UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA FACULTAD DE CIENCIAS DE LA SALUD Grado en Enfermería Trabajo Fin de Grado DILEMAS ÉTICOS AL FINAL DE LA VIDA Gabriel Gómez García Directora: Dra. Elena M. Postigo Solana Curso Académico 2015-2016 Universidad Pontificia de Salamanca Dña. Elena M. Postigo Solana, Profesora de Deontología en la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Pontificia de Salamanca. HAGO CONSTAR: Que el presente estudio realizado como Trabajo Fin de Grado titulado: Dilemas éticos al final de la vida ha sido realizado bajo mi dirección, por el estudiante de enfermería Gabriel Gómez García en la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Pontificia de Salamanca. Que a mi juicio, el mencionado trabajo reúne los requisitos necesarios, por lo que otorgo la autorización para que su autor lo pueda presentar y defender; habiendo elegido la modalidad escrita para la defensa del mismo, y así optar al Título de Grado por la Universidad Pontificia de Salamanca. Y para que así conste y obre los efectos oportunos, firmo la presente constancia en Salamanca a 22 de junio 2016. Fdo.: Elena Postigo Solana Universidad Pontificia de Salamanca ÍNDICE INTRODUCCIÓN ............................................................................................... 1 Metodología .................................................................................................... 2 Objetivos ......................................................................................................... 3 1. VALOR DE LA DIGNIDAD HUMANA Y SU RESPETO ............................... 4 1.1 Dignidad como calidad de vida ................................................................. 8 1.2 Dignidad como autonomía ...................................................................... 10 1.3 El respeto a la dignidad ........................................................................... 12 2. ENFERMEDAD, DOLOR Y SUFRIMIENTO EN EL FINAL DE LA VIDA ... 15 3. PRECISIONES TERMINOLÓGICAS ......................................................... 20 3.1 Aspectos éticos ....................................................................................... 21 3.2 Situaciones clínicas ................................................................................. 27 4. VALORACIÓN MÉDICA ANTE EL FINAL DE LA VIDA ............................. 30 5. EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA ANTE EL FINAL DE LA VIDA ............. 37 5.1 Pío XII ..................................................................................................... 38 5.2 El Concilio Vaticano II y Pablo VI ............................................................ 43 5.3 Juan Pablo II ........................................................................................... 43 5.4 Benedicto XVI y Francisco ...................................................................... 48 5.5 Aportación de la Conferencia Episcopal Española.................................. 50 CONCLUSIONES............................................................................................. 53 BIBLIOGRAFÍA ................................................................................................ 56 Universidad Pontificia de Salamanca Introducción INTRODUCCIÓN La cuestión del final de la vida humana representa uno de los ámbitos más relevantes de la reflexión de la bioética actual debido a que la muerte es un acontecimiento humano que ineludiblemente nos atañe a todos por igual. Y por tanto, necesitado de una constante reflexión ética. Así el teólogo Karl Rahner escribió: “El término del hombre como persona espiritual que decide libremente su propia suerte, ha de ser consumación activa desde dentro, situándose activamente en su perfección o imperfección, dar el postrer testimonio, que resulta y como resumen en general toda su propia vida. En este caso la muerte lleva consigo la total posesión de sí mismo por parte de la persona” (1). Desde distintas concepciones, el ser humano intenta encontrar el sentido último a la realidad de la muerte. Por ello, la ética debe de aportar su particular visión sobre la dialéctica del final de la vida. Ante el desenlace de la vida surgen innumerables problemáticas y numerosas situaciones complejas. El final de la vida, como su comienzo, es un misterio que acompaña toda nuestra existencia. Ante ello, nos preguntamos ¿puede el hombre pedir o buscar para sí la muerte? ¿Cuál debe ser su conducta ante tal desafío? De los problemas que se derivan del final de la vida uno de los más controvertidos es el derecho a morir con dignidad. En el fondo, se trata del enfrentamiento entre la “calidad” y la “cantidad” de vida, entendiendo esta última como duración de la misma (2). El dolor y el sufrimiento se viven de formas muy distintas porque detrás de cada realidad concreta nos encontramos con alguien singular y único. Se trata de circunstancias, como expresa Caamaño, “en las cuales se vislumbra con más claridad la vulnerabilidad y la fragilidad humana, la impotencia que tenemos ante ciertas rupturas de nuestro periplo vital, pero en las que afloran también más que en ninguna otra ocasión los valores y sentimientos más importantes que conforman nuestra identidad y la pregunta por el sentido mismo de nuestra propia existencia” (3). Realmente la muerte es la última de 1 Universidad Pontificia de Salamanca Introducción las crisis existenciales a las que se enfrenta la persona, y puede suponer una ruptura de su propia vida biografía. El vertiginoso avance que se ha producido en las ciencias biomédicas, ha supuesto un progreso para la sociedad y para la vida de las personas dando esperanza donde antes no la había. Y al mismo tiempo ha provocado una transformación en nuestra forma de entender el sufrimiento y la muerte así como la propia asistencia sanitaria. Las ciencias de la salud, y de manera particular la medicina moderna con la especialización, no pueden caer en peligro de cosificar al hombre tratando solo enfermedades, sino que debe imperar una visión integral del hombre, que fomente una atención a la persona en su totalidad. Metodología El presente trabajo es una revisión bibliográfica, a nivel conceptual, sobre los dilemas éticos al final de la vida. Para ello se ha seleccionado bibliografía actual, realizando una estrategia de búsqueda en bases de datos especializadas en Ciencias de la Salud como PubMed, Scielo y otras como Dialnet. Pero se ha acreditado también otra bibliografía que a pesar de no estar en la horquilla de actualización requerida en muchos casos para Ciencias de la Salud, sí que se ha considerado de interés porque abordamos términos conceptuales que han sufrido una evolución a lo largo de la historia, haciendo para ello una revisión del catálogo de la Biblioteca de la Universidad Pontificia de Salamanca. El trabajo está estructurado en cinco capítulos. En la primera parte abordamos el concepto de dignidad, haciendo al principio una pequeña reseña de la evolución de su significado y desarrollando posteriormente sus diversas connotaciones y dimensiones; algo que ha complicado tanto su uso como su aplicación ante determinadas circunstancias. En segundo lugar, tratamos desde la antropología, la enfermedad, el dolor y sufrimiento, circunstancias que vertebran de una manera más significativa el 2 Universidad Pontificia de Salamanca Introducción final de la vida. A la hora de elaborar este epígrafe he tenido en cuenta no solo los datos y teorías recogidas por las diferentes obras publicadas, sino también he intentado aportar mi experiencia al compartir situaciones concretas con personas y familias que durante mis prácticas en la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital Los Montalvos de Salamanca pude vivir. En tercer lugar, pretendemos clarificar los conceptos entorno a la atención asistencial al final de la vida para ello hemos seguido la terminología de Declaración de “Atención Médica al final de la vida: conceptos y definiciones”, elaborada por Organización Médica Colegial (OMC) y la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL). En cuarto lugar, realizamos una valoración médica sobre la eutanasia recogiendo principalmente las aportaciones de los Códigos Deontológicos. Y finalmente, abordamos el tema desde la perspectiva del Magisterio de la Iglesia, que considero de relevancia por la aportación que ha hecho a la sociedad, por las raíces cristianas de nuestra cultura, y por la Universidad en que he cursado mis estudios y defiendo mi Trabajo de Fin de Grado. El horizonte teológico amplía la mirada, se integra con la ciencia y la razón. Objetivos El objetivo principal del trabajo es ayudar a la reflexión ética y a la toma decisiones en la etapa final de la vida. En cuanto a los objetivos específicos desarrollaremos los siguientes: Profundizar en el valor de la dignidad humana. Analizar la importancia de la dimensión antropológica en el proceso de morir. Clarificar los diferentes aspectos éticos y situaciones clínicas al final de la vida. Valorar la actuación médica en la fase final de la existencia. Recordar las aportaciones del Magisterio de la Iglesia en torno al final de la vida. 3 Universidad Pontificia de Salamanca Valor de la dignidad humana y su respeto 1. VALOR DE LA DIGNIDAD HUMANA Y SU RESPETO El término dignidad es uno de los más difíciles de definir desde el punto de vista filosófico. A lo largo de la historia ha tenido diferentes significados en las que confluyen tradiciones culturales, religiosas y seculares. En la época romana, la palabra dignidad tenía varías connotaciones, una moral y otra sociopolítica. En sentido moral hacía referencia al valor personal, al mérito, a la virtud, a la lealtad. La segunda acepción, sociopolítica, alude al status social de la persona. Entendida así, la dignidad es adquirida por la manera de comportarse una persona con relación a su condición social. Por tanto el hombre se hace digno y no todas las personas son iguales en dignidad (4). En el Cristianismo, nos situamos en un horizonte personalista que se basa en dos aspectos fundamentales: la sacralidad de la vida humana y la iconicidad divina. La dignidad es entendida como valor intrínseco del ser humano por haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, fundamento último de toda dignidad. Desde el Renacimiento, la dignidad se ha considerado como la supremacía del hombre sobre los demás seres vivos, esta supremacía brota de la capacidad de conferir a la propia vida un sentido trascendente. El sentido moderno de dignidad se le atribuye a Kant (5) quien definió la dignidad como el valor intrínseco de todo ser humano. La dignidad humana es algo inherente a la propia naturaleza humana que le caracteriza y al mismo tiempo le distingue de del resto de seres vivos. Así se ha considerado a lo largo de la historia y se ha ido asumiendo en las diferentes concepciones filosóficas, éticas y religiosas (6). Considero oportuno analizar pormenorizadamente esta definición, porque de ella brota el respeto a la persona (7). El término valor viene etimológicamente del vocablo griego axios que significa axioma o principio primero. Se trataría por tanto de un principio indemostrable o un fundamento insoslayable y por ello constituye el fundamento de toda demostración. Por lo cual, aunque alguien cuestione o no reconozca la dignidad de ser persona, ella está ahí, es algo que en sí mismo es evidente. 4 Universidad Pontificia de Salamanca Valor de la dignidad humana y su respeto Decía Kant que la vida humana tiene un valor y no un precio; de manera que en aquellas circunstancias en las que esté en entredicho la dignidad y se establezca un conflicto con otros valores, la dignidad está por encima de cualquier otro. Kant afirma que la vida humana tiene un valor inconmensurable, es decir, no se puede medir. A ese valor lo llamamos dignidad, y es por esa razón por la que no se puede comercializar con ella, no podemos comprar ni vender vidas humanas u órganos o gametos del ser humano. En segundo lugar, la dignidad es un valor intangible, quiere decir, que no vemos el valor de la vida humana, vemos a las personas. Pero podríamos objetar que el valor es subjetivo, que depende del valor que yo les dé a las personas. Puede ser que yo le dé más valor a una persona recta, buena y altruista que a un criminal. Ahora bien, Kant introdujo una distinción entre la dignidad ontológica y la dignidad moral. Aquí nos estamos refiriendo a la dignidad ontológica, es decir, la que le corresponde a nuestro ser, la propia de cada ser humano, independientemente de cualquier condicionante como la condición física, la edad, la raza, la calidad de vida, la enfermedad, las acciones etc. Se trataría de despojar la vida humana de todo y dejarla en lo esencial. A ese valor es a lo que llamamos dignidad ontológica. Este es, por ende, el fundamento de la igualdad entre todos los hombres, es decir, todos tenemos la misma dignidad. Dicho de otra manera, todas las vidas tienen el mismo valor ontológico, en cuanto ser humano, porque pertenecemos a la misma especie. Por ello, no hay superioridad de raza, sexo, religión, condición social o de cualquier otra índole, somos seres humanos y cada uno de nosotros es uno de nosotros. De una manera más concisa, Eudaldo Forment apuntó ante el Senado, en la Comisión sobre el estudio de la eutanasia, la diferencia existente entre la dignidad personal y la dignidad moral, y lo inoportuno de hacer depender ésta de aquella. De hecho, hacerlo impediría la igualdad entre las personas y debilitaría el sustento de los derechos fundamentales de la persona. 5 Universidad Pontificia de Salamanca Valor de la dignidad humana y su respeto En palabras de Forment: “Hay una grave confusión entre la dignidad de la vida y la dignidad de la persona. La dignidad del hombre no está en el modo de vivir, sino en su ser personal. La persona tiene siempre la misma dignidad desde su inicio hasta su fin, esté en las condiciones que esté, de salud, de enfermedad, de riqueza, de raza, de pensamiento. La dignidad personal no se fundamenta nunca en aspectos biológicos, éticos o de otro tipo. [...] Desde una metafísica del ser, desde una metafísica de lo más profundo de la realidad, del último sentido de las cosas, la persona, a diferencia de todo lo demás, expresa directamente este núcleo esencial, este acto que explica racionalmente la realidad, por cierto, misterioso, y que este ser propio de cada persona es el que le da su carácter permanente. Siempre se es persona actual, nunca se es persona en potencia, siempre en acto, además siempre se es persona en el mismo grado” (8). El Catedrático de Metafísica también señaló que si ponemos otra cualidad esencial en el constitutivo formal de la persona, ésta no lo sería en el mismo grado siempre, lo cual entra en contradicción con el concepto que tenemos de persona. En sus palabras: “Si colocáramos el constitutivo formal de la persona en alguna propiedad esencial, por ejemplo, la salud, el hombre no sería siempre persona, porque cambia y no siempre tenemos salud. Además, habría categorías de personas: desde las que tienen más salud hasta las que tienen menos salud. La dignidad personal, esta realidad misteriosa, se encuentra en todos los hombres. Un enfermo, un moribundo, es tan persona como alguien que esté sano. Por esta realidad personal todos los hombres son iguales entre sí en cuanto personas; en cuanto naturalezas, en cuanto propiedades, son diferentes: unos tienen más inteligencia, otros menos, otros son más altos o más bajos, pero en cuanto personas los hombres somos absolutamente iguales” (8). Otra característica de esta dignidad ontológica es que es intrínseca. Es lo que es propio a ese ser, es decir, que no lo recibe de nadie, no es otorgada por nadie. Aunque no nos la reconociera nunca nadie la tendríamos, porque el valor de ser persona lo tenemos todos por igual. 6 Universidad Pontificia de Salamanca Valor de la dignidad humana y su respeto La dignidad ontológica es también inviolable, al ser un valor intangible, que trasciende lo meramente material. Puede ser que nos falten al respeto, o torturen, o violen o incluso, nos maten y efectivamente estarían conculcando ese valor fundamental, pero quien erra en ese caso es el que lo hace. La dignidad de ese ser esta ahí siempre, es decir, el valor de la dignidad permanece. Como decíamos anteriormente Kant hace una distinción, y ahora abordaremos el segundo tipo de dignidad, la dignidad moral. ¿Qué es la dignidad moral y en qué se distingue de la ontológica? El termino dignidad, es un concepto análogo. Porque se habla de él tanto en la dignidad ontológica como en la dignidad moral, haciendo referencia a un significado común, a un valor. Pero difiere en cada uno de los sentidos de ese concepto análogo de dignidad, en el aspecto que consideramos. Y en la dignidad moral valoramos las acciones del hombre, no tanto su ser cuanto su obrar. Dice Kant que es aquella que adquiere o pierde el ser humano en virtud de sus obras, de sus acciones, si estas son conformes o no a lo que significa ser hombre ontológicamente. Cuando mis acciones son altruistas, honestas y rectas, me estoy comportando dignamente desde el punto de vista moral, además de tener un valor intrínseco como persona. Aquí se da una concordancia entre el ámbito del ser con nuestras acciones. Ahora bien, si pensamos en un asesino, que realiza acciones que están por debajo del umbral de lo que significa ser hombre, claramente estamos ante un nombre inmoral, indigno desde el punto de vista de la acción. Esta dignidad, por tanto, sí que va a variar a diferencia de la ontológica porque depende de las acciones que haga el hombre. Esta distinción que introduce Kant tiene su sentido. De hecho aunque una persona se comporte indignamente e inmoralmente, habría que hacer lo posible para que esa persona volviera a un comportamiento humano. Para que reconociera no solo su valor como persona, sino el valor de la vida del otro. Por eso, toda vida humana tiene un valor, y todo hombre tiene derecho a vivir. Si negamos el derecho a vivir a algunos, estamos ya vulnerando sus derechos 7 Universidad Pontificia de Salamanca Valor de la dignidad humana y su respeto fundamentales, uno de ellos que es primordial, el que suscribe todos los demás. 1.1 Dignidad como calidad de vida Además de lo expuesto, creo que es conveniente explicar aquí otra acepción respecto al concepto de dignidad. Hay otro modo de comprender la dignidad más común en el lenguaje biosanitario, que es la dignidad entendida como calidad de vida. La Organización Mundial de la Salud (OMS), define calidad de vida como la “percepción del individuo de su posición en la vida en el contexto de la cultura y sistema de valores en los que vive y en relación con sus objetivos, expectativas, estándares y preocupaciones”. Es un término amplio que incluye la salud física, el equilibrio psicológico, la satisfacción emocional, la capacidad de desarrollar vida social así como la relación con el entorno. Y al mismo tiempo es un concepto ambiguo al no estar determinados los parámetros que la delimitan. De hecho, añadir al valor “vida” a la palabra “calidad”, hace que implícitamente se esté afirmando que existen vidas de diferente calidad. Quienes defienden esta postura disponen que sólo la vida humana con unas condiciones mínimas de calidad es digna de protección (9). Parece casi inmediato el salto que se hace entre quien no ha tenido calidad de vida y esa vida ya no tiene dignidad. Personalmente creo, que es un salto indebido porque una vida es digna independientemente de la calidad de vida que tenga. Sino qué sentido tendría decir vamos a ayudar recuperar la calidad de vida de una persona sino reconociéramos un valor subyacente a esa calidad de vida. Es decir, subrepticiamente quien admite que la dignidad es igual a la calidad de vida, está admitiendo sin explicitarlo que esa vida tiene un valor previo, no sabe cómo definirlo, pero en el fondo es el valor de todas vida humana al que llamamos dignidad y que reconocemos en los derechos humanos. No olvidemos, por tanto, que esa calidad de vida es una forma de 8 Universidad Pontificia de Salamanca Valor de la dignidad humana y su respeto vida deseable pero que tiene un sustrato previo que es el valor de la propia existencia, independientemente de la calidad de vida. Es decir, porque una persona tenga una calidad de vida deteriorada no pierde su dignidad ontológica. En palabras del profesor Forment: “Se puede decir que el derecho a la vida que deriva de la dignidad de la persona es un derecho que tiene todo hombre por ser persona o, si quieren ustedes, en un lenguaje menos metafísico, por pertenecer a la especie humana. La enfermedad no afecta a este derecho, no se puede hacer depender el derecho a la vida a la calidad de ésta, a una mala calidad de vida. El dolor y la muerte no sirven para medir la dignidad humana, no son controles de calidad. La vida humana es siempre vida personal y goza de la dignidad de la persona. Esto es un convencimiento básico de la humanidad, que ha ido progresando moral y jurídicamente en todos los hombres y en todas las naciones y, por supuesto, afirmado y protegido por todas las sociedades” (8). Por tanto podemos establecer dos niveles, uno es el valor de lo que somos y otro el valor de la calidad de vida que tenemos. Justamente porque lo que somos tiene valor, lo deseable es que sea bueno, y por tanto debemos promover y procurar los bienes que lo protegen. Pero no podemos decir que cuando se pierde la calidad de vida se pierde todo valor, sino que precisamente estamos cumplidos a intentar poner los medios necesarios para devolver a la persona la calidad de vida. En este sentido, podemos ver dos posiciones en torno a la dignidad muy divergentes. Gonzalo Herranz las ha descrito de la siguiente forma: La primera posición, quienes defienden la vida humana en toda circunstancia: “proclama la dignidad intangible de toda vida humana, incluso en el trance del morir: todas las vidas humanas, en toda su duración, desde la concepción a la muerte natural, están dotadas de una dignidad intrínseca, objetiva, poseída por igual por todos: esa dignidad rodea de un aura de nobleza y sacralidad inamisibles todos los momentos de la vida del hombre” (10). 9 Universidad Pontificia de Salamanca Valor de la dignidad humana y su respeto La segunda posición se enmarca dentro del contexto proeutanásico: “La otra afirma que la vida humana es un bien precioso, dotado de una dignidad excelente, que se reparte en medida desigual entre los seres humanos, y que, en cada individuo, sufre fluctuaciones con el transcurso del tiempo, hasta el punto de que puede extinguirse y desaparecer: la dignidad consiste en calidad de vida, en fundada aspiración a la excelencia. Cuando la calidad decae por debajo de un nivel crítico, la vida pierde su dignidad y deja de ser un bien altamente estimable. Sin dignidad, la vida del hombre deja de ser verdaderamente humana y se hace dispensable: esa vida ya no es vida. Entonces, anticipar la muerte es la solución apetecible cuando la vida pierde su dignidad” (10). 1.2 Dignidad como autonomía Otro significado derivado del concepto de dignidad, es la dignidad entendida como autonomía. ¿Qué entendemos por autonomía? Por autonomía entendemos la libertad, la independencia. El término autonomía viene etimológicamente del griego autos (a sí mismo) y nomos (ley), que quiere decir darse a sí mismo su norma de acción, dicho de otro modo, ser capaz de decidir por uno mismo sin ninguna coacción externa o manipulación. Hoy en día, en gran parte de la sociedad y sobre todo en el ámbito sanitario, donde la dignidad se entiende como autonomía o capacidad de pensar y de decidir libremente, ha adquirido una gran incidencia. Precisamente porque en este ámbito asistencial las decisiones se refieren a “los tratamientos y cuidados médicos y, en el mismo sentido, la elección en el proceso de morir” (11). Esta autonomía de las personas se ha convertido en el fundamento de todas aquellas elecciones que tienen que ver con la vida y con la muerte, siendo el punto de partida en torno al cual se plantea la legitimidad moral de los diferentes problemáticas (eutanasia, suicidio asistido, limitación del esfuerzo terapéutico etc.) que subyacen al final de la vida. En esa línea Albert R. Jonsen (12) afirma que la libertad se ha convertido en el epicentro de los problemas éticos. Esta compresión de la autonomía moral como la capacidad de decidir 10 Universidad Pontificia de Salamanca Valor de la dignidad humana y su respeto libremente se emancipa e incluso suplanta a la autonomía entendida como capacidad constitutiva de la condición humana. Por ello la auténtica autonomía no debe perder de vista tanto los componentes propios de la identidad de la persona como su apertura hacia las necesidades de los demás (3). Como compendio de esta evolución, es interesante recoger el texto de Federico de Montalvo: “La aparición de la autonomía de la voluntad del paciente en el mundo sanitario ha sido gradual y, en este sentido, se establece la siguiente evolución del consentimiento en la relación médico-paciente: inicialmente, se parte de lo que se pudiera denominar “consentimiento implícito”. El médico puede estimar que hay consentimiento al tratamiento por el hecho de que el paciente acuda a él. No es necesario que el médico obtenga del paciente ningún consentimiento verbal o escrito (...). Con posterioridad, se evoluciona hacia lo que se denomina “consentimiento racional”. El paciente tiene derecho a recibir información y a decidir sobre el tratamiento, siempre que lo haga de manera racional. El término racional se identifica con la protección del derecho a la salud, por lo que si el paciente no actúa de forma tal que proteja su derecho a la salud, el médico debe decidir por él. Finalmente, se alcanza la idea de consentimiento informado en su formulación actual, en el sentido de que el paciente debe recibir toda la información disponible y actuar conforme a su criterio personal” (11). La autonomía de la voluntad se ha equiparado a que lo determinante es la libre decisión de cada persona conforme a su propio criterio. Tal es así, que incluso el Comité consultivo de bioética de Cataluña define el principio de autonomía como “la capacidad para escoger libremente, entre diferentes opciones, la forma en que queremos vivir. El ejercicio de esta autonomía, que da un sentido único y genuino a nuestra vida, incluye la forma en que queremos que sea el final. Por tanto, cuando se niega la posibilidad de decidir sobre el final de nuestra vida, se priva de autonomía” (13). En este sentido entiende ahora que el eje fundamental de la relación profesional sanitario-paciente está basado en 11 Universidad Pontificia de Salamanca Valor de la dignidad humana y su respeto la autonomía, en la soberanía que tiene cada individuo sobre su cuerpo y sobre su salud. Ciertamente hay que admitir que este reconocimiento de la autonomía ha supuesto un avance en el respeto a la dignidad de las personas y sus principios, pero no puede ser menoscabo de otros valores como es su intrínseca alteridad, su necesidad del cuidado de otros tan acuciante en la etapa final de la vida. Ahora bien, una persona que pierda o vea disminuida esa autonomía, no por ello su vida pierde valor, su dignidad ontológica o intrínseca. De nuevo, podemos decir que tanto la calidad de vida como la autonomía son cualidades cambiantes que acompañan al valor intrínseco del ser humano. Estas propiedades son tangibles y visibles, y lo deseable es que el sujeto tenga calidad de vida y autonomía. Pero incluso en el caso extremo de que no se pueda recuperar estas dos realidades, habiendo puesto los medios para que esa persona las recupere y no sea posible, su vida sigue teniendo el mismo valor. 1.3 El respeto a la dignidad El respeto a la persona es la base de la ética. Este respeto brota del reconocimiento previo de la persona. Por tanto decir que una persona tiene dignidad, es afirmar, en definitiva, que su vida tiene un valor y merece una consideración. Del reconocimiento de esa dignidad, de ser persona, nace el respeto. Aunque esto pareciera como algo muy abstracto, sin embargo nuestra concepción de persona tiene una repercusión en nuestro modo de actuar. Por tanto no debe quedarse en el terreno de las ideas, sino que tiene que haber una convicción personal, individual y profunda, de que yo me porto bien con los demás porque los otros merecen un respeto. Si cumplimos las normas por las normas, no tendría mucho sentido, esto sería lo que llamamos un normativismo 12 Universidad Pontificia de Salamanca Valor de la dignidad humana y su respeto o deontologismo, es hacer las cosas porque las manda alguien. Las normas deontológicas tienen la función de tutelar el respeto hacia las personas. Este respeto se manifiesta en nuestras actitudes y actuaciones, y de forma concreta en la enfermería en el cuidado. A tenor de esto podemos hablar aquí de dos manifestaciones acerca del reconocimiento de la dignidad, que se concretan en la vida diaria de nuestra profesión. Una es el reconocimiento de la vulnerabilidad de las personas, es decir, la capacidad que tenemos de sufrir de padecer. Todo ser orgánico, físico temporal que nace se desarrolla y muere es vulnerable. Y somos vulnerables en el plano físico, como ocurre con las enfermedades o agresiones físicas, pero también somos vulnerables en el plano psíquico y moral. Pensemos en las personas más frágiles e indefensas de nuestro entorno donde la persona, como sujeto con dignidad, se expresa con mayor singularidad. Precisamente, en los momentos de vulnerabilidad puede descubrirse mayor humanidad que en los momentos de perfección suprema. Parece paradójico que el hombre muchas veces descubra lo que verdaderamente tiene valor como humano cuando está sufriendo. La vulnerabilidad es una condición del ser humano. Aunque hay quien niega esta condición mortal y finita. Existe una teoría que se llama el transhumanismo, que se desarrolla en el ámbito anglosajón, que sostiene que tenemos el deber moral de mejorar a la especie humana, para eliminar de ella aspectos como el sufrimiento, el dolor e incluso la mortalidad. Están hablando ya, de un inmortalismo, de una mortalidad indefinida y de la criogenización, es decir, de no morir nunca y de llegar en un futuro a resucitar a las personas. A día de hoy esta teoría no es factible (14). Como consecuencia de la vulnerabilidad, necesitamos del cuidado. En el fondo, el sentido de la ética de los profesiones que tienen que ver con el homo dolens, el hombre que sufre, es mucho más pleno cuando realmente se hace buscando el bien de la persona, el cuidado de la persona. Francesc Torralba (15), habla de la categoría del cuidado, que debe acompañar a la de la ética, es decir, el respeto acompañado del cuidado. El cuidado es algo que necesitamos todos 13 Universidad Pontificia de Salamanca Valor de la dignidad humana y su respeto desde que existimos hasta el último de nuestros días. De manera particular, las profesiones sanitarias no son solamente para curar sino también para cuidar. No basta, por tanto, con hacer las cosas bien sino que tienen que ir acompañadas de una dimensión humana que perfeccione esa acción. 14 Universidad Pontificia de Salamanca Enfermedad, dolor y sufrimiento en el final de la vida 2. ENFERMEDAD, DOLOR Y SUFRIMIENTO EN EL FINAL DE LA VIDA Partimos del concento de salud que la OMS en 1946 propuso donde se presupone el bienestar como un requerimiento implícito en la persona “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” (16). La exigencia de completo bienestar que esta definición plantea refleja más bien un ideal de vida que una situación rigurosa de enfermedad ocasionada por una alteración del organismo. Desde este enfoque, podríamos decir que, al menos en cierto sentido, todos estamos de alguna manera enfermos. No podemos comprender el contenido del concepto de salud sin tener en cuenta los elementos objetivos, subjetivos, sociales y culturales, porque no es lo mismo la salud de un niño que de un anciano, como tampoco es igual la salud de un europeo que la de un africano. En nuestra sociedad se identifica el estar bien con bienestar, identificando cualquier situación pasajera de agobio, de irritación, de desagrado, como una pérdida de salud. Por ello la salud no es algo estático, sino dinámico (17). Con ocasión del congreso Internacional sobre Promoción de la Salud en Ottawa (1986), la OMS reafirmo y preciso su definición de salud diciendo que “para alcanzar un estado de completo bienestar físico, mental y social, un individuo o un grupo debe ser capaz de identificar y realizar sus ambiciones, de satisfacer sus necesidades y de cambiar el ambiente o adaptarse a él” (18). La enfermedad, el sufrimiento y el dolor son realidades de la condición humana consustanciales a nuestra condición finita y contingente. Luego tenemos que aprender a convivir con ellas y a saberlas afrontar contribuyendo en ello la práctica asistencial. Ciertamente no es nada fácil a bordar estas situaciones atravesadas por la vulnerabilidad y la fragilidad humana en las que muchas personas se encuentran al final de su vida, y donde la realidad parece confrontarse con el ideal de la teoría. Por ello afirma José Manuel Caamaño “que es tan importante no sólo ser cautelosos al enjuiciar ciertos actos 15 Universidad Pontificia de Salamanca Enfermedad, dolor y sufrimiento en el final de la vida realizados en momentos de especial vulnerabilidad en donde la libertad humana está tan condicionada, sino también tener la suficiente humanidad de realizar el esfuerzo de ponerse en el lugar del otro, compartir su sufrimiento y ser signos de esperanza cuando amenaza tan radicalmente el sinsentido” (3). Los avances científicos, técnicos y médicos producidos en el último siglo, sobre todo en el campo del diagnóstico (9) y de las posibilidades terapéuticas de ciertas enfermedades que hasta hace no poco no tenían ninguna curación, han contribuido a prolongar la esperanza de vida en el mundo desarrollado. Sin embargo, a pesar de todo ello, seguimos siendo seres limitados, es decir, somos mortales. El documento que elaboró un grupo de expertos internacionales dirigido por Daniel Callahan del Hastings Center, de Nueva York, para aclarar cuáles debían ser los fines de la Medicina en la era tecnológica afirmaba que: “Si a los avances en el terreno de la biomedicina se les suman aquellos cambios más amplios experimentados en muchas partes del mundo a partir de las mejoras en el estado de la alimentación, el agua potable, la vivienda y la seguridad, tenemos como resultado una profunda transformación en la vida de los seres humanos. Esta transformación ha cambiado nuestra forma de pensar sobre las antiguas amenazas de la enfermedad y la muerte. También ha cambiado, y no en menor grado, la manera en que las sociedades organizan la prestación de asistencia sanitaria” (19). Sin embargo, a pesar de estos grandes avances siguen surgiendo nuevas patologías, y muchos de los esfuerzos por paliar o erradicar enfermedades ya existentes han sido en vano. El mismo informe, al mencionar como fines de la medicina la prevención de enfermedades y la promoción y la conservación de la salud, nos recordaba que “la muerte sólo se puede posponer, no evitar; y segundo, que la enfermedad en general no se puede conquistar; sólo se pueden superar algunas enfermedades, que a su vez se verán sustituidas por otras enfermedades en el transcurso de la vida de las personas”. Tanto la salud como la enfermedad son dos realidades que afectan de una manera muy profunda a todo ser humano repercutiendo y entrelazándose todas 16 Universidad Pontificia de Salamanca Enfermedad, dolor y sufrimiento en el final de la vida sus dimensiones. Esta visión personalista la describe Caamaño diciendo que “el ser humano es una estructura pluridimensional de manera que las afecciones de una parte tienen repercusión más o menos perceptible en todas las dimensiones, somática, psíquica, social y espiritual. En este sentido la enfermedad […] supone una ruptura de la propia identidad narrativa del sujeto, una crisis de su periplo vital que puede adquirir formas en cada caso muy particulares” (3). Con ello se refleja bien la magnitud de la enfermedad y de las consecuencias que de ella se derivan para quien la padece y también para el entorno del enfermo, especialmente los familiares. Ante esta experiencia de transformación o de crisis, que supone la enfermedad, afloran sentimientos como la incertidumbre, el miedo, la desesperación y la ansiedad que condicionan toda la realidad existencial de la persona. En relación al fin de aliviar el dolor y el sufrimiento el informe dirigido por Callahan señala que “la mayoría de la gente recurre a la medicina para el alivio del dolor y el sufrimiento. Sufren algún tipo de dolor en el cuerpo y buscan ayuda, o tienen problemas psicológicos y desean aliviarlos; con frecuencia el dolor y el sufrimiento se sienten en conjunción. Sin embargo, el dolor y el sufrimiento, si bien con frecuencia se conjugan en un mismo paciente, no son necesariamente la misma cosa” (19) porque un dolor puede provocar o no sufrimiento y viceversa, dado que no tienen que darse al mismo tiempo, ni de la misma manera. Ahora bien, conviene distinguir entre las situaciones de dolor y de sufrimiento, entendiendo por dolor un síntoma o “aflicción física” y el sufrimiento hace referencia más bien a una alteración del estado de ánimo que suele ir acompañado de sentimientos de miedo, agobio o ansiedad y que afecta a toda la persona. El dolor y sufrimiento son experiencias que en mayor o menor grado, forman parte de la vida de todo ser humano y que en un momento u otro, al final todos claudicamos ante ellas. Sin embargo tienen un componente subjetivo, ya que estas realidades son vividas de diferente forma por las personas, pues dependen de las vivencias pasadas, de las emociones y sentimientos, que nos afectan de manera singular a cada uno y por consiguiente sus consecuencias 17 Universidad Pontificia de Salamanca Enfermedad, dolor y sufrimiento en el final de la vida también cambian (20). Esto nos hace tomar conciencia que detrás de toda enfermedad están los enfermos, lo que dificulta la posibilidad de proponer soluciones generales asumibles por todos. Si ya de por sí resulta complejo desvincular el dolor del sufrimiento en las personas que se enfrentan a una enfermedad, más difícil es en el contexto de los pacientes que se encuentran en fase terminal. Hoy en día el dolor es controlable entre un 80 y un 90 % (21), por tanto queda bastante desacreditado el argumento de aquellos que defienden la eutanasia por compasión para eliminar todo dolor. Lo que sí podemos afirmar por experiencia clínica es que en la medida en que la intensidad dolor es controlada, ello contribuirá a que el enfermo pueda estar en mejores condiciones para afrontar la fase final de su vida (22). Más problemático todavía es tratar el sufrimiento. Miguel de Unamuno llego a decir que “quien no hubiese nunca sufrido, poco o mucho, no tendría conciencia de sí” (23). Es sufrimiento, como dijimos más arriba, es una realidad de nuestra naturaleza humana, no sólo en los momentos de enfermedad propiamente dichos, sino en cualquier otra circunstancia de la vida donde se de algún tipo de carencia, tanto físicas, como afectivas, psíquicas, socioeconómicas o espirituales (3). San Juan Pablo II, en la carta apostólica Salvifici Doloris, sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano, en su número 4 decía que “el hombre, en su sufrimiento, es un misterio intangible” (24). En el mismo número de la carta dice que el sufrimiento suscita compasión, respeto, y a su manera atemoriza, porqué en él está contenida la grandeza y la fragilidad de nuestra propia naturaleza. El sufrimiento humano es pluridimensional y por tanto es más complejo que la propia enfermedad. Cuando hoy miramos la realidad de las personas que se encuentran en la etapa final de su vida, observamos que muchas de ellas están vertebradas por un intenso sufrimiento que lleva implícito algo que les da miedo. El teólogo luterano Paul Tillich decía que “el sufrimiento puede mostrar los límites y las potencialidades de un ser vivo. Que esto suceda o que no suceda depende ciertamente del carácter objetivo del sufrimiento, pero depende asimismo del modo como lo soporte el sujeto doliente” (25). En este sentido, las reacciones 18 Universidad Pontificia de Salamanca Enfermedad, dolor y sufrimiento en el final de la vida de las personas ante el sufrimiento es muy diversa, unos se protegen negando la realidad desde la resignación o la desolación, y otros intentan enfrentarse ante la adversidad buscando un sentido compartido a las situaciones que nos toca encarar. Aquí juegan un papel determinante las creencias y convicciones que configuran nuestra vida para sobrellevar las difíciles situaciones del final de la vida, porque nos recuerda aquello que somos, seres vulnerables y frágiles, la necesidad que tenemos de los demás, y la fortaleza del amor para superar el sufrimiento y la desolación. 19 Universidad Pontificia de Salamanca Precisiones Terminológicas 3. PRECISIONES TERMINOLÓGICAS La sociedad española ha cambiado mucho en los últimos años. Uno de los rasgos que mejor define nuestra cultura y que más índice en la mentalidad y modo de vida actual es el cambio constante. El sociólogo Zygmunt Bauman acuñó la idea de la “sociedad liquida”, que expresa que todo en nuestro mundo cambia y fluye de forma acelerada: las ideas y valores, las relaciones, las instituciones. etc. Esta permanente trasformación en la que nos vemos inmersos, da lugar a una mentalidad relativista en el pensamiento y en los criterios morales que parece no admitir criterios de comportamiento más perdurables. Esta realidad también ha afectado al campo de la bioética, en gran medida, por la tergiversación del lenguaje y el uso de términos equívocos, que han provocado una mayor confusión entre los profesionales sanitarios, la opinión pública y los medios de comunicación. En ocasiones, esta distorsión de las palabras se ha utilizado según el interés en favor o en contra de una determinada postura (26). En el tema que nos ocupa, es importante que a la hora de tomar decisiones, los profesionales sanitarios tengamos la adecuada información y comprensión sobre la situación que pretendemos abordar. La ambigüedad de los términos ha propiciado que a las palabras se le atribuyan significados completamente opuestos, con lo que los criterios que permiten hacer juicios éticos y jurídicos sean distintos y, con frecuencia, contrapuestos. Esta incertidumbre se hace más notoria si cabe en situaciones límite que suelen tener gran alcance mediático. Por lo tanto, es importante hacer un intento colectivo por aclarar, precisar y unificar los términos con el fin de evitar la manipulación y el abuso de las palabras y establecer una terminología común. Esta clarificación de lo que se quiere expresar “es un requisito imprescindible para garantizar procesos de deliberación moral cuyo resultado tenga sentido para los participantes en él y para los afectados por él” (27). Por eso, en un mundo globalizado y 20 Universidad Pontificia de Salamanca Precisiones Terminológicas multicultural como el nuestro se hace cada vez más apremiante y necesario un consenso de mínimo metodológico. Es por ello que el Grupo de Trabajo de Atención Médica al Final de la Vida de la Organización Médica Colegial (OMC) y la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL) han elaborado la Declaración “Atención Médica al final de la vida: conceptos y definiciones”, del año 2015 (28). Este documento esta subdividido en dos apartados, en uno se aborda los conceptos relacionados con los aspectos éticos y en el otro los que hacen referencia a situaciones clínicas. A continuación expondré los términos recogidos en dicha declaración añadiendo algunas matizaciones en determinados casos. 3.1 Aspectos éticos Morir con dignidad: “Supone vivir dignamente hasta el último momento. Ello requiere la consideración del enfermo como ser humano hasta el momento de la muerte, el respeto a sus creencias y valores, así como su participación en la toma de decisiones mediante una relación cercana y sincera con el equipo asistencial” (28). Cuidados paliativos, “Buena práctica” médica al final de la vida: “Proporcionan una atención integral a los pacientes cuya enfermedad no responde a tratamiento curativo y donde es primordial el control de síntomas, especialmente del dolor, así como el abordaje de los problemas psicológicos, sociales y espirituales. Tienen un enfoque interdisciplinario e incluyen al paciente, la familia y su entorno, ya sea en casa o en el hospital. La buena práctica médica supone la aplicación de medidas terapéuticas proporcionadas, evitando tanto la obstinación como el abandono, el alargamiento innecesario o el acortamiento deliberado de la vida” (28). 21 Universidad Pontificia de Salamanca Precisiones Terminológicas La Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa en 1999, instó a los Estados miembros a respetar y proteger la dignidad de los pacientes en situación terminal con el derecho a un acceso equitativo a los cuidados paliativos (29). En esta clave, se encuentra la filosofía de los cuidados paliativos que defiende la dignidad del enfermo terminal como un valor independiente de la calidad la vida y entienden la muerte como un proceso natural. Tienen como finalidad asegurar la mejor calidad de vida posible hasta el final. Adecuación del esfuerzo terapéutico: “Consiste en retirar, ajustar o no instaurar un tratamiento cuando el pronóstico limitado así lo aconseje. Es la adaptación de los tratamientos a la situación clínica del paciente. El término “limitación del esfuerzo terapéutico” debe evitarse, ya que no se trata de ninguna limitación de tratamientos sino de una adecuación de los mismos” (28). Esta práctica tiene como finalidad no prolongar la vida del paciente creando situaciones desproporcionadas a su estado general. Las características de un medio fútil fueron recogidas por Fernández-Crehuet, en su comparecencia ante la Comisión Especial sobre el estudio de la eutanasia en Senado español como un “acto médico es fútil cuando su aplicación a un enfermo está desaconsejada porque es clínicamente ineficaz, no mejora el pronóstico ni los síntomas o enfermedades intercurrentes, o porque previsiblemente produciría perjuicios personales, familiares, económicos o sociales desproporcionados al beneficio esperado” (30). En este sentido resulta de interés, señalar, el Código de Deontología Médica que publicó el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos, y que en su artículo 36 dice lo siguiente: 1.‐ “El médico tiene el deber de intentar la curación o mejoría del paciente siempre que sea posible. Cuando ya no lo sea, permanece la obligación de aplicar las medidas adecuadas para conseguir su bienestar, aún cuando de ello pudiera derivarse un acortamiento de la vida. 22 Universidad Pontificia de Salamanca Precisiones Terminológicas 2.‐ El médico no deberá emprender o continuar acciones diagnósticas o terapéuticas sin esperanza de beneficios para el enfermo, inútiles u obstinadas. Ha de tener en cuenta la voluntad explícita del paciente a rechazar dicho tratamiento para prolongar su vida” (31). Obstinación terapéutica: “Consiste en la instauración de medidas no indicadas, desproporcionadas o extraordinarias, con la intención de evitar la muerte en un paciente tributario de tratamiento paliativo. Constituye una mala práctica médica y una falta deontológica. Es preferible evitar el término “encarnizamiento” porque presupone una cierta intencionalidad negativa por parte de quien lo efectúa” (28). Abandono: “Consiste en la falta de atención adecuada a las necesidades del enfermo y su familia.” Se considera una mala praxis médica y una grave vulneración del Código Deontológico” (28). Eutanasia: “Es la provocación intencionada de la muerte de una persona que padece una enfermedad avanzada o terminal, a petición expresa de ésta, y en un contexto médico” (28). La eutanasia es un término ambiguo, en primer lugar, por ser objeto de reflexión de filósofos, teólogos, juristas y bioéticos. Y en segundo lugar por la ideologización que se ha hecho de dicho concepto (32). La complejidad de los matices en torno a la eutanasia, llevo al empleo de adjetivos (activa o pasiva, directa o indirecta, voluntaria o involuntaria) y neologismos (distanasia, ortotanasia) que pretendían delimitar las diferentes actuaciones realizadas por los profesionales sanitarios. Todavía hoy se siguen empleando en el ámbito jurídico y bioético (27). Estas distinciones, más que ayudar a clarificar han provocado un mayor grado confusión. Por ello es conveniente desterrar definitivamente su uso, como así nos lo hace ver la propia Organización Médica Colegial y la Sociedad Española de cuidados Paliativos en su declaración. Por tanto, cuando hablamos de eutanasia tienen quedarse de forma indispensable los siguientes presupuestos: Intención de causar la muerte del otro de forma directa. 23 Universidad Pontificia de Salamanca Precisiones Terminológicas Se realiza a petición expresa y reiterada y mantenida del paciente, previo consentimiento informado, en condiciones físicas y mentales que le permitan comprender su situación y otorgue su aprobación. En el supuesto de que no tuviera capacidad para decidir, deberá de tomarse en consideración las instrucciones previas o un consentimiento previo en pronóstico de un mayor deterioro. Ante una enfermedad irreversible o terminal. Es llevada a cabo por personal sanitario. Por eso, actualmente no procede emplear calificativos como “activa/pasiva”, “directa/indirecta” porque son innecesarias y ambiguas. Por definición la eutanasia es siempre activa, directa y voluntaria. Cabe precisar, que la distinción activa/pasiva, en sentido riguroso, desde un enfoque ético, no tiene ninguna trascendencia, siempre y cuando la intención y la finalidad sean las mismas. Dicho de otro modo, tan eutanasia es la acción de inyectar un fármaco mortal como la omisión de realizar una medida terapéutica apropiada, cuando la intención y la finalidad son terminar con la vida del enfermo (33) Y en cuanto a la llamada “eutanasia involuntaria” esta sería un homicidio no eutanasia. Desde el punto de vista moral cabe precisar la distinción entre eutanasia voluntaria e involuntaria. Entendiendo por la primera aquella que se aplica porque el paciente la desea y pide, y por la segunda la que se realiza sin consentimiento del paciente. Esta última es mucho más grave moralmente, no respetando ni su vida ni su libertad. Suicidio médicamente asistido: “Es la ayuda médica para la realización de un suicidio, ante la solicitud de un enfermo, proporcionándole los fármacos necesarios para que él mismo se los administre” (28). Consentimiento Informado: “Es la conformidad libre de un paciente, manifestada en pleno uso de sus facultades después de recibir la información adecuada, para que tenga lugar una actuación que afecta a su salud. Se fundamenta en la autonomía, que es un derecho de los enfermos que el médico debe respetar. 24 Universidad Pontificia de Salamanca Precisiones Terminológicas La obligación del médico de dar al paciente una información clara y comprensible tiene dos excepciones: la voluntad del enfermo de no ser informado y la necesidad terapéutica (cuando el médico dispone de razones objetivas de que la información puede perjudicar al paciente gravemente en su salud)” (28). Esto ha contribuido al cambio en las relaciones asistenciales donde primaba la concepción paternalista de la medicina, un modelo que se caracterizada por la idea de “todo por el paciente, pero sin el paciente”, que se asentaba sobre el criterio terapéutico, la ética profesional y sobre el principio básico de “no hacer daño”. Sin ser esos criterios no menos importantes, ahora lo determinante es la libre decisión de cada persona. A través del consentimiento informado se reconoce el derecho de todo paciente o usuario a decidir libremente después de recibir la información adecuada entre las opciones clínicas disponibles Ahora bien, el respeto a las decisiones adoptadas en el ámbito de la salud o de una persona de su propia salud tiene el límite de que nunca pueden ser contrarias a la ley. Nunca podremos tomar una decisión sobre nuestra salud que vaya en contra de lo establecido legalmente. Planificación anticipada de los cuidados: “Es la expresión del proceso de toma de decisiones anticipadas de un paciente capaz, informado y ayudado por el equipo asistencial, acerca de la atención que desea recibir en posibles escenarios clínicos futuros sobre los que el paciente expresa sus preferencias para el caso en que ya no pueda decidir personalmente. Esta planificación puede incluir: la comprensión del paciente sobre su enfermedad, valores y creencias, preferencias sobre su tratamiento y cuidado, las intervenciones que autoriza o rechaza, las decisiones relacionadas con su fallecimiento y la designación de un representante. Todo ello deberá constar en la historia clínica” (28). 25 Universidad Pontificia de Salamanca Precisiones Terminológicas Documento de instrucciones previas: “Es el documento por el cual una persona mayor de edad, capaz y libre, manifiesta anticipadamente su voluntad sobre los cuidados y los tratamientos y, una vez llegado el fallecimiento, sobre el destino de su cuerpo o de los órganos del mismo, con el objeto de que ésta se cumpla si cuando llegue el momento la persona no se encuentra en condiciones de expresarla personalmente. Conviene precisar que el documento de instrucciones previas no sustituye la comunicación continua y adecuada del médico con su paciente, cuando éste conserva la capacidad para tomar decisiones” (28). Este documento, tiene por objeto hacer que se cumpla la voluntad del enfermo, en el momento en el que llegue a situaciones en las que no esté con capacidad de expresarlas personalmente, en relación a la salud. Evitando así ocasiones de conflicto entre el personal sanitario y los familiares. La posibilidad de elaborar el documento de instrucciones previas está reconocido en nuestra legislación mediante la Ley 41/2002, de 14 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica en su artículo 11. Dichas instrucciones no serán aplicadas si son contrarias al ordenamiento jurídico, a la lex artis, ni las que no se correspondan con el supuesto de hecho que el interesado haya previsto en el momento de manifestarlas, para lo cual deberá constar en la historia clínica del paciente. Años más tarde sería objeto de un tratamiento más específico en el Real Decreto 124/2007, de 2 de febrero, por el que se regula el Registro nacional de instrucciones previas y el correspondiente fichero automatizado de datos de carácter personal. Lo que permitió una mayor garantía a que se cumplan las voluntades anticipadas al posibilitar el conocimiento, en todo el territorio español, del documento formalizado de instrucciones previas. Sin embargo, hay que seguir progresando en la concreción de este tipo de documentos para que sean verdaderamente eficaces y reflejen de una manera 26 Universidad Pontificia de Salamanca Precisiones Terminológicas más clara los valores, creencias y deseos de las personas, y así evitar enfrentamientos (3). 3.2 Situaciones clínicas En el otro apartado de la Declaración “Atención Médica al final de la vida: conceptos y definiciones”, se describen conceptos relacionados con situaciones clínicas que se dan al final de la vida: Enfermedad incurable avanzada: “Enfermedad de curso gradual y progresivo, sin respuesta a los tratamientos curativos disponibles, que evolucionará hacia la muerte a corto o medio plazo en un contexto de fragilidad y pérdida de autonomía progresivas. Se acompaña habitualmente de síntomas múltiples y provoca un gran impacto emocional en el enfermo, sus familiares y en el propio equipo asistencial. Cuando se prevé que ocurra la muerte a corto plazo (días, semanas) suele emplearse también el término de enfermedad o situación terminal” (28). Situación de agonía: “La que precede a la muerte cuando ésta se produce de forma gradual, y en la que existe deterioro físico intenso, debilidad extrema, alta frecuencia de trastornos cognitivos y de la conciencia, dificultad para la relación y la ingesta, con pronóstico de vida en horas o pocos días” (28). Síntoma refractario: “Aquél que no puede ser adecuadamente controlado con los tratamientos disponibles, aplicados por médicos expertos, en un plazo de tiempo razonable. En estos casos el alivio del sufrimiento del enfermo requiere la sedación paliativa” (28). Sedación paliativa: “Es la disminución deliberada de la consciencia del enfermo, una vez obtenido el oportuno consentimiento, mediante la administración de los fármacos indicados y a las dosis proporcionadas, con el objetivo de evitar un sufrimiento insostenible causado por uno o 27 Universidad Pontificia de Salamanca Precisiones Terminológicas más síntomas refractarios. Cuando el enfermo se encuentra en sus últimos días u horas de vida, se habla de sedación en la agonía” (28). La sedación por tanto tiene una característica fundamental que la distingue de cualquier otra práctica. El objetivo es aliviar y paliar los síntomas refractarios a cualquier otro tratamiento, y no acortar la vida, que viene a ser un efecto secundario aceptado, pero no intencionado. A este respecto, considero que la Guía de Sedación Paliativa (34) publicada por la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL) y la Organización Médica Colegial (OMC) ha contribuido a mejorar la buena praxis, y a protocolizar la sedación paliativa. Sin embargo, existen grandes diferencias entre las publicaciones sobre la incidencia de la sedación debido a la variabilidad en el abordaje clínico (35) de situaciones concretas donde es probable que se dé un cierto grado de confusión terminológica. Así, se puede observar en el caso del tratamiento sintomático del delirium hiperactivo en los últimos días o donde es necesario un progresivo incremento de la medicación paliativa con efecto sedante en pacientes con un mayor deterioro. En el caso de delirium hiperactivo no se cumple los requisitos de sedación, que exige el consentimiento del paciente o de su representante, una vez se le ha informado de la situación, de las opciones y sus consecuencias Ya que para conseguir el alivio de esta agitación refractaria está indicada la utilización de fármacos sedentes, no se trata por tanto de una opción. En este caso no sería ético omitir el tratamiento que le sosegara. Respecto al aumento de la medicación paliativa en situación de un deterioro severo, ante la progresión de los síntomas, el objetivo que se persigue no es reducir el nivel de conciencia sino paliar los síntomas. Aunque como consecuencia de ello se produce un efecto no buscado que es la sedación. Por eso para justificar esta práctica se ha acudido al principio de doble efecto. Estos dos escenarios deberían tratarse de manera más precisa por sus implicaciones éticas (36). 28 Universidad Pontificia de Salamanca Precisiones Terminológicas Como hemos visto los aspectos terminológicos son de gran relevancia, aunque el debate en torno al final de la vida, no hace referencia algo meramente lingüístico, sino más bien a la esencia del ser humano, es decir, a su dignidad y sus derechos. Por tanto, el problema no es una cuestión de convicciones o de ideologías, que concierna exclusivamente al ámbito de la conciencia individual, sino que al ponerse en entredicho la dignidad de la persona, es algo que atañe a toda la sociedad (8). En particular, en la cuestión de la eutanasia subyace el debate ético sobre la disponibilidad de la propia vida. En torno a ésta, se argumentan dos postulados sobre el origen de la dignidad humana. Por un lado están quienes defienden la capacidad de autodeterminación como valor absoluto, de tal manera que legitima el derecho a decidir sobre cómo y cuándo poner fin a la vida. Por otro lado, se encuentran quienes consideran la vida como un don recibido, que incluye la autonomía de cada persona, pero sin que esta capacidad suponga una disponibilidad absoluta sobre la propia vida. Son dos concepciones ampliamente extendidas en nuestra sociedad, que dan lugar a dos posturas ante la eutanasia prácticamente irreconciliables (13). 29 Universidad Pontificia de Salamanca Valoración médica ante el final de la vida 4. VALORACIÓN MÉDICA ANTE EL FINAL DE LA VIDA Tanto la muerte como el nacimiento son los únicos acontecimientos que son comunes a todas las personas, es por ello que adquieren una trascendencia universal para todo ser humano, y especialmente para el profesional sanitario. De esta forma, la muerte del otro esta en íntima relación con los fines de la medicina. En consecuencia, no podemos ver al moribundo como un fracaso de la actividad médica. Debemos de aceptar que la medicina tiene sus límites y que la persona que va a morir “tiene derecho a una muerte auténticamente digna, pero esta dignidad, en la cual hay que incluir el derecho que tiene a conocer su verdadera situación, el derecho a decidir sobre las intervenciones a las que se le ha de someter, el derecho a no sufrir inútilmente, se refiere también al derecho a recibir consuelo y esperanza que alivien su sufrimiento moral” (8). En este sentido la medicina paliativa ha contribuido a mejorar la atención al enfermo terminal y en este sentido ayudarles a morir en paz. Sin embargo, hay que conseguir que todo el mundo tenga derecho a acceder a unos cuidados paliativos de calidad para que cada vez sean más los casos excepcionales que pidan que se les ayude a suicidarse o se les aplique la eutanasia. El problema de la eutanasia, en cambio, es mucho más complejo, pues se trata de poner fin a la vida del otro, bajo determinadas circunstancias, lo que contravine la razón de ser de la medicina. Por tanto, la práctica de la eutanasia no puede ser considerada un acto médico porque el derecho la vida es un bien irrenunciable y no cabe en el ejercicio del mismo su propia desaparición. Las argumentaciones que justifican la despenalización de la eutanasia ponen el énfasis en la capacidad de autonomía para disponer libremente de la propia vida incluida la libertad para decidir cuándo morir, como así quedó recogido en un manifiesto a favor de la eutanasia publicado por la revista The Humanist, firmado por los premios Nobel Monod, Watson y Crick. Ante esta tesis tenemos que decir que el derecho a la libertad no me da derecho a disponer de la propia vida. En el caso que nos ocupa, no solo hay que tener en cuenta la opinión del 30 Universidad Pontificia de Salamanca Valoración médica ante el final de la vida individuo sino también la actuación médica para que se pueda llevar acabo su deseo. Para el profesor Diego Gracia, en la cuestión de la eutanasia se da un conflicto de valores. El valor a la vida y el valor de la autonomía. La dificultad estriba en determinar hasta qué punto la persona tiene capacidad para disponer de la propia vida y si tiene derecho a pedir a otra persona que ponga fin a su vida. Por ende, se trata de una cuestión social y jurídica. En palabras de Forment: “la vida es mía sólo relativamente. Yo soy responsable de ella, y no es un bien absoluto. No es una propiedad privada de la cual yo pueda usar y abusar. La vida es algo anterior a mí, y es indisponible, es un patrimonio recibido que yo administro. Si yo lo administro mal y practico el suicidio, quedan perjudicados mis familiares y la misma Humanidad” (8). En este sentido, el Estado debe respetar y ser garante del derecho a la vida porque es el fundamento de la dignidad humana y de la relación con los demás. Porque si existiera el derecho a morir para muchos enfermos que se consideran una carga para su familia interpretarían la obligación moral de pedir que se acabe con su vida. En el debate sobre la eutanasia, ha tenido mucha relevancia la teoría de la “pendiente resbaladiza”, es un argumento consecuencialista que se ha utilizado para abordar los riesgos que podría conllevar la despenalización de la eutanasia voluntaria. Según esta teoría una vez legalizada su práctica, de forma gradual se aplicaría a situaciones similares, como en los casos de enfermos inconscientes o incapaces para tomar su propia decisión (33). Así ha ocurrido en Bélgica y Holanda donde se han reconocido casos de eutanasia donde el paciente no había expresado su autorización. “En realidad, lo que se plantea en esos casos no es ya la petición individual -ante la que hay que ser sensible-, sino el derecho a satisfacerla que se otorga la sociedad. Dicho de otro modo, con la eutanasia no se reconoce el derecho a disponer de uno mismo, sino el derecho a disponer del otro. El permiso legal de la eutanasia equivale a confiar a todos los médicos una atribución nueva: el poder de administrar la muerte de otro” (37). 31 Universidad Pontificia de Salamanca Valoración médica ante el final de la vida Una de las posturas en contra de la despenalizenación de la eutanasia es la del profesor Herranz, que en su comparecencia ante la Comisión del Senado para el estudio sobre la eutanasia, dijo: “Despenalizar la eutanasia equivale a sumir a la Medicina en una especie de enfermedad autoagresiva. La obligación de respetar y cuidar toda vida humana tiene una fuerza moral maravillosa e inspiradora, pero cuando la compasión se desconecta de todas las demás virtudes médicas, se puede convertir en un móvil muy importante para la destrucción de vidas humanas. Me parece que la Medicina ha de ser sólida y paliativa, una Medicina que sea a la vez científica y humana [...] Porque, ¿a quién estamos liberando de sufrimiento cuando se habla de eutanasia? Pues muchas veces a los circunstantes, no al paciente. Ése es el camino que tiene por delante la Medicina para poder seguir ejerciendo esa humanidad espléndida y esa promesa de servicio a los hombres, que es intrínseca a la vocación médica” (38). En el documento sobre los fines de la medicina dirigido por Callahan, citado con anterioridad en este trabajo, se reconoce que la mayoría de los médicos consideran la eutanasia y el suicidio medicamente asistido “como medio para aliviar el dolor o el sufrimiento, perfectamente razonable en sí, no justifica moralmente el empleo de técnicas médicas con el objetivo o intención directa de provocar la muerte de un paciente, tanto en el caso de que sea el facultativo quien provoque la muerte como en la circunstancia de que el médico se limite a proporcionar los conocimientos y los fármacos necesarios para que el paciente pueda suicidarse” (19). En relación a este tema, el Centro de Investigaciones Sociológicas de España (CIS) público en el año 2002 una encuesta que realizó a más del mil médicos de todo el territorio español sobre las actitudes y opiniones de los médicos ante la eutanasia. Entre sus resultados encontramos qué las tres causas más importantes que llevan a un enfermo a pedir que se acabe con su vida es el dolor insoportable en casi tres de cada cuatro pacientes, siendo las otras el sentirse una carga para la familia y el miedo a tener que depender de los demás. En el caso de paciente que sufre una enfermedad incurable y dolorosa y en fase terminal, casi una cuarta parte de los encuestados están de acuerdo que la ley permitiera que el facultativo proporcionase una dosis letal de fármaco 32 Universidad Pontificia de Salamanca Valoración médica ante el final de la vida al paciente para que él mismo pueda acabar con su vida o que fuera el propio médico quien la administrara. Más del 43% piensa que un buen sistema universal de Cuidados Paliativos, terminaría con la mayoría de las peticiones de eutanasia. Y casi un 70% de los médicos son partidarios de cambiar la legislación para permitir a los enfermos pedir y recibir el suicidio asistido por un médico y/o la eutanasia activa. Entre estos más del 40% sólo en el caso de enfermos terminales que conserven todas sus facultades mentales. Y cerca del 20% para pacientes que tengan plena capacidad de razonar, independientemente de que su enfermedad sea terminal o crónica (39). En cuanto a la regulación de la ética profesional, que viene establecida por los Códigos Deontológicos, podemos decir con carácter general, que parten de la dignidad humana como el valor intrínseco e intangible de toda persona que conlleva el respeto absoluto a ese valor. Por tanto, todo profesional de la salud debe salvaguardar este principio primero. De este respeto absoluto a la persona subyace la norma de no discriminación recogida en todos los Códigos, y que obliga al profesional a tratar y cuidar con la misma consideración a todos, sin distinción de raza, sexo, edad, nacionalidad, religión, opinión o cualquier otra condición personal o social (40). Sin embargo, aunque el enfermo terminal es un paciente más, y no sería necesaria una ética específica para ello, existen algunos textos deontológicos relacionados con la atención paliativa que merece la pena recordar. Ya en el Juramento Hipocrático se nos dice “No daré a nadie que lo pida un remedio mortal o un consejo que lo impida a tal fin”. La Declaración sobre la enfermedad terminal, adoptada por la 35ª Asamblea Médica Mundial en Venecia, Octubre 1983, y revisada por la 57a Asamblea General de la AMM, en Pilanesaberg, Octubre 2006, afirma entre sus principios: 1. “El deber del médico es curar cuando sea posible, aliviar el sufrimiento y proteger los intereses de sus pacientes. No habrá ninguna excepción a este principio, incluso en caso de una enfermedad incurable. 33 Universidad Pontificia de Salamanca Valoración médica ante el final de la vida 2. En la atención de pacientes terminales, las principales responsabilidades del médico son ayudar al paciente a mantener una calidad de vida óptima [...] Los médicos deben informar a los pacientes sobre la disponibilidad, los beneficios y otros efectos potenciales de los cuidados paliativos. 3. Se debe respetar el derecho del paciente a la autonomía para tomar decisiones con respecto a las decisiones en la fase terminal de la vida. Esto incluye el derecho a rechazar un tratamiento y a solicitar medidas paliativas [...]. Sin embargo, se prohíbe éticamente a los médicos ayudar a los pacientes de manera activa a suicidarse. 4. El médico no debe emplear cualquier medio que no tenga beneficio alguno para el paciente. 5. El médico debe reconocer el derecho de los pacientes a redactar una voluntad anticipada que describa sus deseos sobre la atención, en caso que no puedan comunicarse y que designen un representante que tome las decisiones que no están expresadas en la voluntad anticipada” (41). El capítulo VII sobre atención médica al final de la vida, del nuevo Código de Deontología Médica que publicó el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos en el año 2011, en su artículo 36 afirma: 1. “El médico tiene el deber de intentar la curación o mejoría del paciente siempre que sea posible. Cuando ya no lo sea, permanece la obligación de aplicar las medidas adecuadas para conseguir su bienestar, aún cuando de ello pudiera derivarse un acortamiento de la vida. 2. El médico no deberá emprender o continuar acciones diagnósticas o terapéuticas sin esperanza de beneficios para el enfermo, inútiles u obstinadas. Ha de tener en cuenta la voluntad explícita del paciente a rechazar dicho tratamiento para prolongar su vida. Cuando su estado no le permita tomar decisiones, tendrá en consideración y valorará las indicaciones anteriormente hechas y la opinión de las personas vinculadas responsables. 3. El médico nunca provocará intencionadamente la muerte de ningún paciente, ni siquiera en caso de petición expresa por parte de éste. 34 Universidad Pontificia de Salamanca Valoración médica ante el final de la vida 4. El médico está obligado a atender las peticiones del paciente reflejadas en el documento de voluntades anticipadas, a no ser que vayan contra la buena práctica médica” (42). El Código Deontológico de la Enfermería Española, de 1989, es más explícito. Su artículo 18 establece el valor ético de los cuidados paliativos: “Ante el enfermo terminal, la Enfermera/o, consciente de la alta calidad profesional de los cuidados paliativos, se esforzará por prestarle hasta el final de su vida, con competencia y compasión, los cuidados necesarios para aliviar sus sufrimientos. También proporcionará a la familia la ayuda necesaria para que puedan afrontar la muerte, cuando ésta ya no pueda evitarse”. Por último, mencionamos la Declaración de la Comisión Central de Deontología de la OMC sobre la eutanasia que publicó 1987 en virtud de la distorsión que los medios de comunicación hacían de las expresiones tales como “ayuda a morir” o “muerte digna”. Expresiones ambiguas que con frecuencia amparan conductas contrarias a la ética médica. De ella, expongo el siguiente fragmento: “La asistencia médica al moribundo, que es uno de los más importantes y nobles deberes profesionales del médico [...] el médico está obligado a desempeñar su genuina función de ayudar y atender al morir de sus pacientes por medio de un tratamiento competente del dolor y de la angustia. Ha de empeñarse en procurar el mayor bienestar material; ha de favorecer, según las circunstancias, la asistencia espiritual y el consuelo humano al moribundo; prestará también su apoyo a los allegados de éste. El médico también dignifica la muerte y la ayuda cuando se abstiene de tratamientos dolorosos e injustificados y cuando los suspende, porque ya no son útiles” (43). La declaración conjunta de la Organización Médica Colegial y la SECPAL sobre la eutanasia, reconoce el derecho a la asistencia técnica y humana que necesitan los enfermos en el final de la vida como algo esencial. Por lo que se debe garantizar una formación específica a los profesionales de la salud en cuidados paliativos y bioética que responda a la necesidad de dar una atención “con la mejor calidad posible y buscando la excelencia profesional” (33). 35 Universidad Pontificia de Salamanca Valoración médica ante el final de la vida Así pues, como resumen de todo lo dicho se deducen una serie de conductas que todos los profesionales de la salud deben cumplir ante el enfermo terminal. A saber, valorar su vida acogiendo la muerte como proceso fisiológico de la propia condición humana. El respeto a la autonomía del paciente. La obligación de aliviar el dolor físico y el sufrimiento moral mediante una atención pluridimensional. La obligación de mantener la calidad vida posible y ser garantes de la dignidad de la vida que se acaba. Así como el rechazo a la eutanasia y al uso de medidas fútiles. 36 Universidad Pontificia de Salamanca Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida 5. EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA ANTE EL FINAL DE LA VIDA La muerte ha ocupado siempre un lugar destacado en el conjunto de la teología cristiana. El teólogo alemán Karl Rahner llegó a decir que “el cristianismo es la religión que conoce la muerte de un hombre como el suceso más fundamental de la historia de la salvación y de la historia universal” (44). Ciertamente la muerte es uno de los mayores misterios con el que se encuentra en hombre, ante el cual confrontamos nuestra propia finitud. El final de la vida y la muerte nos desconcierta, precisamente por su carácter paradójico, pues siendo algo natural se torna al mismo tiempo incomprensible, y siendo signo de nuestra condición finita, es el camino hacia una vida que traspasa los límites de la naturaleza. El Concilio Vaticano II, en su constitución Gaudium et Spes en el número 18 dice que “ante la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su culmen”. En cualquier caso, la muerte y el final de la vida puede ser entendida y vivenciada de diferente perspectiva según la comprensión del hombre y de la vida desde la cual se aborde. En este sentido la teología siempre ha aportado una concreta manera de interpretar la muerte, así como unos postulados que nos proporcionan la manera singular de vivir el proceso de morir, lo cual no significa que tenga que ser siempre exclusiva y distinta con respecto a otros enfoques particulares. En este lugar abordaremos solo el tema que nos preocupa, los dilemas que el final de la vida plantea. Para una correcta interpretación de los textos magisteriales es necesario tener presente los presupuestos teológicos desde los cuales se fundamentan y en donde tienen una gran importancia los conceptos de creación, revelación y salvación que vertebran la postura de la Iglesia ante las problemáticas en el proceso de morir. En la creación la vida humana aparece al final de la obra creadora de Dios como su culmen. El hombre recibe el “ruah” insuflado así con la misma vida divina (Gn.2, 7). Por eso la vida del hombre es ya en cierta manera divina, creada a imagen y semejanza de Dios (Gn.1, 26), por ello la vida es un don inviolable y es 37 Universidad Pontificia de Salamanca Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida sagrada. Al estar sustentada por Él, es el único que puede salvarla. El hombre, por tanto, es el administrador responsable del don sagrado de la vida. Desde estas afirmaciones podemos comprender la perspectiva de doctrina de la Iglesia. Así queda recopilado en el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 2258, al tratar el quinto mandamiento: “La vida humana ha de ser tenida como sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente”. Y en el número 2280 al hablar sobre el suicidio, dice que “cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. Él sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella.” (45). Estos textos sintetizan lo esencial de la concepción cristiana sobre el valor de la vida humana y el deber que tenemos de respetarla siempre y en todo momento. Ante la novedad y los cambios que se han producido en relación a los dilemas surgidos en torno al final de la vida, parece obligado acotar los documentos desde mediados del siglo XX hasta nuestros días. Y aún entre ellos, seleccionaremos los más relevantes para nuestro tema. Aquí seguiremos el esquema de J.M. Caamaño (3) que aporta un interesante recorrido por los hitos más significativos del magisterio. 5.1 Pío XII El magisterio de Papa Pío XII es extenso y específico sobre las cuestiones que se entrecruzan entre los límites de la ética y la medicina. Tiene un papel destacado en lo que se refiere a las problemáticas que subyacen en el desenlace final de la existencia. De alguna manera, asienta las bases de lo que 38 Universidad Pontificia de Salamanca Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida posteriormente será la doctrina acerca de este tema. El principio que vertebra todas las declaraciones de Pío XII es un rechazo total a la eutanasia tal y como la entendemos hoy en cualquier circunstancia, incluso cuando su finalidad es aliviar el sufrimiento. De entre las intervenciones de Pío XII, cabe reseñar el discurso que dirigió el 24 de febrero de 1957 al IX Congreso Nacional de la Sociedad Italiana de Anestesiología, a mi entender uno de las más interesantes sobre esta materia. En él responde a tres preguntas, que el Presidente del Comité organizador, Piero Mazzoni, le hizo sobre las implicaciones religiosas y morales de la analgesia en relación con la moral cristiana: 1. “¿Hay obligación moral general de rechazar la analgesia y aceptar el dolor físico por espíritu de fe? 2. La privación de la conciencia y del uso de las facultades superiores, provocada por los narcóticos, ¿es compatible con el espíritu del Evangelio? 3. ¿Es lícito el empleo de narcóticos, si hay para ello una indicación clínica, en los moribundos o enfermos en peligro de muerte? ¿Pueden ser utilizados, aunque la atenuación del dolor lleve consigo un probable acortamiento de la vida?” (46). El Papa va detallando su postura en relación al valor cristiano del sufrimiento y a la vez que responde de manera minuciosa a cada una de las preguntas, hace alusión a los avances que se han producido en el campo de la analgesia. A la primera pregunta el Papa respondió que “el cristiano no tiene nunca obligación de aceptar el dolor por el dolor; debe considerarlo como un medio más o menos apto, según las circunstancias, para el fin que se pretende”.No se puede considerar el problema desde el punto de vista de la obligación, sino desde la invitación a la perfección cristiana. Se afirma la licitud del uso de las técnicas de anestesiología. Respecto a la segunda pregunta el Papa considera que pueden aplicarse los principios de totalidad, que establece que las partes del organismo están subordinadas a la integridad de la persona, y del respeto a la persona. Afirma que la narcosis permite mantener equilibrio psíquico y orgánico de la persona. 39 Universidad Pontificia de Salamanca Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida Sin embargo, aunque con la narcosis buscamos un fin bueno, no está exenta de posibles actuaciones inmorales que pueden su poner una transgresión de la dignidad y la confidencialidad de la persona. En la tercera pregunta, que planteaba la cuestión de si debería renunciarse al empleo de narcóticos, en el caso de que su acción pudiese acortase la duración de la vida del enfermo. A esta cuestión el Papa respondía de la siguiente manera: “Desde luego, toda forma de eutanasia directa, o sea, la administración de narcótico con el fin de provocar o acelerar la muerte, es ilícita, porque entonces se pretende disponer directamente de la vida.[...] En la hipótesis a que os referís, se trata únicamente de evitar al paciente dolores insoportables [...] “Si entre la narcosis y el acortamiento de la vida no existe nexo alguno causal directo, puesto por la voluntad de los interesados o por la naturaleza de las cosas (como sería el caso, si la supresión del dolor no se pudiese obtener sino mediante el acortamiento de la vida), y si, por lo contrario, la administración de narcóticos produjese por sí misma dos efectos distintos, por una parte el alivio de los dolores y por otra la abreviación de la vida, entonces es lícita; aún habría que ver si entre esos dos efectos existe una proporción razonable y si las ventajas del uno compensan los inconvenientes del otro. Importa también, ante todo, preguntarse si el estado actual de la ciencia no permite obtener el mismo resultado empleando otros medios, y luego no traspasar en el uso del narcótico los límites de lo prácticamente necesario” (46). Estos párrafos resumen bien la posición que defiende el Papa. En síntesis el empleo de narcóticos es licito cuando su finalidad es calmar o paliar el dolor, “si no hay otros medios y si, dadas las circunstancias, ello no impide el cumplimiento de otros deberes religiosos y morales” El discurso termina afirmando que “ideal del heroísmo cristiano no obliga, al menos de manera general, a rechazar una narcosis, por otra parte justificada, ni aun al acercarse la muerte; todo depende de las circunstancias concretas. La resolución más perfecta y más heroica puede darse lo mismo admitiendo que rechazando la narcosis”. 40 Universidad Pontificia de Salamanca Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida Posteriormente, el 24 de noviembre de 1957, aborda el tema de la reanimación, contestando a tres cuestiones planteadas desde Instituto Italiano de Genética Gregorio Méndel por el doctor Bruno Haid, jefe de la Sección de Anestesia de la Clínica Quirúrgica Universitaria de Innsbruck (47). La primera pregunta fue la siguiente: “¿tiene el derecho o incluso está obligado en todos los casos de inconsciencia profunda, hasta en aquellos completamente desesperados, a juicio de un médico competente, de utilizar los aparatos modernos de respiración artificial, aun contra la voluntad de la familia?” Pío XII utiliza la distinción entre medios ordinarios y extraordinarios para contestar. El Papa responde que en los casos ordinarios el anestesista tiene el derecho de emplean los aparatos de ventilación mecánica, no estando obligado a ello, a menos que sea el único medio de cumplir con otro deber ético. La técnica de reanimación es lícita moralmente. Ahora bien, como este tratamiento sobrepasa “los medios ordinarios a los que se está obligado a recurrir, no se puede sostener que sea obligatorio emplearlos y, en consecuencia, dar la autorización del médico”. Otra dialéctica aparece cuando la familia se opone a la utilización de estos medios. A esta situación el Papa respondía: “En cuanto al deber propio e independiente de la familia, no obliga habitualmente más que al empleo de medios ordinarios. Por consiguiente, si parece que la tentativa de reanimación constituye en realidad para la familia una carga que en conciencia no se le pueda imponer, ella puede lícitamente insistir para que el médico interrumpa sus tentativas, y este último puede lícitamente acceder a ello. En este caso no hay disposición directa de la vida del paciente, ni eutanasia, que no sería nunca lícita; aun cuando no lleve consigo el cese de la circulación sanguínea, la interrupción de las tentativas de reanimación no es nunca más que indirectamente causa de la paralización de la vida y es preciso aplicar en este caso el principio de doble efecto y el de voluntarium in causa” (47). La segunda de las cuestiones que se planteaba era: “¿Puede el médico retirar el aparato respiratorio antes de que se produzca la paralización definitiva de la 41 Universidad Pontificia de Salamanca Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida circulación?” La respuesta del Papa, de nuevo, es que si lo puede hacer. La argumentación se encuentra implícita en la primera respuesta. Y, por último, la tercera de las preguntas hace referencia a la delimitación del momento en que se considera a la persona como muerta tanto de facto como de iure, a lo que el Papa responde que la respuesta no se puede inferir desde de ningún principio religioso o moral, sino que es una cuestión científica y médica. En último lugar, recogemos el discurso de que Pío XII dirigió al Colegio Internacional de neuropsicofarmacología. En esta ocasión, hace mención a su alocución del 24 de febrero de 1957, recordando que “La eutanasia, es decir, la voluntad de provocar la muerte, está evidentemente condenada por la moral. Pero si el moribundo consiente en ello, está permitido utilizar con moderación narcóticos que dulcifiquen su sufrimiento, aunque también entrañen una muerte más rápida. En este caso, en efecto, la muerte no ha sido querida directamente. Ella es inevitable, y motivos proporcionados autorizan medidas que acelerarán su llegada” (48). El Papa afirma que “el orden moral exige que, frente a otro, se adopte una actitud de estima, consideración y respeto” La dignidad humana es inviolable, “hasta cuando está tan enfermo en su psiquismo, que aparezca esclavizado por el instinto y aun caído por debajo del nivel de la vida animal, continúa, sin embargo, siendo una persona creada por Dios y destinada a entrar un día en su inmediata posesión, siendo infinitamente superior, en consecuencia, al animal más próximo al hombre”. En definitiva, Pío XII pone los cimientos sobre los que se construye la doctrina sobre las dificultades que su pone la última fase de la vida, sin embargo, la complejidad y novedad de algunas situaciones junto a los avances que se han producido en la medicina, hace necesario nuevas precisiones sobre algunos puntos concretos. 42 Universidad Pontificia de Salamanca Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida 5.2 El Concilio Vaticano II y Pablo VI El concilio establece como punto de partida de todo progreso el respeto a la persona humana, “de forma que cada uno, sin excepción de nadie, debe considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente” (GS 27).En este contexto el concilio denuncia aquellas prácticas “infamantes” que vulneran la dignidad humana y la integridad de la persona, por ello “degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador”(ibid.). Entre las prácticas que mencionan aparecen de forma explícita aquellas que atentan contra la vida como “homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado” (49). También Pablo VI manifestó su pensamiento sobre esta materia, especialmente destaca su Carta del 25 de enero de 1978 -firmada por el Secretario de Estado el Cardenal Villot- al Congreso Mundial de la Federación Internacional de las Asociaciones Médicas Católicas. El texto menciona que no reconocer una dimensión ética y teológica en la vida humana nos llevaría a prácticas inmorales. La omisión de tales dimensiones lleva a una concepción de la vida errada donde la calidad de vida se convierte en el valor absoluto sobre el que se justifica unas actitudes y conductas que atentan contra la dignidad de la vida en sí misma (50). 5.3 Juan Pablo II En primer lugar, recojo algunas de las ideas más significativas del discurso dirigido a los obispos canadienses de Ontario durante su visita ad limina Apostolorum el 19 de noviembre de 1993. “Una actitud responsable con respecto a la vida excluye absolutamente que una persona pueda tener la intención explícita de provocar su propia muerte o la muerte de otra persona inocente, sea por acción sea por omisión (CEC 43 Universidad Pontificia de Salamanca Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida 2276-79). Anular la distinción entre curar recurriendo a todos los medios ordinarios disponibles y matar, constituye una amenaza grave para la salud moral y espiritual de una nación, y expone a los más débiles y vulnerables a riesgos inaceptables. Es necesario recordar a los que solicitan la legalización del llamado derecho a una muerte digna, que ninguna autoridad puede recomendar o permitir legítimamente esa ofensa a la dignidad de la persona humana” (51). Ahora bien, a pesar de las diversas declaraciones del pontífice, no hay duda que el documento de referencia fundamental de la Iglesia Católica sobre la eutanasia es la famosa declaración Iura et bona publicada por la Congregación para la doctrina de la fe, el 5 de mayo de 1980. En la introducción, comienza relacionando la defensa de los derechos y deberes constitutivos de la persona que, aunque cuestionados muchas veces, siguen siendo válidos. Los avances médicos han hecho aparecer nuevos aspectos de los problemas al final de la vida. En nuestra sociedad, se han producido grandes transformaciones en la manera de concebir el sufrimiento y la muerte. “La medicina ha aumentado su capacidad de curar y de prolongar la vida en determinadas condiciones que a veces ponen problemas de carácter moral. Por ello los hombres que viven en tal ambiente se interrogan con angustia acerca del significado de la ancianidad prolongada y de la muerte, preguntándose consiguientemente si tienen el derecho de procurarse a sí mismos o a sus semejantes la “muerte dulce”, que serviría para abreviar el dolor y sería, según ellos más conforme con la dignidad humana” (52). La primera parte del texto hace una valoración genérica sobre el valor de la vida humana como “el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social”. Se trata pues de “un derecho fundamental, irrenunciable e inalienable”. De ahí que “nadie puede atentar contra la vida de un hombre”. Por consiguiente, el suicidio como el homicidio son considerados inaceptables, al constituir un rechazo al señorío de Dios y a su designio de amor. 44 Universidad Pontificia de Salamanca Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida La segunda parte de la declaración comienza definiendo la eutanasia como “una acción o una omisión que por su naturaleza, o en la intención, causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. La eutanasia se sitúa pues en el nivel de las intenciones o de los métodos usados”. Después de la definición, el texto afirma el siguiente principio, según lo ya dicho: “Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata en efecto de una violación de la ley divina, de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad” (52). A partir de este axioma el documento va dilucidando las consecuencias que se derivan de los dilemas al final de la vida y avisa de los posibles equívocos que pueden darse en las peticiones de eutanasia por parte de los enfermos que “son casi siempre peticiones angustiadas de asistencia y de afecto”. La tercera parte que lleva por título “El cristiano ante el sufrimiento y el uso de los analgésicos” reconoce el carácter redentor del dolor y sufrimiento humano sobre todos en los momentos finales de la vida, “no sería sin embargo prudente imponer como norma general un comportamiento heroico determinado” por lo cual es licito y aconsejable utilizar analgésicos para aliviar el dolor, aunque ello suponga acortar la vida. El texto recuerda en este punto los postulados enunciados por Pío XII. La última parte es la más innovadora de la declaración al modificar los términos medios “ordinarios” y “extraordinarios” por medios “proporcionados” y “desproporcionados”. Este cambio tiene como trasfondo una visión pluridimensional del enfermo y no solo las medidas terapéuticas utilizadas. Así lo expresa el texto: 45 Universidad Pontificia de Salamanca Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida “En cada caso, se podrán valorar bien los medios poniendo en comparación el tipo de terapia, el grado de dificultad y de riesgo que comporta, los gastos necesarios y las posibilidades de aplicación con el resultado que se puede esperar de todo ello, teniendo en cuenta las condiciones del enfermo y sus fuerzas físicas, morales” y espirituales. Por tanto, basándose en esta nueva distinción se acepta que se puedan utilizar medios avanzados que aún estén en fase experimental y no libres de cierto riesgo, siempre contando con el consentimiento del paciente, siendo “lícito interrumpir la aplicación de tales medios cuando los resultados defrauden las esperanzas puestas en ellos”. Se rechaza también la “obstinación terapéutica” advirtiendo “de un tecnicismo que corre el peligro de hacerse abusivo”. Por eso, “es siempre lícito contentarse con los medios normales que la medicina puede ofrecer y que sean proporcionados a la situación del enfermo. No se puede imponer a nadie los medios experimentales o costosos. Eso no equivale al suicidio, sino más bien aceptar algo tan esencial de la condición humana como es el hecho de la muerte y en ocasiones de solidaridad hacia la familia y la sociedad. Por tanto “es lícito en conciencia tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia”, lo que no significa interrumpir los cuidados normales debidos al enfermo en situaciones similares. En conclusión, la Declaración Iura et bona rechaza la posibilidad de la eutanasia, y deja constancia de otras alternativas siendo consciente de la dificultad que conlleva aplicar los principios morales a los casos concretos, afirma en este sentido que “tomar decisiones corresponderá en último análisis a la conciencia del enfermo o de las personas cualificadas para hablar en su nombre, o incluso de los médicos, a la luz de las obligaciones morales y de los distintos aspectos del caso. Con lo dicho hasta ahora, queda patente la postura de la iglesia, algo que San Juan Pablo II reafirma en sus múltiples discursos, encíclicas e intervenciones. 46 Universidad Pontificia de Salamanca Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida Fue un gran defensor de la vida humana desde su principio hasta su muerte natural. Cabe señalar también, el documento del Consejo pontificio “Cor unum” Cuestiones éticas relativas a los enfermos graves y a los moribundos del 27 de junio de 1981, que da una respuesta pastoral ante las preguntas realizadas por los capellanes, los médicos y las enfermeras en relación a los enfermos en la fase final de la vida; y la Carta de los agentes sanitarios, elaborada por el Consejo pontificio para la pastoral de la salud, de 1995, su finalidad es ofrecer una síntesis sistemática y exhaustiva de la posición de la Iglesia sobre los problemas fundamentales de la bioética, para que ayude a la formación de los agentes sanitarios. Durante su pontificado se publicó el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica de 1992, en donde se condensa la doctrina anterior. Más tarde la Academia Pontificia para la vida publicó, el 9 de diciembre del 2000 el documento Respetar la dignidad del moribundo. Consideraciones éticas sobre la eutanasia en el cual además de criticar el principio de autonomía como absoluto y único para disponer libremente de la propia vida, hace referencia a la incapacidad que en muchas ocasiones tenemos los “sanos” de acompañar el sufrimiento de las personas que solicitan la eutanasia, lo que justifica que “las posibles peticiones de muerte por parte de personas que sufren gravemente, como demuestran las encuestas realizadas entre los pacientes y los testimonios de clínicos cercanos a las situaciones de los moribundos, casi siempre constituyen la manifestación extrema de una apremiante solicitud del paciente que quiere recibir más atención y cercanía humana, además de cuidados adecuados, ambos elementos que actualmente a veces faltan en los hospitales” (53). Por último, no podemos olvidar otro documento de gran interés sobre la vida humana, la Encíclica Evangelium Vitae del 25 de marzo de 1995 (54). El texto sintetiza lo ya dicho sobre la eutanasia y haciendo la siguiente valoración “es una grave violación de la Ley de Dios en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal.” (EV 65) y se la 47 Universidad Pontificia de Salamanca Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida distingue de la obstinación terapéutica, al mismo tiempo aconseja los cuidados paliativos “destinados a hacer más soportable el sufrimiento en la fase final de la enfermedad y, al mismo tiempo, asegurar al paciente un acompañamiento humano adecuado” (EV 65). El Papa considera que la práctica de la eutanasia se inserta dentro de una estructura de pecado “caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera “cultura de muerte” (EV 12). En concreto afirma: “Encontramos una trágica expresión de todo esto en la difusión de la eutanasia, encubierta y subrepticia, practicada abiertamente o incluso legalizada. Esta, más que por una presunta piedad ante el dolor del paciente, es justificada a veces por razones utilitarias, de cara a evitar gastos innecesarios demasiado costosos para la sociedad. Se propone así la eliminación de los recién nacidos malformados, de los minusválidos graves, de los impedidos, de los ancianos, sobre todo si no son autosuficientes, y de los enfermos terminales. No nos es lícito callar ante otras formas más engañosas, pero no menos graves o reales, de eutanasia (EV 15). 5.4 Benedicto XVI y Francisco El Papa Benedicto XVI no ha realizado intervenciones de manera amplia o monográfica acerca de los problemas referentes con la fase final de la vida. Solo hemos podido encontrar algunos discursos donde aborda de forma tangencial algunas problemáticas. Así, lo podemos ver, en el discurso a los participantes en la XXII Conferencia internacional organizada por el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, del 17 de noviembre de 2007, sobre el tema: La pastoral en el cuidado de los enfermos ancianos parte del postulado de que “la vida humana en cada una de sus fases es digna del máximo respeto, en ciertos aspectos lo es más aún cuando está marcada por la ancianidad y la enfermedad”. De manera que “quien tiene el sentido de la dignidad humana sabe que se les ha de respetar y sostener mientras afrontan serias dificultades relacionadas con su estado” (55). La ancianidad es el momento de la vida en el que se precisa una mayor atención, siendo “justo que se recurra también, cuando sea necesario, a la utilización de cuidados 48 Universidad Pontificia de Salamanca Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida paliativos que, aunque no pueden curar, permiten aliviar los dolores que derivan de la enfermedad” sin recurrir a prácticas que acorten de la vida. En otro discurso al 110º Congreso Nacional de la Sociedad Italiana de Cirugía dado el 20 de octubre de 2008, Benedicto XVI insiste en la necesidad de cumplir los que considera como tres principios fundamentales de la profesión médica: “curar a la persona enferma o al menos intentar influir de forma eficaz en la evolución de la enfermedad; aliviar los síntomas dolorosos que la acompañan, sobre todo cuando está en fase avanzada; y cuidar de la persona enferma en todas sus expectativas humanas”. Lo que conlleva no abandonar al enfermo cuando los resultados no son satisfactorios o imperceptibles, sino acompañarlo y procurarle la máxima calidad de vida posible, pero siendo efectivos a la hora de realizar el plan terapéutico: “un plan que puede llevar a intervenciones audaces para salvar la vida o a la decisión de contentarse con los medios ordinarios que ofrece la medicina”. Y para terminar recordamos su afirmación en su encíclica Caritas in Veritate, en su número 28 dice: En los países económicamente más desarrollados, las legislaciones contrarias a la vida están muy extendidas y han condicionado ya las costumbres y la praxis, contribuyendo a difundir una mentalidad antinatalista, que muchas veces se trata de transmitir también a otros estados como si fuera un progreso cultural. [...] Preocupan también tanto las legislaciones que aceptan la eutanasia como las presiones de grupos nacionales e internacionales que reivindican su reconocimiento jurídico (56). Hasta ahora el Papa Francisco no ha tenido pronunciamientos destacados sobre los dilemas al final de la vida, aunque sí se ha reflejado su postura con claridad hacia la defensa de la vida en cualquier circunstancia principalmente de los más desprotegidos y marginados. 49 Universidad Pontificia de Salamanca Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida 5.5 Aportación de la Conferencia Episcopal Española El conjunto de episcopado español se ha pronunciado en múltiple ocasiones sobre las cuestiones que hacen referencia al final de la vida. Así, la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe publicaba el 15 de abril de 1986 la Nota sobre la eutanasia en la cual se reafirma lo dicho en la Declaración sobre la eutanasia de la Congregación para la doctrina de la fe. Al principio del documento se acotan los factores que influyen en torno a la polémica de la eutanasia, entre los que destaca “el proceso de secularización, la crisis de los valores religiosos en el mundo occidental, la absolutización de la libertad de la persona que lleva a afirmar que el paciente terminal tiene el derecho de disponer de su propia vida, si así lo desea”. Hace una referencia a las dificultades que tiene nuestra sociedad para integrar el hecho de la muerte. Desde este enfoque, se rechaza el “obstinación terapéutica” dado que “el enfermo necesita muchas más cosas que la aplicación de terapias médicas sofisticadas” (57). Por ello subraya la necesidad de fomentar una asistencia humanizada y humanizadora que acompañe al moribundo. El documento ofrece una novedad en cuanto que aborda la situación de los niños con anomalías o malformaciones congénitas, legitimando no dilatar cualquier medida terapéutica que pudiera considerarse desproporcionada, aunque en sí fuera ordinaria. El segundo documento relevante que destacamos es el publicado por la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida con el título La eutanasia: 100 cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos, en octubre de 1992, en el cual en forma de cuestionario y de una manera didáctica presenta la doctrina de la Iglesia sobre las cuestiones que afectan al final de la vida y dando respuesta a las corrientes de pensamiento contrarias. Más relevante es el documento que el 19 de noviembre de 1998, la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española publicaba el documento La eutanasia es inmoral y antisocial, con motivo del debate suscitado en la opinión pública por el suicidio asistido de Ramón Sampedro. El texto declara que la eutanasia es un grave mal moral, por ser contraria al bien irrenunciable de la 50 Universidad Pontificia de Salamanca Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida vida y a la dignidad intrínseca del hombre. Rechaza el individualismo que nace de una comprensión inapropiada de la libertad “como una mera capacidad de decidir cualquier cosa con tal de que el individuo la juzgue necesaria o conveniente” en el cual se apoyan las actitudes proeutanásicas. En otro punto advierte de la presión moral que una posible aceptación social y legalización o despenalización de la eutanasia ejercería sobre los ancianos y los discapacitados. En cuanto a la repercusión social el texto dice “si ninguna propiedad (de bienes o cosas) deja de tener una referencia social y transpersonal, menos aún la vida, que no es una propiedad cualquiera. Concebir la vida como un objeto de “uso y abuso” por parte de su “propietario” es llevar a un extremo casi ridículo el mezquino sentido burgués de la propiedad privada”. (58) Finalmente, reseñar la reciente Declaración con motivo del Proyecto de Ley reguladora de los derechos de la persona ante el proceso final de la vida de la Comisión permanente del 22 de junio de 2011. En él se hace una crítica a la ideología que se percibe en el Proyecto, donde se entrevén el criterio de calidad de vida entendida por el bienestar subjetivo en términos utilitaristas y la concepción de la autonomía como mera capacidad de realizar los propios deseos personales. Estas son las objeciones que la declaración hace al proyecto de Ley: 1. El Proyecto pretende dar expresión a un nuevo enfoque legal que supere un enfoque asistencialista y dé paso a otro basado en el reconocimiento de los derechos de la persona en el contexto de las nuevas situaciones creadas por los avances de la medicina. Pero no lo consigue. 2. No logra garantizar, como desea, la dignidad y los derechos de las personas en el proceso del final de su vida temporal, sino que deja puertas abiertas a la legalización de conductas eutanásicas, que lesionarían gravemente los derechos de la persona a que su dignidad y su vida sean respetadas. 3. El erróneo tratamiento del derecho fundamental de libertad religiosa supone un retroceso respecto de la legislación vigente. 4. Ni siquiera se alude al derecho a la objeción de conciencia, que debería reconocerse y garantizarse al personal sanitario. 51 Universidad Pontificia de Salamanca Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida 5. La indefinición y la ambigüedad de los planteamientos lastran el Proyecto en su conjunto, de modo que, de ser aprobado, conduciría a una situación en la que los derechos de la persona en el campo del que se trata estarían peor tutelados que con la legislación actual. Finalmente, el documento añade como apéndice el Testamento Vital, Es un documento donde se expresan las disposiciones previas cuando tenemos pleno conocimiento, libre, consciente y voluntariamente para cuando se den las circunstancias de atención en el futuro, en previsión de que yo no esté en condiciones de poder decidir. Estas deben constar siempre por escrito y nunca podrán ser contrarias ni al ordenamiento jurídico ni a la lex artis. Este testamento resume la doctrina católica. A mi modo de ver, esto es algo bueno pero que la hora de aplicarlo tiene sus limitaciones, en cuanto a que la realidad es mucho más compleja que la teoría desarrollada sobre ellas. 52 Universidad Pontificia de Salamanca Conclusiones CONCLUSIONES Las diferentes problemáticas que se dan al final de la vida siguen siendo objeto de polémica en la sociedad con posturas contrapuestas en las que se cuestionan valores como la dignidad humana, la vida, la sacralidad, y la autonomía personal. Hoy en día la tecnificación de la medicina y el acceso universal y gratuito al sistema de salud en nuestro país hacen del acontecimiento de la muerte una actuación médica en vez de un acto natural, lo cual en muchos casos genera un ambiente de falta de atención. Entonces, ¿cómo debe ser la atención al final de la vida? Pues debería de ser una atención integral y multidisciplinar. Es decir, ayudar a los enfermos a vivir su situación personal en la verdad, con los cuidados y el acompañamiento necesario, para mitigar los síntomas físicos, dar apoyo emocional, psicológico, social y espiritual. ¿Desaparecerían así las peticiones de eutanasia? ¿Conseguiríamos evitar el deseo de morir antes de seguir viviendo la situación que la enfermedad produce? Ciertamente, no podemos hacer conjeturas sobre algo tan complejo de conseguir. No obstante, a pesar de poner en práctica los criterios mencionados, seguramente siempre habrá personas que sientan que su vida no tiene ningún sentido ante un severo deterioro de la calidad de vida. “Por eso es tan importante no sólo ser cautelosos al enjuiciar ciertos actos realizados en momentos de especial vulnerabilidad, en donde la libertad humana esta tan condicionada, sino también tener la suficiente humanidad [...] de ponernos en el lugar del otro, compartiendo su sufrimiento y ser signos de esperanza cuando amenaza tan radicalmente el sinsentido” (3). Aquí radica la exigencia de que los comités de ética de los hospitales ejerzan su función asesorando a los enfermos, a sus familias y a los agentes sanitarios abordar las situaciones complejas desde una perspectiva ética respetuosa en todo momento de la dignidad de la vida humana. 53 Universidad Pontificia de Salamanca Conclusiones Es obligación de toda la sociedad “velar para que las personas puedan realizar plenamente su vida en cualquier situación de dependencia y vulnerabilidad en la que se encuentren” (3). Desde una postura pragmática y utilitarista las prácticas eutanásicas serían más rentables, pero también las más peligrosas ya que atentan contra la vida y la dignidad de la persona. “En el fondo ante situaciones de dolor y sufrimiento, muchas veces ya no vale el cálculo de la técnica, sino sencillamente la puesta en marcha de un principio humano como es la gratuidad, la lógica del amor y la entrega” (3). En cuanto a la cuestión del lenguaje, es muy importante delimitar cada situación, para que este sea el punto de partida de la comunicación en las discusiones sobre el final de la vida. Posiblemente en el presente trabajo no estén recogidas todas las situaciones clínicas o aspectos éticos, lo que se debe a la enorme complejidad de las circunstancias concretas de cada persona. Ahora bien, si ya de por sí, todos los términos generan confusión, aún más lo es el concepto dignidad por ser el más usado y manipulado en todo los debates sobre el final de la vida. Lo que hace fácil su instrumentalización para defender unos u otros principio y derechos. La dignidad traspasa los límites del sufrimiento y del dolor, así como como los equivocaciones cometidas en circunstancias de mayor vulnerabilidad. Es una condición intrínseca a nuestra propia vida Por último hacer referencia al destacado papel que la Iglesia Católica ha tenido en la cultura occidental. De ahí que hayamos dedicado la última parte a intentar exponer la perspectiva que el Magisterio de la Iglesia ofrece sobre los diferentes problemas que surgen al final de la vida. Especialmente poniendo como centro de su preocupación a la persona enferma y darle sentido a situaciones difíciles de entender. Como síntesis, creo oportuno finalizar con un texto del libro Humanizar el proceso de morir. Sobre la ética de la asistencia en el morir, editado por el Consejo Interprovincial de los Hermanos de San Juan de Dios: “Todo enfermo debe ser atendido en su derecho de ser apoyado para asumir de forma responsable, según su realidad y sentido de la vida, el acontecimiento de su propia muerte. Todo el mundo tiene el derecho a morir con dignidad y 54 Universidad Pontificia de Salamanca Conclusiones serenidad, sin tormentos inútiles, empleando todos y únicamente los tratamientos que parecen ser realmente proporcionados. La vida humana, que para el creyente es don de Dios, debe ser respetada desde el comienzo hasta su fin natural” (59). En conclusión, como reza un frontispicio de un edificio: “Un buen morir honra toda una vida”. 55 Universidad Pontificia de Salamanca Bibliografía BIBLIOGRAFÍA 1. Rahner K. Sentido teológico de la muerte Barcelona: Herder; 1965. p. 34. 2. Flecha JR. Bioética. La fuente de la vida. 2ª ed. Salamanca: Sígueme; 2007. p. 347-280. 3. Caamaño JM. La eutanasia. Madrid: San Pablo; 2013. 4. Ruíz Miguel C. Human dignity: History of an idea. En Haberle P, editor. Jahrbuch des Öffentlichen Rechts der Gegenwart: Neue Folge. Tübingen: Mohr Siebeck; 2002. p. 281- 300. 5. Kant I. Fundamentación de la metafísica de las costumbres. 1ª ed. Mardomingo J, (ed). Barcelona: Ariel; 1996. 6. Porras del Corral M. Sobre la dignidad humana y los derechos humanos. En Estudios jurídicos. 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