & Unwin, 1957. [Waddington 1961] C. H. Waddington, “Genetic assimilation”, Advanced Genetics 10 (1961), pp. 257-293. [Waddington 1976] C. H. Waddington, “Las ideas básicas de la biología”, en: Hacia una biología teórica (trad. Franco Rivas), Madrid: Alianza Editorial, 1976, pp. 17-65. [West-Eberhardt 2003] M. J. West-Eberhardt, Developmental Plasticity and Evolution, Oxford: Oxford University Press, 2003. [Wright 1931] S. Wright, “Evolution in Mendelian Populations”, Genetics 16 (1931), pp. 97-159 (reimpreso en: Sewall Wright, Evolution: Selected Papers (ed. Provine), Chicago: University of Chicago Press, 1986, pp. 98-160). [Zalamea 2009] F. Zalamea, “Faneroscopia, Filosofía Natural y Literatura. “La Esfinge” en Peirce, Emerson, Poe y Melville”, estos Cuadernos, pp. 33-52. 94 DESDE PEIRCE: INVITACIÓN A AMPLIAR NUESTRO CONCEPTO DE SIGNO ROBERTO PERRY(*) A la memoria de Carlos Eslava Flechas, Heraclio Ferrer Ferrer y Arturo Meléndez Pinzón En este texto se propone una alternativa de introducción al concepto de signo para uso en cursos iniciales de pregrado, en particular cursos iniciales sobre la problemática de la lingüística. Aunque no se plantea una interpretación nueva del mencionado concepto, sí se suministra una ocasión para profundizar en asuntos semióticos de interés para una serie de disciplinas, entre las cuales se puede contar a la lingüística. En la introducción se plantea la temática del artículo. En una primera sección, se presenta una definición de signo en su calidad de proceso (de semiosis), con base en textos de C. S. Peirce. La segunda sección se centra en una exploración breve de la noción de tríada en Peirce e introduce las más básicas de las tricotomías semióticas de este pensador. La tercera sección explora un aspecto de un caso de sistema semiósico; este ejercicio luego se complementa con observaciones adicionales en la cuarta. La quinta sección antecede a la (*) Universidad Nacional de Colombia, [email protected] 95 conclusión señalando algunos aspectos en que la semiótica peirceana rinde perspectivas y aplicaciones interesantes (y acaso novedosas) para el campo del estudio de las lenguas y el lenguaje. En particular a partir de cierta edad, resulta difícil imaginar cualquier actividad o estado en la vida humana en que no intervenga el lenguaje, la lengua materna1. Incluso la intimidad de la corriente de nuestros pensamientos parece transcurrir en una especie de diálogo de cada uno consigo, y eso parece que ocurre, en gran medida, con el auxilio de la propia lengua. Algunas situaciones ponen esto en evidencia. Muchas personas aprenden a hablar en una lengua que luego, por razones de fuerza, tienen que abandonar: lo más probable es que en su pensamiento persistan zonas en las que actúa exclusivamente la primera lengua. Una escultora argentina —nacida y criada en Rumania pero radicada en Buenos Aires por más de veinticinco años y hablante de un porteño fluído— admitía en una entrevista que, cuando se veía tomada por el impulso, no podía evitar insultar ni contar en rumano. Ahora, si es difícil abandonar el mundo de la lengua materna —que es una posesión de cada uno en su calidad de ser miembro de una familia (y, vía esta, miembro de una comunidad; y, vía esta otra, miembro de una cultura)— mucho más difícil es abandonar el mundo del lenguaje, porque el lenguaje es una posesión de cada uno en calidad de su ser humano, de su ser miembro de una especie. Mucho se discute si siquiera nos es posible pensar por fuera del lenguaje. Hay argumentos serios a favor y en contra de esta 1 Que buena parte de nuestro pensamiento ocurre por entre nuestra lengua parece corroborado por resultados de investigaciones en neurociencia cognitiva: many researchers have demonstrated close parallels between behavior and language content, suggesting that at least some thought processes make use of verbally encoded semantic knowledge and other linguistic representations (Karmiloff-Smith, 1992; Révész, 1954; Vygotsky, 1962). “…muchos investigadores han demostrado paralelos estrechos entre el comportamiento y el contenido lingüístico, lo que sugiere que por lo menos ciertos procesos de pensamiento hacen uso de conocimiento semántico verbalmente codificado y otras representaciones lingüísticas (cfr. Karmiloff-Smith, 1992; Révész, 1954; Vygotsky, 1962)”, en: [Binder y Price 2001, p. 191]. Las traducciones son del autor, a menos que se advierta lo contrario. No obstante, reflexiones recientes, como las del Distributed Language Group, con sede principal en el Departamento de Psicología de la Universidad de Hertfordshire, abogan por un rechazo radical de cualquier perspectiva que considere al lenguaje y las lenguas como códigos (cfr. el cuaderno 5 del volumen 29, 2007, de la revista Language Sciences). No porque toda lengua codifique debe sentirse la teoría lingüística ni autorizada ni, mucho menos, obligada a reducir las lenguas a la condición de códigos. Por otro lado, los resultados de las investigaciones de Varley y colegas y Brannon y colegas (ver bibliografía) sugieren que en el procesamiento cerebral de, por ejemplo, la recursividad se hace uso de redes neuronales distintas para los casos de la información matemática y la lingüística, dado que solo una conclusión como esta permite explicar los casos de adultos con extensas lesiones en la región perisilviana del hemisferio izquierdo que mantienen intacta la capacidad de llevar a cabo cómputos matemáticos. 96 hipótesis. Obvio, lo que sí resulta imposible es pensar por fuera de algún sistema de signos. Esto, porque siempre que pensamos, pensamos en algo o sobre algo; ese algo no “está” en nuestro pensamiento: más bien, nuestro pensamiento está en ello, pero no de manera directa sino con el auxilio de sustitutos —imágenes, representaciones, signos— de ese algo. En todo caso en que se emprenda un estudio sobre el lenguaje o sobre alguna lengua, resulta importante detenerse, aunque sea de vez en cuando, en el examen del significado de estos tres términos que acabamos de usar —en su orden jerárquico, signo, lenguaje, lengua. Este texto invita a explorar tales términos. Podríamos comenzar aceptando algo relativamente obvio y no del todo cierto: que nuestra lengua nos sirve para comunicarnos unos con otros2. Nos sirve así, al parecer, porque ella conforma un cierto sistema de signos relacionados con una cierta realidad y compartidos por una comunidad —que también comparte esa realidad. El conjunto de los elementos de la escena anterior forma un todo en donde cada ingrediente exige la presencia de los demás y es exigido por ellos. A la capacidad, más general, de formar una comunidad sobre la base de interacciones facilitadas por un sistema compartido de signos y reglas para sintetizar y analizar signos —sistema al que todos los miembros de la comunidad se someten y que todos (al menos en teoría) están en capacidad de dominar por igual—, a eso es a lo que se ha llamado facultad del lenguaje3. 1. SIGNO: SISTEMAS SEMIÓSICOS Se discute también si cabe atribuírles a las lenguas (y acaso al lenguaje) una función 2 Sin embargo, resultaría problemático considerar la comunicación como un objetivo terminal, es decir, como de suyo un fin del lenguaje y las lenguas. Parece más adecuado asumir una posición como la que se ha venido sugiriendo desde la biosemiótica con base, en gran medida, en ideas forjadas de manera independiente (en relación con el trabajo de C. S. Peirce) por el biólogo Jakob von Uexküll, y sobre las que se funda la Antropología filosófica de Ernst Cassirer. En lugar de considerar al lenguaje o las lenguas como entidades vivas o como órganos, tal posición conduciría a tomarlos como comportamiento particular de una especie, como una constelación de formas de relacionarse una especie, la nuestra, con su mundo, tanto su mundo ambiente (Umwelt) como su mundo “interior” (Innenwelt). Bajo tal perspectiva, la comunicación — en la medida en que se logre— sería apenas otro aspecto de nuestras funciones vitales, un índice de adaptación, entre otros. Por otra parte, la comunicación sigue lográndose siempre solo en un subconjunto de nuestras interacciones lingüísticas (cfr. la abundancia de malentendidos, fricciones, etc., en nuestro mundo). 3 En la sección 4, cuando entremos a ver que toda regla es un signo, se comprenderá que esta expresión es redundante: el lenguaje no puede ser nada menos que una facultad, una aptitud o potencia. 97 particular. Hay quienes consideran la facultad del lenguaje un medio de supervivencia o de preservación de la vida humana, como el alimento (i.e., un vívere, cfr. el alemán Lebens-mittel ‘medio de vida’, ‘vívere’); y hay quienes señalan hacia las peculiares funciones que puede cumplir en la poesía, para solo mencionar otro extremo. Otros, tras comparar estos dos tipos de función, terminan negando que haya algo común entre ellas, y de ello concluyen que el lenguaje no cumple función específica alguna. Sin embargo, y retomando la idea de que las lenguas (y, por vía de ellas, el lenguaje) nos facilitan relacionarnos en el ámbito público con el mundo, podríamos subrayar que una (o una serie) de las funciones que las lenguas cumplen para nosotros consiste en permitirnos esquematizar el mundo “seccionándolo”, en primer lugar, en un «yo», un «tú» y lo demás, es decir, los «ellos», los «esos». En las lenguas indoeuropeas, todo acto de habla lo encontramos enmarcado dentro de ese esquema, que podemos considerar un legítimo universal lingüístico, como se dice que proclamaba el lingüista antropólogo Franz Boas. Es decir, se trataría de una condición indispensable de la estructura de toda cosa a la que podamos darle el nombre de lengua. El gramático griego Apolonio Díscolo, el primero de quien conservamos una obra de cierta extensión, remite a las personas gramaticales (en latín, prósopa, del griego πρόσωπα —nominativo neutro plural del sustantivo πρόσωπov, formado por πρόσ- ‘contra’ y ὦπα- ‘ojos’, semánticamente relacionado con el latín persona ‘máscara de actor’, ‘personaje en un drama’, ‘fachada’, ‘lo que da contra los ojos’4), para referirse a este modo de esquematización; pero es claro que esta noción tripla de los elementos involucrables en todo acto de habla tiene que haber sido anterior a él5. Peirce reconoce en esta “a distinction prominent in every language on earth”6, acaso porque es posible que en últimas se base en una necesidad lógica a la que se ve sometido todo caso de habla, aunque tal necesidad la puedan satisfacer las lenguas de maneras muy distintas, según la cultura y la situación del acto de habla. El nasa-yuwe7 (lengua hablada en el Cauca y otros departamentos de Colombia), por ejemplo, presenta un conjunto de formas libres que refieren a las tres personas gramaticales, tanto en 4 Recuérdese que la prosopopeya es la figura literaria por la que se humaniza (personifica) las cosas inanimadas. 5 Para acceso en línea al ensayo Sobre el pronombre, Περὶ ἀντωνυμίας, de Apolonio Díscolo, véase: http://schmidhauser.us/docs/apollonius-sources/pronouns.pdf 6 [CP 8.351]: “una distinción prominente en cada lengua de la tierra”, correspondencia con la filósofa Victoria Alexandrina Maria Louisa Stuart-Wortley, conocida como Victoria, Lady Welby-Gregory. 7 Cfr. [Rojas 1998, pp. 189-90, 246-7]. 98 singular como en plural; las singulares se encuentran organizadas de manera que hay formas distintas para la primera persona, según si quien habla es mujer u hombre; lo mismo ocurre con la forma independiente para la segunda persona en el singular. La forma libre para la tercera persona tiene un origen que no es auténticamente de persona gramatical, sino que se basa en la forma de una raíz demostrativa; además, no es sino una, sin distinciones para lo masculino y lo femenino. Esa forma refiere al mundo de lo “(aqu)ello”, el mundo de las id-entidades, las entidades aquellas (id significa ‘ello’, ‘eso’, la tercera persona neutra en latín). El sabio Karl Bühler postuló, a su vez, tres funciones principales para el lenguaje, cada una centrada en una de las tres personas gramaticales típicas que se involucran por tradición en el acto de habla: la emotiva, que corresponde a la interioridad de la primera persona (o campo de la subjetividad del yo); la conativa, o apelativa, que corresponde a la interacción con la segunda persona (o espacio de la intersubjetividad con el tú, el otro); y la referencial, que corresponde a un hablar sobre terceras personas o, acaso más claro, sobre el mundo (o campo de la objetividad de los ellos, las cosas)8. Roman Jakobson y otros lingüistas de la escuela de Praga han ampliado esta perspectiva para explotarla a profundidad en el estudio de la forma como las lenguas expresan. Acaso si se nos fuerce a encontrarle funciones al lenguaje tengamos que aceptar que cumple dos muy generales dentro de las sociedades: la representación (y dentro de ella la referencia, que es un tema que no cabe tratar aquí) y la comunicación. Aceptemos esta afirmación en términos generales. Pero, ¿cómo es que una lengua logra funcionar como un sistema de representación y de comunicación para una comunidad? Por estar constituída por series, órdenes y redes de estructuras9 institucionalizadas de sonidos hablados (o, en la lengua de señas, gestos lingüísticos, y en la lengua escrita, grafías) en las que cada estructura “aporta” una porción de información que está sometida al control social. Cada una de estas estructuras constituye, cuando menos, parte de una situación semiósica —una situación en que se presenta un signo, señal o símbolo— desde la cual puede evocar un cierto significado. El sistema es el conjunto de posibilidades de significación que llamamos lengua. Toda lengua es un sistema semiósico, un bullir de 8 Cfr. [Bühler 1979, p. 44]. Definamos estructura de manera provisional como una determinada manera de organizarse entre sí las partes de un todo y ese todo con lo que le es vecino. 9 99 signos que se integran en un sistema (o una constelación de sistemas) de reglas de interpretación al que algunos denominan código10. Conviene dejar en claro cómo han usado ciertos términos los estudiosos del signo. «¿Qué se entiende por signo?», es una vieja pregunta que reconocemos importante para el campo de la filosofía, de la antropología y de la psicología, tanto como para el de la lingüística. No hay respuesta fácil ni rápida. Puede decirse que, desde sus más remotos orígenes, el mundo occidental ha venido luchando por encontrar una respuesta satisfactoria. En esa lucha ha habido campeones indiscutibles: Platón, Aristóteles, el médico y filósofo Galeno11, Filodemo de Gadara, Aurelio Agustín de Hipona, varios lógicos medievales de gran importancia como Juan de Santo Tomás (Juan Poinsot), Leibniz, Locke, J. H. Lambert, G. Frege, C. S. Peirce, Cassirer y algunos otros en el siglo pasado. Peirce se distingue por haberle dedicado cerca de cincuenta años a la exploración del problema. Hay, además, “definiciones” vulgares del concepto. En su corta historia contemporánea, la lingüística se caracteriza por mantenerse apegada a una doctrina del signo que, se supone, propuso Saussure. Ciertas perspectivas del signo resultan más fructíferas que otras. Y es probable que en un futuro no lejano la lingüística vea cambios radicales en sus teorías como consecuencia de acoger replanteamientos profundos de su propio concepto de signo. Como si fuera de Saussure, se cita con frecuencia la definición más usada en la lingüística: un signo es la asociación de un (elemento) significante con un (elemento) significado. En realidad, esta definición es más de una parte de la comunidad de lingüistas que de este lingüista. Aparece en un libro, el Cours de linguistique générale, que se ha publicado a su nombre, pero que ha salido, en no poca medida, de la pluma de editores que de Saussure no designó: sus colegas Charles Bally y Albert Sechehaye12. La 10 Ver nota 2, supra. Las lenguas no pueden ser códigos, en particular si se toma esta palabra en su sentido latino primigenio, que era el de un documento que, escrito en tablas de corteza, expresaba el régimen de estatutos en que se fijaban de antemano normas rígidas —y, en principio, inalterables— de comportamiento social. Piénsese, no más, en cuántas distintas pronunciaciones posibles hay para la palabra ‘entonces’ en el habla del español colombiano y en la facilidad con que, ante cada una de ellas, podemos “recuperar” la intención original del hablante. El funcionamiento apropiado de un código como el de las señales de tránsito no admitiría ni una pequeña porción de tales variaciones. 11 Lo que nos pone frente al hecho de que las ciencias humanas están lejos de ser las disciplinas con un interés de primer orden en el concepto. 12 Para una presentación de la problemática asociada con la tarea de establecer con fiabilidad la sustancia del pensamiento de de Saussure, visítese la página internet: 100 definición está afectada por un grave problema de perspectiva y es que invita a reducir al signo a sólo dos grandes componentes —el significante y el significado— y olvida, en relación con el aspecto de la asociación, que ella solo puede darse en un escenario muy particular, un escenario capaz de abstracción: una mente13. Así, se sugiere que significado y significante son elementos cuya naturaleza los hace miembros del conjunto de las clases naturales, i. e., de aquellas entidades que se dan, por así decir, silvestres. Por lo demás, su problema más serio es que carece de significado preciso, pues lo que esta definición predica es una noción circular, que puede predicarse de muchas situaciones: «el amor es la asociación de un elemento amante con uno amado, …». Saussure no escribió un gran texto sistemático sobre la teoría de los signos en general. La llamaba semiología, y consideraba a la lingüística (el estudio del lenguaje y las lenguas) una parte de ella; ambas, semiología y lingüística, además, integradas —así sea de manera implícita— en la psicología y, en particular, en la psicología social. Es importante reconocer que el pensamiento tardío de Saussure lo integran una serie de propuestas que todavía estamos en proceso de aclarar. Interesado por no limitar el estudio de los signos a los confines de la psicología, Charles Sanders Peirce, por su parte, llamó semiótica a aquella perspectiva de la lógica —una disciplina amplísima (dominada en su parte superior por una ciencia normativa, la ciencia del pensar correcto)— que se dedica al estudio de(l hacer de) los signos. Concordaba así con algunos pensadores de la antigüedad griega y con otros, modernos, como Locke. También veía a la lingüística como una disciplina dominada por la semiótica; pero la semiótica no se reduce, para él, al estudio de los procesos sígnicos que usamos los humanos. Podemos declarar que para Peirce en cualquier caso en que ocurre una actividad racional, ocurren signos, situaciones semiósicas. En adelante, esto va a ser muy importante dentro de este texto: lo que estamos admitiendo es que puede haber http://www.revue-texto.net/Saussure/Saussure.html Es sana política, la de poner en duda la fidelidad con que el “Curso de lingüística general” representa el pensamiento de Saussure. En lengua castellana solo se cuenta con la edición crítica [Saussure 1983], en el sentido de una publicación que facilite un contacto menos distorsionado con tal pensamiento. A este respecto, conviene también consultar [Sanders 2004]. 13 Si se considera que un aspecto fundamental de toda mente es el componente simbólico del valor y los valores, entonces cabría la posibilidad de admitir que en el Curso el papel del concepto de valor es en gran medida equivalente al concepto de mente en el pensamiento de Peirce. Así pues, habría que reconocer que las concepciones de de Saussure sobre el signo no son, por necesidad, diádicas (ver infra). 101 actividad racional sin que haya una mente que piense de manera conciente, pero lo que no puede estar ausente en esos casos es la semiosis14. Esto significa que la dinámica de la semiosis es anterior a toda mente, pero no a ningún acontecimiento inteligible; es decir, cuando sucede algo que es (o será) explicable, puede que no haya mentes (tal como las conocemos o nos las imaginamos), pero la presencia de signos es, en cambio, necesaria. En un manuscrito de 1873, define el signo: “A sign is an object which stands for another to some mind”15. Después, en un texto de 1906, rechaza de manera franca que el destino de los signos sea servir como [simple] medio de intercomunicación, sosteniendo que … two separate minds are not requisite for the operation of a sign. Thus the premisses of an argument are a sign of the truth of the conclusion; yet it is essential to argument that the same mind that thinks the conclusion as such should also think the premises. Indeed, two minds in communication are, in so far, “at one,” that is, are properly one mind in that 16 part of them . Esta idea tiene un noble ancestro leibniziano, en el principio de identidad de los indiscernibles, y pre-enuncia la paradoja de la identidad tal como se la expondrá en el pensamiento de Wittgenstein17. 14 El término, con el significado de «inferencia de un signo», lo usó ya Filodemo de Gadara en el siglo I a. C. (cfr. ‘Semiótica’ en [Ferrater-Mora 1994]). Como ha hecho buena parte de la comunidad de investigadores, conviene llamar semiosis al “hacer de los signos” y semiótico o semiótica a lo relacionado con una participación intencional, conciente y deliberada, en procesos de semiosis, nota característica de lo humano que, en el curso de la historia, conduce al surgimiento del estudio o examen de los procesos de semiosis. En relación con este punto es importante [Deely 2010]. 15 “Un signo es un objeto que reemplaza a otro para alguna mente”. Tomado de “On the Nature of Signs”, “Sobre la naturaleza de los signos”, [MS 214] (Robin 381); publicado en [W 3.66-68; 1873]. Las cursivas son mías. 16 “… para la operación [el obrar] de un signo no se requiere de dos mentes separadas. Así, las premisas de un argumento son un signo de la verdad de la conclusión; sin embargo, al argumento le es esencial que la misma mente que piensa la conclusión como tal también piense las premisas. Claro, dos mentes en comunicación, en la medida en que lo están, son “unas”, esto es, son en sentido estricto una mente en esa parte de ellas” [EP 2.389]. Piénsese aquí que unas puede considerarse una de las formas cultas del participio del verbo unir. El material entre corchetes es mío. Cfr., también, [CP 4.553]. Este pasaje de la obra de Peirce, sin embargo, hace relación a los gráficos existenciales y no se presta para fácil lectura sin previa preparación. 17 El siguiente pasaje de las Philosophische Untersuchungen, §216 [Wittgenstein 1977, p. 133], ilustra lo que aquí sostengo: “ »Ein Ding ist mit sich selbst identisch.« —Es gibt kein schöneres Beispiel eines nutzlosen Satzes, der aber doch mit einem Spiel der Vorstellung verbunden ist. Es ist, als legten wir das Ding, in der Vorstellung, in seine eigene Form hinein, und sähen, daß es paßt. Wir könnten auch sagen: »Jedes Ding paßt in sich selbst.« —Oder anders: »Jedes Ding paßt in seine eigene Form hinein.« Man schaut dabei ein Ding an und stellt sich vor, daß der Raum dafür ausgespart war und es nun genau hineinpaßt. ›Paßt‹ dieser Flecke in seine weiße Umgebung? —Aber genau so würde es aussehen, wenn statt seiner erst ein Loch gewesen wäre, und er nun hineinpaßte. Mit dem Ausdruck »er paßt« wird eben nicht einfach dies Bild beschrieben. Nicht einfach diese Situation. »Jeder Farbfleck paßt genau in seine 102 Así, pues, vemos que “[l]ogic, in its general sense, is, […] only another name for semiotic […], the […] formal, doctrine of signs”, donde “[a] sign, … is something [x] which stands to somebody [z] for something [y] in some respect or capacity”18. A x se lo denomina signo (o, durante una época, representamen), a y se lo denomina objeto, y a z se lo denomina interpretante. Esta definición goza de abstracción y generalidad suficientes, pero también de suficiente concreción, como para permitirnos reconocer signos de un país, por ejemplo, tanto en las relaciones que entraña un embajador como en las relaciones que entrañan una bandera, una fotografía de un paisaje o una manera de pronunciar una lengua. El embajador está por el gobierno de su país para otro gobierno, en el sentido de ser el vocero, la voz, de su gobierno; pero no es él, como persona o cosa, lo que conforma la situación semiósica: son sus relaciones con su propio país y con el país donde vive en calidad de vocero las que forman la totalidad semiósica relevante. Notamos entonces que la semiosis, más que una cosa, es una situación en que se dan ciertas relaciones, y más que algo transmisible por sí mismo es una actividad de (re)construcción de relaciones; la semiosis no es algo estático, terminado, sino un proceso y, además, un proceso en que todo elemento participante es activo19. En el aspecto más Umgebung« ist ein etwas spezialisierter Satz der Identität.” “«Una cosa es idéntica consigo misma.» —No hay mejor ejemplo de lo que constituye una proposición inútil que, sin embargo, está asociada con un juego de la imaginación. Es como si, en la imaginación, metiéramos la cosa en su propia forma y viéramos que cuadra. Podríamos decir también: «Toda cosa cuadra en sí misma.» — O, de otro modo: «Toda cosa cuadra dentro de su propia forma.» En ello, uno mira una cosa y se imagina que cuadra exactamente dentro del espacio que estaba reservado para ella. ¿‹Cuadra›, esta mancha en su entorno blanco? —Pero justamente esto parecería ser el caso si en su lugar hubiera habido primero un hueco y luego ella cuadrara en él. Con la expresión «ella cuadra» es claro que no describimos esta figura. Ni, sin más ni más, esta situación. «Toda mancha de color cuadra exactamente en su entorno» es una forma un tanto especializada del principio de identidad.” Esta traducción del pasaje de las Investigaciones Filosóficas [Wittgenstein 1977, p. 133], se ha controlado con el auxilio de Raúl Meléndez. Creo aceptable considerar que, tanto para Peirce como para Wittgenstein la identidad es más una constelación de relaciones que una propiedad de algo. Esta problemática también se la ve abordada en forma ocasional para la lingüística, como ocurre con la ley del vínculo sonido-significado, de Shaumyan (cfr. [Shaumyan 1998, p. 4, passim]). 18 [CP 2.227-8]: “[El de l]ógica, en su sentido general, es solo otro nombre para la semiótica, la […] doctrina formal de los signos,” […] “un signo… es algo [x] que reemplaza [otro] algo [y] para alguien [z] en algún sentido o característica”. De un fragmento de alrededor de 1897, que permanece sin identificar. El material y las supresiones entre corchetes, así como las cursivas, son míos. 19 En su calidad de proceso, de hecho, la semiosis es para Peirce el modelo de los procesos de la evolución lo que, a su vez, refleja la naturaleza activa y cambiante de todos los elementos que integran todo caso de semiosis. De hecho, Peirce se vio a sí mismo como darwinista desde el momento mismo de su primera lectura del Origen de las especies, a los veintiún años. De lo anterior se deduce que para toda ciencia orientada a la luz del pensamiento de Peirce el objetivo no es explicar el cambio continuo (que está presente por toda parte en el universo y puede entenderse como equivalente con el ser), sino la explicación 103 básico del ejemplo del diplomático, el embajador mismo es sólo una de las propiedades, facetas o caras de la situación semiótica: la faceta representadora; el país encarna la faceta representada; y el otro país (o el concierto de las naciones) encarna la faceta interpretadora de esa representación. La bandera, la foto y la forma de pronunciar también son facetas representadoras. Ahora, si un proceso de semiosis es una situación que exige el cumplimiento de tres papeles distintos, uno de representamen (o signo), uno de representado (u objeto) y uno de intérprete (o interpretante de la representación) en un conjunto de relaciones, podemos entonces abstraer estos papeles o roles en marcas generales como x, y y z. La consecuencia de enfocar las situaciones sígnicas (o semiósicas) de esta manera es que se abre con ella toda una disciplina de estudio de las situaciones semiósicas orientada por preguntas como las siguientes20: ¿Qué tipo de función de reemplazo es aquella por la que x está por y para z? ¿Esa función de reemplazo la determina z, o se le impone de fuera? El reemplazo, ¿es motivado, es decir, ocurre porque x y y comparten alguna propiedad? ¿o “inmotivado”, es decir, ocurre porque z (o alguien más) instituye una regla de interpretación por la que (todo) x simplemente reemplaza a (todo) y? ¿Qué operaciones tiene que llevar a cabo z para reemplazar a y con x? ¿Cuáles son las propiedades que debe cumplir un elemento para funcionar como x? ¿Cuáles son las propiedades necesarias para que haya algo funcionando como z? Son preguntas complejas, algunas de las cuales se verán formuladas adelante en forma un poco más elemental. En particular, podemos plantearnos la pregunta: ¿cómo representa el representamen? Ya con respecto a esa última pregunta es posible comprender la potencia de las propuestas de Peirce. La tabla que sigue muestra los distintos nombres propuestos por Peirce para establecer clasificaciones según la forma como el representamen represente al objeto. de la estabilidad, la constancia, la permanencia y la invarianza, en medio de la dinámica. Y muchas otras, que dejo a cargo de la imaginación, la curiosidad y la capacidad para el deleite de mis lectores. 20 104 Término vulgar Término general TÉRMINOS INDIVIDUALES El representante es manifestación de otra cosa (que mantiene una relación natural, de contigüidad, pero diferencia, con el primero) El representante es un sustituto “inmotivado” de otra cosa, individual El representante es un sustituto mediado o regulado de una clase de cosas El representante funciona como sustituto motivado de una clase de cosas Peirce Ogden y Richards ?/signo semiosis signo signo, seña(l) índice — símbolo, signo (nombre, rótulo) índice “de Saussure” — /? símbolo signo símbolo, signo (palabra, nombre, símbolo rótulo) símbolo signo símbolo, signo — símbolo icono Tabla 1 (adaptada de [Allerton 1979]) Las terminologías usadas para clasificar los signos por su función Se ha sombreado la columna relativa a la terminología que se propone tomar de Peirce para indicar la centralidad de tal terminología en el texto presente. Además se ha hecho uso de la pleca inclinada (/) para referir a términos o situaciones alternativos; así, — /? significa: ‘o no hay término o no es claro cuál sea este’. El tipo de preguntas planteadas atrás, y el hecho de que toda situación semiósica se define como una tríada —los tres elementos de la cual se presentan de manera más o menos evidente— condujo a Peirce a clasificar los diferentes tipos de signos en tres tríadas que se intersecan en forma mutua. Aquí abordaremos esas tricotomías con extrema brevedad. Antes, sin embargo, conviene reflexionar sobre la forma como entendemos el ser de la tríada semiósica. 2. TRÍADAS EN PEIRCE; ICONO, ÍNDICE, SÍMBOLO Acaso lo primero que se requiera entender con respecto a las tríadas peirceanas (y, en general, con respecto a la idea peirceana de semiosis) sea cuál es la mejor manera de 105 representarlas. En lo personal, me inclino por las maneras gráficas, visuales. Muchos han ofrecido esquemas gráficos, si se quiere, geométricos, de lo semiótico. Entre los mejores talvez estén los esquemas triangulares. Todos ellos son de dudosa utilidad, en el fondo. La única figura apta para representar la estructura general de la semiosis peirceana la ha redescubierto el matemático Robert Marty. Decimos «redescubierto» porque Marty no es —y él lo reconoce— el “inventor”. El inventor, indiscutible, es C. S. Peirce. El mérito de Marty consiste en haber acuñado, además, dos perspectivas didácticas que muestran cómo se pueden proponer visiones degeneradas de la tríada. El esquema geométrico ideal de lo que es una situación de semiosis resulta ser la figura de una Y. La situación semiótica, en su triadicidad, se debe representar mediante una “Y” invertida. Es lo que concluímos tras la lectura de Marty 199221, que nos presenta las figuras que incluimos a continuación. Esquemas de la tríada auténtica, la tríada diádicamente degenerada y la tríada monádicamente degenerada presentados por [Marty 1992]. Nótese que el concepto «degenerado» se usa aquí en el sentido que se le da, por ejemplo, en el campo de la geometría22. Una comprensión semiótica apropiada del ser de la tríada en la semiosis nos conduce a situar funciones allí: 21 Cfr. [Marty 1992, p. 48]. degenerate, adj. a limiting case of some type of entity that is equivalent to some simpler type, often obtained by setting some coefficient or parameter to zero. For example, a point is a degenerate circle. [Borowski & Borwein 1991, p. 148]. degenerado/a, adj. un caso limítrofe de cierto tipo de entidad que es equivalente a algún tipo más simple, este a menudo obtenido mediante la fijación del valor de un cierto coeficiente o parámetro en cero. Por ejemplo, un punto es un círculo degenerado. 22 106 La primera ventaja de este esquema, una que salta a la vista, es que permite comprender el papel crucial de la mediación en la semiosis. Cada elemento de la semiosis media entre los otros dos: entre todo objeto y un(a mente) interpretante, media un representamen; entre todo representamen y su objeto media un interpretante, y así sucesivamente. La mediación es una de las propiedades definitivas de la triadicidad. De hecho, la gráfica propuesta por Marty puede verse como una abstracción de la siguiente gráfica, presentada por Peirce hacia 1890: a la que hace referencia con el siguiente texto: Let us now consider a triple character, say that A gives B to C. This is not a mere congeries of dual characters. It is not enough to say that A parts with C, and that B receives C. A synthesis of these two facts must be made to bring them into a single fact; we must express that C, in being parted with by A, is received by B. If, on the other hand, we take a quadruple fact, it is easy to express as a compound of two triple facts. . . . We are here able to express the synthesis of the two facts into one, because a triple character involves the conception of synthesis. Analysis involves the same relations as synthesis; so that we may explain the fact that all plural facts can be reduced to triple facts in this way. A road with a fork in it is the analogue of a triple fact, because it brings three termini into relation with one another. A dual fact is like a road without a fork; it only connects two termini. Now, no combination of roads without forks can have more than two termini; but any number of termini can be connected by roads which nowhere have a knot of more than three ways. See the figure, where I have drawn the termini as self-returning roads, in order to introduce nothing beyond the road itself. Thus, the three essential elements of a network of roads are road about a terminus, roadway-connection, and branching; and in like manner, the three fundamental categories of fact are, fact about an object, fact about two objects (relation), fact about several objects (synthetic fact). 23. 23 [CP 1.371]: “Consideremos ahora un carácter triplo, digamos por ejemplo que A le da C a B. Esto no es un mero amontonamiento de caracteres duales. No basta con decir que A se separa de C, y que B recibe C. Tiene que llevarse a cabo una síntesis de esos dos hechos para reunirlos en un solo hecho; debemos expresar que C, al separarse de A, es recibido por B. Por otra parte, si tomamos un hecho cuádruple, es fácil expresarlo como compuesto de dos hechos triples... Aquí podemos expresar la síntesis de los dos hechos en 107 En un punto aventaja la gráfica original de Peirce a la de Marty y es en su capacidad para mostrar las relaciones entre términos (en una disposición cualquiera de ellos) y cómo la mediación es un fluído que transita entre triplas de ellos24. La compleja red de mediaciones de toda situación de semiosis no es posible representarla con recurso a un esquema diádicamente degenerado de la tríada. Mucho menos con uno monádicamente degenerado, pues tal esquema ni siquiera deja traslucir relaciones entre los componentes de la semiosis. La idea misma de mediación exige la presencia de tres elementos. Por el pasaje que acabamos de citar queda claro que la tríada, en general, constituye la forma más sencilla de complejidad que puede darse en el universo, aquello a lo que toda complejidad debería, en principio, poder reducirse25. La tríada semiótica es especial en el sentido de que en ella cada uno de los tres elementos media entre los otros dos. Esto se entiende más fácil cuando se piensa en el caso del representamen. El representamen es lo que es porque logra “interponerse” entre un objeto y la mente que lo piensa (y lo paradójico —pero igualmente real— es que, al interponerse entre ellos, permite que las uno, porque un carácter triple implica la concepción de una síntesis. El análisis involucra las mismas relaciones que la síntesis; de tal manera, podemos explicar que todos los hechos plurales pueden reducirse a hechos triples de esta forma. Un camino con una bifurcación es el análogo de un hecho triple, porque pone en relación tres términos entre sí. Un hecho dual es como una carretera sin bifurcación; solamente conecta dos términos. Ahora, ninguna combinación de caminos sin bifurcaciones puede tener más de dos términos; pero un número cualquiera de términos pueden conectarse por caminos que en ninguna parte tienen un nudo [que conduzca] a más de tres caminos. Véase la figura, donde he dibujado los términos [en un escenario] de caminos que retornan sobre sí mismos, para no introducir nada distinto del camino mismo. Así, los tres elementos esenciales de una red de caminos son el camino en torno de un término, la conexión mediante un camino y la bifurcación; del mismo modo, las tres categorías fundamentales del hecho son: hecho en torno de un objeto, hecho acerca de dos objetos (relación), hecho acerca de varios objetos (hecho sintético)”. De “Una conjetura ante el acertijo” (“A Guess at the Riddle”). El material entre corchetes es mío; he suprimido las negritas cuando las he encontrado con cursivas. Es de notar que los que aquí llama objetos Peirce los llamará sujetos en diversidad de otros pasajes de su obra y esto no debe causar ni extrañeza ni preocupación o perplejidad. De hecho, Peirce encuentra subjetividad de diversos grados en todas las cosas, siendo las carentes de vida las menos subjetivas (su subjetividad, degenerada, consiste en su persistir, en su permanecer, en su no ceder), como alguna vez parece haberlo intuido Hegel. En cambio, sólo cuando entran en procesos de semiosis pasan las cosas a adquirir el estatus de objetos. 24 Tengamos en cuenta que término es el vocablo usado para definir tanto los puntos extremos de un desplazamiento cualquiera como los sujetos involucrados en una proposición, tal como ocurre, en el ejemplo de Peirce, atrás: en Juan le regaló un libro a María, se relacionan tres términos: «Juan», «María» y «libro»; la interpretación de esa proposición exige comprender la relación entre ellos, el tránsito (de la energía) entre los tres, esto es, la transitividad de la oración. Esta noción anticipa en cosa de cien años a la de operaciones de construcción/interpretación propuesta por lingüistas tan importantes como R. W. Langacker y L. Talmy, en el marco de la gramática cognitiva de hoy (ver [Verhagen 2007, p. 54, passim]), y en varias décadas a su antecedente, la teoría de la gramática de relaciones de dependencia, de Lucien Tesnière. 25 Recordemos que, por su etimología, tanto complejo como complicado remiten a situaciones en las que algo tiene pliegues. 108 formas del objeto pasen a la mente interpretante). En este interponerse, sin embargo, el representamen se contamina de objeto y de (mente) interpretante, se impregna de ellos, se vuelve continuo con ellos26. Igual ocurre con cada uno de los otros dos miembros de la tríada. Por otra parte, es imperioso notar aquí, como señala [Marty 1990, p. 22], la naturaleza disimétrica de la tríada semiótica: en la mediación característica de la situación semiósica el flujo ocurre de tal forma que si, partiendo del objeto se da un proceso de determinación que afecta al representamen y partiendo del representamen hay un flujo que determina al interpretante, no es indispensable que tal flujo se de en sentido contrario (del representamen al objeto o del interpretante al representamen). Hemos dicho atrás que la semiosis es un proceso, un proceso triádico. Esta primera caracterización, sin embargo, es insuficiente. Es necesario reconocer que se trata, por lo menos, de un proceso bifronte, un proceso con por lo menos dos perspectivas: a) la perspectiva del objeto (1) que transita por entre un representamen (2) hacia el destino de transformarse en un significado en un(a mente) interpretante (3), por una parte; y por la otra, b) la perspectiva de algo, un representamen (1) que acoge una cosa, y la transforma en objeto (2) para un(a mente) interpretante (3). Solo aquí podemos comprender, entonces, el verdadero papel evolutivo y cognitivo del interpretante que aunque, en ambos casos, termina y sella (o “bendice”, para expresarlo en los términos usados por [De Tienne 2006]) el primer ciclo de la semiosis, siempre inaugura el período de la ciclicidad abierta de la semiosis, aquella por la que toda relación de representación termina publicada —representada por su interpretante— en el marco de una red de signos que tienen que acompañarlo (y entre los cuales se meta-forma [De Tienne 2006]), pues, para Peirce —precisamente en obediencia a la hipótesis del continuo— ninguna semiosis puede ser un caso aislado: toda semiosis es, en principio, semiosis ad infinitum. Asistimos así, pues, al nacimiento de una catarata de tríadas. Los dos frentes (a y b, atrás) de la semiosis podemos llamarlos el frente material (u óntico) y el frente formal (fenomenológico o, en palabras de Peirce, faneroscópico). Es lo que ha hecho [Sheriff 1994], quien entonces propone un esquema semejante al que sigue, que sirve de ocasión para fundar tres importantes “tricotomías” o divisiones del espacio 26 La hipótesis del continuo es, podríamos decir, el espinazo del pensamiento de Peirce. En cuanto a este punto es de gran provecho la lectura de [Zalamea 2001]. 109 de lo semiósico, propuestas por Peirce hacia 1903: una tricotomía, basada en el ser del representamen mismo; otra, basada en la relación del representamen con el objeto; y una tercera basada en la función externa del interpretante. Las tres tricotomías originan, como Faneroscópicas o formales puede verse, una primera clasificación o taxonomía de los signos27. CATEGORÍAS 1ºidad (Ser) Un representamen es: 2ºidad (Relación) Un representamen se relaciona con su objeto por tener: 3ºidad (Representación) El interpretante representa a su semiosis original como representamen de: Cualidad/Posibilidad alguna cualidad como signo CUALISIGNO una (esta) cualidad particular del objeto ICONO “todo lo posible”, la posibilidad cualitativa; RHEMA Ónticas o materiales Existencia algún “existente de hecho” o evento SINSIGNO una (esta) relación existencial que el objeto afecta o determina ÍNDICE “todo lo fáctico”, el hecho; la existencia fáctica SIGNO DICENTE Ne-cesidad alguna ley o convención LEGISIGNO con él una (esta) relación (imputada) de representamen SÍMBOLO “todo lo racional”, la razón; lo regular; ARGUMENTO Tabla 2 Tricotomías semióticas básicas Comencemos por los conceptos pertenecientes a la primera tricotomía de Peirce, los de cualisigno, sinsigno y legisigno, que en algunos textos se llaman tono, muestra y tipo (tone, token y type). Cuando digo que a es un signo (≈ representamen) grafémico, o letra, puedo estar refiriéndome a una de dos cosas (o a las dos a la vez): al tipo a (que es uno y solo uno y que puedo representar mediante cualquiera de los siguientes tokens (o muestras): a A a a, a, etc.), o a la muestra concreta presentada atrás (ese “caso” o muestra de a). Al referirnos a entidades, objetos y unidades del lenguaje y las lenguas y sus propiedades, conviene siempre mantener claro a qué nos estamos refiriendo: ¿a tipos o a muestras? Cada vez que pronuncio el saludo «Hola, Juana», produzco una muestra del tipo Hola, Juana. Es claro que toda muestra tiene que ser muestra de algún tipo (al que representa) y que todo tipo tiene que manifestarse en por lo menos una muestra. Pero 27 He escrito ne-cesidad con el propósito de evocar la etimología del vocablo, que designa lo que no cede. Además, en la tabla se hace referencia a categorías, un concepto de gran importancia en el pensamiento de Peirce. En este texto no me detendré sobre ellas. Como solución transitoria, consúltese la respectiva entrada en [Ferrater-Mora 1994]. 110 hasta hoy la lingüística ha aprovechado muy poco de lo que puede ofrecerle el concepto de tono. Peirce relaciona las tres clases de signo al explorar la forma como cada uno significa, esto es, la naturaleza (o ser) del signo mismo: A common mode of estimating the amount of matter in a MS. or printed book is to count the number of words. There will ordinarily be about twenty the's on a page, and of course they count as twenty words. In another sense of the word "word," however, there is but one word "the" in the English language; and it is impossible that this word should lie visibly on a page or be heard in any voice, for the reason that it is not a Single thing or Single event. It does not exist; it only determines things that do exist. Such a definitely significant Form, I propose to term a Type. A Single event which happens once and whose identity is limited to that one happening or a Single object or thing which is in some single place at any one instant of time, such event or thing being significant only as occurring just when and where it does, such as this or that word on a single line of a single page of a single copy of a book, I will venture to call a Token. An indefinite significant character such as a tone of voice can 28 neither be called a Type nor a Token. I propose to call such a Sign a Tone;… La exploración de la posible afinidad entre la noción peirceana de tono y la importantísima noción lingüística de rasgo (en alemán, el Merkmal de Trubetskoi) es una tarea que aún no se aborda. No hay espacio para hacerlo aquí, tampoco; pero es importante señalar que en lingüística la palabra tono se usa con un significado relativamente preciso, que no admite comparación con el que le asigna Peirce; si el concepto de Peirce ha de adoptarse, entonces será necesario usar para él el vocablo cualisigno, que es el otro nombre que le dio Peirce: “A Qualisign is a quality which is a Sign. It cannot actually act as a sign until it is embodied; but the embodiment has nothing to do with its character as a sign.”29 Elucidar este punto tendrá, a no dudar, consecuencias 28 [CP 4.537]: “Una forma común de estimar la cantidad de material en un manuscrito o libro impreso es contar el número de palabras. Por lo común habrá unos veinte casos de el en una página y, claro, cuentan como veinte palabras. En otro sentido de la palabra “palabra”, sin embargo, no hay sino una palabra “el” en la lengua española; y es imposible que esta palabra pueda yacer de manera visible sobre una página o ser oída en voz alguna, puesto que ella no es ni una cosa singular ni un evento singular. No existe; solo determina cosas que sí existen. A una tal forma definidamente significativa propongo denominarla un Tipo. A un evento singular que acaece una vez y cuya identidad se limita a esa ocurrencia una, o a un objeto o cosa singular que en un instante cualquiera del tiempo está en un único lugar —de tal modo que tal evento u objeto resulta significativo sólo en la medida en que ocurre justo cuando y donde ocurre, tal como es el caso con esta o aquella palabra en una única línea de una única página de una única copia de un libro—, a eso me atreveré a llamarlo una Muestra. Un carácter significativo indefinido, tal como es un tono de voz, no puede llamarse ni tipo ni muestra. A un signo tal propongo llamarlo un Tono;…” De “Prolegomena to an Apology of Pragmaticism”, 1906. 29 [CP 2.244]: “Un cualisigno es una cualidad que es un signo. No puede en realidad actuar como un signo antes de corporeizarse; pero la corporeización no tiene nada que ver con su carácter de signo”. De 111 importantes en relación con la aclaración y consolidación de varias nociones lingüísticas: la de las relaciones sintagmáticas y la de la función demarcativa que pueden cumplir los elementos y propiedades sonoros de las lenguas, por ejemplo. De conformidad con la segunda tríada —la que se basa en la forma como el representamen se relaciona con el objeto, es decir, en la función del representamen en la semiosis— hay iconos, índices y símbolos. Definiremos estos tres términos siguiendo de manera informal los textos de Peirce. Un icono es un signo que está en lugar de un objeto en virtud de poseer propiedades comunes con ese objeto, no importa si el objeto existe o es simple producto de la imaginación, y tampoco importa si lo que se comparte es solo una propiedad o más propiedades. Es acertado en este caso pensar en las comunes estatuillas de yeso con que se representa a la virgen María. Según lo que es posible inferir de la historia, María era una mujer de origen semítico, y resulta poco probable que haya sido rubia u ojiazul. Nuestras estatuillas, que comparten rasgos con el ideal que tipifica a la virgen María para gran parte de la tradición cristiana, son iconos de ese ideal (imaginario) y no del cuerpo de la mujer que en la realidad haya podido ser madre de Cristo. Un índice es la función que emerge cuando un representamen refiere a su objeto por virtud de ser afectado (o producido) por ese objeto; ostenta una relación natural con el objeto. Así, este humo es índice de esta combustión. La posición del gallito de la veleta va siendo índice de la dirección del viento. Cuando lo uso, la posición de mi dedo índice indica la posición del objeto al que señalo; es el objeto al que señalo lo que determina hacia dónde oriento mi índice. La posición de mi índice la produce la posición del objeto. Un pavimento mojado es índice de lluvia; pero, ¿cómo llega a serlo? La lluvia viene cayendo, y no hay ningún corte entre eso y el hecho de que el pavimento se moje; un pavimento mojado es la consecuencia natural de la lluvia, es, en principio, un icono de la lluvia. El corte entre los dos —lluvia y pavimento mojado— lo imponemos nosotros, en nuestra calidad de interpretantes. Llevamos a cabo un acto de fuerza bruta que corta “entre las dos realidades” y eso convierte al pavimento mojado en índice de lluvia. Todo índice es el producto de un corte, de la imposición de un acto de fuerza bruta sobre la realidad; esta es sintética y constituye un continuo y no algo discreto o cortado de suyo. “Nomenclature and Divisions of Triadic Relations, as far as they are determined”, de cerca a 1903. 112 En el caso de la lluvia y el pavimento mojado, ese corte no carece por completo de motivación, pues el pavimento suele seguir mojado tras el fin de la lluvia. De alguna manera pavimento mojado y lluvia guardan una cierta independencia relativa, pues la humedad puede darse en el pavimento sin lluvia, también. Esa independencia relativa le resta algo de inmotivación al corte. Pero todo índice es el producto de la imposición de una voluntad (basada en una razón más o menos justificada) sobre un continuo que, entonces, aparece quebrado. A propósito de nuestra definición de índice, es importante notar que todas las partes de un todo son icónicas con el todo y entre ellas, pero solo en la medida en que concibamos al todo como íntegro y sin partes; cuando seccionamos el todo, sus partes se hacen índices de él. Un símbolo es un signo que refiere a su objeto por virtud de una ley, una regla, o una relación atribuída, impuesta —por lo común una asociación de ideas generales— y que actúa en forma tal que el elemento signo del símbolo se interpreta de manera regular como algo que refiere al objeto. Es el caso de los nombres comunes en las lenguas del mundo. Podríamos decir que el castellano asigna a las mesas el “nombre” «mesa»: ese es su arbitrio o “voluntad”30. Por último, por la forma como el interpretante hace pública la situación semiótica en la que enraiza, un signo puede ser un rhema (o término de una proposición) como, es 30 Los lingüistas siguen con frecuencia el uso propuesto en el “Curso de lingüística general”, según el cual los signos del lenguaje son convencionales y arbitrarios, entendida esta última palabra como referente a un factor irracional (pp. 159-61), como forma de expresar una situación en que el significado y el significante «no tienen nada que ver el uno con el otro», o «se relacionan solo de manera indirecta» en los signos lingüísticos. Ese no es el sentido en que uso la palabra arbitrio aquí. La uso solo en el sentido de elección de entre una amplia variedad de posibilidades y efectuada por algo del tipo de una voluntad y con el propósito de facilitarse la abstracción. Es en ese sentido como la interpreta Peirce, en general, también, cuestión que he venido a comprender mediante una interpretación sugerida por Fernando Zalamea [Zalamea 2006]. Lo arbitrario no tiene por qué ser necesariamente irracional. Para Peirce, las situaciones semiósicas, en cambio, en ningún caso pueden ser irracionales. Pueden, sí, ser más o menos motivadas por factores externos a la situación misma; es decir, el significante (≈ el signo de Peirce) puede carecer de una relación interna necesaria con el significado (≈ el interpretante de Peirce); pero eso es una cosa, y otra, muy distinta, decir que «no tienen nada que ver». Incluso en la definición “de de Saussure” tanto tienen que ver el uno con el otro, que las palabras que usamos para hablar de ellos comparten la misma raíz. Nótese, además, que la palabra arbitrariedad por lo general está teñida de un sentido peyorativo para nosotros; una arbitrariedad es un acto injustificado y caprichoso, por lo general producto de la intención de alguien por imponer su “santa voluntad” o sus intereses particulares. Por otro lado, el término arbitrario se usa en otros contextos, como es el caso de la geometría, para referir a lo abstracto y sin que necesariamente haya una connotación de ‘injustificación’ o ‘capricho’. Se propone, así, por ejemplo considerar un rectángulo de dimensiones arbitrarias a y c con una proporción 1/3, para referir a una infinidad de posibles rectángulos, infinidad que entonces se convierte en una unidad, en un medio para fijar el pensamiento, una especie de estribo para lanzar la mente hacia mayores abstracciones. 113 negra en Esta estufa es negra, o un signo dicente, como lo es la proposición Esta estufa es negra, o un argumento o silogismo. Sobre la base de estas tres tricotomías (o triparticiones) del espacio de lo semiósico, en 1903 Peirce deriva una taxonomía semiótica de clara inspiración biólógica, en la que forja designaciones para cada especie usando como nombre el ser del representamen (en analogía con el género biológico) y como adjetivos a) la tipología de la relación entre objeto y representamen (primer adjetivo) y b) el papel comunicativo del interpretante (segundo adjetivo). Así, por ejemplo, está la denominación legisigno simbólico remático, que cabe aplicar a cada nombre común de una lengua (claro, visto como tipo, no como muestra). Lo que sigue es una corta exploración de un sistema semiósico, al que se podría llamar lenguaje (o lengua) del funcionamiento del tocadiscos compacto. No lo llamaremos aquí así, pues para la lingüística las lenguas naturales de los seres humanos se caracterizan por los siguientes rasgos, que en conjunto no se presentan sino en ellas: intercambiabilidad de emisor y receptor, retroalimentación, especialización, semanticidad, arbitrariedad, discreción de las unidades, desplazamiento (o independencia con respecto al contexto de enunciación), productividad (o recursión), doble articulación, tradición, posibilidad de prevaricación, aprendibilidad y reflexividad del sistema con respecto a sí mismo31. 3. NAVEGANDO POR ENTRE UN CASO DE SISTEMA SEMIÓTICO Cuando se observa, por ejemplo, el sistema semiótico relativamente limitado y cerrado que constituyen los signos usados para designar el funcionamiento de un tocadiscoscompactos, 31 Véase la presentación de esta temática en [O’Grady et al. 2005, cap. 17]. 114 puede partirse del supuesto de que cada elemento en tal sistema, y su posición relativa con respecto a los demás, simbolizan su significado, es decir, lo representan sobre todo de manera inmotivada, por decisiones tomadas siguiendo la voluntad de los inventores del aparato, voluntad que, luego, se ha convertido en regla determinante del uso de los consumidores y de los productos de la industria. Algo de reflexión revela que el grado de ausencia de motivación, sin embargo, es bastante menor que lo que se podría pensar en un principio. Si play (‘leer’ o ‘tocar el disco’), por ejemplo, se representa mediante una flecha que apunta hacia la derecha, ese apuntar hacia la derecha puede verse como representante del sentido en que ocurre la lectura de textos en la cultura occidental, y ya allí vemos un cierto grado de motivación, pues el funcionamiento del aparato se iconiza con la actividad de leer (versus una posible total falta de motivación), aun cuando el sentido en que el lente “lee” el disco compacto en la realidad es de adentro hacia fuera sobre una espiral. Pero recuérdese que Peirce sostiene que los iconos comparten con las ficciones y las mentiras su calidad de abiertos, y que aquello que representan puede no existir en la realidad (acaso esa sería, como se dijo atrás, la iconicidad de nuestras imágenes de los santos, en particular, las conocidas estampas católicas32). Por otro lado, un par de flechas orientadas hacia la derecha representan una lectura a un múltiplo de la velocidad de la lectura normal, y aquí también vemos la motivación incrementada en un cierto grado: la operación de multiplicar la velocidad se ve iconizada mediante un signo que representa la “primera” multiplicación cuyo resultado es diferente del multiplicando y de cero: la multiplicación por 2. La forma por la que ese significado se expresa está en relación directa con (es decir, está motivada por) la naturaleza del contenido33. Esto es, por virtud del resto del sistema y su relación con la realidad, lo que 32 33 Ver http://www.lainmaculada.com/mm5/merchant.mvc?Store_Code=LCLI&Screen=CTGY&Category_Code=E. Estos son términos más del lingüista Louis Hjelmslev que de Peirce. 115 en un inicio se ve como un símbolo puede pasar a funcionar como un índice (i. e., como un rótulo relativamente inmotivado para referir a algo concreto) y comenzar a funcionar como un icono. El representamen para pause, también, deja de verse como inmotivado cuando se considera que representa una situación en que la actividad de la lectura está suspendida, sin avanzar ni retroceder, enfocada sobre un determinado segmento o punto (del “surco”, “sendero”, o canal de tránsito de la lectura) del disco, que es lo representado por la raya vertical que aparece en la mitad del pequeño cuadrado blanco. Es interesante, e importante, notar que el signo para pause puede verse —interpretarse— de dos modos: o como un par de rectángulos blancos parados sobre sus lados más cortos, o como un cuadrado partido en el centro por un rectángulo negro. Creo que esta última manera de interpretarlo es la acertada. Play era el “viaje” de la raya hacia la derecha34; pause es la raya detenida. En los botones de comando de las grabadoras de cassette también se usa este icono, que entonces puede interpretarse como un segmento de cinta —la faja blanca— y otro, más “puntual” o de menor magnitud —el rectángulo negro— que representa el sector donde la lectura se ha suspendido. Entonces, se puede proponer una buena interpretación para pause como ‘algo que es un caso particular de play’, ‘algo que solo puede ocurrir después (a la derecha) de play’. Lo que se iconiza en la disposición espacial, en tal situación, son términos temporales: pause ocurre después de play; la forma como, por lo usual, representamos el transcurso de los eventos en el tiempo es mediante un tránsito de izquierda a derecha sobre una recta horizontal —en pause, play está temporalmente suspendido, pero activo. Nótese aquí cierto grado de falta de motivación, a su turno, pues la combinación stop y play carece de significado como combinación que refiera a una posible función del aparato. Pero la falta de motivación se reduce cuando la posición de cada botón en relación con los demás se interpreta como representación de un orden de eventos en el tiempo: de estar inactivo (stop), el aparato pasa a la lectura (play) y de ella a una pausa (pause). No puede haber una pausa si el aparato está inactivo. Bajo esta lógica, cada uno de los botones de la franja superior indica hacia el anterior: el estado en que el aparato se encuentra encendido y cargado pero inactivo (el estado stop), tiene una conexión natural (de contigüidad en el tiempo) 34 Tal raya negra también puede considerarse parte del signo para eject. 116 con haber abierto la cajuela para introducir un disco (eject); el estado play es naturalmente contiguo en el tiempo al estado stop, y así sucesivamente. Con respecto a las demás flechas, la de eject (‘expulsar el disco de la cajuela’), por su orientación geométrica relativa, deja también de constituir un signo inmotivado. Si se lo relaciona por su forma con el de close (‘cerrar la cajuela’) se hace aún más motivado. Y la posición relativa de los signos que denotan las funciones relacionadas con la lectura (stop, play, pause), en la fila superior, frente a los signos que denotan los desplazamientos de la cabeza lectora a grandes saltos (rewind, forward, down, up), en la fila inferior, además del tamaño mismo de los botones, parecen representar con alguna iconicidad la organización toda del sistema, sus funciones principales y sus funciones secundarias. Si el mecanismo del botón de FF (fast forward, ‘adelantar rápido’) se estropea, el aparato todavía puede servirme para su función primaria (que es tocar discos compactos) pero si el mecanismo por el que se detiene (stop) se estropea, entonces el daño es mucho más grave. Nótese, por último, que sería de un simplismo tremendo calcular: «9 botones, 9 gráficas, entonces 9 situaciones semióticas posibles». Lo sería ya a partir de la problemática del icono. En el sistema que hemos explorado, cada botón, en su simple ser botón, es icono de los demás. 4. OBSERVACIONES ADICIONALES SOBRE SISTEMAS SEMIÓSICOS La meteorología popular considera las cabañuelas como signos del clima del resto del año. Se dice que un quinto día de enero despejado y soleado significa un próximo mayo de sequía. Vistos desde fuera —es decir, examinando esta práctica de las cabañuelas como una relación entre el clima de uno de los primeros días del año y su interpretante, el meteorólogo popular— estos son símbolos peirceanos, no índices de suyo, pues mayo — por ejemplo— no ha comenzado aún en la época de las cabañuelas y, de este modo, sin haber empezado a ser, mal podría mayo estar allí para anunciar su propio clima (que sería su forma de funcionar si actuara como índice o icono). Sin embargo, la tradición adivinatoria popular sí considera el clima del quinto día del año un icono y un índice del clima del quinto mes por venir. Según esa forma de pensar, mayo tendría treinta y dos 117 días, el trigésimo segundo, que resume y anuncia su clima, ocurriría antes que mayo y sería el cinco de enero, un día con clima icónico. En ese sistema semiósico hay una regla (para Peirce toda regla es un símbolo que, dadas unas ciertas condiciones, anuncia un futuro) por la que un cinco de enero lluvioso significa un mayo siguiente lluvioso. Sólo por medio de una simbolización cultural, una extensión analógica, puede el clima del cinco de enero adquirir relación de índice con el clima de mayo; y tal extensión analógica es un proceso simbólico que tiene como base una iconicidad vaga: tanto el clima del cinco de enero como el clima de mayo son evolución del clima en el tiempo. Detengámonos ahora sobre estas gráficas35. Reconocemos cada una de las gráficas presentadas arriba como un ejemplo del signo complejo que significa ‘no fumar’ o ‘prohibido fumar’. La manifestación del signo la llamamos expresión y el significado lo llamamos contenido. Un signo es motivado cuando existe un nexo intrínseco o natural entre la expresión y el contenido. Estos son los iconos y los índices peirceanos. En este caso concreto, por su forma, hay una parte de estos signos que es un icono de un cigarrillo encendido. Hay otra, un círculo, que parece constituir un índice, indicar hacia la situación representada por el cigarrillo encendido, enfocar sobre ella. Y asociada con este índice hay otra, que es una forma relativamente inmotivada (pero regular) de expresar prohibición: una barra —por lo general roja— que se superpone sobre una gráfica icónica. Esta parte de estos signos sería icónica, sí, en la medida en que la barra inclinada se sitúa sobre lo iconizado (se le impone y lo “rompe”), dando a entender con ello que sobre el acto de fumar hay algo (i. e., una prohibición). Lo que no es motivado es que sea una franja de color lo que se superpone, y ese aspecto es simbólico, impuesto, imputado. 35 Tomadas del servicio de gráficas en línea de Microsoft. 118 Pero, incluso allí, el color, por lo común rojo, de la barra, podría ser icónico, en la medida en que lo rojo llama, por su naturaleza, la atención sobre la percepción visual de los seres humanos (y esto no por convención, ni por arbitrio, de cultura alguna). Ahora volvamos sobre las gráficas en su conjunto. Se trata de gráficas diferentes en varios sentidos. Pero se sabe que ambas expresan el mismo contenido. Desde este punto de vista se dice que son dos muestras o eventos (tokens, sinsignos) de un mismo tipo (type, legisigno). En sistemas de comunicación, la distancia entre muestra y tipo es relativamente análoga a la distancia entre los que se han llamado distintos mensajes (incluso mensajes “con el mismo contenido”) y el código: cada mensaje es un ocasión en que se usa el código36. Un gráfico de barras, visto en conjunto, también puede ser un icono, como lo son algunas expresiones algebraicas, o la curva de un oscilograma en la representación del movimiento armónico. Por ejemplo, miremos un gráfico de barras que, supongamos, representa, para un cierto año, la producción total de oro de cada uno en un grupo de países37. En este gráfico, de alguna manera, el oro se representa de manera icónica mediante dibujos de barras, o lingotes, de oro38, que es una de las formas en que típicamente lo 36 En el caso de una lengua, parece apropiado detenerse a pensar si se la puede considerar un tipo y, en caso de ser esto razonable, qué o cuáles serían sus muestras: ¿acaso los dialectos serían muestras de las lenguas? 37 Diagrama elaborado con base en un archivo de gráfico de la compañía Apple. 38 Note que este tipo de diagramas se llama diagrama de barras no porque se usen para él dibujos de barras de oro, sino porque la representación de cantidades se lleva a cabo mediante barras, o columnas, indicadoras de cantidad. 119 conocemos —si es que lo conocemos. Se trata de un icono, porque el sistema de representación es motivado, al menos en cierta forma y medida. En cuanto a cantidad, por otra parte, cada dibujo de un lingote de oro representa de manera inmotivada la cantidad de 10 mil toneladas de oro; pero una vez esta forma de representar se adopta como convención para significar cantidad, entonces cada pila (o barra) de lingotes del diagrama es un icono de una cantidad. La pila de barras correspondiente a la producción de oro de Estados Avaros para el año 2050 representa la producción total de oro de ese país en ese año. Es imperioso aceptar que el mecanismo de base es una forma inmotivada de representar: con una pila de lingotes como representación del total de la producción. Pero cuando comparamos las diferencias geométricas entre la pila de Estados Avaros, la de Tacañania y la de Botaratombia, entonces esas diferencias geométricas son del todo icónicas de las diferencias económicas en los totales de oro producidos por estos países. A su vez, los diagramas de barras (o columnas), son una forma general, que los economistas aceptan de manera regular para representar situaciones económicas, y eso los convierte en símbolos. Nótese que nuestra capacidad de clasificar un objeto como símbolo, icono o índice depende, en mucho, de la perspectiva desde la cual abordamos ese objeto y que, por lo general, se requiere de un ejercicio mental esforzado para precisar en qué sentido una representación constituye un icono, un índice o un símbolo. 5. SEMIÓTICA, LINGÜÍSTICA, LENGUAJE, LENGUAS Y HABLA Tal como puede constatarse ya en sus trabajos de fines de la década de 1860, desde joven, Peirce asumió con gran dedicación el estudio de una díada de conceptos sobre el aspecto de la cantidad en la significación de los signos —denotación y connotación; o, en sus términos, amplitud, breadth (o extensión) y profundidad, depth (o comprehensión). Los veía ejemplificados en el prototipo de signo que es la oración copulativa, e. g., Todo perro es un mamífero carnívoro. El sujeto ofrece la ocasión para referir a un objeto, una clase de entes (los perros), esto es, la ocasión para la denotación. El predicado ofrece la ocasión para referir a “the common characters of [such] objects”39, esto es, la ocasión 39 [CP 1.559]: “las propiedades comunes de [tales] objetos”, en “On a New List of Categories”, “Sobre una 120 para la connotación. Una de las grandes contribuciones de Peirce en este campo puede verse como proveniente de la lúcida intuición de que es la oración, en su naturaleza de coordinación de sujeto y predicado, lo que permite proponer la presencia de un tercer concepto, y por lo tanto, el reemplazo de la díada denotación/connotación por una tríada: denotación/connotación/información. Como resulta diáfano de la exposición de De Tienne40, es imprescindible reconocer que esa coordinación entre sujeto y predicado es del orden de una multiplicación: denotación × connotación = información41. Tal multiplicación, si no se la contempla desde una perspectiva degenerada —es decir, como si fuera una simple adición— crea una nueva dimensión en relación con la cantidad en la significación, pues genera un área, un objeto bidimensional (a diferencia de sus factores, que pueden verse como magnitudes simplemente lineales). La semántica lingüística parece aguardar a quien emprenda un intento por explotar las consecuencias de esta otra tríada peirceana y las varias perspectivas antes las que nos pone: en cualquier caso en que haya información, por ejemplo, ni la denotación ni la connotación pueden estar del todo ausentes, porque x × 0 = 0. Contra lo que se oye repetir en resúmenes del Curso de lingüística general, la arbitrariedad —o mejor, como hemos dicho arriba, la relativa falta de motivación— a pesar de estar siempre presente en ellos, no es ni la propiedad más importante ni la predominante en los sistemas de signos de las lenguas y el lenguaje. En las lenguas, en el llamado lenguaje natural de los seres humanos, lo que en principio puede verse como falta de motivación de los signos también se reduce enormemente42 cuando uno observa cada signo y sus partes dentro de la totalidad del sistema que es la lengua y, entonces, nueva lista de categorías”, en: Proceedings of the American Academy of Arts and Sciences 7 (1868), pp. 287–98. El material entre corchetes es adaptación mía. 40 Ver [De Tienne 2006]. 41 Aquí debe hacerse justicia a Saussure, quien en el parágrafo 1 (Las solidaridades sintagmáticas) del capítulo VI (Mecanismo de la lengua), de la segunda parte del Curso señala, también, que las operaciones morfológicas no pueden verse como meras adiciones de afijos a raíces, sino que tales formaciones de palabras originan productos. 42 Cfr. atrás, sección 3. 121 puede relacionarlos unos con otros43. No solo se reduce enormemente la falta de motivación; también se logra una cierta noción de qué tan imbricado, complejo y poderoso puede ser un sistema de signos. Parte de las cosas a las que aquí hacemos referencia se ha explorado de manera lúcida en un artículo de Roman Jakobson titulado En busca de la esencia en el lenguaje. En ese artículo se enfatiza, por ejemplo, que no existen lenguas en las que los plurales, o los superlativos, se formen restándoles, de manera sistemática, material sonoro a las raíces, y esto responde a una interesante forma de motivación44. Es decir, si el concepto matemático de pluralidad “añade”, las formas lingüísticas que expresan esa pluralidad también añaden (sonidos, en este caso). Así pues, el proceso de la formación de los plurales de las lenguas es un proceso en general icónico con respecto a lo que tales plurales representan. El que una lengua use con regularidad medios icónicos para expresar ideas convierte a la lengua y su gramática, en conjunto, en un sistema simbólico, regular, reglamentado (vuélvase atrás sobre la definición de símbolo), pero además motivado en gran medida. Nótese que en el uso y el dominio de la lengua y su gramática (esto es, sus estructuras y sus funciones), hay procesos simbólicos: cada vez que el hablante de una lengua cualquiera encuentra, identifica y analiza una forma plural de su lengua, puede reconocer que se encuentra ante un índice de que ha ocurrido uno de esos procesos de formación de palabras por los que se constituye la forma plural. Este «encontrarse frente a tal índice» puede ocurrir sólo gracias a que el hablante ya sabe que el proceso de formación de plurales es obediente a reglas en su lengua, y reglas que se fundan sobre procesos icónicos. El hablante puede interpretar una forma plural gracias a que ha simbolizado los procesos gramaticales de su lengua. Todo hablante de una lengua sabe que hay un fuerte componente de regularidad en el comportamiento de ella. A partir de este punto intentaré señalar aspectos en que la semiótica de Peirce podría ser de utilidad en la tarea de superar a) limitaciones a las que la teoría y la práctica de la lingüística se han visto sometidas como consecuencia de preservar, de manera acrítica, una tradición conceptual muy poco cuestionada; b) problemas o aporías en que la 43 Y esto es algo que de Saussure sí señaló con toda claridad. En algunas lenguas ágrafas, que se han entrado a estudiar sólo recientemente, se han encontrado formas que parecen contradecir a Jakobson. Sin embargo, con frecuencia se termina estableciendo que no se trata de plurales, sino de colectivos: arboleda no es el plural de árbol. 44 122 lingüística ha caído a causa de la reciente militancia de gran cantidad de lingüistas en conceptos refractarios de inspiración generativista o chomskyana. Más importante, sin embargo, trataré de esbozar un programa de estudio e investigación que se plantea e inaugura como consecuencia práctica inmediata de abordar una perspectiva peirceana de problemáticas como la de la prosodia de una lengua. Es un propósito, que dejo para el futuro, emprender una aproximación sistemática de un caso de tal tipo de problemáticas, a saber, del sistema de acento de la lengua española. Debo reiterar: la visión que puede derivarse de abordar los problemas lingüísticos desde la perspectiva sistemática que ofrece la semiótica de Peirce es, en grado sumo, poderosa. Tanto, que aquí se presta para plantear una pregunta de fundamento ante la noción (saussureana pero acogida por casi todas las escuelas de la lingüística) de que las lenguas son, de cierto modo, óptimas (y el lenguaje más puro) entre más plenamente constituído por signos inmotivados sea su léxico45. Esa idea sobre la razón de la excelencia de las lenguas óptimas reduciría la esencia de lenguas y lenguaje a la de sistemas de símbolos de gran vaguedad46. En cambio, como el propio Peirce ha señalado, su semiótica concibe que The meanings of words ordinarily depend upon our tendencies to weld together qualities and our aptitudes to see resemblances, or, to use the received phrase, upon associations by similarity; while experience is bound together, and only recognisable, by forces acting upon us, or, to use an even worse chosen technical term, by means of associations by contiguity. Two men meet on a country road. One says to the other, "that house is on fire." "What house?" "Why, the house about a mile to my right." Let this speech be taken down and shown to anybody in the neighboring village, and it will appear that the language by itself does not fix the house. But the person addressed sees where the speaker is standing, recognises his right hand side (a word having a most singular mode of signification) estimates a mile (a length having no geometrical properties different from other lengths), and looking there, sees a house. It is not the language alone, with its mere associations of similarity, but the language taken in connection with the auditor's own experiential associations of contiguity, which determines for him what house is meant. It is requisite then, in order to show what we are talking or writing about, to put the hearer's or reader's mind into real, active connection with the concatenation of experience or of fiction with 45 Cfr IX, en la Introduction al Cours. En primer lugar, habría que preguntar sobre la base de qué autoridad o criterio se permite la lingüística lanzar un juicio de valor como ese, si ya en el segundo párrafo de la introducción (Ojeada sobre la historia de la lingüística) del Curso se promete que —a diferencia de la “vieja gramática”— la nueva lingüística evitará ser una “ciencia normativa”. 46 Los símbolos no pueden ser menos que vagos. ¿Por qué? Por que son signos que se encuentran abiertos hacia el futuro. Es decir, el hablante que en 1850 usa la palabra mesa, está muy lejos de sospechar que ese signo seguirá sirviendo incluso para referir a objetos de polivinilo, como hoy ocurre. 123 which we are dealing, and, further, to draw his attention to, and identify, a certain number of particular points in such concatenation.47 Si las lenguas estuvieran hechas solo de puros símbolos, los seres humanos no podríamos usarlas en situaciones reales, particulares, y el lenguaje no podría servir para ninguna comunicación y mucho menos para lograr acuerdos entre sujetos. Estas funciones potenciales del lenguaje exigen que toda lengua incluya “la función sígnica… de los iconos y los índices”; las frases con que me refiero a las cosas del mundo aquí y ahora (frases como Esa mesa que tienes detrás), en las oraciones de mi lengua, tienen que funcionar como índices. Algunos de estos índices “atan en cierto modo el lenguaje —en su uso dependiente de la situación— a la realidad… de los hechos individuales con los que nos encontramos” aquí y ahora. Es el mismo proceso por el cual podemos hablar de «yo», de «tú», y del mundo en que estamos. Pero nótese que al atar «lo que hablamos a la realidad» lo que sucede es que se reduce de manera radical el grado de ausencia de motivación del proceso semiótico del uso de la lengua, pues se lo motiva en el mundo. “De esta última función [la de relacionar el lenguaje con lo presente aquí y ahora] se hacen cargo los llamados pronomina (de modo inmediato los pronombres demostrativos*, de modo mediato los pronombres de relativo** y los cuantificadores lógicos***, a los que 47 [CP 3.419]: “Por lo común, los significados de las palabras dependen de nuestras tendencias a fusionar cualidades y nuestras aptitudes para ver parecidos, o, para usar la frase de recibo, de asociaciones por semejanza; mientras que la experiencia está estrechamente entretejida, y solo es reconocible, mediante fuerzas que actúan sobre nosotros, o, para usar un término técnico escogido de manera aún menos sabia, por medio de asociaciones por contigüidad. Dos hombres se encuentran en una vereda rural. Uno le dice al otro, “esa casa está ardiendo”. “¿Qué casa?” “Pues la casa que queda por ahí a una milla a mi derecha”. Tómese este discurso y muéstresele a cualquier persona del pueblo vecino, y quedará evidente que la lengua por sí misma no fija la casa. Pero el colocutor ve dónde está parado el locutor, reconoce el lado de su mano derecha (una palabra que tiene un modo de significación singularísimo) calcula una milla (una longitud que no tiene ninguna propiedad geométrica distinta de las de otras longitudes) y, mirando hacia allá, ve una casa. No es la sola lengua, con sus meras asociaciones de semejanza, sino la lengua tomada en conexión con las propias asociaciones experienciales de contigüidad del colocutor, lo que determina para él de qué casa se habla. Para mostrar de qué hablamos o escribimos, entonces, es requisito poner la mente del oyente o del lector en conexión real, activa, con la concatenación de experiencia, o de ficción, que nos ocupa y, más aún, llamar su atención hacia, e identificar, un cierto número de puntos particulares en tal concatenación.” De The Open Court 6 (1892), pp. 3391-3394. Aunque formulaciones posteriores de la semiótica podrían implicar alguna revisión, considero que ese pasaje representa de manera satisfactoria ideas que Peirce sostuvo, y se mantuvo refinando, durante casi toda su vida. Nótese, sin embargo, la paradoja estilística que constituye hablar aquí de “la lengua por sí misma”, que sesga un tanto este pasaje hacia la tendencia saussureana a otorgar preeminencia a los símbolos dentro de la “lengua misma”, y a una cierta estaticidad en la lengua que, más que real, es impuesta por una determinada perspectiva de lo lingüístico, a saber, la perspectiva sincrónica. * Ese, esa, este, aquella, etc. ** Como que en El hombre que me presentaste es inventor frustrado. 124 Peirce llamaba «pronombres selectivos»), las expresiones adverbiales**** y preposicionales de orientación en el espacio y el tiempo, los nombres propios (de manera mediata, como inmediata) e incluso (de manera mediato) los nombres colectivos que funcionan como sujeto”48. Los índices que negociamos con nuestros interlocutores son en gran medida los posibilitadores del “discurso y su comprensión, [que] se organizan alrededor de las anclas flotantes de los indexicales: únicos puntos fijos en un mar de vaguedades…; tal discurso y su comprensión [por tanto, resultan] reconstruíbles [solo] mediante el modelo concreto”49 que locutor y colocutor pueden armar, en gran medida gracias a los índices a que acuden. Esta posibilidad y, claro, necesidad de atar (mediante índices) el uso del lenguaje — i. e., los actos de habla que se informan con muestras de construcciones propias de cada lengua— al mundo compartido por los hablantes de cada lengua, son ocasión de conciencia de sí misma para la lingüística: la sitúan ante la tarea de reflexionar sobre su necesidad de delimitar su objeto de estudio y precisar su figura, prefigurarlo. Toda ciencia empírica (y la lingüística tiene que ser una de ellas) requiere cumplir tal tarea, pues ninguna ciencia puede ocuparse con el estudio del mundo entero, por una parte; y solo proporcionándose una idea, siquiera transitoria, de la figura de tal objeto de estudio puede una ciencia orientarse sobre cómo proceder con respecto a su propósito de abordar ese objeto, por la otra. Estas tareas son, a su vez, fuentes de criterios ante las posturas de distintas propuestas teóricas. En el caso concreto de la lingüística, conducen a preguntas de importancia no pequeña: ¿hasta dónde es conveniente y útil fundir en uno y el mismo “objeto” al hablante y al oyente, como ocurre con la decisión “empírica” fundamental de la lingüística chomskyana? Si dar cuenta del conocimiento y los procesos que constituyen al locutor, por una parte, y los que constituyen al colocutor, por la otra, son una y la misma tarea, ¿se necesita, siquiera, el estudio de aquellos índices lingüísticos que atan el acto de habla a su entorno? ¿Qué tan adecuado puede ser el conocimiento del lenguaje, las lenguas y los textos que nos pueda brindar una lingüística que ha decidido prescindir de todo examen del carácter particular de las muestras que se intercambian en un acto de *** Son cuantificadores lógicos términos como algún, todo, ningún, por lo menos un, etc. Como ahora, mañana, allá, etc. 48 En este párrafo, el material entre comillas es tomado de [Apel 1997, p. 185]; el material entre corchetes y las llamadas con asteriscos son del autor de la presente nota. 49 [Wanner 2009]. **** 125 habla, es decir, de todo detalle relativo al habla, a la actuación (performance)50? ¿Consiste la tarea de la lingüística en solo dar cuenta de la infinitud discreta que constituyen las oraciones de cada lengua? ¿No es acaso una tarea más urgente (y completa) la de buscar explicaciones para las formas y vías por las que el lenguaje, la lengua y sus textos nos facilitan pasar de la infinitud continua de la experiencia a la infinitud discreta de la conciencia y, de esta última, volver a la continuidad en que procede la acción? Más aún, ¿es acaso apropiado, para cualquier ciencia, partir del supuesto de que, en relación con su objeto de estudio, existen misterios que nunca serán develables? Todas estas son preguntas pertinentes que una semiótica peirceana puede y debe plantear y de hecho plantea, ante el estado del arte en lingüística. En cuanto a la última pregunta, conviene citar el prólogo del último libro de Chomsky dedicado a cuestiones lingüísticas: As Chomsky puts it, the intellectual world is divided into “problems” and “mysteries”. The former may (or may not) succumb to our theorising; the latter never will. Our Science Forming Faculty may enable us to get some theoretical understanding of vision, language, genetics and so on. It doesn’t follow that all domains will be so amenable, and some issues —like that of free will or the correct characterisation of consciousness— may lie beyond our intellectual abilities and remain mysteries, just as prime numbers are presumably a mystery for the rat51. Como da a entender este pasaje, para algunos lingüistas estas parecen preguntas ya respondidas para siempre. La simple admisión de la existencia de preguntas clausuradas, y la muy consecuente postulación de la existencia de problemas absolutamente intratables (entiéndase «misterios»), es ya un indicio de una actitud a la que Peirce no estaría dispuesto a ofrecerle bienvenida alguna. Es lo que se desprende de su posición ante lo 50 Tal decisión simplemente perpetúa una que se ve tomada ya a alturas del Curso de lingüística general. Tal como lo formula Chomsky, el mundo intelectual se divide en “problemas” y “misterios”. Los primeros pueden (o pueden no) ceder ante nuestra actividad de elaborar teorías; los segundos nunca cederán. Nuestra Facultad para Formar Ciencia puede habilitarnos para obtener alguna comprensión teórica de la visión, el lenguaje, la genética y así sucesivamente. De ello no se sigue que todos los dominios sean tan dóciles, y algunos problemas —como el del libre albedrío o el de la correcta caracterización de la conciencia— puede que queden allende nuestras capacidades intelectuales y sigan siendo misterios, tal como los números primos es muy probable que sean un misterio para la rata; pasaje de Neil Smith, en el prólogo de [Chomsky 2001]. Le pregunto a mi lector: ¿no le resulta muestra de un obscuro ejercicio de psicoanálisis de la mente de los roedores? 51 126 que él mismo denominó falibilismo, la tendencia a admitir que nuestras concepciones (científicas o no), son por naturaleza falibles, mejorables, esto es, no impecables sino, por el contrario, dignas de cada vez mejor elucidación: But doubtless many of you will say, as many most intelligent people have said, Oh, we grant your fallibilism to the extent you insist upon it. It is nothing new. Franklin said a century ago that nothing was certain. We will grant it would be foolish to bet ten years' expenditure of the United States Government against one cent upon any fact whatever. But practically speaking many things are substantially certain. So, after all, of what importance is your fallibilism? We come then to this question: of what importance is it? Let us see. How can such a little thing be of importance, you will ask? I answer: after all there is a difference between something and nothing. If a metaphysical theory has come into general vogue, which can rest on nothing in the world but the assumption that absolute exactitude and certitude are to be attained, and if that metaphysics leaves us unprovided with pigeonholes in which to file important facts so that they have to be thrown in the fire —or to resume our previous figure if that metaphysical theory seriously blocks the road of inquiry— then it is comprehensible that the little difference between a degree of evidence extremely high and absolute certainty should after all be of great importance as removing a mote from our eye52. El falibilismo, claro, se caracteriza por haber reñido de una vez por todas con cualquier posible cepa de dogmatismo. Una postura dogmática —por la cual se considera, de antemano (o a priori), que todo lo relativo al habla es de poca o ninguna importancia en relación con el lenguaje y las lenguas— es lo que, sostengo, se encuentra en la perspectiva que sirve de base al debatido argumento sobre la pobreza del estímulo, APE53. 52 [CP 1.152-3]: “Pero es seguro que muchos de ustedes dirán, como han dicho muchas de las personas más inteligentes, Ah, admitimos la veracidad de tu falibilismo en la medida en que insistas en él. No tiene nada de nuevo. Franklin dijo hace un siglo que no había nada cierto. Hemos de admitir que, en relación con cualquier hecho, sería insensato apostar el monto de diez años del gasto público de los Estados Unidos contra un centavo. Pero hablando desde el punto de vista de lo práctico, muchas cosas son ciertas en lo substancial. De manera que, después de todo, cuál es la importancia de tu falibilismo? Llegamos, entonces, a esta pregunta: ¿cuál es su importancia? Veamos. ¿Cómo puede una cosa tan nimia ser de importancia?, preguntarán ustedes. Respondo: después de todo hay una diferencia entre algo y nada. Si ha entrado en boga una teoría metafísica que no puede basarse en nada del mundo sino en el supuesto de que lo que se ha de lograr son la exactitud y la certeza absolutas, y si esa metafísica nos deja desprovistos de casillas en las cuales alojar y ordenar hechos de importancia, de manera que nos vemos obligados a echarlos a la hoguera —o, para retomar la figura que usamos antes, si esa teoría metafísica bloquea en forma grave el camino de la investigación— entonces es comprensible que la pequeña diferencia entre un grado de evidencia en extremo alto y la certeza absoluta sea, al fin de cuentas, de gran importancia, como lo sería el sacarnos una paja del ojo.” 53 Este argumento ha formado parte de la justificación con que se ha querido apuntalar la noción del lenguaje (o de la capacidad para adquirir la lengua materna) como una facultad innata del ser humano (cfr. [Chomsky 1980, p. 34]). Se ha sostenido que las muestras lingüísticas a que se ve expuesto el niño constituyen un estímulo muy pobre, que no permite explicar cómo logra ese niño, en unos pocos años, dominar la infinitud de su lengua materna e incluso llegar a corregir las proferencias de sus interlocutores. Frente al innatismo chomskyano, destacan las líneas de pensamiento (independientemente desarrolladas) de 127 Vía ciertos índices lingüísticos, que nos permiten a hablantes (o aprendices) una relación con el aquí y el ahora —el hic et nunc— de nuestros actos de habla (o balbuceos), tales actos se ven ligados de manera directa con el mundo, y entre ellos y el mundo se establece una continuidad —esto es, se erradica toda solución de continuidad en la relación lenguaje/lengua/habla/texto/mundo. Cabe, entonces, preguntar a qué consideran, los defensores del APE, estímulo en tal tipo de situaciones; y si en un complejo sensorial como el que puede constituirse mediante una proferencia (considerada como «estímulo») y un estado de cosas dado y perceptible que se asocia con tal proferencia, hay alguna manera de determinar y evaluar, con alguna precisión, a qué se denomina pobreza del estímulo. Los mencionados índices interactúan con el entorno para enriquecer la información del «estímulo» en formas que la lingüística chomskyana siempre ha eludido abordar54. Todo lo anterior resulta mucho más preocupante si se tiene en cuenta la preponderancia en lingüística de una postura ideológica y metodológica por la que, durante casi medio siglo, se han descuidado de manera franca y sistemática los problemas las prematuramente desaparecidas Elizabeth Bates y Esther Thelen. Estas son investigadoras cuyas concepciones resultan del todo congruentes con una perspectiva “de selección natural” ante el desarrollo de los procesos cognitivos y de acción en el ser humano, incluídos los procesos de aprendizaje de la lengua materna; las concepciones de Thelen y Bates parecen anticipadas en el siguiente párrafo de Peirce [CP 6.145]: “Now the mind acts in a way similar to this, every time we acquire a power of coördinating reactions in a peculiar way, as in performing any act requiring skill. Thus, most persons have a difficulty in moving the two hands simultaneously and in opposite directions through two parallel circles nearly in the medial plane of the body. To learn to do this, it is necessary to attend, first, to the different actions in different parts of the motion, when suddenly a general conception of the action springs up and it becomes perfectly easy. We think the motion we are trying to do involves this action, and this, and this. Then the general idea comes which unites all those actions, and thereupon the desire to perform the motion calls up the general idea. The same mental process is many times employed whenever we are learning to speak a language or are acquiring any sort of skill.” “Ahora, la mente actúa en forma semejante a esta cada vez que adquirimos un poder de coordinar reacciones de manera peculiar, como cuando llevamos a cabo cualquier acto que exige habilidad. Así, la mayoría de las personas tienen dificultad para mover las dos manos en forma simultánea y en direcciones opuestas por entre dos círculos paralelos en el plano medio del cuerpo. Para aprender a hacer esto, es necesario atender, en primer lugar, a las diferentes acciones en diferentes partes del movimiento, hasta cuando de manera súbita surge una concepción general de la acción y entonces se hace perfectamente fácil. Pensamos que el movimiento que estamos proponiéndonos involucra esta acción, y esta otra, y esta otra. Luego viene la idea general que une todas estas aciones, y a partir de ello el deseo de llevar a cabo el movimiento evoca la idea general. El mismo proceso mental se emplea muchas veces cuandoquiera que estamos aprendiendo a hablar una lengua o que estamos adquiriendo cualquier tipo de habilidad.” Pasaje de un artículo publicado en The Monist II, pp. 533-559. Lo súbito a que se hace referencia en este pasaje corresponde al tipo de “emergencia” que ocurre en la aparición de poblaciones en el curso de la selección natural. 54 Y ello a pesar de invitaciones muy desafiantes que se le han planteado desde textos como [Jakobson 1965] y [Anttila 1977]. 128 asociados con el origen de los datos que se admiten como dignos de análisis y la recolección y el examen de grandes corpora de información lingüística. Claro, una proferencia aislada, o una serie de ellas, podría considerarse un estímulo en realidad pobre; pero las proferencias aisladas son objetos de laboratorio y no entes de la realidad55. Respecto de tal noción de “pobreza del estímulo”, cabe preguntarnos si no ha sido una perspectiva contemplacionista —una que considera al mundo como situado en un polo y a los seres humanos y su capacidad cognitiva y lingüística en el otro, como ocurre con el pensamiento cartesiano en general56— lo que ha conducido a otorgarle tanta importancia. Pues dentro de un tal marco teórico la adquisición del lenguaje se plantea como una ardua, si no imposible, tarea de descubrir estructura en la “lengua materna” sobre la base de muy pocos datos. No obstante, lo más grave en relación con la posición epistémica que estamos examinando es la forma como con ella se les deniega a determinados hechos o datos el acceso a un lugar de peso en el espacio de la investigación lingüística. Como nos recuerda Peirce, todo dato aparece en el marco de una teoría y hay teorías que por su sesgo impiden la emergencia de datos cuya importancia es innegable. En este punto conviene atender a una cita de Chomsky invocada críticamente por John Joseph en el curso de una discusión sobre la epistemología de la lingüística en el marco de la décima Conferencia Internacional sobre la Historia de las Ciencias del Lenguaje (ICHOLS): [I]dealization is a very misleading term, because it really means a move towards reality. When you talk about idealization or abstraction, it is an effort to find the reality. When you roll a ball down a frictionless plane, that is called an idealization, but what you are really doing is finding the real principle by which things attract one another. It is the phenomena that are a nuisance: they are unreal in a way, because they are too complicated. Reality hides behind the phenomena, as it were, so you have to get rid of a lot of the phenomena to find it57. 55 Es a una comprensión de esta problemática, y a una solución ante el callejón sin salida en que nos deja, a lo que nos invita [Wasow & Arnold 2005], en relación con la sintaxis. 56 No se debe olvidar que Chomsky se ha declarado, en reiteradas oportunidades, cartesiano. 57 “[El de]idealización es un término muy desorientador, porque lo que realmente significa es una movida hacia la realidad. Cuando se habla de idealización o de abstracción es un esfuerzo por encontrar la realidad. Cuando se hace rodar una esfera por sobre un plano sin fricción, eso se llama una idealización, pero lo que en realidad se está haciendo es hallar el principio por el que las cosas se atraen unas a otras. Son los fenómenos los que resultan una molestia: en cierta forma son irreales, porque son demasiado complejos. La realidad se esconde tras los fenómenos, por así decir, de modo que es preciso deshacerse de una cantidad de fenómenos para encontrarla.” Como el original se publica en portugués, aquí se lo incluye. “É, mas "idealização" é um termo que pode provocar alguns mal-entendidos, porque seu verdadeiro significado é: 129 Podríamos preguntarnos, por ejemplo, si la escasa atención que se ha dedicado al sentido y el papel general de los sistemas acentuales de las lenguas (por oposición a la febril actividad de investigación reciente con que se consideran “sus” algoritmos de acentuación —stress assignment) no corresponde a una incapacidad, motivada en un supuesto ideológico que fundamenta la teoría, para ver en las señales sonoras del habla de una lengua toda la estructura que en realidad yace depositada allí. Una pregunta como esta es lo que parece desprenderse de las propuestas teóricas de Garde. Pongamos, por ejemplo, lo que Garde podría ver en las señales de habla del español y considerémoslo en relación con la mente de un niño que se encuentra en proceso de adquirir la lengua. Representaremos la naturaleza continua e ininterrumpida de la señal de habla mediante una secuencia de letras en la que las sílabas acentuadas van resaltadas en letra negrilla y otros índices de acento (en el sentido de Garde) van en cursiva. Separaremos las sílabas mediante un punto. (1) ¿Pa.ra.cuán.do.væs.tar.lis.tuel.tra.ba.jo.que.me.pro.me.tis.te? En primer lugar, podemos identificar 5 sílabas caracterizadas por una prominencia sonora, que corresponden a las sílabas fonéticamente acentuadas de esa muestra: cuan, tar, lis, ba y tis. En cierto modo podemos ver cada una de estas sílabas como el “centro sonoro” de cada una de las cinco palabras fonológicas de la muestra: a) Pa.ra.cuán.do, b) .vaaes.tar, c) .lis.to d) el.tra.ba.jo. e) que.me.pro.me.tis.te. Vemos que por cada palabra fonológica hay un y solo un acento primario. Que las palabras (aislables) del español terminan, en su mayoría aplastante, en a, e, o, n o s, es una generalización que muy pronto el niño tiene oportunidad de consolidar en su mente, en aras del dominio del habla de la lengua —una facultad por entre la cual ve a sus adultos cercanos navegar con toda naturalidad. Otra es que cuando una palabra termina así, lo natural es que lleve la se mover em direção à realidade. Quando você fala em idealização ou abstração, é um esforço para encontrar a realidade. Quando fazemos uma esfera deslizar por um plano sem atrito, isso se chama idealização, mas o que estamos realmente fazendo é buscando o princípio real pelo qual as coisas atraem umas às outras. Os fenômenos é que são inconvenientes: de certo modo eles não são reais, porque são complicados demais. É como se a realidade se escondesse por trás dos fenômenos; é necessário se livrar de grande parte dos fenômenos para encontrá-la.” Chomsky en [Dillinger & Palácio 1997, p. 184]. Tomado de [Joseph 2005]. 130 prominencia acentual en la penúltima sílaba, de lo contrario lo natural es que la lleve en la última. ¿Cómo aprender, entonces, a seccionar allí? En principio, por el número de acentos primarios: cinco acentos, cinco palabras. Pero, ¿dónde comienzan y dónde terminan estas? En cuanto a dónde comienza, la primera no exige esfuerzo; comienza en Pa; y debe terminar en .cuán. o alguna sílaba posterior; .do. es un buen candidato. Más problemática es la decisión para la siguiente, pero la contigüidad de dos sílabas acentuadas hace, en cambio, obvia la decisión: tiene que ser en .tar., y esa palabra va acentuada como es natural para las que terminan como ella. Las resilabificaciones .væs. y .tuel. son objetos que se aprenden a manejar con el tiempo, vía la recuperación de una a y una o finales, que entonces se convierten en candidatos de frontera entre palabras. Mi hipótesis apunta a que es sobre la base de unas racionalizaciones inconcientes de este tenor como el niño desarrolla una noción intuitiva, no enseñada ni en sentido académico ni en sentido formal, de lo que es una palabra en su lengua. Una aplicación simplista de tales generalizaciones también lo lleva a proponerse en forma transitoria formas equívocas como (2) un amoto(cicleta), el amoto. El argumento de la pobreza del estímulo parece implicar el olvido de la simetría de las dos funciones que postulaba para el sistema de sonidos de una lengua el célebre Nikolaï S. Trubetzkoi. Según este, una de las funciones del sistema de sonidos de una lengua es la distintiva, la de distinguir entre palabras, esto es, hacer distinta la forma sonora de palabras con significado distinto. Es el caso de la función que cumplen los sonidos que se representan con las letras b y p en español: bata, pero pata. Otra función, una que con frecuencia se deja de lado —y cuyo estudio el mismo Trubetzkoi relega a un breve tratamiento al final de su conocida obra “Principios de fonología”—, es la función delimitativa58. Esta es la capacidad de indicar fronteras que separan unidades que van juntas dentro de la cadena que es la señal de habla y, mediante tal indicación, (re)constituir las unidades mismas. Lo delimitado son, sin embargo, réplicas de símbolos, 58 Este descuido es general, excepto por lo que hace a la escuela lingüística británica, i.e., Firth y asociados, e incluso podríamos aseverar sin temor a cometer exageraciones que tal descuido se ha acentuado durante el período de predominio de la lingüística generativa y que ha terminado otorgando una importancia exagerada a los rasgos distintivos por contraposición, por ejemplo, a los rasgos suprasegmentales, dando con ello un paso que ha bloqueado, ya por largo tiempo, el camino de la investigación. 131 y lo que aporta el sistema de acento —que cumple una función delimitativa principal— es una serie de índices que señalan hacia esa naturaleza sígnica de las réplicas de palabras. Así, en la función delimitativa tiene el lenguaje la ocasión fundamental de señalar, no hacia el mundo ni hacia los interlocutores sino hacia su propia estructura. Resulta útil escuchar aquí la voz del propio Peirce: A symbol is a representamen whose special significance or fitness to represent just what it does represent lies in nothing but the very fact of there being a habit, disposition, or other effective general rule that it will be so interpreted. Take, for example, the word "man." These three letters are not in the least like a man; nor is the sound with which they are associated. Neither is the word existentially connected with any man as an index. It cannot be so, since the word is not an existence at all. The word does not consist of three films of ink. If the word "man" occurs hundreds of times in a book of which myriads of copies are printed, all those millions of triplets of patches of ink are embodiments of one and the same word. I call each of those embodiments a replica of the symbol. This shows that the word is not a thing. What is its nature? It consists in the really working general rule that three such patches seen by a person who knows English will effect his conduct and thoughts according to a rule. Thus the mode of being of the symbol is different from that of the icon and from that of the index. An icon has such being as belongs to past experience. It exists only as an image in the mind. An index has the being of present experience. The being of a symbol consists in the real fact that something surely will be experienced if certain conditions be satisfied. Namely, it will influence the thought and conduct of its interpreter. Every word is a symbol. Every sentence is a symbol. Every book is a symbol. Every representamen depending upon conventions is a symbol. Just as a photograph is an index having an icon incorporated into it, that is, excited in the mind by its force, so a symbol may have an icon or an index incorporated into it, that is, the active law that it is may require its interpretation to involve the calling up of an image, or a composite photograph of many images of past experiences, as ordinary common nouns and verbs do; or it may require its interpretation to refer to the actual surrounding circumstances of the occasion of its embodiment, like such words as that, this, I, you, which, here, now, yonder, etc. Or it may be pure symbol, neither iconic nor indicative, like the words and, or, of, etc.59 59 [CP 4.447]: “Un símbolo es un representamen cuya significación especial o capacidad para representar lo que representa no descansa en nada distinto del hecho mismo de que existe un hábito, una disposición u otra regla general, que conduce a que de hecho sea interpretado así. Tómese, por ejemplo, la palabra “hombre”. Estas seis letras no se parecen en lo más mínimo a un hombre; tampoco el sonido con el que están asociadas. Tampoco está la palabra conectada existencialmente con ningún hombre en particular, como sucedería con un índice. No podría ser, pues la palabra no es, en ningún sentido, una existencia. La palabra no consiste en seis películas de tinta. Si la palabra “hombre” ocurre cientos de veces en un libro del cual se han impreso miríadas de copias, todos esos millones de séxtuplas de parches de tinta son corporeizaciones de una y la misma palabra. A cada una de esas corporeizaciones la llamo una réplica del símbolo. Esto muestra que la palabra no es una cosa. ¿Cuál es su naturaleza? Consiste en la regla general realmente vigente por la que seis de tales parches al ser vistos por una persona que sabe español [y está leyendo] se conducirá y pensará de hecho según una regla. Por lo tanto, el modo de ser del símbolo es diferente del del icono y del del índice. Un icono tiene un ser tal que pertenece a la experiencia pasada. El ser de un símbolo consiste en el hecho real de que, en caso de que se satisfagan ciertas condiciones, hay seguridad de que un cierto algo vendrá a ser experimentado. A saber, influirá el pensamiento y la conducta de quien lo interpreta. Toda palabra es un símbolo. Toda oración es un símbolo. Todo libro es un símbolo. Todo representamen que depende de convenciones es un símbolo. Así como una fotografía es un índice que lleva un icono incorporado, esto es, excitado en la mente por [la] fuerza [del índice], asimismo un símbolo puede llevar incorporado un icono o un índice, es decir, la ley activa que el símbolo es puede requerir que 132 La búsqueda de claridad sobre el sistema de índices que es el acento nos ha conducido a enfrentarnos a esta otra caracterización de la tríada icono, índice, símbolo. Pero, para hacernos a una idea del acento como un sistema arbitrario, en el sentido en que usamos esta palabra al final de la nota 30, es importante ampliar aún con respecto a la noción de índice y a lo que mediante los índices podemos lograr. Para ello es ideal este otro pasaje de Peirce: But of superior importance in Logic is the use of Indices to denote Categories and Universes, which are classes that, being enormously large, very promiscuous, and known but in small part, cannot be satisfactorily defined, and therefore can only be denoted by Indices. Such, to give but a single instance, is the collection of all things in the Physical Universe.60 Llegamos al momento en que es apropiado cerrar. Creo que teniendo en cuenta las observaciones anteriores, cobra sentido abordar el estudio de las lenguas obligándonos a hacerlo en la conciencia de que la práctica del uso del lenguaje involucra procesos de semiosis o significación en que cada elemento de las tres tricotomías (esto es, elementos de cualisignificación, sinsignificación y legisignificación, elementos de iconización, indicación y simbolización y elementos de rhematización, dicisignificación y argumentación) aparece en múltiples niveles y distintos grados de complejidad. Debemos también plantearnos la tarea de explorar el lenguaje y las lenguas con base en el amplísimo panorama que nos ofrecen las diversas tríadas de Peirce, que están lejos de reducirse a aquellas a las que aquí se ha aludido. su interpretación traiga a cuenta la evocación de una imagen, o una fotografía compuesta de muchas imágenes de experiencias pasadas, como sucede con los nombres comunes normales y los verbos; o puede requerir que su interpretación refiera a las circunstancias que de hecho rodean la ocasión de su corporeización, tal como ocurre con palabras como esa, este, yo, tú, cuál, aquí, ahora, allende, etc. O puede ocurrir que sea un símbolo puro, ni icónico ni indicativo, como son [los conectores] y, o, de, etc.” De “On Existential Graphs, Euler’s Diagrams and Logical Algebra”, escrito poco más o menos en 1903. El material entre corchetes es mío. 60 [CP 4.544]: “Pero de importancia superior en la Lógica es el uso de Índices para denotar Categorías y Universos, que son clases que, por ser enormemente grandes, muy promiscuas, y conocidas solo en pequeña porción, no se pueden definir de manera satisfactoria y por lo tanto solo se pueden denotar mediante índices. Tal, para no dar más que un ejemplo, es la colección de todas las cosas del Universo Físico”. Tomado de “Prolegómenos a una apología del pragmaticismo”, 1906 . 133 Para el futuro no lejano, trataré de explorar el sistema acentual de la lengua española de manera que el resultado nos ofrezca un ejemplo de ejercicio consecuente con lo que aquí se plantea. Agradecimientos. Agradezco los comentarios y aportes de Hernando Alfonso, Johanna Córdoba, Germán y Raúl Meléndez, Ana María Ospina, Sebastián Páramo, Patricia Perry, Tulio Rojas, Dieter Wanner; y los de Alejandro Martín, Douglas Niño y otros miembros del CSP. Debo mencionar aparte la acogida y las sugerencias de Fernando Zalamea y Lorena Ham. 134 BIBLIOGRAFÍA. [Allerton 1979] D. J. Allerton, Essentials of Grammatical Theory. A Consensus View of Syntax and Morphology, Londres: Routledge, 1979. [Antilla 1977] R. Anttila, Analogy, La Haya: Mouton, 1977. [Apel 1997] K.-O. Apel, El camino del pensamiento de Charles. S. Peirce, Madrid: Visor, 1997. [Binder & Price 2001] J. Binder, C. J. Price, “Functional Neuroimaging of Language”, en: [Cabeza & Kingstone 2001, pp. 187-251]. [Borowski & Borwein 1991] E. J. Borowski, J. M. Borwein, The Harper Collins Dictionary of Mathematics, Nueva York: Harper Collins Publishers, 1991. [Brannon et al. 2004] E. M. Brannon, S. Abbott, D. Lutz, “Number bias for the discrimination of large visual sets in infancy”, Cognition 93 (2004), B59-B68. [Bühler 1979] K. Bühler, Teoría del lenguaje (versión española de Julián Marías), Madrid: Alianza Universidad, 1979. [Cabeza & Kingstone 2001] R. Cabeza, A. Kingstone (eds.), Handbook of Functional Neuroimaging of Cognition, Boston: MIT Press, 2001. [Chomsky 1980] N. A. Chomsky, Rules and Representations, Oxford: Basil Blackwell, 1980. [Chomsky 2001] N. A. Chomsky, New Horizons in the Study of Language and Mind, Cambrdige: Cambridge University Press, 2001. [De Tienne 2006] A. de Tienne, “Peirce's Logic of Information”, conferencia pronunciada en el Seminario del Grupo de Estudios Peirceanos, Universidad de Navarra (2006); accesible en http://www.unav.es/gep/SeminariodeTienne.html. [Dillinger & Palácio 1997] M. Dillinger, A. Palácio, “Generative Linguistics: Development and perspectives. An interview with Noam Chomsky”, en: Chomsky 135 no Brasil/Chomsky in Brazil, número especial de la Revista de Documentação de Estudos em Lingüística Teórica e Aplicada (DELTA) 1 (1997), pp. 159-93. [Ferrater-Mora 1994] J. Ferrater-Mora, Diccionario de filosofía, Madrid: Alianza, 1994. [Garde 1968] P. Garde, L’Accent, París: PUF, 1968. [Geeraerts & Cuyckens 2007] D. Geeraerts, H. Cuyckens (eds.), The Oxford Handbook of Cognitive Linguistics, Nueva York: Oxford University Press, 2007. [Jakobson 1965] R. Jakobson, “En busca de la esencia del lenguaje”, Diógenes 51 (1965), pp. 21-35. [Joseph 2005] J. Joseph, “An Open Letter of Reply to David Cram”, The Henry Sweet Society Bulletin 45 (2005), pp. 7-9 [Marty 1990] R. Marty, L’algèbre des signes. Essai de sémiotique scientifique d’après C. S. Peirce, Amsterdam: John Benjamins, 1990. [Marty 1992] R. Marty, “Semiótica del texto: niveles y pasarelas”, Signa 1 (1992), pp. 107-134. [O’Grady et al. 2005] W. O’Grady, J. Archibald, M. Aronoff, J. Rees-Miller, Contemporary Linguistics, an Introduction, Boston: Bedford St. Martin’s, 2005. [Rojas 1998] C. T. Rojas, La lengua páez, una visión de su gramática, Bogotá: Ministerio de Cultura, 1998. [Sanders 2004] C. Sanders (ed.), The Cambridge Companion to Saussure, Cambridge: Cambridge University Press, 2004. [Saussure 1983] F. de Saussure, Curso de lingüística general (traducción, prólogo y notas de Amado Alonso, edición crítica de Tullio de Mauro), Madrid: Alianza Editorial, 1983. [Saussure 1984] F. de Saussure, Curso de lingüística general, Barcelona: PlanetaAgostini, 1984. 136 [Shaumyan 1998] S. Shaumyan, “Two Paradigms of Linguistics: The Semiotic versus non-Semiotic Paradigm”, Web Journal of Formal, Computational & Cognitive Linguistics 1 (accesible http://fccl.ksu.ru/issue001/spring.98/shaum003.pdf, pp. 178). [Sheriff 1994] J. K. Sheriff, Charles Peirce’s Guess at the Riddle. Grounds for Human Significance, Bloomington: Indiana University Press, 1994. [Varley et al. 2005] R. A. Varley, N. J. C. Klessinger, C. A. J. Romanowski, M. Siegal, “Agrammatic but numerate”, Proceedings of the National Academy of Sciences 102( 2005), pp. 3519-3524. [Verhagen 2007] A. Verhagen, “Construal and Perspectivization”, en: [Geeraerts & Cuyckens 2007, pp. 48-81]. [Wanner 2009] D. Wanner, “Sobre el papel de los índices en el habla y la lengua”, comunicación personal. [Wasow & Arnold 2005] T. Wasow, J. Arnold, “Intuitions in Linguistic Argumentation”, Lingua 115 (2005), pp. 1481-96. [Wittgenstein 1977] L. Wittgenstein, Philosophische Untersuchungen, Frankfurt: Suhrkamp, 1977. [Zalamea 2006] F. Zalamea, “Sobre la noción de arbitrariedad en Peirce”, comunicación personal. 137 ¿ES LA VERDAD LA META DE LA INVESTIGACIÓN? UNA LECTURA PRAGMATICISTA PARA OBJECIONES PRAGMATISTAS CARLOS ANDRÉS GARZÓN RODRÍGUEZ(*) El concepto de ‘verdad’ en el pragmatismo no es, ni ha sido, unívoco a lo largo de su historia. De hecho, las diferentes concepciones en torno al concepto de verdad han dado lugar a diversas escuelas pragmatistas. Peirce y James pueden verse como los principales precursores, si no responsables, de ese temprano desacuerdo en torno al concepto mismo de ‘verdad’. Peirce concibió la verdad como “la opinión destinada a que todos los que investigan estén por último de acuerdo con ella” [CP. 5.407; 1878] o “aquello a lo que apunta la investigación” [CP. 5.557; 1906]. James, en cambio, sostuvo que “lo verdadero es el nombre de cualquier cosa que demuestre ser buena como creencia, y buena, además, por razones definidas y asignables” [James 1975, p. 106]; también dijo que la verdad “es sólo lo conveniente respecto de nuestro pensamiento, exactamente como “lo correcto” es sólo lo conveniente respecto de nuestra conducta”. Estas dos posturas han dado lugar a dos tendencias divergentes en el árbol genealógico del pragmatismo. La primera de ellas ha sido etiquetada con el nombre de “la verdad como meta de la investigación”, mientras que la segunda usualmente lleva el rótulo de la ‘verdad como utilidad’ o más (*) Universidad Nacional de Colombia, [email protected] 139 recientemente –una vez se define utilidad términos de lo que resulta justificable– de la “verdad como justificación”. Detractores y seguidores de uno y otro bando adoptan alguna postura crítica, ya sea por alguna de las concepciones de verdad en disputa, ya sea por alguna variación de las mismas. Por ejemplo, la disputa con relación al concepto de verdad que durante años lidiaron Hilary Putnam y Richard Rorty, no es más que un eco de la disputa entre los viejos pragmatistas a propósito de la verdad. Sin duda, fue Rorty quien se caracterizó por ser el crítico más sobresaliente de la concepción peirceana de la verdad como meta de la investigación. Sus críticas se apoyan, por un lado, en la tesis de corte neopragmatista según la cual no existe ninguna diferencia práctica entre nuestros usos habituales y aseverativos de los conceptos de verdad y justificación, y por otro, en su persistente rechazo a cualquier tipo de “activismo metafísico” o filosofía representacionista en la que la verdad ha de definirse como correspondencia con la realidad. Lo primero se inspira en su lectura de la máxima del pragmatismo y lo segundo en una suerte de anti-representacionismo que deviene en el intercambio de la preeminencia de la objetividad por la solidaridad. En la primera parte de este escrito, voy a analizar las principales motivaciones de las críticas de Rorty a la idea de la verdad como la meta de la investigación. El análisis de dichas motivaciones permitirá identificar dos líneas de argumentación en contra de la noción de la verdad como meta de la investigación. Al considerar tales críticas, preguntaré si acaso no queda nada valioso por rescatar de la noción peirceana de la verdad. Esta pregunta motiva la segunda sección del presente escrito. En ella evaluaré la pertinencia de tales críticas y mostraré que resultan efectivas si la tesis en cuestión es interpretada de cierto modo. En particular, advertiré que las críticas de Rorty a la noción de verdad como meta de la investigación apuntan a una lectura de esta tesis influenciada, en parte, por la interpretación putnamiana de la misma y de una interpretación sesgada por parte del mismo Rorty. Una vez haya mostrado lo anterior, intentaré articular una lectura de la noción de la verdad como meta de la investigación que logre superar las dos líneas de argumentación, concebidas por Rorty, en contra de dicha noción. 140 1. EL LEGADO DE PEIRCE Y JAMES Es preciso hacer un breve recuento de las razones que dan origen a la disputa entre las dos concepciones de la verdad en el pragmatismo. Entre el pragmaticismo de Peirce y el pragmatismo de James pueden encontrarse tanto diferencias significativas como puntos de acuerdo; después de todo, ambos pretendieron aproximarse al significado de los conceptos a partir de lo que Peirce denominó la máxima pragmática. Según esta máxima, el significado de cualquier concepto radica en el conjunto de repercusiones prácticas que podamos concebir como implicadas por la aplicación de dicho concepto a un objeto o sujeto. En conformidad con lo anterior, ambos autores llevaron a cabo un proyecto filosófico en el que determinado conjunto de conceptos, entre ellos el concepto de verdad, debía ser definido de acuerdo con la aplicación de dicha máxima. Es así que la diferencia conceptual en torno a la verdad para ambos pragmatistas debe verse como una diferencia en la manera en que ambos conciben el conjunto de repercusiones prácticas implicadas por tal concepto. Para Peirce, la repercusión práctica que tiene el concepto de verdad, cuando lo predicamos de una proposición, es la de llevarnos a pensar que cualquiera que investigue en ella lo suficientemente bien estará destinado indefectiblemente a respaldarla. Ese estar destinados a creer en un juicio verdadero es lo que constituye la repercusión práctica del concepto de verdad y es lo que, en última instancia, yace en el fondo de la concepción peirceana de la verdad como meta de la investigación. Por su parte, la consecuencia práctica que, según James, implica el concepto de verdad en nosotros es el de ser un concepto aplicable al conjunto de proposiciones que están en concordancia con nuestros más profundos intereses prácticos, mentales o espirituales. La insistencia jamesiana en circunscribir y abordar los problemas filosóficos siempre desde el punto de vista de los agentes, su actuar, sus valores y sus motivos, en contraposición a una filosofía que tenga como punto de referencia y validez algo propiamente extrínseco a tales intereses, constituye la principal motivación filosófica de la mayoría de pragmatistas contemporáneos. Rorty y Putnam coinciden en este punto. No obstante, el primero aboga por una concepción filosófica que busca erigirse como la superación de cualquier sistema de metafísica tradicional (esto es, dejar a un lado y de una vez por todas la pregunta filosófica acerca de la naturaleza del conocimiento 141 humano, la naturaleza intrínseca de la realidad y similares) con el objeto de atender y dar mayor importancia a lo que se esperaría de un proyecto concreto de sociedad política, moral, económica, científica, y religiosa. El segundo, si bien considera pertinente la elaboración de una filosofía que devenga en la construcción de una sociedad mejor, considera justo hacerlo sin necesidad de abandonar un conjunto de preocupaciones filosóficas que han sido vistas por la tradición como centrales, v.g., el problema de la objetividad del conocimiento. Putnam piensa que una substitución à la Rorty del concepto de verdad por el de justificación genera la incertidumbre acerca de si existen o no criterios objetivos para la evaluación de distintos contextos y estándares de justificación. Putnam piensa que al adoptar una concepción de la verdad como meta de la investigación es posible suscribir el proyecto pragmatista ya sugerido por James, al tiempo que se satisface la pretensión peirceana de huir del relativismo del conocimiento. Diversos argumentos en favor y en contra de la verdad como meta de la investigación van y vienen entre Rorty, Putnam y sus seguidores. Veremos a continuación las razones por las cuales Rorty rechaza completamente esta concepción, a fin de entender cuál es la lectura de la verdad como meta de la investigación que está atacando. 2. RORTY Y LA VERDAD Las críticas de Rorty a la noción de verdad tienen como eje central una interpretación de la máxima del pragmatismo ya expuesta arriba. Este autor sostiene que, si no es posible establecer diferencia práctica alguna entre dos conceptos, debemos afirmar que ambos conceptos significan lo mismo, pese a estar expresados con palabras completamente distintas. Teniendo en cuenta este criterio de significación, Rorty se empeña en demostrar que no existe en realidad algún tipo de diferencia práctica entre nuestros usos habituales y aseverativos de los conceptos de verdad y justificación. Con base en este criterio podemos identificar la primera línea de argumentación de Rorty. 142 Toda justificación, dice Rorty, es transitoria, relativa a una audiencia y sujeta a ciertos estándares convencionales, es gradual (hay afirmaciones justificadas en mayor o menor medida) y, por lo tanto, temporal. Cuando, en la práctica, decimos que nuestras creencias o convicciones están justificadas, decimos que poseemos un conjunto de razones tales que, por una parte, nos han conducido a la aceptación de tales creencias y, por otra, nos hacen sentir que estamos en condiciones de persuadir a cierto conjunto de audiencias de que las razones que poseemos son las mejores que hasta ahora se han encontrado. Visto así, ‘verdadero’ significa lo mismo que ‘justificado’ una vez notamos, vía máxima pragmática (à la Rorty), el papel que cumple el concepto de verdad en nuestra práctica habitual de hacer afirmaciones. En la práctica, dice el pragmatista, cuando nos preguntamos acerca de si una afirmación o creencia es verdadera, no hacemos otra cosa que preguntar si poseemos un conjunto de razones que nos hagan pensar que, por una parte, estamos justificados en creerla y afirmarla, y, por otra, estamos dispuestos a defenderla ante un número amplio de audiencias (cf. [Rorty 1995, p. 32]). Si lo anterior es cierto, tendría que asumirse un cambio en la concepción de la verdad (i.e., verdad inmutable, universal, ahistórica, absoluta, etc.) tal que, bajo esta nueva postura, el viejo concepto fuera eliminable, dando paso a una nueva concepción que, en el orden práctico, en nuestras prácticas habituales de aseverabilidad, resultara equiparable a la noción de justificación. Si no hay ninguna diferencia realmente práctica entre nuestros usos de los conceptos de verdad y justificación, no debe haber, por ende, ninguna implicación práctica en el concepto de verdad como meta de la investigación que no esté ya incluida en el de justificación como la meta de la investigación. En otras palabras, si hemos aceptado que verdad y justificación son lo mismo, y afirmamos que la meta de la investigación es la verdad, debemos preguntarnos qué es lo que realmente hacemos con – cuál es la repercusión práctica de– “la verdad como la meta de la investigación”. Si con esta noción decimos que nuestro objetivo es lograr afirmaciones cada vez más justificadas, que afinen o ajusten las posibles fallas de las justificaciones pasadas, simplemente estamos afirmando algo que para el pragmatista resulta ser una obviedad; pero si lo que queremos decir con “la verdad como la meta de la investigación” es que existe un contexto ideal o absoluto de justificaciones por referencia al cual nos es posible 143 evaluar nuestras creencias, un contexto en el que cualquier discurso considerado verdadero se debe tomar como incuestionable, entonces, diría Rorty, debemos empezar a pensar que dicha noción comporta ciertos problemas. Es precisamente esta lectura la que, a juicio de Rorty, yace en el trasfondo filosófico de los teóricos de la verdad como la meta de la investigación. Veamos a continuación lo que parece ser, a juicio de Rorty, el indeseable conjunto de compromisos metafísicos implicados en la noción de la verdad como la meta de la investigación y los problemas a los que dan lugar. EL COMPROMISO METAFÍSICO DE LA VERDAD COMO META DE LA INVESTIGACIÓN La concepción peirceana ha inspirado varias versiones de la tesis de la verdad como meta de la investigación. Una de las maneras más tradicionales en que ha sido entendida dicha formulación versa del siguiente modo: una afirmación justificada se diferencia de una afirmación verdadera en que las condiciones de verdad de esta última son ideales; ideales en el sentido de que la verdad de dicha proposición se determina en virtud de aquello que está justificado o es aceptable por toda una comunidad sólo al final de una investigación completa, esto es, en la versión de Putnam, cuando toda la evidencia disponible para determinar la verdad o falsedad de una proposición esté al alcance de una comunidad de investigadores competente. En varias partes de la obra de Rorty pueden encontrarse críticas a la concepción de la verdad-meta. En “¿Es la verdad la meta de la investigación? Donald Davidson Vs. Crispin Wright”, Rorty se apoya en un conjunto de tesis davidsonianas a propósito de las relaciones entre creencias, verdad, lenguaje y mundo para demostrar la impertinencia y vacuidad de la idea de la verdad-meta vista a la luz de la interpretación de Crispin Wright. Ir al detalle de dichas críticas nos llevaría muy lejos aquí (cf. [ Rorty 1995, p. 57]), lo que es importante destacar es que, para Rorty, la noción misma de verdad-meta es inseparable, y no puede entenderse sin la asunción, de cierta imagen metafísica: “‘verdad’ sólo suena como el nombre de una meta si se piensa que nombra una meta fija, esto es, si el progreso hacia la verdad se explica por referencia a una imagen metafísica, la de la aproximación a lo que Bernard Williams llama ‘lo que está ahí en cualquier caso’” (Ibíd.). Rorty nos dice que si bien es posible 144 encontrar una diferencia entre verdad-meta y justificación, atendiendo a la imagen metafísica que entraña cada una de estas posturas, una vez se despoja a la concepción de la verdad-meta de la imagen metafísica intrínseca a ella (a saber, que existe un mundo independiente con cierta naturaleza propia que conoceremos al final de la investigación), no hay ni puede haber ningún tipo de diferencia práctica entre dicha concepción y nuestro deseo de querer ampliar nuestras audiencias de justificación. Según esta consideración, al parecer de Rorty, cualquier intento de construcción de una concepción de la verdad-meta que no suponga la idea de una realidad tal y como es en sí misma es, o bien (a) imposible, o bien (b) reducible a la idea del deseo por justificación ante un número amplio de audiencias. En “Pragmatismo, Davidson y la Verdad”, Rorty intenta dar fuerza a las conclusiones (a) y (b) teniendo como blanco de su ataque la idea de verdad-meta de Peirce. Es en este escrito donde más claramente puede verse el ataque directo de Rorty a su interpretación de la concepción peirceana de la verdad como meta de la investigación. En el escrito en mención, Rorty considera que el mérito de Peirce estuvo en que “evitó tanto la metafísica visionaria del idealismo como las promisorias notas del fisicalismo” [Rorty 1986, p. 337]. La definición de ‘realidad’ de Peirce, según la cual ésta es “cualquier cosa cuya existencia seguiremos afirmando al final de la indagación”, previno a Peirce, según Rorty, de sistemas metafísicos y de indagaciones ulteriores con las que se comprometían los idealistas y los fisicalistas. Ahora bien, pese a que Rorty le parezca valioso el hecho de que Peirce haya intentado superar aquellos desafíos ontológicos y epistemológicos por vía de una redefinición del concepto de realidad, considera que la postura peirceana es defectuosa justamente en el punto en el que ‘ideal’ entra a jugar un papel importante. Rorty culpa a Peirce de querer hacer coincidir, por vía de la redefinición del concepto de realidad, dos condiciones de verdad características de la concepción de la verdad-meta, a saber (Ibíd., p. 336): Condición B: “en el término ideal de la indagación, está justificado que afirmemos, por ejemplo, que hay rocas”. Condición D: “una proposición como «Hay rocas» está vinculada por una relación de correspondencia –representación precisa– con la manera de ser del mundo”. 145 Según Rorty, el hecho de que Peirce no proporcione una idea clara de lo que significa ‘ideal’ no permite dilucidar cuáles serían las razones satisfactorias, si es que hay algunas, para hacer coincidir “B” con “D”. Más aun, la crítica de Rorty a Peirce apunta directamente a la relación de coincidencia entre “B” y “D”, en donde “D” parece ser la condición que lleva el peso anti-pragmático y metafísico que le molesta a Rorty (cf. Ibíd., p. 338). Ahora bien, dentro de este contexto de la discusión cabe preguntar: ¿no es posible construir una teoría de la verdad como una meta que sea lógicamente independiente de la condición “D”, esto es, una idea de ‘verdad como el fin de la investigación’ que no incurra en los compromisos metafísicos, ontológicos y epistemológicos entrañados por las condiciones de verdad del tipo “D”? Dentro de este marco una respuesta adecuada a esta cuestión exige responder primero la pregunta: ¿qué significa la condición “B” independientemente de la condición “D”? Hay varias formas en que los filósofos que siguen la línea de la verdad como una meta interpretan dicha condición. Putnam o Wright, por mencionar apenas a algunos de ellos, coinciden en que una posible lectura de tal condición ha de ser la siguiente: verdadero es el predicado aplicable a “lo que está justificado en el límite ideal de la investigación, cuando toda la información empírica esté en ella” [Wright 1992, p. 45]. En este sentido ‘ideal’ ha de entenderse por referencia a un estado de información que “comprende toda la información relevante para cualquier hipótesis empírica”. Como el mismo Wright subraya, esta concepción resulta problemática, pues, al caracterizar ‘ideal’ como un estado de información suficientemente completo, resulta impensable conciliar nuestro reconocimiento inevitable de que estamos en dicho estado y, al mismo tiempo, la asunción de una actitud falibilista acerca de las proposiciones que demos por irrefutables. Si esta es la lectura apropiada de ‘ideal’, Rorty, siguiendo la misma línea crítica de Wright, tendría razón al objetar que “(p)ara que ‘ideal’ sea menos oscuro, Peirce debió responder a la pregunta «¿Cómo sabríamos que estamos en el final de la investigación, en contraposición a estar meramente agotados o faltos de imaginación?»” [Rorty 1986, p. 338]. En esta objeción Rorty reclama un criterio o procedimiento por medio del cual sea posible reconocer una diferencia (práctica) entre 146 (i) nuestra afirmación de que estamos en el “final de la indagación” (ii) nuestra afirmación de que no nos es posible encontrar (ahora o en el futuro) objeción alguna a nuestras posturas (o discursos justificados) debido a que no encontramos un conjunto de razones que subviertan las creencias que damos por verdaderas. La opción (ii), piensa Rorty, resulta más plausible si se desea mantener una actitud falibilista con respecto a un conjunto de proposiciones hasta ahora tenidas como “verdaderas”. En otras palabras, decir que la verdad se define por referencia a una condición descrita en términos de ‘el fin de la indagación’ supone que, en el estado de información completa, hemos eliminado todas las posibles objeciones a nuestras posturas. Sin embargo, como Rorty ve el asunto, no “existe algún procedimiento por medio del cual podamos cerciorarnos de no tener creencias que puedan aparecer injustificables a los ojos de futuras audiencias”, y esto porque, para los pragmatistas, “no es posible, en última instancia, concebir un estado ideal en el que no surgirá ningún argumento o evidencia que ponga en cuestión nuestras convicciones o creencias” [Rorty 2000, pp. 89-90]. La crítica, entonces, enfatiza la falta de diferencia entre (i) y (ii) y, al mismo tiempo, supone la imposibilidad de mantener nuestra actitud falibilista en una época futura, cualquiera que ella sea, si se sostiene una concepción de la verdad como meta de la investigación. Un argumento diferente al anterior, pero con consecuencias similares, podemos encontrarlo en el artículo “Universalidad y verdad” [Rorty 2000]. Allí el pragmatista sostiene que la condición de posibilidad de nuestra identificación de diferencias prácticas entre objetivos o fines está supeditada a nuestro reconocimiento de la satisfacción o logro de tales objetivos. En otros términos, solamente en la medida que nos fuese posible identificar cuándo hemos alcanzado un objetivo o fin, dada la repercusión en nuestra práctica, podremos dar cuenta de si dichos objetivos son o no el mismo. Visto así, es posible entender que, para Rorty, la idea de la verdad-meta sea incompatible con el falibilismo y entrañe, asimismo, la adopción de una actitud representacionista-realista. En sus propias palabras: (c)reer en ella [la convergencia] es concebir un espacio de las razones como finito y estructurado, de 147 modo que, cuantas más audiencias quedan satisfechas, más y más miembros de un conjunto finito de posibles objeciones van quedando descartados. Si uno es representacionista tenderá a concebir así el espacio de razones, porque concebirá la realidad como finita, como empujándonos fuera del error en dirección a la verdad, como produciendo en nosotros representaciones cada vez más precisas de ella y disuadiéndonos de las imprecisas. Pero si uno considera que el conocimiento no es correspondencia con la realidad, entonces es más difícil ser convergentista y concebir el espacio de las razones como finito y estructurado. [Rorty 2000, p. 108] Al parecer de Rorty, existe entonces una conexión necesaria entre la idea de verdadmeta, representacionismo (condición “D”) e infalibilismo [Rorty 2000, p. 108]; al desprender la idea de verdad-meta de las otras dos, no nos queda más, desde el punto de vista de las implicaciones prácticas, que la justificación. Esta misma línea de argumentación es usada por Rorty en su discusión con Hilary Putnam a propósito de la verdad. No obstante, es posible identificar una segunda línea de argumentación que no recalca el compromiso metafísico, ontológico o epistemológico que, a juicio de Rorty, está inmerso en el concepto mismo de la verdad-meta. LA VERDAD ES INNECESARIA PARA PONER EN MARCHA UN PROYECTO DE SOCIEDAD DEMOCRÁTICA En “Putnam y la amenaza del Relativismo”, podemos apreciar la crítica rortiana a la concepción putnamiana partiendo de lo que Rorty concibe como un cambio de perspectiva a propósito de nuestros intereses cognoscitivos. Hay que dejar de lado la pretensión de encontrar las razones necesarias y suficientes de nuestro conocimiento, no porque resulte contradictoria, irreal, confusa, carente de significado o, en todo caso, incoherente, sino porque dicho propósito no contribuye en nada a la construcción de una sociedad mejor (cf. [Rorty 1993, p. 66]). Así, la pregunta por la “verdadera” naturaleza de nuestro conocimiento es dejada de lado por el anhelo de construir una filosofía que atienda a nuestros intereses culturales y prácticos, y que reemplace, en consecuencia, a la vieja filosofía y su constante preocupación por el escepticismo. Rorty considera que las pretensiones de incondicionalidad, trascendencia y validez universal que, a juicio de [Habermas 2000], cualquier hablante presupone en el discurso y la comunicación con otros, o la tesis de que existe, de acuerdo con Putnam, un contexto ideal de justificaciones, no añaden ni quitan nada al proyecto de construcción de una auténtica sociedad inclusivista, regida por los principios de una política 148 democrática estable. Su estrategia argumentativa reside en demostrar que, en el nivel práctico, si de lo que se trata es de construir sociedades que tengan como meta una mayor honestidad, una mayor caridad, paciencia, inclusión, etc., no es posible notar de qué sirve añadir a esa lista de fines la ‘verdad’, la ‘universalidad’, la ‘incondicionalidad’, o la ‘idealidad’ (cf. [Rorty 1997, p. 35], [Rorty 2000, p. 97]). A juicio de Rorty, si uno adopta ciertas prácticas de justificación sujetas a, y reguladas por, determinadas convenciones sociales –convenciones propias de las sociedades democráticas, liberales y tolerantes (como, por ejemplo, estar siempre dispuesto a ser de oídos abiertos a las opiniones contrarias, admitir que nuestras afirmaciones son falibles y objetables, que no todas las audiencias pueden encontrar igualmente justificadas nuestras creencias, etc.)– entonces no es posible ver qué cambios en nuestra conducta aportarían adiciones como ‘verdad’, ‘universalidad’ e ‘incondicionalidad’: “no necesitamos una meta denominada “verdad” que nos ayude a eso, así como los órganos no necesitan una meta llamada “salud” para funcionar” [Rorty 1997, p. 35]. Así, teniendo en cuenta que esta segunda línea de argumentación resalta que lo verdaderamente importante es un proyecto de redescripción de la humanidad, las críticas de Rorty a quienes defienden la concepción de la verdad como meta de la investigación deben leerse a la luz de tales intereses. Hasta aquí he expuesto de manera general las principales motivaciones de Rorty en contra de la noción verdad como meta de la investigación y las dos líneas argumentativas a las que da lugar. Veamos a continuación una lectura del pragmaticismo que apunte a responder satisfactoriamente a estas objeciones. 3. UNA ESTRATEGIA PEIRCISTA Peirce nos dice que la verdad se encuentra en el límite ideal hacia el cual toda investigación tiende, o que es la opinión destinada a que todos los que investiguen estén de acuerdo con ella. Al margen de lo que específicamente signifique esta definición en el marco completo de la filosofía de Peirce, uno puede interpretar esas afirmaciones como diciendo que, ante cualquier pregunta que nos planteemos, estaremos destinados a 149 encontrar una respuesta satisfactoria. ¿Qué quiere decir satisfactoria? Debemos contrastar ‘satisfactoria’ con ‘definitiva’. Cuando decimos que obtenemos una respuesta satisfactoria, queremos decir que la tomamos en nuestra vida diaria completamente independiente del compromiso ontológico, metafísico o epistemológico que adoptemos, es decir, una respuesta en la que no debe importar si nos comprometemos con que la respuesta respalda a, o es consistente con, una postura correspondentista, relativista o de cualquier otra índole. Una respuesta satisfactoria significa una respuesta en la que la información empírica disponible para nosotros, hasta el momento, satisface las condiciones, al menos necesarias, para ajustar nuestra conducta y forjar dentro de nuestro acervo de creencias aquello que era objeto de duda. Surge entonces la pregunta ¿cuáles son ese tipo de condiciones? Recordemos que, cuando Peirce define lo real como el objeto representado por la opinión última, está diciendo que dicha opinión no ha de ser una ficción, ha de estar libre de idiosincrasias, y ha de ser tal que su repercusión práctica, en conformidad con la máxima pragmática, es la de generar en nosotros la creencia en ella. ¿Esto quiere decir que cuando alcancemos una opinión última se ha encontrado una respuesta definitiva a tal cuestión? Parte de la confusión, tanto de críticos como de seguidores de Peirce, radica en interpretar el predicado ‘ser última’ de un modo similar, si no equivalente, al predicado ‘ser definitiva’ o ‘ser absoluta’. El predicado “ser última” debe interpretarse en conformidad con la máxima pragmática. Decimos que una opinión es última cuando no podemos dudar de ella; no decimos que sea última porque se encuentra al final de todos los siglos o se halla en un estado temporal y espacial, cuando las condiciones epistémicas ideales estén a nuestro alcance, o cuando nuestra inteligencia o la de alguna raza superior, en este tiempo o en otro, supere los límites de lo imaginable. Cuando decimos que hemos alcanzado una respuesta u opinión última sólo estamos diciendo que hemos encontrado una respuesta, la cual estamos destinados a encontrar porque, de un modo u otro, la satisfacción de nuestros criterios de aceptación de una creencia y su concomitante ajuste a la conducta así lo permitieron. Esto último significa que dicha creencia se ajusta a los patrones de racionalidad y objetividad que hasta el momento damos por dados. Estamos destinados a creer en ciertas opiniones porque en ciertas épocas, mal que bien, una comunidad de investigadores comparte un conjunto de 150 creencias de un modo tal que son usadas para sugerir respuestas ante experiencias recalcitrantes. De un modo similar, debemos decir que el fin de una indagación no es un fin absolutamente definitivo, sino un fin relativo a –para seguir con Peirce– nuestro estado de apaciguamiento dado por nuestra fijación de creencias y sustentado por el método científico. Ahora bien, hasta este punto, la anterior lectura de la verdad como meta parece darle la razón a Rorty con relación a su afirmación de que no hay en realidad diferencia práctica alguna entre (i) y (ii). Pero podemos darnos cuenta en qué se diferencian ambas posturas en cuanto nos preguntamos si la lectura recién expuesta acerca de la verdad-meta implica acaso que pueden haber diferentes opiniones últimas relativas a los criterios de racionalidad de comunidades específicas. Dar una respuesta afirmativa daría la apariencia de abogar por una postura relativista o etnocentrista al estilo de Rorty. En efecto, al ser el pragmaticismo peirceano una postura que intenta explicar el modo como llegamos a creer lo que creemos (teniendo como eje central de su explicación la máxima pragmática), en principio debe aceptar la posibilidad de que haya diferentes concepciones acerca de un mismo asunto. Diferentes culturas pueden fijar sus creencias con base en las repercusiones prácticas que implican sus teorías, y esta pluralidad de posturas puede dar lugar a divergencias entre ellas mismas o entre otras acerca de una cuestión particular. Sin embargo, hay varias razones que motivan al pragmaticista a pensar que el acuerdo último será universal (aunque no necesariamente absoluto, pues siempre habrá espacio para el error), es decir, que el acuerdo último desbordará los límites de la diversidad cultural: de un lado, el pragmaticista piensa que la realidad (la segundidad encarnada) constriñe los límites de lo que ha de ser creído o representado (la terceridad), y de otro, el pragmaticista también comparte la postura kantiana que defiende la idea según la cual compartimos un conjunto de categorías universales con las que vemos o interpretamos la realidad de un modo similar y no absoluta ni radicalmente divergente. Esta idea kantiana le permite al pragmaticista garantizar la posibilidad de un conocimiento objetivo, esto es, el conocimiento libre de idiosincrasias (no necesariamente libre del error), y, lo mejor, al margen de cualquier postura correspondentista-representacionista (representamos la realidad tal y como ésta es en sí misma). 151 Teniendo estas ideas en mente, el pragmaticista no ve algo así como el camino hacia La verdad (única e infalible), sino que interpreta la opinión última como el resultado de las cercanías y aproximaciones entre diferentes modos de ver el mundo, cercanías que son posibles una vez se van eliminado el error y los residuos idiosincráticos que vamos encontrando por el camino, unas cercanías que si bien pueden llevar a un consenso último, no llevan, en ningún caso, a un consenso definitivo o absoluto. De este modo, se garantiza el carácter falible del conocimiento, sin sacrificar la necesidad de encontrar, a lo sumo, un conocimiento objetivo y sin comprometerse en absoluto con cualquier tipo de metafísica representacionista. Con esto no quiero decir que, una vez alcancemos un acuerdo universal, lo que hemos hecho es ampliar nuestras audiencias de justificación, tal y como Rorty lo piensa. Para este autor, las aproximaciones no son más que el resultado de un diálogo que ha puesto en marcha lo mejor de nuestra actitud solidaria con el propósito de entender las razones de nuestros interlocutores y detractores. De este modo, cualquier pretensión de objetividad queda socavada en las discusiones, pues lo que realmente está en juego son ciertos criterios de justificación opuestos. Visto así, podemos notar que sí hay una diferencia propiamente práctica entre el pragmaticista y el pragmatista. Para el pragmaticista, aquello que motiva la investigación es la necesidad de satisfacer nuestras demandas de objetividad, mientras que, para el pragmatista, la investigación, podríamos decir, está motivada por el anhelo de ampliar nuestras audiencias de justificación en conjunción con nuestra actitud solidaria. No hay duda de que hay una diferencia práctica entre quien está empeñado en demostrar que los resultados de sus investigaciones están libres de idiosincrasias y son por tanto objetivas, y quien quiere persuadir a su audiencia de que deben ser solidarios con él en que las razones que ha encontrado hasta el momento para defender una cuestión determinada están justificadas. El pragmaticista afianzará una creencia distinta si se le dice, “esta es mi tesis y esta es la demostración o la evidencia que la sustenta” que si se le dice “esta es mi tesis, y estas son las razones y has de ser solidario si deseas comprenderlas y persuadirte de que es correcta”. Por otra parte, el pragmaticista sostendría que si el acuerdo último universal llegara a ser el caso, se determinarían en definitiva las condiciones de aplicación 152 práctica del predicado “ser verdadero”. Ese acuerdo constreñiría, en última instancia, el significado del concepto de verdad y su correcta aplicación a un enunciado. Esto no quiere decir que lo que damos por verdadero se corresponda (casualmente) con una realidad independiente, ni que la verdad esté definida en términos de una convergencia de opinión. En realidad no importa qué sea La verdad en sí misma. No es nuestra prioridad definir la verdad, como cuando definimos un concepto según el primer o segundo nivel de claridad; por el contrario, nuestra prioridad es determinar las condiciones de aplicación del uso de ese concepto, en conformidad con el tercer grado de claridad, aquel que alcanza su apódosis en la máxima pragmática. Esas condiciones prácticas de aplicación son las que nos conducen, entre otras, a la identificación del carácter normativo de la verdad. La verdad, en la práctica, es aquello que motiva la indagación. Es en este sentido que debe leerse una de las repercusiones prácticas que tiene la verdad sobre nosotros. Decir entonces que la verdad es aquello que deseamos o aquello a lo que apuntamos no ha de ponerse, como lo hace Rorty, en conjunción con cualquier tipo de tesis metafísica acerca de la naturaleza del mundo o de la verdad en sí mismos. Leída de esta forma la tesis de la verdad como meta de la investigación, desaparece la típica pregunta de Rorty y Wright de si podemos identificar el momento en el que hemos alcanzado el acuerdo último, porque esa pregunta supone algo que el pragmaticista no asume, a saber, que hay una verdad absoluta, fija en un límite, trascendente, a-histórica, que se corresponde con algo que está allí en cualquier caso. En este mismo sentido, no vienen al caso o son inapropiadas todas las interpretaciones idealizadoras que apelan a una sociedad final o suficientemente inteligente en una época o lugar, o a un conjunto de evidencias empíricas lo suficientemente completo, o incluso a una comunidad de extraterrestres con un poder intelectual superior al de los humanos. Tampoco vienen al caso las estrategias o argumentos que apuntan a garantizar la realización de un estado ideal de verdad absoluta, o a superar el desafío de asegurar la existencia de una verdad absoluta para cualquier cuestión. No viene al caso, por ejemplo, intentar justificar la afirmación de que cada vez nos aproximamos más a la verdad a partir de una estrategia a posteriori en la que nos parece que la ciencia se ha acercado a un cada vez más estrecho espectro de posibles respuestas ante 153 cuestiones específicas, o a partir de la afirmación de que la ciencia va reduciendo lo que Ilya Farber llama el margen de variación [Farber 2005, p. 551]. Si nada de esto viene a lugar, la primera línea de argumentación usada por Rorty en contra de la verdad como la meta de la investigación se viene a pique. Con respecto a la segunda línea de argumentación, que apuntaba a demostrar lo innecesario que resulta poner como el fin la verdad para el proyecto de una sociedad auténticamente democrática, cabe decir lo siguiente. Cuando Rorty nos dice que no ataca la postura en cuestión porque resulte contradictoria ni mucho menos, uno puede tener la impresión de que esta disputa oscila entre una manera de describir y explicar cómo abordamos el mundo y cómo lo conocemos versus una sugerencia que nos permita afrontar y lidiar con el mundo. Rorty podría no tener ningún argumento de principio contra el pragmaticista y, sin embargo, seguir postulando su pragmatismo como una sugerencia para, según él, hacer un mundo mejor. El pragmaticista, por el contrario, cree que adoptar una concepción de la verdad brinda una explicación del modo en que las comunidades conocen, actúan e interactúan, esto es, da cuenta de aquello que causa el comportamiento típico de las comunidades (específicamente las científicas) que busquen conocer cómo son las cosas realmente independientemente de lo que podamos pensar de ellas. Asimismo, Rorty observa el accionar o el comportamiento de los científicos como un ejemplo de comunidad solidaria que debemos tomar como ejemplo, y, con ello, renuncia a cualquier estrategia explicativa de este mismo accionar. Por el contrario, podríamos decir, un pragmaticista intenta darle sentido a la empresa científica, una razón de su actuar, cuando Rorty renuncia a tales pretensiones. Peirce pensó que, ante la falta de un ideal regulativo tal como la verdad, desaparecería la comunidad de científicos porque en efecto desaparecería aquello que le da sentido a su actuar. Sin este ideal regulativo habría, en palabras de Peirce, un deterioro del vigor intelectual [CP 1.58]. Rorty nos invita a dejar de lado esa pretensión, sin que sea necesario dejar de lado el entusiasmo intelectual y el ejemplo de solidaridad que han legado los científicos. ¿Por qué no podemos seguir investigando –se preguntaría Rorty– sin que veamos a la verdad como una meta a alcanzar? Peirce diría que sin la verdad no habría ningún propósito para el pensamiento o el razonar. Dado que la esencia 154 de la verdad yace en su resistencia a ser ignorada [CP 2.139], un pragmaticista no creería que el proyecto rortiano fuese posible. Rorty considera innecesaria cualquier estrategia explicativa dado que, para él, aquello a lo que realmente debemos apuntar es a hacer una sociedad más inclusiva, y, por lo tanto, debemos emprender la tarea de elaborar proyectos que cooperen con esta causa. Si lo vemos de este modo, Rorty no está haciendo otra cosa que llevando a sus espaldas el eslogan filosófico que reza “menos es más” (less is more). Ahora bien, si usted puede construir un proyecto de sociedad pluralista y la noción de verdad como una meta, puede contribuir a la elaboración y refinamiento de dicha sociedad más allá de la actitud solidaria que podamos tener, más allá, también, de los criterios culturales para fijar una creencia (i.e., más allá de la defensa del etnocentrismo), y si, adicionalmente, aquella concepción puede explicar y satisfacer nuestras demandas naturales de objetividad, entonces usted debe decir, junto con el pragmaticista, “no, menos no es más; ‘más’ es siempre, simple, y también tautológicamente, ‘más’.” En última instancia, dado que tanto pragmaticistas como neopragmatistas responden a intereses diferentes, pienso que la elección del proyecto filosófico de cualquiera de ellos depende más de una actitud que de argumentos absolutamente definitivos. Esta es la manera en que debe afrontarse la segunda línea argumentativa de Rorty. Si lo que usted desea es explicar, por ejemplo, el comportamiento de los científicos, usted puede adoptar una postura pragmaticista peirceana (quizá más peirceista que peirceana); en cambio, si lo que usted quiere es conservar una actitud solidaria ante el mundo, o si usted cree que necesita una terapia filosófica para darle sentido a la vida, puede adoptar la postura rortiana. En cualquier caso, la adopción de actitudes contrarias no es inconsistente, al menos en tiempos diferentes. Usted puede adoptar una actitud peirceana cuando considere que el conocimiento sin objetividad no es conocimiento y además piense que la objetividad es crucial para la construcción de una sociedad imparcial, o usted puede adoptar una actitud pragmatista cuando considere que puede seguir viviendo pese a que proliferen los criterios de justificación y, no obstante, sea posible, de algún modo u otro, concebir una sociedad mejor. Si me lo pregunta, espero haber mostrado en este escrito que mi preferencia está del lado de una actitud pragmaticista. 155 BIBLIOGRAFÍA. [Brandom 2000] Robert Brandom (ed.), Rorty and His Critics (ed.), Oxford: Blackwell, 2000. [Farber 2005] Ilya Farber, “Peirce on Reality, Truth, and Convergence of Inquiry in the Limit”, Transactions of the Charles S. Peirce Society XLI (3) (2005), pp. 541-566. [Habermas 2000] Jürgen Habermas, “Richard Rorty’s Pragmatic Turn”, en: [Brandom 2000, pp. 31-55]. [Lepore 1986] Ernest Lepore (ed.), Truth and Interpretation: Perspectives on the Philosophy of Donald Davidson, Oxford: Blackwell, 1986. [Putnam 1990] Hilary Putnam, Realism with a Human Face, Cambridge: Harvard University Press, 1990. [Putnam 1990] Hilary Putnam, “Richard Rorty on Reality and Justification”, en: [Brandom 2000, pp. 81-87]. [Rorty 1986] Richard Rorty, “Pragmatism, Davidson and Truth”, en: [Lepore 1986, pp. 333-355]. [Rorty 1993] Richard Rorty, “Putnam and the Relativist Menace”, Journal of Philosophy 90 (9) (1993), pp. 443–461 (versión en español: “Hilary Putnam y la amenaza del relativismo”, en: Richard Rorty, Verdad y Progreso, Barcelona: Paidós, 2000, pp. 63-87). [Rorty 1995] Richard Rorty, “Is Truth a Goal of Inquiry? Davidson vs. Wright”, Philosophical Quarterly 45 (1995), pp. 281–300 (versión en español: “¿Es la verdad la meta de la investigación? Donald Davidson vs. Crispin Wright”, en: Richard Rorty, Verdad y Progreso, Barcelona: Paidós, 2000, pp. 29-61). [Rorty 1996] Richard Rorty, Objetividad, relativismo y verdad. Escritos filosóficos I (trad. Jorge Vigil Rubio), Buenos Aires: Paidós, 1996. [Rorty 1997] Richard Rorty, “La verdad sin correspondencia”, en: Richard Rorty, 156 ¿Esperanza o Conocimiento? Una introducción al pragmatismo, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1997, pp. 7-42. [Rorty 2000] Richard Rorty, “Universalidad y Verdad”, en: Richard Rorty, El pragmatismo, una versión. Antiautoritarismo en epistemología y ética, Barcelona: Ariel, 2000, pp. 79-137 (original: “Universality and Truth”, en: [Brandom 2000, pp. 1-30]). [Wright 1992] Crispin Wright, Truth and Objectivity, Cambridge: Harvard University Press, 1992. 157 ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA DUDA Y LA CREENCIA DOUGLAS NIÑO(*) En el artículo “La fijación de la creencia”, Peirce propuso que la única función del pensamiento es el establecimiento de la creencia, y que el proceso de fijación de la creencia, que parte de una duda y termina con el establecimiento de la creencia, es denominado “investigación” [CP 5.374–375; 1877]. En ese momento pensaba que había al menos cuatro métodos para fijar creencia: tenacidad, autoridad, a priori y científico. Para el caso de la indagación científica, empezó a sostener desde 1898 que el método que se debía usar era el establecido por las tres etapas de la investigación: abducción– deducción–inducción. Aquí de lo que se trata, entonces, es que una duda asalta al investigador, frente a la cual éste debe proponer una hipótesis que dé cuenta del problema que se ha configurado (abducción), para luego extraer las consecuencias de esa hipótesis (deducción), y, a continuación, escoger algunas de esas hipótesis para ponerlas al fuego del experimento. De tal suerte que, si esas consecuencias resultan verdaderas, entonces podemos sostener (provisionalmente) que las otras consecuencias de la hipótesis también (*) Universidad Jorge Tadeo Lozano, [email protected] 159 lo serían (inducción). En un trabajo anterior [Niño 2007] he intentado mostrar que, para Peirce, el procedimiento inductivo es el que nos permite, finalmente, despejar la duda original, y, en este papel de fijar la ‘creencia científica’ (que en adelante denominaré opinión científica, siguiendo la primera Cambridge Conference, cf. [CP 1.616–648; 1898]), no tienen un papel directo ni la abducción ni la deducción. Sin embargo, cabe preguntarse si es posible o deseable que todas nuestras creencias tengan este carácter de ‘opinión científica’. Por ejemplo, si nos presentan a alguien que dice llamarse “Juanilo”, y nunca hemos escuchado ese nombre, por lo que nos parecería ‘sorprendente’ que alguien se llamase de esa manera, ¿acaso deberíamos proceder según las diferentes etapas de la investigación científica para constatar que ése es su nombre? Pero incluso, si al recién presentado le dijéramos: “¿Juanilo?”, y éste nos respondiera con convicción: “¡Sí, Juanilo!”, ¿no debería bastarnos con eso para apaciguar nuestra duda? Nótese que, en este caso, nuestra manera de proceder sería la de aceptar esa información y fijar nuestra creencia con respecto a su nombre por el método de autoridad [CP 5.379; 1877]. El propósito de este trabajo es indagar algunas de las condiciones bajo las cuales fijamos dudas y creencias, teniendo como telón de fondo las propuestas de Peirce. Para ello, se recoge la distinción tradicional entre contenido y actitud frente a una proposición y las diferentes características de cada una de ellas, para luego introducir una serie distinciones que permitan abordarlas. Esto permitirá abordar bajo un enfoque diferente la noción tradicional de ‘conocimiento’ como ‘creencia verdadera justificada’. CONTENIDO Y ACTITUD Hacia 1904 Peirce consideraba que Una y la misma proposición puede ser afirmada, negada, juzgada, dudada, investigada interiormente, puesta como una pregunta, deseada, preguntada, ordenada efectivamente, enseñada, o meramente expresada y no por ello llega a ser una proposición diferente [NEM 4.248], [EP 2.312]. Esta distinción entre lo que expresa una proposición y la actitud que se toma ante ella también ha sido establecida por muchos otros filósofos, entre ellos, Edmund Husserl 160 (1913), con las distinción ‘noesis’ y ‘noema’ [Husserl 1995], y John Searle (1983), para quien a nivel de los actos de habla hay que distinguir entre fuerza ilocucionaria y contenido proposicional y, simétricamente, a nivel mental, entre modo psicológico y contenido proposicional [Searle 1992]. Para los propósitos de este trabajo, denominaremos estos dos parámetros sencillamente contenido y actitud. DUDAR Y CREER: DOS ACTITUDES DIFERENTES De las muchas actitudes que se pueden tomar hacia una proposición, aquí se tomarán primordialmente en cuenta dos: dudar y creer. Según Peirce, esas dos actitudes tienen una naturaleza diferente e, incluso, opuesta. Hay duda cuando hay una violación a una expectativa previa y dicha expectativa es proporcionada por la creencia. Como es bien sabido, para Peirce una creencia es un hábito de acción, y, de este modo, hay duda cuando frente a una situación no sabemos cómo comportarnos. Así, la duda aparece por la suspensión de la creencia. Pero adicionalmente puede decirse que el rango en el que pueden moverse la duda y la creencia es bastante amplio. Es decir, se puede creer o dudar en algo con mayor o menor intensidad, débil o fuertemente. Mi primera propuesta al respecto es que podríamos analizar la actitud que podemos tener frente a una proposición en un rango que puede moverse desde la mayor confianza (en la creencia fuerte) a la mayor desconfianza (en la duda fuerte). Por lo pronto, denominaré a dicho rango ‘rango fiduciario’. Quisiera proponer, además, que al interior del rango fiduciario habría un sub–rango movedizo, entre la duda y la creencia, en el que según ciertos propósitos, lo que allí se subtiende, puede tomar el carácter, bien de duda, bien de creencia. Llamaré a tal sub–rango el ‘rango de la sospecha’. Este rango, sin embargo, merece una explicación. Supongamos, primero, que nos encontramos en una situación de indagación científica. Aparece un fenómeno del que no podemos dar cuenta, lo cual da origen a la duda, y así, si queremos ofrecer una explicación, nos vemos obligados a proponer una hipótesis, esto es, a hacer una abducción. Sin embargo, según Peirce, la conclusión de una abducción científica sólo puede acogerse como una sospecha [CP 5.189; 1903], una pregunta [CP 2.634; 1878], [CP 6.524; 1901] o una sugerencia [MS 440: ISP34; 1898]. Si 161 esto es así, la conclusión de una abducción científica no nos autoriza a creer en ella, sino simplemente a sospecharla, puesto que aun somos ignorantes con respecto a su verdad (para pronunciarnos sobre esto, tendremos que esperar a que la hipótesis sobreviva al fuego inductivo), y, en este sentido, el ‘rango de la sospecha’ en la abducción científica parece tomar partido por la duda. Pero, por otro lado, Peirce también insistió, a lo largo de su carrera filosófica, en que los juicios de percepción también se hacen por abducción [W 1.516; 1866], [W 2.5253], [CP 1.551; 1867], [CP 8.64-65; 1891], [MS 692; 1901]. Sea, por ejemplo, q un juicio de percepción. Si no hay razones adicionales para dudar de la verdad de q (e.g. dificultades observacionales), entonces q debe tener el estatuto de una creencia, a pesar de que el juicio de percepción es producto de una abducción acrítica. Esto es así, porque “una proposición que puede dudarse a voluntad ciertamente no es creída” [CP 5.524; c.1905] y los juicios de percepción, normalmente, no pueden ponerse en duda a voluntad1. En este caso vemos que esto que pertenece al ‘rango de la sospecha’ (puesto que se trata de una abducción), sin embargo, no parece tomar partido por la duda. Tomemos otro ejemplo. Supongamos que Juan escucha ruidos en la casa de su vecino. Juanilo, que está de visita en casa de Juan, pregunta, “¿Será que están robando la casa de al lado?” a lo que Juan responde, “No creo. Los vecinos hacen esa clase de ruidos cuando entran a su casa, por lo que seguramente se trata de ellos”. Aquí hay dos abducciones, la de Juanilo (¿ladrones?) y la de Juan (¡los vecinos!), cada una de las cuales intentan explicar los ruidos de la casa vecina. Y aunque ambas abducciones se mueven en el rango de la sospecha, en el caso de Juanilo la abducción parece tomar partido por la duda, mientras que en el de Juan parece tomarlo por el de la creencia2. Se puede ver, entonces, en qué sentido se decía antes que el ‘rango de la sospecha’ es movedizo: lo que cae en él puede tomar partido por la duda o por la creencia. Lo que habría que indagar ahora es si hay alguna forma de determinar a qué obedece esa toma de 1 Además, en el caso de la indagación científica, es la aparición de un ‘hecho sorprendente’ el que hace que surja la duda, que da lugar a la investigación. Pero para ello, es preciso que se determine dicho hecho sorprendente. Si ese hecho es expresado por ‘q’, la razón por la cual q hace que se demande una explicación es que su aparición no puede derivarse de las creencias de trasfondo, y, por tanto, es la aceptación de que ‘q’ es verdadera lo que motiva la investigación. Y aceptar que ‘q’ es verdadera es prácticamente lo mismo que creer que ‘q’. 2 Incluso si resulta una creencia falsa: después de todo, podría ser que efectivamente estén asaltando a los vecinos o que los ruidos los hagan las visitas de los vecinos, etc. 162 posición. Para ello quisiera proponer una distinción, ortogonal a la del rango fiduciario, relativa al nivel de justificación (alto, medio, bajo) con el que pretendemos que se establezcan la duda y la creencia. EL ESTABLECIMIENTO DE LA DUDA Comencemos por la duda. Por ejemplo, Descartes introdujo en filosofía lo que se llegó a denominar la ‘duda metódica’ (cf. [Descartes 1987]). Dicho método consiste en ‘dudar’ de toda información que no se nos presente de forma clara y distinta. El propósito del método es establecer los fundamentos últimos del conocimiento, que, de ese modo, quedaría justificado, digamos, ‘más allá de toda duda posible’. Por supuesto, Descartes sabía que la ‘duda metódica’ propuesta era diferente de la duda de la vida cotidiana, y con respecto de ésta se trataría más bien de una duda ‘fingida’. Tiempo después Hume también diferenciaba las ‘dudas escépticas’ o filosóficas, donde el interés es dar cuenta del origen y la justificación del conocimiento, de las dudas de la ‘vida cotidiana’, donde no sabemos si algo es el caso (¿subió el precio de la gasolina?) o por qué es el caso (¿por qué Rafael ya no le dirige la palabra a Hugo?), a las que denominó populares [Hume 1992, sección 12, parte II]3. Por su parte, Peirce establece en 1868–1869 su programa anticartesiano en los artículos ‘sobre Cognición’ [CP 5.213–263; 1868], [CP 5.264–317; 1868] y [CP 5.318– 357]. En el segundo de ellos, “Algunas consecuencias de cuatro incapacidades”, Peirce comienza por sostener que el método de la duda universal es imposible, porque la duda no es voluntaria y en efecto hay creencias que son indudables: “No podemos pretender dudar en filosofía de lo que no dudamos en nuestros corazones” [W 2.212; 1868]. La duda legítima requiere una razón específica, y, en ese sentido, surge a partir de creencias que ya se han adquirido. Como es bien sabido, esta actitud profundamente anticartesiana va a desembocar después en las tesis pragmatistas. Ahora bien, podría preguntarse de la duda ‘real y viviente’, de la que habla Peirce, si es popular o es filosófica. Pero, quizás, abordar la pregunta de esta manera plantea un 3 A propósito de este punto de Hume, Popper propone distinguir lo lógico de lo psicológico [Popper 1974, pp. 17-18]. Además, podría pensarse que en medio de esos dos extremos aparecen el tipo de dudas propias de las profesiones (medicina, derecho, ingeniería, etc.) Se dirá sobre ello algo más en la sección siguiente. 163 falso dualismo. En mi opinión, la duda peirceana, como opuesta a la creencia, intenta diferenciar dudas legítimas (reales y vivientes) de las dudas ilegítimas (de papel y fingidas). En ese sentido, tanto las dudas populares como las filosóficas podrían ser legítimas o ilegítimas4, y, en particular, las dudas escépticas serían dudas filosóficas ilegítimas. Y lo que haría que una duda fuese legítima (o no) es que estaría justificada (o no). En este momento recojo aquí la distinción clásica entre explicación y justificación. Por ejemplo, una cosa es explicar el Holocausto y otra muy diferente justificarlo: que A sea una explicación de B, con respecto a un trasfondo C, no implica que A sea además una justificación de B, y viceversa. De este modo, las intrigas de Yago explican que Otelo tenga celos de Desdémona. Pero los celos explican, mas no justifican, las acciones de Otelo. Así, una explicación ofrece una cierta información sobre lo que sucede (o sucedió), mientras que una justificación ofrece una autorización para proceder (o haber procedido) de una u otra manera o para aceptar (haber aceptado) algo. Por eso, en principio, la justificación estaría más del lado de las actitudes, mientras que la explicación lo estaría más de los contenidos. Este último punto tiene consecuencias adicionales, puesto que puede haber justificaciones para comenzar a hacer algo que pueden ser diferentes de las razones para terminarlo. Nuevamente, piénsese en la abducción científica: si no hay un problema cognitivo qué resolver (es decir si no hay hecho ‘sorprendente’), según Peirce, no hay justificación para comenzar la abducción. De igual modo, cuando se procede a extraer la conclusión de la abducción, si se trata de una abducción científica, a lo que autoriza la relación ilativa (el ‘por tanto’ abductivo) es a sospechar que A es verdadero, es decir, estamos justificados a adoptar un estándar de sospecha, pero, dado el propósito de la actividad científica, no estamos autorizados (justificados) a que el estándar de sospecha tome partido por un estándar más alto como el de creencia. La importancia de este punto radica, en mi opinión, en que la duda legítima atestigua que hay algo que no sabemos (ignorancia), y solamente ella es un estímulo legítimo para la investigación. Sin embargo, el contenido de la conclusión abductiva científica es explicativo (cf. infra). 4 Supongo que las dudas populares ilegítimas serían, por ejemplo, las que intentan sembrar ciertos políticos-columnistas en la opinión pública. 164 Pero miremos un ejemplo. Supongamos que un estudiante de medicina y su profesor siguen la evolución clínica de un paciente. Supongamos, además, que el paciente no mejora como podría esperarse con la medicación, lo cual, por supuesto, amerita una explicación. ¿Cuál sería la actitud de cada uno de ellos? Seguramente la intensidad de la duda variará en los dos casos. La intensidad de la duda del estudiante será menor con respecto a la medicación que la de su profesor, en la medida en que su creencia está apenas en proceso de formación. Incluso –si no es muy buen estudiante– aprenderá que en un caso como este habría que dudar del manejo clínico. La consecuencia del ejemplo anterior, para nosotros, sería al menos la siguiente: si la duda es legítima, su variación de intensidad depende, al menos, de la especificidad de la información de la creencia que se pone en duda5. Lo cual nos remite –como se había anticipado– al problema de su contenido. UNA CARACTERÍSTICA DEL CONTENIDO Para comenzar, permítaseme introducir la distinción proposiciones robustas y frágiles. Se puede decir que las proposiciones robustas se caracterizan por ser genéricas, esto es, se predican de muchos miembros, aunque esto no implique que sean universales. En este sentido, el contenido de la expresión “los pájaros vuelan” es genérica, mientras que la expresión “todos los pájaros vuelan” es universal. Las expresiones genéricas se involucran en razonamientos típicamente derrotables (cf. [Morado 2004]). Por ejemplo, Los pájaros vuelan Toby es un pájaro Por tanto, Toby vuela. Pero si, además, llegamos a saber que “Toby es un avestruz” es verdadero, tendríamos que revisar nuestra conclusión de que Toby vuela. Sin embargo, difícilmente estaríamos dispuestos a abandonar la creencia genérica de que los pájaros vuelan y de que los avestruces no. Así, tanto los razonamientos derrotables como sus premisas genéricas son 5 Agrego “al menos”, porque no en pocas ocasiones una aserción se pone en duda (o no) por las relaciones afectivas que se tiene con quien hace la aserción. Por lo pronto, no voy a considerar esta dimensión emocional de la duda y la creencia. 165 robustos, puesto que estamos dispuestos a seguir usándolos, incluso si dichas premisas están sujetas a diversos contraejemplos: ciertamente pensamos que los pájaros, en general, vuelan, y estaríamos dispuestos a seguir usando esa creencia como premisa, incluso si los pingüinos y los avestruces no lo hacen. Pero incluso, si pensamos en las especies que típicamente vuelan, como los canarios, también es cierto que no todos los canarios vuelan, como por ejemplo, aquellos que acaban de salir del cascarón y los que tienen las alas rotas. Si pensásemos en el extremo opuesto de lo genérico, encontraríamos un tipo de proposiciones que si se usasen en razonamientos deductivos, no harían que estos se volviesen derrotables. Estas proposiciones se falsarían con una sola instancia en contra, y por esto podemos decir de ellas y de los razonamientos que las involucran que son frágiles (cf. [Gabbay & Woods 2005, pp. 24-25]). Debo agregar que esta es una distinción relativa y que entre lo ‘robusto’ y lo ‘frágil’ habrá también casos intermedios. Para la presente discusión, lo más importante de lo robusto es que se adopta por default, esto es, se adopta dándose por descontado. Y aquello que se adopta de esta manera no se somete a escrutinio: no dudamos de la información que se nos proporciona, y esto hace parte de la forma como actuamos basados en el sentido común, es decir, que la mayoría de nuestras inferencias tienen este carácter. Ahora bien, según Peirce la “duda genuina” ocurre cuando se da una experiencia contraria a nuestras expectativas [CP 7.36; 1907]. Pero es diferente tener una expectativa basada en una premisa robusta a una basada en una premisa frágil. De esta manera, se puede decir que una duda es débil si, como en el ejemplo de Toby, se basa en una o varias creencias robustas que no se ponen en tela de juicio, mientras que será fuerte si la creencia que presupone tiene un contenido frágil. Nótese entonces la asimetría existente entre duda y creencia, puesto que las creencias que podría generar una premisa robusta serán fuertes, mientras que las que generaría una premisa frágil serán débiles. Este es un resultado normal si pensamos, nuevamente, en que una premisa frágil, debido a su precisión y estrictez, será mucho más vulnerable al fuego de la experiencia. Pienso que por eso mismo, Peirce nos aconsejaba considerar nuestro conocimiento científico como puramente provisional. 166 Pero volvamos al ejemplo del estudiante y el profesor de medicina. Los contenidos de las creencias del estudiante con respecto al tratamiento del paciente serán más genéricos, mientras que los del profesor, es de esperarse, serán más específicos. Por lo tanto, los contenidos de las creencias del estudiante tenderán a ser más robustos en comparación con los del profesor que tenderían a ser más frágiles. Y del mismo modo, sus dudas con respecto al fallo del tratamiento serán, respectivamente, más débiles y más fuertes. Pienso entonces que puede haber dudas, por un lado, desde débiles hasta fuertes, y por otro, legítimas e ilegítimas. Un ejemplo de duda fortísima, pero ilegítima, es el de la duda metódica cartesiana. Uno de duda legítima y fuerte, el que llevó a Kepler a postular que las órbitas de los planetas eran elípticas, que era, verdaderamente, una duda genuina6. Ambas son dudas fuertes porque ambas se relacionan con altos estándares de justificación a la hora de adoptar un método adecuado para la búsqueda y hallazgo de conocimiento auténtico. La diferencia, por supuesto, es que se trata de dos métodos completamente diferentes que tienen propósitos diferentes: en el método de la duda metódica se intentan establecer los fundamentos últimos del conocimiento; mientras que en el método científico, tal como lo propone Peirce, se intenta establecer nuevo conocimiento, y el problema de hallar un fundamento absolutamente sólido se deja de lado [CP 5.589; 1898]. Un ejemplo de duda débil es la del enamorado que no sabe si su amada ha recibido el regalo que le envió o la de aquel que no sabe qué hora es. Miremos una variante de lo anterior. Cuando el escéptico se pregunta si sigue siendo la misma persona que dos horas antes, esto es, duda metódicamente de ser la misma persona, adopta un estándar fuerte de justificación y finge una duda. Ahora bien, si una persona duda genuinamente de ser la misma que dos horas antes, pero su estándar de justificación ante dicha duda es medio o bajo, puesto que la identidad personal no es algo que requiera de premisas frágiles, seguramente lo que hará es ir al psiquiatra, lo cual muestra que se trata de una duda ilegítima. Y, de hecho, se han realizado esfuerzos para establecer una relación entre la actitud del escéptico y la del esquizofrénico, en una vena 6 En el marco de la epistemología naturalizada, Quine pensaba que las dudas escépticas eran como las de los científicos, solo que más ‘exageradas’. Según el tratamiento que se les está dando aquí, por el contrario, las dudas escépticas no son de la misma naturaleza que las dudas legítimas, sino que, por usar una expresión quineana, ‘están concebidas en pecado original’. 167 wittgensteiniana [Sass 1991]. Pero entre las dudas legítimas, podemos tener diferentes grados. Así, por ejemplo, puede haber estándares de justificación altos (‘¿por qué llegaste a esta conclusión? Porque se sigue válidamente a partir de las premisas’), como medios (el caso del profesor de medicina) y bajos (‘¿Por qué lo hiciste? Porque lo había prometido’). De este modo, y como una primera aproximación, podría pensarse que nuestro sentido común se satisface con el establecimiento de proposiciones genéricas, mientras que la ciencia –al menos como interpreto que Peirce la entiende– debería intentar establecer proposiciones frágiles, en la medida en que se debería pretender que este tipo de proposiciones sean definidas y precisas (en el sentido técnico que Peirce le da a estas dos expresiones, cf. [CP 5.446–450; 1905]), y no vagas e indefinidas, esto es, robustas. Si esto fuese así, la diferencia en el estándar de justificación (bajo, medio, alto) para la fijación de las creencias tendría consecuencias directas sobre la robustez o fragilidad del contenido de las mismas. Lo cual nos remite a los problemas en torno a la fijación de la creencia. LA FIJACIÓN DE LA CREENCIA Ahora bien, al igual que en el caso de la duda, es preciso preguntarse en el caso de las creencias cómo se han obtenido, es decir cuál ha sido el método por el cual se han adquirido, pues dicho método es el que ofrece el estándar de justificación alto, medio o bajo. Si alguien cree “E = mc2”, porque ha seguido los experimentos que dieron lugar a la teoría general de la relatividad y está familiarizado con las ecuaciones de Lorentz, etc., entonces podemos decir que tiene la creencia altamente justificada de que “E = mc2” (donde el significado de esa ecuación, para ese individuo, sería frágil); pero si lo cree porque lo ha visto en las caricaturas que aparecen en los cuadernos, o porque su profesor de física se lo dijo, su creencia tendrá una justificación baja y su contenido será robusto7. Y, de hecho, si nos mantenemos en el mismo estándar de justificación, la ‘robustez’ de 7 Desde el punto de vista del uso de la máxima pragmática, que introduce los estándares más altos de aclaración, se puede preguntar qué es lo que cree esa persona. Si lo único que puede decir es que, si alguien le preguntase a su profesor este seguramente diría que es correcta, esta persona no cree que “E = mc2”, sino cree que alguien más cree que “E = mc2”. Es decir, tendrá una creencia de dicto y no de re. 168 los contenidos se mantendría: no es lo mismo discutir la precisión de “E = mc2”, mientras se es un estudiante amateur, con otro compañero de clase que con un físico experto que nos pide que leamos las gráficas de los experimentos en el laboratorio. Pero el caso contrario al primero también puede ocurrir. Supóngase que alguien cree que va a llover en el centro de Bogotá en la tarde de tal día. Si no sabemos cómo ha obtenido esa creencia, no podemos establecer si su estándar de justificación es alto o bajo. Si esa persona es un meteorólogo entrenado y por datos higrométricos especializados llega a esa conclusión, su creencia tendría un alto estándar de justificación. Si lo cree porque su profesor de primaria, hace 40 años, le dijo que esta es época de lluvias en Bogotá, la creencia tendría un bajo estándar de justificación. Ahora bien, exigir altos o bajos estándares de justificación en la fijación de creencias también implica ofrecer un escenario en el que sea posible cumplirlos. Para resolver problemas es preciso tener en cuenta la disponibilidad de tiempo, esfuerzo (computacional) e información previa (genérica o estricta). Esto quiere decir que un estándar de justificación alto hará que por lo menos una de estas tres variables sea también de nivel superior. El punto importante es que, en este contexto, la distinción Teoría/Práctica es una distinción relacionada con la intervención de tiempo, esfuerzo e información previa [Gabbay & Woods 2005, 2006]. En el caso de la abducción, Peirce introdujo la distinción Práctico/Científico [MS 637: ISP4–6; 1909], precisamente teniendo el tiempo como factor determinante8. En este sentido, una aproximación con estándares altos es tal que, para resolver el problema entre manos, debería estar dispuesta a que esas variables fuesen ‘altas’. LA FORMA CIENTÍFICA DE FIJAR CREENCIAS Dado que, en la inferencia sintética, la manera como se obtienen las premisas tiene alcance en el modo en que se sostiene la relación ilativa (el ‘por tanto’; cf. [CP 2.692; 8 Para Peirce, la cuestión del tiempo tiene impacto sobre la gravedad del resultado (o de la urgencia con que se requiera la respuesta) de la hipótesis en consideración, y no del tipo de problemas que se están resolviendo. Por tanto, la distinción entre una Retroducción Práctica y Científica no es la de mayor o menor dificultad conceptual, sino la que hay entre lo que se tiene que resolver con urgencia y lo que puede resolverse sin ese imperativo. Por esta razón, para Peirce la ciencia tiene que dedicarse a las cosas inútiles [MS 1288; 1898], puesto que sus problemas pueden dar espera y tener un tiempo indefinido para su resolución. 169 1878]), siempre será posible que se pueda preguntar, frente a una proposición cualquiera, si esa proposición se ha obtenido por abducción o inducción (e incluso por deducción), y de ese modo determinar (parcialmente) cuál es su estándar de justificación. Pero dada la distinción que se acaba de introducir (práctico/teórico), habría que agregar que el estándar de justificación de las inferencias en juego puede diferir, tanto cuantitativamente como cualitativamente. Desde un punto de vista cuantitativo, la conclusión de una abducción científica puede acogerse como una mera pregunta, una sugerencia, o, incluso, manteniéndose bajo el rango de la sospecha, puede dársele un alto o bajo grado de plausibilidad. Desde un punto de vista cualitativo, una sospecha (que es lo que autoriza una abducción científica) es diferente de la creencia (opinión científica), que es lo que autoriza la ilación inductiva, en el sentido en que la inducción llevada a cabo apropiadamente justifica creencias, es decir, opiniones científicas9. Según Peirce, esto debería realizarse de la siguiente manera. Frente a una proposición p es preciso preguntarse siempre –desde un punto de vista pragmatista al estilo de Peirce– cómo se ha obtenido p. Es importante notar que para Peirce la actitud que se tenga frente a p (de ‘duda’ o ‘creencia’, por ejemplo) depende de la forma como se obtiene p, y la actitud adecuada depende del tipo de inferencia de la cual p es conclusión. En el caso de la investigación científica esto quiere decir que la duda legítima surge con la aparición de un fenómeno del cual no se puede dar cuenta adecuadamente. Si y sólo si esto sucede se requiere de una explicación. La abducción es el procedimiento que genera dicha posible explicación (o solución, en un sentido más general), y su conclusión es una hipótesis. Pero hay que notar que la hipótesis no es simplemente una proposición. Es también la actitud de que esa proposición no se puede sostener como verdadera [CP 5.189; 1903]. Incluso, puede parecer una pregunta o una sugerencia: ¿acaso p?, ¡es posible que p! Evidentemente, y como sí parece ser el caso en el sentido común (donde el rango de la sospecha toma partido por la creencia, cf. supra), no aseguramos la verdad de una hipótesis científica cuando ésta apenas surge. Sin embargo, estamos justificados a acoger por lo menos una de las hipótesis disponibles, porque de otro modo no podríamos obtener conocimiento. Ciertamente la hipótesis no es conocimiento todavía, pero sin ella, 9 En [Niño 2007] he intentado defender que, en Peirce, a lo que autoriza la abducción científica es la preservación de la duda genuina, mientras que la inducción permite descargar del estatus de duda, y cambiarlo al de creencia, en el sentido técnico que tiene esta palabra, esto es, como hábito de acción. 170 no lo adquiriríamos. Esto me permite decir que la duda genuina, en el caso de la actitud científica, no se apacigua con la conclusión de la abducción, pues aún no podemos afirmarla como una creencia. Y no podemos hacer esto porque tener la creencia de p es sostener que p es verdadero, y una mera hipótesis no permite hacer semejante aseveración. Hacer esto no sólo sería epistemológicamente imprudente, sino incluso reprochable, puesto que si se cree una mera conjetura, allí se detendría el camino de la investigación, sin saber realmente si la hipótesis es verdadera o no. ¿En qué ocasiones, entonces, se puede decir que A puede creer científicamente que p (opinar que p)? Para responder a esto, es necesario dar un breve rodeo por la deducción y la máxima pragmática. Según Peirce, una vez la abducción hace su trabajo (ofrecer una hipótesis, una explicación plausible), es trabajo de la deducción extraer consecuencias de la hipótesis. El pragmatismo es una pequeña modificación de esta idea: las consecuencias de la hipótesis, directas o indirectas, inmediatas o remotas, tienen que ser observables. Y esto a su vez tiene como consecuencia que si alguien dice entender la hipótesis f, entonces tendría que estar en condiciones de actuar de tal suerte que su conducta le pudiese llevar a experimentar esas consecuencias de la hipótesis. En este sentido, el significado pragmático de una hipótesis está relacionado con la forma en que las consecuencias de una hipótesis afectarían la conducta posible (incluida en ésta la observación) de quien dice comprender dicho significado. La deducción, por supuesto, preserva la información ínsita en la hipótesis y la desarrolla. Al extraer las consecuencias de la hipótesis va apareciendo una serie de predicados ‘nuevos’ que estaban implícitos en la hipótesis. Y entre más desarrollada sea esta clarificación, más estrictas, esto es, frágiles, serán las predicciones de la hipótesis. En este sentido, la deducción nos ayuda a esclarecer el significado de la hipótesis, pero no se pronuncia sobre su verdad. Por tanto, no estamos epistemológicamente autorizados a creer las conclusiones obtenidas por una deducción que desarrolla una hipótesis científica, sino sólo a seguir sospechándolas. A continuación viene la inducción. Desde el punto de vista del qué, la inducción peirceana es, como dice la tradición, una inferencia de la parte al todo o como se dice más contemporáneamente, una proyección a partir de muestras. Sin embargo, desde el punto de vista del cómo, en esta inferencia se ve si las consecuencias de la hipótesis concuerdan o no con la experiencia (el proceso de verificación). Estos dos puntos 171 merecen ser aclarados. En cuanto al cómo, lo que se verifica es si ciertas proposiciones compuestas por algunos de los predicados deductivamente inferidos concuerdan con las observaciones. Pero el punto importante es que esos predicados deben haber sido establecidos con anterioridad a la observación, y esto se convierte en una regla indispensable para la inducción, y, sin ella, según Peirce, el procedimiento deja de ser inductivo10. Por ejemplo, me encuentro en una experiencia con una serie de animales y veo que todos son negros y que además son cuervos. Aquí hay al menos dos opciones. O bien el predicado ‘negro’ estaba predesignado o no lo estaba. De este modo, si la proposición es “estos cuervos son negros”, pero el predicado ‘negro’ no estaba predesignado y la conclusión de la inferencia es “todos los cuervos son negros”, no se trata de una inducción sino de una hipótesis11, y este punto no tiene –por lo pronto– nada que ver con el tamaño de la muestra. La predesignación es la primera y más importante regla metodológica de la inducción, pues sin ella, la inferencia pierde su carácter de inducción. La segunda regla contiene los procedimientos de muestreo. La tercera regla es de precesión: el procedimiento inductivo sólo debe tener lugar después de una abducción y de una deducción. En cuanto al qué, es importante mencionar en qué sentido la predesignación permite que la inducción sea una inferencia de la parte al todo. Un viejo teorema de la lógica dice que si todas las consecuencias de una hipótesis son correctas entonces la hipótesis misma es correcta. Ahora bien, si escogemos una serie de las consecuencias de una hipótesis y las tratamos como si fuesen ‘muestras’, y vemos que en ellas se dan de hecho los caracteres predesignados (observaciones deliberadamente buscadas y halladas), estamos autorizados bajo el estándar más alto a proyectar su verdad al ‘todo’ de las consecuencias y así establecer una proposición frágil. De este modo, y expresado en metalenguaje, la inferencia inductiva se comporta de la siguiente manera: Premisa 1: Premisa 2: Estas consecuencias son consecuencias de la hipótesis f Estas consecuencias son verdaderas 10 Debo agregar que varios teóricos importantes de la inducción -antiguos y contemporáneos- dejan esta regla completamente de lado (cf. e.g. [Lipton 2004], [Flach, 1996, 2002]). 11 Es una hipótesis porque si la proposición “todos los cuervos son negros” fuese verdadera, el estado de cosas al que se refiere explicaría que estos cuervos son de hecho negros. Como dice Peirce, lo haría un asunto obvio. 172 Por lo tanto, Conclusión: Todas las consecuencias de la hipótesis f son verdaderas, por tanto, la hipótesis f es verdadera Nótese que en la conclusión se afirma (de forma provisional es cierto) que las conclusiones de la hipótesis son de hecho verdaderas. Y, si esto es así, entonces estamos, bajo el estándar de justificación más alto, autorizados a creer en el contenido de la conclusión. El hecho de creer con una intensidad variable (profunda o superficialmente, podríamos decir) en la proposición concluida (la dimensión cuantitativa) dependerá de las características de la muestra (de los caracteres, de las consecuencias seleccionadas, etc.). En este sentido, lo que hace la inducción es autorizarnos a cambiar la actitud que antes teníamos frente a la proposición: lo que antes, cuando se trataba de la abducción, era una mera ‘sospecha’ que no permitía despejar la duda, con la inducción –si es verificada– se convierte en creencia (de un alto estándar) en todo su derecho. De esta manera, podemos precisar un poco más la distinción alto/bajo estándar de justificación para todo el rango fiduciario. Por ejemplo, si un investigador comienza por proceder con un estándar alto, entonces realiza una abducción cuando el método lo prescribe, esto es, cuando se encuentra con el hecho sorprendente. Pero si decide creer en la conclusión de su abducción, entonces cambia de actitud y de aproximación y adopta un estándar bajo, cuando el método prescribiría que debería mantener una actitud de un estándar alto. Si retomásemos la noción empirista de ‘conocimiento’ como ‘creencia verdadera justificada’, veríamos entonces que ‘conocimiento’, en un marco peirceano, es una expresión que abarca a las conclusiones inductivas: la inducción tiene unos altísimos estándares de justificación (debido a las reglas de predesignación, muestreo y precesión), y autoriza a que su conclusión sea creída. De hecho, no creer una conclusión inductiva (llevada a cabo adecuadamente y sin una razón adicional que lo justifique), parecería también injustificado bajo esos mismos estándares altos. Nótese que dicha creencia no es un estado del que se parte, sino al que se llega, a partir, primero, de una duda y, luego, de una sospecha. Es un movimiento que se da a lo largo de todo el rango fiduciario, desde una duda fuerte hasta una creencia frágil. Es decir, que una proposición pueda y deba ser creída significa, bajo principios 173 pragmatistas, si se adopta el método científico para fijar creencias, que se ha obtenido por inducción; y es el estándar del procedimiento inductivo el que autoriza su credibilidad (y no, por ejemplo, sólo su verosimilitud). Además, en la noción de conocimiento como ‘creencia verdadera justificada’, las nociones de ‘creencia’ y ‘justificación’ son independientes (cf. [Dancy 2002, pp. 39–53), mientras que en la propuesta peirceana, parece haber un vínculo intrínseco entre justificación y creencia científica. Podría agregar que, en este contexto, ‘verdadera’ sólo quiere decir que es una proposición que se espera no decepcione las expectativas que se desprenden de su adopción en tanto que creencia. Ese, por supuesto, es un sentido cognitivo y no semántico de ‘verdadera’, y, en tanto que cognitivo, depende de nuestras prácticas y habilidades pragmáticas. Por eso, habría que agregar, es sólo ‘provisionalmente verdadera’ y en ningún sentido ‘absolutamente verdadera’ o cierta. En breve, la abducción científica no genera opinión científica por sí misma, ni por tanto, conocimiento, bajo un estándar de justificación alto. Bajo ese mismo estándar, lo que concluye la abducción sería algo como ‘sospecha justificada posiblemente verdadera’. Pero aparte de las diferencias modales y cualitativas, es importante también darse cuenta de que los estándares de justificación para la abducción científica son diferentes de los de otros modos de razonamiento. La abducción no está justificada porque haya pasado el fuego experimental (como la inducción), sino porque provee una explicación posible, sin la cual no podríamos aprender o llegar a conocer nada. CUATRO SENTIDOS DE ‘CONOCIMIENTO’ Ahora bien, pienso que el esclarecimiento de las relaciones entre duda y creencia (y por extensión, la cuestión del conocimiento como ‘creencia verdadera justificada’) depende, a su vez, de que se diferencien adecuadamente las dimensiones justificatorias y fiduciarias de esas dos actitudes. En la definición tradicional (empirista) ‘conocimiento’ significa ‘creencia verdadera justificada’12. Si, como se mencionó antes, ‘creencia’ y ‘justificada’ se suponen como independientes, esto quiere decir que también se podrían diferenciar 12 cf. nuevamente [Dancy 2002] para la bibliografía pertinente con respecto a la tradición que adopta este enfoque para la noción de conocimiento. 174 diversos grados y/o formas de ‘conocimiento’, en la medida en que estarían atravesados, tanto por el rango fiduciario como por el justificatorio13. Si, en aras de la simplicidad, decidiéramos analizar los casos extremos de las posibilidades que hemos encontrado, tendríamos: 1) alto vs. bajo estándar de justificación y 2) contenidos robustos vs. frágiles. Por supuesto, habrá toda una gama de estados intermedios que por el momento no se explorarán. En un primer sentido de ‘conocimiento’, tendríamos un bajo estándar de justificación, con contenidos robustos y creencias fuertes. Nótese que una persona puede estar en un ‘estado mental’ tal que ‘sepa’ qué programa de televisión es el que sigue, en el sentido en que puede decir “El siguiente programa es x” tal y como lo dice la programación del canal. Pero de tal ‘saber’ no se sigue que necesariamente el siguiente programa sea x: puede ser que ese día cambien la programación o que la programación sea interrumpida por una alocución presidencial. Pero eso no sería óbice para decir que A no sabe cuál es el siguiente programa: el ‘saber’ cotidiano es genérico, no estricto, por lo que es derrotable (revocable). Y los estándares que se le exigen permiten un cierto grado de derrotabilidad: que haya una alocución presidencial no refuta el conocimiento que tiene esa persona de la programación habitual. Puede observarse que el conocimiento de bajo estándar de justificación es casi inmune a los contraejemplos, debido a que sus aseveraciones son de orden genérico. Esto, en mi opinión, tiene un fuerte aire de familiaridad con el modo de fijación de la creencia por tenacidad [CP 5.377; 1877], en donde lo que hace el sujeto es alimentar sus modos previos de pensar y evita las situaciones en las que dichas creencias fuertes pudiesen ponerse a prueba (piénsese en las creencias políticas, en el estado actual de nuestro país, o en un hincha furibundo). El aire de familiaridad consiste en que, en ambos casos, las aseveraciones robustas se resisten al cambio. Por el contrario, se le exige más al saber científico, que tiene unos estándares de justificación bastante altos: al pretender tener contenidos frágiles, su derrotabilidad es mayor, y es por esto que tiene sentido pensar que puede haber un solo experimento que refute una teoría provisionalmente establecida. 13 Aún queda por determinar si ‘verdadero’ también está atravesado por la misma doble distinción. Esta tarea queda para un trabajo posterior. 175 Por otra parte, habría un sentido ‘mixto’ de ‘conocimiento’, en el que el contenido de la creencia es robusto, pero el estándar de justificación es alto. Pienso que la tradición epistemológica que viene de la filosofía moderna sigue –en ocasiones– esta forma de entender el asunto. Por ejemplo, mientras que la ‘duda’ cartesiana tiene un alto estándar de justificación, la creencia a la que puede llegar (no a la que pretende, que es la certeza) parece tener contenidos robustos. Pero, precisamente, como los estándares de justificación son altos para información que no lo requiere, surgen de allí, por ejemplo, en filosofía, el escepticismo y las críticas [Gettier 1963]. Nótese que el escéptico se apoya en una premisa robusta como “nuestros sentidos nos engañan”, pero se comporta como si ésta fuese una premisa frágil, es decir, como si ésta fuese “nuestros sentidos siempre y sistemáticamente nos engañan”. Y frente a una experiencia cotidiana como estar frente a una fogata se pregunta, con un muy alto estándar de justificación, “¿y si esto fuese un sueño?” (cf. [Descartes 1987, segunda meditación]). Además, el escéptico extrae una serie de consecuencias, contrarias al sentido común, de experiencias cotidianas: cuando una vara recta se sumerge en el agua no la ve como sumergida, sino como si se hubiese doblado. Este (¡¿dudoso?!) sentido de ‘conocimiento’ parece, entonces, tener una fuerte familiaridad con el método a priori de fijar creencias [CP 5.383; 1877]. Un tercer sentido de conocimiento sería aquel en el que ‘creencia’ se toma en un sentido cuyo contenido es frágil y ‘justificada’ se toma con un bajo estándar. Pienso que este es el caso de una proposición reputada, pero que se adopta bajo un estándar de justificación bajo, como el caso mencionado anteriormente de aquel que cree que “E = mc2” porque algún experto se lo ha dicho. Este sentido de conocimiento tiene un fuerte aire de familiaridad con el método de fijar creencias por autoridad [CP 5.379; 1877]. He de agregar que, lejos de reprobar este método, parece inevitable adoptarlo en muchos casos, como en la educación profesionalizante (cf. [Woods 2008]). Por último, en el cuarto caso, ‘creencia’ tendría un sentido cuyo contenido es frágil y ‘justificada’ se tomaría como un estándar alto. Esto quiere decir que la ‘creencia’ se adoptaría como la conclusión de un razonamiento inductivo y, por tanto, los estándares de justificación para tal razonamiento serían altos, mientras que el contenido de esa 176 creencia estaría expuesto permanentemente a refutación14. El tipo de procedimiento que cumpliría con estos requisitos es el de las ciencias y el método adoptado para fijar la creencia sería, sobra decirlo, el método científico [CP 5.384–385; 1877]. En este sentido de fragilidad y alto estándar –y solamente en este–, el paradigma de ‘conocimiento’ sería el conocimiento científico. COMENTARIOS FINALES La distinción entre bajo, medio y alto estándar de justificación parece estar expuesta a la objeción de que se está confundiendo lo descriptivo con lo normativo (ser/deber ser). Sin embargo, me parece que en ciertos ámbitos esto es precisamente lo que ocurre. Tenemos estándares intermedios entre lo cotidiano y lo científico en diferentes profesiones: medicina, derecho, ingeniería, arquitectura. De hecho, muchas de las creencias de estos profesionales son establecidas, no por medio del método científico, sino por el método de la autoridad, y estas creencias, entendidas como guías para la acción, tienen un contenido más robusto que frágil. Sospecho, además, que la tradicional distinción entre descriptivo y normativo plantea un falso dualismo. En un razonamiento práctico, por ejemplo, al hacer las cuentas para ahorrar para las vacaciones, lo que efectivamente piensa el sujeto es describible, pero, además, dado su propósito, seguramente encontrará constreñimientos racionales, y, por tanto, normativos, para proceder como procede. Y, finalmente, muchas veces sucede de hecho (es) lo que debería suceder (deber ser), pues si lo normativo y lo descriptivo fuesen opuestos (no estoy negando que sean diferentes) nunca podrían darse concomitantemente. En cualquier caso, pienso que esta situación deja intacta la diferencia cualitativa entre ‘duda’ y ‘creencia’, y lo difícil es establecer la justificación de que lo hallado en el ‘rango de la sospecha’ tome partido por uno u otro de los extremos fiduciarios. Por otra parte, la distinción entre lo frágil y lo robusto puede tener una consecuencia importante en educación. Piénsese, por ejemplo, en los casos en los que a un aprendiz se le exige una respuesta frágil, cuando no hay condiciones sino para exigir que su proferencia sea apenas de contenido robusto. O el caso contrario: cuando una institución permite que sus 14 En este trabajo dejo intocado el problema del atrincheramiento de las opiniones científicas. 177 egresados, que deberían tener opiniones de contenidos frágiles sobre ciertos asuntos, siguen teniendo creencias de contenidos robustos, o de un nivel intermedio. 178 BIBLIOGRAFÍA. [Dancy 2002] Jonathan Dancy, Introducción a la epistemología contemporánea (1985), Madrid: Tecnos, 2002. [Descartes 1987] Descartes, Meditaciones Metafísicas y otros ensayos, Madrid: Gredos, 1987. [Flach 1996] Peter Flach, “Abduction and induction: syllogistic and inferential perspectives”, en: P. A. Flach, A. Kakas (eds.), Proceedings of the ECAI”96 Workshop on Abductive and Inductive Reasoning, Budapest, 1996, pp. 31-35 (accesible http://www.cs.bris.ac.uk/%7Eflach/ECAI96/papers.html). [Flach 2002] Peter Flach, “Modern Logic and its Role in the Study of Knowledge”, en: Dale Jacquette (ed.), A Companion to Philosophical Logic, Malden: Blackwell Publishing, 2002, pp. 680-693. [Gabbay & Woods 2003] Dov Gabbay, John Woods, Agenda Relevance. A Study in Formal Pragmatics. A Practical Logic of Cognitive Systems. Volume 1, Amsterdam: Elsevier, 2003. [Gabbay & Woods 2005] Dov Gabbay, John Woods, The Reach of Abduction. Insight and Trial. A Practical Logic of Cognitive Systems. Volume 2, Amsterdam: Elsevier, 2005. [Gabbay & Woods 2006] Dov Gabbay, John Woods, “Advice in Abductive Logic”, Logic Journal of the IGPL 14 (4) (2006), pp. 191–219. [Gettier 1963] Edmund L. Gettier, “Is Justified True Belief Knowledge?”, Analysis 23 (6) (1963), pp. 121–123. [Hume 1992] David Hume, Investigación sobre el entendimiento humano, Bogotá: Norma, 1992. [Husserl 1995] Edmund Husserl, Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica (1913), México: Fondo de Cultura Económica, 1995. 179 [Lipton 2004] Peter Lipton, Inference to the Best Explanation, London/New York: Routledge, 1ª ed. 1991, 2ª ed. 2004. [Morado 2004] Raymundo Morado, “Problemas filosóficos de la lógica no monotónica”, en: Raul Orayen, Alberto Moretti (eds.), Filosofía de la lógica, Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, Madrid: Trotta/CSIC, pp. 313–344. [Niño 2007] Douglas Niño, Abducting Abduction. Avatares de la comprensión de la abducción de Charles S. Peirce, Tesis Doctoral, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2007. [Popper 1974] Karl R. Popper, Conocimiento Objetivo (1972), Madrid: Tecnos, 1994. [Sass 1994] Louis A. Sass, The Paradoxes of Delusion. Wittgenstein, Schreber, and the Schizophrenic Mind, Ithaca & London: Cornell University Press, 1994. [Searle 1992] John Searle, Intencionalidad: Un ensayo en filosofía de la mente (1983), Madrid: Tecnos, 1992. [Woods 2008] John Woods, “Knowledge by Telling: Reflections on the Ad Verecundiam”, ponencia presentada en el II Congreso Colombiano de Filosofía, Cartagena, 2008. 180 IDEALISMO EPISTEMOLÓGICO Y REALISMO METAFÍSICO EN CHARLES S. PEIRCE EDISON TORRES(*) En este ensayo busco reconciliar la epistemología idealista de Peirce con su realismo metafísico, al proponer una idea de realidad permanentemente corregida por los resultados de la indagación. Esto implica prescindir del acuerdo último y aceptar uno actual y falible. Para lograrlo (i) ilustro la presencia del debate idealismo-realismo en el pensamiento de Peirce, y (ii) muestro cómo Peirce identifica verdad con realidad, a partir de una supuesta ‘armonía preestablecida’ que debe ser probada experimentalmente. Charles Sanders Peirce (1839-1914) formuló una identidad entre verdad y realidad, basado en su confianza en el acuerdo último de la comunidad de investigadores, al decir que esa opinión acordada es lo que significamos por verdad y que “el objeto representado en esta opinión es lo real” [CP 5.407; 1878]. Pero cuando disminuye su optimismo en la posibilidad de alcanzar tal acuerdo, la identidad entre verdad y realidad también se desvanece. Lo que primero era la “gran ley” [W 3.273; 1878] de la ciencia –alcanzar una (*) Universidad del Rosario, [email protected] 181 opinión destinada a ser finalmente acordada por todos los que investigan– se convierte después sólo en la “gran esperanza” [CP 5.407; 1903] de que este acuerdo ocurra. Como reflejo de este cambio de opinión, Peirce primero identifica lo real con el contenido de la opinión última alcanzada por la comunidad de investigadores y después, en su madurez, define la realidad como “el modo de ser en virtud del cual la cosa real es como es” [CP 5.565; 1901], sin tomar en cuenta lo que se pueda pensar de ella. Por el contrario, la identidad entre verdad y el acuerdo último es algo que Peirce está más dispuesto a mantener a lo largo de su vida, definiendo el concepto de verdad en términos de convergencia, como “esa concordancia de una proposición abstracta con el límite ideal al cual arribaría la creencia científica si la investigación se adelanta de manera continua” [CP 5.565; 1901]. En medio de estas concepciones de realidad y de verdad, es necesario tener presente que los compromisos epistemológicos no nos liberan de las dudas metafísicas: el hecho de que una proposición satisfaga el realismo epistemológico (por ejemplo, al identificar el tipo de evento del mundo que la haría verdadera) no implica que resuelva el estatus metafísico –el modo de ser– de su objeto; por el contrario, deja abierta esta cuestión. Igualmente, por idealistas que seamos con respecto a la verdad (por ejemplo, al idealizar el tipo de acuerdo que juzgaría a una proposición como verdadera), no hemos resuelto el problema metafísico de si el mundo es como parece que es; en otras palabras, no nos hemos desprendido de la distinción apariencia-realidad. Frente a este tipo de reclamos escépticos, y ante el deseo de ofrecer una imagen comprehensiva del pensamiento de Peirce, surge la pregunta de cómo reconciliar la epistemología idealista de Peirce (que reconoce que la verdad es resultado del acuerdo último de la indagación) con la intuición básica de su realismo metafísico y del sentido común (que acepta la existencia de un mundo exterior independiente de la mente), sin aceptar al mismo tiempo cualquier compromiso con una ‘concepción absoluta de realidad’1. En este trabajo sostengo que la manera de responder la pregunta planteada depende de la posibilidad de unir el idealismo epistemológico de Peirce con su realismo metafísico, al decir que ‘la realidad’ es el tipo de creencia cuyo contenido está 1 Para una presentación de las dificultades y problemas de aceptar una ‘concepción absoluta’ de realidad, comparar [Putnam 1992, pp. 80-85]. 182 permanentemente corregido como resultado del carácter deliberativo de la indagación. Es decir, por ‘realidad’ se entiende aquí el contenido de una creencia: nuestra creencia en que existe un mundo independiente de la mente –lo ‘real’–, y lo que creamos que sea esa realidad es algo que está en permanente corrección y actualización por el avance de la investigación. Esto implica dejar a un lado el acuerdo último, pues éste resulta ser un ideal imposible de alcanzar en la práctica, y aceptar un acuerdo actual, falible aunque corregible. Así, la realidad ya no sería algo desconocido que se presupone existente, ni sería algo por conocer en un futuro inalcanzable. En esta interpretación de Peirce, tengo siempre presente el carácter hipotético de toda su filosofía, ya que Peirce mismo se considera un científico que aventura hipótesis filosóficas, que sólo pueden ser probadas indirectamente a partir de los resultados de la observación y la experimentación: Mi filosofía puede ser descrita como el intento de un físico de hacer una conjetura tal sobre la constitución del universo como los métodos de la ciencia lo puedan permitir, con la ayuda de todo lo que ha sido hecho por los filósofos previos (…) No se puede pensar de ésta una prueba demostrativa. Las demostraciones de los metafísicos son vacías. Lo mejor que se puede hacer es suministrar una hipótesis, que no esté desprovista de toda probabilidad, según la línea general de crecimiento de las ideas científicas, y capaz de ser verificada o refutada por los observadores futuros. [CP 1.7; c. 1897] Aquí presento una lectura de las ideas de Peirce sobre la realidad, que permite apreciar la unidad de su pensamiento y hacer de él un interlocutor válido para la filosofía contemporánea. Para alcanzar este objetivo, he previsto dos etapas en el argumento que corresponden a las partes en que está dividido el trabajo. En la primera, a partir del contexto filosófico del debate entre idealismo y realismo, presento el desacuerdo entre las distintas maneras como ha sido entendido el pensamiento de Peirce por parte de los más influyentes intérpretes de su obra, según los distintos énfasis dados, ya sea a su idealismo o a su realismo. En la segunda, reconstruyo la formulación sobre la identidad entre verdad y realidad, a partir de la aceptación por parte de Peirce de una ‘armonía preestablecida’ entre la mente y el mundo, que debe ser sometida a prueba experimental. 183 1. PEIRCE ENTRE EL REALISMO Y EL IDEALISMO Las discusiones entre realismo e idealismo, más que un asunto de asumir posiciones o doctrinas inflexibles, tratan de fijar orientaciones o direcciones. Sostener que algo es de alguna manera independiente de la mente es moverse en la dirección del realismo. Negarlo, es moverse en la dirección opuesta, hacia el idealismo2. En filosofía se puede ser realista de distintas maneras; entre otras, con respecto a: (i) el mundo exterior, (ii) la verdad, (iii) la ciencia, y (iv) los universales. Así, afirmar que ‘A es realista en una de estas cuestiones’, no necesariamente determina que A sea realista con respecto a las demás. Y por ‘real’ podemos entender al menos dos significados distintos: (a) un constituyente del universo, y (b) independiente de la mente; estos significados unas veces se presentan juntos (el mundo exterior) y otras veces por separado (por ejemplo, nuestros pensamientos sobre el mundo exterior, que aquí llamamos ‘la realidad’). En la discusión metafísica, la idea básica del ‘realismo’ es que los tipos de entidades que existan –y cómo sean éstas– son independientes de la mente, de lo que nosotros pensemos al respecto, y de la manera en que nosotros podamos conocer esas entidades. En contraste, el ‘idealismo’ sostiene que la estructura de lo real está ligada a, o depende de, la conciencia. Lo real, por tanto, es ‘lo dado a la conciencia’; así, el ‘idealismo’ implica que no hay un acceso a esto real distinto al que nos pueda proveer nuestra mente. El realismo con respecto a la verdad sostiene que una proposición p es verdadera cuando está en una cierta relación con el mundo: cuando el mundo es como la proposición dice que es3, o, en otras palabras, cuando la proposición se corresponde con el mundo. Según el punto de vista contrastante, la verdad depende de los compromisos epistémicos que sostenemos, en especial de nuestros criterios de justificación. Así, adscribir la verdad a una proposición depende de –o es relativo a– algo distinto a los hechos, ya sea un individuo, una comunidad, una teoría, o una práctica lingüística. Según esto, es posible parafrasear las adscripciones de ‘verdad’ en términos de los 2 En el lenguaje de la filosofía contemporánea se habla de ‘anti-realismo’ en lugar de idealismo o de nominalismo; en especial después de Michael Dummett quien instituyó ese término. Comparar [Dummett 1990, p. 220]. Sin embargo, en lo posible, he preferido conservar ‘idealismo’ y ‘nominalismo’ como las expresiones propias de la época de Peirce. 3 Para una amplia clasificación de las distintas clases de realismo, comparar [Haack 1987, p. 277]. 184 procedimientos de ‘justificación’ que cada sociedad sostiene4. Todos estos son casos de ‘anti-realismo’ con respecto a la verdad de p. En el aspecto epistemológico de este debate es central la discusión sobre la existencia de hechos que superan nuestras capacidades cognoscitivas. En la perspectiva realista, si aceptamos que podrían existir tales hechos entonces terminamos aceptando que, de las proposiciones acerca de esos hechos, no podríamos decidir si son verdaderas o falsas, pues no habría cómo decidir si éstas se corresponden o no con esos hechos. Por el contrario, si negamos que existen tales hechos diciendo que ‘si no podemos conocerlos, no existen’, como lo recomienda la perspectiva idealista, entonces tendríamos que aceptar que el mundo no es distinto a como nos parece que es, pero no tenemos ninguna garantía de que nuestra apreciación del mundo sea la correcta5. El realismo en la ciencia hace alusión a distintos puntos de vista con respecto a la naturaleza (a) de las teorías científicas, y (b) del progreso científico. En el caso (a), el realismo científico –también llamado ‘esencialismo’ porque supone que revela la esencia última de la realidad– sostiene que una teoría dada es una declaración genuina sobre la realidad, de la que es posible decidir si es verdadera o falsa. El punto de vista contrario, el ‘instrumentalismo’, sostiene que las teorías científicas son meros instrumentos útiles para el cálculo y la predicción, y como tales han de ser más o menos exactos de manera relativa al campo de aplicación del instrumento, las unidades y escalas de medida, etc. En este contexto, no tiene sentido preguntarse por la verdad de tales instrumentos6. En el caso (b), una perspectiva realista del progreso científico admite que cada vez conocemos más sobre el mundo, y que el progreso se puede alcanzar ya sea sin ninguna garantía de progreso indefinido, como lo dice Popper, o con la esperanza de un estado de conocimiento completo en el futuro, como espera Peirce. Una perspectiva anti-realista sostiene que la ciencia no necesariamente tiene como meta la verdad sino la adecuación empírica, como lo propone el ‘empirismo constructivo’ de Van Fraassen7, y puede negar que de hecho se dé algún tipo de progreso científico, como lo hace Feyerabend8. 4 Como Richard Rorty, quien dice que la única diferencia práctica entre verdad y justificación se da en el uso cauteloso que hacemos de la palabra ‘verdadero’. Comparar [Rorty 1995, p. 300]. 5 Para una respuesta realista a las concepciones epistémicas de la verdad, comparar [Alston 1996, pp. 188 228]. 6 Comparar [Popper 1983, pp. 137-145]. 7 La adecuación empírica como una forma de ‘salvar los fenómenos’ es una posición “más débil que la 185 Con respecto a los universales, se trata de decidir el estatuto ontológico que se le concede a expresiones como ‘rojo’, o como ‘hombre’: si se refieren a algo no-mental que actúa como referente de los términos generales, como lo sostiene el realismo; o si por el contrario se trata de meras palabras, de ficciones mentales, o de conceptos convencionales para efectos de clasificación como dice el ‘nominalismo’. En general, con los universales se trata de responder la pregunta de si los elementos de nuestra experiencia existen como individuos, como universales, o como ambos. Así, según el nominalismo, sólo los individuos existen; mientras que el realismo puede ser extremo cuando se considera a los universales como entidades subsistentes, o moderado cuando se ven los universales como dependiendo de los individuos en los que se realizan9. Estas distintas formas de realismo e idealismo están presentes en el pensamiento de Peirce y – veremos a continuación– existe discrepancia entre los intérpretes sobre cuál es la apreciación correcta de su pensamiento. Cuando Peirce propone el método científico como el único método capaz de eliminar la creencia falsa, reconoce también que este método presupone una nueva concepción de realidad entendida como una hipótesis necesaria para su aplicación que, sin embargo, no puede probarse con el mismo método. Esta hipótesis supone la existencia de algo exterior a la mente sobre lo cual el pensamiento no tiene ningún efecto. Luego, al aplicar ‘la máxima pragmática’, que refiere el significado de un concepto a sus repercusiones prácticas, a la idea de realidad, Peirce concluye que “el único efecto que tienen las cosas reales es el de causar creencia” [W 3.271; 1878]. Pero, dado que no hay cómo comparar las creencias con eso real, y que las creencias por su naturaleza son pensadas como verdaderas, Peirce necesita un criterio adicional que permita reconocer y establecer la creencia verdadera. Este criterio es el falibilismo optimista de Peirce, según el cual el error presente en todo pensamiento individual será eliminado en una investigación que llegue a una conclusión final [CP 5.311; 1868]. Esto hace de Peirce un idealista metafísico en la medida en que lo real como el objeto final del pensamiento (general), es considerado no afirmación de la verdad”, que –según van Fraassen– nos libra de la metafísica. Ver [Fraassen 1980, p. 94]. Comparar [Feyerabend 1974, p. 40]. 9 Esta posición es seguida por D. M. Armstrong quien propone un mundo de particulares que, sin embargo, tienen propiedades y relaciones universales; comparar [Armstrong 1978, p. 126]. Para una versión contemporánea del nominalismo, comparar [Goodman 1956, p. 15]. 8 186 sólo como completamente dependiente del pensamiento, sino también como de naturaleza mental. Así, en Peirce, resulta una evidente tensión entre el idealismo y el realismo metafísico, debida a dos maneras distintas de entender la ‘realidad’: una, como punto de partida de la indagación, según la cual la realidad es una hipótesis que se presupone verdadera en cualquier investigación, base de su realismo metafísico; y otra, como punto de llegada, según la cual la realidad es el contenido del acuerdo al final de la indagación, que da pie a una forma de idealismo metafísico10. Por tanto, resulta problemático decidir el acuerdo entre esa idea de ‘realidad’ y ‘lo real’ independiente de la mente. Existe una dificultad adicional en los esfuerzos por caracterizar los compromisos metafísicos de Peirce. En el pensamiento de Peirce, el realismo científico y el realismo de los universales se entrecruzan de manera problemática. En su versión del realismo científico, la pregunta por la realidad de las leyes de la naturaleza aparece como una forma del realismo de los términos generales, de tal forma que la pregunta para Peirce es “si las leyes y los términos generales son ilusiones de la mente o son reales” [CP 1.16; 1903]. En la respuesta realista a esta pregunta, Peirce construye su versión del realismo científico sobre el realismo de los universales11. No obstante, tanto realistas como nominalistas coinciden en aceptar la existencia de algo real exterior a la mente, pero difieren en qué cuenta como independiente de la mente. Según dice Peirce: La principal diferencia entre lo externo, como yo uso el término, y lo real, como yo empleo ese término, parece ser que la pregunta de si algo es externo o no, es (…) preguntar qué significa un símbolo; mientras que la pregunta de si algo es real o es una ilusión es preguntar qué denota una palabra u otro símbolo o concepto. [CP 6.328; 1909] Como ha señalado Moore, para comprender la controversia escolástica y la posición de Peirce hay que tener presente que “el realismo no consistía primariamente en sostener 10 Para Sandra Rosenthal estas dos ideas de realidad, en Peirce, son los conceptos con que inicia y termina la percepción –mediados por la actividad noética– y anota que no se trata de una distinción ontológica entre estos dos conceptos. Comparar [Rosenthal 1997, p. 131]. 11 Según Susan Haack, esto implica un tipo de realismo escolástico, entendido como una hipótesis abductiva que, holísticamente, tiene consecuencias indirectas al dar razón de los hechos que el nominalismo no puede explicar (la predicción, la explicación científica, y la inducción). Comparar [Haack 1992, p. 25]. 187 que las entidades extra-mentales eran reales, sino en que las entidades mentales eran reales porque se correspondían con algo fuera de la mente”12. Al respecto, Peirce encuentra en las obras de los escolásticos que el desacuerdo sobre la cuestión de los universales depende de “la distinción entre estas dos perspectivas de lo real –una como fuente de la corriente del pensamiento humano, la otra como la forma quieta hacia la que está fluyendo” [CP 8.17; 1871]. En la respuesta nominalista, la independencia de la mente se entiende como el tipo de constricciones externas sobre la cuales la mente no tiene control; en la respuesta realista, Peirce encuentra en ese modo de ser independiente de la mente el tipo de conclusiones que la mente no puede sino aceptar. Así, para Peirce, los términos generales que entran en estas conclusiones expresan lo real. No obstante, es posible objetar que si las teorías declaran o expresan las leyes de la naturaleza, entonces éstas dependen de lo que piensen los seres humanos; es decir, dependen de la opinión de la comunidad científica. Pero, al ser leyes de la naturaleza, poseen un estatus de realidad que no tendría por qué depender de tal opinión. En consecuencia, resulta difícil aceptar que las ciencias naturales o la reflexión metafísica en verdad nos digan cómo es el mundo; en otras palabras, se hace confuso darle sentido a una idea de lo real que sea distinta a lo que podemos investigar y decir de ello. A no ser que, como se propone en este trabajo, aceptemos una idea de lo real que coincida con la realidad, entendida como el acuerdo actual y contingente de la comunidad de investigadores: la realidad es lo que los científicos nos dicen que es. La inicial imagen contradictoria de Peirce13 ha sido superada poco a poco gracias a los relatos que ofrecen un panorama de su pensamiento en conexión con su biografía intelectual; sin embargo, esto no implica necesariamente una uniformidad en la interpretación de su pensamiento14. Por ejemplo, Max Fisch15 reconstruyó los pasos de 12 Ver [Moore 1952, p. 407]. Entre quienes encontraron difícil conciliar las distintas doctrinas presentes en el pensamiento de Peirce, Justus Buchler detectó dos corrientes en Peirce, una empirista y la otra metafísica, y sostuvo que gran parte de la metafísica de Peirce era incongruente con su empirismo. Comparar [Buchler 1966, pp. ix, 151]. Thomas Goudge encontró que el ‘naturalismo’ y el ‘trascendentalismo’ simultáneamente presentes en el pensamiento de Peirce eran dos tendencias filosóficas incompatibles. Comparar [Goudge 1947, p. 374]. Finalmente, W. B. Gallie encontró difícil conciliar la apelación a las consecuencias prácticas (del pragmatismo) con la inherente imposibilidad de verificación de la metafísica de Peirce. Comparar [Gallie 1952, p. 180]. 14 Anderson no considera problemático combinar realismo, en tanto opuesto al nominalismo, e idealismo, en tanto opuesto al materialismo: el realismo escolástico sostiene la realidad de las ideas generales y éstas 13 188 Peirce desde el nominalismo y el idealismo hasta adoptar un realismo que acepta la realidad de la posibilidad, por lo que él mismo se llamó “un realista escolástico en alguna medida extremo” [CP 5.470; c. 1906]. Esta versión del ‘progreso’ de Peirce hacia el realismo ha sido cuestionada en distintos momentos para señalar que, aunque en Peirce ocurra un tránsito del nominalismo al realismo, ya sea en términos metafísicos o sólo en términos nominales, esto no implica necesariamente una renuncia del idealismo en términos epistemológicos16. Como nominalista, Peirce inicialmente sostuvo que no hay generalidad alguna por fuera del lenguaje y del pensamiento hasta cuando llegó a ver esta posición como incompatible con la lógica de relaciones, con la que estaba comprometido por entonces. Después, gradualmente, desarrolló una forma de realismo escolástico. Concretamente, en los escritos del joven Peirce está presente el rechazo a la realidad de las cualidades: “aunque es cierto que las rosas son rojas, la rojez no es nada más que una ficción construida para los propósitos del filosofar” y por tanto, “el realismo escolástico que esto implica es falso” [W 1.307; 1865]. Como idealista, Peirce sostuvo que no existe alguna realidad incognoscible, pues, de ser así, las proposiciones universales e hipotéticas serían válidas para los casos que aún no conocemos; por tanto, serían signos de algo absolutamente incognoscible. Pero como las concepciones presentes en estas proposiciones han tenido lugar gracias a abstracciones de otras cogniciones dadas en los juicios de experiencia, y no tenemos experiencia alguna de lo incognoscible, no podemos concebir lo absolutamente incognoscible. Así, Peirce formula su idealismo al decir que: tienen un papel central en el aumento de la racionabilidad que caracteriza el idealismo objetivo. Comparar [Anderson 1992, p. 186]. 15 Ver [Fisch 1967, p. 160]. 16 Según Roberts, al disputar la evidencia de Fisch, Peirce sostuvo todo el tiempo una filosofía predominantemente realista, aunque al inicio tenía elementos nominalistas (e. g., “Question on reality” [W 2.183; 1868]); comparar [Roberts 1970, p. 68]. Michael sostiene que ‘el primer paso’ señalado por Fisch fue más nominal que real, pues tal transición en Peirce no estuvo acompañada por un cambio en su ontología; comparar [Michael 1988, p. 319]. Meyers considera que Peirce no abandonó el idealismo completamente, a pesar de su ‘progreso’ hacia el realismo, y lo conservó sólo como una creencia metodológica en lugar de una doctrina metafísica; comparar [Meyers 1985, p. 223]. Boler opina que la adopción de una doctrina de la percepción inmediata –opuesta al representacionalismo– no implica un rechazo del ‘idealismo objetivo’ de Peirce; comparar [Boler 2004, p. 76]. 189 Frente a toda cognición, existe una realidad desconocida pero cognoscible, pero frente a toda cognición posible, sólo existe lo contradictorio en sí mismo. En breve, la cognoscibilidad (en su sentido más amplio) y el ser no son tan sólo lo mismo desde el punto de vista metafísico, sino que son términos sinónimos. [CP 5.257; 1868] De esta manera, al identificar cognoscibilidad con realidad, Peirce adopta el tipo de idealismo que sostendrá toda su vida, que se refleja en su convicción de que no existe alguna realidad incognoscible. Este idealismo resulta más próximo del idealismo de Jonathan Edwards –que sostiene que el mundo está constituido por un orden de carácter mental, aunque no dependiente de la mente humana– que del idealismo trascendental que sostiene Kant17. En este sentido, Peirce sostendrá años más tarde una forma de panpsiquismo18, al decir que “el pensamiento no está necesariamente conectado con un cerebro. Éste aparece en el trabajo de las abejas, de los cristales, y a través del mundo puramente físico” [CP 4.551; 1906]. Igualmente, el trabajo de investigación en ciencias naturales y, en particular, la formulación de hipótesis, avanza sobre “la esperanza de que hay suficiente afinidad entre la mente del razonador y la de la naturaleza para dar una conjetura no del todo desesperanzada, con tal que cada conjetura sea revisada comparándola con la observación” [CP 1.121; c. 1896]. Así, cuando se enfatiza el ‘idealismo objetivo’ de Peirce –expresado en la críptica pero categórica afirmación de que “la materia es mente agotada” [CP 6.25; 1891] que, para Peirce, es ‘la’ teoría inteligible del universo según la cual los hábitos inveterados se convierten en leyes físicas–, es posible ofrecer una imagen más coherente del pensamiento de Peirce, una imagen en la cual su idealismo objetivo se hace compatible con la realidad de la Terceridad como el tipo de regularidad sujeta a evolución. Entre quienes tienen presente este importante aspecto del pensamiento de Peirce está Claudine Tiercelin19. Ella considera que Peirce no ubica la oposición entre realismo y nominalismo, o idealismo, en la pregunta por lo mental, pues en cierta medida Peirce acepta el tipo de idealismo que Berkeley sostiene, al decir que: 17 Según Mounce, este idealismo objetivo de Peirce y Edwards es compatible con las formas de realismo más rigurosas. Comparar [Mounce 1997, p. 9]. 18 Para una discusión de las diferencias entre el panpsiquismo y el idealismo de Peirce, comparar [Hartshorne 1941, pp. 61-63]. 19 Comparar [Tiercelin 1998, p. 5]. 190 [Aquello] de lo que pensamos no puede posiblemente ser de una naturaleza diferente del pensamiento mismo. Lo pensado y el objeto inmediato del pensamiento son la mera misma cosa considerada desde distintos puntos de vista. Por tanto, Berkeley estaba, de lejos, enteramente en lo correcto. [CP 6.339; 1909]20 A pesar de estos esfuerzos por conciliar el realismo y el idealismo de Peirce, como lo reconoce Christopher Hookway, es difícil ofrecer una respuesta directa al momento de caracterizar a Peirce como realista o como idealista21. Según Hookway, el que Peirce inicialmente formulara un análisis de la verdad como concepto lógico, explicado por referencia a su rol en la indagación, justifica que propusiera un análisis de la realidad según un rol semejante en la indagación: como una opinión destinada a ser finalmente acordada. Por esto, Hookway cree que cuando Peirce identifica verdad con realidad, lo hace sólo como concepto lógico, vinculado por su rol en la indagación, y no como concepto metafísico; pues, de ser así, no habría lugar para el idealismo metafísico22. Sin embargo, identificar el concepto lógico con el metafísico ofrece una posible salida si queremos que la realidad sea algo más que una mera hipótesis. Con este movimiento hacia el pragmatismo, se pone de manifiesto que la idea de realidad puede desempeñar el mismo rol que juega la verdad en la indagación, ya no como meta, sino como supuesto previo para la realización misma de la indagación. Carl Hausman piensa que ni Fisch ni Hookway se concentraron en el estatuto del objeto de la opinión final en su consideración del tipo de realismo atribuido a Peirce. Hausman sostiene que Peirce nunca abandonó su tesis de que la realidad es relativa al pensamiento en general, debido a que el consenso y las prácticas de los investigadores moldean su concepción de la realidad, pero no a la realidad en sí misma. No obstante, el realismo de Peirce trasciende esta concepción de una realidad estructurada y determinada ya que el ‘objeto dinámico’ de todo signo –en tanto que constricción de la interpretación– se refiere a lo real como una condición extra-mental, evolutiva y dinámica. Gracias a esto, Hausman propone una forma de realismo evolutivo en Peirce. En consecuencia, esta 20 Peirce también dice que su pragmatismo “representa el método no formulado seguido por Berkeley” [CP 6.482; 1908]. Para una presentación de las semejanzas y diferencias entre el pragmatismo de Peirce y el método de Berkeley, comparar [Friedman 2003, pp. 89-95]. 21 Comparar [Hookway 1985, p. 285]. 22 Comparar [Hookway 2004, p. 129]. 191 manera de apreciar el pensamiento de Peirce no implica una vinculación con el propósito realista de alcanzar verdades acerca de objetos independientes de cualquier marco teórico particular, ni con una concepción absoluta de realidad23. Igualmente, a partir del carácter externo y existente del objeto dinámico del signo, David Savan sostuvo que la semiótica permite clarificar y unificar las formas particulares de realismo e idealismo de Peirce. Según Savan, la teoría de la verdad como convergencia se apoya sobre una teoría de la comunidad semiótica, una comunidad de diálogo dedicada a la interpretación o traducción de signos según reglas. En consecuencia, y contrario a la conclusión realista de Hausman, para Savan la teoría de la verdad como convergencia resulta claramente idealista por estar basada en una forma de idealismo semiótico24. Savan no considera que tal convergencia sea una mera ‘esperanza’ sino que la evidencia empírica puede apoyar sólo conclusiones específicas y limitadas. En este sentido, no puede haber un utópico estado último de absoluta omnisciencia. Para justificarlo, Savan se apoya en el hecho de que Peirce acepta, por un lado, argumentos anti-idealistas cuando reconoce que siempre puede existir alguna pregunta que ninguna cantidad de investigación científica pueda responder [CP 6.610; 1893]. Y, por otro lado, Peirce acepta también argumentos realistas al tener en cuenta que la experiencia es el tipo de compulsión que nos lleva a pensar en determinada dirección, a fijar determinadas creencias como verdaderas y a filtrar otras como falsas [CP 5.50; 1903]. Por último, además de este desacuerdo al caracterizar los compromisos realistas e idealistas de Peirce, la comunidad académica tiene una opinión dividida sobre el aporte y significado del ‘acuerdo peirceano’: unos lo ven como un dispositivo filosófico valioso como ideal regulativo en ejercicios de deliberación, ya sea en ámbitos científicos o políticos25; otros han rechazado el sinsentido de un acuerdo ‘a la larga’ porque es imposible reconocer cuándo se ha alcanzado26. 23 Comparar [Hausman 1993, p. 3, n. 2]. Comparar [Savan 1995, p. 318]. 25 Anderson mostró la dimensión política en los escritos de Peirce que definen los procesos por los cuales una comunidad alcanza sus acuerdos, y articula los fines teoréticos y prácticos que considera ‘vitalmente importantes’. Comparar [Anderson 1997, p. 228]. Cheryl Misak presenta la idea de un ‘acuerdo peirceano’ como referida a un proceso de indagación científica que puede ser adelantado sólo dentro de un contexto político democrático, y a un proceso de deliberación democrático que requiere de una comunidad involucrada en la indagación. Comparar [Misak 2000, pp. 53-54]. Robert Talisse señala que los métodos a priori y de la autoridad para fijar creencia dependen de una ‘comunidad de doctrina’ comprometida con la 24 192 Dada la imposibilidad de un acceso al mundo que no esté mediado por nuestras prácticas lingüísticas, y el reconocimiento de que finalmente sólo otra creencia cuenta como justificación de una creencia, una posible salida a este dilema epistemológico la ofrece el intento de combinar un modo de comprender la referencia que trascienda al lenguaje con un modo de comprender la verdad que sea inherente a nuestras prácticas comunicativas; esto es, como acuerdo bajo condiciones ideales. Habermas ha encontrado en Peirce este tipo de solución, debido a que Peirce ha puesto en el lugar de la subjetividad trascendental de la conciencia a la intersubjetividad detranscendentalizada de la comunidad de indagación27. Con esto, Peirce anticipó el tipo de mecanismo que nos permite un acceso al mundo al abrir la posibilidad de una reflexión mediada por una comunidad de diálogo. En nuestras prácticas deliberativas, ya no se parte de una certeza subjetiva centrada en la conciencia, sino que se trata del saber práctico que capacita a los sujetos –científicos o meros ciudadanos– para tomar parte en prácticas justificatorias concretas, como lo son las prácticas de una comunidad científica altamente institucionalizada. Así, la verdad de los enunciados se otorga sólo bajo presuposiciones pragmáticas de los discursos racionales, que incluyen la resistencia a los intentos de refutación; es decir, si logran ser justificados en una situación epistémica rigurosa. De esta manera, los hechos interpretados sobre los que versa la conversación y, en general, los hechos sobre los que tratamos de establecer acuerdos por medio de nuestras prácticas de justificación, no pueden separarse del proceso mismo de la comunicación. Aquí se hace evidente que estos hechos compartidos intersubjetivamente cumplen la misma función que la hipótesis de la ‘realidad’; es decir, actúan como presupuesto de la investigación, como creencia compartida por todos los que investigan. Por tanto, la realidad coincidiría con el conjunto de hechos sobre los cuales se da un acuerdo en la justificación. Ahora bien, es posible observar que, dependiendo de la manera como se entienda el acuerdo último de la comunidad de investigadores, se puede llegar a defender tanto el preservación de un conjunto particular de creencias; por el contrario, el acuerdo peirceano depende de una ‘comunidad de deliberación’ comprometida con la auto-corrección, el valor y la integridad de la creencia. Comparar [Talisse 2004, p. 25]. 26 Comparar [Quine 1960, p. 23]. 27 Comparar [Habermas 1995, pp. 249 – 250]. 193 realismo metafísico como el idealismo epistemológico. Como se mostró anteriormente, en las valoraciones positivas del ‘acuerdo peirceano’ no hay una exigencia de acuerdo último para aceptar los méritos del mecanismo de deliberación; el acuerdo actual y contingente se acepta gracias al mecanismo que lo justifica, no porque sea una opinión definitiva. En este sentido, hay lugar para formular la identidad entre lo que creemos que sea lo real y el contenido del acuerdo actual de la comunidad de indagación, tal y como aquí se plantea. Al proponer esta identidad, sigo el enfoque teórico del pragmatismo de Peirce, según el cual “el pragmatismo no es, en sí mismo, una doctrina metafísica, ni intenta determinar alguna verdad de las cosas. Es solamente un método de determinar los significados de palabras difíciles y de concepciones abstractas” [CP 5.464]. Es decir, la idea de realidad referida a un acuerdo ideal, que no podemos reconocer cuándo hemos alcanzado, no puede tener algún efecto práctico reconocible; por tanto, carece de un significado distinto que no esté ya incluido en el significado de lo que entendemos por realidad, en cada momento que la comunidad de investigadores alcanza un acuerdo temporal y falible sobre una cuestión. Para mostrar cómo esta idea de realidad, en permanente actualización, está presente en el pensamiento de Peirce, necesitamos mostrar cómo Peirce conecta su idea de verdad, referida al acuerdo de los investigadores, con su idea de realidad como el contenido de los juicios que se aceptan en ese acuerdo. Como veremos, esta manera de proceder obedece a la necesidad que tiene Peirce de respaldar una supuesta ‘armonía preestablecida’ entre la mente y el universo, que está en la base de toda su metafísica evolucionista. 2. EL SUPUESTO DE UNA ARMONÍA PREESTABLECIDA Como se anunció al comienzo de este texto, primero presentaré la identidad que Peirce establece entre verdad y realidad, y, luego, mostraré cómo es posible articular esta concepción de realidad, siempre y cuando se tenga presente que el acuerdo alcanzado por la comunidad de investigadores es un acuerdo momentáneo susceptible de ser corregido. En particular, me detendré en el momento que corresponde al idealismo del ‘joven 194 Peirce’, tal y como aparece en sus primeros manuscritos, en especial, en Un tratado de metafísica (1861), donde Peirce toma distancia metafísica y metodológicamente con respecto a Kant. El segundo momento corresponde al tipo de realismo escotista que Peirce defiende en su serie Ilustraciones de la lógica de la ciencia (1877-78). Al inicio de la segunda jornada de las Conferencias Cambridge (1898), Peirce recuerda que para “inicios de los sesenta (…) era un apasionado devoto de Kant (…) [que] creía más implícitamente en las dos tablas de las Funciones del Juicio y las Categorías que si las hubieran bajado del Sinaí” [CP 4.2; 1898]. Uno de los más importantes principios sobre el conocimiento que Peirce aprendió de Kant fue la idea según la cual toda cognición involucra una inferencia. En la teoría kantiana, la diversidad de las sensaciones tiene que ser reducida a la unidad para que se dé una cognición, pero esta reducción sólo es posible introduciendo un concepto que no sea él mismo una intuición sensible. De ahí que cada cognición requiere cierta operación que produzca tal unidad sobre la diversidad y, según Peirce interpreta a Kant, “una operación sobre la información que resulta en una cognición es una inferencia” [W 1.75; 1861]. A esa época germinal corresponde el manuscrito Un tratado de metafísica, donde el joven Peirce concibe la metafísica en un doble sentido, como “la filosofía de las verdades primeras” [W 1.59; 1861] y como “el análisis lógico de nuestras concepciones” [W 1.63; 1861]. Como estas definiciones no son sinónimas, es importante aclarar primero en qué sentido responden a la idea de metafísica que tiene Peirce en ese momento; y, después, mostrar de qué manera Peirce identifica verdad con realidad. En este manuscrito Peirce sostiene que el valor de la reflexión metafísica –como de la filosofía en general– recae en su aplicación práctica, en “la aplicación del entendimiento a la experiencia” [W 1.61; 1861]; para esto se requiere, además de los hechos de la experiencia, el análisis lógico de nuestras concepciones. Según Peirce, la metafísica no parte de observaciones sino que trata con lo que inmediatamente conocemos. Es en este sentido que Peirce concibe la metafísica como ‘el análisis lógico de nuestras concepciones’, de modo que la metafísica es una ciencia que no debería ser derivada de la experiencia sino “a partir de los pensamientos como se presentan ellos mismos en su forma lógica –examinándolos lógicamente– y finalmente colocándolos en su lugar correcto en la mente” [W 1.63; 195 1861]. Este enfoque lógico de la metafísica presupone para Peirce una distinción fundamental que –según él– acredita su estudio de las concepciones: La distinción sobre la que se basa mi sistema es entre lo potencialmente pensado y [aquello] de lo que potencialmente puede pensarse . [W 1.60; 1861] ∗ De manera similar, Peirce presenta esta misma distinción lógica al señalar que la psicología, en cuanto rama de la filosofía y como ciencia de los pensamientos, se basa en una distinción ‘obvia’ entre “lo que inmediatamente conocemos –lo pensado– y lo que mediatamente conocemos – de lo que pensamos– o eso por lo que conocemos [aquello] de lo que pensamos” [W 1.62; 1861]. Es decir, se trata de la distinción entre el pensamiento en sí mismo o representación, y (aquello) de lo que se piensa o el objeto de la representación28. En cualquiera de estos dos casos, ya sea la psicología una rama de la metafísica, o ya sea la psicología sólo metafísica aplicada, Peirce reconoce: “¡Cuán puramente mentales son estas distinciones!” [W 1.62; 1861], y advierte que “esto elimina, en tanto real, la distinción sobre la que se basa toda filosofía y hace a la metafísica la totalidad del razonamiento” [W 1.64; 1861]. Es decir, la distinción que construye Peirce, y en su opinión cualquier otra distinción metafísica, es una distinción lógica entre concepciones introducida por una operación mental (distinction), y no corresponde a alguna diferencia en el estatus ontológico o metafísico entre éstas, sino que simplemente cambia el punto de vista o la manera de considerarlas. Al establecer esta distinción, Peirce se propone superar la “errónea opinión de la relación entre la Cosa conocida y la Persona que conoce” [W 1.60; 1861] fundada en la distinción kantiana entre el ‘Noúmeno’ en tanto existente pero enteramente desconocido y el ‘Objeto’ o cosa pensada. Según Peirce, tanto el objeto como el noúmeno son formas lógicas que no podemos comprender porque si el noúmeno es desconocido, no tiene relación con la conciencia; por consiguiente, los Traduzco “the thought-of” por “de lo que se piensa” y agrego [aquello] para enfatizar la perspectiva hacia el objeto sobre el que se piensa y no hacia lo que se piensa de él o lo pensado, “the thought”. 28 Murphey plantea esto en términos de una anticipación de la teoría del signo: “La distinción que propone Peirce es entre lo que es capaz de ser un signo y lo que es capaz de ser el objeto de un signo” [Murphey 1993, p. 27]. ∗ 196 noúmena no tienen ningún rol explicativo frente a los fenómenos. Además, el objeto o “la ‘cosa como pensada’ contiene elementos mentales, pero la mente en verdad no afecta las cosas que conoce” [W 1.61; 1861]; es decir, el objeto como correlato fenomenal de las cosas-en-sí-mismas no nos dice nada de ellas y éstas permanecen desconocidas. Por lo tanto, Peirce rechaza las nociones kantianas de noúmeno y objeto porque establecen una distancia insalvable entre la realidad existente y los fenómenos o ‘afecciones de la conciencia’ causados por el ‘Objeto’29. Por el contrario, Peirce propone redescribir tal relación de conocimiento a partir de la relación de dependencia entre “la cosa en la que pensamos” y “el pensamiento o la idea como ésta aparece en la conciencia” [W 1.61; 1861]. Esta relación de dependencia, que Peirce llama influx en lugar de la categoría kantiana de Inherencia y Subsistencia (Substantia et accidens), corresponde a la función de los juicios categóricos en donde un predicado es asignado a un sujeto. Así, cuando Peirce dice que “eso [de lo] que se puede pensar –que es una fuente de influx– lo llamo una cosa” [W 1.40; 1859], está expresando la relación de influx entre un sujeto y un predicado; es decir, la relación de dependencia entre la sustancia y el accidente. Peirce expresará esto más claramente al decir que: Todo juicio consiste en referir un predicado a un sujeto. El predicado es pensado, y el sujeto es sólo [aquello] de lo que se piensa. Los elementos del predicado son experiencias o representaciones de experiencias. El sujeto nunca es experimentado sino que es asumido. [W 1.152; 1864]30 Así, al referir la experiencia o lo conocido a lo asumido o desconocido mediante el juicio, lo que hacemos es “una explicación de un fenómeno mediante una hipótesis” [W 29 Al respecto, Decker reconoce que el fuerte compromiso epistemológico de Peirce con su distinción entre lo pensado y (aquello) de lo que se piensa descarta inmediatamente los noúmena. Sin embargo, Decker considera que Peirce no ofrece un argumento positivo a favor de su distinción que logre “dejar a un lado la necesidad de intermediarios perceptuales que ocasiona el postular un mundo noumenal” porque Peirce aún mantiene “el ‘poder’ de la cosa ‘de la que pensamos’, y la ‘impresión’ que este poder hace en el alma”; ver [Decker 2001, p. 183, n. 14]. 30 Según Murphey, Peirce llega a esta conclusión por una errónea interpretación de Kant, puesto que el sujeto ‘nunca experimentado, sino sólo asumido’ era el objeto trascendental, en lugar del empírico. Así, al criticar la teoría de Kant de la relación entre el agente que conoce y lo conocido, Peirce asume que nuestros pensamientos refieren al objeto trascendental. Ver [Murphey 1993, p. 23]. Para una réplica –a partir de las relaciones entre entendimiento y sensibilidad según Peirce– a esta interpretación de Murphey, comparar [Levine 2004, pp. 458-459]. Comparar también [Chi-Chun 1995, p. 395]. 197 1.152; 1864]; es decir, hacemos una inferencia. De acuerdo con esto, ‘(aquello) de lo que puede pensarse’ –el sustituto peirceano de los noúmena– es aprehendido en la inferencia hipotética, y de esta manera Peirce puede rechazar la idea de cosa-en-sí como incognoscible. En síntesis, Peirce hace de los noúmena objetos de una representación, y lo hace por medio de una inferencia: la hipótesis de la existencia (de aquello) de lo que podemos pensar; es decir, de la realidad. Pero, como pensaba Peirce entonces, si todas las formas de inferencia pueden ser reducidas a un silogismo en Barbara, surge entonces la pregunta sobre el origen de las premisas que conforman el silogismo; en especial, sobre el origen de premisas mayores no derivadas de la experiencia: De ahí que hay una premisa mayor detrás de cada juicio, y los primeros principios son lógicamente antecedentes a toda la ciencia, que yo llamo a priori. La metafísica, por tanto, se ocupa de los objetos a priori. [W 1.152; 1864] Todas la proposiciones posibles tendrían como antecesores una premisa mayor y una menor, y éstas a su vez tendrían otros antecesores “hasta que lleguemos a los progenitores mismos que son verdades últimas” [W 1.64; 1861]. Peirce reconoce que algunas de esas verdades primeras vendrían por la experiencia, pero considera que la premisa mayor original no puede llegarnos así, pues una premisa mayor distribuye el término medio y tendría que ser universal o negativa, pero “una experiencia sobre la que no se ha razonado (que no tiene ancestros) no puede ser universal” [W 1.64; 1861] y, por ende, sería particular. Tampoco una proposición negativa puede ser una premisa mayor original pues la negación de un predicado, como por ejemplo ‘Esto no es verde’, es un pensamiento sobre Verde, y no una experiencia de Verde. Por lo tanto, concluye Peirce, son únicamente premisas menores las que la naturaleza nos ofrece. Y, en consecuencia, Peirce también admite la conclusión de que tienen que existir en la mente premisas mayores no derivadas de la experiencia, sin las cuales la cognición sería imposible: Todas las verdades universales, negativas, incondicionales y necesarias existen y tienen su verdad en la mente. Ellas, siendo verdaderas sin prueba, no pueden tener más que un fundamento y tiene que ser independiente de la naturaleza. [W 1.64; 1861] 198 Al aceptar Peirce tal estructura lógica de nuestro pensamiento, se comprende ahora por qué la metafísica es, además del estudio lógico de nuestras concepciones, la filosofía de las verdades primeras. Ahora bien, para probar que estas concepciones son verdaderas, Peirce, contrario a lo que habría de esperarse de un ‘apasionado devoto’, no recurrió a la deducción trascendental de Kant. Según Kant, una necesaria concordancia de la experiencia con los conceptos de sus objetos se puede explicar porque “o bien es la experiencia la que hace posibles estos conceptos, o bien son estos conceptos los que hacen posible la experiencia” (B 167). Sin embargo, Kant admite una tercera vía, según la cual las categorías habrían sido puestas en nosotros por el creador de tal suerte que “su uso estaría en perfecta concordancia con las leyes de la naturaleza, leyes según las cuales se desarrollaría nuestra experiencia (especie de sistema de preformación de la razón pura)” (B 168) 31. Aunque está claro que, para Kant, sólo la segunda opción permite probar la necesidad de tales conceptos, es precisamente esta ‘vía media’ la que sigue Peirce y que consiste en suponer una concordancia entre los conceptos y la experiencia32: Verdad es la unidad de la sustancia. Es claro que este dato responde la pregunta por cómo pueden las nociones innatas ser verdaderas de los hechos externos. La conexión entre mente y materia es así una armonía preestablecida. [W 1.83; 1861] Precisamente esta doctrina de una armonía preestablecida vincula a Peirce con el idealismo de Edwards y lo separa del idealismo de Kant. Aunque Peirce no declara expresamente alguna influencia de Edwards, es posible identificar esta doctrina en Edwards cuando admite los principios innatos que permiten realizar las inferencias por las que: 31 Ver [Kant 1978, pp. 175-176]. Murphey cree que Peirce fracasa al tomar este camino porque no demuestra la ‘necesidad’ que presuponen estas verdades primeras y, por tanto, deben ser aceptadas por fe. Comparar [Murphey 1993, p. 47]. Esta interpretación de Murphey ha sido rechaza por Apel quien dice que este enfoque del joven Peirce es “consecuente y legítimo”, a partir de la ‘transformación semiótica’ que a la larga articula el falibilismo del carácter hipotético de las pretensiones de conocimiento con el meliorismo de la comunidad de investigadores. Ver [Apel 1985, pp. 166-167]. Por su parte, Tiercelin identifica esta ‘vía media’ con “el curso más sustancial” [CP 2.113; 1902] que Peirce buscaba entonces, en el cual él está proyectando su idealismo objetivo. Comparar [Tiercelin 1998, p. 9]. 32 199 Nosotros conocemos nuestra existencia y la existencia de todas las cosas de la que somos conscientes en nuestras mentes, intuitivamente; pero todo nuestro razonamiento con respecto a la real existencia depende de una disposición natural, inevitable e invariable, de nuestra mente, cuando ve alguna cosa, para concluir ciertamente que existe una causa de ésta; o si ve algo ordenado de una manera muy exacta y regular, concluir que algún diseño lo dispuso y reguló así33. De esta manera, para Edwards, una conclusión inferida –a partir de principios como el de causalidad– resulta verdadera si logra darle coherencia a la experiencia, aunque no se llegue a probar la necesidad de tales principios. Para esto, basta con asumir, según Edwards, la armonía preestablecida por el creador que explique nuestra compulsión a ordenar la experiencia de una manera consistente34. Sin embargo, la originalidad fundamental de Peirce radica en que para él esa armonía preestablecida –garantizada o no por un creador– antes que un supuesto, o dogma de fe, es una hipótesis que debe ser probada en los resultados de la investigación científica: La filosofía busca explicar el universo y mostrar lo que es inteligible o razonable. Por lo tanto está comprometida con la idea (un postulado que sin embargo puede no ser completamente verdadero) de que el proceso de la naturaleza y el proceso del pensamiento son semejantes. [NEM 4.375] De no ser así, según Peirce, el universo resultaría ininteligible para nosotros, o no tendríamos cómo justificar nuestras explicaciones que buscan una organización racional del universo. Ahora bien, estos intentos por dar explicaciones coherentes de nuestra experiencia constituyen el tipo de inferencias hipotéticas, o abductivas, que a su vez se basan “en la confianza de que hay suficiente afinidad entre la mente del que razona y la mente de la naturaleza para ofrecer conjeturas que no sean totalmente vanas, con la 33 J. Edwards, “The Mind”, citado en [Flower & Murphey 1977, p. 146]. Sobre las afinidades entre Edwards y Peirce, según John Smith, la preocupación calvinista por la sinceridad, que se remonta hasta Edwards, demanda que la creencia esté acompañada de un signo públicamente disputable y “Peirce vio la verdad en esta temprana tradición y la revivió, como hizo el pragmatismo generalmente, al vincular creencia con acción”. Ver [Smith 1983, p. 19]. Raposa ha señalado que Peirce y Edwards recurren a los efectos prácticos como signos de afecciones (duda, creencia; afecciones religiosas) y para validar conclusiones metafísicas y teológicas; comparar [Raposa 1993, p. 155]. Ward dice que “el naturalismo de la experiencia religiosa en Peirce y Edwards no puede ser separado del carácter de los objetos que orientan su pensamiento”. Ver [Ward 2000, p. 299]. 34 200 condición de que toda conjetura sea revisada por comparación con la observación” [CP 1.121; c. 1896]. Aunque el fragmento anterior corresponde a un escrito de madurez de Peirce, el recurso a la observación y la experimentación para probar este tipo de supuestos metafísicos está ya presente en el ambiente intelectual que vive el joven Peirce, cuando toma el ‘curso medio’ que Kant había descartado. Como ha ilustrado Bruce Kuklick, para esa época, en el área de Boston y Cambridge, se vive el debate entre trascendentalistas y unitaristas, que buscan una respuesta al pesimismo de la tradición calvinista heredada desde la época de Edwards35. En particular, además de una disputa en asuntos morales, se discute el papel del conocimiento empírico al momento de justificar la fe. En oposición al trascendentalismo de Emerson, que confía en la sabiduría interior, la iglesia Unitaria, en la que fue educado Peirce y que controlaba ideológicamente la Universidad de Harvard, estaba “comprometida con una imagen empírica y científica del mundo, y no veía un conflicto desastroso entre ella y una religión inteligente y moderada”36. De este modo, es posible contextualizar la hipótesis que hace Peirce de una armonía preestablecida y su recurso al conocimiento empírico para validarla. La articulación de tal conocimiento en medio de una lógica de la investigación científica es precisamente el tema que Peirce aborda posteriormente en su serie de artículos Ilustraciones de la lógica de la ciencia. En el segundo ensayo de la Serie de la cognición, Peirce identifica lo real con el contenido de la opinión última alcanzada por la comunidad de investigadores. Lo real, dice Peirce, es aquello que, en el estado ideal de información e independiente de las opiniones particulares, depende sólo de la decisión última de tal comunidad [CP 5.311; 1868]. De esta manera, Peirce ha mezclado de manera problemática dos ámbitos distintos de la reflexión filosófica: la pregunta ¿qué es lo real?, propia de la reflexión metafísica, con las cuestiones epistemológicas acerca de ¿qué nos es dado conocer? Según esto, Peirce es un idealista tanto en epistemología como en metafísica, en la medida en que el objeto final del pensamiento en general, el contenido de la opinión al final de la investigación, es considerado no sólo como completamente dependiente del pensamiento, sino también como de naturaleza mental. 35 Comparar [Kuklick 1977, pp. 5-10]. Para una versión más amplia del debate, y su efecto en la sociedad, comparar [Menand 2002, pp. 25-35]. 36 Ver [Kuklick 1977, p. 10]. 201 Sin embargo, es posible argumentar que, cuando se investiga libremente, el acuerdo en la opinión alcanzado por esa comunidad es debido al efecto de una realidad independiente de nosotros. En este sentido, Peirce igualmente argumenta a favor del realismo metafísico, en su reseña de la edición de los escritos de Berkeley (Fraser’s The Works of Berkeley, 1871), cuando dice que “lo real no es lo que se nos pueda ocurrir pensar, sino aquello a lo que no le afecta lo que del mismo podamos pensar” [CP 8.12; 1871]. No obstante, existe una profunda diferencia sobre cómo entender este modo de ser independiente de la mente, según el punto de vista que se adopte. En primer lugar, dice Peirce, dado que los pensamientos son lo único que tenemos inmediatamente presente ante nosotros, y éstos han sido causados por sensaciones, que a su vez están constreñidas por algo exterior a la mente, entonces esto exterior a la mente será independiente de cómo lo pensamos, y es lo real. Este punto de vista conduce a una visión nominalista de la realidad porque asume que las sensaciones son causadas por realidades externas, pero ni de estas sensaciones, ni de las realidades, podemos decir que tengan algo en común [CP 8.12; 1871]. En segundo lugar, dice Peirce, si aceptamos que el elemento de error presente en todo pensamiento podrá ser eliminado en una investigación que cuente con la suficiente información, y se realice de tal forma que llegue a una conclusión final hacia la que tiende la opinión del hombre, entonces todo lo que se piense que existe en esta opinión final será lo real. Por lo tanto, este punto de vista conduce a una concepción idealista de realidad, en la medida en que “esta opinión final, pues, es independiente, no en efecto del pensamiento en general, sino de todo lo que es arbitrario e individual en el pensamiento (…) En consecuencia, es real todo lo que será pensado que existe en la opinión final, y nada más” [CP 8.12; 1871]. Es decir, en su intento por rechazar el carácter incognoscible de la realidad involucrado en la perspectiva nominalista, Peirce se ve conducido a asumir una extraña posición metafísica que acepta la existencia de una realidad independiente del pensamiento, pero, a su vez, la hace completamente dependiente del mismo. Sin embargo, Peirce reconoce que “es evidente que esta visión de la realidad es inevitablemente realista porque las concepciones generales entran en todos los juicios, y 202 por lo tanto en las opiniones verdaderas” [CP 8.14; 1871]37. Esta consideración de la realidad descansa igualmente sobre la confianza de Peirce en alcanzar el acuerdo último, formulada en los mismos términos que en la Serie de la Cognición, tres años atrás. Para Peirce, llegar a este acuerdo es posible en la medida en que los que investigan cuenten con la información necesaria, procedan correctamente en la investigación y cuenten con todo el tiempo requerido, aunque este tiempo exceda la vida misma de los individuos. De ser así, se logra eliminar el error y la incidencia de las idiosincrasias, de tal forma que, a la larga, “la opinión humana tiende universalmente a una forma definida que es la verdad” [CP 8.12; 1871]. Unos pocos años después, en la serie Ilustraciones de la lógica de la ciencia, Peirce aplica la máxima pragmática, que refiere el significado de un concepto a sus repercusiones prácticas, a la idea de realidad y reconoce que el único efecto que tienen las cosas reales es el de causar creencia [W 3.271; 1878]. Ahora bien, dado que no podemos comparar nuestras creencias con la realidad, y que las creencias por su naturaleza las pensamos como verdaderas [W 3.248; 1878], necesitamos un recurso adicional que nos permita distinguir la creencia verdadera. Según Peirce, los miembros de la comunidad de investigadores están “plenamente persuadidos” [W 3.273; 1878] de que basta con adelantar la indagación el tiempo suficiente y de la manera apropiada para que se llegue a una solución para “toda cuestión” [W 3.273; 1878] a la que se aplique. Es en este sentido que, dice Peirce, “la opinión que es destinada a ser finalmente acordada por todos los que investigan es lo que significamos por verdad, y el objeto representado en esa opinión es lo real” [W 3.273; 1878]. Aquí Peirce mantiene la unidad entre la verdad y lo real, sustentado en la confianza en el acuerdo último de la comunidad de investigadores. Pero, luego, cuando Peirce revisa los ensayos de Ilustraciones de la lógica de la ciencia para incluirlos en una eventual publicación [CP 5.358n; 1903], suaviza sus compromisos al admitir que tal vez no todas sino solo algunas preguntas dadas serán resueltas al final de la indagación. 37 Al respecto, Almeder ha señalado que cuando Peirce dice ser un realista escolástico su preocupación era con el realismo lógico –de los universales como referentes reales de los términos generales– y no con el realismo metafísico –de un mundo físico cognoscible cuyas propiedades son independientes de la mente. Comparar [Almeder 1973, p. 4]. 203 Peirce ya había asumido una posición más moderada al admitir que ciertamente algún número finito de preguntas no podrán ser resueltas. Esta es la respuesta de Peirce a la crítica formulada por Josiah Royce, según la cual en referencia a alguna pregunta dada cuya respuesta nunca se llegara a alcanzar, este juicio final no es seguro sino solamente posible38. No obstante, al razonar inductivamente, Peirce continúa siendo optimista al reconocer que el número de preguntas que no llegarán a ser respondidas, frente a las preguntas que ya han sido resueltas, es infinitesimal [CP 8.43; 1885]. Después, y de manera más explícita, Peirce concede que “puede haber una pregunta que ninguna cantidad de investigación [científica] pueda nunca contestar” [CP 8.156; 1900], pero que esto no implica que tengamos que aceptar la existencia de ‘misterios’, cuando en realidad se trata de preguntas que no podemos responder porque no podemos darles un significado definido. Como réplica al supuesto destino ‘inevitable’ que nos lleva a alcanzar la convergencia en la opinión, Peirce aclara que sólo se trata de “una esperanza de que tal conclusión pueda ser sustancialmente alcanzada con respecto a las preguntas particulares con las que nuestros investigadores están ocupados” [CP 6.610; 1893]39. Peirce sostiene que, como una condición para quien adelanta una investigación, no sólo se debe suponer que existirá una respuesta verdadera “a la pregunta a la mano [sino que] (…) debemos esperar que esto, o algo aproximado a esto, sea así, o no deberíamos molestarnos en hacer mucha investigación. Pero no necesariamente tenemos mucha confianza de que así sea” [CP 3.432; 1896]. Unos años después, Peirce dice que la confianza en alcanzar esa respuesta verdadera hace que el investigador “virtualmente asumirá que es así, con respecto a cada asunto del que él seriamente discuta su verdad” [CP 6.430; 1905]. Además, las dudas sobre la aplicación de las técnicas apropiadas de investigación hacen que Peirce piense en un acuerdo final sólo “si (al menos) podemos razonablemente esperar que alcanzaremos una solución que también sería alcanzada por cualquiera que investigue de la misma manera (y cuya investigación no haya sido 38 Peirce le responde en An American Plato (1885), su reseña del libro The Religious Aspect of Philosophy de Josiah Royce. 39 Murphey señala que, en algún momento entre 1880 y 1890, el temprano ‘principio constitutivo’ que vincula realidad con la destinada opinión última fue debilitado hacia un ‘principio regulativo’ según el cual, para tener certeza que el acuerdo será buscado, es necesario tener la esperanza de que ese último acuerdo va a llegar. Comparar [Murphey 1993, p. 301]. 204 entorpecida por la perversidad o por circunstancias accidentales poco propicias)”40. En esta reconstrucción de los cambios que introduce Peirce a su idea de un acuerdo último es evidente que Peirce ha disminuido notablemente la confianza inicial en alcanzar tal acuerdo, y que ahora éste está pensado sólo como una expectativa para las preguntas pertinentes de investigación. Según esto, aquí hay lugar para que se interpongan los intereses humanos –condiciones históricas, prioridades económicas, prejuicios ideológicos– al seleccionar las preguntas que se consideran relevantes para ser investigadas, lo que daría lugar a una idea de realidad mediada por una perspectiva, y ya no a una ‘idea de realidad absoluta’. Aun cuando son varios los comentaristas que han enfatizado este cambio de opinión en Peirce, son pocos los que han ofrecido un intento de explicación satisfactorio de esta cuestión41. Al respecto, Peirce reconoce que “en casi todo lo que publiqué antes del inicio de este siglo, más o menos mezclé hipótesis e inducción” [CP 8.227; c. 1910], concretamente, al suponer que su argumento para el éxito de la inducción podría ser aplicado también a la abducción. De esta manera, el problema se debe a una analogía establecida equivocadamente por el joven Peirce entre los resultados de la inducción y la expectativa de formular una hipótesis correcta. Pues, aunque es cierto que mediante la inducción podemos eliminar las hipótesis falsas, nada nos asegura que igualmente, a la larga, se nos ocurra concebir la hipótesis correcta para cada situación problemática en cuestión42. Debido a estas dudas del propio Peirce, no tenemos por qué esperar un acuerdo último. 40 Citado en [Hookway 2004, p. 135]. Varios comentaristas, siguiendo a Fisch, identifican 1885 como el año de la ‘crisis metafísica’ de Peirce; pero, hasta donde tengo noticia, ningún estudio vincula este pesimismo en la comunidad de investigadores con la decepción que le produce a Peirce su desvinculación, en 1884, de la Universidad Johns Hopkins, la que él consideraba ‘la única universidad verdadera en América’. Comparar [Fisch & Cope 1952, p. 277]. 42 Sobre esto Meyers señala que “la comunidad [de indagación] puede nunca llegar a la verdad aún si continúa la investigación”. Ver [Meyers 1999, p. 644]. 41 205 3. CONCLUSIÓN Llegados a este punto, es posible concluir que, para Peirce, su concepción de la metafísica científica es una alternativa a la metafísica escolástica (en particular, a la idea de Edwards de armonía como principio divino), ya que aquí es posible diferenciar proposiciones metafísicas genuinas de las que no lo son, a partir de su referencia a una realidad en la cual se dan consecuencias observables. A una conclusión similar, pero por un camino distinto, llega Apel cuando considera plausible la concepción peirceana de la metafísica como un estudio cosmológico macro-empírico en el que las hipótesis globales, vagas pero heurísticamente imprescindibles, pueden verificarse o falsearse a través de las construcciones teóricas de las ciencias particulares43. De esta forma las teorías científicas altamente especulativas, al igual que la metafísica evolucionista de Peirce, resultan susceptibles de contrastación empírica44. Con esto, se hace vigente entonces un tipo de indagación que articule la investigación científica con la reflexión metafísica, como lo esperaba Peirce. Queda esperar los resultados de los observadores futuros para decir si la hipótesis cosmológica será verificada o refutada. Pero, pensar en los resultados futuros, para decidir finalmente si los supuestos metafísicos son los correctos o no, podría reivindicar nuevamente alguna referencia a un acuerdo último inalcanzable; y, por tanto, contradecir todo lo que se ha pretendido argumentar en este trabajo. Frente a esta eventual objeción hay lugar a dos réplicas que recapitulan lo dicho hasta aquí. En primer lugar, las referencias a cualquier resultado futuro de la investigación no tienen por qué remitir necesariamente a un resultado último, pues siempre hay lugar a que nueva evidencia nos haga cambiar las creencias que consideramos verdaderas. Así, cada acuerdo de la comunidad de investigadores es sólo un acuerdo contingente, como lo es la comunidad misma. Esto es algo que Peirce tenía presente pues, por un lado, la investigación persiste más allá de la vida de los 43 Comparar [Apel 1997, p. 207]. Apel encuentra aquí una prioridad metodológica y normativa de carácter trascendental para toda investigación empírica que, al mismo tiempo, “guíe a una metafísica de tipo hipotético-empírico que pueda explicar tanto la diferencia ontológica como la continuidad de la evolución natural y la historia humana”. Ver [Apel 1995, p. 367]. 44 206 investigadores particulares, y, por otro, la auto-corrección permanente de los resultados alcanzados está en la naturaleza misma del método de la ciencia, en cuanto método de fijación de la creencia. En segundo lugar, esos resultados alcanzados son evidencia de que las hipótesis, que guiaron la resolución de las preguntas de investigación, han sido acertadas. Y como cada hipótesis ha sido posible gracias al supuesto de una ‘afinidad entre la mente y el universo’, los resultados alcanzados también cuentan como evidencia a favor de este supuesto. Esta afinidad de naturaleza entre lo mental y lo no-mental conduce a una forma de monismo metafísico en Peirce, que se expresa en su idealismo objetivo. Ahora bien, el propósito de este trabajo ha sido argumentar a favor de la creencia en la realidad cuyo contenido está permanentemente corregido, actualizado; no, probar el idealismo objetivo. Sin embargo, como vimos, para Peirce sólo es posible justificar esta creencia en algo real exterior a la mente de manera indirecta. En este sentido, los compromisos metafísicos realistas de Peirce están subordinados a la aceptación de su idealismo epistemológico, pues son los contenidos de los juicios expresados en los acuerdos contingentes lo que consideramos ‘real’. De esta manera, en Peirce, lo ‘real’ deja de ser una concepción absoluta y se convierte en una noción que está doblemente vinculada con el pensamiento: por un lado, depende del contenido del pensamiento ‘en general’, y, por otro, comparten la misma naturaleza metafísica pues ‘la materia es mente agotada’. 207 BIBLIOGRAFÍA. [Almeder 1973] Robert Almeder, “Peirce’s Pragmatism and Scotistic Realism”. Transactions of the Charles S. Peirce Society 9 (1) (1973), pp. 3-23. [Alston 1996] William Alston, A Realistic Conception of Truth, Ithaca: Cornell University Press, 1996. [Anderson 1992] Douglas Anderson, “Realism and Idealism in Peirce’s Cosmogony”, International Philosophical Quarterly 32 (2) (1992), pp. 185-192. [Anderson 1997] Douglas Anderson, “A Political Dimension of Fixing Belief”, en: Jacqueline Brunning (ed.), The Rule of Reason, Toronto: Toronto University Press, 1997, pp. 223-240. [Apel 1997] Karl-Otto Apel, El camino del pensamiento de Charles S. Peirce, Madrid: Visor, 1997. [Apel 1985] Karl-Otto Apel, La transformación de la filosofía, Madrid: Taurus, 1985. [Apel 1991] Karl-Otto Apel, Teoría de la verdad y ética del discurso, Barcelona: Paidós, 1991. [Apel 1995] Karl-Otto Apel, “Transcendental Semeiotic and Hypothetical Metaphysics of Evolution: A Peircean or Quasi-Peircean Answer to a Recurrent Problem of PostKantian Philosophy”, en: Kenneth Ketner (ed.), Peirce and Contemporary Thought, New York: Fordham University Press, 1995, pp. 366-397. [Armstrong 1978] David Armstrong, Nominalism and Realism. Universals and Scientific Realism (vol. 1), Cambridge: Cambridge University Press, 1978 (versión en español, Los universales y el realismo científico, México: UNAM, 1988). [Boler 2004] John Boler, “Peirce and Medieval Thought”, en: Cheryl Misak (ed.), The Cambridge Companion to Peirce, Cambridge: Cambridge University Press, 2004. pp. 58-86. [Buchler 1966] Justus Buchler, Peirce’s Empiricism, New York: Octagon Books, 1966 (2ª ed.) 208 [Chi-Chun 1995] Chiu Chi-Chun, “The Notion of Truth in Peirce’s Earliest System”, Transactions of the Charles S. Peirce Society 31 (2) (1995), pp. 394-414. [Decker 2001] Kevin Decker, “Ground, Relation, Representation: Kantianism and the Early Peirce”, Transactions of the Charles S. Peirce Society 37 (2) (2001), pp. 179206. [De Tienne 1989] André De Tienne, “Peirce’s Early Method of Finding the Categories”, Transactions of the Charles S. Peirce Society 25 (4) (1989), pp. 385-406. [Dummett 1990] Michael Dummett, “El realismo”, en: Michael Dummett, La verdad y otros enigmas, México: Fondo de Cultura Económica, 1990, pp. 220-242. [Feyerabend 1974] Paul K. Feyerabend, Contra el método, Barcelona: Ariel, 1974. [Fisch 1967] Max Fisch, “Peirce’s Progress from Nominalism to Realism”, The Monist 51 (2) (1967), pp. 159 – 178. [Fisch 1971] Max Fisch, “Peirce’s Arisbe: The Greek Influence in His Later Philosophy”, Transactions of the Charles S. Peirce Society 7 (4) (1971), pp. 187-210. [Fisch 1977] Max Fisch, “Peirce’s Place in American Thought”, Ars Semeiotica 1 (1) (1977), pp. 21-37. [Fisch & Cope 1952] Max Fisch, Jackson Cope, “Peirce at the Johns Hopkins University”, en: Philip Wiener, Frederic Young (eds.), Studies in the Philosophy of Charles Sanders Peirce, Cambridge: Harvard University Press, 1952, pp. 277-311. [Flower & Murphey 1977] Elizabeth Flower, Murray Murphey, A History of Philosophy in America (2 vols.), New York: G. P. Putnam’s Sons, 1977. [Fraassen 1980] B. C. van Fraassen, La imagen científica, Barcelona: Paidós-UNAM, 1980. [Freeman 1973] Eugene Freeman, “Objectivity as ‘Intersubjective Agreement’”, The Monist 57 (2) (1973), pp. 168-175. [Friedman 1993] Lesley Friedman, “C. S. Peirce’s Final Realism: An Analysis of the Post-1895 Writings on Universals”, Disertación doctoral, State University of New York, Buffalo, 1993. 209 [Friedman 2003] Lesley Friedman, “Pragmatism: the Unformulated Method of Bishop Berkeley”, Journal of the History of Philosophy 41 (1) (2003), pp. 81-96. [Gallie 1952] W. B. Gallie, Peirce and Pragmatism, Harmondsworth: Penguin, 1952. [Goodman 1956] Nelson Goodman, “A World of Individuals”, en: I. M. Bochenski (ed.), The Problem of Universals, Notre Dame: University of Notre Dame Press, 1956, pp. 15-31. [Goudge 1947] Thomas A. Goudge, “The Conflict of Naturalism and Transcendentalism in Peirce”, The Journal of Philosophy 44 (14) (1947), pp. 365-375. [Habermas 1995] Jürgen Habermas, “Peirce and Communication”, en: Kenneth Ketner (ed.), Peirce and Contemporary Thought, New York: Fordham University Press, 1995, pp. 243-266 (versión en español, “Charles S. Peirce sobre comunicación”, en: Jürgen Habermas, Textos y contextos, Barcelona: Ariel, 1996 pp. 37-58). [Habermas 2002] Jürgen Habermas, “Postscript”, en: Mitchell Aboulafia (ed.), Habermas and Pragmatism, London: Routledge, 2002, pp. 223-233. [Haack 1987] Susan Haack, “Realism”, Synthese 73 (1987), pp. 275-299. [Haack 1992] Susan Haack, “‘Extreme Scholastic Realism’: Its Relevance to Philosophy of Science Today”, Transactions of the Charles S. Peirce Society 28 (1) (1992), pp. 19-50. [Hartshorne 1941] Charles Hartshorne, “Charles Sanders Peirce’s Metaphysics of Evolution”, The New England Quarterly 14 (1) (1941), pp. 49-63. [Hausman 1993] Carl Hausman, Charles Peirce’s Evolutionary Philosophy, New York: Cambridge University Press, 1993. [Hookway 1985] Christopher Hookway, Peirce, London: Routledge, 1985. [Hookway 2004] Christopher Hookway, “Truth, Reality, and Convergence”, en: Cheryl Misak (ed.), The Cambridge Companion to Peirce, Cambridge: Cambridge University Press, 2004, pp. 127-149. [Kant 1978] Immanuel Kant, Crítica de la razón pura, Madrid: Alfaguara, 1978. 210 [Kernan 1965] W. F. Kernan, “The Peirce Manuscripts and Josiah Royce – A Memoir. Harvard 1915-1916”, Transactions of the Charles S. Peirce Society 1 (2) (1965), pp. 90-95. [Ketner 1998] Kenneth Ketner, His Glassy Essence. An Autobiography of Charles Sanders Peirce, Nashville: Vanderbilt University Press, 1998. [Kuklick 1977] Bruce Kuklick, The Rise of American Philosophy. Cambridge, Massachusetts: 1860 – 1930, New Haven: Yale University Press, 1977. [Levine 2004] Steven Levine, “The Logical Method of Metaphysics: Peirce’s MetaCritique of Kant’s Critical Philosophy”, Transactions of the Charles S. Peirce Society 40 (3) (2004), pp. 457-476. [Lieb 1970] Irwin Lieb, “Charles Hartshorne’s Recollections of Editing the Peirce Papers”, Transactions of the Charles S. Peirce Society 6 (3-4) (1970), pp. 149-59. [Meehl 2004] Paul Meehl, “Cliometric Metatheory: Peircean Consensus, Verisimilitude and Asymptotic Method”, The British Journal for the Philosophy of Science 55 (4) (2004), pp. 615-643. [Menand 2002] Louis Menand, El club de los metafísicos: Historia de las ideas en América, Barcelona: Destino, 2002. [Meyers 1985] Robert Meyers, “Peirce’s Doubts about Idealism”, Transactions of the Charles S. Peirce Society 21 (2) (1985), pp. 223-239. [Meyers 1999] Robert Meyers, “Pragmatism and Peirce’s Externalist Epistemology”, Transactions of the Charles S. Peirce Society 35 (4) (1999), pp. 638-653. [Michael 1988] Fred Michael, “Two Forms of Scholastic Realism in Peirce’s Philosophy”, Transactions of the Charles S. Peirce Society 24 (3) (1988), pp. 317348. [Misak 1991] Cheryl Misak, Truth and the End of Inquiry, New York: Oxford University Press, 1991. [Misak 2000] Cheryl Misak, Truth, Politics, Morality, London: Routledge, 2000. [Moore 1952] Edward Moore, “The Scholastic Realism of C. S. Peirce”, Philosophy and Phenomenological Research 12 (3) (1952), pp. 406-417. 211 [Moore 1982] Edward Moore, “Preface”, en: Max H. Fisch (ed.), Writings of Charles S. Peirce (Chronological Edition, Vol. 1), Bloomington: Indiana University Press, 1982, pp. xi-xiii. [Mounce 1997] Howard Mounce, The Two Pragmatisms, London: Routledge, 1997. [Murphey 1993] Murray Murphey, The Development of Peirce’s Philosophy, Cambridge: Harvard University Press, 1993. [O’Connor 1964] Daniel O’Connor, “Peirce’s Debt to F. E. Abbot”, Journal of the History of Ideas 25 (4) (1964), pp. 543-564. [Popper 1983] Karl R. Popper, “Tres concepciones sobre el conocimiento humano”, en: Karl R. Popper, Conjeturas y refutaciones, Barcelona: Paidós, 1983, pp. 130-155. [Putnam 1992] Hilary Putnam, Renewing Philosophy, Cambridge: Harvard University Press, 1992. [Quine 1960] Willard van O. Quine, Word and Object, Cambridge: The MIT Press, 1960. [Raposa 1993] Michael Raposa, “Jonathan Edwards’ Twelfth Signs”, International Philosophical Quarterly 33 (2) (1993), pp. 153-162. [Roberts 1970] Don Roberts, “On Peirce’s Realism”, Transactions of the Charles S. Peirce Society 6 (2) (1970), pp. 67-83. [Rorty 1986] Richard Rorty, “Pragmatism, Davidson and Truth”, en: Ernest LePore (ed.), Truth and Interpretation: Perspectives on the Philosophy of Donald Davidson, Oxford: Blackwell, 1986, pp. 333-355 (versión en español, “Pragmatismo, Davidson y la verdad”, en: Richard Rorty, Objetividad, relativismo y verdad, Barcelona: Paidós, 1996, pp. 173-205). [Rorty 1995] Richard Rorty, “Is Truth a Goal of Inquiry? Davidson vs. Wright”, The Philosophical Quarterly 45 (180) (1995), pp. 281-300 (versión en español, “¿Es la verdad una meta de la investigación? Donald Davidson versus Crispin Wright”, en: Richard Rorty, Verdad y progreso, Barcelona: Paidós, 2000, pp. 31-61). [Rosentahl 1997] Sandra B. Rosenthal, “Pragmatic Experimentalism and the Derivation of the Categories”, en: Jacqueline Brunning (ed.), The Rule of Reason, Toronto: University of Toronto Press, 1997, pp. 120-138. 212 [Savan 1952] David Savan, “On the Origins of Peirce’s Phenomenology”, en: Philip Wiener, Frederic Young (eds.), Studies in the Philosophy of Charles Sanders Peirce, Cambridge: Harvard University Press, 1952, pp. 185-194. [Savan 1995] David Savan, “Peirce and Idealism”, en: Kenneth Ketner (ed.), Peirce and Contemporary Thought, New York: Fordham University Press, 1995, pp. 315-328. [Smith 1983] John Smith, The Spirit of American Philosophy, Albany: State University of New York Press, 1983. [Talisse 2004] Robert Talisse, “Towards a Peircean Politics of Inquiry”, Transactions of the Charles S. Peirce Society 60 (1) (2004), pp. 21-38. [Tiercelin 1998] Claudine Tiercelin, “Peirce’s Objective Idealism: A Defense”, Transactions of the Charles S. Peirce Society 34 (1) (1998), pp. 1-28. [Ward 2000] Roger Ward, “Experience as Religious Discovery in Edwards and Peirce”, Transactions of the Charles S. Peirce Society 36 (2) (2000), pp. 1-28. [Williamson 1995] Timothy Williamson, “Realism and Anti-realism”, en: Ted Honderich (ed.), The Oxford Companion to Philosophy, Oxford: Oxford University Press, 1995, pp. 746-748. 213