Agenda Pública - analistas de la actualidad

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¿TENEMOS EL DEBER MORAL DE TRABAJAR?
LOS CELOS NO SON EXCUSA EN VIOLENCIA DE GÉNERO
¿UNA MINI-CONVERGENCIA?
FÚTBOL, BANDERAS Y LIBERTAD DE EXPRESIÓN
LA PROFESIONALIZACIÓN TEMPRANA PUEDE AYUDAR A
REDUCIR EL ABANDONO ESCOLAR
¿MÁS Y MEJOR INFORMADOS?
LA ‘CUESTIÓN DE LA MUJER’, DECISIVA PARA EL FUTURO DEL
PROYECTO EUROPEO
Mayo 2016
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IMPACTO SOCIAL
Firmado por: Borja Barragué el Domingo 22 mayo 2016
¿TENEMOS EL DEBER MORAL DE
TRABAJAR?
En un debate celebrado en Caixa Forum, Pau Mari-Klose sostenía que, aunque es verdad que en el periodo 20082014 se observa una caída en los ingresos de todos los grupos de renta, ésta es especialmente intensa en la parte más
baja de la distribución. La desigualdad ha aumentado en los últimos años en España porque la brecha entre las rentas
más bajas y la mediana se ha hecho más grande. Dado que el próximo 26 de junio habrá de nuevo elecciones, ¿qué
proponen los principales partidos para garantizar unos ingresos mínimos a las decilas inferiores de renta?
Quizá no sea demasiado arriesgado decir que existe cierto consenso entre los principales partidos españoles acerca de
la necesidad de elaborar un plan integral de garantía de ingresos mínimos para luchar contra la pobreza. El PSOE y
Unidos Podemos proponen reforzar la última red de seguridad mediante un Ingreso Mínimo Vital y una Renta
Garantizada, respectivamente. Ciudadanos propone un Complemento Salarial que funciona como un impuesto
negativo y que conlleva la asunción de que, una vez nos han enseñado a pescar, en el estanque siempre habrá peces.
Hasta el pacto de los botellines, Unidad Popular planteaba un programa de Trabajo Garantizado à la Philip Harvey
que asume que, de no haberlos o haberlos pero en cantidad insuficiente, el Estado siempre puede multiplicar los
peces del estanque para garantizar una pieza a todo el mundo.
Con mayor o menor intensidad, todas esas propuestas asumen que, para tener derecho a esas prestaciones, los
ciudadanos han de observar ciertas normas de comportamiento, por lo general vinculadas a la formación y búsqueda
de empleo. Es decir, más o menos explícitamente, todas esas propuestas asumen que los ciudadanos tenemos el deber
moral de ser económicamente autosuficientes. Pero, ¿qué argumentos se han venido invocando en favor de las
políticas de workfare que condicionan las transferencias sociales a (la voluntad de) desempeñar una actividad laboral?
En lo que sigue discutiré tres: el argumento basado en el mérito, el basado en el paternalismo y el basado en
consideraciones de justicia. Anticipo que ninguno de los tres me parece que aporte un apoyo decisivo en favor del
workfare. No al menos desde la perspectiva del liberalismo igualitario.
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El primer principio moral sobre el que ha solido fundamentarse el workfare es el mérito. En estas justificaciones suele
entenderse que el trabajo remunerado es la única vía que tienen los ciudadanos de demostrar que son lo bastante
responsables como para, llegado el caso, merecer la asistencia social. Esta visión meritocrática de la justicia social ha
dado apoyo a políticas de garantía de ingresos típicamente liberales como el complemento salarial, que restringen el
ámbito de sus destinatarios a quienes participan en el mercado laboral.
La noción de la justicia distributiva como dar a cada uno en proporción a lo que se merece no es nueva. Ya Aristóteles
denominaba justicia correctiva a la idea de que la responsabilidad rectifica la injusticia que un individuo haya podido
infligir a otro y justicia distributiva a la referida al reparto, según los méritos de cada cual, de bienes, derechos y
deberes entre los que tienen parte.
El igualitarismo contemporáneo de inspiración rawlsiana, sin embargo, rechaza esa noción moralizada del mérito. La
principal razón de ese rechazo –compartido por cierto con quien acuñara el término “meritocracia”, Michael Young
– es que la concepción meritocrática de la justicia distributiva no garantiza una igualdad de oportunidades
lo suficientemente robusta, ya que la meritocracia simplemente implica sustituir la circunstancia del nacimiento por
la de la educación del colegio de El Pilar o Eton como tamiz para asignar las posiciones sociales superiores a una elite
instruidísima.
El segundo principio es el paternalismo. En este caso el argumento no es tanto que la obligación de ser
económicamente autosuficiente que subyace a los programas de transferencias condicionadas sea deseable desde la
perspectiva del contribuyente, sino desde la de los (potenciales) perceptores. La participación en el mercado laboral,
se nos dice, no es sólo fuente de unos ingresos más o menos estables, sino también una forma de sentirnos
socialmente útiles, de incrementar nuestro capital humano o incluso de autorrealización personal. Esta visión
perfeccionista de la intervención del Estado es el fundamento de programas de garantía de ingresos típicamente
socialistas como el trabajo garantizado. ¿Hay algún problema con esta justificación?
El paternalismo no es nuevo. Los Estados llevan tiempo obligando a sus ciudadanos a que contribuyan a un sistema
de pensiones, se pongan el cinturón de seguridad o el casco, o se abstengan de bañarse en la playa de Ondarreta con
bandera roja. Aunque no siempre –hay quien defiende la prohibición de la prostitución por razones morales, porque
es denigrante para quien la ejerce–, muchas veces el paternalismo se justifica por razones consecuencialistas: como
resultado de la adopción de esa norma o política, la utilidad de las personas afectadas por ella aumenta.
Supongamos que concedemos que en la mayoría de ocasiones el Estado produce un aumento de la utilidad total
cuando adopta políticas paternalistas, porque la intervención estatal suele tener como resultado vidas más largas
(casco, cinturón), más sanas (soda tax), o mayores ingresos en la última etapa de nuestra vida (pensiones). Incluso en
ese escenario favorable al paternalismo, uno aún podría pensar que la cuestión de si el paternalismo está justificado
no es simplemente empírica, porque depende de cómo definamos la utilidad. Si ésta incluye sólo cosas como
años de vida ajustados por calidad o ingresos, entonces sí parece una cuestión empírica. Pero si la concebimos de
forma que incluya cosas como la autoestima o el derecho a tomar decisiones por uno mismo, entonces la cuestión de
si la utilidad de un agente ha aumentado tras la intervención paternalista del Estado adquiere un cariz normativo.
Uno podría pensar que cuando un médico priva a los padres de la decisión de seguir (o no) adelante con un embarazo
con malformaciones congénitas, esa vulneración del principio de autonomía es incompatible con un aumento de
utilidad, incluso si el resultado fuera una mayor calidad de vida para los padres en el futuro. Pero también que cuando
el Estado obliga a Jennifer a aceptar un empleo que le confiere un estatus social bajo, eso implica de alguna forma un
menoscabo de su dignidad incompatible con una ganancia neta de bienestar, incluso si el resultado fuera que Jennifer
pasa de la decila 2 a la 4 en la distribución de ingresos. Desarrollaré un poco más esta idea a continuación antes de
concluir el post.
El principio más frecuentemente invocado para justificar la idea de que los ciudadanos que no sufren ninguna
discapacidad tienen la obligación moral de ser económicamente autosuficientes ha sido el principio de reciprocidad.
Según este argumento, cuando recibo algo de alguien (un subsidio de desempleo), surge la obligación de reciprocar
(aceptar una oferta de empleo), porque de lo contrario estaría imponiendo el coste de mis decisiones (surfear todo el
día en la playa de Mundaka) a terceros. Esta noción de la justicia como reciprocidad es el fundamento de programas
de garantía de ingresos típicamente socialdemócratas como los mínimos vitales o las rentas garantizadas. A pesar de
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su aparente corrección, este argumento adolece de dos problemas fundamentales.
En primer lugar, ¿por qué condicionar la asistencia social a los pobres al desempeño de un trabajo remunerado
cuando el acceso a otros bienes provistos por el Estado y del que se benefician otras clases sociales es absolutamente
incondicional? Supongamos que BorjaMari es un ciudadano español cuya preferencia por el ocio es tan intensa que a
los 40 años cuenta 8 días cotizados a la Seguridad Social. La mera residencia en España le garantiza virtualmente a
BorjaMari, un parado voluntario, el acceso a recursos provistos por el Estado como la policía o las autovías, sin que
éste haya de observar el deber recíproco de participar en el mercado laboral. Llevado hasta sus últimas consecuencias,
el principio de reciprocidad exigiría la deportación de estos free riders o gorrones del bienestar. Sin embargo, hasta
donde yo sé nadie ha planteado tal cosa. Incluso Donald Trump acepta que los ciudadanos tienen un derecho
incondicional a ciertos recursos suministrados por el Estado.
En segundo lugar, incluso si concedemos que el comportamiento más prudente en una economía de mercado es
trabajar duro para no transferir el coste de nuestras decisiones a terceros, es posible que este requisito no sea aplicable
a toda la población. Es posible que la inclusión activa sea una obligación exigible a la gente con mayor capital
humano, pero no a la gente cuya dotación de talentos productivos difícilmente va a tener alguna demanda en el
mercado laboral y, cuando la tenga, va a ser para un empleo poco cualificado que proporcione un estatus social bajo.
Existe evidencia de que la productividad en nuestra etapa adulta está fuertemente afectada por los inputs que
recibimos de niños. Dicho de otra forma: nuestra productividad depende de circunstancias arbitrarias desde un punto
de vista moral, porque son una mezcla de las loterías genética y social. En la mayoría de los casos, el workfare
incorpora dos obligaciones: la de aceptar un empleo (poco cualificado) y la de aceptar un estatus social bajo. Pero si
la demanda de nuestro capital humano está fuertemente influida por circunstancias irrelevantes desde un punto de
vista moral, ¿qué razones podría invocar un socialdemócrata para obligar al grupo más vulnerable de la población a
que asuma las consecuencias negativas (bajo estatus) de factores que escapan a su control, como la educación o los
ingresos de sus padres? Como decía al comienzo de este post, yo creo que ninguna.
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IMPACTO SOCIAL
Firmado por: Concepcion Torres el Domingo 22 mayo 2016
LOS CELOS NO SON EXCUSA EN
VIOLENCIA DE GÉNERO
El pasado 27 de noviembre la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo ratificó su doctrina sobre los ‘celos’. En dicha
sentencia el Alto Tribunal señaló que los celos no pueden justificar la atenuante recogida en el art. 21.3 CP de
‘obrar por un impulso de estado pasional’. La sentencia precisa que salvo los casos en los que tal reacción tengan
una base patológica perfectamente probada las personas deben comprender que la libre determinación sentimental de
aquellas otras con las que se relacionan no puede entrañar el ejercicio de violencia alguna y menos en materia de
violencia de género. Sin duda estamos ante un pronunciamiento importante por tres aspectos básicamente:
Primero, porque avala una reiterada línea discursiva jurisprudencial ya recogida en sentencias como la STS
904/2007, de 8 de noviembre, en la que el Tribunal Supremo determina en su FJ. 2 que “los celos no constituyen
justificación del arrebato u obcecación”.
Segundo, porque precisa que tales sentimientos implican una proscripción de la autodeterminación del otro que
lleva de suyo una concepción patrimonialista respecto de la otra persona – que la objetualiza y cosifica – que resulta
difícilmente aceptable como pauta de convivencia en una sociedad democrática avanzada.
Tercero, porque se observa un posicionamiento claro y firme del Alto Tribunal (véase también la STS de 13 de julio
de 2009) – en materia de violencia de género – frente a esa dinámica jurisprudencial acrítica con la forma de
socialización patriarcal que valiéndose de la neutralidad de ‘lo jurídico’ obvia la sexuación de los sujetos de
derechos y sus implicaciones en casos de violencia de género cuando ésta se da en ámbitos como el
afectivo/convivencial.
La sentencia de 27 de noviembre de 2015 recuerda en su FJ. 2 que la atenuante del art. 21.3 CP permite la
disminución de la imputabilidad que se produce por la ofuscación de la mente y de las vivencias pasionales
determinados por una alteración emocional fugaz (arrebato) o por la más persistente de incitación personal
(obcecación) pero siempre produciéndose por una causa o estimulo poderoso “de carácter exógeno o exterior”
con la entidad suficiente para “desencadenar un estado anímico de perturbación y oscurecimiento de las facultades
psíquicas con disminución de las cognoscitivas o volitivas del agente”. En línea con lo anterior, la sentencia objeto
de comentario alude a la STS 256/2002, de 13 de febrero y concreta que el estímulo – en su caso – ha de ser tan
importante que permita explicar (y no justificar) la reacción concreta que se produjo. No obstante, matiza que si la
reacción al estímulo es algo absolutamente discordante, por exceso notorio, respecto del hecho motivador, no cabe
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aplicar la atenuación del art. 21.3 CP.
Junto a las consideraciones anteriores, la sentencia alude a dos aspectos más sobre los que cabe prestar especial
atención para la aplicación de la atenuante:
Que el estímulo no sea reprochado por las normas socio-culturales que rigen la convivencia social y deben proceder
del comportamiento de la víctima;
Que debe existir una relación de causalidad entre el estímulo y el arrebato u obcecación así como una conexión
temporal entre ellos, esto es, entre la presencia del estímulo y el surgimiento de la emoción o pasión.
Descendiendo al caso concreto la sentencia de 27 de noviembre de 2015 señala que “la ruptura de una relación
matrimonial constituye una incidencia que debe ser admitida socialmente, si tenemos en cuenta que las relaciones
entre los componentes de la pareja se desenvuelven en un plano de igualdad y plenitud de derechos que (…) deben
prevalecer en toda clase de relaciones personales”. Pero es más, la sentencia precisa que “(…) ninguna de las
partes afectadas puede pretender que tiene un derecho superior a imponer su voluntad a la contraria, debiendo
admitir que la vía para la solución del conflicto no puede pasar por la utilización de métodos agresivos”.
A mayor abundamiento la sentencia resulta concluyente cuando deja claro – textualmente – que “quien se sitúa en el
plano injustificable de la prepotencia y la superioridad no puede pretender que su conducta se vea beneficiada por
un reconocimiento de la disminución de su imputabilidad o culpabilidad”. En este punto recurre a la STS 18/2006,
de 19 de enero y recuerda que los presupuestos de la atenuación deben ser lícitos y acordes con las normas de
convivencia, por tanto, “(…) no puede aceptarse como digna de protección una conducta que no hace sino perpetuar
una desigualdad de género, manteniendo una especie de protección sobre la mujer con la que se ha convivido”.
Con respecto al caso concreto de los celos el Tribunal Supremo – en base a la STS 61/2010, de 28 de enero – lo deja
claro y puntualiza que “los celos, más allá de aquellos casos en los que son el síntoma de una enfermedad patológica
susceptible de otro tratamiento jurídico-penal (por ej. en caso de trastorno mental transitorio susceptible de
aplicación la eximente completa o incompleta), no pueden justificar (…) la aplicación de la atenuante de arrebato u
obcecación” máxime en casos de divorcio (y, por extensión, separación) en los que “renace el derecho de ambos
cónyuges a rehacer su proyecto propio de vida afectiva”. El Alto Tribunal concluye que otra interpretación supondría
privilegiar injustificadas reacciones coléricas que “son expresivas de un espíritu de dominación que nuestro sistema
jurídico no puede beneficiar con un tratamiento atenuado de la responsabilidad criminal”.
Se observa un clara consolidación de la doctrina del Supremo con respecto a los celos en materia de violencia de
género. Consolidación en consonancia con la propia evolución normativa nacional (véase la LOIVG) e internacional
(Convenio de Estambul, entre otras) y conceptual ante este tipo de violencia que, como ya se ha comentado en otros
posts, constituye una forma de discriminación y supone la expresión violenta (y la más grave) de la desigualdad de
mujeres y hombres.
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NUEVA POLÍTICA
Firmado por: Astrid Barrio el Viernes 20 mayo 2016
¿UNA MINI-CONVERGENCIA?
Aunque nada lo hacía prever en su último congreso celebrado en marzo de 2012, Convergencia, el partido
nacionalista catalán más importante desde el restablecimiento de la democracia, está viviendo sus horas más bajas.
Por aquel entonces CDC, había recuperado el gobierno de la Generalitat de la mano de Artur Mas, gozaba de una
cómoda mayoría de 62 diputados en el Parlament de Cataluña y había superado ampliamente a una ERC, su principal
competidos. Y además con un partido muy unido había encarrilado la sucesión de Mas designado a Oriol Pujol,
hijo del histórico fundador, como secretario general del partido. No tenía problemas electorales ni internos. Su
principal problema, y no era una cuestión menor, era la gestión de la Generalitat en un contexto de profunda crisis
económica y con unos ingresos muy mermados por la política de ajustes impuesta por el gobierno del Partido Popular.
Hoy, en cambio, Convergencia tiene dificultades en todos los frentes. ¿Qué es lo que ha cambiado desde
entonces?
En primer lugar CDC se ha visto directa o indirectamente implicada en diversos casos de corrupción. Desde el caso
Palau que ha provocado el embargo judicial de 15 de sus sedes, hasta el caso ITV que provocó la renuncia del delfín
Oriol Pujol dejando el relevo en partido en el aire y a la dirección en situación de interinidad, pasando por la
confesión del propio Jordi Pujol de no haber regularizado una presuntamente millonaria herencia.
En segundo lugar ha experimentado un continuo retroceso electoral. Desde la disolución anticipada de 2012,
que lejos de acercar a CiU a la mayoría absoluta la distanció, sus resultados electorales no han dejado de empeorar.
CiU fue superada por ERC en las elecciones europeas de 2014, retrocedió en las elecciones municipales y aunque ya
en solitario tras la ruptura de CiU, salvó los muebles en las elecciones plebiscitarias del 27 de septiembre gracias a
la coalición Junts pel Sí, en las elecciones generales de 2015, con la nueva fórmula de Democràcia i Llibertat obtuvo
los peores resultados de su historia, sólo homologables a los que obtenía en la transición. Este retroceso que ha
dejado a CDC con una presencia institucional muy mermada es atribuible tanto a la penalización sufrida por su
condición de fuerza de gobierno en un contexto de crisis, como a la desafección provocada por los escándalos de
corrupción, pero también es consecuencia de su cambio de posición ideológica tras haber abrazado el
independentismo y las dificultades para competir en ese espacio con ERC quien cuenta con mayor pedigrí y mayor
credibilidad.
Y en tercer lugar tiene problemas de liderazgo. A la renuncia de Oriol Pujol, y obviando que Jordi Pujol fue
despojado de su condición de presidente honorario del partido, hay que añadir la obligada renuncia de Artur Mas a la
presidencia de la Generalitat condición sine qua non para que la CUP diese su apoyo a la investidura de un candidato
de Junts pel Sí. Desde entonces, muy al estilo del PNV, Carles Puigdemont un convergente sin cargo en la dirección
del partido es Presidente de la Generalitat y Mas, sin ningún cargo institucional es y previsiblemente seguirá siendo
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presidente
del partido. La disputa por la secretaría general está abierta y aunque todavía no se han formalizado
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candidaturas, se han constituido diversas corrientes internas (Nova Convergencia, Llibergència, Moment Zero,
Generació Llibertat) alrededor de distintos posibles candidatos como Josep Rull, Jordi Turull o Germà Gordó.
Todas esas corrientes y todos los posibles candidatos comparten el giro independentista de CDC pero discrepan en
cuanto a la posición en el eje izquierda derecha dado que el partido en este punto siempre ha sido muy ambiguo por
su aspiración a integrar a liberales, democristianos y socialdemócratas.
Por ello hoy Convergencia se debate entre renovar el partido o fundar uno de nuevo, cuestión acerca de la cual se han
de pronunciar las bases el partido en este supersábado, antesala al congreso de julio. Pero el problema que ha de
resolver Convergencia no es nominal es sustantivo. Convergencia ya se refundó en 2012 y lo hizo preparando el
relevo generacional y asumiendo el independentismo como nuevo horizonte ideológico. Pero su refundación, vistos
los resultados, ha resultado ser un fiasco. El futuro líder era un corrupto y el proyecto ideológico ha sido un fracaso
electoral. Ahora lo que ha de decidir Convergencia es si quiere ser una mini-Convergencia, se llame como se llame,
o si aspira a volver a ser un proyecto mayoritario y con voluntad de influir en la política española. De momento
ninguno de los dos candidatos en las primarias para encabezar la lista a las generales parece estar por la labor.
Al contrario, dicen querer ir a Madrid a estar el menor tiempo posible.
El problema de Convergencia es ella misma. Lo son sus crecientes contradicciones y sus fracasos. Es un partido
lastrado por la corrupción que quiere construir un nuevo estado. Es un partido que ha cambiado de posición
ideológica y que en vez de estar en mejor disposición para la lucha electoral ha acabado retrocediendo. Es un partido
que tiene un líder casi mártir, no olvidemos que Mas está imputado por la consulta del 9N, al que no puede (y no
todos quieren) usar. Y es un partido que podría mandar en el conjunto de España y ha renunciado a hacerlo.
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NUEVA POLÍTICA
BECARIOS DE "LA CAIXA"
Firmado por: Germán M. Teruel Lozano el Viernes 20 mayo 2016
FÚTBOL, BANDERAS Y LIBERTAD
DE EXPRESIÓN
La Delegada del Gobierno en Madrid ha anunciado que las “esteladas” y otros símbolos no constitucionales no
podrán introducirse en el Vicente Calderón en el partido de la final de la Copa del Rey entre el FC Barcelona y el
Sevilla. Esta decisión se ha tratado de justificar argumentando que el fútbol no debe ser “un escenario de lucha
política” y se aduce como base legal que la Ley contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el
deporte permite que no se pueda acceder a recintos deportivos con símbolos que inciten a la violencia o al terrorismo,
amenacen o que incluyan mensajes de carácter racista, xenófobo o intolerante (arts. 6 y 7 Ley 19/2007).
Sin embargo, el Gobierno parece desconocer que la medida que plantea supone una grave injerencia en la libertad de
expresión. Y, aún más, esta decisión confunde las legítimas funciones que tiene un Gobierno democrático como
garante del orden público, con erigirse en una suerte de censor de aquello que ideológicamente es adecuado para ser
exhibido públicamente. Algo para lo cual no sólo no es que no esté legitimado, sino que está expresamente prohibido
constitucionalmente al vedarse la censura gubernamental previa.
Vaya por delante aclarar que la libertad de expresión protege cualquier acto comunicativo por el cual un ciudadano
transmite una opinión, idea o pensamiento. Por tanto, se protege la difusión de discursos orales o escritos, pero
también otras formas expresivas como puede ser exhibir una bandera. Es cierto, ninguna libertad es absoluta y
también la libertad de expresión tiene límites. Por ejemplo, no estará amparado constitucionalmente el insulto o la
humillación a personas, las amenazas o la provocación al delito que cree un riesgo cierto (e inminente) de su posible
comisión.
Pero, en el caso en cuestión, ¿está justificado el límite que pretende imponer el Gobierno? Aunque en Derecho casi
todo es discutible, me atrevo a sostener que en este supuesto la respuesta es evidente: no. Esta decisión viola
flagrantemente la libertad de expresión constitucionalmente protegida. Entrando en los argumentos que se han
ofrecido, cabe señalar en primer lugar que el Gobierno no es quien para decidir cuáles son los escenarios idóneos para
difundir mensajes políticos, o de cualquier otro tipo. Tanto puede servir un partido de fútbol para hacer política, como
un parque público en el que aprovechando una fiesta popular una congregación religiosa monta una carpa y feligreses
tratan de difundir su fe cantando a quienes disfrutan de un picnic en el día de su ciudad (ejemplo real del pasado fin
de semana). Como mucho, el Gobierno puede ordenar el ejercicio de la libertad de manifestación en la medida que
afecta al orden vial, por ejemplo. Pues bien, no comparto lo que representa la estelada y no me gusta que se
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desnaturalice un evento deportivo usándolo para hacer publicidad política, pero lo que es seguro es que el Gobierno
no es el guardián del buen gusto. Los ciudadanos son libres al final para aprovechar aquellos espacios públicos que
crean para difundir sus ideales y ninguna ilicitud hay en ello.
Más grave aún, si cabe, es la justificación de que se prohíben aquellos símbolos “no constitucionales”. ¿Qué es un
“símbolo constitucional”? ¿La bandera rojigualda que es la única que reconoce la Constitución, junto con las que en
su caso dispongan las Comunidades Autónomas -art. 4 CE-? Muy pobre es el concepto de libertad de un Gobierno
que la pretende limitar al uso de los símbolos institucionales u oficiales. Libertad supone reconocer que los
ciudadanos pueden elegir sin la censura de un padre protector cómo quieren orientar su vida, aquello en lo que
quieren creer y pensar, y, en su dimensión externa, aquello sobre lo que desean opinar o sobre lo que quieren hacer
proselitismo. No se duda de la legitimidad de quien trata de convencer a sus conciudadanos de que compartan una fe
religiosa, como tampoco de otras cosas inocuas como podría ser predicar la necesidad de que colonicemos otros
planetas para garantizar la supervivencia de la especie. Pero es que, a mayores, nuestro Tribunal Constitucional ha
reconocido que España no es una “democracia militante” y, por ello, no cabe imponer la adhesión ideológica a los
valores constitucionales (entre las más recientes, STC 42/2014, de 25 de marzo de 2014). También disfrutan de
libertad aquellos que no comparten, incluso que quieren subvertir el orden democrático, siempre que lo hagan desde
el respeto a los derechos de los demás y dentro de las reglas del propio juego democrático. Sin embargo, el Gobierno
con medidas como la que aquí se cuestiona impone los símbolos institucionales como dogmas: ¡sólo hay libertad para
exhibir las banderas oficiales! Algo inasumible con una Constitución que reconoce la libertad y el pluralismo político
como valores superiores.
Por último, sólo un uso torticero de la ley sostiene la asociación entre la estelada y mensajes racistas, xenófobos o
intolerantes o que inciten a la violencia o al terrorismo. La estelada incluye un mensaje claramente político,
ciertamente rupturista con nuestro actual orden constitucional, pero queda muy lejos de suponer una incitación
delictiva. Según el Tribunal Supremo, no se trata de un símbolo oficial de ninguna Administración territorial, por lo
que carece de reconocimiento legal válido, si bien resulta notorio que “la bandera “estelada” constituye un símbolo de
la reivindicación independentista de una parte de los ciudadanos catalanes representados por una parte de los partidos
políticos, y sistemáticamente empleado por aquellas fuerzas políticas que defienden esa opción independentista”
(STS 933/2016, Sala 3ª, de 28 de abril). Resulta por ello muy peligroso que se abuse de habilitaciones legales como la
que prohíbe la incitación al odio o a la violencia, banalizándola y llevándola a extremos que cercenarían la
posibilidad de debate públicos.
El Tribunal Supremo norteamericano tendría clara la respuesta a esta decisión del Gobierno y declararía su
inconstitucionalidad en la medida en la que no se puede afirmar la existencia de una amenaza inmediata de ruptura de
la paz ni un peligro cierto e inminente de que se cometan acciones ilícitas (entre otras muchas, son clásicas las
sentencias National Socialist Party of America vs. Village of Skokie, 432 US 43, 1977; y RAV v. City of St. Paul,
505 US 377, 1992). En esta última sentencia el Tribunal Supremo norteamericano fijaba además un criterio a
considerar en nuestro supuesto. Reconocía la inconstitucionalidad de una norma que restringía la libertad de
expresión por su contenido ideológico al prohibir la exhibición de símbolos sobre la base de ciertos motivos
discriminatorios (raciales, creencia o género), sin considerar otros posibles (por ejemplo, la orientación sexual).
Nuestras autoridades no permitirán el acceso al campo con esteladas, ¿pero sí podrán exhibirse banderas con la
estrella comunista? La arbitrariedad de la selección ideológica del límite es patente.
Pero no hay que irse tan lejos. Tampoco desde la perspectiva europea, más proclive a asumir límites a esta libertad,
sería legítima una medida de este tipo. Carece de previsión legal y sólo una interpretación exorbitante de la Ley
podría darle tal cobertura. Pero, incluso admitida ésta, no es aceptable el fin que persigue (salvaguardar un evento
deportivo de mensajes políticos), ni proporcionada, no siendo una medida necesaria en una sociedad democrática.
Supone, como se ha dicho, una forma de censura gubernamental previa de la libertad de expresión que impide que
unos ciudadanos puedan expresar sus ideales políticos en un evento deportivo y restringe la libertad a un uso
institucionalizado de acuerdo con los símbolos oficiales.
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La libertad de expresión exige una sociedad tolerante y madura, capaz de convivir con aquellos que piensan distinto,
incluso que niegan sus valores, y, sobre todo, que asuma el valor del pluralismo. En este año cervantino, no
olvidemos que “la libertad […] es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no
pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre”.
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IMPACTO SOCIAL
BECARIOS DE "LA CAIXA"
Firmado por: Maria Gutiérrez-Domènech el Jueves 19 mayo 2016
LA PROFESIONALIZACIÓN
TEMPRANA PUEDE AYUDAR A
REDUCIR EL ABANDONO ESCOLAR
La tasa de abandono escolar en España es de las más altas de Europa. Indica el porcentaje de población entre 18 y 24
años que ya ha abandonado el sistema educativo con unos estudios que no sobrepasan la educación secundaria de
primera etapa. Dicha tasa fue de un 20% en 2015, muy por encima de la registrada en países como Suecia o
Alemania.
Es indudable que las leyes educativas deben perseguir la disminución del abandono escolar ya que este provoca a
largo plazo efectos laborales catastróficos. Por ejemplo, según estimaciones realizadas con la Encuesta de Transición
Educativo-Formativa e Inserción Laboral del INE de 2005, casi un 25% de los individuos que abandonaron la ESO en
el curso 2000-01, ni trabajaban ni estudiaban cinco años más tarde: eran
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ninis. Dada la elevada tasa de abandono escolar en España, no sorprende que la proporción de ninis sea también de
las mayores en Europa. En 2015, un 15,6% de los jóvenes españoles entre 15 y 24 años podían considerase ninis
(frente al 6,2% en Alemania).
¿Qué soluciones habría? La historia, y la evidencia empírica, sugieren que la apertura a edades más tempranas de la
posibilidad de cursar formación profesional podría contribuir a que haya menos “deserciones” de la escuela. Así, el
artículo “Dropout trends and educational reforms: the role of the LOGSE in Spain”, muestra que la demora en la
edad de profesionalización que comportó la reforma educativa de 1990 (LOGSE) –se pasó de los 14 a los 16 años-,
frenó la progresión descendente del abandono escolar de los años precedentes. Este permaneció estancado en un 30%
de 1995 hasta el inicio de la crisis, en 2008. En cambio, la media de la UE se redujo del 20% al 15%.
Efectivamente, las malas perspectivas laborales indujeron a no pocos jóvenes a seguir formándose durante la fase de
recesión económica. Sin embargo, incluso así, España destaca en negativo en comparación con el resto de países
europeos.
En el análisis del impacto en el abandono escolar de una reforma educativa existe un reto importante: las condiciones
del mercado laboral cambian a la par y, por tanto, también lo hacen las opciones de empezar a trabajar y dejar de
estudiar. Un ejemplo: el pico del sector de la construcción coincidió con la implementación de la LOGSE. La pausa
que experimentó el descenso del abandono escolar podría, por tanto, ser debida a que los jóvenes encontraban tan
fácilmente un puesto de trabajo que preferían dejar de estudiar. Y no a la eliminación de la formación profesional a
los 14 años que introdujo la LOGSE.
La cuestión es cómo dilucidar si fueron las características del mercado laboral o la reforma educativa lo que afectó a
la trayectoria del abandono escolar. Para ello, el estudio mencionado anteriormente utiliza el hecho de que la
implementación de la ley no se realizó simultáneamente en todas las regiones y que no hubo una relación directa
entre el momento en el que se llevó a cabo y la propensión al abandono escolar temprano. Estas diferencias en la
ejecución de la LOGSE permiten identificar empíricamente su efecto y los resultados del estudio confirman que es
probable que interrumpiera el descenso del abandono escolar al retrasar la profesionalización.
Otra forma de comprobar si la profesionalización temprana contribuye a contener el abandono escolar es la
correlación inversa que existe entre ambas variables. En conjunto, los países con un mayor ratio de estudiantes de
grado medio en formación profesional sufren menos “deserciones”. La segunda gráfica muestra que si se ordenan los
países según su tasa de abandono escolar, de menos a más, los que más la sufren son también en promedio aquellos
con un menor porcentaje de estudiantes en formación profesional en educación secundaria de segunda etapa. Esta
relación se mantiene cuando se incorporan otras diferencias entre países como, por ejemplo, el modelo productivo,
esto es, el peso del sector de la construcción.
En definitiva, la evidencia empírica sugiere que la formación profesional temprana puede contribuir a la disminución
del abandono escolar. En este aspecto, la última reforma educativa, la LOMCE (Real Decreto 1147/2011), que
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adelanta los itinerarios profesionales de los 16 a los 15 años, podría ser positiva. Con todo, la formación profesional
de grado medio sigue presentando en España problemas de desajuste respecto a la demanda laboral; en gran parte
debido a la escasa colaboración con el sector empresarial que existe en la definición de los programas educativos.
Para mejorar el abandono escolar se necesita también una apuesta decidida por una mayor calidad y una mejor
conexión con el mundo profesional.
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AGENDA GLOBAL
Firmado por: Diego Beas el Martes 17 mayo 2016
¿MÁS Y MEJOR INFORMADOS?
En los últimos años se ha vuelto una convención afirmar que vivimos en el mejor de los tiempos cuando de
diversidad y acceso a la información se trata. Tenemos más información, más canales para expresarla y difundirla,
más formatos de acceso y más inmediatez que nunca. De eso, no cabe duda.
Pero, ¿esa explosión cuantitativa necesariamente se traduce en una esfera pública más informada, en un debate
ciudadano más rico y diverso y, por tanto, en mejores políticas públicas y más rendición de cuentas —el fin, en
última instancia, de los medios de comunicación—? La respuesta a esta segunda cuestión es mucho menos clara, más
escurridiza y, lamentablemente, no le hemos prestado toda la atención y seriedad que merece. Nos hemos ido de
bruces en la adopción de los estándares tecnológicos de última generación y los formatos más efectistas sin
reflexionar si son estos los que en realidad contribuyen a enriquecer la conversación pública (ahora, parece, lo que se
empieza a llevar es el periodismo en realidad virtual; toda una sugerente metáfora sobre el estado de confusión que
existe en la profesión actualmente).
En los últimos años han ido apareciendo una serie de libros y reflexiones académicas que analizan el tema desde
distintos ángulos y permiten establecer unas conclusiones preliminares más o menos claras (digo preliminares porque
se trata de un campo que se transforma a gran velocidad). En su conjunto, el escenario no es precisamente halagüeño.
En un extremo, en el mejor de los casos, la multiplicación de formatos y canales ha servido para incorporar discursos
minoritarios, ampliar la base de los emisores (se ha roto definitivamente el techo de cristal de la emisión) y distribuir
la información con mayor libertad que antes. Pero en ningún caso estamos ante esa panacea del ciudadano informado,
participativo y más crítico que algunos quieren ver. En el otro extremo, en el peor de los supuestos, podríamos estar
incluso ante un claro retroceso en la forma de construir discurso político y debatir los asuntos públicos. Un escenario
paradójico pero plausible: una opinión pública con más información a su alcance que nunca que, sin embargo,
entiende cada vez menos.
Pienso sobre todo en textos surgidos a partir de la explosión de los canales y medios de comunicación provocada por
la democratización de internet y el aumento exponencial de su uso, allá por mediados y finales de los años noventa
del siglo pasado. En 1999, por ejemplo, aparecía Rich Media, Poor Democracy: Communication Politics in Dubious
Times (The New Press) de Robert McChesney. Un libro importante que identificaba un empobrecimiento paulatino
del discurso público como consecuencia de la consolidación de grandes conglomerados de información (antes,
incluso, en 1985, un libro fundamental como Amusing Ourselves to Death: Public Discourse in the Age of Show
Business de Neil Postman ya identificaba el embrión de algunos de los males que nos aquejan hoy, aunque lo hacía en
la era pre digital, de la que aquí no me ocuparé). En Republic.com (Princeton University Press) de 2001, Cass
Sunstein de la universidad de Harvard advertía sobre las echo chambers (cámaras de eco), también conocidas como
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“silos informativos”. Sunstein se adelantaba unos años y proyectaba el peligro que conllevaría atomizar la opinión
pública en tantos y tan específicos apartados que la gente terminaría aislándose y eligiendo solo relacionarse a través
de aquello afín a sus intereses y opiniones ya establecidas (una observación confirmada en incontables estudios
posteriores; desde el punto de vista informativo, cada vez estamos menos expuestos a opiniones e informaciones que
nos son ideológicamente antagónicas). A principios de esta década Eli Pariser identificó el fenómeno de la “burbuja
de los filtros” que desarrolló en The Filter Bubble: What The Internet Is Hiding From You (Penguin Press, 2011), en
el que anticipaba temas importantes sobre la manipulación algorítmica a la que está sujeta buena parte de la
información que hoy circula por las redes. En la gran mayoría de los casos, en la red de 2016 —muy distinta a la de
2006— lo que vemos en las pantallas no es una representación fiel y libre de la información disponible, sino una
representación algoritmicamente manipulada que busca sacar el mayor partido comercial de los contenidos. También
está el trabajo de Tim Wu de la universidad de Columbia, que en 2010 publicó The Master Switch: The Rise and Fall
of Information Empires (Knopf), en el que explicó cómo el poder de los medios oscila entre la disrupción de formatos
tecnológicos, la llegada de nuevos jugadores, su consolidación y finalmente su inevitable transformación en nuevos
monopolios. Un patrón cíclico que se viene repitiendo desde la época del telégrafo en el siglo XIX. Google y otro
puñado de empresas de Silicon Valley son solo su manifestación más reciente. En últimas fechas, Emily Bell del Tow
Center for Journalism de la universidad de Nueva York describió el estado de los medios y su reconversión digital en
un breve y elocuente ensayo titulado The End of the News as We Know It: How Facebook Swallowed Journalism
. Bell hace una exposición desoladora sobre la debilidad estructural ante la que se encuentra el periodismo de calidad
en 2016. En muy resumidas cuentas, una plataforma como Facebook ha conseguido tres cosas con las que ningún
medio de comunicación tradicional podría siquiera soñar: una escala abrumadora (en torno a 1.650 millones de
usuarios activos, más de uno de cada cuatro habitantes del planeta); convertirse en el nuevo gatekeeper
de la información al monopolizar la función de intermediación entre los contenidos que producen los medios
tradicionales y el público que los consume; y, en tercer lugar, ha conseguido ser la plataforma que monetiza esta
nueva dinámica de la esfera pública (desplazando aún más a los medios tradicionales, sobre todo a la prensa escrita,
que se desangra irremediablemente). En resumen, un nuevo tipo de intermediario con más poder y control que nunca;
y con un único objetivo: convertir el caudal de datos e información personal en una plataforma publicitaria a escala
planetaria.
Este mismo año Michael Patrick Lynch de la universidad de Connecticut ha hecho una contribución importante al
debate llevando el argumento un paso más allá. Para Lynch la discusión académica ya no solamente debería analizar
las ventajas de más o menos canales, de más o menos información, de nuevos y antiguos gatekeepers. Debería dar
paso, más bien, a un debate filosófico y epistemológico sobre cómo asignamos valor y credibilidad al relato que
construye la narrativa colectiva. En su libro más reciente, The Internet of Us: Knowing More and Understanding Less
in the Age of Big Data (Liveright, 2016), Lynch argumenta con lucidez y establece una relación inversamente
proporcional entre la cantidad de información emitida y la capacidad para establecer objetivamente unos hechos (facts
) aceptados por la mayoría. La proliferación de canales y emisión de información sin apenas filtros ha permitido una
nueva forma de consumir noticias en la que selectivamente se decide a qué datos o informaciones se les presta
atención y a cuáles no. Se trata de lo que los angloparlantes se refieren de manera genérica como cherry picking
. Es decir, ante la abundancia de información se construyen argumentos, relatos, opiniones o incluso se diseñan
políticas públicas en base a un ejercicio interesado de selección en el que solo se toman en cuenta las evidencias que
refuerzan el punto de vista de partida. Cualquier evidencia incómoda, contradictoria o que no se alinee con los
presupuestos ideológicos, se descarta. De esta forma, en una esfera pública compleja y atomizada como la actual, el
problema ya no solo consiste en acercar posiciones y encontrar puntos de encuentro, el problema se traslada y muta
de lo estrictamente político a lo epistemológico: cómo establecer unos hechos aceptados que sirvan como base
fundacional de lo público y punto de partida del debate político. Un claro retroceso si tomamos en cuenta el famoso
axioma del senador e intelectual estadounidense Daniel Patrick Moynihan que decía que “todos tenemos derecho a
nuestra propia opinión, pero no a nuestros propios hechos”. Hoy, el problema es que hechos demostrables
elementales para la discusión pública son constantemente puestos en duda y sepultados debajo de un runrún
mediático interesado que se genera con ese único objetivo (ha sido así como hemos caído en necias e interminables
discusiones sobre si Obama nació en Estados Unidos, sobre si los humanos contribuimos al incremento de los gases
de efecto invernadero o sobre si aumenta la desigualdad dentro de los países; es decir, tres discusiones sobre las que
hay evidencia empírica incontestable y que sin embargo el ruido mediático pone en duda e inunda de confusión).
Un estudio presentado el mes pasado en la conferencia anual de la Asociación de Ciencias Políticas del Medio Oeste
en Chicago, documenta bien esta realidad: un porcentaje muy elevado de votantes conservadores en Estados Unidos
solo atienden a lo que dicen ya no solo dos o tres medios afines, sino un puñado de sus presentadores (existe
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evidencia empírica clara de que se trata de un fenómeno más recurrente en la derecha que en la izquierda). Titulado
The Not-So-Great Debate: Party Asymmetry and the News Media in American Politics, el estudio explica cómo gran
parte de los ideales que giran en torno a la importancia de una prensa libre y una opinión pública informada, se han
diluido cuando uno de los dos grandes partidos ha montado un sistema propio y paralelo de medios y canales de
información que decididamente manipula los contenidos en beneficio de causas e intereses establecidos a priori. El
partido Republicano ya lo hacía en la era de la televisión; desde la explosión de los medios digitales y el aumento de
la emisión de información, el fenómeno se ha multiplicado y su complejidad aumentado exponencialmente (una
dinámica que en gran parte explica el surgimiento y éxito del movimiento conservador en Estados Unidos después de
la derrota de Barry Goldwater en 1964).
Zeynep Tufekci, una perspicaz y aguda socióloga de la universidad de Carolina del Norte lo tiene claro cuando afirma
que el ascenso de Donald Trump es más un producto de la debilidad de los medios de comunicación actuales que de
su fortaleza. Y ello a pesar de que la candidatura del empresario convertido en político es un fenómeno
eminentemente mediático. En esa aparente contradicción se encierra una lógica contraintuitiva que apunta a la
pérdida de capacidad de los llamados mainstream media para establecer una narrativa que defina contornos,
implemente filtros y establezca jerarquías para dotar de credibilidad a una esfera pública desvencijada (lo que antes se
conseguía a través de la llamada “ventana Overton”, que hoy los medios de comunicación tradicionales ya no
controlan). Ha sido precisamente por esa rendija por la que se ha colado Trump y su escandalosa y estrambótica
candidatura. Una esfera pública en la que el valor de los hechos verificables ha pasado a un segundo plano y en la que
para el consumidor medio de información fenómenos tan dispares como Trump, los llamados youtubers o las últimas
noticas de Alepo son parte de un mismo relato mediático que se funde, homogeneiza y fagocita en las pantallas de sus
dispositivos.
Al comienzo me refería a la falta de atención que se le presta al tema. Lo decía sobre todo desde una perspectiva
europea. La mayor parte de la bibliografía repasada aquí aborda principalmente aspectos relacionados con la
degradación de la esfera pública en Estados Unidos. Y aunque muchos de esos argumentos valen tanto para Europa
en general como España en particular, seguimos careciendo de un análisis y documentación rigurosa propia que nos
ayude a explicar las particularidades de este fenómeno al otro lado del Atlántico. En España casi a diario escuchamos
todo tipo de bulos, declaraciones acusatorias e incluso fabricación de documentos que después circulan por las redes
y se utilizan para confundir a la opinión pública. Pero entendemos poco todavía sobre las características estructurales
de estas dinámicas y carecemos de un conocimiento sistematizado que facilite el estudio del fenómeno. Que permita
tanto analizarlo en su conjunto como valorar cualitativamente con herramientas adecuadas la salud y evolución de
nuestra conversación pública.
¿Queríamos llevar hasta sus últimas consecuencias la democratización de los medios de información —ese tópico
discursivo utilizado por generaciones de periodistas y gente relacionada con los medios de comunicación—? Pues
aquí lo tenemos, lo hemos conseguido. En los próximos años descubriremos si somos capaces de lidiar con sus
consecuencias.
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PROYECTO EUROPEO
Firmado por: Sandra Marco Colino el Lunes 16 mayo 2016
LA ‘CUESTIÓN DE LA MUJER’,
DECISIVA PARA EL FUTURO DEL
PROYECTO EUROPEO
Líderes políticos, académicos, periodistas y miembros de organismos públicos se dieron cita en Florencia la semana
pasada para hablar de los retos a los que se enfrenta la mujer en la actualidad. Cada año, coincidiendo con la
celebración del Día de Europa, el Instituto Universitario Europeo organiza la conferencia ‘State of the Union
’ para fomentar el diálogo sobre cuestiones fundamentales que afectan a la Unión Europea (UE). Esta vez el tema
central ha sido ‘La mujer en Europa y el mundo’. Se han abordado aspectos tan variopintos como la violencia de
género, la brecha salarial, los derechos reproductivos y la labor de la mujer en el mantenimiento de la paz.
¿Por qué hablar de la mujer precisamente ahora? La Unión atraviesa una profunda crisis, y sobran temas de candente
actualidad. Días antes de la conferencia una foto de la sueca Tess Asplund desafiando a una manifestación neo-nazi
se convertía en símbolo de la lucha contra el preocupante auge del extremismo en Europa. Pero hay donde elegir. El
terrorismo, la crisis económica, el nacionalismo xenófobo, el populismo (que Enrique Barón comparó con el
colesterol, diciendo que lo hay bueno y malo), ‘Brexit’ o la crisis de los refugiados fácilmente podrían haber relegado
el tema de género a un segundo plano. En su magistral ponencia inaugural, Ruth Rubio Marín defendió que ahora es
tan buen momento como cualquier otro para tratar la ‘cuestión de la mujer’. Hace apenas un siglo, las mujeres que
inspiraron la película Sufragistas luchaban por su derecho al voto en Gran Bretaña. También entonces se les pedía
que esperasen a que se resolviesen otras causas más “urgentes”, como la revolución obrera o la lucha por la
limitación del poder de la Iglesia y la Monarquía. Sin embargo, al olvidar a la mujer, ésta se vio borrada casi por
completo del proceso moldeador del sistema actual. Así nació un aparato concebido por y para los hombres que, a día
de hoy, complica mucho la igualdad en la práctica. El ex primer ministro Giuliano Amato tildó de injusto que la
mitad de la población tenga que adaptarse a nociones y conceptos que se crearon pensando en la otra mitad.
Las ponencias pusieron de manifiesto un problema de raíz relacionado con esa postergación histórica de la cuestión
de género: las limitaciones a la libertad de la mujer en el proceso de toma de decisiones. Afectan a su autonomía
sobre su propio cuerpo. Abundan las injerencias institucionales en sus derechos reproductivos o en su forma de vestir,
como si se dudase de su capacidad de tomar decisiones de conciencia, o de su criterio al externalizar, libremente, su
fe religiosa a través de su atuendo. Pero, además, su capacidad resolutoria se ve limitada por obstáculos que le
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impiden llegar a las posiciones más altas en el ámbito profesional. Como señaló el presidente Sergio Mattarella, la
monumental falta de liderazgo femenino le ha negado a la mujer la oportunidad de crear el mundo. Y cuando lo ha
creado, la historia suele olvidarlo. Sandro Gozi recordó que se habla de Padres Fundadores y raramente de Madres
Fundadoras de la UE, pese a que mujeres como Ursula Hirschmann, Louise Weiss o Simone Weil se habrían ganado
a pulso tal consideración.
Margot Wallström dijo en una ocasión que, en el camino hacia la cima, las mujeres topan con un “suelo resbaladizo,
un techo de cristal y una gruesa capa de hombres”. Las cifras le dan la razón. De 197 jefes de gobierno que ha tenido
Europa desde 1990, sólo 13 han sido mujeres. En la resolución de conflictos, las mujeres representan el 10 por ciento
de las negociadoras de convenios de paz, y ello pese a que su intervención incrementa las probabilidades de
estabilidad del acuerdo. Así, es frecuente que se desatiendan importantísimas cuestiones que afectan de forma
especial a la mujer, y que se han visto agravadas por los problemas a los que se enfrenta ahora el continente europeo.
Si ya son espeluznantes las cifras de violencia de género o de tráfico humano (mayoritariamente femenino), éstas
aumentan desmesuradamente en conflictos como la crisis humanitaria de los refugiados. Patricia Sellers, del Tribunal
Penal Internacional, habló de genocidio a través de la violencia sexual en tales situaciones. Roula Khalaf, subeditora
del Financial Times, resaltó también el riesgo de radicalización. La mujer es fundamental para la construcción del
Estado Islámico, y representa el 17 por ciento de europeos que se han unido a Daesh. Oprimida, sin voz, y a menudo
sometida a condiciones de pobreza y de marginación, puede convertirse en presa fácil.
La falta de liderazgo femenino también se manifiesta en las instituciones europeas. La sesión que juntó a los 3
presidentes de la UE (Juncker, Schulz y Tusk) obvió la cuestión de la mujer, pero la imagen de la mesa de debate
íntegramente masculina en la misma sala donde en 1957 se firmaba el Tratado de Roma aportó una inestimable
alegoría visual de ese techo invisible. Pese a la importancia de los asuntos sociales en la construcción de la UE, las
medidas de austeridad con las que se ha respondido a la crisis han frenado en seco el progreso social en general y el
empoderamiento de la mujer en particular. El primer ministro Joseph Muscat lo lamentó, pues difícilmente puede
haber crecimiento económico sin justicia social. Cuando se limita el gasto en sanidad o educación, las mujeres y
madres trabajadoras, propensas a aceptar trabajos precarios, son las más afectadas. Los recortes en las
administraciones públicas, sector en el que la brecha de género en la toma de decisiones suele ser menor, suponen
otro gran obstáculo para el avance profesional de la mujer.
Por tanto, la atención que se preste ahora a la justicia social derivada de la paridad de género determinará en gran
medida el modelo de Europa hacia el que se avance. Los intentos de salir de apuros no deben repetir los errores del
pasado y desestimar la cuestión de la mujer, imprescindible para remediar muchos males del momento. Pero, ¿cómo
dar respuesta a la desigualdad?
Las propuestas aludieron a dos vertientes. En primer lugar, está la vertiente normativa. Rubio Marín propuso
abandonar el modelo neoliberal capitalista a favor uno de desarrollo inclusivo, con una perspectiva consciente de
género y medidas que permitan la conciliación de la vida familiar y laboral. Por este sistema parecen apostar el
Pacto por la Igualdad de Género y las Conclusiones del Consejo sobre ‘La Mujer y la Economía’, que de momento
son sólo declaraciones de buenas intenciones. Pero se puede ir más allá, pasando por la introducción de cuotas para
remediar la falta de liderazgo femenino. Pese a su incuestionable efectividad práctica, este sistema sigue levantando
ampollas, al interpretarse como una sustitución de la meritocracia en vez de una forma de paliar la inexplicable
ausencia de mujeres, sobradamente cualificadas, de posiciones de toma de decisiones. Hasta ahora, los intentos del
legislador europeo por incrementar la presencia femenina en lo más alto recurriendo a este método han fracasado.
En segundo lugar, destaca la vertiente cultural. Estas soluciones pasan por fomentar la investigación para generar
datos fiables y visibles cara a una mayor sensibilización. Incluyen inculcar valores de igualdad, eliminando
micromachismos que menosprecian e infravaloran a la mujer. Y requieren educación para tomar conciencia de la
capacidad femenina de liderazgo. Esta vía necesita la participación de la familia, los organismos públicos, los medios
de comunicación, las instituciones educativas y las artes. Matteo Renzi cerró la conferencia diciendo que a través de
la cultura se derriban muros y se tienden puentes. También con la cultura se puede quebrar, de una vez por todas, ese
resistente techo de cristal.
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