Salud y Derechos Humanos en Prisiones

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Capítulo 2 en "VIH en Prisiones" OMS Europa 2001
Salud y Derechos Humanos en los
Establecimientos Penitenciarios
Dr. Hernán Reyes, Coordinador médico del Comité Internacional de la Cruz Roja para
salud penitenciaria
Introducción
"Los internos son encarcelados COMO castigo, no PARA castigarlos1". Esta frase, tan a
menudo repetida por el director (Commissioner) del sistema penitenciario británico,
Alexander Paterson, significa que la pérdida de la libertad, y del derecho a la libertad de
un individuo se hace efectiva con la pena de reclusión en un recinto cerrado. No obstante,
el hecho de mantener a una persona bajo custodia del Estado no debería ser perjudicial
para su salud. Desgraciadamente, esto es precisamente lo que sucede - hasta cierto
punto - en muchos de los establecimientos penitenciarios del mundo. Por lo tanto, ¿es
posible definir lo que constituye un "entorno sano" en un establecimiento penitenciario?
¿Y qué decir de los derechos de los internos a cualesquiera servicios de salud que deben
proveer las autoridades detenedoras? La respuesta a esta pregunta es que los internos
gozan de derechos inalienables en virtud de tratados y acuerdos internacionales; tienen
derecho a la atención de salud y, por supuesto, tienen derecho a no contraer una
enfermedad en el establecimiento penitenciario. El tema de este capítulo es cómo se
aplican estos derechos en el tan frecuentemente nocivo entorno penitenciario en el caso
de la epidemia del VIH.
Las prisiones pueden ser dañinas para la salud pública
La finalidad de las políticas de salud pública es garantizar las mejores condiciones
posibles a todos los miembros de la sociedad, a fin de que cada uno pueda permanecer
sano. A menudo, los internos quedan excluidos de esta ecuación. Los internos entran y
1
"Prisoners are sent to prison AS punishment, not FOR punishment."
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salen de los establecimientos penitenciarios. Son puestos en libertad si se les declara
inocentes. Van y vienen de un establecimiento a otro durante las investigaciones y el
juicio. Es más, con frecuencia son trasladados, por diversas razones, de un
establecimiento penitenciario a otro. Los internos están en contacto con muchas
personas distintas que entran y salen del establecimiento penitenciario a diario: guardias,
empleados de la cárcel, personal médico, repartidores, reparadores, sin contar a
familiares, visitantes y abogados. Cuando han cumplido su condena o cuando, en
determinadas circunstancias, se declara una amnistía, los internos recobran su libertad.
Todo este trasiego constante entre los establecimientos penitenciarios y el mundo
exterior hace que sea todavía más importante controlar cualquier enfermedad contagiosa
en el ámbito penitenciario, para que no se propague en la comunidad exterior.
El movimiento total (turnover) de internos varía de un país a otro. A menudo, el
movimiento total anual de internos es de 4 a 6 veces mayor que el número efectivo. Por
ejemplo en la Federación de Rusia, cuya población penitenciaria llegaba, en el año 2000,
a cerca del millón de personas, el movimiento total se avecina a las 300.000 personas al
año2, dado que muchos internos tienden a "quedarse más tiempo", especialmente los
procesados. Por todas estas razones, no es posible abordar cuestiones de salud pública,
como son la tuberculosis o el VIH, si no se tiene en cuenta a la población penitenciaria.
La violencia: una realidad cotidiana en muchos establecimientos penitenciarios
En muchos países, la violencia y la coacción entre internos puede representar un grave
riesgo para la salud, ya sea directa o indirectamente. Agresiones físicas - incluso
asesinatos - pueden tener lugar en esas prisiones, que sean preventivas o penitenciarias
para sentenciados. Las agresiones se producen entre internos y guardias, y más aún
entre los propios internos. Los datos sobre la violencia entre internos – especialmente las
agresiones sexuales – son insuficientes, dado que en el marco penitenciario es corriente
que reine un tipo de "ley del silencio" interna. Este fenómeno de la violencia es muy
distinto de un país a otro, y depende de muchos factores. El hacinamiento por supuesto
puede influir como factor generador de tensiones, pero quizás influya aún más la
idiosincrasia de cada sociedad, y su realidad penitenciaria.
2
A. Goldfarb, Public Health Research Institute, Nueva York, comunicado personal
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La violencia en el entorno penitenciario puede tener múltiples causas; diferencias étnicas
y rivalidades entre clanes o pandillas pueden provocar enfrentamientos. Las condiciones
de vida, la falta de espacio y el frecuente hacinamiento también pueden producir
hostilidades entre los internos. El tedio del entorno penitenciario - la falta de ocupación
mental y física y el aburrimiento simple y llano - generan una acumulación de frustración y
tensiones. Este marco favorece la aparición de actividades de alto riesgo, como son el
recurso a las drogas, las relaciones sexuales entre hombres a menudo coercitivas, los
tatuajes y demás actividades del tipo "hermandad de sangre" (véase capítulo 3). Unos se
abandonan a estas actividades para combatir el aburrimiento. Otros, sin embargo, se ven
obligados a participar en ellas como "juego" coercitivo para adquirir poder o dinero. Son
modos de vida arriesgados que pueden desembocar en la transmisión de enfermedades
de interno a interno y suponen un grave riesgo para la salud pública si no se hace nada al
respecto.
La violencia en los establecimientos penitenciarios propicia el contacto no protegido con
sangre humana. Afortunadamente, parece ser que son muy pocos los casos de
transmisión del VIH a través de contacto con sangre de heridas abiertas. En cambio, los
actos sexuales sin protección con intercambio de secreciones humanas potencialmente
contaminadas suponen un riesgo real. La penetración sexual coaccionada entre internos
no siempre implica necesariamente una violación cometida empleando la fuerza; al
contrario, el violento entorno de la prisión, o la simple necesidad de sobrevivir, pagando
una deuda a otro interno con el uso de su cuerpo, pueden inducir a muchos internos,
especialmente los más vulnerables, a tener que aceptar actos sexuales que en otras
circunstancias evitarían. El empleo de drogas por vía intravenosa compartiendo agujas y
jeringas, actividad que se da comúnmente en las prisiones de Europa y EEUU, plantea
obviamente un problema específico. La coacción puede ser un factor importante si
algunos internos fuerzan a otros a utilizar drogas inyectables e instrumentos
contaminados compartidos. El personal médico y de vigilancia han de ser informados de
los riesgos que entrañan esos contactos y los medios para evitar la transmisión. La
educación sobre estos temas es esencial si se quiere controlar el VIH.
Los internos tienen derecho a ser protegidos de este peligroso ambiente que reina en
establecimientos penitenciarios, en los países donde hay este tipo de violencia, y a
esperar que las autoridades los protejan de la coerción física y sexual. Este derecho va
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más allá del derecho a solicitar el encarcelamiento en aislamiento protegido. Las
autoridades penitenciarias deberían poder garantizar un entorno seguro para la población
penitenciaria sin tener que recurrir a medidas tan extremas y contando con el suficiente
personal calificado a estos efectos. En ciertos países, los internos vulnerables –a veces
los homosexuales o los "travestis", a veces simplemente los más jóvenes, sin experiencia
de la vida penitenciaria – son muy perjudicados por la "jerarquía interna" del
establecimiento penitenciario, obligándoseles a algunos de ellos, a veces, a convertirse
en objetos sexuales y en víctimas de abusos. En Europa y en ciertos países de América
Latina la aparición de narcobandas, dentro y fuera del mundo penitenciario, ha
complicado considerablemente la situación de las jerarquías internas y del "poder" dentro
de esta sociedad recluida.
Contraer una enfermedad en un establecimiento penitenciario ciertamente no forma parte
de la condena del interno. Este factor es tanto más significativo cuanto que la enfermedad
es potencialmente mortal, como es el caso del VIH / SIDA, lo que nos lleva a analizar los
derechos básicos del interno.
Derechos humanos e internos
Instrumentos y mecanismos
Todos los seres humanos, incluidos obviamente los internos, gozan de derechos
inalienables, estipulados en instrumentos internacionales reconocidos. Desde la Segunda
Guerra Mundial, se han cuantificado y establecido los derechos humanos en tratados y
convenios. En 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración
Universal de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP) y el Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales (PDESC). En ellos se estipula que los internos gozan
de derechos, aún privados de libertad por estar encarcelados. En el PIDCP se estipula
que "Toda persona privada de libertad será tratada humanamente y con el respeto debido
a la dignidad inherente al ser humano".
El año 1995, en las Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos, Standard
Minimum Rules for the Protection of Prisoners en inglés, las Naciones Unidas estipulaban
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normas que incluían principios para prestar atención de salud en los recintos de
detención (para los procesados) y penitenciarios (o sea para las sentenciados). Las 94
reglas, en las que se preveían las condiciones mínimas para el trato de los internos,
fueron aprobadas por el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, que, en
1977, amplió su alcance para abarcar a las personas detenidas sin haber cargos en su
contra, es decir, encarceladas en lugares que no son prisiones. Estas reglas mínimas
para la protección de personas bajo custodia se han ido completando, a lo largo de los
años, con otros instrumentos. En 1984, las Naciones Unidas aprobaron la Convención
contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes. En 1985, se
aprobaron las Reglas mínimas de las Naciones Unidas para la administración de la
justicia de menores, las "Reglas de Pekín". Los años 1988 y 1990, las Naciones Unidas
aprobaron respectivamente el Conjunto de Principios para la Protección de Todas las
Personas Sometidas a Cualquier Forma de Detención o Prisión y los Principios básicos
para el tratamiento de los internos. En el ámbito regional, el Consejo de Europa redactó,
en 1987, sus Reglas Penitenciarias Europeas. En los tratados de derechos humanos se
estipula que los Estados son responsables de lo que hacen o dejan de hacer.
Organismos de la ONU y organismos regionales, naciones y no gubernamentales se
encargan de controlar que se respeten los derechos humanos. Los prisioneros de guerra
gozan de la protección del derecho internacional en virtud del III Convenio de Ginebra de
1949.
Lograr que se respeten aunque sea los derechos humanos básicos siempre ha sido un
problema en los establecimientos penitenciarios. Especialmente en Europa, han habido
varios intentos por proteger los derechos básicos de los internos, como lo demuestra por
ejemplo la Convención Europea contra la Tortura. El Consejo de Europa creó un
organismo específico, el Comité Europeo para la Prevención de la Tortura y de las Penas
o Tratos Inhumanos o Degradantes (CPT), para controlar los malos tratos y las
condiciones de detención de los internos, incluyendo cuestiones de salud. Muchas otras
organizaciones no gubernamentales también se ocupan de las condiciones de los
internos, en particular todos los aspectos relacionados con la salud en los
establecimientos penitenciarios.
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El derecho a la atención de salud a un entorno penitenciario sano
Por lo que atañe específicamente a la salud, el derecho a gozar de condiciones
"adecuadas para la salud y el bienestar" de todos ya se reconocía en la Declaración
Universal de los Derechos Humanos. En el Pacto Internacional de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales, también se estipula que los internos tienen "derecho a disfrutar del
más alto nivel posible de salud física y mental". Las Reglas Mínimas para el Tratamiento
de los Reclusos reglamentan la prestación de atención de salud para ellos. Estas reglas,
al igual que otros instrumentos que prevén los derechos y los reglamentos para el trato
debido a los internos, han sido objeto de pormenorizadas revisiones y comentarios en un
texto general redactado por Penal Reform International. El CPT europeo también dictó
normas sobre los servicios de salud en los establecimientos penitenciarios3. En 1998, el
Comité de Ministros del Consejo de Europa promulgó nuevas recomendaciones sobre la
atención de salud en prisiones.
Aparte de los derechos civiles y políticos, los denominados derechos humanos
económicos y sociales de "segunda generación", tal y como están estipulados en el
PIDESC, también conciernen a los internos. El derecho al más alto nivel posible de salud
también debería aplicarse a las condiciones sanitarias y a la atención de salud en los
establecimientos penitenciarios. Este derecho a la atención de salud y a un entorno sano
está claramente vinculado – especialmente en el caso del VIH – con otros derechos de
"primera generación", como son la no-discriminación, la privacidad y la confidencialidad.
Atención de salud en los establecimientos penitenciarios: ¿equivalencia o
equidad?
Los internos no pueden hacer frente a sus necesidades por sí solos, por lo tanto, incumbe
al Estado proveer servicios de salud y un entorno ambiental sano. En los instrumentos de
derechos humanos se estipula una atención de salud que sea, como mínimo, equivalente
a la disponible para la población que vive en el exterior. Asimismo, se propugna la
"equivalencia" en vez de la "equidad", habida cuenta que el establecimiento penitenciario
es una institución cerrada cuyo cometido de vigilancia no siempre permite dispensar los
3
Publicadas en su informe anual de 1992.
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mismos cuidados que los disponibles en el mundo exterior. Además, dado que los
internos son más susceptibles de estar en mal estado de salud cuando ingresan al
sistema penitenciario, y de empeorar a causa de las condiciones desfavorables que allí
prevalecen con frecuencia, la necesidad de atención y tratamientos sanitarios es mayor
en un establecimiento penitenciario que en la comunidad exterior. Sin embargo, prestar
atención de salud incluso básica a los internos puede resultar extremadamente difícil en
países donde el sistema de salud general se ha hundido o es crónicamente insuficiente.
Por lo que atañe al VIH, esta disposición abarca varios aspectos. Las autoridades tienen
el deber de preservar la salud de cada interno y promover la salud pública de los internos
y de la población exterior.
En los mencionados tratados y convenios se dispone que las autoridades penitenciarias
tienen el deber de proporcionar:
•
alojamiento seguro y salubre para todos los internos;
•
protección de los internos contra la violencia y la coerción;
•
los adecuados servicios de salud y medicamentos, gratuitos en la medida de lo
posible;
•
información y formación sobre medidas de salud preventivas y modos de vida
sanos;
•
aplicación de medidas de salud preventivas elementales;
•
medios para detectar las infecciones transmisibles por vía sexual y para tratarlas, a
fin de reducir el riesgo de transmisión del VIH;
•
continuación de tratamientos médicos iniciados en el exterior (incluyendo los
destinados a los toxicómanos) o la posibilidad de comenzarlos en el interior;
•
protección específica a los internos vulnerables, como son los afectados por el VIH,
contra la violencia de otros internos o contra aquellos que tengan enfermedades
infecciosas que podrían ser muy peligrosas para ellos, por ejemplo, la tuberculosis;
•
cuando haya posibilidad de hacerlo, análisis voluntario del VIH, éste siempre
debería ir acompañado de consejería, antes y después de la prueba.
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Salud pública y derechos humanos
Protección de la salud pública y respeto de los derechos individuales
La protección de la salud pública en el entorno penitenciario supone la promoción y la
protección de la salud, así como la reducción de la morbilidad y la mortalidad de los
internos y de toda la comunidad. Se incluye en ella a todo el personal de los
establecimientos penitenciarios (véase capítulo 10), visitantes, así como la comunidad
exterior a la que retornan cuando son liberados.
Como sucede con toda enfermedad infecciosa, garantizar la salud pública puede
conllevar la actividad de recabar la información y datos personales de la población
afectada por el VIH. Se han de determinar los factores de riesgo y los comportamientos
de riesgo para saber cómo se propaga la infección. Esta información es vital para diseñar
programas de prevención (véase capítulo 4). Se hace de forma habitual para otras
enfermedades, como la tuberculosis y la sífilis. Antes, se adoptaban de forma rutinaria
medidas coercitivas, como la segregación y la cuarentena, para controlar epidemias y
amenazas contra la salud pública. De hecho, algunas medidas pueden efectivamente
constreñir comportamientos individuales por el bienestar público.
En estos últimos años de pandemia de VIH, se cuestionaron estas medidas coercitivas,
sobre todo a raíz de que los grupos defensores de la libertad civil se manifestaron para
proteger los derechos individuales. Se pretendía que la protección de la salud pública
tenía que correr pareja con el respeto de los derechos humanos. El fallecido doctor
Jonathan Mann demostró de forma convincente que era fundamental respetar los
derechos de las personas afectadas por el VIH, si se quería combatir eficazmente esta
enfermedad. Si se discriminaba a las personas seropositivas o si no se respetaba su
derecho a la confidencialidad médica, no se presentarían voluntariamente para
someterse a un análisis y estarían menos dispuestas a solicitar consejería sobre métodos
de prevención.
Al inicio de la epidemia de VIH, se invocaba el análisis anónimo, ante todo para evitar el
estigma de ser identificado como seropositivo. A veces, en los establecimientos
penitenciarios, hay un verdadero estigma con respecto a los seropositivos. Con
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frecuencia, los internos y el personal penitenciario siguen temiendo a quien ha sido
identificado como seropositivo por miedo al contagio, por prejuicios contra los
toxicómanos y los homosexuales, o una combinación de ambas cosas (véase, asimismo
el capítulo 10). Generalmente, los internos no saben que el contagio sólo puede
producirse por comportamientos de alto riesgo (en los establecimientos penitenciarios,
esto se traduce esencialmente por actos de penetración sexual o – en muchos países –
por inyecciones intravenosas con material contaminado y quizás también por otros
medios, por ejemplo el tatuaje). El riesgo de exclusión e incluso la agresión física es para
estos internos una realidad en el marco penitenciario.
A pesar de las directrices de la OMS, en las que se estipula claramente que no se
practiquen los análisis de forma sistemática (véase Anexo), en muchos países se viene
realizando este análisis con regularidad, cuando es posible costearlo, – a menudo incluso
con poca resistencia por parte de las personas interesadas. La justificación para efectuar
sistemáticamente este análisis a los internos es, en el mejor de los casos, cuestionable.
En el entorno penitenciario, los resultados negativos pueden dar un falso sentido de
seguridad a las autoridades y demás personas interesadas, debido al lapso engañoso de
entre tres semanas y tres meses, la "ventana". (véase capítulo 6). Habida cuenta de los
comportamientos de riesgo y/o de la violencia en los establecimientos penitenciarios, no
hay garantía de que los internos seronegativos sigan siéndolo siempre. Además, un
análisis único puede no ser fiable, lo que limita su utilidad; repetir los análisis (incluso si
son propuestos para que se sometan voluntariamente) es una opción costosa. En
algunos establecimientos penitenciarios especialmente violentos, el incumplimiento de la
confidencialidad por lo que atañe a la condición de seropositivo del interno puede
suponer una amenaza mortal para él.
Lo que nos lleva directamente al tema de la confidencialidad médica. En cualquier
relación médico-paciente, el concepto de confidencialidad es la piedra angular de la
atención médica. Los médicos que asisten a internos tienen el deber especial de proteger
la relación médico-paciente y de que no se considere a los médicos meramente como
parte de la administración penitenciaria. Incumbe a los médicos insistir que se garantice
la confidencialidad del expediente médico del interno, que puede contener información
delicada. En sistemas en los que los médicos de establecimientos penitenciarios no
pueden realmente garantizar esa privacidad, éstos deberían tener cuidado de no anotar
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nada que pueda comprometer a sus pacientes frente a la administración de tal
establecimiento, y deberán hacer todo lo posible para que sólo se de a conocer
información acerca del status VIH de los internos a las autoridades que tengan absoluta
necesidad de conocerla.
Esta noción de confidencialidad es esencial cuando se trata del VIH. Si un interno no
está convencido de que información personal tan delicada como la de su condición de
seropositivo será protegida por el secreto del expediente médico, la relación médicopaciente no podrá funcionar y no habrá confianza alguna. Si no hay confianza, los
médicos perderán la influencia que puedan tener para proteger a los internos que
soliciten su ayuda. Desgraciadamente, los establecimientos penitenciarios son conocidos
por no respetar la confidencialidad médica. Una funesta revelación sobre la condición de
seropositivo puede inducir a los internos a distanciarse de los servicios médicos y
dificultar todavía más la prevención y la educación. Como se ha dicho, los médicos sólo
deberían dar a conocer a las autoridades no médicas la información sobre la condición de
seropositivo de un interno de forma limitada, responsable y sólo cuando sea
absolutamente necesario. El derecho de un interno a la confidencialidad médica debería
respetarse y no violarse – como sucede a menudo – en aras del control y la seguridad.
Si se hace hincapié en la educación y la enseñanza mutua, es posible granjearse la
confianza de la población en general y lograr la cooperación para hacer frente a la
epidemia del VIH. En los establecimientos penitenciarios, todavía queda mucho por hacer
en el ámbito de la educación sanitaria relacionada con el VIH y el SIDA. Es
absolutamente necesario educar y convencer al personal médico y a sus superiores
directos de la administración penitenciaria, así como a los propios internos. Muchas
veces las mismas autoridades médicas penitenciarias no están todavía muy seguras
acerca de cuán arriesgado pueda ser mantener a los internos seropositivos con los no
afectados por el virus. En la gestión del VIH, es necesario dar a entender que
cualesquiera "restricciones de los derechos humanos" sólo deben emplearse como último
recurso, con una finalidad y un objetivo claros. Además, nunca deberían limitarse los
derechos humanos básicos, y las restricciones no deberían aplicarse a un grupo de
internos a cuya mayoría no le conciernen las medidas adoptadas. Toda acción que
menoscabe los derechos humanos debería ser sometida al examen exterior y ser
revisada periódicamente para evaluar si es eficaz y todavía necesaria. Sin embargo, en
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algunos casos, se puede justificar mantener al interno en custodia protectora (una forma
pragmática de segregación) para la propia seguridad de los internos afectados por el VIH,
ya que éstos podrían ser agredidos por los demás en cuanto se conozca su condición de
seropositivos. Hasta la fecha, la segregación ha constituido la regla y no la excepción, en
muchos países, pero esta situación está evolucionando de manera positiva con los
avances de la consejería y la educación de los internos.
La salud pública y los derechos humanos han de correr parejos
•
Todo programa sobre la gestión del VIH en establecimientos penitenciarios
debería hacer hincapié en la educación. Los internos tienen derecho a estar
informados sobre el VIH y cómo evitar la transmisión (las actividades de
educación y prevención se analizan en el capítulo 5). De ahí la aparente
contradicción entre la necesidad de informar a los internos y al personal acerca
del peligro que entraña un comportamiento arriesgado de esa índole, e incluso de
poner a disposición medidas preventivas para evitar la transmisión, sin dar la
impresión de que se tolera ese comportamiento.
•
El objetivo común de las políticas de salud pública y de derechos
humanos es evitar la transmisión del VIH y mejorar la salud de todos en
general, a la vez que se garantiza el respeto de los derechos humanos y
la dignidad de aquellos que ya están infectados y precisan tratamiento.
•
Los médicos de prisiones deberían poder trabajar de forma
independiente y no como instrumentos de coerción del sistema
penitenciario.
•
Se han de respetar los principios de consentimiento y confidencialidad
para garantizar que todos los internos busquen rápidamente
asesoramiento médico sobre el VIH / SIDA.
•
Un asesoramiento adecuado antes de someterse a un análisis voluntario
del VIH garantizará la confianza en la relación médico-paciente. Los
internos también deberían poder contar con el asesoramiento tras
conocerse los resultados del análisis.
•
Los resultados del análisis del VIH deberían ser confidenciales, o
comunicarse a personal no médico de forma muy limitada y cuando sea
estrictamente necesario, en la medida de lo posible, con el conocimiento
y el consentimiento de los pacientes concernidos.
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En los establecimientos penitenciarios, el entorno humano puede ser violento y se
caracteriza muchas veces por modos de vida de alto riesgo, ya sean adoptados de forma
voluntaria por los internos que ocupan posiciones de fuerza, o forzados cuando se trata
de internos más vulnerables o débiles. Los internos tienen derecho a vivir en condiciones
que garanticen la seguridad de su persona. Para la administración penitenciaria es muy
importante poseer profundos conocimientos sobre la manera en que puede transmitirse el
VIH en un establecimiento penitenciario determinado. Si la coerción sexual y/o la
violencia son el problema principal, se habrá de mejorar la vigilancia e intervenir más
activamente para proteger a los internos que sirven de blanco. En los países donde el
principal problema son las inyecciones de narcóticos y las jeringas compartidas, puede
que no baste con la educación activa. Quizá sea necesario tomar medidas para poner
término a las medidas coercitivas impuestas por los cabecillas narcotraficantes, que
posiblemente intenten forzar a otros internos a comprar y a inyectarse drogas; y poner a
disposición programas para el tratamiento de la drogadicción y medidas para reducir los
daños que sufren los internos toxicómanos. A los internos seropositivos no debería
negárseles el acceso al recreo, a la educación o las salidas normales al mundo exterior.
Desde el punto de vista estrictamente médico, la segregación no se justifica mientras el
interno esté sano. Desde luego que debería estar prohibido el confinamiento en solitario
de internos seropositivos. Cualesquiera restricciones, como son los análisis obligatorios
en situaciones de riesgo especial, por ejemplo, los internos que trabajen como asistentes
médicos en hospitales o clínicas dentales, deberían ser excepcionales. Los internos que
trabajan en otros lugares que representan menos riesgo, como lavanderías y cocinas, o
que trabajan como personal de limpieza, también pueden verse expuestos a sufrir heridas
y en consecuencia, a ser infectados por el VIH a causa de derrames de sangre infectada
(véase capítulo 10). La protección de internos seropositivos respecto de otros internos
con enfermedades contagiosas, por ejemplo la tuberculosis, se aborda en el capítulo 7.
Asimismo, puede haber consideraciones de seguridad personal cuando, por ejemplo, los
internos seropositivos solicitan ser mantenidos en una unidad segura, ya que temen por
su propia seguridad.
La reforma penitenciaria y la reforma penal son elementos cruciales para resolver los
múltiples problemas que afectan a los establecimientos penitenciarios. Disminuir el
número general de internos permitirá mejorar las condiciones físicas y de trabajo de los
establecimientos penitenciarios y contribuirá a garantizar la seguridad de todos los
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internos. Obviamente, habrá que asignar recursos económicos al sistema penitenciario.
Una forma eficaz de frenar el incremento de la población penitenciaria sería proponer
soluciones alternativas al encarcelamiento por lo que atañe a delincuentes no violentos.
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