Subido por Ome Galindo

Análisis de la leyenda ''El beso'' de Gustavo Adolfo Bécquer

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Universidad de Guadalajara
Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades
División de estudios históricos y humanos
Departamento de Letras hispánicas
e
Análisis de la leyenda “El beso” de Bécquer
Literatura española del siglo XIX
Miguel Ángel Galindo Núñez
206171397
Profesora: Mª de Jesús Vázquez Boruel
Guadalajara, Jalisco, 15 de octubre del 2008
Análisis de la leyenda “El beso”
de Gustavo Adolfo Bécquer
Miguel Ángel Galindo Núñez
En la leyenda “El Beso”1 se narra la historia de un militar enamorado de una estatua por su
admirable belleza e invita a sus amigos a verla una noche en el templo de San Juan de los
Reyes, un templo de Toledo, España. En la noche, ya algo bebido, desafía a la suerte
burlándose de la estatua de lo que fue en vida el esposo de Doña Elvira, mujer de la estatua,
Don Pedro López de Ayala. El clímax se alcanza justo cuando el capitán intenta besar a la
figura y recibe el golpe de la estatua de Don Pedro López quien, cobrando vida, evita la
profanación de su mujer y venga el agravio que recibió.
Para este análisis deben citarse varias peculiaridades necesarias, por lo mismo se
separarán por apartados:
1. Sentimiento del paisaje
1.1. Escultórica del paisaje
Algo en lo que Bécquer se destaca es en la acumulación de figuras poéticas en su paisaje.
Se nota en muchos momentos de la narración. Se puede observar en el siguiente fragmento
de la misma:
A la luz del farolillo, cuya dudosa claridad se perdía entre las espesas sombras de las naves y
dibujaba con gigantescas proporciones sobre el muro la fantástica sombra del sargento
aposentador que iba precediéndole, recorrió la iglesia de arriba abajo y escudriñó una por una
todas sus desiertas capillas, hasta que una vez hecho cargo del local, mandó echar pie a tierra a
su gente, y, hombres y caballos revueltos, fue acomodándola como mejor pudo. (p. 228)
Aquí podemos admirar la forma escultórica del paisaje que se menciona. Pues algo en lo
que se destaca Bécquer es en la poesía de su prosa, siendo de los primeros en usar una
prosa poética en la historia de España. Por ello mismo podemos comprar que las
descripciones propuestas en este fragmento como “se perdía entre las espesas sombras de
BÉCQUER, Gustavo, Rimas, leyendas y narraciones, Porrúa, México, 2007, (Col. “Sepan cuántos…” 17).
(Citas de esta edición, páginas consignadas en el cuerpo del trabajo).
1
las naves y dibujaba con gigantescas proporciones sobre el muro la fantástica sombra del
sargento aposentador que iba precediéndole” (p. 228), nos marca una serie de metáforas,
“bellísimas imágenes que tanto se aproximan a las Rimas, pero subsiste el ambiente
romántico en el vocabulario; pudiera formarse un diccionario con las palabras predilectas
de los románticas” (p. XXVIII).
El mismo efecto puede encontrarse en este otro fragmento:
La noche había cerrado sombría y amenazadora; el cielo estaba cubierto de nubes de color de
plomo; el aire, que zumbaba encarcelado en las estrechas y retorcidas calles, agitaba la
moribunda luz del farolillo de los retablos o hacía girar con un chirrido agudo las veletas de
hierro de las torres. (p. 2.34)
Donde se palpa esta escultórica, donde a lago como la noche, se le da un carácter pintoresco
propio del romanticismo, sobre todo del mismo Bécquer, como ya se dijo más arriba.
Esto prueba que sí existe este elemento dentro de la leyenda toledana a analizar.
1.2. Riqueza en la escenografía externa
Existe cierta riqueza en la escenografía, es decir, todos los elementos que conforman al
paisaje geográfico donde los personajes se moverán. Las descripciones, como ya se dijo
antes, de Bécquer son demasiado poéticas, por lo mismo, se puede citar de nuevo que
Bécquer mencionará elementos básicos para adjetivar su entorno.
La principal descripción que posee suficiente peso en la historia es la fachada de la
iglesia a la que llegan, la cual versa: “[…] siguieron en silencio el camino adelante hasta
llegar a una plazuela, en cuyo fondo se destacaba la negra silueta del convento con su torre
morisca, su campanario de espadaña, su cúpula ojival y sus tejados de crestas desiguales y
oscuras.” (p. 228). Se puede notar el tono lúgubre el cual será desarrollado más delante,
pero destaquemos que existe una imagen demasiado visual en estas líneas, una secuencia de
descripciones imponentes que nos dan a pensar la fuerza de la misma construcción.
Podría involucrar descripciones como las de la misma iglesia, que se desarrollará en
el tópico ‘Ruinas’, pero es importante decir que si se tomara ella como escenografía
externa, este tópico sería muy amplio.
1.3. Intimidad compartida con la naturaleza o por ella reflejada
La intimidad que se pide describir en este tópico es fácil de encontrar. En un momento que
llegan los militares a la iglesia y deciden instalarse
A la luz del farolillo, cuya dudosa claridad se perdía entre las espesas sombras de las naves y
dibujaba con gigantescas proporciones sobre el muro la fantástica sombra del sargento
aposentador que iba precediéndole, recorrió la iglesia de arriba abajo y escudriñó una por una
todas sus desiertas capillas, hasta que una vez hecho cargo del local, mandó echar pie a tierra a
su gente, y, hombres y caballos revueltos, fue acomodándola como mejor pudo. (p. 228)
En este momento nos enfrentamos a que los militares son suficientemente dependientes de
sí mismo como para integrarse con la naturaleza, el entorno, las ruinas de lo que antes era
un monasterio. La sentencia final de la cita es una muestra clara de este argumento.
Y también se observa que en un momento el protagonista (movimiento de
metatextualidad por parte del autor) se propone a dormir apegado a la naturaleza:
Pero nuestro héroe, aunque joven, estaba ya tan familiarizado con estas peripecias de la vida de
campaña, que apenas hubo acomodado a su gente, mandó colocar un saco de forraje al pie de la
grada del presbiterio, y arrebujándose como mejor pudo en su capote y echando la cabeza en el
escalón, a los cinco minutos roncaba con más tranquilidad que el mismo rey José en su palacio
de Madrid. (p. 229)
El hecho de que el protagonista esté en la iglesia roncando, la haya vigilado en todos sus
rincones, le da cierta seguridad y por lo tanto lo envuelve de modo maternal tal como la
Madre Tierra que es. El contacto que llega a tener con la naturaleza es extremo, pues no
debe temerle.
1.4. Elementos del paisaje (la bruma) utilizados en cadena para seguir el sentimiento
en la poesía (melancolía)
No existe bruma. Lo único que sería similar, es decir, incierto, sería la oscuridad que existe
en la iglesia, por lo que vuelvo a citar el mismo fragmento que ya se ha mencionado dos
veces2:
A la luz del farolillo, cuya dudosa claridad se perdía entre las espesas sombras de las naves y
dibujaba con gigantescas proporciones sobre el muro la fantástica sombra del sargento
aposentador que iba precediéndole, recorrió la iglesia de arriba abajo y escudriñó una por una
todas sus desiertas capillas, hasta que una vez hecho cargo del local, mandó echar pie a tierra a
su gente, y, hombres y caballos revueltos, fue acomodándola como mejor pudo. (p. 228)
Lo incierto está dado por la naturaleza, la noche, esta incertidumbre es causada por el
conocimiento de que algo puede haber ahí que nos hará daño. La bruma, en este caso la
penumbra, sirve para apoyar la idea de la melancolía, pues como se dice, a esta oscuridad
es como ve a las figuras de mármol, y justo a esta poca luz, a esta incertidumbre es que
queda enamorado, fundamento de lo melancólico como la definición básica de lo que es la
melancolía: la reflexión para estar en contacto con lo absoluto, objeto a analizar en el punto
1.6.
1.5. El paisaje vivido, abrupto (EXOTISMO) en concordancia con las sensaciones
Se mencionará la cita donde lo incierto es parte de los elementos románticos de la leyenda
de Bécquer, pues en este momento, el exotismo es, igualmente parte del mismo.
[…] y allá a lo lejos, en el fondo de las silenciosas capillas y a la largo del crucero, se
destacaban confusamente entre la oscuridad, semejantes a blancos e inmóviles fantasmas, las
estatuas de piedra que, unas tendidas, otras de hinojos sobre el mármol de sus tumbas, parecían
ser los únicos habitantes del ruinoso edificio. (pp. 228-229)
Este exotismo como una figura extraña, un habitante en una ruina, es lo exótico de esta
leyenda, una figura extraña, de gran hermosura en un punto donde no se supone que debería
haber nadie.
2
Al ser una leyenda breve muchos elementos tienen varios valores.
1.6. La Naturaleza como sentido de inmortalidad (viva, florida, luminosa, cambiante)
es germen y principio fecundo (vence la cadena de la muerte. La Naturaleza es
externa (en este sentido) y a ella debe acudir el hombre.3
Cuando hablamos de la inmortalidad de la Naturaleza, nos referimos al sentido de lo
absoluto, es decir, toda la magnificencia que existe en la vida cotidiana, que muchos
consideran Dios, Naturaleza, Poesía, Absoluto, Amor, todas estas palabras refieren a la
sensación de otredad que ocurre ante los mismos. Si analizamos “El beso”, nos podemos
dar cuenta que esta figura inalcanzable es la figura de mármol de doña Elvira.
Si analizamos un poco las figuras femeninas del romanticismo, son mujeres etéreas
inalcanzables, no se puede tener a una mujer romántica pues ella no es tangible, es una
forma de Absoluto, algo que se nos presenta de modo hermoso y nos encanta en la
totalidad. Aquí se cita la presencia de esta figura:
[…] y allá a lo lejos, en el fondo de las silenciosas capillas y a la largo del crucero, se
destacaban confusamente entre la oscuridad, semejantes a blancos e inmóviles fantasmas, las
estatuas de piedra que, unas tendidas, otras de hinojos sobre el mármol de sus tumbas, parecían
ser los únicos habitantes del ruinoso edificio. (pp. 228-229)
Si nos fijamos, son figuras que no existen, pero que están ahí, esta figura es la Naturaleza,
con mayúscula inicial, es decir, lo Absoluto. Además, recordemos que la figura de la
inmortalidad se ve reflejada en la misma piedra de mármol de la que está construida la
Belleza.
La figura es externa y debe acudir al hombre, en este sentido, es cuando el mismo
capitán se acerca a la figura y le hace volver, esta sensación de enamoramiento es aquella
que le llama y se puede considerar la importante para rescatar el elemento de lo infinito en
el relato.
3
Sic.
1.7. La Naturaleza como sentido filosófico (retorno a la misma)
Como la figura de la amada es una estatua, el capitán decide volver a la Naturaleza
acercándose a besarla, pero es detenido por el guantelete de la otra figura que impide el
desacramiento de la misma. El hombre romántico buscaba adorar la figura, no consumar el
amor, pues amaban al momento en que se arrojaban a la instancia poética, como el hombre
que hambriento en busca del panecillo que le servirá de consuelo, el ansia por el mismo
será el sentimiento romántico que se puede traducir como el regreso a la Naturaleza, la
situación de total placer donde no se necesita nada. En pocas palabras, la imagen del objeto
deseado (ya sea el panecillo o la estatua) alimenta (connotación variable) al romántico.
De esta forma toda la parafernalia de alabanzas remarcadas en la leyenda hacia la
estatua de doña Elvira son este desarrollo filosófico que llevará al éxtasis al hombre, lo
llevarán a la Naturaleza, al Amor.
2. Las ruinas
2.1. Como predomino de lo natural sobre lo artificial
Existe una descripción muy clara de que la iglesia de San Juan de los Reyes no es la gran
mansión recién adornada, está claro que es una edificación en ruinas. Veamos la
descripción de la misma:
Según dejamos dicho, la iglesia estaba completamente desmantelada, en el altar mayor pendían
aún de las altas cornisas los rotos girones del velo con que lo habían cubierto los religiosos al
abandonar aquel recinto; diseminados por las naves veíanse algunos retablos adosados al muro,
sin imágenes en las hornacinas; en el coro se dibujaban con un ribete de luz los extraños perfiles
de la oscura sillería de alerce; en el pavimento, destrozado en varios puntos, distinguíanse aún
anchas losas sepulcrales llenas de timbres; escudos y largas inscripciones góticas; y allá a lo
lejos, en el fondo de las silenciosas capillas y a la largo del crucero, se destacaban confusamente
entre la oscuridad, semejantes a blancos e inmóviles fantasmas, las estatuas de piedra que, unas
tendidas, otras de hinojos sobre el mármol de sus tumbas, parecían ser los únicos habitantes del
ruinoso edificio. (pp. 228-229)
Se ve entonces con el remate de este fragmento que aparentemente los fantasmas son los
únicos moradores del mismo, y es bien sabido que los fantasmas son algo natural, no como
una iglesia. Al decir “parecían ser los únicos habitantes del ruinoso edificio.” (p. 229) se
refieren a esta predominación de la naturaleza, una formación tan básica que está poseída
(si suponemos que no se sabe el final de la leyenda) entonces podemos asumir que
predomina este elemento.
Tenemos otro extracto del texto, que es el hecho de que Toledo no era más que un
simple aglomeración de gente en una ciudad ruinosa:
En la época a que se remonta la relación de esta historia, tan verídica como extraordinaria, lo
mismo que al presente, para los que no sabían apreciar los tesoros del arte que encierran sus
muros, la ciudad de Toledo no era más que un poblachón destartalado, antiguo, ruinoso e
insufrible. (p. 229)
Finalmente, otra descripción de la iglesia es el hecho de que la misma construcción se tenga
como ruina en sí, pues se menciona: “A la media hora sólo se oían los ahogados gemidos
del aire que entraba por las rotas vidrieras de las ojivas del templo […]” (p. 229).
Reiteración del grado de descuido en el que se tenía la edificación
3. El nocturno
3.1. La noche
La noche es uno de los elementos románticos por excelencia. La adjetivación que usa
Bécquer para sus noches es especial, tal lo menciona Juana de Ontañón en el Prólogo de la
edición usada para el análisis (p. XXVIII).
Existen varias menciones importantes a la noche dentro de la leyenda, la primera es
cuando se presentan los personajes iluminados tan sólo por un farolillo: “Éste, que
caminaba a pie delante de su interlocutor, llevando en la mano un farolillo, parecía seguirle
de guía por entre aquel laberinto de calles oscuras, enmarañadas y revueltas.” (p. 225).
Forma más que obvia de la mención a la noche.
Estamos de acuerdo en que no por el hecho de usar la palabra ‘noche’ es con motivo
romántico (aunque esta hipótesis es discutible). Hay una descripción de la caía de la noche
usando la adjetivación becqueriana tan conocida.
La noche había cerrado sombría y amenazadora; el cielo estaba cubierto de nubes de color de
plomo; el aire, que zumbaba encarcelado en las estrechas y retorcidas calles, agitaba la
moribunda luz del farolillo de los retablos o hacía girar con un chirrido agudo las veletas de
hierro de las torres. (p. 234)
Como se puede observar hay una oposición entre la luz artificial del fuego y la oscuridad de
la noche. Un constante encuentro donde no se puede encontrar qué fracción ganará. Para
fines prácticos recordemos que la leyenda está situada más que nada en la noche, no es por
el hecho de que se mencione un par de veces el que ya no hay luz solar, sino porque no se
ha vuelto a cambiar la hora.
Desde que llegan los militares a la iglesia ya es de noche, elemento propicio para
que el romántico tenga sus ataques epifánicos de abstracción ante lo Absoluto, creando
historias básicas para cualquier romántico letrado que conoce los principios básicos de la
literatura romántica.
3.2 Exploración del mundo del sueño, meditación ante la nada y el ensueño
Es claro este elemento cuando se nos presenta una leyenda como esta. La ensoñación, esta
meditación que sufre el capitán por la estatua de mármol es la referida a esta sección, bien
se puede citar: “la descripción no atiende a la realidad sino al ensueño, a la sugerencia, tal y
como predicaría unos años más tarde la Poética de Verlaine. La prosa acude a recursos
típicos del verso como el epifonema y a la metáfora”4. Es este elemento muy descriptivo en
Bécquer. La figura de la mujer perdida, dormida, una forma que no puede ser más que
contemplada, es el reflejo de esta ensoñación. La meditación constante que hay en el
capitán: “Yo me creía juguete de una alucinación, y sin quitarle un punto los ojos, ni aun
osaba respirar, temiendo que un soplo desvaneciese el encanto. Ella permanecía inmóvil.”
(p. 232). La palabra ‘alucinación’ a la que hace referencia es muestra de lo que deseo
PEDRAZA, Felipe y Milagros Rodríguez, Manual de literatura española: VII. Época del realismo, Cénlit,
s. l., 1982, p. 123.
4
probar. La fascinación que sufre el capitán por doña Elvira es una forma clásica de
desprendimiento corpóreo para entregarse al amor, esta ensoñación desmedida.
Cito de remate esta frase muestra de lo mismo “[…] me traían a la memoria esas
mujeres que yo soñaba cuando casi era un niño. ¡Castas y celestes imágenes, quimérico
objeto del vago amor de la adolescencia!” (p. 232).
4. El tema sepulcral
4.1. El tema del entierro (escena sepulcral)
No existe una escena de entierro tal cual, sólo existe la tumba, desarrollada más delante.
4.2. Desposorios en la muerte (como desenlace)
En esta leyenda en particular se toca esta temática, una promesa de amor en la muerte, no
como desenlace, como se señala en el tópico, pero sí como elemento recurrente, que es la
forma más cercana. Las dos estatuas de mármol en vida se juraron amor, como bien cita un
soldado
-Recordando un poco del latín que en mi niñez supe, he conseguido a duras penas, descifrar la
inscripción de la tumba -contestó el interpelado-; y, a lo que he podido colegir, pertenece a un
título de Castilla; famoso guerrero que hizo la campaña con el Gran Capitán. Su nombre lo he
olvidado; mas su esposa, que es la que veis, se llama Doña Elvira de Castañeda, y por mi fe que,
si la copia se parece al original, debió ser la mujer más notable de su siglo. (p. 235)
Que, además, no podemos olvidar que es el esposo quien evita que la mujer sea desacrada
con un beso, tanto por venganza del mismo agravio que le hicieron, como para proteger a la
figura de su amada.
4.3. Insistencia en detalles repugnantes (como modalidad psicológica)
El detalle más repugnante que ocurre en esta descripción sepulcral es cuando el capitán,
ebrio, empieza a marcar su destino. Un ejemplo de ello es cuando intenta darle de beber a la
estatua de lo que en vida fue el esposo de doña Elvira de Castañeda:
-No... -prosiguió dirigiéndose siempre a la estatua del guerrero, y con esa sonrisa estúpida propia
de la embriaguez-, no creas que te tengo rencor alguno porque veo en ti un rival...; al contrario,
te admiro como un marido paciente, ejemplo de longanimidad y mansedumbre, y a mi vez
quiero también ser generoso. Tú serías bebedor a fuer de soldado..., no se ha de decir que te he
dejado morir de sed, viéndonos vaciar veinte botellas...: ¡toma!
Y esto diciendo llevose la copa a los labios, y después de humedecérselos con el licor que
contenía, le arrojó el resto a la cara prorrumpiendo en una carcajada estrepitosa al ver cómo caía
el vino sobre la tumba goteando de las barbas de piedra del inmóvil guerrero. (p. 236)
Esta es una escena repugnante, imaginar a un hombre ebrio dándole de beber a una estatua
ya es grotesco de imaginar, y más de ver, sobre todo si remarcamos el “con esa sonrisa
estúpida propia de la embriaguez” (p. 236) que usa Bécquer para describirnos lo repugnante
del evento, de forma psicológica, en este caso afectada por el champagne, que ha bebido
tanto el capitán.
El segundo momento es cuando trata de, aún ebrio, el sentimiento que tiene por las
mujeres:
Yo he sentido en una orgía arder mis labios y mi cabeza; yo he sentido este fuego que corre por
las venas hirviente como la lava de un volcán, cuyos vapores caliginosos turban y trastornan el
cerebro y hacen ver visiones extrañas. Entonces el beso de esas mujeres materiales me quemaba
como un hierro candente, y las apartaba de mí con disgusto, con horror, hasta con asco[…] (p.
237)
Aunque se note cierta actitud misógina propia de la literatura becqueriana (quien no haya
leído el Libro de los Gorriones detenidamente negará esta hipótesis, mas no es lugar para
citarla), se nota la alteración y asco que puede generar en el lector el toparse con un
personaje en ese estado, me refiero al efecto catártico de la literatura donde uno entra en el
texto y experimenta lo mismo que los personajes, ver a este personaje actuando así causa
asco al lector.
El último momento grotesco es cuando el capitán muere, la escena si no del todo
escatológica, sí suficientemente descriptiva en el evento: “Arrojando sangre por ojos, boca
y nariz, había caído desplomado y con la cara deshecha al pie del sepulcro.” (p. 237).
4.4. Tránsito del amor femenino a lo hediondo, a lo hórrido, a lo macabro (como
categoría estética)
El tema de que la mujer pase de un estado seráfico a algo hediondo no es ajeno al
romántico. Recordemos que la figura de la mujer romántica es aquella inalcanzable, por
ello mismo, cualquier forma de tenerla la denigra y por ello no se puede aceptar. Aquí
Bécquer deja salir su parte misógina que exaltó en el Libro de los Gorriones (temática que
no es relevante discutir en un análisis de leyendas). El tratar a la mujer como un mero
objeto, una estatua, es una parte de ello, claro está, la adora como tal, pero esta adoración es
vana, pues al inicio el capitán da cuenta de lo que ha vivido:
Yo he sentido en una orgía arder mis labios y mi cabeza; yo he sentido este fuego que corre por
las venas hirviente como la lava de un volcán, cuyos vapores caliginosos turban y trastornan el
cerebro y hacen ver visiones extrañas. Entonces el beso de esas mujeres materiales me quemaba
como un hierro candente, y las apartaba de mí con disgusto, con horror, hasta con asco […] (p.
237)
Con esta experiencia, debemos contraponer que la mujer para él, toda mujer que ha
obtenido, es desagradable. Por lo tanto la mujer que tiene, a comparación de las que ya ha
logrado tener en su lecho, o simplemente amado, son asquerosas. Doña Elvira es una figura
inmaculada, una forma que ya ha muerto y por ello mismo no puede ser comparada con
cualquier mujer con posibilidad de ser comparada con algo horrible.
Los oficiales volvieron los ojos al punto que les señalaba su amigo, y una exclamación de
asombro se escapó involuntariamente de todos los labios.
En el fondo de un arco sepulcral revestido de mármoles negros, arrodillada delante de un
reclinatorio, con las manos juntas y la cara vuelta hacia el altar, vieron, en efecto, la imagen de
una mujer tan bella, que jamás salió otra igual de manos de un escultor, ni el deseo pudo pintarla
en la fantasía más soberanamente hermosa. (p. 235)
En cierto modo se puede decir que el final del capitán es para que él no pueda manchar a su
amada, matar al hombre antes de que manche la imagen de la mujer intangible es la forma
en que su amor sigue siendo romántico.
4.5. La muerte (tormento-engaño-placer)
Esta temática de un tormento, el engaño y el placer se ven un poco en esta leyenda. Existe
la figura del tormento ante la muerte cuando el protagonista intenta sobrellevar el destino
prohibido, el cual si Propp viera las acciones del mismo estaría de acuerdo en haberle
castigado al haber violado su prohibición5.
Estoy suponiendo que el capitán murió del guantelete. Por ello mismo, el
sufrimiento que pasó en sus últimos momentos de su vida fue el tormento que vino en
consecuencia a su muerte.
[…] al tenderle los brazos resonó un grito de horror en el templo. Arrojando sangre por ojos,
boca y nariz, había caído desplomado y con la cara deshecha al pie del sepulcro.
Los oficiales, mudos y espantados, ni se atrevían a dar un paso para prestarle socorro.
En el momento en que su camarada intentó acercar sus labios ardientes a los de doña Elvira,
habían visto al inmóvil guerrero levantar la mano y derribarle con una espantosa bofetada de su
guantelete de piedra. (pp. 237-238)
Si nos ponemos a reflexionar, hay un grito de horror. Por ellos mismo debió de haber un
sufrimiento espantoso ante semejante golpe.
La muerte como engaño y placer puede ser el equivalente a las temáticas ya
desarrolladas en el amor femenino, donde se ama a una figura de piedra y por lo tanto se
está siendo engañado para morir dada esa razón.
4.6. Éxtasis contemplativo de lo vivo y lo muriente
Para esta instancia, debe tenerse en cuenta que la figura del objeto deseado, como ya se ha
descrito, es totalmente romántica, por ello se contrapone lo vivo y lo muerto. La figura
como una mujer similar a la propuesta por Espronceda en “Canto a Teresa”. La
contemplación de la vida y la muerte está reflejada en el momento en el cual compara las
mujeres con quienes ha estado y la estatua:
-¡Carne y hueso!... ¡Miseria, podredumbre!... -exclamó el capitán-. Yo he sentido en una orgía
arder mis labios y mi cabeza; yo he sentido este fuego que corre por las venas hirviente como la
lava de un volcán, cuyos vapores caliginosos turban y trastornan el cerebro y hacen ver visiones
extrañas. Entonces el beso de esas mujeres materiales me quemaba como un hierro candente, y
las apartaba de mí con disgusto, con horror, hasta con asco; porque entonces, como ahora,
necesitaba un soplo de brisa del mar para mi frente calurosa, beber hielo y besar nieve... nieve
teñida de suave luz, nieve coloreada por un dorado rayo de sol.... una mujer blanca, hermosa y
fría, como esa mujer de piedra que parece incitarme con su fantástica hermosura, que parece que
5
Cfr. PROPP, Vladimir, Morfología del cuento, Colofón, México, 2004.
oscila al compás de la llama, y me provoca entreabriendo sus labios y ofreciéndome un tesoro de
amor... ¡Oh!... sí... un beso... sólo un beso tuyo podrá calmar el ardor que me consume. (p. 237)
Este es un acto contra natura, pues anhela un evento que pondría en el mismo lugar que
coloca a las mujeres asquerosas a su amada estatua de mármol. Pero no quita que haya una
exaltación de lo que es inalcanzable, ella ya está muerta y la escultura no corresponderá a
sus sentimientos, con las mujeres de carne y hueso que no son más que una mera ilusión
perfectible de la realidad.
4.7. Tono lúgubre
El tono lúgubre ya se había visto anteriormente en dos partes específicas, la primera es la
descripción por fuera de la iglesia. Una descripción fúnebre, donde se ve un edificio muerto
en la noche, es decir fúnebre por sí mismo, que contiene tanto el tono sepulcral, como el
nocturno.
A la luz del farolillo, cuya dudosa claridad se perdía entre las espesas sombras de las naves y
dibujaba con gigantescas proporciones sobre el muro la fantástica sombra del sargento
aposentador que iba precediéndole […] (p. 228)
El interior de la edificación está bajo las mismas condiciones. Más sobre todo porque se
está tomando la perspectiva de un elemento incierto que es la luz del farolillo, el cual está
iluminando mediocremente el paso de los militares. Por ello mismo se ve lo ya
mencionado, los despojos de lo que en su tiempo fue una iglesia funcional en la noche.
Según dejamos dicho, la iglesia estaba completamente desmantelada, en el altar mayor pendían
aún de las altas cornisas los rotos jirones del velo […]; diseminados por las naves veíanse
algunos retablos adosados al muro, sin imágenes en las hornacinas; en el coro se dibujaban con
un ribete de luz los extraños perfiles de la oscura sillería de alerce; en el pavimento, destrozado
en varios puntos, distinguíanse aún anchas losas sepulcrales llenas de timbres; escudos y largas
inscripciones góticas; y allá a lo lejos, en el fondo de las silenciosas capillas y a la largo del
crucero, se destacaban confusamente entre la oscuridad, semejantes a blancos e inmóviles
fantasmas, las estatuas de piedra que, unas tendidas, otras de hinojos sobre el mármol de sus
tumbas, parecían ser los únicos habitantes del ruinoso edificio. (pp. 228-229)
Esto es parte del tono fúnebre, pues, lo que respecta a la mujer y al mismo sepulcro, son
desarrollados en otros tópicos. Donde son tomados un poco más a detalle.
4.8. La tumba
La presencia de este elemento es tal vez uno de los más claros de la redacción en “El beso”,
ya que la acción narrada se origina en esta zona de la iglesia. Prueba de ello son varios
fragmentos donde se menciona.
Entre los primeros, cuando se adentran a la iglesia por primera vez los militares está
este: “[…] en el pavimento, destrozado en varios puntos, distinguíanse aún anchas losas
sepulcrales llenas de timbres […]” (p. 228). En otro momento, cuando el capitán está
haciendo ronda, se encuentra la siguiente cita: “[…] el metálico golpe de sus espuelas que
resonaban sobre las anchas losas sepulcrales del pavimento […]” (p. 229).
Mientras el hombre embelesado con su nuevo objeto de amor describe a su amada
da a entender la presencia de este mismo hecho, la tumba:
La mía es una verdadera dama castellana que por un milagro de la escultura parece que no la han
enterrado en su sepulcro, sino que aún permanece en cuerpo y alma de hinojos sobre la losa que
lo cubre, inmóvil, con las manos juntas en ademán suplicante, sumergida en un éxtasis de
místico amor. (p. 232)
Se nota que está muerta con ello, podríamos hablar de una necrofilia 6, una aceptación de
una figura difunta, la misma figura que adorna la tumba ala que delante de ella narra su
amor, y sobre todo muere por el amor.
Cuando muere por amor, además de habar una figura de muerte, el capitán muere,
por lo tanto existe una nueva tumba ahí, se vuelve a citar, es una forma de mantener
presente en la memoria del lector que existe el sepulcro ahí, “Arrojando sangre por ojos,
boca y nariz, había caído desplomado y con la cara deshecha al pie del sepulcro.” (p. 237).
4.9. Lo espectral, lo demoníaco
La temática de lo demoníaco está implícita en la misma figura de la estatua. Tema central
de los análisis. Existe un encanto demoníaco en ella misma, como lo dice “¡Castas y
celestes imágenes, quimérico objeto del vago amor de la adolescencia!” (p. 322), es una
figura respetable como un mero espectro, una figura celeste. Pero además, es una figura
misteriosa:
Cfr. ALVARES-GAYOU, J.L., Delia G. Sánchez, et al., Sexoterapia integral, El Manual Moderno, México,
1986.
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“[…] y allá a lo lejos, en el fondo de las silenciosas capillas y a la largo del crucero, se
destacaban confusamente entre la oscuridad, semejantes a blancos e inmóviles fantasmas, las
estatuas de piedra que, unas tendidas, otras de hinojos sobre el mármol de sus tumbas, parecían
ser los únicos habitantes del ruinoso edificio.” (pp. 228-229)
Además, esta espectralidad artística, la estatua, es quien causa los males al hombre, una
figura demónica (demoníaco es cristiano), cuando se cita: “En el momento en que su
camarada intentó acercar sus labios ardientes a los de doña Elvira, habían visto al inmóvil
guerrero levantar la mano y derribarle con una espantosa bofetada de su guantelete de
piedra.” (p. 238). La figura demónica de la estatua es aquella que castiga de modo justo y
agresivo, no una figura angélica que sólo da un castigo moral.
http://www.lainsignia.org/2007/octubre/cul_012.htm
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