Reseñas - Fundación FAES

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CUADERNOS de pensamiento político
La democracia
en América
ALEXIS DE TOCQUEVILLE
Edición crítica y traducción de Eduardo Nolla
Editorial Trotta. Liberty Fund. Madrid, 2010, 1358 páginas.
Eduardo Nolla ya había realizado una primera
versión crítica de La democracia, publicada en
español en 1990. Esta edición también se publicó en Francia, en la editorial Vrin. Hace poco
tiempo, Eduardo Nolla sacó en Liberty Fund una
edición bilingüe de La democracia, que ha pasado a ser la edición canónica en Estados Unidos, con la traducción de James T. Schleifer. Es
esta edición la que ahora nos llega en español,
de la mano de la Editorial Trotta y, también, de
Liberty Fund. Para facilitar la consulta, incluye
la paginación de la edición bilingüe.
Hay que elogiar en primer lugar el trabajo de
edición: la generosidad en el aparato documental no dificulta el manejo del texto. Es una
auténtica proeza tipográfica, que recoge como
base las ediciones de 1835, 1838, 1840 y
1850. En notas a pie de página van las variantes, los borradores, los descartes, los comentarios de Tocqueville y de su círculo de amigos y
familiares, que se encuentran, fundamentalmente, en la biblioteca de la Universidad de
Yale, donde se conserva la copia de los manuscritos perdidos de La democracia.
Eduardo Nolla, por su parte, ha aportado su
larga experiencia, su minuciosidad, su claridad
conceptual, su conocimiento del texto y su evidente cariño hacia la obra de Tocqueville para
ofrecernos un trabajo definitivo, absolutamente
extraordinario. Nolla sitúa a la Universidad española en la punta de la investigación histórica
y debería ser reconocido como es debido.
Cuando conseguimos dejar atrás el asombro,
empezamos a comprender lo que tenemos delante. Como dice el propio Eduardo Nolla, ésta
es una creación textual que no existía anteriormente, aunque todo lo que aparece fue escrito
por Tocqueville. Está el libro que todos hemos
leído, pero inserto en un nuevo texto que nos
permite comprenderlo desde otras perspectivas, y de otra forma, si no del todo nueva, sí más
profunda y a veces más intensa.
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RESEÑAS
Tocqueville ha tenido una fortuna envidiable en
nuestra lengua. Desde muy temprano hubo varias traducciones al castellano de La democracia en América, sin duda impulsadas por el
experimento de construcción nacional que se
estaba llevando en los antiguos territorios españoles y quizás también por el interés que en
España suscitaban los liberales de tiempos de
Luis Felipe, los doctrinarios. En el siglo XX escribió y enseñó en Madrid uno de los grandes especialistas en Tocqueville, como fue don Luis
Díez del Corral. Hoy mismo, en Argentina sigue
trabajando Darío Roldán. Y en estos días llega al
mercado español lo que es la culminación de
una brillantísima carrera académica dedicada
a Tocqueville, con la publicación en castellano
de la edición crítica de La democracia en América a cargo de Eduardo Nolla.
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CUADERNOS de pensamiento político
Está, en primer lugar, la cuestión estética. Tocqueville es un escritor de primera fila, de los últimos franceses que mantuvieron el gran estilo
aristocrático que nació con los moralistas y los
memorialistas del siglo XVII y se termina, prácticamente, con él. Hay algo de español en esta
manera de escribir, como un recuerdo de la exigente prosa española del Siglo de Oro, y la perfecta traducción de Nolla parece sensible a esta
veta subterránea. “Si es posible –dice Tocqueville en una nota al margen–, emplear aquí un estilo firme, simple, corto, entrecortado, didáctico.
Desdeñar la forma oratoria” (p. 768, nota g). Así
podemos ver al escritor en acción, obsesionado
por la síntesis y la concentración. El trabajo de
escritura en Tocqueville, lector de Pascal, tiene
algo si no de ascesis, sí de despojamiento, de
búsqueda incansable de lo esencial. De ahí el
valor de esta edición. Lo que en el texto acabado de La democracia es un espejo bruñido,
impecable, se nos presenta aquí como un work
in progress. Nuestro tiempo, tan amante de lo
fragmentario, se complacerá en esta multiplicidad de perspectivas y en las asociaciones impensadas que abre. (No así Tocqueville, que
andará de mal humor al verse descubierto de
este modo…)
Uno de los muchos atractivos de Tocqueville es
el propio personaje, aristócrata, como es bien
sabido, y simpatizante de la democracia, por
mucho que esa misma democracia, en su país,
asesinara a buena parte de su familia y dejara
a su madre enferma para el resto de sus días.
Además, Tocqueville, que encarna en un alto
grado un cierto espíritu francés de servicio al
Estado, se enfrenta en Estados Unidos a una
sociedad en la que parece, como él mismo dijo,
que no existe el Estado… Desde esta perspectiva, esta edición complementa el gran Tocqueville and Beaumont in America de G. W. Pierce.
Pierce reconstruyó el viaje de los dos amigos
por lo que entonces era Estados Unidos. En esta
nueva edición tenemos más materiales para
comprender el periplo espiritual y moral que un
archieuropeo como Tocqueville recorrió hasta
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entender tan profundamente la naturaleza de la
democracia americana. Sorprenderá a muchos
lectores aprender que Tocqueville, antes incluso
de emprender el viaje a Estados Unidos, ya
tenía una idea clara de lo que escribir. El trabajo de preparación y redacción partió por tanto
de una hipótesis previa acerca de lo que se iba
a encontrar en el Nuevo Mundo. Resulta fascinante ver cómo la observación de la realidad, y
luego la reflexión, fueron dando forma a esa intuición primera.
Un ejemplo –recurrente– es el de la importancia
de la religión en la vida norteamericana, que
contrasta violentamente con el apego de los
norteamericanos a los placeres materiales.
Desde una perspectiva europea, tan fuertemente influida por Platón –que Tocqueville leyó
en 1836, en Suiza–, se podía deducir que el cultivo de la espiritualidad y la moral requería alejar, e incluso desterrar, el ejercicio del comercio
y la industria. Así lo indica en un apunte, que en
esta edición va incluido en nota (p. 940, nota
e). Y sin embargo, de la observación de la realidad norteamericana Tocqueville deduce lo contrario. El espíritu americano, tan apegado al
bienestar y a los goces materiales, se desborda
también en la religión, en fenómenos de espiritualismo exaltado –como las de los shakers–, e
incluso en formas de misticismo.
Tocqueville, tan intelectual, tan distante, intuye
una de las características de la religión en Norteamérica, como es el fenómeno evangélico en
lo que tiene de conversión personal y de compromiso con la fe renovada. Siguiendo la intuición de Tocqueville, ha habido luego quien ha
llamado a los norteamericanos un pueblo de
místicos. Resulta encantador, a este respecto,
descubrir en apéndice el pequeño texto en el
que Tocqueville pone en escena, como si de una
fábula ingenua se tratara, una visita a tres lugares de culto cristiano, tres sectas en lenguaje
norteamericano, que plasman el pluralismo religioso de Estados Unidos. Aún más lo es la confesión del propio Tocqueville, que podemos leer
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gracias a Nolla y a sus editores y que ilumina
como pocas veces el texto final: “Si (yo) hubiese
nacido en la Edad Media, habría sido enemigo
de las supersticiones, pues entonces el movimiento social impulsaba a ello. Pero en nuestros
días me siento indulgente con todas las locuras
que puede sugerir el espiritualismo. El gran enemigo es el materialismo (…)” (p. 956, nota e).
El razonamiento no acaba aquí, y Tocqueville,
como es frecuente en su trabajo, vuelve a la reflexión sobre las sociedades europeas, a las que
llama, como es bien sabido, “sociedades aristo-
Los problemas de la elaboración de un método
de análisis que permita comprender la realidad
sin tener que pasar por modelos ideales ya estaban expuestos en el texto definitivo de La democracia en América. Es bien conocido el
capítulo dedicado a comparar a los historiadores de “los siglos democráticos” con los de “los
siglos aristocráticos”. Tocqueville vuelve en él a
una idea fundamental, como es que la democracia prefiere las ideas generales mientras que
las sociedades aristocráticas se inclinan por las
particulares. (Esta idea, aplicada a la lengua,
da el soberbio capítulo IX, sobre la lengua de la
democracia, que parece glosar su propio estilo
aristocrático.) Los apuntes descartados nos permiten darnos cuenta de hasta qué punto Tocqueville era consciente de la necesidad de esa
unidad –algo esencial para él en la imaginación
creadora–, cuando apunta para sí mismo cuál
debería ser la situación de este capítulo con
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En otro capítulo, la edición de Eduardo Nolla
permite ver el esfuerzo de Tocqueville por situarse en un punto que le permita entender cabalmente la nueva realidad democrática. A
Tocqueville le habría sido fácil adherirse al prejuicio muy común entonces (y que muchos
hemos conocido todavía) de la vulgaridad de
los norteamericanos. Buena parte de la Segunda Democracia va dedicada a esclarecer
este punto capital. En el capítulo IX Tocqueville
se plantea abiertamente mostrar “Cómo el
ejemplo de los americanos no prueba que un
pueblo democrático no pueda tener aptitud y
gusto por las ciencias, la literatura y las artes”
(p. 763). Y aquí todas las precauciones son
pocas. Una nota del editor nos informa de que
el autor pensó en partir del reconocimiento del
tópico, pero presentándolo como “algo moderado, sutil y no muy profundamente satírico. Es
preciso que no menosprecie demasiado a los
americanos si a continuación quiero realzar a
los otros pueblos democráticos” (p. 764). Viene
a continuación la comparación de los americanos con los castores, como si de un pueblo
animalizado se tratara. La imagen está inspirada por los trabajos de Buffon, que Tocqueville conocía, y podría insinuar la generalización
de que la democracia embrutece a los hombres. Pues bien, de lo que acaba queriéndose
burlar Tocqueville es precisamente de quienes
“creen que la democracia nos llevará a vivir
como castores”.
cráticas”. Siguiendo su método de trabajo, Tocqueville se niega a “imaginar una democracia
ideal cuando [puede] concebir fácilmente una
real” y cuando “lo que sucede ante nuestras miradas basta para ilustrarnos”. Así que al hablar
de los pueblos europeos, se volverá a ellos “tal
como se presentan a mi mirada [el énfasis es
mío], con sus tradiciones aristocráticas, sus conocimientos adquiridos, sus libertades”. Se pregunta entonces “si al volverse democráticos no
arriesgan, como se nos quiere persuadir, volver a
caer en una especie de barbarie” (p. 768, nota
g). La respuesta de Tocqueville es negativa, como
en otras ocasiones. Una vez adquirido el gusto
por los placeres intelectuales, afirma, un pueblo
no lo pierde. Aun así, queda la pregunta, que
desarrolla en El Antiguo Régimen y la Revolución
y que le llevará a presentir con tanta precisión los
peligros de la igualdad democrática. Por el camino, Tocqueville ha echado mano de una célebre pensée de Pascal que ha cobrado una
dimensión cultural y política nueva: “El hombre
no es ni ángel ni bestia, y la desgracia quiere
que aquel que quiere hacer el ángel haga la bestia” (nº 257 de la edición Lafuma).
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respecto al que trata de las ideas generales (p.
853, nota b).
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Además, las notas nos informan de la posición
de Tocqueville ante las consecuencias de este
predominio de las ideas y de las palabras. Como
–según Tocqueville– el historiador de los siglos
democráticos no logra percibir suficientemente
las influencias individuales, acaba negándolas.
“Prefiere hablarnos de la naturaleza de las razas,
de la constitución del país o del espíritu de la civilización”. Entre paréntesis, y descartada de la
edición definitiva, viene aclarado lo que piensa
el autor: “…grandes palabras que no puedo oír
pronunciar sin que involuntariamente me
acuerde del horror al vacío que se atribuía a la
naturaleza antes de haber descubierto el peso
del aire”. (p. 855) Lo cual, dicho sea de paso,
nos devuelve al universo de las polémicas pascalianas… Tocqueville, como bien vio Díez del
Corral, gravita, incluso en la cuestión del método,
alrededor del autor de las Pensées.
las ciencias sociales que está contribuyendo
tan decisivamente a elaborar. En torno a él gira
buena parte del texto del capítulo, pero, curiosamente, sólo se hace del todo explícito en un
comentario que no apareció en la edición definitiva: “Creo que casi todos los instantes de
su existencia, las naciones, como los hombres,
son libres de modificar su destino” (p. 858,
nota j). Y por si fuera poco, este capítulo iba a
ir seguido de otro, suprimido, acerca de la influencia de la democracia en la oratoria religiosa. La edición de Eduardo Nolla nos
descubre el núcleo de este proyecto descartado: un nuevo elogio, típico de Tocqueville, del
catolicismo norteamericano… basado en la
idea de que los sacerdotes católicos se dirigen
a la razón, y no sólo a la fe, y tratan de convencer más que de emocionar.
Como se ve, esta nueva edición es todo un festín para los aficionados a Tocqueville y a la reflexión sobre su tiempo… y el nuestro.
Ni que decir tiene que Tocqueville se da cuenta
de que ha alcanzado un punto esencial para
JOSÉ MARÍA MARCO
Las paradojas de
la libertad
España, desde la Tercera de ABC
BENIGNO PENDÁS
Tecnos. Madrid, 2010, 506 páginas.
Una Tercera sobre las Terceras
de Benigno Pendás
En ocasiones apetece emular. Y ésta es una especie de seudo Tercera, a causa de la agudeza
de las aportaciones que Benigno Pendás ha
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hecho en esas 126 “Terceras” de ABC con glosas, al par, acertadas y oportunísimas, a lo
largo de un periodo político tan interesante
como es el que ha vivido España desde el 28
de agosto de 1998 al 17 de enero de 2010. Lo
he contemplado con ojos de economista, como
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contraste con el planteamiento de ese gran politólogo que es el profesor Pendás. Históricamente va desde que Aznar, con el modelo
económico Aznar-Rato, logró insertar a España
como miembro fundador de la Unión Económica y Monetaria, o sea, de la Eurozona, hasta
que nos encontramos en medio de la gravísima
crisis económica originada, en parte esencial,
por los errores considerables de la política económica del Gobierno de Rodríguez Zapatero.
Por eso, como son los escritos de todos estos
grandes pensadores, es éste un libro crítico, escrito, como se lee en la página 228, por un “liberal austero”, irritado con quien tiene el
“estúpido empeño (de)... dar lecciones sobre el
sentido de la Historia, después de hacer el ridículo una y mil veces con sus pronósticos fallidos” y consciente (página 498), de “que ‘la
libertad es poder’ como dijera John Quincy
Adams”. Es un libro, pues, esencialmente,
sobre lo que sucede en la política de España,
¿Con qué nos vamos topando en esta obra?
En primer lugar, con un mensaje que corroboran en el aquí y ahora de España todos los economistas. Se lee en la página 37: “¿Qué se
espera de España?... La respuesta debe ser
clara y sencilla: austeridad, rigor, perseverancia, solidez y buen criterio; dureza en las negociaciones y fidelidad en los compromisos; una
cierta dosis, en fin, de calvinismo social y cultural, que proteja conscientemente al homo
faber y sitúe en su justa dimensión al homo ludens”. De ahí que señale (página 56) que “el
modelo liberal... debe impregnar la reforma
(educativa) de una genuina política de la excelencia”. Y en la página 477 se lee: “Una sociedad que prescinde de la excelencia corre
grave riesgo”, pero con este complemento que,
como profesor universitario asume, en la página 486: “Hemos construido un sistema universitario caro, ineficaz y ostentoso, mal
considerado por los índices internacionales de
más prestigio. Tenemos que hacer algo para extraer un sentimiento razonable del material humano disponible. Es más importante que
urgente, y tal vez por ello carece de interés inmediato para los políticos”.
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Ése es para mí el friso sobre el que se basa
un desarrollo ideológico desplegado con un
lujo cultural tan magnífico que, al contemplar
este libro, por fuerza he tenido que recordar
aquellos que recogían trabajos previos de
prensa de Ortega y Gasset, quien, como señala Julián Marías, tiene una parte considerable de su obra en “artículos..., parcialmente
reunidos en libros”. Por ejemplo recordemos,
por las consecuencias políticas que tuvo, el
volumen La redención de las provincias y la
decencia nacional, aparecido en 1929, en el
que se inserta, incluso, el artículo titulado
Bajo el arco en ruina, que publicó El Imparcial el 11 de junio de 1917. Ortega, por otro
lado, es uno de los antecedentes intelectuales de Pendás, y me parece, tras leer este
libro, que lo es con Díez del Corral y en lo económico con un clásico, Stuart Mill, y con un
grande de la tercera generación de la Escuela
de Viena, Hayek. Desde luego, sin olvidar a Jeremías Bentham. Deliciosa la anécdota sobre
éste de la página 26.
con un mensaje evidente, que se desprende de
la primera cita que aparece en él, la de la página 13: “Defiendo, como Pericles, una confianza audaz en la libertad”. Pero lo que plantea
es, al par, ambicioso y muy realista. Lo comprueba la cita final del libro (página 498): “La
historia universal es un tribunal muy exigente,
que actúa con justicia inapelable... Aquí y
ahora el desafío consiste en no tropezar con el
destino, esa ‘vieja roca’, como decía Hölderlin”.
Y quien se empeña en hacerlo debe tener presente este terrible párrafo de la pág. 109 –que
quizá, como economista, yo lo veo en lo que
sucede ahora mismo: “Alguien podría decir: “A
horse! A horse! My kingdom for a horse...”. Y
añadía irónicamente Pendás: “Se trata de William Shakespeare, Ricardo III”. Ese clamor por
un caballo cualquiera, ¡cómo se escucha en
estos instantes!
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En segundo lugar, y de modo persistente,
surge una crítica profunda, intensa, a los que
denomina (página 40) “nacionalismos periféricos”. En la página 121 se alude a que,
“como dijo tempranamente el Tribunal Constitucional, ‘autonomía no es soberanía’, sino
que es un poder limitado en el que cada organización territorial es ‘una parte del todo’...”,
o en la 122, se señala: “¡Cuántos males se
derivan del romanticismo trasladado a la política!” O lo de la 129, cuando apostilla esto
así: “¡Cuánto daño ha hecho esa miseria del
historicismo, que denuncia Karl Popper!”. De
ello (pág. 214), por ejemplo, se deriva la crítica al historicismo de Herrero de Miñón, porque permite a los nacionalistas “huir” del
término odioso de los “privilegios”. Por la
misma razón, existe resistencia a llamar
“poder constituyente” “a ese ‘fondo de poder
originario’, como lo califica Herrero, que les
permite decidir su futuro a ellos solos...”.
¿Para qué seguir en este repertorio perfecto
que he fichado? Llega hasta la referencia, en
las páginas 493-495, que concluye así: “En
el fondo, hay mucho de revancha del austracismo frente a los decretos de Nueva Planta.
Menos mal que muchos, la inmensa mayoría,
preferimos todavía salvar la letra y el espíritu
de la Transición democrática”.
Aunque en términos menos duros, también es
implacable, desde el punto de vista intelectual,
la crítica, lógica en un liberal, al socialismo.
Véase el capítulo 14, El último fabiano; o el
descarnado planteamiento que hace en las
págs. 213-214 de lo que Pendás denomina
“Apuntes para el buen socialista”. Y muy especialmente esta expresión que explica mucho
sobre la tragedia del socialismo, porque liquida
nada menos que sus fundamentos básicos, los
de un intento de adaptación del mensaje Ricardo-Marx al de Keynes –recordemos el librito
de Joan Robinson, An essay on Marxian economics–, hoy totalmente pulverizado. Aparece
esta tragedia bien clara en la página 345 del
de Pendás: “Ante todo, es preciso sublimar la
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mala conciencia de una izquierda molesta consigo misma por haberse plegado a los encantos del capitalismo”.
También debo anotar el evidente afecto de
Pendás hacia los Estados Unidos. Se respira
aquel atlantismo que, en su momento, Castilla intentó al procurar aliarse con Inglaterra, y
que fracasó, para nuestro daño, una y otra vez.
Ahora exige, a poca sensatez que se tenga,
pensando además en nuestra proyección en
Iberoamérica, un enlace franco con los Estados Unidos que Pendás liga a lo que se puede
leer en las páginas 209-210: “Sea en esta generación o en las dos o tres siguientes, el
mapa del mundo se va a reconstruir según los
planes del hegemón americano. Europa sólo
puede sobrevivir como sujeto global si consigue aportar legitimidad y buen sentido a las
andanzas, a veces erráticas, de la única superpotencia. Caerá en la irrelevancia si pretende competir con los Estados Unidos por
razones de soberbia, envidia o ingratitud. Caminamos hacia una era imperial...”. Y en la 497
se indica: “Hablemos de la única potencia universal digna de ese nombre, prestigioso sin
duda, pero muy exigente”.
Y si quiero ser notario total de esta obra, no
puedo dejar a un lado los múltiples elogios que
en ella se hacen a dos políticos: uno, José
María Aznar, y otro, Mariano Rajoy. Su mensaje
es, pues, rectilíneo. No se busque en ese gran
asturiano que es Benigno Pendás, miedos al
qué dirán o adaptaciones cucas a eso que pretende ser lo políticamente correcto.
Esta obra es una de esas luminosas que sirven
para afianzar nuestra acción hacia el futuro. Por
eso considero que debe ser perfecta. Y en ese
sentido, mi única crítica es a su Índice Onomástico. Es preciso rehacerlo del todo, y para
un libro como éste, que es preciso que se convierta en uno de referencia, ese índice es obligado. Volvamos a él porque su valor se
encuentra en que como se lee en la página 56,
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CUADERNOS de pensamiento político
“el tiempo apremia; como recordaba el maestro Díez del Corral, se puede perder el tren de
la Historia, por unos minutos, lo mismo que los
trenes de verdad”. O lo escalofriante del inicio
de El Castillo de Kafka: “Cuando K. llegó, ya era
tarde...”.
JUAN VELARDE FUERTES
The roads to modernity
The British, French,
and American Enlightenments
GERTRUDE HIMMELFARB
Vinatge Books. A Division of Random House, Inc.
New York, 2004. 235 páginas.
La autora muestra en esta obra, a través de un
excelente análisis de las ideas de la Ilustración,
cómo éstas influyeron en los diferentes proyectos políticos que configuraron el mundo mo-
derno en tres diferentes contextos culturales:
el británico, el francés y el americano. Define la
Ilustración británica como “Sociología de Virtud”, la francesa como “Ideología de la Razón”
y la americana como “Política de la Libertad”.
De paso, cuestiona varios tópicos: que los franceses son los exclusivos padres de la Ilustración; que existe sólo una Ilustración –La
Ilustración– como estilo de pensamiento
común a las culturas nacionales de Occidente
y, sobre todo, que los británicos no tuvieron una
Ilustración propia y que alimentaron una especie de Contrailustración (o Contrarrevolución).
Pero vayamos por orden.
Los que no conocen la obra historiográfica de
Gertrude Himmelfarb suelen identificarla como
“musa” y “abeja reina” de los neoconservadores
americanos, en su calidad de esposa (ya viuda)
de Irving Kristol, padrino de los neocons, y
madre de William Kristol, el analista político de
The Weekly Standard, o incluso como hermana
de Milton Himmelfarb, un escritor y analista de
temas judíos. Desde luego, la suya es una familia muy notoria. El escritor norteamericano
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RESEÑAS
The Roads to Modernity se publicó por vez primera en los EE.UU. en 2004, y en 2008 en el
Reino Unido. Aunque se trata de un libro con
seis años a cuestas, conviene insistir en la necesidad de su lectura. Gertrude Himmelfarb, su
autora, es la gran historiadora contemporánea
de la Inglaterra victoriana (destacando además
por sus ensayos sobre John Stuart Mill, Alexis
de Tocqueville y el liberalismo, Darwin o George
Eliot) y una de las mejores representantes actuales de la Historia de las Ideas. En Europa es
poco conocida fuera de los círculos profesionales, pero en los EEUU se la considera una de
las personalidades públicas más polémicas. El
meollo de sus investigaciones es “las ideas que
importan”, las que motivan a actuar a los hombres y tienen que ver con la política, religión y
valores morales. En este sentido, The Roads to
Modernity no es un libro muy distante de sus
obras anteriores ni posteriores.
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Jacob Weisberg escribió en The New Yorker, en
los noventa, que “ninguna familia ha tenido un
impacto tan grande en el conservadurismo actual como los Kristol”. Sin embargo, desde que
en 2008 se publicó The Roads to Modernity en
el Reino Unido, con prólogo de Gordon Brown,
candidato laborista en las elecciones generales
del 6-M, los periodistas británicos de izquierda
no han dejado de estar preocupados y confundidos a causa de la historiadora americana. En
el Reino Unido se sabe que Margaret Thatcher
es una gran admiradora de Himmelfarb. Ambas,
en su momento, apostaron por restaurar los valores victorianos. O las virtudes victorianas,
como los prefiere denominar Himmelfarb (que
aquí llamaríamos, a secas, valores tradicionales): esfuerzo personal, respeto, responsabilidad, prudencia, sensatez, templanza, decencia,
familia. En la actualidad estos valores son tachados como conservadores o neoconservadores y, paradójicamente, parece casi vergonzoso
mencionarlos como puntos de referencia en los
programas de partido, porque la acción política
se identifica exclusivamente con la imagen y la
gestión. En tal contexto, las ideas y la moral parecerían no tener mucho sentido.
Gertrude Himmelfarb tiene 88 años. Su último
libro, The Jewish Odyssey of George Eliot, se publicó el año pasado. Nació en 1922, en Brooklyn, Nueva York, en el seno de una familia
judía “pobre y digna” –como ella misma la define–, cuyos padres emigraron a los EE.UU. en
la época de la Gran Guerra. Se graduó en la
New Utrecht High School de Brooklyn, fue investigadora en la Universidad de Cambridge y
se doctoró en la Universidad de Chicago. Entre
1950 y 1965 desarrolló una carrera poco convencional, como una independent scholar que
escribió varios libros mientras cuidaba de sus
dos hijos. Posteriormente, recibió en los EE.UU.
los premios más importantes de Humanidades y actualmente es profesora emérita de la
Universidad de Nueva York. Los que la identifican con el pensamiento neocon no pueden
negar sus méritos y su gran profesionalidad
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como historiadora, aunque no le perdonen sus
actuaciones públicas: se opuso rotundamente
al cambio de currículo en las universidades
norteamericanas, al feminismo radical, al
aborto y a la discriminación positiva. Criticó ferozmente la “Nueva Historia”, la de los historiadores postmodernos que relativizan la
verdad histórica “huyendo de la tiranía de los
hechos”, y les reprochó su silencio acerca de
las ideas políticas, culturales y morales que
subyacen a los acontecimientos históricos,
acusándoles además de no distinguir entre
“héroes” y “villanos”.
El propósito principal de The Roads to Modernity es rescatar la Ilustración de los críticos
que no creen en ella y de sus supuestos defensores que no son capaces de criticarla, de
los postmodernos que niegan su existencia, de
los historiadores que disminuyen su importancia, y, sobre todo, de los franceses, que la han
usurpado por completo. Este rescate está determinado por la intención de redefinir la idea
de la Ilustración, abusivamente identificada
con los philosophes, y de demostrar que existió una Ilustración inglesa muy diferente de la
francesa y la americana. Sin embargo, Himmelfarb reconoce que hay una serie de conceptos y valores que comparten todos los
ilustrados: respeto por la Razón, derechos del
hombre, libertad, igualdad, justicia, tolerancia,
ciencia, progreso.
En los dos últimos siglos, los paradigmas de la
revolución liberal y de la Ilustración eran los filósofos y escritores franceses del XVIII. Esta
identificación de la Ilustración con Francia
llevó a juzgar otros acontecimientos históricos
desde la experiencia francesa: por ejemplo, la
Guerra de la Independencia americana (17751783) como preludio de la Revolución de
1789, o la ausencia de revolución política en
Inglaterra como contrarrevolución o contrailustración. Himmelfarb discrepa de los autores
que afirman que existe sólo una Ilustración
(Peter Gay), de los que alegan que no existe
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CUADERNOS de pensamiento político
Ilustración inglesa (Franco Venturi), o de los
que, en el otro extremo, aseguran que la Ilustración británica ha creado el mundo moderno
(Roy Poter).
El núcleo de la Ilustración francesa es la Razón.
En nombre de la Razón, Voltaire declaró la guerra a la Iglesia. Para los philosophes, los principales enemigos eran la religión y el ancien
regime. “La Razón para los philosophes” –se
decía en la Encyclopédie– “es lo mismo que la
gracia divina para los cristianos. Tal como la
gracia divina motiva a los cristianos para actuar, la Razón motiva a los philosophes”. La
Éstas no son las ideas que sostuvieron los pensadores británicos y americanos en el siglo
XVIII. Para ellos, la Razón no tiene un papel predominante, y no es la religión, ni como dogma
ni como Iglesia institucional, el enemigo principal de la Humanidad. No creen en el abismo
entre Razón y religión. La separación de la Iglesia del Estado no significa la separación de la
religión de la sociedad. Al contrario, la raíz de la
tolerancia, la que garantiza las libertades individuales, está en la tolerancia religiosa, en la
existencia de diversas iglesias. Además de representar una esperanza de salvación para los
individuos, la religión es un buen instrumento
para realizar reformas sociales. De ahí que el
Reino Unido sobreviviera a la revolución económica en el siglo XVIII sin pasar por la revolución política.
La base de la Ilustración británica es la Virtud
entendida como capacidad del hombre de distinguir el bien y el mal. La Sociología de Virtud
es una ética social que no deriva ni de la Razón
ni de la religión, sino del sentido moral, de la
capacidad del hombre para ser compasivo y
benevolente con los de su especie. La benevolencia es una virtud mucho más modesta que
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RESEÑAS
En primer lugar, Himmelfarb demuestra que
existe una Ilustración británica. Venturi argumenta que en Inglaterra no había un grupo de
intelectuales que se vieran a sí mismos como
una clase aparte, consciente de su papel y de
su función específica en la sociedad. Una clase
disidente y potencialmente revolucionaria,
como en el caso de los philosophes franceses.
La historiadora norteamericana afirma que los
ingleses, efectivamente, no tenían philosophes
que se reunieran en salones sofisticados para
discutir de lo divino y lo humano, pero sí había
en Inglaterra y Escocia escritores, pensadores
y filósofos morales (pensadores que sostenían
que cada hombre posee un sentido moral, esto
es, capacidad innata de distinguir el bien y el
mal), publicistas muy activos que frecuentaban
los pubs y publicaban en revistas como The
Spectator. Tal diferencia entre philosophes y filósofos morales no es baladí. Aunque rinde homenaje a la trinidad británica –John Locke,
Isaac Newton, Francis Bacon–, para Himmelfarb, el padre de los ilustrados británicos sería
el tercer Duque de Shaftesbury, sin olvidar a
Adam Smith, David Hume y Edward Gibbon.
Además, incluye en la Ilustración británica a
pensadores que habitualmente han sido tachados de contrarrevolucionarios, como John
Wesley y Edmund Burke, quien sin duda es uno
de sus filósofos favoritos y el que más ha influido en su obra historiográfica.
Razón no sólo se definía en oposición a la religión, sino que implícitamente reclamaba el
mismo estatuto dogmático que ésta. En tal
sentido, la defensa de la Razón equivalía a la
doctrina de la gracia divina. Para los ilustrados
franceses, la Razón sólo la pueden poseer unos
pocos: los bien nacidos y los cultos, eso es,
ellos mismos, porque la gente corriente, tal
como escribió Diderot en un artículo de la
Encyclopédie, no forma parte de la “época filosófica”. “La multitud es ignorante y estúpida”,
afirmó. Pero sostuvo asimismo que el individuo
no posee la capacidad de decidir lo que es
bueno o malo. Sólo la raza humana tiene tal
capacidad y derecho, porque sólo ella puede
expresar la “voluntad general”. La voluntad individual puede ser buena o mala; la general
siempre es buena, según Diderot.
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CUADERNOS de pensamiento político
RESEÑAS
la Razón, pero posiblemente mucho más humana. La compasión y la benevolencia como
virtudes personales en el nivel social se reflejan
en la fundación de organizaciones benéficas y
caritativas, que amortiguaron las consecuencias de la modernidad y contribuyeron decisivamente a una política reformista.
Los legados más notables de la ideología de la
Razón fueron el anticristianismo y la Revolución
francesa. Como observó Hanna Arendt, esta última fue una revolución de los miserables. La
“pasión por la compasión” no dejó sitió en ella
para la ley ni para la libertad, ni siquiera para
la Razón. La Revolución francesa no fue una revolución social, sino una revolución sentimental, que desembocó, como sabemos, en el
Terror jacobino. Es irónico que Robespierre
usase el eufemismo “República de la Virtud”
para su régimen de Terror, acusando la influencia directa de Rousseau, que invitaba a convertir las “voluntades individuales” en una
“voluntad general”. Rousseau no usó el concepto de “reino de virtud”, pero introdujo la idea
de la religión civil en su Contrato Social, como
base de un nuevo orden social. Tal religión inculcaría en los hombres los sentimientos sociales sin los cuales un hombre no sería un
buen ciudadano.
Aunque Himmelfarb no lo mencionase explícitamente, no es difícil percibir la influencia que
tuvo Rousseau en el socialismo y en el comunismo, que se presentaron como nuevas religiones. Tampoco que la Razón ha sido el fetiche
de las utopías totalitarias de los siglos posteriores, y, sobre todo, que el terror y la falta de libertades individuales de los regímenes más
tiránicos de la modernidad se justificaron apelando a la Razón.
La Política de la Libertad en el caso americano,
aunque influida por los filósofos morales y por
la Sociología de Virtud, tuvo sus características
peculiares. La virtud fue la base del ideario de
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los Padres Fundadores –Washington, Jefferson,
Adams y Hamilton– pero no les pareció suficiente para construir un nuevo orden político.
Los americanos pusieron la Libertad por delante de la Razón y de la Virtud. La Libertad fue
la causa de la Revolución y el fundamento de
la República, la fuerza principal que inspiró la
Constitución. La americana no fue una revolución sentimental, como la francesa, sino política. Los americanos querían construir un nuevo
orden político, no un nuevo orden social. Lucharon, como afirmó Hannah Arendt, por un espacio público de libertad, no por el reparto del
pastel.
La ilustración británica no fue impulsada por el
ideal de un cambio revolucionario, como la
francesa y la americana. Los filósofos morales
no querían construir un nuevo orden social ni
político, sino reformar la sociedad, hacerla
mejor para todos los hombres. Ahí estaba el secreto británico, que ya intuyó Montesquieu en
el siglo XVIII, cuando afirmó que los ingleses
saben mejor que nadie cómo valorar los tres
grandes logros de la humanidad: la religión, el
comercio y la libertad. Himmelfarb, desde la
perspectiva de la Historia de las Ideas, afirma
que los británicos se enfrentaron al mundo moderno con good sense, lo que sus filósofos definieron como common sense. Este buen
sentido o sentido común les ha sido útil en las
épocas turbulentas de la modernidad. En términos políticos, podría decirse que se trata de
una equilibrada mezcla de la pasión por la libertad individual y de la consciencia de la responsabilidad social.
Himmelfarb, además de mostrar las diferencias
históricas, políticas, sociales y culturales de las
tres Ilustraciones, describe, con brillantez insólita y espíritu de provocación intelectual, cómo
las ideas y las éticas se convierten en programas y actitudes políticas concretas.
MIRA MILOSEVICH
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CUADERNOS de pensamiento político
Conducta humana
y sociedad civil
Introducción a la filosofía política
de M. Oakeshott
F.J. LÓPEZ ATANES
Unión Editorial, Madrid, 2010, 262 páginas
No es temerario afirmar que Michael Oakeshott
es posiblemente en nuestro país, y no únicamente aquí, uno de los grandes desconocidos
del pensamiento contemporáneo, a diferencia
del mundo anglosajón, donde ocupa un lugar
destacado. No ayuda en la solución de este
hecho la falta tanto de estudios sensatos, profundos e incluso críticos sobre este autor, ni
tampoco la carencia de traducción de sus obras
al castellano, lo que no ocurre con otros. Quizás
sea efectivamente una cuestión de modas que
ensalzan a unos y relegan a otros al olvido, algunos injustamente, como Oakeshott.
Es precisamente por ello por lo que consideramos de especial interés la “Introducción a la filosofía política de M. Oakeshott”, tal y como se
recoge en el propio título de López Atanes. En
sus propias palabras, “no tiene más pretensiones que, en primer lugar, aportar algunos datos
básicos sobre la figura de Oakeshott […]. En
segundo lugar, acercarnos de un modo general
a sus posiciones teóricas, su lenguaje, sus propuestas en el orden político, trazar una panorámica de su trayectoria intelectual a través de
sus libros y ensayos; por último, dar cuenta de
sus dos principales categorías políticas básicas: asociación de empresa y asociación civil”.
No es fácil sistematizar el pensamiento de un
autor, máxime cuando el propio autor no desarrolla su obra de una forma sistemática, es más,
cuando ni siquiera podemos encontrar toda ella
en lo que podríamos denominar “volúmenes temáticos”, sino, salvando De la experiencia y sus
modos (1933) y Sobre la conducta humana
(1975), recoge su pensamiento en diversas recopilaciones de ensayos que van dando forma
a su filosofía política. Este hecho es reconocido
por López Atanes, si bien no es la única dificultad encontrada en el estudio de este pensador.
A la falta de traducción de sus textos, un verdadero problema a la vista de los resultados,
se une la dificultad en el rastreo de las fuentes
de las que se nutre. A pesar de lo cual, Oakeshott consigue introducir al lector en su pensamiento, lo lleva hacia preguntas cuya respuesta
exige un estudio más detallado y deja, tras su
lectura, a aquel que se acerca con curiosidad e
interés, deseos de conocer su filosofía política
desde sus propios escritos.
Tal y como hemos indicado, López Atanes señala que su libro no pretende ser más que un
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RESEÑAS
En el prólogo de este libro señala no sin razón
Benigno Pendás que “aunque resulte sorprendente para los profanos, también la historia de
las ideas políticas está sujeta a las reglas de la
moda y acaso al imperio de lo efímero”. Y continúa: “no hay ‘canon’ universal ni doctrina consolidada que resista el paso de una generación
de investigadores arriesgados”. Es seguramente
en esta última donde hemos de encuadrar al
profesor López Atanes y al libro resultado de su
tesis doctoral.
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CUADERNOS de pensamiento político
RESEÑAS
acercamiento a la obra de Oakeshott. Este objetivo está suficientemente logrado. Podemos
conocer a lo largo de las páginas su pensamiento en torno, fundamentalmente, a las siguientes ideas: el individuo, la sociedad, el
Estado y el gobierno; todo ello junto a otros
temas, en ocasiones transversales a los otros,
como la educación, la legitimidad de las decisiones o el papel de la ley.
Previamente, el profesor López Atanes nos da
elementos suficientes para poder acercarnos de
una mejor manera a su obra –especialmente
para aquellos a quienes Oakeshott les es ajeno.
Así, gracias a una biografía intelectual podemos
contextualizar el momento en que escribe, su
formación y ciertas fuentes. Oakeshott nació en
1901 y murió en 1990, y vivió, salvo pequeñas
estancias en lugares como Alemania, en Inglaterra. Por la época en la que vivió, llegó a conocer diversos momentos políticos que marcarían
su pensamiento: fue un siglo de contrastes en
lo político, lo económico y lo social. Su formación de historiador le sirvió para acercarse y entender mejor los acontecimientos con los que
convivió, e incluso para justificar su propio pensamiento y su ser conservador. Profundamente
tradicionalista en su pensamiento y en su obra,
podemos ver en él continuas referencias clásicas. No sólo son constantes las influencias aristotélicas, también lo son la consideración de la
respublica y del ius, herencias de Roma. No son
éstas las únicas influencias que vemos en su
obra. Es notable la impronta hobbesiana, y no
menos el idealismo, de raíz hegeliana fundamentalmente. Si bien éstas, junto a Montaigne,
ensayista renacentista, son los influjos principales en Oakeshott, por cuanto otras son difíciles de determinar debido a que sus escritos
carecen de citas y de referencias directas.
Como hemos señalado anteriormente, los
temas que podemos destacar son el individuo,
la sociedad, el Estado y el gobierno. Oakeshott
es deudor de un pensamiento deductivo cuya
fuente principal es la experiencia. Así, niega el
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conocimiento que pueda provenir de otras formas por cuanto pierde pureza al estar mediatizado. A partir de aquello que llega a conocer
por sí mismo (aspecto de indudable influencia
clásica) deduce sus propios planteamientos
que somete a continua revisión; de ahí que podamos encontrar ciertas leves contradicciones
en algunos aspectos de su pensamiento, que
no son tales realmente, sino evoluciones fruto
de la profundización y autocrítica.
Quizás el punto más interesante a destacar es
la caracterización que lleva a cabo de las comunidades políticas y de los Estados. Para ello
parte de la diferenciación entre asociación civil
y asociación qua empresa (capítulo 7 y siguientes). La segunda, que es la que le interesa,
se define como “agentes que se relacionan en
términos de satisfacción de necesidades, son
sujetos vinculados unos a otros por imaginadas
y deseadas satisfacciones comunes”, de tal
forma que “lo propio de la asociación qua empresa es la satisfacción de unas necesidades
comúnmente consensuadas”. Así, el criterio es
la utilidad mutua, una suerte de utilitarismo colectivo en donde se asume, y no se discute, que
el bienestar colectivo es el bienestar propio,
idea que por otra parte no es original de Oakeshott. Esta asociación qua empresa va a conducir a la universitas –a la que no difícilmente
se le pueden diferenciar los elementos configuradores del Estado–, si bien esta construcción,
como el propio Estado, es artificial por cuanto lo
natural es la individualidad y el autogobierno.
Ello frente a la societas.
Una vez llegamos a conceptualizar el Estado
nos surge la pregunta: ¿cómo es ese Estado y
de dónde surge la legitimidad del gobernante
para llevar a cabo la acción de gobernar?
En la concepción de Oakeshott hay una suerte
de contrato que permite la traslación de voluntad del individuo al Estado, pero la pregunta que
él se hace va algo más allá. ¿Para qué? No es
suficiente para él una respuesta en sentido hob-
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CUADERNOS de pensamiento político
besiano, o como la dada por los primeros liberales: para la protección de la seguridad del individuo. Considera por tanto que es necesario
algo más, ya que el Estado que él concibe es teleocrático. En este sentido, “gobernar es en
parte condicionar los fines de los sujetos al propio fin de la asociación institucionalizado y que
podría llegar a definirse por parte de aquél
como la tarea de administrar bienes y recursos”.
Así el gobierno es, en palabras de Oakeshott,
“la actividad de generar e imponer fines, y el
reconocimiento de éstos como condiciones
sustantivas de lo real”. Pero ello nos puede llevar a una fácil pregunta, ¿cómo conjuga ello
con la libertad del individuo?
Estas breves líneas no hacen justicia a otros
muchos aspectos de indudable interés señalados en el libro del profesor López Atanes, pero
sí pretenden despertar el interés de futuros lectores, investigadores y estudiosos en la figura
de Michael Oakeshott. Tras habernos adentrado, siquiera brevemente en su figura, entendemos por qué es una de las figuras más
respetadas en el conservadurismo británico y
nos sumamos a los que reivindican para este
autor el papel que merece en la historia del
pensamiento político contemporáneo.
IRENE CORREAS SOSA
Dios ha vuelto
God Is Back. How the Global Revival
of Faith Is Changing the World
JOHN MICKLEWAITH Y ADRIAN WOOLDRIDGE
Ed. Penguin Press. 405 pags.
En el libro God Is Back los periodistas Micklethwait y Wooldridge, realizan un análisis del
fenómeno religioso en Estados Unidos y Europa, de cómo estos modelos han triunfado o
no más allá de sus fronteras y de hasta qué
punto ello está influyendo en las relaciones
internacionales. Este libro tiene algunas de las
virtudes de la revista The Economist, en la que
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RESEÑAS
Lo soluciona señalando que el sentido del Estado y por tanto la acción del gobierno depende de una “suerte de síntesis entre la
voluntad del gobierno y la de los asociados”.
Evidentemente ello supone establecer ciertos
controles por cuanto aun cuando la voluntad
del gobierno y la del gobernado coincidan, ello
no impide que el gobernante trate de imponer
sin consensuar su voluntad al gobernado. De
esta forma, derivaríamos en un totalitarismo,
que no es la idea de Oakeshott. Él quiere limitar la legitimidad al momento en que exista una
coincidencia de voluntades: el gobierno responde al pueblo y el gobernante es el siervo
del gobernado, y no al revés; lo que no implica
que sea la voluntad del gobernado la que haya
de imponerse necesariamente, por cuanto no
es necesariamente virtuosa. La herramienta
principal de la que se vale el Estado es la ley.
La que tienen los ciudadanos, si bien no es directa, son los controles al poder, y por supuesto, la elección de representantes.
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CUADERNOS de pensamiento político
trabajan ambos periodistas: es un análisis
ameno y bastante completo de una realidad
en el que utilizan parámetros que no son habituales.
RESEÑAS
La presencia de la religión en la esfera pública
es un hecho: constantemente se citan el caso
de los atentados del 11 de septiembre, o actualmente en España el debate sobre el burka
en los lugares públicos o en Italia la presencia del crucifico en los centros escolares. Este
libro estudia estos fenómenos, entre otros,
como reflejo del crecimiento de la fe y de sus
distintas manifestaciones. Los autores consiguen analizarlo en su complejidad, pues intentan observarlo en la política, en la
Universidad, en la economía, o simplemente
en el reconocimiento por los ciudadanos de
un país del aumento de su religiosidad, sin
estar llenos de prejuicios hacia ningún grupo
religioso.
Así estudian principalmente la diferente evolución de este fenómeno en Europa y en Estados Unidos. En el caso europeo, ésta ha
sido tanto de rechazo a las manifestaciones
religiosas en general como al que expresa su
fe. Micklethwait y Wooldridge consideran que
este proceso comienza durante el periodo de
la Ilustración en Francia y posteriormente incide sobre todo en las elites europeas, y que
la evolución intelectual era incompatible con
la fe religiosa. En el siglo XIX un segundo movimiento en esta dirección conllevó la adopción de otros “cultos”: a la ciencia, a la cultura
o al socialismo. Se contrapuso entonces modernidad y fe religiosa.
Coetáneamente, el proceso en Estados Unidos fue diferente sin llegarse a producir esta
identificación entre desarrollo científico-intelectual y modernidad versus secularización.
Fue ésta una relación más tranquila, al considerarse que ambas –modernidad y fe– pueden convivir. En la primera enmienda a la
Constitución de los Estados Unidos la relación
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del poder con la religión supuso la creación
de un principio de tolerancia religiosa de
arriba abajo y viceversa, y, como consecuencia, la creación de un libre mercado en el que
los grupos religiosos podían competir libremente, mejoraban su interacción con los ciudadanos y su posibilidad de crecimiento.
Este mercado libre llevó a la llamada “americanización de la religión”, esto es, a la libre
elección de la religión (se puede ser bautizado
de niño como católico y acabar la vida siendo
baptista), a la salvación mediante el estudio
por cada individuo de la Biblia y al desarrollo
de la conciencia (frente a una religión estructurada alrededor de instituciones sociales) y a
la función de unos líderes carismáticos frente
a unos clérigos tradicionales. La aceptación
de la libertad religiosa conlleva la apertura del
mercado a la concurrencia y, como consecuencia, supone una mayor capacidad de
elección, que es aprovechada tanto por las
estructuras religiosas que tienen un “mercado” mayor como por la capacidad de elegir
la Iglesia a la que se quiere pertenecer.
Pero también han sufrido las iglesias en Estados Unidos los “ácidos de la modernidad”,
aunque las crisis han existido por diferentes
motivos: inicialmente los enfrentamientos fueron entre católicos y protestantes y, desde la
Segunda Guerra Mundial, entre fundamentalistas y liberales. Esto llevó a periodos de distanciamiento de los grupos religiosos de la
esfera pública (sobre todo los evangelistas), y
a un desprecio de la “cosa pública” y de los
políticos. A este proceso se le unieron problemas organizativos y una relación extremadamente estrecha con el alcohol y los
escándalos sexuales por parte de algunos líderes religiosos, lo cual retrasó su incorporación al mundo de la acción política.
Uno de los capítulos más interesantes del
libro es en el que se realiza un análisis de la
religión durante el periodo del 2000 al 2008
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CUADERNOS de pensamiento político
en Estados Unidos. Consideran que la influencia de los grupos religiosos en materia
de política internacional no fue tanta como se
les ha adjudicado: la base formada por el
apoyo de los grupos religiosos ayudó a la
elección en el 2004 de George W. Bush e influyó en política interna (el caso Schiavo y la
financiación de proyectos de investigación que
utilizaron líneas celulares creadas con anterioridad al 2001).
Otra de las cuestiones que examinan es el estudio del espíritu empresarial dentro de las
iglesias americanas, factor que habría llevado
a su éxito y producido su internacionalización.
Así, han observado que el modelo de gestión
de estas iglesias está mucho más profesionalizado. De hecho han conseguido que en
un “mundo alienado” haya un lugar donde se
cree comunidad (en algunos casos de cientos de miles de personas) y que esta fórmula
se esté expandiendo con gran éxito en Latinoamérica o en Corea del Sur. La sofisticación
de la sociedad requeriría también nuevas técnicas a la hora de la aproximación a la fe,
aunque esto no es algo que sea nuevo: el
Padre Arrupe en su libro Este Japón increíble
(1965), sobre su experiencia en aquella nación, ya hablaba de las dificultades que se
En los últimos capítulos, Micklethwait y Wooldridge estudian las “guerras culturales” y el
futuro de las religiones en este contexto. Por
un lado, analizan internamente el acercamiento de los distintos grupos intelectuales
–los liberales, los teócratas y los neocons– a
la religión, matiz éste que la mayoría de la
prensa europea no hace; mientras que por el
otro consideran en el contexto internacional,
las llamadas “guerras de religiones” y a pesar
de que las actuales luchas podrían parecerse
a las del siglo XVII, éstas no tienen por qué
ser iguales y podría alcanzarse una convivencia pacífica. Es curioso que la relación de causalidad entre el éxito futuro de la Biblia frente
al Corán lo miden con parámetros económicos y sociales, pero parecen dejar de lado elementos como el factor demográfico.
Finalmente, los autores llegan a la conclusión
que da título al libro: “Dios ha vuelto” , la fe ha
vuelto y esto tiene consecuencias. Entre ellas,
que las religiones deben desarrollarse en un
mercado libre que favorece a todos y que, al
final, la religión ayuda a crear comunidad y
concede reposo en “época de turbulencias”.
También destacan que cuando este mercado
libre no ha sido capaz de desarrollarse o se ha
perdido, como en el caso europeo, esto ocurre
en menoscabo de la sociedad. Y, por fin, señalan que la religión y el poder deben estar lo
más separados que sea posible, puesto que el
monopolio religioso a corto plazo puede ser
una ventaja pero, a la larga, genera falta de capacidad competitiva y una posterior pérdida
del propio sentimiento religioso.
CARMEN ISOLINA EGEA
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RESEÑAS
Con respecto a la política internacional, la influencia de los grupos religiosos abarcaría las
relaciones con Oriente medio, y especialmente con Israel, aunque los autores entienden que no es tanta la influencia del “lobby
judío” y sí es más importante la identificación
de los evangelistas con Israel como tierra de
conquista, siendo por ello un grupo con
mucha mayor influencia. Este punto es probablemente contestado por una gran cantidad de analistas que consideran que “el lobby
judío” es el que establece la agenda de la política exterior de los Estados Unidos.
encontraba ante una sociedad tan sofisticada
a la hora de la evangelización y el mantenimiento de la fe.
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CUADERNOS de pensamiento político
Es la hora. David Cameron
JUAN MILIÁN
Prólogo de Jorge Moragas
RESEÑAS
LID Editorial Empresarial, Madrid, 2010. 176 páginas.
David Cameron ha logrado situar de nuevo en
el poder al Partido Conservador británico, y lo
ha hecho con un liderazgo y un mensaje renovado. El nuevo primer ministro ha desplegado,
desde que se hiciera con el liderato de su partido en 2005 con un brillante discurso, interesantes recursos de comunicación política que
Juan Milián analiza con detalle en este libro. Es
la hora. David Cameron es una obra que viene
a cubrir la falta de bibliografía en castellano
sobre el líder conservador británico, y que será
de interés tanto para quienes quieran conocer
mejor las claves del mensaje, la personalidad
y los valores del nuevo Premier del Reino
Unido, como para aquellos que deseen saber
más sobre comunicación política.
Juan Milián, politólogo y experto en comunicación, recoge en su libro (escrito antes de las recientes elecciones) las facetas esenciales del
político del siglo XXI que encarna David Cameron, que debe desenvolverse en una sociedad
hipermediatizada en la que las nuevas tecnologías son tan importantes como los medios
de comunicación en la acción política. Milián
acude también al fondo de su mensaje, destacando los valores que mueven al líder conservador que ha personificado el cambio frente al
laborismo. Un interesante libro de política en
todas sus dimensiones, tanto en la puesta en
escena, como en las ideas que subyacen al
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JULIO / SEPTIEMBRE 2010
discurso y que han impulsado a un político
como David Cameron, de gran capacidad oratoria y fino olfato para detectar las necesidades
de cambio de la sociedad británica.
La carrera de Cameron para ser primer ministro
se remonta a 2005, cuando fue elegido líder
del Partido Conservador en el congreso de
Blackpool. No era el favorito, pero salió victorioso en la elección tras pronunciar un brillante
discurso que emocionó al auditorio. Lo hizo sin
papeles ni teleprompter, y no se refugió detrás
del atril. Habló moviéndose por el estrado, con
gestos eficaces y convincentes, y concluyó entre
una intensa ovación. Los delegados apostaron
por él. La clave: reafirmación de los principios
conservadores y modernización del mensaje del
partido, para lograr el cambio que la sociedad
británica deseaba frente a un laborismo desgastado y ayuno de nuevas ideas. Y sobre todo,
fe en la victoria y convicción de dejar atrás las
derrotas electorales. David Cameron supo mostrarse como símbolo de todo eso. Y fue efectivo.
Sus habilidades de comunicación demuestran
la importancia de la oratoria en la política, una
actividad en la que convencer a las personas
sigue siendo esencial.
Jorge Moragas, coordinador de Presidencia y
Relaciones Internacionales del Partido Popular,
que prologa el libro, destaca lo que George Os-
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CUADERNOS de pensamiento político
Juan Milián ha planteado esta obra como un
análisis de los principales elementos de la comunicación política. Evalúa, entre otros temas,
las ideas, los valores, la estrategia, el mensaje,
el liderazgo y la oratoria de David Cameron.
Clave en su éxito es haber sabido utilizar su inteligencia emocional, potenciando las cualidades con las que se identifica el ciudadano
medio, que busca políticos que comprendan
sus problemas y tengan la capacidad y la determinación para resolverlos. Cameron es cercano, a pesar de provenir de la clase
acomodada y haberse formado en instituciones elitistas como Eton y Oxford, y hace un discurso social, reclamando la vigencia de valores
subyacentes en la sociedad del Reino Unido.
La influencia de los medios de comunicación
ha personalizado la política, exigiendo que el
candidato encarne los valores de su mensaje.
Bajo el foco constante de los mass media, el
líder, más importante hoy que el programa,
debe ser aquello que dice ser, y la exigencia
de ejercicio ético de la política para gozar de
autoridad es máxima. David Cameron ha logrado sublimar sus cualidades al elevar su figura por encima de ideologías y partidos. Ha
sabido utilizar la televisión, las nuevas tecnologías, y los libros escritos sobre él para proyectar una imagen de líder conservador
diferente, moderno, con problemas como los
de cualquier ciudadano, entregado a su familia y, sobre todo, presidenciable. Milián destaca que el líder tiene que hacerse ver
claramente como el futuro vencedor. Nadie se
alinea con los perdedores. La sensación de
posibilidad de alcanzar el gobierno ha sido
decisiva para Cameron, ya que ninguno de los
anteriores líderes tories logró que se visualizara esa opción. Él ha apostado por innovar
en el discurso del Partido Conservador, con un
mensaje de cambio elaborado con la cabeza,
pero dirigido al corazón, con valentía y sin
ocultar las dificultades. La capacidad de su
líder para conectar con la sociedad ha devuelto la esperanza a muchos conservadores.
Juan Milián desgrana este nuevo mensaje, basado en el afianzamiento en lo esencial. En su
discurso de Blackpool en 2005, apeló a las
bondades del pensamiento conservador y destacó los principios que deben hacer sentirse
orgullosos a los tories y que a él le llevaron a
entrar en ese partido: amor al país y a su historia, fe en la libertad y en la responsabilidad.
Cameron pone el acento también sobre valores básicos, como la familia, la comunidad y la
educación de los jóvenes, que cree que están
en peligro en la “sociedad rota” del Reino
Unido, así bautizada por el líder conservador,
y también así percibida por casi el 70% de los
ciudadanos, según The Times. El líder tory ha
formulado este discurso integrador, de tono
moderado, aunque no exento de dura crítica
al laborismo, bajo el concepto de compassionate conservatism (conservadurismo compasivo o social).
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RESEÑAS
borne, mano derecha de Cameron, le dijo sobre
el líder tory antes de que pudiera conocerle
personalmente: “tiene el factor X, el factor de la
atracción”. Ideas, valores y comunicación forman, según Juan Milián, “el tridente de David
Cameron, un arma con la que cualquier aspirante al liderazgo debe contar”. El líder tory se
ha rodeado de eficaces compañeros de camino: expertos en marketing político como
Steve Hilton y responsables de prensa como
Andy Coulson. Esto muestra la importancia que
Cameron ha concedido a la comunicación política, los mass media y las nuevas tecnologías.
Pero no por ello ha descuidado el fondo de sus
discursos, reafirmándose en conceptos liberalconservadores esenciales como el de la responsabilidad individual y el repliegue del
Estado frente al avance de la sociedad. Cameron reclama situar a la familia y a la comunidad
en el centro de la acción política, y prestar también atención prioritaria a cuestiones como la
lucha contra la pobreza o el medio ambiente,
combinando los valores tradicionales con una
mayor sensibilidad social.
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RESEÑAS
CUADERNOS de pensamiento político
La comunicación de este joven dirigente, hoy
primer ministro del Reino Unido, es objeto de
un pormenorizado estudio por parte de Juan
Milián, especialmente su oratoria, un elemento
clave en la política. Cameron ha deslumbrado
en varios discursos. Para Milián, Cameron domina el arte de emocionar y persuadir a través
de la palabra, usando la empatía y conociendo
las tendencias sociales. Logra que las ideas lleguen al oyente, creando un vínculo emocional
estrecho, fruto de un lenguaje cercano y un
tono moderado. Es directo y resulta franco y didáctico en sus alocuciones, sabiendo manejar
tanto el espacio y la gestualidad como las inflexiones de la voz, e incluso la vehemencia
cuando es necesaria. Nunca descuida la mirada amable, porque el rostro del político es
esencial en el cartel electoral y en los debates
televisados, donde destaca la telegenia del
líder tory. Cameron ha confiado en su principal
speechwriter, Steve Hilton, pero él también
sabe escribir buenos discursos, porque lo hizo
con anterioridad para otros líderes del partido.
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JULIO / SEPTIEMBRE 2010
Sabe que es importante captar la atención del
público desde el inicio y hacer tangibles sus
valores mediante el recurso a experiencias personales. Sus críticas irónicas al adversario y sus
finales decididos y emotivos logran poner en
pie al auditorio.
En definitiva, estamos ante un libro útil para
comprender la trayectoria de Cameron hasta su
reciente victoria electoral. En Es la hora. David
Cameron, Juan Milián ofrece buen análisis, reflexión e interesantes consideraciones sobre
habilidades de liderazgo y comunicación política. Una obra que pone en valor los discursos
que aúnan buena forma y fondo sólido, de
ideas y principios. Anima a seguir creyendo en
la política de altas miras que busca convencer
al ciudadano hablándole de lo que le preocupa
y le interesa, con palabras directas e ideas
acertadas, como las que han apreciado los votantes británicos en David Cameron.
ÁLVARO DE LA TORRE
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