wm^t^éé - Hemeroteca Digital

Anuncio
wm^t^éé^
SEMANARIO
Año III
CIENTÍFICO, L I T E R A R I O
Barcelona 22 de Agosto de 1885
ENTRE FLORES Y ARMONÍAS
Y ARTÍSTICO
Núm. 138
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
530
SUMARIO
TKXTO. — Madrid . El libro del año, por Feruanflor.—Historias
extraordinarias. De Jüuropa á Arncríca, por Edgardo Poe.
—ios cabellos (conclusión), por R. neniández y Bermüdey..—J^edro de Montenegro (conclusión), por Joaquín García Goyeua.—¿y la poesía? (conclusión), jior Clarín,—
jOoña Rosalía Castro de Murguia, por Antonia Opisso.—Xas
noches del imperio, por José del Castillo BovmVíO,—Elegía,
por Carlos Fernández Sliaw. —Nuestros grabados. —La
misa de media noche (continuación), por Vicente Blasco
Ibíiñez.
GRABADOS.—Entre flores y armonías.—¿Conoces esa mariposa?—Primavera.—Verano. — Clase de dibujo del natural,
en Londres.—La hora de la oración en Bagdad.— Cascadas
del James (Virginia).-La ciudad del refugio.—Despido de
Agar ó Ismael por Abraham.—Otoño.—Invierno.—La campana mayor de Murcia.
MADRID
EL LIBRO DEL AÑO
D E
L A
C A Z A ,
'
•,
_ TROS años cuando llegaba el primero de
Agosto las estaciones de ferrocarriles de
--rjfty Madrid estaban llenas de cazadores, que
salian á codornices. Este año los cazadores no
se atreven á salir. Donde menos se piensa, no
salta una liebre; pero salta una fumigación ó un
lazareto.
—Yo sufriría con resignación las medidas
sanitarias,—me decía un cazador,—pero debo
evitarlas por deferencia hacia mi perro. E n
efecto, la mayor parte de los aficionados de Madrid cuidan más de su perro que de su propia
persona.
El perro es superior al hombre, la historia lo
dice; guarda la casa de su dueño y sus ganados, le acompaña siempre y á veces muere de
dolor, sobre su tumba. A los golpes de su amo
contesta lamiéndole los pies, á sus caricias brincando loco de alegría. Quien ha perdido su familia, su fortuna, toda esperanza, no será completamente desgraciado si le queda su perro.
Mas si todos los hombres deben estimar y
querer al perro, ninguno tanto como el cazador.
El perro á todas sus grandezas añade otra cualidad: es el instrumento de la felicidad de su
amo; porque el cazador sólo es feliz cuando
caza. El, explora el campo rápida y concienzudamente, y advierte á su amo con la mirada de
su nariz donde está oculta una pieza. He dicho
con la mirada de su nariz, porque así como los
perros piensan con el rabo, ven con las narices.
El, fascina á la pieza con los ojos, la contiene y
cuando ella, por fin, arranca y parte el tiro, y
cae herida, la busca, la recoge y viene á entregársela á el cazador alzando hasta su mano la
boca.
Entre el cazador y su perro se establece muy
pronto un verdadero compañerismo. El perro
viene á ser para el cazador una persona, el cazador viene á ser para su perro otro perro.
En Madrid hay pocos perros de caza que sepan cazar. Se busca sólo perros de raza, que,
tienen bonita estampa y que valen más dinero.
La razón de esta preferencia es que la mayor
parte de los cazadores de Madrid, tienen el
perro de adorno y por lo tanto quieren que sea
sobre todo bello. Los aficionados de los pueblos
no reparan tanto en el exterior; como todos los
días cazan, al fin de cierto tiempo cualquier
perro viene á ser excelente.
El cazador de Madrid que se entusiasma con
el perro de un guarda se le trae á Madrid, le
tiene en su casa, y se entretiene en echarle pañuelos anudados en forma de conejo para que
los coja y los traiga; sale una vez al mes y al
cabo de un año, aquel famoso perro que
vino tan delgado como una solitaria, está gordo
como un cebón, se fatiga en el campo, no huele
una codorniz y concluye por echarse á la sombra bajo un chaparro.
Mas esto no obsta para que el cazador defienda siempre el mérito de su perro, llegando su
abnegación hasta el punto de cargar con las
faltas del animalito. Si el perro no encuentra
una perdiz que cayó de ala, prefiere dudar de
que haya caído, á suponer que por torpeza de
su perro no se ha cobrado.
Un cazador ha dicho que no hay aficionado
que salga de caza, y no haga en el día siete disparates más que su perro. Ciertamente: ¡Ohl ¡si
los perros hablaran!
El número de perros de caza que hay en Madrid es innumerable, aunque no tanto como lo
era hace cuatro años. Por entonces se sujetó á
un impuesto á los perros, que adquirieron por
este solo hecho una personalidad respetable.
Naturalmente, muchos perros empezaron á ser
más útiles al municipio y al país que muchos
ciudadanos, y la vida de un perro empezó á ser
tan preciosa como la de un hombre. Un difunto
sólo es un cadáver más; un perro muerto es un
contribuyente menos.
Eueron entonces condecorados con una medalla, en el collar se grabó el nombre de sus
dueños, algunos manifiestan conocer su posición
ventajosa con sus aires de arrogancia. Y como
pagan dos duros,—suma fabulosa en estos tiempos de escasez y penuria,— no falta quien les
saluda cuando les ve pasar, quitándoseles el
sombrero.
Las personas de gran fortuna tienen cazadores de oficio, adjuntos á la casa, los cuales cuidan de los perros, les pasean, les adiestran y
procuran que no engorden ni pierdan sus méritos, á fin de que den un buen día al señor
cuando éste, con muchos amigos, quiera lucir
sus perros en su vedado. Naturalmente, lo que
ocurre es que el perro caza muy bien con el cazador y mal con su amo.
El aficionado pobre que no puede tener el
perro fuera ni sostener un cazador le tiene en
casa; y el animalito es el encanto de los niños,
y el pretexto de todos los escándalos que le da
su esposa. El perro todo lo ensucia, todo lo
revuelve; ocupa incesantemente á los criados,
pues tiene que salir tres veces á la calle, ladra
cuando entra el aguador y muerde las pantorrillas á todo aquel intruso que no le es simpático. Un amigo mío encontró en el tocador de
su mujer la colilla de un cigarro habano y
como él no fuma, se fué á su mujer como una
fiera, y exclamó, enseñándole el cuerpo del
delito:
^ ¿ D e quién es esta colilla? señora.
Y, como su mujer contestaba siempre lo
mismo, exclamó, aunque turbada, maquinalmente:
—]Del perro!
Pero todos los disgustos del cazador de Madrid tienen su compensación cuando llega este
mes de Agosto, verdadera entrada del año cinegético; pues aun cuando sólo se permite tirar
á la codorniz, se tira siempre á todo lo que
sale; porque hasta que la pieza se recoge, verdaderamente ¿quién se entera?
En estos primeros días de Agosto sale, pues,
el cazador madrileño, con el morral lleno de
esperanzas, para traerle lleno de desengaños.
La caza de la codorniz es la más tranquila y
divertida, teniendo un perro de punta, mas con
el mucho calor los perros se fatigan y los cazadores se deciden á fumar, comer y dormir la
siesta. He reparado que los cazadores de Madrid salen á cigarro, trago y media libra de
jamón por tiro.
Como que la mayoría son cazadores higiénicos. Se pasan los seis días de la semana en la
'oficina, en el escritorio, ó detrás del mostrador,
hablando de su perro, de su escopeta central,
y de sus pasadas cacerías... Al oírles, se asombra cualquiera de que aún haya caza en el
mundo. No hay vedado como el suyo, ¡aquello
es un hormiguero de conejos! Verdad es que la
acción les cuesta mil quinientos ó dos mil
reales...
El sábado por la noche se dirigen los cazadores á la estación armados de todas armas,
con botas hasta las rodillas, bien engrasadas,
con un gran sombrero de paja ó de fieltro, según la estación; con el morral á la espalda, o
con la chistera; llenos de frascos, de cananas,
de pitos y hasta de cuchillos de monte... Los
perros les ladran, los chicos les siguen, las
mujeres se asustan; los guardias de orden publico les piden la licencia; todos se asombran,
y se apartan. Y ellos gozosos de la general
espectación, se yerguen, se gallardean, y entran
en la estación, como los prusianos en París.
jAh! si esta decisión la conservasen cuando
al fia entran en su vedado, no hay duda que
volverían á su casa con un ciento de piezas.
Pero los conejos, huyen vergonzosamente, después de haberles hecho muecas insultantesEllos disparan, silban al perro...— ¡Ahí! |Ivinl
¡Tom! ¡Floral ¡Traedle! ¡Traedle! —Los perros
registran el monte desordenadamente, á galope
tendido, con la nariz en tierra, trazando oircB,los y círculos sin encontrar nada y quedándose
al fin parados y mirando á su amo con ojos
estáticos, como diciendo: ¡No se haga T. ilusiones, aquí no hay nada!
Ésto se repite varias veces, y al fin y al cabo
el cazador se decide á poner su silla de tijera
á cierta distancia de un vivar, encomienda al
guarda que se lleve los perros y espera sentado, silencioso y atento á que llegue un descuidado conejillo para tirarle.
El conejo es un animal de muy buenos sentimientos; lo cual quiere decir que es completamente lo contrario del cazador. Cuando
está en casa cuidando de su señora, sale a enterarse de si están cerca los chicuelos. Ademas
la coneja, tan despótica en el hogar como todas
las hembras, hace que su marido se quede a Ja
puerta durante las seis semanas que ella ciia
la prole. El padre desempeña su cargo de conserje con resignación, y sólo cuando los pequeños asoman el hocico por el agujero hace con
cimiento con sus vastagos, les echa las manos,
les sujeta con sus patas, les lustra el pelo,
lame los ojos; todos, unos después de otros, 'S
ciben las caricias paternales.
, ,
Cuando el conejo padre siente los pasos
cazador, alza sus largas orejas, golpea en tieii^
con el pié, los hijos entran despavoridos en
madriguera y él escapa ligero como el vien •
Pero contra la traición, contra la calma
posada y silenciosa de un almacenista de. g •
ros coloniales, de un jefe de negociado de ^'^
Deuda, de un tenedor de papel del E*^* q,?' ^j,
un médico alópata, de un prestamista al ^ 1
ciento no sirve la prodigiosa elasticidad ne ^^
patas de un conejo... ¡En el momento en q" _
animalito sale y se sienta sobre el ^ ^ 7 ^i
encarama sobre su base natural y alargan
cuello consulta la soledad y los
'^^f^^°y"\ne
tumba el cañón de la escopeta y el iníeh^
muerto!
g,}
El cazador se levanta con orgullo, " j " ^ 1^
animalito por las patas, le suspende y je|' ^^
hasta la altura de su cabeza, contempla
^^
hito en hito... y se vuelve con él, á la si
tijera.
. ., • ^ jjo
Por regla general el cazador ^'S^^^^'l^j-Qg,
tira más que sobre seguro y de cada sei
acierta un conejo.
.
y^.
Pero ese conejo tiene para él graii^is"^ _-^^
lor. No sólo moral, sino material. Com / i ,
entre licencia de caza, la acción
f-iipiggde
trajes, escopetas, avíos, municiones, oi ^ ^^^^^
ferrocarril, comidas, propinas, perros 5
j^
cien gastos; puede calcularse que un °^" „QÍcostará sus cincuenta duros y una peí
nientos.
. ggr miHoy día para ser cazador es preciso
Uonario.
jj^y
El año se presentaba favorable, pyes^ ^^^
muchas codornices; en cambio hay o_
' ,JQ
pueblos sospechan de todos los cazadores^H ^^
pueden venir de puntos infestados y
epidemia en el cañón de la escopeta.^ .
^^
¿Quién se atreve á cazar en los ^ r ^ . f ° . . j j
Torrejon
de
Ardoz,
mejoraua
y
'
,
¿onde
Torrejon de Ardoz, Mejorada y \eliiia, ^
querencioso para la codorniz; pueblos
y agoniza el vecindario?
vecindario?
hoy
„oo^has
Las
arras
¿ » tempestades
- han
•
isado las cosechas
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
en muchos pueblos no se segará, en muchos no
se trabaja, todo está abandonado; la riqueza
Vale menos que la vida. Y aunque esto sea
favorable para encontrar caza, la imagen del
cazador en medio de esta desolación no seria
sino otro fantasma odioso, el fantasma del placer egoísta.
Verano terrible, verano, negro, cuyos horizontes no irradian esperanza, antes bien en ellos
aparecen las lineas rojas y siniestras de un invierno de hambre y agitaciones.
En que á la escopeta cargada con munición
menuda del cazador sustituirá quizás el fusil y
el trabuco repleto de balas del bandido ó del
guerrillero.
Ealta hace que descanse la caza, porque la
creciente afición de los hombres ricos y las necesidades crecientes del consumo han originado
Un cambio notable en el resultado del cazar.
Antes el cazador cifraba su orgullo en matar
bien una pieza, es decir, en matarle con arte, en
condiciones.
Hoy el orgullo es traer un niimero inmenso de
piezas mátense como se maten; en ojeo, con lazos
de cualquier modo.
Así es que los monte.^ se despueblan de caza
y sólo quedan los vedados.
¿Y qué es un vedado?
Un corral muy grande.
Masón y Harrison Ainsrvorth, á cuya fineza
debe también nuestro corresponsal gran número de explicaciones verbales relativas al globo,
á su construcción y á otras materias de singular interés. La única alteración que se ha hecho
en la copia de los manuscritos, ha sido tan solo
la necesaria para dar á la relación una forma
seguida é inteligible.»
EL
GLOBO
Dos malogrados experimentos muy recientes, hechos por Mr. Henson y air George Cayley, habían amortiguado mucho el interés del
público acerca de la navegación aérea.
El plan de Mr. Henson, (que fué considera-
531
do muy practicable hasta por los mismos hombres de ciencia), se fundaba en la construcción
de un plano inclinado, lanzado desde una altura por una fuerza intrinseca creada y continuada por la rotación de paletas semejantes en su
forma y número á las aspas de un molino de
viento. Pero en todos los ensayos que se hicieron con los modelos en Adelaide-Gallery, resultaba que la acción de las paletas, lejos de hacer
adelantar la máquina, impedía completamente
su •\'uelo. La única fuerza propulsiva que demostró el aparato, fué el simple movimiento
adquirido por el descenso del plano indicado;
esta propiedad arrastraba la máquina más lejos cuando las paletas cesaban de funcionar,
hecho que demostraba su inutilidad y su au-
FERNANFLOB.
*
HISTORIAS EXTRAORDINARIAS
DE EUROPA A AMERICA
«¡Extraordinarias noticias llegadas expresamente por la via de Norfolk! — ¡; El Atlántico
atravesado en tres días!! ¡¡Inmenso triunfo de la
máquina volante de M. Monck Masón!!—¡Llegada á la isla de Súllivan, cerca de Charlest'On, de MM. Masón, Robert Holland, Henson,
Harrison Ainsrworth, y de otras cuatro personas, en el globo dirigible Victoria, después de
Una travesía de sesenta y cinco horas, de uno
á otro continente!!!! Detalles circunstanciados
del viaje.»
El fantástico anuncio que se copia, apareció
con grandes letras, como si fuera un hecho positivo, en el New-York San, proporcionando un
Hianjar fuerte á los desocupados y curiosos de
Charleston. Un verdadero tumulto tuvo lugar
para disputarse esta periódico, único rpie traía
tan grandes novedades. Y verdaderamente, aunque el globo Victoria no hubiera hecho semejante travesía, sería muy difícil dar una razón
en contra del aserto.
Habla el periódico:
;
«El gran problema se halla por fin resuelto;
el aire, lo mismo que la tierra y el agua, ha
sido conquistado por la ciencia, llegando á ser
para la humanidad una vía común. Se ha hecho la travesía del Atlántico en globo, y sin
notables dificultades ni gran peligro aparente, en el breve tiempo de sesenta y cinco
lloras.
»Gracias á la autoridad de un corresponsal
de Charle-ston podemos dar los primeros al público una relación detallada de este viaje
a-sombroso, verificado desde el sábado, 6 del
Eictual, á las cuatro de la mañana, hasta el
laartes 9 del mismo, á las dos de la tarde, por
sir Everard Bringhurst, Mr. Orborne, un sobrino de lord Bentink, MM. Monck Masón y Rooert Holland, los célebres aeronautas, Mr. Harrison Ainsrvorth, autor de Jack Sheppard, etcétera, y Mr. Henson, inventor del desgraciado
proyecto de la última máquina volante, y dos
marineros de Woolwioh, en total ocho personas.
»Los detalles que se dan á continuación pueden considerarse como auténticos desde todos
puntos de vista, porque están copiados literalmente de los diarios reunidos de M. Monck,
¿CONOCES ESA MARIPOSA? (CUADRO DE JOHN
sencia del movimiento propulsivo que le servía
de apoyo; todo el aparato debía necesariamente
caer. Esta consideración indujo á sir George
Cayley á aplicar un ])ropulsador á una máquina
que por sí misma tuviese la propiedad de sostenerse, en una palabra, á un globo. La idea,
sin embargo, no era nueva en sir George, respecto de la aplicación práctica, pues j^a había
presentado un modelo de su invención en el
Instituto PoUtócnico; la fuerza motriz del aparato era también debida á las superficies no
continuas ó paletas giratoi-ias, en número de
cuatro, pero resultaron inútiles para ayudar al
globo en su ascenso, y el proyecto quedó reducido á ilusión irrealizable.
Entonces fué cuando M. Monck Masón, (cuyo viaje de Douvres á Wellburg en el globo
Nassau excitó tan grande interés en 1837),
tuvo la idea de aplicar el principio de la palanca de Arquimedes al proyecto de la navegación aérea, atribuyendo juiciosamente el mal
éxito de los planes de Mr. Henson y de sir Cayley, á la no continuidad de las superficies en la
disposición de las ruedas. Hizo su primer en-
PETTIE)
sayo público en Willis' s Booms, y después llevó su modelo á Adelaide-Gallery.
Como el globo de sir Cayley, el suyo tenía
la forma de elipsoide, de trece pies y seis pulgadas de longitud, y seis pies y ocho pulgadas
de altura. Contenía trescientos veinte pies oiibicos de gas de hidrógeno puro que podían soportar veintiuna libras de peso, siendo así que
el peso total de la maquinaria era de diez y
siete, resultando, por lo tanto, una economía de
cuatro libras. En el centro del globo y debajo
de él, había un aparejo de madera de nueve
pies de largo, sumamente ligero y sujeto por
una red ordinaria; de él estaba suspendida una
cesta. La palanca consistía en uu eje formado
de un tubo hueco de cobre largo de seis pulgadas, á través del cual, sobre una espiral inclinada en ángulo de quince grados, pasaba una
serie de hilos de acero de dos pies de longitud,
apoyándose por mitad á cada lado.
(Se concluirá.)
EDGARDO
-«-
POE.
'•*«'W«PWW»S
P R I M A V E R A (BUIK3C0 DECORATIVO POR PRANOISOO SANS)
- 1 ^
'fspi^««wwpi^»pppi!^iWP|»**:*i
VERANO ( F R E S C O DECORATIVO POR FRANCISCO SANS)
.
léi^^ 1^ ^ í t"^
<
14
534
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
LOS C A B E L L O S
(CONCLUSIÓN)
Pero sur un front de quinze ans la chevelure
est belle. Es la edad en que la frescura de' la
juventud se convierte en savia que fortifica
esas hebras negras ó rubias que parecen la aureola ó el nimbo de frentes serenas no enturbiadas por las arrugas de los desengaños.
Los desengaños y los pesares t r i eoan en una
noche la cabellera más negra y más hermosa
en finísimos hilos de escarcha que al enfriar
la imaginación depositan en el alma gotas de
hielo; luego se mezclan con los glóbulos de
la • sangre y al pasar por el corazón lo dejan
inerte.
Cuando el cabello blanquea, las ilusiones se
convierten en realidades.
Un rey de Erancia, creo que Liiis X I V , preguntó á un cortesano, escritor tan eminente
como discreto:
—Decidme, ¿cómo es que tenéis blanco el
pelo de la cabeza y negro el del bigote?
—Señor,—repuso el escritor,—porque el pelo
de mi cabeza tiene veinte años más que el de
mi bigote.
Como relacionado con el asunto que trato, no
puedo por menos de consignar aquí la hermosa
composición de Campoamor, que lleva por tí-
tulo Los tres guardapelos Dice el ilustre autor
de las doloras:
La madre de mi amor, que está en el cielo,
cuaudo era niño aúu, como un tesoro
llevaba en nu hermoso guardapelo
cabellos míos, de color de oro.
Otra mujer que con el alma toda
me quiere, tan leal como hechicera,'
aún guarda desde el día de mi boda
un rizo de mi bella cabellera.
¡Ay! Como nadie por horror al frío
quiere hoy tocar de mi cabeza el hielo,
ya solo para tí, cabello mío,
mi sepulcro será tu guardapelo.
La cabellera ha desempeñado un papel importante no sólo en la sociedad, sino en la iglesia pagana y en la cristiana.
Ariadna, dice Catulo, cuando se hallaba en
CLASE DE DIBUJO D E L NATURAL, EN LONDRES
la ribera de Naxos, dejaba flotar sobre sus desnudas espaldas su abundante y rubia cabellera. Viola Baoo y se enamoró de ella. Cogió
á Ariadna en sus brazos y colocándola sobre su
carro la presentó á los ojos de los sátiros gritando:—¡Evoé, Evoél
Por sus cabellos distinguiéronse Diana, Laodanice y las musas á las cuales el poeta Simonides llama Kallikomai (las de los hermosos cabellos).
A propósito del simbolismo de los cabellos,
dice Constantino James, que es probable que
la costumbre musulmana de conservar un mechón de cabellos en la parte superior de la cabeza, provenga de la creencia que abrigan de
que Mahoma les cogerá por esa coleta para introducirlos en el paraíso.
Nadie ignora que la fuerza de Sansón residía en un solo cabello que éste llevaba en medio de la cabeza.
Aspasia y la célebre Triné apreciaban en alto
grado sus cabelleras, según Luciano.
El amor de los griegos hacia sas cabellos es
tradicional.
P a r a dar una prueba de profundo dolor los
cortaban, arrojándolos sobre las cenizas de la
persona querida.
Aquiles cortó sus cabellos para arrojarlos en
el fuego que consumía el cadáver de Patroclo.
Cuando murió Hefesion, Alejandro se arran-
có la cabellera, y no creyendo que esto fuese
suficiente demostración de su profunda pena,
mandó cortar las crines de sus caballos.
Bajo el reinado de Augusto, la calvicie era
considerada como señal de ignominia: «Vergonzoso,—dice Ovidio,—es el campo sin verdura,
el árbol sin follaje y la cabeza sin cabellos.»
Por eso César, que era calvo, siempre que
aparecía en público, cubría su cabeza con una
corona de follaje.
Si nos atenemos á la opinión de Ovidio, de
Marcial y de Jnvenal, j^aen sus tiempos se usaban las pelucas, y, entre los emperadores, fué
célebre la de Domiciano.
Othon y Galba también usaron peluca.
La costumbre de llevar pelucas existía ya en
el año ()92, y en éste se celebró un concilio en
Constantinopla, prohibiéndolas.
Cuando Clodoveo, el primer rey franco cristiano, vencía á algún otro rey, le hacía cortarlos cabellos en señal de ignominia.
Entre los hebreos del tiempo de Jesucristo
estaban en todo su apogeo las cabelleras rubias.
Cristo era rubio, rubia María Magdalena y
rubios Nerón y Felipe I I .
La Margarita, de Goethe; la Graziella, de Lamartine; la Ofelia, de Shakespeare; y la Nana,
de Zola también eran rubias.
Ótelo, Macbet, Hamlet y Segismundo erafl
morenos.
El tipo rubio ha sido más del agrado de 1°^
poetas que siempre lo han escogido para su
tradiciones y baladas.
_ ,
No se concibe una Margarita, una Ofelia
una Graziella morena, así como tampoco se pu^
de admitir que Macbet, Ótelo, Hamlet y Segismundo sean rubios.
Parece que la debilidad reside en la raza r
bia y la fuerza en la morena.
Sin embargo, un sabio doctor francés, aseg
ra, que las naturalezas rubias son muy supe''i°
res á las morenas.
Es probable que tenga razón.
Pero basta de cabellos, pues no quiero qn
crean mis lectores que les estoy tomando
pelo al tratar in extenso una cuestión tan p©"
guda.
R. H E R N Á N D E Z Y B E E M Ú ^ E Z -
-*-
PEDRO DE MONTENEGRO
,
'
(rONCLUf-IOK)
,
Si tal era la situación política de América,
aunque en ésta se hallaban veneros desconoo
535
LA ILUSTEAOION IBÉRICA
dos en que ensanchar el sabio sus investigaciones, no era menos difícil y arriesgada la empresa, pues el estado científico superaba también
las fuerzas de cualquier medianía, porque, alcanzando gran esplendor la botánica, contó con
célebres escritores que trataron de innumerables plantas, describiéndolas y narrando sus
cualidades.
Gonzalo Fernández de Oviedo imprime en
15o5 su Historia natural de las Indias, en aquel
mismo siglo traducida al francés y al italiano.
J u a n Fragoso en 1572 escribe de las Yerlias aromáticas, árboles,frutos y medicÍ7ias simples deludías y Cristóbal Acosta, seis años después, da á
luz su tratado De las drogas de las Indias orientales y de sus plantas, dibujado por él y que excede en algunos puntos al Coloquio dos simples
é drogas é cousas medicináis da India de Orta,
impresa en Goa y traducida al latín con la de
Monardes por Garlos Clusio, al inglés por
Frampton y al francés por Antoine Oollin pocos
años después. Pero las que caracterizan el-período científico que atravesamos, son las obras
de Nicolás Monardes y fray José Acosta,verdaderas enciclopedias, fuentes de riquísimos datos
y contenedoras de la última palabra que acerca
de la botánica se dijo en el siglo XVT. La del
primero apareció en 1561 con el título De las
drogas de las Indias, traducida más tarde al italiano por Annibal Briganti; la de Acosta, publicada veintiséis años después, es una Historia
natural y moral de las Indias, en la que trata del
cielo y elementos, árboles, pilantas y animales de
ella, que constituye, sin duda, uno de los trabajos más notables que se han hecho acerca de
América, y digno de competir con todos los que
se publicaron anteriormente.
En éstas halló sus fuentes el inmortal Montenegro así como en la famosa recopilación que
por encargo de Felipe I I llevó á cabo Francisco
Hernández, aunque acerca de ella nada dijo.
Pero los famosos trabajos de nuestro compatriota no pudieron ser ignorados por él, pues la
obra de Hernández, que consta de quince tomos
in-fólio, á más de costar un caudal al monarca
castellano por la muchísima gente cuya cooperación fué necesaria, tardando en acabarla su
autor siete años en los que no alcanzó el menor
reposo, forma el trabajo más completo de cuantos se han llevado á cabo en tal materia, causando de tal modo la admiración de Europa,
que, según dice un notable escritor, por esto
sólo se hizo inmortal el defectu.oso compendio
que de ella hizo en diez libros Nardo Antonio
Eecchi.
Tal era nuestra cultura cuando aparece Montenegro cual precursor de notables escritores y
de obras inmortales. El puede afirmarse que
separa el estado científico del siglo x v i , lento,
pero seguro y conquistador en su marcha tran-
LA HORA DE LA ORACIÓN EN BAGDAD (CUADKO DE ARTURO M E L V I L L E )
quila, del x v i i i en el que la fiebre de la investigación se apodera del sabio para arrancar desordenadamente y con vehemencia algunos de
los secretos que la naturaleza ocultaba en sus
entrañas.
Pero no sólo aquellos sirvieron de fuentes al
lego de oscurecida memoria; Andrés de Laguna
y Jerónimo Gómez de Huerta, los conocidos
traductores de Plinio y Dioscórides, Pedro Andrés Mathiolo Senense, el padre Tellez, Herrera, y más cercano.? á él, León, Andrés Alcozar
y el boticario agustino fray Francisco Sirena
entre sus compatriotas Paulo Egineta, Bontí;
Guillermo Pisón, el médico francés Aschencio
y M. Fuchete, Parfan, escritor también acerca
de las regiones americanas, y el inmortal méd.ico italiano Paulo Zacchia le sirvieron de base
para la redacción de su obra, aceptando todas
aquellas verdades científicas que lej'ó en ellos
y confirmó por medio de la experiencia.
Y entrando en el estudio de su trabajo, su
carácter médico unido á sus ideas religiosas le
conduce al extremo de no querer dar más noticias acerca de la riquísima toxicología americana que aquellas puramente precisas para apartar á los indígenas del uso de algunas plantas;
cuyas cualidades nocivas eran grandes, pues
mucha gente ignorante, desoyendo su conciencia ó procurando ocultar sus escasos conocimientos, las administraban con malísimos resultados como hace notar en su Prólogo al lector,
donde dice: y si mis ocupaciones y salud diere lu-
garpretendo sacar á luz otras nuevas •plantas que
voy haciendo su inquisición y algunos animales y
pájaros y aves de partes medicinales, de que tengo
ya algunos apuntamientos no de poca importancia
pero porque en estas partes y en estas tierras h'e
hallado poca fidelidad en algunos dichos de curanderos y curanderas de ningún fundamento me veo
obligado á, primero que salga de mi pluma el certificarme y á veces no se ofrecen los casos en algunos
años ó ser tal la pobreza y desabrigo de estos pobres indios y su poco resguardo y cautela que no
se puede en buena conciencia hacerles remedios
mayores porque es despacharlos con mayor brevedad á la eternidad. Añadiendo después: En estas
partes últimas de la América á dú no hay tales
médicos y cirujanos cuanto es de tener esta materia
que en veintiún años que há que entré en ella sólo
un médico y un cirujano he visto; todos los demás
médicos curanderos y curanderas más les cuadra el
nombre de matasano que el de cirujano, y el de
carnicero que el de médico ó curandero, y son tantos y tantas los dados á esta secta de locos, que entre tal ganado poco ó nada hay que escoger y cierto es que A ellos les fuera mejor arar para sustentarse y á ellas hilar la rueca que ciegos y cargados
de ignorancia sin advertir el peligro de sus conciencias ni los homicidios que hacen en los pobres
enfermos que como necesitados admiten el socorro
que estas sabandijas ó casta de locos les ofrecen no
con pequeño riesgo de sus vidas como yo lo he visto y remediado más de cuatro y á otros no hubo
más remedio que la muerte y bien acelerada y ra-
biosa de dolores,...., y a.seguro con toda verdad y
según leyes naturales que los tales deben ser castigados covio enemigos de la repmblica ó puestos en
prisión como locos ó tratados y tenidos por simples, tontos y necios, .según .se lee de los griego.s //
romanos en el tiempo que florecieron; y el ver en
estas tierras semejantes charlatanes y charlatanas
me tenia amedrentado el no traiar de simple alguno por el peligro en que lo consideraba porque si
hoy en que tal yerba cura la retención de orina- ij
la doy de dosis dos dracmas éstos tales echarán iJos
onzas de su sustancia
cata aquí, amigo lector,
el riesgo de la ignorancia que es tan peligroso y
más que el de la heregia.
El excesivo número que de los anteriores había y el atraso en que allí se encontraba la medicina, según demuestra los dos párrafos transcritos, fueron las causas por las que, saliendo el
autor de la oscuridad en que vivía y de la vida
modesta que llevaba, escribió su obra sin temor
á la crítica, pues, según dice al folio 15: Lo
que aquí pongo es lo que yo he practicado con sumo
cuidado y es sólo lo muy breve y compendioso que
se puede decir dejando delaciones en la pluma así
por no ser molesto al lector, asi como por no referir
lo que otros más lacta y eruditamente han escrito
de esta materia, que es mucho y muy bien fundado
en la parte tpífica que jiertenece en la filosofía á lo
vegetable y como nunca faltan censores de libros
(á veces sin estar diputados 2Mra ello) de los magistrados ó monarquial; y sucede que sinleerlo con
la atención debida, por un solo punto en que au
CASCADAS D E ¿ | J A M E S
(VIRGINIA)
538
LA ILUSTRACIÓN
IBÉRICA
corto ingenio ó estudio no alcanza la razón, lo satisfactoriamente su estancia en el hospital
arroja de las manos y comienza á cargarle de cen- general de Madrid en donde hizo rápidos prosura y ésto es ordinaria Jt,aqueza de aquellos poco gresos. A este respecto, en su Prólogo citado
amigos de ver libros de genios inquietos y bullicio- afirma: Puédate decir como cosa cierta que desde
sos, á modo de ciertos peces de las aguas que sii que me acuerdo tener uso de razón me siento incligenio es ponerse en las corrientes y turbulencias nado al deseo de conocer y saber la virtud de las
suyas para dar sobre sus compañeros con gran ve- plantas y el curar con ellas á mí y á mis próximos,
locidad, tragando cdpequeño que sumcdiciosaboca y á ellas debo la vida por tres veces que, de varias
puede tragar, tiramdo á éste la tarascada, al otro enfermedades y heridas mortales de necesidad, seel girochonazo, y en fin, turbando la caridad y gún varios auto-res afirman no ser curables; y sino
quietud de sus hermanos y lo que más es impidien- me quieres creer te puedo enseñar dos cicatrices en
do su alimento y midtiplico; porque quita su sosie- parte bien pieligroscis y muy jjenetrantes con nergo, ordinaria causa de abortos y destrucción de vios contusos y descubiertos, y no sólo á mi sino
toda generación // monarquía.
también d varios en casos muy apretados que no
Aunque, por lo antecedente, son conocidas refiero en la obra por no parecer alabanzas prolas causas que impulsaron á Montenegro á es- pias; esta inclinación de la divina bondad á mi
cribir su obra, el carácter emineutemente prác- dada por su gran misericordia desde niño, como
tico del jesaita no pudo dedicarse sin motivo dejo dicho, me há siempre como nostreñido y vioalguno al estudio de las propiedades curativas lentado á metermeporbosqiies, sierras muy encumde las plantas, pues si sn principal objeto era bradas y de no pequeños peligros aún después que
aliviar el estado patológico de aquellos á quie- estoy en religión alropellando varias incomodidanes llegasen sus conocimientos, esto no explica des y trabajos á fin de saltar con mi intento
hallándose en este páiTafo el origen de sus inclinaciones que no fué sólo la afición que tuvo
desde muy joven á esta clase de estudios, sino
principalmente el rayo de luz que surgió en su
inteligencia y en el que ai'monizó sus conocimientos médicos las tres veces que luchó con la
muerte, y aunque las escasas noticias que de él
conservamos no nos dicen nada de dos de las
cuales tan sólo conocemos sus resultados que
fueron las cicatrices de que habla, acerca de la
tercera tenemos más datos y en vista de ellos,
puede afirmarse que su curación, sino un milagro, fué un prodigio. En el colegio de Córdoba
(en América) residían algunos enfermos con
llageos en. los pulmones, según nos dice al folio 27
de su manuscrito, y siendo asistidos por él y
otros compañeros, todos las contrajeron, por lo
que, desahuciado Montenegro, revolviendo libros
y autores, halló en Riverio, que Aschencio, insigne médico francés, curó á muchos que con
exasperada tos echaban los pulmones por la boca
usando para ésto del verbo tisis de Riverio y
':c2'^f%7'^^?^:'.'
r"-A'
ylMI^:
^^éX',,^
LA CIUDAD D E L REFUGIO ( B . 4 J 0 E E L I E V E EN BARRO COCIDO, POB JORGE TlXVÍORTIi;
verbo guayacán de Laguna que no es otra que
la segunda especie de guayacáa descrita por él
y que se conoce con el nombre de guaraní y en
tupi i/&'¿JYKe; jiunque usó en su lugar de otra que
produjo resultados excelentes y que es el guaycuru, planta aromática y resinosa del Chaco
acerca de la que, como justo tributo, pensó escribir más largamente, pues no pudo dibujarla
por causas independientes de su voluntad.
Montenegro acepta en sn obra el método generalmente seguido en aquella época en que las
clasificaciones científicas no eran conocidas con
la minuciosidad de hoy, pues, cuando más, tratándose por separado cada planta, alguna de
ellas era dividida en escasas especies que no
admitían más subdivisiones. Así es que el autor, tras una invocación dedicatoria á la Serenísima Reina de los Siete Dolores, desaliñada aunque propia de su hábito y de la época, y de un
Prólogo al leclor en donde enumera las causas
que le impulsaron á escribir su obra, sigue una
explicación de la virtud y modos de conocer las
plantas y graduar sus cualidades sacada de las
obras de Dioscórides, Mathiolo Senense y Laguna, y un índice de los vocablos que más usa
con SU definición por ser poco conocidos, llegando al estudio de cada árbol y planta á las
que generalmente precede su fiel imagen hecha
á la pluma por el mismo autor que enumera en
primer lugar su forma y clases y en segundo
sus cualidades y aplicaciones diferentes.
El trabajo consta de dos libros tratando el
primero de la propiedad y virtudes de los á r - mala voluntad. Otros creen que se trata de haboles y plantas menores como matas ó mcdorra- cerse notar á costa de ellos, diciendo perrerías
les y enredaderas, y el segundo de las yerbas y de sus canciones, y por último, no falta quien
raices comestibles, hallándose citados tan sólo achaque esta persecución al propósito del secen el catálogo de una biblioteca particular, por tario que aborrece la poesía y quiere que no se
lo cual ha obtenido una sola vez los horrores de escriban más versos en España. No hay nada
la impresión, nombres tan ilustres como el de de eso.
Pedro de Montenegro, sin acompañarle alabanA mí me parece ridículo pretender acabar
za ni comentario alguno por ser ajeno á la mi- con la literatura rimada. Cuando aparecen
sión confiada al ilustrado conservador de la bi- verdaderos poetas, no hay cosa mejor que sus
blioteca en que se hallaba la obra, que pasando versos; y no me refiero á esos grandes luminaá otras manos entró en el campo de lo descono- res que se llaman Goethe, Víctor Hugo, Muscido é incierto, pues, adquirida por el Estado, set; no, aunque no valgan tanto, todavía puetal vez hasta dentro de muchos años no salga de den ser dignos de admiración y el mejor ornala oscuridad á la que injustamente se halla re- mento del parnaso, como diría Cañete. Pero en
legada. A pesar de esto, el nombre del ilustre España, ahora, en estos míseros días, no hay
botánico siempre será citado con respeto por más poetas que escriban en español que Nücuantos se dedican á la noble tarea de sacar ñez de Arce y Campoamor, (1) los demás no
del olvido las más ricas joyas de nuestros pro- son poetas, no son hombres de ingenio, no tiegresos científicos.
nen intención, ni fuerza, ni gusto; Grilo, Velarde, Eerrari y Shaw, que gozan su fama respectiva entre la gente cursi que lee algo, son,
•
JOAQUÍN G-ARCÍA GOYENA.
los tres primeros, hombres vulgarísimos, y el
--¥último un niño que sólo promete ser un Grrilo
de arte mayor.
Esta es la verdad lisa y llana. La generación
¿Y LA P O E S Í A ?
nueva, la que nació á la vida pública bajo la
Restauración, no ofrece grandes esperanzas;
pero á lo menos en otros ramos de la actividad
(CONCLUSIÓN)
'
Sé que muchos jóvenes de los que se dedican á escribir versos piensan que les tengo
(1) M. del Palacio es el que más se aproxima á poeta
verdadero entre los que no lo son completamente.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
intelectual tiene representantes que algo valen, y algunos, poquísimos, que valen mucho.
•Pero en poesía lírica no tiene nada, absolutamente nada.
Lo cual no quita que en el Ateneo y en- los
periódicos se descubra un Espronceda ó un Zorrilla cada pocos meses.
Pasm.a ver como aplauden gacetilleros y
f^teneistas las más insignes vulgaridades como
81 fueran chispazos de inspiración lozana, original y fuerte. No há mucho que un poeta de
esos leia y publicaba después en un libro un
poema que contiene más dislates que palabras,
tnás vulgaridades que dislates, y carece de
sentimiento, de idea, de estilo y hasta de gramática. Pues no faltó quien dijera y repitiera
en letras de molde, que todo aquello era obra
de Benvenuto Cellini y que aquello era cincelar... ¡Cincelar, Dios mío, lo que no es más que
i'aspar la pared con un vidrio para dar escalofríos á las personas nerviosas!
Es el caso que estos elogios los escribe por
lo común la misma pluma que el resto de la
Semana se está empleando en delatar alcantarillas rotas, focos de irregularidades y demás
inmundicias más ó menos municipales. ¿Quién
manda á esos ediles, y no enrules, meterse donde no les llaman, y llamar poeta y Benvenuto
* cualquier señorete que coge y descubre que
Sabe encontrar consonantes, y enjareta despropósitos que coloca en la Edad media, ó en la
moderna, ó en la Eternidad misma si se le antoja? ¿Por qué han de creer los que no saben
l a d a que para escribir de materia artística,
Sobra todo lo que sea saber algo? ¿Por qué
nan de pasar por críticos esos que hacen alarde tosco y rústico, digno de los Britos y Blases de Tirso, de ignorar el griego y el latín y
de creer que nadie conoce tan recónditas cle^'ecias? Porque hay gentes asi y porque los
tales escriben en periódicos de circulación grande, estamos como estamos, y puede á.muchos
parecer atrevimiento y hasta amanerada desfachatez osar decir, como yo oso,—y tres más,—
l i e fuera de los autores citados al principio,
aquí no escribe versos en español ningrin verdadero poeta.
Por otros caminos van los pocos jóvenes que
en literatura valen algo, y aunque Menéndez
•Pelayo ha escrito, entre otros medianos, muchos
"bersos bien sentidos, de forma clásica verdadei'amente correcta, tampoco se puede decir que
el admirable joven, el pasmo santanderino, sea
ni se tenga por poeta en la acepción en que
lo son los Hugo, loa Zorrilla, etc., etc. Por lo
demás sus poesías valen más, por supuesto, que
las de esos ignorantuelos sin gracia, ni delicadeza, ni gusto, ni intención, ni vigor, ni sentimiento, que el Ateneo y los gacetilleros elevan
^ las nubes mientras se ríen del que ellos llaman traductor detestable de Horacio, y que por
'alerto, no es tal traductor.
Así como decía con mucho tino y juicio PerHanflor que no tenemos ópera nacional por la
Rencilla razón de que no la tenemos, faltan en
í^^estra juventud loa poetas por la razón sencillísima de que faltan; y si se puede jurar (que
^1 Se puede) que no hay ninguna ópera española digna de universal admiración, también se
puede decir que ninguno de los que escriben
®n verso entre los jóvenes literatos españoles,
^s ni siquiera artista en la acepción rigorosa
•^6 la palabra.
, Pero no se tome esto como signo general de
los tiempos. Portugal tiene poetas jóvenes, tie^6 Uno por lo menos que vuela con todo el aliento necesario para llegar al final; en Francia,
^°nde tanto habla la critica de cierto orden de
amaneramiento, decadencia y falta de ideal,
^mhién hay jóvenes de fantasía brillante, de
Susto delicado, estilo fuerte y propio, maestros
^e la rima y del color, que escriben libros de
Poesías en que podrá verse, si se quiere, la enermedad de un alma, el cansancio de un pue^o> el abuso de la vida, pero sin que pueda
^^garse originalidad, sentimiento, idea clara y
P''ofuiida, ingenio aunque sutil no enclenque.
•''& la historia de la poesía francesa podrán ser
un día estos poetas los representantes de una
decadencia, podrá decirse de ellos en cierto
modo lo que se dijo de la baja latinidad, pero
no se les negará importancia, ni genio, ni que
fuesen la expresión fiel en el arte de su tiempo
y de su tierra.
Y de nuestros rimadores barbilindos y á veces bobalicones, ¿qué se dirá? Nada absolutamente. En sus versos nihilistas no se revela mas
que la ludia por el consonante; no son creyentes, no son escépticos, no aman la tradición, no
la desprecian, no la embellecen, no la satirizan,
no buscan nada, nada encuentran, viven en el
limbo; por ellos no sabrá nadie lo que la juventud sentía en España en el último cuarto del
siglo XIX, cuando se nos moría el cuerpo, robusto un día, de la fe, y nacía débil, sietemesino, callado, como muerto, ridiculo por la forma,
el pensamiento libre, sin oir en sus sueños reparadores de la infancia el arrullo de las canciones de un poeta. ¡Poeta del libre pensamiento! Tal vez hay uno; pero ese habla en el Con-
639'
greso y le mide las estrofas el Conde de Toreno,
¡oh, dioses inmortales! con una campanilla.
CLARÍN.
DOlÁ ROSALÍA CASTRO BE
Si es siempre doloroso ver como se extingue
la vida de etos seres que con la poderosa fuerza de su inteligencia son firmísima garantía
para el esplendor d é l a s letras, su desaparición
es doblemente sensible al ocurrir en días en
que, como los del presente, á tan rudas oscilaciones está sujeta la marcha de la literatura
contemporánea.
Quimérico fuera dejarnos seducir por halagador optimismo, á pesar de la invasión de
versos que diariamente ven la luz. P a r a la poe-
J)h>PJl)() DK Á O \ R ]!; I b i l A l L r o E
VIUl-illAM
íBajo relia e en barro cocido, pot Torge 'Jinvortlt)
sia parece aproximarse su fin. Cada época está contribuido tan poderosamente al envidiable
sujeta á ineludibles transiciones, y no es la esplendor que la literatura gallega ha conseactual la más á propósito para favorecer un guido; ningún poeta comprendió mejor ni con
linaje de literatura completamente opuesto al más fidelidad imprimió en sus cantos el sabor
gusto del día. Por otra parte, el renacimiento local que la señora Castro da Murguía. En sus
de la poesía regional ha limitado la acción de cantares se transpareutan todas las melancolos que hubieran podido contribuir con sus co- lías y tristezas, esas infinitas vaguedades que
nocimientos al desenvolvimiento de la nacio- tanto caracterizan el suelo que la vio nacer; en
nal, y aunque puede ufanarse por los brillantes i ellos, más que la inspiración de la mujer se adfrutos que reporta en las diversas localidades mira la virilidad de un genio privilegiado. Su
en que se cultiva, será siempre flor de estufa, obra inmortal, es sin embargo, su colección de
hermosa si se quiere, mas destinada á derra- Follas Novas, precedidas de un soberbio prólomar su esencia dentro del reducido círculo que go escrito por Castelar. ¡Qué hermoso conjunla encierra, y destinada á morir apenas se in- tol parece una sarta de perlas guardadas bajo
tente alejarla de él.
una tapa de oro primorosamente cincelada. Las
Figura en primer término en el movimiento Follas Novas no tan sólo bastan á formar la rede la poesía local la poética y privilegiada putación de una escritora, sino también la de
Galicia, pero como si la fatalidad se cerniera una literatura. El gran tribuno lo acredita en
sobre su desarrollo, cuando parecía que aque- su prólogo:
lla hermosa región había llegado al período
<'Si la literatura gallega,—dice,—no tuviese
culminante de su histórica y gloriosa literatu- ningún libro más que los de Rosalía Castro,
ra, cuando para su afianzamiento contaba con bastábale para su lucimiento y para su gloria.
el valioso concurso de los distinguidos poetas Puesto que la poesía es como todo arte la idea
señores Pérez Ballesteros, M. Pintos, Vázquez, sentida con profundidad y expresada con herL. de la Riega, Barcia Caballero, Pondal, Cid mosura, digo que no conozco quien sienta más
y Rozo, y otros no menos inspirados, la muerte y exprese mejor. La ternura se mezcla con la
le arrebata á la que era su más bello ornamen- tristeza, la luz con el misterio, la inspiración y
to, su más finísima base, la insigne escritora el estro con la verdad, formando un conjunto
doña Rosalía Castro de Murguía.
de tal suerte nuevo y original y suyo, que no
A pesar de que deja algunas buenas novelas, se cansa el entendimiento de admirarlo fatigahay que considerar á la malograda escritora do por lo convencional y arbitrario de artificiocomo poetisa excepcional; nadie como ella ha sas escuelas que se empeñan en resucitar la
^.^r^l^-i^lW^lW^^
iji -JJW^liíflfWSíViJiííVSÍÍíííKlííraETOBB^
OTOÑO (FRESCO DECORATIVO POR FRANCJSCO SANS)
•líraI
f%¿Kr_m'_
INVIEKNO ^FRESCO BEC0KA.TIVO POE FRANCISCO SANS)
542
pasado muerto para siempre, ó ya en repetir
pasiva y fotográficamente la impura realidad.
Rosalía siente y sabe expresar lo sentido. Su
alma no liba la poesía en lo grande, en lo inmen.«o, en lo infinito; como la violeta gusta de
las sombras y exhala su aroma con tal humildad, que excusa como grave falta el propio
mérito.»
Una de las cualidades características de la
ilustre escritora, era sin duda alguna el corte
original de sus rimas. No sabemos si, como
Zorrilla, considerarla reina á la poesía, pero se
nos antoja que si, si es condición precisa el que
estas señoras hablen poco y bien, ya que no es
posible en menos versos encerrar ideas tan
grandiosas como las que campean en sus composiciones. En ellas no hay hojarasca ni esa
fraseología hueca y alambicada tan al uso de
la inmensa mayoría de los que se dedican á escribir versos; allí un pensamiento que entraña
un mundo de ideas está expresado con un laconismo encantador; en sus obras no hay versos
dedicados á flores, astros, ruinas y pájaros,
sino que cada una de sus rimas es una lági'ima
de su hermosa alma, ó un grito de infinita angustia; la que no expresa el sentimiento de la
fe, es un eco dulcísimo y conmovedor de ¡as
dichas y tristuras, de todo lo hermoso y grande
de su patria.
Difícilmente poeta alguno consigue una reputación tan legítimamente adquirida como la
que acompañó á la señora Ca.stro. No la adquirió, no, por favoritismo determinado, ni la
buscó en estas justas "injustas donde se labran
reputaciones á granel; al contrario, desde el
momento en que se reveló superior, halló un
calvario en sn curso, pero al igual de esos brillantes meteoros que mayor luz prestan cuanto
más negra cierra la noche, así su ingenio se
desplegó más soberano cuantos más obstáculos
y contradicciones encontró á su paso.
Si venía á inaugurar una nueva escuela,
¿cómo no experimentar las consiguientes contradicciones, y sufriéndolas, cómo no anegarse
su alma en un profundo abismo de tristezas?
Refiriéndose á esta circunstancia, dice Castelar
en su prólogo: «Teniendo este don no podía
menos de tener con él profunda melancolía.
Redentores y no llevar corona de espinas; profetas y no sentir las epilepsias de la admiración, sabios y no consumirse en el calor de la
retorta donde surgen nuevos elementos, héroes
y no de.sposarse con la muerte, poetas y no padecer con todos los que padecen y no llorar
con todos los qne lloran, y no experimentar la
nostalgia de cielos misterio.sos, ¡ahí es completamente imposible. Rosalía está triste y la tristeza rodea de aureola mística sus sienes, y la
tristeza se plana en todos los acordes de su
lira.»
La muerte ha puesto término á su triste
vida, y aun cuando haya acabado con una existencia tan nei'.esaria para aumentar la magnitud de la pérdida nos obliga á que la contemplemos como una mensajera generosa que ha
venido á abreviar una vida de sufrimientos no
interrumpidos, ya que según dice uno de los
biógrafos de la malograda poetisa: «Desde el
año ]8o7, fecha de su nacimiento, hasta la
hora del tránsito supremo, fué su vida una
continua sucesión de batallas, dolores é infortunios tales, tan hondos, tan seguidos coico pocas veces ó acaso nunca había sufrido una
débil criatura humana.»
Descanse en paz la malograda escritora; el
frío hálito de la muerte ha helado su trabajada
existencia, pero sus sentidas y hermosas composiciones quedan como la esencia perdurable
de sn grande alma, como el más preciado galardón de una literatura que tanto amó y á la
que ha enriquecido con los peregrinos frutos de
su privilegiada inteligencia.
Galicia ha perdido una de sus hijas más
ilustres, las letras uno de sus más valiosos
sostenedores, su familia una esposa y madre
ejemplarísima. ¡Qué mucho que su pérdida envuelva en sombría tristeza, no á una fatnilia,
sino á toda aquella región! El cielo parece más
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
radiante á medida que nos persuadimos de la
magnitud de tamaño infortunio. Al fin mora ya
en él su hermosa alma.
ANTONIA OPISSO.
LAS NOCHES DEL IMPERIO
¡Évohe, bacantes! ¡Golpead los tirsos!
¡Címbalos á los címbalos respondan!
¡Siga la orgía hasta que el Sol alumbre
del Aventino las oscuras lomas!
No pueda el eco repetir los cantos,
y nuestras voces, de cantar ya roncas,
subiendo hasta la cumbre del Quirino,
mueran del Tíber en las turbias ondas.
¡Esclavos! Despojadme de este manto
que embai'aza mi cuerpo y le sofoca;
la corona arrancadme de las sienes,
vestidme blanca y perfumada toga.
¿Qué hacéis con mi diadema y con mi púrpura?
¿ÍSTo veis, esclavos, que su peso estorba?
Allí... arrojadlo al peristilo, encima
de empolvados laureles y armas rotas.
¡César da fiesta! Plebe que en el foro
á entretener tus ocios te convocas,
olvida los asuntos de la patria
y á mis pórticos llega bulliciosa.
Oirás las armonías con que Euterpe
del Olimpo á los dioses enamora;
y el más sentimental de mis poetas
nos dirá su canción más melancólica,
y cuando ya el placer nos cause hastío,
agotadas las heces de su copa,
y el alba tras los vidrios de colores
descienda á contemplarnos ruborosa,
se arrojará vajilla de oro y plata...
Esportillos traed bajo la toga,
mas muy fuertes, ¡por Júpiter! ¡qne es fácil
tanto jjeso á la vuelta que los rompa!
¡César lo quiere! ¡Mi valor descansa
sobre el fresco laurel de la victoria;
sólo anhelo gozar, y en mi delirio,
\'
olvido al mundo al olvidar á Roma!
Ven, Tarentila, ven, sube hasta el lecho
en brazos de las náyades hermosas,
deja que pose en tus desnudos hombros
la sacra mano que ninguno toca.
Tus sienes, que á la nieve tornan pálida,
coronen verdes pámpanos y rosas;
hija de Venus, llega... en albos tules
veladas mal tus encantadas formas,
ceñida tu garganta alabastrina
con perlas y diamantes de Golconda,
trémulos de pasión tus rojos labios,
con ese rostro, envidia do las diosas,
el mundo entero gemirá á tus plantas.
¡Hoy no existe una gloria cual tu gloria,
qne la gloria más grande, Tarentila,
es del señor del mundo ser señora!
Grande pero fugaz, como el relámpago
brilla un momento... muere entre las sombras,
alumbra un mundo, mas tan breve tiempo,
que su grandeza apenas si se nota.
Éinge, en tanto, divina soberana,
que febril ansiedad tu pecho ahoga,
y deja que yo libe con mis labios
» ,
ese néctar que guardas en tu boca.
I
¡A gozar! ¡á gozar! Faunos, silenos,
\
las áníoi'as traed que ya rebosan.
Venga el Palerno con el Rlün y el Chipre,
llenad al punto las lucientes copas
de oro de Ophir y cincelada plata,
cual torrente de espumas armoniosas.
Hijas de la Ciroasia, haced que broten
de vuestras arpas celestiales notas.
Y vosotras, sultanas del Oriente,
las de trenzas más negras que las sombras,
cantad vuestras canciones del desierto,
de un alma virginal ecos sin forma,
cantad la hermosa libertad perdida
con rico adorno de orientales pompas.
Arrojen los cu.pidos sus aljabas,
y esparcidas sus flechas matadoras,
duérmanse sonrientes y amorosos
trenzando las melenas á mis leonas,
que por los áureos fresnos humilladas
relieves sean de mi rica alfombra.
Derramad en los altos pebeteros
la mirra que en cien nubes se evapora
y hasta confuso el aire se fatigue
al peso de canciones y de aromas.
Encended candelabros tridentinos,
brillen en los extremos las antorchas
vertiendo roja luz que nos alumbre,
gocemos al fulgor de extraña aurora.
¡Évohe, bacantesl ¡Golpead los tirsos!
¡Címbalos á los címbalos respondan!
Anciano Marco, báquico Saturno,
alza también la saludable copa,
verás la juventud acariciarte
lo mismo que acaricias á Cesonia.
Adelante las ninfas de Terpsícore,
empiecen vuestras danzas caprichosas.
Calla, poeta; tus tranquilos versos
en los salones del placer se ahogan;
tus cantares son flores que marchita
el ambiente abrasado de esta atmósfera.
Descompone las rosas en tu frente,
Tarentila, tu mano temblorosa;
reina del César, en tus puros labios
ni una sonrisa de placer asoma;
fría estás como el mármol de mis gradas;
no quiero que estés triste. ¿Por qué lloras?
Nada puede apenarte. ¡Yo te quiero!
¡El que los mundos y los mares doma!
¡Ah! Tarentila sufre, clistraedla...
¿Esta cansada atmósfera te ahoga?
Su frente oreen las nocturnas auras.
¡Abrid! Ya se ha dormido... ¡Calle Roma!
Despacio... nada turbe su reposo...
¡Mi púrpura imperial echadle ahora!
Cesen las danzas, cesen los cantares.
¡Estrellad vuestras arpas en las losas!
No la toquéis... mejor está en mis brazos...
Basta de orgía. ¡Retirad las copas!
¡Silencio! Espiren ya las armonías;
que ni un eco recojan estas bóvedas...
¡Contened todos con la hueca mano
el suspiro del pecho en vuestra boca!
Ya se han abierto sus hermosos ojos,
yergue su tallo la naciente rosa.
¡Bien haya el sueño y la tristeza suyos!
El aire pueblen nuestras voces roncas.
¡A gozar! ¡á gozar! Faunos, silenos,
las ánforas volcad, ¡venga otra copa!
Ya pasan las legiones por el foro,
impacientes por ir á la victoria;
ya no quieren dormir, porque no pueden
soñar altivas con mayores glorias.
¡Évohe! La reina del vencido mundo
más alegre despierta, más hermosa.
¡Cómo arregla las flores en su frente!
La púrpura de sí lejos arroja,
y sonriendo al César, qne la abraza,
de un trago apura la dorada copa.
¡Évohe, bacantes! ¡Golpead los tirsos!
I Címbalos á los címbalos respondan!
¡Siga la orgía hasta que el sol alumbre
del Aventino las oscuras lomas!
J O S É DEL CASTILLO Y SORIANO-
'
[ ELEGÍA
(DE
ANDRÉ
CHENÍ-.^^^
— .
X
Llevemos á los bosques mis tristel
El triste amor las soledades ama.
Todo lo que no es ella me fastidia.
Aun, solo y olvidado, quién te adora
es todo para ti. Pero, ¿qué digo?
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
Lejos de la beldad que me desdeña ,
mi corazón, que de ilusiones vive,
del dulce engaño las delicias gusta.
La esperanza, la inquieta fantasía
la ilusión pertinaz me la devuelven
más sensible, más tierna, más hermosa,
¡cómo la quiero yo! De sus excusas
estudiadas olvida el artificio,
é indulgente el amor, sólo conserva
de su sexo cruel la dócil gracia.
A veces me figuro que camina
persiguiendo mis pasos; la extravío
y por senderos misteriosos corre.
Ausente en hondas grutas la poseo
mas, presente, me dañan sus rigores
y en vez de sueños deliciosos hallo
la dolorosa realidad. Por ella
siento un ansia que nadie aliviaría,
su imagen solamente me es hermosa;
todo á su alrededor, todo me encanta
por estar á su lado; todo es dulce
¡ay! pero menos dulce que sus ojos.
Ya pise fresco césped, ya su cuerpo
haga crngir los pliegues de la seda,
en la ciudad como en el campo, siempre,
reina ó pastora, para mí no cambia;
yo soy siempre el amante que la adora,
que sufre sus ultrajes, repetidos
y que la quiere más cuanto más llora.
CARLOS F E R N Á N D E Z
bles cualidades de tono, de color y de intención; algunos
h a n encontrado, sin embargo, que pecaba por la poca briUautez de la luz, lo cual no deja de ser n n grave defecto tratándose de aquellos países inundados de sol.
CASCADAS D E L .lAMES
(VIRGINIA)
Este caudaloso rio que pasa lamiendo los muros de Eichmond, ofrece en su curso superior una serie de rápidos que
lo hacen tan pintoresco como peligroso para la navegación,
por cuyo motivo y á fin de facilitar las comunicaciones con
el interior se han construido grandes canales que obvian
aquel inconveniente. Las márgenes de este río son asiento de
magnificas plantaciones de tabaco, azúcar, algodón, etc., y
fueron teatro de muchos sangrientos hechos de armas en los
cuales conquistó el gran Ricardo Lee su reputación de ser el
mejor general del siglo.
LA CIUDAD D E L
DESPIDO DE
REJ.'UGIO
AGAR É I S M A E L P O R
ABRAHAM
Bajo relieves en barro cocido, por Jorge Tinworth
Apasionados por la cerámica en todas sus manifestaciones
han creado los ingleses una verdadera escuela de ai'tistas en
terracotta, que van produciendo preciosas obras, figurando
eu primer término M. Jorge Timvorth cuyos bajo relieves,
de asunto religioso generalmente, son verdaderas joyas.
LA CAMPANA J l A Y O R DK JIURCTA
Es esta una de las principales curiosidades de la catedral
de dicha ciudad; trátase en efecto de una campana verdaderamente enorme, colocada eu altísima torre desde donde se
domina un vasto horizonte de verdura. La arquitectura de
la catedral es moderna, pero muy elegante y majestuosa.
SHAW.
LA MISA DE MEDIA-NOCHE
NUESTROS
GRABADOS
K X T R E VLORE.S Y
Siempre lian hecho muy buenas migas entre sí niñas, pájaros y llores, que uo son quizás eu el fondo más que una
^isma cosa, y de alií que resulte iuvariablemente un acorde
Perfeetlsimo y delicioso poniendo aquellos seres de manera
lile formen dúos ó tercetos. Nuestra lámina es la síntesis de
dichas tros bellezas, resultando de ello un conjunto tan
"Sradable como pueden ver los benévolos lectores. Sobre
tedo este diljujo es i)üuito porque está representado el asun'o con la mayor naturalidad, sin necesidad de acudir á los
bastados tipos de señoritas sentimentales y de pájaros vanidosos y caros.
¿CONOCES ESA
MAEIPO.SA?
Cuadro de John Peltie
Diee estas palabras Hamlet en la escena seguuda del
l u i u t o acto, dirigiéndose á Horacio y refiriéndose á Osrico,
Itie acaba de entrar, pero M. Pettie, sin embargo de haber
Puesio este titulo á su cuadro, uo lia representado ni querido
tampoco representar la referida escena, puesto que los dos
P'^r.sonajes son dos vulgares oortesauos y uo los dos amigos
de la universidad de Wittemberg. La intenoióu de M. Pettie
Parece haber sido pura y simplemente pintar un sietemesino
dé la Edad medía y no se le h a ocurrido nadie mejor que
W elegante é imbécil Osrico para representar el género.
L A S CUATRO
ESTACIONES
Frescos decorativos, por Francisco
Sans
Graude é ilustre pintor fué nuestro malogradísimo paisaJ^o, hombre de sólida cieucla, de exquisito gusto y de alta
'ispiracióu, artista lleno de conciencia y de severidad, y eaPaz de sentir tan hondamente como de expresar con feliz
"cierto lo que sentía.
Buen testimonio son de su admirable concepción y des^ttipeño esas cuatro figuras representando las Cuatro estacio^c.?, hermosas pinturas que decoran el palacio de la señora
duquesa de Santoña.
CLASE
(LEYENDA FANTÁSTICA)
ARMONÍAS
DE DIBU.IO D E L N A T U R A L , EN
LONDRES
í^o coiiteuto.s todavía los ingleses con la protección disPéusada por el gobierno á la enseñanza de las bellas artes,
leuen contribuyendo á estacón dádivas y suijvencioues á la.s
atedras establecidas en las universidades. Hoy goza de loza"^a vida la enseñanza para señoritas establecida eu la universidad üe Londres por los cuidados de Mr. Félix Slader, ba'andose al frente de las clases el ilustre Alfonso Legres.
í^'uestro grabado representa, como puede verse, la clase
de dibujo del natural.
LA HORA DE LA ORACIÓN EN BAGDAD
Cuadro de Arturo Melvüle
Es Mr. Arturo MelvlUe u n consumado pintor orieiitaista que, como tantos otros, se ha sentido fascinado por el
'^Comparable prestigio de aquellas mágicas regiones, pero
^"hre todo por Bagdad, la ciudad de Haroun el Grande y de
as Un y una noches. El cuadro de Mr. Melville gustará más
* e u o s según el temperamento de cada uno, pues es una
i'a eminentemente impresionisia, pero al par reúne admira-
(CONTINUA
CIÓN)
Ludovico contempló con fascinación aquel
rostro, tipo perfecto de la hermosura varonil y
vio en él cierto espíritu sobrenatural que le llenó de espanto.
Aquellos ojos parecían animados por una
fuerza interior; en ellos se veía la vida y el fuego de la existencia y aun el artista creyó que
le miraban con cierta ira y como pidiéndole
cuenta de la profanación que cometía al penetrar en aquella estancia.
A tanto llegó la impresión que aquella cara
produjo en la mente de Ludovico y tal fué el
miedo que se apoderó de él, que por poco no
deja caer la linterna y el manojo de llaves que
sus manos sostenían y escapa por aquellas ruinosas habitaciones. Pero haciendo un esfuerzo
sobrehumano llegó á dominar en parte su pavor y aun para que éste quedase vencido por
completo intentó (temblando, digámoslo sin rodeos), tocar aquel retrato causa de tantas intranquilidades. Su mano tropezó con un objeto
duro y entonces se convenció de que aquello no
era más que una tabla como cualquier otra, si
bien su misterioso autor había sabido dar una
expresión tal al retrato que lo hacía aparecer
como á un ser viviente.
Ludovico impedido por su espíritu de artista
permaneció por algún tiempo absorto en la contemplación de aquella obra pictórica tan impropia del arte de la Edad media.
Si se hubiese preguntado á sí mismo cuanto
rato permaneció en aquella cámara, de seguro
que no hubiera sabido contestarse.
Parecía como que una oculta fuerza le retenia en aquel sitio ó que algún maligno encantador le había condenado en castigo de su curiosidad á permanecer contemplando eternamente el retrate de don Ramiro.
Pero el reloj de la vecina aldea vino á sacarle de su abstracción. Sonaron doce campanadas y entonces el artista comprendió que j'a era
hora de retirarse y así se dispuso á hacerlo.
Tendió su vista en derredor de la cámara;
contempló por última vez el objeto de su nocturna expedición por el castillo y avanzó en dirección á la puerta de la cámara.
En aquel mismo instante oyó á sus espaldas
un ligero crugido que le hizo volver la cabeza
rápidamente. Cuando su vista abarcó toda la
estancia no pudo contener un agudo grito de
643
sorpresa. La figura de don Ramiro habíase borrado del cuadro que en aquel instante era una
tabla completamente embadurnada de dorada
pintura. Ni el más mínimo rasgo se veía en él
que recordase el retrato que momentos antes
ostentaba, antes al contrario, sólo parecía un
pedazo de madera que aguardaba la mano del
artista que colocase sobre ella el fruto de su
inspiración.
En el mismo instante que Ludovico volvió la
cabeza para contemplar á la menguada luz de
la linterna aquella misteriosa transformación,
vio pasar por junto á él vaga, vaporosa, intangible, la apuesta figura de don Ramiro.
El italiano quedó aterrorizado á la vista de
aquella aparición cuyo sin par parecido con el
retrato del antiguo noble aragonés disipaba todo género de duda.
Aquella sombra ó fantasma iba revestida de
la misma manera que el de Aguilar con una
fuerte armadura cuyas coyunturas se doblaban sin crugidos que revelasen los pasos de su
dueño.
En el primer instante no supo Ludovico que
partido tomar; el terror y la sorpresa paralizaron sus miembros pero después que transcurrieron algunos instantes, como si alguna fuerza
extraña le impulsase, despojóse de aquel miedo
que se había enseñoreado de su ser y con ánimo firme, si bien con paso trémulo, salió de la
estancia siguiendo á la fantástica figura que en
aquellos momentos transponía los umbrales de
la cámara.
El artista caminó tras aquella vaga sombra
por el dédalo de salas y pasadizos que algún
tiempo antes había atravesado, hasta que por
fin llegaron á la ruinosa escalera de la torre.
Los pasos de Ludovico resonaban en el silencio de la noche, mientras que don Ramiro no
producía ruido alguno que demostrase su presencia. Su figura parecía deslizarse sobre aquellos pavimentos tan próximos á perecer.
El italiano la veía siempre caminar ante él
medio perdida en la sombra y como si existiese
alguna misteriosa relación entre aquella fantástica figura y su ser, se sentía arrastrado á pesar suyo, pues menester es que lo digamos todo,
ya comenzaba á sentir algo de miedo. De esta
manera bajaron la escalera, atravesaron el musgoso patio y la fuerte pueita que se abrió ante
la sombra de don Ramiro, y comenzaron á caminar por la plaza de armas en dirección contraria al lugar donde se encontraba la habitación del guarda. Este camino inspiró más temor á Ludovico, pero su curiosidad, y más que
todo aquella atracción extraña, le obligaron á
seguir tras la aparición que cada vez más se
internaba en el otro extremo del castillo.
El curioso extranjero comenzaba ya á sentir
los preludios de un vértigo. Su imaginación
veía brotar en las sombras mil horrorosas apariciones y los muros que vagamente columbraba
en la oscuriilad comenzaban á danzar á su alrededor de una manera espantosa.
Mas afortunadamente, para Ludovico, el fantasma paróse de pronto junto á un regular edificio que, pegado á los muros, alzábase en uno
de los ángulos del castillo y el cual perdíase en
las tinieblas de la noche.
— ¡Corpo di Cristo!—murmuró Ludovico.—
Ya era hora de cesar en tan inoportuno paseo.
Me arrepiento de mi curiosidad.
El italiano iba á continuar en su monólogo,
pues, sin duda, hablando consigo mismo se proveía de valor, que no le sobraba en aquellos
instantes, cuando sus ojos vieron una cosa que
le hizo cesar en sus arrepentidas reflexiones.
>
IV
La sombra de don Ramiro habíase detenido
junto á aquel oscuro edificio muy breves instantes.
De pronto sobre el negro fondo que presentaban las paredes de éste, abrióse una gran
puerta á través de la cual pudo verse una espaciosa estancia alumbrada por algunas lámparas y blandones que producían una luz lívida
con tintes tétricos y fantásticos.
544
LA ELUSTRAOION IBERIGA
ras ojivales que el fuerte viento déla noche pugnaba por abrir. Pero de pronto este silencio y
estos ruidos tan propios del sitio y de la hora
cesaron, ahogados por un extraño cántico, una
imperceptible armonía, un himno sin nombre y
difícil de explicar que sonó allá á lo lejos.
Ludovico escuchóle con atención creciente y
su alma de artista como su imaginación de poeta, dejando á un lado el pavor que há poco le
embargaba, se deleitaron en aquellas sublimes
armonías, copia perfecta de las mil notas de la
naturaleza.
Aquel cántico tenia de todo. Tan pronto era
suave y melodioso como el susurro de la brisa
entre las rosas, como brioso y salvaje es el rujir del huracán entre las peñas. E n el infinito
caudal de sus notas iban envueltas asi las armonías más dulces y dolorosas' de la vida como el suspiro enamorado, el quejido angustioso,
la carcajada báquica y el dulce, el indescriptible sonar del beso apasionado. Distinguíase en
él, el alarido de venganza, el lloro de la impO'
tencia, el férreo martilleo de aceradas armas,
la sonrisa de la satisfacción y todo u t munao
de desengaños, de nuevas ideas é ilusiones.
Pero por más descripciones que hagain
nunca podremos presentar á los ojos de nuestros lectores aquel maremagmmi de armonía
extrañas, tal como llegaba á los oídos de i^^
dovico.
Aquel canto, en fin, aunque infinito, era un
de esos himnos que en ciertas ocasiones de
vida las almas soñadoras, estando completa
mente solas, sienten levantarse junto á ellas
boca do seres invisibles cuya misión parece se
la de endulzar las largas horas de soledad y
desgracia.
El artista sentía aproximarse aquellas extrañas armonías, hijas de-voces sobrenaturales) 7
contemplaba fijamente la puerta de la capí
por la cual aguardaba ver entrar de un ^
mentó á otro alguna terrible visión ante
cual se le erizase el cabello de espanto.
La sombra de don Ramiro yacía en el entr
tanto prosternada ante_el crucifijo del ahai y
en esta posición permaneció hasta que pasaQO
al gunos momentos irguióse y clavó su vawí^
sin vida ni expresión en la puerta de la capilla.
,,
Entonces comenzaron á penetrar por ®^ , '
graves , pausados y tétricos, un sinnúmero
figuras de esencia tan fantástica como la suj
y que lentamente comenzaron á colocarse
dos largas filas á ambos lados de la naveAquellas fantásticas figuras presentaban u
variedad exti'aordinaria. Entre ellas "^^^^ , „ .
hombres y mujeres vestidos con trajes que
notaban diferentes épocas y rostros que ^^,
bien denotaban muy diferentes templen
alma.
. ^g
Aquello era un verdadero pandemoniW'^J'
vestidos y figuras. Unos se cubrían con "
eos sudarios, otros con lucientes armadura > J
revueltos con los coletos y gregüescos, ^^^?^y calzones, encontrábanse confundidos los
lea y monjiles de la Edad media y los tan
tosos como ridiculos vestidos femeniles de
gloXVIII.
LA CAMPANA MAYOR D E MURCIA
E r a la capilla del castillo.
Estaba completamente desierta. Allá en el
fondo destacábase sobre negros paños la imponente figura de un Cristo de colosal tamaño,
que por efecto de la luz j)areoía real y verdaderamente un ser humano que exbalaba su último
suspiro en el terrible Suplicio de la cruz.
La fantástica figura de don Ramiro penetró
ADMINISTRACIÓN;
en la capilla y Ludovico subiendo los escalones
que al pié de ésta se levantaban, le siguió hasta dentro.
Reinaba un profundo silencio, solamente interrumpido por el chisporrotear de los blandones cuya luz batallaba por disipar las densas
tinieblas que en las altas bóvedas de la capilla
se amontonaban y por el temblor de las vidrie-
O 0RTE8, 366 Y 3b7, RAMÓN MOLIN.<S, EDITOR.—RESEIÍVADOB
, ^^gg
En aquel tropel de misteriosas figuras le
toda la historia de siete siglos.
..
E n el entre tanto el fantástico himno segu .^
sonando, no y a fuera, sino dentro de la cap
lia, y sus notas vibraban bajo las altas bo
das sin que aquellas bocas exhalasen el m
leve sonido. Y sin embargo, aquellas armón
eran creadas
ellos,
otros ^^'^''^^/^^g
J-cls por
pul C
i i u o , oeran
í a i i \jut.^^
•]
piros que demostraban los diferentes estados
de sus almas. De pronto don Ramiro exte ^
el robijisto brazo y el cántico cesó, ext'i'^ '^^
dose sus últimos acordes en el silencio
noche.
(Se concluirá.)
LOS DERECHOS
V I C E N T E BLASCO IBÁÑEZD E PKOPIBDAD ARTÍSTICA Y LITBKABIA
LAS RECLAMACIONES EN MADRID, A L R E P R E S E N T A N T E D E ESTA CASA D . MANUEL P I , Á Y V A L O R . — C R U Z , 8 , 2 . °
KSTABLBOIMIBMTO TlPOSBÁPIGO DB B B B N A B B B A S B D A . - C A L I L B DB VlIJ,AKROBL, NÜM. 17, KNSAMOBB L B S A N A K T O M I O ,
BABCSLOMA
Descargar