La mala muerte : el depósito funerario de la calle Rosarito de

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Patrimonio Histórico
CUADERNOS DE
ARQUEOLOGÍA
JAVIER VELASCO VÁZQUEZ
VERÓNICA ALBERTO BARROSO
PEDRO QUINTANA ANDRÉS
SERVICIO
DE
PATRIMONIO
HISTÓRICO
MARÍA EUGENIA MÁRQUEZ RODRÍGUEZ
PRESIDENTA DEL CABILDO DE GRAN CANARIA
GONZALO ANGULO GONZÁLEZ
CONSEJERO DE CULTURA Y DEPORTES DEL CABILDO DE GRAN CANARIA
INÉS JIMÉNEZ MARTÍN
CONSEJERA DELEGADA DE CULTURA DEL CABILDO DE GRAN CANARIA
JUAN CARLOS DOMÍNGUEZ GUTIÉRREZ
JEFE DEL SERVICIO DE PATRIMONIO HISTÓRICO
IDEA Y COORDINACIÓN GENERAL
JUANA HERNÁNDEZ GARCÍA
DEPARTAMENTO DE DIFUSIÓN DEL SERVICIO DE PATRIMONIO HISTÓRICO
GESTIÓN
JOSÉ ROSARIO GODOY
DEPARTAMENTO DE DIFUSIÓN DEL SERVICIO DE PATRIMONIO HISTÓRICO
TEXTOS
JAVIER VELASCO VÁZQUEZ
VERÓNICA ALBERTO BARROSO
PEDRO QUINTANA ANDRÉS
FOTOGRAFÍAS
JAVIER VELASCO VÁZQUEZ
DISEÑO GRÁFICO
MONTSE RUIZ
REALIZACIÓN
DAUTE DISEÑO, S.L.
FOTOMECÁNICA E IMPRESIÓN
LITOGRAFÍA GRÁFICAS SABATER
ISBN: 84-8103-349-9
DEPÓSITO LEGAL:
© Cabildo de Gran Canaria, 1ª edición 2003
© De los autores para sus textos
"Yo aconsejo que ninguno tema la muerte, y que
todos teman la mala muerte; que ninguno la tema,
y que todos la dispongan"
F. QUEVEDO
(Virtud militante contra los cuatro fantasmas de la vida)
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Índice
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
EL DEPÓSITO ARQUEOLÓGICO
Estudio arqueológico del depósito funerario.
Consideraciones preliminares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
El patrimonio arqueológico en los contextos urbanos.
El caso de la calle Rosarito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
Antecedentes del hallazgo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
Intervención y registro arqueológico del depósito sepulcral . . . . . . . . . 39
El depósito funerario de la calle Rosarito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
Análisis bioarqueológico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
La edad y el sexo de los individuos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
Otros parámetros bioarqueológicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
Un intento de explicación histórica: datos para la cronología. . . . . . . . . 59
La mala muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
EL ATAQUE DE VAN DER DOES CONTEXTO HISTÓRICO
Historia de una ataque . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
Las Palmas en el siglo XVI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
Las Palmas: la urbe y su entorno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
La jerarquía urbana en Canarias en el quinientos. . . . . . . . . . . . . . . . 84
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
Van der Does y Las Palmas: historia de un desastre. . . . . . . . . . . . . . . . . 93
Recuerdos y vestigos de un conflicto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
A MODO DE CONCLUSIÓN
El ataque de Van der Does a Gran Canaria,
una posible explicación histórica: la perspectiva arqueológica . . . . . . . . 107
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113
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LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Presentación
El Servicio de Patrimonio Histórico del Cabildo pone en marcha, con la
colección “Cuadernos de Patrimonio Histórico”, una nueva herramienta de
conocimiento, sobre nuestro pasado y, especialmente, sobre aquellos elementos materiales e inmateriales que han llegado hasta nuestros días como
valores de nuestra identidad colectiva y que conforman hoy el Patrimonio
Histórico de esta isla. Valores que en algunos casos han alcanzado este presente que vivimos, sorteando el paso del tiempo, la incesante transformación de nuestras ciudades y pueblos, el desgaste, la erosión, la acción de
organismos casi imperceptibles, la mano irresponsable, el olvido consciente,
etc. Pero también valores que han sido redescubiertos, que estaban ahí
ocultos debajo de una calle, una finca, un lienzo o un trastero.
De las competencias que este Cabildo ha asumido con respecto a la salvaguarda, dinamización, gestión y difusión de nuestro patrimonio histórico,
una de las más gratificadoras ha sido el de las intervenciones directas sobre
bienes o lugares de interés histórico, a través de diferentes disciplinas, como
la restauración, la arqueología, la etnografía, etc. Estas intervenciones han
contribuido a desentrañar muchos secretos, a abrir nuevos interrogantes o a
poner al descubierto objetos, piezas, técnicas, habilidades, y un sin fin de
nuevos conocimientos que han enriquecido de manera notable no sólo lo
que se conocía hasta ahora de nuestro pasado, sino el conjunto de bienes
materiales que forman parte de nuestro acervo cultural e histórico.
Las urgencias arqueológicas, las restauraciones de obras de arte, de viejos legajos, la rehabilitación de edificaciones históricas, de entrañables construcciones de nuestra cultura tradicional, etc., están poniendo al descubierto
un rico y novedoso panorama, donde lo importante no está sólo en la recuperación en sí de esos bienes, sino la forma en que se ha llevado a cabo, es
decir, la metodología de trabajo, las técnicas y herramientas de intervención.
Poner algunas de estas actuaciones a disposición del gran público, creemos
que además de un deber para con el beneficiario último del patrimonio histórico, que es la sociedad, es una oportunidad para acrecentar y dinamizar la conciencia colectiva sobre la importancia del Patrimonio Histórico. Para este
Servicio, la difusión juega un papel de primer orden, ya que entendemos que es
el mecanismo más importantes para generar conciencia y algo que , en teoría,
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
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emana de ella, que es la implicación y la participación en la defensa, acrecentamiento y dinamización de nuestros valores histórico–culturales.
Este hecho nos hace responsables de que ese patrimonio se prolongue,
con buen criterio, hacia las generaciones venideras. En este sentido una obra
divulgativa, para el gran público, pero sobre la base del rigor científico, como la
que queremos impulsar desde la colección “Cuadernos de Patrimonio
Histórico”, se convierte en un instrumento imprescindible para esos objetivos.
Con una periodicidad anual, estas publicaciones tienen, por lo tanto, el
objetivo fundamental de comunicar los pasos, los criterios, las diagnosis, las
técnicas, etc. de las inter venciones llevadas a cabo en el Ser vicio de
Patrimonio Histórico en cualquiera de las categorías patrimoniales donde se
enmarcan los bienes muebles, inmuebles o materiales más representativos
que forman parte de nuestro legado histórico-cultural.
En este primer número hemos querido presentar la génesis de una excavación de urgencia llevada a cabo en la calle Rosarito, en el Barrio de La Isleta,
como consecuencia del hallazgo de unos restos humanos en unas obras de
canalización que, según los resultados de esta investigación interdisciplinar, parecen aportar por vez primera, restos materiales directos de uno de los acontecimientos históricos más importantes del pasado de la ciudad de Las Palmas de
Gran Canaria, la invasión de Van der Does en el año 1599.
Confiamos en que esta nueva colección sirva para satisfacer, por un lado
el conocimiento y, sobre todo, el reconocimiento de nuestro Patrimonio
Histórico y, por otro lado, que sirva para acercar más lo que son nuestras
competencias y deberes con las preocupaciones y las demandas de nuestra
sociedad. Desde esta filosofía quedan invitadas e invitados a acompañarnos,
a través de estas paginas, a ese país extraño, que es el pasado, como decía
David Lockenfell, para que nos sea un poco más familiar.
INÉS JIMÉNEZ MARTÍN
CONSEJERA DE CULTURA, MUSEOS Y PATRIMONIO HISTÓRICO DEL C ABILDO DE GRAN C ANARIA
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Prefacio
El objetivo de esta publicación es dar a conocer muchas de las cuestiones que giran en torno a la Arqueología urbana que se está haciendo en la
isla, normalmente vinculada, por su carácter, a las a veces mal consideradas
excavaciones de urgencia o de salvamento.
Sin duda, se pretende afrontar una de las deficiencias más acuciantes
inherentes a este tipo de trabajos, enfocado al tema de la difusión. La escasez de publicaciones en las que se recojan los resultados de estas intervenciones impide que lleguen a la sociedad y, en consecuencia, que ésta
reconozca el legado cultural que le es propio. Por lo general, tras la excavación todo se reduce a la entrega de la obligada memoria final y los tediosos
inventarios de objetos que pasan a llenar los archivadores de las unidades
de Patrimonio Histórico de distintas administraciones, descuidando la obligación de presentarlos al público que, en última instancia, es a quien debe ir
destinado.
Por otro lado, y teniendo en cuenta que no en todos los casos se puede
extraer la misma cantidad y calidad informativa, creemos que podemos
demostrar la conveniencia de este tipo de intervenciones, no sólo para
resolver un problema urbanístico y la salvaguardia in extremis de objetos y
lugares arqueológicos, sino para obtener importantes y contrastados resultados desde el punto de vista científico.
En cualquier caso, afrontar un estudio integral de los conjuntos históricos
resultará más efectivo si se toma conciencia de la impor tancia de la
Arqueología urbana como herramienta para hacer frente a la rápida transformación de nuestras urbes y de sus áreas más entrañables. No cabe duda
que es necesario y urgente diseñar, desde la arqueología, proyectos interdisciplinares y a largo plazo para acometer la reconstrucción histórica de nuestras ciudades. En este sentido, sería conveniente que las instituciones
científicas, como Universidades y Museos, se implicaran en este ambicioso
proyecto. Estamos convencidos de que, partiendo de estas premisas, podremos vincular, cada vez más, estas actuaciones a estrategias sistemáticas de
mayor alcance. En palabras de X. Dupré Raventós: “Las excavaciones de
urgencia en el ámbito urbano deben ser aportaciones puntuales a un proyecto
común, promovido por un centro de investigación que previamente debe
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
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haberse planteado todos los problemas y aprovechar las mejores oportunidades
para resolverlos”. (Dupré,1996: pág. 47).
La Historia de la investigación arqueológica en los núcleos urbanos de la
isla es relativamente reciente, si consideramos que la primera excavación de
esta naturaleza se produce en 1983 en la Iglesia de San Agustín del barrio
de Vegueta, dirigida por el profesor J. F. Navarro Mederos.
Es preciso apuntar que las excavaciones arqueológicas en núcleos urbanos
pueden acometer el estudio tanto de niveles de ocupación aborígenes, como
aquellos coetáneos o posteriores a la conquista hasta prácticamente la actualidad. Por tanto, hay que distinguir entre arqueología urbana, referida a la que se
hace en los grandes centros de población de la isla independientemente de su
adscripción cronocultural, de las que denominamos histórica, aunque la mayor
parte de las veces la arqueología que se hace en las ciudades se centra en
yacimientos posteriores al s. XV. No obstante, también contamos con magníficos ejemplos de estudios prehispánicos en núcleos urbanos, tal y como
sucede en el caso de Gáldar,Telde, Agüimes, Agaete, Arucas, etc.
Un hecho que queremos resaltar, es que, a diferencia de las numerosas
campañas llevadas a cabo en áreas no urbanas, referidas preferentemente a
yacimientos de los antiguos canarios, con proyectos diseñados a medio y
largo plazo, las intervenciones en núcleos urbanos frecuentemente han
estado relacionadas con actuaciones de urgencia, sin planificación previa. Tal
circunstancia representa un claro inconveniente desde el punto de vista
científico, ya que el inicio de los trabajos no cuenta con planteamientos e
hipótesis de partida que permitan establecer objetivos precisos. Pese a ello,
cabe destacar como excepción el programa de investigaciones que se viene
realizando desde hace años en el conjunto de la Cueva Pintada o excavaciones que, aunque nacen como urgentes, terminan por convertirse en actuaciones sistemáticas, bajo una base interdisciplinar ejemplar. Por ejemplo,
como ocurrió en el caso del antiguo solar de San Francisco, del que se
obtuvo importantísimos resultados que, con independencia del lamentable
fin de aquella excavación con la destrucción de los restos de uno de los edificios fundacionales más emblemáticos de los años inmediatos a la conquista,
dejó una profunda huella y puso en un primer plano la importancia de la
arqueología en nuestros núcleos urbanos y, en especial, de la vieja ciudad de
Las Palmas.
Otras intervenciones que tuvieron un gran impacto social, y que contribuyeron a desentrañar algunos aspectos de nuestra historia postconquista,
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
fueron las del Metropole, con un enterramiento colectivo entorno al s. XV,
la de Bravo Murillo, en la que aparecieron restos de la vieja muralla norte de
la ciudad, y más recientemente los restos de la antigua ermita Justo y Pastor
o la del solar anexo a la Catedral de Santa Ana, en la que se pusieron al
descubierto los restos del antiguo Hospital y Ermita de San Martín de principios del s. XVI, por citar sólo algunos ejemplos.
Fuera de Las Palmas de Gran Canaria, cabe destacar las excavaciones de
la ermita de San Pedro Mártir, la Plaza de San Juan y el Baladero en Telde, la
Plaza de San Antón en Agüimes, donde se conserva parte del primitivo
asentamiento aborigen al que se superpone los restos de la antigua ermita
de San Antón, entre otras. Hallazgos o excavaciones de urgencia de forma
más puntual también se han producido en la Plaza de San Juan de Arucas,
en el Casco de Gáldar, etc., y en diversas ocasiones durante las obras de
repavimentación de algunas ermitas, dejando al descubierto parte de los
antiguos osarios.
Asimismo, ha de resaltarse la aparición, de forma casual, de restos
humanos en diferentes puntos de la ciudad, muchos de los cuales han sido
recogidos en la prensa durante estas últimas décadas. Así sabemos que en
La Isleta, ámbito en el que se inscribe el objeto de la presente publicación,
a lo largo del s. XX se han localizado restos humanos en las calles Pérez
Muñoz, Rosarito, Faro, Mari Sánchez, Saucillo, etc., vestigios que creemos
podrían estar relacionados con la gran necrópolis aborigen, destruida a finales del s. XIX en dicho barrio.
Como podemos observar, la arqueología urbana presenta un enorme
atractivo para la investigación y es un medio imprescindible para la recuperación de muchas páginas de nuestra historia, hoy ocultas en el subsuelo y
amenazadas por el vertiginoso crecimiento que vive la ciudad por la rápida
transformación de sus referencias urbanísticas. Pese a lo tardío de la investigación y la casi inexistente planificación en este tipo de intervenciones, no
partimos de cero. Para solventar los problemas y afrontar este trabajo con
todas las garantías es necesario hacer una recopilación y valoración del conjunto de actuaciones llevadas a cabo, recabar todas las informaciones dispersas, establecer una estrategia de búsqueda de datos en la documentación de
Archivos y en la información oral, y contrastar los resultados con las diferentes cartografías históricas que poseemos. Todo ello con el fin de confeccionar las Car tas Arqueológicas del subsuelo y de definir estrategias y
proyectos de investigación interdisciplinares a largo plazo.
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
Esta propuesta, creemos sería de gran importancia para evitar la desaparición de destacados restos, hoy ocultos, del pasado de esta ciudad y contribuiría, en muchas ocasiones, a no tener que llegar al extremo de las
urgencias, ya que sabríamos de antemano que áreas son susceptibles de
contener restos históricos, propiciando el arbitrio de medidas preventivas y
eficaces en la tarea de compatibilizar el desarrollo urbano con la conservación y protección del Patrimonio Histórico. Experiencias de esta naturaleza
se han puesto en marcha en distintas ciudades de Europa, y sobre su importancia nos dicen las profesoras Mª. A. Querol y B. Martínez:
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“Como ejemplo, podemos citar el trabajo de algunas ciudades belgas que
han confeccionado Atlas del Subsuelo arqueológico, resultado de una iniciativa que comenzó en la reunión del Consejo de Europa celebrada en
Florencia en 1984(...).
Su objetivo principal es el de convertirse en un documento de evaluación
y de gestión del P. A., y pueden ser consultados por Administraciones, servicios arqueológicos, de arquitectura o de urbanismo, asociaciones culturales, etc. En estos Atlas se recogen o señalan tres tipos de zonas:
Las que ya están destruidas, en las que es imposible o inútil cualquier
intervención arqueológica.
Las zonas amenazadas, previsible o claramente. Se parte del principio de
que en los cascos antiguos todo el subsuelo que no esté destruido ni protegido está amenazado y requiere excavaciones preventivas.
Zonas protegida, bien por declaraciones de monumentos, incluidas en
Planes urbanísticos, propiedades estatales o zonas no edificables de las
ciudades. Este último subapartado necesita una atención especial, pues
suele modificarse a lo largo de los años” (págs. 283-284).
La confección de estos documentos para nuestras ciudades, contaría de
antemano con cierta información relevante, ya que se poseen planos y
mapas antiguos, algunos de gran precisión como los de Torriani, P. A. del
Castillo, etc. Por otro lado, diversas intervenciones y hallazgos fortuitos acaecidos en estas últimas décadas nos aportan una valiosa información.También
la documentación histórica recogida en los Archivos de las islas (Protocolos,
Audiencias, etc.), que en ocasiones sirven para reconstruir sectores de nuestras ciudades, sin olvidarnos de documentaciones más recientes sobre obras
públicas en la ciudad (calles, obras de saneamiento, etc.), que nos ayudan a
explicar algunas alteraciones ya experimentadas por los bienes patrimonia-
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
les, como ocurrió con las tuberías que afectaron a los enterramientos aquí
estudiados, realizadas en la década de los años treinta del siglo pasado.
La legislación vigente puede contribuir a esta meta, y los apoyos económicos para tal efecto, no sólo deben recaer en la Administración, sino, además, en la aportación de promotores, asociaciones, fundaciones, y cualquier
otro tipo de entidades comprometidas con rescatar el pasado y la identidad
de nuestras ciudades, tanto como elemento de conocimiento como para
reforzar el atractivo y la personalidad de unas áreas donde, por lo general,
viven de forma impersonal cientos de miles de personas.
El desarrollo urbano adquiere un impulso extraordinario en el mundo
contemporáneo, siendo uno de sus rasgos más definitorios. Si bien en las
postrimerías de la edad moderna las ciudades adquieren un gran auge, será
a par tir del s. XX cuando se produzca un crecimiento exponencial,
barriendo una enorme extensión de territorios preexistentes, tanto fuera
de los límites históricos de los núcleos fundacionales, en detrimento principalmente de los espacios rurales, como dentro de ellos, superponiéndose la
ciudad sobre sí misma a un ritmo cada vez más vertiginoso. No obstante,
algunos sectores (centros fundacionales, manzanas, edificios, plazas, etc.),
sobreviven siglo a siglo hasta nuestros días.
En Canarias, y en Gran Canaria en particular, se produce este fenómeno
de forma clara, aunque con unos ritmos más lentos y desiguales que en
otras latitudes. Por otro lado hay que tener en cuenta, que el desarrollo y
transformación de los diferentes núcleos urbanos de la isla adquieren características particulares, siendo, como es lógico, más espectacular el crecimiento de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.
Si desde finales del s. XVIII se atisban los síntomas de un crecimiento continuo de los núcleos urbanos, será sobre todo a partir de la segunda mitad del
XIX cuando dicho crecimiento afectará de forma importante a la fisonomía
territorial de muchas zonas de la isla, debido sobre todo a cuatro causas:
- El crecimiento demográfico ininterrumpido desde finales del s. XVIII,
sobre todo para el núcleo capitalino insular.
- La irrupción de actividades productivas que provocan grandes transformaciones territoriales, como la roturación de nuevas tierras agrícolas para los cultivos de exportación (plátano y tomate), y el desarrollo
de las actividades mercantiles, gracias a la posición privilegiada de nuestras islas en la expansión del comercio colonial europeo.
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
- El cambio que se produce en las relaciones de producción, con el tránsito del período moderno al contemporáneo, que afecta a la recomposición del grupo de poder tradicional, con el surgimiento de nuevos
sectores de control económico y político y que afecta a buena parte
de la propiedad inmobiliaria.
- Los avances tecnológicos, en el transporte terrestre y marítimo, en las
comunicaciones, en la producción, etc., así como el nacimiento del
urbanismo moderno, sustentado en estrategias de planificación global,
con las políticas de ensanches, etc.
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A pesar de que, en términos generales, estas circunstancias afectan a
todos los núcleos urbanos históricos de la isla, en cada uno de ellos las causas y consecuencias se van a manifestar de diferente forma. Así tenemos
que, mientras Las Palmas de Gran Canaria crece de forma ya imparable gracias a su especialización comercial y portuaria, otros núcleos sufrirán los vaivenes propios de su dependencia a las actividades agrícolas, sujetos a las
oscilaciones de los mercados exteriores, produciéndose una pérdida significativa de su influencia en el conjunto de la isla. Este fenómeno se hace más
evidente a partir de la segunda mitad del s. XX, en que surge un nuevo
modelo de crecimiento urbano al calor del desarrollo turístico, aunque, por
lo general, afecta a áreas despobladas o bien a importantes zonas de cultivo,
sobre todo aquellos que dominan la economía insular en la primera mitad
del s. XX.
Por otra parte, lo más característico de la expansión urbana a lo largo
del s. XIX y comienzos del XX es que será la superficie agrícola la que invadirá partes de los viejos asentamientos, será la expansión agrícola la que se
superpondrá a una parte del núcleo urbano primitivo, bien al aborigen o al
del período colonial inicial. Este hecho lo podemos observar en el entorno
de la Cueva Pintada en Gáldar, la Hoya de San Juan en Arucas, San Francisco
en Telde, etc. En Las Palmas de Gran Canaria por el contrario la presión
demográfica y urbanizadora se superpone sobre una gran parte de terrenos
improductivos, especialmente hacia los riscos, los arenales y los malpaíses del
norte del istmo.
Será el proceso de la desrruralización que vive la isla desde mitad del
s. XX, lo que irá produciendo un cambio sin precedente en nuestros
núcleos urbanos. En la actualidad asistimos a la desaparición irreversible de
los viejos o nuevos suelos agrícolas por la presión urbanizadora. Este hecho
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
hace que coexistan, en apenas un siglo, varias etapas históricas superpuestas,
y que podamos observar elementos materiales, hoy arqueológicos, pertenecientes a realidades económicas, sociales, culturales, etc., bien distintas.
Pero la ciudad no sólo será víctima de la expansión agrícola del último
ciclo exportador, hoy seriamente amenazado. Ni la causa de la desaparición
reciente de buena parte del suelo agrícola y de importantes áreas improductivas, algunas de un excepcional valor natural y cultural, como fueron el
istmo de Guanarteme, los malpaíses de La Isleta, los de Jinámar, los asentamientos trogloditas de Tara, Cendro o el Barrio del Hospital, etc. También la
ciudad se convierte en su propio verdugo, creciendo sobre sí misma a un
ritmo vertiginoso, que hoy amenaza gran parte de sus perfiles históricos y a
muchos elementos que han sobrevivido a lo largo de siglos hasta nuestros
días, edificios, puentes, plazas, calles, etc.
¿Pero se pueden producir estos cambios, muchos de ellos necesarios en
una ciudad que pretende tener la vitalidad propia de los ciudadanos que en
ella habitan, sin necesidad de que sucumban elementos esenciales para
entender su pasado?
Sabemos que la expansión demográfica de los últimos decenios, la liberalización del suelo, la especulación inmobiliaria, las grandes infraestructuras,
etc., ponen en peligro muchos restos materiales de gran valor histórico, cultural y sentimental. Si esto ocurre con muchos ítems perceptibles, que han
formado parte de nuestro paisaje urbano más entrañable o que poseen
indudables valores históricos que los hacen merecedores de protección
legal, con aquellos restos materiales ocultos debajo de la ciudad la situación
es aún peor.
Parece lógico que así sea, en la medida que gran parte de los restos
materiales de nuestro pasado se encuentran enterrados en calles, plazas,
edificios, etc., y que es difícil prever lo que puede aparecer en el subsuelo
durante las abundantes y variopintas obras que se multiplican por la ciudad.
El desarrollo urbano camina inexorable y responde, no sólo a la especulación y a la falta de sensibilidad desde diferentes instancias, sino que también
responde a las crecientes necesidades sociales y a la reivindicación de unas
mejores condiciones de vida de una población cada vez más numerosa.
Ahora bien, creemos que dentro de esta desigual batalla, entre la preservación de los restos arqueológicos de la ciudad y la transformación de ésta, se
pueden tomar muchas iniciativas positivas para la salvaguardia de nuestros
valores históricos y para su transmisión a las generaciones futuras.
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
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La intención es que las intervenciones arqueológicas no queden en una
documentación fría en la memoria de una excavación o en el acopio de
documentos centenarios, de lo que se trata es de aportarle memoria histórica a las edificaciones y a las partes de la ciudad nacidas en el presente y
que ocupan un solar, un terreno con pasado, en donde podemos identificar
las huellas de una sucesión de acontecimientos y transformaciones. Las
opciones para conseguir este objetivo son múltiples, tantas como problemas
y soluciones se hayan planteado en el quehacer de la arqueología urbana.
No obstante, desde la posibilidad de reintegrar esos vestigios del pasado,
bien in situ, bien trasladados, la construcción de placas conmemorativas,
paneles explicativos, hasta la modificación parcial del proyecto original de
obra que pudiera afectarlos, el propósito es el mismo, reafirmar, que la ciudad posee un rico pasado y que es posible salvaguardarlo en gran medida,
sin excesivos esfuerzos y sin demasiados costes. La gratificación que supone
rescatar y prolongar en el tiempo una par te del patrimonio histórico
urbano, alienta y anima a repetir la experiencia y acrecienta la demanda
social por conseguirlo.
Es cierto, que en muchas ocasiones una parte del vecindario afectado
por obras, cuando se cierra una calle, se levantan las aceras, etc., se muestra
hostil a los trabajos de excavación. Ahora bien, no es menos cierto, que esa
actitud puede cambiar radicalmente, con una buena información, con el
estímulo de la participación directa de los vecinos en el proceso de investigación de campo y, por supuesto, manteniendo una exquisita profesionalidad, tanto en el rigor de la metodología empleada, como en la celeridad de
los trabajos, o en aportar soluciones parciales que no bloqueen innecesariamente la resolución de los problemas sociales que generan este tipo de
hechos. En definitiva, tiene que ofrecerse una imagen de respeto y comprensión mutua, desde el punto de vista del interés científico-patrimonial y
desde el punto de vista de las necesidades colectivas. Ello debe plasmarse
en un intercambio solidario de soluciones conjuntas. No pocas veces hemos
observado, como ocurrió en la Plaza de San Antón en Agüimes, o en el propio caso de la calle Rosarito que los vecinos querían participar directamente, u ofrecían todo de tipo de ayuda material.
Hay que tener en cuenta, que los espacios públicos, calles, plazas, avenidas, etc., favorecen la concentración y la movilidad humana, el intercambio
de opiniones, etc. Esta realidad se ve aún más acentuada en las grandes ciudades y, en particular, en aquellos centros históricos sometidos a importan-
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
tes transformaciones. La población pese a la rutina y a la vida acelerada, a la
falta de observación y reflexión sobre el medio en el que se desenvuelve,
en ocasiones percibe cambios a pequeña escala, de una calle, de un árbol, de
una fachada, etc., y se detiene de pronto a tomar consciencia de la evolución de su calle, de su ciudad, que son, en definitiva, sus propios cambios.
Pero no sólo eso, cuando lo que descubre es un pasado que no conoció
y que estaba debajo de su casa, de su calle, cuando observa viejos cimientos
de edificios de otra época, restos de vajillas, tinajas, alimentos, que percibe
que ya no tiene que ver con su realidad presente, y, sobre todo, cuando lo
que aparece a pocos metros de su casa o debajo de la acera que a diario
recorre, son restos humanos, entonces la historia, el pasado, va más allá de la
curiosidad y entra en una interesante reflexión y en un animado debate.
La experiencia para otras ciudades, y en particular para la de Las Palmas
de Gran Canaria, es muy enriquecedora. Cada ciudad tiene “sus propios
muertos”. Y este hecho ayuda al imaginario colectivo a reinterpretar su
pasado tomando como base a una serie de hitos, que se repiten, sobre todo
por tradición oral. Contribuir a dar a conocer diferentes etapas del pasado,
que puedan enriquecer el nivel cultural de nuestra población es un deber
de quienes poseemos herramientas para hacerlo. Pero no sólo informar y
difundir, también es importante desmitificar, o bien dotar de su verdadero
sentido histórico lo que está de forma muy primaria en la memoria colectiva.
Lamentablemente, ocurre que la intervención arqueológica muchas
veces se hace de espaldas a la gente, no hay un intercambio de experiencias.
Se obtiene la información y se extraen los materiales que siempre han
estado allí, a pesar de encontrarse en su mayoría ocultos, se meten en cajas,
y se acaba la intervención, sin dar ni la más mínima información al vecindario
de lo ocurrido durante las excavaciones, hecho que ha roto la monotonía
del barrio y de las personas inquietas y preocupadas por conocer un poco
más su historia.
La excavación de la calle Rosarito que ahora presentamos, como ha
sucedido en otras ocasiones, si bien no se ha escrito demasiado sobre estas
experiencias directas de participación social, aporta interesantes valoraciones sobre la relación que los vecinos tenían con los hallazgos, sus comentarios, su percepción del valor del patrimonio histórico, etc.
Todo ello, permite acceder no sólo a la conciencia general que los ciudadanos tienen del patrimonio histórico de su ciudad y, en concreto, del
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
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arqueológico, sino la transformación que esa conciencia experimenta con la
obtención de nuevos conocimientos de su realidad inmediata a través de la
intervención arqueológica. La vivencia directa y cotidiana con la propia excavación, donde las preguntas que van surgiendo en el proceso de aparición
de los hallazgos, se torna en un debate colectivo, abierto a las más variopintas interpretaciones. Este hecho hace que la gente sienta como suyo el propio proceso de interpretación histórica.
Este planteamiento, muchas veces trasciende a lo anecdótico, al ámbito
de la psicología colectiva, o de los mecanismos de participación social, y
contribuye de forma no poco importante, a afinar determinadas valoraciones, dentro del proceso interpretativo, desde el punto de vista científico.
Datos como los tipos de suelos preexistentes que los vecinos más viejos
conocieron en directo antes de la última expansión urbana, las antiguas alineaciones de la zona, obras que se llevaron a cabo con anterioridad, tipos
de cimientos que se empleaban en la zona, o cómo se construían éstos,
antiguos topónimos, e incluso valoraciones de tipo contextual, etc., pueden
ser de gran ayuda.
Estas reflexiones nos parecen de mucha importancia, y de ahí que queramos dar prioridad a la divulgación de estas intervenciones arqueológicas, en
la medida que es una de las vías que mayores posibilidades tiene para acercar el Patrimonio Histórico a la población y crear una conciencia positiva de
conservación y enriquecimiento cultural de nuestra ciudadanía.
La excavación y los estudios históricos de la calle Rosarito y, sobre todo,
los resultados obtenidos de las interpretaciones posteriores, nos aportan un
excelente ejemplo de reconstrucción histórica de un pedazo de ciudad,
apenas 2 metros cúbicos, que da a conocer una etapa puntual de nuestro
pasado de gran trascendencia.
Hoy no sólo es la información que nos brindan importantes documentos de nuestros Archivos sobre la invasión de Van der Does en 1599, también la arqueología apor ta por primera vez, las evidencias de los
protagonistas que sucumbieron en aquel acontecimiento, objetos (botones,
proyectiles,…) y pautas culturales (forma de enterrar, área donde se depositan los cadáveres,...). Ya la calle Rosarito, una pequeña calle de La Isleta, nos
ha revelado que contiene la evidencia de aquello que se representa en los
dibujos y las descripciones de las entradas de los holandeses por el Puerto,
la zona donde estaban atrincheradas las compañías de Telde y de Agüimes,
fue testigo de una importante refriega, que costó la vida a varias decenas de
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
hombres, sobre todo holandeses. Ya sabemos, que sin ánimo de levantar
toda la calle, ni de desplazar a los vecinos del lugar, ni de detener la historia,
ante la posibilidad de nuevas obras públicas o de edificar en algún solar de la
zona, tenemos que estar atentos para identificar nuevos hallazgos de unos
hechos que ahora se concretan en importantes evidencias materiales.
Pero la vigencia histórica de este espacio no comienza a finales del s. XVI,
cabe recordar su significación durante un largo período de ocupación por las
poblaciones de antiguos canarios que habitaron La Isleta y que dejaron aquí los
restos de una importantísima necrópolis. Sin duda, se produjo un destacado
aprovechamiento de los recursos marinos de las playas y veriles que bañaban
el área que aquí estudiamos, y que podemos observar, parcialmente, en los
depósitos sedimentarios arenosos donde estaban situados los enterramientos.
Sabemos también, que en este entorno se levantaron las pocas edificaciones que desde la Conquista hasta mediados del s. XIX surgieron al
nor te de la vieja ciudad, más allá del espectacular istmo arenoso, hoy
desaparecido. A la ermita de Nuestra Señora de la Luz y el Castillo, fundados a finales del s. XV por Juan Rejón, se une, posiblemente desde el
s. XVI, un mesón, la casa del guarda y alguna que otra edificación, según
se desprende de diversos planos de la época, como la copia de Próspero
Casola de 1599, en el que se describe el ataque de los holandeses y se
representan algunas edificaciones donde estaban las compañías de Telde y
Agüimes, el de P. A. del Castillo de 1686 o el del ingeniero A. Riviere de
1742, etc. Estas construcciones estaban situadas precisamente en las
inmediaciones de la actual calle Rosarito.
Además de su papel defensivo, religioso, o de avituallamiento para el tráfico
comercial, esta área fue testigo del aprovechamiento de diversos recursos
durante estos últimos cinco siglos, tales como la obtención de piedras volcánicas, recolección y caza y, sobre todo, los derivados de la pesca, como lo atestigua el investigador francés René Verneau al mencionar el estacionamiento
temporal de pescadores, fundamentalmente llegados de Telde aunque también
de otros lugares, en las costas de La Isleta: “Los antiguos insulares tenían allí una
inmensa necrópolis que desaparece rápidamente. En 1878 no existían en el Puerto
de La Luz sino tres o cuatro casas. A veces se veía un campamento de pescadores
venidos de Telde. Llegado el atardecer, estos desgraciados plantaban en la arena
algunas estacas que unían en lo alto, cubrían esta estructura con una estera de
hojas de palmera y así tenían un refugio donde pasar la noche. Una simple estera
extendida en el suelo servía de cama a toda la familia. Era un espectáculo curioso
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
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contemplar a esa gente andrajosa preparar al aire libre la cena. Los niños se revolcaban en la arena, las mujeres limpiaban al resplandor del fogón el pescado del
que se compondría su cena, los perros se disputaban los desperdicios y, durante ese
tiempo, los hombres estaban tendidos en la playa” (1981: pág.164).
Los restos que aquí estudiamos, permanecieron enterrados en lo que
parece ser una fosa común correspondiente a la refriega ocurrida en esta
zona, durante el ataque de Van der Does. Lo sorprendente de este hecho,
es la proximidad de este enterramiento al mar, sobre todo si tenemos en
cuenta algunas crecidas de las aguas que lo cubrirían ocasionalmente, como
ocurrió durante el maremoto que destruyó Lisboa en 1756 y que afectó
también a las islas: “..y solo en el puerto Principal de esta Ysla, nombrado el
Puerto de la Luz, distante una corta legua de la ciudad, se vio entrar el mar, e
innundar la Hermita que allí ai de Nuestra Señora de la Luz, y aviendose retirado y puesto su orilla como un tiro de pistola dentro de su antiguo limite, descubrió el caco de un navío, de cuio naufrajio no ai memoria, y dejó la Hermita
llena de Pescado (AHN. Sección Estado. Legajo 550. 1756)
Por último, sabemos que este espacio sepulcral, pasó paulatinamente de
estar en una playa arenosa a estar debajo de una calle, a medida que se
expandía la ciudad a finales del s. XIX.Ya en XVIII, se observa el trazado de
la calle Rosarito, aunque sin dicha denominación. Será en el plano realizado
en 1914, cuando aparezca por primera vez el nombre actual de la calle, y
que según Juan Medina Sanabria hace referencia a María del Rosario de las
Llagas Vázquez, hija del Sargento Llagas, que fue alcaide del Castillo de la
Luz, mayordomo de la ermita y propietario de 6 almacenes en el entorno
del mesón que estaba en las inmediaciones de la calle objeto de nuestro
estudio. Esta mujer, a la que la tradición popular quiso inmortalizar en el
callejero de la ciudad, estuvo a cargo de la ermita de la Luz y del mesón del
Puerto, falleciendo en 1887.
Sirva esta introducción, para reafirmar la importancia de la arqueología
urbana, no sólo del viejo casco histórico, sino de pequeños y humildes rincones, como la calle Rosarito que encierra el recuerdo de aquella popular
mujer, testigo del vertiginoso e imparable crecimiento urbano de Las Palmas
de Gran Canaria, a partir del s. XIX. Su historia se superpone a la de tantas
personas que vivieron en ese mismo pedazo de ciudad, incluso para morir,
como fue el caso de los dos individuos, cuyos restos pasamos a describir y
que nos aportan por primera vez, importantísimos datos sobre uno de los
acontecimientos más dramáticos y determinantes de la evolución de esta
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
ciudad: el ataque e invasión de Van der Does, en el año 1599. Una ciudad
que a mitad del s. XIX, se precipitó hacia el norte, para agarrar para siempre
esa islita volcánica que la observaba y dominaba desde antaño, enterrando,
aún más si cabe, estos restos que ahora extraemos del olvido.
La presente publicación es pues un motivo de alegría, tanto por el conocimiento que aporta, como por que ratifica esa posibilidad de conjugar
pasado y presente en una carrera contrarreloj en la que todos somos vencedores. Tan sólo nos resta reivindicar que intervenciones como la de la
calle Rosarito, sustentada en un trabajo serio y minucioso, se conviertan en
el modelo a seguir en pro de un objetivo común: conocer y proteger nuestro Patrimonio Histórico.
JOSÉ DE LEÓN HERNÁNDEZ
INSPECTOR DE SERVICIO DE PATRIMONIO HISTÓRICO
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EL DEPÓSITO
ARQUEOLÓGICO
.......................
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Estudio arqueológico del depósito funerario
Consideraciones preliminares
Cuando nos informaron del hallazgo de restos humanos en unas obras
que se estaban llevando a cabo en la zona de La Isleta, en ningún momento
imaginamos que meses más tarde terminaríamos “embarcados” en un proyecto de publicación en el que se recogiera la descripción y el proceso de
elaboración explicativa que aquel descubrimiento generó. Al contrario, inicialmente parecía tratarse de una sencilla intervención arqueológica de
urgencia, a la que se llegaba in extremis, y en la que tan sólo había que recuperar un pequeño conjunto de huesos humanos, que ni siquiera correspondían a un individuo completo.
Esta consideración se entenderá mejor si recordamos que las intervenciones de urgencia suelen funcionar, en la inmensa mayoría de las
ocasiones, como meras labores de recuperación de materiales arqueológicos en un lapso de tiempo francamente reducido y, en más de una
ocasión, a remolque de un daño ya consumado. Es evidente, como se
desprende de esta observación, que en este tipo de intervenciones no
es una norma habitual contar con estudios específicos, ni mucho menos
el dar lugar a proyectos de investigación interdisciplinares. Además, si a
esta realidad se añade la limitada representación y deterioro del depósito al que vamos a hacer referencia, se explica, por una par te, la sorpresa, pero sobre todo el destacado interés que ha desper tado el
hallazgo de la calle Rosarito.
Huelga comentar el acierto que representó la pronta intervención de
las instituciones competentes en materia de Patrimonio Histórico, en este
caso concreto la unidad de Patrimonio Histórico del Cabildo de Gran
Canaria, cuya actuación permitió asegurar un trabajo pormenorizado y
riguroso de recuperación de los restos1. Esta afirmación cobra sentido,
1. Para no crear confusión es preciso explicar que no se trata de laurear una actuación que, por otra
parte, no constituye más que una obligación para las instituciones con competencia directa en el
Patrimonio Histórico. El hecho es que por infrecuentes se convierten en acciones a destacar; mientras que abundantes casos de dejación y desidia se repiten con demasiada frecuencia en todos los
rincones del Archipiélago, hasta el punto de convertirse en la norma a la que estamos acostumbrados. Por supuesto, siempre y cuando tengamos la oportunidad de ser conscientes.
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
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más que nunca, dada las específicas características del depósito al que se
alude, en el que la información relevante no se sustenta tanto en la presencia de unos restos humanos, sino en cómo se encontraban dichos restos. En este caso, la lectura histórica del sitio sólo era posible a partir de
la práctica arqueológica. De otra forma, nada hubiera significado la
extracción de una serie de huesos que, por sí mismos, no aportan ningún
dato para su explicación.
Una vez emprendidos los trabajos de campo, el primer objetivo se centró en dilucidar la naturaleza del yacimiento sobre el que se estaba interviniendo. El reconocimiento inicial del lugar efectivamente ponía de manifiesto
la existencia de lo que parecían ser los restos parciales de un individuo, sin
que en la zona descubierta se pudiera apreciar cualquier otro tipo de evidencia asociada que permitiera aclarar el contexto cronocultural al que
correspondería el sujeto en cuestión. En general, los datos disponibles previos a la intervención arqueológica se podrían resumir en el hallazgo casual
de unos restos óseos con motivo de la apertura de una zanja, para las obras
de adecuación y dotación de infraestructura urbanística que afectaron a la
actual calle Rosarito, de La Isleta, en el Municipio de Las Palmas de Gran
Canaria. El contexto general que acogía al depósito corresponde a un sustrato arenoso, propio de esta zona litoral, y en éste no se reconocía ningún
elemento constructivo que pudiera vincularse al repertorio de huesos que
allí estaban enterrados.
Ante este panorama, el primer interrogante que se nos plateaba era
intentar conocer a qué formación social correspondían los restos del individuo que las obras habían hecho aflorar. En definitiva, había que descubrir si
se trataba de un enterramiento de época prehispánica, o si, por el contrario,
correspondía a la inhumación de un cadáver, de cronología más reciente,
adscrito al periodo que de forma convencional se designa histórico, esto es
desde finales del siglo XV hasta la actualidad.
A priori existía una probabilidad muy alta de que el primer enunciado
cobrara validez; sobre todo teniendo en cuenta los antecedentes de otros
enterramientos prehispánicos de características relativamente similares en el
centro urbano de Las Palmas de G.C., incluida La Isleta, a lo que se añaden
además las referencias etnohistóricas que sitúan en este ámbito una importante necrópolis aborigen. Sin embargo, los datos que se iban derivando de
las excavaciones, muy pronto hicieron descartar esta hipótesis en favor de la
teoría que sitúa estos enterramientos en época histórica. Las conclusiones
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
derivadas de los rasgos bioantropológicos, las particulares condiciones de la
inhumación y los escasos materiales a ésta asociados, así permitían corroborarlo.
Una vez emprendidos los trabajos de campo, las expectativas y planteamientos iniciales con los que había comenzado la intervención van a ser
rápidamente superados. Junto a la mera recogida de un conjunto de huesos
más o menos preservado, se iba perfilando la posibilidad de documentar un
depósito excepcional, por la novedad que revisten las cualidades de este
enterramiento desde el punto de vista de la Arqueología Histórica en el
Archipiélago. De la elaboración de los datos contrastados en las labores de
campo y los resultados del posterior análisis especializado en el laboratorio,
se colige la presencia de dos individuos varones, inhumados en una fosa
abierta en la arena con unas condiciones muy especiales, fundamentalmente
en lo que respecta a su posición boca abajo, y al hecho de que sus extremidades quizá se encontraran atadas en el momento de la muerte, entre otras
particularidades.
No obstante, y a pesar de los relevantes datos recopilados, son muchas
las limitaciones que nos impone el importante deterioro que ha experimentado este depósito a lo largo de los años. En primer lugar, la ubicación costera y la propia naturaleza arenosa del sustrato que acoge los
enterramientos influye notablemente en la mala conservación de los restos
orgánicos, provocando en gran medida su desaparición. A ello habría que
añadir las importantes alteraciones sufridas en época reciente como consecuencia de la removilización de sedimentos por las obras para la canalización de las aguas residuales. En este aspecto no sólo nos referimos a las
obras que dieron lugar al hallazgo, en febrero del año 2000, sino que previamente, en los años treinta, la instalación de la primera canalización significó
la destrucción de una porción destacada del depósito, originando la pérdida
de parte de los dos individuos enterrados en ese lugar. Asimismo, las filtraciones de aguas residuales que en éstas se han producido, han terminado
por contaminar completamente los restos que se conservan, impidiendo
con ello la posibilidad de cualquier tipo de analítica encaminada a determinar su cronología exacta. Si además, a esta última circunstancia, se une la
bajísima representación de cualquier otro tipo de materiales arqueológicos
asociados a los cadáveres, se entenderá la dificultad para llegar a conclusiones precisas sobre todos aquellos acontecimientos que envolvieron la presencia de estos dos individuos en las playas de La Isleta.
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
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El objetivo del presente trabajo es dar a conocer los resultados obtenidos a partir del estudio arqueológico de los restos recuperados en la calle
Rosarito. En éste se aportará la información derivada del estudio bioantropológico, y arqueológico en general, del depósito exhumado. No obstante, y
pese a las dificultades ya comentadas para dilucidar con exactitud la realidad
social que envuelve a este hallazgo, los resultados de la investigación nos han
dirigido a la valoración de ciertos aspectos históricos que afectan a la ciudad
de Las Palmas de Gran Canaria a lo largo del Antiguo Régimen, y en concreto aquellos episodios relacionados con los ataques corsarios más relevantes que sufre la población capitalina, entre los que, sin duda, va a ostentar
un papel protagonista el efectuado por la flota del holandés Van der Does.
Quizá el lector podrá juzgar que los datos que barajamos no resultan del
todo definitivos para establecer una relación directa entre los cuerpos enterrados en la playa de La Isleta y los enfrentamientos armados que se suceden con motivo de los asaltos corsarios a la isla. Pese a ello, creemos
sinceramente que nuestro trabajo no se puede limitar a un mero listado,
más o menos profuso, de los elementos que integraban el depósito; al contrario se trata de extraer su significado y sentido histórico, construyéndolo
de una forma coherente y argumentada a partir de la interpretación de las
evidencias que han llegado hasta la actualidad. De esta manera, lo que se inició como un ejercicio de reflexión acerca de los posibles acontecimientos
que podrían haber dado lugar a un depósito de estas características, poco a
poco fue cobrando sentido en relación con el ataque del corsario holandés,
aún a sabiendas de que nos faltan piezas esenciales para revelar en toda su
magnitud los secretos que encierran estos restos. Por otra parte, justificamos el interés de esta publicación ante la destacada ausencia de referentes
de esta índole que permitan profundizar, desde la existencia de evidencias
materiales, en un episodio histórico concreto, como puede ser en este caso
el resultado de un enfrentamiento violento entre distintas poblaciones; y
como no, servir de elemento comparativo para futuros trabajos que pudieran surgir en esta línea.
En este sentido, se conjugan los resultados de la investigación arqueológica y documental con la intención de abordar, por una parte, todos aquellos elementos que definen el depósito arqueológico y, por otra, recuperar la
significación histórica de los sucesos que lo originaron, aún a pesar de las
dificultades a la hora de articular la información disponible. De cualquier
forma, e independientemente del alcance interpretativo, hay que resaltar la
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
importancia que entraña el descubrimiento y la oportunidad de estudiar
cualquier bien patrimonial de nuestro pasado, más aún si, como en el caso
del depósito que nos ocupa, se concitan una serie de particularidades no
documentadas con anterioridad en el registro arqueológico de la isla.
Atendiendo a esta misma argumentación, el contenido de la presente
publicación se ha estructurado sobre la base de tres apartados principales.
En el primer bloque se exponen los resultados detallados del análisis arqueológico del depósito funerario, haciendo hincapié en los datos generados a
partir del estudio bioantropológico de los restos óseos y la especial naturaleza de los escasos materiales a éstos asociados. En el segundo, la información arqueológica resultante se articula para penetrar en las particulares
circunstancias que concurren en un depósito de estas características, a la vez
que se plantea una propuesta explicativa relacionada con el enfrentamiento
armado y las consecuentes bajas que acarrean los ataques, aludiendo en
concreto al desembarco de Van der Does por constituir la ofensiva que
mostró una mayor trascendencia en cuanto al número de víctimas mortales
y que cronológicamente mejor encaja con los datos de que se dispone.
Finalmente, en el tercer apartado se presenta una contextualización histórica general sobre la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, que cronológicamente atiende a las centurias en las que se enmarca el depósito
arqueológico, esto es finales del s. XVI y comienzo del XVII. Si bien se presta
especial atención al quinientos como fase fundamental en la que se configuran los rasgos estructurales que definirán el carácter de la urbe. También se
incluye en este bloque una descripción de los aspectos más relevantes que
tuvieron lugar en las jornadas de 1599 con el asalto a Las Palmas de Gran
Canaria de la flota holandesa capitaneada por Van der Does.
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LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
El patrimonio arqueológico en los contextos
urbanos. El caso de la calle Rosarito
La demanda generada por la sociedad actual de conocer y salvaguardar su
Historia como rasgo distintivo de una identidad propia, de la cultura a la que se
pertenece, junto al lógico crecimiento de las ciudades y su remodelación a través del tiempo, precisa de soluciones donde las distintas partes implicadas solventen de manera eficaz y equilibrada sus propias necesidades de desarrollo.
De ahí que, en los últimos años, se hayan emprendido toda una serie de medidas dirigidas a intentar compatibilizar ambos extremos. Sin duda, entre éstas
destacan las intervenciones arqueológicas desarrolladas en yacimientos claves
del Patrimonio Histórico Canario que se erigen en verdaderos monumentos
insignes, depositarios de un importante legado histórico, tanto para la etapa de
poblamiento que se sucede anterior a la Conquista Castellana de las Islas,
como para la que se produce con posterioridad a ésta2. Para el caso del
Patrimonio Histórico el objetivo no va dirigido a conservar la “ruina” o el vestigio arqueológico en el contexto donde se halla, sobre todo porque esta situación no siempre se puede conciliar con otros intereses sociales. De ahí que la
intervención arqueológica deba ser concebida y aplicada como el mecanismo
capaz de extraer toda la información que guardan estos restos para su explicación, rescatando con ello el conocimiento de un período concreto de nuestro
pasado, haciéndolo accesible y comprensible.
De hecho, la concreción de los principios que han de regir los planteamientos más básicos en materia de conservación sólo se garantizan cuando
el objeto se reviste de su verdadero significado. En caso contrario, únicamente se estaría procediendo a la acumulación sin sentido de objetos
carentes de cualquier utilidad, y que, a largo plazo, todos olvidamos por su
escaso valor. Por supuesto, de nada serviría un esfuerzo de tal calibre si la
aprehensión de ese pasado no revirtiera de manera inmediata en la población, siendo la difusión una pieza esencial del engranaje que da “vida” al
Patrimonio Histórico. Con ello se produce el acercamiento de la comunidad
2. Si bien en este panorama general hay que resaltar que la Arqueología Histórica en el Archipiélago ha
ido avanzando muy tímidamente, sin llegar a consolidarse como una auténtica línea de investigación.
En ello influye la condición de trabajos de urgencia a la que la mayor parte de estas intervenciones
han estado supeditadas.
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
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a esa “realidad pretérita” de la que forma parte, y sólo este conocimiento
permite disfrutar y valorar en toda su magnitud el auténtico alcance de su
significado. Por esta razón, extraer de la tierra el mensaje histórico que
entrañan estos lugares sólo tiene sentido si se cumplen los contenidos que
anteriormente hemos referido.
La evolución de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria provoca que
algunas de las manifestaciones más antiguas de su desarrollo histórico hayan
quedado ocultas en el subsuelo, imposibilitando con ello su directa percepción y, por tanto, haciendo muy difícil su inclusión en Proyectos de
Investigación Arqueológica o en el repertorio de medidas cautelares para la
conservación y protección de aquellos ámbitos de interés patrimonial. Por
esta razón, adquiere suma importancia la capacidad de intervenir rápida y
eficazmente ante un descubrimiento casual de esta naturaleza, asegurando la
recuperación de las evidencias materiales, pero también, en la medida de lo
posible y con un carácter prioritario, el contenido histórico que éstas encierran.
Los trabajos realizados en el yacimiento arqueológico de la calle
Rosarito se ajustan a la perfección a estas premisas. Especialmente porque
se trata de un enclave inmerso en un ámbito profundamente afectado por
ese proceso de expansión y remodelación urbanística que, ineludiblemente,
requiere la puesta en práctica de una serie de medidas encaminadas a evitar su destrucción, y entre las que, sin duda, como parte esencial, debe primar su estudio. En este sentido, no se trata simplemente de extraer restos
de un modo sistemático y ordenado, sino que el propósito fundamental de
estos trabajos es recopilar todos aquellos datos que nos permitan inferir
qué gestos culturales dieron lugar a tal depósito y explicarlos dentro de un
marco histórico particular. A la vista de lo señalado, no queda más remedio
que humanizar nuestro pasado, dotarlo de un sentido histórico en el que
las personas de tiempos remotos dejen de ser objeto inanimado de estudio y puedan reconocerse como parte indisociable de un legado que les
superó en el tiempo. Es lo que dará sentido a lo que hoy conocemos como
Patrimonio Histórico, un legado que debe ser explicado para reconocerlo
como propio.
Por otro lado, este hecho ha de ser compatibilizado con los intereses
sociales que generaron las obras de dotación de infraestructura en las que
se pusieron al descubierto las evidencias bioantropológicas que constituyen
el objeto del presente trabajo. Ante un hallazgo como el que se produce a
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
la altura del número 9 de la calle Rosarito, con la remoción de sedimentos
en las obras de saneamiento y mejora de la red de alcantarillado urbano, la
determinación de los trabajos a emprender reviste unas características particulares diferenciadas de aquellas que, habitualmente, definen la excavación
arqueológica de un yacimiento incluido en un Programa de Investigación
sobre cualquier período del pasado de la Isla, quedando indefectiblemente
condicionadas por las limitaciones espaciales y temporales que impone el
carácter de las obras.
No obstante, es muy importante entender que estas “circunstancias
especiales” nada tienen que ver con los resultados y la calidad de la investigación a realizar. No cabe duda que aquí radica uno de los principales “frentes de batalla” que actualmente envuelven a la práctica arqueológica. No
faltan quienes entienden que una intervención de estas características constituye una mera recolección de materiales, libre de cualquier proceso de
investigación. Incluso, defienden esta condición, sin necesidad de que el calificativo de “urgencia” medie en los trabajos arqueológicos. De aceptar esta
concepción, tendríamos que preguntarnos entonces qué objetivos se buscan
al emprender una excavación arqueológica y qué valor tienen los datos que
luego nos aportan estos trabajos, sobre todo teniendo en cuenta que en
Canarias la figura del arqueólogo y del historiador se encuentran indefectiblemente unidas. Por contra, es evidente que nuestro compromiso con el
pasado nos impide aceptar tales postulados, y sin duda los resultados del
estudio realizado sobre los restos de la calle Rosarito que aquí se presentan
constituyen hoy nuestro mejor argumento para reivindicar la investigación
arqueológica como investigación histórica. En definitiva, nuestra labor se
reduce a rescatar del olvido las vidas de otros hombres y mujeres que nos
precedieron en el tiempo y que, en el devenir de los años, han colaborado a
construir nuestra identidad.
Estamos plenamente convencidos de que con la intervención efectuada
en la calle Rosarito, al igual que sucede con otros muchos trabajos que en la
actualidad se realizan en Canarias, se asegura un doble objetivo que hoy se
materializa en la redacción de estas páginas.
El interés científico-patrimonial del yacimiento al que presta especial
atención esta publicación, máxime si se tiene en cuenta el estado general de
la investigación arqueológica en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.
Esta intervención ha posibilitado diversificar la información en torno a la
naturaleza y la potencialidad de los yacimientos que pueden hallarse en el
35
Cuadernos de Patrimonio Histórico
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subsuelo de la urbe. De este modo, se amplía el repertorio de datos disponibles sobre el “Patrimonio oculto” de Las Palmas de Gran Canaria y, en
especial, de un período poco conocido a través de su reflejo arqueológico.
La documentación aquí recogida viene a sumarse a las referencias en relación con el Patrimonio Arqueológico Histórico del Término Municipal y,
concretamente, al del ámbito que hoy ocupa el área urbana. La constatación
sistemática de tales sitios contribuirá de forma determinante a su efectiva
protección y conservación, colaborando así en el acrecentamiento de los
bienes culturales de los que hoy somos depositarios.
La intensa presión antrópica en el territorio insular requiere que se
aúnen esfuerzos entre las administraciones competentes en materia de
Patrimonio y los investigadores para lograr la documentación y protección
certera de esta herencia. Todo ello redundará en el enriquecimiento del
patrimonio arqueológico, sin que ello suponga ningún perjuicio a los que, en
última instancia, son los beneficiarios de este legado.
Por supuesto, todas estas cuestiones han de vincularse al imperativo de
que este tipo de trabajos revierta en la población, introduciéndonos de
lleno en el ámbito del interés social que ha de caracterizar al Patrimonio
Histórico. Huelga cualquier comentario sobre las evidentes ventajas que
supone el conocimiento pleno y exhaustivo del legado histórico para cualquier sociedad. Asimismo, como elemento básico del interés social, la efectiva difusión de los bienes arqueológicos constituye el mejor aval para que la
colectividad identifique este legado como algo propio y así contribuya a su
protección.
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Antecedentes del hallazgo
Como ya se ha señalado en páginas previas, a raíz de las obras de acondicionamiento de la red de saneamiento y alcantarillado en la calle Rosarito
de Las Palmas de Gran Canaria se puso de manifiesto un repertorio de restos esqueléticos humanos.Tal acontecimiento, sucedido el día 21 de febrero
de 2000, fue comunicado a los agentes de la policía local, quienes a su vez
notificaron el hallazgo a la Unidad de Patrimonio Histórico del Cabildo de
Gran Canaria.
De forma inmediata se cursó una inspección a este lugar, adoptándose la
paralización cautelar de dichos trabajos y proponiéndose la realización de
una intervención arqueológica que tuviera como objeto la recuperación de
las evidencias que aún pudieran conservarse. Ese mismo día los representantes de la Unidad de Patrimonio Histórico se pusieron en contacto con el
equipo encargado de acometer dicha labor. De este modo, el día 22 de
febrero se dio inicio a los trabajos arqueológicos de campo3, los cuales se
prolongaron hasta el día 27 del mismo mes. Estas labores se asumieron
como una intervención de urgencia, por lo que fueron desarrolladas con un
carácter intensivo, dadas las características del ámbito en el que se localizaba
el yacimiento, la naturaleza del hallazgo y del interés de las obras que se
estaban acometiendo en el lugar.
La expectación suscitada por estos trabajos se vio muy pronto reflejada
en una importante afluencia de personas que acudían a conocer directamente el hallazgo de la calle Rosarito. A lo largo de estas visitas, se puso de
manifiesto no sólo la curiosidad que genera este tipo de intervenciones, sino
también la trascendencia de la memoria histórica colectiva, así como el
reconocimiento del valor inherente que se atribuye a estos testimonios de
nuestro pasado.
3. Para ello contamos con la participación, como miembro activo del equipo, de T. Delgado Darias.
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LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Intervención y registro arqueológico
del depósito sepulcral
A lo largo de los últimos años las técnicas de intervención en enclaves
arqueológicos han sufrido una notoria y progresiva mejora, tanto por la introducción de nuevos sistemas de registro, documentación y valoración de estos
espacios, como por la especialización de los investigadores que han precisado
el modo más idóneo de recuperación de determinadas evidencias arqueológicas. Ello ha contribuido a dibujar un panorama de revitalización en las formas
de actuación en todos aquellos espacios que son testimonio de la actividad
humana del pasado, haciendo posible, a la vez, afrontar con mayores garantías
de éxito la reconstrucción de los procesos sociales que allí tuvieron lugar.
La actuación sobre cualquier depósito funerario requiere la puesta en
marcha de una metodología específica acorde a las características del
recinto sepulcral y a la naturaleza de la intervención propuesta en cada caso
particular. Con la aplicación de una excavación y un registro sistemático
podrá obtenerse el máximo aprovechamiento de la información que el o
los individuos incluidos en un espacio puedan aportarnos, pero también, y lo
que es más importante, de los procesos históricos que generaron, desarrollaron, y a veces perpetuaron, las formas de expresión social vinculadas al
hecho de la muerte.
Las sepulturas, en tanto que por definición constituyen el producto de
un acto intencional (J. Leclerc, 1992), han de ser reconocidas como tales,
debiendo considerar todos aquellos elementos que definen a cada uno de
los depósitos y al conjunto de ellos que pueden encontrarse compartiendo
un mismo espacio físico y/o conceptual. Es por esta razón que si bien un
contexto sepulcral debe ser entendido como una unidad, como reflejo de la
participación de un conjunto de gestos sociales, de igual modo ha de valorarse cada uno de los elementos particulares que definen el uso de este
enclave a lo largo de su desarrollo histórico.
La reconstrucción de los gestos y actitudes que ante la muerte presenta
cualquier población del pasado pasa invariablemente por un conocimiento
exhaustivo de la huella arqueológica de tales acontecimientos. De no ser así,
podría caerse en una generalización, parcial en la mayor parte de los casos,
39
Cuadernos de Patrimonio Histórico
40
que no siempre es fiel reflejo de la realidad a la que se pretende tener
acceso.
El análisis de los recintos funerarios y de las propias sepulturas ha de
comenzar desde el mismo instante en el que se inicia la intervención arqueológica. La aplicación de unos preceptos adecuados permitirá la identificación exacta de cada par te del esqueleto humano en los depósitos
sepulcrales, las modificaciones sufridas en su posición anatómica y su relación precisa con los elementos estructurales del espacio funerario, así como
con el resto de las evidencias arqueológicas documentadas en el sitio; propiciando de esta manera una visión global y dinámica del área funeraria.Todos
estos aspectos adquieren un especial protagonismo al abordar la excavación, estudio e interpretación de un depósito funerario con unas características tan singulares como las registradas en la calle Rosarito.
Durante muchos años los proyectos de actuación arqueológica centrados en yacimientos sepulcrales, así como las urgencias desarrolladas en
estos mismos ámbitos, priorizaban el recinto o el material arqueológico asociado a los cadáveres, en detrimento de los restos humanos allí depositados,
que han sido considerados en muchos casos de interés secundario (destinados fundamentalmente a los análisis de laboratorio que serían realizados a
posteriori). Baste un repaso rápido a la bibliografía existente sobre el tema
para darnos cuenta de la veracidad de esta afirmación.
No obstante, se puede asegurar que el estudio de todas las evidencias
recuperadas en cada espacio sepulcral, con independencia de su naturaleza,
constituyen una par te ineludible, de primer orden, para el proceso de
reconstrucción de los eventos sucedidos en ese lugar.Tal aseveración es aún
más notoria, si cabe, al hacer referencia a los restos humanos, ya que es precisamente en los enclaves sepulcrales donde este tipo de reper torios
alcanza una representación más elevada. Es evidente, por otro lado, que la
estimación de variables como el sexo de los individuos hallados en un lugar
funerario, la determinación de la edad de la muerte, el cálculo de la esperanza de vida, etc., conforman un conjunto de datos fundamentales no sólo
para la reconstrucción de dinámicas paleodemográficas, sino para explicar el
propio funcionamiento del enclave sepulcral, su desarrollo histórico como
representación total o parcial de un subconjunto poblacional (C. Masset,
1987). En virtud de lo expuesto, el análisis de un lugar sepulcral no debe
seguir limitándose a la valoración de aquellos aspectos que, apriorística-
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
mente, han sido significados más relevantes para la reconstrucción y comprensión de los gestos culturales allí desarrollados, sino que requieren de
una aproximación integral y dinámica en la que cada dato sea valorado en
todas sus dimensiones.
La intervención arqueológica en estos enclaves sepulcrales ha propiciado,
entre otras cosas, el planteamiento de nuevos cauces de discusión en torno
a las prácticas funerarias de las poblaciones que vivieron en Gran Canaria o
esporádicamente arribaron a ella sorprendiéndoles aquí la muerte. Los
aspectos señalados en páginas precedentes no constituyen más que algunos
planteamientos que guiaron las labores de campo en la calle Rosarito, así
como elementos de reflexión y discusión que se generaron entonces y que,
con posterioridad, han seguido estando presentes en cada fase del trabajo.
41
Proceso
de excavación.
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
El depósito funerario de la calle Rosarito
El hallazgo y estudio arqueológico de restos humanos en espacios arqueológicos con carácter no estrictamente funerario parece haber proliferado
de forma significativa durante los últimos años4. La bibliografía al respecto ha
puesto de manifiesto la gran importancia que adquiere el estudio de este
tipo de evidencias para un mejor conocimiento de las sociedades del
pasado. En este sentido, no sólo permiten una particular aproximación a la
respuesta dada por estos grupos al hecho de la muerte, sino que, a su vez,
abren nuevas vías para profundizar en otros aspectos directamente concernientes a las formas de vida de estas poblaciones. Ejemplos de “fosas comunes” originadas por matanzas, restos humanos en espacios domésticos
destruidos a raíz de enfrentamientos armados entre grupos humanos, accidentados, sacrificios, etc., son algunas de las explicaciones atribuidas a la presencia de restos humanos fuera de los contextos sepulcrales que son
propios del marco cronocultural en el que se inscriben. Unos hallazgos que
pueden remontarse a fechas tan tempranas como el Paleolítico y que, con
desigual frecuencia, han sido localizados en diversos ambientes espaciales y
temporales (J. M. Hamington y R. L. Blakely, 1995; M. Parker, 1999; C. Spenser,
2000).
Los restos esqueléticos hallados en la calle Rosarito, en principio, pueden
ser incluidos dentro de este amplio elenco de manifestaciones a las que
hemos hecho mención. Como trata de argumentarse en las páginas siguientes, este depósito aporta datos que testimonian unos acontecimientos históricos cuya manifestación arqueológica no había sido considerada hasta el
momento. Si bien es cierto que se trata de unas evidencias materiales limitadas y que son el producto de acontecimientos puntuales, no por ello
puede negarse su importancia en cuanto forman parte de una historia que
trasciende incluso el propio marco insular. Un hecho éste que va más allá de
la mayor o menor espectacularidad del material arqueológico, porque nos
4. Según Leclerc, los espacios funerarios se definirían como aquéllos en los que existe una intencionalidad evidente de realizar un gesto funerario mediante su normalización y estructuración como espacio reservado para rendir culto u homenaje a los difuntos (J. Leclerc, 1990). En este sentido sería
interesante debatir si, al menos, desde el punto de vista arqueológico, la presencia de restos humanos
constituye un hecho suficiente como para definir la naturaleza funeraria de un enclave determinado o
al menos en el sentido en que tal concepto es entendido.
43
Cuadernos de Patrimonio Histórico
44
acerca a unas realidades pretéritas de la mano de aquellos que, de un modo
u otro, fueron sus protagonistas.
No obstante, es necesario hacer algunas consideraciones que precedan a
la descripción y valoración de los bienes arqueológicos a los que se refieren
estas páginas. Estimaciones que aluden principalmente a las características y
circunstancias del descubrimiento a fin de que pueda valorarse en su justa
medida el alcance interpretativo que, de su análisis, pueda derivarse.
En primer lugar, y como ya se ha indicado, hay que señalar que la intervención a la que hacemos alusión en este texto, constituye un ejemplo de
excavación de urgencia, es decir, actuaciones arqueológicas que tienen
como objetivo prioritario la recuperación, documentación y estudio de bienes patrimoniales que ven peligrar su integridad o conservación por distintas circunstancias. Evidentemente ello condiciona aspectos tales como el
área sobre la que se centran los trabajos, limitándose normalmente a aquellos ámbitos directamente afectados por los agentes que motivan una intervención de esta naturaleza. En segundo lugar, en el momento en el que se
iniciaron los trabajos arqueológicos, el depósito funerario de la calle
Rosarito ya había sufrido una parcial alteración a consecuencia de las obras
de apertura de una zanja para la ubicación de la red de saneamiento. Ello
provocó la modificación de parte de uno de los dos cuerpos inhumados,
además de la destrucción de algunos de los elementos óseos que lo componían. Esta circunstancia, en cierta medida, constriñe la acción investigadora ya que la labor arqueológica requiere, para su óptimo desarrollo, que
la documentación y estudio se lleve a cabo sobre depósitos lo menos alterados posible, tal y como fueron “abandonados” por las poblaciones del
pasado5. A ello debe unirse, en tercer lugar, que estos restos humanos
habían sido alterados años atrás -en torno a la década de los treinta–
como resultado de las obras llevadas en la colocación de una tubería de
alcantarillado para una de las viviendas próximas6. Esta intervención en el
subsuelo produjo una modificación sustancial de los dos individuos allí inhumados.
Por todo ello, tan sólo se pudo registrar in situ los restos que aún permanecían intactos de un depósito que en origen era más complejo, a la par
5. En el mismo sentido, la actividad investigadora permite valorar qué cambios se han sucedido en un
relleno arqueológico, qué agentes los han originado y cuál es el alcance de tales modificaciones con
respecto al depósito inicial.
6. No tenemos noticias de que este hallazgo fuera revelado o denunciado a las autoridades competentes.
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Aspecto inicial
del depósito
que intentar una labor de reconstrucción para explicar las ausencias y alteraciones de las evidencias que en distintos momentos se habían visto perjudicadas por las acciones a las que antes nos referíamos. Sin duda, algunas de
las consideraciones a las que se podría haber llegado ven limitadas sus posibilidades explicativas, debiendo entrar, en más de una ocasión, en el difícil
campo de las hipótesis de trabajo.
Con la intervención arqueológica se puso de manifiesto la existencia de
un depósito simultáneo de dos individuos adultos. Se trata de sendos depósitos de carácter primario, siguiendo la terminología que a este efecto han
propuesto diversos autores (H. Duday et al., 1990). La sepultura primaria se
define como aquella que es consecuencia del aporte de un cadáver (o dos,
como es este caso) en “estado fresco7” en el lugar de depósito definitivo. Su
reconocimiento se centra principalmente en la observación de las conexiones anatómicas; ello significa que en el momento de manipular el cadáver
para su deposición en el área sepulcral, las conexiones y relaciones esqueléticas son todavía lo suficientemente sólidas como para impedir la desarticulación de los huesos vinculados anatómicamente.
De hecho, las articulaciones que presentan menor grado de resistencia
(articulaciones lábiles) son aquellas que normalmente aportan más información en este sentido, ya que su persistencia indicaría, en principio, que ha
7. Esto es, poco después de acontecida la muerte.
45
Cuadernos de Patrimonio Histórico
Restos parciales de
los dos individuos
documentados
46
existido un corto espacio de tiempo entre el fallecimiento y la inclusión del
cuerpo en el ámbito sepulcral definitivo. Las conexiones lábiles (las de las
manos o tobillos, por ejemplo) de los individuos localizados en la calle
Rosarito manifiestan claramente esta característica. En otros términos, no
sólo indican la naturaleza primaria de las deposiciones de los dos cuerpos
sino el breve intervalo temporal que debió existir entre el deceso y su enterramiento en este lugar8.
Hay que tener en cuenta que en muchas ocasiones los procesos de descomposición pueden generar alteraciones de las estructuras anatómicas,
planteando dudas en torno al carácter primario de un depósito. A tal efecto,
la liberación de espacios corporales propicia que, según la disposición del
cuerpo, la destrucción de zonas blandas favorezca la movilización de aquellas
relaciones anatómicas de menor perdurabilidad. Sin embargo, el elemento
más significativo de los que condicionan este aspecto es la posición conferida a ambos sujetos. Al estar los cuerpos colocados decúbito prono (boca
abajo), con los brazos cruzados bajo el abdomen, las débiles conexiones de
los huesos que conforman las muñecas (carpos) tan sólo muestran un limitado grado de movilidad. Este hecho constituye una de las evidencias más
8. De tal manera que, y según revelan los estudios de medicina forense, las articulaciones lábiles tardan
tan sólo unas semanas en perder sus vínculos anatómicos. Tal circunstancia marca un intervalo temporal, y unos parámetros bioantropológicos, que permiten la distinción entre un depósito primario y
uno de carácter diferido.
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Detalle del
individuo número 1
significativas en las que basar la naturaleza primaria del depósito y el escaso
espacio temporal sucedido entre el fallecimiento de los individuos y su
entierro en este lugar.
Además, la posición conferida a las extremidades superiores, así como la
persistencia de las relaciones anatómicas básicas en el momento del depósito, plantean que, cuando se produce la inhumación, al menos el sujeto
número 1, podría tener ambas manos atadas a la altura de las muñecas. La
desaparición del cúbito y radio derechos de este individuo, por las alteraciones derivadas de la canalización previa, no impiden la reconstrucción precisa
de la posición en que quedaron colocados ambos brazos. La proximidad de
la región de los carpos de ambas manos, así como la posición en la que se
encuentran, parecen indicar que, al producirse el entierro, las dos extremidades se encontraban sujetas por una cuerda u otro material análogo que no
ha persistido9.
Otra posibilidad es que los cuerpos se encontrasen protegidos por algún
tipo de elemento cobertor, que no haya resistido hasta la actualidad, con el
que se hubieran envuelto los cuerpos con anterioridad a su enterramiento.
9. Un hecho en absoluto extraño si se tienen en cuenta dos aspectos: por un lado, el carácter de las
condiciones medioambientales que afectan al paquete sedimentario (arena) que cubre los cuerpos,
principalmente unos niveles de humedad muy elevados y, por otro, el prácticamente seguro empleo
de algún tipo de materia prima orgánica, y por ello perecedera, en la confección de los elementos de
sujeción.
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
Posición anatómica
de las manos del
individuo número 1
48
Dicho fenómeno también explicaría la permanencia de la posición conferida
a las extremidades superiores, sus limitados movimientos postdeposicionales, así como la simetría del cuerpo en el momento de su deposición. No
obstante, la postura observada para las piernas del sujeto número 1 cuestiona, en cierta medida, el posible amortajamiento del cuerpo, o al menos
habría que aceptar que, en el caso de existir tal envoltorio, éste no hubiera
comprimido todo el cadáver de forma homogénea10.
La limitación de estas apreciaciones a un único individuo, que muestra
además una subrepresentación de elementos anatómicos, hace que ninguna
de las posibilidades reseñadas puede ser asumida o descartada por completo. De cualquier forma, de lo que no cabe duda es que la disposición en
la que fueron inhumados los cuerpos excluye la participación en este enterramiento de factores naturales, como podría ser la traída de los cadáveres
por el mar y que luego éstos quedaran cubiertos por la arena. Todos los
datos apuntan a una participación antrópica directa en el depósito de los
cuerpos, los cuales son intencionalmente colocados de un modo específico.
Estas circunstancias se vienen a sumar al conjunto de datos arqueológicos recabados y que manifiestan la singularidad de este depósito sepulcral
en comparación a los conocidos en actuaciones previas.
10. En concreto la pierna izquierda de este sujeto muestra una cierta flexión a la altura de la rodilla, así
como una ligera rotación anterolateral del fémur.
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Posición anatómica
de las piernas del
individuo número 1
Los trabajos de documentación arqueológica demostraron, de igual
forma, que los dos cuerpos habían sido enterrados simultáneamente en este
lugar. Las pruebas que llevan a mantener tal aseveración las proporciona el
estudio detallado de las relaciones microestratigráficas entre los dos sujetos.
Así, mientras que la mano izquierda del individuo número 1 se encuentra
parcialmente apoyada sobre el fémur derecho del número 2, el brazo
(húmero) de este mismo individuo se localiza bajo la extremidad inferior del
flanco derecho del sujeto número 1. Tales vínculos solamente pueden producirse en el caso de un depósito simultáneo.
Las inhumaciones simultáneas (también denominadas múltiples) son relativamente infrecuentes en los enterramientos de individuos adultos, y, en más de
una ocasión, suelen estar asociadas a muertes acontecidas en circunstancias no
“naturales”. A pesar de que las poblaciones del pasado padecieran unos índices
de mortandad más elevados que en la actualidad, las circunstancias que han de
darse para que acontezca el fallecimiento coincidente de dos sujetos adultos (y
en una edad en la que no se registran los mayores índices de mortandad,
como señalaremos más adelante) no son, cuando menos, frecuentes. A ello ha
de añadirse el hecho de que, aún contando con esta posibilidad, son realmente
extraños los ejemplos en los que ambos cuerpos son inhumados en una
misma fosa. Según la bibliografía disponible, en las excavaciones arqueológicas
de ámbitos sepulcrales posteriores a la conquista castellana de Gran Canaria,
no se han constatado ejemplos de sepulturas dobles.Tan sólo se ha señalado la
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
50
existencia de un posible caso de esta naturaleza para la necrópolis prehispánica
de Maspalomas (J. Rodríguez, 1992), suceso que se aleja cronológicamente de
las inhumaciones que ahora centran nuestra atención.
Otro aspecto, de indiscutible importancia a la hora de abordar la interpretación del conjunto funerario, lo constituye la disposición de los enterramientos. Pese a que, socialmente, bajo unas determinadas creencias, este
fenómeno suele estar en cierta medida normalizado, también ha de atenderse a la singularidad de cada caso concreto como reflejo de unas condiciones particulares en la respuesta de un colectivo ante el hecho biológico
de la muerte de una o varias personas. La intervención arqueológica en la
calle Rosarito ha permitido documentar unos comportamientos funerarios
sumamente particulares, tal y como se expondrá a continuación.
En las dos inhumaciones, a pesar de las notables alteraciones de las que
fueron objeto, se detectaron unas pautas homogéneas en lo que al modo
de enterramiento se refiere. Puede decirse, en términos genéricos, que los
dos individuos fueron enterrados en posición decúbito prono extendido
(boca abajo). Las ligeras modificaciones registradas con respecto a esta disposición común, respondían, más que a una intencionalidad manifiesta, a las
variaciones propias de la morfología del depósito sepulcral: irregularidades
del fondo de deposición, ligeros fenómenos de compresión lateral provoca-
Depósito sepulcral de la calle Rosarito
individuos 1 y 2
Depósito funerario
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
das por el contacto de los cuerpos con los perímetros laterales de la fosa,
etc. En cualquier caso, estos detalles no supusieron una modificación sustancial de la intencionalidad en la posición que se quiso otorgar a los cuerpos,
por lo que en ambas inhumaciones intervienen los mismos gestos.
Sendos cadáveres manifestaban un importante grado de simetría entre
ambos lados del cuerpo, hecho lógico por otro lado dada la configuración original del depósito. El eje axial de los cuerpos sigue una línea constante, definiendo
a todo el enterramiento. No obstante, a cada uno de los cuerpos se les confirió
una orientación diferente. En otras palabras, mientras que en el individuo
número 1 el cuerpo se orientaba aproximadamente en dirección noreste, el del
número 2 fue colocado en sentido opuesto, dirigiéndose hacia el suroeste11.
Como indicábamos, las manos del individuo 1 se disponen, una encima
de la otra (la derecha bajo la izquierda), bajo la zona abdominal12, cruzadas a
la altura de la región de las muñecas. Lamentablemente no puede señalarse
ninguna referencia en este sentido para el sujeto número 2, en función del
importante grado de alteración que mostraba en el momento de la intervención arqueológica. Sin embargo, la marcada paridad en la disposición de
las partes esqueléticas que se conservan en los dos casos permite plantear
a modo de hipótesis la repetición de este gesto inhumatorio.
Afección de la
antigua tubería
sobre los
enterramientos
11. Utilizando el cráneo como referencia.
12. Con las palmas de las manos dirigidas hacia la cavidad abdominal.
51
Cuadernos de Patrimonio Histórico
52
Los dos enterramientos fueron practicados en una misma fosa, directamente abierta en la arena. En los trabajos de excavación no se constató la
existencia de ningún elemento contenedor en el que fueran colocados los
cadáveres a la hora de darles sepultura. Un claro ejemplo de ello podrían
ser los ataúdes, que sí han sido documentados en las prácticas inhumatorias
efectuadas en recintos eclesiales entre los siglos XVI y XVIII. Ha de descartarse la idea de una desaparición más o menos rápida de cualquiera de
estos elementos, a pesar del posible deterioro que pudiera determinar la
naturaleza del sustrato en el que se practicó la inhumación. De ser así, la
observación de las relaciones y conexiones anatómicas lo hubiera revelado
de forma clara.
La inclusión de los cuerpos en la fosa entrañaría que sus restos pasaran a estar en contacto directo con la arena. Por tanto, se produce un
fenómeno de descomposición en “espacio colmatado”. Éste se caracteriza por una progresiva sustitución de los volúmenes corporales por la
matriz sedimentaria que cubre la inhumación. A raíz de este hecho, quedan limitados los movimientos de desarticulación anatómica, persistiendo,
en mayor o menor medida, la posición original de la deposición. El relleno
de los espacios libres generados por los procesos de descomposición
puede clasificarse, según los cambios postdeposicionales, en dos tipos:
progresivo y diferencial. En el primer caso, el sedimento sustituye directamente las partes blandas eliminadas, con lo cual se reduce al mínimo la
posibilidad de desplazamientos de las piezas óseas. En el segundo, este
proceso tendrá un carácter más paulatino, de modo que el acceso del
sedimento se produce más lentamente y de forma no homogénea. De
esta manera, puede detectarse la existencia de movimientos postdeposicionales que produzcan una alteración, de grado desigual, en las conexiones y relaciones anatómicas. Estos aspectos, que a priori podrían ser
considerados triviales, son de gran importancia a la hora de abordar el
estudio de cualquier depósito sepulcral. El análisis pormenorizado de la
circunscripción e intensidad de estas variaciones en el depósito funerario
de la calle Rosarito demuestra que en el conjunto esquelético se produjo
un relleno progresivo que impidió el desplazamiento de los restos óseos,
descartando con ello que los cuerpos se encontrasen incluidos en algún
tipo de elemento contenedor.
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Análisis bioarqueológico
La edad y el sexo de los individuos
Se entiende que dadas las especiales condiciones del material bioantropológico recuperado, el diagnóstico de estos dos parámetros paleodemográficos básicos es uno de los objetivos más impor tantes en la propia
explicación del depósito sepulcral. La determinación de la edad en la
muerte de los individuos y el sexo al que pertenecían, constituyen aspectos
necesarios a la hora de acometer un estudio global de cualquier conjunto
de restos humanos, independientemente de su referente cronológico o cultural.
El sexo
Para la identificación del sexo se utilizó un método directo de diagnóstico. Los criterios de discriminación sexual empleados fueron los habituales en cualquier estudio de esta naturaleza (Ferembach et al., 1979; W.
Krognan y M. Y. Iscan, 1986, D. R. Brothwell, 1987). Los elementos anatómicos que proporcionan un mayor índice de distinción en este sentido
son la pelvis y, a mayor distancia, el cráneo. Dado que este último elemento no se conservaba (salvo algunos fragmentos), el criterio diagnóstico empleado fue el análisis macroscópico de las palas iliacas. En los
coxales se observaron todos aquellos parámetros que pudieran servir de
elemento básico de distinción: sínfisis púbica, ángulo subpúbico o subpubiano, rama isquio-púbica, escotadura ciática y morfología general de la
pieza ósea13. A ello se sumó la observación general del esqueleto postcraneal (robustez, inserciones musculares, etc.) con el fin de determinar
aquellos rasgos predominantes en estos individuos. La estimación del
sexo mediante los parámetros esqueléticos descritos proporciona un
coeficiente de certeza bastante elevado (en torno a un 95% de intervalo
de confianza).
13. Asimismo, y a fin de completar el examen, se tuvieron en cuenta las características morfológicas y
dimensionales del agujero obturador, acetábulo, etc.
53
Cuadernos de Patrimonio Histórico
En función de los resultados obtenidos se comprobó que los dos sujetos
constatados en la intervención en la calle Rosarito corresponderían a sendos individuos masculinos.
54
La edad
Determinar la edad de la muerte de los individuos documentados fue el
otro parámetro paleodemográfico básico que trató de establecerse. La estimación de la edad biológica de ambos sujetos participaría de forma esencial
en la propia interpretación de este depósito sepulcral, su dinámica de funcionamiento y el esclarecimiento de aquellos acontecimientos históricos que
pudieran explicar su origen.
La determinación de la edad se llevó a cabo atendiendo a aquellos criterios bioantropológicos más precisos, aunque como era de esperar, no
fue posible seguir los mismos procedimientos en todos los restos observados. Como señala D. R. Brothwell (1987: págs. 94-95): “la evaluación de la
edad basada en restos esqueléticos tiene bastantes más probabilidades de
ser exacta cuando se trata de individuos que no han alcanzado la madurez o
de adultos jóvenes. Los restos de personas de más edad presentan un problema mayor, y cuando se trata de poblaciones no contemporáneas resulta
difícil estar seguros de que los cambios producidos por la edad se produjeron
a las mismas edades que en las poblaciones modernas y que presentaban
idéntica variabilidad grupal. La investigación sobre el envejecimiento del esqueleto dista mucho de haberse completado”. Por estas razones, independientemente del método empleado, siempre habrá que contar con un cierto
grado de incertidumbre, debiendo mantenerse, por tanto, las debidas cautelas en todas aquellas consideraciones que lleven implícitas la contemplación de esta variable14.
Al igual que ocurría con el sexo, la identificación de la edad a la que
falleció un individuo tiene un índice menor de error en aquellos registros
óseos que conservan una representación esquelética más completa. En
este caso, se consideraron varias propuestas de diferentes autores
(Ferembach et al., 1979; W. Bass, 1987; D. R. Brothwell, 1987; C. Masset,
1989; R. S. Meindl y C. Lovejoy, 1989; J. Kilian y Vlcek, 1989; M.Y. Iscan,
14. Como recoge W. R. Maples (1989: pág. 323): “age determination is ultimately an art, not a precise
science. Many areas of scientific data must be evaluated, but the final best estimate results from subjetive weighting of the results of all of the techniques that were employed”.
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
1989). De entre todas las variables examinadas las que proporcionaron
un diagnóstico más certero fueron los cambios que con la edad se producen en la sínfisis pubiana15. No obstante, trató de obtenerse un valor
ponderado entre los distintos análisis diagnósticos, baremando las limitaciones de cada uno de ellos.
Siguiendo los criterios previamente descritos, el individuo número 1
habría fallecido en torno a los 18-22 años de vida, a diferencia de lo
constatado para el sujeto número 2, probablemente muerto en una edad
comprendida entre los 30 y los 40 años. El estudio de la esperanza de
vida en diversas poblaciones preindustriales ha revelado que, normalmente, un porcentaje minoritario de individuos alcanza la edad senil (más
de 65 años), constatándose los mayores índices de mortandad entre la
segunda y sexta década de vida, si bien es a par tir de los cuarenta
cuando se evidencian los índices de mortandad más elevados. De esta
manera, los dos sujetos, pero especialmente el número 1, se encuentran
precisamente en los intervalos de edad en los que el fallecimiento presenta unos índices menores.
55
Otros parámetros bioarqueológicos
La existencia de un registro cuidadoso y sistemático de las evidencias propicia que este tipo de marcadores puedan ser valorados en este momento,
superándose así el riesgo que implica la destrucción o alteración de los repertorios esqueléticos a consecuencia de su deficiente estado de conservación.
En este sentido llama la atención una patología traumática documentada
en el individuo número 1. En éste se observa una fractura en el extremo
proximal de la diáfisis y parte de la epífisis de la tibia izquierda, anomalía que
no se detectó en el peroné del mismo flanco. La determinación del instante
en el que se produjo esta lesión participa directamente en el proceso de
interpretación del depósito funerario, toda vez que puede aportar nuevos
elementos de juicio sobre los que valorar su naturaleza.
15. La controversia suscitada con relación al grado de fusión de las suturas craneanas propuestas por C.
Masset (1989), así como el peculiar patrón de desgaste observado en las piezas dentarias de las
poblaciones prehistóricas e históricas de las islas (M. Arnay, 1996, Chinea et al., 1998), propiciaron que
dichos métodos se emplearan de modo complementario a los datos derivados de la observación de
la sínfisis púbica.
Cuadernos de Patrimonio Histórico
Fractura de tibia
56
En algunos casos puede resultar difícil distinguir si la fractura de un hueso
se ha producido momentos previos a la muerte del individuo o como consecuencia de los procesos diagenéticos y culturales que siguen a su inclusión
en el espacio sepulcral, especialmente en aquellas ocasiones, como la que
aquí nos ocupa, en las que los restos humanos han sufrido alteraciones
postdeposicionales ajenas al hecho cultural que motivó el enterramiento.
Para ello diversos autores (M. Botella et al., 1999) han establecido una serie
de criterios que posibilitan tal discriminación. Siguiendo estos principios de
distinción (aspecto, trayectoria, dimensiones y extensión de las líneas de
ruptura), la fractura evidenciada en la tibia izquierda del individuo número 1
corresponde a una lesión acontecida poco antes de la muerte de esta persona16.
Dicha lesión corresponde a una fractura traumática de carácter antemortem y no puede ser atribuible, por ejemplo, a la presión ejercida por el
relleno sedimentario17. La posición de los fragmentos de hueso, así como el
16. Puede indicarse que debieron transcurrir menos de 72 horas entre la lesión traumática y la muerte
del sujeto, ya que a partir de dicho lapso temporal comienzan a observarse reacciones óseas de
recuperación de la fractura (M. Botella et al., 2000).
17. Este tipo de distinciones resulta especialmente complicadas de hacer una vez trasladados los restos
humanos al laboratorio, lo que obliga a que la documentación arqueológica in situ cobre un especial
protagonismo. En el mismo sentido, tan sólo la intervención de campo permitirá valorar el papel de
los procesos postdeposicionales sobre el repertorio esquelético y su eventual responsabilidad en las
anomalías óseas que puedan constatarse.
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
patrón que siguen las líneas de fractura hace pensar que el causante de esta
lesión pudo ser un fuerte golpe ejercido sobre la porción anteromedial de
la tibia. En los casos de traumatismo directo las fracturas son lineales o dentadas y, normalmente, se muestran transversales al eje axial del cuerpo. En el
mismo sentido ha de señalarse que cuando la energía del impacto es elevada “se produce una fractura conminuta o multifragmentaria, con numerosas
esquirlas y pequeños fragmentos” (M. Botella et al., 2000: pág. 91), como
sucede en el individuo número 1.
Las consecuencias de un fuerte impacto en esta región anatómica se ven
acentuadas por el hecho de tratarse de una porción ósea prácticamente
subcutánea, esto es, con una escasa protección muscular que hubiera
podido amortiguar el golpe. Pese a ello ha de indicarse que el impacto tuvo
que ser especialmente contundente ya que el extremo proximal de la tibia
es una zona en la que el hueso muestra una elevada densidad y robustez. En
esta misma línea de discusión, no es factible que esta lesión fuera el origen
de la muerte, ya que en esta zona no se localizan órganos vitales18, aunque sí
puede estar en estrecha relación con otras afecciones traumáticas en regiones del cuerpo que no se hayan conservado en el depósito arqueológico
estudiado.
Otro de los aspectos bioarqueológicos que cabe reseñar es que ambos
sujetos presentan unos relieves óseos notoriamente marcados, muy evidentes en las extremidades superiores19. Se trata de marcadores entesopáticos,
indicadores de que ambos individuos ejercitaron sus brazos de forma repetida en acciones que implicaban un sobresfuerzo muscular (L. Capasso et al.,
1999). Ello provocó lesiones microtraumáticas en las zonas de inserción de
los principales músculos de las extremidades superiores (especialmente deltoides, bíceps, tríceps y en general musculación pectoral). Estos rasgos muestran que se trataría de dos individuos muy robustos, que debieron contar
con un importante desarrollo muscular, sobre todo en sus brazos.
Por la propia naturaleza de esta clase de “marcadores” (O. Dutour, 1992)
no se pueden relacionar con una actividad concreta, tan sólo es posible indicar que son variaciones anatómicas que han podido estar causadas por múltiples agentes. No obstante, la conclusión es que ambos individuos a lo largo
18. No obstante, todo apunta a que esta lesión pudo corresponder a una fractura abierta provocando
una importante hemorragia que sí pudo contribuir al deceso.
19. Este tipo de marcadores óseos se observa con mucha claridad en los húmeros, cúbitos, radios y clavículas.
57
Cuadernos de Patrimonio Histórico
de su vida desarrollaron ejercicios físicos reiterados en los que la acción de
los brazos ostentaba un destacado protagonismo.
Aparte de la fractura descrita, en los restos conservados no se detectaron otras anomalías patológicas, ni de origen traumático, ni degenerativo.
Este último aspecto se relaciona directamente con la temprana edad del
fallecimiento de ambos sujetos, lo que favoreció que no prosperasen este
tipo de lesiones que, por regla general, suelen ocurrir a partir de los 45-50
años. Así puede insistirse que entre las actividades emprendidas por estos
individuos en vida, participaban con especial protagonismo el conjunto de la
extremidad superior (brazos y cintura escapular)20.
58
20. Es especialmente complicado, desde el punto de vista metodológico, establecer una correlación
directa entre una alteración ósea y una actividad física u ocupacional concreta. Así por ejemplo, los
marcadores entesopáticos como los documentados en los sujetos a los que aquí aludimos han sido
identificados en diferentes poblaciones vinculándose con diversas ocupaciones, tales como trabajos
agrícolas, transporte de pesos con los brazos, leñadores, canteros, soldados, etc. (L. Capasso et al.,
1999).
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Un intento de explicación histórica:
datos para la cronología
Además de los restos humanos, en los trabajos de excavación se recuperó un conjunto de objetos metálicos claramente asociados a los cuerpos,
entre los que hemos distinguido dos series diferenciadas, amén de otros
repertorios de difícil determinación tipológica-funcional como consecuencia
de su avanzado estado de deterioro.
La primera de estas series la integran seis piezas metálicas de morfología
esférica, elaboradas en plomo, de diámetro y peso constante. Éstas fueron
halladas en torno al sujeto número 1. Tres de ellas se encontraban ubicadas
entre los dos coxales de este individuo, otra en el lateral izquierdo de la región
abdominal21, junto a la mano derecha, y las dos restantes próximas al fémur
izquierdo, en asociación con varios de los elementos metálicos constatados.
59
Posición en la
que fueron
documentados tres
de los proyectiles
21. Descartadas las alteraciones postdeposicionales, la explicación para esta bola de plomo, localizada en
un espacio diferente al resto de las piezas, no resulta sencilla. Por la posición podría especularse que
en el momento del enterramiento ésta se encontraba alojada en la cavidad intestinal del sujeto,
pudiendo ser la causa de la muerte. No obstante, confirmar esa situación es complicado, ya que de
ser cierta esta posibilidad no se habría afectado a ningún hueso, impidiendo con ello asegurar el diagnóstico al que hacíamos referencia previamente.
Cuadernos de Patrimonio Histórico
60
Los trabajos arqueológicos revelan su precisa constatación in situ, así
como su directa relación con este esqueleto. En ningún caso pueden considerarse elementos extraños o posteriores a la inhumación. Corresponden,
por tanto, a objetos necesariamente vinculados al individuo número 1 y al
momento en el que éste fue enterrado.
Por otro lado, los tres elementos esféricos que se hallaron agrupados
estaban rodeados completamente por una macha, atribuible a restos de
materia orgánica en un avanzado estado de descomposición. Lo mismo
sucede con las otras dos esferas ubicadas cerca del muslo del sujeto 1, que
en asociación con los materiales que constituyen la segunda serie, aún conservaban restos del tejido que los envolvía. Los datos que se derivan de la
posición que ocupaban estas piezas, así como por los indicios del envoltorio
que las acogía, indican la existencia de dos elementos contenedores diferenciados. De lo señalado se puede deducir que este sujeto, en el momento de
la muerte, llevaba suspendida a la altura de la cintura una pequeña bolsa,
posiblemente de cuero, en la que se guardaban tres o cuatro de estas esferas de plomo; mientras que las dos restantes se encontraban bien en otra
bolsa, bien depositadas en algún punto de su vestimenta.
Tras su análisis, estas piezas han sido identificadas como proyectiles de
plomo correspondientes a un arma de fuego de antecarga22. En este sentido,
Fragmento de
tejido
0
1,5 cm
22. Como indica este término, se trata de aquellas armas cuya munición es cargada por la boca del cañón.
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
la valoración de sus rasgos formales permiten añadir algunos elementos de
juicio sobre los que interpretar este depósito funerario. Así, tanto sus
dimensiones (entre 17 y 18 mm de diámetro23) como su peso (27 gramos),
hacen que puedan ser clasificados entre los proyectiles empleados bien en
un mosquete o, con mayor probabilidad, en el arcabuz (J. Casariego, 1982; J.
Echebarría, 1983). Al mismo tiempo, y dado que el desarrollo y evolución de
este tipo de armamento se encuentra perfectamente documentado, es factible precisar que su cronología se situaría preferentemente entre la segunda
mitad del siglo XVI y los tres primeros tercios del siglo XVII (J. Casariego,
198224).
Durante este período, tanto el mosquete como el arcabuz constituían
las armas de fuego fundamentales para la infantería de todos los ejércitos
europeos. El primero de ellos, aunque tenía la ventaja de un mayor
alcance, su principal inconveniente era un peso más elevado y el hecho
de que no podía dispararse sin la ayuda de un soporte (R. Bruce, 1980).
Por el contrario, el arcabuz, aunque con una trayectoria de disparo
menor, era más ligero y, caso de ser necesario, abría fuego sin la media61
Proyectiles de arma
de fuego asociadas al
individuo número 1
0
3 cm
23. Las concreciones que presentan la superficie de estos proyectiles propicia tales variaciones, si bien la
medida real debe estar más próxima a los 17 mm.
24. Se trata de unas apreciaciones generales ya que algunas de estas armas continuaron empleándose
hasta fines del siglo XVII e, incluso, en los primeros años del XVIII, si bien no de forma extendida.
Cuadernos de Patrimonio Histórico
ción de ningún apoyo25. No obstante, frecuentemente, en una misma tropa,
se solía simultanear los dos tipos de armas con el propósito de diversificar
las estrategias ofensivas y defensivas a emplear en cada momento26.
Tanto mosquetes como arcabuces constituían armas de antecarga que
empleaban balas esféricas de plomo de desigual tamaño según los casos. En términos generales, los mosquetes de guerra tenían un mayor calibre en su munición, siendo los proyectiles más empleados los de 20-22 mm y un peso de 32 ó
43 gramos (J. Casariego, 1983), a pesar de que también se usaran otros calibres
y pesos para esta misma arma, si bien muchos menos generalizados27. En oposición a lo señalado para el mosquete, los arcabuces muestran mayor variación en
lo que se refiere a las características de su munición, aunque como norma, sus
balas tenían un diámetro que oscilaba entre los 16 y los 18 mm y un peso que
iba desde los 22 a los 27 gramos. En función de estos datos, puede argumentarse, al menos a modo de hipótesis, que los esferoides asociados al individuo
número 1 corresponderían a la munición propia de un arcabuz.
62
Proyectil
0
1,5 cm
25. A ello se suma la ventaja de que su reducido coste de fabricación permitió su generalización
entre las tropas de los distintos ejércitos europeos. A la par que poseía una mecánica sumamente sencilla “cuyas raras averías podían ser reparadas por cualquier herrero” (J. Echevarría,
1983: pág. 75).
26. Durante el combate, las compañías de arcabuceros se caracterizaban por su gran movilidad, desplegándose rápidamente para situarse en las alas de los cuadros formados por los piqueros.
27. Otros mosquetes empleaban proyectiles de 25 mm de calibre y 45 gr. de peso (J. Casariego, 1982).
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
La posición de estas piezas aporta, además, nuevos criterios de discusión
sobre los que basar la argumentación presentada desde estas páginas.
Efectivamente, entre los pertrechos de guerra portados por los arcabuceros
se incluía una pequeña bolsa de cuero que, colgada alrededor de la cintura
o cruzada sobre los hombros, contenía las municiones a emplear. A este
recipiente se solían unir dos frascos o polvorines, uno de ellos de mayor
tamaño que contenía la pólvora para la carga y otro menor en el que se llevaba la pólvora fina con que se rellenaba la cazoleta del arma (J. Echevarría,
1983). No será hasta fines del siglo XVII cuando se introduzcan entre los
implementos portados por los soldados los cartuchos en los que se incluían
la bala y la medida de pólvora para efectuar cada disparo28.
La segunda serie está integrada por dos monedas de plata que también
se vinculan al individuo número 1. Éstas se hallaron próximas al fémur
izquierdo, con dos de los proyectiles y algunos fragmentos metálicos mal
conservados y de compleja adscripción tipológica-funcional.
En el momento de su aparición era prácticamente imposible reconocer
que se trataba de monedas, pues la adherencia de una gruesa capa de concreciones impedía por completo su identificación, a lo que además hay que
añadir su contorno irregular, pues, como luego se comprobó, ambas habían
sido limadas y recortadas en los bordes.
Con objeto de verificar su naturaleza, fueron sometidas a un proceso de
restauración eliminando las concreciones, lo que permitió certificar que se
Elemento metálico
0
4,5 cm
28. Como antecedente de estos cartuchos están los denominados “doce apóstoles” cuyo uso se generaliza en
el siglo XVII. Se trataba de medidas de pólvora justas para el disparo, si bien no incluyen el proyectil. Estos
cartuchos constituyeron un avance en la velocidad de carga y, por tanto, en la de disparo (J. Echevarría, 1983).
63
Cuadernos de Patrimonio Histórico
trataba de sendas monedas. A tal efecto, en sólo una de ellas es posible
reconocer parte de la inscripción que llevaba grabada en ambas caras, conservando suficientes elementos diagnósticos para garantizar un reconocimiento certero. Por lo que refiere a la segunda, mostraba unas superficies
completamente abrasionadas, de las que se habían borrado casi en su totalidad las insignias y leyendas que la habían caracterizado29.
Monedas asociadas
al individuo
número 1
64
0
4,5 cm
La pieza identificada es un gros de plata, emitida en los territorios del
nor te de Europa que se encontraban bajo el dominio del emperador
Carlos V30. En concreto corresponde a una pieza monetal acuñada en
Flandes, entre los años 1545-1553 (H. Enno y M. Hoc, 1960). En el anverso
se encuentra representado el escudo de armas de los Austria-Borgoña,
rematado por una corona. Se trata de un escudo cuartelado con escusón
partido. En el primer cuartel están grabadas las armas de Austria, en el
segundo las lises de la Borgoña Moderna, en el tercero las bandas de la
Borgoña Antigua, y en el cuarto el león rampante de Bramante. Por su
parte el escusón está dividido en dos cuarteles, uno de los cuales exhibe el
29. A juzgar por los escasos indicios conservados en la moneda, podría tratarse de un cuarto de gros, si
bien esta posibilidad no ha podido confirmarse fehacientemente.
30. Las acuñaciones efectuadas en estos territorios durante el tiempo que formaron parte del Imperio
español son muy variadas, consecuencia lógica de su elevada población y gran importancia de las actividades industriales y mercantiles (O. Gil Farrés, 1959).
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Anverso de una
de las monedas
0
6 cm
león de Flandes y el otro el águila de Tirol. Esta composición heráldica ocupaba los cuarteles segundo y tercero de las armas imperiales de Carlos V,
mientras que el primero y cuarto contenían las armas de Castilla y León, las
barras de Aragón, las barras y águilas de Sicilia y la granada.
En la moneda a la que hacemos referencia, el escudo de armas aparece
rodeado por una inscripción que se conserva incompleta, en la que se pueden leer los siguientes caracteres: CA D:G M·IMP·H D·B·CO , si bien
son netamente identificables con la leyenda que caracterizaba a los gros
emitidos en Flandes31: CAROLU(S)·D:G·ROM·IMP·HIS·REX·D·B·CO·F. (H.
Enno y M. Hoc, 1960).
En el reverso se localiza una cruz ornamentada, en la que se imprimen las
marcas de las cecas emisoras. En este caso una flor de Lis, inscrita en un
rombo, y que es símbolo de la ceca de la ciudad de Brujas (O. Gil Farrés,
1959). A este elemento se suman, acantonados dos flores de lis y dos leones.
La lectura de la inscripción grabada en el reverso es algo más complicada dado el nivel de conservación. En ésta únicamente resultan legibles
unos pocos caracteres: CA P·REX. De cualquier modo concuerda perfectamente con la leyenda propia de estas monedas: C AROLU·D·G·ROM·IMP·HIS·P·REX (H. Enno y M. Hoc, 1960: pág. 62).
31. Las acuñaciones realizadas en Flandes se caracterizan, entre otros aspectos, por esta inscripción, que
las distingue claramente de los gros emitidos en las cecas de otras provincias europeas.
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
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Queda establecido entonces que, por lo menos, una de las monedas que
portaba el sujeto número 1 correspondía a un gros de plata, acuñado en
Flandes, bajo el mandato de Carlos V, entre los años 1545-1553. Pese a ello,
esta moneda continuó en circulación en las décadas siguientes, conviviendo
con los gros emitidos, en fechas posteriores, por Felipe II, dado que además
ambos poseían la misma cantidad de plata (H. Enno y M. Hoc, 1960).
Estos hechos, así como los que han sido expuestos en páginas previas,
aportan datos sobre la cronología y origen histórico de este depósito sepulcral. En primer lugar, se estima que la inhumación hallada en la calle Rosarito
de La Isleta es fechable en momentos posteriores a la conquista castellana
de la isla. En este sentido, tanto los hallazgos materiales asociados al cuerpo,
como el propio rito de inhumación, hacen que se descarte la adscripción de
este depósito funerario a la población prehispánica del Archipiélago. En concreto, nos permiten situar este hallazgo, considerando la información que al
respecto aportan las monedas, en una cronología que va desde la segunda
mitad del siglo XVI hasta principios del XVII.
En segundo lugar, no cabe la menor duda de que el hallazgo al que nos
referimos constituye el ejemplo de un enterramiento intencional. Los cuerpos no han sido abandonados en este lugar, ni tampoco fueron arrojados
“de cualquier forma” al interior de la fosa en la que se hallaron. La disposición conferida a los cuerpos es absolutamente deliberada. A tal efecto, los
cadáveres fueron ubicados en el espacio destinado a su enterramiento,
colocados boca abajo y con una orientación distinta para cada uno de ellos.
Reverso del gros
0
6 cm
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
La mala muerte
Si aceptamos la cronología (segunda mitad del siglo XVI e inicios del
XVII) que aporta el estudio de los elementos metálicos asociados al individuo número 1, nos encontraríamos ante unos restos humanos que fueron
enterrados en este lugar durante el Antiguo Régimen. Un momento histórico en que buena parte de los aspectos concernientes al mundo de la
muerte se encuentran regulados desde la religión, formando parte del discurso ideológico que caracterizó y condicionó la vida y la muerte de la
población de estos años. Gestos, actitudes y comportamientos que revelan
la trascendencia de este hecho en la cotidianidad de las gentes de la Edad
Moderna. Es necesario, por esta razón, considerar que toda idea de la
muerte depende de una elaboración intelectual, lo que nos introduce de
lleno en el ámbito de lo social. La muerte se convierte en imagen y representación, en una construcción cultural que nos remite a una sociedad y
que, como consecuencia, las ideas que en torno a ella se generan y desarrollan se reflejan en las formas y discursos que adquiere su materialización
(ritos, enterramientos, etc.).
Se trata de un hecho especialmente evidente para el momento histórico
en el que se sitúan los restos de la calle Rosarito. Como indica J. M. Lara
Ródenas (1999: pág. 477):“En cuestiones de rito mortuorio, todo parte o todo llega
a la idea religiosa y no debe olvidarse -por obvio– que la muerte en el barroco constituye una de las áreas más sacralizadas de una realidad que, en su conjunto, también lo está”. Por esta razón la explicación histórica de los enterramientos a los
que nos referimos pasa por considerar qué elementos los particularizan.
En Canarias, como en otros muchos lugares, hasta la creación de los primeros cementerios civiles a principios del s. XIX, los enterramientos se realizaban en espacios religiosos (iglesias, capillas, monasterios, etc.). Tanto la
documentación histórica, como las intervenciones arqueológicas desarrolladas en estos enclaves así lo demuestran de modo fehaciente32. Unas prácticas mortuorias que, además se encuentran reguladas a través de diversas
normativas, por ejemplo, las constituciones sinodales promulgadas por el
Obispo C. Cámara y Murga en 1629. En ellas se recogen los procedimientos
32. Véase, por ejemplo: J. Cuenca et al., 1992; M. Arnay et al., 1992; A. Rodríguez y J. Velasco, 1995; C.
Hernández et al., 1996, etc.
67
Cuadernos de Patrimonio Histórico
que han de seguirse en los actos ceremoniales que rodean a la muerte, tal y
como reflejan los párrafos que a continuación se transcriben:
68
“Otrosi ordenamos y mandamos, que los huessos de los difuntos se recojan
en vnos ossarios dentro del cementerio delas Iglesias, o en la parte donde
pareciere mas aproposito, y alli se les digan sus responsos, porque todo esto
sera menester para desembaraçar las sepulturas, para que quepan otros
cuerpos.
Otrois mandamos, que no lloren extraordinariemente, y particularmente se
euiten los llantos en las Iglesias, mientras se entierran los tales difuntos, y se
hazen obsequias, y diuinos Oficios: pues el Apostol san Pablo nos dize, que
no nos entristezcamos por los que desta vida passan, como aquellos que no
tienen esperança, que sus muertos han de resucitar:Y por esto los sagrados
Canones defendieron gritos y llantos por los difuntos, con penas contra los
inobedientes. (…)
Otrosi ordenamos y mandamos, que ningun Clerigo, ni Religioso no entierre
muerto alguno en sagrado en tiempo de entredicho, en los casos que el
derecho no da lugar: y fuera de entredicho, a los publicamente descomulgados, y publicamente vsureros, sopena de excomunion, en la qual incurran
ipso facto”.
En lo concerniente al mundo de la muerte, son pocos los aspectos que
quedan fuera de la normativa, dejándose pues escaso margen a la heterodoxia en los comportamientos asociados a esta práctica. Es precisamente en
dichos aspectos donde se hallan los primeros rasgos de singularidad en lo
que respecta a las inhumaciones de la calle Rosarito. Así, ambos cuerpos se
encontraban enterrados “fuera de sagrado” o, dicho de otro modo, la inhumación fue practicada lejos de cualquier recinto eclesial o de sus proximidades. Por esta razón puede argumentarse que se trata de un enterramiento
que no se ajusta a la doctrina cristiana estipulada al efecto. Planteado de
otro modo, los cuerpos a los que aludimos no recibieron cristiana sepultura,
lo que hace que nos preguntemos qué circunstancias debieron motivar este
hecho en una sociedad en la que la muerte constituye parte fundamental
de los principios ideológicos que sustentan sus modos de vida.
El enterramiento fuera de los espacios eclesiales estaba señalado para
determinadas personas que, por razones diversas, no podían “mancillar”
suelo sagrado con su “impureza” (P. Ariès, 1987). De modo que esta práctica se reservaba, por ejemplo, a comediantes, herejes, musulmanes, judíos,
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
suicidas, pecadores públicos, impenitentes, asesinos, fallecidos en duelos y, en
general, a la totalidad de los excomulgados33 (M. J. de Lara, 1999). Tales disposiciones tienen como intención prolongar la exclusión social de que son
objeto estas personas más allá de su propia existencia. Mediante estas actitudes asociadas a la muerte, y en concreto al enterramiento, se persigue
también hacer público y notorio que salirse de la norma social establecida
constituiría una falta tan grave que persistiría incluso tras el fallecimiento de
quienes “son merecedores” de dicha sanción por su forma de vivir, creer o
morir. Como señala P. Ariès para la etapa moderna: “la muerte no detiene ni
la venganza ni la justicia” (1987: pág. 46).
Pero no sólo el lugar de la inhumación aporta rasgos de singularidad a
este depósito sepulcral, ya que también el modo en el que fueron enterrados constituye una actitud claramente particularizable. En los enterramientos que siguen los cánones cristianos, los cuerpos eran colocados en
posición decúbito supino extendido, es decir, apoyados sobre su espalda
con las piernas completamente estiradas34. Se trata de un compor tamiento de uso tan común que ni siquiera es especificado en los testamentos o en el conjunto de reglas dictadas para la práctica sepulcral (M.
García, 1996). La totalidad de las intervenciones arqueológicas desarrolladas en espacios funerarios canarios35 de los siglos XVI al XIX han demostrado que un porcentaje inmensamente mayoritario de los cuerpos -por
no decir absoluto– fueron dispuestos en decúbito supino extendido.
Nuevamente, el depósito de la calle Rosarito ofrece rasgos de marcada
singularidad, ya que, como se ha señalado, ambos cadáveres en el
momento del entierro fueron situados boca abajo (decúbito prono
extendido).
Este hecho permite afirmar que los cadáveres a los que ahora aludimos
no fueron inhumados siguiendo la norma común, o como ya indicamos, no
recibieron cristiana sepultura. Nuevamente se trata de distinguir a estos
muertos de la población cuyo seguimiento de la norma social les hace
33. Señala P. Ariès (1989: pág. 44) que durante la Edad Moderna era frecuente que “los excomulgados,
como los supliciados que no han sido reclamados por sus familiares, se pudran sin ser enterrados, simplemente cubiertos por bloques de piedra, para no molestar al vecindario”.
34. Según ha podido demostrar la Arqueología, la posición conferida a las manos sí muestra mayores
índices de variabilidad. Éstas son cruzadas sobre el tórax, el abdomen, la región pélvica o colocadas a
ambos lados del cuerpo.
35. Tal afirmación es extensible a la norma documentada en el conjunto del estado español con relación
a esta circunstancia.
69
Cuadernos de Patrimonio Histórico
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merecedores de una práctica sepulcral “correcta”. Esta cuestión hace suponer que se trataría de dos individuos con unas creencias religiosas ajenas al
catolicismo y, por tanto, consideradas herejías (protestantes, normalmente).
Para ellos, se reservaba este tipo de prácticas (en concreto la de ser colocados boca abajo) cuando eran enterrados por católicos como un castigo a su
supuesta falsa fe.
Es cierto que estas costumbres pueden tener, desde una perspectiva
actual, un carácter anecdótico y que, en esencia, poca información aportan a
la labor de reconstrucción histórica de la que es partícipe la arqueología. Sin
embargo, y como apuntamos previamente, en el Antiguo Régimen la
muerte constituía un fenómeno de suma importancia en la vida cotidiana36,
así como un aspecto relevante en su práctica religiosa. Ideológicamente
constituía un castigo de gran trascendencia condenar a una persona, tras su
muerte, a no obtener “la redención” en el “Juicio Final”. Una sanción que se
logra, entre otros cauces, precisamente por mediación del modo en el que
son enterrados los cuerpos de aquellos a quienes, por una razón u otra, se
quiere penar. Como afirma M. J. de Lara (1999: pág. 218): “la idea de la resurrección de la carne impedía colocar el cadáver completamente al margen de la
escatología (…) ya que el último día tan sólo resucitarían aquellos que habían
recibido sepultura conveniente e inviolada”.
El estudio de la diversidad de respuestas de una población al hecho de la
muerte permite aproximarnos no sólo a sus creencias, sino también al
modo en el que ideológicamente se relacionaban con otros colectivos. Así,
de ser ciertas las hipótesis argumentadas para los enterramientos de la calle
Rosarito, en el gesto cultural que dio origen a este depósito trasciende una
intencionalidad “no inocente” que es partícipe también en la explicación histórica a la que se pretende tener acceso. En este enterramiento resultan
patentes gestos de violencia dirigidos contra los individuos inhumados. Una
violencia que, aunque no física, sí se manifiesta en el modo en que se practica el enterramiento, en la forma en que ideológicamente se sanciona a
estas personas con un castigo que, para la mentalidad de las gentes de la
época, constituiría la más severa de las penas. La muerte se convierte así en
un discurso, en un diálogo en el que dominan los gestos y los símbolos (S.
Gómez, 1990).
36. “La muerte se convierte en un instante trascendental para la existencia humana, y por ello el creyente debe
hacer factible mediante rituales propiciatorios su salvación eterna” (A. Arbelo y M. Hernández, 1988: pág. 87).
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Reconstrucción de la
disposición y
orientación de los
cuerpos
La desigual orientación conferida a los cuerpos redunda en los planteamientos hechos hasta el momento. En los enterramientos católicos
esta variable también se encuentra regulada, formando parte de las creencias vinculadas a la práctica sepulcral. De este modo, una vez los cuerpos en recinto sacro, la or ientación del difunto dependía de su
condición. A los sacerdotes, normalmente, se les situaba con la cabeza
orientada hacia el altar37, mientras que los seglares eran dispuestos con
la orientación contraria (F. Lorenzo Pinar, 1996). Nuevamente, la arqueología ha documentado en diver sos emplazamientos eclesiales del
Archipiélago esta práctica fúnebre (M. Arnay et al., 1992). Se comprueba
cómo la reglamentación ritual empleada en los enterramientos no constituye un elemento anecdótico, sino el reflejo de la existencia de unas
normas seguidas en los casos de “buena muerte”. A ellos se contraponen aquellos casos de lo que hemos denominado “mala muerte”, en los
que la práctica inhumatoria representa el trato diferencial que, por la
causa que sea, “merecen” estos muertos. El hecho de que cada individuo
de la calle Rosarito fuera dispuesto en una dirección diferente es también reflejo de la intencionalidad patente de distinguir esta inhumación
de aquellas que son habituales para la población grancanaria del
37. Tanto con respecto al principal, como si se enterraban en las diversas capillas que podía tener la edificación religiosa.
71
Cuadernos de Patrimonio Histórico
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momento38. No se trata tan sólo de colocar los cuerpos con distintas
direcciones, sino también que ninguno de los dos tuviera como referente para su orientación la construcción religiosa más cercana.
Recapitulando, todo apunta a que el lugar, el modo y la forma en el que
fueron enterrados los cuerpos hallados en la calle Rosarito, constituyen el
testimonio arqueológico de una práctica sepulcral que trata de distinguirse
de la que es normal para el resto de la población. Un conjunto de acciones
en las que puede leerse una marcada intencionalidad simbólica y en las que
se trasluce, además, una evidente animadversión hacia dichos individuos o
hacia lo que ellos representan.
Finalmente, que ambos individuos correspondan a sujetos masculinos,
fallecidos en edad presenil, permite plantear –no sin las debidas cautelas– un
fallecimiento provocado por causas no naturales39. A esta situación puede
añadirse la patología traumática antemortem –fractura de la pierna
izquierda– constatada en uno de los esqueletos. Bajo esta premisas se formula la hipótesis del fallecimiento violento de estos individuos. Si a ello unimos la práctica sepulcral con la cual fueron inhumados, y los elementos
materiales que portaban consigo, una explicación válida para el origen de
estos cadáveres es que correspondan a algunas de las personas muertas en
los enfrentamientos originados por uno de los desembarcos que tienen
lugar en esta zona de la Las Palmas de Gran Canaria entre fines del siglo
XVI y el XVII.
38. También se encuentra regulado el hecho de que los herejes fueran enterrados con una orientación
que no apuntara hacia sagrado.
39. Una consideración que es válida incluso para poblaciones preindustriales como es el caso.
EL ATAQUE DE VAN DER DOES
CONTEXTO HISTÓRICO
.......................
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Historia de una ataque
En el tránsito del quinientos al seiscientos Las Palmas* experimentó una
transformación en el papel desempeñado hasta ese momento dentro de la
economía y jerarquía regional. En este período, tras la crisis de las exportaciones azucareras que tanto habían beneficiado al grupo de poder insular, la ciudad vio mediatizado su predominio en favor del progresivo auge económico y
poblacional que irán adquiriendo las áreas rurales en donde los cultivos de
abastecimiento interno o regional (cereales, millo y frutas) auspiciarán un notable desarrollo sin parangón hasta esa fecha. El aumento de la renta agraria,
frente a la generada por el comercio o las finanzas, el creciente interés del
grupo de poder en la acumulación de propiedades rústicas para asegurar sus
ingresos y el considerable capital -circulante o fijo– registrado en las áreas no
urbanas fueron algunos de los factores determinantes para que la ciudad asumiera rápidamente un rol de redistribuidora de la riqueza producida en su
exterior –no sólo de la isla sino, incluso, de la región, caso del diezmo– en
detrimento de su situación jerarquía dentro del sistema productivo.
La gran influencia de la ciudad dentro del modelo económico regional en
el período estudiado, provoca un proceso en cierto modo involutivo en la
propia economía de las diversas comarcas rurales e, incluso, en la propia isla
de Gran Canaria al existir un circuito a través del cual gran parte de las rentas
generadas en las áreas externas a Las Palmas (diezmos y censos consignativos) se quedan en manos de las instituciones y poderosos instalados en la
urbe, aunque una alícuota parte vuelve al agro, ya no como capital y sí como
parte de una estrategia del grupo de poder que se basa en la captación de
bienes mediante la renta especulativa. Si bien parece que se da una circulación
simple de capitales en las múltiples compras de bienes hechas por el grupo de
poder en su intento de acumulación de tierras, aguas o, en otros casos, en la
entrega de abundantes préstamos a interés, esta situación es mucho más
compleja por los múltiples parámetros estructurales y coyunturales que se
producen en esta etapa. Al unísono, una sustanciosa cantidad del capital que
queda en manos de los grupos urbanos pasa a convertirse en capital usurario
(préstamos, acumulación de viviendas y rentas del Cabildo secular), o se desvía hacia la adquisición de cargos, prebendas, etc.
* Se denomina Las Palmas de Gran Canaria a partir del siglo XIX.
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
76
El incremento del capital detraído de las explotaciones agrarias fue en
detrimento de otras vías de fomento de la riqueza, mediante el estrangulamiento paulatino de toda posibilidad de crecimiento del aparato productivo
artesanal en beneficio de las importaciones, tanto por el escaso desarrollo
de la mano de obra productiva como por la falta de un aprendizaje o competitividad adecuada en los productos. De esta manera, los grupos
socioeconómicos que deberían haber impulsado, estructurado y concretizado el desarrollo de las diversas funciones realizadas por el conjunto
de habitantes de Las Palmas en esta fase -protoburgueses y la élite urbana
en general– transformarán progresivamente sus objetivos en el tránsito del
quinientos al seiscientos, al asumir una estrategia económica y mentalidad
que tenderá a equipararse en sus formas a la ostentada por la aristocracia y
los grandes terratenientes absentistas en perjuicio del fomento de la artesanía e industria. Esta actitud de los poderosos contradecía sus iniciales
planteamientos económicos basados en el comercio y las finanzas –Las
Palmas fue uno de los centros favorecidos en el quinientos por la circulación
de capitales de estas características-, suponiendo la reiteración en la
dependencia de la urbe con respecto a las áreas rurales, situación que en el
tiempo y la forma ya se evidencia durante esta época en otras áreas de la
corona castellana (Bennassar, 1983; Marcos Mar tín, 1978; Bennassar y
Vincent, 2000; Iglesias, C., 1996-1997). La transformación no fue inmediata
pues se extenderá de forma lenta pero inexorable, más en una sociedad
como la insular traumatizada por los niveles de dependencia exterior, su
necesidad de buscar alternativas económicas a las formas de producción
adoptadas y mantener sine die un formación social con fuertes desequilibrios internos.
La situación descrita queda plasmada en el sistema y la trama urbana
de Las Palmas, reflejo de una estructura y una superestructura determinada alrededor de la cual se articula todo el sistema productivo latente,
mediatizado por las particularidades de una formación social en continua
evolución dentro de los márgenes que le permite el modelo imperante y
el marco sociopolítico de referencia. Es decir, Las Palmas es una prolongación del sistema establecido que la necesita, al igual que al resto de
urbes de las islas, como centro distribuidor de rentas y determinante a la
hora de establecer las peculiaridades de los asentamientos, las jerarquías
internas, las formas de explotación del medio o la restructuración de los
sectores urbanos y rurales. El núcleo urbano se transmuta en una mera
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extensión y crisol de todo un entramado socioeconómico que, a medida
que avanza la modernidad, descansa más en las rentas obtenidas en el
ámbito rural que en el urbano.
La concentración en la urbe de los poderosos y la riqueza generada en
la isla y su hinterland, convirtieron a la ciudad en el centro desde donde
emana la ideología a través de la cual se estructura y determina las relaciones dialécticas entre el hombre y su entorno. Las normas proceden de
ciudadanos que, como los de Las Palmas, tienen una mentalidad más rural
que urbana, al adquirir la mayoría de las rentas de las zonas agrarias, pero
que no logran aún dilucidar las diferencias entre ambas realidades.
También Las Palmas y su demografía dependían en gran medida de su
hinterland, pues la inmigración de un elevado número de campesinos es la
base de la que se nutre la expansión del vecindario de la urbe, al ser su
movimiento natural de población habitualmente negativo por las catástrofes
naturales, la emigración, la sobremortalidad, etc. Este contingente campesino
que periódicamente se asienta en la ciudad y la élite urbana que, ya por
vecindad como por sus riquezas, se encontraba arraigada en las zonas rurales fueron los elementos más relevantes en la “ruralización” de la urbe
desde su génesis, aunque dicha situación se acentúa en estos momentos,
manteniéndose de esta forma una mentalidad apegada más a la tierra que a
los ulteriores procesos industriales (Suarez Grimón, 1987; Quintana, 1995).
La dependencia de las áreas rurales del espacio urbano, tanto de la población para su abastecimiento como de los grupos de poder para la captación
de sus rentas procedentes, en un considerable porcentaje, de sus posesiones agrarias, será, en cierto modo, una rémora para el avance de las funciones urbanas y el crecimiento de una dinámica propia e independiente de
las coyunturas rurales, aunque lógicamente, el modelo económico se basaba
en esta situación compleja y antagónica de ambos mundos (Bennassar, 1983;
Hubert, 1990; D`amico, 1994; Rappaport, 1989; V.V.A.A., 1996).
El fenómeno urbano insular surge así como un elaborado producto
social que rebasa la mera frontera geográfica en la que se agolpa un
determinado número de la población, donde se forja y acrisola nítidamente una ideología y un sistema productivo que la necesita para centralizar gran parte de lo que no se produce dentro de su perímetro, o como
mero lugar de intercambio de una producción agrícola con el exterior.
No existe una transformación en la ciudad que llegue a significar una ruptura radical en sus períodos de crisis o auge con el agro, ya que el poder
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
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de decisión no está en una débil protoburguesía, más aún la asentada en
Las Palmas, sino en un abigarrado y nutrido grupo de terratenientes y
grandes rentistas en connivencia con intereses foráneos que desean prolongar su situación de privilegio el mayor tiempo posible.
A la vez, como se ha apuntado con anterioridad, Las Palmas no es un
ente aislado dentro de un mundo predominantemente agrario, al convertirse en uno de los ejes básicos de todo un sistema de núcleos de
población sobre los que impone un férreo control, aunque en algunos
casos no palpable, generando toda una intrincada trama de jerarquías
entre los núcleos de diversa entidad y población en cuya cúspide se
asienta la ciudad. La tutela sobre esta red de núcleos crea una relación
de dependencia total sobre algunos sectores de la producción y de
servicios, suponiendo un cambio económico en cada una de las poblaciones y una evidente repercusión en el resto. Dentro de este sistema la
urbe tiene menor autonomía a medida que los elementos definidores
del espacio ciudadano se diluían entre aquellos que determinaban el
ámbito del rural. Es decir, se producía una clara distinción en función de
que en la ciudad los procesos agrarios se limitaran a un mero abastecimiento de productos rurales, ya que un mayor grado de dependencia
(rentas y emigrantes rurales) provocaba un desdibujamiento en sus
características. Pese a la influencia del mundo rural, la población de Las
Palmas seguía desempeñando un papel imprescindible en esta área del
Atlántico como plaza financiera, comercial y administrativa; ser un lugar
geoestratégico en las vías de comunicación entre los continentes, etc. La
ciudad se encontraba en obligada simbiosis con el espacio rural que
controlaba aunque no estaba limitada por éste, sino por las propias decisiones de par te de sus habitantes y las peculiaridades existentes del
modelo jerárquico presente en relación con otros núcleos de igual o
superior categoría.
La suma de estos parámetros demuestran que la ciudad es el reflejo de
la tácita confrontación, algunas veces clara y contundente, otras solapada y
controlada, entre los diversos estamentos socioeconómicos implicados dentro y fuera de la urbe, donde las contradicciones del sistema productivo
imperante se agudizan en todos los factores de destrucción-renovación
internos.
Las desigualdades emanadas del sistema productivo establecido y de la
redistribución de las rentas determinaron la estrategia social de la cúspide
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
de poder, intentado amortiguar las posibles explosiones sociales con la
introducción de mecanismos reguladores de los distintos grados de pobreza
de gran parte de la población. A través de instituciones benéficas –hospicios
y hospitales-, de la fundación de mandas a favor de los necesitados –patronatos para casar doncellas pobres y vínculos– la inversión en la fundación de
conventos pertenecientes a órdenes religiosas volcadas en la ayuda a los
necesitados –caso de los Paúles o Mercedarios– o de la construcción de
ermitas e iglesias por diversos hacendados, se buscaron las válvulas de
escape para frenar las posibles reivindicaciones de la mayoría de la población, imposibilitada de acceder por cuna o imperativo económico a las vías
de redistribución de capitales superiores (Giménez, 1981; Vassberg, 1996;
Fortea, 1980; Allegra, 1987).
Todo esto llevó a que en las islas se propiciara la aparición de ciudades
de carácter administrativo-oligárquico, ya que en los núcleos donde se asentaron los poderes emanados de la Corona (Real Audiencia, Cabildo,
Capitanía General, además de las diversas instituciones religiosas), se avecindaron toda una pléyade de gestores, funcionarios y medradores que facilitaron el papel preponderante de cada una de estas poblaciones sobre el
resto, formalizándose en la urbe el concepto unificador entre el municipio,
por extensión el poder de la oligarquía municipal, y el resto de la isla. El
surgimiento de estas ciudades se vio muchas veces mediatizado por las
coyunturas económicas, el desplazamiento de parte de la población hacia las
zonas rurales o el auge económico y social de otros núcleos de menor entidad (Garachico, Puerto de la Cruz, Telde y Guía), aunque las funciones
desempeñadas por cada una de las primeras no sólo equilibró sino que, en
el caso que nos ocupa, determinó de forma absoluta su predominio sobre
estos núcleos que quedaron limitados en el desarrollo de sus funciones por
la misma dinámica social y económica adoptada por los sectores
predominantes.
A este hecho se suma que en estas ciudades se asienta el sector privilegiado de la población que, con su demanda de productos, atrae a un elevado número de mercaderes, inversiones en la mejora de sus tramas y
abastecimientos, etc., propiciando aún mayor riqueza y control sobre el
resto de la isla. El definitivo asentamiento del grupo de poder en Las Palmas,
con la excepción de una pequeña fracción que se encontraba avecindado
en sus haciendas o en los núcleos rurales de mayor entidad, va a suponer un
reforzamiento de la concentración de rentas directas o no en la urbe,
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
incrementando su dinamismo y engrandecimiento. Se sumaban a todos
estos factores el papel desempeñado por Las Palmas dentro del organigrama general de las comunicaciones, que se consolidaba por su posición
geoestratégica de control de las vías de contacto internas y su óptima situación para los intercambios con el resto del Archipiélago o el exterior.
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LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Las Palmas en el siglo XVI
En los primeros siglos de la modernidad Las Palmas desempeñó un
papel jerárquico fundamental dentro de la región por su población, su estratégico emplazamiento en las rutas oceánicas, el dinamismo desplegado
como plaza financiera de primer orden en el Atlántico, las elevadas exportaciones de productos de la tierra que se hacían por sus puer tos y un
considerable número de funciones que afectaban tanto a la isla como a la
región. Tantos factores positivos influyeron en que su grupo de poder, formado por mercaderes, hacendados o eclesiásticos integrantes del Cabildo
Catedral, fuera cuantioso, abigarrado y sus rentas se incrementaran de
forma geométrica con el crecimiento de la economía insular. La población se
conformó por un gran número de emigrados de zonas peninsulares y europeas arribados a la isla para prosperar o, simplemente, llegados a ella como
una escala previa antes de su paso a América. Durante el quinientos esta
población de frontera va a ir asentándose lentamente y se conformará
como un vecindario más o menos permanente en cuyo seno se consolida
un nutrido grupo de mercaderes, mareantes, artesanos, etc., que dependen
de los avatares de la economía para poder seguir desempeñando su labor
en la ciudad. Pero también la urbe era tributaria de otros elementos que
influían en sus características generales subrayando y acrecentando su predominio urbano y atracción económica con respecto al resto de la isla.
Las Palmas: la urbe y su entorno
La urbe se enclava en la isla de Gran Canaria que posee, como el
resto de las islas, salvo las de Fuerteventura y Lanzarote, una orografía
quebrada a causa de la multiplicidad de los barrancos, las manifestaciones del vulcanismo y los efectos de la prolongada erosión, aunque en sí la
ciudad se funda sobre un terreno llano salpicado de pequeñas lomas de
escasa altura, asentándose sobre una de ellas el primitivo emplazamiento
de la urbe, el llamado “Real de Las Palmas”. La ciudad se ubica en el sector noreste de Gran Canaria, estando limitada en esta época al norte por
un tómbolo o pasadizo de arena, en parte emergido durante la bajamar,
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de unos dos kilómetros de largo, que la unía a La Isleta, una pequeña
península de origen volcánico donde se ubicaba el castillo de La Luz,
erigido a comienzos del siglo XVI, la ermita de la Virgen de La Luz y el
Mesón del Puerto, único lugar de acogida a los marineros arribados al
lugar (Martín, 1984; Rumeu, 1991); por el sur lindaba con las feraces tierras cerealeras de La Longuera -a partir de finales del siglo XVII la zona
pasa a denominarse vega de San José-, el cual estaba atravesado por los
caminos que unían Las Palmas con los diversos núcleos de población del
sur de la isla, especialmente con los impor tantes núcleos agrarios de
Telde y Agüimes; al oeste tenía las limitaciones de mayor envergadura
orográfica, ya que este área se conformaba por una vasta superficie de
depósitos de sedimentos aluviales -denominadas científicamente “terrazas
de Las Palmas” y por la población “riscos”-, formados por un conglomerado más o menos compacto de cantos, arenas y material diverso desplazado mediante arrastre por agua, tras la previa erosión de los conjuntos
montañosos ubicados en el interior de la isla. Una vez depositados estos
materiales, tras actuar sobre ellos múltiples agentes erosivos, adquieren
formas alomadas, alcanzando cotas situadas entre los 100-200 metros de
altitud. A su vez, dichos estratos están asentados sobre un substrato de
coladas, ignimbritas y tobas volcánicas que se han superpuesto en los
diversos períodos geológicos que se han generado en la isla (Mar tín,
1984); y al este el mar, elemento vital sin el que no pudo desarrollarse la
urbe, pues a través de él le llega gran parte de su riqueza, población y
cultura.
El mar es la principal vía de comunicación de las islas entre ellas y con el
exterior y también un espacio de gran riqueza del cual se extrae sal, pescado, etc., siendo también la base del comercio que supondrá en algunos
períodos la inequívoca vía de riquezas de sus habitantes. Por tanto, un factor de primordial importancia será el uso y adecuado mantenimiento de
los puertos y encontrar los fondeaderos idóneos para el ingente número
de buques que pasaban por las islas rumbo a América, Europa y África.
Entre todos destacan los fondeaderos localizados en los alrededores de la
ciudad de Las Palmas que, pese a tener fondos de grandes desniveles,
poseen una franja de litoral situada en las ensenadas de los puertos de Las
Isletas, La Luz y El Confital donde se suaviza la pendiente media permitiendo el abrigo de los barcos. Este privilegiado espacio se beneficiaba por
un régimen de vientos poco perjudiciales, aunque de forma común muy
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variados, facilitando la navegación y permitiendo la estancia de embarcaciones dentro de los puertos, sobre todo en las fases en la que los vientos
rolan dentro del primer y cuarto cuadrante. Las brisas marinas y terrestres
no tienen casi importancia, al no existir fuertes contrastes entre las temperaturas de la tierra y el mar ni entre el día y la noche, impidiendo cualquier
posible arrastre de barcos. De igual manera, las corrientes marinas son apenas apreciables, siguiendo el esquema común del flujo del mar registrado
para Canarias, es decir, la dirección general de sur-suroeste que, incluso, por
la situación donde se emplaza La Isleta con respecto al sentido de la
corriente habitual, propicia el fondeo de los navíos de forma óptima dentro
del perímetro portuario (Martín, 1984). Situaciones que influyen en que los
puertos de Las Isletas, La Luz y El Confital se convirtieran en uno de los
puntos de arribo fundamentales del Atlántico y centro de un próspero
comercio de azúcar, esclavos y otros bienes necesitados tanto en Europa
como en América durante el quinientos.
Pero también la urbe se encontraba constreñida por otras manifestaciones del relieve. Los barrancos de “Guiniguada”, “Seco”, “La Ballena” o
“Rehoyas” se convirtieron en claros hitos limitadores de su geografía urbana,
aunque, por contra, fueron las arterias por las que circularon las acequias
que portaban desde el interior de la isla las aguas abastecedoras de la
población y primordiales para el riego del conjunto de huertas más feraces
de la isla, básicas para el continuo suministro de verduras y frutas frescas
demandadas por los vecinos de la urbe. Los cursos de estos barrancos -el
principal era el “Guiniguada”, ya que pasa por el centro de la ciudad dividiéndola en dos barrios (Vegueta y Triana)– han dejado en sus márgenes los
llamados “lomos”, o superficies amesetadas que oscilan entre los 100-150
metros de altura y que, como se ha citado con anterioridad, se han denominado popularmente “riscos”. Estos desniveles orográficos influyen desde los
inicios de la llegada de los castellanos en la configuración de la trama urbana
de la ciudad, la cual comenzó su génesis en un pequeño promontorio
situado en el margen izquierdo de la desembocadura del barranco de
“Guiniguada”, lugar donde se funda el primigenio campamento colonizador,
en el que se localizan las primeras viviendas y se erige la ermita de San
Antonio Abad.
Ya fuera de las murallas de la urbe, destacaba al norte, en el istmo
donde se emplazaba la ermita de Santa Catalina, un frondoso palmeral en
el cual durante el período estudiado se acondicionan varios terrenos
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
donde se plantan cereales, productos de huerta e, incluso, se construye
algún molino de viento (Quintana, 1999a). Lo mismo sucede en los fondos de los barrancos de “Guiniguada” y “Seco” en donde proliferaran las
zonas de cultivo hor tícola y se sitúan un ingente número de molinos
harineros, además de varios batanes (Quintana, 1999b). La riqueza de los
fondos de estos barrancos era debida a la calidad de la tierra y al agua
que fluía por ellos, tanto por su cauce como por su subsuelo, convirtiéndolos en unos elementos de importancia fundamental para los vecinos de la ciudad.
La jerarquía urbana en Canarias en el quinientos.
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Durante el Antiguo Régimen la ciudad de Las Palmas experimentó
diversos ritmos en su crecimiento económico, demográfico y en la evolución de su urbanismo, en función del rol que desempeñó la urbe dentro
de la formación social canaria, las coyunturas económicas que le afectaron
y la jerarquía a través de la cual estructuró su zona de influencia. La “sociedad de frontera” en que se convirtió el Archipiélago a comienzos de la
modernidad fue una circunstancia que permitió la gran movilidad de la
población, los desequilibrios en la sex ratio y la implantación de unas manifestaciones sociales sensiblemente diferentes a las existentes en la mayoría
de las áreas de la Corona castellana (Fajardo, 1985 y 1991). La ciudad creció demográficamente al amparo del comercio del azúcar y de los esclavos, las finanzas, el abastecimiento a los barcos de paso para América y las
funciones desempeñadas dentro de la región. El asentamiento en la urbe
de las sedes del Obispado y Cabildo Catedral a fines del siglo XV, del
Tribunal de la Inquisición, del Cabildo Insular, de la Real Audiencia en el
primer tercio del siglo XVI o de parte del grupo de poder insular fueron
algunas de las razones del predominio de este núcleo sobre el resto de la
isla que se convirtió, salvo la zona oeste donde se enclavaba el término de
La Aldea con una fuerte vinculación con la isla de Tenerife, en un hinterland de la urbe que aún podría abarcar, con ciertas matizaciones, a las islas
de Fuerteventura y Lanzarote.
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Población de las ciudades de Canarias entre los siglo XVI-XVII.
Años
Ciudades
Las Palmas
1510
1514
1540
1552
1590
1592
1629
1676
1688
1.589
2.224
3.600
5.224
6.114
La Laguna
1.422
5.386
5.720
5.302
6.683
6.994
Santa Cruz
de La Palma
3.296
600*
3.432
3.635
Santa Cruz
de Tenerife
446
1.320
200*
2.334
.491
* :Vecinos.
Fuentes: (SÁNCHEZ, 1964; CIORANESCU, 1977-1978; SÁNCHEZ HERRERO, 1975; MACÍAS, 1988;
VIERA, 1982).
Nota: Elaboración propia.
85
Los datos demográficos aportados por los diversas fuentes historiográficas, pese a sus claras contradicciones y relativa verosimilitud, sí indican, por
contra, de forma general, una tendencia demográfica positiva en aquellas
áreas urbanas más destacadas en el Archipiélago durante la Edad Moderna.
Pese a ello, ciudades como Santa Cruz de La Palma experimentan una evidente ralentización en sus efectivos a fines del siglo XVII, debido a la caída
de las exportaciones de vinos hacia Europa o las sucesivas crisis agrarias que
sufren sus campos durante ese período y la siguiente centuria. Las oscilaciones en el crecimiento de las ciudades canarias nos permiten vislumbrar
que todas ellas forman un vasto entramado de relaciones archipielágicas
que no favorecían su crecimiento al unísono, al existir considerables disparidades en sus modelos urbanos debido a las funciones económicas y sociales desempeñadas y a las peculiaridades del organigrama productivo canario.
En un sistema de complementariedad económica como el regional, los equilibrios o la adjudicación de un determinado rol de privilegio a un área específica era un elemento básico para su estructuración y para que otras
tuvieran que modificar el papel desempeñado hasta ese momento dentro
de la región. Es decir, las diversas coyunturas económicas por la que pasa
Canarias en el Antiguo Régimen van a influir en que unas áreas, núcleos y
Cuadernos de Patrimonio Histórico
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urbes destaquen no en detrimento de las otras, ya que necesitan de la
aportación de las demás para poder definir y asumir sus funciones, sino que
se convierten en ejes de un modelo que demanda unos vértices redistribuidores, sobre la base de unas estructuras establecidas a través de las
modificaciones en la producción.
De esta manera, se produce una alternancia y jerarquía entre los diversos núcleos urbanos que determina el predominio de unos sobre otros,
pero sin que exista una verdadera confrontación en la jerarquía urbana dentro de la formación social general, salvo la que realizan sus grupos de poder
en su beneficio, pues las circunstancias de esta prevalencia se encuentra en
gran parte en el exterior de la región y no en su interior.
Los centros urbanos eran los vértices de la vida económica de cada isla,
aunque, como se ha citado con anterioridad, dependieran casi absolutamente de las zonas rurales para el abastecimiento de bienes y de parte de
los capitales. También las áreas exteriores a las ciudades fueron las que
incidieron en diversos momentos claves en su crecimiento demográfico, al
verse limitadas sus poblaciones por la multiplicidad de estantes, la emigración, la pobreza y la marginalidad. En sus cascos urbanos se concentraba un
alto porcentaje de la población insular integrante de los diversos grupos
sociales. No existían grandes diferencias sociales entre los diversos sectores
de la sociedad en las etapas iniciales de la llegada castellana, salvo aquellas
que marcaban el dinero, e incluso las funciones de algunos grupos no estuvieron claramente definidas durante todo el Antiguo Régimen. Así, una parte
de la población urbana combinaba junto a las labores de artesanado el cultivo de parcelas y huertas en las zonas y pagos cercanos a las urbes.
Pese a todo, el peso demográfico de estas ciudades dentro del conjunto
insular fue importante. En el año 1590 en Las Palmas de Gran Canaria se
concentraba el 38,7% de la población de la isla, en La Laguna y Santa Cruz
de Tenerife, esta última aún era solo un pequeño pago dependiente de la
primera, se asentaba el 24,0% y 5,5% de los tinerfeños respectivamente,
mientras que en Santa Cruz de La Palma se localizaba el 40,4% de los palmeros, situación favorecida por la ingente riqueza que entraba y salía por
sus puertos en azúcar, vino, esclavos y manufacturas. El asentamiento en
estos núcleos de población de casi todos los comerciantes extranjeros, de
parte del grupo de poder y las principales funciones que se demandaban
por el vecindario fueron razones más que suficientes para que se concentraran en ellas y en los núcleos cercanos un elevado número de funcio-
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
narios de la administración local, milicianos, agricultores, artesanos y personal de ser vicio que coadyuvaron a aumentar sus efectivos. Dicha circunstancia incidió en el incremento de la demanda de suelo, la falta de
espacios para la construcción, tal como sucede en Las Palmas, el desmesurado aumento con respecto al resto de los núcleos del precio de la vivienda
o el desarrollo de estrategias de acumulación de bienes y ostentación que
se verán más agudizadas en el transcurso del Antiguo Régimen, cuando la
sociedad canaria se asiente y el grupo de poder intente imitar en pompa y
boato a los modelos sociales que se encuentran en esos momentos de
moda en la Península (Quintana, 1999a)44.
Los cambios experimentados en el modelo de producción y las transformaciones en la jerarquía urbana regional determinaron que en un padrón
de vecinos realizado por el obispado entre los años de 1676 a 1688 la capital de Gran Canaria concentrara solamente el 30,2% de la población insular
(Sánchez Herrero, 1975). El resto de las urbes del Archipiélago también
retrocedieron demográficamente, según este padrón, ante el vigor de otros
pagos de población con gran pujanza productiva y comercial, caso de La
Orotava y Garachico en Tenerife o Los Llanos y San Andrés y Sauces en la
isla de La Palma. La ciudad de La Laguna ve disminuir su porcentaje de
población hasta el 13,2% y Santa Cruz de Tenerife incrementa ligeramente
sus efectivos hasta el 4,6% de los habitantes de la isla, mientras que Santa
Cruz de La Palma mantiene aún un alto porcentaje del total de los vecinos
de la isla, el 24,6%, gracias a que de los terrenos cercanos a la urbe sale gran
parte del malvasía utilizado para la exportación, a la bondad de su fondeadero o la fragosidad de la estructura viaria insular.
A través de estos porcentajes, se comprueba cómo la ciudad de Las
Palmas entre las últimas décadas del siglo XV y mediados del quinientos
experimenta un considerable auge demográfico. Si a comienzos de la conquista sus posibilidades de predominio jerárquico habían quedado en entredicho por el peso de los núcleos prehispánicos de Telde y Gáldar, antiguas
sedes de los guanartematos de Gran Canaria, este hecho se disipó rápidamente gracias a la bonanza de su puerto y a las considerables facilidades
que su emplazamiento daba a las comunicaciones y a la concentración de
44. En otras áreas del continente europeo se registran múltiples caso recogidos por varios investigadores
(Bennassar, 1989; Eiras, 1978; Maruri, 1990; Hubert, 1990; Picco, 1983; Poussou, 1983; D`Amico, 1994;
Herry, 1996).
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
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rentas generadas en toda su área de influencia. El comercio, las finanzas bancarias, la llegada de las diversas remesas del diezmo que concentra el
Obispado y la Mesa Capitular o el auge de algunas especialidades artesanas
(tenerías, carpinteros de ribera) hicieron que la prosperidad de la ciudad
fuera en aumento, lo cual repercutió en el crecimiento de su extensión
urbana a un ritmo muy considerable -el profesor Martín Galán estima que la
urbe aumenta en superficie durante este período 0,34 hectáreas por año
(Martín, 1984; pág. 80)-. La ciudad se estructura en dos grandes barrios:
Vegueta, donde se asientan toda las instituciones civiles (Real Audiencia,
Cabildo Insular, Alferazgo Mayor) y religiosas (Catedral, Cabildo Eclesiástico,
Tribunal de la Inquisición, Tribunal de la Santa Cruzada, Obispado), además
de parte del grupo de poder, emplazado en torno a los lugares de donde
emanaba la autoridad, y un elevado número de artesanos ubicados en la
margen del barranco Guiniguada y calles cercanas al mar; y Triana, espacio
urbano situado al norte de Las Palmas, al otro lado del Guiniguada, donde
se emplazan comerciantes locales y extranjeros, artesanos y mareantes. La
citada división social y urbana se mantendrá a lo largo del Antiguo Régimen,
aunque con ciertas modificaciones en los siglos XVII y XVIII (Quintana,
1999a).
La acumulación de riquezas repercutió en que el quinientos sea un
momento espléndido en el volumen de inversión destinado a la construcción de edificios particulares, civiles y religiosos, pero también es la fase
donde se registran los primeros inicios de un urbanismo dirigido a estructurar el núcleo en función de unas necesidad organizativas mínimas. El
surgimiento de plazas como la de San Antonio Abad o la Real, la ubicación
de los edificios religiosos o el trazado de las calles recogieron el espíritu de
las disposiciones filipinas, la cultura y simbología traídas por los conquistadores desde sus lugares de origen y las necesidades de adaptación de la urbe a
los nuevos conceptos imperantes en Europa (Dirección General Para La
Vivienda y la Arquitectura, 1987; Álvarez, 1992; Collantes, 1990; Cuart, 1991;
Chacón 1991). Dentro de esta línea general se debe englobar las disposiciones dadas en la ordenanza de 1531 por el Ayuntamiento de la isla, únicas
que han sobrevivido al incendio de las Casas Consistoriales provocado en
1842, donde junto a las ordenanzas generales para reconocer a cada habitante como vecino de la urbe se dan las directrices para la construcción de
viviendas y el planeamiento de los trazados. A su vez, determina la limpieza
de calles, se establecen las normas y prohibiciones para algunos tipos de
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construcciones, caso de los volados de los edificios, o dispone de la dinámica
de gran parte de los habitantes de la ciudad, tal como sucede con los
menestrales, al establecer de forma estricta las características básicas de sus
oficios (Morales, 1974).
Esta prosperidad determina el gran impulso constructor en la edificación
de la Catedral, la fundación de numerosas ermitas (Vera Cruz, San Justo y
Pastor, Remedios, San Telmo o la de Nuestra Señora de los Reyes) y la construcción de dos grandes conventos masculinos como eran el de San
Francisco, en el barrio de Triana, y el de San Pedro Mártir de la orden dominica, en Vegueta. En ambos, el grupo de poder insular va a realizar múltiples
donaciones -incluso la colonia de comerciantes genoveses va a tener su
capilla particular en la iglesia del convento de San Francisco (Rosa, 1978)-,
buscando con estas fundaciones su ostentación social y la búsqueda del perdón eterno. A ellas se unen las sucesivas ofrendas y contribuciones de una
pléyade de vecinos que dejan parte o la totalidad de sus bienes a estas instituciones para perpetuar su memoria, hipotecando a su vez a los que quedaban en el mundo de los vivos. Los citados conventos se convir tieron
rápidamente en uno de los principales ejes del urbanismo en la ciudad de
Las Palmas de Gran Canaria, ya que en sus alrededores se asentaron un
importante porcentaje de los miembros del grupo de poder -caso de los
Lezcano-Mújica o los Tello– además de convertirse cada uno de ellos en los
mayores propietarios urbanos, por el volumen de rentas situadas sobre los
inmuebles y por el número de casas que detentaban (Quintana, 1999a).
Otras instituciones, como ya se ha apuntado, también se convirtieron
por sus rentas y dimensión política en ejes de la vida económica y social
insular. El Tribunal de la Inquisición o la Real Audiencia fueron algo más que
meros tribunales, al establecerse en su entorno un considerable negocio
para los vecinos de la ciudad pues implicados, testigos, jueces y demás personal debían alojarse en ella con todo el aporte de riqueza que supuso
estas entradas de capital para varios sectores de población. Además, algunas
instituciones como el Cabildo de la isla o el Catedral obtenían múltiples rentas a través de los numerosos traspasos de bienes urbanos que detentaban
por gracia real, caso del Ayuntamiento, como por las donaciones pías.
Los grupos urbanos más implicados en la captación de los capitales
generados se preocuparon de mantener dentro de unos márgenes aceptables la presión social ejercida por aquellos sectores de la sociedad que
habían quedado marginados dentro de la redistribución de riqueza general.
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La construcción de los hospitales de San Martín o de San Lázaro, este
último en 1566, fueron buen ejemplo de ello, permitiendo la recogida de
enfermos elefancíacos y pobres en general, a los que se añadirían posteriormente los expósitos.
La considerable circulación de capitales y el incremento de la riqueza
general repercutió en la mejora de las vías y los abastecimientos de la ciudad, como se ha mencionado, pero también se une a este hecho la buena
gestión en su período de mandato de varios gobernadores y obispos, recordándose sus figuras históricamente por las aportaciones realizadas en la
estructuración y constitución de la trama urbana de Las Palmas. Quizá el
más destacable de los gobernadores sea Agustín de Zurbarán pues durante
su período de mandato, a mediados del quinientos, acondicionó la mayoría
de las plazas históricas de la ciudad, mejoró el abasto de carne -construyó el
matadero y la carnicería– y estructuró el suministro de agua potable a través de numerosos canales y la construcción de fuentes (Rumeu, 1991;
Herrera; 1978; Millares, 1974-1979). Entre los obispos de la diócesis sobresale Diego de Muros que, a finales del siglo XV y comienzos del XVI, impulsó denodadamente la construcción y engrandecimiento de la Catedral. La
utilización de las rentas que pertenecían al propio prelado y las contribuciones de los diversos miembros del Cabildo Catedral para la realización de
capillas y ornamentos, fueron capitales más que suficientes para comenzar a
realizar el proyectado edificio.
Pero esta situación de prosperidad económica y desarrollo urbano de la
ciudad se va a ir deteriorando lentamente desde mediados del siglo XVI,
cuando la demanda azucarera comience a decaer por la oferta que de este
producto se hacía desde las colonias americanas. Los altos costes de producción, el agotamiento ecológico de algunas zonas de isla por la sobreexplotación maderera, los rendimientos decrecientes de algunos terrenos, la
utilización de tierras de peor calidad para las plantaciones, etc., determinaron la falta de competitividad en el mercado y una reducción en la
entrada de capitales.
La crisis se vio amortiguada por la intensificación del cultivo de la vid,
pero sin que los productores de Gran Canaria pudieran competir con el
volumen de producción de islas como Tenerife y La Palma, donde las condiciones edafológicas y climáticas eran más favorables para este cultivo. A
estas transformaciones y situaciones se unen las numerosas y reiteradas
restricciones que se realizan por la Corona a la navegación de productos a
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Indias procedentes de las islas, ante los posibles fraudes que se pudieran
realizar al transportar mercancías prohibidas (Peraza, 1977; Morales, 1955).
La multiplicación de cortapisas limitaron los intercambios de productos isleños, aunque fomentaron aún más el contrabando con el Nuevo Continente
de manufacturas extranjeras que salían vía Canarias.
Las sucesivas contiendas en las que participa Castilla contra ingleses,
holandeses y franceses también influyeron en el comercio y la seguridad de
la región, viéndose las islas de forma periódica asaltadas por piratas y corsarios que saqueaban puertos y navíos (Rumeu, 1991).También eran culpables
de esta situación de reiteradas alertas los propios vecinos de las islas que,
mediante sus entradas a Berbería en busca de esclavos, soliviantaban los ánimos de revancha en los habitantes de la zona. La destrucción de la ciudad
de Santa Cruz de La Palma, los diversos asaltos que sufre la isla de Lanzarote por los piratas berberiscos o los sucesivos ataques contra La Gomera,
son algunos acontecimientos que inclinaron los esfuerzos de inversión de la
Corona y de la población de las islas en el incremento de su seguridad,
fomentando y demandando la construcción de numerosas fortificaciones y
defensas más o menos operativas. En Las Palmas de Gran Canaria esta política de fortalecimiento de sus defensas tendrá sus frutos en el último tercio
del siglo XVI, cuando bajo el mandato de los gobernadores Diego de
Melgarejo y Martín de Benavides se realicen las murallas septentrionales de
la ciudad, el torreón de San Pedro Mártir en el camino hacia el núcleo de
Telde, se comience la llamada “Punta de Diamante” situada en la montaña
de San Francisco o se concluya el torreón de Santa Ana, el cual cerraba la
muralla norte de Las Palmas por el este (Rumeu, 1991; Millares, 1974-1979).
Pero todas estas construcciones militares no van a evitar el asalto pirático llevado a cabo por el almirante Van der Does a fines de la centuria que
impacta en la economía, sociedad y psicología de los habitantes de la ciudad,
no sólo por la considerable destrucción de parte de sus inmuebles sino
porque este hecho coincide con el fin de un período de prosperidad del
que difícilmente se volverá a recuperar la urbe a lo largo del seiscientos.
91
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Van der Does y Las Palmas:
historia de un desastre
El ataque de la escuadra holandesa de Van der Does a Las Palmas no es un
hecho singular en el Archipiélago Canario. Piratas franceses, argelinos, ingleses,
etc., habían hecho en diversos momentos y por variadas motivaciones, incursiones más o menos fructíferas en Canarias (Rumeu, 1991). La destrucción de la
ciudad de Santa Cruz de La Palma por el pirata francés “Pie de Palo”, el asalto a
Fuerteventura realizado por Xabán Arráez o los desembarcos en la isla de
Lanzarote de diversos piratas ingleses a fines del siglo XVI son algunos de los
episodios más destacables de esta actividad pirática y sus efectos sobre la población de las islas, motivando los citados hechos el reforzamiento del aislamiento
entre ellas y con las áreas del exterior. Pese a los esfuerzos de los vecinos y de
los miembros más destacados del grupo de poder para evitar la proliferación de
asaltos a navíos y el acoso de las zonas más desprotegidas del Archipiélago, apenas sí logró evitarse esta situación hasta finales del Antiguo Régimen.
La posición de la ciudad en el tránsito marítimo y la presumible riqueza de
sus habitantes la convirtieron en un plato apetecible para la mayoría de los
piratas que surcaban nuestros mares. La intención de todos sería el asalto y
desmantelamiento de las riquezas de la ciudad, no su mantenimiento como
territorio conquistado que hubiera sido muy difícil de defender ante la llegada
de mayores efectivos militares desde otras zonas del Archipiélago o de la
Península. Como indica el profesor Rumeu, este acoso pirático era una forma
más de guerra realizada por aquellas naciones que periódicamente entraban
en conflicto con España, el fin de la confrontación determinaba la conclusión de
todo corso del país implicado en la guerra con la Corona castellana.
La isla y su capital habían sufrido ya en 1595 la primera advertencia de lo
que significaría un asalto en toda regla a la ciudad. A fines del siglo XVI los conflictos generados entre España e Inglaterra motivaron el envió de la Armada
Invencible por España para intentar castigar a los ingleses en su propio país. El
conocido desastre de esta expedición no fue suficiente para aplacar el furor
inglés contra el imperio filipino, y se preparó una considerable expedición para
el asalto de las Indias Occidentales, especialmente de la rica zona del istmo de
Panamá. La flota inglesa a mando de Francis Drake y John Hawkins, después de
varios altercados y cambios de rumbo, arribó a la costa de Gran Canaria el 6
93
Cuadernos de Patrimonio Histórico
de octubre de 159545. Tras arduas peleas se lograron frustrar los intentos de
desembarco de los ingleses, que vieron diezmadas sus huestes de asalto y la
imposibilidad de obtener algún beneficio de su acción, teniendo que abandonar
la isla sin haber realizado ninguna presa de consideración.
Este primer embate aceleró los planes de defensa de la ciudad, aunque
las precariedades económicas impidieron su puesta a punto y la total indefensión del vecindario ante un desembarco masivo de tropas enemigas. Pese
a ello quedó un poso psicológico sobre la población, tal como se registra en
los numerosos avisos de ataques que se reciben en el Cabildo de la isla y las
sucesivas disposiciones llevadas a cabo para su defensa. De esta manera, en
julio de 1596 el Cabildo secular avisa al Cabildo Catedral de la posible llegada de alguna flota enemiga a Gran Canaria, por lo cual demandaba se
hicieran plegarias y procesiones para evitar su arribo. Al unísono, la Mesa
Capitular, ante la alarma y eminente asalto, decide llevar a una casa del
campo el tesoro y ornamentos de la Catedral, dictando a sus ministros que:
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“se pongan en orden todos los papeles deste Cabildo y Casa de
Quentas, para que con el cofre del Thesoro y ornamentos se lleven a
Utiacar, en casa de Vicente de Montesdeoca, dexando para estas fiestas
un terno y plata para la solemnidad de nuestros patronos Sancta Anna y
señor Santiagos, y pasada sus fiestas se lleve todo al mismo lugar”46.
El Cabildo eclesiástico puso inmediatamente a disposición del gobernador 45 fanegas de bizcocho (30 corrían a cargo de la Fábrica Catedral y 15
del Cabildo) y 3 quintales de queso para socorrer las tropas implicadas en la
defensa de la ciudad, a cuenta de la Fábrica, depositándolos en casa de Juan
de Ondano Arteaga, contador mayor de la Mesa Capitular, para cuando
fuera necesario su uso. Se añade una entrega a fondo perdido de 14.400
maravedís para la fábrica de trincheras en las playas cercanas a la urbe. La
45. Seguimos en este breve relato básicamente los datos aportados por el profesor Rumeu y Viera y
Clavijo.
46. Archivo del Cabildo Catedral de la Diócesis de Canarias. Actas del Cabildo.Tomo IX. Acuerdo de 23
de julio de 1596. Folio. 23 vuelto.También se mandaba construir un tabernáculo a Nuestra Señora de
la Antigua, “para que más cómodamente se pueda llevar”. El martes 23 de julio se presentan ante el
Cabildo eclesiástico los regidores Hernando de Lezcano y Alonso de Olivares pidiendo, en nombre
del Regimiento, la reiteración de las oraciones y plegarias, así como procesiones “haziéndose mañana
prosesión a Nuestra Señora de la Concepción con todos los religiosos, dándose parte al Provisor”. Se dispuso que el sábado todos los vecinos fueran a la Misa Mayor y se trajera en procesión al Cristo de la
Vera Cruz desde su ermita a la Catedral.
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
tensión aumenta en toda la isla cuando llegan con mayor claridad las noticias
del asalto a Cádiz realizado por la flota inglesa (Abreu, 1996; Morales, 1977),
creando un clima de temor generalizado47, que estaba en parte auspiciado
por la ausencia de la infraestructura defensiva adecuada y por carencia de
armas para todos los milicianos y vecinos. Así, el regente de la Real Audiencia suplica al Cabildo Catedral que dé una limosna para la compra de pólvora, pues sólo había en todos los arsenales de la ciudad 41 quintales
cuando los ingleses tenían una alta capacidad de fuego, ya que:
“se entiende el poder que el enemigo trae, que es grande, pues no le pudo
resistir la cibdad de Cádiz donde le profanó los templos, prendió el Cabildo
Eclesiástico y el Seglar y lo llebó consigo.Y que sinco cathólicos que se abían ydo
de la dicha armada se abía entendido que el enemigo vendría a esta ysla”48
Afortunadamente, los ingleses no arriban a las costas de las islas, produciéndose una satisfacción general y dando lugar a que los ornamentos, papeles y
demás bienes del Cabildo Catedral que estaban depositados en Utiaca (Santa
Brígida) vuelva con prontitud a su sede a lomos de camellos y bestias guiadas por
Pedro de Medina. Pero las alarmas se reiteran una y otra vez a lo largo de los
años, tal como se recogen en numerosas actas de reuniones de la mencionada
institución eclesiástica. Al año siguiente, 1597, otra vez la Real Audiencia envía una
carta al Cabildo Catedral por la que comunica que existía peligro de asalto de la
isla, ante lo cual el maestrescuela Gaspar González dice que tiene la:
“sertesa que ay de enemigos y que lo que nuevamente an fecho e yntentado en la ysla de La Madera y como an salido de Ynglaterra más de
çiento y veinte navíos, que convendría que los thesoros de nuestra Iglesia
se llevasen al canpo”49.
47. La alarma llega hasta zonas alejadas de la ciudad, caso de Telde, donde Antón Suárez Tello, regidor, se
compromete a poner a salvo la plata de la iglesia de San Juan Bautista del lugar y de los conventos,
obligándose el otorgante a realizar a su costa las piezas si fueran robadas o extraviadas. El mismo mes
de julio otro regidor desea poner a buen recaudo las imágenes de Nuestra Señora del Rosario y San
Juan Bautista de la iglesia de San Juan de Telde (Lobo, 1988; pág. 73).
48. A.C.C.D.C. Actas del Cabildo. Tomo IX. Acuerdo del 2 de agosto de 1596. Fol. 25 v. El Cabildo
Catedral contesta que no puede entregar ninguna cantidad de dinero, ya que tiene muchas necesidades “por la poca renta que tienen los prebendados y las fábricas, de padres, hermanos y parientes
que todos sustentan con ellas”.
49. A.C.C.D.C. Actas del Cabildo. Tomo IX. Sesión del lunes 27 de octubre de 1597. Fols. 79 recto.-v. Se
decide enviar a la Vega Alta, ya que todo está puesto en cajones, tesoro y papeles, y que se lleven al
campo “después de Todos los Sanctos (no viniendo otra nueva más urgente)”, depositándose dichos bienes en casa de Cristóbal de Suárez. Al unísono, los capitulares acordaron se transportara todo con
camellos por el sacristán mayor de la Catedral.
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
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A ellas, se suman otras disposiciones generales como es la habitual de
hacer 40 fanegas de bizcocho y enviar al convento de San Francisco de Las
Palmas al Arcediano de Tenerife, para que diera aviso a la comunidad franciscana de que se uniera con el Cabildo ante la guerra que se avecinaba50.
El panorama será muy diferente en 1599, cuando las noticias de una
posible invasión pirática se confirmen totalmente. Este ataque consumado
de la flota holandesa debe incluirse en la política de confrontación que
desde finales del siglo XVI se llevaba a cabo entre España y las provincias
sublevadas de Holanda y Zelanda, es, por tanto, un acto más de la política
de guerra establecida entre ambos países. La estrategia de acoso al vasto,
pero en muchos aspectos inoperante, imperio español fue una constante
por parte de las potencias marítimas norteñas que empezaron a despuntar
desde las primeras décadas del quinientos y ambicionaban tomar parte en
la ingente riqueza generada en las Indias. Los ataques se centraban de forma
especial en las vías marítimas intentando, ante todo, la estrangulación de las
principales fuentes de financiación del Imperio, caso de los capitales
americanos, o la anulación temporal de la operatividad de parte de sus posiciones atlánticas más estratégicas, como sucede en las agresiones piráticas a
Cádiz o a Las Palmas.
El asalto a la ciudad por la armada holandesa fue, como se ha citado, un
episodio más de la guerra entre ambos países pero significó para Las Palmas
el metafórico, aunque palpable, colofón a un modelo productivo del cual se
había beneficiado pero que ya estaba agonizante y se transformaba a pasos
agigantados en las islas. La ocupación fue un impacto de gran envergadura
en la psicología y economía del vecindario pero no determinó la tendencia
general a la que se encaminaba la nueva jerarquía urbana de la región ni de
la nueva redistribución en el Archipiélago de los capitales generados. Es
decir, una parte de los vecinos de Las Palmas debieron desviar sus beneficios
a la reconstrucción de sus bienes inmuebles, al igual que sucedió en otras
ciudades, caso de Santa Cruz de La Palma, o localidades de las islas, como
San Sebastián de La Gomera o Teguise, pero la influencia de este episodio,
sus consecuencias internas y externas en el rol desempeñado por la ciudad
en la región durante el siglo XVII va a ser muy limitado.
50. Sólo se traen a la Catedral el tesoro y los papeles del Cabildo el 18 de mayo de 1598, momento en
que se acuerda se vuelvan a Las Palmas por “que ha venido aviso de que se ha ido el enemigo”,
A.C.C.D.C. Actas del Cabildo.Tomo IX. Sesión de 18 de mayo de 1598.
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Recuerdos y vestigos de un conflicto
No pretendemos desde estas páginas volver a tratar por extenso el ataque de Van der Does contra Las Palmas, pues ya ha sido suficientemente
explicado por el profesor Rumeu y otros estudiosos (Viera, 1978; Rumeu,
1991; Abendanon, 1951; Álamo, 1932; Siemens; 1966-1969; Siemens, 19721973) y nuestras pesquisas en otros archivos han quedado limitadas a
pequeñas noticias que no cambian, en gran medida, los grandes ejes sobre
los que se basa la trama y desenlace del ataque expuesta ya por dichos
autores. Los datos generales de aquellas jornadas que tuvieron que soportar
los vecinos de Las Palmas indican que el 26 de junio de 1599 fue el inicio
del asalto de la flota holandesa a la capital insular, participando en él un total
de 74 navíos enemigos, desde donde partieron las múltiples lanchas de
asalto que principiaron el desembarco, el cual fue rechazado en varias
ocasiones hasta que los corsarios, ante su empuje numérico, pudieron
hacerse fuertes en el istmo de Santa Catalina y, desde allí, intentar penetrar
en la ciudad por la muralla norte. Detrás de este parapeto se habían refugiado, tras horas de lucha desigual, las diversas compañías de milicianos de
Teror, La Vega, Gáldar, Guía,Telde, Agüimes y las tres de la propia ciudad que,
tras defenderse en las trincheras realizadas a pie de playa, cerraron y tapia-
Grabado fidedigno de la Isla de Gran Canaria y su localización. De Bry (1599).
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
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ron cualquier resquicio en la muralla para dar tiempo a que la población se
desplazara a La Vega de Santa Brígida o hacia Telde. Pese a todo, la proporción entre defensores, sobre los 400-500, y atacantes, alrededor de 8.000 ó
10.000, era bastante elevada como para poder mantener de forma prolongada el asedio al que fue sometida la ciudad, la cual estaba siendo batida
por un elevado número de cañones traídos por los holandeses desde sus
navíos o tomados en las fortalezas rendidas de las zonas externas a la ciudad (Fortaleza de La Luz).
Este tiempo de demora en la entrada del enemigo en la ciudad fue suficiente para que los vecinos que no eran válidos para la lucha pudieran desplazarse hacia el interior de la isla y que tomaran todos los enseres, ropas y
mercaderías que no hubieran podido llevarse si el asedio no se hubiera prolongado durante varios días (Rumeu, 1991: págs. 842-843). La falta de armas,
citada con anterioridad, pólvora y balas fue haciendo gran mella en los vecinos en el transcurso de la defensa, a la vez que la desigual fuerza entre
ambos contendientes que lentamente, durante los días 27 y 28, fueron
desmoronando las defensas isleñas, cayendo, tras arduos sacrificios, en
manos enemigas la ciudad el 28 de junio por la tarde. En días posteriores,
entre el 28 de junio y el 2 de julio, se producen pequeñas incursiones del
enemigo en la zona del Lentiscal, cercana al núcleo de población de Santa
Grabado realista que refleja cómo los holandeses conquistaron la Isla de Gran Canaria. De Bry (1599).
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
Brígida, además de algunos intercambios de misivas en las que se demandaba por los holandeses ciertas cantidades a los refugiados en el núcleo de
La Vega para rescates de prisioneros canarios.
El día 3 de julio un grueso número de asaltantes se internó por el monte
de Lentiscal donde la espesura de los árboles, la fragosidad del camino, el
calor, la altura y el poco conocimiento del terreno desconcertaron a los
holandeses y permitieron que las tropas canarias pasaran al contraataque,
dejando sobre el terreno por la escaramuza algunas decenas de enemigos
muertos sin que éstos pudieran llegar a las áreas de refugio de los emigrados de la ciudad. Seguramente, el almirante Van der Does conocía de la dificultad de mantener por mucho tiempo la expedición en la isla, hubiera
salido o no triunfante el episodio del Lentiscal, siendo su posición muy
arriesgada, ante la imposibilidad de sostenimiento militar de la plaza tomada
y las características de la expedición al frente de la cual se encontraba. La
destrucción de las vías de abastecimiento y comunicación de las principales
ciudades que servían de apoyo a la ruta hacia América o la ocupación para
saqueo de algunos puertos donde arribaban elevado número de riquezas
era su misión y no establecer una base de ataque a otras zonas del Archipiélago o cercanas a él, ya que hubiera sido una labor inútil y peligrosa pues
desde Castilla o desde islas como Tenerife –en donde se había organizado
una expedición armada (Rumeu, 1991: pág. 461)– arribaría una armada de
rescate. La partida fue casi inmediata, pues gran parte del botín debía de
haber sido embarcado durante los días de ocupación de la ciudad. El ímpetu
de las tropas canarias fue tal que parte de la guarnición holandesa de Las
Palmas fue sorprendida por los asaltantes que, según Marín y Cubas, no:
“tenían lugar de huir, dexando envoltorios, líos, maletas, arcas, y sin llevar
consigo a envarcarse ni aun sus propias armas, dejaron la tierra; muchos
se quedaron enfermos que murieron de haver vevido las aguas de heverles echado en las asequias lino, y trigo y otros granos para que se
pudriessen” (Marín, 1986: pág. 286).
De esta forma atropellada, el 4 de julio de 1599 el almirante Pieter Van
der Does y sus tropas se refugiaban en los barcos anclados en la rada del
Puerto de Las Palmas y permanecían allí hasta el día 8 de julio, demora
debida a la reparación de naves y solicitudes de rescates de los prisioneros
canarios que quedaban en su poder a cambio de rentas en metálico y se
99
Cuadernos de Patrimonio Histórico
dejara libre a los holandeses prisioneros.Tras cuatro días de espera frente a
la ciudad, los asaltantes se dirigieron a la punta de Maspalomas, al sur de
Gran Canaria, para tomar refresco y enterrar a los muertos que habían
podido conducir a sus naves o fallecidos en esos días por culpa de las heridas recibidas. Entre los caídos, según las crónicas de la época, estaba Jan
Cornelisz, hijo del condestable del Almirantazgo de Rotterdam. Allí se inhumaron un número indeterminado de soldados colocándose sobre sus tumbas grandes piedras (Rumeu, 1991: pág. 886).
El día 8 pusieron rumbo a la isla de La Gomera, donde permaneció fondeada la flota desde el 14 al 21 de ese mes para, definitivamente, partir
hacia la isla de Santo Tomé (Rumeu, 1991).
Los holandeses parecen haber cumplido su objetivo de dejar sin operatividad, si por tal entendemos defensas e imposibilidad de refugio seguro para
navíos, durante un tiempo a los puertos de la ciudad. Su estrategia de acoso
a las vías de aprovisionamiento de España se vio cubierto en parte, aunque
no el de poder detraer un elevado número de riquezas del vecindario. A
esta falta de rentabilidad material, se unieron los 1.440 muertos y 60 heri100
Los holandeses se retiraron con pocas bajas y abandonaron la Isla de Canaria. De Bry (1599).
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
dos, según el cronista Ellert de Jonghe, o los 800 muertos de los recuentos
realizados por las autoridades insulares, padecidos por la armada holandesa
en dicho asalto, a los que debieron unirse aquellos que “durante muchas
semanas el mar fue devolviendo a las playas de la isla, porción incalculable de
cadáveres envueltos en esteras” (Rumeu, 1991; Viera, 1978). De todos ellos,
unos 150 habían fallecido el día de las escaramuzas registradas en el monte
Lentiscal y algunos más debieron morir en las persecuciones realizadas por
las tropas canarias hasta el embarcadero donde estaban surtas las lanchas
de los corsarios, además de los fallecidos por las heridas del combate y el
citado envenenamiento del agua potable.
Con respecto al lugar de enterramiento de una parte de los holandeses
caídos en combate, éste debió realizarse en áreas cercanas a las zonas de
los enfrentamientos pues, como se ha citado, el asalto duró varios días y el
lugar habitual de inhumación de los vecinos de la isla, las iglesias, no fueron
utilizadas por los asaltantes al ser éstos de religión protestante. Es decir,
parte de los fallecidos debieron inhumarse por sus compañeros entre la
Punta del Palo, en La Isleta, y la muralla norte de la ciudad pues el resto, caídos básicamente en la confrontación de El Lentiscal, fueron casi todos sepultados más tarde por los vecinos de la isla.
El asalto holandés a Las Palmas se produjo, tras numerosos intentos, en
el mismo istmo de Santa Catalina, cercano a la ermita de Nuestra Señora
de La Luz, justo frente a las trincheras de la compañía de gente de la mar al
mando del capitán Ruiz de Alarcón, muy cerca de las posiciones ocupadas
por las compañías de milicianos de Telde y Agüimes. Allí se desarrollaron los
combates más feroces, prolongando su escenario y virulencia a lo largo de
ese brazo de arena hasta, tras arduos esfuerzos, llegar los holandeses a
tomar definitivamente la ciudad. El empecinamiento holandés parece que se
saldó con más de 500 asaltantes muertos en esas aciagas jornadas de finales
del mes de junio de 1599. Seguramente, por esta misma área fue donde
embarcó Pieter Van der Does en su huida con los miembros de su armada
y, a causa de la celeridad en la huida, quedarían una parte de los cadáveres
de los caídos en tierra sin poder trasladarlos a los cercanos barcos.
La población consideró a los holandeses, de religión protestante, no sólo
como herejes y un peligro para la fe católica, sino también como unos enemigos que habían hecho todo lo posible para arruinar la prosperidad
económica y financiera de la ciudad, coincidiendo, además, ese período con
una notable recesión económica en su actividad financiera y mercantil. La
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Cuadernos de Patrimonio Histórico
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condición de herejes supuso para los prisioneros su pasó directo a la cárcel
del Santo Oficio para su control y reducción, siendo juzgados más por su
condición de protestantes que por la de corsarios.
En todo caso, los piratas fallecidos a bordo de los barcos holandeses en
su estancia ante la costa de Las Palmas debieron ser arrojados al mar, como
último lugar de reposo, único medio de inhumación y para evitar cualquier
contagio. En general, a causa de la dirección de las corrientes, gran parte de
los cadáveres fueron conducidos hacia la costa por la marea. Los cuerpos
arribaron a las playas de la ciudad donde los vecinos los recogieron y fueron
sepultando en lugares alejados de las zonas de inhumación católicas, creemos que éstas siempre estarían fuera del perímetro amurallado de la ciudad,
siendo la mayoría de ellos enterrados en los arenales situados entre el istmo
de Santa Catalina y La Isleta. Las áreas debieron ser aquellas alejadas de las
anegadas periódicamente por el pleamar, aunque cercanas a los caminos,
para facilitar el transporte de un número importante de cadáveres pero
también todas ellas distantes de las tierras de cultivos o de tránsito habitual.
Las tumbas se concentrarían en áreas donde se pudieran ver por los marineros, comerciantes y visitantes de la ciudad para que recordaran la hazaña
y comunicaran una cierta intimidación ante cualquier nuevo intento de
asalto, quizá algunos recuerdos de aquellas señalizaciones de los lugares de
enterramiento de los asaltantes fuera la que dibujó Williams, estante en Las
Palmas durante la primera mitad del siglo XIX, en su espléndido cuadro
donde plasmó la perspectiva de la ciudad vista desde La Isleta.
Los cadáveres de los derrotados fueron inhumados, salvo casos excepcionales, en fosas comunes tanto si la acción la hicieron sus propios compañeros como si ésta fue realizada con posterioridad por los vecinos de Las
Palmas. Las elevadas bajas padecidas por los holandeses y la necesidad de
emplear la totalidad de las tropas en el combate llevaría a adoptar esta
modalidad de sepultura colectiva a los atacantes, la misma que utilizarían los
vecinos con los cadáveres de los holandeses recogidos entre el Lentiscal y
los arenales de La Isleta, siendo enterrados colectivamente allí donde habían
caído en combate. Sólo los muertos dentro del perímetro de la ciudad y los
fallecidos tras la huida de Van der Does a causa de las heridas padecidas,
serían conducidos fuera de la urbe para ser sepultados en algún lugar alejado de ella y de cualquier terreno sagrado próximo.
Quizá las áreas donde el número de asaltantes inhumados fuera de mayor
envergadura se localizarían cerca de la ermita de Nuestra Señora de La Luz,
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
distante pocos cientos de metros de donde se localizó el lugar de desembarco y escenario de los principales choques bélicos entre asaltantes y
defensores, además de emplazarse en ese lugar las principales trincheras destinadas a las compañías de milicianos más implicadas en el combate. A este
lugar se sumarían otros dos espacios de notable relevancia en los que se
emplazarían fosas comunes de enterramientos, caso de las cercanías de la
ermita de Santa Catalina, donde se registró otra escaramuza de gran envergadura entre los corsarios y el grueso de las compañías de milicianos de la isla y,
la tercera, en el espacio adyacente a la muralla norte de la ciudad, en el área
comprendida entre el hospital de San Lázaro, las ermitas de San Sebastián y
del Espíritu Santo. En este último lugar la resistencia, capacidad de maniobra y
encono de los defensores llevó a una grave destrucción de los citados edificios y a generar numerosas bajas entre las tropas holandesas.
Todos debieron ser enterrados como herejes sin recibir más allá de un
cierto desprecio de una población soliviantada ante los padecimientos sufridos en esas fechas. El sepelio debía tener los rasgos dictados por la iglesia
para los descomulgados y demás apartados de la verdadera religión, según
se recogía ya en el Sínodo diocesano de 1517, cuando se advertía que
incluso los acompañantes debían someterse a las disposiciones, pues:
“ordenamos que qualquier o qualesquier personas que acompañan a los
que van a sepultar los que no deven ser sepultados en sagrado, assí
como descomulgados o entredichos, o los que llevaren los dichos cuerpos
o la cruz, o encienso, o llevaren el ataúd o andas, o tañeren las campanas, o los que los mandaren o ayudaren o dieren a ello consejo, favor o
ayuda, para que tales cuerpos sean sepultados en sagrado, ni quier sean
clérigos, si quier legos, de qualquier estado o condición que sean, caen en
sentencia de excomunión mayor, e los que en el tiempo entredicho, como
dicho es, sotierran cuerpo alguno, caygan en sentencia de excomunión
mayor e no puedan ser absueltos fasta que satisfagan cumplidamente a
alvedrío del perlado o de aquellos a quien fuere fecha la injuria”
(Caballero, 1992: págs. 815-816).
Esta norma incidiría en que en los enterramientos de los holandeses
fallecidos se hiciera por los vecinos de Las Palmas de manera totalmente
diferente al rito católico: los cuerpos no serían inhumados en lugares sagrados o cercanos a éstos; los enterramientos se realizarían fuera del perímetro
de la ciudad; los cadáveres nunca tendrían sus cuerpos o cabezas dirigidas
hacia un recinto sagrado; posiblemente fueran sepultados sus cuerpos boca
103
Cuadernos de Patrimonio Histórico
abajo, sin contemplar la salvación, el cielo, y en dirección hacia donde se
creía se encontraba el infierno, por heréticos; no se les daría ningún privilegio de católicos; no se exhumarían los huesos para ser colocados en un
osario; no se realizarían ceremonias religiosas de cuerpo presente o de aniversario; etc. Además, un amplio grupo de cadáveres –sobre todo los que
llevarían varias horas o días expuestos– debió ser enterrado amarrado de
pies y manos para evitar que la rigidez postmorten distorsionara sus miembros, lo cual incidiría en dificultar las inhumaciones. También todos los cuerpos arrojados al mar por sus compañeros de flota arribados a la costa
estarían ya convenientemente amortajados -dentro de esta tarea se encontraba la de la conveniente sujeción de las extremidades-, por lo que solamente se debían recoger en la costa y depositar en las fosas abiertas para
éste o más cuerpos.
104
A MODO DE CONCLUSIÓN
.......................
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
El ataque de Van der Does a Gran Canaria,
una posible explicación histórica:
la perspectiva arqueológica
El reflejo arqueológico de los intentos de invasión, asaltos o actos de piratería de que fue objeto Gran Canaria a lo largo de la Edad Moderna, ha sido un
tema al que se ha prestado escasa atención. Una de las razones más probables
es la tardía incorporación de la Arqueología Histórica al proceso de investigación sobre nuestro pasado. Hasta hace pocos años los restos arqueológicos
pertenecientes a este período eran considerados de interés secundario, generalizada la idea de que poco podían aportar sobre unos eventos conocidos
gracias a la documentación escrita. Por fortuna este panorama comienza a
variar y, aunque lentamente, tales intervenciones proliferan en el Archipiélago40.
La reducida atención prestada a las evidencias que pudieran testimoniar los violentos acontecimientos a los que antes aludíamos, también
debe responder a la dificultad que entraña el reconocimiento de las desdibujadas huellas de estos eventos en los lugares históricos. En más de
una ocasión los efectos negativos que para las poblaciones de la isla tienen este tipo de acontecimientos tratan de ser prontamente paliados, a
fin de dar continuidad al normal desarrollo de la vida cotidiana. Por ejemplo, los edificios destruidos a raíz de cualquiera de estos ataques son
prontamente reedificados, al igual que sucedería con las fábricas dedicadas a la defensa de la isla. Del mismo modo, el impor tante desarrollo
urbanístico de nuestras ciudades ha propiciado la destrucción o enmascaramiento de este tipo de evidencias, quedando ocultas bajo hormigón y
asfalto o cuando no perdidas irremediablemente. No puede dejar de
señalarse que en más de una ocasión han podido tomarse las oportunas
medidas de protección al respecto, sin la mediación de las cuales hoy tan
sólo resta lamentar su desaparición.
40. Es a partir de este momento en el que resulta evidente que las investigaciones arqueológicas en
emplazamientos posteriores a la conquista castellana de la isla también pueden jugar un destacado
papel en la reconstrucción y explicación del pasado más reciente de nuestra historia. Pero de igual
forma, tal concepción debe tener su correspondiente reflejo en las medidas administrativas que
garanticen la conservación y estudio de estos espacios de interés arqueológico.
107
Cuadernos de Patrimonio Histórico
108
Estos antecedentes propician que existan muy pocas, por no decir nulas,
referencias arqueológicas equiparables a las descritas en este texto y que
permitan disponer de referentes comparativos a partir de los que validar las
propuestas interpretativas hechas desde estas páginas. Por estas razones, la
interpretación del depósito funerario de la Calle Rosarito se convierte en
ardua tarea41. Pese a ello hemos creído conveniente ofrecer una serie de
hipótesis que, en un futuro, puedan verse corroboradas, matizadas o parcialmente refutadas.
Del conjunto de ataques que sufrió Gran Canaria en los siglos XVI y
XVII, sin duda, fue el protagonizado por la armada holandesa bajo el
mando de Pieter Van der Does el que mostró una mayor violencia, ocasionó pérdidas económicas más importantes y el que originó un número
más elevado de víctimas entre los bandos contendientes. Un ataque iniciado el 26 de junio de 1599 y que, a lo largo de trece días, mantuvo en
jaque a la ciudad de Las Palmas y a toda la población de la isla. ¿Podría
tratarse de dos hombres de la flota de Van der Does que dejaron sus
vidas en las playas de La Isleta?
Algunos de los episodios acaecidos a raíz de dicho ataque nos permiten
establecer una nexo de unión entre éste y el depósito funerario de la calle
Rosarito. Gracias al texto de la “Relación de lo sucedido en las Islas de Canaria,
con la armada del enemigo de Olanda y Zelanda (…)” disponemos de otros elementos de juicio sobre los que sustentar tal posibilidad. El primer aspecto que
nos interesa reseñar es la procedencia de los hombres que formaban parte de
la expedición que desembarca en las costas de La Isleta. Según dicho relato:
“Fue el dicho le pregunté, de qué nación es toda la gente que vino en la dicha
armada, y dixo que responde; que son de Olanda y Gelanda sin que venga gente
de otra nación”. El origen de esta gente coincidiría pues con el lugar en el que
se acuñaron los hallazgos monetales documentados junto a los dos cuerpos
inhumados en la calle Rosarito.Y aunque este hecho no constituya una prueba
definitiva del origen geográfico de tales individuos, puesto que en Canarias en
el siglo XVI circulan monedas de diversos orígenes y entre ellas las procedentes de Flandes (M. Lobo, 1988; 1989), sí que resulta una evidencia que deja
cada vez menos margen a la casualidad42.
41. Más aún cuando la documentación histórica tampoco suele prestar atención especial a aspectos tan
puntuales como los reseñados desde estas páginas.
42. Si bien el gros, no es una moneda cuyo uso aparezca recogido para este período (vid. M. Lobo, 1988;
1989).
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
La segunda de las cuestiones sobre las que quisiéramos llamar la atención es el tipo de armamento por tado por los integrantes de la flota
comandada por Van der Does. Además de aquellos pertrechos de ataque
de los que estaban dotados los navíos, y aquellos de calibre medio usados
en el desembarco (culebrinas, etc.), cuando a uno de los prisioneros capturados tras el ataque se le interroga sobre qué tipo de tropa formaba el
bando agresor, respondió que: “la tercia parte dellos son piqueros con coseletes y los demás mosqueteros y algunos arcabuzeros, y que no sabe en particular
más de que ay más mosquetes que arcabuces” . Pero además, en el relato, se
describe el empleo de ambos tipos de armas de fuego en varios de los
enfrentamientos que tienen lugar con las milicias canarias. Con ello se pone
de manifiesto la significación que este armamento tuvo en el desarrollo de
la contienda, y como sigue resultando posible que al menos uno de los dos
sujetos de la calle Rosarito pudiera haber sido uno de estos arcabuceros de
la armada corsaria43.
La fractura en la tibia del individuo número 1 también es uno de los
aspectos que puede ser vinculado a las circunstancias que rodearon el
ataque de Van der Does a Gran Canaria. Ya señalamos en su momento la
importancia de dicho traumatismo, y lo virulento de la acción que pudo
provocarla. Nuevamente en el relato antes indicado encontramos testimonios de las consecuencias negativas que para los contendientes de
ambos bandos tuvieron las diferentes refriegas armadas entre ellos: “que
un día de los tres de la batalla, entendió que vuo más de veynte heridos y
que algunos dellos les cortauan las piernas y los braços” . Resulta evidente
que si bien no sabemos con exactitud qué provocó la fractura de la
pierna de uno de los individuos enterrados, sí que es posible apuntar que
tal acontecimiento pudo ser consecuencia de estos enfrentamientos. Se
trata de una prueba si se quiere circunstancial, pero que pone en evidencia como progresivamente convergen hacia la misma circunstancia varios
de los aspectos documentados en el depósito funerario al que hacemos
mención en estas páginas.
43. Podríamos preguntarnos porqué razón no se despojó al cuerpo de tal munición antes de darle sepultura. Una de las razones que podrían explicar este hecho es que a los arcabuceros, cuando se les
entregaba el arma, también se les proporcionaba un molde en el que fundir sus propias balas. Sin
embargo el calibre de tales proyectiles no siempre era del todo apto para ser empleado en otros
arcabuces, debido a pequeñas imprecisiones en la manipulación de los moldes (Casariego, 1982).
109
Cuadernos de Patrimonio Histórico
110
Ya hemos señalado cómo la sepultura de ambos cuerpos constituye un
gesto del todo intencional, si bien quedaría por saber las circunstancias que
precedieron a tal acción. Puede especularse que ambos individuos, una vez
hechos prisioneros, fueran maniatados y ejecutados en el mismo lugar en el
que tuvo lugar el ataque. Otra posibilidad es que fueran dos de los “enemigos” abatidos en el desembarco o durante la precipitada retirada de las
huestes corsarias, y que, una vez normalizada la situación, fueran enterrados
en este lugar. Una tercera opción la proporciona el mismo relato del ataque
de Van der Does al que hacíamos referencia previamente. En él se recoge
cómo algunos de los heridos por los combates eran embarcados en las
naves y si fallecían a bordo, sus cuerpos eran amortajados y arrojados al
mar: “Y en los quatro días, que estuvieron surtos, y algunos después, yva la Mar
echando muchos muertos de las naos, porque venían en líos y serones enbueltos, y con las heridas”. Ello podría explicar también, la proximidad de esta
inhumación a la antigua línea costera, así como la disposición general de los
cuerpos y de forma más concreta la posición anatómica que presentaban
los brazos del individuo número 1. Asimismo, esta última opción nos resulta
la más convincente para explicar porqué no se le desposeyó de los objetos
que portaba, tanto los proyectiles como las monedas, antes de proceder a
su inhumación, de tal forma que la condición de hallarse envuelto en un
fardo evitó la sustracción de estas piezas. En este sentido, las pruebas
arqueológicas con que contamos, aunque no son del todo definitivas, hacen
que nos inclinemos por aceptar la tercera opción como la más probable. Así
los acontecimientos bien pudieran corresponder con la recogida de ambos
fardos en la orilla de la playa, y abriendo una fosa en la misma arena fueron
arrojados boca abajo, uno al lado del otro, aunque con orientaciones contrarias.
No podemos olvidar, además, que el ataque de Van der Does ha de
enmarcarse en la política de confrontación que desde fines del siglo XVI
se sucede entre la corona hispana y las provincias sublevadas del norte
de Europa (Holanda y Zelanda). En ellas, como es sabido, el arraigo de las
creencias protestantes, especialmente en las últimas décadas del XVI,
constituiría uno de los elementos partícipes en la explicación histórica de
tales enfrentamientos. La guerra con estos territorios es considerada por
parte de la monarquía de los Austrias también como una lucha por la
defensa del catolicismo y contra la herejía. Este aspecto puede darnos
cuenta de las creencias profesadas por los integrantes de la armada cor-
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
saria, o el credo que con ellos se identifica. De tal suerte, que no nos
debe resultar extraño que a los fallecidos del bando agresor se les aplique el trato reservado a los “herejes”, es decir, ser enterrados fuera de
sagrado y en unas actitudes similares a las descritas más arriba a fin de
perpetuar en la muerte el castigo que merecen a ojos de aquellos que
profesaban la “fe verdadera”.
La cronología, los elementos materiales asociados a los cuerpos, el
estudio bioarqueológico, la práctica sepulcral, etc., coinciden en apuntar a
una serie de circunstancias de clara afinidad con unos acontecimientos
históricos concretos. Es por ello que nos sigue resultando la propuesta
más verosímil el que los restos humanos inhumados en la calle Rosarito
de La Isleta correspondan a dos integrantes de la armada corsaria holandesa que fallecieron en el ataque a la ciudad de Las Palmas en el año
1599.
111
Recreación del
depósito funerario
LA MALA MUERTE | El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta
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TOMO SE HA COMPUESTO
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DE 2003.
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