Tema 6. La Primera Restauración

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Tema 6. La Restauración (1875-1902)
Tras el pronunciamiento de Martínez Campos, se formó en Madrid un Gobierno
provisional presidido por Antonio Cánovas del Castillo. El 9 de enero de 1875, Alfonso XII
entró en España por el puerto de Barcelona, donde fue recibido con una gran cordialidad
oficial y popular, y el día 14 llegaba a Madrid. La dinastía borbónica acababa de ser
restaurada.
1. El sistema político.
1.1. El ideario de Cánovas del Castillo
Cánovas pretendía asegurar la continuidad del nuevo régimen político. Para ello,
consideraba que se debían restaurar principios esenciales como la monarquía hereditaria, el
sistema representativo (Cortes), un liberalismo moderado y la defensa de la propiedad. Por otra
parte, el nuevo sistema político no podía significar la vuelta, sin más, al régimen representado
por Isabel II. Por ello, Canovas consideraba que se debían renovar varios elementos del
sistema anterior: el titular de la Corona, los viejos partidos, las constituciones anteriores (la de
1845 y la de 1869), el exclusivismo en el poder practicado por el Partido Moderado y el
protagonismo del ejército en los cambios políticos. El nuevo rey (Alfonso XII), una nueva
constitución, un sistema bipartidista estable y la alternancia pacífica en el poder de ambos
partidos asegurarían la perdurabilidad del régimen recién restaurado.
1.2. La monarquía
La Constitución de 1876 dotó al Monarca de una considerable capacidad de actuación e
influencias políticas a través de lo que se conoce como la prerrogativa regia. Consistía ésta
fundamentalmente en sus facultades de nombramiento y cese de ministros, en la capacidad de
disolución o suspensión de las sesiones de Cortes, en su facultad de refrendo de las
disposiciones ejecutivas y de sanción de las legislativas. Esta prerrogativa convertía al monarca
en el árbitro de todo el sistema político. Para asegurar la estabilidad de la monarquía, el rey
decidía cuándo un partido debía sustituir al otro, valorando su grado de cohesión y el grado de
exigencia del poder por parte de la oposición. De esta manera se alejaba la tentación de
exclusivismo por parte del partido en el poder y, consiguientemente, la del retraimiento y la
conspiración o el pronunciamiento por parte de la oposición.
1.3. El bipartidismo y el turno pacífico
En su esfuerzo por poner freno a las tensiones que habían marcado la política del país
a lo largo del siglo XIX y asegurar la estabilidad del régimen nacido con la Restauración,
Cánovas del Castillo impulsó un régimen bipartidista inspirado en el modelo inglés. Esto
significaba dejar fuera del sistema a las organizaciones políticas que no aceptaran la
monarquía restaurada y la dinastía borbónica, lo cual colocaba en una posición desfavorable
a los carlistas, por motivos dinásticos, y a los republicanos. En consecuencia, los partidos
que dominaron la escena política durante la Restauración fueron el Conservador y el Liberal,
que re presentaban, respectivamente, a la derecha y la izquierda dentro del pensamiento
liberal.
El bipartidismo se consolidó definitivamente tras la muerte prematura del rey Alfonso
XII, en 1885, sin sucesión masculina y estando la reina embarazada. Los dos grandes
partidos acordaron el turno político para garantizar la estabilidad del régimen (en un
supuesto acuerdo conocido como Pacto de El Pardo, 1885).
Cánovas lideró el Partido Liberal Conservador, conocido después como Partido
Conservador, que estaba formado por personas procedentes del antiguo Partido Moderado,
de la Unión Liberal y de un sector del Partido Progresista. El Partido Conservador también
obtuvo pronto la adhesión del episcopado y de buena parte del catolicismo no radical. La
aristocracia, la burguesía agraria y los hombres de negocios constituirán su base social.
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La obra del Partido Conservador, bajo la jefatura indiscutida de Cánovas, se puede
resumir en las siguientes actuaciones:
- La restricción y control de las libertades de expresión, de reunión, de asociación y de
cátedra; restricción del sufragio en los niveles municipal, provincial y nacional.
- La finalización de las guerras carlista y cubana. Cánovas aprovechó el fin de la guerra
para derogar en 1876 las exenciones fiscales y de quintas o de servicio militar del País
Vasco, vestigios de los antiguos privilegios forales. No obstante, en 1878 promulgó los
conciertos económicos, consistentes en el establecimiento de un cupo provincial como
forma de participación en los gastos del Estado.
- La normalización de las relaciones Iglesia-Estado.
Práxedes Mateo Sagasta, por su parte, lideró el Partido Liberal Fusionista, llamado
después Partido Liberal, en el que se integraron sectores demócratas, radicales —que
habían formado parte de la tendencia izquierdista del Partido Progresista— y del
republicanismo moderado. Este grupo político recibió la influencia y el apoyo de los
profesionales liberales, los comerciantes, los banqueros, los militares y los funcionarios.
La obra fundamental del Partido Liberal se centra en una abundante e importantísima
legislación con el objetivo de consagrar las libertades formales establecidas en la Constitución
del 69 y modernizar el Estado: libertad de imprenta (1883), libertad de cátedra y libertad de
asociación (1887); las reformas financieras de Camacho (1881-82); la ley de Ayuntamientos
(1881); la ley de lo contencioso administrativo y la ley del jurado (1888); el Código Civil (1889);
y el establecimiento del sufragio universal masculino (1890).
1.4. El caciquismo
El turno en el poder entre liberales y conservadores aseguró la continuidad de la
Restauración sin violencias a cambio de la violación sistemática del sistema parlamentario.
Durante el período de la Restauración, independientemente del tipo de sufragio, las
elecciones nunca fueron transparentes. El mecanismo político fue siempre el mismo: cuando
un presidente del Gobierno se veía obligado a dimitir a causa de una crisis o de un
escándalo, el rey encargaba la formación de un nuevo gobierno al líder de la oposición,
quien disolvía las Cortes y convocaba unas elecciones que siempre ganaba por mayoría
absoluta, ya que las organizaba desde el Ministerio de la Gobernación con la colaboración
de los alcaldes, los gobernadores civiles y los caciques de los pueblos y de las ciudades. En
estas condiciones el funcionamiento real del sistema se apartaba claramente del texto
constitucional y el gobierno parlamentario era claramente una ficción.
Los procedimientos de fraude electoral eran muy variados: la falsificación de las actas
("actas en blanco"); la manipulación del censo, excluyendo a los contrarios e incluyendo a
ausentes y difuntos cuya personalidad era suplantada en el acto de votar, dada la inexistencia
de una cédula electoral personal; el uso de la fuerza para impedir el acceso a las urnas a
electores deseosos de depositar su voto; el condicionamiento del voto por influencias
personales de todo tipo, etc.
En definitiva, la España oficial se divorciaba cada vez más de la España real y el
sistema parlamentario se desprestigió por la práctica del falseamiento electoral y del
caciquismo. Este fue el instrumento que permitía a la clase política, constituida por los
dirigentes liberales o conservadores, en estrecha relación con los grupos sociales y
económicos dominantes (terratenientes, empresarios, profesiones liberales, etc.), dominar el
sistema político.
2. La Constitución de 1876.
La Constitución de 1876 recogía la mayor parte de los principios canovistas. Cánovas
creyó que principios como la patria, la monarquía, la dinastía histórica, la libertad, la
propiedad y el gobierno conjunto del rey con las Cortes eran incuestionables y claves en la
organización política (“constitución interna”), por lo que tenían que formar parte de la
Constitución de manera indiscutible. Pero, salvo estos fundamentos básicos, el resto de las
cuestiones del Estado sí podían ser objeto de debate político.
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El resultado fue que, aparte de los principios que Cánovas consideraba básicos, como
la monarquía borbónica o la legislación conjunta del rey con las Cortes, los principales
temas ideológicos en los que se oponían los dos partidos dinásticos, es decir,
conservadores y liberales, fueron objeto de negociación mediante una redacción flexible.
Las divergencias más importantes se centraron, fundamentalmente, en el concepto de
soberanía, el sistema electoral —los conservadores proponían el sufragio censitario,
mientras que los liberales defendían el sufragio universal masculino— y la confesionalidad
del Estado. Algunas de estas divergencias se solucionaron mediante una redacción
esquemática de los artículos que dejaba su concreción para leyes posteriores. De esta
forma, cada gobierno podría adoptar la formulación que mejor se adecuara a su ideología.
Los rasgos principales de la Constitución de 1876 son los siguientes:
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El principio de la soberanía compartida: las Cortes con el rey.
Los amplios poderes del rey: la inviolabilidad del rey; la potestad, compartida con las
Cortes, de legislar; el poder de sancionar y promulgar las leyes y de hacerlas ejecutar;
el de disolver las Cortes; el poder de designar a los ministros y de nombrar a los
funcionarios públicos; el mando supremo de las fuerzas armadas...
Las Cortes bicamerales compuestas por el Congreso de diputados electos y el
Senado integrado por senadores por derecho propio, senadores vitalicios, nombrados
por el rey, y senadores elegidos indirectamente (50%).
La declaración de derechos individuales semejante a la de la Constitución de 1869,
pero casi siempre seguida de la coletilla: en los casos y en las formas previstas en las
leyes.
La confesionalidad del Estado en convivencia con la tolerancia religiosa (artículo 11).
3. Las oposiciones al sistema: Carlismo y republicanismo.
El régimen político de la Restauración tuvo frente a sí dos sectores que no entraron en
el sistema: el carlismo radical y el republicanismo.
3.1 El carlismo
El carlismo o «tradicionalismo» de hecho estuvo dividido entre un ala intransigente y
otra colaboracionista con el régimen. Los intransigentes estaban liderados por Cándido
Nocedal (1821-1885), que representaba los intereses dinásticos del pretendiente don Carlos
(llamado Carlos VII por los carlistas). Nocedal combatió duramente contra el régimen liberal
de la Restauración y con un especial encono a los católicos que colaboraban con él.
El otro ala del tradicionalismo, los colaboracionistas, fundada en 1881 por Alejandro
Pidal y Mon (1846-1913), se manifestó dispuesta a colaborar con el régimen con su
presencia en el Parlamento, aunque no renunciara a los postulados ideológicos del
tradicionalismo. Esta división del carlismo se acentuará cuando Ramón Nocedal, hijo del
anterior, se deslizó hacia la extrema derecha, supeditando la devoción dinástica a lo que él
consideró la verdad católica en su integridad. Nació así el llamado «integrismo», que, si bien
no tuvo un desarrollo político digno de mención, influyó de manera importante en algunos
sectores del catolicismo español.
3.2. El republicanismo
Al régimen político de la Restauración también se opusieron sectores de las clases
medias que, por razones ideológicas o económicas, discrepaban de la política de los
gobiernos del turno. La oposición republicana fue la que canalizó políticamente este
descontento aunque se manifestó también dividida en varias tendencias.
Por una parte, Emilio Castelar formó un partido republicano conservador con la
intención de participar en el sistema político. Cuando el Partido Liberal de Sagasta legisló a
favor del sufragio universal y del jurado -viejas aspiraciones de la Revolución de 1868-,
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Castelar disolvió su partido por entender que se habían conseguido sus objetivos políticos
en el nuevo orden constitucional.
Otra tendencia republicana de corte federalista continuó bajo el liderazgo de Pi i
Margall. Este no recurrió a la oposición violenta, pero se opuso al sistema con tenacidad
impulsando el Partido Republicano Federal por medio de una intensa difusión en la prensa,
en publicaciones (Las Nacionalidades) y también a través de su actividad parlamentaria y
organizadora.
También se debe mencionar a Manuel Ruiz Zorrilla, fundador del Partido Republicano
Progresista. Organizó desde el exilio una corriente republicana que practicó la conspiración
e indujo al pronunciamiento militar.
El núcleo más eficiente de la oposición republicana se agrupó bajo el liderazgo de
Nicolás Salmerón. Vivió exiliado hasta la amnistía que Sagasta otorgó en 1881, año en que
recuperó su cátedra de Metafísica. Fue elegido diputado en 1883 e ininterrumpidamente
desde 1893 hasta 1907. En palabras del historiador Claudio Sánchez de Albornoz, «se
convirtió en la sombra de la república que un día habrá de llegar».
4. Las guerras coloniales y la crisis de 1898.
4.1. Los antecedentes.
Desde 1868, las insurrecciones cubanas habían sido casi permanentes y fueron
sofocadas tanto por la vía militar como mediante pactos políticos. Tanto Cánovas como
Sagasta estaban dispuestos a otorgar a los cubanos concesiones mayores de las que
habían gozado tras la Paz de Zanjón (1878). Pero ambos gobernantes españoles coincidían
en no ceder un palmo en la soberanía. «Cuba es España» como se repetía una y otra vez
en los discursos parlamentarios.
Por otra parte, Estados Unidos se había convertido en el mercado por excelencia de los
productos cubanos y, especialmente, del azúcar (91,5% en 1894) a cambio de abundantes
concesiones a las manufacturas norteamericanas en el mercado antillano. Todo ello significaba
que la metrópoli económica de Cuba no era ya España, sino los Estados Unidos. Por otra
parte, un posible conflicto con España por el problema cubano daría ocasión a los Estados
Unidos de apoderarse también de las Filipinas, convirtiéndolas en una base de operaciones
desde la que acceder a los lucrativos mercados de Asia.
4.2. La guerra en Cuba y Filipinas.
El 26 de febrero de 1895, inicio de los carnavales, la acción insurreccional, liderada por
José martí, comenzaba en la zona de Oriente (grito de Baire) y sorprendía a los destacamentos
españoles. La insurrección se extendió como un reguero de pólvora por la manigua,
protagonizada por la pequeña burguesía independentista y, especialmente, por los
elementos más populares de la sociedad isleña.
El Gobierno español envió hasta 130000 soldados bajo las órdenes del general
Martínez Campos, que en ocasiones anteriores había conseguido sofocar otras rebeliones.
La táctica del general, a base de combinar negociaciones con operaciones militares, esta
vez no dio resultado alguno. A finales de 1895, Martínez Campos había fracasado en su
intento de controlar la isla.
Como nuevo jefe de operaciones fue designado el general Valeriano Weyler, quien
pudo contar con un contingente superior a los 300 000 soldados. A pesar de que el general
Weyler parecía controlar la insurrección poniendo en práctica las guerra sucia (concentración
de las poblaciones en campos de alambradas, fusilamientos masivos, etc.), a comienzos de
1897 dos circunstancias dieron al traste con el dominio militar de la isla. Por una parte, los
liberales, en la oposición, empezaron a distanciarse de la política de Cánovas y a pedir una
acción más política que militar. Por otra, en Estados Unidos ganaron las elecciones los
republicanos. El nuevo presidente, McKingley, era partidario de intervenir en la contienda y
de sustituir a los españoles en el dominio de la isla.
También se inicia la insurrección en las Islas Filipinas, aunque en 1897 parecía ya
controlada.
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En agosto de 1897, tras el asesinato de Cánovas, subió al poder Sagasta, quien
intentó solucionar el problema cubano por medios políticos tal como había preconizado
desde la oposición. Para ello se publicó una nueva Constitución para Cuba, donde quedaba
establecido que era un Estado autónomo dentro de la corona española. Sus habitantes
tendrían idénticos derechos que los peninsulares, podrían elegir una cámara de
representantes y contarían con un gobierno propio más un gobernador general, cargo similar
al de virrey. Pero la tensión política resultó insoportable y; a la menor provocación,
estallaban conflictos violentos entre los españoles residentes en la isla, el ejército y los
cubanos.
4.3. La intervención de Estados Unidos y la crisis del 98.
La intervención militar de Estados Unidos en Cuba encontró su justificación en la extraña
explosión y hundimiento del crucero norteamericano Maine en el puerto de La Habana, que
costó la vida a toda su tripulación (264 marineros y 2 oficiales). El embajador de Estados
Unidos planteó al gobierno español que o cedía Cuba por las buenas, mediante indemnización,
o se iría la guerra. El gobierno español rechazó las ofertas y comenzó el conflicto armado.
El gran desastre comenzó el 1 de mayo en aguas de Cavite (Filipinas) cuando la flota
norteamericana deshizo a la escuadra española. La misma suerte corrió la escuadra del
almirante Cervera, el 3 de julio, en la batalla naval de Santiago de Cuba: la mayor parte de los
buques fueron hundidos por los cañones norteamericanos que tiraban impunemente y el resto
fue al abordaje por no entregarse (350 muertos y 160 heridos, frente a un muerto y dos heridos
norteamericanos). España se quedaba sin la escasa flota que tenía.
Aunque La Habana y Manila no habían caído, el Gobierno español, carente de medios
bélicos, no tuvo más opción que pedir la paz. En la Paz de París (10 de diciembre de 1898),
España perdía definitivamente todas sus posesiones de ultramar: Cuba y Puerto Rico, en las
Antillas, y Filipinas y las islas Marianas, en el Pacífico.
Las consecuencias del desastre del 98 fueron múltiples: a la pérdida de las colonias se
añadieron los más de 2.000 muertos y cerca de 9.000 heridos en combate; los más de 53.000
muertos de diversas enfermedades; la pérdida de los mercados; la inflación y la quiebra del
tesoro, producidas por los gastos de la guerra colonial.
Estas derrotas tan espectaculares conmovieron a la opinión pública española y se
perdió el ambiente de confianza que se había vivido con la Restauración. Propiciaron la
crítica al sistema y la aparición de la idea de regeneracionismo del país.
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