El Centauro Sociología, terapéutica y misticismo en el Yoga Arjuna Peragón ● PROLOGO ● INTRODUCCION: El Centauro Los 3 Movimientos ● PRIMERA PARTE: El Mundo: Ese Paraíso Perdido ¿De dónde Venimos? Un Planeta Azul ¿Cuáles son las raíces de lo humano? El Eterno Femenino Cultura e Individuo Recuperar el Mundo Herramientas a nuestro alcance ● SEGUNDA PARTE: El Ego: Juego de Espejos ¿Somos un cuerpo? La Torre de la Mente La función del Ego La Transformación de la Muerte Encuentro con el Angel El Lago Transparente Espacios de Crecimiento ● TERCERA PARTE: La Unidad: El Cielo en la Tierra La Sombra ¿Qué es la espiritualidad? El Todo Indivisible El Presente Eterno Conciencia Búdica Encuentro con el Cielo Joyas del Conocimiento ● CUARTA PARTE: Yoga: con los pies en la Tierra y la mente en el Infinito El Espejo del Yoga La Sociología de Yama y Niyama Avidya y Duhka: la terapéutica del Yoga Lo Infinitamente Profundo La Razón de Ser Antropologizar el Yoga PRÓLOGO Quisiera empezar disculpándome por la tardanza en presentar esta tesina, trabajo final de la formación de Yoga pero es que, en su momento, nos pilló a todos por sorpresa, sin tiempo para hacernos una idea de lo que significaba hacerla, sin apoyos cercanos para hacer un seguimiento y sin haber hecho previamente algo más básico, esto es, una revisión detallada de todo el material acumulado –y a menudo desordenado– durante los cuatro años de formación. Por otro lado, sin que sirva de atenuante, he pasado varios años imaginando grandes tesis donde pondría esto y aquello, en la que haría una gran síntesis y aportaría muchos datos interesantes. Trabajo que uno va postergando y postergando ante semejante envergadura y compromiso. Héme aquí pues, delante del ordenador con muchas ideas claras y otras no tanto. No obstante mi función de tutor en la formación de Barcelona durante este curso 92-93 ha ayudado a darle energía a este trabajo pues los espacios de tutoría han sido para mí enormemente creativos. Espacios donde hemos revisado la anatomía, los elementos pedagógicos del Yoga así como textos clásicos que nos han permitido enmarcar mejor toda la filosofía y sabiduría que rodea al Yoga y abrir nuevos horizontes de búsqueda. Ahora bien, quisiera dejar claro que, aunque el trabajo de elaboración se refiere a la formación comprendida por Carlos Fiel, mi formación como profesor de Yoga se amplia bien atrás, desde que tenía 16 años cuando realizar una sesión de Yoga comportaba una entrega y una inocencia que sólo un novato puede hacer. Por lo tanto quisiera no olvidar aquellos años en los que leía a Yogananda, Sivananda, Vivekananda y otros clásicos, aquellos kirtans donde ofrecíamos frutas, aquellos retiros en solitarios a la montaña para hacer Yoga. Agradecido a Luís Mompó que con su aureola de maestro supo marcar una exigencia y un compromiso que yo necesitaba. No sé lo que conseguí por entonces pero lo cierto es que empecé a caminar tremendamente ilusionado (y tremendamente idealista). Empezar a dar clases –desde 1981– fue todo un vuelco en mi vida. Cien personas en mis clases repartidas en cinco o seis grupos, y otras tantas en lista de espera era un éxito prematuro pero también una gran responsabilidad. Una responsabilidad que me hacía mantenerme en la cuerda floja, eso sí, sorteando los obstáculos con pasión, entrega y, la mayoría de las veces, como podía. Lo evidente es que entendí que tenía que hacer una formación más seria, una formación real. Descubrí entonces Viniyoga, cuyo espíritu consistía en partir de donde uno se encuentra. Puesto que cada uno es distinto y cambia de un tiempo a otro, no puede darse un punto de partida común, ni servirán para nada las respuestas prefabricadas. Es necesario, por lo tanto, examinar la situación actual y poner en cuestión el estatuto admitido por costumbre. Estas palabras de Desikachar eran las que yo necesitaba. Era un balón de oxigeno que me liberaba de la disciplina férrea del Yoga de la India del Norte y planteaba un elemento –tal vez más occidental– de racionalización y también de escucha. Era la India del Sur, eran los escritos del centenario Krishnamacharya, padre y maestro de Desikachar. Era, por tanto, otra visión de la tradición, con otro lenguaje y más actualizada a nuestras latitudes. Tampoco puedo olvidar esos años que pasé con Josep Berneda que con su respeto y seriedad me transmitió una implicación honesta y humilde en el mundo del Yoga. Mientras tanto mi vida era un caldo de ebullición donde alternaba la terapia, la psicomotricidad, los grupos de expresión corporal, los maratones arcoirianos, el mundo simbólico del tarot, y muchas cosas más que me nutrían y que tampoco puedo olvidar. En estas que conocí a Carlos antes de que hubiera ninguna formación dada por él, en Terrassa, Sant Cugat… y por fin una vez en Can Valls (un camping naturista en Girona) me decidí a incorporarme a la formación que recien había empezado ese año. ¿Qué puedo decir de esos años?. Sorpresa y entusiamo ante la capacidad de síntesis que se planteaba, agradecimiento por la intensidad de vivencia y afecto que se ofrecía y como no, rabia y frustración por mi propia impotencia y mi dificultad de asimilación. También fue una primera época de crítica constante ante la pedagogía, de desestructuración y defensa de lo poco que yo sabía, de idealizaciones y desidealizaciones constantes. Toda una época difícil de resumir, pero que agradezco enormemente. Con todo, tengo claro que no quiero hacer una enciclopedia de este trabajo, tampoco necesito mostrar todo lo que sé o dejo de saber, ni quisiera caer en gestos eruditos innecesarios. Quisiera solamente plantear algunas cuestiones. Tampoco quiero hacer un vaciado de libros y apuntes o sintetizar una docena de ideas bien colocadas una detrás de la otra, no. Estaría satisfecho con lograr que estas páginas fueran un espacio creativo de reflexión más allá o más acá de la materia pedagógica del Yoga pero sin duda, un espacio donde se trate algo fundamental de éste. Después de haberme leído algunos trabajos y dossieres de otros profesores –cosa que agradezco pues varios me han servido y me han documentado bien– he notado que eran trabajos que lógicamente se enfocaban en la dirección de dar clases, o que planteaban una visión terapéutica del cuerpo, o bien eran especializaciones para niños, ancianos, para tratar el asma, etc. Yo qué puedo aportar, me preguntaba. ¿Podría hacer un análisis del lenguaje del cuerpo que sirva para dar un mejor diagnóstico y estado corporal del otro?, ¿podría clasificar las tendencias y hábitos sociales que encorsetan al cuerpo y a las emociones creando tipologías, cuadros de tensiones, climas emotivos?, ¿podría tal vez hacer un ensayo sobre respiración y de la importancia de ésta en determinadas tradiciones?. No sé. Lo que si sé es que estas cuestiones que podrían interesarme son trabajos de por vida, con una investigación necesaria y una experiencia importante que, evidentemente, desbordan este trabajo y mis posibilidades de tiempo. Por ello he optado por hacer un trabajo diferente, no técnico sino de búsqueda de sentido, no desde una perspectiva estríctamente yóguica sino enmarcando todo lo que nos puede llevar al ámbito del mismo Yoga. Aún considerando que pude ser un trabajo marginal y difícil en su exposición, creo que será necesario aunque sólo sea como elemento de revisión y debate. Ahí voy. Introducción: EL CENTAURO Sociología, terapéutica y misticismo en el Yoga LOS TRES MOVIMIENTOS Quisiera empezar con una frase del místico San Agustín, padre y pilar de la Iglesia Católica en la Edad Media que aunque maniqueo en sus orígenes donde el mundo se dividia entre bueno y malo, oscuro y luminoso, y el individuo estaba dividido entre una parte oscura y pecadora y otra divina, supo profundizar en su idea de verdad eterna en el seno de Dios. Dividiendo el mundo en dos ciudades – dos sociedades–, civitas terrena y civitas Dei, creyó que había un tránsito entre una y otra, aunque para él fuera la Iglesia. Tal vez por eso dijo que había que ir de «fuera, hacia dentro, y de dentro hacia arriba». Esta frase ejemplifica una comprensión que tengo acerca de cuál es el proceso de crecimiento espiritual, un movimiento vital a tres bandas donde es preciso conquistar una orilla, y hacer un puente para llegar a la otra orilla deseada. Me explicaré a continuación. Esta comprensión radica en la sospecha de que para acceder al cielo espiritual primero hay que comprender el nivel social y luego el estríctamente personal como si éstos fueran piedras de una misma columna, imprescindibles para llegar a colocar el anaquel de arriba. O es esa iniciación previa que los monjes, sadhakas, tienen que sufrir para entender los misterios invisibles de la divinidad. Sin duda este tránsito lo llevamos en los genes y lo vivimos por primera vez cuando una vez formados en el seno de nuestra madre hemos de romper el sello que nos separa de la vida para poder nacer. Aquí se plantea lo mismo, ese segundo nacimiento que necesariamente tiene que pasar por una renuncia al mundo –o mejor dicho, un entendimiento de éste–, un sacrificio personal – encuentro consigo mismo– y un despegue de luz y comprensión, –entendido como realización, iluminación, satori, nirvana, etc, etc. El mismo Tarot, herramienta de conocimiento esotérico de la Edad Media, nos explica con detalle todo este proceso. El héroe, representado en este caso en el Loco, es el que tiene que hacer el camino, para ello tiene que –en un primer movimiento– conquistar el mundo (el Carro), llegar a saber quién es (la Templanza) –segundo movimiento– hasta conseguir la liberación de todas las ataduras (el Mundo) –último movimiento–. Dicho de otra manera, primero tiene que hacerse como persona, tiene que crear un ego, para después morir en esas máscaras que uno fue haciendo, hasta llegar a un renacimiento de ese mismo ego, pero ya un ego libre y amoroso. Es el fuera, dentro y arriba del que hablábamos anteriormente. También podríamos simbolizarlo en la figura del Centauro. Mitad animal, mitad humano, el centauro dispara una flecha encendida con la chispa divina al centro del Universo. Es esa alquimia que permite la sublimación desde lo instintivo, a lo humano y su posible conexión con lo más alto, la divinidad. En este sentido es un símbolo que nos permitirá entender que somos seres no aislados de la vida, lo social, y lo divino. Así pues, con este esquema sencillo que iré ampiando en mi exposición, quisiera introducir el conocimiento de otras disciplinas que permiten enmarcar mejor estos movimientos y hacer un mapa por donde transita la persona que somos, un espejo donde se mira el ego y un paisaje donde transcurre el alma. Todos estos elementos de la globalidad que somos. Este largo recorrido es el que nos permitirá llegar a la base de Yoga con otra perspectiva como aquel que llega de un largo viaje de vuelta a casa y descubre el sentido de cientos de cosas y detalles que antes habían pasado desapercibidos. Sería la vuelta del hijo pródigo, la vuelta al verdadero hogar. Ahora bien, tendremos que hacer una radiografía a ese ser que somos y que se cree separado de todo, de todos y hasta de sí mismo… Primera parte: EL MUNDO ESE PARAÍSO PERDIDO El mundo es una rosa, respírala y pásasela a tu amigo. Proverbio kurdo ¿DE DóNDE VENIMOS? Está claro que hace quince mil millones de años no éramos nada. No había nada, ni siquiera la materia o la luz de las estrellas. Entonces nació nuestro Universo. Aún así tuvo que esperar la Creación unos diez mil millones de años para que se formara la materia en forma de sistemas solares. Nuestra amada Tierra estuvo formada hace cuatro mil quinientos millones de años. No obstante tuvimos que esperar más de 1500 mill. de años mientras los océanos cocían una sopa saladita y energética para que aparecieran las primeras células, y otro tanto hasta que aparecieron los suculentos moluscos y formas primitivas de vida. De todas formas tuvieron que transcurrir millones y más millones hasta que los peces se convirtieron en anfibios y éstos en reptiles. Ya nadie se acordaba del big-bang. Todavía faltaban los mamíferos que esperaron 100 millones más y los primates otros tantos. Por fin aparecimos nosotros tan solo hace dos millones de años, es decir, un abrir y cerrar de ojos en esa aventura que iniciarón el Universo y la Vida misma. Lo cierto es que es difícil –y desbordante– entender el proceso de evolución que se ha gestado desde entonces. Un ritmo de evolución impresionante que se ha ido acelerando cada vez en un nivel de mayor complejidad e integración de todos los procesos vitales precedentes. Nuestro mismo cerebro está compuesto de los primeros destellos de las estrellas, de las primeras sales compuestas, de las primeras amebas que absorvían por los poros el alimento, del primer pez que se dirigió a la luz y del primer anfibio que respiró aire. Nuestro cerebro aprendió el instinto de los reptiles y el gregarismo de los mamíferos, hasta que despuntó en los primates. Somos, junto con todo lo que nos rodea, el tentáculo de la evolución que avanza cada vez más rápidamente y desgraciadamente nos hemos olvidado de ello. Hemos opuesto, en un maniqueísmo absurdo, el hombre frente al animal, nuestra cultura frente a la naturaleza, nuestra conciencia frente al instinto, nuestra mente frente al cuerpo y nuestro orden social frente al caos de la vida. Con todo nos hemos quedado solos, aislados y sin más respuestas que las que nos da nuestra precaria capacidad razonadora. No hemos sabido responder a la pregunta de quienes somos. De alguna manera hemos salido del paraíso cometiendo el primer pecado original al no haber comprendido que toda la evolución se manifiesta en nosotros –y no solamente– cumpliendo secretamente algún designio divino. Pero también olvidamos que nosotros no somos el techo de la evolución. Somos seres en proceso y constantemente la humanidad se va inagurando en cada nuevo nacimiento. Cuando decimos ser humanos nos equivocamos al pensar en algo fijo, en algún modelo inmortal pues el ser humano del mañana será, con toda probabilidad, bien diferente. La Naturaleza ha dejado de ser algo amorfo que crecía y se multiplicaba indiscriminadamente y que seguía estrictas leyes de selección. Ahora comprendemos que la Naturaleza es una fuerza autoorganizativa, un sistema abierto de complejas interacciones, una matriz creadora con sistemas de regulación que se modifica a sí misma junto con sus seres. Y es por eso que nuestra naturaleza no es simplemente el ruido del intestino o el reflejo de succión, es la sangre que late y también nuestra sensibilidad. UN PLANETA AZUL Desde la ingravidez del espacio, el planeta Gaia parece una nave silenciosa que rodea su astro sol. Y desde esa distancia, según las leyes de la física, el planeta debería tener una temperatura media de doscientos grados centígrados y una atmósfera irrespirable. Pero no es así porque Gaia está viva. Gaia es un sistema que se regula a si mismo en estrecha relación con sus seres. Entre polo y polo, la tierra mantiene la tensión de temperatura necesaria para que circulen los vientos, para que naveguen las corrientes marinas, para que las nubes se formen en un lado y descarguen al otro lado del planeta, para que los pájaros migren y para que los insectos mueran cada invierno. Claro está que si este delicado equlilibrio lo rompemos por la acción indiscriminada del ser humano, las consecuencias pueden ser irreversibles. El planeta como todo ser sensible va perdiendo su cabello verde, no sólo en los desiertos sino en gran superficie de la tierra por la erosión de las lluvias, por la tala monstruosa de árboles, por las miles de carreteras y autopistas. Si producimos fábricas y fábricas que producen objetos que no se reciclan y que producen gases tóxicos, aguas contaminadas, etc. estaremos envenenando la pureza del aire donde residen todas las fragancias y no veremos el agua cristalina ni los reflejos de las rocas y de los peces, tampoco lo verán nuestros hijos. Pero si seguimos abultando la superpoblación de la humanidad, los recursos que ya de por si son escasos e irreemplazables, serán a todas luces insuficientes en un corto período de tiempo. Ya somos más de cinco mil millones de seres humanos, las tres cuartas partes bajo el listón de la miseria, de la guerra y de la ignorancia. Pero el problema no está en el tercer mundo y su gran índice de natalidad, el problema es de un mundo «civilizado» que explota, deriva los conflictos entre superpotencias, fomenta a sus multinacionales, crea mercados insostenibles para los países pobres y sobre todo, mantiene las dependencias de estos países económica y políticamente. Ante la falta de seguridad social, ante los conflictos bélicos, ante la aculturación y ante de mortalidad infantil, las personas tienen hijos e hijos porque estos son su seguridad en el futuro. ¿Cómo va a haber control de natalidad?, ¡qué hipocresía!. El mundo está sobrecargado y explotado, entre el agujero de ozono y la lluvia ácida, entre la pérdida de las grandes selvas y la desertización progresiva, entre la sobreexplotación de las aguas subterráneas y el aumento del dióxido de carbono, entre la amenaza nuclear y las enfermedades endémicas. Todo esto se ha dicho y repetido miles de veces en los medios de comunicación pero no importa estamos, en general, bastante dormidos, por el propio sistema y la propia inercia, y por la impotencia del individuo ante la globalidad. No importa que sepamos que cada día desaparezca una especie de vida, seguimos, pareciera, adelante, a un camino sin salida. No obstante las tribus y las sociedades simples nos han enseñado que la tierra es nuestra Madre, es la Pachamama, que nos cuida y nos da vida. Sin ella todo se ha acabado, ¡qué paradoja para nosotros!, que nos creemos el ombligo de la creación. Estos pueblos nos han enseñado, a los antropólogos, a los viajeros sensibles que la tierra es sagrada porque nos sostiene, porque provee de la yuca y la coca, del vino y del trigo, del arroz y del té. Que nos da seres alados, seres con patas y seres sin ellas. Todos los seres son parte de Dios, son hermanos nuestros que se perdieron en la noche o que fueron tocados por un rayo, que dijeron mentiras o que fueron guardinanes de los lagos o de las montañas. En cierta medida estos pueblos crearon una cosmogonía donde todo el universo era antropomorfo, pues el ser humano era la medida de todas las cosas, pero también comprendieron la cercanía con los animales y las plantas, con las estrellas y la luna. Gracias a todos ellos podemos darnos cuenta de la importancia de cuidar nuestra madre tierra. ¿CUALES SON LAS RAICES DE LO HUMANO? Ya vimos de estudiantes que somos animales mamíferos, del orden de los primates, de la familia de los homínidos, del género homo y de la especie sapiens. Nuestro hermano más cercano es el chimpancé y en vez de decirle hermano lo hemos metido entre rejas y le hemos lanzado una piel de plátano bien seguro de que somos infinitamente superior a él, lejos del griterío sinsentido, de las gesticulaciones torpes y de las monerias que nos hacen reir. Afortunadamente los estudios de etología y de la sociología animal han puesto de manifiesto que la comunicación, el rito, el símbolo, la organización, etc, no son exclusivos del ser humano. Y que los comportamientos de cortejo, de camuflaje, de defensa del territorio no son invenciones humanas. Así de ciegos nos hemos presentado ante la naturaleza y aún más, hasta hace poco éramos hijos de Dios y la creación hecha para nuestro disfrute. Los etólogos y los antropólogos han quedado impresionados cuando han investigado las sociedades de babuinos, macacos y chimpancés formados por clases bien definidas, donde la jerarquía no depende de ser el mono más fuerte, donde se mantiene de por vida la relación entre madre e hijo, donde existe un complejo lenguaje de sumisión, respeto, cooperación o antagonismo entre los diferentes individuos. Estos monos que ocasionalmente cazan con diferentes estrategias y que utiliza bastones, piedras o cañas para aspirar termitas; monos que se yerguen en vertical; y monos que se acarician, se masturban y se dan proto-besos. Monos que sólo les falta hablar aunque experimentos con algunos de ellos, la mona Washoe, han demostrado que pueden utilizar un lenguaje de sordomudos con más de quinientos conceptos. Con esto llegamos a una segunda herida en el narcisismo del ser humano, la de comprobar que lo que llamamos humanidad, aquello estríctamente humano que nos hace convivir, comunicarnos, simbolizar, pensar, tener una identidad ya está balbuciente en nuestros hermanos de los bosques. El ser humano ya se venía gestando desde hacía mucho más tiempo. Las heridas se suceden si contemplamos nuestro nacimiento. La gran madre, Eva, fue la primera mujer hace más de dos millones de años que convivió con otras especies en proceso de hominización y que no tuvieron una salida adaptativa. Fuimos, quién sabe, unos monos con suerte, unos estrategas natos. Para llegar a esta gran madre, para completar el proceso de hominización fue necesario una presión del ecosistema que impulsara a los seres de los bosque a meterse en la sabana y luchar con los grandes depredadores. Fue necesario ergirse sobre los pies y caminar grandes distancias con lo cual la mano se liberó del plano terrestre y la cabeza pudo estirase hacia arriba libre de musculaturas y mandíbulas. Se fue estableciendo un diálogo entre el pie, la mano y el cerebro lo que hizo aumentar de tamaño. De todas formas la gran madre de este proceso de hominización fue la supervivencia. La supervivencia que hizo que se descubriera el fuego, que se organizaran hordas para cazar, que se buscaran cuevas y se hicieran construcciones para la defensa. Estaba todo por descubrir y cada error habría la puerta de una nueva solución. También tenemos que admitir que el desarrollo del ser humano y de su incipiente cultura estuvo basada en su hacer cazador. Cazando es como aprendió de las armas y de la técnica, y como desarrolló un lenguaje más amplio junto con las estrategias y las artes de acecho. Nuestra Eva era africana y tenía la pigmentación de la piel negra. Y esto suponen otra herida en el seno de nuestra concepción jerárquica de raza, pues toda la humanidad proviene de un mismo tronco común, genéticamente hablando, todos provenimos de esa gran abuela negra. Esto quiere decir que no existen las razas y que sólo existen diferencias en el fenotipo y en los caracteres de adaptación al medio y a la cultura. Del pigmeo al indio, del blanco al negro existen muy pocas diferencias, ninguna significativa. Ya no hay razas superiores y ni siquiera podemos remitirnos a la cuna de la civilización -civilización blanca- pues Egipto era un país de negros, de faraones negros y de cultura africana, hasta que vinieron las invasiones del Norte e impusieron sus dioses y sus reyes. EL ETERNO FEMENINO Otra de las heridas que imprimirá en el seno de la sociedad patriarcal vendrá de manos de la mujer, es el descubrimiento de lo femenino. Genéticamente no cabe duda de que el plan básico de la vida es femenino pues es el encargado de dar vida y de asegurar la continuidad de la especie, de cualquier especie animal. De las primeras células y amebas que se reproducían por bipartición y de los animales hermafroditas que cambiaban de sexo y se autofecundaban, la vida avanzó en su estrategia y ensayó con éxito un nuevo experimento, era el macho. El macho aseguraba una distribución del componente genético más amplia de tal manera que cualquier nueva adaptación genética era implantada en muchas hembras. Se aseguraba por tanto un gran avance evolutivo, se corría más, por así decir, en el ancho camino de la evolución de las especies. Pero es curioso que, en general, la hembra de cualquier especie está más preparada y es más resistente y adaptativa que el macho. Ahora bien, dejando de lado este paréntesis, nos interesa el engranaje que sufrió macho y hembra en nuestra especie. Nuestra primera sociedad se fue desarrollando en torno a la caza pues esta era de vital importancia para la supervivencia y aseguraba además de la carne, pieles, sebos, aceites, cuerdas de los tendones, huesos como recipientes, máscaras y un largo etcétera. La caza a diferencia de la recolección tenía más prestigio pues implicaba una mayor organización, elección del terreno de caza, desarrollo de la tecnología y de las armas, rituales de incitación y sacrificio a los dioses, lenguaje preciso y lectura de las huellas y los hábitos de las presas, y el arte del acecho. Además la caza representaba lo excepcional, los viajes de exploración, el riesgo de la muerte, la aventura. Y una vez cobradas las presas –puesto que la carne difícilmente se conservará mucho tiempo– se pasaba al banquete, a la comunión con el tótem del animal cazado, en definitiva a la redistribución y solidaridad con el grupo. La caza fue creando dos sociedades diferentes –que aún perviven hoy en día–, el hombre cazador, explorador, nómada y tecnológico que se alejaba del hogar, y la mujer sedentaria, recolectora que cuidaba de los niños y su sociabilización. El hombre se apoderó de las armas, conquistó el espacio e hizo la guerra. La mujer aprendió el lenguaje del cuerpo, de la naturaleza y cuando sintió vida en sus entrañas se comunicó con lo invisible y con la divinidad. Uno creó la cultura de la muerte y de la conquista, la otra la cultura de la vida y del amor. Sin embargo pudieron más las armas y el hombre se volvió la clase dominante. Lo importante es entender que en el nivel mágico donde el ser humano no vivía separación con su mundo poblado de dioses y de misterios, era la mujer la que detentaba la comunicación con lo divino. Era la diosa, la madre tierra, la triple diosa lunar, las ninfas, las sacerdotisas las que, evidentemente daban a luz de la misma manera que lo hacía periódicamente la naturaleza. No había la estructura familiar sino un primitivismo comunitario aunque la dominación estuviera en el clan guerrero de los hombres. Con todo cuando el hombre se dio cuenta que aquel hijo de su amada tenia que ver con él, cambió radicalmente la estructura de la sociedad. La mujer ya era valorada por su capacidad de tener hijos y de cuidad del entorno hogareño pero ahora había que asegurarse de que «éste hijo es mi hijo» para asegurar la continuidad del poder, la transmisión de la sabiduría, las conquistas realizadas. Entonces había que controlar a la mujer, imponerle unas severas sanciones, recluirla en el hogar y quitarle la potestad sobre sus hijos. El mundo era una conquista y una posesión; el panteón de los dioses cambió, la diosa blanca fue simplemente la consorte de Zeus, y la gran abuela de todos los tiempos que engendró todo fue una simple Eva que nació de una costilla. La mujer pasó secretamente a ser peligrosa y envidiada, el hombre ante su imposibilidad de dar vida, la quitó, la reprimió y creó ciudades, imperios, escrituras y obras de arte. Perdonadme, no obstante, mi simplificación y mi recorrido tangencial por la antropología pero aún habreis de esperar un poco más para llegar al tema fundamental. CULTURA E INDIVIDUO Ahora se nos abre una pregunta polémica, una tensión entre cultura e individuo porque, como el huevo y la gallina, nuestra pregunta pudiéra ser: qué fue primero el individuo o la cultura. ¿Será acaso el individuo una mera ficción de la sociedad que crea individualidades para transmitir su red de normas y pautas culturales?, o bien ¿será la cultura y la sociedad el eco de las mil interrelaciones de los individuos, un epifenómeno por encima de las cabezas de los humanos?. Como siempre la respuesta será una aproximación a ambos conceptos, ni uno ni otro tendrían sentido por separado. En cierta medida el individuo es un espejo donde confluye una cultura, una reproducción micro de un entorno mayor. El individuo, la persona se hace a imagen y semejanza de eso que la sociedad pone en él, de las expectativas y de las necesidades de su cultura y de su época. Pero la cultura surge de esa actualización y puesta al día del quehacer humano. Surge del drama entre la vida y la muerte, entre las potencialidades reales que existen en cada persona. Es decir, cultura e individuo se nutren mutuamente y a la vez ninguna de las dos entidades tienen una realidad absoluta. Es esta otra de las heridas que quisiera señalar. Esa persona que somos no existe tal como la percibimos. Nuestro egoísmo, nuestro amor, nuestra moral, nuestros logros -y también nuestros fracasos- no son realmente nuestros, porque somos parte de un entramado social, de momento, inseparable. Incluso cuando morimos no somos llorados por lo que somos sino por lo que representamos, por el lugar que ocupamos mientras estuvimos vivos. Así el duelo no es más que una representación social, un juego donde se actualizan aquellas pautas socioculturales que nos mantienen como grupo. No somos nada se dice en estos casos. La persona, cuya raíz viene de máscara, es una amplificación de una función, de una representatividad necesaria a nivel social. La sociedad funciona como un todo al que guardamos respeto y temor. Sin ella sabemos que no somos nadie y esto lo explica los casos de niños-lobos que abandonados en el bosque no han podido reproducir ni lenguaje, ni gestos humanos ni siquiera el mismo ir ergidos sobre los dos pies. Es el caso de las marginaciones que sufren los individuos en sociedades simples que ante una infracción severa de las normas sociales, el grupo se da la vuelta y lo olvida. Ante la no existencia para la sociedad el individuo se retira al bosque y se abandona a la muerte, o bien en la sociedades complejas que ante la falta de integración del individuo en la sociedad, éste se suicida. La sociedad ha sido nuestra madre incluso más que la propia naturaleza y los atributos a los dioses, al Dios, han sido meras excelencias de los atributos humanos como bien comprendió Feuerbach. Por eso las Iglesias, antes que los Estados, han sido administraciones del bien social, amortiguaciones de la conflictividad en sociedad, paños calientes ante el vértigo de la muerte y sobre todo un control de las disidencias en el seno de un grupo. Aún no hemos visto la cara de Dios y todavía -en este estadio- hemos podido ver nuestra sombra. La sociedad ha podido funcionar como un clan fuertemente estructuado y cohesionado para poder sobrevivir, ha funcionado como un organismo que tiene diferentes funciones o como un edificio de diferentes estructuras o como un juego de mensajes y símbolos donde cada uno interpreta su papel en más o menos sintonía con el todo. No obstante la cultura no es algo autónomo pues necesita nuestros ojos para ver, nuestro cerebro para pensar y nuestras manos para hacer. Necesita de la complejidad que hay en nosotros para transmitirse, integrando en cada generación un nivel más, un mejoramiento del hecho de vivir. Por eso, de alguna manera, la sociedad es ciega pues no le importa demasiado a ese ser que siente y que es peculiar y diferente a cualquier otro. Este es el nivel de la persona que no podemos olvidar so pena de sufrir un fuerte desgarrón. No podemos olvidar que somos una especie –muy especial– y que formamos parte de una cultura (persona), pero tampoco nos podemos olvidar del individuo más allá de aquella. La pregunta a desarrollar a continuación es: ¿realmente qué, quien somos?. RECUPERAR EL MUNDO Si uno se ha dado cuenta que toda la eternidad cobra sentido en este momento y en nosotros mismos, que no puede –aunque quiera– dejar de estar en la corriente de la vida y de la evolución. Si uno se ha dado cuenta de que la vida no son leyes naturales permanentes sino hábitos introyectados en los cuales podemos –tímidamente– influir. Si uno se ha dado cuenta que la humanidad es más vieja que el mismo ser humano y que los animales y todos los seres tienen su grado de consciencia, su organización, su delicado equilibrio dentro del ecosístema –y todos dentro de la biósfera. Si nos damos cuenta que que el mono es nuestro hermano y que podemos aprender de él lo que fue nuestra infancia. Si nos damos cuenta de que lo humano es un proceso que se va consiguiendo en cada nacimiento y en cada generación, y que somos responsables de como dejamos este mundo a nuestros hijos, y a los hijos de sus hijos. Si nos damos cuenta que el mundo es un ser vivo que al igual que nosotros se autorregula y tiene su edad y sus ciclos vitales. Si nos damos cuenta, por evidente, que lo femenino no es algo ajeno a nosotros sino la matriz misma de la vida, y si consideramos que la mujer no debe ser más víctima de la historia pues la estrategia masculina ha sembrado el mundo de maravillosas máquinas pero también de horrores de guerra y hambre. Si nos damos cuenta que la cultura es nuestra naturaleza y que la naturaleza conforma nuestra cultura en un proceso simbiótico, y que nosotros no somos seres aislados e indivisibles sino partes de un todo social, una miríada de espejos donde todos los otros muestran su imagen. Si hemos conseguido andar por el mundo sin miedo, sin despreciarlo, sin destruirlo, sin aislarnos… entonces de nuestra huella saldrá una flor. Habremos recuperado el paraíso perdido, conseguido un lugar en el mundo y llegado a los confines de éste donde el horizonte se ensancha hasta perderse de vista. Habremos subido el primer peldaño desde donde, con la seguridad y satisfacción que da el propio poder de ser alguien, mirar hacia dentro. Ahora estaremos dispuestos a hacer otro viaje, invisible pero no por ello menos real, un viaje hacia dentro donde los únicos intrumentos serán la guía de la razón y la intuición del corazón. Nos tendremos que volver un ermitaño que sólo debe regirse por los criterios internos pues aunque uno haya conquistado el mundo todavía es ajeno a sí mismo. …Pero si uno todavía está enzarzado en los laberintos del mundo. Si uno todavía está demostrando al papá que puede, a la mamá que no necesita, al mundo que es útil. Si uno todavía dice mi, mío, conmigo insistentemente. Si uno cree que es mejor por ser blanco, por ser hombre, por ser rico, por tener cultura universitaria, por tener un mejor coche. Si uno se identifica con un rol social y no lo deja ni para dormir. Si uno se refugia en su ciudad, en sus libros, en sus hábitos sin percibir las nubes que pasan, sin percibir la interdependencia de todo cuanto nos rodea. Sin uno no sabe como salir de su ombligo… puede, no obstante hacer mucho. HERRAMIENTAS A NUESTRO ALCANCE Consideramos que, en este nivel, hay ayudas suficientes para reestablecer el equilibrio perdido. La visión ecológica que plantea el respeto entre las interrelaciones de todo lo viviente. La comprensión del mundo vegetal y animal y sus formas de vida. La Antropología que hace un viaje al otro, al que es diferente y reconoce otras lógicas de supervivencias, otras costumbres maravillosas, otra humanidad que no puede dejar de ser la misma en esencia. La Sociología que interpreta el tejido social y lo hace inteligible. La misma Psicología diferencial que plantea las diferencias entre los géneros, entre el hombre y la mujer y rescata un mejor equilibrio posible. Las técnicas psicoterapéuticas de ayuda personal que positivizan y clarifican la visión del mundo. Los apoyos del counseling que facilitan la escucha entre dos personas. El arte en todas sus formas que abre un mundo de belleza y armonía. Los grupos de acción social y de solidariadad que con su granito de arena cambian este mundo injusto. Todo esto, y más puede servir para ser parte del mundo. Segunda parte: EL EGO: JUEGO DE ESPEJOS Estoy en camino con mi visión… soy un vagabundo en un viaje perpétuo Walt Whitman ¿SOMOS UN CUERPO? Podríamos decir que si… podríamos decir que no. La piel es una referencia demasiado clara entre lo que somos y lo que no somos. Más allá de la piel es donde no sentimos aunque podamos controlar y poseer lo que nos envuelve. En todo caso la piel es un límite que nos acompaña hasta la muerte y que no podemos transgredirla si queremos mantener nuestro delicado equilibrio. Desde la antigüedad el cuerpo ha sido el cajón de sastre donde han ido a parar todos los misterios, todos los pecados y todos los castigos de los dioses. El cuerpo ha sido el lugar del placer y la lujuria, así como el emplazamiento del dolor y del tormento. Siempre ha sido el hermano pequeño que llevaba sobre sus hombros la carga pesada, el instinto ciego, la belleza y el decoro, las buenas costumbres y el maquillaje. El cuerpo ha sido encorsetato, torturado, vendido y negado de tal manera que parece que no hemos vivido el cuerpo que tenemos – que somos– puesto que el miedo lo ha aprisionado, la razón lo ha enmarcado, la moral lo ha censurado y el instinto lo ha explotado. Sólo nos hemos acordado de él cuando nos dolía, cuando no cumplía la norma y la moda, cuando se desataba en pasiones incontroladas. Por lo que nos hemos olvidado de saber realmente de él, de escucharlo en su ritmo, de seguir su propia naturaleza. Y este ha sido nuestro siguiente olvido, nuestra salida del paraíso. Antes que todo fuimos cuerpo, antes que palabra, símbolo, rito y sociedad fuimos un cuerpo de terciopelo que fue creciendo en el vientre de nuestra madre. Y el cuerpo no sólo creció como las células indiscriminadas del kéfir, el cuerpo creció con forma humana. Y cada célula supo el lugar que le correspondía, la función a realizar, el código asignado, el lenguaje de interconexión. El cuerpo creció y vibró en todas las direcciones que podía, hacia arriba para crecer, hacia el lado para comunicarse, hacia delante para moverse, hacia el lado para enraizarse y hacia dentro para sentir. La primera bocanada de aire estuvo llena de humanidad, de luz y de todas las estrellas que estaban sobre su cabeza. Entonces ya sabía casi todo lo necesario, no había diferencia entre su cuerpo y su alma, entre sus plexos y sus chakras. El cuerpo lo sabía todo porque éste es el asiento del alma, el lugar del inconsciente. A partir de ahora el cuerpo como una esponja absorverá los miedos, las represiones, los sueños mal vividos, las depresiones anímicas, los tics obsesivos, las corazas musculares, los patrones heredados y todas aquellas cosas que por no tener voz y por no ser escuchadas se deslizan en la sombra y en el cuerpo. La triste percha del cuerpo será diseccionada por la medicina, analizada por la biología, confeccionada por la moda, condicionada por el conductismo psicológico y todas las disciplinas querrán tener la verdad acerca de él y aunque se hará miles de enciclopedias, ninguna estará hablando de lo que anima al cuerpo que es en definitiva lo que lo crea. Pues el cuerpo, lo dirá la psicología humanista, las terapias corporales, las ciencias sagradas como el Yoga, el Tantra o el Taoísmo, es mucho más. Es el templo del espíritu, la guarida del instinto, el reposo del inconsciente, el instrumento de la energía vital, o la llave de la evolución. Se nos dirá también que somos culpables de habernos exiliado del cuerpo, de haberlo considerado como algo extraño, tal vez peligroso y por eso, hemos encerrado al animal que nos habita y lo hemos dejado casi morir de inanición cuando el cuerpo, de verdad, es un amigo y nosotros mismos pues como diría W. Reig, no tenemos un cuerpo, somos cuerpo. LA TORRE DE LA MENTE Alejados del cuerpo, nos hemos refugiado en nuestra mente. Hemos creado una barrera más entre lo que es el mundo, la vida, nuestra vida, y nosotros. Hemos aprendido a ver al mundo a través de la ventana de la mente. Y el mundo ha sido filtrado con nuestros prejuicios, nuestra filosofía y nuestras creencias hasta hacer de aquél un mundo chato y crear un universo solitario donde el ser humano es totalmente ajeno y sólo aspirar a buscar respuestas y a clasificarlo todo. Con el «pienso, luego existo» hemos pensado que la razón lo puede todo y que el misterio que nos envuelve lo podemos transcribir en una fórmula matemática o en un experimento de laboratorio. La razón necesaria se ha convertido en la razón imprescindible e impugnable. El método científico ha acorralado a la vivencia, al sentido común, a la sabiduría perenne con el estigma de «no es demostrable, no es válido». Pero como aquella habitación que nunca se ventila porque no encuentra las ventanas, la razón se asfixia en sus propios desechos. Goya dejó dicho que «los sueños de la razón generan monstruos». A pesar de que los maestros de Platón, y los maestros de sus maestros que fueron los invisibles egípcios, mostraron un Universo cambiante donde nada permanece invariable –ni siquiera uno mismo–, el platonismo y el neoplatonismo quiso encontrar un punto fijo, eterno e inamovible. El mundo arquetípico proyectaría un mundo de sombras, de parecidos, de réplicas más o menos cercanas al modelo. En ese punto fijo, los cristianos pondrían a su dios, y nosotros al hombre mismo. Olvidándonos, por ello, que el ser humano es un proceso en constante modificación que todavía no puede decirse que ha logrado su estatuto de humanidad a la vista de las guerras, los crímenes, la ignorancia, los abusos de poder que ostenta en un alarde de omnipotencia. La mente se ha convertido en un mono loco, enjaulada y rabiosa que sólo aspira a controlar, a dominar, a manipular todo lo que le rodea. Además ha confundido progreso con avance tecnológico, sabiduría con acúmulo de conocimientos, civilización con complejidad. El nivel de la mente es un nivel peligroso por la potencia de ésta. Hemos visto como las ideas arrasan el mundo, como los dogmatismos generan discriminación y violencia, como las buenas razones se convierten fácilmente en armas para los más fanáticos. El mundo anda dividido entre ideas religiosas, ideas nacionalistas, ideas sexistas y desigualdades entre los poderosos y los más míseros. El hombre que triunfa es el hombre económico, úrbano, industrial y burgués. Lo demás no puede pertenecer al mundo de los derechos del hombre, de la democracia, de la igualdad. Con la mente, el mundo se ha convertido en Maya, ilusión tras ilusión, escapada hacia delante ante el vértigo del vacío. Una vez más, la mente poderosa se ha vuelto sobre lo que la sustenta que es la propia vida. LA FUNCIóN DEL EGO Pero ¡ah!, aún podemos crear una nueva frontera, más poderosa que la anterior. Es cierto que uno se hace a fuerza de decir no, de decir no soy esto ni aquello. Pero también uno se hace a fuerza de mirarse en un espejo. En su camino uno recoge todas aquellas imágenes con las que se identifica, aquellas imágenes que le distinguen o que le inculcan, que le dan poder o placer, que le protegen o que le esconden. Uno compra su imagen en la tienda, en la escuela, en el dormitorio de su casa y en el cine. Y de todo eso crea una gran máscara, crea un Yo. Y yo lo dirá constantemente, yo quiero, yo deseo, yo soy, puesto que el ego es un imán que centrifuga todo en torno suyo, que marca jerarquías donde no debía haberlas. Aunque el problema no está en ese yo de leche cuando éramos pequeñitos, o en ese yo adolescente inseguro y gregario. El problema radica en ese yo que se hace ideal de sí mismo y que bascula entre el ideal del yo que busca y el yo ideal en el que se convierte. Ahora bien, el ego no puede ser una gratuidad de la naturaleza o de la cultura;el ego debe tener una misión secreta que cumplir aunque de momento la desconozcamos. El ego que ha cumplido con el mundo, que se ha hecho a sí mismo y se ha hecho fuerte para sobrevivir y para funcionar con otros, todavía tiene algo más que desarrollar. Quizá los componentes egóticos que todos llevamos, los egoísmos, egocentrismos, sociocentrismos, etc, forman parte de la vida que se preserva, de aquellos miedos ancestrales ante el caos y la incertidumbre, de una estrategia social que necesita acumular, conquistar, producir. De esta manera el ego funcionará siempre como una hoja de doble filo, nos asegura en el mundo pero también nos separa de él. El ego es ese sol grandioso y rojizo que sobresale del horizonte y que creando una ilusión óptica reclama nuestra atención. El ego es un altavoz que pretende amplificar lo que somos, que tiene la orden de tomar nota de lo ocurrido y que tiene la orden de mando sobre las decisiones, sobre las emergencias. El ego es el timonel del barco que previene de las tormentas y de los arrecifes, es la pluma que rasga el papel en blanco y es el eco que permite reflexionar sobre si mismo y el mundo. Lo que pasa es que cuando el ego se engorda y «se lo cree», cuando el ego se apunta todos los triunfos, los verdaderos y los fantasmas, cuando el ego manipula los resultados, las respuestas espontáneas, la confianza depositada, las verdades cristalinas. Cuando el ego se mira en el espejo y sólo se ve a si mismo, entonces, ya no es un timonel es un títere que da risa, un barco a la deriva, un loco peligroso, un truhán sin escrúpulos. Cuando el ego no ve ciego de poder y de codicia, de vanagloria y celos, de lujuria y autocomplacencia entonces nace un cáncer. Un cáncer que corroe por dentro los pilares de la vida y que boicotea las voces calmadas del espíritu. Este ego, si quiere llegar a buen puerto, tendrá que hacer un camino de retorno. Tendrá que retirarse del mundo y descubrir sus motivaciones más internas. Tendrá que sopesar en la balanza de la vida los desajustes y las trampas tendidas. Con todo tendrá que darse la vuelta y dejar de mirar la ilusión de la vida para remitirse al centro desde donde es posible la escucha. Este ego tendrá que renunciar a sus garras que atrapan el mundo y convertirlas en manos tendidas al prójimo. Este ego inflado tendrá que morir, cueste lo que cueste, tendrá que, como aquel cuento en el que el rio al llegar a las arenas del desierto y se estanca, tendrá que perder su forma y evaporarse, convertirse en nube y caer más allá de las montañas en un nuevo rio renacido. Pero esto es realmente difícil. Abandonar la casa que uno ha construído con sudor, demoler la torre que nos aislaba de la realidad, arrancarse de cuajo el tumor voraz que no para, que nunca está satisfecho, que nunca puede colmarse a sí mismo. Ya nos dice la tradición que cuando uno está desaparece Dios, y que cuando uno se diluye en todo está con Dios. Es la muestra de que el ego es la gran barrera pero, paradójicamente, sin él no podemos llegar a comprender. En este sentido no nos hemos de asustar de la muerte del ego que proponen muchas tradiciones religiosas porque esta muerte es una muerte dulce, una muerte liberadora. LA TRANSFORMACION DE LA MUERTE De la muerte se han dicho muchas cosas, todas ellas imaginarias y temibles. Ante la muerte hemos establecido construcciones simbólicas y religiosas que nos prometían un paraíso inalcanzable en esta vida, que nos prometían la vida eterna, que aseguraban que el alma transmigra de un cuerpo a otro, que la muerte es un tránsito a la otra orilla donde los rios son de leche y de miel, o bien que existe una fuente de la eterna juventud donde el alma vive pletórica para siempre. Eso si, todo esto a cambio de ser buenos, de seguir el dogma correcto, de conquistar la tierra prometida. Pero en todas estas visiones el diablo ha conseguido colocar al miedo como gerente. Para el chamanismo la muerte se situa a nuestra izquierda y permanece al acecho. La muerte debe estar siempre presente porque la muerte no es diferente a la vida, forma parte de la misma vida y de su estrategia. Si no hay muerte no hay nueva vida. Si la vida no hubiera creado la muerte seguiríamos como amebas, como bacterias que se engullen a sí mismas porque no hay espacio para evolucionar. La muerte es la gran liberadora porque precisamente permite la vida y por eso la muerte es lo más sagrado, lo más venerado. Vestidos de blanco o de negro, con cánticos tristes o alegres, con danzas o recitaciones, la muerte es un respiro, para el que se va y para los que se quedan. Y siempre la vida continua con los muertos y sus memorias, con sus dramas y sus alegrías. Pero individualmente recibimos a la muerte como la dama negra que corta los finos hilos de la vida con su guadaña. Queriendo escapar de ella, nos la encontramos de frente, sin previo aviso. Como aquel cuento en el que un sirviente de un gran mercader se encuentra a la muerte en el mercado y asustado le pide el mejor caballo a su dueño para irse a la ciudad lejana de Bagdad y escapar de ella. Al día siguiente el mercader se encuentra también a la muerte y le pregunta como es que ha asustado a su sirviente, y ella le responde que no lo asustó pues quedó sorprendida porque tenía para el día de mañana un encuentro fatal precisamente en Bagdad. En este sentido uno no puede escapar de la muerte. Y no puede escapar de ella mientras la vivamos como otro gran límite insuperable, como otra frontera que no queremos traspasar. Recluídos en la vida, con el miedo en el pecho, cuidándole todo para no morir, enfermar, dañarnos. Creándo diques y diques a la muerte, tarde o temprano nos olvidamos de la vida, dejamos de vivir por evitar el besos de la hiladora, de la parca que nos persigue. Y es que no nos damos cuenta de que la muerte, la muerte interna no se lleva nada de lo esencial, Como en el arcano número trece del Tarot, la muerte sólo corta caras, manos y pies, es decir, todo aquello que es visible, que pertenece a la imagen, a lo social. Y deja intacto el esqueleto, aquello más interno y perdurable que está en nosotros aguardando desde todos los tiempos. Es nuestra espiritualidad. No en vano las tradiciones esotéricas han creado rituales de muerte y transformación donde el individuo tenía que renunciar a todo lo apetecible, tenía que estar en silencio, en reclusión, en ayuno, en inmovilidad, o pasar por prácticas de iniciación en cementerios, en altas cumbres, en fosos profundos. Con la muerte uno tenía que confiar en lo más sagrado, y establecer su diálogo con la vida y con la divinidad. ENCUENTRO CON EL áNGEL Más allá del ego hay otro centro, es el uno mismo. El uno mismo no es algo misterioso e inalcanzable puesto que está siempre presente, despuntando a cada momento cuando quedamos embobados, cuando estamos a la escucha, cuando estamos sensibles, cuando bostezamos, saboreamos, meditamos o nos descubrimos en un despiste, un lapsus. Sin embargo ese uno mismo también es un símbolo a tener en cuenta. Representa en encuentro ansiosamente esperado, representa el ensanchamiento interior que permite la escucha de todo lo que nos habita. Es el encuentro con un ángel. Muchas veces hemos percibido que hay un ángel que nos guarda, que nos avisa en momentos peligrosos, que nos cita en secreto con los seres queridos, que nos traiciona en nuestras mentiras, que nos da aliento cuando nos falta, que sueña por nosotros y que nos despierta por las mañanas. Es un ángel muy exigente que tolera a duras penas los malhumores, las represiones, los autoengaños y que reclama placer, completitud, libertad y felicidad. Es un animal en celo cuando desea, un huracán cuando se cabrea, un águila cuando busca, desmedido cuando ama y lúcido cuando le dejan. Este ángel es nuestro inconsciente, y el uno mismo nuestra relación con él. Entonces le damos respuesta a nuestra pregunta, ¿quién soy?. Y una voz interna responde: nada; nada fijo, sólo una relación con el mundo, con tu interioridad. Un flujo de energía que va y viene, un punto de encuentro donde todas las partes encuentran una unidad. En verdad somos una puerta de entrada donde dos mundos, externo e interno, se encuentran y se reconocen –¿iguales?–. EL LAGO TRANSPARENTE Aquí acabararía el segundo movimiento de realización, aquel que nos lleva hacia dentro y que nos permite descubrir quienes somos de verdad. En este tránsito difícil hemos tenido que recuperar al cuerpo como parte de uno y como casa habitable. Hemos tenido que descubrir lo que nos decía el Tantra cuando aseguraba que «en el punto más bajo –cuerpo–, se da la máxima potencialidad». Potencialidad que hemos de aprovechar, para vivir, para abandonarnos a lo que somos, para acrecentar nuestra energía y nuestras capacidades. También hemos tenido que vérnoslas con la razón que aseguraba una ficción, el de dar respuesta a todo el universo, y hemos conseguido acallar la mente parlanchina que no para, que no da tregua. Al ponerla en su sitio han aparecido otros personajes que habitaban en nuestro palacio, estaban los sentimientos y las sensaciones, las intuiciones y la magia que no plantea explicarse el mundo sino que posibilita su vivencia. Comprender al ego y darle órdenes precisas de actuación es posibilitar el crecimiento. Aunque éste ha tenido que retirarse, camuflarse, negarse y hasta morir. Pero sin esto hubiera sido imposible un verdadero encuentro. Ser tan flexible como una hoja al viento, tan transparente como la superficie de un lago, tan auténtico como una mirada límpia. Ahora bien, es posible que en el encuentro con el cuerpo uno haya cedido a las fantasías, que ante la mente uno se haya decantado por la facilidad de las palabras, por la erudición ostentosa o que se haya ocultado, bien calentito, entre los conceptos tranquilizadores de tantas y tantas teorías. Es posible, también que detrás de la humildad y de la entrega incondicionada se esconda un ego más felino y más sutil de lo que pareciera. Creyendo, tal vez, que uno ha dominado al ego se disponga uno, con las mejores intenciones, a dar la iniciativa a otros, a transmitir sabiduría, a reapropiarse de la verdad, a creerse divino y sobre todo, a no soltar el poder que le han conferido otros más inocentes, más necesitados. Ya lo dicen los sabios que escondrijos hay miles pero la salvación sólo tiene un camino. Pues el sabio que se enorgullece de tal, aún le queda mucho por caminar. ESPACIOS DE CRECIMIENTO Aunque los errores y las trampas sean muchas, si uno no desfallece tiene al alcance muchas técnicas, muchos espacios de crecimiento. Referente al cuerpo habrá que establecer un nivel de escucha y atención. El naturismo, la alimentación equilibrada, las medicinas blandas y holísticas, los elementos naturales de energetización desde el sol a la arcilla, desde las hierbas a los paseos, desde el reposo al sueño reparador, plantean un estilo de vida natural y sano. Pero es preciso saber de nuestro cuerpo de su sensibilidad y de su expresión. La Expresión Corporal, la misma Musicoterapia, los Masajes sensitivos y terapéuticos. Por otro lado la calidad de escucha del Yuki y la liberación a través del Katsugen posibilitan la sensibilización corporal y su reacción equilibradora de mayor salud. Las Terapias de apoyo para que la sexualidad sea plena. Las técnicas de Antigimnasia y de reestructuración corporal para que las tensiones se diluyan y uno recupere otra estructura más autónoma, más equilibrada. La base del Hatha Yoga que provee de la escucha y observación corporal, que crea un espacio de relajación y una respiración amplia, que inserta al individuo en un ritmo más pausado de acorde con la vida y no con las prisas. Las Terapias Guestálticas que van al encuentro de la integración cuerpo mente. O las Terapias Psicoanalíticas que ponen de acuerdo al individuo con su parte oscura, que posibilitan el diálogo con las figuras parentales, con los traumas del pasado. Incluso la Astrología que recuerda al individuo que sus conflictos son parte de la vida, y que su carta natal es el recuerdo de sus potencialidades, de sus aspiraciones y de la búsqueda de un sentido. Que precisamente es él el que está en el centro de la rueda y es el héroe o la heroína de su vida, que no puede dejar de vivir. Al Eneagrama de Gurdjief que representa el equilibrio de todas nuestras pasiones. Y a tantas y tantas terapias y métodos alternativos que sería imposible enumerarlos pero que se dirigen básicamente a este nivel de interioridad, de ampliación de las barreras internas, y de diálogo creativo con lo que somos y con lo que queremos ser. Tercera parte: LA UNIDAD: EL CIELO EN LA TIERRA Para ir a donde no se sabe, hay que ir por donde no se sabe. San Juan de la Cruz LA SOMBRA Hemos hecho un buen trozo del camino. Hemos conocido el mundo y hemos doblegado al ego, pero aún no es suficiente. Ahora hay que dar un salto al vacío, a lo realmente desconocido, a la dimensión espiritual, a la visión trascendente. Aunque quisiera decir, para no crear suspicacias, que hablo en muchos momentos y más en este nivel desde la perspectiva de un cartógrafo que dibuja el mapa del camino pero que no necesariamente lo ha recorrido. Me remito pues, a las fuentes de la tradición y a mi propia intuición. El camino de ascensión tiene que pasar necesariamente por la integración de la propia sombra. En esa sombra reside todas las cadenas y todas las dependencias, todo lo que uno no ha revisado conscientemente pero que, sin embargo sigue actuando en la oscuridad. En el movimiento anterior hemos llegado a brillar internamente y a fluir con el mundo, pero no nos habíamos dado cuenta que toda luz deja un cerco de oscuridad así como el ojo que lo ve todo no se ve a si mismo. La sombra es la sombra que proyectamos. A veces ingenuamente la perseguimos para destruirla o la proyectamos en los otros, a veces huímos de ella por temor a ser engullidos. La sombra es la otra cara de la luz, profundamente inseparables. Si uno no abre el portalón de la ventana siempre estará en un mundo de sombras, pero ¡ah! si uno nunca se da la vuelta y reconoce la sombra que proyecta se sentirá poseído por imágenes fantasmáticas, por revueltas inconscientes, por personajes vampirescos. Aquel que siempre se instala en la claridad, nos dirá Don Juan, chamán de Carlos Castaneda, se enfrenta con el segundo de los enemigos del hombre. Ser claros, tener siempre una respuestas, ser positivo, buena imagen, buenas intenciones, es mostrar sólo una de las caras de la moneda. El trabajo con la sombra no es propiamente el tercer movimiento de trascendencia, es solamente la puerta de entrada. Representado en el Tarot con la carta del diablo, éste no es tan malo, es un ángel, un ángel caído pero también un ángel portador de luz –Lucifer– que nos habla secretamente al oído de todo lo que nos habita y de todo lo que nos maneja como un títere cuyas cuerdas son invisibles. Primero hicimos el encuentro con un ángel, el encuentro placentero con uno mismo. Después es el encuentro con el otro ángel, la comprensión, a veces tormentosa, de todo lo que nos habita, de lo radicalmente otro que somos. Ahora ya podemos mirar hacia arriba. ¿QUE ES LA ESPIRITUALIDAD? Difícil poner en palabras lo que no tiene voz. Difícil definir lo que es la espiritualidad sin dejar fuera del concepto algún territorio ignoto, algún rincón del alma. Sin embargo, a riesgo de cometer errores, es necesario redefinir lo espiritual. Es necesario porque no puede residir necesariamente en las cumbres inalcandables, en los retiros de los lamas, en la renuncia de los monjes, en la castidad de los yoguis. La espiritualidad ha de ser alcanzable más allá de los ritos alambicados de las religiones, más allá de los textos sagrados ininteligibles, más allá de los santones estériles. Redefinir lo espiritual es bajar de los pedestales y de los altares a los ídolos y a los sacerdotes que detentan el poder bajo una jerga de frases lapidarias y de sermones anodinos. Es necesario hacer todo esto porque lo espiritual es, realmente, el alimento de la vida. Quien hunde profundamente sus raíces en la espiritualidad sabe callar. Sabe alejarse del ir y venir alocado de los seres humanos. Quien bebe de las aguas de la espiritualidad sabe estar en silencio en medio del ruido y del gentío, y en intensa actividad en el silencio y quietud del bosque. Ser espiritual es buscar la sabiduría como marco de comprensión donde todo tenga cabida. Ser espiritual es tener fe y aceptar con agrado -y con sentido- los reveses de la vida. Ser espiritual es remitirse al corazón que todo lo siente y abrirlo sin condiciones. Ser espiritual es precisamente amar, no lo que hay de uno en los demás, no las propias identificaciones sino lo diferente, lo ajeno, lo que está en un rincón escondido. Ser espiritual es tener atención a las pequeñas cosas de la vida, y saber de la hormiga y del lenguaje de los pájaros, del parpadeo de las estrellas. No decir yo sino un tú cada vez más fuerte. Ser espiritual es pasar desapercibido para ver al amigo y al enemigo sin sus caretas, para comprender de qué madera está hecha la humanidad y para ser, eso sí, tolerantes en todo menos en el rigor de uno mismo. Porque ser espiritual no es un juego de niños, de autocomplacencias y romanticismos tardíos de primavera. Ser espiritual es mirar de frente la realidad del mundo, el niño que muere de hambre, el preso encarcelado, la mirada del loco. EL TODO INDIVISIBLE Lo dicen los científicos y los sabios, los ecólogos y los filósofos, la realidad no tiene límites, la veas por donde la veas. Es un Todo ininterrumpido donde cada parte refleja en su seno la globalidad. Por definición nada está separado y lo que rige en el microcosmos también rige en el macrocosmos. Por eso la Tabula Esmeralda sentencia que «lo que está arriba es como lo que está abajo». La unión de cada átomo, de cada electrón. El baile de estrella a estrella formando una galaxia. La unión entre el pez y el pez cuando forman un banco de colores que se mueven al unísono. Los tres trillones de células que forman nuestro cuerpo sin perder la forma humana. Toda esta maravilla, todo el universo está sostenido en algo. Lo han llamado Vacío, Dios, Tao, Brahman y cientos de divinidades, queriendo indicar que hay algo más allá de toda manifestación que permanece en silencio, y que es todopoderodo, omniconsciente y eterno. Hasta tal punto que muchos sabios, en todas las épocas, han dicho que la Realidad con mayúscula está más allá del mundo ilusorio. Para ello han enseñado en silencio para que no hubiera confusión, o se han retirado del mundo para estar más cerca de ese sentimiento de absoluto e iluminación, y también han recordado como en el Taoísmo que «el Tao que puede ser dicho no es el verdadero Tao». Quizás esto nos lleva a una intuición profunda, debe haber, cuando la conciencia está acrecentada o el ser plenamente sensible, un sentimiento de unidad profundo. Como si uno sintiera la existencia vertiéndose momento a momento y haciendo estallar nuestra precaria conciencia del mundo. Es el éxtasis. En ese éxtasis -supongo- que ha desaparecido el ego. No en forma de un esquizofrénico, psicótico o ausente como un autista. Debe ser una sensación infinita de expansión de este mismo ego. Por momentos no existe quien tiene la visión, el acto de ver, y la visión misma. Hay una simbiosis en la que uno y el objeto se han fusionado. Como dijo un maestro zen en la iluminación, «cuando oí repicar las campanas del templo, de pronto no hubo campanas y no hubo yo, sólo había un repicar». Esta conciencia de unidad es la que todos buscamos. Pero también es la que todos vivimos en el fondo pues cómo entender lo que nos dicen muchas tradiciones al indicar que el ser de luz ya está en nosotros, que no tenemos que hacer ningún esfuerzo, como dice el Tantra, pues la iluminación se da en este preciso momento, al darnos cuenta. Ya somos eso, esa chispa divina pero evidentemente, esto contrastacon nuestra realidad cotidiana. Otras tradiciones, no obstante, se empeñan en inculcar a la persona que tiene que ganar el cielo, que tiene que hacer cientos de sacrificios para alcanzar la beatitud y la dicha. Para la mayoría esto les lleva a un sentimiento de impotencia por no encontrar la perfección ni la sabiduría por mucho que se esfuercen. Es la gran paradoja. Ser y llegar a ser. Ya somos pero hemos de encontrar un punto de abandono para percibirlo, un espejo donde mirarnos. Por eso «cuando después de muchos años de buscar a Dios, exhausto, me dí cuenta que era Dios quien me buscaba a mí». Esta es la frase que lo resume todo. He tenido que buscar, he tenido que hacer sacrificios para salir de mi cerrazón, de mis limitaciones e ignorancia. He tenido que hacer un esfuerzo de comprensión para darme cuenta la tierra que pisaba, los prejuicios que me invadían, las defensas que me aislaban del mundo. Y por fin sentí que todo estaba ahí esperándome, desde la eternidad, en mi propio interior. Y que Dios siempre me ha querido a su lado. Es esta la conciencia de unidad. EL PRESENTE ETERNO Esta conciencia de unidad sólo puede vivir en el presente, pues el presente es lo único eterno, lo que no tiene fin. Y es por eso que cada instante es el centro del tiempo donde confluyen pasado y futuro. No estamos en una dimensión lineal del tiempo –salvo nuestra mente–, estamos en una esfera cíclica del tiempo, como una enorme matriz que germina cada instante sobre el anterior sin crear ningún vacío entre ellos. Las estrategias de los maestros, de los sabios ha sido la de hacer caer de bruces a los discípulos en el presente. Estrategias del absurdo, del sinsentido del no hay nada que hacer. Hasta que uno «para el mundo» y escucha. Es Ahora o Nunca, no puedes postergar, especular, –nos decían. Nuestro error es estar atrapados en el pasado, de lo que pudo ser y no fue, y el estar constantemente especulando con el futuro, con lo que será pero todavía no és. Y en esta escisión, evidentemente, nos olvidamos del presente. El presente lo vivimos como una urgencia, como una desaforada ansiedad, como una densidad insostenible. Por eso cuando estamos escasamente media hora en meditación, se nos cae el mundo, se encoje el corazón y la mente se dispara a cien por hora. El futuro lo construímos con nuestras esperanzas y con nuestras insatisfacciones, pero no existe. No existe por la sencilla razón que nunca somos el mismo del anterior momento, de la misma manera que nunca el rio es el mismo aunque la ilusión nos gaste una mala jugada. Aprender a vivir sin especular, a la intemperie, sin razones protectoras, sin cielos a conseguir, sin premios a la obra hecha. Este es el juego. Y este es el juego que no queremos jugar porque, por qué hacer tanto sacrificio sino me aseguran un trocito de cielo, un trozo en la memoria colectiva, un santuario deificado. ¿Por qué?. CONCIENCIA BúDICA Buda quiso dar respuestas a todo esto. Decidió abandonar su vida de principe y dar respuesta a todo el sufrimiento que él veía fuera de sus estancias palaciegas. Vio un mundo sumido en la miseria, en el sufrimiento y en la ignorancia. Y quiso aprender todo o que los sabios podían enseñarle. De nada sirvió todos los años de mortificación y ascetismo. Sólo cuando se abandonó debajo del árbol del Boddhi comprendió la ilusión del mundo, y comprendió que es la ilusión del yo y de las cosas las que están en la raíz del sufrimiento. Buda mostró que no hay nada que permanezca fijo, que todo es perecedero y que lo único qe existe es un vacío que todo lo llena. Sólo comprendiendo la ilusión del mundo uno puede liberarse de él. Esta es la conciencia búdica, la sonrisa interna que da respuesta a la paradoja de la vida. De nada nos sirve irnos de un extremo a otros, hay que encontrar el «camino del medio» y tener una visión ecuánime. El Buda representa esa posibilidad de romper toda dependencia ya sean ídolos, dogmas o maestros. La meditación es ese espacio que nos límpia y nos drena de todas esas dependencias. ENCUENTRO CON EL CIELO Es con este tercer movimiento llegamos al cielo, pero no un cielo separado de la tierra sino al cielo en la tierra.Es el movimiento de ascendencia pero también el de integración, el de descenso de nuevo a la realidad. Es la comprensión Zen que nos avisa que primero las montañas son montañas y los rios son rios, luego las montañas y los rios dejan de ser montañas y rios, para finalmente las montañas vuelven a ser montañas y los rios, rios. De alguna manera, la realidad tiene que desaparecer para encontrarla de nuevo con más brillo, más amplia y más conscientes de ella. En el largo camino que hemos hecho no se trataba solamente de llegar al cielo sagrado de la sabiduría, alejado de todo y de todos, muy al contrario, se trataba de tomar cuerpo real, de bajar el cielo a la tierra y de sujetar la divinidad a ras de suelo. El final del camino no es un acúmulo de poderes, sadhis, satoris, percepciones ultrasensoriales, y un largo etcétera. El final del camino es un volver a comenzar porque no hay nada definitivo. Es volver al mercado con la gente, es perderse en el rumor de la vida, iniciar nuevos caminos y volver a equivocarse. Porque no hay nada que uno pueda llevarse del cielo de la espiritualidad, antes, más bien, uno tiene que dejar su sentido de perfección y su estrecha filosofía. Más que nada, para ir ligeros de equipaje. Es el Loco del Tarot que después de realizar todo el viaje y, sin ansias de gloria, canta por los caminos. Ahora si que, cuando uno ha integrado su sombra como parte de su humanidad, ha sentido la espiritualidad como aquel alimento que nutre su vida más allá de toda jerarquía eclesiástica, ha sentido claramente la unidad de todo lo viviente fundido también en sí mimo. Cuando uno ha comprendido que no hay nada más que el instante presente, eterno y sagrado, y sonrie como el Buda ante la ilusión del mundo, entonces, podemos decir que uno ha cumplido su misión, que la humanidad ha brillado en su aspiración más secreta: ser el reflejo consciente de la vida. Ahora bien, si uno se ha perdido, a estas alturas, en algún recodo del laberinto interno; si uno está en un profundo desconsuelo; si todavía hay alguna duda insidiosa que corroe por dentro; si uno persigue todavía poderes mágicos, o poderes terrenales; si uno sigue especulando con el futuro, o ya viejo se entretiene demasiado en la gloria del pasado, entonces no está de más que uno pida ayuda. JOYAS DEL CONOCIMIENTO Entonces no está de más que, uno repase los maravillosos versículos del Corán, o rescate el cristianismo original, o penetre en la sabiduría de la Cábala. Puede, no obstante, seguir la visión taoísta de la vida o vivir la línea austera del Zen. O bien, encontrar en el Budismo la vía de realización. Y cada uno de ellos en las múltiples ramas y vías paralelas que existen. Podemos beber de las fuentes del Vedanta o coger el camino chamánico de poder y comprensión. Podemos emborracharnos con las danzas derviches o ceder a la tentación del Tantra. Podemos también realizar los diferentes caminos del Yoga (ver parte cuarta) y escoger una vía devocional, mental, física o a través del conocimiento, según nuestro temperamento. De hecho podemos realizar el salto trascendente a partir de la danza, la poesía o la música, o de nuevas síntesis espirituales. ¿Quién sabe?. Cuarta parte: YOGA, CON LOS PIES EN LA TIERRA Y LA MENTE EN EL INFINITO Sabiduría, liberación de la cabeza. Amor, liberación del corazón. Belleza, liberación de los sentidos. Rito, liberación del acto. Lanza del Vasto EL ESPEJO DEL YOGA Estos tres movimientos analizados –fuera, dentro y arriba–, de momento, sólo son un marco amplio de comprensión. Veamos ahora –por fin– cómo entender y atajar esta necesidad de trascendencia desde nuestro ámbito del Yoga. Acostumbramos a definir el Yoga como unión –de la raíz yug–, unión del jivatman con el paramatman como nos decían nuestros profesores, esto es, la unión del yo individual con el yo cósmico. No obstante también podemos actualizar esta definición y hablar de unión en el sentido de integrar todo lo que está disperso, todo lo que está escindido. Para que cuerpo, mente y espíritu no vayan cada uno por su lado pues, ya lo intuye el yoga, somos un ser global. Sin embargo encontramos otra variante a esta acepción y es la de «orientar el movimiento de la mente hacia un punto». Yoga es como dicen los Yogas Sutras de Patanjali, Sutra 2 del libro primero: Yogaschittavrittinirodhah Yoga es la interrupción de la actividad automática y de la actividadad mental, esto es, ser capaz de calmar las fluctuaciones de la mente. El Yoga tiene su origen en los Vedas y es uno de los seis sistemas o darsanas fundamentales del pensamiento indio. Pero lo interesante de esto es que darsana viene de la raíz drs que significa «ver». Es la visión sabia más allá de la mirada corriente. Yoga, por tanto es un enfoque hacia el conocimiento y el yogui será pues, «el que ve». No obstante, hemos de entender el concepto Yoga como un estado de conciencia de unidad –ya lo habíamos dicho antes– pero también todo aquello que nos lleva a ese estado. Dicho de otra manera, Yoga es el descubrimiento de la absoluta profundidad que habita en nosotros, y también de todos aquellos medios que nos llevan a esa comprensión. Por tanto, cada vez que vamos de un punto a otro de mayor bienestar o comprensión, estamos haciendo Yoga. Pero volvamos al Yogaschittavrittinirodhah. Si la mente está dispersa será imposible cualquier avance, en cambio, si frenamos la inercia de la mente, los torbellinos confusos, las ilusiones y fantasias que nos arrastran, entonces el lago mental quedará en calma. Dispuesto para enfocarse hacia algo más profundo, más global y más poderoso. Es el espíritu. Yoga, por tanto, es marcar una dirección –por supuesto que no la única– para llegar a ser uno con lo divino. Y también el arte de crear condicones especiales a través de asanas, pranayamas, ejercicios de concentración, o cantos devocionales para percibir con nitidez eso que uno es. El Yoga es un viaje al corazón de uno mismo. Toda la filosofía yóguica no es más que un mapa del camino, señales de que otros han pasado y han dejado una esquela de recordatorio para que la confianza no se pierda en el primer recodo del laberinto. Con todo el Yoga –como recordaba en la editorial del número 3 de Sin Fronteras–, no es algo que se pueda ver a simple vista pues tiene que ver con una actitud interna, con una postura vital ante el mundo y con una comprensión de sí mismo. Yoga es un delicado equilibrio entre el ser y el llegar a ser, entre la aceptación total de lo que uno es y el poder superarse constantemenete y, por qué no, entre la renuncia y a la vez, la conquista de la vida. Decía que el Yoga es un espejo donde poder verse, y es un espacio de encuentro y unión donde, todo lo alineado, todo lo reprimido que hay en nosotros encuentra su lugar y su fuerza. LA SOCIOLOGIA DE YAMA Y NIYAMA Es evidente que un sistema de práctica y pensamiento que tiene varios milenios de continuidad, no puede estar simplemente enfocado hacia el tercer movimiento, movimiento de trascendencia. Ha tenido que incluir, necesariamente, los anteriores, ha tenido una actitud hacia lo social y una investigación precisa del cuerpomente. Veamos pues los dos primeros angas de Patanjali. Yama y Niyama. Yama significa disciplina, algún tipo de restricción, pero también se puede interpretar como actitud, forma de comportarse. ¿Por qué –preguntaba en la revista número 2 de Sin Fronteras– antes de profundizar en la senda espiritual hace falta cumplir unas actitudes en cuanto a tu medio social?. Está claro que somos seres sociales y que vivimos dentro de un marco complejo sociocultural. Pero también sabemos que vivir con los otros es difícil y nos rodeamos de normas, costumbres, leyes, intereses creados, asociaciones partidistas, etc. Por tanto, no es de extrañar que los sabios y las diferentes tradiciones hayan enunmerado ciertas restriciones para no quedar centrifugados en el batiburrillo social y poder tener algo de energía para poder hacer un despegue espiritual. Asi pues –continuaba–, ¿no sería necesario conocer el entramado social para no quedar atrapado en su laberinto?, ¿no será necesario apostar por la fluidez y mejor funcionamiento de la sociedad y no tanto por el interés individual que hace de aquella una jungla?. De esta manera, Yama no es más que pura sociología aplicada. El delicado ajuste que hay que hacer para convivir en armonía –o mínimo conflicto– con otros. Aquella actitud que hace que la propia sociedad y cultura no te aplaste bajo su peso. EntoncesYama no la podemos entender como obligaciones morales impuestas sino como estrategia adecuada para seguir adelante en tu camino. Ser respetuoso y considerado con los demás y con uno mismo porque la vida requiere ser cuidada (Ahimsa), saber en qué momento has de decir una cosa sin dejar de ser sincero y ser consciente del resultado que puede tener (Satya), considerar que la única manera de vivir es demostrar confianza con lo que uno tiene y no traicionarla apoderándose de lo que al otro le pertenece (Asteya), no obsesionarse con el sexo, las pasiones o cualquier cosa que haga perder de vista la búsqueda de la unidad y el entendimiento con uno y con los demás (Bramacharya), y no acumular y acumular avariciosamente y perder de vista la dimensión humana de compartir y de recibir aquello que uno se merece (Aparigraha). Todo esto no son más que condiciones de salud mental y una gran actitud de amor a la vida. Puesto que cuando uno hiere, miente, roba, se obsesiona y se vuelve egoista en el fondo también se daña, se engaña, se niega la vida, se confunde y se vuelve mezquino. Simplemente, tener altura moral es tener la comprensión suficiente para sentir que somos parte de un Todo y que todo, absolutamente todo lo que somos se lo debemos a la misma vida. No obstante todo tiende a tomar una dimensión más interna e individual. Es Niyama, complemento inseparable de Yama. Es el reconocimiento de la propia individualidad y de su responsabilidad. Niyama es una atención a lo interno, es la Psicología de la autorregulación personal. ¿Acaso no habríamos de abonar y regar el terreno fértil donde el espíritu encuentre su luz?, o dicho de otra manera, ¿no habrá que encontrar unos criterios más internos donde vislumbrar el propio camino de realización?. Tener una actitud de limpieza y pureza tanto interna como externa, sin dejarse llevar por los prejuicios y por los hábitos (Shaucha) sumergirse en la fe y el agradecimiento a lo que nos trae la vida (Santosha), quemar las inercias con el apasionamiento de la vida y de la constancia (Tapah), escuchar la voz interna que nos guía y que nos permite doblegar las vanas razones del ego (Svadhyaya), y dejar que toda acción sea completa en sí misma, sin apego de sus frutos, como un canto que se entrega a la vida, sin condiciones ni chantages (Isvarapranidhana). Esto es Niyama, un jardín florido donde el cuidado, la belleza, el colorido, el florecimiento y el aroma de las flores permite el éxtasis. AVIDYA Y DUHKA, LA TERAPEUTICA DEL YOGA Hemos visto, de alguna manera la sociología del Yoga, pero también encontramos una psicología básica y una concepción filosófica de la vida. Una psicología encaminada a entender el conflicto y el sufrimiento en la vida. Partamos de avidya que significa «conocimiento incorrecto». traducido normalmente por ignorancia. Yo vería a avidya como un velo que distorsiona las cosas, que nos separa del mundo en el que vivimos, que no nos deja ver claro. Sin embargo la ignoancia «la podemos reconocer a través de sus cuatro hijos como nos explica Desikachar en su libro de Yoga, conversaciones sobre teoría y práctica-. Primero es asmita, el ego que nos motiva siempre. Querer ser el mejor , obtener siempre la razón, etc. La segunda es raga, que es adherencia o deseo. Esperamos algo hoy porque fue agradable ayer, no porque lo necesitemos. La tercera es dvesa. Si no conseguimos lo que nos proponemos tendemos a menospreciarlo o pasamos una desagradable experiencia y no queremos que ocurra otra vez, Finalmente está abhinivesa, fuente del miedo. Nos sentimos inseguros o tenemos miedo de nuestra posición en la vida». Con respecto a esto, es posible que pensemos que esta clasificación de las raíces de la ignorancia son simples a la luz de nuestra moderna psicología, pero lo que no podemos olvidar es que esta explicación y desarrollo del concepto avidya es tremendamente clarificador. Ante la dificultad de comprender avidya en nosotros, la podemos observar a través de nuestro ego, de nuestro deseo, de nuestros prejuicios y miedos. Porque avidya necesariamente afecta nuestras acciones. Entonces la práctica del Yoga se encamina a disolver ese velo que es avidya. Pero vayamos a otro concepto paralelo, el de duhkha interpretado como dolor, pobreza o sufrimiento. Opuesto a sukha, bienestar, duhkha es un profundo sentimiento de limitación que crea frustración y malestar. Cuando se cruzan los cables y nos sentimos incapaces para actuar y ver correctamente es cuando se manifiesta duhkha. Todos queremos eliminar este sufrimiento, pero lo que nos dice el Yoga, el Vedanta, el Budismo es que es la acción que parte de avidya la que produce duhkha. De esta manera se cierra el círculo. Una cosa lleva a la otra y ésta se vuelve sobre sí misma. También el Budismo lo enfoca de una manera parecida. Dhiravamsa, monje budista de la escuela Theravada, señala que «necesitamos estar libres de la ignorancia y de las actividades dañinas producto del deseo, de modo que podamos utilizar su energía de una forma nueva y creativa. Liberarnos del deseo es la meta de la vida». Y también habla del miedo: «si tenemos dificultades y temores en nuestra mente, no podemos tener un disfrute real y nuestros placeres son escurridizos. Con el fin de alimentarnos en el gozo, debemos liberarnos del miedo». Es cierto que el Budismo lo explica de otra manera, pero cuando habla de los Cinco Agregados de Apego que representan la carga del ser humano, está describiendo las dificultades para llegar a esa visión libre y ecuánime de la vida. Los cinco agregados son el cuerpo y las actividades de éste, sensaciones, percepciones, tendencias habituales o formaciones mentales, y la conciencia. Sin entrar en detalles, pues mi trabajo no pretende entrar en los vericuetos de cada Enseñanza sino posibilitar una visión global de funcionamiento y de comprensión. Con todo, desde la tradición, estamos hablando de psicología aplicada, de un marco de representación del conflicto interno y unas prácticas de resolución e eliminación del conflicto. Esto es lo importante. La Tradición no se ha olvidado en ese camino de trascendencia de elaborar un mapa interno del ser humano de su funcionamiento mental y una praxis del conflicto y su necesaria resolución. LO INFINITAMENTE PROFUNDO Siempre he dicho que fueron los místicos y los sabios los que crearon el Yoga al iniciarse en el sendero misterioso y no al contrario. Tuvieron que ser las indagaciones, las experiencias, los momentos de éxtasis lo que conformó con los siglos un método, un mapa del camino. Pero también fueron los errores, los desatinos, las salidas extremas que no llevaban a ningún sitio, las que abrieron nuevas puertas fecundas a la comprensión y a la sabiduría. Con esto quiero decir que la vocación del Yoga fue siempre espiritual y que su marco, la sociedad india, llevaba el sello divino desde los tiempos de Mohenjo Daro, en el valle del Indo más allá de los 2500 años antes de nuestra era, donde se reconocen prácticas avanzadas de meditación. La India siempre fue un crisol de culturas y religiones que fue integrando invasión tras invasión y pudo articular cada nuevo dios en el sobrecargado elenco del panteón de divinidades. Al lado de las cumbres más elevadas del planeta aparecieron también los más grandes sabios que escribieron los Vedas, el mismo Buda, los poetas que compusieron el Mahabharata, Patanjali, el Bhagavad-Gita, Vyasa, y un largo etcétera hasta llegar al renacimiento de la espiritualidad india en el siglo pasado y principios de éste con Ramakrisna, Vivekananda y Aurobindo. Ramakrisna fue el loco de Dios nos comenta Aurobindo porque entró en un Océano Ilimitado de Consciencia. Y este Océano no es algo exterior a nosotros destaca Iñaki Ceballos en un reciente artículo sobre Sri Aurobindo- Este Océano somos nosotros mismos, todo lo que habíamos rechazado a fuerza de ser objetivos. Es el mensaje de la India, la profundidad está en tí, sólo tienes que bajar y sumergirte en ella. Pero esto no puede ser un mero artifio intelectual o ascético, la espiritualidad es un alimento, como el maná que cae de los cielos, como el néctar que se destila en nuestro interior, que es vital para no estar muertos en vida. Estos sabios han sido unos artistas de lo profundo, de conquistas abisales en lo profundo del ser, y han dejado tras de sí un reconocimiento de que eso está en todos nosotros y de que, efectivamente hay medios que posibilitan ese contacto. Para bajar a estas profundidades era preciso partir de los tres centros. Vientre, pecho y cabeza configuraron también tres vías importantísimas del Yoga. Karma Yoga para llegar a la acción desinteresada. Bhakti Yoga para rendirse devocionalmente ante lo divino, ofreciendo el corazón como una flor abierta. Y el Jñana Yoga desde donde comprender la Verdad que nos inunda. A estos hubo que añadirle el Gran Yoga, Raja Yoga como vía directa hacia las profundidades, cuyo trono sería la meditación. Por otro lado, a principios de siglo, Vivekananda recorrió Europa y América haciendo un puente permanente entre Oriente y Occidente por donde circularían en un sentido y en otro innumerables sabios, maestros y estudiosos. Desde Krhisnamurti a Rajneesh, de Mircea Eliade a Ghandi. De Lanza del Vasto a Vhisnudevananda, de Alan Watts a Vimala Thakar, por citar sólo unos pocos. Ahora bien, es cierto que Sri Aurobindo con su Yoga Integral marca toda una inflexión en el mundo del Yoga. Se atreve a plantear un paso más allá de todo lo dicho hasta ahora. Al menos no se queda en la ascensión a la espiritualidad sino que quiere bajar esa experiencia de eternidad a la misma célula, quiere, esto es, volver sagrada la materia, romper el techo biológico de la muerte. De hecho, nadie sabe cuáles son los vericuetos de la evolución, de la evolución humana. Con todo, es cierto, que la evolución y el cambio profundo reside, en parte, en nuestras manos. Lo único que yo quiero destacar de Sri Aurobindo es el de hacer un planteo más, el de reconocer que el Yoga no es un pesado lastre del pasado, sino un factor más de evolución. Como él mismo escribía: "El Yoga de la India es potencialmente uno de los elementos dinámicos de la vida futura de la humanidad. Hijo de eras inmemoriables, preservado hasta nuestros días por su vitalidad y suverdad, emerge ahora de las escuelas secretas y de los retiros ascéticos donde se había refugiado, y busca su lugar en la suma futura de poderes del hombre y de sus auxiliares vivos. Pero primero, es necesario que se redescubra a sí mismo, que saque a la superficie su razón profunda de ser en relación con la verdad general y con el fin constante de la Naturaleza, y que, en virtud de este nuevo conocimiento de sí o de esta reevaluación, proceda a una nueva síntesis más amplia". RAZÓN DE SER Es esto precisamente lo que le pediría al Yoga, lo que me pediría a mí mismo con respecto al Yoga, ser capaz de hacer una síntesis más amplia y recuperar la vitalidad y la energía necesarias para hacer este viaje a lo desconocido, a las profundidades de ese Océano que nos invade por dentro y por fuera. En todo esto, una de las conclusiones que puedo sacar, es que la vida siempre es nueva -como debe ser la Tradición-, y se actualiza momento a momento, y afortunadamente, nunca es la misma. Por eso nosotros, parte de ella, también somos nuevos día a día y nos actualizamos en cada comprensión, en cada crisis, en cada nuevo gesto aprendido. Somos, como las estrellas, un laboratorio vivo donde lo divino experimenta, somos un proceso mucho más amplio de lo que nos imaginamos. Pero, paradójicamente, también somos parte del análisis de ese experimento, participamos en la recogida de datos y en las nuevas propuestas de cambio. Es lo humano cuya función es expresar la consciencia de la vida. Y aunque nos miremos en las enseñanzas de los sabios que nos precedieron, somos tan tremendamente inquietos, que no podemos, por menos, que ensayar nuevos modos de ser y nuevos espacios de espiritualidad. Con todo mi trabajo es un agradecimiento a todo lo que el Yoga me hizo -me hace- crecer, un agradecimiento a todas las vidas dedicadas a él y que en forma de sutra, de poesía o de conocimiento nos han llegado hasta nosotros. De todas maneras he intentado plasmar en estas páginas mi trayectoria de dieciseis años -que conozco el Yoga-, y mi formación paralela en otras disciplinas. Estoy convencido que nuestra época -y nosotros con ella- tiene la misión de desvelar todos los secretos, todos los esoterismos y todos los arcanos que mantenían el conocimiento oculto y darle otra forma, otro lenguaje más adecuado, si cabe, más efectivo. ANTROPOLOGIZAR EL YOGA Estamos contentos de que el ejecutivo, el deportista, la ama de casa, el abuelete, la embarazada y el niño hagan yoga. Porque sí, porque bienvenido todo aquello que genera bienestar y paz. Pero sabemos que no por ello el ejecutivo cambia su visión del hombre económico, y el deportista su versión competitiva de la vida. No importa. Con la Antropología Filosófica he aprendido a buscar debajo de la alfombra de cualquier filosofía, de cualquier ideología hasta encontrar una creencia. Porque detrás de cualquiera de ellas arropadas por mil verdades, por mil razonamientos y comprobaciones científicas existe una sola idea.Una idea pura en el vacío. Una idea que sólo le da sentido nuestra buena voluntad, nuestros miedos, nuestras cerrazones o nuestra endiablada pasión por la vida.Lo demás, a mi juicio, es un poco cuento. Si detrás de la lógica del mercado existe la idea de que somos animales en competencia en una jungla donde sobrevive el mejor. Si detrás de la religiones nos complacemos en que somos hijos de Dios que deben toda su gloria al Creador. Si detrás de la democracia occidental se esconde un afán de poder e influencia donde el ser humano recobra su papel de liber de la tribu. Si detrás de muchas filosofías se esconde una visión del ser humano nihilista, donde todo es pura proyección de la mente. Si, en definitiva, detrás de las múltiples concepciones del Yoga y otras disciplinas, se esconde un endiosamiento del ser humano y de sus maravillosos y paranormales poderes. Entonces nos habremos perdido lo más interesante: la reflexión humana. Es probable que caminemos a oscuras en el universo y que seamos como sonámbulos en una cuerda floja donde todo lo que somos y todo lo que hemos montado no tenga más validez que la que nosotros mismos le otorgamos. Es también probable que no podamos vivir sin justificaciones, sin ideales, sin criterios reguladores, sin cosmogonías y sin muchas más cosas. Es posible que tengamos que mentirnos -humanamente- para seguir habitando un Universo "vacío" donde, incluso nuestros dioses más preciados, se niegan a mostrarse ante nuestros ojos. Pero lo que ya no es tan necesario es que olvidemos la razón profunda que nos mueve y que no seamos capaces de elegir qué idea reguladora es la que necesitamos para poder vivir. Como dice la canción, busca un amor que sea tu motor… Busca, asimismo, un ideal, una pasión o cualquier cosa que te haga vivir. Pero, por favor, no digas que es la verdad. No la justifiques, ni hagas de ellas una bandera, un arma, un elemento de discriminación. No te hagas un superhombre o una diosa por creer en ellas. No elimines con tus sueños toda la multiplicidad de formas de ser, puesto que esto es lo genuínamente humano. No hagas del Yoga unos zancos para ser más alto de lo que eres, utilízalo para crecer. Y no hagas del Yoga un collar de ideas sabias, simplemente utilízalo para aprender. Tampoco olvides tus sueños por pequeños que sean y no te sumerjas en los sueños omnipotentes de otros. Te perderás. ¡Ah!, y lo más importante, olvida todo esto, pues este trabajo es mi sueño. Por supuesto un sueño con vocación de compartirse. Con todo corazón. Arjuna Peragón