dilemas éticos al final de la vida - summa

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UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA
FACULTAD DE CIENCIAS DE LA SALUD
Grado en Enfermería
Trabajo Fin de Grado
DILEMAS ÉTICOS AL FINAL DE LA VIDA
Gabriel Gómez García
Directora:
Dra. Elena M. Postigo Solana
Curso Académico 2015-2016
Universidad Pontificia de Salamanca
Dña. Elena M. Postigo Solana, Profesora de Deontología en la Facultad de Ciencias de
la Salud de la Universidad Pontificia de Salamanca.
HAGO CONSTAR:
Que el presente estudio realizado como Trabajo Fin de Grado titulado: Dilemas
éticos al final de la vida ha sido realizado bajo mi dirección, por el estudiante de
enfermería Gabriel Gómez García en la Facultad de Ciencias de la Salud de la
Universidad Pontificia de Salamanca.
Que a mi juicio, el mencionado trabajo reúne los requisitos necesarios, por lo que
otorgo la autorización para que su autor lo pueda presentar y defender; habiendo
elegido la modalidad escrita para la defensa del mismo, y así optar al Título de
Grado por la Universidad Pontificia de Salamanca.
Y para que así conste y obre los efectos oportunos, firmo la presente constancia en
Salamanca a 22 de junio 2016.
Fdo.: Elena Postigo Solana
Universidad Pontificia de Salamanca
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN ............................................................................................... 1
Metodología .................................................................................................... 2
Objetivos ......................................................................................................... 3
1. VALOR DE LA DIGNIDAD HUMANA Y SU RESPETO ............................... 4
1.1 Dignidad como calidad de vida ................................................................. 8
1.2 Dignidad como autonomía ...................................................................... 10
1.3 El respeto a la dignidad ........................................................................... 12
2. ENFERMEDAD, DOLOR Y SUFRIMIENTO EN EL FINAL DE LA VIDA ... 15
3. PRECISIONES TERMINOLÓGICAS ......................................................... 20
3.1 Aspectos éticos ....................................................................................... 21
3.2 Situaciones clínicas ................................................................................. 27
4. VALORACIÓN MÉDICA ANTE EL FINAL DE LA VIDA ............................. 30
5. EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA ANTE EL FINAL DE LA VIDA ............. 37
5.1 Pío XII ..................................................................................................... 38
5.2 El Concilio Vaticano II y Pablo VI ............................................................ 43
5.3 Juan Pablo II ........................................................................................... 43
5.4 Benedicto XVI y Francisco ...................................................................... 48
5.5 Aportación de la Conferencia Episcopal Española.................................. 50
CONCLUSIONES............................................................................................. 53
BIBLIOGRAFÍA ................................................................................................ 56
Universidad Pontificia de Salamanca
Introducción
INTRODUCCIÓN
La cuestión del final de la vida humana representa uno de los ámbitos más
relevantes de la reflexión de la bioética actual debido a que la muerte es un
acontecimiento humano que ineludiblemente nos atañe a todos por igual. Y por
tanto, necesitado de una constante reflexión ética. Así el teólogo Karl Rahner
escribió:
“El término del hombre como persona espiritual que decide libremente su
propia suerte, ha de ser consumación activa desde dentro, situándose
activamente en su perfección o imperfección, dar el postrer testimonio, que
resulta y como resumen en general toda su propia vida. En este caso la muerte
lleva consigo la total posesión de sí mismo por parte de la persona” (1).
Desde distintas concepciones, el ser humano intenta encontrar el sentido último
a la realidad de la muerte. Por ello, la ética debe de aportar su particular visión
sobre la dialéctica del final de la vida. Ante el desenlace de la vida surgen
innumerables problemáticas y numerosas situaciones complejas. El final de la
vida, como su comienzo, es un misterio que acompaña toda nuestra existencia.
Ante ello, nos preguntamos ¿puede el hombre pedir o buscar para sí la
muerte? ¿Cuál debe ser su conducta ante tal desafío?
De los problemas que se derivan del final de la vida uno de los más
controvertidos es el derecho a morir con dignidad. En el fondo, se trata del
enfrentamiento entre la “calidad” y la “cantidad” de vida, entendiendo esta
última como duración de la misma (2).
El dolor y el sufrimiento se viven de formas muy distintas porque detrás de
cada realidad concreta nos encontramos con alguien singular y único. Se trata
de circunstancias, como expresa Caamaño, “en las cuales se vislumbra con
más claridad la vulnerabilidad y la fragilidad humana, la impotencia que
tenemos ante ciertas rupturas de nuestro periplo vital, pero en las que afloran
también más que en ninguna otra ocasión los valores y sentimientos más
importantes que conforman nuestra identidad y la pregunta por el sentido
mismo de nuestra propia existencia” (3). Realmente la muerte es la última de
1
Universidad Pontificia de Salamanca
Introducción
las crisis existenciales a las que se enfrenta la persona, y puede suponer una
ruptura de su propia vida biografía.
El vertiginoso avance que se ha producido en las ciencias biomédicas, ha
supuesto un progreso para la sociedad y para la vida de las personas dando
esperanza donde antes no la había. Y al mismo tiempo ha provocado una
transformación en nuestra forma de entender el sufrimiento y la muerte así
como la propia asistencia sanitaria.
Las ciencias de la salud, y de manera particular la medicina moderna con la
especialización, no pueden caer en peligro de cosificar al hombre tratando solo
enfermedades, sino que debe imperar una visión integral del hombre, que
fomente una atención a la persona en su totalidad.
Metodología
El presente trabajo es una revisión bibliográfica, a nivel conceptual, sobre los
dilemas éticos al final de la vida. Para ello se ha seleccionado bibliografía
actual, realizando
una
estrategia de búsqueda en bases de datos
especializadas en Ciencias de la Salud como PubMed, Scielo y otras como
Dialnet. Pero se ha acreditado también otra bibliografía que a pesar de no estar
en la horquilla de actualización requerida en muchos casos para Ciencias de la
Salud, sí que se ha considerado de interés porque abordamos términos
conceptuales que han sufrido una evolución a lo largo de la historia, haciendo
para ello una revisión del catálogo de la Biblioteca de la Universidad Pontificia
de Salamanca.
El trabajo está estructurado en cinco capítulos. En la primera parte abordamos
el concepto de dignidad, haciendo al principio una pequeña reseña de la
evolución de su significado y desarrollando posteriormente sus diversas
connotaciones y dimensiones; algo que ha complicado tanto su uso como su
aplicación ante determinadas circunstancias.
En segundo lugar, tratamos desde la antropología, la enfermedad, el dolor y
sufrimiento, circunstancias que vertebran de una manera más significativa el
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Universidad Pontificia de Salamanca
Introducción
final de la vida. A la hora de elaborar este epígrafe he tenido en cuenta no solo
los datos y teorías recogidas por las diferentes obras publicadas, sino también
he intentado aportar mi experiencia al compartir situaciones concretas con
personas y familias que durante mis prácticas en la Unidad de Cuidados
Paliativos del Hospital Los Montalvos de Salamanca pude vivir.
En tercer lugar, pretendemos clarificar los conceptos entorno a la atención
asistencial al final de la vida para ello hemos seguido la terminología de
Declaración de “Atención Médica al final de la vida: conceptos y definiciones”,
elaborada por Organización Médica Colegial (OMC) y la Sociedad Española de
Cuidados Paliativos (SECPAL).
En cuarto lugar, realizamos una valoración médica sobre la eutanasia
recogiendo principalmente las aportaciones de los Códigos Deontológicos. Y
finalmente, abordamos el tema desde la perspectiva del Magisterio de la
Iglesia, que considero de relevancia por la aportación que ha hecho a la
sociedad, por las raíces cristianas de nuestra cultura, y por la Universidad en
que he cursado mis estudios y defiendo mi Trabajo de Fin de Grado. El
horizonte teológico amplía la mirada, se integra con la ciencia y la razón.
Objetivos
El objetivo principal del trabajo es ayudar a la reflexión ética y a la toma
decisiones en la etapa final de la vida.
En cuanto a los objetivos específicos desarrollaremos los siguientes:
 Profundizar en el valor de la dignidad humana.
 Analizar la importancia de la dimensión antropológica en el proceso de
morir.
 Clarificar los diferentes aspectos éticos y situaciones clínicas al final de
la vida.
 Valorar la actuación médica en la fase final de la existencia.
 Recordar las aportaciones del Magisterio de la Iglesia en torno al final de
la vida.
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Valor de la dignidad humana y su respeto
1. VALOR DE LA DIGNIDAD HUMANA Y SU RESPETO
El término dignidad es uno de los más difíciles de definir desde el punto de
vista filosófico. A lo largo de la historia ha tenido diferentes significados en las
que confluyen tradiciones culturales, religiosas y seculares. En la época
romana, la palabra dignidad tenía varías connotaciones, una moral y otra
sociopolítica. En sentido moral hacía referencia al valor personal, al mérito, a la
virtud, a la lealtad. La segunda acepción, sociopolítica, alude al status social de
la persona. Entendida así, la dignidad es adquirida por la manera de
comportarse una persona con relación a su condición social. Por tanto el
hombre se hace digno y no todas las personas son iguales en dignidad (4).
En el Cristianismo, nos situamos en un horizonte personalista que se basa en
dos aspectos fundamentales: la sacralidad de la vida humana y la iconicidad
divina. La dignidad es entendida como valor intrínseco del ser humano por
haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, fundamento último de toda
dignidad.
Desde el Renacimiento, la dignidad se ha considerado como la supremacía del
hombre sobre los demás seres vivos, esta supremacía brota de la capacidad
de conferir a la propia vida un sentido trascendente. El sentido moderno de
dignidad se le atribuye a Kant (5) quien definió la dignidad como el valor
intrínseco de todo ser humano. La dignidad humana es algo inherente a la
propia naturaleza humana que le caracteriza y al mismo tiempo le distingue de
del resto de seres vivos. Así se ha considerado a lo largo de la historia y se ha
ido asumiendo en las diferentes concepciones filosóficas, éticas y religiosas (6).
Considero oportuno analizar pormenorizadamente esta definición, porque de
ella brota el respeto a la persona (7).
El término valor viene etimológicamente del vocablo griego axios que significa
axioma o principio primero. Se trataría por tanto de un principio indemostrable o
un fundamento insoslayable y por ello constituye el fundamento de toda
demostración. Por lo cual, aunque alguien cuestione o no reconozca la
dignidad de ser persona, ella está ahí, es algo que en sí mismo es evidente.
4
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Valor de la dignidad humana y su respeto
Decía Kant que la vida humana tiene un valor y no un precio; de manera que
en aquellas circunstancias en las que esté en entredicho la dignidad y se
establezca un conflicto con otros valores, la dignidad está por encima de
cualquier otro.
Kant afirma que la vida humana tiene un valor inconmensurable, es decir, no se
puede medir. A ese valor lo llamamos dignidad, y es por esa razón por la que
no se puede comercializar con ella, no podemos comprar ni vender vidas
humanas u órganos o gametos del ser humano.
En segundo lugar, la dignidad es un valor intangible, quiere decir, que no
vemos el valor de la vida humana, vemos a las personas. Pero podríamos
objetar que el valor es subjetivo, que depende del valor que yo les dé a las
personas. Puede ser que yo le dé más valor a una persona recta, buena y
altruista que a un criminal.
Ahora bien, Kant introdujo una distinción entre la dignidad ontológica y la
dignidad moral. Aquí nos estamos refiriendo a la dignidad ontológica, es decir,
la que le corresponde a nuestro ser, la propia de cada ser humano,
independientemente de cualquier condicionante como la condición física, la
edad, la raza, la calidad de vida, la enfermedad, las acciones etc. Se trataría de
despojar la vida humana de todo y dejarla en lo esencial. A ese valor es a lo
que llamamos dignidad ontológica. Este es, por ende, el fundamento de la
igualdad entre todos los hombres, es decir, todos tenemos la misma dignidad.
Dicho de otra manera, todas las vidas tienen el mismo valor ontológico, en
cuanto ser humano, porque pertenecemos a la misma especie. Por ello, no hay
superioridad de raza, sexo, religión, condición social o de cualquier otra índole,
somos seres humanos y cada uno de nosotros es uno de nosotros.
De una manera más concisa, Eudaldo Forment apuntó ante el Senado, en la
Comisión sobre el estudio de la eutanasia, la diferencia existente entre la
dignidad personal y la dignidad moral, y lo inoportuno de hacer depender ésta
de aquella. De hecho, hacerlo impediría la igualdad entre las personas y
debilitaría el sustento de los derechos fundamentales de la persona.
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Universidad Pontificia de Salamanca
Valor de la dignidad humana y su respeto
En palabras de Forment:
“Hay una grave confusión entre la dignidad de la vida y la dignidad de la
persona. La dignidad del hombre no está en el modo de vivir, sino en su ser
personal. La persona tiene siempre la misma dignidad desde su inicio hasta su
fin, esté en las condiciones que esté, de salud, de enfermedad, de riqueza, de
raza, de pensamiento. La dignidad personal no se fundamenta nunca en
aspectos biológicos, éticos o de otro tipo. [...] Desde una metafísica del ser,
desde una metafísica de lo más profundo de la realidad, del último sentido de
las cosas, la persona, a diferencia de todo lo demás, expresa directamente este
núcleo esencial, este acto que explica racionalmente la realidad, por cierto,
misterioso, y que este ser propio de cada persona es el que le da su carácter
permanente. Siempre se es persona actual, nunca se es persona en potencia,
siempre en acto, además siempre se es persona en el mismo grado” (8).
El Catedrático de Metafísica también señaló que si ponemos otra cualidad
esencial en el constitutivo formal de la persona, ésta no lo sería en el mismo
grado siempre, lo cual entra en contradicción con el concepto que tenemos de
persona. En sus palabras:
“Si colocáramos el constitutivo formal de la persona en alguna propiedad
esencial, por ejemplo, la salud, el hombre no sería siempre persona, porque
cambia y no siempre tenemos salud. Además, habría categorías de personas:
desde las que tienen más salud hasta las que tienen menos salud. La dignidad
personal, esta realidad misteriosa, se encuentra en todos los hombres. Un
enfermo, un moribundo, es tan persona como alguien que esté sano. Por esta
realidad personal todos los hombres son iguales entre sí en cuanto personas;
en cuanto naturalezas, en cuanto propiedades, son diferentes: unos tienen más
inteligencia, otros menos, otros son más altos o más bajos, pero en cuanto
personas los hombres somos absolutamente iguales” (8).
Otra característica de esta dignidad ontológica es que es intrínseca. Es lo que
es propio a ese ser, es decir, que no lo recibe de nadie, no es otorgada por
nadie. Aunque no nos la reconociera nunca nadie la tendríamos, porque el
valor de ser persona lo tenemos todos por igual.
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Universidad Pontificia de Salamanca
Valor de la dignidad humana y su respeto
La dignidad ontológica es también inviolable, al ser un valor intangible, que
trasciende lo meramente material. Puede ser que nos falten al respeto, o
torturen, o violen o incluso, nos maten y efectivamente estarían conculcando
ese valor fundamental, pero quien erra en ese caso es el que lo hace. La
dignidad de ese ser esta ahí siempre, es decir, el valor de la dignidad
permanece.
Como decíamos anteriormente Kant hace una distinción, y ahora abordaremos
el segundo tipo de dignidad, la dignidad moral. ¿Qué es la dignidad moral y en
qué se distingue de la ontológica?
El termino dignidad, es un concepto análogo. Porque se habla de él tanto en la
dignidad ontológica como en la dignidad moral, haciendo referencia a un
significado común, a un valor. Pero difiere en cada uno de los sentidos de ese
concepto análogo de dignidad, en el aspecto que consideramos.
Y en la dignidad moral valoramos las acciones del hombre, no tanto su ser
cuanto su obrar. Dice Kant que es aquella que adquiere o pierde el ser humano
en virtud de sus obras, de sus acciones, si estas son conformes o no a lo que
significa ser hombre ontológicamente. Cuando mis acciones son altruistas,
honestas y rectas, me estoy comportando dignamente desde el punto de vista
moral, además de tener un valor intrínseco como persona. Aquí se da una
concordancia entre el ámbito del ser con nuestras acciones. Ahora bien, si
pensamos en un asesino, que realiza acciones que están por debajo del umbral
de lo que significa ser hombre, claramente estamos ante un nombre inmoral,
indigno desde el punto de vista de la acción. Esta dignidad, por tanto, sí que va
a variar a diferencia de la ontológica porque depende de las acciones que haga
el hombre.
Esta distinción que introduce Kant tiene su sentido. De hecho aunque una
persona se comporte indignamente e inmoralmente, habría que hacer lo
posible para que esa persona volviera a un comportamiento humano. Para que
reconociera no solo su valor como persona, sino el valor de la vida del otro. Por
eso, toda vida humana tiene un valor, y todo hombre tiene derecho a vivir. Si
negamos el derecho a vivir a algunos, estamos ya vulnerando sus derechos
7
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Valor de la dignidad humana y su respeto
fundamentales, uno de ellos que es primordial, el que suscribe todos los
demás.
1.1 Dignidad como calidad de vida
Además de lo expuesto, creo que es conveniente explicar aquí otra acepción
respecto al concepto de dignidad. Hay otro modo de comprender la dignidad
más común en el lenguaje biosanitario, que es la dignidad entendida como
calidad de vida.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), define calidad de vida como la
“percepción del individuo de su posición en la vida en el contexto de la cultura y
sistema de valores en los que vive y en relación con sus objetivos,
expectativas, estándares y preocupaciones”. Es un término amplio que incluye
la salud física, el equilibrio psicológico, la satisfacción emocional, la capacidad
de desarrollar vida social así como la relación con el entorno. Y al mismo
tiempo es un concepto ambiguo al no estar determinados los parámetros que la
delimitan.
De hecho, añadir al valor “vida” a la palabra “calidad”, hace que implícitamente
se esté afirmando que existen vidas de diferente calidad. Quienes defienden
esta postura disponen que sólo la vida humana con unas condiciones mínimas
de calidad es digna de protección (9).
Parece casi inmediato el salto que se hace entre quien no ha tenido calidad de
vida y esa vida ya no tiene dignidad. Personalmente creo, que es un salto
indebido porque una vida es digna independientemente de la calidad de vida
que tenga. Sino qué sentido tendría decir vamos a ayudar recuperar la calidad
de vida de una persona sino reconociéramos un valor subyacente a esa calidad
de vida. Es decir, subrepticiamente quien admite que la dignidad es igual a la
calidad de vida, está admitiendo sin explicitarlo que esa vida tiene un valor
previo, no sabe cómo definirlo, pero en el fondo es el valor de todas vida
humana al que llamamos dignidad y que reconocemos en los derechos
humanos. No olvidemos, por tanto, que esa calidad de vida es una forma de
8
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Valor de la dignidad humana y su respeto
vida deseable pero que tiene un sustrato previo que es el valor de la propia
existencia, independientemente de la calidad de vida. Es decir, porque una
persona tenga una calidad de vida deteriorada no pierde su dignidad
ontológica.
En palabras del profesor Forment:
“Se puede decir que el derecho a la vida que deriva de la dignidad de la
persona es un derecho que tiene todo hombre por ser persona o, si quieren
ustedes, en un lenguaje menos metafísico, por pertenecer a la especie
humana. La enfermedad no afecta a este derecho, no se puede hacer
depender el derecho a la vida a la calidad de ésta, a una mala calidad de vida.
El dolor y la muerte no sirven para medir la dignidad humana, no son controles
de calidad. La vida humana es siempre vida personal y goza de la dignidad de
la persona. Esto es un convencimiento básico de la humanidad, que ha ido
progresando moral y jurídicamente en todos los hombres y en todas las
naciones y, por supuesto, afirmado y protegido por todas las sociedades” (8).
Por tanto podemos establecer dos niveles, uno es el valor de lo que somos y
otro el valor de la calidad de vida que tenemos. Justamente porque lo que
somos tiene valor, lo deseable es que sea bueno, y por tanto debemos
promover y procurar los bienes que lo protegen. Pero no podemos decir que
cuando se pierde la calidad de vida se pierde todo valor, sino que precisamente
estamos cumplidos a intentar poner los medios necesarios para devolver a la
persona la calidad de vida.
En este sentido, podemos ver dos posiciones en torno a la dignidad muy
divergentes. Gonzalo Herranz las ha descrito de la siguiente forma:
La primera posición, quienes defienden la vida humana en toda circunstancia:
“proclama la dignidad intangible de toda vida humana, incluso en el trance del
morir: todas las vidas humanas, en toda su duración, desde la concepción a la
muerte natural, están dotadas de una dignidad intrínseca, objetiva, poseída por
igual por todos: esa dignidad rodea de un aura de nobleza y sacralidad
inamisibles todos los momentos de la vida del hombre” (10).
9
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Valor de la dignidad humana y su respeto
La segunda posición se enmarca dentro del contexto proeutanásico:
“La otra afirma que la vida humana es un bien precioso, dotado de una
dignidad excelente, que se reparte en medida desigual entre los seres
humanos, y que, en cada individuo, sufre fluctuaciones con el transcurso del
tiempo, hasta el punto de que puede extinguirse y desaparecer: la dignidad
consiste en calidad de vida, en fundada aspiración a la excelencia. Cuando la
calidad decae por debajo de un nivel crítico, la vida pierde su dignidad y deja
de ser un bien altamente estimable. Sin dignidad, la vida del hombre deja de
ser verdaderamente humana y se hace dispensable: esa vida ya no es vida.
Entonces, anticipar la muerte es la solución apetecible cuando la vida pierde su
dignidad” (10).
1.2 Dignidad como autonomía
Otro significado derivado del concepto de dignidad, es la dignidad entendida
como autonomía.
¿Qué entendemos por autonomía?
Por autonomía
entendemos la libertad, la independencia. El término autonomía viene
etimológicamente del griego autos (a sí mismo) y nomos (ley), que quiere decir
darse a sí mismo su norma de acción, dicho de otro modo, ser capaz de decidir
por uno mismo sin ninguna coacción externa o manipulación.
Hoy en día, en gran parte de la sociedad y sobre todo en el ámbito sanitario,
donde la dignidad se entiende como autonomía o capacidad de pensar y de
decidir libremente, ha adquirido una gran incidencia. Precisamente porque en
este ámbito asistencial las decisiones se refieren a “los tratamientos y cuidados
médicos y, en el mismo sentido, la elección en el proceso de morir” (11). Esta
autonomía de las personas se ha convertido en el fundamento de todas
aquellas elecciones que tienen que ver con la vida y con la muerte, siendo el
punto de partida en torno al cual se plantea la legitimidad moral de los
diferentes problemáticas (eutanasia, suicidio asistido, limitación del esfuerzo
terapéutico etc.) que subyacen al final de la vida. En esa línea Albert R. Jonsen
(12) afirma que la libertad se ha convertido en el epicentro de los problemas
éticos. Esta compresión de la autonomía moral como la capacidad de decidir
10
Universidad Pontificia de Salamanca
Valor de la dignidad humana y su respeto
libremente se emancipa e incluso suplanta a la autonomía entendida como
capacidad constitutiva de la condición humana. Por ello la auténtica autonomía
no debe perder de vista tanto los componentes propios de la identidad de la
persona como su apertura hacia las necesidades de los demás (3).
Como compendio de esta evolución, es interesante recoger el texto de
Federico de Montalvo:
“La aparición de la autonomía de la voluntad del paciente en el mundo sanitario
ha sido gradual y, en este sentido, se establece la siguiente evolución del
consentimiento en la relación médico-paciente: inicialmente, se parte de lo que
se pudiera denominar “consentimiento implícito”. El médico puede estimar que
hay consentimiento al tratamiento por el hecho de que el paciente acuda a él.
No es necesario que el médico obtenga del paciente ningún consentimiento
verbal o escrito (...).
Con posterioridad, se evoluciona hacia lo que se denomina “consentimiento
racional”. El paciente tiene derecho a recibir información y a decidir sobre el
tratamiento, siempre que lo haga de manera racional. El término racional se
identifica con la protección del derecho a la salud, por lo que si el paciente no
actúa de forma tal que proteja su derecho a la salud, el médico debe decidir por
él.
Finalmente, se alcanza la idea de consentimiento informado en su formulación
actual, en el sentido de que el paciente debe recibir toda la información
disponible y actuar conforme a su criterio personal” (11).
La autonomía de la voluntad se ha equiparado a que lo determinante es la libre
decisión de cada persona conforme a su propio criterio. Tal es así, que incluso
el Comité consultivo de bioética de Cataluña define el principio de autonomía
como “la capacidad para escoger libremente, entre diferentes opciones, la
forma en que queremos vivir. El ejercicio de esta autonomía, que da un sentido
único y genuino a nuestra vida, incluye la forma en que queremos que sea el
final. Por tanto, cuando se niega la posibilidad de decidir sobre el final de
nuestra vida, se priva de autonomía” (13). En este sentido entiende ahora que
el eje fundamental de la relación profesional sanitario-paciente está basado en
11
Universidad Pontificia de Salamanca
Valor de la dignidad humana y su respeto
la autonomía, en la soberanía que tiene cada individuo sobre su cuerpo y sobre
su salud.
Ciertamente hay que admitir que este reconocimiento de la autonomía ha
supuesto un avance en el respeto a la dignidad de las personas y sus
principios, pero no puede ser menoscabo de otros valores como es su
intrínseca alteridad, su necesidad del cuidado de otros tan acuciante en la
etapa final de la vida.
Ahora bien, una persona que pierda o vea disminuida esa autonomía, no por
ello su vida pierde valor, su dignidad ontológica o intrínseca. De nuevo,
podemos decir que tanto la calidad de vida como la autonomía son cualidades
cambiantes que acompañan al valor intrínseco del ser humano. Estas
propiedades son tangibles y visibles, y lo deseable es que el sujeto tenga
calidad de vida y autonomía. Pero incluso en el caso extremo de que no se
pueda recuperar estas dos realidades, habiendo puesto los medios para que
esa persona las recupere y no sea posible, su vida sigue teniendo el mismo
valor.
1.3 El respeto a la dignidad
El respeto a la persona es la base de la ética. Este respeto brota del
reconocimiento previo de la persona. Por tanto decir que una persona tiene
dignidad, es afirmar, en definitiva, que su vida tiene un valor y merece una
consideración. Del reconocimiento de esa dignidad, de ser persona, nace el
respeto.
Aunque esto pareciera como algo muy abstracto, sin embargo nuestra
concepción de persona tiene una repercusión en nuestro modo de actuar. Por
tanto no debe quedarse en el terreno de las ideas, sino que tiene que haber
una convicción personal, individual y profunda, de que yo me porto bien con los
demás porque los otros merecen un respeto. Si cumplimos las normas por las
normas, no tendría mucho sentido, esto sería lo que llamamos un normativismo
12
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Valor de la dignidad humana y su respeto
o deontologismo, es hacer las cosas porque las manda alguien. Las normas
deontológicas tienen la función de tutelar el respeto hacia las personas.
Este respeto se manifiesta en nuestras actitudes y actuaciones, y de forma
concreta en la enfermería en el cuidado. A tenor de esto podemos hablar aquí
de dos manifestaciones acerca del reconocimiento de la dignidad, que se
concretan en la vida diaria de nuestra profesión.
Una es el reconocimiento de la vulnerabilidad de las personas, es decir, la
capacidad que tenemos de sufrir de padecer. Todo ser orgánico, físico
temporal que nace se desarrolla y muere es vulnerable. Y somos vulnerables
en el plano físico, como ocurre con las enfermedades o agresiones físicas, pero
también somos vulnerables en el plano psíquico y moral. Pensemos en las
personas más frágiles e indefensas de nuestro entorno donde la persona, como
sujeto con dignidad, se expresa con mayor singularidad. Precisamente, en los
momentos de vulnerabilidad puede descubrirse mayor humanidad que en los
momentos de perfección suprema. Parece paradójico que el hombre muchas
veces descubra lo que verdaderamente tiene valor como humano cuando está
sufriendo. La vulnerabilidad es una condición del ser humano. Aunque hay
quien niega esta condición mortal y finita.
Existe una teoría que se llama el transhumanismo, que se desarrolla en el
ámbito anglosajón, que sostiene que tenemos el deber moral de mejorar a la
especie humana, para eliminar de ella aspectos como el sufrimiento, el dolor e
incluso la mortalidad. Están hablando ya, de un inmortalismo, de una
mortalidad indefinida y de la criogenización, es decir, de no morir nunca y de
llegar en un futuro a resucitar a las personas. A día de hoy esta teoría no es
factible (14).
Como consecuencia de la vulnerabilidad, necesitamos del cuidado. En el fondo,
el sentido de la ética de los profesiones que tienen que ver con el homo dolens,
el hombre que sufre, es mucho más pleno cuando realmente se hace buscando
el bien de la persona, el cuidado de la persona. Francesc Torralba (15), habla
de la categoría del cuidado, que debe acompañar a la de la ética, es decir, el
respeto acompañado del cuidado. El cuidado es algo que necesitamos todos
13
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Valor de la dignidad humana y su respeto
desde que existimos hasta el último de nuestros días. De manera particular, las
profesiones sanitarias no son solamente para curar sino también para cuidar.
No basta, por tanto, con hacer las cosas bien sino que tienen que ir
acompañadas de una dimensión humana que perfeccione esa acción.
14
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Enfermedad, dolor y sufrimiento en el final de la vida
2. ENFERMEDAD, DOLOR Y SUFRIMIENTO EN EL FINAL DE LA
VIDA
Partimos del concento de salud que la OMS en 1946 propuso donde se
presupone el bienestar como un requerimiento implícito en la persona “La salud
es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la
ausencia de afecciones o enfermedades” (16). La exigencia de completo
bienestar que esta definición plantea refleja más bien un ideal de vida que una
situación rigurosa de enfermedad ocasionada por una alteración del organismo.
Desde este enfoque, podríamos decir que, al menos en cierto sentido, todos
estamos de alguna manera enfermos.
No podemos comprender el contenido del concepto de salud sin tener en
cuenta los elementos objetivos, subjetivos, sociales y culturales, porque no es
lo mismo la salud de un niño que de un anciano, como tampoco es igual la
salud de un europeo que la de un africano. En nuestra sociedad se identifica el
estar bien con bienestar, identificando cualquier situación pasajera de agobio,
de irritación, de desagrado, como una pérdida de salud. Por ello la salud no es
algo estático, sino dinámico (17).
Con ocasión del congreso Internacional sobre Promoción de la Salud en
Ottawa (1986), la OMS reafirmo y preciso su definición de salud diciendo que
“para alcanzar un estado de completo bienestar físico, mental y social, un
individuo o un grupo debe ser capaz de identificar y realizar sus ambiciones, de
satisfacer sus necesidades y de cambiar el ambiente o adaptarse a él” (18).
La enfermedad, el sufrimiento y el dolor son realidades de la condición humana
consustanciales a nuestra condición finita y contingente. Luego tenemos que
aprender a convivir con ellas y a saberlas afrontar contribuyendo en ello la
práctica asistencial. Ciertamente no es nada fácil a bordar estas situaciones
atravesadas por la vulnerabilidad y la fragilidad humana en las que muchas
personas se encuentran al final de su vida, y donde la realidad parece
confrontarse con el ideal de la teoría. Por ello afirma José Manuel Caamaño
“que es tan importante no sólo ser cautelosos al enjuiciar ciertos actos
15
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Enfermedad, dolor y sufrimiento en el final de la vida
realizados en momentos de especial vulnerabilidad en donde la libertad
humana está tan condicionada, sino también tener la suficiente humanidad de
realizar el esfuerzo de ponerse en el lugar del otro, compartir su sufrimiento y
ser signos de esperanza cuando amenaza tan radicalmente el sinsentido” (3).
Los avances científicos, técnicos y médicos producidos en el último siglo, sobre
todo en el campo del diagnóstico (9) y de las posibilidades terapéuticas de
ciertas enfermedades que hasta hace no poco no tenían ninguna curación, han
contribuido a prolongar la esperanza de vida en el mundo desarrollado. Sin
embargo, a pesar de todo ello, seguimos siendo seres limitados, es decir,
somos mortales.
El documento que elaboró un grupo de expertos internacionales dirigido por
Daniel Callahan del Hastings Center, de Nueva York, para aclarar cuáles
debían ser los fines de la Medicina en la era tecnológica afirmaba que:
“Si a los avances en el terreno de la biomedicina se les suman aquellos
cambios más amplios experimentados en muchas partes del mundo a partir de
las mejoras en el estado de la alimentación, el agua potable, la vivienda y la
seguridad, tenemos como resultado una profunda transformación en la vida de
los seres humanos. Esta transformación ha cambiado nuestra forma de pensar
sobre las antiguas amenazas de la enfermedad y la muerte. También ha
cambiado, y no en menor grado, la manera en que las sociedades organizan la
prestación de asistencia sanitaria” (19).
Sin embargo, a pesar de estos grandes avances siguen surgiendo nuevas
patologías, y muchos de los esfuerzos por paliar o erradicar enfermedades ya
existentes han sido en vano. El mismo informe, al mencionar como fines de la
medicina la prevención de enfermedades y la promoción y la conservación de
la salud, nos recordaba que “la muerte sólo se puede posponer, no evitar; y
segundo, que la enfermedad en general no se puede conquistar; sólo se
pueden superar algunas enfermedades, que a su vez se verán sustituidas por
otras enfermedades en el transcurso de la vida de las personas”.
Tanto la salud como la enfermedad son dos realidades que afectan de una
manera muy profunda a todo ser humano repercutiendo y entrelazándose todas
16
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Enfermedad, dolor y sufrimiento en el final de la vida
sus dimensiones. Esta visión personalista la describe Caamaño diciendo que
“el ser humano es una estructura pluridimensional de manera que las
afecciones de una parte tienen repercusión más o menos perceptible en todas
las dimensiones, somática, psíquica, social y espiritual. En este sentido la
enfermedad […] supone una ruptura de la propia identidad narrativa del sujeto,
una crisis de su periplo vital que puede adquirir formas en cada caso muy
particulares” (3).
Con ello se refleja bien la magnitud de la enfermedad y de las consecuencias
que de ella se derivan para quien la padece y también para el entorno del
enfermo, especialmente los familiares. Ante esta experiencia de transformación
o de crisis, que supone la enfermedad, afloran sentimientos como la
incertidumbre, el miedo, la desesperación y la ansiedad que condicionan toda
la realidad existencial de la persona.
En relación al fin de aliviar el dolor y el sufrimiento el informe dirigido por
Callahan señala que “la mayoría de la gente recurre a la medicina para el alivio
del dolor y el sufrimiento. Sufren algún tipo de dolor en el cuerpo y buscan
ayuda, o tienen problemas psicológicos y desean aliviarlos; con frecuencia el
dolor y el sufrimiento se sienten en conjunción. Sin embargo, el dolor y el
sufrimiento, si bien con frecuencia se conjugan en un mismo paciente, no son
necesariamente la misma cosa” (19) porque un dolor puede provocar o no
sufrimiento y viceversa, dado que no tienen que darse al mismo tiempo, ni de la
misma manera. Ahora bien, conviene distinguir entre las situaciones de dolor y
de sufrimiento, entendiendo por dolor un síntoma o “aflicción física” y el
sufrimiento hace referencia más bien a una alteración del estado de ánimo que
suele ir acompañado de sentimientos de miedo, agobio o ansiedad y que afecta
a toda la persona.
El dolor y sufrimiento son experiencias que en mayor o menor grado, forman
parte de la vida de todo ser humano y que en un momento u otro, al final todos
claudicamos ante ellas. Sin embargo tienen un componente subjetivo, ya que
estas realidades son vividas de diferente forma por las personas, pues
dependen de las vivencias pasadas, de las emociones y sentimientos, que nos
afectan de manera singular a cada uno y por consiguiente sus consecuencias
17
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Enfermedad, dolor y sufrimiento en el final de la vida
también cambian (20). Esto nos hace tomar conciencia que detrás de toda
enfermedad están los enfermos, lo que dificulta la posibilidad de proponer
soluciones generales asumibles por todos.
Si ya de por sí resulta complejo desvincular el dolor del sufrimiento en las
personas que se enfrentan a una enfermedad, más difícil es en el contexto de
los pacientes que se encuentran en fase terminal. Hoy en día el dolor es
controlable entre un 80 y un 90 % (21), por tanto queda bastante desacreditado
el argumento de aquellos que defienden la eutanasia por compasión para
eliminar todo dolor. Lo que sí podemos afirmar por experiencia clínica es que
en la medida en que la intensidad dolor es controlada, ello contribuirá a que el
enfermo pueda estar en mejores condiciones para afrontar la fase final de su
vida (22).
Más problemático todavía es tratar el sufrimiento. Miguel de Unamuno llego a
decir que “quien no hubiese nunca sufrido, poco o mucho, no tendría
conciencia de sí” (23). Es sufrimiento, como dijimos más arriba, es una realidad
de nuestra naturaleza humana, no sólo en los momentos de enfermedad
propiamente dichos, sino en cualquier otra circunstancia de la vida donde se de
algún
tipo
de
carencia,
tanto
físicas,
como
afectivas,
psíquicas,
socioeconómicas o espirituales (3). San Juan Pablo II, en la carta apostólica
Salvifici Doloris, sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano, en su
número 4 decía que “el hombre, en su sufrimiento, es un misterio intangible”
(24). En el mismo número de la carta dice que el sufrimiento suscita
compasión, respeto, y a su manera atemoriza, porqué en él está contenida la
grandeza y la fragilidad de nuestra propia naturaleza. El sufrimiento humano es
pluridimensional y por tanto es más complejo que la propia enfermedad.
Cuando hoy miramos la realidad de las personas que se encuentran en la
etapa final de su vida, observamos que muchas de ellas están vertebradas por
un intenso sufrimiento que lleva implícito algo que les da miedo. El teólogo
luterano Paul Tillich decía que “el sufrimiento puede mostrar los límites y las
potencialidades de un ser vivo. Que esto suceda o que no suceda depende
ciertamente del carácter objetivo del sufrimiento, pero depende asimismo del
modo como lo soporte el sujeto doliente” (25). En este sentido, las reacciones
18
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Enfermedad, dolor y sufrimiento en el final de la vida
de las personas ante el sufrimiento es muy diversa, unos se protegen negando
la realidad desde la resignación o la desolación, y otros intentan enfrentarse
ante la adversidad buscando un sentido compartido a las situaciones que nos
toca encarar. Aquí juegan un papel determinante las creencias y convicciones
que configuran nuestra vida para sobrellevar las difíciles situaciones del final de
la vida, porque nos recuerda aquello que somos, seres vulnerables y frágiles, la
necesidad que tenemos de los demás, y la fortaleza del amor para superar el
sufrimiento y la desolación.
19
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Precisiones Terminológicas
3. PRECISIONES TERMINOLÓGICAS
La sociedad española ha cambiado mucho en los últimos años. Uno de los
rasgos que mejor define nuestra cultura y que más índice en la mentalidad y
modo de vida actual es el cambio constante. El sociólogo Zygmunt Bauman
acuñó la idea de la “sociedad liquida”, que expresa que todo en nuestro mundo
cambia y fluye de forma acelerada: las ideas y valores, las relaciones, las
instituciones. etc.
Esta permanente trasformación en la que nos vemos inmersos, da lugar a una
mentalidad relativista en el pensamiento y en los criterios morales que parece
no admitir criterios de comportamiento más perdurables. Esta realidad también
ha afectado al campo de la bioética, en gran medida, por la tergiversación del
lenguaje y el uso de términos equívocos, que han provocado una mayor
confusión entre los profesionales sanitarios, la opinión pública y los medios de
comunicación. En ocasiones, esta distorsión de las palabras se ha utilizado
según el interés en favor o en contra de una determinada postura (26).
En el tema que nos ocupa, es importante que a la hora de tomar decisiones, los
profesionales sanitarios tengamos la adecuada información y comprensión
sobre la situación que pretendemos abordar.
La ambigüedad de los términos ha propiciado que a las palabras se le
atribuyan significados completamente opuestos, con lo que los criterios que
permiten hacer juicios éticos y jurídicos sean distintos y, con frecuencia,
contrapuestos. Esta incertidumbre se hace más notoria si cabe en situaciones
límite que suelen tener gran alcance mediático.
Por lo tanto, es importante hacer un intento colectivo por aclarar, precisar y
unificar los términos con el fin de evitar la manipulación y el abuso de las
palabras y establecer una terminología común. Esta clarificación de lo que se
quiere expresar “es un requisito imprescindible para garantizar procesos de
deliberación moral cuyo resultado tenga sentido para los participantes en él y
para los afectados por él” (27). Por eso, en un mundo globalizado y
20
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Precisiones Terminológicas
multicultural como el nuestro se hace cada vez más apremiante y necesario un
consenso de mínimo metodológico.
Es por ello que el Grupo de Trabajo de Atención Médica al Final de la Vida de
la Organización Médica Colegial (OMC) y la Sociedad Española de Cuidados
Paliativos (SECPAL) han elaborado la Declaración “Atención Médica al final de
la vida: conceptos y definiciones”, del año 2015 (28).
Este documento esta subdividido en dos apartados, en uno se aborda los
conceptos relacionados con los aspectos éticos y en el otro los que hacen
referencia a situaciones clínicas. A continuación expondré los términos
recogidos
en
dicha
declaración
añadiendo
algunas
matizaciones
en
determinados casos.
3.1 Aspectos éticos
 Morir con dignidad: “Supone vivir dignamente hasta el último momento.
Ello requiere la consideración del enfermo como ser humano hasta el
momento de la muerte, el respeto a sus creencias y valores, así como su
participación en la toma de decisiones mediante una relación cercana y
sincera con el equipo asistencial” (28).
 Cuidados paliativos, “Buena práctica” médica al final de la
vida: “Proporcionan una atención integral a los pacientes cuya
enfermedad no responde a tratamiento curativo y donde es primordial el
control de síntomas, especialmente del dolor, así como el abordaje de
los problemas psicológicos, sociales y espirituales. Tienen un enfoque
interdisciplinario e incluyen al paciente, la familia y su entorno, ya sea en
casa o en el hospital. La buena práctica médica supone la aplicación de
medidas terapéuticas proporcionadas, evitando tanto la obstinación
como el abandono, el alargamiento innecesario o el acortamiento
deliberado de la vida” (28).
21
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Precisiones Terminológicas
La Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa en 1999, instó a los
Estados miembros a respetar y proteger la dignidad de los pacientes en
situación terminal con el derecho a un acceso equitativo a los cuidados
paliativos (29).
En esta clave, se encuentra la filosofía de los cuidados paliativos que defiende
la dignidad del enfermo terminal como un valor independiente de la calidad la
vida y entienden la muerte como un proceso natural. Tienen como finalidad
asegurar la mejor calidad de vida posible hasta el final.
 Adecuación del esfuerzo terapéutico: “Consiste en retirar, ajustar o no
instaurar un tratamiento cuando el pronóstico limitado así lo aconseje.
Es la adaptación de los tratamientos a la situación clínica del paciente.
El término “limitación del esfuerzo terapéutico” debe evitarse, ya que no
se trata de ninguna limitación de tratamientos sino de una adecuación de
los mismos” (28).
Esta práctica tiene como finalidad no prolongar la vida del paciente creando
situaciones desproporcionadas a su estado general. Las características de un
medio fútil fueron recogidas por Fernández-Crehuet, en su comparecencia ante
la Comisión Especial sobre el estudio de la eutanasia en Senado español como
un “acto médico es fútil cuando su aplicación a un enfermo está desaconsejada
porque es clínicamente ineficaz, no mejora el pronóstico ni los síntomas o
enfermedades intercurrentes, o porque previsiblemente produciría perjuicios
personales, familiares, económicos o sociales desproporcionados al beneficio
esperado” (30).
En este sentido resulta de interés, señalar, el Código de Deontología Médica
que publicó el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos, y que en su
artículo 36 dice lo siguiente:
1.‐ “El médico tiene el deber de intentar la curación o mejoría del paciente
siempre que sea posible. Cuando ya no lo sea, permanece la obligación de
aplicar las medidas adecuadas para conseguir su bienestar, aún cuando de ello
pudiera derivarse un acortamiento de la vida.
22
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Precisiones Terminológicas
2.‐ El médico no deberá emprender o continuar acciones diagnósticas o
terapéuticas sin esperanza de beneficios para el enfermo, inútiles u obstinadas.
Ha de tener en cuenta la voluntad explícita del paciente a rechazar dicho
tratamiento para prolongar su vida” (31).
 Obstinación terapéutica: “Consiste en la instauración de medidas no
indicadas, desproporcionadas o extraordinarias, con la intención de
evitar la muerte en un paciente tributario de tratamiento paliativo.
Constituye una mala práctica médica y una falta deontológica. Es
preferible evitar el término “encarnizamiento” porque presupone una
cierta intencionalidad negativa por parte de quien lo efectúa” (28).
 Abandono: “Consiste en la falta de atención adecuada a las
necesidades del enfermo y su familia.” Se considera una mala praxis
médica y una grave vulneración del Código Deontológico” (28).
 Eutanasia: “Es la provocación intencionada de la muerte de una
persona que padece una enfermedad avanzada o terminal, a petición
expresa de ésta, y en un contexto médico” (28).
La eutanasia es un término ambiguo, en primer lugar, por ser objeto de
reflexión de filósofos, teólogos, juristas y bioéticos. Y en segundo lugar por la
ideologización que se ha hecho de dicho concepto (32). La complejidad de los
matices en torno a la eutanasia, llevo al empleo de adjetivos (activa o pasiva,
directa o indirecta, voluntaria o involuntaria) y neologismos (distanasia,
ortotanasia) que pretendían delimitar las diferentes actuaciones realizadas por
los profesionales sanitarios. Todavía hoy se siguen empleando en el ámbito
jurídico y bioético (27). Estas distinciones, más que ayudar a clarificar han
provocado un mayor grado confusión. Por ello es conveniente desterrar
definitivamente su uso, como así nos lo hace ver la propia Organización Médica
Colegial y la Sociedad Española de cuidados Paliativos en su declaración.
Por tanto, cuando hablamos de eutanasia tienen quedarse de forma
indispensable los siguientes presupuestos:

Intención de causar la muerte del otro de forma directa.
23
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Precisiones Terminológicas

Se realiza a petición expresa y reiterada y mantenida del paciente,
previo consentimiento informado, en condiciones físicas y mentales que
le permitan comprender su situación y otorgue su aprobación. En el
supuesto de que no tuviera capacidad para decidir, deberá de tomarse
en consideración las instrucciones previas o un consentimiento previo en
pronóstico de un mayor deterioro.

Ante una enfermedad irreversible o terminal.

Es llevada a cabo por personal sanitario.
Por eso, actualmente no procede emplear calificativos como “activa/pasiva”,
“directa/indirecta” porque son innecesarias y ambiguas. Por definición la
eutanasia es siempre activa, directa y voluntaria. Cabe precisar, que la
distinción activa/pasiva, en sentido riguroso, desde un enfoque ético, no tiene
ninguna trascendencia, siempre y cuando la intención y la finalidad sean las
mismas. Dicho de otro modo, tan eutanasia es la acción de inyectar un fármaco
mortal como la omisión de realizar una medida terapéutica apropiada, cuando
la intención y la finalidad son terminar con la vida del enfermo (33) Y en cuanto
a la llamada “eutanasia involuntaria” esta sería un homicidio no eutanasia.
Desde el punto de vista moral cabe precisar la distinción entre eutanasia
voluntaria e involuntaria. Entendiendo por la primera aquella que se aplica
porque el paciente la desea y pide, y por la segunda la que se realiza sin
consentimiento del paciente. Esta última es mucho más grave moralmente, no
respetando ni su vida ni su libertad.
 Suicidio médicamente asistido: “Es la ayuda médica para la
realización
de
un
suicidio,
ante
la
solicitud
de
un
enfermo,
proporcionándole los fármacos necesarios para que él mismo se los
administre” (28).
 Consentimiento Informado: “Es la conformidad libre de un paciente,
manifestada en pleno uso de sus facultades después de recibir la
información adecuada, para que tenga lugar una actuación que afecta a
su salud. Se fundamenta en la autonomía, que es un derecho de los
enfermos que el médico debe respetar.
24
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Precisiones Terminológicas
La obligación del médico de dar al paciente una información clara y
comprensible tiene dos excepciones: la voluntad del enfermo de no ser
informado y la necesidad terapéutica (cuando el médico dispone de
razones objetivas de que la información puede perjudicar al paciente
gravemente en su salud)” (28).
Esto ha contribuido al cambio en las relaciones asistenciales donde primaba la
concepción paternalista de la medicina, un modelo que se caracterizada por la
idea de “todo por el paciente, pero sin el paciente”, que se asentaba sobre el
criterio terapéutico, la ética profesional y sobre el principio básico de “no hacer
daño”. Sin ser esos criterios no menos importantes, ahora lo determinante es la
libre decisión de cada persona.
A través del consentimiento informado se reconoce el derecho de todo paciente
o usuario a decidir libremente después de recibir la información adecuada entre
las opciones clínicas disponibles
Ahora bien, el respeto a las decisiones adoptadas en el ámbito de la salud o de
una persona de su propia salud tiene el límite de que nunca pueden ser
contrarias a la ley. Nunca podremos tomar una decisión sobre nuestra salud
que vaya en contra de lo establecido legalmente.
 Planificación anticipada de los cuidados: “Es la expresión del
proceso de toma de decisiones anticipadas de un paciente capaz,
informado y ayudado por el equipo asistencial, acerca de la atención que
desea recibir en posibles escenarios clínicos futuros sobre los que el
paciente expresa sus preferencias para el caso en que ya no pueda
decidir personalmente.
Esta planificación puede incluir: la comprensión del paciente sobre su
enfermedad, valores y creencias, preferencias sobre su tratamiento y
cuidado, las intervenciones que autoriza o rechaza, las decisiones
relacionadas con su fallecimiento y la designación de un representante.
Todo ello deberá constar en la historia clínica” (28).
25
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Precisiones Terminológicas
 Documento de instrucciones previas: “Es el documento por el cual
una persona mayor de edad, capaz y libre, manifiesta anticipadamente
su voluntad sobre los cuidados y los tratamientos y, una vez llegado el
fallecimiento, sobre el destino de su cuerpo o de los órganos del mismo,
con el objeto de que ésta se cumpla si cuando llegue el momento la
persona no se encuentra en condiciones de expresarla personalmente.
Conviene precisar que el documento de instrucciones previas no
sustituye la comunicación continua y adecuada del médico con su
paciente, cuando éste conserva la capacidad para tomar decisiones”
(28).
Este documento, tiene por objeto hacer que se cumpla la voluntad del enfermo,
en el momento en el que llegue a situaciones en las que no esté con capacidad
de expresarlas personalmente, en relación a la salud. Evitando así ocasiones
de conflicto entre el personal sanitario y los familiares.
La posibilidad de elaborar el documento de instrucciones previas está
reconocido en nuestra legislación mediante la Ley 41/2002, de 14 de
noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y
obligaciones en materia de información y documentación clínica en su artículo
11. Dichas instrucciones no serán aplicadas si son contrarias al ordenamiento
jurídico, a la lex artis, ni las que no se correspondan con el supuesto de hecho
que el interesado haya previsto en el momento de manifestarlas, para lo cual
deberá constar en la historia clínica del paciente.
Años más tarde sería objeto de un tratamiento más específico en el Real
Decreto 124/2007, de 2 de febrero, por el que se regula el Registro nacional de
instrucciones previas y el correspondiente fichero automatizado de datos de
carácter personal. Lo que permitió una mayor garantía a que se cumplan las
voluntades anticipadas al posibilitar el conocimiento, en todo el territorio
español, del documento formalizado de instrucciones previas.
Sin embargo, hay que seguir progresando en la concreción de este tipo de
documentos para que sean verdaderamente eficaces y reflejen de una manera
26
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Precisiones Terminológicas
más clara los valores, creencias y deseos de las personas, y así evitar
enfrentamientos (3).
3.2 Situaciones clínicas
En el otro apartado de la Declaración “Atención Médica al final de la vida:
conceptos y definiciones”, se describen conceptos relacionados con situaciones
clínicas que se dan al final de la vida:
 Enfermedad incurable avanzada: “Enfermedad de curso gradual y
progresivo, sin respuesta a los tratamientos curativos disponibles, que
evolucionará hacia la muerte a corto o medio plazo en un contexto de
fragilidad
y
pérdida
de
autonomía
progresivas.
Se
acompaña
habitualmente de síntomas múltiples y provoca un gran impacto
emocional en el enfermo, sus familiares y en el propio equipo asistencial.
Cuando se prevé que ocurra la muerte a corto plazo (días, semanas)
suele emplearse también el término de enfermedad o situación terminal”
(28).
 Situación de agonía: “La que precede a la muerte cuando ésta se
produce de forma gradual, y en la que existe deterioro físico intenso,
debilidad extrema, alta frecuencia de trastornos cognitivos y de la
conciencia, dificultad para la relación y la ingesta, con pronóstico de vida
en horas o pocos días” (28).
 Síntoma refractario: “Aquél que no puede ser adecuadamente
controlado con los tratamientos disponibles, aplicados por médicos
expertos, en un plazo de tiempo razonable. En estos casos el alivio del
sufrimiento del enfermo requiere la sedación paliativa” (28).
 Sedación paliativa: “Es la disminución deliberada de la consciencia del
enfermo, una vez obtenido el oportuno consentimiento, mediante la
administración de los fármacos indicados y a las dosis proporcionadas,
con el objetivo de evitar un sufrimiento insostenible causado por uno o
27
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Precisiones Terminológicas
más síntomas refractarios. Cuando el enfermo se encuentra en sus
últimos días u horas de vida, se habla de sedación en la agonía” (28).
La sedación por tanto tiene una característica fundamental que la distingue de
cualquier otra práctica. El objetivo es aliviar y paliar los síntomas refractarios a
cualquier otro tratamiento, y no acortar la vida, que viene a ser un efecto
secundario aceptado, pero no intencionado.
A este respecto, considero que la Guía de Sedación Paliativa (34) publicada por
la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL) y la Organización
Médica Colegial (OMC) ha contribuido a mejorar la buena praxis, y a
protocolizar la sedación paliativa. Sin embargo, existen grandes diferencias
entre las publicaciones sobre la incidencia de la sedación debido a la
variabilidad en el abordaje clínico (35) de situaciones concretas donde es
probable que se dé un cierto grado de confusión terminológica.
Así, se puede observar en el caso del tratamiento sintomático del delirium
hiperactivo en los últimos días o donde es necesario un progresivo incremento
de la medicación paliativa con efecto sedante en pacientes con un mayor
deterioro.
En el caso de delirium hiperactivo no se cumple los requisitos de sedación, que
exige el consentimiento del paciente o de su representante, una vez se le ha
informado de la situación, de las opciones y sus consecuencias Ya que para
conseguir el alivio de esta agitación refractaria está indicada la utilización de
fármacos sedentes, no se trata por tanto de una opción. En este caso no sería
ético omitir el tratamiento que le sosegara.
Respecto al aumento de la medicación paliativa en situación de un deterioro
severo, ante la progresión de los síntomas, el objetivo que se persigue no es
reducir el nivel de conciencia sino paliar los síntomas. Aunque como
consecuencia de ello se produce un efecto no buscado que es la sedación. Por
eso para justificar esta práctica se ha acudido al principio de doble efecto.
Estos dos escenarios deberían tratarse de manera más precisa por sus
implicaciones éticas (36).
28
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Precisiones Terminológicas
Como hemos visto los aspectos terminológicos son de gran relevancia, aunque
el debate en torno al final de la vida, no hace referencia algo meramente
lingüístico, sino más bien a la esencia del ser humano, es decir, a su dignidad y
sus derechos. Por tanto, el problema no es una cuestión de convicciones o de
ideologías, que concierna exclusivamente al ámbito de la conciencia individual,
sino que al ponerse en entredicho la dignidad de la persona, es algo que atañe
a toda la sociedad (8).
En particular, en la cuestión de la eutanasia subyace el debate ético sobre la
disponibilidad de la propia vida. En torno a ésta, se argumentan dos postulados
sobre el origen de la dignidad humana. Por un lado están quienes defienden la
capacidad de autodeterminación como valor absoluto, de tal manera que
legitima el derecho a decidir sobre cómo y cuándo poner fin a la vida. Por otro
lado, se encuentran quienes consideran la vida como un don recibido, que
incluye la autonomía de cada persona, pero sin que esta capacidad suponga
una disponibilidad absoluta sobre la propia vida.
Son dos concepciones ampliamente extendidas en nuestra sociedad, que dan
lugar a dos posturas ante la eutanasia prácticamente irreconciliables (13).
29
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Valoración médica ante el final de la vida
4. VALORACIÓN MÉDICA ANTE EL FINAL DE LA VIDA
Tanto la muerte como el nacimiento son los únicos acontecimientos que son
comunes a todas las personas, es por ello que adquieren una trascendencia
universal para todo ser humano, y especialmente para el profesional sanitario.
De esta forma, la muerte del otro esta en íntima relación con los fines de la
medicina. En consecuencia, no podemos ver al moribundo como un fracaso de
la actividad médica. Debemos de aceptar que la medicina tiene sus límites y
que la persona que va a morir “tiene derecho a una muerte auténticamente
digna, pero esta dignidad, en la cual hay que incluir el derecho que tiene a
conocer su verdadera situación, el derecho a decidir sobre las intervenciones a
las que se le ha de someter, el derecho a no sufrir inútilmente, se refiere
también al derecho a recibir consuelo y esperanza que alivien su sufrimiento
moral” (8). En este sentido la medicina paliativa ha contribuido a mejorar la
atención al enfermo terminal y en este sentido ayudarles a morir en paz.
Sin embargo, hay que conseguir que todo el mundo tenga derecho a acceder a
unos cuidados paliativos de calidad para que cada vez sean más los casos
excepcionales que pidan que se les ayude a suicidarse o se les aplique la
eutanasia.
El problema de la eutanasia, en cambio, es mucho más complejo, pues se trata
de poner fin a la vida del otro, bajo determinadas circunstancias, lo que
contravine la razón de ser de la medicina. Por tanto, la práctica de la eutanasia
no puede ser considerada un acto médico porque el derecho la vida es un bien
irrenunciable y no cabe en el ejercicio del mismo su propia desaparición.
Las argumentaciones que justifican la despenalización de la eutanasia ponen el
énfasis en la capacidad de autonomía para disponer libremente de la propia
vida incluida la libertad para decidir cuándo morir, como así quedó recogido en
un manifiesto a favor de la eutanasia publicado por la revista The Humanist,
firmado por los premios Nobel Monod, Watson y Crick. Ante esta tesis tenemos
que decir que el derecho a la libertad no me da derecho a disponer de la propia
vida. En el caso que nos ocupa, no solo hay que tener en cuenta la opinión del
30
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Valoración médica ante el final de la vida
individuo sino también la actuación médica para que se pueda llevar acabo su
deseo. Para el profesor Diego Gracia, en la cuestión de la eutanasia se da un
conflicto de valores. El valor a la vida y el valor de la autonomía. La dificultad
estriba en determinar hasta qué punto la persona tiene capacidad para
disponer de la propia vida y si tiene derecho a pedir a otra persona que ponga
fin a su vida. Por ende, se trata de una cuestión social y jurídica.
En palabras de Forment:
“la vida es mía sólo relativamente. Yo soy responsable de ella, y no es un bien
absoluto. No es una propiedad privada de la cual yo pueda usar y abusar. La
vida es algo anterior a mí, y es indisponible, es un patrimonio recibido que yo
administro. Si yo lo administro mal y practico el suicidio, quedan perjudicados
mis familiares y la misma Humanidad” (8).
En este sentido, el Estado debe respetar y ser garante del derecho a la vida
porque es el fundamento de la dignidad humana y de la relación con los
demás. Porque si existiera el derecho a morir para muchos enfermos que se
consideran una carga para su familia interpretarían la obligación moral de pedir
que se acabe con su vida.
En el debate sobre la eutanasia, ha tenido mucha relevancia la teoría de la
“pendiente resbaladiza”, es un argumento consecuencialista que se ha utilizado
para abordar los riesgos que podría conllevar la despenalización de la
eutanasia voluntaria. Según esta teoría una vez legalizada su práctica, de
forma gradual se aplicaría a situaciones similares, como en los casos de
enfermos inconscientes o incapaces para tomar su propia decisión (33). Así ha
ocurrido en Bélgica y Holanda donde se han reconocido casos de eutanasia
donde el paciente no había expresado su autorización. “En realidad, lo que se
plantea en esos casos no es ya la petición individual -ante la que hay que ser
sensible-, sino el derecho a satisfacerla que se otorga la sociedad. Dicho de
otro modo, con la eutanasia no se reconoce el derecho a disponer de uno
mismo, sino el derecho a disponer del otro. El permiso legal de la eutanasia
equivale a confiar a todos los médicos una atribución nueva: el poder de
administrar la muerte de otro” (37).
31
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Valoración médica ante el final de la vida
Una de las posturas en contra de la despenalizenación de la eutanasia es la del
profesor Herranz, que en su comparecencia ante la Comisión del Senado para
el estudio sobre la eutanasia, dijo:
“Despenalizar la eutanasia equivale a sumir a la Medicina en una especie de
enfermedad autoagresiva. La obligación de respetar y cuidar toda vida humana
tiene una fuerza moral maravillosa e inspiradora, pero cuando la compasión se
desconecta de todas las demás virtudes médicas, se puede convertir en un
móvil muy importante para la destrucción de vidas humanas. Me parece que la
Medicina ha de ser sólida y paliativa, una Medicina que sea a la vez científica y
humana [...] Porque, ¿a quién estamos liberando de sufrimiento cuando se
habla de eutanasia? Pues muchas veces a los circunstantes, no al paciente.
Ése es el camino que tiene por delante la Medicina para poder seguir
ejerciendo esa humanidad espléndida y esa promesa de servicio a los
hombres, que es intrínseca a la vocación médica” (38).
En el documento sobre los fines de la medicina dirigido por Callahan, citado
con anterioridad en este trabajo, se reconoce que la mayoría de los médicos
consideran la eutanasia y el suicidio medicamente asistido “como medio para
aliviar el dolor o el sufrimiento, perfectamente razonable en sí, no justifica
moralmente el empleo de técnicas médicas con el objetivo o intención directa
de provocar la muerte de un paciente, tanto en el caso de que sea el facultativo
quien provoque la muerte como en la circunstancia de que el médico se limite a
proporcionar los conocimientos y los fármacos necesarios para que el paciente
pueda suicidarse” (19).
En relación a este tema, el Centro de Investigaciones Sociológicas de España
(CIS) público en el año 2002 una encuesta que realizó a más del mil médicos
de todo el territorio español sobre las actitudes y opiniones de los médicos ante
la eutanasia. Entre sus resultados encontramos qué las tres causas más
importantes que llevan a un enfermo a pedir que se acabe con su vida es el
dolor insoportable en casi tres de cada cuatro pacientes, siendo las otras el
sentirse una carga para la familia y el miedo a tener que depender de los
demás. En el caso de paciente que sufre una enfermedad incurable y dolorosa
y en fase terminal, casi una cuarta parte de los encuestados están de acuerdo
que la ley permitiera que el facultativo proporcionase una dosis letal de fármaco
32
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Valoración médica ante el final de la vida
al paciente para que él mismo pueda acabar con su vida o que fuera el propio
médico quien la administrara. Más del 43% piensa que un buen sistema
universal de Cuidados Paliativos, terminaría con la mayoría de las peticiones
de eutanasia. Y casi un 70% de los médicos son partidarios de cambiar la
legislación para permitir a los enfermos pedir y recibir el suicidio asistido por un
médico y/o la eutanasia activa. Entre estos más del 40% sólo en el caso de
enfermos terminales que conserven todas sus facultades mentales. Y cerca del
20%
para
pacientes
que
tengan
plena
capacidad
de
razonar,
independientemente de que su enfermedad sea terminal o crónica (39).
En cuanto a la regulación de la ética profesional, que viene establecida por los
Códigos Deontológicos, podemos decir con carácter general, que parten de la
dignidad humana como el valor intrínseco e intangible de toda persona que
conlleva el respeto absoluto a ese valor. Por tanto, todo profesional de la salud
debe salvaguardar este principio primero. De este respeto absoluto a la
persona subyace la norma de no discriminación recogida en todos los Códigos,
y que obliga al profesional a tratar y cuidar con la misma consideración a todos,
sin distinción de raza, sexo, edad, nacionalidad, religión, opinión o cualquier
otra condición personal o social (40).
Sin embargo, aunque el enfermo terminal es un paciente más, y no sería
necesaria una ética específica para ello, existen algunos textos deontológicos
relacionados con la atención paliativa que merece la pena recordar.
Ya en el Juramento Hipocrático se nos dice “No daré a nadie que lo pida un
remedio mortal o un consejo que lo impida a tal fin”.
La Declaración sobre la enfermedad terminal, adoptada por la 35ª Asamblea
Médica
Mundial
en
Venecia,
Octubre
1983,
y
revisada
por
la 57a Asamblea General de la AMM, en Pilanesaberg, Octubre 2006, afirma
entre sus principios:
1.
“El deber del médico es curar cuando sea posible, aliviar el sufrimiento y
proteger los intereses de sus pacientes. No habrá ninguna excepción a este
principio, incluso en caso de una enfermedad incurable.
33
Universidad Pontificia de Salamanca
Valoración médica ante el final de la vida
2. En la atención de pacientes terminales, las principales responsabilidades
del médico son ayudar al paciente a mantener una calidad de vida óptima
[...] Los médicos deben informar a los pacientes sobre la disponibilidad, los
beneficios y otros efectos potenciales de los cuidados paliativos.
3. Se debe respetar el derecho del paciente a la autonomía para tomar
decisiones con respecto a las decisiones en la fase terminal de la vida. Esto
incluye el derecho a rechazar un tratamiento y a solicitar medidas paliativas
[...]. Sin embargo, se prohíbe éticamente a los médicos ayudar a los
pacientes de manera activa a suicidarse.
4. El médico no debe emplear cualquier medio que no tenga beneficio alguno
para el paciente.
5. El médico debe reconocer el derecho de los pacientes a redactar una
voluntad anticipada que describa sus deseos sobre la atención, en caso
que no puedan comunicarse y que designen un representante que tome las
decisiones que no están expresadas en la voluntad anticipada” (41).
El capítulo VII sobre atención médica al final de la vida, del nuevo Código de
Deontología Médica que publicó el Consejo General de Colegios Oficiales de
Médicos en el año 2011, en su artículo 36 afirma:
1.
“El médico tiene el deber de intentar la curación o mejoría del paciente
siempre que sea posible. Cuando ya no lo sea, permanece la obligación de
aplicar las medidas adecuadas para conseguir su bienestar, aún cuando de
ello pudiera derivarse un acortamiento de la vida.
2. El médico no deberá emprender o continuar acciones diagnósticas o
terapéuticas sin esperanza de beneficios para el enfermo, inútiles u
obstinadas. Ha de tener en cuenta la voluntad explícita del paciente a
rechazar dicho tratamiento para prolongar su vida. Cuando su estado no le
permita tomar decisiones, tendrá en consideración y valorará las
indicaciones anteriormente hechas y la opinión de las personas vinculadas
responsables.
3. El médico nunca provocará intencionadamente la muerte de ningún
paciente, ni siquiera en caso de petición expresa por parte de éste.
34
Universidad Pontificia de Salamanca
Valoración médica ante el final de la vida
4. El médico está obligado a atender las peticiones del paciente reflejadas en
el documento de voluntades anticipadas, a no ser que vayan contra la
buena práctica médica” (42).
El Código Deontológico de la Enfermería Española, de 1989, es más explícito.
Su artículo 18 establece el valor ético de los cuidados paliativos:
“Ante el enfermo terminal, la Enfermera/o, consciente de la alta calidad
profesional de los cuidados paliativos, se esforzará por prestarle hasta el final
de su vida, con competencia y compasión, los cuidados necesarios para aliviar
sus sufrimientos. También proporcionará a la familia la ayuda necesaria para
que puedan afrontar la muerte, cuando ésta ya no pueda evitarse”.
Por último, mencionamos la Declaración de la Comisión Central de Deontología
de la OMC sobre la eutanasia que publicó 1987 en virtud de la distorsión que
los medios de comunicación hacían de las expresiones tales como “ayuda a
morir” o “muerte digna”. Expresiones ambiguas que con frecuencia amparan
conductas contrarias a la ética médica. De ella, expongo el siguiente
fragmento:
“La asistencia médica al moribundo, que es uno de los más importantes y
nobles deberes profesionales del médico [...] el médico está obligado a
desempeñar su genuina función de ayudar y atender al morir de sus pacientes
por medio de un tratamiento competente del dolor y de la angustia. Ha de
empeñarse en procurar el mayor bienestar material; ha de favorecer, según las
circunstancias, la asistencia espiritual y el consuelo humano al moribundo;
prestará también su apoyo a los allegados de éste. El médico también dignifica
la muerte y la ayuda cuando se abstiene de tratamientos dolorosos e
injustificados y cuando los suspende, porque ya no son útiles” (43).
La declaración conjunta de la Organización Médica Colegial y la SECPAL sobre
la eutanasia, reconoce el derecho a la asistencia técnica y humana que
necesitan los enfermos en el final de la vida como algo esencial. Por lo que se
debe garantizar una formación específica a los profesionales de la salud en
cuidados paliativos y bioética que responda a la necesidad de dar una atención
“con la mejor calidad posible y buscando la excelencia profesional” (33).
35
Universidad Pontificia de Salamanca
Valoración médica ante el final de la vida
Así pues, como resumen de todo lo dicho se deducen una serie de conductas
que todos los profesionales de la salud deben cumplir ante el enfermo terminal.
A saber, valorar su vida acogiendo la muerte como proceso fisiológico de la
propia condición humana. El respeto a la autonomía del paciente. La obligación
de aliviar el dolor físico y el sufrimiento moral mediante una atención
pluridimensional. La obligación de mantener la calidad vida posible y ser
garantes de la dignidad de la vida que se acaba. Así como el rechazo a la
eutanasia y al uso de medidas fútiles.
36
Universidad Pontificia de Salamanca
Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida
5. EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA ANTE EL FINAL DE LA
VIDA
La muerte ha ocupado siempre un lugar destacado en el conjunto de la teología
cristiana. El teólogo alemán Karl Rahner llegó a decir que “el cristianismo es la
religión que conoce la muerte de un hombre como el suceso más fundamental
de la historia de la salvación y de la historia universal” (44). Ciertamente la
muerte es uno de los mayores misterios con el que se encuentra en hombre,
ante el cual confrontamos nuestra propia finitud. El final de la vida y la muerte
nos desconcierta, precisamente por su carácter paradójico, pues siendo algo
natural se torna al mismo tiempo incomprensible, y siendo signo de nuestra
condición finita, es el camino hacia una vida que traspasa los límites de la
naturaleza. El Concilio Vaticano II, en su constitución Gaudium et Spes en el
número 18 dice que “ante la muerte, el enigma de la condición humana alcanza
su culmen”.
En cualquier caso, la muerte y el final de la vida puede ser entendida y
vivenciada de diferente perspectiva según la comprensión del hombre y de la
vida desde la cual se aborde. En este sentido la teología siempre ha aportado
una concreta manera de interpretar la muerte, así como unos postulados que
nos proporcionan la manera singular de vivir el proceso de morir, lo cual no
significa que tenga que ser siempre exclusiva y distinta con respecto a otros
enfoques particulares.
En este lugar abordaremos solo el tema que nos preocupa, los dilemas que el
final de la vida plantea. Para una correcta interpretación de los textos
magisteriales es necesario tener presente los presupuestos teológicos desde
los cuales se fundamentan y en donde tienen una gran importancia los
conceptos de creación, revelación y salvación que vertebran la postura de la
Iglesia ante las problemáticas en el proceso de morir. En la creación la vida
humana aparece al final de la obra creadora de Dios como su culmen. El
hombre recibe el “ruah” insuflado así con la misma vida divina (Gn.2, 7). Por
eso la vida del hombre es ya en cierta manera divina, creada a imagen y
semejanza de Dios (Gn.1, 26), por ello la vida es un don inviolable y es
37
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Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida
sagrada. Al estar sustentada por Él, es el único que puede salvarla. El hombre,
por tanto, es el administrador responsable del don sagrado de la vida. Desde
estas afirmaciones podemos comprender la perspectiva de doctrina de la
Iglesia.
Así queda recopilado en el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 2258,
al tratar el quinto mandamiento: “La vida humana ha de ser tenida como
sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y
permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo
Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término; nadie, en
ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a
un ser humano inocente”. Y en el número 2280 al hablar sobre el suicidio, dice
que “cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. Él
sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con
gratitud y a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas.
Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado.
No disponemos de ella.” (45). Estos textos sintetizan lo esencial de la
concepción cristiana sobre el valor de la vida humana y el deber que tenemos
de respetarla siempre y en todo momento.
Ante la novedad y los cambios que se han producido en relación a los dilemas
surgidos en torno al final de la vida, parece obligado acotar los documentos
desde mediados del siglo XX hasta nuestros días. Y aún entre ellos,
seleccionaremos los más relevantes para nuestro tema. Aquí seguiremos el
esquema de J.M. Caamaño (3) que aporta un interesante recorrido por los hitos
más significativos del magisterio.
5.1 Pío XII
El magisterio de Papa Pío XII es extenso y específico sobre las cuestiones que
se entrecruzan entre los límites de la ética y la medicina. Tiene un papel
destacado en lo que se refiere a las problemáticas que subyacen en el
desenlace final de la existencia. De alguna manera, asienta las bases de lo que
38
Universidad Pontificia de Salamanca
Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida
posteriormente será la doctrina acerca de este tema. El principio que vertebra
todas las declaraciones de Pío XII es un rechazo total a la eutanasia tal y como
la entendemos hoy en cualquier circunstancia, incluso cuando su finalidad es
aliviar el sufrimiento.
De entre las intervenciones de Pío XII, cabe reseñar el discurso que dirigió el
24 de febrero de 1957 al IX Congreso Nacional de la Sociedad Italiana de
Anestesiología, a mi entender uno de las más interesantes sobre esta materia.
En él responde a tres preguntas, que el Presidente del Comité organizador,
Piero Mazzoni, le hizo sobre las implicaciones religiosas y morales de la
analgesia en relación con la moral cristiana:
1. “¿Hay obligación moral general de rechazar la analgesia y aceptar el dolor
físico por espíritu de fe?
2. La privación de la conciencia y del uso de las facultades superiores,
provocada por los narcóticos, ¿es compatible con el espíritu del Evangelio?
3. ¿Es lícito el empleo de narcóticos, si hay para ello una indicación clínica, en
los moribundos o enfermos en peligro de muerte? ¿Pueden ser utilizados,
aunque la atenuación del dolor lleve consigo un probable acortamiento de
la vida?” (46).
El Papa va detallando su postura en relación al valor cristiano del sufrimiento y
a la vez que responde de manera minuciosa a cada una de las preguntas, hace
alusión a los avances que se han producido en el campo de la analgesia.
A la primera pregunta el Papa respondió que “el cristiano no tiene nunca
obligación de aceptar el dolor por el dolor; debe considerarlo como un medio
más o menos apto, según las circunstancias, para el fin que se pretende”.No se
puede considerar el problema desde el punto de vista de la obligación, sino
desde la invitación a la perfección cristiana. Se afirma la licitud del uso de las
técnicas de anestesiología.
Respecto a la segunda pregunta el Papa considera que pueden aplicarse los
principios de totalidad, que establece que las partes del organismo están
subordinadas a la integridad de la persona, y del respeto a la persona. Afirma
que la narcosis permite mantener equilibrio psíquico y orgánico de la persona.
39
Universidad Pontificia de Salamanca
Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida
Sin embargo, aunque con la narcosis buscamos un fin bueno, no está exenta
de posibles actuaciones inmorales que pueden su poner una transgresión de la
dignidad y la confidencialidad de la persona.
En la tercera pregunta, que planteaba la cuestión de si debería renunciarse al
empleo de narcóticos, en el caso de que su acción pudiese acortase la
duración de la vida del enfermo. A esta cuestión el Papa respondía de la
siguiente manera:
“Desde luego, toda forma de eutanasia directa, o sea, la administración de
narcótico con el fin de provocar o acelerar la muerte, es ilícita, porque entonces
se pretende disponer directamente de la vida.[...] En la hipótesis a que os
referís, se trata únicamente de evitar al paciente dolores insoportables [...]
“Si entre la narcosis y el acortamiento de la vida no existe nexo alguno causal
directo, puesto por la voluntad de los interesados o por la naturaleza de las
cosas (como sería el caso, si la supresión del dolor no se pudiese obtener sino
mediante el acortamiento de la vida), y si, por lo contrario, la administración de
narcóticos produjese por sí misma dos efectos distintos, por una parte el alivio
de los dolores y por otra la abreviación de la vida, entonces es lícita; aún habría
que ver si entre esos dos efectos existe una proporción razonable y si las
ventajas del uno compensan los inconvenientes del otro. Importa también, ante
todo, preguntarse si el estado actual de la ciencia no permite obtener el mismo
resultado empleando otros medios, y luego no traspasar en el uso del narcótico
los límites de lo prácticamente necesario” (46).
Estos párrafos resumen bien la posición que defiende el Papa. En síntesis el
empleo de narcóticos es licito cuando su finalidad es calmar o paliar el dolor, “si
no hay otros medios y si, dadas las circunstancias, ello no impide el
cumplimiento de otros deberes religiosos y morales” El discurso termina
afirmando que “ideal del heroísmo cristiano no obliga, al menos de manera
general, a rechazar una narcosis, por otra parte justificada, ni aun al acercarse
la muerte; todo depende de las circunstancias concretas. La resolución más
perfecta y más heroica puede darse lo mismo admitiendo que rechazando la
narcosis”.
40
Universidad Pontificia de Salamanca
Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida
Posteriormente, el 24 de noviembre de 1957, aborda el tema de la reanimación,
contestando a tres cuestiones planteadas desde Instituto Italiano de Genética
Gregorio Méndel por el doctor Bruno Haid, jefe de la Sección de Anestesia de
la Clínica Quirúrgica Universitaria de Innsbruck (47).
La primera pregunta fue la siguiente: “¿tiene el derecho o incluso está obligado
en
todos
los
casos
de
inconsciencia
profunda,
hasta
en
aquellos
completamente desesperados, a juicio de un médico competente, de utilizar los
aparatos modernos de respiración artificial, aun contra la voluntad de la
familia?” Pío XII utiliza la distinción entre medios ordinarios y extraordinarios
para contestar.
El Papa responde que en los casos ordinarios el anestesista tiene el derecho
de emplean los aparatos de ventilación mecánica, no estando obligado a ello, a
menos que sea el único medio de cumplir con otro deber ético. La técnica de
reanimación es lícita moralmente. Ahora bien, como este tratamiento
sobrepasa “los medios ordinarios a los que se está obligado a recurrir, no se
puede sostener que sea obligatorio emplearlos y, en consecuencia, dar la
autorización del médico”.
Otra dialéctica aparece cuando la familia se opone a la utilización de estos
medios. A esta situación el Papa respondía:
“En cuanto al deber propio e independiente de la familia, no obliga
habitualmente más que al empleo de medios ordinarios. Por consiguiente, si
parece que la tentativa de reanimación constituye en realidad para la familia
una carga que en conciencia no se le pueda imponer, ella puede lícitamente
insistir para que el médico interrumpa sus tentativas, y este último puede
lícitamente acceder a ello. En este caso no hay disposición directa de la vida
del paciente, ni eutanasia, que no sería nunca lícita; aun cuando no lleve
consigo el cese de la circulación sanguínea, la interrupción de las tentativas de
reanimación no es nunca más que indirectamente causa de la paralización de
la vida y es preciso aplicar en este caso el principio de doble efecto y el de
voluntarium in causa” (47).
La segunda de las cuestiones que se planteaba era: “¿Puede el médico retirar
el aparato respiratorio antes de que se produzca la paralización definitiva de la
41
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Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida
circulación?” La respuesta del Papa, de nuevo, es que si lo puede hacer. La
argumentación se encuentra implícita en la primera respuesta.
Y, por último, la tercera de las preguntas hace referencia a la delimitación del
momento en que se considera a la persona como muerta tanto de facto como
de iure, a lo que el Papa responde que la respuesta no se puede inferir desde
de ningún principio religioso o moral, sino que es una cuestión científica y
médica.
En último lugar, recogemos el discurso de que Pío XII dirigió al Colegio
Internacional de neuropsicofarmacología. En esta ocasión, hace mención a su
alocución del 24 de febrero de 1957, recordando que “La eutanasia, es decir, la
voluntad de provocar la muerte, está evidentemente condenada por la moral.
Pero si el moribundo consiente en ello, está permitido utilizar con moderación
narcóticos que dulcifiquen su sufrimiento, aunque también entrañen una muerte
más rápida. En este caso, en efecto, la muerte no ha sido querida
directamente. Ella es inevitable, y motivos proporcionados autorizan medidas
que acelerarán su llegada” (48).
El Papa afirma que “el orden moral exige que, frente a otro, se adopte una
actitud de estima, consideración y respeto” La dignidad humana es inviolable,
“hasta cuando está tan enfermo en su psiquismo, que aparezca esclavizado
por el instinto y aun caído por debajo del nivel de la vida animal, continúa, sin
embargo, siendo una persona creada por Dios y destinada a entrar un día en
su inmediata posesión, siendo infinitamente superior, en consecuencia, al
animal más próximo al hombre”.
En definitiva, Pío XII pone los cimientos sobre los que se construye la doctrina
sobre las dificultades que su pone la última fase de la vida, sin embargo, la
complejidad y novedad de algunas situaciones junto a los avances que se han
producido en la medicina, hace necesario nuevas precisiones sobre algunos
puntos concretos.
42
Universidad Pontificia de Salamanca
Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida
5.2 El Concilio Vaticano II y Pablo VI
El concilio establece como punto de partida de todo progreso el respeto a la
persona humana, “de forma que cada uno, sin excepción de nadie, debe
considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de
los medios necesarios para vivirla dignamente” (GS 27).En este contexto el
concilio denuncia aquellas prácticas “infamantes” que vulneran la dignidad
humana y la integridad de la persona, por ello “degradan la civilización humana,
deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al
honor debido al Creador”(ibid.).
Entre las prácticas que mencionan aparecen de forma explícita aquellas que
atentan contra la vida como “homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto,
eutanasia y el mismo suicidio deliberado” (49).
También
Pablo
VI
manifestó
su
pensamiento
sobre
esta
materia,
especialmente destaca su Carta del 25 de enero de 1978 -firmada por el
Secretario de Estado el Cardenal Villot- al Congreso Mundial de la Federación
Internacional de las Asociaciones Médicas Católicas. El texto menciona que no
reconocer una dimensión ética y teológica en la vida humana nos llevaría a
prácticas inmorales. La omisión de tales dimensiones lleva a una concepción
de la vida errada donde la calidad de vida se convierte en el valor absoluto
sobre el que se justifica unas actitudes y conductas que atentan contra la
dignidad de la vida en sí misma (50).
5.3 Juan Pablo II
En primer lugar, recojo algunas de las ideas más significativas del discurso
dirigido a los obispos canadienses de Ontario durante su visita ad limina
Apostolorum el 19 de noviembre de 1993.
“Una actitud responsable con respecto a la vida excluye absolutamente que
una persona pueda tener la intención explícita de provocar su propia muerte o
la muerte de otra persona inocente, sea por acción sea por omisión (CEC
43
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Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida
2276-79). Anular la distinción entre curar recurriendo a todos los medios
ordinarios disponibles y matar, constituye una amenaza grave para la salud
moral y espiritual de una nación, y expone a los más débiles y vulnerables a
riesgos inaceptables. Es necesario recordar a los que solicitan la legalización
del llamado derecho a una muerte digna, que ninguna autoridad puede
recomendar o permitir legítimamente esa ofensa a la dignidad de la persona
humana” (51).
Ahora bien, a pesar de las diversas declaraciones del pontífice, no hay duda
que el documento de referencia fundamental de la Iglesia Católica sobre la
eutanasia es la famosa declaración Iura et bona publicada por la Congregación
para la doctrina de la fe, el 5 de mayo de 1980.
En la introducción, comienza relacionando la defensa de los derechos y
deberes constitutivos de la persona que, aunque cuestionados muchas veces,
siguen siendo válidos. Los avances médicos han hecho aparecer nuevos
aspectos de los problemas al final de la vida. En nuestra sociedad, se han
producido grandes transformaciones en la manera de concebir el sufrimiento y
la muerte.
“La medicina ha aumentado su capacidad de curar y de prolongar la vida en
determinadas condiciones que a veces ponen problemas de carácter moral.
Por ello los hombres que viven en tal ambiente se interrogan con angustia
acerca del significado de la ancianidad prolongada y de la muerte,
preguntándose consiguientemente si tienen el derecho de procurarse a sí
mismos o a sus semejantes la “muerte dulce”, que serviría para abreviar el
dolor y sería, según ellos más conforme con la dignidad humana” (52).
La primera parte del texto hace una valoración genérica sobre el valor de la
vida humana como “el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición
necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social”. Se trata
pues de “un derecho fundamental, irrenunciable e inalienable”. De ahí que
“nadie puede atentar contra la vida de un hombre”. Por consiguiente, el suicidio
como el homicidio son considerados inaceptables, al constituir un rechazo al
señorío de Dios y a su designio de amor.
44
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Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida
La segunda parte de la declaración comienza definiendo la eutanasia como
“una acción o una omisión que por su naturaleza, o en la intención, causa la
muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. La eutanasia se sitúa pues en el
nivel de las intenciones o de los métodos usados”.
Después de la definición, el texto afirma el siguiente principio, según lo ya
dicho:
“Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto
o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie
además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados
a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna
autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata en efecto de
una violación de la ley divina, de una ofensa a la dignidad de la persona
humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad”
(52).
A partir de este axioma el documento va dilucidando las consecuencias que se
derivan de los dilemas al final de la vida y avisa de los posibles equívocos que
pueden darse en las peticiones de eutanasia por parte de los enfermos que
“son casi siempre peticiones angustiadas de asistencia y de afecto”.
La tercera parte que lleva por título “El cristiano ante el sufrimiento y el uso de
los analgésicos” reconoce el carácter redentor del dolor y sufrimiento humano
sobre todos en los momentos finales de la vida, “no sería sin embargo prudente
imponer como norma general un comportamiento heroico determinado” por lo
cual es licito y aconsejable utilizar analgésicos para aliviar el dolor, aunque ello
suponga acortar la vida. El texto recuerda en este punto los postulados
enunciados por Pío XII.
La última parte es la más innovadora de la declaración al modificar los términos
medios “ordinarios” y “extraordinarios” por medios “proporcionados” y
“desproporcionados”.
Este
cambio
tiene
como
trasfondo
una
visión
pluridimensional del enfermo y no solo las medidas terapéuticas utilizadas. Así
lo expresa el texto:
45
Universidad Pontificia de Salamanca
Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida
“En cada caso, se podrán valorar bien los medios poniendo en comparación el
tipo de terapia, el grado de dificultad y de riesgo que comporta, los gastos
necesarios y las posibilidades de aplicación con el resultado que se puede
esperar de todo ello, teniendo en cuenta las condiciones del enfermo y sus
fuerzas físicas, morales” y espirituales.
Por tanto, basándose en esta nueva distinción se acepta que se puedan utilizar
medios avanzados que aún estén en fase experimental y no libres de cierto
riesgo, siempre contando con el consentimiento del paciente, siendo “lícito
interrumpir la aplicación de tales medios cuando los resultados defrauden las
esperanzas puestas en ellos”.
Se rechaza también la “obstinación terapéutica” advirtiendo “de un tecnicismo
que corre el peligro de hacerse abusivo”. Por eso, “es siempre lícito
contentarse con los medios normales que la medicina puede ofrecer y que
sean proporcionados a la situación del enfermo. No se puede imponer a nadie
los medios experimentales o costosos. Eso no equivale al suicidio, sino más
bien aceptar algo tan esencial de la condición humana como es el hecho de la
muerte y en ocasiones de solidaridad hacia la familia y la sociedad. Por tanto
“es lícito en conciencia tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que
procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia”,
lo que no significa interrumpir los cuidados normales debidos al enfermo en
situaciones similares.
En conclusión, la Declaración Iura et bona rechaza la posibilidad de la
eutanasia, y deja constancia de otras alternativas siendo consciente de la
dificultad que conlleva aplicar los principios morales a los casos concretos,
afirma en este sentido que “tomar decisiones corresponderá en último análisis
a la conciencia del enfermo o de las personas cualificadas para hablar en su
nombre, o incluso de los médicos, a la luz de las obligaciones morales y de los
distintos aspectos del caso.
Con lo dicho hasta ahora, queda patente la postura de la iglesia, algo que San
Juan Pablo II reafirma en sus múltiples discursos, encíclicas e intervenciones.
46
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Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida
Fue un gran defensor de la vida humana desde su principio hasta su muerte
natural.
Cabe señalar también, el documento del Consejo pontificio “Cor unum”
Cuestiones éticas relativas a los enfermos graves y a los moribundos del 27 de
junio de 1981, que da una respuesta pastoral ante las preguntas realizadas por
los capellanes, los médicos y las enfermeras en relación a los enfermos en la
fase final de la vida; y la Carta de los agentes sanitarios, elaborada por el
Consejo pontificio para la pastoral de la salud, de 1995, su finalidad es ofrecer
una síntesis sistemática y exhaustiva de la posición de la Iglesia sobre los
problemas fundamentales de la bioética, para que ayude a la formación de los
agentes sanitarios.
Durante su pontificado se publicó el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica de
1992, en donde se condensa la doctrina anterior. Más tarde la Academia
Pontificia para la vida publicó, el 9 de diciembre del 2000 el documento
Respetar la dignidad del moribundo. Consideraciones éticas sobre la eutanasia
en el cual además de criticar el principio de autonomía como absoluto y único
para disponer libremente de la propia vida, hace referencia a la incapacidad
que en muchas ocasiones tenemos los “sanos” de acompañar el sufrimiento de
las personas que solicitan la eutanasia, lo que justifica que “las posibles
peticiones de muerte por parte de personas que sufren gravemente, como
demuestran las encuestas realizadas entre los pacientes y los testimonios de
clínicos cercanos a las situaciones de los moribundos, casi siempre constituyen
la manifestación extrema de una apremiante solicitud del paciente que quiere
recibir más atención y cercanía humana, además de cuidados adecuados,
ambos elementos que actualmente a veces faltan en los hospitales” (53).
Por último, no podemos olvidar otro documento de gran interés sobre la vida
humana, la Encíclica Evangelium Vitae del 25 de marzo de 1995 (54). El texto
sintetiza lo ya dicho sobre la eutanasia y haciendo la siguiente valoración “es
una grave violación de la Ley de Dios en cuanto eliminación deliberada y
moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta
en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición
de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal.” (EV 65) y se la
47
Universidad Pontificia de Salamanca
Magisterio de la Iglesia ante el final de la vida
distingue de la obstinación terapéutica, al mismo tiempo aconseja los cuidados
paliativos “destinados a hacer más soportable el sufrimiento en la fase final de
la enfermedad y, al mismo tiempo, asegurar al paciente un acompañamiento
humano adecuado” (EV 65). El Papa considera que la práctica de la eutanasia
se inserta dentro de una estructura de pecado “caracterizada por la difusión de
una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como
verdadera “cultura de muerte” (EV 12). En concreto afirma: “Encontramos una
trágica expresión de todo esto en la difusión de la eutanasia, encubierta y
subrepticia, practicada abiertamente o incluso legalizada. Esta, más que por
una presunta piedad ante el dolor del paciente, es justificada a veces por
razones utilitarias, de cara a evitar gastos innecesarios demasiado costosos
para la sociedad. Se propone así la eliminación de los recién nacidos
malformados, de los minusválidos graves, de los impedidos, de los ancianos,
sobre todo si no son autosuficientes, y de los enfermos terminales. No nos es
lícito callar ante otras formas más engañosas, pero no menos graves o reales,
de eutanasia (EV 15).
5.4 Benedicto XVI y Francisco
El Papa Benedicto XVI no ha realizado intervenciones de manera amplia o
monográfica acerca de los problemas referentes con la fase final de la vida.
Solo hemos podido encontrar algunos discursos donde aborda de forma
tangencial algunas problemáticas. Así, lo podemos ver, en el discurso a los
participantes en la XXII Conferencia internacional organizada por el Consejo
Pontificio para la Pastoral de la Salud, del 17 de noviembre de 2007, sobre el
tema: La pastoral en el cuidado de los enfermos ancianos parte del postulado
de que “la vida humana en cada una de sus fases es digna del máximo
respeto, en ciertos aspectos lo es más aún cuando está marcada por la
ancianidad y la enfermedad”. De manera que “quien tiene el sentido de la
dignidad humana sabe que se les ha de respetar y sostener mientras afrontan
serias dificultades relacionadas con su estado” (55). La ancianidad es el
momento de la vida en el que se precisa una mayor atención, siendo “justo que
se recurra también, cuando sea necesario, a la utilización de cuidados
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paliativos que, aunque no pueden curar, permiten aliviar los dolores que
derivan de la enfermedad” sin recurrir a prácticas que acorten de la vida.
En otro discurso al 110º Congreso Nacional de la Sociedad Italiana de Cirugía
dado el 20 de octubre de 2008, Benedicto XVI insiste en la necesidad de
cumplir los que considera como tres principios fundamentales de la profesión
médica: “curar a la persona enferma o al menos intentar influir de forma eficaz
en la evolución de la enfermedad; aliviar los síntomas dolorosos que la
acompañan, sobre todo cuando está en fase avanzada; y cuidar de la persona
enferma en todas sus expectativas humanas”. Lo que conlleva no abandonar al
enfermo cuando los resultados no son satisfactorios o imperceptibles, sino
acompañarlo y procurarle la máxima calidad de vida posible, pero siendo
efectivos a la hora de realizar el plan terapéutico: “un plan que puede llevar a
intervenciones audaces para salvar la vida o a la decisión de contentarse con
los medios ordinarios que ofrece la medicina”.
Y para terminar recordamos su afirmación en su encíclica Caritas in Veritate,
en su número 28 dice:
En los países económicamente más desarrollados, las legislaciones contrarias
a la vida están muy extendidas y han condicionado ya las costumbres y la
praxis, contribuyendo a difundir una mentalidad antinatalista, que muchas
veces se trata de transmitir también a otros estados como si fuera un progreso
cultural. [...] Preocupan también tanto las legislaciones que aceptan la
eutanasia como las presiones de grupos nacionales e internacionales que
reivindican su reconocimiento jurídico (56).
Hasta ahora el Papa Francisco no ha tenido pronunciamientos destacados
sobre los dilemas al final de la vida, aunque sí se ha reflejado su postura con
claridad hacia la defensa de la vida en cualquier circunstancia principalmente
de los más desprotegidos y marginados.
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5.5 Aportación de la Conferencia Episcopal Española
El conjunto de episcopado español se ha pronunciado en múltiple ocasiones
sobre las cuestiones que hacen referencia al final de la vida.
Así, la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe publicaba el 15 de abril de
1986 la Nota sobre la eutanasia en la cual se reafirma lo dicho en la
Declaración sobre la eutanasia de la Congregación para la doctrina de la fe. Al
principio del documento se acotan los factores que influyen en torno a la
polémica de la eutanasia, entre los que destaca “el proceso de secularización,
la crisis de los valores religiosos en el mundo occidental, la absolutización de la
libertad de la persona que lleva a afirmar que el paciente terminal tiene el
derecho de disponer de su propia vida, si así lo desea”. Hace una referencia a
las dificultades que tiene nuestra sociedad para integrar el hecho de la muerte.
Desde este enfoque, se rechaza el “obstinación terapéutica” dado que “el
enfermo necesita muchas más cosas que la aplicación de terapias médicas
sofisticadas” (57). Por ello subraya la necesidad de fomentar una asistencia
humanizada y humanizadora que acompañe al moribundo. El documento
ofrece una novedad en cuanto que aborda la situación de los niños con
anomalías o malformaciones congénitas, legitimando no dilatar cualquier
medida terapéutica que pudiera considerarse desproporcionada, aunque en sí
fuera ordinaria.
El segundo documento relevante que destacamos es el publicado por la
Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida con el título La
eutanasia: 100 cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y
la actitud de los católicos, en octubre de 1992, en el cual en forma de
cuestionario y de una manera didáctica presenta la doctrina de la Iglesia sobre
las cuestiones que afectan al final de la vida y dando respuesta a las corrientes
de pensamiento contrarias.
Más relevante es el documento que el 19 de noviembre de 1998, la Comisión
Permanente de la Conferencia Episcopal Española publicaba el documento La
eutanasia es inmoral y antisocial, con motivo del debate suscitado en la opinión
pública por el suicidio asistido de Ramón Sampedro. El texto declara que la
eutanasia es un grave mal moral, por ser contraria al bien irrenunciable de la
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vida y a la dignidad intrínseca del hombre. Rechaza el individualismo que nace
de una comprensión inapropiada de la libertad “como una mera capacidad de
decidir cualquier cosa con tal de que el individuo la juzgue necesaria o
conveniente” en el cual se apoyan las actitudes proeutanásicas. En otro punto
advierte de la presión moral que una posible aceptación social y legalización o
despenalización de la eutanasia ejercería sobre los ancianos y los
discapacitados. En cuanto a la repercusión social el texto dice “si ninguna
propiedad (de bienes o cosas) deja de tener una referencia social y
transpersonal, menos aún la vida, que no es una propiedad cualquiera.
Concebir la vida como un objeto de “uso y abuso” por parte de su “propietario”
es llevar a un extremo casi ridículo el mezquino sentido burgués de la
propiedad privada”. (58)
Finalmente, reseñar la reciente Declaración con motivo del Proyecto de Ley
reguladora de los derechos de la persona ante el proceso final de la vida de la
Comisión permanente del 22 de junio de 2011. En él se hace una crítica a la
ideología que se percibe en el Proyecto, donde se entrevén el criterio de
calidad de vida entendida por el bienestar subjetivo en términos utilitaristas y la
concepción de la autonomía como mera capacidad de realizar los propios
deseos personales. Estas son las objeciones que la declaración hace al
proyecto de Ley:
1. El Proyecto pretende dar expresión a un nuevo enfoque legal que supere un
enfoque asistencialista y dé paso a otro basado en el reconocimiento de los
derechos de la persona en el contexto de las nuevas situaciones creadas por
los avances de la medicina. Pero no lo consigue.
2. No logra garantizar, como desea, la dignidad y los derechos de las personas en
el proceso del final de su vida temporal, sino que deja puertas abiertas a la
legalización de conductas eutanásicas, que lesionarían gravemente los
derechos de la persona a que su dignidad y su vida sean respetadas.
3. El erróneo tratamiento del derecho fundamental de libertad religiosa supone un
retroceso respecto de la legislación vigente.
4. Ni siquiera se alude al derecho a la objeción de conciencia, que debería
reconocerse y garantizarse al personal sanitario.
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5. La indefinición y la ambigüedad de los planteamientos lastran el Proyecto en su
conjunto, de modo que, de ser aprobado, conduciría a una situación en la que
los derechos de la persona en el campo del que se trata estarían peor
tutelados que con la legislación actual.
Finalmente, el documento añade como apéndice el Testamento Vital, Es un
documento donde se expresan las disposiciones previas cuando tenemos
pleno conocimiento, libre, consciente y voluntariamente para cuando se den las
circunstancias de atención en el futuro, en previsión de que yo no esté en
condiciones de poder decidir. Estas deben constar siempre por escrito y nunca
podrán ser contrarias ni al ordenamiento jurídico ni a la lex artis. Este
testamento resume la doctrina católica. A mi modo de ver, esto es algo bueno
pero que la hora de aplicarlo tiene sus limitaciones, en cuanto a que la realidad
es mucho más compleja que la teoría desarrollada sobre ellas.
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Conclusiones
CONCLUSIONES
Las diferentes problemáticas que se dan al final de la vida siguen siendo objeto
de polémica en la sociedad con posturas contrapuestas en las que se
cuestionan valores como la dignidad humana, la vida, la sacralidad, y la
autonomía personal.
Hoy en día la tecnificación de la medicina y el acceso universal y gratuito al
sistema de salud en nuestro país hacen del acontecimiento de la muerte una
actuación médica en vez de un acto natural, lo cual en muchos casos genera
un ambiente de falta de atención.
Entonces, ¿cómo debe ser la atención al final de la vida? Pues debería de ser
una atención integral y multidisciplinar. Es decir, ayudar a los enfermos a vivir
su situación personal en la verdad, con los cuidados y el acompañamiento
necesario, para mitigar los síntomas físicos, dar apoyo emocional, psicológico,
social y espiritual. ¿Desaparecerían así las peticiones de eutanasia?
¿Conseguiríamos evitar el deseo de morir antes de seguir viviendo la situación
que la enfermedad produce?
Ciertamente, no podemos hacer conjeturas sobre algo tan complejo de
conseguir. No obstante, a pesar de poner en práctica los criterios mencionados,
seguramente siempre habrá personas que sientan que su vida no tiene ningún
sentido ante un severo deterioro de la calidad de vida. “Por eso es tan
importante no sólo ser cautelosos al enjuiciar ciertos actos realizados en
momentos de especial vulnerabilidad, en donde la libertad humana esta tan
condicionada, sino también tener la suficiente humanidad [...] de ponernos en el
lugar del otro, compartiendo su sufrimiento y ser signos de esperanza cuando
amenaza tan radicalmente el sinsentido” (3).
Aquí radica la exigencia de que los comités de ética de los hospitales ejerzan
su función asesorando a los enfermos, a sus familias y a los agentes sanitarios
abordar las situaciones complejas desde una perspectiva ética respetuosa en
todo momento de la dignidad de la vida humana.
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Conclusiones
Es obligación de toda la sociedad “velar para que las personas puedan realizar
plenamente su vida en cualquier situación de dependencia y vulnerabilidad en
la que se encuentren” (3). Desde una postura pragmática y utilitarista las
prácticas eutanásicas serían más rentables, pero también las más peligrosas
ya que atentan contra la vida y la dignidad de la persona. “En el fondo ante
situaciones de dolor y sufrimiento, muchas veces ya no vale el cálculo de la
técnica, sino sencillamente la puesta en marcha de un principio humano como
es la gratuidad, la lógica del amor y la entrega” (3).
En cuanto a la cuestión del lenguaje, es muy importante delimitar cada
situación, para que este sea el punto de partida de la comunicación en las
discusiones sobre el final de la vida. Posiblemente en el presente trabajo no
estén recogidas todas las situaciones clínicas o aspectos éticos, lo que se debe
a la enorme complejidad de las circunstancias concretas de cada persona.
Ahora bien, si ya de por sí, todos los términos generan confusión, aún más lo
es el concepto dignidad por ser el más usado y manipulado en todo los debates
sobre el final de la vida. Lo que hace fácil su instrumentalización para defender
unos u otros principio y derechos. La dignidad traspasa los límites del
sufrimiento y del dolor, así como como los equivocaciones cometidas en
circunstancias de mayor vulnerabilidad. Es una condición intrínseca a nuestra
propia vida
Por último hacer referencia al destacado papel que la Iglesia Católica ha tenido
en la cultura occidental. De ahí que hayamos dedicado la última parte a intentar
exponer la perspectiva que el Magisterio de la Iglesia ofrece sobre los
diferentes problemas que surgen al final de la vida. Especialmente poniendo
como centro de su preocupación a la persona enferma y darle sentido a
situaciones difíciles de entender.
Como síntesis, creo oportuno finalizar con un texto del libro Humanizar el
proceso de morir. Sobre la ética de la asistencia en el morir, editado por el
Consejo Interprovincial de los Hermanos de San Juan de Dios: “Todo enfermo
debe ser atendido en su derecho de ser apoyado para asumir de forma
responsable, según su realidad y sentido de la vida, el acontecimiento de su
propia muerte. Todo el mundo tiene el derecho a morir con dignidad y
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Conclusiones
serenidad, sin tormentos inútiles, empleando todos y únicamente los
tratamientos que parecen ser realmente proporcionados. La vida humana, que
para el creyente es don de Dios, debe ser respetada desde el comienzo hasta
su fin natural” (59). En conclusión, como reza un frontispicio de un edificio: “Un
buen morir honra toda una vida”.
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