El Centauro

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El Centauro
Sociología, terapéutica y misticismo en el Yoga
Arjuna Peragón
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PROLOGO
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INTRODUCCION: El Centauro
Los 3 Movimientos
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PRIMERA PARTE: El Mundo: Ese
Paraíso Perdido
¿De dónde Venimos?
Un Planeta Azul
¿Cuáles son las raíces de lo humano?
El Eterno Femenino
Cultura e Individuo
Recuperar el Mundo
Herramientas a nuestro alcance
●
SEGUNDA PARTE: El Ego: Juego de Espejos
¿Somos un cuerpo?
La Torre de la Mente
La función del Ego
La Transformación de la Muerte
Encuentro con el Angel
El Lago Transparente
Espacios de Crecimiento
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TERCERA PARTE: La Unidad: El Cielo en la Tierra
La Sombra
¿Qué es la espiritualidad?
El Todo Indivisible
El Presente Eterno
Conciencia Búdica
Encuentro con el Cielo
Joyas del Conocimiento
●
CUARTA PARTE: Yoga: con los pies en la Tierra y la
mente en el Infinito
El Espejo del Yoga
La Sociología de Yama y Niyama
Avidya y Duhka: la terapéutica del Yoga
Lo Infinitamente Profundo
La Razón de Ser
Antropologizar el Yoga
PRÓLOGO
Quisiera empezar disculpándome por la tardanza en presentar esta tesina,
trabajo final de la formación de Yoga pero es que, en su momento, nos pilló a
todos por sorpresa, sin tiempo para hacernos una idea de lo que significaba
hacerla, sin apoyos cercanos para hacer un seguimiento y sin haber hecho
previamente algo más básico, esto es, una revisión detallada de todo el material
acumulado –y a menudo desordenado– durante los cuatro años de formación.
Por otro lado, sin que sirva de atenuante, he pasado varios años imaginando
grandes tesis donde pondría esto y aquello, en la que haría una gran síntesis y
aportaría muchos datos interesantes. Trabajo que uno va postergando y
postergando ante semejante envergadura y compromiso.
Héme aquí pues, delante del ordenador con muchas ideas claras y otras no
tanto. No obstante mi función de tutor en la formación de Barcelona durante este
curso 92-93 ha ayudado a darle energía a este trabajo pues los espacios de
tutoría han sido para mí enormemente creativos. Espacios donde hemos revisado
la anatomía, los elementos pedagógicos del Yoga así como textos clásicos que
nos han permitido enmarcar mejor toda la filosofía y sabiduría que rodea al Yoga
y abrir nuevos horizontes de búsqueda.
Ahora bien, quisiera dejar claro que, aunque el trabajo de elaboración se refiere
a la formación comprendida por Carlos Fiel, mi formación como profesor de Yoga
se amplia bien atrás, desde que tenía 16 años cuando realizar una sesión de
Yoga comportaba una entrega y una inocencia que sólo un novato puede hacer.
Por lo tanto quisiera no olvidar aquellos años en los que leía a Yogananda,
Sivananda, Vivekananda y otros clásicos, aquellos kirtans donde ofrecíamos
frutas, aquellos retiros en solitarios a la montaña para hacer Yoga. Agradecido a
Luís Mompó que con su aureola de maestro supo marcar una exigencia y un
compromiso que yo necesitaba. No sé lo que conseguí por entonces pero lo
cierto es que empecé a caminar tremendamente ilusionado (y tremendamente
idealista).
Empezar a dar clases –desde 1981– fue todo un vuelco en mi vida. Cien
personas en mis clases repartidas en cinco o seis grupos, y otras tantas en lista
de espera era un éxito prematuro pero también una gran responsabilidad. Una
responsabilidad que me hacía mantenerme en la cuerda floja, eso sí, sorteando
los obstáculos con pasión, entrega y, la mayoría de las veces, como podía. Lo
evidente es que entendí que tenía que hacer una formación más seria, una
formación real.
Descubrí entonces Viniyoga, cuyo espíritu consistía en partir de donde uno se
encuentra. Puesto que cada uno es distinto y cambia de un tiempo a otro, no
puede darse un punto de partida común, ni servirán para nada las respuestas
prefabricadas. Es necesario, por lo tanto, examinar la situación actual y poner en
cuestión el estatuto admitido por costumbre. Estas palabras de Desikachar eran
las que yo necesitaba. Era un balón de oxigeno que me liberaba de la disciplina
férrea del Yoga de la India del Norte y planteaba un elemento –tal vez más
occidental– de racionalización y también de escucha. Era la India del Sur, eran
los escritos del centenario Krishnamacharya, padre y maestro de Desikachar.
Era, por tanto, otra visión de la tradición, con otro lenguaje y más actualizada a
nuestras latitudes. Tampoco puedo olvidar esos años que pasé con Josep
Berneda que con su respeto y seriedad me transmitió una implicación honesta y
humilde en el mundo del Yoga.
Mientras tanto mi vida era un caldo de ebullición donde alternaba la terapia, la
psicomotricidad, los grupos de expresión corporal, los maratones arcoirianos, el
mundo simbólico del tarot, y muchas cosas más que me nutrían y que tampoco
puedo olvidar.
En estas que conocí a Carlos antes de que hubiera ninguna formación dada por
él, en Terrassa, Sant Cugat… y por fin una vez en Can Valls (un camping
naturista en Girona) me decidí a incorporarme a la formación que recien había
empezado ese año. ¿Qué puedo decir de esos años?. Sorpresa y entusiamo ante
la capacidad de síntesis que se planteaba, agradecimiento por la intensidad de
vivencia y afecto que se ofrecía y como no, rabia y frustración por mi propia
impotencia y mi dificultad de asimilación. También fue una primera época de
crítica constante ante la pedagogía, de desestructuración y defensa de lo poco
que yo sabía, de idealizaciones y desidealizaciones constantes. Toda una época
difícil de resumir, pero que agradezco enormemente.
Con todo, tengo claro que no quiero hacer una enciclopedia de este trabajo,
tampoco necesito mostrar todo lo que sé o dejo de saber, ni quisiera caer en
gestos eruditos innecesarios. Quisiera solamente plantear algunas cuestiones.
Tampoco quiero hacer un vaciado de libros y apuntes o sintetizar una docena de
ideas bien colocadas una detrás de la otra, no. Estaría satisfecho con lograr que
estas páginas fueran un espacio creativo de reflexión más allá o más acá de la
materia pedagógica del Yoga pero sin duda, un espacio donde se trate algo
fundamental de éste. Después de haberme leído algunos trabajos y dossieres de
otros profesores –cosa que agradezco pues varios me han servido y me han
documentado bien– he notado que eran trabajos que lógicamente se enfocaban
en la dirección de dar clases, o que planteaban una visión terapéutica del cuerpo,
o bien eran especializaciones para niños, ancianos, para tratar el asma, etc. Yo
qué puedo aportar, me preguntaba. ¿Podría hacer un análisis del lenguaje del
cuerpo que sirva para dar un mejor diagnóstico y estado corporal del otro?,
¿podría clasificar las tendencias y hábitos sociales que encorsetan al cuerpo y a
las emociones creando tipologías, cuadros de tensiones, climas emotivos?,
¿podría tal vez hacer un ensayo sobre respiración y de la importancia de ésta en
determinadas tradiciones?. No sé. Lo que si sé es que estas cuestiones que
podrían interesarme son trabajos de por vida, con una investigación necesaria y
una experiencia importante que, evidentemente, desbordan este trabajo y mis
posibilidades de tiempo. Por ello he optado por hacer un trabajo diferente, no
técnico sino de búsqueda de sentido, no desde una perspectiva estríctamente
yóguica sino enmarcando todo lo que nos puede llevar al ámbito del mismo
Yoga. Aún considerando que pude ser un trabajo marginal y difícil en su
exposición, creo que será necesario aunque sólo sea como elemento de revisión
y debate. Ahí voy.
Introducción:
EL CENTAURO
Sociología, terapéutica y misticismo en el Yoga
LOS TRES MOVIMIENTOS
Quisiera empezar con una frase del místico San Agustín, padre y pilar de la
Iglesia Católica en la Edad Media que aunque maniqueo en sus orígenes donde el
mundo se dividia entre bueno y malo, oscuro y luminoso, y el individuo estaba
dividido entre una parte oscura y pecadora y otra divina, supo profundizar en su
idea de verdad eterna en el seno de Dios. Dividiendo el mundo en dos ciudades –
dos sociedades–, civitas terrena y civitas Dei, creyó que había un tránsito entre
una y otra, aunque para él fuera la Iglesia. Tal vez por eso dijo que había que ir
de «fuera, hacia dentro, y de dentro hacia arriba».
Esta frase ejemplifica una comprensión que tengo acerca de cuál es el proceso
de crecimiento espiritual, un movimiento vital a tres bandas donde es preciso
conquistar una orilla, y hacer un puente para llegar a la otra orilla deseada. Me
explicaré a continuación.
Esta comprensión radica en la sospecha de que para acceder al cielo espiritual
primero hay que comprender el nivel social y luego el estríctamente personal
como si éstos fueran piedras de una misma columna, imprescindibles para llegar
a colocar el anaquel de arriba. O es esa iniciación previa que los monjes,
sadhakas, tienen que sufrir para entender los misterios invisibles de la divinidad.
Sin duda este tránsito lo llevamos en los genes y lo vivimos por primera vez
cuando una vez formados en el seno de nuestra madre hemos de romper el sello
que nos separa de la vida para poder nacer. Aquí se plantea lo mismo, ese
segundo nacimiento que necesariamente tiene que pasar por una renuncia al
mundo –o mejor dicho, un entendimiento de éste–, un sacrificio personal –
encuentro consigo mismo– y un despegue de luz y comprensión, –entendido
como realización, iluminación, satori, nirvana, etc, etc.
El mismo Tarot, herramienta de conocimiento esotérico de la Edad Media, nos
explica con detalle todo este proceso. El héroe, representado en este caso en el
Loco, es el que tiene que hacer el camino, para ello tiene que –en un primer
movimiento– conquistar el mundo (el Carro), llegar a saber quién es (la
Templanza) –segundo movimiento– hasta conseguir la liberación de todas las
ataduras (el Mundo) –último movimiento–. Dicho de otra manera, primero tiene
que hacerse como persona, tiene que crear un ego, para después morir en esas
máscaras que uno fue haciendo, hasta llegar a un renacimiento de ese mismo
ego, pero ya un ego libre y amoroso. Es el fuera, dentro y arriba del que
hablábamos anteriormente.
También podríamos simbolizarlo en la figura del Centauro. Mitad animal, mitad
humano, el centauro dispara una flecha encendida con la chispa divina al centro
del Universo. Es esa alquimia que permite la sublimación desde lo instintivo, a lo
humano y su posible conexión con lo más alto, la divinidad. En este sentido es
un símbolo que nos permitirá entender que somos seres no aislados de la vida,
lo social, y lo divino.
Así pues, con este esquema sencillo que iré ampiando en mi exposición, quisiera
introducir el conocimiento de otras disciplinas que permiten enmarcar mejor
estos movimientos y hacer un mapa por donde transita la persona que somos,
un espejo donde se mira el ego y un paisaje donde transcurre el alma. Todos
estos elementos de la globalidad que somos.
Este largo recorrido es el que nos permitirá llegar a la base de Yoga con otra
perspectiva como aquel que llega de un largo viaje de vuelta a casa y descubre
el sentido de cientos de cosas y detalles que antes habían pasado
desapercibidos. Sería la vuelta del hijo pródigo, la vuelta al verdadero hogar.
Ahora bien, tendremos que hacer una radiografía a ese ser que somos y que se
cree separado de todo, de todos y hasta de sí mismo…
Primera parte:
EL MUNDO ESE PARAÍSO PERDIDO
El mundo es una rosa, respírala y pásasela a tu amigo.
Proverbio kurdo
¿DE DóNDE VENIMOS?
Está claro que hace quince mil millones de años no éramos nada. No había nada,
ni siquiera la materia o la luz de las estrellas. Entonces nació nuestro Universo.
Aún así tuvo que esperar la Creación unos diez mil millones de años para que se
formara la materia en forma de sistemas solares. Nuestra amada Tierra estuvo
formada hace cuatro mil quinientos millones de años. No obstante tuvimos que
esperar más de 1500 mill. de años mientras los océanos cocían una sopa saladita
y energética para que aparecieran las primeras células, y otro tanto hasta que
aparecieron los suculentos moluscos y formas primitivas de vida. De todas
formas tuvieron que transcurrir millones y más millones hasta que los peces se
convirtieron en anfibios y éstos en reptiles. Ya nadie se acordaba del big-bang.
Todavía faltaban los mamíferos que esperaron 100 millones más y los primates
otros tantos. Por fin aparecimos nosotros tan solo hace dos millones de años, es
decir, un abrir y cerrar de ojos en esa aventura que iniciarón el Universo y la
Vida misma.
Lo cierto es que es difícil –y desbordante– entender el proceso de evolución que
se ha gestado desde entonces. Un ritmo de evolución impresionante que se ha
ido acelerando cada vez en un nivel de mayor complejidad e integración de todos
los procesos vitales precedentes. Nuestro mismo cerebro está compuesto de los
primeros destellos de las estrellas, de las primeras sales compuestas, de las
primeras amebas que absorvían por los poros el alimento, del primer pez que se
dirigió a la luz y del primer anfibio que respiró aire. Nuestro cerebro aprendió el
instinto de los reptiles y el gregarismo de los mamíferos, hasta que despuntó en
los primates. Somos, junto con todo lo que nos rodea, el tentáculo de la
evolución que avanza cada vez más rápidamente y desgraciadamente nos hemos
olvidado de ello.
Hemos opuesto, en un maniqueísmo absurdo, el hombre frente al animal,
nuestra cultura frente a la naturaleza, nuestra conciencia frente al instinto,
nuestra mente frente al cuerpo y nuestro orden social frente al caos de la vida.
Con todo nos hemos quedado solos, aislados y sin más respuestas que las que
nos da nuestra precaria capacidad razonadora. No hemos sabido responder a la
pregunta de quienes somos.
De alguna manera hemos salido del paraíso cometiendo el primer pecado original
al no haber comprendido que toda la evolución se manifiesta en nosotros –y no
solamente– cumpliendo secretamente algún designio divino. Pero también
olvidamos que nosotros no somos el techo de la evolución. Somos seres en
proceso y constantemente la humanidad se va inagurando en cada nuevo
nacimiento. Cuando decimos ser humanos nos equivocamos al pensar en algo
fijo, en algún modelo inmortal pues el ser humano del mañana será, con toda
probabilidad, bien diferente.
La Naturaleza ha dejado de ser algo amorfo que crecía y se multiplicaba
indiscriminadamente y que seguía estrictas leyes de selección. Ahora
comprendemos que la Naturaleza es una fuerza autoorganizativa, un sistema
abierto de complejas interacciones, una matriz creadora con sistemas de
regulación que se modifica a sí misma junto con sus seres. Y es por eso que
nuestra naturaleza no es simplemente el ruido del intestino o el reflejo de
succión, es la sangre que late y también nuestra sensibilidad.
UN PLANETA AZUL
Desde la ingravidez del espacio, el planeta Gaia parece una nave silenciosa que
rodea su astro sol. Y desde esa distancia, según las leyes de la física, el planeta
debería tener una temperatura media de doscientos grados centígrados y una
atmósfera irrespirable. Pero no es así porque Gaia está viva. Gaia es un sistema
que se regula a si mismo en estrecha relación con sus seres. Entre polo y polo, la
tierra mantiene la tensión de temperatura necesaria para que circulen los
vientos, para que naveguen las corrientes marinas, para que las nubes se
formen en un lado y descarguen al otro lado del planeta, para que los pájaros
migren y para que los insectos mueran cada invierno.
Claro está que si este delicado equlilibrio lo rompemos por la acción
indiscriminada del ser humano, las consecuencias pueden ser irreversibles. El
planeta como todo ser sensible va perdiendo su cabello verde, no sólo en los
desiertos sino en gran superficie de la tierra por la erosión de las lluvias, por la
tala monstruosa de árboles, por las miles de carreteras y autopistas. Si
producimos fábricas y fábricas que producen objetos que no se reciclan y que
producen gases tóxicos, aguas contaminadas, etc. estaremos envenenando la
pureza del aire donde residen todas las fragancias y no veremos el agua
cristalina ni los reflejos de las rocas y de los peces, tampoco lo verán nuestros
hijos.
Pero si seguimos abultando la superpoblación de la humanidad, los recursos que
ya de por si son escasos e irreemplazables, serán a todas luces insuficientes en
un corto período de tiempo. Ya somos más de cinco mil millones de seres
humanos, las tres cuartas partes bajo el listón de la miseria, de la guerra y de la
ignorancia. Pero el problema no está en el tercer mundo y su gran índice de
natalidad, el problema es de un mundo «civilizado» que explota, deriva los
conflictos entre superpotencias, fomenta a sus multinacionales, crea mercados
insostenibles para los países pobres y sobre todo, mantiene las dependencias de
estos países económica y políticamente. Ante la falta de seguridad social, ante
los conflictos bélicos, ante la aculturación y ante de mortalidad infantil, las
personas tienen hijos e hijos porque estos son su seguridad en el futuro. ¿Cómo
va a haber control de natalidad?, ¡qué hipocresía!.
El mundo está sobrecargado y explotado, entre el agujero de ozono y la lluvia
ácida, entre la pérdida de las grandes selvas y la desertización progresiva, entre
la sobreexplotación de las aguas subterráneas y el aumento del dióxido de
carbono, entre la amenaza nuclear y las enfermedades endémicas. Todo esto se
ha dicho y repetido miles de veces en los medios de comunicación pero no
importa estamos, en general, bastante dormidos, por el propio sistema y la
propia inercia, y por la impotencia del individuo ante la globalidad. No importa
que sepamos que cada día desaparezca una especie de vida, seguimos,
pareciera, adelante, a un camino sin salida.
No obstante las tribus y las sociedades simples nos han enseñado que la tierra es
nuestra Madre, es la Pachamama, que nos cuida y nos da vida. Sin ella todo se
ha acabado, ¡qué paradoja para nosotros!, que nos creemos el ombligo de la
creación. Estos pueblos nos han enseñado, a los antropólogos, a los viajeros
sensibles que la tierra es sagrada porque nos sostiene, porque provee de la yuca
y la coca, del vino y del trigo, del arroz y del té. Que nos da seres alados, seres
con patas y seres sin ellas. Todos los seres son parte de Dios, son hermanos
nuestros que se perdieron en la noche o que fueron tocados por un rayo, que
dijeron mentiras o que fueron guardinanes de los lagos o de las montañas.
En cierta medida estos pueblos crearon una cosmogonía donde todo el universo
era antropomorfo, pues el ser humano era la medida de todas las cosas, pero
también comprendieron la cercanía con los animales y las plantas, con las
estrellas y la luna. Gracias a todos ellos podemos darnos cuenta de la
importancia de cuidar nuestra madre tierra.
¿CUALES SON LAS RAICES DE LO HUMANO?
Ya vimos de estudiantes que somos animales mamíferos, del orden de los
primates, de la familia de los homínidos, del género homo y de la especie
sapiens. Nuestro hermano más cercano es el chimpancé y en vez de decirle
hermano lo hemos metido entre rejas y le hemos lanzado una piel de plátano
bien seguro de que somos infinitamente superior a él, lejos del griterío
sinsentido, de las gesticulaciones torpes y de las monerias que nos hacen reir.
Afortunadamente los estudios de etología y de la sociología animal han puesto de
manifiesto que la comunicación, el rito, el símbolo, la organización, etc, no son
exclusivos del ser humano. Y que los comportamientos de cortejo, de camuflaje,
de defensa del territorio no son invenciones humanas. Así de ciegos nos hemos
presentado ante la naturaleza y aún más, hasta hace poco éramos hijos de Dios
y la creación hecha para nuestro disfrute.
Los etólogos y los antropólogos han quedado impresionados cuando han
investigado las sociedades de babuinos, macacos y chimpancés formados por
clases bien definidas, donde la jerarquía no depende de ser el mono más fuerte,
donde se mantiene de por vida la relación entre madre e hijo, donde existe un
complejo lenguaje de sumisión, respeto, cooperación o antagonismo entre los
diferentes individuos. Estos monos que ocasionalmente cazan con diferentes
estrategias y que utiliza bastones, piedras o cañas para aspirar termitas; monos
que se yerguen en vertical; y monos que se acarician, se masturban y se dan
proto-besos. Monos que sólo les falta hablar aunque experimentos con algunos
de ellos, la mona Washoe, han demostrado que pueden utilizar un lenguaje de
sordomudos con más de quinientos conceptos.
Con esto llegamos a una segunda herida en el narcisismo del ser humano, la de
comprobar que lo que llamamos humanidad, aquello estríctamente humano que
nos hace convivir, comunicarnos, simbolizar, pensar, tener una identidad ya está
balbuciente en nuestros hermanos de los bosques. El ser humano ya se venía
gestando desde hacía mucho más tiempo.
Las heridas se suceden si contemplamos nuestro nacimiento. La gran madre,
Eva, fue la primera mujer hace más de dos millones de años que convivió con
otras especies en proceso de hominización y que no tuvieron una salida
adaptativa. Fuimos, quién sabe, unos monos con suerte, unos estrategas natos.
Para llegar a esta gran madre, para completar el proceso de hominización fue
necesario una presión del ecosistema que impulsara a los seres de los bosque a
meterse en la sabana y luchar con los grandes depredadores. Fue necesario
ergirse sobre los pies y caminar grandes distancias con lo cual la mano se liberó
del plano terrestre y la cabeza pudo estirase hacia arriba libre de musculaturas y
mandíbulas. Se fue estableciendo un diálogo entre el pie, la mano y el cerebro lo
que hizo aumentar de tamaño. De todas formas la gran madre de este proceso
de hominización fue la supervivencia. La supervivencia que hizo que se
descubriera el fuego, que se organizaran hordas para cazar, que se buscaran
cuevas y se hicieran construcciones para la defensa. Estaba todo por descubrir y
cada error habría la puerta de una nueva solución. También tenemos que admitir
que el desarrollo del ser humano y de su incipiente cultura estuvo basada en su
hacer cazador. Cazando es como aprendió de las armas y de la técnica, y como
desarrolló un lenguaje más amplio junto con las estrategias y las artes de acecho.
Nuestra Eva era africana y tenía la pigmentación de la piel negra. Y esto suponen
otra herida en el seno de nuestra concepción jerárquica de raza, pues toda la
humanidad proviene de un mismo tronco común, genéticamente hablando, todos
provenimos de esa gran abuela negra. Esto quiere decir que no existen las razas
y que sólo existen diferencias en el fenotipo y en los caracteres de adaptación al
medio y a la cultura. Del pigmeo al indio, del blanco al negro existen muy pocas
diferencias, ninguna significativa. Ya no hay razas superiores y ni siquiera
podemos remitirnos a la cuna de la civilización -civilización blanca- pues Egipto
era un país de negros, de faraones negros y de cultura africana, hasta que
vinieron las invasiones del Norte e impusieron sus dioses y sus reyes.
EL ETERNO FEMENINO
Otra de las heridas que imprimirá en el seno de la sociedad patriarcal vendrá de
manos de la mujer, es el descubrimiento de lo femenino. Genéticamente no cabe
duda de que el plan básico de la vida es femenino pues es el encargado de dar
vida y de asegurar la continuidad de la especie, de cualquier especie animal. De
las primeras células y amebas que se reproducían por bipartición y de los
animales hermafroditas que cambiaban de sexo y se autofecundaban, la vida
avanzó en su estrategia y ensayó con éxito un nuevo experimento, era el macho.
El macho aseguraba una distribución del componente genético más amplia de tal
manera que cualquier nueva adaptación genética era implantada en muchas
hembras. Se aseguraba por tanto un gran avance evolutivo, se corría más, por
así decir, en el ancho camino de la evolución de las especies. Pero es curioso
que, en general, la hembra de cualquier especie está más preparada y es más
resistente y adaptativa que el macho.
Ahora bien, dejando de lado este paréntesis, nos interesa el engranaje que sufrió
macho y hembra en nuestra especie. Nuestra primera sociedad se fue
desarrollando en torno a la caza pues esta era de vital importancia para la
supervivencia y aseguraba además de la carne, pieles, sebos, aceites, cuerdas
de los tendones, huesos como recipientes, máscaras y un largo etcétera. La caza
a diferencia de la recolección tenía más prestigio pues implicaba una mayor
organización, elección del terreno de caza, desarrollo de la tecnología y de las
armas, rituales de incitación y sacrificio a los dioses, lenguaje preciso y lectura
de las huellas y los hábitos de las presas, y el arte del acecho. Además la caza
representaba lo excepcional, los viajes de exploración, el riesgo de la muerte, la
aventura. Y una vez cobradas las presas –puesto que la carne difícilmente se
conservará mucho tiempo– se pasaba al banquete, a la comunión con el tótem
del animal cazado, en definitiva a la redistribución y solidaridad con el grupo.
La caza fue creando dos sociedades diferentes –que aún perviven hoy en día–, el
hombre cazador, explorador, nómada y tecnológico que se alejaba del hogar, y
la mujer sedentaria, recolectora que cuidaba de los niños y su sociabilización. El
hombre se apoderó de las armas, conquistó el espacio e hizo la guerra. La mujer
aprendió el lenguaje del cuerpo, de la naturaleza y cuando sintió vida en sus
entrañas se comunicó con lo invisible y con la divinidad. Uno creó la cultura de la
muerte y de la conquista, la otra la cultura de la vida y del amor. Sin embargo
pudieron más las armas y el hombre se volvió la clase dominante.
Lo importante es entender que en el nivel mágico donde el ser humano no vivía
separación con su mundo poblado de dioses y de misterios, era la mujer la que
detentaba la comunicación con lo divino. Era la diosa, la madre tierra, la triple
diosa lunar, las ninfas, las sacerdotisas las que, evidentemente daban a luz de la
misma manera que lo hacía periódicamente la naturaleza. No había la estructura
familiar sino un primitivismo comunitario aunque la dominación estuviera en el
clan guerrero de los hombres.
Con todo cuando el hombre se dio cuenta que aquel hijo de su amada tenia que
ver con él, cambió radicalmente la estructura de la sociedad. La mujer ya era
valorada por su capacidad de tener hijos y de cuidad del entorno hogareño pero
ahora había que asegurarse de que «éste hijo es mi hijo» para asegurar la
continuidad del poder, la transmisión de la sabiduría, las conquistas realizadas.
Entonces había que controlar a la mujer, imponerle unas severas sanciones,
recluirla en el hogar y quitarle la potestad sobre sus hijos.
El mundo era una conquista y una posesión; el panteón de los dioses cambió, la
diosa blanca fue simplemente la consorte de Zeus, y la gran abuela de todos los
tiempos que engendró todo fue una simple Eva que nació de una costilla. La
mujer pasó secretamente a ser peligrosa y envidiada, el hombre ante su
imposibilidad de dar vida, la quitó, la reprimió y creó ciudades, imperios,
escrituras y obras de arte. Perdonadme, no obstante, mi simplificación y mi
recorrido tangencial por la antropología pero aún habreis de esperar un poco
más para llegar al tema fundamental.
CULTURA E INDIVIDUO
Ahora se nos abre una pregunta polémica, una tensión entre cultura e individuo
porque, como el huevo y la gallina, nuestra pregunta pudiéra ser: qué fue
primero el individuo o la cultura. ¿Será acaso el individuo una mera ficción de la
sociedad que crea individualidades para transmitir su red de normas y pautas
culturales?, o bien ¿será la cultura y la sociedad el eco de las mil interrelaciones
de los individuos, un epifenómeno por encima de las cabezas de los humanos?.
Como siempre la respuesta será una aproximación a ambos conceptos, ni uno ni
otro tendrían sentido por separado. En cierta medida el individuo es un espejo
donde confluye una cultura, una reproducción micro de un entorno mayor. El
individuo, la persona se hace a imagen y semejanza de eso que la sociedad pone
en él, de las expectativas y de las necesidades de su cultura y de su época. Pero
la cultura surge de esa actualización y puesta al día del quehacer humano. Surge
del drama entre la vida y la muerte, entre las potencialidades reales que existen
en cada persona. Es decir, cultura e individuo se nutren mutuamente y a la vez
ninguna de las dos entidades tienen una realidad absoluta.
Es esta otra de las heridas que quisiera señalar. Esa persona que somos no
existe tal como la percibimos. Nuestro egoísmo, nuestro amor, nuestra moral,
nuestros logros -y también nuestros fracasos- no son realmente nuestros,
porque somos parte de un entramado social, de momento, inseparable. Incluso
cuando morimos no somos llorados por lo que somos sino por lo que
representamos, por el lugar que ocupamos mientras estuvimos vivos. Así el
duelo no es más que una representación social, un juego donde se actualizan
aquellas pautas socioculturales que nos mantienen como grupo. No somos nada se dice en estos casos.
La persona, cuya raíz viene de máscara, es una amplificación de una función, de
una representatividad necesaria a nivel social. La sociedad funciona como un
todo al que guardamos respeto y temor. Sin ella sabemos que no somos nadie y
esto lo explica los casos de niños-lobos que abandonados en el bosque no han
podido reproducir ni lenguaje, ni gestos humanos ni siquiera el mismo ir ergidos
sobre los dos pies. Es el caso de las marginaciones que sufren los individuos en
sociedades simples que ante una infracción severa de las normas sociales, el
grupo se da la vuelta y lo olvida. Ante la no existencia para la sociedad el
individuo se retira al bosque y se abandona a la muerte, o bien en la sociedades
complejas que ante la falta de integración del individuo en la sociedad, éste se
suicida. La sociedad ha sido nuestra madre incluso más que la propia naturaleza
y los atributos a los dioses, al Dios, han sido meras excelencias de los atributos
humanos como bien comprendió Feuerbach. Por eso las Iglesias, antes que los
Estados, han sido administraciones del bien social, amortiguaciones de la
conflictividad en sociedad, paños calientes ante el vértigo de la muerte y sobre
todo un control de las disidencias en el seno de un grupo. Aún no hemos visto la
cara de Dios y todavía -en este estadio- hemos podido ver nuestra sombra.
La sociedad ha podido funcionar como un clan fuertemente estructuado y
cohesionado para poder sobrevivir, ha funcionado como un organismo que tiene
diferentes funciones o como un edificio de diferentes estructuras o como un
juego de mensajes y símbolos donde cada uno interpreta su papel en más o
menos sintonía con el todo. No obstante la cultura no es algo autónomo pues
necesita nuestros ojos para ver, nuestro cerebro para pensar y nuestras manos
para hacer. Necesita de la complejidad que hay en nosotros para transmitirse,
integrando en cada generación un nivel más, un mejoramiento del hecho de
vivir. Por eso, de alguna manera, la sociedad es ciega pues no le importa
demasiado a ese ser que siente y que es peculiar y diferente a cualquier otro.
Este es el nivel de la persona que no podemos olvidar so pena de sufrir un fuerte
desgarrón. No podemos olvidar que somos una especie –muy especial– y que
formamos parte de una cultura (persona), pero tampoco nos podemos olvidar
del individuo más allá de aquella. La pregunta a desarrollar a continuación es:
¿realmente qué, quien somos?.
RECUPERAR EL MUNDO
Si uno se ha dado cuenta que toda la eternidad cobra sentido en este momento y
en nosotros mismos, que no puede –aunque quiera– dejar de estar en la
corriente de la vida y de la evolución. Si uno se ha dado cuenta de que la vida no
son leyes naturales permanentes sino hábitos introyectados en los cuales
podemos –tímidamente– influir. Si uno se ha dado cuenta que la humanidad es
más vieja que el mismo ser humano y que los animales y todos los seres tienen
su grado de consciencia, su organización, su delicado equilibrio dentro del
ecosístema –y todos dentro de la biósfera.
Si nos damos cuenta que que el mono es nuestro hermano y que podemos
aprender de él lo que fue nuestra infancia. Si nos damos cuenta de que lo
humano es un proceso que se va consiguiendo en cada nacimiento y en cada
generación, y que somos responsables de como dejamos este mundo a nuestros
hijos, y a los hijos de sus hijos. Si nos damos cuenta que el mundo es un ser
vivo que al igual que nosotros se autorregula y tiene su edad y sus ciclos vitales.
Si nos damos cuenta, por evidente, que lo femenino no es algo ajeno a nosotros
sino la matriz misma de la vida, y si consideramos que la mujer no debe ser más
víctima de la historia pues la estrategia masculina ha sembrado el mundo de
maravillosas máquinas pero también de horrores de guerra y hambre. Si nos
damos cuenta que la cultura es nuestra naturaleza y que la naturaleza conforma
nuestra cultura en un proceso simbiótico, y que nosotros no somos seres
aislados e indivisibles sino partes de un todo social, una miríada de espejos
donde todos los otros muestran su imagen. Si hemos conseguido andar por el
mundo sin miedo, sin despreciarlo, sin destruirlo, sin aislarnos… entonces de
nuestra huella saldrá una flor.
Habremos recuperado el paraíso perdido, conseguido un lugar en el mundo y
llegado a los confines de éste donde el horizonte se ensancha hasta perderse de
vista. Habremos subido el primer peldaño desde donde, con la seguridad y
satisfacción que da el propio poder de ser alguien, mirar hacia dentro. Ahora
estaremos dispuestos a hacer otro viaje, invisible pero no por ello menos real, un
viaje hacia dentro donde los únicos intrumentos serán la guía de la razón y la
intuición del corazón. Nos tendremos que volver un ermitaño que sólo debe
regirse por los criterios internos pues aunque uno haya conquistado el mundo
todavía es ajeno a sí mismo.
…Pero si uno todavía está enzarzado en los laberintos del mundo. Si uno todavía
está demostrando al papá que puede, a la mamá que no necesita, al mundo que
es útil. Si uno todavía dice mi, mío, conmigo insistentemente. Si uno cree que es
mejor por ser blanco, por ser hombre, por ser rico, por tener cultura
universitaria, por tener un mejor coche. Si uno se identifica con un rol social y no
lo deja ni para dormir. Si uno se refugia en su ciudad, en sus libros, en sus
hábitos sin percibir las nubes que pasan, sin percibir la interdependencia de todo
cuanto nos rodea. Sin uno no sabe como salir de su ombligo… puede, no
obstante hacer mucho.
HERRAMIENTAS A NUESTRO ALCANCE
Consideramos que, en este nivel, hay ayudas suficientes para reestablecer el
equilibrio perdido. La visión ecológica que plantea el respeto entre las
interrelaciones de todo lo viviente. La comprensión del mundo vegetal y animal y
sus formas de vida. La Antropología que hace un viaje al otro, al que es diferente
y reconoce otras lógicas de supervivencias, otras costumbres maravillosas, otra
humanidad que no puede dejar de ser la misma en esencia. La Sociología que
interpreta el tejido social y lo hace inteligible. La misma Psicología diferencial que
plantea las diferencias entre los géneros, entre el hombre y la mujer y rescata
un mejor equilibrio posible. Las técnicas psicoterapéuticas de ayuda personal que
positivizan y clarifican la visión del mundo. Los apoyos del counseling que
facilitan la escucha entre dos personas. El arte en todas sus formas que abre un
mundo de belleza y armonía. Los grupos de acción social y de solidariadad que
con su granito de arena cambian este mundo injusto. Todo esto, y más puede
servir para ser parte del mundo.
Segunda parte:
EL EGO: JUEGO DE ESPEJOS
Estoy en camino con mi visión…
soy un vagabundo en un viaje perpétuo
Walt Whitman
¿SOMOS UN CUERPO?
Podríamos decir que si… podríamos decir que no. La piel es una referencia
demasiado clara entre lo que somos y lo que no somos. Más allá de la piel es
donde no sentimos aunque podamos controlar y poseer lo que nos envuelve. En
todo caso la piel es un límite que nos acompaña hasta la muerte y que no
podemos transgredirla si queremos mantener nuestro delicado equilibrio.
Desde la antigüedad el cuerpo ha sido el cajón de sastre donde han ido a parar
todos los misterios, todos los pecados y todos los castigos de los dioses. El
cuerpo ha sido el lugar del placer y la lujuria, así como el emplazamiento del
dolor y del tormento. Siempre ha sido el hermano pequeño que llevaba sobre sus
hombros la carga pesada, el instinto ciego, la belleza y el decoro, las buenas
costumbres y el maquillaje. El cuerpo ha sido encorsetato, torturado, vendido y
negado de tal manera que parece que no hemos vivido el cuerpo que tenemos –
que somos– puesto que el miedo lo ha aprisionado, la razón lo ha enmarcado, la
moral lo ha censurado y el instinto lo ha explotado. Sólo nos hemos acordado de
él cuando nos dolía, cuando no cumplía la norma y la moda, cuando se desataba
en pasiones incontroladas. Por lo que nos hemos olvidado de saber realmente de
él, de escucharlo en su ritmo, de seguir su propia naturaleza. Y este ha sido
nuestro siguiente olvido, nuestra salida del paraíso.
Antes que todo fuimos cuerpo, antes que palabra, símbolo, rito y sociedad
fuimos un cuerpo de terciopelo que fue creciendo en el vientre de nuestra
madre. Y el cuerpo no sólo creció como las células indiscriminadas del kéfir, el
cuerpo creció con forma humana. Y cada célula supo el lugar que le
correspondía, la función a realizar, el código asignado, el lenguaje de
interconexión. El cuerpo creció y vibró en todas las direcciones que podía, hacia
arriba para crecer, hacia el lado para comunicarse, hacia delante para moverse,
hacia el lado para enraizarse y hacia dentro para sentir. La primera bocanada de
aire estuvo llena de humanidad, de luz y de todas las estrellas que estaban sobre
su cabeza. Entonces ya sabía casi todo lo necesario, no había diferencia entre su
cuerpo y su alma, entre sus plexos y sus chakras. El cuerpo lo sabía todo porque
éste es el asiento del alma, el lugar del inconsciente.
A partir de ahora el cuerpo como una esponja absorverá los miedos, las
represiones, los sueños mal vividos, las depresiones anímicas, los tics obsesivos,
las corazas musculares, los patrones heredados y todas aquellas cosas que por
no tener voz y por no ser escuchadas se deslizan en la sombra y en el cuerpo.
La triste percha del cuerpo será diseccionada por la medicina, analizada por la
biología, confeccionada por la moda, condicionada por el conductismo psicológico
y todas las disciplinas querrán tener la verdad acerca de él y aunque se hará
miles de enciclopedias, ninguna estará hablando de lo que anima al cuerpo que
es en definitiva lo que lo crea.
Pues el cuerpo, lo dirá la psicología humanista, las terapias corporales, las
ciencias sagradas como el Yoga, el Tantra o el Taoísmo, es mucho más. Es el
templo del espíritu, la guarida del instinto, el reposo del inconsciente, el
instrumento de la energía vital, o la llave de la evolución. Se nos dirá también
que somos culpables de habernos exiliado del cuerpo, de haberlo considerado
como algo extraño, tal vez peligroso y por eso, hemos encerrado al animal que
nos habita y lo hemos dejado casi morir de inanición cuando el cuerpo, de
verdad, es un amigo y nosotros mismos pues como diría W. Reig, no tenemos un
cuerpo, somos cuerpo.
LA TORRE DE LA MENTE
Alejados del cuerpo, nos hemos refugiado en nuestra mente. Hemos creado una
barrera más entre lo que es el mundo, la vida, nuestra vida, y nosotros. Hemos
aprendido a ver al mundo a través de la ventana de la mente. Y el mundo ha
sido filtrado con nuestros prejuicios, nuestra filosofía y nuestras creencias hasta
hacer de aquél un mundo chato y crear un universo solitario donde el ser
humano es totalmente ajeno y sólo aspirar a buscar respuestas y a clasificarlo
todo.
Con el «pienso, luego existo» hemos pensado que la razón lo puede todo y que
el misterio que nos envuelve lo podemos transcribir en una fórmula matemática
o en un experimento de laboratorio. La razón necesaria se ha convertido en la
razón imprescindible e impugnable. El método científico ha acorralado a la
vivencia, al sentido común, a la sabiduría perenne con el estigma de «no es
demostrable, no es válido». Pero como aquella habitación que nunca se ventila
porque no encuentra las ventanas, la razón se asfixia en sus propios desechos.
Goya dejó dicho que «los sueños de la razón generan monstruos».
A pesar de que los maestros de Platón, y los maestros de sus maestros que
fueron los invisibles egípcios, mostraron un Universo cambiante donde nada
permanece invariable –ni siquiera uno mismo–, el platonismo y el neoplatonismo
quiso encontrar un punto fijo, eterno e inamovible. El mundo arquetípico
proyectaría un mundo de sombras, de parecidos, de réplicas más o menos
cercanas al modelo. En ese punto fijo, los cristianos pondrían a su dios, y
nosotros al hombre mismo. Olvidándonos, por ello, que el ser humano es un
proceso en constante modificación que todavía no puede decirse que ha logrado
su estatuto de humanidad a la vista de las guerras, los crímenes, la ignorancia,
los abusos de poder que ostenta en un alarde de omnipotencia.
La mente se ha convertido en un mono loco, enjaulada y rabiosa que sólo aspira
a controlar, a dominar, a manipular todo lo que le rodea. Además ha confundido
progreso con avance tecnológico, sabiduría con acúmulo de conocimientos,
civilización con complejidad. El nivel de la mente es un nivel peligroso por la
potencia de ésta. Hemos visto como las ideas arrasan el mundo, como los
dogmatismos generan discriminación y violencia, como las buenas razones se
convierten fácilmente en armas para los más fanáticos. El mundo anda dividido
entre ideas religiosas, ideas nacionalistas, ideas sexistas y desigualdades entre
los poderosos y los más míseros. El hombre que triunfa es el hombre económico,
úrbano, industrial y burgués. Lo demás no puede pertenecer al mundo de los
derechos del hombre, de la democracia, de la igualdad. Con la mente, el mundo
se ha convertido en Maya, ilusión tras ilusión, escapada hacia delante ante el
vértigo del vacío. Una vez más, la mente poderosa se ha vuelto sobre lo que la
sustenta que es la propia vida.
LA FUNCIóN DEL EGO
Pero ¡ah!, aún podemos crear una nueva frontera, más poderosa que la anterior.
Es cierto que uno se hace a fuerza de decir no, de decir no soy esto ni aquello.
Pero también uno se hace a fuerza de mirarse en un espejo. En su camino uno
recoge todas aquellas imágenes con las que se identifica, aquellas imágenes que
le distinguen o que le inculcan, que le dan poder o placer, que le protegen o que
le esconden. Uno compra su imagen en la tienda, en la escuela, en el dormitorio
de su casa y en el cine. Y de todo eso crea una gran máscara, crea un Yo. Y yo lo
dirá constantemente, yo quiero, yo deseo, yo soy, puesto que el ego es un imán
que centrifuga todo en torno suyo, que marca jerarquías donde no debía
haberlas. Aunque el problema no está en ese yo de leche cuando éramos
pequeñitos, o en ese yo adolescente inseguro y gregario. El problema radica en
ese yo que se hace ideal de sí mismo y que bascula entre el ideal del yo que
busca y el yo ideal en el que se convierte.
Ahora bien, el ego no puede ser una gratuidad de la naturaleza o de la cultura;el
ego debe tener una misión secreta que cumplir aunque de momento la
desconozcamos. El ego que ha cumplido con el mundo, que se ha hecho a sí
mismo y se ha hecho fuerte para sobrevivir y para funcionar con otros, todavía
tiene algo más que desarrollar. Quizá los componentes egóticos que todos
llevamos, los egoísmos, egocentrismos, sociocentrismos, etc, forman parte de la
vida que se preserva, de aquellos miedos ancestrales ante el caos y la
incertidumbre, de una estrategia social que necesita acumular, conquistar,
producir. De esta manera el ego funcionará siempre como una hoja de doble filo,
nos asegura en el mundo pero también nos separa de él.
El ego es ese sol grandioso y rojizo que sobresale del horizonte y que creando
una ilusión óptica reclama nuestra atención. El ego es un altavoz que pretende
amplificar lo que somos, que tiene la orden de tomar nota de lo ocurrido y que
tiene la orden de mando sobre las decisiones, sobre las emergencias. El ego es el
timonel del barco que previene de las tormentas y de los arrecifes, es la pluma
que rasga el papel en blanco y es el eco que permite reflexionar sobre si mismo
y el mundo.
Lo que pasa es que cuando el ego se engorda y «se lo cree», cuando el ego se
apunta todos los triunfos, los verdaderos y los fantasmas, cuando el ego
manipula los resultados, las respuestas espontáneas, la confianza depositada, las
verdades cristalinas. Cuando el ego se mira en el espejo y sólo se ve a si mismo,
entonces, ya no es un timonel es un títere que da risa, un barco a la deriva, un
loco peligroso, un truhán sin escrúpulos. Cuando el ego no ve ciego de poder y
de codicia, de vanagloria y celos, de lujuria y autocomplacencia entonces nace
un cáncer. Un cáncer que corroe por dentro los pilares de la vida y que boicotea
las voces calmadas del espíritu.
Este ego, si quiere llegar a buen puerto, tendrá que hacer un camino de retorno.
Tendrá que retirarse del mundo y descubrir sus motivaciones más internas.
Tendrá que sopesar en la balanza de la vida los desajustes y las trampas
tendidas. Con todo tendrá que darse la vuelta y dejar de mirar la ilusión de la
vida para remitirse al centro desde donde es posible la escucha.
Este ego tendrá que renunciar a sus garras que atrapan el mundo y convertirlas
en manos tendidas al prójimo. Este ego inflado tendrá que morir, cueste lo que
cueste, tendrá que, como aquel cuento en el que el rio al llegar a las arenas del
desierto y se estanca, tendrá que perder su forma y evaporarse, convertirse en
nube y caer más allá de las montañas en un nuevo rio renacido. Pero esto es
realmente difícil. Abandonar la casa que uno ha construído con sudor, demoler la
torre que nos aislaba de la realidad, arrancarse de cuajo el tumor voraz que no
para, que nunca está satisfecho, que nunca puede colmarse a sí mismo.
Ya nos dice la tradición que cuando uno está desaparece Dios, y que cuando uno
se diluye en todo está con Dios. Es la muestra de que el ego es la gran barrera
pero, paradójicamente, sin él no podemos llegar a comprender. En este sentido
no nos hemos de asustar de la muerte del ego que proponen muchas tradiciones
religiosas porque esta muerte es una muerte dulce, una muerte liberadora.
LA TRANSFORMACION DE LA MUERTE
De la muerte se han dicho muchas cosas, todas ellas imaginarias y temibles.
Ante la muerte hemos establecido construcciones simbólicas y religiosas que nos
prometían un paraíso inalcanzable en esta vida, que nos prometían la vida
eterna, que aseguraban que el alma transmigra de un cuerpo a otro, que la
muerte es un tránsito a la otra orilla donde los rios son de leche y de miel, o bien
que existe una fuente de la eterna juventud donde el alma vive pletórica para
siempre. Eso si, todo esto a cambio de ser buenos, de seguir el dogma correcto,
de conquistar la tierra prometida. Pero en todas estas visiones el diablo ha
conseguido colocar al miedo como gerente.
Para el chamanismo la muerte se situa a nuestra izquierda y permanece al
acecho. La muerte debe estar siempre presente porque la muerte no es diferente
a la vida, forma parte de la misma vida y de su estrategia. Si no hay muerte no
hay nueva vida. Si la vida no hubiera creado la muerte seguiríamos como
amebas, como bacterias que se engullen a sí mismas porque no hay espacio
para evolucionar. La muerte es la gran liberadora porque precisamente permite
la vida y por eso la muerte es lo más sagrado, lo más venerado. Vestidos de
blanco o de negro, con cánticos tristes o alegres, con danzas o recitaciones, la
muerte es un respiro, para el que se va y para los que se quedan. Y siempre la
vida continua con los muertos y sus memorias, con sus dramas y sus alegrías.
Pero individualmente recibimos a la muerte como la dama negra que corta los
finos hilos de la vida con su guadaña. Queriendo escapar de ella, nos la
encontramos de frente, sin previo aviso. Como aquel cuento en el que un
sirviente de un gran mercader se encuentra a la muerte en el mercado y
asustado le pide el mejor caballo a su dueño para irse a la ciudad lejana de
Bagdad y escapar de ella. Al día siguiente el mercader se encuentra también a la
muerte y le pregunta como es que ha asustado a su sirviente, y ella le responde
que no lo asustó pues quedó sorprendida porque tenía para el día de mañana un
encuentro fatal precisamente en Bagdad.
En este sentido uno no puede escapar de la muerte. Y no puede escapar de ella
mientras la vivamos como otro gran límite insuperable, como otra frontera que
no queremos traspasar. Recluídos en la vida, con el miedo en el pecho,
cuidándole todo para no morir, enfermar, dañarnos. Creándo diques y diques a
la muerte, tarde o temprano nos olvidamos de la vida, dejamos de vivir por
evitar el besos de la hiladora, de la parca que nos persigue.
Y es que no nos damos cuenta de que la muerte, la muerte interna no se lleva
nada de lo esencial, Como en el arcano número trece del Tarot, la muerte sólo
corta caras, manos y pies, es decir, todo aquello que es visible, que pertenece a
la imagen, a lo social. Y deja intacto el esqueleto, aquello más interno y
perdurable que está en nosotros aguardando desde todos los tiempos. Es
nuestra espiritualidad.
No en vano las tradiciones esotéricas han creado rituales de muerte y
transformación donde el individuo tenía que renunciar a todo lo apetecible, tenía
que estar en silencio, en reclusión, en ayuno, en inmovilidad, o pasar por
prácticas de iniciación en cementerios, en altas cumbres, en fosos profundos.
Con la muerte uno tenía que confiar en lo más sagrado, y establecer su diálogo
con la vida y con la divinidad.
ENCUENTRO CON EL áNGEL
Más allá del ego hay otro centro, es el uno mismo. El uno mismo no es algo
misterioso e inalcanzable puesto que está siempre presente, despuntando a cada
momento cuando quedamos embobados, cuando estamos a la escucha, cuando
estamos sensibles, cuando bostezamos, saboreamos, meditamos o nos
descubrimos en un despiste, un lapsus. Sin embargo ese uno mismo también es
un símbolo a tener en cuenta. Representa en encuentro ansiosamente esperado,
representa el ensanchamiento interior que permite la escucha de todo lo que nos
habita. Es el encuentro con un ángel.
Muchas veces hemos percibido que hay un ángel que nos guarda, que nos avisa
en momentos peligrosos, que nos cita en secreto con los seres queridos, que nos
traiciona en nuestras mentiras, que nos da aliento cuando nos falta, que sueña
por nosotros y que nos despierta por las mañanas. Es un ángel muy exigente
que tolera a duras penas los malhumores, las represiones, los autoengaños y
que reclama placer, completitud, libertad y felicidad. Es un animal en celo
cuando desea, un huracán cuando se cabrea, un águila cuando busca, desmedido
cuando ama y lúcido cuando le dejan. Este ángel es nuestro inconsciente, y el
uno mismo nuestra relación con él.
Entonces le damos respuesta a nuestra pregunta, ¿quién soy?. Y una voz interna
responde: nada; nada fijo, sólo una relación con el mundo, con tu interioridad.
Un flujo de energía que va y viene, un punto de encuentro donde todas las
partes encuentran una unidad. En verdad somos una puerta de entrada donde
dos mundos, externo e interno, se encuentran y se reconocen –¿iguales?–.
EL LAGO TRANSPARENTE
Aquí acabararía el segundo movimiento de realización, aquel que nos lleva hacia
dentro y que nos permite descubrir quienes somos de verdad. En este tránsito
difícil hemos tenido que recuperar al cuerpo como parte de uno y como casa
habitable. Hemos tenido que descubrir lo que nos decía el Tantra cuando
aseguraba que «en el punto más bajo –cuerpo–, se da la máxima potencialidad».
Potencialidad que hemos de aprovechar, para vivir, para abandonarnos a lo que
somos, para acrecentar nuestra energía y nuestras capacidades.
También hemos tenido que vérnoslas con la razón que aseguraba una ficción, el
de dar respuesta a todo el universo, y hemos conseguido acallar la mente
parlanchina que no para, que no da tregua. Al ponerla en su sitio han aparecido
otros personajes que habitaban en nuestro palacio, estaban los sentimientos y
las sensaciones, las intuiciones y la magia que no plantea explicarse el mundo
sino que posibilita su vivencia.
Comprender al ego y darle órdenes precisas de actuación es posibilitar el
crecimiento. Aunque éste ha tenido que retirarse, camuflarse, negarse y hasta
morir. Pero sin esto hubiera sido imposible un verdadero encuentro. Ser tan
flexible como una hoja al viento, tan transparente como la superficie de un lago,
tan auténtico como una mirada límpia.
Ahora bien, es posible que en el encuentro con el cuerpo uno haya cedido a las
fantasías, que ante la mente uno se haya decantado por la facilidad de las
palabras, por la erudición ostentosa o que se haya ocultado, bien calentito, entre
los conceptos tranquilizadores de tantas y tantas teorías. Es posible, también
que detrás de la humildad y de la entrega incondicionada se esconda un ego más
felino y más sutil de lo que pareciera. Creyendo, tal vez, que uno ha dominado al
ego se disponga uno, con las mejores intenciones, a dar la iniciativa a otros, a
transmitir sabiduría, a reapropiarse de la verdad, a creerse divino y sobre todo, a
no soltar el poder que le han conferido otros más inocentes, más necesitados. Ya
lo dicen los sabios que escondrijos hay miles pero la salvación sólo tiene un
camino. Pues el sabio que se enorgullece de tal, aún le queda mucho por
caminar.
ESPACIOS DE CRECIMIENTO
Aunque los errores y las trampas sean muchas, si uno no desfallece tiene al
alcance muchas técnicas, muchos espacios de crecimiento. Referente al cuerpo
habrá que establecer un nivel de escucha y atención. El naturismo, la
alimentación equilibrada, las medicinas blandas y holísticas, los elementos
naturales de energetización desde el sol a la arcilla, desde las hierbas a los
paseos, desde el reposo al sueño reparador, plantean un estilo de vida natural y
sano. Pero es preciso saber de nuestro cuerpo de su sensibilidad y de su
expresión. La Expresión Corporal, la misma Musicoterapia, los Masajes sensitivos
y terapéuticos. Por otro lado la calidad de escucha del Yuki y la liberación a
través del Katsugen posibilitan la sensibilización corporal y su reacción
equilibradora de mayor salud. Las Terapias de apoyo para que la sexualidad sea
plena. Las técnicas de Antigimnasia y de reestructuración corporal para que las
tensiones se diluyan y uno recupere otra estructura más autónoma, más
equilibrada. La base del Hatha Yoga que provee de la escucha y observación
corporal, que crea un espacio de relajación y una respiración amplia, que inserta
al individuo en un ritmo más pausado de acorde con la vida y no con las prisas.
Las Terapias Guestálticas que van al encuentro de la integración cuerpo mente.
O las Terapias Psicoanalíticas que ponen de acuerdo al individuo con su parte
oscura, que posibilitan el diálogo con las figuras parentales, con los traumas del
pasado.
Incluso la Astrología que recuerda al individuo que sus conflictos son parte de la
vida, y que su carta natal es el recuerdo de sus potencialidades, de sus
aspiraciones y de la búsqueda de un sentido. Que precisamente es él el que está
en el centro de la rueda y es el héroe o la heroína de su vida, que no puede
dejar de vivir. Al Eneagrama de Gurdjief que representa el equilibrio de todas
nuestras pasiones. Y a tantas y tantas terapias y métodos alternativos que sería
imposible enumerarlos pero que se dirigen básicamente a este nivel de
interioridad, de ampliación de las barreras internas, y de diálogo creativo con lo
que somos y con lo que queremos ser.
Tercera parte:
LA UNIDAD: EL CIELO EN LA TIERRA
Para ir a donde no se sabe, hay que ir por donde no se sabe.
San Juan de la Cruz LA SOMBRA
Hemos hecho un buen trozo del camino. Hemos conocido el mundo y hemos
doblegado al ego, pero aún no es suficiente. Ahora hay que dar un salto al vacío,
a lo realmente desconocido, a la dimensión espiritual, a la visión trascendente.
Aunque quisiera decir, para no crear suspicacias, que hablo en muchos
momentos y más en este nivel desde la perspectiva de un cartógrafo que dibuja
el mapa del camino pero que no necesariamente lo ha recorrido. Me remito pues,
a las fuentes de la tradición y a mi propia intuición.
El camino de ascensión tiene que pasar necesariamente por la integración de la
propia sombra. En esa sombra reside todas las cadenas y todas las
dependencias, todo lo que uno no ha revisado conscientemente pero que, sin
embargo sigue actuando en la oscuridad. En el movimiento anterior hemos
llegado a brillar internamente y a fluir con el mundo, pero no nos habíamos dado
cuenta que toda luz deja un cerco de oscuridad así como el ojo que lo ve todo no
se ve a si mismo.
La sombra es la sombra que proyectamos. A veces ingenuamente la perseguimos
para destruirla o la proyectamos en los otros, a veces huímos de ella por temor a
ser engullidos. La sombra es la otra cara de la luz, profundamente inseparables.
Si uno no abre el portalón de la ventana siempre estará en un mundo de
sombras, pero ¡ah! si uno nunca se da la vuelta y reconoce la sombra que
proyecta se sentirá poseído por imágenes fantasmáticas, por revueltas
inconscientes, por personajes vampirescos. Aquel que siempre se instala en la
claridad, nos dirá Don Juan, chamán de Carlos Castaneda, se enfrenta con el
segundo de los enemigos del hombre. Ser claros, tener siempre una respuestas,
ser positivo, buena imagen, buenas intenciones, es mostrar sólo una de las caras
de la moneda.
El trabajo con la sombra no es propiamente el tercer movimiento de
trascendencia, es solamente la puerta de entrada. Representado en el Tarot con
la carta del diablo, éste no es tan malo, es un ángel, un ángel caído pero
también un ángel portador de luz –Lucifer– que nos habla secretamente al oído
de todo lo que nos habita y de todo lo que nos maneja como un títere cuyas
cuerdas son invisibles. Primero hicimos el encuentro con un ángel, el encuentro
placentero con uno mismo. Después es el encuentro con el otro ángel, la
comprensión, a veces tormentosa, de todo lo que nos habita, de lo radicalmente
otro que somos. Ahora ya podemos mirar hacia arriba.
¿QUE ES LA ESPIRITUALIDAD?
Difícil poner en palabras lo que no tiene voz. Difícil definir lo que es la
espiritualidad sin dejar fuera del concepto algún territorio ignoto, algún rincón
del alma. Sin embargo, a riesgo de cometer errores, es necesario redefinir lo
espiritual. Es necesario porque no puede residir necesariamente en las cumbres
inalcandables, en los retiros de los lamas, en la renuncia de los monjes, en la
castidad de los yoguis. La espiritualidad ha de ser alcanzable más allá de los ritos
alambicados de las religiones, más allá de los textos sagrados ininteligibles, más
allá de los santones estériles. Redefinir lo espiritual es bajar de los pedestales y
de los altares a los ídolos y a los sacerdotes que detentan el poder bajo una
jerga de frases lapidarias y de sermones anodinos. Es necesario hacer todo esto
porque lo espiritual es, realmente, el alimento de la vida.
Quien hunde profundamente sus raíces en la espiritualidad sabe callar. Sabe
alejarse del ir y venir alocado de los seres humanos. Quien bebe de las aguas de
la espiritualidad sabe estar en silencio en medio del ruido y del gentío, y en
intensa actividad en el silencio y quietud del bosque. Ser espiritual es buscar la
sabiduría como marco de comprensión donde todo tenga cabida.
Ser espiritual es tener fe y aceptar con agrado -y con sentido- los reveses de la
vida. Ser espiritual es remitirse al corazón que todo lo siente y abrirlo sin
condiciones. Ser espiritual es precisamente amar, no lo que hay de uno en los
demás, no las propias identificaciones sino lo diferente, lo ajeno, lo que está en
un rincón escondido. Ser espiritual es tener atención a las pequeñas cosas de la
vida, y saber de la hormiga y del lenguaje de los pájaros, del parpadeo de las
estrellas.
No decir yo sino un tú cada vez más fuerte. Ser espiritual es pasar desapercibido
para ver al amigo y al enemigo sin sus caretas, para comprender de qué madera
está hecha la humanidad y para ser, eso sí, tolerantes en todo menos en el rigor
de uno mismo. Porque ser espiritual no es un juego de niños, de
autocomplacencias y romanticismos tardíos de primavera. Ser espiritual es mirar
de frente la realidad del mundo, el niño que muere de hambre, el preso
encarcelado, la mirada del loco.
EL TODO INDIVISIBLE
Lo dicen los científicos y los sabios, los ecólogos y los filósofos, la realidad no
tiene límites, la veas por donde la veas. Es un Todo ininterrumpido donde cada
parte refleja en su seno la globalidad. Por definición nada está separado y lo que
rige en el microcosmos también rige en el macrocosmos. Por eso la Tabula
Esmeralda sentencia que «lo que está arriba es como lo que está abajo».
La unión de cada átomo, de cada electrón. El baile de estrella a estrella
formando una galaxia. La unión entre el pez y el pez cuando forman un banco de
colores que se mueven al unísono. Los tres trillones de células que forman
nuestro cuerpo sin perder la forma humana. Toda esta maravilla, todo el
universo está sostenido en algo. Lo han llamado Vacío, Dios, Tao, Brahman y
cientos de divinidades, queriendo indicar que hay algo más allá de toda
manifestación que permanece en silencio, y que es todopoderodo,
omniconsciente y eterno. Hasta tal punto que muchos sabios, en todas las
épocas, han dicho que la Realidad con mayúscula está más allá del mundo
ilusorio. Para ello han enseñado en silencio para que no hubiera confusión, o se
han retirado del mundo para estar más cerca de ese sentimiento de absoluto e
iluminación, y también han recordado como en el Taoísmo que «el Tao que
puede ser dicho no es el verdadero Tao». Quizás esto nos lleva a una intuición
profunda, debe haber, cuando la conciencia está acrecentada o el ser
plenamente sensible, un sentimiento de unidad profundo. Como si uno sintiera la
existencia vertiéndose momento a momento y haciendo estallar nuestra precaria
conciencia del mundo. Es el éxtasis.
En ese éxtasis -supongo- que ha desaparecido el ego. No en forma de un
esquizofrénico, psicótico o ausente como un autista. Debe ser una sensación
infinita de expansión de este mismo ego. Por momentos no existe quien tiene la
visión, el acto de ver, y la visión misma. Hay una simbiosis en la que uno y el
objeto se han fusionado. Como dijo un maestro zen en la iluminación, «cuando oí
repicar las campanas del templo, de pronto no hubo campanas y no hubo yo,
sólo había un repicar».
Esta conciencia de unidad es la que todos buscamos. Pero también es la que
todos vivimos en el fondo pues cómo entender lo que nos dicen muchas
tradiciones al indicar que el ser de luz ya está en nosotros, que no tenemos que
hacer ningún esfuerzo, como dice el Tantra, pues la iluminación se da en este
preciso momento, al darnos cuenta. Ya somos eso, esa chispa divina pero
evidentemente, esto contrastacon nuestra realidad cotidiana.
Otras tradiciones, no obstante, se empeñan en inculcar a la persona que tiene
que ganar el cielo, que tiene que hacer cientos de sacrificios para alcanzar la
beatitud y la dicha. Para la mayoría esto les lleva a un sentimiento de impotencia
por no encontrar la perfección ni la sabiduría por mucho que se esfuercen. Es la
gran paradoja. Ser y llegar a ser. Ya somos pero hemos de encontrar un punto
de abandono para percibirlo, un espejo donde mirarnos.
Por eso «cuando después de muchos años de buscar a Dios, exhausto, me dí
cuenta que era Dios quien me buscaba a mí». Esta es la frase que lo resume
todo. He tenido que buscar, he tenido que hacer sacrificios para salir de mi
cerrazón, de mis limitaciones e ignorancia. He tenido que hacer un esfuerzo de
comprensión para darme cuenta la tierra que pisaba, los prejuicios que me
invadían, las defensas que me aislaban del mundo. Y por fin sentí que todo
estaba ahí esperándome, desde la eternidad, en mi propio interior. Y que Dios
siempre me ha querido a su lado. Es esta la conciencia de unidad.
EL PRESENTE ETERNO
Esta conciencia de unidad sólo puede vivir en el presente, pues el presente es lo
único eterno, lo que no tiene fin. Y es por eso que cada instante es el centro del
tiempo donde confluyen pasado y futuro. No estamos en una dimensión lineal del
tiempo –salvo nuestra mente–, estamos en una esfera cíclica del tiempo, como
una enorme matriz que germina cada instante sobre el anterior sin crear ningún
vacío entre ellos. Las estrategias de los maestros, de los sabios ha sido la de
hacer caer de bruces a los discípulos en el presente. Estrategias del absurdo, del
sinsentido del no hay nada que hacer. Hasta que uno «para el mundo» y
escucha. Es Ahora o Nunca, no puedes postergar, especular, –nos decían.
Nuestro error es estar atrapados en el pasado, de lo que pudo ser y no fue, y el
estar constantemente especulando con el futuro, con lo que será pero todavía no
és. Y en esta escisión, evidentemente, nos olvidamos del presente. El presente lo
vivimos como una urgencia, como una desaforada ansiedad, como una densidad
insostenible. Por eso cuando estamos escasamente media hora en meditación, se
nos cae el mundo, se encoje el corazón y la mente se dispara a cien por hora.
El futuro lo construímos con nuestras esperanzas y con nuestras insatisfacciones,
pero no existe. No existe por la sencilla razón que nunca somos el mismo del
anterior momento, de la misma manera que nunca el rio es el mismo aunque la
ilusión nos gaste una mala jugada. Aprender a vivir sin especular, a la
intemperie, sin razones protectoras, sin cielos a conseguir, sin premios a la obra
hecha. Este es el juego. Y este es el juego que no queremos jugar porque, por
qué hacer tanto sacrificio sino me aseguran un trocito de cielo, un trozo en la
memoria colectiva, un santuario deificado. ¿Por qué?.
CONCIENCIA BúDICA
Buda quiso dar respuestas a todo esto. Decidió abandonar su vida de principe y
dar respuesta a todo el sufrimiento que él veía fuera de sus estancias palaciegas.
Vio un mundo sumido en la miseria, en el sufrimiento y en la ignorancia. Y quiso
aprender todo o que los sabios podían enseñarle. De nada sirvió todos los años
de mortificación y ascetismo. Sólo cuando se abandonó debajo del árbol del
Boddhi comprendió la ilusión del mundo, y comprendió que es la ilusión del yo y
de las cosas las que están en la raíz del sufrimiento.
Buda mostró que no hay nada que permanezca fijo, que todo es perecedero y
que lo único qe existe es un vacío que todo lo llena. Sólo comprendiendo la
ilusión del mundo uno puede liberarse de él. Esta es la conciencia búdica, la
sonrisa interna que da respuesta a la paradoja de la vida. De nada nos sirve
irnos de un extremo a otros, hay que encontrar el «camino del medio» y tener
una visión ecuánime.
El Buda representa esa posibilidad de romper toda dependencia ya sean ídolos,
dogmas o maestros. La meditación es ese espacio que nos límpia y nos drena de
todas esas dependencias.
ENCUENTRO CON EL CIELO
Es con este tercer movimiento llegamos al cielo, pero no un cielo separado de la
tierra sino al cielo en la tierra.Es el movimiento de ascendencia pero también el
de integración, el de descenso de nuevo a la realidad. Es la comprensión Zen que
nos avisa que primero las montañas son montañas y los rios son rios, luego las
montañas y los rios dejan de ser montañas y rios, para finalmente las montañas
vuelven a ser montañas y los rios, rios. De alguna manera, la realidad tiene que
desaparecer para encontrarla de nuevo con más brillo, más amplia y más
conscientes de ella.
En el largo camino que hemos hecho no se trataba solamente de llegar al cielo
sagrado de la sabiduría, alejado de todo y de todos, muy al contrario, se trataba
de tomar cuerpo real, de bajar el cielo a la tierra y de sujetar la divinidad a ras
de suelo. El final del camino no es un acúmulo de poderes, sadhis, satoris,
percepciones ultrasensoriales, y un largo etcétera. El final del camino es un
volver a comenzar porque no hay nada definitivo. Es volver al mercado con la
gente, es perderse en el rumor de la vida, iniciar nuevos caminos y volver a
equivocarse. Porque no hay nada que uno pueda llevarse del cielo de la
espiritualidad, antes, más bien, uno tiene que dejar su sentido de perfección y su
estrecha filosofía. Más que nada, para ir ligeros de equipaje. Es el Loco del Tarot
que después de realizar todo el viaje y, sin ansias de gloria, canta por los
caminos.
Ahora si que, cuando uno ha integrado su sombra como parte de su humanidad,
ha sentido la espiritualidad como aquel alimento que nutre su vida más allá de
toda jerarquía eclesiástica, ha sentido claramente la unidad de todo lo viviente
fundido también en sí mimo. Cuando uno ha comprendido que no hay nada más
que el instante presente, eterno y sagrado, y sonrie como el Buda ante la ilusión
del mundo, entonces, podemos decir que uno ha cumplido su misión, que la
humanidad ha brillado en su aspiración más secreta: ser el reflejo consciente de
la vida.
Ahora bien, si uno se ha perdido, a estas alturas, en algún recodo del laberinto
interno; si uno está en un profundo desconsuelo; si todavía hay alguna duda
insidiosa que corroe por dentro; si uno persigue todavía poderes mágicos, o
poderes terrenales; si uno sigue especulando con el futuro, o ya viejo se
entretiene demasiado en la gloria del pasado, entonces no está de más que uno
pida ayuda.
JOYAS DEL CONOCIMIENTO
Entonces no está de más que, uno repase los maravillosos versículos del Corán,
o rescate el cristianismo original, o penetre en la sabiduría de la Cábala. Puede,
no obstante, seguir la visión taoísta de la vida o vivir la línea austera del Zen. O
bien, encontrar en el Budismo la vía de realización. Y cada uno de ellos en las
múltiples ramas y vías paralelas que existen. Podemos beber de las fuentes del
Vedanta o coger el camino chamánico de poder y comprensión. Podemos
emborracharnos con las danzas derviches o ceder a la tentación del Tantra.
Podemos también realizar los diferentes caminos del Yoga (ver parte cuarta) y
escoger una vía devocional, mental, física o a través del conocimiento, según
nuestro temperamento. De hecho podemos realizar el salto trascendente a partir
de la danza, la poesía o la música, o de nuevas síntesis espirituales. ¿Quién
sabe?.
Cuarta parte:
YOGA, CON LOS PIES EN LA TIERRA Y LA MENTE EN EL INFINITO
Sabiduría, liberación de la cabeza.
Amor, liberación del corazón.
Belleza, liberación de los sentidos.
Rito, liberación del acto.
Lanza del Vasto
EL ESPEJO DEL YOGA
Estos tres movimientos analizados –fuera, dentro y arriba–, de momento, sólo
son un marco amplio de comprensión. Veamos ahora –por fin– cómo entender y
atajar esta necesidad de trascendencia desde nuestro ámbito del Yoga.
Acostumbramos a definir el Yoga como unión –de la raíz yug–, unión del
jivatman con el paramatman como nos decían nuestros profesores, esto es, la
unión del yo individual con el yo cósmico. No obstante también podemos
actualizar esta definición y hablar de unión en el sentido de integrar todo lo que
está disperso, todo lo que está escindido. Para que cuerpo, mente y espíritu no
vayan cada uno por su lado pues, ya lo intuye el yoga, somos un ser global. Sin
embargo encontramos otra variante a esta acepción y es la de «orientar el
movimiento de la mente hacia un punto». Yoga es como dicen los Yogas Sutras
de Patanjali, Sutra 2 del libro primero: Yogaschittavrittinirodhah Yoga es la
interrupción de la actividad automática y de la actividadad mental, esto es, ser
capaz de calmar las fluctuaciones de la mente.
El Yoga tiene su origen en los Vedas y es uno de los seis sistemas o darsanas
fundamentales del pensamiento indio. Pero lo interesante de esto es que darsana
viene de la raíz drs que significa «ver». Es la visión sabia más allá de la mirada
corriente. Yoga, por tanto es un enfoque hacia el conocimiento y el yogui será
pues, «el que ve».
No obstante, hemos de entender el concepto Yoga como un estado de conciencia
de unidad –ya lo habíamos dicho antes– pero también todo aquello que nos lleva
a ese estado. Dicho de otra manera, Yoga es el descubrimiento de la absoluta
profundidad que habita en nosotros, y también de todos aquellos medios que nos
llevan a esa comprensión. Por tanto, cada vez que vamos de un punto a otro de
mayor bienestar o comprensión, estamos haciendo Yoga.
Pero volvamos al Yogaschittavrittinirodhah. Si la mente está dispersa será
imposible cualquier avance, en cambio, si frenamos la inercia de la mente, los
torbellinos confusos, las ilusiones y fantasias que nos arrastran, entonces el lago
mental quedará en calma. Dispuesto para enfocarse hacia algo más profundo,
más global y más poderoso. Es el espíritu.
Yoga, por tanto, es marcar una dirección –por supuesto que no la única– para
llegar a ser uno con lo divino. Y también el arte de crear condicones especiales a
través de asanas, pranayamas, ejercicios de concentración, o cantos
devocionales para percibir con nitidez eso que uno es.
El Yoga es un viaje al corazón de uno mismo. Toda la filosofía yóguica no es más
que un mapa del camino, señales de que otros han pasado y han dejado una
esquela de recordatorio para que la confianza no se pierda en el primer recodo
del laberinto. Con todo el Yoga –como recordaba en la editorial del número 3 de
Sin Fronteras–, no es algo que se pueda ver a simple vista pues tiene que ver
con una actitud interna, con una postura vital ante el mundo y con una
comprensión de sí mismo. Yoga es un delicado equilibrio entre el ser y el llegar a
ser, entre la aceptación total de lo que uno es y el poder superarse
constantemenete y, por qué no, entre la renuncia y a la vez, la conquista de la
vida. Decía que el Yoga es un espejo donde poder verse, y es un espacio de
encuentro y unión donde, todo lo alineado, todo lo reprimido que hay en
nosotros encuentra su lugar y su fuerza.
LA SOCIOLOGIA DE YAMA Y NIYAMA
Es evidente que un sistema de práctica y pensamiento que tiene varios milenios
de continuidad, no puede estar simplemente enfocado hacia el tercer
movimiento, movimiento de trascendencia. Ha tenido que incluir,
necesariamente, los anteriores, ha tenido una actitud hacia lo social y una
investigación precisa del cuerpomente.
Veamos pues los dos primeros angas de Patanjali. Yama y Niyama. Yama
significa disciplina, algún tipo de restricción, pero también se puede interpretar
como actitud, forma de comportarse. ¿Por qué –preguntaba en la revista número
2 de Sin Fronteras– antes de profundizar en la senda espiritual hace falta cumplir
unas actitudes en cuanto a tu medio social?. Está claro que somos seres sociales
y que vivimos dentro de un marco complejo sociocultural. Pero también sabemos
que vivir con los otros es difícil y nos rodeamos de normas, costumbres, leyes,
intereses creados, asociaciones partidistas, etc. Por tanto, no es de extrañar que
los sabios y las diferentes tradiciones hayan enunmerado ciertas restriciones
para no quedar centrifugados en el batiburrillo social y poder tener algo de
energía para poder hacer un despegue espiritual.
Asi pues –continuaba–, ¿no sería necesario conocer el entramado social para no
quedar atrapado en su laberinto?, ¿no será necesario apostar por la fluidez y
mejor funcionamiento de la sociedad y no tanto por el interés individual que hace
de aquella una jungla?.
De esta manera, Yama no es más que pura sociología aplicada. El delicado ajuste
que hay que hacer para convivir en armonía –o mínimo conflicto– con otros.
Aquella actitud que hace que la propia sociedad y cultura no te aplaste bajo su
peso. EntoncesYama no la podemos entender como obligaciones morales
impuestas sino como estrategia adecuada para seguir adelante en tu camino.
Ser respetuoso y considerado con los demás y con uno mismo porque la vida
requiere ser cuidada (Ahimsa), saber en qué momento has de decir una cosa sin
dejar de ser sincero y ser consciente del resultado que puede tener (Satya),
considerar que la única manera de vivir es demostrar confianza con lo que uno
tiene y no traicionarla apoderándose de lo que al otro le pertenece (Asteya), no
obsesionarse con el sexo, las pasiones o cualquier cosa que haga perder de vista
la búsqueda de la unidad y el entendimiento con uno y con los demás
(Bramacharya), y no acumular y acumular avariciosamente y perder de vista la
dimensión humana de compartir y de recibir aquello que uno se merece
(Aparigraha).
Todo esto no son más que condiciones de salud mental y una gran actitud de
amor a la vida. Puesto que cuando uno hiere, miente, roba, se obsesiona y se
vuelve egoista en el fondo también se daña, se engaña, se niega la vida, se
confunde y se vuelve mezquino. Simplemente, tener altura moral es tener la
comprensión suficiente para sentir que somos parte de un Todo y que todo,
absolutamente todo lo que somos se lo debemos a la misma vida.
No obstante todo tiende a tomar una dimensión más interna e individual. Es
Niyama, complemento inseparable de Yama. Es el reconocimiento de la propia
individualidad y de su responsabilidad. Niyama es una atención a lo interno, es la
Psicología de la autorregulación personal. ¿Acaso no habríamos de abonar y
regar el terreno fértil donde el espíritu encuentre su luz?, o dicho de otra
manera, ¿no habrá que encontrar unos criterios más internos donde vislumbrar
el propio camino de realización?.
Tener una actitud de limpieza y pureza tanto interna como externa, sin dejarse
llevar por los prejuicios y por los hábitos (Shaucha) sumergirse en la fe y el
agradecimiento a lo que nos trae la vida (Santosha), quemar las inercias con el
apasionamiento de la vida y de la constancia (Tapah), escuchar la voz interna
que nos guía y que nos permite doblegar las vanas razones del ego (Svadhyaya),
y dejar que toda acción sea completa en sí misma, sin apego de sus frutos, como
un canto que se entrega a la vida, sin condiciones ni chantages
(Isvarapranidhana). Esto es Niyama, un jardín florido donde el cuidado, la
belleza, el colorido, el florecimiento y el aroma de las flores permite el éxtasis.
AVIDYA Y DUHKA, LA TERAPEUTICA DEL YOGA
Hemos visto, de alguna manera la sociología del Yoga, pero también
encontramos una psicología básica y una concepción filosófica de la vida. Una
psicología encaminada a entender el conflicto y el sufrimiento en la vida.
Partamos de avidya que significa «conocimiento incorrecto». traducido
normalmente por ignorancia. Yo vería a avidya como un velo que distorsiona las
cosas, que nos separa del mundo en el que vivimos, que no nos deja ver claro.
Sin embargo la ignoancia «la podemos reconocer a través de sus cuatro hijos como nos explica Desikachar en su libro de Yoga, conversaciones sobre teoría y
práctica-. Primero es asmita, el ego que nos motiva siempre. Querer ser el
mejor , obtener siempre la razón, etc. La segunda es raga, que es adherencia o
deseo. Esperamos algo hoy porque fue agradable ayer, no porque lo
necesitemos. La tercera es dvesa. Si no conseguimos lo que nos proponemos
tendemos a menospreciarlo o pasamos una desagradable experiencia y no
queremos que ocurra otra vez, Finalmente está abhinivesa, fuente del miedo.
Nos sentimos inseguros o tenemos miedo de nuestra posición en la vida».
Con respecto a esto, es posible que pensemos que esta clasificación de las raíces
de la ignorancia son simples a la luz de nuestra moderna psicología, pero lo que
no podemos olvidar es que esta explicación y desarrollo del concepto avidya es
tremendamente clarificador. Ante la dificultad de comprender avidya en
nosotros, la podemos observar a través de nuestro ego, de nuestro deseo, de
nuestros prejuicios y miedos. Porque avidya necesariamente afecta nuestras
acciones. Entonces la práctica del Yoga se encamina a disolver ese velo que es
avidya.
Pero vayamos a otro concepto paralelo, el de duhkha interpretado como dolor,
pobreza o sufrimiento. Opuesto a sukha, bienestar, duhkha es un profundo
sentimiento de limitación que crea frustración y malestar. Cuando se cruzan los
cables y nos sentimos incapaces para actuar y ver correctamente es cuando se
manifiesta duhkha. Todos queremos eliminar este sufrimiento, pero lo que nos
dice el Yoga, el Vedanta, el Budismo es que es la acción que parte de avidya la
que produce duhkha. De esta manera se cierra el círculo. Una cosa lleva a la otra
y ésta se vuelve sobre sí misma. También el Budismo lo enfoca de una manera
parecida. Dhiravamsa, monje budista de la escuela Theravada, señala que
«necesitamos estar libres de la ignorancia y de las actividades dañinas producto
del deseo, de modo que podamos utilizar su energía de una forma nueva y
creativa. Liberarnos del deseo es la meta de la vida». Y también habla del
miedo: «si tenemos dificultades y temores en nuestra mente, no podemos tener
un disfrute real y nuestros placeres son escurridizos. Con el fin de alimentarnos
en el gozo, debemos liberarnos del miedo». Es cierto que el Budismo lo explica
de otra manera, pero cuando habla de los Cinco Agregados de Apego que
representan la carga del ser humano, está describiendo las dificultades para
llegar a esa visión libre y ecuánime de la vida. Los cinco agregados son el cuerpo
y las actividades de éste, sensaciones, percepciones, tendencias habituales o
formaciones mentales, y la conciencia. Sin entrar en detalles, pues mi trabajo no
pretende entrar en los vericuetos de cada Enseñanza sino posibilitar una visión
global de funcionamiento y de comprensión. Con todo, desde la tradición,
estamos hablando de psicología aplicada, de un marco de representación del
conflicto interno y unas prácticas de resolución e eliminación del conflicto. Esto
es lo importante. La Tradición no se ha olvidado en ese camino de trascendencia
de elaborar un mapa interno del ser humano de su funcionamiento mental y una
praxis del conflicto y su necesaria resolución.
LO INFINITAMENTE PROFUNDO
Siempre he dicho que fueron los místicos y los sabios los que crearon el Yoga al
iniciarse en el sendero misterioso y no al contrario. Tuvieron que ser las
indagaciones, las experiencias, los momentos de éxtasis lo que conformó con los
siglos un método, un mapa del camino. Pero también fueron los errores, los
desatinos, las salidas extremas que no llevaban a ningún sitio, las que abrieron
nuevas puertas fecundas a la comprensión y a la sabiduría. Con esto quiero decir
que la vocación del Yoga fue siempre espiritual y que su marco, la sociedad
india, llevaba el sello divino desde los tiempos de Mohenjo Daro, en el valle del
Indo más allá de los 2500 años antes de nuestra era, donde se reconocen
prácticas avanzadas de meditación.
La India siempre fue un crisol de culturas y religiones que fue integrando
invasión tras invasión y pudo articular cada nuevo dios en el sobrecargado
elenco del panteón de divinidades. Al lado de las cumbres más elevadas del
planeta aparecieron también los más grandes sabios que escribieron los Vedas,
el mismo Buda, los poetas que compusieron el Mahabharata, Patanjali, el
Bhagavad-Gita, Vyasa, y un largo etcétera hasta llegar al renacimiento de la
espiritualidad india en el siglo pasado y principios de éste con Ramakrisna,
Vivekananda y Aurobindo.
Ramakrisna fue el loco de Dios nos comenta Aurobindo porque entró en un
Océano Ilimitado de Consciencia. Y este Océano no es algo exterior a nosotros destaca Iñaki Ceballos en un reciente artículo sobre Sri Aurobindo- Este Océano
somos nosotros mismos, todo lo que habíamos rechazado a fuerza de ser
objetivos. Es el mensaje de la India, la profundidad está en tí, sólo tienes que
bajar y sumergirte en ella. Pero esto no puede ser un mero artifio intelectual o
ascético, la espiritualidad es un alimento, como el maná que cae de los cielos,
como el néctar que se destila en nuestro interior, que es vital para no estar
muertos en vida. Estos sabios han sido unos artistas de lo profundo, de
conquistas abisales en lo profundo del ser, y han dejado tras de sí un
reconocimiento de que eso está en todos nosotros y de que, efectivamente hay
medios que posibilitan ese contacto.
Para bajar a estas profundidades era preciso partir de los tres centros. Vientre,
pecho y cabeza configuraron también tres vías importantísimas del Yoga. Karma
Yoga para llegar a la acción desinteresada. Bhakti Yoga para rendirse
devocionalmente ante lo divino, ofreciendo el corazón como una flor abierta. Y el
Jñana Yoga desde donde comprender la Verdad que nos inunda. A estos hubo
que añadirle el Gran Yoga, Raja Yoga como vía directa hacia las profundidades,
cuyo trono sería la meditación.
Por otro lado, a principios de siglo, Vivekananda recorrió Europa y América
haciendo un puente permanente entre Oriente y Occidente por donde circularían
en un sentido y en otro innumerables sabios, maestros y estudiosos. Desde
Krhisnamurti a Rajneesh, de Mircea Eliade a Ghandi. De Lanza del Vasto a
Vhisnudevananda, de Alan Watts a Vimala Thakar, por citar sólo unos pocos.
Ahora bien, es cierto que Sri Aurobindo con su Yoga Integral marca toda una
inflexión en el mundo del Yoga. Se atreve a plantear un paso más allá de todo lo
dicho hasta ahora. Al menos no se queda en la ascensión a la espiritualidad sino
que quiere bajar esa experiencia de eternidad a la misma célula, quiere, esto es,
volver sagrada la materia, romper el techo biológico de la muerte. De hecho,
nadie sabe cuáles son los vericuetos de la evolución, de la evolución humana.
Con todo, es cierto, que la evolución y el cambio profundo reside, en parte, en
nuestras manos. Lo único que yo quiero destacar de Sri Aurobindo es el de hacer
un planteo más, el de reconocer que el Yoga no es un pesado lastre del pasado,
sino un factor más de evolución. Como él mismo escribía:
"El Yoga de la India es potencialmente uno de los elementos dinámicos de la vida
futura de la humanidad. Hijo de eras inmemoriables, preservado hasta nuestros
días por su vitalidad y suverdad, emerge ahora de las escuelas secretas y de los
retiros ascéticos donde se había refugiado, y busca su lugar en la suma futura de
poderes del hombre y de sus auxiliares vivos. Pero primero, es necesario que se
redescubra a sí mismo, que saque a la superficie su razón profunda de ser en
relación con la verdad general y con el fin constante de la Naturaleza, y que, en
virtud de este nuevo conocimiento de sí o de esta reevaluación, proceda a una
nueva síntesis más amplia".
RAZÓN DE SER
Es esto precisamente lo que le pediría al Yoga, lo que me pediría a mí mismo con
respecto al Yoga, ser capaz de hacer una síntesis más amplia y recuperar la
vitalidad y la energía necesarias para hacer este viaje a lo desconocido, a las
profundidades de ese Océano que nos invade por dentro y por fuera.
En todo esto, una de las conclusiones que puedo sacar, es que la vida siempre es
nueva -como debe ser la Tradición-, y se actualiza momento a momento, y
afortunadamente, nunca es la misma. Por eso nosotros, parte de ella, también
somos nuevos día a día y nos actualizamos en cada comprensión, en cada crisis,
en cada nuevo gesto aprendido. Somos, como las estrellas, un laboratorio vivo
donde lo divino experimenta, somos un proceso mucho más amplio de lo que nos
imaginamos. Pero, paradójicamente, también somos parte del análisis de ese
experimento, participamos en la recogida de datos y en las nuevas propuestas
de cambio. Es lo humano cuya función es expresar la consciencia de la vida.
Y aunque nos miremos en las enseñanzas de los sabios que nos precedieron,
somos tan tremendamente inquietos, que no podemos, por menos, que ensayar
nuevos modos de ser y nuevos espacios de espiritualidad. Con todo mi trabajo es
un agradecimiento a todo lo que el Yoga me hizo -me hace- crecer, un
agradecimiento a todas las vidas dedicadas a él y que en forma de sutra, de
poesía o de conocimiento nos han llegado hasta nosotros.
De todas maneras he intentado plasmar en estas páginas mi trayectoria de
dieciseis años -que conozco el Yoga-, y mi formación paralela en otras
disciplinas. Estoy convencido que nuestra época -y nosotros con ella- tiene la
misión de desvelar todos los secretos, todos los esoterismos y todos los arcanos
que mantenían el conocimiento oculto y darle otra forma, otro lenguaje más
adecuado, si cabe, más efectivo.
ANTROPOLOGIZAR EL YOGA
Estamos contentos de que el ejecutivo, el deportista, la ama de casa, el
abuelete, la embarazada y el niño hagan yoga. Porque sí, porque bienvenido
todo aquello que genera bienestar y paz. Pero sabemos que no por ello el
ejecutivo cambia su visión del hombre económico, y el deportista su versión
competitiva de la vida. No importa.
Con la Antropología Filosófica he aprendido a buscar debajo de la alfombra de
cualquier filosofía, de cualquier ideología hasta encontrar una creencia. Porque
detrás de cualquiera de ellas arropadas por mil verdades, por mil razonamientos
y comprobaciones científicas existe una sola idea.Una idea pura en el vacío. Una
idea que sólo le da sentido nuestra buena voluntad, nuestros miedos, nuestras
cerrazones o nuestra endiablada pasión por la vida.Lo demás, a mi juicio, es un
poco cuento.
Si detrás de la lógica del mercado existe la idea de que somos animales en
competencia en una jungla donde sobrevive el mejor. Si detrás de la religiones
nos complacemos en que somos hijos de Dios que deben toda su gloria al
Creador. Si detrás de la democracia occidental se esconde un afán de poder e
influencia donde el ser humano recobra su papel de liber de la tribu. Si detrás de
muchas filosofías se esconde una visión del ser humano nihilista, donde todo es
pura proyección de la mente. Si, en definitiva, detrás de las múltiples
concepciones del Yoga y otras disciplinas, se esconde un endiosamiento del ser
humano y de sus maravillosos y paranormales poderes. Entonces nos habremos
perdido lo más interesante: la reflexión humana.
Es probable que caminemos a oscuras en el universo y que seamos como
sonámbulos en una cuerda floja donde todo lo que somos y todo lo que hemos
montado no tenga más validez que la que nosotros mismos le otorgamos. Es
también probable que no podamos vivir sin justificaciones, sin ideales, sin
criterios reguladores, sin cosmogonías y sin muchas más cosas. Es posible que
tengamos que mentirnos -humanamente- para seguir habitando un Universo
"vacío" donde, incluso nuestros dioses más preciados, se niegan a mostrarse
ante nuestros ojos. Pero lo que ya no es tan necesario es que olvidemos la razón
profunda que nos mueve y que no seamos capaces de elegir qué idea reguladora
es la que necesitamos para poder vivir. Como dice la canción, busca un amor
que sea tu motor… Busca, asimismo, un ideal, una pasión o cualquier cosa que
te haga vivir. Pero, por favor, no digas que es la verdad. No la justifiques, ni
hagas de ellas una bandera, un arma, un elemento de discriminación. No te
hagas un superhombre o una diosa por creer en ellas. No elimines con tus
sueños toda la multiplicidad de formas de ser, puesto que esto es lo
genuínamente humano.
No hagas del Yoga unos zancos para ser más alto de lo que eres, utilízalo para
crecer. Y no hagas del Yoga un collar de ideas sabias, simplemente utilízalo para
aprender. Tampoco olvides tus sueños por pequeños que sean y no te sumerjas
en los sueños omnipotentes de otros. Te perderás.
¡Ah!, y lo más importante, olvida todo esto, pues este trabajo es mi sueño. Por
supuesto un sueño con vocación de compartirse. Con todo corazón.
Arjuna Peragón
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