Una prohibición y mil respuestas

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Una prohibición y mil respuestas
La entrada en vigor de la ley que prohíbe fumar en los bares se ha topado con una
multitud de reacciones, desde los clientes que se marchan hasta los que denuncian
A las 00.00 horas, el reloj de la Puerta del Sol anuncia puntual el
inicio del segundo día del año y, con éste, la entrada en vigor de la
nueva ley antitabaco. «Un momento histórico» para españoles
como Pablo, que ha acudido al centro de la capital para recrear
algo así como las 12 caladas. «Ojalá sean las últimas. Dejar de
fumar es mi objetivo para 2011 y espero que la nueva ley me
ayude a conseguirlo», explica con una sonrisa. Pablo cae del lado
de los optimistas, pero ayer los bares y sus exteriores los poblaban
también objetores, indiferentes, indignados de ambos bandos denunciantes incluidos- y, sobre todo, fumadores resignados.
PUES YO SIGO También en la capital, Rodrigo, un burgalés que
cena en una tasca con su pareja, se lo toma mal. «La ley nos pone
a los fumadores como delincuentes y apestados. Al final tendremos
que dejar de salir a cenar para quedarnos recluidos en casa»,
protesta quien, a las 00.15 horas, se toma una pequeña prórroga
de humo. «Hasta que no me digan nada, voy a seguir fumando»,
dice.
De la misma indignación hacen gala algunos de los hosteleros.
Muchos de ellos se apresuran a retirar los ceniceros y evitar así
tentaciones. «Si pillan a alguien fumando en nuestro local se nos
puede caer el pelo», explica el encargado de una céntrica taberna.
Paul Iván, responsable de una cadena de cervecerías irlandesas,
aclara que el personal tiene que limitarse a avisar de la prohibición
sin echar al fumador: «Si no nos hace caso, tenemos que llamar a
la Policía». Apenas eran las 0.30 horas y uno de los bares que
regenta ya ha sido empapelado con avisos. «Los clientes se
tendrán que acostumbrar a salirse fuera a fumar, lo que puede
reducir el consumo dentro», añade.
Uno de los primeros desterrados es Ignacio, quien fuma en la
puerta de un bar su primer pitillo en la recién estrenada era
antitabaco. «Lo peor es el frío, pero creo que la ley va a ser muy
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beneficiosa porque va a obligar a los fumadores a consumir menos
cigarrillos», comenta este madrileño de 35 años, que «de
momento» no piensa dejar de fumar.
Tampoco está por esa guisa una clienta que, tras recibir un
reproche del hostelero cuando se va a encender un pitillo, decide
pedir la cuenta y marcharse. «Se ha vuelto loca y lo ha pagado
conmigo», explica luego Alex, el tabernero. «Yo entiendo que la
prohibición pueda molestar porque con la copa a mucha gente le
apetece echarse un cigarrillo», comenta. Él, sin embargo, está
«encantado»: «No te puedes imaginar el humo que he inspirado yo
en los 10 años que llevo trabajando aquí».
La confusión de las primeras horas sin humo se extiende también a
las discotecas en plena noche de sábado. «A toda la gente que
entra le avisamos de que no se puede fumar y parece que lo están
encajando bien. Habrá que ver cuando vayan borrachos cómo se
lo toman...», dice el encargado de seguridad de un famoso pub del
centro madrileño.
LA 'YONKI' A esa misma hora, en La Quesería, un bar de copas
con cierta solera en el sevillano barrio de Los Remedios, todas las
mesas tienen ceniceros. Y en casi todas alguien fuma. «Hoy no
voy a hacer nada», explica Manuel Vilches, el propietario. «No le
voy a decir a alguien que ha venido a la hora que se podía fumar
que apague el cigarro, que ya es más tarde de las 12 de la noche».
«Mañana [por ayer] cuando abra, habré retirado los ceniceros y
tendré que ir explicándole a los clientes que no se puede fumar»,
aclara resignado.
La clientela acoge con tranquilidad la nueva ley. Ángela, fumadora
de 21 años, dice que quiere aprovechar para dejarlo. Básicamente,
por una cuestión económica. «Me fumo un paquete cada dos días.
No puedo pagar eso», indica la estudiante, que acaba de pedir
fuego en la barra para encender el que dice que será uno de sus
últimos cigarrillos. «Aunque tampoco quiero tener que verme en la
calle fumando como si fuera una yonki». Recuerda que en tres
semanas que pasó en Francia sólo se fumó un paquete. «Allí no se
puede en los bares, y recuerdo que sólo salí una vez a la calle a
fumar. Y no fue ningún trauma».
Vilches lleva 20 años dedicado a este negocio. Cuando se aprobó
la ley de 2005, tuvo que hacer obras en su local. «Colocarla me
costó 6.800 euros», recuerda. La mampara ya no existe, pero sí la
amenaza de multa si no impide fumar. «Si vienen y hay alguien
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fumando en el local, a mí me ponen 3.000 euros de multa; y a la
tercera multa, me cierran el local. Yo no me puedo arriesgar a
eso», dice.
DOS DENUNCIAS Con confusión, desconocimiento, sin apenas
vigilancia y con las primeras denuncias ya en marcha. De este
modo ha entrado en vigor la ley en el País Vasco. El teléfono de
denuncias habilitado por el Ejecutivo vasco registró ayer las dos
primeras denuncias de esta nueva norma. En dos bares de Bilbao,
sendos ciudadanos se las pusieron al local por no evitar el
consumo de tabaco y por carecer de las necesarias hojas de
reclamaciones. Un teléfono que durante todo el día registró una
actividad muy superior a la de los últimos días. En él, además de
informar sobre la ley, se tramitan posibles denuncias. Para ello es
necesario comunicar las circunstancias en las que se ha producido
el incumplimiento y, «si es posible», identificar a los infractores.
El teléfono recibió alrededor de medio centenar de llamadas,
fundamentalmente de hosteleros solicitando información y de algún
fumador preocupado por sus derechos.
La nueva ley prohíbe el consumo de tabaco a las cercanías de los
hospitales. Sin embargo, la imagen de fumadores apurando un
cigarrillo a las puertas de centros como los de Cruces, Basurto o el
Hospital Donostia se repitió durante todo el día.
En el caso de la hostelería, el cumplimiento de la prohibición fue
mayoritario. En buena parte de los bares y restaurantes no se
fumó. Letreros recordando al restricción y la ausencia de ceniceros
obligaron a muchos a apurar el vino y el pintxo para salir a fumar el
la calle.
LEJOS DEL COLUMPIO Bajo los rayos de sol del primer domingo
del año, Antonio Homedes apuraba su purito en la terraza del Pep
Burger, un bar del barrio de Les Corts de Barcelona. No le importa
pasar un pelín de frío si con ello puede evitar renunciar a su
momento del día. «Fumar es el único hobby que me queda y no
puede ser que quieran prohibirlo. A la larga no te dejarán ni vivir».
Dentro del bar, ni un alma más allá del personal. En la acera de
enfrente, en el Nou Gine Bar, tres amigos departen sobre la ley.
«Es una injusticia», asevera José Luis Díaz sin soltar de la mano el
puro que ha tenido que apagar antes de entrar a tomarse el café
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de cada mañana. «Tengo mono. No veas las ganas que tengo de
salir ahí fuera y acabarlo».
En las cafeterías del centro comercial L'illa, abierto como cualquier
otro domingo navideño, las mesas se reparten entre fumadores y
no fumadores. Jorge Abad se ha situado en la más alejada del
área infantil. «Sólo me queda buscar terrazas para refugiarme»,
dice este fumador empedernido. A pocas horas de volverse a
Alicante, su tierra, Abad cree que la prohibición le hará fumar más,
porque lo hará «con antelación» para asegurarse su dosis de
nicotina.
Cerca del Camp Nou, a pocas horas del Barça-Levante, en el
restaurante Can Fusté, punto de encuentro de reputados socios
barcelonistas, no se respira ni se advierte nube de humo. «No
hemos tenido que llamar la atención a nadie. Nadie ha solicitado
un cenicero. No están a la vista. Curiosamente, hoy todo han sido
no fumadores», dicen los encargados. A los que quieran fumar no
les quedará otro remedio que salir a la calle, ir directamente al
fútbol o aguantarse.
PERRO SÍ, CIGARRO NO Faltan pocos minutos para las 00.00
horas y Vio, la camarera de El Mesón del Cid de León, mira el reloj
y apura su cigarro. «En cuanto den las 12, no me queda más
remedio que ir diciéndole a todo el mundo que apague el
cigarrillo», dice resignada. «La primera que lo va a sufrir soy yo»,
añade esta fumadora confesa. Y cumple, porque a las 00.01 horas
comprueba que hay un cliente fumando. «Lo siento, pero tienes
que apagarlo», dice educadamente. José Javier, el aludido, no
tiene más remedio que apagar el pitillo pese a que estaba casi
entero, al igual que algunas de sus acompañantes.
Según transcurría la noche en León, los grupillos de los fumadores
en las puertas de los bares aumentaban poco a poco. «Esto va a
ampliar la factura de las pulmonías», añadía una de las afectadas.
«Vamos a socializarnos más», decía otra. Pasada la 1.00, y en otro
céntrico bar de pinchos de León, el Saint Roman, un joven fumaba
a escondidas. Al segundo pitillo, el camarero le ve: «Lo siento, pero
no te puedo dejar». Al poco entra un hombre con un perro. «Ahora
los perros pueden estar pero no los fumadores», dice con sorna
Juan, un joven satisfecho con la limpieza de los humos.
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LA NOCHE DEL 2... ES 1 En la santanderina plaza de Cañadío la
ley ha entrado en vigor, pero sólo a medias. Acaba de dar la
medianoche y bares y pubs como El Ventilador, El Canela o La
Columna todavía dejan fumar en su interior. «Para nosotros hoy es
la noche del día 1, no el día 2», asegura Carlos, camarero de El
Canela que, siendo fumador, está completamente a favor de la ley.
Pero no todos han sido tan permisivos. Otros bares como El Divino
o el Café Phantom ya eran lugares sin humo. Marcos, propietario
del segundo, está pensando en instalar una terraza exterior donde
sus clientes puedan fumar.
Acondicionar su terraza con unas estufas es lo que va a hacer
José Antonio, propietario de La Columna, que teme las
consecuencias económicas de esta ley.
Si la Ley Antitabaco todavía no había sido asumida por algunos
propietarios de pubs, menos aún por la ciudadanía. La plaza de
Cañadío, que ya ejerce como una gran terraza al aire libre, es y
será el lugar idóneo donde acudir, donde encenderse un cigarro, al
igual que la calle. Hay quien, incluso y se niega a entrar en los
locales. «Somos fumadores sociales, nos obligan a no salir». Son
palabras de Margarita y Fernando, una pareja para quien la ley es
«excesivamente dura».
¿ES QUE NADIE ME VE? Ayer, Manuel hizo una prueba. Se fumó
un cigarro en dos bares de Palma, uno de barrio y otro en plena
plaza Mayor. En ninguno tuvo ningún problema hasta que, harto de
la indiferencia, en el segundo se lanzó a pedir un cenicero: «Eso
no, apágalo fuera», le dijo la camarera. En La Taberna de Pepe los
fumadores se han quedado en la terraza, así que no pueden ver el
partido. Carlos lleva dos horas tomando cañas con su mujer y está
«helado». «En verano los no fumadores deberían estar
obligatoriamente dentro. Las terrazas deben ser para los
fumadores todo el año», dice.
Dentro está también lleno de gente. Manuel se sienta y se
enciende un cigarro. Junto a él hay un montón de ceniceros
requisados, así que coge uno. Los camareros pasan ante él pero
están a su trabajo. Trata de llamar su atención con el cigarro en la
mano: «¿Cuándo juega el Madrid?». «Mañana». Al final apaga el
cigarro y confiesa que es periodista. El dueño me dice que no se
había dado cuenta, pero que no se puede. «Todo el mundo lo sabe
y se queda fuera».
En la plaza Mayor entro en el Tapas Club justo cuando empieza el
Barça-Levante. Está lleno de gente viendo el partido y justo debajo
de la televisión enciende un cigarro con un amigo. Muchos clientes
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miran y señalan, pero nadie les llama la atención. Hay dos
camareras pero ocurre lo mismo de antes, están a lo suyo.
Decenas de caladas después: «Perdona, ¿tienes un cenicero por
ahí?». Uky está encantada con la ley, y les pide que lo apaguen
fuera. Allí se encuentra birra y pitillo en mano a Abdel viendo el
partido tras el cristal. «Ahora la puerta de los bares es donde se
conoce a más gente», dice.
Información elaborada por Víctor Martínez (Madrid), Ignacio Díaz
Pérez (Sevilla), Mikel Segovia (Bilbao), Belén Parra (Barcelona),
Sergio Jorge (León), Natalia Vicuña (Santander) y Manuel Aguilera
(Palma).
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