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El ocio consumista. Un acercamiento desde la Ética
El ocio consumista. Un acercamiento desde la Ética
Jaime Cuenca Amigo1
Introducción: el consumo hoy
La nuestra es una sociedad de consumo. Ha habido consumo en todas las
sociedades humanas, tanto para satisfacer las necesidades de supervivencia, como
con una finalidad no utilitaria. Pero hoy en día, cuando hablamos de consumo, nos
referimos exclusivamente al consumo de productos de mercado. Desde mediados del
pasado siglo, el consumo de productos de mercado empieza a adquirir una dimensión
desconocida hasta entonces, lo que manifiesta un profundo cambio en el significado
que le atribuye la sociedad. Si el acto de consumo es algo que acompaña
inevitablemente a todo ser humano (y no sólo a él), el modo de vida consumista, en
cambio, parece un rasgo exclusivo de nuestra configuración social. Zygmunt Bauman2
explica cómo, mientras la primera sociedad moderna (aproximadamente desde fines
del siglo XVIII hasta mediados del XX) moldeaba a sus integrantes para el papel de
productores, la sociedad actual conforma a sus miembros para el consumo y les
impone la obligación de tener capacidad y voluntad de consumir.
El actual consumo compulsivo de productos de mercado, lugar de la
construcción social y biográfica, no puede comprenderse simplemente como el uso de
cosas para la satisfacción de necesidades y deseos. Siguiendo a Jean Baudrillard, en
La génesis ideológica de las necesidades3, puede caracterizarse el objeto de consumo
como un signo de estatus. Como todo signo, el objeto de consumo es intercambiable y
queda definido sólo en su relación con otros signos. En esta relación sistemática
obligada Baudrillard percibe los elementos de un código, que tiene la finalidad de
construir y reproducir el orden social. Antes que como adquisición de cosas, por lo
tanto, el acto de consumo debe entenderse como la asunción y reafirmación de un
código de significaciones jerarquizadas que reproduce el orden social.
Desde una posición tan central en la sociedad, el consumo no puede dejar de
influir en todos los aspectos de la vida del individuo (al menos, aunque no sólo, en los
países ricos). El ocio no escapa a esta influencia; incluso puede decirse que se halla
más expuesto a ella que muchos otros ámbitos de la existencia individual. No
pretendemos aquí agotar el complejo tema de la configuración del ocio en la sociedad
de consumo, ni siquiera señalar todas las posibles líneas de investigación que
iluminarían este campo de estudio. Lo que nos proponemos es tratar de contrastar las
siguientes afirmaciones: primero, en nuestra sociedad se da tanto un ocio conformado
por el consumo (al que llamaremos “ocio consumista”) como un ocio no conformado
1
Jaime Cuenca es licenciado en Filosofía por la Universidad de Deusto. Actualmente cursa sus estudios
de doctorado en el Instituto de Estudios de Ocio de esta misma universidad y es beneficiario de una beca
para formación de investigadores del Gobierno Vasco. En varios artículos y comunicaciones se ha
ocupado de diversas manifestaciones del arte del siglo XX, incidiendo en su relación con el ethos de la
modernidad. En la actualidad, su investigación en el campo de los Estudios de ocio se centra en la
vinculación entre las nuevas formas de ocio consumista y las dinámicas de construcción social del orden y
la exclusión en la modernidad líquida.
2
Cfr. Bauman, Z.: Trabajo, consumismo y nuevos pobres (trad. de V. A. Boschiroli). Gedisa, Barcelona,
2000, p. 44.
3
Cfr. Baudrillard, J.: La génesis ideológica de las necesidades (trad. de J. Jordá). Anagrama, Barcelona,
1976, pp. 40 y ss.
OcioGune 2006. “El ocio en las disciplinas y áreas de Conocimiento” 19
El ocio consumista. Un acercamiento desde la Ética
por él; segundo, el primero es más pobre que el segundo, en cuanto experiencia de
ocio. Para tratar de fundamentar esta doble afirmación deberemos completar tres
tareas. En primer lugar, aclarar lo que puede entenderse por “ocio consumista” y
decidir si todas las manifestaciones del ocio actual deben agruparse bajo ese rótulo.
En segundo lugar, justificar el establecimiento de grados de valor entre experiencias
de ocio. Por último, y en el caso de que se haya podido distinguir entre un ocio
consumista y otro no consumista, mostrar la deficiencia del primero en cuanto
experiencia de ocio. En esta determinación de la deficiencia del ocio consumista nos
serviremos de conceptos y razonamientos propios de la Ética.
¿Qué es ocio consumista?
Antes de comenzar a preguntarnos qué pueda ser el ocio consumista, debemos
optar por una definición de ocio. Por ahora, y sin perjuicio de ulteriores matizaciones,
entenderemos el ocio como “una experiencia humana libre, satisfactoria y con un fin
en sí misma”4. Optamos así, conscientemente, por la concepción humanista del ocio
de M. Cuenca, lo que no dejará de tener consecuencias para la investigación, como se
mostrará más adelante. Definiendo el ocio como experiencia se resalta la importancia
de la actitud del sujeto: una misma actividad puede ser o no ser ocio, según el modo
en que sea percibida. Ahora bien, el ocio no consiste sólo en la mera percepción
subjetiva, sino que requiere siempre de una vertiente objetiva que posibilita y encauza
la experiencia. Para jugar al ajedrez hacen falta el tablero y las piezas; para leer, un
libro; pinturas y lienzo para pintar un cuadro, etc. La mayor parte de las experiencias
de ocio exigen algún tipo de consumo como condición de posibilidad. Pero esto,
naturalmente, no basta para comenzar a hablar de ocio consumista, del mismo modo
que el hecho de que en todas las sociedades humanas haya existido el consumo no
las convierte en sociedades consumistas. El consumo que nos interesa no es el que
puede entenderse simplemente como el uso de ciertos bienes para la satisfacción de
necesidades (aunque éstas no sean de supervivencia), sino aquél otro que, en la
actualidad, ocupa el lugar central en la construcción social del orden. Como hemos
visto más arriba, el acto de consumo, con este nuevo significado y esta nueva función,
adopta la forma de la asunción de un código. De lo que se trata es de ver cuál es la
relación de esta forma de consumo con el ocio.
Si el consumo entendido como uso de cosas sólo puede ser condición de
posibilidad de la experiencia de ocio, el consumo como código sí puede convertirse en
su centro mismo. Mientras que el uso es siempre “uso-para”, es decir, cobra su sentido
en función de una finalidad extrínseca, un código es precisamente un mecanismo para
dotar de sentido realidades ajenas a él. Así, comprar un tablero de ajedrez no es
suficiente para vivir una experiencia de ocio: es el juego, que ocupa el centro de la
experiencia, el que dota la compra de sentido al convertirla en su condición de
posibilidad. En cambio, “ir de compras” a un centro comercial para pasar la tarde no es
condición de posibilidad de una experiencia de ocio cuyo centro sea otra cosa, sino el
centro mismo de la experiencia. Se compran bienes para algo, es cierto –ropa para
vestir, discos para escuchar, objetos para decorar–, pero lo importante es que la
relación de la compra con el ocio no está (únicamente) en ese futuro uso de los
objetos (como en el ejemplo del ajedrez), sino en el acto mismo de comprar. Y esto
sólo puede ocurrir desde el momento en que el consumo se entiende, no como uso de
cosas para satisfacer necesidades, sino como un acto que en sí mismo tiene sentido,
porque sitúa al individuo, a través de un código de significaciones jerarquizadas, en su
lugar dentro del orden social, colmando así –de momento– sus ansias de realización
personal y aceptación comunitaria.
Por ocio consumista en sentido estricto, entendemos ese tipo de experiencias
libres, satisfactorias y con un fin en sí mismas cuyo centro es el mismo acto de
4
Cuenca, M.: Pedagogía del ocio: modelos y propuestas. Universidad de Deusto, Bilbao, 2004, p. 45.
20 OcioGune 2006. “El ocio en las disciplinas y áreas de Conocimiento”
El ocio consumista. Un acercamiento desde la Ética
consumo. Es característico de nuestro modo de vida y tiene lugar principalmente en
los grandes parques comerciales, así como en los cascos urbanos peatonales
dedicados al comercio. Este tipo de ocio tiene, sin duda, una enorme importancia en
nuestra sociedad; sin embargo, el impacto del consumismo sobre la vivencia del ocio
no se limita a él. Puede apreciarse una forma de ocio con una presencia aún mayor
que no tiene el acto de consumo como su centro mismo, pero que sí adopta algunos
de sus rasgos característicos. A este tipo de ocio podemos denominarlo ocio
consumista en sentido amplio.
En la siguiente cita Bauman sintetiza los principales rasgos del perfecto
consumidor: “La satisfacción del consumidor debería ser instantánea en un doble
sentido: los bienes consumidos deberían satisfacer en forma inmediata, sin imponer
demoras, aprendizajes o prolongadas preparaciones; pero esa satisfacción debería
terminar en el preciso momento en que concluyera el tiempo necesario para el
consumo, tiempo que debería reducirse a su vez a su mínima expresión. La mejor
manera de lograr esta reducción es cuando los consumidores no pueden mantener su
atención en un objeto, ni focalizar sus deseos por demasiado tiempo; cuando son
impacientes, impetuosos e inquietos y, sobre todo, fáciles de entusiasmar e
igualmente inclinados a perder su interés en las cosas”5.
El consumo ideal ofrece y proporciona satisfacción inmediata, está sometido a la
ley de la obsolescencia y la renovación continuas, no exige ninguna preparación,
excita únicamente la capacidad deseante del sujeto y trata de anular cualquier intento
de someterla al sosiego de la reflexión. A nuestro alrededor, un gran número de
manifestaciones del ocio comparten estos mismos rasgos, por más que su centro no
esté ocupado por el acto de consumo. Considero que este ocio consumista en sentido
amplio es más relevante que el estricto para la comprensión del fenómeno del ocio en
la actualidad, precisamente porque no se reduce al estrecho –aunque significativo–
ámbito de los centros comerciales, sino que es capaz de adoptar las formas más
diversas. Así, las cinco dimensiones del ocio autotélico distinguidas por M. Cuenca –
lúdica, creativa, festiva, ambiental-ecológica y solidaria– pueden todas ellas verse
afectadas por esta forma consumista de vivir la experiencia de ocio. Actualmente es
fácil percibir cómo muchas veces las dimensiones pierden aquello que constituye en
cada caso su núcleo de especificidad y pasan a convertirse en ocasión de
espectáculo. Con este proceso de “espectacularización” no nos referimos a nada
distinto de la ya mencionada adopción de los rasgos del consumo por parte del ocio. El
espectáculo implica también satisfacción inmediata, búsqueda constante de la
novedad y la sorpresa. El individuo, que aquí tampoco requiere preparación alguna,
debe limitarse a asistir al espectáculo, volcando toda su atención en la realidad
atractiva y siempre cambiante que le ofrece la escena. Del consumidor y del
espectador no se espera más actividad que la de mantener una receptividad absoluta
(no dificultada por filtro alguno) hacia los estímulos que se despliegan ante ellos. Dicho
de otro modo: no se espera de ellos ninguna actividad.
Para buscar ejemplos de este ocio consumista en sentido amplio no hay más
que abrir los ojos y mirar a nuestro alrededor. La presencia del deporte en la sociedad
actual ilustra perfectamente el cambio en la relación entre ocio y consumo: los
ingresos que proporciona la venta de complementos deportivos o el uso de
infraestructuras especializadas son ridículos comparados con el negocio en torno al
deporte profesional. En el primer caso el consumo es sólo condición de posibilidad de
la experiencia de ocio; en el segundo, la experiencia se convierte en espectáculo y
adopta los rasgos del acto de consumo. Aunque mucha gente practica deporte en su
vida cotidiana, la presencia cuantitativamente mayor del deporte en la sociedad no
adopta esa forma, sino la de una industria del espectáculo que opera sobre todo a
través de los medios de comunicación. En este proceso de “espectacularización” se
pierde el núcleo mismo de la dimensión lúdica, ya que lo que hay de deporte en esta
5
Bauman, Z.: op. cit., p. 46.
OcioGune 2006. “El ocio en las disciplinas y áreas de Conocimiento” 21
El ocio consumista. Un acercamiento desde la Ética
industria es, propiamente, trabajo, y lo que hay de ocio, pasivo entretenimiento. La
vivencia lúdica del ocio, así desnaturalizada, adopta los rasgos del acto de consumo:
satisfacción sin esfuerzo, novedad continua (todos los telediarios cuentan con su
sección de noticias deportivas) y generación constante de nuevos deseos (recuérdese,
por ejemplo, la expectación creada cada poco tiempo por el próximo “partido del
siglo”).
Lo mismo que ocurre con la lúdica se da en todas las demás dimensiones del
ocio autotélico. La dimensión creativa adopta los rasgos del consumo cuando la
cultura se convierte literalmente en ocasión de espectáculo, como sucede en eventos
similares al reciente “año Cervantes”. En muchos de tales eventos, el encuentro recreativo del receptor con la obra de un autor queda totalmente eclipsado por la mera
asistencia a la celebración omnipresente de su figura. Pero ésta no es la única manera
de experimentar de un modo consumista la dimensión creativa: así ocurre también con
todo ese tipo de cultura (música, literatura, pensamiento, artes gráficas...) en que se
sustituye la trabajosa recepción por una fruición sencilla de productos siempre
renovados, que proporciona gratificación inmediata y no exige apenas preparación.
Manifestaciones de este mismo proceso en las restantes dimensiones podrían ser: la
transformación de la fiesta tradicional en los actuales ámbitos festivos de fin de
semana, los paquetes turísticos que no ofrecen el conocimiento gozoso de un lugar
sino el consumo acelerado de sus atracciones, y esos eventos con finalidad solidaria
que retransmite de cuando en cuando la televisión. Naturalmente, éste no es sino un
repaso superficial y precipitado a algunas de las diversas manifestaciones del ocio
actual. No pretendemos aquí exhaustividad, ni siquiera una seguridad total en los
ejemplos mencionados, sino sólo hacer ver que es posible apreciar en nuestro entorno
un gran número de experiencias de ocio que adoptan los rasgos del consumo.
Además de estas expresiones desnaturalizadas de las cinco dimensiones,
pueden encontrarse sin ninguna dificultad experiencias de ocio autotélico en su
sentido auténtico. Se trata de vivencias que exigen tiempo, esfuerzo y preparación
para su disfrute, que proporcionan una satisfacción duradera y no se hallan sometidas
a la ley de la obsolescencia acelerada y la renovación constante. Jugar en un equipo
de fútbol como aficionado, gozar con las grandes obras de la literatura, participar en la
organización y celebración de una fiesta de cumpleaños, dedicar el tiempo necesario a
conocer las calles y las gentes de una ciudad extranjera, o ayudar como voluntario en
cualquier asociación pueden servir como ejemplos de un ocio no consumista.
Hagamos una breve recapitulación de lo visto en este apartado. Nos hemos
preguntado por la relación entre ocio y consumo, y hemos hallado tres posibles
configuraciones de esta relación. En primer lugar, el consumo como condición de
posibilidad de la experiencia de ocio. Aquí se entiende “consumo” al modo tradicional,
como uso de objetos para la satisfacción de deseos y necesidades. Esta vinculación
ha existido siempre y, de hecho, es rara la experiencia de ocio que no exige el uso de
algún objeto como condición de posibilidad. Aunque es cierto que este vínculo
adquiere actualmente una amplitud y variedad desconocidas, este cambio no supone
de por sí una transformación de la experiencia de ocio; no será, por ello, objeto de
nuestra reflexión. El nuevo significado y las nuevas funciones del consumo en nuestra
sociedad conducen a dos relaciones inéditas con el ocio: cuando el acto de consumo
se convierte en el centro mismo de la experiencia de ocio podemos hablar de ocio
consumista en sentido estricto; cuando la experiencia de ocio, además de exigir el
consumo como condición de posibilidad, adopta los rasgos del acto de consumo en su
sentido actual, sin ser éste el centro mismo de tal experiencia, podemos hablar de ocio
consumista en sentido amplio. Son estas dos formas de la relación entre ocio y
consumo las que aparecen como exclusivas de nuestro modo de vida y, por tanto, las
que deben ser especial objeto de estudio de la Teoría del Ocio.
El ocio consumista en sentido estricto implica experiencias con un contenido
específico: el acto mismo de consumo (el cual, en su significado actual, no es ya sólo,
ni siquiera principalmente, el uso de cosas, sino más bien su adquisición). El ocio
22 OcioGune 2006. “El ocio en las disciplinas y áreas de Conocimiento”
El ocio consumista. Un acercamiento desde la Ética
consumista en sentido amplio, en cambio, refiere al modo de vivir la experiencia de
ocio, sin prescribir orientación alguna en cuanto al contenido. De ahí que, si
entendemos las dimensiones como una clasificación referente al contenido de la
experiencia de ocio, sólo el primero pueda adscribirse a una única dimensión, mientras
que el segundo puede permear todas y cada una de las dimensiones. Así, la
dimensión consuntiva que propone R. San Salvador del Valle6 sería útil para la
clasificación del ocio consumista en sentido estricto, pero se muestra en cualquier
caso insuficiente para la comprensión del fenómeno en toda su amplitud.
Hemos establecido lo que entendemos por ocio consumista y hemos señalado
las diferencias respecto de un ocio no consumista, que consideramos también
presente en nuestro entorno social. Antes de pasar a la valoración de estos dos tipos
de ocio, trataremos de justificar el establecimiento de grados de valor entre
experiencias de ocio.
¿Tienen el mismo valor todas las experiencias de ocio?
El ocio es un fenómeno complejo y pluriforme que se manifiesta en una enorme
variedad de experiencias. Para la Teoría del Ocio es un reto tratar de dar cuenta de
esta complejidad, señalando sus rasgos comunes y proporcionando criterios para su
clasificación y valoración. Un acercamiento al ocio desde una perspectiva
(pretendidamente) avaluativa no tendría modo de justificar que existen ciertas
experiencias de ocio mejores que otras. Sin embargo, esta distinción valorativa se
sigue necesariamente de un acercamiento como el que plantea M. Cuenca en su libro
Ocio humanista7, que propone una actualización de la skholé clásica y opta
claramente por un ideal de ocio. De esta manera, puede distinguirse entre
experiencias mejores y peores de ocio, no en virtud de su sometimiento a criterios
externos (de índole moral, por ejemplo), sino por sus propias características internas,
por su cercanía o lejanía respecto de la experiencia de ocio ideal.
M. Cuenca introduce el concepto de direccionalidad para articular esta valoración
de las experiencias de ocio. Puede hablarse de una direccionalidad negativa del ocio
cuando éste resulta en un perjuicio para el individuo o la comunidad, y de una
direccionalidad positiva cuando la experiencia sirve al desarrollo individual o
comunitario. Esta distinción se relaciona con las llamadas “coordenadas del ocio”8,
cuatro áreas de acción en las que la experiencia de ocio adopta una forma
diferenciada: autotélica, exotélica, ausente y nociva. El ocio autotélico se corresponde
propiamente con la definición ofrecida anteriormente: “es el verdadero ocio, aquel que
se realiza de un modo satisfactorio, libre y por sí mismo, sin una finalidad utilitaria”. El
ocio exotélico se entiende como “la práctica del ocio como medio para conseguir otra
meta y no como fin en sí mismo”. La carencia de ocio, la percepción del tiempo libre
como algo vacío y amenazador, se considera ocio ausente. El nocivo, por último,
refiere a “las experiencias de ocio de consecuencias dañinas, reales o percibidas
como tales individual o socialmente”9. M. Cuenca adscribe los dos primeros a una
direccionalidad positiva de la experiencia de ocio, y los dos últimos a una
direccionalidad negativa.
La intención de integrar todas las posibles manifestaciones del ocio en un solo
esquema valorativo dota a estas distinciones de un gran valor para nuestra
investigación. Sin embargo, creo que es necesario reconsiderar algunos aspectos de
su plasmación concreta. En primer lugar, debe recordarse siempre que partimos de la
comprensión del ocio como experiencia humana y no como actividad ni como tiempo
6
Cfr. San Salvador del Valle, R.: Políticas de ocio. Cultura, turismo, deporte y recreación. Universidad de
Deusto, Bilbao, 2000, pp. 68 – 69.
7
Cuenca, M.: Ocio humanista. Dimensiones y manifestaciones actuales del ocio. Universidad de Deusto,
Bilbao, 2003.
8
Cfr. Cuenca, M.: Pedagogía del ocio, pp. 34 – 36.
9
Ídem, p. 35.
OcioGune 2006. “El ocio en las disciplinas y áreas de Conocimiento” 23
El ocio consumista. Un acercamiento desde la Ética
libre. Esto pone inmediatamente en cuestión la presencia del llamado “ocio ausente”
en el esquema: si se tratara de valorar los distintos usos del tiempo libre, cabría una
coordenada reservada a su desperdicio, a su no-uso; algo así es inimaginable si de lo
que se trata es de valorar las experiencias de ocio, puesto que una experiencia no
puede consistir nunca en su ausencia. El ocio ausente es ausencia de ocio y no puede
entrar, por lo tanto, en una clasificación valorativa de las experiencias de ocio.
También el ocio exotélico presenta un problema similar. Desde luego, es cierto que
“las actividades de ocio pueden ser un modo de trabajar, negociar, relacionarse con un
determinado entorno social, educar, rehabilitarse, mantener la salud y un largo etc.”10,
pero en tal caso no puede decirse con propiedad que se esté viviendo una experiencia
de ocio, sino sólo que se usa una actividad considerada de ocio para tener una
experiencia de otro tipo (laboral, terapéutica, formativa...). Por ejemplo, si alguien debe
nadar para rehabilitarse de una lesión, estará realizando una actividad habitualmente
considerada de ocio, pero propiamente no estará viviendo la natación como ocio, sino
como terapia. Así será mientras no sienta que su actividad tiene también finalidad en
sí misma y no sólo como medio para su rehabilitación. Si una experiencia no se elige
por sí misma debe entenderse primariamente como trabajo, formación, prevención o
cualquier otra cosa, y sólo de forma impropia podrá denominarse ocio.
Así pues, el ocio, estrictamente entendido como una experiencia autotélica y
satisfactoria que realizamos con conciencia de libertad, debe valorarse en función de
las dos coordenadas restantes –autotélica y nociva–, con direccionalidad positiva y
negativa respectivamente. Considero que la mayor riqueza de esta distinción estriba
en separarla de una valoración ética, tomándola como un criterio para valorar la
calidad de las experiencias de ocio en cuanto tales y no para determinar su grado de
sometimiento a un imperativo moral. Así, por ejemplo, con independencia de cuanto
pueda decirse del consumo de drogas desde un punto de vista moral, puede afirmarse
que como experiencia de ocio resulta de una calidad ínfima. Y no únicamente por sus
posibles resultados nocivos para la salud del individuo y para la comunidad, sino
porque la experiencia en sí misma cumple sólo de un modo incompleto y deficiente las
notas características que conforman la definición de ocio propuesta. En efecto, una
persona se droga buscando una experiencia satisfactoria y en muchos casos tiene la
conciencia de elegir hacerlo libremente. Sin embargo, la satisfacción momentánea que
proporciona la droga no se corresponde con el daño que en verdad está inflingiendo a
la persona y la conciencia de libertad en la mayoría de los casos no es sino un
espejismo que oculta la adicción, motivo real del consumo.
De este modo puede establecerse una gradación entre las experiencias de ocio
en virtud de su calidad en cuanto tales. El autotelismo, la satisfacción y la conciencia
de libertad son características de toda experiencia de ocio, pero alcanzan su
realización óptima en el llamado ocio autotélico, que puede considerarse por eso el
ocio ideal o el verdadero ocio (en un sentido casi platónico: el ocio más real y
plenamente ocio). El autotélico es un ocio maduro que sirve a la persona como cauce
de desarrollo. Se ejercita a través de experiencias positivas en las que la conciencia
de libertad se corresponde con una libertad efectiva y la satisfacción se basa en los
beneficios reales que la vivencia proporciona al sujeto. No debe pensarse que existe
una frontera inequívoca entre ocio nocivo y autotélico o entre direccionalidad negativa
y positiva, puesto que se trata más bien de una cuestión de grado. De hecho, es un
error considerar al primero como un ocio con una realidad sustantiva propia: el nocivo
no es sino la degradación del verdadero ocio, que es el autotélico. En su extremo, el
ocio nocivo pierde incluso el nombre y pasa a denominarse propiamente enfermedad o
trastorno (así, por ejemplo, en la drogadicción o la ludopatía).
Hemos visto cómo la exigencia de valorar las experiencias de ocio procede de la
misma definición propuesta, que no considera el ocio como algo neutro, sino como un
posible cauce de desarrollo humano. Cuando la libertad y la satisfacción están
10
Ídem, p. 35.
24 OcioGune 2006. “El ocio en las disciplinas y áreas de Conocimiento”
El ocio consumista. Un acercamiento desde la Ética
presentes de un modo incompleto, degradado, la experiencia de ocio pierde esta
direccionalidad positiva y puede convertirse incluso en un cauce de alienación y
destrucción. Una comparación del valor de diferentes experiencias de ocio en cuanto
tales debe fijarse precisamente en la presencia de la libertad y la satisfacción (puesto
que considero el autotelismo como una nota presente de manera irrenunciable en todo
ocio): aquella experiencia en la cual se den de un modo más pleno podrá considerarse
más valiosa que la otra en cuanto experiencia de ocio. En las siguientes páginas
reflexionaremos sobre la presencia de la libertad y la satisfacción en el ocio
consumista. Para ello nos serviremos de las herramientas de valoración que ofrece la
Ética.
El ocio consumista desde la Ética
En esta valoración ética de la experiencia de ocio consumista no pretendemos
justificar su condena o su absolución moral. En primer lugar, porque no sería
razonable este tipo de juicio general, al margen de las circunstancias; en segundo
lugar, porque no sería útil de cara a la comprensión del fenómeno. Más bien,
pretendemos acercarnos en mayor profundidad, y desde una perspectiva valorativa, a
la experiencia de ocio consumista, sirviéndonos en esta tarea de conceptos y
razonamientos propios de la Ética. La reflexión sobre la presencia y cualidad de la
libertad y de la satisfacción en el ocio consumista deberá conducirnos a una valoración
de su riqueza en cuanto experiencia de ocio. Comenzaremos por una cuestión
polémica y difícil, pero central en toda reflexión sobre el ocio: la libertad.
Libertad
Al franquear la puerta de un gran centro comercial, todas las posibilidades
parecen quedar al alcance de la mano: si queremos, podemos probar la más exótica
comida o contratar un viaje; podemos renovar por completo nuestro vestuario y
comprar todo lo necesario para decorar la casa o el jardín; podemos ir al gimnasio o
pagar una sesión de masaje e hidroterapia; podemos ver una película, jugar a los
bolos o tomar una copa. Nunca antes el ser humano había podido encontrar, en un
solo lugar y al alcance de su mano, los medios necesarios para adquirir y preservar los
mayores objetos de su anhelo. La belleza, el placer, la seguridad en uno mismo, la
diversión, la estima de los demás, la expresión de la propia identidad... todo aquello
que hace la vida fácil y agradable nos lo ofrece el centro comercial. De nuestra
voluntad depende aceptar la oferta.
Parece difícil hallar una plasmación mejor del reino de la libertad. El consumidor
no sólo tiene acceso a una variedad casi ilimitada de bienes y servicios, sino que,
además, puede elegir en cada caso entre un amplio abanico de compañías que
compiten entre sí en precio y calidad. Sin embargo, los medios utilizados por estas
compañías para la persuasión del comprador potencial alcanzan tal nivel de eficacia
que han hecho caer la sospecha sobre la presunta libertad del consumidor. Los
poderosos instrumentos que el marketing y los medios de comunicación de masas
ponen al alcance de los productores para condicionar el volumen y los contenidos del
consumo han propiciado el surgimiento de un discurso crítico respecto de las
condiciones de la libertad en la sociedad de consumo. En época tan temprana como
los años 50, Marcuse analizaba ya el naciente modo de vida consumista como una
forma de totalitarismo técnico-económico mucho más sutil y eficaz que su antecedente
político. A su juicio, la sociedad industrial avanzada determina tanto las ocupaciones y
aptitudes socialmente necesarias como las necesidades y aspiraciones individuales.
Esta imposición se produce mediante formas de control social agradables y, por eso,
más poderosas que la coerción física: sobre la base de una abrumadora eficacia y un
nivel de vida cada vez más alto, los medios de comunicación de masas consiguen
vender fácilmente ciertos intereses particulares como necesidades de todo ser
OcioGune 2006. “El ocio en las disciplinas y áreas de Conocimiento” 25
El ocio consumista. Un acercamiento desde la Ética
humano. La libertad individual, en esta sociedad, no es más que una ilusión: “Escoger
libremente entre una amplia variedad de bienes y servicios no significa libertad si estos
bienes y servicios sostienen controles sociales sobre una vida de esfuerzo y de temor,
esto es, si sostienen la alienación. Y la reproducción espontánea, por los individuos,
de necesidades superimpuestas no establece la autonomía; sólo prueba la eficacia de
los controles”11.
Bauman sostiene que para los consumidores avezados el consumo es “una
compulsión, una obligación impuesta”12, la cual se les presenta, sin embargo, como un
libre ejercicio de la voluntad. Afirma que esta conciencia no puede menospreciarse sin
riesgo y hace una valiosa advertencia que obliga a calibrar con cautela las críticas a la
libertad del consumidor: “Teorizar sobre la rivalidad del consumidor como «no
realmente una verdadera libertad», como una compensación para asfixiar a la
«competencia real», como un producto del engaño o como una conspiración de
grandes compañías comerciales, cambiará poco su verdad, cualquiera que ésta sea.
La rivalidad, la energía individual que convoca, la variedad de elecciones que hace
posible, la gratificación personal que conlleva, son suficientemente reales”13.
¿Cómo criticar las condiciones de la libertad individual en la sociedad de
consumo sin caer en extremismos ideológicos que deformarán sin remedio nuestro
juicio sobre la realidad? ¿Vivimos en la democracia perfecta, donde cada consumidor
determina la producción de bienes y servicios con su libre acto de compra, o en el peor
despotismo de las conciencias? Afirmar despreocupadamente la absoluta libertad del
consumidor supone ignorar el papel de los medios de seducción utilizados por los
productores. Negarle toda base real a la libre elección percibida por los consumidores
obliga a representarlos como víctimas de un sistema omnipotente consagrado a la
mentira (del cual logra escapar, de algún modo, el teórico que lo denuncia). Ninguna
de estas opciones, creo, respeta el fenómeno que tratan de explicar. Son necesarios
más matices.
En esta tarea puede servir de gran ayuda la distinción establecida por Isaiah
Berlin entre libertad positiva y negativa. La libertad negativa implica disponer de un
“espacio en el que un hombre puede actuar sin ser obstaculizado por otros”14, es decir,
exige siempre que uno quede libre de coacción. Puede admitirse fácilmente la
presencia de esta forma de libertad en el acto de consumo: el consumidor puede elegir
dentro de un enorme espacio de bienes y servicios ofertados sin que nadie interfiera
en su elección impidiéndole actuar. Su conciencia de libertad corresponde a este
ejercicio de libre elección entre todas las opciones de un amplio rango; ejercicio que
nunca se verá frustrado. Naturalmente, la amplitud del rango de opciones disponibles
dependerá directamente de la capacidad de gasto del consumidor; dentro de esos
límites, sin embargo, nadie le impedirá actuar.
La libertad positiva, según Berlin, es libertad para gobernarse a uno mismo. No
se trata ya de mantener un espacio inviolable en el que la acción propia no se vea
frustrada por la interferencia de otros, sino de convertirse en el sujeto de los propios
actos, en el amo de uno mismo. Así expresa Berlin el deseo fundamental que subyace
a esta concepción de la libertad: “Sobre todo, quiero tener conciencia de mí mismo
como un ser activo que piensa y quiere, que es responsable de sus propias elecciones
y es capaz de explicarlas por referencia a sus ideas y propósitos propios. Me siento
libre en la medida en que creo esto cierto y me siento esclavo en la medida en que me
doy cuenta de que no lo es”15.
La presencia de este tipo de libertad en el consumo es más discutible. El
consumidor, como hemos dicho, puede escoger entre un gran número de opciones
11
Marcuse, H.: El hombre unidimensional (trad. de A. Elorza). Seix Barral, Barcelona, 1968, p. 38.
Bauman, Z.: Trabajo, consumismo y nuevos pobres, p. 47.
13
Bauman, Z.: Libertad (trad. de A. Sandoval). Alianza, Madrid, 1992, p. 96.
14
Berlin, I.: “Dos conceptos de libertad” en Sobre la libertad (ed. de H. Henry y trad. de Á. Rivero).
Alianza, Madrid, 2004, p. 208.
15
Ibídem, p. 217.
12
26 OcioGune 2006. “El ocio en las disciplinas y áreas de Conocimiento”
El ocio consumista. Un acercamiento desde la Ética
(mayor o menor en función de su capacidad de gasto) y puede tener la seguridad de
que nadie tratará de frustrar su decisión. Lo que no le es lícito es abandonar este
espacio de libre elección, o sea, elegir no elegir. Dicho de otra manera: el individuo no
puede decidir quedarse al margen de esta constante elección entre bienes de
consumo. La incompetencia, voluntaria o no, en el código del consumo no se castigará
con el peso de la ley, pero conlleva la pérdida de los medios necesarios para construir
la identidad individual y lograr la aprobación social: un coste demasiado elevado para
considerar siquiera esta opción. De este modo, la ocurrencia misma del acto de
consumo no es fruto de una decisión consciente de la cual sea sujeto el individuo,
como autor de sus actos y amo de su destino, sino, más bien, expresión de una
obligación internalizada. Así lo expresa Bauman: “Para los consumidores maduros y
expertos, actuar de ese modo es una compulsión, una obligación impuesta; sin
embargo, esa ‘obligación’ internalizada, esa imposibilidad de vivir su propia vida de
cualquier otra forma posible, se les presenta como un libre ejercicio de voluntad. El
mercado puede haberlos preparado para ser consumidores al impedirles desoír las
tentaciones ofrecidas; pero en cada visita al mercado tendrán, otra vez, la entera
sensación de que son ellos quienes mandan, juzgan, critican y eligen. Después de
todo, entre las infinitas alternativas que se les ofrecen no le deben fidelidad a ninguna.
Pero lo que no pueden es rehusarse a elegir entre ellas. Los caminos para llegar a la
propia identidad, a ocupar un lugar en la sociedad humana y a vivir una vida que se
reconozca como significativa exigen visitas diarias al mercado”16.
No sólo la ocurrencia de la elección entre bienes de consumo parece no estar
por completo en manos de la libre voluntad del consumidor: lo mismo sucede con el
contenido de esta elección. Los productores, por medio de las técnicas de seducción
publicitaria, buscan ante todo avivar el deseo del consumidor, promover una compra
motivada por gustos y connotaciones emocionales antes que por la reflexión.
Naturalmente, tales gustos y connotaciones distan mucho de ser expresión de una
inclinación espontánea del sujeto; antes bien, responden a una cuidadosa
manipulación de los recursos publicitarios al servicio de la mercadotecnia. La mayor
parte de las veces, cuando el consumidor elige un producto simplemente porque le
gusta, esto significa que se verá incapaz de explicar su elección “por referencia a sus
ideas y propósitos propios” (como exige la definición de Berlin). Puede hablarse de
libertad negativa, puesto que nadie tratará de impedir su elección; sin embargo, la
presencia de libertad positiva queda en entredicho, puesto que no puede afirmarse con
rotundidad que el consumidor sea el sujeto indudable de su decisión.
¿Debemos entonces resignarnos a que el consumidor no sea nunca
verdaderamente señor de sí mismo, amo de su destino y de sus actos? Creo que este
desolador corolario no se justifica: es posible un consumo libre y autónomo que, como
dice A. Cortina, “permita al consumidor apropiarse de las posibilidades que ofrecen las
mercancías generando libertad, en vez de acabar expropiándose en las cosas,
enajenando en ellas la propia existencia”17. Para ello el individuo debe cobrar
conciencia de las motivaciones del consumo y no hacer dejación de las
responsabilidades que de él se derivan, lo que implica anteponer la reflexión al
consumo y no consumir sin necesidad, por simple hábito o por diversión. Pero resulta
que el ocio consumista, en su sentido más estricto, no es más que eso: consumo
como entretenimiento. Puede darse un consumo consciente y autónomo como
condición de posibilidad del ocio (cuando compramos, por ejemplo, una raqueta para
jugar al tenis), pero es contradictorio hacer tales exigencias cuando el consumo se
convierte en el centro mismo de la experiencia de ocio. Para hallar entretenimiento en
el acto de consumo, el individuo debe dejarse llevar a esa agradable atmósfera de
ensoñación donde sus deseos –supuestamente espontáneos– son satisfechos por los
16
Bauman, Z.: Trabajo, consumismo y nuevos pobres, pp. 47 – 48.
Cortina, A.: Por una ética del consumo. La ciudadanía del consumidor en un mundo global. Taurus,
Madrid, 2002, pp. 235.
17
OcioGune 2006. “El ocio en las disciplinas y áreas de Conocimiento” 27
El ocio consumista. Un acercamiento desde la Ética
bienes que adquiere, renunciando así a la mediación reflexiva. Consumo por diversión
y consumo autónomo son inconciliables. Dicho de otra manera: en la experiencia de
ocio consumista en sentido estricto puede hablarse de libertad negativa (dentro de los
límites de la capacidad de gasto), pero se aprecia un déficit de libertad positiva.
Por ocio consumista en sentido amplio entendíamos toda aquella experiencia de
ocio que, además de exigir el consumo como condición de posibilidad, adopta los
rasgos del acto de consumo en su sentido actual, sin ser éste el centro mismo de tal
experiencia. Se trata de una experiencia perteneciente a cualquiera de las cinco
dimensiones del ocio (es decir, con cualquier posible contenido), que pasa a
convertirse en ocasión de negocio. Este hecho, por sí solo, no trae consigo una
transformación de la experiencia (por ejemplo, no hay más que una diferencia
accidental entre jugar al fútbol en una campa y pagar por la reserva de un campo). El
cambio acontece cuando, buscando la maximización de la rentabilidad en el contexto
del actual capitalismo de consumo, la experiencia es sometida por completo a los
imperativos del marketing: deviene entonces ocasión de espectáculo (espectáculo
mediático, cabría añadir, puesto que, por ejemplo, en el caso del fútbol profesional el
partido en sí mismo no es más que la base en que se sustenta todo el edificio de los
mass media y el merchandising, que es lo verdaderamente rentable). De este modo, la
experiencia de ocio se convierte en un bien de consumo más entre todos los que
ofrece el mercado. Y, como veíamos antes, en la elección de un bien de consumo
tanto la ocurrencia misma como el contenido de la elección parecen quedar sólo
parcialmente en manos del consumidor, a no ser que éste haga un esfuerzo
consciente por consumir de manera autónoma y responsable.
En el caso del ocio consumista en sentido estricto, el desarrollo de la experiencia
coincide con la elección de consumo, puesto que el acto de consumo es el centro
mismo de la experiencia. En el ocio consumista en sentido amplio, en cambio, el
desarrollo de la experiencia es distinto de la elección de consumo, ya que el centro no
es aquí el consumo mismo, sino cualquier otro contenido (una atracción turística, un
concierto, un libro...). Por más que en la elección pueda detectarse un déficit de
libertad positiva, quizá en este caso el desarrollo de la experiencia abra al sujeto un
ámbito nuevo de libertad sin sospechas. Sin embargo, lo cierto es que, como hemos
dicho, el ocio consumista en sentido amplio se caracteriza por la “espectacularización”.
No reclama del sujeto iniciativa ni actividad alguna, sino la sola actitud de receptividad
total a aquello que se despliega ante sus ojos de espectador. Esta pasividad del sujeto
le hurta la libertad que, de otro modo, le exigiría la experiencia de ocio para su disfrute.
Así ocurre, por ejemplo, cuando se sustituye la trabajosa recepción de obras culturales
(con la libertad de interpretación que ésta demanda) por una fruición sencilla de
productos siempre renovados que responden a un patrón preestablecido. La libertad
que ofrece al individuo el ocio consumista en sentido amplio queda reducida a la mera
elección entre diversas formas, no de ejercer su acción, sino de abdicar de ella.
En conclusión, podemos afirmar que la libertad, una de las tres notas esenciales
de la definición de ocio, se presenta de un modo incompleto o deficiente en el ocio
consumista, bajo la forma de la conciencia de una libertad negativa en la elección.
Esto se debe a que las mismas características de este tipo de ocio impiden que se den
las condiciones necesarias para el ejercicio efectivo y pleno de la libertad individual,
tanto en la elección (en su ocurrencia y en su contenido) como en el desarrollo de la
experiencia (en el caso del ocio consumista en sentido amplio). Por el contrario, un
ocio no conformado por el consumo desconoce los obstáculos al ejercicio pleno de la
libertad que hemos ido analizando; precisamente porque con el vínculo con el
consumo desaparecen también la mediación publicitaria en la elección individual y el
proceso de “espectacularización”. El ocio no consumista brinda al sujeto un ámbito de
libertad plena –positiva y negativa–, tanto en la elección como en el desarrollo de la
experiencia. Naturalmente, el sujeto puede también desperdiciar tal posibilidad, pero
eso es ya una cuestión diferente. Pasemos a otra nota esencial de la definición de
ocio: la satisfacción.
28 OcioGune 2006. “El ocio en las disciplinas y áreas de Conocimiento”
El ocio consumista. Un acercamiento desde la Ética
Satisfacción
El ocio es siempre una experiencia satisfactoria o gratificante. Esto puede
significar muchas cosas: que la actividad misma nos produzca bienestar o placer, que
nos divierta, nos entretenga o nos alegre, pero también que nos haga sentir bien aun
cuando la actividad no nos resulte placentera. En definitiva, consideramos siempre que
la experiencia de ocio nos aporta algo bueno para nosotros en sí misma. Dicho en
términos éticos: entendemos el ocio como un cauce de felicidad. Por supuesto que el
ocio puede conducir también a la desdicha, pero se tratará en todo caso de una
consecuencia no querida. Nos acercamos al ocio porque buscamos en él la felicidad.
Ahora bien, esto no es decir mucho, ya que cada uno parece comprender algo
distinto por “felicidad”. En efecto, materialmente quizá sea así, cada cual pone a la
felicidad su propio contenido; sin embargo, formalmente, no hay tantos modos de
concebir lo que es la felicidad en general. Estamos ante un producto de la cultura, que,
como tal, se debe siempre a una determinada tradición, la cual sirve a la vez de matriz
y de límite del cambio. No es de extrañar, por tanto, que las mismas formas surjan con
poca variación en distintos momentos de una misma tradición cultural. Sirva esto para
evitar la acusación de anacronismo que pueda hacérsenos cuando tratemos de poner
luz en ciertas concepciones actuales de la felicidad acudiendo a textos clásicos de la
Filosofía.
Hoy en día, la felicidad parece quedar al alcance de todos gracias al consumo.
Tanto las compañías como los centros comerciales se anuncian como grandes
dispensadores de felicidad, apelando una y otra vez a su capacidad para satisfacer
cualquier deseo del consumidor. El marketing se presenta como la técnica que
descubre y satisface los deseos y las necesidades de los individuos. Su función
consiste en llenar de contenido el mensaje último que subyace a toda la seducción
publicitaria: “tienes este deseo; es indiferente el hecho de que lo conocieras o te lo
estemos descubriendo: satisfácelo y serás feliz”. Así pues, la felicidad que busca el
individuo en el consumo (en el ocio consumista) se entiende como satisfacción del
deseo o, mejor dicho, como el momento de placentero reposo que sigue a la actividad
satisfactora del deseo. Ésta es precisamente la concepción de la felicidad defendida
por Schopenhauer. Acercarnos brevemente a su doctrina nos permitirá entender con
mayor profundidad la dinámica del consumo.
Para Schopenhauer la Voluntad es la única sustancia existente: todo lo que nos
rodea no son sino sus individuaciones fenoménicas, es decir, ilusorias. La esencia
volente de la realidad condena al sufrimiento a toda existencia, ya que sólo se desea
lo que no se posee, aquello de lo cual se carece. De esta manera, todo, desde las
ciegas fuerzas de la naturaleza hasta el ser humano, tiende constantemente a suplir
una carencia insaciable. El querer infinito de la Voluntad es una miseria infinita y, por
tanto, un dolor infinito y sin sentido: “Despertada a la vida de la noche de la
inconsciencia, la voluntad se encuentra en un mundo sin fin ni límites, como individuo
entre innumerables individuos que se afanan, sufren, yerran; y como en un mal sueño,
se precipita de nuevo a su antigua inconsciencia. –Mas hasta entonces sus deseos
son ilimitados, sus exigencias inagotables, y cada deseo satisfecho hace nacer otro
nuevo. Ninguna satisfacción posible en el mundo podría bastar para acallar sus
exigencias, poner un punto final a su deseo y llenar el abismo sin fondo de su
corazón”18.
En el ser humano, la autoconciencia hace aún mayor el sufrimiento. El hombre
se representa la felicidad como la satisfacción de todos sus deseos, el reposo
definitivo tras la agotadora carrera del querer. Lo que no advierte, razona
Schopenhauer, es que la felicidad es únicamente de naturaleza negativa, puesto que
18
Schopenhauer, A.: El mundo como voluntad y representación. Complementos (trad de P. López de
Santa María). Trotta, Madrid, 2003, p. 627.
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El ocio consumista. Un acercamiento desde la Ética
no consiste más que en la ausencia del dolor, lograda por la satisfacción del deseo. No
tiene realidad en sí misma, con independencia del dolor, y por ello mismo no puede
mantenerse. En efecto, si se concibe al ser humano ante todo como un ser volente y la
felicidad como la satisfacción de sus deseos, sólo puede concluirse... “Que toda
felicidad es de naturaleza meramente negativa y no positiva, que precisamente por
eso no puede ser una satisfacción y dicha duradera sino una simple liberación de un
dolor o una carencia, a la que ha de seguir un nuevo dolor o un languor, un vacío
anhelo y un tedio”19.
Como para Schopenhauer, el hombre, en la sociedad de consumo, es
primariamente un ser que quiere. Por eso se apela sólo a su facultad de desear y se
espera de él únicamente aquella actividad que busca la satisfacción de sus deseos, es
decir, el consumo. La felicidad está siempre al alcance de su mano, tras el próximo
acto de consumo. Cuando éste se produce, el consumidor se siente realmente
satisfecho al ver cómo su identidad, expresada en el cumplimiento de ese deseo suyo
que el marketing ha descubierto por él, queda sancionada por la aceptación social.
Pero este gozo, alcanzado por la satisfacción del deseo y, por tanto, de naturaleza
negativa, no puede durar mucho; pronto se va difuminando en un tedio melancólico si
no es sustituido por la inquietud de nuevos deseos (surgidos del mismo acto de
consumo anterior o de estímulos externos). El individuo comienza a representarse de
nuevo aquello que le falta y cuya posesión o disfrute le hará feliz. El círculo se cierra.
Así, la felicidad que pueda hallarse en un ocio configurado por el consumo,
amenazada siempre por el tedio y la insatisfacción, será efímera, huidiza y engañosa.
Podríamos afirmar, por tanto, que en el ocio consumista se da de modo incompleto, no
sólo la libertad, sino también la segunda de las notas esenciales: la satisfacción. Sin
embargo, si Schopenhauer estuviera en lo cierto, toda felicidad sería fugaz e ilusoria, y
no sólo la que persigue el consumo. Creo que la felicidad no puede comprenderse
únicamente de modo negativo; una de las más fecundas construcciones éticas
refrenda esta opinión.
Aristóteles define la felicidad como “una actividad del alma de acuerdo con la
virtud, y si las virtudes son varias, de acuerdo con la mejor y más perfecta, y además
en una vida entera”20. Desde esta concepción, la felicidad no puede entenderse como
el reposo del querer, el momento de goce tras la actividad satisfactora del deseo,
precisamente porque la felicidad misma es actividad y no algo así como su premio.
Aristóteles insiste en que cada actividad se haya estrechamente unida al placer que le
es propio, de tal modo que se ve intensificada y mejorada por él. El criterio que sirve
para distinguir las formas legítimas de felicidad es la virtud, por la cual entiende un
modo de ser elogiable que surge de la reiteración de operaciones semejantes. No vale
cualquier actividad, sino sólo aquellas que son acordes a la virtud del hombre, es
decir, aquellas que lo hacen mejor y le permiten cumplir adecuadamente su función
propia. Para Aristóteles, debido a su antropología, esta función se divide en tener
razón y obedecerla. Los modos de ser que ayudan al hombre a razonar de modo
excelente son las virtudes dianoéticas; los que le ayudan a obedecer a la razón de
modo excelente, las virtudes éticas. Puesto que la felicidad, según la definición, es
asunto de la vida entera, Aristóteles termina señalando dos caminos a la felicidad
humana: la vida política, donde se ejercitan las virtudes éticas, y la vida contemplativa,
donde se ejercitan las dianoéticas. No se trata de dos medios para alcanzar el objetivo
de la felicidad, que sería una tercera cosa, sino que ésta consiste en vivir de modo
excelente la vida política o (mejor aún) la contemplativa.
La doctrina sobre la felicidad de Schopenhauer se funda en su metafísica, pero
el hecho de servirnos de aquélla para entender mejor la dinámica del deseo en el
consumo no nos compromete a aceptar ésta. Del mismo modo, la ética de Aristóteles
19
Schopenhauer, A.: El mundo como voluntad y representación I (trad. de P. López de Santa María).
Trotta, Madrid, 2004, p. 378.
20
Aristóteles: Ética Nicomáquea, 1098a16-18.
30 OcioGune 2006. “El ocio en las disciplinas y áreas de Conocimiento”
El ocio consumista. Un acercamiento desde la Ética
arraiga en su antropología, pero no por ello debemos asumir todas sus tesis acerca del
hombre. No importa aquí tanto el resultado final de su reflexión, y si hoy puede seguir
diciéndose que la vida política y la contemplativa son los dos cauces para la felicidad
humana; más bien nos interesa la idea de que la felicidad se identifica con el ejercicio
excelente y placentero de una actividad que nos hace mejores, durante una vida
entera. Esta concepción pone al alcance del ser humano la consecución de la felicidad
y su mantenimiento, porque queda en nuestras manos realizar una actividad y
perseverar en ella, mientras que quizá no dependa de nosotros alcanzar el hipotético
premio a una actividad y, menos aún, mantenerlo.
Si la felicidad entendida como satisfacción del deseo es la motivación última del
ocio consumista, la idea de felicidad que subyace a un ocio no consumista es la del
ejercicio excelente y placentero de una actividad que nos hace mejores, durante una
vida entera. No es de extrañar, ya que, al fin y al cabo, hemos partido del ideal de ocio
propuesto por M. Cuenca en su libro Ocio humanista, que reivindica una actualización
de la scholé griega. La felicidad que ofrece el ocio configurado por el consumo es
efímera y engañosa; la que puede proporcionar un ocio no consumista es duradera y
queda verdaderamente al alcance de nuestras fuerzas. Como conclusión de este
apartado, podemos afirmar que en el ocio consumista se da de modo incompleto o
degradado otra de las notas esenciales de la definición de ocio: la satisfacción.
Conclusiones
A lo largo de estas páginas hemos recorrido sumariamente algunos aspectos de
la vivencia del ocio en la sociedad de consumo actual. En la introducción nos
proponíamos fundamentar una afirmación doble: primero, que en nuestra sociedad se
da tanto un ocio conformado por el consumo como un ocio no conformado por él;
segundo, que el primero es más pobre que el segundo, en cuanto experiencia de ocio.
Desde luego que una justificación exhaustiva de lo primero exigiría la utilización de
metodología sociológica; aquí se trataba más bien de una clarificación conceptual del
ocio consumista. Su valoración como experiencia de ocio deficiente tampoco se
completa desde una perspectiva únicamente ética; la Estética, por ejemplo, tendría
mucho que añadir. Por otro lado, un tratamiento ético del ocio consumista exigiría
también una reflexión sobre su ajuste en el horizonte universalista de las exigencias de
la justicia. Esta tarea, que conduciría al marco general de una ética o una política del
consumo, quedaba fuera de los objetivos de este trabajo.
En cualquier caso, creo que los obstáculos que hemos ido analizando, tanto en
el campo de la libertad como en el de la satisfacción, justifican suficientemente la
consideración del ocio consumista como experiencia deficiente de ocio, al poner de
manifiesto el modo incompleto, degradado, en que satisfacen las notas de la definición
de ocio. Una correcta comprensión de la deficiencia del ocio consumista debería
ayudar, no sólo a entender mejor la realidad social del ocio hoy en día, sino también a
diseñar modelos de intervención (pedagógica o política) que traten de promover un
ocio mejor y más digno. La Teoría del Ocio se encuentra aquí con una ineludible
responsabilidad.
Bibliografía
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Bauman, Z.: Trabajo, consumismo y nuevos pobres (trad. de V. A. Boschiroli). Gedisa,
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OcioGune 2006. “El ocio en las disciplinas y áreas de Conocimiento” 31
El ocio consumista. Un acercamiento desde la Ética
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María). Trotta, Madrid, 2004.
32 OcioGune 2006. “El ocio en las disciplinas y áreas de Conocimiento”
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