Por qué Marx estaba equivocado y aun así triunfa.

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POR QUÉ MARX ESTABA EQUIVOCADO Y AUN ASÍ
TRIUNFA
¿EXISTE LA DERECHA?
Por Andrés IRASUSTE. (*)
(…) en la mayor parte del mundo occidental hasta los más decididos adversarios del Socialismo reciben de
fuentes socialistas conocimientos sobre una mayoría de temas sobre los que no tienen información de
primera mano. (…) muchos de los que se creen decididos opositores de ese sistema de pensamiento se
convierten de hecho en difusores efectivos de sus ideas. ¿Quién no conoce al hombre práctico, que en su
propio campo denuncia el Socialismo como “perniciosa podredumbre", pero, cuando da un paso fuera de
su campo, le brota el Socialismo como a cualquier periodista de izquierda?
Friedrich Hayek: Los intelectuales y el socialismo.
Siendo un neófito adolescente tardío de dieciocho años, entré a las aulas
de psicología en sus aposentos estatales, en los ciernes del siglo XXI. No fueron
sólo los escombros, las telarañas ni los pastizales que, con sus asquerosas ratas,
invadían el patio de aquel edificio, los que llamaron mi atención, pues en
Uruguay estamos acostumbrados a que lo estatal sea sinónimo de malas
condiciones edilicias y adversidades burocráticas de todo tipo. Hoy este edificio
luce infraestructuralmente muy distinto (aunque no fue ello gracias al Estado).
Sin embargo, otra cuestión captó mi atención en aquel entonces, cuando aún el
1
edificio no era tan bonito a los ojos: siendo que yo había ingresado a una carrera
de grado deseando estudiar psicología, desde el primer momento asistí a cursos
teóricos donde se hablaba mucho sobre Karl Marx. Marx lo atravesaba y lo
impregnaba todo: las discusiones sobre epistemología, filosofía, las clases de
sociología, de ética, de psicoanálisis...
Marx estaba allí, siempre presente como un solemne monumento de
ideas de bronce. Marx parecía una hermosa obsesión y algo críptico a
desentrañar. Al igual que las palabras socialismo, dialéctica, lucha de clases... Die
deutsche Ideologie (La ideología alemana) de Marx fue uno de los primeros textos
que tuve que leer para mis cursos. Se nos pedía sólo un par de capítulos, pero
yo, ya intelectualmente ávido, lo abarqué todo. Más aún: fragmentos de esta
obra, junto a las famosas Thesen über Feuerbach (Las Tesis sobre Feuerbach), eran
usados para pensar la praxis clínica del terapeuta, o los problemas y cuestiones
sociales en general.
Yo no lograba comprender qué diablos tenía que ver todo aquello con la
psicología, pero siendo aun muy neófito intelectualmente, mi pensamiento
permanecía de buena fe: ya llegará el día en que lo comprenda, decía en mi diálogo
interior. Ese día jamás llegó, pero ahora puedo comprender otras cuestiones, así
como también por qué no ha llegado, o por qué las ideas de esta figura pululan
y florecen como la maleza de las aceras urbanas en los lugares y espacios más
recónditos de la cultura.
El historiador Paul Johnson nos dice que: El impacto que ha tenido Karl
Marx sobre acontecimientos reales, como también sobre las mentes de hombres y
mujeres, ha sido mayor que el de cualquier otro intelectual de los tiempos modernos. La
razón de esto no se encuentra fundamentalmente en el atractivo de sus conceptos y
metodología, pese a que ambos tienen un fuerte encanto para espíritus carentes de rigor,
sino en el hecho de que su filosofía fue institucionalizada en dos de los países más
grandes del mundo, Rusia y China, y sus numerosos satélites (…) La noción de que el
marxismo es una ciencia, en un sentido en que ninguna otra filosofía lo fue o podrá
llegar a ser, está implantada en la doctrina oficial de los estados fundados por sus
2
seguidores, de modo que tiñe la enseñanza de todas las materias en sus escuelas y
universidades (2000, pp. 71-72).
Hoy, tras varias décadas de este análisis (año 1988 en el original en
inglés), los principales centros de producción intelectual del marxismo se hallan
en los Estados Unidos, algo más que estratégico, dado que dicho país se asocia
en la cultura popular con el imperialismo capitalista yankee. Poca gente sospecha y
es consciente de que los Estados Unidos es hoy la mayor fábrica de marxismo
del planeta desde diversas fundaciones, la industria del entretenimiento y
Universidades, principalmente establecidas en New York, Illinois y California.
Pensar de otra forma las ideologías:
Lo usual es que las personas asocien una ideología con un puñado de
ideas, con un contenido. De este modo, es común que se diga que mientras la
izquierda se asocia con la solidaridad, la empatía hacia los desposeídos y con la
justicia, la derecha se asocie al individualismo, el egoísmo moral, la ley de la
selva y el consumismo materialista. Y acorde al criterio de nuestros días, todo
parecería estar muy claro: a la izquierda están los chicos buenos del socialismo
en general, y a la derecha, bien a la derecha, los perversos chicos fascistas, y un
poco menos a la derecha, los malvados neoliberales.
Algunos ni siquiera conceden distinción última de grado, y junto al señor
Pablo Iglesias de la nueva izquierda española Podemos, dicen cosas tales como
que el fascismo antaño se vestía de uniforme militar y hoy se viste de traje y corbata. La
hegemonía cultural de izquierda de hoy sentencia, incluso, que, para ser un
sujeto pensante e inteligente (incluso, atractivo), conviene ser de izquierda,
mientras que los tontos e intelectualmente primitivos y retrógrados permanecen
siempre de derechas. Después de todo, artistas, periodistas afamados e
intelectuales de moda son de izquierda (al menos, aquellos promovidos por la
cultura mainstream de nuestro tiempo).
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Es así que ya vamos teniendo las bases del esquema de la psicología
humana más arquetípica: un mundo divisado claramente entre buenos y malos,
entre tontos e inteligentes, entre sujetos conservadores y sujetos de avanzada.
Esta idea, como tal, es algo que la gente cree con firmeza y le sirve para
orientarse en el mundo a modo de brújula (o bien, al menos, la gente cree estar
orientada de esa manera). No obstante, nosotros vamos a proponer otro modo
de pensar las ideologías: éstas no se relacionan tanto con contenidos, sino que
son un espectro histórico en pleno movimiento.
Si fuéramos astrofísicos habríamos descubierto un verdadero efecto
Doppler de las ideologías, dado que, vistas en perspectiva histórica, veremos
cómo todo se ha teñido finalmente en la lente de nuestro telescopio con
distintas tonalidades del rojo del marxismo. En astrofísica, cuanto más lejana es
una estrella, ésta se visualiza de color rojo en el espectro de las radiaciones
cósmicas, dado que, a mayor distancia, mayor longitud de onda entre la fuente
de dicha radiación y el observador. Así, veremos que ha ocurrido un auténtico
efecto Doppler ideológico y que, a medida de que el universo histórico se aleja ante
nosotros (o quizás nosotros de él), todo se ha vuelto rojo marxista. Más aún,
veremos que el fascismo es ya una forma de emanación bastante roja desde
muy a la izquierda del cosmos.
Una de las mentiras más grandes de nuestro tiempo es que acaso las
ideologías hayan muerto, según se dice a menudo. El éxito del marxismo como
ideología y como cosmovisión del mundo y de las cosas, sigue siendo
asombroso a pesar de su estrepitoso fracaso hora tras hora, día a día, año tras
año, década tras década, desde hace un siglo y medio. El comunismo prometía
futuro y, durante cinco minutos en la historia, pareció que estaba destinado a
ser una pieza de museo, allá por los años ’90, cuando Fukuyama hablaba del fin
de la historia:
Así, hacia finales del milenio se puede decir que unos setenta años del siglo XX han sido, en
realidad, la era del comunismo ya que el comunismo representó durante esos años el desafío más potente y
determinante de toda la tradición histórica en el seno del sistema liberal. Pero nunca como hoy
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constatamos la ironía de la historia: la ideología que tenía desorbitada pretensión de anticipar el futuro de
toda la humanidad, se ha revelado como algo del pasado. (Nolte, 1995, p. 47).
Quizás es el fin de la historia, pero no por ausencia de ideología sino por
el efecto Doppler del marxismo. No obstante, a pesar de lo que plantea Nolte,
aquél, como ideología, ha sabido mutar (al igual que un virus) y hoy lo
encontramos en diversos populismos latinoamericanos en el gobierno, así como
en diversos ideologismos emanados cual humo luciferino de las fraguas de la
Escuela de Frankfurt y de la izquierda académica norteamericana, como ser la
ideología de género, el eco-feminismo y otras mieses posmodernas.
Alguien podría pensar que no hay nada de malo en hablar de Marx todo
el tiempo: después de todo, para bien o para mal, Marx constituye una de las
figuras de más peso y relevancia en la historia de las ideas modernas. ¿Por qué
no estudiarlo? ¿Qué habría de extraño o de malo en ello? Es que, y como
summum, Marx ha sido declarado en 1999 pensador del milenio, según la BBC,
incluso por encima de Einstein, Kant o Newton. (1) Al parecer, algo especial
sucede con Marx, y no sólo en los aposentos académicos locales. Sin embargo, y
como dijera Shakespeare en su Hamlet, descubriremos que something smells
rotten in Denmark, es decir, algo huele a podrido en Dinamarca.
Nadie en su sano juicio debería considerar extraño que se lo mencione
tanto. Pero no es eso lo raro, sino que, si meramente de historia de las ideas se
tratara, se podría incursionar en el pensamiento y en la prosa de muchas otras
figuras: Julius Evola, Hans Hermann Hoppe, Roger Scruton, Carl Menger,
Ludwig von Mises, Oswald Spengler, Alain de Benoist, Ernst Jünger, Murray
Rothbard, Arnold Toynbee, Denes Martos, Erik Ritter von Kuehnelt-Leddihn,
Francis Parker Yockey o bien, quien refutara, incluso, al propio Marx ya en el
siglo XIX: Eugen von Böhm-Bawerk.
Pero esos nombres (como tantos otros) difícilmente aparecerán
mencionados en el catálogo de autores de las academias estatales, apenas si se
le concede mención a un Heidegger o a un Nietzsche hábilmente afrancesados.
1
Véase: http://news.bbc.co.uk/2/hi/461545.stm
5
En el caso de von Böhm-Bawerk, se hace particularmente como si no existiera.
Marx no llegó a publicar en vida todo lo que ya tenía escrito de su obra
principal y más ambiciosa, Das Kapital (El Capital). Algunos dicen, sin que por
ahora pueda probarse, que no lo hizo porque al observar los planteos y las
refutaciones de Eugen von Böhm-Bawerk dio un paso al costado, siendo su
amigo y proveedor económico Friedrich Engels quien publicara el resto de la
obra de manera póstuma tras la muerte del padre y profeta del supuesto
socialismo científico, cuyos ecos inundan nuestros oídos hasta nuestros días.
Haya sido tal el motivo (o no), lo que importa verdaderamente aquí es echar un
vistazo a los argumentos de este austríaco poco mencionado llamado Eugen
von Böhm-Bawerk.
Todo el sistema socialista se ha caído a lo largo y ancho del mundo. Hoy,
Venezuela hace aguas por los cuatro costados, tras el intento de resurrección del
marxismo bajo una mutación populista, y Cuba ya ha comprado su boleto sin
retorno hacia el sistema capitalista, con el asombroso y aturdidor silencio de las
izquierdas latinoamericanas. Al parecer, muchos dicen aspirar al socialismo y al
comunismo, pero nadie lo logra, excepto Corea del Norte, al precio de que
millones de personas hayan muerto por hambruna en los años ‘90 o que desde
el espacio exterior veamos su territorio en completa oscuridad por la noche, a
diferencia de su homóloga del sur. Y, sin embargo, los ‘90 constituyeron la
década en la que todos se enfocaron en la condena al neoliberalismo, mientras
millones morían de hambre en el aun restante socialismo de la periferia, o los
millones exterminados por el ya por ese entonces caído socialismo central
soviético.
Si hay algo que no funciona, eso es el socialismo mentado por el llamado
pensador del milenio. Como muy bien acota el pensador francés Alain de Benoist:
No basta con decir que el comunismo es una buena idea que ha terminado mal. Hay que
explicar además cómo ha podido terminar mal… (2005, p. 35) Pero cuidado: el
marxismo no cesa de fracasar como modelo político-económico, a la vez que sí
triunfa culturalmente.
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Lo que Marx plantea:
Primero, es necesario sintetizar lo que decía el propio Marx sobre ciertas
cosas; concretamente, su teoría de la explotación del hombre por el hombre. Lo
haremos del modo más digerible posible para el común de los posibles lectores.
La tesis central de Marx sobre el trabajo, la teoría del valor y la
explotación, está tan extendida culturalmente que el realismo psicológico y la
intuición cotidiana de millones de personas es marxista, lo sepan o no. Como
muy bien ha dicho Ludwig von Mises en reiteradas ocasiones, el socialismo no
ha fracasado porque haya mayores resistencias ideológicas por parte de la
gente, puesto que sigue siendo dominante como ideología popular; fracasa
porque es irrealizable en términos de cálculo económico (1968, pp. 124 ss.).
Básicamente, lo que Marx afirma es que la acumulación de capital por
parte del capitalista (aquel que posee los medios para producir) se basa en el
plus de trabajo que jamás retribuye al obrero asalariado, ya sea porque lo hace
trabajar más tiempo o producir más al mismo costo. Es decir, el capitalista se
queda (en teoría) inmoralmente con este plusvalor, y de ese modo engorda y
agrega ceros a su patrimonio financiero, mientras el pobre trabajador asalariado
va quedando relegado a la alienación y la desventura de su existencia humana,
cuyo valor del salario está determinado por el costo de la producción en el
tiempo necesario para mantenerlo con vida en tanto sirve como fuerza de
trabajo.
De este modo, ya tenemos la génesis un esquema que satisface la
psicología humana más arquetípica: existiría un mundo de hombres buenos (las
mayorías proletarias y trabajadoras) y luego los perversos y malvados
capitalistas, una ínfima minoría de parásitos explotadores que, al parecer,
domina al resto, tanto material como espiritualmente (pues, como gustaba decir
Marx, aquel que ejerce el poder material también ejerce el poder espiritual sobre los
hombres).
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Todo el pensamiento de los individuos, de este modo, sería meramente la
expresión o sublimación de las relaciones sociales dominantes impuestas por un
cierto orden; afirmación, ésta, extremadamente pueril y simplista, pero que ha
calado muy hondo en el pensamiento político y filosófico:
(...) die Nebelbildungen im Gehirn der Menschen sind notwendige Sublimate ihres materiellen,
empirisch konstatierbaren und an materielle Voraussetzungen geknüpften Lebensprozesses. Die Moral,
Religion, Metaphysik und sonstige Ideologie und die ihnen entsprechenden Bewußtseinsformen behalten
hiermit nicht länger den Schein der Selbständigkeit. Sie haben keine Geschichte, sie haben keine
Entwicklung, sondern die ihre materielle Produktion und ihren materiellen Verkehr entwickelnden
Menschen ändern mit dieser ihrer Wirklichkeit auch ihr Denken und die Produkte ihres Denkens (Marx,
Karl & Engels, Friedrich, 1969, S. 26).
La solución propuesta por Marx y Engels, tras la complejidad de miles de
páginas escritas en el más acicalado, denso y férreo estilo alemán, es muy
simple: expropiar a los expropiadores y que los trabajadores tomen el poder del
Estado -con sus aparatos y agencias-, hasta que, en teoría, llegue un momento
en donde el propio Estado deje de ser necesario (esto último es olvidado,
incluso, por la mayoría de los autoproclamados marxistas) y las clases sociales
finalmente desaparezcan. Todo esto se denomina la revolución comunista del
proletariado, la cual, en teoría, conduce a la destrucción del Estado burgués y a la
desaparición de las clases sociales en la fase final del comunismo.
Originalmente, la forma propuesta no era afín al discurso políticamente
correcto de hoy: todo ello se implementaría a través de una dictadura del
proletariado, muy violenta, por cierto, dado que, como decía Engels, la violencia
es la partera de la historia humana. Proletarios del mundo, uníos (emblemática frase
del Manifiesto Comunista de 1848); haced vuestra sangrienta dictadura. Muchos
no compartirían hoy esto último, pero: ¿cuántos, acaso, sí creen de hecho que el
sistema capitalista es injusto, después de todo; que existiría una proterva
inclinación moral en el capitalista; y que, si por éste fuera, el trabajador estaría
condenado siempre a la pobreza?
Muy poca gente es hoy intelectual y auto-proclamadamente comunista,
pero miles, quizás millones, piensan lo segundo como algo muy natural y
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obvio, incluso más allá de la izquierda política. Lo consideran un razonamiento
acertado, sea por intuición, sea por la asimilación de una idea culturalmente
repetida ad nauseam. A este fenómeno es al que se refiere precisamente Friedrich
Hayek en nuestra cita inicial a modo de epígrafe. Será por eso que la historia del
siglo XX dio a luz diversas formas de marxismo, más blandas y lozanas, como
la socialdemocracia, la cual consiste en valerse de la partidocracia
parlamentaria para ir instrumentando gradualmente medidas de índole
marxista sin apelar a la explícita violencia a la que Marx y Engels incitaron en
su famoso Manifiesto Comunista de mediados del siglo XIX.
El error basal de Marx:
¿Por qué Marx estaba equivocado? Primero que nada, porque era un
tergiversador de fuentes y citas en aras de construir su propio relato
convincente y escatológico, cuestión que jamás le dirán a usted en las
universidades. Dice el historiador Paul Johnson:
La verdad es que hasta la investigación más superficial sobre el uso que Marx hace de las pruebas
le obliga a uno a considerar con escepticismo todo lo que escribió que dependiera de factores fácticos.
Nunca se puede confiar en él. Todo el Capítulo Octavo, clave de El Capital, es una falsificación deliberada
y sistemática para probar una tesis que el examen objetivo de los hechos demostró insostenible. (…)
Primero, usa material desactualizado porque el material actualizado no brinda apoyo a lo que quiere
demostrar. Segundo, elige ciertas industrias en las que las condiciones eran particularmente malas como
típicas de El capitalismo. Esta trampa era especialmente importante para él porque de no hacerla no
hubiera podido en absoluto escribir el Capítulo Octavo. Su tesis era que El capitalismo genera condiciones
que empeoran permanentemente; cuanto más capital se emplea peor debían ser tratados los trabajadores
para obtener ganancias adecuadas. La evidencia que cita ampliamente para justificarla proviene casi toda
de empresas pequeñas, ineficientes, con poca inversión de capital, que se desempeñaban en industrias
arcaicas que en su mayor parte eran precapitalistas, por ejemplo la alfarería, el vestido, herrería,
panaderías, fósforos, papel de empapelar, encajes. (…) En tercer lugar, haciendo uso de los informes del
cuerpo de inspectores de fábricas, Marx cita ejemplos de condiciones deficientes y de maltrato de los
trabajadores como si fueran el resultado normal e inevitable del sistema (2000, pp. 89-90).
Por otro lado, la teoría de Marx es errónea porque llevó a sus últimas
consecuencias lógicas un error común a dos pensadores de la economía que le
precedieron: Adam Smith y David Ricardo, quienes postulaban que el valor de
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las cosas proviene del costo de producción por el monto de trabajo que fue
necesario para manufacturarlas o fabricarlas. Smith lo dijo muy claro: Debe
recordarse que la medida real del valor está dada por el trabajo y no por un producto en
particular o un grupo de ellos, tanto de la plata como de cualquier otra mercadería
(2004, p. 94). Esto no es una demostración económica, es más un axioma
filosófico, o simplemente una idea que el tiempo revelará como falsa. Y Marx
dirá que el valor-trabajo estará determinado por el tiempo de producción para
producir cierto producto o mercancía. Como vemos, se trata de una idea bien
simple y concreta.
Así, el valor de las cosas iría del productor al consumidor, y en esto están
de acuerdo liberales clásicos y marxistas de todas las cepas. El consumidor sólo
tendría que aceptar sin más remedio el costo impuesto por el productor si desea
comprar lo que aquél le brinda. Pero no sólo lo piensan ellos, sino que forma
parte de la psicología popular, de la folk psychology. ¿Quién duda, acaso, que un
auto importado es muy caro debido a que al obrero alemán hay que pagarle
muy bien? La psicología popular pone énfasis en ello, lo razona casi que por
intuición espontánea, aunque se olvida de todas las intervenciones arancelarias
estatales que existen de por medio instauradas por medios políticos, o
directamente tiende a desconocerlas.
Pero vayamos al grano: Carl Menger y Eugen von Böhm-Bawerk
demostraron que las cosas no funcionan como Smith, Ricardo y Marx creían.
Eugen von Böhm-Bawerk (1851-1914), contemporáneo de Carl Menger,
es uno de los exponentes iniciales de la llamada Escuela Austríaca de economía,
la cual se deslinda de ciertas tesis medulares del liberalismo clásico derivado de
Smith y Ricardo. Con la llamada revolución marginalista en economía, con
Menger, von Böhm-Bawerk y otros, se demostró que son los consumidores los
que transmiten el valor a aquello que el capitalista y los trabajadores producen
en conjunto mediante un contrato, dado que la producción tiene sentido sólo si
satisface el consumo en tanto éste es la satisfacción de necesidades colectivas. Y
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resulta que el valor de algo, así, es subjetivo en última instancia. Carl Menger lo
explica:
El valor que un bien tiene para un sujeto económico es igual a la significación de aquella
necesidad para cuya satisfacción el individuo depende de la disposición del bien en cuestión. La cantidad
de trabajo o de otros bienes de orden superior utilizados para la producción del bien cuyo valor analizamos
no tiene ninguna conexión directa y necesaria con la magnitud de ese valor. Un bien no económico, por
ejemplo, una cantidad de madera en un gran bosque, no encierra ningún valor para los hombres por el
hecho de que se hayan empleado en ella grandes cantidades de trabajo o de otros bienes económicos.
Respecto del valor de un diamante, es indiferente que haya sido descubierto por puro azar o que se hayan
empleado mil días de duros trabajos en un pozo diamantífero. Y así, en la vida práctica, nadie se pregunta
por la historia del origen de un bien; para valorarlo solo se tiene en cuenta el servicio que puede prestar o
al que renunciar en caso de no tenerlo. Y así, no pocas veces, bienes en los que se ha empleado mucho
trabajo, no tienen ningún valor y otros en los que no se ha empleado ninguno lo tienen muy grande
([1871] 1996, p. 132).
Esta idea suena extraña en apariencia, dado que la economía, al igual que
la psicología, es una ciencia contra-intuitiva. Pero se trata de algo muy concreto,
al fin y al cabo, puesto que sucede en nuestras vidas a diario. Pongamos un
ejemplo bien simple: supongamos que usted, estimado lector, es un productor
de tabaco, es decir, posee hectáreas de campo plantadas con tabaco y les paga a
diversos peones trabajadores para que trabajen su campo. El criterio usual es
creer que el valor del tabaco que usted le vende a la empresa que fabricará
luego los cigarrillos, está dado por la suma del costo del trabajo de sus peones,
más los gastos sociales y el plus de ganancia que usted, en tanto es un malvado
capitalista, desea obtener. Pero nada de ello es así: si ocurriera algo inusual con
la cultura y la psicología de las personas, fumar se volviera algo no deseable y
la gente comenzara a dejar de hacerlo, independientemente de todo el trabajo
acumulado que usted coloque sobre su plantación y cosecha de tabaco, el
gerente de la empresa de cigarrillos simplemente le daría la mano y le diría:
muchas gracias por los servicios prestados. Todo su tabaco, con tanto trabajo
acumulado en él (desde selección de plantación, cuidados e inversión en
tecnología), se transformaría casi automáticamente en maleza inservible que
puebla el suelo. Es el potencial comprador dentro del marco del mercado (ese
enorme sistema de cooperación que se autorregula y que, a menudo, se halla
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intervenido a través de medios políticos en distintos grados según los países) el
que le asigna el valor a su tabaco plantado y cosechado.
Esto, descubierto por Menger y luego perfeccionado por von BöhmBawerk y Friedrich von Wieser; se denomina teoría marginalista de la imputación
del valor. La cadena del valor, así, va del consumidor hacia el trabajo y no desde
el trabajo hacia los bienes producidos como comúnmente se piensa.
Eugen von Böhm-Bawerk es categórico y lapidario con la tesis que va de
Smith a Marx, y demuestra que la propuesta de Marx se anula a sí misma.
Siendo que no es el trabajo lo que genera valor, sino que son los consumidores
los que asignan valor a cierto trabajo, las tesis de Marx son insostenibles y se
derrumban como un castillo de naipes. Para aquellas mentes más académicas y
exigentes que el grueso del público lector, mencionaremos que esto se halla
explicado en la obra de von Böhm-Bawerk Karl Marx and the close of his system. A
criticism, cuyo título original en alemán es Zum Abschluss des Marxschen Systems,
publicado como ensayo independiente en 1896 en alemán, y en 1898 en inglés.
Allí nos explica cómo Marx determina la medida del capital primero
habiendo postulado ya una cierta idea acerca de la creación del valor, la cual da
por sentada, y que la historia demuestra como falaz. Será por ello que el sistema
teórico de Marx es netamente contradictorio, los postulados de los últimos
volúmenes de El Capital contradicen y anulan al primer volumen de la
susodicha obra. Dice von Böhm-Bawerk: His theory demands that capitals of equal
amount, but of dissimilar organic composition, should exhibit different profits. The real
world, however, most plainly shows that it is governed by the law that capitals of equal
amount, without regard to possible differences of organic composition, yield equal
profits ([1898] 2012, p. 8). Es decir, la teoría de Marx, que parte de una
concepción errónea sobre la creación del valor, no puede explicar por qué, por
ejemplo, capitales de la misma cantidad pero de distinta composición orgánica,
muestran iguales tasas de ganancias. Si la teoría de creación del valor es
errónea, entonces, ineludiblemente, lo estará también la teoría de precios y de
12
salarios que postula el marxismo ([1898] 2012, p. 18). Es que, para éste, el trabajo
es una mercancía más, y el salario, un precio.
Es curioso, dado que los marxistas suelen creer que Marx se encuentra en teoría- en las antípodas de Smith, el cual es considerado uno de los padres
del liberalismo clásico, la supuesta ideología enemiga de los marxistas. Pero de
Adam Smith se deriva precisamente aquello que Marx lleva a sus últimas
consecuencias lógicas: la creencia de que la ganancia del capitalista es ese plus
que extrae del trabajo del asalariado y que, en teoría, éste crea el valor de las
cosas. En otras palabras, el corazón de la teoría marxista está construido sobre
las bases del liberalismo clásico, lo cual es tragicómico. Y ambas son teorías, no
sólo emparentadas, sino erróneas. En este sentido, Denes Martos acierta
elocuentemente al decir lo siguiente:
Liberales y comunistas tienen mucho más en común de lo que supone la mayoría de sus
militantes y partidarios. Desde muchos puntos de vista, el comunismo no es sino la ideología del
iluminismo y la Enciclopedia pensada hasta sus últimas consecuencias. Puede parecer un despropósito a
primera vista, pero el análisis en profundidad revela que los marxistas son unos liberales mucho más
consecuentes que los capitalistas; han tomado la ideología de la Revolución Francesa mucho más en serio.
Casi se estaría tentado de decir que son los únicos que se la han tomado en serio. El resultado de esto es
que todo el aparato cultural del capitalismo occidental está literalmente impregnado de concepciones
ideológicas emparentadas con el marxismo. El mecanismo mental de una cantidad impresionante de
intelectuales de la sociedad capitalista funciona según parámetros marxistas. Periodistas y comentaristas,
artistas, escritores, docentes, sociólogos, pensadores y analistas políticos; en su enorme mayoría piensan
en términos dialécticos, clasistas y materialistas (2015, pp. 132-133).
Martos está tan en lo cierto que esto que afirma aplica también a los
fascismos. Y nosotros afirmaremos que el fascismo se revela finalmente, y en su
naturaleza última, como algo de izquierda.
La demagogia obrerista, los crímenes del marxismo y sus actores
estatalmente rentados:
Pasaremos a explicar hacia el final por qué el fascismo es izquierdista,
pero de nuevo, en otras palabras (y a lo que íbamos), todo esto que hemos visto
significa que el capitalista no explota a nadie: el capitalista es un emprendedor
13
que, asumiendo diversos riesgos e incertidumbres muchas veces imprevisibles,
arrienda el trabajo de diversos individuos para la producción y la innovación, lo
cual genera el progreso que todos disfrutamos. Y a mayor tasa de capitalización
para mejorar el monto y la calidad de la producción (única forma de producir
riqueza desde el sector privado), mayor será el salario del trabajador. Eso es lo
que explica, en esencia, la diferencia entre Corea del Sur y Corea del Norte, o
entre Cuba y los Estados Unidos. Desde este punto de vista, hasta podemos
pensar en el capitalista como un agente social que asume riesgos a futuro,
adelantando dinero para que el trabajador subsista y consuma, relevándolo así
del riesgo que él mismo ha decidido asumir valientemente. Esto lo habilita
luego a percibir ganancias como su derecho, desde luego, pero bien que
también puede asumir las pérdidas si su proyecto fracasa. Desde luego, existen
muchos capitalistas tramposos e inescrupulosos, pero eso no se llama
capitalismo, se denomina tan sólo condición humana, y la historia política nos
muestra que para nada es exclusiva del capitalista, sino que se halla por doquier
en el espectro
social.
El ascenso
de
los populismos de
izquierda
latinoamericanos de los últimos tiempos nos ha mostrado cómo obreros y
sindicalistas, montoneros y demagogos profesionales de la izquierda académica
resultan ser de la peor calaña cuando acceden a los aparatos y agencias
burocráticas del Estado a través de los juegos de la partidocracia, y servirse así
del dinero que es de todos nosotros mediante cripticas tramas de corrupción.
Sin embargo, la hipocresía colectiva de la corrección política cohíbe la libre
crítica de estas soeces figuras. Qué hermosas son a este respecto las palabras de
Spengler, las cuales se sitúan por encima de contextos específicos para describir
cierto espíritu de siglo:
[el obrero] es elevado a la categoría de santo, de ídolo de la época. El mundo gira en torno suyo.
Es el centro de la economía y el hijo predilecto de la política. Todos existen para él; la mayoría de la nación
tiene que servirle. Es lícito burlarse del campesino, rudo y estúpido; del empleado haragán y del tendero
tramposo –para no hablar del juez, el oficial y el patrono, objetos preferidos de chistes malignos-; pero
nadie se atrevería a verter igual escarnio sobre “el trabajador” (2011, p. 136).
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La figura del trabajador -der Arbeiter- será el objeto de infinitos discursos
por parte de los demagogos profesionales de la política y la academia
izquierdizantes, quienes usualmente suelen no ser ellos mismos provenientes
de estratos trabajadores, sino hombres burgueses del mundo de las letras. Si la
izquierda niveladora e igualitarista se mueve en curva ascendente en toda la
historia moderna, no es gracias a los propios trabajadores, sino a la burguesía
hija del liberalismo clásico de Smith, Cobden y Ricardo. De este modo, escribía
acertadamente Ernst Jünger -precisamente, en su obra El trabajador (Der Arbeiter:
Herrschaft und Gestalt)-, al decir que el trabajador asalariado, disfrazado con un
traje que no está hecho verdaderamente a su medida, se volvió en el siglo XX el
gran espectáculo de la Democracia demagógica de masas (2007, p. 13) De este
modo, la sublevación del trabajador fue preparada en la escuela del pensamiento
burgués, dirá Jünger. Un genuino movimiento trabajador no concibe al trabajo
como opresión (la forma en que lo conciben los ojos burgueses fautores del
marxismo), sino como libertad y responsabilidad.
Detrás de mil falsas sonrisas, el marxismo odia al trabajador e intenta
destruirlo, en principio, siempre por medio de los impuestos y la inflación, una
vez que ya aprendió a despreciarse a sí mismo en nombre de alguna fábula
colectivista e igualitarista fraguada por mentes oscurantistas y perversas, o
como diría Nietzsche, tejedores de telarañas de la consciencia humana. Será por
ello que toda la historia del marxismo consiste en subsumir al trabajador al
servicio del Estado, previa entronización del partido comunista en su corazón,
cual casta de élite.
A pesar de más de 100 años de opresión estatizante, el común
denominador de la gente cree que el marxismo es liberación del trabajador, y
ello es el fruto de la demagogia profesional psicopolítica y escatológica que no
descansa, y que suele estar financiada con rentas públicas estatales hábilmente
cooptadas con la mirada pasiva de la sociedad. Tal como decía Henry Mencken
en sus Notes on Democracy, el demagogo es aquel que enseña doctrinas que sabe
que son falsas a personas que sabe de antemano que son estúpidas (The
15
demagogue is one who preaches doctrines he knows to be untrue to men he knows to be
idiots). (p. 111)
Como la mayoría de las personas no son estúpidas a-priori, es necesario
estupidizarlas primero. Es aquí donde entra la acción cultural gramsciana, con
sus innumerables tejedores de relatos psicopolíticamente izquierdizantes en
todas las áreas de la vida humana, desde la economía hasta la sexualidad
misma. De estas figuras están repletas las academias, los medios y los partidos
políticos, poco importa si se dicen de izquierda o de centro (incluso, de derecha).
Y el primer paso siempre es el lavado de cerebro ideológico para transformar al
sujeto en sujeto estúpido y simple animal de rebaño suscrito a un relato
políticamente correcto.
Todo esto suena bastante distinto y políticamente incorrecto respecto de
lo que postula tácitamente no sólo el marxismo sino la folk psychology, es decir,
aquello que la gente comúnmente cree tras 150 años de propaganda e
impregnación marxista en la cultura occidental. Mucha gente es marxista sin ser
consciente de que lo es, pues razonan de un modo marxista.
La acción cultural promovida por el marxismo, que va desde los grandes
think tanks intelectuales (ubicados estratégicamente en los Estados Unidos,
principalmente) a los agitadores marxistas plebeyos de escasa calidad
intelectual y a esa figura que Spengler llamaba el sacerdote caído (piénsese en el
cura de izquierda, en la teología de la liberación –la cual jamás ha liberado a
alguien de algo-, lo que el propio Spengler denominaba bolchevismo católico), ha
determinado el ser de su consciencia, si se nos permite la ironía. Y se mimetiza bajo
diversas formas:
Es el populacho intelectual, capitaneado por los fracasados de todas las profesiones académicas,
los incapaces y los que sufren de alguna inhibición psíquica, del cual surgen los gangsters de los
alzamientos bolcheviques. Entre todos estos juristas, periodistas, maestros de escuela, artistas y técnicos
suele pasar inadvertido un tipo, el más fatal de todos: el sacerdote caído. En todas las épocas hay una plebe
sacerdotal que arrastra la dignidad y la fe de la Iglesia por la basura de los intereses políticos partidistas,
se alía con los poderes revolucionarios y, con la fraseología sentimental del amor al prójimo y el amparo a
los pobres, ayuda a desencadenar el mundo abisal para la destrucción del orden social (2011, pp. 138 ss.).
16
Esto que describe Spengler en la Alemania de Weimar lo seguimos
viendo hoy, piénsese, por ejemplo, en el llamado eterno estudiante en las
universidades estatales. Éste, detrás de una fachada estudiantil, no cesa de
componer el contubernio marxista de la cultura, sea desde la militancia gremial
o en tanto mano de yeso en asambleísmos puerilmente izquierdistas rentados con
dinero público. O tenemos el caso de los llamados intelectuales:
Los representantes del Estado son siempre y en todas partes, sólo una pequeña minoría de la
población sobre la cual gobiernan. (...) No obstante, la mayoría de la población debe creer en la justicia de
la institución del Estado como tal, y por ende, que aún si un Gobierno particular se equivoca, estos errores
son meros accidentes que deben ser aceptados y tolerados en miras a un bien mayor, provisto por la
institución del Gobierno. Pero ¿cómo se hace para que la mayoría de la población crea esto? La respuesta
es: con la ayuda de los intelectuales. (...) esto implica la nacionalización (socialización) de la educación: a
través de escuelas y universidades estatales o subsidiadas por el Estado. La demanda del mercado de
servicios intelectuales, especialmente en el área de humanidades y ciencias sociales, no es precisamente
alta, estable y segura. El Estado, por otro lado, acomoda su ego típicamente exacerbado y está gustoso de
ofrecerle a los intelectuales, una cama cálida, segura y permanente en su aparato, un ingreso seguro, y la
panoplia del prestigio. Y realmente, el Estado democrático moderno en particular, creó una masiva
sobreoferta de intelectuales. (...) Entonces, no es de sorprender que, como hecho empírico, la abrumadora
mayoría de los intelectuales contemporáneos sean directamente izquierdistas (Hoppe, 2009, p. 28).
Esta propaganda, esta acción cultural psicopolítica sobre las masas, este
desfalco de las buenas ideas y costumbres, le ha costado a la humanidad en el
siglo XX más de 100 millones de víctimas exterminadas en brutales represiones
mediante
medios
políticos
totalitarios,
la
hambruna
provocada
por
intervencionismos político-estatales de la producción agrícola, así como el
trabajo forzado en los campos de concentración del marxismo, los denominados
gulags. Toda una serie de historiadores revisionistas del marxismo (algunos,
ellos mismos, ex marxistas), que van de Stéphane Courtois a Nicolas Werth,
pasando por Karel Bartosek, Sheila Fitzpatrick, David Priestland, Orlando
Figes, Ernst Nolte o Anne Applebaum, han indagado este auténtico Holocausto
de los pueblos, en su gran mayoría cristianos, a la luz de nuevas
documentaciones y evidencias arqueológicas y sociológicas.
17
Nos dice S. Courtois: Mientras que los nombres de Himmler o de Eichman son
conocidos en todo el mundo como símbolos de la barbarie contemporánea, los de
Dzerzhinsky, Yagoda o Yezhov son ignorados por la mayoría. En cuanto a Lenin, Ho
Chi Minh e incluso Stalin aún siguen teniendo derecho a una sorprendente reverencia
(Courtois et al, 2010, p. 35).
Jamás ha existido sobre la Tierra una ideología más destructiva y
asoladora, la cual se basa en el odio más visceral hacia el hombre libre, la
identidad singular de los pueblos con sus tradiciones, la moral greco-cristiana...
Y hacia Dios. El marxismo, en los términos prácticos de la real Politik, no es otra
cosa que burocracia autoritaria, mando represivo y obediencia paranoica. Ya
nos lo advertía Nietzsche hacia fines del siglo XIX: Los socialistas están aliados con
todos los poderes que destruyen la tradición, las costumbres, la limitación; aún no se
han hecho visibles en ellos nuevas capacidades constructivas ([1877] 2004, p. 141).
El marxismo es eso: destrucción radical. Jamás ha sido capaz de generar
riqueza material, el resultado siempre ha sido la pobreza (y, si no, piénsese hoy
en Venezuela: con todas sus reservas de crudo es un país sumido en la pobreza,
que siendo ya pobre antes del populismo chavista, se le suma ahora más
pobreza aún debido al caos energético, logístico e inflacionario). Pero no sólo
eso, sino que ha generado una gran pobreza cultural y espiritual devastadora
en pueblos enteros a lo largo y ancho del mundo. Nos dice elocuentemente
Spengler que:
¿Qué quiere decir “izquierda”? (…) La creencia intelectual, romántico-racionalista de poder
domeñar la realidad con abstracciones. Izquierda es la agitación ruidosa… el arte de trastornar la masa
urbana con palabras fuertes y razones mediocres… la voluntad de arrasar lo sobresaliente (2011, p. 181).
El problema, el error de cognición de la humanidad en este punto es tan
profundo que von Böhm-Bawerk nos explica que de hecho el error de Marx se
remonta ya a Aristóteles, quien concebía que ningún intercambio humano es
posible sin que exista una injusticia o falta de equidad en el mismo ([1898] 2012, p. 23).
Una idea errónea que lleva miles de años entre nosotros y frente a la cual
siempre emerge la misma fantasía colectiva: que un poder central actúe para
18
corregir e impedir esta presunta falla. Después de todo, incluso los anarquistas
de izquierda durante la guerra civil española aceptaron cargos de ministros bajo
un gobierno estalinista e ilegítimo de origen y ejercicio que los terminaría luego
fusilando por millares en la matanza de Paracuellos del Jarama. Esto, una vez
más, muestra cómo alguien como Nietzsche acertaba en decir que el
anarquismo de izquierda es meramente un medio de agitación de algo más
general: el socialismo colectivista e igualitarista (2004, p. 186). En su prosapia
última, son todos jacobinos, colectivistas niveladores y nihilistas destructivos de
todo lo bueno y bello, hijos de la modernidad. Se trata de la moral de los
esclavos en histórico ascenso.
Más aún: el fascismo es también izquierda: centralismo y estatismo
jacobinos, igualitarista y nivelador, conducido por algún caudillo obrerista de
turno. Muchísima gente está convencida y repite que los fascismos son la
extrema derecha. Pasaremos ahora a desmitificar esto y si esta afirmación suena
ya osada, haremos otra redoblando la apuesta: eso que comúnmente se
denomina neoliberalismo también es de izquierda.
El fascismo y el neoliberalismo son izquierdizantes: bolchevismo pardo
y Chicago Boys:
Todo esto no sólo afecta a las personas que adhieren a alguna de las
varias versiones de la izquierda (marxistas leninistas, socialdemócratas,
anarquistas colectivistas, progresistas, left liberals anglosajones -el club de
Obama y Corben-, etc), sino también a las personas de derecha: indáguese en la
doctrina de los distintos fascismos (desde el ex militante socialista Benito
Mussolini hasta Primo de Rivera, así como el teórico nazi en economía Gottfried
Feder) y se encontrará lo mismo, la misma idea central errónea. Todos ellos
están convencidos de que el emprendedor capitalista le hace un gran daño a la
sociedad y que, por tanto, los trabajadores, organizados de alguna manera
(propuesta que variará acorde a si se es izquierdista o derechista) deberían
conquistar o formar algún tipo de aparato o alguna agencia en el Estado para
impedirlo desde una instancia centralizada del poder político encargada de
19
ejercer la coacción, planificar y asignar recursos con medios políticos. Es decir:
intervenir el mercado desde un poder centralista, y hacer de la propiedad
privada una función social.
¿Qué significa Estado centralista? Atravesando y por encima del sistema
de relaciones de intercambio que es el mercado, se halla un gran problema: toda
la maquinaria del Estado moderno centralista e interventor, hijo ya del Antiguo
Régimen absolutista (como demuestra Alexis de Tocqueville) y al cual la
revolución francesa y luego Napoleón consolidarán in toto. A través de una
hermosa pluma, Tocqueville nos informa que:
[Bajo el Antiguo Régimen] El ministro siente ya el deseo de intervenir en los pormenores de
todos los asuntos y de dirigirlo todo desde París. Esta pasión aumenta a medida que avanza el tiempo y la
administración se perfecciona. A finales del siglo XVII, no se establece un taller de caridad en un rincón
de la más alejada provincia, sin que el interventor general pretenda inspeccionar sus gastos, redactar su
reglamento y fijar su emplazamiento (2004, p. 93).
A partir de esta afirmación preclara de Tocqueville, podemos seguir los
pasos del intelectual conservador Robert Nisbet (1995, p. 39) y analizar el marco
de relaciones que se da entre dos grandes polos, individuo y Estado, así como
situadas entre medio de estas dos entidades las asociaciones y grupos humanos,
y hacernos la pregunta de cuál es el resultado en la interacción de estos factores.
Siendo que estamos de acuerdo con von Mises en que la sociedad humana no es
otra cosa que la asociación de sus miembros para la acción cooperativa (2005, p.
1), lo cual es lo mismo que decir mercado, lo que cabe preguntarse es qué tan
legítima y deseable se vuelve el conjunto de las relaciones entre esas dos
grandes entidades polares: individuo y Estado. Está claro que con el marxismo
no es deseable ni legítimo, sino simplemente aborrecible. ¿Y con el fascismo?
Es así que entonces lo repetimos: el fascismo también es de izquierda. El
caso alemán es emblemático ya en su nombre: Nationalsozialismus, es decir,
socialismo-nacional, el cual contaba incluso con un ala confesamente izquierdista
y proletaria, las SA de Ernst Rhöm, cuestión que los llevaría al sangriento
enfrentamiento con las SS de Himmler en la Noche de los Cuchillos Largos.
20
Pero el problema era más profundo. Afirma von Mises hacia 1922: Por espacio de
más de setenta años los profesores alemanes de ciencia política, historia, derecho,
geografía y filosofía, inculcaron ansiosamente a sus discípulos un odio histérico contra
el capitalismo, y predicaron la guerra de “liberación” contra el occidente capitalista. Los
“socialistas de la cátedra” alemanes, tan admirados en todos los países extranjeros,
fueron quienes allanaron el camino a las dos guerras mundiales. Ya al finalizar el
último siglo, la inmensa mayoría del pueblo alemán sostenía radicalmente el socialismo
y el nacionalismo agresivo (1968, p. 595).
Lew Rockwell, presidente del Mises Institute en Alabama, nos explica
algo más que interesante: En la década de 1930, Hitler se consideraba en general sólo
como otro planificador centralizado proteccionista que reconocía el supuesto fracaso del
libre mercado y la necesidad de un desarrollo económico guiado nacionalmente. La
economista socialista proto-keynesiana Joan Robinson escribió que: “Hitler encontró un
remedio frente al desempleo antes de que Keynes acabara explicándolo” (Mises Daily,
2003). De hecho, a pesar de que John M. Keynes es hoy utilizado por todos los
socialdemócratas y progresistas como modelo económico a seguir (expansión
del crédito blando con inflación para fomentar el consumo), el propio Keynes vio
en Hitler y el socialismo nacional una excelente oportunidad de concreción
política:
¿Cuáles eran esas políticas económicas? Suspendió el patrón oro, inició enormes programas de
obras públicas como las autopistas, protegió a la industria frente a la competencia extranjera, expandió el
crédito, instituyó programas de empleo, acosó al sector privado en decisiones sobre precios y producción,
expandió ampliamente el ejército, aplicó controles de capital, instituyó la planificación familiar, penalizó
el tabaco, introdujo la atención sanitaria nacional y el seguro de desempleo, impuso estándares educativos
y acabó teniendo enormes déficits. El programa intervencionista nazi fue esencial para el rechazo del
régimen de la economía de mercado y su adopción del socialismo en un país. (…) El propio Keynes
admiraba el programa económico nazi, escribiendo para el prólogo de la edición alemana de la Teoría
general: “la teoría de la producción en su conjunto, que es lo que el siguiente libro pretende ofrecer, es
mucho más fácil de adaptarse a las condiciones de un estado totalitario, que la teoría de la producción y
distribución de una producción dada bajo condiciones de libre competencia y de laissez faire” (Rockwell,
Mises Daily, 2003).
21
Cuando Denis de Rougemont visitó la Alemania nazi, en sus memorias,
utilizó una expresión que nos parece emblemática: bolchevismo pardo (por el
color de las camisas pardas de las SA); y describió al régimen como algo
bastante de izquierda: el régimen es mucho más de izquierda de lo que se figuran en
Francia… (1939, pp. 23 ss.), o como la dictadura de los bestias y los imbéciles donde
todo se vuelve político y jacobino en sentido totalizante (p. 35). Sin saberlo dice-, los nazis están con el terror y el jacobinismo de Robespierre (p. 84). ¿Y
qué era Robespierre sino acaso la extrema izquierda de la revolución francesa,
el centralismo avasallante de las libertades, la mortífera burocracia destructora
de los poderes locales, el guillotinado de cabezas a granel? Denis de Rougemont
da en el clavo.
Uno de los mayores engaños de la dialéctica marxista (que corrompe
toda cognición humana) es hacernos creer que el fascismo es de derechas, idea
diseñada por los propios marxistas para la lucha psicopolítica. Tal como ha
dicho sabiamente Ludwig von Mises, la esencia de la dialéctica es el fetichismo de
las palabras (1968, p. 70).
Mussolini, que venía de la militancia izquierdista revolucionaria en su
juventud, jamás escondió su pasado, así como la defensa de ideas aprendidas
desde una jacobina izquierda totalitaria, haciéndolo público en sus discursos de
masas: Yo he hecho casi toda mi vida apología de la violencia. Lo hice cuando era jefe
del socialismo italiano y entonces asustaba los vientres –a veces exuberantes- de mis
compañeros de carné, con previsiones guerreras tales como “el baño de sangre” (…)
Quería probar la capacidad combativa de esta entidad mítica, intangible, que se llamaba
“proletariado italiano” ([1927] 1984, p. 25). Todos los discursos de Mussolini
(campeón del credo marxista en su máxima pureza durante su juventud) están
atravesados por la condena y el rechazo al capitalismo liberal.
Acota von Mises: El programa de los fascistas, tal y como se formuló en 1919,
era vehementemente anticapitalista. Los partidarios más radicales del New Deal y hasta
los comunistas mismos podrían estar de acuerdo con él (1968, p. 591).
22
Peor aún, Mussolini había sentenciado que la nación es el Estado y que
nada puede ni debe quedar fuera del Estado corporativo, lo Stato corporativo.
Esta idea es la panacea y el summum del izquierdismo corrupto y jacobino,
maquillada con mil fraseologías populistas y decadentes que responden a la
corrupción dialéctica del pensamiento humano, haciéndonos creer que es de
derechas. El historiador Ernst Nolte nos explica que:
Saltaba a la vista de todos que el fascismo era radicalmente anticomunista. No menos notable era
el hecho, raro y paradójico, de que el líder de ese régimen y un buen número de sus más importantes
colaboradores fueron antes de la guerra partidarios adelantados del “socialismo revolucionario”. (…) La
clasificación del bolchevismo en “bolcheviques de izquierdas” o “bolcheviques de derechas” fue habitual en
los años veinte, tanto en Alemania como en la emigración italiana. (1995, pp. 142-143)
Spengler, gran continuador de Nietzsche, le llamará a todo este
fenómeno la dictadura de los de abajo, un vulgar plebeyismo de masas, propio de
todas las épocas en declive que tiñen de rojo el horizonte del ocaso de los ciclos
históricos que se agotan. En toda sociedad en decadencia, sea la helénica, la
romana o la nuestra occidental, es lo plebeyo aquello que proporciona y marca el tono
cultural de época, dirá Spengler a lo largo de toda su obra. Y, de hecho, en
Spengler no sólo se percibe un fuerte desprecio hacia el marxismo, sino hacia el
nazismo, ese movimiento populista y plebeyo, con cuyos ideólogos tuvo
marcadas rispideces personales. Alemania, en medio de esta caterva ideológica,
esta efervescencia estatizante y populista de masas, supo dar a luz una extraña
criatura, pero muy consecuente con la lógica jacobina del mundo moderno: el
nacional-bolchevismo, con Ernst Niekisch como principal exponente en los años
‘20.
Niekisch veía en la Europa occidental y en la cultura romana una
amenaza contra los pueblos germánicos y eslavos, los cuales, para hacer frente
al orden contranatural (sic) de la civilización y la técnica modernas, deberían
formar una unidad con el gran Este ruso y un retorno a las tradiciones
campesinas: Es tiempo ya de darse cuenta que una de las causas de nuestra ruina no es
sino esa “espiritualidad occidental” que ha sabido conquistar a nuestros trabajadores
con sus alicientes “liberales” (…) Nuestros trabajadores han aceptado con toda fe la
23
visión del mundo ofrecida por los señores de la industria ingleses… (2008, p. 110) Y
agrega: En efecto, Bismarck abrió su mano al liberalismo burgués, quintaescencia del
occidentalismo, y a la casa de Ausgburgo, paladines de la romanidad, enfrentándose a
una Rusia que hubiera debido ser el aliado natural de Alemania contra una Europa
inexorablemente hostil (2008, p. 124). ¡Y eso que Otto von Bismarck fue un
estatista centralizador moderno! En este pensamiento de Niekisch (que se
diferencia del de un Heidegger sólo en la cuestión de la alianza con el Este, pero
en esencia muy similar en lo demás) puede observarse, entonces, que no sea tan
extraño algo como un pacto Molotov-von Ribbentrop después de todo.
Es cierto que el Eje de los fascismos terminó siendo enemigo geopolítico
de la Rusia bolchevique en el marco de una guerra total, ¿pero acaso no
supieron ser también buenos aliados? Las alianzas geopolíticas coyunturales no
hablan de la naturaleza de un régimen y sus aparatos. Y aquí somos de la idea
de que los fascismos, con todo su centralismo e intervencionismo, son de
izquierda. A esto lo explica muy bien Friedrich Hayek en Camino de
Servidumbre, analizando cómo la mentalidad prusiana y el sentimiento
planificador y centralizador de la economía (fijando precios y salarios) se dan la
mano para erigir así la organización socio-económica del socialismo-nacional,
es decir, del nazismo (2015, pp. 254-272). La economía hitleriana supo reducir el
desempleo en muy pocos años, de 6 millones de parados a apenas 300 mil, lo
cual es visto como un gran logro. Sin embargo, este logro se basa en
circunstancias totalmente anómalas y excepcionales, dado que la creación de
empleo en tamaña magnitud fue gracias a la industria bélica estatal en el marco
de una economía planificada para una guerra total contra las potencias
enemigas. En 1933, el gasto militar del Estado alemán era de 2.772 millones de
Reichmarks, y hacia 1944 era casi de 133.000 mil millones de Reichmarks, lo
cual muestra el enorme aparato bélico totalmente centralizado y planificado
que succionó mano de obra cual aspiradora con el desempleo rumbo a una
quimera autárquica, pero a su vez con un gran déficit fiscal (McNab, 2010, p.
61).
24
Hacia 1936, la inflación alemana ya era galopante debido a la fuerte
emisión de Reichmarks por parte del Banco Central. El historiador Richard
Overy lo dice claramente: Tanto Stalin como Hitler eran anticapitalistas. Ninguno
aceptaba el individualismo económico sin restricciones, el mercado libre (…) ambos
dictadores veían la economía como un medio de alcanzar un fin, pero no como un fin en
sí mismo (2010, pp. 459-460). Sabemos qué sucedió finalmente con la URSS: se
derrumbó. Pero dado que Alemania perdió la guerra, es imposible saber qué
hubiera sucedido con su sistema, el cual soñaba con una autarquía tal que
fabricaba insumos sintéticos de todo tipo, incluso combustible, una genialidad
de la tecnociencia socialista-nacional. Si bien toda hipótesis entra en el terreno
de lo contra-fáctico, el pronóstico no podía ser bueno: El desempleo se mantuvo
bajo porque Hitler, aunque intervino en los mercados laborales, nunca intentó llevar los
salarios por encima de su nivel en el mercado. Pero por debajo de todo, estaban teniendo
lugar graves distorsiones, igual que ocurren en cualquier economía que no sea de
mercado. Pueden potenciar el PIB a corto plazo (…) pero no funcionan a largo plazo
(Rockwell, Mises Daily, 2003). Todo esto se resume en el lema de las juventudes
alemanas: Gemeinnutz geht vor Eigennutz (el beneficio de la comunidad está por
encima del propio). La fórmula elocuente de todo populismo igualitarista.
¿Qué sucede con el neoliberalismo?:
Muertos los fascismos y el marxismo clásico, hoy pareciera que estar a la
derecha es ser lo que espuriamente se llama un neoliberal. Con el término
neoliberal ocurre una gran confusión semántica entre dos mundos que no se
comprenden mutuamente: el angloparlante y el hispanoparlante.
En su obra Liberalism, the classical tradition, von Mises nos explica que
hasta los años ‘60 en el mundo anglosajón, liberal connotaba a alguien de centroizquierda (a veces, incluso, a un socialista democrático), los socialdemócratas
progresistas. De hecho, hasta el día de hoy, ser un liberal en un país como
Estados Unidos connota de alguna manera ser de izquierda y lo vemos en el
partido Demócrata con un Bernie Sanders o una Hillary Clinton, financiados por
el dinero de los grandes lobbies izquierdistas del pink power LGBTQ, así como
25
fundaciones filantrópicas vinculadas a la gran Banca de magnates como
Rockefeller y Soros, todos ellos mega-millonarios de izquierda que financian y
promueven el marxismo cultural.
Pero desde que la escuela monetarista de Chicago cobró filas en la
Universidad de dicha ciudad, el término neoliberal (un neologismo sin
fundamentos sólidos) comenzó a ser utilizado por la propia izquierda para
oponerse a los Chicago Boys de Milton Friedman, quienes en función de la nueva
diagramación del orden mundial con la caída del muro de Berlín parecían ahora
estar a la derecha de los progresistas del marxismo demoliberal. Y, sin embargo,
hubo una vez en donde la escuela monetarista de Milton Friedman y su
pandilla era considerada izquierdista, según nos lo explica Hans Hermann
Hoppe:
Este movimiento aparentemente imparable hacia el estatismo es ilustrado por el destino de la
llamada Escuela de Chicago: Milton Friedman, sus precursores, y sus seguidores. En los años 1930 y
años 1940, la Escuela de Chicago todavía era considerada de izquierda, y era precisamente tanto que,
Friedman, por ejemplo, abogó por un banco central y por papel moneda en vez del patrón oro.
Incondicionalmente respaldó el principio del Estado benefactor con su oferta de unos ingresos mínimos
garantizados (impuesto sobre la renta negativo) al no se podía poner un límite. Abogó por un impuesto a
la renta progresivo para conseguir sus objetivos explícitamente igualitarios (y él personalmente ayudó a
poner en práctica el impuesto de retención). Friedman respaldó la idea que el Estado podría imponer
impuestos para financiar la producción de todos los bienes que tenían un efecto positivo en el vecindario o
aquellos que pensó que tendrían tal efecto. ¡Este implica, por supuesto, que no hay casi nada que el Estado
no pueda financiar con impuestos! Además, Friedman y sus seguidores fueron defensores de la más trivial
de todas las superficiales filosofías: el relativismo ético y epistemológico (Hoppe, 2009, pp. 55-56).
La escuela monetarista de Chicago no renuncia al centralismo del Estado
bajo todas sus formas como creen muchos; es un gran error considerar que el
papel del Estado en esta teoría es un Estado cero. En el fondo, sigue siendo
estatista, el Estado se presenta como su fundamento y medio último para ciertos
fines: debe ser el guardián, el nightwatcher de la moneda, sometida desde luego
a las políticas de la Reserva Federal. Y si es estatista en la práctica resultará en
algún sentido estatizante, por lo cual ya es ínsitamente de izquierda. Incluso un
historiador de izquierda como David Harvey, crítico hacia el neoliberalismo, sabe
26
reconocer esto que estamos diciendo nosotros: [el Estado en el neoliberalismo]
tiene que garantizar la calidad y la integridad del dinero. Igualmente, debe disponer las
funciones y estructuras militares, defensivas, policiales y legales que son necesarias para
asegurar los derechos de propiedad privada y garantizar, en caso necesario mediante el
uso de la fuerza, el correcto funcionamiento de los mercados. Por otro lado, en aquellas
áreas en las que no existe mercado (como la tierra, el agua, la educación, la atención
sanitaria, la seguridad social o la contaminación medioambiental), éste debe ser creado,
cuando sea necesario, mediante la acción estatal (2007, p. 6). ¡Incluso los neoliberales
necesitan del Estado moderno centralista y apelan a él! Incluso ellos, a quienes
se ve como enemigos del Estado, no están dispuestos a conceder que la acción
humana, para desarrollarse cooperativamente, no requiere de ningún
centralismo estatista. El resultado no puede ser otro que lo que ya hemos vivido
no hace mucho: el capitalismo de amigos, en donde los acumuladores de capital,
mediante formas de influencia y tácticas prebendarias y corruptas, se hacen
amigos del poder político de turno para garantizarse mercados financieros y de
consumo de bienes y servicios.
Posibles objeciones:
Llegados a este punto, muchos lectores podrían decir: usted está loco, usted
dice que todo es izquierda. Entonces, ¡¿dónde diablos está la derecha?! Si por derecha
hay que entender una alternativa a todas estas opciones, es posible que no
exista tal cosa. Desde la revolución francesa a nuestros días, todo ha ido
quedando atrapado en el gigantesco imán histórico que todo lo atrae hacia el
polo del jacobinismo del Estado centralista, y el marxismo es el modelo que
mejor ha demostrado servir para ese objetivo, porque promete muchas cosas
hermosas de imaginar en este mundo.
De nuevo, como decía von Mises, el marxismo y su seducción dialéctica
es el fetiche de las palabras. Muchos cometen el error de decir que el Poder
mundial y la gran Banca desean que desaparezca el Estado-nación, pero es
exactamente a la inversa: el Estado-nación necesita ser fortalecido en ciertos
27
mecanismos específicos, precisamente, para promover un orden de soviets
financieros subsumidos a la Reserva Federal y la gran Banca.
Muerto el orden tradicional, ya en los ciernes del mundo moderno, el
héroe guerrero y el señor feudal quedan desplazados paulatinamente por el
emprendedor capitalista a medida que la historia se da en el tiempo. Esto podrá
sonar repugnante para muchos (Jünger afirmaba que el burgués es un sujeto
despreciable que sólo se siente a gusto allí donde puede negociar y conversar), pero
para bien o para mal, recordemos que ya los vikingos y otros bárbaros dejaron
de
serlo
para
volverse
comerciantes emprendedores,
pues
por
esto
desaparecieron. La razón de esto es compleja pero concreta: siendo que el
hombre puede hallar gran goce en sus pulsiones sádicas y destructivas, en
algún momento descubre que su existencia es inviable si meramente se basa en
la guerra y el tributo sobre los más débiles; descubre que es mejor y más
beneficioso basar la organización colectiva a partir de la cooperación pacífica y
el intercambio de bienes y servicios, y esto no es otra cosa que el mercado, esa
palabra usualmente maldecida y poco entendida por izquierdistas y fascistas
por igual. (2) Es que son todos izquierdistas.
Alguien podría imputarnos que estamos siendo historicistas llegados a
este punto, de que nos rendimos ante la historia cual dogma racionalista, o que
la contemplamos impávida e impolutamente. No obstante, aquel que nos
impute eso, siendo que la historia humana es lo que ha resultado ser, la
pregunta que le cabe es, curiosamente, la misma que se hacía Lenin: ¿qué hacer?
Y lo único que se me ocurre es que lo que debemos hacer es promover la acción
humana a través del micro-emprendimiento (el auténtico capitalismo), debilitar
todo lo que sea posible al Estado, re-instaurar el patrón oro en las finanzas en
contra del poder privado de la Reserva Federal y la inflación, así como
fortalecer las identidades culturales de los pueblos resistiendo contra la
homogenización cultural que desea imponer el poder mundial atlantista.
2
Para aquellos que deseen profundizar en el tema, recomendamos en esencia tres obras: “El origen del
dinero” de Carl Menger, “Socialismo” de Ludwig von Mises, y la ya citada obra de Eugen von BöhmBawerk.
28
Referencias:
•
“World Marx: the millennium's 'greatest thinker'”. (1999, 1 de Octubre)
BBC. Recuperado de http://news.bbc.co.uk/2/hi/461545.stm
•
Benoist, Alain de. (2005) Comunismo y nazismo. 25 reflexiones sobre el
totalitarismo en el siglo XX (1917-1989). Barcelona: Altera.
•
Böhm-Bawerk, Eugen von. ([1898], 2012) Karl Marx and the close of his
system. A criticism. Memphis: General Books LLC.
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(*) Andrés IRASUSTE nació en la República Oriental del Uruguay, el 22 de
Septiembre de 1.984. Psicólogo de profesión, es -además- el autor de
múltiples escritos relativos a diversas cuestiones políticas y sociales (varios
de ellos publicados por el Ateneo Cruz del Sur). Entre ellos, se destaca el
30
libro La revolución sexual anglosajona y la psiquiatría hoy: el ascenso de
Ganímedes.
31
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