Obras Escogidas - Biblioteca Digital

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Obras Escogidas
Tomo I
Obras Escogidas de José Martí – Tomo 1 Nueva edición /
Nueva presentación El Diablo Cojuelo i10 de Octubre!
Abdala El presidio político en Cuba La República
española ante la Revolución cubana Hora de lluvia
Extranjero. Correspondencia particular de la Revista
Universal Variedades de París Boletín Melchor Ocampo
Los Estados Unidos y México Boletín Vida El año nuevo en
Madrid México y los Estados Unidos Alea Jacta Est
Extranjero Hombre del campo A Joaquín Macal.
Guatemala, 11 de abril de 1877 Al general Máximo Gómez.
Guatemala [1877] Los códigos nuevos Patria y libertad
Guatemala Revista Guatemalteca A Manuel Mercado.
Guatemala, 6 de julio de 1878 A José Joaquín Palma.
Guatemala, 1878 Alfredo Torroella Brindis en el banquete
celebrado en honor de Adolfo Márquez Sterling A Miguel
F. Viondi. Santander, 13 de octubre [de 1879] Lectura en
Steck Hall A Manuel Mercado. New York, 6 de mayo [de
1880] A Emilio Núñez. Nueva York, 13 de octubre [de
1880] Entre flamencos El carácter de la Revista
Venezolana Cecilio Acosta “Ni será escritor..,” El
centenario de Calderón A Fausto Teodoro de Aldrey.
Caracas, 27 de julio de 1881 La revuelta en Egipto
Ismaelillo Príncipe enano Sueño despierto Brazos
fragantes Mi caballero Musa traviesa Mi reyecillo
Penachos vívidos Hijo del alma Amor errante Sobre mi
hombro Tábanos fieros Tórtola blanca Valle lozano Mi
despensero Rosilla nueva A su hermana Amelia. [Nueva
York, enero de 1882] Oscar Wilde Longfellow Emerson
Darwin ha muerto Al general Máximo Gómez. Nueva
York, 20 de julio de 1882 Al general Antonio Maceo.
Nueva York, 20 de julio de 1882 A Manuel Mercado.
Nueva York, 11 de agosto [de 1882] A Manuel Mercado.
Nueva York, 16 de septiembre [de 1882] El poema del
Niágara Versos libres Mis versos Académica Pollice verso
Al buen Pedro Hierro Canto de otoño El padre suizo
Flores del cielo Copa ciclópea Media noche Homagno
Yugo y estrella Isla famosa Sed de belleza Amor de ciudad
de grande Estrofa nueva Crin hirsuta A los espacios
[Como nacen las palmas en la arena] [Con un astro la
tierra se ilumina] [Contra el verso retórico y ornado]
Vino de Chianti [La noche es la propicia] Antes de
trabajar Dos patrias Domingo triste Al extranjero
[Envilece, devora...] Marzo [Bien: yo respeto] [Siempre
que hundo la mente en libros graves] [Todo soy canas
ya...] [iQué susto! Qué temor!...] [De forma en forma, y de
astro en astro vengo] Copa con alas Árbol de mi alma Luz
de luna [Mis versos van revueltos y encendidos] Canto
religioso [No, música tenaz, me hables del cielol] [En
torno al mármol rojo...] [Yo sacaré lo que en el pecho
tengo] Mi poesía El tratado comercial entre los Estados
Unidos y México Karl Marx ha muerto Peter Cooper El
puente de Brooklyn A aprender en las haciendas A
Adelaida Baralt [A Enrique Estrázulas] Trabajo manual
en las escuelas Wendell Phillips El hombre antiguo de
América y sus artes primitivas Antigüedades de
Centroamérica en el Museo de Washington Maestros
ambulantes Una distribución de diplomas en un colegio
de los Estados Unidos Antigüedades americanas. Los
esposos Le Plongeon: la Isla de Mujeres Escenas
neoyorquinas Al general Máximo Gómez. New York, 20 de
octubre de 1884 A los cubanos de Nueva York. Nueva
York, junio 23, 1885 Lucía Jerez Los secretarios del
Presidente El general Grant A José Antonio Lucena. New
York, 9 de octubre de 1885 José Martí Cronología, por
Ibrahím Hidalgo Paz Selección y presentación del
CENTRO DE ESTUDIOS MARTIANOS Cronología
martiana Ibrahím Hidalgo Paz Colección Textos Mar t
ianos CENTRO DE ESTUDIOS MARTIANOS TOSE
7MARTI OBRAS ESCOGIDAS en tres tornos Tomo 1 1869 1885 EDITORIAL DE CIENCIAS SOCIALES, LA HABANA,
1992 Edición: Eh L6pz Ugat? e y Adiala GonzAiez
Naranjo Redacción: Loura Rey Corrección: Hiida
Gonzüez Rosales y Marién Santiestehan Brinrela Disedo:
O r M O Día2 Primera edicion: Centro de Estudios
Martianos / Editora Política ler. tomo, 1978; 2do. tomo,
1979; 3er. tomo, 1981 @ CENTRO DE b D I O S
MARTIANOS, 1992 O Sobre la presente edición:
EDrroRlAL DE CIENCIAS SOCIALES, 1992 CENTRO DE
ES~ VD: OS MARTIANOS Calzada 807, esq. a 4 El Vedado,
Habana 4 Cuba EDITORWL DE CIENCM SOCIALES
Calle 14 No. 4104, Playa Ciudad de La Habana Cuba
Nueva edición/ Nueva presentación
Ponemos en manos de los lectores una nueva edición de
las Obras escogidas e n tres tomos de José Marti. ,La
primera edición la publicamos con el auxilio de la Editora
Politica entre 1978 y 1981, y su esperada buena acogidu
se evidenció c3n una brevisirna duración en librerías,
además de ratificarla frecuentemente con las solicitudes
de reimpresión que nos llegan. Es natural que así ocurra:
una selección como esta resulta de especial utilidad para
estudian- tes, profesores y público en general, pues ofrece
una muestra amplia y representativa de ese magno
tesoro que son las Obras completas de José Marti. El
acceso a ellas puede ser dificil, máxime para lec- tores que
no estén habituados a un modo de abordaje que preferiremos llamar profesional, y IZO especializado,
atendiendo a lo indó- cil que para ciertas formas de
especialización suele ser la riqueza propia de la “mina sin
acabamiento” -recordemos una vez más las justas
palabras de Gabriela Mistral-‘ que Marti legara. E!
carácter representativo, uno de los pilares que
fundamerifan la utilidad de esia selección, lo asegura
tanto el recorrido diacró- nico por la obra de Marti como
el deseo de acopiar muestras de los diversos frutos qhe él
cosechó. El intento no puede perder de vista que nos
hallamos ante el caso de un sembrador cuyos logros se
vinculan entre si por una vertebración que les confiere el
don de lo orgánico entrañable. Así, de cualquiera de sus
páginas podría ha- blarse parafraseando a un poeta que
él admiró: quien toca esta página, toca a un hombre. Tal
definición, que bieti cabria reservar para la obra toda de
Marti, resulta particularmente válida asimismo pora los
presentes volúmenes. El adjetivo nueva con que se ha
calificado la segunda edición de estas Obras escogidas
cpunta al peso de las modificaciones y los mejoramientos
con los que -al cabo del tiempo y sin la útil urgencia con
que fue necesario preparar la primera- llega a los ’
Gabriela Mistral. Esfudio de los Versos sencillos de Iosi
Marfi, La Habana, Publicaciones de la Secretaria de
Educación, Dirección de Cultura, 1939, p. 33. 8 José
.Marfi OBRAS ESCOGIDAS T 1 9 lectores siguiendo los
pasos de aquella, que tanto esfimulante co- mentario ha
merecido. En sil reaparición las Obras escogidas se han
aumentado con numerosos textos. Han recibido especial
trata- tniento los escritos del autor que aún no figuran en
sus Obras com- pletas: muchos de ellos se detectaron o
fueron de nuestro conoci- ntierrto después de preparada
la edición inicial de estos tres volú- menes. Al acogerlos
con preferencia entre las incorporaciones de ahora,
deseamos suplir, siquiera sea en parte, un déficit que sólo
será plenamente superado con la edición critica de las
Obras com- pletas de Marti, empresa que actitalmenfe
acomete el Centro de Estudios Mar t ianos. De hecho, las
adiciones también significan perfeccionamiento en el
orden cualifativo, para bien del cual se han vuelto a
revisar los textos: ya por los originales o reproducciones
confiables, ya por lo hecho hasta el momento -y publicado
o por publicarse- para la mencionada edición crítica, sin
excluir los dos tomos de Poesía completa anticipados
para el público fuera de aquella, donde reaparecerán en
su momento. Lo modificado para la segunda entrega de
Obras escogidas al- canza también, en parte al menos,
pero de modo significativo, los límites de los tomos, sin
abandonar el orden cronológico escogido para la
anterior. En aquella, el primer volumen abarca textos
mar- tianos hasta el 20 de octubre de 1884, fecha de su
carta a Máximo Gómez tras su conocida ruptura de
entonces con los planes in- srirreccionales que este último
fraguaba en compañía de otro heroico general de la
Guerra de los Diez Años: Antonio Maceo. Tomar esa
fecha como hito deslindante representó un inconveniente
de carácter práctico y otro de índole conceptual. El
inconveniente práctico se observa claramente en la
mucho mayor breuedad del tomo inicial con respecto a los
otros dos. De mantenerse aquel hito, el des- balance
únicamente se podría salvar violentando las
proporciones de la selección: los textos martianos
posteriores a 1884 son mucho más numerosos que los
escritos hasta ese año. En relación con el punto
comentado, lo más importante es de naturaleza
conceptual: cada vez parece más evidente que la rup- tura
de Martí con el denominado Plan Gómez- Maceo obedeció
a que este no se guiaba por criterios y razonatnientos que
desde años antes maduraban en el futuro creador del
Partido Revolucionario Cubano. Se aprecian
especialmente en su Lectura en Steck Hall del 24 de
enero de 1880, donde hizo el balance de la lucha cubana
hasta entonces y dejó seíztados principios cardinales
para la que sería su gestión de dirigente de las fuerzas
emancipadoras del país. Esos principios muestran plena
coherencia con la maduración inte- gral, y de alcance
latinoamericanista, de la cual el pensamiento de Marti da
fe durante su estancia en Venezuela entre enero y julio
de 1881, etapa que se ha reconocido como de especial
significado para la consolidación de su obra literaria y de
su estética, e incluso para la formación de su pensamiento
en general. .Vo podía quedar fuera de esa intensificación
su ideario politico, vertiente rectora y decisicta dentro
de la iri fegralidad que lo distinguió, .Idelantar el cierre
del primer volumen de 1884 a 1881 agruva- r i u su
desbalance con respecto a los demás, y ante ello se optó
por cerrarlo en 1885 e iniciar el segundo en 1886. Así,
además de contribuir a un mayor equilibrio en la
extensión de los tlolúrnenes, se propiciará que en los
inicios del segundo pueda leerse una serie de escritos en
los que se ubican las crónicas de Marti acerca de los
trágicos sucesos de Chicago, los cuales descuellan entre
los acon- tecimientos de la vida estadounidense que más
visiblemente contri- buyeron a clarificar en Marti la
perspectiva acerca de lo que por entonces él llamó “la
batalla social tremenda”, especialmente en lo relativo u
sus métodos y formas. 2 El segundo volumen reúne, en
fin, textos que muestran la trayectoria del autor hasta las
elisperas del momento en que se fundó el Partido
Revolucionario Cubano. A la cabeza de esa aeunzada
organización política el Apóstol vivió lcs años más
infensos y fértiles en su ejemplar labor de comha- tiente e
ideólogo de la independencia, la liberacibn nacional y la
raigal dignificación de Cuba, con relieLqe y significado
latinoame- ricanos y rinizersales, y sobre los pilares de su
temprano, enérgico y guiador antintperialismo. A esa
etapa, a la cual llego preparado incesantemente por
cuanto hizo y pensó desde sus 020s jucetiiles, se dedica
por entero el último clolurnen. Los criterios con que se
han reorganizado los tornos de estas Obras escogidas no
pretenden resolver, sin más, todos los proble- mas y
discusiones que se han derioado, o podrían derizarse, del
intento de periodizar la uida, la obra y el pensamiento de
Marti. Sólo aspiramos a satisfacer las exigencias
prácticas e inmediatas que plantea el equilibrio de la
selección, sin desconocer los proble- mas y las discusiones
de la periodización mencionada, tarea tenta- dora por
otra parte, y en la cual se han cosechado y seguirán cose-
chándose logros que tampoco han de ignorarse. En fin de
cuentas, por muy útil que sea para adentrarse en el
estudio del legado que la humanidad debe a José Martí,
ninguna periodizacibn ser4 más importante que el
braceo, las búsquedas que urge seguir llevando u cabo
en la totalidad, en la riqueza, en la estructura de ese legado: para aprehenderlo resulta prozechoso atender su
constante ezo- lución, su trayectoria sin qiiebradiirns y
sólo interrumpida por la muerte. Pura faaorecer la i~
aloración de esa trayectoria, L uda cfolumcti lletia u t i
apcindice cronológico acprca d e los años i
orrespotidieritec. Pero no son los mismos que
aparecieron la primero ;tez. José Marti: “Carta de Nueva
York”, en Obras completos, La Habana, 1963- i973, t 9. p
278 10 José Marti Aspiramos a que en esta oportunidad
los tres volJmenes de Obras escogidas lleguen juntos a los
lectores. La urgencia con que se trabaj6 para la anterior
edición tropet0 con dificultades mate- riales que
obligaron a viabilitar su entrega de forma sucesiva a 10
largo de cuatro aiios. Ello fue uno de los elementos de
juicio valo- rados para decidir que cada volumen llevara
un prólogo concebido en correspondencia con la
distribución ento( W.< s dada a los textos. El cambio
introducido en aquella, y la prevrslon de que la serre se
pubiicará foda a la vez, son los motivos por los cuaies se
prescinde ahora de dichas valiosas introducciones, cuyos
autores. cuentan en- tre las personas, de reconocida
ejecutoria en los esitdros acerca de Martí, a quienes se ha
consultado para las definlctones de *la se- gunda edición
de Obras escogidas en tres ton. Ios,. qu%[ cui;; amos
gracias a la colaboración de la Editorial de Clenclas Con
este nuevo empeño deseamos seguir contribuyendo a’i necesario y gustoso conocimiento de una de las mayores
riquezas políticas, intelectua! es, a. rfisticas y éticas,
humanas en fin, de que pueda enorgullecerse la especie.
De la nobleza y la urgencra de tal propósito da muestras
crecientes ta marcha del mundo. CENTRO DE ESTUDIOS
MARTIANOS EL DIABLO COJUELO’ Nunca supe yo lo
que era ptiblico, ni lo que era escribir para él mas a fe de
diablo honrado, aseguro que ahora como antes mm& tuve
tampoco miedo de hacerlo. Poco me importa que u; tonto
murmure, que un necio zahiera, que un estúpido me
idolatre y un sensato me deteste. Figúrese usted, público
amigo, que nadie sabe quién soy: cqué me puede
importar que digan o que no digan? Diránmc mis que en
nada me ajusto a la costumbre de campear por respetos,que nada más significa esta comezón de publicar ho- jas
anónimas con redactores conocidos;- diránme que soy un
mal caballero; amenazar’ánme con romperme los brazos,
ya que no tengo piernas, mas, a fe de osado y mordaz
escribidor, prometo y prometo con calma que a su
tiempo cc yerá que este Diablo, no es un diablo, y que este
Cojo no e5 cojo. Esta dichosa libertad de imprenta, que
por lo esperada y negada y ahora concedida, llueve sobre
mojado, permite que hable usted por los codos de cuanto
se le antoje, menos de lo que pica; pero también permite
que vaya usted al Juzgado o a la Fiscalía y de la Fiscalía o
el Juzgado lo zambullan a usted en el Morrd, por lo que
dijo o quiso decir. Y a Dios gracias, que en estos tiempos
dulces hay distancia y no poca de su casa al Morro. En los
tiem- pos de don Paco era otra cosa . iVenia usted del
interior, y traía usted una escarapela?-; a! calabozo!
CHabló usted y dijo que los insurrectos ganaban o no
ganaban?- ial calabo< oi- IAntojábaselc a usted ir a ver a
una prima que tenía en Bayamo>--- ial caiabozo!tcontaba usted tal o cual comentario, cierto episodio de la
revolu- ción?-; al calabozo!- Y tanta gente había ya en los
calabozo? que a seguir así un mes más, hubiera sido La
Habana de entonk el Morro de hoy, y La Habana de hoy el
Morro de entonces. Puede ’ 5~ excta~ cn del texto
principal en estas Obras escogidas los sueltos que acgún
dech2Ción de Fermín Valdés Domínguez, oertenecen a
otros tres aut& s \‘ cr de JOsé Martí: Obras completas.
Edición crí’tica La Habana Centro de Estudios Martian@
s Y Editorial Casa de las Américas, 1683. t. 1. nota n. 3, p.
282. OBRAS ESCOGIDAS T 1 15 ABDALA Escrito
expresamente para la patria PERSONAJES ESPIRTA,
madre de Abdala ELMIRA, hermana de ABDALA U N
SENADOR CONSEJEROS, SOLDADOS, ETC La escena
pasa en “Nubia” ESCENA l a ABDALA, UN SENADOR Y
CONSEJEROS. SEN. Noble caudillo: a nuestro pueblo
llega Feroz conquistador: necio amenaza Si a su fuerza y
poder le resistimos En polvo convertir nuestras murallas:
Fiero pinta a su ejército que monta Nobles corceles de la
raza arábiga; Inmensa gente al opresor auxilia, Y tan alto
es el número de lanzas Que el enemigo cuenta, que a su
vista La fuerza tiembla y el \- alor se espanta: Tantas sus
tiendas son, noble caudillo, Que a la llanura llegan
inmediata, Y del rudo opresor joh Abdala iliistre! Es tanta
la fiereza y arrogancia Que envió un emisario
reclamando Rindieses fuego y aire, tierra y agua: ABD.
SEN. ABD. SEN. ABD. Pues decidle al tirano que en la
Nubia Hay u n héroe por veinte de sus lanzas: Que del aire
se atreva a hacerse dueño: Que el fuego a los hogares
hace falta: Que la tierra la compre con su sangre: Que el
agua ha de mezclarse con sus lágrimas Guerrero ilustre:
calma t u entusiasmo! Del extraño a la impúdica
arrogancia Diole el pueblo el laurel que merecían Tan
necia presunción y audacia tanta Mas hoy no son sus
bárbaras ofensas Muestras de orgullo y simples
amenazas: Ya detiene a los nubios en ei campo! Ya en
nuestras puertas nos coloca gluardias! ;Qué dices,
Seiiadoi-? -Te digo ioh, jefe Del ejército nubio! que las
lanzas Deben brillar, al aire desenvuelta La sagrada
bandera de la patria!- Te digo que es preciso que la Nubia
Del opresor la lengua arranque osada, Y la llanura con s
u sangre bañe Y luche Nubia cual luchaba Esparta!Vengo en tus nianos a dejar la empresa De vengar las
cobardes amenazas Del bárbaro iirano que así llega A
despojar de vida nuestras almas!- Vengo a rogar al
esforzado nubio Que a la batalla con el pueblo parta.
Acepto, Senador. Alma de bronce Tuviera si tu ruego no
aceptara. Que me sigan espero los valientes Nobles
caudillos que el valor realza, Y si insulta a los libres un
tirano Veremos en el campo de batalla! En ia Nubia
nacidos, por la Nubia Morir sabremos: hijos de la patria,
Por ella moriremos, y el suspiro Que de mis labios
postrimeros salga Para Nubia será, que para Nubia
Nuestra fuerza y valor fueron creadas. Decid al pueblo
que con él al campo Cuando se ordene emprenderé la
marcha: Y decid al tirano que se ar> reste.- 17 OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 Que prepare su gente,- y que a sus
lanzas Brillo dé y esplendor. Alás fuertes brillan Robii>
tas y valientes nuestras almas! Feliz mil veces joh
valiente joven: El pueblo qiie es t u patria! SEN. TODOS -\ '¡ va Abdala!- (S e clan el Senador y Consejeros.)
ESCENA 2a ABDALA ABD. ;Por fin potente mi robusto
brazo Puede blandir la ruda cimitarra, Y mi noble corcel
volar ya puede Ligero entre el fragor de la batalla! Por fin
mi frente se ornará de gloria! Seré quien libre a mi
angustiada patria, Y quien le arranque al opresor el
pueblo Que empieza a destrozar entre sus garras! Y el vil
tirano que amenaza a Nubia Perdón y vida implorará a
mis plantas! Y !a gente cobarde que lo ayuda A nuestro
esfuerzo gemirá espantada! Y en el cieno hundirá la altiva
frente Y en cieno vil enfangará su alma! Y la llanura en
que su campo extiende Será testigo miido de su infamia! Y
el opresor se humillará ante el libre! Y el oprimido
vengará su mancha! Conquistador infame, ya la hora De t
u muerte sonó: ni la amenaza, Ni el esfuerzo y valor de tus
guerreros Será muro bastante a nuestra audacia.
Siempre el esclavo sacudió su yugo,- Y en el pecho del
dueño hundió su cla1. a El siervo libre: siente la postrera
Mora de destrucción que audaz te aguarda, Y teme que en
t u pecho no se hunda Del libre nubio la tajante lanza!Ya me parece que I'ugir los veo Cual fiero tigre que a su
presa asalta. Ya los miro correr: a nuestras filas Dirigen
ya su presurosa marcha: Ya luchan con furor: la sangre
corre Por el llano a torrentes: con el ansia I'oraz del
opresor, hambrientos vuelven A hundir en sus costados
nuestras lanzas Y a doblegar el arrogante cuello A l tajo
de las rudas cimitarras: Cansados ya, vencidos- cual
furiosas Panteras del desierto que se lanzan A la presa
que vence, y se fatigan, Y rugen y se esfuerzan y
derraman La enrojecida sangre, y combatiendo
Terribles ayes de dolor exhalan,- Así los enemigos
furibundos, A nuestras filas bárbaros se lanzan, Y
iuchan,- corren,- retroceden,- vuelan,- Inertes, caen,gimiendo se levantan,- A otro encuentro se aprestan,- y
perecen!- Ya sus cobardes huestes destrozadas Huyen por
la llanura:- joh! jcuánto el gozo Da fuerza y robustez y
vida a mi alma!- ¡Cuál crece mi valor!- jcómo en mis venas
Arde la sangre!- jcómo me arrebata Este invencible
ardor!-; cuánto deseo A la lucha partir!- ESCENA 3a
Entran guerreros.- GUERREROS Y ABDALA. L'N G.
¡Salud, Abdala!- ABD. Salud, nobles guerreros! UN G. Ya
la hora De la lucha sonó: la gente aguarda Por su noble
caudillo: los corceles Ligeros corren por la extensa plaza:
Arde en los pechos el valor, y bulle En el alma del pueblo
la esperanza: Si vences, noble jefe, el pueblo nubio
Coronas y laureles te prepara,- Y si mueres luchando, te
concede La corona del mártir de la patria!- Revelan los
semblantes la alegría: Brillan al sol las fulgurantes
armas,-- Y el deseo de luchar en las facciones La
grandeza, el valor sublimes grabaiii- 18 José Marti
OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 19 ABD. Ni laurel ni coronas
necesita Quien respira valor. Pues amenazan A Nubia
libre, y un tirano quiere Rendirla a su dominio vil
esclava, Corramos a la lucha y nuestra sangre Pruebe al
conquistador que la derraman Pechos que son altares de
la Nflbia, Brazos que son sus fuertes y murallas! ;A la
guerra valientes! Del tirano La sangre corra, y a su
empresa osada De inuros sirvan los robustos pechos Y
sea su sangre fuegc a nuestra audacia!- A la guerra! a la
guerra! Sea el aplauso Del vil conquistador que nos ataca,
Ei son tremendo que al batirlo suenen Nuestras rudas y
audaces cimitarras! Nunca desmienta su grandeza Nubia!
A la guerra corred! a la batalla! Y de escudo te sirva joh
patria mía! El bélico valor de nuestras almas!- (Hacen
ademán de partir.) ESCENA 4a Entra ESPiRTA.ESPIRTA y dichos. ESP. <Adónde vas? Espera! ABD. jOh
madre mía! Nada puedo esperar. ESP. ¡Detente Abdala!
ABD. YO detenerme, madre? ¿No contemplas El ejército
ansioso que me aguarda? ¿No ves que de mi brazo espera
Nubia La libertad que un bárbaro amenaza? ¿No ves
cómo se aprestan los guerreros? <No miras cómo brillan
nuestras lanzas? Detenerme no puedo, joh, madre mía!
jAl campo voy a defender mi patria! ESP. jTu madre soy!
ABD. ¡Soy nubio! El pueblo entero Por defender su
libertad me aguarda: Un pueblo extraño nuestras tierras
huella: Con vil esclavitud nos amenaza; Acdaz nos
muestra sus potentes picas, Y nos manda el honor y Dios
nos manda Por la patria morir, antes que verla Del
bárbaro opresor cobarde esclava! Tu madre hoy que te
detengas manda! El esfuerzo y valor del noble Abdala! jA
la guerra corred, nobles guerreros, Que con vosotros el
caudillo marcha! ESP. ABD. Pues si exige el honor que al
campo vueles, Un rayo sólo detener pudiera (S e van los
guerreros.) ESCENA 59 ESPIKTA Y ABDALA ABD.
Perdona joh madre! que de ti me aleje Para partir al
campo jOh! estas lágrimas Testigos son de mi ansiedad
terrible, Y el huracán que ruge en mis entrañas. No llores
tú, que a mi dolor joh madre! Estas ardientes lágrimas le
bastan! El jay! del moribundo ni el crujido Ni el choque
rudo de las fuertes armas; No el llanto asoman a mis
tristes ojos, Ni a mi valiente corazón espantan! Tal vez sin
vida a mis hogares vuelva, U oculto entre el fragor de la
batalla De la sangre y furor víctima sea. Nada me
importa. Si supiera Abdala Que con su sangre se salvaba
Nubia De las terribles extranjeras garras, Esa veste que
llevas, madre mía Con gotas de mi sangre la manchara!
Sólo tiemblo por ti: y aunque mi Ilanto No muestro a los
guerreros de mi patria, Ve cómo corre por mi faz, oh
madre! Ve cuál por mis mejillas se derrama! <Y tanto
amor a este rincón de tierra? <Acaso él te protegió en tu
infancia? ¿Acaso amante te llevó en su seno? ¿Acaso él fue
quien engendró tu audacia (Espirfa llora.) ESP. 20
José Marfi OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 21 ABD. ESP. ABD.
ESP. ABD. ESP. ABD. ESP. ABD. ESP. ABD. Y t u
fuerza? ¡Responde! ¿O fue tu madre? ¿Fue la Nubia? No
es el amor ridículo a la tierra, Ni a la yerba que pisan
nuestras plantas; Es el odio invencible a quien la oprime,
Es el rencor eterno a quien la ataca;- Y tal amor despierta
en nuestro pecho El mundo de recuerdos que nos llama A
la vida otra vez, cuando la sangre Herida brota con
angustia el alma;- La imagen del amor que nos consuela
Y las memorias plácidas que guarda! En t u pecho tu
madre? Que hay algo más sublime que la patria? ¿Y
aunque sublime fuera, acaso debes Por ella
abandonarme? a la batalla Así correr veloz? Así olvidarte
De la que el ser te dio? ¿Y eso lo manda La patria? Di!
{Tampoco te conmueven La sangre ni la muerte que te
aguardan? Quien a s u patria defender ansía Ni en
sangre ni en obstáculos repara! Del tirano desprecia la
soberbia; En su pecho se estrella la amenaza; Y si el cielo
bastara a su deseo Al mismo cielo con valor llegara! No!
madre, no! Yo parto a la batalla! Al fin te vas? ... te vas?..
iOh, hijo querido! A tu madre infeliz mira a tus plantas!
Mi llanto mira que angustioso corre! De amargura y
dolor t u s pies empapa! Detente joh hijo mío! Levanta
joh madre! Por mi amor ... por tu vida ... no ... no partas!
¿Que no parta decís cuando me espera La Nubia toda? Oh!
no! cuando me aguarda El amor, madre, a la patria {Y
es más grande ese amor que el que despierta ¿Acaso crees
¿No te quedas por fin? ¿Y me abandonas? (Se arrodilla.)
Con terrible inquietud a nuestras puertas Un pueblo
ansioso de lavar su mancha? ;Un rayo sólo detener
pudiera El esfuerzo y valor del noble Abdala! Que moja
con sus lágrimas tus plantas, No es un rayo de amor que
te detiene? No es un rayo de dolor que te anonada?
Cuántos tormentos! ... cuán terrible angustia! Mi madre
llora ... Nubia me reclama ... Hijo soy ... nací nubio ... ya
no dudo, Adiós! Yo marcho a defender mi patria! (Se va.)
ESP. Y una madre infeliz que te suplica, (Con aftizvz.)
ABD. ESCENA 69 ESPIRTA ESP. Partió: ... partió! ... Tal
vez ensangrentado, Lleno de heridas, a mis pies lo
traigan; Con angustia y dolor mi nombre invoque; Y
mezcle con las mías sus tristes lágrimas, Y mi mejilla con
la suya roce Sin vida, sin color, inerte, helada! iY detener
no puedo el raudo llanto Que de mis ojos brota; a mi
garganta S e agolpan los SO~~ CZOS, y mi vista Nublan
de espanto y de terror mis lágrimas! Más (por qué he de
llorar? ¿Tan poco esfuerzo Nos dio Nubia al nacer? ¿así
acobardan A sus hijos las madres? {así lloran Cuando a
Nubia un infame nos arranca? {Así lamentan su fortuna y
gloria? ¿Así desprecian el laurel? ¿Tiranas, Quieren
ahogar en el amor de madre El amor a la patria? Oh! no!
derraman Sus lágrimas ardientes, y se quejan Porque sus
hijos a morir se marchan! Porque si nubias son, también
son madres! Porque al rudo clamor de la batalla Oyen
mezclarse el ¡ay! que lanza el hijo Al sentir desgarradas
sus entrañas! Porque comprenden que en la lucha nunca
Sus hogares recuerdan, y se lanzan Audaces en los brazos
de la muerte Que a una madre infeliz los arrebata! 23
OBRAS ESCOGIDAS T 1 (Lurlzúrdose liui’iii lu piiertu)
;Abdalal ELA% (Deteniiridola) Callad, oh madre! Acaso
algún herido A nuestro hogar desesperado llama. A su
soco: ro vamos, madre mia. ;Quién toca a nuestra pucrta?
(S e dirigerl a la puerta.) ESCENA 7’ ESPIRTA Y
ELMIRA. ELM. Madre! ¿llorando vos? ESP. (De qué te
asombras? A la lucha partió mi noble Abdala. Y al partir
a la lucha un hijo amado ¿Qué heroína, qué madre no
ilorara! La madre del valor, la patriota! Oh! mojan
vuestra faz recientes lágrimas, Y rebosa el dolor en
vuestros ojos, Cobarde llanto vuestro seno baña! ¡Madre
nubia no es la que así llora Si vuela su hijo a socorrer la
patria! A Abdala adoro: mi cariño ciego E s límite al
amor de las hermanas, Y en sus robustas manos, madre
mía, Le coloqué al partir la cimitarra, Le dije adibs, y le
besé en la frente! Y pos lloráis, cuando luchando Abdala
De noble gloria y de esplendor se cubre, Y el bélico laurel
le orna de fama! jOh madre! jno escucháis ya cómo
suenan Al rudo choque las templadas armas? ¿Las voces
no escucháis? jEl son sublime De la trompa no oís en la
batalla? jY no oís el fragor? ¡Con cuánto gozo Esta
humillante veste no trocara Por el lustroso arnés de los
guerreros, Por un noble corcel, por una lanza! A t u
hogar y tu madre abandonaras? jY a morir en el campo
audaz partieras? De la patria infeliz lloran y sienten Las
piedras que deshacen nuestras plantas! ;Y vos lloráis
aún? jPues de la trompa El grato son no oís que mueve el
alma? ¿No lo escucháis, joh madre? jA vos no llega El
sublime fragor de la batalla? Pero ... ;qué ruido es este
repentino, Madre, que escucho a nuestra puerta? ELM.
ESP. jY también como Abdala, por la guerra ELM.
También, madre, también! que las desgracias (Se oye
focar a la puerta.) Abrid! ESCENA 8 6 Entran guerreros
frayendo e n brazos a ABDALA herido. Dichos, ABDALA.
ELM. Y ESP. (Espantadas) j Abdala! (Los guerreros
conducen a Abdala al medio del escenario.) ABD. Abdala,
sí, que moribundo vuelve A arrojarse rendido a vuestras
plantas, Para partir después donde no puede Blandir el
hierro, n i empuñar la lanza- Vengo a exhalar en vuestros
brazos, madre, Mis últimos suspiros, y mi alma!- Morir!
morir. cuando la Nubia lucha; Cuando la noble sangre se
derrama De mis hermanos, madre; cuando espera De
nuestras fuerzas libertad la patria! Oh, madre, no lloréis!
Volad cual vuelan Nobles matronas del valor en alas A
gritar en el campo a los guerreros: “Luchad! luchad, oh
riubios! esperanza!” ?Que no llore me dices? ;Y t u vida
Alguna vez me pagará la patria?- La vida de los nobles,
madre mía, Es luchar y morir por acatarla Y si es
preciso, con su propio acero Rasgarse por salvarla las
entrañas! Mas ... me siento morir: en ni agonía (A todos)
no vengáis a turbar mi triste calma. Silencio! ... quiero
oír ... Oh! me parece Que la enemiga hueste derrotada
Huye por la llanura ... oid! ... silencio! ESP. ABD. 24 Josi
.\ farfi \ia los miro correr... a los cobardes Los i, alientes
guerreros se abalanzan... Nubia venció! muero feliz: la
muerte Poco me importa, pues IogrC salvarla... Oh: quk
dulce es morir, cuando se muere Luchando audaz por
dcicnder la patria! Cae et1 los brazos de los giierrrros. La
Putria Libre, La Habana, 23 tk cuero de 1869 0. C., t. 18, p
1 l- 24. EL PRESIDIO POLITICO EN CUBA 1 Dolor infinito
debía ser el único nombre de estas pAginas. Dolor
infinito, porque cl dolor del presidio es cl más rudo, el r?
lás devastador de 10s dolores, el que mata la inteligencia,
y seca el alma, y deja en ella huellas que no se borrarln
jam; ís. Nace con un pedazo de hierro; arrastra consigo
este mundo nli5terioso que agita cada corazón; crece
nutrido de todas las penas sombrías, y rueda, al fin,
aumentado con todas las lágrimas abra- sadoras. Dante
no estuvo en presidio. Si hubiera sentido desplomarse
sobre SU cerebro las bóvedas oscuras de aquel tormento
de la vida, hubiera desistido de pintar su Infierno, Las
hubiera copiado, y fo hubiera pintado mejor. Si existiera
el Dios providente, y IO hubiera visto, con la una mano se
habría ,.- ubierto el rostro, y con la otra habría hecho
rodar al abismo aquella flegación de Dios. Dios existe,
sin embargo, en la idea del bien, que vela el naci- miento
de cada ser, y deja en el alma que se encarna en él una
lágrima pura. El bien es Dios. La lágrima es la fuente de
senti- miento eterno. Dios existe, y Y o vengo en SLI
nombre a romper en las almas espafiolas el vaso frío que
encierra en ellas la lágrima. Dios existe, y 5 i tros me
hacéis alejar de aqui sin arrancar de voso- la cobarde, la
desprecie, ya que malaventurada indiferencia, dejadme
que os no puedo odiar a nadie; dejadme que os compadezca en nombre de mi Dios. Ni os odiaré, ni os
maldeciré. Si yo odiara a alguien, me odiaría por ello a mí
mismo. Si mi Dios maldijera, yo negaría por ello a mi
Dios. II <Qué es aquel@ Nada. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1
27 Ser apaleado, ser pisoteado, ser arrastrado, ser
abofeteado en la misma calle, junto a la misma casa, en la
misma ventana donde un mes antes recibíamos la
bendición de nuestra madre, cquh es? Nada. Pasar allí
con el agua a la cintura, con el pico en la mano. con el
grillo en los pies, las horas que días atrás pasábamos en
cl seno del hogar, porque el sol molestaba nuestras
pupilas. y e l calor alteraba nuestra salud, ;qué es! Nada.
Volver ciego, cojo, magullado, herido, al son del palo y la
blas- femia, del golpe y del escarnio, por las calles
aquellas que meses anies me habían \;¡ Sto pasar sereno,
tranquilo, con la hermana de mi amor en ios brazos y la
paz de la ventura en el corazón, tqué es esto? Nada
tambittri. -iHorrorosa, terrible, desgarradora nada! Y
vosotros los españoles la hicisteis. Y vosotros la
sancionasteis. Y vosotros la aplaudisteis. iOh, y qué
espantoso debe ser el remordimiento de una nada
criminal! Los ojos atónitos lo ven; la razón escandalizada
se espanta; pero la compasión se resiste a creer lo que
habéis hecho, lo que hacéis aún. O sois barbaros, o no
sabéis lo que hacéis. Dejadme, dejadme pensar que no lo
sabéis aún. Dejadme, dejadme pensar que en esta tierra
hay honra todavia, y que aún puede volver por ella esta
España de acá tan injusta, tan indiferente, tan semejatite
ya a la España repelente y des- bordada de mas allá del
mar. Volved, volved por vuestra honra: arrancad los
grillos a los ancianos, a los idiotas, a los niños: arrhncad
el palo a l miserable apaleador: arrancad vuestra
vergüenza al que se embriaga insen- sato en brazas de la
venganza y se oivida de Dios y de vosotros: borrad,
arrancad todo esto, y haréis olvidar algunos de sus días
más amargos al qüe ni al golpe del látigo, ni a la voz del
insrilto, ni al rumor de sus cadenas, ha aprendido aún a
odiar. 111 Gnos hombres envueltos en túnicas negras
llegaron por !a noche y se reunieron en una esmeralda
inmensa que flotaba en el mar. joro! joro! joro! dijeron a
un tiempo, y arrojaron las túnicas, y se reconocieron y
se estrecharon las manos huesosas y movieron
saludándose las cadavéricas cabezas. -Oíd, dijo uno-. La
desesperación arranca allá abajo las ca- gas de las
haciendas; los huesos cubren la tierra en tanta cantidad,
que no dan paso a la yerba naciente; 10s rayos del sol de
las bata- llas brillan tanto, que a s ~: luz se confunden la
tez blanca y la negra; yo he visto desde lejos a la Ruina
que adeianta terrible hacia nosotros; los demonios de la
ira tienen asida nuestra caja, y yo lucho, y vcsotros
lucháis, y la caja se tnueve, y nuestros bra- zos se cansan,
y nuestras fuerzas se extinguen, y !a caja se irá. Allá lejos,
muy lejos, hay brazos nuevos, hay fuerzas nuevas: allá
hay la cuerda de la honra que suele vibrar; allá hay el
nombre de la. patria desmembrada que suele estremecer.Si vamos alli y la cuerda vibra y el nombre estremece, la
caja se queda; de los blan- ros desesperados haremos
siervos; sus cuerpos muertos serán abono de la tierra; sus
cuerpos vivos la cavarán y la surcarán, y el Africa nos
dará riquezas, y el oro llenará nuestras arcas. Allá hay
brazos nuevos,- allá hay fuerzas nuevas; vamos, vamos
allá. -Vamos, vamos, dijeron con cavernosa VOZ 10s
hombres, y aquel cantó, y los demás cantaron con él. "El
pueblo es ignorante, y está dormido. "El que llega
primero a su puerta, canta hermosos versos y 10 "Y e l
pueblo enardecido clama. "Cantemos, pues. "Nuestros
brazos se cansan, nuestras f w z a s se extinguen.- Allá
enardece. hay brazos nuevos, a! lá hay fuerzas nuevas.
Vamos, vamos allá." Y los hombres confundieron sus
cuerpos, se transformaron en vapor de sangre, cruzaron
el espacio, se vistieron de honra, y lle- garon a l oído del
pueblo que dormía, y cantaron. Y la fibra noble del alma
de los pueblos se contrajo enérgica, Y a los acordes de la
lira que bamboleaba entre la roja nube, el pueblo clamó y
exhaló en la embriaguez de su clamor el grito de
ariaterna. EI pueblo clamó inconsciente, y hasta los
hombres que sueñan con la federación universal, con el
átomo libre dentro de la mo- k u l a libre, con el respeto a
la independencia ajena corno base de ia fuerza y la
independencia propias, anatematizaron la peti- $Gn de
los derechos que ellos piden, sancionaron la opresión de
la independencia que ellos predican, y santificaron como
representan- tes de la paz y la moral, la guerra de
exterminio y el olvido del COr a zón. 28 José Marti
OBRAS ESCOGIDAS T 1 29 Se olvidaron de sí mismos, y
olvidaron que, como el remordi- miento es inexorable, la
expiación de los pueblos es también una verdad. Pidieron
ayer, piden hoy, la libertad más amplia para ellos, y hoy
mismo aplauden la guerra incondicional para sofocar la
petición de libertad de los demás. Hicieron mal. España
no puede ser libre mientras tenga en la frente manchas de
sangre. Se ha vestido allá de harapos, y los harapos se
han mezclado con su carne, y consume los días
extendiendo las manos para cu- brirse con ellos.
Desnudadla, en nombre del honor. Desnudadla, en
nombre de la compasión y la justicia. Arrancadla sus
jirones, aunque la hagáis daño, si no queréis que la
miseria de los vestidos llegue al corazón, y los gusanos se
lo roan, y la muerte de la deshonra os venga detrás.
gadas por e] conde de Valmaseda en la sangre del
parlamentario Augusto Arango. Y cuando todo lo
olvidáis, hacéis mal en divinizar las garras opresoras,
hacéis mal en lanzar anatemas sobre aquello de que, o
nada queréis saber, o nada en realidad sabéis. Porque
era preciso que nada supieseis para hacer lo que habéis
hecho. Si supierais algo, y lo hubierais hecho, lo vería y lo
palpa- ría, y diría que era imposible que lo veía y lo
palpaba. Un nombre sonoro, enérgico, vibró en vuestros
oídos y grabó en vuestros cerebros: ilntegridad nacional!
Y las bóvedas de la sala del pueblo resonaron unánimes:
ilntegridad! ¡Integridad! iOh! No e s tan bello ni tan
heroico vuestro sueño, porque sin duda soñáis. Mirad,
mirad hacia este cuadro que os voy a pintar, y si no
tembláis de espanto ante el mal que habéis hecho, y no
maldecís horrorizados esta faz de la integridad nacional
que os presento, yo apartaré con vergüenza los ojos de
esta España que no tiene corazón. Un nombre sonoro,
enérgico, vibró en vuestros oídos y grabó en vuestros
cerebros: jlntegridad nacional! Y las bóvedas de la sala
del pueblo resonaron unánimes: ilnfegridad! ilnfegridad!
Hicisteis mal. Cuando el conocimiento perfecto no divide
las tesis, cuando la razón no separa, cuando el juicio no
obra detenido y maduro, hacéis mal en ceder a un
entusiasmo pasajero. Cuando no os son conocidos los
sacrificios de u n pueblo; cuando no sabéis que las
doncellas bayamesas aplicaron la primera tea a la casa
que guardó el cuerpo helado de sus padres, en que sonrió
su infancia, en que se engalanó su juventud, en que se
reprodujo su hermosa naturaleza; cuando ignoráis que
un país educado én el placer y en la postración trueca de
súbito los perfumes de la molicie por la miasma fétida del
campamento, y los goces suavisi- mos de la familia por
los azares de la guerra, y el calor del hogar por el frío del
bosque y el cieno del pantano, y la vida cómoda y segura
por la vida nómada y perseguida, y hambrienta, y
Ilagada, y enferma, y desnuda;. cuando todo esto
ignoráis, hacéis mal en ne- gárselo todo, hacéis mal en no
hacerle justicia, hacéis mal en con- denar tan
absolutamente a un pueblo que quiere ser libre, desde lo
alto de una nación que, en la inconciencia de sí misma,
halla aún noble decir que también quiere serlo. Olvidáis
que tuvo la garganta opresa y el pecho sujeto por manos
de hierro; olvidáis que la garganta se enronqueció de
pedir, y el pecho se cansó de gemir oprimido, olvidáis su
sumisión, olvi- dáis su paciencia, olvidáis sus tentativas
de sumisión nueva, aho- Yo no os pido que os apartéis de
la senda de la patria, que seríais infames si os apartarais.
Yo no os pido que firméis la independencia de un país que
necesitáis conservar y que os hiere perder, que sería torpe
si os lo pidiera. Yo no os pido para mi patria concesiones
que no podéis darlas, porque, o no las tenéis, o si las
tenéis os espantan, que sería nece- dad pediroslas. Pero
yo os pido en nombre de ese honor de la Patria que invocáis, que reparéis algunos de vuestros más lamentables
errores, que en ello habría honra legitima y verdadera;
yo os pido que seáis hiimanos, que s e á i s justos, que no
seáis criminales sancionando un crimen constante,
perpetuo, ebrio, acostumbrado a una cantidad de sangre
diaria que no le basta ya. Si no sabéis en su horrorosa
anatomía aquella n e g a c i h de todo pensamiento j u s t
o y todo noble sentimiento; si no veis las nubes rojas que
se ciernen pesadamente sobre la tierra de Cuba, como
avergonzándose de subir al espacio, porque presumen
que allí está Dios; si no las veis mezcladas con los
vapores del vértigo de un pueblo ávido de metal, que al
locar la ansiada mina que en sueños llenó de miel SU
vida, ve que se le escapa, y corre tras ella desalen- tado,
loco, eriza dos los cabellos y extraviados los ojos, ¿por
qué firmáis con v u e s t r o asentimiento el exterminio de
la raza que más OS ha sufrido, q u e más se os ha
humillado, que más os ha esperado, que más sumisa ha
sido hasta que la desesperación o la descon- fianza en las
p r o m e s a s ha hecho que sacuda la cerviz?-¿ Por qué
sois tan injustos y tan crueles? 30 José Marti OBRAS
ESCOGIDAS T I 31 Yo no os pido ya razón imparcial para
deliberar. Yo os pido latidos de dolor para ¡os que lloran,
latidos de com- pasión para los que sufren por lo que
quizás habéis sufrido voso- tros ayer, por lo qUe quizás, si
no sois aún los escogidos del Evan- gelio, habréis de sufrir
mañana. No en nombre de esa integridad de tierra que
no cabe en un cerebro bien organizado; no en nombre de
esa visión que se ha trocado en gigante; en nombre de la
integridad de la honra verda- dera, la integridad de los
lazos de protección y de 2mor que nunca debisteis
romper; en nombre del bien, supremo Dios; en nombre de
la justicia, suprema verdad, yo os exijo compasión para
los que sufren en presidio, alivio para su suerte
inmerecida, escarnecida, ensangrentada, vilipendiada.
Si la aliviáis, sois justos. Si no la aliviáis, sois infames. Si
la aliviáis, os respeto. Si no la aliviáis, compadezco
vuestro oprobio y vuestra desgarra- dora miseria. IV
Vosotros, los que no habéis tenido un pensamiento de
justicia en vuestro cerebro, ni una palabra de verdad en
vuestra boca para la raza mds dolorosamente
sacrificada, más cruelmente triturada de la tierra;
Vosotros, los que habéis inmolado en el altar de las
palabras seductoras los unos, y las habéis escuchado con
placer los otros, los principios del bien más sencillos, las
nociones del sentimiento más comunes, gemid por
vuestra honra, llorad ante el sacrificio, cubríos de poivo
la frente, y partid con la rodilla desnuda a reco- ger los
pedazos de vuestra fama, que ruedan esparcidos por el
suelo. ¿Qué venís haciendo tantos años hace? ¿Qué
habéis hecho? Un tiempo hubo en que la luz del sol no se
ocultaba para vues- tras tierras. Y hoy apenas si un rayo
las alumbra lejos de aquí, como si el mismo sol se
avergonzara de alumbrar posesiones que son vuestras.
México, Perú, Chile, Venezuela, Bolivia, Nueva Granada,
las Antillas, todas vinieron vestidas de gala, y besaron
vuestros pies, y alfombraron de oro el ancho surco que en
el Atlántico dejaban vuestras naves. De todas quebrasteis
la libertad; todas se unieron para colocar una esfera más,
un mundo más en vuestra monárquica corona. España
recordaba a Roma. César había vuelto al mundo y se
había repartido a pedazo3 en vuestros hombres, con su
sed de gloria y sus delirios de am- bición. Los siglos
pasaron Las naciones subyugadas habian trazado a
través del Atlántico del Norte camino de oro para
vuestros bajeles. Y vuestros capitanes trazaron a través
del Atlántico del Sur camino de sangre coagu- lada, en
cuyos charcos pantanosos flotaban cabezas negras como
21 ébano, y se elevaban brazos amenazadores como el
trueno que preludia la tormenta. Y la tormenta estalló al
fin; y así como lentamente fue prepa- rada, así furiosa e
inexorablemente se desencadenó sobre vosotros.
Venezuela, Bolivia, Nueva Granada, México, Perú, Chile,
mor- dieron vuestra mano, que sujetaba crispada las
riendas de su liber- tad, y abrieron e n ella hondas
heridas; y débi! es, y cansados y mal- tratados vuestros
bríos, un ¡ay! se exhaló de vuestros labios, un golpe tras
otro resonaron Iúgubremente en el tajo, y la cabeza de la
dominación española rodó por el Continente americano, y
atra- vesó sus llanuras, y ho11ó sus montes, y cruzó sus
ríos, y cayó al fin en el fondo de un abismo para no
volverse a alzar en él jamás. Las Antillas, las Antillas
solas, Cuba sobre todo, se arrastraron a vuestros pies, y
posaron sus labios en vuestras llagas, y lamieron
vuestras nianos, y cariñosas y solícitas fabricaron una
cabeza nueva para vuestros nialtratados hombros. Y
mientras ella reponia cuidadosa vuestras fuerzas,
vosotros cruzabais vuestro brazo debajo de su brazo, y la
llegabais al cora- zón, y se lo desgarrabais, y rompíais en
él las arterias de la moral y de la ciencia. Y cuando ella
os pidió en premio a sus fatigas una mísera l i - mosna,
alargasteis la mano, y le enseñasteis la maca informe de
su triturado corazón, y os reísteis, y se la arrojasteis a la
cara. Ella se tocó en el pecho, y encontró otro corazón
nuevo que latía vigorosamente, y, roja de vergüenza,
acailó sus latidos, y bajo la cabeza, y esperó. Pero esta
vez esperó en guardia, y la garra traidora sólo pudo
hacer sangre en la férrea muñeca de la mano que cubría
el corazón. Y cuando volvió a extender las manos en
demanda de limosna nueva, alargasteis otra vez la masa
de carne y sangre, otra vez reísteis, otra vez se la
lanzasteis a la cara. Y ella sintió que la sangre subía a su
garganta, y la ahogaba, y subía a su cerebro, y
necesitaba brotar, y se concentraba en su pecho que
hallaba ro busto, y bullía en todo su cuerpo o1 calor de la
burla y del ultraje. Y brotó al fin. Brotó. porque vosotros
mismos la impelisteis a que brotara, porque vuestra
crueldad hizo necesario el rompimiento de sus venas,
porque muchas veces la habíais despedazado el corazón.
Y no queria que se lo despedazarais una vez más. 32 José
Marti Y si esto habéis querido, ¿qué os extraña? Y si os
parece cuestión de honra seguir escribiendo con páginas
semejantes vuestra historia colonial, ¿por qué no
dulcificáis siquie- ra con la justicia vuestro esfuerzo
supremo para fijar eternamen- te en Cuba el jirón de
vuestro mando conquistador? Y si esto sabéis y conocéis,
porque no podéis menos de conoccr- lo y de saberlo, y si
esto comprendéis, ¿por qué en la comprensión no
empezáis siquiera a practicar esos preceptos ineludibles
de hon- ra cuya elusión os hace sufrir tanto? Cuando
todo se olvida, cuando todo se pierde, cuando en el mar
confuso de las miserias humanas el Dios del Tiempo
revuelve algu- nas veces las olas y halla las vergüenzas de
una nación, no en- cuentra nunca en ellas la compasión ni
el sentimiento. La honra puede ser mancillada. La
justicia puede ser vendida. Todo puede ser desgarrado.
Pero la noción del bien flota sobre todo, y no naufraga
jamás. Salvadla en vuestra tierra, si no queréis que en la
historia de este mundo la primera que naufrague sea la
vuestra. Salvadla, ya que aún podría ser nación aquella,
en que perdidos todos los sentimientos, quedase al fin el
sentimiento del dolor y el de la propia dignidad. v
Tristes, sombríos, lastimeros recuerdos son estos que al
calor de mi idea constante me presta la memoria que el
pesar me hizo perder. Las que habéis amamantado a
vuestros pechos al niño de rubios cabellos y dulcísimos
ojos, llorad. Las que habéis sentido posarse en vuestras
frentes la nianc augusta de la imagen de Dios en nuestra
vida, llorad. Los que habéis ido arrancando años del
libro de lo< tiempos para cederlos a una imagen vuestra,
llorad. Jóvenes, ancianos, madres, hijos, venid y llorad.
Y si me oís, y no lloráis, la tierra os sea leve y el Señor
Dio5 Venid; llorad. Y vosotros, los varones fuertes, los
hombres de la legalidad y de la patria, la palabra
encarnada del pueblo, la representación severa de la
opinión y del país, gemid vuestra vergüenza, postraos de
hinojos, lavad la mancha que oscurece vuestra frente, y
crece, y se extiende, y os cubrirá el rostro y os
desgarrará y os envcne- nará el corazón. tenga piedad de
vuestras almas. OBRAS ESCOGIDAS T 1 33 Gemid, l a v
a d , 3i no querkis que el oprobio sea \. uestro recuerdo y
la debilidad y el niicdo y el escarnio vuestra triste y
descoriso- i a dora h i s t or i a . Era el 5 de abril de 1870
M c i c i Iiacía qtic’ Iiabia yo ~~~~r n p l i d o diez y siete
años. Mi paíria me había arrancado de los brazos de mi
madre, y señalado u n lugar en s u banquete. Yo be+ sus
mano5 y la\ inoji. ton el llanto de mi orgullo, y ella partió.
y me dcj0 abandonado a mí mismo. Volvió el dia 5
severa, rodeó con una cadena i i i i pie. me vistió cofi
ropa extraña, cortó mis cabellos, y me alargó en la inano
uri corazón. Yo toqué mi pecho y lo hallé lleno; t o q d mi
cerebro, y lo hallé firme; abrí mis ojos, y los sentí
soberbios, y recliací. altivo aquella vida que me daban y
que rebosaba en mí. Mi patria me estrechó en sus brazos,
y me besó en la frente, y partió de nuevo, señalándome
con la una mano el espacio y con la otra las canteras.
Presidio, Dios: ideas para mí tan cercanas como el
inmenso sufrimiento y el eierno bien. Sufrir es quizás
gozar. Sufrir es morir para la torpe vida por nosoiros
creada, y nacer para la vida de lo bueno, única vida
verdadera. ¡Cuánto, cuánto pensamiento extraño agitó
mi cabezal Nunca corrio entonces supe cuánto el alma es
libre en las más amargas horas de la esclavitud. Nunca
como entonces, que gozaba en sufrir. Sufrir es más que
gozar: es verdaderamente vivir. Pero otros sufrían como
yo. otros sufrian más que yo. Y yo no he venido aquí a
cantar el poema íntiino de mis luchas y mis Iicras de Dios.
Yo no soy aquí más que un grillo que no se rompe entre
otros rnil que no se han roto tampoco. Yo no soy aquí más
que tina gota de sangre caliente en u n montón de sangre
coagulada. Si imses antes era rrii vida u n beso de mi
madre, y mi gloria mis sucños de colegio; si era mi vida
entonces el temor de no besarla nunca, y la angustia de
haberlos perdido, ¿qué me importa? El desprecio con que
acallo estas angustias, \a l e más que todas mis glorias
pasadas. El orgullo con que agito estas cadenas, valdrfi
niás que todas mis glorias futuras; que el que sufre por s u
patria Y vive para Dios, en este u otros mundos tiene
verdadera gloria. ¿A qué habiar de mí mismo, ahora que
hablo de sufrimiento, si otros han sufrido más que yo?
Cuando otros lloran sangre, (qué derecho tengo YO para
llorar lágrimas? Era aún el día 5 de abril. 34 Jose Alarti
OBRAS ESCOGIDAS T 1 35 &'lis manos Iiabiari inovido
ya las bombas; ini pacire habia ge- mido ya junto a mi
reja; mi madre y m i s hermanas elci. aban al ciclo su
oración empapada en Irigriinas por nii vida; mi espiritti
$e sentia encrgico y potente; yo esperaba con a i á n la
hora en que volverian aquellos que Iiabian tlc ser m i s
coiiipañeros en el m i s riido de los trabajos. Habían
partido. ine dijeron. niiiclio arites dc s i l i r el sol, y 110
habían llegado aún, mucho tiempo después de que el sol .;
e habia puesto. Si el sol tuviera conciencia, trocaria en
cenizas sus rayos que alumbran al nacer la niancha de la
sangre qtie se cuaja en los vestidos, y la espuma que brota
de los labios, y la mano que alza con la rapidez de la furia
el palo, y la espalda que gime al golpe como el junco al
soplo del vendaval, Los tristes de la cantera vinieron al
fin. Vinieron. dobladas las cabezas, harapientos los
vestidos, húnicdos los ojos, pilido y deina- crado el
semblante. No caminaban, se arrastraban; no hablaban,
gcmian. Parecia que no queriaii ver; lanzaban sblo
sornbrias cuanto tristes, débiles cuanto desconsoladoras
miradas al azar. Dudé de ellos, dudé de mi. O yo soñaba, o
ellos no vivían. Verdad eran, sin embargo, ml suello y s u
vida; verdad que vinieron, y caminaron apoyándose cn
las paredes, y miraron con desencajados ojos, y ca- yeron
en sus puestos, como caian los cuerpos muertos del Dante.
Verdad que vinieron; y entre ellos, más inclinado, más
macilento, más agostado que todos, un hombre que no
tenia u n solo cabello negro en la cabeza, cadavérica la
faz, escondido el pecho, cubiertos de cal los pies, coronada
de nieve la frente. -¿ Qué tal, don Nicolás? dijo lino más
joven. que a l verle Ic prestó su hombro. -Pasando, hijo,
pasando; y un movinliento imperceptible se di- bujó en
sus labios, y u n rayo de paciencia iluminó s u cara.
Pasan- do, y se apoyó en el joven y se desprendib de sus
hombros para caer en su porción de suelo. ¿Quién era
aquel hombre? Lenta agonia revelaba su rostro, y
hablaba con bondad. Sangre coagulada manchaba sus
ropas, y sonreia. ;Quién era aquel hombre? Aquel
anciano de cabellos canos y ropas manchadas de sangre
tenia 76 aiios, habia sido condenado a diez años de
presidio, y trabajaba, y se llamaba Nicolás del Castillo.
;Oh, torpe memoria mía, que quiere aquí recordar sus
birbaros dolores! iOh, verdad tan terrible que no me deja
inentir ni exagerar! Los colores del infierno en la paleta
de Caín no formarían un cuadro en que bri- llase tanto
lujo de horror. Más de un año ha pasado: sucesos nuevos
han llenado mi ima- ginación; mi vida azarosa de hoy ha
debido hacerme olvidar mi vida penosa de ayer;
recuerdos de otros días, hambre de familia, sed de
verdadera vida, ansia de patria, todo bulle en mi cerebro,
y roba mi memoria y enferma ini razón. Pero entre mis
dolores, el dolor dc. don Nicolás del Castillo serri
siempre mi perenne dolor. Los honibrcs de corazbn
escriben en la primera página de la historia del
sufrimiento hiiiiiano: Jeslis. Los hijos de Cuba deben
escribir en las priineras piginas de s u historia de dolores:
Casfiffo. Todas las grandes ideas tienen su gran
Nazareno, y don Nicolis del Castillo ha sido nuestro
Nazareno infortunado. Para él, como para Jesús, hubo un
Caifás. Para él, como para Jesús, hubo un Longinos.
Desgraciadamente para España, ninguno tia tenido para
él el triste valor de ser siquiera Pilatos. jOh! Si España no
rompe el hierro que lastima sus rugosos pies, España
estará para mí ignominiosamente borrada del libro de la
vida. La muerte es el único remedio a la vergüenza eterna.
Despierte al fin y viva la dignidad, la hidalguia antigua
castella- na. Dcspicrtc y viva, qtie el sol de Pelayo está ya
viejo y cansado. y no Ilegarin sus rayos a las
generaciones venideras, si los de iin sol nuevo de
grandeza no le unen su esplendor. Despierte y viva una
vez más. El león español se ha dormido con una garra
sobre Cuba, y Cuba se ha convertido en tábano y pica sus
fauces, y pica su nariz, y se posa en s u cabeza, y el león en
vano la sacude, y ruge en vano. El insecto amarga las más
dulces horas del rey de las fieras. El sorprenderá a
Baltasar en el festín, y 61 será para el Gobierno
descuidado el Mane, Thecel. Phares de las modernas profecías. {España se regenera? No puede regenerarse.
Castillo está ahí. {España quiere ser libre? No puede ser
libre. Castillo está ahi. (España quiere regocijarse? No
puede regocijarse. Castillo está ahí. Y si España se
regocija, y se regenera, y ansia libertad, entre ella y sus
deseos se levantará un gigante ensangrentado, magullado, que se llama don Nicolás del Castillo, que llena
setenta y seis páginas del libro de los Tiempos, que es la
negación viva de iodo noble principio y toda gran idea
que quiera desarrollarse aquí. Quien es bastante cobarde
o bastante malvado para ver con temor o con indiferencia
aquella cabeza blanca, tiene roído el corazón y enferma
de peste la vida. Yo lo vi, yo lo vi venir aquella tarde; yo
lo vi sonreír en medio de su pena; yo corrí hacia él. Nada
en mi habia perdido mi natural altivez. Nada aún habia
magullado mi sombrero negro. Y al verme erguido
todavia, y al ver el sombrero que los criminales llaman
allí estumpa de f a muerte, y bien lo llaman, me alargó su
mano, \olviÓ hacia mí los ojos en que las lágrimas eran
perennes, y me dijo: jPobre! iPobre! Yo lo miré con ese
angustioso afán, con esa dolorosa simpatía qiie inspira
una pena que no se puede remediar. Y él levantó s u b l w ,
y me dijo entonces: -Mira. OBR.\ '; ESCOGID.\ S T 1 37
La plulTla escribe con sangre al escribir lo qiie yo vi: pero
la \. crdad 5angrienta es también verdad. \' i tina llaga
que con escasos vacios cubria casi todas las espal- das del
anciano, que destilaban sangre en unas partes, y materia
I) íitrida 5 verdinegra en otras. Y en los lugares menos
llagados. ptide contar las señales recientísimas de treinta
y tres ventosas. ;Y España se regocija, y se regenera, y
ansía libertad? No piicdc regocijarse, ni regenerarse, ni
ser libre. Castillo está ahi. Vi ]a llaga, y no pensé en mí,
ni pensé que quizás el día si- giiicnte riie haría otra
igual. Pensé en tantas cosas a la vez; senti iin cariño !an
accndrado hacia aquel campesino de mi patria; sen- t i
una compasión tan profunda hacia sus flagcladores; sentí
tan tionda lástima de verlos platicar con su conciencia, si
esos hombres sin ventiira la tienen, que aquel torrente de
ideas angustiosas qiic por i n i crtizaban, se anudó en mi
garganta, se condensó cn mi frente, se agolpó a mis ojos.
Ellos, fijos, inmóviles, espantados, eran rllis únicas
palabras. Me espantaba que hubiese manos sacrí- legas
que manchasen con sangre aquellas canas. Me espantaba
de ver alli refundidos el odio, el servilismo, el rencor, la
venganza; yo, para quien la venganza y el odio son dos
fábulas que en horas malditas se esparcieron por la
tierra. Odiar y vengarse cabe en un rnerceriario azotador
de presidio; cabe en el jefe desventurado que le reprende
con acritud si no azota con crueldad; óero no cabe en e!
alma joven de u n presidiario cubano, más alto cuando se
eleva sobre sus grillos, más erguido cuando se sostiene
sobre la pureza de SU conciencia y la rectitud indomable
de sus principios. que todos aqücllos míseros que a par
qiie las espaldas del cautivo, despedazan el honor y !a
dignidad de sti nación. y hago mal en decir esto, porque
los Iioinbres son átomos dema- siado pequeños para que
quien en algo liene las excelencias pura- inente
espirituales de las vidas futuras, humille su criterio a las
acciones particulares de un individuo solo. Mi cabeza, sin
eiribar. go. no quiere hoy dominar a mi corazón. El
siente, 61 habla, él tiene todavía resabios de su humana
naturaleza. Tampoco odia Castillo. Tampoco tina palabra
de rencor iriterruin- pió la mirada inmóvil de mis ojos.
Al f i n le dije: --. Pero, ;esto se 10 han hecho aquí? ;Por
qiié w lo hari hecho a usted? -- l+ ijo iriio, quizás no trie.
creerías. Di a ciialqiiiera otro quc te diga por qué. La
fraternidad de la desgracia es la iraternidad rnis ripida.
Mi sombrero negro estaba demasiado bien teñido, mis
grillos eran demasiado iuertes para que no fuesen lazos
muy estrechos que tinieseg pronto a aquellas almas
acongojadas mi alma. Ellos me contaron la historia de los
días anteriores de don Nicolás, Un vigilante de presidio
me la contó así mis tarde. Los presos penin- sulares la
cuentan también corno ellos. Días hacía que don Nicolás
había llegado a presidio. Días hacía que andaba a las
cuatro y media de la mañana el trecho de más de una
legua que separa las canteras del estable- cimiento penal,
y volvía a andarlo a las seis de la tarde, cuando el sol se
había ocultado por completo, cuando había cumplido
doce horas de trabajo diario. Una tarde don Nicolás
picaba piedra con sus manos despeda- zadas, porque los
palos del brigada no habían logrado que el infe- liz
caminase sobre dos extensas llagas que cubrían sus pies.
Detalle repugnante, detalle que yo también sufrí, sobre el
que yo, sin embargo, caminé, sobre el que mi padre
desconsolado lloró. iY qué día tari amargo aquél en que
logro verme, y yo procuraba ocultarle las grietas de mi
cuerpo, y Si colocarme unas almohadillas de mi madre
para evitaf el roce de los grillos, y vio al fin, un día
después de haberme visto paseando en los salones de la
cárcel, aquellas aberturas purulentas, aquellos miembros
estrujados, aque- lla mezcla de sangre y polvo, de materia
y fango, sobre que me hacían apoyar el cuerpo, y correr,
y correr! ;Día amarguísimo aquel! Prendido a aquella
masa informe, me miraba con espanto, envolvía a
hurtadillas el vendaje, me volvía a mirar, y al fin,
estrechando febrilmente la pierna triturada, rompió a
llorar! Sus lágrimas caían sobre mis llagas; yo luchaba
por secar su llanto; sollozos desgarradores anudaban su
voz, y en esto sonó la hora del trabajo, y un brazo rudo
me arrancó de allí, y él quedó de rodillas en la tierra
mojada con mi sangre, y a mí me empujaba el palo. hacia
el montón de cajones que nos esperaba ya para seis
horas. ¡Día amarguísimo aquel! Y yo todavía no sé odiar.
Así también estaba don Nicolás. Así, cuando llegó del
establecimiento un vigilante y habló al bri- gada y el
brigada le envió a cargar cajones, a caminar sobre las
llagas abiertas, a morir, como a alguien que le
preguntaba dónde iba respondió el anciano. Es la
cantera extenso espacio de ciento y más varas de profundidad. Fórmanla elevados y numerosos montones, ya de
piedra de distintas clases, ya de cocó, ya de cal, que
hacíamos en los hornos, y a1 cual subíamos, con más
cantidad de la que podía contener el ancho cajón, por
cuestas y escaleras muy pendientes, que unidas hacían
tina altura de ciento noventa varas. Estrechos son los
cami- nos que entre los montones quedan, y apenas si por
sus recodos y encuentros puede a veces pasar un hombre
cargado. Y allí, en aquellos recodos estrechísimos, donde
las moles de piedra descien- den írecuentemente con
estrépito, donde el paso de un hombre suele ser difícil, allí
arrojan a los que han caído en tierra desmayados, Y allí
sufren, ora la pisada del que huye del golpe inusitado de
10s cabos, ora la piedra que rueda del montón al menor
choque, ora 38 Iosé Martí OBRAS ESCOGIDX r I 39 la
tierra que cae del cajón en la fuga continua en que se hace
allí el trabajo. Al pie de aquellas moles reciben el sol, que
sólo deja dos horas al día las canteras; allí, las lluvias,
que tan frecuentes son en todas las épocas, y que
esperábamos con ansia porque el agua refrescaba
nuestros cuerpos, y porque si duraba más de media hora
nos auguraba algún descanso bajo las excavaciones de
las piedras; allí el palo suelto, que por costumbre deja
caer el cabo de vara que persigue a los penados con el
mismo afán con que esquiva la presencia del brigada, y
allí, en fin, los golpes de este, que de vez en cuando pasa
para cerciorarse de la certeza del des- mayo, y se
convence a puntapiés. Esto, y la carrera vertiginosa de
cincuenta hombres, pálidos, demacrados, rápidos a pesar
de su de- macración, hostigados, agitados por los palos,
aturdidos por los gritos; y el ruido de cincuenta cadenas,
cruzando algunas de ellas tres veces el cuerpo del penado;
y el continuo chasquido del palo en las carnes, y las
blasfemias de los apaleadores, y el silencio terri- ble de
los apaleados, y todo repetido incansablemente un día y
otro día y una hora y otra hora, y doce horas cada día: he
ahí pálida y débil la pintura de las canteras. Ninguna
pluma que se inspire en el bien, puede en todo su horror el
frenesí del mal. Todo tiene su término en la monotonía.
Hasta el crimen es monótono, que monóto- no s( 0 ha
hecho el crimen del horrendo cementerio de San Lázaro.
-¡ Andar! ¡Andar! -¡ Cargar! ¡Cargar! Y a cada paso un
quejido, y a cada quejido un palo, y a cada muestra de
desaliento el brigada que persigue al triste, y lo acosa, y
él huye, y tropieza, y el brigada lo pisa y lo arrastra, y los
cabos se reúnen, y como el martillo de los herreros suena
uniforme en la fragua, las varas de los cabos dividen a
compás las espaldas del desventurado. Y cuando la
espuma mezclada con la sangre brota de los labios, y el
pulso se extingue, y parece que la vida se va, dos
presidiarios, el padre, el hermano, el hijo del flagelado
quizás, lo cargan por los pies y la cabeza, y lo arrojan al
suelo, allá al pie de un alto montón. Y cuando el fardo
cae, el brigada le empuja con el pie, y se alza sobre una
piedra, y enarbola la vara, y dice tranquilo: -Ya tienes
por ahora: veremos esta tarde. Este tormento, todo este
tormento sufrió aquella tarde don Ni- colás. Durante una
hora, el palo se levantaba y caía metódicamente sobre
aquel cuerpo magullado que yacía sin conocimiento en el
suelo. Y le magulló el brigada, y azotó sus espaldas con la
vaina de su sable, e introdujo su extremo entre las
costillas del anciano exánime. Y cuando su pie le hizo
rodar poi el polvo y rodaba como cuerpo muerto, y la
espuma sanguinolenta cubría su cara y se cua- jaba en
ella, el palo cesó, y don Nicolás fue arrojado a la falda de
un montón de piedra. Parece esto el refinamiento más
bárbaro del odio, el esfuerzo rnás violento del crimen.
Parece que hasta allí, y nada más que tiasla alli, llegan la
ira y el rencor humanbs; pero esto podrá pare- cer cuando
el presidio no es el presidio político de Cuba, el presidio
que han sancionado los diputados de la nación. Hay
más, y mucho más, y más espantoso que esto. Dos de sus
compañeros cargaron por orden del brigada el cuer- po
inmóvil de don Nicolás hasta el presidio, y allí se le llevó a
la visita del médico. Su espalda era una llaga. Sus canas
a trechos eran rojas, a trechos masa fangosa y negruzca.
S e levantó ante el médico la ruda camisa; se le hizo notar
que su pulso no latía; se le enseñaron las heridas. Y aquel
hombre extendió la mano, y profirió una blas- femia, y
dijo que aquello se curaba con baños de caniera. Hombre
desventurado y miserable; hombre que tenía en el alma
todo el fango que don Nicolás tenía en el rostro y en e!
cuerpo. Don Nicolás no había aún abierto los ojos,
cuando la campana llamó al trabajo en la madrugada del
día siguiente, aquella hora congojosa e n que la
atmósfera se puebla de ayes, y el ruido de los grillos e s
más lúgubre, y el grito del enfermo es más agudo, y el
dolor de las carnes magulladas es más profundo, y el palo
azota más fácil los hinchados miembros; aquella hora que
no olvida jamás quien una vez y ciento sintió en ella el
más rudo de los dolores del cuerpo, nunca tan rudo como
altivo el orgullo que reflejaba s u frente y rebosaba en su
corazón. Sobre un pedazo mísero de lona embreada, ígua!
a aquel en que tantas noches pasó sentada a mi cabecera
la sombra de mi madre; sobre aquella dura lona yacía
Castillo, sin vida los ojos, sin palabras la garganta, sin
movi- miento los brazos y las piernas. Cuando se llega
aquí, quizás se alegra el alma porque presume que en
aquel estado un hombre no trabaja, y que el octogenario
descansaría al fin algunas horas; pero sólo puede
alegrarse el alma que olvida que aquel presidio era el
presidio de Cuba, la institución del Gobierno, el acto mil
veces repetido del Gobierno que sancio- naron aquí los
representantes del país. Una orden impía se apo- deró del
cuerpo de don Nicolás; le echó primero en el suelo, le echó
después en el carretón. Y allí, rodando de un lado para
otro a cada salto, oyéndose el golpe seco de su cabeza
sobre las tablas, aso- mando a cada bote del carro algún
pedazo de su cuerpo por sobre los maderos de los lados,
fue llevado por aquel camino que el polvo hace tan
sofocante, que la lluvia hace tan terroso, que las piedras
hicieron tan horrible para el desventurado presidiario.
Golpeaba la cabeza en el carro. Asomaba el cuerpo a cada
bote. Trituraban a u n hombre. ¡Miserables! Olvidaban
que en aquel hom- bre iba Dios. Ese, ese es Dios; ese es el
Dios que os tritura la conciencia, si la tenéis; que os
abrasa el corazón, si no se ha fundido ya al 40 Iosé híarti
OBRAS ESCOGIDAS 1’ 1 41 fuego de vuestra infamia. El
martirio por la patria es Dios mismo. como el bien, como
las ideas de espontánea generosidad univerca- les.
Apaleadle, heridle, magulladle. Sois demasiado viles para
que os devuelva golpe por golpe y herida por herida. Yo
siento en mí a este Dios, yo tengo en mí a este Dios; este
Dios en mí os tiene lástima, más lastima que horror y que
desprecio. El comandante del presidio había visto llegar
la tarde antes a Castillo. El comandante del presidio
había mandado que saliese por la mañana. Mi Dios tiene
lástima de ese comandante. Ese comandante se llama
Mariano Gil de Palacio. Aquel viaje criminal cesó al fin.
Don Nicolás fue arrojado al suelo. Y porque sus pies se
negaban a sostenerle, porque sus ojos no se abrían, el
brigada golpeó su exánime cuerpo. A los pocos golpes,
aquella excelsa figura se incorporó sobre sus rodillas
como para alzarse, pero abrió los brazos hacia atrás,
exhaló un gemido ahogado, y volvió a caer rodando por el
suelo. Eran las cinco y media. S e le echó al pie de un
montón. Llegó el sol: calcinó con su fuego las piedras.
Llegó la lluvia: penetró con el agua las capas de la tierra.
Llegaron las seis de la tarde, Entonces dos hombres
fueron al montón a buscar el cuerpo que, calcinado poi el
sol y penetrado por la lluvia, yacía allí desde las horas
primeras de la mañana. {Verdad que esto es demasiado
horrible? ¿Verdad que esto no ha de ser más así? El
ministro de Ultramar es español. Esto es allá el presidio
español. El ministro de Ultramar dirá cómo ha de ser de
hoy más, porque yo no supongo al Gobierno tan infame
que sepa esto y lo deje como lo sabe. Y esto fue un día y
otro día, y muchos días. Apenas si el es- fuerzo de sus
compatriotas había podido lograrle a hurtadillas, que
lograrla estaba prohibido, u n poco de agua con azúcar
por Único alimento. Apenas si se veía su espalda, cubierta
casi toda por la llaga. Y, sin embargo, días había en que
aquella hostigación verti- ginosa le hacía trabajar
algunas horas. Vivía y trabajaba. Dios vi- vía y trabajaba
entonces en él. Pero alguien hab! ó al fin de esto. a
alguien horrcrizó a quien se debia complacer, quizás a su
misma bárbara conciencia. S e man- dó a don Nicolás que
no saliese al trabajo en algunos días; que se le pusiesen
ventosas. Y le pusieron treinta y tres. Y pasó algiin tiempo
tendido en su lona. Y se baldeó una vez sobre él. Y se
barrió sobre su cuerpo. Don Nicolás vive todavía, Vive en
presidio. Vivía al menos siete meses hace, cuando fui a
ver, sabe ei azar hasta cuándo, aquella que fue morada
mía. Vivía trabajando. 1’ antes de estrechar s ü mano la
última madrugada que lo vi, nuevo castigo inusitado,
nue- vo refinamiento de crueldad hizo su víctima a don
Nicolás. ¿Por qué esto ahora? ;Por qué aquello antes?
Cuando yo lo preguntaba, peninsulares y cubanos me
decían. -Los voluntarios decían que don Nicolás era
brigadier en la insurrección, y el comandafite quería
complacer a los voluntarios Los voluntarios son la
integridad nacional. El presidio es una institución del
Gobierno. El cornaridante es Mariano Gil de Palacio.
Cantad, cantad, diputados de la nación. Ahi tenéis la
integridad: ahí ten& el Gobierno qiie habéis aprobado,
que habéis sancionado, que habéis unánimemente aplaudi do. Aplaudid; cantad. ;No es verdad que vuestra honra
os manda cantar y aplaudir? VI 1 iMartí! ¡Martí! me
dijo una mañana un pobre amigo mio, amigo allí porque
era presidiario politico, y era bueno, y como yo, por
extraña circunstancia, habia recibido orden de no salir al
trabajo y queda: en el taller de cigarrería; mira aquel
niño que pasa por allí. Miré. ¡Tristes ojos míos que tanta
tristeza vieron! Era verdad. Era un niño. Su estatura
apenas pasaba del codo de u n hombre regular. Sus ojos
miraban entre espantados y curio- sos aquella ropa
rudísima con que le habían vestido, aquellos hierros
extraños que habían ceñido a sus pies. Mi alma volaba
hacia su alma. Mis ojos estaban fijos en sus ojos. Mi vida
hubiera dado por la suya. Y mi brazo estaba sujeto al
tablero del taller; y su brazo movía, atemorizado por el
palo, la bomba de los tanques. Hasta allí, yo lo había
coniprendido todo, yo me lo había expli- cado todo, yo
había llegado a explicarme el absurdo de mí mismo; pero
ante aquel rostro inocente, y aquella figura delicada, y
aque- llos ojos serenísimos y puros, la razón se me
extraviaba, yo no encontraba mi razón, y era que se me
había ido despavorida a Ilo- rar a los pies de Dios. ¡Pobre
razón mía! iY cuántas veces la han hecho llorar así por los
demás! Las horas pasaban; la fatiga se pintaba en aquel
rostro; los pequeños brazos se movían pesadamente; la
rosa suave de las mejillas desaparecía; la vida de los ojos
se escapaba; la fuerza de los miembros debilísimos huía.
Y mi pobre corazón lloraba. La hora de cesar en !a tarea
llegó al fin. El niño subió jadeante las escaleras. Así llegó
a su galera. Así se arrojó en el suelo, único asiento que
nos era dado, único descanso para nuestras fatigas,
nuestra silla, nuestra mesa, nuestra cama, el paiío
mojado con OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 43 nuestras
lágrimas, el lienzo empapado en nuestra sangre, refugio
ansiado, asilo único de nuestras carnes magulladas y
rotas. y de ntic'troc miembros hinchados y doloridos.
Prorito Ileguk hasta él. Si yo fuera capaz de maldecir y
odiar, yo hubiera odiado y rnaldecido entonces. Yo
también me senté en el suelo, apoyé su cabeza en su
miserable chaqueton y esperé a que mi agitación me
dejase hablar. -¿ Cuántos años tienes? le dije. -Doce,
señor. -Doce, ¿y te han traído aquí? Y ;cómo te llamas? Lino Figueredo. Y ;qué hiciste? -Yo no sé, señor. Yo estaba
con fuiticaz y mamita, y vino la -. ¿Y t u madre? Se la
llevaron. --¿ Y t u padre? -También, y no sé de él, señor.
¿Qué habrk hecho yo para que me traigan aquí, y no me
dejen estar con taitica y mamita? Si la indignación, si el
dolor, si la pena angustiosa pudiesen hablar, yo hubiero
hablado al niño sin ventura. Pero algo extraño, y todo
hombre honrado sabe lo que era, sublevaba en mi la
resig- nación y la tristeza, y atizaba el fuego de la
venganza y de la ira; algo extraño ponía sobre mi corazón
si1 mano de hierro, y secaba en mis párpados las
lágrimas, y helaba las palabras en mis labios. Doce años,
doce años, zumbaba constantemente en mis oídos, y su
madre y mi madre, y su debilidad y mi impotencia se
amon- tonaban en mi pecho, y rugían, y andaban
desbordados por mi ca- beza, y ahogaban mi corazón.
Doce años tenia Lino Figueredo, y el Gobierno español lo
con- denaba a diez años de presidio. Doce años ienía Lino
Figueredo, y el Gobierno español lo car- gaba de grillos, y
lo lanzaba entre los criminales, y lo exponía, quizás conlo
trofeo, en !as calles. tropa, y se llevó a taitica, y volvió, y
me trajo a mí. ;Oh! ¡Doce arios! NG hay término medio,que avergüenza. No hay contemplación posit! ie,-- que
mancha. El Gobiernc olvidó su honra cuando senten- cio a
1111 nific de doce años a presidio; la olvidó más cuando
fue cruel. inexorable, inicuo con él, Y el Gobierno ha de
volver, y volver pronto, por esa horira suya. esta como
tantas otras veces manci- ¡lada y hiimillada. 1 Capote
corto y c(, n irialigdis. de tela rniiy inferior. (K del .A ) 2
Sornli: t. que dan 10. r a r r ~p (~z i n o ~ de Cuba a sus
padre\ Ih' del A ) Y l i a b r i de volver pronto, espantado
de s u obra. cuaiido oiga toda la serie de sucesos que yo
no nombro. porque me atergiienza ia miseria ajena. Lino
Figueredo había 5ido condenado a presidio. Esto I I U ba?.
taba. Lino Figueredo tiabia llegado ya alli: era
presidiario ya: gemia uncido a sus pies el hierro; lucía el
5oinbrero negro y el hábito fatal. Esto no bastaba
todavía. Era preciso que el niño de doce años fuera
precipitado en la> canteras, fuese azotado, fuese
apaleado en ellas. Y lo fue. Las pie. dras rasgaron sus
manos; el palo rasgO s u s espaldas: la cal \.¡\- a rasgó y
Ilagó sus pies. Y esto fue un día. Y lo apalearon. Y otro
día. Y lo apalearon también. Y muchos dias. Y el palo
rompía las carnes de un niño de doce anos en el pre- sidio
de La Habana, y la integridad nacional hacía vibrar aquí
iina cuerda mágica, que siempre suena enérgica y
poderosa. La integridad nacional deshonra, azota,
asesina allá. Y conmueve, y engrandece, y entusiasma
aquí. ¡Conmueva, engrandezca, entusiasme aquí la
integridad nacio- nal que azota, que deshonra, que
asesina allá! Los representantes del país no sabían la
historia de don Nico- lás del Castillo y Lino Figueredo
cuando sancionaron los actos del gobierno, embriagados
por el aroma del acomodaticio patriotismo. No la sabían,
porque el pais habla en ellos; y si el país la sabía, y
hablaba así, este país no tiene dignidad ni corazón. Y
hay aquello, y mucho más. Las canteras son para Lino
Figueredo la parte mas llevadera d e su vida mártir. Hay
más. Una mañana, el cuello de Lino no pudo sustentar su
cabeza; SUS rodillas flaqueaban; sus brazos caían sin
fuerzas de sus horii- bros; u n mal extraño vencía en él al
espíritu desconocido que le había impedido morir, que
habia impedido morir a don Nicolás. y a tantos otros, y a
mi. Verdinegra sombra rodeaba sus ojos; rojas manchas
apuntaban en su cuerpo; su voz se exhalaba como un
gemido; sus ojos miraban como una queja. Y en aquella
agonía, y en aquella lucha del enfermo en presidio, que
es la más terrible d e todas las luchas, el niño se acercó al
brigada dc s i l cuadrilla, v le dijo: ' -Señor. yo estoy
malo: no me piicdo rriuiear; icngo c i wcv- po lleno de
manchas. -¡ Anda, anda:-- dijo coi1 brusca voz el brigada.-, Anda: 1' 1111 golpe de palo respondió a la queja.-.; Anda!
OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 45 Y Lino, apoyAndose. sin que
lo vieran,- que si io hubieran visto, -; u historia tendria
una hoja sangrienta más-. en el hombro de alguno no tan
débil aquel dia como él, andu\- o. &Iuchas cosas andan.
Todo anda. La eterna justicia, insondable cuanto eterna.
anda taínbién, y ialgún día parará! Lino anduvo. Lino
trabajó. Pero las manchas cubrieron al fin su cuerpo, la
sombra empañó sus ojos, las rodillas se doblaron. Lino
cayó, y la yiruela se asomó a sus pies y extendió sobre íti
su garra y le envolvió rápida y avarienta en su horroroso
manto. ~PO- bre Lino! Sólo así, sólo por cl miedo egoísta
del contagio fue Lino al hospital. El presidio es nn
infierno real en la vida. El hospital del presidio es otro
infierno más real aún en el vestíbulo de los mun- dos
extraños. \i para cambiar de infierno, el presidio político
dc Cuba exige qnc nos cubra la sombra de la muerte. Lo
recuerdo, y io recuerdo con horror. Cuando el cólera
recogía SII haz de victimas alli, no se envió el cadáver de
un desventurado chino al hospital, hasta que un paisano
suyo no le picó una vena y brotó una gota, una gota de
sangre negra, coagulada. Entonces, sólo entonces se
declaró que el triste estaba enfermo. Entonces; y minutos
después el triste moría. Mis manos han frotado sus
rígidos miembros; con mi aliento los he querido revivir;
de mis brazos han salido sin conocimiento, sin vista, sin
voz, pobres coléricos;- que sólo así se juzgaba que lo eran.
Bello, bello es ei sueño de la Integridad Nacional. ;No es \,
erdad que es muy bello, señores diputados? -. ;Marti!
iiVarti! \- ol\- ió a decirnle pocos días después mi amigo.
Aquel que viene allí ;no es Lino? Mira, mira bien. Miré,
miré. iEra Lino! Lino que venía apoyado en otro enfermo.
caída la cabeza, convertida en negra llaga la cara, en
negras Ila- gas las manos y los pies; Lino, que venía.
extraviados los ojos, hundido el pecho, inc! inando cl
cuerpo, ora hacia adelante, ora ha- cia atrris, rodando al
Suelo si lo dejaban solo, caminando arrastrado si se
apoyaba en oiro; Lino, que venia con la erupción
desarrollada en toda su p! enitud, con la viruela
mostrada en toda su deformidad, viva, supurante,
purulenta. Lino, en fin, que venía sacudido a cada rno\~
imiento por un ataque de vómito que parecía el esfuerzo
pos- trimero de su vida. Así venia Lino, y el médico del
hospital acababa de certifica1 que Lino estaba sano. Sus
pies no lo sostenían; su cabeza se do- blaba; la erupción
se mostraba en toda su deformidad; todos lo palpaban;
todos lo veían. Y el médico certificaba que venía sano
Lino. Este médico tenia la viruela en el alma. Asi pasó el
triste la más horrible de las tardes. Así fo vio el médico del
establecimiento, y así volvió al hospital. Días después, un
cuerpo pequeño, pálido, macilento, subía aho- gándose
las escaleras del presidio. Sus miradas vagaban sin
objeto; sus manecitas demacradas apenas podían
apoyarse en la baran- da; la faja que sujetaba los grillos
resbalaba sin cesar de su cintura; penosísima y
trabajosamente subía cada escalón. -iAy! decía, cuando
fijaba al fin los dos pies iAy, Taítica de mí vida! y rompía
a llorar. Concluyó al fin de subir. Subí yo tras él, y me
senté a su lado, y estreché sus manos, y le arreglé su
mísero petntej y volví más de una vez mi cabeza para que
no viera que mis lágrimas corrían como fas suyas. iPobre
Lino! No era el niño robusto, la figura inocente y gentil
que un mes antes sacudía con extrañeza los hierros que
habian unido a sus pies. No era aquella rosa de los
campos que algunos conocieron risueña como Mayo,
fresca como Abril. Era la agonía perenne de la vida. Era
la amenaza. latente de la condenación de muchas almas.
Era el esqueleto enjuto que arroja el boa constrictor
después que ha hinchado y satisfecho sus venas con su
sangre. Y Lino trabajó así. Lino fue castigado al día
siguiente así. Lino salió en las cuadrillas de la calle así. El
espíritu desconocido que inmortaliza el recuerdo de las
grandes innatas ideas, y vigoriza ciertas almas quizás
predestinadas, vigorizó las fuerzas de Lino, y dio robustez
y vida nueva a su sangre. Cuando saií de aquel
cementerio de sombras vivas. Lino estaba aún alli.
Cuando me enviaron a estas tierras Lino estaba alli aún.
Después la losa del inmenso cadáver se ha cerrado para
mí. Pero Lino vive en mi recuerdo, y me estrecha la mano,
y me abraza cariñosamente, y vuela a mi alrededor, y su
imagen no se aparta un instante de mi memoria. 3 Ajuar
del presidkrio. Dos varas de lana embreada, y a veces un
chaquetón. !N. dei A.) 46 José Marfí OBR.\ S LSCOGID,\ S
T. 1 47 Cuando los pueblos \- an errados; cuando, o
cobardes o indife- rentes. cometen o disculpan extravíos,
si el último vestigio de ener- gía desaparece, si la última, o
quizás la primera, espresión de la voluntad guarda torpe
silencio, los pueblos lloran mucho, los pue- blos espían
su falta, los pueblos perecen escarnecidos y humillados y
despedazados, como ellos escarnecieron y despedazaron
y humi- llaron a su vez. La idea no cobija nunca la
embriaguez de la sangre. La idea no disculpa nunca el
crimen y el refinamiento bkbaro en el crimen. España
habla de su honra. Lino Figueredo está allí. Allí; y entre
los sueños de mi fantasía, veo aquí a los diputados danzar
ebrios de entusiasmo, vendados los ojos, con vertiginoso
movimiento, con incansable carrera, alum- brados como
Nerón por los cuerpos humanos que atados a los pila- res
ardían como antorchas. Entre aquel resplandor siniestro,
un fantasma rojo lanza una estridente carcajada. Y lleva
escrito en la frente Integridad nacional: los diputados
danzan. Danzan, y so- bre ellos una mano extiende la
ropa manchada de sangre de don Nicolás del Castillo, y
otra mano enseña la cara llagada de Lino Fígueredo.
Dancen ahora, dancen. VIII Si los dolores
verdaderamente agudos pueden ser templados por algún
goce, sólo puede templarlos el goce de acallar el grito de
dolor de los demás. Y si algo los esacerba y los hace
terribles es seguramente la convicción de nuestra
impotencia para calmar los dolores ajenos. Esta
angustia que no todos comprenden, con la que tanto sufre
quien la llega a comprender, llenó muchas veces mi alma,
la lle- naba perennemente en aquel intervalo sombrío de
la vida que se llama presidio de Cuba. Yo suelo olvidar
mí mal cuando curo el mal de los demás. Yo suelo no
acordarme de mi daño más que cuando los demás pueden
sufrirlo por mi. Y cuando yo sufro y no mitiga mi dolor ei
placer de mitigar el sufrimiento ajeno, me parece que en
mundos anterio- res he cometido una gran falta que en mi
peregrinación descono- cida por el espacio me ha tocado
venir a purgar aquí. Y sufro más, pensando que, así como
es honda mi pena, será amargo y desgarra- dor el
remordimiento de los que la causan a alguien. Aflige
verdaderamente pensar en los tormentos que roen las almas malas. Da profunda tristeza su ceguedad, Pero nunca
es tanta como la ira que despierta la iniquidad en el
crimen, la iniquidad sistemática, fría, meditada, tan
constantemente ejecutada como r, 7- pidamente
concebida. Castillo, Lino Figucredo, Delgado, Juan de
Dios Socarrás, Ra- món Rodríguez Alvarez, el negrito
Tomás y tantos otros, son Iágrí- mas negras que se han
filtrado en mí corazón. ;Pobre negro Juan de Dios! Reía
cuando le pusieron la cadena. Reía cuando le pusieron a
la bomba. Reía cuando marchaba a las canteras.
Solamente no reía cuando el palo rasgaba aquellas espaldas en que la luz del sol había dibujado más de un siglo. El
idio- tismo había sucedido en él a la razón; su
inteligencia se había convertido en instinto; el
sentimiento vivía únicamente entero en él. Sus ojos
conservaban la fiel imagen de las tierras y las cosas; pero
su memoria unía sin concierto los últimos con los
primeros años de su vida. En las largas y extrañas
relaciones que me hacia y que tanto me gustaba escuchar,
resaltaba siempre su respeto ili- mitado al señor, y la
confianza y gratitud de los amos por su cariño y lealtad.
En el espacio de una vara señalaba perfectamente con el
dedo los límites de las más importantes haciendas de
Puerto Prín- cipe; pero en diez palabras confundía al
biznieto con el bisabuelo, y a los padres con los hijos, y a
las familias de más remoto y sepa- rado origen, Aquello
que más le hería, que más dolor le causaba, hallaba en él
por respuesta esa risa bondadosa, franca, llena, peculiar
del negro de nación. Los golpes sólo despertaban la
antigua vida en él. Cuando vibraba el palo en sus carnes,
la eterna sonrisa desa- parecía de sus labios, el rayo de la
ira africana brillaba rápida y fieramente en sus ojos
apagados, y su mano ancha y nerviosa comprimía con
agitación febril el instrumento del trabajo. El Gobierno
español ha condenado en Cuba a un idiota. El Gobierno
español ha condenado en Cuba a un hombre negro de más
de cien años. Lo ha condenado a presidio. Lo ha azotado
en presidio. Lo ve impávido trabajar en presidio. El
Gobierno español. 0 la integridad nacional, y esto es más
exacto; que, aunque tanto se empeñan en fundir en una
estas dos existencias, España tiene todavía para mí la
honra de tenerlos separados. Canten también, aplaudan
también los sancionadores entusías- tas de la conducta
del Gobierno en Cuba. IX Y con Juan de Dios, ipobre
negrito Tomás! 48 Josi Marti OBRAS ESCOGIDAS. T 1 49
iAh! Su recuerdo indigna demasiado para que me deje
hablar mucho de él. Trabajo me cuesta, sin embargo,
contener mi pluma, que corre demasiado rápida, al oír su
nombre. Tiene once años, y es negro, y es bozal. iOnce
años, y está en presidio! iOnce años, y es sentenciado
político! íBoza!, y un Consejo de guerra lo ha sentenciado!
iBozal, y el Capitán General ha firmado su sentencia!
iMiserables, miserables! Ni aun tienen la vergüenza
necesaria para ocultar el más bárbaro de sus crímenes.
Canten, canten, loen. aplaudan los diputados de la
nación. X Ramón Rodríguez Alvarez llora también con
tantos ‘nfelices. Ramón Rodríguez Alvarez, que fue
sentenciado a 1~ s catorce años de SLI vida. Ramón
Rodriguez Álvarez, que arrastra la cadena del condenado
político a diez años de presidio. Él iba a la cantera a la
par que Lino Figueredo. Cuando él llegó, Lino estaba allí
hacía más de una semana. Y en aquel infier- no de piedras
y gemidos, Lino le aligeraba a hurtadillas de su carga, y
se la echaba a su cajón, porque Ramón se desmayaba
bajo tanto peso; Lino, cargado y expirando, le prestaba su
hombro lla- gado para que se apoyara al subir la terrible
cuesta; Lino le Ilena- ba a veces apresuradamente de
piedras su cajón para que no tar- dara demasiado, y el
palo bárbaro cayera sobre él. Y una vez que Ramón se
desmayó, y Lino cogió en la mano un poco de agua, y con
su carga en la cabeza dobló una rodilla, y lo dejó caer en
la boca y en el pecho de su amigo Ramón, el brigada pasó,
el brigada lo vio, y se lanzó sobre ellos, y ciego de ira, su
palo cayó rápido sobre los niños, e hizo brotar la sangre
del cuerpo desmayado y el cuerpo erguido aún, y pocos
instantes pasaron sin que el cajón rodase de la cabeza de
Lino? y sus brazos se abriesen hacia atrás, y cayese
exánime al lado de su triste compañero. Ramón tenía
catorce’años. Lino tenía doce. Sobre ellos, un hombre
blandía, con ira extraña, su palo, una nación lloraba en
los aires la ignominia con que sus hijos man- chaban su
frente. Aplaudan siempre, canten siempre los diputados
de la nación. ,No es verdad, repito, que importa a vuestra
honra cantar y aplaudir? XI Y allá, en las canteras,
aparece como tristísimo recuerdo el conato de suicidio de
Delgado. Era joven, tenía veinte años. Era aquel su
primer dia de tra- bajo. Y en aquel día en que el
comandante habia mandado suspen- der el castigo. en
aquel solemne día,- para él y !a integridad nacio- nal,
amiga aún- a la media hora de trabajo, Delgado, que 10
había comenzado, erguido, altanero, robusto, se detuvo
en un instante de descuido de los cabos en la más alta de
!as cimas a que había llevado piedra, lanzó su sombrero
al aire, dijo adiós con la mano a los que de la cárcel de
Guanabacoa habian venido con él, y se arrojó al espacio
desde una altura de ochenta varas. CayG, y cayó por
fortuna sobre un montón de piedra blanda. La piel que
cubría su crhneo cayó en tres pedazos sobre su cara. Y un
presidiario que se decía médico se ofreció al atónito
brigada para socorrerle; le vació en la cabeza botellas de
alcohol, acomodó con desgarrador descuido la piel sobre
el cráneo, la sujetó con vendas de una blusa despedazada,
llena de manchas de cieno; llena de tierra mojada y
cuajada allí, las amarró fuertemente, y en un co- che..-imilagros de bondad!- fue llevado al hospital del presidio.
Aquel día era el santo del general Caballero de Rodas.
iPresagio extraño! Aquel día se inauguraba con sangre.
Nada se dijo de aquello. Nada se supo fuera de al! í. Con
rudas penas fueron amenazados todos los que podían
dejarlo saber. NO se apartaron de su cama los médicos,
ni el sacerdote, ni los ayu- dantes militares. ¿Por qué
aquel cuidado? <Por qué aquel temor? ESería quizás
aquello el grito primero de una enfangada concien- cia?No.- Aquello era el miedo al escarnio y a la execración
universales. Los médicos lucharon con silencioso ardor;
los médicos vencie- ron aI fin. Se empezó a llenar la forma
con una acusación de sui- cidio; la sumaria acabó a las
primeras declaraciones. Todo quedó en tinieblas; todo
oscuro. Delgado trabajaba a mi salida con la cabeza
siempre baja, y el color de la muerte próxima en el rostro.
Y cuando se quita el sombrero, tres anchas fajas blancas
atraviesan en todas direccio- nes su cabeza. Agítense de
entusiasmo en los bancos, aplaudan, canten los
representantes de la patria. Importa a su honra, importa
a su fama cantar y aplaudir. XII iY tantos han muerto!
50 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 51 iY tantos hijos
van en las sombras de la noche a llorar en las canteras
sobre la piedra bajo la que presumen que descansa el
espíritu de sus padres! iY tantas madres han perdido la
razón! iMadre, madre! iY cómo te siento vivir en mi alma!
iCómo me inspira tu recuerdo. t iCómo quema mis
mejillas la lágrima amar- guísima de tu memoria!
iMadre! ;Madre! ;Tantas lloran coma tú lloraste! iTantas
pier- den el brillo de sus ojos como tú lo perdiste! iMadre!
iMadre! En tanto aplauden los diputados de la nación.
Mirad, mirad. Ante mí desfilan en desgarradora y
silenciosa procesión espec- tros que parecen vivos, y vivos
que parecen espectros. Mirad, mirad. Aquí va el cólera
contento, satisfecho, alegre, riendo con horri- ble risa.
Ha trocado su guadaña por el látigo del presidio. Lleva
sobre los hombros un montón de cadenas. De vez en
cuando, de aquel grupo informe que hace un ruido
infernal, destila una gota de sangre. iSiempre sangre! El
cólera cargaba esta vez su espalda en el presidio politice
de Cuba. Mirad, mirad. Aquí viene una cabeza vestida de
nieve. Se dobla sobre un cuello que gime porque no la
puede sostener. Materia purulenta atraviesa su ropaje
miserable. Gruesa cadena ruge con sordo son a su pie. Y
sin embargo, sonríe. iSiempre la sonrisa! Verdad que el
martirio es algo de Dios. Y jcuán desventurados son los
pueblos cuando matan a Dios! Mirad, mirad. Aquí viene
la viruela asquerosa, inmunda, lágrima encarnada del
infierno, que ríe con risa espantosa. Tiene un ojo como
Quasi- modo. Sobre su horrenda giba lleva un cuerpo
vivo. Lo arroja al suelo, salta a su alrededor, lo pisa, lo
lanza al aire, lo recoge en su espalda, lo vuelve a arrojar,
y danza en torno, y grita: ilino! iLino!- Y el cuerpo se
mueve, y le amarra un grillo al cuerpo, y lo empuja lejos,
muy lejos, hondo, muy hondo, allá a la sima que llaman
las canteras. ;Lino! ;Lino! se aleja repitiendo. Y el cuerpo
be alza. y el látigo vibra, y Lino trabaja. ;Siempre el
trabajo! Ver- dad que el espiritu es Dios mismo. Y ;cuán
descarriados van los pueblos cuando apalean a Dios.
?ilirad, mirad. Aqui viene riendo, riendo, una ancha boca
negra, El siglo se apoya en él. La memoria plegó las alas
en su cerebro y voló más allá. La crespa lana está ya
blanca. Ríe, ríe. -Mi amo, <por qué vivo? Mi amo, mi amo,
iqué feo suena!- y sacude el grillo. Y rie. ríe. Y DiÓs llora.
Y fcuánto han de llorar los pueblos cuando hacen llorar a
Dios! Mirad, mirad. Aquí viene la cantera. Es una mole
inmensa. Muchos brazos con galones la empujan. Y
rueda, rueda, y a cada vuelta los ojos desesperados de
una madre brillan en un disco negro y desapare- cen. Y
los hombres de los brazos siguen riendo y empujando, y la
masa rodando, y a cada vuelta un cuerpo se tritura, y un
grillo choca, y una lágrima salta de la piedra y va a
posarse en el cuello de los hombres que ríen, que
empujan. Y los ojos brillan, y los huesos se rompen, y la
lágrima pesa en el cuello, y la masa rueda. iAy! cuando la
masa acabe de rodar, tan rudo cuerpo pesará sobre
vuestra cabeza que no la podréis alzar jamás. iJamás! En
nombre de la compasión, en nombre de la honra, en
nombre de Dios, detened la masa, detenedla, no sea que
vuelva hacia VOSO- tros, y os arrastre con su hórrido
peso. Detenedla, que va sem- brando muchas lágrimas
por la tierra, y las lágrimas de los márti- res suben en
vapores hasta el cíelo, y se condensan; y si no fa detenéis,
el cielo se desplomará sobre vosotros. El cólera terrible,
la cabeza nevada, la viruela espantosa, la ancha boca
negra, la masa de piedras. Y todo, como el cadáver se
destaca en el ataúd, como la tez blanca se destaca en la
túnica 52 José Martí negra, -todo pasa envuelto en una
atmósfera densa, extensa, sofo- cante, rojiza. iSangre,
siempre sangre! ;Oh! Mirad, mirad. España no puede ser
!ibre. España tiene todavía mucha sangre en la frente. LA
REPUBLICA ESPANOLA Ail’TE LA REVOLUCIO, Y
CUBANA Ahora, aprobad la conducta del Gobierno en
Cuba. Ahora, los padres de la patria, decid en nombre de
la patria que sancionáis la violación más inicua de la
moral, y el olvido más completo de todo sentimiento de
justicia. Decidlo, sancionadlo, aprobadlo, si podéis.
Madrid, 1871, Imprenta de Ramón Ramírez, San Marcos
32. 0. c., t. 1, p. 43- 74. La gloria y el triunfo no son más
que un estímulo al cumpli- miento del deber. En la vida
práctica de las ideas, el poder no es más que ei respeto a
todas las manifestaciones de la justicia, la voluntad firme
ante todos los consejos de la crueldad o del orgu- 110.-- Y
cuando el acatamiento a la justicia desaparece, y el cumplimiento del deber se desconoce, infamia envuelve el
triunfo y la gloria, vida insensata y odiosa vive el poder.
Hombre de buena voluntad, saludo a la República que
triunfa, la saludo hoy como la maldeciré mañana cuando
una RepúMica ahogue a otra República, cuando un
pueblo libre al fin comprima las libertades de otro pueblo,
cuando una nacibn que se explica que lo es, subyugue y
someta a otra nación que le ha de probar que quiere
serlo.- Si la libertad de la tkania es tremenda, la tiranía
de la libertad repugna, estremece, espanta. La libertad no
puede ser fecunda para los pueblos que tienen la frente
manchada de sangre. La República española abre eras de
felicidad para su patria: cuide. de limpiar su frente de
todas las manchas, que la nublan? -que no se va tranquilo
ni seguro por sendas de remordimientos y opresiones, por
sendas que entorpez- can la violación más sencilla, la
comprensión más pequeña del deseo popular. No ha de
ser respetada voluntad que comprime otra voluntad.
Sobre el sufragio libre, sobre el sufragio consciente e
instruido, so- bre el espíritu que anima el cuerpo
sacratisimo de los derechos, sobre el verbo engendrador
de libertades álzase hoy la República española. {Podrá
imponer jamás su voluntad a quien la exprese por medio
de! sufragio? (podrá rechazar jamás la voluntad unánime de un pueblo, cuando por voluntad del pueblo, y libre
y unánime voluntad se levanta? No prejuzgo yo actos de
la República española, ni entiendo yo que haya de ser la
República tímida o cobarde. Pero sí le advier- to que el
acto está siempre propenso a la injusticia, sí ie recuerdo
que la injusticia es la muerte del respeto ajeno, sí le aviso
que ser 54 Josd Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 55 injusto
es la necesidad de ser maldito, si la conjuro a que no iniame nunca la conciencia uni\, ersal de la honra, que no
excluye por’ cierto la honra patria. pero que exige que la
honra patria viva dentro de la honra universal.
Engendrado por las ideas republicanas entendió el pueblo
ctt- bano que su honra andaba mal con el Gobierno que le
negaba cl derecho de tenerla. j’ como no la tcnia, v como
scntia potente SII necesidad, fue a buscarla en el
sacrificio- y el martirio, allí donde han solido ir a
encontrarla los republicanos españoles. Yo aparta- ria
con ira mis ojos de los republicanos mezquinos y suicidas
que negasen a aquel pueblo vejado, agarrotado,
oprimido, esquilmado, vendido, el derecho de
insurrección por tantas insurrecciones de la República
española sancionado.- Vendida estaba Cuba a la ambición de sus dominadores; vendida estaba a Ia explotación
de sus tiranos.- Así lo ha dicho muchas veces la
República proclamada.- De tiranos los ha acusado
muchas veces la República triunfan- te.- Ella me oye: ella
me defienda. La lucha ha sido para Cuba muerte de sus
hijos más queridos, pérdida de su prosperidad que
maldecía, porque era prosperidad esclava y deshonrada,
porque el Gobierno le permitía la riqueza a trueque de la
infamia, y Cuba quería su pobreza a trueque dr aquella
concesión maldita del Gobierno.- iPesar profundo por 10s
que condenen la explosión de la honra del esclavo, la
voluntad enérgica de Cuba! Pidió, rogb, gimió, esperó.
èCómo ha de tener derecho a con- denarla quien contestó
a sus ruegos con la burla, con nuevas veja- ciones a su
esperanza? Hable en buen hora el soberbio de la honra
mancillada,- tristes que no entienden que sólo hay honra
en la satisfacción de la justi- cia:- defienda en buen hora
el comerciante el venero de riquezas que escapa a su
deseo:- pretenda alguno en buen hora que no con- viene a
España la separación de las Antillas.-- Entiendo, al fin,
que el amor de la mercancía turbe el espíritu, entiendo
que la sinrazón viva en el cerebro, entiendo que el orgullo
desmedido condene lo que para sí mismo realza, y busca,
y adquiere: pero no entiendo que haya cieno allí donde
debe haber corazón. Bendijeron los ricos cubanos su
miseria, fecundbse el campo de la lucha con sangre de los
mártires, y España sabe que 10s vivos no se han
espantado de los muertos, que la insurrección era
consecuencia de una revolución, que la libertad había
encontrado una patria más, que hubiera sido española si
España hubiese que- rido, pero que era libre a pesar de la
voluntad de España. No ceden los insurrectos. Como la
Península quemó a Sagunto, Cuba quemó a Bayamo; la
lucha que Cuba quiso humanizar, sigue tremenda por la
voluntad de España, que rechazó la humanización; cuatro
años ha que sin demanda de tregua, sin señal de ceder en
SU empeño, piden, y la piden muriendo, como los
republicanos españoles han pedido su libertad tantas
veces, su independencia de la opresión, su libertad del
honor.- iCómo ha de haber republicano honrado que se
atreva a negar para un pueblo derecho que él usó para sí?
Mi patria escribe con sangre su re‘ iolución irrevocable,Sobre los cadáveres de sus hijos se alza a decir que desea
firmemente su independencia.- Y luchan, y mueren.- Y
mueren tanto los hijos de la Península como los hijos de
mi patria.-¿ No espantará a la Reptiblica española saber
que los españoles mueren por combatir a otros
republicanos? Ella ha querido que España respete su
voluntad, que es la vo- luntad de los espíritus honrados;
ella ha de respetar la voluntad cubana que quiere lo
mismo que ella quiere, pero que lo quiere sola, porque
sola ha estado para pedirlo, porque sola ha perdido sus
hijos muy amados, porque nadie ha tenido el valor de
defen- derla, porque entiende a cuánto alcanza su
vitalidad, porque sabe que una guerra llena de detalles
espantosos ha de ser siempre lazo sangriento, porque no
puede amar a los que la han tratado sin compasión,
porque sobre cimientos de cadáveres recientes y de ruinas humeantes no se levantan edificios de cordialidad y
de paz.- No la invoquen los que la hollaron.- No quieran
paz sangrienta los que saben que 10 ha de ser. La
República niega el derecho de conquista.- Derecho de conquista hizo a Cuba de España. La República condena a los
que oprimen.- Derecho de opresión y de explotación
vergonzosa y de persecución encarnizada ha usado
España perpetuamente sobre Cuba. La República no
puede, pues, retener lo que fue adquirido por un derecho
que ella niega, y conservado por una serie de violacio- nes
de derecho que anatematiza. La República se levanta en
hombros del sufragio universal, de la voluntad unánime
del pueblo. Y Cuba se levanta así. Su plebiscito es su
martirologio. Su SU- fragio es su revolución.- e .Cuándo
expresa más firmemente un pue- blo sus deseos que
cuando se alza en armas para conseguirlos? Y si Cuba
proclama su independencia por el mismo derecho que se
proclama la República, ccómo ha de negar la República a
Cuba su derecho de ser libre, que es el mismo que ella usó
para serlo? <Cómo ha de negarse a sí misma la
República? (Cómo ha de dis- poner de la suerte de un
pueblo imponiéndole una vida en la que no entra su
completa y libre y evidentisima voluntad? El Presidente
del Gobierno republicano ha dicho que si las Cortes
Constituyentes no votaran la República, los republicanos
abandonarian el poder, volverían a la oposición,
acatarían la volun- tad popular.- iCómo el que así da
poder omnímodo a la voluntad de un pueblo, no ha de oír
y respetar y acatar la voluntad de otro? -Ante la
República ha cesado ya el delito de ser cubano, aquel 56
fosé Martí tremendo pecado original de mi patria
amadisima de que sólo lava- ba cl bautismo de la
degradación y de la infamia. ;Viva Cuba española! dijo el
que había de ser Presidente de la Asamblea, .y la
Asamblea dijo con el.- Ellos, levantados al poder por el
sufragto, niegan el derecho de sufragio al instante de
haber subido al poder; maltrataron la razón y la justicia,
maltrataron la gratitud los que dijeron como el señor
Martos.-; No!- En nombre de la libertad, en nombre del
respeto a la‘ voluntad ajena, en nom- bre de la voluntad
soberana de los pueblos, en nombre del derecho, en
nombre de la conciencia, en nombre de la República, mo!Viva Cuba española, si ella quiere, y si ella quiere ;viva
Cuba libre! Si Cuba ha decidido su emancipación; si ha
querido siempre su emancipación para alzarse en
República; si se arrojó a lograr sus derechos antes que
España los lograse; si ha sabido sacrificarse por su
libertad, iquerrá la República española sujetar a la fuerza
a aquella que el martirio ha erigido en República cubana?
--< Querrá la República dominar en ella contra su
voluntad? Mas dirán ahora que puesto que España da a
Cuba !os derechos que pedia, su insurrección no tiene ya
razón de existir,- No pienso sin amargura en este pobre
argumento, y en verdad que [de] la dureza de mis razones
habrá de culparse a aquellos que las nro- votan- Espana
quiere ya hacer bien a Cuba. iQué derecho tiene España
para ser benéfica después de haber sido tan cruel?- Y si es
para recuperar su honra <qué derecho tiene para hacerse
pagar con la libertad de un pueblo, honra que no supo
tener a tiempo, beneficios que el pueblo no le pide,
porque ha sabido conquistárse- los ya?--; Cómo quiere
que se acepte ahora lo que tantas veces no ha sabido dar?
;Cómo ha de consentir la revolución cubana que España
conceda como dueña derechos que tanta sangre y tanto
duelo ha costado a Cuba defender?- España expía ahora
terrible- mente sus pecados coloniales, que en tal
extremo la ponen que no tiene ya derecho a remediarlos.La ley de sus errores la condena a no aparecer
bondadosa. Tendría derecho para serlo si hubiera evitado
aquella inmensa, aquella innumerable serie de
profundísi- mos males, Tendría derecho para serlo si
hubiera sido siquiera hu- mana en la prosecución de
aquella guerra que ha hecho bárbara c impía. Y yo
olvido ahora que Cuba tiene formada la firme decisión de
no pertenecer a España: pienso sólo en que Cuba no puede
ya per- tenecerle. La sima que dividía a España y Cuba se
ha llenado, por la voluntad de España, de cadáveres.- No
vive sobre los cadáveres amor ni concordia;- no merece
perdón el que no supo perdonar. Cuba sabe que la
República no viene vestida de muerte, pero no puede
olvidar tantos días de cadalso y de dolor. España ha
llegado tarde; la ley del tiempo la condena. La República
conoce cómo la separa de la Isla sin ventura ancho
espacio que llenan los muertos;- la República oye como yo
su voz 0BK. G ESCOGlDAS T 1 57 aterradora;-- la
República sabe que para conservar a Cuba, nuevos
cadáveres se han de amontonar, sangre abundantisima se
ha de verter;- sabe que para subyugar, someter, violentar
la voluntad de aquel pueblo, han de morir sus mismos
hijos.-; Y consentirá que mueran para lo que, si no fuera
la muerte de la legalidad, seria el suicidio de su honra?-;
Espanto si lo consiente!- iMíseros los que se atrevan a
verter la sangre de los que piden las mismas libertades
que pidieron ellos. 1 iMíseros los que así abjuren de su
derecho a la felicidad, al honor, a la consideración de los
humanos! Y se habla de integridad dei territorio.- El
Océano Atlántico destruye este ridículo argumento. A los
que así abusan del patrio- tismo del pueblo, a los que así
le arrastran y le engañan, manos enemigas pudieran
señalarle un punto inglés, manos severas la Florida,
manos necias la vasta Lusitania. Y no constituye la tierra
eso que llaman integridad de la patria. Patria es algo
más que opresión, algo más que pedazos de terreno sin
libertad y sin vida, algo más que derecho de posesión a la
fuerza. Patria es comunidad de intereses, unidad de
tradiciones, unidad de fines, fusión dulcisima y
consoladora de amores y es- peranzas. Y no viven tos
cubanos como los peninsulares viven; no es la historia de
los cubanos la historia de los peninsulares; lo que para
España fue gloria inmarcesible, España misma ha
querido que sea para ellos desgracia profundísima. De
distinto comercio se ali- mentan, con distintos paises se
relacionan, con opuestas costum- bres se regocijan. No
hay entre ellos aspiraciones comunes, ni fines idénticos,
ni recuerdos amados que los unan. El espíritu cubano
piensa con amargura en las tristezas que le ha traído el
espíritu español; lucha vigorosamente contra la
dominación de Espana.- Y si faltan, pues, todas las
comunidades, todas las identidades que hacen la patria
íntegra, se invoca un fantasma que no ha de res- ponder,
se invoca una mentira engañadora cuando se invoca la mtegridad de la patria.- Los pueblos no se unen sino con
lazos de Fraternidad y de- amor. Si España no ha querido
ser nunca hermana de Cuba, econ qué razón ha de
pretender ahora que Cuba sea su hermana?- Sujetar a
Cuba a la nación española sería ejercer sobre ella un
derecho de conquista, hoy más que nunca vejatorio y
repugnante. La República no Duede ejercerlo sin atraer
sobre su cabeza culpable la execra- ción‘ de los pueblos
honrados. Muchas veces pidió Cuba a España los
derechos que hoy le que nuy le querrá España conceder. Y
si muchas veces se negó España a otor- as veces se negv
España a otor- garles, a otorgar los que ella tenía, icómo
ha de atreverse a extrañar - IO ha de atreverse a extrañar
que Cuba se niegue a SLI vez a aceptar como don tardío,
honor que como don tardío, honor que ha comprado con
la sangre más generosa de sus hijos, honor que osa de sus
hijos, honor que busca hov todavía con una voluntad
inquebrantable y una firmeza [quebrantable y una
firmeza que nadie ha de romper? 58 Jos6 .\ farii OBRAS
ESCOGIDAS. T 1 59 Por distintas necesidades apremiados,
dotados de opuestisimos caracteres, rodeados de distintos
países, hondamente divididos por crueldades pasadas, sin
razón para amar a la Península, sin vo- luntad alguna en
Cuba para pertenecer a ella, excitado por los do- lores que
sobre Cuba ha acumulado España, ;no es locura
pretender que se fundan en uno dos pueblos por
naturaleza, por costumbres, por necesidades, por
tradiciones, por falta de amor separados, uni- dos sólo
por recuerdos de luto y de dolor? Dicen que la separación
de Cuba seria el fraccionamiento de la patria. Fuéralo así
si la patria fuese esa idea egoísta y sórdida de
dominación y de avaricia. Pero, aun siéndolo, la
conservación de Cuba para España contra su más
explicita y poderosa voluntad, que siempre es poderosa la
voluntad de un pueblo que lucha por su independencia,
sería el fraccionamiento de la honra de la patria que
invocan.- Imponerse es de tiranos. Oprimir es de infames.
No querrá nunca la República española ser tiránica y
cobarde. No ha de sacrificar así el bien patrio a que tras
tantas dificultades llega noblemente. No ha de manchar
asi honor que tanto le cuesta. Si la lucha unánime y
persistente de Cuba demuestra su deseo firmísimo de
conseguir su emancipación; si son de amargura y de
dolor los recuerdos que la unen a España; si cree que
paga cara la sonoridad de la lengua española con las
vidas ilustres que Es- paña le ha hecho perder, iquerrá
esta España nueva, regenerada España que se llama
República española, envolverse en la mengua de una más
que todas injusta, impía, irracional opresión?- Tal error
sería este, que espero que no obrará jamás obra tan llena
de mi- sería. Y en Cuba hay 400000 negros esclavos, para
los que, antes que España, decretaron los revolucionarios
libertad,- y hay negros bo- zales de 10 años, y niños de Il,
y ancianos venerables de 80, y negros idiotas de 100 en
los presidios políticos del Gobierno,- y son azotados por
las calles, y mutilados por los golpes, y viven mu- riendo
así. Y en Cuba fusilan a los sospechosos, y a los comisionados del Gobierno, y a las mujeres, y las violan, y las
arrastran, y sufren muerte instantánea los que pelean
por la patria, y muerte lenta y sombría aquellos cuya
muerte instantánea no se ha podido disculpar.- Y hay
jefes sentenciados a presidio por cebarse en cadáveres de
insurrectos,- y los ha habido indultados por presentar en
la mesa partes de un cuerpo de insurrecto mutilado,- y
tantos horrores hay que yo no los quiero recordar a la
República, ni quiero decirles que los estorbe,- que son
tales y tan tremendos, que indi- carle que los ha de
corregir es atentar a su honor. Pero esto demuestra cómo
es ya imposible la unión de Cuba a España, si ha de ser
unión fructífera, leal y cariñosa,- cómo es necesaria
resolución justa y patriótica;- que sólo obrando con razón
perfecta se decide la suerte de los pueblos, y sólo
obedeciendo es- trictamente a la justicia se honra a la
patria, desfigurada por IOS soberbios, envilecida por los
ambiciosos, menguada por los necios, y por sus hechos en
Cuba tan poco merecedora de fortuna. Cuba reclama la
independencia a que tiene derecho por la vida propia que
sabe que posee, por la enérgica constancia de sus hijos,
por la riqueza de su territorio, por la natural
independencia de este, y, más que por todo, y esta razón
está sobre todas las razones, porque así es la voluntad
firme y unánime del pueblo cubano. Si la conservación de
Cuba para España ha de ser, y no podrá conservarse sino
siéndolo, olvido de la razón, violaciones del dere- cho,
imposición de la voluntad, mancilla de la honra, indigno
será quien quiera conservar la riqueza cubana a tanta
costa; indigno será quien deje pensar a las naciones que
sacrifica su honra a la riqueza. Hoy que la virtud es sólo
el cumplimiento del deber, no ya su ex, ageración heroica,
no consienta su mengua la República, sepa cimentar
sobre la justicia sabia y generosa su Gobierno, no rija a
un pueblo contra su voluntad- ella que hace emanar de la
voluntad del pueblo todos los poderes;- no luche contra sí
misma, no se infame, no tema, no se pliegue a exigencias
de soberbia ridícula, ni de orgullo exagerado, ni de
disfrazadas ambiciones; reconozca, puesto que .el
derecho, y la necesidad, y las Repúblicas, y la alteza de la
idea republicana la reconocen, la independencia de Cuba;
firme así su dominación sobre esta que, no siendo más
que la consecuen- cia legítima de sus principios, el
cumplimiento estricto de la justi- cia, será, sin embargo,
la más inmarcesible de las glorias.- Harto tiempo han
oprimido a España la indecisión y los temores;- tenga al
fin España el valor de ser gloriosa. ?Temerá el Gobierno
de la República que el pueblo no respete esta levantada
solución? Esto sería confesar que el pueblo espafiol no es
republicano. <No se atreverá a persuadir al pueblo de
que esto es lo que le impone su honor verdadero? Esto
significaría que prefiere el PO- der a la satisfacción de la
conciencia. ,No pensará como pienso el Gobierno
republicano?- Esto querría decir que la República
española ni acata la voluntad del pueblo soberano, ni ha
llegado a entender el ideal de la República. No pienso yo
que cederá al temor.- Pero si cediera, esta enaje- nación
de su derecho sería la señal primera de la pérdida de
todos. Si no obra como yo entiendo que debe obrar,
porque no entiende como yo, esto significa que tiene en
más las reminiscencias de SUS errores pasados que la
extensión, sublime, por 10 ilimitada y por lo pura, de las
nuevas ideas;- que turba aún su espíritu orgullo
irracional por glorias harto dolorosas, deseo de retener
cosas que no debió poseer jamás, porque nunca las supo
poseer. Y si como yo piensa, si encuentra resistencia, si la
desafía, aun- que no premiase su esfuerzo la victoria,- si
acepta la independen- cia de Cuba ,- porque sus hijos
declaran que sólo por la fuerza 60 /os4 Marfi OBRA5
ESCOGIDAS T 1 61 pertenecerán a España, y la República
no puede usar del derecho de la fuerza para oprimir a la
República,- no pierde nada, porque Cuba está ya perdida
para España;- no arranca nada el territorio, porque Cuba
se ha arrancado ya;- cumple en su legítima pureza el ideal
republicano;- decreta su vida, como si no la acepta, decretará su suicidio;- confirma sus libertades, que no ha de
merecer gozarlas quien niega la libertad de gobernarse a
un pueblo que ha sabido ser libre;- evita el
derramamiento de sangre republicana, y será, si no lo
evitase, opresora y fratricida;- reconoce que pierde, la
pérdida ha tenido lugar ya, la posesión de un pueblo que
no quiere pertenecer a ella, que ha demostrado que no
necesita para vivir en gloria y en firmeza su protección ni
su Gobierno,- y true- ca, en fin, por la sanción de un
derecho, trueca, evitando el derra- mamiento de una
sangre virgen y preciosa, un territorio que ha perdido,
por el respeto de los hombres, por la admiración de los
pueblos, por la gloria inefable y eterna de los tiempos que
vendrán. Si el ideal republicano es el universo, si él cree
que ha de vivir al fin como un solo pueblo, como una
provincia de Dios, iqué de- recho tiene la República
española para arrebatar la vida a los que van adonde ella
quiere ir?- Será más que injusta, será más que cruel, será
infame arrancando sangre de su cuerpo al cuerpo de la
nacionalidad universal. Ante el derecho del mundo iqué es
el derecho de España?- Ante la divinidad futura iqué son
el deseo violento de dominio, qué son derechos adquiridos
por conquista y ensangrentados con nunca interrumpida,
siempre santificada, opre- sión? Cuba quiere ser libre.Así lo escribe, con privaciones sin cuento, con sangre para
la República preciosa, porque es sangre joven, heroica y
americana.- Cobarde ha de ser quien por temor no satisfaga la necesidad de su conciencia.- Fratricida ha de ser
la Repú- blica que ahogue a la República. Cuba quiere
ser libre .- Y como los pueblos de la América del Sur la
lograron de los gobiernos reaccionarios, y España la
logró de los franceses, e Italia de Austria, y México de la
ambición napo- leónica, y los Estados Unidos de
Inglaterra, y todos los pueblos la han logrado de sus
opresores, Cuba, por ley de su voluntad irrevocable, por
ley de necesidad histórica, ha de lograr su independencia. Y se dirá que la República no será ya
opresora de Cuba, y yo sé que tal vez no lo será, pero Cuba
ha llegado antes que España a la República.- ,+ Cómo ha
de aceptar de quien en son de dueño se lo otorga,
República que ha ido a buscar al campo de los libres y los
mártires? No se infame la República española, no
detenga su ideal triun- fante, no asesine a sus hermanos,
no vierta la sangre de sus hijos sobre sus otros hijos, no se
oponga a la independencia de Cuba. -Que la República de
España seria entonces República de sinrazón s de
ignominia, y el Gobierno de la libertad seria esta vez
Gobierno liberticida. .!\ adrid, 15 de febrero de 1873. \\
adrid, Imprenta de Segundo Martinez, Travesía de San
Mateo 12. 1873 0. c., t. 1, p. 89- 97. OBRAS ESCOGIDAS. T.
1 63 HORA DE LLUVIA -iQué, no eres feliz?- le
preguntaron un día. --< Lo eres tú que lo preguntas?contesti, él.- Ni Dios mismo, si Dios es hombre, es feliz. -iQue sufres?- le dijeron otra vez. Y miró con caririo al que
lo adivinaba, y respondió: -No: vivo. No era aquella una
tristeza necia y vulgar, ni un dolor monó- tono, ni una
pena desconsolada y fetnenil. Era aquel un soberbio
dolor. -cQué, nada habrá que te cure?- le dijo en
diciembre uno a quién él quería como hermano. -Si la
muerte fuera morirse, me curaria la muerte. Pero como
tnorir es volver a vivir, ni la muerte me curará.- Esto dijo.
Él era acomodado, si no rico;- joven, vigoroso, querido.
iQué espíritu era aquel que en estas condiciones sufría? -iQué tienes?- le preguntó el que lo quería tanto. -Ni patria
ni amor. eEntiendes tú que un corazón lata en vano, y no
sepa el miserable por qué late? <Entiendes tú, que un
alma se sienta repleta de vigor, ardiente para amar,
henchida con inten- tos generosos,- y no sepa en qué ha de
emplear su fortaleza, ni encuentre cosa digna de poseer
sus ansias ni halle dónde verter su generosidad?- Así vivo
yo. Yo siento en mí una viva necesidad, un potente deseo,
una voluntad indomable de querer: yo vivo para amar: yo
tnuero de amores,- y he querido encarnarlos en la tierra,
y una fue carne y otra vanidad, y otra mentira y otra
estupidez, y entre tantas mujeres para los ojos, no halló
el alma una sola mujer. La patria me ha robado para sí
mi juventud. Mi corazón se va lleno de ira de esas necias
criaturas que lo usan, que lo desean, que lo aman quizás,
pero que no son capaces de entenderlo.- Y vivo cadáver,
encerrado en extraño país;- aver- gonzado de tanto necio
amor. Y vivo muerto. Si hallas tú alguna vez unos ojos
más claros que la luz, más puros que el primer amor, más
bellos que la flor de la inocencia;- para mí los guarda,
para mi ansiedad los educa, dilo al instante, hermano
mío, a esta alma enamorada que se muere por no tener a
quien amar. Dilo; pero no la mires tú antes, que aunque
me amara después, -me atormentaría ya de celos aquella
mirada suya que no fue para mí. Vivo muerto ;qué habrá
que me dé vida? Y el amigo, sombrío ante aquellas
sombras, seguro de que nada curaría aquella tristeza,
superior a las comunes y monótonas tris- tezas humanas,
quedó a su vez triste aquel dia, porque un amigo leal no es
feliz si no ve feliz a su amigo. Me pediste ayer tarde una
historia, para que fuese para ti- le- yendo cosas miasmenos triste esta noche en que no podíamos vernos. Ahi
te envío para que te entretengas en otra noche de lluvias,
este cuento ligero que se parece tanto a la verdad- por tu
hermoso capricho nacido, y escrito velocisimamente en
noche lluviosa. Que lo leas, mi Bianca. Abril. 29 de 1873
Mi Blailca: A las ocho y media empiezo a escribir para \i
esta brevísima historia- feliz ya, porque nace de tu cariño
y tu deseo. Espacio estrecho es una hora, y cosa rápida y
risible ha de ser todo lo que en ella precipitadamente
escriba yo. Tiempo, papel- todo es estrecho para este
poderoso amor que vive en mi. Llueve copiosisimamente;
llueve sin cesar. Es, Blanca mia- y no te rias- que el cielo
mismo frunce cl ceí- io, y se pone mohíno, ! llora, porque
no hemos podido hablarnos hoy. TM eres el cielo. Mi
prólogo extravagante .en verdad, te dice aquí adiós. Tú
esperas un cuento; yo no puedo hacerte esperar: allá va a
ti. Era un hombre soberbiamente feo. De cabello rebelde,
de cabeza erguida,- con la boca demasiado grande, con la
nariz demasiado redonda, de faz huesosa, de cejas
oblicuas, de mirar altivo, de barba osada y puntiaguda.
Asi era cl hombre, Ni había en aquellos labios vestigio de
sonrisa. Miraba, y pare-. cía que gemia. Hablaba, y hacia
daño su tristeza,- y miradas y palabras brotaban de
aquelja fisonomía como escondido dolor y como
lágrimas. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 65 64 José Marfi Esto
era en diciembre, mes frío como la indiferencia, oscuro
como la desconfianza, negro como la culpa. Son las nueze. Era una virgen púdica:- Toda la vida de una mujer está
en sus ojos y eran aquellos ojos más claros que la luz, más
puros que el amor primero, más bellos que la flor de la
inocencia. Eran aquellos ojos cuna gentil de todas las
purezas, ricos en ternura y en bondad, riquísimos en
arrobadoras miradas.- Y eran en mirar tan abundantes, y
había más ílores en su alma que mira- das en sus ojos.
Niña apenas, había crecido extraordinariamente;- porque
la na- turaleza, ufana de su obra, se había dado orgullosa
prisa por mos- trársela pronto a la tierra. Aquel! a
criatura tenía la cara a la manera de ios óvalos divinos de
aquel hijo predilecto de Dios que llaman los pintores
Rafael. -- Tenía en el cutis colores que robaban celosas
las flores para engalanarse los dias de primavera.- Tenía
una boca de líneas tan puras como la celeste boca de
Maria. No era su belleza perfectamente terrenal; porque
su her~ losura, poca quizás para la tierra, es la
hermosura que necesitan las almas ividas de cielo. SOII
las nueve y diez. -{ Amas?- le preguntaron un día a la
niiía.- Y encendió sus mejillas un color más vivo que una
amapola de las dehesas caste- llanas. --- iA quién amas?-le preguntaron otra vez;- y ella, alta la frente, serenísimos
los ojos, inundada de alegría la faz, dijo clara y
distintamente, dijo con orgullo candoroso: -A él. A él.-- -eQue vives? ique despiertas?- decía abrazando a aquel
hom. bre de cabello rebelde y faz huesosa el que como
hermano lo que- ría:- ique ya vives? -Amo, por eso vivo.Ya hallé a quien amar. Criatura de ojos más claros que la
luz, más puros que el primer amor, más bellos auc la flor
de la inocencia. -Y ;la patria? -La amo. Para los deberes,
la vida. Para mi amada, el corazón. -- eY si mueres? -No
muero.- Morir es empezar a vivir. Si muriera, vendria
todas las tardes a besarla mil veces en la frente,- y ella,
que me conoceria, me besaria. --< Tanto amas? -Tanto
amo.- Me regocija, me resucita, me alimenta, me despierta. Jesús salvó a la tierra: ella es mi Jesús. iQue
redime tus dolores? -Sí los redime. -Nunca te olvide.
iBendito amor! iBendito amor!- No hay ya para aquel
hombre de la faz hue- sosa ni instantes de agonía, ni
horas de ira, ni rudo dolor.- Ve el cielo siempre azul, la
noche siempre clara, las almas siempre no- bles y
serenas, su alma misma iluminada por la paz. Era abril.
IQuién era el hombre? iQuién será, Blanca mia, la divina
mujer, de óvalo de virgen, de colores que robaban las
rosas, de boca de líneas tan puras como la boca de María?
-Nunca te olvide;- dijo al hombre su amigo.- iBendito
amor! Bendito amor, Blanca mía.- No me olvides jamás.
Son las nueve y veinticinco minutos.-- Ya acaba mi
brevisima historia.- Aún llueve. Aún esperas. Salgo a
llevártela. {Me quieres, Blanca mía? Rerista Universal,
México, 17 de octubre de 1875. Anuario del Centro de
Estudios Martianos, La Habana, n. 4, 1981, p. 6- 10. --<
Quién es él?- Nada habia más puro que aquella criatura.
Nada habría más feliz que el hombre amado de ella.
<Quién es él? Era ya abril. OBR.\ S ESCOCiID.\ S T ! 67
EXTRANJERO CORRESPOKDENCI. 4 PARTICULAR DE
LA REC’lSTA b’, Vlb’ERSAL CARTAS DE PARIS París, 28
de enero de 1871i. Señor Director de la Reílista Unicersal:
Mis severas que abundantes son las últimas noticias
políticas qtte puedo comunicar a Ud. Las proposiciones
incidentales o secundarias que se presentan a la Cimara,
no alcanzan a distraerla de esa otra gran discuslon q” c
en sí ha de encerrar los destinos futuros del país. La voz
segura de Jules Simon, ha demostrado la importancia dc
esa tenaz Asamblea? por SLIS propias fuerzas elevada
desde pro- sisional a casi perenne; esto y su próxima
disolución fatal ha de- mostrado. Julcs Favre y Bocher
han revivido las antiguas discusio- nes entre los azules y
los blancos. Cornelis de Witt, autor de una !lisloria dc
Washington, y Lockroy han atacado duramente al Ayuntamiento de Marsella.- Pero nada dc esto ha absorbido la
atencinn de la Camara. La decisión se acerca: las horas
del recogimiento han comen- zado, las graves horas de
pensar en cuál ha de ser después de ellas la forma de
gobierno del pais. Y toda atención ha de ser poca, porque
es la cuestión de forma de gobierno, cuestión de forma en
que todo cl fondo está entrañado. Bien sería que pudiese
conocerse de antemano la disposición de los partidos: así
la discusión sctia mUs fácil si fuera aceptada: y si
rechazada, se detendría con más facilidad. <Sobre qué
punto presentari su moción el centro izquierdo, sOlo por
cuestiones dc redacción y de procedimiento detenido?
;Quk aco- gida harán los miembros mis liberales del
centro derecho a la?; proposiciones- si no completamente
definidas- ya conciliadoras de los republicanos
moderados? Se trata de dar al fin una Constitución a la
Francia. Los pe- queños trabajos, las proposiciones que
estorban o retraen, nada de poder enfrente de esta
necesidad poderosa del país, en mucho de SLIS
diputados encarnada, de darse al fin una situación,
decidida, fija, expresión de su voluntad y de su fuerza. Los
trabajos de la Comisión de los Treinta nada han de hacer
enfrente de las enmiendas republicanas o monárquicas
con que estas ideas madres lucharán ‘en el Congreso. Ni
estorbarán la pro- posición Casimiro Perier,- ni
cualquiera otra equivalente a ella que al fuego de la
discusión se arroje.- Se incuba aquí ahora el destino de
la Francia: no son extraños, pues, al recogimiento y al
silencio, como si todas las ideas se estu- vieran
concentrando en su fuerza para abrirse y luchar luego en
lucha de ambición o de error contra verdad. La cercanía
de los dos pueblos, la inestabilidad de constitución que los
asemeja, las últimas relaciones violentas 0 por lo menos
difíciles entre Esparia y Francia, son causa natural de
que la aten- ción de los negocios interiores suela aquí
hallar tregua para fijarse en los negocios de la insegura
península de Espafia. Danse allí prisa extraordinaria
por renovar con toda la libertad del sufragio concebible
bajo un Rey del Ejército- los Ayuntamien- ?os y las
Diputaciones provinciales- como asiento fijo y
prometedor de buen éxito para futuras elecciones a
Cortes,- y no habrá temor. Los diputados serán
alfonsinos, ahora que el gobierno lo es,- como en un
mismo año fueron radicales las Cortes, elegidas bajo Ruiz
Zorrilla,- o bajo Martos colocadas a espaldas de Ruiz
Zorrilla,- y sagasiinas conservadoras bajo el bilioso y
repugnante gobierno de Sagasta. Ya el Rey se apresura a
enviar a todas las Cortes sus impor- tantes autógrafos
repletos de adhesión y de amistad,- ya asegura a la Reina
Victoria que no atacará las libertades civil ni religio- sapromesa perfectamente comenzada a cumplir en su
primera parte con la renovación de Diputaciones y
Ayuntamientos:- ya tiene asignados el Rey 28 millones de
reales.- Habilidades, lealtad y ba- raturas de la
monarquía. El Reichstag, en cambio, obra más
sólidamente.- Propone la ley del matrimonio civil, la
discute concienzudamente, la aprueba al fine- Discute
esto, y establece en seguida la contribución del cinco Por
ciento sobre las cantidades emitidas por los Bancos, que
sobre- salgan a las que la importante ley sobre Bancos- en
discusión ahora- ha de fijarles. En Inglaterra, las salas
públicas se llenan, los meetings se amontonan, los
diputados de Hastings son siempre optimistas ante el
ejército y armada,- un tanto descuidados, del país,- y
Bright, el elocuente y liberal Bright, muestra en un
discurso, si largo,- no enojoso,- y con su palabra fácil,
clara, severa y heridora, los in- 68 Josd Marti
convenientes de una religión oficial y ventajas de las
religiones independientes. Hace Europa silencio, en una
solemne gestación. Piensa madu- ramente en la absoluta
independencia religiosa. Ha muerto Haffner, artista que
pintó con toda la brusca y esti- mada originalidad de la
escuela alsaciana. Sus cuadros eran fran- cos como su
carácter: quizás un tanto rebeldes como Cl. También
Foucher ha muerto, infatigable creador de comedias de
costumbres parisienses.- Sesenta comedias hizo, y de ellas
no pocas que valieron: De buena gana escribiría a usted
más sobre el entusiasmo con que el pueblo romano ha
recibido a Garibaldi,- sus palabras con- movidas y
prudentes,- y su pensamiento pacífico de promover la
siembra y el cultivo de las tierras cercanas a Roma, pero
el tiempo -casi nünca justo- no lo quiere. Perdone Ud. esta
culpa involuntaria de El Corresponsal Revista Universal,
México, 2 de marzo de 1875. Anuario del Centro de
Estudios Martianos, La Habana, n. 1, 1978, p. 23- 25.
VARIEDADES DE PARIS Yo duda entre hacer una crónica
fácil y ligera, o darme a pen- sar en esas agonías y
decaimientos en que París se desenvuelve dentro de sus
fecundísimas entrañas. Yo no amo a París. Ha creado
tantos edificios, ha acumulado tanta piedra, ha dorado
todo esto con prisa tal de profusión, que a la par que las
calles se realzan, los corazones se petrifican y se doran.Yo no sé por qué fuerza de mi espíritu me alejo con una
invencible repugnancia de las cosas doradas:- viene
siempre con ellas a mi memoria la idea de falsedad y de
miseria ajenas. Y estos pensamientos me lastiman porque
yo creo absolutamente en la bondad de los hombres.Todavía creo yo en ella, a pesar del dolo- roso contacto de
París, a pesar de su indiferencia ante sus vicios, a pesar
de su placer en ellos, a pesar de ese Prometeo inmenso que
acaricia y adora a su buitre. En virtudes- y sólo sobre
base de virtudes se alzan pueblos respetables y nobles,ese París desventurado fatigóse de cantar las que tuvo,- y
no le queda ya el pudor de mentir que las tiene. §e llenan
sus teatros, los bellos e incómodos teatros de París; y a! lí
ese pueblo ficticio más extranjero en su ciudad que los
ávidos extranjeros que la visitan, ese pueblo de arena y de
onda, huérfa- nos con padres, madres sin hijos, pueblo sin
patria y sin familia, aplauden más aquellas disecaciones
espantosas, aquella lastimado- ra anatomía, aquella
escenificación de las miserias en que en el día vive, y
gusta por la noche todavía de verse prolongado y repetido. París no aplaude en los teatros las obras que
escucha. No tiene espacio para oírlas, porque con ellas se
oye en sí. No cuida de la forma, porque se siente palpitar
en ellas. En el lastimante teatro francés, París se aplaude
a sí mismo. Necia obra sería la que no diese al público de
París, el espec- táculo de este horrible dolor de que ellos
ríen, y que a todo ánimo honrado exalta y angustia. Hay
pueblos en que el matrimonio es base de producción de
cuerpos vigorosos y almas sólidas. Hay tea- tros en que
todo el ingenio se consagra a cimentar como sobre tierra
fácil, sobre estas tempestades irreparables que alza en el
corazón humano el adulterio. iA qué buscar más dolores
en el muy 70 Iosé Marfi OBRAS ESCOGIDAS. T. i 71 triste
fondo de París? iAcepta acaso un pueblo una pintura
inexacta de si mismo? El ntimero de adúlteros en un
teatro es la medida exac- ta del número de adúlteros de la
sociedad que lo produce. Paris va a verse, y Se regocija, y
alienta, y aplaude: luego Paris se ve alli bien: luego yo sé
por qué siento a veces este frío dolo; oso en medio de
todas Ias fuerzas vivas y todos los activos calores de mi
espíritu. Teatro triste.- Han agotado los elogios de
virtudes que no te- nían: sólo encuentran placer ahora en
la representación brillante de sus vicios. ’ II La tierra
asiste a nacimientos y renacimientos:- Nunca se pien- sa
tanto en ellos como cuando el ánimo se agita en todas las
luju- rias paganas entre las que parece que va agonizando
la inmensa capital francesa. Yo creo que todo se
reproduce y es la vida suce- sión ilimitada- algún día se
limitará- de idas y venidas.- El pa- ganismo se ha
reproducido ahora, y como al reproducirse todo cambia y
se adelanta, el paganismo primitivo adoraba a lo menos
dioses falsos, y este es demasiado inteligente, y adora
como dioses a los hombres, o hace dioses posibles de sus
miserables paganías! El mal no es verdad.- Si el mal no
fuera hijo del bien; si sobre cada átomo de lepra no
vagase y se posase un soplo de virtud, iqué fuerza
redentora habría salvado a esa tierra del
empequeñecimiento de los hombres, dentro de su propio
alto ser verdaderos dioses hu- nIanos? -Yo me siento: pues
isin la esperanza de llegar a ser Dios, consentiría yo en
ser todavía hombre? yo comprendo que esto es una
crónica rara, pero yo no puedo excusarme de amar más
una reflexión que una noticia. III Sin embargo, los
muertos son buenos. Han muerto ahora en París, Millet *
y Foucher. 3 Yo no sé hasta qué punto no pueda de- 1 En
Ia Revista se lee “servicios”. Debe ser errata. 2 Juan
Francisco Millet. Pintor francés nacido en Greville (18151875). Discipulo de Dclaroche, Se estableció en Bakizón,
clásico centro agrupador de paisajistàs. Entre sus más
conocidos cuadros se encuentran: El sem6rador. La
guardiana de ocas, Las espigadoras, La muerfe y el
leñador, y el famoso Angelus. Martl es- cribió de é] efl
VariaS OCaSiOneS. 3 Pablo Enrique Foucher. Autor
dramático y escritor frances nacido en Paris (1810- 1875).
Era cuñado de Victor Hugo, con el que colaboró en el
drama en cinco actos y en prosa titulado Amy .pobsart.
Posteriormente estrenó, solo o con distintos
colaboradores, gran número de obras teatrales, entre
ellas: El pacfo de hambre, La Gioconda y La banda negra.
También escribió algunos cuentos y novelas. cirse que un
muerto es un vivo. Yo me lo digo en mí, de todo lo que a
mis medidos ojos humanos parece que se muere. Pero si
de alguien es esto siempre verdad, si es verdad que la
hoguera de Sidd, calienta después de ida la memoria del
cuerpo que en existen- cia calentó,- lo es sobre todo de
estas almas de luz que en su es- tancia humana en la
tierra- no a sy paso, porque tal vez no salen de ella- se han
vertido en armonía en versos o en colores.- Hay también
inmortales oscuros; pero los que brillaron y encantaron,
son también inmortales.- Es verdad que el nombre es cosa
de hombre y, en tanto cuanto lo es, frágil e ible-- pero al
cabo es her- moso para los que aún quedamos en esta
época del alma, amar sin las pequeñeces de una vida la
atmósfera luminosa que dejó un cuerpo a la Tierra,cuando, fatigado de la vía, fue a buscar a !o hondo
descanso o fatiga mejor. Millet ha muerto, y con él un
pintor iaureado, no si si más no- blemente con la legión de
honor, o con el cariño de aquellos cam. pesinos de
Barbizon que acompañaron el cadáver de su constante
pintor al cementerio. Con este vuelo de grandeza prestada
que el ansia de imitación crea en los artistas impacientes,
Millet torturó en 1849 las dulces inspiraciones de su
espíritu plácido y tranquilo y la censura hirió justamente
el cuadro histórico con que entonces se anunció. iOh! La
inspiración puede ser buena o mala; pero aunque sea
mala, yo la amo, porque es inspiración. Yo amo lo
incorrecto y desordenado, porque así están los árboles del
bosque, y así corren las aguas de los ríos, y así crecen en
sus plácidas orillas las flores y los musgos humedecidos
por el beso enamorado de sus aguas. La elegancia es
buena, pero el acicalamiento es repugnante. Millet
trabajó ocho años, y de ellos surgió al fin con las líneas
delicadas y los colores húmedos y los pastores rubicundos
que se vendieron después a 20 000 y a 38 000 francos.
¿Por qué se ha -de hablar de venta cuando se habla de las
hermosas obras del espíritu? Alejado una vez de esta vía
errada en que un estudio excesivo de los maestros del arte
ahoga o modifica en el alma de los pin- tores su natural
espontánea inspiración; ceñido a la modestia se- ductora
de sus cuadros de la verdadera belleza agreste; artista
que pintaba los árboles y el cielo, -robó al fin con pintar
tanto, al cielo sus colores y movimiento y murmullos a los
árboles.- Estos son sus cuadros: irboles que se mueven, y
cielo que es verdad.-< Qué mucho que se haya ido pronto
de la tierra, si lo llamaba a si con hábitos tan dulces su
hermosa y constante compañía? Millet ha muerto, por
más que me enoje confesar que ha muerto nada. Nada
muere! Todo morirá cuando todo esté completo. iQuién se
atreve a decir que halla en sí cuanto siente que ha de ser y
de hallar? 72 JosC Marli IV Como Millet, Foucher.Foucher fue poeta,- y poesía es ema- nación- para él luego
extraviada en este cruzamiento loco de PC- queñeces de lo
grande, que a pedazos prodiga la inteligencia y se llama
periodismo diario. Foucher era activo, tanto como
inteligente, y tanto como crea- dor de obras parisienses.
Criado al calor de Víctor Hugo, de él tuvo los reflejos, y
del poeta vigoroso quedó siempre el sol. ’ Nadie más que
otro Miguel Angel copiará a Miguel Angel. Y Víctor Hugo
a Víctor Hugo. ¿A qué si cada uno es lo que es, y con ser
hombre es ya noble, ha de querer ser lo que es ya otro? Me
indignan estos servilismos de la forma, que indican
empequeñecimientos del espí- ritu. Foucher murió y
Víctor Hugo fue a ver a su hermana, esposa cariiiosa del
periodista. Él le diría nobles cosas, todas esas cosas altas
que aquella alma venerable sabe decir. Yo he visto
aquella cabeza, yo he tocado aquella mano, yo he vivido a
su lado esa plé- tora de vida en que el corazón parece que
se ancha, y de los ojos salen lágrimas dulcisimas, y las
palabras son balbucientes y ne- cias, y al fin se vive unos
instantes lejos de las opresiones del vivir. El universo es
la analogía. Asi Víctor Hugo es una montaña COTO- nada
de nieves, de la que a montones se escapan rayos que
recibe del mismo Padre Sol. v Se encamina todo París al
teatro de la nueva Opera. He aquí un coloso doble, que vi
sin un sentimiento de grandeza y de admi- ración.
Grandor no es grandeza: así el teatro de la nueva Opera.
Allí hay demasiadas piedras preciosas, demasiadas
formas cur- vas, demasiadas cosas doradas. Han
afeminado la piedra. ~NO es un contrasentido haber
hecho un coloso afeminado? Yo amo más una acción
noble que un edificio poderoso. Me extra- vío quizás, pero
lqué acumulación de piedras vale los brazos de aquel
suizo que abarcó y clavó en su pecho cuantas lanzas
alema- nas alcanzó, para abrir con ellos paso a la
independencia de su patria por aquel muro de hierro
inexpugnable que la encerraba y la oprimía? No sé su
nombre, que es cosa humana; pero <quién no ama
aquellos brazos, ya no humanos ni movibles, que
salvaron con su heroísmo la independencia de la patria?
Yo lo amo, gran suizo. ’ En la Revista se lee: “de 4 tuvo
los reflejos, y el poeta vigoroso quedó siem- pre el sol.”
Debe ser errata. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 73 VI Y Paris
vive, Phrynea impura, absorbedora de 5~ 1s jueces.-- Vive
como Byzantium, indolente y espléndida.- Vive como
Paris. podrido y exquisito. Yo no lo amo. El tiene en sus
adulterios su agonia, y en Folies- Bergères su miserable
mercado de mujeres. Anáhuac. JOSE MARTI Revisto
Utliuersnl. México, 9 de marzo de 1875. Anuario .~ orfimo,
La Habana, n. 2, 1970. p. 115- 119 OBRAS ESCOGIDAS. T.
I 75 BOLETIS CINCO DE MAYO.- ESTUDIANTES.-MEMOR1A RARA -- FIESTAS DE TLXLPAN El culto es
una necesidad para los pueblos. El amor no es más que la
necesidad de la creencia: hay una fuerza secreta que
anhela siempre algo qtle respetar y en quC creer.
Extinguido por ventura cl culto irracional, el culto de !a
raz< jn comienza ahora. No se cree ya en las imágenes de
la religlon, y el pueb! o cree ahora en las imigenes de la
patria. De culto a culto, el de todos los deberes es más
hermo-; o que el de todas las sombras. Bien hace el pueblo
mcsicano cn cclcbrar fiesta el día en que el enemigo dc su
liberiad fue atacad2 y abalido: esta fiesta TIO significa
odio, esta fiesta qigilifica independencia patria, Lo que se
celebra aquí no es la vergüenza dc los que cayeron: CS la
ensc- rianza provechosa del cumplimiento de un deber,
encendido por el valor, alentado por la patria, coronado y
bendecido por la gloria. Se olvida a los caídos, pero se
premia a los héroes. Las fiestas nacionales son nectsarias
y Utiles. Lot; pueblos tie- nen la necesidad de amar algo
grande, de poner en un objeto sensible SLI fuerza de
creencia y de amor. Nada se destruya sin que algo se
levante. Extinguido el culto a lo místico. álcese. animese.
protéjase el culto a la dignidad y a ios deberc>.- Exáltese
al pile- blo: su exaltaci8n i. s una prueba de grandeza. El 5
de Mayo de este afío ila ofrecido 11ila IIU~ J\.~
solemnidad. Vo ha sido el entusiasmo impuesto: ha sitio
cl vnlusias; iuo popular. Lo más solemne cs lo mtis
esponthneo: ayer SC‘ han mo\, ido ante la tumba de
ZaragoLa las fuerzas vivas del país. Obreros y estudiantes llevaron alli nue\ ias ofrendas. Co1110 a todas las
grandezas reales, el tiempo las aumenta, no la‘; apaga;
asi este año ha sido el entusiasmo más natural, más
respctabie. 1115s vivo: cl pueblo hablaba su lenguaje antc
la tumba del hijo del pueblo. El movimiento que cl~ mple
ahora la juventud mexicana ha ido a ofrecer allí ei
símbolo de su revoluci0n. En el camino de las ll- bertades
que el héroe muerto defendía, todavía faltaba una consecuencia natural que con la fuerza de las voluntades nobles
surge nhora ! 5e crea. El Gran Círculo de Obreros,- y es
hermoso escribir estas pala- bras-- invith al Comité
Central de las Escuelas Nacionales a que Iornaran parte
en la iestividad de la maAana. Los estudiantes son
obreros: unos trabajan la industria: otros trabajan la
razón. El comité por votación unánime envió como
representante suyo a Ramón Becerra Fabre. Ya era
conocido en México el distinguido estudiante tabasqueño,
y su entusiasmo y su palabra Ie han valido ayer generales
simpatías. Cumplía un deber, y habló bien. Los obre- ros
repetían ayer sus últimas frases. “Compatriotas: Si la
Universidad libre llega a ser un hecho, dentro de algunos
años, los artesanos que componen el Gran Circu- lo de
Obreros, vendrán junto a esta tumba cubiertos con el
polvo de sus talleres, teniendo en una mano el compás de
la ciencia y el martillo del obrero en la otra.” Y esto es
verdad. El compás y el martillo son de hierro: todos w
hacen de la misma materia: en todos los corazones afluye
san- gre del mismo color. Becerra Fabre debe estar
contento: se ha hecho querer de los hijos honrados del
trabajo, De tal manera necesitan los pueblos del concepto
de dignidad, que hasta conviene herirla para darles el
placer de defenderla. Esta juventud entusiasta es bella.
Tiene razón, pero aunque es- tuviera equivocada, la
amaríamos. Tlalpan no olvidará seguramente el 5 de
Mayo. En él celebró la gloria de la patria, recibió
cordialmente a huéspedes distingui- dos, inauguró casa
para los muertos, abrió Academia de música y solemnizó
la apertura de un hermoso establecimiento de farmaiia Es
bello el cuidado de los vivos en hacer hermosa la morad;
de los muertos. Los muertos viven; pero algo de ellos
queda dolo- rosamente en tierra. Abunda el cementerio en
eucaliptos. La sombra y el aroma con- vienen a la muerte;
las tumbas son los altares de la paz, Las autoridades de
Tlalpan han dejado con sus atenciones afec- tuosas,
memoria agradecida a los concurrentes a la fiesta.- gA
qué decir que hubo discursos bien hablados y recuerdos
patrios bien sentidos? Los mudos recobrarían la palabra.
si nadie más que ellos pudiese cantar las glorias de la
patria. Un niño descalzo ocupó largo tiempo la tribuna.
Dijo un dis- curso galano y elegante. Es verdaderamente
asombrosa la memoria de aquel niño indigena: ocuparía
una plana de periódico, el dis- curso que sin vacilar y sin
interrumpirse recitó. 76 losé Marti Esto es bello: es bello
que los nirios pobres formen todos los aRos en la
procesión de! Cinco de Mayo: los hijos de la pobreza
deben ir a la escuela de la gloria Es bello que los
indígenas des- calzos repitan las ideas en que se
consagran sus derechos: es bello que el pueblo tenga
absoluto y pleno concepto de su dignidad y de su honra.
Hablando de la fiesta de Tlaipan, fuera injusto no hablar
de! ciudadano prefecto, de! señor juez de letras y de! C.
Labat. Romo, Labat y Villar son nombres respetados en
Tlalpan, por cuanto ellos trabajan en bien de los
adelantos de aquel pueblo. Atentos y cum- plidos los
asistentes a la función patriótica, recuerdan sus afectuosos cuidados con placer. Nada más que sentimientos
bellos registra el boletin de hoy. Fortuna es esta para los
que escriben. Se siente uno mejor narran- do bondades
ajenas. Y en las grandezas de la patria y de sus hijos no cs
mentira decir que se siente Crecer el corazón. Revislu
Universul, México, 7 de mayo de 1875. José Marti: Obrns
complelas. Edición critica. La Habana, Centro de Estudios
Martianos y Casa de las Amkricas, 1985, 1. II, p. 29- 32.
[En lo adelante, identi- ficaremos esta edición con las
siglas OC. Ed. c.] MELCHOR OCAMPO No ha muerto el
hombre ilustre en la memoria de! pueblo en que vio la
primera luz; oscura anduviera la memoria si no se iluminara con la vida de los héroes de la patria. Fue para la
tierra Melchor Ocampo hombre justo y perfecto, educado
en el amor de toda virtud, fortalecido con la predicación
de todo derecho, vigoroso con todas las serenidades de!
deber. Tiene algo del misionero y del apóstol: así andan
por la tierra las pure- zas, envueltas en las venturas de!
martirio. No es hombre augusto aquel en quien se
encarna la verdad: es el concepto de verdad encarnado y
vivo en él. Toda palabra se ilumina, todo amor se
enciende cuando la fuerza secreta de vida honrada
inflama el corazón y calienta el cerebro, y el hombre vive
para los hombres con obras buenas de derecho y
predicaciones sa- nas de justicia. La naturaleza es lo
ilímite, y tiene el hombre afán por lo ilimi- tado y por lo
ancho .- Lo pequeño es la síntesis de lo grande, y toda
criatura es resumen de todo lo creado.- Porque todas las
fuerzas concuerdan en la naturaleza, todas las fuerzas
sociales deben vivir a un tiempo en la humanidad.- Tiene
el universo concordia subii- me; asf la concordia es ley
.para los que vivimos en la tierra. Se vierte el alma en
dulzuras con la contemplación de lo crea- do; alegrías
dulcísimas, muy tiernos consuelos, muy plácidas lágrimas humedecen los ojos humanos, que se lloran a sí
mismos por la estrechez de lo que miran, cuando con esos
ojos que no ven, tanto se abarca y se alcanza. ;Qué veía
Ocampo en ia tierra, arrodillado llorando ante una flor?
Toda la vida, palpitando de amor en un germen; toda la
ven- tura revelada en una blancura transparente, el puro
regocijo que habla con extraños sollozos y muy nobles e
inefables lágrimas. (Quién no ha llorado en las soledades
de la noche? Todo rayo de luna es espíritu, toda tinta
suave es pureza, todo susurro de árbo- !es es vida: todo
movimiento de la noche es fuerza viva de alma universa!.
78 los. 4 Mor ti Oro aue encierra sangre es el cáliz
caiólico. Ocampo amaba la savia de’ las plantas, porque
este es riego suave que vivifica y fecunda sin matar.
Ocampo amaba las hojas de las flores, en las que palpitan
y enamoran besos secretos de una pura vida, herma- nos
bellos de este ser amante, sonriente y dormido de
ensueños en el fondo de toda humana criatura.
Michoacán ha honrado en su día fúnebre a Ocampo:
honrábalo dias hace un poeta de hermoso corazón:
hónralo quien sabe todas sus sublimes amarguras,
solitario enamorado y vagabundo en es- trecheces e
impurezas de vivir. Era Ocampo una fuerza de ternura
que se desbordaba de su ser: era el germen de fuerzas
perdidas, derramadas, predicadas por misión y por
amor. Son los hombres cárceles de la armónica vida
universal: cabe a unos cantidad pequeña: cabe a otros
sobrada cantidad de vida. Y de estos se desborda; de estos
se vierte en obras de afecto y lenguaje de redención y de
ternura: sóbranse para sí: vense en SI mismos indignos
de tanta vida potente como la naturaleza puso en ellos:
la naturaleza es fuerza amante, y ellos ponen en todo los
ojos iluminados con amor. Así Ocampo, *- el que vio en el
socialismo y la fraternidad de la naturaleza, la ley del
socialismo y la fraternidad humanas. Dan al que escribe
crónica detallada de su vida: no la ha meneste- r: vidas
como la suya se aman por lo que soñaron: fuera pequeno
amarlas por lo que en las pequeñeces de existencia
hicieron. Su crónica se escribe con sus soledades: sus
soledades se escriben en los rayos tibios, en las auras
sosegadas, en las ondas murmurado- ras, en las venturas
queridas, en los sueños de redención universal aún no
reales ni posibles: En estas almas, toda la oscuridad es
toda la luz. <Cómo decir cómo se le hizo la fiesta en
Michoacán? Llorando: obrando como él obró: así se
solemniza la vida resplandeciente de los héroes. Revista
l/ niversal, México, 12 de junio de 1875. Oc. Ed. .c., f. II. p,
75- 77. I, OS ESTADOS UNIDOS I’ MÉXICO Cuando se
pretendió alarmar la atención pública con noticias
improbables de una guerra violenta y sin precedentes,
nosotros pu- simos especial empeño, en hacer ver cuántos
obstáculos racionales se oponían a la veracidad de las
noticias propaladas, Enton: es era un deber no alarmar ai
país, como hoy es otro deber serialarie el peligro
constante que, explotado por intereses crueles, pudiera
algún día sobrevenir con grave daño nuestro en una
forma grave y alarmante. Dos cuestiones se ofrecen con
motivo de los acontecimientos de la frontera: ¿no se
opone el gobierno americano a estos sucesos, para tener
con ellos motivo de reclamaciones contra México? ¿Intenta acaso dejar correr el tiempo necesario para que los
robos de los bandidos de la frontera exasperen al pueblo
americano, y sea así popular una guerra que se intentase
contra México? El enemigo está enfrente: parece suspicaz
e hipócrita: puede ser, sin embargo, amigo leal.
Cualquiera que sea la suposición que haga- mos, puesto
que su conducta es dudosa, deber es examinarla, prepararse contra ella si intenta hacernos daño, prevenir
ahora en calma IOS males que una situación extrema no
nos daría luego espacio para evitar. La prensa americana
se ocupa incesantemente de los aconteci- mientos de la
frontera: unos periódicos excitan a sus compatriotas
contra México: otros, los más escasos, acusan al gobierno
de pro- teger los sucesos de las tierras fronterizas para
crear reclamaciones graves con motivo de ellos. Los que
halagan las pasiones pueden más que los que las contienen: el número de los periódicos que excita es mucho
mayor que el de los que ven con calma la cuestión. No se
contentan los diarios americanos con comentar hostilmente :os hechos, abultados como en la prensa del país
vecino [es] costumbre y especulación: ya piden
represalias, ya hay quien haya Propuesto ia invasión y
anexión del territorio. 80 José Mwti OBRAS ESCOGIDAS.
I’ 1 81 El gobierno de los Estados Llnidos calla, y no pone
de su parte el esfuerzo que debiera para ayudar a México
en su obra de evitar aquellos acontecimientos
desastrosos. cQué piensa el gobierno de los Estados
Unidos? <Es culpable de dariosa intención e hipocresía?
Hable por nosotros The Sun, de Nueva York. Dice así: Y si
el objeto de consentir que quedaran sin castigo esos
ultrajes contra la vida y la propiedad, ha sido con la
esperanza de excitar el sentimiento público hasta el punto
de hacer popular una guerra contra una república débil y
vecina, o con el fin de conseguir pretextos para fabricar
enormes y exage- radas reclamaciones pecuniarias,
contra la misma débil repú- blica, en beneficio de
influyentes camarillas, lo cual hay lugar a suponer, por
ciertos hechos muy significativos, no hay frases bastante
fuertes para condenar a los que se han dejado llevar de
tan innobles motivos. The Sun no es completamente
partidario del gobierno actual de la Unión, y esto
aminoraría el valor de sus palabras; pero antes de las
líneas que hemos copiado, hace reflexiones cuya justicia
no se puede negar:- relata distintos sucesos de la frontera,
examina el asunto, y afirma que el gobierno americano
no ha cortado, como ha podido hacerlo en cualquier
tiempo, esas insignificantes corre- rias, desautorizadas
por el gobierno mexicano. Esto es cierto: si no las
protege, las tolera: ccuál es la causa de la tolerancia? <no
podría creerse que The Sun tiene razón en sus
comentarios? Aunque parecieran dudosos, y no lo
parecen mu- cho, ¿no es necesario prepararse
prudentemente contra un peligro que pudiera ser real? La
suspicacia es un enemigo terrible, porque no se ve la
mano con que ataca: en los Estados Unidos, el pueblo es el
dueño, por eso se excita y se conmueve al pueblo: se
halagan sus pasiones, para aprovecharse de la situación
política que crean sus pasiones excitadas. The Sun hace
suyas algunas palabras del sensato Imparcial, periódico
de Monterrey, que nos es ya conocido por la pericia y cordura con que trata estas cuestiones: he aquí ias
reflexiones que hace suyas The Sun: Si efectivamente
esisten mexicanos bastante infames para deshonrar a su
país, con la perpetración de vandalismo en territorio
extranjero, castíguelos el gobierno ofendido, de con
formidad con sus leyes: no haya piedad hacia los asesinos
e incendiarios, que corren a alterar la tranquilidad de
una nación amiga. El manejo del gobierno americano
pudiera excitar sospechas: no fuera honrado: fuera
artero: no fuera leal. Nosotros no creemos esto: nosotros
no tememos lo que teme The Sun: pero hay un hecho
innegable en que no podemos dejar de pensar: hay
periódicos ue acusan al gobierno americano de
pensamientos ulteriores % so re >iéxico, y no hay
periódicos que lo defiendan de esta conducta que seria
malvada e hipócrita: ha podido evitar los sucesos de la
iron- tera, y no los evita. Son estos dos hechos prácticos:
no queremos volverlos contra el gobierno americano:
serán descuido, no mala fe: serán incuria, no deslealtad.
<Se puede pensar sin dolor que un país que nos tiende la
mano desde sus puertos, y nos dice que quiere estrechar
sus relaciones con nosotros, con la otra mano azuce la
guerra en nuestras fron- teras, y diariamente inserte en
sus periódicos noticias sordas y re- petidas que han de
alzar a su pueblo contra el pueblo amigo? ~NO es locura
imaginar que un pueblo demócrata piense en conquistar
y en invadir? Leemos con frecuencia los periódicos
americanos: háblese en muchos de ellos, sobre todo en los
de los Estados del Sur, entu- siasta y afectuosamente de
México: los que nos conocen nos esti- man: los periódicos
de los Estados del Norte, parecen obedecer a influencias
extraiias, y nos presentan desfigurados ante el pueblo de
la Unión. Hemos leído más de un notable artículo en que
se demuestra que al pueblo americano no conviene la
anexión de terri- torio alguno. El escritor Mr. Lever
publicó un severo trabajo en nuestras columnas, en que
examinaba y refutaba todos los cargos que sobre deseos
anexionistas se hacen a los Estados Unidos. Nosotros no
creemos que el gobierno americano piense en la invasión:
creemos solamente que para la salud de la patria, toda
medida previa, todo acuerdo previsor, toda prudencia son
pocas. Debe evitarse lo que luego no se podría reprimir:
obre la diplo- macia contra la diplomacia: así no se
encienden los rencores: así no se alimentan deseos
extraños: así se salva de un peligro pro- bable a la nación.
Re¿ rista Universal, M6xico, 3 de julio de 1875. Oc. Ed. c.,
t. II, p. 104.107. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 83 BOLETIN
FUNCION DE LOS MESEROS.- TRANSFORMACiON DE
LOS ARTESANOS.- POBLACION INDIGENA Hacen el lunes
en Arbeu ’ función solemne los meseros: es la fiesta del
honrado artesano: es la celebración anual con que estos
hombres dicen que el servicio doméstico no les degrada,
que lo cumplen como trabajo, que no se envilecen en él, y
que desde él tienden a sostener por la asociación, por el
auxilio mutuo, por el respeto de los demás, su
personalidad propia y digna. alimentada por la
conciencia de la fraternidad y el deber. Es hermoso
fenómeno el que se observa ahora en las clases obre- ras.
Por su propia fuerza se levantan de la abyección
descuidada al trabajo redentor e inteligente: eran antes
instrumentos trabajado- res: ahora son hombres que se
conocen y se estiman. Porque se estiman, adelantan.
Porque se mueven en una esfera estrecha, quie- ren
ensancharla. Porque empiezan a tener conciencia de sí
mismos, están justamente enorgullecidos del adelanto
que en cada uno de ellos se verifica. Muchas veces,
recordar a un caido que es hombre basta para levantarlo.
Se le despiertan fuerzas dormidas: surge a la revela- ción:
se ve en un ser nuevo, y se rehabilita: se ve a sí mismo y
quiere ser digno de si. Así nuestros obreros se levantan de
masa guiada a clase cons- ciente: saben ahora lo que son,
y de ellos mismos les viene su influencia salvadora. Un
concepto ha bastado para la transforma- ción: el concepto
de la personalidad propia. Se han adivinado hom- bres:
trabajan para serlo. El estímulo los mantiene; los ocupa
el trabajo; la honradez los salvará. Sorprende a quien
antes la veia nuestra transformada clase de artesanos.
Aseados hasta la pulcritud, laboriosos y sensatos, parece a quien los observa como que están satisfechos de sí
mismos. i Teatro de la ciudad de México Es que se
ennoblecen rápidamente: es que han hallado en sí la
dignidad humana, y se ven redimidos por ella, y de ella
están ufa- nos, v no quieren perderla. La altivez es útil:
todo hombre debe ser a1tii. o. Irritan estas criaturas
serviles, estos hombres bestias que nos llaman amo y nos
veneran: es la esclavitud que los degrada: es que esos
hombres mueren sin haber vivido: es que esos hombres
avergüenzan de la especie humana. Nada lastima tanto
como un ser servil; parece que mancha; parece que hace
constantemente daño. La dignidad propia se levanta
contra la falta de dignidad ajena; quisiérase crear,
transformar, producirse en los demás; qui- siérase dar de
sí mismo para que los serviles fueran iguales a nosotros.
Avergüenza un hombre débil: duele, duele mucho la
certidumbre del hombre- bestia. Pululan por las calles;
quiebran en la extensión que su cuerpo indolente cubre,
las raíces que comienzan a brotar; echados sobre la
tierra, no la dejan producir; satisfacen el apetito;
desconocen las noblezas de la voluntad.- Corren como los
brutos; no saben andar como los hombres: hacen la obra
del animal: el hombre no despierta en ellos. Y esto es un
pueblo entero; esta es una raza olvidada; esta es la sin
ventura población indígena de México. El hombre está
dormido y el país duerme sobre él.- La raza está
esperando y nadie salva a la raza. La esclavitud la
degradó, y los libres los ven esclavos todavía: esclavos de
sí mismos, con la libertad en la atmósfera y en ellos;
esclavos tradicionales, como si una sentencia rudísima
pesara sobre ellos perpetuamente. La libertad no es
placer propio: es deber de extenderla a los demás: el
esclavo desdora al dueño: da vergüenza ser dueño de
otro. iQuién despierta a ese pueblo sin ventura? ;Quién
reanima ese espíritu aletargado? No está muerto: está
dormido. No rehúye, es- pera. El tomará la mano que le
tiendan; él se ennoblece con el conocimiento de si mismo,
y esa raza, llena de sentimientos primi- tivos, de natural
bondad, de entendimiento fácil, traerá a un pue- blo
nuevo una existencia nueva, con todo el adelanto que
ofrece la moderna vida, con la pureza de afectos y de
miras, el vigoroso empuje, la aplicación creadora de los
que conservan el hombre verdadero en la satisfacción de
sus apetitos, el cumplimiento de sus necesidades, y la
soledad de una existencia escondida y tran- quila. El
hombre nuevo vendría a la tierra preparado: no habría
per- dido con el contacto de las generaciones las
primitivas iuerzas. 84 losé Marti Pero álcesele,
redímasele, espliquesele: sea verdad que son: un pueblo
libre no puede alimentar a un pueblo esclavo: el siervo
avergüenza al dueiio: lleguen a hombres los que han
nacido para serlo: anímense los tristes al calor de la
patria y del trabajo: siea verdad lo que en hora de
compasion escribió alguien: Hombre primero, bestiu de
cultitlo! i Traba jador despu&: primero tfiífo! De mucho
más habría de hablarse hoy: prestase bien a ello una
proposición que se hizo ayer en la Reuista al Círculo de
Obreros, sobre conveniencia de establecer conferencias
públicas, en que todos tuviesen el derecho de discutir lo
que a todos conviene. 2 El ejercicio de la libertad fortifica:
el cultivo de la inteligencia, ennoblece. No necesita la
proposición encomio, ni está tal vez lejos del ánimo del
Círculo aceptarla. Pero el espacio acaba aquí: dícese al
boleti- nista que es tiempo ya de que termine hoy su tarea,
y aquí la aca-. ba, no sin volver el pensamiento a un
hombre infeliz, a quien quita ahora la vida la ley que no
cuidó de darle todos los elementos de vida buena y
honrada. 3 La medida de la responsabilidad está en fo
extenso de la edu- cación: p cuando se sea responsable de
todo, todavía no se es res- ponsable de haber nacido
hombre, y de obrar conforme a lo que aún existe de fiero y
de terrible en nuestra naturaleza. 1Jn hombre muere: la
ley lo mata.: <quién mata a la ley? Revista Ut~ icersal,
Mexico, 10 de julio de 1875 Oc. Ed. c., t. II. p. 118- 120. 2 La
Revista propuso al Círculo de Obreros la celebración de
conferencias sobre el tema de la huelga. 3 Martí se refiere
a Felipe Romero, famoso criminal de la época. que fue
condc- nado a muerte por el gobernador del distrito
federal, Joaquín 0. Pérez. VIDA Reanimado el dolor, la
mano ardiente, Y la vida latiéndome en la frente,
Pregúntale oh mi mal! a quien responda, Dónde nace esta
fiera de la vida Que pueda yo en su cuna Pedir cuenta a fa
bárbara fortuna Y romperla en el vientre en que se anida!
Bueno: a llorar. A fe que la cabeza No nos puso al azar
naturaleza Con tamaño vigar asida al cuello: Pues puede
erguirse y se levanta fiera, Sobre el cuello soberbio se alce
erguida, Y sepan los cobardes la manera De sacudir el
polvo de la vida, De oprimir con el pie la tierra hirviente,
De enjugarse las lágrimas del duelo, Mirar el sol, y
detener al cielo, Y luchar con el cielo frente a frente. La
vida es un asalto pues cautivo Hoy o después he de vivir,
la lucha Ruda comience, y pues lo quieren- vivo! Mas no a
gemir ni a sollozar dispongo Voz que me sirve para
hablar al cielo: Vivo, para trazar sobre fa tierra Huella
soberbia que mis pasos grabe; Para abatir y dominar
grandezas, lOSC .+ lar! i Para labrar mi gloria con miy
manos Y convertir en rayos las tibiezas De este palido SOI
de los humanos Nrrbc ch la iida de 105 hombres, nube
Que el miedo finge \. alladar: no es valla Que cl paso
impida: con la mano fuerte Bien sc pasa al Ira\.& de la
muralla, Bien se llega a las lindes de la muerte. No allí la
vida mísera SC acaba: Pues tanto aquí se sueña y no se
tiene, Más allá de morir lo aquí soñado Debe ser a los
hombres revelado, La vida es una ley, como las leyes
Despótica y fatal: sus eras cumple Mal que nos pese, y el
que aquí la llora Llorando una era de la gloria pierde Y
todo el tiempo que pasó llorando En v- ida nueva sus
cadenas muerde. La vida es necesaria Para poder morir:
hay noche y día: Morir es luz; mas luz que cada humano
Con fuego enciende de su propia vida. Yergase al cabo la
cabeza fiera: Aquí con miedo de vi\. ir lloramos: La
lámpara apagada nos espera: En pie los hombres: a
encenderla \. amos! Jamás vencido el hombre vivo sea De
su domado ser ruina y escombros: Alta la cruz, reñida la
pelea, Que el ser que aguarda vencedora vea La
conmovida cruz sobre los hombros. BOLETfN EL
PROYECTO DE INSTRUCCION PUBLICA.- LOS
ARTICULOS DE 1.14 FE.- LA ENSERANZA OI~ LIGATORIA
Aver debió abrirse en la Cámara de Diputados una
hermosa camparía. El diputado Juan Palacios se
preparaba a exponer los fundamentos del proyecto de
instrucción pública que viene desde hace dos años
preparando y estudiando. La inteligencia y la imaginación tienen cualidades de esencia distintivas: el
estudio re- flexivo, que dañaría a la imaginación, a la
inteligencia es necesario y aprovecha. La comisión ha
leído mucho, ha discutido, ha madurado su pro- vecto.
Podrá ser, y es de seguro, falible este proyecto, pero será
siempre respetable.- Viene a trastornar el orden actual de
enseñanza, pero trastornar este orden quiere decir:
establecer el orden. Conmueve rudamente al sistema
actual; pero lo conmueve en bien del país y bajo el amparo de la lógica y de la práctica en otras naciones. No
quiero fijarme en los defectos del proyecto. Creo que los
tiene, pero son mayores y más importantes sus bondades.
Establece dos grandes principios: aunque todo el proyecto
fuera inaceptable, se salvaría por estos dos principios que
lo sostlenen y que 10 han engendrado: libertad de
enseñanza, y enseñanza obli- gatoria. 0 mejor, enseñanza
obligatoria y libertad de ensenanza; porque aquella
tiranía saludable vale aún más que esta libertad. <Cabe
aducir una razón en pro de la enseñanza obligatoria? No:
no cabe aducir más que un pueblo: Alemania. Y un
propagador: Tiberghien. Toda idea se sanciona por sus
buenos resultados. Cuando todos los hombres sepan leer,
todos los hombres sabrán votar, y, como la ignorancia es
la garantía de los extravíos políticos, la concren- cia
propia y el orgullo de la independencia garantizan el
buen ejercicio de la libertad. Un indio que sabe leer puede
ser Benito 88 Jose Marti OBRAS ESCOGIDAS. T 1 89
Juárez; un indio que no ha ido a la escuela, llevará
perpetuamente en cuerpo raquítico un espíritu inútil y
dormido. Hasta estas pala- bras me parecen inútiles: tan
invulnerable y tan útil es para mí la enseñanza
obligatoria. Los artículos de la fe no han desapare- cido:
han cambiado de forma. A los del dogma católico, han
susti- tuido las enseñanzas de la razón. La enseñanza
obligatoria es un artículo de fe del nuevo dogma. Aquí es
necesario interrumpir estas reflexiones, y consignar con
regocijo un hecho que es una verdadera garantía. En sí es
ligero, y en sus resultados será fructífero. He querido
hacer reminiscencias de los artículos de fe católicos: mi
memoria, con la contemplación de todas las religiones, se
ha olvidado de las formas de una. He preguntado a
corredactores, a empleados, a sirvientes, a cajistas. La
Voz va a sufrir con esto; pero en los que aman bien a
México, habrá con ello contento: no hay un solo individuo
en la Revisfa que sepa los artículos de la fe. Saben un
artículo, el generador y el salvador; el que nos
reconstruye y nos vigoriza; el Mesías de nuestro siglo
libre: el trabajo. Este hecho llevaría a consideraciones
distintas de las que han comenzado este boletín. Se
hablaba de la enseñanza obligatoria. La brutalidad de
Pru- sia ha vencido, porque es una brutalidad inteligente.
El ministro lo ha informado al Parlamento: todo prusiano
sabe leer y escribir. Y (qué fuerzas no se descubrirían en
nosotros, arrojando los montones de luz de Víctor Hugo
sobre nuestros ocho millones de habitantes? Y como en
nosotros, en toda la América del Sur. No somos aún
bastante americanos: todo continente debe tener su expresión propia: tenemos una vida legada, y una literatura
balbu- ciente: Hay en América hombres perfectos en la
literatura europea; pero no tenemos un literato
exclusivamente americano. Ha de haber un poeta que se
cierna sobre las cumbres de los Alpes, de nuestra sierra,
de nuestros altivos Rocallosos; un historiador potente
más digno de Bolívar que de Washington, porque la
América es el exabrupto, la brotación, las revelaciones, la
vehemencia, y Washing- ton es el héroe de la calma;
formidable, pero sosegado; sublime, pero tranquilo. iQué
no hará entre nosotros el nuevo sistema de enseñanza?
Los indigenas nos traen un sistema nuevo de vida.
Nosotros estudiamos lo que nos traen de Francia; pero
ellos nos revelarán lo que tomen de la naturaleza. De esas
caras cobrizas brotará nueva luz. La enseñanza va a
revelarlos a si mismos. No nos dará vergüenza que un
indio venga a besarnos la mano: nos dará orgullo que se
acer- que a dárnosla. Esto no es un sueño; este es el
resultado positivo de la ley. ¿Con qué medios, se
pregunta, se hará cumplir la obligación? Con la prisión 0
la multa. El hábito crea una apariencia de justicia: no
tienen los adelan- tos enemigo mayor que el hábito: una
compasión es a veces un gran obstáculo. -Y ecómo han de
pagar la multa esos hombres del campo, que ganan tan
poco? -La pagarán, porque preferirán esto a dejar de
trabajar algu- nos días; y como no querrán pagarla más,
enviarán sus hijos a la escuela. Se explota lo único
sensible: el interés diario, el alimento diario. El indio los
verá amenazados y hará lo que le manda la ley. Un
proyecto de instrucción pública es una sementera de
ideas: cada mirada al proyecto suscita pensamientos
nuevos. Pero 10s tiempos dan enseñanza, y yo, boletinista
novel, he aprendido que los boletines deben ser sencillos y
ligeros, Obedezco a la práctica, y dejo para boletines
próximos las reflexiones que nos irán des- pertando las
discusiones del proyecto en el Congreso. Revista
Universal, México, 26 de octubre de 1875. Oc. Ed. c., t. II,
p. 216- 218. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 91 EL ANO NUEVO
EN MADRID ES la mañanita de año nuevo, y corre por
Madrid un vientecilfo que hiela las palabras en los labios.
Anda precipitadamente por las calles la criada garbosa
de Aragón con las mejillas encarnadas como los
melocotones de su tierra, cubierta la cabeza con el pañuelo de seda que no ha mucho le regaló un hablador
gallego enamorado, más ocupado de la sisa y del paseo de
la tarde que del frío, y moviendo a compás la linda cesta
que ha de llenar con frutos del invierno en la favorecida
plazuela de la Paja. Parece el amanecer, y son las ocho de
la mañana de año nuevo, que el frío acorta la vida,
entumece los miembros, lastima los pen- samientos, y
conturba y aflige el corazón, Allá van caminito del jardín
del Moro dos enamorados, después de haber libado
copioso tarro de espesa leche de las Navas en la calle de la
Visitación, refugio de pecadoras persistentes, lugar de
malas citas y de taber- nas de callos g habichuelas,
amparo de sastres pobres, de malas locerías y de
fotógrafos en ruinas. Allá van presurosos y contentos los
dos sencillos amadores, gala ella de las gorristas de la
calle de la Montera, solicitada por los dependientes de la
casa de correos y la guantería de Clement, burladora de
galanes y enamorada de su niíio, y él, mancebito de
tienda en la calle de Postas, habituado a medir con las
manos varas de blonda y de franela, y con los labios las
pálidas mejillas de su amada, enrojecidas a veces por la
excitación del hambre y la miseria. Irritan esas
desventuras fatales a que la avaricia del negocian- te
empuja a las seductoras modistas de Madrid: son ellas
cuna de la gracia, gala de la mantilla, y seductoras
maestras de donaire. Sonríen y lloran: se dejan seducir y
mueren: son locas una hora y desventuradas toda la
vida, piensan y tiemblan de espanto en el instante mismo
en que un beso cobarde y criminal liba -abeja importunamiel de castidad y de ternuras en los labios de la infortunada modistilla. Mas hace sol y amor, y allá van
todavía ca- mino del jardín la gorrista con vestido de
cuadros y el hortera de gabán menos limpio que los
primerizos amores de su alma. Ya se pierden por
aquellas sendas de hojas secas; ya suena un beso y otro
beso; aparece ella como huyendo por el extremo de
aquella calle de tristes árboles desnudos, cadáver de los
amores de la tierra que protege un nuevo amor; viene él
como jadeando tras la juguetona doncella que lo incita.
Hasta el aire, con ser la vida, -y la luz, -con ser tan bella, estorban al amante. Quédense estas sin testigos, y
evitemos el paso de ese cartero afligidísimo, coloso de
tarjetas y vacilante columna de felicitaciones que los
alardes de una cortesía fácil amontonan en las anchas
mesas de correo. Verdi- negra está ya la faz del
asendereado carterillo, pilluelo del Lava- piés en otros
tiempos, soldado luego en Africa y en los riscos de la
ensangrentada Cataluña, y premiado por su valor y sus
campa- ñas con heridas en el cuerpo, arrugas y malos
aires en el rostro, y puesto trabajoso en el Departamento
de Correo. No es usanza en Madrid en este día el paseo
por la cuesta de !a Virgen de Almudena, almadín o
almudin de los árabes, imagen venerada para los
madrileños, y aromada con flores perpetuas por la piedad
de alguna bailarina de fortuna, torero agradecido, o nodriza creyente y alejada del apuesto soldado de caballería
que olvi- da amores y fatiga corceles por la vega fecunda
de Aragón. Ni visten las chuliflas el manto de imitación
de cachemira, ni blanden los chalanes el nudoso garrote
de la fiesta. Ni bailan lavanderas y gastadores en las
orillas vergonzantes del Manzanares, con burla de algún
curioso de chistera a quien las cuerdas extendidas para
los usos del lavado, botan y le envían a ser cuna de risas
en las aguas del malaventurado sorbete, pulcramente
alisado en la casa de Aimable o de Guevara. Entre la gente
de alcurnia, ora le venga de acreditados pergaminos o de
repentina nobleza radical, hácense visitas que no se
reciben, envíanse tarjetas de González, el buen litógrafo
de la calle de Carretas. Y por cierto que es Madrid tierra
de inconcebible tarjeteo. Van el conde marido y la
marquesa esposa a visitar al general en boga, padre de
cuatro o cinco coquetuelas criaturas, de dos te; lientes
aliñados y de un cadete con más sueños de novias que
cabellos nacientes en el bozo; y dejan conde y mar- quesa
tantas tarjetas como títulos tiene el matrimonio, para
cada uno de los habitantes de la casa militar y pintoresca.
Y a fe que no se libran en casos semejantes las peores,
menos reñidas y más desagradables batallas: hija hay de
general que tiene en el alma cielos de paz. Adelantado el
día, llegan con la tarde el pasear de las parejas, el parecer
de fiesta en la carrera de San Jerónimo, el hablar de la
cena del día último, hábito de la alta vida inglesa, que
comien- za a ser tenido y gustado por la gente distinguida
de Madrid. Rodean pintores y poetas una mesa de la
elegante Cervecería; cuál, como el pintor Rivera, habla
con inspiración salpicada de denuestos cómicos, de la
razón histórica e importancia verdadera del
Renacimiento; cuál, como el poeta Zapata, envuelto en
capa 92 Jose Marti menos nueva que su lira, cubierto por
hongo menos menudo que los héroes nacidos en el
vigoroso cerebro que encubre, como que dice mal
ireminiscencias del saloncillo! de la obra que va a
estrenar el Príncipe. Dice uno, y tiene razon, que la
costumbre de cenar el día último del año, viene de
Inglaterra: atiade otro, y no está equi- vocado, que el
hábito de visitar en este día, vino a España traído con las
corteses brisas de la Francia. Pasa a la sazón vestido de
nuevo el niño en cuyo traje puso la madre amorosa tanto
celo y empeño como besos en la frente del hijo que
engalana. Encuéntranse y tropiezan numerosas parejas
de criados, contentos con la licencia de paseo que acaban
de obtener de! señorito complaciente: llena !os teatros de
tandas la concurren- cia abigarrada y especial del día de
fiesta: iqué pagar en el Espa- ñol por ver La Redoma! iqué
entrar en Variedades para aplaudir La cabaña del Tío
Tom! Y aquí su copita de aguardiente, y allí su beso al
descuido, y allá el lucir el pañuelo nuevo regalado, y la
pechera bordada, al decir suyo, por la novia, y comprado,
al decir nuestro, en bazar de increíble baratura, por
pesetuela humilde y vergonzosa. Hastíanse los ricos,
alumbra bien el sol, viene llena de alegrías la noche, goza
y pasea el pobre de Madrid en año nuevo, y ve el
articulista con pena mezclada de temor, cómo no hay
dioses nuevos que vayan reemplazando en nuestra vida a
aquellos dioses falsos que a la poesia cautivan y
enamoran; pero que rechaza airada la razón. Revista
Universal, México, IQ de enero de 1876. Anuario del
Centro de Estudios Martianos, La Habana, n. 2, 1979, p. 710 MÉXICO Y LOS ESTADOS UNIDOS Vienen
acumulándose sucesos, vienen dándose opiniones, vienen
presentándose dictámenes en la misma Cámara de
Representantes de 10s Estados Unidos, que están creando
en la vecina república una atmósfera que nos es
perjudicial, por cuanto quiere llevarse a la opinión
pública, norma alli del gobierno, el convencimiento de
que es justo, necesario y útil la invasión de una parte del
territorio mexicano. No fuera patriótico ocultar un
peligro grave, en nuestro con- cepto, para la patria. En
buen hora que un periódico oficial sea comedido hasta el
exceso en sus manifestaciones; los periódicos que no
tenemos esa traba, los que no somos en último caso más
que la expresión de las ideas de los redactores,
mantenidos por SU identificación con las ideas de los
lectores que sostienen el perió- dico, tenemos el deber de
analizar, preveer y señalar los medíos de evitar los males
que por apatía o aturdimiento pudieran sobrevenir a
nuestra patria. No vamos ahora a analizar en conjunto,
como pronto y sin per- der tiempo lo haremos, todo lo que
ha venido a formar un cuerpo compacto, alarmante por lo
uniforme, de ataques a México. Habla- remos hoy
brevemente, no del grave incremento que toman en la
opinión americana las ideas hostiles a México, sino
concretamente de la proposición presentada a últimas
fechas a la Cámara de Re- presentantes, al seno de la cual
ha ido a hacerse sentir la mano de los especuladores que
desean de una manera rápida, nuevo cuer- po donde
ejercer su comercio y sus explotaciones. La cuestión de
México, como la cuestión de Cuba, depende en gran parte
en 10s Estados Unidos de la imponente y tenaz voluntad
de un número no pequeño ni despreciable de afortunados
agiotistas, que son !Os dueños naturales de un país en que
todo se sacrifica al logro de una riqueza material. La
Cámara de Washington había nombrado una comisión
para el arreglo de las reclamaciones contra México, con
motivo del abigeato. La comisión ha presentado
dictámenes, y e! presidente Schleicher ha dicho a la
Cámara lo que sigue: OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 95 “Ahora
es el ~nomento a propósito para que et gobierrlo ;irtwrIcano intervenga y arregle la cuestión del Río Grande.
Fundo mi opinión en estos hechos: el gobierno dc Lerdo
no tiene autoridad sobre Tamaulipas ni sobre población
alguna de la frontera. y no tiene un solo soldado ‘; obrc
la línca divisoria, del lado dc .JIésico El gobierno de Díaz,
que es el que estri en posesión de cse lado del país, no está
reconocido como tal gobierno por el de loa Estado5
Cnidos, y, de hecho, no es mis que una chusma sin ley. Si
la?; tropas de los Estados Unidos cruzan la frontera, no
violan el tcrri- torio del gobierno legítimo de México,
sino simplemente invaden un Estado insurrecto que ha
arrojado de sí los representantes civiles y militares del
gobierno legítimo, y no es, en fin, un gobierno reconocido allí. “Cualesquiera utilidades que surgieran de tal
política, tendrían lugar con los rebeldes, y no con cl
gobierno mexicano reconocido. ni con sus tropas. Los re\olllcíonarios 110 impiden ei abigcato; al contrario, la
presencia de las tropas tlc Diaz aumenta la drnlanda de
carne para su mantención. dando así cstitnulo al
abigeato. “Hace uu año, cl gobierno de Lerdo dijo al
ministro americano en Mksico, que no ‘; c atrcvía a dar
permiso para (1~ 6 las tropas americanas cruzaran la
ironlcra, porque sería derrocado. Ahora qlw ni Lerdo ni
sus tropas están alli, no hay cbstriculo contra ia entra- da
de nuestras tropas en el territorio de México. En
consecuencia, ahora es el momento de arreglar la
situación de la irontera.” La comisión propuso cnscgliida
a la Cííiiiara la aprobacitili tlc las resoluciones
siguicntc5: “Art. 1: ’ El Senado y la C:; itnar- a de
diputados, reunidos en CUII- greso, resuelven que, con el
objeto de asegurar una protecck’m rn, is eficaz al país
situado entre cl Río Grande y el Río Nueces, en cl Estado
de Texas, conira los ladrones de ganado, los malhechores
y los asesinos que vienen de la orilla mexicana del Río, el
Prcsi- dente de los Estados Cnidos está aulorizado a situar
sobre el Rio Grande, a partir de la embocadura de este
río, hasta el límite Norte del Estado de Tamaulipas, más
alli de Laredo, dos regimienios de caballería para el
servicio dc campatia. Estas tropas vendrrin .a unirse a los
regimientos de infantería necesarios para el servicio de
las guarniciones. El efectivo de dichos regimientos de
caballcria se aumentaría hasta que cuenten con 100
hombres por escuadrón. y este ejército re mantendrá por
todo el tiempo que sea necesario. Art. 2? En razbn de la
imposibilidad en que se encuentra cl gobierno nacional
de México para impedir las incursiones en Te,\ as de las
bandas armadas que vienen del terrilorio lnesicano, el
Pre- sidcnic está autorizado, cuando .lo juzgue necesario
para la pro- tección de los derechos de los ciudadanos
alncricanos en la frontera de Texas, a ordenar a las
tropas a que atraviesen el Río Grande y a que empleen los
medios que juzguen propios para toinar posc- sión de los
objetos robados y para detener las incl! rsiorres, teniendo
cuidado en todos lo-; casos dtt no causar ninglln perjuicio
a los habitantes pacifico> de .& s. ico.” Ni el tono
portugués ni una ocultación cobarde, convienen en el
análisis de todas estas cuestiones. Que los mexicanos
saben morir, no vendría a enseñarlo al mundo una nueya
invasión americana: los sabinos de Chapultepcc tienen
escrita en sus canas nuestra historia. Importa ahora
estudiar la cuestión, conocer su grado de gravedad,
esperar que la diplomacia pueda salvarnos de un conilicto, convencerse, en fin, de que aún es tiempo de evitar
el pro- greso, por desgracia ya harto adelantado, de la
opinión coniraria a Mkico en los Estados Cnidos. Vna vez
presentado a la Cimara et dictamen de Schleichcr cp OT
qué los mexicanos residentes en U’ashington no se
apresuran a refutar vivamente las inexactitudc en que ha
pretendido fundarlo la comisión? Si la Cámara vota
engañada. ;No recaería alguna culpa sobre los que no
intentaron todos los medios de prepararla contra cl
fraude que se hacia a su opinión, dándole como ciertas,
inesacti- tudes tales como la impotencia del gobierno de la
frontera, donde debe haber a estas horas 5 000 hombres
de las fuerzas federales. y la ocupación de Tamaulipas
por las fuerzas de Díaz, que según los mismos periódicos
americanos, constan de 1 000 hombres, y que no ocupan
más que Matamoros? La prensa americana pretende
hacernos daño: conviértase al inglés la prensa de Mkxíco,
y vaya- mos a decir la verdad en su mismo pais, para que
la opinión vacile y estudie, y no sin detenido examen, se
pronuncie en contra nuestra. Esto urge: hay en los
Estados Unidos mexicanos sobrado pa- triotas, sobrado
inteligentes para hacer esta obra precisa, con toda la
prontitud, y el vigor y la actividad que para impedir un
mal ya adelantado son ahora de todo punto necesarias. El
mal principia a hacerse: se comienza a creer alli que una
invasión a Mkxico es justa; SC explota cl sentimiento dc
honor pa- trio, y SC aprovecha la exquisita sensibilidad
mercantil del pueblo americano: se lleva ya a la Cámara
este mal pensamiento, y SC lleva engañándola,
precisamente en cl raciocinio capital en (~ UC descansa el
dictamen cuya aprobación SC pretende. Es fuerza acu- dir
al remedio, con la misma energía, con la misma rapidez.
con el mismo ardor con que sc hace en la república vecina
la propa- ganda contraria. Faltaba este titulo de gloria
al funesto revolucionario Diaz: no ha visto, en su culpable
obcecación, que las formas vedaban a los Estados Unidos
la invasión en un pueblo que estaba en paz, que se
acreditaba en el extranjero, que aumentaba en sus
relaciones comer. ciales con ellos, regido por un gobierno
perfectamente legal, y que ninguno de estos miramientos
tendria el día en que una situación anorrna!, una nueva
rebelión dc la soldadesca, un nuevo crimen de la vanidad,
ayudasen a fortalecer la opinión, en los Estados [‘ ni- do‘.
muy válida, de que México es un país ingobernabie, y de
que harían una obra humanitaria reduciéndonos por la
fuerza a ser tributarios de la Gran República. ;No se ha
visto estallar la opinión enemiga de los periódicos de la
América del Norte, opinión en secreto alimentada y con
tra- bajo contenida, apenas llegó a Nueva York y a
Washington la no- ticia de 1. a ocupación de Matamoros y
la rebelión de Díaz? SNo dan lugar preferente en sus
columnas los órganos más acreditados de la prensa a las
noticias de México y a comentarios que nos son hostiles?
La revolución ha venido a ser el pretexto tanto tiempo
hace esperado, por la tranquila calma sajona, para
preparar al pueblo limítrofe a un ataque armado contra
México. ¿Y no se es- panta la revolución, no pide perdón,
no depone aterrada las armas, no cede en su empeño
criminal, cuando ve que por levantar a un hombre
comienza desde sus primeros pasos comprometiendo la
in- dependencia del país? iTa parece que la ambición
ahoga cn los hombres todo sentimiento levantado y
generoso! No queremos nosotros creer que el gobierno
americano tenga parte en todas estas gestiones que nos
son desfavorables. porque visiblemente no han partido
aún del gobierno. Aunque no lo obli- gase a esto la
franqueza que en el suponemos, lo obligaría una
hipocresía política que nos sería fatal, si con prudencia,
tiempo y tacto no se procurasen aprovechar todos los
obstáculos de forma, de manera de hacer, que a los
Estados Unidos opone respecto a México su condición de
país republicano, obrando contra otro país regido
también por la República. Otra vez diremos que los
Estados Unidos no pueden hacer alarde dc furrza y qttc
han de obrar con calma y con astucia. Séanos lícito por
hoy creer que aún no está aprobada la propo- sición de
Schleicher; que será más que un eco de los especuladores
que están interesados desde hace mucho tiempo en una
invasión de la frontera; que la hostilidad de la prensa
depende de esta misma causa, allí tan fácil de explotar y
de mover al capricho de los inte- reses personales, en fin,
que lo que no es hasta ahora más que la opinión, no
aislada por desgracia, de Sherman, Sheridan y Schleicher, no se convierta en un peligro cierto, en una invasión
que por decoro y patriotismo resistiríamos en una guerra
de resultados desastrosos, en un instrumento del general
Gran1 para asegurarse en la presidencia de los Estados
Unidos. El Sr. Lerdo, es, antes que todo, hombre de
Estado: creemos que lo distinguen una gran previsión y
una innegable cordura; su- ponemos que, más aún que la
revolución incidental que nos aflige, atenderá a conjurar
el peligro que de un modo ya concreto se seña- la. Y para
ayudar al ejecutivo en esta obra, para ver a la República,
para consolidar la existencia dc la nación, cumplirá su
deber todo el que no le oponga obstáculos, y será
execrado por la patria todo el que en peligro de muerte
hiere con el casco de sus corceles su seno amenazadc.
Of3R. B ESCOGIDAS. T 1 97 No hay revolución ni
lerdismo; no hay generales ni hombres civiles; no hay
rebeldes ni leales; no hay más que mexicanos que se
agrupan alrededor dei que defiende la salvación de la
patria y ciegos y traidores que adelantan hacía su ruina
engañosamen& espoleados por los que quieren hacer de
México un mercado donde asegurar su vacilante
potencia mercantil. Revisfa L’niversal. México, 27 de abril
de 1876. Oc. Ed. c., t. II, p. 266.270. OBRAS ESCOGIDAS T
1 99 ALEA JACTA EST México, diciembre 7 de 1876.
CConque al fin es verdad? cConque se vuelven a matar los
mexicanos? iConque se ha violado una tradición,
derrocado a un gobierno, ensangrentado un año a la
patria, para volver de nuevo a ensangrentarla, para
desacreditarnos más, para ahogar en ger- men el
adelanto que alcanzábamos y el respeto que se nos iba teniendo, para hacernos más imposibles a nosotros mismos
todavía? ¿Y qué mueve esos ejércitos? cquién carga esos
fusiles? iquién lleva a la muerte a esos hombres robustos
que van a campana del brazo de sus mujeres, indiferentes
y serenos, con sus hijuelos pal- moteando y meciéndose
sobre las mochilas? iQuién desangra a este pueblo todo
vida? iquién pervierte a esos hombres todo amor? No es
la generosa sangre azteca, caída como rocío sobre la
tierra y trocada luego en activo espíritu de mártires en la
guerra de Hidalgo y de Morelos; no es la dignidad
humana, lastimada en tiempos de vergüenza por una
insolente dic- tadura y vejada en la voluntad de cada
hombre por la voluntad nerviosa y exigente de un
autócrata; no es la conquista de un piin- cipio, Jordán de
los pueblos que han sufrido las mjerenctas mor- tíferas
del coloniaje español; no es la sagrada era patrtotica, que
convertía en muros los pechos de los hombres, y en
dardos flamí- geros sus brazos para arrojar con la fuerza
de su aliento .la inva- sión que humillaba el suelo patrio;
no es una guerra de, mdepen- dencia, una conquista de
principios, una desamortizaclon de la conciencia, una
resurrección de la dignidad. Es que una facción quiere a
toda costa levantar a su caudillo a la presidencia
definitiva de la república; es que una falange de
partidarios azuza a su jefe y le extravía; es que un grupo
de VO- luntades desordenadas han hecho garra en el
corazón destrozado del país. Treinta mil hombres, acaso
más, combatirán en la próxima cam- paña; rodarán de
una montaña, se extenderán en un llano, se cru- zarán
los ayes con las balas, los pensamientos de los hombres
mo- rirán bajo los cascos de los caballos, los hombres se
encontrarán como las olas, y se extenderán luego en
espuma y en círculos de sangre; y después del fragor, de
los infernales gritos, de la ma- tanza bárbara, de las
sangrientas olas, <flotará solo sobre el mar de oscura
púrpura un hombre triunfador y sonriente, feliz estatua
en pedestal de mexicanos? Reina el descontento en toda la
ciudad: se censura y se con- duele; miradas de compasión
reciben en su tránsito a todos esos autómatas vivientes,
que van a ser un espantoso pie- cpara qué estatua?
México es un pueblo libre, laborioso y pacífico: estas luchas nos cansan: ese militarismo nos irrita: esa falta de
respeto a la patria exalta nuestra indignación. Tenemos
leyes hechas, ca- minos precisos, vías directas para venir
al Gobierno de la patria: como los grandes afectos,
nuestro amor a la ley no se ha hecho sentir aquí sino en el
momento en que la hemos visto irrespetada y vulnerada:
cada hombre es un sacerdote de esa religión que no hemos
querido respetar. la volvamos a recobrar. iAh! no
volveremos a perderla luego que Una revolución es
necesaria todavía: la que no. haga Presidente a su
caudillo, la revolución contra todas las revoluciones: el
levan- tamiento de todos los hombres pacíficos, una vez
soldados, para que ni ellos ni nadie vuelvan a serlo
jamás! En tanto, allá van, espíritus que no lo han sido
nunca carne que dejará pronto de serlo, esos infelices
defensores de la voluntad de un hombre solo, con sus
mujeres a su lado, con sus hijuelos palmoteando sobre la
mochila. El Federalista, México, 7 de diciembre de 1876.
Oc. Ed. c., t. II, p. 283- 284. EXTRANJERO Es conveniente
que cada hombre autorice sus pensamientos. vn
pensamiento y una firma son un pensamiento y un
hombre. Y sm firma, es un pensamiento solo. Firmando lo
que se escribe, se ob- tienen grandes ventajas: se deslizan
promesas, que obllgan ,a, la consecuencia; se respetan las
personas, lo que ensancha el esplrttu; se fortifica la
personalidad, se contrae el hábito de la responsabilidad, se acostumbra el que escribe a la verdad, a la
firmeza y al valor. Y tú, extranjero, ipor qué escribes?Valdría tanto como pre- guntarme por qué pienso. El
pensamiento es comunicativo: su esencia está en su
utilidad, y su utilidad en su expresión. La idea es su
germen y la expreslon su complemento. Un espontáneo
impuiso, hasta por su naturaleza impalpable y etérea
ordenado, lo lleva hacia fuera, fuera de noso- tros, hacia
arriba. No es sólido, porque no debe caer en tterra. hacia
la eter- Es incorpóreo, porque está hecho para la reflexlon
Y si esta es na vida, para el esparcimiento, anchura y
ascensron. la naturaleza de! pensamiento; si no da idea
de SI has! a que no está expresado; si para sospechar
siquiera su existencra es nece- sario que se exprese, viola
los fueros humanos, niega las facultades mentales, rompe
las leyes naturales el que impida al pensamiento su
expresión.- Esto, en esencia filosófica. En cuanto a
urbanidad, que debe ser mayor para los pueblos que para
los hombres, puesto que son muchos hombres los que
hacen a un pueblo; en cuanto a urbanidad, que. debe ser
una rell- gión en el hombre cuita, hay límites, que
prowenen de si prqpio, de! respeto a la familia ajena, de
!a repulsión a pagar la hosttlrdad con turbulencias, de!
reproche que hace !a conciencia al *que s; !raer nada al
hogar, saborea sin derecho visible los manjares la mesa
común. Pero estas íimitaciones vienen de la propia
conciencia y delica- deza, no de nadie más; son un deber
de uno, no un derecho de los otros. OBRAS ESCOGIDAS. T.
1 101 Eilos reprobarán esta conducta con su derecho de
criterio pero no podrán impedirla, porque violan la
humanidad, el gran ‘fuero propio, germen de hombres,
divinización de humanos y norma de repúblicas. iQué
grande es la voluntad! !Qué misterio tan imponente tan
consolador, tan majestuoso, tan bello, el de la
personalidad! ‘iQué inmenso es un hombre cuando sabe
serlo! Se tiene en la naturaleza humana mucho de ígneo y
montañoso. Hay hombres solares y vol- cánicos; miran
como el aguila, deslumbran como el astro sienten como
sentirían las entrañas de la Tierra, los senos de los mares
y la inmensidad continental. Todos los pueblos tienen
algo inmenso y majestuoso y de co- mún, más vasto que el
cielo, más grande que la tierra, más lumi- noso que las
estrellas, más ancho que el mar: el espíritu humano: esta
espiritual fuerza simpática, que aprieta y une los pechos
hon- rados de los hombres, buenos en esencia, hermanos
intuitivos, ge- nerosos innatos, que más se aman cuando
más se compadecen y unos sobre los otros se levantan
para que de más alto se vea ma- jestuosa la herida
dignidad. ¿Qué trae este extranjero a la mesa donde
jamás probó manjar? Trae la indignación, la gran
potencia; trae una fuerza intima que ni se busca vías, ni
se prepara lechos, ni huronea convenienci& ni razona.
Los mendigos le comparan a sí mismos; los honrado; le
abrazan con cariño. ,- al mendigo, un mendrugo de
desdenes;- al honrado, el abrigo del amor. La
indignación, fuerza potente. Se levanta un hombre sobre
la gran voluntad múltiple de todos los hombres; mi
voluntad ingober- nable se ve gobernada por una
altanera voluntad; mi espíritu li- bérrimo. siente
contenidos todos sus derechos de libre movimiento y
pensamrento; la sangre de mi alma se detiene obstruida
en su curso por la sonrisa satisfecha de un jinete feliz y
vencedor. Y cuando yo veo a, la trerra americana,
hermana y madre mía, que me besó en dra frro los labios,
y a cambio de respeto y de trabajo me forti- ficó con su
calor; cuando yo veo a esta grande corriente d; hombres
iibres, como azotados y abatidos por las calles, con su
personalidad mustia y enferma, con su pensamiento
flagelado y vejado o con su vofun? ad omnipotente y
augusta trocada en sierva inerme en em- pujada masa, en
arena y en pasto de corcel; cuando las vdluntades son
burladas, olvidada la conciencia, irrespetado el propio
fuero las leyes suspendidas, Ias hipocresías mismas de
Ias leves auto: cráticamente desdeñadas:- la conciencia,
voz alta, se sácude. la indignacron. gran fuerza, me
arrebata; sonrojo violentísimo ’ me enciende, y sube a mis
mejillas ardorosas la vergüenza de todos los demás. Soy
entonces ciudadano amorosísimo de un pueblo que está
sobre todos los pueblos de los hombres; y no bastan los
hom- bres de un pueblo a recibir en si toda esta fuerza
fraterna!. Es una voz imprudente y divina; es un mandato
incontrastable y sobre- 102 losi Marti humano; es la
obligación de este contrato vitalicio, firmado entre el
espíritu del hombre y el espíritu inmenso de su Dios.
iHumanidad, más que política! iIndignación, más que
miseria! Esta es mi fuerza; aquella es mi amor. Por eso me
sentí como he- rido en el pecho, la tarde en que a la luz
opaca del crepúsculo, por- que el sol mismo le negaba sus
luces, leí aquel decreto inolvidable en que un hombre se
declara, por su exclusiva voluntad, señor de hombres; por
eso, cercano ya mi dia de despedida, tomé amorosamente la pluma de la indignación entre mis manos, y
escribí “La situación”, y otros artículos anteriores, y
otras cosas más,- que en la vida y sobre la vida flota fiero
el misterio de la humana díg- nidad. Eso fue mío, y sería
mío cuanto flagele al que flagela, y aver- güenza a los
hombres mis hermanos. Si Rioja no hubiera escrito sus
tercetos, yo hubiera escrito los tercetos de Rioja. No
reclamé ciudadanía cuando ella me hubiera servido para
lisonjear mejor al poderoso; no hablé de amor a México
cuando la gratitud hubiera parecido servil halago y
humillante súplica; ahora que de él me alejo; ahora que
de él nada espero; ahora que el olvi- do de las más
sagradas leyes suspende una amenaza sobre el que no ha
de aprovechar ni hacer valer nunca estas desgracias
porque no se queda en México para aguardar día de
provecho; ahora, yo reclamo mi parte, me ingiero en
estas penas, naturalizo mi espíritu, traigo a título mi
voluntad de hombre lastimada, mi dignidad so- berbia de
conciencia. La conciencia es la ciudadanía del universo.
Amo esta desgracia; me arrebata esta atentatoria
violación. Esta explicación no es para los que me la
piden; que los que son capaces de pedirla no merecen
oírla:- hay distintas maneras de responder a las gentes;
para algo hizo la naturaleza los pies diferentes de las
manos. Esto explico porque a México debo todo esto. Aquí
fui amado y levantado; y yo quiero cuidar mucho mis
derechos a la consola- dora estima de los hombres. Por
serlo, me yergo contra toda coacción que me comprima;
por serlo, me esclaviza, y me sacude cuanto sea para
otros hombres motivo de dolor. Y así, allá como aqui,
donde yo vaya como donde estoy, en tanto dure mi
peregrinación por la ancha tierra,- para la lisonja,
siempre extranjero; para el peligro, siempre ciudadano.
JOSE MARTI Ef Federafista, México, 16 de diciembre de
1876. Oc. Ed. c., t. II, p. 291- 294. HOMBRE DEL CAMPO
Hombre del campo: No vayas a enseñar este libro al cura
de tu pueblo; porque a él le interesa mantenerte en la
oscuridad; para que todo tengas que ir a preguntárselo a
él. Y como él te cobra por echar agua en la cabeza de tu
hijo, por decir que eres el marido de tu mujer, cosa que ya
tú sabes desde que la quieres y te quiere ella; como él te
cobra por nacer; por darte la unción, por casarte, por
rogar por tu alma, por morir; como te niega hasta el
derecho de sepultura si no le das dinero por él, él no
querrá nunca que tú sepas que todo eso que has hecho
hasta aquí es innecesario, porque ese día dejará él de
cobrar dinero por todo eso Y como es una injusticia que se
explote así tu ignorancia, yo, que no te cobro nada por mi
libro, quiero, hombre del campo, ha- blar contigo para
decirte la verdad. No te exijo que creas como yo creo. Lee
lo que digo, y crklo si te parece justo. El primer deber de
un hombre es pensar por sí mismo. Por eso no quiero que
quieras al cura; porque él no tc deja pensar. Vamos, pues,
buen campesino: reúne a tu mujer y a tus hijos, y léeles
despacio y claro, y muchas veces, lo que aquí digo dc
buena voluntad. iPara qué llevas a bautizar a tu hijo? Tú
me respondes: “Para que sea cristiano.” Cristiano yuierc
decir semejante a Cristo. Yo te voy a decir quién fue
Cristo. Fue un hombre sumamente pobre, que quería que
los hombre5 se quisiesen entre sí, que el que tuviera
ayudara al que no tuviera, que los hijos respetasen a los
padres, siempre que los padres cui- dasen de los hijos; que
cada uno trabajase, porque nadie tiene de- recho a lo que
no trabaja; que se hiciese bien a todo el mundo y que no se
quisiera mal a nadie. Cristo estaba lleno de amor para
los hombres. Y como k! venía a decir a los esclavos que no
debían ser más que esclavos dc Dios, y como los pueblos le
tomaron un gran cariño, y por donde 104 José bfarfi iba
diciendo estas cosas, se iban tras él, los déspotas que
gober. naban entonces te tuvieron miedo y lo hicieron
morir en una cruz.- De manera, buen campesino, que et
acto de bautizar a tu hiju quiere decir tu voluntad de
hacerlo semejante a aquel grande hombre. Es claro que tú
has de querer que él lo sea, porque Cristc fue un hombre
admirable. Pero dime, amigo, ;se consigue todo eso con
que echen agua en ta cabeza de lu hijo? Si se consiguiera
todo eso con ese poco de agua, todos tos que se han
bautizado serían buenos. Tú ves que no lo son. Además
de esto, aunque esa virtud del agua fuese verdad ;por qué
confías a manos eTtrañas ta cabeza de tu hijo? ,Por que
no le echas el agua tú mismo. 3 iEl agua que eche en ta
cabeza de su hijo un hombre honrado, será peor que ta
que eche un casi siempre vicioso, que te obliga a ti a tener
mujer teniendo él querida, que quiere que tus hijos sean
legitimos teniéndolos él naturales, que te dice que debes
dar tu nombre a tus hijos y no da él su nombre a tos
suyos? No haces bien si crees que un hombre semejante es
superior a ti. Et hombre que vate más no es et que sabe
más latín. ni et que tiene una coronilla en ta cabeza.
Porque si un ladrón sc hace coronilla. vate siempre menos
que un hombre honrado que no se ta haga. Et que vate rnk
es et más honrado, luego ta coronilla no da valer
ninguno. El que más trabaja es et que es menos vicioso, et
que vive amo- rosamente con su mujer y con sus hijos.
Porque un hombre no es una bestia hecha para gozar,
como et toro y el cerdo; sino una criatura de naturaleza
superior, que si no cuttka ta tierra, ama a su esposa, y
educa a sus hijuelos, volverti a vivir indudabtementc
como et cerdo y como et toro. Aunque tú seas un criminal,
cuando tienes un hijo te haces bue- no. Por él te
arrepientes; por él sientes haber sido malo; por 61 tc
prometes a ti mismo seguir siendo hombre honrado: ;no
tc acuer- das de lo que sucedió a tu alma cuando tuviste et
primer hijo? Estabas muy contento; entrabas y salías
precipitadamente; tembla- bas por ta vida de tu mujer;
hablabas poco, porque no te han enseñado a hablar
mucho y es necesario que aprendas; pero, te morías de
alegría y de angustia.- Y cuando lo viste salir vivo del
seno de su madre; sentiste que se te llenaban de lágrimas
tos ojos, abrazaste a tu mujer, y te creíste por algunos
instantes claro como un sol y fuerte como un muro. Un
hijo es et mejor premio que un hombre puede recibir
sobre ta tierra. Y dime, amigo: iun cura puede querer a tu
hijo más que tú? <Por qué 10 ha de querer más que tú? Si
atguien ha de deseafte bien al hijo de tu sangre y de tu
amor {quién se lo deseara mejor que tú? <Si et bautismo
no quiere decir más que tu deseo de que tu hijo se parezca
a Cristo, para esto has de exponerlo a una en- fermedad,
robándolo algunas horas a su madre, montar a caballo y
llevarlo a que lo bendiga un hombre extraño? Bendícelo
tú, que OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 105 lo haríjs mejor que
él. pueslo que lo quieres más que él. Date un beso >
abrizato. C’n beso fuerte: un abrazo fuerte. Y ese es el
bautismo. - Et cura dice también que te lo bautiza para
que entre en et reino de tos cielos. Pero él bautiza al
recién nacido si te pagas dinero. o granos, o huevos, o
animales: si no te pagas, si no le regatas, no te lo bautiza.
De manera que ese reino de !os cíelos de que él te habla
vate unos cuantos reates, o granos, o huevos, 0 palomas.
<Qué necesidad hay, ni qué interés puedes !ú tener en que
tu hijo entre en un reino semejante? EQué juicio debes de
formar de un hombre que dice que te va hacer un gran
bien, que lo tiene en 511 mano, que sin él te condenas, que
de él depende tu salvación y por unas monedas de plata te
niega ese inmenso beneficio? ,Nd cs ese hombre un
malvado, un egoísta, un avaricioso? iQcàiu& id? IC haces
de Dios, si fuera Dios de veras quien enviase semejantes
mensajeros? [...] ’ Ese dios que regatea, que vende ta
satvacion, que todo lo hace cn cambio de dinero, que
manda tas gentes al infierno si no te pagan, y si le pagan
tas manda al cielo, ese Dios es una especie de prestamista,
de usurero, de tendero. No, amigo mío, hay otro Dios! 0.
C.. t 19. p 381- 383. Cotejado con una fotocopia del
manuscrito original. ’ Ha‘. 1111 phaio totalmente ilegible
en la iococopia consultada. A JOAQUS MACAL OBRAS
ESCOGID,\ S T. 1 IO? Hay una gran política universal, y
esa sí es la mía, y la haré: la de las nuevas doctrinas.
Servidor de ellas, y agradecido de C., quedo su amigo
obligado y s. s. Q. B. S. M. JOSÉ MARTf II de abril de
1877 El Progreso, Guatemala, 22 de abril de 1877 0 C., t. 7,
p 97- 98. Sr. LI. Joaquin Macal tlinistro de Relaciones
Esteriores JIi respetable amigo: Queria I;. saber qué
pensaba yo del Código nuc~ o, y ver algo dc lo que le dicen
que yo he escrito.- CPor qué me pide 1.1. nada dc lo
pasado? La vida debe ser diaria, movible, útil; y et primer
dcbtl de un hombre de estos días. es ser un hombre de su
tiempo. No aplicar teorias ajenas, sino descubrir las
propias. No estorbar a su psis con abstracciones, sino
inquirir ta manera de hacer prácticas ta- útiles. Si de
aigo serví antes de ahora, ya no me acuerdo: lo que yo
quiero cs servir más. Mi oficio, cariñoso amigo mío. es
cantar rodo /o bello, encender el entusiasmo por todo lo
nobtc, ad- mirar y hacer admirar todo lo grande. Escribo
cada dia sobre lo que cada día veo. Llego a Guatemala, y
la encuentro robusta y prOspcra. mostrándome en sus
manos orgullosa et libro de 511s Código;; lo tomo, lo leo
ansioso, me entusiasman su sencillez y su osadia, yencogido por los naturales temores de escribir donde no
se es conocido, pero deudor a U. de algunos renglones,esos que aqui l; an te enyio, y no han de ser ellos los
últimos que sobre tan noble y bien entendida materia
escriba mi pluma apasionada. Apasionada de la grandeza
y de mi deber; por eso, como ayer decía a U. nunca
iurbaré con actos, ni palabras, ni escritos míos la paz del
pueblo que me acoja. Vengo a comunicar lo poco que sé, y
a aprender mucho que no sé todavía. Vengo a ahogar mi
dolor por no estar luchando en los campos de mi patria,
en tos consuelos de uy? trabajo honrado, y en tas
preparaciones para un combate vigoroso. No mc anuncie
IA;. a nadie como escritor, que tendré que decir que no lo
soy. Amo el periódico como misión, y, lo odio... no, que
odiar no eU bueno. !o repelo como disturbio. Por sistema
me tengo vedada la injerencia en la politica activa de los
países en que vivo. OBRAS ESCOGIDAS T I 109 .\ L
GENERAL MAXIMO GOMEZ’ [Guatemala, 18775 ’
General: He conmovido muchas veces refiriendo la
manera con que V. pelea:- la he escrito, la he hablado:-- en
lo moderno no le encuen- tro semejante: en lo antiguo,
tampoco.- Sea esta una razbn para que Y. disculpe esta
carta.- Escribo un libro, y necesito saber qué cargos
principales pueden hacerse a Céspedes, qué razones
pueden darse en su defensa- que, puesto que escribo, es
para defender.- Las glorias no se deben l E- W borrador
des carta se ha destinado habitua! menie al general
Mäximo G& mw. Luis Toledo Sande en su “José Martí,
combatiente del 68 y de todos los tiempos” (publicado en
Bohemia. La Habana, a. 76, n. 42, 19 de octubre de 1984.
p. 82- 89). añade al respecto: “no conozco que se haya
argumentado -ni siquiera en la primera edici8n del texto[...] la categórica indicación de que Másimo Gómez era el
destinatario de su mensaje. El texto es un borrador escrito a continuación, en el mismo papel, de un apunte de
Martí acerca de Cés- pedes (O. C., t. 22, p, 235.2361, y en
su encabezamiento sólo dice General. Aun- que su
contenido hace pensar en un oficial mambí de la talla de
Gómez, el autor también pudo haberlo pensado para
Antonio Maceo o para otro general de mucho prestigio, e
incluso pudo haberlo concebido como una guía para
dirigirse a varios oficiales sobresalientes de la Guerra de
los Diez Arios que tuvieran ese grado militar, entre ellos
los dos héroes ya nombrados. Pero esto es conjetural, y
tal vez Quesada y Miranda recibió de su padre, secretario
de Marti. alguna infor- mación por la cual él podía
determinar que el destinatario era precisamente Måximo
Gómez, aunque, en todo caso, hoy hemos de lamentar que
no oireciera el fundamento correspondiente.” ’
Consideramos que este borrador lo escribió Martí
durante su primera estancia en Guatemala, cuando por la
hospitalaria acogida brindada, pensaba radicar en ella
En carta de 6 de julio de 1878, escribe a Mercado
contåndole la hostilidad con que fue recibido en esa
ciudad después de su regreso con Carmen, y que por lo
tanto se marcharia de al¡¡; también le dice que ya tenia
casi termlnada una historia de los primeros años de
nuestra Revolución. (Epistolario de 10~ 6 .\ larli,
ordenado cronológicamente y anotado por Luis García
Pascual y Enrique H. Moreno Pla [en proceso de edición].
En lo sucesivo, identificaremos esta obra a Irak de las
siglas EJM. enterrar sino sacar a luz. Sobre todo,
necesito saber qué iue una carta que Ignacio Agramonte
envi a Céspedes sobre renuncia de mando y
mantenimiento de pensión.- A otros pudiera dirigirme: en
Y. fío. Como algún día he de escribir su hist. oria, deseo
comenzar ya haciendo colección de sus autógrafos- De
mí, tal vez nadie le dé razón. Rafael Mendive fue mi padre:
de la escuela fui a la cárcel y a un presidio, y a un
destierro, y a otro.- Aquí vivo, muerto de vergüenza
porque no peleo.- Enfermo seriamente y fuertemente
atado, pienso, veo y escribo.- Yeo las pobrezas de estas
tierras, y pienso con orgullo, que nosotros no las
tendremos.- En tanto que, en silencio, admiro a los que lo
merecen, y envidio ,a los que luchan, sírvase darme las
noticias históricas que le pido,- que tengo prisa de
estudiarlas y de publicar las haza- ñas escondidas de
nuestros grandes hombres.- Seré cronista, ya que no
puedo ser soldado.- No extrañe este lenguaje .- Cuando se
sirve bien a la patria, se tienen en todas partes muchos
amigos viejos.- De los más ignora- dos, no de los menos
ardientes, es para el General animoso, poco el mutilado
silente, JOSE MARTI Mi dikcción: José Martí.Guatemala.- 0. C., t. 20, p. 263- 264. Cotejada con el
manuscrifo original. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 111 LOS
CODIGOS NUEVOS Interrumpida por la conquista la
obra natural y majestuosa de la civilización americana,
se creó con el advenimiento de los eu- ropeos un pueblo
extraño, no español, porque la savia nueva recha- za el
cuerpo viejo; no indígena, porque se ha sufrido la
injerencia de una civilización devastadora, dos palabras
que, siendo un anta- gonismo, constituyen un proceso; se
creó un pueblo mestizo en la forma, que con la
reconquista de su libertad, desenvuelve y restaura su
alma propia. Es una verdad extraordinaria: el gran
espíritu uni- versal tiene una faz particular en cada
continente. Así nosotros, con todo el raquitismo de un
infante mal herido en la cuna, tenemos la fogosidad
generosa, inquietud valiente y bravo vuelo de una raza
original fiera y artística. Toda obra nuestra, de nuestra
América robusta, tendrá, pues, inevitablemente el sello de
la civilización conquistadora; pero la mejorará,
adelantará y asombrará con la energia y creador empuje
de un pueblo en esencia distinto, superior en nobles
ambiciones, y si herido, no muerto. tYa revive! iY se
asombran de que hayamos hecho tan poco en 50 años, los
que tan hondamente perturbaron durante 300 todos
nuestros elementos para hacer! Dennos al menos para
resucitar todo el tiem- po que nos dieron para morir.
iPero no necesitamos tanto! Aun en los pueblos en que
dejó más abierta herida la garra autocrática; aun en
aquellos pueblos tan bien conquistados, que lo parecían
todavía, después de haber escrito con la sangre de sus
mártires, que ya no lo eran, el espíritu se desembaraza, el
hábito noble de examen destruye el hábito servil de
creencia: la pregunta curiosa sigue al dogma, y el dogma
que vive de autoridad, muere de critica. La idea nueva se
abre paso, y deja en el ara de la patria agra- decida un
libro inmortal; hermoso, augusto: los Códigos patrios. Se
regían por distinciones nimias los más hondos afectos y
los más grandes intereses; se afligía a fas inteligencias
levantadas con clasificaciones mezquinas y vergonzosas;
se gobernaban nuestros tiempos originales con leyes de
las edades caducadas, y se hacran abogados romanos
para pueblos americanos y europeos. Con lo cual.
embarazado el hombre del derecho, o huía de las
estrecheces juris- tas que ahogaban su grandeza, o
empequeñecía y malograba esta en el estudio de los casos
de la ley. Los nacimientos deben entre sí corresponderse,
y los de nuevas nacionalidades requieren nuevas
legislaciones. Ni la obra de los monarcas de casco
redondo, ni la del amigo del astrólogo árabe, ni la buena
voluntad de la gran reina, mal servida por la impe- ricia
de Montalvo, ni la tendencia unificadora del rey sombrio
y el rey esclavo, respondian a este afán de claridad, a
este espíritu exi- gente de investigación, a esta pregunta
permanente, desdeñosa, burlona, inquieta, educada en
los labios de los dudadores del si- glo 17 para brillar
después, hiriente y avara, en los de todos los hijos de este
siglo. Esa es nuestra grandeza: ld del examen. Como la
Grecia dueña del espíritu del arte, quedará nuestra época
dueña del espíritu de investigación. Se continuará esta
obra; pero no se excederá su empuje. Llegará el tiempo de
las afirmaciones incon- testables; pero nosotros seremos
siempre los que enseñamos, con la manera de certificar,
la de afirmar. No dudes, hombre joven. No niegues,
hombre terco. Estudia, y luego cree. Los hombres
ignoran- tes necesitaron la voz de la Ninfa y el credo de
sus Dioses.- En esta edad ilustre cada hombre tiene su
credo. Y, extinguida la monarquía, se va haciendo un
universo de monarcas. Día lejano, pero cierto. Los
pueblos, que son agrupaciones de estos ánimos inquietos,
expresan su propio impulso, y le dan forma. Roto un
estado social, se rompen sus leyes, puesto que ellas
constituyen el Estado. Ex- pulsados unos gobernantes
perniciosos, se destruyen sus modos de gobierno. Mejor
estudiados los afectos e intereses humanos, nece- sitan el
advenimiento de leyes posteriores, para las
modificaciones posteriormente advenidas: esta existencia
que reemplazó a la con- quista; esta nueva sociedad
política; estos clamores de las relacio- nes individuales,
legisladas por tiempos en que las relaciones eran
distintas; este amor a la claridad y sencillez, que
distingue a las almas excelsas, determinaron en
Guatemala la formación de un nuevo Código Civil, que no
podía inventar un derecho, porque sobre todo existe el
natural, ni aplicar este puro, porque había ya rela- ciones
creadas. Hija de su siglo, la Comisión ha escrito en él y
para él. Ha cumplido con su libro de leyes las condiciones
de toda ley: la ge- neralidad, la actualidad, la concreción;
que abarque mucho, que lo abarque todo, que defina
breve; que cierre el paso a las caprichosas volubilidades
hermenéuticas. Ha comparado con erudición, pero no ha
obedecido con servi- lismo. Como hay conceptos generales
de Derecho, ha desentrañado su germen de las leyes
antiguas, ha respetado las naturales, ha olvidado las
inútiles, ha desdefiado las pueriles y ha creado las
necesarias: alto mérito. 112 los& Marti OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 113 $ómo habían de responder a
nuestros desasosiegos, a nuestro afán de liberación
moral, a nuestra edad escrutadora y culta, las cruelezas
primitivas del Fuero Juzgo, las elegancias de lenguaje de
las Partidas, las decisiones confusas y autoritarias de las
leyes de Toro? ;Poder omnímodo del señor bestial sobre
la esposa venerable? <Vinculaciones hoy, que ya no
existen mayorazgos? ¿Rebuscamien- tos en esta época de
síntesis? iDominio absoluto del padre en esta edad de
crecimientos y progresos? ¿Dislinciones señoriales, hoy
que se han extinguido ya los señoríos ? Tal pareciera un
cráneo coro- nado con el casco de los godos; tal una
osamenta descarnada en- vuelta en el civil ropaje de esta
época. Ya no se sentarán más en los Tribunales los
esqueletos. La Comisión ha obrado libremente; sin
ataduras con el pasado, sin obediencia perniciosa a las
seducciones del porvenir. No se ha anticipado a su
tnomento, sino que se ha colocado en él. No ha hecho un
Código ejemplar, porque no está en un pais ejemplar. Ha
hecho un Código de transformación para un país qtle se
está transformando. Ha adelantado todo lo necesario,
para qtfe, siendo justo en la época presente, continúe
siéndolo todo el tiempo pre- ciso para que llegue la nueva
edad social. No hay en él una pala- bra de retroceso, ni
una sola de adelanto prematuro: con entusias- mo y con
respeto escribe el observador estas palabras. A todo
alcanza la obra reformadora del Código nuevo. Da la
patria potestad a la mujer, la capacita para atestiguar y,
obligán- dola a la observancia de la ley, completa su
persona jurídica. ;La que nos enseña la ley del cielo, no es
capaz de conocer la de la tierra? Niega su arbitraria
fuerza a la costumbre, fija la mayor edad en 21 años,
reforma el Derecho Español en su pueril doctrina sobre
ausentes; establece con prudente oportunidad, el
matrimonio civil sin lastimar el dogma católico; echa
sobre la frente del padre, que la merece, ia mancha de
ilegitimidad con que la ley de España aflige al hijo; y con
hermosa arrogancia desconoce la restitución in
integrum, obra cnér. gica de un ánimo brioso,
atrevimiento que agrada y que cautiva. Fija luego
claramente los modos de adquirir; examina la
testamentifacción en los solemnes tiempos hebreos cuya
contemplación refresca y engrandece, los de literatura
potente y canosa, los de letras a modo de raíces. Ve el
testamento en Roma, corrompido por la invasión de
sofistas y gramáticos; jaquellos que sofocaron al fin la
voz de Plinio, y estudiando, ora las Partidas, ora las
colecciones posteriores, conserva lo justo, introduce lo urgente, y adecua con tacto a las necesidades actuales las
ideas del Derecho Natural. Y eso quiere, y es, la justicia:
la acomodación del Derecho positivo al natural. Ama la
claridad, y desconoce las memorias testamentales. Ama
la libertad. y desconoce el retracto. Quiere la seguridad y
establece la ley hipotecaria; base proba- ble de futuros
establecimientos de crédito, que tengan por cimiento,
como en Francia y la España, la propiedad territorial.
Reforma la fianza, aprieta los contratos, gradúa a los
acree- dores. Limita, cuando no destruye, todo privilegio.
Tiende a librar la ?endencia de las cosas de enojosos
gravámenes, y el curso de la propiedad de accidentes
difíciles.- Sea todo libre, a la par que justo. Y en aquello
que no pueda ser cuanto amplio y justo deba, séalo lo más
que la condición del país permita. Es, pues, el código
preciso; sus autores atendieron menos a su propia gloria
de legisladores adelantados, que a la utilidad de su pais.
Prefirieron esta utilidad patriótica a aquel renombre
perso- nal, y desdeñando una gloria, otra mayor
alcanzan, sólo la negará quien se la envidie. En el
espíritu, el Códjgo es moderno; en la definición, claro; en
las reformas, sobrio; en el estilo, enérgico y airoso.
Ejemplo de legistas pensadores, y placer de hotnbres de
letras, será siempre el erudito, entusiasta y literario
informe que explica la razbn de esas mudanzas. Ni ha sido
sólo el Código el acabamiento de una obra legal. Ha sido
el cumplimiento de una promesa que la revolución había
hecho al pueblo: le había prometido volverle su
personalidad y se la devuelve.- Ha sido una muestra de
respeto del Poder que rige al pueblo que admira. Bien ha
dicho el Sr. Montúfar: no quiere ser tirano el que da
armas para dominar la tiranía. Ahora cada hombre sabe
su derecho: sólo a su incuria debe culpar el que sea
engañado por las consecuencias de sus actos. El pueblo
debe amar esos códigos, porque le hablan lenguaje sencillo, porque lo libran de una servidumbre agobiadora:
porque se desamortizan fas leyes. Antes, estas huían de
los que las buscaban, y se contrataba con temor, como
quien recelaba en cada argucia del derecho un lazo.
Ahora el derecho no es una red, sino una claridad. Ahora
todos saben qué acciones tienen; qué obligaciones
contraen; que recursos les competen. Con la publicación
de estos Códigos, se ha puesto en las manos del pueblo un
arma contra todos los abusos. Ya la ley no es un
monopolio; ya es una augusta propiedad común. Las
sentencias de los tribunales ganarán en firmeza; los debates en majestad. Los abogados se ennoblecen; las
garantías se pu- blican y se afirman. En los pueblos
libres, el derecho ha de ser claro. En los pueblos dueños de
sí mismos, el derecho ha de ser popular. No ha cumplido
Guatemala, del año 21 acá, obra tan grande como esta. iAl
fin la independencia ha tenido una forma! iA fin 114 José
Martí el espíritu nuevo ha encarnado en la Ley! iA fin se
es lo que se quería ser! iA fin se es americano en América,
vive republicana- mente la República, y tras cincuenta
años de barrer ruinas, se echan sobre ellas los cimientos
de una nacionalidad viva y gloriosa! PATRIA Y
LIBERTAD (Drama indio) El Progreso, Guatemala, 22 de
abril de 1877 0. c., t. 7. p. 98- 102. ACTO PRIMERO Culle o
plaza colonial, en la antigua ciudad de Guatemala. Transeúntes, indígenas y soldados. ESCENA 1 INDIANA y
COANA, que salen de fa iglesia. Refiéreme otra vez la
bella historia De cuando descubrieron nuestra América
Eran nuestros abuelos unos hombres De tez cobriza y
alma noble y buena, Cuando llegaron los conquistadores
De blanca piel y de ambiciones fieras. Echaron el dogal a
nuestros cuellos, Nos impsieron la servil cadena, Y
nuestras ricas tierras, ayer libres, Por causa suya son
esclavas tierras. Pero dice Martino que algún día. El ha
de ver a nuestra patria bella, Libre. y sin opresión. El lo
ha jurado, Y permanece fiel a su promesa De no hacerme
su esposa, niña Indiana, Hasta lograr la patria
independencia. Pues él, como el quetzal, al enjaularlo,
Muere en la jaula, de dolor y pena. Martin0 ansía la
muerte una y mil veces A esclavo ser, sin patria ni
bandera. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 117 INDI. 1N. i Ya
terminó la misa, Coana, Y ias damas de honor aquí se
acercan ESCEKX II DOKA FE, lu CAMARISTA y
acompañomiento, que salen de misa. DOS. 1 FE. Ya
cumplimos con Dios:-- La santa misa Hemos oído con
unción sincera. El Señor desde el cielo nos bendice Y oye
las preces de sus pobres siervas. 1- X C, l31XRISTA Mi
señora, la noble doria Casta, Terminada la misa, hacia
aquí llega. (Enkrgica, a las indias:) Retiraos: que se
acerca mi señora Y no quiere encontrar gente plebeya.
;Retiraos! ISDIXi. 1 Y por qué? La calle es libre.- Y, esta
calle, lo es de nuestra tierra. Que aunque nosotras somos
de la plebe Y doña Casta es de la nobleza, Nosotras somos
hijas de este suelo Y ella es nada más que una extranjera.
PADRE ASTONIO. CQuién es Martino? DOKA CASTA. Un
charlatán que tiene Teorías absurdas y alma negra. Que
lleva en sus entrañas miserables La ruin carroña de la
inmunda lepra. Que odia a España, a Jesús, a nuestra
raza, Al augusto blasón de la bandera. Un plebeyo
envidioso, sin principios, Sin honor, sin valor y sin
conciencia. COANA. DOSA CASTX. ESCENA 111 DONA
CASTA sule de Lu iglesia, seguidu del P. ANTONIO, de IU
Comptrtiiu de Jestis, y de nobles y caballeros, qrle In
sigrrerz. India .insolente! PADRE ANTON 10. ,Qué os
sucede, amigas? l..\ C. I.~\.\ RIST:\ Estas indias, señora,
que altaneras, Con frases injuriosas y agresivas, Nos
insultan y ofenden y nos vejan. Y, además, contra
España, mi señora, Lanzan frases procaces y blasfemias.
ECómo así os atrevéis, indias malditas, A insultar
nuestros fueros de grandeza? COlvidáis que entre ambas,
yo y vosotras, Existen gran distancia y diferencia?
DONA CASTA. PADRE ANTONIO. Mas, ya caigo, <eres tú,
la india rebelde, Amante del mestizo de alma fiera. A
quien llaman Martino el subversivo, Que a la chusma
subleva? No: es Martino un valiente y un patriota Que
lucha por la santa independencia De nuestra patria, que
hoy solloza esclava, Encadenada por la opresión
vuestra. Silencio! Calla, indígena. iLo mando! Si no
quieres que dé, gente plebeya, A don Pedro, mi esposo,
cuenta de esto, Y que te expongas a sufrir condena De
recibir cincuenta o cien azotes Y haga yo enmudecer así
tu lengua. Abrid paso, canalla envilecida, Chusma
asquerosa, mísera y grosera. Abrid paso y callad, callad
os digo. iQue doña Casta de León, lo ordena! (Se retira
hacia su palacio seguida de todo su cortejo.) Calma y
mala intención, noble señora, Dejadme a mí. Yo le
impondré la pena. Y a ese Martino pérfido y diabólico,
Por si restos de ardor su brazo alientan Ya haré yo que le
amputen ese brazo, Y ya veréis... veréis como
escarmienta. ¿Qué haréis? Calumnia y oro son mis
armas. iLa Virgen del Pilar me favorezca! (Se retiran
todos: Da. Casta y su acompañamien- to hacia el Palacio.:
Coana e Indiana por el lado opues fo.) 1118 Josi Martí
ESCENA IV PEDRO, el PUEBLO, que fe sigue. A poco el
PADRE ANTONIO, DON PEDRO, el SACRISTAN, el INDIO,
soldados, etc. PEDRO PUEBLO DON PEDRO. PADRE
ANTONIO. SACRISTAN. Ni aire debe llamarse el que
respiras: iE aire mismo aquí se llama mengua! Nace a luz
de una madre malograda Entre frailes, rosarios y
novenas, Un hijo, con los rayos en el rostro Del vivo sol de
nuestra Madre América,- Y apenas abre los temblantes
brazos, Los vacilantes labios abre apenas, Cuando el
villano espíritu de siervo Su blando pecho sin piedad
penetra: <‘ -iBesa, niño, la mano de ese cura!” iY el pobre
niño dobla el cuello, y besa! “- Ese es Dios, nuestro amo.““ Ese es el busto Del rey nuestro señor!“-“ Toda esta tierra
Es esclava del rey”:- ini una vez sola Al niño la viril
dignidad muestra, Ni una honrada semilla en aquel pecho
El padre, ni la madre, ni el rey siembran! Amos por todas
partes, y palabras De esclavitud servil, y de obediencia!
Señor es nuestro rey, señor el cura, Amo el gobernador,
ama la Iglesia, Y cada hinchado mercader de allende Su
vara de medir en cetro trueca! iSobrado tiempo ya besó
cobarde América ese cetro de comedia! Truéquese en fusta
la mezquina vara Y del que nos azota, azote seal (, 4 coro:)
Truéquese en fusta! (Rumores, murmullos de aprobación
de todos, y aparecen por el Palacio Don Pedro seguido del
Padre Antonio, y el Sacristán, nobles, españoles,
soldados.) (Hablando con los de su séquito:) iciento, y al
instante! iVaya por ciento! (Al Sacristán:) Ese es el caso:
Empieza: Honra el ardor al pueblo que lo siente Pero no
lo honra menos la prudencial OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 119
DON PEDRO. PEDRO SACRISTAN. DON PEDRO. PADRE
ANTONIO PEDRO. PADRE ANTONIO INDIO. DON
PEDRO. INDIO. (Magnífico traidor! El tigre esconde bajo
la suave piel de mansa oveja!) iQuién el concierto de las
voces rompe Con débil voz de miedo y de vergiienza?- Uno
que sabe que impulsar la patria Más allá de sus fuerzas,
es perderla! (iAh, mi bravo sabueso!) (Quién os dice Los
móviles secretos de esta empresa Ni las oscuras sombras
que en el fondo De esta luz que os alumbra, se aglomeran!
<Queréis felices saludar la patria? Yo lo quiero también?
Sí. Y de manera Que si el déspota hispano el polvo
muerde, Muerda el polvo también todo otro déspota! Mas
dudo... ¿Tú lo dudas? Y no miras Esas dormidas
poblaciones muertas, Columnas vivas de rencor que
hierven, Bajo de su techumbre amarillenta! ¿No imaginas
la bárbara falange Que el campo tala, que la muerte
siembra, Y que, en venganza del agravio antiguo, Hiere,
asesina, juzga, y atropella? iAy de vosotros, si despierto
el indio La humilde paja de su choza incendia!
(Adelantándose, del grupo del pueblo:) Mientes, Castilla!
Mientes! Miserable!... (Aparte a los suyos:) (Doscientos!
gente llega) Un indio! Un indio! A nadie quede duda!
Doblada está mi espalda! mi piel negra! eNi cómo ha de
estar blanca, si aquí llevo De cuatrocientos años la
vergüenza? iTú, (al Sacristán) más vil que Castilla,
porque [siendo Azotado también, el cuero besas;
Enséñanos el oro que te pagan Y en las palabras de tu
boca suena! 120 Jos& Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 121
isacristán de la Antigua, te conozco! La astucia de los
indios no está muerta! iQue mi pueblo amenaza, que la
saña Hierve en las pobres chozas de la sierra, Que como
rayo vengador cazría Sobre las poblaciones y las
siembras? Sobre la lengua vil que nos infama Como puñal
atravesar debiera! Si en un poste la lengua te enclavase
Venenosa en redor la tierra hicieras! DOS PEDRO. (Apatfe
a los suyos:) (Trescientos! Cuatrocientos!) INDIO.
Quebrantado Su espíritu de hombre, ya no quedan Al
indio de los campos más que espaldas Para llevar las
cargas de la Iglesia, Para pagar tributo a los caciques,
Para comprar al español sus telas: Con estas manos
derribé maderos! Con estas manos cultivé la tierra! Con
estos hombros por barranca y llano Más arrobas llevé
que hojas la selva, Y más llanto lloré con estos ojos Por mi
eterna ignominia siempre nueva, Que ondas cruza la nave
robadora Que el fruto de mi mal a Espafia lleva: PADRE
ANTONIO. (iHabla!) De un indio disfrazado miro En ti
claras señales, que la lengua De esa tribu que finges!
IXDIO. iDe malvado Sí que miro yo en ti claras las señas!
iApartad, que parece que en su cerco La contagiada
atmósfera envenena! Indio soy con disfraz, puesto que
tengo Un alma, cosa extraña y estupenda,- Un alma, que
en el suelo en que nacimos Al darnos el bautismo el cura
quema. Indio soy con disfraz, pues que torcieron De modo
mi infeliz naturaleza Que natural parece la ignominia Y
más cara parece la vergüenza! Esa es tu obra, villano! Esa
es la obra De ese que tras de ti mueve tu lengua! iAlzar
quisisteis catedrales de oro Sobre graves cimientos de
conciencias Y sobre los sepulcros de una raza PUEBLO.
INDIO. PUEBLO. PEDRO. Comprar encajes y elevar
iglesias!- Oh, torpe y fragilísimo cimiento!- La conciencia
dormita, no está muerta, Y el día que tremenda se sacuda,
Catedrales y encajes dan en tierra!- iViva el indio! Yo no!
La patria libre! Perezca el sacristán! iNadie perezca! Mil
veces se ha perdido la justicia Por la exageración de la
violencia! Un pueblo ha muerto bajo el yugo hispano: El
hombre justo nuestro hermano sea. iLos tiranos que el
látigo fabrican Arrójelos el látigo mar fuera!- ESCENA V
Aparece un NOBLE con varios soldados, y dice 1z DON
PEDRO: NOBLE. DON PEDRO. Vano fue todo: el general
no quiere Porque inútil lo juzga, oponer fuerzas Al
terrible clamor: el viejo Urrutia Con floja mano sus
cabellos mesa: El polvo muerde de dolor Lagrava Pero al
común destino se sujeta. Conmueve tú las vacilantes
turbas: Con estas haré yo por detenerlas!- (Al Pueblo, que
trata de avanzar, agresivo, dominante, enérgico:) iAtrás,
gente atrevida! <Quién osado Contra la ley de Espafia se
rebela? Ingratos. hijos, que el paterno celo Del rey
recompensáis de esa manera! Al que rebelde a los
decretos ose De nuestra Madre España... al que quisiera
Triunfar de su poder, piense en los hierros Que ceñirán
sus pies. Que piense en Ceuta. PUEBLO. PEDRO. iCeuta!
iSí, Ceuta! Una mansión terrible Donde los hierros por los
muros cuelgan, Donde cientos de látigos azotan 122 José
Marti DON PEDRO PEDRO. DON PEDRO PEDRO. DON
PEDRO. PEDRO. DON PEDRO. Sangre manando las
abiertas venas. Donde al lenguaje humano sustituye De
las fustas flamígeras la lengua; Y cada sol vio sepultar a
un vivo Y un espanto cada átomo recuerda! Mansión
donde los niños encanecen, Que hiriendo el cuerpo flojo,
el alma quiebra, Que asorda con sus aves el mar bronco
Que más que de olas,* de furor la c. erca. iEsa es Ceuta!
Esa es. Pero ino sabes Que antes de ir a tu prisión
tremenda De sangre el mar con nuestra sangre haremos Y
tu sangre también entrará en ella?- iAntes que al pie de
Americanos nuevos Ciñan del triste Amaru las cadenas Al
mar aquí, y al Hacedor en lo al& Asordará nuestro
clamor de guerra! ivillano, calla! Aquí no hay más
villano Que el que la infamia de mi patria intenta!Hombre es todo nacido: hombres iguales!- iA mi, los
míos!- Gente de armas! Presa A esa gente llevad!
iAmigos! iNi uno A mi cólera escape! El rey lo ordena!
ESCENA VI Españoles, soldados, etc. avanzan contra et
pueblo que replegándose, toma escena hacia et lado
opuesto, cuando aparece’ MARTINO. MARTINO. iQuietos
todos1 No huyáis ante los déspotas! iQuietos aquí! Lo
manda nuestra América. (A Don Pedro) Si un solo paso
sobre el grupo avanzas Castigará tu infamia y tu
insolencia El pueblo entero que en las calles corre: iViva
la Libertad! (Voces fuera:) iMueran los déspotas! OBRAS
ESCOGIDAS. T. I 123 DON PEDRO. ‘IXRTINO ;Quién
eres, di, quién eres? (Colocándose al frente del pueblo.)
iSoy la oveja Que se revuelve indómita ante eI lobo Y
exánime y atónito lo deja Con el arma de Maipú y
Carabobo. Soy de Hidalgo la voz; soy la mirada Ardiente
de Bolívar: soy el rayo De la eterna justicia, en que
abrasada América renace, Desde las fuentes en que el
Bravo nace Hasta el desierto bosque paraguayo! DON
PEDRO iOh, equién eres? iQuién soy? iMira en mis ojos De
un gran pueblo la cólera despierta, Rendidos ya tus
pabellones rojos, América feliz, Castilla muerta! DON
PEDRO. MARTINO. DON PEDRO. iAmérica feliz?- Si,
porque luego De quebrantar tu cetro filicida, A costa de su
sangre, iel pueblo ciego Recobrará los ojos y la vida!Serviles nos hicisteis, ignorantes Insípidos doctores,
Teologuillos y míseros danzantes, De manos insolentes
besadores,- Y iqueréis que a la cumbre de la vida Llegue
próspera y libre nuestra suerte, Si la tierra dejáis
estremecida Con las semillas todas de la muerte? Pero el
cielo preñado de amenaza Su hondo seno de cólera
revienta Y animador de la naciente raza, Fabrica en
vuestras plantas la tormenta! El aire está enojado,
Cuajados van los vientos, En mordidas los besos se han
trocado, Balas van a volverse los lamentos!- iBalas! Oyelo
bien! iDe las astillas Secas, en que entre rojos
resplandores Hatuey murió, tremendas las semillas- Un
bosque brota ya de resplandores!- iAtrás, atrás! ?\
ARTISO DOS PEDRO .MARTINO PUEBLO En vano las
espadas. ianzas y perros moveréis ahora: Hasta las
piedras o ser, in negadas, Que cada piedra aquí venganza
llora! Y con lágrimas de indios maldecida. Cada senda,
cada árbol, cada arroyo, .írbol no habrá que con su fruto
os brinde, Choza no habrá donde encontréis apoyo!
iAtrás, atrás! Oh... mira Cómo se abre la tierra ante tu
planta, Y en torno tuyo aterradora gira La inmensa
procesión que se levanta. Ese que ves, con la anchurosa
frente De pedernai agudo traspasada, De espinas y de
plata coronada -De plata reluciente- La sien
meditabunda y torturada, Es Moclezuma, cuya historia
encierra El engaño mayor que vio la tierra.-- -Mira, mira
al monarca, Al indio ensangrentado Que, a su cadalso
bárbaro enclavado, Su cárcel de oro y su martirio
marca!- Esa que rauda cruza Herida, atada, misera y
vagando: A la que azota vil, a la que azuza Sus perros
fieros el infame Ovando,-- Esa es de Haití la reina
ponderada, En mitad de su fiesta encadenada!- iAllá van,
persiguiendo a los desnudos Con recamas de bronces y de
escudos!... iAIIi van, con las lanzas y los hierros! iAllá van
dando voces a los perros!-- “iMuerde, Lobo, a la reina!“-“
Aquí, Bravío!” “iSus, en el pecho hinca bien, España!” Y
después de la lucha, el pueblo mío Sus miembros rotos en
su sangre baña! ilibertad, libertad! MARTIN0 PUEBLO.
El humo oscuro Que en tu rostro la cólera negrea, De
Cuauhtémoc es el aliento puro Que en su parrilla
requemado humea! Patria, y liberiad! 0BR. G
ESCOGIDAS. T. 1 125 J\. I\ RTINO Y ese de ramas De
encendidos palmeros coronado, Que corre, corre alado,
Con terrible clamor, envuelto en llamas, Ese es Hatuey!
PUEBLO. MARTINO. Hatuey! iPueblo! contempla Este
cuadro de horror! Ve a tus abuelos En humo
transformados, Los próceres quemados, Los miembros
palpitantes por los suelos, Los niños sin piedad
despedazados! Patria, y libertad! iA! llano, al cerro!
iTodo el mundo a la lid! iCorre encendido Por la América
Hatuey! iManos al hierro! iA luchar, con los brazos, con
los dientes! iArmas dará la suerte: Dios da bríos! ;A
luchar con las aguas de las fuentes! iA luchar con las
ondas de los ríos!- (Expectación en todos. Martino,
soberbio, domi- nante, magkfico, se impone,
vislumbrando la pa- tria libre.) Fin del primer acto ACTO
SEGUNDO Salón en el Palacio Colonial de Guulemala.
Aparecen dos grupos: -- DON PEDRO con los oficiales y
nobles españoles, y PEDRO con el grupo de los que luchan
por la ittdeperldencia pafria. ESCENA 1 DON PEDRO,
PADRE ANTONIO, y nobles. PEDRO, cofz el PLYEBLO.
PEDRO iResurrección, resurrección! El grito Cuerpo en el
aire y en las almas toma. Noble rencor a los despiertos
llena Y a los dormidos el clamor asorda! lOSé .Ilar/ i
OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 127 126 P.\ DRE .\ SToSIo cs
SOBLE P.\ DRE .\ STOSIO NOBLE. DON PEDRO PEDRO.
UNO. PEDRO Cuando la patria fiera se conmue\. c Nadie
debe dormir, pena de honra! La historia de la vida era un
grillete: Nueva vida busquemos, nueva historia! Triunfa
la plebe. Y la chusma loca, El albañil, el sastre, el
carpintero. Dueños serán y irestirán la toga! Al augusto
monarca el cetro quitan Y en las plebeyas manos lo
colocan! iPodrá ser un menguado zapatero Regidor como
yo!-- EI mar’ del Las iras soplan pueblo!- Malos vientos
corren: Hunde la nave el flujo de las olas. Calla como
valiente, y como bravo En el instante de los golpes obra!
Si se juntan la curia y la nobleza En defensa de títulos y
borlas Y si e! los se dividen, siempre ha sido Madre la
división de la victoria! (Continúa hablando con los nobles
y el Padre Antonio, mientras Pedro comentu con su
grupo.) El doctor, el marqués, el padre Antonio L. I. nwc
llenen ae gente recelosa; El aire de ios buitres de la noche
Cuando en el claro oriente el sol asoma! Noble, cura y
doctor; las tres serpientes Que anidó en nuestro seno la
Colonia. Mata la ley astuta la justicia, Los que a Jesús
predican, lo deshonran, Y esa raza de siervos con casaca
Con nuestra infamia un pergamino compran! Pero es
noble el marqués!- No hay más nobleza Que la que el
hombre con sus hechos ;Adónde has visto esa nobleza
escrita logra: En los pañales que tu hermana borda?
Villano es el villano, y más villano Cuando su amo y su
rey lo condecoran! Golpes de pecho, llaves en la espalda,
PADRE ANTONIO NOBLE. PEDRO. Humildes
besamanos, gorros, borlas, Y los naipes después con el
cabildo, Y la noche después tranquila y cómoda, Y en su
lecho de piedra en tanto el indio, El cuerpo herido
retorciendo, llora, Mientras el vil grillete del esclavo Su
carne oprime, y su piel destroza! Yo, a España vuelvo! Y
yo también! No puedo Sufrir más tiempo aquí la
vergonzosa Imposición del pueblo! 1No hay más curas
Que los que curen bien nuestra deshonra! (Rumores de
vitores, clamoreo, y entra Martino seguido del Indio y
Pueblo.) ESCENA II MARTIN0 con el INDIO, al frente del
grupo del Pueblo. Valor amigos: la victoria es nuestra!
Castilla tiembla! Nuestra es la victoria, Y mi casa es del
pueblo. Es de vosotros, Porque a la patria vuestro juicio
importa, Porque la patria su ventura espera De vuestra
decisión.- illegó la hora De quebrantar la ley de la
Colonia! El cetro quebrantado, por los mares Irán
nuestros productos a remotas Playas; nuestros destinos
serán nuestros; Nuestros hermanos, nuestros, que la
cólera Del vengativo rey en las prisiones Su bravura y
nobleza galardonan! El talento es un crimen, y otro
crimen La misma voluntad! Sin necia pompa, Más brilla
con tus lágrimas amargas Que con la viva lumbre de sus
joyas:- iCada piedra o moneda, cada verde Esmeralda
luciente, cada roja Piedra, rubí o zafiro, un alma encierra
Que encadenada en ella se devora! ilibertad a las almas
de los pueblos! ITruéquense en oro las brillantes joyas!
128 Jost! Marti INDIO. MARTINO. PUEBLO. MARTINO.
DON PEDRO. Patria y libertad! Un rey malvado Que a
nuestros pueblos sin piedad explota, Un rey que por la
muerte de su patria Con el conquistador choc las copas,
Un rey traidor que su lugar tuviera En el imperio de la
triste Roma, De luto llena y de vergüenza anubla Las
conmovidas playas españolas:- Asturias, El Ferrol, Cádiz
valiente, Y, el Bruch, y Gerona, y Zaragoza... Y en Cádiz
mismo, el alevoso Freyre Al pueblo libre sin piedad
inmola: Si esto hace el rey dentro la misma España <Qué
hará con los que aquí su fuerza mofan? Echada está la
suerte: no hay más punto Que infame vida, o perdurable
gloria!- Nuestros hermanos en España luchan...
iNuestros hermanos gentes españolas? iPor libertad y
dignidad luchamos: Nuestros hermanos son los que la
invocan! Odio merece el fraile franciscano Que por la
esclavitud del indio aboga; Odio Velázquez, que en su
tumba fría Cadáver yace, pero no reposa! Mas este
continente de Bolívar Rompiendo el yugo que a nuestra
alma agobia, Abre los brazos generosamente Al español,
y su grandeza invoca; Al español que en la defensa
nuestra De España muere en las terribles horcas, A ese
español yo lo honraré en mi mesa, Y le daré a mi hermana
por esposa! Viva! Mt.~ y bien, muy bien! Y nuestra
guerra Los siglos venga, y a los buenos honra. Y yo,
honro a España libre! Te equivocas. El engañado e
ignorante pueblo Tu voz aplaude y tu clamor apoya, Pero
las fuerzas de la patria vivas Desconocen tu voz, y te
abandonan!- Hoy estamos aqui a merced vuestra, Pero
mañana, acaso, la victoria Sea para nosotros. Con
nosotros Tal vez mañana estén las fuerzas todas. OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 129 MARTINO. NOBLE. PADRE
ANTONIO. PEDRO. PADRE ANTONIO. MARTINO. ¿Las
fuerzas de la patria? La nobleza! Las iglesias, el claustro!
~LOS que adornan Con huesos sus zaguanes, y tributos
Como a esclavo nativo al pueblo cobran! La religión
acatamiento ordena AI rey nuestro señor! La curia docta
A tal ingratitud traición llamara. iTraición? traición
decís? iOh, no! En su órbita Los rayos se estremecen
fulminando A quien así la humanidad deshonra! El que
una falsa religión predica, El que una ciencia enseña
mentirosa, El nieto de un herrero que engalana Su pecho
necio con la cruz que compra; Los que en la frente la
medida llevan Exacta de los yugos; los que adornan Con
lágrimas sus casas; los cobardes A quien rodillas faltan, y
fe sobra, No son las fuerzas de la patria vivas Que de su
seno predilectas brotan: iEsclavos son que el
complaciente dueño Acaricia magnánimo y adorna!- Esa
que llevas cenicienta capa, Tú, padre Antonio, imagen
tenebrosa Es de la oscuridad en que nos tiene La España
que te paga, porque ahogas, Ayudándola bien, al pueblo
mismo En que viniste al mundo!- Esa corona Que lleva tu
bastón, señor ilustre, Corona es de comedia, con que mofa
El dueño diligente al siervo niño Que besando el dogal que
lo aprisiona En contemplar sumiso se entretiene De su
vergüenza la dorada forma!- Y esa, grave doctor, que
larga pende De tu egregio bastón, ilustre borla, Manojo es
de los látigos terribles Con que la mansa espalda nos
azotan!- Uno, dos, veinte látigos... Afuera Látigos,
mantos, borlas y coronas! 130 Jose Marti OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 131 PADRE ANTONIO. MARTINO.
PADRE ANTONIO. MARTINO. INDIO. MARTIN0 INDIO.
Jesus! Jesus? El nombre del Sublime Blasfemia me parece
en vuestras bocas!- El que esclavos mantiene, el sacerdote
Que fingiendo doctrinas religiosas Desfigura a Jesús, el
que menguado Un dueño busca en apartada zona; El que
a los pobres toda ley deniega, El que a los ricos toda ley
abona; El que, en vez de morir en su defensa, El sacrificio
de una raza explota, Miente a Jesús, y al manso pueblo
enseña Manchada y criminal su faz radiosa! Criminal el
Señor? Criminal fuera Si apoyara su borla y tu corona!Si mi padre Jesús aquí viniese Dulce la faz, en que el
perdón enflora; Si al indio viera mísero y descalzo, Y al
Santo Padre que salud rebosa; Si de los nobles en las
arcas viera Trocada sin esfuerzo en rubias onzas La carga
ruda que a la espalda trajo India infeliz que la fatiga
postra; Si en las manos de uno el oro viera Y la llaga en
las manos de la otra, iDe qué partido tu Jesús sería:- De la
llaga o del arca poderosa?... iResponde! No:- Responde
Jesús mismo. Tu sentencia la ha dicho por mi boca!- iQue
hoy el catolicismo, padre Antonio, Del cristianismo es,
muerte y deshonra! (Rumores intensos. Agitación
profunda. Del gru- po de patriotas y pueblo, surge el
Indio, adelan- tándose a Martino. Dentro, clamoreo en
crescen- do.) (En voz baja:) iMartino! iQué hay?
Aventajarnos quiere El gobierno la mano; entre las
sombras Aquí de esbirros nuestra casa llena. MARTINO.
MARTINO. UNO. MARTINO. Soldados por las calles
amontona. De Bustamante son los policías. La división
allí su diente asoma! Armada expedición el rey envía. Si
nos ataca la española tropa, Don Pedro, el padre Antonio
y esos nobles Con su sangre y sus vidas nos respondan.
No. Eso no. Jamás. No nos manchemos Con sangre de
indefensos, en la sombra. Y, así, de cara al Sol, y frente a
frente, Demos gustosos nuestra sangre toda. No hay
miedo, pues!- amigos: por calles Nuestros bravos
hermanos se desbordan. A contenerlos voy.- Si el padre
Antonio, Falso cristiano, amenazaros osa, Decidle que
Jesús, Dios de los hombres, Los salva,- no los vende ni los
compra! (Vase Martino hacia el fondo, y en este momento irrumpen en el salón patriotas y soldados en abierta
lucha.) ESCENA III Atrás, atrás, repito: iHora funesta!
Verdugos y asesinos de la patria Serán los que traspasen
esa puerta!- Hemos triunfado ya. A muerte dice El
espantoso bando de Venegas. Pues bien. Su misma ley,
cúmplase ahora, Y ejecutemos la mortal sentencia. Para
el esbirro colonial tirano Que cada casa un cadalso sea.
No! Lejos de la patria que oprimieron, A los déspotas hoy
echemos fuera Y el áureo sol del genio de Bolívar Que no
se ponga nunca en nuestra América! (Todos obedecen la
orden de Martino [y] se re- tiran silenciosos, llevándose a
don Pedro, padre Antonio, nobles y soldados.) 132 José
Mdi MARTIKO DON PEDRO. PADRE ANTONIO. DON. 4
CASTA. COANA. INDIANA. ESCENA IV Queda todo
oscuro iSe van, se van! Con ellos se va el día. iSe van, se
van! Todo entre sombras queda. Ahora a luchar para una
nueva vida, A trabajar para una patria nueva. Pensando
en esa patria del futuro Los resortes del alma se me
quiebran! iSala, sala desierta, resucita! iCadáver de
esperanza, Dios te encienda! (En este momento se i!
umina la arcada del fondo de la sala y aparecen,
desfilando, como camino ya de la ex metrópoli, don
Pedro, dona Casta, padre Antonio y todo su cortejo. Todos
cabizba- jos y apesadumbrados.) (Abatido:) A España! a
España! Libre Guatemala, Libres los pueblos todos de la
América, El Sol de mis dominios en su ocaso, El León no
ruge ya en la indiana selva. Resignación! Ya la tenemos,
padre, Pero hay que intentar la lucha nueva.- Hay que
recuperar lo que perdimos. Hay que recuperar lo que nos
llevan. Hay que hacer por que triunfe bajo el palio La cruz
de Cristo y el pendón de Iberia. (Ha desaparecido por la
arcada la comitiva es- pañola, vencida por la pujanza
liberfadora de América. Aunque hasta el último momento
la dama castellana se siente vencida, pero no humillada.)
(Aureolada, bañada de luz, aparece por la arca- da
Coana, seguida de INDIANA- AMIZRICA.) Y, así termina,
Indiana La epopeya de América. Y ahora serás ya de
Martino esposa. Ya Guatemala es libre y sin cadenas.
(Coana y Am. érica- Indiana se dirigen a Martino que
despierta de dulce sueño.) OBRAS ESCOCIDAS. T. I 133
COANA. Martino! .% ARTINO. Libres, libres como el
quetzal! Libertad santa! Patria libre... Coana... esposa
mía... La inmensa procesión que se levanta, Marca la feliz
ruta del futuro. Ya veo el porvenir que se agiganta, Ya veo
el porvenir amplio y seguro. Hombres libres serán los
descendientes De tu amor y del mío. Y, Patria y Libertad
honren valientes De Cuauhtémoc y Hatuey, con noble
brío. A sostener por siempre independientes, Con las
manos, las uñas y los dientes, Contra el yugo opresor de
ias Españas, Nuestros dos continentes; La libertad impere
en mis montañas, Y la proclamen con sus murmurios, Las
aguas cristalinas de mis fuentes, Y las ondas sonoras de
mis ríos! (Queda Martino abrazado al grupo que forman
Coana e Indiana, símbolos de las dos Américas, e
iluminados por la clara luz del fondo.) 0. c., t. 18, p. 129151. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 135 GUATEMALA II 1 ?Por
qué escribo este libro? Cuando nací, la naturaleza me
dijo: ;ama! Y mi corazón dijo: agradece!- Y desde
entonces, yo amo al bueno y al malo, hago religión de la
lealtad y abrazo a cuantos me hacen bien. Yo llegué
meses hace, a un pueblo hermoso: llegué pobre, desconocido, fiero y triste. Sin perturbar mi decoro, sin
doblegar mi fiereza, el pueblo aquel, sincero y generoso,
ha dado abrigo al pere- grino humilde. Lo hizo maestro,
que es hacerlo creador. Me ha tendido la mano y yo la
estrecho. Guatemala es una tierra hospitalaria, rica y
franca: he de decirlo. -Me da trabajo- que es fortaleza,casa para mi esposa, cuna para mis hijos, campo vasto a
mi inmensa impaciencia americana. Estudiaré a la falda
de la eminencia histórica del Carmen, en me- dio de las
ruinas de la Antigua, a la ribera de la laguna de Amatitlán, las causas de nuestro estado mísero, los medios de
renacer y de asombrar. Derribaré el cacaxte de los indios,
el huacal omi- noso, y pondré en sus manos el arado, y en
su seno dormido la conciencia. Y entretanto vuelvo bien
al que me ha hecho bien, Y en la tierra de México, noble y
entusiasta, donde prende toda idea amorosa, donde
arraiga todo extraordinario sentimiento, diré con mi
palabra agradecida, cuánto es bella y notable, y
fraternal y próspera, la tierra guatemalteca, donde el
trabajo es hábito, naturaleza la vir- tud, tradición el
cariño, azul el cielo, fértil la tierra, hermosa la mujer, y
bueno el hombre. Amar y agradecer Allá, en horas
perdidas, buscan los curiosos, periódicos de Sur y
Centroamérica, por saber quién manda y quién dejó de
mandar, y no se sabe en la una República lo que hay de
fértil, de aprove- chable y de grandioso en la otra; y hoy,
como en 1810, puede decir- se con el padre Juarros,
pintoresco y cándido cronista del reino guatemalteco, lo
que por entonces él decía: “Vemos con la mayor
admiración que después de tres siglos de descubierto este
Conti- nente se encuentran en él, reinos y provincias tan
poco conocidas como si ahora se acabasen de conquistar.”
Es iay de nosotros! que cl veneno de tres siglos, tres siglos
ha de tardar en desaparecer. Así nos dejó la dueña
España, extraños, rivales, divididos, cuando las perlas del
río Guayato son iguales a las perlas del sur de Cuba,
cuando unas son las nieves del Tequendama y Orizaba,
cuando uno mismo es el oro que corre por las aguas del
río Bravo y del ventu- roso Polochic. De indios y blancos
se ha hecho un pueblo perezoso, vivaz, bata- llador,
artístico por indio; por español terco y osado:- y como el
inglés es brumoso, y el sueco grave, y el napolitano
apático, es el hijo de América ardiente y generoso, como
el sol que lo calienta, como la naturaleza que lo cría. De
manera que, de aquellos hubi- mos brío, tenacidad,
histórica arrogancia;- de los de oscura tez tenemos amor
a las artes, constancia singular, afable dulzura, ori- ginal
concepto de las cosas, y cuanto a tierra nueva trae una
raza nueva, detenida en su estado de larva,- ilarva de
águila!- Ella será soberbia mariposa. Pero <qué
haremos, indiferentes, hostiles, desunidos? iqué haremos para dar todos más color a las dormidas alas del
insecto? iPor primera vez me parece buena una cadena
para atar dentro de un cerco mismo a todos los pueblos de
mi América! Pizarro conquistó al Perú cuando Atahualpa
guerreaba a Huás- car; Cortés venció a Cuauhtémoc
porque Xicotencatl lo ayudó en la empresa; entró
Alvarado en Guatemala porque los quichés rodeaban a
los zutujiles. Puesto que la desunión fue nuestra muerte
<qué vulgar entendimiento, ni corazón mezquino ha
menester que se le diga que de la unión depende nuestra
vida? Idea que todos repiten, para la que no se buscan
soluciones prácticas. Vivir en la Tierra no es más que un
deber de hacerle bien. Ella muerde, y uno la acaricia.
Después, la conciencia paga. Cada uno haga su obra. Yo
vengo de una tierra de volcanes altos, de feraces cerros,
de anchurosos ríos, donde el oro se extiende en placer
vasto por las montañas de Izabal, donde el café- forma
mejor del oro- crece amoroso y abundante en la ancha
zona de la Costa Cuca. Allí la rubia mazorca crece a par
de la dorada espiga; colosales racimos 0BR. U ESCOGID.
lS T. 1 137 cwlgan de lo‘- altos plátanos. \, ariadisimas
frutas llenan la falda de la gentil chirnalapetia; obediente
la tierra responde a los bené- íicos golpes del arado.
Extraordinaria flora tupe la costa fastuosa del Atlántico;
el redondo grano. que animo a \‘ oltaire y envidia .Molta,
como apretado en cl seno de la tierl- a. brota lujosamente
en la ribera agradecida del Pacifico. Aqui, sabino pálido;
alli. maíz robusto, caña blanca y Illorada, trigo grueso y
sabroso, nopalc~ moribundos, hule nativo, ricos
frijolares en asolnbrosa mezcla uni- dos, con rapidez
lujuriosa producidos, esmaltan los campos, alegran los
ojos, y auguran los destinos de la tierra feliz de donde
vengo. La cant Batres, la histori< i Marurc, la copiti cn
inimitables fábulas Goyena; se exploran los ríos , se
tienden los carriles, levan- tansc institutos, leen los
indios, acuden los extranjeros, improvisan su fortuna;
vinose a ia libertad por una revolución sencilla y extraordinaria, admirable, y artística; es esa tierra, más que
tierra des- conocida, amorosa virgen que regala a los
que acuden a su seno. En mí están vivos estos sucesos y
bellezas; r. y no he de hablar yo de aquellos poetas y
prosistas, de aquellos agricultores y gober- nantes, de
aquella tierra ávida de cultivo, de aquella juventud ávida
de ciencia? Para unir vivo lo que la mala fortuna
desunió. Mas acá ha de saberse lo que más allá se hace y
se vale, más allá de la frontera chiapaneca. Las manos
están tendidas; esta es la hora. Viniendo de lzabal por el
ancho camino carretero, que llevaré pronto al Norte,
igran perspectiva! los azúcares y el café del Oeste, -- vense
a lo lejos, más allá del río, altas iglesias sobre ameno
valle, vasto perímetro, diáfana atmósfera, gentil señora,
bella y gran ciudad. Viniendo dei Puerto, del floreciente
San José, pasajero en có- moda diligencia, o jinete en
humilde caballo, brota de entre los montes pintoresco
pueblo que, a medida que se acerca la distancia, brota de
entre su cerco de robustos montes, desafía con su elegante
castillo, eleva sus numerosos minaretes, y abre luego sus
limpias y amplias vías al viajero admirado de la pulcritud
resplandeciente que realza las anticuadas y holgadas
construcciones. Peregrinando vino esta ciudad hermosa
desde Almolonga terri- ble hasta el risueño Vaile de las
Vacas. Poco memoriosos los con- quistadores atrevidos,
no temieron que la tierra airada se alzase contra los que
la ofendian: y, por fenómeno stibito inundada, pere- ció
entre turbios mares de agua que bajaban en remo! inos
del vol- can, la enferma Santiago, y en ella la esforzada
dama, audaz gobernadora, que hubo por nombre Beatriz
de la Cueva. Tendiase no lejos el encantado valle de
Pauchoy, el de ricas aguas, vecinas canteras, pastos
sobrados, flores menudísimas, por río crecido, por
dormidos volcanes coronado:- y a éi se fueron los
habitantes fugitivos.- Ni cíelo más azul cubrió, ni más
sabroso aire respiró ciudad alguna de la Tierra. Pero, de
pronto, preíiado el suelo con el llanto de fuego de los
indios, reventó en espantosos terremotos que sacaron de
quicio torres y palacios, hendieron las bóvedas y echaron
fuera los cimientos de la soberbia catedral. Go. lillas y
maestros de obras acrecieron el justo alboroto, y,
movidos de la evidente ganancia, apresuraron la
traslación de la ciudad Antigua al llano espléndido en que
hoy se extiende, desdeiíosa y tranquila, la blanca y
próspera señora del añejo dominio de Uta- tlán. En este
instante mismo trueca su forma la ciudad dormida. A
esencia liberal, activa forma, Conmovida en lo político
por aque- lla herencia funestisima que envilece a Bolivia,
que sofoca a Quito, que con ondas de sangre acaba de
aumentar las poéticas ondas del río Cauca; a par
solicitada por el viejo régimen que cierra ias puer- tas a
toda grande idea, atrevido proyecto o comercial mejora,y por el inexperto nuevo régimen que a toda idea útil las
abre con amor,- la ciudad llevada del instinto derriba el
claustro de Santo Domingo, tumba de almas, y lo trueca
en depósito de frutos,- cuna de riqueza- del poderoso
aguardiente, del dilectísimo tabaco; arran- ca su huerta,
mansión antigua de opulentas coles, a la iglesia de ia
Recolección, y la convierte en escuela politécnica,
mansión ahora de inteligencias ricas y vivaces. Paseaban
los pacíficos paulinos por largos y desiertos corredores, y
hoy les suceden animados gru- pos de jóvenes celosos, que
llevarán luego a los pueblos, no la pa- labra
desconsoladora del Espíritu Santo, sino la palabra de la
historia humana, los reactivos de la química, la trilladora
y el ara- do, la revelación de las potencias de la
naturaleza. La nueva reli- gión: no la virtud por el castigo
y por el deber: la virtud por el patriotismo, el
convencimiento y el trabajo. Y, iqué bellas iglesias
ostenta Guatemala!- Gran prisa se dic- ron y grandes
niillones gast;: on aquellos piadosos sacerdotes, entonces senores Únicos de la oprimida conciencia popular.
Enseña San Francisco su hermosísima fachada, su
imponente nave, sus robustas murallas, que no muros,
irguiéndose, empinándose sobre penosa cuesta, como un
rectángulo colosal. Más castillo que el cas- tillo, parece la
gran fábrica destinada a sobrevkr al espíritu que la
animó; antes, numerosos fieles y fieles numero: as,tenían ven- cido el suelo con las humildísimas rodillas,
hoy, salvo los dias tradicionales, apenas si discurre por la
nave ancha, milagro de atrevimiento arquitectónico,
alguna fiel creyente, que en el perfume de las flores que
regala, envía a la hermosa Virgen el perfume de su alma
candorosa. Gran templo tiene también la Virgen de la
Merced; y blancas paredes luce Santo Domingo, el de
hábito blanco; majestuoso atrio ofrece la Catedral, vasta
y artística; linda torre eleva al Cielo el 138 OBRAS
ESCOGIDAS. T 1 139 elegante templo de la Recolección. Es
San Francisco, el monje austero; Santo Domingo, el
pacifico santo; la Merced, matrona augusta; la
Recolección, una hermosa mujer arrepentida.- Allá, hacia
el Norte, la Ermita del Carmen; acá, hacia el Sur, la
Ermita del Calvario; aquella, grave como una conciencia
que sufre y se recoge; esta, triste y lacrimosa como María
al pie de la Cruz. Allá van, caminito del Cerro, los
apuestos jinetes, los alegres grupos, implacables
estudiantes, artesanos bulliciosos, chicuelos ocurrentes,
mujeres de pie breve y negros ojos- iOjos hay en Guatemala soñados por las moras.- 1 Tiene ese Cerro del
Carmen sus domingos y fiestas de guardar. Entonces,
sobre la alfombra de fra- gante musgo, extiéndese otra
alfombra más viva, animadisima, com- pacta, cada vez
más estrecha; alfombra de movibles filas, de pari- sienses
figurines, de arrogantes tipos populares, realzados por
man- tos de colores vivos.- Lluvia de rosas semeja el
Cerro: el desorden, fruta gruesa, no altera nunca la
gracia encantadora del jardín. iY la ermita desierta! Bajo
la cúpula redonda, más hecha para tumba de muerto que
para morada de vivo, llora solo el espectro del hermano
Pedro. Alrededor de aquella extraña peña, ofrecida
sumisamente a Dios, los niños triscan como cervatillos, la
vida ríe gozosa, las gentes se apodan con nombres
saladisimos, la don- cella de adentro hace ojos al
petimetre de la casa; desdéñala este por la atildada
señorita que estrena su sombrero de primavera;- y, sobre
todo, este abandono natural, entre las conversaciones que
chispean, entre las miradas que se cruzan, entre el ruido
de los carruajes tirados lujosamente por los inquietos
corceles del pais, los labios sonríen, y con ellos el alma; se
está tranquilo, se siente placer dulce, hay amor, hay
cultura, hay aseo de espiritu, hay familia. Esta es la faz
seductora de la vida guatemalteca. El amor puro, la
hospitalidad amable, la confianza histórica, la familia
honrada. Gran salvación. Las cuestiones politicas no
alcanzan a hacer rudo el carácter afable de la tierra. No
se puede ser mezquino, ni egoísta, ni brusco bajo un cielo
tan hermoso. Se examina al extranjero, se le pregunta, se
le duda tal vez, pero no se le odia. Si es hombre de salón,
no tardará en llevar del brazo a una mujer bella y afable;
si es hom- bre de labor, no tardará en haber tierra de
lujosísimos productos; todo es nuevo, todo es explotable.
Al hombre trabajador, al inteli- gente, al bueno, la tierra
le brinda vida, antes que él menesteroso de ella la
demande. iMi tierra americana, tan maltratada y tan
hermosa! iTan desconocida, tan amable, tan buena! Así el
15 de septiembre, el día de la patria, muchedumbre incontable se dirige hacia el Calvario: ilo había andado la
patria tanto tiempo! Rompe el limpio cerro ancha
escalinata, y desde su cumbre se domina la gran
población. No es esta eminencia, capaz ahora y - risueña,
tan correcta y redonda como la del Carmen; pero el aspecto de la pintada iglesia, de la cercana y concurrida
calzada, de los grupos indios que se cruzan, se detienen,
se brindan chichu, se saludan respetuosamente y siguen
su camino: los bruscos cortes e irregularidades del
cerrillo le dan carácter propio, y parece más hecho a las
travesuras, infantiles lidias y gozoso bullicio, que el del
Carmen. Vense desde él las amplias calles tenazmente
rectas sin una desviación, sin un capricho. Si no fuera
americana, Guatemala sería desesperante. Sólo en
nuestras tierras es animada la simetria; y es que la vida
primitiva, el resplandor inteligente, la vivacidad nativa
se anteponen por dormidas que estén a todo otro interés y
con- cepto. Así, desde el Calvario dominanse las severas
vias, las an- chas casas, los macizos de verdura que llenan
patios y escalan muros, esmeraldas entre ópalos; -las
huertas de Belén y Santa Clara, en medio de la ciudad
enclavadas; la orgullosa Plaza Ma- yor; la riente plazuela
de la Victoria. Al oriente, el teatro; al po- niente, la
Escuela Politécnica de Ciencias Exactas; la Escuela Normal Preparadora de Maestros. Hermosa calle lleva del
alto Cal- vario a la plaza orgullosa: a la diestra está la
plazuela con sus dátiles, con. sus cactus, con sus rosas
salomónicas, con sus grandes dalias amarillas, con sus
racimos de uva; con sus araucarias; más adelante la
Aduana laboriosa, el reciente telégrafo, el cumplidísimo
correo; luego, club rico, abundantes almacenes, tiendas
lujosas; y allá en la mitad, la plaza del Palacio y el
Municipio rodeada de la Casa Presidencial, de menudas y
abastecidas tiendas, de la afa- mada Catedral con sus dos
torres laterales, como la raquítica de Cuba, hermosa por
vieja, la atrevida de México, la rica de Puebla, hijas todas
del numen de aquel Juan de Herrera, por Felipe II
acariciado, aquei del Escorial, de sombria tumba. Del 30
de Junio se llama esta calle central: Real se llamó antes,
pero ya los reyes tienen que pedir permiso a la libertad
para serlo.- Es hermoso que las reacciones respeten
siempre la mayor parte de la obra de las revoluciones. Y
si no las respetan mueren. 30 de Junio se llama, porque
fue en aquel día augusto cuando las tropas redentoras
que vinieron de Comitán a Guatemala con la rápida
brillantez de una leyenda, entraron entre vitores
unánimes en aquella tierra animada y ansiosa; había
sido el ejército libertador tan afortunado en la lid como
clemente en la victoria; día aquel de popular regocijo en
que la tierra brotó coronas para los caudillos, y fue el
camino de San Pedro, más que camino, alfombra de
cabezas! Treinta y tres hom- bres comenzaron en la
frontera mexicana la campaña. Vencieron, vencieron,
siempre vencieron, y acrecidos, socorridos, bendecidos,
los revolucionarios maravillosos entraban a ocupar el
solio desierto del heredero del autócrata. Revolución
extraña, radical en resulta- dos, fabulosa en fortuna,
generosa en medios. Ni la manchó sangre inútil, ni
esterilizó las sementeras. Sea loada. 140 fose Marfi Y por
esa calle, de entonces gloriosa, compacta multitud discurre los tradicionales días de agosto. Porque a la diestra
queda la plazuela de San Sebastián, y su iglesia y su
fuente; pero más allá brilla al sol el humilde Jocotenango,
lugar de ciruelas, que tanto como ciruela valen jocote y
cote, con su valle tapizado de carruajes, con su feria de
ganado, donde el caballo chiapaneco piafa, el novillo
hondureño corre, el cerdo imbécil gruñe, bala la linda
oveja. Alquilan las familias las casas vecinas. Sobre
sufrida estera de pefafe, apuestos galanes y ricas damas
comen el pipión suculento; el ecléctico fiambre; el
picadísimo chojín. Pican allí los chiles mexi- canos, y la
humilde cerveza se codea con excelentes vinos graves.
Hace de postres un rosario, cuyas cuentas de pintada
paja encu- bren delicada rapadura. Y como se está en
agosto, y en Jacotenan- go equién no gusta los jugosos
jocotillos, rivales de la fresca tuna? Interrúmpese el
democrático banquete para ver pasar el estre- chísimo
gentío. Lucen las señoras estos días sus más hermosos
trajes; luce el padre a la hija, el esposo a la esposa.
Adorna el jinete su tordillo fiero, y le cuelga al cuello el
rosario de la fiesta. Cuái ostenta su alazán, cuál su
retinto. Desdéñase el galápago eu- ropeo, y apláudese la
silla mexicana. Hoy se estrenan carruajes, corceles,
vestidos y sombreros; icuánto celo, elegancia y donosura!
iCuánto orden, aiabanza y discreteo! iCuánta memoria de
la feria de San Antón, aquella que en Madrid hace famosa
a la vetusta calle de Hortaleza! Este que pasa, caballero
de una bella dama azul, es un grave ministro; la multitud
lo estruja, lo olvida, lo gobierna. Aquel que monta en
arrogante bruto, es el Presidente de la Re- pública. Lleva
humilde vestido, y humildísimo sombrero. Cuando mira,
piensa. Cuando deja de hablar, habla consigo mismo. Es
pe- netrante, dadivoso e intrépido.- Va sin temor a donde
cree que debe ir. Ahora, ni atropella, ni se anuncia: le ha
llegado su día de obedecer. El de apostura inglesa,
marcial anciano, que a su lado lleva, es su antecesor en el
poder, hombre de libros y de espada, revolu- cionario en
el campo y la tribuna, Miguel Garcia Granados. Sesenta
años tenía cuando empuñó la espada vengadora. Vuelven
ya los millares de hombres, nubes de polvo aceleran la
noche; átanse las curiosas de las casas los sombreros de
paja al gentil rostro, y bajo lluvia importunísima,
vuélvese a los hoga- res, no fatigado como de otras
fiestas, sine enamorado de ellas. Conserva este secreto
Guatemala: severa, no entristece; desde- ñosa, no irrita;
bulliciosa, no desordena, agitada, no cansa. Su vestido de
baile nunca se aja. En este mes hermoso, lucidas cabal-
gatas interrumpen el silencio de las calles, bañadas de
tibia plata por la Luna. Una rival tiene la Luna
guatemalteca: la de México. Y ya en opaca noche brille
sola, ya en noche brillante humille a OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 141 las estrellas, siempre tiene aquel
cielo un místico lenguaje, y pare. ce más que otro alguno
abierto al fin sublime y descanso grandioso de las almas.
No es un cielo irritado que condena: es un cielo amoroso,
que nos llama. El trabajo alimenta esta alegría. Un
harapo es en Guatemala un extranjero: Colbert, el gran
hacendista equivocado, estaría allí con- tento, viendo
cómo en las horas de comercio pasan de tienda a tienda
gruesos paquetes de dinero. Pero no es la saciedad de las
arcas la fortuna que un buen ministro ha de apetecer.
Llénense hol- gadamente para vaciarse útilmente. Créese
riqueza pública, proté. jase el trabajo individual; así,
ocupadas !as manos, anda menos in- quieta la mente. La
facilidad del trabajo es el principal enemiga de las
revoluciones. Eso buscan, para eso entran en el
Ministerio de Gobernación, donde tan patriótica acogida
les espera, un alemán que solicita, un francés a quien se
concede, un belga a quien se regala, un americano a quien
se subvenciona, un explorador a quien se remu. nera. Tal
encopetado contratista sembró, pocos años hace, un
cafetal oscuro allá en el hondo monte. Tal adinerado
finquero era, breve tiempo ha, desconocido labrador. La
tierra es la gran madre de la fortuna. Labrarla es ir
derechamente a ella. De la independencia de los
individuos depende la grandeza de los pueblos. Venturosa
es la tierra en que cada hombre posee y cultiva un pedazo
de terreno. Ni qué vale pasar largas horas sembrando la
vid en Salamá! en San Agustín el trigo, en San Miguel
Pochuta los cafetos, st luego, acabada la labor, se dejan
los aperos de labranza y se viene a oír buenas óperas y
buenos dramas en el lindísimo teatro de la ciudad? Tal
viajero recuerda sin esfuerzo la Magdalena de París, el
más pagano de los templos católicos: tal otro lo compara
a la Bolsa, el menos eclesiástico de todos los templos;
cuál, que vio a Madrid, hace memoria del suntuoso
Palacio del Congreso, y cuál pertinaz observador afirma
que corren parejas el teatro de Guate- mala y el de la
histórica, y por sus edificios afamada, Aix- la- Cha- pelle.
Griego en la fachada, moderno en el conjunto, esbelto y
ele- gante, esta obra bella es prez de la ciudad. Alzase solo
en ancha plaza, sembrada de naranjos rumorosos. Y en
las noches de luna icuánta amante pareja dialoga, cuánta
viva comedia se enreda a la sombra de aquellos árboles
simpáticos! Pasean por la plaza las familias haciéndose
lenguas de los cantantes famosos que- y no una vez sois,han pisado el proscenio guatemalteco.- Y como es allá
muy vulgar don el gusto músico, y todos lo han, es cosa de
pensarse esta de ir a cantar a la, por inteligente,
descontentadiza Guatemala. 142 los8 Morti OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 143 Y son muy animadas aquellas
noches de función. Se dicen bur- las, y no las hay mis
penetrantes, ni ingeniosas, ni precisas, ni inolvidables,
que las burlas guatemaltecas. Visitan los mancebos a las
gallardas serioritas, con lo que no se hace aquella fría
sepa- ración de sexos que lamentaba el evangelista de
amor, gran Miche- let. Hablan los hombres graves de
libros, viajes, acontecimientos y memorias; confúndense
los grupos, animados siempre; rebosan pa- seantes los
pasillos; tienen qué hacer los abanicos; tienen espacio las
galanterías. Hay expansión en la atmósfera; corren por
todos los labios las sonrisas. Y se van luego alegres, llena
el alma de delicias de música, y de miradas de mujer.
Pero ;es sólo la altiva Guatemala, la tierra en Guatemala
be- lla? ¿Y la añosa Antigua? ¿Y la vivaz Quezaltenango?
¿Y Cobán la creciente, la azucarera Escuintla, la
Amatitlán volcánica, la ca- lurosa Salamá,
Huehuetenango la agraciada? iYa acaban las ruinas y
Comienzan los cimientos! Pierden las poblaciones su
aspecto conventual, su tinte apático, su enfermizo matiz,
y cobran, al ruido de las centrífugas, entre los pámpanos
frondas%, entre los aromáticos cafetos, los colores de la
juventud y las revelaciones de la vida. La libertad abrió
estas puertas. Venía antes todo lo extranjero por el
camino de Izaba& y eran ciudades importantes, por su
enviar y recibir, las hoy dormidas Zacapa y Chiquimula.
Pero en cambio icuánto entra por San José! icuántos
cañaverales rodean a Escuintla! iqué múltiples siembras
las de Amatitlán! iqué vigorosa producción la de los Altos,
tierra fiera y batalladora, naturaleza fértil y agradecida!
Todo se va del lado del Pacifico; mas muy rica es la tierra,
y hecho camino por el Norte, gran resurrección espera al
afligido lado del Atlántico. Quezaltenango crece como las
espumas de la mar. Ella tiene tortuosas calles, pero
mercado animadísimo; aspecto antiguo, pero vida
completamente nueva. Y poderosa, infatigable. A las doce
del día, véndese por acá trigo, maíz por allá, por allá
lanas. Celebra este sus patatas jugosas; dice aquel que
tiene la ciudad 35,000 ha- bitantes; habla el otro de los
millares de arrobas de café, que sin recoger dejó tendidas
en la última cosecha por escasez de brazos; Retalhuleu,
Huehuetenango, Totonicápam, Mazatenango, San Marcos, hacen de ella comercio central; vense en la fría
Quezaitenango, en las rudas mañanitas de frío, cuando
sopla el cierzo cruel de enero, los frutos de la ardiente
costa a par de los de la comarca elevadísima: allá viven
los ricos cafeteros; allá tienen su corte de apelaciones y su
universidad; allá hacen, con amor y prisa, su ya
celebrada Penitenciaría, salvadora de malvados,
creadora de hom- bres útiles. Hermosa vista goza el
pueblo. Allá, desde su rehoya, se ve el cerro Quemado, el
Xelahú indígena, en erupción constante de va- pores. Y el
imponente Santa María, alto y dormido. Y, para más
venturas, cerca está Almoionga, la de aguas termales,
refugio de los doctores dermatólogos. Gran obra hace
Quezaltenango; gran riqueza logra; gran vida le espera.
Son las seis de la mañana, y sale la diligencia de
Guatemala para la Antigua. Atrás quedan el castillo de
San José, la allí ino- fensiva Plaza de Toros, donde ioh
horror! se ha llamado asesinos a los espadas españoles;
porque es hermoso lo de capear, y ani- mado lo de burlar
al bruto, y arrogante lo de retarlo, azuzarlo, llamarlo,
esperarlo, y es lujoso el despejo, y gusta siempre el valor;
pero lo de herir por herir, y habituar alma y ojos de
niños, que serán hombres, y mujeres que serán madres, a
este inútil espec- táculo sangriento, ni arrogante, ni
animado, ni hermoso cs. Asi que, más que bravos toros,
lidian en la plaza negros ojos de dama y atenoriddos
sombreros de hombre; que unas y otros gustan de qer,
más que sangre, ágiles juegos de títeres, sin carácter de
nobleza, pero sin carácter de crueldad. Y, camino de la
Antigua, se dejan castillo y plaza. Y la Unión, y la
Libertad, pueblecillos nacientes, y crecientes; hijos
risueños de! exuberante calor de la ciudad. Allí, a lo
lejos, se comprende por qué los egipcios hacían pirámides para sus muertos. La manera de enviar un muerto
al Cielo es acercarlo a él. Y nada es más elevado que las
montañas, y las grandes montañas son piramidales. Y
icómo burla la naturaleza americana al maravilloso arte
faraónico el osado, el perfecto, el semíhumano, con su
volcán de fuego, coronado por los blanquísimos vapores,
con su volcán de agua, con su falda sembrada de flores
amarillas! iBien haya este camino que recorremos, tan
rico en manantiales, tan lleno de colores! Azul
quiebracajete, pintada gua- camaya, morada campanilla;
sobre un tronco agrietado una blanca enredadera, sobre
una oscura piedra una parásita:- que cuando muere el
abuelo nace el nieto; que cuando el plátano se fatiga se
reproducen sus hijuelos; y en Italia, cuando el arte había
muerto, nació de un sepulcro. Toda muerte es principio de
una vida. <Quién no teme a no ser honrado? {Quién no lo
sabe ya? Henos al fin, por esta vía hermosisima, en la
vieja ciudad. iVieja cúpula rota! ipobre muro caído!
itriste alero quebrado! jan- cho balcón desierto! Largas
calles antes pobladas, hoy son series larguísimas de
muros; sobre el alto cimborrio verde oscuro, ha echado
otro la yedra; la frondosa alameda, amplia, serena y
grave, llora sobre las ruinas. 144 los& .Marfi OBRAS
ESCOCIDAS. T. 1 145 Pero hay aún mucha vida en aquella
muerte. Los pulmones, roí- dos por la orgía; el corazón,
hinchado por el pesar; el cerebro, fatigado por el
pensamiento; los ojos, enfermos por la labor; la sangre,
envenenada en la ciudad, isiempre mefítica!- hallan igual
alivio en aquellas corrientes de agua varia y pura, en
aquella paz amable y pintoresca, ante la soberbia arcada
del palacio roto en- frente del deforme, pero genioso
Neptuno de Julián Perales, talento artístico nativo, y en
aquel aire, pletórico de existencia, libre siem- pre de
miasmas y de contagio. Se va a la Antigua pisando flores.
Se viene de la Antigua brindando vida. Verdad es que los
nopales se arruinaron, que el color solferino mató a la
cochinilla, que el terror y la pobreza diezmaron la
opulenta población; pero para el enfermo y el poeta,jotro enfermo sin cura!- para el artista y el literato, que es
también otro artista, siempre habrá vida nueva en
aquella tierra virginal, corona fresca de aquella ciudad
grandiosa y correcta, con sus ferradas y altas ventanas, a
modo de Zaragoza, con sus aleros vastos, a modo de la
vieja Valladolid. Y en cada flor azul que crece por entre
las grietas de las torres, en cada alba paloma que se posa
sobre los trozos de las naves, en cada mujer belia, aseada
y fragante, que cruza por aquellas calles tan lim- pias, tan
simpáticas, tan rectas, toma el pincel múltiples tintes,
hallan las liras amorosos sones. Y Cantando a la vieja
ciudad -- itan amarillo es el musgo! itan rumorosa es la
alameda!- ha! la- rán los bardos novísima poesía. Que
para hacer poesía hermosa, no hay como volver los ojos
fuera-- a la naturaleza; y dentro- al alma. Volvamos,
pues, con un crucifijo en las manos, que allí los hacen
muy buenos, y de alli es uno que está en el oratorio intimo
del Papa; volvamos, pues, entre una hermosa antigüeña,
robusta y airosa,- y una cesta de frutas, pintada y
variada, y viendo de lejos la laguna de Amatitlán; como
tenemos miedo a los volcanes, vamos en busca de nueva
ciudad. <Qué nos ha hecho Escuintla, que la tenemos tan
olvidada? Ella es añeja, y era derruida; pero hoy va
valiendo más por lo que la rodea que por ella misma. En
este grupo de pequeños indios, el uno se refresca con
sabro- sa caña; gusta el otro con delicia un terrón de
blanco azúcar; cata el otro un redondo trozo de panela, lo
que en México llaman pilon- ciffo.- Y tienen razón, que por
aquí abunda el azúcar. Hay palmas y cañales, refinería,
trapiches, centrifugas. Se traen administradores
extranjeros, inteligentes en el cultivo. Se crean hoteles,
porque las industrias nuevas están llamando caminantes.
Y a par de las hu- mildes casas, álzanse con premura
otras nuevas, vastas y elegan- tes. Sopla el trabajo, y
corre como el viento la riqueza. Sc siente crecer la vida
por aquellos contornos. Y mientras se monda una
dulcisirna pifia palineca, se auguran años hermosos a la
que l~ oy es aún pueblo de tránsito. y serti mariana. con
cl tráfico y el ci~ ltivo. v‘ belta y acomodada poblaciim.
cruje la fusta, brotan pasajeros Io> hoteles, y en la
diligencia, tirada por briosos frisones, salimos camino a
San José.- Dije yo de mi Cuba que tierra ninguna tuvo
como ella leguas de flores y leguas dc frutas; también las
tiene de flores Guatemala. Holgadas rancherías v vastas
haciendas ocupan las cercanías de la carretera; v por
rápido que cruce el carruaje (quién no ve estos macizos de
;. erdor, donde son las florecillas menudas y opulentas
mucho más numerosas que las hojas? Dije de Yucatán que
tenía un campo ele- aante. Guatemala tiene un campo
aseado. Ya estaría bien pintada en una india de negro
cabello, con la falda de oscuro azul !lena de flores; ya lo
estaría también en un labriego de limpias vestidu- ras,
con brillante sombrero de petate, puesta la honrada
mano so- bre lucientes aperos de labor. Ese que llaman
San José es pantanoso y pobre en apariencia. Y será
menos enfermizo, ahora que tratan muy activamente de
dese- car el pueblo húmedo. Un firme muelle elegante
desafía la cólera del mar. Pequeños y grandes buques
pueden acercarse sin temor. Y se acercan, que aunque a
los ojos humilde,- como todo lo guate- malteco, crece muy
velozmente San José,- más café envía afuera que
mercancías y dinero- íraro milagro de fortuna!- entra al
país. Y ahora, con el ferrocarril que ya comienza, con el
buen telé- grafo, con el incesante ir y venir de buques de
todas tierras y de todos calados, el puerto rico cobrará
más fama, y crecera sin duda a medida de ella. Allá está,
airado y triste, del lado del Atlántico, el que antes fue
próspero Izaba¡. Viniendo de Belice,- nombre que de
Wallis ha de venir, no de Wallace,- déjase atras a
Livingstone, populosa y encantadora tierra de caribes.
Suena el caracol que llama al des- canso; recogen los
pescadores el velocisimo cayuco; arreglan las fantásticas
mujeres el aseado hogar; ayúdanse en la constrvcción de
las nuevas casas ios unos a los otros; y en tanto, el vIalero
asombrado, trasponiendo la entrada del Río Dulce, ve el
más so- lemne espectáculo, la más grandiosa tarde, el
más majestuoso río que pudo nunca un hombre ver. Otros
más caudalosos, nuestro Amazonas. Otros más claros, mi
Almendares. Ninguno tan severo, de tan altas montañas
por ribera, de tan mansa laguna por corrien- te, de tan
menudas ondas, de tantas palomas, de tan soberbios
cortinajes de verdura, del Cielo prendidos, y orlados y
besados luego por la espuma azulosa de las aguas. Islas
como cestos; pal- mas que se adelantan para abrazar;
sibilíticas inscripciones en ex- 146 José .\ farfi OBRAS
ESCOGIDAS T. 1 147 [rañas piedras; abundantisimas
aves; cco sonoro, en que w CSCU- cha algo de lo eterno y
lo asombroso. Así en noche de luna, se llega al puerto de
Izabal, que sabe ansioso que se reconocen los ríos
cercanos, que se piensa en cana- lizar el Motagua, que se
extrae oro de su sierra fastuosa, que alli afluyen, en busca
de fortuna, numerosos extranjeros, y que de estas
exploraciones. trabajos y; nuevos caminos, espera volver
pron- to a aquella animada prospertdad que, con bien de
los pueblos del Pacifico, ha hurtado a los del Atlántico el
favorecido San José. Y cerca de Izaba], mueve sus olas,
que no ondas, el gran Golfo Dulce, laguna amplísima, por
geógrafos descrita. loada por poetas, por viajeros
discretos admirada. Es vasta como un mar. Encade- nada
ruge c irritada es bella. Se encrespa y juega con los
buques. Quedense tras nosotros el Mico,- desde donde se
es, en empi- nada cumbre, vecino del alto Cielo,
dominador del ancho mar, y Quírigua, y Gualan, donde
tan buenos gallos riñen, donde tan buen café cosechan,
donde tan hospitalariamente acogen. Vía de Guatemala,
vengamos por entre estas empalizadas, y calles
tupidísímas, tomando de los árboles vecinos aquí un
mamey, acá una ciruela, luego una almendra, un
maratíón después. Si- lves- tre, espontáneo. Veamos cómo
corren flotantes islas de mangos por el río; crucémoslo
valerosamente; pongamos a una viajera ena- morada, en
el lindo sombrero, las florecillas rojas que acabamos de
coger en el camino; oigamos en la iglesia de Zacapa el
tamboril y la chirimía, con que llaman al culto y hacen
fiestas; comamos de su queso; gocemos de los chistes de
su gente; anotemos en nues- tra cartera de viaje la
vivacidad de sus mujeres; lamentemos sus grandes
tiendas, repletas antes, hoy desiertas; saludemos su iglesia y su plaza y preguntemos a este buen arriero qué le ha
pare- cido la prospera Cobán. Era Cobán, quince años
hace, un pueblecillo oscuro, rico en indios caprichosos, en
fértiles terrenos, en pastos excelentes, en animadas
marimbas, que son, a modo de tímpano, el instrumento
popular que acompaña todo baile, bautizo, fiesta y
concurrida chi- chería. Hoy no es sólo pintoresca morada
de indigcnas, sino bullicioso centro de adinerados
cafetaleros, de holgados labradores, de labo- riosos
extranjeros.-- Ha corrido la nueva de la fortuna de Cobán.
El café la enriquece; la enriquecerá pronto el ganado. Allí
van los franceses inquietos, los norteamericanos
ansiosos, los recomendables alemanes; hasta los graves
ingleses. Les hablan los cafetos, con sus blandos rumores
de la tarde, un lenguaje gus- toso al hombre honrado: la
subsistencia debida al trabajo propio, el placer de
acumular, sin avaricia ni maldades, el pan de la mujer, la
cuna del primer hijuelo, los libros de los hijos. En tanto
que los de allende hablan de la sabrosa uva de Sala- rná,que al decir de un catador de fama, compite con la de Fontaínebleau, la variedad morada y de la blanca- de la
familia de indios salamatecos que de México a allá
fueron,- de la opulenta vegetación de la comarca y sus
productos múltiples, y de cómo es linda la alegre San
Cristóbal con sus ladinos picarescos, con sus indígenas
trabajadores,- los indios cobanecos bailan su agitada
zarabanda, y el santo inmóvil contempla la algazara y
baraúnda, y cada indio con su vestido de coton
resplandeciente, y cada india con su enagua plegada, con
su huipil suelto, con su cabello adere- zado con trenza
luenga de lana, deja un medio piadoso en el in- fatigable
plato católico:-, .absorbe tantos ahorros de los pobres
pueblos! Usan aquellos indios curiosas baratijas. Es una
el rosario o collar ceñido al cuello, en que usan el dinero.
Es otra, sus origina- Iísímos aretes, que son monedas de a
dos reales del ahogador e infamante tiempo de Carrera, el
matador de los caracteres viriles, el torcedor de la
naturaleza humana.- Resucitar es menester des- pués de
haber sido muertos de aquel modo. Cobán tiene ahora
lindas cosas:- torre airosa de arte moderno, celebrada
iglesia -que nunca faltan en los pueblos hispánicos,
iglesia y castillo,- cárcel y cárcel,- grave convento de
Santo Do- mingo. Viniendo de Guatemala para el puerto
<cómo no nos detuvimos a almorzar, de paso para el
Palín de las frutas, para la Escuintla de las cañas, en
Amatitlán, la antigua nopalera? iAh, valle! iah, ricas
sementeras! iah, grandes volcanes! fah, eternas
maravillas! Tibia es el agua, como brotada de tierra
presa del vivo ardor del turbulentísimo Pacaya. Humildes
van muriendo los tristes no- pales olvidados; pero
arrogantes se alzan sobre ellos la dulce caña criolla, el
oloroso café con flores de jazmín. iBien se entienden
ahora los ricos trajes, los soberbios caballos, los paquetes
de especies, las numerosísimas escuelas que dan vida y
belleza a Guatemala! La verdad, sobre todo en punto a
hacienda, es que la savia de las plantas es la más segura
savia de los hombres. Sepamos, pues, de qué productos
vive la tierra que por un lado abraza a México y por otro
a sus repúblicas hermanas. Y digamos ahora algo de sus
departamentos principales, que los tiene vastos y muy
productivos y muy trabajadores.- Cada 148 Josk Martí
hombre se ocupz de sí mismo, y fía 2 su obra propia, no a
12 ca- sualidad ni a las revueltas públicas, su éxito...
Modo de adelantar. Llaman Retalhuleu a un
departamento que rebosa maderas, y suculento cacao, y
el exquisito grano americano. Esto y caña produce
Mazatenango, del mercantil Quezaltenango fiel
tributario. En Quezaltenango abundan sobre las
fertilidades apuntadas, los ganados lanares. Inexplotado
este ramo, es fuente segura de ri- queza. Mucho tienen que
hacer allí cargadores, exportadores, teje- dores. San
Marcos cría ganado bueno a fe; espiga el trigo de oro, cultiva el maíz nutritivo, amén de los productos generales.
Y Sololá ilindo lago tiene! Así como al borde de la fuen! e
vagan palomas blancas, así cercan el lago pueblillos de
indígenas agri- cultores. iDicen que por las mañanas allí
es muy bello el Sol! De Escuintla, el rico departamento
iquien no vio los vastos zacatales, las risueñas haciendas,
las jugosas frutas? Sale allí al encuentro la fortuna. Ese
bravo novillo, ese necio cerdo, todo es en Escuintla
olvidado germen. Aliméntanse allí los cerdos con ca- mote
y maíz, que de la tierra copiosamente brotan. A hacendar,
pues. De Amatitlán dijimos, mágicamente fértil. la del
agua salitrosa y valle mágico, Comprende Sacatepéquez a
la antigua Guatemala. Como en fresco nidal nacientes
aves esmaltan el ameno valie de saludables corrientes y
aromático clima, muy numerosos y pintados pueblos. Y
como descansarían las avecillas sobre brillantes hojas
verdes, así los pueblos sobre tupidos valles de legumbres.
Rico es en bra- zos este departamento. De Chimaltenango,
si es tierra americana y además guatemal- teca iqué
menester es decir que es tierra fértil? Crece ahora con el ír
y venir de pasajeros. Y llegan a veintidós !os
departamentos, que fuera larga cuenta, y da envidia ír
diciendo cuánto producen, auguran y valen. Pero hay uno
que no es para callado, y hasta el nombre es poé- tico: la
Alta Verapaz. Sus hombres son, corno hijos de los
trópicos, apáticos, pero sumisos y amantes del trabajo.
En pastos, no hay cuento de lo que da espontáneamente
aquel terreno, y salamatecos y cobanecos tienen gran
porvenir en la hoy descuidada ganade- ría.-- Bien es
cierto que Salamá es en sus contornos, al decir de los que
los han visto, ardiente y estéril; pero 12 viña se está allí
extendiendo grandemente. Ya hay varias siembras y
frondosas vi- des; ya han venido explotadores americanos
y comprometido capi- tales serios en la elaboración del
caliente zumo de la uv2. Y como da e! Gobierno cuanto le
piden, y por acá cede tierras, y por allá quita derechos, y
al uno llama con halagos, y al otrlro protege con
subvenciones, Salamá y Cobán están de fiesta, y ven día 2
día más crecida su ya considerable suma de huéspedes.
Luego, tiene Cobán almacenes buenos, camino c;>
arretero hasta Panzós, puerto interior de importación y
exportacióq,,, en el polo- chic, de arenas de oro, que vierte
su agua preciosa en la extensa laguna de Izaba]. Y es cesa
de hacerse pronto dueño de más tierra@, que 12 caS2 de
Zichy tuvo en Hungría, y tiene Osuna en Espaqña, y gozó
en México Hernando Cortés. cQuién no compra aquella$ s
inexploradas soledades, frondosas y repletas de
promesas, si se ’ venden 2 cin- cuenta pesos la caballería.
3 Y como tienen por aquel departamento tan justa
creencia en que, criando cabezas de ganado,,, se irá
pronto a la cabeza de la fortuna, <quién no empaqueta
libr%, y papeles- iaunque ellos no, que son los amigos del
alma!- y qse va, con sus arados y su cerca de alambre,
camino de la Alta V;- arapaz? -íOh, si! El rico grano, que
enardece la sangre, anima la pa- sión, aleja el sueño,
inquietísimo salta en las vena, s, hace llama y aroma en el
cerebro; el que afama a Uruapan, manbiene 2 Colima y
realza a Java; el ha~ chisch de América, que haCe soñar y
no embrutece; el vencedor del té; el caliente néctar, el
]perfumado ca- feto, crece como la ilusión con los amores,
como 12 march2 de la nube con el impulso de 10s vientos,
en ios cerros y blanicies de la hospitalaria Guatemala.
Quiere el caíé suelo volcánico: ni el muy ardient .e de la
costa, ni el muy frío de las cumbres; 10 que llaman en
Gulatemala boca- costa. Y es bueno, porque de veras será
bien remunebado el que a ellos vaya, señalar dónde pltlgo
a la Naturaleza ha cer más fériil el grano. ES muy allá del
lado del Pacífico; sueño parece en la Costa Cuca el
crecimiento de la planta; f2nt2Si2 eh S2n Miguel Pochuta,
surgimiento impensado en las planicies de C; hin; a]
tenango, capricho lujurioso en las faldas del cerro de
Atitlán, volcán dormi- do. Por Pochuta crecen muy
rápidamente las hacienq,,. Porque es ir, plantar, esperar
y hacerse rico. Aqui dos; allí tkes, muy rara vez más de
tres años, y ya 10s fatigados brazos no bastan, ni aun con
el ansia primeriza, a recoger del tapizado suelo 1~
abundantfsi- ma cosecha. CPero es por aquí sóio? iOh, no!
que es por todas partes. Esa gran Costa Cuca, por el
Gobierno hoy con tbnta generosi- dad cedida con tan
patriótico celo distribuida, con kan vivas iris- tancias
solicitada, divisa el mar inmenso. Está en ($
uezaltenango, y alcanza la frontera chiapaneca. Tres
anchas leguas prósperas en una extraordinaria longitud.
Bien es verdad que se vende a 500 pesos cabaliería, mas
de tal modo produce, que vender de este modo 150 los4
Martí OBRAS ESCOGIDAS ‘1 1 151 de la tierra en que
nació, como a hija la quiere; a su bien, como al de una
hija propia, se consagra. Y hablando juntos de las
desgracias pasadas, y de las posibles venturas de estos
pueblos, es como supe- y a otro hombre honrado, Ministro
de Fomento, Don Manuel Herrera, debí también datos de
esto,- que asi como ya andan por los corredores de los
buenos hoteles de Guatemala los ingenieros encargados
de la construcción de! ferrocarril, otros examinan el lago
Motehua, ven otros la ma- nera de limpiar la tenaz barra
de! caudaloso Polochic. Amplia y segura, va ya camino
de! Norte la carretera que ha de unir a la hermosa ciudad
con el Atlántico, con lo que podrá Alemania saciar ya
fácilmente su amor extraordinario al buen café, y
renacerán las angustiadas esperanzas de los habitantes
de Za- capa y Chiquimula, tierras de plátanos y mangos,
de grueso marz y ricos quesos. es dar la tierra. Porque
cquién no la compra, si este mismo dinero en vales se ha
de pagar con grandísimo descuento, cosa así de un 60 ó
65 en cada centenar de pesos duros? Y ya el terreno falta
para los que lo quisieran poseer. Bien ha- cen los que hoy
rigen la vida guatemalteca. La raza indigena, habituada, por imperdonable y bárbara enseñanza, a la
pereza ins- piradora y a la egoísta posesión, ni siembra,
ni deja sembrar, y energico y patriótico, el Gobierno a
sembrar la obliga, o permitir que siembren. Y lo que ellos,
perezosos, no utilizan, él. ansioso de vida para la patria,
quiebra en lotes y lo da.- Porque sólo para hacer el bien,
la fuerza es justa. Para esto sólo; siempre lo pensé.
Cultivar, emprender, distribuir; como arrastrado por
secreta fuer- za ciega, ta! mente guía al que preside hoy a
Guatemala. La rique- za esclusiva es injusta. Sea de
muchos: no de los advenedizos, nuevas manos muertas,
sino de los que honrada y laboriosamente la merezcan. Es
rica una nación que cuenta muchos pequeños propietarios. No es rico el pueblo donde hay algunos hombres
ricos, sino aquel donde cada uno tiene un poco de
riqueza. En economía política y en buen gobierno,
distribuir es hacer venturosos. Hay grandes gérmenes:
descúbranse y desenvuélvanse. Hay vastos campos:
siémbrense y aprovéchense. Enseñar mucho, destruir la
centralización oligárquica, devolver a los hombres su
personalidad lastimada o desconocida: tales cosas
propónese y prométese el gobierno actual en Guatemala,
que pone contribución sobre los caminos, pero con ella
abre escuelas. El Presidente suele traer entre su escolta
pobres indios, pobres ladinos, que recoge por los míseros
campos para que sean enseñados en las nuevas escuelas
de la capital. Vienen con los pies desnudos:- vue!- ven
profesores normales. Traían la miseria cuando Barrios
los re- cogió, llevan a sus pueblos una escuela, un hombre
instruido y un apóstol. Sepan cumplir y agradecer. Lo sé
bien y lo veo. Presidente y ministro anhelan atraer gente
útil, que lleven una industria, que reformen un cultivo,
que esta- blezcan una máquina, que apliquen un
descubrimiento. No parcos, pródigos son de dádivas.Hay afán por ocupar a los inteligentes. Los hombres de
campo tienen allí su techo y su mesa. Quiere el gobierno
que den ejemplo, inteligencia y fuerza a los campesinos, a
menudo desidiosos, del país. Resucitar: esto quiere el
Gobierno. Cultivar, emprender, distribuir. Honra ahora
allí el Ministerio de Gobernación, encargado de los
asuntos de tierras y repartos, un hombre grave y
modesto, Don José Barberena, amigo de su patria. Elogio
de un hombre que otro hombre puede hacer sin sonrojo.
Se anima hablando de! crecimiento de la riqueza, de las
empresas proyectadas. Todo 10 explica, facilita y
favorece. De él hube datos, y debo decirlo en justícia.
Entusiasta De manera que es forzoso volver a hablar de!
jugo excelso. Por Zacapa el más estimado es el de
Quezaltepec, que viene siendo cerro de quetzales. Y tcómo
ha de haber nada malo donde hay un ave tan hermosa?
Muy bella, porque no se dobla a nadie. Es fastuosa esta
producción en toda la República. Tarda, en la Costa Cuca
sobre todo, dos años en dar fruto, si es de trasplante; tres
si es de semilla. Produce generalmente cada árbol de
cuatro a cinco libras, sin que sean raros los que dan seis.
Quien tiene 25,000 árboles, tiene mi! quintales al año de
café. En la tierra muy caliente dura la planta poco, pero
en la media, vive sin riesgo largo tiempo. Colosales
gradas llevan de la costa al interior de! continente. A más
de la Costa Cuca, rinde cosecha desusada toda la faja de
la bocacosta, en la grada primera y la segunda, que
llevan en fértiles y ascendentes ondulaciones a las
altiplanicies de la comarca. Favorece a la planta la
tierra de San Marcos, .de altiva gente, de dos
temperaturas, de bellas perspectivas. Como tierras
cercanas a volcanes, por excelentes son tenidas las de!
Atitlán, de Santa María, de! Pacaya. Y a todos estos
terrenos únense la bocacosta de Patulu!, la es- timada
Santa Lucía, Cotzamalhuapa, Siquinalá y las extensiones.
blandas al arado, que hermosean el Sur de la antigua
Guatemala. Y como si la tierra caliente no fuera bastante
a producir el pre- ciado fruto, la templada no le va en
zaga. Bien es verdad que no se da el café tan pronto en
esta como en aquella, pero el grano de temperatura
moderada es superior, según hábito y afirmación de
discretos cultivadores, al de temperatura ardiente. Dase
por esto bien en Amatitlán, la trémula amenazada de!
Pacaya; que es bien 152 OBRAS ESCOGIDAS. ‘f. 1 153 que
junto al volcán de la tierra se dé el jugo volcánico
animador de la pasión y el pensamiento. Y no menos bien
se da en Petapa. Prodúcese en Guajiniquilapa, mas no con
tanto éxito. De Amatitlán hablamos y de su espléndida
laguna y de la sor- prendente del Río Dulce. Tierra de
lagos es p: les Guatemala, que a par de estas bien merece
memoria la laguna de Ayarza; tendida sobre cráteres, por
nadie alimentada, y alimento ella de muchos
manantiales. Cosa que hace creer que en la erupción de
un volcán o de los dos volcanes sobre que descansa, quedo
formado un pozo artesiano natural. Se ama más la
Naturaleza alrededor de la laguna con su ex- tenso
horizonte, con sus planicies fértiles, con su abundancia de
brazos, los más recios por cierto para el trabajo y más
volunta- rios, como se dice en lengua campestre, que hay
en el país. Y se desea la ciencia para conocer
hondamente el raro misterio. Tiene la laguna de 3 a 5
leguas de largo, y a medida que la sonda adelanta nótase
que se hunde, como si las pendientes laterales for- maran
embudo, en progresión verdaderamente rapidísima. a 150
varas de la costa, y no alcanza ya la sonda. Llégase
Responde aquella tierra amantemente al golpe más
perezoso del arado. No se resiste, sino que se brinda. Está
fatigada de su inac- ción, y se abre en vida. Todo prende
en aquel territorio afortunado. Diérase y dase el café con
gran riqueza. Crecen silvestres muy ju- gosos pastos.
Gimen desiertas las praderas vastas. Y esto a 25 le- guas
por buen camino a Guatemala, a 20 de la costa del
Pacifico, cuando por toda carga , icuatro reales cuesta
llevar desde la cerca- nía de la laguna cada quintal a
Guatemala! Soberbia hacienda la que pudiera hacerse
allí, y mucho más de una, con tan hinchado seno, con tan
extensos brazos. Aleje- mos, alejemos libros y papeles y
vayamos, como Cincinato, como Washington, como mi
profesor de griego, a sembrar trigo, a vigilar ganado, a
cultivar cerezas. Mi profesor de griego es un gran hombre.- Lioró, porque nos dejaba presos, cuando él salia
libre de la cárcel.- Son, pues, buenos sus ejemplos. ;Y por
Verapaz, donde se da todo? Por Gualán crece bien el
cafeto, y el río Motagua, de famosa boca, arrastra cn sus
ondas las flores blancas del cargado arbusto. -Y también
crece en la parte fresca de las costas del Atlántico aunque
estas, más que para café, para caña están hechas, porque
crece lujosa y se exportaría el azúcar fácilmente.
Cultivííndola anda por aquellos rumbos, y él mismo es
maestro de azúcar, humilde purzfero, uno que fue
gobernador de Nueva Orteans.-- Cincinati Sino. Y por
Cobán se da el fruto nectáreo, con mejores condiciones en
los lugares apartados de la cabecera. iOh, café rico,
generoso don de América, que en corrientes de vida
vuelve a Europa el mal que entre tan preciosos bienes le
hizo! Mme. de Se\: igné, la de las bellas cartas, no debió
tomar nunca buen café. Y en la demolición de Europa
vieja, por Voltaire emprendida. <cuántas armas terribles
no se habrán templado al ardor de nuestro jugo
americano? Destronado el té tibio, padre oscuro del
amargo spleen de los ingleses. y del cobarde laxamiento
de los chinos, pierde también corona y cetro el alimentoso
chocolate, tan gustado de los españo- les y los clérigos, sin
que falten humildes seglares, y de todas tierras, que a la
sabrosa bavaroise parisiense, de aquel lindo café que
asoma muy cerca de los Bufos, prefieran una taza de
Tabasco, o una de buen cacao guatemalteco. Enojoso el
cultivo, y aminorando de consumo, no faltan, sin
embargo, capitalistas que intenten su exportación, ni
hacendados que abastezcan el sólido gusto que en
Guatemala se tiene por el, en verdad, muy nutritivo
chocolate. Con poco azúcar lo usan, pero ta qué, sí lo
sirven blancas manos? Lo que de veras ha de preocupar
a las gentes honradamente ambiciosas, es el seguro
bienestar que se conseguirá en aquellas tierras dando
incremento a la ganadería. Porque el ganado esca- sea y
es solicitado. Se le compra barato y se vende caro. Como
la demanda crece, la oferta encarece. Si se tiene dentro,
iqué gran ventaja para los tenedores!; ahora hay que ir a
buscarlo fuera. Centuplicarían los capitales destinados a
esto.-“ Con criar cerdos, esto es, con dejarlos comer, me
decía un ministro, se hace uno rico.” Yo pregunté en
Escuintla, y tenía razón. De 17 a 22 pesos se compran
míseros novillos, en 35 pesos se venden; luego, y en 55
sonoros duros, un buey gordo. iY son por todas partes
tan fáciles los pastos! y ilos hay tan buenos por Salamá,
por Cobán y por Ayarza! Huehuetenango. el
departamento de hermosa cabecera, es rice en esta
producción, y como en Jalapa y Jutiapa hay buenos
pastos, muy macizos, para allá se encaminan los
especuladores. Y hacen bien, que una gran fortuna
merece cl trabajo de buscarla. No hay en la tierra más
vía, honrada, que la que uno se abre con sus pro- pios
brazos. Así lo entienden los franceses que por Gualán
tienen cafe. los americanos que por Salamá hacen vino.
los ingleses que por Iza bal tienen ganado. 154 Jo& Marti
OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 155 CQué madera es esta, tan
flexible, tan blanda, tan dúctil por su cara del corte?
Guatemalteca es, y un guatemalteco esta labrando en
ella. Ah! isi la conocieran los grabadores europeos! Es el
huachi- pilin suave y rojizo, que reemplaza con justo éxito
al bru afamado de Turquía. Porque en maderas, como en
todo género de producciones ame, ricanas, Guatemala es
madre infatigable. Ella tiene el veteado gra- nadillo, el
ébano lustroso, el duro ronrón, de vetas negras: el inflexible guayacán, el maqueado brasilete. Y allá por ef
Petén re- bosa la caoba, cansa el cedro. Por cierto que en
el Petén, más rico en ruinas que en hombres trabajadores,
hay un muy bello lago, el de Itzá, y en medio de él se alza
la capital, canastillo de casas. ciudad de flores. Y jcuánto
natural producto, abandonado sin aplicación! Porque el
maguey crece, se da el hule en los bosques, el algo- dón
brota en la selva. Los campesinos de las comarcas del
Atlántico secan sobre def- gados cujes pálido tabaco, que
sería mejor a estar cuidado. Y como la hoja pura va
desterrando a lo que por allá llaman cigarrillos de fusa y
dobladores, y por Yucatán llaman, aunque en distinta
forma, joloches, fuerza es que la producción del tabaco,
libre y pro- tegida, se vea pronto en estado de dar abasto
a la creciente peti- ción, sin acudir para ello a muy raros
tabacos extranjeros. Se in- tenta en las haciendas un
ensayo. Mis laboriosos hermanos de fa- milia, maestros
en el cultivo, vendrían alegres a hallar ellos pan de
destierro, ganado en honra de la industria y bien del país.
Y del hule, si como hoy no se le desdeña, podrá sacarse
gran partido iCon qué placer leí yo, ni sé en dónde, hace
unos días: “Hule mexicano”! Y como es tan útil, tan
abundante y tan fácil, apenas conocido, como el maguey,
abrirá al victorioso porvenir de la activa Repú- blica
nuevos caminos. Con el maguey múltiples los tiene. Muy
preso yo, me hicieron poner ropa de corteza de árbol,
hecha en los Estados Unidos. Ras- paba y hería; pero era
por la patria. La del maguey seria mejor. Tónicos,
líquidos, bebida vegetal, vinagre y bálsamo, papel y tela
podrían lograrse de la planta fértil. El país trabaja, y
com- pra. No sólo los agricultores, sino los industriales
hallarán en Guatemala gran quehacer. Porque la ciudad
sin dejar de ser pro- pia. entra a ser francesa. Se afinan
los gustos, naturalmente deli- cados. Lo superfluo se va
haciendo ya preciso. El patriarcado reza el rosario, se
hace viejo, y cede su lugar al confort. Arreos y telas de
México, manta barata y buenos casimires, sombreros y
sarapes, airosos fustes y piedras de ónix, telares de los
Estados, iqué hacéis ociosos? Ejemplos múltiples daría yo
ahora de fáciles riquezas lo- gradas en los que fueron
dominios de Alvarado con trabajos breves. Y los mineros,
iqué no investigan? Por Izaba1 extraen ahora oro, y al
cebo de Belice y rumbos varios han acudido aventureros
numerosos. Señala la pública voz minas de plata
inexplotadas. Y ahora que el carbón de piedra inglés va
escaseando, que el vizcaíno encarece, ipor qué no
examinar los osados las entrañas de la tierra, que así,
dando carbón, producen oro? El trabajo convierte en
ama- rillo lo negro. Es milagroso el trabajo, Bien, pues, y
de veras bien. La tierra es rica; por ella misma, por los
honrados hábitos de los que la viven, por la enérgica voluntad de los que la gobiernan. Crear, extender, vivir; esto
se quie- re. El país no opone resistencia. Ama la limpieza,
está acostum- brado a la sobriedad, gusta del trabajo.
Naturalmente artístico, una vez despierto el gusto,
buscará con amor todo lo bello. Una larga dominación ha
quebrado un poco el carácter. Pero él resucitará. La
dignidad es como la esponja: se la oprime pero conserva
siempre su fuerza de tensión. La dignidad nunca se
muere. El país tiene la firme decisión de adelantar, va por
buen camino, piensa más en la agricultura que en la
política. La política gran- diosa es el primer deber, la
mezquina el mayor vicio nacional. Ni la pereza, ni la
incuria son vicios guatemaltecos. Gocé mucho vien- do a
un ladino, allá en el fondo de un monte, leer atento,
mientras su hijo aderezaba la carga, un libro de muestras
de centrífugas. Los indios apáticos se quejan, pero el
gobierno respeta a los bue- nos- fy hay tan buenos!- y
pasa por sobre los tercos, raras veces malos. -Allá, por la
Antigua, hay fímpísimos pueblos que obedecen a un
gobernador indígena, que lee periódicos, que sabe
francés, que con el ejemplo y la palabra enseña virtudes,
y en el humilde campo estableció y mantiene escuelas. Los
inteligentes agricultores, los útiles mecánicos, los
industria- les prácticos, hallarán en Guatemala una
tierra que paga de sobra el servicio que se le presta, un
hogar afable y un cimiento de fortuna. No se rechaza al
extranjero bueno: se le llama y se le ama. Hay
impaciencia por ver cumplida una alta obra: la grandeza
patria, basada en la prosperidad. Cuanto ayuda a
producir es ayu- dado. Se piden hombres, no se les
rechaza. No son como en Jauja, de terrones de azúcar las
casas, pero allí, con la miel de la buena voluntad, el
azúcar es muy dulce. 156 losé Maffi OBRAS ESCOGIDAS.
T. 1 157 Y en el alma de Guatemala no hay músicos,
poetas? ;no hay artistas, no hay pintores, iNada a nadie
dijeron las palmas de la Antigua, las palmas de
Amatitlán, las flores sobres los cráteres, los verdes
cañaverales escuintlecos? Y el amor ;no sollozó? Y la
historia ;no se pintó? Y la simpática malicia guatemalteca
eno ha- lló lira? iOh, si! iHay poetas queridos, hubo
buenos pintores, hiciéronse grandiosas escu! turas, se
cultivó el alma tanto como el campo! Y iqué triste un
cultivo sin el otro! Capitulo de poetas. Cuando murió
José Batres, un gran poeta, dijo Alcalá Galiano, un gran
orador: “Harta enfermedad tenía él con vivir.” José
Batres nació en Guatemala. Supo francés e italiano, leyó
a los enciclopedistas y a Casti; ciñó espada y tañó el laúd,
vivió digno y murió joven? temía no gustar y gustará
siempre. El orador español tuvo razón. Alma grandiosa,
cantó con metro épico afectos concentrados y sobrios.
Sufrió como Bécquer, amó como Heme, cantó poco porque
tenía poco grande que cantar. Murió de vida, corno el
autor de las Rimas. Se reía, pero se moría. Los que lean
las sabrosas estrofas de “El reloj”, las picarescas
descripciones de don Pablo, ni a Lope, ni a Villaviciosa, ni
a los satíricos de Italia echan de menos. Un verso de Pepe
Batres no se olvida nunca. Hubiera sido amigo de Manuel
Acuña. El era pulcro, casi adamado, observador, temido,
agudo. Superior al mundo habitual, se vengó de él, ioh
noble alma!, legándole, a modo de pintura de ridiculeces,
inimitables y vivacísimos poemas. Como Ercilla la
heroica, manejó Batres la octava burlesca. Ningún
consonante. le arredra, y de in- tento como Bretón, los
amontona difíciles, y como Bretón, triunfa siempre de
ellos. Sus descripciones ora gráficas en una frase, ora
ricas de vericuetos y detalles; sus pintorescas
enumeraciones; la burlona amargura con que flagela el
falso pudor, la necia petulan- cia, la monjil severidad, la
vanidad ridícula; los raros, desusados y valientes giros
con que matiza su lenguaje; la rica instrucción literaria
que revelan sus naturales alusiones; el seductor descuido,
las inagotables sales; los punzantes episodios; la
filosófica sensa- tez; el castizo abandono de aquel
ingenioso que sabía elevarse como el águila, gemir como
la paloma, vivacear como la ardilla, hacen del vate
guatemalteco, injustamente olvidado de los que estudian
la América, una extraña figura, pálida, profunda, entera,
hermosa y culminante. Era en la conversación general
idemasiado serio! o silencioso. No lo entendían, y se
ahogaba. Dotado de potencia inmensa de observación, se
hizo satírico, porque tenía que hacerse alguna cosa. En
este género lo juzgan, y esto es equivocado. Aquel laúd
estaba vestido de luto; no colgado de cascabeles. Cuando
escribía íntima- mente, y en la intimidad hablaba, leerlo u
oirlo dolía. Era una desesperación severa, sin satirismos
falsos, sin byronismos imita- dores. Lo comparan con
Espronceda; vale más. Para juzgarlo, no ha de leerse lo
que hay suyo, que es lo menos valioso y es poco; ni se
puede leer lo que religiosas preocupaciones destruyeron,
y fue muy bueno y mucho; de juzgársele ha por lo que en
lo que hizo reveló que haría. Amó y practicó lo bello en
toda forma. Gustaba de verse elegante, y elegantemente
hablaba y discurría. El pintó un desierto en estrofas que
secan y que queman. Pintó un volcán en versos que
levantan y dan brío. Pintó un muerto de amores,
dignamente doliente, en unos breves versos que todos
saben, que todos admiran, que son muy sencillos, que son
muy grandes, que los extraños copian: “Yo pienso en ti.”
Desdeñó el amor como amorío, y lo profesó como religión.
Fue mal político, leal hermano, notable músico, profundo
conversador, bravo soldado, excelente prosista y gran
poeta. No tiene tumba. Descansa en la memoria de sus
enorgullecidos compatriotas. Donde escribió, grabó.
Donde censuró, curó. Lo que imitó, real- zó. Desconfió de
sí mismo y amó puramente. He aquí su epitafio. Cuando
yo venía, un año hace, animada de sueños la frente y frío
de destierro el corazón, del caluroso Izaba! a la templada
Gua- temala, en una aldehuela que llaman el Jícaro, luego
que hube visto pasar, en brillante cabalgata, el cortejo de
dos risueños novios, eché pie a tierra en casa de un
ladino, decidor, fanfarrón, letrado y tuerto; cosa esta
última que tiene en el carácter más importancia que la
que le es generalmente concedida. Enseñado que me hubo
una mohosa tajante, que dice que cercenó cabezas en más
de una batalla fratricida, y una mazorca de maíz, que por
allá llaman de fuego, porque, echada la semilla, a los
sesenta días da fruto; y convenido que fue que los indios
tinecos, de por San Agustín,- de quienes el ladino estaba
quejoso- son gente hosca y rebelde, muy apegada a lo
suyo, muy reacia a lo nuevo y muy enemiga de los curas
malos;- comenzó el ladino, para dar tiempo a que me
frieran unos humildes blanquillos, a re- citar, mal que
bien, una buena fábula. La primera redondilla me hizo
alzar la cabeza; la segunda, fijó mucho mi atención. iQué
gracia y animación! iqué rima tan nueva, a veces brusca,
pero siempre atinada y original! iqué copia de la
naturaleza! iqué observaciones tan americanas! iqué
propiedad al fin, y qué olvido de esos convencionales
apólogos del indio Pilpay, y el liberto Fedro, y el
rubicundo Lafontaine, y el amanerado Sa- maniego! 158
Josi Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. I -Eso es bueno, decía el
ladino. Así para el venado las orejas; como él dice, mueve
la cola, así de ese modo se pone la trampa; me parece ver
saltar al animalito. Oh, elogio perfecto, tan apetecido y
tan raro: ser hombre de ciu- dad, y ser admirado, en cosas
de campo, por un hombre de campo! El fabulista, ya ido
de la Tierra, es García Goyena: bien haya el que hizo en
Guatemala lo que en Cuba hizo Jeremías Docaranza, José
María de Cárdenas: americanizar el apólogo. Censurar
nuestros defectos con nuestros animales y nuestras
plantas. Acomodar a nuestra naturaleza las moralejas.
Tomar de nuestra naturaleza nuestros ejemplos.
Picaresco en tos epigramas, severo en las epístolas,
ingenioso en los múltiples jueguecillos de talento, en su
tiempo, de moda, fue García Goyena siempre en el
pensamiento, intencionado; en los gi- ros, variado; en la
rima, atrevido, aunque a las veces no muy pre- ciso ni
correcto. Amante de la Naturaleza, y observador
profundo de ella, en las fábulas de García Goyena, que
son de vez en cuando más que máximas oportunas,
inimitables descripciones, y graves y nuevos consejos, se
aprende esa simpática ciencia animada- de los árboles, y
de las aves, de las flores y de los frutos, sus costumbres,
sus amores, sus peculiaridades, sus cualidades
dominantes. Cáustico en política, práctico en mora!,
exacto en ciencia, nuevo en la invención, rico en
literatura: ese es García Goyena. Hay en la Escuela
Norma!, que en la educación generosa, tole- rante,
aplicable y liberal, completa la obra del Gobierno en la
polí- tica, unas muy animadas reuniones de hogar, donde
a tiempo que se familiarizan con la vida socia! los
educandos, se hace buena música, se dicen discursos, se
cantan correctamente bellas piezas, y se leen a menudo
buenos versos. Cosa de familia, con buena vo- luntad y
con perfume. Gozo yo con que el que la haya establecido,
y recoja ya sus frutos de apostolado, sea un cubano,
amigo de los hombres: José María Izaguirre. A aquel
proscenio humilde subió una vez un elegante mestizo, de
esbelto cuerpo y rizada cabellera. Y dijo una muy larga
tirada de versos que él llamó fábula, como la llamó su
autor, y tiene sin embargo los tamaños de un poema
didáctico, apológico sí, pero a más, en el fondo
interesantísimo, y en la vestidura, magistral. Origina!
urdimbre, sonoro endecasílabo, fáciles asonantes, corte
osado del verso, más cuidadoso del pensamiento que de la
cesura, hábil enseñanza en deliciosa forma, tal fue y asf
me cautivó, la, por desventura, única producción
conocida de fray Matias de Cór- doba, ya muerto: “La
fábula de! León.” -Trozo es ese que hace a un poeta: revela
reposo de carácter, evangélica bondad, clásico es- tudio.
iQuién no sabe en Centro América algo de los tiernos
Diéguez? Dos hermanos fueron, Juan y Manuel, tan
apretadamente unidos que lo de uno parece de! otro.
Patria ausente, montanas queridas, ríos de la infancia,
flores de la tierra, ilusiones- flores del alma, penas de
amor, de vida y de destierro; todo esto tiene en estos
laúdes gemelos los tonos de un sentimiento, no prestado,
común, ni preconcebido, sino sincero, suave y blanco.
Canta la tórtola por la tarde, y cantaban los dos
hermanos Diéguez. Su llanto es dulce y refresca, su
esperanza es honrada, y anima, sus sueños son posi- bles
y consuelan. Yo los llamo poetas de la fe. Hubo itambién
muerta! una poetisa en Guatemala, amiga de Batres,
famosa decidora, que no dejó suceso sin comentario, hombre sin gracioso mote, defecto sin epigrama, conversación
sin gracia. Talento penetrante, alma ardiente, rima
facilisima, espíritu entu- siasta, carácter batallador, fue
Maria Josefa García Granados, por mucho tiempo
animación y para siempre gala de la literatura guatemalteca. Ella no desdeñaba ir a las prensas, publicar
papeles, provocar controversias, sostenerlas con brío. En
prosa como en verso escri- bia con sólida fluidez. Era
abundante, pero tanto en pensamientos como en versos.
Lo serio de ella no vale tanto como lo incisivo. Anda casi
en secreto un “Boletín del Cólera” ,- de los tiempos en que
el aire me- fítico de! Ganges sopló fuerte, y ella como
Molíère la emprendió con los médicos,- que es cosa de no
dejar aquella ocurrentisima y castiza sátira un solo
instante de las manos. Picantes ensaladillas, difícilesnunca vulgares- charadas, por ella levantadas a género
digno de estudio y de cultivo, porque en sus versos
adquirió siempre gracia, a veces ternura, a menudo
profunda expresión lírica; retra- tos, anacreóntícas,
canciones, epitalamios y letrillas; ir y venir de vivas
réplicas; diaria y siempre nueva discusión de sucesos
gran- des y pequeños: tales fueron los culminantes
caracteres y múltiples empleos de aquel extraordinario
espíritu, de aquella mujer viril, de aquella lira fácil y
elegante. Marure se llama el historiador de las
revoluciones en Centro América, valioso libro que el
Gobierno reimprime ahora y que al- canza hasta el año
1852. La ira de partido persiguió al muerto hasta su obra,
y la última parte de esta, por muy notable tenida,
desapareció sin ser vista de nadie. Costaba entonces
trabajo por alli ser liberal, y liberal fue el libro de
Marure. Muy niño yo, admiraba ya en la Habana la
concisión de estilo, corte enérgico de frase, mesurado
pensamiento de un letrado gua- 160 10si Marti OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 161 se empeño en en trar a caballc a
tomar posesión de su arzobispa- do; ya una resistencia, a
veces cómica, a hacer todo lo que, siéndole aconsejado, no
hi ecesen los demás antes que él; ya como hizo que en el
panteón de Catedral le variasen el lugar destinado a
tumba suya, porque alli habia una claraboya y no quería
que le entrasen a molestar despuéís los gatos. Pero con
todo esto, si no como valiosa prenda de dicción, como
consejero históric 0, cúmulo de detalles, color de época y
juicio de ]os hombres, biefl merece el libro del arzobispito,
que así es lla- mado, un puesto Monroso en una biblioteca
americana. En punto a h istoria, si no nueva en todo,
nuevamente escrita, dan quehacer a jas manos y fatiga a
]a mente, en este imtante mismo, escritores distinguidos,
alguno de ellos, el doctor Mon- tufar, guerrero ya
probado en las lides de la tribuna y de la prensa, de]
folleto liberal, de la instrucción histórica, de la discusión
viva y constante. Guegrea bravamente en este campo.- 8
él está enco- mendada ]a moderna parte de la historia.
Don Ignacio Gómez, lite- rato de nota muy justa, versado
en lenguas y todo género de crítica y poesía; conocedor
del mundo viejo y nuevo, caliente en el decir y en el
escribir flacizo y muy galano, ha la tarea de redactar otra
importante época reciente; y a don José Milla, de fácil
vena, de erudición notoria, de ocurrente lenguaje y vivas
sales, toca la his- toria de] que fue Reino y Capitanía
General de Guatemala, desde los tiempos en 4 ue por
tierras y princesas peleaban Kachiques, quichés y
zutujiles, hasta los brillantes días de aurora en que la
animada palabra del polemista y orador Barrundia, la
vivaz acti- vidad del abogado Córdova, y las duras
consideraciones de Molina, dieron en tierra cOn lOS
ItIWOS y feudos COlOnialeS. temalteco, para quien no
era cosa nueva oír decir que escribía a modo de] egregio
prosista Jovellanos. Rebusqué luego para hacer unos
cuantos versos dramáticos so- bre el día patriótico, la
librería nutrida del señor don Mariano Pa- dilla,
americanista religioso, minucioso bibliófilo,
coleccionador in- teligente, y hube ocasión de asombro
con leer los más humildes papeles públicos que, por los
años 15, y 19, y 21, y 25, y 30, veían con animación hoy
olvidada, la curiosa luz. Brio en la idea, sen- satez en el
deseo, pureza y sobriedad; sobriedad sobre todo, en la
dicción. Aquellos escritores, periodistas, algunos de ellos
principian- tes, escribían como diestros académicos. Leí
entonces a Marure y mi celebración creció de punto. Ni
quiso ser Tácito, ni había para qué serlo, que no hay más
repug- nantes cosas que sentimientos e indignaciones
postizos; pero salvas algunas explicables vivezas de
partido, conserva la larga obra el tono histórico sin
hinchazón fastuosa, sin familiaridad censurable. Habla
no como quien lucha sino como quien observa:- y ese ha
de ser el tono de la historia. Ella es un examen y un juicio,
no una propaganda ni una excitación. Era en aquel
tiempo muy corriente en Guatemala leer los libros que en
Francia prepararon, con Holbach y D’Alembert, y
cumplie- ron con Desmoulins y Dantón, el más hondo
trastorno que recuer- dan aterrados los siglos. Amén de
este contagio de giros, inevita- ble cuando se lee, como
Marure debió leer, mucho francés, bien puede aquel
estilo, reposado y serio, servir de útil modelo a los que en
literatura hallar una manera, que, sin dejar de ser
caliente, responda por su templanza a las severas
exigencias del criterio. Hay corte antiguo en la obra
celebrada de Marure. Historiadores no han faltado a
Guatemala; ni le faltan en este instante mismo, ni
escritores galanos, ni sentidos y jóvenes poetas. En punto
a historias viejas, tiene la antiquísima, la candorosa, la
religiosa y crédula, pero benévola y en datos rica, del
buen pa- dre Juarros, sencillo narrador de las épicas
luchas de los indios y minucioso cronista de frailes,
misioneros, cofradías, imágenes, sol- dados y conventos.
De otro padre es otro libro, sin tanto alcance ni tanta
amenidad, aunque curioso: las Memorias del arzobispo
García Peláez. Hombre afamado de humilde, pero
pertinaz, acre y turbulento. Hacía cari- dades, y en
cuenta se las tengo, pero como una vez le dijesen que
quería hablarle un señor, y resultase que el señor era el
maestro sastre, respondió con muy poco evangelismo:-“
Pues ese, ni es señor, ni entra.” Pero él, aunque menudo
de cuerpo y tenaz como un vizcaíno, era un hombre de
enérgico carácter, de firmeza en sus derechos, de
verdadero valer. Cuéntase de él originalidades sin
término; ya que exigiendo- a lo que dicen- un asno la
ceremonia, No debo, pues que de libros hablo, callar una
publicación re- ciente, a los esfuerzos debida del que ha
sido para estas páginas tan rapidfsimas, casi escritas
entre 10s cerros y a caballo, mi ge- neroso introductor. Es
el libro la Galería poética centroamericana, que ahora
revisa, reforma y con patrio celo aumenta su autor, tan
hábil ministro, cuanto estudioso hombre de letras y
elegante poeta, Ramón Uriarte, de quien más bien no digo
porque no pueda tomar- se a pago del que él dice de mf.
Hacense a menudo estudios y publicaciones que, en forma
de ligero folleto, van de mano en mano. Ya publica
Antonio Batres, de pulcra pluma y sólidos estudios, un
buen estudio sobre bellas artes; ya Agustín Gómez, que
maneja bien su lengua, historia con fidelidad la
institución de 10s cónsules; ya se cruzan alegatos impresos sobre acciones jurídicas, ricos en jurisprudencia y
en ca- ]or.- No es aun aquel movimiento del año 182],
guiado por la palabra arrebatada del histórico
Barrundia; pero ya se renace rá- pidamente de aquel
abatimiento enfermizo, -época de almas pos- 162 3osd
Malli OBRAS ESCOGIDAS. T. I 163 tergadas, de
dignidades dormidas-, en que hundió a la tierra de los
terribles volcanes y majestuosos ríos, el terror más que
una fuerza real, el látigo insolente de Carrera. Ya deben
ver la luz dos libros buenos: de blandos versos el uno; de
fiel, correcta y muy amena narración el otro. Forman el
primero las poesías de Francisco Lainfiesta, a quien
ungió la maga fortuna con la miel del idilio, de! sáfico y
de la égloga. Quiebra el verso airosamente. Tiene el
instinto prosódico, y el castizo. En lenguaje, adivina lo
que no conoce. En acentos, admira la espon- tánea
precisión de su censura. Yo le hice un sáfico, y él me
devol- vió inmediatamente veinte, dignos de Ventura de la
Vega. Tiene la intuición de la bella forma este poeta. De
más grave orden, aunque en apariencia sencillo, es el otro
libro nuevo, de memorias también, pero estas de! general
Migue! García Granados. Ajedrecista y estratégico,
enamorado de César y concurrente asiduo al café de la
Regencia, la observación y la atención son condiciones
dominantes en el genera! guatemalteco. Como él vivía ya
en los tiempos de la independencia, y conoció a los
hombres que entonces privaron, y anduvo en guerras, los
describe entre sueltas relaciones, con justa apreciación y
amena gracia. Libro será este, para el de letras,
agradable; para el de armas, útil. No desmerecen de
Larra el viejo ciertos párrafos de! libro. Pero entre estas
publicaciones, como el Acultzingo entre los montes, como
el Ixtacihuat! entre los volcanes, como la resurrección
después de la inercia, como Ia irradiación después de la
tiniebla, viene a su puesto el Código Civil. <Qué es? La
justicia a mano, en español, de modo que pueda
entenderla todo el mundo. Se echa abajo una casta de
intérpretes y se ponen en breve claridad utilí- simos
principios. Dejan de ser los abogados augures para
comen- zar a ser sacerdotes. Se ha aprovechado para el
Código todo lo nuevo, se ha repelido todo lo intrincado,
lo repetido, 10 laberíntico, lo añejo. Primitivas
disposiciones del Fuero Juzgo, cándidas- aun- que
honradas,- prescripciones del Código alfonsino; locales e
ino- portunos mandamientos de las Ordenanzas- iqué ha
de hacer en América lo que se mandó para Nájera?sujeciones señoriales de la antes sabia ley de Toro, han
venido a tierra precedidas de un vigoroso informe, bello
en la forma, sintético en la expresión, per- fecto en el
método, debido todo a la instrucción juridica y reformador anhelo de Montúfar. Quedan aún en pie, porque se
juzgó que no podía hacerse todo de una vez, instituciones
ya bien muertas. Queda el matrimonio eclesiástico que
es cosa de Dios, surtiendo efectos civiles, que son cosa de
los hombres. Queda así ilógicamente sujeto a la Iglesia el
Estado, cuando bien pueden ser dos poderes mutuamente
respe- tuosos, el uno juez de lo temporal, de lo incorpóreo
el otro. Pero han venido abajo los dilatados
procedimientos, las infamantes pe- nas, la
impersonalidad de las mujeres, la larga minoría de edad,
la restitución in integrum, las trabas enojosas a la
circulación libre de bienes. La luz se ha hecho sobre los
escombros de la Curia Filí- pica, red intrincada,
ahogadora de los ingenios verdaderos. La mujer es
persona. El menor es persona. La tutela no es una
granjeria. El juicio es rápido. Las penas son más dignas.
Los he- redamientos serán claros. La que puede ser madre
puede ser testi- go. Las excepciones castellanas no
aprovechan a los habitantes gua- temaltecos. A vida
propia, derecho, en lo necesario, propio.- Tales motivos
guiaron y tales efectos consigue el Código Civil, con natura! regocijo, promulgado entre el amor de los abogados
jóvenes y el pueblo agradecido, y la resistencia de los
letrados de antaño, prendados de las sutilezas de!
“Sancho Llama” y la oscura pro- fundidad de! erudito
Pérez. Los códigos nuevos, prez de la administración
restauradora de los derechos verdaderos, han sido por
los extraños celebrados; por los hombres hipócritas,
mordidos; por los sinceros amigos de! país, recibidos con
júbilo vehemente. Ese día mereció ser blanca y azul la
muy linda bandera guatemalteca. Y se añadió al escudo
de Guatemala, aunque en él no figure, un libro abierto.
Ese día, el quetzal lo fue más. Los jóvenes dotados de las
copiosas aptitudes comunes a los hombres de estas
tierras, echado ya hacia atrás el manto de cade- nas que
la dominación del hombre de los montes puso en sus espaldas; abiertas ampliamente las vías de! crecimiento y
del trabajo, se lanzan, sin concierto aún, ganosos a ellas;
se apoderan de los modernos libros, leen afanosos en
historia a Laurent, en literatura a Gautier y a Musset.
Quinet, Michelet, Pelletan, Simon, Proudhon, van siendo
ya libros vulgares. La ciencia amena se va haciendo
amable, como que amenizar la ciencia es generalizarla.
Médicos y abogados futuros, médicos y abogados
recientes coronan las calvas cabezas de Papiniano e
Hipócrates con los blancos azahares de las musas. Vagos
ensueños de americanismo preocupan a aquellas mentes juveniles: Matta, Gregorio Gutiérrez, Lozano, Prieto,
Palma, les son familiares y amados. Tienen ahora activas
sociedades, y vi alegre en las mesas de periódicos de
México las revistas que les sirven de órgano: El Por- venir
y El Pensamienfo. Aquella tiende a desarrollar el gusto
por lo bello; esta por lo grave; aquella por lo literario;
esta por lo científico.- Discuten, proponen, reglamentan,
eligen por sufragio, gustan de ver reunidas a las gentes,
dan veladas. Estos ejercicios de palabra, de discusión, de
socialidad, fortalecen el carácter, me- joran las uniones,
acentúan la cultura. La actividad es el símbolo de la
juventud. Apenas nacidos, mejoran visiblemente los
períódi- cos; lo que comenzó como un ensayo, adquiere
ya, con el estímulo 164 losé Mart i OBRAS ESCOGIDAS,
T. 1 165 y la crítica, serias proporciones. Al fin se lucha; se
despierta, se crea algo. Sobrada está Guatemala de
talentos, la Libertad !os hará muy pronto florecer.
Penetración, espíritu de independencia, impa- ciencia
noble e hidalguía: esto observo en los hombres jóvenes de
la mayor de !as repúblicas centrales. Tengo fe en ~1.1
naturaleza bondadosa, en su inteligencia clara, en su
costumbre de trabajo, en su honroso y seguro porvenir.
Más trascendental en fines, más grave en sus miembros y
en sus medios más poderosa, es la Sociedad Económica, la
de estantes de ídolos, la de patio muy bello, la de salón del
Renacimiento, con sus columnas de gigantes; la que
sembró el café, la que recomendó la caña, la que estudia
cuanto al fomento de la agricultura, a la mejora de las
artes, a la bondad, riqueza y belleza de la República se
dirige.- Su nombre va unido, de luengos años hace, a
cuanto hermoseamiento cobra la ciudad, a cuanta nueva
idea utiliza el campo. Sociedad de agricultura, de
educación, de bellas artes y be- lla literatura, de fomento
de minas, celebra sesiones, estudia co- marcas, protege
cultivos, experimenta siembras, publica periódico. Un
químico notable la dirige; propietarios, agricultores,
literatos y extranjeros ilustres son sus miembros. Ya
descubre y clasifica un molar de megalonix; ya
populariza ricos libros incógnitos; ya es- tudia las
planicies de la Verapaz, ya protege a los campesinos de
los peligros de las siembras. Fomentar: este es su empleo.
Por varones egregios sostenida, y hoy por el gobierno,
dice bien de un pueblo la larga holgada estancia de una
institución que ha sabido mantenerse, herida por hostiles
vientos, movida por las olas revolucionarias. Poco hace
encomiaba el eucalipto, iNo introdujera el hule y el
maguey! Artes y Sociedad Económica van aparejadas.
iQuién con más cuidado conserva los cuadros del famoso
maestro Merlo, la viva gallina, las húmedas flores?
CQuién socorrió con más amor a Bue- naventura
Ramírez, a aquel escultor reputadísimo, a quien venían a
conocer y pedían obras de las repúbiicas vecinas, de la
opulenta Habana, de Espana la artística? Hay por
Guatemala, en pintura y escultura, grandes nombres, y
más que nombres grandes aptitudes. Manuel Mer! o
llámase el autor de los correctos v anchos lienzos que allá
entre sombras saltan valiosos a los ojos’ inteligentes, en
la pintoresca capilla del Calvario. Original para inventar,
osado para componer, hábil para colocar, alejar y
acercar, dar perspecti- va, oscuro en el color, seguro en el
dibujo, bien puede Manuel Merlo ir a la par del suave
Pontaza, del fiel Cabrera, del místico Rosales, del
penetrante Jallá. Primera y segunda maneras tuvo
Pontaza, enamorado en aque- lla del cobre plomizo, de las
sombras pétreas, de las duras lineas, --< qué podía hacer
tampoco con el uso imperfecto, casi intuitivo, de tres
pobres colores?- Y en el modo segundo, ya pintaba Pontaza la bondadosa fisonomia de Santo Domingo, plegaba
con acierto su albo traje, animaba su escuela, embellecía
sus tentaciones, ponía en sus ojos grave mirada sobre el
tratado de ios Sacramentos. Tenía entonces, con más
color y más práctica, no aquella ruda perspectiva,
infantil composición y pueril ornato del cuadro, más
afamado que digno de fama, en que pinta la muerte de los
amoro- sos dominicos,- ibuenos siempre, hasta para
América buenos!- en Polonia; sino blandas carnes,
movibles plegaduras, nebulosas som- bras, delicados
contornos, miníaturesca precisión. Abigarramientos
alegóricos no le pueden faltar, que eran de la época y del
caso religioso, pero él era un muy original, muy delicado
y muy con- cienzudo pintor. Pintaba el rey Pontaza, y no
oscureció nunca la fama de la señora Vasconcelos;
extraña, no por su absoluto mérito, sino porque en
escasez amarga de maestros y recursos, en
procedimientos y en ideas, túvoselo todo que inventar.Adivinó la artista los secretos del color, los de la
perspectiva, los de la dificilísima carne humana. Dejó
Rosales, osado colorista, cuadros de caliente entonación
para el Calvario; pero el en su genero no imitado, el no
vencido íisonomista, el de pincel y lápiz segurisimos, ese
es Cabrera. Ha- bia convención en los fondos, dureza en
las ropas, porcelana en el rostro y en las manos; pero iqué
imitar! iqué ver y copiar enseguida! iqué ver y no
olvidarse nunca de haber visto! iQué casa en Gua- temala
no tiene un retrato de Cabrera, fondo ceniza, delineo
minia- turista, sonrojada la carne, muy pulido e! cabello,
exacto el ojo? iY no tuvo en s- u tumba más riqueza que los
versos ardientes de un poeta noble! Por San Francisco
había, y ya desaparecieron, unos pasajes de la vida del
santo, que pintó, con su rapidez del Tostado y Lope, el
muy fecundo, el asombroso Villalpando, que cubrió como
Rubens la Europa, de cuadros, más o menos bellos, nunca
malos, en días breves, palacios, casas solariegas y
conventos; el héroe inolvidable del poeta yucateco José
Peón Contreras, el inventor sin tregua, el agrupador sin
miedo, el dibujante sin fatiga, el vivo colorista sin
esfuerzo. Era en él pintar como soñar. Iba tan de prisa,
que parecía en todo un alma en fuga. Este gallardo mozo,
que recela de esa abierta ventana y a hur- tadillas
estrecha una mano picaresca que ella sola, morena y exquisita, habla y sonríe iqué mira, una vez cerrado el
balcón, a la luz tibia de la Luna? 166 Josi Marli OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 167 -Ve, dice a otro; este es de Julián
Perales, el escultor anti- güeña. Para Cristos no tiene
rival. Toca la madera y ya está san- grando. Esto que
tengo en mi bastón es el retrato de ella. No la ha visto, se
la pinté: vela cuán viva. Y dice el otro: -Admirable de
veras. Creía yo que lo mejor que él había hecho era aquel
famoso retrato de Morazán, nuestro altivo héroe, en
madera de café. -En España y Francia no quieren Cristo
que no sea de Perales. -¿ Y viste tú trabajar a Cirilo Lara?
--< Ese perezoso, ese extraño artista, ese atrevido artífice,
hace una fornida Venus de una haba, y de una semilla de
naranja un niño Jesús? -Algo más que eso. Ve el San
Juan que hace para Catedral. Con una mano señala a la
Tierra; con la otra, levantada, mira al Cielo. No está aún
pulida y es piedra burda; pero ya los colosales pliegues se
adivinan, la amorosa cabeza se destaca, natural es la
posición, buena la mano, bien tocada la difícil cabellera. Más fama tiene Quirino Castaño. -- Ganada la ha. El hizo
el muy venerado Señor de Esquipulas, el Cristo negro de
expresión doliente, de delgado torso, de estu. diadas
formas. -iAh, Esquipulas, la de la feria! -La de las
reliquias de oro, la del soberbio templo. -Gótico dicen que
es. -- Y mayor que la misma Catedral. Y asi se van el
enamorado y el amigo, diciendo que en 1640 apareció en
Guatemala el muy célebre Alonso de la Paz, y tallando
madera, hizo amén de obras gloriosas, un Jesús
Nazareno, riqueza de que está orgullosa hoy la iglesia de
la Merced, corpulenta y artística iglesia. Virgen hay de
la Piedad en el Calvario renombrado que incila a llorar:también llora ella. Esta fue obra de Vicente España,
discípulo que pudo y supo más que su maestro, el buen
José Bolaños. Y hay en Santo Domingo una hermosa
virgen india, trigueña, risueña, casi voluptuosa. Es una
virgen demasiado humana. No hay templo sin su
escultura predilecla. A bien que yo vi en París disputarse
reñidamente una Concepción menuda de Ramírez. Esta
contenta la Virgen madre; su ropaje azul ondula airoso,
su cuerpo esbelto pliégase a modo de arcángel que
asciende. Y de Ramírez, (ni el nombre sabían! El así
honrado, moría en tanto en su patria tan próspera y tan
agradecida, en terrible pobreza. Hay por Barcelona
copia abundante de imagineros. Ni viejos ni nuevos les
son guatemaltecos inferiores: han domado la ma- dera y
la han hecho hombre y mujer. Un triste dijo un día ante
una escultura de Santo Domingo: -- iOh que hermosa !
iParece que ha visto llorar a Magdalena! Y como la
Virgen de la Piedad tiene en el manto tan hermosos p 1
iegues ;quiCtn fuera católico para en la hora de la
tribulación ampararse en ellos! Afortunadamente hay
vivas vírgenes. Es cosa curiosa: en Guatemala los
músicos se distinguen por familias: los Andrino, los
Sáenz, algún Padilla*. Hay en la música guatemalteca,
limitada hoy a melodiosos val- ses, a religiosos y
solemnes himnos, a lánguidas canciones, cierto tierno
fraseo! ,cierta melancólica repetición, cierta recogida
dulzura, cierta expreslon de amores afligidos. Del país
fueron los primeros que en él cantaron con Oroveso,
Nórma y Polion. Fue aquel mismo empresario el autor de
un ímpo- nente Miserere, que en los maitines del Jueves
Santo, allá en la iglesia Mayor, esparce por las bóvedas
los amargos acentos de la culpa, las aterradas voces del
arrepentimiento, el súbito clamor de la conciencia, los
ecos amorosos del perdón,- de Benedicto Sáenz. El
protegido cilindro, el de la música doméstica, el que
amparó Europa y reformó, invención fue del P. Juan
Padilla, guatemalteco, que murió dando vueltas en la
mente a gigantescos pensamientos filarmónicos. Hay un
tipillo concreto, semidesnudo, burlón, vivaz, aparentemente hambriento, al que en Madrid llaman granuja y en
París gamin, y cerillero en México, y en Guatemala
vendeflores. Natu- ral agudeza, heroico sufrimiento,
raterías pequeñas y cómicas ge- nerosidades los
distinguen. Y es tal el musical instinto de la patria de los
Batres y los Diéguez, que cuando estos simpáticos
pobrecillos entran a vender flores o dulces a los
bulliciosos corredores del teatro, sea la música del
penetrante Verdi, del melifluo Bellini, del dificilísimo
Mozart, del poderoso instrumentista Meyerbeer, no se da
caso de que a la primera audición de la ópera no salgan
los pequeños tarareando con admirable precisión las más
difíciles arias, el momento menos comunicativo del nuevo
spartitto. Y en la hermosa sala, tibia para los aplausos,
unánime silencio censura una pequeña desviación de la
partitura casi por todos correc- tamente conocida. Y
apenas se estrecha una linda mano, que no acabe de tocar
los deliciosos acordes del Pensamiento de Cástulo
Méndez, los valses magistrales y rápidos de Arditi, las
bulliciosas fantasías de Leybach, melodías dolientes o
rápidas polonesas de Chopin. La música está allí en el
instinto artístico, en la afabilidad del carácter, cn el
rumor del aire grave, en el lánguido hablar de las
mujeres. 168 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T 1 169 Y
jc15mo vivía antes, oligárquicamente gobernada, esta
v2s: a República, de extensiones tan fértiles, de espíritus
tan ricos! En míseras escuelas, enseñábanse apenas
principios de doctrina, v Fleury, y Moral Cristiana, y
cantos cristianos, y un tanto, así comó superfluo, de leer y
de escribir.- Ni lastimar, ni poetizar son aquí mi misión:
mi misión es contar. Hoy cada aldea tiene escuela; con
SUS manos fabrican los padres la casa del maestro; del
haber del hijuelo se priva el campesino porque aprenda
de letras; aumentan en 12 ciudad los institutos de
carácter grave; extiéndese en la Uni- versidad el ya lleno
programa; apréndense en ‘la Escuela Politéc- nica, con
hábitos militares, matemáticas; enseña la Escuela
Normal, por práctico sistema de razón y propio juicio a
ser maestros; qui- nientos niños pueblan los salones del
extenso Instituto Naciona!; bien se enseña en San
Francisco; del extranjero fueron traídos maestros y
maestras; tinos y otras enseñan tolerancia religiosa, dan
instrucción realmente útil, vulgarizan los más recientes
siste- mas americanos y europeos. Madura estaba la
espiga en aquellas inteligencias. En las tierras de America
no cuesta mucho trabajo la sazón. Aindiados, descalzos,
huraños, hoscos, bruscos, llegan de las soledades
interiores niños y gañanes y de pronto por intima
revelación y obra maravillosa del contacto con la
distinción y con el libro, el melenudo cabello se asienta, el
pie encorvado se adelgaza, la mano dura se perfila, el
aspecto mohíno se ennoblece, 12 doblada espalda se alza,
la mirada esquiva se despierta: la miserable larva se ha
hecho hombre. Poco después asaltan la tribuna los libros
históricos, los libros de agricultura, la flauta, el piano. Se
din a pensar en cosas graves, a dudar, a inquirir, a
examinar, Hablan de Bolívar, de los hombres patrios, del
buen gobierno que los educa, idel porvenir vasto que
espera a su- como ellos dicen-, querida Guatemala! Yo los
veo, yo los impulso, yo los aliento,- De esos hombres
saldrán más tarde algunos grandes hombres. La
Universidad, que es por cierto espaciosa y bella, acaba de
reformar sus facultades, de mejorar su medicina, de
liberalizar su derecho, de establecer su facu1ta. d de letras
y filosofía, el gran estudio de los gérmenes, de las
esperanzas, de los desenvolvimien- tos y de las analogías.
De 12 agrícola Costa Rica, de la inteligentísima
Honduras, del cercano San Salvador, de 12 moderada
Nicaragua, vienen numero- sos estudiantes a hacerse de
ciencia en la Universidad Centrai. Tienen los de
medicina, para práctica, un hospital excelente, por
viajeros europeos tenido como rival de los mejores, por
huma- nitario, por metódico, por aseado, por rico.
Tienen los de jurisprudencia estudios filosóficos a la
margen de espaciosos corredores, que ayudan a 12 eterna
extensión del pen- samiento, en vastas aulas distinguidos
profesores. Y los jóvenes se animan. Discuten al maestro,
al texto, al libro de consulta. Tienen cierto espíritu
volteriano, que hace bien. Re- chazan la magistral
imposición, lo que también es bueno. Anhelan saber para
creer. Anhelan 12 verdad por !a experiencia; manera de
hacer sólidos los talentos, firmes las virtudes, enérgicos
los ca- racteres. Pero en los pueblos está la gran
revolución. La educación po- pular acaba de salvar a
Francia; yo la vi hace tres años, y auguré en forma
segura, de muy pocos creída, su triunfo sobre cualquier
nueva reacción. La reacción vino, y Francia ha triunfado.
La educación popular mantiene respetada en lo exterior,
y en lo interior honrada, a la risueña Suiza. La educación
popular, maciza allí cuanto rencorosa, ha dado a
Alemania su actual grande poder. Saber leer es saber
andar. Saber escribir es saber ascender. Pies, brazos,
alas, todo esto ponen al hombre esos primeros humiidísimos libros de la escuela. Luego, aderezado va al
espacio. Ve el mejor modo de sembrar, la reforma útii que
hacer, el descubri- miento aplicable, ia receta
innovadora, la manera de hacer buena 2 la tierra mala; la
historia de los héroes, los fútiles motivos de las guerras,
los grandes resultados de la paz. Siémbrense química y
agricultura, y se cosecharán grandeza y riqueza. Una
escuela es un. 2 fragua de espíritus: iay de los pueblos
sin escuela! iay de los espíritus sin temple! De cinco años
viene este renacimiento salvador. Es exclusiva obra del
gobierno liberal. No se acerca a Barrios una madre doliente, que no tenga enseguida para sus hijos una cama,
un vestido, un libro.- En la ciudad, en las afueras, en la
Escuela Politécnica, en la Normal, en todas partesBarrios, más que piensa lo bueno, lo presiente. Conoce
que esa es la redención y naturalmente, sin esfuerzo
alguno, se irrita con los que oprimieron y redime. Mucho
se gasta en escuelas, remunérase bien a los maestros; no
llega vapor que no venga cargado de úti! es, ya de efectos
calis- ténicos, ya de aparatos astronómicos, de libros, de
colecciones, de modelos. Se entra en el Instituto
Nacional, y se oye una banda excelente. Se va a la Escuela
Normal, y con espíritu de amor his- panoamericano- se ve
un notable instituto neo: orkino. Formación de hombres,
hecha en lo mental, por la contemplación de los obje- tos:
en lo moral, por el ejemplo diario. Triunfante la
revolución, estaba como pletórica de buenos de- seos.
Rebosaba creaciCn. Tendió telégrafos, contrató
ferrocarriles, abrió caminos, solicitó educadores,
subvencionó empresarios, fundó escuelas. En esto último,
su ardor no se ha cansado todavia. Ni se cansará, porque
sus frutos son visibles, y sus mismos frutos lo alimentan.
iQué vuelta 12 del maestro joven a la aldea lejana, donde
para recibirlo ciñó su madre al pelo la trenza más
hermosa, Y al cuello los mejores corales, y vistió e! buen
viejo, indio o ladi- 170 los12 Marfí OBRAS ESCOGIDAS. T.
1 171 desfigura, los generosos instintos se deslucen el
verdadero hombre se apaga.- iAire de ejemplo, riego de
educacion necesitan las plan- tas oprimidas. La libertad y
la inteligencia son la natural atmós- fera del hombre. Y
ellos, los que vieron un guerrero español y lo copiaron en
muy dura piedra en el circo asombroso de Coban; los que
tenían escuelas, donde se loaba al alto Dios; los que
elevaron torres, donde estudiaban los hermosos astros;
los bravos paladines; los ingenio- sísimos geómetros; los
delicados tejedores; las heroicas mujeres; su senado de
ilustres, más grave y respetado que nuestras severas
Cortes de Justicia; los de grandes ejércitos, populosísimas
ciudades, brillantes guerras; los defensores de Utatlán;
los rebeldes Mames; los clásicos quichés, los profundos
cantores del grande Whenb- Kaquix, llorado con lágrimas
entre árabes y homéricas; los allá idos de México y Cuba;
los vivaces niños; los celosos amantes; ellos son los que
con el copetón sobre la frente, con el calloso pie agrietado, con la mirada imbécil, con la rodilla y el beso
siempre pron- tos, con el esclavo espíritu, con la cargada
espalda, a paso de mula o de buey sirven hoy al cura,
adoran nuevos ídolos, visten míseras ropas, y ni aleteo de
águilas, sino sustento de arrobas, pasan mon- tes y ríos,
praderas y ciudades, hondos y cerros. Son resignados,
inteligentes, incansables, naturalmente artis- tas, sin
ningún esfuerzo buenos. IQué gran pueblo no puede
hacer- se de ellos, haciendo, por ejemplo, a manera de una
escuela normal de indios! IUn nuevo apostolado es
menester!... Pero en tanto que llegan los apóstoles, lcómo
adelanta el pue- blo vecino! lcuántos granos y lanas vende
hoy Quezaltenango! por Chimaltenango, lcuántos
viajeros pasan! por San Marcos, lcómo aumenta el
cultivo! por Escuintla, icómo crece la caña! por Amatitlán, jCUánt0 no fertiliza la laguna! Adiós van a decir al
buen lector estas cansadas páginas; mas iquiera la
fortuna que por ellas haya venido en conocimiento de la
gran riqueza agrícola; del afable carácter- otra gran
riqueza- de Guatemala! iQuiera la fortuna que no se
olviden los inmigran- tes de la tierra que los llama, los
explotadores de la fortuna que les espera, los tímidos del
gobierno que les protege!- iQuiera la buena suerte que
recuerden cómo crecen en Salamá los pastos, en la Costa
Cuca el café, por el lado del Atlántico la caña!-- iNi cuánto
se necesitan los ganados!- lni cómo prospera allí la vid! lni cómo todo asegura éxito a cualquier industria o
sementera nuevas! Anchos caminos, naturales
esplendideces; bondadoso carácter, benévolo gobierno,
inquietud por mejora y por riqueza; mujeres americanas
y cristianas, hombres inteligentes y afectuosos, viejo arte,
ansia creciente, señorial ciudad, deleitoso clima,
pintorescos pueblos, seguro bienestar, fantástico
crecimiento de fortuna; he aquí no, su más blanca camisa
de cotón! Se fue con sus harapos, y vuelve con SUS sueños,
con sus bancas, con sus instrumentos de alma, con SUS
riquezas esi irituales, con sus libros. Se fue burdo, y viene
afinado. Se fue tartamudo, y vuelve elocuente. Antes
soñaba en vacas; hoy en el porvenir, en gran trabajo, en
gloria, en cielos. Es el redactor de todas las cartas, cl
director de todos los amores, el sabio respetado, el juez
probable, el alcalde seguro, el constante maestro. A su
calor, sin alejarse ya del hogar sabroso, crecerán almas
nuevas... El fue hecho a semejanza de otras y él hará estas
obras a su semejanza. La educación es como un árbol, se
siembra una semilla y se abre en muchas ramas. ISea la
gratitud del pueblo que se educa árbol protector, en las
tempestades y las lluvias, de los hom- bres que hoy les
hacen tanto bien! Hombres recogerá quien siembre
escuelas. Así rápidamente a modo de gigantes niños, a
manera de fan. tasmas de oro acaban de pasar a nuestra
vista inmensos campos, vastas haciendas, soledades
regias, esperanzas, adelantos, glorias, gérmenes: El café
que empieza, el nopal que expira, el cacao que resucita, el
ganado que muge impaciente, el pasto que se ofrece, el
extranjero a quien se llama, la fortuna que se brinda, el
libro en que se aprende, la riqueza pública por el trabajo
individual, base futura de gran gloria. Luego ese pueblo
desconocido, del que emanan, o memorias indígenas
movidas por un abate anticuario; o terrores modernos
movidos en los hermanos pueblos por crueles y políticos
rencores; ese pueblo limítrofe arrullado por mares,
refrescado por brisas, sentado en el corazón del
Continente; esa tierra nebulosa por el muerto Cartera -de
quien un sacerdote dijo que estaba a la diestra de Dios
Padre- envuelta en fúnebre sudario, impenetrable cerco;
esa República vecina, más nueva para sus amigas
repúblicas que las más lejanas y más extrañas tierras,- es
una nación seria, tra- bajadora y próspera, es una
comarca pacífica, encantadora y fér- til,- es una
impaciente hermana que va, rumbo a la grandeza, con el
cayado en una mano y el libro en la otra. Aspira, aprende,
llama. La sed es general, el agua es abundante. El
porvenir esta en que todos lo desean. Todo hay que
hacerlo; pero todos, despiertos del sueño, esttin
preparados para ayudar. Los indios a las veces se
resisten; pero se educará a los indios. Yo los amo, y por
hacerlo haré. iAh! Ellos son- iterrible castigo que
deberían sufrir los que 10 provocaron! -ellos son hoy la
rémora, mañana la gran masa que impelerá a la juvenil
nación. Se pide alma de hombres a aquellos a quienes
desde el nacer se va arrancando el alma. Se quiere que
sean ciudadanos los que para bestias de carga son
únicamente pre- parados. IAh! las virtudes se duermen, la
naturaleza humana se 172 los12 Marti io que a todo el
mundo ofrece Guatemala, fertilisimo campo, Cali- fornia
agrícola. ;Ojalá que con este amante libro, haya yo
sembrado en él mi planta! REVISTA GUATEMALTECA*
México. Imprenta de J. Cumplido, 1876 G. c., t. 7, p. 113156. Me propongo publicar un periódico que se llamará
Revista Gua- ternalteca. Quiero dar a mi publicación el
nombre del país que me ha acogido con cariño. Las
riquezas de Guatemala son poco conocidas: el comercio
in- telectual con Europa es escaso; esto explica la creación
de mi pe- riódico. Fuera de la razón de mi actividad
personal, que ferviente- mente consagro al bien de
América- sobre obstáculos y aprecia- ciones- responde la
Revista a mi deseo de dar a conocer cuanto Guatemala
produce y puede producir, y de hacer generales las
noticias de letras y ciencias, artes e industrias, privilegio
hoy del escaso número de afortunados a quienes es fácil
saborear las exce- lentes revistas europeas. Yo conozco a
Europa, y he estudiado su espíritu; conozco a América y
sé el suyo. Tenemos más elementos naturales, en estas
nuestras tierras, desde donde corre el Bravo fiero hasta
donde acaba el digno Chile, que en tierra alguna del
Universo; pero tene- mos menos elementos civilizadores,
porque somos mucho más jóve- nes en historia, no
contamos seculares precedentes y hemos sido, nosotros
los latinoamericanos, menos afortunados en educación
que pueblo alguno; tristes memorias históricas,- secretos
de muchas des- dichas-- que no es el caso de traer a la
luz... Europa busca los productos de nuestro suelo, que
dan brillo a sus plazas numerosas; nosotros hemos
menester entrar en esa gran corriente de inventos útiles,
de enérgicos libros, de amenas publi- caciones, de
aparatos industriales, que el mundo viejo, y el septentrión del nuevo, arrojan de su seno, donde hierven la
actividad de tantos hombres. la elocuencia de tantos
sabios, la vivacidad de tantas obras. {Quién entre
nosotros sabe, amén de cierto gremio de escogi- dos, que
bien sé que hay aquí hombres cuya erudici. ón corre
pareja COS la de pueblos adelantados- quién sabe entre
nosotros qué !ibros ‘Prospecto de !a Revisfu que Martí se
proponía publicar, pero que nunca llegó a salir. 174 José
Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 175 salen de las prensas de
Hetzel y de Bouret, de Rivadeneira y de Navarro? ;Quién
lleva cuenta de tanias delicias de Jules Claretie, de Pierre
Veron, de Charles Mazade? SQuién toma nota de tanta
máquina asombrosa que en la América del Norte es gran
ahorro de brazos, trabajo alado, maravilla de seguridad
y de presteza? Apenas los poetas, con sus inmensas alas
llenas de perfume, nos envían las brisas del alma con sus
versos. Dramáticos insignes de España y de Francia;
filósofos alemanes, científicos, místicos impo- nentes,
obra humana, nos son hoy, en IO común, desconocidos,
ya porque temen los libreros no verse remunerados de los
gastos que la introducción de los numerosos libros nuevos
acarrea, ya porque no inspira mucho interés lo que
frecuentemente no se trata, ya porque son escasos los
suscriptores a esos grandes periódicos de Europa, útiles
generalmente de principios, inventos y sucesos, li- bros
ambulantes, magníficos resúmenes del desarrollo
espiritual e industrial moderno. A tal necesidad pretende,
por una parte, responder. Y, por la otra, esaben en
Europa, en nuestra misma América saben, cuántas
bellezas, cuántas riquezas, cuántas industrias natu- rales
encierra este pueblo, que los mares buscan como
cortejando su hermosura, como trayéndole mensajes de
tierras luengas; como solicitando sus productos? iSe ha
dicho bien a los viajeros cuánto hay aquí que admirar; a
los poetas, cuánto hermoso espectáculo; a los
industriales, cuánto campo nuevo, a los agricultores,
cuánta olvidada tierra pudieran explotar en Guatemala?
Apáganse más allá de la frontera las congojosas brulas
del barrio, los hondos movimientos de los montes, las
armónicas voces de los lagos. In- cultos quedan en los
bosques seda, maguey, palmares, hule... Así, cuando se
elevó en Plymouth la primera oración cristianb; cuando
sólo se oían entre las selvas las dolientes querellas de
Haiwatha, dormían descuidados los extraordinarios
gérmenes fecundos que hov sustentan, con
desenvolvimiento milagroso, los pueblos de la U& ón
Americana. Así poco tiempo hace, guardaba México
escon- didas riquezas que Guatemala también guarda, y
hoy, cayendo y levantándose, en el gran calvario político,
como gran niño impa- ciente, alentada la actividad por el
consumo, los mercados de Méxi- co se llenan de
productos, ya elementales y burdos, ya bellos y perfectos,
que rinde opimo el país. Nuestras entraiias son de oro; es
preciso que nuestros brazos sean de hierro. Sepan que
valemos, vengan los que sepan. Aplíquese el trabajo
inteligente a la tierra dócil y rica, es forzoso presentarlo
en todas partes, no como una leyenda oscura, no como
una india hermosa y descalza, sino como un terreno fértil
e impaciente, rico en inteligencias, belleza y pro- ductos.
Es necesario que nadie pueda afectar desdén,- que
sentirlo no puede- por este cúmulo de incorrectas y
bulliciosas concepciones de los cerebros americanos,
cerebros de héroes y de locos, de niños y gigantes a la vez.
Es necesario que América sea en todas partes, no una
esperanza avariciosa de granjerías sino una amante respuesta a la solicitud laboriosa de los hombres de todas las
razas y países. Contendrá, pues, mi periódico, en cada
uno de sus números, descripciones- más útiles que
pintorescas- de las comarcas de la República; estudio de
sus frutos y sobre su aplicación; remem- branzas de
muertos ilustres, y de obras notables que enorgullecen al
país- respondiendo a mi ideal de hacer resaltar todo lo
bueno y cuanto bueno y bello encierra. Y en respuesta a la
natural y cu- riosa demanda de noticias europeas,
contendrá cada número una revista de artes bellas y
útiles, de ciencias e invenciones, de libros y de dramas, de
lo último que se publique o imagine, de lo que con sanción
y aplauso, forje el ingenio y escriba la pluma en los
ilustres y viejos pueblos de nuestras riberas humildes,Guatemala ante los ojos; y Europa a la mano. Verteré con
juicios míos, cuanto sobre adelanto de ciencias,
mejoramiento de artes y publicaciones de libros en los
otros mundos sepa. Es vasto el programa; por eso lo
acepto; por eso, y porque es útil. Pido, en gracia a mi
buena voluntad, excusa por aquello en que a llenarlo no
alcanzare. Me lisonjean de antemano con el buen éxito de
mi empresa. Haga yo bien, y estaré contento. Creo que
responde a una necesidad, y que será recibida con el amor
con que es intentada. 0. C., t. 7, p. 104- 106. Of3f?:\ S
LSC: í) Gff> AS T. f 177 A MANUEL MERCADO
Guatemala, 6 de julio de 1878 Hermano mío.- Llevo en el
corazón su última carta: era tal como yo la necesi- taba
en los amargos días que estoy pasando. Problemas (: e
concien- cia, de esperanza, de porvenir,--- todo contribuía
a hacer de mi situa- ción una de las más difíciles de mi
vida.- Aquí, los que yo creía mis mayores derechos han
sido mis graves sentencias.- Tuve que dejar lo que me
habían dado, porque el pan no vale que se le amase con la
propia vergüenza.-- Hubo por mí un verdadero parti- do,
y me complace que espontáneamente por mi hicieron
mucho más de lo que en esta tierra, de pronto y para un
ánimo puro incom- prensible, se acostumbra hacer por
nadie.- Figúrese V. eso que los franceses llaman égout:-tendrá V. idea de los hombres y cosas reinantes. Los que
creen como el Gobierno, aunque esto no es cues- tión de
creencia, son lacayos; los que quisieran morder la mano
que los azota, más que la besan, la lamen.- Toda verdad
común es una osadía: toda institución democrática
elemental, propaganda demagógica.- Y no porque yo la
haya intentado,- aunque se previó tal vez, conociendome
mal, que la intentaría. Pero entre estos hom- bres de
extraordinaria pequeñez, cuanto revela vigor,
personalidad, austeridad, energía, parece crimen.- He
despertado injustificables temores, tenacísimas
oposiciones, persecución increible.- No tuve el año
pasado lleno de Carmen, y de fe en mí y en los demás, y de
amor a la resolución de tanto problema esencial q. en
estas infe- lices tierras asoma,-- No tuve tiempo para
conocer más que a los que me acariciaban y mentían.- Al
volver hallé, en lo general, desatada la tiranía; en 10 que
a mí tocaba, visible la ira.-? Provo- cada con qué. J Con
mis discursos generales; con mi cátedra de IHistoria de la
Filosofía; con cl libro que V. conoce, y que no vale, no de
veras, el amoroso celo con que V. me lo cuidó.-- Trocado
esto. con más rapidez desde los asuntos de noviembre, en
una gran hacienda, donde todo obedece al iátigo de un
caprichoso mayoral, -yo decidi irme.-- tA dónde?-- A
Cuba. me decían mis deberes de familia, mi hijo que me va
a nacer, las iágrimas de Carmen, y la perspicacia de su
noble padre.-- A todas partes menos a Cuba, me decian la
lógica histórica de los sucesos, mis aficiones libérri- mas,
el doloroso placer con que me he habituado a saborear
mis amarguras, mi abso! uta creencia,- fundada en la
naturaleza de los hombres- de que era imposible la
extinción de la guerra en Cuba.- Y, sin embargo, la guerra
se ha extinguido; la naturaleza ha sido mentira, y una
incomprensible traición ha podido más que tanta
vejación terrible, que tanta inolvidable injuria!- Transido
de dolor, apenas sé lo que me digo.-; He de decir a V.
cuánto propósito soberbio, cuánto potente arranque
hierve en mi alma? <que llevo mi infeliz pueblo en mi
cabeza, y que me parece que de un soplo mio’ dependerá
en un día su libertad?- No ha de llegar nunca para mi el
momento de que yo me produzca en las circunstancias
favorables,- árbitras caprichosas de la fama y suerte de
los hom- bres?- No a ser mártir pueril;- a trabajar para
los míos, y a forti- ficarme para la lucha voy a Cuba.-- Me
ganará el más impaciente: no el más ardiente.- Y me
ganará en tiempo: no en fuerza y en arrojo. Ayer mismo,
sobre los ruegos de Carmen que lloraba, sobre lo que mi
madre llora sin decírmelo, sobre mi palabra misma empeñada al generoso Zayas, me resistía a todo intento de ir a
Cuba, y tenía firmement. e decidido ir al Perú.- Ya me
esperaban, y pre- paraban acogida.- Ahora, amigo mío,
los fundamentos de mi es- peranza se han venido a tierra.
Ahogo mi vehemencia; escucho a mi prudencia,- y me
pliego nuevamente a las necesidades de los demás.- Las
cartas que me escriba en adelante, envíelas a Fermín; allá iré a leerlas.- ICreen que vuelvo a mi patria! IMi
patria está en tanta fosa abierta, en tanta gloria acabada,
en tanto honor perdido y vendido! Ya yo no tengo patria:- hasta que la conquiste.- Voy a una tierra extraña, donde
no me conocen; y donde, desde que me sospechen, me
temerán.- Brillar allí me avergonzaría.- Pero ipodré vivir
del modo oscuro que, por largo tiempo, ansío? Tendré que
ahogar en mí, para vivir en aparente calma, y matador
sosiego, toda gran inspiración, toda amorosa exaltación,
todo noble instinto.- Vd. co- noce mi pasión por la justicia,
mi ardor contra la infamia, y la violación más mínima del
derecho; mi amor de enamorado por la gloria y el brillo
de América:-{ cómo podré dar rienda a todos es- tos
sentimientos naturales, en mí tan dominantes y tan
vivos? ;cómo podré vivir con todas estas águilas
encerradas en ei cora- zón?- Temo, amigo mío, que su
aleteo me mate.- Temo perder mis fuerzas en este terrible
combate silencioso.- eQuién nació en un momento más
difícil, rodeado de circunstancias más amargas? Cuando
yo era muy niño comencé a escribir un poema, en cuya
introducción se disputaban a un hombre que acaba de
nacer el 178 José Martí OBHAS ESCOGIDAS T. 1 179 Bien
y el Mal:- después lloré como un niño al ver que, poco más
o menos, este era el pensamiento engendrador del
Fausto:- El Bien, seguro de su dominio en la conciencia,
abandonaba al Mal al hom- bre recién nacido.-( No
parece, mi noble hermano, que el Mal ha apostado
contra mí, y tiene empeño en ganar al Bien la partida?Afortunadamente, por si desoyese a mi alma, que habla
alto, tengo en México un vivo ejemplo de honradez
acrisolada, y modelo de hombres.- Consiste mi dolor en
tener que entrar por el real camino de la vida; en tener
que sacrificar a sus necesidades,- necesidades impetuosas
mías, de género más alto; en tener que sofocar tanto
atrevido pensamiento, que nunca mejor que ahora,- que
entre la debilidad general causaría asombro,- debiera
estallar: Ya yo ima- gino qué errores se cometieron, qué
fuerzas podrían explotarse, de qué simultáneo modo
habrían de hacerse obrar; cuánto corazón americano
podría enardecerse y empeñarse en nuestra lucha. Y no es
locura; no.- Libre y sin hijo, yo hubiera ahora hecho
hablar de mí.- Y de un modo que me hubiera dejado
contento.- Y a V. tam- bién, que tanto me quiere.- Y, en vez
de esto, ivolveré ahora como una oveja mansa a su
rebaño!- iAhora que tenía casi terminada, con el amor y
ardor que V. me sabe, la historia de los primeros años de
nuestra Revolución!- Había revelado a nuestros héroes,
escrito con fuego sus campañas, intentado eternizar
nuestros mar- tirios! Con minucioso afán, había
procurado enaltecer a los muertos y enseñar algo a los
vivos. Ningún detalle me había parecido nimio. Todo lo
hacía yo resplandecer con rayos de grandeza:- de su eterna grandeza.- iY esta obra noble y filial de un espíritu
libre, irá ahora clavada como un crimen en el fondo de un
baúl!- Mucho he de padecer en una tierra donde no puede
entrar semejante libro. Mucho he de padecer, y voy a
ella:- esto quiere decir que en- tiendo mi deber, y lo
cumplo, sin más quejas que estas del alma que a V. envío.Sólo los capaces de exhalarlas pueden entender- las.- Voy
a ser abogado, cultivador, maestro; un zurcidor de fórmulas, un sembrador de viandas, un inspirador de ideas
confusas, -perdido en las espumas de la mar.- Voy, sin
embargo. Así agitado, no copié esta semana el prólogo al
libro de Ma- nuel,- tan anunciado ya que más valiera no
enviarlo.- Pero el próximo sábado le irá; -y con él asunto
para un cuadro.- Siempre creo que él debe tener el
corazón en México; pero los ojos fuera de México.- El
asunto que hallé, leyendo un curioso libro, es un pequeño
asunto mexicano. Pocas veces he sentido tan viva la
bondad ajena como en su última carta a que respondo. No
es mi amigo que me compadece: es mi hermano que se
alarma y que me llama.- Este recuerdo, en mí siempre
vivo, es bastante a templar en mi espíritu las agitacio- nes
que ahora me lo aterran.- He comprendido todos sus
temores, y lo he abrazado a cada frase. -Me enorgullezco
de ser querido así.- Deseo que le venga a V. mal,- en
momento en que yo pueda repararlo.- Tal vez muera yo
como he vivido, oscura e inútilmente; pero sin tasa tiene
V. en mi alma lo que sin tasa la suya me da.- No vuelvo a
México ahora, aunque sé bien el amante asiio que allí me
acogería.- Pero si yo no amase a México como a una
patria mia, como a patria lo amaría por ser V. su hijo y
vivir V. en él.- Pronto iré a verlo.- Lo de Sarre no tenía
más que un arreglo, que me entristece y q. permito,
porque no tengo absolutamente medio de evitarlo.- Pero
imagino que algo me ha de producir mi sacrificio:- y me
vengaré cumplidamente.- Cumplidamente. Mi delicada y
amorosa Carmen, leyendo su carta, hizo una vez más,
justicia a aquel que ella cree q. es mi mejor amigo. Es
estéril la cosecha; pero sembrando bien, al menos se
recogen corazones.- Ya, sin paz en el alma, le digo adiós.Queda en mí un hombre doble- el prudente que hace lo que
debe;- el pensador rebelde que se irrita.- Satisfecho de
esta victoria que sobre mí mismo obtengo, la lloro con
indecible amargura.- Desee para mí mejores tiempos, que
sí pueden venir, *- pero no me desee mejor amigo que V,que no puede venir ya.- Acaricie a Manuel, con quien
estoy en deuda; a sus ejemplares criaturas. Anime a
Ocaranza. Y a Lola dígale todas esas cosas que su
generosa alma merece.- Por mí, sufra y estímeme. Su
hermano J. MARTI’ 0. C., t. 20, p. 51- 55. Cotejada con el
manuscrito original. l A continuación aparece una carta
de. Carmen Zayas- Bazán a la esposa de Mercado; al final
Martí añadió: “Por Zayas escribo a Mamá.” OBRAS
ESCOGIDAS T 1 181 A JOSÉ JOAQUIN PALMA Palma
amigo: Te devuelvo tu libro de versos: ino te lo quisiera
devolver! Gus- tan los pobres peregrinos de oír cerca de sí,
en la larguísima jor- nada, rumor del árbol lejano,
canción del propio mal, ruido del patrio río. iBien hayan
siempre los versos, hijos del recuerdo, crea- dores de la
esperanza! iBien hayan siempre los poetas, que en me- dio
a tanta humana realidad anuncian y prometen la
venidera rea- lidad divina! Lejos nos lleva el duelo de la
patria: apenas si, de tanto sufrir, nos queda ya en el
pecli0 fuego para caientar a nues- tra mujer y nuestros
hijos. Pero puesto que ia poesía ungió tus labios con las
mieles del verso, canta, amigo mío, el mar tormen- toso,
semejante al alma; el ,relámpago, semejante a la justicia
de los hombres; el rayo que quebranta nuestras paimas;
los bravos pechos que llenan con su sangre nuestros
arroyos. Cuando te hieran, can- ta! Cuando te
desconozcan, canta! Canta cuando te llamen errante y
vagabundo, que este vagar no es pereza, sino desdén.
Canta siempre, y cuando mueras. para seguir
probablemente lejos de aquí cantando, deja tu lira a tu
hijo, y di como Sócrates a sus discípulos en la tragedia de
Giacometti: “Suonu, é i’animlz canta!” Tú naciste para
eso. El rocío brilla; el azahar perfuma; el espi. ritu
asciende; canta el bardo. Trabaja enhorabuena; pero
cuando dejes la pluma: toma la lira. UNO ves qué
concierto de simpatías levantan unos cuantos versos
tuyos? ?Qué cortejo de amigos te sigue? eCuántos ojos de
mujer te miran? ;Miradás de mujer, pre- mio gratisimo!
Es que lleva el poeta en su alma exceisa ia’ esencia del
alma universal. Tú eres poeta en Cuba, y lo hubieras sido
en todas partes. Mudan con ios tiempos las cosas
pequeñas: las grandezas son unas y consfantes. Tal fue el
hombre viejo, tal ei nuevo. Ni iágrimas más amargas que
las que llora Homero, ni sacrificio más noble que el de
Leandro. Safo dio el salto de Léucades: porque lo den
desde el Sena, tes menos heroico el salto de las modernas
nume- rosas Safos? Tú, Palma, hubieras sido aeda en
Grecia, scalder en Escocia, trovador en España, rimador
de amores en Italia. iRimador de amores! Tú eres de los
que leen en las estrellas. de los que ven vo! ar las
mariposas, de los que espían amores en las flores, de los
que bordan sueños en las nubes. Se viene acá a la tierra
unas cuan- tas veces cada dia, y el resto, ioh, amigo! se
anda allá arriba en compañía de lo que vaga. ,Rimador de
amores! a ti, poeta tierno, no conviene el estruendo de la
guerra, ni el fragor dantesco de los ayes, las balas y los
miembros. Tú tienes más del azul de Rafael que del negro
de Goya. Tu mundo son las olas de la mar: azules,
rumorosas, claras, vastas. Tus mujeres son náyades
suaves. Tus hombres, remembranzas de otros tiempos. Tú
llevas levita, y no la entiendes. Tú necesitas la banda del
cruzado. Vives de fe: mueres de amor. Si estuviéramos en
los dichosos tiempos mitológicos- jen aque- llos en que se
creía! tú creerías de buena voluntad que dentro del pecho
llevabas una alondra. Nosotros, los que te oímos,
sabemos que la llevas en los labios. Hay versos que se
hacen en el cerebro:-- estos se quiebran sobre el alma: la
hieren, pero no la penetran. Hay otros que se hacen en el
corazón. De éi salen y a él van. Sólo lo que del alma brota
en guerra, en elocuencia, en poesía, llega al alma. Hay
poetas dis- cutidos. Tú eres un poeta indiscutible. Cabrá
mayor corrección en una estrofa, no más gracia y
blandura; parecerán una palabra o giro osados; pero
como el espíritu anima las facciones, la poesía, espíritu
tuyo, anima tus versos. Tus versos parecen hechos a la
sombra del cinamomo de la Biblia. El genio poético es
como las golondrinas: posa donde hay calor. Cierras el
Evangelio de San Mateo, y ora envuelto en el fantástico
albornoz, ora ceñida la invencible cota, cantas trovas
dulcísimas, como aquellas que debió oír en los jardines de
la Al- hambra Lindaraja. Tienes en tus versos el encaje de
las espadas de taza de nuestros abuelos; los vivos y
coloreados arabescos, me- nudas fiorcs de piedra, sutil
blonda de mármol de la Aljafería y de los alcázares. Eres
perezoso como un árabe; bueno como un cris- tiano
galante como un batallador de la Edad Media. Tú no
conoces el rio de hiel en que empapaba su estilo Juvenal;
no te visita el Genio de la Tormenta; no turba tus sueños.
la som- bría visión apocalíptica, coronada de relámpagos,
segadora de mal- vados, sembradora de truenos. Los
romanos te dieron su elegía; los mártires, su uncik; los
árabes su décima y su guzla. Comprimidg en la forma,
habrá un momento en que la dureza de! lenguaje no
exprese bien la deiicadeza de tu espíritu. Aquí un
consonante, allí un pie largo: la fragua no está templada
siempre a igual calor. Pero estas cosas, que te las diga un
crítico. Yo soy tu amigo. Cuando tengo que decir bien,
hablo. Cuando mal, callo. Este es el modo mío de
censurar. 182 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 183 Y
luego, tú tienes un gran mérito. Nacido en Cuba, eres
poeta cubano. Es nuestra tierra, tú lo sabes bien: un nido
de águilas; y como no hay aire allí para las águilas; como
cerca de los cadalsos no viven bien más que los cuervos,
tendemos, apenas nacidos, el vuelo impaciente a los
peñascos de Heidelberg, a los frisos del Partenón, a la
casa de Plinio, a la altiva Sorbona, a la agrietada y
muerta Salamanca. Hambrientos de cultura, la tomamos
donde la hallamos más brillante. Como nos vedan lo
nuestro, nos empa- pamos en lo ajeno. Así, cubanos,
henos trocados, por nuestra for- zada educación viciosa,
en griegos, romanos, españoles, franceses, alemanes. Tú
naciste en Bayamo, y eres poeta bayamés. No corre en tus
versos el aire frío del Norte; no hay en ellos la amargura
postiza del Lied, el mal culpable de Byron, el dolor
perfumado de Musset. Lloren los trovadores de las
monarquías sobre las estatuas de sus reyes, rotas a los
pies de los caballos de las revoluciones; lloren los
trovadores republicanos sobre la cuna apuntalada de sus
repúblicas de gérmenes podridos; lloren los bardos de los
pueblos viejos sobre los cetros despedazados, los
monumentos derruidos, la perdida virtud, el desaliento
aterrador: el delito de haber sabido ser esclavo, se paga
siéndolo mucho tiempo todavía. Nosotros te- nemos
héroes que eternizar, heroínas que enaltecer, admirables
pu- janzas que encomiar: tenemos agraviada a la legión
gloriosa de nuestros mártires que nos pide, quejosa de
nosotros, sus trenos y sus himnos. Dormir sobre Musset;
apegarse a las alas de Víctor Hugo; herir- se con el cilicio
de Gustavo Bécquer; arrojarse en las simas de Manfredo;
abrazarse a las ninfas del Danubio; ser propio y querer
ser ajeno; desdeñar el sol patrio, y calentarse al viejo sol
de Euro- pa; trocar las palmas por los fresnos, los lirios
del Cautíllo por la amapola pálida del Darro, vale tanto
ioh, amigo mio! tanto como apostatar. Apostasías en
literatura, que preparan muy flojamente los ánimos para
las venideras y originales luchas de la patria. Asi
comprometeremos sus destinos, torciéndola a ser copia de
historia y pueblos extrafíos. Nobles son, pues, tus musas;
patria, verdad, amores. iQuién no te ha dicho que tus
versos susurran, ruedan, gimen, rumorean? No hay en ti
fingidos vuelos, imágenes altisonantes, que mientras más
luchan por alzarse de la tierra, más arrastran por ella sus
alas de plomo. No hay en ti las estériles prepotencias de
lenguaje, exu- berante vegetación vacía de fruto,
matizada apenas por solitaria y, entre las hojas, apagada
flor. En un jardín, tus, versos serían violetas. En un
bosque, madreselvas. No son renglones que se su- ceden:
son ondas de flores. Tú eres honrado, crees en la vida
futura: tienes en tu casa un coro de ángeles, vuelas cada
verano para llevarles su provisión de cada invierno. Tú
naciste con la lira a la espalda, el amor en el ’ 2 corazón, y
los versos en los labios. cA qué decirte mas. Deja que
otros te lo digan mejor. En tanto, está contento, porque
has sabido ser en estos dias. de conflictos internos, de
vacilaciones apóstatas, de graves sacrrflcros, v
tremendas penas, poeta del hogar, poeta de la amistad,
poeta de la patria. . Tu amigo JOSÉ MAR- f. 1 Guatemala,
1878 Introducción al libro Poesias, de Jose Joaquin
Palma, editado en Tegucigalpa, Honduras, 1882, p. LVLXIZ. 0. C., t. 5. p. 93- 96. OBRAS ESCOGIDAS. 7. 1 185
ALFREDO TORROELLA No quiere hoy la palabra
ardorosa, en flores de dolor que arre- bata el viento,
tributar pasajero homenaje al muerto bien amado de la
patria. Aunque, si la patria lo ama, no está muerto,
Quieren sus bllenos amigos que mi mano tr6mula.
caliente atin con el fuego que secó en vida su mano
generosa, sea la que re\: ele aquel espíritu férvido y
preclaro, con que puso más lauros en la frente ceñuda de
la patria, cargada ya de lauros enlutados No fue sólo en
vida Alfredo Torroella,-- y a su nombre gime el amor, sin
su buen hijo, sin su buen bardo,- aquel niño fogoso de
atléticas espaldas, de abundantes cabellos, de ojos
fúlgidos: aquel íribuno ardiente de todas las justicias;
aqllel adolescente de ancho pecho, como para que en Cl
cupieran holgadamente todos los dolo- res. Que c$ ley de
los buenos ir doblando los hombros al peso dc los males
que redimen iLos redimidos, allá en lo venidero, IlevarSn
a su vez sobre !os hombros a los redentores! Hijo de un
hombre honrado, excelsa concreción de todo elogio, no
hubo en su vida acción alguna- y las hay ignoradas
admira- bles- en que no diese honra cumplida al buen
anciano. No tuvo nunca para su hijo aquel amante padre
esas rudezas de la VOZ, esos desvíos fingidos, esos
atrevimientos de la mano, esos alardes de la fuerza que
vician, merman y afean el generoso amor paterno. Puso a
su hijo respeto, no con el cefio airado, ni con la innoble
fusta levantada- que mal puede luego alzarse a hombre el
que SC educa como a siervo mísero;- no con la áspera
riña, ni la amenaza dura, sino con ese biando consejo,
plática amiga, suave regalo, tierno reproche, que deja sin
arrepentimiento tardío el áuimo del padre, y llena de
amoroso rubor la fren! e del hijo afligido por la culpa.
Amigos fraternales son los padres, no implacables
censores. Fus- ta recogerá quien siembra fusta: besos
recogerá quien siembra be- sos:- que hoy en esta
expansión creciente de todos los amores en que a
despecho de viejos dientes y ruines mordeduras, se
aprietan unos a otros en abrazos purísimos los hombres,ley es única del éxito la blandura,--- la ílnica ley de la
atltoridad es el amor, 1’ así, con este germen, ;qué gran
hijo ha logrado el noble an- ciano! Proveíale el solícito
padre de ese caudal pequeño de los niños, siempre
enamorados de las bellezas que cautivan en la in- fancia,
de la lámina de brillantes colores, de los juguetes de
acción v de relieve, de los elegantes libros extranjerosque propios, iaún no los tenemos!,- de todas esas pueriles
sencilleces que excitan los deseos de aquellos días felices,
en hora triste abandonados. No es el menor sacrificio que
a la vida se hace el sacrificio de la infan- cia:- jay! jentrar
a vivir con un ramo de flores marchitas en la mano!-
Amplia era la provisión, y cada macana repetida; y aquel
hermoso niño, en su camino para el colegio- que amó
siempre- corno nuestras mañanas son tan bellas, y todo
en ellas palpita de esperanzas y de amor, contagiábase de
aquella hora & bodas,- sentía, lleno de bien, afán de
hacerlo,- y no hubo entonces ruda mano negra, seca
mano blanca, ni humilde falda mísera que no apretase
agradecida la limosna del niño compasivo. ¿Qué amaba
él?- Los héroes de la historia. Su padre la con- taba; que
nunca deben los padres abandonar a otros el molde a que
acomodan el alma de sus hijos; y con Catón el rudo, con la
víctima noble de Sphialte,, q con la brava Lucrecia, con el
tremendo Bruto, encendíase aquella faz radiosa, y a
menudo lloraba lamentando cómo era ya pasado el
tiempo de los héroes.- iCuánto anheló para sí el manto de
Régulo, la palabra de Hortensio, la toga de l- os Gratos!iOh! isi fueran los padres en el hogar ya que no copla,
ejemplo al menos del respeto a los buenos, los justos y los
bravos!... iGeneración de bravos sucediera a esta
generación anémica y ra- quítica! Lleno del suave aroma
de nuestras mañanas; con besos pater- nales coronada la
frente; en el amor de los viejos héroes templada aquella
intrépida alma presurosa, sintió, con los primeros
albores de la razón, las primeras solicitudes de la gloria.
ICuántas veces se inclinó al oído de su madre para
decirle, con la santa timidez de todas las primicias,
infantiles versos! icuántas, con épicps alien- tos, tradujo a
incultas y sonoras rimas las hermosas lecciones de los
griegos! Fáciles le eran desde niño todas las formas
activas de la gran- deza y la belleza. Sentía noble encanto
en enseñar lo que sabía. iHabía bravo en la comedia
casera? Él era el bravo. iEra menester un drama de
pasiones. 3 Acordábase de su padre el niño poeta, y allá
en el alma hallaba elevación para el coturno. (Querían
sus jóvenes amigos reír y holgar. 2 Allí, con gran
concurrencia de ve- cinos, al aire, como en los grandes
tiempos muertos, celebrábase con regocijo la nueva
obrilla cómica de Alfredo. A veces, entre frenéticos
vítores, de que en muy rara ocasión habló el poeta, el
pueblo de los pobres proclamó hijo suyo al niño humilde
de los sueños, de las limosnas y las lágrimas.- iQue es
doble manera de hacer el bien, dar pan al cuerpo y darlo
al alma! 186 Josi Martí OBR. lS ESCOGIDAS T. 1 187 De
fijo fueron aquellos paseos, aquellas comedias olvidadas,
aquellos entusiastas espectáculos, origen de ese tono
espléndida- mente humanitario que llena de color y de
grandeza las obras de Torroella. Tal vez aquel espíritu
ardoroso, que ponía en la caridad tanto vigor como en el
verso, juró en silencio, frente a las amar- gas miserias de
los menesterosos, ser, con el enérgico sostén de sus
derechos, redentor de su vida miserable.- De allí, sin
duda, en aquella confusión de altos alientos en humildes
hombres; de aquella verdad triste, fuente única y
exclusiva, como toda verdad, de la poesía, nació luego,
con la predicación fogosa de un poeta, en otro tiempo
amado, ese santo fervor con que defiende en un drama
ruidoso, en discursos felices y entusiastas, en versos que
no negó nunca a los pobres, el derecho del triste y del
caído.- iCorona de ceniza para los poetas cortesanos!iCorona de himnos para la frente del honrado poeta de los
pobres!... Dio al fin, en 1864, a la pública luz, que había
alumbrado ya su vida triunfadora de escolar, un volumen
de versos. La crítica generosa, única fructífera, lo fue sin
tasa para el privilegiado ado- lescente.- Leyeron sus
versos las mujeres... ifeliz destino de los versos!...
leyéronlos los hombres. Mirto tuvieron las damas, y
ramas de laurel todos, para el cantor generoso de los
desgraciados de Manila, héroe feliz de aquella noble
noche en que, con dar limosna a los necesitados, se dio
Cuba un poeta iMilagroso premio que al- canza siempre
el obrar bien! Cristianos amores, honrados deseos,
perpetua ansia de gloria inspiraban aquellas canciones
juveniles. Era aquel un buen poeta y un poeta bueno.
Rebelde esclavo de la grave forma, rompíala a menudo, y
decía en un giro prosaico el comienzo de una idea valiente que completaba con un hermoso giro. Cuando
fruncía el ceño, veíase aun bajo el ceño la sonrisa. Parecía
fuerte águila que llevaba en el seno una paloma. Así ha
cruzado por la vida; tórtola que ha gemido desde la
cumbre de los altos montes. Vino luego en noche
tormentosa ancha plaza para el rayo y para el trueno.
iCómo, Grecia!... al pisar la escena, pensaría en Roma y
iAllí estaba, radiante y soberbio, el hijo de los héroes!
Contra él estrellábase la cólera, como las olas que hierven
contra el mástil que las encorva y las dirige. Cruzábase de
brazos, porque dentro del ancho pecho desbordábase el
ancho corazón. Sobre las olas íbase sereno; domábalas,
acallábalas, vencíalas. Se hizo la obra buena. Y cuando
allá en la alcoba reclinó en la almohada la cabeza, una
pálida sombra, de sollozos y lágrimas vestida, dijo al
bravo poeta: “iPoeta honrado, contigo me desposo, tú
eres mío!” Vinieron luego para La Habana noches
venturosas. iCuándo no lo son las literarias?... La cultura
reemplazó a la cólera; al patio airado, salón
elegantisimo; a la noche del vasto coliseo, las noches de la
feliz Guanabacoa; a las increpaciones de la pasión,
murmullos siempre gratos de blandas y dulcísimas
pasiones. Y allá, en la casa de Nicolás Azcárate, uno, y no
el menos ilustre, de nuestros buenos, trocóse el domador
de olas en rimador de amores. iEn cuántos labios
delicados resbalan ahora las gallardas y felices estrofas
del poeta! Pareció una de aquellas amantes serenatas, lluvia fresca y copiosa de rocío. iVertió el poeta sobre
aquellas cabe- zas elegantes, desatados de lazos de rosas,
frescos haces de mayos y de abriles’... No cabe aquella
vida en este corto espacio; sea, pues, a grandes rasgos
terminada. Pero no terminada, comenzada de nuevo.
Vinie- ron con los días sombríos, las fugas de las tórtolas.
Y a su nido natural fuese el poeta: a Mérida. De la morada
de todas las cóleras debía ir a descansar a la morada de
todas las sonrisas. iEn la tierra querida cuajábase de
nubes nuestro cielo; sumergíase todo en negra sombra;
los árboles heridos caían gimiendo; los rebaños, a tientas
por los valles, maltratábanse en busca de ancho campo y
todo se moría, como si estuviese pasando por encima de la
pobre tierra muda, un inmenso ángel negro! Y al llegar a
la playa feliz, volvió los ojos el bardo: iay!... ique llorando
vuelven a saber lo que son lágrimas mis ojos! iY juzgó su
alma muerta, y la vio desde lejos, errante sollozando en
una palma rota por el rayo!... Mérida es tierra de ojos
negros y jazmines blancos: echa al mar playas de palmas
como para recibir mejor a sus hermanos... icuán generosa
tierra la que nos muestra al llegar árboles patrios! Con
Alfredo Torroella llegó a la buena Mérida un hombre
vigo- roso. Creció en el mar, a solas con el destierro, el
bardo joven. Aquellos campos vastos y elegantes, aquel
hogar caliente, aquel lenguaje nuevo, aquella vida largo
tiempo soñada, aquella atmós- fera tanto tiempo
apetecida, dieron súbito temple al peregrino:- y,
empuñando el bordón del caminante, como acero
flamígero moviólo a los ojos de los vehementes
meridanos. Cantó a sus poetas y a sus palmas- poetas de
las selvas. A cuánto noble y grande halló: inada más bello
que poder amar a aquel a quien se tiene algo que
agradecer!... Y fuese cargado de laureles, fatigando al
mar con poderosos pensamientos, a la noble México. iSea
con respeto y vivisimo amor oído tu nombre, tierra
amiga! - isepulcro de Heredia! iInspiración de Zenea!
iTumba de Betan- court! iAbrigo fraternal y generoso,
prepara tus montañas, viste el valle de fiesta, da la lira a
los bardos, borda el río de flores, ciñe de lirios la cresta
del torrente, calienta bien los hielos de tus cum- bres!...
iTe ama Cuba!... iY entre pueblos hermanos, todas las flores deben abrirse el día del abrazo primero del amor!...
iTu rica Veracruz nos dio sustento, labores San Andrés,
aplausos México! iTu pan no nos fue amargo, tu mirada
no nos causó ofensa! iBajo tu manto me amparé del frío...
iGracias, México noble, en nombre de 10s ancianos que en
ti duermen, en nombre de los jóvenes que 188 José Martí
OBRXS ESCOGIDAS. T. 1 189 en ti nacieron, en nombre del
pan que nos diste, y con el amor de un pueblo te es
pagado! Allí, con fa energía de las grandes fuerzas,
surgió Alfredo. Surgió al borde de una tumba, la áel buen
actor Morales, por él honrado en quintillas que hicieron
fiesta en México. Se abrazó a Juárez, y lloró el coloso.
Abrazó al poeta Justo Sierra, y el teatro entero saludó con
aplausos conmovedores el abrazo. Las escuelas, los
asilos, las nacionales fiestas tenían en él poeta natural. iE
can- tó el valor glorioso, la derrota heroica, los árboles
cargados de recuerdos, el amor que consuela, la energía
que salva, la indigna- ción soberbia que redime!...
íBendita aquella lira que descansaba siempre en el
umbral de la puerta de los pobres! Amó antes la muerte:
(qué mano noble no se ha alzado algunas veces a la sien
para arrancarle airada su secreto? Pero allí encon- tró
hogar para el talento, hogar para el corazón. Amó
puramente, que es redimirse de terribles sueños. Y,
cargado de deber, amó la vida. En demanda de lo infinito
suspiramos: ibien haya la familia, acá en la tierra hogar
de lo infinito! Honrábalo su esposa, y él la honraba. Amar
no es más que el modo de crecer. Tuvo hijos y bendijo su
fortuna. <De qué mal no nos cura un pequeñuelo que cabe
en nuestras manos? Orador, arrastró; poeta, sedujo;
autor dramático, oyó de los mexicanos aplausos
ferventísimos. Ora tonante y fiero, ora amoro- so y
manso; no mermada la generosidad, enamorado de dos
patrias, fuerte con un nobilísimo cariño, con el estudio
asiduo acendrado su enérgico talento, era para México,
no el humilde acogido, sino el hijo fervientemente
amado. Asombro fue más tarde con su honradez pasmosa
en los feraces pueblos de la batalladora frontera
mexicana. Cantos de sus días faustos, maestro de sus
hijos, guardador de sus haberes, alma de sus fiestas.
Llamaba a sí a los niños; siempre con él se vio a los
buenos. El porvenir incierto la diaria carga de la triste
vida, el clima hostil, el peso de los sueños, fueron
lentamente hiriendo al autor del no olvidado drama Amor
y pobreza, del elegante Lauuel ,y oro, del chispeante
Careta sobre careta, del culto proverbio El Istmo de Suez;
al que escribió romances con rima delicada, odas con
lírico arrebato, serenatas perfumadas de amor, elegías
fuentes de lágrimas... iAllá creció, junto al Ajusto viejo,
bajo el paiacio indio, a la agitada margen del Río Bravo!
Poeta ilustre se hizo aquel poeta simpático, galano el
incorrecto, admirable el honrado, bendecido el bueno.
iGran aire quieren las naturalezas grandes! Necesitaba el
Continente vasto, aquel poeta digno de cantarlo. $ómo
hablar de su muerte si cerré sus ojos?... Calle yo ahora:
itambién tienen pudor las lágrimas!... ¿Dónde está ahora
la palabra de fuego, el corazón inmenso, el generoso
aliento, la ya famosa lira del poeta?... dónde el bardo de
los pobres, de los esclavos, de los mártires?... En vano se
le busca en otra parte: “está en el alma de los mártires de
los esclavos, de los pobres” -- iAmado será el que ama;
besos recogerá quien siem- bra besos...! iMuerte! iMuerte
generosa! ;Muerte amiga...! iSeno colosal don- de todos
los sublimes misterios se elaboran; miedo de los débiles;
placer de los valerosos; satisíacción de mis deseos; paso
oscuro a los restantes lances de la vida; madre inmensa, a
cuyas plantas nos tendernos a cobrar fuerzas nuevas
para la vía desconocida don- de el cielo es más ancho,
vasto el límite, polvo los pies innobles, verdad, al fin, las
aias; simpático misterio, quebrantador de hierros
poderosos; nuncio de la libertad... te hemos robado un
hijo...! iDigno era de ti, pero nos hace falta.... 1
Caliéntanos su fuego, animarlos sus cantos, suavízanos
su amor, fuerzas nos da su indómita ener- gía. Bfiscalo si
lo quieres, en el hogar de los desnudos, junto al lecho de
los enfermos, en el corazón de los honrados, en la grave
memoria de los hombres, en las páíidas almas de las
vírgenes. iPero si tanto has de arrancarnos para llevarlo
a tu hondo seno, iay! nunca vengas, que las vírgenes y
los honrados nos hacen mucha falta! iMuerte, muerte
generosa, muerte amiga! iay! jnunca vengas! Discurso
en honor del poeta Alfredo Torroella, leído en la velada
celebrada en el Liceo de Guanabacoa, el 28 de febrero de
1879. 0. C., t. 5, p. 83- 89. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 191
BRINDIS EN EL BANQUETE CELEBRADO EN HONOR DE
ADOLFO MARQUE2 STERLING Para rendir tributo,
ninguna voz es débil; para ensalzar a la patria, entre
hombres fuertes y leales, son oportunos todos los momentos; para honrar al que nos honra, ningún vino hierve
en tas copas con más energía que la decisión y el
entusiasmo entre los amigos numerosos de Adolfo
Márquez Sterling. A mí, que de memorias vivo; de
memorias y esperanzas,- por lo que tienen de enérgicas
las unas y de soberbias y prácticas las otras- a mí, que no
consentiré jamás que en el goce altivo de un derecho
venga a turbármelo el recuerdo amargo del excesivo acatamiento, de la fidelidad humillante, de la promesa
hipócrita, que me hubiesen costado conseguirlo: a mí,
átomo encendido, que tiene la voluntad de no apagarse,
extinguirá jamás sino bajo la de un incendio vivísimo que
no se influencia cierta, palpable, visible, de copioso, de
inagotable, de abundantísimo raudal de libertades: a mí
han querido encomendarme los numerosos amigos del
bravo periodista, que con esta voz mía, que en el obligado
silencio cobra fuerzas, para que nada sea bastante luego
a ahogarla en mi gar- ganta, dirija al enérgico hombre de
combate el amoroso aplauso con que los espectadores de
las gradas, que más que las holguras de la vida, quieren
tener viva la dignidad, viva la libertad, vivo el decoro,
ven como en la abierta liza, por sobre todas las espadas
que se cruzan, movilísima, flamígera, brillante, luce y se
agita siem- pre el arma ruda del más franco, del más
afortunado, del más brioso y loado caballero. No es este
un hombre ahora: cuando en los hombres se encarna un
grave pensamiento, un firme intento, una aspiración
noble y legítima, los contornos del hombre se desvanecen
en los espacios sin confines de la idea. Es un símbolo, un
reconocimiento, una ga- rantía. Porque el hombre que
clama, vale más que el que suplica: el que insiste hace
pensar al que otorga. Y los derechos se toman no se piden;
se arrancan, no se mendigan. Hasta los déspotas, si son
hidalgos, gustan más del sincero y enérgico lenguaje que
de la tímida y vacilante tentativa. A este símbolo
saludamos, a la justicia y al derecho encarnados en su
obra, que nos han sido tributados: al tenaz periodista, al
observador concienzudo, al cubano enérgico, que en los
días de la victoria no la ha empequeriecido con
reminiscencias de pasados te- mores, ni preparaciones de
posibles días; que en los días de nuestra incompleta
libertad conquistada, de nadie recibida, ha hablado honradamente con la mayor suma de libertad y de energía
posibles. Si tal, y más amplia y completa, hubiera de ser
la política cu- bana; si hubieran de ponerse en los labios
todas las aspiraciones definidas y legítimas del país, bien
que fuese entre murmullos de los timoratos, bien que
fuese con repugnancia de los acomodaticios, bien que
fuese entre tempestades de rencores:- si ha de ser más
que la compensación de intereses mercantiles, la
satisfacción de un grupo social amenazado y la redención
tardía e incompleta de una raza que ha probado que tiene
derecho a redimirse:- si no se ha extinguido sobre la
tierra la raza de los héroes y a los que fueron suceden los
héroes de la palabra y del periódico; sí al sentir, al
hablar, al reclamar, no nos arrepentirnos de nuestra
única gloría y la ocultamos como a una pálida
vergüenza;- por soberbia, por digna, por enérgica, yo
brindo por la política cubana. Pero sí entrando por
senda estrecha y tortuosa, no planteamos con todos sus
elementos el problema, no llegando, por tanto, a soluciones inmediatas, definidas y concretas; sí olvidamos,
como per- didos o desechos, elementos potentes y
encendidos; si nos apretamos el corazón para que de él no
surja la verdad que se nos escapa por los labios; si hemos
de ser más que voces de la patria, disfraces de nosotros
mismos; sí con ligeras caricias en la melena, como de
domador desconfiado, se pretende aquietar y burlar al
noble león ansioso, entonces quiebro mi copa: no brindo
por la política cubana. ’ En tanto que se eleva y fortifica,
brindemos admirados por el talento que recorta
asperezas, fortifica pueblos, endulza voluntades; por el
talento redentor, sea ‘cualquiera la tierra en donde brille;
por el talento unificador que tiene aquí sacerdotes y
apóstoles; y especial y amorosamente, por el brioso
justador que con lustre del lenguaje, público aplauso,
cívico valor y pasmo de los débiles, ha sabido encarnar en
tipos felícísímos, a punto de concebidos, popu- lares,
nuestras desdichas, clamores y esperanzas. Saludemos a
todos los justos; saludemos dentro de la honra, a todos los
hombres de buena voluntad; saludemos con intimo cariño
al brillante escritor que nos reúne; al aliento y bravura
que lo ani- man; y a la patria severa y vigilante, a la
patria erguida e impo- nente, a la patria enferma y
agitada que inflama su valor. Pronunciado en los altos
del café El Louvre, La Habana, el 21 de abril de 187% 0. c.,
t. 4, p. 177- 179. 1 Martí, según se afirma, quebró su copa.
OBR.\ S ESCOGIDXS. T. 1 193 A MIGUEL F. VIONDI
Santander, 13 de octubre [ 15791 Mi ejemplar amigo.Llena tengo el alma todavía del hermoso dolor de aquel
día último.-- ’ y los que alli me acompañaron, a todas
partes me acom- patian. Pero no quiero hablarle de esto.
Ni escribir quiero mis me- morias,- porque hasta las que
escribo me hacen falta para calen- tarme el alma en tanta
soledad:-! mi mujer y mi hijo! !Si viera V. qué tristemente
me hablan desde mi corazón!- Y nada aún sé de mí. No
pudo serme menos desagradable la navegación. Del
Capitán ,2 hombre entero y simpático; del Sobre- cargo
Leandro Viniegra; generoso espiritu venido a este empleo
después de recias tormentas en la vida,- recibí incesantes
y no comunes muestras de celosa consideración. Digo
esto, porque me complace tener qué agradecer. Por muy
lisonjera para mi, no le envío la bella y entusiasta carta 3
con que me dijo adiós en nuestro último día de mar el
Sobrecargo.- Tres cubanos, Roa- ’ con su fidelisima
memoria de cesas pasadas y su leal conducta para conmigo, = un joven Ojea y Cárdenas, 5 bueno y fiel, y Luis
Díaz, un estimable y juicioso matancero, fueron mis
únicos compañeros de viaje. En la Cárcel, sin cesar los vi
a mi lado.- Hoy, al fin, luego de haber demorado dos días
su viaje en espera de resolución de Madrid sobre mí ,- se
han ido los tres.- Muy especialmente se ocuparon a bordo
de evitarme impresiones penosas,- que para mí 1 Alude a
su salida de La Habana, deportado. 2 Eugenio Bayona. 3
La carta anterior, del 11 de octubre de 1879, es la
respuesta. 4 El coronel RamSn Roa y Gari. s Manuel Ojea
y Cárdenas. no lo hubieran sido,-- y no lo fueron- al
llegar a tierra.- Solicitado desde el primer instante en que
el vapor que traía a médicos y ca- rabineros atracó junto
al nuestro, por un Inspector de Policía,-- fui llevado a la
casa del Gobernador.- Creo que anduvo perplejo; pero, si
bien recomendándome especialmente, me envío a la
Cárcel.- Tuve dentro de ella, por bondades del curioso
Alcalde, cuanto bic- nestar y libertad eran posibles,Estuviera aún allí; y lo daría por bien empleado, porque
así pude conocer a tres infelices cubanos, -enviados de
Sancti Spíritus en silencio por el vapor anterior,- y aliviar
en algo su mala fortuna.- Dignos, puros y fuertes.- Ya no
tienen frío. Debo mi libertad, amigo mío, a un hombre
generoso.- Grandes cosas estoy obligado a hacer, puesto
que grandes bondades tengo que pagar. Cuando me
quedé solo,- cuando ya no alcanzaba a ver aquel generoso
bote, cargado de almas virtuosas6 vi cerca de mí a un
anciano, de mirada tiernísima y manso aspecto,- y dije,
se- ñalándolo, a los que estaban a mi lado:-“ Aquel
hombre debe tener un alma evangéiica”.- A ese hombre
debo hoy mi libertad: Ladis- lao Setién se llama, y es
diputado a Cortes por Laredo, un distrito de esta
provincia.- Luego de embarcados, apenas nos saludamos
Setién y yo;- for- maba él un grupo distinto. Pero no bien
al llegar a Santander, me supo preso, vino a saludarme
conmovido.- Me ofreció sus servicios: como yo debía
olvidarme de su oferta, la agradecí y la olvidé.- Y a los dos
días con el noble Setién entraba en la Cárcel la orden de
mi libertad bajo fianza.-!?! era mi fiador vea V. que alma.- Sa! u- dos nos habíamos cruzado. Eso hacía él.Sombrías ideas tenía en la Cárcel, por el dolor que mi
prisión habría causado a Carmen. En lo que a ella la
aiiviará de pesa- dumbre, he estimado mi libertad.- iPor
qué inspiré al admirable Setién tan súbito afecto y tan
completa confianza?- Porque vengo todo lleno de las
noblezas que para mi tuvieron mis amigos.- En
Santander, por especiales razones, y por los numerosos
comentarios a que ha dado origen mi llegada, sube de
punto la hermosa acción de este hombre bueno, con tan
senciila grandeza realizada. Para agradecerlo, veo
grande el caso.- Para gozarlo, pequefio.- iQué me
importan a mí ahora lóbregas paredes, o cielo azul? :No
es todo cárcel? Un deber me imponía la orden, y de él he
sido hoy cortésmente relevado por el Secretario de
Gobierno: el de presentarme diaria- mente en la
Secretaría.- De ella me notificaran lo que de Madrid se
resuelva. Espero que se ordene mi conducción a Madrid. Y
espe- 5 Se refiere a los amigos que fueron a despedirlo.
Ver la carta de Patricio Sir- gado al Presidente interino
del Comité de Nueva York del 2 de octubre de !879, en
Gocumentos para seririr a la historia de la Guerra
Chiquita, La Habana, 1950, v. II, p. 254- 255, 194 JOSC
Martí ro verme preso en Madrid,- porque no he querido
que varias per- sonas- importante alguna- que a ello se
me han ofrecido aquí, escriban sobre el acuerdo que
respecto a mí se tome. Ni he escrito nada a nadie acerca
de mi llegada y situación.- La honra, in- tegra.- Por V.
como por mí, deseo ir pronto a Madrid;- por enterar
minuciosamente a Martos,‘- si bien anda Martos ahora en
gravísí- mos quehaceres políticos- de todo lo que a Doña
Dolores 8 se re- fíere,- y de la honrada y briosa campaña
que ha abierto V. en el pleito.- 9 A muy recios combates
me obliga ahora mi varía fortuna; pero nunca olvidaré
aquellos días de animado bufete, ni las heridas que V. me
curó, ni la fortaleza que V. me reanimó, ni aquella unión
entrañable- no en mí perecedera- en que vivimos. Sean
para V., como para mí, los días que pasan obligaciones
nuevas de caríñol- Ayer vi un encantador sombrero
blanco. Pensé en Julíta.‘ O Y en mi hijo.- Perdón por esta
larga carta, en gracia de ser la primera que desde España
escribo. Muy agitado para comenzar escribiendo a
Carmen, he querido verter antes a quien tan buen derecho
tiene a él, este exceso de intima confidencia en que rebosa
ahora mi alma. No juzgue V. de mi espíritu por esta carta
extraña:- tengo las ideas tardas y confusas. Aunque si
estoy allí, icómo he de hallarme aquí? -- iPor qué se han
de escribir esperanzas ni dolores más grandes siempre
que la forma en que han de ser escritas?- A Cheíto,” esa
alma rica,- al leal Carlitos,-‘ 2 al fidelísimo Lladó,- l3 al
hidalgo Ramírez,-” al generoso Menocal,- ’ al buen Valle,-l6 dígales, con mi promesa de escribirles, que soy tan
parco en contraer amistades nuevas, como orgulloso y
celoso de las viejas. 7 Cristino Martos Balbi. político y
jurisconsulto español. 8 Dolores Alvarez viuda de
Mitjans, cliente de Viondi. 9 Litigio de la testamentaría
concursada de Bartolomé Mitjans y Rivas 10 Julia Viondi
y Varona, hija de Miguel F. Viondi. (1 José Sebastián
Morales, marqués de la Real Campiña. 12 Carlos Fonts y
Sterling. * Francisco LIadS. ‘4 Francisco Ramirez. (5
Francisco de Paula Menocal y González. l6 Florencio
Valle. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 195 A Javier” y a sus
hijos, cariñosos saludos. A Hortensia, plácemes por su
marido.- Y un pensamiento para su hijo nuevo.-” A
Suzarte, a Gómez, ’ a Carrillo, m a Aranguito, al buen
Matamo- ros, z’ a aquellos con quienes me obliga amistad
más intima, o es- pecial gratitud, escribiré por el vapor
del 20.- ¿No hice mal en lo de Arístides Fernández? Me ha
tenido esto todo el viaje caviloso. Pero, si lo hubiera
rechazado, ante él mismo, ¿no lo habría ofendido?- Lo
recuerdo muy cariñosamente. Ruégue- le que le diga a
Bolívar cuán atento ha sido aquí pa. conmigo el Sr.
Maza.- He de presentarle a un noble hombre: a Viniegra.=
Y a V. iqué he de decirle, sino llamarle hermano?- Sienta
V. tan vivamente como yo este placer de ser querido.Escríbame a Madrid, a la lista del correo.- Y aunque yo no
quiero que V. sufra nunca,- ojalá que sufra V. alguna vez,
y en- tonces, acuérdese de mí.- JOSE MARTI 0. C., t.‘ 28,
p, 367- 370. Cotejada con el manuscrito original. 17
Javier de Varona, suegro de Viondi. 18 Se llamó Miguel, y
vivió poco tiempo. 19 Juan Gualberto Gómez y Ferrer. 20
Antonio Carrillo y O’Farril. 21 Dionisio Matamoros, padre
de la poetisa Mercedes Matamoros. 22 Leandro J,
Viniegra. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 197 LECTLRA EN
STECK. HALL* Señoras y señores: El deber debe
cumplirse sencilla y naturalmente. No a un tor- neo
literario, donde justen el trabajado pensamiento y la
cuidada frase,- no a recoger el premio de pasados y
presentes dolores, que por ser menos graves que los que
otros sufrieron, más que enorgu- llecerme, me
avergüenzan;- no a hacer destemplada gala de entusiasmo y consecuencia personales vengo,- sino a animar
con la buena nueva la fe de los creyentes, a exaltar con el
seguro racio- cinio la vacilante energia de los que dudan,
a despertar con voces de amor a los que-- perezosos o
cansados- duermen, a llamar al honor severamente a los
que han desertado su bandera. Y no cuido del aliño de mi
obra, breve y raquítica muestra de la que intento en
beneficio de la patria,- porque no tiene derecho a los
refina- mientos de la calma un lenguaje que no ha sabido
conquistar aún para su pueblo la calma honrada y libre;
ni debe el buen guerrero, en la hora del combate, curar de
su belleza, sino de ofrecer el pecho ancho, como escudo del
patrio pabellon, a las espadas enemigas. -- Por más que
este enemigo a quien ahora combatimos, luche, más que
con espadas, con puñales. A despecho de los tímidos, que
gustan de achacar a una fata- lidad inexorable los sucesos
que en gran parte de su timidez de- penden,- sin lograr, ni
de los que los oyen, ni de si mismos, ser creídos; a
despecho de los agoreros, que, para iibrar del naufragio l
El mismo ario de su lectura, 1880, se publicó en foileto, en
Nueva York, pre- cedida de la siguiente nota explicativa
de Martí: ‘E! tono especiai de las lecturas, a que esta
habia de acomodarse, requerido además por el
!evantado patriotismo de la emigracion a quien el lector
se diri- gía, pudiera hacer creer a algunos espiritus
prácticos que la exaltación ocupa en estas páginas el
lugar del raciocinio. Corria el riesgo el lector de parecer a
unos sobrado íogoso, y a otros escaso de fuego. Salven los
de ánima fría aquello que no pareció mal, sin embargo, a
los de altivo corazón, y hallarán tal vez, en estas breves
consideraciones, apuntadas al correr de la pluma. algún
motivo de serios oensamientos. Falta aún mucho que
decir, y será dicho, puesto que decir es un modo de hacer.
Gracias, en tanto, a los que oyeron. esta lectura con tan
vivo amor, y a los que se empetian en darla profusamente
a luz fosé Martí.” los flotantes restos, anuncian con
palabra calurosa la derrota de todos aquellos esfuerzos,
que, con una existencia definida y propia, trajeran, para
establecerla mejor, la alteración momentánea de la
riqueza establecida; a despecho de humanas vanidades,
que sin modo de excusar su pereza, se duelen de ver que la
actividad viril de los demás, les echa su censurable calma
en rostro; a despecho, en fin, de los que se alzaron sobre el
pavés de la revolución, no para afianzarlo o mantenerlo
puro, sino para impedir que sus ver- daderos
mantenedores lo libraran de su mancilla pasajera; a despecho de todos, y con aplauso y admiración de muchos,los can- sados se fortalecen; las armas oxidadas salen de
las hendiduras donde sus dueños prudentes las dejaron,
en olvido no, sino en re- poso; las pasiones humanas
producen, excitadas de nuevo, sus na- turales resultados;
y aquella década magnifica, llena de épicos arranques y
necesarios extravios, renace con sus héroes, con sus
hombres desnudos, con sus mujeres admirables, con sus
astutos campesinos, con sus sendas secretas, con sus
expedicionarios vale- rosos. Ya las armas están probadas,
y lo inútil se desecha, v lo aprovechable se utiliza. Ya no
se perderá el tiempo en ynsayar: se empleará en vencer.
Los hijos de los bosques saben ya 6~ 1 árbol que cura, el
que alimenta y el que ampara. Las aves en las cuevas han
aumentado sus depósitos. La orilla en que se fracasó, se
es- quiva. Para los corceles, hay nueva yerba. Para sus
jinetes, nuevos frutos. Ya se conocen los peligros, y se
desdeñan o se evitan. Ya se ve venir a los estorbos. Ya
fructifican nuestras miserias, que los errores son una
utilisima semilla. Ya ha cesado la infancia candorosa,
para abrir paso a la juventud fuerte y enérgica.- La
intuición se ha convertido ya en inteligencia: los niños de
la revo- lución se han hecho hombres. iNi era posible que
muriesen, de tan oscura muerte, tales hom- bres y sucesos
tales! iNi había de dejar de ser cierto, por la prime- ra
vez sobre la tierra, que, una vez gozada la libertad, no se
puede ya vivir sin ella! Las mejillas tenian que
enardecerse con el ca! or de Ios pasados combates; los
guerreros tenían que preguntarse: *dónde están mis
armas?; las esposas se habían habituado al su- blime
dolor de ver partir cada día para la muerte a sus maridos;
10s hijos, acostumbrados al lenguaje vigoroso de los
padres, ha- bían de mirar con desprecio cómo sus padres
acataban lo que et7 el campo escarnecían, y enseñaban a
sus hijos a que escarneciesen: las almas nuevas, venidas
al mundo al resplandor de las batallas, vigorizadas con el
aire de los campamentos, habían de rebelarse contra la
bochornosa e hipócrita existencia de las poblaciones sometidas. La manada de cebras rebeldes no podía
convertirse en rebaño de mansas ovejas.-¿ Y mis hijos?- se
dirían las madres. ;Y mi esposo?- se diría la viuda. ,Y mi
amigo?- se diría el amigo. <Y mi desventurada
compañera?- se diría el que cavó la tierra con sus manos,
y echó en el hueco frío el cuerpo de su amada, o con 198
losé Marfi OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 199 10s pies desnudos,
y el pecho lleno de sollozos; cruzo llorando por montes y
por ríos con el cadáver a la espalda! Allá, en aquellos
campos, iqué árbol no ha sido una horca? ¿Qué casa no
llora un muerto? ¿Qué caballo no ha perdido a su jinete?
iY pacen ahora, en busca de jinetes nuevos! Tales
recuerdos no podían morir,- ni en las víctimas
lastimadas, ni en los héroes enorgullecidos ni en los que
para admirarlos abrie- ron los ojos. No podían morir aun
cuando los héroes y las victimas muriesen porque las
tempestades que se apartan por medio de los ojos del
tirano, se concentran y se preñan de ira en el silencio del
hogar.- El hijo odiará lo que odió el padre. El hambre
pasa; del cansancio se vuelve; la traición llega a ser
conocida. Los que en comunidad vivieron, si por pasajero
temor se huyen,- por inven- cible solicitud [se unen] para
disculparse unos a otros; para enor- gullecerse de la
pasada gloria, y ponerla en frente, como excusa de la
actual miseria; para devorar reunidos nuevas y comunes
afren- tas,- en comunidad vuelven a vivir. Y los muertos
entonces cobran forma. El que sepultó a su mujer quiere
volver a llorar sobre la abandonada sepultura. El padre
no se decide a que su hijo se aver- giience de él. El esposo
perdido reconviene en las sombras a la esposa. Todos los
ojos se llenan de lágrimas. Se cuentan las vir- tudes de
los muertos. Como oscura venganza, se recuerda su modo
de morir,- y la crueldad del matador. Y exaltados y fieros,
se dicen que aquel día triunfaron, que aquella acción fue
acción de gloria, que estos dueños se sentaron ante ellos
en el banquillo de los reos. Y flota sobre la comunidad
aire de pólvora. Y los azotes se oyen fuera. Y el azotador
toca a las puertas. Y en las espaldas flagela- das nacen
alas. iLos que lo anduvieron una vez, no olvidan el camino de la gloria! La dignidad, los terribles recuerdos y la
cólera lavaron la culpa de la flaqueza y del engaño.- Y
entrándose en tropel por donde iban la utilidad y la
razón, a par de ellas levan- tan, luchando a la vez por el
bienestar y por la honra, el estan- darte de la guerra
nueva. Los que no vivieron de ese heroico modo, los que,
desde el fondo de sus calabozos, desde los buques que los
llevaban al destierro, desde los tristes hogares, donde se
cumplían silenciosamente terri- bles deberes, no
compartieron aquella vida nómada y brillante, llena en la
baja tierra, como en el alto cielo, de nubes y estrellas; los
que no han investigado con celo minucioso aquella
pasmosa y sú- bita eminencia de un pueblo, poco antes
aparentemente vil, donde se hizo perdurable la hazaña,
fiesta el hambre, común lo extra- ordinario; los que, con
bizantinas aficiones, o con teóricos instin- tos, o con
serviles hábitos aceptaron la grandiosa guerra, como sabroso halago a una vanidad ofendida sin tasa por el
áspero dueño, o como imprudente perturbación a un
sueño blando, con la cual era útil sin embargo, por lo que
pueden los pueblos coléricos, pa- recer en el día del
probable triunfo, acreditado amigo; los que con los ojos
empañados por la atmósfera espesa de las ciudades españolas, ofuscan con el temor su inteligencia, y el hermoso
amor a los que padecen con el amor exagerado de sí
propios,- leerán ató- nitos este para ellos cuadro extraño,
donde, con ser tan reales las figuras y tan vivos los
poderosos elementos, no se refleja en un solo punto su
urbana y financiera manera de pensar,- y hierven
sobresaltos, y brillan heroismos, y olean y se encrespan
pasiones que no fueron nunca datos para sus raquíticos
problemas. iPero vosotros, emigrados buenos, sufridores
de hoy, triunfado- res de mañana; vosotros que bautizáis
a vuestros hijos con el nom- bre de nuestros héroes más
queridos, de nuestros mártires, de nues- tros inválidos;
que habéis probado vuestra fe, donde la prueban los
amigos leales, en el abandono y en la desventura; que
habéis pre- ferido la labor modesta, llena de fuerza digna,
al placer de levantar casa sobre los cadáveres calientes,
sin más cimiento que la palabra movediza de un
adversario inepto y alevoso; vosotros que no creéis en la
prosperidad de una tierra donde sobre la generación
presente han caído desatadas las culpas de las
generaciones anteriores, y no hay interés en la hacienda,
ni recuerdo en la memoria, ni aspi- ración escondida que,
aún en los más débiles e hipócritas,- no batalle radical y
esencialmente con los intentos e intereses de aque; 110s
con quienes se pretende una imposible y perniciosa
concordia; vosotros que sentáis a vuestra mesa a los
gloriosos mutilados, a los veteranos de la independencia,
mal avenidos con la inútil paz; que al calor de la
extranjera estufa, oísteis rodeados de los atentos hijos,
cuentos de victorias y derrotas, y llorasteis con los
afligidos narradores, nobles lágrimas: que habéis
entrado en el práctico sentir que, con el quilate mayor de
las desgracias, despierta en los trabajadores este pueblo
utilitario y reflexivo; que en presencia de este pasmoso
desenvolvimiento, y con la memoria de aquella vida
mísera, no veis salud para el espíritu, ni porvenir para la
tierra, fuera de aquella solución, beneficiosa a la par que
gloriosa, que por ancha y nueva vía política lleve a la rica
patria a la dueñez completa de sí misma, y al íntímo
contacto, jamás por nuestros due- ños consentido, con los
pueblos hacia los que tradiciones viejas, intereses
presentes, simpatías irresistibles, y supremas afinidades
económicas nos conducen; vosotros que resolvéis con
cuerdo sen- tído- que no todo ha de ser sombrío problemalas inquietudes de la dignidad, sin cuyo franco y osado
ejercicio a nadie se impone amor ni respeto,- a par de la
solicitudes del bienestar material, objeto imprescindible,
aunque no objeto principal, de la existen- cia; vosotros los
ricos, que habéis tenido el enérgico valor de des- preciar
vuestra riqueza, y de haceros bajo un techo decoroso, y
sin que el látigo os alcance, otra riqueza nueva; vosotros
los pobres, que con la sagrada alegría de los creyentes, y
con esa serena in- tuición de lo que es bueno, no
oscurecida por vanidades ni íntere- ses, amasteis en sus
horas de agonía a la santa idea enferma, con 200 José
Martí OBRAS ESCOGID. i\ S T 1 201 tierna y melancólica
lealtad; vosotros habéis sentido palpitar en torno vuestro
a esos guerreros impacientes, a esos engariados rencorosos, a esas madres que ya no sonrien, a esos varones
que no saben llorar, porque han aprendido que las
fuerzas que se pierden en lágrimas, hacen fa! ta después
para el ardimiento y empuje de la sangre! Vosotros
mismos sois esa comunidad que se levanta; en- tre
vosotros andan los arrepentidos; en vuestros ojos se ve
relam- paguear brillo de aceros. En hora buena os
nieguen existencia cierta; en buena hora crean que
nosotros, y nuestros amigos, y yo mismo, somos, no
cuerpos viLos y reales, sino fantasmas vagabundos,
fatídicas apariciones, malévolos espíritus parleros,
nacidos a turbar la calma plácida de los
bienaventurados palaciegos. Sea, señores, norabuena que
los presuntuosos imaginen que un pueblo que ha vivido
largos años en el espectkulo incesante de su excepcional
grandeza, y en el ejercicio, a menudo organizado, de su
libertad, pueda venir de súbito, sin provecho alguno para
ia hacienda, sin garantía alguna para la vida, olvidando
de una vez sus fieros hábitos, a vivir en voluntaria
servidumbre, para complacencia de los tibios, y para la
gloria y el provecho de un enemigo cruel e incorregible.
Extravio tamaño de las humanas facultades y dirección
tan irracional de las pasiones indómitas, podrán ser, en
cónclave de augures, motivo de consuelo para los
acomodaticios pensadores, penetrados de páni- co y
alarma,- sin que, a lo que yo entiendo. y de lo que yo os
respondo, sientan en la callada soledad surgir en su
ánima la gal- vánica energía que con la fiebre del temor
escriben. Stiele así el miedo, natural consecuencia de la
culpa, animar con calor enfer- mizo las mejillas. Pero si
creen los engañados que para privar de real existencia a
lo que existe, basta, a modo de nirlos temerosos, cerrar
los ojos de manera de no verlo, y negar, porque a los
nuestros no se alza, que a los ojos abiertos tenga vida; los
que aquí nos congregamos, y los que fuera de este recinto
nos ayudan,- por la obra unida de la reflexión y el
entusiasmo; por el propósito cuerdo de dirigir y amoldar
a empeño franco, efervescencias que pudieran llegar a ser
luego de difícil molde;- por arraigada convicción de que la
lucha presente acelera y define una situación propia y
precisa, para llegar a la cual siempre sería esta misma
lucha imprescindible;- por fun- dada creencia en la
absoluta fa! ta de elementos políticos en Espa- ña, que
pudieran,- por inmediato, y en apariencia radical, que
fuera el cambio que los actuales elementos sufriesenasegurar a Cuba un porvenir político y económico tan
cuerdo que calmase todas las impaciencias, tan amoroso
que borrase todas las injurias, tan útil que no amenazase
de próxima muerte nuestros únicos productores de
riqueza; nosotros, los que aquí nos congregamos, por
raciocinio estricto, por riguroso examen,, por entusiasmo
que sube de punto y fortaleza cuando no lo inspira el odio
ciego, sino la meditada con- vicción,-- creemos y
sabemos que esta guerra ha brotado de sus naturales
elementos, asombrando a los mismos que. con dolor agudo, pero con serenidad Inconmo\- ible. preparaban el psis
para un sacudimiento necesario, en el cual acep! an,
vencedores o vericidos. toda la responsabilidad de quien,
seguro de la rectitud de su cspi- ritu, desdeFa ia pkrdida
de una popularidad cOmoda, y arro- tra con írente alta la
censura de ios que, con sus mismos deseos e impaciencids, aspiran sin duda alguna a aprovecharse de los
beneficios de una victoria que no tienen el valor de
preparar. Creemos y sabemos que ia naturaleza humana,
maia por acci- dente y por esencia noble, una vez hecha al
ejercicio de sus prerro- gativas mis honrosas, sólo las
trueca o las declina por provechos a tal punto
haiagadores que sean dignos de compensar el ineiable
placer que produce el dominio sensato de si mismo. No
cabe por tan? o en la naturaieza humana, alimentada
por los dolores que en gendran el rencor, y por la ira que
levanta en el ánimo del enga- ñado el pesar de haber
cedido a un engaño que no equilibra el bo chorno que
causa con la utilidad que reporta; no cabe ciertamente,
que todo lo que satisface nuestros deseos,- está de acuerdo
con nuestro raciocinio, nos enaltece a nuestros propios
ojos, proporciona a los ofendidos r; enganza de la ofensa,
facilita todas estas expan- siones con el placer de la
libertad y con la influencia del hábito,- se trueque por una
existencia sin esperanza de mejora, en que los nuevos
soíes anuncian nuevas burlas, en que el temor de los enemigos desvanece toda esperanza de fructifera concordia,
en que se agravan con males nuevos .os recientes y
terribles males, en aue la dignidad vive ofendida, ia vida
amenazada, la riqueza cohiblda o impedida y las
legítimas y habituales expansiones antes enérgi- cas y
libres, sujetas a malévola censura y a una expansión
deforme, traidora e incompleta. iOh no! no es hombre
honrado el que desee para su pueblo una generación de
hipkritas y de egoístas! Seamos honrados, cueste lo que
cueste. Después, seremos ricos.- S6lo las virtudes
producen en los pueblos un bienestar constante y serio.
Palpen unos con mano vacilante la senda áspera y larga,
como esperaneo 17 hora del éxito para unirse a! ccrti: ip
tri! lEf? l: \.~. lt‘. li~~ li; otros los 01r3s con rqnsancio, del
espectácu! o de uT; a Iuck:~, decr) l: k- de la cual
iamentarán, en la hora de peligro-- orque la libertad
naciente ha de ofrecerlos,- no haber entrado a contribuir
a una revolución cuyo alcance y empuje no serán luego
bastante pode- I- OSOS a contrastar,-- p?: que -7 Ipy que
no exceda la cosecha -10’ monto y calidad de la cr~:‘!! a:
abandonen h-! con cf; lnable tihir? Q io qLle mañana,
espantauos tal vez de las consecuencias de su culpa,
pretenderán asir en vano; afilen algunos con mano
selícita, y a! ar- guen al duefio, los aceros que han de
clavarse en el pecho de los q~ ue mueren-; oh +prrihlo
fcP+ l* na+--- en tlefenc- An1 bionrjìtícr v liber- tad de
aquellos que ias aaesman. A muchas generaciones de L+.!
G vos tiene que suceder una generación de mártires.
Tenemos q:: c 202 /ose Marti OBRAS ESCOCIDAS. f . 1
203 pagar con nuestros dolores la criminal riqueza de
nuestros abuelos. I’erteremos la sangre que hicimos
verter: ;Esta es la ley severa! ;Oh! iy cómo se cumple de
nuevo en nuestros campos, testigos hoy como ayer de un
mal inevitable,-. por cuanto de feroz avara y opresora
conserva aún, en castigo tal vez de extraordinarias culpas, la triste especie humana! De las flaquezas de los
unos, nos consuelan bravuras de los otros . iAbnegadas
mujeres! caliente vues- tras mejillas el pudor: dé el
trabajo vigor a vuestra sangre, y con ella calor a vuestros
rostros; mas ya no los colore la vergüenza por la
debilidad de nuestros hijos! No había muerto aquella
pléyade brillante, que peleó con menos armas, y moría
más hermosamente que pueblo alguno de la tierra. Los
trabajos la fortalecen; el espí- ritu de- los muertos pasa a
alentar el alma de los vivos. Los viejos héroes,
acostumbrados a la gloria, vuelven a buscarla.- iQué miserable vida la del que concibió un alto empeño, y muere
sin lo- grarlo!- iSe sale de la tierra tan contento cuando se
ha hecho una obra grande! Ya cabalgan de nuevo en la
llanura los jinetes de hierro; ya resplandecen de nuevo
aquellos rostros con el fulgor de la victoria; \: uelven a
ver el bosque en que triunfaron; sobre olvi. dadas cruces
juran de nuevo un voto no olvidado; a recibir a sus
hermanos surgen de las amigas selvas, mejores
guardadoras de nuestro honor que las ciudades, familias
beneméritas que habían continuado prefiriendo la
soledad del monte a vergonzosa entrega; hombres
fornidos, no capitulados, únense a las fuerzas salvadoras;
regados con la sangre de los buenos, que no se vierte
nunca en vano, cuajan los árboles amigos abundantes
frutos; el alimento ocioso, huelga; un expedicionario
valeroso rompe un bote, con el que pudiera poner la vida
en salvo, porque- iah brava frase!-“ tenía ya ganas de
pasar trabajos”; pregúntasele a otro si como luchó en la
pasada guerra, lucharía en la nueva, y dice simplemente:
“Noso- tros hicimos en 1868 un juramento; pero aquel
juramento fue un contrato entre todos los que lo
prestaron; los que han muerto lo han cumplido; los que
vivimos no lo hemos cumplido todavía.” iY vencerán a un
pueblo semejante? iNo hubiera escarnio bastante vigoroso para echar por encima de los culpables que lo
dejasen pe- recer!- No ha muerto la leyenda. iIndómitos y
fuertes, prepáranse sus hijos a repeti- sin miedo, para
acabar esta vez sin tacha, las hazañas de aquelios
hombres bravos y magníficos que se alimen- taron con
raíces: que del cinto de sus enemigos arrancaron las
armas del combate; que con ramas de árbol empezaron
una cam- paña que duró diez años; que domaban por la
mañana los caballos en que batallaban por la tarde! Esc
es un hecho; contra conjuros, veleidades y anatemas; contra la traición de los unos, la fatiga de los otros y la
Fersecución de nuestros dueños, la guerra ruge en Cuba.
Un mal no existe nun- ca sin causa verdadera. Busca la
naturaleza el placer, que por si mismo se mantiene; pero
huye todo daño, a menos que invencibles causas no la
obliguen a él. Jamás tuvo un suceso, suma mayor ni más
alborotada de enemigos. Los que de mal grado habianse
re- signado, sin conciencia de la grandiosa obra que
empeñaban, a la pérdida pasajera del esplendor de su
fortuna,- imaginando equivo- cadamente que haciendo
acto de contrición volverán a disfrutarla, han hecho el
acto. Los que empujados más allá tal vez de donde
pretendieron ir, no entraron en este duelo a muerte con la
mano bastante firme, con el objeto claro y definido, con el
corazón dis- puesto a todos los reveses,- descansan sobre
las ruinas de si pro- pios, en espera de que no habrá más
convencidos, ni tenaces, ni inteligentes luchadores que
lleven a puerto la nave en que ellos zozobraron. Los que
capaces de aspiraciones sin cuento y enamo- rados de la
fácil gloría, dejaron morir a sus defensores para profanarlos luego alzándose sobre ellos, a enarbolar con mano
fratricida el estandarte enemigo de aquel sobre cuyos
mártires se alzaban,- vieron con ojos hostiles a los
legítimos propietarios y a los valien- tes herederos de una
victoria que usurparon en un momento de confusión y de
vergüenza, pero que no puede pertenecerles, porque no
han tenido virtudes suficientes para conquistarla. Ni ha
de per- mitir un pueblo que lo gufen los que desconocen
sus verdaderos elementos, ignoran en absoluto el objeto
real y la vfa útil del pais en que nacieron, y en lugar de
remover con mano fuerte, a fin de conocerlas y
encauzarlas, las entracas hirvientes del volcán, a riesgo
de morir en ellas abrasados, -pretenden evitar la erupción
sentándose en la cima, como si en las horas de fuego y de
lava fuera bastante a evitar el estrago tan pequeño
estorbo: como si, cuando la mejor y mayor parte de un
pueblo se levanta, y de las tres comarcas de una tierra,
dos mueren por un intento, y la otra lo admira, pudiera
ser el esfuerzo sofocado por la algazara des- compuesta
de ULL’ grupo que sólo ha sabido seiialar su nombre a
merced de conscientes engaños, de mantener promesas
que sabia que no habían de ser cumplidas, y de escarnecer
y sonrojar a la revolución originaria de su poder ficticio,
a la madre gloriosa a quien habían debido la existencia.
Pues (cómo, siendo la debilidad de los nuestros tan útil
elemen- to para nuestros perpetuos enemigos: cómo,
mordida por tan aira- dos adversarios, esa guerra surge,
y se propaga, y se fortalece, y comienza a nombrar sus
autoridades civiles, y prepara mayores es- fuerzos de más
activo orden, sin que hayan bastado los cañoneros
enemigos, ni la pueril excomunión de los que tiemblan
bajo sus disfraces de pontífices, a cubrir de tal modo las
aguas de los mares, que no se deslizasen sobre ellas las
naves llevadoras de bélicos recursos? Ah! Es que este
hecho lamentable es un hecho necesario. Es que lo que
teme confusamente la parte del país que influyó menos,
en 204 José .Murti OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 203 ei
pasado conflicto, en sus destinos, lo desea de nuevo y lo
somete a la suerte de las armas, la parte del país que
influyó más. Es que no hay en Las Villas, ni hay en
Oriente, un solo hombre señalado por su importancia y su
energía, que no comparta en es: e instante con los que
combaten angustias y proezas, o purgue el delito de
haberlos compartido- en el fondo de los mares, o en
castigo mere- cido por sils vacilaciones, no haya sido
encerrado cn Io> castillos, o roa airado su culpa, camino
del destierro. Ah! Es que ya se han cansado nuestras
frentes de que se tomen sobre ellas las medidas de los
yugos,- aunque hay írentes que no w cansan de esto
nunca. Es que el hacha cortante sólo se aparta de
nuestras cabezas con el golpe de otra hacha. Es que en los
cam- pos de batalla, en las prolongadas prisiones, en
nuestra peregrina- ción por pueblos libres, hemos
acostumbrado los pulmones a un aire que necesitamos
respirar. Es que los pueblos que han sido muy criminales,
necesitan, para ser felices, lavar con alta grande- za sus
pasados crímenes. Es que tenemos el sentido de nuestros
destinos, y obramos con él. Es que cuando ya nos ahoga,
se hace preciso cortar el lazo que no sabe aflojarse a
tiempo. Es que los que batallaron con el enemigo, dentro
de la Isla, y con la miseria, otro enemigo, fuera de ella,
han conquistado el derecho, y contraído la necesidad de
respirar en tierra propia un aire honrado. Es que el aire
que a otros asfixia, a nosotros nos avigora. Es que no nos
resignamos a vivir sin patria. Es que somos bastante
numerosos para contrastar a los que emplean su tiempo
en ofenderla.- Es que hemos meditado, y comparado, y
dado tiempo a los prudentes para que nos probasen su
capacidad para la victoria: y la meditación, y el
estruendoso fracaso, han confirmado la decisión del
entusiasmo. Esta no es sólo la revolución de la cólera. Es
la revolucibn de la reflexión. Es la conversión prudente a
un objeto útil y honroso, de elementos inextinguibles,
inquietos y activos que, de ser desa- tendidos, nos
llevarían de seguro a grave desasosiego permanente, y a
soluciones cuajadas de amenazas. Es la única vía por que
po- demos atender a tiempo a intereses que están a punto
de morir. que son nuestro único elemento de prosperidad
económica, y que nada tienen que esperar de intereses
absolutamente contrarios. Y en este instante en que ios
mares amenazan de uno y otro lado del Continente salirse
de quicio, para llevar sobre su espalda corva y móvil a los
pueblos amarillos la artística riqueza de los pueblos
blancos: en este punto de la historia humana en que, por
faena que pasma, parece que la tierra se va abriendo a
una era de comunión y de mayor ventura, estamos en
gravísimo riesgo los cubanos de perder para siempre el
mas kmodo, sencillo y provechoso medio de levantar la
maltratada patria a inesperada altura de fuerza y de opulencia. Porque esta, que se mira por algunos como una
epoca de lransición y de perturbaciones trabajosas para
Cuba, es para ella un instante irreparable y decisivo, en el
que, de no removerla en&- gicamente, perderemos con la
única mermada y amenazada riqueza que nos resta, la
posesión natural y probable de uno de los más cuantiosos
veneros de fortuna que el comercio en este tiempo ofre- ce.
Y estos problemas, por los que, como por todos los reales
y pre- miosos, pasamos casi siempre sin volver a ellos los
ojos, e? torpe- cidos a fuerza de mirar cadalso y yugo,montan un poco mas que estos estrechos propósitos,
aspiraciones imperfectas e insinuaciones tímidas con que
individua1 y dislocadamente lucha hoy la falseada c
insegura representación cubana en las Cortes español? s.- Y con ser el intento tan menguado, helos ahí, fusteados
y vencldos, mlra- dos como a extraños, y no tan
castigados como egregios va. rones en otros tiempos
fueron, porque con alguna excepclon merltorla. no han
tenido ni el esforzado ánimo, ni la viril palabra, ni el
seguro juicio que tuvieron ellos. Debe hacerse en cada
momento, lo que en cada momento es ne- cesario. No debe
perderse el tiempo en intentar lo que hay funda- mento
harto para creer que no ha de ser logrado. Aplazar no es
nunca decidir,-- sobre todo cuando ya, ni palpitantes
memorias, ni laboriosos rencores, ni materiales y
cercanas catástrofes, permiten nuevo plazo, Adivinar es
un deber de los que pretenden dirigir. Para ir delante de
los demás se necesita ver más que ellos. Los pueblos no
saben vivir en esa acomodaticia incertidumbre de los que
al amparo de las ventajas que la prudencia proporciona,
no sienten en el abrigado hogar las tempestades de los
campos, ni en el adormecido corazón el real clamor de
un país lapidado y engañado. Ignoran los déspotas que
el pueblo, la masa adolorida. ss: ei verdadero jefe de las
revoluciones; y acarician a aquella masa tiri. Ilante que,
por parecer inteligente, parece la influyente y directora. Y
dirige, en verdad, con dirección necesaria y útil en tanto
que obedece,- en tanto que se inspira en los deseos
enérgicos de los que con fe ciega y confianza generosa
pusieron en sus manos su des- tino. Pero en cuanto, por
propia debilidad, desoyen la encomienda de su pueblo, y
asustados de su obra, la detienen; cuando aquellos a
quienes tuvo y eligió por buenos, con su pequeñez lo
empequeñe- cen y con su vacilación arrastran,- sacúdese
el pals altivo el peso de los hombros y continúa
impaciente su camino; dejando atras a los que no
tuvieron bastante valor para seguir con el. La poll& a
oportunista, como ahora se llama, pretendiendo erlglr en
especlal escuela lo que no es más que el predominio del
buen sentido en la gestión de los negocios públicos; la
política oportunista, que no consiste en esperar
ciegamente, y a pesar de todo, sino en no Impa- cientarse
cuando hay derecho a tener esperanza, no puede ser el
loco empeño de fingirlas allí donde no hay razón alguna
que Ias alimente o autorice. La libertad cuesta muy cara,
y es necesario. o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a
comprarla por su precio. De los elementos vibrantes y
variados que palpitan en Cuba; de la impotencia para el
bien, y de la incapacidad para el gobierno, de la politica
española; de los hábitos contraídos en la larga campaña, no equilibrados por posteriores beneficios, y
favorecidos por nuevas ofensas; de la costumbre de
batallar que agita a unos, de la costumbre de ser libres
que inquieta a otros; de la vergüenza de haber
contribuido al general desdoro; de la ausencia absoluta
de los caudales recelosos en la más necesitada y
considerable por- ción de la isla; de la abundancia
irreflexiva y traidora de prome- sas, que hacía sentir
luego en mayor grado el engaño; de la mise- ria sin
esperanza que a todos afligía; del patriótico ardor que encendía a todos, alimentado por tan varias causas,- la
revolución habia de surgir desatentada y fiera, como
explosión de cólera y renacimiento tempestuoso de
aspiraciones varias e iracundas, que no necesitaban de
previo acuerdo para lanzarse a la batalla. Y como así
había de surgir, y no había en el Gobierno español
prudencia para evitarla, ni fuerza para contenerla; ni en
la política española habia caminos, cualesquiera que
fueran sus accidentes, para domi- narla, aprovechando el
cansancio de muchos, por urgentes y nu- merosas
reparaciones; como la propaganda, estrecha y desoída,
de platónicos teorizantes, ni iba más allá de los en ella
interesados, ni ofrecía digno alimento a las pasiones, ni
consolaba con su ener- gía, ni aliviaba los males con su
empeño, ni convencía con su ra- ciocinio,- en esta
conflagración de hirvientes elementos, en este
amontonamiento de la ira, en este apresto incontrastable
de los menesterosos y de los batalladores, fue por todo
concepto necesario, como única obra inmediata y
oportuna, dirigir y hacer entrar en borde, una revolución
inevitable, que, entregada a si misma, nos hubiera
llevado a graves riesgos en su desbordamiento
torrentoso. Cnando un mal es preciso, el mal se hace. Y
cuando nada basta ya a evitarlo, lo oportuno es
estudiarlo y dirigirlo, para que no nos abrume y precipite
con su exceso. De manera que cuando no hu- bieran el
valor y el decoro, y el sentimiento del honor, leyes primeras de la vida, producido la actual revolución- y ellas
solas ha- bían de ser fuerza bastante a producirla,- un
motivo vulgar de con- veniencia, y un raciocinio lógico y
cerrado, llevaban a vigorizar y dar matiz y forma a un
movimiento que no era posible ya impedir. Y por esto,como las mismas razones, fortalecidas por sucesos nuevos y por los acuerdos esperados, militan ahora,- es
ahora lo único oportuno auxiliar con energía a una
revolución que por si propia toma cuerpo, y por fa
crueldad y la torpeza de sus enemigos,. Y por esto, con
desdeñoso olvido de simpatias que no han menester, y con
el aplauso en junto de la razón y del decoro satisfechos, se
enorgullecen de su obra los que alentaron con toda su
energía, y auxilian con todas sus fuerzas, la actual
revolución. Era natural aquella lamentable diferencia
entre los sometidos de siempre, y los rebeldes de siempre;
era natural, dado lo raro de OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 207
la grandeza y lo poco común del divino amor al sacrificio,
que pensaran de distinta manera los que durante los diez
años habian vivido peleando, y los que habian vivido los
diez años en las po- blaciones españolas.- Los que por
indiferencia o por flaqueza, no habían tomado parte en la
revolución, hallaron en la paz inesperada un pretexto con
que justificar su retraimiento. Y se asieron a él, con la
tenacidad con que se asen los que unen a la vanidad la inteligencia, espoleada por el miedo. Era natural la
división. No había ocupado de igual modo la revolución
todo el territorio de la Isla. Vieron los pueblos del extremo más occidental aquella década, no bajo la forma de
guerra activa y de derecho conquistado, sino bajo la de
persecuciones, muertes en patíbulos, lento martirio en los
presidios, con todo el cortejo de increíbles crueldades, de
cuya remembranza no han me- nester para esforzar sus
argumentos los hombres pensadores. En el Oriente y
Centro de la Isla, y en buena parte de Occidente, los niños
nacieron, las mujeres se casaron, los hombres vivieron y
mu- rieron, los criminales fueron castigados, y erigidos
pueblos enteros, y respetadas las autoridades, y
desarrolladas y premiadas las vir- tudes, y producidos
especiales defectos, y pasados años largos, al tenor de
leyes propias, bajo techo de guano discutidas, con savia
de los árboles escritas, y sobre hojas de maya
perpetuadas; al tenor de las leyes generosas, que crearon
estado, que se erigieron en costumbres, que fueron
dictadas en analogía con la naturaleza de los hombres
libres, y que, en su imperfecta forma y en su incom- pleta
aplicación, dieron sin embargo en tierra con todo lo
existente, y despertaron en una gran parte de la Isla
aficiones, creencias, sentimientos, derechos y hábitos
para fa comarca occidental absolu- tamente
desconocidos. En tanto, en Occidente,- descartando desde
ahora de una vez por todas, de estas consideraciones, la
suma grande de habitantes de los pueblos que fue antes, y
continúa siendo hoy, fiel a la pa- tris,- la revolución
ejercía distinta influencia en las ciudades y en los
campos. Luego que fue segado en flor lo más bello y mejor
de nuestras eras, pasados los primeros años de la guerra,
arrepentidos volvieron, o por rara fortuna o tristes artes
se salvaron buena suma de pacíficos cubanos. De los que
merecieron el honor de ser encar- nizadamente
perseguidos, porción valiosísima conserva su varonil
manera de sentir, y callada u ostensiblemente, en Cuba o
en la emigración, cumple con su deber y honra a la patria.
En cuanto a los que en Cuba permanecieron iqué rubor no
debió haber encendido las mejillas de aquellos hombres
valerosos, porque es menester más valor para sufrir la
befa de los déspotas que para arrostrar su empuje en el
combate! iqué silbos por las calles! qué terror, cuando,
entre báquicos desórdenes, caían gotas de san- gre en la
artesa de vino de los cuerpos de guardia! iQué humillaciones, qué bochornoso contacto, qué codeos! A los
antiguos hábi- 208 José .lfarti tos de siervos, hubieron de
unir para salva; la vida y proteger el acrecimiento del
caudal, diarias y vergonzosas confesiones, afables
sonrisas, servicios reales a los que no han permitido
jamàs un carácter severo ni una protesta digna al a!
cance de los ojos. -Lío hablo yo de aquellos mártires
escasos qde por cumpiir rnelar~ cóli- COS deberes,
sacrificaron ~eht~ mcn! t- aficiones, mas si de loz- que
vivieron de brazo con los elcmen! os espaiiole-;, y les
sirvieron en sus oficinas, y escribieron en sus periódicos,
!’ se alistarvn en sus filas, y engastaron en la luctuosa
cinta de hule los cclores a cuya sombra se disparaban en
aquel instante laa balas .jue echaban por tierra a Ignacio
Agramonte y a Carlos Manuel Ct Ckspedes. iYo no sé si
serán esos mismos hombres, !os que intenth 1 oponerse
aún a la rnanifesiación de nuestras honradas voluntades!
Tósigo fue aquel que entró demasiado bien en sus venas,
para que no hayan podido echarlo fuera de ellas todavía.
Para esta in- fortunada porción de !os cubanos,-- por la
difícil comur, icación, por el miedo que mutuamente se
inspiraban, y por el celo que los espa- ñoles ponían en
ocultarla, la heroica existencia de los revoluciona- rios
era, a modo de suerio y de leyenda, lejana maravilla. No
tuvic- ron hijos bajo chozas fabricadas por sus manos,
estallan ; el rayo arriba, y en torno los fusiles. No
anduvieron desnudos por ios cam- pos, No aplaudieron a
oradores que habiaban a la vez con la lengua y con el
rifle. No hicieron por la noche la pólvora con ,rlue por ia
mañana habían de saludar valien! emente al dia. No
sufrieron los dolores de Job. No íos inflamaron los héroes
con sus alientos. Los caballos que arrebataron del seno
enemigo a un soldado que cum- plía entonces con su
deber, no passron, con carrera fantástica, a sus ojos.- Ni
prepararon, ni conocieron, ni sintieron la revolución. Y
los que la amaban, sin entrar en sus problemas, ni
estimar su fuerza, ni ver su alcance, por lo que han podido
ser luego fácil- mente crédulos; los que llevaron breve
luto, pero luto al menos, por su aparente muerte, no
estaban preparados a resistir la palabra ávida de los que
en la cómoda hora dieron [rienda] suelta a afi- ciones
políticas, y a odios, si bien disimulados, no por eso, y tal
vez más por eso, difícil y tumultuosamente contenidos.
Las seducciones de la riqueza, y los disfraces que ;a
intelígen- cia proporciona a una voluntad capaz de
usarlos, no pervertían fuera del recinto de las poblaciones
occidentales, el puro sentido de los vigilados campesinos.
Persecuciones severisimas habían echado iejos a cuanto
había en aquellos campos de bravo, inteligente y bueno.
Escrupuloso era el registro de conciencias. La memoria
ha- bía de ser más fiel allí dor, de el dolor había sido más
VIVO. Por eso, cuando no ha mucho peregrinaron por
pueblos y campiñas cer- canas a La Habana, !os
oradores del grupo político que ha conver- tido hoy en
cuestión de finanzas azucareras todas las graves cuestiones de la Isla ,- no una vez sola saltaron ios machetes
en las vainas, y a calurosas peroraciones de español
sentido, con promesa OfiR. Aî ESCOGIDAS T 1 209 i7n
secreto iwtinto, q:: e ka 5ie: npre delante de 1~ rcflexion,
antlacjaba al pais que una paz tan misteriosamente
concertada, :au inesperadamenie hecha, y por unos y
otros tan reccl6saniente reci- bida, no prestaba garantía
alguna de durabilidad y soiidez. EE iafiio qtie los que
nunca desearon la guerra, afectaban tener por decisiva
una paz en que Iladie creía, ios provocadores y mantene.
dores de la lucha, asombrados de bi mismos, voivlan a
estimar la guerra necesaria, y se preparaban para ei! a.
í2,: sls! ema de lnian tiles libertades perrnitia en
Occidente q:; e patricios de todo punto inofensivos,
divirtiesen la atención de! pais en elernentaics entretenimierltos políticos. Impotente el Gobierrio para contener
la virii act! tud dei extreino Oriental, que sólo a íuerza de
wpwiales ilala- gos, p a condición de libertades
amplísimas, cedio a ia tregua,-- con- sentía a los hombres
de Santiago ei ejercicio de una libertad en c! iyo empleo y
propia dirección no estaban dispuestos a cejar. Y los
hombres de campo, ccmo a las cédulas oneroL; as st:
guian !as cédulas [onerosas] ; y a los Capitanes de partido
!os Capitanea de partido; y a la miseria heroica.
deshonrosa miseria, y a! hambre y !a libertad, cororiadas
de una esperanza gloriosa? el hambre y ia escidy< irud
sin esperanza,- no animaron con sus labores aquella ca!
nia Ií; gubre, interrumpida ~410 por la impr; ldente vue!:
a de al. guria ciad: lia familia que venia a -wpultar en una
tierra ingrata !GS ahorros de una laboriosa emigración, o
por el rl; ido de 16s pasoi; de ios vigiiantes enemigos que
seguros de la giierra nueva, porque conocían ya a los
combatientes, estudiaban el campo de batalla y
empleaban en prepararse para ella !as sumas que
recogían de los Lencidos. No bien asomaba una cabeza,
no bien se movía una len- gua, no bien se erguía un
hombre severo a pedir cuenta del violento 210 José Martí
OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 211 engaño, sentábale el
Gobierno a la mesa y clavaba en sus umbra- les solícitos
espías. Como una culpa castigaba en los campos sometidos, los actos y palabras que en la ciudad aparentaba
proteger. Del seno de las urnas profanadas, surgieron
nombres desconocidos o manchados.- Y se vio el
espectáculo insolente de que una revolu- cion que había
estremecido durante diez años la tierra propia, y
asombrado a las extrañas, durmiera con un sueño tan
profundo y se desvaneciera con rapidez tan increíble, que
un instante des- pués de su interrupción inesperada, unas
elecciones que se suponían hechas por los revolucionarios
sometidos, no enviaran un solo re- presentante al
parlamento donde iban a decidirse sus destinos. iAh! Es
que el cielo no puede permitir que los tiranos sean más de
una vez cuerdos; es que para ser bastante enérgicos
necesitába- mos ser todavía más engañados; es que las
rivalidades personales, que dividen las fuerzas e
inhabilitan para la victoria, si pudieron producir una
tregua provechosa, porque lo es siempre todo lo que
acarrea una ieccion; si eran bastante a perturbar y a
contener por un momento breve un empeño grandioso, no
podían sin embargo sofocar las hermosas pasiones y los
vitales impulsos que promo- vieron la guerra
interrumpida. Elecciones libres había garantizado el
gobierno de España, y falseaba las elecciones.
Exoneración de tributos, y cobraba con mano recia los
tributos. Libertad para los esclavos, y para que una ley
indigna de perpetuación de la esclavitud fuese intentada
por el gobierno español, fue necesario que la revolución
amenazante asomase de nuevo el brazo fiero, tan
esperado y tan temido. Pros- peridad para los campos fue
ofrecida y se empleaban en aprestos militares y en
espías, las sumas que a la riqueza pública se había
prometido dedicar. Sedújose a los emigrados,
anunciándoles que con sus bienes se les devolverían las
rentas de ellos nacidas desde el instante en que la tregua
fue firmada,- y cuando alguno de los muy contados que
volvieron, enemigos tenaces de todo nuevo mo- vimiento
armado, enviaron a un hombre cubierto de mancilla, y
que por tanto priva, a suplicar humildemente que se
cumpliese lo anunciado y se les entregasen las rentas, se
negó el gobierno a devolverlas, aunque con algún otro
más afortunado, lo hubiera he- cho ya trabajosamente,
so pretexto de que no había él de aprontar sumas que
estaban destinadas a preparar la nueva revolución.
Prometió el gobierno que cesando la guerra cesarian las
cargas por ella originadas,- y acabada la guerra
continuaron las cargas, y por ley del Parlamento
continuarán ahora, a pesar de que habia ya
desaparecido la causa que se les daba por excusa.- Y era,
se- ñores, que las cargas no podían desaparecer, ni la
guerra había cesado en realidad, porque la cesación de un
hecho sólo se deter- mina por la cesación de las causas
que lo produjeron; era que agra- var las razones sin
cuento que habían dado origen al primer con- flicto, no
podía ser camino prudente para privar de razones al segundo; era que los que ofendían no podían suponer que el
que sabia blandir un arma, no la blandiese en venganza
de la ofensa; era que los triunfadores conocían todo lo
transitorio y casual de su triunfo; y era, en fin, que la
conciencia de los déspotas suele ser más leal que el valor
de los súbditos, y que los que habian medido sus armas
con las nuestras, sabían que nuestras armas están hechas
con un hierro mejor templado que el hierro de Vizcaya. Y
allá, en la sombra de cuyas entrañas tenebrosas
amenazaba, y amenaza todavía, nacer un monstruo, tan
temido por algunos de sus honrados padres como por los
que pudieran llegar a ser sus víctimas; allá, el chasquido
del látigo, que todavía chasquea; al rumor de nuestros
cañaverales, monótonos y melancólicos como los esclavos
que los cuidan; al resplandor de hogueras numerosas, que
más que un incendio, anuncian una época, los oídos
atentos escucharon un concierto de ira y de esperanza,
que no oyeron tal vez los que sin ellas cuentan, aturdidos
por el ruido de sus pasos, en las escaleras del palacio del
gobierno. Bueno es sentir venir la cólera! Aquel soplo
caliente, que había trocado en legiones de héroes las que
antes fueron gala de la danza, y regocijo y pasto de los
vicios; aquel estruendo súbito de un pueblo estremecido
que se le- vanta en una sola noche a la conciencia de sí
propio; aquel fragor continuado, y batallar sin tasa, de
hombres que llevaban todas las ideas generosas en la
mente y todas las virtudes en el pecho; aquel
alumbramiento espléndido, venido de haber bajado a
punto la cla- ridad a todas las conciencias ,- ehabían
dejado en sombra lóbrega a los esclavos de los ingenios?
Y las fugas parciales, que dejaban en los tímidos ei
conocimien- to de la causa de la fuga, y esos anunciadores
misteriosos que vagan por los aires en horas de tormenta,
y el temor de los amos revelado por la presencia de las
tropas en las fincas, y los cuentos de los soldados, y los
ecos de las poblaciones, y los rumores de los
campamentos, y tanta promesa de redención y de
ventura, (no ha- brían sacudido rudamente el alma
lacerada de los esclavos infe- lices? fA todo cegarán los
tristes presos, menos a la ancha puerta que se abre para
acelerar su libertad! Mas, si todo esto hubiera acontecido
sin dejar huella; si las llamaradas de los campos no
hubieran calentado las mejillas de los esclavos, esos
árboles animados, en las fincas; si tan extraor- dinarios y
prolongados sucesos hubieran podido pasar para ellos
desapercibidos- no hubo cerca bastante espinosa, ni
mayoral bas- tante intrépido para cerrar el paso a
aquellas palabras de redención inmediata y completa,
merced a las cuales debió en gran parte el gobierno de
España su triunfo ficticio. Ni hubo muros bastante
espesos, ni dueños bastante avisados, para que los siervos
amonto- nados sobre el terruño, no oyesen las historias
maravillosas que les contaban los siervos redimidos. Ni
hubo manera de impedir que 212 losé Marti OBRAS
ESCOGIDAS T. 1 213 los que habían debido la libertad a su
valor y a su constancia,- en- señaran el fácil camino a los
que no habían podido todavía salir de la esclavitud. De
noche, los narradores se deslizan favorecidos por las
sombras. Y reunidos, admiran, meditan y deciden. Han
de- cidido ser libres.- Saben que es su derecho, y que hay
una vía para lograrlo. Ven el ejemplo, y están dispuestos
a seguirlo. Los más impacientes, con las armas. Los más
sumisos, con otra arma no menos segura ni terrible.
Porque, cuando trocados en senos de llamas rojas los
canutos de las cañas, hierven, revientan y chis- pean;
cuando se quiebran con ruido seco y sordo los tallos
encen- didos; cuando bandadas de chispas, como
mariposas de fuego re- cién salidas de la larva, van a
anunciar a los que no han cumplido su promesa, que
otros cumplieron ya el empeñado juramento; cuan- do se
habla, como señal severa, con esta lengua asoladora,- hay
mayorales que han vuelto de los campos espantados y
dueños que han venido a la ciudad en alas de su espanto.
a decir que entre los clamores del incendio y en la hora
silenciosa de los cuartos, y en medio de las cañas, y en el
día siguiente a la catástrofe, se oyen cantos severos y
tenaces, y se perciben distintamente, al com- pás de una
música más viva que aquella que los consolaba en otros
tiempos, estas simples palabras, bondadosas y justas:-“
Li- bertad no viene: caña no hay.” Esa es la frase sobria
de quien hará lo que promete; esa es la frase humilde de
quien espera todavía: esa es la amenaza prudente de
quien llegará a lo que se propone, cuando haya perdido
ya toda -esperanza de lograr su intento. La periodicidad
de esos incendios; su carácter constante de anuncio, por
cuanto se limitan siempre a un breve espacio de la finca;
su tenaz repetición, no interrumpida desde que
comenzaron, y cada vez creciente; la seguridad, la
impenetrabilidad de los me- díos que emplean para llevar
a cabo su propósito,- a nadie puede dejar duda de que
estos peligrosos percances responden a un deseo firme,
silenciosamente formulado, que habla el lenguaje
aterrador que le han enseñado nuestra crueldad y sus
desgracias. Pero no haya miedo ahora,- que la política
cubana ha hallado una manera de atajar los incendios en
las fincas; de convencer y suavizar a los esclavos; de
detenerlos en esta vía temible. Y es un medio segu- ro, el
único que han sabido concebir: la ley de abolición votada
en Cortes.- Y el Gobierno español ha hallado también un
medio de arrancar de cuajo el mal amenazante, de
asentar sobre sólida base la calma de los campos, con
aplauso de los políticos pacificos; y es un medio no
menos seguro que el de estos: repletar los ingenios de
soldados. Oh qué pobres pensadores los que creen que
después de una conmoción tan honda y ruda como la que
ha sufrido nuestro pue- blo, puedan ser bases duraderas
para calmar su agitación, el apla- zamiento, la fuerza y el
engaño! iQué políticos son esos que inten- tan elevar a la
categoría de soluciones, que para ser salvadoras han de
ser generales, y para ser aceptadas han de satisfacer al
mayor mimero,- aspiraciones acomodaticias sin
precedente y sin probabiiidad de éxito;- que creen que los
problemas de un grupo de rezagados, de arrepentidos y
de cándidos, son los problemas del país; que en vez de
poner la mano sobre las fibras reales de la patria, para
sentirlas vibrar y gemir, cierran airados los oídos y se
cubren espantados los ojos, para no ver los problemas
verdaderos, como si el débil poder de la voluntad egoísta
fuera bastante a apartar de nuestras cabezas las nubes
preñadas de rayos! Cuando una aspiración es justa;
cuando se la ha alimentado en silencio largo tiempo; y
cuando sólo se expone una existencia mi- serable para
lograrla,- para evitar que triunfe una solución que sólo
tendría de aceptable la razón que la había engendrado, es
ne- cesario favorecer y apresurar el logro del propósito
justo. Y así tendremos derecho, como 10 tenemos los que
alentamos la revolu- ción, a la gratitud de aquellos que
podrían justamente mirarnos con odio. iNo todos los
ofendidos tienen pasiones e intereses que les impidan el
logro de su intento! Sobre el placer de dar ?o justo, ipor
qué no procurarse la utilidad de haber evitado una
catástrofe? Se fingen miedos, por los sucesos de nuestro
país ya kauto- rizados. Se pasean a los ojos de los
timoratos lúgubres fantasmas. ¿Son acaso los hombres de
color, los negros y los mulatos,- porque no debe hacerse
misterio de un hombre como todos los demás natu- ral y
sencillo,- son acaso aquel rebaño manso que obedecía a la
mano interesada del pastor, y al son de la elegíaca
marimba, con- suelo único prohibido a las veces,
esperaba en calma la hora de una lejana redención? CSon
acaso una cohorte sanguinaria, que ha- brá, con soplos
huracánicos, de arrancar de raiz cuanto hoy sustenta el
suelo de la patria? Ahi esto decían los españoles de los
indios, tan ofendidos, tan flagelados, tan anhelosos
como los negros de su inmediata emancipación; esta
amenaza suspendían sobre las frági- les cabezas, cuando
el aliento de Bolívar, más grande que César. porque fue el
César de la libertad, inflamaba los pueblos y los bosques y
levantaba contra los dueños inclementes la orilla de los
mares y el agua turbulenta de los ríos! Y la independencia
de América se hizo. Y con la faz radiante, aunque con el
pecho devo- rado por el cortejo de rencores y apetitos que
dejó en lúgubre herencia la colonia, la tierra redimida se
alzó como una virgen, pura aun después de su tremenda
violación, a ceñir sobre la frente de los buenos la
premiadora palma tinta en sangre.- Pero los fatí- dicos
anuncios no se realizaron; los indios no vinieron como
torren- tes desbordados de las selvas, ni cayeron sobre las
ciudades, ni quemaron con sus plantas vengativas las
yerbas de los campos, ni con huesos de blancos se
empedraron los zaguanes de las casas solariegas. Ni una
sola tentativa, ni un solo rugido de cólera tur- baron la
paz de los difíciles albores. De viejos males vinieron los
214 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 215 males nuevos,
-que no de la venganza ni de la impaciencia de los indios.
Y sea dicho de paso, desde esta tierra donde la conquista
llegó de rodillas, y se levantó de orar para poner la mano
en el arado; sea dicho desde esta tierra de abolengo
puritano, para des- cargo de las culpas que injustamente
se echan encima de los pue- blos de la América Latina,que los monstruos que enturbian fas aguas han de
responder de sus revueltas ondas, no el misero se- diento
que las bebe; que las culpas del esclavo, caen integra y exclusivamente sobre el dueño. -Que no es lo mismo abrir la
tierra con la punta de la lanza que con la punta del arado.
Mas, refrenando americanos impetus, volvamos a decir
que ese temor de pavorosas luchas no es, en los que
pretenden ser su presa, más que un modo pueril de
retardar el cumplimiento de un deber. Los que se han
acercado a los abismos, y bajado a su fondo; los que han
buscado las fuentes del mal para cegarlas a tiempo, y han
hallado en su camino leales auxiliares; los que vieron por
si pro- pios los senos en que se elabora la tormenta, o se
preparan los medios para conjurarla,- ni esperan
locamente un bienestar inme- diato y seguro, en cuanto a
esta faz del problema cubano se refie- re, ni abrigan el
temor, disfraz de culpas, de que hombres en su mayor
parte sumisos, en corta porción inquietos, y en buena porción inteligentes, realicen bárbaros intentos, a cuya se
sonrojan honrados negros y honrados mulatos. sola
sospecha No llevó el gobernador actual de la Isla, más
rasgo señalado, ni más original política que la vulgar y
tenebrosa que consiste en concitar contra los blancos
cubanos a los hombres de color. Los be- névolos
teorizantes de La Habana, ni acudieron a este mal, ni lo
sos- pecharon tal vez; y al amparo de esta beatífica
disposición, comenzó et gobernante novel la traidora
campaña. Pero había vigilantes en las sombras. Y
caminaron por sobre sus pasos, y delante de ellos.
Concedía el jefe español grados, y doraba uniformes, y
traía a sus [jefes] negros a palacio, y pagaba oradores, y
mantenia un perió- dico, y como veneno por las venas, los
derramaba por los club y por las casas a cantar las
glorias del gobierno de España, y a ofre- cerles en su
nombre una libertad que han tenido, aunque no era
menester, ocasión clara y reciente de juzgar.- Escudos
invisibles pararon estos golpes alevosos, y dirigieron por
fecunda via a aque- . Ilas masas móviles y atentas. Por
hombres de su raza conducidos, desoyeron por fortuna a
los asalariados declamadores, y volviendo la espalda al
grupo exiguo, harto bien pagado para que perdiese
ocasión de empeñar lidia, aprendieron pronto que de los
campos de batalla les habia venido el mezquino bien de
que gozaban, que al campo de batalla debían volver a
ayudar a sus libertadores, y que aun cuando estos fuesen
vencidos, y el gobierno español viniera a ser, por mágicas
artes, prudente y generoso, a la terrible y legen- daria
década y a sus lecciones imponentes deberían todos los
bene- ficios que gozasen. i. Se necesita meditar tan poco
para comprender que dos seres venidos a perpetua
vecindad, vivirán mejor en paz necesaria, aun- que entre
algunos no cordial, que en perpetua y destructora riña!
No sería cuerdo suponer que en pechos tan lacerados ha
desapare- cido ya toda amargura, e inspiramos a los que
hemos oprimido, una confianza, no merecida aún en
absoluto. Pero sería causar ofensa grave a la suma
considerable de hombres de color cubanos, tan sentidores
de lo noble y tan capaces de lo intelectual como nosotros,
suponer en ellos intentos cavernosos, que con ánimo sereno, serían y han sido ya, los primeros en encauzar y
contener. Cierto que huyen, y con sobrada causa, de los
que desdeñan o afectan temerlos para seguir aún, en una
u otra forma, en el goce fácil de riqueza; posible es- y bien
harían- que desdeñasen a su vez a los que buscan con no
dignas lisonjas sus aplausos. Pero a los que han estudiado
en sus hogares su capacidad para el sacrificio y la virtud;
a los que han adivinado en sus corazones el perdón de
todas las ofensas y el olvido de todas las injurias; a los
que en horas de común angustia han sabido estrecharlos
a su pecho; a los que han abierto sus heridas para poner,
donde había veneno, bálsa- mo; a ios que han tenido amor
bastante para afrontar a su lado sus problemas, y
virilidad sobrada para unir al blando consejo el severo
raciocinio en la represión de sus exaltaciones naturales; a
estos, los aman.- Ellos saben que hemos sufrido tanto
como ellos y más que ellos; que el hombre ilustrado
padece en la servidumbre política más que el hombre
ignorante en la servidumbre de la ha- cienda; que el dolor
es vivo a medida de las facultades del que ha de
soportarlo; que ellos no hicieron una revolución por
nuestra li- bertad, y que nosotros la hemos hecho, y la
continuamos brava- mente ahora, por nuestra libertad y
por la suya. Y se cuenta la historia. Y se dice en las fincas,
y se repite en las ciudades. Y no han de ser los hombres de
color libertados infames que volvieran la mano loca
contra sus esforzados libertadores. Al alborear nues- tra
redención, y antes de organizar los medios de
conquistarla,- or- ganizamos isublime hecho. 1 la suya.
Grandes males hubo que la- mentar en la pasada guerra.
Apasionadas lecturas, e inevitables inexperiencias,
trastornaron la mente y extraviaron la mano de los
héroes. Pero como ante un sol vivo reverdece en los
campos toda grieta, y truécanse en paisajes pintorescos
los más hondos abis- rnos,- ante esta vindicación de los
hombres ofendidos, siéntense amorosos deseos de
perdonar todos aquellos extravios. Sobre los campos sin
cultivos; sobre el hervor perenne de los esclavos
engañados, que hace ondular, y ascender, y descender, y
forma, y deforma nuestra vida, como la fuerza oculta de
los terre- motos, corriendo rápida e invisible por bajo la
superficie de la tierra, la encorva y la amontona a su
capricho; sobre la ira de los humillados, el clamor de los
hambrientos, y los aprestos amenazan- les de los
vencedores; sobre este número de causas, bastantes ya
OBRXS ESCOGID.\ S T 1 217 a producir la nueva guerra,otro airado elemento. por si solo capaz de producirla,
cansado del reposo. alzaba el brazo. Aquel pueblo de
gtlerreros. tdónde había ido? Aquellos hombres avezados
a la lucha, interesados en ella, deudores a ella de una
íama y de una consi- deración de que antes de la guerra
no gozaron,- aquei grupo, n1á. s cstimablc, de espirítus
briosos, y de juicio seguro, que ha consa- grado su vida a
la conquista de la independencia de la patria, por cuanto
honor y razi; n se la aconsejan, y antes ha de dar rosas la
ortiga, y una serpiente de huevo de águila, que tales
hombres cejen en su empeño.- sin cuidar grandemente del
monto de concausas que favorecían el hlibito de los unos
y el indGmito intento de los otros, bullían v elaboraban
pertinaces, y templaban de nuevo los aceros enmohecldos
e inquietos en la vaina. Los que intentan resolver un
problema,- no pueden prescindir de ninguno de sus datos.
Ni es posible dar solución a la honda revuelta de un país
en que se mueven diversos factores, sin poner- ios de
acuerdo de antemano, o haliar un resultado qt: e
concuerde con la aspiración y utilidad del mayor número.
Los que por engaño cedieron. dábanse prisa a reparar su
yerro. Los que cedieron por esperanza de reponer su
Fortuna, ven yermo el yampo. y agrietado el solar, sin
que haya modo de reparar este w fecundar el yermo. Los
que se doblegaron por cansancio, empu- jados por el
general desasosiego y por la propia indignación, no
oponen en su mayor parte valla al nuevo torrente. Los
bienaven- turados qcle esperan, hallan sólo persecución
de la justicia. Los que a España vuelven los ojos, ven
cohortes de robustos astures y de fornidos vascos que
vuelven triunfadores de las urnas. Y los que flcJ se
avienen a pisar la tierra de rodillas, ni a recoger jirones
de burlescas libertades, como los canes reccgen los
mendrugos; los que prevén que con la ley prolongadora
de la esclavitud, harán tos esclavo: la guerra que no
quieren hoy hacer buen número de btan- COS, j se
tendrán, sin resultados propios y definitivos, todos tos
males, y los mayores males, de ta guerra; los que sentían
crecer, y oigan rugir, y querían traer a buen cauce, y han
tenido la gloria de traerla, esta lucha sombria; tos que-prescindiendo ya de toda noble causa de decoro, que a
tantos habria CC parece! an. lguaila importuna,-conocen que hay una suma crecida de emigrados, que ha
echado sobre los vacilantes toda ta vergüenza de la
patria, y se ha traído al hogar todo su honor;- los que no
los han visto volver a vivir bajo techumbres profanadas,
sobre sepulturas abiertas so- bre queridas ruinas: los que
saben, porque han qllcrido >sberlo todo, que hay parte
buena de hombres valeroso> que ni por el pasado fracaso,
ni porque fracaso nuevo le siguiera, han de salir de la
vida sino con el empeño logrado, o con la última bala de
su cinto;- los que todo esto palpan o adivinan- creen un
crimen desviar a la pa- tria, con esperanzas fingidas, y
con teorías contrahechas, del cami- no a que et país se
larza inquieto, en busca de fortuna, cuando no tienen los
desviadores garantía respetable ni vía ancha que ofrecer,
en vez de aquellas que pretendieron cegar primero, y
erizar de obs- táculos después, cuando el primer intento
fue imposible. Así surgió la guerra; con estos elementos se
mantiene; viene a la historia con un hermoso timbre, ya
apuntado, y que no fuera prudente repetir. Cordura y
cólera, razón y hambre, honor y re- flexión la
engendran. iEsclavos que se adueñan de sí propios; ese
dejo viviente de soldados que viene siempre después de las
revolu- ciones: esa brillante y numerosa pléyade de
hombres tenaces, he- cho? al rocio de la noche y al
foguear y perseguir del día; esos vivos que firmaron con
tos muertos un contrato que los que viven no han
cumplido todavía- y vosotras, mujeres entusiastas;- vosotras, ricos del Camagüey, dei Oriente y de Las Villas; que
educáis a vuestros hijos en la labor modesta, y en el
desdén de la riqueza infame; vosotros, artesanos
habaneros, que apartáis de vuestros jor- nales el noble
donativo, como anticipo que os ha de ser pagado con
largueza por et sol de la patria honrada y libre, que
calienta de bien distinto modo que aquel pálido sol de los
esclavos;- voso- tros no sois fantasmas errabundos, ni
maléficos conjuros, ni sueños de una mente visionaria, ni
setas olvidadas que crecen melancólica- mente en tierras
frías. Sois un pueblo real e inolvidable, hecho al dolor y a
la fatiga;- que vive bajo la nieve, enamorado siempre de
su sol;- que tiene ya la frente demasiado alta, por el
ejercicio de si propio, para entrar en ta patria violada por
puertas estrechas! iOh! qué terrible pcrvenir espera a
nuestra patria, si todas las protestas pacíficas no se
convierten en protestas útiles; si en vez de marchar, en
poderoso acuerdo, con la rapidez de las cosas lu- minosas
y la intimidad de las cosas fraternales, los hombres que
pelean y los hombres que socorren- fuera donde muchos
esa funes- ta creencia de que basta para librar de males a
la patria, enume- rarlos removiendo el agradable fuego, o
llorarlos femenilmente so- bre la cabeza de nuestros hijos
y sobre el seno de nuestras muje- res!- Los grandes
derechos no se compran con lágrimas,- sino con sangre.
Las piedras del Morro son sobrado fuertes para que las
derritamos con lamentos,- y sobrado flojas para que
resistan largo tiempo a nuestras balas.- iQué porvenir
sombrío el de nuestra tierra si abandonamos a su
esfuerzo a los bravos que luchan, y no nos congregamos
para auxiliar, con la misma presteza y alientos con que se
congregan elios para combatir! iQué adiós tan largo a la
pa- tria, perdida entonces, por nuestro crimen propio,
para siempre! iQué obra tan inútil aquella que hemos
comenzado a realizar, y que consiste en dar un cauce
abierto a cóleras justas y terribles, concitadas por un
engaño cruel y por una ley osada contra nosotros y
contra sí propios por nuestros enemigos! ;Y cómo
renacería tre- mendo este peligro, si fuera posible- que no
ha de ser posible- que cesase la actual revolución!- eQuién
se atreve a esperar paz deci- siva en una tierra donde
todos los elementos están librando una 218 losé Marti
mortal batalla, y los batalladores han adquirido ya los
hábitos de combatir? Vagarán siempre por los campos
familias miserables; los esclavos fugitivos, pobladores de
las selvas, las llenarán de case- ríos inaccesibles, y
contraerán en ellas propios hábitos, que los ale- jarán
mañana del comercia1 fragor de la ciudad, de1 cultivo
afanoso de los campos, y de toda tarea que no les sea
urgente y exclusiva: lbrava manera de unir, -concitar
divisiones duraderas entre las necesidades y costumbres
de los nacidos a partir el mismo pan!- Ni cesarán jamás
los combatientes aguerridos- ni los que de la guerra
viven, mal inevitable, aflojarán en ella;- ni los que viven
consa- grados a lograr la libertad definitiva de la patria,
y a concertar su suerte futura con su admirable casual
colocación, los resultados de su historia, y la vivaz
inteligencia de sus hijos, cederán jamás en la alta
empresa, ni se desalentarán por fracasos repetidos, ni
san- cionarán con su presencia su ignominia, ni trocarán
en incensario infame el puño de su espada. Que en este
trueque, la punta de la espada queda vuelta contra el
mismo que mueve el incensario. Elementos permanentes
producirán la guerra permanente, iDi- gan los
arrepentidos;- digan los que caen en pecado gravísimo,
para el que después no habrá suficiente penitencia,
fingiéndose y ali- mentando esperanzas que osadamente,
y brutalmente, les devuelve el enemigo con la punta de la
lengua en el Parlamento, y con fa punta del puñal en las
haciendas y en los campos;- digan qué di- que,- sino ese
mismo que provoca contra sí la ira de las aguas, podrán
oponer a los crecientes ríos;- cómo calmarán el fiero empuje de una raza que expone sin temor en el combate, todo
lo que le es odioso,- para lograr al fin lo que le es caro;cómo conven- cerán a tantas criaturas de que es honrada
y amable una existencia inútilmente ignominiosa* ,- con
qué pruebas de reales libertades aho- garán las banderías
armadas;- qué castigo merecerán los que no aprovechen
la ocasión de ennoblecerlas;- digan cómo conmoverán en
nuestros pechos este sentimiento altivo, hecho bueno con
la se- veridad de la razón,- que hoy tiene sacerdotes
numerosos, y que aun cuando rodase en tierra, rota el
ara, tendría siempre, enérgico y severo, al pie del ara
rota, un sacerdote! 2Qué esperan esos hombres que
afectan esperar todavía algo de sus dueños? Oh! no he
visto mejillas más abofeteadas; yo no he visto una ira más
desafiada; yo no he visto una provocación más atrevida.
A tal punto se les rechaza y se les aterra, que no han
osado alzar en Cortes,- por creerla, según confesión de
ellos mismos irrealizable sueño,- esa palabra culpable,
disfraz de timideces y apetitos, con que pretendieron
distraer la atención y atar la volun- tad de nuestro
pueblo. iQué afectan esperar, cuando con desdeñosa
complacencia, no perdonan sus dueños ocasión de
repetirles que no cabe pedir allí donde se ha de tener por
entendido que no hay nada, ya que conceder?-“ No tiene
España en el orden político, nada que conceder, ni nada
que cumplir.” -iCreéis acaso que es mía esta OBRAS
ESCOCIDAS. T. 1 219 palabra de desesperación, este lema
de soledad y desconsuelo?- CCreéis acaso que es augurio
pesimista, imaginado al calor de exa- gerada exaltación
patriótica. 3 Pues es la última declaración hecha en las
Cortes españolas por el Ministro de Ultramar.- España no
tiene ya nada que conceder ni que cumplir. iEsperad,
ahora, men- digos! Tiempo a mí, y fuerzas a vosotros, me
faltan ya para deciros todo lo que, deseoso de engañarme,
mas confirmando cada día mi juicio, he observado en mi
último destierro,- que no es destierro este de ahora, que
consiste en dejar de vivir en pueblo esclavo para venir a
alentar en pueblo libre. Si tuviéramos tiempo, yo os diría
,- mas no a vosotros, que no merecéis que así os ofenda;yo diría a los que no se cansan nunca de que la medida de
los yugos sea tomada sobre su frente* ,- a los que se forjan
aún una esperan- za, porque siempre la hay sobre la
tierra;- a los que pudieran fin- gir, como tabla que asoma
en el naufragio, confianza alguna en venideros trastornos
de la politica española;- yo diría sereno, en- frente del
juicio que el que de todos lo ha de hacer, hiciera de mí un
día. ,- yo afirmaría- con la mano puesta sobre la cabeza
rubia de mi hijo- que creo honradamente, y
meditadamente, que no tie- nen esos perpetuos
esperadores derecho alguno para fiar de la po- lítica
probable, la salud de la patria que hoy les niega la
soberbia política presente. Ni icómo se ha de conceder lo
que no se sabe aún de qué manera se ha de pedir? Ni
icómo han de triunfar di- putados que han de estar
perpetuamente en vejatoria minoría? Ni Icómo
desarraigar la idea real de que abrir la puerta de las
liber- tades a un pueblo rebelde, es abrirle las de la
victoria? Ni icómo pedir que ahogue España en la
Península industrias a que fía su subsistencia, por hacer
merced a las industrias de un pueblo que sabe que dejará
pronto de ser suyo? ¿Que son acaso los dueños blanda
cera a los pueriles intentos maquiavélicos de aquellos
hombres hábiles, que engendraron tantos hijos, y que no
se han cansado aún de ser vencidos? ¿Que cabe que en las
Cortes españolas sea votada una ley liberal de abolición,
que los que afectan pedirla no han formulado todavía?
¿Que cabe que sea rápidamente hecho visible un acuerdo
benévolo de los dueños, cuando los exiguos, abandonados
y sedicientes diputados liberales de Cuba, huelgan
huraños entre sí y contra los suyos, alimentando todos
esperanzas diversas, y el más bravo esperanzas
incompletas, y el más enérgico aspiraciones
absolutamente distintas, y repletas de español sentido, de
las que vergonzosamente profesan, sin osar sacarlas a
luz, sus desbandados compañeros? Se están fundiendo
aún, y no tienen bastante hierro todavía, los cañones que
han de echar abajo el trono trémulo de España. Metal
conservador entrará por mucho en el cuño de la futura
moneda revolucionaria. Triunfarán los conservadores,
cuando la revolución triunfe. Distinta será la forma, y se
concederá un ápice más al 220 José Marti OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 221 pueblo hambriento;- pero la esencia
no cambiará, ni cesaran, la ira y el hambre. No ha de
cambiar el tipo signalante de un pueblo terco,- por dar
placer al interés de aquellos contra los que le movió
siempre el desdén- y le mueven desde hoy desdén y
cólera,- que el que fue siempre gobierno de intereses, y
por ellos subsiste,- no ha de dejar de favorecerlos, ni
atender especialmente a eilos, en tanto que go- bierne.
Pero demos de mano a esas inútiles reflexiones,- porque
no somos nosotros los que las hemos menester:- no somos
nosotros los que exclusivamente hacemos cuestión de
dineros, aquella que es cuestión primera de honra y vida,
sin resolver la cual, ni nues- tros hijos tendrán techo, ni
nuestra existencia objeto, ni nuestros huesos caliente
sepultura. Nosotros no queremos resignarnos a tener
siempre el corazón hinchado con las lágrimas, y el
nudoso bordón siempre en la mano, y llenos los pies
siempre del polvo del camino. Nosotros no quere- mos
conformarnos a que nuestros nacientes pequeñueios
besen en las horas de dolor, nuestras frentes pálidas,
viviendo en una tierra donde hasta el rubor ha de
ocultarse al ojo vigilante del tirano. Nosotros no podemos
concebir que un pueblo que ha llenado los pueblos con sus
hijos, y las llanuras con cadáveres, y con su sangre
nobilísima los ríos, vaya atado hacia un Oriente en que se
ha can- sado ya de salir el sol, uncido a un carro informe
y tosco, deshe- cho por la intima batalla de los corceles
impotentes que lo guían. iPara algo más nos hizo el cielo,
que para sufrir intemperancias de corceles! Nosotros
hallaremos en todos los honrados corazones magnáni. ma
ayuda. Los equivocados, se arrepentirán.- Los fugitivos,
retor- narán- Los más culpables, lavarán al fin, viniendo,
la grave culpa de haber venido tarde. Volverán a cruzar
naves amigas los mares que no ha mucho cruzaron con
fortuna. Y no lucharán solo los ji- netes que en este
instante cabalgan por el llano, ni quedará sin asta la
bandera que manos valerosas pasean, saludada con
triunfos, por campos no cansados todavía de recibir en su
seno a muertos nobles: -ique abanderados, tiénelos de
sobra! Y tocaremos a cada puerta. Y pediremos limosna
de pueblo en pueblo. Y nos la darán, porque la pediremos
con honor. Y seremos vencidos, y tornaremos a vencer, Y
darán en tierra con nuestro actual empeño. y con empeño nuevo caeremos sobre nuestra tierra.- 1Y nos
ganarán esta batalla, y habrá aún algírn alma fuerte y
fiera que quedará bata- llando todavía! iOh, no, pueblo
magnífico!;- no eres aún bastante grande para que estén
perdonadas ya todas tus culpas;-; pero no eres ya bastante pequeño para ofender los manes de tus héroes!- Ni
las pa- siones ruines son tu único alimento, ni tus hijos
malos podrán más que tus hijos buenos, ni tus vicios más
que tus virtudes, ni tu in- dignidad más que tu cólera, ni
el maléfico genio de tu ruina más que tus vehementes
necesidades; ini volverán a marchar por vía dis- tinta el
guerrero que lucha por la libertad, y el trabajador que le
envía el arma!- El pueblo de auxiliares acompañará con
su cons- tancia al pueblo de batalladores,- que lo
[animará] con su valor. Lo que de ti espera en estos
mismos instantes tu enemigo,- de ti, pueblo decoroso,- lo
tendrá! Llegue el valor del injuriado a donde llega el
pánico visible del enemigo que lo injuria. iQué facilidad,
vencer al débil! Y iqué larga caída, hacer para combatirlo
menos de lo que el adversario espera de nosotros! Oh, nopueblo llo- roso,- que en tierra ajena educas a hombres y
a mujeres, que no tendrán mañana el consuelo de distraer
con los objetos nobles de la vida, las amarguras que
acarrean sus exigencias! iOh, no,- pue- blo de mártires,
que ha sabido en un día, y en largos anos, mas meritorios
que el calor de un día, alzar en nuestros campos al escla:
vo con aque! la misma mano enseñada a ofenderlo y
castigarlo, y comprar con la propia labor en tierra
extraña la cuna de sus hijos!- iOh, no,- voces sonoras,
antes gusto y regalo de salones, y hoy severo placer de las
iglesias, en que a la vez entonan el himno del trabajo, el
treno acongojado de la viuda, y el canto sollozante de la
patria!- IOh, no,- muertos ilustres, al calor de nuestra
alma revividos, y en el fondo del pecho acariciados! ~NO
durmáis todavía el sueño terrible de aquellos que han
perdido ya toda esperanza!-- 1No nos echéis aún sobre el
rostro, con vuestras manos frías y descarnadas, la sangre
que vertisteis por ingratos!- no os alcéis en la noche
silenciosa, con vuestro cortejo de huesos deshonrados, a
huir con ellos de un pueblo de mendigos, para dar- les
extraña sepultura en un lugar más digno de abrigarlos!iMo- veos- y contentaos, muertos ilustres!- iAntes que
cejar en el empeño de hacer libre y próspera a la patr- ia,
se unirá el mar de! Sur al mar del Norte, y nacerá una
serpiente de un huevo de águila! Leida el 24 de enero de
1880 en reunión de emigrados cubanos, en Steck Hall,
Nueva York. 0. C., t. 4, p. 181- 211. OBRAS ESCOGIDAS. 7.
1 223 A MANUEL MERCADO New York, 6 de mayo [
18801 Hermano mfo.- Ni un instante hago esperar mi
carta: me dio tanto placer la suya, que le envío lo que me
queda de alma en esta. Guárdemela -que pasaré por
México a emplearla entera en beneficio de mi pa- tris.iQué alegría, si así pudiera hacerlo! No sé si me darán
tiempo los urgentes quehaceres de estos revueltos asuntos
nuestros, o esta salud mía, que juzgo ya perdida para
siempre. Desde que dejé de verlos, no ha habido día que
no haya sido para mí señalado por un recio combate
interior: ia qué contárselos? A V., no los hubiera callado;
pero, como no han tenido más compañeros que mi sigilo,
se han cansado de ser tantos, y comienzan a serme
huéspedes molestos en el corazón.- Me obligan ya a cura;y aunque no creo que sea lo que yo tengo cosa grave, creo
sí que un espíritu tan exaltable y lastimable no ha debido
sufrir en vano tan rudos cho- ques.- Es una forma de la
desventura venir a la vida con todas las condiciones
necesarias para salirse de ella.- Aqui estoy ahora,
empujado por los sucesos, dirigiendo en esta afligida
emigración nuestro nuevo movimiento revolucionario.
Sólo los primeros que siegan, siegan flores. Por fortuna,
yo entro en esta campaña sin más gozo que el árido de
cumplir la tarea más útil, elevada y difícil que se ha
ofrecido a mis ojos. Me siento aún con fuerzas para ella, y
la he emprendido.- Creo que es una deserción en la vida,
penable como la de un soldado en campaña, la de
consagrar -por el propio provecho- sus fuerzas a algo
menos grave que aquello de lo cual son capaces. Poseer
algo no es más que el deber de emplearlo bien.- Carmen y
mi hijo están a mi lado. Carmen no comparte, con estos
juicios del presente que no siempre alcanzan a lo futuro,
mi devoción a mis tareas de hoy. Pero compensa estas
pequeñas in- justicias con su cariño siempre tierno, y con
una exquisita consa- gración a esta delicada criatura que
nuestra buena fortuna nos dio por hijo. Apenas entre el
verano, le enviaremos su retrato. No tiene esas
prematureces oortentosas que hacen las delicias de los
padres vulgares. Sabrl suirir, sabrá pénsar y sabra amar.
Saber sufrir es lo que más importa- aunque se muera de
esto. Tiene ojos profun- dos y frente ancha. Pero es,
blando ‘y sencillo, como a sus meses toca. Regaño a
Carmen, porque ha dejado de ser mi mujer para ser su
madre.- En cuanto a la mia, ella, como tantos otros, cree
que obro impulsado por ciegos entusiasmos, o por
novelescos ape- titos: se me reprocha que haga en prosa lo
que se me tenla por bello cuando lo decía en verso.- Yo no
entiendo estas diferencias entre las promesas de la
imaginación y los actos del carácter.- Hago tristemente,
sin gozo ni esperanza alguna, lo que creo que es honrado
en mí y útil para los demás que yo haga.- Fuerzas quiero,que no premio, para acabar esta tarea. Sé de antemano
que rara vez cobijan las ramas de un árbol la casa de
aquel que lo siembra.- V. me habla de mí,- y no de sus
hijos.- Ayer, antes de recibir su carta, que me ha dado, a
pesar de cierto tinte pardo que la en- vuelve un día de
fiesta,- ayer hablaba yo de los crepúsculos de Lofa.~ Ellos
han sido siempre mis invencibles enemigos. Ruéguele que
no cargue demasiado con reflexiones,- sobre amargas,
gene- ralmente inútiles- estos sucesos de la vida que
vienen stempre so- bre nosotros a su antojo,- sin que esas
meditaciones heladoras los detengan y los aparten de
nuestro camino.- Amar sobre todo,- con- fiar y desdeñar:
esa es tal vez la verdadera vía de vida.- Encerrar- se con
su pena, no es más que hacerla mayor, por nuestra
presencia en ella.- Ni <qué pena real puede caber en alma
tan hermosa, tan preocupada siempre, para remediarlo,
del mal ajeno,- tan discreta y tan inteligente
dispensadora de bondades?- Dígale que ,no haga a
Manuelito con su ejemplo, grave. El hombre debe ser
leon,- y la mujer- pájaro mosca. Me entristece lo que me
dice de Ocaranza. iCon qué gozo supe aquí de un lindo
cuadro suyo, de que me habló Alamilla! El no quiso hacer
nunca aquel del fraile.- Dígale que espero, para cuando
esté bueno, porque ha de estarlo, carta suya donde me
detalle cuan- to ha hecho y piense hacer- que de fijo serán
dignos te ?. quel hú- medo y admirable cráneo de Montes
de Oca. Aquel palsallto suyo, -aquel pequeño
Chapultepec- tan magistral y brevemente tocado- me
acompaña- y me lo celebran mucho.- En un cuadro
conservo- como estupenda maravilla- el primer peso que
gané en N. York- como critico de arte.- Hábleme de la
majestuosa Luisa,- y de la menuda Alicia,- y de su gordo
pequeñuelo.- ’ No crea que esta es mi carta,- porque no se
parece a la que yo le debo;- pero salgo de clubs para
entrar en claves y cIfras,- y la 1 Hijos de Manuel
Mercado. 224 losé Martí escribo, a yuela pluma y de
pasada y- tal vez,--- yo tambikn. aun- que sin derecho a
repetirlo, “con el pie en el estribo”.-- Pienso vencerme una
vez más.- Y no quedarme ya sin carta3 suyas. Escríbame
a 29 Street, 51 East.- New York. Abrace a Sánchez Solís, a
Peón y a Heberto. -¿ \I’ créame: el silencio aumenta el
cariño.- Bese a sus hijos, y quiera a J. MARTI Carmen iba
a escribir a Lola. No me queda tiempo para espe- rar su
carta.- Le envía un abrazo.- 0. C., I. 20, p, 60- 62. Cotejada
con cl mantrxrito urigitlal 7 Heberto Rodriguez. A
EMILIO NUREZ N. York, 13 de octubre.-[ 18801 Sr. E.
miiio Núñez.- Mi bravo y noble amigo.- Recibo su carta
de setiembre 20:-{ qué más reposo quiere V. para su almani qué mayor derecho a la estimación del censor más
rudo- que haberla escrito a esas fechas, en el
Campamento de los Egidos? Me pide V. un consejo- y yo
no rehuyo la responsabilidad que en dárselo me quepa. Creo que es estéril- para V. y para nuestra tierra-- la
permanencia de V. y sus compañeros en el campo de
batalla.- No me lo hubiera V. preguntado, y ya,- movido a
ira por la soledad criminal en que el país deja a sus
defensores y a amor y respeto por su generoso sacrificiome preparaba yo a ro- garles que ahorrasen sus vidas,
absolutamente inútiles hoy para fa patria en cuyo honor
se ofrecen.- No digo a V.,- a pesar del respeto que el
conductor de esta carta me merece- todo lo que sobre la
situación de nuestra tierra se me ocurre, porque ojos
indiscretos y ávidos pudieran sacar de ella provecho.Pero, cualesquiera que fueren los recursos con que aún
pudiéramos contarlos los revolucionarios, y la
importancia de las excitaciones que aún se nos hacen, y la
posibilidad de mantener a la Isla, con gravísimo daño del
gobierno, en estado de guerra permanente,- no pienso por
mi parte que no sea lícita, ni útil, ni honrosa esta tenaz
campaña.- Hombres como V. y como yo hemos de querer
para nuestra tierra una redención radical y solemne, impuesta, si es necesario, y sí es posible- hoy, y mañana y
siempre, por la fuerza; pero inspirada en propósitos
grandiosos, suficientes a reeonstruir el país que nos
preparamos a destruir-- Si todos los jefes de la Revolución
no hal! aron en los dos años pasados, manera de trabajar
de acuerdo vigorosamente; ni, en pleno movimiento
revolucionario, y durante un año de guerra, no fue este
acuerdo ,><\, 1 ,\ /lf,,,‘. -_ _“._ - .-__ -._ ..- -. ^ s. 7.-------mm- Y- I OBRAS ESCOGIDAS. T 1 227 indigno, el país, de
sus últimos soldados- deponga V. las armas.- No las
depone V. ante Espana- sino ante 12 iortuna. No se rinde
V. al Gobierno enemigo- sino a la suerte enemiga.- No
deja V. de ser honrado: el último de los vencidos, será V. el
primero entre los honrados. [JOSE MARTI 1 0. C., t. 1, p.
161- 163. Cotejada con el manuscrito original OBRAS
ESCOGIDAS. T 1 229 mismo mármol zámpanse sendos
tragos de anisado un alcarreño, un carpintero, un seor
silbante, de los de sombrero de pelo y leon- tina de
platino. y dos soldados. En aquella mesa, ese rostro rubicundo, agallegado, raso el labio anchuroso, vigilado el
rostro por dos escuálidas patillas, me revela un cochero
en huelga. Belfuda y cejijunta es la manceba que
comparte con $1 el pastoso choco- IaLe, asómale lo de
Betanzos por entre los pliegues del negro pa- Ilolón. Ailí
veo una figura que en bigotes y fieltro bien pudiera haber
servido de modelo para un ct: adro sombrío de Zurbarán:
bien está este entre los de Flandes,- que de esta y otras
cosas se colige que vivimos aún en tiempos del Duque de
Alba, y de allá viene. Pues, <y aquellas chulillas
juguetonas, que están dando quehacer al aguardiente?:
acodadas las cuatro en la mesa, cuando vuelven la cara al
lado suyo, miran de tal manera que parece que rebanan y
colean. Echanse el pañuelo con tal arte que si sobre la
espalda les cae en larga punta y en torno al cuello les ciñe
en ancho lazo, apriétan- selo por junto a las orejas, y
tíranselo por sobre la frente de ma- nera que ocultas
aquellas y esta, parece que el rostro les asoma por debajo
de un largo dosel- y no hay Maritornes que parezca del
todo mal debajo del pañuelo engañador. Aquella se
levanta, y nos enseña el resto del vestido: mantón de lana,
cayendo sobre. la falda en punta como la del pañuelo
larga, les abriga: de franela de cuartos rojos, listados de
negro, es la holgada saya. Ni el tipo invita a pecaminosos
pensamientos, ni los excusan los mal calza- dos y chatos
pies de esa chulilla que en demanda de un Don Diego de
noche, vuelve hacia atrás la cara, y se dirige hacía la
puerta. Por ella entran a la par aire frío que rompe las
nubes de humo espeso que llenan el salón, y un chicuelo
que vende el periódico de los chismes, y un mancebo de
capa de rojo embozo y gafas de oro, y una parvada de
joviales artesanos, cual con la mano aún emba- durnada
de pintura, este rubio con el mandil lleno de manchas,
aquel trigueño- más presumido -con un gabanete
vergonzante so- bre la blusa, cuyos blancos y honrosos
ribetes por debajo del gabán se le señalan. Este es
cerrajero, y habla de fallebas: de cancelas el otro, que es
artista en tablas. Al lado se me sientan dos mozue- Ios
entecos, el uno de ojos brillantes y palabra fácil, el otro de
rostro picaresco y lengua maldiciente. Pero yo quiero
hacer apun- tes y saco papel: necesito lápiz y el carpintero
me ofrece uno:- hé- tenos amigos. El zahareño murmura
del maestro, y me ruboriza con sus ma- las palabras, y
dice que es de maestros querer vivir del sudor de los
pobres, y me huele a internacionalista; pero no parece
que le viene mal verse codo a codo con un curioso
señorito: a bien que ia juventud ata voluntades más
deprisa que rencores y viejos sis- temas les desatan. Si
son internacionalistas, bien que me agasajan, y me dicen
coplas, y me imitan a Paco el Malagueño. ENTRE
FLAMENCOS -Olé! Olé! -Arsa, simpática! Y taconeo, y
gritos y palmadas... Pues este es el Imparcial, el café de la
gente del bronce, aquí me entro porque llueve y de a. quí
hemos de salir sabihondos en cuanto toca a la vida, genio
y hábrtos de la alegre Flandes. Llego a punto para ver
bailar al que da la hora y el opio entre los bailadores de la
plazuela de Matute. Deja sobre la silla la cha- quetilla
alamarada; pasea con garbo por sobre el sólido tablado el
lindo cuerpo, cerrado en el vestido a la flamenca, con
camisa sin cuello, y chaleco de corte, y apretada faja, y
colgante de ella gruesa cadena de oro, y embutidas las
piernas en ajustadísimos calzones. Mal año para ese
mozo. 1 Y qué mal que le sienta retorcer, a modo de
hembra, las anchas manazas! Allí, dando en hileras la
espalda a la pared, hácenie coro el guitarrista con las
cuerdas, y el resto de la flamenca compañía con
estruendosas palmas. El retrocede, avanza, para, gira, da
con las rodillas en las tablas, zapatea, escobea, se mece,
se retuerce, lame con el pie blando el tablado, lo castiga
de súbito frenético: y no cesan un punto, ni el compás
incansable de las palmas; ni las voces excitadoras de los
comparsas, ni las muestras de regocijo de los
concurrentes, ni aquel batir sin tregua los tacones sobre
el escenario fatigado.- Tal parece que el baile flamenco ha
acompasado el frenesí. Jadeante y sudoroso se sienta el
aplaudido gitanillo. Henos aquí tan apretados que ni el
mísero mozo de la casa, con las meji- llas rojas en fuerza
de las burlas que recoge al paso, puede aican- zar el
achicoriado café y la media suela con ma? tteca a estos
im- pacientes comensales, ni en este templo del arte de
Juan Breva pudiera hallar asiento el mismo Bihary, que
amó a la reina María Luisa, y fue músico grande y gran
gitano. Como estamos en sába- do, aquí vienen los
bulliciosos jornaleros a dejarse el jornal de la semana.
Tal trae su moza, y tai viene a buscarla. Alrededor del
230 los6 Martí Pero aquí vienen, por ahi les abren paso,
por allá suben de nuevo al tablado los artistas de la
bullanguera Flandes. Siéntanse en fila, dejando ante sí
espacio para lo que ha de venir luego. -Ea, jóvenes, que
se baile bien! -Lacosta, malagueña! -Un sombrero ancho
para Antonia! -Olé, Paco! -Don Guitarra, no nos
avergüence Ud. con el brillante! Hormiguean las voces;
interrumpen los desmandados gritos: pre- ludian, antes
que las gemidoras cuerdas, botellas, vasos y platillos. El
uno:- Peteneras! El otro:- El Polo! Un caballero de tres
chulas, con capa y con chorrera, y con las sienes
cubiertas por parches espesos de negrísimos cabellos: Tango, tango! -Ea! r: o interrumpíme!- dice el bravo de la
cuadrilla. La tar- menta w calma: Don Guitarra preludia,
y, vaya si luce en la si- niestra 4 brillantazo del apóstrofe!
Por el guitarra comienza la fila: siguela, faltaneo con el
bigote al uso clásico. Paco el Malagueño. Calienta a este
los costados una gruesa moza, que para esfinge no
tuviera precio; canasto de rosas :w negra yerba semeja su
cabeza: mantón de seda le cruza por el pecho; suelta bata
rosada le dibuja las desordenadas formas: no pecaría por
ella San Antonio. Está junto a ella Antonia la afama- da:
le oscurece la frente enverjado de rizos; erízansele en la
re- vuelta y esponjada cabellera peinetas de carey, clavos
de oro, rosas rojas flotando sobre ganchos; en cauda
voluptuosa le cae con gracia sevillana sobre el cuello, la
propia espléndida trenza, que luce una flor blanca... Ya
anuncia este buen rasgo los picarescos ojos, abier- ta
nariz y risueña boca de quien 10 tuvo: en bata y mantón
hermá- nase a su hermana.- Y vienen luego Jiménez,
aquel del baile y taconeo: y Lacosta, gallardisimo mozo,
de blanca tez, de magni- ficos ojos, de agraciada y breve
boca. Napolitano, árabe, bohemio: todo a un tiempo
parece. Así pudo ser Rizzio que enamoró a María
Estuardo: así pudo ser Byron. Rasa la barba, sobre la
frente limpia recogidos en alta onda los cabellos;
brillándole en las manos las sortijas, en la ajustada
chaqueta lustrosos y colgantes alamares, en la abierta
pechera botonadura rica, en los labios inquietos el
inagotable chiste, en los pies revoltosos la bullente jácara.
Lacosta es allí el alma, el nervio, la palabra, la
inteligencia. el bastón- que no batuta-, e! ole de aquel
grupo. El llena con desmanes de ía lengua los compases
vacíos: interrumpe- mal año!-- con oportuno gracejo la
silenciosa cadencia que en los bailes ); cantes andaluces
sucede al repiquetear de manos, pie y cuerdas
enloquecidas y albo- rozadas. Encon: ia r! 91- 10 il Paro
Por aquí se oyf: -ci! ni pa fJrev; il Oyese por alii: -Ca! ni
pa Dios: Afiaden cetros. -- Es corio de resuel! o. -Esos
jepíos son íos únicos! -Breva tiene otw garganteo! Porque
Breva es hombre que canta de un solo resuello toda la
malaguefia. Y es la gracia que el cante comience, siga y
fine en un mismo tOilG,- y que los juego s de garganta no
obligan. a respi- rar de nuevo a Breva. El apasiona. A él lo
retratan. A él 10 imitan. El da concieItor. A él lo
aplauden en el teatro de ía Bolsa la gorda carnicera, c!
rico torero, el chulo autkntico, el chulo aficionado, el
grande de Espana, la dama opulentísima;--< quién no ha
ido al teatro de la Bolsa a ver zapatear a Trinidad. incitar
y encender a la Roteña, gemir “soledades” a la Concha,
rasguear en las cuer- das al famoso Paco, y estremecer y
arrebatar al gran Juan Breva? Si a retazos turban la voz
del héroe del cante los demonios reto- zones del
aguardiente: si a groseros placeres convida, y corporales
deleites recuerda la estrofa andaluza: si garganteos de
oficio quitan a las soledades melancólicas su real y
tiernísima belleza: si es la frenética alegria de la Roteña
descarado y resuelto convite a todas las locuras de la
carne-- tiqué importa que lo miren ojos castos. ni los
aplaudan manos puras, ni 10 contemplen absortos
adolescen- tes inexpertos?- a los toros, por la calle de
Alcalá! Fustas campa- nilIas, voces, desordenada
muchedumbre: hoy es domingo1 232 Jost? Martí OBRAS
ESCOGIDAS. T. ! 233 -Rajada voz; deshonestos cantares,
realce, copia y revelación de los devaneos del apetito:
ahora es de noche!- Mal ano para el escudo madrilefio! El
espada Frascuelo cabalga en el oso, y a hor- cajadas sobre
una rama sacude la Roteíia los madrofios! -Que noiclama en el Imparcial el joven cerrajero de las fa- llebas:que no hay quien pa’Rreva! -¿ Y Pepe el Tuerto, que cantó
sin sosegar 32 malagueñas? -cY Paco el Gandú? -- cY el
Carito? Porque estos son entre los aficionados a lo de
Flandes, los ar- tistas clásicos. -Pues -¿ y el cieguito?
Toca mejor que ese! --< No ha visto Ud. al Jorobaíto? pues
ese baila el “ferrocarrí” y la escobita que hay poquitos
que se lo hagan. Mas súbito taconeo hace temblar la
hueca tablazón. No es una mujer que baila: es una figura
fantástica que sobre el tablado se desliza. Corea y aclama
el público. La guitarra acompafia, Las pal- mas marcan,
ora estrepitosamente, ora lánguidamente los tiempos. La
volante palmera se detiene. He aquí a Antonia, vuelta de
cara al público. Con las puntas de los pies acarician las
tablas los fla- mencos, y con blanda mano la cuerda el
guitarrista, y con las pal- mas vueltas, y los torneados
brazos, y la fácil mirada, y un rítmico y al principio
imperceptible balanceo del cuerpo, acaricia a su vez la
bailadora al público extasiado. -Oh, cuán viva la música
gitana! Es revuelta y fogosa, de variados ritmos, de
ornamentación extrana, de modulaciones lán- guidas
como el destierro, acariciadoras como la pasión, blandas
como un beso juvenil en labios frescos. Amar,
desperezarse, cami- nar, mirarse, largamente al sol!
Fugax, sequax.- Como que per- sigue el gitano sin
conciencia un ideal que no ha de hallar jamás. Como que
se acuesta en el alma una mirada de gitana! Llega al
corazón y en él se enrosca. Dejan en la memoria los
gitanos los colores de un sueño brillante. Son serpientes
que dejan la impresión de un pájaro mosca. Su música
rebosa en cambios bruscos de tono, en atrevidos,
inesperados, súbitos, melancólicos descensos del grito
agudo al misterioso tono bajo.- como si el clamor de su
vida miserable estu- viese en eilos perpetuamente unido
al canto jubiloso, a la alegría de la pasión desnuda y
satisfecha1 Ved cómo enseña Antonia la redonda cadera,
por sobre los frá- giles vestidos que la cubren! cómo
crece el balanceo rítmico! Aní- mase Ia danza con
aquellos lascivos movimientos. Como que en- garza besos
Antonia en invisible guirnalda con los brazos que
perezosamente mueve. Como que los pide, echando hacia
atrás la brillante cabeza.- Misterio del arábigo retrete,armas de míseras esclavas- divertimiento de señores
corrompidos- héos en escena! -Olé, con elegancia! Qué
serpear, qué revolver, y qué esquivar, y qué ofrecer el incitante cuerpo! -Olé! ahora, ahora! Y las pálidas vírgenes
cubriéndose el rostro, 1; iuéronse lloran- do a raudales!
CQué canta ahora Lacosta?- Rica VOZ, la del bello
mancebo: peteneras. Modula con gracia, frasea con
claridad. Apoyada la mano en el mus! o, encendida la
mirada juvenil, móvil y afable el rostro hermoso,- héle
que dice sonriendo, en estrofa !lena de realce y color
animada por música viva: Anda @blando tu madre De
mi honra no sé qué: ¿Para qué enturbiar el agua Si la
tienes que beber? Y recomienza la estrofa,
acompañándola se mueven oleadas de cachuchas, y el
señorito de las gafas golpea su vaso con un duro, y vocean
las chulillas, y llueven malos tabacos sobre el animado
cantador. El uno pide una copia y otra el otro, y cada cual
su preferida:- y él les canta: Soy más firme que un navío
Cuando lo estdn carenando: Mientras más golpes le dan
Más firme se vu quedando. Cerrajeros y carpinteros,
mozos y mozas, soldados y criadas, curiosos y viciosos,
todos apoyan en pintoresca y tempestuosa grita, aque!! a
voz fresca y vibrante, que de nuevo canta: En la fuente de
agua dulce Que hay al pie de la monta& z Cayó una
iágrima mia Y se volvieron amnrgas. Aquí ya no hay
quien no aclame el vigoroso estilo del arrogante petenero.
Crúzanse miradas como de enamorados, y causa de hondos suspiros en Lacosta.- Y como si en aquella alma,
penetrando en lo interior la soberbia belleza del rostro
gitano, no hubiera muerto por completo esa arrobadora
fibra triste que acentúa y hermosea el acento bohemiocasi ya en pie flotando al mover del cuerpo los alamares
negros y vistosos, y luciendo en el páiido ros- tro dos
tristes y admirables ojos negros, canto Lacosta a tiempo
que volví su lápiz al benévolo internacionalista, esta
copia gita- nísima: EL CARACTER DE LA REVISTA
VENEZOLANA He aquí el segundo número de la Revista
Venezolana. Fervoro- sas palabras de simpatía por una
parte y naturales muestras de extrañeza por la otra,
saludaron la aparición del número primero: todo nuevo
viajero halla pródigo sol que lo caliente, y ramas que le
azoten el rostro en el camino.- Débense al público, no
aquellas explicaciones que tengan por objeto cortejar
gustos vulgares, ni ceder a los apetitos de lo frívolo; sino
aquellas que tiendan a ase- gurar el éxito de una obra
sana y vigorosa, encaminada, por vías de amor y de
labor, a sacar a luz con vehemencia filial cuanto interese
a la fama y ventura de estos pueblos. No citaremos, sino
agradeceremos en silencio, las demostracio- nes de
ardoroso afecto que la Revista Venezolana ha recibido:
mas, ni debe intentarse lo mezquino, aunque de ello venga
provecho ma- yor que de intentar lo grande, ni debe
dejarse sin respuesta, por lo que al logro de lo grande
importa, cuanto a desfigurarlo o a estorbarlo se dirige.
Seguro de si mismo, por enamorado, por tra- bajador, y
por sincero, ni con las alabanzas se ofusca, ni ante interesados juicios ceja, el director de la Revista Venezolana.
La obra de amor ha hallado siempre muchos enemigos.
Unos hallan la Revista Venezolana muy puesta en lugar, y
muy precisa, como que encamina sus esfuerzos a
elaborar, con los restos del derrumbe, la grande América
nueva, sólida, batallante, trabajadora y asombrosa; y se
regocijan del establecimiento de una empresa que no
tiene por objeto entretener ocios, sino aprovecharse de
ellos para mantener en alto los espíritus, en el culto de lo
extra- ordinario y de lo propio; y nos aseguran que la
tarea de hablar a los venezolanos calurosamente de su
grandeza y beneficio, y los de la América, será estimada y
favorecida en esta tierra buena, en su provecho
interesada, y encendida en el fogoso amor de SUS
proezas: iquién se fatiga de tener padres g! oriosos! ini de
oír ha- blar del modo de hacer casa a sus hijos!- Pero
hallan otros que la Revista Venezolana no es bastante
variada, ni amena, y no conci- OBRAS ESCOGIDAS. T 1
237 ben empresa de este género, sin su fardo obligado de
cuentecillo> de Andersen, y de imitaciones de tihland, y
de novelas traducidas. ); de trabajos hojosos, y de
devaneos y fragilidades de la imagina- cicín, y de toda esa
literatura blanda y murmurante qlie no obliga a
provechoso esiuerzo a los que !a producen ni a saludable
medi- tación a los que leen, ni trae aparejadas utilidad y
trascendencia.-- Pues la .! evistu !‘ enezolana hace honor
de esta censtira, y la ie- vanta y pasea al viento a guisa de
bandera. iCómo! Cuando se tallan sobre las ásperas y
calientes rllinas de !a época pasada, los tiempos
admirables y gloriosos que los enérgicos ingenios y
elementos robustos de este pueblo anuncian; cuando es
fuerza ir haciendo con mano segura atrbs todo lo que
estorba, y adelante a todo lo brioso y nuel: o que urge;
cuando vivi- mos en una época de incubación y de
rebrote, en que, perdidos 10s antiguos quicios, andamos
como a tientas en busca de los nuevos; cuando es preciso
derribar, abrirse paso entre el derrumbe, clavsr el asta
verde, arrancada al bosque virgen y fundar; cuando,
posee- dores de la excesiva instrucción literaria que
heredamos de la co- lonia perezosa, se vive en gran
manera como es? raiio enfrente de esos mares que nos
hablan de poder y de fama venideros, de esas selvas;
guardadora s clementes de nuestra fortuna abandon~.
da; y de esos montes de oro, que descuajados en fuego se
estremecen colé- ricos bajo nuestras plantas, como con
cansancio de ‘LI obligada pe- reza. y ron enojo del
desamor con que los vemos: cuandos los ár- boles están de
pie en los bosques, como guerreros dispuestos a la lidia,
en espera de estos gallardos desdeñosos de los pueblos,
que no acuden a desatarlos y a recoger el fruto de ese
‘magnífico com- bate de loa humanos y la Ilaturaleza;
cuando pueblan florestas sun- tuosas naciones
ignoradas, y se hablan raras lenguas por sendas
escondidas, a cuyos bordes son abono de Ia tierra. los f:
utos que podrían ir mar adelante en nave nuestra a ser
gala y seííuelo en los merc. ados; cuando vagan por entre
nosotros, a modo de visiones protectoras, grande s
muertos erguidos que demandan a cada hijo que vive su
golpe de martillo en la faena de la patria nueva; cuan- do
hay tres siglos que hacer rodat por tierra, que entorpecen
aún nuestro andar con sus raíces, y una nación pujante y
envidiable que alzar, u ser sustento y pasi:! o de hombres:
<será alimento bas- tantc a un pueblo fuerte, digno de sti
alta cuna y magnificos des- tinos, la admiración servil a
extraños rimadores, la aplicación có- moda y perniciosa
de indagaciones de otrw. mundos, c! canto Ik- guido de
los comunes dolorcil! os, el cuento hueco en que se fingen
pasiones perturbadoras y malsanas. la contemplación
peligrosa ) exclusiva de las nimias torturas per.> onalcs,
ia obra brillante y pa- sajera de Ia imaginación c? téril y
crTgáiìosa?-- No: no es esta la obra. Es la ímaginaciGn
ala de fuego, mas no t0rax robusto de la inteligencia
humana. Es la facilidad sirena de ios dkbi! es; pero mo.
tiyo de desden para los fuertes. y para loc. pueblos causa
de aflcja-. miento y grandes daños. De honda raíz ha de
venir. y a grande espacio ha de tender toda obra de la
mente. Deben sofocarse las lágrimas propias en provecho
de las grandezas nacionales. Es fuer- za andar a pasos
firmes,-- apoyada la mano en el arado que quie- bra,
descuaja, desortiga y avienta la tierra,- camino de lo que
viene, con la frente en lo alto. Es fuerza meditar para
crecer: y conocer la tierra en que hemos de sembrar. Es
fuerza convidar a las letras a que vengan a andar la vía
patriótica, de brazo de la historia, con io que las dos son
mejor vistas, por lo bien que her- manan, y de! brazo del
estudio, que es padre prolífico, y esposo sincero, y amante
dadivoso. Es fuerza, en suma, ante la obra gi- gantesca,
ahogar el personal hervor, y hacer la obra. Cierto que,
pasajeros de la nave humana, somos a par del resto de los
hombres, revueltos y empujados por las grandes olas;
cierto que, venidos a la vida en época que escruta, vocea y
disloca, ni los clamores, ni los provechos, ni las faenas del
universo batalla- dor nos son extrañas; cierto también
que por nacer humanos, sin- guiares dolores nos aquejan,
como de águila forzada a vivir presa en un menguado
huevecillo de paloma. Mas ni el fecundo estudio del
maravilloso movimiento universal nos da provecho,antes nos es causa de amargos celos y dolores,-- si no nos
enciende en ansias de combatir por ponernos con
nuestras singulares aptiktdes a la par de los que
adelantan y batallan; ni hemos de mirar con ojos de hijo
lo ajeno, y con ojos de apóstata lo propio; ni hemos de
ceder a esta voz de fatiga y agonía que viene de nuestro
espíritu espantado del ruido de los hombres. De llorar,
tiempo se tiene en 1~ callada alcoba, frente a sí mismo, en
la solemne noche: durar: I: e: día, la universal faena, el
bienestar de nuestros hijos y Ia ela!. o- ración de nuestra
patria nos reclaman. Animada de estos pensamientos, y
anhe! osa de hacer ia obra más útil, la Revista Venezolana
viene a. luz, no para dar salida a produccnones
meramente literarias, de las que vive sin embargo tan
pagado y a las que con doloroso amor secreto se
abandona el que esto escribe y comienza por alejar con
mano resuelta de estas páginas, sus propias hijas
nacidas en pañales de Europa, o en pañal de lágrimas; no
para alimentar sus ediciones de trabajos varios, sin orden
ni concierto, ni gran traba entre sí, ni fin carmín, ni más
analogía que la que viene de la imaginación que las
engen- dra; no a ser casa de composiciones aisladas, sin
plan fijo, sin objeto determinado, sin engranaje intimo,
sin marcado fin patrio:-- viene a dar aposento a toda obra
de letras que haga relacion visibie, directa y saludable
con la historia, poesía, arte, costumbres, familias,
lenguas, tradiciones, cultivos, tráficos e industrias vene238 losi Marfi zolanas. Quien dice Venezuela, dice
América: que los mismos males sufren, y de los mismos
frutos se abastecen, y los mismos propó- sitos alientan el
que en las márgenes del Hravo codea en tierra de México
al Apache indómito, y el que en tierras del Plata vivifica
sus fecundas simientes con el agua agitada del Arauco.
Como bal- cón por donde asome a nuestro mundo feraz e!
mundo antiguo, y porque es elemento útil de nuestra vida,
estará el movimiento uni- versal representado por el
extracto sucinto y provechoso de los gran- des libros que
en toda parte del mundo se publiquen. Y como dan
medida justa de este sano pueblo el sentimiento ingenuo,
el dolor casto y la pasión caballeresca de sus poetas, con
rimas suyas irán siempre esmaltadas estas páginas
humildes, soberbias sólo en el vigor con que han de
defender la obra que intentan. Más vale estar en ocio que
emplearse en lo mezquino. Y callar, que no hablar verdad. Pero enfrente a la faena, es deber el trabajo, prueba
la injus- ticia y el silencio culpa.- Determinado así nuestro
propósito, excu- sado es decir lo que está fuera de él, o
cabe en él. De esmerado y de pulcro han motejado
algunos el estilo de algunas de las sencillas producciones
que vieron la luz en nuestro número anterior. No es
defensa, sino aclaración, la que aquí hace- mos. IJno es el
lenguaje del gabinete: otro el del agitado parla- mento.
Una lengua habla la áspera polémica: otra la reposada
bio- grafía. Distintos goces nos produce, y diferentes
estilos ocasiona, el d,: lei! e de crepúsculo que viene de
contemplar cuidadosamente lo pasado, y el deleite de
alba que origina el penetrar anhelante y trémulo en lo
por venir. Aquel es ocasionado a regocijos de frase,
donaire y discreteo; este a carrera fulgurosa y vívida,
donde la Irrse suene como escudo, taje como espada y
arremeta como lanza. TIe ;3 uno son condiciones
esenciales el reposo, la paciencia: de lo i% ro, el ansia y el
empuje. De aquí que un mismo hombre hable distinia
Iengua cuando vuelve los ojos ahondadores a las épocas
muertas, y cuando, con las angustias y las iras del
soldado en batalla, esgrime el arma nueva en la colérica
lid de la presente. Esta además cada época en el lenguaje
en que ella hablaba como en los hechos que en ella
acontecieron, y ni debe poner mano en una época quien
no fa conozca como a cosa propia, ni conociéndola de esta
manera es dable esquivar el encanto y unidad artística
que lleva a decir las cosas en el que fue su natural
lenguaje. Este es el color, y el ambiente, y la gracia, y la
riqueza del estilo. No se ha de pintar cielo de Egipto con
brumas de Londres; ni el verdor juvenil de nuestros
valles con aquel verde pálido de Arcadia, o verde lúgubre
de Erin. La frase tiene sus lujos, como el vestido, y cuál
viste de lana, y cuál de seda, y cuál se enoja porque siendo
de lana su vestido no gusta de que sea de seda el otro.
Pues icuán- do empezó a ser condición mala el esmero?
Sólo que aumentan las verdades con los días, y es fuerza
que se abra paso esta verdad acerca del estilo: el escritor
ha de pintar, como el pintor. No hay OBRAS ESC;
OCiIDAS T 1 241 CECILIO ACOSTA Ya está hueca, y sin
lumbre, aquella cabeza altiva, que fue cuna de tanta idea
grandiosa; y mudos aquellos labios que hablaron len- gua
tan varonil y tan gallarda; y yerta, junto a la pared del
ataúd, aquella mano que fue siempre sostén de pluma
honrada, sierva de amor y al mal rebelde. Ha muerto un
justo: Cecilio Acosta ila muer- to. Llorarlo fuera poco.
Estudiar sus virtudes e imitarías ; el úni- co homenaje
grato a las grandes naturalezas y digno de ellas. Trabajó
en hacer hombres; se le dará gozo con serlo. iQué desconsuelo ver morir, en lo más recio de la faena, a tan gran
traba- jador! Sus manos, hechas a manejar los tiempos,
eran capaces de crearlos. Fara él el Universo iue casa; su.
Patria, aposento; la Historia, madre; y los hombres
hermanos, y sus dolores. cosas de familia que le piden
ilanto. El lo dio a mares. Todo el que posee en demasía
una cualidad extraordinaria, lastima con tenerla a los
que no la poseen; y se le tenía a mal que amase tanto. En
cosas de cariño, su culpa era el exceso. Una frase suya da
idea de su modo de querer: “oprimir a agasajos.” El, que
pensaba como pro- feta, amaba como mujer. Quien se da
a los hombres es devorado por ellos, y é! se dio entero;
pero es ley maravillosa de la natura- leza que sólo esté
completo el que se da; y no se empieza a poseer la vida
hasta que no vaciamos sin reparo y sln tasa, en bien de
los demás, ia nuestra. Neg. 5 muchas veces su defensa a
ios pode- rosos; no a los tristes. A sus ojos el más débii era
e! más amable. Y el necesitado, era su dueño. Cuando
tenía que dar, !o daba todo; y cuando nada ya tenía, daba
amor y iibros. iCuánta memoria fa- mosa de altos
cuerpos del Estado pasa como de otro y es memoria suya!
iCu5nta carta elegante, en iatin fresco, al Pontífice de
Roma, y son sus cartas! iCuánto menudo articulo, regalo
de los ojos, pan de mente, que aparecen como de manos de
estudiantes, en !os pe- ri6dicos que estos dan al viento, y
son de aquel varón sufrido, que se los dictaba sonriendo,
sin violencid ni cansancio, ocultándose para hacer el
bien, y el mayor de los bienes, en la sombra! ;Qué
entendimiento de coloso! de paloma! iqué pluma de oro y
seda! y iqué alma El no era como los que leen un libro,
entrevén por los huecos de ia letra el espíritu que lo
fecunda y lo dejan que vuele, para hacer lugar a otro,
como si no hubiesen a la vez en su cerebro capacidad más
que para una sola ave. Cecilio volvía el libro al amigo y se
quedaba con él dentro de si; y lo hojeaba luego diestramente, con seguridad y mt: moria prodigiosas. Ni
pergaminos, ni elzevires, ni incunables, ni ediciones
esmeradas, ni ediciones prín- cipes, veisnse en su torno;
ni se veian, ni las tenía. Allá en un rincón de su alcoba
húmeda se enseñaban, como auxiliadores de memoria,
voiuminosos diccionarios; mas todo estaba en él. Era su
mente como ordenada y vasta librería donde estuvieran
por clases los asuntos y en anaquel fijo los libros, y a la
mano la página pre- cisa; por lo que podía decir su
hermano, el fiel Don Pablo, que, no bien se le preguntaba
de algo grave, se detenía un instante, como si pasease por
los departamentos y galerías de su cerebro y recogiese de
ellos lo que hacía al sujeto, y luego, a modo de cauda- loso
río de ciencia, vertiese con asombro del concurso límpidas
e inexhaustas enseñanzas. Todo pensador enkrgico se
sorprenderá y quedará cautivo y afligido viendo en las
obras de Acosta sus mismos osados pensa- mientos. Dado
a pensar en algo, lo ahonda, percibe y acapara todo. Ve lo
suyo y lo ajeno, como si lo viera de montaña. Está seguro
de su amor a los hombres, y habla como padre. Su tono es
familiar, aun cuando trate de los más altos asuntos en los
senados más altos. Unos perciben la composición del
detalle, y son los que ana- lizan, y como los soldados de la
inteligencia; y otros descubren la ley del grupo, y son los
que sintetizan, y como los legisladores de la mente. Él
desataba y ataba. Era muy elevado su entendimiento
para que se lo ofuscara el detaile nimio, y muy profundo
para que se eximiera de un minucioso análisis. Su amor a
las leyes gene- rales, y. su perspicacia asombrosa para
asirlas no mermaron su po- tencia de escrutación de los
sucesos, que son como las raíces de las leyes, sin conocer
ias cuales no se ha de entrar a legislar, por cuanto pueden
colgarse de las ramas frutos de tanta pesadumbre que,
por no tener raíz que ios sustente, den con el árbol en
tierra. Todo le atrae y nada le ciega. La antigüedad le
enamora, y él se da a ella como a madre; y como padre de
familia nueva, al porvenir. En él no riñen la odre clásica y
el mosto nuevo; sino que, para hacer mejor el vino, io
echa a bullir con la sustancia de la vieja copa. Sus
resiamenes de puebios muertos son nueces shlidas, cargadas de las semillas .de los nuevos. Nadie ha sido más
dueño del OBRAS ESCOGIDAS T 1 243 iQu& leer! psi ha
vitidr?: de los !Ihros hizo I- s; osa, hacienda e 1.1 i j 0 5
ldea~: ,q! lé ;neiores cí- iaturas? Ciencia: ,q~!> dama nA.
5 lea!. ni mas prolífica? Si- le encendían anhelos í;
n1orOsCs, c‘ onlc qLIe se entristccla de !a soledad de sus
volúmenes, y vo! via a ei! os con a hínco, porque le
perdonasen aquciia atiseìlcia b: es- e. Aldaba en trece
arios y ya ilabia corne~ llado en rltimerosos cuadcrniiloì;
ura obra en boga mionce>: Los erxditos u Iu r~; o! etn.
Sêrriinarisia luego, cui; tro ziìos mrís iarde, esial~ ieci~ i
entre si13 rompaf7eros c! asos de Gramática, de
Ltieraiura, de Poética, de Métrica. Se a- litaba a ias .:
iencias; wbrcsalia eil eilas; ei ilustre Cajigal le da F-;.: s
libios, :J él bebe ai: siosamen: e erg aque! las î’uentes de
la vida fislcñ y iogra un titulo de agrimensor. La iglesia le
cautiva, y aquellos serenos días, luego perdidos, de
sacrificio y mansedumbre; y lee con ava- ricia al
elegante Basilio, al grave Gregorio, al desenfadado Agustin, al osado Tomás, al tremendo Bernardo, al mezquino
Sánchez; bebe vida espiritual a grandes sorbos. Tiene el
talento práctico como gradas o peldaños, y hay un
talentillo que consiste en irse haciendo de dineros para la
vejez, por más que aquí la limpieza sufra, y más allá la
vergüenza se oscurezca; y hay otro, de más alta valía, que
estriba en conocer y publicar las grandes leyes que han de
torcer el rumbo de los pueblos, en su honra y beneficio. El
que es práctico así, por serlo mucho en bien de los demás
no lo es nada en bien propio. Era, pues, Cecilio Acosta,
iquién lo dijera, que lo vio vivir y morir! un grande
hombre práctico. Se dio, por tanto, al estudio del Derecho,
que asegura a los pueblos y refrena a los hombres.
Inextinguible amor de belleza consumía su alma, y fue fa
pura forma su Julieta, y ha muerto el gran desventurado
trovando amor al pie de sus balcones. iQué leer! Así los
pensamientos, mal halla- dos con ser tantos y tales en
cárcel tan estrecha, corno que empu- jaban su frente
desde adentro y la daban aquel aire de cimbria.
Nieremberg vivió enamorado de Quevedo, y Cecilio
Acosta ena- morado de Nieremberg. El Teatro de la
Elocuencia de Capmany le servía muchas veces de
almohada. Desdenaba al lujoso Solís y al revuelto
Góngora, y le prendaba Moratín, como él, encogido de
carácter, y como él, terso en eI habla y límpido.
Jovellanos le saca ventaja en sus artes de vida y en el
empuje humano con que ponía en práctica sus
pensamientos; pero Acosta, que no le dejaba de la mano,
le vence en castidad y galanura, y en lo profundo y vario
de su ciencia. Lee ávido a Mariana, enardecido a Hernán
Pérez, respetuoso a Hurtado de Mendoza. Ante Calderón
se postra. No halla rival para Gallegos y le seducen y le
encienden en amores la rica lengua, salpicada de sales, de
Sevilla, y el modo ingenuo y el divino hechizo de los dos
mansos Luises, tan sanos y tan tiernos. Familiar le era
Virgilio, y la flautilla de caña, y Corydon, y Acates; él
supo la manera con que Horacio llama a Telephus, o
celebra a Lydia, o invita a Leuconoe a beber de su mejor
vino y a encerrar sus esperanzas de ventura en límites
estrechos. Le delei- taba Propercio, por elegante; huía de
Séneca, por frío; le arrebataba y le henchía de
entusiasmo Cicerón. Hablaba un latín puro, rico y
agraciado; no el del Foro del Imperio, sino el del Senado
de la República; no el de la casa de Claudio, sino el de la
de Mecenas Huele a mirra y a leche aquel lenguaje, y a
tomillo y verbena. 244 José Morti OBRAS ESCOGIDAS. T.
1 245 Si Oejaba las Empresas de Saavedra, o las Obras y
Dias, o ei Si de !as nifias, era para hojear a Vattel, releer
el libro de Segur, reposar en Los Tristes de Ovidio, pensar,
con los ojos bajos y la mente alta, en las verdades de
Replero, y asistir al desenvolvimien- to de las leyes, de
Carlomagno a Thibadiau, de Papiniano a Hei- neccio, de
Nájera a las Indias. Las edades llegaron a estar de pie y
vivas, con sus propios co- lores y especiales arreos, en su
cerebro: así, él miraba en sí, y como que las veia
integramente, y cada una en su puesto, y no confundidas,
como confunde el saber ligero, con las otras,-- hojear sus
juicios es hojear los siglos. Era de los que hacen proceso a
las épocas, y fallan en justicia. El ve a los siglos como los
ve Weber; no en sus batallas, ni luchas de clérigos y reyes,
ni dominios y muertes, sino parejos y enteros, por todos
sus lados, en sus suce- sos de guerra y de paz, de poesía y
de ciencia, de artes y costum- bres; él toma todas las
historias en su cuna y las desenvuelve para- lelamente; él
estudia a Alejandro y Aristóteles, a Pericles y a Só- crates,
a Vespasiano y a Plinio, a Vercingetorix y a Velleda, a Au-
gusto y a Horacio, a Julio II y a Buonarrotti, a Elizabeth y
a Bacon, a Luis XI y a Froilo, a Felipe y a Quevedo, al Rey
Sol y a Lebrún, a Luis XVI y a Necker, a Washington y a
Franklin, a Hayes y a Edison. Lee de mañana las
Ripuarias, y escribe de tarde los estatutos de tin
montepío; deja las Capitulares de Carlo- magno? hace un
epitafio en latin a su madre amadísima, saborea una
página de Diego de Valera, dedica en prenda de gracias
una carta excelente a la memoria de Ochoa, a
Campoamor y a Cueto, y antes de que cierre la noche- que
él no consagró nunca a lec- turas----- echa las bases de un
banco, o busca el modo de dar rieles a un camino ferreo.
Sen los tiempos como revueltas sementeras, donde han
abierto surco, y regado sangre, y echado semillas,
ignorados y oscuros la- briegos; y después vienen grandes
segadores, que miden todo el campo de una ojeada,
empuñan hoz cortante, siegan de un sol< i vuel” o la mies
rica y la ofrecen en bandejas de libros a los que afiian en
los bancos de la escuela !a cuchilla para la siembra venidera. Así Cecilio. El íue un abarcador y un juzgador.
Como que los hombres comisionan, sin saberlo ellos
mismos, a alguno de entre ellos para que se detenga en el
camino que no cesa y mire hacia atrás, para decirles
cómo han de ir hacia adelante; y los dejan alli en alto,
sobre el monte de los muertos, a dar juicio; mas iay! que
a estos veedores acontece que los hombres ingratos,
atareados como abejas en su faena de acaparar fortuna,
van ya lejos, muy lejos. rilando aquel a quien encargaron
de su beneficio y dejaron atrás en e! camino les habla con
alarmas y gemidos, y voz de época. Pasa de esta manera a
los herreros, que asordados por el ruido de sus yunques,
no oyen las tempestades de la villa; ni los humanos,
twbados por las hambres del presente, escuchan los
acentos que por boca de hijos inspirados echa delante de
sí lo por venir. Lo que supo, pasma. Quería hacer la
América prbspera y no enteca; duefia de sus destinos, y
no atada como reo antiguo a la cola de los caballos
europeos. Quería descuajar las universidades, y desheiar
la ciencia, y hacer entrar en ella savia nueva: en Aristóteles, Huxley; en Uipiano. Horace Greeley y Amasa
Walker; del derecho, “lo práctico y tangible”: las reglas
internacionales, que son la paz, “la paz, única condición y
único camino para el ade- ianto de los pueblos”; la
Economía Politica, que tiende a abaratar frutos de afuera
y a enviar afuera, en buenas condiciones, los de adentro.
Anhelaba que cada uno fuese autor de sí, no hormiga de
ofi- cina, ni momia de biblioteca, ni máquina de interés
ajeno; “el pro- greso es una ley individual, no ley de los
gobiernos”; “la vida es obra’“. Cerrarse a la ola nueva por
espíritu de raza, o soberbia de tra- dición, o hábitos de
casta, le parecía crimen público. Abrirse, labrar juntos,
llamar a 1 a tierra, amarse, he aquí la faena: “el principio
liberal es el .único que puede organizar las sociedades
modernas y asentarlas en su caja.” Tiene visiones
plácidas, en siglos venideros, y se inunda de santo
regocijo: “la conciencia humana es tribunal; la justicia,
código; por eso ahonda: la libertad triunfa; el espíritu
reina.” Simplifica, “La historia es el ser interior
representado.” Para él es usual lo grandioso, manuable lo
difícil y lo profundo trans- parente. Habla en pro de los
hombres y arremete contra estos brah- manes modernos
y magos graves que guardan para sí la magna ciencia; é!
no quiere montañas que absorban los llanos, necesarios
al cultivo: él quiere que los llanos suban, con el descuaje y
nivela- ción de las montañas. Un grande hombre entre
ignorantes sólo aprovecha a si mismo: “los medios de
ilustración no deben amon- tonarse en las nubes, sino
bajar, como la lluvia, a humedecer todos los campos.” “
La luz que aprovecha más a una nación no es la que se
concentra, sino la que se difunde.” Quiere a ios
americanos enteros: “la República no consiste en abatir,
sino en exaltar los caracteres para la virtud.” reza a los
que sufren: Mas no quiere que se hable con aspe- “hay
ciertos padecimientos, mayormente los de familia, que
deben tratarse con blandura.” De América nadie ha dicho
más: “pisan las bestias oro, y es pan todo lo que se toca
con las manos.” Ni de Bolivar: “la cabeza de los milagros
y la lengua de las maravil! as.” Ni del cristianismo: “el
cristianismo es grande, porque es una preparación para
la muerte.” Y está comple- to, con su generosa bravura,
atnor de lo venidero y forma desem- barazada ); eiegante,
en este reto noble: “y si han de sobrevenir 246 Jos6
.Warti decires, hablillas y calificaciones, más consolador
es que le pongan a uno del lado de la electricidad y el
fósforo, que del lado del ju- mento, aunque tenga buena
albarda, el pedernal y el morrión.” Más que del Derecho
Civil, personal y sencillo, gustaba del derecho de las
naciones, general y grandioso. Como la pena injusta le
exaspera, se da al estudio asiduo del Derecho Penal, para
hacer bien. Suavizar: he aquí para él el modo de regir.
Filangieri le agrada; con Roeder medita. Lee en latín a
Leibnitz, en alemán a Seesbohm, en inglés a Wheaton, en
francés a Chevalier; a Carnazza Amari en italiano, a
Pinheiro Ferreyra en portugués. Asiste a las lecciones de
Bluntschli en Heidelberg, y en Basilea a las de Feichmann. Con Heffeter busca causas: con Wheaton junta
hechos; con Calvo colecciona las reglas afirmadas por los
escritores; con Bello acendra su juicio; con todos suspira
por el sosiego y paz del uni- verso. Aplaude con intimo
júbilo los esfuerzos de Cobden, y Man- cini, y Van Eck, y
Bredino por codificar el Derecho de Gentes. Dondequiera
que se pida la paz, está él pidiendo. El pone mente y
pluma al servicio de esta alta labor. Hay en Filadelfia una
liga para la paz universal, y él la estudia anhelante, y la
Liga Cósmica de Roma, y la de Paz y Libertad de Ginebra,
y el Comité de Ami- gos de la Paz, donde habla Stürm. El
piensa, en aborrecimiento de la sangre, que con tal de que
esta no sea vertida, sino guardada a darnos fuerza para
ir descubriéndonos a nosotros mismos,- lo que urge, y
contra lo cual nos empeñamos,- buenos fueran los congresos anuales de Lorimer, o el superior de Hege!, o el
Areópago de Bluntschli. En 1873 escucha ansioso las
solemnes voces de Calvo, Pierantoni, Lorimer, Mancini,
juntos para pensar en la manera de ir arrancando
cantidad de fiera al hombre; icuán bien hubiera es- tado
Cecilio Acosta entre ellos! De estos problemas, todos los
cuen- ta como suyos, y se mueve en ellos y en sus menores
detalles con singular holgura. De telégrafos, de correos,
de sistema métrico, de ambulancias, de propiedad
privada: de tanto sabe y en todo da ati- nado parecer y
voto propio. En espíritu asiste a los congresos donde
tales asuntos. de universal provecho, se debaten; y en el
de Zurich, palpitante y celoso esti él en mente, con el
Instituto de Derecho Internacional, nacido a quebrar
fusiles, amparar derechos y hacer paces. Bien puede
Cecilio hacer sus versos, de aquellos muy gala- nos, y muy
honrados, y muy sentidos que él hacia; que, luego de
pergeñar un madrigal. recortar una lira o atildar un
serventesio, abre a Lastarria, relee a Bello, estudia a
Arosemena. La belleza es su premio y SII reposo; mas la
fuerza, 511 empleo. Y icómo alternaba Acosta estas tareas
y de lo sencillo sacaba vigor para lo enérgico. 1 icómo, en
vez de darse al culto seco de un aspecto del hombre, ni
agigantaba SU razón a expensas del senti- miento, ni
hinchaba este con peligro de aquella, sino que con las
Esta !c.:! irra varia y ropiosísirtla; “que! mn; rar de
freiite, y ìor! cjos p;: Jpi%, ?!! la Ilaiuraleta, qtle todo io
enwtia, aquei rehuir e1 juicio ajeno, (: r! suanto no estU;leJf’ confiinnad0 el 121 -0mparación del objeto juzgado
ciln el juiciop aquella independencia provechosa, que no
1:; t! âcía sierqo , sino c: ueño; aquel beiier 13 lengua en
suc fuentes, y ric; x: preceptistas aut6c: atas ni en
diccionarios tresun- :uusos, y aq1wlla ingenita dulzura
que daba :? su estilo m&:;! y te- jante todas la:; gracias
femeni! es,-- fueron juntos los elemer; tos de In Iengua
rica que habló Acosia, que parecía b5isamo, por lo que
conwlñba; !ilz~ sor lo que esc! arec; a; plegaria, por jo que
w bumi- !! aba; y oí- 2 íiríoyv, sra río, ora mar
desbordado y opulerito, re&- jador de iuegos celestiales
No zxribió frase que KO fuese ser; tencia, adjeti~. w que
rto f; tew resumen, cpinión q? if? no fuese texto. Se gUst: i
como un manjar aquf~! esti! o; y :isoír, bra aquella
nâturalisima ma- nera de dar casa a lo absn! li! o y forma
visibil- a lo ideal. y de hacer inoceî; te ;- amab! e !r~
grande. Las palabras vulgares se cmhe- Ilccí3n pn slis
labios, por 2: modo de emplearlas 'Trozos Suyos en- teros
pawccn, sin elnbargo, conI f! otantes, y if0 escritor, en el
papel cn que SC leen; o como escritos en las n- ubes>
porque es fuerza subir a, e! las pair- i entenderlos; y aì1I
2St3! i claros. Y es que, quien desde ellas ve? entre elias
lieuc que hablar: hay una especie de confrrsiijn C? IF: va
irrevocablemente unida, corno señal de altura y fuerza> a
rina legitima superioric! ad. Pero iquk modo de vindicar,
con su senci!! o 4’ amp! io modo, aquellas e! ementa! es
cuestiones que, por sabldrs de eilos, aunque ignoradas de!
vulgo que debe saber- las, . tienen va 3 menos tratar los
publicistas! Otros van por ía vida a cabafio, er? trando
Dar el estribo de plata la fuerte bota, car- gada de ancha
espuela: y’él iba a pie, como llevado de alas; defendiendo a indigenus. amparando a pobres, arropado en su
virtud más que en sus escasas ropas, puro como un copo
de nieve, inmaculado CQRIQ veilón dp cabritiilo no
naccido. Unos van enseñándose, para que sepan de ellos;
y éI escondiéndose, para qrue no le vean. Su modestia no
es hipócrita, sino pudorosa; no es mucho decir que fue de
viven su decoro y se erguía, cuando 10 creía en riesgo,
cual 248 los6 .Uarti í) BRXS ESCOGIDAS. T 1 249 virgen
ofendida: “Lo que yo digo, perdura.” “Respétese mi juicio,
porque es el que tengo de buena fe.” Su frente era una
bóveda; sus ojos, luz ingenua, su boca, una sonrisa. Era
en vano volverle y revolverle; no se veian manchas de
lodo. Descuidaba el traje ex- terno, porque daba todo su
celo al interior; y el calor, abundancia y lujo de alma le
eran más caros que el abrigo y el fausto del cuerpo.
Compró su ciencia a costa de su fortuna; si es honrado y
se nace pobre, no hay tiempo para ser sabio y ser rico.
iCuánta batalla ganada supone la riqueza! !y cuánto
decoro perdido! !y cuántas tristezas de la virtud y
triunfos del mal genio! !y cómo, si se parte una moneda,
se halla amargo, y tenebroso, y gemidor su seno! A él le
espantaban estas recias lides, reñidas en la sombra;
deseaba la holgura, mas por cauces claros; se placía en
los comba- tes, mas no en esos de vanidades ruines o
intereses sórdidos, que espantan el alma, sino en esos
torneos de inteligencia, en que se saca en el asta de la
lanza una verdad luciente, !y se la rinde, trémulo de
júbilo, debajo de los balcones de la patria! El era “hombre de discusión, no de polémica estéril y deshonrosa con
quien no ama la verdad, ni lleva puesto el manto de!
decoro”. Cuando ima- ginador, !qué vario y fácil! como
que no abusaba de las imagina- ciones y las tomaba de la
naturaleza, le salían vivas y sólidas. Cuando enojado,
iqué expresivo! su enojo es dantesco; sano, pero fiero; no
es el áspero de ia ira, sino e! magnánimo de la indignación. Cuanto decía en su desagrwio llevaba señalado su
candor; que parecía, cuando se enojaba, como que pidiese
excusa de su enojo. Y en calma como en batalla iqué
abundancia! iqué desborde de ideas, robustas todas! !qué
riqueza de palabras galanas y ma- cizas! !qué rebose de
verbos! Todo el proceso de la acción está en la serie de
ellos, en que siempre el que sigue magnifica y auxiha al
que antecede. !En su estilo se ve cómo desnuda la
armazón de los sucesos, y a los obreros trabajando por
entre Ios andamios; se estima la fuerza de cada brazo, el
eco de cada golpe, la intima causa de cada
estremecimiento! A mi! ascienden las voces casti- zas, no
contadas en los diccionarios de la Academia, que envió a
esta como en cumplimiento de sus deberes y en pago de
los que é! tenía por favores. Verdad que él había leído en
sus letras góticas La Danza de la Muerte, y huroneado en
los desvanes de Villena, y decía de coro las Rosars de
Juan de Timoneda’ o e! entremés de los olivos. Nunca
premio fue más justo, ni al obsequiado más grato, que ese
nombramiento de académico con que se agasajó a Cecilio
.4costa. Para él era la Academia como novia. y ponía en
tenerla alegre su gozo y esmero; y no que, como otros
estimase que para no desmerecer de su concepto es fuerza
cohonestar los males que a la Peninsula debemos y aún
nos roen, y hacer enormes, para agradarla, beneficios
efímeros; sino que, sin sacrificarie fervor ame- ricano ni
verdad, queria darle lo mejor de lo suyo, porque juzgaba
que ella !e había dado más de lo que él merecia, y andaba
como amante ca?! 0 y fino, a quien nada parece bien
para su dama. iCuán justo fue aquel homenaje que !e
tributó, con ocasión del nombra- miente, !a Academia de
Ciencias Sociales y Bellas Letras de Ca- racas! icuán
acertadas cosas dijo en su habla excelente, del recipiendario, e! profundo Raíael Seijas! icuántos lloraron en
aquella justa y ternísima fiesta! iY aquel discurso de
Cecilio, que es como un vue! o de águila por cumbres! iy la
procesión de eievadas gentes que ie !! evó, coreando su
nombre, hasta su angosta casa! iy aquella madrecita
llena toda de !ágrimas, que saiió a los umbrales a abrazarle, y le dijo con voces jubilosas: “Hijo mio, he tenido
quemados los santos para que te sacasen en bien de esta
amargura!” Murió al fin la buena anciana, dejando, más
qtie huérfano, viudo al casto hijo, que en su s horas de
plática o estudio, como romano entre sus lares, envuelto
en su ancha capa, reclinado en su vetusto taburete,
revolviendo, como si tejiese ideas, sus dedos impacientes,
hablaba de altas cosas, a la margen de aquella misma
mesa, con su altar- tillo de hoja doble, y el Cristo en e!
fondo, y ambas hojas pintadas, y !a luz entre ambas,
coronando el conjunto, a este lado y aquel de las paredes,
de estampas de Jesús y de Maria, que fueron regocijo, fe y
empleo de la noble señora, a cuya muerte, en carta que
pone pasmo por lo profunda y reverencia por lo tierna,
pensó cosas ex- celsas el buen hijo, en respuesta a otras
conmovedoras que le es- cribió, en son de pésame, Riera
Aguinagalde. No concibió cosa pequeña, ni comparación
mezquina, ni oficio bajo de la mente, ni se encelaba de!
ajeno mérito, antes se daba prisa a enaltecerlo y
publicarlo. Andaba buscando quien valiese, para decir
por todas partes bien de e,. ‘1 Para Cecilio Acosta, un
bravo era un Cid; un orador, un Demóstenes; un buen
prelado, un San Ambrosio. Su timidez era iguai a su
generosidad; era él un padre de la Iglesia, por lo que
entrañaba en ella, sabía de sus leyes y aconsejaba a sus
prohombres; y parecía cordero atribulado, sor- prendido
en la paz de la majada por voz que hiere y truena, cuando
entraba por sus puertas y rozaba los lirios de su patio con
la ful- gente túnica de seda un anciano arzobispo. Visto de
cerca !era tan humilde! sus palabras, que,- con ser tantas,
que se rompían unas contra otras, como aguas de
tortente,- eran menos abundantes que sus ideas, daban a
su habla apariencia de defecto físico, que le venía de
exceso, y hacía tartamudez la sobra de dicción. Aun, visto
de lejos, jera tan imponente! su des- envoltura y donaire
cautivaban y su visión de lo futuro entusias- maba y
encendía. Consolaba el espíritu su pureza; seducía el oído
su lenguaje; iqué fortuna ser niño siendo viejo! esa es la
corona y la santidad de la vejez. El tenía la precisión de la
lengua inglesa, la elegancia de la italiana, la majestad de
la española. Republica- no, fue justo con los monarcas;
americano vehementísimo, al punto losé Marti OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 251 de erb: jarje cU2nCio 50 le hablaba
de par- tic glorias cc,? tier; as que Ti 6, : ‘L: c< ; e *y t‘ 5 ;i ì.
1’ :\. 21 de ‘~~ enezu? la. dlhi! iabd con t! n \ueIo rrrt? g;
iLiP fje j9 iJ". '] il; l e; I I pa s’;‘ c, irn?~ rial dc B~~ n~
parte y \i,.; d en la admira- -; ón a’:> g:. oqa de! e::!
raordinnria Geribaldi, qup. <. 1 scbic :er ht; ìoe. :ieiic iuri
,me~ w~ i3i~ il: ü “nqLl! 3J: 5erio eJ1 ‘LI i;! gjO. E! ~jJ2 q:
l” Jj. g@ t:,! :or! s> n; lriC’> ~ q:.~ t‘ i 1715s que cìlnoc~
ido y n; Js djficii Colc. mbia. i’; a llcrra’ tic p*. EST! dOiL!
S, de .Acos[: i taq amada, le ycíp con eri: ra f] ;j 1J j ¿’ U!
VZ~ O. CC~ IÜ ?icBr: i al m. î; g! orioso de suc. llijtis:
Peri:, cuya dc5\ ci!! ara Ic: !í! O\. iC 3 cóiera sa: i: a, le
ley6 an5iosamer? le; de Bue- nü: k Aires iê veniúíi
abrumadoras 2iabanza. s. En Espafíd, c3mo he- cl! 05 d
estas ga! as, -íiboreaban cori dc! eite su risueño eytilo y
cele- brabzn con pomposc- elogio su fecunda ciencia; el
premio de Fran- cia ie Venia ya por IcJS mares; en Italia
f: rû presidente de la So- ciedad FiIeié! lica. que llamó
esiupenda a su carta úitima; el Con- greso de Literatos le
tenIa en su seno, el de Americ.: anis! as se eng2Iar:: iba
con su nombre; “acongojado hasta la muerte” le escri- he
Torres Caicedo, porque sabe de sus males; iuto previo,
como por enfermedad de padre, vistieron por Acosta los
pucbios que le conocian. Y él, que sabia de arte:; como si
hubiera nacido en casa de pintor, y de dramas y comedias
como si las hubiera tramado y dirigido; él. que preveis la
solución de los problemas confusos de naciones lejanas
con tal soltura y fuerza que fuera naturai tenerle por hijo
de todas alquellas tierras, como lo era en verdad por el
espiritu; él, que en epoca y limites estrechos, nl sujetó su
anhelo de sabiduría. ni entrabó o cegó su juicio, ni esilmó
el colosal oieaje humano por el especial y concreto de su
pueblo, sino que echó los ojos ávidos y el aima enamorada
y el pensamiento portentoso por todos los espacios de la
lierra; él no salió jamás de su casita os- cura, desnuda de
muebles corno él de vanidades, ni dejó nunca la ciudad
nativa, con cuyas albas se levantaba a la faena, ni la margen de este Catuche aiegre, y Guaire blando y Anauco
sonoroso, gala del valle, de 1 a Naturaleza y de su casta
vida. iio vio todo en sí, de grande que era! Este fue el
hombre, en junto. Postvió y previó. Amó, supo y creó.
Limpió de obstáculos la vía. Puso luces. Vio por si mismo.
Señaló nuevos rumbos. Le sedujo lo bello; le enamoró lo
perfecto; se consagró a lo útil. Habló con singular
maestría, gracia y decoro; pensó con singular viveza,
fuerza y justicia. Sirvió a la Tierra y amó al Cielo. Quiso a
los hombres, y a su honra. Se hermanó con los pueblos y
se hizo amar de ellos. Supo ciencias y letras, gracias y
artes, Pudo ser Ministro de Hacienda y sacerdote,
académico y revolucionario, jllez de noche y soldado de
día, establecedor de una verdad y de un banco de crédito.
Tuvo durante su vida a su servicio una gran fuerza, que es
la de los niños: su candor supremo; y la indignación, otra
gran fuerza. En suma: de pie en su época, vivió en ella, en
las que le antecedieron y en las que han de sucederle.
Abrió vías, que habrán de seguirse; profeta nuevo,
anunció la fuer- za por la virtud y la redención pbr el
trabajo. Su pluma siempre verde, como la de un ave del
Paraiso, tenia reflejos de cielo y punta blanda. Si hubiera
vestido manto romano, no se hubiese extrañado. Pudo
pasearse, como quien pasea con lo propio, con túnica de
após- tol. Los que le vieron en vida le veneran; los que
asistieron a su muerte, se estremecen. Su patria, como su
hija, debe estar sin con- suelo; grande ha sido la
amargura de los extraños; grande ha de ser la suya. iY
cuando él alzó el vuelo, tenía limpias las alas! Revista
Venezolana, Caracas, 15 de julio de 1881. 0. C., t. 8, p. 153-
164. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 253 “NI SERA
ESCRITOR...” Ni será escritor inmortal en América, y
como el Dante, el Lu- tero, el Shakespeare o el Cervantes
de los Americanos, sino aquel que refleje en sí las
condiciones Imúltiples y confusas de esta época,
condensadas, desprosadas, ameduladas, informadas por
sumo genio artístico. Lenguaje que del propio materno
reciba el molde, ej. de las lenguas que hoy influyen en la
América soporte el necesario influ- jo, con antejuicio
suficiente para grabar lo que ha de quedar fijo luego de
esta época de génesis, y desdeñar de lo que en ella se anda
usando lo que no tiene condiciones de fijeza. ni se
acomoda a la índole esencial de nuestra lengua madre,
harto bella, y por tanto poderosa, sobre serlo por su
sólida estructura, para ejercer a la postre, luego del
acrisolamiento, dominio sumo,- tal ha de ser el lenguaje
que nuestro Dante hable. Y en él,- asunto continental, que
sea como fuente histórica, y monumento visible a
distancia- con lo que por espíritu, y por for- ma, quedará
su obra como representación doble de la patria cuya
litera! ura entra a fundar. Porque tenemos alardes y
vagidos de Literatura propia, y materia prima de ella, y
notas sueltas vibran- tes y poderosísimas- mas no
Literatura propia. No hay letras, que son expresión, hasta
que no hay esencia que expresar en ellas. Ni habrá
literatura hispanoamericana, hasta que no haya
Hispanoamé- rica. Estamos en tiempos de ebulliciòn, no
de condensación; de mezcla de elementos, no de obra
enérgica de elementos unidos. Están luchando las
especies por el dominio en la unidad del géne- ro.- El
apego hidalgo a io pasado cierra el paso al anhelo apostóiico de lo porvenir. Los patricios, y :os neopatricios se
oponen a que gocen de su derecho de unidad los libertos y
los plebeyos. [Temen de q. les arrebaten su
preponderancia natural, o no les reconozcan en el Gbno.
su parte legitima- se apegan los indios con exceso y ardor
a su Gbno.] La práctica sesuda se impone a la teoría
ligera. Las instituciones que nacen de !os propios
elementos del país, únicas durables, van asentándose,
trabajosa, pero segura- mente; sobre las instituciones
importadas, caibles al menor soplo del viento. Siglos
tarda en crearse lo que ha de durar siglos. Las obras
magnas de las letras han sido siempre expresión de
épocas magnas. A pueblo indeterminado, literatura
indeterminada! Mas apenas se acercan los elementos del
pueblo a la unión, acércanse y condénsanse en una gran
obra profética los elementos de su Lite- ratura.
Lamentémonos ahora, de que la gran obra nos falte, no
porque nos falte ella, sino porque esa es señal de que nos
falta aún el pueblo magno de que ha de ser reflejo,- que ha
de ref! ejar /de que ha de ser reflejo/ ¿Se unirán, en
consorcio urgente, esen- cial y bendito, los pueblos
conexos y análogos de América? <Se disociarán?, por
ambiciones de vientre y celos de villorrio, en nacioncillas desmeduladas, extraviadas, laterales,
dialécticas... 0. C., t. 21, p. 163- 164. Cotejado con el
manuscrito original. CSRXC ESCGGIDAS. ‘r. I 255 --- rey
que ci de! t~ rt’r~ i; :II iiarl S;~ CI siquIera los t’> i~ er~ cs
IOU~! CS de 13 1:: sti: uc! tin Libre de Enseñaura, dondn sc
explican, sin :rrba de e>~.~ tleia an: igtia. letra3 y
cicnsie..: ni 13 iiesta de mútica en la casa que ia Cr. 5ena.
donde jos q~ ic en Iti> !!: aríanit3s de iríO Vdiì a! li g,<:
lerlcetes a: darnisela~. ’ des;; lando cierzo5 y pobr, za. s,
que Wn COITlO OtrOS ~Citfl’ZOS, 3 dar ejemplo y l, ía 3
st: .anhelo de fama, le- vantaron. cn n~ irnero ;e
cuetrocien~ os. su5 ivoces juvellilej cn loor del poeta de lo:
1 auio~, ni ei congreso de Arquitect:: ra, que con ocasion
del cen: enario se ~na:~ guro; ni ias sesiones de
academias: ;II e] haber buscado cuna en eI primer poeta
dramatice vasto y hu- mano de Io:: espaf¡ oIes, esta
cruLada :; ue debiera tener una lanza en cada hombre: la
cruzada de &lad: ld contra Ia ignorancia: ni tanto galán
de lira e hidaigo dc pénola que fueron- en el sut~ tuOs0 y
ah:; ra churrigueresco teatro de Oriente, en que Ia
soeiedai de es- critoles, de una parte. y el Ateneo de otra,
tuvieron fiestas graves, ---:.‘~~, iio mariposas de antena;;
y alas negras en torno a aquellas da: i. iAs. de alto
donaire 1. baio seno. rnariposil! as de alas de colores; ni
exhibicit’m de glorias de nobleza, ni recompensas a la
virtud, ni declamaciones generosas de la sociedad
antiesclavista, ni batalla- doras asarnbkas de jóvene +
cakjlicos, que suelen echar a golpe de cirio de las ig! esias
a los que ven en calma y respeto sus vehemen- tes
ceremonias, las que lograron, en esos días de holganza
justa y patriotico bullicio, encender en pasión a Ias
gentes, como aquella Incida cabalgata, colmo y corona
dei anheioso esfuerzo madrilefio, que arranco de la calle
espaciosa de Serrano, en el barrio de Sala- manca, que ha
su nombre del rico venturoso que compró timbres de
nobleza, justamente de aquella facilísima manera que
Calderon censura en el alcalde bravío de Zalamea.
Descuajáronse las casas, quedáronse desiertas, y echaron
sus deslurnbrados habitantes a las aceras y balcones que
daban a las calles de la íiesta. Por la abigarrada
procesión del 27, que fue como redoma de alquimista en
busca de oro, hervidero de intentos in- completos en
solicitud de fama durable no lograda, salieron de sus
cuevas del cerrillo de San Blas los míseros goripas, que
hay chi- cuelos vendedores de arena por Madrid que viven
con sus madres y hermanillos, desnudos en invierno, en
agujeros rotos en ei cerro; y las bailarinas dejaron sus
balcones de la montuosa calle de la Primavera; y las
modistillas hambrientas y elegantes lucieron SU vestido
meritorio, que ya cuenta tres luengos veranos, y para
revo- lotear en el centenario fue repintado, a cambio de
un peso fuerte. en Barcelona. Y los tristes cesantes, que
aún llevan capa limpia por ser cosa reciente la cesantía,
olvidan la marcial gloria de Cá- novas, y Ia de Sagasta,
colérica y mefistofélica; y los empleados novísimos
ostenltan, bajo el rizado bigote que huele a dinero nuevo,
perfumado cigarro: y la familia madrileiia, con su tipo
confuso y andar suelto, y traje de Francia y habla de
Castilla, y aire de An- EL CENTENARIO DE CALDERON
En Madrid no ha cesado la gorja. Cestas de rubios vinos
han cambiado de aposento en las fiestas alegres del
Hipódromo y de motivo de deseo en sus mohosos envases,
han venido a ser regocijo de la sangre en las calientes
venas. Sobre certámenes, carreras de caballos. Y a par de
estas, las de toros; no ya con duques y mar- queses como
arrogantes rejoneros y diestros lidiadores, con sus cohortes de pajes vestidos a la turca, con sus penachos de
cristal en hilos, y en sus turbantes encajada la media luna
de plata relucien- te, y sobre sus hábitos rojos, matizados
de viva argentería, golpean- do el corvo alfanje; no ya
con aquel robusto señor de Medina Sido- nia, que en las
bodas del rey de los hechizos con la francesa Luisa, de dos
embestidas de su rejon dio en tierra con dos toros; ni con
aquel don Córdoba, que de Ia manera de caer hacia
triunfo, y fue aplaudido- al alzarse del polvo entre sus
cien verdes moriscos, enlindados con cintas muy rojaspor palmas de duquesas; ni con aquellos atrevidos
marqués de Camarasa y conde de Rivadavia, que se
entraron en liza, con séquito de negros muy galanamente
pues- tos de tela pajiza, y esterilla de plata, apretados de
argollas los tobillos y de esposas las manos, en signo del
poderío y riqueza de sus dueños; sino con estos
matadores de oficio, reyes de plebe, fa. voritos de damas
locas, amigos predilectos de nobletes menguados, que
tienen el ojo hecho a la sangre, el oído a la injuria popular
y la mano a la muerte por la paga. Mas no han sido estas
compe- tencias de caballos, ocasionadas a que suenen los
nombres de sus dueños vanidosos, como Aladro y
Villamejor, y Vega de Armijo, notable por sus artes en
política v la entereza de su esposa, que fue de las que puso
a aquelia reina pálida, Victoria prudentísima, porque se
colgaba los hijos de su pecho, y las liaves de palacio de su
cintura, aquel apodo de ¿terztera. que a otras mejor que a
la apodada venía muy propiamente; no han sido estos
regocijos im- portados, ni los toros mismos muertos de la
espada del frenético Frascuelo o del torvo Lagartijo,
cuyos retratos, entre insignias de toreo, lucen en los
aparadores de las tiendas a par de los del joven rey
Alfonso, cercado de insignias reales: más vacila el trono
de1 daiucia, acá corre y allí empuja, y por aquí abre
brecha, y compra flores a la chiquilla de ojos rasgados
que se !as ofrece, o los pro- gramas de la fiesta, que
hubiesen salido mejor de las prensas de Rasco o la de
Arámbura. al chistoso granuja, de remendada cha- queta
y vieja gorra. que sue! e tomar visiblemente la mota que
el programa va! e, y, cuando no ie vean. ias demás que
huelguen des- cuidadas en el bolsillo de su dueño. ;Qué
pregonar de folletos! iQué vocear de discursos! iQué
revolver de 10s granujas vendedo- res, que, cruzando en
velocisima carrera de un lado a otro de la velada calle,
fatigan a ios guardias enojados, y semejan, envueltos en
el periódico que venden, colosales insectos, que llevan
alas que suenan y nido de carcajadas en el vientre! iQué
esperar con impa- ciencia, qué comentar con gracia, qué
hacer muros de cuerpos, y apretar contra la pared de
argamasa y repello, viva pared humana! Ya viene la
cabalgata numerosa; ya se alivia Madrid de su gran peso,
porque en raza pueril no satisfecho; latina no hay
pesadumbre mayor que un deseo súbito agua nueva, la
onda viva, cual mar en que entrase de hinchase,
precipitase, oscila, apriétase. Ya apa- recen, caballeros en
negros caballos, cincuenta guardias apuestos, a la usanza
de hoy, cruzado el pecho de bandas amarillas, apr. e- tado
a la pierna el calzón blanco, luciendo en los pies la negra
bota, el triangular sombrero en la rapada testa, el ancho
sable en la enguantada mano. Los heraldos les siguen:
ocho heraldos, en recios corceles, vestidos de azul paño,
como en el siglo XVII; col- gante a espalda y pecho la
amari! la dalmática, realzada en ambos lados con las
armas austriacas; tocados de lujosisimo chambergo;
afirmando en los fuertes estribos cl banderín tirante,
ricamente bor- dado, con su nema y sus flecos, o ei flexible
oriflama de asta de oro. Vienen luego aquellas armazones
colosales con que los burga- leses de otro tiempo, y los
zaragozanos, y los del viejo Valladolid, y Santander
inquieto, celebraban, vistiéndolas de gigantes chinos, o
quijotes escuálidos, o togados enanos, las alegrías de la
ciudad. Cien pajecil] os, que la muchedumbre aclama,
luciendo al sol sereno de Madrid trajes crujientes, varios
y vistosos; bellos como ninfas, fiotando como alas de
colores a sus espaldas las vueltas de los mantos, pasan
como visión dichosa, portando en sus cien altos estandartes tantos nombres de dramas del poeta. No ven
con ojos buenos los curiosos a esos caballeros que ahora
vienen, y que con sus casacas de diputado, o de
comisionado de ayuntamiento de pro- vincia, que
disuenan con los maceros, de rojos y amarillos adere- zos,
y los afelipados alguaciles que les preceden; como que les
hacen caer inopinadamente de sus sueños de gloria
fulgorosos a las realidades domésticas presentes. Aquí
llegan ahora, con traba- jados estandartes, los que
venden vino, y trabajan en tabla, y tra- fican en telas, y
otros tráficos. iAh! iQué pesada la carroza que han
construido los buenos vecinos del barrio apartado de
Cham- berí! Ocho caballos tiran de ella, que es la
apoteosis de Calderón, OBR. lS ESCOGIDAS. T. 1 257
ahogado entre tributos, y lo cerca corona ondeante de
motes y banderas. NO va mala ]a carroza del Circulo de
la Unión Mercantil, ese que ofrece frecuentemente con tan
buen acuerdo prácticas y elo- cuentes conferencias de
asiduos oradores; bien que no tengan mu- cho que hacer
tan juntos, ni color lógico, ni de época, ese templo del
arte de la Grecia, simbolizado en columnas graves
dóricas, sobre esos barrilillos, y pacas, y anclas, que
lucen bajo el templo. Gusta, y lo merece- por los autos
sacramentales que, al par que anda, imprime en prensa
de madera, como entonces se usaba, y con gran lidia y
bullicio de la gente de las aceras, echa al aire, como don
gracioso,-- esa otra armazón de ruedas que ha construido
el Fo- mento de las Artes. Esa que ahora viene, muy lujosa
y muy grave, sentadas en la delantera las armas de
España, con su diadema real y sus leones; y simulando en
esta punta la coronación del poeta famoso, y en aquella la
imprenta glorificadora, con una estatua de Guttenberg;
es el carruaje rico de la prensa, y van en estandartes los
nombres de los periódicos que lo hicieron, y números de
ellos sin tasa se reparten. iHermoso es el estandarte de
Manila! Mur- mullos, y ondeos de la muchedumbre, y
voces de alabanza, que al fin rompen en vítores, arranca
ese movible barco, esa popa arro- gante de galera, como
las que en Lepanto dieron gloria a Juan de Austria, y a
España, con sus remos robustos a los *lados y su baranda
al frente, presidida por silenciosa y grande llra; que es el
regalo que la Marina suntuosa ofrece al séquito.
Estrújanse las gentes agitadas: iqué marinos aquellos de
Don Juan! Y estos van como aquellos! Las aceras, mal
contenidas, se desbordan; las músi- cas de Marina, en
toda España excelentes, celebran esta, que a las pasadas
deben, bulliciosa victoria. Y ecos de estos aplausos férui- dos resuenan cuando pasa, no ya triste y avergonzada
como deble- ra, por los actuales vivos dolores coloniales,
sino regocijada y olo- rosa, y monumental y artística,
sonando a palmas y excitándolas, la carroza de las
provincias ultramarinas, con sus indias de manto rico y
plumaje animado en son de América, bajo dosel que lleva
- el nombre de acongojadísima isla, coronada de escudos
que le pe- - san, todo al fondo, y en el frente arrogante, en
que ramos de laurel hacen corona a la efigie del poeta
famoso, las columnas del estre- kho le dan lados, y entre
ellas, señalándolas altivo, está el feliz - geGgraf0, que en
procesiones se celebra, pero que llevó en vida vestido de
cadenas. Bien viene iay! por lo que la sujeta, y la es- colta,
y la cerca, detrás de ese carruaje de las colonias, la alta tcrrre fabricada de cañones, que una estatua de Marte
remata fiera- mence; como que envía este edificio bélico el
Cuerpo de Ingenieros. Atronador ruido sucede: lla
artillería que pasa! iAllá obuses, cure- ñas, ruedas,
mulas! Y luego sigue, con clásico atavío, la Sociedad de
Escritores y de Artistas, que bien pudo, para ocasión tan
grande, hallar cosa más propia que esa que, en vasta
plaza, con sus co- 258 Josi Marfí lumnas rematadas de
retazos dóricos sobre trozos sin gracia y pu- limento, en
sustento de ardientes pebeteros, que echan al viento
durador perfume, representa el teatro de oro, alzindose
sobre aquel que se alimentaba de paráfrasis míseras de
Séneca, v glorias de Alejandro y burdas gracejadas de
plebeyo. La mucheduhbre, atenta, mira; mas como
llevada del femenil espíritu que se halla en lo que viene, y
quiere verse, agitase y se empuja para ver pasar esa ingeniosa fábrica ligera, si sostenida por hombres invisibles,
al parecer tirada por palomas, que sustenta al Genio: esta
la hicieron los maestros de obras. Mas esta sí que es
oportuna y grave, y acusa que un poeta anda entre los
cerrajeros de Madrid, o un cerrajero entre los poetas.
Vibra el martillo; resplandece la fragua; saltan chispas
del yunque; percíbense entre el hervor del entusiasmo el
buen clamor y buen olor del hierro: esta fue la carroza de
‘las cerrajerías. Ese macizo carruaje que lleva una
alegoría de la ale- goría del poeta sacerdote, es del
Ayuntamiento. Esta, tirada de doce frisones, que ahora
sigue, es de la Diputación de Madrid. Y iqué suntuosa!
iVedle sus maceros, tocados de sombrero de riquí- simas
plumas, con sus muy grandes mazas, y ese estandarte de
terciopelo, y oro en realce, con todas las cabezas de
partido, y esa guardia amarilla, tan famosa en tiempo de
Olivares y de Valen- zuela! De Valencia, cuyas húmedas
vegas rinden juntos el higo fresco, la naranja dorada y las
crecidas rosas, han venido las flores que de ese carro que
pasa ahora vierten sobre las gentes apretadas. Súbito
murmullo, como predecesor de maravilla que se acerca,
ex- tingue el de la vocinglera competencia que por hacerse
de azucenas y lirios se había alzado; y es que a las ancas
de doce gruesos bri- dones, orgullosos de la carga real que
portan semejando con sus blancos penachos ambulantes
palmeros, y paseando al sol escamas de oro en los vívidos
arneses y echados al ancho lomo mantos muy ricos de
tejidos blancos, viene, como nación que pasa, y como
grupo de andaluzas nubes sorprendido y atado, y como
monte en que el pincel y los colores hubiesen hecho
poderosa fábrica, el suntuosísimo edificio andante con
que España celebra a su poeta, y en cuya voluminosa
maquinaria, realzada de amarillo terciopelo y grana
alegre, aparece aquella nación de los Felipes, ciñendo de
magnífica corona las sienes de su muerto muy amado.
iOh, sí! La muchedum- bre como que sentía temblar sus
manos, y encogérsele el corazón, y secársele las fauces,
vibró de amor y ardor de gloria. Y pasó la carroza, y
mucho tiempo hacía que era pasada, y el aire estaba aún
lleno de vítores. Y cerraba al fin la marcha, como cortejo
de respeto- porque es ley que honren y acaten a los poetas
que no pasan, reyes que pasan, -aquel carruaje de ébano,
gala preciada de las caballerizas de paIacio, y ya
chillante y mate, como si la madera monárquica careciese de buena savia viva, y las ruedas reales estuvieran
cansadas de rodar, en que, mortificando a su hermoso y
áspero Felipe con OBRAS ESCOGIDAS. T 1 255 tristisimos
celos, paseó tantas veces a su lado la mísera Juana la
Loca enamorada. Y palafreneros de aquel tiempo, en que
eran para la librea de los custodios de los reales
palafrenes, el raso de Flo- rencia, de color de llama, y el
oro de Milán para avivarlo, y la escarlata para la cómoda
capilla. Y autoridades, y comisiones, e innumerables
grupos, pasaron tras de ellos. Y Barcelona, que ha
enviado un macero de los suyos, armado y fornido, y
bello y grave, a levantar en medio de la fiesta, en lujosa
montura, el escudo pujante de las barras. Y los maceros
del Ayuntamiento. Y unos tristes munícipes, de frac y
guante blanco. Y unos cuantos caba- llos, y en ellos seis
soldados caballeros. Y la ola de colores pasa v rueda, del
Madrid nuevo que tributa la honra, al Madrid viejo de
quien la honra viene, por la calle Mayor, de que el pacta,
qu, e hoy pasea muerto en ella, huyó espantado cuando
VIVO, por no ou los clamores de las víctimas que, por dar
placer y avivar el celo religioso al menguado don Carlos,
iban maniatadas y argolladas, ardiendo ya, antes de
arder en llamas de leña, en las de espanto: a morir en la
plaza de los Autos, guiados del estandarte carmesl de los
soldados de la Fe, y de la cruz verde, la espada tajante y la
rama de oliva de los inquisidores. Y por la Armería sigue
el cortejo, donde reposan hoy las armas que entonces
batallaban. Y por la plaza de Oriente, antes lugar de
pláticas de nobles, y hoy de deso- cupados, rapaces y
criadillas. Y por el esplendidísimo palacio, por donde
corre hoy viento de muerte. Y por la calle ancha de Bailén,
morada de cansados y de pobres, y por calles tortuosas,
de nombres ignorados, y va a dar, rendido a la par, de
trabajo y fatiga el se- quito y de alumbrarlo el Sol, en la
histórica casa de soldados que ílaman la Princesa. Allá en
la noche, en que los teatros hierven, y aquí es un auto,
allá una comedia de reír, allá de celos, y una tragedia en
este, y en aquel un poema hablado, dia parece la nocturna
sombra. De Calde- rón es cuanto se representa; de sus
dramas, con sobra de crítica alemana y escasez visible de
profundidad, hab! a, en edición dobla- da, un periódico de
jóvenes: El Demócrata. De las cosas del tiempo, v de cómo
casó Carlos, y qué sucedió cuando Felipe, y cómo se
Quemaban herejes, y se humillaban toros, habla por.
boca de un bachiller Alonso de Kiaña, que pone en piática
corriente ias del tiempo, el lujoso Esfandarte. Y El Espejo
enamorado de Cánovas, luce, en número excesivo, efigies
de magna gente: de Montalbin benévolo; de Teresa, de
amores consumida; de Cano, vencedor bel mármol con su
San Francisco, y del lienzo con su Jesús cruclfl- cado, mas
no de su desgracia; de Alarcón, que no alcanzó un buen
puesto en Indias, y sí máxima gloria; de Quevedo, que
ahondó tanto en lo que venía, que los que hoy vivimos,
con su lengua hab! amos; de Zurbarán famoso, que aló a
la humanidad visible, y robo al cielo falso, la pintura; de
Murillo, que fijó el cielo; de Cervantes, que pasmó la
Tierra del padre Gabriel Téllez, dueño de la lengua 260
José Marli y de la escena, más no de las iras a que le
mueven las traviesas damas; de fray Lope, en cuya frente
cabían todos sus dramas; del blando Garcilaso; de
Alemán el profundo; del sencillo Iriarte; de aquel Solís
que embelleció y mintió la historia; del generoso Ercilla,
que nos tiene obligados y atónitos con la grandeza de su
Caupolicán y de su Glaura. Mas ni en la abigarrada
procesión del 27, que bien pudo ser copia excelentisima de
aquellos reales tiempos de Mentidero y Buen Retiro; ni en
los galanes de veste noguerada, gregüescos de rizo y
recogido fieltro; ni en las damas de guardainfante,
porque de ellos les guardaba, y lechuguilla, que daba
amparo al blanco seno; ni en los retazos breves de época,
que alabanza tan grande recabaron,, con lo que se mire
cuanto no hubiese la época completa conseguido; ni en las
letras mismas im- presas, salvo- en lo que ha venido- las
de El Día, que es mara- villa de arte y gracia, halla la
mente inquieta, enamorada por humana de aquel poeta
potente que dio tipo al ansia de libertad, con Segismundo,
y a la de dignidad con El Alcalde, cosa tal que responda a
lo que de sus hijos bien merece aquel que lo fue glo- rioso
de la humanidad, de España, del teatro y del claustro, y
que, si fue torturado de hondos celos, por cuanto no hay
dolor más vivo para el ánima alta que el desestimar a la
mujer que ha amado, los dio a sus émulos vencidos con la
grandeza de su mente altiva, tan- tas veces celebrada por
el blando ruido de tiernos guantes de ám- bar, y por la
que camlnito del teatro, arena entonces encendida de
burlones chorizos y alborotadores polacos, acariciaron
las calles tortuosas tantos breves chapines, y se
revolvieron al viento madri- leño tantos suaves y diestros
mantos de humo. La Opinión Nacional, Caracas, 23 de
junio de 1861. 0. c., t. 15, p. 117- 126. A FAUSTO TEODORÓ
DE ALDREY Caracas, 27 de julio de 1881 Sr. Fausto
Teodoro de Aldrey Amigo mío: Mariana dejo a Venezuela
y me vuelvo camino de Nueva York. Con tal premura he
resuelto este viaje, que ni el tiempo me alcanza a
estrechar, antes de irme, las manos nobles que en esta
ciudad se me han tendido, ni me es dable responder con la
largueza y reco- nocimiento que quisiera las generosas
cartas, honrosas dedicatorias y tiernas muestras de
afecto que he recibido estos días últimos. Muy hidalgos
corazones he sentido latir en esta tierra; vehementemente
pago sus cariños; sus goces, me serán recreo; sus
esperanzas, plá- cemes; sus penas, angustia; cuando se
tienen los ojos fijos en lo a! to, ni zarzas ni guijarros
distraen al viajador en su camino: los ideales enérgicos y
las consagraciones fervientes no se merman en un ánimo
sincero por las contrariedades de la vida. De la América
soy hijo: a ella me debo. Y de la América, a cuya
revelación, sacu- dimiento y fundación urgente me
consagro, esta es la cuna; nt hay para labios dulces, copa
amarga; ni el áspid muerde en pechos varoniles; ni de su
cuna reniegan hijos fieles. Deme Venezuela en qué
servirla: ella tiene en mí un hijo. For de contado cesa de
publicarse la Revista Venezolana; vean en estas frases su
respuesta las cartas y atenciones que, a propo- sito de
ella, he recibido, y queden excedidas por mi gratitud las
alabanzas que, más que por esas paginillas de mi obra,
por su tendencia, he merecido de la prensa del país y de
gran suma de sus hombres notables. Queda también, por
tanto, suspendido el cobro de la orimera mensualidad:
nada cobro, ni podrá cobrar nadie en mi nombre, por ella;
la suma recaudada ha sido hoy o será mañana, devuelta a
las personas que la satisficieron; obra a este objeto en
manos respetables. Cedo alegre, como quien cede hijos
honrados, esos inquietos pensamientos míos a los que han
262 /OSé Marti sido capaces de estimármelos. Como que
aflige cobrar por lo que ae piensa; y más si, cuando se
piensa, se ama. A este noble país, urna de glorias; a sus
hijos, que me han agasajado como a her- mano; a Vd.,
lujoso de bondades para conmigo, envía, con agradecimiento y con tristeza, su humilde adiós. 0. C., t. 7, p
267- 268. JOSÉ MARTI LA REVUELTA EN EGIPTO Nueva
York, 16 de septiembre de 1881 Señor Director de Lu
Opinión Nacional: No es una simple noticia extranjera,
sino un grave suceso que mueve a Europa, estremece a
Africa, y encierra interés grandísimo para los que quieren
darse cuenta del movimiento humano,- la últi- ma
revuelta del Egipto, totalmente vencedora, militar y
concreta en apariencia, y en realidad social y religiosa.
Uno es el problema, dicho brevemente: se tiende a una
gran liga muslímica, y a la supresión del poder europeo
en la tierra árabe. Arranca de Constantinopla, invade el
Istmo, llena a Trípoli y agita a Túnez la ola mahometana,
detenida, no evaporada, al fin de la Edad Media.
Inglaterra y Francia tienen vencido a Egipto: sus
representan- tes manejan, por acuerdo con el jedive, y en
representación y ga- rantía de los tenedores de bonos
egipcios en Europa, la desmayada hacienda egipcia. A los
contratos fraudulentos, para la tierra del felá ruinosos y
para Europa muy beneficiosos, ajustados en el tiem- po
infausto del jedive Ismail, seguía una esclavitud poco
disimu- lada, en todo acto nacional asentida y servida por
Riasz Pachá, el primer ministro del actual jedive. De
súbito estalla un formidable movimiento con ocasión de
una orden de cambio de residencia de un regimiento,
expedida precisa- mente para evitar ei motín que se
entreveía. El motín ha triunfado: el ministerio llamado
europeo ha desaparecido: el primer ministro deseado por
el ejército ha reemplazado al primer ministro expulso.
La victoria ha sido rápida, imponente y absoluta para el
partido nacional. Este partido representado por la milicia
de Egipto, y triunfador en toda tentativa, acepta sumiso
toda ley que de Turquía le venga; mas resiste, como si
agitara a quince mil pechos un sen- timiento mismo, todo
desembarque de tropas cristianas, toda inter- vención
europea; y principalmente, toda intervención inglesa.
Aun- que se les debía paga de 20 meses, no se han alzado
por paga. 264 losé Marfi OBRAS ESCOGIDAS. T. I 265
Aunque aman a su jedive, se han levantado contra él. y
obrado y hablado como aquellos nobles de Aragón, que
valían uno a uno tanto como el rey, y todos juntos más
que e! rev. Fue el motín como invasión de mar. Loencabezó un robusto coronel, dotado de condiciones
populares, lleno del espíritu egipcio, muslímico e
independiente; hecho al manejo de las armas y a la
existencia de los campamentos: Achmet Arabi Bajá. -“
iCaiga ese ministerio, que nos vende a Inglaterra; désenos
una Constitución, que ponga en manos de egipcios el
gobierno egip- cio; auméntese el ejército, garantía de la
independencia nacional, a 18,000 hombres!“-“ 0 al punto
se nos concede esto que pedimos u ocupamos el palacio
del virrey.” Este, aconsejado de sus ministros y cónsules,
se presentó a los amotinados, formados en batalla. -cQué
quieres, Arabi? Arabi, montado en soberbio caballo,
blandiendo el acero des- nudo, le responde rodeado de
brillante grupo de oficiales rebeldes: -Queremos ley y
justicia. Si nos las das, tú eres el dueño. Si no, tu sucesor
está ya listo. En su vulgar y pintoresco árabe responde
Achmet Arabi Bajá, y con gallarda cortesia, a cuantos
ávidos corresponsales de perió- dicos ingleses le
preguntan:- que hoy, no por sus redactores, sino por sus
corresponsales en el extranjero están los periódicos
ingleses redactados. --< Están en salvo los europeos en el
Egipto? -Ni en un cabello les tocaré,- a menos que no
desembarquen en nuestra tierra las tropas cristianas. Entonces seguirá una matanza general de europeos,responde Achmet con su cortés manera. -eY si
desembarcan los turcos? -Los turcos son muslimes. -Pero
(con qué fuerza cuenta este movimiento? -Con quince mil
soldados egipcios, armados de Remington; con seis
baterías Krupp; y con 150000 beduinos armados. A
Chérif Pachá querían los amotinados por su primer
ministro; y Chérif Pachá es ministro. El ha evitado el
conflicto, prolongán- dolo primero, para dar tiempo a
una reunión de notables que lega- lizara su promoción; y
In ha resuelto, aceptando por fin el nom- bramiento del
jedive. Es hombre grave, penetrado de la necesidad de
costear hábilmente entre los abismos que al Egipto abre
la tra- dición francesa, que tiende a la posesión por
Francia del Africa del Mediterráneo, y la avaricia inglesa,
que quiere el Istmo de Suez, como la llave de su dominio
en la India asiática; pero a la par que convencido de la
urgencia de salvarse de estos peligros, Chérif permanece
completamente fiel a los propósitos de Mehemet Alí, que
quiso un Egipto libre, independiente de toda influencia,
respetado y poderoso. En Chérif Pachá fían, y su
voluntad acatan los rebeldes. De él querían sólo un
nombramiento, y ya lo tienen: el de Ministro de la Guerra,
que no es por cierto, como hubiera sido a provenir de
ambiciones bajas la revuelta, el coronel amotinado, sino
Baroundi Pachá. Los notables, postrados ante el virrey, a
la vez que apoya- ban este nombramiento y aprobaban la
elección del reposado, hábil y leal Chérif, le han jurado de
nuevo cariñosa obediencia, y se han mostrado afligidos
de la conducta de las tropas. Estas, luego de haber
triunfado, ceden en un afectuoso documento, se muestran
vasallos fieles, y soldados sumisos, del jedíve. Garantizan
los no- tables este vasallaje. Mas acaso ino se regocija el
jedive de verse asi compelido, a los ojos de los
representantes europeos, y las naciones tutoras, a
sacudir yugos y cortar lazos que los miramientos
políticos y los riesgos de desacatarlos, le hubieran
impedido romper? Los notables iacaso no azuzan a la
callada lo que públicamente desaprueban? El poderoso
aliento de independencia y la fatiga de tanta vergonzosa explotación, y tanta intervención extrafia y
oprobiosa ,no mueven allí todos los pechos? -Y jcon qué
fuerza cuentas tú para resistir a toda Europa?, preguntó
al resuelto Achmet el jedive. -Con un millón de hombres.
Porque el aire que encienden con sus plegarias los
panislamis- tas de Constantinopla, sopla abrasador en el
septentrión de Africa, y empuja el brazo del rencoroso
argelino Sheik Mahmoud contra Francia, y repite por
todo el viejo dominio de Mahoma la palabra de
reivindicación y de conquista que brota inspirada de los
labios del hermoso sirio Abul Huda. Presiéntese el
acercamiento de la magna lucha entre el afán
conquistador de los poderosos europeos y el indómito
anhelo de independencia de las comarcas africanas. En
otro tiempo fue de Francia el ansia vivísima de poseer el
Egipto, en tiempos de ava- ricia, deslumbramiento y
gloria militar. Las reminiscencias de aque- lla política, la
posibilidad vaga de regir definitivamente en Túnez, y los
intereses que ha creado el Canal de Suez, apegan aún a
Francia a aquella tierra de sus sueños, en que cegaron y
murieron, bajo el más atrevido de sus hijos, sus bravos y
aguerridos veteranos. Mas el capital y absorbente interés
napoleónico se ha desvane- cido a la par que ha cobrado
fortaleza el interés de Inglaterra, que estima con justicia
indispensable a su desafiado poderío en Asia la posesión
del Canal, y los paises por que cruza. A la expulsión de los
poderes de Europa; al establecimiento de un poder
independiente que tendría en sus manos la riqueza inglesa y contendria las conquistas francesas en Africa; al
desconoci- miento probable de la fabulosa deuda europea,
fuente hoy de pin- gües beneficios para los grandes
banqueros de Inglaterra;- tiende con brío y sin máscara el
partido nacional rebelde. Desconoce el 266 lOSé .UUrl:
derecho de intcrvencik de Francia o Inglaterra. De aquí cl
riesgo de esta última. la alarma grave, la universal
curiosidad. la anima- dísirna batalla librada por la
prensa. Corren vientos contrarios a intervenciones y
guerrac. por urge¡!- tcy que estas parezcan. Como Egipto
\- ive bajo el protectorado de Turquía, quiere Inglaterra,
para ganar la batalla sin exponer sus soldados ni agobiar
su tesoro, que Turquía comprima la revuelta. Francia, a
quien urge su restablecimiento interior: ni permitiría la
preponderancia inglesa en Egipto, ni desistiría el dominio
de que hoy es coparticipe; pero favorece la ocupación
turca por la misma necesidad de sosiego y ahorro que
determina la conducta de Ingla- terra, Turquía, por otra
parte, lisonjeada por la resllelta acometida y patriótica
rebeldía del partido nacional de Egipto, no comprimirá 0
comprimirá ficticiamente a aquellos que si fueron un día
sus enemigos en querellas domésticas, se le acercan y la
eligen como madre en la gran resurrección mahometana
que en las tierras de cielo de oro y mares de turquesa se
proyecta. Agravará, pues, para lo porvenir la situación
europea esta solu- ción meramente temporal y
transitoria. El problema es vital y se- vero: para Egipto,
airoso y rebelde como sus corceles, problema de vida;
para Inglaterra, cuya existencia pende de la de sus
colonias, de que es hoy Egipto como arteria aorta, capital
problema. Ni Ingla- terra puede cejar; ni quiere cejar
Egipto. El partido nacional impa- ciente, y robusto,
presenta la batalla, que Inglaterra, no preparada y
sorprendida rehúsa y demora. Envalentonado con este
temor, > su victoria de ayer, y el espíritu gereral de la
comarca arábiga, y el tácito aplauso de Turquía. cl
partido nacional provocará con más aliento el combate
por las mismas razones por que Inglaterra lo esquiva. 0
esta resigna su poder en Asia, o interviene con pode- roso
ejército, en acuerdo con Francia, que no ha de querer
dejarle todos sus derechos, y ahogan juntos con esfuerzo
cruento la tenia- tiva de nacionalidad de aquel país bello
y mísero, condenado a perpetuo pupilaje. Asi queda el
problema: el ancla británica quiere clavarse en los ijares
del caballo egipcio: el Corán va a librar batalla al Libro
Mayor: el espíritu de comercio intenta ahogar ei espíritu
de inde- pendencia: el hijíh generoso del desierto muerde
el látigo y quiebra la mano de! hijo egoísta del Viejo
Continente. ISMAELILLO HIJO: Espantndo de todo, me
refugio en ti. Tengo fe en el mejoramiento humano, en la
vida futura, en la utilidad de la virtud. u en ti. Si alguien
te niCeaque estas páginas se parecen a otras páginas,
diles que te amo demasiado para profanarte así. Tal como
aquí te pinto, tal te han visto mis ojos. Con esos arreos de
gala te me has aparecido. Cuando he cesado de verte en
una forma, he cesad6 de pintarte. Esos riachuelos han
pasado por mi corazón. iLleguen al tuyo! Príncipe enano
Para un príncipe enano Se hace esta fiesta. Tiene guedejas
rubias, Blandas guedejas; Por sobre el hombro blanco
Luengas le cuelgan. Sus dos ojos parecen Estrellas
negras: Vuelan, brillan, palpitan, Relampaguean! F. 1
para mí es corona, Almohada, espuela. -Mi mano, que así
embrida 268 /osé Marti OBRAS ESCOGlDAS. T, 1 269
Potros y hienas, Va, mansa y obediente, Donde él la lleva.
Si el ceño frunce, temo; Si se me queja, - Cual de mujer, mi
rostro Nieve se trueca: Su sangre, pues, anima Mis flacas
venas: iCon su gozo mi sangre Se hincha, o se seca! Para
un príncipe enano Se hace esta fiesta. iVenga mi
caballero Por esta senda! iEntrese mi tirano por esta
cueva! Tal es, cuando a mis ojos Su imagen llega, Cual si
en lóbrego antro Pálida estrella, Con fulgores de ópalo
Todo vistiera. A su paso la sombra Matices muestra,
Como al sol que las hiere Las nubes negras. IHéme ya,
puesto en armas, En la pelea! Quiere el príncipe enano
Que a luchar vuelva: $1 para mi es corona, Almohada,
espuela! Y como el sol, quebrando Las nubes negras, En
banda de colores La sombra trueca, - El, al tocarla, borda
En la onda espesa, Mi banda de batalla Roja y violeta.
{Conque mi duefio quiere Que a vivir vuelva? iVenga mi
caballero Por esta senda! iÉntrese mi tirano Por esta
cueva! iDéjeme que la vida A él, a él ofrezca! Para un
príncipe enano Se hace esta fiesta. Sueño despierto Yo
sueño con los ojos Abiertos, y de día Y noche siempre
sueño. Y sobre las espumas Del ancho mar revuelto, Y por
entre las crespas Arenas del desierto, Y del león pujante,
Monarca de mi pecho, Montado alegremente Sobre el
sumiso cuello, Un niño que me llama Flotando siempre
veo! Brazos fragantes Sé de brazos robustos, Blandos,
fragantes; Y sé que cuando envuelven El cuello frágil, Mi
cuerpo, como rosa Besada, se abre, Y en su propio
perfume Lánguido exhálase. Ricas en sangre nueva Las
sienes laten; Mueven las rojas plumas Internas aves;
Sobre la piel, curtida De humanos aires, Mariposas
inquietas 270 Jose! Martí Sus alas baten; Savia de rosa
enciende Las muertas carnes!- Y yo doy los redondos
Brazos fragantes, Por dos brazos menudos Que halarme
saben, Y a mi pálido cuello Recios colgarse, Y de místicos
lirios Collar labrarme! ilejos de mí por siempre, Brazos
fragantes! Mi caballero Por las mañanas Mi pequeñuelo
Me despertaba Con un gran beso. Puesto a horcajadas
Sobre mi pecho, Bridas forjaba Con mis cabellos. Ebrio él
de gozo, De gozo yo ebrio, Me espoleaba Mi caballero:
iQué suave espuela Sus dos pies frescos! iCómo reía Mi j
inetuelo! Y yo besaba Sus pies pequeños, Dos pies que
caben En solo un beso! Musa traviesa Mi musa? Es un
diablillo Con alas de ángel. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 271
iAh, musiBa traviesa, Qué vuelo trae! Yo suelo, caballero
En sueños graves, Cabalgar horas luengas Sobre los
aires. Me entro en nubes rosadas, Bajo a hondos mares, Y
en los senos eternos Hago viajes. Alli asisto a la inmensa
Boda inefable, Y en los talleres huelgo De la luz madre: Y
con ella es la oscura Vida, radiante, Y a mis ojos los
antros Son nidos de ángeles! Al viajero del cielo ¿Qué el
mundo frágil? Pues ¿no saben los hombres Qué encargo
traen? iRasgarse el bravo pecho, Vaciar su sangre, Y
andar, andar heridos Muy largo valle, Roto el cuerpo en
harapos, Los pies en carne, Hasta dar sonriendo -iNo en
tierra!- exánimes! Y entonces sus talleres La luz les abre,
Y ven lo que yo veo: iQué el mundo frágil? Seres hay de
montaña, Seres de valle, Y seres de pantanos Y lodazales.
De mis sueños desciendo, Volando vanse, Y en papel
amarillo Cuento el viaje. Contándolo, me inunda Un gozo
grave:- 272 los6 Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 273 Y
cual si el monte alegre, Queriendo holgarse Al alba
enamorando Con voces ágiles, Sus hilillos sonoros
Desanudase, Y salpicando riscos, Labrando esmaltes,
Refrescando sedientas Cálidas cauces, Echáralos risueños
Por falda y valle,- Así, al alba del alma Regocijándose, Mi
espíritu encendido Me echa a raudales Por las mejillas
secas Lágrimas suaves. Me siento, cual si en magno
Templo oficiase; Cual si mi alma por mirra Virtiese al
aire; Cual si en mi hombro surgieran Fuerzas de Atlante;
Cual si el sol en mi seno La luz fraguase:- Y esta! lo,
hiervo, vibro, Alas me nacen! Suavemente la puerta Del
cuarto se abre, Y éntranse a él gozosos Luz, risas, aire. Al
par da el sol en mi alma Y cn los cristales: iPor la puerta
se ha entrado Xi diablo ángel! iQué fue de aquellos
sueños, De mi viaje, Del papel amarillo, Del !! anto suave?
Cual si de mariposas Tras gran combate ‘,- alaran alas de
oro Por tierra y aire, Así vuelan las hojas Do cuento el
trance. Hala acá el travesuelo Mi paño árabe; Allá monta
en el lomo De un incunable; Un carcax con mis plumas
Fabrica y átase; Un sílex persiguiendo Vuelca un estante,
Y iallá ruedan por tierra Versillos frágiles, Brumosos
pensadores, Lópeos galanes! De águilas diminutas
Puéblase el aire: iSon las ideas, que ascienden, Rotas sus
cárceles! Del muro arranca, y cíñese, Indio plumaje:
Aquella que me dieron De oro brillante, Pluma, a marcar
nacida Frentes infames, De su caja de seda Saca, y la
blande: Del sol a los requiebros Brilla el plumaje, Que
baña en áureas tintas Su audaz semblante. De ambos
lados el rubio Cabello al aire, A mi súbito viénese A que lo
abrace. De beso en beso escala Mi mesa frágil; fOh, Jacob,
maripobd, Ismaelillo, árabe! iQué ha de haber que me
guste Como mirarle De entre polvo Cz libros Surgir
radiante, Y, en vez de acero, verle De pluma armarse, Y
buscar en mis brazos Tregua al combate? 274 lOs6 Marti
OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 275 Venga, venga, Ismaelillo: La
mesa asalte. Y por los anchos pliegues Del paño árabe En
rota vergonzosa Mis libros lance, Y siéntese magnífico
Sobre el desastre, Y muéstreme riendo, Roto el encaje- iQué encaje no se rompe En el combate!- Su cuello, en que
la risa Gruesa onda hace! Venga, y por cauce nuevo Mi
vida lance, Y a mis manos la vieja Péñola arranque, Y del
vaso manchado La tinta vacie! iVaso puro de nácar:
Dame a que harte Esta sed de pureza: Los labios cánsame!
;Son estas que lo envuelven Carnes, 0 nácares? La risa,
como en taza De ónice árabe, En su incólume seno Bulle
triunfante: iHete aquí, hueso pálido, Vivo y durable! Hijo
soy de mi hijo! EI me rehace! Pudiera yo, hijo mío,
Quebrando el arte Universal, muriendo Mis años dándote,
Envejecerte súbito, La vida ahorrartel- Mas no: que no
verías En horas graves Entrar el sol al alma Y a los
cristaIes! Hierva en tu seno puro Risa sonante: Rueden
pliegues abajo Libros exangües: Sube, Jacob alegre, La
escala suave: Ven, y de beso en beso Mi mesa asaltes:iPues esa es mi musifla, Mi diablo ángel! iAh, musilla
traviesa, Qué vueIo trae! Mi reyecillo Los persas tienen
Un rey sombrío; Los hunos foscos Un rey altivo; Un rey
ameno Tienen los iberos; Rey tiene el hombre, Rey
amarillo: iMal van los hombres Con su dominio! Mas yo
vasallo De otro rey vívo,- Un rey desnudo, Blanco y
rollizo: Su cetro - un beso! Mi premio - un mimo! Oh! cual
los áureos Reyes divinos De tierras muertas, De pueblos
idos -iCuando te vayas, Llévame, hijo!- Toca en mi frente
Tu cetro omnímodo; Ungeme siervo, Siervo sumiso: iNo
he de cansarme De verme ungido! ilealtad te juro, 276
José Martí 0BRX. S ESCOGIDAS T. 1 277 Mi reyecillo! Sea
mi espalda Pavés de mi hijo: Pasa en mis hombros El mar
sombrío: Muera al ponerte En tierra vivo:- Mas si amar
piensas El amarillo Rey de los hombres, iMuere
conmigo! iVivir impuro? iNo vivas, hijo! Penachos
vívidos Como taza en que hierve De transparente vino En
doradas burbujas El generoso espíritu; Como inquieto
mar joven Del cauce nuevo henchido Rebosa, y por las
playas Bulle y muere tranquilo; Como manada alegre De
bellos potros vivos Que en la mañana clara Muestran su
regocijo, Ora en carreras locas, 0 en sonoros relinchos, 0
sacudiendo al aire ET crinaje magnífico;- Así mis
pensamientos Rebosan en mí vívidos, Y en crespa espuma
de oro Besan tus pies sumisos, 0 en fúlgidos penachos De
varios tintes ricos, Se mecen y se inclinan Cuando tú
pasas - hijo! Mijo del alma Tú flotas sobre todo, Hijo del
alma! De la revuelta noche Las oleadas, En mi seno
desnudo Déjante al alba; Y del día la espuma Turbia y
amarga, De la noche revuelta Te echa en las aguas.
Guardiancillo magnánimo, La no cerrada Puerta de mi
hondo espíritu Amante guardas; Y si en la sombra ocultas
Búscanme avaras, De mi calma cefosas, Mis penas
varias,- En el umbral oscuro Fiero te alzas, Y les cierran el
paso Tus alas blancas! Ondas de luz y flores Trae la
maíiana, Y tú en las luminosas Ondas cabalgas. No es, no,
la luz del dia La que me llama, Sino tus manecitas En mi
almohada. Me hablan de que estás lejos: ilocuras me
hablan! Ellos tienen tu sombra; iY tengo tu alma! Esas
son cosas nuevas, Mías y extrañas. Yo sé que tus dos ojos
All% en lejanas OBRAS ESCOGIDAS T 1 279 Tierras
relampaguean.- Y en las doradas Olas de aire que baten
Mi frente pálida, Pudiera con mi mano, De estrellas, segar
haces De tus miradas! iTú flotas sobre todo, Hijo del
alma! Cual si haz segara Amor errante Hijo, en tu busca
Cruzo los mares: Las olas buenas A ti me traen: Los aires
frescos Limpian mis carnes De los gusanos De las
ciudades: Pero voy triste Porque en los mares Por nadie
puedo Verter mi sangre. eQué a mí las ondas Mansas e
iguales? iQué a mí las nubes, Joyas volantes? ZQué a mí
los blandos Juegos del aire? CQué la iracunda Voz de
huracanes! A estos- ila frente Hecha a domarles! A los
lascivos Besos fugaces De las menudas Brisas amables,Mis dos mejillas Secas y exangües, De un beso inmenso
Siempre voraces! Y ta quién, el blanco Pálido ángel Que
aquí en mi pecho Las aias abre Y a los cansados Que de él
se amparen Y en él se nutran Busca anhelante? <A quién
envuelve Con sus suaves Alas nubosas Mi amor errante?
Libres de esclavos Cielos y mares, Por nadie puedo
Verter mi sangre! Y llora el blanco Pálido ángel: iCelos del
cielo Llorar le hacen, Que a todos cubre Con sus celajes!
Las alas níveas Cierra, y ampárase De ellas el rostro
Inconsolable: --- Y en el confuso Mundo fragante Que en
la profunda Sombra se abre, Donde en solemne Silencio
nacen Flores eternas Y colosales, Y sobre el dorso De aves
gigantes Despiertan besos Inacabables,- Risueño y vivo
Surge otro ángel! Sobre mi hombro Ved: sentado lo llevo
Sobre mi hombro: 280 José Martí OBRAS ESCOGIDAS T
1 281 Oculto va, y visible Para mi sólo! El me ciñe las
sienes Con su redondo Brazo, cuando a las fieras Penas
me postro:- Cuando el cabello hirsuto Yérguese y hosco,
Cual de interna tormenta Símbolo torvo, Como un beso
que vuela Siento en el tosco Cráneo: su mano amansa El
bridón loco!- Cuando en medio del recio Camino lóbrego,
Sonrío, y desmayado Dei raro gozo, La mano tiendo en
busca De amigo apoyo,- Es que un beso invisible Me da el
hermoso Niño que va sentado Sobre mi hombro. Tábanos
fieros Venid, tábanos fieros, Venid, chacales, Y muevan
trompa y diente Y en horda ataquen, Y cual tigre a
bisonte Sítienme y salten! Por aquí, verde envidia! Tú,
bella carne, En los dos labios muérdeme: Sécame:
mánchame! Por acá, los vendados Celos voraces! Y tú,
moneda de oro, Por todas partes! De virtud mercaderw,
Merca dea dme! Mató el Gozo a la Honra. Venga a mí, - y
mate! Cada cual con sus armas Surja y batalle: El placer,
con su copa; Con sus amables Manos, en mirra untadas,
La virgen ágil; Con su espada de plata El diablo bátame:La espada cegadora No ha de cegarme! Asorde la caterva
De batallantes: Brillen cascos Como brillasen plumados
Sobre montes de oro Nieves radiantes: Como gotas de
lluvia Las nubes lancen Muchedumbre de aceros Y de
estandartes: Parezca que la tierra, Rota en el trance,
Cubrió su dorso verde De áureos gigantes: Lidiemos, no a
la lumbre Del sol suave, Sino al funesto brillo De los
cortantes Hierros: rojos relámpagos La niebla tajen:
Sacudan sus raíces Libres los árboles: Sus faldas trueque
el monte En alas ágiles: Clamor óigase, como Si en un
instante Mismo, las almas todas Volando ex- cárteres,
Rodar a sus pies vieran Su hopa de carnes: Cíña. me recia
veste De amenazantes Astas agudas: hilos Tenues de
sangre Por mi piel rueden leves 282 JosE Marti Cual
rojos aspides: Su diente en lodo afilen Pardos chacales;
Lime el tábano terco Su aspa volante: Muérdame en los
dos labios La bella carne:- Que ya vienen, ya vienen Mis
talismanes! Como nubes vinieron Esos gigantes: iligeros
como nubes Volando iránse! La desdentada envidia Irá,
secas las fauces, Hambrienta, por desiertos Y calcinados
valles, Royéndose las mondas Escuálidas falanges;
Vestido irá de oro El diablo formidable, En el cansado
puño Quebrada la tajante; Vistiendo con sus lágrimas Irá,
y con voces grandes De duelo, la Hermosura Su inútil
arreaje:- Y yo en el agua fresca De algún arroyo amable
Bañaré sonriendo Mis hilillos de sangre. Ya miro en
polvareda Radiosa evaporarse Aquellas escamadas
Corazas centelleantes: Las alas de los cascos Agítanse,
debátense, Y el casco de oro en fuga Se pierde por los
aires. Tras misterioso viento Sobre la hierba arrástranse,
Cual sierpes de colores, Las flámulas ondeantes. Junta la
tierra súbito Sus grietas colosales OBRAS ESCOGIDAS. r 1 283 Y echa su dorso verde Por sobre los gigantes:
Corren como que vuelan Tábanos y chacales, Y queda el
campo lleno De un humillo fragante. De la derrota ciega
Los gritos espantables Escúchanse, que evocan Callados
capitanes; Y mésase soberbia El áspero crinaje, Y como
muere un buitre Expira sobre el valle! En tanto, yo a la
orilla De un fresco arroyo amable, Restaño sonriendo Mis
hilillos de sangre. No temo yo ni curo De ejércitos
pujantes, Ni tentaciones sordas, Ni vírgenes voraces! Él
vuela en torno mío, El gira, el para, él bate; Aquí su
escudo opone: Allí su clava blande; A diestra y a
siniestra Mandobla, quiebra, esparce: Recibe en su
escudillo Lluvia de dardos hábiles; Sacúdelos al suelo,
Bríndalo a nuevo ataque. ;Ya vuelan, ya se vuelan
Tábanos y gigantes!- Escúchase el chasquido De hierros
que se parten: Al aire chispas fúlgidas Suben en rubios
haces; Alfómbrase la tierra De dagas y montantes: ;Ya
vuelan, ya se esconden Tábanos y chacales!- El como
abeja zumba, El rompe y mueve el aire, Detiénese, ondea,
deja 284 José Marf i Rumor de alas de ave: Ya mis
cabellos roza; Ya sobre mi hombro párase; Ya a mi
costado cruza; Ya en mi regazo lánzase; iYa la enemiga
tropa Huye, rota y cobarde! iHijos, escudos fuertes, De los
cansados padres! iVenga mi caballero, Caballero del aire!
iVéngase mi desnudo Guerrero de alas de ave, Y echemos
por la vía Que va a ese arroyo amable, Y con sus aguas
frescas BaRe mi hito de sangre! Cahalleruelo mío!
Batallador volante! Tórtola blanca El aire está espeso,
La alfombra manchada, Las luces ardientes, Revuelta la
sala; Y acá entre divanes Y allá entre otomanas,
Tropiézase en restos De tules, - o de alas! Un baile parece
De copas exhaustas! Despierto está el cuerpo, Dormida
está el alma; iQué férvido el valse! iQué alegre la danza!
iQué fiera hay dormida Cuando el baile acaba! Detona,
chispea, Espuma, se vacia, Y expira dichosa La rubia
champaña: Los ojos fulguran, OBRAS ESCOGIDAS. T. 1
285 Las manos abrasan, De tiernas palomas Se nutren
las águilas; Don Juanes lucientes Devoran Rosauras;
Fermenta y rebosa La inquieta palabra; Estrecha en su
cárcel La vida incendiada, En risas se rompe Y en lava y
en llamas; Y lirios se quiebran, Y violas se manchan, Y
giran fas gentes Y ondulan y valsan; Mariposas rojas
Inundan la saIa, Y en la alfombra muere La tórtola
blanca. Yo fiero rehúso La copa labrada; Traspaso a un
sediento La alegre champaña; Pálido recojo La tórtola ho!
lada; Y en su fiesta dejo Las fieras humanas;- Que el
balcón azotan Dos alitas blancas Que llenas de miedo
Temblando me llaman. Valle lozano Digame mi labriego
Cómo es que ha andado En esta noche lóbrega Este hondo
campo? Dígame de qué flores Untó el arado, Que la tierra
olorosa Trasciende a nardos? Dígame de qué rio~ Regb
este prado. Que era 1111 \, alle rrlt~! negru Y ora cs
lozano? Otro>* CUII daga> grande: Mi pecho araron:
PUes tqué hierro e> cl ill) ’ Que no hace daño? Y esto dijey el ni¡¡ 0 Riendo me trajo En sus dos manos blanca> I.! n
beso casto. uUR.\ S tSCOGID.\ S T 1 287 Rayo, suelta el
magnífico Manto plateado. Y salta en hilo alegre AI valle
pálido, Y las rosillas nuevas Riega magnánimo;- Así,
guerrero fúlgido, Roto a tu paso, Humildoso y alegre
Rueda el peñasco. Y cual lebrel sumiso Busca saltando A
la rosilla nueva Del valle pálido. Nb. I’nrk, Imprenta de
Thompson y Moreau. 51 y 53 Maiden Lane, 1882. Pr. Eci
c.. t 1. p. 13- 54 Mi despensero Qué me das? Chipre? Yo no
lo quiero: Ni rey de bolsa Ni posaderos Tienen del \- ino
Que yo deseo; Ni cì; dc cris: a! cs DC cristalero> La dulr, t
copa En que 10 bebo. IMas está ausente Mi despensero, Y
de otro vino Yo nunca bebo. Traidor! Con qué arma de oro
Me has cautivado? Pues yo tengo coraza De hierro
áspero. Hiela el dolor: el pecho Trueca en peñasco. Y así
como la nieve, Del sol al blando OBRAS ESCOGIDAS. T. 1
289 A SU HERMANA AMELIA [Nueva York, enero de
1882- j! Tengo delante de mí, mi hermosa Amelia, como
una joya rara y de luz blanda y pura, tu cariñosa carta.
Ahí está tu alma serena, sin mancha, sin locas
impaciencias. Ahí está tu espíritu tierno, que rebosa de
ti, como la esencia de las primeras flores de mayo. Por eso
quiero yo que te guardes de vientos violentos y traidores,
y te escondas en ti a verlos pasar: que como las aves de
rapiña por los aires, andan los vientos por la tierra en
busca de la esencia de las flores. Toda la felicidad de la
vida, Amelia, está en no confundir el ansia de arnor que
se siente a tus anos con ese amor soberano, hondo y
dominador que no florece en el alma sino después del
largo examen; detenidísimo conocimiento, y fiel y
prolongada, compañía de la cria- tura en quien el amor
ha de ponerse. Hay en nuestra tierra una desastrosa
costumbre de confundir la simpatia amorosa con el
carmo decisivo e incambiable que lleva a un matrimonio
que no se rompe, ni en las tierras donde esto se puede,
sino rompiendo el corazón de los amantes desunidos. Y en
vez de ponerse el hombre y la mujer que se sienten
acercados por una simpatía agradable, nacida a veces 1
Ha sido publicada anteriormente como de 1880. Hemos
rectificado la fecha porque según el texto de una presunta
misiva de Amelia -incluida, junto .con otra de su hermana
Antonia, en una carta que la madre le escribe el 23 de
diciem- bre de 1881, y que por error aparece numerada
como XI- a, pero que debe situar- se a continuación de la
VII- a, en la página ll- en la que dice: “el no haberte
escrito en tanto tiempo, ha sido porque la vez que lo hice
no recibí contestación” (Pupcles de Murfí [...), La Habana,
1935, t. III, p. 17). elimina la posibilidad de que
corresponda a 1880. Como en la siguiente misiva de la
madre, de 9 de enero de 1882, ella le pide que le escriba a
Amelia exigiéndole que le diga algo de su prometido,
deducimos que la que ahora analizamos es la respuesta a
la de su hermana. y a la vez cumple el encargo de doña
Leonor, por lo que estas líneas de Marti deben haber sido
escritas a mediados del mes de enero de 1882. Reafirman
esta hipótesis otras dos cartas de la madre, una del 25 de
este mes y año, en la que expresa que Antonia y Amelia
aún no le han contestado, y otra de 26 de mayo de 1882,
en ia que lamenta se haya extraviado su carta anterior,
pues en ella iba una de Amelia escrita desde febrero, en la
que le relataba sus amores y los motivos que tuvo para
aceptar a su prometido, y que seguramente cra la
respuesta a la presente epistola de su hermano. EJM. de
la prisa que tiene el alma en flor por darse al viento, y no
de que otro nos inspire amor, sino del deseo que tenemos
nosotros de sentirlo; -en vez de ponerse doncel y doncella
como a prueba, confesándose su mutua simpatía; y
distinguiéndola del amor que ha de ser cosa distinta, y
viene luego, y a veces no nace, ni tiene ocasión de nacer,
sino después del matrimonio, se obligan las dos criaturas
desconocidas a un afecto que no puede haber brotado sino
de conocerse intimamente- Empiezan las relaciones de
amor en nuestra tierra por donde debieran terminar.Una mujer de alma severa e inteligencia justa debe
distinguir entre el placer intimo y vivo, que semeja el
amor sin serlo, sentido al ver a un hombre que es en
apariencia digno de ser estimado,- y ese otro amor definitivo y grandioso, que, como es el apegamiento inefable
de un espíritu a otro, no puede nacer sino de la seguridad
de que el espiritu al que el nuestro se une tiene derecho,
por su fidelidad, por su hermosura, por su delicadeza, a
esta consagración tierna y vale- rosa que ha de durar
toda la vida.-- Ve que yo soy un excelente médico de
almas, y te juro, por la cabecita de mi hijo, que eso que te
digo es un código de ventura, y que quien olvide mi código
no será venturoso. He visto mucho en lo hondo de los
demás, y mucho en lo hondo de mí mismo. Aprovecha mis
lecciones. No creas, mi her- mosa Amelia, en que los
cariños que se pintan en las novelas vulga- res, y apenas
hay novela que no lo sea, por escritores que escriben
novelas porque no son capaces de escribir cosas más
altas- copian realmente la vida, ni son ley de ella. Una
mujer joven que ve escri- to que el amor de todas las
heroínas de sus libros, o el de sus amigas que los han lefdo
como ella, empieza a modo de relámpago, con un poder
devastador y eléctrico- supone, cuando siente la primera
dulce simpatía amorosa, que le tocó su vez en el juego
humano, y que su afecto ha de tener las mismas formas,
rapidez e intensidad de esos afectillos de librejos, escritoscréemelo Ame! ia- por gentes in- capaces de poner
remedio a las tremendas amarguras que origina su modo
convencional e irreflexivo de describir pasiones que no
existen, o existen de una manera diferente de aquella con
que las describen. 6Tú ves un árbol? iTú ves cuánto tarda
en colgar la naranja dorada, o la granada roja, de la
rama gruesa? Pues, ahon- dando en la vida, se ve que
todo sigue el mismo proceso. El amor, como el árbol, ha
de pasar de semilla a arbolillo, a flor, y a fruto. -Y en
Cuba, se empieza siempre por la fruta.- Cuénta; ne Amelia
mía, cuánto pase en tu alma. Y dime de todos los lobos
que pasen a tu puerta; y de todos los vientos que anden en
busca de perfume. Y ayúdate de mí para ser venturosa,
que yo no puedo ser feliz, pero sé la manera de hacer feliz
a los otros. No creas que aquí acabo mi carta. Es que
hacía tiempo que que- ría decirte eso, y he empezado por
decírtelo.- De mí, te hablaré otro jueves.- En este sólo he
de decirte que ando como piloto de mí mismo, haciendo
frente a todos lo vientos de la vida, y sacando 290 JOSI!
Martí a flote un noble y hermoso barco, tan trabajado ya
de viajar, que va haciendo agua.- A papá que te explique
esto que él es un vale- roso marino. -Tú no sabes, Amelia
mía, toda la veneración y respeto ternisimo que merece
nuestro padre. Allí donde lo ves, lleno de ve- jeces y
caprichos, es un hombre de una virtud extraordinaria.
Ahora que vivo, ahora sé todo el valor de su energía y
todos los raros y excelsos méritos de su naturaleza pura y
franca. Piensa en lo que te digo. No se paren en detalles,
hechos para ojos pequeños. Ese anciano es una magnífica
figura. Endúlcenle la vida. Sonrían de sus vejeces. El
nunca ha sido viejo para amar. Ahora, adiós de veras.
Escríbeme sin tasa y sin estudio, que yo no soy tu censor,
ni tu examinador, sino tu hermano. Un pliego de letra
desordenada y renglones mal hechos, donde yo sienta
palpitar tu corazón y te oiga hablar sin reparos ni
miedos- me parecerá más bella que una carta esmerada,
escrita con el temor de parecerme mal.- Ve: el ca- riño es
la más correcta y elocuente de todas las gramáticas. Di
iternura! y ya eres una mujer elocuentísíma. Nadie te ha
dado nunca mejor abrazo que este que te mando. iQue no
tarde el tuyo! Tu hermano J. MARTI 0. C., t. 20, p. 286288. Cotejada con el manuscrito original. OSCAR WILDE
Vivimos, los que hablamos lengua castellana, llenos todos
de Horacio y de Virgilio, y parece que las fronteras de
nuestro espíritu son las de nuestro lenguaje. iPor qué nos
han de ser fruta casi vedada las literaturas extranjeras
tan sobradas hoy de ese ambien- te natural, fuerza
sincera y espíritu actual que falta en la moderna
literatura española? Ni la huella que en Núñez de Arce ha
dejado Byron, ni la que los poetas alemanes imprimieron
en Campoamor y Bécquer, ni una que otra traducción
pálida de alguna obra alemana o inglesa, bastan a darnos
idea de la literatura de los eslavos, germanos y sajones,
cuyos poemas tienen a la vez del cisne níveo. de los
castillos derruidos, de las robustas mozas que se asoman
a su balcón lleno de flores, y de la luz plácida y mística de
las auroras boreales. Conocer diversas literaturas es el
medio mejor de libertarse de la tiranía de algunas de
ellas; así como no hay manera de salvarse del riesgo de
obedecer ciegamente a un sistema filosófico, sino nutrirse
de todos, y ver como en todos palpita un mismo espíritu,
sujeto a semejantes accidentes, cualesquiera que sean las
formas de que la imaginación humana, vehemente o menguada, según los climas, haya revestido esa fe en lo
inmenso y esa ansia de salir de sí, y esa noble
inconformídad con ser lo que es, que generan todas las
escuelas filosóficas. He ahí a Oscar Wílde: es un joven
sajón que hace excelentes versos. Es un cismático en el
arte, que acusa al arte inglés de haber sido cismático en la
iglesia del arte hermoso universal. Es un elegante apóstol,
lleno de fe en su propaganda y de desdén por los que se la
censuran, que recorre en estos instantes los Estados Unidos, diciendo en blandas y discretas voces cómo le
parecen abomi- nables los pueblos que, por el culto de su
bienestar material, olvidan el bienestar del alma, que
aligera tanto los hombros humanos de la pesadumbre de
la vida, y predispone gratamente al esfuerzo y al trabajo.
Embellecer la vida es darle objeto. Salir de sí es indomable anhelo humano, y hace bien a los hombres quien
procura her- mosear su existencia, de modo que vengan a
vivir contentos con estar en sí. Es como mellar el pico del
buitre que devora a Prometeo. 292 IosC Marti OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 293 Tales cosas dice, aunque no acierte
tal vez a darles esa precisión ni a ver todo ese alcance, el
rebelde hombre que quiere sacudirse de sus vestidos de
hombre culto, la huella oleosa y el polvillo de carbon q. ue
ennegrece el cielo de las ciudades inglesas, sobre las que
el so1 brilla entre tupidas brumas como opaco globo
carmesí, que lu- cha en vano por enviar su color
vivificante a los miembros toscos y al cerebro ateridc de
los ásperos norteños. De modo que el poeta que en
aquellas tierras nace, aumenta su fe exquisita en las cosas
del espíritu tan desconocido y desamado. No hay para
odiar la tiranía como vivir bajo ella. Ni para exacerbar el
fuego poético, como morar entre los que carecen de él.
Sólo que, falto de almas en quienes verter la suya
desbordante, muere ahogado el poeta. iVed a Oscar
Wilde! Es en Chickering Hall, casa de anchos sa- lones,
donde en Nueva York acude el público a oír lecturas. Es la
casa de los lectores aristocráticos que ya gozan de fama y
de fortu- na para llamar desahogadamente a ella. En esas
salas se combate y defiende el dogma cristiano, se está a
lo viejo y se predica lo nuevo. Explican los viajeros sus
viajes, acompañados de vistas pa- norámicas y dibujos
en una gran pizarra. Estudia un crítico a un poeta.
Diserta una dama sobre la conveniencia o inconveniencia
de estos o aquellos trajes. Desenvuelve un filósofo las
leyes de la filo- logía. En una de esas salas va a leer Wilde
su discurso sobre el gran renacimiento del arte en
Inglaterra, del que le llaman maestro y guía, cuando no
es más que bravo adepto y discípulo activo y fer- viente.
El propaga su fe. Otros hubo que murieron de ella. Ya
llega- remos a esto. La sala está llena de suntuosas damas
y de selectos caballeros. Los poetas magnos faltan, como
temerosos de ser tenidos por cómplices del innovador. Los
hombres aman en secreto las ver- dades peligrosas, y sólo
iguala su miedo a defenderlas, antes de verlas aceptadas,
la tenacidad y brío con que las apoyan luego que ya no se
corre riesgo en su defensa. Oscar Wilde pertenece a excelente familia irlandesa, y ha comprado con su
independencia pecu- niaria el derecho a la independencia
de su pensamiento. Este es uno de los males de que
mueren los hombres de genio: acontece a me- nudo que su
pobreza no les permite defender la verdad que los de- vora
e ilumina, demasiado nueva y rebelde para que puedan
vivir de ella. Y no viven sino en cuanto consienten en
ahogar la verdad reveladora de que son mensajeros, de
cuya pena mueren. Los carrua- jes se agolpan a las
puertas anchas de la solemne casa de las lec- turas. Tal
dama lleva un lirio, que es símbolo de los reformistas.
Todas han hecho gala de elegancia y riqueza en el vestir.
Como los estetas, que son en Inglaterra los renovadores
del arte, quieren que sean siempre armónicos los colores
que se junten en la orna- mentación o en los vestidos, el
escenario es simple y nítido. Una silla vacía, de alto
espaldar y gruesos brazos, como nues- tras sillas de coro,
espera al poeta. De madera oscura es la silla y de
marroquí oscuro su respaldo y su asiento. De castaño
más sual ve es el lienzo que ocupa la pared del fondo.
Junto a la silla, una mesa elegante sostiene una artística
jarra, en que brilla, como luz presa, el agua pura. iVed a
Oscar Wilde! No viste como todos vesti- mos, sino de
singular manera. Ya enuncia su traje el delecto de su
propaganda, que no es tanto crear lo nuevo, de lo que no
se siente capaz, como resucitar lo antiguo. El cabello le
cuelga cual el de los caballeros de Elizabeth de Inglaterra,
sobre el cuello y los hombros; el abundoso cabello,
partido por esmerada raya hacia la mitad de la frente.
Lleva frac negro, chaleco de seda blanco, calzón corto y
holgado, medias largas de seda negra, y zapatos de
hebilla. El cuello de su camisa es bajo, como el de Byron,
sujeto por caudalosa corbata de seda blanca, anudada
con abandono. En la resplandeciente pechera luce un
botón de brillantes, y del chale- co le cuelga una artística
leopoldina. Que es preciso vestir bella- mente, y él se da
como ejemplo. Sólo que el arte exige en todas sus obras
unidad de tiempo, y hiere los ojos ver a un galán gastar
chupilla de esta época, y pantalones de la pasada, y
cabello a lo Cromwell, y leontinas a lo petimetre de
comienzos de este siglo. Brilla en el rostro del poeta joven
honrada nobleza. Es mesurado en el alarde de su
extravagancia. Tiene respeto a la alteza de sus miras, e
impone con ellas el respeto de sí. Sonríe como. quien est$
seguro de sí mismo. E1 auditorio, que es granado,
cuchichea. <Que dice el poeta? Dice que nadie ha de
intentar definir la belleza, luego de que Goethe la ha
definido; que el gran renacimiento inglés en este siglo une
al amor de la hermosura griega, la pasión por el
renacimiento italiano, y el anhelo de aprovechar toda la
belleza que ponga en sus obras ese espíritu moderno; dice
que la escuela nueva ha brota- do, como la armoniosa
eufonía del amor de Fausto y Helena de Troya, del
maridaje del espíritu de Grecia, donde todo fue bello, y el
individualismo ardiente, inquisidor y rebelde de los
modernos ro- mánticos. Homero precedió a Fidias; Dante
precedió a la renovación maravillosa de las artes de
Italia; los poetas siempre preceden. Los prerrafaelistas,
que fueron pintores que amaron la belleza real, na- tural
y desnuda, precedieron a los estetas que aman la belleza
de todos los tiempos, artística y culta. Y Keats, el poeta
exuberante .y plástico, precedió a los prerrafaelistás.
Querían estos sectarios oe !os modos de pintar usados por
10s predecesores 4el melodioso I? a- fael, que hiciesen a
un lado los pintores cuanto sabían del arte y venían
enseñando los maestros y con la paleta llena de colores,
se diesen a copiar los objetos directamente de la
Naturaleza. Fueron sinceros hasta ser brutales. Del odio a
la convención de los demás, cayeron en la convención
propia. De su desdén de las reglas exce- sivas, cayeron en
el desdén de toda regla. Mejorar no puede ser vol- ver
hacia atrás; pero los prerrafaelistas, ya que fueron
incapaces de fundar, volcaron al menos ídolos
empolvados. Tras de ellos, y en gran parte merced a ellos,
empezaron a tenerse por buenas en In- 294 losé Martí
OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 295 glaterra la libertad y la
verdad del arte. “No preguntéis a los in- gleses- decía
Oscar Wilde- quiénes fueron aquellos beneméritos
prerrafaelistas: no saber nada de sus grandes hombres es
uno de los requisitos de la educación inglesa. Allá en 1847,
se reunían los ad- miradores de nuestro Keats para verle
sacudir de su lecho de piedra la poesía y la pintura. Pero
hacer esto es perder en Inglaterra todos sus derechos de
ciudadano. Tenían lo que los ingleses no perdonan jamás
que se tenga: juventud, poder y entusiasmo. Los
satirizaron, porque la sátira es el homenaje que la
medianía celosa paga siem- pre al genio, lo que debía
tener muy contento de sí a los reformado- res, porque
estar en desacuerdo con las tres cuartas partes de los
ingleses en todos los puntos es una de las más legítimas
causas de propia satisfacción, y debe ser una ancha
fuente de consuelos en los momentos de desfallecimiento
espiritual.” Oíd ahora a Wilde hablar de otro
armoniosísimo poeta, William Morrís, que escribió El
paraiso terrenal, y hacía gala de su belleza suma y
condición sonora de su- 5 versos, vibrantes y
transparentes como porcelana japonesa. Oíd a Wilde
decir que Morris creyó que copiar de muy cerca a la
Naturaleza es privarla de lo que tiene de más bello, que es
el vapor, que a modo de halo luminoso, se desprende de
sus obras. Oídle decir que a Morris deben las letras de
Inglaterra aquel modo preciso de dibujar las imágenes de
la fantasía en la mente y en el verso, a tal punto, que no
conoce poeta alguno inglés que haya excedido, en la frase
nítida y en la imagen pura, a Morris. Oídle recomendar la
práctica de Teófilo Ciautier, que creía que no había libro
más digno de ser leído por un poeta que el diccionario.
“Aquellos reformadores- decía Wilde- venían cantando
cuanto hallaban de hemoso, ya en su tiempo, ya en
cualquiera de los tiempos de la tierra.” Querían decirlo
todo, pero decirlo be- llamente. La hermosura era el único
freno de la libertad. Les guiaba el profundo amor de lo
perfecto. No ahogaban la inspiración, sino le ponían
ropaje bello. No que- rían que fuese desordenada por las
calles, ni vestida de mal gusto, sino bien vestida. Y decía
Wilde: “No queremos cortar las alas a los poetas, sino que
nos hemos habituado a contar sus innumerables pulsaciones, a calcular su fuerza ilimitada, a gobernar su
libertad in- gobernable. Cántelo todo el bardo, si cuanto
canta es digno de sus versos. Todo est2 presente ante el
bardo. Vive de espíritus, que no perecen. No hay para él
forma perdida, sí asunto caducado. Pero el poeta debe,
con la calma de quien se siente en posesión del secre- to
de la belleza, aceptar lo que en los tiempos halle de
irreprocha- blemente hermoso, y rechazar lo que no
ajuste a su cabal idea de la hermosura. Swinburne, que cs
también gran poeta inglés, cuya imaginación inunda de
riquezas sin cuento sus rimas musicales dice que el arte es
la vida misma, y que el arte no sabe nada de la muerte. No
desdeñemos lo antiguo, porque acontece que lo antiguo
refleja de modo perfecto lo presente, puesto que la vida,
varia en formas, es perpetua en su esencia, y en lo
pasado se la ve sin esa ‘bruma de familiaridad’ o de
preocupación que la anubla para los que vamos
existiendo en ella. Mas no basta la elección de un adecuado asunto para conmemorar las almas: no es el
asunto pintado en un lienzo lo que encadena a él las
miradas, sino el vapor del alma que surge del hábil
empleo de los colores. Así el poeta, para ser su obra noble
y durable, ha de adquirir ese arte de la mano, meramente
técnico, que da a sus cantos ese perfume espiritual que
embriaga a los hombres. iQué importa que murmuren los
críticos. El que puede ser artista no se limita a ser crítico,
y los artistas, que el tiempo confirma, sólo son
comprendidos en todo su valer por los artistas. Nuestro
Keats decía que sólo veneraba a Dios, a la memoria de
los grandes hombres y a la belleza. A eso venimos los
estetas: a mostrar a los hombres la utilidad de amar la
belleza, a excitar al estudio de los que la han cultivado, a
avivar el gusto por lo perfecto, y el aborrecimiento de
toda fealdad; a poner de nue- vo en boga la admiración, el
conocimiento y la práctica de todo lo que los hombres han
admirado como hermoso. Mas, ¿de qué vale que ansiemos
coronar la forma dramática que intentó nuestro poeta
Shelley, enfermo de amar al cielo en una tierra donde no
se le ama? ;De qué vale que persigamos con ahinco la
mejora de nuestra poe- sía convencional y de nuestras
artes pálidas, el embellecimiento de nuestras casas, la
gracia y propiedad de nuestros vestidos? No puede haber
gran arte sin una hermosa vida nacional, y el espíritu comercial de Inglaterra la ha matado. No puede haber gran
drama sin una noble vida nacional, y esa también ha sido
muerta por el espiritu comercial de los ingleses.”
Aplausos calurosos animaron en este enérgico pasaje al
generoso lector, objeto visible de la cu- riosidad afectuosa
de su auditorio. Y decía luego Oscar Wilde a los
norteamericanos: “Vosotros, tal vez, hijos de pueblo
nuevo, podréis lograr aquí lo que a nosotros nos cuesta
tanta labor lograr allá en Bretaña. Vuestra carencia de
viejas instituciones sea bendita, porque es una carencia
de trabas; no te- néis tradiciones que os aten ni
convenciones seculares e hipócritas con que os den los
críticos en rostro. No os han pisoteado genera- ciones
hambrientas. No estáis obligados a imitar perpetuamente
un tipo de belleza cuyos elementos ya han muerto. De
vosotros puede surgir el esplendor de una nueva
imaginación y la maravilla de alguna nueva libertad. Os
falta en vuestras ciudades, como en vues- tra literatura,
esa flexibilidad y gracia que da la sensibilidad a la
belleza. Amad todo lo bello por el placer de amarlo. Todo
reposo y toda ventura vienen de eso. La devoción a la
belleza y a la crea- ción de cosas bellas es la mejor de
todas las civilizaciones: ella hace de la vida de cada
hombre un sacramento, no un número en los libros de
comercio. La belleza es la única cosa que el tiempo no
acaba. Mueren las filosofías, extinguense los credos
religiosos; pero lo que es bello vive siempre, y es joya de
todos los tiempos, 296 Jose’ Martí alimento de todos y
gala eterna. Las guerras vendrán a ser meno- res cuando
los hombres amen con igual intensidad las mismas cosas,
cuando los una común atmósfera intelectual. Soberana
poderosa es aun, por la fuerza de las guerras, Inglaterra;
y nuestro renacimiento quiere crearle ta] soberania, que
dure, aun cuando ya sus leopardos amarillos estén
cansados del fragor de los combates, y no tiña ]a rosa de
SU escudo la sangre derramada en las batallas. Y
vosotros también, americanos, poniendo en el corazón de
este gran pueblo este espíritu artístico que mejora y
endulza, crearéis, para vosotros mismos tales riquezas,
que os harán olvidar, por pequeñas estas que gozáis
ahora, por haber hecho de vuestra tierra una red de ferrocarriles, y de vuestras bahías el refugio de todas las
embarcaciones que surcan los mares conocidos a los
hombres.” Esas nobles y juiciosas cosas dijo en
Chickering Hall el joven bardo inglés, de luenga cabellera
y calzón corto. Mas, ¿qué evan- gelio es ese, que ha alzado
en torno de los evangelistas tanta grita? Esos son
nuestros pensamientos comunes: con esa piedad vemos
no- sotros las maravillas de las artes; no la sobra, sino la
penuria, del espíritu comercial hay en nosotros. <Qué
peculiar grandeza hay en esas verdades, bellas, pero
vulgares y notorias, que, \* stido con ese extraño traje,
pasea Oscar Wilde por Inglaterra y loa Estados Unidos?
iSerá maravilla para los demás lo que ya para nosotros es
código olvidado? CSerá respetable ese atrevido mancebo,
o será ri- dículo? ]Es respetable! Es cierto que, por temor
de parecer presun- tuoso, o por pagarse más de] placer de
la contemplación de las cosas bellas, que del poder moral
y fin trascendental de la belleza, no tuvo esa lectura que
extractamos aquella profunda mira y dilatado alcance
que placerían a un pensador. Es cierto que tiene algo de
infantil predicar reforma tan vasta, aderezado con un
traje extra- vagante que no añade nobleza ni esbeltez a la
forma humana, ni es más que una tímida muestra de odio
a ios vulgares hábitos corrientes. Es cierto que yerran los
estetas en buscar, con peculiar amor, en la adoración de
lo pasado y de ío extraordinario de otros tiempos, el
secreto del bienestar espiritual en 10 porvenir. Es cierto
que de- ben los reformadores vigorosos perseguir el daño
en la causa que lo engendra, que es el excesivo amor al
bienestar físico, y no en el desamor del arte, que es su
resultado. Es cierto que en nuestras tierras luminosas y
fragantes tenemos como verdades trascendenta- les esas
que ahora se predican a los sajones como reformas
sorpren- dentes y atrevidas. Mas, jcon qué amargura no
se ve ese hombre jo- ven; cómo parece aletargado en los
hijos de su pueblo ese culto ferviente de lo hermoso, que
consuela de las más grandes angustias y es causa de
placeres inefables! iCon qué dolor no ha de ver perdi- da
para la vida permanente ia tierra en que nació, que paga
culto a ídolos perecederos! iQué energía no ha menester
para sofocar la censura de dibujantes y satirices que
viven de halagar los gustos OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 297
de un público que desama a quien le echa en cara sus
defectos! iQué vigor y qué pujanza no son precisos para
arrostrar la cólera temible y el desdén rencoroso de un
pueblo frío, hipócrifa y calcu- lador! ;Qué alabanza no
merece, a pesar de su cabello luengo y SUS calzones
cortos, ese gallardo joven que intenta trocar en sol de rayos vívidos, que hiendan y doren la atmósfera, aquel
opaco globo carmesí que alumbra a !os melancólicos
ingleses! El amor al arte aquilata al alma y la enaltece:
un bello cuadro, una límpida estatua, un juguete
artístico, una modesta flor en lindo vaso, pone sonrisas
en los labios donde morían tal vez, pocos momentos ha,
las lágri- mas, Sobre el placer de conocer lo hermoso, que
mejora y fortifica, está el placer de poseer lo hermoso,
que nos deja contentos de no- sotros mismos. Alhajar la
casa, colgar de cuadros las paredes, gustar de ellos,
estimar sus méritos, platicar de sus bellezas, son goces
nobles que dan valía a ]a vida, distracción a la mente y
alto empleo al espíritu. Se siente correr por las venas una
savia nueva cuando se contempla una nueva obra de arte.
Es como tener de presente lo venidero. Es como beber en
copa de Cellini la vida idea]. Y iqué pueblo tan rudo
aquel que mató a Byron! ]Qué pueblo tan necio, como
hecho de piedra, aquel que segó los versos en los labios
juveniles del abundoso Keats! El desdén inglés hiela,
como hiela los ríos y los lagos ingleses el aire frío de las
montañas. El desdén cae como saeta despedida de labios
fríos y lívidos. Ama el ingenio, que complace; no el genio,
que devora. La luz excesiva le daña, y ama la luz tibia.
Gusta de 1.0s poetas elegantes, que le hacen sonreír; no de
los poetas geniosos, que le hacen meditar y padecer.
Opone siempre las costumbres, como escudo ferrado, a
toda voz briosa que venga a turbar el sueño de su espíritu.
A ese escudo lanzan sus clavas los jóvenes estetas; con
este escudo intentan los críticos ahogar en estos labios
ardientes las voces generosas. Selló ese escudo, antes que
la muerte, los labios de Keats. De Keats viene ese vigoroso
aliento poético, que pide para el verso música y espíritu, y
para el ennoblecimiento de la vida el culto al arte. De
Keats vino a los bardos de Inglaterra aquel sutil y celoso
amor de la forma, que ha dado a los sencillos
pensamientos griegos. En Keats nace esa lucha dolorosa
de los poetas ingleses, que lidian, como contra ejército
invencible, por despertar el amor de la belleza impalpable
y de las dulces vaguedades espirituales en un pueblo que
rechaza todo lo que hiera, y no adule o adormezca sus
sentidos. iAdónde ha de ir en aquella tierra un poeta sino
al fondo de sí mismo? eQué ha de hacer, sino plegarse en
su alma, como violeta herida de casco de caba! lo? En
Keats, las ideas, como agua de mar virgen, se desbordaban de las estrofas aladas y sonantes. Sus imágenes
se atro- pellaban, como en Shakespeare; sólo que
Shakespeare las domaba y j, ugueteaba con ellas; y Keats
era a veces arrebatado por sus imagenes. Aquel sol
interior calcinó el cuerpo. Keats, que adoraba la belleza,
fue a morir a su templo: a Roma. iPuede su fervoroso dis298 losé Martí cfpulo, que con desafiar a sus censores da
pruebas de majestuosa entereza, y con sus nobles versos
invita a su alma a abandonar el mercado de las virtudes,
y cultivarse en triste silencio, avivar en su nación
preocupada y desdeñosa el amor al arte, fuente de
encantos reales y de consuelos con que reparar al espíritu
acongojado de las amarguras que acarrea la vida! El
Almendares, La Habana, enero de 1882. La Nación,
Buenos Aires, 10 de diciembre de 1882 0. C., t. 15, p.
361.368. LONGFELLOW LONGFELLOW HA MUERTO.SU MUERTE, SUS VERSOS, SU VIDA.- URNAS SONORAS
Nueva York, 1 de abril de 1882 Señor Director de La
Opinión Nacional: Ya, como vaso. frío, duerme en la
tierra el poeta celebrado. Ya no mirará más desde los
cristales de su ventana los niños que ju- gaban, las hojas
que revoleteaban y caían, los copos de nieve que fingían
en el aire danza jovial de mariposas blancas; los árboles
abatidos, como por el pesar los hombres, por el viento, y
el sol claro, que hace bien al alma limpia, y esas leves
pasiones de alas tenues que los poetas divisan en los
aires, y esa calma solemne, que como vapor de altar
inmenso, flota, a manera de humo, sobre los montes
azules, los llanos espigados y los árboles coposos de la
tierra. Ya ha muerto Longfellow. iOh, cómo acompañan,
los buenos poetas! iQué tiernos amigos, esos a quienes no
conocemos! iQué be- nefactores, esos que cantan cosas
divinas y consuelan! fSi hacen llorar, cómo alivian¡ Si
hacen pensar, cómo empujan y agrandan! Y, si están
tristes, fcómo pueblan de blandas músicas los espacios del
alma, y tañen en los aires, y le sacan sones, como si fuera
el aire lira, y ellos supieran el hermoso secreto de tañerla!
La vida, como un ave que se va, dejó su cuerpo. Le
vistieron de ropas negras. Le arreglaron la blanca b& ba,
ondeante sobre el pe- cho. Le besaron la mano generosa.
Miraron tristemente, como quien ve un templo vacío, su
frente alta. Le acostaron en su ataúd de paño. Le pusieron
en él un ramo humilde de flores campestres. Y abrieron,
bajo la copa de un álamo majestuoso, un hueco en tierra.
Y allí duerme. Y fqué hermoso fue en vida! Tenía aquella
mística hermosura de los hombres buenos; el color sano
de los castos; la arrogancia magnifica de los virtuosos; la
bondad de los grandes, la tristeza de los vivos, y aquel
anhelo de la muerte, que hace la vida bella. Era su pecho
ancho, su andar seguro, su cortesía real, su rostro íne300 JOSC hfarti OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 301 fable, su
mirada fogosa y acariciadora. Había vivido entre
literatu- ras, y sido quien era, lo que es mérito grande. Le
sirvieron sus estudios, como de crisol, que es de lo que
han de servir, y no de grillos, como sirven a otros. Tanta
era su luz propia, que no pudie- ron cegarla reflejos de
otras luces. Fue de los que dan de si, y no de los que
toman de otros. Le graznaron cuervos, que graznan
siempre a las águilas. Le mordieron los envidiosos, que
tienen dien- tes verdes. Pero los dientes no hincan en la
luz. El anduvo sereno, propagando paz, seiialando
bellezas, que es modo de apaciguar; mirando
ansiosamente el aire vago, puestos los ojos en las altas
nu- bes y en los montes altos. Veía a la tierra, donde se
trabaja, her- mosa; y la otra tierra, donde tal vez se
trabaja también, más her- mosa todavía. No tenía ansia
de reposar, porque no estaba cansado; pero como había
vivido tanto, tenía ansia de hijo que ha mucho tiempo no
ve a su madre. Sentía a veces una blanda tristeza, como
quien ve a lo lejos, en la sombra negra, rayos de luna, y
otras veces, prisa de acabar, o duda de la vida posterior, o
espanto de conocerse, le llenaban de relámpagos los ojos.
Y luego sonreia, como quien se vence. Parecía un hombre
que había domado a un águila. Son sus versos como
urnas sonoras, y como estatuas griegas. Parecen al ojo
frívolo, pequeííos, como parece de primera vez todo lo
grande. Mas luego surge de ellos, como de las estatuas
griegas, ese suave encanto de la proporción y la armonía.
Y no batallan en lo hondo de esas urnas ángeles rebeldes
en nubes encendidas; ni se escapan de ellas lamentos
alados, que vuelan como cóndores heridos, lúgubre la
mirada, llameante el pecho rojo; ni sobre rosas muelles
se tienden, descuidados, al son de los blandos besos y la
amable avena, los tiernos amadores; sino que es su poesía
vaso de mirra, de donde asciende en humo fragante, como
en homenaje a lo alto, la esencia humana. Hizo el poeta
canoso versos varios, y supo de finlandeses y noruegos, y
de estudiantes salmantinos, y de monjas moravas, y de
fantasmas suecos, y de cosas de la colonia pintoresca, y
de la América salvaje. Pero estos ocios de la mente que
son bellos, no copian bien el alma del poeta, ni son su
obra real, sino aquellos vagares de sus ojos y efluvios de
su espíritu, y luengos y ternísimos coloquios con la
solemne naturaleza, que era como la desposada de este
amante, y se ponía para él sus galas ri- cas, y le
mostraba, confiado en su amor, los tesoros de su
magnífica hermosura. Y de sus labios, hechos a! canto,
fluían entonces versos armoniosos. Así miraba, desde los
cristales de su ventana, la tarde oscura, no como quien
teme a la noche, sino qu: en aguarda a su perezosa
desposada. Y le parecían los niños flores, y las niñas
rosas, y él era para ellos muro viejo, por el que trepaban
alegres las rosas y las flores. Le sobrecogia como a onda
mísera, el miedo de perder- se en el mar inmenso como
onda, y se rebelaba, y se preguntaba cuál era entonces la
utilidad de tanta pena y la razón de tanto bárbaro
martirio, pero tenía piedad de sí, y de los demás, y no
contaba estos dolores a los hombres. Quería que se viviese
como Héctor, y no como Paris, que se viviera sin ira, y con
agradecimiento; y que se supiese cuánto hay de hermoso
en el dolor, y en la muerte, y en ei trabajo. No incitaba a
los humanos a cóleras estériles, sino al bra- vo cultivo de
sí mismos. Creyó que, puesto que se tiene alma, ha de
vivirse de ella, y no de vanidad, ni’ de comprar ni vender
goces, por cuanto no es goce el que se compra o vende.
Veía la vida como monte, y el estar en ella como la
obligación de llevar un estandarte blanco a la cima del
monte. Y vivió en paz, fuera de los mercados bulliciosos,
donde los árboles rumoreaban y trabajaba a la sombra de
un castaño un herrero robusto, y volaban, como las
hebras rubias del maíz tierno, las chispas de la fragua, y
se paraban a verlas, como pensativos, parvadas de
escolares, pequeñuelos. Y ha muerto ahora serenamente,
cual se hunde en el mar la honda. Los niños llevan su
nombre; está vacío el sillón alto, hecho del castaño del
herrero, que le regalaron, muy labrado y mullido, los
niños amoro- sos; anda con son pausado el reloj rudo, que
sobrevive al artífice que lo hizo, y al héroe que midió en él
la hora de las batallas, y al poeta que lo celebró en sus
cantos; y cuando, más como voz de ven- ganza, que como
palabra de consuelo, sonaron sobre la fosa, abierta aún,
aquellos sones religiosos, saimodiados tristísimamente
por el hermano del poeta, que dicen que se vino del polvo
y al polvo se vuelve, parecía que la naturaleza
descontenta en cuyo seno posaba ya su arnado, enviaba
el aire recio que abatía sobre la tumba fresca el ramaje
del álamo umbroso, y que decía el viento en las ramas,
como consuelo y como promesa, los nobles versos de
Longfellow, en que cuenta que no se dijo lo de la vuelta al
polvo para el alma. Y echaron tierra en la fosa, y cayó
nieve, y volvieron camino a la ciudad, mudos y tímidos, el
poeta Holmes, el orador Curtís, el no- velista Howells;
Luis Agassiz, hijo del sabio que lo fue de veras porque no
fue para él el cuerpo, como para tantos otros, velo del
alma, y el tierno Whittier, y Emerson, trémulo, jen cuyo
rostro enjuto ya se pinta ese solemne y majestuoso
recogimiento del que siente que ya se pliega su cabeza del
lado de la almohada des- conocida. La Opinión Nacional,
Caracas, Il de abril de 1882. 0. C., t. 13, p. 228- 231.
OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 303 EMERSON MUERTE DE
EMERSON.- EL GRAN FILOSOFO AMERICANO HA
MUERTO.- EMERSON FILOSOFO Y POETA.- SU VIDA
PURA.- SU ASPECTO.- SU MENTE. SU TERNURA Y SU
COLERA.- SU CASA EN CONCORD.- EXTASIS:- SUMA- DE
hERITOS:- SU .METODO.- SU FILOiSOkIA.- SU LIBRO
EXTRAORDINARIO: NATURALEZA.-¿ QUE ES LA VIDA?<QUE SON LAS CIENCIAS?-¿ QUE ENSERA LA
NATURALEZA?.- FILOSOFIA DE LO SOBREHUMANO Y
LO HUMANO.- LA VIRTUD, OBJETO FINAL DEL
UNIVERSO- SU MODO DE ESCRIBIR.- SUS
MARAVILLOSOS VERSOS Tiembla a veces la pluma, como
sacerdote capaz de pecado que se cree indigno de cumplir
su ministerio. El espíritu agitado vuela a lo alto. Alas
quiere que lo encumbren, no pluma que lo taje y moldee
como cincel. Escribir es un dolor, es un rebajamiento: es
como uncir cóndor a un carro. Y es que cuando un hombre
grandio- so desaparece de la tierra, deja tras de sí
claridad pura, y apetito de paz, y odio de ruidos. Templo
semeja el Universo. Profanación el comercio de la ciudad,
el tumulto de la vida, el bullicio de los hombres. Se siente
como perder de pies y nacer de alas. Se vive como a la luz
de una estrella, y como sentado en llano de flores blancas.
Una lumbre pálida y fresca llena la silenciosa inmensa
atmósfera. Todo es cúspide, y nosotros sobre ella. Está la
tierra a nuestros pies, como mundo lejano y ya vivido,
envuelto en sombras. Y esos carros que ruedan, y esos
mercaderes que vocean, y esas altas chimeneas que echan
al aire silbos poderosos, y ese cruzar, cara- colear,
disputar, vivir de hombres, nos parecen en nuestro casto
refugio regalado, los ruidos de um ejército bárbaro que
invade nues- tras cumbres, y pone el pie en sus faldas, y
rasga airado la gran sombra, tras la que surge, como un
campo de batalla colosal, donde guerreros de piedra
llevan coraza y casco de oro y lanzas rojas, la ciudad
tumultuosa, magna y resplandeciente. Emerson ha
muerto: y se llenan de dulces lágrimas los ojos. No da
dolor sino celos. No llena el pecho de angustia, sino de
ternura. La muerte es una vic- toria, y cuando se ha
vivido bien, el féretro es un carro de triunfo. El llanto es
de placer, y no de duelo, porque ya cubren hojas de rosas
las heridas que en las manos y en los pies hizo la vida al
muerto. La muerte de un justo es una fiesta, en que la
tierra toda se sienta a ver cómo se abre el cielo. Y brillan
de esperanza los rostros de los hombres, y cargan en sus
brazos haces de palmas, con que alfombran la tierra, y
con las espadas de combate hacen en lo alto bóveda para
que pase bajo ellas, cubierto de ramas de roble y viejo
heno, el cuerpo del guerrero victorioso. Va a reposar, el
que lo dio todo de sí, e hizo bien a los otros. Va a trabajar
de nuevo, el que hizo mal su trabajo en esta vida. iY los
guerreros jóvenes, luego de ver pasar con ojos celosos, al
vencedor magno, cuyo cadáver tibio brilla con toda la
grandeza del reposo, vuelven a la faena de los vivos, a
merecer que para ellos tiendan palmas y hagan bóvedas!
¿Que quién fue ese que ha muerto? Pues lo sabe toda la
tierra. Fue un hombre que se halló vivo, se sacudió de los
hombros todos esos mantos y de los ojos todas esas
vendas, que los tiempos pasa- dos echan sobre los
hombres, y vivió faz a faz con la naturaleza, como si toda
la tierra fuese su hogar; y el sol su propio sol, y él
patriarca. Fue uno de aquellos a quienes la naturaleza se
revela, y se abre, y extiende los múltiples brazos, como
para cubrir con ellos el cuerpo todo de su hijo. Fue de
aquellos a quienes es dada la ciencia suma, la calma
suma, el goce sumo. Toda la naturaleza palpitaba ante él,
como una desposada. Vivió feliz porque puso sus amores
fuera de la tierra. Fue su vida entera el amanecer de una
noche de bodas. iQué deliquios, los de su alma! iQué
visiones. las de sus ojos! iQué tablas de leyes, sus libros!
Sus versos, iqué vue- los de ángeles! Era de niño, tímido y
delgado, y parecía a los que le miraban, águila joven,
pino joven. Y luego fue sereno, amable y radiante, y los
niños y los hombres se detenían a verle pasar. Era su paso
firme, de aquel que sabe adonde ha de ir; su cuerpo alto y
endeble, como esos árboles cuya copa mecen aires puros.
El rostro era enjuto, cual de hombre hecho a abstraerse, y
a ansiar salir de sí. Ladera de montaña parecía su frente.
Su nariz era como la de las aves que vuelan por cumbres.
Y sus ojos, cautivadores, como de aquel que está lleno de
amor, y tranquilos, como de aquel que ha visto lo que no
se ve. No era posible verle sin desear besar su frente. Para
Carlyle, el gran filósofo in Iés, que se revolvió contra la
tierra con brillo y fuerza de Satán, ue la visita de Emer- P
son, “una visión celeste”. Para Whitman, que ha hallado
en la natu- raleza una nueva poesía, mirarle era “pasar
hora bendita”. Para Estedman, crítico bueno, “había en el
pueblo del sabio una luz blan- ca”. A Alcott, noble anciano
juvenil, que piensa y canta, parece “un infortunio no
haberle conocido”. Se venía de verle como de ver un
monumento vivo, o un ser sumo. Hay de esos hombres
mon- tañosos, que dejan ante si y detrás de sí, llana la
tierra. El no era familiar, pero era tierno, porque era la
suya imperial familia cuyos miembros habían de ser
todos emperadores. Amaba a sus amigos como a amadas;
para él la amistad tenía algo de la solemnidad del
crepúsculo en el bosque. El amor es superior a la amistad
en 304 José Martí que crea hijos. La amistad es superior
al amor, en que no crea deseos, ni la fatiga de haberlo
satisfecho, ni el dolor de abandonar el templo de los
deseos saciados por el de los deseos nuevos. Cerca de él,
había encanto. Se oía su voz, como la de un mensajero de
lo futuro, que hablase de entre nube luminosa. Parecía
que un impal- pable lazo, hecho de luz de luna, ataba a los
hombres que acudían en junto a oírle. Iban a verle los
sabios, y salían de verle como regocijados. y como
reconvenidos. Los jóvenes andaban ltiengas le- guas a pie
por verle, y él recibía sonriendo a los trémulos peregrinos, y les hacía sentar en torno a su recia mesa de caoba,
llena de grandes libros, y les servía, de pie como un
siervo, buen jerez viejo. iY le acusan, de entre los que leen
y no lo entienden, de poco tierno, porque hecho al
permanente comercio con lo grandioso, veía pequeño lo
suyo personal, y cosa de accidente, y ni de esencia, que no
merece ser narrada! iFrinés de la pena son esos poetíllos
jeremíacos! iA hombre ha de decirse lo que es digno del
hombre, y capaz de exaltarlo! iEs tarea de hormigas
andar cortando en ri- mas desmayadas dolorcillos
propios! El dolor ha de ser pudoroso. Su mente era
sacerdotal; su ternura, angélica; su cólera, sagrada.
Cuando vio hombres esclavos, y pensó en ellos, habló de
modo que pareció que sobre las faldas de un nuevo monte
bíblico se rompían de nuevo en pedazos las Tablas de la
Ley. Era moisíaco su enojo. Y se sacudía así las
pequeñeces de la mente vulgar, como se sacude un león,
tábanos. Discutir para él era robar tiempo al
descubrimiento de la verdad. Como decía lo que veía, le
irritaba que pusiesen en duda lo que decía. No era cólera
de vanidad, sino de sinceridad. iCómo había de ser culpa
suya que los demás no poseyesen aquella luz
esclarecedora de sus ojos? ~NO ha de negar la oruga que
el águila vuela? Desdeñaba la argucia, y como para él lo
extraordinario era lo común, se asombraba de la
necesidad de demostrar a los hom- bres lo extraordinario.
Si no le entendían, se encogía de hombros: fa naturaleza
se lo había dicho: él era un sacerdote de la naturaleza. El
no fingía revelaciones; él no construía mundos mentales;
él no ponía voluntad ni esfuerzo de su mente en lo que en
prosa o en verso escribía. Toda su prosa es verso. Y su
verso y su prosa, son como ecos. El veía detrás de sí al
Espíritu creador que a través de él hablaba a la
naturaleza. El se veía como pupila transparente que lo
veía todo, lo reflejaba todo, y sólo era pupila. Parece lo
que escribe trozos de luz quebrada que daban en él, y
bañaban su alma, y la embriagaban de la embriaguez que
da la luz, y salían de él. eQué habían de parecerle esas
mentecillas vanidosas que andan montadas sobre
convenciones, como sobre zancos? ¿Ni esos hombres
indignos, que tienen ojos y no quieren ver? ¿Ní esos
perezosos u hombres de rebaño, que no usan de sus ojos,
y ven por los de otro? CNi esos seres de barro, que andan
por fa tierra amoldados por sas- tres, y zapateros, y
sombrereros, y esmaltados por joyeros, y dotados de
sentidos y de habla y de no más que esto? ¿Ni esos
pomposos OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 305 fraseadores, que
no saben que cada pensamiento es un dolor de la mente, y
lumbre que se enciende con olio de la propia vida, y cúspide de monte? Jamás se vio hombre alguno más libre de
la presión de los hom- bres, y de la de su época. Ni el
porvenir le hizoetemblar, ni le cegó al pasarlo. La luz que
trajo en sí le sacó en salvo de este viaje por las ruinas, que
es la vida. El no conoció límites ni trabas. Ni fue hombre
de su pueblo, porque lo fue del pueblo humano. Vio la
tierra, la halló inconforme a sí, sintió el dolor de
responder las pre- guntas que los hombres no hacen, y se
plegó en sí. Fue tierno para los hombres, y fiel a sí
propio. Le educaron para que enseñara un credo, y
entregó a los crédulos su levita de pastor, porque sintió
que llevaba sobre los hombros el manto augusto de la
naturaleza. No obedeció a ningún sistema, lo que fe
parecía acto de ciego y de siervo; ni creó ninguno, lo que
le parecia acto de mente flaca, baja y envidiosa. Se
sumergió en la naturaleza, y surgió de ella radiante. Se
sintió hombre, y Dios, por serlo. Dijo lo que vio; y donde
no pudo ver, no dijo. Reveló lo que percibió, y veneró lo
que no podía percibir. Miró con ojos propios en el
Universo, y habló un lenguaje propio. Fue creador, por no
querer serlo. Sintió gozos divinos, y vivió en comercios
deleitosos, y celestiales. Conoció la dulzura inefable del
éxtasis. Ni alquiló su mente, ni su lengua, ni su
conciencia. De él, como de un astro, surgía luz. En él fue
enteramente digno el ser humano. Así vivió; viendo lo
invisible y revelándolo. Vivía en ciudad sa- grada, porque
allí, cansados los hombres de ser esclavos, se deci- dieron
a ser libres, y puesta la rodilla en tierra de Concord, que
fue el pueblo del sabio, dispararon la bala primera, de
cuyo hierro se ha hecho este pueblo, a los ingleses de
casaca roja. En Concord vivía, que es como Túsculo,
donde viven pensadores, eremitas y poetas. Era su casa,
como él, amplia y solemne, cercada de altos pinos como
en símbolo de! dueño, y de umbrosos castaños. En el
cuarto del sabio, los libros no parecían libros, sino
huéspedes: todos llevaban ropas de familia, hojas
descoloridas, lomos usados. El lo leía todo, como águila
que salta. Era el techo de la casa alto en el centro, cual
morada de aquel que vivía en permanente vuelo a lo alto.
Y salían de la empinada techumbre penachos de humo,
como ese vapor de ideas que se ve a veces surgir de una
gran frente pensativa. Allí leía a Montaigne, que vio por
sí, y dijo cosas ciertas; a Swedenborg el mistico, que tuvo
mente oceánica; a Plotino, que buscó a Dios y estuvo
cerca de hallarlo; a los hindús, que asisten trémulos y
sumisos a la evaporación de su propia alma, y a Platón,
que vio sin miedo, y con fruto no igualado, en la mente
divina. 0 cerraba sus libros, y los ojos del cuerpo, para
darse el supremo regalo de ver con el alma. 0 se paseaba
agitado e inquieto, y como quien va movido de voluntad
que no es la suya, y llameante, cuando, ganosa de
expresión precisa, azotaba sus labios, como presa entre
306 brefias que pugna por abrirse paso al aire, una idea.
0 se sentaba íatigado, y sonreía dulcemente, como quien
ve cosa solemne, y aca- ricia agradecido su propio
espíritu que la halla. iOh, qué fruición, pensar bien! iY
qué gozo, entender !os objetos de la vida! --; gozo de
monarca!--- Se sonríe a la aparición de una verdad, como
a la de una hci- mosísima doncella. Y, se tiembia, como
en un misterioso desposorio. La vida que suele ser
terrible, suele ser inefable. Los goces comunes son dotes
de bellacos. La vida tiene goces suavísimos, que viene de
amar y de pensar. Pues ¿quE nubes hay más bellas en el
cielo que las que se agrupan, ondean y ascienden en el
alma dc un padre que mira a su hijo? Pues <qué ha de
envidiar un hombre a la santa mujer, no porque sufre, ni
por- que alumbre, puesto que un pensamiento, por lo que
tortura antes de nacer, y regocija después de haber
nacido, es un hijo? La hora del conocimiento de la verdad
es embriagadora y augusta. No se siente que se sube, sino
que se reposa. Se siente ternura filia1 y confusión en el
padre. Pone el gozo en los ojos hrillo extremo; en el alma.
calma; en la mente, alas blandas que acarician. iEs como
sentirse el cráneo poblado de estrellas: bóveda interior!
silenciosa y vasta, que ilumina en noche solemne la mente
tranquila! Magní- fico mundo. Y luego que se viene de él,
se aparta con la mano blandamente, como con piedad de
lo pequeño, y ruego de que no perturbe el recogimiento
sacro, todo lo que ha sido obra de hombre. Uvas secas
parecen los libros que poco ha parecian montes. Y los
hombres, enfermos a quienes se trae cura. Y parecen los
árboles, y las montañas, y el cielo inmenso, y el mar
pujante, como nuestros hermanos, o nuestros amigos. Y
se siente el hombre un tanto crea- dor de la naturaleza. La
lectura estimula, enciende, aviva, y es como soplo de aire
fresco sobre la hoguera resguardada, que se lleva las
cenizas, y deja al aire el fuego. Se lee lo grande, y si se es
capaz de lo grandioso, se queda en mayor capacidad de
ser grande. Se despierta el león noble, y de su melena,
robustamente sacudida, caen pensamientos como copos
de oro. Era veedor sutil, que veía cómo el aire delicado se
transformaba en palabras melodiosas y sabias en la
garganta de los hombres, y escribía como veedor, y no
como meditador. Cuanto escribe, es máxima. Su pluma no
es pincel que diluye, sino cincel que esculpe y taja. Deja la
frase pura, como deja el buen escultor la linea pura. Una
palabra innecesaria le parece una arruga en el contorno.
Y al golpe de su cincel, salta la arruga en pedazos, y
queda nitida la frase. Aborrecía lo innecesario. Dice, y
agota lo que dice. A veces, parece que salta de una cosa a
otra, y no se halla a primera vista la relación entre dos
ideas inmediatas. Y es que para él es paso natu- ral lo que
pa? a otros es salto. Va de cumbre en cumbre, como
gígan- te, y no por las veredas y caminillos por donde
andan, cargados dc alforjas, los peatones comunes, que
como miran desde tan abajo, ven pequeño al gigante alto.
No escribe en períodos, sino en elencos. OBK. i\ S
ESCOGIDAS T. 1 307 Sus libros son sumas, no
demostraciones. Sus pensamientos parecen aislados, y es
que ve mucho de una vez, y quiere de una vez decirlo todo,
y lo dice como lo ve, a modo de lo que se lee a la luz de un
rayo, o apareciese a una lumbre tan bella, que se sabe que
ha de desaparecer. Y deja a los demás que desenvuelvan:
él no puede perder tiempo; él anuncia. Su estilo no es
lujoso, sino límpido. Lo depuraba, lo acrisolaba, lo
aquilataba, lo ponía a hervir. Tomaba de él la médula.
No es su estilo montículo verde, lleno de plantas
florecidas y fragantes: es monte de basalto. Se hacía
servir de la lengua, y no era siervo de ella. El lenguaje es
obra del hombre, y el hombre no ha de ser esclavo del
lenguaje. Algunos no le entknden bien; y es que no se
puede medir un monte a pulgadas. Y le acusan de oscuro;
mas icuándo no fueron acusados de tales los grandes de
la mente. 2 Menos mortificante es culpar de inenten- dible
lo que se lee, que confesar nuestra incapacidad para
entenderlo. Emerson no discute; establece. Lo que le
enseña la naturaleza le parece preferible a lo que le
enseña el hombre. Para él un árbol sabe más que un libro;
y una estrella enseña más que una universi- dad; y una
hacienda es un evangelio; y un nifio de la hacienda está
más cerca de la verdad universal que un anticuario. Para
él no hay cirios como los astros, ni altares como los
montes, ni predi- cadores como las noches palpitantes y
profundas. Emociones angéli- cas le llenan si ve
desnudarse de entre sus velos, rubia y alegre, la mañana.
Se siente más poderoso que monarca asirio o rey de
Persia, cuando asiste a una puesta de sol, o a un alba
riente. Para ser bueno no necesita más que ver lo bello. A
esas llamas, escribe. Caen sus ideas en la mente como
piedrecillas blancas en mar lumi- noso: iqué chispazos!
iqué relampagueos! iqué venas de fuego! Y se siente
vértigo, como si se viajara en el lomo de un león volador.
El mismo lo sintió, y salió fuerte de él. Y se aprieta el libro
contra el seno, como a un amigo bueno y generoso; o se le
acaricia tierna- mente, como a la frente limpia de una
mujer leal. Pensó en todo lo hondK Quiso penetrar el
misterio de la vida: quiso descubrir las leyes de la
existencia del Universo. Criatura, se sintió fuerte, y salió
en busca del Creador. Y volvió del viaje contento, y
diciendo que lo había hallado. Pasó el resto de su vida en
la beatitud que sigue a este coloquio. Tembló como hoja
de árbol en esas expansiones de su espíritu, y
vertimientos en el espíritu uni- versal; y volvía a sí,
fragante y fresco como hoja de árbol. Los hombres le
pusieron del’ante al nacer todas esas trabas que han
acumulado los siglos, habitados por hombres
presuntuosos, ante la cuna de los hombres nuevos. Los
libros están llenos de venenos sutiles, que inflaman la
imaginación y enferman el juicio. El apuró todas esas
copas y anduvo por sí mismo, tocado apenas del veneno.
Es el tormento humano que para ver bien se necesita ser
sabio, y olvidar que se lo es. La posesión de la verdad no
es más que la lucha entre las revelaciones impuestas de
los hombres. Unos su- 308 losé Marti OBRAS
ESCOGIDAS T. 1 309 tumben y son meras voces de otro
espíritu. Otros triunfan, y aña- den nueva voz a la de la
naturaleza. Triunfó Emerson: he ahí su filosofía:
Nafurafeza se llama su mejor libro: en él se abandona a
esos deleites exquisitos, narra esos paseos maravillosos,
se revuelve con magnífico brío contra los que piden ojos
para ver y olvidan sus ojos; y ve al hombre señor, y al
Universo blando y sumiso, y a todo lo vivo surgiendo de
un seno y yendo al seno, y sobre todo lo que vive, al
Espíritu que vivirá, y al hombre en sus brazos. Da cuenta
de sí, y de lo que ha visto. De lo que no sintió, no da
cuenta. Prefiere que le tengan por inconsistente que por
imaginador. Donde ya no ven sus ojos, anuncia que no ve.
No niega que otros vean; pero mantiene lo que ha visto. Si
en lo que vio hay cosas opuestas, otro comente, y halle la
distinción: él narra. Él no ve más que analo- gías: él no
halla contradicciones en la naturaleza: él ve que todo en
ella es símbolo del hombre, y todo lo que hay en el hombre
lo hay en ella. El ve que la naturaleza influye en el
hombre, y que este hace a la naturaleza alegre, o triste, o
elocuente, o muda, o ausente, o presente, a su capricho.
Ve la idea humana señora de la materia universal. Ve que
la hermosura física vigoriza v dispone el espíritu del
hombre a la hermosura moral. Ve que el esiíritu desolado
juzga el Universo desolado. Ve que el espectáculo de la
naturaleza inspira fe, amor y respeto. Siente que el
Universo que se niega a responder al hombre en
fórmulas, le responde inspirándole sentimientos que
calman sus ansias, y le permiten vivir fuerte, orgulloso y
alegre. Y mantiene que todo se parece a todo, que todo
tiene el mismo objeto, que todo da en el hombre, que lo
embellece con su mente todo, que a través de cada
criatura pasan todas las corrientes de la natura! eza, que
cada hombre tiene en sí al Creador, y cada cosa creada
tiene algo del Creador en sí, y todo irá a dar al cabo en el
seno del Espíritu creador, que hay una unidad central en
los he- chos,- en los pensamientos, y en las acciones; que
el alma humana, al viajar por toda la naturaleza, se halla
a sí misma en toda ella; que la hermosura del Universo
fue creada para inspirarse el deseo, y consolarse los
dolores de la virtud, y estimular al hombre a bus- carse y
hallarse; que “dentro del hombre está el alma del
conjunto, la del sabio silencio, la hermosura universal a
la que toda parte y partícula está igualmente
relacionada: el Uno Eterno”. La vida no le inquieta: está
contento, puesto que obra bien: lo que importa es ser
virtuoso: “La virtud es la llave de oro que abre las puertas
de la Eternidad”; la vida no es sólo el comercio ni el
gobierno, sino es más, el comercio con las fuerzas de la
naturaleza y el gobierno de sí: de aquellas viene este: el
orden universal inspira el orden individual: la alegría es
cierta, y es la impresión suma; luego, sea cualquiera la
verdad sobre todas las cosas misteriosas, es racional que
ha de hacerse lo que produce alegría real, superior a toda
otra clase de alegría, que es la virtud: la vida no es más
que “una esta- ción en la naturaleza”. Y así corren los ojos
del que lee por entre esas páginas radiantes y serenas,
que parecen escritas, por sobre humano favor, en cima de
montana, a luz no humana: así se fijan !os ojos;
encendidos en deseos de ver esas seductoras maravillas, y
pasear por el palacio de todas estas verdades, por entre
esas pá- ginas que encadenan y relucen, y que parecen
espejos de acero que reflejan, a ojos airados de tanta luz,
imágenes gloriosas. iAh, leer cuando se está sintiendo el
golpeo de la llama en el cerebro,- es como clavar un
águila viva! iSi la mano fuera rayo, y pudiera ani- quilar
el cráneo sin cometer crimen! ¿Y la muerte? No aflige la
muerte de Emerson: la muerte no aflige ni asusta a quien
ha vivido noblemente: sólo la teme el que tiene motivos de
temor: será inmortal el que merezca serlo: morir es volver
lo finito a lo infinito: rebelarse no le parece bien: la vida
es un hecho, que tiene razón de ser, puesto que es: sólo es
un ju- guete para los imbéciles, pero es un templo para los
verdaderos hom- bres: mejor que rebelarse es vivir
adelantado por el ejercicio honesto del espíritu sentidor
y pensador. ¿Y las ciencias. 2 Las ciencias confirman lo
que el espíritu posee: la analogía de todas las fuerzas de
la naturaleza; la semejanza de todos los seres vivos; la
igualdad de la composición de todos los elementos del
Universo; la soberanía del hombre, de quien se cono- cen
inferiores, mas a quien no se conocen superiores. El
espíritu presiente; las creencias ratifican. El espíritu,
sumergido en lo abs- tracto, ve el conjunto; la ciencia,
insecteando por lo concreto, no ve más que el detalle.
Que el Universo haya sido formado por pro- cedimientos
lentos, metódicos y análogos, ni anuncia el fin de la
naturaleza, ni contradice la existencia de los hechos
espirituales. Cuando el ciclo de las ciencias esté completo,
y sepan cuanto hay que saber, no sabrán más que lo que
sabe hoy el espíritu, y sabrán lo que él sabe. Es verdad
que la mano del saurio se parece a la mano del hombre,
pero también es verdad que el espíritu del hom- bre llega
joven a la tumba a que el cuerpo llega viejo, y que siente
en su inmersión en el espíritu universal tan penetrante y
arrebata- dores placeres, y tras ellos una energia tan
fresca y potente, y una serenidad tan majestuosa, y una
necesidad tan viva de amar y perdonar, que esto, que es
verdad para quien lo es, aunque no 10 sea para quien no
llega a esto, es lev de vida tan cierta como la se- mejanza
entre la mano del saurio y la del hombre. ?Y el objeto de
la vida. 3 El objeto de !a vida es la satisfacción del anhelo
de periecta hermosura; porque como la virtud hace hermosos los lugares en que obra, así los lugares hermosos
obran sobre la virt. ud. Hay carácter moral en todos los
elementos de la natura- leza: puesto que todos avivan
este carácter en el hombre, puesto que todos los producen,
todos lo tienen. Así, son una la verdad, que es la
hermosura en el juicio; la bondad, que es la hermosura en
los afectos; y la mera belleza, que es la hermosura en el
arte. El arte 310 los.? Marti OBRAS ESCOGIDAS T. 1 311
no es más que la naturaleza creada por el hombre. De esta
inter- mezcla no se sale jamás. La naturaleza se postra
ante el hombre y le da sus diferencias, para que
perfeccione su juicio; sus mara- villas, para que avive su
voluntad a imitarlas: sus exigencias, para que eduque su
espíritu en el trabajo, en las contrariedades, y en la virtud
que las vence. La naturaleza da al hombre sus objetos,
que se reflejan en su mente, la cual gobierna su habla, en
la que cada objeto va a transformarse en un sonido. Los
astros son mensajeros de hermosuras, y lo sublime
perpetuo. El bosque vuelve al hombre a la razón y a la fe,
y es la juventud perpetua. El bosque alegra, como una
buena acción. La naturaleza inspira, cura, consuela, fortalece y prepara para la virtud al hombre. Y el hombre no
se halla completo, ni se revela a sí mismo, ni ve lo
invisible, sino en su intima relación con la naturaleza. El
Universo va en múltiples for- mas a dar en el hombre,
como los radios al centro del círculo, y el hombre va con
los múltiples actos de su voluntad, a obrar sobre el
Universo, como radios que parten del centro. El Universo,
con ser múltiple, es uno: la música puede imitar el
movimiento y los colores de la serpiente. La locomotora
es el elefante de la creación del hombre, potente y colosal
como los elefantes. Sólo el grado de calor hace diversas el
agua que corre por el cauce del río y las piedras que el río
baña. Y en todo ese Universo múltiple, todo acon- tece, a
modo de símbolo del ser humano, como acontece en el
hom- bre. Va el humo al aire como a la Infinidad el
pensamiento. Se mueven y encrespan las aguas de los
mares como los afectos en el alma. La sensitiva es débil,
como la mujer sensible. Cada cualidad del hombre está
representada en un animal de la naturaleza. Los árboles
nos hablan una lengua que entendemos. Aigo deja la
noche en el oído, puesto que el corazón que fue a ella
atormentado por la duda, amanece henchido de paz. La
aparición de la verdad ilumina súbitamente el alma,
como el sol ilumina la naturaleza. La mafiana hace piar a
las aves y hablar a los hombres. El crepúsculo nocturno
recoge las alas de las aves y las palabras de los hombres.
La virtud, a la que todo conspira en la naturaleza, deja al
hombre en paz, como si hubiese acabado su tarea, o como
curva que reentra en si, y ya no tiene más que andar y
remata el círculo. El Universo es sier- vo y rey el ser
humano. El Universo ha sido creado para la ense- ñanza,
alimento, placer y educación del hombre. El Hombre
frente a la naturaleza que cambia y pasa, siente en si algo
estable. Se siente a la par eternamente joven e
inmemorablemente viejo. Conoce que sabe lo que sabe
bien que no aprendió aquí: lo cual le revela vida anterior,
en que adquirió esa ciencia que a esta trajo. Y vuelve los
ojos a un Padre que no ve, pero de cuya presencia está
seguro, y cuyo beso, que llena los ámbitos, y le viene en
los aires nocturnos cargados de aromas, deja en su frente
lumbre tal que ve a su blanda palidez confusamente
revelados el universo interior, donde está en breve- todo
el exterior,- y el exterior, donde está el interior
magnificado, y el temido y hermoso universo de la
muerte. iPero está Dios fuera de la tierra? ¿Es Dios la
misma tierra? <Está sobre la Naturaleza? iLa naturaleza
es creadora, y el inmenso ser espiri- tual a cuyo seno el
alma humana aspira, no existe? ?NaciG de si mismo el
mundo en que vivimos? <Y se moverá como se mueve hoy
perpetuamente, o se evaporará, y mecidos por sus
vapores, iremos a confundirnos, en compenetración
augusta y deleitosa, con un ser de quien la naturaleza es
mera aparición? Y asi revuelve este hom- bre gigantesco
la poderosa mente, y busca con los ojos abiertos en la
sombra el cerebro divino, y lo halla próvido, invisible,
uniforme y palpitante en la luz, en la tierra, en las aguas
y en si mismo, y siente que sabe lo que no puede decir, y
que el hombre pasará eternamente la vida tocando con
sus manos, sin llegar a palparlos jamás, los bordes de las
alas del águila de oro, en que al fin ha de sentarse. Este
hombre se ha erguido frente al Universo, y no se ha
desvanecido. Ha osado analizar la síntesis, y no se ha
extraviado. Ha tendido los brazos, y ha abarcado con
ellos el secreto de la vida. De su cuerpo, cestilla ligera de
su alado espíritu, ascendió entre labores dolorosas y
mortales ansias, a esas cúspides puras, desde donde se
dibujan, como en premio al afán del viajador, las túnicas
bordadas de luz estelar de los seres infinitos. Ha sentido
ese desborde misterioso del alma en el cuerpo, que es
ventura so- lemne, y llena los labios de besos, y las manos
de caricias, y los ojos de llanto, y se parece al súbito
hinchamiento y rebose de la naturaleza en primavera. Y
sintió luego esa calma que viene de la plática con lo
divino. Y esa magnifica arrogancia de monarca que la
conciencia de su poder da al hombre. Pues equé hombre
dueño de si no ríe de un rey? A veces deslumbrado por
esos libros resplandecientes de los hin- dús, para los que
la criatura humana, luego de purificada por la virtud,
vuela, como mariposa de fuego, de su escoria terrenal al
seno de Brahma, siéntase a hacer lo que censura, y a ver
la natura- leza a través de ojos ajenos, porque ha hallado
esos ojos conformes a los propios, y ve oscuramente y
desluce sus propias visiones. Y es que aquelia filosofía
india embriaga, como un bosque de azahares, y acontece
con ella como con ver volar aves, que enciende ansias de
volar. Se siente el hombre, cuando penetra en ella,
dulcemente aniquilado, y como mecido, camino de lo alto,
en llamas azules. Y se pregunta entonces si no es
fantasmagoría la naturaleza, y el hombre fantaseado;, y
todo el Universo una idea, y Dios la idea pura, y el ser
humano la idea aspiradora, que irá a parar al cabo, como
perla en su concha, y flecha en tronco de árbol, en el seno
de Dios. Y empieza a andamiar, y a edificar el Universo.
Pero al punto echa abajo los andamios, avergonzado de la
ruindad de su edificio, y de la pobreza de la mente, que
parece, cuando se da a construir mundos, hormiga. que
arrastra a su espalda una cadena de montañas. 312 Josi
Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 313 Y vuelve a sentir
correr por sus venas aquellos efluvios misticos y vagos; a
ver cómo se apaciguan las tormentas de su alma en el
silencio amigo, poblado de promesas, de los bosques; a
observar que donde la mente encalla, como buque que da
en roca seca, el presentimiento surge, como ave presa,
segura del cielo, que se es- capa de la mente rota; a
traducir en el lenguaje encrespado y brutal y rebelde
como piedra, los lUcidos trasportes, los púdicos deliquios,
los deleites balsámicos, los goces enajenadores del
espíritu trémulo a quien la cautiva naturaleza,
sorprendida ante el amante osado, admite a su consorcio.
Y anuncia a cada hombre que, puesto que el Universo se le
revela entero y directamente, con él le es revelado el
derecho de ver en él por si, y saciar con los propios labios
la ardiente sed que inspira. Y como en esos coloquios
aprendió que el puro pensamiento y el puro afecto
producen goces tan vivos que el alma siente en ellos una
dulce muerte, seguida de una radiosa re- surrección,
anuncia a los hombres que sólo se es venturoso siendo
puro. Luego que supo esto, y estuvo cierto de que los
astros san la corona del hombre, y que cuando su cráneo
se enfriase, su espíritu sereno hendiría el aire, envuelto en
luz, puso su mano amorosa so- bre los hombres
atormentados, y sus ojos vivaces y penetrantes en los
combates rudos de la tierra. Sus miradas limpiaban de escombros. Toma puesto familiarmente a la mesa de los
héroes. Narra con lengua homérica los lances de los
pueblos. Tiene la ingenuidad de los gigantes. Se deja
guiar de su intuición, que le abre el seno de las tumbas,
como el de las nubes. Como se sentó, y volvió fuerte, en ei
senado de los astros, SC sienta, como en casa de
hermanos, en el senado de los pueblos. Cuenta de historia
vieja y de historia nue- va. Analiza naciones, como un
geólogo fósiles. Y parecen sus frases vertebras de
mastodonte, estatuas doradas, pórticos griegos. De otros
hombres puede decirse: “Es un hermano”; de este ha de
decirse: “Es un padre.” Escribió un libro maravilloso,
suma humana, en que consagra, y estudia en sus tipos, a
los hombres magnos. Vio a la vieja Inglaterra de donde le
vinieron sus padres puritanos, y de su visita hizo otro
libro, fortísimo libro, que llamó Rasgos ingleses. Agrupó
en haces los hechos de la vida, y los estudió en mágicos
Ensayos, y les dio leyes. Como en un eje, giran en esta
verdad todas sus leyes para la vida: “toda la naturaleza
tiembla ante la concien- cia de un niño.” nes, la El culto, el
destino, el poder, la riqueza, las ilusio- grandeza, fueron
por él, como por mano de químico, des- compuestos y
analizados. Deja en pie lo bello. Echa a tierra 10 fal- so.
No respeta prácticas. Lo vil, aunque esté consagrado, es
vil. El hombre debe empezar a ser angélico. Ley es la
ternura; ley, la resignación; ley, la prudencia. Esos
ensayos son códigos. Abruman de exceso de savia. Tienen
la grandiosa monotonía de una cordille- ra de montañas.
Los realza una fantasía infatigable y un buen sen- tido
singular. Para él no hay contradicción entre lo grande y
lo pequeño, ni entre lo ideal y lo práctico, y las leyes que
darên el triunfo definitivo, y el derecho de coronarse de
astros, dan la feli- cidad en la tierra. Las contradicciones
no están en la naturaleza, sino en que los hombres no
saben descubrir sus analogías. No des- deña la ciencia
por falsa, sino por lenta. Abrense sus libros, y rebo- san
verdades científicas. Tyndall dice que debe a $1 toda su
ciencia. Toda la doctrina transformista está comprendida
en un haz de frases de Emerson. Pero no cree que el
entendimiento baste a penetrar el misterio de la vida, y
dar paz al hombre y ponerle en posesión de sus medios de
crecimiento. Cree que la intuición termina lo que el
entendimiento empieza. Cree que el espíritu eterno
adivina lo que- la ciencia humana rastrea. Esta, husmea
como un can; aquel, salva el abismo, en que el naturalista
anda entretenido, como enér- gico cóndor. Emerson
observaba siempre, acotaba cuanto veia, agru- paba en
sus libros de notas los hechos semejantes, y hablaba,
cuan- do tenía que revelar. Tiene de Calderón, de Platón y
de Píndaro. Tiene de Franklin. No fue cual bambú hojoso,
cuyo ramaje corpu- lento, mal sustentado por el tallo
hueco, viene a tierra; sino como baobab, o sabino, o
samán grande, cuya copa robusta se yergue en tronco
fuerte. Como desdeñoso de andar por la tierra, y malquerido por los hombres juiciosos, andaba por la tierra el
idealismo. Emerson lo ha hecho humano: no aguarda a la
ciencia, porque el ave no rìecesita de zancos para subir a
las alturas, ni el águila de rieles. La deja atrás, como
caudillo impaciente, que monta caballo volante, a soldado
despacioso, cargado de pesada herrajeria. El idealismo
no es, en él, deseo vago de muerte, sino convicción de vida
posterior que ha de merecerse con la práctica serena de
la virtud en esta vida. Y la vida es tan hermosa y tan ideal
como la muerte. iSe quiere verle concebir? Así concibe:
quiere decir que el hombre no consagra todas sus
potencias, sino la de entender, que no es la más rica de
ellas, al estudio de la naturaleza, por lo cual no penetra
bien en ella, y dice: “es que el eje de la visión del hombre
no coincide con el eje de la naturaleza.” Y quiere explicar
cómo todas las verdades mora- les y físicas se contienen
unas y otras, y están en cada una todas las demás, y dice
“son como los círculos de una circunferencia, que se
comprenden todos los unos a los otros, y entran y salen !ibremente sin que ninguno esté por encima de otro.” {Se
quiere oír cómo habla? Así habla: “Para un hombre que SI
fre, el calor de su propia chimenea tiene tristeza. ” “No
estamos hechos como buques, para ser sacudidos, sino
como edificios, para estar en firme.” “Cor- tad estas
palabras, y sangrarán. ” “Ser grande es no ser
entendido.” “Leónidas consumió un dia en morir.”
“Estériles, como un solo sexo, son los hechos de la historia
natural, tomados por sí mismos.” Ese hombre anda
pisoteando en el fango de la dialéctica.” Y su poesía está
hecha como aquellos palacios de Florencia, de colosales
pedruscos irregulares Bate y olea, como agua de mares. Y
otras veces parece cn mano de un niño desnudo, cestillo
de flores. 314 losi hfarIi Eh poesía de patriarcas, de
hombres primitivo‘;. de cíclopes. Robleda- les en flor
semejan algunos poemas suyo+. Suyos son los único5
\erso‘; poémicos que consagran la lucha rnagna de esta
tierra. 1 otros poemas son como arroyuelos de piedras
preciosas, o jirones; de nubes, o trozo de rayo. <So se sabe
aún q: iC; son sus versos? Son urtas \cccs como anciano
barbado. de barba serpentilla. cabellera toriuclsa y
rnirada llameante, qrle canta, apo! vado en un váì; tago
de crIcirla. desde una cueva de piedra bianca, y otras
~c’ccs, como ángel gigantesco de alas de oro, que se
despeña desdrx alto monte verde en el abismo, ;Anciano
mara\. illoso, a e tus pies dejo todo mi haz de palmas
frescas, y nli espada de plata! Lu Opinión .A’acionul,
Caracac, 19 de mayo dc 1882 0. c. t 13, 11. 17- 30.
DARMTIS HA MUERTO EL JARDlN DEL NATURALISTA.SUS LIBROS FAMOSOS:-- EL ORIGEN DE LAS ESPECIES.EL ORIGEN DEL HOMBRE ~- LA TEORlA DE
LAmSELECCION NATURAL - LA TEORlA DEL HOMBRE
ARBOREAL Y VELLUDO.- VIAJE CON DARWIN POR LA
AMERICA DEL SUR.- INFLUENCIA DE AMERICA EN
DARWIN.- SUS DOS LIBROS SOBRE NUESTRA
AMERICA.- LO QUE VIO EN EL BRASIL.- LO QUE VIO EN
BUENOS AIRES.-- DARWIN EN PATAGONIA.- EN LA
TIERRA DEL FUEGO.- EN CHILE.- EN LA ABADlA DE
WESTMINSTER Darwin era un anciano grave en quien
resplandecía el orgullo de haber visto. El cabello, cual
manto blanco, le caía sobre la ess palda. La frente
remataba en montículos en las cejas, como quien ha
cerrado mucho los ojos para ver mejor. Su mirada era
benévola, cual la de aquellos que viven en trato fecundo
con la Naturaleza, y su mano, blanda y afectuosa. como
hecha a cuidar pájaros y plantas. En torno suyo había
consagrado un mínimo universo, el que Ile- vaba en su
ancha mente, y acá era un cerrillo de polvo húmedo en
que observaba cómo los insectos van elaborando la capa
de tierra; allá, en grupo elocuente, una familia de plantas
semejantes, en que por varios y continuos modos, había
venido a parar en ser planta florida la que al principio no
lo era; bajo aquella urna, era una islilla de coral que le
había revelado la obra magna del insecto Ininimo; en
aquel rinconcillo del jardín, era un grupo de plantas
voraces, que se alimentan de insectillos, como aquella
terrible plan- ta de ,$ frica que acuesta sus hojas en la
tierra, y atrae así, corno león al hombre, al que recoge,
como con labios, con sus hojas, y estrujp y desangra a
manera de boa, para dejarlo caer, ya yerto, cn tierra.
abriendo sus hojas anchas luego que ha satisfecho el hambre rnatadora, con lo que van juntos en la vida humana,
por apetecer iascinar y estrujar, el arbusto, cl árbol, el
león y la serpiente; ya Se le \- eía, sentado junto a un
copioso y pintoresco invernadero, memorando
laboriosamente, y poniendo en junto los hábitos de los
cuadrumanos y los del hombre, por ver si hallaba razin
nueva que anadir, con ia de originación de la mente de los
simios, a su teoría de la originación del ser humano en el
cuadrúpedo velloso, de orejas y cola puntiagudas,
habitante de árboles, de quien imaginaba, en sus
soledades pobladas de hipótesis, que podría venir el
hombre. Ya se le hallaba en su hermosisimo cuarto de
estudiar, repleto de huesos y de flores, y de cierta luz
benigna que tiel! en los cuartos en que se piensa
honestamente, hojeando con respeto los libros de su
padre, que fue poeta de ciencia, y estudió con celo y
ternura los amores de las plantas, y los ensayos de su
abuelo, que ardió como él en sacar respuestas vivas de la
muda tierra; o ponía en junto sus obras magnas,
humildes en el estilo. fidelísimas en la observa- ción,
fantaseadoras en la teoría que saca de ellas, y luego de
dejar hueco para dos, ponía primero El origen de las
especies, en que mantiene que los seres vivos tienen la
facultad de cambiar y modi- ficarse, y mejorar, y legar a
sus sucesores su existencia mejorada, de lo cual,
examinando analogías y descendiendo de la escala de !os
seres vivos, en que todos son análogos, va a parar en que
todos los animales que hoy pueblan la tierra, vienen de
cuatro o cinco proge- nitores, y todas las plantas, con ser
tan numerosas y varias, de otros cuatro 0 cinco; las
cuaies primitivas especies, en lucha permanente por la
vida con los seres de su especie o especies distintas que
quieren vivir a expensas de ellas, han venido
desarrollándose y me- jorándose y reproduciéndose en
vástagos perfeccionados, siempre superiores a sus
antecesores, y que legaban a sus hijos superiori- dades
nuevas, merced a las cuales, la creación sucesiva,
mejorada y continua, ha venido a rematar, de las
móneras, que son masa al- buminosa e informe, o del ba!
ibio, que es mucílago vivo, en el mag- nífico hombre; cuya
ley de creación, que asigna a cada ser la fa- cultad de
vencer, en la batalla por !a existencia, a los seres rivales
que se oponen a su poder de modificarse durante su vida,
y repro- ducir en su vástago su modificación, es esa la ley,
ya famosa, de la selección natural. que inspira hoy a los
teorizantes cegables y nove- les, que tienen ojos ligeros y
sólo ven la faz de las cosas, y no lo hondo, e influye en los
pensadores alemanes, que la extreman y dan por segura,
e ilumina, por lo que la exagerada teoría I! eva en sí de
fundamentos de hechos lealmente observados, el seno
oscuro de la tierra a todos los estudiadores nobles roídos
del apetito eternador de la verdad. Y al lado de este
Origen de las especies, que fue tal fiesta y asombro para el
pensamiento humano como el Reino animal, de Cuvier,
donde se cuentan cosas épicas y novelescas, o la Historia
del desarrollo, de Von Baer, que reveló, a luz de
relimpago, las maravillas de la tiniebla, o los libros de
geología del caballero Car- los Lyell, que ponen de nuevo
en pie mundos caídos, la mano blanda del sereno Darwin
ponia su Originaciórz del hombre, en que supone que ha
debido existir el animal velloso intermedio, de quien cree
que el animal velloso se deriva, lo cual mo\- ió a buena
parte de los OBR.\ S ESCOGID.\ S T ! 317 hombres, no
hechos a respetar la libertad del pensamiento soberano y
los esfuerzos del buscador sincero y afanoso, a cóleras
injustas, que no siente nunca ante el error el que posee la
fuerza de vencerla. Por de contado que la semejanza de
todos los seres vivos prueba que son semejantes, sin que
de eso sea necesario deducir que vienen los unos de los
otros; por de contado que existe semejanza de inteligencia
entre el hombre y el resto de los animales, como existe
entre ellos semejanza de forma, sin que por eso pueda
probarse, con lo que no hay alarma para los que
mantienen que el espíritu es una brotación de la materia,
que el espíritu ha venido ascendiendo en los animales, en
desarrollo paralelo a medida que ascendía su forma. La
alarma viene de pensar que cosas tan bellas como los
afectos, y tan sober- bias como los pensamientos, nazcan,
a modo de flor de la carne, o evaporación del hueso, del
cuerpo acabable; el espíritu humano se aíra y se aterra de
imaginar que serán vanos sus bárbaros dolores, y que es
juguete ruin de magnifico loco, que se entretiene en sajar
con grandes aceros en el pecho de los hombres, heridas
que nadie ha de curar jamás, y encender en la sedienta
mente, pronta siempre a incendio, llamas que ha de
consumir con lengua impía el cráneo que lamen y
enliagan. Mas no revela la Naturaleza esa superior suma
de espíritu en acuerdo con cada superior grado de forma;
y quien mira en los ríos del Brasil, ve que el cerdo de mar,
como madre humana amorosa, lleva a su espalda, cuando
nada, a todos sus hijuelos; y que el mono de América, más
lejano en su forma del hombre que el de Africa, está más
cerca de él en su inteligencia; y que una menudísima araña construye, y recompone con singular presteza si se las
quiebran, redes para cazar insectos, en que está resuelto
el problema de los eneágonos, de forma no revelada aún a
los hombres. Y ees que es loca la ciencia del alma, que
cierra los ojos a las leyes del cuerpo que la mueve, la
aposenta y la esclaviza, y es loca la ciencia de los
cuerpos que niega las leyes del alma radiante, que llena
de celajes, dosela y arrebola y empabellona la mente de
los hombres? El pensamiento puede llevar a hacer saltar
en pedazos el cráneo, y puede hender la tierra, y llenar de
mar fresco la arena ardiente del Sahara, y el cráneo frío
enfrfa para la tierra el pensamiento, y el polvo del
Sahara puede ahogar en su revuelto torbellino el cuer- po
en que anida el espíritu de un héroe. La vida es doble.
Yerra quien estudia la vida simple. Perdón ioh mis
lectores! por esta len- gua mía parlera que se va siempre a
cosas graves. Estábamos en el gabinete de Darwin, y le
vimos allí-- poniendo de lado lo que el áspero Flourens y
Haeckel, que lo venera y adi- ciona, y el respetuoso
Koellicker han’ dicho de sus obras- ahilar en un hueco de
su estante, tras sus dos libros máximos, tantos otros
suyos: Las plantas insectívoras, que parecen fantásticos
cuentos; La antefertilización del reino vegetal, que saca
de sí mismo los elemen- tos de su vida; Las formas
diferentes de las flores en plantas de las 318 José .\ farri
OBRAS ESCOGIDAS. T l 319 mismas especies; el Poder del
mo; timienro de las planfas, donde sc narran maravillas.
y travesuras, y misterios de árboles, arbustos y algas, las
cuales suelen, en la estación del amor, disputar una
parte de sí a que busque en su hogar retirado la esposa
apetecida; y La estructura y disfribución de las rocas de
coral; las Obsercacio- nes geológicas en las isias
;lolcánicas; y su monografía llena de revelaciones y
sorpresas, de los animales de la familia cirripeda, y ese
último libro suyo, que mueve a agradecimiento, por la
ternura que revela su inciable amor a lo pequeño, y por la
nueva gala de ciencia, siempre grata a la mente, que a el
se debe; en el cual libro dice cómo los gusanillos
generosos van labrando, para habitación y sustento de
los seres vivos, aquella parte de la tierra en que surgen
después, perfumosos y frutados, los próvidos vegetales. Y
allá por entre sus libros, rebosábanle muestras de la
admiración humana, y diplomas, y collares de Prusia,
medallas de Inglaterra y título de maestro honorario de
las academias que ha poco le burla- ban, y de las
universidades que ponen en duda su teoría, mas inscfiben los hechos varios y numerosos por él descubiertosque son tantos, que parecen bosque que enmaraña y
ofusca a quien entra en ellos- en la cuenta de las más
grandes, ingenuas y venerables con- quistas humanas. Y
iaquellos dos libros primeros, para los que dejó hueco en
su estante? Pues ino lo sabíais? El genio de ese hombre dio
flor en América; nuestro suelo incubó; nuestras
maravillas lo avivaron; lo crearon nuestros bosques
suntuosos; lo sacudió y puso en pie nuestra naturaleza
potentísima. El vino acá de joven, como naturalista de
una expedición inglesa que salió a correr mares de Africa
y América; se descubrió, movido de respeto, ante nuestras
noches; se sentó, asombrado de la universa! hermosura,
en nuestras cúspides; loó con altas voces a aquellos indios
muertos que un pue- blo romántico y avaro segó en su
primera flor; y se sentó en medio de las pampas, en medio
de nuestros animales antediluvianos. Acá recogió en ias
costas pedrezuelas muy ricas y de muy fino esmalte,
duras como conchas, que imitaban a maravilla plantas
elementales; allá observó pacientemente, escarbando y
ahondando, cómo fue ha- ciendo el mar los valles de Chile,
llenos aún de incrustaciones sali- nas; y cómo la tierra
llana de las pampas se fue, grano tras grano, acumulando
en la garganta de la desembocadura primitiva de! viejo
río Plata; y estudió en Santa Cruz lavas basálticas,
maderas salifi- cadas en Chiloé, fósiles cetáceos en la
Tierra de! Fuego, y vio cuán lentamente se fue levantando
en el lado del orto la tierra de América; y cómo Lima, del
lado del ocaso, ha subido ochenta y cinco pies de tierra
desde que puso planta en ella el hombre; y cómo toda esta
tierra americana, de un lado y del otro, ha ido
ascendiendo gradual y lentamente, y no por catástrofe, ni
de súbito; y todo está sencillamente dicho, no como
autócrata que impone, sino como estudiador modesto, en
su libro Observaciones geológicas sobre Sud América. Y
es el otro de SLIS libros sabrosísimo romance, en que !as
cosas graves van dichas de modo claro y airoso, y cuenta
a la par las gallardías del gaucho y los hábitos de los
insectos, y cuándo hubo caballos en la vieja América, y
cómo los doman ahora. Es un jinete sabio, que se baja de
su cabalgadura a examinar las cuentas azules que ciñen,
a modo de brazalete, las muñecas de las indias de !a
cordillera, v a recoger el maxilar de un puma fétido en
cuya piel se ven clavadas aún las uñas de los cóndores. No
hay en ese diario de investigaciones de la geologia e
historia natural de los varios paises visitados por el
buque de Su Majestad Beagle, bajo el mando del capitán
Fitzroy, de 1832 a 1836, esa arrogancia pre- suntuosa, ni
ese culpable fantaseo de los científicos apasionados, que
les mueven a callar los hechos de la Naturaleza que
contradicen sus doctrinas, y exagerar las que las
favorecen, y a completar a las veces con hechos
imaginarios aquellos reales que necesiten de ellos para
serles beneficiosos. El libro no es augusto, como ,pudo ser,
sino ameno. Ni es profundo, sino sincero. No se ve el
sectario que violenta el Universo o llama a él con manos
impacientes, sino al veedor pacífico que dirá
implacablemente lo que ha visto. En cosas de mente no se
ve más que lo que le sale a la faz, y no profundiza
hombres, ni le mueven mucho a curiosi- dad, ni se cuida
de penetrar su mundo rico. En cosas de afectos siéntase
venerador a la sombra de los árboles de tronco blanco de
honda selva brasileña, y esgrime marcador de hierro
contra los que azotan a su vista a esclavos, a quienes tiene
por miserables. Es un fuerte que no perdona bastante a
los demás que sean débiles. Y que, sobre haber nacido en
Inglaterra, lo que hace soberbios a los hornbres, porque
es como venir al mundo en la cuna de la Libertad, era
Darwin mancebo feliz, de espíritu primerizo, y no conocía
esa ciencia de! perdón que viene con una larga, o con una
triste vida. La tristeza pone en el alma prematura vejez. Y
desde su cabalgadura, o desde su choza ruin medía la
tierra, hundía su mano en la corteza de los árboles,
bajaba a abruptas criptas, subía a fragantes montes,
recogía insectos, huesos, hojas, semillas, arenas,
conchas, cascos, flores; comparaba los dientes del caballo
nuevo de la pampa rica con las mandíbulas colosales,
como ceñidor de! tronco de árbol, de! caballo montuoso
de la pampa primitiva, que murió ta! vez de hambre, ante
los árboles súbitamente secos en que saciaba su apetito;
ta! vez de sed, junto al gran cauce enjuto de! río viejo. Y
fue aparejando hechos, pintando semejanzas, acotando
en índices la suma de animales de que hallaba restos en
diversas capas térreas; viendo cómo las razas de
animales de la tierra propia crecen y prosperan, y cómo
las de los traídos de otras tierras se empobrecen y
avillanan; cómo hay plantas que tienen de reptiles; cómo
hay minerales que tienen de plantas; como hay reptiles
que tienen de ave. Y pone en suelta en el libro lo que
después apareció con El origen de las especies, puesto en
su mente en cerrado con- junto. A caballo, anduvo la
América frondosa; vio valles como recién 320 losé Martí
OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 321 hechos de fango; vio ríos
como el Leteo; navegó bajo toldo de mariposas, y bajo
toldo de truenos: asistió en la boca del Plata a batallas de
rayos; vio el mar luciente, como sembrado de astros; pues
(Ias fosforescencias no son como las nebulosas de los
mares? Vio la noche lujosa, que llena el corazón de luz de
estrel! a; gustó café en las ventas del Brasil, que son
nuestras posadas; vio reír a Rosas, que tenía risa terrible:
atravesó la Patagonia htimeda; la Tierra del Fuego
desolada: Chile árido; Perú supersticioso. Aguár- dase a
monarca gigantesco cuando se entra en la selva
brasileña, e imaginale el espíritu sobrecogido con gran
manto verde, como de falda de montaña, coronado de
vástagos nudosos, enredada la barba en lianas luengas, y
apartando a su paso con sus manos, velludas corno piel
de toro añoso, los cedros corpulentos. Toda la selva es
bóveda y cuelgan de los árboles guirnaldas de verde heno.
De un lado trisca, en manada tupida, el ciervo alegre; de
otro, se alzan miles de hormigas que parecen cerros, y
como aquellos volcanes de lodo del Tocuyo que vio
Humboldt, ora, por entre los pies del caminante, salta el
montón con el hocico horadador, el taimado tu- cutuco;
ora aparece brindando sosiego un bosquecillo de
mandiocas, cuya harina nutre al hombre, y cuyas hojas
sirven de regalo a la fatigada cabalgadura. Ya el terrible
vampiro saja y desangra, con su cortante boca, el cuello
del caballo, que más que relincha, muge; ya cruza
traveseando el guainumbí ligero, de las alas
transparentes que relucen y vibran. Abrese un tanto el
bosque, mojado reciente- mente por la lluvia, y se ve,
como columna de humo, alzarse del follaje, besado del sol,
un vapor denso, y allá se ve la espléndida montaña,
envuelta en vagas brumas. Mezclan sus ramas mangos y
canelos y el árbol del pan próvido, y la jaca que da
sombra negra, y el alcanfor gallardo. Esbelta es la
mimosa; elegante el helecho; la trepadora, corpulenta. Y
en medio de la noche, lucen los ojos del cocuyo airado que
dan viva lumbre como la que enciende en el rostro
humano la ira generosa. Y grazna el cucú vil, que deja sus
huevos en los nidos de otros pájaros. El dia renace, y se
doblan, ante la Naturaleza solemne y coloreada, las
trémulas rodillas. Y luego del Brasil, vio Darwin a Buenos
Aires. Salíanle al paso, ingenuos como niños, y le
miraban confiados y benevolos, los ciervos campestres;
los bravos ciervos americanos, que no temen al ruido del
mosquete, mas huyen despa- voridos luego que ven que la
bala del extranjero ha herido un árbol de su bosque.
Leyenda es el viaje; hoy esquivan el tímido de los indios;
maña- na ven lucir en medio de la noche los ojos del
jaguar colérico, a quien irrita la tormenta, y afila sus
recias uñas en los árboles; ayer fue día de domar
caballos, atándoles una pata trasera a las delanteras, y a
estas la cabeza rebelde, y la lengua al labio, y echándolos a andar, sudorosos y maniatados, con la silla al
lomo, y el jinete en ella por el llano ardiente, del que
vuelven jadeantes y sumisos; el almuerzo es con Rosas,
que tiene en su tienda de cam- paña, como los señores
feudales, cortejo de bufones; la comida es con gauchos,
con los esbeltos y febriles gauchos, que cuentan cómo el
tirano de la pampa, que tuerce árboles, y con ponerles la
mano en el lomo, doma potros, hace tender a los hombres,
como cueros, a secar, atados en altos de pies y manos a
cuatro estacas, donde a veces mueren. De un lado veía
Darwin el árbol sacro de Gualeguaychú, de cuyos hilos,
que en invierno hacen de hojas, cuelgan los indios
piadosos, porque la naturaleza humana goza en dar, ya el
pan que llevan, ya el lienzo que compraron para los usos
de la casa, ya la musiqui- lla con que divierten los ocios
del camino, porque aquel árbol espi- noso está al
terminar dificílisimo pasaje, y le ve el indio como nun- cio
de salud, a quien sacrifica sus prendas y caballos, tras de
lo cual cree que ni sus cabalgaduras se cansarán, ni la
desgracia lla- mará nunca a él; y que se sienten felices,
con ese gozo penetrante que deja siempre en el alma el
noble agradecimiento; que es tal en ellos el árbol que si
no tienen cosa que darle, se sacan de sus ponchos un hilo
del tejido, y lo cuelgan a un hilo del árbol. Y más allá, iqué
magnífica sorpresa! Allí están los roedores gi- gantescos,
testigos de otros mundos; restos de megalornis; huesos de
megaterio, vestigio del gran caballo americano. Y iqué
ancas las de esas bestias montañosas! iqué garras, que
parecen troncos de árbol! Y se sentaban al pie de aquellos
árboles colosos, y abrazados a ellos, traían a sí las ramas
con estruendo de monte que se despe- ña, y comian de
ellas. En mal hora revuelven un nido de avestruz; que el
avestruz ataca sin miedo a los viajeros de a pie o de a
caballo que revuelven sus nidos. Ruge el jaguar que pasa,
seguido de gran número de zorras, como en la India
siguen al tigre los chacales; que lo que en otras tierras es
chacal, en. América es zorra. 0 es el ganado airoso de las
pampas, que sorprende al viajero por su ele- gancia y
perspicacia, porque parece el rebaño una parvada de escolares traviesos. 0 son los indios mansos de la cordillera,
que bri- !lan como genios del llano, en sus corceles
recamados de plata, que ellos guían con fuertes e
invisibles riendas de alambre; y al sol lucen el estribo
fulgente, el cabestro enjoyado, la gruesa espuela, el
mango del cuchillo. 0 son ya los eunucos del llano, que
guardan ove- jas, los perros pastores. Ya el camino
desma, ya y la tierra se entristece; el gaucho, como
amante que anhela ver a su amada, mira a la pampa que
abandona. Andan en horda los pacíficos guanacos,
celosos de sus hembras, que cuando sienten llegada la
hora de morir, van como los hombres de la Tierra del
Fuego, a rendir la vida donde la rindieron los de- nrás
guanacos de su horda. Y de súbito la comitiva tiembla, y
los guanacos huyen: es que viene rugiendo el puma fiero,
que es el león de América, que se pasea del Ecuador fogoso
a la Patagonia húmeda, y que no gime cuando se siente
herido; ibravo león de 322 losi Martí OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 323 Arnkrica! Y más allá están guanacos
muertos, y en medio de eIlos, como corona del puma,
bandadas de buitres que aguardan las mi- gajas de la
fiesta del león. Los i. iajeros andan silenciosos; los
arbustos están llenos de es- pinas; las plantas son enanas;
secas yacen las piedras de sus már- genes; en gotas de
rocio apagan su sed los roedores famélicos del bosque. Asi
fue para Darwin la árida Patagonia. Y iqué negra la
Tierra del Fuego! Poco sol, mucha agua, perpetuo
pantano: turbio todo, todo lúgubre, Lodo húmedo y
penoso. Los ár- boles sin flores; las plantas, a! pinas; las
montañas, enfermas; ios abismos, como fétidos; la
atmósfera, negruzca. Y a poco, como divinidades del
pantano, los fueguinos asoman. fangosa la melena,
listado el rostro de blanco y encarnado, de piel de
guanaco amparada la espalda, desnudo el pardo cuerpo.
Mas. a poco que se les mira, surge de aquella bestia el
hombre. Golpean en el pecho a sus visitantes, como para
decirles que confían en ellos, y les ofrecen su pecho luego,
a que los visitantes golpeen en él. Tienen magos, y tribus,
y excelente memoria. El homi- cidio es crimen de que se
vengan los elementos desatando sobre los fueguinos
sumisos su cólera. Han oído hablar del diablo, y dicen que
allí no hay diablo. Saben de amar y agradecer, que es
saber bastante. Se entró de allí el viajero en mares, y
luego en tierra de Chile, donde todas las montañas están
rotas, por la busca de oro. Ya no acompañaba al
laborioso inglés, ni cargaba sti gran caudal de ciencia, el
gaucho romántico, temible y alegre, suelto y Iuciente
como un Satán hermoso, sino el ganso presumido, con su
espuela pesada, sus botas blancas y en negras o verdes
calzoneras, y muy anchos calzones, y el chilpe rojo y
burdo poncho. Así pasaron por montañas mondas,
esmaltadas con breves bosques verdes, como es- meraldas
perdidas en ceniza, por los puentes bamboleantes que
cuelgan sobre el turbio Maipo, con su inseguro pavimento
de cueros secos y de cañas; por las islas flotantes del lago
Taguatagua, que son como grandes costras de raices
viejas en que han nacido raíces nuevas, sobre las que
cruzan los caminantes, como en cómoda lancha, de una a
otra margen del lago. Y a las faldas de aquello< montes
mondos leía el viajero a Molina, que cantó los usos de los
animales de la tierra; a Azara, cuya obra es tesoro; al
buen Acosta, que dijo de las Indias cosas no sabidas. Y
emprendía nuevo viaje a ver de cerca los pálidos mineros
con sus luengas camisas de oscura y ruda lana, sus
delantales de piel curtida, sus ceñidores de color vivo, y
sus airosos gorrillos rojos; y ve espantado a los maíseros
apires, que son hombres y parecen bestias, como
monstruos moribundos, hasta que echan a tierra la gran
carga, que es de doscientas o más libras, y emprenden
viaje riendo y gracejando, cuando que sólo comen carne
una vez a la semana. Y ya salía de Chile el viajero, y ya
tocaba las minas de nitrato de sosa en el soli’tario
Iquique; y aún veía ante sus ojos, como aparición
permanente y radiante. aquel valle de Quillota, que da
gozo de vivir; aquellos llanos verdes y apacibles, que
parecen morada natural de la mañana; aquellos bambúes
rústicos, que oscilan como los pensamientos en la mente;
aquel Ande nivoso, que el alma enrubia y dora, y el sol
poniente tiñe de vívida grana. Cargada así la mente,
volvió el sabio a Euro- pa. Ni día sin labor ni labor sin
fruto. Revolvia aquellos recuerdos, Echaba, con 10s ojos
mentales, a andar a la par los animales de las diversas
partes del globo. Recordaba, más con desdén de inglés
que con perspicacia de penetrador, al bárbaro fueguino,
al africano rudo, al ágil zelandés, al hombre nuevo de las
islas del Pacifico. Y corno no ve el ser humano en lo que
tiene de compuesto, ni pone mientes cabales en que
importa tanto saber de dónde viene el efecto que le agita y
el juicio que le dirige, como las duelas de su pecho o las
mur. allas de su cráneo, dio en pensar que había poco del
fueguino a los simios, y no más del simio al fueguino que
de este a él. Otros, con ojos desolados y llenos de
dufcísimas lágrimas, miran desesperadamente a lo alto. Y
Darwin con ojos seguros y mano escrutadora, no comido
del ansia de saber a dónde se va, se encorvó sobre la
tierra, con ánimo sereno, a inquirir de dónde se viene. Y
hay verdad en esto: no ha de negarse nada que en el
solemne mundo espiritual sea cierto: ni el noble enojo de
vivir, que se alivia al cabo por el placer de dar de sí en la
vida; ni el colo- quio inefable con lo eterno, que deja en el
espíritu fuerza solar y paz nocturna; ni la certidumbre
real, puesto que da gozo real, de una vida posterior en que
sean plenos los penetrantes deleites, que con la vislumbre
de la verdad, o con la práctica de la virtud, hin- chen el
alma; mas en lo que toca a construcción de mundos, no
hay modo para saberla mejor que preguntársela a los
mundos. Bien vio, a pesar de sus yerros, que le vinieron
de ver, en la mitad del ser, y no en todo el ser, quien vio
esto; y quien preguntó a la piedra muda, y la oyó hablar;
y penetró en los palacios del insecto, y en las alcobas de fa
planta, y en e1 vientre de Ia tierra, y en los talleres de los
mares. Reposa bien donde reposa: en la abadía de
Westmins- ter, al lado de héroes. Ln Opinión Nacional,
Caracas, julio de 1882. 0. C., t. 15, p. 371- 380. OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 325 AL GENERAL MAXIMO GOMEZ Sr.
general Máximo G6mez N. York, 20 de julio de 1882 Sr. y
amigo: El aborrecimiento en que tengo las palabras que
no van acom- pañadas de actos, y el miedo de parecer un
agitador vulgar, habrán hecho sin duga, que V. ignore el
nombre de quien con placer y afecto le escribe esta carta.
Básteme decirle que aunque joven, llevo muchos años de
padecer y meditar en las cosas de mi patria; que ya
después de urdida en N. York la segunda guerra, vine a
presidir más para salvar de una mala memoria nuestros
actos posteriore- que porque tuviese fe en aquellos, el
Comité de N. York: v que desde entonces me he ocupado en
rechazar toda tentativa de alardes ino- ficiosos y pueriles,
y toda demostración ridícula de un poder y entu- siasmo
ficticios, aguardando en calma aparente los sucesos que
no habían de tardar en presentarse, y que eran necesarios
para produ- cir al cabo en Cuba, con elementos nuevos, y
en acuerdo con los problemas nuevos, una revolución
seria, compacta e imponente digna de que pongan mano
en ella los hombres honrados. La honridez de V., General,
me parece igual a su discreción y a su bravura. Esto
explica esta carta. Quería yo escribirle muy
minuciosamente sobre los trabajos que ilevo
emprendidos, la naturaleza y fin de ellos, los elementos
varios y poderosos que trato ya de poner en junto, y las
impaciencias- ais- ladas y bulliciosas y perjudiciales que
hago por contener. Poroue V. sabe, Gral., que mover un
país, por pequeño que sea, es obra ‘de gigantes. Y quien
no se sienta gigante de amor, o de valor, o de
pensamiento, o de paciencia, no debe emprendería. Pero
mi buen amigo Fior Crombet sale de N. York
inesperadamente antes de lo que teníamos pensado que
saliese: y yo le escribo, casi de pie y en el vapor, estos
renglones, para ponerle en conocimiento de todo lo
emprendido, para pedirle su cuerdo consejo, y para saber
si en la obra de aprovechamiento y dirección de las
fuerzas nuevas que en Cuba surgen ahora, sin el apoyo
de las cuales es imposible una revolución fructífera, y con
las cuales será posible pronto,- piensa V., como sus
amigos, y los míos, y los de nuestras ideas piensan hoy.Por- que llevamos ya muchas caídas para no andar con
tiento en esta tarea nueva. El país vuelve aún los ojos
confiados a aquel grupo escaso de hombres que ha
merecido su respeto y asombro por su lealtad y su valor;
importa mucho que el pafs vea juntos, sensatos,
ahorradores de sangre inútil y preveedores de los
problemas veni- deros, a los que intentan sacarlo de su
quicio, y ponerlo sobre quicio nuevo. -Por mi parte,
General, he rechazado toda excitación a reno- var
aquellas perniciosas camarillas de grupo de las guerras
pasa- das, ni aquellas jefaturas espontáneas, tan
ocasionadas a rivalidades y rencores: sólo aspiro a que
formando un cuerpo visible y apretado aparezcan unidas
por un mismo deseo grave y juicioso de dar a Cuba
libertad verdadera y durable, todos aquellos hombres
abnega- dos y fuertes, capaces de reprimir su impaciencia
en tanto que no tenga modo de remediar en Cuba con una
victoria probable los ma- les de una guerra rápida,
unánime y grandiosa, y de cambiar en la hora precisa la
palabra por la espada. Yo estaba esperando, señor y
amigo mio, a tener ya juntos y de la mano algunos de los
elementos de esta nueva empresa. El viaje de Crombet a
Honduras, aunque precipitado ahora, es una parte de
nuestros trabajos, y tiene por objeto, como él le explicará
a V. largamente, decirle lo que llevamos hecho, la
confianza que V. inspira a sus antiguos Oficiales, lo
dispuestos que están ellos -aun los que parecían más
reacios- a tomar parte en cualquier tentativa
revolucionaria, aun cuando fuera loca, y lo necesitados
que estamos ya de responder de un modo oíble y visible a
la pregunta inquieta de los elementos más animosos de
Cuba, de los cuales muchos nos venían desestimando y
ahora nos acatan y nos buscan. Antes de ahora, Gral.,
una excitación revolucionaria hubiera parecido una pretensión ridícula, y acaso criminal, de hombres tercos,
apasionados e impotentes: hoy, la aparición en forma
serena y juiciosa, de todos los elementos unidos del bando
revolucionario, es una respuesta a la pregunta del pais.
Esperar es una manera de vencer. Haber espe- rado en
esto ,- nos da esta ocasión, y esta ventaja. Yo creo que no
hay mayor prueba de vigor que reprimir el vigor. Por mi
parte, ten- go esta demora como un verdadero triunfo.
Pero así como el callar hasta hoy ha sido cuerdo, el callar
desde hoy seria imprudente. Y seria también imprudente
presentarse al país de otra manera que de aquella
moderada, racional y verdade- ramente redentora que
espera de nosotros. Ya llegó Cuba, en su actual estado y
problemas, al punto de entender de nuevo la incapacidad de una politica conciliadora, y la necesidad de una
revolución violenta. Pero sería suponer a nuestro país un
país de locos, exigirle que se lanzase a la guerra en pos de
lo que ahora somos para OBRAS ESCOGIDAS T. 1 327
rlilestro pais- en pos de un iantasma.- Es necesario tornar
cuerpo y tornarlo pronto. y tal como se espera que
nuestro cuerpo sea. Suestro país abunda C’II gente de
pensamiento, y es necesario ense- narles que la
revolución no es :ra un mero estallido de decoro, ni ia
satisfaccih de una costumbre de pelear y mandar, sino
una obra detallada y pre\. isora de pensamiento. Nuestro
pais vive muy apegado a sus intereses, -y es necesario que
le demostremos hábil h’ brillantemente ql! e la Revolución
es la solución única para sus muy amenazados intereses.
Nuestro pais no se siente atin íuertt para la guerra,- y es
justo, y prudente, y a nosotros mismos útil, halagar esta
creencia suya, respetar este temor cierto e instintivo, y
anunciarle que no intentamos lievarle contra su voluntad
a una guerra prematura. sino tenerlo todo dispuesto para
cuando él se sienta ya con fuerzas para la guerra. Por de
contado, Gral., que no perdonaremos medios de provocar
naturalmente esta reacción. Vio- lentar el pais seria
inútil, y precipitarlo sería una mala acción. Puesto que
viene a nosotros, lo que hemos de hacer es ponernos de
pie para recibirlo. Y no volver a sentarnos. Y aún hay
otro peligro mayor, mayor tal vez que todos los de- más
peligros. En Cuba ha habido siempre un grupo
importante de hombres cautelosos, bastante soberbios
para abominar la domina- ción española, pero bastante
tímidos para no exponer su bienestar personal en
combatirla. Esta clase de hombres, ayudados por todos
los que quisieran gozar de los beneficios de la libertad sin
pagarlos en su sangriento precio, favorecen
vehementemente la anexión de Cuba a los Estados
I’nidos. Todos los tímidos. todos los irresolutos, todos los
observadores ligeros. todos los apegados a la riqueza,
sienten tentaciones marcadas de apoyar esta solución,
que creen poco costosa y fácil. Así halagan su conciencia
de patriotas. v su miedo de serlo verdaderamente. Pero.
como esa es la naturaleza humana, no hemos de ver con
desdén estoico sus tentaciones, sino de ata- jarias. ct4
quien se vuelve Cuba, en el instante definitivo, y ,\‘ a
cercano. de que pierda todas las nuevas esperanzas que cl
término de la guerra, las promesas de España. y la
politica de los liberales le han hecho concebir? Se vuelve a
todos los que le hallan de una solución fuera de España.
Pero si no está en pie, elocuente, erguido, moderado,
profundo, un partido revolucionario que inspire, por Ia
cohesión y modestia de sus hombres, y la sensatez de sus
proyectos, una confianza suficiente para acallar el anhelo
del país-- la quién ha de volverse, sino a los hombres del
partido anexionista que sur- girán entonces? ,CGmo
evitar que sc vayan tras ellos todos los afi- ciona@ os a
una libertad c8moda. que creen que con esa soiucicirl
salvan a la par su fortuna y su conciencia? Ese es el riesgo
grave. Por eso es llegada la hora de ponernos en pie. A
eso iba, y va, Flor Crombet a Honduras. Querían hacerle
pico- ta de escándalo, y base de operaciones ridículas. Él
tiene noble co- razón, y juicio sano, y creo que piensa
como pienso. A eso va, sin tiempo de esperar al discreto
comisionado que tengo en estos íns- tantes en La Habana,
comenzando a tejer en junto todos los hilos que andan
sueltos. Porque yo quería, Gral., enviar a V. más cosas
hechas. Va Crombet a decirle lo que ha visto, que es poco
en lo presente visible, y mucho más en lo invisible y en lo
futuro. Va en nombre de los hombres juiciosos de La
Habana y el Príncipe’ y en el de D. S. Cisneros,* y en mi
nombre, a preguntarle si no cree V. que esas que llevo
precipitadamente escritas deben ser las ideas capita- les
de la reaparición, en forma desemejante de las anteriores,
y adecuada a nuestras necesidades prácticas, del partido
revoluciona- rio. Va a oir de V. si no creo que esos que le
apunto son los peligros reales de nuestra tierra y de sus
buenos servidores. Va a saber pre- viamente, antes de
hacer manifestación alguna pública- que pudiera parecer
luego presuntuosa, o desmentida por los sucesos- si V.
cree oportuno y urgente que el país vea surgir como un
grupo compacto, cuerdo; y activo a la par que pensador, a
todos aquellos hombres en cuya virtud tiene fe todavía.
Va a saber de V. si no piensa que esa es la situación
verdadera, esa la necesidad ya inme- diata, y ese, en
rasgos generales, el propósito que puede realzar, acelerar
sin violencia, acreditar de nuevo, y dejar en mano de sus
guías naturales e ingenuos la Revolución. Ni debe esta ir
a otro país, Gral., ni a hombres que la acepten de mal
grado, o la com- prometan por precipitarla, o la acepten
para impedirla, o para apro- vecharla en beneficio de un
grupo o una sección de la Isla. Ya se va el correo, y tengo
que levantar la pluma que he dejado volar hasta aquí. Me
parece, General, por lo que le estimo, que le conozco desde
hace mucho tiempo, y que también me estima. Creo que lo
merezco, y sé que pongo en un hombre no común mi
afecto. Sírvase no olvidar que espero con impaciencia su
respuesta, porque hasta recibirla todo lo demoro, y la
aguardo, no para hacer arma de ella, sino con esta
seguridad y contento interiores, empezar a dar forma
visible a estos trabajos, ya animados, tenaces y fructuosos. Jamás debe cederse a hacer lo pequeño por no
parecer tibio o desocupado;- pero no debe perderse
tiempo en hacer lo grande. 1 Príncipe o Puerto Príncipe,
antiguo nombre de Camagüey. 2 Salvador Cisneros
Betancourt. 320 los8 Marti ;Cómo puede ser que Vd., que
está hecho a hacerlo, no venga con toda su valia a esta
nueva obra? Ya me parece oír la respuesta de sus labios
generosos y sinceros. En tanto, queda respetando al que
ha sabido ser grande en ia guerra y digno en la paz,- su
amigo y estimador JOSE MARTf 324 Classon Avenue
Brroklyn L. I. 0. C., t. 1, p. 167- 171. Cotejada con el
manuscrito original ALGENERALANTONIOMACEO N.
York, 20 de julio de 1882. Sr. Gral. Antonio Maceo Sr. y
amigo: La súbita salida de mi amigo Flor Crombet no me
deja tiempo para explicar a V. con la claridad y
minuciosidad que deseo la im- portancia y estado actual
de los trabajos recientemente emprendidos para rehacer
las fuerzas revolucionarias, mover en Cuba de un modo
unánime y seguro los ánimos en nuestro sentir, y
preparar en el ext, erior, con la unión cariñosa y
conducta juiciosa de los bravos y buenos en quienes aún
tiene fe Cuba, una guerra rápida y brillan- te que pueda
ser siempre tenida como un honor, y no como un delito,
por los que tomen parte en ella.- No conozco yo, General
Maceo, soldado más bravo ni cubano más tenaz que V.- Ni
com- prendería yo que se tratase de hacer,- como ahora
trato y tratan tantos otros,- obra alguna seria en las
cosas de Cuba, en que no figurase V. de la especial y
prominente manera a que le dan dere- cho sus
merecimientos. No puedo entrar, mal que me pese, por
falta de tiempo, a explicar a V. cómo es forzoso,- ya que a
despecho nuestro se han creado en Cuba después de la
guerra elementos que no son nuestros- traerlos
hábilmente a nuestro lado, pto. que ahora muestran
deseos de venir; y aprovecharnos de ellos, ya que prescindir fuera, sobre injusto, imposible.- No puedo entrar a
explicarle cómo inquieto ya de nuevo el país, y vueltos sus
ojos a los que ha- yan de ser sus salvadores, busca otra
vez a sus constantes defen- sores, que andan hoy fuera de
habla, tan grandes como silenciosos, apartados, aislados,
y por eso impotentes. Mientras no llamaba el país,
parecía un acto de insensatez y violencia forzarlo a verter
una sangre que se negaba a verter. Pero cuando el país
llama, es necesario responderle, so pena de que olvidecon justicia- a los que no le responden, y llame a otros que
le parezcan mejores.- No tengo tiempo de explicarle cómo
ya se reunen sin esfuerzo al grupo 330 losé Martí OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 331 revolucionario activo, los
revolucionarios arrepentidos, y los nuevos hombres de
Cuba que creyeron que podian prescindir de la Revolución. Ni tengo tiempo de decirle, General, cómo a mis ojos
no está el problema cubano en la solución política, sino en
la social, y cómo esta no puede lograrse sino con aquel
amor y perdón mutuo de una y otra raza, y aquella
prudencia siempre digna y siempre generosa de que sé
que su altivo y noble corazón está animado. Para mi es un
criminal el que promueva en Cuba odios, o se aproveche
de los que existen. Y otro criminal el que pretenda sofocar
las aspira- ciones legítimas a la vida de una raza buena y
prudente que ha sido ya bastante desgraciada.- No puede
V. imaginar, la especiali- sima ternura con que pienso en
estos males, y en la manera, no vociferadora, ni
ostensible,- sino callada, activa, amorosa, evangéli- ca de
remediarlos. Tendría, General Maceo, placer vivísimo en
que, en vez de escribirle yo estas cosas frías, las
hablásemos. Estimo sus extraordinarias condiciones, y
adivino en V. un hombre capaz de conquistar una gloria
verdaderamente durable, grandiosa y sólida. En carta
siguiente le explicaré todo lo que llevamos hecho, y
pensamos hacer, que gira todo sobre eso que le llevo
dicho, y en respuesta a lo cual, y a lo que Flor Crombet
tiene encargo de ex- plicarle, espero que me diga si no
aplaude y comparte estas icleas, y esta reaparición de
manera seria y ordenada,- de todos los hom- bres
importantes, y verdaderamente fieles, de nuestra causa,
sincera y calurosamente reunidos, sin necesidad de jurar
obediencia ciega a un grupo aislado o a un hombre solo,
para aprovechar con cordura y sin demora los elementos
ya hirvientes, y cada día más imponen- tes, de la guerra
en Cuba. Mucho va ya hecho. Mucho se desea esta
reaparición formal y pública. Pero yo he venido
conteniendo, por mi parte, todo trabajo aislado y
pequeño que no responda a la obra grandiosa que
esperan de nosotros. Heroicos hemos de pa- recer, puesto
que nos quieren heroicos. Si nos ven de menor tamaño
que aquel de que esperan vernos- esto será como darnos
muer- te.- Mas yo no estimo legal ni poderosa, por mucho
que la soliciten y la apoyen, manifestación alguna
revolucionaría, que no lleve el asentimiento, y vaya
aconsejada y dirigida, de los hombres vale- rosos y
buenos que han adquirido este especial derecho con sus
méritos. Imagine V. si aguardaré con impaciencia,teniendo que enfrenar a los impacientes, y a los que creen
que con callar se pierde ya tiempo precioso,- la respuesta
de V. acerca de estos pen- samientos que le muestro y de
su opinión sobre esta nueva forma de nuestra obra,
encaminada hoy a preparar activa y racionalmente, con
toda la firmeza y habilidad que requiere problema tan
grave y cosa tan extraordinaria, el modo de crear, por
una guerra pronta de triunfo posible, un país en que, a
pesar de estar muy trabajado de odios, entren desde su
fundación a gozar de verdaderos dere- chos, y en
verdaderas condiciones de larga y quieta vida, todos sus
diversos elementos .- Yo sé que no está V. cansado de
hacer cosas dificiles. Y que su juicio claro no se ofusca
como el de la gente vulgar, y abarca toda la magnitud de
nuestra tarea, y de nuestra responsabilidad. Tal vez, por
mi odio a la publicidad inútil, ignore V. quien le escribe
esta carta. Flor Crombet se lo dirá. Y yo le digo que se la
escribe un hombre que sabe cuanto V. vale, y lo tiene en
tanto. Con impaciencia espera su respuesta, y queda
afectuosamente a sus órdenes,-- su amigo y servidor,
JOSE MARTf 324 Classon Avenue, Brooklyn, L. I. 0. C., t.
1, p. 171- 173. Cotejada con el manuscrito original.
OBRAS ESCOGIDAS. 7, 9 333 AMANUELMERCADO N. Y.
ll de agosto. [ 18821 Mi hermano queridísimo:- Va para
anos que no ve V. letra mía; y, sin embargo, no tiene mi
alma compañero más activo, ni confidente mas amado
que V.- Todo se lo consulto, y no hago cosa ni escribo
palabra sin pensar en si le seria agradabie si la viese. Y
cuente de veras con que si algo mio creyera yo que habria
de desagradar a V.- no lo haría de fijo. Pero no se me
ocurre nada, ni pongo en planta nada, que no vaya
seguro, si obra de actividad, de su aplauso;- si pecado,
porque soy pecador, por humano, de su indulgencia. Este
comercio me es dulce. Este agradecimiento de mi alma a
V. que me la quiere, me es sabroso. Su casa es un hogar
para mi espíritu. Todos los días me siento a su mesa, sin
ocurrírseme que V. puede estar, por mi silencio aparente,
enojado conmigo; ni que recibiria V. fríamente. Y me
parece que tengo derecho a V.,- por el que doy a V.
constante y crecientemente sobre mi.- No es que me
acuerde de V. en marcada hora del dia. Es que sé que V.
consolaría mis tristezas, si las viera de cerca, y aún siento
que las consuela con su afecto lejano: y es debilidad
humana, o acaso fortaleza, pensar en lo que redime del
dolor al punto en que el dolor se sufre. Por eso estoy
pensando constantemente en V.- como viajero fatigado en
puerto, y desterra- do en patria, y amante de dama que le
engaña en aquella que no le engañó cuando él la amaba.
Alguna vez he de decir en verso todas estas cosas, porque
en verso están bien, y son verso ellas mismas. Ahora no,porque estoy lleno de penas, y todo iria em- papado de
lágrimas.- Y yo tengo odio a las obras que entristecen y
acorbadan. Fortalecer y agrandar vias es la faena del que
escribe. Jeremias se quejó tan bien, que no valen quejas
después de las suyas.- Por eso no escribo -ni a mi madre,
ni a V., ni para mi mismo ,- porque pensar en las penas
quita fuerza para sufrirlas, y ni podria escribirle sin
contárselas, porque me pareceria deslealtad, ni escribirle
para contárselas, por aborrecimiento a querellas fememies, o por miedo de que mis pesares creciesen, con
hablarle de ellos.- Y a más, porque desde hace dos años
tengo un favor que pedirle, que no le voy a pedir ahora
porque si fuese a pedirselo no le escribiría- y como el caso
me era útil y aun urgente, y como sin querer, le hablaba
de el en las cartas que le escribia, me ha parecido mal
reempezar a escribirle con ocasión de necesidad mia, y he
dejado sin enviar, y están ahora ante mí, cuantas cartas
le he escrito. En una le hacia cuenta de mi vida de estos
años, y le expli- caba por qué razón de prudencia social no
había ido a refugiarme en México, mi tierra carisima: en
otra le pedía consejo sobre una clase de versos rebeldes y
extraños que suelo hacer ahora, no por propósito de
mente, sino porque asi, sueltos y encabritados- y iquie- ra
Dios que tan airosos!- como fos caballos del desierto, me
salen del alma;- y en todas vaciaba en Ud. el alma entera.
Su espiritu sereno por todas partes me fortifica y
acompaña.-- Otra le escribi, que tampoco fue, cuando me
sacaron el Isrnaeliffo de las manos, y los pusieron en
prensa. En un estante tengo amon- tonada hace meses
toda la edición;- porque como la vida no me ha dado hasta
ahora ocasión suficiente para mostrar que soy poeta en
actos, tengo miedo de que, por ir mis versos a ser
conocidos antes que mis acciones, vayan las gentes a
creer que sólo soy, como tantos otros, poeta en versos .- Y
porque estoy todo avergonzado de mi libro, y aunque vi
todo eso que él cuenta en el aire, me parece ahora cantos
mancos de aprendiz de musa, y en cada letra veo una
culpa. Con lo que verá V. que no escondo el libro por
modestia, sino por soberbia.- Y en todas esas cartas iban
filiales iras mías por la avaricia sór- dida, artera, temible
y visible con que este pueblo mira a México: jcuántas
veces, por no parecer intruso 0 que quería ganar fama
fácil, he dejado la pluma ardiente que me vibraba como
lanza de pelea en la mano! Pero ahora supe, por carta del
fidelísimo Heberto, ’ que Ocaranza ha muerto. Salió a los
labios, en versos que le envío, todo el amor dormido en mi
alma. Mi hermana, 2 y V., y su casa, y su tierra llenan
esos versos en que no se habla de ellos- Y ies tan raro ya
que yo los haga! Estos no los hice yo, sino que vinieron
hechos. Que pa- deci- no he de decirselo. Me pareció que
me robaban algo mío, y me revolví contra el ladrón. Ya no
vive tan buena criatura, que amó lo que yo amo: me
queda al menos el consuelo de honrar- lo.- Yo no me doy
cuenta de si valen algo, o nada valen, y son desborde
monstruoso de la fantasia, y no construcción sana, los
versos que le mando. Como los escribí, interrumpiendo un
trabajo premioso que me llevaba ya ocupado, y con el
cerebro inflamado, l Heberto Rodriguez. 2 Mariana
Salustiana (. 4na). 334 José ,Mafti días y noches,- en el
punto mismo en que recibí la carta de He- berto- se los
envío. Si le parecen bien, publiquelos. Si no- agradézcame el amor con que los hice, y regáñeme por mi obra
ruin.- iCuánta bondad y grandeza se llevó el que ha
muerto! iQué recado tan bello acerca de V. me mandó con
mi amigo Bonalde! ’ iCon qué triste ternura miro ahora
aquel bosquejo suyo del bosque de Chapultepec, que ha
ido paseando por unas y otras tierras mi fideli- dad, y el
mérito del más original, atrevido y elegante de los
pintores mexicanos!-¿ Qué habrá sido, Mercado, de aquel
bosquejo de cuer- po entero de mi hermosa Ana que una
vez vi en su cuarto? ¿A que manos. irá a dar si no es a las
de V., en que sea tan bien estimado como en las mías?
Dígame qué es del cuadro, y st’ podría yo te- nerlo. iQué
regalo para mis ojos, si pudiera yo ver constantemente
ante ellos aquella esbelta y amante figura! Me pareceria
que entraba en posesión de gran riqueza. Ya va
apresuradamente dicho en mi mesa de empleado de co.
mercio- que es profesión nueva en que entro, por no dar
en la vil de desterrado sin ocupación, y ayudar a la
amarga de cultivador de letras españolas- lo que de más
importancia tenía hoy que de- cirle.- A Lofa- que aún me
acaricia el perfume de aquellas florecí- tas de San Juan
que me enviaba su mano piadosa a mi cuarto de enfermo.A Manuel, que es de seguro un niño hidalgo, un abrazo
apretado. Y a la gentil Luisa y a sus hermanitas, un beso
en la mano.- A V.- toda el alma de su hermano. J. MARTI
<A qué decirle que hable de mi a Peón y a Sánchez Solís?-y a cuantos no me hayan olvidado?-~ Mi dirección: J. M.
324 Classon Av.- Brooklyn L. 1. 0. C., t. 20, p. 63- 65.
Cotejada con el manuscrito’original A MANUEL
MERCADO Nueva York, 16 de septiembre. [1882] l Mi
amigo queridisimo: iQué larga carta le tenía preparada
para hoy! Ya le enviaba mi última “carta de N. York”,
para que me la estudiara, y me dijera si le parecía bien;ya un cuaderno de Colombia, impreso en mi honor, en que
hablan de mi muy cariñosamente;- ya todo un cua- derno
de nuevas cosas mias más encrespadas y rebeldes que
cuanto he sacado de mi mente al papel, y cuyas cosas iba
a enviarle, y ie enviaré, porque V. haga de juez secreto,
como hermano de su hermano, y me diga si cree que he
hallado al fin el molde natural, desembarazado e
imponente, para poner en verso mis revueltos y fieros
pensamientos.- Que ya que venzo yo el natural disgusto
de hablar de mis niñadas, y me confieso a V. sin rubor y
plenamen- te,- V. debe pagarme esta inútil, pero
certísima, prenda de cariño, haciendo hueco en sus
quehaceres para aquel que, aunque desde le- jos y en
silencio, con más fidelidad que otro alguno le acompaña.- Pero se va al fin Guasp, 2 de cuya estancia aquí no
tuve hasta hace cuatro dias noticia, y con quien pensaba
enviarle todas esas encomiendas,- puesto que no daré al
aire esas mariposas de mayor estío hasta que no me diga
V. si le parece que llevan bien cargadas de polvo de oro, y
de fortaleza las alas,- y apenas tengo tiempo de mandarle
un abrazo.- No sé si he dicho ya a V. que vivo ahora de
trabajos de comercio, y que, como me faltan dineros,
aunque no me faltarían modos, para hacerlo propio,sirvo en el ajeno, lo que equivale en N. York a trocarse, de
corcel de llano, en bestia de pesebre: ipero qué alegre
vuelvo a mi casa cada día,- guardando l Anteriormente ha
sido publicada con fecha 14 de septiembre, pero en el
manus- crito original se lee claramenfe que es del día 16.
EJM. 3 El poeta venezolano Juan Antonio Pérez Bonalde 2
Enrique Guasp de Peris. con sigilo, porque nadie los vea,
los terrores del alma,- cargada la espalda de los granos
que han de abastecer el exiguo granero de la casa!
Aunque esta casa de cuyo bien cuido, y en cuyo beneficio
me doy a esta labor, que me absorbe todo mi tiempo, y
deja en moho mi mente, no está ahora conmigo sino en
Puerto Príncipe, donde Carmen se detiene, por ver si con
su alejamiento me fuerza a ir a Cuba, y donde detiene a
mi hijo.- De esto no quiero hablarie, porque no quiero
hablarme a mi mismo. Con Guasp le mando mi Ismaelilfo,
y unos diez ejemplares, para que V. los ponga en manos
delicadas. Sí quiero que lo conozcan, por mi hijo. Gozo en
verlo famoso, y en que le hagan versos, y en que iuzca
como caballero de importancia, y príncipe de veras, en
diarios y revistas.- Un ejemplar se llevó a México Heberto.
Ahora envío a Peón y a Sánchez Solis, y a Pedro Castera,
que se ha acor- dado de mi en La Reptiblica. 3 Venero a
quien me recuerda. <Qué haré con Vd. que sé que me
ama? Por Guasp sé que es V. ahora Ministro de
Gobernación, lo cual no me extrafia, porque V. es
Ministro nato, y será Ministro siempre, y Presidente aun
cuando no lo sea. Jamás vi unido tan dichoso carácter a
alma tan hermosa, y tan perspicaz y serena inteligencia.- V. será feliz, y yo sé por qué!- Ya yo no lo seré,
porque al comenzar a rodar, se me quebró el eje de la
vida.- También quería hablar a V. largamente de un deseo
mío, que desde hace un año tengo, y que concilia afectos y
provecho, y acaso sea úlil a otros a la par que a mí.-- Pero
me da vergüenz’a hablar de cosa que puede
aprovecharme. Otra vez será.- No sé si recibió V., con
carta mia anterior, mi memoria a Manuel Ocaranza.
Pronto le enviaré en consulta mis cosas nuevas. Yo no
temo que V. me haya olvidado.- Querer a mujer es bueno;
pero acaso es mejor querer a hombre.- Esto no habla con
Lola, que con serlo tanto, no es mujer. Todos los
domingos veo aquí a Luisa, que luce en puesto de honor,
en el retrato que hizo de ella Ocaranza, en la linda casa de
mi amigo Bonalde.-¿ Cómo es que están en México, si
están tan cerca de mí? iOjalá me paguen bien lo que los
quiero! Ya no tiene tiempo para más su hermano J.
MARTI 0. C., t. 20, p. 66- 67. Cotejada con el manuscrito
original 3 Periódico de México. EL POEMA DEL
NIAGARA iPasajero, detente! iEste que traigo de la mano
no es zurcidor de rimas, ni repetidor de viejos maestros,que los son porque a nadie repitieron,- ni decidor de
amores, como aquellos que trocaron en mágicas citaras el
seno tenebroso de las traidoras góndolas de Italia, ni
gemidor de oficio, como tantos que fuerzan a los hombres
honrados a esconder sus pesares como culpas y sus
sagrados la- mentos como pueriles futilezas! Este que
viene conmigo es grande, aunque no lo sea de España, y
viene cubierto: es Juan Antonio Pérez Bonalde, que ha
escrito el Poema del Niágara. Y si me pre- guntas más de
él, curioso pasajero, te diré que se midió con un gigante y
no salió herido, sino con la lira bien puesta sobre el
hombro- porque este es el de los lidiadores buenos, que
lidian con la lira,- y con algo como aureola de triunfador
sobre la frente. Y no preguntes más, que ya es prueba
sobrada de grandeza atre- verse a medirse con gigantes;
pues el mérito no está en el éxito del acometimiento,
aunque este volvió bien de la lid, sino en el valor de
acometer. iRuines tiempos, en que no priva más arte que
el de llenar bien los graneros de la casa, y sentarse en
silla de oro, y vivir todo dorado; sin ver que la naturaleza
humana no ha de cambiar de como es, y con sacar el oro
afuera, no se hace sino quedarse sin oro alguno adentro!
iRuines tiempos, en que son méritos eximio y desusado el
amor y el ejercicio de la grandeza! iSon los hombres
ahora como ciertas damiselas, que se prendan de las
virtudes cuan- do las ven encomiadas por los demás, o
sublimadas en sonante prosa o en alados versos, mas
luego que se han abrazado a la vir- tud, que tiene forma
de cruz, la echan de sí con espanto, como si fuera mortaja
roedora que les comiera las rosas de las mejillas, y el gozo
de los besos, y ese collar de mariposas de colores que gustan de ceñirse al cuello las mujeres! iRuines tiempos, en
que los sacerdotes no merecen ya la alabanza ni la
veneración de los poe- tas, ni los poetas han comenzado
todavía a SU sacerdotes! iRuines tiempos!- ino para el
hombre en junto, que saca, como los insectos, de sí propio
la magnífica tela en que ha de pasear lue- 338 losé Martí
OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 339 go el espacio; sino para estos
jóvenes eternos; para estos sentidores exaltables
reveladores y veedores, hijos de la paz y padres de ella;
para estos creyentes fogosos, hambrientos de ternura,
devoradores de amor, mal hechos a los pies y a los
terruños, henchidos de recuer- dos de nubes y de alas,
buscadores de sus alas rotas, pobres poetas! Es su natural
oficio sacarse del pecho las águilas que en él les na- cen
sin cesar,- como brota perfumes una rosa, y da conchas la
mar y luz el sol,- y sentarse, a par que con sonidos
misteriosos acom- pañan en su lira a las viajeras, a ver
volar las águilas:- pero aho- ra el poeta ha mudado de
labor, y anda ahogando águilas. ¿Ni [en] qué vuelta irán,
si con el polvo del combate que hace un siglo empezó y
aún termina, están oscurecidas hoy las vueltas? iNi quién
las seguirá en su vuelo, si apenas tienen hoy los hombres
tiempo para beber el oro de los vasos, y cubrir de él a las
mujeres, y sacarlo de las minas? Como para mayor
ejercicio de la razón, aparece en la naturaleza
contradictorio todo lo que es lógico; por lo que viene a
suceder que esta época de elaboración y transformación
espléndidas, en que los hombres se preparan, por entre
los obstáculos que preceden a toda grandeza, a entrar en
el goce de sí mismos, y a ser reyes de reyes, es para los
poetas,- hombres magnos,- por la confusión que el cambio de estados, fe y gobiernos acarrea, época de tumulto y
de dolo- res, en que los ruidos de la batalla apagan las
melodiosas profecías de la buena ventura de tiempos
venideros, y el trasegar de los combatientes deja sin rosas
los rosales, y los vapores de la lucha opacan el brillo
suave de las estrellas en el cielo. Pero en la fábrica
universal no hay cosa pequeña que no tenga en sí todos
los gér- menes de las cosas grandes, y el cielo gira y anda
con sus tormen- tas, días y noches, y el hombre se
revuelve y marcha con sus pasio- nes, fe y amarguras; y
cuando ya no ven sus ojos las estrellas del cielo, los vuelve
a las de su alma.- De aquí esos poetas pálidos y
gemebundos; de aquí esa nueva poesía atormentada y
dolorosa; de aquí esa poesía intima, confidencial y
personal, necesaria con- secuencia de los tiempos,
ingenua y útil, como canto de hermanos, cuando brota de
una naturaleza sana y vigorosa, desmayada y ri- dícula
cuando la ensaya en sus cuerdas un sentidor flojo,
dotado, como el pavón del plumaje brillante, del don del
canto. Hembras, hembras débiles parecerían ahora los
hombres, si se dieran a apurar, coronados de guirnaldas
de rosas, en brazos de Alejandro y de Cebetes, el falerno
meloso que sazonó los festines de Horacio. Por sensual
queda en desuso la lírica pagana; y la cris- tiana, que fue
hermosa, por haber cambiado los humanos el ideal del
Cristo, mirado ayer como el más pequeño de los dioses, y
amado hoy como el más grande, acaso, de los hombres. Ni
líricos ni épicos pueden ser hoy con naturalidad y sosiego
los poetas, ni cabe más lírica que la que saca cada uno de
sí propio, como si fuera su propio ser el asunto único de
cuya existencia no tuviera dudas, o como si el problema
de la vida humana hubiera sido con tal valentía
acometido y con tal ansia investigado,- que no cabe
motivo mejor, ni más estimulante, ni más ocasionado a
profundidad y grandeza que el estudio de sí mismo. Nadie
tiene hoy su fe segura. Los mis- mos que lo creen, se
engañan. Los mismos que escriben fe se muerden,
acosados de hermosas fieras interiores, los puños con que
escriben. No hay pintor que acierte a colorear con la
nubedad y transparencia de otros tiempos la aureola
luminosa de las vírgenes, ni cantor religioso o predicador
que ponga unción y voz segura en sus estrofas y
anatemas. Todos son soldados del ejército en mar- cha. A
todos besó la misma maga. En todos está hirviendo la
san- gre nueva. Aunque se despedacen las entrañas, en su
rincón más callado están, airadas y hambrientas, la
Intranquilidad, la Insegu- ridad, la Vaga Esperanza, la
Visión Secreta. iUn inmenso hombre pálido, de rostro
enjuto, ojos llorosos y boca seca, vestido de negro, anda
con pasos graves, sin reposar ni dormir, por toda la
tierra- y se ha sentado en todos los hogares, y ha puesto
su mano trémula en todas las cabeceras! iQué golpeo en el
cerebro! iqué susto en el pecho! iqué demandar lo que no
viene! iqué no saber lo que se desea! iqué sentir a la par
deleite y náusea en el espíritu, náusea del día que muere,
deleite de alba! No hay obra permanente, porque las
obras de los tiempos de reenquiciamiento y remolde son
por esencia mudables e inquietas; no hay caminos
constantes, vislúmbranse apenas los altares nuevos,
grandes y abiertos como bosques. De todas partes
solicitan la men- te ideas diversas- y la s ideas son como
los pólipos, y como la luz de las estrellas, y como las olas
de la mar. Se anhela incesantemen- te saber algo que
confirme, o se teme saber algo que cambie las creencias
actuales. La elaboración del nuevo estado social hace
inse- gura la batalla por la existencia personal y más
recios de cumplir los deberes diarios que, no hallando
vías anchas, cambian a cada instan- te de forma y vía,
agitados del susto que produce la probabilidad o vecindad
de la miseria. Partido así el espíritu en amores contradictorios e intranquilos; alat- mado a cada instante el
concepto literario por un evangelio nuevo;
desprestigiadas y desnudas todas las imá- genes que
antes se reverenciaban; desconocidas aún las imágenes
futuras, no parece posible, en este desconcierto de la
mente, en esta revuelta vida sin vía fija, carácter definido,
ni término seguro, en este medio acerbo de las pobrezas
de la casa, y en la labor varia y medrosa que ponemos en
evitarlas, producir aquellas luengas y pacientes obras,
aquellas dilatadas historias en verso, aquellas ce- losas
imitaciones de gentes latinas que se escribían
pausadamente, año sobre año, en el reposo de la celda, en
los ocios amenos del pretendiente en corte, o en el ancho
sillón de cordobán de labor rica y tachuelas de fino oro,
en la beatífica calma que ponía en el espíritu la
certidumbre de que el buen iudio amasaba el pan, y el
buen rey daba la ley, y la madre Iglesia abrigo y
sepultura. Sólo 340 /osé Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. 1
341 en época de elementos constantes, de tipo literario
general y deter- minado, de posible tranquilidad
individual, de cauces fijos y noto- rios, es fácil la
producción de esas macizas y corpulentas obras de
ingenio que requieren sin remedio tal suma de favorables
condicio- nes. El odio acaso, que acumula y concentra,
puede aún producir naturalmente tal género de obras,
pero el amor rebosa y se esparce; y éste es tiempo de
amor, aun para los que odian. El amor entorna cantos
fugitivos, mas no produce,- por ser sentimiento
culminante y vehemente, cuya tensión fatiga y abruma,obras de reposado aliento y laboreo penoso. Y hay ahora
como un desmembramiento de la mente humana. Otros
fueron los tiempos de las vallas alzadas; este es el tiempo
de las vallas rotas. Ahora los hombres empiezan a andar
sin tropie- zos por toda la tierra; antes, apenas echaban a
andar, daban en muro de solar de señor o en bastión de
convento. Se ama a un Dios que lo penetra y lo prevale
todo. Parece profanación dar al Creador de todos los
seres y de todo lo que ha de ser, la forma de uno solo de
los seres. Como en lo humano todo el progreso consiste
acaso en volver al punto de que se partió, se está
volviendo al Cristo, al Cristo crucificado, perdonador,
cautivador, al de los pies desnudos y los brazos abiertos;
no un Cristo nefando y satánico, malevolente, odiador,
enconado, fustigante, ajusticiador, imp: o. Y estos nuevos
amores no se incuban, como antes, lentamente en celdas
silenciosas en que la soledad adorable y sublime
empollaba ideas gigantescas y radiosas; ni se llevan
ahora las ideas luengos días y años luengos en la mente,
fructificando y nutriéndose, acrecentándose con las impresiones y juicios análogos, que volaban a agruparse a
la idea madre, como los abanderados en tiempo de guerra
al montecillo en que se alza la bandera; ni de esta
prolongada preñez mental nacen ahora aquellos hijos
ciclópeos y desmesurados, dejo natural de una época de
callamiento y de repliegue, en que ias ideas habían de
convertirse en sonajas de bufón de rey, o en badajo de
campana de iglesia, o en manjar de patíbulo; y en que era
forma única de la expresión del juicio humano el chismeo
donairoso en una mala pla- za de las comedias en amor
trabadas entre las cazoletas de la es- pada y vuelos del
guardainfante de los cortejadores y hermosas de la villa.
Ahora los árboles de la selva no tienen más hojas que lenguas las ciudades; las ideas se maduran en la plaza en que
se en- señan, y andando de mano en mano, y de pie en pie.
El hablar no es pecado, sino gala; el oír no es herejía, sino
gusto, y hábito, y moda. Se tiene el oído puesto a todo;
los pensamientos, no bien germinan, ya están cargados
de flores y de frutos, y saltando en el papel, y entrándose,
como polvillo sutil, por todas las mentes: los ferrocarriles
echan abajo la selva; los diarios la selva humana. Penetra el sol por las hendiduras de los árboles viejos. Todo
es ex- pansión, comunicación, florescencia, contagio,
esparcimiento. El pe- riódico desflora las ideas
grandiosas. Las ideas no hacen familia en la mente,
como antes, ni casa, ni larga vida. Nacen a caballo, montadas en relámpago, con alas. No crecen en una mente
sola, sino por el comercio de todas. No tardan en
beneficiar, después de salida trabajosa, a número escaso
de lectores; sino que, apenas nacidas, benefician. Las
estrujan, las ponen en alto, se las ciñen como coro- na. las
clavan en picota, las erigen en ídolo, las vuelcan, las maniean. Las ideas de baja ley, aunque hayan comenzado por
brillar como de ley buena, no soportan el tráfico, el
vapuleo, la marejada, el duro tratamiento. Las ideas de
ley buena surgen a la postre, nagulladas, pero con virtud
de cura espontánea, y compactas y enteras. Con un
problema nos levantamos; nos acostamos ya con otro
problema. Las imágenes se devoran en la mente. No
alcanza el tiempo para dar forma a lo que se piensa. Se
pierden unas en otras las ideas en el mar mental, como
cuando una piedra hiere el agua azul se pierden unos en
otros los círculos del agua. Antes las ideas se erguían en
silencio en la mente como recias torres, por lo que,
cuando surgían, se las veía de lejos; hoy se salen en tropel
de los labios, como semillas de oro, que caen en suelo
hirviente; se quiebran, se radifican, se evaporan, se
malogran- joh hermoso sacrificio!- para el que las crea; se
deshacen en chispas encendidas, se desmigajan. De aquí
pequeñas obras fúlgidas; de aquí la ausen- cia de aquellas
grandes obras culminantes, sostenidas, majestuosas,
concentradas. Y acontece también que con la gran labor
común de los huma- nos, y el hábito saludabie de
examinarse, y pedirse mutuas cuentas de sus vidas, y la
necesidad gloriosa de amasar por sí el pan que se ha de
servir en los manteles, no estimula la época, ni permite
acaso la aparición aislada de entidades suprahumanas
recogidas en una única labor de índole tenida por
maravillosa y suprema. Una gran montaña parece menor
cuando está rodeada de colinas. Y esta es la época en que
las colinas se están encimando a las montañas; en que las
cumbres se van deshaciendo en llanuras; época ya cercana de la otra en que todas las llanuras serán cumbres.
Con el descenso de las eminencias suben de nivel los
llanos, lo que hará más fácil el tránsito por la tierra. Los
genios individuales se seña- lan menos, porque les va
faltando la pequeñez de los contornos que realzaban
antes tanto su estatura. Y como todos van aprendiendo a
cosechar los frutos de la naturaleza y a estimar sus flores,
tocan los antiguos maestros a menos flor y fruto, y a más
las gentes nue- vas que eran antes cohorte mera de
veneradores de los buenos co- secheros. Asístese como a
una descentralización de la inteligencia. f- fa entrado a
ser lo bello dominio de todos. Suspende el número de
buenos poetas secundarios y la escasez de poetas
eminentes so- litarios. El genio va pasando de individual
a colectivo. El hombre pierde en beneiicio de los hombres.
Se diluyen, se expanden las cualidades de los
privilegiados a la masa; lo que no placerá a los
privilegiados de alma baja, pero sí a los de corazón
gallardo y 342 Iose Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 343
generoso, que saben que no se es en la tierra, por grande
criatura que se sea, más que arena de oro, que volverá a
la fuente hermosa de oro, y reflejo de la mira del Creador.
Y como el auvernés muere en París alegre, más que de
deslum- bramiento, del mal del país, y todo hombre que se
detiene a verse anda enfermo del dulce mal del cíelo,
tienen los poetas hoy -auver- neces sencillos en Lutecia
alborotada y suntuosa -la nostalgia de la hazaña. La
guerra, antes fuente de gloria, cae en desuso, y lo que
pareció grandeza, comienza a ser crimen. La corte, antes
alber- gue de bardos de alquiler, mira con ojos asustados
a los bardos mo- dernos, que, aunque a veces arriendan la
lira, no la alquilan ya por siempre, y aun suelen no
alquilarla. Dios anda confuso; la mujer como sacada de
quicio y aturdida; pero la naturaleza enciende siem- pre
el sol solemne en medio del espacio; los dioses de los
bosques hablan todavía la lengua que no hablan ya las
divinidades de los altares; el hombre echa por los mares
sus serpientes de cabeza parlante, que de un lado se
prenden a las breñas agrestes de Ingla- terra, y de otro a
la riente costa americana; y encierra la luz de los astros
en un juguete de cristal; y lanza por sobre las aguas y por
sobre las cordilleras sus humeantes y negros tritones;- y
en el alma humana, cuando se apagan los soles que
alumbraron la tierra decenas de siglos, no se ha apagado
el sol. No hay occidente para el espíritu del hombre; no
hay más que norte, coronado de luz. La montaña acaba
en pico; en cresta la ola empinada que la tempestad
arremolina y echa al cielo; en copa el árbol; y en cima ha
de acabar la vida humana. En este cambio de quicio a que
asistimos, y en esta refacción del mundo de los hombres,
en que la vida nueva va, como los corceles briosos por los
caminos, perseguida de canes la- dradores; en este
cegamiento de las fuentes y en este anublamiento de los
dioses,- la naturaleza, el trabajo humano, y el espíritu del
hombre se abren como inexhaustos manantiales puros a
los labios sedientos de los poetas:- ivacíen de sus copas de
piedras preciosas el agrio vino viejo; y pónganlas a que se
llenen de rayos de sol, de ecos de faena, de perlas buenas
y sencillas, sacadas de lo hondo del alma,- y muevan con
sus manos febriles, a los ojos de los hom- bres asustados,
la copa sonora! De esta manera, lastimados los pies y los
ojos de ver y andar por ruinas que aún humean, reentra
en sí el poeta lírico, que siem- pre fue, en más 0 en menos,
poeta persona¡,- y pone los ojos en las batallas y
solemnidades de la naturaleza, aquel que hubiera sido en
épocas cortesanas, conventuales o sangrientas, poeta de
epopeya. La batalla está en los talleres; la gloria, en la
paz: el templo, en toda la tierra; el poema, en la
naturaleza. Cuando la vida se asiente, surgirá el Dante
venidero, no por mayor fuerza suya sobre los hom- bres
dantescos de ahora, sino por mayor fuerza del tiempo.CQué es el hombre arrogante, sino vocero de lo
desconocido, eco de lo sobrenatural, espejo de las luces
eternas, copia más o menos aca- bada del mundo en que
vive? Hoy Dante vive en sí, y de si. Ugolino roía a su hijo;
mas él, a si propio: no hay ahora mendrugo más denteado
que un alma de poeta: si se ven con los ojos del alma, sus
puños mondados y los huecos de sus alas arrancadas
manan sangre. Suspensa, pues, de súbito, la vida
histórica; harto nuevas aún y harto confusas las
instituciones nacientes para que hayan podido dar de síporque a los pueblos viene el perfume, como al vino, con
los años- elementos poéticos; sacadas al viento, al empuje
crí- tico, las raíces desmigajadas de la poesía añeja; la
vida personal dudadora, alarmada, preguntadora,
inquieta, luzbélíca; la vida ínti- ma febril, no bien
enquiciada, pujante, clamorosa, ha venido a ser el asunto
principal y, con la naturaleza, el único asunto legítimo de
la poesía moderna. iMas, cuánto trabajo cuesta hallarse
a sí mismo! El hombre ape- nas entra en el goce de la
razón que desde su cuna le oscurecen, tiene que
deshacerse para entrar verdaderamente en sí. Es un braceo hercúleo contra los obstáculos que le alza al paso su
propia naturaleza y los que amontonan las ideas
convencionales de que es, en hora menguada, y por impío
consejo, y arrogancia culpable,- alí- mentada. No hay
más difícil faena que esta de distinguir en nuestra
existencia la vida pegadiza y postadquirida, de la
espontánea y pre- natural; lo que viene con el hombre, de
lo que le añaden con sus lecciones, legados y ordenanzas
los que antes de él han venido. So pretexto de completar al
ser humano, lo interrumpen. No bien nace, ya están en pie
junto a su cuna con grandes y fuertes vendas preparadas
en las manos, las filosofías, las religiones, las pasiones de
los padres, los sistemas políticos. Y lo atan; y lo enfajan; y
el hombre es ya, por toda su vida en la tierra, un caballo
embridado. Así es la tierra ahora una vasta morada de
enmascarados. Se viene a la vida como cera, y el azar nos
vacía en moldes prehechos. Las convenciones creadas
deforman la existencia verdadera, y la verda- dera vida
viene a ser como corriente silenciosa que se desliza invisible bajo la vida aparente, no sentida a las veces por el
mismo en quien hace su obra cauta, a la manera con que
el Guadiana míste- rioso corre luengo camino
calladamente por bajo de las tierras an- daluzas.
Asegurar el albedrío humano; dejar a los espíritus su seductora forma propia; no deslucir con la imposición de
ajenos prejuicios las naturalezas vírgenes; ponerlas en
aptitud de tomar por sí lo útil, sin ofuscarlas, ni
impelerlas por una vía marcada: iHe ahí el único modo de
poblar la tierra de la generación vigorosa Y creadora que
le falta! Las redenciones han venido siendo teóricas Y
formales: es necesario que sean efectivas y esenciales. Ni
la ori- ginalidad literaria cabe, ni la libertad política
subsiste, mientras no se asegure la libertad espiritual. El
primer trabajo del hombre es reconquistarse. Urge
devolver los hombres a sí mismos: urge sacar- los del mal
gobierno de la convención que sofoca o envenena sus 344
losi Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. I 345 sentimientos,
acelera el despertar de sus sentidos, y recarga su inteligencia con un caudal pernicioso, ajeno, frío y falso.
Sólo lo genuino es fructífero. Sólo lo directo es poderoso.
Lo que otro nos lega es como manjar recalentado. Toca a
cada hombre reconstruir la vida: a poco que mire en sí, la
reconstruye. iAsesino alevoso, ingrato a Dios y enemigo
de los hombres, es el que so pretexto de dirigir a las
generaciones nuevas, les enseña un cúmulo aislado y
absoluto de doctrinas, y les predica al oído, antes que la.
dulce plática de amor, el evangelio bárbaro del odio! Reo
es de trarcron a la naturaleza el que impide, en una vía u
otra, y en cualquiera vía, el libre uso, la aplicación
directa y el espontáneo empleo de las facultades
magníficas del hombre! iEntre ahora el bravo, el buen
lancero, el ponderoso justador, el caballero de la libertad
huma- na,- que es orden magna de caballería,- el que se
viene derecha- mente, sin pujos de Valbuena ni rezagos de
Ojeda, por la poesía epica de nuestros tiempos: el que
movió al cielo las manos genero- sas en tono de plegaria,
y las sacó de la oración a modo de ánfora sonora,
henchida de estrofas opulentas y vibrantes, acariciada de
olímpicos reflejos!- El poema está en el hombre, decidido
a gustar todas las manzanas, a empujar toda la savia def
árbol del Paraíso y a trocar en hoguera confortante el
fuego de que forjó Dios en otro tiempo la espada
exterminadora! iEl poema está en la naturaleza, madre de
senos próvidos, esposa que jamás desama, oráculo que
siempre responde, poeta de mil lenguas, maga que hace
entender lo que no dice, consoladora que fortifica y
embalsama! iEntre ahora el buen bardo del Niágara, que
ha escrito un canto extraordinario y resplandeciente del
poema inacabable de la Naturaleza! iE poema del
Niágara! Lo que el Niágara cuenta; las voces del torrente;
los gemidos del alma humana; la majestad del alma universal; el diálogo titánico entre el hombre impaciente y la
naturaleza desdeñosa; el clamor desesperado de hijo de
gran padre desconocido que pide a su madre muda el
secreto de su nacimiento; el grito de todos en un solo
pecho; el tumulto del pecho que responde al bravio de las
ondas; el calor divino que enardece y encala la frente del
hombre a la faz de lo grandioso; la compenetración
profética y suavísima del hombre rebelde e ignorador y la
naturaleza fatal y reveladora, el tierno desposorio con lo
eterno, y el vertimiento de- leitoso en la creación del que
vuelve a sí el hombre ebrio de fuerza y júbilo, fuerte como
un monarca amado, ungido rey de la Na- turaleza. iE
poema del Niágara. 1 El halo de espíritu que sobrerrodea
el halo de agua de colores; la batalla de su seno, menos
fragorosa que la humana; el oleaje simultáneo de todo lo
vivo, que va a parar, empujado por lo que no se ve,
encabritándose y revolviéndose, allá en lo que no se sabe;
la ley de la existencia; lógica en fuerza de ser
incomprensible, que devasta sin acuerdo aparente
mártires y villanos, y sorbe de un hálito, como ogro
famélico, un haz de evan- gelistas, en tanto que deja
vivos en la tierra, como alimañas de boca roja que le
divierten, haces de criminales; la vía aparejada en que
estallan, chocan, se rebelan, saltan al cíelo y dan en
hondo hombres y cataratas estruendosas; el vocerio y
combate angélico del hombre arrebatado por la ley
arrolladora, que al par que cede y muere, blasfema,
agítase como titán que se sacude mundos y ruge; la voz
ronca de la cascada que ley igual empuja, y al dar en mar
o en antro, se encrespa y gime; y luego de todo, las
lágrimas que lo envuelven ahora todo, y el quejido
desgarrador del alma sola: he ahí el poema imponente
que este hombre de su tiempo vio en el Niágara. Toda esa
historia que va escrita es la de este poema. Como este
poema es obra representativa, hablar de él es hablar de la
época que representa. Los buenos eslabones dan chispas
altas. Menguadr cosa es lo relativo que no despierta el
pensamiento de lo absoluto Todo ha de hacerse de manera
que lleve la mente a lo general y a lo grande. La filosofía
no es más que el secreto de la relación de las varías
formas de existencia. Mueven el alma de este poeta los
afanes, las soledades, las amarguras, la aspiración del
genio cantor. Se presenta armado de todas armas en un
circo en donde no ve combatientes, ni estrados animados
de público tremendo, ni ve premio. Corre, cargado de
todas las armas que le pesan, en busca de batalladores.
iHalla un monte de agua que le sale al paso; y, como lleva
el pecho de combate, reta al monte de agua! Bonalde,
apenas puso los ojos sobre sí, y en su torno, viviendo en
tiempo revuelto y en tierra muy fría, se vio solo;
catecúmeno enérgico de una religión no establecida, con
el corazón necesitado de adorar, con la razón negada a la
reverencia; creyente por instinto; incrédulo por reflexión.
En vano buscó polvo digno de una frente varonil para
postrarse a rendir tributo de acatamiento; en vano trató
de hallar su puesto, en esta época en que no hay tierra
que no los haya trastocado todos, en la confusa y
acelerada batalla de los vivos; en vano, creado por mal
suyo para empresas hazañosas, y armado por el estudio
del análisis que las reprime, cuando no las prohibe o
ridiculiza, persiguió con empeño las grandes acciones de
los hombres, que tienen ahora a gala y prueba d: ánimo
fuerte, no emprender cosa mayor, sino muy suave,
productiva y hacedera. En los labios le rebosaban los
versos robustos; en la mano le vibraba acaso la espada
jamás espada;- de la libertad,- que no debiera, por cierto,
llevar en el espíritu la punzante angustia de vivir sobrado
de fuerzas sin empleo, que es como poner la savia de un
árbol en el cuerpecíllo de una hormiga. Los vientos
corrientes le batían las sienes; la sed de nuestros tiempos
le apretaba las fauces; lo pasado, itodo es castillo
solitario y armadura vacía! lo presente itodo es pregunta,
negación, cólera, blasfemia de derrota, alarido de triunfo!
lo venidero, itodo está oscurecido por el polvo y vapor de
la batalla! 346 losé Mndí OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 347 Y
fatigado de buscar en vano hazañas en los hombres, fue el
poeta a saludar la hazaña de la Naturaleza. Y se
entendieron. El torrente prestó su voz al poeta; el poeta su
gemido de dolor a la maravilla rugidora. Del encuentro
stibito de un espíritu ingenuo y de un espectáculo
sorprendente, surgió este poema palpitante, desbordado,
exuberante, lujoso. Acá desmaya, por- que los labios
sajan las ideas, en vez de darles forma. Allá se encumbra, porque hay ideas tales, que pasan por sobre los
labios, como por sobre valla de carrizos. El poema tiene el
alarde pindárico, el vuelo herediano, rebeldes curvas,
arrogantes reboses, lujosos alzamientos, cóleras
heroicas. El poema ama, no se asombra. No se espanta,
llama. Riega todas las lágrimas del pecho. Increpa,
golpea, implora. Yergue todas las soberbias de la mente.
Empuñaría sin miedo el cetro de la sombra. Ase la niebla,
rásgala, penétrala. LEVO- ca al Dios del antro: húndese
en la cueva limosa; enfríase en torno suyo el aire; resurge
coronado de luz: canta el hosanna! La luz es el gozo
supremo de los hombres.- Ya pinta el río sonoro,
turbulento, despeñado, roto en polvo de plata, evaporado
en humo de colores, Las estrofas son cuadros; ora ráfagas
de ventisquero: ora columnas de fuego, ora relámpagos.
Ya Luzbel, ya Prometeo, ya Icaro. Es nuestro tiempo,
enfrente de nuestra naturaleza. Ser eso, es dado a pocos.
Contó a la Naturaleza los dolores del hombre moderno. Y
fue pujante, porque fue sincero. Montó en carroza de oro.
Este poema fue impresión, choque, golpe de ala, obra
genuina, rapto súbito. Vese aún a trechos al estudiador
que lee, el cual es personaje importuno en estos choques
del hombre y la Naturaleza; pero por sobre él salta, por
buena fortuna, gallardo y atrevido, el hombre. El gemidor
asoma; pero el sentidor vehemente vence. Nada le dice el
torrente, que lo dice todo; pero a poco pone bien el oído, y
a despecho de los libros de duda, que le alzan muralla, lo
oye todo. Las ideas potentes se enciman, se precipitan, se
cobijan, se empujan, se entrelazan. Acá el consonante las
magulla; el conso- nante magulla siempre;- allá las
prolonga, con lo cual las daña; por lo común, la idea
abundosa y encendida encaja noblemente en el verso
centelleante. Todo el poeta se salió a estos versos; la
majestad evoca y pone en pie todo lo majestuoso. Su
estrofa fue esta vez como la ola que nace del mar agitado,
y crece al paso con el encuentro de otras olas, y se
empina, y se enrosca, y se despliega ruidosamente, y va a
morir en espuma sonante y círculos irregulares y
rebeldes no sujetos a forma ni extensión; acá enseñoreándose de la arena y tendiéndose sobre ella como
triunfador que echa su mano sobre la prisionera que hace
su cautiva; allá besando mansamente los bordes
cincelados de la piedra marina caprichosa: quebrándose
acullá en haces de polvo contra la arista enhiesta de las
rocas. Su irregularidad le viene de su fuerza, La
perfección de la forma se consigue casi siempre a costa de
la perfec- ción de la idea. Pues el rayo iobedece a marcha
precisa en su ca- mino? iCuándo fue jaca de tiro más
hermosa que potro en la dehesa? Una tempestad es más
bella que una locomotora. Señalanse por sus desbordes y
turbulencias las obras que arrancan derechamente de lo
profundo de las almas magnas. Y Pérez Bonalde ama su
lengua, y la acaricia, y la castiga; que no hay placer como
este de saber de dónde viene cada palabra que se usa, y a
cuánto alcanza, ni hay nada mejor para agrandar y
robustecer la mente que el estudio esmerado y la
aplicación oportu- na del lenguaje. Siente uno, luego de
escribir, orgullo de escultor y de pintor. Es la dicción de
este poema redonda y hermosa; ]a fac- tura amplia; el
lienzo extenso; los colores a prueba de sol. La frase llega a
alto, como que viene de hondo, y cae rota en colores, o
ple- gada con majestad, o fragorosa como las aguas que
retrata. A veces, con la prisa de alcanzar la imagen
fugitiva, el verso queda sin concluir, o concluido con
premura. Pero la alteza es constante. Hay ola, y ala.
Mima Pérez Bonalde lo que escribe; pero no es, ni quiere
serlo, poeta cincelador. Gusta, por descontado, de que el
verso brote de su pluma sonoro, bien acuñado, acicalado,
mas no se pondrá como otros frente al verso, con martillo
de oro y buril de plata, y enseres de cortar y de sajar, a
mellar aquí un extremo, a fortificar allí una juntura, a
abrillantar y redondear la joya, sin ver que si el diamante
sufre talla, moriría la perla de ella. El verso es perla. No
han de ser los versos como la rosa centifolia, toda llena de
ho- jas, sino como el jazmín del Malabar, muy cargado. de
esencias. La hoja debe ser nítida, perfumada, sólida,
tersa. Cada vasilo suyo ha de ser un vaso de aromas. El
verso, por dondequiera que se quiebre, ha de dar luz y
perfume. Han de podarse de la lengua poética, como del
árbol, todo los retoños entecos, o amarillentos, o mal
nacidos, y no dejar más que los sanos y robustos, con lo
que, con menos hojas, se alza con más gallardía la rama,
y pasea en ella con más libertad la brisa y nace mejor el
fruto. Pulir es bueno, mas dentro de la mente y antes de
sacar el verso al labio. El verso hierve en la mente, como
en la cuba el mosto. Mas ni el vino mejora, luego de hecho,
por añadirle alcoholes y taninos; ni se aquilata el verso,
luego de nacido, por engalanarlo con adita- mentos y
aderezos. Ha de ser hecho de una pieza, ii de una sola
inspiración, porque no es obra de artesano que tra aja a
cordel, sino de hombre en cuyo seno anidan cóndores, que
ha de aprovechar el aleteo del cóndor. Y así brotó de
Bonalde este poema, y es una de sus fuerzas; fue hecho de
una pieza. iOh! iesa tarea de recorte, esa mutilación de
nuestros hijos, ese trueque de plectro del poeta por el
bisturi del disector! Así que- dan los versos pulidos:
deformes y muertos. Como cada palabra ha de ir cargada
de su propio espíritu y llevar caudal suyo al verso,
mermar palabras es mermar espíritu, y cambiarlas es
rehervir el mosto, que, como el café, no ha de ser
rehervido. Se queja el alma del verso, como maltratada,
de estos golpes de cincel. Y no parece 348 losé Martí
OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 349 cuadro de Vinci, sino
mosaico de Pompeya. Caballo de paseo no gana batallas.
No está en el divorcio el remedio de los males del
matrimonio, sino en escoger bien la dama y en no cegar a
des- tiempo en cuanto a las causas reales de la unión. Ni
en el pulimento esta la bondad del verso, sino en que
nazca ya alado y sonante. No se dé por hecho el verso, en
espera de acabarle luego, cuando aun no esté acabado;
que luego se le rematará en apariencia, mas no
verdaderamente, ni con ese encanto de cosa virgen que
tiene el verso que no ha sido sajado ni trastrojado. Porque
el trigo es más fuerte que el verso, y se quiebra y amala
cuando lo cambian muchas veces de troje. Cuando el
verso quede por hecho ha de estar armado de todas
armas, con coraza dura y sonante, y de penacho blanco
rematado el buen casco de acero reluciente. Que aun con
todo esto, como pajas perdidas que con el gusto del
perfume no se cuidó de recoger cuando se abrió la caja de
per- fumería, quedaron sueltos algunos cabos, que bien
pudieran rema- tarse; que acá sobra un epíteto; que aquí
asoma un asonante ino- portuno; que acullá ostenta su
voluta caprichosa un esdrújulo osado; que a cual verso le
salió corta el ala, lo que en verdad no es cosa de gran
monta en esta junta de versos sobrados de alas grandes;
que como dejo natural del tiempo, aparecen en aquella y
esta estro- fa, como fuegos de San Telmo en cielo
sembrado de astros, gemidos de contagio y
desesperanzas; iea! que bien puede ser, pero esa
menudencia es faena de pedantes. Quien va en busca de
montes, no se detiene a recoger las piedras del camino.
Saluda el sol, y acata al monte. Estas son confidencias de
sobremesa. Esas cosas se dicen al oído. Pues; 1 quién no
sabe que la lengua es jinete del pensamien- to, y no su
caballo? La imperfección de la lengua humana para
expresar cabalmente los juicios, afectos y designios del
hombre es una prueba períecta y absoluta de la necesidad
de una existencia venidera. Y aquí viene bien que yo
conforte el alma, algún momento aba- tida y azorada de
este gallardísimo poeta; que yo le asegure lo que él anhela
saber; que vacíe en él la ciencia que en mí han puesto la
mirada primera de los niños, colérica como quien entra
en casa mezquina viniendo de palacio, y la última mirada
de los moribun- dos, que es una cita, y no una despedida.
Bonalde mismo no niega, sino que inquiere. No tiene fe
absoluta en la vida próxima; pero no tiene duda absoluta.
Cuando se pregunta desesperado qué ha de ser él, queda
tranquilo, como si hubiera oído lo que no dice. Saca fe en
lo eterno de los coloquios en que bravamente lo interroga.
En vano teme él morir cuando ponga al fin la cabeza en la
almohada de tierra. En vano el eco que juega con las
palabras,- porque la na- turaleza parece, como el Creador
mismo, celosa de sus mejores criaturas, y gusta de
ofuscarles el juicio que les dio,- le responde que nada
sobrevive a la hora que nos parece la postrera. El eco en el
alma dice cosa más honda que el eco del torrente. Ni hay
torrente como nuestra alma. iNo! iia vida humana no es
toda la vida! La tumba es vía y no término. La mente no
podría concebir lo que no fuera capaz de realizar; la
existencia no puede ser juguete abominable de un loco
maligno. Sale el hombre de la vida, como tela plegada,
ganosa de lucir sus colores, en busca de marco; como
nave gallarda, ansiosa de andar mundos, que al fin se da
a los mares. La muerte es júbilo, reznudamiento, tarea
nueva. La vida humana sería una invención repugnante y
bárbara, si estuviera limitada a la vida en la tierra. Pues
iqué es nuestro cerebro, sementera de proezas, sino
anuncio del país cierto en que han de rematarse? Nace el
árbol en la tierra, y halla atmósfera en que extender sus
ramás; y el agua en la honda madre, y tiene cauce en
donde echar sus fuentes; y nacerán las ideas de justicia en
la mente, las jubilo- sas ansias de no cumplidos
sacrificios, el acabado programa de ha- zañas
espirituales, los deleites que acompañan a la imaginación
de una vida pura y honesta, imposible de logro en la
tierra-¿ y no tendrá espacio en que tender al aire su
ramaje esta arboleda de oro? <Qué es más el hombre al
morir, por mucho que haya trabajado en vida, que
gigante que ha vivido condenado a tejer cestos de monje y
fabricar nidillos de jilguero? <Qué ha de ser del espíritu
tierno y rebosante que, falto de empleo fructífero, se
refugia en sí mismo, y sale integro y no empleado de la
tierra?- Este poeta ven- turoso no ha entrado aún en los
senos amargos de la vida. No ha sufrido bastante. Del
sufrimiento, como el halo de la Luz, brota la fe en la
existencia venidera. Ha vivido con la mente, que ofusca; y
con el amor, que a veces desengaña; fáltale aún vivir con
el dolor que conforta, acrisola y esclarece. Pues iqué es el
poeta, sino a! i- mento vivo de la llama con que alumbra?
iEcha su cuerpo a la hoguera, y el humo al cielo, y la
claridad del incendio maraviikw se esparce, como un
suave calor, por toda la tierra! Bien hayas, poeta sincero
y honrado que te alimentas de ti mis- mo.- iHe aquí una
lira que vibra! iHe aquí un poeta que se palpa el corazón,
que lucha con la mano vuelta al cielo, y pone a los aires
vivos la arrogante frente! iHe aquí un hombre, maravilla
de arte sumo, y fruto raro en esta tierra de hombres! He
aquí un vigoroso braceador que ponc el pie seguro, la
mente avarienta, y los ojos ansiosos y serenos en ese haz
de despojos de templos, y muros apun- talados, y
cadáveres dorados, y alas hechas de cadenas, de .que, con
afán siniestro, se aprovechan hoy tantos arteros
batalladores para rehacer prisiones al hombre moderno.- El no persigue a la poesía, breve espuma de mar hondo,
que sólo sale a flote cuando haya mar hondo, y voluble
coqueta que no cuida de sus cortejado, res, ni dispensa a
los importunos sus caprichos. El aguardó la hora alta, en
que el cuerpo se agiganta y los ojos se inundan de llanto,
y de embriaguez el pecho, y se hincha la vela de la vida,
como lona de barco, a vientos desconocidos, y se anda
naturalmente a paso de monte. EI aire de la tempestad es
suyo, y ve en él luces, y abismos bordados de fuego que
se entreabren, y místicas promesas. En este poema, abrió
su seno atormentado al aire puro, los brazos trémulos al
oráculo piadoso, la frente enardecida a las caricias
aquietadoras de la sagrada naturaleza. Fue libre,
ingenuo, humilde, preguntador, señor de si, caballero del
espíritu. iQuiénes son los soberbios que se arrogan el
derecho de enfrenar cosa que nace libre, de sofocar la
llama que enciende la naturaleza, de privar del ejercicio
natural de sus facultades a criatura tan augusta como el
ser humano? jQuié- nes son esos búhos que vigilan la
cuna de los recién nacrdos y beben en su lámpara de oro
el aceite de la vida? CQuiénes son esos alcaides de la
mente, que tienen en prisión de dobles rejas al alma, esta
gallarda castellana? iHabrá blasfemo mayor que el que,
so pretexto de entender a Dios, se arroja a corregir la
obra divina? )Oh Libertad! fno manches nunca tu túnica
blanca, para que no tenga miedo de ti el recién nacido!iBien hayas tú, Poeta del Torrente, que osas ser libre en
una época de esclavos pretenciosos, porque de tal modo
están acostumbrados los hombres a la servi- dumbre, que
cuando han dejado de ser esclavos de la reyecía, comienzan ahora, con más indecoroso humillamiento, a ser
esclavos de la Libertad! iBien hayas, cantor ilustre, y ve
que sé qué vale esta palabra que te digo! iBien hayas tú,
señor de espada de fuego, jinete de caballo de alas,
rapsoda de lira de roble, hombre que abres tu seno a la
Naturaleza! Cultiva lo magno, puesto que trajiste a la
tierra todos los aprestos del cultivo. Deja a los pequeños
otras pequeñeces. Muévante siempre estos solemnes
vientos. Pon de lado las huecas rimas de uso, ensartadas
de perlas y matizadas con flores de artificio, que suelen
ser más juego de la mano y divertimiento del ocioso
ingenio que llamarada del alma y hazaña digna de los
magnates de la mente. Junta en haz alto, y echa al fuego,
pesares de contagio, tibiedades latinas, rimas reflejas,
dudas ajenas, males de libros, fe prescrita, y caliéntate a
la llama salu- dable del frío de estos tiempos dolorosos en
que, despierta ya en la mente la criatura adormecida,
están todos los hombres de pie sobre la tierra, apretados
los labios, desnudo el pecho bravo y vuel- to el puño al
cielo, demandando a la vida su secreto. JOSE MARTI
Nueva York, 1882 Prólogo a la segunda edicih de El
poema del Nitigara, de Juan Antonio Pérez Bonalde,
Nueva York, 1883. 0. C.. t. 7, p. 223- 238. VERSOS LIBRES
Mis versos Estos son mis versos. Son como son. A nadie
los pedí prestados. Mientras no pude encerrar íntegras
mis visiones en una forma ade- cuada a ellas, dejé volar
mis visiones: oh, cuánto áureo amigo, que ya nunca ha
vuelto! Pero la poesía tiene su honradez, y yo he que- rido
siempre ser honrado. Recortar versos, también sé, pero
no quiero. Así como cada hombre trae su fisonomía, cada
inspiración trae su lenguaje. Amo las sonoridades
difíciles, el verso escultórico, vibrante como la porcelana,
volador como un ave, ardiente y arro- llador como una
lengua de lava. El verso ha de ser como una espa- da
reluciente, que deja a los espectadores la memoria de un
guerre- ro que va camino al cielo, y al envainarla en el
sol, se rompe en alas. Tajos son estos de mis propias
entrañas,- mis guerreros.- Nin- guno me ha salido
recalentado, artificioso, recompuesto, de la men- te; sino
como las lágrimas salen de los ojos y la sangre sale a
borbotones de la herida. No zurcí de este y aquel, sino sajé
en mí mismo. Van escritos no en tinta de Academia, sino
en mi propia sangre. Lo que aqui doy a ver lo he visto
antes (yo lo he visto, yo)- Y he visto mucho más, que huyó
sin darme tiempo a que copiara sus rasgos.- De la
extrañeza, singularidad, prisa, amontonamiento,
arrebato de mis visiones, yo mismo tuve la culpa, que las
he hecho surgir ante mí como las copio. De la copia, yo
soy el responsable. Hallé quebran- tadas las vestiduras, y
otras no y usé de estos colores. Ya sé que no son usados.Amo las sonoridades difíciles y la sinceridad, aun- que
pueda parecer brutal. Todo lo que han de decir ya lo sé, lo
he meditado completo, y me lo tengo contestado.- He
querido ser leal, y si pequé, no me arrepiento de haber
pecado. PC. Ed. c., t. 1, p. 57. 352 IosC Marti OBRAS
ESCOCIDAS. T. 1 353 Académica Ven, mi caballo, a que te
encinche: quieren Que no con garbo natural el coso Al
sabio impulso corras de la vida, Sino que el paso de la
pista aprendas, Y la lengua del látigo, y sumiso Des a la
silla el arrogante lomo:- Ven, mi caballo: dicen que en el
pecho Lo que es cierto, no es cierto: que la estrofa fgnea
que en lo hondo de las almas nace, Como penacho de
fontana pura Que el blando manto de la tierra rompe Y en
gotas mil arreboladas cuelga, No ha de cantarse, no, sino
las pautas Que en moldecillo azucarado y hueco
Encasacados dómines dibujan: Y gritan: “Al bribón!” cuando a las puertas Del templo augusto un hombre libre
asoma!- Ven, mi caballo; con tu casco limpio A yerba
nueva y flor de llano oliente, Cinchas estruja, lanza sobre
un tronco Seco y piadoso, donde el sol la avive, Del
repintado dómine la chupa, De hojas de antaño y de
romanas rosas Orlada, y deslucidas joyas griegas,- Y al
sol del alba en que la tierra rompe Echa arrogante por el
orbe nuevo. PC. Ed. c. t. 1, p. 61. Pollice verso + [Memoria
de presidio] Sí! yo también, desnuda la cabeza De tocado
y cabellos, y al tobillo Una cadena lurda, heme
arrastrado Entre un montón de sierpes, que revueltas
Sobre sus vicios negros, parecían Esos gusanos de pesado
vientre Y ojos viscosos, que en hedionda cuba De pardo
lodo lentos se revuelcan! Y yo pasé, sereno entre los viles,
Cual si en mis manos, como en ruego juntas, Las anchas
alas púdicas abriese Una paloma blanca. Y aún me aterro
De ver con el recuerdo lo que he visto Una vez con mis
ojos. Y espantado, Póngome en pie, cual a emprender la
fuga!- iRecuerdos hay que queman la memoria! iZarzal es
la memoria: mas la mía Es un cesto de llamas! A su
lumbre El porvenir de mi nación preveo; Y lloro: Hay
leyes en la mente, leyes Cual las del río, el mar, la piedra,
el astro, Asperas y fatales: ese almendro Que con su rama
oscura en flor sombrea Mi alta ventana, viene de semilla
De almendro; y ese rico globo de oro De dulce y
perfumoso jugo lleno Que en blanca fuente una niñuela
cara, Flor del destierro, cándida me brinda, Naranja es, y
vino de naranjo:- Y el suelo triste en que se siembran
lágrimas Dará árbol de lhgrimas. La culpa Es madre del
castigo. No es la vida Copa de mago que el capricho torna
En hiel para los míseros, y en férvido Tokay para el feliz.
La vida es grave,- Porción del Universo, frase unida A
frase colosal, sierva ligada A un carro de oro, que a los
ojos mismos De los que arrastra en rápida carrera
Ocúltase en el áureo polvo,- sierva Con escondidas
riendas ponderosas A la incansable eternidad atada! ’ De
este poema existen tres manuscrftos a los que
convencionafmente Itamare- mas A, B y C, sin que pueda
determinarse con exactitud el orden de los mismos. El ms.
A, subtitulado “Memoria de presidio”, aparece en tres
hojas de libreta rayadas, tscritas por las dos caras (salvo
la ultima hoja) con tinta negra; sus bordes están
chamuscados, lo que puede explicar la apariencia de
.mayor anti- güedad en relación con los otros
manuscritos. En el margen superior izquierdo de su
primera hoja se lee: “Flores del cielo” “Pomona”, “Isla
famosa”. El ms B fo forman cuatro hojas escritas en tinta
roja por una sola cara numeradas del 10 al 13. El ms. C
aparece en dos hojas de papel legal, escritas con tinta
morada Por. las dos caras la última de las cuales contiene
apuntes a lápiz en ingles. Su cahgrafia es la más
esmerada y en general arece copia, con ligeras
diferencias, del ms. B. Presentamos el ms. A como pon le
versión definitiva, rectificando el 4 error cometido por
ediciones anteriores en la ordenación de las hojas. 354
losé Martí Circo la tierra es, como el Romano; Y junto a
cada cuna una invisible Panoplia al hombre aguarda,
donde lucen Cual daga cruel que hiere al que la blande,
Los vicios, y cual límpidos escudos Las virtudes: la vida es
fa ancha arena, Y los hombres esclavos gladiadores,- Mas
el pueblo y el rey, callados miran De grada excelsa, en la
desierta sombra. Pero miran! Y a aquel que en la
contienda Bajó el escudo, o lo dejó de fado, 0 suplicó
cobarde, o abrió el pecho Laxo y servil a la enconosa daga
Del enemigo, las vestales rudas Desde el sitial de la
implacable piedra Condenan a morir, polfice verso, Y
hasta el pomo ruin la daga hundida, Al flojo gladiador
clava en la arena. iAlza, oh pueblo, el escudo, porque es
grave Cosa esta vida, y cada acción es culpa Que como
aro servil se lleva luego Cerrado al cuello, o premio
generoso Que del futuro mal próvido libra! tiVeis los
esclavos? Como cuerpos muertos Atados en racimo, a
vuestra espalda Irán vida tras vida, y con fas frentes
Pálidas y angustiadas, fa sombría Carga en vano
halaréis, hasta que el viento De vuestra pena bárbara
apiadado, Los átomos postreros evapore! iOh qué visión
tremenda! joh qué terrible Procesión de culpables! Como
en llano Negro los miro, torvos, anhelosos, Sin fruta el
arbolar, secos fos píos Bejucos, por comarca funeraria
Donde ni el sol da luz, ni el árbol sombra! Y bogan en
silencio, como en magno Occeano sin agua, y a la frente
Llevan, cual yugo el buey, la cuerda uncida, Y a la zaga,
listado del cuerpo flaco De hondos azotes, el montón de
siervos! ¿Veis las carrozas, las ropillas blancas Risueñas
y ligeras, el luciente “? r ‘. L ESCOGIDAS. T. I 355 Corcel
de crin trenzada y riendas ricas, Y la albarda de plata
suntuosa Prendida, y el menudo zapatillo Cárcel a un
tiempo de los pies y el alma? iPues ved que los extraños os
desdeñan Como a raza ruin, menguada y floja! PC. Ed. c.,
t. 1, p. 62- 64. Al buen Pedro Dicen, buen Pedro, que de mí
murmuras Porque tras mis orejas el cabello En crespas
ondas su caudal levanta: iDiles, bribón, que mientras tú
en festines En rubios caldos y en fragantes pomas, Entre
mancebas del astuto Norte, De tus esclavos el sudor
sangriento Torcido en oro bebes descuidado,- Pensativo,
febril, pálido, grave, Mi pan rebano en solitaria mesa
Pidiendo joh triste! al aire sordo modo De libertar de su
infortunio al siervo Y de tu infamia a tí!- Y en estos lances,
Suéleme, Pedro, en la apretada bolsa Faltar la monedilla
que reclama Con sus húmedas manos el barbero. PC. Ed.
c.. t. 1, p. 66. Hierro l Ganado tengo el pan: hágase el
verso,- Y en su comercio dulce se ejercite La mano, que
cual prófugo perdido Entre oscuras malezas, o quien lleva
A rastra enorme peso, andaba ha poco l Titulado por
Marti anteriorrirenfe “Hora de vuelo”. 356 Jos2 .Uarlí Sumas hilando y revolviendo cifras. Bardo ;consejo.
qukres? pues descuelga De la pálida espalda
ensangrentada El arpa dívea, acalla los sollozos Que a tu
garganta como mar en furia Se agolparán, y en la
madera rica Taja plumillas de escritorio, y echa Las
cuerdas rotas al movible viento. Oh, alma! oh alma
buena! mal oficio Tienes!: postrate, calla, cede, lame
Manos de potentado, ensalza, excusa Defectos, tenlos -que
es mejor manera De excusarlos, y mansa y temerosa
Vicios celebra, encumbra vanidades: Verás entonces,
alma, cuál se trueca En plato de oro rico tu desnudo Plato
de pobre! Pero guarda ioh alma! Que usan los hombres
hoy oro empanado! Ni de esos cures, que fabrican de oro
Sus joyas el bribón y el barbilindo: Las armas no,- las
armas son de hierro! Mi mal es rudo: la ciudad lo
encona: Lo alivia el campo inmenso; jotro más vasto Lo
aliviará mejor! -Y las oscuras Tardes me atraen, cual si
mi patria fuera La dilatada sombra. iOh verso amigo:
Muero de soledad, de amor me muero! No de vulgar
amor; estos amores Envenenan y ofuscan: no es hermosa
La fruta en la mujer, sino la estrella. La tierra ha de ser
luz, y todo vivo Debe en torno de sí dar lumbre de astro.
iOh, estas damas de muestra! oh, estas copas De carne!
oh, estas siervas, ante el dueño Que las enjoya o
estremece echadas! iTe digo, oh verso, que los dientes
duelen De comer de esta carne! Es de inefable Amor del
que yo muero, -del muy dulce Menester- de llevar, como se
lleva OBRAS ESCOGID. 4S T 1 357 Cn niño tierno en las
cuidadosas manos, Cuanto de bello y triste ven mis ojos.
Del sueño, que las fuerzas no repara Sino de los dichosos,
y a los tristes El duro humor y la fatiga aumenta, Salto, al
Sol, como un ebrio. Con las manos Mi frente oprimo, y de
los turbios ojos Brota raudal de lágrimas. !Y miro El Sol
tan bello, y mi desierta alcoba, Y mi virtud inútil, y las
fuerzas Que cual tropel famélico de hirsutas Fieras saltan
de mí buscando empleo;- Y el aire hueco palpo, y en el
muro Frío y desnudo el cuerpo vacilante Apoyo, y en el
cráneo estremecido En agonía flota el pensamiento, Cual
leño de bajel despedazado Que el mar en furia a playa
ardiente arroja! iSólo las flores del paterno prado Tienen
olor! iSólo las seibas patrias Del sol amparan! Como en
vaga nube Por suelo extraño se anda: las miradas
Injurias nos parecen, y el sol mismo, Más que en grato
calor, enciende en ira! iNo de voces queridas puebla el eco
Los aires de otras tierras: y no vuelan Del arbolar espeso
entre las ramas Los pálidos espíritus amados! De carne
viva y profanadas frutas Viven los hombres, -iay! mas el
procripto De sus entrañas propias se alimenta! iTiranos:
desterrad a los que alcanzan El honor de vuestro odio: -ya
son muertos! Valiera más loh bárbaros! que al punto De
arrebatarlos al hogar, hundiera En lo más hondo de su
pecho honrado Vuestro esbirro más cruel su hoja más
dura! Grato es morir: horrible, vivir muerto. Mas no!
mas no! La dicha es una prenda De compasión de la
fortuna al triste Que no sabe domarla: a sus mejores 358
Sos4 Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 359 Hijos desgracias
da Naturaleza: Fecunda el hierro al llano, el golpe al
hierro! N. York 4 de agosto. PC. Ed. c., t. 1, p, 67- 69.
Canto de oto& Bien: ya 10 sé!:- la Muerte está sentada A
mis umbrales; cautelosa viene, Porque sus llantos y su
amor no apronten En mi defensa, cuando lejos viven
Padres e hijo.- Al retornar ceñudo De mi estéril labor,
triste y oscura, Con que a mi casa del invierno abrigo,- De
pie sobre las hojas amarillas, En la mano fatal la flor del
sueño, La negra toca en alas rematada, Avido el rostro,trémulo la miro Cada tarde aguardándome a mi puerta.
En mi hijo pienso,- y de la dama oscura Huyo sin fuerzas,
devorado el pecho De un frenético amor! Mujer más bella
No hay que la muerte!: por un beso suyo Bosques espesos
de laureles varios, Y las adelfas del amor, y el gozo De
remembrarme mis niñeces diera! . .. Pienso en aquel a
quien mi amor culpable Trajo a vivir-,- y, sollozando,
esquivo De mi amada los brazos:- mas ya gozo De la
aurora perenne el bien seguro. Oh, vida, adiós!:- quien va
amorir, va muerto. Oh, duelos con la sombra: oh,
pobladores Ocultos del espacio: oh, formidables Gigantes
que a los vivos espantados Mueven, dirigen, postran,
precipitan! Oh, cónclave de jueces, blandos sólo A la
virtud, que en nube tenebrosa, En grueso manto de oro
recogidos, Y duros como peña, aguardan torvos A que al
volver de la batalla rindan -Como el frutal sus frutos- De
sus obras de paz los hombres cuenta, De sus divinas
alas!... de los nuevos Arboles que sembraron, de las tristes
Lágrimas que enjugaron, de las fosas Que a los tigres y
víboras abrieron, Y de las fortalezas eminentes Que al
amor de los hombres levantaron! iEsta es la dama, el Rey,
la patria, el premio Apetecido, la arrogante mora Que a
su brusco señor cautiva espera Llorando en la desierta
barbacana!: Este el santo Salem, este el Sepulcro De los
hombres modernos:- no se vierta Más sangre que la
propia! No se bata Sino al que odie al amor! Unjanse resto
Soldados del amor los hombres to os!: 0 La tierra entera
marcha a la conquista De este rey y señor, que guarda el
cielo! . .. Viles. El que es traidor a sus deberes, Muere
como un traidor, del golpe propio De su arma ociosa el
pecho atravesado! Ved que no acaba el drama de la vida
En esta parte oscura! ved que luego Tras la losa de
mármol o la blanda Cortina de humo y césped se reanuda
El drama portentoso! y ved, oh viles, Que los buenos, los
tristes, los burlados, Serán en la otra parte burladores1
Otros de lirio y sangre se alimenten: Yo no! yo no!: los
lóbregos espacios Rasgué desde mi infancia con los tristes
Penetradores ojos; el misterio En un hora feliz de sueño
acaso De los jueces así, y amé la vida Porque del doloroso
mal me salva De volverla a vivir. Alegremente El peso
eché del infortunio al hombro: Porque el que en huelga y
regocijo vive Y huye el dolor, y esquiva las sabrosas
Penas de la virtud,- irá confuso Del frío y torvo juez a la
sentencia, Cual soldado cobarde que en herrumbre Dejó
las nobles armas: y los jueces 360 rose Marti OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 361 No en su dosel le ampararán, no en
brazos Lo encumbrarán, mas lo echarán altivos -4 odiar,
a amar, y batallar de nuevo En la fogosa sofocante arena!
Oh! qué mortal que se asomó a la vida Vivir de nuevo
auiere?... . Puede ansiosa La Muerte, pues, de pie en las
hojas secas, Esperarme a mi umbral con cada turbia
Tarde de otoño, y silenciosa puede Irme tejiendo con
helados CODOS Mi manto funeral. . No di al olvido Las
armas del amor: no de otra pfirpura Vestí que de mi
sangre: abre los brazos, L. isto estoy, madre Muerte: al
juez me lleva1 Hijoi... Qué imagen miro? qué llorosa
Visión rompe la sombra, y blandamente Como con luz de
estrella la ilumina? Hijo!... qué me demandan tus abiertos
Brazos? a qué descubres tu afligido Pecho? por qué me
muestras tus desnudos Pies, aún no heridos, y las blancas
manos Vuelves a mí, tristísimo gimiendo?,.. Cesa! calla!
reposa! vive!: el padre No ha de morir hasta que a la
ardua lucha Rico de todas armas lance al hijo!- Ven, oh mi
hijuelo, y que tus alas blancas De los abrazos de la muerte
oscura Y de su manto funeral me libren! los echó en el
pozo, y él se echó tras ellos. Dicen que Schwerzmann obró
en un momento de locura! ’ -“ Telegrama publicado en N.
York. Dicen que un suizo, de cabello rubio Y ojos secos y
cóncavos, mirando Con desolado amor a sus tres hijos,
Besó sus pies, sus manos, sus delgadas, Secas, enfermas,
amarillas manos:- Y súbito, tremendo, cual airada Tigre
que al cazador sus hijos roba, Dio con los tres, y con sí
mismo luego, En hondo pozo,- y los robó a la vida! Dicen
que el bosque iluminó radiante Una rojiza luz, y que a la
boca Del pozo oscuro,- sueltos los cabellos, Cual corona de
llamas que al monarca Doloroso, al humano, sólo al
borde Del antro funeral la sien desciñe,- La mano ruda a
un tronco seco asida,- Contra el pecho huesoso, que sus
uñas Mismas sajaron, los hijuelos mudos Por su brazo
sujetos, como en noche De tempestad las aves en su nido,El alma a Dios, los ojos a la selva, Retaba el suizo al cielo,
y en su torno Pareció que la tierra iluminaba Luz de
héroe, y que el reino de la sombra La muerte de un
gigante estremecfa! PC. Ed. c., t. 1, p. 70- 72. New York.
1882 El padre suizo y cinco años los otros, al borde de un
pozo, y Little Rock, Arkansas, setiembre l.-“ El miércoles
por la noche, cerca de París, condado de Legan, un suizo,
llamado Edward Schewerzmaqn, llevó a sus tres hijos, de
dieciocho meses el uno, Y cuatro iPadre sublime, espíritu
supremo Que por salvar los delicados hombros De sus
hijuelos, de la carga dura De la vida sin fe, sin patria,
torva Vida sin fin seguro y cauce abierto, Sobre sus
hombros colosales puso De su crimen feroz la carga
horrenda! Los árboles temblaban, y en su pecho Huesoso,
los seis ojos espantados De los pálidos niños, seis estrellas
Para guiar al padre iluminadas, Por el reino del crimen,
parecían! iVe, bravo! ve, gigante! ve, amoroso Loco! y las
venenosas zarzas pisa 362 Jose Marti OBRAS
ESCOCIDAS T. 1 363 Que roen como Gsigos las plantas Del
criminal, en el dominio lóbrego Donde andan sin cesar los
asesinos! iVe!- que las seis estrellas luminosas Te
seguirán, y te guiarán, y ayuda A tus hombros darán
cuantos hubieran Bebido el vino amargo de la vida! PC.
Ed. c., t. 1, p. 73- 74. Flores del cielo Leí estos dos versos
de Ronsard: “Je vous envoye un bou uet que ma main
Vient de trier de ces leurs épanouies”, 9 y escribí esto:
Flores? No quiero flores! Las del cielo Quisiera yo segar!
Cruja, cual falda De monte roto, esta cansada veste Que
me encinta y engrilla con sus miembros Como con sierpes,
y en mi alma sacian Su hambre, y asoman a la cueva
lóbrega Donde mora mi espíritu, su negra Cabeza, y boca
roja y sonriente!- Caiga, como un encanto, este tejido
Enmarañado, de raíces!- Surjan Donde mis brazos alas,- y
parezca Que, al ascender por la solemne atmósfera, De
mis ojos, del mundo a que van llenos, Ríos de luz sobre los
hombres rueden! Y huelguen por los húmedos jardines
Bardos tibios segando florecillas:- Yo, pálido de amor, de
pie en las sombras, Envuelto en gigantesca vestidura De
lumbre astral, en mi jardín, el cielo, Un ramo haré
magnífico de estrellas; iNo temblará de asir la luz mi
mano!: Y buscaré, donde las nubes duermen, Amada, y en
su seno la más viva Le prenderé, y esparciré las otras
Por su áurea y vaporosa cabellera. PC. Ed. c., t. 1. p 77.
Copa ciclópea El sol alumbra: ya en los aires miro La copa
amarga: ya mis labios tiemblan, -No de tenlor, que
prostituye,- de ira!... El Universo, en las mañanas alza
Medio dormido aún de un dulce sueco En las manos la
tierra perezosa, Copa inmortal, donde [ .,....... ] ’ Hierven
a! sol las fuerzas de la vida!- Al niño triscador, al
venturoso De alma tibia y mediocre, a la fragante Mujer
que con los ojos desmayados Abrirse ve en el aire
extrañas rosas, Iris la tierra es, roto en colores,- Raudal
que juvenece, y rueda limpio Por perfumado llano, y al
retozo Y al desmayo después plácido brinda!- Y para mí,
porque a los hombres amo Y mi gusto y mi bien terco
descuido, La tierra melancólica aparece Sobre mi frente
que la vida bate, De lúgubre color inmenso yugo! La
frente encorvo, el cuello manso inclino, Y, con los labios
apretados, muero. PC. Ed. c., t. 1, p. 78 Media noche Oh,
quk vergüenza!:- El sol ha iluminado La tierra: el amplio
mar en sus entrañas Nuevas columnas a sus rlaves rojas
Ha levantado: el monte, granos nuevos 1 La hilera de
puntos entre corchetes se refiere a espacios en blanco
dejados por Marti en el manuscrito original. 364 lost?
Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 365 Juntó en el curso del
solemne día A sus jaspes y breñas: en el vientre De las
aves y bestias nuevos hijos Vida, que es forma, cobran: en
las ramas Las frutas de los árboles maduran:- Y yo, mozo
de gleba, he puesto sólo Mientras que el mundo
gigantesco crece, Mi jornal en las ollas de la casa! Por
Dios, que soy un vil!- No en vano el sueño A mis pálidos
ojos es negado! No en vano por las calles titubeo Ebrio de
un vino amargo, cual quien busca Fosa ignorada donde
hundirse, y nadie Su crimen grande y su ignominia sepa!
No en vano el corazón me tiembla ansioso Como el pecho
sin calma de un malvado! El cielo, el cielo, con sus ojos de
oro Me mira, y ve mi cobardia, y lanza Mi cuerpo fugitivo
por la sombra Como quien loco y desolado huye De un
vigilante que en sí mismo lleva! La tierra es soledad! la
luz se enfría! .4dónde iré que este volcán se apague?
Adónde iré que el vigilante duerma? Oh, sed de amor!- oh,
corazón, prendado De cuanto vivo el Universo habita; Del
gusanillo verde en que se trueca La hoja del árbol:- del
rizado jaspe En que las ondas de la mar se cuajan:- De los
árboles presos, que a los ojos Me sacan siempre
lágrimas:- del lindo Bribón gentil que con los pies
desnudos En fango y nieve, diario o flor pregona. Oh,
corazón,- que en el carnal vestido No hierros de hacer oro,
ni belfudos Labios glotones y sensuosos mira,- Sino
corazas de batalla, y hornos Donde la vida universal
fermenta!- Y yo, pobre de mí!, preso en mi jaula, La gran
baldlta de los hombres miro!- PC. Ed. c., t. 1, p. 80- 81
Homagno Homagno sin ventura La hirsuta y retostada
cabellera Con sus pálidas manos se mesaba.- “Máscara
soy, mentira soy, decía: Estas carnes y formas, estas
barbas Y rostro, estas memorias de fa bestia, Que como
silla a lomo de caballo Sobre el alma oprimida echan y
ajustan,- Por el rayo de luz que el alma mía En la sombra
entrevé,-- no son Homagno! Mis ojos sólo, los mis caros
ojos, Que me revelan mi disfraz, son míos!: Queman, me
queman, nunca duermen, oran, Y en mi rostro los siento y
en el cielo, Y le cuenta[ n] de mí, y a mí dé1 cuentan! Por
qué, por qué, para cargar en ellos Un grano ruin de
alpiste maltrojado Talló el Creador mis colosales
hombros? Ando, pregunto, ruinas y cimientos Vuelco y
sacudo, a delirantes sorbos En la Creación, la madre de
mil pechos, Las fuentes todas de la vida aspiro: Muerdo,
atormento, beso las callosas Manos de piedra que golpeo:
Con demencia amorosa su invisible Cabeza con las secas
manos mías Acaricio y destrenzo: por la tierra Me tiendo
compungido y los confusos Pies, con mí llanto baño y con
mis besos. Y en medio de la noche, palpitante, Con mis
voraces ojos en el cráneo Y en sus órbitas anchas
encendidos, Trémulo, en mi plegado, hambriento espero,
Por sí al próximo sol respuestas vienen:- Y a cada nueva
Iuz- de igual enjuto Modo, y ruin, la vida me aparece,
Como gota de leche que en cansado Pezón, al terco
ordeño, titubea,- Como carga de hormiga,- como taza De
agua añeja en la jaula de un jilguero.“- 366 losC Marli
OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 367 De mordidas y rotas, ramos
de uvas Estrujadas y negras, las ardientes Manos del
triste Homagno parecían! Y la tierra en silencio, y una
hermosa Voz de mi corazh, me contestaron. PC. Ed. c., t.
1, p. 82- 83 Yugo y estrella Cuando nací, sin sol, mi madre
dijo: -Flor de mi seno, Homagno generoso De mí y de la
Creación suma y reflejo, Pez que en ave y corcel y hombre
se torna, Mira estas dos, que con dolor te brindo,
Insignias de la vida: ve y escoge. Este, es un yugo: quien
lo acepta, goza’ Hace de manso buey, y como presta
Servicio a los seRores, duerme en paja Caliente, y tiene
rica y ancha avena, Esta, oh misterio que de mí naciste
Cual la cumbre naci0 c; e la montaña, Esta, que alumbra
y plata, es una estrella: Como que riega luz, ;os pecadores
Huyen de quien la lleva, y en la vida, Cual un monstruo de
crímenes cargado, Todo el que lleva luz, se queda solo.
Pero el hombre que al buey sin pena imita, Buey vuelve a
ser, y en apagado bruto La escala universal de nuevo
empieza. El que la estrella sin temor se ciñe, Como que
crea, crece! Cuando al mundo De su copa el licor vació ya
el vivo: Cuando, para manjar de la sangrienta Fiesta
humana, sacó contento y grave Su propio corazón:
cuando a los vientos De Norte y Sur virtió su voz
sagrada,-- La estrella como un manto, en luz lo envuelve,
Se enciende, como a fiesta, el aire claro, Y el vivo que a
vivir no tuvo miedo, Se oye que un paso más sube en la
sombra! -Dame el yugo, oh mi madre, de manera Que
puesto en él de pie, luzca en mi frente Mejor la estrella que
ilumina y mata. PC. Ed. c., t. 1 p. 81 Isla famosa Aquí
estoy, solo estoy, despedazado. Ruge el cielo: las nubes se
aglomeran, Y aprietan, y ennegrecen, y desgajan: Los
vapores del mar la roca ciñen: Sacra angustia y horror
mis ojos comen: A qué, Naturaleza embravecida, A qué la
estéril soledad en torno De quien de ansia de amor rebosa
y muere? Dónde, Cristo sin cruz, los ojos pones? Dónde,
oh sombra enemiga, dónde el ara Digna por fin de recibir
mí frente? En pro de quién derramaré mi vida? -Rasgóse
el velo: por un tajo ameno De claro azul, como en sus
lienzos abre Entre mazos de sombra Díaz famoso, El
hombre triste de la roca mira En lindo campo tropical,
galanes Blancos, y Venus negras, de unas flores Fétidas y
fangosas coronados: Danzando van: a cada giro nuevo
Bajo los muelles pies la tierra cede1 Y cuando en ancho
beso los gastados Labios sin lustre ya, trémulos juntan,
Sáltanles de los labios agoreras Aves tintas en hiel, aves
de muerte. PC. Ed. c., P. 1, p. 85. Sed de belleza Solo, estoy
solo: viene el verso amigo, Como el esposo diligente acude
De la erizada tórtola al reclamo. 368 loS+ Martí Cual de
los altos montes en deshielo Por breñas y por valles en
copiosos Hilos las nieves desatadas bajan- Así por mis
entrañas oprimidas Un balsámico amor y una avaricia
Celeste de hermosura se derraman. Tal desde el vasto
azul, sobre la tierra, Cual si de alma de virgen la sombría
Humanidad sangrienta perfumasen, Su luz benigna las
estrellas vierten Esposas del silencio! -y de las flores Tal el
aroma vago se levanta. Dadme lo sumo y lo perfecto:
dadme Un dibujo del Angelo: una espada Con puño de
Cellini, más hermosa Que las techumbres de marfil calado
Que se place en labrar Naturaleza. El cráneo augusto
dadme donde ardieron El universo Hamlet y la furia
Tempestuosa del moro:- la manceba India que a orillas
del ameno río Que del viejo Chitchén los muros baña A la
sombra de un plátano pomposo Y sus propios cabellos, el
esbelto Cuerpo bruñido y nítido enjugaba. Dadme mi cielo
azul... dadme la pura Alma de mármol que al soberbio
Louvre Dio, cual su espuma y flor, Milo famosa. PC. Ed. c.,
t. 1, p. 86. Amor de ciudad grande De gorja son y rapidez
los tiempos: Corre cual luz la voz; en alta aguja Cual nave
despeñada en sirte horrenda Húndese el rayo, y en ligera
barca El hombre, como alado, el aire hiende. iA, sí el
amor, sin pompa ni misterio Muere, apenas nacido, de
saciado! Jaula es la villa de palomas muertas OBRAS
ESCOGIDAS. T 1 369 Y ávidos cazadores! Si los pechos Se
rompen de los hombres, y las carnes Rotas por tierra
ruedan, no han de verse Dentro más que frutillas
estrujadas Se ama de pie, en las calles, entre ef polvo De
los salones y las plazas: muere La flor el dfa en que nace.
Aquella virgen Trémula que antes a la muerte daba La
mano pura que a ignorado mozo; El goce de temer; aquel
salirse Del pecho el corazón; el inefable Placer de
merecer; el grato susto De caminar de prisa en derechura
Del hogar de la amada, y a sus puertas Como un niño feliz
romper en llanto;- Y aquel mirar, de nuestro amor al
fuego, Irse tiñendo de color las rosas,- iEa, que son
patrañas! Pues iquién tiene Tiempo de ser hidalgo? Bien
que sienta Cual áureo vaso 0 lienzo suntuoso Dama gentil
en casa de magnate! 0 si se tiene sed, se alarga el brazo Y
a la copa que pasa, se la apura! Luego, la copa turbia al
polvo rueda, Y el hábil catador,- manchado el pecho De
una sangre invisible,- sigue alegre Coronado de mirtos, su
camino! No son los cuerpos ya sino desechos, Y fosas, y
jirones! Y las almas No son como en el árbol fruta rica En
cuya blanda piel la almíbar dulce En su sazón de madurez
rebosa,- Sino fruta de plaza que a brutales Golpes el rudo
labrador madura! iLa edad es esta de los labios secos De
las noches sin sueño! De la vida Estrujada en agraz1 CQué
es lo que Que la ventura falta? Como liebre Azorada, el
espfritu se esconde, -_ __ falta Trémula huyendo al
cazador que ríe, Cual en soto selvoso, en nuestro pecho; Y
el Deseo, de brazo de la Fiebre, Cual rico cazador recorre
el soto. 370 Josd hflvti OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 371 iMe
espanta la ciudad! Toda está llena De copas por vaciar, o
huecas copas! iTengo miedo iay de mí! de que este vino
Tósigo sea, y en mis venas luego Cual duende vengador
los dientes clave! Tengo sed ,- mas de un vino que en la
tierra No se sabe beber! iNo he padecido Bastante aún,
para romper el muro Que me aparta foh dolor! de mi
viñedo! Tomad vosotros, catadores ruines De vinillos
humanos, esos vasos Donde el jugo de lirio a grandes
sorbos Sin compasión y sin temor se bebe! Tomad! Yo soy
honrado, y tengo miedo! New York. Abril. 1882. PC. Ed.
c., t 1, p. 89- 90. Estrofa nueva Cuando, oh Poesía,
Cuando en tu seno reposar me es dado!- Ancha es y
hermosa y fúlgida la vida: Que este o aquel o yo vivamos
tristes, Culpa de este o aquel será, o mi culpa! Nace el
corcel, del ala más lejano Que el hombre, en quien el ala
encumbradora Ya en los ingentes brazos se diseña: Sin
más brida el corcel nace que el viento Espoleador y
flameador,- al hombre La vida echa sus riendas en la
cuna! Si las tuerce 0 revuelve, y si tropieza Y da en
atolladero, a si se culpe Y del incendio o del zarzal redima
La destrozada brida: sin que al noble Sol y [. . . . . . . . . . . . .
.] vida desafie. De nuestro bien o mal autores somos, Y
cada cual autor de si: la queja A la torpeza y la deshonra
añade De nuestro error: cantemos, sí, cantemos Aunque
las hidras nuestro pecho roan El Universo colosal y
hermoso! Un obrero tiznado, una enfermiza Mujer, de
faz enjuta y dedos gruesos: Otra que al dar al sol los
entumidos Miembros en el taller, como una egipcia
Voluptuosa y feliz, la saya burda Con las manos recoge, y
canta, y danza: Un niño que, sin miedo a fa ventisca,
Como el soldado con el arma al hombro, Va con sus libros
a la escuela: el denso Rebaño de hombres que en silencio
triste Sale a la aurora y con la noche vuelve Del pan del
dia en fa difícil busca,!- Cual la luz a Memnón, mueven mi
lira. Los niños, versos vivos, los heroicos Y pálidos
ancianos, los oscuros Hornos donde en bridón o tritón
truecan Los hombres victoriosos las montañas Astiánax
son y Andrómaca mejores, Mejores, si, que las del viejo
Homero. Naturaleza, siempre viva: el mundo De
minotauro yendo a mariposa Que de rondar el sol
enferma y muere: Dejad, por Dios, que la mujer cansada
De amar, con leche y menjurjes Su piel rugosa y su beldad
restaure, Repíntense las viejas: la doncella Con rosas
naturales se corone:- La sed de luz, que como el mar
salado La de los labios, con el agua amarga De la vida se
irrita: la columna Compacta de asaltantes, que sin miedo,
Al Dios de ayer en los desnudos hombros La mano libre y
desferrada ponen,- Y los ligeros pies en el vacío,- Poesía
son, y estrofa alada, y grito Que ni en tercetos ni en
octava estrecha Ni en remilgados serventesios caben:
Vaciad un monte,- en tajo de Sol vivo Tallad un plectro: o
de la mar brillante El seno rojo y nacarado, el molde De la
triunfante estrofa nueva sea! Como nobles de Nápoles,
fantasmas Sin carnes ya y sin sangre, que en palacios
372 Josd Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 373 Muertos y
oscuros con añejas chupas De comido blasón, a paso
sordo Andan, y al mundo que camina enseñan Como un
grito sin voz la seca encía, Así, sobre los árboles
cansados, Y los ciriales rotos, y los huecos De oxidadas
diademas, duendecillos Con chupa vieja y metro viejo
asoman! No en tronco seco y muerto hacen sus nidos,
Alegres recaderos de mañana, Las lindas aves, cuerdas y
gentiles: Ramaje quieren suelto y denso, y tronco Alto y
robusto, en fibra rico y savia. Mas con el sol se alza el
deber: se pone Mucho después que el sol: de la hornería Y
su batalla y su fragor cansada La mente plena en el
rendido cuerpo, Atormentada duerme, -como el verso
Vivo en los aires, por la lira rota Sin dar sonidos desolado
pasa! Perdona, pues, oh estrofa nueva, el tosco Alarde de
mi amor. Cuando, oh Poesía, Cuando en tu seno reposar
me es dado. PC. Ed. c., t. 1, p 92- 94 Crin hirsuta Que
como crin hirsuta de espantado Caballo que en los
troncos secos mira Garras y dientes de tremendo lobo, Mi
destrozado verso se levanta...? Sí,: pero se levanta! -a la
manera Como cuando el puñal se hunde en el cuello De la
res, sube al cielo hilo de sangre:- Sólo el amor, engendra
melodías. PC. Ed. c., t. 1, p. 99. A los espacios A los
espacios entregarme quiero Donde se vive en paz, y con
un manto De luz, en gozo embriagador henchidos, Sobre
las nubes blancas se pasea,- Y donde Dante y las estrellas
viven. Yo sé, yo sé, porque lo tengo visto En ciertas horas
puras, cómo rompe Su cáliz una flor,- y no es diverso Del
modo, no, con que lo quiebra el alma. Escuchad, y os
diré:- viene de pronto Como una aurora inesperada, y
como A la primera luz de primavera De flor se cubren las
amables lilas... Triste de mi: contároslo quería, Y en
espera del verso, las grandiosas Imágenes en fila ante mis
ojos Como águilas alegres vi sentadas. Pero las voces de
los hombres echan De junto a mi las nobles aves de oro:
Ya se van, ya se van; ved cómo rueda La sangre de mí
herida. Si me pedis un simbolo del mundo En estos
tiempos, vedlo: un ala rota. Se labra mucho el oro, el alma
apenast- Ved cómo sufro: vive el alma mia Cual cierva en
una cueva acorralada:- Oh, no está bien: me vengaré,
llorando! PC. Ed. c.. t. 1, p. 100. [Como nacen las palmas
en la aren&; l Como nacen las palmas en la arena, Y la
rosa en la orilla al mar salobre, Asi de mi dolor mis versos
surgen Convulsos, encendidos, perfumados. Tal en los
mares sobre el agua verde, La vela hendida, el mástil
trunco, abierto l En la primera edición de los Versos
libres, aparecida en el tomo XI de las Obras de Marti
compiladas por Gonzalo de Quesada y Arostegui, en 1913.
esta composición recibió el título “Poeta”, que fi ura en el
indice de Martí. En nota a pie de página, Quesada y
Aróstegui seña 6: f “Sin título en el original. y más que de
otros, dudamos si será este el que fe corresponde.” Por no
existir evi- dencia interna o externa que confirme la
correspondencia entre el título propuesto Y la
composición, se ha optado por encabezar este poema con
su primer verso. 374 losc! Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. 1
375 A las ávidas olas el costado Después de la batalla
fragorosa Con los vientos, el buque sigue andando.
Horror, horror! En tierra y mar no habia Más que
crujidos, furia, niebla y lágrimas! Los montes,
desgajados, sobre el llano Rodaban: las llanuras, mares
turbios En desbordados ríos convertidas, Vaciaban en los
mares; un gran pueblo Del mar cabido hubiera en cada
arruga: Estaban en el cielo las estrellas Apagadas: los
vientos en jirones Revueltos en la sombra, huían, se
abrían Al chocar entre si, y se despeñaban: En los montes
del aire resonaban Rodando con estrépito: en las nubes
Los astros locos se arrojaban llamas! Rio luego el sol: en
tierra y mar lucía Una tranquila claridad de boda:
Fecunda y purifica la tormenta! Del aire azul colgaban
ya, prendidos Cual gigantescos tules, los rasgados
Mantos de los crespudos vientos, rotos En el fragor
sublime. Siempre quedan Por un buen tiempo luego de la
cura Los bordes de la herida-,, sonrosados! Y el barco,
como un rimo, con las olas, Jugaba, se mecía, traveseaba.
fc. Ed. c., 1. 1, p. 103 [Con un astro la tierra se ilumina] +
Con un astro la tierra se ilumina: Con el perfume de una
flor se llenan l Al exoresar sus dudas acerca de la
corresoondencia entre el titulo “Poeta” y la composición
que en esta edición se denomina “Como nacen las palmas
en la arena”, Gonzalo de Quesada y Aróstegui extendió
dichas dudas a la titulada “Noche de mayo” (0. C., t. 16, p.
189). cuyo primer verso es “Con un astro la tierra se
ilumina”. Por razones semejantes a las expuestas en el
caso de “Como nacen las palmas en la arena”, titulación
con su primer verso. se ha optado por encabezar este
poema de dudosa Los ámbitos inmensos: como vaga,
Misteriosa envoltura, una luz tenue Naturaleza encubre,y una imagen Misma, del linde en que se acaba, brota
Entre el humano batallar. Silencio! En el color, oscuridad!
Enciende El sol al pueblo bullicioso, y brilla La blanca luz
de luna!- En 10s ojos La imagen va,- por ue si fuera
buscan Del vaso herido la a 8 mirable esencfa, En haz de
aromas a los ojos surge:- Y si al peso del párpado
obedecen, Como flor que al plegar las alas plega Consigo
su perfume, en el solemne Templo interior como lamento
triste La pálida figura se levanta! Divino oficio!: el
Universo entero, Su forma sin perder, cobra la forma De
la mujer amada, y el esposo Ausente, el cielo pbstumo
adivina Por el casto dolor purificado. PC. Ed. c., t. 1, p.
166. [Contra el verso retórico y ornado] Contra el verso
retórico y ornado El verso natural. Acá un torrente: Aqui
una piedra seca. Allá un dorado Pájaro, que en las ramas
verdes brilla, Como una marañuela entre esmeraldas.Acá la huella fétida y viscosa De un gusano: los ojos, dos
burbujas De fango, pardo el vientre, craso, inmundo. Por
sobre el árbol, más arriba, sola En el cielo de acero una
segura Estrella; y a los pies el horno, El horno a cuyo
ardor la tierra cuece. Llamas, llamas que luchan, con
abiertos Huecos como ojos, lenguas como brazos, Saña
como de hombre, punta aguda Cual de espada: la espada
de la vida Que incendio a incendio gana al fin la tierra!
Trepa: viene de adentro: ruge: aborta: 376 los6 .Uaftí
OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 377 Empieza el hombre en fuego
y para en ala. Y a su paso triunfal, los maculados, Los
viles, los cobardes, los vencidos, Como serpientes, como
gozques, como Cocodrilos de doble dentadura De acá, de
allá, del árbol que le ampara, Del suelo que le tiene, del
arroyo Donde apaga la sed, del yunque mismo Donde se
forja el pan, le ladran y echan El diente al pie, al rostro el
polvo y lodo, Cuanto cegarle puede en su camino. El, de
un golpe de ala, barre el mundo Y sube por la atmósfera
encendida Muerto como hombre y como sol sereno. Asi ha
de ser la noble poesía: Así como la vida: estrella y gozque;
La cueva dentellada por el fuego, El pino en cuyas ramas
olorosas A la luz de la luna canta un nido. PC. Ed. c., t. 1,
p. 121. Vino de Chianti Hay un derecho Natural al amor:
<reside acaso, Chianti, en tu áspera gota, en tu mordente
Vino, que habla y engendra, o en la sabia Unión de la
hermosura y el deseo? Cuanto es bello, ya es mío: no
cortejo, Ni engaño vil, ni mentiroso adulo: De los menores
es el amarillo Oro que entre las rocas serpentea, De los
menores: para mi es el oro Del vello rubio y de la piel
trigueña. Mi titulo al nacer puso en mi cuna, El sol que al
cielo consagró mi frente. Yo sólo sé de amor. Tiemblo
espantado Cuando, como culebras, las pasiones Del
hombre envuelven tercas mi rodilla: Ciñen mis muslos, y
echan a mis alas,--- Lucha pueril, las lívidas cabezas:- Por
ellas tiemblo, no por mi, a mis alas No llegarán jamás:
antes las cubro Para que ni las vean: el bochorno Del
hombre es mi bochorno: mis mejillas Sufren de la maldad
del Universo: Loco es mi amor, y, como el sol; revienta En
luz, pinta la nube, alegra la onda, Y con suave calor, como
la amiga Mano que al tigre tempestuoso aquieta, Doma la
sombra, y pálido difunde Su beldad estelar en las
negruzcas Sirtes, tremendas abras, alevosos
Despeñaderos, donde el lobo atisba, Arropado en la
noche, al que la espanta Con el fulgor de su alba
vestidura. PC. Ed. c., t. 1, p. 122. [La noche es la propicia]
La noche es la propicia Amiga de los versos.
Quebrantada, Como la mies bajo la trilla, nace En las
horas ruidosas la Poesía. A la creación la oscuridad
conviene- Las serpientes, de día entrelazadas Al
pensamiento, duermen: las vilezas Nos causan más
horror, vistas a solas. Deja el silencio una impresión de
altura:- Y con imperio pudoroso, tiende Por sobre el
mundo el corazón sus alas. iNoche amiga [...], noche
creadora!: Más que el mar, más que el cielo, más que el
ruido De los volcanes, más que la tremenda Convulsión de
la tierra, tu hermosura Sobre la tierra la rodilla encorva.
A la tarde con paso majestuoso Por su puerta de acero
entra la altiva Naturaleza, calla, y cubre al mundo, La
oscuridad fecunda de la noche. Surge el vapor de la
fragante tierra, Plegan sus bordes las cansadas hojas; Y
en el ramaje azul tiemblan los nidos. Como en un cesto de
coral, sangrientas, En el día, las bárbaras imágenes
Frente al hombre, se estrujan: tienen miedo: 378 Jos&
Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 379 Y en la taza del cráneo
adolorido Crujen las alas rotas de los cisnes Que mueren
de! dolor de su blancura. !Oh, cómo pesan en el alma
triste Estas aves crecidas que le nacen Y mueren sin volar!
iFlores de plumas Bajo los pobres versos, estas flores,
Flores de funeral! <Dónde lo blanco Podrá, segura el ala,
abrir el vuelo? <Dónde no será crimen la hermosura?
Oleo sacerdotal unge las sienes Cuando el silencio de la
noche empieza: Y como reina que se sienta, brilla La
majestad de! hombre acorralada. Vibra el amor, gozan
las flores, se abre Al beso [...] de un creador que cruza La
sazonada mente: el frío invita A la divinidad; y envuelve
al mundo La casta soledad, madre de! verso. PC. Ed. c., f .
1, p, 124- 125. Antes de trabajar Antes de trabajar, como
el cruzado Saludaba a la hermosa en la arena, La lanza de
hoy, la soberana pluma Embrazo, a la pasión, corcel
furioso Con mano ardiente embrido, y de rodillas Pálido
domador, saludo al verso. Después, como el torero, al
circo salgo A que el cuerno sepulte en mis entrañas El toro
enfurecido. Satisfecho De la animada lid, el mundo
amable Merendará, mientras expiro helado, Pan blanco y
vino rojo, y los esposos Nuevos se encenderán con las
miradas. En las playas el mar dejará en tanto Nuevos
granos de arena: nuevas alas Asomarán ansiosas en los
huevos Calientes de los nidos: los cachorros Del tigre
echarán diente: en los preñados Arboles de la huerta,
nuevas hojas Con frágil verde poblarán las ramas Mi
verso crecerá: bajo la yerba Yo también creceré: iCobarde
y ciego Quien de! mundo magnífico murmura! PC. Ed. c.,
t. 1, p. 126. Dos patrias Dos patrias tengo yo: Cuba y la
noche. ¿O son una las dos? No bien retira Su majestad el
so!, con largos velos Y un clave! en la mano, silenciosa
Cuba cual viuda triste me aparece. !Yo sé cuál es ese
clavel sangriento Que en la mano le tiembla! Está vacío
Mi pecho, destrozado está y vacío En donde estaba el
corazón. Ya es hora De empezar a morir. La noche es
buena Para decir adiós. La luz estorba Y la palabra
humana. El universo Habla mejor que el hombre Cual
bandera Que invita a batallar, la llama roja De la vela
flamea. Las ventanas Abro, ya estrecho en mi. Muda,
rompiendo Las hojas del clave!, como una nube Que
enturbia el cielo, Cuba viuda pasa... PC. Ed. c., f . 1, p.
127. Domingo triste Las campanas, el So!, el cielo claro Me
llenan de tristeza, y en los ojos Llevo un dolor que todo el
mundo mira, 380 Ios6 Martí Un rebelde dolor que el
verso rompe Y es ioh mar! la gaviota pasajera Que rumbo
a Cuba va sobre tus olas! Vino a verme un amigo, y a mi
mismo Me preguntó por mi; ya en mí no queda Más que
un reflejo mío, como guarda La sal del mar la concha de
la orilla. Cáscara soy de mí, que en tierra ajena Gira, a la
voluntad del viento huraño, Vana, sin fruta, desgarrada,
rota. Miro a los hombres como montes; miro Como
paisajes de otro mundo, el bravo Codear, el mugir, el
teatro ardiente De la vida en mi torno: Ni un gusano Es ya
más infeliz: suyo es el aire Y el lodo en que muere es suyo.
Siento la coz de los caballos, siento Las ruedas de los
carros; mis pedazos Palpo: ya no soy vivo: ni lo era
Cuando el barco fatal levó las anclas Que me arrancaron
de la tierra mía! PC. Ed. c., t. 1, p. 128. Al extranjero 1
Hoja tras hoja de papei consumo: Rasgos, consejos, iras,
letras fieras Que parecen espadas: Lo que escribo, Por
compasión lo borro, porque el crimen, El crimen es al fin
de mis hermanos. Huyo de mí, tiemblo del Sol; quisiera
Saber dónde hace el topo su guarida, Dónde oculta su
escama la serpiente, Dónde sueltan la carga los traidores,
Y dónde no hay honor, sino ceniza: iAllí, mas sólo allí,
decir pudiera Lo que dicen iy viven! que mi patria Piensa
en unirse al bárbaro extranjero! OBRAS ESCOGIDAS. T.
1 381 II Yo callaré: yo callaré: que nadie Sepa que vivo:
que mi patria nunca Sepa que en soledad muero por etla:
Si me llaman, iré: yo sólo vivo Porque espero a servirla:
así, muriendo, La sirvo yo mejor que husmeando el modo
De ponerla a los pies del extranjero! Pc: Ed. c., t. 1, p. 129.
[Envilece, devora...] Envilece, devora, enferma, embriaga
La vida de ciudad: se come el ruido, Como un corcel la
yerba, la poesía. Estréchase en las casas la apretada
Gente, como un cadáver en su nicho: Y con penoso paso
por las calles Pardas, se arrastran hombres y mujeres Tal
como sobre el fango los insectos, Secos, airados, pálidos,
canijos. Cuando los ojos, del astral palacio De su
interior, a la ciudad convierte El alma heroica, no en
batallas grandes Piensa, ni en templos cóncavos, ni en
lides De la palabra centelleante: piensa En abrazar, como
en un haz, los pobres Y adonde el aire es puro, y el sol
claro Y el corazón no es vil, volar con ellos PC. 4% c., t. 1,
p. 130. Marzo Vuelvo a ti, pluma fiel. De la desdicha Más
que de la ventura nace el verso. Marzo fatal sobre la
tierra cruza, 382 José Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 383
Marzo envidioso: corta la erizada Ala la nube que al
encuentro boga De su rival, abril: y el riego mismo Que el
flotante vapor, del flanco abierto Echa a raudales, con
mayor frescura Adorna a abril; asi con lo que hiere,
Gloria mayor da a su rival la envidia! Vibra el aire y
retumba. Desaladas Huyen las nubes. Adereza la honda
El rápido granizo. Sus cabaiíos Negros desboca el
huracán. Sacude El Invierno la barba... ilnflama el fuego
Los cráteres dormidos!: en los cauces Rompiendo su
cristal el agua asoma A ver pasar el sol!: renace el
mundo! Se oye a lo lejos galopar la nieve... Batalla es el
espacio: perseguida Por el viento brutal, a mis ventanas
Temblando llama y trémula la lluvia. De la fealdad del
hombre a la belleza Del Universo asciendo: bien castiga El
hombre a quien lo busca: bien consuela Del hombre y de
su influjo pasajero La tristeza sublime. En .sus radiantes
Alas levanta el alma la tristeza Con majestad de reyes no
salida! De codos en mi mesa hundirse miro Bajo el capuz
del aire, como artesa De aguas turbias el mundo: alas y
brazos Flotan acá y allá, revueltos luego En la creciente
oscuridad: resbalan Sobre las crestas erizadas, como
Chispas de luz, las almas de los niños! De la fealdad del
hombre a la belleza Del Universo asciendo: el hombre
pasa Y queda el Universo: no me duele La mordida del
hombre: más triunfante Muestra el alma su luz por la
hendidura. Quien el vaso de fuego muerde airado Nuevas
lenguas le da: la llama herida Revienta en flor de llama: a
cada diente, Un pétalo de luz: esos florones De fuego
inmaculado, en la armoniosa Sombra, la marcha mistica
del cielo Con sus llamas dolientes iluminan. El dolor es la
fuerza: la hermosura Perfecta es el dolor: como de un
crimen Se sufre de gozar: como una mancha Queda en el
cuerpo el beso victorioso De la mujer astuta: triste y vano
Es el aplauso con que el hombre premia Al que lo halaga o
doma: y cuando el mundo, Cual Mesalina de gozar
cansada, Revela su fealdad, el alma en fuga Crece y luce
al valor, abre el espanto Claridades magníficas, el gozo
Corrompe el alma,- y el dolor la eleva! Hoy es Marzo,
dolor iy Abril mañana! PC. Ed. c., t. 1, p. 132- 133 [Bien:
yo respeto] Bien: yo respeto A mi modo brutal, un modo
manso Para los infelices e implacable Con los que el
hambre y el dolor desdeñan, Y el sublime trabajo, yo
respeto La arruga, el callo, la joroba, la hosca Y flaca
palidez de los que sufren. Respeto a la infeliz mujer de
Italia, Pura como su cielo, que en la esquina De la casa sin
sol donde devoro Mis ansias de belleza, vende humilde
Piñas dulces o pálidas manzanas. Respeto al buen
francés, bravo, robusto, Rojo como un vino, que con luces
De bandera en los ojos, pasa en busca De pan y gloria al
Istmo donde muere. PC. Ed. c., t. 1, p. 134. 384 IOSC Martí
OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 35 [Siempre que hundo la mente
en libros graves] Siempre que hundo la mente en libros
graves La saco con un haz de luz de aurora: Yo percibo los
hilos, la juntura, La flor del Universo: yo pronuncio
Pronta a nacer una inmortal poesia. No de dioses de altar
ni libros viejos, No de flores de Grecia, repintadas Con
menjurjes de moda, no con rastros De rastros, no con
lívidos despojos Se amasará de las edades muertas: Sino
de las entrañas exploradas Del Universo, surgirá
radiante Con la luz y las gracias de la vida. Para vencer,
combatirá primero: E inundará de luz, como la aurora.PC. Ed. c., t. 1: p. 136. [Todo soy canas ya...] Todo soy
canas ya, y aún no he sabido Colmar mi corazon: como
una copa Sin vino, o cráneo [. . . . . . . .], rechazo La beldad
insensata;- y el sentido Ay! no lo es sin la beldad! El sumo
Sentido es la beldad: ¿en qué soñadas Cárceles, nubes,
rosas, joyas vive La que me rinda el corazón y dome Con
doble encanto mi ansia de hermosura? Con su bondad me
obliga la que en vano Quiere mi mente acompañar: la
astuta Que con ágil belleza y luces de oro Llega volando, y
en mis labios secos Bebe la última miel, y en mis entrañas
Con el ala triunfante se abre un nido,- Antes que el sol que
me la trajo abroche Su cinto rojo al mundo, antes que
muera El insecto que vive sólo un día, Ya me enseñó la
máscara, y la horrenda Desnudez y flacura de los huesos.
Como vapor, como visión, como humo Ya la beldad de las
mujeres miro. Velos de carne que el tablado esconden
Donde siega cabezas el verdugo 0 al más alto postor, cual
bestia en cueros Vende el rematador la mercancía. Feria
es el mundo: aquella en blando encaje Como un cesto de
perlas recogida: Aquella en sus cojines reclinada Como un
zafiro entre ópalos; aquella Donde el genio sublime
resplandece En el alma- inmoral, cual vaga el fuego Fatuo
entre las hediondas sepulturas, Ni fuego son, ni encaje, ni
zafiro Sino piara de cerdos. iFlor oscura, A ti, para morir,
el alma ansiosa Tras sus jornadas negras se encamina! Tú
no te pintas, flor del campo, el rostro Ni el corazón: no
sepas, ay, no sepas Que no aplacas mi sed, pero tu seno
Honrado es sólo de ampararme digno. .Mancha el vicio al
poeta, o la locura De amar lo vil: con la coraza entera Ha
de morir el hombre: me lastima Ya la coraza!: endulza,
novia, endulza El dolor de dejarte: luego, luego Será el
festín: no ves que donde muere El hueso nace el ala?: tú de
estrellas Sabes y de la muerte: tu en las ruinas Reinas,
flor de bondad, dulce señora Del páramo candente, o el
fragoso Campo de lava en que el jardín expira! En las
luchas de amor las palmas rindo A la virtud constante y
silenciosa. PC. Ed. c., t. 1, p. 142- 143. [iQué susto! Qué
temor!...] iQué susto! qué temor! qué delicado Gozo, que el
pecho inunda, cárcel breve, Alza aroma abundante que le
llena! 386 Josi .VarIi OBRAS ESCOGIDAS. T. I 387 iQué
negarse la pluma al pensamiento! iY qué tender el
pensamiento el ala! [Un verso, que es viviente, un ángel
muerto] Ya sin vida y color: su extratia esencia Como un
perfume al vago viento escapa! Este miedo sabroso, esta
ternura Inefable, esta alarma, esto es poesía! Los ojos, de
luz llenos, acarician; La sierva mano como un ala
tiembla, Y la frente de llamas coronada, Como un vaso de
bálsamo reboza. PC. Ed. r.. t 1. p. 143 ]De forma en
forma, y de astro- en astro vengo] PC. Ed. i’., t De forma
en forma, y de astro en astro vengo: Viejo nací: cQuién
soy? Lo sé. Soy todo:- El animal y el hombre, el árbol
preso Y el pájaro volante: evangelista Y bestia soy: me
place el sacrificio Más que el gozo común: con esto sólo Sé
ya quien soy: ya siento do mi mano Ceder las puertas
fúlgidas del cielo. 1, p. 146. Copa con alas Una copa con
alas: quién la ha visto Antes que yo? Yo ayer la vi! Subía
Con lenta majestad, como quien vierte Oleo sagrado: y a
sus dulces bordes Mis regalados labios apretaba:- Ni una
gota siquiera, ni una gota Del bálsamo perdí que hubo en
tu beso! Tu cabeza de negra cabellera -Te acuerdas?- con
mi mano requería, Porque de mí [tus] labios generosos No
se apartaran.- Blanda como el beso Que a ti me
transfundía, era la suave Atmósfera en redor: la vida
entera Sentí que a mi abrazándote, abrazaba! Perdí el
mundo de vista, y sus ruidos, Y su envidiosa y bárbara
bata!! s! Una copa en los aires ascendía Y yo, en brazos no
vistos reclinado Tras ella, asido de sus dulces bordes Por
el espacio azul me remontaba!- Oh amor, oh inmenso, oh
acabado artista: En rueda o riel funde el herrero ei
hierro: Una flor 0 mujer 0 águila 0 ángel En oro o plata el
joyador cincela: Tú sólo, sólo tú, sabes el modo De reducir
el Universo a un beso! PC. Ed. c., 1’. 1, p. 156. Arbol de mi
alma Como un ave que cruza el aire claro Siento hacia mi
venir tu pensamiento Y acá en mí corazón hacer su nido.
Abrese el alma en flor: tiemblan sus ramas Como los
labios frescos de un mancebo En su primer abrazo a una
hermosura: Cuchichean fas hojas: tal parecen
Lenguaraces obreras y envidiosas, A la doncella de la
casa rica En preparar el tálamo ocupadas: Ancho es mi
corazón, y es todo tuyo: Todo lo triste cabe en él, y todo
Cuanto en el mundo llora, y sufre, y muere! De hojas
secas, y polvo, y derruidas Ramas lo limpio: bruño con
cuidado Cada hoja, y los tallos: de las flores Los gusanos
y el pétalo comido Separo: oreo el césped en contorno Y a
recibirte, oh pájaro sin mancha! Apresto el corazón
enajenado! PC Ed. c., C. 1, p. 157. 388 Josi .varti OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 389 Luz de luna Esplendía su rostro: por
los hombros Rubias guedejas le colgaban: era Una caricia
su sonrisa: era Ciego de nacimiento: parecía Que veía:
tras los párpados callados Como un lago tranquilo el
alma exenta Del horror que en el mundo ven los ojos, Sus
apacibles aguas deslizaba:- 7’ : ; .; L los párpados blancos
se veían Aves de plata, estreiias voladoras, En unas
grutas pálidas los besos Risueños disputándose la
entrada, Y en el dorso de cisnes navegando Del ciego fiel
los pensamientos puros. Como una rama en flor al
sosegado Río silvestre que hacia el mar carnina, Cna
afable mujer se asomó al ciego: Tembló, encendióse, $e
cubrió de rocas, Y las pálidas manos del amante Besó cien
veces, y Ilen con ellas:- En la misma guirnalda
entrelazados Pasan los dos la generosa vida: Tan
grandes son las flore‘;, que a SII homhra Suelen dormir la
prolongada siesla. Cual quien enfrena un potro que
husmeando Campo y batalla, en el porta¡ sujeto Mira,
como quien muerde, al amo duro,- Asi, rebelde a veces,
tras sus ojos El pobre ciego el alma sujetaba:- --“ Oh, qi \,
ieras!-- los necios ie decían Que rio han ;isto en sus almasoh si vieras Cuando sobre los trigos requemados, Sti
ejército de rayos e! sol ianza, Cómo chispean, c¿\ mo
rèluccn, como Asta al aire, el hinchado campamen! o Los
cascos mueve y cl plumón lustrosos. Si vieras cómo el
mar, roto y negruzco La quilla al barco que lo hiende,
lame 1 al bote humilde encumbra, vuelca y traga; Si
vieses, infeliz, cbmo la tierra Cuando la luna llena la
ilumina Desposada parece que en los aires Buscando va,
con planta perezosa, La casa florecida de su amado. -Ha
de ser, ha de ser como quien toca La cabeza de un niño!- Calla, ciego: Es como asir en una flor la vida.” De sirbito
vio el ciego; esta que esplende, Dijéronk, es la luna: mira,
mira Qué mar de luz: abismos, ruinas, cuevas, Todo por
ella casto y blando luce Como de noche el pecho de las
tórtolas! -Nada más?- dijo el ciego, y retornando A su
srnada celosa los ya abiertos Ojos, besóle ia teìnb! snte
mano Humildemente, y díjole: -No es nueva, Para el que
sabe amar, la luz de luna. PC. Ed, c., t. 1, p. 158- 159, [Mis
versos van revueltos y encendidos] Mis versos van
revueltos y encendidos Como mi corazón: bien es que
corra Manso el arroyo que en el fácil llano Entre céspedes
frescos se desliza: Ay!: pero el agua que del monte viene
Arrebatada; que por hondas brefías Baja, que la
destrozan; que en sedientos Pedregales tropieza, y entre
rudos Troncos salta en quebrados borbotones, ¿Cómo,
despedazada, podrá luego Cual lebrel de salón, jugar
sumisa En el jardín podado con las flores, 0 en la pecera
de oro ondear alegre Para querer de damas olorosas?
Inundará el palacio perfumado Como profanación: se
entrará fiera Por los joyantes gabinetes, donde Los
bardos, lindos como abates, hilan Tiernas quintillas y
romances dulces Con aguja de plata en blanca seda. 390
Josi Mafti OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 391 Y sobre sus
divanes espantadas Las señoras, los pies de media suave
Recogerán,- en tanto el agua rota,- Convulsa, como todo
lo que expira, Besa humilde el chapín abandonado, Y en
bruscos saltos destemplada muere! PC. Ed. c., t. 1, p. 164
Canto religioso La fatiga y las sábanas sacudo: Cuando
no se es feliz, abruma el sueño. A ver la luz que alumbra
su desdicha Resistense los ojos- y parece No que en
plumones mansos se ha dormido Sino en los brazos
negros de una fiera. Al aire luminoso, como al rfo El
sediento peatón, dos labios se abren: El pecho en lo
interior se encumbfa y goza Como el hogar feliz cuando
recibe En Año Nuevo a la familia amada;- Y brota, frente
al Sol, el pensamiento! Mas súbito, los ojos se oscurecen,
Y el cielo, y a la frente va la mano Cual militar que el
pabellón saluda: Los muertos son, los muertos son,
devueltos A la luz maternal: los muertos pasan. Y sigo a
mi labor, como creyente A quien ungió en la sien el
sacerdote De rostro liso y vestiduras blancas.- Practico:
En el divino altar comulgo De la Naturaleza: el mundo
todo Fluye mi vino: es mi hostia el alma humana. PC. Ed.
c.. I 1, p. 168 (No, música tenaz, me hables del cielo!] No,
música tenaz, me hables del cielo! iEs morir, es temblar,
es desgarrarme Sin compasión el pecho! Si no vivo
Donde como una flor al aire puro Abre su cáliz verde la
palmera, Si del día penoso a casa vuelvo... <Casa dije? No
hay casa en tierra ajena!... Roto vuelvo en pedazos
encendidos! Me recojo del suelo: alzo y amaso Los restos
de mi mismo; ávido y triste, Como un estatuador un
Cristo roto: Trabajo, siempre en pie, por fuera un hombre,
iVenid a ver, venid a ver por dentro! Pero tomad a Si no,
estáos 9 ue Virgilio os guie... a uera: el fuego rueda Por la
cueva humeante: como flores De un jardín infernal se
abren las llagas: Y boqueantes por la tierra seca Queman
los pies los escaldados leños! iToda fue flor la aterradora
tumbal No, música tenaz, me hables del cielo! PC. Ed. c., t.
1, p. 169. [En torno al mármol rojo...] En torno al mármol
rojo en donde duerme El corso vil, el Bonaparte infame,
Como manos que acusan, como lívidas Desgreñadas
cabezas, las banderas De tanto pueblo mutilado y roto En
pedazos he visto, ensangrentadas! Bandera fue también el
alma mía Abierta al claro sol y al aire alegre En un asta,
derecha como un píno.- La vieron, y la odiaron; gerifaltes
Diestros pusieron, y ávidos halcones, A traer el fleco de
oro entre sus picos: Oh! mucho halcón del cielo azul ha
vuelto Con un jirón de mi alma entre sus garras. Y sus! yo
a izarla!- y sus! con piedra y palo Las gentes a arriarla!- y
sus! el pino Como en fuga alargábase hasta el cielo Y por
él mi bandera blanca entraba! Mas tras ella la gente, pino
arriba, Este el hacha, ese daga, aquel ponzoña, Negro el
aire en redor, negras las nubes, 392 IosC Marti OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 393 Allí donde los astros son robustos
Pinos de luz, allí donde en fragantes Lagos de lecho van
cisnes azules, Donde el alma entra a flor, donde palpitan,
Susurran, y echan a volar, las rosas, Allí, donde hay
amor, allí en las aspas Mismas de las estrellas me
embistieron!- Por Dios, que aún se ve el asta: mas tan rota
Ya la bandera está, que no hay ninguna Tan rota y sin
ventura como ella En las que adornan la apagada cripta
Donde en su rojo féretro sus puños Roe despierto el
Bonaparte infame!- PC. Ed. c., t. 1, p. 170. [Yo sacaré lo
que en el pecho tengo) Yo sacaré lo que en el pecho tengo
De cólera y de horror. De cada vivo Huyo, azorado, como
de un leproso. Ando en el buque de la vida: sufro De
náusea y mal de mar: un ansia odiosa Me angustia las
entraiias: quién pudiera En un solo vaivén dejar la vida!
No esta canción desoladora escribo En hora de dolor:
jamás se escriba En hora de dolor!: el mundo entonces
Como un gigante a hormiga pretenciosa Unce el poeta
destemplado: escribo Luego de hablar con un amigo viejo,
Limpio goce que el alma fortifica:- Mas, cual fas cubas de
madera noble, La madre del dolor guardo en mis huesos!
Ay, mi dolor, como un cadáver, surge A la orilla, no bien
el mar serena! Ni un poro sin herida: entre la uña Y la
yema, estiletes me han clavado Que me llegan al pie: se
me han comido Fríamente el corazón: y en este juego
Enorme de la vida, cupo en suerte Nutrirse de mi sangre a
una lechuza.- Así, hueco y roído, al viento floto Alzando
el puño y maldiciendo a voces, En mis propias entrañas
encerrado! No es que mujer me engañe, o que fortuna Me
esquive su favor, o que el magnate Que no gusta de
pulcros, me querelle: Es iquién quiere mi vida? es que a
los hombres Palpo, y conozco, y los encuentro malos.Pero si pasa un niño cuando lloro Le acaricio el cabello, y
lo despido Como el naviero que a la mar arroja Con
bandera de gala un barco blanco. Y si decís de mi
blasfemia, os digo Que el blasfemo sois vos: ta qué me
dieron Para vivir en un trigal, sedosa Ala, y no garra
aguda? o por acaso Es ley que el tigre de alas se alimente?
Bien puede ser: de alas de luz repleto, Daráse al fin de un
tigre luminoso, Radiante como el sol, fa maravillafApresure el tigra1 el diente duro! Nútrase en mi: como de
mí: en mis hombros Clave los grifos bien: móndeme el
cráneo, Y, con dolor, a su mordida en tierra Caigan
deshechas mis ardientes alas! Feliz aquel que en bien del
hombre muere! Bésale el perro al matador la manof
iComo un padre a sus hijas, cuando pasa Un galán
pudridor, yo mis ideas De donde pasa el hombre, por
quien muero, Guardo, como un delito, al pecho heladolConozco al hombre, y lo he encontrado malo. fAsí, para
nutrir el fuego eterno Perecen en la hoguera los mejores!
Los menos por los más! los crucifixos Por los
crucificantes! En maderos Clavaron a Jesús: sobre si
mismos Los hombres de estos tiempos van clavados: Los
sabios de Chichén, la tierra clara Donde el aroma y el
maguey se crían, Con altos ritos y canciones bellas Al
hondo de cisternas olorosas 394 losd Marti OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 395 A su virgen mejor precipitaban: Del
temido brocal se alzaba luego A perfumar el Yucatán
florido Como en tallo negruzco rosa suave Un humo de
magníficos colores:- Tal a la vida echa el Creador los
buenos: A perfumar: a equilibrar: ea! clave El tigre bien
sus garras en mis hombros: Los viles a nutrirse: los
honrados A que se nutran los demás en ellos.- Para el
misterio de la Cruz, no a un viejo Pergamino teológico se
baje: Bájese al corazón de un virtuoso. Padece mucho un
cirio que ilumina: Sonríe, como virgen que se muere, La
flor cuando la siegan de su tallo! Duele mucho en la tierra
un alma buena! De día, luce brava: por la noche Se echa a
llorar sobre sus propios brazos: Luego que ve en el aire de
la aurora Su horrenda lividez, por no dar miedo A la
gente, con sangre de sus mismas Heridas, tiñe el
miserable rostro, Y emprende a andar, como una
calavera Cubierta, por piedad, de hojas de rosa! PC. Ed.
c., t. 1, p. 171- 173. Mi poesía Muy fiera y caprichosa es la
Poesía. A decírselo vengo al pueblo honrado... La
denuncio por fiera. Yo la sirvo Con toda honestidad: no la
maltrato; No la llamo a deshora, cuando duerme, Quieta,
soñando, de mi amor cansada, Pidiendo para mí fuerzas
al cielo; No la pinto de gualda y amaranto Como aquesos
poetas; no le estrujo En un talle de hierro el franco seno; Y
el cabello dorado, suelto al aire, Ni con cintas retóricas le
aprieto: No: no la pongo en lívidas vasijas Dbre. 14 Que
morirán; sino la vierto al mundo, A que cree y fecunde; y
ruede y crezca Libre cual las semillas por el viento: Eso sí:
cuido mucho de que sea Claro el aire en su torno;
musicales Las ramas que la amparan en el sueño, Y
limpios y aromados sus vestidos.- Cuando va a fa ciudad,
mi Poesía Me vuelve herida toda; el ojo seco Como de
enajenado, las mejillas Como hundidas, de asombro: los
dos labios Gruesos, blandos, manchados; una que otra
Gota de cieno en ambas manos puras Y el corazón, por
bajo el pecho roto Como un cesto de ortigas encendido:
Así de la ciudad me vuelve siempre: Mas con el aire de los
campos cura. Baja del cielo en la severa noche Un
bálsamo que cierra las heridas.- iArriba oh corazón:
quién dijo muerte? Yo protesto que mimo a mi Poesía:
Jamás en sus vagares la interrumpo, Ni de su ausencia
larga me impaciento. iViene a veces terrible1 iAse mi
mano, Encendido carbón me pone en ella Y cual por sobre
montes me la empuja¡:- Otras Imuy pocas! viene amable y
buena, Y me amansa el cabello; y me conversa Del dulce
amor, y me convida a un baño! Tenemos ella y yo, cierto
recodo Púdico en lo más hondo de mi pecho: Envuelto en
olorosa enredaderal- Digo que no la fuerzo: y jamás la
adorno, Y sé adornar; jamás la solicito, Aunque en
tremendas sombras suelo a veces Esperarla, llorando, de
rodillas. Ella .ioh coqueta grande! en mi noche Airada
entra, la faz sobre ambas manos Mirando como crecen las
estrellas. Luego, con paso de ala, envuelta en polvo De
oro, baja hasta mí, resplandeciente. Viome un día
infausto, rebuscando necío- Perlas, zafiros, ónices, Para
ornarle la túnica a su vuelta.- Ya de mi lado. [p. i.] tenía,
396 losS Martí OSRAS ESCOGIDAS. T. 1 397 6 p. i.) y
acicaladas en hilera, ctavas de claveles; cuartetines De
flores campesinas; trios, dúos De ardiente lirio y pálida
azucena. iQué guirnaldas de décimas! qué flecos De
sonoras quintillas! qué ribetes De pálido romance,- qué
lujosos Broches de rima rara: qué repuesto De mil
consonantillos serviciales Para ocultar con juicio las
junturas: Obra, en fin, de suprema joyería!- Más de
pronto una lumbre silenciosa Brilla; las piedras todas
palidecen, Como muertas, las flores caen en tierra
Lívidas, sin color: es que bajaba De ver nacer los astros
mi Poesía!- Como una cesta de caretas rotas Eché a un
lado mis versos. Digo al pueblo Que me tiene oprimido mi
poesía: Yo en todo la obedezco: apenas siento Por cierta
voz del aire que conozco Su próxima llegada, pongo en
fiesta Cráneo y pecho; levántanse en la mente, Alados, los
corceles; por las venas La sangre ardiente al paso se
dispone; El aire ansío, alejo las visitas, Muevo el olvido
generoso, y barro De mí las impurezas de la tierra! iN es
más pura que mi alma la paloma Virgen que llama a su
primer amigo! Baja; vierte en mi mano unas extrañas
Flores que el cielo da: flores 4 ue queman,- Como de un
mar que sube, su re el pecho, Y a la divina voz, la idea
dormida, Royendo con dolor la carne tersa Busca, como
la lava, su camino: De hondas grietas el agujero queda,
Como la falda de un volcán cruzado: Precio fatal de los
amores con el cielo: Yo en todo la obedezco: yo no esquivo
Estos padecimientos, yo le cubro De unos besos que lloran
sus dos blancas Manos que así me acabarán la vida. Yo
iqué más! cual de un crimen ignorado Sufro, cuando no
viene: yo no tengo Otro amor en el mundo foh mi poesfa!
iComo sobre la pampa el viento negro PC. Ed. c., t. 1, p.
174- 176. Cae sobre mi tu enojo! ioh vuelve, vuelve, A mí,
que te respeto, el rostro amigo! De su altivez me quejo al
pueblo honrado: De su soberbia femenil. No sufre Espera.
No perdona. Brilla, y quiere Que como el limpio lustre del
acero Ya el verso al mundo cabalgando salga;- Tal, una
loca de pudor, apenas Un minuto al artista el cuerpo
ofrece Para que esculpa en mármol su hermosura!iVuelan las flores que del cielo bajan, Vuelan, como
irritadas mariposas, Para jamás volver las crueles
vuelan. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 399 EL TRATADO
COMERCIAL ENTRE LOS ESTADOS UNIDOS Y MEXICO
No ha habido en estos últimos años- si se descuenta de
ellos el problema reciente que trae a debate la apertura
del istmo de Pana- má- acontecimiento de gravedad
mayor para los pueblos de nuestra América Latina que el
tratado comercial que se proyecta entre los Estados
Unidos y México. No concierne sólo a México, cuyos adelantos, de fuerza propia y empuje indígena, despiertan
simpatía vehemente en cuantos, por ser de pueblos de
América, ven con or- gullo fraternal la inteligencia
exuberante, investigadora e impaciente de sus hijos, y la
prisa con que- acallados ya los naturales hervo- res de
pueblo primerizo, criado a pechos duros de madre
preocupa- da- se dan los naturales de la tierra a utilizar y
multiplicar las excelencias pasmosas de su suelo, El
tratado concierne a todos los pueblos de la América
Latina que comercian con los Estados Unidos. No es el
tratado en sí lo que atrae a tal grado la atención; es lo que
viene tras él. Y no hablemos aquí de riesgos de orden
político; a veces, el patriotismo es la locura; otras veces,
como en México ahora, es más aún que la prudencia: es la
cautela. Hablamos de lo único que nos cumple, movidos
como estamos del deseo de ir po- niendo en claro todo lo
que a nuestros intereses afecta: hablamos de riesgos
económicos. Apuntarlos será bastante, puesto que el
trata- do comercial con México no está más que apuntado
todavía. Acaba de ser revelado al público, cuya
curiosidad atizaban principalmente, por medio de diarios
poderosos, los productores de azúcares, que se creen
directamente amenazados por el proyecto. El Senado ha
decidido la publicación del documento, que está en
camino de ser ley, luego que lo aprueben, después de
escrupulosa discusión, ambas naciones. Los artículos lo,
20, 6O, 7” y 8’, son los más notables del proyecto. En el
primero se establecen todos los artículos de producción
mexica- na que habrán de admitirse libres de derechos en
los Estados Uni- dos, en tanto que el tratado dure. En el
segundo, todos los artículos de los Estados Unidos que
México se obliga a admitir libres de derechos. En el sexto
se estipula que ni una ni otra nación gravará con
derechos, a su paso por ella, ninguno de los productos
declarados de entrada libre en el país, cuando hayan de
consumirse en la misma nación; aunque por el séptimo
artículo se autorizan mutuamente ambos pueblos
contratantes a gravar estos productos, a su paso por su
territorio, siempre que pasen por él, no para quedarse en
alguna comarca de él, sino para ser consumidos en otro
país. Y el octavo fija en doce meses el tiempo con arreglo a
sus cons- tituciones y cambio consiguiente de
ratificaciones, han de tomarse las medidas y dictarse las
leyes necesarias para que el tratado entre en vigor. Nada
dará una idea tan efectiva de la magnitud del suceso en
proyecto como la enumeración de los artículos que cada
uno de ambos países se obliga a aceptar en su territorio
libres de derechos. Los Estados Unidos libertan de toda
contribución de entrada por sus puertos o fronteras a
cuanto México exporta, puesto que apenas hay producto
del suelo mexicano que no quede exento de de- rechos en
este proyecto. Y es de notar que ha puesto mano en el
tratado, de parte de México, hombre previsor, puesto que
en la exen- ción se incluyen ramos que no existen aún en
México sino en porción insignificante, pero que, por la
obra del tratado mismo, han de cobrar pronto desarrollo
e importancia. Quedan exentos de derechos los animales
vivos, la cebada, si no es de la que llaman perla; carne de
vaca, café y huevos, esparto y otras gramíneas, que en los
Esta- dos Unidos usan, entre otras cosas, como materia
prima del papel; toda clase de flores, toda clase de frutas,
las cuales son comercios llamados al desenvolvimiento
notable e inmediato, no bien haya ferrocarriles que
enlacen, sobre todo del lado del Atlántico, ambos pueblos;
pieles de cabra sin curtir; todas las variedades del henequén y cuantos puedan sustituir al lino; cuerdas de cuero;
cuero sin curtir; pieles de cabra de Angora, sin curtir y
sin lana, y pieles de asno; goma de la India; el índigo tan
bueno en México; el ixtle, o fibra de Tampico, susceptible
.de aplicaciones tan varias; jalapa, maderas de tinte y
todo grano o insecto de teñir, mieles, aceite de palma y de
coco; mercurio, zarzaparrilla cruda y substancias similares; paja no trabajada, azúcar que no exceda del
número 16, ho- landés en color, tabaco en rama, no
elaborado; cuantas legumbres produce el país y cuantas
maderas de fábricas- aunque no han de estar trabajadaspueblan sus bosques; exención, esta última, de marcada
valía, si se tiene en cuenta cuánto abundan las costas de
México en muy buenas maderas empleables en la
construcción de los buques, y la posibilidad de que,
cediendo al fin. al clamor na- cional, se deroguen pronto
en los Estados Unidos las leyes que ha- cen ahora punto
menos que imposible, por lo excesivamente cara, la
construcción de buques en astilleros de la nación. En
cambio de estas ventajas, México abre sus puertas a todos
los productos de hierro que por la mala obra y falaz
beneficio del sistema proteccionista sobrecarga hoy a los
mercados americanos, 400 /os¿ Martí enfermos de
plétora; a cuanto se necesita para levantar pueblos, como
por obra de magia; para desmontar selvas, para quebrar
montes y echar, por donde andaban sierpes y fieras,
ferrocarriles. Sin más que pocos productos del suelo, para
dar de comer a los nuevos habitantes, con lo que este
artículo permite libre de entrada en México, puede
construirse, como por obra de soplo fantástico, toda una
nación. La lista es tan numerosa, que absorbería todo
nuestro espacio; iqué necesitamos decir, si a lo que va
dicho añadimos que el articulo permite la entrada en
México de cuanto un pueblo necesita para arar toda su
tierra, y sembrarla toda, y alimentar a los agricultores
mientras produce, y remover y exprimir las aguas de los
ríos, y penetrar y hacer saltar las ricas minas de todos
sus montes? Resulta, pues, de la primera ojeada, que el
beneficio de México, inmediato en algunos casos, como el
del henequén para Yucatán, es más un beneficio de
porvenir que de presente, y nominal que real, puesto que,
hoy y por tiempo no breve, México no puede aumentar
sensiblemente la producción de los frutos naturales que
hoy exporta y que coloca con ventaja y sin esfuerzo, ya en
los Es- tados Unidos, ya en los mercados europeos. El
azúcar que México produce, ni mejoraría de clase ni
aumentaría en cantidad sin la ayuda de maquinarias
poderosas, cuyo efecto vendría a coincidir probablemente
con los últimos años de duración de! tratado que se
proyecta. El café mexicano, sobre que tiene asegurado su
consumo, aun en años de depreciación del fruto, como
este, merced a su per- fume y vigor, no recibe con el
tratado ventaja alguna, puesto que todo café entra en los
Estados Unidos libre de derechos. Y en ge- nera! todos los
productos mexicanos necesitan, para el súbito crecímiento a que están llamados, más vías por donde ser
conduci- dos- las cuales están haciendo- y más brazos que
los produzcan, los cuales no son tan fáciles de hacer. En
cambio, los Estados LJnidos ponen inmediatamente en
circu- lación, con un interés subido, por lo pingüe de los
frutos de la tierra y la mayor baratura de la colocación de
su caudal, el exceso de riqueza que hoy dedican a
operaciones agitadas y antipáticas de bolsa, por las que
comienza a haber visible desgano público; se crean un
cuantiosísimo mercado para muchos productos que les
sobran y se ayudan a mantener, con este canal ancho de!
exceso de producción, el sistema Frchibitivo, del que creen
que necesitan aún sus industrias para llegar más tarde a
competir con las más perfectas europeas. Descargan sus
mercados; emplean a mayor in- terés su riqueza sobrada;
se ayudan a esquivar, por unos cuantos años, con el
nuevo mercado de los frutos sobrantes, el problema
gravísimo que viene de la desocupación de los obreros por
el exceso de producción de artículos no colocables- fatal
consecuencia de! sis- tema de la protección- e introducen
sin derechos pueblos enteros, ciudades enteras, en un
pueblo limítrofe. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 401 Ta! es la
inmediata consecuencia y las ventajas que acarrea el
tratado a ambos países. A México, los medios de producir
mañana con exuberancia frutos de que los Estados Unidos
son un considera- ble consumidor; a los Estados Unidos,
la colocación, desde el primer instante, en condiciones
ventajosas, de un exceso de riqueza que coloca hoy
desventajosamente, el descargo en un mercado forzoso de
sus industrias embarazadas por la sobra de productos no
colo- cables y la posibilidad de alzar ciudades, sin más
autorización ni traba que las que les otorga el tratado, en
un pueblo vecino. En cuanto a los demás países de la
América, que, por su penosa condición los unos-. desvío
fatal, falta ~los más interesados acaso!- y los otros por
ese de intercomunicación y baltasáríca pereza en que
viven, no parecen haberse dado aún cuenta de este
importante proyecto, y no hay uno acaso que no hubiera
a la larga de sentir en sí sus resultados. Cuba vive
exclusivamente- dejando por un momento a un lado su
tabaco, el que no cuida como debe- de los azúcares que
envía, por mar y con derechos graves de exportación e
importación, a los Estados Unidos. Bien se sabe cómo
crea mara- villas, con su soplo de fuego, la vida moderna;
tabaco, no parece que pueda producirlo México tan bueno
como Cuba; pero azúcar sí puede producirlo tan bueno.
Con ferrocarriles, ya en construcción que vayan, sin
demora ni estorbo en la frontera, del centro de 108
territorios azucareros al centro de los mercados
americanos- con fa creación subsiguiente e inevitable de
ingenios poderosos, ektimula- dos por la baratura de la
maquinaria, la fertilidad de la tierra y la facilidad de la
colocación del fruto, producirá México dentro de algunos
años cantidad extraordinaria de azúcar, a cuya entrada
en los Estados Unidos se opondrán en vano los
cultivadores de Louisiana y Estados análogos, porque la
mayor suma de varios intereses que aprovecharán
grandemente, por cierto tiempo de! co- mercio libre con
México, ahogarán los clamores de la suma menor de
interesados en el mantenimiento de una sola producción.
$ómo podrán entonces, en época que todos los datos ya
hoy visibles, y producibles de ellos, hacen parecer no
lejana, competir los azúcares de Cuba, que irán por mar y
con derechos a su salida y llegada a los Estados Unidos,
con azúcar de igual clase de México, que irá por
ferrocarril, sin derechos probables de salida y sin
derechos de entrada? Ni ccómo competirían, aun con
igualdad de derechos? Comete suicidio un pueblo el día en
que fía su subsistencia a un solo fruto. México se salvará
siempre, porque ks cultiva todos Y en las comarcas donde
se dan de preferencia al cultivo de uno’ de la caña o del
café, se sufre siempre más, y más frecuentemente: que en
comarcas donde con la variedad de frutos hay un provecho, menos en ocasiones, pero derivado de varias fuentes,
equilibrado y constante. Como México produce todo lo
que los demás Estados de Centro América y de la América
de! Sud, y tiene aún territorio inmenso 402 JOSC Mfvli
donde extender sus múltiples productos, y va a recibir
ahora su- perabundancia de medios de producir de que
continuarán careciendo los demás países americanos que
le son análogos en producciones, aun sin contar con la
rebaja especial de derechos que conceden los Estados
Unidos a México, y por más que se tuviera en cuenta la
posibilidad, que no llega a ser probabilidad, de que
celebrasen los Estados Unidos con los demás países de la
América tratados seme- jantes al de México, resultaría
siempre que en la competencia de frutos iguales por
llegar a un mercado común llevaría la ventaja, por
precios de flete, frescura del fruto y oportunidad del
arribo, el país más cercano. Tales apuntes nos sugiere
hoy la lectura del proyecto. Con la costumbre, no
descaminada a veces, de buscar causas ruines a los
propósitos de apariencia y objeto más loable- han dicho
periódicos de los Estados Unidos de tanta valía como el
Sun, de New York, y otros de no menor influencia en
Washington, que como el tratado dejaría sin rentas al
gobierno de México, que deriva hoy casi todas las suyas
de los derechos de aduanas,- se vería el Gobierno en la
necesidad de suspender el pago a poco de las
subvenciones con que auxilia la construcción de
determinadas líneas férreas de empresa- rios
norteamericanos; estas, privadas de la subvención,
quedarían forzadas a interrumpir y a abandonar, acaso,
sus trabajos; y en- tonces, sobre sus ruinas, continuaría
construyendo los ferrocarrlles mexicanos la poderosa
compañía no subvencionada, nutrida por los magnates
ferrocarrileros de los Estados Unidos, con cuyos intereses
está intimamente ligado el general Grant, coautor, si no
en la letra, en el espíritu del proyecto, Pero a este rumor,
a pesar de su apa- riencia racional, no ha de adscribirse
este proyecto de tratado, de tal alcance, de tan profunda
trascendencia, de tanta monta para todos nuestros
países. Cuando existen para un suceso causas hlsto- ricas,
constantes, crecientes y mayores, no hay que buscar en
una pasajera causa ínfima la explicación del suceso.
Invitamos a reflexionar sobre el tratado. La Amtrica,
Nueva York, marzo de 1883 0. C., t. 7, p. 17- 22.
KARLMARXHAMUERTO [Fragmento] Ved esta gran
sala, Karl Marx ha muerto. Como se puso del lado de los
débiles, merece honor. Pero no hace bien el que señala el
daño, y arde en ansias generosas de ponerle remedio,
sino el que enseña remedio blando al daño. Espanta la
tarea de echar a los hombres sobre los hombres. Indigna
el forzoso abestamiento de unos hombres en provecho de
otros. Mas se ha de hallar salida a la indignación, de
modo que la bestia cese, sin que se desborde, y espante.
Ved esta sala: la preside, rodeado de hojas verdes, el
retrato de aquel reformador ardiente, reunidor de
hombres de di- versos pueblos, y organizador incansable
y pujante. La Internacional fue su obra: vienen a
honrarlo hombres de todas las naciones. La multitud, que
es de bravos braceros, cuya vista enternece y conforta,
enseña más músculos que alhajas, y más caras honradas
que paños sedosos. El trabajo embellece. Remoza ver a un
labriego, a un herrador, o a un marinero. De manejar las
fuerzas de la natu- raleza, les viene ser hermosos como
ellas. New York va siendo a modo de vorágine: cuanto en
el mundo hierve, en ella cae. Acá sonríen al que huye;
allá, le hacen huir De esta bondad le ha venido a este
pueblo esta fuerza. Karl Marx estudió los modos de
asentar al mundo sobre nuevas bases, y des- pertó a los
dormidos, y les enseñó el modo de echar a tierra los
puntales rotos. Pero anduvo de prisa. y un tanto en la
sombra, sin ver que no nacen viables. ni de seno de pueblo
en la historia, ni de seno de mujer en el hogar, los hijos
que no han tenido gestación natural y laboriosa. Aquí
están buenos amigos de Karl Marx, que no fue sólo
movedor titánico de las cóleras de los trabajadores
europeos, sino veedor profundo en la razón de las
miserias huma- nas, y en los destinos de los hombres, y
hombre comido del ansía de hacer bien. El veía en todo 10
que en sí propio llevaba: rebeldia, camino a lo alto, lucha.
Aquí está un Lecovitch, hombre de diarios: vedlo como
habla. llegan a el reflejos de aquel tierno y radioso
Bakunin: comienza a hablar en inglés; se vuelve a otros
en alemán: “ida! ida!” den entusiasmados desde sus
asientos sus compatriotas cua~% p~~ s 404 Josi Marfi
habla en ruso. Son los rusos el látigo de la reforma: mas
no, ;no son aím estos hombres impacientes y generosos,
manchados de ira, los que han de poner cimiento al
mundo nuevo: ellos son la espuela. y vienen a punto,
como la voz de la conciencia, que pudiera dormir- se: pero
el acero del acicate no sirve bien para martillo fundador.
Aquí está Swinton, anciano a quien las injusticias
enardecen, y vio en Karl Marx tamaños de monte y luz de
Sócrates. Aquí está el alemán John Most, voceador
insistente y poco amable, y encen- dedor de hogueras, que
no lleva en la mano diestra el bálsamo con que ha de
curar las heridas que abra su mano siniestra. Tanta gente
ha ido a oírles hablar que rebosa en el salón, y da en la
calle. Sociedades corales, cantan. Entre tanto hombre,
hay muchas mujeres. Repiten en coro con aplauso frases
de Karl Marx, que cuelgan en cartelones por los muros.
Millot, un francés, dice una cosa bella: “La libertad ha
caído en Francia muchas veces; pero se ha levantado más
hermosa de cada caída.” John Most habla palabras
fanáticas: “Desde que !eí en una prisión sajona los libros
de Marx, he tomado la espada contra los vampiros
humanos.” Dice un Magure: “Regocija ver juntos, ya sin
odios, a tantos hombres de todos los pueblos. Todos los
trabajadores de la tierra pertenecen ya a una sola nación,
y no se querellan entre sí, sino todos juntos contra los que
los oprimen. Regocija haber visto, cerca de lo que fue en
París Bastilla ominosa, seis mil trabajadores reunidos de
Francia y de Inglaterra.” Habla un bohemio. Leen carta
de Henry George, famoso economista nuevo, amigo de los
que padecen, ama- do por el pueblo, y aquí y en
Inglaterra famoso. Y entre salv, as. de aplausos tonantes;
y frenéticos hurras, pónese en pie, en unanime
movimiento, la ardiente asamblea, en tanto que leen
desde la plata- forma en alemán y en inglés dos hombres
de frente ancha y mirada de hoja de Toledo, las
resoluciones con que la junta magna acaba, en que Karl
Marx es llamado el héroe más noble y el pensador más
poderoso del mundo del trabajo. Suenan músicas;
resuenan co- ros, pero se nota que no son los de la paz.
Otro día, vuelven en decenas de miles. Quieren tener
diario suyo, y se dan bailes, para ayudar a fundarlo con
SUS productos. iBuenas mujeres. 1 Allá han ido con todos
sus pequeñuelos: iqué alegres están sus hombres, que
siempre están tan tristes! Y luego, de noche, y con los
trajecítos de bailar, ;no se ven la color enfermiza y las
mejillas hundidas de los niños! El aire, cargado de salud,
suele estar lejos de donde los trabajadores viven. Millones
acaba de dejar el ex gobernador Morgan, a sociedades de
teología y a seminarios; ipues más valiera que empeñarse
a forzar en los hom- bres la fe en el cielo,- crearla en ellos
naturalmente dándoles la fe en la tierra! Y ha dejado
Morgan muy buenas sumas a las casas en que ayudan a
los enfermos, a los ancianos, los niños y a los po- OBRA!
3 ESCOGIDAS. T. 1 405 bres: ¿no dejará alguna para
ayudar a hacer casas con aire y luz a los que al cabo, de
vivir en las sombras, llegan a sentirla en el alma y a
hacerla sentir? Estas ciudades populosas, que son
granero; humanos, más que palacios de mármol, deberán
erigirlos de ventu- ra:- y no acumular las gentes
artesanas en pocilgas inmensas, sino hacer barrios sanos,
alegres, rientes, elegantes y luminosos para los pobres.
Ya son el aseo y la luz del sol. Dara ellos desusada
elegancia, pues sin ver hermosura <quién &tió bondad? ni
sin sentir la caridad ajena iquién la tuvo? iAleje de la
cabeza de otros la tormenta el que quiera alejarla en la
suya! Si los vierais, ahora que llegan los meses de veran?,.
entrarse en bandadas, llenos los brazos de las madres de
hijos palldos y moribundos, por los vapores de paseo en
que alguna cofradía o persona amorosa les permite
cruzar de balde el río! iEs de morderse los labios de
cólera, de no andar por toda la tierra paseando
infatigablemente el estandarte de su redención! De
“Carta de Marti”, La Nación. Buenos Aires, 13 y 16 de
mayo de 1883. 0. C., t. 9. p. 388- 390. OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 407 PETER COOPER Ha muerto un
padre de hombres. New York quería a Peter Cooper como
Grecia quiso en un tiempo a sus ancianos; y la ciudad,
cuando supo su muerte puso a media asta sus banderas,
reunió en sesión de luto sus Corporaciones y Senados,
arrancó todas las flores de sus jardines, y fue a regarlas
al paso del cadáver del hombre benévolo. El dia de su
entierro. los carruajes detuvieron su curso; las grandes
tiendas por cuyo frente cruzó el séquito suspendieron sus
pingües negocios; las grandes avenidas de la ciudad
ofrecian un aspecto solemne; y las mujeres mismas, en las
ventanas, se quitaban al paso del cadáver, como para
honrarlo mejor, sus sombreros de cintas de colores. Peter
Cooper vivió noventa y tres años, y no ha cesado en ellos
de hacer bien. Hubo siempre a la vez en su hermosa
naturaleza algo de gigantesco y femenil. La voz de un
pobre le hacia romper en llanto, y, como evocación de
mago, brotar de su mano la lismona; pero nadie luchaba
como él por arrancar secretos a la naturaleza, ni halló
tan varios modos de enfrenar sus iras, domar su
hostilidad, y aprovechar sus fuerzas. Acumuló millones, y
dio millones a los pobres. Nació trabajador, y lo fue
siempre. Cuando se vio rico, no apartó de si a los
miserables, sino que les fabricó Universidades de artes e
industria, para que venciesen como él los obstáculos de la
vida, y se salvasen de la miseria.- Se sintió siempre pobre;
y hace pocos meses, cuando vendria acaso de regalar
decenas de miles de pesos al Instituto de Artes y Ciencias
Industriales que ha creado, -como se rompiese una de las
correas de su carruaje, y no pudiera este seguir marcha,
se bajó de él; de un listón de madera hizo aguja, de un
cordel hilo,- y en medio de la muchedumbre que se
aglomeraba respetuosa, muda de asombro y cariño,
ayudó a su co- chero a coser la correa; y al poner el pie en
el estribo, y acomodarse el ancho gabán, sobre cuyo
cuello caian en profusión, como halo de astro, los blancos
cabellos, daba tiernos consejos a los jóvenes sobre la
utilidad de saber hacer las cosas por si mismos, a lo que
respondía la multitud,- que en presencia de aquel hombre
bueno se sentía mejor,- ondeando los sombreros, y
aclamándole, y llenan- do las calles vecinas con el
estruendo de hurrahs fervorosos. Nada es más adecuado
que la vid2 de Peter Cooper para calmar la impaciencia
que ciega y trastorna a las clases trabajadoras. Nació de
padres tan pobres, que a los cinco años ya ayudaba a sus
padres a vender cerveza; a los diez años, era sombrerero;
a los quince, trabajador en coches e inventor de máquinas
para mejorarlos; a los veinte, fabricante de máquinas de
cortar telas; a los 29, artesano holgado cuya mujer
guisaba la comida, por lo que, como el buen Peter habia
de mecer al niño mientras se hacía el guiso, inventó una máquina que a la vez mecía al nifio, espantaba los
insectos que turbaban su sueño, y ponía en movimiento
una caja de suave música. A poco, con el producto de las
máquinas que construía, mejoraba e inventaba, aunque
no había aprendido mecánica en es- cuela alguna, ni con
maestro alguno, ni en más libro que en la observación de
la naturaleza ,- compró tierra en New York, y tienda de
viveres: edificó casas; adquirió una vasta zona de
terreno; sacó hierro de los montes, construyó hornos
ciclópedos para hervirlo; echó abajo selvas enteras para
calentarlos; descubrió hierros nuevos, y modos de vaciar
las minas de lo alto, y por una cintura colosal’ en torno de
1. a mina, enviar pendiente abajo hasta el depósito los
grandes baldes cargados de mineral, que una vez vacíos,
eran de nue- vo empujados hacia la mina alta, por los
siguientes baldes llenos, que los lanzaban de rebote monte
arriba en busca de la carga nueva. Si un pantano le salía
al paso, lo secaba. Si no podían las máquinas de su tiempo
doblar las curvas, y saltaban en pedazos en el intento, él
inventaba la caldera tubular, ponía al vapor riendas
seguras, y echaba a andar por la América la primera
locomotora que logró verdadero éxito. El no veia la
ciencia como un libro escrito en letras mágicas,
entendible sólo para los privilegiados, sino como el
cúmulo de respuestas que la naturaleza daba a las
preguntas del hombre tenaz. Jamás se le presentó
obstáculo físico, que no venciera con un fácil alarde de su
mente, fértil en inventos. Se complacia en hacer bullir en
12s retortas de su gabinete elementos diversos, y 2 las
luces fantásticas de aquel incendio de simples, que
llenaban de colores de arcoiris el sombrío salón, hallaba
combinaciones inge- niosas, de alguna de las cuales hizo
fábrica que hoy rinde a sus hijos por centenares los miles
de pesos. Pero no bien le caí2 un centavo en las arcas, ya
andaba en bus- ca de quien 10 había menester. Miraba a
los trabajadores como a propios hijos, y los llevó siempre
consigo, y en su corazón, y alzados en sus brazos, a las
eminencias 2 que le empujaron la estimación de los
hombres y su cuantiosa fortuna. Jamás cerró su puerta 2
visitante pobre, ni dejó de ayudar 2 inventor en penuria,
ni a hon- rado en escasez, ni 2 viuda en lágrimas; ni
apartó nunca el oído de las cuestiones encrespadas que a
los trabajadores interesan, ni la mano de la pluma para
defenderlos. Pero quien había ido tantas veces a las
entrañas de la tierra en demanda de sus secretos, cuya
posesión y aprovechamiento hacen fácil la vida y la
alivian ,- había de ir también, puesto en estos problemas,
a sus raíces, y a la busca de fecundos remedios. No era,
como otros tantos, expositores pretenciosos de los males
que veía; ni como muchos más equivocadores de la
justicia con la ira, y azu- zadores ciegos de un mal que no
saben dirigir. No veía en la cólera un bálsamo, sino un
tósigo. Por sobre todas las cosas ponía la ley de amor.
Preferible le parecía retardar una solución a tomar una
violenta, que a su juicio era retardar aún más la solución
real. Como la vida había cedido mansamente al empuje de
su voluntad y de su inteligencia, aseguró que al empuje de
ambas la vida cede siempre. Y vio el remedio de los males
de la clase trabajadora en el ennoblecimiento del
carácter, que las disgusta de las soluciones brutales y
excesivas, y en el cultivo de la inteligencia, que las hace
indispensables a los demás, útiles a sí mismas y
formidables. Para él, la inteligencia es la fuerza suma; y
toda fuerza, por inveterado que sea su dominio, por
prestigiosa que la hagan sus triunfos, por sólida que
parezca a ojos que ven ligeramente,- cede,- como helechos del río a las aguas incontrastables de la catarata,- al
empuje de la inteligencia. Y luego ihabia él buscado en sus
mocedades tantas veces en vano respuesta a sus
preguntas! ise había detenido tantas veces tris- te ante la
naturaleza muda! ihabía envidiado él tantas veces, pobre
trabajador, pobrecillo tosedor de sombreros, humilde
constructor de coches, a los que en buenos libros y buenas
escuelas aprendían lo que él anhelaba saber: Física,
Química, Artes Industriales y Mecá- nicasl- ise había
compadecido tantas veces a sí propio, y mirado como
pobre máquina de vapor suelta en medio de magnífica
comar- ca, mas sin rieles! iHay tanta diferencia, de un
trabajador ignorante, mero diente de rueda o palanca de
máquina, a un trabajador inte- ligente- vapor que la
mueve! Su alma llena de piedad quiso ahorrar a los
hombres los trabajos que él había padecido en medio de
ellos:- curar heridas, sembrando amores;- librar a la
generación nueva de artesanos de las acerbas angustias.
de las vagas aspira- ciones dolorosas y coléricas, de las
zozobras y soledad que afligieron tantas veces su
generosa vida! Quiso limpiar de zarzas el camino de los
hombres nuevos. Y fundó, para enseñar artes y ciencias
in- dustriales gratuitamente, el Instituto de Cooper. Tiene
el Instituto otro nombre oficial; pero este es el nombre con
que lo conoce la nación, y lo celebran por todo el
Universo. Alli iba él todos los sá- bados, del brazo de su
hija, a sentarse entre sus discípulos, a pedir a los
maestros eminentes que no perturbaran el espíritu ni
cohibieran la libertad de los artesanos estudiantes con la
enseñanza del propio credo religioso de él, ni con el credo
de otra religión alguna: allí iba a ver qué nueva sala
hacía falta; qué nueva cátedra era reque- rida por las
necesidades nuevas del mercado industrial; qué empleo
OBRAS ESCOGIDAS. T 1 409 podria hallarse para los que
acababan de terminar sus estudios en el Instituto, como si
creyera deber suyo apartar de los labios de todos los
hombres la copa amarga de la vida. iNo en vano sentía él
que su vida radiosa, como incienso que un supremo sol
arrebola y matiza, ascendía al son de tiernas músicas a
los palacios de la luz suprema! iNo en vano la ciudad
entera rindió homenaje a este gran caballero del amor, y
cantó loas entusiastas que, como brisa de alas, levantasen
su espíritu a las moradas de la paz dichosa! iNo en vano le
pusieron sobre el pecho, como emblema de su vida un lirio
recién abierto; y acompañan a pie millares de hombres y
mujeres el cadáver venerado por las calles y plazas
suntuosas, que parecían, con su amante sigilo y calma
súbita, unir e. strofa colosal al himno publico! iOh!
ihombre venturoso, aquel sobre cuyo pecho, después de
93 años de vida en la tierra, se abre un lirio! La Ofrenda
de Oro, Nueva York, mayo de 1883, v. 1. n. 1, p. 6- 7.
Anuario Martiano, La Habana, n. 4, 1972, p. 125- 128.
OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 411 ELPUENTEDEBROOKLYN
Palpita en estos días más generosamente la sangre en las
venas de los asombrados y alegres neoyorquinos: parece
que ha caído una corona sobre la ciudad, y que cada
habitante la siente puesta sobre su cabeza: afluye a las
avenidas, camino de la margen del río Este,
muchedumbre premiosa, que lleva el paso de quien va a
ver maravi- lla: y es que en piedra y acero se levanta la
que fue un día línea ligera en la punta del lápiz de un
constructor atrevido; y tras de quince años de labores, se
alcanzan al fin, por un puente colgante de 3 455 pies,
Brooklyn y New York. El día 7 de junio de 1870
comenzaban a limpiar el espacio en que había de alzarse,
a sustentar la magna fábrica, la torre de Brooklyn: el día
24 de mayo de 1883 se abrió al público tendido
firmemente entre sus dos torres, que parecen pirámides
egipcias adelgazadas, este puente de cinco anchas vías
por donde hoy se precipitan, amontonados y jadeantes,
cien mil hombres de alba a la medianoche. Viendo
aglomerarse a hormiguear velozmente por sobre la sierpe
aérea, tan apretada, vasta, limpia, siempre creciente muchedumbre,- imagínase ver sentada en mitad del cielo,
con la cabeza radiante entrándose por su cumbre, y con
las manos blancas, gran- des como águilas, abiertas, en
signo de paz sobre la tierra,- a la Libertad, que en esta
ciudad ha dado tal hija. La Libertad es la ma- dre del
mundo nuevo,- que alborea. Y parece como que un sol se
levanta por sobre estas dos torres. De la mano tomamos a
los lectores de La América, y los traemos a ver de cerca,
en su superficie, que se destaca limpiamente de en medio
del cielo; en sus cimientos, que muerden la roca en el
fondo del río; en sus entrañas, que resguardan y amparan
del tiempo y del desgaste moles inmensas, de una margen
y otra,- este puente colgante de Brooklyn, entre cuyas
paredes altísimas de cuerdas de alambre, suspensas,como de diente de un mamut que hubiera po- dido de una
hozada desquiciar un monte,- de cuatro cables luengos,
paralelos y ciclópeos,- se apiñan hoy como entre tajos
vecinos del tope a lo hondo en el corazón de una montaña,
hebreos de perfil agudo y ojos ávidos, irlandeses joviales,
alemanes carnosos y recios, escoceses sonrosados y
fornidos, húngaros bellos, negros lujosos, ru- sos, -de ojos
que queman, noruegos de pelo rojo, japoneses elegan- tes,
enjutos e indiferentes chinos .- El chino es el hijo infeliz
del mun- do antiguo: así estruja a los hombres el
despotismo: como gusanos en cuba, se revuelcan sus
siervos entre los vicios. Estatuas talladas en fango
parecen los hijos de sociedades despóticas. No son sus
vidas pebeteros de incienso: sino infecto humo de opio. Y
los creadores de este puente, y los que lo mantienen, y los
que lo cruzan,- parecen, salvo el excesivo amor a la
riqueza que como un gusano les roe la magna entraña,
hombres tallados en granito,- como el puente.- iAllá va la
estructura! Arranca del lado de New York, de debajo de
mole solemne que cae sobre su raíz con pesa- dumbre de
120000000 de libras; sálese del formidable engaste a 930
pies de distancia de la torre, al aire suelto; éntrase,
suspensa de los cables que por encima de las torres de 276
r/ s pies de alto cuelgan; por en medio de estas torres
pelásgicas que por donde cru- za el puente miden 118 pies
sobre el nivel de la pleamar: encúmbrase a la mitad de su
carrera, a juntarse, a los 135 pies de elevación sobre el
río, con los cables que desde el tope de la torre en solemne
y gallarda curva bajan; desciende, a par que el cable se
remonta al tope de la torre de Brooklyn, hasta el pie de los
arcos de la torre, donde esta, como la de New York,
alcanza a 118 pies; y reen- tra, por sobre el aire con toda
su formidable encajerfa deslizándose, en el engaste de
Brooklyn, que con mole de piedra igual a la de New York,
sajado el seno por nobles y hondos arcos, sujeta la otra
raíz del cable. Y cuando sobre sus cuatro planchas de
acero, sepul- tadas bajo cada una de las moles de
arranque, mueren los cuatro cables de que el puente
pende, han salvado, de una ribera del río Este a la otra, 3
578 pies. iOh, broche digno de estas dos ciudades
maravilladoras! fOh, guión de hierro,- de estas dos
palabras del Nuevo Evangelio! Llamemos a fas puertas de
la estación de New York. Millares de hombres, agolpados
a la puerta central nos impiden el paso. Le- vántase por
entre la muchedumbre, cubiertas de su cachucha azul
humilde, las cabezas eminentes de los policías de la
ciudad, que ordenan la turba. A nuestra derecha, por la
vía de los carruajes, entran carretas que llevan trozos de
paredes y columnas; carros rojos del correo, henchidos de
cartas; carrillos menguados, de latas de leche; coches
suntuosos, llenos de ricas damas; mozos burdos, que
montan en pelo, entre rimeros de arneses, sobre caballos
de carga que en poco ceden al troyano; y lindos mozos,
que en nerviosos corceles revolotean en torno de los
coches. Ya la turba cede: dejamos sobre el mostrador de
la casilla de entrada, un centavo, que es el precio del
pasaje; se ven apenas desde la estación de New York las
colosales torres; zumban sobre nuestra cabeza,
golpeando en los rieles de la estación del ferrocarril aún
no acabado, que ha de cruzar el puente, martillos
ponderosos: empujados por la muchedumbre, 412 Iod
Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 413 ascendemos de prisa
la fábrica de amarre de este lado del puente. Ante
nosotros se abren cinco vías, sobre la mampostería
robusta comenzadas: las dos de los bordes son para
caballos y carruajes, las dos interiores inmediatas, entre
las cuales se levanta la de los viandantes, son la ida y
venida del ferrocarril, cuyos amplios vagones reposan a
la entrada: como a los 700 pies la mampostería cesa, y
empieza el puente colgante, que los cuatro cables
paralelos suspen- den, trabados a los eslabones de hierro,
que cual inmenso alfanje encorvado con la punta sobre la
tierra, atraviesan la mampostería, como. si tuviera el
mango al río y el extremo a la ciudad, hasta anclar en el
fondo de la fábrica. Ya no es el suelo de piedra, sino de
madera, por bajo de cuyas junturas se ven pasar como
veloces recaderos y monstruos menores, los trenes del
ferrocarril elevado, que corren a lo largo de esta margen
del río,- a diestra y siniestra. Y por debajo de nuestros
pies, todo es tejido, red, blonda de acero: las barras de
acero se entrelazan en el pavimento y las paredes que
dividen sus cinco anchas vías, con gracia, ligereza y
delgadez de hilos; ante nosotros se van levantando, como
cortinaje de invisi- ble tela surcada por luengas fajas
blancas, las cuatro paredes tiran- tes que cuelgan de los
cuatro cables corvos. Parecen los dos arcos poderosos,
abiertos en la parte alta de la torre, como las puertas de
un mundo grandioso, que alegra el espíritu; se sienten, en
pre- sencia de aquel gigantesco sustentáculo, sumisiones
de agradeci- miento, consejos de majestad, y como si en el
interior de nuestra mente, religiosamente conmovida, se
levantasen cumbres. El camino de los pedestres, ya bajo
la torre, se abre, al pie del muro que divide los dos arcos;
lo ciiie en cuadro; vuelve a juntarse, entre la colosal
alambrería que en calles aparejadas, colgada de los
cuatro cables gruesos, desciende en largas trenzas, altas
como agu- jas de iglesia gótica junto a la torre, más
cortas a medida que la curva baja hacia el centro del
puente, y al fin, en el centro, a nivel de este. Y el puente,encumbrado en su mitad a 135 pies, para que por bajo él,
sin despuntar sus mástiles ni enredar sus gallar- detes,
pasen los buques más altos,- comienza a descender, en el
grado mismo en que su mitad primera asciende: la
imponente cor- delería, que antes bajaba, ahora en curva
revertida, se encumbra a la cima de la segunda torre; el
camino, al pie de esta, se reabre en cuadro, como al pie de
la torre de New York; y se recoge; bajo sus planchas de
acero silban vapores, humean chimeneas, se desbor- dan
las muchedumbres que van y vienen en los añejos
vaporcillos, se descargan lanchas, se amarran buques: la
calzada de acero car- gada de gente, se entra al cabo por
la de mampostería que lleva al dorso la fábrica de amarre
de Brooklyn, que, sobre sus arcadas que parecen
montañas vacías. se extiende, se encorva, sirve de techumbre a las calles del tránsito, bajo ellas semejantes a
gigantes- cos túneles, y vierte al fin, en otra estación de
hierro, a regarse hervorosa y bullente por las calles, la
turba que nos venia empu- jando desde New York, entre
algazara, asombros, chistes, geniali- dades, y canciones.
Regocija lo inmenso. Pero quedan siempre delante de los
ojos, como zapadores del Universo por venir, que van
abriendo el camino a los hombres que avanzan, aquellos
cuatro colosales boas, aquellos cuatro cables pa- ralelos,
gruesos y blancos, que, como serpiente en hora de apetito
se desenroscan y alzan el silbante cuerpo de un lado del
río, levám tanse a heroica altura, tiéndense sobre pilares
soberanos por encima del agua, y van a caer del lado
opuesto. Y parece que los pies quedan pisando aquella
armazón que semeja de lejos sutil superficie, y como
lengua de hormiguero monstruoso; y es de cerca
urdimbre cerradísima, que a los cables sólo ffa su
sustentamiento, y a las cuerdas de acero que en forma de
abanico bajan en cuatro paredes, cruzándose con las de
tirantes verticales de cada uno de los lados de las torres.
iY se mecen, a manera de boas satisfechos,- sobre la
plancha cóncava en que en el agujero en que atraviesan lo
alto de las torres descansan sobre ruedas,- los cuatro
grandes cables, como alambres de una lira poderosa,
digna al cabo de los hombres, que empieza a entonar
ahora sus cantos! Mas (cómo anclaron en la tierra esos
mágicos cables? &ómo surgieron de las aguas, con su
manto de trenzas de acero, esas es- beltas torres? (Cómo
se trabó la armazón recia sobre que pasean ahora a la
vez, cual por sobre calzada abierta en roca, cinco millares de hombres, y locomotoras, y carruajes, y carros?
iCómo se le: vantan en el aire, susurrando apenas cual
fibra de cañas ligeras esas fábricas que pesan 8 120
toneladas? Y los cables (cómo, si pe- san tanto de suyo
sustentan el resto de esa pesadumbre portentosa? Pues
esos cables, como un árbol por sus raíces, están sujetos en
anclas planas, por masas que ni en Tebas ni en Acrópolis
alguna hubo mayores: esas torres, se yerguen sobre
cajones de madera que fondo arriba fueron conducidos,
con ‘los cimientos de la torre al dor- so, hasta la roca
dura, 78 pies más abajo de la superficie del agua; y esos
cables no abaten con sus cuerdas ponderosas las torres
cor- pulentas, sino que del repartimiento oportuno de sus
hilos y la resistencia, apenas calculable, que le viene de
sus amarras, soporta la colgante estructura, y cuanto el
tráfico de siglos, con su soplo febril, eche sobre ella. Y
iqué raíz ha podido asegurar a tierra esa gigante
trabazón, pasmo de los ojos, y burla del aire? Cqué aguja
ha podido coser ordenadamente esos hilos de acero, de
151/ 4 pulgadas de diámetro, Y en los extremos
anudarlos? <quién tendió de torre a torre, sobre 1 596
pies de anchura, el primer hilo, 5000 hilos, 14 000 millas
de hilo? iquién sacó el agua de sus dominios y cabalgó
sobre el aire, y dio al hombre alas? Levanten con los ojos
los lectores de La América las grandes fábricas de amarre
que rematan el puente de un lado y de otro. 414 los.!
Murfi OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 415 Murallas son que
cerrarían el paso al Nilo, de dura y blanca piedra, que a
90 pies de la marca alta se encumbran: son muros casi
cúbicos, que de frente miden 119 pies y 132 de lado, y con
su enorme peso agobian estas que ahora veremos,- cuatro
cadenas que sujetan, con 36 garras cada una, los cuatro
cables. Allá en el fondo, del lado de atrás más lejano del
río, yacen, rematadas por delgados dientes, como cuerpo
de pulpo por sus múltiples brazos, o como estrellas de
radios de corva punta, cuatro planchas de 46 000 libras
de peso cada una, que tienen de superficie 16’/ 2 pies por
17’/ 2, y reúne sus radios delgados en la masa compacta
del centro, de 2’12 pies de espesor, donde a través de 18
orificios oblongos, colocados en dos filas de a 9 paralelas,
cruzan 18 eslabones, por cuyos anchos ojos de remate,
que en doble hilera quedan debajo de la plancha, pasan
fortísimas barras, de 7 pies de largo, enclavadas en dos
ranuras semicilíndricas abiertas en la base de la
plancha.- Tales son de cada lado los dientes del puente.En torno de los 18 eslabones primeros, que que- daron en
pie, como lanzas de 12’1, pies, rematadas en ojo en vez de
astas, esperando a soldados no nacidos, amontonaron los
cuadros de granito, que parecían trozos de monte, y a la
par que iban su- jetando los eslabones por pasadores que
atravesaban a la vez los 36 ojos de remate de cada 18
eslabones contiguos trenzados como cuando se trenzan
los dedos de las manos,- y que a quedar sueltos hubieran
girado unos sobre otros como sobre un eje común las dos
alas de una bisagra,- inclinaban hacia el río, en la curva
interior del alfanje, con la colocación de las piedras
invencibles, cada doble hilera de eslabones nuevos, hasta
que al avecinarse ya a la altura, por donde habían de
entrar a enlazarse con la complicada cuádruple osamenta los cuatro cables, la doble hilera se duplica, las dos
camas de eslabones se truecan en cuatro; las 18 barras
son ya 36; los dos pa- sadores paralelos, que a tramos
diversos e iguales, como anillos de serpiente chata que
anda, han venido asegurando la doble cadena, se
convierten en cuatro, y cada uno de estos pasadores,
bastante a ser mástil de barco o columna de iglesia, sujeta
a la vez atra- vesando 18 ojos, los 9 en que rematan los
eslabones de cada una de las cuatro hileras, y 9 ojos de 9
de los hilos de cada cable, que tiene 19 hilos, cada uno de
los cuales se abre en dos a cada extremo para ajustar,como cuña entre ias dos porciones del cuerpo que rompe,entre los ojos de dos eslabones contiguos,- con lo que
quedan por los. cuatro mismos pasadores paralelos
unidos en cuatro camas superpuestas e idénticas, los 36
extremos de cada cadena de anclaje y los 36 extremos de
cada cable. Esas 4 dobles médulas de hierro, hasta 25 pies
de lo alto del muro que da al río, en que ya el cable entra
en el muro, atraviesan esos dos cuerpos monstruosos de
granito,- médulas que ramata luego armazón intrincada
de ner- vios de acero, por ser ley, que anuncia lo uno en lo
alto, y lo eterno en lo análogo, que todo organismo que
invente, el hombre, y avasalle o fecunde la tierra, esté
dispuesto a semejanza del hombre. Parece como si en un
hombre colosal hubiera de rematarse y con- centrar toda
la vida. De madera es, de madera de pino de Georgia, que
debajo del agua ni el oxígeno alcanza ni el tedero roe, el
sustento de ambas torres. Caisson lo llaman en francés y
en inglés, y es invención francesa. Es caja inmensa, vuelta
del revés: la boca, abajo; el fondo, arriba; y sobre el fondo
que le sirve de tapa, veintidós pies de planchas de pino,
cruzadas en ángulo recto sujetas al techo del cajón por
tornillos gruesos como árboles, y retorcidos y
agigantados, como debe ver, en su cerebro encendido, sus
ideas un loco;- y de madero a madero, abrazaderas de
hierro. ,- y en las junturas, alquitrán y materias
adherentes y durables. iOh! bien merecen estas cosas que
asombran, que bajemos por el pozo forrado de hierro,
contra entrada de aire, que desciende de lo alto del cajón,
por entre los lienzos de pino, al cajón hueco, también de
hierro contra aire, forrado de hierro de caldera, y cuyas
paredes, de hierro calzadas, van en 10 interior
disminuyendo, para dejar mayor espacio a los
excavadores, desde ocho pies con que junto al fondo que
hace de techo comienzan, a ocho pulgadas. Ya flota la
estructura corpulenta, con su margen de once pies, entre
la triple empalizada, que, en el lugar mismo en que ha de
alzarse la torre, le han fabricado los ingenieros; ya
comienza a hundirse, al peso de los primeros trozos de
granito que le echan al dorso; iya baja! iya baja! Por las
canales de aire, in- troducen en el cajón el aire
comprimido, ante el que huye, no sin grandes luchas,
titánicos saltos a quinientos pies por sobre los pozos,
tonantes rugidos y mortíferas rebeldías el agua vencida.
Ni silbar pueden los hombres que trabajan en aquella
hondura, donde está el aire comprimido a 32 libras por
pulgada cuadrada: ni apa- gar una luz, que de sí misma se
reenciende. Del pozo de hierro por donde bajan los
excavadores al húmedo hueco del cajón, dividido para
mejor sustento por seis tabiques, donde los excavadores
tra- bajan,- los hombres pasan, graves y silenciosos a su
entrada, fríos, ansiosos, blancos y lúgubres como
fantasmas a su salida, por una como antesala, o cerrojo
de aire, con dos puertas, una al pozo alto, otra a la cueva,
que nunca se abren a la par, porque no se escape el aire
comprimido, sino la de la cueva para dar entrada al
bravo ejército cuando la del pozo se ha cerrado ya tras
ellos, o la del pozo, para darles salida, cuando dejan ya
cerrada la de la cue- va:-* Ived cómo bajan por cuatro
grandes aberturas al fondo de la excavación las dragas
sonantes, de cóncavas mandíbulas, a buscar al fondo de
los pozos,- abiertos a hondura mayor que el nivel del
agua, por lo que el agua sube en ellos a nivel,- el lodo, la
arena, los trozos de roca, que en incesantes paletadas
echan en los pozos los excavadores, para que luego, al
encajar, con ruido de cadenas, SUS fauces abiertas en la
abertura profunda la draga famélica, las trague,
cerrando de súbito los maxilares poderosos, y las saque,
cajón y torre arriba, al aire libre, y las vuelque en las
barcas 416 los. 2 .\ farti OBRAS ESCOGIDAS T. 1 417 de
limpieza! Ved como a medida que limpian la base aquellos
heroi- cos trabajadores febriles, en cuyo cerebro
hinchado la sangre preci- pitada se aglomera, van
quitando alternativamente las empalizadas que
colocaban ha poco bajo los tabiques de la extraña fábrica,
y, con este sistema de escalones, dejando caer sobre las
empalizadas que quedan la torre, que, sin el apoyo de las
que le quitan, pesa más sobre las restantes, y baja,- y
reponiendo sobre el terreno nue- vamente limpio fas que
quitaron, para apartar enseguida las que dejaron antes,
al separar las cuales la torre baja otra vez sobre las
nuevas. Ved como expulsa el agua, y calva ya la roca,
echan los hombres entre ella y el tope del cajón 8 000
toneladas de cemento hidráulico, masa que, celoso de la
naturaleza que creó breñas duras, ha inventado el
hombre. Asi a flor siempre de agua, construyeron, sobre
el cajón que con su entrana de hombres se iba hundiendo,
la torre que con su pesadumbre de granito, se iba
levantando. Y luego, con pescantes potentes, alzaron
hasta 300 pies las piedras, grandes como casas, que
coronan la torre. Y los albañiles encajaron en aque- lla
altura, como niños sus cantos de madera en torre de
juguete de Grandall, piedras a cuyo choque ligerisimo,
como ala,, de mari- posa a choque humano, se
despedazaban los cuerpos de los trabaja- dores, o se
destapaba su cráneo. iOh trabajadores desconocidos, oh
mártires hermosos, entrañas de la grandeza, cimiento de
la fábrica eterna, gusanos de la gloria! iY los cables, los
boas satisfechos? ;Qué araña urdió esta tela de margen a
margen por sobre el vacío? (Qué mensajero llevó 20000
veces de los pasadores del amarre de Brooklyn las 19 madejas de que está hecho cada alambre, y los 278 hilos de
que está hecha cada madeja, a los pasadores del amarre
de New York? Una mañana, como galán que corteja a su
dama, un vapor daba vueltas al pie de la torre de
Brooklyn: iarriba va, lentamente izada, la pri- mera
cuerda! móntanla sobre la torre: sujétanla a la fábrica de
amarre; arrástrala el vapor hasta el pie de la torre de
New York; izan el otro extremo; pásanlo por la otra torre;
fíjanlo al otro amarre:-- del mismo modo pasan una
segunda cuerda:- juntan en cada amarre, alrededor de
poleas movidas por vapor, los extremos de ambas
cuerdas, y ya queda en perpetuo movimiento circular la
gloriosa “cuerda viajera”. Sentado en un columpio, que
cuelga de una carrucha fija a la cuerda que la máquina de
vapor pone en mo- vimiento, cruza el primero,- entre
estampidos de cañones, silbos de locomotoras, flameos de
banderas y hurras de centenares de mfles de hombres,Farrington sin miedo, cabeza de mecánicos.- Luego
montan sobre la viajera, alzadas en brazos de hierro, una
rueda de madera acanalada, en que engarzan el
alambre, bien mojado en acei- te de linaza para evitar el
moho, y después bien seco que en ocho grandes ruedas,
dos al pie de cada cable, tienen enredado, en exten- sión
de dos millas, igual a 52 rollos, alrededor de cada rueda:
ialla va la carrucha, hormiga trabajadora, de un cabo a
otro del puente, con su doble hilo de alambre! Llega, la
acarician, desengarzan el hilo, y lo reengarzan en torno a
una gran herradura de hierro de bar. de estriado, molde
provisional del que sacan luego el cable para en- gastarlo
en el último pasador de la cadena: vuelve vacía,
chirriando y castañeteando, la carrucha al otro extremo:ajustan, con gran- dísimas labores, desde los amarres y lo
alto de las torres la longitud diversa, que por quedar
cada hilo a altura diversa en la madeja, ha de tener cada
hilo: tallá va de nuevo la carrucha; la aguja redonda, que
ha cosido el cable! iallá va 139 veces, en que deja 278
hilos! Y ya está la madeja, que de alambre forran, como
las 18 más que hacen, a un mismo tiempo para cada uno
de los cuatro cables: y ya hechas, apriétanlas con grandes
abrazaderas; ajustan más aún las 19 madejas, en que los
hilos yacen unos al lado de otros, y no trenzados; ciñen
con medios cilindros, bien apretados, el cable; y sobre
una especie de balsa ambulante que del mismo cable
cuelga, van, tejedores del aire, los forradores,
envolviendo la masa circular con alambre, que una
sencilla máquina, semejante a una rueda de timón, que
lleva el alambre enrollado en un carretel, va dejando salir
en espiral:-- y, ya el boa bien vestido, lo posan en su
plancha acanalada que, sobre ruedas corredizas, para
que el ca- ble pueda extenderse y encogerse, y no dañar la
fábrica con su peso, lo espera en la cumbre de la torre. De
los cables cuelgan, sujetos de bandas de hierro, los
tirantes trenzados, 208 en cada cable; de los tirantes, las
planchas horizon- tales que sustentan el pavimento, y las
seis paredes verticales de alturas diversas que las cruzan,
y listones de acero de pared, y listones diagonales, sobre
cuya armazón se extienden, en gruesa len- gua de 3 178
pies de largo y 85 de ancho, las cinco calzadas, de 19 pies
de ancho las de carruajes; las del ferrocarril, de IS’/,; y
dando vista a islas como cestos, a ciudades como hornos,
a vapores que parecen, por lo avisados, ruidosos y
diestros, mensajeros par- lantes, y hormigas blancas que
se tropiezan en el río, cruzan sus antenas, se comunican
su mensaje y se separan, dando vista a rios como mares,
empínase en el centro, como cresta de 16 pies de ancho, el
camino de las gentes de a pie que desde que abrió puertas
el puente, cruzan, apretándose a veces en masas enormes,
para dar salida a las cuales hay que alzar las barandas
del camino, dos formidables y nunca enflaquecidas
hileras de viandantes. Ni hay miedo de que la estructura
venga abajo, porque aun cuan- do se quebraran a un
tiempo los 278 que de cada cable la sostienen, bastaría a
tenerla en alto, con su peso y el del tráfico, la ramazón de
tirantes supletorios que, a modo de tremenda mano
abierta, de delgada muñeca, baja, casi hasta la mitad del
cable por cada lado, del tope de cada torre. No hay miedo
de que se mueva ia estruc- tura, ni que la sacudan juegos
de aire ni iras de tormenta; porque por su base la
muerden las torres con dientes de acero, y para que el
viento mayor no la conmueva, los dos cables de afuera se
418 José Marfi encorvan hacia adentro al ir tocando la
mitad del puente, y los dos de adentro se doblan hacia los
de afuera, con lo que se hace mayor la resistencia. No
vendrán, no, los aires traviesos a volcar carros sobre el
rio, porque los bordes del puente se levantan a ocho pies
de alto y entre las vías de carruajes y las del ferrocarril
está tendida, para sujetar los empujes del viento, red de
fuertes alambres. Ni hay riesgos de que los cables se
quebranten,- que nun- ca vendrá sobre cada uno de ellos
peso mayor de 3 000 toneladas, y está hecho para
sustentar, con sus 294 brazos, doce mil. Ni se torcerá,
astillará o saltará el puente, cuando el calor de estío lo
dilate, como al sol de amor el espíritu, o el rigor del
invierno lo acorte; porque está quíntuple calzada está
como partida en dos mi- tades, para prevenir el ensanche
y el encogimiento, por medio de una plancha de
extensión, en el punto medio de la vía, cuya plan- cha, fija
en el extremo de una de las porciones, empalma sobre
junturas movibles con el extremo de la porción segunda. Y
cuando al pie de una de las torres se amontonan en
bloqueo sin salida, millares de mujeres que sollozan,
niños que gritan, policías que vocean, forcejeando por
abrirse camino,-- se mueven señorialmente, como
gigantes que saludan, un ápice apenas los cables en sus
le- chos corredizos en lo alto de las torres. Así han
fabricado, y así queda, menos bella que grande, y como
brazo ponderoso de la mente humana, la magna
estructura.- Ya no se abren fosos hondos en torno de
almenadas fortalezas; sino se abrazan con brazos de
acera, las ciudades; ya no guardan casillas de soldados
las poblaciones, sino casillas de empleados sin lanza ni
fusil, que cobran el centavo de la paz, al trabajo que
pasa;- los puentes son las fortalezas del mundo moderno.Mejor que abrir pechos es juntar ciudades. iEsto son
llamados ahora a ser todos los hombres: soldados del
puente1 La AmLrica, Nueva York, junio de 1883. 0. C., t.
9, p. 421- 432. A APRENDER EN LAS HACIENDAS ’
Nuestras tierras feracisimas, ricas en todo género de
cultivos, dan poco fruto y menos de lo que debían por los
sistemas rutinarios y añejos de arar, sembrar y recoger
que aún privan en nuestros paises y por el uso de
instrumentos ruines. Surge de esto una necesidad
inmediata: hay que introducir en nuestras tierras los
instrumentos nuevos; hay que enseñar a nues- tros
agricultores los métodos probados con que en los mismos
frutos logran los de otros pueblos resultados pasmosos.
iQué valla quedará en pie, qué competencia no será
vencida, qué rivales mantendrán sus fueros cuando los
instrumentos moder- nos, y las mejores prácticas ya en
curso, fecunden las comarcas americanas? Buenos Aires
sabe de esto, Buenos Aires que está sacando cada mes de
estos puertos cuatro o seis buques cargados de
instrumentos de agricultura. Mas ni todos nuestros
pueblos gozan de la misma próspera con- dición que el de
la Plata, ni en todos es posible la introducción cuantiosa
de los nuevos y, por el tiempo y labor que ahorran, generosos aperos de labrar; ni la mera introducción de ellos
en tierras no preparadas para recibirlos y hacerlos útiles,
hasta a cambiar como por magia, el estado rudimentario
de nuestros cultivos. Ni se tienen en todas partes los
capitales importantes que la compra de nuevos aprestos
de cultivo necesitan; ni es suficiente que se entren por las
tierras los instrumentos si no entra con ellos quien los
maneje y acondicione el suelo para aprovecharlos; ni aun
con los especiales halagos que las Exposiciones brindan,
se atreven siempre los fabricantes de ellos a enviar sus
productos a pueblos donde temen que la venta no
compense los costos del envio. Si los instrumentos no van,
pues, es preciso venir a buscarlos. Pero ya lo dijimos: aun
cuando los instrumentos vayan, no van con ellos las
nuevas prácticas agrícolas que los hacen fecundos. Esto
no se aprende o se aprende mal, en libros. Esto no puede
exhibirse en las Exposiciones. Esto, sólo en parte, y con
grandísimo dispendio, podría enseñarse en las Escuelas
de Agricultura. Hay que venir a aprender esto donde está
en pleno ejercicio y curso 420 Jose Madl práctico. Se
manda- locamente acaso- a los nirios hispanoamericanos, a colegios de fama de esta tierra, a que truequen la
lengua que saben mal por la extraña que nunca aprenden
bien; y a que;- en el conflicto de la civilización infantil,
pero delicada que viene con ellos,- y la civilización viril,
pero brusca, peculiar y extraña que aquí les espera,salgan con la mente confusa y llena de recuerdos de lo que
trajeron y reflejos imperfectos de lo nuevo que ven, inhábiles acaso ya para la vida espontánea, ardiente y
exquisita de nuestros paises, y todavía inhábiles para la
rápida, arremolinada, arrebatada existencia de esta
tierra. Los árboles de un clima no cre- cen en otro, sino
raquiticos, descoloridos, deformes y enfermos. Pues asi
como se manda a los niños de Hispanoamérica a aprender lo que en sus tierras, por elementales que sean,
aprenderian mejor, con riesgo de perder aquel aroma de
la tierra propia que da perpetuo encanto y natural y
saludable atmósfera a la vida; así como se sirve en
oficinas de comercio, a adquirir tras largos años un
puñado de prácticas vulgares que caben en una cáscara
de nuez, y que se aprenden de igual modo en la casa
propia, sin perder lo que se pierde, siempre en la ajena,
así sin tanto riesgo y con mayor provecho, deben enviar
los Gobiernos a agricultores ya entendidos; y los padres,
a los hijos, a quienes quieran hacer beneficio verdadero
con enseñarles en el cultivo de la tierra la única fuente
absoluta- mente honrada de riqueza; y los hacendados, a
hombres capaces de llevar luego a sus haciendas las
mejoras que en las de acá vean, a estudiar la agricultura
nueva en los cultivos prósperos, a vivir durante la época
de una a varias cosechas en las haciendas donde se siguen
los sistemas recien? es, a adquirir en todos sus detalles,
sin lo que no es fructifero, el conocimiento personal y
directo de las ventajas de los métodos e instrumentos
modernos. Urge cultivar nuestras tierras del modo que
cultivan las suyas nuestros rivales. Estos modos de
cultivo no viajan. Hay que venir a aprenderlos, puesto el
ancho sombrero y la blusa holgada del labrador, al pie de
las labranzas. Es acaso el único medio fácil, fecundo y
perfecto de importar en nuestros paises las nuevas
prácticas agrícolas. Se mandan aprendices a los talleres
de maquinaria, en lo que se hace bien: mándense, en lo
que se hara mejor, aprendices a las haciendas. A
ADELAIDA BARALT Ayer, linda Adelaida, en la pluviosa
Mariana, vi brillar un soberano Arbol de luz en flor,- fay!
un cubano Floral,- nave perdida en mar brumosa. Y en
sus ramas posé, como se posa, Loco de luz y hambriento
de verano, Un viejo colibrí, sin pluma y cano Sobre la
rama de un jazmín en rosa. iMas parto, el ala triste! cruzo
el río, Y hallo a mi padre audaz, nata y espejo De
ancianos de valor, enfermo y frío De nostalgia y de lluvia:
¿cómo dejo Por dar, linda Adelaida, fuego al mío, Sin
fuego y solo el corazón del viejo? 1884 PC. Ed. c., t. II, p.
261. La AmtWca; Nueva York, agosto de 1883. 0. C.. t. 8,
p. 275- 277. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 423 [A ENRIQUE
ESTRAZULAS] Téngame amistad mayor Por no
escribirle, que ese Silencio, aunque a Vd. le pese, No es
silencio, que es pudor. Y hágole aquí la limosna De callar:
ve que me vengo Con usura; pero tengo Mucho que hacer
para el “Vosna”. Como ando al vuelo, me excusa Tanta
rima en participio Y tanto relleno y ripio,- iLos postizos
de la Musa!-. iOh, mi amigo, -esos retoños Del
pensamiento en tortura! iEse afeitar la hermosura Con
guirindainas y moños! Gusto de echar del ardiente
Cerebro lo que en él danza, Como danza en él: -si lanza,
Pues lanza resplandecientel- A gusto sólo me hallo Libre
como el indio esbelto: Desnudo como él; resuelto Como él;
desnudo, a caballo! Pero yo le diré al menos Cómo fue; fue
que creí Que, como Vd. es bueno, así Todos los hombres
son buenos. Sabe Vd. que para mí No hay agua, ni pan,
ni sol, Mientras mande el español En la tierra en que nací
Y no por aquel brutal Odio, que en mi alma no cabe; Sino
porque España sabe Vivir bien y mandar mal. Muy
puestecitos de un lado Estaban, y en su buen rollo, Los
cien pesos de mi escollo Cuando dejé el Consulado: Muy
amenos de mirar, Muy seguros de vencer, Muy contentos
de irlo a ver, Muy ganosos de viajar.. . Esto que en gorja
le charlo, Lo voy en gorja diciendo, Pero se me van
saliendo Las lágrimas al contarlo! Hallé que a poner
corría, So capa de santa guerra, La libertad de mi tierra
Bajo nueva tiranía. Hallé -ioh cállelo!- que aquellos A
quienes todo me di, So capa de patria iay mí! Sólo
pensaban en ellos; Y gemí, por la salud De mi pueblo, y
trastorné Mi vida,- más les negué El manto de mi virtud!
De mí, a nadie cuenta di; A nadie en mi ansia Ilamé,iSiempre la soberbia fue Defecto muy grande en mí! El
plan que urdí con cuidado Se me vino a tierra, y miento
En eso del llamamiento:- iA un amigo,- sí he llamado!
424 Jod Maru OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 425 Púseme a tajo
y destajo A buscar trabajo, -y digo Que, amén de Vd., no
hay amigo Más constante que el trabajo. Hallélo, hallélo
por fin!- Jamás novio recibió A su novia, como yo A este
trabajo ruin.- Por él en paz desafío A cuanto torpe
quisiera Que al mundo prostituyera El limpio espíritu
mío; Por él, me quede otra vez Libre del odioso influjo De
los pueblos donde el lujo Se compra con la honradez. Viva
yo en modestia oscura; Muera en silencio y pobreza; iQue
ya verán mi cabeza Por sobre mi sepultura! ¿Que en cuál
cárcel mis ideas Pongo ahora en duro recinto? CQue
dónde me aprieto el cinto Para mayores peleas? No ría,
amigo, no ría: Tiene el silencio batallas Donde suenan
más ferrallas Que en la mayor ferrería! Y así vivo, y no lo
se,- Comido de un mal ardiente: iSiempre una visión
enfrente! iSiempre el alemán al pie! ¿Se entra un amor
por el alma Dulce como luz nocturna, Como el ámbar
entra en la urna, 0 entra en el cielo una palma? ¿Se alza
en el pecho un impulso? Que echa el cuerpo de la silla, Y
enciende en sol la mejilla Y pone a galope el pufso? Al
iManda una voz singular alma que ame, y se extienda? 1Agradyo a sua encommenda Pelos ferros d’engommarl
¿Salta el acero en la mano 0 en los labios la palabra, 0 en
el alma Jesús? - /Abra Conta oa Snt. Campuzanol <Qué, si
no el grato recuerdo De su alma noble, pudiera Calmar un
poco esta hoguera Que me come el lado izquierdo? II
18841 PC. Ed. c.. t. II, p. 262- 265. Según esfa fuenfe,
poema manuscrifo en Fapel con membrete de “Herbst
Brothers / 40 Sfone Sfreea / New York, 188-. ’ TRABAJO
MANUAL EN LAS ESCUELAS Acaban de presentar
informe de sus trabajos en el ario anterior los colegios de
agricultura de los Estados Unidos, y se ve de todos ellos
que no son tantos fas leyes teóricas del cultivo las que en
estas escuelas se enseñan, como el conocimiento y manejo
directo de fa tierra, que da de primera mano y
claramente, y con amenidad inimitable, las lecciones que
siempre salen confusas de libros y maestros. Ventajas
físicas, mentales y morales vienen del trabajo ma- nual.Y ese hábito del método, contrapeso saludable en
nuestras tierras sobre todo, de la vehemencia, inquietud y
extravío en que nos tiene, con sus acicates de oro, la
imaginación. El hombre crece con el trabajo que sale de
sus manos. Es fácil ver cómo se depau- pera, y envilece a
las pocas generaciones, la gente ociosa, hasta que son
meras vejiguillas de barro, con extremidades finas, que
cubren de perfumes suaves y de botines de charol;
mientras que el que debe su bienestar a su trabajo, o ha
ocupado su vida en crear y transformar fuerzas, y en
emplear las propias, tiene el ojo alegre, la palabra
pintoresca y profunda, las espaldas anchas, y fa mano
segura. Se ve que son esos los que hacen el mundo: y engrandecidos, sin saberlo acaso, por el ejercicio de su
poder de crea- ción, tienen cierto aire de gigantes
dichosos, e inspiran ternura y respeto. Más, más cien
veces que entrar en un templo, mueve el alma el entrar, en
una madrugadita de este frio de febrero, en uno de los
carros que llevan, de los barrios pobres a las fábricas,
artesanos de vestidos tiznados, rostro sano y curtido y
manos mon- tuosas,- donde, ya a aquella hora brilla un
periódico.- He ahí un gran sacerdote, un sacerdote vivo:
el trabajador. El Director de la Escuela de Agricultura de
Michigan defiende calurosamente las ventajas del trabajo
manual en las Escuelas. Para el Director Abbott, no hay
virtud agrícola a que no ayude el trabajo manual en la
Escuela. El cultivador necesita conocer la na- turaleza, las
enfermedades, los caprichos, las travesuras mismas de
las plantas para dirigir el cultivo de modo de aprovechar
las fuerzas vegetales, y evitar sus extravíos. Necesita
enamorarse de su OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 427 labor, y
encontrarla, como es, más noble que otra alguna, aunque
no sea más que porque permite el ejercicio más directo de
la mente, y proporciona con sus resultados pingües y
constantes una renta fija y libre que permite al hombre
vivir con decoro e independencia. iOh! a oír nuestro voto,
junto a cada cuna de hispanoamericano se pondria un
cantero de tierra y una azada.- Necesita el agricultor
además conocer de una manera intima, en sus efectos y
modo de obrar, las ciencias que hoy ayudan y aceleran
los cultivos. Y como la naturaleza es ruda, como todo fo
verdaderamente amante, el cul- tivador ha menester de
salud recia que el sol no acalore y no refleje la lluvia, lo
cual sólo con habituarse a esta y a aquel puede
conseguirse. con el trabajo manual en la Escuela, el
agricultor va apren- diendo a hacer lo que ha de hacer
más tarde en campo propio; se encariña con sus
descubrimientos de fas terquedades o curiosidades de la
tierra como un padre con sus hijos, se aficiona a sus
terruños que cuida, conoce, deja en reposo, alimenta y
cura, tal y de muy semejante manera, como a su enfermo
se aficiona un médico. Y como ve que para trabajar
inteligentemente el campo, se necesita ciencia varia y no
sencilla, y a veces profunda, pierde todo desdén por una
labor que le permite ser al mismo tiempo que creador, lo
cual alegra el alma y la levanta, un hombre culto, diestro
en libros y digno de su tiempo. Está el secreto del
bienestar en evitar todo conflicto entre las aspiraciones y
las ocupaciones. Páginas se llenarían con la enumeración
de las ventajas de este trabajo manual en las Escuelas de
Agricultura, que demuestra el informe. Y para que el
trabajo de los estudiantes de agricultura sea doblemente
útil, no lo aplican sólo en las Escuelas al laboreo de la
tierra por los métodos ya conocidos, sino a fa prueba de
todas fas reformas que la experiencia o la invención van
sugiriendo; con lo que las Escuelas de Agricultura vienen
a ser grandes benefactores de las gentes de campo, a
quien dan fa reforma ya probada, y evitan arriesgar las
sumas y perder el tiempo que el experimentarla por
cuenta propia les hubiera costado. Y con esto, además, la
mente del alumno se mantiene viva y contrae el hábito
saludable de de- sear, examinar y poner en práctica lo
nuevo. Hoy, con la colosal afluencia de hombres
inteligentes y ansiosos en todos los caminos de la vida,
quien quiera vivir no puede sentarse a descansar y dejar
en reposo una hora sola el bordón del viaje: que cuando lo
quiere levantar y tomar la ruta de nuevo, ya el bordón es
roca. Nunca, nunca fue más grande ni más pintoresco el
universo. Sólo que cuesta trabajo entenderlo y ponerse a
su nivel: por lo que muchos prefieren decir de él mal, y
desvanecerse en quejas. Traba- tar- f; s mejor, procurar
comprender la maravilla,- y ayudar a aca- 428 Jos6
Martí En una escuela, la de North Carolina, han
analizado los abonos, minerales, las aguas minerales, las
aguas potables, el poder ger- minador de las semillas, la
acción de diferentes sustancias químicas en ellas, y la de
los insectos sobre las plantas. En general, los trabajos
prácticos de las escuelas se dirigen al estudio y mejora de
los granos y tubérculos alimenticios; a la aplicación de
los varios y mejores métodos de preparar el terreno,
sembrar y cosechar, a la comparación de los abusos
diversos y creación de otros, al modo de alimentar bien
los animales, y las plantas, y de regar y de preservar los
bosques, Tienen además cursos en que los alumnos
aprenden las artes mecánicas, no del modo imperfecto y
aislado, en que de soslayo y por casualidad llega a saber
un poco de ellos el agricultor atento y habilidoso, sino con
plan y sistema, de modo que unos conoci- mientos vayan
completando a otros, y como saliendo estos de aque- llos.
La mente es como las’ ruedas de los carros, y como la
palabra: se enciende con el ejercicio, y corre más ligera.
Cuando se estudia por un buen plan, da gozo ver cómo los
datos más diversos se asemejan y agrupan, y de los más
varios asuntos surgen, tendiendo a una idea común alta y
central, las mismas ideas.- Si tuviera tiempo el hombre
para estudiar cuanto ven sus ojos y él anhela, llegaría al
conocimiento de una idea sola y suma, sonreiría, y reposaría. Esta educación directa y sana; esta aplicación de
la inteligencia que inquiere a la naturaleza que responde;
este empleo despreocu- pado y sereno de la mente en la
investigación de todo lo que salta a ella, la estimula y le
da modos de vida; este pleno y equilibrado ejercicio del
hombre, de manera que sea como de sí mismo puede ser, y
no como los demás ya fueron; esta educación natural,
quisié- ramos para todos los países nuevos de la América.
Y detrás de cada escuela un taller agrícola, a la lluvia y al
sol, donde cada estudiante sembrase su árbol. De textos
secos, y meramente lineales, no nacen, no, las frutas de la
vida. La AmEca, Nueva York, febrero de 1884. 0. C., t. 8,
p. 285- 288. WENDELL PHILLIPS MUERTE DEL GRAN
ORADOR NORTEAMERICANO.- SU APARICION.- SU
INFLUENCIA.- SU CARACTER.- ELEMENTOS DE SU
ORATORIA.- SU INTOLERANCIA Y AMOR A LO
ABSOLUTO.- SU INDEPENDENCIA.- SU ESTILO Nueva
York, ll de febrero de 1884 Señor Director de La Nación:
Solicitan en vano la pluma los hechos menudos, que en
estos días de fiestas de ciudad y emboscadas en el
Congreso nutren pe- sadamente diarios y pláticas. En
vano pesan en la memoria, como si no debieran estar en
ella, un asesino que se exhibe; la mujer de un bandido que
anda en circos, disparando ante niños que fuman y
vocean, las armas con que más de una vez abatió vidas su
espo- so; y el camarada que por unos dineros de
recompensa le dio muerte, y ahora con beneplácito y
regocijo de las turbas del Oeste, cada noche representa en
una escena de teatro, con el revólver y los vestidos
mismos que tenía cuando mató a su amigo por la espalda: la escena del asesinato. *- en vano, suenan, como
hojillas de latón contra espadas de ángeles, disputas de
políticos menores y de gente privada: Wendell Phillips ha
muerto. Aquel vocero ilus- tre de los pobres: aquel
magnánimo y bello caballero de la justicia y la palabra;
aquel orador famoso que afrontó turbas egoístas, y las
juntó a su séquito, o cuando aullaban bárbaras, las sujetó
por la garganta: aquel abolicionista infatigable de quien
John Bright dijo que no tenía par entre americanos e
ingleses ni por la limpieza de su corazón, ni por la
majestad de su discurso, ni por la serenidad de su
carácter- ya no habla. Dolerse no es preciso de su muerte,
hecho usual y sencillo que debe merecerse con una clara
vida; espe- rarse en calma y recibirse con ternura. Los
grandes hombres, aun aquellos que lo son de veras
porque cultivan la grandeza que hallan en sí y la emplean
en beneficio ajeno, son meros vehículos de las grandes
fuerzas. Una ola se va, y otra ola viene. Y son ante la eternidad los dolores tajantes, los martirios resplandecientes,
los grupos de palabras sonoras y flamígeras, los méritos
laboriosos de los hom- 430 Josd Martí OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 431 bres- como la espuma blanca que se
rompe en gotas contra los filos de la roca o se desgrana,
esparce y hunde por la callada arena de la playa. Pero el
que tuvo ya en los labios puesta la copa de los goces, y la
dejó caer sonriendo, y echó a andar de brazo con los tristes;- el que, a poco de ver en la vida, entiende que esta
tiene sus plebeyos, que son los que se aman a sí mismos, y
traen la tierra toda a su almohada y su mandíbula,-- y sus
nobles, que son aque- llos a quienes como el ansia de
hacer bien, y de su sangre dan a beber, y de su corazón
dan a pastar; y con su propio óleo alimentan la lámpara
humana;- el que, cuando padece universal empleo, que
embriaga y deseca como las orgías, la acumulación de la
rique- za,- ve tras de la montaña de la muerte, y en las de
sí mismo;- se enciende en amor vivo; en amor, siempre
doloroso; y del contagio escapa; y a los desventurados
alza de su desventura; y para sí recoge el gozo siempre
amargo de defenderlos, como única moneda valedera;- el
que en la general perversión de las fuerzas mentales y
morales, halla en sí la inteligencia que esplende y
ensancha, y la levanta en alto con respeto, como levanta
un sacerdote una hos- tia;- el que se consume en beneficio
ajeno y desdeña en cuanto sólo le sirven para sí las
fuerzas magnas que en él puso el capricho benévolo de la
naturaleza, héroe es y apóstol de ahora, en cuya mano
fría todo hombre honrado debe detenerse a dar un beso.
Cincuenta años hace.- Rugía, rugia la muchedumbre.
Chaming orador grande, había llamado a junta, a la
gente de Boston, para condenar a los asesinos del buen
Elijah Lovejoy, defensor bravo de la abolición de la
esclavitud, que murió al pie de sus pren- sas:- iquién dijo
que no había poema en nuestra época?- Un Austin, perro
de presa, y gobernador del Estado, llamó a los negros bestias, y dijo esas cosas que dicen los que saben ser amos de
hom- bres: y la junta, toda de amos, voceaba frenética, en
honor de Austin .- eQuién se levanta, pálido y sereno? Aire
no se respira, sino silbidos. Muro le ponen; y bracean y
vejan; y la sala parece masa extraña, en que de tronco
confuso surgiesen torsos y garras de diversas fieras:- iOh
qué gran gozo, erguirse ante ellas!- Uno dice que el joven
abogado de los esclavos es hijo del primer Mayer de
Boston, y dr mal grado callan. (Qué sucede, que Austin
pali- dece? Ya no es silbos el aire, sino lluvia de piedras
encendidas. De fantasmas tremendos se puebla la
atmósfera. Salen de sus retra- tos, vengadores, y van,
puño cerrado, al esclavista, los padres de la patria
americana. Renacen, ya sin fuerzas, los rugidos. Y de
letras de fuego se dijera, y de ruedas de fuego, que está
llena la sala.-“ iHurra!” “ihurra!” y las gentes se abrazan
y estreme- cen:-“ iHurra! ihurra!“- las garras ya son alas.
“Hurras” sin fin ni cuento: Wendell Phillips ha hablado.iOh palabra inspirada- taller de alas! Ya al otro día,
Boston estaba, y el Norte todo, como madre a quien le ha
nacido un hijo.- Se cansan los pueblos de sus hombres
puros, y de verlos constantemente altos llegan a perder el
tierno respeto que en el primer momento tributaron a su
alteza: a fatigarse llegan todos de la monotonía y
descolor de la virtud; pero no hay gozo más hondo, ni que
de luz más bella ilumine los rostros de las gentes, que el
sentir que entre ellas, y de ellas, vive una criatura
extraordinaria.- Luego lo muerden, lo lapidan, lo
desfiguran, lo abandonan. A Wendell Phillips, en sus
treinta años de propaganda abolicionista lo escarnecían,
lo injuriaban por las calles; de no menos que de traidor e
infame le tildaban. No había peso fuerte en los bolsillos de
los esclavistas que no se lo lanzasen a la cara. Pero ahora,
que muere ia tierra los mosquetes! labajo las ban- deras!
ide luto, todos los púlpitos! ien obra, el cincel del
estatuario! idescubiertas, bajo nieve y en el frío, a verlo
pasar, todas las ca- bezas! Era un ímpetu irresistible el
que llevaba aquella propaganda, demagógica entonces y
punto menos que infamante, al elocuentísimo discípulo de
la Universidad de Harvard, dueño de buena fortuna, y de
la que viene con nacer de casa honrada y vieja. eEn qué
sitial no se hubiese sentado aquel esbelto y culto
caballero, en quien la austera elegancia de la raza buena
de la Nueva Inglaterra, parecía, como en Motley, haberse
aquilatado y acendrado? Con ir por donde iban los
poderosos, o con no ir entre los que salían al paso de ellos,
<qué públicos honores, qué pingües beneficios, qué vasta
y sabrosa fama, qué amena y grata vida no hubiera
disfrutado? Ya la gloria cruenta del apóstol, que padece
de ella tanto que no le es dado gozarla, hubiese
reemplazado esa más pintoresca y provechosa que viene
de servir intereses de hombres, serpear entre sus odios y
flaquezas, flotar sobre los hombros de ellos, y acomodarse a las condiciones normales de los Estados. Wendell
Phillips amaba su palabra, porque le salía con valor de
las entrañas, como toda palabra verdadera; veíase y
oíase a sí propio, moldeando con sus robustas manos una
patria más justa y generosa, e iluminando luego, con la
límpida luz de su discurso la estatua de sus manos;
miraba a solas, en su bufete de abogado joven,
relampaguear en apretada esgrima las agudas
contiendas en el foro:- e iba y venía, de un lado a otro,
como si en sí tuviese espíritus alados, que lo empujaran a
constante marcha. Pero un día, pasa ante él, arrastrando al abolicionista Garrison por una cuerda que le
habían atado en torno al cuerpo, muchedumbre de
hombres bien vestidos, que escarnecían y golpeaban a su
presa. Tiraban de él, como arrieros de sus mulos. Lo
halaban de este lado y aquel, y reían de su angus- tia.
Alzó Phillips los puños contra los malvados, y no los bajó
nunca. Se desposó con la justicia. Trocó la ambición de
brillar por SUS talentos, dones casuales,- por la más
difícil gloria de sacrificarlos 432 Josi Martí OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 433 en provecho de los que la
reconocerán, y morderán la mano que les hace bien, y no
le darán pago alguno. A los regalos de la apacible vida
bostoniana, prefirió ese magnífico deleite que mantiene
como sobre alas y entre bálsamos, a las almas
consagradas al servicio de la justicia pura, y reconquista
del hombre.-- Y como se vio solo, solo entre fanáticos y
débiles, ante un crimen humano y una maldad inmensa,se concentraron, a despecho suyo y por natural fuerza de
nivel, en esta obra magna, todas sus claridades y
energías, y ad- quirieron, al empuje de la potente
indignación, la consistencia, impenetrabilidad y
elevación de una montaña.- Así la tierra, al encumbrarse
en un punto, deja llanos por vasto espacio los lugares
vecinos.- Y fue eso Wendell Phillips, en aquella formidable
faena de treinta años: un monte que anda.- Recogido su
espíritu en la necesidad intensa de oponer, con su
desnuda palabra de abolicionista terco y perseguido, un
adversario capaz de victoria a los intereses seculares y
múltiples, preocupaciones tenaces y prácticas legales de
la mitad más poderosa de la Unión, había naturalmente
de per- der aquella elasticidad, variedad, catolicidad, a
toda obra viable necesaria, que vienen sólo de largo y
difícil roce con las dificultades y problemas de la
existencia,- y no son posibles- en cuanto tienen de
conciliares y cedentes- a un alma levantada por el es.
pectáculo ofensivo de una injusticia abominable a una
pasión violenta e intransigente por la inmediata
aplicación de la justicia. El Universo entero adquirió
para él forma de un negro esclavo. Si el Universo hubiera
dado muestra de favorecer la esclavitud, como la
muchedumbre que aplaudía a Austín en Fancuil Hall
hubiera hecho frente, cortante y deslumbradora la
mirada, despeñada y fla- meante la palabra, al Universo.Aquella condensación de fuerza requerida para oponerse
con éxito al mal extenso y poderoso, jun- tóse en Wendell
Phillips, para privarle de esos talentos menores de
acomodación, pequeños talento s amargos que rara vez
logran ad- quirir las grandes almas, con el
desconocimiento de la vida real, indispensable para dar
con acierto en las leyes que han de regirla: que tanto vale
legislar sin este conocimiento como ejercer la Medi- cina
sin haber puesto los oj. os en el cuerpo humano. De sí
propio tenía Wendell Phillips exaltado amor al sacrificio,
la perfección humana y la pureza. De la vida escolar, en
que fue egregio, sacó un amor arrebatado por lo
extraordinario. Y a su cam- paña heroica, por no haber
tenido nunca menester de amasar su pan para vivir,salió de este comercio con lo sobrehumano y sumo, y
antes de que el trato con la existencia lenta y difícil le
hubiera dado esa melancólica y saludable tolerancia que
templa el alma sin men- guar sus méritos, y le añade
acaso el mayor de poder ejercer con ellos más eficaz
influencia. El trato exclusivo con lo sobrehumano aleja
naturalmente al espíritu de las soluciones meramente
humanas. Quien tiene lo extra- ordinario en sí sin contar
con lo que le añade lo extraordinario en la Historia,
Letras y Artes, ya está mal preparado para legislar en lo
ordinario. Ur, águila no anda a trc! e:- y esa es la vidaihacer trotar un águila! Así, el que con voz profética, no
menos alta que aquellos sones de clarines que echaban
por tierra los muros de la ciudad bíblica, ni menos
magníficas y maravillosas, sacudían el pueblo norteamericano, con vigor acrecido con las dificultades, cuanto de
generoso y expansivo dejaba en él su vida mercante e
individual, y el hálito del largo e infame abuso; el que no
poseía condición que no fuese sorprendente y amorosa,
desconocía a veces, con intolerancia in- dispensable sin
duda para el buen éxito de su campaña, los merecimientos de los que movidos al mayor conocimiento de lo
humano y posible, pretendían con menor alarde y menos
violentos medios poner remate al tráfico de esclavos.
Para Wendell Phillips no había paces sino en lo perfecto,
inmediato y extremo. Cuantos demoraban, le parecían
traidores: y encendía su hierro, y se lo clavaba en la
frente. Como 4a Constitución de los Estados Unidos
parecía- a lo que decían Calhoun y sus secuaces, contra
Carlos Sumner y el Norte- prohijar la esclavitud, o
permitirla- sin vacilación y sin mie- dos llamaba criminal
a la Constitución. “Ni veo yo- decía- que a un pueblo que
anda sea adaptable una Constitución que no anda.” -Y
como para ejercer su profesión de abogado hubiera
tenido que jurar fidelidad a la Constitución, que creía
inicua, no juró fidelidad, y se cerró la que para él hubiera
podido ser tan brillante carre- w- No era de los prudentes,
que transforman, y son necesarios; sino de los
impacientes que sacuden, y nc son menos precisos que
aquellos, para espuela de los juiciosos, y azote de los
egoístas, que a los juiciosos mismos cierran el paso. iY
por encima de to- das las cabezas restallaba aquel látigo
de fuego! Lo que no debía ser, no debía ser. Toda
desviación de la justicia absoluta, cualesquiera que
fueran las condiciones de la Epoca y mente que la
cohonestaran, le parecía un crimen:- y mientras más alto
el desviado, mayor el crimen . CWashington tenía
esclavos? Pues Washington era “el gran esclavista de la
Luisiana”. Henry Clay, “un gran pecador”. Daniel
Webser, “toda una casa de fieras, y un hereje que había
acostado su cabeza en las rodillas de la Dalila de la
esclavitud”. Y si de un muerto salía una vileza escla, ista,
como los obispos romanos al papa Formoso, lo
exhumaba, y lo sentabz en su silla; y lo sentenciaba. En
aquel juicio unilateral, y en un lado grandioso, la
maravilla que permitía en su seno un gusano, ya no era
maraville: y en vez dc extirpar con cuidado el gusano,- de
une puñada o de un cercén hubiera echado la maravilla
abajo. Y aquella certidumbre de la pureza de sus amores,
aquel ar- tístico y sumo acabamiento de su sacrificio
intelectual, aquella fiera confianza en la honradez de su
propósito, y aquel cowepto superior Y reaí del hombre, a
atentar al cual no daba derecho al hombre mismo- le
hacían a veces áspero contra el ejercicio de la voluntad
434 Josd .Uarfí ajena, cuando esta, en natural uso de sí,
se empleaba para atacar la libertad.- La arrogancia de su
virtud suele de este modo hacer parecer despóticos a los
hombres más enamorados de la justicia.--- Si daba a la
justicia Wendell Phillips derechos ilimitados. Creía eficaz
y natural la tiranía de la virtud.- Y de estos impulsos
movido‘;, solía hablar en hueco ante un pueblo
deshabituado a lo ab- oluto, y que, si se empequeñece en
10 futuro, sea cualquiera su grandor visible, será por su
amor y práctica de lo concreto. Se entregan sólo los
pueblos a quien los encabeza y condensa Jamás un
hombre de alta virtud condensará pueblo alguno. Se asirán de él en la hora del peligro, y cruzarán el mar en su
barca. Mas llegados a la orilla, a vuelta de pocas
contemplaciones, se darán de nuevo a quien comparta sus
puerilidades y vicios. La hora única de triunfo de
Wendell Phillips fue aquella mo- mentánea en que las
razones políticas trajeron al fin la solución que en él
venía predicando la razón virtuosa. Pero era fácil de ver
su ira y gran tristeza ante la vida arrebañada y mecánica
de la mayor suma de la gente de su pueblo.- Padecía
agudamente de ver toda la vida nacional puesta en el
logro de la fortuna. Y lo que tenía, lo daba. Y se volvía al
Norte colérico: “Estáis atragantados de algodón.” “ iLas
máquinas no salvan!- Por todas partes se os oye sonando
a dinero: no hay más en esta tierra que chirriar de
ruecas, polvo de comercio y ruido de pesos.” “IFranklin os
ha corrom- pido con su economía sórdida del ‘pobre
Ricardo’!“--“- iO levantáis el alma, o vendréis tarde o
temprano a tierra” Jamás, jamás, aquel ardiente
caballero de la dignidad humana; aquella admirable
criatura consagrada a los más altos objetos, puros
dolores y exquisitos goces; aquel orador magno,
infatigable y fluen- te,- halagó, para hacer triunfar
momentáneamente siquiera sus ideas, pasión alguna de
la muchedumbre.-- Que la represión de la justicia hubiese
ocasionado la acción violenta de sus reivindicados, no
des- lucía a sus ojos la cantidad de justicia que a mirada
más vulgar hubiera quedado oscurecida por la violencia
empleada en reivindi- carla. Si no excusa la justicia la
violencia que se comete en SLI nombre, ésta no desvanece
la razón leal de que es exceso.-- Pero si su amor caluroso a
la extensión y perfeccionamiento del ser hu- mano,- y
aquel tan sutil y vivísimo sentido de la dignidad del
hombre, que de toda ofensa a este le sacaba la sangre al
rostro como si hubiera sido hecha a él;- si su franca y
vehemente simpatía, con todas las agrupaciones
establecidas para el recobro de la liber- tad y el decoro
humano- pudieron hacerle parecer a tantos rliines.
avaros y medrosos demagogos fanáticos- jamás, jamás,
por apartar una tempestad de su cabeza, o asegurar
aplausos a sus palabras, o a SUS propósitos victoria,
cortejó- como tanto parlante caballero de palabra fácil y
alma corderuna- las preocupaciones vulgares, IEI, un
aristócrata de la inteligencia, sin lo que no se puede ser
demó. crata perfecto! Pl. ies en crecer y subir consiste el
progresar,- no OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 435 en decrecer.Tan viles son los cortesanos de la multitud o de las
pasiones públicas como los que buscan damas y
entretienen vicios a privados y a reyes. Hábiles podrán
ser; pero son viles o traído- res,- aunque hayan venido a
la vida con magnas fuerzas, y precisa- mente porque
vinieron con ellas, traidores al espíritu humano y a la
patria. (Cortejar a la muchedumbre? No concibió verdad
que no dijese. Su palabra, arsenal era, y torrente de
flechas, limpias, gruesas y duras como aquellas que a
clavar en trozos de roble enseñaban a *us hijos los reyes
normandos. Cuantas gracias le ofrecía el len- guaje, con
una especia1 suya de redondearlo y magnificarlo, tantas
ponla en sus tremendas invectivas. No discutía:
establecía. No argüía: flagelaba. Decía lo que era vil. y no
se detenía a probar que lo era. Su frase era serena y
elevada como su rostro; como él, elegante e impasible. Sus
anatemas los lanzaba de segura y tranquila manera. Ni se
dejaba, ni se proponía, arrebatar: ni gusta el pueblo
norteamericano de excesos de pasión que no comparte.
Gran duelo a espadas parecía un párrafo de Wendell
Phillips: y el otro, sin variar apenas de tono, gran juicio
desde nubes negras y altas, despedido de libros
encendidos de pro- fetas. Lo montuoso y 10 oceánico
asomaban a cada punto en su elocuencia. Lo grandioso de
la idea, lo acabado de la construcción, 10 armonioso y
cerrado de la frase, lo artístico, en suma, ningún otro
orador norteamericano lo tuvo en mayor grado. “Es una
má- quina infernal puesta en música”- dijo un coronel del
Sur.-“ Todo lo dice como un caballero en una sala.“- Y del
más sutil modo, y con voz rica, de saetas de honda punta
dejaba clavados todos los pechos esclavistas. -Y cuando
sin mayor ira que aquella santa que tenía en sí en todo
momento, concentrada, por arte en el dis- curso o riesgo
en el auditorio se hacía menester actividad mayor de
desdén o de cólera ,- no era ya su elocuencia fino acero,
sino tremenda y desantentada catapulta. Garra era de
león, forrada en guante. Implacable era y fiero, como
todos los hombres tiernos que aman la justicia. La
Nación, Buenos Aires, 28 de marzo de 1884 0. C., t. 13, p.
63- 70. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 437 E’- HOMBRE
ANTIGUO DE AMÉRICA k’ SUS ARTES PRIMITIVAS
Cazando y pescando; desentendiéndose a golpes de
pedernal del ti- grillo y el puma y de los colosales
paquidermos; soterrando de una embestida de colmillo el
tronco montuoso en que se guarecía, vivió errante por las
selvas de América el hombre primitivo en las edades
cuate:- narias. En amar y en defenderse ocupaba acaso su
vida vaga- Sunda y azarosa, hasta que los animales
cuaternarios desaparecie- ion, y el hombre nómdda se
hizo sedenlacio. No bien se sentó, con los pedernales
mismos que le servían para matar al ciervo, tallaba. sus
cuernos duios; hizo hachas, harpones y cuchillos, e
instrumentos de asta, hueso y piedra. El deseo de
ornamento, y el de perpetua- :ión, ocurren al hombre
apenas se da cccnta de que piensa: el arte es la forma del
uno: la historia, la del otro. El deseo de crear le asalta tan
luzgo como 36 desembaraza de las fieras; y de tal modo,
que el hombre sólo ama verdaderamente, o ama
preferentemente, lo que crea. El lrtc, que en épocas
poskriores y más complicadas puede ya :er producto de
un ardoroso amor a la belleza, en los tiempos primeros no
es más que la expresión del deseo humano de crear y de
vencer. Siente celos el hombre del hacedor de las
criaturas; y gozo en dar semejanLa de vida, y forma de
ser anir?, ado, a la piedra. Una piedra trabajada por sus
*nanos, le parece un Dios vencido a .,. Is pies. Contempla
la obra de su arte satisfecho, como si hubiera puesto un
pie Zn las nubes.- Dar prueba de su poder y dejar memoria de sí, son ansias vivas en el hombre. En colmillos de
elefantes y en dientes de oso, en omóplatos de renos y
tibias de venado esculpían con sílices agudos los
kogloditas de las cuevas francesas de Vezere las imágenes
del mamut tremendo, la foca astuta, el cocodrilo
venerado y el caE. lllo amigo. Corren, muerden,
amenazan, aquellos brutales perfiles. Cuando querían
sacar un relieve, ahondaban y anchaban el corte. La
pasión por !a verdad fue siempre ardiente en el hombre.
La verdad en las obras de arte es la dignidad del talento.
Por los tiempos en que el troglodita de Vezere cubría de
dibujos de pescados los espacios vacíos de sus escenas de
anímales, y el hombre de Laugerie Basse representaba en
un cuerno de ciervo una palpitante escena de caza, en que
un joven gozoso de cabello hír- suto, expresivo el rostro,
el cuerpo desnudo, dispara, seguido de mu- jeres de senos
llenos y caderas altas, su ílecha sobre un venado pavorido
y cóleríco, el hombre sedentario americano imprimía ya
so- bre el barro blando de sus vasijas hojas de vid o tallos
de caña, o con la punta de una concha marcaba
imperfectas líneas en sus obras dc barro, embutidas a
menudo con conchas de colores, y a la luz del sol secadas.
En lechos de guano cubiertos por profunda capa de tierra
y ar- boleda tupida se han hallado, aunque nunca entre
huesos de animales cuaternarios ni objetos de metal,
aquellas primeras reliquias del hombre americano. Y
como a esas pobres muestras de arte ingenuo cubren
suelos tan profundos y maleza tan enmarañada como la
que ahora mismo sólo a trechos deja ver los palacios de
muros pintados y paredes labradas de los bravíos y
suntuosos mayapanes, no es dable deducir que fue escaso
de instinto artístico el americano de aquel tiempo, sino
que, como a nuestros ojos acontece, vivían en la misma
época pueblos refinados, históricos y ricos, y pueblos
elementales y salvajes. Pues hoy mismo, en que andan las
locomo- toras por el aire, y como las gotas de una copa
de tequila lanzada a lo alto, se quiebra en átomos
invisibles una roca que estorba a los hombres,- hoy
mismo, ino se trabajan sílices, se cavan pedrus- cos, se
adoran ídolos, se escriben pictógrafos, se hacen estatuas
de los sacerdotes del sol entre las tribus bárbaras?- No
por fajas o zonas implacables, no como mera emanación
andante de un estado de la tierra, no como flor de
geología, pese a cuanto pese, se ha ido desenvolviendo el
espíritu humano. Los hombres que están na- ciendo ahora
en las selvas en medio de esta avanzada condición
geológica, luchan con los animales, viven de la caza y de
la pesca, se cuelgan al cuello rosarios de guijas, trabajan
la piedra, el asta y el hueso, andan desnudos y con el
cabello hirsuto, como el cazador de Laugerie Basse, como
los elegantes guerreros de los monumentos iberos, como
el salvaje ingiorioso de los cabos africanos, como los
hombres todos en su época primitiva. En el espíritu del
hombre están, en el espíritu de cada hombre, todas las
edades de la Natu- raleza. Las rocas fueron antes que los
cordones de nudos de los perua- nos, y los collares de
porcelana del Arauco, y los pergaminos pin- tados de
México, y las piedras inscritas de la gente maya, las rocas
altas en los bosques solemnes fueron los primeros
registros de los sucesos, espantos, glorias y creencias de
los pueblos indios. Para pintar 0 tallar sus signos elegían
siempre los lugares más impo- nentes y bellos, los lugares
sacerdotales de la naturaleza. Todo lo reducían a acción y
a símbolo. Expresivos de suyo, no bien sufría la tierra un
sacudimiento, los lagos un desborde, la raza un viaje, una
invasión el pueblo, buscaban el limpio tajo de una roca, y
esculpían, pintaban o escribían el suceso en el granito y
en la siena. 438 Jos6 Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 439
Desdeñaban las piedras deleznables.- De entre las artes de
pueblos primitivos que presentan grado de incorrección
semejante al arte americano, ninguno hay que se le
compare en lo numeroso, elocuen- te, resuelto, original y
ornamentado. Estaban en el albor de la escultura, pero
de la arquitectura, en pleno mediodía. En los tiempos
primeros, mientras tienen que tallar la piedra, se limitan
a la línea; pero apenas puede correr libre la mano en el
dibujo y los colores, todo lo recaman, superponen,
encajean, bordan y adornan. Y cuando ya levantan casas,
sienten daño en los ojos si un punto solo del navimento o
la techumbre no ostenta, recortada en la faz de la piedra,
o en la cabeza de la viga, un plumaje rizado, un penacho
de guerrero, un anciano barbudo, una luna, un sol, una
serpiente, un cocodrilo, un guacamayo, un tigre, una flor
de hojas sencillas y colosales, una antorcha. Y las
monumentales paredes de piedra son de labor más
ensalzada y rica que el más sutil tejido de esterería fina.
Era raza noble e impaciente, como esa de hombres que comienzan a leer los libros por el fin. Lo pequeño no
conocían y ya se iban a lo grande. Siempre fue el amor al
adorno dote de los hijos de América, y por ella lucen, y
por ella pecan el carácter movible, la política prematura
y la literatura hojosa de los países americanos. No con la
hermosura de Tetzcontzingo, Copán y Quiriguá, no con la
profusa riqueza de Uxmal y de Mitla, están labrados los
dólmenes informes de la Galia; ni los ásperos dibujos en
que cuen- tan sus viajes los noruegos; ni aquellas líneas
vagas, indecisas, tímidas con que pintaban al hombre de
las edades elementales los mismos iluminados pueblos del
mediodía de Italia. cQué es, sino cáliz abierto al sol por
especial privilegio de la naturaleza, la inteli- gencia de los
americanos? Unos pueblos buscan, como el germánico;
otros construyen, como el sajón; otros entienden, como el
francés; colorean otros, como el italiano; sólo al hombre
de América es dable en tanto grado vestir como de ropa
natural la idea segura de fácil, brillante y maravillosa
pompa. No más que pueblos en cierne,- que ni todos los
pueblos se cuajan de un mismo modo, ni bastan unos
cuantos siglos para cuajar un pueblo,- no más que
pueblos en bulbo eran aquellos en que con maña sutil de
viejos vividores se entró el conquistador valiente, y
descargó su ponderosa herrajería, lo cual fue una
desdicha histórica y un crimen natural. El tallo esbelto
debió dejarse erguido, para que pudiera verse luego en
toda su hermosura la obra entera y florecida de la
Naturaleza.- iRobaron los conquistadores una página al
Universo! Aquellos eran los pue- blos que llamaban a la
Vía Láctea “el camino de las almas”; para quienes el
Universo estaba lleno del Grande Espíritu, en cuyo seno
se encerraba toda luz, del arco iris coronado como de un
penacho, rodeado, como de colosales faisanes, de los
cometas orgullosos, que paseaban por entre el sol
dormido y la montaña inmóvil el espíritu de las estrellas;
los pueblos eran que no imaginaron como los hebreos a la
mujer hecha de un hueso y al hombre hecho de lodo; isino
a ambos nacidos a un tiempo de la semilla de la palma!
LU .Imérico, Nueva York, abril de 1884 0 C., t 8, p. 332335 OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 441 ANTIGOEDADES DE
CENTROAMÉRICA EN EL MUSEO DE WASHINGTON EL
PALENQUE- CHICHEN ITZA.- EL .ILTkIR DE L. I CRUZ
En estos momentos se enriquece con bajo- relieves de
importancia extraordinaria el Museo Nacional de
Washington: trozos de nuestro Palenque, copias de
nuestro Chichen Itzá, altares, aves sagradas, festonadas
cornisas, procesiones de guerreros. Desiré Charnay los
ha traído de su último viaje a Centro América; Desiré
Charnay, el explorador afortunado, autor de ese buen
libro que anda en manos de todos los americanistas,
ameno como los de Brasseur de Bour- bourg, pero menos
atrevido que los de este: “Ciudades y ruinas americanas”.- iciudades hay enteras, ciudades hechas todas de piedra tallada, enterradas bajo selvas espesas, bajo capas de
tierra de un metro y dos de altura! Los indios, como un
muro, callan; su silencio es conmovedor y admirable. No
han podido amparar sus hogares con sus manos novicias
y sus pechos desnudos, y los am- paran con su silencio. Y
cuando les descubren una ruina, lloran. Entre estos indios
los hay majestuosos, que viven en sus ciudades
inmaculadas, vírgenes aun de humo de arcabuz “ePor qué
no nos ayudáis a vencer a los franceses?” preguntaba un
general mexicano ilustre a un jefe indio, jamás sometido,
jamás invasor, de la fron- tera.-“ Tú te sometiste al
blanco; tú no mereces que el que no se ha sometido pelee a
tu lado: sálvate tú del blanco.“- Y como un rayo de sol, se
hundió en la selva. Brillan, esos bárbaros libres. Desiré
Chsrnay volvió hace poco de la América del Centro, por
donde anduvo explorando ruinas, a la cabeza de una
expedición costeada por los gobiernos de Francia y los
Estados Unidos, y el capitalista norteamericano
Lorillard:- ciudad de Lorillard se llama ya una población
nueva de México. Llevaba trabajadores suyos, y otros le
prestaba el buen gobierno de México.- Seguido de ellos vio
a Uxmal, a Chichen Itzá, a Palenque; a Chichen Itzá y
Uxmal, con sus edificios de piedras labradas afuera y sus
muros cubiertos de figuras de colores, curvas y
expresivas, adentro: a Palenque, con su palacio
monumental, y sus altares, y sus tablas de piedra con
figuras y viñetas bellas, sus estatuas, sus adornos de
estuco, sus pisos de grandes losas cuadradas, sus casas
rectangulares, sin arcos como las griegas, con las cabezas
de las vigas adornadas, el techo sustentado por largas y
elegantes galerías. iCómo hubiera podido acabar, a haber
vivido abandonada a sí propia, raza que con hermo- sura
tales comenzaba! Desde el cimiento al tope, no hay punto
en la fachada de aquellas casas que no esté cincelada,
como una espê- da o taza del buen tiempo, o como una de
aquellas señoriales sortijas aztecas. De Palenque y
Chichen Itzá ha traído Desiré Charnay los bajo- relieves
con que ahora se engalana el Museo de Washington.
Catherwood adornó con maravillosos dibujos, ni un
punto menos que maravillosos, la relación de John L.
Stephens, más que la carta de del Río en las épocas
Reales, más que informe de Dupaix que exploró el
Palenque luego, más que Brasseur mismo leída. Estos
relieves de ahora, como que están tomados sobre la
misma piedra, sobre las mismas aras, sobre los mismos
frisos, basamentos y pór- ticos, acusan una que otra
desemejanza, ligera siempre, con los dibujos de
Catherwood. cQuien no ha oído hablar, que de América
lea, del altar de la Cruz, enclavado entre dobles hileras de
jeroglíficos, que a tantas conjeturas ha movido a los
visitadores del Palenque? Ni en las ruinas mismas puede
vérsele tan completo como en Washington se le verá
ahora, porque en Washington estaba ya desde antes la
tabla de seis hileras de jeroglíficos que Stephens calculó
que faltaba a la derecha del altar; y Desiré Charnay ha
traído el relieve de las figuras centrales, y el de la tabla
izquierda. NOS parece que vemos todavía el ara
misteriosa. Una gran cruz descansa, corytra interior de
líneas que remata en algo como cola de ave del paraíso,
sobre una ancha piedra, tallada de manera que parece la
cabeza de un gigantesco animal terrorífico. Cuelgan
sobre la cruz, como pudiera sobre las espaldas cuadradas
de un cura irlandés una casulla, una sarta que piedras
preciosas ha de querer representar, o trozos de obsidiana
taladrada entonces a pesar de su dureza por arte hoy ignorado. En la, cabeza de la cruz tiene las garras bien
puestas un ave de plumaje complicado y cabeza
fantástica, pero que por la úni- ca pluma de su larga cola,
su grifoso plumerío, UU corona de sun- tuosos
ornamentos, su colérico alarde, su prominente puesto
sobre la cruz, es sin duda el ave de la patria, el símboio de
la nación, el quetzal ofendido,- el quetzal, que no canta, y
al ser tomado preso, como la llama del Perú al ser reñida
con dureza, muere:- cosas raras de América, y muy
bellas! Hay seda e hilo de oro en el espíritu nativo
americano. Y color y elegancia. Parece que quiere
apaciguar la ira del ave magna el poderoso sacerdote,
cuya categoría de su tamaño se desprende, y su carácter
religioso de la modestia de su vestido y alta mitra.
Correcta y de apropiada perspectiva es la figura; un
delantal, el de los sacrificios 442 JOSB Martí OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 443 acaso, le cubre el pecho: una hilera
de cuentas, como remate de elaborada toca le cae por
medio de la espalda, y con las manos tendidas presenta al
quetzal iracundo un pájaro, símbolo acaso de un pueblo
rival castigado, un pájaro con las entrañas palpitantes.
En adornos de plumas, cabezas tal vez de aves raras,
parece que rematan dos pilarcillos que figuran a uno y
otro lado de la cruz: combinación natural, y no
importaba como pensó un entusiasta frai- le, debió ser la
cruz, en las artes de fabricación y ornato indigenas, que
se valieron exclusivamente de las lineas rectas, Del lado
de la cruz, opuesto al que con su elevado cuerpo ocupa el
ofertador sacer- dote, una imagen mucho más pequeña,
como para denotar persona de categoría más baja que la
sacerdotal, aunque aita también, a juzgar por su rica
vestidura y casco plumado, sostiene una antorcha. En las
gradas del altar, imponente de la iglesia del Escorial,
pujante remedo de la casa divina, oran arrodillados, por
milagroso y profundo rasgo de genio, ángeles de bronce:de los lados de esta ara de la cruz, más patriótica acaso
que religiosa, y más histórica que eclesiástica, arrancan
dos tablas de piedra labradas, que contienen en saliente
relieve las figuras de un anciano la una, y la otra de un
joven,- como para enseñar que ninguna edad debe estar
quieta, cuando el quetzal de la patria está ofendido! Otro
altar más pequeño hay semejante a este, solo que en ese
en vez de cruz hay un sol. En Chichen Itzá nos contaba
hace años quien lo vio con sus ojos que la historia de
aquellas tierras, por los obispos Landas, Nuñez de la Vega
y Zumárraga, rota en trizas o echada a las llamas, está
escrita en jeroglíficos tallados en las piedras de los
edificios del Estado Maya, o en escenas de colorido y
armonia sorprendentes pintadas en los muros
palaciales.- A cada instante las insignias de la casa real:
primero en familia junto a una hermosa doncella mozos
de lindo atavio que parecen príncipes hermanos; luego en
batalla los hermanos príncipes: y la doncella con el uno
luego, y luego con el otro; y después grandes séquitos,
ceremonias marciales, triunfo de Ara hermosa, paz de
Huuncay y de Aac. Sobre cada cabeza un símbolo, sobre
cada cuadro, su clave en letras de piedra. En una de las
puertas de entrada, tallado un guerrero de europeo perfil
y larga barba,- Balun Votan acaso, le- gislador sabio y
puro, que les fue de Cuba.- Y cerca de estos palacios, el
pozo sagrado, en donde al hondo cenote liquido se
arrojaban por el brocal envuelto en perfumados humos,
las victimas que se ofrecían a las divinidades, en medio de
las pálidas llamas de gomas olorosas y los oficios
lánguidos de los Imenes.-- De ese Chichen Itzá se ha traído
Desiré Charnay, que estas cosas no cuen- ta, porque estas
cosas las hemos aprendido nosotros en las cerca- Gas de
Chichen,- relieves de una pared de diez y seis pies de alto y
más de largo, cubierta toda por cinco hileras de figuras de
guerre- ros, que están allí sin duda contando una
memorable batalla, a la que van con las manos llenas de
flechas: otros la imaginan, por una pieza extrana que allí
anda y llaman cuchillo sacerdotal, una especie de guardia
de honor en procesión de iglesia. Pesadas columnas, copia
acaso, si no trozos de los Katunes, columnas de grandes
piedras superpuestas con que las razas indi- genas
contaban sus años; frisos ornamentados con curiosos
grupos, tablas de jeroglíficos, esculturas de guerreros y
de sacerdotes, de monarcas y vasallos; vasos, lanzas,
flechas, todo eso se está prepa- rando ahora para
exhibición en el Museo de Washington. La Nución,
Buenos Aires, 6 de mayo de 1884. Anuario del Centro de
Estudios Martianos. La Habana, II. 8, 1985, p 8- 12
OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 445 MAESTROS AMBULANTES
“iPero cómo establecería usted ese sistema de maestros
ambu- lantes de que en libro alguno de educación hemos
visto menciones, y usted aconseja en uno de los números
de La América, del año pasado que tengo a la vista?” -Esto se sirve preguntarnos un entusiasta caballero de
Santo Dor& ingo. Le diremos en breve que la cosa
importa. y no la forma en que se haga. Hay un ctimulo de
verdades esenciales que caben en el ata de un colibrí, y
son, sin embargo, la clave de la paz ptiblica, la elevación
espiritual y la grandeza patria. Es necesario mantener a
los hombres en el conocimiento dc la tierra y en el de la
perdurabilidad y trascendencia de la vida. Los hombres
han de vivir en el goce pacífico, natural e inevitable de la
Libertad, como viven en el goce del aire y de la luz. Está
condenado a morir un pueblo en que no se desenvuelven
por igual la afición a la riqueza y el conocimiento de la
dulcedumbre, necesidad y placeres de la vida. Los
hombres necesitan conocer la composición, fecundación,
trans- formaciones y aplicaciones de los elementos
materiales de tuvo laboreo les viene la saludable
arrogancia del que trabaja direcía- mente en la
naturaleza, el vigor del cuerpo que resulta del contacto
con las fuerzas de la tierra, y la fortuna honesta y segura
que pro- duce su cultivo. Los hombres necesitan quien les
mueva a menudo la compasión en el pecho, y las lágrimas
en los ojos, y les haga el suprerno bien de sentirse
generosos: que por maravillosa compensación de la naturaleza aquel que se da, crece; y el que se repliega en si, y
vive de pequeños goces, y teme partirlos con los demás, y
sólo piensa avariciosamente en beneficiar sus apetitos. se
va trocando de hombre en soledad, y lleva en cl pecho
todas las canas del invierno, y llega a ser por dentro, y a
parecer por fuera,- insecto. Los hombres crecen, crecen
físicamente, de una manera visible crecen, cuando
aprenden algo, cuando entran a poseer algo, y cuan- do
han hecho algún bien. Sólo los necios hablan de
desdichas, o los egoístas. La felicidad existe sobre la
tierra; y se la conquista con el ejercicio prudente de la
razón, el conocimiento de la armonía del universo, y la
prác- tica constante de la generosidad. El que la busque
en otra parte, no la hallará: que después de haber gustado
todas las copas de la vida, sólo en esas se encuentra
sabor.- Es leyenda de tierras de Hispanoamérica que en el
fondo de las tazas antiguas estaba pinta- do un Cristo, por
lo que cuando apuran una, dicen: “iHasta verte, Cristo
mío!” iPue> en el fondo de aquellas copas se abre un cielo
sereno, fragante, interminable, rebosante de ternura! s’er
bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el
único modo de ser libre. Pero, en lo común de la
naturaleza humana, se necesita ser prós- pero para ser
bueno. Y el único camino abierto a la prosperidad
constante y fácil es el de conocer, cultivar y aprovechar
los elementos inagotables e infatigables de la naturaleza.
La naturaleza no tiene celos, como los hombres. No tiene
odios, ni miedo como los hombres. No cierra el paso a
nadie, porque no teme de nadie. Los hombres siempre necesitarán de los productos de la naturaleza. Y como en
cada región sólo se dan determinados productos, siempre
se mantendrá su cam- bio activo, que asegura a todos los
pueblos la comodidad y la ri- queza. No hay, pues, que
emprender ahora cruzada para reconquistar el Santo
SeDulcro. Jesús no murió en Palestina, sino que está vivo
en cada hoibre. La mayor parte de los hombres ha pasado
dormida sobre la tierra. Comieron y bebieron; pero no
supieron de sí. La cruzada se ha de emprender ahora para
revelar a los hombres su propia naturaleza, y para
darles, con el conocimiento de la ciencia llana y práctica,
la independencia personal que fortalece la bondad y
fomenta el decoro y el orgullo de ser criatura amable y
cosa vi- viente en -el magno universo. He ahí, pues, lo
que han de llevar ‘los maestros por los campos. No sólo
explicaciones agrícolas e instrumentos mecánicos; sino la
ternura, que hace tanta falta y tanto bien a los hombres.
El campesino no puede dejar su trabajo para ir a sendas
millas a ver figuras geométricas incomprensibles, y
aprender los cabos y los ríos de las penínsulas del Africa,
y proveerse de vacíos términos didácticos. Los hijos de los
campesinos no pueden apartarse leguas enteras días tras
días de la estancia paterna para ir a aprender
declinaciones latinas y divisiones abreviadas. Y los
campesinos, sin embargo, son la mejor masa nacional, y
la más sana y jugosa, por- que recibe de cerca y de lleno
los efluvios y la amable correspon- 446 José ,Mtlrti
OBRAS ESCOGIDAS T. 1 447 dencia de la tierra, en cuyo
trato viven. Las ciudades son la mente de las naciones;
pero su corazón, donde se agolpa, y de donde se reparte la
sangre, está en los campos. Los hombres son todavia
máquinas de comer, y relicarios de preocupaciones. Es
necesario hacer de cada hombre una antorcha. iPues
nada menos proponemos que la religión nueva y los sacerdotes nuevos! iNada menos vamos pintando que las
misiones con que comenzará a esparcir pronto su religión
la epoca nueva! El mundo está de cambio; y las púrpuras
y las casullas, necesarias en los tiempos místicos del
hombre, están tendidas en el lecho de la agonía. La
religión no ha desaparecido, sino que se ha transformado.
Por encima del desconsuelo en que sume a los
observadores el es- tudio de los detalles y envolvimiento
despacioso de la historia huma- na, se ve que los hombres
crecen, y que ya tienen andada la mitad de la escala de
Jacobo: iqué hermosas poesías tiene la Biblia! Si
acurrucado en una cumbre se echan los ojos de repente
por sobre la marcha humana, se verá que jamás se
amaron tanto los pueblos como se aman ahora, y que a
pesar del doloroso desbarajuste y abominable egoísmo en
que la ausencia momentánea de creencias finales y fe en
la verdad de lo Eterno trae a los habitantes de esta época
transitoria, jamás preocupó como hoy a los seres
humanos la benevolencia y el ímpetu de expansión que
ahora abrasa a todos los hombres. Se han puesto en pie.
como amigos que sabían uno de otro, y deseaban
conocerse; y marchan todos mutuamente a un dichoso
encuentro. Andarnos sobre las olas, y rebotamos y
rodamos con ellas; por lo que no vemos, ni aturdidos del
golpe nos detenemos a examinar, las fuerzas que las
mueven. Pero cuando se serene este mar, puede
asegurarse que las estrellas quedarán más cerca de la
tierra. iE hombre envainará al fin en el sol su espada de
batalla! Eso que va dicho es lo que pondríamos como
alma de los maes- tros ambulantes. Qué júbilo el de los
campesinos, cuando viesen llegar, de tiempo en tiempo, al
hombre bueno que les enseña lo que no saben, y con las
efusiones de un trato expansivo les deja en el espíritu la
quietud y elevación que quedan siempre de ver a un hombre amante y sano! En vez de crías y cosechas se hablaría
de vez en cuando, hasta que al fin se estuviese hablando
siempre, de lo que el maestro enseñó, de la máquina
curiosa que trajo, del modo sencillo de cultivar la planta
que ellos con tanto trabajo venían explotando, de lo
grande y bueno que es el maestro, y de cuándo vendrá,
que ya les corre prisa, para preguntarle lo que con ese
agrandamiento incesante de la mente puesta a pensar,
iles ha ido ocurriendo desde que empezaron a saber algo!
;Con qué alegría no irían todos a guarecerse dejando
palas y azadones, a la tienda de campaña, llena de
curiosidades, del maestro! Cursos dilatado-, claro es que
no se podrían hacer; pero sí, bien estudiadas por los
propagadores, podrian esparcirse e impregnarse las
ideas gérmenes. Podría abrirse el apetito del saber. Se
daría el impetu. Y esta seria una invasión dulce, hecha de
acuerdo con lo que tiene de bajo e interesado el alma
humana; porque como el maestro les enseñaría con modo
suave cosas prácticas y provechosas, se les iría por gusto
propio sin esfuerzo infiltrando una ciencia que co- mienza
por halagar y servir su interés;- que quien intente
mejorar al hombre no ha de prescindir de SLIS malas
pasiones, sino contarlas como factor importantísimo, y
ver de no obrar contra ellas, sino con ellas. No
enviaríamos pedagogos por los campos, sino
conversadores. Dómines no enviaríamos, sino gente
instruida que fuera respondien- do a las dudas que los
ignorantes les presentasen o las preguntas que tuviesen
preparadas para cuando vinieran, y observando dónde se
cometían errores de cultivo o se desconocían riquezas
exportables, para que revelasen estas y demostraran
aquellos, con el remedio al pie de la .lemostración. En
suma, se necesita abrir una campaña de ternura y de
ciencia, y crear para ella un cuerpo, que no existe, de
maestros misioneros. La escuela ambulante es la única
que puede remediar la ignoran- cia campesina. Y en
campos como en ciudades, urge sustituir al conocimiento
indirecto v estéril de los libros, el conocimien? g directo y
fecundo de la nattkaleza. ;Urrre abrir escuelas normales
de maestros prácticos, para regar- los ‘lucio por valles,
montes y rincones, como cuentan los indios del Amazonas
que para crear a los hombres y a las mujeres, rego por
toda la tierra las semillas de la palma moriche el Padre
Amalivaca! Se pierde el tiempo en la enseñanza elemental
literaria, y se crean pueblos de aspiradores perniciosos y
vacios. El sol no es mas necesario que el establecimiento
de la enseñanza elemental científica. La América, Nueva
York, mayo de 1884 0. c., t. 8, p. 288- 292. OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 449 UNA DISTRIBUCION DE DIPLOMAS
EN UN COLEGIO DE LOS ESTADOS UNIDOS Estamos en
un colegio afamado de los Estados Unidos, en un día de
grados. Treinta son los alumnos favorecidos y lucen en
las manos SUS diplomas, atados con cintas verdes, azules
y encarnadas. LOS aprietan con gozo, como si apretaran
las llaves de la vida. De allí saldrán a verter luz, a
mejorar ignorantes, a aquiet r, elevar y dirigir: es
grande la palabra francesa: “elevar” por educar. Los que
han vivido, ven con tristeza a los que comienzan a vivir; y
echar los colegiales a la vida parece como cortar las alas
a los pájaros. Lleno se ve el suelo de alas blancas. Pero la
vida, que consume fuerzas, exige, para reparar el nivel,
que periódicamente le entren por sus venas cansadas
fuerzas nuevas. El candor y el empuje de los colegiales
reaniman, aun cuando no se les sienta, la esperanza, la
honradez y le fe públicas, tal como las aguas generosas de
las nuevas lluvias, bajan cargadas de las flores y yerbas
fragantes de los montes vírgenes, a enriquecer con sus
caudales la empobrecida corriente de los ríos. Abre la
sesión un pastor protestante; en los Estados Unidos, toda
ceremonia privada o pública, de gozo o de tristeza, bien
sea fiesta de colegio, bien sea congreso de delegados de un
partido polí- tico, empieza con plegaria; el pastor, vestido
de negro, alza los ojos al cielo e impreca sus plácemes; los
oyentes, sentados en sus ban- cos, se cubren con las
manos el rostro, que apoyan sobre el respaldo del banco
vecino. Y aquella plegaria espontánea de hombres libres,
vibra. Después, con las querellas de iglesia, la virtud de la
plegaria desmerece. Una iglesia sin credo dogmático, sino
con ese grande y firme credo que la majestad del
Universo y la del alma buena e inmortal inspiran iqué
gran iglesia fuera! iy cómo dignificaría a la religión
desacreditada! iy cómo contribuiría a mantener encendido el espíritu en estos tiempos ansiosos y enmonedados!
iy cómo juntaría a todos los hombres enamorados de lo
maravilloso y nece- sitados de tratarlo, pero que no
conciben que pueda haber creado en el hombre facultades
inarmónicas la naturaleza que es toda ar- monía, ni
quieren pagar a precio de su razón y libertad el trato con
lo maravilloso! Estamos en el colegio afamado. Acabada
la plegaria, sube a la tribuna uno de los alumnos
graduandos. Y tras él otro, y otro tras el. Hablan de cosas
hondas en lenguaje macizo. No repiten de me- moria las
pruebas de la redondez de la tierra; ni disertan en
párrafos balmescos sobre la capacidad y calificación del
conocer; ni dicen de coro los nombres antiguos de las
ensenadas, remansos y recodos de la histirica Grecia,
como en nuestros tiempos nos hacían decir, con gran
satisfacción de padres y maestros que de muy poco en
verdad se satisfacen; porque el plumaje gana colores con
?odos esos utilisimos conocimientos; pero el seso no
queda aprovechado, ni la vida en que ha de bracear
ensenada, ni la manera de timonear por ella y precaverse
contra sus angustias. En los colegios no se abre apenas el
libro que en ellos debiera estar siempre abierto: el de la
vida. No hablan de esas oquedades los alumnos del
colegio en que estamos, sino que se entran en su discurso
por las más severas cues- tiones del momento y por otras
de física y psicología, momentosas siempre. Sus discursos
no vuelan como las hojas, ni como tantos discursos, sino
que pesan como rama bien frutada. Y eso que no estamos
entre doctores, sino entre meros bachilleres. Uno lee un
estudio sobre la imaginación en las matemáticas, y dice
que aquella tiene en las construcciones de estas tanta
parte como en las con- cepciones dolorosas y lumíneas de
la poesía, y que para escribir el “Paraíso perdido”, no se
necesitó más poder de imaginar que para establecer los
principios fundamentales de las secciones cónicas.
Examina otro las razones del dañoso influjo de la
ignorante inmi- gración irlandesa en las ciudades, donde
con su número sofocan el voto y se 10 adueñan, sin que
por su hábito de no reunirse más que con gente de su
terruño y por no ser la idealidad elemento singular de su
naturaleza, ascienda en ellos la cultura a la par con su
influencia y autoridad de sufragantes en el pueblo que los
recibe como a hijos. Crían por las lomas de los suburbios
los irlandeses, gansos, patos y chivos e hijos descalzos,
que de sus padres encer- vezados y de sus madres
harapientas y del sórdido cura de la parro- quia, no
pueden sacar modelos para mejor vida, sino que en
cuerpo y espíritu salen de sus chozas de mala madera,
depauperados: y como la inmigración de Irlanda a New
York es tan cuantiosa, sucede que de veras está
gravísimamente amenazada de miseria mental y moral la
gran ciudad. Los alemanes la remediarían, si no fueran
tan dados al goce de sí propios y tan desentendidos del
bien ajeno. Se ve que son mal cimiento de un pueblo
formidable el abrutamien- to y el egoísmo. Y hay escuelas
por cierto; pero en los hijos de ir- landeses lo que la
escuela cría, el chivo se lo come. El hijo del alemán, como
que el padre suele abrirse camino y no vive en comunidad tan ruin, aprovecha sus libros; sobre que ei
alemán es hombre de su casa y trabajador, lo que sin
esfuerzo va dando 450 Jos. 6 Martí OL .iS ESCOGIDAS. T.
1 451 -- la potencia original de la creación, que sólo reside
en la voluntad colosal desconocida:-“ la quimica, dice el
bachiller, ha podido fabri- car huevos; pero no
empollarlos.” Y el graduando que cierra estos animados
ejercicios, perora, con ternura exquisita, apretado
lenguaje y profunda visión, sobre la sana y triste filosofia
de George Elliot, la noble y desventurada novelista
inglesa, nueva estoica, para quien la vida se puso toda,
como siempre para las almas excelsas, en una copa
amarga, que bebió ella hasta las heces por que no
quedara nada que beber a los demás; sin que los vapores
de la propia amar- gura que a tantos nublan los ojos, se
los enturbiasen, para ver cuánto elemento de sólida
ventura hay en la conciencia bien edu- cada y en la
naturaleza. De todo lo vivo se desprende una justicia
definitiva y universal, que asegure la próxima
compensación de las desigualdades e injusticias de la
tierra. La conciencia valerosa, empinada entre los
hombres como un gigante invicto entre lilipu- tienses,
alienta y acaricia. Y todavía no hemos dicho, y lo
callábamos de intento, que esos bachilleres tan gallardos,
que con tal maestría andan por las entra- ñas de un
carácter y repintan imperios pasados, y enarbolan la
bandera de los hombres libres, y balancean el cuerpo y
alma de la naturaleza, eran mujeres. Niñas de dieciocho a
veinte años, eran las graduandas de este año en el colegio
de Vassar. iOh! el día que la mujer no sea frívola icuán
venturoso será el hombre! icómo, de mero plato de carnes
fragantes, se trocará en urna de espíritu, a que tendrán
los hombres puestos siempre lps labios ansiosos! iOh!
iqué día aquel en que la razón no tenga que andar
divorciada del amor natural a la hermosura! jaquel en
que por el dolor de ver vacío el vaso que se imaginó lleno
de espíritu, no haya de irse febril y desesperado, en busca
de alma bella, de un vaso a otro! iOh! iqué día aquel en
que no se tenga que desdeñar lo que se ama!
Marisabidillas secas no han de ser por eso las mujeres;
como los hombres que saben no son por el hecho de saber,
pepisabidillos. Hágase entre ellas- tan común la
instrucción que no se note la que la posea, ni ella misma
lo note: y entonces se queda- rá en casa la fatiga de amor.
Que cuando el hombre haya menester de quien le entienda
su dolor, le admire su virtud o le estimule el juicio, no
tenga que ir a buscarlo como sucede ahora, fuera de su
casa. Que no sean la compasión, el deber y el hábito lo que
a su esposa lo tengan unido; sino una inefable
compenetración de espíritu, que no quiere decir servil
acatamiento de un cónyuge a las opiniones del otro: antes
está ese sabroso apretamiento de las almas en que sean
semejantes sus opiniones, capacidades y alimentos, aun
cuando sus pareceres sean distintos. Crece el esposo con
los merecimientos de la esposa; y esta, con ellos, echa
raíces en él.- Lo cual es bueno: el único placer que excu- sa
la vida dolorosa, y la perfuma, levanta y fortifica, es el de
sentir buenos hábitos a los hijos Y esto no lo decía el
discurso del graduan- do, pero decía otras cosas
excelentes. Otro joven bachiller asalta la tribuna y lee...
tpero qué lee que todos lo aplauden ? Pues nada menos
que un estudio en que se defiende el derecho y capacidad
de los egipcios para gobernar su propia tierra, y se acusa
de mera máscara de la ambición inglesa ese pretexto
indecoroso con que, como el boa a la paloma, viene desde
hace años enroscándose sobre el Egipto; el pretexto de
que unos ambiciosos que saben la! ín tienen derecho
natural de robar su tierra a unos africanos que hablan
árabe; el pretexto de que la civilización, que es el nombre
vulgar con que corre el estado actual del hombre europeo,
tiene derecho natural de apoderarse de la tierra ajena
perteneciente a la barbarie, que es el nombre que los que
desean la tierra ajena dan al estado actua! de todo
hombre que no es de Europa o de la América europea:
como si cabeza por cabeza, y corazón por corazón,
valiera más un estrujador de irlandeses o un cañoneador
de cipayos, que unos de esos prudentes, amorosos y
desinteresados árabes que sin escarmentar por la derrota
o ami- lanarse ante el número, defienden la tierra patria,
con la esperanza en Alá, en cada mano una lanza y una
pistola entre los dientes. Pero como la libertad vive de
respeto, y la razón se nutre en la coniroversia, edúcase
aquí a los jóvenes en la viril y salvadora práctica de decir
sin miedo lo que piensan; y oír sin ira y sin mala sospecha
lo que piensan otros: de modo que no bien cesan las palmas con que acojemos todos al mantenedor del decoro
humano, ya está en la tribuna un bachiller defendiendo el
buen derecho de Ingla- terra a poner definitivamente
manos sobre la gente abandonada del Egipto, y a
cogérselo brazada a brazada, como han cogido los
Estados Llnidos el territorio de los indios. Otro
graduando ensalza el sistema de instrucción pública de
Norteamérica y dice que en la homogeneidad de los
nuevos ciuda- danos se prueba que aquel modo de
enseñar es digno de un pueblo fuerte; pero el graduando
vecino se levanta, depreca el sistema en uso, y dice que no
hay mayor fracaso porque las escuelas enseñan a los
niños para hijos de rico, que han de vivir de herencia y no
de sus labores, y porque apenas hay pueblos en que los
niños a los quince años, tengan al salir de la escuela
instrucción más deficiente y rudimentaria: deletrear,
escribir y contar saben; pero ni se les ha abierto el apetito
de saber, ni se les ve poseídos de aquella noción y
simpatía humanas sin las cua! es se truecan los hombres
en esa criatura vacia, dañina y horrenda: el egoísta.
Bachiller muy joven, y que se lleva todas las miradas, es
ese qce cuenta enseguida, no sin histórico estilo y buena
crítica, la vida de las dos Isabeles: la odiosa de Inglaterra
y la grande de España. Meestro en ciencia parece el que le
sucede en el discurso, y con argumentos ingeniosos y
frase pintoresca niega que vayan a la par las fuerzas
vitales y las físicas, y que estas puedan alcanzar jamás
452 losé Martí que, como un árbol en la tierra, se han
echado raices en un alma caliente y amante. Los pueblos
necesitan además como las aguas, de nivel. Cada nación
requiere, si ha de salvarse, cierta porción de inte!
ectualidad y elementos femeninos: y así como no se da
hijo sin padre y sin madre, así no se da pueblo sin la
comunión afortunada de los ele- mentos viriles y
femeniles del espíritu.- Los pueblos mueren de hipertrofia
de fuerza, que los ensoberbece, ofusca y embriaga, y
causa dolores y trastornos sin cuento con su propio
exceso, lo mismo que de hipertrofia de sentimiento y arte,
que los afloja y ahembrea.-- Las condiciones espirituales
tienen su higiene, lo mismo que las físicas; y de una
condición se ha de reposar en otra, que la modere y modifique.- De la fuerza se ha de descansar en la ternura.- A
má‘: de esta necesidad de femineidad en la vida de la
nación, existe en los pueblos dados a la fatiga, la labor
nerviosa, y el ansia de la rique- za, urgencia grande de
balancear con la educación de la mujer, que lleva a la
vida de la nación sensibilidad y semilla de intelecto, la
escasez en que naturalmente quedan estas condiciones
por la con- sagración casi exclusiva de la mayoría
nacional a las batallas, emo- ciones y goces de la posesión
de la fortuna.- Como estrellas viaje- ras, a derramar luz
suave e ilumjnar lo sombrío, se vierten cada año por el
país esos bachilleres de cabelios largos y armoniosas
formas: de vergüenza de no parecerse a ellas, se mejoran
los gaña- nes de la riqueza que las cortejan y desean: su
contacto, ejemplo y enseñanza, dulcifican y
espiritualizan la existencia en torno suyo.- Y así como se
gusta mejor ei vino bueno en copa bien labrada, o de
cristal delgado y limpio, así se recibe con mayor
mansedumbre, placer y provecho el influjo del espíritu de
una mujer culta y hermosa. La América, Nueva York,
junio de 1884 0. C., ?. 8, p. 440- 445. ANTIGUEDADES
AMERICANAS. LOS ESPOSOS LE PLONGEON: LA ISLA
DE MLIJERES Mucho puede aprender ahora sobre vida
aborigen en América, quien tenga espacio para leer todo
lo que sobre la Literatura, Reli- gión Historia y
Costumbres de los Indígenas se está publicando en los
Estados Unidos, ya en semanarios y revistas, ya en libros
medi- tados y lujosos. Un semanario de ciencias que sale
a luz en New York, y que por cierto se vende en las mesas
de diarios en las esquinas a la par que otros semanarios
de habilidades y láminas, publicaba no hace mucho una
extensa y notable relación en que una estimable señora,
leat compañera de su anciano y atrevido esposo, cuenta
todo lo que recientemente ha descubierto entre las
malezas de Yucatán el doctor Le Plongeon. Hay, por
frente a las costas de Yucatán, una Isla pacífica y bella,
sembrada apenas de altas palmas, y donde en la fina
arena nacen flores. Chipre no tiene bahía más apacible y
bien cortada. Resplandece y vibra el aire, como alrededor
de los templos de már- mol en las islas griegas. La música,
que en todas partes se oye, allí se ve; y en favonios y en
céfiros se piensa y se siente el espíritu en aquella
hermosura consagrado. Hasta las minuciosidades son bellezas; y la playa blanca está toda cruzada de bordados
exquisitos, hilados como alenzones y malinas, que no son
más que las huellas que durante la noche hacen, a la luz
amorosa de la luna que los enciende e invita a aparejarse,
los bruñidos y rosados cangrejos. El cementerio parece
una paloma. A esta tierra escondida la han llamado los
pescadores canarios, que van de las Antillas por aquella
mar a hacer su pesca, la Isla de Mujeres; acaso porque en
tiempos de la revuelta de los indios yucatecos, que son
gente simpática y bravía, emigraron de la pe- ninsula a la
islilla encantadora gran mímero de familias timoratas,
entre cuyas sencillas doncellas no tardan en hallar los
pescadores leales y fáciles esposas. Cadena larga de oro
mate les cae en vueltas por la caliente y redonda
garganta; ciruelas parecen sus manos, de gruesas y
pequefias; cisnecillos sus pies; huelga el gracioso cuerpo en una fea camisola de lino; sentadas en la hamaca, la
trenza 454 losi Marti OBRAS ESCOGIDAS, T, 1 455 da en
el suelo; de hijas del mar parecen sus ardientes ojos
verdes y así andan en la casa y en la calle, y en visita, a
menos que no sea noche de baile, en que el pueblo quiere
festejar a algún barquero que se ausenta o viajero triste
que los amó y predicó al paso, y en cuyo honor se visten
de cristianos; suena la armónica, con tal o cual flauta o
violín a medias cuerdas; enciéndese, con botellas por
candelero, las velas de esperma; vacíanse, que nunca
faltan, algunos barrilillos de vino canario o ambrosía de
Málaga, y se bailan, con gran deleite y cortesía, melosas
danzas; tras de todo lo cual el pueblo en masa, con sus
viejos y sus matronas a la cabeza, y como ungido y
purificado por la luz de la luna, acampana hasta la
goleta, llena de tortugas vivas que van a venderse en el
mercado cercano de Belice, al buen viajero que deja de
mal grado aquel pacifico reco- do sin soberbia y sin
ruidos, donde se bebe aún la vida primitiva a los pechos
mismos de la fragante Naturaleza. Por esas tierras
andan desde hace años, recogiendo reliquias y
desenterrando ruinas, aprendiendo las lenguas del país y
hablando en ellas, alimentándose de frutas y de viandas
en los campos, y del producto de sus trabajos de
fotógrafos cuando están en ciudad, esas dos notables
personas, unidas, más que por los lazos del matrimonio,
por el incitante amor al misterio, y el valeroso desdén de
las trabas, encogimiento y esterilidades de la vida
urbana. El doctor, pequeño como un lego, lleva la barba
blanca a la cintura; y visto de perfil, parece que es el
guerrero barbado esculpido en una de las tablillas del
palacio de Chitchen Itzá; de lo cual se ha valido él con
mucha astucia para arrancar secretos y confidencias a
los indios. Y luego, que como viaja con su mujer, que en
pantalones bombachos, blusa holgada, y sombrero de
ancha ala le acompaña, los indios no le temen; que mujer
es aroma y escudo, y nadie espera mal de ella, sino paz y
todo género de bienes:- quren quiera conquistar a un
pueblo no vaya con soldados, que al cabo de siglos los
echará al fin el pueblo de la tierra, sino con su mujer y
con sus hijos.- Van marido y mujer con alma y cuerpo, y
se les ve en los ojos la gran- deza que el desafío de los
peligros y la constante victoria ha puesto en su alma.
Ellos se entran por la selva, y huronean y peregrinan en
ella, hasta que dan con una ruina enmalezada, de cuya
existencia tenían vaga noticia, y la desbrozan con sus
manos. No bien des- cubren una piedra tumular, una
columna quebrada, una cabeza de viga, un jeroglífico,
una estatua, el doctor se sienta a su lado o reclinado en
ella, como domador de lo desconocido; y la señora Alicia,
que ama a su anciano, adereza sus enseres de fotografía,
y retrata el hallazgo. Luego el Doctor, que es persona
vivaz, quiere sacar del pais yucateco las ruinas que
descubre; y rechaza, o porque le parece poco, o porque no
quiere ese género de paga, el dinero que sobre la gloria
del descubrimiento, el gobierno de México le ofrece; pero
Yucatán es celoso de su antigua grandeza, y lo de andaluz
que se les entró por la tierra indígena con la conquista, y
les da todavía aires de pueblo moruno, no fue bastante a
extirpar de su tierra Ilo- rosa y su atmósfera lúcida el
alma, india, que en las disposiciones artísticas. fantasia
abundante, cuerpo fino y esbelto del yucateco y amor por
sus antigüedades se revela. Ni a Le Plongeon, que es de
Norte América, ni a Alicia su mujer, que es de !nglaterra,
abaten estas que él mira como hostilidades, y no ella,
persona de mayor calma ); sentido: por cierto que no
tiene más hermosura que la augusta que viene de saber
desdeñar lo trivial y amar lo extraordinario. Joven es
ella, como de unos treinta y seis años y más entendida en
arqueología y en lenguas que su esposo: él, con sus
luengas barbas, y a su mujer sumiso como un niño, es
persona de más de sesenta años. Acaban de desenterrar
grandes reliquias, y de hallar bellas tumbas
subterráneas, de poderosa e irregular arquitectura.
Ahora andan de nuevo por la selva. El Triunfo, La
Habana, 6 de septiembre de 1884. (Tomado de La Afdrica,
Nueva York.) Anuario del Centro de Estudios Martianos,
La Habana, n. 5, 1982, p. 15- 17. 0BR. G ESCOGID.~ S. T. 1
457 ESCENAS NEOYORQUINAS Los edificios son como
las palabras de los pueblos, y sus sím- bolos. A través de
las edades cuentan su espíritu y revelan su historia. Una
piedra labrada es un libro: el lapidario le trasmite su
alma. En la forma va la esencia. La arquitectura es el
espíritu solidario. Las edades de pelea alzaron castillos;
las de sombra, conventos; esta nuestra, casas de
inmigrantes. Porque los mares se secan, se amarran los
continentes, aumentan los vapores su singla- dura, los
hombres se abrazan. Las razas se niegan a enemistarse; y
se está creando una que las encierra a todas, y borra sus
linderos, y como ejército de soldados de coraza de luz,
brilla: la raza de la libertad. Se abusa de esta palabra
hermosa, que en su propio sentido resplandece. Las
castas que oprimen, y vienen de la gente feudal, han
heredado con el nombre y privilegio de sus mayores, sus
fero- cidades y odios; pero los hombres de abajo, que
serán pronto, por ley de amor e inteligencia, los de
arriba, del Ande al Cáucaso y del Caspio al río Amarillo se
dan de mano, y apretados pecho a pecho, andan. Es
hermoso ver cómo la tierra les va abriendo camino.
Dónde pararán, no se sabe: pero se han decidido llegar a
las puertas del cielo. Pueblo hay todavía, clavado como
un diente de león muerto en el costado de !a América
libre, que al viajero que viene navegando por su bahía
azul, le sale al paso con un presidio. Guatemala, tierra
encantadora, echa a saludar a los que entran por su Río
Dulce un bosquecillo de palmeras, que de la margen se
sale, y en el agua tranquila retratan sus copas, y tienden
hacia el barco sus lozanas pencas, como brazos que
llaman. La América entera va al encuentro de los que la
visitan, con estas islas verdes y cestos de flores, y
copiosos frutales. Antes, por sobre el hondo foso que
rodeaba la fortaleza, se alzaba como un escudo que
cerrase el paso a la huma- nidad endeble, el puente
levadizo: ahora, las casas de inmigrantes tienden sus
muelles anchos sobre el mar domado, para que la humanidad pase. Así recibe New York al mundo viejo: con su
ancha casa de inmigrantes, Quien entra en ella y en su
rotonda espaciosa y desnuda, a la raíz de cuyas paredes
se arriman grupos tímidos de gente burda, imagina que
anda en el interior de una vaina inmensa. Y está bien la
comparación; porque a los pocos años ya aquellas
manadas de gente tosca, se han pulido y bruñido,, y como
vuelto de! revés, y sacando afuera lo mejor de adentro; y
son tan diferentes de como lfegaron, cual la cara brillante
y visible de la vaina lo es de la cara interior, dura y
grosera. Llegan de Irlanda, con su chaquetón raído, por
cada uno de cu- yos remiendos y bolsillos asoma un
chicuelo; y con sus botas de cuero arrugado, con pliegues
que parecen de falda de monte. De Alemania llegan, con
su cachucha de casco redondo, su gabán de paño amarillento que semeja camisola; y en una mano la fe y en
otra la pipa, ambas encendidas. De Suiza llegan más
cultos, como que vie- nen de país libre, lo que quita a 10s
hombres ese tímido aire de rebaño; trae el suizo su traje
de lana pobre, pero de hechura de ciu- dad, y en el bolsillo
el reloj, aunque grueso y de plata, y en la cabeza el
sombrero de fieltro. De Italia vienen, humildes y hermosos, y parecen que traen entre ellos macetas de flores, que
son, con sus vestidos pintorescos, sus mujeres e hijos. Son
cárceles del sol los italianos: en los ojos les arde la lava.
Y entre un griego, bello con la desdichada hermosura del
pastor Alexis, y un noruego que ostenta sobre sus
hombros macizos su rostro sereno ceñido de gran barba
roja, deslízase, flaco y mugriento, con sus altas botas y su
dolman vuelto del revés, como para que no se pierda lo
único que le queda de la patria, un mísero húngaro. iPues
a los pocos años, todos esos fumadores de pipa y pobres
remendados son dueños de casas, o de tierras, o de votos
que los llevan a la Cámara de Representantes, y dueños
de sí, que es más que todo eso! El judío se ha hecho
mercader, y traído el beneficio de su inte- ligencia, y el de
su hermosura: o es director de orquesta, o actor, o buen
empleado de comercio. El noruego es capitán de barco. El
irlandés, si astuto, politicastro o tendero; si duro de
magín, como suelen ser, más es una carga que un
ornamento, y pasa la vida hu- yendo de la ciudad
creciente que lo va sacando de todos sus rinco- nes, con
sus gansos y patos a rastras, y su casuca de madera a
cuestas. El alemán, todo lo vence y doma; y en todas
partes como señor se sienta; y si ve que otros viven de
elaborar tabacos, aprende a elaborarlos; y si dibuja, es el
mejor dibujante; y si comercia, el comerciante más
activo y sesudo. Calladamente se viene encima la gente
alemana, como si adelantase, rompiendo la sombra,
formida- ble e invisible ariete: cuando se les viene a ver,
ya están los ale- manes sentados en sillón de dueño: son
como los jesuitas del traba- jo. Señorío se ha vuelto a los
pocos años toda aquella pobre muchedumbre; la
cachucha redonda, sombrero de copa alta; el dol- man,
chaqué atildado; la del griego, varonil hermosura; el reloj
de plata, macizo reloj de (iio. En esto ae convierten,
hervidas al calor 458 Jos8 Martí de la libertad en esta
magnífica redoma, todas esas sustancias humanas de
extraña apariencia, que a barcadas vacían de sus vientres inmundos los portentosos va ores de Europa.
iRecaderos im- ponentes, esos grandes vapores! E su
propio fuego, creó volcanes: a naturaleza, por no perecer
a los hombres han creado volcanes que andan: como los
globos, montes que vuelan. Y a veces, vienen en esas
revueltas barcas,- poesías vivas y como flores humanas,niños de muy pocos años; sin padres vienen, con un
letrero al cuello, para que las almas piadosas los
encaminen a donde están sus padres. Una vez es una niña
que apenas tiene ocho años, y viene sola de Suiza, con su
trajecito de montañesa, y su saquillo alpestre al costado.
Llega como aterrada entre la muchedumbre de
inmigrantes: ellos se extienden por la rotonda como olas
de mar turbio: y ella, con sus mejillitas encarnadas y
húmedas de llanto, parece una hoja de rosa sobre las olas.
Todos la cercan, y le preguntan quién es, y la pasean en
brazos; y ella, por el enorme peligro engrandecida, en
una sonrisa se bebe las lágrimas, y a los ojos azules saca
el alma tierna, y afecta bravura de mujer mayor, que no
tiene miedo de seguir sola a Massillon de Ohio, donde su
padre, que le mandó a una parienta el dinero del pasaje,
ha sembrado trigo, y la espera. Y con su letrerito de cuero
al cuello, y su saquillo lleno de dulces y presentes, María
Woodti valerosa sigue camino de Massillon de Ohio.
iEstos son ángeles, y et cielo está en la tierra, y ya hay
alta- res nuevos! Otra vez, son tres formales personas las
que llegan. Los tres vienen de la mano, muy graves y
serenos. Al jefe de la partida no le tiembla la voz cuando
pregunta al Superintendente de Castle Garden dónde
puede tomar el tren para ir al Oeste. Y al Superintendente, que es persona hecha a lances serios, se le
anublan con llanto los ojos y se le ablanda conmovido el
pecho, porque el caba- llero que viene solo de Inglaterra,
y quiere tomar el tren con sus dos hermanitos, no ha
cumplido nueve años. Ella es su hermanita Lucila, y el
otro es su hermanito Hamilton, y él no tiene miedo de ir a
Chicago, donde su padre, que es carpintero, vino a
mejorar, lo cual ha debido ser, puesto que ya les mandó
diez libras para el viaje. !Y allá va hasta Chicago el
caballero, con Hamilton y Lucila de la mano. El Triunfo,
La Habana, 6 de septiembre de 1884. (Tomado de La
América. Nueva York.) Anuario del Centro de Estudios
Martianos, La Habana, n. 5. p 17- 20. AL GENERAL
MAXIMO GOMEZ New York, 20 de octubre de 1884 Señor
General Máximo Gómez New York Distinguido General y
amigo: Salí en la mañana del sábado de la casa de Vd.
con una im- presión tan penosa, que he querido dejarla
reposar dos días, para que la resolución que ella, unida a
otras anteriores, me inspirase, no fuera resultado de una
ofuscación pasajera, o excesivo celo en la defensa de cosas
que no quisiera ver yo jamás atacadas,- sino obra de
meditación madura:- iqué pena me da tener que decir
estas cosas a un hombre a quien creo sincero y bueno, y
en quien existen cualidades notables para Regar a ser
verdaderamente grande!- Pero hay algo que está por
encima de toda la simpatía personal que Vd. pueda
inspirarme, y hasta de toda razón de oportunidad
aparente: y es mi determinación de no contribuir en un
ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la
vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo
personal, que sería más vergonzoso y funesto que el
despotismo político que ahora soporta, y más grave y
difícil de desarraigar, porque vendría excusado por
algunas virtu- des, embellecido por la idea encarnada en
él, y legitimado por el triunfo. Un pueblo no se funda,
General, como se manda un campamen- to:- y cuando en
los trabajos preparatorios de una revolución más
delicada y compleja que otra alguna, no se muestra el
deseo sincero de conocer y conciliar todas las labores,
voluntades y elementos que han de hacer posible la lucha
armada, mera forma del espíritu de independencia, sino
la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal
disimulada, de hacer servir todos los recursos de fe y de
guerra que levante este espíritu a los propósitos
cautelosos y 460 José Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 461
personales de los jefes justamente afamados que se
presentan a capitanear la guerra, (qué garantías puede
haber de que las liber- tades públicas, tinico objeto digno
de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas
mañana? ¿Qué somos, General?: <los servi- dores
heroicos y modestos de una idea que nos calienta el
corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o
los caudillos va- lientes y afortunados que con el látigo en
la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la
guerra a un pueblo, para ense- ñorearse después de él?
eLa fama que ganaron Vds. en una empresa, la fama de
valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra?- Si la
guerra es posible, y los nobles y legítimos prestigios que
vienen de ella, es porque antes existe, trabajado con
mucho dolor, el espí- ritu que la reclama y hace
necesaria:-- y a ese espfritu hay que atender, y a ese
espíritu hay que mostrar, en todo acto público y privado,
el más profundo respeto;- porque tal como es admirable el
que da su vida por servir a una gran idea, es abominable
el que se vale de una gran idea para servir a sus
esperanzas personales de gloria o de poder, aunque por
ellas exponga la vida.- El dar la vida sólo constituye un
derecho cuando se la da desinteresa- damente. Ya lo veo a
Vd. afligido, porque entfendo que Vd. procede de buena fe
en todo !o que emprende, y cree de veras, que 10 que hace,
como que se siente inspirado de un motivo puro, es el
único modo bueno de hacer que hay en sus empresas.
Pero con la mayor since- ridad se pueden cometer los más
grandes errores; y es preciso que, a despecho de toda
consideración de orden secundario, la verdad adusta, que
no debe conocer amigos, salga al paso de todo 10 que
considere un peligro, y ponga en su puesto las cosas
graves, antes de que lleven ya un camino tan adelantado
que no tengan remedio. Domine Vd., Gral., esta pena,
como dominé yo el sábado el asombro y disgusto con que
oí un inoportuno arranque de Vd., y una curiosa
conversación que provocó a propósito de él el Gral.
Maceo, en la que quiso,- ilocura mayor!- darme a
entender que debíamos consi- derar la guerra de Cuba
como una propiedad exclusiva de Vd., en la que nadie
puede poner pensamiento ni obra sin cometer profanación, y la cual ha de dejarse, si se la quiere ayudar, servil
y ciega- mente en sus manos .- No: no por Dios:tpretender sofocar el pen- samiento, aun antes de verse,
como se verán Vds. mañana, al frente de un pueblo
entusiasmado y agradecido, con todos los arreos de la
victoria? La patria no es de nadie: y si es de alguien, será,
y esto sólo en espiritu, de quien la sirva con mayor
desprendimiento e inteligencia. A una guerra,
emprendida en obediencia a los mandatos del país, en
consulta con íos representantes de sus intereses, en unión
con la mayor cantidad de elementos amigos que pueda
lograrse;- a una guerra así, que venía yo creyendoporque así se la pinté en una carta mía de hace tres años
que tuvo de Vd. hermosa respuesta’- que era la que Vd.
ahora se ofrecfa a dirigir;- a una guerra así el alma
entera he dado, porque ella salvará a mi pueblo;- pero a
lo que en aquella conversación se me dio a entender, a
una aventura personal, emprendida hábilmente en una
hora oportuna, en que los propósitos particulares de los
caudillos pueden confundirse con las ideas gloriosas que
los hacen posibles; a una campaña empren- dida como
una empresa privada, sin mostrar más respeto al espíritu
patriótico que la permite, que aquel indispensable,
aunque muy su- miso a veces, que la astucia aconseja,
para atraerse tas personas o los- elementos que pueden
ser de utilidad en un sentido u otro; a una carrera de
armas por mas que fuese brillante y grandiosa; y haya de
ser coronada por el éxito,- y sea personalmente honrado
el que la capitanee;- a una campaña que no dé desde su
primer acto vivo, desde sus primeros movimientos de
preparación, mues- tras de que se la intenta como un
servicio al país, y no como una invasibn despótica;- a una
tentativa armada que no vaya pública, declarada, sincera
y m- ricamente movida del propósito de poner a su
remate en manos del país, agradecido de antemano a sus
servi- dores, las libertades públicas; a una guerra de baja
raíz y temibles fines, cualesquiera que sean su magnitud y
condiciones de exito- y no se me oculta que tendría hoy
muchas- no prestaré yo jamás mi apoyo.- Valga mi apoyo
lo que valga,- y yo sé que él, que viene de una decisión
indomable de ser absolutamente honrado, vale por eso
oro puro,- yo no se lo prestaré jamás. ¿Cómo, General,
emprender misiones, atraerme afectos, aprove- char los
que ya tengo, convencer a hombres eminentes, deshelar
voluntades, con estos -miedos y dudas en el alma?Desisto, pues, de todos los trabajos activos que había
comenzado a echar .sobre mis hombros. Y no me tenga a
mal, General, que le haya escrito estas razones; Lo tengo
por hombre noble, y merece Vd. que se !e haga pensar.
Muy grande puede l! egar a ser Vd.- y puede no llegar a
serlo. Respetar a un pueblo que nos ama y espera de
nosotros, es la mayor gran- deza. Servirse de sus dolores
y entusiasmos en provecho propio, sería la mayor
ignominia. Es verdad, Gral., ;lue desde Honduras me
habían dicho que alrededor de Vd. ;e movían acaso
intrigas, que envenenaban, sin que Vd: lo sintiese. su
corazbn sencilo; que se aprovechaban de sus bondades,
sus impresiones y sus hábitos para apartar a Vd. de
cuantos hallase en su camino que le acom- pañasen en sus
labores con cariño, y le ayudaran a librarse de bs
obstáculos que se fueran ofreciendo- a un
engrandecimiento a que 1 Se refiere a la carta de 20 de
julio de 1682, cuya respuesta puede verse eri Papeles de
Martí (Archivo de Gonzalo lie Quesada), recopilaeih,
introducción, no! as y apéndice por Gonzalo le Quesada y
Miranda, La Habana, Imprenta El Siglo XX, 1933- 1935, t.
I (Epistolario de losé Martí y Móximo Gbmez, 1933), p. 56. 462 JOS& Mdi tiene Vd. derechos naturales.- Pero yo
confieso que no tengo ni voluntad ni paciencia para andar
husmeando intrigas ni desha- ciéndolas. Yo estoy por
encima de todo eso. Yo no sirvo más que al deber, y con
este, seré siempre bastante poderoso. ¿Se ha acercado a
Vd. alguien, Gral., con un afecto más caluroso que aquel
con que lo apreté en mis brazos desde el primer dia en que
le vi? iHa sentido Vd. en muchos esta fatal abundancia de
co- razón que me dañaría tanto en mi vida, si necesitase
yo de andar ocultando mis propósitos para favorecer
ambicioncillas femeniles de hoy- o esperanzas de
mañana? Pues después de todo lo que he escrito, y releo
cuidadosamente, y confirmo,- a Vd., lleno de méritos, creo
que lo quiero:- a la guerra que en estos instantes me
parece que, por error de forma acaso, está V.
representando ,- no:- Queda estimándole y sirviéndole
JOSE MARTI 0. C., t. 1, p. 177- 180. Cotejada con el
manuscrito original ALOSCUBANOSDENUEVAYORK No
tengo más derecho al dirigirme a los cubanos de Nueva
York, que el del más humilde de ellos: amar bien a mi
patria. Pero han llegado a mí rumores confusos de que en
una reunión en Clarendon Hall, el 13 de este mes, se
hicieron respecto a mis actos políticos algunas gestiones
equivocadas, debidas sin duda a exceso de celo, o a
desconocimiento involuntario de los hechos a que se
referían. Mis compatriotas son mis dueños. Toda mi vida
ha sido emplea- da y seguirá siéndolo en su bien. Les debo
cuenta de todos mis actos, hasta de los más personales;
todo hombre está obligado a honrar con su conducta
privada, tanto como con la pública, a su patria. En la
noche del jueves 25, desde las 7’/, estarè en Clarendon
Hall para responder a cuantos cargos se sirvan hacerme
mis con- ciudadanos. JOSE MARTI Nueva York, junio 23,
1885. 0. c.. t. 1 ( p. 180- 181. OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 465
LUCIA JEREZ l [Fragmento] A Adelaida Baralt De una
novela sin arte La comisión ahí le envio: iBien haya el
pecado mio Ya que a Vd. le deja parte! Cincuenta y cinco
fue el precio: La quinta es de Vd., la quinta De cincuenta y
cinco, pinta Once, si yo no soy necio. Para alivio de
desgracias /Sea!: de lo que yo no quiero Aliviarme es del
sincero Deber de darle las gracias. JOSE MARTI 2 Quien
ha escrito esta noveluca, jamás había escrito otra antes,
lo que de sobra conocerá el lector sin necesidad de este
proemio, ni escribirá probablemente otra después. En
una hora de desocupacióri, l Con el titulo de Amistud
funesta se publicó en El Latino Americano, en 1885, y po~
entrega (entre el 15 de mayo y el 30 de agosto), la ímica
novela que escribiera José Marti. En esta seleh&, se
publica sóio el primer capkulo. le tentó una oferta de esta
clase de trabajo: y como el autor es per- sona
trabajadora, recordó un suceso acontecido en la América
del Sur en aquellos dias, que pudiera ser base para la
novela hispano- americana que se deseaba, puso mano a
la pluma, evocó al correr de ella sus propias
observaciones y recuerdos, y sin alarde de trama ni plan
seguro, dejó rasguear la péñola, durante siete días,
interrum- pido a cada instante por otros quehaceres, tras
de los cuales estaba lista con el nombre de Amistad
funesta la que hoy con el nombre de Lucía Jerez, sale
nuevamente al mundo. Ni es más, ni es menos. Se publica
en libro, porque asf lo desean los que sin duda no lo han
leído. El autor, avergonzado, pide excusa. Ya él sabe bien
por dónde va, profunda como un bisturí y útil como un
médico, la novela moderna. El género no le place, sin
embargo, porque hay mucho que fingir en él, y los goces
de la creación artístrca no com- pensan el dolor de
moverse en una ficción prolon ada; con diálogos que
nunca se han oído, entre personas que no fi an vivido
jamás. Menos que todas, tienen derecho a la atención
novelas como esta, de puro cuento, en las que no es dado
tender a nada serio, porque esto, a juicio de editores,
aburre a la gente lectora; ni si uiera es licito, por lo llano
de los tiempos, levantar el espíritu de 4 público con
hazañas de caballeros y de héroes, que han venido a ser
perso- nas muy fuera de lo real y del buen gusto. Lean,
pues, si quieren, los que lo culpen, este libro; que el autor
ha procurado hacerse perdonar con álgunos detalles;
pero sepan que el autor piensa muy mal de él. Lo cree
inlitil; y lo lleva sobre sí como una grandfsima culpa.
Pequé, Señor, pequé, sean humanitarios, pero
perdbnenmelo. Señor: no lo haré más. Yo En ? uiero ver al
valiente que saca de los l una novela buena. a novela
habfa de haber mucho amor; alguna muerte; mu- chas
muchachas, ninguna pasión pecaminosa; y nada que no
fuese del mayor agrado de los padres de familia y de los
señores sacerdo- tes. Y habfa de ser hispanoamericano. 2
Juan empezó con mejores destinos que los que al fin tiene,
pero es que en la novela cortó su carrera cierta prudente
observación, y hubo que convertir en mero galán de
amores al que nació en la mente del novelador dispuesto a
más y a más altas empresas (gran- des) hazañas. Ana ha
vivido, Adela también. Sol ha muerto. 3 Y Lucia, la ha
matado. Pero ni a Sol ni a Lucia ha conocido, de cerca el
autor. A don Manuel, sí, y a Manuelillo y a doña Andrea
así como a la propia directora. ’ ’ Palabra ininteligible. 2
Siguen cuatro palabras Ininteligibles. 3 Palabra
ininteligible. 4 Varias palabras ininteligibles al margen,
466 José Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 467 CAPITULO 1
Una frondosa magnolia, podada por el jardinero de la
casa con manos demasiado académicas, cubría aquel
domingo por la mañana con su sombra a los familiares de
la casa de Lucía Jerez. Las grandes flores blancas de la
magnolia, plenamente abiertas en sus ramas de hojas
delgadas y puntiagudas, no parecían, bajo aquel cielo
claro y en el patio de aquella casa amable, las flores del
árbol, sino las del día, jesas flores inmensas e
inmaculadas, que se imaginan cuan- do se ama mucho! El
alma humana tiene una gran necesidad de blancura.
Desde que lo blanco se oscurece, la desdicha empieza. La
práctica y conciencia de todas las virtudes, la posesión de
las me- jores cualidades, la arrogancia de los más nobles
sacrificios, no bastan a consolar el alma de un solo
extravío. Eran hermosas de ver, en aquel domingo, en el
cielo fulgente. la luz azul, y por entre los corredores de
columnas de mármol, la magnolia elegante, entre las
ramas verdes, las grandes flores blan- cas y en sus
mecedoras de mimbre, adornadas con lazos de cinta,
aquellas tres amigas, en sus vestidos de mayo: Adela,
delgada y locuaz, con un ramo de rosas Jacqueminot al.
lado izquierdo de su traje de seda crema; Ana, ya
próxima a morir, prendida sobre el corazón enfermo, en
su vestido de muselina blanca, una flor azul sujeta con
unas hebras de trigo; y Lucía, robusta y profunda, que no
llevaba flores en su vestido de seda carmesí, “porque no se
conocía aun en los jardines la flor que a ella le gustaba:
;la flor negra!” Las amigas cambiaban vivazmente sus
impresiones de domingo. Venían de misa; de sonreír en el
atrio de la catedral a sus parien- tes y conocidos; de
pasear por las calles limpias, esmaltadas de sol, como
flores desatadas sobre una bandeja de plata con dibujos
de oro. Sus amigas, desde las ventanas de sus casas
grandes y anti- guas, las habían saludado al pasar. No
había mancebo elegante en la ciudad que no estuviese
aquel mediodía por las esquinas de la calle de la Victoria.
La ciudad, en esas mañanas de domingo, parece una
desposada. En las puertas, abiertas de par en par, como si
en ese día no se temiesen enemigos, esperan a los dueños
los cria- dos, vestidos de limpio. Las familias, que apenas
se han visto en la semana, se reímen a la salida de la
iglesia para ir a saludar a la madre ciega, a la hermana
enferma, al padre achacoso. Los viejos ese día se
remozan. Los veteranos andan con la cabeza más
erguida, muy luciente el chaleco blanco, muy bruñido el
puño del bastón. Los empleados parecen magistrados. A
los artesanos, con su mejor chaqueta de terciopelo, sus
pantalones de dril muy plan- chado y su sombrerin de
castor fino, da gozo verlos. Los indios, en verdad,
descalzos y mugrientos, en medio de tanta limpieza y hrz,
parecen llagas. Pero la procesión lujosa de madres
fragantes y niñas galanas continúa, sembrando sonrisas
por las aceras de la calle animada; y los pobres indios,
que la cruzan a veces, parecen gusa- nos prendidos a
trechos en una guirnalda. En vez de las carretas de
comercio o de las arrias de mercaderías, llenan las calles,
tirados por caballos altivos, carruajes lucientes. Los
carruajes mismos, pa- rece que van contentos, y como de
victoria. Los pobres mismos, parecen ricos. Hay una
quietud magna y una alegría casta. En las casas todo es
algazara. Los nietos iqué ir a la puerta, y aturdir al
portero, impacientes por lo que la abuela tarda! Los
maridos iqué celos de la misa, que se les lleva, con sus
mujeres queridas, la luz de la mañana! La abuela , icómo
viene cargada de chucherías para ivs nietos, de los
juguetes que fue reuniendo en la semana para traerlos a
fa gente menor hoy domingo, de los mazapanes recién
hechos que acaba de comprar en la dulcería francesa, de
los capri- chos de comer que su hija prefería cuando
soltera, qué carruaje el de la abuela, que nunca se vacía.
1 Y en la casa de Lucía Jerez no se sabia si había más
flores en la magnolia, o en las almas. Sobre un costurero
abierto, donde Ana al ver entrar a sus ami- gas puso sus
enseres de coser y los ajuares de niño que regalaba a la
Casa de Expósito, habían dejado caer Adela y Lucía SUS
som- breros de paja, con cintas semejantes a sus trajes,
revueltas como cervatillos que retozan. iDice mucho, y
cosas muy traviesas, un som- brero que ha estado una
hora en la cabeza de una señorita! Se le puede interrogar,
seguro de que responde: ide algún elegante caba- ilero, y
de más de uno, se sabe que ha robcdo a hurtadillas una
flor de un sombrero, o ha besado sus cintas largamente,
con un beso entrañable y religioso! El sombrero de Adela
era ligero y un tanto extravagante, como de niña que es
capaz de enamorarse de un tenor de ópera: el de Lucía era
un sombrero arrogante y amenazador: se salían por el
borde del costurero las cintas carmesíes, enroscadas
sobre el sombrero de Adela como una boa sobre una
tórtola: del fondo de seda negro, por los reflejos de un
rayo de sol que filtraba oscilando por una rama de la
magnolia, parecían salir llamas. Estaban las tres amigas
en aquella pura edad en que los carac- teres todavía no se
definen: jay, en esos mercados es donde suelen los jóvenes
generosos, que van en busca de pájaros azules, atar su
vida a lindos vasos de carne que a poco tiempo, a los
primeros calores fuertes de la vida, enseñan la zorra
astuta, la culebra vene- nosa, el gato frío e impasible que
les mora en el alma! La mecedora de Ana no se movía, tal
como apenas en sus labios palidos la afable sonrisa: se
buscaban con los ojos las violetas en su falda, como si
siempre debiera estar llena de ellas. Adela no sin esfuerzo
se mantenía en su mecedora, que unas veces estaba cerca
de Ana, otras de Lucía, y vacía las más. La mecedora de
Lucía, más echada hacia adelante que hacia atrás,
cambiaba de sú- bito de posición, como obediente a un
gesto enérgico y contenido de su dueña. -- Juan no viene;
ite digo que Juan no viene! 468 los6 Madí OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 469 -ePor qué, Lucía, si sabes que si no
viene te da pena? -- eY no te pareció Pedro Real muy
arrogante? Mira, mi Ana, dame el secreto que tú tienes
para que te quiera todo el mundo: porque ese caballero,
es necesario que me quiera. En un reloj de bronce
labrado, embutido en un ancho plato de porcelana de
ramos azules, dieron las dos. -Lo ves, Ana, lo ves; ya Juan
no viene.- Y se levantó Lucía; fue a uno de los jarrones de
mármol colocados entre cada dos co- lumnas, de las que
de un lado y otro adornaban el sombreado patio; arrancó
sin piedad de su tallo lustroso una camelia blanca, y
volvió silenciosa a su mecedora, royéndole las hojas con
los dientes. -Juan viene siempre, Lucía. Asomó en este
momento por la verja dorada que dividía el za- guán de la
antesala que se abría al patio, un hombre joven, vestido
de negro, de quien se despedían con respeto y ternura uno
de mayor edad, de ojos benignos y poblada barba, y un
caballero entrado en largos años, triste, como quien ha
vivido mucho, que retenía con visible placer la mano del
joven entre las suyas: -Juan, ipor qué nació Vd. en esta
tierra? -Para honrarla si puedo, don Miguel, tanto como
Vd. la ha honrado. Fue la emoción visible en el rostro del
viejo; y aún no había desaparecido del zaguán, de brazo
del de la buena barba, cuando Lucía, demudado el rostro
y temblándole en las pestañas las lágri- mas, estaba en
pie, erguida con singular firmeza, junto a la verja dorada,
y decía, clavando en Juan sus dos ojos imperiosos y
negros: -Juan, <por qué no habías venido? Adela estaba,
prendiendo en aquel momento en sus cabelios ru- bios un
jazmín del Cabo. Ana cosía un lazo azul a una gorrita de
recién nacido, para la Casa de Expósitos. -Fui a rogar,
respondió Juan sonriendo dulcemente, que no
apremiasen por la renta de este mes a la señora del Valle.
-iA la madre de Sol? <de Sol del Valle? Y pensando en la
niña de la pobre viuda, que no había salido aún del
colegio, donde la tenía por merced la Directora, se entró
Lucía, sin volver ni bajar la cabeza, por las habitaciones
interiores, en tanto que Juan, que amaba a quien lo
amaba, la seguía con los ojos tristemente. Juan Jerez era
noble criatura. Rico por sus padres, vivía sin el
encogimiento egoísta que desluce tanto a un hombre
joven, mas sin aquella angustiosa abundancia, siempre
menor que los gastos y ape- titos de sus dueños, con que
los ricuelos de poco sentido malgastan en empleos
estúpidos, a que llaman placeres, la hacienda de sus
mayores. De sí propio, y con asiduo trabajo, se había ido
creando una numerosa clientela de abogado, en cuya
engañosa profesión, entre nosotro s perniciosamente
esparcida, le hicieron entrar, más que SU volunCad, dada
a más activas y generosas labores, los de- seos de su
padre, que en la defensa de casos limpios de comercio
había acrecentado el haber que aportó al matrimonio su
esposa. Y así Juan Jerez, a quien la Naturaleza había
puesto aquella coraza dc luz con que reviste a los amigos
de los hombres, vino, por esas preocupaciones
legendarias que desfloran y tuercen la vida de las
generaciones nuevas en nuestros países, a pasar, entre
lances de curia que a veces le hacfan sentir ansias y
vuelcos, los años más hermosos de una juventud
sazonada e impaciente, que veía en las desigualdades de
la fortuna, en la miseria de los infelices, en los es- fuerzos
estériles de una minoría viciada por crear pueblos sanos
y fecundos, de soledades tan ricas como desiertas, de
poblaciones cuantiosas de indios míseros, objeto más
digno que las controversias forenses del esfuerzo y calor
de un corazón noble y viril. Llevaba Juan Jerez en el
rostro pálido, la nostalgia de la acción, la luminosa
enfermedad de las almas grandes, reducida por los deberes corrientes o las imposiciones del azar a oficios
pequeños; y en los ojos llevaba como una desolación, que
sólo cuando hacía un gran bien, o trabajaba en pro de un
gran objeto, se le trocaba, como un rayo de soi que entra
en una tumba, en centelleante júbilo. No se le dijera
entonces un abogado de estos tiempos, sino uno de
aquellos trovadores que sabían tallarse, hartos ya de su
propias canciones, en el mango de su guzla, la
empuñadura de una espada. El fervor de los cruzados
encendía en aquellos breves instantes de heroica dicha su
alma buena; y su deleite, que le inundaba de una luz
parecida % la de los astros, era sólo comparable a la vasta
amargura con que reconocía, a poco que en el mundo no
encuentran auxilio, sino cuando convienen a algún
interés que las vicia, las obras de pureza. Era de la raza
selecta de los que no trabajan para el éxito, sino contra él.
Nunca, en esos pequeños pueblos nues- tros donde los
hombres se encorvan tanto, ni a cambio de provechos ni
de vanaglorias cedió Juan un ápice de lo que creía
sagrado en sí, que era su juicio de hombre y su deber de
no ponerlo con ligereza o por paga al servicio de ideas o
personas injustas: sino que veía Juan su inteligencia
como una investidura sacerdotal, que se ha de tener
siempre de manera que no noten en ella la más pequeña
macula los feligreses; y se sentía Juan, allá en sus
determinaciones de noble mozo, como un sacerdote de
todos los hombres, que uno a uno tenfa que ir dándoles
perpetua cuenta, como si fuesen sus dueños, del buen uso
de su investidura. Y cuando veía que, como entre
nosotros sucede con frecuencia, un hombre joven, de
palabra llameante y talento privilegiado, alqui- laba por
la paga o por el puesto aquella insignia divina que Juan
creía ver en toda superior inteligencia, volvía los ojos
sobre sí como llamas que le quemaban, tal como si viera
que el ministro 470 loss? Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. 1
471 de un culto, por pagarse la bebida o el juego, vendiese
las imáge- nes de sus dioses. Estos soldados mercenarios
de la inteligencia lo tachaban por eso de hipócrita, lo que
aumentaba la palidez de Juan Jerez, sin arrancar de sus
labios una queja. Y otros decían, con más razón
aparente,- aunque no en el caso de él,- que aquella
entereza de carácter no era grandemente meritoria en
quien, rico desde la cuna, no habia tenido que bregar por
abrirse camino, como tantos de nuestros jóvenes pobres,
en pueblos donde por viejas tradiciones coloniales se da a
los hombres una educación literaria, y aun esta descosida
e incompleta, que no halla luego natural empleo en nuestros paises despoblados y rudimentarios, exuberantes, sin
embargo, en fuerzas vivas, hoy desaprovechadas o
trabajadas apenas, cuando para hacer prósperas a
nuestras tierras y dignos a nuestros hombres no habría
más que educarlos de manera que pudiesen sacar prove-
cho del suelo providísimo en que nacen. A manejar la
lengua hablada y escrita les enseñan, como único modo
de vivir, en pueblos en que las artes delicadas que nacen
del cultivo del idioma no tienen el número suficiente, no
ya de consumidores, de apreciadores si- quiera, que
recompensen, con el precio justo de estos trabajos exquisitos, la labor intelectual de nuestros espíritus
privilegiados. De modo que, como con el cultivo de la
inteligencia vienen los gustos costosos, tan naturales en
los hispanoamericanos como el color son- rosado en las
mejillas de una niña quinceña;- como en las tierras
calientes y floridas, se despierta temprano el amor, que
quiere casa, y lo mejor que haya en la ebanistería para
amueblarla, y la seda más joyante y la pedrería más rica
para que a todos maraville y encele su dueña; como la
ciudad, infecunda en nuestros países nuevos, retiene en
sus redes suntuosas a los que fuera de ella no saben ganar
el pan, ni en ella tienen cómo ganarlo, a pesar de sus
talentos, bien así como un pasmoso cincelador de espadas
de taza, que sabría poblar estas de castellanas de larga
amazona desmaya- das en brazos de guerreros fuertes, y
otras sutiles lindezas en plata y en oro, no halla empleo
en un villorrio de gente labriega, que vive en paz, o al
puñal o a los puños remite el término de sus contiendas;
como con nuestras cabezas hispanoamericanas, cargadas
de ideas de Europa y Norteamérica, somos en nuestros
propios paises a ma- nera de frutos sin mercado, cual las
excrecencias de la tierra, que le pesan y estcrban, y no
como su natural florecimiento, sucede que los poseedores
de fa inteligencia, estéril entre nosotros por su mala
dirección, y necesitados para subsistir de hacerla
fecunda, la dedican con exceso exclusivo a los combates
políticos, cuando más nobles, produciendo así un
desequilibrio entre el país escaso y su política sobrada. o,
apremiados por las urgencias de la vida, sirven al
gobernante fuerte que les paga y corrompe; o trabajan
por vol- carle cuando, molestado aquel por nuevos
menesterosos, les retira la paga abundante de sus
funestos servicios. De estas pesadumbres públicas venían
hablando el de la barba larga, el anciano de rostrc triste,
y Juan Jerez, cuando este, ligado desde niño por amores a
su prima Lucía, se entró por el zaguán de baldosas de
mármol pulido, espaciosas y blancas como sus
pensamientos. La bondad es la flor de la fuerza. Aquel
Juan brioso, que andaba siempre escondido en las
ocasiones de fama y alarde, pero visible apenas se sabía
de una prerrogativa de la patria desconocida o del decoro
y albedrio de algún hombre hollados; aquel batallador
temi- ble y áspero, a quien jamás se atrevieron a llegar,
avergonzadas de antemano, las ofertas y seducciones
corruptoras a que otros voci- ferantes de temple venal
habían prestado oídos; aquel que llevaba siempre en el
rostro pálido y enjuto como el resplandor de una luz alta
y desconocida, y en los ojos el centelleo de la hoja de una
espada; aquel que no veía desdicha sin que creyese deber
suyo reme- diarla, y se miraba como un delincuente cada
vez que no podía poner remedio a una desdicha; aquel
amantísimo corazón, que sobre todo desamparo vaciaba
su piedad inagotable, y sobre toda humildad, energía o
hermosura prodigaba apasionadamente su amor, había
cedido, en su vida de libros y abstracciones, a la dulce
necesidad, tantas veces funesta, de apretar sobre su
corazón una manecita blanca. La de esta o la de aquella le
importaban poco; y él, en la mujer, veía más el símbolo de
las hermosuras ideadas que un ser real. Lo que en el
mundo corre con nombre de buenas fortunas, y no son,
por lo común, de una parte o de otra, más que odiosas
vilezas, habían salido, una que otra vez, al camino de
aquel joven rico a cuyo rostro venía, de los adentros del
alma, la irresistible belleza de un noble espíritu. Pero esas
buenas fortunas, que en el primer ins- tante llenan el
corazón de los efluvios trastornadores de la prima- vera,
y dan al hombre la autoridad confiada de quien posee y
conquista; esos amoríos de ocasión, miel en el borde, hiel
en el fondo, que se pagan con la moneda más valiosa y
más cara, la de la propia limpieza; esos amores
irregulares y sobresaltados, elegante disfraz de bajos
apetitos, que se aceptan por desocupación o vanidad, y
roen luego la vida, como úlceras, sólo lograron en el
ánimo de Juan Jerez despertar el asombro de que, so
pretexto o nombre de cariño, vivan hombres y mujeres,
sin caer muertos de odio a sí mismos, en medio de tan
torpes liviandades. Y no cedía a ellas, porque la repulsión
que le inspiraba, cualesquiera que fuesen sus gracias, una
mujer que cerca de la mesa de trabajo de su esposo o
junto a la cuna de su hijo no temblaba de ofrecerlas, era
mayor que las penosas satisfacciones que la complicidad
con una amante liviana produce a un hombre honrado.
Era la de Juan Jerez .una de aquellas almas infelices que
sólo pueden hacer lo grande y amar lo puro. Poeta
genuino, que sacaba de los espectáculos que veía en sí
mismo, y de los dolores y sor- 472 Jos4 luarti presas de
su espíritu, unos versos extraños, adoloridos y profundos,
que parecían dagas arrancadas de su propio pecho,
padecía de esa necesidad de la belleza que como un
marchamo ardiente, señala a los escogidos del canto.
Aquella razón serena, que los problemas sociales o las
pasiones comunes no oscurecían nunca, se le ofuscaba
hasta hacerle llegar a la prodigalidad de sí mismo, en
virtud de un inmoderado agradecimiento. Había en aquel
carácter una extraña y violenta necesidad del martirio, y
si por la superioridad de su alma le era difícil hallar
compañeros qw se la estimaran y animasen, él,
necesitado de darse, que en su bien propio para nada se
quería, y se veía a si mismo como una propiedad de los
demás que guardaba él en depósito, se daba como un
esclavo a cuantos parecían amarle y entender su
delicadeza o desean su bien. Lucía, como una flor que el
sol encorva sobre su tallo débil cuan- do esplende en todo
su fuego el mediodía; que como toda naturaleza
subyugadora necesitaba ser subyugada; que de un modo
confuso e impaciente, y sin aquel orden y humildad que
revelan la fuerza verdadera, amaba lo extraordinario y
poderoso, y gustaba de los caballos desalados, de los
ascensos por la montaña, de las noches de tempestad y de
los troncos abatidos; Lucía, que, niña aún, cuando
parecía que la sobremesa de personas mayores en los
gratos al- muerzos de domingo debía fatigarle, olvidaba
los juegos de su edad, y el coger las flores del jardín, y el
ver andar en parejas por el agua clara de la fuente los
pececillos de plata y de oro, y el peinar las plumas
blandas de su último sombrero, por escuchar, hundida en
su silla, con los ojos brillantes y abiertos, aquellas aladas
palabras, grandes como águilas, que Juan reprimía
siempre delante de gente extraña o común, pero dejaba
salir a caudales de sus labios, como lanzas adornadas de
cintas y de flores, apenas se sentía, cual pájaro
perseguido en su nido caliente, entre almas buenas que le
escuchaban con amor; Lucía, en quien un deseo se
clavaba como en los peces se clavan los anzuelos, y de
tener que renunciar a algún deseo, quedaba rota y
sangrando, como cuando el anzuelo se le retira queda la
carue del pez; Lucía, que con su encarnizado
pensamiento, había poblado el cielo que miraba, y los
florales cuyas hojas gustaba de quebrar, y las paredes de
la casa en que lo escribía con lápices de colores, y el
pavimento a que con los brazos caídos sobre los de su
mecedora solía quedarse mirando largamente; de aquel
nombre adorado de Juan Jerez, que en todas partes por
don& miraba la resplandecía, porque ella lo fijaba en
todas partes con su voluntad y su mirada como los
obreros de la fábrica de Eibar, en España, embuten los
hilos de plata y de oro sobre la lámina negra del hierro
esmerilado; Lucía, que cuando veía entrar a Juan, sentía
resonar en su pecho unas como arpas que tu- viesen alas,
y abrirse en el aire, grandes como soles, unas rosas
OBRAS ESCOGIDAS. ‘fe ’ 473 / azules, ribeteadas de
negros, y cada vez que lo veía salif* le fendia con desdén
la mano fría, colérica de que se fuese, y na podla haS
blarle, porque se le llenaban de lágrimas los OjOS;
LUcí@* c~ m~ u;~ los flores de la edad escondían la lava
candente qu> el pecho. vetas de metales preciosos en las
minas le cutebreaban e Lucía, que padecía de amarle, y le
amaba irrevocablem~ s?~; ióy l: a bella a los ojos de Juan
Jerez, puesto que era Pura, a el teatro noche, una noche
de su santo en que antes de salir paf se abandonaba a sus
pensamientos con una mano pues ta sobre el mármol del
espejo, que Juan Jerez, lisonjeado por aquella magnifica
trfsteza, daba un beso, largo y blando, en su otra mano.
foda la ha- bitación le pareció a Lucía llena de flores; del
cristal oe1 espeJo creyó ver salir llamas; cerró 10s ojos,
como se cierran 5’! mpre en todo instante de dicha
suprema, tal como si la felicidad tflvlese tam- bién su
pudor, y para que no cayese en tierra, los mispos brazos
de Juan tuvieron delicadamente que servir de SPoyo a
a4~~~ i~ i~‘,:~ envuelto en tules blancos, de que en
aquella hora de parecía brotar luz. Pero Juan aquella
noche se acostó tri. 5te’de ): cz misma, que amaneció junto
a la ventana en su vestid$ aromadi; abrigados los
hombros en una aérea nube azul, se sentI como un vaso de
perfumes, pero seria y recelosa... -Ana mía, Ana mía,
aquí está Pedro Real. i~ írahJ qué arro- gante! Arrodíllate, Adela: arr, bdillate ahora mismo, le respoon”
dí$ atti cemente Ana, volviendo a ella su hermosa cabeza
de cabellos castaños; mientras que Juan, que venía de
hficer paces con Lucía refugiada en la antesala, salía a la
verja del zaguán a recibir al amigo de la casa. Adela se
arrodilló, cruzados, los brazos sobre las ~~~~ la~ in~~
Ana; y Ana hizo como que le vendaba los labios
COngmpara de azul, y le dijo al oído, como quíen ciñe un
escudo o un golpe, estas palabras; -Una niña honesta no
deja conocer que le gusta ufl ca1avera’ hasta que no haya
recibido de él tantas muestr: ls de respeto7 que nadie
pueda dud. ar que no la solicita para su juguete. Adela se
levantó riendo, y puestos 10s ojos, entre ~~~~~ ci~
burlones, en el galán caballero, que del brazo de Juan *‘
contineute ellas, los esperó de pie al lado de Ana, que con
su serio nunca duro, parecía querer atenuar en favor de
Adela misma* sU excesiva viveza. Pedro aturdido y más
amigo de Ias maflPosas que de las tórtolas, saludó a
Adela primero. Ana retuvo un instante en su enano
delgada la de P@ Sdy; ce” aquellos derechos de señora
casada que da a las jóvene nía de la muerte. 474 Josi
Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. I 475 -Aquí, le dijo, Pedro:
aquí toda esta tarde a mi lado.- iQuién sabe si, enfrente de
aquella hermosa figura de hombre joven, no le pesaba a
la pobre Ana, a pesar de su alma de sacerdotisa, dejar la
vida! iQuién sabe si quería sólo evitar que la movible
Adela, revoloteando en torno de aquella luz de belleza, se
lastimase las alas! Porque aquella Ana era tal que, por
donde ella iba, resplandecía. Y aunque brillase el sol,
como por encima de la gran magnolia esta- ba brillando
aquella tarde, alrededor de Ana se veía una claridad de
estrella. Corrían arroyos dulces por los corazones cuando
estaba en presencia de ella. Si cantaba, con una voz que se
esparcía por los adentros del alma, como la luz de la
mañana por los campos verdes, dejaba en el espíritu una
grata intranquilidad, como de quien ha entrevisto, puesto
por un momento fuera del mundo, aque- lias musicales
claridades que sólo en las horas de hacer bien, o de tratar
a quien lo hace, distingue entre sus propias nieblas el
alma. Y cuando hablaba aquella dulce Ana, purificaba.
Pedro era bueno, y comenzó a alabarle, no el rostro,
iluminado ya por aquella luz de muerte que atrae a las
almas superiores y aterra a las almas vulgares, sino el
ajuar de niño a que estaba poniendo Ana las últimas
cintas. Pero ya no era ella sola la que cosía, y armaba
lazos, y los probaba en diferentes lados del gorro de
recién nacido: Adela súbitamente se había convertido en
una gran trabajadora. Ya no saltaba de un lugar a otro,
como cuando juntas conversaban hacia un rato ella, Ana
y Lucía, sino que había puesto su silla muy junto a la de
Ana. Y elia también, iba a estar sentada al lado de Ana
toda la tarde. En sus mejillas pálidas, había dos puntos
encendidos que ganaban en viveza a las cintas del gorro,
y realzaban la mirada impaciente de sus ojos brillantes y
atrevidos. Se le desprendía el cabello inquieto, como si
quisiese, libre de redes, soltarse en ondas libres por la
espalda. En los mo- vimientos nerviosos de su cabeza, dos
o tres hojas de la rosa en- carnada que llevaba prendida
en el peinado, cayeron al suelo. Pedro las veía caer.
Adela, locuaz y voluble, ya andaba en la canastilla. ya
revolvía en la falda de Ana los adornos del gorro, ya cogia
como útil el que acababa de desechar con un mohín de
impaciencia, ya sacudía y erguia un momento la ligera
cabeza, fina y rebelde, como la de un pciro indómito.
Sobre las losas de mármol blanco se destacaban, como
gotas de sangre, las hojas de rosa. Se hablaba de
aquellas cosas banales de que conversaba, en estas
tertulias de domingo, la gente joven de nuestros paises. El
tenor, foh el tenor! había estado admirable. Ella se moría
por las voces del tenor. Es un papel encantador el de
Francisco 1. Pero la señora de Ramirez, ;como había
tenido el valor de ir vestida con ios colores del partido que
fusil6 a su esposo!, es verdad que se casa ,con un coronel
del partido contrario, que firmó como auditor en el
proceso del señor Ramírez. Es muy buen mozo el coronel,
es muy buen mozo. Pero la señora Ramírez ha gastado
mucho, ya no es tan rica como antes: tuvo a siete
bordadoras empleadas un mes en bordarle de oro el
vestido de terciopelo negro que llevó a Rigo- letfo, era
muy pesado el vestido. fOhl ¿Y Teresa Luz? lindísima,
Teresa Luz: bueno, la boca, sí, la boca no es perfecta, los
labios son demasiado finos; iah, los ojos! bueno, los 0’0s
son un poco fríos, no calientan, no penetran: pero qué
vagueda tan dulce; hacen pen- cl sar en las espumas de la
mar. Y, jcómo persigue a María Vargas ese caballerete
que ha venido de París, con sus versos copiados de
Franqois Coppée, y su política de alquiler, que vino,
sirviendo a la oposición y ya está poco menos que con el
Gobierno! El padre de María Vargas va a ser Ministro y él
quiere ser diputado. Elegante sí es. El peinado es ridículo,
con la raya en mitad de la cabeza y la frente escondida
bajo las ondas. Ni a las mujeres está bien eso de cubrirse
la frente, donde está la luz del rostro. Que el cabello la
sombree un poco con sus ondas naturales; pero la qué
cubrir la frente, espejo donde los amantes se asoman a
ver su propia alma, tabla de mármol blanco donde se
firman las promesas puras, nido de las manos lastimadas
en los afanes de la vida? Cuando se pa- dece mucho, no se
desea un beso en los labios sino en la frente. Y ese mismo
poetín lo dijo muy bien el otro día en sus versos “A una
niña muerta”, era algo así como esto: Las rosas del alma
suben a las mejillas: las estrellas del alma, a la frente.
Hay algo de tenebroso y de inquietante en esas frentes
cubiertas. No, Adela, no a Vd. le está encantadora esa
selva de ricitos; así pintaban en lo; cuadros de antes a los
cupidos revoloteando sobre la frente de las diosas. No,
Adela, no le hagas caso; esas frentes cubiertas, me dan
miedo. Es que ya se piensan unas cosas, que las mujeres
se cubren la frente de miedo de que se las vean. Oh, no,
Ana: iqué han de pensar Vds. más que jazmines y
claveles? Pues que no, Pedro: rompa Vd. las frentes, y
vera dentro, en unos tiestitbs que parecen bocas abiertas,
unas plantas secas, que dan unas floreci- tas redondas y
amarillas. Y Ana iba así ennobleciendo la conversa- ción,
porque Dios le había dado el privilegio de las flores: el de
perfumar. Adela, silenciosa hacia un momento, alzó la
cabeza y man- tuvo algún tiempo los ojos fijos delante de
sí, viendo como el perfil céltico de Pedro, con su hermosa
barba negra, se destacaba, a la luz sana de la tarde, sobre
el zócalo de mármol que revestía una de las anchas
columnas del corredor de la casa. Bajó la cabeza, y a este
movimiento, se desprendió de ella la rosa encarnada, que
cayó deshaciéndose a los pies de Pedro. Juan y Lucia
aparecieron por el corredor, ella como arrepentida y
sumisa, Cl como siempre, sereno y bondadoso. Hermosa
era la pareja, tal como se venían lentamente acercando al
grupo de sus amigas en el patio. Altos los dos, Lucía, más
de lo que sentaba a 476 Josi Martí OBRAS ESCOGIDAS.
T. 1 477 sus años y sexo, Juan, de aquella elevada
estatura, realzada por las proporciones de las formas,
que en sí misma lleva algo de espíritu, y parece dispuesta
por la naturaleza al heroísmo y al triunfo. Y allá, en la
penumbra del corredor, como un rayo de luz diese sobre
el rostro de Juan, y de su brazo, aunque un poco a su
zaga, venía Lucía, en la frente de él, vasta y blanca,
parecía que se abría una rosa de plata: y de la de Lucía se
veían sólo, en la sombra oscura del rostro, sus dos ojos
llameantes, como dos amenazas. -Está Ana imprudente,
dijo Juan con su voz de caricia: icómo no tiene miedo a
este aire del crepúsculo? --- iPero si es ya el mío natural,
Juan querido! Vamos, Pedro: déme el brazo. -Pero pronto,
Pedro, que esta es la hora en que los aromas suben de las
flores, y si no la haces presa, se nos escapa. --- iEste Juan
bueno! ~NO es verdad, Juan, que Lucía es una loca? Ya
Adela y Pedro me están al lado cuchicheando, de apetito.
Vamos, pues, que a esta hora la gente dichosa tiene deseo
de tomar el chocolate. El chocolate fra en la linda 7 ante
les esperaba, servido en una mesa de ónix, antesa a. Era
aquel un capricho de domingo. Gustan siempre los
jóvenes de lo desordenado e imprevisto. En el comedor,
con dos caballeros de edad, discutía las cosas públicas el
buen tío de Lucía y Ana, caballero de gorro de seda y
pantuflas bordadas. La abuelita de la casa, la madre del
señor tío, no salía ya de su alcoba, donde recordaba y
rezaba. La antesala era linda y pequeña, como que se
tiene que ser pequeño para ser lindo. De unos tulipanes de
cristal trenzado, sus- pendidos en un ramo del techo por
un tubo oculto entre hojas de tulipán simuladas en
bronce, caía sobre la mesa de ónix la claridad anaranjada
y suave de la lámpara de luz eléctrica incandescente. No
había más asientos que pequeñas mecedoras de Viena, de
rejilla menuda y madera negra. El pavimento de mosaicd
de colores tenues que, como el de los atrios de Pompeya,
tenía la inscripción “Salve”, en el umbral, estaba lleno de
banquetas revueltas, como de habita- ción en que se vive;
porque las habitaciones se han de tener lindas, no para
enseñarlas, por vanidad, a las visitas, sino para vivir en
ellas. Mejora y alivia el contacto constante de lo bello.
Todo en la tierra, en estos tiempos negros, tiende a
rebajar el alma, todo, libros y cuadros, negocios y
afectos, iaun en nuestros países azules! Conviene tener
siempre delante de los ojos, alrededor, ornando las
paredes, animando los rincones donde se refugia la
sombra, objetos bellos, que la coloreen y la disipen.
Linda era la antesala, pintado el techo con los bordes de
guir- naldas de flores silvestres, las paredes cubiertas, en
sus marcos de roble liso dorado, de cuadros de Madrazo y
de Nittis, de Fortuny y de Pasini, grabados en Goupil; de
dos en dos estaban colgados los cuadros, y entre cada dos
grupos de ellos, un estantillo de ébano, lleno de libros, no
más ancho que los cuadros, ni más alto ni bajo que el
grupo. En la mitad del testero que daba frente a la puerta
del corredor, una esbelta columna de mármol negro
sustentaba un aéreo busto de la Mignon de Goethe, en
mármol blanco, a cuyos pies, en un gran vaso de
porcelana de Tokio, de ramazones azules, Ana ponia
siempre mazos de jazmines y de lirios. Una vez la traviesa Adela había colgado al cuello de Mignon una
guirnalda de claveles encarnados; En este testero no
había libros, ni cuadros que no fuesen grabados de
episodios de la vida de la triste niña, y distribuidos como
un halo en la pared en derredor del busto. Y en las
esquinas de la habitación, en caballetes negros, sin ornamentos dorados, ostentaban su rica encuadernación
cuatro grandes volúmenes: El cuervo, de Edgar Poe, el
cuervo desgarrador y fatídi- co, con láminas de Gustavo
Doré, que se llevan la mente por los espacios vagos en
alas de caballos sin freno: el Rubaiyat, el poema persa, el
poema del vino moderado y las rosas frescas, con los
dibujos apodícticos del norteamericano Elihu Vedder; un
rico ejem- plar manuscrito, empastado en seda lila, de Las
noches, de Alfredo de Musset; y un Wilhelm Meister, el
libro de Mignon, cuya pasta original, recargada de
arabescos insignificantes, había hecho reem- plazar Juan,
en París, por una de tafilete negro mate embutido con
piedras preciosas: topacios tan claros como el alma de la
niña, turquesas, azules como sus ojos; no esmeraldas,
porque no hubo en aquella vaporosa vida; ópalos, como
sus sueños; y un rubí gran- de y saliente, como su corazón
hinchado y roto. En aquel singu! ar regalo a Lucía, gastó
Juan sus ganancias de un año. Por los bajo? de la pared; y
a manera de sillas, había, en trípodes de ébano, pequeños
vasos chinos, de colores suaves, con mecho amarillo y
escaso rojo. Las paredes, pintadas al óleo, con guirnaldas
de flores, eran blancas. Causaba aquella antesala, en
cuyo arreglo influyó Juan, una impresión de fe y de luz.
Y allí se sentaron los cinco jóvenes, a gustar en sus tazas
de coco el rico chocolate de la casa, que en hacerlo
fragante era famc- sa. No tenía mucho azúcar, ni era
espeso. iPara gente mayor, el chocolate espeso! Adela,
caprichosa, pedía para sí la taza que tuviese más espuma.
-Esta, Adela: le dijo Juan, por, iendo ante ella, antes de
sentar- se, una de las tazzs de coco negro, en la que la
espuma hervía, tornasolada. -iMalvado! lc dijo Adela,
mientras que todos reían; ime has dado la de la ardilla! E;
an unas tazas, extrañas también, en que Juan, amigo de
cosas patrias, había sabido hacer que el artífice
combinara la novedad y el arte. Las tazas eran de esos
coquillos negros de óvalo perfecto, 478 José Madi OBRAS
ESCOGIDAS. T. 1 479 i’iajero afortunado; con el caudal ya
corto de su madre, por tierras de afuera, perdió en ellas,
donde son pecadillos las que a nosotros nos parecen con
justicia infamias, aquel delicado concepto de la mujer
sin el que, por grandes esfuerzos que haga luego la mente,
no le es licito gozar, puesto que no le es lícito creer en el
amor de la más limpia criatura. Todos aquellos placeres
que no vienen uerechamente y en razón de los afectos
legitimos, aunque sean champaña de la vanidad, son
atibar de la memoria. Eso en los más honrados, que en los
que no lo son, de tanto andar entre frutas estrujadas,
llegan a enviciarse los ojos de manera que no tienen más
arte ni placer que los de estrujar frutas. Sólo Ana, de
cuantas jóvenes había conocido a su vuelta de las malas
tierras de afuera, le había inspirado, aun antes de su
enfermedad, un respeto que en sus horas de reposo solía
trocarse en un pensamiento persistente y blando. Pero
Ana se iba al cielo: Ana, que jamás hubiera puesto a aquel
turbulento mancebo de señor de su alma apacible, como
un palacio de nácar; pero que, por esa fatal perversión
que atrae a los espíritus desemejantes, no había visto sin
un doloroso interés y una turbación primaveral, aquella
rica hermos. ura de hombre, airosa y í. .me, puesta por la
naturaleza como vestidura a un alma escasa, te! como
suelen algunos cantantes transportar a inefables
deliquios y etéreas esferas a sus oyentes, con la expresión
en notas querellosas y cristalinas, blancas como las
palomas o agudas como puñales, de pasiones que sus
espíritus burdos son incapaces de en- tender ni de sentir.
iQuién no ha visto romper en actos y palabras brutales
contra su delicada mujer a un tenor que acababa de cantar, con sobrehumano poder, el Spirto Gentil de la
Favorita? Tal la hermosura sobre las almas escasas. Y
Juan, por aquella seguridad de los caracteres
incorruptibles, por aquella benignidad de los espíritus
superiores, por aquella afi- ción a lo pintoresco de las
imaginaciones poéticas, y por lazos de niño, que no se
rompen sin gran dolor del corazón, Juan quería a Pedro.
Hablaban de las últimas modas, de que en París se
rehabilita el color verde, de que en Paris, decía Pedro,
nada más se vive. -Pues yo no, decía Ana. Cuando Lucfa
sea ya señora formal, adonde vamos los tres es a Italia y
a España: iverdad, Juan? -Verdad, Ana. Adonde la
Naturaleza es bella y el arte ha sido perfecto. A Granada,
donde el hombre logró lo que no ha logrado en pueblo
alguno de la tierra: cincelar en las piedras sus sueños; a
Nápoles, donde el alma se siente contenta, como si
hubiera llegado a su término.¿ Tú no querrás, Lucía? Yo
no quiero que tú veas nada, Juan. Yo te haré en ese cuarto
la Alhambra, y en este patio Nápoles; y tapiaré las
puerttis, iy as1 viajaremos! Rieron todos; pero Adela ya
había echado camino de París, quién sabe con qué
compañero, los deseos alegres. Ella quería saberlo que los
indígenas realzan con caprichosas labores y leyendas,
sumi- sas estas como su condición, y aquellas pomposas,
atrevidas y extra- ñas, muy llenas de alas y de serpientes,
recuerdos tenaces de un arte original y desconocido que
la conquista hundió en la tierra, a botes de lanza. Y estos
coquillos negros estaban muy pulidos por dentro, y en
todo su exterior trabajados en relieve sutil como encaje.
Cada taza descansaba en una trípode de plata, formada
por un atributo de algún ave o fiera de América, y las dos
asas eran dos preciosas miniaturas, en plata también, del
animal simbolizado en la trípode. En tres colas de ardilla
se asentaba la taza de Adela, y a su chocolate se
asomaban las dos ardillas, como a un mar de nueces. Dos
quetzales altivos, dos quetzales de cola de tres plumas,
larga la del centro como una flecha verde, se asian a los
bordes de la taza de Ana: iel quetzal noble, que cuando
cae cautivo o ve rota la pluma larga de su cola, muere!
Las asas de la taza de Lucía eran dos pumas elásticos y
fieros, en la opuesta colocación de dos enemigos que se
acechan: descansaba sobre tres garras de puma, el león
americano. Dos águilas eran las asas de la de Juan; y la
de Pedro, la del buen mozo Pedro, dos monos capuchinos!
Juan queria a Pedro, como los espíritus fuertes quieren a
los débiles, y como, a modo de nota de color o de grano de
locura, quiere, cual forma suavisima del pecado, la gente
que no es ligera a la que 10 es. Los hombres austeros
tienen en la compañía momentánea de esos pisaverdes
alocados el mismo género de placer que las damas de
familia que asisten de tapadillo a un baile de máscaras.
Hay cierto espiritu de independencia en el pecado, que lo
hace simpático cuando no es excesivo. Pocas son por el
mundo las criaturas que, hallándose con las encias
provistas de dientes, se deciden a no morder, o reconocen
que hay un placer más profundo que el de hin- car los
dientes, y es no usarlos. Pues, ipara qué es la dentadura,
se dicen los más; sobre todo cuando la tienen buena, sino
para lucirla, y triturar los manjares que se lleven a la
boca? Y Pedro era de los que lucían la dentadura.
Incapaz, tal vez, de causar mal en conciencia, el daño
estaba en que él no sabía cuando causaba mal, o en que,
siendo la satis- facción de un deseo, él no veía en ella mal
alguno, sino que toda hermosura, por serlo, le parecía de
él, y en su propia belleza, la belleza funesta de un hombre
perezoso y adocenado, veía como un título natural, titulo
de león, sobre los bienes de la tierra, y el mayor de ellos,
que son sus bellas criaturas. Pedro tenía en los ojos aquel
inquieto centelleo que subyuga y convida: en actos y
palabras, la insolente firmeza que da la costumbre de la
victoria, y en su misma arrogancia tal olvido de que la
tenía, que era la mayor perfección y el más temible
encanto de ella. 480 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. 1
~81 todo, no de aquella tranquila vida interior y
regalada, al calor de la estufa, leyendo libros buenos,
después’ de curiosear discretamente por entre las
novedades francesas, y estudiar con empeño tanta
riqueza artística como París encierra; sino la vida teatral
y nervio- sa, la vida de museo que en Paris generalmente
se vive, siempre en pie, siempre cansado, siempre
adolorido; la vida de las heroínas de teatro, de las gentes
que se enseñan, damas que enloquecen, de los nababs que
deslumbran con el pródigo empleo de su fortuna. Y
mientras que Juan, generoso, dando suelta al espíritu
impa- ciente, sacaba ante los ojos de Lucía, para que se le
fuese aquie- tando el carácter, y se preparaba a
acompañarle por el viaje de la existencia, las
interioridades luminosas de su alma peculiar y ex- celsa,
y decía cosas que, por la nobleza que enseñaban o la
felicidad que prometían, hacían asomar lágrimas de
ternura y de piedad a los ojos de Ana- Adela y Pedro, en
plena Francia, iban y venían, como del brazo, por bosques
y bulevares. “La Judit yc’ no se viste con Worth. La mano
de la Judit es la más bonita de París. En las carreras es
donde se lucen los mejores vestidos. iQué linda estaría
Adela, en el pescante de un coche de carreras, con un
vestido de lila muy suave, adornado con pasamanería de
plata! iAt y con un guía como Pedro, que conocía tan bien
la ciudad, que pronto no se estaría al corriente de todo!
iAllí no se vive con estas trabas de aquí, donde todo es
malo! La mujer es aquí una esclava disfra- zada: allí es
donde es la reina. Eso es París ahora: el reinado de la
mujer. Acá, todo es pecado; si se sale, si se entra, si se da
el brazo a un amigo, si se lee un libro ameno. iPero esa es
una falta de respeto, eso es ir contra las obras de la
naturaleza! (Porque una flor nace en un vaso de Sevres, se
la ha de privar del aire y de la luz? iPorque la mujer nace
más hermosa que el hombre, se le ha de oprimir el
pensamiento, y so pretexto de un recato gaz- moño,
obligarla a que viva, escondiendo sus impresiones, como
un ladrón esconde su tesoro en una cueva? Es preciso,
Adelita, es pre- ciso. Las mujeres más lindas de París son
las sudamericanas. iOh, no habría en París otra tan
chispeante como ella!” -Vea, Pedro, interrumpió a este
punto Ana, con aquella son- risa suya que hacía más
eficaces sus reproches, déjeme quieta a Adela. Vd. sabe
que yo pinto, iverdad? -Pinta unos cuadritos que parecen
música; todos llenos de una luz que sube; con muchos
ángeles y serafines. CPor qué no nos enseñas el último,
Ana mía? Es lindísimo, Pedro, y sumamente extraño. iAdela, Adela! -De veras que es muy extraño. Es como en
una esquina de jardín y el cielo es claro, muy claro y muy
lindo. Un joven.. muy buen mozo... vestido con un traje
gris muy elegante, se mira las manos asombrado. Acaba
de romper un lirio, que ha caído a sus pies, y le han
quedado las manos manchadas de sangre. -- eQué le
parece, Pedro, de mi cuadro? -Un éxito seguro. Yo conocí
en París a un pintor de México, un Manuel Ocaranza, que
hacía cosas como esas. -Entre los caballeros que rompen
o manchan lirios quisiera yo que tuviese éxito mi cuadro.
iQuién pintara de veras, y no hiciera esos borrones míos!
Pedro: borrón y todo, en cuanto me ponga mejor, voy a
hacer una copia para Vd. -iPara mí! Juan, <por qué no es
este el tiempo en que no era mal visto que los caballeros
besasen la mano a las damas? -Para Vd., pero a condición
de que lo ponga en un lugar tan visible que por todas
parfes le salte a los ojos. Y <por qué estamos hablando
ahora de mis obras maestras? iAh! porque Vd. me le
hablaba a Adela mucho de París. iOtro cuadro voy a
empezar en cuanto me ponga buena! Sobre una colina voy
a pintar un monstruo sentado. Pondré la luna en cenit,
para que caiga de lleno sobre el lomo del monstruo, y me
permita simular con líneas de luz en las partes salientes
los edificios de París más famosos. Y mientras la luna le
acaricia el lomo, y se ve por el contraste del perfil luminoso toda la negrura de su cuerpo, el monstruo, con
cabeza de mu- jer, estará devorando rosas. Allá por un
rincón se verán jóvenes flacas y desmelenadas que huyen,
con las túnicas rotas, levantando las manos al cielo. Lucía, dijo Juan reprimiendo mal las lágrimas, al oído de
su prima, siempre absorta: ~y que esta pobre Ana se nos
muera! Pedro no hallaba palabras oportunas, sino
aquella confusión y malestar que la gente dada a la
frivolidad y el gozo experimenta en la compañía Íntima
de una de esas criaturas que pasan por la tierra, a
manera de visión, extinguiéndose plácidamente, con la
feliz capacidad de adivinar las cosas puras,
sobrehumanas, y ia her- mosa indignación por la batalla
de apetitos feroces en que se con- sume la tierra. -De
fieras, B o conozco dos clases, decía una vez Ana: una se
viste de pieles, evora animales, y anda sobre garras; otra
se viste de trajes elegantes, come animales y almas y
anda sobre una som- brilla o un bastón. No somos más
que fieras reformadas. Aquella Ana, cuando estaba en la
intimidad, solía decir de estas cosas singulares. ¿Dónde
había sufrido tanto la pobre niíía salida apenas del
círculo de su casa venturosa, que así había aprendido a
conocer y perdonar? iSe vive antes de vivir? ~0 las
estrellas, ganosas de hacer un viaje de recreo por la
tierra, suelen por algún tiempo alojarse en un cuerpo
humano? iAy! por eso duran tan POCO los cuerpos en que
se alojan las estrellas. -< Conque Ana pinta, y La Revista
de Artes está buscando cua- dros de autores del país que
dar E conocer, y este Juan pecador no ha hecho ya
publicar esas maravillas en La Revista? 482 Id Marti Esta Ana nuestra, Pedro, se nos enoja de que la queremos
sacar a luz. Ella no quiere que se vean sus cuadros hasta
que no los juzgue bastante acabados para resistir la
crítica. Pero la verdad es, Ana, que Pedro Real tiene
razón. -; Razon, Pedro Real. J dijo Ana con una risa
cristalina, de ma- dre generosa. No, Juan. Es verdad que
las cosas de arte que no son absolutamente necesarias, no
deben hacerse sino cuando se pueden hacer enteramente
bien, y estas cosas que yo hago, que veo vivas y claras en
lo hondo de mi mente, y con tal realidad que me parece
que las palpo, me quedan luego en la tela tan contrahechas y duras que creo que mis visiones me van a
,castigar, y me regañan, y toman mis pinceles de la caja,
y a mi de una oreja, y me llevan delante del cuadro para
que vea cómo borran coléricas la mala pintura que hice
de ellas. Y luego, <qué he de saber yo, sin más dibujo que
el que me enseñó el señor Mazuchellí, ni más colores que
estos tan pálidos que saco de mí misma? Seguía Lucía
con ojos inquietos la fisonomía de Juan, profun- damente
interesado en lo que, en uno de esos momentos de explicación de sí mismos que gustan de tener los que llevan algo
en sí y se sienten morir, iba diciendo Ana. iQué Juan
aquel, que la tenía al lado, y pensaba en otra cosa! Ana,
sí, Ana era muy buena; pero (qué derecho tenía Juan a
olvidarse tanto de Lucía, y estando a su lado, poner tanta
atención en las rarezas de Ana? Cuando ella estaba a su
lado, ella debia ser su único pensamiento. Y apretaba sus
labios; se le encendían de pronto, como de un vuelco de la
sangre las mejillas; enrollaba nerviosamente en el dedo
índice de la mano izquierda un finísimo pañuelo de
batista y encaje. Y lo en- rolló tanto y tanto, y lo
desenrollaba con tal violencia, que yendo rápidamente de
una mano a la otra, el lindo pañuelo parecía una víbora,
una de esas víboras blancas que se ven en la costa yucateca. -Pero no es por eso por lo que no enseño yo a nadie
mis cuadritos, siguió Ana; sino porque cuando los estoy
pintando, me alegro o me entristezco como una loca, sin
saber por qué: salto de Lontento, yo que no puedo saltar
ya mucho, cuando creo que con un rasgo de pincel le he
dado a unos ojos, o a la tórtola viuda que pinté el mes
pasado, la expresión que yo quería; y si pinto una
desdicha, me parece que es de veras, y me paso horas
enteras mirándola, o me enojo conmigo misma si es de
aquellas que yo no puedo remediar, como en esas dos
telitas mias que tú conoces, Juan, La madre sin hijo, y el
hombre que se muere en un sillón, mirando en la
chimenea el fuego apagado: El hombre sin amor. No se
ría, Pedro, de esta colección de extravagancias. Ni diga
que estos asuntos son para personas mayores; las
enfermas son como unas viejitas, y tienen derecho a esos
atrevimientos. -Pero, ccómo, le dijo Pedro subyugado, no
han de tener sus cuadros todo el encanto y el color de
ópalo de su alma? lj..- AS ESCOGIDAS. T. I 483 -iOh! ;oh!
a lisonja llaman: vea que ya no es de buen gusto ser
lisonjero. La lisonja en la conversación, Pedro, es ya
como la Arcadia en la pintura: icosas de principiantes! Pero, ipor qué decías, puso aquí Juan, que no querías
exhibir tus cuadros? -Porque como desde que los imagino
hasta que los acabo voy poniendo en ellos tanto de mi
alma, al fin ya no llegan a ser telas, sino mi alma misma,
y me da vergüenza de que me la vean, y me parece que he
pecado con atreverme a asuntos que están mejor para
nube que para colores, y como sólo yo sé cuánta paloma
arrulla, y cuánta violenta se abre, y cuánta estrella luce
lo que pinto; como yo sola siento cómo me duele el
corazón, o se me llena todo el pecho de lágrimas o me
laten las sienes, como si me las azotasen alas, cuando
estoy pintando; como nadie más que yo sabe que esos
pedazos de lienzo, por desdichados que me salgan, son
pedazos de entrañas mías en que he puesto con mi mejor
voluntad lo mejor que hay en mí, ime da como una
soberbia de pensar que si los enseño en público, uno de
esos críticos sabios o caballerines pre- suntuosos me diga,
por lucir un nombre recién aprendido de pintor
extranjero, o una linda frase, que esto que yo hago es de
Chaplin o de Lefevre, o a mi cuadrito Flores vivas, que he
descargado sobre él una escopeta llena de colores! cTe
acuerdas? icomo si no supiera yo que cada flor de
aquellas es una persona que yo conozco, y no hubiera yo
estudiado tres o cuatro personas de un mismo carácter,
antes de simbolizar el carácter en una flor; como si no
supiese yo quién es aquella rosa roja, altiva, con sombras
negras, que se levanta por sobre todas las demás en su
tallo sin hojas, y aquella otra flor azul que mira al cielo
como si fuese a hacerse pájaro y a tender a él las alas, y
aquel aguinaldo lindo que trepa humildemente, como un
nifío castigado, por el tallo de la rosa roja. iMalos!
iescopeta cargada de colores! -Ana: yo sí que te recogería
a ti, con tu raíz, como una flor, y en aquel gran vaso indio
que hay en mi mesa de escribir, te tendría perpetuamente,
para que nunca se me desconsolase el alma. -Juan, dijo
Lucía, como a la vez conteniéndose y levantándose:
iquieres venir a oír el M’ odi fu, que me trajiste el sábado?
iNo lo has oído todavía! -iAh! y a propósito, no saben
Vds., dijo Pedro como ponién- dose ya en pie para
despedirse, que la cabeza ideal que ha publicado en su
último número La Revista de Arfes... -{ Qué cabeza?
preguntó Lucía, Cuna que parece de una virgen de Rafael,
pero con ojos americanos, con un talle que parece el cáliz
de un lirio? -Esa misma, Lucía: pues no es una cabeza
ideal, sino la de una niña que va a salir la semana que
viene del colegio, y dicen que es un pasmo de hermosura:
es la cabeza de Leonor del Valle. 484 JOSE Moríi Se puso
en pie Lucía con un movimiento que pareció un salto; y
Juan alzó del suelo, para devolvérselo, el paiíuelo, roto.
LOS SECRETARIOS DEL PRESIDENTE 0. C., t. 18, p. 191213. EL HONRADO MINISTRO DE MARINA. -EL
CONTRATISTA JOHN ROACH.- COMO COLECTAN SUS
FONDOS Y PAGAN SUS GASTOS LOS PARTIDOS.- LIGAS
DE ESPECULADORES Y POLITICIANOS.- HISTORIA
INTIMA.- EL SECRETARIO DE MARINA ERA EL
ABOGADO DEL CONTRATISTA.- EL CONSEJO DE
MARINA SERVIA AL CONTRATISTA.- ANTICIPOS
CUANTIO- SOS- QUIEBRA DE JOHN ROACH.- LA
POLITICA DE ACOMETIMIENTG- LOS ACOMETEDORES
DE LOS ESTADOS UNIDOS Y SU GENESIS.- LOS
MERCENARIOS DE AYER Y LOS DE AHORA- LOSACOMETEDORES EN WASHINGTON Y LOS QUE LoS
AYUDAN.- BANQUEROS PRIVADOS.- MI- NISTROS
SOMBRIOS- LA POLITICA DE LA SOMBRA.- I) ENTRO.
CORRUP- CION; CONQUISTA, FUERA-- PLANES
PERFECTOS.-“ IADQUIRIR!“- ULTI- MO PROYECTO:
COMPRA DE Los ESTADOS DEL NORTE DE MEXTCO b?
ueva York, agosto de 1885 Señor Director de La Nación:
Era un John Roach amigo, grande de los republicanos.
Tiene arsenal, y no menos de $10 000 000 le han sido
pagados, no más que por remiendos de buques mohínos,
que nunca salen de un mal paso. Pero más se han pagado
en realidad, porque año sobre año, en certámenes
simulados, le ha estado adjudicando la Secretaría de
Marina a precios nominales, y como hierro viejo,
maquinarias enteras de buques en buen estado y material
de toda clase. Y icómo no, si el Secretario de Marina era el
propio abogado de John R, oach? Asi fue que cuando el
gobierno sacó a licitación sus nuevos buques de guerra,
aunque John Roach ofreció hacerlos a precios que por lo
bajo eran sospechosos, a él se le adjudicaron, y en pocos
meses, aun sin haber acabado el primer buque, que ha
salido tal que no puede aceptarlo el gobierno, ya el
Secretario de Marina y abogado de Roach había pagado a
este, so capa de ade- lanto una considerable parte, el total
a veces, del valor de los bar- cos. No en balde, cuando la
elección de Garfield, dio Roach para los gastos del partido
cien mil pesos. Y para la de Blaine, con cuya ruina le ha
venido la suya, no parece que dio menos: así quedan
inmoralmente obligados a los especuladores los
candidatos que no triunfarían sin su ayuda: así afrontan
los partidos los desembolsos extraordinarios que requiere
una campaña de elecciones. Los espe- culadores dan, a
cambio de legislación y favor que adelanten sus intereses:
los empleados dan a cambio de la promesa de ser conservados en sus puestos en atención a sus contribuciones.
De ese doble punto. escasamente adicionado con el de
algunos partidarios entusiastas, se pagan los oradores,
los periódicos, las calumnias, los viajes. las paradas de
uniforme y antorcha, las vagonadas de documentos
impresos, las ricas enseñas con inscripciones y retratos
que izan en las calles, y los demás quehaceres oscuros del
día de elecciones. Vencidos los republicanos, sacada la
Secretaría de ma- nOs de su abogado, llegado el momento
de entregar a un secretario austero y desconocido 61
primer buque de la serie, cofiforme a requi- sitos
estipulados en el contrato, hubo de serle devuelto el buque
a Roach. porque, a pesar de que todo el Consejo de
Marina había aprobado los planos y proyectos de la
embarcación, esta demostraba no reunir, en pruebas
generosas e imparciales, las condiciones esti- puladas en
el contrato. Rechaza el gobierno el barco: pone Roach a
salvo su fortuna, y quiebra. Se publica la lista de los
injustifica- bles anticipos del Secretario anterior a su
cliente, en pago de buques que acaso no pueda comenzar
a hacer jamás. El Consejo de Marina dio por buenos, y
con ciertas especifica- ciones, planos que no lo eran, ni las
tenían. Antes de enseñar el contratista el primer buque, el
Secretario de Marina le había ade- lantado poco menos
que el valor de todos. Ni inclemencia, ni enco- no, ni
inmerecida gracia ha mostrado el Secretario. Al Consejo
de Marina lo ha reprendido ante la nación. A su antecesor
en la Secretaria, harto lo reprende el voto público. A
Roach, se propone tratarlo como si fuese el gobierno,
como es, un mero aunque impor- tante acreedor de la
quiebra. La sencillez y justicia de este escar- miento ha
ganado honrosa popularidad al secretario Whitney. La
politica tiene sus púgiles. Las costumbres fisicas de un
pue- blo se entran en su espíritu y lo forman a su
semejanza. Estos hom- bres desconsiderados y
acometedores, pies en mesa, bolsa rica, habla insoiente,
puño presto; estos afortunados pujantes, ayer mineros,
luego nababs, luego senadores; esta gente búfaga, de
rostw colora- do, cuello toral, mano de maza, pie chato y
ciclópeo; estos aven- tureros, criaturas de lo imposible,
hijos ventrudos de una época gi- gante, vaqueros
rufianes, vaqueros perpetuos; estos mercenarios,
nacidos, acá como allá, de padres perdidos al viento, de
generacio- nes de deseadores enconados, que al hallarse
en una tierra que satisface sus deseos, los expelen más
que los cumplen, y se vengan con ira, se repletan, se
sacian en Ia fortuna que viene, de aquella que esperaron
generación tras generación, como siervos, como SOldados, como lacayos, y nunca vino; estos tártaros nuevos,
que mero- OBRAS ESCOGIDAS. T. 1 487 dean y devastan
a la usanza moderna, montados en locomotoras; estos
colosales rufianes, elemento temible y numeroso de esta
tierra sanguinea, emprenden su política de pugilato, y,
recién venidos de la selva, como en la selva viven en la
política, y donde ven un débil comen de él, y veneran en sí
la fuerza, única ley que aca- tan, y se miran como
sacerdotes de ella, y como con cierta stiperior investidura
e innato derecho a tomar cuanto su fuerza alcance. En
Cartago, estos hombres se asentaban en el palacio de
Amílcar; se comían sus bueyes y bebían su vino; se
revolcaban ebrios, repletos de germen desocupado, al pie
de sus rosales olorosos; se echaban vientre a tierra,
cubiertos de oro y de perfumes, y luego se alzaban como
la esfinge, las palmas de las manos apoyadas en el césped,
en los ojos una mirada redonda como la de trilobites,
asido entre los dientes el rosal roto: y luego cargados de
botín, rugiendo por su soldada, se iban como una piaga,
por los campos, a juntarse anca a anca para caer, con las
lanzas tendidas y secando a su aliento ia tierra, contra la
República. La inmigración tumultuosa; fa fan- tástica
fortuna que la recibió en el Oeste; la fuerza y riqueza
mági- cas que surgieron y rebosaron con la guerra;
produjeron en los Estados Unidos esas nuevas cohortes de
gente de presa, plaga de la República, que arremete y
devasta como aquella. El país bueno la ve con encono,
pero alguna vez, envuelto en sus redes, o deslum- brado
con sus planes, va detrás de ella. Algunos presidentes,
como Grant mismo, hecho a tropa y conquista, la aceptan
y mantienen, y comercian con ella su apoyo y Ia accesión
de una tierra extranjera. Forman sindicatos, ofrecen
dividendos, compran elocuencia e in- fuencia, cercan con
lazos invisibles al Congreso, sujetan de la rien- da la
legislación, como un caballo vencido, y, ladrones
colosales, acumulan y se reparten ganancias en la
sombra. Son los mismos siempre; siempre con la pechera
llena de diamantes; sórdidos, fin- chados, recios: los
senadores los visitan por puertas excusadas; los
Secretarios los visitan en las horas silenciosas; abren y
cierran la puerta a los millones: son banqueros privados.
Si los tiempos sólo se prestan a cábalas interiores, urden
una camarilla, influyen en ios decretos del gobierno de
manera que ayu- den a sus fines, levantan por el aire una
empresa, la venden mientras excita la confianza pública
mantenida por medios artificiales e in- mundos y luego la
dejan caer a tierra. Si el gobierno no tiene más que
contratos domésticos en que rapacear, caen sobre los
contratos, y pagan suntuosamente a los que les auxiliaren
en acapararlos. Caen sobre los gobiernos, como los
buitres, cuando los creen muer- tos; huyen por donde no
se les ve, como ios buitres por las nubes arremolinadas,
cuando hallan vivo el cuerpo que creyeron muerto. Tienen
soluciones dispuestas para todo: periódicos, telégrafos,
damas sociales, personajes floridos y rotundos,
polemistas ardientes que defienden sus intereses en el
Congreso con palabra de plata y mag- 488 IOs& Marti
nffico acento. Todo lo tienen: se les vende todo: cuando
hallan algo que no se les vende, se coligan con todos los
vendidos, y lo arrollan. Es un presidio ambulante, con el
que bailan las damas en los saraos, y coquetean los
prohombres respetuosos, que esperan en su antesala y
comen a su mesa. Esta camarilla, que cuando es descubierta en una empresa, reaparece en otra, ha estudiado
todas las posibilidades de la política exterior, todas las
combinaciones que pueden resultar de la política interna,
hasta las más problemáticas y extrañas. Como con piezas
de aj
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