VOTO N°384-11 TRIBUNAL DE FAMILIA.- San José, a las siete horas con cuarenta minutos del veinticinco de marzo del dos mil once. Proceso VIOLENCIA DOMÉSTICA establecido por A.R. […] contra O. […]. Conoce este Tribunal del presente proceso en virtud del recurso de apelación interpuesto por A.R. contra la resolución dictada a las siete horas del trece de diciembre del dos mil diez dos mil nueve por el Juzgado de Violencia Doméstica de Aguirre y Parrita. Redacta el JUEZ ESQUÍVEL QUIRÓS: Y; CONSIDERANDO: PRIMERO: El Juzgado contra la violencia doméstica de Aguirre y Parrita, Quepos, en resolución de las siete horas del trece de diciembre del año dos mil diez, dispuso levantar las medidas reciprocas que había decretado tanto a favor de la señora A.R. como del señor O. SEGUNDO: De la anterior resolución se conoce únicamente en razón del recurso de apelación presentado por la señora A.R., quien aduce que el señor O. le habla mal de ella a las hijas comunes y que sin medidas la seguirá molestando. TERCERO: El día veintinueve de noviembre del año dos mil diez, la señora A.R. solicitó medidas de protección contra el señor O., con quien ha convivido veintitrés años y tienen tres hijas en común, con base en su petición, se dictaron entre otras medidas, la inmediata salida del señor O. del domicilio común. Ese mismo día, el señor O. también solicitó medidas contra su compañera de hecho, y se dictó la resolución de las dieciséis horas veinte minutos del veintinueve de noviembre del año dos mil diez, en la cual también se le otorgaron medidas de protección. En el sistema diseñado con la ley contra la violencia doméstica, número 7586, vigente al momento de dictarse la resolución apelada, la comparecencia se constituye en la oportunidad procesal para que la persona solicitante de las medidas de protección aporte las pruebas que permitan el dictado de una resolución final para mantener o modificar las medidas inicialmente otorgadas. En este caso concreto, ambos involucrados asistieron a la comparecencia, cada uno exponiendo los motivos por los cuales desea se mantengan las medidas. La señora A. acudió sin testigos, el señor O. ofreció el testimonio de cinco personas, se recibieron las declaraciones de dos personas, los señores S. y M. De la escucha de sus testimonios, que fueron grabados, resulta evidente que ninguno de los dos ofreció elementos probar la existencia de hechos de agresión, la señora S. afirmó que no ha escuchado ofensas, insultos o amenazas entre el señor O. y la señora A., incluso el señor M. reconoció que nunca ha conversado con la señora A. y que no sabe cómo es el trato entre ellos. En estas condiciones, para la mayoría de los integrantes, con excepción del señor Juez Héctor Amoretti quien salva su voto y lo razonará en forma separada, no existen elementos para mantener las medidas a favor de la única apelante, la señora A. Nótese que en su recurso de apelación hace mención a hechos que supuestamente ocurrieron después de la comparecencia, cita concretamente el día trece de diciembre, los cuales serían hechos nuevos y podrían dar lugar a otra solicitud, pero en este expediente, pese a la crisis de pareja que están experimentando, no se justifican las medidas dictadas inicialmente como forma de solución de su conflicto, sin perjuicio de que puedan discutir en otra vía sus derechos derivados de la convivencia que han invocado. POR TANTO: Por mayoría de votos, en lo apelado, se confirma la sentencia. ANA MARÍA PICADO BRENES RANDALL ESQUÍVEL QUIRÓS LUIS HÉCTOR AMORETTI OROZCO VOTO SALVADO: Redacta el JUEZ AMORETTI OROZCO: Y; CONSIDERANDO: I.- La señora A. se muestra disconforme con la resolución n.° 237-10, de las 7 horas del pasado 13 de diciembre, mediante la cual el Juzgado contra Violencia Doméstica"la Violencia Doméstica de Aguirre y Parrita levantó las medidas de protección otorgadas en los autos iniciales. Aduce que el señor O. no pierde oportunidad de hablarle mal de ella a sus hijas y que, en particular, les dice que se ve con otros hombres. Según su alegato “(…) además habla muchas barbaridades mías a otras personas, me pone como cualquier cosas (sic) ante la gente, y yo quiero es (sic) que se mantengan las medidas de protección a mi favor ya que si las (sic) me son rechazadas O. seguirá molestándome.” (Folio 33).II.- Avalo la única aseveración fáctica que tuvo como acreditada el órgano de primera instancia (considerando primero) y agrego las siguientes: 2) Durante su relación procrearon tres hijas, dos de catorce y una de seis años (hecho no controvertido). 3) Doña A. le comunicó a don O. que quería concluir la relación de pareja y le solicitó salir del domicilio común (hecho no controvertido). 4) El señor O. se niega a irse de la casa que habitan y le ha dicho que ella solo es de él (hecho no controvertido). 5) Él ha intentado abrazarla y tocarla, pero ella no se lo ha permitido (hecho afirmado por el prevenido). 6) El 29 de noviembre de 2010, a las 7 horas, él llegó a su casa sin ser visto y se escondió con el propósito de vigilarla. A las 9 horas ingresó un hombre, a quien su esposa le abrió la puerta, lo agarró por la cintura y le pidió que se fuera. Cuando este último intentó salir, él los confrontó y les dijo que así quería agarrarlos (hecho afirmado por el prevenido). 7) Aparentemente, la señora A. ha incurrido en infidelidad (hecho no controvertido por ella).III.- Suprimo el considerando segundo del fallo apelado.IV.- Sobre el elenco de aseveraciones fácticas que se ha tenido por demostrado no parece existir mayor discusión. No cabe duda que doña A. y don O. están casados y conviven juntos desde hace 23 años, que procrearon tres hijas menores de dieciocho años, que ella está decidida a romper en forma definitiva su relación de pareja y que él no acepta que sea así, se niega a irse de la casa y le atribuye conductas adúlteras. En su solicitud de medidas de protección, ella lo relató en los siguientes términos “Tenemos 23 años de convivir el (sic) es demasiado celoso, esos gritos son de todo el tiempo ya es demasiado yo quiero estar tranquila con mis hijas y que me deje en paz. La familia se mete mucho solo le meten ideas a el (sic) de que me eche de la casa y el (sic) se quede con mis hijas pero no es justo yo soy la que he tenido que aguantar todo esos años. Hace unos tres meses el (sic) me dijo que yo andaba con mi vecino y se hizo todo un alboroto días después todo se calmo (sic), el (sic) es muy celoso el (sic) me grita no me (sic) le importa nada lo hace al frente de mis niñas, yo le dije a el (sic) que nos separemos pero el (sic) no no (sic) quiere separarse. Hoy en la mañana a eso de las nueve un amigo entro (sic) al patio de mi casa, y en ese momento llego (sic) mi esposo ellos discutieron se dijeron de palabras, el muchacho se fue tranquilo pero mi esposo empezó a gritarme a decir que yo solo era de el (sic), me agarro (sic) a la fuerza de los hombros yo me encerre (sic) en el cuarto y el (sic) arranco (sic) la tranca de la puerta el (sic) entro al cuarto y fue cuando el (sic) llamo (sic) a la policía.” (Folios 3-4). El informe policial de la Fuerza Pública a la Autoridad Judicial de folios 5-6 da cuenta de la presentación, ese 29 de noviembre de 2010, a las 9:40 horas, de dos oficiales al lugar de residencia de ambos y, en particular, que ella: “Manifiesta (…) que su compañero en Matrimonio le grita delante de cualquier persona y la intimida dice que le va a pegar y ya esta (sic) cansada "Ya no quiero vivir con él" dice que yo ando con otro.” En la solicitud presentada por él, le endilgó a ella que lo “(…) insulta y me dice que me odia, no me deja que la abrace, yo no la puedo tocar no me deja, me dice hijueputa; en (sic) amenazas que me va a matar y que se va a matar ella.” (Folio 16). En el acta elaborada ese mismo día por la Policía de Proximidad, suscribió lo siguiente: “Yo llegue (sic) a la casa y me escondí a las 07:00 hrs, a las 09:00 hrs vi a un hombre ingresar a la casa por detrás, mi esposa abrio (sic) la puerta de atrás y ella lo agarro (sic) por la sintura (sic) y ella le dijo que se fuera y el (sic) intento (sic) salir de la casa y yo le dije que así quería agarrarlos el (sic) se agacho (sic) y junto dos piedras y mi esposa se fue a encerrar al cuarto; el (sic) se fue de la casa, es mi deseo denunciar lo ocurrido.” (Folios 14-15). En la audiencia de recepción de pruebas, doña Aida ratificó su solicitud, insistió en que no desea convivir más con don O. y agregó que él la ha presionado para tener relaciones sexuales y que se ha dedicado a hablar mal de ella. Él afirmó que en una ocasión le había “perdonado” una infidelidad, que luego se “compuso”, que ella está metiendo hombres a la casa, que tiene tres años de mantener relaciones con su amante y que le está dando mal ejemplo a las hijas. Aun cuando los testimonios de S. y de M., ofrecidos por el promovido, no aportan algún elemento adicional digno de mención (grabación en CD aparte), no comparto la conclusión del a quo ni la de mi compañero y mi compañera de mayoría, sobre la inexistencia de prueba de lo sucedido y, en particular, acerca de la imposibilidad de reconstruir el cuadro fáctico que fue objeto de debate.V.- A pesar de que en Costa Rica son aplicables diversos instrumentos legales cuyos objetivos son la prevención, la sanción y la erradicación de la violencia contra la mujer, no se cuenta con una definición mayoritariamente aceptada que permita superar la ambigüedad de esa noción. Para lo que aquí interesa, el artículo 1º de la Convención interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer “Convención Belem do Para”, la conceptualiza en los siguientes términos: “Para los efectos de esta Convención debe entenderse por violencia contra la mujer cualquier acción o conducta, basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado.” En lo conducente, el 4º dispone que “Toda mujer tiene derecho al reconocimiento, goce, ejercicio y protección de todos los derechos humanos y a las libertades consagradas por los instrumentos regionales e internacionales sobre derechos humanos.” Por último, al tenor del 5º, “Toda mujer podrá ejercer libre y plenamente sus derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales y contará con la total protección de esos derechos consagrados en los instrumentos regionales e internacionales sobre derechos humanos. Los Estados Partes reconocen que la violencia contra la mujer impide y anula el ejercicio de esos derechos.” Por su parte, el inciso a) del ordinal 2 de la Ley contra la violencia doméstica define esa conducta como toda “Acción u omisión, directa o indirecta, ejercida contra un pariente por consanguinidad, afinidad o adopción hasta el tercer grado inclusive, por vínculo jurídico o de hecho o por una relación de guarda, tutela o curatela y que produzca como consecuencia, el menoscabo de su integridad física, sexual, psicológica o patrimonial. El vínculo por afinidad subsistirá aun cuando haya finalizado la relación que lo originó.” Si se parte de esas aproximaciones, cuatro serían sus elementos: un comportamiento humano (acción u omisión, directa o indirecta), la producción de un menoscabo a uno o varios derechos fundamentales y, en especial, a la integridad (física, sexual, psicológica o patrimonial), la relación de causalidad entre ambos y la existencia de un vínculo de parentesco (jurídico o de hecho y por consanguinidad, afinidad o adopción hasta el tercer grado inclusive) entre las personas involucradas. Ese nivel de imprecisión, atribuible con seguridad a las dificultades teóricas que el concepto presenta y no a una voluntad legislativa de considerar como tal cualquier resultado lesivo que un o una pariente pueda causarle a otro u otra, no nos exime de tomar las previsiones adecuadas para evitar, tal y como lo advierte la doctrina especializada, confundir las nociones de violencia, agresividad y conflicto o incurrir en acercamientos tan amplios que cualquier situación pueda tener cabida en GARCÍA-ROMERAL él [ver, MORENO, entre Gloria; otros textos MAÑAS COLL-PLANAS, RODRÍGUEZ, Gerard; Carmen y NAVARRO-VARAS, Carmen (2008). Cuestiones sin resolver en la Ley integral de medidas contra la violencia de género: las distinciones entre sexo y género, y entre violencia y agresión. Papers: Revista de Sociología, Barcelona: 87, I cuatrimestre, 187-204; PÉREZ DUARTE Y NOROÑA, Alicia Elena (2001). La violencia familiar, un concepto difuso en el Derecho Internacional y en el Derecho Nacional. Boletín Mexicano de Derecho Comparado. México, D. F.: año XXXIV, 101, mayo-agosto, 537-565. Recuperado el 21 de marzo de 2007, de http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/boletin/cont/101/art/art5.p df y CASTRO, Roberto y RIQUER, Florinda (2003). La investigación sobre violencia doméstica en América Latina: entre el empirismo ciego y la teoría sin datos. Cadernos de Saúde Pública. Río de Janeiro: 19(1), jan-fev, 135-146. Recuperado el 3 de abril de 2007, de http://www.scielo.br/pdf/csp/v19n1/14913.pdf]. Es justamente por eso que, en diversas ocasiones, este Tribunal ha procurado puntualizar las características que permiten delimitar ese constructo y, con ese propósito, ha señalado que no basta para calificar como tal un acto de agresión determinado que las personas involucradas sean parientes, pues siempre es necesaria una relación de poder en tanto contexto posibilitador de su aparición y legitimador de la especial protección cautelar otorgada a quien la ha sufrido. Y es a ello a lo que se ha hecho referencia en diversos pronunciamientos que demandan tanto la existencia de un vínculo verticalizado o de subordinación, así como dependencia afectiva o económica (ver, entre otros, los votos n.os 1494-01, de las 9:45 horas del 1° de octubre; 1551-01, de las 10:10 horas del 12 de octubre, ambos de 2001; 858-02, de las 11:20 horas del 26 de junio de 2002; 571-03, de las 9:15 horas del 2 de mayo; 911-03, de las 8:45 horas del 27 de junio, los dos de 2003; 480-04, de las 10:30 horas del 16 de marzo; 701-04, de las 15:10 horas del 28 de abril; 1944-04, de las 8:25 horas del 9 de noviembre; 1951-04, de las 9:10 horas del 9 de noviembre; 2013-04, de las 10:45 horas del 16 de noviembre, los cinco de 2004; 18-05, de las 9:30 horas del 20 de enero; 113-05, de las 10 horas del 2 de febrero; 135-05, de las 8:30 horas del 8 de febrero; 302-05, de las 8:20 horas del 16 de marzo; 304-05, de las 8:40 horas del 16 de marzo; 713-05, de las 8:20 horas del 14 de junio; 1283-05, de las 9:30 horas del 30 de agosto, los siete de 2005; 28-06, de las 13:20 horas del 17 de enero; 683-06, de las 10:50 horas del 24 de mayo; 957-06, de las 11:30 horas del 29 de junio, los tres de 2006; 213-07, de las 9:10 horas del 7 de febrero de 2007; 821-08, de las 11:05 horas del 2 de mayo y 1785-08, de las 11 horas del 8 de octubre, ambos de 2008). Sin desconocer que en algunos casos la aplicación de esos criterios por parte de los distintos despachos competentes no ha sido la más adecuada, lo cierto es que, históricamente, la violencia doméstica ha sido un instrumento de control o de dominio de la persona fuerte sobre la débil en una determinada relación interpersonal. Y, por eso, suele señalarse que se está en presencia de un típico abuso de poder (ver, en igual sentido, los votos n.os 299-10, de las 7:30 horas del 25 de febrero; 700-10, de las 9:10 horas del 26 de mayo y 934-10, de las 8:50 horas del 8 de julio, todos de 2010).VI.- En el voto n.° 456-06, de las 8:30 horas del 20 de abril de 2006, reiterado, entre otros, en los n.os 834-06, de las 10:50 horas del 13 de junio de 2006; 444-07, de las 10:30 horas del 20 de marzo y 529-07, de las 9 horas del 18 de abril, ambos de 2007, este Tribunal puntualizó lo siguiente: "Las leyes de violencia doméstica han nacido para cubrir una necesidad lo que tiene como correlato un necesario cambio cultural, y es el de las agresiones a lo interno de las relaciones en las estructura familiares –de alguna manera invisibilizadas y naturalizadas por ciertos patrones culturales- que se presentan como abusos de poder, a saber en contra de personas especialmente vulnerables, por ello es que se ha dicho que en la violencia doméstica se tiene como presupuesto una relación jerarquizada. (...) El autor Jorge Corsi (La violencia contra la mujer en el contexto doméstico”) nos da varias premisas muy importantes que se han de tener claras en este tema de la violencia doméstica. Explica que: “En sus múltiples manifestaciones, la violencia siempre es una forma de ejercicio del poder, mediante el empleo de la fuerza (ya sea física, psicológica, económica, política...) e implica la existencia de un "arriba" y un "abajo", reales o simbólicos, que adoptan habitualmente la forma de roles complementarios: padre-hijo, hombre-mujer, maestro-alumno, patrón-empleado, joven-viejo, etc. En un sentido restringido, podemos focalizar nuestra observación en las conductas violentas, cuando nos ubicarnos en el nivel de las acciones individuales. El empleo de la fuerza se constituye, así, en un método posible para la resolución de conflictos interpersonales, como un intento de doblegar la voluntad del otro, de anularlo, precisamente, en su calidad de "otro". La violencia implica una búsqueda de eliminar los obstáculos que se oponen al propio ejercicio del poder, mediante el control de la relación obtenido a través del uso de la fuerza. Para que la conducta violenta sea posible, tiene que darse una condición: la existencia de un cierto desequilibrio de poder, que puede estar definido culturalmente, definido por el contexto u obtenido a través de maniobras interpersonales de control de la relación. El desequilibrio de poder puede ser permanente o momentáneo: en el primer caso, la definición de la relación está claramente establecida por normas culturales, institucionales, contractuales, etc.; en el segundo caso, se debe a contingencias ocasionales. La conducta violenta, entendida como el uso de la fuerza para la resolución de conflictos interpersonales, se hace posible en un contexto de desequilibrio de poder, permanente o momentáneo. En el ámbito de las relaciones interpersonales, la conducta violenta es sinónimo de abuso de poder, en tanto y en cuanto el poder es utilizado para ocasionar daño a otra persona, Es por eso que un vínculo caracterizado por el ejercicio de la violencia de una persona hacia otra, se denomina relación de abuso...” Sigue planteado Corsi el tema de la siguiente manera: “...La investigación epidemiológica acerca del problema de la violencia doméstica ha demostrado que existen dos variables que resultan decisivas a la hora de establecer la distribución del poder y, por lo tanto, determinar la dirección que adopta la conducta violenta y quienes son las víctimas más frecuentes a las que se les ocasiona el daño. Las dos variables citadas son género y edad. Por lo tanto, los grupos de riesgo para la violencia en contextos privados son las mujeres y los niños, definidos culturalmente como los sectores con menos poder. Dado que las mujeres son la población en riesgo, en la literatura internacional se suele utilizar el término violencia doméstica como equivalente a violencia hacia la mujer en el contexto doméstico...” Este autor, nos señala precisamente, lo que nos dificulta entender la violencia doméstica, aludiendo a la invisibilización y a la naturalización: “...Desde un punto de vista histórico, la dificultad para la comprensión y el reconocimiento de la violencia hacia las mujeres ha sido estructurada a partir de dos procesos básicos: / El proceso de invisibilización / El proceso de naturalización / Con respecto al primero, podemos considerar que la visibilidad de un fenómeno depende de una serie de factores que determinan la percepción social. Para que un objeto resulte visible o invisible, tenemos que examinar dos condiciones fundamentales: / 1. Que el objeto tenga inscripciones materiales que lo hagan perceptible. / 2. Que el observador disponga de las herramientas o instrumentos necesarios para percibirlo. / La concepción según la cual la definición de “lo real” se basa en métodos apoyados en el oído, la vista y el tacto es una herencia del dualismo cartesiano (“este soy Yo y el resto del mundo está fuera de mí”), con su derivación en el fuerte sesgo racionalista que caracterizó a la ciencia a partir del siglo XIX. Pero también recoge su influencia del materialismo (“lo que puedo ver y tocar es real y todo lo demás es menos real”) y del realismo ingenuo, sobre el cual se sustenta el positivismo. Con respecto a las acciones violentas y sus consecuencias, durante la mayor parte de la historia, solamente se consideraron los daños materiales producidos por la violencia. En el caso específico de la violencia interpersonal, se consideró como daño sólo (sic) aquél (sic) que tuviera una inscripción corporal y durante mucho tiempo permanecieron invisibles todas aquellas formas del daño que no eran sensorialmente perceptibles. A tal punto, que las primeras referencias sistemáticas al problema de las víctimas de la violencia en las relaciones privadas utilizaron una terminología que se refería exclusivamente al maltrato físico (Henry Kempe definió el “Síndrome del Niño Apaleado” en la década del ‘60 y Lenore Walker el “Síndrome de la Mujer Golpeada” en la década del ‘70). Si nos ubicamos ahora en la perspectiva del observador, la invisibilización de la violencia masculina en la pareja estuvo directamente vinculada con la ausencia de herramientas conceptuales (partiendo de su definición misma) que permitieran identificarla y recortarla como objeto de estudio. Así como en el campo biológico los microorganismos fueron “inexistentes” hasta la invención del microscopio, en el campo social se ignoró la existencia de esta forma de violencia hasta que las investigaciones específicas la sacaron a la luz, mostraron su magnitud, describieron sus formas y se interrogaron acerca de sus motivos y de sus consecuencias. Uno de los mayores obstáculos epistemológicos que se encontraron y se encuentran en este camino de desandar la invisibilización histórica del problema es la noción de “Familia”, entendida como el espacio privado por excelencia, como concepto abstracto y sacralizado. Desde la visión moderna y religiosa de la familia, se la definió como un lugar idealizado, como un contexto nutricio, proveedor de seguridad, afecto, contención, límites y estímulos. Esta visión sesgada de la realidad familiar retrasó en muchos años la posibilidad de visibilizar la otra cara de la familia, como un entorno potencialmente peligroso en el cual también se pueden violar los derechos humanos, en el que se puede experimentar miedo e inseguridad y en el que se aprenden todas las variaciones de resolución violenta de conflictos interpersonales. Así como la invisibilización del problema puede relacionarse con una variada gama de obstáculos epistemológicos, el proceso complementario de naturalización de la violencia se apoya básicamente en algunas construcciones culturales de significados que atraviesan y estructuran nuestro modo de percibir la realidad...” Es importante con dicho autor, enfatizar, lo que son las diferentes formas de leer los fenómenos de violencia conforme con el decodificador cultural en el que nos basamos: “...El control sobre el otro es la forma exitosa de ejercicio del poder. El análisis del discurso de quienes ejercen diversas formas de violencia (y también del de muchas víctimas de violencia) permite entender que la mayor parte de las conductas violentas tienen como meta ejercer control sobre la conducta del otro y se justifican mediante objetivos tales como “disciplinar”, “educar”, “hacer entrar en razones”, “poner límites”, “proteger”, “tranquilizar”, etc. En el pasado, y en algunas culturas actuales, la “defensa del honor” justificaba formas aberrantes de violencia por parte del varón hacia la mujer de la familia que había cometido alguna “falta”. La percepción social del hecho probablemente considerara como “natural” y legítimo ese modo de actuar, de acuerdo a las pautas culturales vigentes...”."VII.- En este caso, esa conceptualización hace imperativo reiterar que el derecho a contraer matrimonio es de carácter fundamental. En efecto, esa condición se le atribuye luego de la Segunda Guerra Mundial, como respuesta a las exigencias del consentimiento familiar contenidas en los Códigos Civiles del siglo XIX y corolario de la necesidad de ir eliminando las trabas irracionales para su prestación. Es en Estados Unidos, a partir del caso Loving vs. Virginia (388 U.S. 1, 12 [21/6/1967]), que esa concepción se introduce de forma más clara. En ese asunto, la Corte Suprema declaró que “(…) la libertad de contraer matrimonio ha sido largamente reconocida como uno de los derechos personales vitales, esencial para la búsqueda ordenada de la felicidad por los hombres (sic) libres. El matrimonio es uno de los derechos fundamentales del hombre (sic). De acuerdo con la Constitución, la libertad de casarse o no casarse con una persona (…) se encuentra en los individuos y no puede ser infringida por el Estado.” [Citado por ROCA, Encarna (1999), Familia y cambio social (De la “casa” a la persona), Madrid: Civitas Ediciones, S. L., p. 94]. En la actualidad, diversos instrumentos internacionales lo reconocen como tal. En su numeral 16, la Declaración universal de los derechos humanos, dispone que “Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia, y disfrutarán de iguales derechos en cuanto al matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio.” En el 17, la Convención americana sobre derechos humanos, aprobada por Ley N.° 4534 de 23 de febrero de 1970, se expresa en similares términos y le impone a los Estados el deber de adoptar las medidas apropiadas para asegurar ese derecho, así como la adecuada equivalencia de responsabilidades de los cónyuges en cuanto al matrimonio, durante él y en caso de disolución. Por último, en el 23, el Pacto internacional de derechos civiles y políticos, aprobado mediante Ley N.° 4229 de 11 de diciembre de 1968, “2. (…) reconoce el derecho del hombre y de la mujer a contraer matrimonio y a fundar una familia si tiene edad para ello. 3. El matrimonio no podrá celebrarse sin el libre y pleno consentimiento de los contrayentes. 4. Los Estados Partes en el presente Pacto tomarán las medidas apropiadas para asegurar la igualdad de derechos y de responsabilidades de ambos esposos en cuanto al matrimonio, durante el matrimonio, y en caso de disolución del mismo (sic). En caso de disolución, se adoptarán disposiciones que aseguren la protección necesaria a los hijos.” A partir de lo dispuesto en tales normas internacionales y en el artículo 52 de la Carta Política, la Sala Constitucional ha enfatizado su condición de fundamental y ha establecido que no puede ser impedido u obstaculizado de modo irrazonable por el Estado (votos n.os 3693-94, de las 9:18 horas del 22 de julio de 1994; 4287-95, de las 15:15 horas del 3 de agosto de 1995 y 2006-16030, de las 9:33 horas del 3 de noviembre de 2006). Por eso, los principios hermenéuticos pro ser humano y pro libertate obligan siempre a interpretar las normas que lo regulan de la manera más favorable a su titular y a su plena vigencia. Como lo indicó ese órgano jurisdiccional en el voto n .º 2002-4947, de las 9:20 horas del 24 de mayo de 2002, “El principio pro homine postula que el derecho debe interpretarse y aplicarse siempre de la manera que más favorezca al ser humano. De esa forma, se ha dicho que "…el sistema de libertad que garantizan los derechos fundamentales, deja fuera del alcance de la acción del Estado, ya sea por medio de la ley, de la actividad administrativa o de los tribunales de justicia, una esfera intangible de libertad, la cual no puede ser tocada por ninguna autoridad, porque es el hombre (sic), no la sociedad, quien tiene dignidad y los consiguientes derechos y libertades fundamentales." En efecto, el ser humano es el fin último de las normas jurídicas, y no meramente un destinatario de ellas, de tal modo que éstas (sic) –y especialmente las que consagran derechos fundamentales–, deben interpretarse en la forma en que más favorezcan a la persona humana. El principio pro libertatis, por su parte, prescribe que los derechos fundamentales deben interpretarse del modo más amplio posible. Por consiguiente, debe interpretarse extensivamente todo lo que maximice y restrictivamente todo lo que limite libertad (sic) de los individuos. De ahí que, en caso de duda, siempre se deberá favorecer la cláusula de libertad, pues los derechos fundamentales han sido justamente consagrados para proteger la libertad, en vez de limitarla.” (Ver en similar sentido los votos 3550-92, de las 16 horas del 24 de noviembre de 1992; 3173-93, de las 14:57 horas del 6 de julio de 1993; 2006-17599, de las 15:06 horas del 6 de diciembre de 2006; 456-2007, de las 14:50 horas del 17 de enero; 2007-6615, de las 14:54 horas del 16 de mayo; 2007-11154, de las 14:48 horas del 1° de agosto, los tres de 2007; 2008-7774, de las 9:53 horas del 9 de mayo y 2008-16466, de las 20:05 horas del 30 de octubre, ambos de 2008). Por otra parte, como señaló el magistrado Adrián Vargas Benavides en su valiente voto salvado contenido en la sentencia de esa Sala n.º 2006-7262, de las 14:46 horas del 23 de mayo de 2006, “(…) no debe dejarse de lado que la progresividad es una cualidad inherente a los derechos fundamentales, consagrada positivamente en el artículo 26 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, y que ha sido reconocida por la Sala en varias oportunidades, por lo que resulta necesario interpretar las normas que reconocen derechos fundamentales en forma amplia y prospectiva, sin que en esta materia se permitan los retrocesos.” En última instancia, el derecho fundamental a contraer matrimonio deriva del derecho a la libertad; se configura como individual, subjetivo e instrumental respecto del libre desarrollo de la personalidad, la afectividad y la sexualidad y se manifiesta en diversas consecuencias, tales como la libre elección del propio cónyuge y la forma en que ha de constituirse el vínculo y la de no seguir casado o casada [LABACA ZABALA, Mª Lourdes (2007). El derecho a contraer matrimonio en la Constitución española. Âmbito Jurídico, Rio Grande: 39, 31 de marzo. Recuperado el 16 de junio de 2008, de http://www.ambito-juridico.com.br/site/index.php?n_link=revista_artigos_leitur a&artigo_id=1722 y ROCA, op. cit., p. 99]. De todo ello se deduce que el ordenamiento jurídico ha de conceder una protección especial y privilegiada al matrimonio, siempre que contribuya realmente a la realización personal de los esposos en libertad e igualdad y sea el cauce a través del cual puedan desarrollarse sus derechos fundamentales (sobre el particular conviene consultar los votos de la Sala Constitucional n.os 2008-16099, de las 8:34 horas del 29 de octubre del 2008 y 2010-3951, de las 14:49 horas del 24 de febrero de 2010). En ese contexto, ya desde el Derecho ateniense, junto a su función como mecanismo sancionatorio necesario frente a la culpabilidad de uno de los consortes, la disolución del vínculo se concibe también como una válvula de escape frente a una situación matrimonial crítica, manifestada en una desunión irreparable, que pretende solucionarse. Conforme lo indica Emiliano J. BUIS (Matrimonios en crisis y respuestas legales: el divorcio unilateral o de común acuerdo en el derecho ateniense. Faventia: Revista de filología clásica, Barcelona: vol. 25, N.º 1, 2003, 9-29. Recuperado el 9 de junio de 2009, de http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=645785) “(…) los matrimonios en crisis resultan una problemática inocultable que todo sistema jurídico, arcaico o actual, se propone regular.” El divorcio aparece así como esa respuesta jurídica ineludible que, a diferencia de la mera separación de hecho, produce dos efectos fundamentales: por un lado, extingue las relaciones legales del matrimonio disuelto y, por otro, permite que los antiguos cónyuges sujeten una eventual relación futura a las reglas del matrimonio civil, con lo cual, además de formar parte de su contenido esencial, es, también, instrumental respecto del derecho de comentario (ver, en igual sentido, los votos de esta Cámara n.os 33-10, de las 13:40 horas del 6 de enero; 593-10, de las 9:30 horas del 3 de mayo; 1262-10, de las 8:50 horas del 8 de setiembre y 1355-10, de las 9:10 horas del 6 de octubre, todos de 2010).VIII.- En dentro de ese contexto normativo, orientado a efectivizar el derecho a la libertad en las relaciones de pareja, de la relación de pareja, ya sea que tenga su origen en un vínculo matrimonial o un de hecho, que deben leerse y aplicarse principios tales como la igualdad de derechos y deberes, la cooperación, el mutuo auxilio y el respeto recíproco entre los cónyuges o convivientes, que, de conformidad con lo dispuesto por los artículos 52 y 33 de la Constitución Política; 1, 2 y 16 de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la Mujer y 2, 11, 34 y 232 del Código de Familia, constituyen su fundamento. En el voto n.º 2008-16099, de las 8:34 horas del 29 de octubre de 2008, la Sala Constitucional destacó que “(…) la voluntad de los contrayentes debe concretarse en el llamado consentimiento matrimonial, ya que el matrimonio es siempre un acto voluntario y libre, que requiere un específico consentimiento. Y así es estipulado por nuestro Código de Familia en su artículo 13 al expresar literalmente lo siguiente: “Para que exista matrimonio el consentimiento de los contrayentes debe de manifestarse de modo legal y expreso” (…). Precisamente el valor que le otorga la ley al consentimiento para llevar a cabo un acto de tan gran trascendencia jurídica como lo es el matrimonio, es porque éste (sic) responde a los sentimientos de los contrayentes, unirse para alcanzar los fines que persigue el matrimonio. Hay una voluntad concurrente y coincidente de los contrayentes dirigida hacia un mismo punto, la creación del matrimonio. No obstante, los fines e incluso la voluntad de los contrayentes puede cambiar durante el matrimonio, lo que ha dado origen a su rompimiento (…). La institución del matrimonio fue creada para que los cónyuges pudieran desarrollar una vida en común, mutuo auxilio y cooperación entre ellos, fin que desaparece cuando se extingue la voluntad de estos de permanecer unidos bajo la figura juídica del matrimonio. (…) debe entenderse matrimonio en sentido integral no meramente formal, lo cual implica que tenga como objetivo la vida en común de los cónyuges, la cooperación y el mutuo auxilio dispuesto en el artículo 11 del Código de Familia, así como el cumplimiento de las obligaciones y responsabilidades dispuestas en el artículo 34 del mismo Código, según el cual deben compartir la responsabilidad y el gobierno de la familia, regular los asuntos domésticos, proveer la educación de sus hijos, preparar su porvenir, están obligados a respetarse, guardarse fidelidad y a socorrerse mutuamente, así como a mantenerse en un mismo hogar. Tales consecuencias y obligaciones forman parte del fuero interno y del ámbito más íntimo de una persona. Desde el punto religioso ciertamente no se trata de cualquier convenio, y por los efectos que se derivan de esta unión, tampoco podría decirse que es igual que cualquier otro convenio. Sin embargo, la idealización de lo que debiera ser una institución social no puede reducir la condición de cualquier ser humano de verse forzado a mantenerse vinculado formalmente a otra persona (…) con los efectos gravosos que ello apareja a los cónyuges. (…). Las partes cuando no están seguras se separan y no deciden el divorcio en el acto, y si (…) posteriormente se arrepienten no les está vedado el volver a contraer nupcias. Sin embargo, pretender que un matrimonio se mantenga forzosamente sí trae consecuencias más gravosas que las que pretende tutelar. (…) que las parejas se ven obligadas a convivir en un ambiente de hostilidad la violencia se puede generar con mayor facilidad, propiciando situaciones más graves en las que podrían incluso verse afectados menores (sic) nacidos en el mismo matrimonio o los que se hayan procreado con anterioridad, se propician relaciones de adulterio, nacimientos de hijos con los apellidos del cónyuge sin ser hijos de éste (sic), discusión respecto de los bienes que se produzcan mientras subsistan los efectos civiles, entre otros. (…). Para que el Estado procure una sociedad esencialmente justa debe respetar que un ser autónomo tenga la capacidad de alterar sus preferencias y no que queden atadas y fijadas por una socialización determinada, sino más bien permitir un proceso que permita el desarrollo de las personas. El Estado debe ser neutral respecto a la socialización de sus miembros, pues debe asegurar la autonomía necesaria para alterar sus preferencias mediante la reflexión racional. La elección de nuestras preferencias como seres humanos, deben realizarse atendiendo solamente a las relaciones generales entre las prácticas sociales y los intereses humanos que pueden suponerse razonablemente, y las restricciones generales a las circunstancias establecidas por el horizonte de factibilidad, no por una irrazonabilidad impuesta. Si el matrimonio es un acto esencialmente voluntario, no podría concebirse el sobrellevarlo si la voluntariedad ya no existe.” (La negrita es agregada).IX.- Desde la perspectiva del derecho fundamental a contraer matrimonio y, en particular, del papel que juega la voluntad para la constitución y el mantenimiento de esa institución social, no puedo dejar de considerar que, en este caso, la actuación del señor O. al imponerle su presencia y su condición de esposo a doña A.R., califica como violencia psicológica. A mi juicio, no solo es clara la vocación perturbadora de sus actos, sino también su propósito de “(…) degradar o controlar las acciones, comportamientos, creencias y decisiones (…)” de su compañera “(…) por medio de intimidación, manipulación (…), humillación, aislamiento o cualquier otra conducta que implique un perjuicio en la salud psicológica, la autodeterminación o el desarrollo personal." [Inciso b) del artículo 2 de la Ley contra la violencia doméstica]. Y como estoy convencido de que nada justifica esos comportamientos, no puedo catalogar como legítima, dado su eventual carácter defensivo o reactivo, la respuesta a una situación de posible infidelidad de su pareja que, en todo caso, don O. no ha acreditado. De ahí que, por más que socialmente pudiese legitimarse el enojo que puede haber experimentado, así como la vigilancia y esa posición de superioridad que asumió en la audiencia al autoproclamarse como quien ha perdonado y quien defiende el honor familiar, no estimo factible considerar justificado que reaccione como lo ha hecho. Por más reprochable que pueda ser la conducta de su cónyuge, sus actos resultan irreflexivos y desproporcionados y no puedo avalarlos mediante un pronunciamiento desestimatorio de la solicitud de medidas de protección presentada por ella. De ser cierto su alegato, lo procedente sería que le ponga fin al vínculo, pero NUNCA podría admitirse que emprenda acciones directas contra su pareja, como las que reconoció haber realizado. Por consiguiente, aun cuando sea cierto que ella tiene una relación con otro hombre y se sienta ofendido por ello, también lo es que sus reacciones califican perfectamente como violencia. Por ello, se torna imperativa la intervención estatal y es procedente mantener en vigencia las cautelas ordenadas a favor de la señora A., sin que tenga alguna trascendencia que ella pueda comenzar una convivencia con otro sujeto en el otrora domicilio común (ver, en similar sentido, el voto n.° 1257-10, de las 7:50 horas del 8 de setiembre de 2010). No puedo aceptar que se esté en presencia de una simple crisis de pareja, pues lo determinante es que el señor O. no asume la decisión de su consorte y no le permite ponerle fin a la relación matrimonial mediante una separación de hecho. Por algo, suele señalarse que el momento en el que la esposa o compañera le comunica a su esposo o compañero su decisión de terminar la convivencia constituye un periodo de alto riesgo, pues este último suele recurrir a diversos mecanismos y estrategias, a veces sutiles y otras descarnadas, para lograr que no se ejecute esa voluntad. Y eso es justamente lo que visualizo con total claridad en este asunto.X.- En abono de lo indicado, es preciso destacar que la citada Convención interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la Mujer le reconoce a toda mujer el derecho —fundamental— a una vida libre de violencia, tanto en el ámbito público como en el privado [artículo 3º], que, al tenor de lo previsto en la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la Mujer, Resolución de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas 48/104 del 20 de diciembre de 1993, “Los Estados deben condenar la violencia contra la mujer y no invocar ninguna costumbre, tradición o consideración religiosa para eludir su obligación de procurar eliminarla.” y que la Ley contra la violencia doméstica conceptualiza esa conducta en términos muy amplios y considera como tal la de índole psicológica, comprensiva de cualquier “Acción u omisión destinada a degradar o controlar las acciones, comportamientos, creencias y decisiones de otras personas, por medio de intimidación, manipulación, amenaza, directa o indirecta, humillación, aislamiento o cualquier otra conducta que implique un perjuicio en la salud psicológica, la autodeterminación o el desarrollo personal.” [Inciso b) del artículo 2] del consorte o conviviente. El reconocimiento de ese y de los otros tipos de agresión —física, sexual y patrimonial— y de su incuestionable gravedad parte del cambio sustancial que han sufrido las nociones relativas al trato que necesitamos y merecemos los seres humanos para alcanzar nuestra autorrealización, ya no solo por el Estado y sus agentes, sino también —y principalmente— por aquellos con los que nos interrelacionamos en nuestra cotidianidad. Los derechos humanos de las personas despojadas de poder en la órbita familiar se visibilizan y recobran así su singular importancia, en tanto pautas que deben transversar la interpretación y la aplicación de la normativa vigente, por encima de prácticas ancestrales legitimadas por el sistema autoritario de organización social imperante (ver, en igual sentido, los votos n.os 199-10, de las 7:40 horas del 4 de febrero; 699-10, de las 9 horas del 26 de mayo; 724-10, de las 7:30 horas del 2 de junio; 981-10, de las 11:40 horas del 20 de julio y 1689-10, de las 7:30 horas del 7 de diciembre, todos de 2010).XI.- Como corolario de lo expuesto, debo acoger el recurso formulado y, en consecuencia, revocar el fallo de primera instancia y mantener en vigencia las medidas de protección otorgadas a favor de doña A.R.POR TANTO: En lo apelado, revoco la resolución recurrida y mantengo las medidas de protección a favor de la señora A.R.LUIS HÉCTOR AMORETTI OROZCO JUEZ mzs