III Encuentro de Jóvenes Investigadores - digital

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FAMILIA, CULTURA MATERIAL
Y FORMAS DE PODER
EN LA ESPAÑA MODERNA
III Encuentro de Jóvenes Investigadores en Historia Moderna.
Universidad de Valladolid 2 y 3 de julio del 2015
MÁXIMO GARCÍA FERNÁNDEZ (EDITOR)
III Encuentro de Jóvenes Investigadores en Historia Moderna
FAMILIA, CULTURA MATERIAL
Y FORMAS DE PODER
EN LA ESPAÑA MODERNA
Valladolid 2 y 3 de julio del 2015
MÁXIMO GARCÍA FERNÁNDEZ (EDITOR)
ISBN: 978-84-938044-6-6
© Los autores
© De esta edición Fundación Española de Historia Moderna, Madrid, 2016.
Editor: Máximo García Fernández.
Colaboradores: Francisco Fernández Izquierdo, Mª José López-Cózar Pita, Fundación
Española de Historia Moderna.
[email protected]
Fotografía de cubierta: Biblioteca Histórica Santa Cruz, Universidad de Valladolid.
Entidades colaboradoras en la convocatoria y celebración del Encuentro:
2
La rivalidad entre Carlos V y Francisco I: el desencuentro
permanente desde la corte de la emperatriz
The rivalry between Carlos V and Francisco I: permanent disagreement
from the court of the empress
Isidoro JIMÉNEZ ZAMORA
Universidad Francisco de Vitoria
Resumen:
Francisco I fue el gran enemigo del emperador y por tanto de Isabel. El monarca francés ya se
había enfrentado a Carlos V antes de que la emperatriz se casara con el césar, volvería a
hacerlo con ella al frente de la lugartenencia de los reinos, y nuevamente tras su muerte. Desde
el principio, Isabel actuó con contundencia en el cumplimiento de las directrices marcadas por
su marido. No se fió de Francisco I y denunció su comportamiento con alianzas que atentaban
contra la cristiandad. Isabel defendió el sentido de la justicia al exigir un buen trato para los
hijos del monarca francés retenidos durante más de cuatro años en España. Aunque a la corte
francesa llegó en 1530 la nueva esposa del rey, Leonor, que era cuñada y también madrastra de
Isabel, las relaciones entre ambas monarquías sólo conocieron escasos momentos de relativa
tranquilidad. Coincidiendo con el quinto aniversario de la coronación de Francisco I (1515)
resulta interesante comprobar cómo fueron los movimientos de la emperatriz. Además de sus
iniciativas para frenar el avance musulmán, la duda permanente hacia Francia fue el asunto de
la política exterior que más le preocupó durante sus mandatos.
Palabras Clave: Isabel de Portugal, Carlos V, Francisco I, defensa, paz.
Abastract:
Francisco I was the great enemy of the emperor and of Isabel. The french monarch already had
faced Carlos V until the empress to marry the caesar, it would do it with her in front of the
government of the kingdoms, and again after her death. From the beginning, Isabel acted
forcefully in compliance with the guidelines set by her husband. She didn’t trust of Francisco I
and denounced its behavior with alliances that attacking christianity. The empress defended the
sense of justice by requiring a good deal for the children of the french monarch withheld
during more than four years in Spain. Although the french court arrived in 1530 the new wife
of the king, Leonor, who was sister-in-law and also Isabel's stepmother, relations between both
monarchies met only few moments of relative tranquility. Coinciding with the fifth anniversary
of the crowning of Francisco I (1515), it is interesting to check how were the movements of the
empress. In addition to its efforts to stop the muslim advance, the permanent doubt towards
France was the subject of foreign policy that most worried her during their mandates.
Keywords: Isabel of Portugal, Carlos V, Francisco I, defense, peace.
Isabel de Portugal no conoció personalmente a Francisco I ni tuvo una relación directa
con él. Sin embargo, sus vidas están cruzadas desde el mismo momento en que se
compromete con Carlos V. La rivalidad y el enfrentamiento entre los dos monarcas
siempre estuvieron presentes en su mente, y también en su mesa de despacho cuando
tuvo que hacerse cargo de la regencia de los reinos hispánicos con motivo de las
ausencias del emperador. Francisco I accede al trono francés en 1515, hace ahora
quinientos años. Carlos sería rey de España dos años después y posteriormente
emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El título imperial, el choque de
intereses en Italia y las alianzas de uno y otro acabaron por enfrentar a dos personajes,
muy diferentes, en un momento de cambio trascendental en la historia europea.
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Isidoro JIMÉNEZ ZAMORA
La futura emperatriz tiene sólo 11 años cuando Francisco se convierte en rey de
Francia. Cuatro años más tarde, cumplidos ya los quince, la corte portuguesa empieza a
pensar en el recién nombrado emperador, el joven Carlos, como el candidato ideal para
casarse con Isabel. Así lo piensa también la sociedad castellana que hace suya la idea de
la alianza hispano-portuguesa que venía protagonizando varios matrimonios durante las
últimas décadas. Sin embargo, la boda de Isabel y Carlos tardó en llegar; hubo que
esperar hasta el 10 de marzo de 1526 para un enlace en el que había puestas muchas
esperanzas. A los 26 años, una edad muy elevada para contraer matrimonio en esa
época, Carlos estaba plenamente convencido de que la princesa portuguesa era la ideal
por cuestiones económicas, porque el reino más rico de la cristiandad iba a contribuir
con una cuantiosa dote con la que podría financiar sus obligaciones imperiales. Por otro
lado, en ella vio a la persona idónea para asumir la gobernación de los reinos cuando
tuviera que dejar la península. El matrimonio, de no muy larga duración ya que la
emperatriz falleció en 1539, a los 35 años, fue todo un éxito y superó ampliamente las
expectativas creadas. Carlos y sus consejeros, así como la práctica totalidad de la
sociedad española, vieron en ella a la mejor representante de sus intereses. Y además en
la pareja imperial surgió desde el principio una total y completa compenetración en lo
público y en lo privado, en medio de una historia de amor intensa, breve e interrumpida
en demasiadas ocasiones.
Estaba claro que Carlos situaba los asuntos políticos por encima de los planes
matrimoniales, y así precisamente Francisco I empezó a marcar los destinos de la vida
de Isabel. El enlace con Carlos tuvo que esperar porque había que cerrar bien y con
garantías el Tratado de Madrid que permitía salir a Francisco I de España, después de
llevar meses retenido por el emperador tras su derrota en Pavía, en 1525. Durante los
trece años de matrimonio, y especialmente durante sus regencias, Isabel estuvo al tanto
de los movimientos del francés. En la corte conoció el incumplimiento de su palabra de
caballero tras los acuerdos de 1526, sus amenazas constantes sobre los territorios
españoles y los dominios de los Habsburgo, sus alianzas con cualquier oponente que
sirviera para minar el poder de Carlos, y su apuesta final por la paz en las treguas de
1538. Al lado de Francisco I, en los cruciales años treinta para Isabel, hubo una persona
de máxima confianza: Leonor, la hermana mayor de Carlos y mujer del rey francés. Una
vieja y querida amiga que había conocido en Lisboa al contraer matrimonio con su
padre, el rey Manuel el Afortunado. Todas las informaciones de que disponía Isabel la
llevaban a pensar una y otra vez que el rey francés no era de fiar. Su papel activo ante la
amenaza casi continua de Francisco I la condujo a formular una serie de consejos, entre
advertencias y propuestas, con las que contó siempre el emperador. Una relación
imposible entre Carlos y Francisco, analizada y tratada desde la corte de la Emperatriz
que pasó por tres destacadas etapas.
1. Desconfianza y servicio a una causa justa
El mismo año de su boda con Carlos, la emperatriz ya se indignó al enterarse de que el
rey francés había incumplido el Tratado de Madrid. Francisco I había renunciado a sus
pretensiones territoriales en Italia y Flandes, y lo más importante para el emperador, al
tan deseado ducado de Borgoña. Sin embargo, apenas liberado y tras cruzar la frontera,
no dio validez al acuerdo y encabezó la Liga de Cognac junto al Papa, Milán, Venecia y
Florencia. El rey francés se había intercambiado con sus hijos, el delfín y el duque de
Orleans, como prueba de que cumpliría lo pactado. Dos jóvenes rehenes, Francisco y
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LA RIVALIDAD ENTRE CARLOS V Y FRANCISCO I …
Enrique, de sólo ocho y siete años de edad respectivamente, que no olvidarían tan largo
cautiverio a lo largo de sus vidas. A pesar de todo, Francisco I movía ficha y también
pretendía la alianza del rey inglés Enrique VIII.
La emperatriz manifestaba su estupor cuando llegaban las noticias del desafío
del francés, retando a un emperador que aumentaba su ira por momentos. Los acuerdos
de Madrid eran papel mojado y todo lo que venía de Francia ocupaba muchas horas de
despacho de la emperatriz. Isabel de Portugal, tras un breve período de gobierno en
Castilla, asumió en 1529 la lugartenencia general de los reinos, tanto los castellanos
como los aragoneses, y durante más de cuatro años quedó al frente de los mismos.
Tuvo, claro está, el apoyo de varios consejeros, entre los que debemos citar a Juan
Pardo de Tavera, presidente del Consejo Real y arzobispo de Santiago primero, y de
Toledo desde 1534. En el lado opuesto, la representación de la Grandeza estaba en
manos del conde de Miranda, Francisco de Zúñiga, su camarero mayor. Isabel no
participó del enfrentamiento protagonizado por ambos como representantes de los
partidos “fernandino” y “felipista”. No fueron los únicos asesores de la emperatriz, que
además contaba con todos los Consejos, siempre a su servicio. Ella tenía siempre la
última palabra, al margen, claro está, de Carlos V.
En un ambiente de amenaza constante, la seguridad fronteriza, tanto en su flanco
pirenaico occidental como en el oriental, era vital. Había que reforzar y asegurar al
máximo plazas como Fuenterrabía, San Sebastián y Pamplona, por un lado, y las de
Perpiñán, Salses, Colibre y Colliure, por el otro. Y así lo comunicaba nada más asumir
la regencia, en el verano de 1529:
“Sabréis de S. M. la provisión que queda en la frontera de Perpiñán y qué manda que se haga
de acá en caso que allí haya necesidad, pues consta claro cuán más dificultoso y largo será el
remedio de aquello que de otra cualquier parte que intentase de invadir el rey de Francia o los
enemigos”1.
De manera que, a pesar del tratado en vigor, la amenaza era un hecho. Hubo que esperar
sólo un poco más para alcanzar un importante acuerdo, por el que iban a cesar las
hostilidades entre los dos países: la Paz de Cambrai. En la práctica, se reeditaba lo
firmado en Madrid pero con una gran diferencia: el rey francés no estaba obligado a
entregar el importante y simbólico enclave de Borgoña. El acuerdo, conocido como Paz
de las Damas, firmado el 5 de agosto de 1529 fue alcanzado gracias a las habilidades
diplomáticas de dos mujeres: Margarita de Austria, la tía de Carlos V, y Luisa de
Saboya, la madre de Francisco I. Pero esto fue sólo una tregua más y muy pronto los
franceses seguirían hostigando a las fuerzas imperiales, sin cesar en su empeño de
recuperar la influencia perdida en Italia.
Además de la zona fronteriza, la emperatriz está en contacto con toda Castilla
ante las amenazas francesas. Isabel de Portugal es señora de las ciudades de Soria y
Alcaraz y de las villas de Carrión, Sepúlveda, Aranda, San Clemente, Villanueva de la
Jara, Albacete y Molina, y de ellas obtiene rentas para el mantenimiento y sustento de
su casa. A las gentes de Molina se dirige al poco de asumir la regencia, el 12 de mayo
1
Archivo General de Simancas [AGS], Guerra Antigua, leg. 2, s. f. Carta de Isabel de Portugal a
Francisco de los Cobos, Toledo, 18 de julio de 1529, Manuel Fernández Álvarez, Corpus documental de
Carlos V, t. I, Madrid, Espasa, 1973, p. 157.
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de 1529, para agradecer su buena disposición y el ofrecimiento de asistencia hecho a la
Corona ante las amenazas que llegan de Francia2.
Entre tanto, en este primer momento, los príncipes franceses habían cumplido
once y diez años de edad y seguían retenidos. Tras los primeros meses de espera, Carlos
había decidido prolongar el encierro y despedir a gran parte del servicio que trajeron
con ellos. Muy pronto, la emperatriz sería consciente de que la situación de los dos
muchachos no era la que correspondía a personas de tan alta dignidad. Estaba muy
preocupada por su situación y también por la mala fama que empezaba a tener su
marido en toda Europa por este motivo 3 . Pasaron por varios castillos, como los de
Villalpando y Berlanga, y finalmente recalaron en Pedraza, lo más lejos posible de la
frontera francesa. Isabel expresó abiertamente su malestar al no comprender por qué
había que ensañarse con los hijos de Francisco I. Desde luego, contraria a la política
francesa, consideraba adecuado castigar al rey por incumplir su palabra, mediante el
aumento del rescate a más de dos millones de escudos para liberar a sus herederos. Pero
lo que no podía aceptar era el trato poco adecuado que estaban recibiendo el delfín y el
duque de Orleans. La emperatriz decidió inicialmente mantener un prudente silencio en
las reuniones del Consejo Real, pero enseguida se vio obligada a actuar y solicitó que le
informaran con precisión de la situación en la que se encontraban los jóvenes rehenes.
En ese momento, algunos miembros del Consejo se dieron cuenta de que Isabel no
estaba ahí sólo para escuchar y firmar, sino para gobernar. Muchos se quedaron
estupefactos por su reacción y tuvieron que aceptar sus mandatos. Ella se consideraba la
máxima responsable de un problema que dificultaba, aún más, las ya tensas relaciones
entre España y Francia, y hacía crecer la inseguridad de los reinos. La emperatriz se
mantuvo firme y obtuvo, a través del arzobispo Alonso de Fonseca, noticias de la
situación. El comendador mayor de Castilla, Juan de Zúñiga, le informaba del estado
del cautiverio: los dos niños estaban incomunicados, se distraían haciendo figuritas de
cera o garabatos en los muros, y comían poco más que garbanzos y habichuelas.
Además, el dinero procedente de la corte francesa no se empleaba precisamente en
comprarles las mejores ropas. Preocupada por lo que aparece en el informe, la
emperatriz decidió dar un giro a la situación, atendiendo además a la reclamación de la
abuela de los infantes, Luisa de Saboya. Entre otras medidas, acordó enviar dos mil
ducados de su casa para vestirles mejor, hacerles llegar alimentos y dulces de su propia
despensa, así como recibir todas las visitas que tuvieran y permitir que fueran retratados
tal y como había pedido su padre. Isabel, pues, se había puesto al frente de un problema
y se puede decir que salió triunfante, aunque enojada ante un asunto, en principio trivial,
pero que ponía en juego las relaciones diplomáticas4. En diciembre de 1529 ya había
mejorado bastante la situación de los jóvenes franceses, y de ello se hace eco la regente
de los Países Bajos: Margarita agradece la labor de Isabel porque “tales mancebos
príncipes sin culpa no han de pagar la pena de las enemistades de sus padres”5, y se
muestra confiada en que mejorará la amistad entre ambos países
2
Archivo Municipal de Molina de Aragón, Cartas Reales, 194-1.6. Carta de Isabel de Portugal a la villa
de Molina, Toledo, 12 de mayo de 1529.
3
Andrea Pascual Barroso, Dos niños príncipes franceses cautivos en Castilla (1526-1530), Pedraza,
Fundación Villa de Pedraza, 2013, p. 91.
4
Esther Merino Peral y Eduardo Blázquez Mateos, Isabel de Portugal, la reina invisible, Ávila, Miján,
2000, pp. 68-69.
5
AGS, Estado, leg. 496, f. 72, M. Fernández Álvarez, Corpus…, p. 186.
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LA RIVALIDAD ENTRE CARLOS V Y FRANCISCO I …
A pesar de los acuerdos alcanzados, Isabel seguía mostrando su total
desconfianza hacia Francia, y por eso pedía redoblar los esfuerzos que se realizaban en
la frontera. Tanto allí como en la corte las noticias hablaban del riesgo existente: “[…]
se ha escrito a los capitanes generales que estén muy sobre aviso y no pueda haber
descuido en ello, porque la misma sospecha se tiene acá” 6. Toda precaución parecía
insuficiente y afirmaba que la entrega de los príncipes debía hacerse por el camino más
seguro:
“En lo capitulado se asentó que la entrega de estos príncipes fuese por Perpiñán, lo cual parece
inconveniente tan en entrando en Aragón van siempre cerca de Francia, y además de esto al
condestable se le hará muy trabajoso el camino y V. M. debe procurar que la dicha entrega sea
por (en blanco) pues para todo será muy mejor y más seguro y conveniente”.
Entre los acuerdos de 1529 estaba además el compromiso matrimonial de Leonor, la
cuñada de la emperatriz, y Francisco I. Y de nuevo encontramos, el temor de Isabel:
dudaba que se cumpliera lo estipulado. Un embajador francés, el vizconde de Turuena,
había llegado a la corte para negociar la salida de Leonor y de los jóvenes príncipes.
Isabel informó de que a los miembros del Consejo Real no les parecía suficiente el
poder que traía para ratificar el matrimonio contraído por Francisco con el procurador
de la reina en Madrid. Todos sospechaban, decía la emperatriz, y creían que el rey de
Francia faltaría a su compromiso y cuando se viera con sus hijos buscaría todas las
fórmulas para no cumplir ni con la reina ni con el emperador por lo que “convendría
diferir la entrega de los hijos hasta tanto que V. M. haya hecho sus negocios en Italia”7.
La emperatriz advertía a su marido de lo que podía ocurrir y solicitó que su querida
Leonor no cruzara la frontera francesa sin que Francisco ratificara en persona el
matrimonio firmado en Madrid. Isabel no dudaba de que el rey francés mentía y de que
podía haber aceptado el matrimonio sólo para liberar a sus hijos. Para Isabel, Leonor era
mucho más que su cuñada y temía que pudiera ser maltratada y deshonrada en el país
vecino. Así hablaba del peligro:
“[…] el rey de Francia siente tanto estos dineros que ha de dar a V. M. que no puede disimular
la pena, y si ahora faltase su palabra podría hacer detenimiento en la reina y en los que van con
ella, pensando cobrar parte de los dineros; esto no se debe creer de príncipe ni de otro hombre
cristiano, más las cosas pasadas hacen sospechar en la presente, de tal manera, que a todos
comúnmente parece que la reina va en el mayor peligro del mundo, y esto se habla por todo el
reino”.
Sólo hacía unos meses que Isabel era la gobernadora y aún no ejercía su poder con la
fuerza y la autoridad con la que lo iba a hacer en los siguientes años. Su insistencia y la
del Consejo Real no hacían mella en Carlos V y éste confirmó que cuando Francisco
reuniera el dinero del rescate, tanto su hermana Leonor como los jóvenes rehenes
marcharían a Francia. Carlos se tomó muy en serio la política de prevención de su
esposa y se mostró totalmente de acuerdo, asegurando que en un asunto de tal
importancia debía haber mucha vigilancia y cuidado para evitar problemas. Junto a esa
actitud, seguía estando el emperador paciente, tolerante y responsable, cuando instaba a
6
AGS, Estado, leg. 22, ff. 72-73. Carta de Isabel de Portugal a Carlos V, Madrid, 10 de diciembre de
1529.
7
AGS, Estado, leg. 19, ff. 226-228. Carta de Isabel de Portugal a Carlos V, Madrid, 25 de febrero de
1530.
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Isabel a que se cumpliera enteramente la parte del acuerdo correspondiente a España8. A
pesar de la decisión de Carlos, Isabel siguió articulando todo un entramado diplomático
para saber qué estaba pasando en cada momento en Francia. Instó a los embajadores a
que le informaran puntualmente de los acontecimientos. Isabel comentaba en sus cartas
con todo detalle el traslado de Leonor y los príncipes a Francia junto a sus
correspondientes séquitos; un traslado que ella sólo pudo hacer parcialmente, hasta
Torrelaguna. No se conformaba con las noticias que recibía y exigió que se probara por
todos los medios que se habían cumplido los acuerdos enteramente, sin olvidar al
mismo tiempo que se extremaran las medidas de control en las fronteras para garantizar
la paz.
Isabel se ponía en alerta en el verano de 1530. Para el 27 de junio estaba prevista
la entrega a Francia de Leonor y de los hijos de Francisco I, el delfín y el duque de
Orleáns. Unos días antes se dispuso a estudiar la información que llegaba a su despacho
sobre ciertos preparativos de guerra en la zona fronteriza con Navarra. La emperatriz
dio órdenes para intensificar las defensas de Pamplona, así como las de San Sebastián y
Fuenterrabía. Y pidió al emperador que se adelantara a los acontecimientos y que le
informara sobre lo que había que hacer. No se olvidó de la frontera oriental y sus
escasas defensas por motivos económicos. Esa tierra, decía la emperatriz, sigue bajo los
estragos de la peste y el hambre y encima no hay dinero suficiente para atenderla. Ante
la situación de soledad y desamparo en la que podía quedar, consideraba urgente un
abastecimiento inmediato. A pesar de estas precauciones, Isabel estaba convencida de
que no habría guerra por el momento:
“[…] juzgándolo por razón, que al presente no se desenvergonzarán a hacer guerra, más para
adelante todo tienen creído y escriben que se debe tener por cierta, y por eso conviene que
desde ahora V. M. ordene la manera que se debe tener si rompieren la guerra; porque si don
Enrique de Labrit entrare en Navarra, lo cual no hará sin fundamento de gente y ayuda del rey
de Francia […] acá se han pensado todas las maneras que se han podido platicar y ninguna se
halla que se pueda sacar dinero que haga al caso, y en que no haya los inconvenientes que V.
M. sabe y se le han escrito”9.
Como casi siempre, una vez más, al margen del problema de seguridad con Francia, la
asfixia económica. Finalmente el 1 de julio de 1530 tuvo lugar la entrega de los tres
personajes reales y se recibió un rescate de 1.200.000 escudos. Carlos, desde Alemania,
estaba más que satisfecho porque la operación, coordinada por la emperatriz, había
salido bien y porque realmente necesitaba mantener la paz con Francia si quería abordar
los asuntos alemanes. Por ello insistirá mucho en que no se toque el dinero del rescate
para no soliviantar al francés. Pero eso será sólo cuestión de tiempo. El fabuloso botín
desaparecerá muy pronto ante los desajustes económicos ya que, con mucho, los gastos
superaban a los ingresos.
Enterada finalmente de que Leonor había sido bien recibida en la corte francesa,
Isabel expresó su alegría pero con una extrema cautela. Por eso decidió enviar a
Garcilaso de la Vega para que le informara de una relación y de un trato que, según ella,
influirían en las relaciones pacíficas entre ambos países. La emperatriz se mostraba
alegre de lo bien acogida que fue la nueva reina francesa y consideraba fundamental ese
8
9
AGS, Estado, leg. 21, f. 272. Carta de Carlos V a Isabel de Portugal, s. l., s. f., 1530.
AGS, Estado, leg. 19, ff. 240-241. Carta de Isabel de Portugal, Madrid, 9 de julio de 1530.
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LA RIVALIDAD ENTRE CARLOS V Y FRANCISCO I …
buen trato “para que la paz se conserve”10. Pero Isabel no ignoraba que esa paz era algo
provisional. De momento no había “bullicio de guerra ninguno” pero no había que bajar
la guardia.
Isabel influyó al imponer sus ideas contrarias a las de la corte francesa para
impedir un doble enlace entre las casas reales de ambos países. En 1531 Francisco I se
dirigió a Carlos V para ofrecer en matrimonio al delfín, el heredero de la corona
francesa, con la infanta María, y al mismo tiempo la boda entre el futuro Felipe II y una
de sus hijas. Isabel de Portugal no titubeó y lo tuvo muy claro. Los argumentos
utilizados fueron más que convincentes para Carlos. ¿Cómo razonaba Isabel su
propuesta de respuesta negativa a la corte francesa? Los emperadores sólo tenían un hijo
varón (el segundo, Fernando, había fallecido hacía menos de un año), por lo que si
Felipe moría antes de tiempo podría sucederle María y esto facilitaría una posible unión
de los reinos español y francés: “se debe mirar que esta negociación es desigual, porque
el rey de Francia tiene tres hijos, y no sucede en su reino hija, y hasta ahora no tenemos
sino un varón”11. Parecía un motivo más que suficiente e Isabel dio un paso en sus
maniobras diplomáticas y propuso cambios en las alianzas solicitadas por el francés.
Entre esas propuestas figuraba que María se casaría no con el Delfín, sino con “otro de
los hijos del rey de Francia”, más joven, y “esto sería mejor”. Era mejor para la pareja
imperial pero no interesaba a Francisco I y, por tanto, no se llevó a cabo. La petición
francesa, según Isabel, aumentaba el peligro. Así pues, su intervención evitó una alianza
matrimonial que podría haber sido arriesgada en ese momento, a pesar de la fragilidad
de los compromisos matrimoniales de la época.
2. Comportamiento desleal y peligro para la cristiandad
El paso del tiempo no hizo que los temores de la emperatriz desaparecieran, sino todo lo
contrario. En vísperas de la campaña de Túnez, en 1535, sospechaba que Francia y otros
que seguían al emperador se preparaban para cambiar de rumbo, dependiendo del
resultado de la expedición: “Del rey de Francia y del de Inglaterra y de los otros que os
siguen, también me parece que se debe tener la misma sospecha”12. Isabel no se fiaba
nada y escribía a los virreyes y a los capitanes de la frontera para que investigaran e
informaran de inmediato sobre cualquier movimiento. No podía creer nada de lo que
llegaba de Francia después de años de alianzas interesadas, muchas de ellas contra
natura, que sólo perseguían un fin: acrecentar el poder francés a costa de dañar el
patrimonio y la esfera de influencia de los Habsburgo. Carlos, una vez más, había
expresado su enfado por el acercamiento de Francisco a los turcos y berberiscos, y
mucho más cuando interceptó cartas del francés en su expedición tunecina con un claro
compromiso con los aliados de Solimán. Desde Roma, y ante el colegio cardenalicio, el
emperador anunció que se disponía a dirigir en persona una expedición sobre la
Provenza francesa. Era una operación de castigo que no perseguía la guerra total contra
el enemigo francés, sino que pretendía asegurar el control del Mediterráneo occidental:
la conquista de Marsella daría a Carlos un dominio marítimo que dejaría a Argel en una
10
AGS, Estado, leg. 20, ff. 265-267. Carta de Isabel de Portugal a Carlos V, Madrid, 16 de agosto de
1530.
11
AGS, Estado, leg. 20, ff. 263-264. Carta de Isabel de Portugal a Carlos V, Ocaña, 21 de febrero de
1531.
12
AGS, Estado, leg. 31, ff. 182-185. Carta de Isabel de Portugal a Carlos V, Madrid, 17 de junio de 1535,
Mª Carmen Mazarío Coleto, Isabel de Portugal, Madrid, CSIC, 1951, p. 399.
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posición muy delicada. Pero Carlos no tuvo suerte y sus planes y tácticas fracasaron, y
Castilla volvía a insistir en la siempre aplazada campaña contra Argel13.
La emperatriz seguía pendiente de los movimientos del rey francés,
prácticamente sin descanso. Así, el 4 de febrero de 1536 Isabel se alarmó por la
incursión realizada en el ducado de Saboya, territorio aliado de Carlos V, y cuya titular
consorte era Beatriz, hermana de la portuguesa. Se estaba produciendo su ocupación y
en la zona se concentraban cien piezas de artillería y más de cinco mil alemanes. Sin
dilación alguna, ordenaba tomar medidas en los puestos fronterizos y puso en aviso a
los virreyes y capitanes generales de la frontera14. Isabel estaba preocupada por Carlos y
por Beatriz. Cierto consuelo obtendría al leer las palabras del emperador, decidido y
seguro de que “quebraremos la cabeza” al francés15.
Antes de la invasión de Saboya, la sucesión del ducado de Milán, tras la muerte
de su titular en 1535, ya había puesto de nuevo en tensión las relaciones hispanofrancesas. Francisco I quería el ducado para su segundo hijo, el duque de Orleans16.
Tanto Carlos e Isabel conocían sus intereses y ambiciones por lo que había que estar
prevenido por lo que pudiera ocurrir. El emperador rogó a Isabel que cuidara la frontera
terrestre y que las galeras, con tres mil infantes, fueran rápidamente a Génova. Eran sólo
los primeros pasos para frenar a Francisco. Isabel llevó el asunto al Consejo de Estado y
sus miembros propusieron que el ducado de Milán fuera cedido al duque de Angulema,
el tercer hijo del francés. Para evitar la reanudación de las hostilidades había que
contentarle y garantizar la paz de la cristiandad, pero era muy complicado porque de él
“no se puede tener ninguna seguridad” 17 . Tampoco estaba seguro el emperador que
decía temer más que esperar la reacción de Francisco I. Carlos pidió a Isabel proveer
“con extrema diligencia las cosas de allá, así las fronteras de Navarra, como las del
Rosellón”18. Y de inmediato, ordenó la vigilancia tanto de la frontera oriental como de
la occidental y el reclutamiento de la gente necesaria. Para ello, tuvo que reunir todo el
dinero, incluido el procedente de Perú. La prioridad era defender los reinos. Francia era
territorio enemigo y los mensajes al emperador irían por agua ya que no era seguro
atravesar la frontera19. La desconfianza no hacía más que crecer y el embajador francés
se preguntaba cómo España aumentaba su protección cuando estaban en vigor unas
amistosas relaciones entre Carlos V y Francisco I. Lo cierto es que los franceses se
dirigían al norte de Italia con la idea de tomar Saboya, Piamonte y Niza. En Brescia se
habían situado ya ocho mil soldados alemanes junto al delfín, y un ejército de suizos
estaba ya en el ducado de Saboya. La emperatriz lamentaba lo que estaba sucediendo, y
no entendía cómo el rey francés se empeñaba en hacer tanto daño. Los acontecimientos
se precipitaron e Isabel vio con buenos ojos la preparación de las fuerzas alemanas e
13
Manuel Fernández Álvarez, Carlos V. Un hombre para Europa, Madrid, Espasa, 1999, p. 98.
AGS, Estado, leg. 33, ff. 126-129. Carta de Isabel de Portugal a Carlos V, Madrid, 4 de febrero de
1536, Mª C. Mazarío Coleto, Isabel…, p. 440.
15
AGS, Estado, leg. 35, f. 5. Carta de Carlos V a Isabel de Portugal, Nápoles, 20 de febrero de 1536, M.
Fernández Álvarez, Corpus…, p. 475.
16
AGS, Estado, leg. 35, f. 76. Carta de Carlos V a Isabel de Portugal, Nápoles, 18 de febrero de 1536,
Ibídem, pp. 469-470.
17
AGS, Estado, leg. 35, f. 2. Carta de Isabel de Portugal a Carlos V, Madrid, 26 de febrero de 1536, M.
C. Mazarío Coleto, Isabel…, p. 449.
18
AGS, Estado, leg. 35, f. 5. Carta de Carlos V a Isabel de Portugal, Nápoles, 20 de febrero de 1536, M.
Fernández Álvarez, Corpus…, p. 474.
19
AGS, Estado, leg. 35, f. 52. Carta de Isabel de Portugal a Carlos V, Madrid, 29 de febrero de 1536, M.
C. Mazarío Coleto, Isabel…, p. 452.
14
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LA RIVALIDAD ENTRE CARLOS V Y FRANCISCO I …
italianas del ejército del césar, y confirmó que la Liga con los venecianos había sido
ratificada, y que el resto de estados italianos les apoyarían. Desde Madrid, Isabel
dispuso que Álvaro Bazán estuviera preparado con las galeras para partir en poco
tiempo, junto a tres mil infantes, hacia Génova. Andrea Doria, por su parte, tenía como
objetivo, llegado el caso, la ciudad de Marsella y sus alrededores. En conjunto se habían
movilizado cinco mil infantes en la armada, diez mil en la frontera navarra y cinco mil
en la catalana. La emperatriz, siempre al servicio del césar, tenía todo perfectamente
controlado:
“Para lo de acá se han hecho los apercibimientos que V. M. envió a mandar a las ciudades,
grandes y caballeros de estos reinos, y los de Aragón, Valencia y Cataluña. Y se ha apercibido
al condestable y al duque de Alburquerque, y a los virreyes de Navarra y Cataluña […] para
que estén apercibidos y en orden para lo que se ofreciere, y que procuren saber por todas las
vías que pudieren lo que se hace en Francia, para que nos avisen de ello y con tiempo se pueda
proveer lo que convenga”.
La guerra ya era inevitable. Carlos redobló sus esfuerzos diplomáticos para que en el
conflicto el papa fuera neutral. Paulo III, que anunció la inminente celebración de un
concilio, afirmó ante el emperador que quería ser y quedar neutral. El principal apoyo
de Carlos fue Venecia, donde tenía a un hábil diplomático como Lope de Soria. El
ejército imperial contaba ya en Milán con unos 26.000 infantes. El francés se situaba en
el Piamonte y alcanzaba el límite entre Saboya y Milán, una línea defendida por
Antonio de Leyva. En todo este proceso, Isabel cuidó al máximo los preparativos del
enfrentamiento. Pero sabemos que no le gustaba la guerra y por eso, a pesar de todo,
conminaba al emperador a que agotara todas las posibilidades de diálogo con los
franceses, aun conociendo la “desvergüenza” de su rey:
“[…] le suplico que, aunque la desvergüenza del dicho rey sea tan grande y su intención la que
se conoce, que V. M., no mirando a esto sino al bien general que de ello se seguirá, si él viniere
en medios justos y razonables, V. M. se concierte con él, porque la guerra trae consigo los
inconvenientes que V. M. tiene mejor entendido, y no se acaban como se piensan”20.
La emperatriz apostaba por el diálogo porque temía las consecuencias del choque y no
olvidaba lo que venía ocurriendo. Y porque además ella, como fiel representante de los
nuevos tiempos, situaba el acuerdo y el diálogo siempre por encima de la guerra. Al
final, no obstante, lamentaba que el emperador hubiera entrado en territorio francés, al
frente del ejército, él en persona, en una estampa que recuerda las andanzas de ese
último caballero en el trono. La regente y gobernante incansable sentía pena por ello y
confiaba en que el césar abandonara pronto el campo de batalla21. Como ocurriera con
motivo de la campaña de Túnez, la emperatriz encargó plegarias y oraciones en todas
las iglesias y monasterios de los reinos para pedir por la victoria sobre el francés.
Estamos ante un nuevo conflicto, una nueva guerra entre España y Francia. El
emperador había ordenado a la emperatriz que pusiera en estado de alarma a los reinos.
Isabel se encargó de preparar todos los refuerzos y tuvo poder para ello22. Permanece en
20
AGS, Estado, leg. 33, ff. 45-58. Carta de Isabel de Portugal a Carlos V, Madrid, 3 de mayo de 1536, M.
C. Mazarío Coleto, Isabel…, p. 463.
21
AGS, Estado, leg. 33, ff. 70-74. Carta de Isabel de Portugal a Carlos V, Valladolid, 15 de julio de 1536,
Ibídem, p. 473.
22
AGS, Estado, leg. 1.458, f. 220. Carta de Carlos V a Isabel de Portugal, Fréjus, 3 de agosto de 1536, M.
Fernández Álvarez, Corpus…, p. 517.
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Isidoro JIMÉNEZ ZAMORA
contacto con la nobleza, a la que pide23 que tenga todo dispuesto con la gente necesaria
ante las noticias que llegan de Francia. Por otro lado, Isabel tuvo también que
encargarse de que una armada española se preparase en aguas del Atlántico para frenar
a los franceses que amenazaban con atacar a las embarcaciones procedentes de las
Indias y tomar todo el oro que traían. Ordenó que esa flota especial saliera de los
puertos de Vizcaya y Guipúzcoa. Así fue transcurriendo una etapa que acabó en
enfrentamiento y que dio paso a un nuevo tiempo para la esperanza.
3. El diálogo para superar diferencias y garantizar la paz
La emperatriz siguió siempre las directrices de Carlos V pero se mostró firme en
muchas ocasiones manifestando una idea propia y un estilo de gobierno particular.
Desde la corte intentó influir todo lo que pudo en el ánimo de un emperador que no
logró el éxito deseado contra los franceses. Había que intentar poner fin, por enésima
vez, a las amenazas y, sobre todo, al enfrentamiento directo. Las posturas eran
irreconciliables y el odio acumulado parecía imposible de ser reconducido hacia
posiciones que garantizasen una convivencia pacífica. Era el momento de llegar a la paz
y, al menos, sobre el papel y durante un tiempo, se logró.
Carlos V no pudo apuntarse ninguna conquista importante en su enfrentamiento
de 1536 y procedió a retirarse de la Provenza y a abandonar las pequeñas plazas
ocupadas. El enemigo no se había atrevido a librar combate en campo abierto. El
emperador convirtió esta intervención en una operación de castigo contra el rey de
Francia, para el que quedaba la vergüenza por no haber aceptado la batalla a la que le
había retado; una nueva nota caballeresca de Carlos V24. Niza y el ducado de Saboya
quedarían salvaguardados por las fuerzas españolas para evitar nuevos hostigamientos.
El emperador dio orden además de que se mantuvieran en alerta todas las guarniciones
fronterizas así como las de Baleares y el norte de África porque había un temor real a
que los franceses lanzaran una contraofensiva, especialmente en la zona catalana, dada
la proximidad de Avignon, donde mantenían un campamento atrincherado considerado
como una obra maestra de la ingeniera militar de la época 25. A finales de octubre vemos
de nuevo muy preocupada a la emperatriz porque en la frontera se habían situado más
de doce mil franceses. Una vez más, los efectivos españoles estaban en guardia y
preparados por si había que intervenir26. Seguía pues una política de carácter preventivo
a la espera de la deseada negociación de la paz. Es este momento en el que podemos ver
el retrato que Isabel hace de Francisco I: una persona alejada de lo justo y apático
respecto a la paz. Y ella estaba satisfecha porque Carlos había dado toda una lección al
francés en beneficio de la cristiandad:
“[…] se conoce bien la poca gana que ha tenido y tiene de inclinarse a lo justo para asentarla y
establecerla (la paz), […] me ha parecido bien que por el respeto que siempre V. M. ha tenido
al bien público de la cristiandad y de Italia, […] haya V. M. concedido a tratar otra vez del
23
Archivo Ducado de Alba, Caja 4, doc. nº 115. Carta de Isabel de Portugal a Luis Méndez de
Sotomayor, Madrid, 8 de marzo de 1536.
24
M. Fernández Álvarez, Corpus…, p. 525.
25
Ibídem, p. 522.
26
AGS, Estado, leg. 33, ff. 60-63. Carta de Isabel de Portugal a Carlos V, Valladolid, 24 de octubre de
1536, M. C. Mazarío Coleto, Isabel…, p. 496.
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LA RIVALIDAD ENTRE CARLOS V Y FRANCISCO I …
estado de Milán para musseñor de Angulema, su hijo, porque todo el mundo vea y conozca que
por parte de V. M. no queda de hacerse este beneficio a la cristiandad”27.
Unos meses después, en el verano de 1537, la tensión entre ambos monarcas iba a
alcanzar un nivel preocupante. Desde Monzón, Carlos comunicaba a Isabel que en
Francia se habían tomado medidas contra los servidores y aliados suyos, se les atacaba y
se les quitaban sus bienes. La represalia estuvo en la misma línea y de ello se tenía que
encargar la emperatriz28. Nadie sabía cuál iba a ser el próximo movimiento de ficha del
francés. Isabel pensaba, sin embargo, que su última derrota y la alianza de Carlos con el
papa y Venecia podrían atraerle definitivamente a la causa de la defensa de la
cristiandad en contra los otomanos.
“Y siendo cierto que es hecha la liga entre el papa y venecianos y V. M. contra el turco, sería
en buena coyuntura y cosa provechosa para tratar de la paz con el dicho rey. Nuestro señor lo
encamine como más convenga a su servicio y al bien y quietud de la cristiandad. 29”
Isabel confiaba en que la paz con Francia se prolongara durante mucho tiempo y que
incluyera también, como cosa muy importante (la más necesaria, diría más adelante),
acabar con el “daño que los corsarios franceses hacen a los navíos que vienen de las
Indias”30. Francisco I puso muchas trabas a la paz y Carlos V se ofreció a reunirse con
él en Italia en presencia de Paulo III, que actuaría como mediador. Para evitar que el rey
de Francia penetrara con un ejército en Italia, el papa propuso la ciudad de Niza, a lo
que se mostró favorable Carlos. A la emperatriz le parecía un buen lugar y negarse
podía dejar al francés muy al descubierto31. Isabel aplicó su táctica política y propuso a
Carlos que no arriesgara demasiado; consideraba que si finalmente Francisco no acudía
a la cita, el encuentro debería celebrarse entre los delegados del papa y los del
emperador para evitar nuevos peligros y más gastos.
En las vistas de Niza el duque de Saboya dejó su castillo pero no cumplió como
esperaba con Carlos, e Isabel quedó muy sorprendida. Para la emperatriz se trataba de
una gran falta tras la que seguramente estaba el rey de Francia. Además había expulsado
del edificio a todas las personas próximas al emperador y a todas las mujeres de origen
portugués. A pesar de lo ocurrido, la prudente Isabel pidió a Carlos que no actuara preso
de la ira32.
La emperatriz sabía que las intenciones de Francisco no podían ser buenas
porque había llevado consigo un elevado número de soldados. Pero había que evitar la
guerra y presionó a Carlos para que hiciera un nuevo esfuerzo por alcanzar la paz
definitiva:
27
AGS, Estado, leg. 44, ff. 52-71, s. l., s. f., 1536, M. C. Mazarío Coleto, Isabel…, pp. 497-498.
B. Escorial, 8-II-8, f. 165v. Carta de Carlos V a Isabel de Portugal, Monzón, 26 de agosto de 1537, M.
Fernández Álvarez, Corpus…, p. 536.
29
AGS, Estado, leg. 41, ff. 259-261. Carta de Isabel de Portugal a Carlos V, Valladolid, 11 de octubre de
1537, M. C. Mazarío Coleto, Isabel…, p. 507.
30
AGS, Estado, leg. 44, ff. 14-15. Carta de Isabel de Portugal a Carlos V, Valladolid, 21 de enero de
1538, Ibídem, p. 512.
31
AGS, Estado, leg. 44, ff. 24-27. Carta de Isabel de Portugal a Carlos V, Valladolid, 13 de marzo de
1538, Ibídem, p. 515.
32
AGS, Estado, leg. 44, ff. 32-35, Valladolid, 14 de junio de 1538, M. C. Mazarío Coleto, Isabel…, pp.
527-528.
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“[…] aunque de su caminar tan despacio y traer tanta gente de guerra consigo se pueda juzgar
que no trae la voluntad e intención que sería menester […], le suplico mire lo que importa la
paz al bien y quietud de la cristiandad, y los inconvenientes que trae consigo la guerra […], V.
M. no deje de venir en todo aquello que fuere justo y honesto, y que todo el mundo vea y
entienda las justificaciones en que V. M. se pone por este beneficio tan general”.
El rey francés no se comportó precisamente como esperaban de él tanto Carlos como
Paulo III. Y por supuesto, Isabel, que pedía a Dios que pusiera “en razón al rey de
Francia”33. Al final, en la vistas de Niza, se acordó mantener una tregua de diez años.
Pero, muestra de esa nula confianza, es que Isabel no cesó en su empeño de continuar
hasta el final las fortificaciones de Pamplona y Perpiñán por lo que pudiera ocurrir en el
futuro. En cualquier caso, la noticia había que celebrarla y así comunicaba a las
ciudades en el verano de 1538 la paz y el regreso, una vez más, de Carlos 34 . El
emperador seguía controlando el Milanesado y gran parte del ducado de Saboya.
Carlos V se citó con Paulo III, cerca de Niza, en Villefranche, para firmar el
acuerdo de amistad. El papa no consiguió reunir a los dos monarcas pero Carlos y
Francisco se vieron las caras poco después y ratificaron el acuerdo de paz y de amistad
en Aigues-Mortes. Sin embargo, ese nuevo encuentro personal doce años después, fue
posible gracias a la mediación de Leonor, fue políticamente inútil35. Hubo, eso sí, un
acercamiento que permitió que el espíritu de reconciliación recuperado en ese instante
continuara con nuevas entrevistas y festejos el año siguiente36. No duraría los diez años
firmados porque ambos seguían siendo oponentes, sus intenciones eran muy diferentes
y no olvidaban las ofensas pasadas37. En todo caso, el emperador mostró su satisfacción
al llegar a Valladolid y dar cuenta a Isabel del resultado. Meses antes de morir Isabel
estaba contenta porque creía ver un cambio de actitud en Francisco I, o al menos lo
deseaba y así se lo pedía a Dios, “que haya sido tal y como significan sus palabras y
ofrecimientos, para que V. M. con razón pueda tener contentamiento y seguridad de su
amistad”38. Isabel murió el 1 de mayo de 1539 y no pudo ver a Carlos atravesar en paz y
calma el territorio francés cuando se dirigió a Gante a castigar la rebelión de la ciudad
en la que había nacido. Tampoco vio la ruptura de la tregua y la reanudación de las
hostilidades entre el emperador y el rey francés; tanto el que le intentó hacer la vida
imposible, Francisco I, como su sucesor, Enrique II, aquel joven que pasó cuatro años
de su vida encerrado en la Castilla de Carlos V.
4. Conclusiones
A la completa formación recibida por Isabel en la corte de Lisboa se añadió en los
primeros años de convivencia con el emperador el conocimiento profundo y en detalle
de los grandes asuntos de los reinos y de los principales problemas de la política
internacional a los que tenía que enfrentarse. Isabel hizo suya la visión que Carlos tenía
33
AGS, Estado, leg. 44, f. 1-4. Carta de Isabel de Portugal a Carlos V, Valladolid, 9 de julio de 1538,
Ibídem, p. 530.
34
Archivo Municipal de Cartagena, Caja CH00222, doc. nº 10. Carta de Isabel de Portugal a la ciudad de
Cartagena, Valladolid, 31 de julio de 1538.
35
Ricardo García Cárcel, Vidas Cruzadas. Carlos V-Francisco I, Madrid, Arlanza Ediciones, 2007, p. 38.
36
Frederic J. Baumgartner, France in the Sixteenth Century, Nueva York, St. Martin’s Press, p. 120.
37
Francisco de Montemayor, Historia General de Francia, t. III, Madrid, Oficina de la viuda de Juan
Muñoz, 1760, pp. 171-172
38
AGS, Estado, leg. 44, ff. 18-23. Carta de Isabel de Portugal a Carlos V, Valladolid, 25 de julio de 1538,
M. C. Mazarío Coleto, Isabel…, p. 533.
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de Francisco I y, según fueron transcurriendo los años, desde la distancia, llevó a cabo
su misión en una doble dirección: la organización de la defensa para evitar las posibles
incursiones francesas y la configuración de una idea sobre Francisco I y sus
movimientos. Desde que asume la gran regencia de 1529 y hasta su muerte diez años
después, la emperatriz aborda todo lo que viene de Francia con una gran cautela, con
una prudencia exquisita y con una claridad de ideas que ayudara a la pareja imperial a
no seguir cayendo en las trampas tendidas por el francés. Sin desviarse de las directrices
marcadas por el césar, Isabel aconseja a su esposo sobre cómo proceder en cada
momento: desde los primeros intentos por apaciguar ánimos con la liberación de los
rehenes y la entrega de Leonor, pasando por la evidencia del choque inevitable y
acabando por constatar que la única vía sólo podía ser la de la paz.
Isabel creía que Carlos, con razón, debía estar satisfecho por haber alcanzado el
acuerdo y la amistad, que tan necesarios eran para los dos históricos rivales y, sobre
todo, para la Europa del momento. Al final, la emperatriz se encontraba feliz y hablaba
de “cristiandad reparada”. La deseable paz perpetua era imposible. Isabel sabía que se
trataba de algo provisional y a esa conclusión podemos llegar tras estudiar la política
que lleva a cabo y leer con detenimiento los mensajes que dirige a Carlos. La paz
duraría sólo cuatro años y los nuevos enfrentamientos ya no los vería Isabel. No tuvo
buen concepto de Francisco, con el que no consta ningún contacto directo. El rey
francés no conoció a la emperatriz aunque ambos compartieron suelo español en 1526.
Construyó su imagen de mujer y de gobernante a partir de su intervención en la
liberación de sus hijos en 1530, a través de las noticias enviadas por sus embajadores y
gracias a su esposa Leonor, a pesar del arrinconamiento al que fue sometido. Sea como
fuere, Francisco I, como el último representante del rey caballero francés, y en plena
tregua con Carlos V, quiso reconocer y homenajear a la emperatriz y ordenó hacer
solemnes honras fúnebres con motivo de su fallecimiento el 1 de mayo de 1539.
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