Relación de algunas excursiones apostólicas en la Misión del

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REPUBLICA
DE COLOMBIA
RELACION
DE ALGUNAS EXCURSIONES APOSTOLICAS
EN LA MISION DEL CHOCO
1924
BOGOTA
lMPRENTA
NACIONAL-1924
REPUBLICA
DE COLOMBIA
RELACION
DE ALGUNAS EXCURSIONES APOSTOUCAS
EN LA MISION DEL CHOCO
1924
BOGOTA
IMPRENTA
NACIONAL-1924
SU SANTIDAD PIO Xl
El Papa de las Misiones.
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PROLOGO
Es un hecho harto consolador el despert&r del espíritu
l~isional quc va cundiendo
con desacostumbrada
rapidez
por todo el orbe católico. Parece como si las almas buenas,
aguijoneadas
por el remordimiento
del abandono en que
hasta hoy hubieran dejado a los Misioneros à.e~ Evangeli:=),
intentaran resarcir su olvido con el fervor creciente con que
trabajan en beneficio de las Misiones Católicas.
No se debe callar, sin embarEo, que muchos de los Misioneros han dado pie para tal olvido y abandono, por
EU estudiado
silencio en callar las maravillas elel poder divino obradas, ya en la conversión de los gentiies, ya en la
protección,
casi milagrosa. muchas veces, que les ha di':3pensado; ya en la fortaleza y paciencia SUffi2.S con que han
arrostrado, en la soledad de los bosqnE:3, inco;/~ables S3C1i
ficios, in.clÏ-'so el d.e la propia vida.
Para quc sirvan de edificación y desperL2.dor de ese
amor por ias Misiones Católicas
entre los católicos;
de
aliento y de instrucción viva pé'Lfaíos que Sie'1Leíl los ardores del celo y llamamiento
a trabajar -oar lê ss.1vación d.e
cuantos viven en las tinieblas de la infidelidad / de la ignorancia; y finalmente, con ánimo de contribuír con un granito de arena al monumento
colosal que la Exposición Mi·
sionai Universal levantará en Roma a la gloria de Jesucristo,
creí sería inspiración del cielo la publicación de un librito
donde los Misioneros vacien su espíritu en aï:1enaS y sencillas relaciones.
Son las que hemos escogido, variadísimas, porque abarcan en su conjunto toda la extensión de la Misión del Chocó; porque fueron escritas por distintas plumas y en diferentes épocas; porque las escenas, peripecias y trabajos que
se narran, recrean y emocionan el ánimo dulcemente;
porque los ministerios han sido múltiples y de distintos géneros.
Podría de estas narraciones
deducirse
normas para
formar el libro con el cual se eduque el espíritu misionero;
-41ecciones del más acendrado patriotismo, del que han dado
,siempre los Misioneros elocuentes testimonios; pruebas in!Contestables, de que no es el sórdido metal, como se ha
escrito por los adversarios, sino el espíritu de Dios el que
alienta a los heraldos de Cristo a exponer con harta frecuencia su salud y su vida por la salvación de sus hermanos; finalmente, testimonio irrefragable de la vitalidad pujante de la Iglesia, y de que sigue cumpliendo fielmente el
mandato de su divino fundador: "Id por todo el mundo y
predicad a todos el Evangelio."
Si queréis saber si es verdad cuanto acabo de decir,
tomad en vuestras manos este librito y leed algunas de sus
páginas; y acaso encontraréis que fui corto en su ponderación; pero cualquiera que sea el resultado de vuestra lectura, no olvidéis una plegaria por los soldados de Cristo
que tan denodadamente pelean las batallas del Señor en los
campos insanos del Chocó.
Bogotá, festividad de la Asunción de Nuestra Señora,
1924.
FRANCISCO
Pz'efecto
GUTIÉRREZ,
Apostólico
del
C. M.
Chocó,
F.,
REVERENDO
PADRE JOSE CRIADO
I
RELACIÓN DEL REVERENDO PADRE JOSÉ CRIADO
Por mandato del Reverendísimo Padre Prefecto Apostólico salí el 14 de diciembre de Quibdó, acompañado del
Hermano Joaquín Nuín, con el fin de visitar los indígen3.s
que viven en las cabeceras de algunos ríos afluentes dI
Atrato.
Al llegar al caserío de Lloró nos encomendaron muy
encarecidamente la novena y fiesta de Navidad, las que CO!1
gusto aceptámos. No fueron infructuosas nuestras tareas en
el breve tiempo que allí estuvimos, pues no sólo los estimulé y animé a la conclusión de la iglesia y casa curaI,
poniendo manos a la obra, sino administrando a bastantes
todos los días los sacramentos del bautismo, penitencia,
comunión y matrimonio; celebrámos diez misas cantadas,
dos aniversarios; en las noches también, después del rezo
del santo rosario, les hacía pláticas doctrinales, sermones
morales y cánticos religiosos, que todos aprendían y can:-aban por las calles y en sus casas. Con agrc.do de todos y
con debida perfección era acompañado en lo cantado y tocado con el armonio portátil, que al efecto llevábamos,
por el Hermano; pero hé aquí que a los pocos días de estancia en dicho pueblo, el Hermano se sintió con fiebres
tan alarmantes todos los días, que tuve que mandarIa a
Quibdó, con el sentimiento general de todos, qüe se qued::.1.ban sin cantor y sin organista en sus fiestas religiosas.
Con esta contrariedad se ahogó algo el entusiasmo, '10
pudiendo tener ya más misas cantadas; pero no dejaron
de estar las de Nochebuena y Pascua concurridísimas, aunque rezadas, cantándose para la adoración del Niño, por
todo el concurso, villancicos, enseñados antes, acompañados con la música del lugar, pues nunca faltan en estas
funciones chocoanos que manejen con más o menos arte
el clarinete y algún otro instrumento.
-
b-
Al saber los indios, a quienes ¡;.>recisamente iba a visitar, mi estancia en Lloró, dejaron la mayor parte de sus
viviendas para pasar los días de pascuas en compañía de
sus compadres del pueblo, y trajeron bastantes párvulos y
algunos adultos para bautizar, como también se hizo algún
matrimonio. Por 10 que me decían, al ver su asistencia, no
hubiera pas~do adelante; pero conforme a instrucciones
lecibidas, er'1barqué el 26 para Mumbú, término del viaje,
acompañándome el Síndico con otros tres sei'iores y los
bogas necesaïios para subir y bajar aquellos rios, tan torrentosos como son en sus cabeceras y saltos.
Tardámos dos dias en el viaje; pero los pasámos con
Ielativa felicidad y alegría, sin miedo alguno, por ser prácticos en el manejo de las canoas, y parando en las casas
conocidas de ellos para las comidas y para dormir; donde,
si no había comodidade~, las habitaban gentes sencillas, generosas y muy cristianas que nos regalaban con el hosp¿;daje, gallinas, huevos, plátanos y chontaduros asados.
El 28, domingo, er: la mañana, llegámos al tam~o o
gran cabaña del jefe pri~1cipal de todos ellos, llamado Joselito Valiquià.ura, y como ya tenian aviso los indios de los
otros ríos de que íbamos, allí estaban esperándonos hasta
más de cien personas, entre hombres y mujeres, sin contar
niños pequeí1itos, y llegando después bastantes más a asistir
a la santa misa, que en rr.edio de dicho tambo les dije. Sirviéronme en ella los ocho acompañantes, aunque ninguno sabra ni dar las vinajeras, rodeando el altar todos los indigeflas, que acurrucándose en el suelo, no salían de su asombro.
Concluído el santo sacrificio, averiguámos los que estaban
sin bautismo y por casar, resultando doce de los primeros
y cinco parejas de los segundos. Los bauticé y casé, acto
seguido; hice la apuntación de los nombres, y eran ya las
cuatro de la tarde cuando tomámos el improvisado refrigeno.
El siguiente día, 29, volvieron los neófitos y recién casados con algún pollo, huevos y gran cantidad de pescado,
cogido por ellos con lanzas, todo lo cual, con un poco de
arroz y manteca, que a prevención llevábamos, nos sirvió a
ias mil maravillas, e hicimos aquel día un excelente y apetitoso convite. Pero como no teníamos cucharas, ni tenedores, ni platos, ni mesas, ni sillas, hubo que improvisar de
todo y comer todos de un solo perola caldero, con los im-
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-- 7 -
provisados instrumentos para tomar la comida, de hajas
fuertes de árboles, conchas de mariscos o pedazos de matecitas que los indios guardaban.
Durante los tres días y noches que duró mi estancia
con tan simpática gente, recorrí diferentes tambos, a bastante distancia, con familias numerosas; los atraía regalá(Jdoles medallitas, estampas y rosarios, que para el efecto
llevaba; hacíales algunas preguntas para enterarme de sus
costumbres e instrucción, catequizábales como podía, enseñándoles a signar y santiguar y a conocer a Dios, diciéndoles el Padre Nuestro, palabra por palabra, que el10s repetían.
Todavía pude la última mañana administrar más bautismos y dos matrimonios, y en agradecimiento me obsequiaron con alguna cosilla de las que ellos hacen, y que yo
acepté con verdadero placer: como unos cántaros o cuencas de barro, que ellos amasan y cuecen al sol; unas catangas y tazas grandes de paja tejida, muy bonitas y artísticas;
unas petacas o cajitas de hilaza muy curiosas, yen especial,
unas antorchas con que ellos se alumbran de noche, aun haciendo viento, que es un compuesto de brea y palo quemado, envuelto en hojas secas y largas, quedando de la forma de un cirio de cera.
Por fin con afectos cariñosos me fui despidiendo de
ellos, que ya no querían separarse de nosotros, acompañándonas algunos de los más jóvenes y ágiles, con otras cinco
o seis embarcaciones de las suyas, hasta la primera casa de
los libres, que así llaman ellos a sus vecinos los chocoanos.
Llegámos otra vez a Lloró, donde hice la fiesta solemne del día de año nuevo; hubo en ese día bastante concurrencia a los sacramentos, con procesión del Santísimo por
las calles, y después de administrar en la tarde como unos
cuarenta bautizos más y al día siguiente dos matrimonios,
~'alí para Quibdó, adonde, después de auxiliar a dos moribundos en el camino, llegué el día 3 de enero, dando gracias
a Dios por la prosperidad del viaje.
JosÉ
Misionero
CRlADO,
del Inmaculado
Corazón de Marla.
II
RELACIÓN
DEL REVERENDO PADRE FRANCISCO
GARCÍA
Excursión al Baio Atrato.
Dos excursiones apostólicas me ha confiado la obediencia en estos últimos meses: la primera fue a principios
de octubre al Bajo Atrato y sus afluentes; la segunda, la
que acabo de realizar al Alto Atrato y en el río Andágueda
en los meses de febrero, marzo y abril.
Salí de Quibdó en compañía del Hermano Agapito
Ayala el 28 de enero de 1915. Permanecimos unos días en
los pueblecitos de Samurin~'
Yuto, puntos visitados con
detención en septiembre último.
En Samurindó hicimos algunos bautismos, bendijimos
el nuevo altar, fabricado en Quibdó, y activámos las obns
de restauración de la iglesia.
Proseguímos Atrato arriba hasta el vecindario de Yuto;
en el trayecto hicimos dos matrimonios de antemano preparados.
Es Yuto un vecindario humilde, nacido apenas a la
vida religiosa con la erección de su capilla. Merecieron sus
habitantes el interés del Misionero, por haber puesto sus
ojos en el Inmaculado Corazón de María, para que sea su
patrona. Encomendada la imagen a España, confiamos te-.
ner la iglesia terminada para su venida; será la primera
iglesia en el Chocó erigida al Inmaculado Corazón de María y el primer pueblo que la escogió por .patrona.
Celebrada la fiesta de la Purificación y administrados
los sacramentos a algunos fieles, proseguimos nuestro viaje
hasta la parroquia de Lloró, punto de partida de la presente
expedición.
La posición geográfica y el panorama que ofrece a la
vista la Cordillera de los Andes es uno de los más bonitos
paisajes que se presentan en el Chocó. En Lloró convergen, precipitadas, las aguas de tres caudalosos ríos: Atrato,
Capá y Andágueda.
REVERENDO
PADRE FRANCISCO
GARCIA
-~A los dos días comencé la visita a domicilio en el pueblo y en los ríos, ocupación penosa de suyo por las distancias, por el vehículo y por el aguacero o calor que los
acompaña; pero necesaria para despertar a muchos de :]u
abandono e indolencia con respecto al alma, y para instruír
y aconsejar a quienes las distancias, la pobreza o la enfermedad impiden relacionarse con el Misionero en los centros
de población. Sabido es que la máxima parte de la población del Chocó habita las orillas de sus incontables ríos y
quebradas, situadas sus viviendas muy distantes unas de
otras ..
En estas visitas a domicilio es donde el Misionero sorprende toda la rudeza, corrupción y abandono de estas gentes, y a la vez su fe acendrada, a veces degenerada en superstición, y su cariño para con el Misionero. Se sienten
dichosos al vede en sus pobres viviendas, sobre todo los
que viven retirados en las cabeceras de los ríos, puntos aislados y no santificados aún por la planta del ministro de
Dios; en sus rocas, protegido por la soledad y la ignorancia
más grande, está parapetado el vicio y reina el demonio.
Por eso, si toda excursión es grata para el Misionero chocoano, 10 son más las que se dirigen a puntos que están
aún casi por conquistar para la fe, en los cuales nunca quizá
penetró la luz del Evangelio con la presencia del Misionero,
y adonde sólo la difundió la tradición de padres e hijos,
tenue e insuficiente por lo mismo para establecer la moral
y prácticas cristianas.
Cuatro días empleámos en recorrer las ciento siete casas situadas en el río Atráto, subiendo hasta la última, habitada por negros; para subir a visitar los indios que habitan
en las cabeceras, hubiéramos empleado cuatro días más;
preferímos citarlcs a Lloró; mandámos recado al jefe de
ellos, y a los pocos días se presentó él con veinticuatro indios, algunos para casar y otros para bautizar.
Así en Atrato como en los demás ríos, se hace indispensable convertir en capilla la casa donde pernocta el Misionero. A ella acuden los vecinos más próximos; en ella
se reza el santo rosario, se hacen las instrucciones, se confiesa y se dice la misa.
La fe de estas gentes tiene demostraciones de amor y
cariño que enternecen y recompensan humanamente el sacrificio que por instruírles se impone el Misionero.
-°10-
Terminámos la visita de Atrato con treinta y tres bautismos y algunos matrimonios que dejámos preparados.
Antes de entrar en el río Capá, hube de separarme de
lê compañía del Hermano, quien, con síntomas de fiebre,
salió para Quibdó, ado:1de llegó mejorado en su salud.
La población del río Capá son cuarenta y cuatro C3.Sas,
extendidas a lo largo de sus orillas, y doce tambo s de indios. Los afluentes principales de este río son Mumbú,
Mumbaradó, Guanchiradó, Mundó y Tumotumbudó, habitados casi exclusivamente por indios. En la imposibilidad de recorrer detenidamente todos estos ríos, los convoqué a puntos convenidos con los jefes indios; acudieron en
su mayor parte, y pude bautizar a los que no lo estaban y
casar a los que necesitaban legitimar la unión con sus muJeres.
El indio del Chocó no huye del Misionero; muchas Vêces él mismo busca 2.1 Padre para hacer cristianos a sus
hijos o para casarse; vive con honestidad natural; no es conocida entre ellos la bigamia; unido en matrimonio, respeta
su indisolubiiidad; las órdenes del Padre las obedece, yaunque desconocido y desconfiado con todos, sólo con el sacerdote suele ser agradecido, cuanto le permite su probrezJ..
Vive en las cabeceras de los ríos, retirado del trato de los
que él llama racionales, que son los negros y los blancos.
A sus viviendas, llamadas lambas, sólo se llega trepando
por las peñas y malezas de los ríos en ligeras embarcaciones, que no permiten equipaje ni acompañamiento.
Las
casas son como todas las de los ríos, pajizas, de construcción sencilla, distinguiéndose de las demás por su forma
semicircular, unas veces cercadas, otras abiertas; pero siempre el tejado, en forma cónica, llega casi hasta tocar el piso,
que está circundado por una barandilla; éste suele ser muy
elevado; se sube a él por un palo inclinado, apoyando los
pies en unas muescas abiertas en él, manteniendo el equilibrio con las manos, en actitud de escalar un árbol; como
este palo o escalera es movible, lo retiran cuando les parece, con lo que evitan que se introduzcan en sus casas los
animales y fieras. Viven por familias, amparando un solo
techo a todos los ascendientes y descendientes. No conocen habitaciones ni compartimientos; el salón, que suele ser
espacioso, sirve de cocina, dormitorio, y todo está a la vista;
duermen sobre el duro suelo, o sobre jamaguas, cierta espe-
Modelo de tambos de indios del Chocó.
-11-
cie de tela sacada de la corteza de un árbol. En estos tambas me veía obligado a pasar la noche, y entre el humo del
fogón y los malos olores era preciso administrarles los sacramentos e instruírles.
Llegámos en nuestro viaje al punto de más concurrencia de los indios, Hamada Boca de MumbÚ, donde funciona
una escuela bajo la dirección del Reverendísimo Padre
Prefecto. Lleva siete meses de 2.bielta, y me incumbía visitarla a nombre del Reverendísimo Padre Pí-efecto. Cuatro
días permanecí en la escuela, que quedó convertida en capilla. Por la mañana les explicaba los ornamentos y ceremonias de la misa, y se la decía a continuación; la oían en
silencio y de rodillas, si no se les decía otra cosa.
Creen muchos al indio inepto para la instrucción, y
los hechos que voy a consignar prueban las aptitudes de
sus facultades para comprender y retener. Los matriculados eran diez y siete, todos jóvenes, porque los viejos se
excusan, diciendo: "cholo viejo tener cabeza dura y no
aprende." De los diez y siete tres sabían, seguidas y salteadas, las oraciones y las preguntas de la introducción y
tercera parte del Catecismo de Astete, más la tabla de sumar, algunas lecciones de objetiva y de Historia sagrada,
que recitaban de memoria. Los d.-.:mássabían las oraciones,
la introducción y las verdades de primera necesidad. Logré
disponer a seis escolares para la confesión y comunión.
Para asegurar el ayuno natmal, durmieron en la escuela.
El primer día vinieron todos en fila, cruzadas las manos, a
saludar al Padre; uno por uno decían por saludo: "¿ Cómo
está, señor Cura?" Al día siguiente vinieron todos con )ti
pequeño óvalo en huevos o plátanos, y al entregarlos decían: "Cholo regala a mi Cura." Los demás días, antes de
levantarme, ya llamaban a la puerta para oír misa. Al salir
y entrar en la escuela cantan El A labada, y al despedirse
decían: "Hasta luégo, señor Cura." Sabían algunos cantos
y les enseñé otros. Sus cantos son monótonos y lúgubres;
todo otro canto se les hace extraño.
Para que el Reverendísimo Padre Prefecto y demás
Padres comprobaran el aprovechamiento de los indios, escogí los tres más aprovechados, y con ellos me bajé a
Quibdó.
Aquí terminó la primera parte de mi excursión apostólica, y aun cuando el fruto total no lo puedo apreciar
--
.12 -
hasta después de recorrer el río Andágueda, quiero poner
aquí, uniendo el principio y fin de la excursión, la parte
de fruto que corresponde a los ríos Atrato y Capá y al pueblo de Lloró.
Total de casas visitadas, 151; matrimonios, 28, de ellos
S de indígenas; bautismos, 67 (29 de indios); comuniones,
250. Total de indios visitados, 270.
II
Excursión al río A ndágueda.
A los dos días volvimos a proseguir la expedición, sirviéndome de peones los tres escolares de Mumbú; en Lloró
partieron ellos para el río Capá, y yo me entré por el Andágueda. Después de dos días y medio empleados en visitar las casas, llegué al primer pueblo, llamado Bagadó.
Había contraído compromiso de celebrarles la semana
santa y urgía recorrer pronto el Alto Andágueda, para prepararla después convenientemente, ya que era la primera
vez que allí iba a celebrarse. Fue preciso inventar e improvisar, allí donde nada había; nos llegaron algunas imágenes viejas de Quibdó, y las hubimos de pintar y disponer
para los pasos de las procesiones, y puestos a inventar dimos con un medio sencillo de vestir y armar unos cuantos
soldados romanos, que motivaron porfías y estímulos para
pagar el material y representar este pJ.pel. Organizado Pl
trabajo, y dadas las órdenes para el monumento y demás,
dejé encomendada la ejecución a los fieles y proseguí mi
excursión por el río. El primer día llegué hasta el pueblùcito de La Sierra.
Es el Andágueda el río más poblado del Chocó; desde
Lloró, en su confluencia con el Atrato, hasta La Sierra, llevaba visitadas doscientas cincuenta y cinco casas, sin contar las de Bagadó, que no bajan de cuarenta. La moralidad
en el Alto Andágueda acusa un grado inferior al Bajo Andágueda, quizá por haber sido visitados los fieles de prisa
otras veces. Para hacer todo 10 que la buena disposición
y docilidad de estas gentes me permitía esperar, la excursión debiera durar algunos meses.
Encontré cristianos muy edificantes, sobre todo un viejecito, en el que creí ver un santo, como se puede ver entre
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- 13-
estas gentes; si hubiera de canonizarse, sólo necesitaríamos
milagros: todos sus hijos viven bien, reza con un fervor que
a mí me movía a devoción; habla de Dios y de la religión,
que da gloria oírle; viejecito y achacoso, acudía a misa y al
rezo de la noche, apoyado en su bastón.
Terminé mis trabajos en La Sierra con cincuenta y tres
comuniones, treinta y tres bautismos y con la lectura de
diez y ocho amonestaciones de otros tantos, que arregié
para casarse él mi bajada o después de Pascua. No existe
en La Sierra capilla, y consultados los fieles, pusimos los fundamentos de una capilla, en donde, al igual que en Yuto,
recibirá culto el Corazón de María; empezóse la colecta
para la imagen y para los gastos de la construcción de la
capilla, y aunque pobrecitos, dada su buena voluntad, confío que un día veremos realizados nuestros deseos.
De La Sierra para arriba el Andágueda se convierte en
torrente de aguas que se precipitan entre peñascos y ~n
declive muy pronunciado, que dificulta sobremanera el
viaje de la embarcación y expone al viajero a naufragios.
Con haber recorrido muchos ríos y puntos del Chocó, todavía encontré nuevos encantos y sorpresas en éste: es largo en sus cabeceras, rico en sus minas de oro, encantador
por sus paisajes, bullidor por sus cascadas y torrentes,
bravo y peligroso en sus precipicios, resbaladizo en sus orillas de pedernal, pobladísimo en sus dos bandas, de tersas
y cristalinas aguas, en sus múltiples quebradas. Pero sobre
todo, muy abandonadas las almas de sus habitantes; a medida que vamos avanzando parece ser mayor la corrupción.
Era preciso llamar, hablar, convencer y arreglar a todos los
que eran denunciados; los que estaban en buen estado me
denunciaban a los que vivían mal; los padres y madres me
traían a sus hijos para que los casase o confesase; están en
la persuasión de que la pobreza y las enfermedades, que
a~undan en el río, obedecen a la desmoralización en que
VIven.
Desde Lloró había llegado a estas alturas, algo exagerada, la noticia de que el Padre venía a arreglar a todos los
amancebados, pues se decía que al que no se casara lo
excomulgaba y echaba la maldición. Debido a esto la gente,
aunque no determinada, estaba dispuesta; su fe acendrada,
su docilidad y buena voluntad, mezcladas con cierto temor,
fueron para muchos el fundamento de su conversión. Ad-
14 -
vertidos de que el Padre subía visitando las viviendas, en
general, me esperaban para la llegada; algunos, los más
corrompidos, huyeron al bosque, y allí hubo que ir a hablarles; a otros me los trajo la autoridad, a requerimiento
de sus padres o parientes. No faltaron disgustos; en h.
precisión de casarse con una, los que vivían con varias mujeres, debían abandonarlas, y las mujeres debían volver a
casa de sus padres, y éstos, a disgusto, las habían de admitir, después de haberlas sacado de casa con palabra de matrimonio. Fueron varias las aman cebadas que vinieron a
pedirme que hiciera cumplir a sus compañeros la palabra
de matrimonio que les tenían dada. Era frecuente en los
padres traerme sus hijas para confesarlas; en general, una
vez confesadas, las abandonan y las respetan. Las más de
los que se casaron lo hicieron después de haber vivido
veinte, treinta y cuarenta años en amancebamiento, y no
pocos habiendo vivido simultáneamente
con varias mujeres.
Dcsde La Sierra a San Marino empleé dos días, hauendo noche en Cuajandó. Reunióse mucha gente del río
y de otros ríos afluentes a aquel punto, llamados Cuajandó,
Saudó y Dojurá. No hay capilla, pero habilitaron muy bie~
una C&Stl espaciœa, cubrieron con colgaduras paredes y techos, y en lo que hacía de altar habían reunido todos los
Œntos y santas, cuadros y estampas de los ríos; juntos
constituían un museo, por su originalidad muchos de ellos,
verbígracia, un Santo Sepulcro, con el cuerpo del Señor,
difunto, en una cajita de forma mortuoria, de un palmo de
larga y pulgada y media de ancha; un Niño Jesús, al que
adoran y bailan (sic) en Navidad, envuelto, a falta de paja,
en algodón, dentro del cual se pierde de vista; pues el Niño
no mide más de tres pulgadas; un San Antonio, con banda
de general, terciada por delante desde el cuello hasta los
pies, con un cordel nudoso por cíngulo y empuñando la
palma del martÍïio, etc., etc.
De Cuajandó parà arriba el Andágueda es un torrente
desbordado sobre pura roca.
Dojurá es una montaña de figura natural, como un
tambo indio.
Engribadó es una quebrada que sirve de paso al río
San Juan.
-- 15 -
Antes de San Marino está el punto de La Ciénaga; dale
el nombre un gran remanso del río; a su lado se levanta un
peñón de mucha altura, en donde, a fin de siglo, colocó una
cruz el Capuchino Padre Mariano, cruz que aún subsiste.
Llegámos a San Marino, poblado de ocho casas; a un
kilómetro está otro poblado llamado Cuchadó. A mi llegada me esperaban mucha gente y unos treinta indios, todos
muy bien vestidos.
Permanecí en estos puntos ocho días, muy ocupado en
catequizar, bautizar y legitimar uniones ilícitas. Arreglados once matrimonios para la bajada, subí hasta las últimas
derivaciones del Andágueda. De Cuchadó para arriba son
veinticuatro las casas en este río, y desde la última casa de
negros hasta los indios se hacen dos días; pero ya no es
posible caminar por el río; sólo el indio se encarama por las
piedras; y para la bajada utiliza las balsas. Imposible que
yo me encaramase como ellos, cuando ya mis zapatos estaban resabiados, y de uno sólo me quedaba el caparazón de
arriba. No siendo posible comunicarme con los indios en
Andágueda, por tener conocimiento de que habían pa_sada
en su mayor parte a otros ríos, dejé el Andágueda y entré
en el río Chuigo. Hicimos noche en la boca, en el punto
de Piedrahonda, y convertimos en capilla una casa. Se reunieron como unas ochenta personas para el rezo. Aprendieron El perdón, oh Dios mio, cantaron su Alabado, se
confesaron varios, y por la mañana bautizámos cinco adultos y casámos un pobrecito tullido.
Casi un día hice subiendo Chuigo arriba, hasta llegar
a los primeros tambos indios, que estaban desiertos. La
subida por esta altura es poética y triunfal. Además de
cuatro palanqueros que empujaban la canoa, en la punta
delantera o nariz, como aquí llaman, iba amarrada una soga
de doce metros, ocupada por doce hombres, que materialmente la arrastraban; lugares hubo en que tuvieron que
cargarla sobre sus hombros, habiendo salido antes los viajeros y sacado todo el equipaje; en menos de quince metros de longitud era preciso subir una pendiente de seis,
siete y más metros, de suerte que mientras una parte de la
canoa se arrastraba, la otra quedaba en el aire. Dichos pasos por la algazara de la gente y por los zambullideros voluntarios y forzosos proporciona escenas que es imposible
describir, y me proporcionaban ratos muy deliciosos al ob-
- 16-
servarlos desde la orilla, saltando de peña en peña. AI paso
por las diversas casas, creyendo que no serían suficientes
para subir al Padre, se iban juntando otros; al terminar
nuestro viaje eran veinte robustos bogas, más el convoy
que me acompañaba y llevaba.
Si la subida es deliciosa en estos puntos, la bajada lo
es más. Viajes como éstos, si no fuera por el fin que los
motiva y por los trabajos que van anexos, los llamaría de
recreo para el Misionero.
En las cabeceras del río Chuigo vivían como parapetados y amparados por la soledad varios adúlteros y otros
amancebados, todos de muy mala fama. A casa de tod:)S
llegué; pero no pudiendo hacer ningún otro arreglo con los
adúlteros, intimé a las mujeres que salieran inmediatamente; hicimos una balsa y las pusimos a todas en ella, y
mandámos a un peón que la'3 {ûera dejando en casa de sus
padres o familias, con las qtJi anticipadamente había yo
convenido ..
En este río vivía un tal Quiterio, amancebado de mucho tiempo, de quien corrió laryoz que había huído por no
oír las reconvenciones del Padre. No fue así: convencido,
arreglámos el matrimonio y se me ofreció de peón para la
bajada. "Van a creer, me dijo, que me lleva prisionero."
A los que veía bajar, gritaba con chiste: "Aquí viene el
huído; ya llegó el juicio para todos; que naide quede sin
casarse."
En un punto llamado Marmato visité una mina célebre
de filón de oro; estaba trabajando en el camino uno a quien
yo había llamado para arreglarle, pues vivía en mal estado.
El pobre pensó sin duda que yo iba en su persecución, y
todo trémulo, sólo pudo decirme: "Que me caso, señor
Padre. "
Estando en el despacho de San Marino entra una viejecita, y por todo saludo empieza a renegar, diciendo:
"Nó, nó, nó, ni en la vida ni en la muerte se casa mi hijo
con esa mala mujer." Era una mala madre, que no había
tenido escrúpulo en que su hijo viviera amancebado, y se
oponía al matrimonio, que se efectuó a los pocos días.
Si la expedición hubiera tenido por único fin visitar a
los indios de Andágueda, hubiera casi fracasado. Comunican estos indios con los de la región del Chamí, y sólo pude
visitar unos ochenta de Uripa y Pasagra. Según informes,
moran en estos ríos como unos quinientos.
Altar de la iglesia de Bagadó.
-
17 -
En vista de esto emprendí mi visita hacia abajo para
recoger el fruto preparado a la subida.
En Cuchadó y San Marino casé a once amancebados;
varios se quedaron para después de Pascua; bauticé veintisiete, algunos adultos, y logré separar y confesar ocho
aman cebados.
En Cuajandó bendije tres matrimonios y bauticé diez.
En La Sierra quedaron los matrimonios para la Pascua.
Bajé a Bagadó para ultimar los preparativos para la
Semana Santa.
La relación de los trabajos y funciones de Semana Santa me llevaría muy lejos. La asistencia mucha, y grande el
fruto en las almas: quinientas fueron las comuniones, diez
y ocho los matrimonios hechos en Pascua y cuarenta y siete
los bautizos. Hicieron su primera comunión los niños y
niñas, y no siendo posible unir en santo matrimonio a muchos que vivían mal, logré separar y confesar unos doce.
Terminados mis trabajos en Bagadó, repetí mi visita
al Alto Andágueda, logrando este fruto: en La Sierra, once
matrimonios y quince bautismos; Cuajandó, cinco matrimonios y cuatro bautismos; en San Marino, cinco matrimonios y seis bautismos.
El 22 de abril de 1915 me era grato volver a saludar a
mis hermanos de Quibdó, encontrándolos buenos de salud.
FRANCISCO
Misionero
GARCÍA,
Hijo del Inmaculado
Corazón de !\Jaria.
Misiones del Chcc6-2
III
RELACIÓN DE UNA EXCURSIÓN
Qué I'S l')
APOSTÓLICA AL GOLFO DE URABÁ
dI: rt'ahú-Xota
histól'k/l-J~I'('iIJIJlIiento
Tt'llbll.jos Ill" \'Ísitu-Sl't'lo
('ontt'lltlcJllpo,
~Clf()
en TlII'OO,
Es el golfo de Urabá una gran ensenada del mar Caribe, en el norte de la República de Colombia; su mayor
anchura desde Punta Caribana, banda oriental, hasta cabo
Tiburón, banda occidental, es de cincuenta kilómetros; ;:;u
longitud hasta donde sus aguas se confunden con los manglares, es de unos ochenta kilómetros.
Tierra bendita, regada con la sangre y los sudores de
no pocos confesores y mártires de la fe, y que, merced a su
ingratitud, mereció por largos años ser abandonada de Dios.
En la fecha a que se refiere cuanto vamos a narrar, pertenecía a la Prefectura Apostólica del Chocó, confiada a
los cuidados de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María.
Así por la enorme distancia que la separa de la residencia de los Misioneros, que es más de cien leguas, cuanto
por la escasez de personal y lo arduo de la empresa, no se
había podido atender como era debido; mas tratando el que
esto escribe de imprimir un informe oficial de la Prefectura
Apostólica, se propuso recoger personalmente cuantos datos pudieran servirle para dar cuenta cabal ya a la Delegación Apostólica, ya al Gobierno Nacional, ya a la honorable
J unta de Misiones. Con este fin, en la gasolina] ulia Susana
nos embarcámos en Quibdó, si la memoria no me es infiel,
el 19 de mayo de 1915. Después de un viaje feliz de 292
millas por las aguas del majestuoso Atrato, llegámos 8.1
golfo de U rabá y bahía de Turbo, primera etapa de nuestra
expedición evangélica. Si vamos a juzgar por la demora
en venir a buscamos desde el caserío, o no nos esperaban,
REVERENDlSIMO PADRE FRANCISCO GUTIERREZ
Prefecto Apostólico del Chocó.
- 19-
con haberles enviado más de una carta de aviso, o nos recibían de mala gana ~ tánta fue la demora, que ya estaba
resuelto a seguir a Cartagena; pero, finalmente, pudimos
obtener que nos llevaran en un bote hasta la población. Allí
el señor Alcalde dio sus excusas por no habernos venido a
recibir por falta de embarcación y de peones; oída, pero no
aceptada la explicación, seguimos al albergue que se nos
tenía preparado, que era la casa municipal, acaso la mejor
del caserío.
Como cosa falta de interés y novedad, omito relatar nuestros trabajos en los días que permanecimos allí. Brevemente diré que se redujeron, en lo espiritual, a una visita
a domicilio, y en lo material, a la organización de un bazar,
para emprender con sus ingresos la construcción de una
iglesia que se propuso en una junta general de vecinos.
Lo de la visita a domicilio y parte también de la recogida
de õbjetos para el bazar, nos ocasionó algunos desvíos y
rechazos, si bien la generalidad
respondieron generosamente. Si después el bazar no resultó, no fue por falta de
mterés en las señoras y señoritas encargadas de su manejo,
sino por causas independientes de la buena voluntad de
todos, como fue la falta de salud de los Misioneros, quienes
~e vieron forzados a interrumpir su visita, con harta pena
por ambas partes.
Entre los contratiempos más serios que hubimos de
sufrir, fue uno la enfermedad o fiebres violentas que debide>
a las afecciones morales, a las condiciones de la casa y al
trabajo, acometieron al que esto escribe, teniendo que
trasladarse a otra casa más fresca, en estado casi de completo delirio. Merced a los fraternales cuidados del Padre
García, secundado admirablemente por las señoras, en breves días salió de sus fiebres; pero quedó en tánta postración
que todos creyeron necesaria su vuelta a Quibdó. Aunque
muy contrariado, pero convencido, hube de convenir en ia
acordado, mientras el Padre García partía de Turbo para
visitar a Nicoclí, población distante de aquélla unas cuatro
leguas, golfo afuera. Los cinco días que hube de esperar
El buque que me condujera a Quibdó fueron para mí harto
tristes, con el pensamiento siempre fijo en los trabajos y
peligros a que iba a dejar expuesto al Padre García, solo y
en aquellas regiones enteramente desconocidas; y aunqu2
era poca la mejora que, a pesar del buen trato que se me
- 20-
daba, había experimentado, ese pensamiento, como una espina clavada en el corazón, me hizo tomar una resolución
temeraria al parecer, de no abandonar solo al compañero
y de participar de sus fatigas y peligros; un día, pues, contra
el parecer de las personas que me cuidaban, y como de sorpresa, arreglé mi viaje para Nicoelí con el dueño de un
pequeño bote que para allí salía.
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1\lISt'U
pOI'
lut,t'dta,
UllHlntt'(}IlPJ'US."
Era la primera vez que yo me metía en tan diminutas
embarcaciones para navegar por el mar; la que me llevaba tendría, a mucho tirar, siete varas de largo por tres
de ancho. Apenas empecé a sentir los halagos de las olas,
las cuales al mismo tiempo que suavemente agitaban el nuevo Titanic, mojaban mis vestidos, empecé también casi a
arrepGntlrmc de mi temeridad y a encomendarme a los
santos que más me pudieran ayudar en aquel tan apurado
trance, a mi juicio; pues por aprensión e inexperiencia
creíame en un grave riesgo. Sin duda que apesar de mis
esfuerzos por aparecer sereno, el capitán notó mi turbación
y me preguntó: "Padre, ¿tiene miedo?," y yo, fingiendo
una tranquilidad que no sentía, le contesté avergonzado que
no tenía;- quizá no convencido de mi respuesta insegura,
añadióme que no había, el menor peligro, que llevábamos
buena mar. Entre oraciones a los santos y breves palabras
a mis bogas nos acercábamos al puerto; aquí fue el mayor
de los conflictos; las muchas peñas que salen a flor de agm,
impedían que nuestra embarcación se arrimase a la orilla;
Echaron el anela, y mientras se disponían al desembarqu~,
aparecieron algunos niños a la orilla, quienes empezaron a
gritar: "Un Padre, un Padre llega." Entretanto me dijerol1
que debía yo montarme en el cuello de nuestros bogas para
desembarcar; yo, extremadamente débil, no me sentía con
ánimo para montar. sin que se me fuese la cabeza, sobre
semejante cabalgadura, en medio de las olas; por fin, en
medio de mis protestas y de mis voces que pedían auxilio
a los que estaban en la orilla, me tomó un mozo fornido
- 21sobre sus hombros, y yo agarréme como pude a su cabeza,
mientras ya una ola nos envolvió a entrambos al dar los
primeros pasos; finalmente, salí mas de tan terrible lance,
sin más daños que el remojón y el susto primero; había
pues recibido el primer bautismo de mar-y no sería el último de aquella excursión-y
había realizado la proeza más
grande de mi vida, ya que, si había algo capaz de infundirme
miedo desde mi niñez, era el viajar por mar, aun en grandes
transatlánticos.
El Reverendo Padre García, que ya me creía camino
de Quibdó, me abrazó emocionado, y nos fuimos a la po8ada, donde pedí algo para comer; habiéndome presentado un plato de arroz, lo tomé sin acordarme siquiera cómo
estaba condimentado, según el apetito que el paseo por d
mar me había traído. Desde este momento, y a pesar de
que nuestros alimentos distaban mucho de ser regalados,
empecé a restablecerme y cobrar fuerzas. Quién sabe
si esto provino de la satisfacción que me produjo la hazaña
de lanzarme a las alas del mar por primera vez en tan diminuta embarcación.
En este pueblo permanecimos como cuatro días má;:;,
sin lograr que digamos frutos visibles de nuestros trabajos.
Como era empresa muy difícil encontrar quien nos
trasladase al otro lado del golfo de Urabá, hubimos de aprovechar la primera coyuntura favorable que se nos presentó,
y por consiguiente arreglámos viaje con un peón que debía
salir para Acandí a llevar un bote; tranquilizámos a los de
Nicoclí con la promesa de que volveríô.mos nuevamente,
según era nuestra intención, dejándoles en rehenes algunas
piezas de ropa usada, y emprendimos el viaje con una mar
tranquila. Nada digno de mención ocurrió hasta el C3.erde
la tarde, en que sopló un viento huracanado que nos arrastró
hacia Titumate; comenzó a c~rrar la noche, y nuestro bote
con un solo remero parecía permanecer clavado siempre
a la misma distancia de la costa; hubo quien dijese que el
diablo parecía que iba retirando la playa; mas a despecho
del enemigo, nos acercámos con gran recelo a la orilla, porque abundan los arrecifes a flor de agua. La oscuridad, solamente por los relámpagos continuos era turbada, yentonces era de ver las montañas de espuma que las olas.~l
quebrarse en las rocas, amontonaban alrededor de nuestra
-- 22-frágil embarcación; nuestro temor era acrecentado cada
momento por el horrísono fragor de los truenos en la inmensidad de las aguas y por el inminente peligro de estrellamos contra las peñas, que tan cerca veíamos. Como hora
y media duró nuestra angustia, siempre buscando un punto
donde apareciera una lucecita que nos mostrara el caserío
de Titumate. Al fin apareció, al revolver de un enorme peñasco que nos amenazaba con caer sobre nosotros, como
una estrella de salvación que puso fin a nuestras zozobras.
Las gentes del caserío que aún estaban en vela, acudieron al puerto al oír la voz de que venían los sacerdotes, y
con grandes demostraciones de afecto y admiración nos
prepararon una habitación en una casa que estaba al parecer abandonada. Ni recuerdo siquiera si pedimos o nos dieron de comer, porque eran mayores las ganas de descansar.
Nos acomodámos, pues, quién en su hamaca, quién en su
catrecito.
Pero nuestra tranquilidad fue de corta duración; d
Padre García, durante la travesía, no se cuidó de resguardarse del todo de los abrasadores rayos del sol, que le quemaron parte de las piernas; para quitarle la molestia del escozor, aconsejáronle que untase con manteca las partes más
doloridas; mas nadie imaginaba lo que iba a suceder, y fue
que al olorcillo de la manteca acudieron unas hormigas que
llaman manteq ueras, y se cebaron en las piernas del Padre,
quien sin saber a qué atribuír tan molestas picaduras, saltó
de la cama y tuvo necesidad de lavarse enteramente para
desalojar tan desagradables compañeras. Excusado es decir que el sueño de aquella noche para el Padre ni para sus
compañeros fue reparador, temiendo el asalto de algún otro
desconocido enemigo.
III
'fd,.;te
<It',~aJla"¡tibn-En
hUSt'a <1t' a\'t'nt.III'us-Fitost.a
del 1n.llla<'lIla<lo
('(:<n\7.6n dl' ~lnl'ía-IJa
nodH'--Balltislllo
int'Spcl'a<1o,
Dijimos en el artículo anterior que al atardecer del día
en que atravesámos el golfo para ir a Acandí, un viento
muy reeio nos lanzó hacia Titumate, 10 cual dio ocasión a
un suceso muy penoso.
,.
~.,.:-:'.:~~
NUESTRO
AMPARO Y CONSUELO
EN LOS PELIGROS
,.
"
"~-.
Y ENFERMEDADES
-
23 --
Fue el caso que como el bote que había de llevar nuestro peón a Acandí resultaba harto pequeño, alquilámos otro
mayor, y nuestro patrón se buscó un hombre que además
de llevar le a él su bote, devolviese el nuestro otra vez a
Nicoclí. Casi todo el día le vimos navegar lejos de nosotros;
pero llegada la hora fatal de la borrasca, se fue alejando en
dirección contraria y con mucha pena de nuestro patrón,
que sabía lo frágil del botecito, y que el peón que 10 conducía desconocía por completo la costa y sus peligros. Gritámosle, hicimos señales, todo en vano; su naufragio pal ecía inevitable;
con esa impresión desesperante cerró la
noche. ¿ Qué sería entre tan bravo oleaje y tántos peñascos, de nuestro compañero de viaje? Hasta que después de
dos semanas llegámos a Acandí, nada supimos a punto fijo
de su paradero; allí nos refirieron que el infeliz, después
de agotadas sus fuerzas y próximo a la muerte, tuvo la
suerte de arrimar a la playa, pasada ya la media noche. Horas de suprema angustia aquellas en que se vio en las horribles fauces del abismo; pero no fueron menos terribles
las que hubo de pasar en una playa solitaria, sin bastimento, ni siquiera una gota de agua dulce con qué apagar su
(:ncendida sed, después de tántas horas de combatir desesperadamente con la muerte; el pobrecito no se daba cuenta
del punto donde se hallaba, y más que auxilio humano
esperaba la muerte; esta angustia duró todo el día y noche
siguiente, y cuando miraba anheloso por si veía algún ser
humano. fue hallado en estado de extremo desfallecimiento
por los moradores de un caserío de la playa, lla,mado Sapsurro, que habían salido en busca apenas supieron la desgracia. Ni siquiera el botecito se había perdido. Quien conoce estas costas no se explica, si no es por un caso providencial, rayano en milagroso, cómo no se hizo pedazos mil
veces la frágil barquilla y muerto su afortunado tripulante.
Dios nos libró con esto a nosotros de un soberano disgusto y amarguísima pena.
Sigamos nuestra interrumpida narración. Solamente
unos cuatro días permanecimos en Titumate, como para
prevenir la gente a una visita más detenida. Arreglado todo
lo conveniente para nuestra arriesgada visita, nos metimos
en un bote con tres baquianos remeros en dirección hacia
el caserío de U nguía, lugar donde jamás había puesto la
- 24planta el Misionero. Después de unas cuatro horas de
navegación por el mar, entrámos en el río Atrato por la más
grande de sus bocas, llamada de Tarena, punto donde tuvieron una floreciente residencia los Misioneros del siglo
XVI, de la cual hoy no queda memoria. Eran como las once,
y arrimados a una orilla empezámos a tomar la comida que
desde Titumate traíamos preparada. Durante nuestra frugal refección nos recreábamos pensando que la Congregación celebraba aquel año por vez primera la solemnísima
fiesta del Inmaculado Corazón de María el día 12 de junio,
mientras nosotros perdidos en las vírgenes selvas del Chocó hacíamos consistir toda nuestra fiesta en entonar todos
los cánticos de nuestro repertorio, que nos recordaban al
Purísimo Corazón de María ya nuestra madre la Congregación; fue, a la verdad, manera original de celebrar fecha tan
memorable; pero no fue por eso menos alegre y pintoresca.
Cuando ya el sol doraba con sus últimos rayos los picos
de las montañas del Darién, dejámos las aguas mansas d~l
río y entrámos en una ciénaga, por nombre Marriaga.
Creíamos poder continuar nuestro viaje hasta bien entrada
la noche, cuando los peones dieron la voz de alto, diciendo
que teníamos que pernoctar allí en mitad de la ciénaga;
los zancudos, en número nunca visto, y el peligro de tropezar a oscuras con alguna serpiente, era el motivo de nuestra
detención.
Nuestra reducida embarcación nos iba a servir a un
tiempo de comedor, salón de paseo, dormitorio, y demás
que el lector podrá suponer durante aquella noche. Sacámos nuestras ya escasas provisiones, las cuales casi del todo
se agotaron; mas nosotros, sin pensar para el día siguient::::,
arreglámos cada cual su nido: el Reverendo Padre García
ató las cuerdas de la hamaca de los palos de las velas d~l
bote; yo con el acólito nos acomodámos en el fondo; los peoues, después de proteger el bote contra la lluvia que pudiera sobrevenir, se aC1:,rrucaron donde hallaron lugar vacío.
Como a eso de la media noche empezó a retumbar èl
~rueno y brillar el relámpago, y no tardó en caer un chaparrón, que hinchiendo las velas que nos servían de techo, y
no pudiendo éstas resistir el peso del agua, la vaciaron sobre nosotros; vimos de evitar los efectos de ese bautismo
lem a destiempo, y nos defendimos como pudimos con nues-
- 25tras encauchados y paraguas, mientras duró la tormenta;
el Padre García continuó arrebujado dentro de su hamaca,
venciéndole el sueño antes que terminase el aguacero; ye.
no volví a pegar los ojos.
IV
:E"l'i}1"sustan<'Ílll ~. a~'un() fOl'zoso-Queso
Vieno ~"nt(>-H nenls, pan ~. ('afé cn
SOl"pl'csa-CUl'Vll
llluilldo-Espel'llndo
el dl'sic,'to-Hada
dl' Helén.
l'Il lu. soledad
l'ng-uia-Dulcl
Empezando a clarear, empezámos también a pensar '=f
nuestro desayuno, y sucedió que al hacer el aprovisiona,
miento para el viaje, se nos informó que podríamos llegal
en el día, y conforme a ese cálculo preparámos la bucólica
error sustancial que nos obligó al ayuno forzoso; porqm
aunque llevábamos, no sé si dos o tres huevos y un pedacitc
de queso, preferimos dárselo a los bogas, para que tuvierar
bríos para el remo, hasta llegar a U nguía; por otra parte
como era domingo, siempre conservábamos la ésperanzé
de celebrar en el caserío. Mojaditos, del bautismo de le
noche, y en ayunas, echámos a navegar, metiéndonos po
un caño tan estrecho y cerrado, que a las veces teníamo:
que acostamos para que pudiera pasar la embarcación de
bajo del ramaje; entonces nos avisaron nuestros peones qu<
este paso 'era muy arriesgado al anochecer, por las mucha
culebras que cruzaban por las ramas al salir a refrescar
Pasámos de aquí a un río que da salida a las aguas de otIc
ciénaga, llamada de U nguía; aquí preguntámos a los pea
nes si ya íbamos llegando al caserío, y nos contestaron qUi
aún distaba bastante; entonces yo persuadí al Padre Garci,
que se tomase el pedacito de queso que los peones había]
dejado, pues de poder decir misa llegaríamos muy tard
para decirla los dos, y que yo me quedaba para eso. Seguí
mas pues, cuando a las once y media alcanzámos a ver un
extensa ciénaga, la cual teníamos que atravesar por su par
te más ancha, para ir a buscar la boca ele un an:oyuelo qu
trae las aguas del río Unguía.
Eran las doce y tornámos a preguntar cuánto faltab
para llegar al poblado, respondiéndonos que unas dos horas
ya dejámos la idea de celebrar, y yo me desayuné con u:
vaso de agua no muy cristalina; entretanto, el pedacit
- 26de queso que había tomado el compañero le indispuso, de
forma que no tardó en sentir el mareo, precursor de las
náuseas. Con esa desagradable impresión llegámos a un
punto donde ya la embarcación no podía pasar por falta.
de agua, e hicimos alto. Había todavía que caminar hora
y media hasta el caserío, por entre unos chapatales muy
hondos; yo no me sentía con bríos para hacer a pie ese
camino, ni me atreví a aceptar el ofrecimiento que alguno
de los peones me hizo de llevarme cargado, pues el canmncio de ellos era mucho; el Padre García, en otras ocasiones muy animoso, se sentía con vómitos; convinimos
pues en que cuanto antes se marchasen los peones a dar
parte a los del caserío para que vinieran con 10 necesario,
ya para alimentamos algo, ya para llevamos en silletas a
ambos.
Cualquiera podrá imaginar nuestras reflexiones al quedamos solitos en aquellas inmensidades de fango y de bosques impenetrables, y las tétricas suposiciones a que se
prestaba nuestra situación en aquella soledad muda y con
el desconocimiento absoluto que teníamos de cuanto nos
rodeaba. Pasó como hora y media cuando nos pareció distinguir murmullos y alborozos de gentes que venían hacia
nosotros; efectivamente, todos los hombres disponibles en
Unguía habían salido corriendo en busca nuestra, y con
lan buen acierto, que nos traían huevos ya fritos, café y
pan, lo cual calentaron alrededor de un gran tronco, único
lugar seco que había allí; tomámos este refrigerio tan oportuno, alabando a Dios y agradeciendo la puntualidad de
aquellos hombres, con un apetito que nos supo a gloria.
Mientras los unos se entretenían en obsequiarnos, los
otros iban acomodando los baúles y disponiendo las silletas
en que íbamos a trasladamos al caserío.
Hechos estos preparativos y fortalecidos nuestros estómagos, emprendimos la marcha en medio de un gozo indecible de aquellos vecinos, quienes se disputaban el honor
de ayudar al Padre para que no le fuese tan molesto el
viaje; nuestros silleros eran hombres fomidos, y a pesar
de que a veces .habían de atravesar con el fango hasta muy
encima de la rodilla, proseguían llenos de aliento. En verdad que si nosotros nos hubiéramos resuelto a intentar ~l
viaje a pie, con seguridad que hubiéramos desistido a los
-- 27 -
pocos pasos, por ser casi todo el cammo un barrizal continuo y muy hondo.
Con felicidad y muy consolados de nuestros pasad:)s
trabajos, al ver la bonísima voluntad de nuestros nuevos
peones, llegámos al caserío. Allí nos recibieron atónitos los
niños, las mujeres y los ancianos, pues no creían que sacerdote alguno se atreviese a llegar hasta U nguía.
La escuela, que era una habitación de cinco metros por
tres, con el piso de tierra y con una cerca de cañas, fue la
habitación destinada para capilla, sala de recibo, despacho,
dormitorio, etc.
v
'r:UC¡\S t""\I(,tuOS¡\s-\ÏsÍta IH'l'lllllinlll' a lus indios-En
t'\ lambu d(' AI'q\úa,
Pantalon,'s ,IPI ('aciqlll'-."US "sllnlos"-A
piquc d,' P<'I'<1"l'lolodo-Obl'di('nda al ('upitán-T()(lo sllllú a IH'dit· de hOCll,
Al día siguiente de nuestra llegada empezámos nuestras tareas en U nguía, las cuales, gracias a Dios, dieron un
resultado que no esperábamos en un lugar tan abandonado.
Además de administrar los sacramentos de bautismo y confirmación, se distribuyó la sagrada comunión a un gran
número, sobre todo en un caserío que apenas contaría diez
y ocho casas, conseguimos hacer seis matrimonios sin necesidad de muchas exhortaciones.
Como esta región es la que cuenta con mayor número
de indios cunas, no podíamos dejar el lugar sin hacer una
visita a su tambo más principal, pues a lo que parecía, ellos
no estaban para venir al caserío; con este fin, uno de aquellos días el Reverendo 'Padre García decidió ir para explorar sus disposiciones; efectivamente, observó su repugnancia y disgusto, y al propio tiempo reconoció que era cosa
fácil trasladarse al río Arquía, punto donde se juntaban mayor número, ya por la capacidad del tambo, donde había
colocadas en orden admirable unas cuarenta hamacas, ya
por ser residencia del cacique.
Terminadas las tareas en U nguía emprendimos una
mañana nuestro viaje a pie hacia Arquía, acompañados de
un número regular de vecinos, entre ellos algunos conocedores de la lengua y de las costumbres de los indios. Caminámos como hora y media por un sendero muy estrecho,
- 28-
resbaladizo y cerrado por los arbustos, y por causa del
aguacero que había caído la noche antes, nos mojó completamente de la cintura para abajo.
En llegando al tambo, fue necesario, para evitar cualquier fiebre, cambiar la ropa; yo, que nada había llevado,
busqué la manera de cambiarme siquiera los pantalones, y
con ese intento me dirigí al jefe de los indios, llamado Granadas, y le dije si tenía unos pantalones que me pudiera
prestar, los cuales a la tarde al partir le devolvería; con
señales de satisfacción me subió a un tendido de madera y
me ofreció unos que él tenía; púsemelos, y no me' venían
ni cortos ni largos, ni estrechos ni anchos, aunque bien se
conocía que no estaban cortados para mí.
Previas estas diligencias indispensables, era ya hora
de dar principio a nuestro trabajo, que, tratándose de indios, había de ser obra de mucha paciencia, por su extrema
rudeza y casi absoluta ignorancia de la doctrina. Pero hé
aquí que de repente surgió otra dificultad, no prevista, y que
no era de tan fácil solución.
Fue el caso que uno de los acompañantes dijo al cacique que porqué no traía sus santos para que los viera è1
Padre, a lo cual, aunque con señales de desagrado, accedió
Granados; puso ante nuestra vista una serie de estatuitas
de madera, imperfectas y ridículas por sus formas, cuyo
simbolismo religioso era imposible descifrar. ¿Qué representaban estas imágenes? ¿Eran verdaderos ídolos, en quienes los indios creían y adoraban como verdaderos dioses?
y si esto era así, ¿cómo administrarles el bautismo, la confirmación, el matrimonio, etc. ? Por otra parte no feníamos
más tiempo disponible que aquel día, y la instrucción debia
ser larga necesariélmente. Porque tratar y preguntar a los
indios sobre estos puntos, era perder tiempo, si bien todos
hablaban el castellano, resolvimos llamar a consejo a dos
o tres sujetos de los más enterados de las costumbres de
los indios, por haber convivido con ellos y por ser amigos
suyos; de las preguntas que a éstos hicimos y de las discusiones que con este motivo se trabaron, adquirímos el convencimiento de que los indios no aàoraban en aquellas figuras de madera a la divinidad, sino que las consideraban
como medianeros para obtener del cielo lo que piden, o
como unos instrumentos por conducto de los cuales el Dios
verdadero concede sus favores.
REVERENDISIMO
PADRE JUAN OIL Y GARCIA
Primer Prefecto Apostólico del Chocó.
- 29-
Mientras contemplábamos tan grotescas figuras, sucedió que, medio asqueado al pensar en que aquellos monigotes fueran tenidos por Dios, dejé caer con cierto aire de
desprecio el que entonces tenía en la mano; poco faltó para
que esta pequeña imprudencia diera al traste con todo,
p!Ues que el cacique al observar el desdén con que había
dejado caer el figurín, cerró la caja con aire de indignación
yi se llevó sus santos. Trabajo costó a mis compañeros persuadir al hombre que mi acción no habí.a procedido de desprecio; mas al fin como que se tranquilizó y ya pude proponerle el objeto de nuestra visita, rogándole que hiciera
reunir al momento cuantos indios moraban en las cercanías.
i Otra dificultad, y no tan fácil de solventar: el capitán
de todos los indios de aquella región no estaba allí ni era
p6sible hacerle venir tan aprisa; por lo cual el cacique Gran~dos no se creía autorizado para comunicar a los indios
cuanto los Padres les decían e hiciesen lo que les mandaban. Entonces dirigiéndome yo a Granadas le ponderé mi
arr.istad con Oquelele, que Ô.síse llamaba el capitán; que
es(caba seguro que si Granadas no me hacía caso y lo llegab~ a saber el capitán, se había de enfadar con él; que yo
estaba certísimo de que Oquelele daría por bueno cuanto
hibiera; sobre todo, que no se trataba de quitar sus tierras
sino de asegurarlas más; porque si ellos hacían caso de !o
q~e yo les proponía, yo hablaría con el Presidente de la
R¢pública y con el señor Intendente del Chocó sobre este
asunto, seguro de que me atenderían. Todas estas razones
cO¡:1Vencierona Granadas, quien hizo llamar a los indios,
ju~tándose como sesenta entre pequeños y mayores.
VI
Hell<lidenl1o la ('azuela-El
eOlllpmÏ('IO ('un 1i(·iJ,·('-"HÏ<'n ('(lInidos," a tl'ahll.Îl\l'-Yndta
a rngllí:t-·.\JlUl'Os
en Pl ('amino-HUt'na
~elltc y llnimlllcs
I
<la~inn~.
; Mientras se solventaban lô.s dificultades de la visita en
animada charla, llegaba la hora de dar al cuerpo su alimento;; pero los Padres nada habíamos traído para el caso, ni
sabíamos que nadie se cuidase de damos de comer; si bien
al Padre García le sobró todo, pues a poco de llegar le sobrevino la fiebre, que aunque no fue ni muy alta ni muy
-
30-
larga, todavía le duró lo bastante para no poderme ayudar
aquella tarde . Yo vi que en medio del tambo había una
gran cacerola y que la gente del caserío que nos había acompañado empezaba a hacerle la rueda; hice yo 10 propio,
recé el padrenuestro, bendije lo que tenía delante, y tomando algo que pareció como una pata de gallina con mi
pedazo de plátano san cachada, me esforzaba por hincar el
diente; pero, que si quieres: aquello o no estaba cocido o
era un pato de los que metió Noé en el arca. Cada uno tiró
lo que pudo, y seguro que muchos hubieron de contentarse
con el caldo del sancocho; la comida fue extremadamente
pobre y escasa, pues no había sino un plato y un pato metido en el plato, para unas quince personas.
"Bien comidos," dimos comienzo a nuestro trabajo,
preparando con breve y sencillísima instrucción para el
bautismo, confirmación y matrimonio a los que los habían
de recibir; siguió a esto el asiento de partidas, tarea pesadísima y que siempre resulta incompleta, pues el indio rarísimas veces sabe algo de sus abuelos, y si se trata de mujeles no hablan sino después de mil preguntas, y no al sacerdote, sino al indio que las acosa. Empezando por el primère de los sacramentos, se administró a unos cuarenta; la
confirmación a algunos más, y el matrimonio creo que a una
pareja.
Así pasámos la tarde bien cansados y hambreados; V
a pesar de eso había que pensar en retornar a U nguía. Al
Reverendo Padre García le había dejado hacía rato la fi~bre y se hallaba con bríos sobrados para la vuelta; yo, cansado excesivamente, rogué que me prepararan una silleta
por temor de no aguantar el camino.
Sin que a los indios se les ocurriera regalamos ni siquiera una gallina o un par de huevos, emprendimos la
vuelta en el mismo caballito de San Francisco, que por '3mañana tan buen servicio nos había prestado; el camino
estaba mucho mejor que por la mañana, pero no así el cabaIlo. Sucedió pues que como a la media legua yo me sentí
desfallecer y hube de sentarme sobre un tronco del camino;
ahí permanecí algunos minutos, porque el temor de que se
nos hiciera de noche en el monte, me hizo probar otra vez
mis fuerzas; en verdad que iba tan fatigado, que con dificultad veía dónde ponía el pie y casi no podía respirar;
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31 -
sentéme de nuevo, y rogué a algunos si podrían traerme la
silleta del caserío, que allí los esperaría yo, pues me era
imposible dar un paso más; como me contestaran que era
muy tarde y que el caserío estaba cerca, hice un supremo
esfuerzo y eché a andar sin ser dueño de mis piernas, ni
de mi cabeza, ni de mi cuerpo; tumbéme en el camino, diciéndoles que prefería pasar la noche en el monte, pues
me era imposible dár un -paso con el dolor de piernas y
extrema fatiga que sentía; allí hubiera pasado hasta la mañana, si un hombre más animoso no me hubiera cogido sobre sus espaldas y conducido hasta el caserío, El Reveren·
do Padre García se mostró más valiente, y como que la fiebre le hubiera dado alientos, Mas con una buena taza de café
y una apetitosa merienda, todo pasó. Y porque nadie pie!lse que me alcé con lo ajeno, declaro que antes de salir del
tambo devolví a Granadas sus pantalones y me puse los
míos.
El siguiente día era el último de nuestra estancia ~:1
U nguía, durante el cual, después de administrar algunos
bautismos y confirmaciones, por la tarde bendijimos elocementenrio en un solar el más seco, solar que ellos había!l
rozado y cercado los días de nuestra visita.
Hemos de confesar con ánimo agradecido que tanto
cuanto tiene de malo el caserío, por ser el zancudero del
universo, que no dejan en paz ni de día ni de noche, tiene
de bueno por la buena condición de la gente, la cual nos
recibió con entusiasmo y cariño, nos trató con mesa abundante y bien preparada y nos despidió con sentimientos de
mucho dolor,
VII
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Amaneció el día, y celebrada la santa misa, pidiendo a
Dios que soplase brisa favorable, subimos en nuestros '3ilIeras. Excusado es ponderar la pena que se veía retratada
en todos los semblantes y las demostraciones de agradecimiento de aquel pueblo al contemplar la marcha del sacerdote, que acaso en muchos años no tornarían a ver, La mayor parte de los hombres siguieron con nosotros, cargando
-- 32-
nuestros equipajes hasta el lugar en que, días atrás, habíamos dejado nuestro bote. Con las palabras más dulces nos
despedimos de aquellos fieles cristianos, emprendiendo
nuestra navegación, para desandar el camino que habíamos
traído a la venida a U nguía.
Dije que habíamos pedido a Dios en el santo sacrificio
\'lento próspero; acaso nuestras plegarias no llegaron ¿J
cielo, porque apenas entrados en la ciénaga de U nguía, ya
observámos no sólo que nos era contrario, sino también que
era demasiado recio, obligando a nuestros bogas a doblar
:;u esfuerzo, si no queríamos quedamos en el mismo lugar.
Gracias a Dios, fuera de los anuncios de que íbamos a
encontrar las bocas del Atrato muy bravas, no ocurrió cosa
que nos hiciera padecer. En llegando al río, dejando atrás
la ciénaga Marriaga, pudimos convencemos de ]a verdad de
los malos agüeros de nuestros peones, pues con ser el río
muy manso y mucha la. distancia que nos separaba del mar,
ya las olas nos hacían s;::;ntirsuave balanceo, el cual iba arr~ciando conforme nos avecinábamos al mar. Como las cinco
serían cuando divisámos ya el choque batallador de las
aguas del río con las poderosas olas del golfo. Nuestros bogas, en número de cinco, eran muy baquianos en estas tremendas luchas con el océano; sin embargo se notaba algo
de serio y solemne en su continente, que revelaba que 1.a
salida al mar iba a ser un certamen de destreza, valor y serenidad.
Viendo en nuestros rostros y aun en nuestras palabras
el temor y angustia, trataron de infundimos valor, asegurándonos que aquello nada tenía de extraordinario y peligroso y que en breve salvaríamos aquellas montañas dè
agua que parecían venírsenos encima, y que iban a sepultar
nuestra pequeña embarcación bajo una inmensa mole. Y
henos, merced a la ligereza y diestros golpes de los remos,
saltando de lomo en lomo de las soberbias olas, cual si fuéramos por los aires; no pudimos salir, sin embargo, del
rudo combate sin recibir. hasta por tre'3 veces, un bautismo
completo de inmersión; pero no hubo que lamentar sino
la mojada tan a deshora y el miedo consiguiente.
Mientras así luchaban victoriosamente nuestro bote y
sus denodados capitanes, yo, aterrado más que el Padre
García, comenzé a rezar salves, letanías y otras oraciones 3.
-- 33 -
toda prisa. Así pasó aquel terrible lance, en que de veras
estuvo a punto de naufragar nuestra navecilla si no llevara
bogas tan esforzados y serenos en el peligro. Y entrámos
en el mar agitado sí, pero no aterrador como en la entrada;
entre vaivenes más acompasados y siempre violentos, proseguímos nuestro viaje cerca de la costa, y sin mayor percance llegámos a las siete de la noche al puerto de partida.
Gracias sean dadas mil veces al Inmaculado Corazón
de María, que en trance tan arriesgado gobernó nuestra
barquilla y nos condujo por medio de la borrasca, sanos y
salvos, a ocupar nuestra desvencijada morada, que era, sin
embargo, de las más amplias y aireadas del caserío.
El día que siguió a nuestra llegada fue de descansa,
trazando el plan de 10 que cada uno había de hacer al día
siguiente.
VIII
F.('()s de
Espl\ña--~u~st.ro
gozo I'll un poz().-Pernlcioso
hist.óriC'o-F,'ut.os I'spll'Îtullles.
huéspcd-Rasgo
Es el caso que nos encontrábamos a pocas horas de distancia de la famosa ciudad de Santa María de la Antigua,
una de las primeras ciudades de la conquista y residencia
del primer Obispado que se estableció en tierra firme en
todo el Continente americano; nuestra curiosidad, al par
que nuestro patriotismo, nos aguijoneaban para que fuéramos a besar aquellas venerables ruinas, regadas, tántos 3iglas hacía, por el sudor y hasta por la asngre generosa de
los héroes de la Conquista. Un ladrillo, una teja, una piedra, un recuerdo cualquiera que pudiéramos desenterrar
entre aquellos escombros, era para nosotros algo sagrado,
venerable y querido, que nos estaba pregonando la fe inquebrantable, las épicas hazañas, la contextura férrea, el
arrojo sin igual de la raza más indomable y creyente que
ha pasado por los caminos de la humanidad. Alentados con
estas y parecidas razones, resolvimos que al día siguiente
el Reverendo Padre García, más joven y esforzado para las
íatigas del viaje, hiciera esa sagrada peregrinación, mientras el que suscribe, que muy poco valía para caminar a
pie, se embarcaba con el mismo rumbo, con el fin de celebrar un matrimonio, según se había convenido en U nguía.
Misiones ùel Choc6-3
- 34-
Pero "el hombre propone y Dios dispone, viene el indio y 10 descompone"; nosotros, en vez de decir como dèdan los antiguos conquistadores, debemos añadir: "viene
la fiebre y 10 descompone," porque llegada la mañana, el
Reverendo Padre Francisco García sentíase muy cansado
y con todos los síntomas de fiebre; por 10 cual, a pesar de
sus entusiasmos y alborozo con que había aceptado tan
honrosa comisión la víspera, hubo de desistir y quedarse
tn cama. Yo emprendí mi macrha en el botecito, y en unas
dos horas largas me condujo al lugar donde debía tenerse
el matrimonio. Nada que sea digno de especial mención
ocurrió en la travesía ni durante el día.
Sólo añadiré que para llegar al punto citado hube de
atravesar un estero o brazo de mar, donde aún hoy día se
ve la huella de aquella raza de titanes que descubrieron un
mundo y 10 conquistaron para Jesucristo. Al lado del estero que da al mar, yérguese un montículo que aquí llaman
Periquitón de Tarena, como ciento cincuenta metros sobre
el mar. En la cima tenían los españoles montado un cañón
de unos dos metros de largo y con una boca de un diámetro de ciento treinta milímetros; este cañón tenía como
objetivo defender a un mismo tiempo la entrada en el golfo
y la boca más grande del Atrato, llamada Tarena.
Desde esta fortaleza, atravesando el brazo de mar,
construyeron los españoles una calzada de piedra que iba
a terminar en la ciudad de Santa María de la Antigua.
El cañón famoso fue desmontado, si vamos a creer a
los moradores de los caseríos vecinos, no hace muchos años,
y añaden que fue conducido a Quibdó; aquí estuvo, a la
puerta de la casa cural, hasta que el Reverendo Cura párroco, Padre Nicolás Medrano, 10 hizo conducir a una colma vecina a la ciudad, que hoy se llama de la Virgen, y
montado en su cima en 1922, sirve para solemnizar con sus
tremendos estampidos las solemnidades populares.
La calzada se ve todavía en el estero, sobre todo en la
marea baja, casi a flor de agua, y no sería obra difícil desescombrarla hasta la ciudad de Santa María de la Antigua.
Sirva este rasgo histórico de desquite a las noticias que
de su visita nos hubiera traído el Reverendo Padre García.
A mi vuelta por la tarde encontré al Padre, al igu3.1
que al acólito, con algo de fiebre todavía.
Al día siguiente administrámos el santo bautismo a un
gran número, 10 mismo que la confirmación; bregámos por
arreglar algunos matrimonios, pero nuestras industrias salieron fallidas, pues los de Titumate no estaban tan bien
dispuestos a seguir los consejos del Padre como los de Unguía.
Vimos ya que nuestra permanencia no tenía objet.>,
dimos por terminada nuestra visita y nos preparámos a
salir al día siguiente para Acandí.
IX
Rumbo
a Aeandí-TemibIe
anl'Îanll-Xucstt'a
en<,migo-:\nioo
incsp<'I'lHlo-El
mOl'ada-l~t'o~'<,eto de <,apilla.
beso de la
Para llevamos a Acandí había venido un señor que
tenía muchas ganas de casarse; tántas, que vino él personalmente a llevamos con su propio bote. Nos embarcámos
rumbo a Acandí, siempre costeando y contemplando los
muchos arrecifes en los que pudo haberse hecho pedazos
nuestra embarcación la noche tempestuosa en que llegámas a Titumate. Bendito sea Dios, que no 10 permitió.
Poco hay que decir de nuestra jornada de este día: 10
único digno de mención y que estuvo a punto de ocasionamos un serio disgusto y hasta el naufragio, fue el asalto
de un pez muy fiero que iba siguiendo nuestra barquichuela. Sucedió que el Reverendo Padre García, que todavia
no había convalecido de sus fiebres, iba medio dormitando
y con una mano colgando fuera de la nave, a flor de agua.
El piloto gritó alarmado: "Padre, retire la mano." Yo
mismo, asustado, le dije al piloto: "Pero hombre, ¿qué es
lo que ocurre?" "Ay, Padre, es que una sarda estaba ya
para morder la mano del Padre García, si no la retira inmediatamente." Y prosiguió nuestro avisado peón, exponiéndonas el riesgo que habíamos corrido de que aquel voraz
animal, al arrastrar al Padre por el brazo, hubiera volteada
también el botecito. Nuestra impresión, como se deja entender, sobre todo del Padre García, fue espantosa y durldera, y ya nadie pensó ni en dormir ni sacar las manos
fuera de la embarcación. El susto y el calor aumentaron
algo la fiebre del Padre. Pasado este percance, llegámo:;
a la boca del río Acandí, que da el nombre al caserío, como
a las siete y media.
-
36 --
Nadie nos esperaba ese día; así que nada había preparado, ni se presentó nadie al puerto a recibimos. U no de
nuestros bogas nos condujo a la casa del señor Comisario o
primera autoridad del lugar, quien nos recibió con señal~s
de mucho afecto, y empezó a dar órdenes para que se nos
preparara alojamiento bueno y algo de cenar.
Mientras se reunían algunas personas, enteradas ya de
nuestra llegada, se acercó a nosotros una viejecita, y con
extremada veneración y cariño, tendiónos los brazos, y en
ademán de abrazamos, dianas un beso en medio del pecho
a los dos Padres, colmándonos al propio tiempo de bendiciones y como fuera de sí de contento.
Tomado luégo un pequeño refrigerio, nos llevaron a
la casa que por aquella noche había de ser nuestra morada,
la cual. si no era lujosa, era amplia y más cómoda que cuantas habíamos tenido en la costa.
La noche se nos hizo corta, según era el cansancio y
la tranquilidad de nuestro sueño.
Apenas despiertos, empezámos a preparar el altar en
la misma habitación, porque es de saber que en ninguno de
los caseríos de la costa existe capilla ni casa curaI. Celebrámos la santa misa con alguna concurrencia, a la que
advertímos el fin de nuestra visita y el gran deseo que teníamos de que se aprovechasen de nuestra venida para rècibir los santos sacramentos.
Desayunámos y salimos a conocer el caserío, que cuenta unas ciento veinte casas pajizas en su mayoría; el piso
de las calles es arenisco, por lo cual resulta seco y más
sano. Viendo que nuestra residencia primera quedaba algo
retirada del centro, manifestámos nuestro deseo de vivir en
otra capaz y que estuviera mejor para que la gente pudiera
concurrir; nos señalaron la casa mejor del pueblo, dánd:Jnos dos habitaciones distintas y capaces: una para capilla
y otra para dormitorio, propiedad de un hijo de aquella
buena viejecita que con tales demostraciones nos había
recibido. Tomada posesión de nuestra nueva casa, dimos
comienzo a nuestras apostólicas tareas. Ante todo hablámas con algunos de los principales para exponerles la necesidad de organizar los trabajos para la construcción de
una capilla, a cuya invitación respondieron todos con muy
Duenas palabras y deseos, y se nos dijo que ya había un
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37 -
lote de terreno destinado para ese fin en el mejor sitio del
pueblo. Mas la enfermedad del Padre García, que me dejó
solo para todos los trabajos, y el haber de acortar nuestra
permanencia por el mismo motivo, impidió que estos propósitos se empezasen a realizar. Y es de advertir que en
estas regiones es inútil dejar disposiciones para ejecutar
trabajos de iglesias y casas curales, porque si el Padre no
está animándolo todo con su presencia y actividad, nada
il€: hace.
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E¡,¡taIlo mor'ul de Al'un<lí-TllI'('as
evangélil'as--EI
Padr'(~ Gania
('nfermo,
l,úl,,'l'illll\N dt' la ¡,¡anta anciana
sobre el enfcrn,o-Prcste,
lIIúsi('o ~' ('lUItlll'
pU ur;1I !)Ïeza-IAls
S"nto,. SilllCOÚII)' Alla,
El pueblo de Acandí, como todos los de la costa, ya
por la condición de muchos de sus habitantes, que andan
vagando de una a otra parte, ya también por la escasez de
clero, ya también por las serias dificultades que ofrece su
visita, es generalmente libre en sus costumbres, indiferente
para las prácticas religiosas y falto de aquel respeto y veneración al sacerdote que distingue a los moradores del interior del Chocó. Sin un milagro no había derecho a esperar grandes frutos de la gracia de Dios sobre aquellas almas,
Así fue que uno solo, entre tántos que vivían mal, arr·:;gló su estado ante Dios; se administraron no pocos bautismos, se administró a muchos más la confirmación, se les
bendijo el cementerio, que había sido profanado por el en·
tierro de un protestante.
Pero si el pueblo no recogió todos los frutos que eran
de esperarse de la visita de los enviados de Dios, en cambio
los Misioneros tuvieron bastante que ofrecer a Dios. El Padre García apenas tuvo dos días, de los nueve que pasámos
en Acandí, libres de fiebre; éstas le acometieron con tal
furia y acompañadas de vómitos biliosos, que le hicieron
padecer muchísimo, a pesar de los solícitos cuidados de la
señora de la casa y de nuestra famosa viejecita,
Ella cuando supo que el Padre estaba enfermo preguntóme si podría verle, y entrando a la habitación se acercó a
su cama, llorando como una Magdalena al contemplar los
sufrimientos del enfermo; era de verla con su rosario en la
-
38-
mano, pidiendo a la Santísima Virgen que devolviese la saIud al enfermo. Por mi parte, también me tocó ofrecer algo
a Dios, pues la comida algunas veces era escasa y no exquisita.
Para el último día teníamos comprometido cantar un
funeral; mas como el Padre García no estaba para músico
y el acólito con dificultad sabía responder semitonado, mejor diré, desentonado, hube de hacer a un tiempo de preste
V de cantor, por no dejar disgustada a la familia que me
había cuidado al Padre García.
Ese mismo día me ocurrió un caso enternecedor. Presentóse la víspera un anciano, diciéndome que quería confesarse; yo, que me encontraba muy cansado del trabajo
é:,brumador del día, díjele que estuviera a punto al día siguiente por la mañanita, que entonces lo confesaría; apenas abrí las puertas, ya topé a mi viejo, quien después de
un respetuoso saludo, me dijo que ya estaba preparado para
confesarse; sentéme en una silla, y el buen hombre, hecha
con mucha reverencia la señal de la cruz, se me acercÓ y
me dijo: "Bendito sea Dios, que me concede la dicha de
postrarme a los pies del bendito sacerdote, después de diez
y ocho años que no lo había podido hacer, para que me dé
su bendición, y así, ya pueda morir tranquilo." Eran tan
grandes y sinceras las señales de alegría que daba el santo
varón, oue creía oír en sus palabras un eco fiel del cántico
de Simeón al contemplar al Salvador. Apenas le di mi bendición con toda la efusión de mi alma, me dice el viejo:
"Padre, también quiere confesarse mi mujercita; pero como
no está tan fuerte como yo, no ha llegado aún; si tuviera Id
bondad de una esperita"; y mientras él decía estas palabras,
llegó a mis pies una venerable anciana, la cual, antes de
empezar SLl confesión, no se hartaba de dar gracias a Dios,
como 10 h3.bía hecho su marido, porque le permitía arrodillarse a los pies del sacerdote antes de morir, y que ya moría contenta, recibida la bendición. A la verdad que fue
tan grande la satisfacción que yo sentí cuando hube dado
1a bendición a aquellas dos almas predestinadas, que di por
bien empleados todos mis afanes, sudores y fiebres.
Realmente hubiera convenido permanecer algunos días
más en el caserío, y acaso algunos se hubieran preparado
para arreglar su estado; pero veía con pena que el Padre
- 39-
García cada día iba perdiendo fuerzas, y aunque las fiebres
no eran subidas, la debilidad y agotamiento eran grandes.
por lo cual resolví dar por terminada nuestra excursión
por la costa, la cual no había llegado a su mitad. Y fue
providencial mi resolución al parecer, pues al día siguiente
partía para Turbo una barquetona, en la que con menos incomodidades que en un pequeño bote, podríamos hacer la
travesía del golfo, hasta Turbo, donde esperaríamos el buque que nos trasladaría a Quibdó.
Hablé con los dueños de la embarcación, que eran unos
americanos, los cuales gustosos se prestaron a damos pasaje. No hubo más ya que arreglar nuestros bártulos y despedimos del pueblo, sobre todo de nuestra viejita, la cual
nos despidió con las lágrimas en los ojos y con la misma
muestra de reverencia del beso en el pecho, según lo había
hecho a nuestra llegada.
XI
Viento l'Il popa-El
lIuu'co-('onsolllllol'US
espPI'anzlIs-Tul'ho
a la vishl.
¡\diós dllh't>s i1uslones-1\'"oche penosa y cnsuPlios tmllOl'(lsoS-LlI día cu la
11I'uebll.--Auglll'Ïcs faticlkos-~uestl'o
"aumblc" ('lIllltiin-Vlllllos
It CIU'tagena-A
las muzlI)oI'I'l\s-HOJ'as
do mortal ZGZO{)I'II-Hobl'cvh'lIc la (~a\m~,
Eran como las nueve de la mañana cuando, después de
nuestra despedida, dejámos atrás el río Acandí y nos internámos en el mar, que en esos momentos quiso mostrarse'
bonancible con nosotros; efectivamente, la brisa soplaba en
toda la popa, por 10 que empezámos a caminar con regular
,elocidad y con la esperanza de llegar por la tarde a Turbó),
fin de nuestro viaje.
A pesar de que, como he dicho, el mar nos mostraba
su rostro risueño, el Padre García, por su extremada debilidad, y yo, por mi mala costumbre, nos mareámos bastante; sin embargo. el viaje era agradable, porque veíamos en
él el término de tántos sufrimientos. A la hora conveniente
y para hacer rostro al mareo, tomámos nuestro piscolabis;
era nada menos que un pollo, que en el momento de salir
había regalado un alma buena para el Padre enfermo.
Caminaba nuestra barquetona muy a su placer con
viento fresco que henchía las velas, cuando a eso de las cuatro de la tarde, mientras nos regalábamos con el pensamien-
- 40-
to y casi con la vista del puerto final, se trastornó el tiempo,
el viento sopló enteramente de proa y muy reciamente, con
los rudos vaivenes que son de suponer; así y todo, la vecindad de Turbo nos hacía olvidar del mareo, y menos pen·
sábamos que nuestra embarcación pudiera estar a riesgo d~
. hundirse. Y era así que nuestro capitán dio la orden de
detener la marcha y arrojar las anclas y tomar otras medidas de seguridad.
Eran como las cinco cuando esto sucedía, cortando de
un golpe nuestras dulces esperanzas de descansar esa noche en Turbo y poder celebrar al día siguiente el santo sacrificio de la misa, pues era primer viernes del mes de julio.
Resignadamente aceptámos también esta prueba y nos preparámos para otras que la noche sin duda nos traería.
Fuera del balanceo, que era más de lo que nosotros
deseábamos, tendríamos que aguantar la grave incomodidad que resultaba de tener que meternos en las bodegas
hediondas y extremadamente bajas, y acomodar sobre los
sacos de coco y otras mercancías nuestro nido para pasar la
noche; al Reverendo Padre García, como a más delicad;)
y necesitado, le acomodámos sobre algo que parecía un colchón, yo con el acólito buscámos en aquel montón de trastos un rincón o albergue que no nos despedazase tánto las
espaldas, merced a la violencia de los vaivenes; en tan delicado lecho íbamos a pasar la noche, si acaso alguna ola feroz no tenía el mal gusto de acortamos a un mi~mo tiempo
la noche y la vida. Quién dijo sueño en esas mazmorras; y
oyendo crujir el maderamen y los golpes con que reciamente azotaba la lluvia tempestuosa la cubierta de nuestra
barquetona.
Creo que nuestros lectores imaginarán cuáles pensamientos cruzarían durante toda la noche por nuestra aterrada fantasía, y que más que en dormir, suspirábamos por que
amaneciese y Dios amansase los bravos asaltos del mar a
nuestra frágil barquilla.
Amaneció, aunque más tarde al parecer que los otros
días; el viento no era tan furioso, y concebímos alguna esperanza de que llegaría la calma y nos permitiría. seguir
nuestro interrumpido viaje; pero con esa confianza se nos
iban pasando las horas; no se sabe qué monstruo soplaba
tántas horas y tan fuertemente; porque sucedió que llegada
REVERENDO PADRE JOSE URRUTIA
Murió en Quibdó el 17 de noviembre de 1918.
- 41media tarde arreciaron las olas, y con ellas las convulsiones
y sacudidas de nuestro barco. hasta tal punto que acercándose a nosotros el capitán, a eso de las cinco de la tarde,
!\oS dijo resueltamente:
"Si permanecemos aquí media
hora más, el buque se hunde; deseo saber a qué puerto les
conviene a ustedes arribar." Asustado por tan terminante
como terrible declaración, díjele el puerto que me pareció,
si era posible . No me contestó; pero debió creer que yo
trataba de burlarme de él o algo parecido, porque apenas
fe había separado de nosotros algunos pasos, exclamó airado: "Esos Curas .... ojalá se mueran todos." Era un gran
consuelo, en medio de tan temibles riesgos a que teníamos
expuesta la vida, saber a quién la teníamos encomendada,
y lo que podíamos esperar si llegaba la catástrofe que tan
de cerca nos amenazaba. No sé qué. diría nuestro amigo el
capitán a los dueños de la barquetona, quienes en su confortable camarote y arrellanados en mullidos colchones veían
pasar la tormenta; porque ellos, corteses, menos en lo dè
ofrecer una cama al Padre enfermo, vinieron y me dijeron:
"Padre, nosotros no queremos mover la barquetona sin saber a qué puerto desean ustedes ir"; bien escarmentado
por mi respuesta al capitán, rendíme a discreción y les contesté: "Llévennos al puerto que quieran, mientras se salve
la tripulación, pasajeros y buque." Respondieron que el
rumbo de Cartagena era el único seguro. Y empezó la marinería con gran trabajo y no poco peligro a recoger las
anclas, y nuestra embarcación a agitarse más de lo ordinario. Nosotros en esos momentos ya nos habíamos metido,
como Jonás, en las bodegas, pues que era punto menos que
imposible mantenerse ni siquiera recostado sobre cubierta,
sin peligro de rodar, como una pelota, al fondo del mar.
No supimos más de lo que sucedió el: cubierta hasta el día
siguiente; eso sí, pasámos hasta media noche en un zarandeo brutal, con la zozobra que los horribles golpes de las
ondas en los costados de la embarcación causaba en nuestro
ánimo aterrado, con la inseguridad que no sabíamos cuál
ola había de partirIa en mil pedazos y lanzamos en las fauces horribles del abismo o de algún sanguinario tiburón, de
que este golfo abunda en demasía. Muchas y muy variadas
~ran nuestras plegarias, y sin peligro de orgullo diré que
tueron hasta fervorosas, inclusive. O merced a estas ora-
-4-2-
ciones, o porque, como dice la gente por aquí, no nos convenía morir aún, escapámos de las zarpas de la muerte,
porque como a eso de la media noche advertí mas que nuestra barquetona tornaba a recobrar el juicio, que antes tenía
perdido al parecer, como un borracho. Hasta creo que cediendo al extremo cansancio y con la satisfacción de haber
desaparecido el peligro, dormímos algo, ya vencida la noche.
XII
Sosiego y 1L1}('tito--PI'ovisiom's llgolmlas-I'a
Providl'ncill-L('nlo
naVC~~ll",
Nodl<~ espli'llditla-Soñando
ell la IUlla-Risueño
mnam'('('I'-Sah't'.
<,"t.l'eIla
dI' k-s mal'es En la hl'I'OÎ<'a('/\I'lagena -- J)l'spetlida )' gl'atitud Hilda
SaI~l{)TOl'ihio-Bulel'
SOl'IIl'~a,
Al amanecer que siguió a la noche tormentosa, vimo3
con sorpresa que nos hallábamos frente de Isla Fuerte, y
con una mar que parecía también rendida por el cansancio
de la tremenda agitación pasada.
Hay que hacer notar, antes de pasar adelante, que durante el día que permanecimos anclados y noches siguientes, apenas tomámos alimento, mareados completamente.
Este día, que era la fiesta de la Visitación de la Santísima
Virgen, quiso la buena Madre damos reposo, y como la mar
andaba sosegada, y de consiguiente se había curado la enfermedad del mareo, entrónos alguna gana de comer.
Pero, ¿y qué comíamos? Nuestras cortas provisiones,
que estaban medidas para un día, tocaban a su fin. Tratámos, como vulgarmente se dice, de engañar el hambre, y
con una tacita de té que generosamente nos ofrecieron los
americanos, pasámos has:a el mediodía; a esa hora, viendo
nuestros amos que no habíamos hecho preparar nada, porque efectivamente nada llevábamos, nos ofrecieron un platito de arroz, que mucho agradecimos, y con él mezc1ámos
cualquier pedacito de pollo que nos había sobrado el primer día; hasta el Padre García, a quien parece le iba aprovechando el viaje por mar, tomó con gusto el alimento, que
hacía unos doce días no arrostraba.
Ese día navegámos sin pelo de viento, y de consiguiente, muy perezosamente; pero nosotros, recordando el pasado, parece que no nos dolía la demora, mientras nuestro
caminar fuera tranquilo. Nuestra cena, quitado el pollo, fue
--- 43 -
de caridad, y tan abundante y regalada como había sido la
comida.
La noche se nos presentó con toda la claridad de la
luna llena; no pensámos, como en las noches anteriores, en
metemos en nuestras mazmorras, sino que tendimos nuestras ropitas sobre cubierta, donde sosegadamente y sin tèmor nos acostámos. El sueño de esta noche sí que fue sin
espantos ni congojas; no fue profundo, más bien ligero,
como requería la cena pasada. Ya decir verdad, había momentos en que la suavidad y el hermoso centellear de la
reina de la noche, nos hacía recordar cuán verdadera es ~a
palabra de los libros santos, cuando dicen ser María bell3.
como la luna.
Amaneció, y nuestra embarcación parece que también
se detuvo a descansar, según era corto el trayecto que habíamos recorrido durante la noche; amaneció, repito, y una
ráfaga de alegría iluminó nuestro semblante, algo desmèdrado por la falta de sueño y de alimentos; es que Cartagena estaba ya cerca; íbamos, dentro de breves horas, a dar
una dulce sorpresa a nuestros hermanos los Misioneros de
Santo Toribio, con nuestra súbita aparición en la puerta
de la casa, y ya nos recreábamos en las demostraciones de
alegría, compasión y solícitos cuidados de que seríamos objeto.
Con tan sabrosos comentarios entreteníamos el tiempo, cuando apareció a nuestra vista la colina santificada por
la veneranda imagen de Nuestra Señora de la Popa. Con
qué efusión y profunda gratitud entonámos la Salve a la estrella de los mares, nuestra bienhechora y guía de nuestra
arriesgada peregrinación.
Cuando ya nuestra barquetona arrimó al muelle, antes
àe saltar a tierra, nos presentámos a nuestros bienhechores
y les demostrámos con las palabras más expresivas que pudimos nuestro agradecimiento; no recuerdo si fuimos también a los pies de nuestro amable capitán a desearle toda
clase de bienes, más cristianamente que él nos los había deseado a nosotros.
Pisámos tierra, y en el momento sentímos algo así
como una corriente de tranquilidad y seguridad, una sensación inexplicable para quien no se ha visto en medio de
los peligros de que nosotros acabábamos de salir. Nuestras
- 44-
piernas se resistían a tirar para adelante, faltas de costumbre y encogidas tántas horas en las nauseabundas bodegas;
tomámos pues un coche de punto que nos conduje::;e a Santo Toribio, residencia de los Misioneros del Inmaculado
Corazón de María; eran las once y media; los íbamos a
sorprender en la comida, que no era en verdad mala coyuntura para nosotros.
XIII
Encuentro emoclonant<.'-J,a
('ul'idud rdi¡;iosll-Tmllud
lo que os pu"i(~t'on
dt'llulte--:\Iucho
quedl> 1)(Ji" hacl'l'--l\lm,ho <¡u<'dóparll Hllfl'Ï1'-Adorando IOl:!
Dlisterios de la gl'acia-Graclas
por habel'nos sacudo <It' t{intos peligl'os.
Un conjunto de afectos los más vehementes, de sorpresa, curiosidad, compasión y alegría sintieron nuestros
nermanos de Cartagena al vemos aparecer en media dè
ellos, sin saber por dónde, ni cómo, ni porqué habíamos
llegado a la ciudad desde el Chocó. Entonces comprendimos el valor de la caridad religiosa y cuán pronto recompensa Dios y cuán cumplidamente los sacrificios que por
su gloria se pasan.
Como por ensalmo aparecïó ante nuestros ojos una
mesa, cuyo mayor regalo era el cariño con que había sido
preparada. Se deja comprender la avidez con que nos abrumaban a preguntas relacionadas con las circunstancias de
Luestro viaje y llegada inesperada; la fruición con que íbamos refiriendo nuestras aventuras marítimas, y las varias
emociones que experimentaban nuestros buenos hermanos; ellos que nos escuchaban como quien escucha una
aventura maravillosa y con caracteres de trágica, y nosotros
que sentíamos necesidad de desahogar nuestros pechos d~
tan recias emociones; con lo cual sucedió que sin damos
cuenta de lo que nos iban poniendo delante, cumplí mas
como nunca el consejo evangélico de comer lo que nos preœntasen en la mesa.
Con una siesta, a la que no se señaló otro límite que el
que reclamaran nuestros miembros cansados, podemos dar
por terminada esta famosa excursión apostólica.
No quiere esto decir que ya hubiéramos recorrido y
visitado los caseríos que al salir de Quibdó nos habíamos
propuesto, sino qúe nuestras energías físicas estaban ago-
- 45-
tadas, y el paludismo iba a empezar su obra de destrucción.
Las fiebres violentas, la inapetencia, la descomposición en
las funciones digestivas, y como consecuencia, una debilidad extrema, habían de ser los achaques que nos habían de
é.lcompañar por más de seis meses, a pesar de haber buscado
un clima benigno, como el de Bogotá.
Allá en el golfo quedaron los buenos moradores de
Turbo, esperándonos para que fuéramos a dar comienzo a
los trabajos de la iglesia; los de Nicoclí, a quienes en rehenes habíamos dejado parte de nuestras ropas; todos los
moradores de la costa oriental del golfo, junto con los habitantes del río León, nos aguardaban con ansia y con
deseo de aprovechar la visita del Ministro de Dios, que hacía años no habían visto.
A nosotros nos resta únicamente adorar los secretos
juicios de Dios, que a unos pueblos reparte copiosamente
sus dones, mientras a otros los deja abandonados en las tinieblas de la ignorancia y del vicio.
iAlmas que sentís arder en vuestros corazones la llama de la caridad y del celo por la gloria de. Dios y bien del
¡:rójimo! A vuestras oraciones y sacrificios deja Dios encomendadas tan gran número de almas; y si vuestro estado
ú el grado que ocupáis en la santa Iglesia no os permite correr en busca de la oveja perdida, sed como los ángeles custodios, quienes mientras contemplan a Dios, oran y velan
por los hombres que tiene encomendados.
FRANCISCO
GUTIÉRREZ,
Prefecto
C. M. F:.;
Apostólico.
IV
CARTA
FAMILIAR
DEL REVERENDO
PADRE
VIRGINIa
BELARRA
Ya saben nuestros hermanos Misioneros (a quienes
va dirigida esta carta) por el informe oficial, la grande extensión de nuestra Prefectura; si bien ahora (a mediados
de 1917) le han quitado la parroquia del Carmen, agregánaola a la Diócesis de Jericó y encargándola a nuestros Padres de aquella casa.
Y para tánto caldo, tan poca carne. Para tánto terreno,
para tánta mies, tan pocos operarios, pues en la actualidad
no somos más que once obreros en este vasto campo.
Nuestro trabajo ya saben en qué consiste: bautizar,
casar, confesar, predicar, y sobre todo visitar los pueblos,
recorrer los ríos y asistir, siempre que nos llaman para los
últimos sacramentos, que es lo más trabajoso.
La ciudad de Quibdó tiene más de tres mil habitantes:
blancos y de color; de ambas clases, comerciantes; siendo
los más fuertes, entre ellos, los que aquí pasan por turcos
o sirios. La vida de esta población es comercial. Las telas
.¡ los comestibles les vienen de Cartagena, en la actualidad
por dos buques, habiéndose echado a perder otros dos en
poco tiempo. Por ahora uno solo hace de correo, y com')
ãnda a paso de tortuga, lo recibimos una vez al mes, y aún
gracias. Hace poco tiempo que comenzó a navegar por
este río otro barquito, cómodo, bonito y rápido, haciendo
un viaje a Cartagena cada quince días, empleando de Cartôgena a Quibdó unos cinco días, ya la vuelta de dos a tres
días. Es el que más cuenta nos trae. Hé aquí toda la marina mercante. De manera que si uno no puede escribir en
un viaje, ya sabe que hasta otro mes .....
Al principio, como ya les dije, me pusieron de sacris1án de la parroquia y visitador de los pueblos y ríos más
cercanos; pero el mucho trabajo de fuera de la ciudad hizo
que más tarde me descargaran de toda ocupación en casa;
~)ormotivo de que a la hora menos pensada me llaman dê
10s pueblos.
COMUNIDAD DE ISTMINA-1924
Sentados: Reverendos Padres Virginia Belarra
y Andrés Vilá.
De pie: Hermano José Benet.
-- 47 -
En el pueblo de Neguá, donde está, según dicen, el or0
mejor del mundo, comencé una casa curaI para cuando
vaya el Padre Misionero. Dicho pueblo, antes grande y comercial, ahora ha decaído por completo; este año le han
quitado la escuela. En este pueblo tan desmoralizado he
levantado yo la casa para el Padre; y no crean que sea tan
pequeña, pues tiene unas diez y siete varas de largo por ocho
de ancho. He tenido que luchar mucho y constantemente,
y recoger yo mismo la limosna por los ríos y en el mercado. Pero adviertan que me idolatran, teniéndome en muchísimo aprecio, porque ellos ven que los quiero y me intereso por elios . Yo les grito, les amenazo, etc., y ellos todo
me 10 toman a bien. Si me piden un baile (pues nunca
suelen bailar sin mi permiso), si me parece bien se 10 concedo, y otras veces se 10 niego. Muchas veces, cuando están bailando, voy de incógnito, cuando menos piensan; y
iaquí fue Troya!, las mujeres se escapan como sabandijas
a esconderse. Siempre que voy, ya se supone que les pongo
una cuota para la casa curaI, y que si no me la pagan ya no
bailan más; y ¿qué van a hacer los pobres? Poco a poco
hemos ido reuniendo plata,· y la casa está ya para terminarse. Los mandé recoger palma para las paredes, y viendo que tardaban en recogerla, les he escrito que como no
me la reúnan toda para primeros de diciembre, no voy a
hacerles las fiestas. Este pueblo fue el que presentó al Reverendísimo Padre Prefecto varios memoriales pidiéndolè
que me dejara todo el año en el pueblo; que ellos se comprometían a mantener me, etc., y ahora ya la gente m;=
llama el Cura de Neguá.
Pero no sólo un pueblo, varios pueblos son los que están a mi cuidado, y todos me quieren tener siempre.
Actualmente se está formando un pueblo de mucho
porvenir, abajo de Quibdó, a las orillas del Atrato, donde
estoy dirigiendo una iglesia a la Virgen de las Mercedes.
La tengo ya techada toda de cinc y pienso que para Semana Santa la tendré ya acabada y celebrar allí las fiestas del
pueblo. Aquí, cuando llegué la primera vez, tuve yo mismJ
que coger el machete y roturar el monte, porque la gente
no trabajaba; cuando hé aquí que uno de los vecinos salta:
·'A trabajar muchachos, ¿no veis cómo trabaja nuestro
Dios?" A cada paso estoy oyendo cómo me tratan de Dios,
- 48y que todas las palabras que salen de mi boca son para ellas
sagradas o poco menos.
Hace tiempo me habían hablado de hacer un pueblo
en un río llamado Munguidó, río de los más poblados y ricos, como he tenido de ver en una excursión que he hecho
por él. Viniéronme a buscar, cuando menos pensaba; y
aunque con algún temor, por hallar me algo enfermo, fui
allí, porque la gente estaba ya reunida esperándome para
deliberar dónde se podría emplazar el poblado y edificios
proyectados. Salí con mis cuatro peones, y en un día negámos al lugar señalado. Pero llegué con fiebre, y mucho
temí que tendría que volverme sin ver siquiera el terreno;
pero me acosté en un catrecito que tenían, y bien arropado,
pude sudar un poco, con lo que se me quitó la fiebre; al día
siguiente, aunque con dificultad, pude decir misa y subir
con una canoa hasta el punto donde se ha de emplazar ~l
pueblo, que según me dijeron viene a caer como a la mitad
del curso del río. Hay que advertir que las gentes, por lo
común, viven en sus fincas sin tener poblados; así pues
tratóse de juntarIas, porque era menester oír el parecer de
todos, para esto se habían reunido. "Primero que hable el
Padre, decían algunos jóvenes, y luégo que hable el Concejo." Visto todo y aprobado, procedí a la compra del terreno y a señalar el lugar para el pueblo, iglesia y cementeria; que por cierto es un bosque bien grande. Bien necesita esta gente este beneficio, pues cuando muere alguno,
han de emplear hasta tres días para llevarIo hasta Quibdó.
No es de extrañar, por tanto, el grande entusiasmo reinante
en todo aquel río para tener su iglesia y su cementerio.
Al día siguiente subí por el río hasta una casa grande
para la reunión de la gente; allí pasé la noche y todo el dia
siguiente para instruír y catequizar, con intención de llegar
al otro día hasta donde viven los indios; mas a eso de las
tres de la tarde me repitió la fiebre con mucha intensidad,
la que si bien se me quitó y pude aún celebrar la santa
misa, creí prudente despedirme de aquellas gentes y regresar a Quibdó.
La gente del río es naturalmente buena; pero son más
los amancebados que los casados. Por ahora debe ser éste
el río más rico del Chocó por la agricultura, pues mientras
(jtros pasan hambre, ellos son los dueños de la comida, abas-
-
4<)
--
teciendo casi ellos solos a Quibdó y a varios pueblos, de
plátanos, maíz, etc . Yo no he visto fincas mayores ni más
hermosas en ningún río; y sin embargo, aún me decían:
"Padre, esto no es nada; lo mejor está en las quebradas
adentro. "
Hay algunos que esconden toda la plata que consiguen,
. en un lugar que nadie sepa, enterrando a veces miles y miles; de ahí que se den algunos con tánto afán a buscar
entierros.
Los demás Padres también están muy ocupados. Ojalá
que fuese el número mayor.
U n Padre hace tiempo que está con los indios, a ver
E'l les puede hacer un pueblo y una escuela;
si bien es posible no sea de duración, pues les gusta mucho la libertad
y se cansan pronto de todo.
Aquí no se piensa en trenes, ni en automóviles, ni siquiera en carros; porque no los hay; y aunque los hubiera,
no podrían ir sino por las calles, por no haber carreteras.
Ahora se está abriendo un camino de Quibdó al Carmen, de mucho porvenir, pero de poca consistencia, a causa
:le las muchas lluvias, que todo lo destruyen.
Con que ya ven si estamos en el país del progreso.
Respecto al modo de ser de estas gentes, puedo decir que
~quí en Quibdó es muy corto el número de buenos cristianos; la mayor parte no se cuidan de la religión, ni van él
misa, ni confiesan, ni .....
Los de los ríos de suyo son más religiosos, hasta rayar
muchas veces en supersticiosos; pero aun cuando exteriormente parecen piadosos y devotos, la mayor parte vive
en mal estado, y hasta muchos parece de buena fe. Lo malo
es que uno les habla, les hace ver que su vida no es de buen
cristiano, que es necesario cambiar, ponerse en buen estado, etc.; a todo dicen que sí, que 10 harán, que así debe
ser; y una vez que el Padre se va .. " si te he visto, no me
v.cuerdo, y viven como antes; de aquí que se consigan tan
pocos matrimonios. Otros contestan a las amonestaciones
ciel Padre: "N o me nace."
Como viven en las orillas de los ríos y siempre tienen
que andar en canoas o en los bosques, de ahí que vayan
casi desnudos; en casa viven todos revueltos, y por est3.
causa hay muchos enfermos. (Esto en los ríos) ..
Misiones
ùel Chocó
-4
-
50 -
Cuando va el Padre las primeras veces por un río, le
llaman con mucho afecto y le regalan huevos, plátanos, frutas; de manera que cuando visité el río Munguidó volví con
mi canoa cargada, que parecía el arca de Noé.
U na de las cosas que más mortifica en las casas donde
uno se hospeda es que las más de las veces no hay ningún
lugar retirado donde uno pueda acogerse para mudarse la
ropa y otros secretos menesteres.
, Son en gran manera graciosas las salidas con que a uno
le sorprenden en su ignorancia.
Fui en cierta ocasión con el Reverendísimo Padre Pretecto a hacer las fiestas a un pueblo, y mientras apuntábamos los nombres para la confirmación, se nos presentó un
hombre con anteojos negros, y con gravedad me dijo: "Desearía me buscara, cuando vaya a Quibdó, mi fe de bautismo para saber mi edad." y como dijérale que él era viejo,
y sería algo difícil encontraria, "es que, repuso, me ha dicho el doctor Cirilo (un curandero del país) que busque
unos anteojos de mi edad y que así me curaré."
"Padre, ¿podría adivinarme mi edad?" Muy difícil es.
le dije yo. "Es que pensaba ir a Quibdó al médico, pan
que me dé unas gafas de mi edad."
Me ha pasado a veces, al escribir los nombres para las
partidas, preguntar cómo se llama la criatura, y responderme: "No, mi Padre, es machito"; queriendo decir que es
nmo.
Estaba confesando una vez a una anciana, y en medio
de la confesión, cuando menos pensaba, se pone a gritar:
"C~mila, cóge dos huevos del baúl para el Padre," y esto
vanas veces.
En otra ocasión estaba también uno de nuestros Padres
confesando a una mujer, y de repente grita: "Hijiá, vén a
coger esta gallina pal Cura."
En el pueblo donde fuimos con el Reverendísimo Padre Prefecto para hacer las fiestas, predicó un largo sermón
el Reverendísimo Padre sobre la Natividad de María (que
aquí llaman la Niña María), y como después preguntáramos a uno de los hombres mejores del pueblo sobre qué
había sido el sermón, respondió· con mucha prosopopeya:
"Nos ha predicado un sermón muy bonito sobre la virginidad de María."
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Cuando muere uno en los ríos, los parientes y vecinos
le hacen las novenas, que llaman ellos. Consisten éstas en
pasar toda la noche en una habitación, en donde tienen un
Santo Cristo, un San Antonio y todos los santos que poseen
con muchas luces. Si es la primera noche y el muerto está
en casa, la pasan cantando no sé qué coplas; y si es después,
rezan el rosario. Al amanecer cantan todos el A labado sea;
pero tanto este cántico como los demás son muy melancólicos; cada uno se va por el tono que le da la garganta, parece una olla de grillos. Gastan mucho en tales actos, pues
se bebe mucho café y se fuma mucho más, todo por cuenta
de la familia del finado.
Cuando muere un niño sin bautismo, le llaman Juan;
si es niña, Juana. Cierto día se presentaron a apuntar la partida de defunción; preguntados por el Padre cómo se llamaba el muerto, le dijeron que Juan. Al día siguiente s~
presentaron otros para apuntar la partida de un niño, muerto también sin bautismo, y preguntados por el nombre, resultó también llamarse Juan. Entonces se descubrió que a
todos éstos llaman así. Otros piden responsos para estos
Juanes. No ha faltado quien me ha ofrecido responsos para
San Antonio.
Confesé en días pasados a un mozo muy bien plantado,
y en el mismo día se me presenta con un papelito que decía: "Padre, deseo muchamente recibir la confección, comunión y extremaunción, porque así me nace."
En fin, si uno quisiera poner los episodios que nos pasan con estas gentes sencillas, sería negocio de nunca
acabar.
Ahora tengo que ir, por delegación del Reverendísimo
Padre Prefecto, a presidir los exámenes de niños en un
pueblo que se llama Guayabal, donde pienso permanecer
dos o tres días; luégo pasaré a dar impulso al pueblo que
marqué en el río Munguidó, y desde allí subirme hasta los
indios. Veré cómo salgo, porque ellos hablan poco el espaTlol, sino una lengua así como el vasco.
Pienso estar mucho tiempo fuera de casa, por lo menos más de un mes.
Llueve casi todos los días, hasta no poder más; de modo
que con mucho trabajo se puede viajar. í Mas es tánta la
mies! j Lástima que no podamos siquiera multiplicar los
- 52-
operarios! Les espantan a muchos los trabajos, pero es porque no han saboreado los consuelos con que el Señor regala
a los que pelean por su causa. "Rueguen pues al Señor de
la mies que se digne enviar obreros a su viña."
VIRGINIO
BELARRA,
:\1ision ,'1'0 Hijo 111~1 In mucn ludo Corazón
(le ;\Luia.
REVERENDO
PADRE NICOLAS MEDRANO
v
LABORES
DEL REVERENDO PADRE LARRAZÁBAL
ANDÁGUEDA
EN
EL ALTO
Con este título escribió el Reverendo Padre Nicolás
Medrano, Párroco de Quibdó, varios artículos interesantes
en la revista de la Misión La A urora; nos place reproducirlos, por el mucho interés que encierran, y porque descubren los grandes sacrificios que el Reverendo Padre Fermín de Larrazábal se ha impuesto por el bien y colonización de los indios del Chocó:
"Dos años lleva ya el incansable Misionero dedicado
por completo a la difícil y pacienzuda tarea de reducir a
los indios moradores de aquellas alturas a la vida cristian3
y civilizada. Dos años en los cuales él sólo puede contamos
los trabajos que ha sufrido; los sudores con que ha regado
la tierra; la soledad en que se ha encontrado durante largas
temporadas; las contrariedades y desengaños a diario experimentados, y hasta el hambre sufrida sin quejarse.
"1. Condición de los indios-Sabida
es ya por demás
la tímida condición del indio, que se empeña en vivir aiejada de toda sociedad; conocida es también en demasía la
desconfianza suma de rozarse con las gentes; desconfianza
originada, entre otras cosas, por el sinnúmero de vejaciones, engaños y atropellos de que ha sido víctima por
parte de aquéllos, a quienes él llama racionales; y aunque
tal vez no sea tan conocido, muy verdadero es el abandono
en que las autoridades han tenido para hacer respetar los
derechos de estos indios, a quienes la ley considera como
menores de edad, y cuya tutela está encomendada, por lo
mismo, a las mismas autoridades. Probado está, por fin,
por cotidiana experiencia y hasta la saciedad, que si en alguna persona deposita el indio su confianza, mejor dicho,
tal vez su no desconfianza, es en el Misionero, a quien conEidera incapaz de hacerle daño; de quien se convence que.
~i quiere frecuentar su trato, si pretende rozarse con ellos
-
~4 --
y vivir algunos días en sus tambos, no es por interés alguno
propio; es únicamente para hecerles bien y defenderlos de
las ilegalidades que con ellos cometen muchos otros. Y aun
así, icuánto tino y cuánta paciencia son menester para no
dar al traste en un momento con lo poco o mucho que ya se
creía conseguido!
"Por lo dicho se puede fácilmente colegir que si el
Gobierno, sea Nacional, sea Intendencial, quiere llevar a
cabo la civilización de los indígenas, que todavía pueblan
nuestros territorios, no le queda otra vía que prestar apoyo
eficaz y constante al Misionero.
"2. Visita a los indios-Varios
son los Misioneros que
han visitado a los indios repetidas veces, y que habiendo
palpado las dificultades de su instrucción, mientras lleven
esa vida nómada y aislada, se habían propuesto la dura
labor de reducirlos; mas obligados a dejar, no solamente el
t~rritorio, sino las mismas Misiones del Chocó, por causa
de enfermedad, quedábase la obra en principio. Reconocidos tendrán sus méritos, no acá en la tierra, donde aun
cuando se reconozcan sirven de poco, sino en el cielo, por
Dios que ve y aquilata, sin equivocarse, hasta las mismas
intenciones que sirven de móvil a las obras.
"Pero quien ha tomado la obra con empeño y ha dedicado a ella las energías y la constancia de su carácter vascongado, es el Padre Fermín de Larrazábal, quien como
arriba dije, trabaja sin cesar por la cristianización, civilización y progreso de los indios, comenzando por los del AIt,)
Andágueda.
"¿Con qué resultados? ¿Con qué estímulos? ¿Con qu¿
iacilidades? Será materia del siguiente y de otros breves
artículos.
"Vayan estas líneas. más bien que para ensalzar, ponàerando los esfuerzos de un hermano en religión, ni aun
siquiera para estimular a quien trabaja guiado por estímulos superiores, para dar a conocer el estado de las cosas y
para ver de que las autoridades y todos los chocoanos vuel'¡an los ojos a una región parte de su territorio; región que
en sentir de varias autorizadas personas, lleva vinculado,
por su riqueza, el porvenir del Chocó. Creemos con ello
trabajar por el engrandecimiento y en interés público de
nuestra tierra.
55
"3. Hacia la vida civil-Resuelto
el Padre Larrazábal
<dejar algo sólido entre sus queridos indígenas, procuró,
ante todas las cosas, adueñarse de aquellas voluntades y
conquistar su omnímoda confianza. Logró ambas cosas con
repetidas visitas y a fuerza de paciencia, de regalos y de
manifestaciones de simpatía, no menos que de interés por
el porvenir de su raza. Bien asentado este preliminar d~
su obra, ya no le fue muy difícil convencerlos de las
ventajas de la vida civil, para, lo cual érales indispensable
abandonar su vida aislada y resolverse a convivir unidos,
j armando población; e inculcándoles
y repitiéndoles tales
ideas, logró despertar en aquellos espíritus dormidos 1;1
tntusiasmo por su civilización y su progreso.
,"4. Medidas adoptadas-Dicho
y hecho. Repartióles
prendas de vestir, con muchos otros regalos de diferente
èspecie; prometió recompensas a los que más se señalasen
en los trabajos; con el auxilio que prestó el señor Intendente, doctor Aristides Vaca, compróles herramientas y se comenzó la construcción de cuatro pueblos con sendas escuelas
y capillas. Aquéllas han funcionado con regularidad y no
escaso fruto; y esfuérzanse los maestros por inculcar a par
de las ideas y prácticas cristianas, las ideas de instrucción
y patriotismo.
"De su adelantamiento nos dice el Padre Larrazábal
En carta reciente:
é.
'5. Primeros frutos-Es
incalculable el bien que han
hecho las escuelas. Los indios de aquí, que están más próximos a la escuela, saben rezar bien; y da gusto oírles cómo
todos ellos rezan el rosario todas las noches aquí en la escuela, y la manera como entienden las explicaciones qUè
IfS hago de los artículos de fe y los mandamientos.
Está
ya la mayoría en disposición de confesarse y de comulgar.'
"Y en otra: 'Otro de los mayores consuelos que he recibido en mi vida fue el día en que confesé a estos indios, que
lo hicieron como lo pueden hacer los más racionales del
Chocó. Me he admirado yo, como el que más, de lo que
estos indios han adelantado en dos años.'
"No tiene el suscrito el gusto de conocer personalmenté- aquella región, para apreciar por sus ojos el progreso;
pero sí tuvo ocasión de tratar algunos de los alumnos con-
- 56-
currentes a alguna de las escuelas, observando en ellos la
timidez y la dificultad, naturales en los de su raza, para
concebir y expresar los conceptos; mas al año siguiente volvió a tratar a dos de dichos alumnos, y quedó pasmado al
oír la soltura en el lenguaje y la libertad en las mismas ideas
que expresaban. No creyó ser los mismos del año anterior,
hasta que el mismo Padre Larrazábal se 10 aseguró.
"6. Misión civilizadora-Ni
se crea que la benéfica labor del Padre Larrazábal para con los indios del Alto Andágueda se ha ceñido solamente' a procurar su educación
intelectual e instrucción religiosa.
"No compartimos las ideas de aquellos opinantes, qu~
aseguran que el trabajo del Misionero debe limitarse únicamente a la pura evangelización, o cuando más a la instrucción de sus encomendados. Si así fuera, muchas regiones,
hoy florecientes, encontráranse en el estado semisalvaje de
L'tros tiempos; ya que desgraciadamente los que así quieren coartar la misión evangelizadora, se toman pocas molestias para mejorar el estado de los pueblos evangelizados;
de donde resulta que-por
no atribuírles tt.óviles más bajos-se convierten en esterilizadores del bien: ni hacen ni
dejan hacer.
"Nó: Jesucristo no se cuidó solamente de hacer bien a
las almas; remedió asímismo las necesidades de los cuerpos; y la influencia de sus doctrinas y de sus obras se dejó
sentir en todos los órdenes de cosas: lo mismo en el moral
que en el intelectual, que en el material, que en el civil, etc.
y por ende, la caridad c;:-istiana no debe, no puede, contentarse con buscar exclusivamente el bien espiritual; debe
extenderse a todo el ho;:nbre. Naturalmente que faltaría 8tU misión quien quisiera subordinar el bien moral y religiotO al bienestar temporal;
pero supuesto como base y primordial objeto de sus esfuerzos evangelizadores el bien de
las almas, muy bien puede el Misionero aplicarse a la consecución de los bienes secundarios, de acuerdo siempre,
por supuesto, con las leyes del respectivo país, ya que lo
principal no empece a lo subordinado.
"7. Trabajos emprendidos - Consecuente con estos
principios, el Padre Larrazábal, que pone, es verdad, por
encima de su cabeza la catequización de sus indios, no descuida, empero, la resolución de otros problemas de orden
inferior.
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"Esto quieren decir los esfuerzos con que ha organizado o trabajado para organizar las obras de un chircal o fábrica de tejas y ladrillos, propiedad de los indios: slend:)
ya varias las hamadas que han cocido, con resultado más
que regular, y sumando varios miles las tejas que ya tienen
contratadas. Sabido es que en este género de cosas los resultados dependen ~n gran parte de la práctica y de los repetidos experimentos aun a costa de fracasos. Y es de esperar que si aquellos indios trabajan con constancia y secundan sin cansarse las intenciones del Padre, ~.astejas
producidas podrán muy pronto equipararse con las mejores
del interior.
"También ha procurado con éxito que no faltasen aficionados al asierre de maderas, y proporcionándoles los
útiles necesarios, se aserraron las tablas empleadas en la
construcción de las casas, que constituyen por 10 menos al··
guno de los pueblos' demarcados. Y no falta quienes pueden ganarse ya 10 necesario para la vida, dedicándose a la
faena de aserrar para vender, como se ha verificado hasta
en el pueblo de Bagadó.
"Pero merecen párrafo aparte los intentos y empeño
del Padre Larrazábal para canalizar o hacer por lo menos
más viable el peligroso río Andágueda.
"8. Peligrosa aventura-Por cierto que está bien justificada la fama que este río se ha logrado conquistar de
peligroso en su navegación; son ya muchí¡;imos los que han
aguantado riesgos gravísimos en aquellos cabezones y remolinos, viéndose acariciados por la muerte que sumergía
su mano por debajo de las aguas; pero son pocos los que
han experimentado tamaños peligros en sus más elevadas
alturas.
"Precisamente, al intentar escribir estas líneas, la sola
Providencia de Dios librónos del tremendo disgusto de comunicar al público los nombres de otras tres víctimas, para
sumarIas al ya crecido número de los que dejaron este mundo en las aguas del Andágueda.
"Tornando de la última excursión que para visitar a
los indios del Chamí y limítrofes, y en fuerza de Sll oficio
pastoral emprendió a principios de septiembre, volvía el
Reverendísimo Padre Prefecto Apostólico, acompañado
del Padre Larrazábal y del Hermano Alejandro Núñez, per-
--- 58 -
teneciente éste a la comunidad de Pueblorrico. Al entrar ~n
d Andágueda, hacían su travesía en balsa, pues bien sabido
es de todos que el embarcarse en canoa por aquellos parajes es ir a buscar la muerte, con toda seguridad, tragados
por algún remolino o estrellados contra una roca.
"Era el 11 de noviembre, festividad del glorioso San
Martín, de 1918; iban bajando en su balsa, que tripulada
por indios volaba río abajo entre peñascos, sumergiéndose
unas veces y otras tántas volviendo a aparecer, y sufriendo
los viajeros los consiguientes remojones; cuando a eso del
mediodía, al encaramarse la balsa sobre un peñasco escondido por la corriente cerca del cabezón llamado Jaguo,
montóse sobre el peñasco y empujada detrás por la corriente dio la vuelta hacia atrás, cayendo todos en el agua. Los
indios, con la agilidad que los distingue, subieron pronto 3.
ia balsa; el Padre Larrazábal y el Hermano lograron también agarrarse al punto; pero el Padre Prefecto, debilitado
por las fiebres y alimentado con sola una sopa de sardinas
de lata (el mayor regalo que pudo encontrarse), arreglada
antes en un reverbero, venía envuelto en un encauchado,
el cual, al voltearse la balsa, quedó agarrado a uno de los
palos, permaneciendo el Padre envuelto y suspendido debajo de la balsa y sumergido en el agua, sin dejar de correr
corriente abajo. El Padre Larrazábal, agarrándose con un
brazo a un lado de la balsa, extendió el otro por debajo de
ella, para ver de tropezar con el Padre Prefecto, y no topanda nada, ya diolo por perdido; sin embargo, al subir él
a la embarcación, ya los indios tiraban del encauchado, y
envuelto en él pudieron salvar al Padre.
"Ni se acabó el peligro con lo dicho. Al dar la vuelta
la balsa, los indios perdieron los canaletes, y no les quedó
otro remedio que caminar por el agua detrás de ella, imprimiéndole dirección y asegurándola con la mano; mas d2
repente, por un empuje de aguas, se les soltó de las manos,
precipitándose aguas abajo ella sola con los viajeros dentro. Se encomendaron a Dios y al Corazón de María, porque repetidas veces viéronse perdidos. En una de ellas, ~l
Hermano, comprendiendo que con su peso iba a hacer voltear de nuevo la balsa en otro cabezón, se arrojó al agua,
resuelto a perecer él, para que no perecieran todos; afortunadamente, aliviada la balsa, volvió a flotar, y pasado
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aquel lugar, el Hermano, que por precaución se había asido
al caer, pudo subir a la misma. Así bajarían caminando de
doce a quince millas entre aquellas angustias, hasta que en
un remanso pudieron imprimir a la balsa cierto balanceo
que la aproximó a la orilla, y. agarrados a las rocas descansaron. A tiempo fue, porque estabaî1 ya en el principio del
peor cabezón del río, del cual, si llegan a caer, a juicio de
jas prácticos, solamente Dios los hubiera podido salvar.
Arrimados a la orilla, pudieron al poco rato admirar la fidelidad de aquellos dos pobres indios que bajaron nadando
todo el rato detrás de ellos, resueltos a darles alcance.
"9. Otro peligro - En medio de todo, no les faltó el
buen humor. Para librarse del peligro siguiente, saltaron '3.
tierra, caminando un buen rato por el bosque; y el Hermano dijo riendo: 'i Bah!, nos hemos librado del agua, y a 10
mejor nos pica una culebra.' No hacía mucho que caminaban, cuando él mismo, que llevaba de la mano al Padre Prefecto, dice a éste: 'ponga el pie ahí'; y al ir a ponerlo, exclama el Padre: '¡una culebra!' Efectivamente ahí estaba.
"Pero en fin, que no es éste un artículo colección d2
peripecias de viaje: j cuántas pudieran contar los Misioneros! Gracias sean dadas a Dios y al Purísimo Corazón
de María, que quisieron salvar a sus hijos de tan terrible
percance.
';10. Saludable proyecto-Y
sin embargo, como en ,=1
resto del Chocó, es el río la única vía de comunicación entre
los poblados, y lo seguirá siendo no sé hasta cuándo. Por
esto, viendo el Padre Larrazábal que al crear sus nuevospueblecitos era menester facilitarles las comunicaciones, so
pena de dejarlos aislados, concibió el proyecto de arreglar
siquiera los sitios más peligrosos del Andágueda.
"No se vaya a creer que el Padre Larrazábal concibió
el proyecto de arreglar o de canalizar el río Andágueda,
para dejarlo morir después en estado embrionario. N o es
como ciertos personajes, que se pasan la vida estrujando
su entendimiento, y lanzan al mundo proyectos muy buenos y provechosos, para que otros empero los realicen, nó,
Abriendo los ojos puede verse que el intento aludido no
carece de dificultades; de temerario fue calificado el Padre,
por lanzarse a realizar esa idea, careciendo de los elementos
más indispensables aun para comenzarla. El la creyó facti ble y la acometió.
-
60 "--
"Nota-Hasta hoy ha canalizado el río Chuigo hasta
Platanillar, y ha empezado la canalización del río Andágueda; el señor don Juan J. Carrasca, dignísimo Intendente. ha votado en el presupuesto de este año una partida J~
mil pesos ($ 1,000) oro para esa obra. Está seguro, y 10
estamos también nosotros, de que si hubiera encontrado é:!l
ciertos personajes influyentes, y sobre todo en algunas
autoridades, nada más que el apoyo necesario, sin pretender coacción alguna, la obra se hubiera llevado a cabo.
"Con las economías que logró hacer en los trescientos
pesos oro de que hace mérito en su informe al señor Intendente Nacional, compró en Quibdó la dinamita necesaria;
y provisto de las herramientas correspondientes, emprendió su viaje entusiasmado. Apenas desembarcó en Bagadó,
expuso a la mayoría de sus habitantes tal idea, logrando
comunicarles su entusiasmo, convencidos de la importancia que tal empresa significaba para el Municipio de Bagadó. Solicitó y obtuvo promesa de reconocer el trabajo perwnal de algunos orilleros que le ayudaran en sus trabajos,
ya que por ahora 'no puede contar el Distrito con obra más
útil y ventajosa, por ser el río su vía central y el único camino por donde actualmente se espera que habrá algo de
movimiento, una vez quede bien canalizado.'
"11. A marga decepción-Confiado en esa palabra, y
creyendo seguramente arreglado el asunto en Bagadó, emprendió de nuevo su marcha, Andágueda arriba, entusiasmando a sus habitantes, quienes, fiados asímismo en sus
palabras, se manifestaron decididos para la obra. Así llegó
a Platanillar, y comenzó sus trabajos en la parte que a los
:ndios correspondía, y bastante más, quedando todo, según
nos dice, a satisfacción. Mas cuando ya bajó a realizar b
que a los negros correspondía, se vio decepcionado por la
desconfianza que se le manifestaba, fundada en ciertas notas oficiales, por demás incorrectas, que habían llegado a
Bagadó. Dejemos por ahora este punto, nada honroso por
cierto, para algunos señores. Con esto, como se ve, quedó
frustrada la obra.
"Sobre el resultado de lo que se trabajó, copio de una
carta fechada en Platanillar el 7 de septiembre:
'El trabajo del río, como actualmente va quedando y
puede quedar todo él, sin tales embarazos, supera mis as-
-- 61 .--
piraciones; y una vez concluído, pasará por una obra pública del Chocó, cuyo valor no falta quien lo aprecia en
más de $ 2,OOC> oro; pero que por hacerla en las condiciones
tn que yo lo hago, no cuesta un centavo ni a la Intendencia
ni al Distrito de Bagadó; que aun cuando otra cosa parezca
por. ... nunca he pedido suma alguna al Concejo Municipal de Bagadó.'
"12. Datos c0l1so1adores-Y en cuanto a las esperanzas de que pueda llevarse a cabo, fundadas en lo que los
indios trabajaron, y por 10 que respecta él. la importancia
de la obra, copio también de otra carta que, en estilo hasta
festivo, escribió dicho Padre, fechada en el mismo Platanillar el 24 de septiembre:
'De los trabajos materiales, nada; sino que el Andágueda debe haberse mantenido crecido durante este mes,
con lo que he sudado y he hecho sudar a otros. La canalización del río ha adelantado como unos diez kilómetros,
quedando todo él a satisfacción en lo que se ha trabajado;
pero esta obra se ha hecho casi exclusivamente con los indios, debido al ..... Si, como dicen, el Chocó es ya Departamento y quiere tener pronto obras departamentales, con
$ 600 oro puede tener en el Andágueda una vía casi de la
importancia del Atrato. No tome esto a exageración, puesto
que antes que hayan abierto el camino de Pueblorrico a
Tadó, han abierto ya los maestros con los indios un camino
de herradura que cae en Andágueda, y que, Dios mediante,
no tardará en llegar a Platanillar. Concluído este camino
de herradura, y arreglado el Andágueda, puede llegar uno
de Pueblorrico a Quibdó en tres días. Mañana salgo para
Vivícora, a pesar de que no me han dejado de menudear
en estos días las fiebres.'
"La lástima es que, por ciertas cosas incomprensibles,
se hayan de dejar obras tan importantes y que pudieran resultar económicas, para, o no hacerlas nunca, o verificarlas
a fuerza de dinero, no siempre bien administrado.
"13. Otro problema-Otro de los problemas que el Padre Larrazábal trató de resolver en favor de los indígenas,
es el relativo a la alimentación o subsistencia de los mismos. Cualquiera puede figurarse la dificultad de proveer
-
(,2 -
de buenos alimentos a regiones tan apartadas; y aun cuando esto sólo puede ya explicar lo subido del precio a qu;;
los indios vense obligados a comprar los artículos más ordinarios e indispensables para su alimentación, como el
arroz, la sal, etc., podrá formarse el verdadero concepto
quien sepa que, sobre esta razón del transporte dificultoso,
iundan los vendedores vejámenes increíbles.
"Por supuesto que la mayor parte de los indios no disfrutan de otra carne fresca que la que puede proporcionariéS su escopeta, o su lanza o su anzuelo. Y el Padre, comprendiendo por experiencia propia tamañas dificultades,
amén de estimularlos al fomento de la agricultura y al aprecio de la gandería, ideó darles ejemplos prácticos, abriendo
por cuenta de la Misión una finca, donde con el tiempo pudieran los indios proveerse de carne fresca, y a precios módicas ..
"La mayor de las dificultades para esta benéfica empresa estaba en la maledicencia; pero ¿qué pudiéramos hacer los Misioneros, ni para bien propio, ni para bien ajeno, si
hubiéramos de prestar oído a malas lenguas? Arrostrando
pues cuanto ellas quisieran decir, y de acuerdo siempre con
el Reve'rendísimo Padre Prefecto Apostólico, contrp.tó con
un señor entendido en la materia, quien ayudado ..:,,,.. los
indios, arremetió los trabajos. Tenían como unas'
cuadras rozadas y sembradas de yerba y maíz, cuando ya,.
no sabemos si la envidia o solamente la malevolencia, comenzaron a dar sus frutos. Sin tener siquiera el mérito de
la invención u originalidad, alguien sembró cizaña, diciendo lo de siempre, a saber: que la finca no era para los indios
sino para el Cura; que el tiempo les convencería; que no
recibiesen mercancías al contratista, porque entre él y el
Cura les quitarían los terrenos, y otras mil patrañas más.
Patrañas, es verdad; pero encuentran campo abonado en
la natural desconfianza de los indios, muchos de los cuales
~e negaron a continuar trabajando. Hubo de prometerles
el contratista sembrar la yerba y el maíz por cuenta propia,
con tal de que ellos ayudaran tumbando y socolando. En
fin, venciendo dificultades, debe de haber ya como unas
rreinta cuadras regadas de maíz y sembradas de yerba; las
cuales, con el tiempo, pueden ser una base para sacar a los
indios de las garras de usureros que explotan su candidez.
Aguasal. Potrero de la Misión.
--
63 -
"Naturalmente que esta medida préstase a ser interpretada conforme a los diversos gustos y criterios: unos la
aplaudirán, y otros la criticarán. Pero lo dije antes: ¿ qué
haríamos los Misioneros si hubiéramos de atenemos a todos
los criterios individuales .... ?"
Hasta aquí el Reverendo Padre Nicolás Medrano. De
escrito se deduce que la labor de los Misioneros entre los
indios, además de intensa y muy ardua, ha resultado provechosa, y que la Religión y la Patria reciben de tales trabajos un beneficio incalculable y pueden dar por bien empleados los pequeños sacrificios destinados a tan noble como
patriótica empresa.
]0
VI
EXCURSIÓN
APOSTÓLICA
AL BAJO
ATI~ATO
Mientras el Reverendo Padre Francisco Onetti realizaba su excursión por la costa del Pacífico, el que esto escribe, acompañado del Reverendo Padre Wenceslao Belaira, resueltos a visitar los poblados y ríos que quedan al
florte de la Prefectura Apostólica del Chocó, el 17 de febrero de 1922, nos embarcámos en el buque Quibdó, dejando para el servicio de la parroquia y para dictar clases en el
colegio de la ciudad a los Padres Nicolás Medrano y Romualdo Camarasa.
Vigía de Guayabal.
En doce horas corrimos las 110 millas que van de Quibdó a la Vigía de Guayabal, punto en que debíamos hacer
alto y dar principio a. nuestra labor.
Si este recorrido se hubiera hecho en canoa, según
ceben hacerse casi todas las correrías evangélicas del Chocó,
no hubiéramos empleado menos de tres días.
Huelga decir que nos acogieron con muestras de viva
satisfacción, pues acaso hacía más de cinco años que n:)
había parado en dicho caserío ningún sacerdote.
Es la Vigía de Guayabal un poblado compuesto de unas
veinticinco casas, construídas con palma y techo de paja,
algunas de ellas verdaderas chozas. Tuvo importancia durante el dominio colonial, y debe su nombre de Vigía de
Guayabal o del Fuerte, a un fuerte o castillo situado sobre
una loma, distante media hora escasa del caserío actual,
punto en que estaba emplazada una batería, desde el cual
un vigía o centinela velaba de continuo para que ningún
extranjero subiera por el río Atrato, entrada que estaba
prohibida, so pena de la vida; esta prohibición tan severa nos
revela qué aprecio hacía la Madre España de las minas de
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oro que tánto abundaron y hoy abundan en esta privilegiada región.
Hoy este caserío tiene alguna importancia, por ser
estación del resguardo contra el contrabando, pero está sumamente decaído. Y llama más la atención su decadencia,
si se tiene en cuenta su situación vecina a la confluencia de
dos ríos, entre los mayores del Chocó, con el Atrato; tales
son el Bojayá, que desagua casi frente al caserío por la banda izquierda, y el Murrí, como a media legua arriba, en la
banda derecha.
Como casi todos los poblados del Bajo Atrato se inuncia con sus grandes y frecuentes crecidas, las gentes quedan
en completo aislamiento, y entonces deben subir al piso de
la casa muchos de los animales domésticos, los cuales en
esos días han de aguantar mucha hambre.
Hay cuatro o más tiendas donde se venden las cosas
más indispensables para la vida en estos ríos; exporta algo
de tagua o marfil vegetal, caucho, en mejores tiempos, y
algo de frutas, como plátanos, bananas, piñas, aguacates,
etc.; pero todo esto sale de los ríos.
Es de notar que este poblado, así como el de Buchadó,
están sometidos a la jurisdicción de la Prefectura Apostólica de U rabá, por quedar en la orilla derecha del río Atrato,
pues la línea divisoria de las dos Prefecturas corre aquí por
todo el cauce del Atrato, y como la gente vive regada por
entrambas orillas, las personas de la banda derecha pertenecen a la Prefectura de Urabá, y las de la izquierda a la del
Chocó.
Orillado el inconveniente que procede de las jurisdicciones con la comunicación de licencias, empezámos nuestra misión en La Vigía, al día siguiente de nuestra llegada.
Derruída en gran parte la capilla, que aunque sin terminar había servido en ocasiones parecidas, hubimos de
aprovechar, para los actos religiosos y también para morada de los Misioneros, una casita desocupada, sirviéndonos
Ci un tiempo de despacho, dormitorio, comedor, etc. Como
la salita era tan menguada, se puede suponer que, a excepción de unas cuantas mujeres más devotas y algunos traviesos muchachos, los demás habían de asistir a la misa, rosario y sermón en medio de la calle.
1\Iisiones
del Choc6-5
--. 66 --
Nuestras pláticas, con ser apropiadas al estado lasti-masa de la mayor parte, y escuchadas con devoción, no
podían obtener los frutos apetecidos, siendo la mayor parte súbditos ajenos, con los cuales no parecía bien usar de
toda autoridad y rigor, descender a ciertos avisos individuales y adoptar otras medidas, que sin duda hubieran sido
necesarias para cortar algunos abusos y escándalos más notables, o a 10 menos para reprender severamente la inmoralidad de algunos atrevidos. No lográmos pues arreglar ningún matrimonio, pero se administraron 43 bautismos, 127
confirmaciones y 40 comuniones, la mayor parte de niños.
Estos desde el primer momento cobraron cariño extremado
y suma confianza al candoroso y muy amable Padre Belarra, quien, por su parte, les hizo mucho bien.
Hubo en esta visita un acto pintoresco por demás. Por
ser la facultad de confirmar del Reverendísimo Prefecto
Apostólico, limitada al Territorio del Chocó, fue necesario
salir del poblado, y atravesando el río Atrato, que aquí mide
más de 600 metros de anchura, pasar al territorio de la Prefectura Apostólica del Chocó. Señalada la casa más capaz
para los 127 que debían confirmarse, se escogió la hora en
que el sol, cerca ya del Poniente, hubiera mitigado el ardor
de sus rayos. Y resultó la escena más vistosa y animada la
que presenciámos, cuando las madrinas, padrinos y ahijados, luciendo cada cual sus mejores trapos, surcaban en medio de una alegre algarabía, en variadas embarcaciones, las
aguas del río; todo esto iluminado por los tibios rayos del
sol, que hacían resaltar sobre la superficie cristalina aquel
abigarrado conjunto de personas, vestidos, semblantes ....
Terminada la solemne ceremonia, sin incidentes, tornaron
todos a sus hogares con la misma animación, cuando ya el
astro rey se había retirado a sus habitaciones particulares
para descansar de su majestuosa carrera.
II
Bojayá.
Amaneció, celebrámos la santa misa, arreglámos nuestros bártulos, y con la promesa de permanecer a la vuelta
3.lgunos días más, nos despedímos, agradecidos, de los ve-
- 67-
cinos de La Vigía, y acomodados, sin comodidad alguna,
en nuestra canoa amiga, emprendimos nuestra jornada hacia el río Bojayá.
Este río, como la mayor parte de los afluentes del Atrato de la mano izquierda, más parece una ciénaga que agua
viva; sus orillas son bajas y cenagosas, poco aprovechables
para la agricultura, por inundarse con frecuencia.
El sol quiso acompañarnos, y apenas si algunos momentos nos perdió de vista, para sorprendemos de nuevo
con sus dardos más agudos; nosotros, siempre esquivos con
él, procurábamos con nuestros paraguas escondemos de sus
ardientes miradas.
A las pocas horas de navegación, las orillas son más
variadas y agradables; de trecho en trecho se divisan ya
algunas casitas o ranchos con sus siembras de plátano y
caña dulce alrededor; sus moradores, que hacía varios años
que no habían visto al sacerdote, quedaban gratamente sorprendidos, y muchos se hincaban de rodillas pidiendo la
bendición.
Entretanto nuestros huesos se quejaban de la dureza
del asiento, y para aliviarIas, nos cargábamos del otro lado,
operación que en estos viajes se repite muchas veces al día.
Otra cosa que aquí es harto molesta es cierta comezón
aguda, resultado de las picaduras de chinches, moscas, hormigas; y sobre todo del microscópico Jaibí; ¿remedio?, el
más natural y agradable, pero el menos eficaz, es rascarse;
como yo viera que mi buen compañero, a quien las chinches levantaron ronchas en La Vigía, se empleaba en tan
trivial ocupación, acaso siguiendo mi ejemplo, díjele, recordando los buenos días del colegio: "El obsequio va a ser
de no rascarse, y por cada falta que nos cojamos mutuamente, el que la cometiere rezará por el compañero un::i
Avemaría." Celebrámos la ocurrencia, aprobámos el obsequio, pero ninguno se atrevió a comprometerse a cumplir
la penitencia .....
Huelga decir que cuando vimos al sol encimita de nuestras cabezas, tomámos nuestro alimento, sin movemos para
nada de nuestra embarcación; siempre la comida en medio
del río parece más apetitosa.
Como es natural, cuando se navega por regiones desconocidas, rlcosábamos a nuestros bogas a preguntas, y
-
68 ---
siempre veníamos a caer en la más interesante para quien
viaja sin comodidad: "¿Cuánto nos falta para llegar al
Alto?," que así se llamaba el punto donde terminaba nuestro viaje.
A media tarde, según costumbre chocoana en días de
sol brillante, aparecieron unos nubarrones, señales de próximo, torre~cial aguacero; temerosos de un baño extemporáneo y peligroso, urgímos a nuestros peones' a bogar con
gq.na; además de que el Reverendo Padre Belarra empezaba a sentir los primeros amagos de la fiebre que el viaJe, el trabajo pasado, las picaduras de las chinches, ya inflamadas, le produjeron.
A Dios gracias, cuando más amenazador estaba el horizonte, divisámos una casita en El Alto. Un momento después apareció el señor maestro con algunos alumnos, alborozados al ver ya a los Padres con ellos.
Estábamos en el término de nuestro camino. Por no
haber una aldea o caserío en todo el Bojayá, escogimos este
punto, ya por ser más a propósito para reunir la gente, ya
por la mayor comodidad de un salón relativamente capaz,
ya por funcionar aquí la escuela y ser confluencia del río
Cuya al Bojayá, el cual está bastante poblado.
Eran como las cuatro de la tarde; a las seis ya se hablan reunido bastantes personas para el rezo del rosario; y
entonces, propiamente, se verificó la recepción oficial con
un discursito muy sentido del señor don Juan Araújo, Director de la escuela, quien no cabiendo en sí de contento y
gratitud, supo comunicarIa a todos, máxime a sus alumnos.
Este lugar, merced a su elevación, de unos 15 metros
sobre el nivel del río, es llamado El Alto; queda a unas siete
horas distante de La Vigía del Fuerte, frente a la desembocadura del Cuya, uno de sus afluentes principales.
El origen de la escuela, la cual depende de la Prefectura Apostólica, fue como sigue:
Funcionaba en el río Capá, hacia 1920, una escuela de
indios, que dirigía el señor don Juan Araújo; ocurrió que
algún vecino de los indios, codicioso de sus buenos terrenos, empezó a molestarIas y perturbarlos en sus propiedades, que quedaban alrededor de la escuela; se acudió pidiendo protección a las autoridades, varias veces, mas como
Calle del Comercio ---QuibdÚ_
Istmina. Calle del Comercio antes del incendio de 1922.
-
69-
según se decía, el perturbador tenía bien guardadas las espaldas por personas influyentes de Quibdó, que tenían parte en el negocio, después de muchos disgustos y atropellos
se creyó necesario clausurar la escuela, en previsión de ser
arrojados por algún acto de violencia, quedando así aquellos indios, que mucho habían adelantado, desamparados
del todo.
Pensó el señor maestro que en este río de Bojayá, tan
abandonado y retirado, podría continuar su labor instructiva y moralizadora, y dados los pasos convenientes, aquellos vecinos aceptaron entusiasmados la idea; alquilóse un
salón de buenas dimensiones para este objeto, y en abr]
de 1921 se abrió la escuela con buena asistencia; y adelantemos, que los progresos de los niños han sido maravillosos.
Hétenos otra vez en nuevo y desconocido campo de
operaciones; por tanto, los primeros días se emplearon en
reconocer el terreno, digo, las personas. Mientras dábamos
ias primeras instrucciones a los niños que teníamos más a
mano, nos enterábamos del estado moral y religioso del río:
éste era desolador, y se comprende, pues por efecto de la
escasez de personal y larga distancia de Quibdó, habían pasado varios años sin que el sacerdote entrase en este río.
Poco a poco fue acudiendo la gente, y empezaron también las sencillas instrucciot:1es y la administración de bautismos y algunas confesiones; matrimonios, con vivir la inmensa mayoría-jóvenes
y gente madura-amancebados,
solamente se hicieron dos, el uno de los amos de la casa en
que posábamos. Sin embargo no se perdió el tiempo: averiguando quiénes serían los menos reacios a dejar su mal
estado, se les fue llamando en particular, y mezclando la
suavidad con la severidad, se les exponía a cada uno la gravedad de su estado y el peligro gravísimo de su condenación, si morían sin reconciliarse con Dios; se les hablaba
del rigor de la divina justicia contra los que no hacen caso
de las amonestaciones del sacerdote, y se les hacían otras
reflexiones a este tenor, mientras se deshacían los sofismas
que alegaban para perseverar en su mala vida; no se consiguió que ninguno se resolviese por el momento a casarse,
sobre todo con el corto plazo que podíamos permanecer
entre ellos; pero fueron hasta diez los que se resolvieron a
fijar un plazo de tres meses para prepararse y realizarIa; y
tengo para mí que casi todos hablaban con sinceridad.
-- 70 --
Desde el 21 al 28 de febrero duró nuestra misión; mi
deseo era subir otra jornada por el río, pero las fiebres de
mi buen compañero, que ya comenzaban a infundirme cuidado, 10 impidieron.
Como apunté más arriba, el Padre Belarra, al terminar
nuestro viaje se encontraba con algo de fiebre; eran las primeras acometidas de la fiebre que no le habían de abandonar sino por breves días, hasta obligarle a salir de la Prefectura Apostólica, con mucha pena por ambas partes.
y sucedió que al día siguiente de nuestra llegada, como
él. media mañana, tuvo otro ataque de fiebre, y así sucesivamente, todos los días que permanecimos en Bojayá. Daba compasión ver al sufrido Padre recostado en su
hamaca, consumiéndoset de calor, hasta que después de algunas horas empezaba el sudor, y poco a poco cedía la
fiebre; mas aunque ésta no era elevada. pero repitiéndose
cada día y sin medios para combatirla eficazmente, debilitaba mucho al enfermo, a pesar de su buen ánimo; esto
movióme a terminar nuestra visita en Bojayá y partir para
La Vigía, donde confiaba embarcar al enfermo y continuar
mi excursión apostólica.
Los frutos espirituales recogidos en estos siete días
fueron: 51 bautismos, 130 confirmaciones, 76 comuniones,
2 matrimonios y 9 pláticas, más los 10 matrimonios que quedaban en esperanza para el próximo viaje.
Se adivina la pena de aquellas gentes, y más de los niños, al tener que despedirse de nosotros, sobre todo atendiendo al motivo de nuestra partida, la enfermedad del
Padre a quien tánto se habían aficionado, y por quien hasta
hoy preguntan con interés.
Salîmos pues de la boca de Cuya el 28 de febrero, y
ese mismo día, a buena hora, llegamos a La Vigía, sin que
aquel día repitiera la fiebre al enfermo.
Allí nos dijeron que el buque Quibdó estaba para llegar, lo cual fue un consuelo para mí, viéndome con el Padre
enfermo. La noche siguiente sí le repitió la fiebre y con
más violencia que en los días anteriores; con esto el Padre
acabó de resolverse a tomar el vapor y subirse a Quibdó.
Eran como las ocho de la mañana, y la fiebre se resistía; dîle unas friegas de alcohol, y esto le refrescó y dispuso
para el embarque, ya que, mientras cambiaba de ropa, sonó
el pito del buque.
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Arreglados pues de prisa los baúles, pedímos pasaje
y camarote para el Padre hasta Quibdó, y para mí hasta
Buchadó, próximo caserío donde debía detenerme, conforme al plan, algunos días.
III
Buchadó.
En medio de la pena que sentía la gente al ver al enfermo, que pocos días antes había salido de allí sano, y
satisfechos de sus buenos deseos, nos despedí mas, agradeciéndoles 10 bien que nos habían tratado y manifestándoles
la imposibilidad de permanecer, según eran los deseos de
todos, algunos días más en su compañía.
En menos de tres horas llegámos al poblado de Buchadó; viaje en que, de hacerla en canoa, hubiéramos empleado
una jornada.
Llegados aquí, la separación se hacía forzosa; ambos
apenados, yo por la enfermedad del Padre y verme privado de su ayuda y grata compañía; y él por la dura necesidad en que se veía de interrumpir una misión que había
emprendido con tánto celo, y por dejarme solo en medio
de los trabajos y privaciones.
y efectivamente, como la gente no nos aguardaba tan
pronto, la playa aparecía solitaria y el caserío desierto, 10
cual todo contribuyó a que la separación fuera más dolorosa.
Cambiado el abrazo fraternal, el buque, que únicamente se había detenido para que yo bajase, zarpó Atrato arriba,
y yo me quedé en la playa, esperando si alguno acudía para
escoger la posada y llevar los baúles.
Puse los ojos en la casa de más apariencia del lugar, y
a ella me dirigí, pidiendo posada para los días que allí pen~
saba permanecer; su dueño me la brindó, con un salón
bastante capaz y una salita para dormitorio; no era la primera vez que allí se iban a celebrar los cultos religiosos.
Es Buchadó un caserío situado en la banda derecha
del río Atrato, perteneciente por tanto a la jurisdicción de
la Prefectura Apostólica de Urabá; 10 forman unas quince
casas pajizas y desvencijadas varias de ellas, y expuestas a
-- 72 -
~er arrastradas en cualquier creciente del río; es de los caseríos más infelices y desprovistos que se conocen; la única
tienda que hay allí estaba en la casa en que yo me alojaba,
pero sus estantes estaban casi totalmente vacíos, de suerte
que no me fue posible conseguir ni una libra de manteca,
ni un grano de arroz; precisamente aquel día comenzaban
los ayunos cuaresmales, y forzosamente para mí, los primeros hubieron de ser rigurosos.
Como se desprende de lo dicho, este caserío ni tiene
capilla ni casa curaI; aunque se plantaron los guayacanes
y se recogió algún material, todo se ha perdido, merced al
poco interés que casi en todos los pueblos reina en este
punto; muchas promesas, mucho entusiasmo
cuando el
Misionero les exhorta ; mas apenas éste se retira, nadie mueve pie TIl mano.
De la moralidad, es mejor tender un velo sobre la corrupción, no sólo de éste, sino de los otros caseríos.
Apenas se regó la noticia de que el Padre había llegado, los habitantes de las orillas empezaron a moverse, y la
primera noche acudió al rosario y plática alguna gentecita,
a quienes anuncié el fin de la visita y el corto espacio de
tiempo que podía permanecer.
Vin ' ~ visitarme, de los primeros, el señor Inspector,
y a ofrel rme la casa de la Inspectoría, que era capaz; pero
no reuní~ tan buenas condiciones como la que ya ocupaba;
le agradecí su ofrecimiento y le acepté el oficio de acólito,
que me sirvió muy bien.
Aquí tropezaba con el mismo inconveniente que en La
Vigía para avisar y corregir eficazmente; estaba fuera de
mi jurisdicción, y la mayor parte no eran súbditos míos;
con todo, en particular a algunos, y a todos en las instrucciones, se les enseñó la doctrina y reprendió su vida licenciosa; ninguno resistía abiertamente, pero tampoco se resolvían a dejar su mal estado.
En esta materia de amancebados, son rarísimos los que
se arreglan con una sola visita; 10 que da mejores resultados es obligarles a fijar una fecha próxima, dos o tres meses, y comprometerse a irIes a visitar en el caserío en la
época fijada; es claro que no todos cumplen su palabra;
pero siempre son varios los que se casan; para eso, lo más
hacedero es comprometer ante todo a aquellos que parecen
-
73 -
mejor dispuestos; el ejemplo de éstos es la más convincente
exhortación para los demás.
Lo triste en este caso es que por la extrema penuria
del personal y las enfermedades y cambios frecuentes, pocas veces se ha podido poner por obra este método.
Hube pues de contentarme con administrar el bautismo y confirmación y oír algunas confesiones de niños, y
muy pocas de personas mayores.
U n día me llamaron para confesar a un enfermo: era
un hombre ya entrado en años, que se había caído de un
árbol, con tan desgraciada suerte que al llegar al suelo un
palo grueso le atravesó del pecho a la espalda, produciéndole tal hinchazón que le impedía y cortaba la respiración
con horribles dolores. Se confesó el buen hombre, y al día
siguiente, terminada la misa, le administré el santo Viático
y la extremaunción, muriendo el pobrecito agradecido y
resignado.
A~más de éste, es muy consolador el resultado de mi
visita a Buchadó, pues administré 27 bautismos, 43 confirmaciones, 16 comuniones, asistí a dos enfermos y prediqué
siete pláticas.
IV
Tagachi.
El 5 de marzo me despedía de Buchadó, en mi canoa
Atrato arriba, hasta el caserío de Tagachí.
Este viaje no fue, que digamos, delicioso; el sol, sobre
todo por la tarde, era asfixiante; la embarcación nada tenía
de cómoda, los paisajes monótonos y las orillas del río muy
poco pobladas; 10 más ameno que llevaba eran los bogas,
que me distraían con sus cuentos, charlas y loas.
Llaman aquí loas, sonetos y alabados, a unas composiciones en verso, casi siempre asonantado, que tratan sobre
verdades de la doctrina católica, misterios de la Religión
y cultos de los Santos; donde mezclan mil disparates, incongruencias y hasta herejías, con una buena fe que sorprende.
Estas composiciones suelen ellos cantarIas en sus velorios
o novenas de los finados, en sus alumbramientos, y algunas
veces cuando navegan, principalmente
por la noche: de
muchas de ellas se ignora el autor, y han ido pasando de
una a otra generación.
-- 74 -
U no de mis bogas, llamado Pablo, y por mote Pauleras,
tiene por estos alrededores conquistada fama de cantor de
loas y alabados; para distraer pues el fastidio que causan
estos viajes, quise que mi cantor hiciera gala de su buena
voz y feliz memoria, a 10 cual él se prestó de mil amores, y
comenzó así:
"Domingo nació la Virgen,
domingo la bautizaron,
domingo subió a los cielos,
domingo la coronaron."
Después de algunas coplas de este mismo sabor, con
la mayor seriedad y aplomo, entonaba nuestro poeta:
"A vuestro
vestido de
10 llevaban
con cuatro
divino Hijo,
cal y canto,
a enterrar
varones santos."
Pero hombre, Pauleras, ¿no ves el disparate de ese
verso, que dice que a Jesús lo llevaban vestido de cal y canto? Y me responde, un tantico serio, como que yo quisiera
corregir el verso: "El poeta supo lo que dijo; y nosotros no
podemos corregirle."
Volviendo a nuestro interrumpido viaje, digo que al
poco rato de salir de Buchadó, dejando el Atrato, nos entrámos por el río Uauandó, para caer en una ciénaga qu~
sirve de atajo para volver al Atrato. Preguntando el nombre que daban a la ciénaga, me contestaron que la llamaban
Pone la Olla, e inquiriendo el porqué de este nombre, me
dijeron que debe este nombre a la mucha pesca que allí se
coge todo el año, de tal manera que quien allí va a pescar
ya puede dejar la olla puesta al fuego para cocinar el pescado a la vuelta.
Como a las once hicimos alto en la casa de la señora
Petrona Mena, casada y muy devota de los sacerdotes, a
quienes obsequia siempre que pasan por su casa; por añadidura era tía de nuestro famoso cantor Pauleras. Mientras
nos calentaban nuestras viandas, fueron presentando cuantos cuadros-que
no eran pocos-tenían
en casa para que
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- 75-
yo les fuera echando la bendición, como 10 hice. Comimos,
y antes de salir de la casa, la madre y las hijas fueron cada
una ofreciendo algún regalo al Padre; diles la bendición, y
partímos a gozar del sol de justicia, que nos acompañó hasta que transpuso el horizonte y se hundió en el Pacífico.
Empezaba a anochecer cuando divisámos la boca del
río Arquía; de suerte que al llegar al caserío de Tagachí,
donde pensaba pernoctar, ya era oscuro, y por tanto la gente no me esperaba ese día.
Como Buchadó, no tiene Tagachí ni capilla ni casa curaI, ni siquiera funciona ya la escuela, que había servido al
sacerdote de casa y capilla en ocasiones parecidas. Se ofreció por de pronto una habitación, siempre incómoda por lo
estrecha y por hallarse junto a la cocina, para pasar la noche; al día siguiente se vería si escogíamos otro salón más
capaz.
Dado al cuerpo su refrigerio, preparámos nuestros catres con el acólito que de Quibdó acaba de llegar para
ayudar en las funciones. Algo nos molestaron los zancudos
con la monotonía de su ingrata música, pero no fue parte
para quitamos del todo el sueño.
Al amanecer, aun con ser estrecha la habitación, acordámos establecer allí mismo la capilla y despacho. Recogidos nuestros catres y arrumbados en un rincón nuestros
(;quipajes, improvisámos, con el auxilio de una mala mesa,
de una puerta vieja y un.os puntales de guadua, el tronQ
donde en breve había de descender el Dios de la .Majestad.
Era domingo, y para que la gente de los alrededores se
diera cuenta de la señal de oír misa, colgóse del alero de la
casita una barra de hierro, que, golpeada con otro pedazo
del mismo metal, nos sirvió de famosa campana. Este es
el modelo de campanas más natural, donde no hay capilla;
y si hasta la barra falta, como sucedió en Buchadó, sirve a
las mil maravillas la tambora, que nunca falta.
Llegada la hora del sacrificio, apretujóse la gente dentro de la salita una parte, otra parte en la cocina y los demás
en la calle o pampa pura.
Advertíles que fueran preparando los niños para los
óleos y confirmación, que tendrían lugar a mi vuelta de
Begaes, para donde saldría al día siguiente; el domingo 10
dediqué al descanso y expansión. Mi ocupación en ese día
.-
76
se redujo a tomar nota de los alabados, Loas y sonetos que
el día anterior me había recitado el cantor PauLeras. Con
la mayor puntualidad escribí lo que él me dictaba, y para
variar, de cuándo en cuándo cantábamos algunas de las estrofas, sobre todo la fámosa "De cal y canto."
A sus horas nos invitaron nuestras amables cocineras
a tomar nuestro sancochito y nuestro arrocito, acompañado
con plátano asado, que es el pan sabroso del chocoano. En
este día ya fue posible comer arroz y huevos con manteca,
regalo que hacía días no probaba. Muy próxima al caserío
existe una tienda, propiedad de un sirio, que disting.ue a
Jas Misioneros con su amistad, y fue una de las primeras
providencias, al llegar a Tagachí, enviar un peón que trajese manteca, arroz y hasta queso fresco; escarmentad,)
por el ayuno de Buchadó, compré provisiones para los días
que hubiera de pasar en Begaes.
v
Begaes.
El lunes, pues, celebrada la santa misa, nos embarcámos para el sobredicho caserío, adonde debíamos llegar por
la tarde.
Hácese el viaje por el río Arquía, afluente de los mis
caudalosos del Atrato y de corriente muy impetuosa, aunque no tiene lugares peligrosos, sino cuando baja crecido.
Este río es de las vías más frecuentadas y menos dificultosa, hasta hace pocos años, para el comercio del Chocó con
el Departamento de Antioquia; después de cinco o seis horas de navegación se llega al punto de la bodega, don(le
puede hacerse ya el viaje por tierra, por el camino que viene a parar a la importante ciudad de U rrao.
Ya por ser vía de comun~cación con Antioquia, ya también por la buena calidad de sus terrenos y hasta por la
mayor benignidad de su clima, resulta el río Arquía uno
de los más poblados y apropiados para la agricultura, ha~ta
llegar a Begaes.
Sirve este río de línea divisoria entre las Prefectul"rts
del Chocó y U rabá; el caserío de Begaes queda en la banda
izquierda del mismo, en la jurisdicción de la Prefectura
Apostólica del Chocó.
- 77-
Muy pocas veces había yo sentido tan abrasadores 105
del sol como en este día; preludio era esto de la temppstad que a eso de las tres empezaba a cernerse sobre las
cimas de las montañas vecinas; daba miedo pensar en pl
aguacero que venía sobre nuestras espaldas, recalentadas
por e:. sol poniente; los peones, para huir del peligro, luchaban como titanes, y ni los herreros de las fraguas de
Vu1cano sudaban como nuestros bogas, hincadas al pecho
sus poderosas palancas; es que el río se hace más violento
conforme se llega al término del viaje. Si el viento soplaba
contra. nosotros, el remojón era inevitable; para nuestra
buena ventura, aquél fue dando largas y plazos, y nosotros
a1canzámos el puerto codiciado.
El señor Inspector, con buena cantidad de gente grande y sobre todo menuda, venía al desembarcadero a recibimos; con tan agradable comitiva entrámos en el caserío
y tomimos posesión de la casita curaI.
E3 Begaes un poblado hasta de unas veinte casas, todas de palma y techo de paja, fuera de la capilla, que aunque Sillterminar enteramente tiene techo de cinc; en éste, al
igual de la generalidad de los caseríos, cuyas capillas están
en construcción, no dan un paso en beneficio de la obra
de laglesia, si el sacerdote no es el iniciador, director y
hasta peón; y sucede aquí y en otras partes que los
vecinos se creen con derecho a tomar prestados, para no
devolverlos, los materiales reunidos para la obra de la capilla, nerced al poco celo de aquellos a quienes el cuidado
de la iglesia y casa curaI está encomendado; hay excepciones, pero son raras.
La casa curaI, de reciente construcción, es de techo de
paja y paredes de palma, sin empañetar todavía; por eso
se cuela el aire húmedo y fresco de la noche por todas partes. Consta de un cuartito en que caben dos catrecitos sin
mucha holgura; tiene una antesala que sirve de despacho,
pero carece de cercos o paredes.
Begaes tiene importancia y alguna vida y movimiento
por ser posada forzosa de cuantos llegan de Antioquia para
el interior del Chocó, ya que aquí deben tomar peones y
canoa para llegar al Atrato.
En los cuatro días que permanecimos en este pueblo
hubo mucha concurrencia, tanto a la santa misa como al
L'YOS
--
78 --
rosario; en ambas ocasiones les hacía una plática, que oían,.
al parecer, con mucha atención. De todos los pueblos visitados éste se llevó la palma por su asiduidad a los actos
religiosos y hasta por el número de personas mayores que
se acercaron a la sagrada comunión.
No está la moralidad al nivel de la piedad; son muchos,
y entre éstos algunos ancianos, que viven en concubinato,
acaso con la más sincera buena fe.
Recuerdo, a este propósito, que en otra visita, exhortando yo a un anciano venerable por sus canas y por el
respeto que todos los del río le profesaban, a que legitimase
su unión y a sus hijos-algunos
ya casados-me
contestó:
"Mi Padre, no hay necesidad; ¿no ve ahí mi mujercita ya
tan vieja y achacosa? Lo que ella diga"; y acercándose la
anciana encorvada por los años, añadió con la mayor candidez, ya que en ellos no cabía el dolo: "¿Para qué nos va
a dar la bendición, si ya no podemos tener hijos?" "Pues
sencillamente para que entren los dos juntitos y adornados
con la gracia de Dios en el cielo," repuse yo. Entonces el
anciano, hablando con su mujer, añadió: "Es bueno que
nos casemos para entrar más bonitos en el cielo." Y los
bendije.
Algo parecido imagino que responderían algunos de
los amancebados, ya viejos, según es su ignorancia y rudeza
de entendimiento. Aquí hubo uno que pasaría de sesenta
años, que se quedó sin confirmar, porque no se resolvía a
legitimar su unión, confiando hacerla más tarde.
Los frutos de bendición de estos días fueron: 18 bautismos, 47 confirmaciones, 1 matrimonio, 2 auxilios a enfermos, 50 comuniones y 7 pláticas.
El día 11 de marzo partímos de Begaes, dicha la santa
misa y con muestras de sentimiento del vecindario. Nuestro viaje fue más rápido y menos incómodo que el de subida. A las tres de la tarde ya entrábamos en el majestuoso
Atrato, mientras a todo correr se nos acercaba una champa
con el recado de que aceleráramos el paso porque había un
enfermo que estaba de remate, esperando no más que la
bendición del sacerdote. GŒcias a Dios, llegámos a tiempo,
encontrando con vida y conocimiento al enfermo; era éste
un jovencito a quien repentinamente cayó una gravísima
t:nfermedad ese mismo día, el cual murió pocas horas después de recibir la extremaunción.
Detalle de la Calle Larga -Quibdó.
Parque
de la Independencia
y fachada de la iglesia de Quibdó.
- ---- ¡
QUlBDO
Un buque en el puerto.
- 79-
VI
Ta!!achí.
A la opuesta orilla hállase Tagachí, donde desembarcámos, yendo a ocupar la habitación que ya conocen los
lectores.
Está formado por unas diez casas de palma y techo de
paja, situadas en toda la orilla izquierda del Atrato, debajo
de la confluencia del río que da el nombre al caserío y
como a un cuarto arriba de la boca del río Arquía.
Mantiene algún negocio con la venta de toda suerte
de frutos y huevos a los buques que hacen escala en la boca
del Arquía. Es un caserio de pocos años, terreno muy fangoso, por ser bajo y fácilmente anegadizo en las crecientes
del Atrato.
Tuvo escuela varios años, que hoy está clausurada. Lo
mismo que se ha dicho de otros pueblos, hay que decir de
la indolencia por la construcción de su iglesia y casa curaI,
a pesar de sus promesas y entusiasmos en esta visita, en Ja
cual se acordó con los principales vecinos aprovechar lo
que fue edificio de la escuela, para construir el de la capilla.
Su moralidad está algo por encima de la de otros poblados; sobre todo se advierte una consoladora inclinación
de los jóvenes al matrimonio; lo deplorable en este y otros
casos es que por la penuria de sacerdotes las visitas que se
hacen han de ser ni largas ni frecuentes.
La concurrencia a las funciones religiosas fue muy deficiente; la estrechez de lugar de la capilla, el velorio del
Joven que murió el día de nuestra llegada, fueron las causas que trajeron a la gente algo retraída; sólo el día en que
se celebraron los dos matrimonios hubo un concurso extraordinario.
Por otro lado, mi salud empezaba ya a resentirse; no
tuve fiebres fuertes, pero sí un estado bilioso que me quitaba el humor, el apetito y las fuerzas; a eso se egregó la noticia tristisima que el día 12 de marzo recibí desde Quibdó,
de la muerte del Reverendísimo Padre Martín Alsina, Superior General de los Misioneros del Inmaculado Corazón
de María, a quien tánto debe esta Misión, que él, a pesar
- 80-
de sus achaques, visitó dos veces, derramando el bálsamo
del consuelo en nuestros corazones.
A pesar de esos obstáculos, algo se hizo en bien de las
almas con los 19 bautismos, 43 confirmaciones, 18 comuniones y 2 matrimonios que se celebraron.
Tentado estuve de suspender aquí mi excursión apostólica; pero se me había comunicado que en Bebará, población que seguía a Tagachí en la lista, había dos parejas esperando para contraer matrimonio; por otro lado, yo confiaba descansar dos o tres días en un pueblo de clima algo
más benigno; por eso me decidí a proseguir mi excursión,
('oníiando en Dios que me permitiría visitar los tres caseríos que me quedaban, según el plan de la visita.
VII
Rebará.
Así pues, el día 15 de marzo me embarqué para el pueblo de Babará.
El viaje se hace subiendo unas tres horas por el río
Atrato, hasta encontrar la desembocadura del río Bebará;
¡::eentra por este río, y como a unas seis horas largas Se
halla el pueblo de Bebará. Como la mayor parte de los ríos
que afluyen al Atrato por la orilla izquierda, el Bebará es
torrentoso y con regular cantidad de agua; en sus orillas
vense casitas de continuo, algo de agricultura y bastantes
palos o árboles de caucho; en su parte superior hubo en
tiempos antiguos ricas minas de oro en explotación; y aún
hoy, entre el fango de la playa, en un zanjón o recodo del
río, junto al caserío, vese una draga abandonada; es seguramente este río uno de los más ricos y poblados del Chocó,
pero no es ni muestra de lo que fue.
Sus moradores, gentes sencillas y de fe arraigada, han
perdido hoy algo de su veneración al sacerdote y entusiasmo por las funciones religiosas, sufriendo, de rechazo, su
moralidad, merced al influjo de unos cuatro gamonales extraños, de perversas ideas y no buenas costumbre:.
Precisamente antes de mi llegada, uno de estos hombres perniciosos, y que por añadidura ejercía el cargo de
Inspector-primera
autoridad civil-había propalado en el
- 81-
Tío: que ninguna falta les hacía el Cura, que sólo venía para
llevarse la plata, que para nada sirven los responsos, misas y sufragios, etc., etc. ; nada más natura} en un ti po que
pasa por protestante y es adúltero escandaloso.
Aunque no creo que estas gentes se dejen pervertir
del todo, estas charlas no pueden menos que traer graves daños y predisponer a las gentes contra el sacerdote.
y nada extraño fuera que la indiferencia y ::etraimiento
que a mi llegada y en los primeros días se observaban, fueran resultado de las prédicas del pastor; quien, vaya dicho
de pa~o, salió del pueblo momentos antes de llegar yo.
El pueblo de Bebará Íigura en la historia eclesiástica
del Chocó como el primero después de la capital de la Provincia de Atrato; hasta el último tercio del siglo pasado
tuvo sacerdote fijo. Da grima el contemplar ahora este poblado, formado como de unas quince casas, muchas de ellas
abandonadas y en estado ruinoso; su iglesia es muy capaz
y está en el mayor deterioro, y la casa cural corre parejas
con la iglesia; y no hay que achacar tánto la culpa de semejante abandono a que el pueblo no haya contribuído con su
limosna, cuanto a que éstas han sido pésimamente administradas; tenemos el ejemplo en un altar construí do en el
caserío por un sujeto inepto para tal trabajo, el cual ha
resultado caro y de ningún mérito. Siempre encontraremos
10 mismo: que la ruina de los templos materiales y de los
espirituales, que wn las almas, procede de la escasez extrema de sacerdotes; por lo cual la mayor parte de los ríos y
caseríos no pueden recibir la visita del Misionero sino una
vez en el año, y entonces con brevedad.
Efectivamente, los tres primeros días de mi visita fueron casi de absoluto descanso, porque ni a los niños fue posible reunir para la doctrina. Al segundo día me sirvió de
distracción y paseo una confesión a una enferma río arriba.
Siempre, o casi siempre, acontece que el golpe del trabajo cae el último día, y aquí en Bebará fue abrumador j
apla~tante .
Era el 19 de marzo, festividad del glorioso San José;
por la mañana uní en la misa dos parejas en santo matri·
mania; luégo comenzó la tarea, por demás pesada, de ano1ar las partidas de bautismo, que fueron hasta 40; siguieron
más tarde las confirmaciones, con el mismo trabajo de parMisiones del Choc6-6
- 82-
tidas, en número de 70; algunas de éstas fueron de adultos,.
a quienes había antes que confesar. Todo este trabajo de
anotación de partidas y administración
de bautismos y
confirmaciones me rindió de tal manera, que al retirarme
de la iglesia me acosté con el cuerpo deshecho y con algo
de fiebre; pero en fin, había terminado.
Amaneció, y arreglados nuestros baúles, nos embarcámos, aguas abajo, en dirección a Bebaramá.
VIII
Bebaramá.
En dos horas salímos de Bebará al Atrato, y subiendo éste otras dos horas, estábamos en la boca del río Bebaramá. Aquí los peones hicieron alto para arreglar su almuerzo; y yo desembarqué también, pero resbalabando en
la nariz de la canoa fui a dar en el agua, recibiendo un baño
casi hasta la cintura. La ropa mojada sobre el cuerpo, que
es aquí muy dañosa, un pequeño aguacero que nos vino a
refrescar a media tarde, y más que todo el cansancio y desgana que sentía, fueron los preludios de la fiebre, que comenzó durante el viaje. Con el malestar y cansancio con~:iguiente, mi deseo era llegar pronto al pueblo; pero
anochecía, y los peones no se atrevieron a seguir con la oscuridad.
Arrimados a una casa de la orilla, pedímos posada, que
nns dieron gustosos, no sin advertirnos que la casa no tenía
comodidades, como así era realmente. Junto a la cocina o
fogón, en una sala o cobertizo, con dos puertas, que jamás
se cerraban, e infinitos resquicios en las paredes, por donde
el aire húmedo circulaba libremente, coloqué con harto tratajo mi catrecito y me acosté pará probar si sudaba la fiebre; pedí una taza de café caliente, que fue toda mi cena.
El acólito, los peones y algunos de la casa tendieron
sus petates en el duro suelo a mi alrededor; menos mal que
~a habitación era bastante ventilada para tánta gente.
Para mí la noche fue más larga de 10 acostumbrado;
pero como siempre el tiempo pasa, amaneció el día y yo
también con mi fiebre en los huesos; siempre resuelto a llegar al poblado, me levanté, tomé mi cafecito, y a la canoa.
A eso de las nueve ya estábamos en Bebaramá.
- 83-
Este caserío, importante anteriormente, como 10 proclama su iglesia, bastante capaz y de techo de cinc, está hoy
en decadencia; el caucho fue, no há mucho, la esperanza
de su resurgimiento; mas habiendo bajado tánto el precio
de este artículo, no hay que confiar que Beba!amá se levante de nuevo.
Como la casa curaI estaba en ruinas, acepté con gratitud un cuartito en casa del señor Síndico; muy apropiado
para sudar fiebres por su estrechez y falta absoluta de ventilación, si no era por la portezuela. Observando que el calor
de la fiebre y el del sol subían parejos, acostéme, y empezaron a propinarme remedios caseros y amargos como la
hiel, para sacar de mi cuerpo la bilis que de él se había apoderado. Todo ese día la fiebre debía ser elevada, según
E:ran la angustia y malestar que me producían. En alimentos, ni pensar, ni los arrostraba el estómago, ni los rec1amab3.
el apetito.
Pasados ya dos días sin que la fiebre cediese, y sin~iéndome ya muy débil, creí imposible continuar la excur~ión, y decidí volverme a Quibdó.
Muy duro me parecía un viaje de tres días en canoa,
y recordando las insistentes ofertas que al partir de Quibdó
me había hecho el señor Intendente Nacional, de que dispusiera de la lancha de la Intendencia, sobre todo en caSJ
de enfermedad, envié un peón con una nota, en la que exponía mi estado y mi deseo de subir a Quibdó en lancha.
Todavía permanecí dos días en Bebaramá en '.m estado
bilioso y de gran postración, que los vómitos, los purgantes
y la fiebre me producían; de mucho me sirvió en estos días
mi fiel acólito, Dionisio Valencia, quien no me abandonaba
un momento, y me servía hasta en los más humildes menesteres.
IX
A Quibdó.
Por fin, ya cansado de esperar la respuesta del peón,
dispuse que me preparasen una canoa grande con su buen
rancho y tres peones. No puedo quejarme de haber sido
desatendido; todo me 10 arreglaron mejor que yo 10 había
pensado; y con mucha pena de los vecinos del caserío, que
-
84-
tristes y silenciosos salieron a despedirme, metíme en la
canoa, y bien acostadito dentro del rancho, salimos para
Quibdó, creyendo tropezar con la lancha en la confluencÍJ.
del Bebaramá con el Atrato.
En la misma casa que a la ida, nuestros peones hicieron
ru comida; yo salté también a tierra, y paréceme que tomé
un caldo de huevos.
Como la esperada lancha no había llegado, resolvimos
continuar hasta donde la topáramos. A las seis de la tarde
arrimámos al caserío de Beté, el último que figuraba en h
lista de visita. Aquí en la casa curaI, con regular comodidad,
pasámos la noche; pude dormir unas tres horas, después
de cuatro noches pésimas; esto me reanimó algún tanto e
hizo desaparecer el mareo continuo que sentía los días anteriores.
Encargámos vigilancia para detener la lancha, si acaso
pasa~e durante la noche; nos dijeron a la mañana que no
había pasado; cargám03 pues nuestros bártulos, y Atrato
arriba, siempre con la vista puesta en el río, porque la lancha debía aparecer de ur:.momento a otro: lo que sí apareció
fue ur.a gran creciente del río, que dificultaba mucho la
marcha, y el deshecho de Tanguí, por donde imprudentemente nos metieron los peones nos puso a pique de naufragar en lo más peligroso del atajo.
Eran las seis de la tarde, y nos detuvimos en una casa
a medio hacer, cuyos dueños tenían la mejor voluntad.
Siempre fija la idea en la lancha, tendimos nuestros catres,
y yo a 10 menos dormí bien poco, a pesar de haber sido la
noche lar~uísima. Llegó la mañana, ¿y la lancha? Ya nadie
abrigaba esperanza de verla; por tanto, como yo no tenía
alientos para decir misa, tempranito tomámos nuestra canoa, experimentando cierto alivio y alegría, porque ese día,
muy a primeras horas de la tarde, habíamos de llegar 3.
Quibdó.
Dos horas escasas de viaje llevaríamos, cuando se empezó a oír un ruido sordo y acompasado: ¡la lancha 1 dijeron nuestros bogas; efectivamente, la teníamos a la vista,
'é hicimos señas y se acercó a nosotros; aún nos quedaban
como seis horas de viaje en canoa.
Después del cambio de impresiones, transbordámos;
ragué y di una buena propina a nuestros buenos bogas, y
arrancámos bien acomodados en la lancha.
-
85 -.
De la comunidad de Misioneros bajaba en la lancha el
Hermano Magen, hábil y caritativo enfermero, trayendo
consigo medicinas y alimentos; las primeras ya no eran, a
Dios gracias, necesarias; de 10 demás tomé cuanto me permitía el apetito y estómago delicado; entretanto nuestra
lancha, para quitar la mala impresión que podía haber causado su demora, devoraba las distancias. Ninguna culpa
había tenido ella, pues estaba en comisiones oficiales delicadas.
Entre diez y once bajámos a tierra y recibímos el abrazo fraternal, nunca tan sentido como cuando se recibe a un
hermano enfermo, cual soldado herido en batalla.
Era la cuarta vez que volvía derrotado en el cuerpo,
después de larga excursión evangélica; y como yo, y más
enfermos todavía, han llegado otros Misioneros, víctimas de
su celo y de las increíbles privaciones anexas a esta Misión;
pero los sufrimientos y privaciones nos labran una corona
riquísima en el cielo, donde debe estar fija siempre la vista
del Misionero, si no quiere desmayar.
iDias sea bendito por todo!
FRANCISCO
Misionero
GUTIÉRREZ,
Prefecto Apostólico, .
Hijo del Inmaculado Corazón
de :'.farfa.
VII
VISITA PARROQUlAL DEL REVERENDO PADRE FRANCISCO ONETTI
A LA COSTA DEL PACÍFICO. FEBRERO DE 1922
\'ill.il'
lO SIIS Jll'l'illecia.!,.
El 2 de febrero, festividad de la Purificación de la Santísima Virgen, salí de Quibdó de mañana, para visitar por
tercera vez las apartadas parroquias de la costa del Pacífico.
Al amor de la corriente del río se deslizaba la molestosa canoa, mientras los bogas se desayunaban con apetito y
yo repasaba con la imaginación y los ojos la multitud de
enseres y ajuar que integraban mi equipaje.
Hice noche en Munguidó, mas la noche se convirtió
en tres días de creciente continua, que nos cerró el paso.
A los seis días de salidos de Quibdó, atravesábamos el Suruco con agua hasta la cintura, los cargueros, el niño que
me acompañaba y yo; y en unas cuatro horas remontámos
el Suruquito; siempre dentro del agua, buscando los prácticos los lugares menos hondos y peligrosos, siendo el modo
ordinario de caminar el de saltos de una a otra de las resbalosas rocas que erizan el cauce del rio. Hay lugares peligrosísimos; con frecuencia hay que saltar de una roca alta
a otra más baja y lisa; descalzo se salva el lance con facilidad; pero con calzado, como tengo que caminar yo, tiene
uno que mantenerse muy sereno, poseer piernas resistentes, y en ocasiones procurar caer como los gatos.
El punto más peligroso es el llamado el Paso del Cholo,
porque hace algunos aÜos pereció allí un cholo carguero.
Allí el cauce tiene sólo unos cuatro metros, y pasa encajonado entre dos muros apizarrados de roca. En uno de ellos
hay una serie de huecos practicados a pico, en los que apenas puede sostenerse medio pie; es el único pasadero.
Tiene uno que pasarIo con el cuerpo pegado al muro, agarrándose a las hierbas que ramean entre las hendiduras de
la roca.
REVERENDO PADRE FRANCISCO ONETTI
Gran defensor de los costeños del Pacífico.
-
I
Si-
A continuación vino El Yucal, camino barroso, como
'que va siguiendo la cuenca del Yucal y Amparraidá. Es
camino de caimanes. pero lo pésimo del Suruquito lo hace
bueno.
Al embarcamos en un potro en Amparraidá, me for~
jaba la ilusión de que habían terminado las penalidades del
largo camino; pero no estaba aún. más que a la mitad, sí
bien había pasado lo peor de él.
Como es natural, libre ya mi imaginación, le di rienda
suelta y voló en un momento hasta Nuquí, el principio del
fin, y se espantó cuando quiso determinar el fin mismo.
U na racha de pesimismo y arrepentimiento azotó mi
espíritu; mas luégo desapareció con la confianza en la Divina Providencia y la satisfacción de que mi viaje no era
empujado por los vientos humanos, sino por el soplo d~l
deber, y para recoger con el sudor de mi frente los intereses
que Jesucristo tiene en peligro de perderse al oeste de Colombia.
A las cuatro desembocaba en el río Baudó. Bendito
fea Dios. Las empalizadas de Amparraidá nos traían mohinos más de la cuenta. Afortunadamente aún teníamos más
de dos horas de luz y queríamos aprovecharlas para buscar
peones y canoa más capaz, con el fin de que se volvieran
los que me llevaban. Mas hé aqui que apenas llevábamos
un cuarto de hora caminado, cuando oímos unas voces (l
nuestras espaldas de una mujer que nos gritaba: "¡Hagan
un altito! ... " Nos parámos, y pronto llegó hasta nosotros
una anciana jadeante y descompuesta, la que me rogó que
fuese a confesar a un hijo suyo que estaba de remate y
amancebado. "¿Está cerca la casa donde mora su hijo?"
"Sí, señor Cura, es aquiacito, ahoritiquita llegamos allí."
"Y ¿quién me lleva?, pues mi canoa está sobrecargada y no
puede caminar aprisa." "Pásese a este potro, yo le llevo;
si es aquí mismo."
Ordené a los peones de mi canoa que subiesen río arriba hasta llegar a una casa dónde pasar la noche, y yo transbordé a la diminuta embarcación. Bogaba la buena mujer
con más desesperación que calma, salpicándome continuamente de aguê con el canalete, empapándome el agua que
me venía de arriba, mientras una raja regular cr. el plan del
potro y los infinitos gorgojos me inundaban por debajo; y
-
88-
no podía achicar, pues al menor movimiento mío estaba
el agua por delante, era mucha la que se colaba por detrás.
Gemía y sermoneaba la anciana, el potro se llenaba de agua,
yo .. " riéndome de los peces colorados; y la casa del enferma no llegaba nunca. Hube de preguntar a la pilota si
acaso no habíamos pasado ya la casa, y ella me respondió:
"No, mi Padre; pero confío en Dios y en mi Señor Jesucristo que llegaremos.
Llegámos, en efecto; y entonces me afirmé más en
aquel dicho: "Nadie se muere, menos cuando le conviene."
Lo peor y más triste fue que el enfermo se negó a abandonar a su mala compañía y a casarse con ella, pretextando
que lo haría cuando sanase. A la salida de la casa me esperaba otro potro, para que fu'era más abajo a confesar a un
anciano, casado, que hacía mucho tiempo que quería morirse. Fui, en efecto, y encontré en su cabal juicio, aunque
en carnes de momia, a un anciano, chapeado a lo chocoano
antiguo.
Con edificante fe recitó en voz alta las oraciones y actos de fe, esperanza y caridad; lleno de gratitud, dio gracias
a Dios por el favor que le había concedido, deparándole la
asistencia de un sacerdote, y recibidos con admirable devoción los santos sacramentos, entró en un letargo tranquilo, muriendo horas después.
La noche se me echó encima, y no pude volver al lugar donde estaba mi canoa. Perdí un día, pero qué importaba, había recogido la sangre que Jesucristo había derramado por aquel feliz anciano.
II
Cont.inÚa t'l
viaje-El
RautlÚ--EI
COgUdlO--('IlSll
pOI: f~ll1pinllda IOIll/l-.-\. la vista del
de .Joselito-Tt·('pando
Padtko.
El Baudó, en la parte recorrida por mí, desde la quebrada de Amparraidá hasta la confluencia del Cogucho,
tiene muy poco de atractivo.
Bajo los dardos de un sol canicular, sentadito en mi
silla, estilo primitivo, empleé todo un día y parte del día
siguiente recreando mi vista con las cenagosas aguas del
1 ío, las orillas más elevadas y lodosas que las del Atrato,
las escasas y destartaladas viviendas y .... mi frasquera.
- 89-
Menos mal que uno de los bogas tenía arrestos de filarmónico, y me distraía con el tarareo del "Solita sí, solita
nó," hasta que a ruego del respetable auditorio cambió de
disco.
Ya en Cogucho fue cambiando la decoración: sus orillas de quebrada se iban clarificando a medida que subíamos; playas de arena blanca y cascajo interrumpían la monotonía; no se presentaban a nosotros las calles largas, y
caminábamos por orillas llenas de una vegetación verde y
limpia que hacía olvidar la orilla del Baudó, con sus carrizos
inclinados por el peso del lodo.
Día y medio empleé en el Cogucho, y creí que era
tiempo de tomar algún alimento, antes de emprender el camino. del istmo. Me detuve en casa de un buen cristiano
llamado Joselito, de proverbial hospitalidad para todos, y
a quien me confieso sumamente obligado por sus atenciones, su influencia en el río y su carácter activo. Llegado a
su casa no tengo que cuidarme de nada: peones, embarcaciones, cargueros, todo lo dispone con gran diligencia el
bueno de Jose1ito. ¡Dios se 10pagará! Para mí es una mina.
Pronto se transformó su casa en capilla; allí se dijo la
santa misa los dos días que permanecí; administré varios
bautismos, y por la tarde se llenaba la improvisada capilla,
colgada en una loma muy pendiente, de todos los ribereños
vecinos; y allí, careados por el murmullo del torrentoso
Cogucho y por las misteriosas cadencias del bosque, rezábamos el santo rosario de la Virgen, y nuestras plegarias,
repercutiendo en el tornavoz de las bóvedas selváticas, se
elevaban al cielo, blancas y humildes, como la luz de la luna,
que iluminaba todas las noches nuestro templo. Una sencilla
plática y rezo del Angelus, más un Padrenuestro por los
difuntos de nuestras familias, daban fin a la ceremonia.
El día de la partida se anunció con algunos tiros de
escopeta; aún oscuro, nos encaminámos en tres potros los
cargueros y yo hacia el istmo, después de oída la santa
misa. Al pie del istmo noté cierto espíritu triste y poca animación; y como el buen humor es la mejor salsa para los
caminantes, sobre todo en caminos como el que íbamos a
emprender, después de enterarme de que todos llevaban
sus provisiones de boca, los animé, alabé sus fuerzas y
maña, les agradecí de antemano el servicio que me hacían
-- 90 -
(aunque bien re.¡ribuido en metálico), y remangándome
la sotana salté el primero por entre los peñascos de la orilla
y empecé a trepar por la primera y empinadisima loma.
Daba pena ver aquellos robustos y sufridos cargueros
llevando sobre sus espaldas tres y cuatro arrobas, trepando
por lomas y salvando cuchillas peligrosísimas, verdaderos
bordes de simas hondísimas. A los pocos instantes todos
caminábamos en silencio, jadeantes y chorreando sudor por
todo nuestro cuerpo. No podíamos hacer altos frecuentes,
Como a las tres horas hicimos el primero en un lugar llamado La Brea. Las venas hinchadas, los vestidos empapados en sudor, las pocas ganas de charlar y 10 encendido de
los rostros eran indicios de lo cansados que íbamos todos,
y .... el señor don Sol, allá arriba, tan tranquilo .... tan
tranquilo y descansado, parecía enamorado de nosotros.
¡Arriba, muchachos!, que estamos a medio camino.
De plomo parecían ahora los pies, y las cargas recargadas.
Continuámos la marcha, ahora cuesta abajo; cuando a las
dos horas de camino empezámos a sentir el aletea de las
brisas marinas y la animación iba descongestionando
r.uestros miembros, dentro de un boquerón del monte
se descubrió una inmensa extensión azul claro, interrumpida por islas verdes, junto a las cuales aparecian y desaparecían blancas fajas. Era la costa del Pacífico. Todos nos
detuvimos contemplando aquella agradable aparición, yexclamámos entusiasmados: "¡Burral
¡La costal" Livianos
se nos hicieron nuestros pies; a paso de carga entrámos en
el llano, a los acordes de una ~urga de chicharras que ejecutaron magistralmente, con un fortissimo rallantando, la
única. pieza de su repertorio,
III
I.¡¡~ 'qHl'
Us
fI(· III 1:::lsa-EIJ
T¡'ihug{,-EJ
ho¡.mmu<lu-CHut"
Il
las ('üstn.'1
<leI J>adtko.
Cuando lei el diario del explorador americano Enrique
Stanley, correspondiente a su viaje en busca de Livingstone, observé una advertencia que aquél hace, después de
narrar las mil y una vueltas que dio por Zanzibar, preguntando a los prácticos y proporcionándose en abundancia
cuanta cacharrería podía serIe útil para (!ue las tribus gue-
- 91-
rreras y salvajes del paso no le impidieran llegar hasta Tanganika, donde esperaba hallar, consumido por las fiebres,
al Misionero anglicano.
Todos los ciceroni convinieron en que, ante todo, fuera
bien provisto de abalarias, en lo posible grandes y de calai es chillones.
Y 10 que es abalarias grandes y de colores
chillones llevó Stanley para abaloriar una tribu entera de
pies a cabeza. Sin embargo, como un mes después, anotaba
en un pedazo de periódico, a falta de papel blanco: "He
tenido que tirar casi todos los abalorios, porque las gentes
de por aquí no quieren más que abalorios pequeños y blancos, y aun entonces, si son regalados; lo que quieren los
salvajes, 10 mismo que los que viven en Londres y París,
es .... dinero."
No tiene esto nada de particular; pero yo había olvidado, o mejor, aprendido mal la lección; y los cuarenta y
tantos pesos plata suelta que saqué de Quibdó, ya se habían
concluído. Los sufridos cargueros, l"endidos y sentados sobre
la arena de la quebrada Aguablanca, después de acomodar
mis bultos en un bongo que provisionalmente topé en aquel
lugar, esperaban su justo salario; mientras que yo, repartiendo entre ellos sendos tabacos, preparaba todo un discurso para venir a decirles que no tenía plata suelta. Y era
lo peor del caso, que ellos debían volverse, y que no nos
veríamos hasta después de un año, lo más pronto. Pero a
veces "del charras cal más chico salta la liebre"; y así sucedió
áhora. Uno de los jóvenes me dijo que deseaba seguir conmiga; e incontinenti, añadió otro y otro .... Entréguele
usted mi dinero en N uquí. Con esto alcanzaron para los
demás los reCilesque me quedaban, y completamente satisfechos, arrellanado en mi silla, continué la marcha, río abajo, por primera vez, desde que tomé el Munguidó.
Pronto entrámos en el Tribugá. iQué decoración tan
espléndida se iba abriendo y ensanchando ante mi vista!
Los transparentes cristales del río permitían ver a travÚ
~uyo las blancas piedras de su álveo, 'f pandillas de sardinas, cual muchachos de estación, rodeaban nuestro bongo,
esperando les echáramos algunos granos de arroz. La superficie del río, detenida la corriente por la marea ascendente, se mostró tersa y tranquila como la de un lago; secas
y alfombradas superficies en la orilla, daban acceso a ca-
- 92-
sitas pajizas, sombreadas por las imprescindibles palmas de
coco; y a nuestro paso era yo saludado con alegría y algazara por aquellas gentes sencillas, para quienes no era yo
ya un desconocido: hermosos niños de tez acholada, formas del semblante finas y correctas, ajas de dulce mirada
y sueIta cabellera, corrían a la orilla; y después de saludarme, besándome la mano, me enseñaban la medalla, algo
gastada, que llevaban al cuello, y me exigían el cumplimiento de mi palabra, empeftada el año anterior, de premiarles,
~i sabían guardar la que entonces les había dado.
La tarde declinaba, y era preciso llegar a La Punta.
Rogué pues al boga que remara un poco más duro, y para
que se le hiciera a él más llevadera la faena, y a mí más
corto el trayecto, en vista de que parecía aquél mudo, aposté contra él una ametralladora de preguntas; pero mi buen
remero a todo me respondía que no sabía nada. Por fin
me resolví a disparar un grueso calibre ... "¡Oiga! ¿En Nuquí no están aún en guerra?" "Yo no sé, mi Padre; mayormente que yo vivo de continuo en mi posada de Tribugá,
V no me entero de naitica, mi Padre .... " i Alto el fuego!
Seguímos pues calladitos, cediendo nuestra voz al canalete,
que roncaba con brío, espantando las .blancas garzas que
espejaban en el terso lago sus blancas rémiges, hasta que el
río se convirtió en anchuroso estero, en cuyo fondo humeaban las casitas de La Punta, arrulladas por las rizadas olas
del mar.
Febo se hundía por El Boquete de Nuquí; amortiguados sus dardos por las brumas marinas, podíamos contemplarlo de hito en hito, y le mandámos, con nuestro agradecimiento por su amable compañía, un millón de recuerdos
para los antípodas.
Aún tuve un buen rato de día, el que empleé en recrear
mi vista con el magnífico panorama marino.
Costas del Pacífico, i qué hermosas sois! De nuevo voy
a tener la dicha de visitaras. i Qué ricas son tus quebradas!
¡Qué fértiles tus altozanos! Tus ensenadas provocan la ambición del coloso americano; tu Napipí pide a gritos la dinamita que rompa el corto istmo Limón, para elevarte a la
gloria del principal canal del mundo! No hay producto que
no ofrezcas en abundancia; tus ensenadas, tus esteras, tus
pesquerías de perlas y pescados, tus playas te dan derecho
-
93 --
ser el mejor florón del Chocó y uno de los más vistosos
de Colombia; sin embargo, tus robustos hijos lloran el abandono en que los tiene su patria, y se ven precisados a mendigar en país extraño.
él.
IV
X ¡Uluí
n. la
v.;is~a-Rf":,·ii,inlipnto-~~es(,l·il)(·!(~n <l~"i })ohIH:Io-LanlP;:.tllhIe
~~st1:'flo (¡(~ ~as f\S(,:2~h~:,.
Tres horas, a buen andar, se emplean desde Tribugá
d.
:\f uquí; pero el piso de fina arena, la multitud d.e aves ma-
Tinas, los ejércitos de crustáceos que huyen en todas direcciones, los magníficos fonè.os de verdes matizados, el azul
del mar, el ruido de las olas distraen tánto, que siente un::>
llegar al término, y va formando propósito de aprovecharse
todos los días del deleitable embeleso que produce la concha de Nuquí .
Próximo ô. llegar a la capital de la últimamente suprimida Prefectura Provincial del Pacífico y ahora Alcaldía,
fui saludado por el señor Alcalde y varios otros amigos, juntamente con los señores maestros, quienes al frente de sus
respectivos alumnos me salieron al encuentro. Los demás
del pueblo me dispensaron un recibimiento tan frío. que 111
por curiosidad me vinieron a saludar.
El señor Síndico, cabeza de una de las más honradas
y cristianas familias del lugar, me cedió un alojamiento de
su propiedad.
y no había descansado, ni aun me había cambiado de
ropa, cuando recibí una esquela en la que se me rogaba que,
sin pérdida de tiempo, fuera a auxiliar a un enfermo moribundo en un lugar llamado El Fiime, distante una media
hora larga. Inmediatamente fui al lugar, y pude auxiliar a
un pobre atrateño, que vivía muriendo hacía meses. U na
afección a la garganta le hacía difícil la respiración y le imposibilitaba el pasar por ella los alimentos. Estaba reducido
d. los huesos; conservaba con todo su conocimiento
cabal, y
pedía a la Santísima Virgen del Carmen que le concedien
la gracia de morir con los auxílios de la Iglesia. Se confesó,
y al día siguiente recibió con edificante fervor la unción, y
al amanecer el otro, se le reventó en la garganta una apostema, que le causó la muerte.
-
<)4 -
Nuquí es un pueblecito de mucha vitalidad, a pesar
de las dificultades que se oponen a su desarrollo. Su posición es magnífica. Defendida de los sures por el Morro,
tiene un puerto pequeño, pero abrigado, donde pueden fondear en todo tiempo las embarcaciones de poco tonelaje.
Está edificada en la desembocadura del río de igual nombre, y como es bastante llano, en las pujas entra el río por
detrás de él, quedando convertido en una península, inundando casi todo alrededor, lo cual no deja de ser un beneficio para el lugar, pues al retirarse las aguas con la bajamar, arrastra todas las basuras y escombros.
Son muy frecuentes las fiebres, motivadas en gra,n parte por el grandísimo desaseo y la proximidad de los manglares, verdaderos criaderos de mosquitos .
. Este año último observé bastante adelanto en las construcciones domésticas: ha aumentado el número de las ca[,as, y muchas tienen el piso de tabla y los horcones de guayacán, contra el estilo ordinario de las viviendas costeñas,
en las que los horcones, el piso y las paredes son de palma.
El único edificio público es una modestísima casita destinada a despacho de la Alcaldía, construída por el actual
Alcalde, don Carlos Fernández; los señores Prefectos no
dejaron ni rastro de su paso por Nuquí; y digo por Nuquí,
¡:,orque los demás puntos de su Prefectura ni los visitaban,
a pesar de cobrar buenos viáticos.
Funcionan dos escuelas, en las que, quitados el interés
y buena voluntad de los maestros y la aplicación de los
alumnos, no queda nada. Pizarras, pupitres, mesas, libros ..
brillan allí por su ausencia. No es extraño pues que los
panameños, que tienen sus buénos edificios, bien provistos
ce material en Jaqué, Garachiné y demás puntos importantes de su litoral, se burlen y traten de atrasados a los
colombianos, y que éstos no tengan otro recurso que bajar
~a cabeza.
Colombia debe levantar su bandera muy alta, sobre
todo en su frontera con Panamá. Los costeños colombianos
tienen sus caras azotadas por la bofetada de Ancón, que los
llama brutos; y encendidos en amor y vergüenza patria, no
perdonan sacrificios, para dar a sus hijos instrucción; las
escuelas del Pacífico son muy concurridas, y si la suma pobreza de los padres, las dificultades enormes que tiene::1
Tipos èe la costa del ::'aci:i.;o.
-95que vencer para ir a Panamá, con el fin de comprar unas
yardas ·de drilón con qué vestir sus hijos, la impericia y
poco interés de algunos de sus maestros, la falta absoluta
de locales, libras, etc., no los atara, no habría en la costa
;:1Ï un niño analfabeto. Es mucho mayor el interés que tienen los padres de familia del Pacífico en la instrucción de
sus hijos, que el que muestran los atrateños por los suyos.
v
Xuqllí-SlI
slIlulll·jcl:ul-SlIS
ag"IUL'l.
Además de las fiebres, son muy comunes en Nuquí
las llagas, apostemas, erupciones cutáneas; efecto sin duda,
a lo menos en gran parte, de las malas aguas que beben.
Del río es difícil aprovisionarse de agua potable, porque
sólo se puede coger en marea baja, yeso subiendo mucho,
río arriba. Además, como el río está poblado en sus orillas,
baja toda clase de inmundicias y animales muertos. Por
eso no se aprovecha para la bebida, si no es en caso de mucha necesidad.
La única agua potable sana la hallan en el lugar denominado El Chorro, en la falda del Morro; es un manantial
que se forma de las lluvias, y por ende se seca en cuanto
pasan tres o cuatro días sin llover. En este caso, encuéntrase agua en el mismo chorro en la arena de la playa, para
1(' cual
excavan un hoyo de unos 50 centímetros, el cual,
poco a poco, se va llenando de agua turbia; a los pocos minutos este pocito está lleno de agua cristalina y dulce.
Entiéndese que esta faena se hace en bajamar. En las sequías pertinaces, aun estos manantiales desaparecen, y entonces no queda otro recurso que el río o los pozos del
pueblo.
Estos pozos son verdaderos focos de infección, espléndidos ovarios de anófeles y medio de transmisión de las eniermedades cutáneas contagiosas, a más de una amenaza
constante del tifo.
Son, en efecto, de un metro de profundidad por tres
o más de boca; la teoría artesiana explica su formación,
que es el efecto de las filtraciones del agua de lluvia y del
~ío en lugares más elevados que el suelo del pueblo. Estos
I·oZOSestán completamente descubiertos, y para coger el
-96-
agua, cuando está honda, hay en él un palo con cortes, como
los que se emplean para subir a las casas; ya existan estas
escaleras, ya dejen de existir, los niños van a los pozos con
rneriques, y para llenarlos bajan hasta meterse de pies en
el agua; y separando con el mismo merique los detritos de
la superficie, lo llenan, saliendo con sus piececitos y manitas lavadas. Las personas mayores cuidan mucho de no
ensuciar el agua; añádase que el agua está al alcance de vacas, perros, etc.
No es que quiera herir a los nuquiseños con el calificativo de de~;aseados; al contrario, ellos no emplean el agua
de estos pozos más que para lavar y bañarse en sus bordes;
pero el peligro existe, pues muchas veces no tienen más
remedio que utilizarias para la bebida; ya sea por estar seco
el chorro, ya porque no tiene champa para ir al río a buscarIa, ni tampoco dos reales para pagar una persona que les
traiga el agua.
(lb;,,:,: (I•• csla
1,,,'la:·¡Ún-Tl·ahajos-Fl'lltos-lksp(·tliùa.
Lo que en esta relación sobre la costa del Pacífico pretendo, es poner de manifiesto las necesidades de allende
.la serranía del Baudó, y convencer a la opinión chocoana
de la necesidad de mejorar las comunicaciones, y de que
más que carabineros, lo que necesitan ,los costeños es de una
persona patriota y desinteresada que ponga al corriente a
la Nación de cuanto sea necesario para atender a la moralidad, instrucción, higiene y aprovisionamiento del lugar.
y es esta la ocasión de manifestar en público, en mi
nombre y en el de todos los costeños, nuestra gratitud al decidido empeño con que el señor Secretario General de la Intendencia se ha interesado por mejorar la situación de los
chocoanos costeños. Las conferencias con que me ha honrado, preguntándome e interesándose con minuciosidad,
su amabilidad en atender y satisfacer a los costeños que vienen a Quibdó, sus gestiones para remediar el daño de las
listas de rancho, sus trabajos ante el Gobierno Nacional,
son ya muy conocidos por los costeños, quienes agradecen
de veras el interés que por ellos ha mostrado el señor doctor don Jorge Valencia.
Capilla en construcción
en Nuqul.
Coquera
que muestra ]a fertilidad
de la costa del Pacífico.
- 97-
Tres meses se me pasaron en N uquí, durante los cuales
"isité los pueblos de Arusí, Coquí, Panguí, Chorí y Jurubidá.
Durante este tiempo diseñé y dirigí la construcción de
un altar de CL~atrometros y medio de alto, el cual, por sus
finos trabajos, admiró a los de Nuquí; es de buen gusto y
de orden dóri co .
El señor Alcalde, don Carlos Fernindez, me ayudó
muchísimo, y gracias a él se recogió el dinero necesario
para compr2..r madera y paTa pagar al maestro constructor.
Es bochornoso que en la capital de una Prefectura civil no hô.ya iglesia. Hace aiÏ.os que el celoso Padre Andrés
'/ilá levantó una capilla; pero ya se había cajdo parte bajo
~' peso de la inercia, parte por los estragos de un ventarrón.
Para h2ccer algo mis duradero se clavaron los horcones áe uno. mIeva iglesia, escogidos de los mejores guayacanes, y se compraron. cincuenta libras de clavos.
Las comuniones fueron numerosas; sólo de los niños
comulgaron más de sesenta. Las misas y el santo rosario,
seguido de pJJ.tica, eran muy concurridos, aun en días lluVIOSOS .
Por esto, al tener que separarme de mis queridos fcli§:reses, sentí una tristeza muy grande, y ellos me despidieran en la playa, todo el pueblo en masa. iQué distinta fue
la despedida de la entrada t Todos me rogaban que no los
abandonase y que los siguiera visitando, alegándome "que
estaban acostumbrados a su misa y a su rosario."
Sumamente emocionado les di la bendición, puesto de
pie en la canoa, y ellos la recibieron con reverencia, hincándose en la mojada arena.
VII
¡\I'I·ln¡J.\:lcIa Illl••.
('~adóu-L~s
,i<¡uezas de :'tlm'g-an-l"n [laisa
no,'telllllCl'leanús.
l' los
De Nuquí a Jurubidá no ofrece peligro alguno la navegación en champa; pero desde que se abandona el río Jurubidá, se empieza una vía llena de peligros, a causa de los
muchísimos peñascos que en mareas altas quedan sumergidos casi a flor de agua; los bajíos son continuos, y las olas,
Misiom:s del Choc6-7
-
98-
al chocar con las isletas y rocas, mueven mucho oleaje y
desatinan fácilmente a los marineros. Este peligro sube de
punto cuando la mar está picada. Pero los naturales son
tan prácticos, conocen tan minuciosamente el vasto arrecife, que no tiene uno porqué temer, llevando un buen
piloto.
Todas estas morrerías, especialmente el Morro Mico,
wn famosas por ocultarse en ellas, según rezan viejas conœjas, ricos entierros, y en este último las riquezas del pirata
Morgan.
No hay duda que en este trayecto de costa podía encarnar perfectamente una novela de sabor a Montecristo, y
motivarían una hermosa film sus islotes poblados de vegetación, y varios, de una incontable multitud de aves mar:nas, como pelícanos, garzas, tijeretas (procellaria),
qUç
énidan en ellas y revolotean y se posan en las crestas de
las rocas, a miles; las cuevas profundas, de tres y cuatro
metros de altura, cavadas en la roca del acantilado; los túneles naturales, alternando con radas cóncavas de blanca
arena, en cuyo fondo humea entre una fila de palmas d~
cocos una pequeña aldea, embeleso del viajero, sobre todo
cuando a la caída del sol se unen en magnífica competencia
los arreboles del horizonte, las aves marinas que vuelven a
su amado nido en hileras, rozando las azuladas olas, que
ofrecen un fondo azul a sus blancos plumajes, y los verdes
y amarillos de la exuberante vegetación que brota de las
rojizas y descarnadas rocas.
Todas estas bellezas naturales convierten el archipiélago en un lugar legendario.
Nada de particular tendría que durante las rapiñas dd
pirata inglés Enrique Morgan, y sobre todo cuando en 6 de
enero de 1671, después de saquear la capital de Panamá,
la incendió, extendiendo su rapiña y la de los tres mil filibusteros que le acompañaban en treinta y siete embarcaciones, a las costas colombianas, que los numerosos indios del
litoral escondieran sus riquezas en los islotes.
Lo que sí es cierto que en J urubidá y en uno de los
;11orros mayores hay cáncamos de cobre grandes, clavados
en las rocas, como anunciando algún rastro.
Hace unos diez años se presentó en Jurubidá un antioqueño, diciendo que en sus tomas de tonga había visto un
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99-
entierro en el islote que está frente a dicho lugar; hízose
til él una pequeña casa y permaneció varias semanas cavando. Un día fue al poblado gritando, como otro Arquimedes: "iEureka! iYa lo hallé!" Luégo dia muestras de
demencia y corrió hacia el mar, donde pereció ahogado.
Por este tiempo merodeó en el mismo lugar un buque
americano, cuya tripulación tuvo el extraño gusto de pa~arse bastantes días, saltando por aquellos riscos y peñascales, descansando en unas ranchas que levantaron en la
playa.
¿Qué fueron a hacer allí? Nadie lo sabe; pero es probable que .... como en ese lugar hay mucho jurelillo, se
entretuvieran en matarIas con tacos panameños. Se despidieron después a la francesa, de Morro Mico, y hasta se olvidaron de los tarros de conservas que tenían en sus tiendas de campaña. y .... no dijo más Cide Hamete.
VIII
J,!'. ('üsta <Id Padllell
l"n la
),0
Colonia-Testimonio
dt' ,-.Il'jallllro
que s<' 'h¡~ Pl'og'I'('sadll.
:\Iltlaspina.
La costa colombiana, comprendida en la antigua Comi~aría de Juradó, o sea entre Cabo Corrientes y Pitalito, tuvo
poca importancia en la época de la Conquista.
El estar poco poblada, los muchos y peligrosos bajíos
y escollos de que está erizada, las corrientes fuertes y vientos abiertos que tienden a arrojar las embarcaciones contra
los escollos y resacas, y sobre todo la no existencia de minas
ciE. oro ni criadero de perlas, fueron sin duda las causas de
que las expediciones de Balboa, Pedrarias, Pizarra y aun
la científica y minuciosa del Capitán Alejandro Malaspina,
hicieran recaladas en Buenaventura, Cabo Corriei1tes, Francisco Solano y Garachiné, sin detenerse en las bahías.
La Comisión científica que a costa y por orden de la
Monarquía española recorrió y estudió la costa del Cauc).
y Panamá en 1790, al llegar a nuestra costa topó con tales
dificultades, que se vio obligada a cambiar el método que
llevaba, de observaciones por tareas, por el de cabotaje.
"Las inmediaciones de Cabo Corrientes fueron para
nosotros el verdadero término del método de tareas, segui-
-
100 -
do hasta entonces con tánta facilidad. Ya las lluvias eran
igualmente copiosas y constantes; los estallidos de los rayos nos indicaban próximo otro peligro mayor. Las corrientes sumamente rápidas no podían corregirse por medio de las observaciones, ni era posible, con aquellos tiempos, el conservar siempre a la vista la playa, a las veces
baja, a las veces coronada de peligros. Navegábamos ya
con mucho, ya con poco aparejo; ya al Nordeste, ya al
N oroeste, según parecían dictarlo las circunstancias y cafIZ, o lo pedian imperiosamente
los vientos desde el Sudoeste al Noroeste, y entremezclados con algunas calmas.
Aprovechábase cualquier clara para conocer los trozos inmediatos de la costa, la cual seguíamos a distancia de a
cuatro leguas; pero las inmediaciones del golfo de Panamá
pusieron finalmente término a los obstáculos indicados.
"Quien conozca la clase de bUlJ.ues de los navegantes
de aqueilos mares, no extrañará que muchas veces la sola
navegación desde la punta Garachiné a las islas de Perico
les detengan, después de repetidos riesgos, por un plazo dê
diez o doce días."
Esto escribía el atrevido Capitán español Alejandro
Malaspina en 1790; Y hoy, en 1922, está la costa colombiana
del Pacífico, por este lado, mucho más atrasada en asunto
de comunicaciones.
Los costeños no ven jamás en sus puertos ni una triste
gasolina de su patria; los servicios de correos y renta de
licores se hacen en pobrísimas champas, de propiedad o
alquiladas por los correístas, y para proveerse de lo nece~ario han de arriesgarse y exponer sus vidas en pequeños
botes, envergados de cualquier modo para ir a las tiendas
de Panamá, en las que se han de proveer de todo, hasta de
un carrete de hilo.
En otra crónica explicaré los arriesgados y penosísimos
viajes marinos de los pacifiqueños, con lo que la opinión
colombiana, y sobre todo chocoana, hará mérito a la justi/
cia de mi campaña pro costa. La necesidad de la creacióA
de una aduanilla y la de facilitar la com'unicación con Quibdó y Cartagena, ya sea por Napipí, ya por el camino BetéNuquí, de don Rafael Canto; y mejor por las dos vías. Con
el fin de poder hablar a ciencia cierta y propia de la vía
Fachada de la casa curaI de Istmina.
Torre de la iglesia de Quibdó, de cincuenta
metros de altura.
l__
-
101 --
Napipí, hice este año ese camino para pasar al Atrato, aunque tuve que construír la canoa en las cabeceras de dicho río.
Mis impresiones fueron admirables; hoy por hoy, èl
Napipí es intransitable; pero con poco costo se pueden re·
mover los obstáculos, y a mi pobre sentir, el Napipí está
llamado a ser vena aorta del comercio Quibdó-costeño.
En otra ocasión describiré mi viaje por el Napipí, y
expondré lo que se necesita para que éste se convierta de
río de caimanes en arteria comercial.
IX
El '-ullt,-Desust!'osu
mist'.'iu-Estado
n')jgioso
~' IIIt:J'¡ù-Cnnstrllcdón
de
l'u!,iIIa.
El Valle es la región donde más se deja sentir la casi
Iepentina y ar-:-uinadora baja de la tagua. Hace pocos años
salían mensualmente de este punto botes cargados de marfil vegetal, que tánta aceptación tiene, sobre todo en la fabricación de botones. Hoy aún se cosecha, pero en muy
pequeña cantidad. El trabajo de un hombre solo rinde dos
latas por día, y la lata (de petróleo) se vende a cuatro reales plata ($ 0-20) .
y esta es casi la única riqueza, el único modus vivendi
de aquellos pobres habitantes.
Como si esto fuera poco, el gamonalismo, la avaricia
y la poca conciencia de algunos pocos adine~ados, que pueden traer de Panamá los artículos de más indispensable necesidad, acaba por poner a los valleños en la situación más
triste que he presenciado en toda la costa,
Yo he visto vender allí una cucharada de sal purgante
por ocho reales; una breva, que en Panamá se compra 3.
real, por ocho y diez reales; un cigarro, por un real, etc.
A la Misión bajaron pocos, y se quedaron más de treinTa niños sin bautizar, porque no encontraban
padrinos que
c¡uisieran cargarlos, o porque no tenían rope decente para.
presentarse; en vano les dije que yo recib!e en concepto
de arancel lo que pudieran darme; y si no ter..ían nada, los
bautizaría de balde; algunos bautizaron él. sus hijos} pero
otros lo dejaron para. mejores tiempos.
-
102 -
Por este motivo, y acaso más aún por la mala vida, consejos y ejemplos de varios personajes influyentes, mi visita
éll Valle ha sido este año muy poco fructuosa; los actos de
la mañana y tarde fueron poco concurridos; la recepción
de sacramentos en los adultos, casi nula, y el último domingo que permanecí en el caserío, y en el cual había yo convocado a los habitantes del río, tuvo un hombre la mala
idea de celebrar un baile, lejos de la Misión, lo que no pude
impedir a tiempo.
En este caserío se está construyendo una capilla, cuyas
obras dejé muy adelantadas. Se va a dedicar al glorioso San
Rafael, protector de los caminantes.
Mucho le duele al diablo la construcción de esa capilla,
pues es mucha la tenacidad con que intenta impediria,
Afortundamente no faltan en el Valle hombres de cristiandad y valor decididos, los cuales, solos o acompañados, en
paz o en guerra, se han propuesto levantarIa, Don Juanico
Castro, los hermanos Vidal, el joven Daniel Obregón y vanos otros cristianos excelentes trabajan sin dar oídos a los
que por pereza, falta de amor a la religión o por cualquier
ctro pretexto 110 quieren prestar ayuda,
x
(¡c;cana <Id "alle-El
11I';\vo :\[anu('\
))íaz-Salida-('Hl'it,ín
map ••', San
IbJ'lld-_ \nÏ<'sg'llIla "JlIll1'l's1l-~1it'dit is-J)esafío
gi¡!;antl's('o-I,a
l'kt ol'Ïosa
sn\illa,
IJlI.
La bocana del Valle, esa bocana, la más temible de toda
la. costa., que tántas víctimas se ha tragado en épocas recientes, se ib2 volviendo gruñona; "esta noche roncaba la boca,"
me decía uno de los mejores marinos costeños, -el ejemplar
cristiano y padre de numerosa familia, Manuel Díaz; y
acompañaba su obsen'ación cap.. un movimiento de cabeza
rasi imperceptible, pero muy significativo, Este bravo marino había venido ex profeso desde Jella para sacarme por
la bocana y llevarme a ese punto. Es todo un bravo lobo d:~
ffi2f;
desde pcquei10 ha sido su profesión la marinería, y
hoyes repL!tado por uno de los mejores capitanes, título
(~lje tiene bien merecido por sus incontables travesías a Panamá y Buenaventura, en las que ha salvado su barca y
tripulación con derroches de trabajo y de valor desespera-
-
103 -
dos, de serenidad y conocimiento admirable de las corrientes, vientos, alturas, desviaciones de rumbo, etc.
Algo pequeño de cuerpo, de complexiçm atlética, refleja en su semblante una habitual tristeza; ignora o se ha
olvidado de reír; sólo llega a sonreír en sustitución de un
quién sabe. Cuando el viejo Díaz dice': "muchachos, no os
expongáis," hay que desistir del viaje; cuando dice: "podéis salir," nadie deja el viaje para otro día; y cuando mira
una y otra vez el mar, y después de un tenue chasquido
lingodental y un movimiento de cabeza, añade: "con la
ayuda de Dios y de María Santísima, ahí vamos," se puede
salir; pero con buenos marinos, buena embarcación, buenos remos y .... con el viejo Díaz de capitán.
Este era precisamente mi caso. El día de mi salida del
Valle vi a mi capitán que venía solo de la bocana .. ¿Qué
hay?, le dije. ¿Saldremos hoy?
Quedóse parado, 'y después del ceremonial descrito,
me dijo: "Un poco verraca se va a poner esa boca; hay que
salir prestico, prestico; de lo contrario .. " esa boca arries- •
ga a cerrase para tiempo."
Inmediatamente di las órdenes para la partida, y me
embarqué con tres marineros, más el capitán Díaz, en un3.
magnífica balandra nueva, que bajo mi dirección se había
sobrebordado y falca do en el Valle, y la que bendije ese
día, poniéndola bajo la protección de San Rafael, cuyo
nombre lleva a babor con p"randes letras.
Muchos opinaban que °era arriesgada la salida del Valle a media :marea; pero las olas se ponían ame~1azadoras
por momentos; una hora más tarde sería imposible la salida; sin embargo, las condiciones de la balandra y del capitán daban conÍianza. Sobre todo nos animaba la fe en
San Rafael. Un cordobés nunca emprende un viaje de importancia sin llamar en su compañía al Santo; y San Rafael jamás desampara a los cordobeses.
Con una dosis regu~ar de mieditis en el cuerpo y la
boquita callada, íbamos avanzando y acercándonos a los trágicos morros que guardan la salida c'-el río VaIle al mar.
El oleaje estaba imponente, rugiendo como fiera hambrien18 que ve acercársele la presa; una obcecación del capitáa
nos heló la sangre; puesto de pie en la popa, dejó el timón
para coger el canalete, y con voz emocionada y fuerte dijo:
-
104 -
" iAguanten, muchachos! iPor Dios y su Santísima MadrC'
que esto está más feo de lo que yo pensaba!" No bien había terminado. cuando se lanzó sobre el bote una furiosa
ola. "i Aguanten, muchachos!," repitió el capitán; una montaña de color plomizo, de unos dos metros de elevación,
nos tapó el resto del mar; el bote se encaramó sobre la ola;
los marineros remaron con desesperación, jadeantes; el capitán clavó el canalete y forcejó, abajándose y apoyándole
contra su pecho. Tras esta ola vinieron otras sin interrupción, reventando ya a proa, ya a popa. Luchaban los 'marineros con la confianza que se presentase un safío; pero éste
no venía, y la balandra saltaba, empinándose y bajando la
proa horriblemente, siendo arrastrada cada vez más, con
más fuerza hacia las temibles rocas.
¡Ay de nosotros si se hubieran rendido los remero s !
El capitán se agigantó ante el peligro; con una serenidad
admirable, daba las órdenes: "Adelante, atrás, enderecen,"
hasta que sin entusiasmo de ninguna clase exclamó: "Dejen venir a ésta, que ya no hace nada; y luégo, palante .. , "
La ola zarandeó aparatosamente
el bote, pero reventó a
cuatro metros a popa; habíamos pasado la barra peligrosa,
U n agudo y prolongado aullido de marinero fue el
himno de triunfo de la fuerza inteligente sobre la fuerza
bruta.
El capitán Díaz casi se rió, y cantó su hazaña con estas
frases: "Barajo con la verraca de esta boca,"
XI
Yil'uto l'n (lepa-La
sob¡'J'hia ulla SI' dl'stapa-Hllhía
dl' .,..lIn-('llllâllllntlo
Il ti •.
'ntlls-Xlltl'ido
fuego y af('('tuo,o;O J'cdbilllÏl'nto,
Fuera ya de peligro, satisfecha nuestra alegría, casi
pueril, con gritos, imprecaciones y noramalas a la señora
boca del Valle, empezámos a sentir los marrulleros reproches de otras bocas, no peligrosas, pero sí importunas y molestas.
Tomámos rumbo, y la vela mayor se hinchó con un
fresco viento a popa, con tánta avidez que la pobre trinquetilla quedó bandeando y buscando alguna brizna con que
hincharse también.
"'--
...
,,
~¡;; \
Altar mayor de la iglesia de Istmina.
Escuela de varones de Cupica.
(Costa del Pacífico).
-
105 -
La Rafaela, halagada por la brisa que arreciaba por momentos, se iba inclinando blandamente sobre el lecho azul,
recibiendo con desdén de sultana los saludos del oleaje, el
cual, como todo enamorado, empezó con blanduras tímidas
y acabó con impertinencias aburridoras.
¡Bravo! ¡Esto es caminar! .. " A las once en el Huina .... A las dos en JelIa. Aú! Aúl Aú! Aú! Aú! ....
Se destaparon las provisiones; una soberbia olla lIenJ.
de arroz, que yo había hecho traer de Juradó, preparada con
gallina y jurelillo, plátanos, envueltos de maíz y un merique de agua; todo abundante y confeccionado a usanza
costeña.
Todo nos salió a pedir de boca .... menos las cuentas,
pues el viento se nos trocó y al anochecer estábamos empezando a doblar el cabo Solano, con viento y corriente a
proa. Afortunadamente es la bahía de Jella la más tranquila
de todas las de la costa colombiana, después de la de Buenaventura.
U n aguacero chocoano cerró con la noche; la oscuri¿ad era completa, caminábamos a puro remo, alumbrados
por la tenue luz de una lámpara izada en el mástil. Por
conjeturas, por la aparición de numerosos infusorios fosforescentes que flotaban en el agua, conocieron los marineros
que estábamos navegando en agua dulce, en el río Jella.
Una oportuna lucecita a babor, que no podía salir de otra
parte que de La Mecana, acabó de orientamos. Estábamos
encima de Jella, pero sus habitantes cansados de esperarnos se entregaron al dulce sueño. A fuerza de disparos Sè
alborotaron los canes y más tarde los jelleños, quienes respondieron al pronto con nutridas descargas, que respondidas a bordo, dieron a las postrimerías del primer viaje en
La Rafaela el cariz de un asalto de piratas.
El recibimiento fue de los más cariiioso y festivo. El
jelleño no se puede confundir con los dem3.s costeños; de
raza acholada, son inteligentes, expansivos, cariñosos, muy
bailarines y los mejores marinos de toda la costa ..
Entre saludos y manifestaciones de cariño y esas miradas preguntonas de las niñas, con que parecen decir: "¿No
me conoce usted? ¿No me ha traído la medallita que me
prometió?"; mientras los pimpollos del sexo fuerte, echándose al agua asaltaban a nado mi balandra y se la llevaban
·-
106 -
a un lugar a propósito para anclaje, nos dirigímos a la capilla improvisada,
que estaba iluminada con varias bujías
y adornada con gusto y sencillez.
XI!
El •.it'Jo :\Iedinu-Hu
matdmonio-Pt'nfétka
deSI)('<1I<1a-],Os hOh's costeños.
Hus a\'1"ks~a<1(1s vlajl's.
Dos años hace que murió en Jella un anciano, de pequeña estatura, color claro, temperamento
nervioso y sumamente activo; puede decirse que la muerte lo cogió trabajando. No era oriundo de Colombia, aunque por los muchos años que en ella vivió, dejándole los pedazos de su
ser, que fueron y son numerosos, y por el amor que siempr~
tuvo a Colombia, a la que llamaba su patria, era todo un
colombiano.
Había viajado muchos años en buques de vela y llegó
a ser un piloto notable.
En una de sus correrías marítimas se fijó en la abandoriada bahía de J ella, y se enamoró de la hermosura de su
playa, como le sucede a cualquiera que pone en ella por
primera vez sus plantas.
Este hombre es nombrado
coa
respeto por todos los costeños el viejo Medina.
El último viaje que hizo a Panamá presagiólo de último, como me lo dijo al pasar yo mi visita a Jella hace d03
años.
Pero la vida de movimiento
continuo,
más la tardía
asistencia de sacerdotes, le habían imposibilitado
su ardieni-e deseo de legar a su posteridad un nombre cristiano sin
mancha, contrayendo
matrimonio
cristiano con su fidelísima compañera.
En mi visita me dijo que deseaba llenar
e~te deber cristiano y que, contra su gusto, lo haría sin
pompa ni solemnidad,
pues le hallé disponiéndose
para
una iraves[a a Panamá, lo cual en lenguaje costeño quiere
decir que estaba limpiecdo. Lo animé, le ofrecí no exigirlc
más de lo que pudierJ. en concepto de arancel, y en todo
cam, nade. Contrajo en efecto matrimonio
con la mayor
sencillez; y al despcdirme
de él me diio con resolución:
.'Dios se lo pague, mi Padre; ya no nos veremos hasta ~l
1,,,.,,1 ;'1'" ,-,~.;., ,.~
n c:",,.,tido '.!:1~·1·C'; n1'0 del bue11
e: '"~o " C;" .ï:-J-ciO""""
...•• -.; •.•••.........
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~J •••.
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1.;. ....•••.
vl...
•.•• .1.
-
107 -
Era el viejo Medina un homhre instruído y creyente.
Fue a Panamá trayendo a sus hijos los últimos sudores de
su frente; pero volvió herido de muerte; de la única muerte digna de él: la del trabajo.
Sus conocimientos náuticos, unidos a su arrojo, han
sido muy útiles a los costeños; a él se atribuye el haber
enseñado el modo de aprovecharse de la brújula para viajar por travesía.
Semejantes viajes son peligrosísimos, ya por las condiciones del mar Pacífico, que diferente del Atlántico, pasa
fn una hora de la calma chicha a la marejada imponente,
ya, y sobre todo, por los frágiles, pequeños y mal dotados
botes con los que se hacen tales travesías.
Todos los botes están hechos de una pieza de un tronco de árbol; no pueden por lo tanto ser muy grandes. La
envergadura la completan dos velas de dr:ilón viejas, llenas
de remiendos, relingadas a trozos; dos mástiles altos pan.
que las velas puedan coger viento; pero delgados, porque
él bote sin quilla no podría aguantarlos si pesasen mucho;
ias jarcias de bejuco, en la mayoría de las veces, sujetas
por cadenotes de madera.
U no de los oficios más importantes en todo viaje es el
ne achicador, el cual tiene que ir trabajando todo el viaje
con una errada; y en ocasiones no puede impedir que las
taguas, níspero y los pies de los tripulantes vayar.. metidos
en agua todo el trayecto.
Listo el bote para zarpar, sobrecargado con frecuencia, con sólo dos palmos de línea de flotación, espera la noche si no hay buen tiempo de día, y se abre con la b:¡isa de
tierra o nocturna, buscando un cabo saliente, como Corrientes o SoIano; y desde allí toma rumbo, según sea.n los vientos reinantes. Desde este momento se ven en un continuo
peligro; han de pasar varios días sin ver tierra, guie.dos po:"
la brújula, y con frecuencia arrastrados por los vientos contrarios o malos; Jas cuales es preciso aprcvcchélr, nc:.vegand,)
a la bolina, rectificando continuamente el rumbo. El capi-ián ha. de ser hombre de pelo en pecho y muy práctico;
tiene que estar de continuo al timón y a la escotilla, y calcular bien 12 bisectriz que debe seguir el bote, sometido 3.
dos fuerzas contraias. Con alguna frecuencia hay que he,çer 2.rribô.das forzosas, a causa de haberse abierto una vía
de agua en el casco, o por acabarse las provisiones.
-
108 -
XIU
Oeupu<'ionl'S )' manel'a de pesÙ ••'-Cna
lecdón d(' histOl'ÜI natul'al-~o('he
fant.Ítstica ~. atrevida na\'t'gaci6n-."'alvados
pOl' n:i1agl'().
Nabugá, Abegá, Octávira, Aguacate, son pequeñas bahías, de abundante pesca, sanas y bastante resguardadas.
Sus moradores son pacífícos, de costumbres honradas, aunque maleados con los vicíos capitales del Chocó.
Son cristianos de fe algo dormida, pero escuchan y
;-espetan al sacerdote; por lo que no pierdo la esperanza de
formar con el tiempo unas aldeítas cristianas, modelos de
vida morigerada y religiosa.
Lo peor en estos rincones es la falta de autoridad competente, que corte pronto y con decisión ciertas niñerías,
que a la larga se convierten en odios de familia.
Viven dedicados a la agricultura, que en esos lugares
ofrece campos inmejorables, y a la cría de ganado de cerda.
En ciertas épocas es abundante la pesca de róbalos,
jureles, ñatas, etc. Poco usan el anzuelo; su pesca suele
hacerse con arpones, que manejan con gran maestría y a
cuyo uso se dedican desde pequeños. En el extremo de un:3.
pértiga de dos metros de larga ajustan el cubo del arpón,
cuyo cuello está enlazado con una cuerda resistente con el
extremo más próximo de la pértiga, de tal modo que el cubo
queda encajado; al distinguir el pescado 10 van siguiendo
con la vista, conociendo su paso por una mancha superficial, que sólo pueden apreciar los que estén muy diestros.
Apuntan, cogiendo el arpón por el extremo del palo opuesto al dardo, y 10 arrojan a dos o más metros de distancia.
Prendido el pescado del arpón, éste se separa de la pértiga;
mas como está atado con ella, va nadando por encima del
agua. Así matan hasta tiburones y cornudas.
El pez más estimado, no tanto por lo exquisito de su
carne cuanto por su grandor, es el mero. Este pez, uno de
los más corpulentos, de la familia de los pércidos, es quizá
el mayor; llamó notablemente la atención de los españoles,
jas cuales llamaron a una de las bahías Bahía de los Meros.
Es una variedad del mero gigante (epinefelus Rigas), descrito y clasificado por Brün, aunque no es el mismo, pues
BrÜn habla del serranus giKas, común en los mares euro-
-
109 ---
peos, y que, cuando está en su perfecto desarrollo, sólo
mide de cincuenta a sesenta centímetros; mas el mero de
que hablo, en un individuo adulto mide hasta dos metros. Por lo demás, en la figura y caracteres ictiológicos
es como el E. Gigas. Su cabeza es grande, su cue:-po comprimido' aunque no alarge.do, como el de su congénere,
preopérculo con el borde deí1ticulado, aleta caudal recor'éada. en forma redondeada, la Única aleta dorsal, con diez
rádios espinosos. Es muy voraz, y por eso, cuando llega la
época de aovación, los pescan en abundancia, Yé:. con arpones, ya con anzuelos.
De los poblados apuntados 2.rriba, Cctavia u Octávira
es el mayor, con sus veinte casas. Sus pobladores me prometieron algunos prepararse para el matrimonio; me rogaron también que me interesase ante la Intendencia para
que se estableciese 2.Uí una escuela, a la cual irían, a no
dudar, los niños de los caseríos vecinos. Lo malo que tiene
es el embarcadero, no atreviéndose a entrar por él en tiempo de brisa, sino son los naturales.
En Aguacate me embarqué con rumbo a Coredó con
m2.1tiempo; por lo que me fue preciso hacerme a la vela a
media noche, con el propósito de doblar cabo Marzo a la
madrugada, antes que soplase el norte reinante; pero tras
largas tentativas, tuve que volverme, pues el cabo se ponía
amenazador y es un cabo de mucho arrecife.
En pleamar se corta el paso del cabo por un boquete
abierto entre dicho cabo y un arrecife, formado por cinco
grupos de peñones que se internan bastante. Esto se entiende estando el mar bonancible, pues de lo contrario, el
pretender salvar este atajo, sería exponerse a un naufragio.
Para llegar de la punta del cabo al boquete éranos preciso
salir de Aguacate de noche, sin luna y con aguacero de
órdago. ¿ Qué hacer?
Pasearon por la noche por la playa luces tristes, como
de duendes; otra luz apareció en el agua, a unos doscientos
metros dentro, la que se fue aproximando a la orilla; oyéronse ruidos de remos, que al chocar sobre las chumaceras
producían un ruido semejante al de la tierra al caer sobre
el ataúd; tiritando de frío, encogidos de hombros y en silencio fuimos embarcándonos; se colocaron los trastos debajo de los casquilletes, y sonó el fotuto del capitán.
--
110 -
" iQué noche tan oscura! j Por Dios y la Virgen! que
no sé por dónde vamos. Tén cuidado con la piedra, que
debe estar por aquí.-Es lo que voy mirando: marinero de
proa, rriíre a ver si ve algo, y avisa.-Va aclarando; voy a
echar la balandra para el boquete, para ver qué cara tiene.
¿Allí no están los Torales ?-Si, alIi es.- iHombre, por
Dios! Y ¿que no vamos a pasar hoy tampoco? Mira la escu!ana que se presenta por el Huina; hoy ya soplará el S. O.
Con semejante velona que lleva esta balandra, en dos patadas entrábamos en Coredó. iHombre, por Dios, lo que
~s la tentación!
"Y ¿quién dice que hoy no entramos por el boquete?
"Vamos a ver mi gente, acerquémonos, y como podamos .... lo que es hoy no nos volvemos."
Con precaución nos metimos en el primer arrecife; la
balandra bailaba como una ebria, entre las innumerables
rocas; el boquete a diez metros abría y cerraba su enorme
boca, pareciendo, al saltar las olas por las paredes, que se
relamía de la golosina que le despertaban aquellos pobres
navegantes que delante de si tenía, temblando como una
ardilla ante las fauces de una boa.
"¿Qué hacemos? Esto es feúco. ¡Mira, míra!" Una ola
cerró por completo la boca, produciendo el ruido de un cañonazo; brillaron los murallones, como los pómulos de un
ebrio que se ríe, y al deshacerse la ola, con su ruido particular, nos pareció que celebraba con una carcajada macabra su triunfo sobre nosotros. Pero el costeño colombiano
es todo un gladiador en el coliseo marino.
Observó un momento de safío, después de la última
rIa, y así, repitió en tono de reto: "Lo que es hoy no vuelvo
Ci Aguacate.
¡Animo, mi gente, a remar con gana y no tener miedo!" "Miedo, ¿ cuándo?" "Contemos bien: una, dos,
tres .... í Ojo! Ahora enderecemos; acerquémonos cuanto
podamos. i Por la Virgen Santísima del Carmen!
Aho!a, duro! duro! que viene la ola .... " Pasámos, pero
.
Salvados por milagro.
Bocana del Valle. Lnt~;¡ùa pe\igrusísima.
EiI
la Lima del pcJ1é:sco divisase
la cruz colocada par d ,\\i:;juncro.
Nuestra salvación
está en la Cruz. Devota imagen que se venera en Quibdó.
-
111 -
XIV
Caho
SoJano-CcJelJél'l"Ímo
naufl'ug-i~J~stllJl('ndos
mila¡,p'os-Poder
de
lin
Sant.o,
Aquí hago un altico en la narración de mis aventuras,
para intercalar otra muy nombrada, y acaso desconocida
de casi todos, la cual dio el nombre al cabo en que dejo a
los lectores; me refiero al naufragio que sufrió San Francisco Solano en esa punta en el año de 1589.
Copio de una sapientísima obra del notable crítico
cordobés del sigla XVIII, Bartolomé Sánchez de Feria, el
cual extrajo del archivo del muy religioso convento de 13.
Recoleción de San Francisco de Mantilla lo que sigue:
"Embarcóse San Francisco Solano) para este fin, año
de 1589, a los cuarenta años de su edad, y llegó felizmente
él. la isla Dominica, donde, con gran deseo y fervor de espíritu, estuvo en peligro de padecer el martirio por los bárbaros de la isla. Con una imagen de Cristo predicaba a todos, confesaba y alentaba con gran fervor,
"Desde Panamá salió el Santo en un navío, buscando
las costas del Perú y llegando al paraje de la Gorgona \)
Buenaventura; se levantó tan furiosa tempestad a la media
noche, que encalló la nave en unos bajíos, y con los vaivenes se abrió por muchas partes, entrando tánta agua, qu~
todos perecían sin remedio. El maestro echó al agua el
batel en que saltaron muchos; pero Solano no quiso huír
del peligro, viendo que quedaban en el navío más de ochenta negros bozales, que no conocían a Dios; quedóse el Santo
én el navío con mucha gente y tomó una cruz, comenzó a
predicar con gran fervor, y habiendo catequizado a los negros, según fue posible, todos recibieron el bautismo.
"A este tiempo un golpe de agua abrió el navío por el
árbol mayor de parte a parte, quedando ambas cargadas de
gente; pero aquel medio navío, en que no estaba Solano,
al punto se fue al fondo, ahogándose muchos, y entre ellos
algunos negros recién bautizados. A vista de tan gran conflicto, era grande el desconsuelo de todos; pero Solano, con
la cruz en la mano, alentaba a todos a la confianza, asegu-
--
112 -
rándoles que dentro de tres días vendrían por ellos. A los
dos días pusieron farol, y antes que el Santo pudiese descubrir el batel, aseguró a todos que ya venía.
"Todos tres días se mantuvo el Santo dando consuelo
:=t aquelas afligidos pasajeros, confesándolos y alentándolos,
y todos se mantuvieron sin comer ni beber, y empapados
en la dulzura de Solano no tuvieron hambre ni sed. Llegó
el batel, salieron todos y el último nuestro Santo, y luégo
al punto se fue al fondo el navío, asombrándose todos del
prodigio. Caminaron seguros hasta unas chozas, donde los
demás estabn en tierra desierta y montuosa; afligía una
hambre mortal, y con algunas yerbas venenosas que comieron, perdieron la vida muchos; pero el Santo después las
bendecia y repartía, y ninguno peligraba.
"Nadie pudo encontrar pesca, y sólo el Santo la halla'oa en abundancia, repartiéndola a todos, sin haberle visto
v. él comer. Todos los días les predicaba, confesaba y con~alaba; todas las tardes dispuso se cantase la Salve a la
Madre de Dios, cuya imagen salvó el Santo de la tormenta
'': colocó en una choza. La noche del nacimiento de Jesuéristo entró en la común estancia nuestro Santo, y dijo a
todos que dentro de diez días saldrían de ese desierto, como
~ucedió, viniendo por ellos un navío, después de haber estado en aquella calamidad cincuenta días."
xv
«'on"<!{¡--)lol'!'O
QUl'/IIlHlo---..JOI·nllda li
.JIlI'lH){¡-)tl'ciùin'il'nto.
En Coredó me detuve lo indispensable para disponer
el viaje para Juradó, término de mi visita y última aldea,
que juega el papel de centinela avanzado de Colombia con
el Istmo de Panamá.
La rada de Coredó ofrece un magnífico panorama;
pero como puerto de buques de alto bordo no es recomendable, pues es muy poco profunda. En baja mar el sondaje
~flide cuando más 25 brazas, alternando con 10, 7 yS.
Según el General Escobar, el fondeadero de esta extensa bahía se halla detrás de la punta sur de la rada, a espaldas de cabo Marzo y como a 500 metros de la orilla.
Los españoles la llamaron Puerto Quemado, por el
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113 -
motivo de que en mareas de puja se introduce el oleaje por
un boquete del aún hoy llamado Morro Quemado, y descomponiéndose en menudas gotas de agua, sale por una
chimenea natural del morro, produciendo de cerca el ruido
de un cañonazo, y de lejos, la ilusión de un pequeño volcán.
Los ingleses se han empeñado en ser los padrinos de
Coredó, y por eso en sus cartas 10 llaman aún Bahía de
H umboldl .
Hoy día Coredó está casi inhabitado. Los pocos habitantes que quedan allí pertenecen en su casi totalidad a la
familia de un anciano residente en Cáchirupé, notable en
toda la costa por su longevidad, numerosa descendencia,
espíritu nigromántico, laboriosidad admirable, aun en el
ocaso de su vida, hospitalidad desinteresada, espíritu independiente de toda autoridad humana y divina, blasfemo
·como un condenado.
En las memorias del General Escobar hallo escrito 10
que sigue:
HA un kilómetro de dicho caserio (Cachirupé) existe
una casa de madera, que servía de cuartel a un pequeño
destacamento perteneciente al Resguardo de la Aduana de
Buenaventura; pero dicho destacamento se halla completamente aislado, porque las comunicaciones con Buenaventura tardan meses. De aquí que haya necesidad de dar
cierta libertad a los habitantes de la costa norte para introducir algunas mercaderías y víveres sin pagar derechos de
;.:duana. Convendrá establecer allí una aduanilla. La dicha
casa, completamente abandonada, se está pudriendo."
De Coredó a Juradó hay 25 kilómetros de playa abierta,
cortada en Curiche por un estero, en la desembocadura del
río de igual nombre, muy peligroso en marea alborotada y
siembre de cuidado.
Estos 25 kilómetros me los tengo que pasar en el caballito de San Francisco, de una sola jornada y en una sola
marea; es decir, que tengo que marchar cuatro horas al
trote, pues en Curiche no hay dónde pasar la noche, y muchos de sus moradores, singularmente los niños, están llenos de enfermedades de la piel, contagiosas; y si me alcanza
Misiones ùel Choc6-8
-
114
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~a marea ascendente antes de llegar a' J uradó, me sería imposible entrar en el pueblo.
Por esto sorprendí a los habitantes de Juradó, pues no
me creían capaz de tal hazaña; verdad es que llegué con las
yemas de los dedos de los pies desolladas, por mi falta de
costumbre de andar descalzo y por tener que pasar algunas
playas cascajeras; peor me fue en el año anterior, cuando,
efecto de una caída al saltar a un bote, me herí con un clavo
descabezado y todo oxidado, en la palma de la mano derecha; este contratiempo me obligó a guardar cama en J uradó
por un mes, con horribles dolores, viéndome obligado a
acudir a los remedios caseros, y finalmente a dejarme sajar
la mano con una navaja de bolsillo, pues la hinchazón presentaba mal cariz,
La primera noticia que me dieron, apenas puse el pie
en Juradó, no me cogió desprevenido, antes al contrario,
pues con ella me suelen saludar en otras partes: "La gentè
Sé ha marchado casi toda a sus caucheras;
nos cansámos
en decirles que esperaran, siquiera para oír una misa, ya
que el Padre viene de tan lejos, , ,; pero, y que si tiene el
caucho en el monte y corre riesgo de perderse, y que si yo,
no tengo ahijados, y que si yo no tengo que ver con el
Padre, , , . N o, Padre: esto se va poniendo malo. Si a Dios
dejamos, El nos abandonará también,"
XVI
I"an·jtidos
sobl'p
c1ones-Homhl't'S
sal'I'jficios--l)pS3gI'1Uledmipnto
y consolado)'as
COll1p':lIsaJl;enel'OSos ~. hombres "listos"-TcsUmonio
fphadt'nte
d'.l
las necesidades tIc la ('osta del Choc.b,
Se necesita, es verdad, todo el sacrificio y amor a Jesucristo de un santo para no desistir ante la sacudida feroz
que fustiga el alma del Misionero, cuando caen en el fondo'
de ella, con la fría y sencilla elocuencia de la rudeza, las
gotas de la ingratitud y del desprecio.
El Misionero recibió un día una simple carta de su su·
perior principal, en la que le decía:
"Prepárese, que en el próximo vapor tiene Su Reverencia que partir para Colombia, para ayudar a los Padres
de aquella Provincia. La Santísima Virgen, nuestra Madre.
le acompañará."
Caserio de Juradó, próximo al limite con Panamá, en la costa del Pacífico.
-
liS
Como Alejandro cortó de un tajo el nudo gordiano,
así el Misionero tuvo que cortar de un tajo el nudo, al parecer imposible, de deshacerse del amor a la patria, a la
familia, etc. Desde entonces cumple su deber lo mejor
que sabe y puede, sin miedos ni desalientos de ninguna clase. Dios lo premiará; la Santísima Virgen, su madre, lo
acompañará
.
Con muy escasa asistencia a los actos de la misión,
permanecí en Juradó unos veinte días, con la compañía de
los que quisieron aprovecharse de ella, que fueron muy pocos relativamente.
En cambio los niños y niñas de la escuela me consolaron con su entusiasmo para preparar el altar y adornarlo
para la conmovedora ceremonia de la primera comunión.
Las niñas están muy adelantadas, merced en gran parte
a la cultura y primorosas manos de la señora maestra; sobre todo en escritura, lectura y labores manuales progresan
cada día. Todos los días al salir de la escuela me presentaban las más pequeñitas sus trabajos de ganchitos, recibiendo grande contento con mis muestras de aprobación.
Aquí se recogió una fuerte suma y madera suficiente
para levantar una buena iglesia; se pusieron los guayacanes
del piso y se preparó el material; mas los tesoreros, accidente no raro en el Chocó, se gastaron la plata, y las maderas se las fueron llevando para el fogón o construcciones
de particulares. El maestro de obra pidió al tesorero un
anticipo por más de doscientos pesos, y .....
échenle un
galgo: a Panamá se los llevó.
Como testimonio de primera autoridad, vey a copiar
los siguientes párrafos de la obra Bdhías de Málaga y Buenaventura, por el General Paulo Emilio Escobar:
"La aldea de Juradó se compone de unas cuarenta casas pajizas. El número de habitantes, según el último censo,
aicanza a 1,628, probablemente contando los pacíficos indios que vienen de las cabeceras de Juradó a vender pieles
y otros productos de la selva .....
"Juradó pertenece a la Intendencia del Chocó. El Gobierno debe mantener allí un destacamento de resguardo
de aduana, más que por razones administrativas, por razones de política internacional, para guarda del territorio
patrio.
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"Debe saberse que aun en las mismas ciudades hay
extremada escasez de recursos, especialmente de víveres;
de tal modo que una expedición militar que no prevea esta
eventualidad, sufrirá sus consecuencias duramente.
"Con excepción de las ciudades de Buenaventura y
Tumaco, ninguna de las aldeas de la costa colombiana del
Pacífico gozan de comunicación telegráfica; viven en completo aislamiento, tardando los correos meses enteros. Es
indispensable que buques del Gobierno hagan constantes
cruces y travesías de Sur a Norte, y viceversa, a 10 largo del
litoral, facilitando el intercambio comercial y de ideas èntre pueblos que hoy vegetan abandonados a su propia
suerte. "
XVII
Trisu'
dt>saJllU'idón En nunil\o Espeluznantt>s av,'nIUl'u", de un "ju,Í".
X"cf""idad ti" la adllanilla
en COl'ffi6.
Cuatro horas a pie nos costó el trayecto de Octávira a
Patajoná, donde esperaba la tripulación de La RaJaela. Pasado el último y más arriesgado lungo, ya el sol alumbraba
la concha del fondeadero, en el que la balandra, recién pintada, brillaba y exhibía su nombre en grandes y blancos caracteres .
El caserío llamado Patajoná había desaparecido èstè
mismo año al empuje de una marejada que desvió el río en
creciente, el cual se lanzó contra el pueblo, que desapareció
en pocas horas, con el local contiguo. La gente se pudo
~alvar.
Tras un abundante desayuno, a la marinera, nos hicimos a la mar con viento escaso. "Cae nordeste," decía el
piloto mirando hacia atrás; las velas de la balandra estaban
abiertas, aguardando el viento; "ya zumba," dijo el capitán; "mialo, el verraco; ya está encima, y viene con más
ganas que un gallo fino. Pasen la vela al otro lado, yaguanten; no vaya a dar un bandazo." Primero a ráfagas, luégo
sostenido y aumentando, fue viniendo el esperado nordeste.
La Rafaela se encabritó, como potro que arranca; mas pronto empezó a caminar, deslizándose como un torpedo, rajando las marejadas y formándose a los lados dos barbas bian-
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117 -
cas. Templáronse las drisas, sujetáronse las escotas, dio un
marinero un vistazo al mástil, a los cadenotes, a la carlinga,
y por último, sentándose en la bancada, se fue recostando
perezosamente con vistas al firmamento, y poniendo las
manos debajo de la cabeza, a guisa de almohada, dijo con
Ja distinción que le permitió un solemne bostezo: "listo."
Otro marinero se extendió al sol en el casquillete de 3.
proa, tapándose la cara con su sombrero, embreado de níspero.
-¿ Piensa usted ir pronto a Panamá?
-Ganas no tengo; pero ¿ qué va a hacer uno?
-Oí referir que le fue mal en el viaje pasado .
. -¿ Que si me fue mal? i Por Dios! j Creo en Dias Padre! i Si no fuera porque Dias es muy grande! j Por Dias 1
que Antonio Ruiz no estaría aquí, donde ustedes me ven.
i Bendita sea María Santísima del Carmen! que si no fuá
sido por Ella, ¿quién dijo que las sardas no saben comer
pente?
En muchas y muy feúcas se ha visto el hijo de mi madre; pero como la que pasó ese día ....
i Cristianos! ....
Figúrense que salí mas de Panamá y nos abotámos de Punta
Mala, y llevábamos cuatro días a lomo de mar; ya esperábamos divisar de un momento a otro la tierra, cuando a la
quinta noche se nos descuelga un temporal. ... ¡Jesucristo! .... y dice: "Que voy"; y échale viento y manda agua
sin compasión .... aquello era el diluvio. El bote se llenaba
de agua y tuvimos que bajar todas las velas, porque los
palos no podían aguantar; nos quedámos a palo seco, en
medio del mar y en una noche más oscura que la boca del
lobo ... ¡Eeey! Os digo que los riñones nos dolían de tánto
achicar, pero en vano; el buque se hundía, y no hubo más
remedio que tirar al mar los sacos de arroz y los bultos de
sal. ... Ni por esas: el agua entraba por todas partes; por
arriba, por los costados, y lo peor, una hendija mal calafateada por todo el largo del bote, y que se iba abriendo por
los bandazos del mar.
-¿Qué viento era?
-Un sur verraco, como él solo. ¡Mal haya con esos
sures ... !
¿Qué hacer? En el mar nos perdíamos; en cuanto amaneció vimos tierra; pero la corriente nos había tirado con-
-
Ils -
tra Garachiné; habíamos vuelto casi al punto de partida ...
i Ey! . o. Por Dios! ... levantámos la mayor; mas pronto
f..earrancaron los cadenotes, fallaron las jarcias y se partió
el mástil. No había otra salvación que imos a tierra. Levantámos la trinquetilla, y .. o. zas
se rompe; como que
el palo era viejo y no era fuerte
Ahora sí nos creímos
perdidos. María Santos, que venía de que la viera el médico, no paraba de rezar; que el Trisagio, que la Letanía, que
la oración de la Virgen del Carmen ....
Venían dos antioqueños, que los cogimos en Panamá, y no paraban de llorar
El paisa para la barbera es guapo; pero para el
mar
" no me los manden .....
j Ey! j Cristiano!
i Por
Dios! .. " Yo creo que en el mar hasta los protestantes deben rezar.
Allí boyados) permanecimos como tres horas, achicando sin parar, hasta que la corriente nos acercó algo a tierra; entonces hicimos con la botavara y una manta una vela
que acomodamos al bote salvavidas, y favorecidos por el
brisote, pude llegar yo a tierra, y de allí salió una gasolina
que remolcó el bote.
-¿Cuándo, Padre, no tendremos que ir a Panamá para
las cosas más necesarias?
-Si yo fuera Presidente de Colombia o simple Intendente del Chocó, mañana daba la orden de montar en Coredó una aduanilla, que es la única solución que os libraría
de tántos peligros.
XVIII
I)jfi('ultltlll'S pal'a ('ono('(',· t'J ('!\ráde,· de un pl)('blo-)li
desilusiólI-Por
('OOJPlIl'lI('iíll\-Cm'lít't(',· (leI (,,Q,<;reñ~lls
pal'ti('uhu·idlldes.
Antes de terminar esta mal hilvanada relación sobre
mi excursión a la costa del Pacífico, creo de utilidad decir
dos palabras sobre el carácter, ocupaciones y necesidades
de los costeños chocoanos.
Empecemos por el carácter, dejando para otros artículos los puntos restantes.
Cosa difícil, más de lo que ordinariamente se cree, es
el calificar el carácter de un pueblo, y más de una región:
esto aumenta la dificultad, cuando no se ha convivido mucho tiempo en medio de dichos pueblos.
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119 -
Aun después de muchos años de vida común, en pueblos de diferente raza o nacionalidad, se necesita un desapasionado estudio y buena dosis de talento práctico para
distinguir entre el carácter de varios individuos particulares y de toda la masa del pueblo; porque no es raro confundir el modo de ser natural, espontáneo y ordinario, con
el carácter que obedece a condiciones circunstanciales.
Cuando nos hallamos entre un pueblo que no es el
nuestro, tendemos con mucha facilidad a generalizar los
actos individuales y achacárselos todos al modo de ser general y connatural.
Recién llegado yo a las Misiones africanas de Guinea,
donde viví once años, me jactaba de conocer el carácter de
aquellos hijos de la selva; y en los frecuentes malos ratos
que llevaba, por no obtener de ellos el fruto que deseaba,
exclamaba: "Es inútil cuanto se haga; lo llevan en la sangre; los conozco muy bien." y a medida que pasaban los
años. iba yo cambiando de modo de pensar sobre los indígenas, y acabé por convencerme de que el indígena africano tiene un corazón muy débil, pero muy bueno, y que es
ladino y doble con el comerciante que quiere explotarlo;
belicoso y traidor con el jefe de puesto que 10 maltrata y
castiga injustamente, fácil en prometer y en no cumplir,
"\ hasta rudo con el Misionero que desea convertirlo en un
día y civilizarlo; y siempre débil, pero dócil, obsequioso y
cariñoso con el Misionero que lo conoce, no le apura y se
baja a su condición, tratándolo como hijo de un mismo padre, sin que se fije en el color.
Ahora bien, en el tiempo que llevo en el Chocó he observado muchas analogías entre sus habitantes de color y
los indígenas africanos. Claro que en el Chocó son todos
civilizados y cristianos; pero siempre son de la raza negra.
Sigo aquí la conducta que seguía en Africa: trato a los naturales con amor, igualdad y condescendencia; y hasta ahora he visto mi conducta corona,da cÓn el cariño de cuantos
pueblos he visitado. lViientrada en ellos solía ser algq fría;
pero mi salida era sentida por ellos y por mí; ellos me pedían que volviera pronto, y debo hacerla cuando pueda.
¿ Cuál es p.ues en mi opinión el carácter de los costeños
del Pacífico en el Chocó?
El mismo que de los negros de la Guinea: débil, pero
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120 -
dócil; propenso al respeto y amor de sus superiores, cuando respetan su dignidad; pero doble y hasta alzado, cuando
~'E quiere abusar de su paciencia; retraído, cuando se quiere poner entre ellos y la autoridad la ley del color, de la
raza.
Lo que sí hay en la costa es lo que hay en todo el
Chocó: un abuso extremo de los alcoholes. Hoy podía haber allí algunas fortunas regulares, pues en años pasadJs
vendían las abundantes resinas de sus montes en Panamá
a muy subidos precios; pero una sed insaciable de alcohol,
con una vanidad loca y falta de previsión para el día de
mañana, los hundió en la ruina, en el desaliento y en la miseria. En este año volvían los botes de Panamá con la triste
noticia de que el níspero había bajado, de $ 92 plata el
quintal a $ 40 el bueno, y había ocasiones en que se negaban a recibir el níspero colombiano, debido a la insaciable
ambición que les indujo a mezclar el níspero legítimo con
la leche de un árbol llamado lechero, y aumentar así el
peso de sus productos legítimos con materias extrañas.
El año pasado se vendía la tonelada de tagua en Panamá a $ 140 plata, y ahora se obtiene despacharia a $ 40.
Si estas gentes hubieran sido previsoras, hubieran ahorrado algunos dólares que les hubieran ayudado ahora en
la época de la escasez; pero por desgracia, por confesión de
ellos mismos, todo o casi todo el dinero que traían de Panamá 10 gastaban en dos o tres días de baile, en el cual se
llegaban a tirar las monedas en puñados, en el frenesí de la
dicha de un amor deseado con pasión, al ruido monótono,
voluptuoso y creciente de una música típica, y embargadas
sus potencias y sentidos por el alcohol, que se derramaba
:::in tasa.
Dos o tres días después no se hablaba sino del sabroso
baile; y el protagonista tenía que calzarse sus espolones y
cargar sus sogas e irse al monte para ... pagar las deud3.s
contraídas en su fiesta.
Por supuesto no ha de faltar el famoso alumbramiento,
mezcla grotesca de religión y fetichismo, de oraciones y pecados, de función sagrada y bacanal.
Todo esto no quiere decir que hemos de dejar de compadecemos de las necesidades en que se hallan nuestros
compatriotas; antes, echando un velo sobre esta su debili-
Cauchero listo para entrar en el monte.
(Costa del Pacifico).
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121 ---
dad, debemos escuchar piadosos sus lamentos, que tántas
veces he oído yo en mi reciente visita, trabajando todos por
levantar ese pueblo que padece de hambre, por no conocerse suficientemente la crisis que atraviesa.
XIX
O<:IlJUlt"ÍÚn d•• los l'osreños---La pcsl'a--(','a.ndos
lüficultadl_Abundancia
x vll\'jNlad Ill' P('sl'a-IJa a~l'ieultUl'll.
Parece que la pesca debiera ser una de las ocupaciones
preferidas por los habitantes de que hablo; y sin embargo no es así; pescan algo, pero no de modo que pueda
decirse que sea esta una ocupación favorita, ni siquiera frecuente.
Varias causas motivan esto: en primer lugar, la penuria y escasez en que se encuentran, les pone fuera de la
posibilidad de comprarse redes, que serían muy ventajosas
allí, pues abundan en todo tiempo pescados exquisitos y
grandes, que recorren en numerosas bandadas las dilatadas
playas, Debe depender esta propensión de los pescados del
Pacífico a refugiarse en bandadas, junto a las resacas, de
la multitud de tiburones, sardas, meros, tintoreras y caimanes en que abunda dicho mar.
De lo dicho, y añadiendo que las playas historiadas
con frecuencia miden varias millas, por las que se puede
andar horas enteras, sin topar una roca ni ríos caudalosos,
se deduce que estas costas colombianas están pidiendo a
gritos que se establezcan allí empresas pesqueras. Las bocanas de sus grandes ríos, pacífica posesión en la actualidad
de enormes caimanes, son muy a propósito para la pesca
(on trasmallo, y sobre todo sus ensenadas, y entre todas la
célebre de U tría, la niña bonita de U. E. A., me traía a la
memoria el recuerdo de las añoradas posesiones españolas
de Río de Oro, donde ligeros pailebotes de canarios, cuyo
número es de sesenta a setenta, recogen tan abundante pesca, que-leo en estadísticas oficiales-cada bote en ocasiones de abundancia no extraordinaria, hace hasta treinta y
cuarenta quintales al día,
y no es sólo la pesca la riqueza playera del Pacífico:
la caza del caimán, de piel y colmillos tan codiciados; la
de la garza nevada. (garzón), cuyas plumas caudales se
122 -
pagan en b comercio panameño a varios dólares la onza;
y sobre todo las ostras, mariscos y suculentas langostas marinas, cuyos caparazones abandonados en las resacas, anuncian la abundancia de tales crustáceos, todo esto aumenta
mucho el valor pesquero de esta costa.
El tipo de los moluscos cuenta con un variado número
de individuos: no se puede pasear por las dilatadas y anchas playas sin topar, a cada paso, conchas de muy variados y brillantes colores. Junto a los longos vense cascos
(casis cornuta),
porcelanas (ay poraea moneta), varias clases de lamelibranquios, entre los que merecen mención las
conchas de peregrino (pecten .facobeus) y la maleagrina
margaritifera
(madreperla), la cual es abundante en pequeñas y finas perlas, de las llamadas aljófares.
Los mariscos constituyen un exquisito manjar para
costeños; en cambio, les es difícil obtener los pescados y
langostas, porque cuantas buenas condiciones tienen las
costas para la pesca con redes, otras tántas son las que oponen a la pesca con anzuelos; y así, allí casi no se pesca más
que con arpón, en épocas a propósito, teniendo que bregar
mucho y perseguir varios días el pescado apetecido.
En épocas de algún tanto holgada situación existieron
algunas redes barrederas, y es voz común que cada lance
era coronado con pasmosa abundancia.
Por eso es raro ver pescadores en el mar, si no es en
épocas especiales, y entonces provistos de arpones. La pes,ea principal es la del mero.
La ocupación más ordinaria de los costeños es la agricultura, que está más desarrollada que en las riberas del
Atrato.
Son muy inteligentes en el cultivo del arroz, plátano,
ñame, yuca, malanga; saben clasificar terrenos y atribuírles
a cada uno su producción favorita. De la caña de azúcar
extraen la exquisita miel, y rara vez, panela. Cultivan el
cacao, pero las operaciones de fermentación y seca las desconocen; lo mismo que la poda del árbol, tan necesaria para
que crezca lozano y produzca abundante cosecha. El maíz
10 cultivan bien.
Se presta a todo la rica tierra arcillosa, pero mezclada
con arena, aireada y más rica en humus que las del interior
'del Chocó.
-
123 -
Con todo, la agricultura no puede hacer allí grandes
progresos, porque el argricultor se ha de ceñir a las necesidades de su reducida familia, sin el estímulo del comercio,
por falta de vías de comunicación. Sin embargo, a medida
que el fervor del cauchado va disipándose, va creciendo la
agricultura, máxime que en la costa no existen o no se explotan las minas, parásito, aunque dorado, que ha chupado
y chupa el árbol de la agricultura chocoana.
El níspero fue años atrás la ocupación casi exclusiv3.
de los costeños, que hizo abandonar por completo la agricultura, pues toda la vida se la pasaban en la cauchería o
embarcados. Hoy va aumentando la agricultura y ganader.ía de cerda, a medida que escasea el níspero.
xx
Yia::;lIP I'OIllIlIlil'IH:ión •\ngustiuS()
'ïa QuilJdÚ - Vía nuella\'l~ntUl'a - "ía Panamá .
trill-ilia:
() IIhanclonlll' los pat.l"Íos 11ll't'S, () mOI'il'SI' d.' hl\lUbrc.
\I
('unh'lI han!ll'al'-J",'nt"hasl'
la vI'l'datl Ilsl'lltadu.
Por tres partes pueden comunicarse los costeños chocoanos del Pacífico con los núcleos de población y comercio: por Quibdó, por Buenaventura y por Panamá.
Las comunicaciones con Quibdó son pésimas, muy
largas y muy costosas. Por sus caminos sólo pueden transitar hombres robustos, y haciendo cortas jornadas, siendo
necesario salvar lamosos lodazales, atravesar ríos impetuosos y sortear precipicios y colinas para caer al Atrato, y allí
costearse peones y embarcación para dos días, cuando menos. En todo caso la carga no puede exceder de tres arrobas para cada carguero.
Puede hacer la travesía desde la costa al Atrato por
los istmos de Pató, Suruco y Napipí. La de Suruco es la
más ventajosa y la que siguen los correos de Nuquí. Hé
aquí el itinerario y el coste de este camino: de N uquí al
pie del primer istmo, cada peón exige diez reales por arroba; el bote que ha de tomarse en Tribugá, para llegar :11
istmo, tiene un presupuesto a capricho de su amo; del pie
de este istmo, que termina sobre el río Cogucho. al dicho
río, otros diez reales por arroba. Aquí, cambio de peones,
:os cuales le llevan o bajan a uno hasta el punto denominado
La Escuela, sobre la izquierda del río Baudó, 10 cual le cues-
-
124 -
ta cuarenta reales. La travesía desde La Escuela a la quebrada A mparraidá, seis reales por arroba; de este punto,
pasando el temible istmo de Suruquito, hasta caer al río
Suruco, son doce reales por arroba; en Suruco, alquiler de
canoa, seis o siete reales por día, más dos peones, 10 que
pidan. Saliendo del término del istmo de Suruquito de
mañana, llégase por la tarde al caserío de Campobonito, llegando al día siguiente al atardecer a Quibdó. En total: suponiendo no haya entorpecimientos-frecuentes
por las
crecientes de los ríos-se gastan desde Nuquí a-Quibdó seis
días, y se gastan veinte pesos oro, sin contar la alimentación de los peones, que corrE: por cuenta del patrón. Como
SE:ve, la rueda de Mercurio no puede correr por la vía de
Nuquí-Quibdó.
Otra vía de comunicación debía ser por Buenaventula; y éste sí que debería ser el centro comercial del Pacífico. Pero hoy por hoy no hay que pensar en ello.
En primer lugar, porque nadie da lo que no tiene; además, y es la razón principal, desde Pizarra hasta Juradó no
se puede ir a Buenaventura sino por mar; y en toda esa
costa no circula ni existe un solo buque ni una sola gasolina; el único medio de transporte allí en uso son las pangas
y botes, làbrados por los naturales del tronco de un árbol,
sin quilla; por lo cual no pueden contrarrestar las corrientes
marinas y han de caminar sólo a impulso del viento; por
lo que, cuando tropiezan con estos dos inconvenientes, no
tienen otro remedio que volverse, o como ellos dicen muy
correctamente, boyar se.
La punta llamada Cabo Corrientes es infranqueable,
por este motivo, en la mayor parte del año.
N o les queda pues a los costeños chocoanos otro recurso que Panamá, donde hallan un comercio surtido, hospital, farmacia, asistencia médica, etc.
La verdadera capital del Pacífico para los costeños
chocoanos ,es de hecho Panamá. Y queda otra razón que
dar: los costeños, además de los víveres, etc., necesitan dinero para comprarlos; y como en su costa no existe comercio alguno, no pueden vender allí los productos de sus trabajos; y así han de llevarlos a Panamá. Víveres, telas, petróleo ... , hasta una aguja y un carrete de hilo lo han de
com prar en Panamá.
-
125 -
i Pobres gentes! Al oír sus relatos de los trabajos y peligros pasados en el mar, los engaños de que han sido víctimas en Panamá, dándoles, por ejemplo, latas de agua por
latas de petróleo; al oír, repito, sus frases resignadas, patrióticas, pero amargas; al escuchar de tántos angelitos escuálidos, que sus padres los habían abandonado para vivir
en Panamá, deducía yo este terrible dilema: o abandonar
los patrios lares, o morirse de hambre, o contrabandear.
De lo primero es argumento cuanto llevo dicho, y el
número cada día creciente de colombianos que trasladan
w domicilio a Panamá.
Para probar lo segundo, basta hacer una suposición:
la de que el Gobierno suprimiera la subida de buques a
Quibdó, teniendo los atrateños que servirse para sus aprovisionamientos de canoas y potros.
Lo tercero no 10 aseguro en condición, pero vaya lanzar algo, que pudieran ser sus premisas.
U n padre de familia necesita para sí y para sus hijos
algo que no es platanito, yuca ni arroz; y 10 necesita como
artículo de primera necesidad; todo lo va a buscar en Panamá; no tiene dinero, y para logrado reúne algunas toneladas de tagua, que ha de comprar en casi su totalidad. La
tonelada consta de sesenta y cuatro latas, y cada lata (de
petróleo) cuesta cinco reales; además, ha de pagar al Municipio los derechos de embarque; tiene que buscarse por
le menos un marinero, que le exige de quince a veinte pesos, más la alimentación. Todos estos gastos se traducen
en deudas para su vuelta. Cargado el bote, tiene que presentarse en Nuquí o Coredó para sacar los documentos de
zarpe y someter a la aprobación del cabo de resguardo la
lista de lo que desea comprar en Panamá.
y aquí la primera ocasión de contrabandear. La tonelada de tagua se paga hoy en Panamá a cuarenta pesos plata
y el níspero a cuarenta pesos el quintal. De aquí que cada
tonelada de tagua le cuesta al marino treinta y dos pesos
plata, más los derechos, pagos de marineros, etc .... quedándole una margen insignificante; por eso que algunos hayan ocultado algún quintal de níspero debajo de la tagua
o hayan declarado menor cantidad de éste, siendo descubierto el engaño por la vigilancia del Cabo, o por la envidia
del compañero, que es 10 más ordinario.
· -. 126 --
Yo no apruebo ni puedo aprobar semejantes ardides;
pero no es a los jueces a quienes me dirijo; es al público, y
éste no creo se incline al suelo para coger la piedra yarrojarla sobre sus compatriotas del Pacífico.
XXI
f ',·ític.>£sitmwibn
de "anl'ho-Abus()s
otlrlnló"S
(it-¡ ('osteño I'hm'oano, ;ya en I>anamá-J,ns
famosas listas
~. atropello" a que SIl pl'estan-La
aduanilla·; t~stlnlUnios
de su n(>('('sidud-Patl'iotisJIlo
a toda !l,·ucba.
Zarpó ya el bote cito con lleno de tagua y con algo de
níspero. Vamos a suponer 10 mejor: que Eolo les es propicio, y que no se ven sus tripulantes en la no rara necesidad de arrojar al mar las mercancías para salvar las persanas. Llegan a Panmá.
Aquellos súbditos de una nación republicana y libre
han de recorrer las tiendas con su listita en la mano, y no
pueden comprar nada, fuera de lo allí consignado y aprocado por el cabo del resguardo.
La suerte les favorece, y han vendido a buen precio sus
mercancías, comprando una o dos cajas de petróleo más
de las consignadas, podrán revenderias en su tierra y ganarse algunos realitos ....
En las tiendas ven objetos que les pueden ser muy útiies a ellos y a sus paisanos, pero tales objetos no están declarados en la lista ... , iPobres de ellos si caen en la tentación! i Son delincuentes, contrabandistas, defraudadores
de su nación!, y al llegar a su tierra perderán el matute, los
géneros legales, el bote, la plata y la libertad.
Debe observarse, como punto el más interesante, que
en las listas no se pueden consignar más géneros que los
apr('Lados por los cabos, obedeciendo a órdenes declaradas
y oculta~ de los jefes de resguardo y aduanas, y que aquellos objetos no pueden exceder en su valor de cien pesos
plata, ni se pt:eden solicitar más de cuatro veces al año.
La prim,: ra deducción que se saca del sistema de listas
es la imposibilin d de mantener en la costa ni una tienda;
es la muerte de roda clase de comercio. No han faltado modestos capitalistas que han ido a la costa para hacer su negocio; pero se han encontrado con la bancarrota, porque
E.nla costa h. v muy poco dinero, y el aprovisionamiento de
géneros es fi, • costoso, t.. ~lo e insignificante.
Niño Jesús que se venera en Istmina.
-
127 --
Las listas serían sin duda una fórmula patriótica en la
intención de su inventores; pero en la realidad se prestan a
muchos abusos.
Ya dije que el cabo o jefe del resguardo es dueño en
poner o quitar de la lista 10 que le dicte su ... , conciencia.
Pues bien: ¿quién ignora que son pocos, muy pocos,
los que obedecen al dictado de la conciencia? ¿A quién se
le oculta que con semejantes medidas se abre un ancho
portalón a las venganzas personales, a las apreciaciones, a
los compromisos, al soborno? La conciencia, sometida a la
acción del dinero, se convierte 'de balanza en embudo.
Añádase a esto que los cabos de resguardo están pésimamente retribuídos; su sueldo no les llega ni para lo
necesario para su sustento, y dependen en todo de los costeños; sobre todo de aquellos que gozan de influencia, y
contando con algún dinero, son el refugio donde han de·
ampararse los cabos; y como éstos generalmente son del
interior de la República y fueron a aquellas playas abrasadoras con el único fin de resolver el problema de la vida,
planteado en estos términos: "en el plazo más corto po5ible, reunir el mayor mantoncito de dólares"; a nadie se
le escapan las naturales consecuencias de estas premisas.
Y no hablemos de los medios de defensa del cabo deresguardo; él no dispone de embarcación, y sólo tiene una
carabina sistema Ambrosio, sin cápsulas, con un pelotón
de carabineros que 10 componen él y su persona.
La necesidad de sustituír el sistema de listas por aduanilla, 10 comprenden cuantos visitan el Pacífico.
En ello estuvo siempre el señor Intendente A. Vaca,
comisionado por el Gobierno Nacional para visitar la costa
y estudiar este punto: el sucesor de éste, don Juan José Carrasca, lo dejó consignado en su último informe con toda
claridad:
"Tamaña anormalidad de contrabando en el Pacíficocesaría con la creación de aduanillas en Juradó y algún otro
punto de la costa, dependiente de la Aduana de Buenaventura, a fin de que allí se liquiden los respectivos derechos
de nacionalización. El personal de los resguardos nacionales de Juradó y Nuquí, en el Pacífico, como el de Turbo, en
el Atlántico, debe ser compuesto de hombres incorruptibles
y bien remunerados."
-
128 --
Angustiosa pues por demás es la situación del costeño
chocoano; su vida se desarrolla en medio de las más grandes dificultades y contratiempos; las mismas leyes patrias
parece tienden a oprimirIe y vejarle; con todo. vive resignado,
Vive en roce constante con hermanos suyos, que un
día desertaron de su patria. y hoy parece que gozan de
libertad; el cóndor norteamericano no deja de graznar:
Panamá .... Libertad ... , y no falta un chinito que recorra
las costas del Pacífico, repitiendo a sus moradores estas
palabras: "Pronto esta costa será yanqui, y entonces gozaréis de libertad, y vuestros productos y los panameños circularán, sin miedo a los cabos de resguardo,"
No creo semejante cosa: con la mano en el fuego puedo jurar que el costeño colombiano morirá, si es preciso. de
hambre y miseria, pero besando su amada bandera,
XXII
Rtltornando
a Qullxló--Ditkultudt>s
Constru)'t,ndo
la Plllbat'('Jtdón-l<:n
PIH'l'to 1,lmón--('aI'Cl'Itía
<It' vivcres-CaZat'cnW8,
El 16 de julio, festividad de Nuestra Señora del Carmen, fue el último día de visita, Lo pasé en Cupica, desde
donde había resuelto volverme a Quibdó por el célebre río
Napipí.
Muchas dificultades se ofrecían al paso de mi intento,
encaminado a conocer palmo a palmo el territorio de mi
jurisdicción, y al propósito dê hacer algo a favor de las vías
de comunicación del Pacífico con Quibdó. y obedeciendo
a impulsos de raza.
La falta de embarcación, de ranchos dónde pasar las
noches en un río solitario, largo, lleno de serpientes, caimanes y mosquitos y muy temido de los naturales; tales eran
las principales dificultades. A última hora se presentó otra
mayor, que pareció insuperable: hacía meses que una compañía de aserradores había aserrado cientos de trazas para
llevarIas a Sautatá; estos cortadores habían subido bastante
arriba del río Napipí; las trazas estaban embalsadas, y para
que el río no las arrastrase, habían cortado grandes árboles
de la orilla, los que impedían a las trozas que pasasen, ha-
\.,¿
Imagen de Nuestra Sedora de la Merced que se venera
en Istmina.
ciendo también imposible el paso de las canoas. Era preciso
esperar a que llegase un invierno para que las crecientes
arrastrasen las empalizadas y las trozas.
La primera dificultad, de la falta de embarcación, la
resolvi, mandando a la cabecera del río dos constructores
de canoa, pagándoles muy bien para que construyeran
allí una.
La dificultad de los mosquitos y caimanes del rio tampoco era insuperable; bastan buenas armas y mosquiteros.
La dificultad de la falta de albergues, ellos se irían constru yendo cada tarde para pasar aquella noche de cualquier
modo.
Las empalizadas era la más insuperable de todas las
dificultades; pero los jóvenes Isabelino Mosque:-a y Francisco Beltrán eran animosos, y así dejámos la resolución
para cuando nos hallásemos en el apuro.
El 17 de julio me despedia de los cupiceños y me encaminaba con todo mi ajuar, que ocupaba dos pangas, al
fondeadero de Limón. Antes de llegar a éste, se divisa la
cascada que forma el río Limón, bifurcándose en delta, que
serpentea como reptil con escamas plateadas, por el acantilado de la roca viva.
La playa es pequeña, pero muy tranquila; en ella se
puede anclar y desembarcar en todo tiempo.
Lo primero que hicimos, llegados aquí, fue preparar
un almuerzo, pues teníamos que remontar el lomo del Bauàó y caer al Napipí, en su parte navegable, aquel mismo
día; éranos preciso caminar de diez a seis, a buen paso.
Componíamos la caravana doce hombres, nueve de los cuales tenían que pasar la noche conmigo en una choza improvisada por los que trabajaron la canoa, y al día siguiente
volverse a Cupica; mientras yo, con los dos hombres antes
mencionados, emprendíamos viaje río abajo.
De provisiones estaba a la última pregunta: unas pocas libras de carne de puerco, que había conservado en sal,
desde Aguacate, y las últimas libras de arroz, más un litro
de manteca de trupa, o sea 10 suficiente para un almuerzo,
era de lo que disponía, no por falta de previsión, sino por
la extrema escasez del lugar.
Durante toda mi excursión me vi bastante falto de alimentas; muchos días me tenía que contentar con algún hueMisiones del Choc6-'>
-
130 -
va y plátanos; otros, con algún cangrejo; a veces los buenos costeños me regalaban alguna presa de animal cazado,
y de tarde en tarde, alguna gallina, que guardaba para los
viajes, pues se me hacía penoso el que no se alimentasen
bien los bogas y cargueros.
El camino de Limón está lleno de animales de caza, y
por esto no nos importaba mucho gastar todas las provisiones al principio del camino.
Dejé dos hombres encargados de hacer la comida,
mientras los demás buscaban cargaderas y acomodaban las
cargas; yo me puse a pasear por la playa para disfrutar a
wlas, por última vez, del embriagador conjunto marino,
XXIII
I'D Jlun, III' }lUI'sill-Habla
L,ulIllI,tinl'-POI'IIUé 110 ('antan las In"'S mat'ina'S,
V" "quill pl'O quo"-EI l'utUl'1I (',ulal illtel'lx'I'lÍni('o-Tloslimonios
I'hw!!"nl ••s.
Sentí una tristeza infinita al despedirme de los que
Labían sido mis compañeros durante seis meses (desde el
2 de febrero al 16 de julio de 1922) .
Los traviesos ermitaños corrían a docenas, arrastrando
EUS casas robadas;
por algo la zoología los llama bírgus
latro; las aves marinas, cayendo como saetas sobre los cardumes, y satisfecho su apetito, formaban espirales en los
espacios azules; el ritmo armonioso del oleaje, las blancas
arenas, llenas de brillantes despojos de conchas de moluscos, abundando las de vermetus, cañadillas, canos y porcelanas; las brisas, hinchendo los pulmones de aire oxigenado, rico en YQdoy otros principios confortativos y purificantes; el río, con su lecho cristalino, sombreado por los
altos, apiñados manglares, por entre cuyas raíces zanconas
discurre una infinidad de cangrejos de tierra: luz y sombra, movimiento y reposo, 10 que constituye la vida, 10 que
produce la alegría, todo me brindaba a un tiempo; y nis
:wr:tidos, codiciosos de gozaria todo, de atender a todo, a
t( das partes miraban y en nada se fijaban.
Mi espíritu sintió entonces la necesidad de asociarse a
la. alegría de la naturaleza y entonar el himno de la creación
del gran Lamartine:
-- 131 -
"On dit que c'est Toi qui produis
les fleurs dont le jardin se pare,
et que sans Toi, toujours avare,
le verger n'aurait pas de fruits.
Aux bens que ta bonté rnest;.re
Tout l'univers est convié
nul insect est ublié
a ce festin de la nature." Etc.
Sentado sobre una roca me entreteda en disertar conmigo mismo sobre la interesantísima tesis: "¿Porqué las
aves marinas no cantan?", y una nevatilla llamada en España rabicandil, por estar moviendo la cola continua y
acompasadamente, que vive en las orillas de los mares, se
paró delante de mi, moviendo su colita, como diciéndom'~:
"Las aves marinas no cantan, porque el ruido del mar ahogaría sus trinos; las terrestres cantan en la enramada alegres, porque sus trinos son escuchados; las playadeus,
como yo, aprendemos a cantar, oyendo a las terrestres;
pero el mar no nos deja oír, y así, cantamos para nuestros
ádentros, y por eso somos vistas llevar el compás con la
cola; nuestras gargantas no trinan, pero nuestras imaginaciones cantan."
Y .... (no les ocurra a ustedes contratar para cocinero
e cosa parecida a un poeta o algo así). Pues fue el caso,
que en lugar de dar al cocinero aceite de trupa o milpesos,
le di aceite de huina, que es amargo como la quinina o más;
y con él comenzaba a hervir el arroz. El cocinero me dio
voces y creyóse ser envenenado, pues al probar el cald0,
poco le faltó para desocupar entre pecho y espalda. Era
que llevaba yo una botella de aceite de r~uina, como muestra de aceite lubricante excelente, y cuyo casco y color eran
parecidos a otra de milpesos. Tranquilicé al asustado, pues
la fruta de huina no es venenosa, antes la comen los animales silvestres. Pero, ¿qué hacíamos de la comida? ¿TirarIa?
Mas entonces, ¿qué comíamos?; tampoco había tiempo
para cocinar otra cosa. Sacámos el arroz, medía cocinado;
ia lavámos, tirámos el caldo, echámos bastante sal, y aunque salió la comida con apariencia de puré, lo comimos, y
nos supo a cosa que nunca habíamos comido. Con ocurrencias y buen humor celebrámos el incidente, y empezámos
el camino con alegría y ganas de tocar pronto al fin.
--- 132 -
A las dos horas estábamos descendiendo la más alta
loma de la mayor depresión de la serranía de Baudó, que
sólo mide 150 metros sobre el nivel del mar. Esta depresión
f;S la llamada a ser el brazo del futuro canal interoceánico.
Es más elevada que la del cerro Culebra en Panamá, pero
más corta. El ingeniero americano Selfridge dice que es
preferible la construcción de un túnel al corte de la depresión.
Ya los españoles conquistadores comprendieron
las
condiciones excepcionales del istmo de Limón, para la apertura de un canal; y así el piloto Goyeneche, según cita E,
Escobar, fue el primero que habló de la posibilidad del canal de Cupica-Atrato. Decíale al Rey: "Esta ruta acorta;á
grandemente la distancia entre Cádiz y Lima, y así el Virrey no tendría que aguardar de cinco a seis meses las 6rdenes de Su Majestad." Y agregaba: "El canal de CupicaAiraio será para el Nuevo Mundo lo que Suez para el Asia."
Y no faltó algún español de aquellos ganosos más de
¡-acer fazañas que de escribillas, que emprendió la apertura
del canal, empleando el procedimiento que a los españoles
les enseñó el antiquísimo ingeniero Hércules.
Ello es que la sabia Comisión exploradora que en 191.'3
recorrió la costa por orden del Gobierno colombiano, "halló
en las alturas de la depresión de la serranía de Baudó, en~"e
ló.selva, no lejos de la margen derecha del riachuelo Limones, un antiguo gran zanjón, de unos mil metros de largo,
por sesenta de ancho y cinco de profundidad. "
U n rasgo parecido vemos en el canal abierto por los
españoles Antonio Cerezo, cura de Nóvita, y Francisco
Zea, cuando a fines del siglo XVIII comunicaron los dos
océanos por Raspadura y Perico, donde se unieron los ríos
Atrato y San Juan.
En los días de la Independencia pasaron por allí canoas
del uno al otro mar.
XXI\'
El cunal Cupka-.\t.'ato
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IlId-
('OIll('I.'.
('onh'at ¡('JIIJ)(),
No es aventurado el afirmar que los oscuros nombres
de Cupica, Limón, Napipí, Coredó, Solano, hoy ignoradas
133·
r.'n casi todo el mundo, volarán, en época no lejana, por el
. universo entero en alas de la fama, pregonando el más importante de los canales marinos.
En 1921 escribía un corresponsal de The T ¡mes:
"El representante
diplomático de la Casa Blanca ante
a Colombia
ia suma de ocho millones de dólares por que se concediera
c. los Estados U nidos, durante setenta años, el privilegio
para abrir el canal interoceánico entre el golfo de U rabá
y Cupica.
"Desde el año de 1850 el Gobierno de Bogotá ha re:ibido ofertas para abrir ese canal .... Este es el proyecto ::l~l
canal de Napipí, que por las condiciones excepcionales de
su construción, podría ser una nueva vía interoceánica que
rivalizara en mucho con la del Canal de Panamá .... "
d Gobierno de Bogotá ofreció recientemente
¿Cuándo será un hecho el canal de Napipí? "El canal
de Cupica-Atrato, con un costo de cuatrocientos millones
de dólares, será una realidad el día que los Estados U nidos
de América lo necesiten. Querer es poder." (Bahías de Málaga y Buenaventura).
El17 de julio el Napipí se me iba convirtiendo en Rubicón, y como César, tuve que responder a las dificultad~s
que se me iban ofreciendo: "ALea jacta est."
A la bajada de la loma del Yucal hicimos el primer alto.
La lomería estaba ya salvada en sólo dos h~ras; pero nuestras piernas se resistían a caminar. Tumbados a orillas de
Napipí, a cuyas cabeceras estábamos ya, tornamos un ten teempié y descansámos como unos tres cuartos de hora.
Desde este momento el viaje es alternando el bosque,
~.:inabrir vados del mismo río. Este aumentó pronto su ca:-rdaI, por lo que teníamos que ir buscando los vados menos
hondos. El piso del bosque es seco, pero como nunca se
ha abierto! es penosísimo el andar por él. El sombrero hay
que atarlo a la cabeza, o quitarlo, por que si no las muchas
ramas, bajo las cuales hay que pasar, se lo quitan a uno.
De vez en cunda me decía mi guía: "Padre, mucho ojo, :!o
vaya a pisar una culebra"; pero no eran p::ecisamente las
culebras las que monopolizaban el primer sentido, sino 10s
incontables estorbos.
-
134
-
Aunque el río tenía ya agua suficiente para una can.)a
las dos horas de caminar por él, sin embargo imposibilitan el paso de las embarcaciones las muchas rocas de formación silícea que erizan el curso fluvial.
U n incidente ocurrió cuando llevábamos unas cinco
horas de caminar, que gracias a Dios y a la Virgen del Carmen, no tuvo consecuencias, como pensábamos; y apuradísimas nos hubiéramos hallado en aquellas circunstancias.
Uno de los cargueros, que llevaba tres arrobas de carga, al pasar por encima de un árbol que servía de puen:e
a un zanjón de unos tres metros de profundidad, resbaló y
cayó con la carga al fondo. Todos temimos que por lo menos quedaría imposibilitado para continuar caminando; los
demás cargueros iban ya cansados, y ninguno iba sin su
carga correspondiente. Desataron la carga del que se cayé>,
y todos dimos gracias a Dios al ver que no se había hecho
más daño que un pequeño rasguño en un pie.
La tarde iba cayendo y nos íbamos aproximando al
lugar de embarque. No habíamos cazado más que una p~rdiz; y como Jesucristo ante las turbas, que se olvidaban de
su alimento por seguirle, me preguntaba yo: ¿Dónde hallaré comida para los que me acompañan? Mas la Divina
Providencia nos envió un puerco montés, que cazám')s,
próximos ya al término del viaje.
Como a las seis de la tarde llegámos a Antadó, donde
ya es posible el viaje por agua. Allí topámos un ranchitQ
y la canoa recién construí da, tapada con hojas. La examinámos, y nos causó gran disgusto la mala fe con que había
sido construída. Le habían quitado una vara de largo, un
palmo de ancho, había sido construida en mala luna, y del
primer palo que toparon; y lo peor, que era tan frágil que
arriesgaba quebrarse en los arrastraderos por los que fOfzosamente había de pasar. La opinión general era que n:Js
exponíamos en tal embarcación, siendo nosotros cuatro
personas, más las cargas. Mañana se verá, les dije; ahora
a descansar y a dar un refuerzo a nuestros estómagos, que
ya deben estar algo intranquilos.
Se descueró el puerco de la Providencia; fuéronse 1¡~vantando espirales de humo, y luégo el tufillo de la olla iba
borrando los padecimientos del camino.
ê
Rancho de trabajadores
en el monte.
r-
:-:-~
I
. ,
Caserio de La Troje.
-
135 -
Mientras esto pasaba en la cocina, rezámos ahí mismo
santo rosario, y después, sin cumplimientos, con el tenedor de nuestros primeros padres, íbamos dando cuenta d~l
menudo asado, mientras se limpiaban las cucharas con que
saboreamos el sustancioso caldo.
t1
xxv
Gent'I'osidad l' gl'utitud-Posalla
im(lrcvlsta--t:u
manso pajarito--Huéspeli6/; lIIolcsHsimos BI sueño del sacristanilIo
Esteban BuenlL lIoUcia..
AW'lIdabl(l ('m'ucutro y noticias consoladol'lts-EI
caimán a la vista--Hospltalidad )' comidll,--En t'Í At.rato.
En Antadó dormímos muy tranquilos, porque allí ne>
molestan los mosquitos. Al día siguiente nos despedímos
unos de otros. Remuneré a los que me habían servido de
cargueros, a pesar de que ellos no querían recibir nada, pues
decían, henchidos de agradecimiento: "Mayor es el sacrificio que usted se impone por nosotros, sin remuneración por
su trabajo." Entre ellos repartí la carne sobrante para que
pudieran llevar a sus familias mi último regalo, y como Colón, emprendí el viaje en nombre de la Santísima Trinidad,
A eso de las tres y media topámos una playa extensa
de blanca arena, en la que había construída una cabaña de
cazadores. Aunque era muy temprano, me pareció no ,3èr
de despreciar aquella coyuntura, que tan generosa se nos
brindaba, y así hicimos el primer alto. Recompusimos el
techo con hojas de platanillo y el piso con ramas gruesas,
y mientras se preparaba la única comida del día, fuera ,:L~l
desayuno, me entretuve en gozar de la vegetación exubèrante y selvática de aquel paisaje abrupto.
La soledad era absoluta; no se percibía más murmullo
que el de las hojas de los árboles y el de la mansa corriente
del río. Un ruido, como de moscardón, me llamó la atención; y luégo pude observar cómo, atraído por la curiosidad, íbase aproximando, deslizándose por las ramas, un lindo pajarito que, lejos de espantarse por mi presencia, antes
bien iba tomando nuevas posiciones, haciendo gala de su
rica indumentaria. Luégo fueron acercándose otros, pertenecientes todos ellos a la familia de los motacílidos (den~irrostros de Cuvier), a los cuales Buffón atribuye la sociabilidad con el hombre.
-
136-
Desde la pequeña altura de la choza, ya el sol en ocasc>,
se veían cada vez más oscuros los verdes azulados del Napipí. Su madre era todavía clara, y a su orilla acudían baadadas de bardos y otros ciprínidos, familia muy abundante
en estos ríos.
U na visita se nos vino encima, sin previo aviso. A los
últimos centelleos de Febo, salieron de sus nidales una enjambre de moscas, tan hambrientos como faltos de respe~oo
Las dos manos eran insuficientes para ahuyentar los molèstos huéspedes. Sus picaduras eran tan fuertes que se nos
hincharon las manos, el cuello y hasta los pies o Todo fue
inútil, sombra, humo ....
Aquella noche la pasámos en claro, azotándonos 'fe
continuo, pues los mosquiteros no sirvieron; se metían por
debajo de los troncos, que formaban nuestro mullido ledDo
Sólo el sacristancito Esteban pudo dormir; mas, según parecía, soñando que le picaban los moscas, pues nos divertía
verla tumbado boca arriba, con los brazos en cruz y los pies
en aspa, protestando de vez en cuando contra algo que :e
molestaba.
Al día siguiente continuámos la marcha, y los mOSCJS
se hicieron tan amigos, que no hubo modo de despedirlos.
Con el fin de no perder tiempo, llevámos preparadas las
provisiones de boca: al mediodía nos encontrámos a œ1a
familia de cholos que subía, quienes nos dijeron que ant'èS
de terminar el día llegaríamos al lugar donde ellos habíJ.n
pasado la noche, y allí encontraríamos la choza que ellos
abandonaron. Buena noticia. Hasta entonces todo nos había ido viento en popa. En efecto, a las cinco y media descansábamos tranquilos y contentos por llevar ya hecha ~a
mitad de la jornada, pero pensativos, porque ya el río iha
tomando cariz de ciénaga, no se distinguía el fondo, las
orillas eran lodosas y bajas, el cauce encajonado, tétrico.
U nos plátanos, a medio hacer, abandonados por los
cholos, los aprovechámos; pues sólo llevábamos bananJs
verdes cogidos a la orilla del río, donde se encuentran m"'lchas tallos silvestres, que indican que en otros tiempos el
río estuvo poblado.
Si la noche anterior fue mala, ésta fue peor; y no digo
pésima, por guardar el orden de positivo a comparativo.
Pero j qué caramba!, pasó también. Como no conocíamos
-
137---
el rio, no podia apreciar si al día siguiente llegaríamos al
Atrato. Por lo que pudiera suceder, tomámos un desayuno
de chocolate, preparado como el de los peones de Ibrahi~n,
y nos pusimos en marcha.
Una canoa parada a orillas del rio, tripulada por dos fLlÚonales (así llaman los indios a cuantos no son yates), nos
llenó de alegría.
-¿De dónde son ustedes?
-De Atrato.
-¿Llegaremos hoy?
-Como nó, pero boguen con gana.
-¿Hay empalizadas?
-Bastantes.
-¿Las podremos pasar?
-Nosotros ignoramos; lo cual que hace tántos días que
no vamos para Atrato ....
-¿ Están ustedes cazando?
-Sí, señor.
-¿Hay más gente por abajo?
-Hay cortadores y cazadores.
-Apuremos,
pues.
Contentos ya bajábamos, cuando a poco topámos las
empalizadas. Cubrían éstas metros del río, y era preciso
pasar arastrando la canoa por encima de ellas. Con frecue!lcia teníamos que descargar, y después de pasada la canoa,
con grandes dificultades, volver por los bultos y traslada;los, pisando los troncos flotantes.
Ya habían hecho su desagradable aparición los enormes caimanes, y durante los trabajos de arrastre tenía yo
que estar observando con el arma amartillada, por si asomaba su trompa alguno de los burreros. Lo peor era q11e
perdíamos un tiempo muy necesario, y ya, donde nos ~ncontrábamos, no podíamos pensar en una choza en cU1Iquier forma.
Llegámos a la casa de los cazadores, los que establn
entretenidos en ahumar carne de saíno y descuerar un hermoso tigre. Nos acogieron con amabilidad y nos regalaro!l
carne salada, animándonos con la esperanza de llegar aquel
día al Atrato. A medida que nos aproximábamos a éste,
iban creciendo las empalizadas, que ya no obstruían el
paso; los últimos rayos del sol iluminaron las primeras Célsitas del Atrato.
138 ---
XXVI
·Ret1"8liO1)J'ovidcncilll-Abrazo
fl'l\t.m'nal-)Ura·ndo
"trúli--Obl'a¡;
son anl0l'Cti,
Ejemplo li" otJ'US nac1oncs--El ('on~() y el g'ran sucerdow Vkwr Van·trioht,
Epíl().~. l' ('onclusiÚn,
Por último, el glorioso San Rafael quiso favorecerme
y llevarme de la mano hasta la casa-misión. Merced a un
pequeño entorpecimiento, el buque Quibdó llegó con algún
retraso a la Vigía de Guayaba!, con el tiempo preciso para
que yo pudiera transbordar de mi canoa; sin este retraso (:;'0
la marcha del buque, yo hubiera tenido que retrasar l::li
viaje unos quince días más.
El día 21 de julio era recibido con abrazo fraternal por
mis hermanos en religión, residentes en Quibdó . , .. , .
Mucho he tenido que sufrir en esta larga excursión
apostólica; mas abrigo la confianza de que mis sufrimientos, ofrecidos a Dios desde el principio de mi salida de Quibdó, habrán merecido una misericordiosa acogida en el libro
de la vida,
De allí para abajo los doy por bien empleados, si con
ellos logro llevar el alivio a los afligidos costeños choco3.nos, y sobre todo, si con ellos he conseguido que alguna alma
se salve.
He procurado ante todo en este escrito la sencillez y
naturalidad, más bien que la brillantez y galas del estilo,
Creo firmemente que si los gobernantes del Chocó leen
estas cuartillas, acaso sientan el escozor del arrepentimiento y un propósito resuelto de remediar la angustiosa situación de aquellos costeños tan infelices como acendrad.::Js
patriotas. No basta clamar que el Chocó es la región quizá
más rica del mundo; es preciso hacer resaltar esas riquezas, que en las cuencas de muchos ríos son oro y platinG,
y en las playas son agricultura y pesca.
Estudiemos las lecciones que nos dan las naciones mas
adelantadas, y veremos cómo ellas no perdonan sacrifi~io
para explotar su colonias tropicales, fomentando por todos
los caminos su agricultura y su comercio, factores fundamentales de todo sólido progreso. Por eso a medida que
van debilitándose sus palpitaciones, va pronunciándose la
anemia regional, que acaba por la emigración o el aniquila-
EL Ri:.V1:.·~-::'DO P/'f;f(E
Hoy Obispo de Pasto, rodeado
I'L¡-~YO
d~ algunos vecinos de Tutuncndo.
í-'1
139 -
miento. Para la primera se necesitan herramientas y máquinas; para el segundo, los medios de locomoción y transporte.
Europa y Norte América 10 han comprendido, sobre
todo 10 segundo; y son asombrosas las consecuencias deducidas y llevadas a la práctica.
La guerra mundial sorprendió a las naciones beligerantes realizando empresas titánicas, principalmente en
Africa. El tren transafricano, obra de la ingeniería inglesa,'
que debe atravesar en diagonal ese continente, estaba ya
muy adelantado.
En Toga, colonia alemana, se habían terminado tL~S
líneas férreas y se estaba concluyendo otra, que medía 60
kilómetros. Además cruzan el Toga numerosas y limpi'3.s
carreteras, que unen a Lomé, la capital, con todo el restO
de las posesiones; en tales construcciones invirtióse ia
friolera de diez millones de francos.
¿ Quién no se admira del gigantesco esfuerzo de la diminuta y heroicà Bélgica, mandando a sus colonias :1,=1
Congo veinticinco buques de marina del Estado, más diez
y seis de particulares? El Congo belga, diez y seis veces
mayor que la metrópoli, con una población de veinticinco
millones de habitantes de la raza negra, está hayal frente
de la civilización africana.
Sin embargo, el Congo belga, no muchos años atrás,
era una región completamente salvaje e inculta; y las (~xcursiones del Colón de Africa, Enrique Stanley, y las de
M. E. D. Dupont, sólo lograron que el Gobierno belga se
compadeciera de los colonos, abandonados en aquellos parajes apartados.
La exportación e importación se hallaban sujetas a
multitud de trabas, a lo largo del hermoso río Congo, por
las cataratas de la parte inferior de su curso. Era preciso,
en toda la extensión de las caídas, reunir a los cargadores,
descargarlos, y confiar los bultos a lentas caravanas, pa:-a
volver a emplear los cargadores hasta Leopoldville, donde
los vapores de la parte superior tomaban las cargas.
Mas entonces sucedió 10 que no es raro encontrar t~n
la historia de la civilización de los pueblos. Un sacerdote
tomó a su cargo el representar a las altas autoridades de su
nación las necesidades de sus colonias y los sufrimientJs
de los colonos. En 1894 escribía este Misionero:
"Desgraciadamente
la fortuna no nos ha mimadJ;
queríamos que las codornices, que caían del cielo, vinieran
ya fritas; y las codornices que vienen de allí no están ni 51c;uiera desplumadas."
Aludía a lo caro e imperfecto de las primeras materias
exportadas del Congo. Y más tarde, en el Senado de Bruselas, se expresaba de esta manera:
"Los transportes en el Congo eran lentos, de mucho
gasto y sin porvenir; se imponía una solución sencilla, el·=mental, evidente: el ferrocarril. ¡Ah! señores, ¿os acordáis de las tempestades desencadenadas, del torbellino d-=
injurias, de mentiras, de calumnias levantadas, no há m'.1cha, en media de grandes clamores? i Oh! la marea asce'1.dente de las injurias llegaba hasta aquellos pobres desterrados, ahogando en la amargura su fuerza y su valor. No
han dejado, ~in embargo, caer sus brazos; han llegado hasta
el término, a través de los desprecios y de las ingratitude..;;
mas al presente ... , se les ha hecho justicia!"
Este Misionero era el gran Víctor Van-Tricht. ...
i Cuántas veces en mi excursión por el Pacífico, al atr~vesar los caminos-mejor
diría malas trochas-con
bar:o
hasta la rodilla, teniendo que remontar rios con agua a Tèces hasta la cintura; y ya en la costa, al hacer el viaje en
frágiles piraguas, construidas por los indígenas, del tron80
de un árbol, por no existir allí ni un buque ni una gasolinera; al contemplar a los costeños cargando sobre sus espaldas pesadas cargas, descolgándose con ellas por horrendJs
precipicios, abandonados a la piedad de la madre tierra;
~in una tienda ni un comercio dónde proveerse de víver~s,
teniendo que hacerse a la vela en remendados botes para
buscar en tierras ajenas un pedazo de pan para sus hijos y
unos trapitos para cubrir sus carnes .... me he acordado
de las palabras de Van-Tricht, y he exclamado: "j Colombia
no conoce la suerte de los costeños chocoanos del Pacífico!"
Quién sabe si como el elocuente sacerdote belga, pronto
podré decir: "pero al fin se les ha hecho justicia."
FRANCISCO
Mis;orlP/,o
\
,
Hijo
del
ONETTI,
lnma('llladu
('orazÚn
ùe
i\1arla_
L.. __
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,\"
REVERENDO PADRE ANDRES VILA
V cterano de Jas Misiones del Chocó.
VIII
RELACIÓN
Hpverelldfsimo
DEL
Padre
Reverendísimo
REVERENDO
Francisco
Gutiérrez.
PADRE
ANDRES
Pl'efpcto
VILÃ
.\posto!ko--Qnihdó.
y muy amado Padre:
Según su Reverendísima nos pide, vaya trazar el '.'1forme de 10 que me toca administrar actualmente.
Este territorio, extenso todavía demasiado para un solo
sacerdote, se puede dividir en dos secciones, que más tarde
podrá cada una ser campo suficiente para una comunid-:id
dé Reverendos Padres.
SecGÍórz.
de San Juan Abajo.
Esta sección, correspondiente a la parroquia de Istmina, comprende el río Docampadó, hasta el mar Pacífico,
siguiendo la costa hasta el Choncho, en la última boca d.~l
río San Juan, límite con la parroquia de Buenaventura y
Diócesis de Cali, siendo el otro punto del límite el Guadual,
en el río Calima, y luégo el río San Juan, con sus afluentes,
hasta el río Sipí.
En esta sección hay dos iglesias, con techo de cinc y
piso de madera, que son bastante capaces; son las de Noanamá y Palestina.
1. Noanamá-En la de Noanamá son de reciente construcción el presbiterio y el altar, todo de madera; está ·;in
pintar. Tiene buenos ornamentos y una linda imagen de la
Patrona, la Santísima Virgen de las Mercedes. Por ser también la misma la Patrona de Istmina, no se le ha podido
celebrar casi nunca el día de propio, como ellos han deseado; pero sin querer reprimir sus bailes y borracheras.
Antiguamente fue pueblo importante de índios noanamaes; luégo los libres fueron estrechando a aquéllos, bs
142 .-.
cuales hubieron de retirarse a las quebradas. Por último,
ha venido a gran decadencia material, porque el puerto de
los buques colombianos, de aquí se subió al punto llamado
Negría. Moralmente está caído por la corrupción de los
libros de máximas perversas y los ecándalos que se entran
con el tráfico de Buenaventura; otra causa de su atraso moral está en que las pocas veces que se les puede visitar
(unas dos al año), no quieren asistir a los actos de la misión, sino los domingos, y gracias.
Así desprecian la gracia de Jesucristo, la instrucción
religiosa que tánto necesitan, y a vueltas de eso, su propia
salvación y civilización.
En la última visita de quince días administré 13 bautismos, 8 comuniones y 2 matrimonios.
El solar del pueblo, salvo la falta de agua pura, es magnífico: alto, llano, bien ventilado, en muy buena posición
respecto del paso al mar Pacífico, por su quebrada Becordó
y su istmo, que cae al río Docampadó. Puede este caserío
volver a ser 10 que fue y más, acaso.
2. Docampadó-La primera capilla que encontrám<)s
está en la salida misma al río Docampadó; sea por tierra,
si es verano, sea por una quebrada que desemboca allí mismo. El lugar se llama Pie de Docampadó, y la capilla, San
Mateo de Docampadó. Está en un alto, al lado derecho del
río; y aunque le falta algo para terminarse, y lo propio le
pasa a la casa curaI, siempre sirve muy bien para dar en ella
la misión de la visita. Los vecinos saben aprovecharse; de
1'uerte que la última vez que estuve administré 39 bautismos, 19 comuniones y 6 matrimonios.
Entre indios y libres forman un regular vecindari);
pero algunos viven bastante lejos y les cuesta trabajo ve1ir
para aprovecharse como convendría ..
Puede formarse un pueblo que tenga vida, por la agricultura y por ser paso para el río San Juan desde el Pacífico.
Al río Docampadó se le junta el Sigrisúa, habitado casi
exclusivamente por indios noanamaes, que parecen más
bien huír de la instrucción religiosa; sin embargo, en otns
lugares los he tratado más de cerca y han comenzado a
quererse aprovechar. Necesitan su capilla; he querido que
se hiciese y les he prometido visitarles allí mismo; pero
hasta el presente nada he conseguido. Dias se digne abrirles
ias puertas de su corazón para salvarse.
-- 143 --
3. Belén de Docampadó-La segunda capilla que topámos bajando en dirección a la tempestuosa, baja, ancha
y llena de monstruos y peligros bocana de Docampadó, ~~s
la capilla de Barrial, cuyo titular es Belén de Docampadó.
Tiene suficiente espacio para la numerosa gente que concurre de ordinario; está construída encima de una colina,
que le da hermosa vista desde Cocalito a Barranca; esta
capilla está en buen estado y ha servido de instrumento de
mucho bien hasta el presente y lo será más, Dios mediante,
en el porvenir, si los habitantes siguen aproximándose al
buen camino.
Esta última visita, mejor aprovechada que las anteriores, dio.. por resultado 152 bautismos, 34 matrimonios y 130
comunJones.
Este pueblo es cabeza de Corregimiento, correspondiente al Municipio de Pizarro.
Antes tuvo capilla; se quemó, y pasó entonces a reemplazarla otra que se levantó en Los Rastrojos; hoy está
caída.
Sin embargo, vista la grandísima extensión de terreno
j multitud relativa de habitantes, así de las playas como de
ias quebradas, que no pueden acudir a dicho punto, orde'1.é
esta vez que levantasen otra capilla en Ordó y otra en uaa
hermosa lama de Ijuá.
La casita curaI de Belén, hecha de hoja y palma como
la capilla, está algo vencida ya, por ser construcción bastante anterior.
4. Orpúa-La capilla que sigue es la primera que han
construído a mis órdenes; se llama San Lorenzo de Orpúa.
U nas familias venidas años atrás del río Tamaná, tomar:m
con empeño la obra, y en pocos días la concluyeron, aYlldándoles o no ayudándoles el resto del pueblo. La capilla
f;Stá ya algo vencida y la casita curaI está recién hecha. Si
los de Ijuá hacen su capilla, quedan sólo los habitantes de
~as playas y Orpúa y Venado, escasa feligresía por ahora.
En la última visita se administraron 69 bautismos, da
comuniones y 10 matrimonios.
Sigue luégo un río pequeño, pero largo y despoblado,
llamado Pichimá, en cuya bocana hubo un pueblo del mismo nombre, que el mar se llevó, como en Docampadó se
llevó a Pameño.
Dentro de ese río más tarde habrá que poner una ca-
-
144
pilla; pero por ahora salen a Togoromá, primera bocana del
río San Juan, que se encuentra yendo de Pizarra a Buena'Ientura.
5. Togoromá-EI pueblito, formado en la playa, tend~á
unas veinticinco casas, a las que unidas las de La Víbora,
Pichimá, brazo arriba del propio Togoromá y los manglafi~s
de Churimal, etc., forman un centro de movimiento regulou.
Tiene capilla y casa curaI, de hoja y palma, en buen
estado; pero se ven acosados por las aguas que van sustrayendo su suelo de arena. El puerto para botes dicen que
es el mejor del San Juan; buques no entrarían. Es inspección y tiene locales para escuelas, antes florecientes y hoy
caídas.
Aun cuando la corrupción en Togoromá es mucha, ~odavía se logró administrar en la última visita 64 bautismos, 45 comuniones y 4 matrimonios.
Pasando ya al último brazo del San Juan, por donde
entran los buques que suben de Buenaventura, en un punto llamado Chamul, tengo ordenado que hagan una capilla,
dedicada a San Luis Beltrán; y en Cabecera, lugar donde
el San Juan empieza a dividirse en brazos, otra, a un San':o
Cristo, a quien los vecinos manifiestan especial devoción.
Ambos puntos los visité, siendo una casa decente el !u·
gar bendecido y destinado a celebrar de años atrás. Me
a.gradó la disposición de ánimo de los moradores para asi:::;tir
y aprovecharse, pero ahora les exijo capilla y casita aparte,
!3egún los sagrados cánones.
6. Palestina-Sigue, subiendo el San Juan, Palestim.,
en la boca del río Calima; tiene casita curaI, recién construida, con techo de paja y piso de madera. La iglesia, bast.:l.nte capaz, tiene el piso de madera y el techo de cin,~.
Posee un cuadro de la Santísima Trinidad, a quien está dedicada, con una imagen de San Antonio, varios candelens
y los ornamentos necesarios para celebrar.
Cuanto a la moralidad, no los hallo tan mal inclinados,
como que es el punto más moral del bajo San Juan; da 1m
50 por 100 de hijos legítimos.
Los frutos de la última visita fueron 56 bautismos, (í2
comuniones y 4 matrimonios.
Los indios noanamaes, de una quebrada, pidieron S8.pilla propia, 10 cual con gusto les concedí, y confío que a
ri-, ..-,-~'~';-
•.~.
..
Vista de Quibdó desde el río Atrato. Lado norte.
· - I-k;--
estas horas ya la tendrán terminada, sobre la quebrada T ùparal, y me estarán esperando; mas la falta de salud no me
na permitido atender a sus legítimos deseos. También hace
días que mi corazón no sabe apartarse de ellos y de los OtDS
que debo yo cuanto antes visitar. Dios quiera conservarles
la vida V los buenos deseos, y a mí darme pronto la salud,
para recoger esas espigas sazonadas del trigo de mi Señr)r
Jesucrito.
7. M unguidó-Subiendo
una jornada de Palestina, :;e
nalla Munguidó, con su capilla de hoja y palma, dedicada
a San Antonio; cuenta también con casita curaI. Tiene 'eguIar vecindario, el cual, aunque indolente, es bastante
inclinado a la moralidad; prueba de ello fueron los 11 ba.utismos, 16 comuniones y 4 matrimonios que se verificar,)l1
lá última vez, con haberme detenido un solo día; esperan
con anhelo mi próxima bajada.
8. Cucurrupi-AI
fin de la siguiente jornada, aguas
é'.rriba del San Juan, se encuentra Cucurrupi.
El títub
de la capilla, en ruinas, pero que confío restaurarán ahora,
es San Miguel. El solar es muy escogido, alto, llano, con
buena agua; pero el caserío se forma muy despacio, y aun~ue creo que en las condiciones económicas en que se haila y el depender de la voluntad de cada cual el venir al ~a.:erío, hace la agrupación del vecindario de un modo est3.:Jle, una cosa imposible.
En Copomá, y mucho más en Potedó, hace falta o~\a
capilla; así 10 tengo ordenado.
Potedó dista de Cucurrupí una jornada, y hay ahí mls.no una quebrada poblada de indios noanamaes, llamada
Docordoó.
II
Sección de Pizarro.
1. Pizarro-Comprende
de Pizarro a Cabo Corriente::>,
por la orilla del Pacífico; y desde Pizarra al río ?artadó,
por el río Baudó.
El pueblo, que está en el ángulo mismo que forman
el rio Baudó y el mar, es Pizarro, caserío antiguo, que por
no haberlo situado en donde convenía y conviene, esto :'8,
l\lisiOIll'S (1~1Cllocr'-JO
- - 146 --
en El Chorro, único terreno sólido, con buenas aguas, buena vista, buena estrategia y buena ventilación, el Baudó
y el mar lo han hecho cambiar de sitio ya muchas veces, y
actualmente está casi en ruinas.
Es Alcaldía y tiene escuelas de niños y de niñas. }.a
19lesia, cuya titular es la Virgen del Carmen, está techada
d.e hierro, casi todo el piso entablado; pero los cercos, hasta ahora, han estado sin concluír. Posee una buena imagen
de su Patrona, aunque algo deteriorada, y todo lo necesa:-~o
para el sacrificio de la misa.
Sus habitantes son amables y muestran sentimien::)s
religiosos. En la última visita administré 19 bautismos, 45
comuniones y un matrimonio.
Si se lograse comunicar los esteros del Pilizá con los
del rio Baudó, especialmente en Caimanera, por detrás de
la playa, aprovechando las aguas de la lamería, como Coredó y otros chorros menos importantes, procurándoles
cauce por ambos extremos, seria una grandísima ventaja,
pues de Cabo Corrientes se podrían traer las cosas emb:lrcadas al San Juan, hasta los istmos de la cordillera que divide este último río del Baudó, o el Quito y el Baudó; esta
es, un solo istmo: de Pató, Taridó, Suruco, de Veriguadó o
Docompadó; cuando ahora por necesidad hay que pasar
dos istmos, a saber: la playa de Pizarro, tres horas, o el
istmo de Chontaduro a Torredó de abajo; más costoso CQdavía, pero que acorta la distancia.
2. Pilizá-Pasada la playa de Pizarro, topámos con la
capilla y casita curaI, recién construída, de Pilizá, cuyo titulo es San Antonio" U nos novi teños se establecieron en
Pilizá, y como gente aparroquiada y devota, pensaron lu.§go, de su propio impulso, en una capilla a la Santísima Trinidad, cuyo precioso cuadro colocaron en ella, consagrar Xl
la capilla a San Antonio, y así fueron visitados de los diferentes sacerdotes, que cuidaron esas tan lejanas y abandQnadas regiones; hasta el día de hoy conservan un buen fO;1do de religión los más viejos; mas en los jóvenes se advie·"te
menos religión y más corrupción.
Entre Purrichá abajo, Pilizá y Catripe, forman un gfllpo de gente importante.
Frutos de la última visita fueron 52 bautismos, 65 ':0muniones y 3 matrimonios.
-
147 --
3. Chontaduro-Subiendo el río Purricha, poco caudaloso, encontrámos la capilla y casita curaI, obra exclusiva
de los indios, y para ellos, de boca Chontaduro, que es paso
deí mar, a Baudó. El título de la capilla es La Asunción.
Cuenta pocos feligreses, todos indígenas pero de buena voluntad. La primera visita que les hice, y es la única hasta
el presente, obtuve 22 bautismos, 29 confirmaciones y 6
matrimonios.
Estos feligreses son los que han concunido con más puntualidad y ahinco a todos los rezos e instrucciones, mostrándose algunos verdaderos héroes, no sólo
pn el trabajo sino en la asistencia.
4. Catripe-Siguiendo ahora la pía ya del mar, pasada
la bacana de Purricha, encontrámos a Catripe, donde paré
unos siete días en una casa convertida en capilla, donde
logré hacer 18 bautismos, 13 comuniones y un solo matrimania. AI fin buscámos quebrada arriba un lugar a propósito para viviendas, y ordené que levantaran una casita curaI y una capilla dedicada a Nuestra Señora del Rosario, a
quien profesan todavía gran devoción.
5. Pavasa-Una jornada más allá, pasando esteros y
la gran bacana de Abaquía-Pavasa, llegámos a esta isla, que
el mar va mermando y amenaza arrebatar su caserío, como
arrebató y acqbó con el caserío de Pavasita, pueblo importante antes del terremoto de 1907; pero hoy casi en total
ruina, por haberse abajado el suelo, que han ido cubriendo
las aguas del mar.
Pavasa tiene su capilla de hoja y palma, dedicada a
San Antonio, con cuarto para alojarse el sacerdote.
En la última visita (enero de 1923) se administraron
49 bautismos, 45 comuniones y 5 matrimonios. Siempre
f'S mucho lo que queda por hacer, pues su moralidad deja
muchv que desear.
6. Cuevita-Por una jornada más adelante entrámí)s
I.=nla ancha, baja y tempestuosa bocana de Cuevita, cuya
playa ha desolado el mar, que sigue en playa inhabitada y
lamería hasta Cabo Corrientes, y después haste. Arusí, y
por detrás del cabo da fácil paso por Evarí y Coquí, a salir
por quebrada y trocha al mar, frente a N uquí .
En un altico del estero de El Encanto, en la boca de la
quebrada Evarí y Gella, construyó un buen héroe, señor
Manuel Eusebio Perea, con algunos vecinos, una capilla a
- - 148 -
San Isidro. y así el título es San Isidro de Cuevita; posee
un cuarto al lado para habitación del sacerdote.
En la últíma visita casi no acudió nadie, porque llovía
sin interrupción día y noche; con todo, se administraron 43
baut!smos, 14 confirmaciones, 23 comuniones y 5 matrimamas.
Volviendo a Pizarro, para subir el río Baudó, a una jo:'-',
nada larga, bendije un cementerio y ordené se hiciera una
capilla en Boca de Correa, junto a la de Torreidó de abaj·),
paso a Purricha por Chontaduro.
7. Boca de Pepé--Subiendo
otra jornada corta llegámas a Boca de Pepé, Santuario de Nuestra Señora de la
Pobreza, donde es tradición que encontraron milagrosamente un cuadro de la misma Virgen y una campana que
todavía existe.
Tiene casita curaI, y un rancho provisional sirve de '.8.pilla, pues la capilla que debía construírse está todavía 5il1
acabar. Fue pueblo de importancia; hoy, merced a la discordia, al abandono y corrupción, está casi muerto; y por
cierto, era merecedor de mejor suerte, aunque no fuera sino
por haber sido favoreéido con la mi:agrosa imagen de la
Santísima Virgen, de la cual poseen un retablo traído, ·:egún referencias, de Tadó. Es corregimiento y tiene escu~la
de niños.
8. Veriguadó-Subiendo
ia larga pero tortuosa qucbrada de Pepé, a una jornada topámos con Boca de Ve:iguadó, paso al San Juan por Dipurducito a Paimadó, con
su capilla, titulada San José, y su casa curaI, todo de construcción reciente, en una pintoresca lomita, a cuyo pie coïre una quebrada de agua buena.
En la última visita se administraron 18 bautismos, ~'4
comuniones y 3 matrimonios.
9. Pie de Pepé-Subiendo
el río Pepé, a media jorn3.da está el Pie de Pepé, paso al San Juan por Suruco; tiene
~u capilla y casa curaI; la -capilla pesee piso de madera y
cerco provisional, y tiene por titular 8. Nuestra Señora d~1
'T'ránsito.
10. Palmera-Regresando
a Baudó, y a una jornada
cie Pepé, dentro de la quebrada Torreidó, está La Palmer~t;
fn esa lomita hiciero!:. provisionalmente para el Padre una
casa curaI y una capillita, que ha servido para tres visit:.ls,
que los buenos vecinos de la quebrada han sabido aprovechar mejor que los del cañón del río Baudó. Ya están levantando casa curaI y capilla definitiva y formal, cuyo ti·
julo será La Asunción.
Dentro de Berreberre, en la boca de la quebrada Se
Chichiburrú, camino para el río Quíto, por Taridó, tien~n
orden de hacer capilla y casa curaI, pero no lo toman con
;nterés.
'
La misma orden di a los vecinos de la boca de Partadó.
11. Dubasa-Arribita
de Berreberre, por 6 lado de 1a
cordillera, viene un río considerable e impetuoso, llamado
Dubasa; a unas dos horas de subida por él está El Pedreg:Ü,
lugar escogido y dado para hacer un pueblo, donde se han
levantado y dejado caer, por abandono, unas seis capilla:>.
J.2, A ncosó-Más arriba, en boca de Ancosó, los indios
han levantado otra casa curaI.
Después de La Palmera sigue Boca. de Baudicito, con
un pequeño caserío dedicado a San Pedro Claver.
Este es el campo, extenso y muy necesitado que·11e
toca cultivar, y donde hallo en general buenas disposiciJnes para oír la palabra de Dios y aun para el matrimonio;
pero vuelvo a repetír, que las energías de tres Misioneros
é.:starían bien empleadas,
Istmina, agosto de 1923.
ANDRÉSVILÃ, Presbítero,
:vlisio'IE)'lJ
Hijo
del
Inmaelll¡¡(lo
('Or:J?:óll (le
:\lal'Í~.
IX
RELACIÓN
DE UNA
FIESTA
EN LA VICEPARROQUIA
DE PAIMAD6
Después de regresar felizmente de las fiestas de Paimadó, me es grato consignar las impresiones, trabajos apostólicos y frutos recogidos en el mencionado caserío.
A las seis de la mañana del día 31 de enero cruzábamos
el Atrato para entrar por la boca del río Quito. Ligera 110viznà fue refrescándonos por largo rato. A corto trecho,
de donde el Curundó da sus aguas al Quito, hubimos de
arrimar para auxiliar a un enfermo que pedía confesar,3~:
hízolo, y le administré la santa unción; al día siguiente entregaba su alma al Creador. Ahí mismo, en la orilla opuesta,
confesé y puse la unción a una mujer. Cuando nos dispo:líamos a partir, me dijeron que sobre la boca de Curundó
había otra enferma; al subir a la casa me enteré de su estado, y como temía que con tántas demoras sería imposible
llegar a Paimadó en el día, pregunté si la enferma podría
aguantar hasta mi vuelta a Quibdó, y asegurándome los de
la casa que sí, continuámos sin percances nuestro interrumpido viaje.
Los rayos de sol que caían de tres a cuatro de la tard~,
como saetas encendidas, eran presagio de aguacero pró:Ómo. Así fue que a las cinco, en el momento preciso en que
divisábamos el pueblo, sentíase ya muy vecino el ruido (~nsordecedor de la borrasca. Echar el pie a tierra y venírsenos
encima un aguacero enteramente chocoano, fue todo unJ;
y si nuestros vestidos no se cala ron del todo, el equipaje en
gran parte no tuvo tan buena suerte.
Pero no fue éste mi mayor apuro.
Apenas llegado al caserío, me avisaron que había lln
enfermo en las últimas ... y luégo, que acababa de morir ...
Mi primera idea fue irme derecho tlesde el puerto al enf~rmo; pero por de pronto no había allí quién me enseñase
la casa. En estas angustias estaba, cuando me vinieron a
comunicar que el enfermo ya había muerto. Yo, apenado
t.r ..
:"
~.·"··}I";i...
~
':-.."., ".
~;¡
..:>
•
~ ~.-~.
~;:-t2,
..
Capilla del caserio de Paimadó.
Quibdó. Altar del Rosario de la iglesia parroquial.
-
151
-
grandemente, quise salir de la casita, mas el aguacero era
tan recio, que mi paraguas no resistía. Esperé pues un rato,
y cuando escampó algún tanto, fuime caminando, como por
un río, a casa del enfermo; encontréle agonizando y sin sentidos; absolvíle y le puse la extremaunción; era de edad y
casado, siendo en estos ríos regla que tiene contadas excepciones, que en los tales apenas se halla materia grave para
la absolución. Por consiguiente, mi viaje había sido muy
fructuoso, y podía dar por bien empleadas las molestias
consiguientes a la canoa, debajo de un sol ecuatorial.
El paso del Cura por el río, el retumbar del cañón y
el estruendo de la tambora en la víspera, despiertan el entusiasmo, y en pocas horas el caserío, que estaba solitano
y silencioso hace pocos días, ve hormiguear por sus cal1'~s
gentes incontables, reflejando en sus atezados rostros y en
5US variados trajes la alegría y alborozo de sus corazones.
Las fiestas religiosas celebráronse todas con creciente
entusiasmo y religiosidad; fueron seis este año: de San
José, patrón del pueblo; dos de la Inmaculada, y dos de San
Antonio. Este año, a propuesta de uno de los más entusiastas vecinos, añadió se una misa de aniversario por bs
difuntos todos del distrito; para que así como los vivos f::e
alegraban, así los finados recibiesen algún alivio, dijo el
campesino que se propuso recoger la limosna para dicha
fiesta .
Como notas características de este caserío hay q~e
apuntar: el orden admirable en la procesión, formando doble y larga hilera de hombres y de mujeres; éstas con sus
cirios, que los fiesteros reparten con profusión, es otra nota
su generosidad con la iglesia; este año se recogieron por la
calle y dentro de la iglesia no menos de ciento cuarenta
pesos .($ 140); prueba esta generosidad además el bonito
altar fabricado en Quibdó, y bendecido durante las fiestas,
cuyo importe total se aproxima a quinientos pesos ($ 500) ,
recogidos en el espacio de año y medio, quedándoles todavía un remanente como de cien pesos ($ 100) para pon~r
el cíelo raso de la iglesia y blanquearla.
Pero lo que más alegra el corazón del sacerdote es con- -' --~JUB\ I('A
BANCO CL li, HU - oJ
1I&l.IOTiCA lUIS- AI'K'El A~
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templar cómo las jóvenes, desde los veinte años, se unen
en santo matrimonio; de manera que las dos épocas ,jel
año en que se visita este poblado, se casan de seis a ocho
parejas, y esto de propia iniciativa; en estas fiestas fuenn
r-.:uatrolos matrimonios, habiendo que quedar otro aplazado
por enfermedad repentina.
Los que conocen los caserí)s
del Chocó aseguran que no hay' otro tan moralizado y religioso como Paimadó.
Ojalá que como premio de su buena conducta obtengan que las autoridades :mperiores miren con más interés
~odavía su progreso intelectual; es deseo de muchos padres
de familia que se les ponga también escuela de varones.
Los bautismos administrados fueron 41, observándo~;e
que, exceptuados dos o tres, todos los demás han nacido
desde la última visita del sacerdote; lo cual, además de j.,èiTIOstrar el cuidado que tienen de que ningún niño quede
~in el auxilio de la gracia bautismal. facilita los datos de 1.1s
r espectivas partidas.
Administróse también el sacramento de la confirmación a 79, casi todos párvulos, y la santa comunión a un
buen número de niños y niñas y algunas personas mayores.
Ocurren, merced a la sencillez primitiva de estas gent'~s
y algo supersticiosa, casos y
dichos por demás graciosos.
Acércaseme un campesino y poniendo sobre la mè8a
un par de reales, me dice: "Padre, réceme un responso él
las almas para que mi perra vaya adelante en la cienl~~a
(sic) de cazar guaguas."
Camino para la iglesia a sacar la procesión de San José,
y' se me acercó otro y me dice:
"Padre, ¿saldrá San José
solo ?"
-¿ N o es la procesión de San José?
-Pero, ¿saldrá sin su mujer?
-¿Qué mujer, pedazo de bruto?
-Esa que está en el altar.
Era la imagen de la Santísima Virgen.
Viene otro a altas horas de la noche, llama a la puerta
de la casita curaI.
y a su religiosidad naturalista
Procesión en el caserio de Lloró.
Lavando las arenas del río para sacar cloro.
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-¿Qué ocurre?, le contesto desde la hamaca.
-Mi Padre, a ver si nos casaría a las tres de la mañana.
Mal humorado y sin moverme, le contesto:
-¿ Porqué no se ha de casar a la hora de la misa, con
los demás?
-Mi Padre, es un arguyo.
-Cásese a la hora de los demás .. " y mi hombre 8e
marchó, para volver de mañanita antes de las cuatro a
pedir confisión.
En otra ocasión se me presenta un hombre ya entrado
en años, y me dice: "Padre, yo quiero que usted llame aquí
a mis dos hijos para reprenderles, porque muchos días se
levantan por la mañana y no vienen a rezar el bendito y a
saludar a su padre."
Díje1c que él mismo me los trajese para afearles su conducta, cuando al rato veo delante de mi a dos mocetones
-uno de ellos había sido el peón que me trajo al puebloy a mi hombre con aire severo que me dice: "Estas son Ins
que no rezan el bendito."
Ocultando mi sorpresa al ver tánta docilidad en ].)S
hijos, les dije algunas palabras de reprensión y aconsejé el
amor y respeto a su padre, a quien debían saludar, después
de Dios, todos los días. Recibida con la más profunda humildad la reprensión, y prometida la enmienda, se retirai on todos. Después de algunos meses encontréme con aqu~l
buen padre, y preguntéle qué tal los hijos, si se habían ~nmendado.
-Mi Padre, ahora da gusto; desde el día en que ust~d
les avisó, siempre más rezan el bendito y saludan a ;us
padres.
Todos estos casos y otros parecidos a éstos, que frecuentemente ocurren, hacen llevadero el trato importu·.10
de estos campesinos, que no dejan un punto solo al Pad~e
en su casita curaI, desde antes de levantarse hasta después
de irse a dormir.
Por supuesto que ellos nada saben, la generalidad, ~i
maldita la molestia que se toman por saber de la marcha de
ia política de la Nación: estábamos en vísperas de elecciones nada menos que para el puesto de Presidente de la
República, y estaban tan descuidados e ignorantes que
nada sabían del caso, ni menos cuáles eran los candidat:'ls
-
154 -
ni a cuál debían ellos dar su voto; votaron pues a ciegas p.)r
el primero que les propusieron.
Llegó la hora de la despedida, y las orillas del río aparecieron pobladas por un gentío inmenso, que a porfía arr~bataba de mis manos unas sencillas estampas que quise
repartir a los niños y niñas. Tierna y entusiasta fue la despedida; y recibida la bendición, que les di desde la canJa,
resonaron los vivas a los santos cuyas fiestas acabábamJs
de celebrar, a Colombia y a Paimadó.
FRANCISCO
GUTIÉRREZ,
Prefecto
C. M.
Apostólico.
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EXCURSIÓN
POR EL ANDÁGUEDA
y EL CHAMÍ
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Hasta BaJl;adó-Labol'cs
t'n tlkht, eu,ser"Ío--lJOs
do,•• ('mllil!(n;, a (:ua1 pN>1'.
El homl,,·(' J>1'OPOnl' y Dios di"llol1~La
Pro .•..
idl'nda
no falta-RI baquiano
HClIcdíeto.
El día 28 de enero de 1924 me despedí de la comunidad de Quiodó, y después de acomodado en mi canoa de
proporciones regulares, y de echar un vistazo a mi equipaje,
di orden a los bogas de emprender la marcha con dirección
a Yuto, la primera jornada. Todo el día tuve que aguan~:3.r
sobre mi cabeza un sol de plomo, y sólo hicimos un alto a
orillas del río, bajo la sombra de tupidos pichindes, pa'[a
tomar un ligero almuerzo al mediodía,
Al siguiente, después de hacer una ligera visita al pueblo de Lloró, me encaminé a Buenavista, lugar donde están
colocando dos turr1Ïnas hidráulicas los americanos de 1a
compañía eléctrica del Andágueda. Allí fui recibido por
el Gerente, mister Isenor, con la amabilidad que distingne
a dicho señor y a su esposa, y pasé la noche en una de lo.s
confortables e higiénicas habitaciones del campamento,
Todo el día 30 10 pasé como los anteriores, sentado e~
mi canoa, con el paraguas en la mano, viendo correr las
aguas y moverse despacio el monótono paisaje. amén d:~l
poco agradable son de los regatones de las palancas al chocar contra los cascajos del fondo; casi de noche llegámos
é' Bagadó, donde debía empezar la visita.
Diez días permanecí en este poblado, muy ocupado
todos ellos, tanto en los actos de culto, como misas cantadas, procesiones, etc .. como en las catequesis y preparación
de los niños para la comunión, y en la administración ¡le
los sacramentos de bautismo, confesión y confirmación.
l:;b ---
Setenta y una fueron las comuniones repartidas duzante la visita; número insignificante si se compara con el
que suelen dar las misiones dadas en el interior de Colo TIbia, pero no despreciable en una fiesta del Chocó.
Terminadas las fiestas en Bagadó, empecé a disponer
lú necesario para emprender la visita que en calidad ¡Je
delegado del Reverendísimo Padre Prefecto Apostólico,
que se hallaba bastante delicado, debía girar por la parDquia de Pueblorrico.
Dos caminos se me presentaban, ambos muy penos)s,
y sobre ello peligrosos. El peor de ellos era sin duda algu.1a
el que seguía el cauce del Andágueda, a la sazón muy se;o
.' torrentoso; tendría que caminar largos trechos, saltando
por encima de pedruscos muy resbaladizos, y la canoa te'1dría que ser arrastrada a fuerza de brazos, lo que me acarrearía muchas fatigas y desembolso de plata. Eso, en ia
suposición de que pudiera remontar las cabeceras, lo que
algunos prá-:ticos creían muy dificultoso e imposible.
El otro camino era por un lugar del río San Juan llamado Arrastradero, al cual podía pasar fácilmente, a caU3a
de la seca de los ríos, par un istmo que me comunicaría con
dicho puerto del San Juan.
Como es natural, todos me aconsejaban esta ruta, y ;10
necesitaban echar mano a recursos de elocuencia, pu ~s
desde un principio me incliné yo por ahí.
En dares y tomares sobre mi viaje estaba yo, cuan:io
me sorprendió gratamente una carta del Reverendo Padre
Fermín de Larrazábal, escrita a lápiz, en la que me preguntaba sobre el día de mi marcha y la ruta que quería segu;r.
aconsejándome, como muy conocedor de todos aquell)s
caminos, que me fuera por Arrastradero, donde me esp~raba con bestias de silla y carga.
No es para explicar la alegría que me causó tan op,Jrtuna como inesperada carta; inútil es decir que ya no dulé
un solo instante sobre el partido que debía seguir. Alisté
mis bártulos y mandé una carta al Padre Fermín, agradèciéndole su solicitud y manifestándole que me iría por dande él me indicaba.
Pero el hombre propone y Dios dispone. Mi carta no
llegó a su destino; en vista de lo cual mandó el Padre F,=rmín otros dos peones con otra carta, en la que me pregu:1-
-- lSï-
taba de nuevo mi resolución, y me decía que me esperaba
allí. Los dos peones llegaron a un pueblo llamado C:lrmeIo, donde había baile, y ante tan terrible tentación, n')
se vieron con valor 'para rechazarla; y así, después de dos
días de parranda y baile, se volvieron al Padre, diciéndoie
que me habían visto en Bagadó rebosando salud y que le
mémdaba muchas expresiones; mas que había resuelto irme
por el río Andágueda. Creyóles el Padre, a pesar de que
no le mandaba yo la respuesta por escrito; y así, me esc.-ibió de nuevo, mandándome esta última carta con un jov~n
llamado Benedicto, que por varios aÙos le había servido
con una honradez no común entre sus paisanos,
"Me alegro, me decía, de su resolución, porque aunque
es arriesgada, podrá visitar a los ribereños del AEdágueda,
que hace años no han tenido visita de los Padres de Puebbrrico, por semas imposible ir hasta ellos, Le mando a este
joven, que conoce como nadie los lugares peligrosos de è3e
río, y le servirá mucho; puede Su Reverencia poner en él
toda su confianza."
Admirado y contrariado sobremanera me dejó la carta
del Padre Fermín; pero a la vista de la razón que él me
daba para alegrarse de mi supuesta resolución, adoré 10s
designios amorosos de Dios y no titubeé un momento, :¡i
ante los ruegos de amigos, que me aconsejaban siguiera rni
primer determinación,
.
11
i!('s\l('(litla )" ('uJ'ÏñoS<JS ('Ollsl'jos--Auxlliot;
tlg:a la fnlta Ile l'al'Ï<lad 1'011los ('nf(,\'lI!os-En
'i'ÏI·¡'tla
in--'H l;visnrlo-.-\I('~ríl\
a Ulla nnfl'l'llIa-Hio>l
('ull,junllÚ-('apilla
frlllll'a-niálo¡(o
de \'Í1b\'Íl'a,
/ us~- :ll:,u'
Al día siguiente, después de celebrar la santa misa, '_n~
embarqué en una canoa tan rota que en el puerto tuve que
cambiarla por otra más pequeña, Acompañándome salieron varias embarcaciones, de modo que aquello parecía U1H
pequeña escuadra. Los que se quedaron en el pueblo salieron a despedirme al puerto y recibieron con devoción la
bendición que desde mi canoa les eché; empezó a mover-3e
la canoa al impulso de las palancas, empujadas por robustos bogas, y todo el pueblo se despidió con cariño y refle-
--.- 158
jando en sus semblantes el temor que tenían de que ~ne
sucediera algo desagradable en mi viaje.
Quién advertía a los bogas tal o cual paso malo, acon.~ejándoles que pasasen la canoa por la orilla derecha o izquierda; otro les advertía que en tal vuelta hallarían una
casa que era de un hijo suyo; que 10 llamasen y le dijeran
que nos acompaí1asen hasta pasar tal lugar peligroso y muy
conocido de él .... Las mujeres me gritaban, hasta que )'a
dejé de oírIas: "Adiós, mi Padrecito, que no tarde en volver
a visitamos; que Dios me lo lleve con bien; cuídenme muy
bien al bendito sacerdote; con mañita, bogas .... " Ya muy
jejos, aún se oía la voz atiplada de alguna buena viejecita.,
que con todos sus pulmones gritaba: "con mañiiiita."
Tres horas llevábamos caminando, cuando de la orilla
del río se dejaron oír voces que me llamaban. Arrimé a la
orilla, y supe que me llamaban para asistir a una joven que
estaba en peligro de muerte. Salté inmediatamente a tierra
y administré todos los sacramentos de los moribundos a la
enferma, que estaba en estado gravísimo.
Al salir del cuarto de la enferma, llamé a los vecin~s
y les pregunté cómo habían tenido tan poca caridad con la
paciente, que no habían ido a llamarme a Bagadó durame
Jas fiestas, sabiendo que el Padre nunca se niega cuando ":s
50licitado para asistir a un enfermo; si me hubiera ido a
Quibdó o hubiera pasado por el camino por donde pensé
pasar en un principio, aquella mujer hubiera muerto sin el
consuelo de los santos sacramentos, habiendo tenido oportunidad para ello. Entonces me refirió un joven lo siguientç:
"Yo quise ir a Bagadó para traer a usted, pero estoy enfermo y necesito un compañero; yo solo no puedo con esta
corriente; le rogué a un compañero que me ayudase, pe!'o
me contestÓ éste que él no tenía qué ver con eso; que él
tenía una canoa en el monte a punto de terminarIa, y que
allí tenía su trabajo y ocupación. Cogió en efecto sus he1ramientas
y se ma:chó al monte; pero pronto volvió con
él pie manando sangre, de un hachazo que en él se dio y
que lo tiene en cama, Dios sabe hasta cuándo."
Con el anteriœ incidente, perdí un tiempo necesar¡o,
pues aún quedaba bastante lejos el primer puesto donde había de dar la misión; sin embargo, los bogas se dieron Fl.l
prisa, que entre dos luces llegámos al lugar propuesto, a
-
159 --
la desembocadura de una quebrada llamada Cuajandó. Allí
tiene su casa un ejemplar anciano llamado Evangelista Machado, el que, desde años atrás, ha venido poniendo a disposición de los Misioneros su amplia casa techada de cinc,
que es la más capaz de toda aquella región.
Con sorpresa mía encontré ya preparada la capillita,
la que habían adornado con cuanto pudieron hallar en su
pobreza los habitantes de las riberas próximas. Con cañ2.s
amaron una hornacina de unos dos metros de largo, la que
iorraron con limpias sábanas y colchas; las paredes estaban
cubiertas con todo género de cuadros y estampas; en el
plano del altar ocupaba lugar preferente una imagen, de 1..:n
palmo. de San Antonio de Padua, con la palma de mártir
en la mano; en el fondo y como imagen patronal se veía
un cuadro representando a la Santísima Trinidad, del tamaño de medio metro, pintado por algún aficionado. Por
fin dos botellas vacías reemplazaban admirablemente a dos
candeleros.
Un día permanecí en Cuajandó, durante el cual estuve
constantemente acompañado de los buenos feligreses, los
que no consintieron en abandonarme ni por la noche; cada
cual trajo su petate y sus mantas, más algo para su alimento.
Inútil es ponderar el continuo trabajo de aquel día
dentro de una casa, que aunque holgada, estaba materi:1lmente llena de toda clase de personas, teniendo en cuenta
que hacía cinco años que no pasaba por allí Padre algun:::>,
y tuve que administrar los sacramentos de confesión, bautismo, confirmación y matrimonio.
Inmediatamente que descansé un poco, empezó la ';:Irea; las personas mayores charlaban animadísimas, como si
nunca o desde largo tiempo no se hubieran visto; los jóvenes reían a carcajadas y se chanceaban; los muchachos corrían y jugaban; los rorro S lloraban y era imposible imponer silencio, pues la alegría por la llegada del bendito ';acerdote era la causa y porqué de aquel barullo.
Yo tenía que desgañitarme y disimular, pues de lo
contrario, el miedo a disgustarme los hubiera llevado a ot:o
extremo; no se hubieran atrevido ni a hablar .... Por ::;upuesto que aquella bulla que en otras circunstancias se hubiera hecho insoportable, para el Misionero veterano es
agradable en extremo, y lejos de molestarle, lo hacen feliz.
lhl)
,-
-¿ Cómo se llama el niño?
-No tiene nombre, mí Padre; está morita,
-¿Cómo se va a llamar?
-¿ El niño?
-Sí, señora; el que se va a bautizar,
-El nació faltando una semana para la Santa del año
pasado.
-Bueno, ¿cómo se va a llamar?
-Yo no sé qué santo trajo; como le dije, nació hltanda ....
-Menos lo sé yo; dígame, ¿qué santo le gusta que ie
pongamos?
-Quén sabe, mi Padre; ¿no será mejor llamar al padrino?
-Llámelo, pues, .. ,
Total, un buen rato gritando para dejamos Olf y IlC
sacar nada en limpio.
III
El
l'lISa,'i<:-P"(,llkallllll
a
SO,'(!{;s-.\g-ua
al'dha-Saltlllu"
a
I,;IIJ/;l'il,ad",
l'ollto'"la la ('hil'ÎllIíll-Est'ulásti('o,
"I deA'o llIudplo-Flalll<"'o, "'H'UllIll".")'
J'1',(''-¡slÚn )' ""zan,!t'"o,
t<:lIo 0'11 1I1111 pÏt·¡f,n-.\kgl'ía )' huplI"
1I1('.,.,.-El Ill'"
tit·
('JIHHU'{".'os-Lus
~luu·lI('()s-R.:·ali ,'uJ;tnfluJHf'.
Al llegar la noche, terminaba yo de apuntar las partid :.~~
de bautismos, etc., etc., y después de una ligera merienda,
rezámos el santo rosario, al que respondían muy bien hs
fieles, los que son muy devotos de esa oración y sab:;n
rezarla muy bien. Da gusto verlos con la devoción y respeto con que oyen la plática que se les dirige después d~l
rezo del santo rosario.
Al día siguiente celebré la santa misa, que oyeron ea:!
devoción los ribereños de Cuajandó, y después de ella, permanecí algunas horas aconsejándoles cuanto creí conveniente a su modo de ::;éi y vivir; encomendándoles mucho
que no dejasen de rezar el santo rosario en familia, y tratando de convencerles de que el amancebamiento, unión
ordinaria en todo el Chocó, es pecado gravísimo, y que bs
llevaría al infierno a pesar de sus rezos y vida honrada por
10 demás. Pero este sermón, el más indispensable, el que
debía ser de mayor efecto, y por eso pone en él el Mision'~,o
-
161 -
todos los recursos de su oratoria, suele ser por desgracia
golpes de espada sobre colchones. Los chocoanos de los
ríos no niegan su mal estado, pero tienen de Dios una idea
tan absurda y al mismo tiempo tan metida en su inteligencia, que no pueden convencerse de que los eche al infierno
por una cosa tan insignificante y tan ordinaria, según ellos,
. (amo que un hombre y una mujer, llegada su pubertad, se
unan; eso sí con el propósito de bendecir la unión, cuando
estén aparejados y cuando se hayan tomado el genio.
Como las diez serían cuando, montando de nuevo en
mi molesta canoa, emprendí el camino de Engribadó. Al
atardecer llegámos a la boca del río.
Habían sido avisados con tiempo sus moradores, y así
me prepararon un espléndido recibimiento. Algunas personas que me acompañaron desde Cuajandó hicieron disparos
de revólver y escopetas, desde un punto próximo a la altura
donde está enclavado el caserito de Engribadó; avisados así
estos, respondieron con salvas de un cañoncito de los llamados perrillos, y todos se prepararon para recibirme a
la orilla. Más de un centenar de personas se habían reunido
y me esperaban con sus trajes de colores vivos y elegante,;
pues los ribereños chocoanos, aunque durante sus faenas al
sol y al agua usen vestidos ligeros y más o menos andrajosos, siempre modestos, sobre todo los de las mujeres,
aunque estén solas, llegado el día de fiesta o llegada de un
Misionero, visten muy bien y tienen gusto para adornar y
tocar su vestido y cabello, aunque sea con telas ordinaria!),
v cintas que entrelazan en su cabeza.
De pie y en silencio me aguardaron los fieles, mientr·ls
ia orquesta, compuesta de una flauta dé carrizo, un tamb'.',r
y un redoblan te, más unos platillos, se me adelantaba tocando una pieza de su repertorio, al compás de la cual
tuimos subiendo la pendiente que conduce a la casa que
había de ser iglesia, casa curaI y posada de casi toda aquella
gen te.
El dueño de ella es un anciano ciego, de alguna fortuna, que obtuvo con una vida de joven muy trabajadora y
morigerada; una enfermedad de la vista, que le income>daba bastante, le hizo ponerse en manos de un médico yerbatera, que era curandero de picaduras de culebra, el cual
le aseguró sin la menor hesitación que el tal mal era efecto
Misiones
del Choc&-l1
-
16'2 -
de la picadura de una culebra que sólo conocen los cura:lderas; la que tiene la particularidad de que el efecto de su
picadura no se nota hasta que .. " diga el mismo curand-:ro; en resumidas cuentas, que con el tratamiento o después
de él, quedó el pobre Escolástico Mena ciego del todo.
Mas, aunque le falta la luz de los ojos del cuerpo. tiene
muy clara la de los del alma, pues es un anciano muy ejemplar, casado con una excelente esposa, la que lleva todo el
peso de la casa y educación de los hijos. Y no faltó un ;ntroductor o maestro de ceremonias, pues los engribad03efios tuvieron la delicadeza de llamar a un anciano que vive
por aquellos ríos, el cual es notable flautero, gran pescador,
famoso curandero, insustituíble rezandero, y además fue
sacristán de Quibdó, cuando los Capuchinos.
Este ancianito, que es muy buen cristiano, y al que
llaman para que asista a bien morir a los moribundos de
aquellos apartados lugares, me sirvió mucho, pues estaoa
bastante bien impuesto en 10 que era arreglar y disponer
lo necesario para la santa misa y administración de los santos sacramentos.
Desde mi llegada se fue animando la casita en Eng:ibadó.
A todas horas se oía el ruido del tambor y los destemplados sanes de la flauta. Los muchachos y los jóvenes
saltaban y jugaban llenos de alegría, y me greguntaba 1:
"Así está bueno, ¿no es verdad? Todos estamos alegres pJr
ia llegada de usted; no se vaya muy pronto, mi Padre."
Las únicas mesas del pueblo estaban destinadas a me~a
ce altar, y así, para servirme la mesa de la cena, sirvió lo
mismo que si hubiera sido la de un hotel, un cajón de petróleo con su mantelito muy limpio. Vino después la ~')mida, que si no era muy delicada, sí lo fue abundante y
bien condimentada.
Arroz, plátano y huevos, con caldo de pescado salado
y un tazón de agua panela; todo servido en vajilla de loza,
integraron el menú. El camarero era un joven de regular
instrucción, de modales correctos y que servía a la Nación
en el empleo de Comisario Mayor. Llámase Esteban Moreno; es casado y trabajador. Al presentarme la comida, lo
hizo con mil excusas, por no poder presentarme alimentl)s
más suculentos, y sobre todo carne fresca. Consolélo, di-
-- 163 -
ciéndole que la comida del Misionero es lo que le presenten
delante, y que la comida que me presentaba era muy suficiente para mí. "¿No es fácil, le añadí, el obtener pescad)s
en el río?" "Sí, me contestó, hay mucho pescado y de fácil
pesca; pero el casi único pescado que se obtiene aquí es el
guacuco, y ese no es pescado fino." "No importa, le respondí; precisamente es el que más me agrada a mí." Con
esto se alegró el buen Esteban, y al día siguiente se veía,
tspejándose en las tranquilas aguas de un remanso, una ·..:anoa tripulada por dos hombres; eran pescadores que buscaban guacucos para pescarlos con el certero tiro de ~u
flecha ..
Los guacucos son peces pertenecientes al orden de los
plectognatos; como sus congéneres, tienen el cuerpo revestido de escamas o escudetes, que les dan un aspecto repugnante; pero se distinguen de la generalidad de ellos en
que su carne no es venenosa, según aseguran los naturalistas de los plectognatos en general. En Africa es muy apreciado en las cocinas de los indígenas el pez erizo y el cofre,
sin que allí produzca trastornos de ningún género. Puede
muy bien suceder que estos y otros peces sean sanos e:l
unas aguas y dañinos en otras, fenómenos observados ,~n
los mares de las islas Filipinas.
Terminada la cena, ya estaban esperando todos el rezo
del santo rosario, que se rezó siguiéndole la acostumbrada
plática, como en las demás partes.
En la misa del siguiente día comulgaron veinte per3'Jnas, casi todas adultas.
Yo estaba admirado del fruto que se iba cosechand,),
por la misericordia de Dios; de la devoción y exactitud con
que rezaban aquellos ribereños, a pesar de estar tan distantes de los poblados y separados por un río tan peligr.o30
como el Andágueda, en los lugares de los cabezones; ':10
dudaba ya de que Dios y la Santísima Virgen, de quien enl11
tan devotos aquellos moradores, fueron los que torcieron
mis pasos. Varios enfermos recibieron con edificante alegría y agradecimiento los últimos sacramentos, muchas personas recibieron por primera vez el pan de los ángeles, se
deshicieron prejuicios contra la moral y errores supers~iciosos unos y propalados otros por civilizados ambulantes
de mala fe y peor conducta; el Divino Cordero regó con
--
164 --
su preciosa sangre aquellos solitarios parajes, y envuelt3.s
en las torrentosas aguas del Andágueda rodaron las oraciones de centenares de hermanos que se reunieron como los
primitivos cristianos en casas de fieles "hacendados pa~a
orar en comunión.
IV
Mal til'lll}lo ~. peol' ('an:ino-¡,\gua
va!-Rtllatando
las hazañas
¡.;ucda-Ho~ltl'
1II0dl'l0 ~. fcliz- ..Const"jos lll'Ovechosos--Vadcando
Andl͡1;ucda.
dlll Andáel t~'lI1iblc
Entoldado amaneció el día 21; las nubes cargadas amenazaban acompañamos con un buen chaparrón; pero EO
podía perder tiempo, pues el Padre Larrazábal debía est3.r
aburrido de tánto esperarme en Loyola, donde, según noticias que había recibido, estaba falto de todo.
Dije la misa, administré el sacramento de la confirmación a algunos niños que no pude confirmar el día anterior, y a pesar del mal tiempo que se me avecinaba,
tomé camino del río, con dirección a Loyola. La carga pa',ó
por la orilla, mientras yo me embarqué en una pequeña ·::;anoa, de las llamadas potros. Todos nos reuníamos en un
punto llamado Piedrahonda, donde tomámos camino a pie.
Este camino hasta Vivícara es sumamente malo; ~o
hay quien se encargue de limpiarlo, y si se puede transitar,
siquiera sea con grandes dificultades, es gracias a los indígenas y pocos caminantes que han de pasarlo por pura
necesidad. Fue necesario que uno de los cargueros fuese
adelante, machete en mano, despejando la maleza que en
varios puntos había borrado el camino por completo. Lo
peor del camino aquel es una serie de repechos, los que
cansan mucho al caminante; con frecuencia tenía que hacer uso del machete para cortar las ramas de helechos arborescentes, allí muy abundantes, los que me punzaban con
sus fuertes y enconosas espinas.
Por fin sobrevino lo indispensable en el Chocó, cuya
visita se venía anunciando desde que salímas : el aguacero
chocoano. Era todo lo que se necesitaba para acabar de
convertir en infernal aquel caminito y empapamos y C:;llarnos hasta los huesos,
-- 165 -
El paraguas en esos chaparrones, en medio de monte
cerrado, sólo sirve para demostrar al paragüista que hay
casos en los que no sirve más que para estorbar. iCuántas
caídas di aquel día!, pero como el que no se consuela es
porque no quiere, yo me consolaba pensando en cada
caída, que nadie me había visto, pues íbamos muy distantes
los unos de los otros.
U nas veces subíamos empinadas lomas, otras bajáb:lmas a la orilla del río Andágueda, y allí nos juntábam'Js
para descansar algo.
Estas treguas aprovechaba el carguero de más confia:lza, el que para animarme, sin duda, me iba relatando hs
hazañas del torrentoso río. "Aquí se volteó la balsa en que
iba un blanco de Quibdó, que se llama don Manuel Santacoloma, y como no sabía nadar, casi se ahoga; alliacito 10
sacó el indio medio ahogado .... En este lugar se ahogó
hace un par de meses un místero, que se empeñó en bajar
el río él solo en una canoa que se construyó él mismo ....
Aquí fue donde pudieron salvarse el Padre Prefecto y ot:-o
Padre que con él venía de visitar a los indios del Chamí ... "
Tras varias horas de andar, o 10 que fuera aquello, por
aquellos montes cerrados y playas de altos y resbalosos pedruscos, divisámos una playita a orillas del río, la que nos
produjo esa inocente alegría que experimenta uno tras largo caminar descarriado.
U na casita humeante animaba
aquel oasis a la viceversa. Alli tomámos un descanso y reanimámos las fuerzas con unos aromáticos bananas con
que nos obsequió la dueña, una buena mujer, que ignorando las grandes y pequeñas noticias del mundo grande y dèl
chico, vivía completamente feliz en aquellas soledades, d
cuidado de su anciana madre y ayudada por dos hijas, 1iñas aún. Unos cuadritos de santos, entre los que no faltaba
la Virgen del Carmen y San Antonio, colocados en un ri';]cón de la habitación, con unos floreros y una vela de sebo
eran los lares, a cuya custodia y protección se abandonaban tranquilos aquellos solitarios, los que, de vez en cua1]do, daban su paseíto por las casas más próximas, ya para
asistir a algún enfermo, ya para consolar a alguna familia
doliente, ya para rezar el santo rosario. La mera visita es
desconocida por aquellas soledades.
Repartí algunas medallitas, confesé a la anciana y 'ne
,n
166 -
despedí de aquellas buenas gentes, después de tomar Je
ellas direcciones concretas sobre la ruta que nos quedaba
por hacer,
Como una hora después topámos una rancha de trabajadores, que fue para nosotros una providencia. Un n;~gro y dos indios descansaban fumando; con el machete
en la mano, parecían estar dispuestos para emprender el
trabajo; preguntámosles acerca del estado del camino que
nos faltaba, y nos dijeron que era preciso pasar al otro lado
del río, porque más adelante nos sería imposible el continuar. En aquel lugar, nos añadió, el río formaba un lemanso muy hondo, pero tranquilo, de modo que nos sería
fácil el vandearlo, ayudados de los indios, que eran muy
prácticos, Eso sí, añadió, aquí no hay más embarcacionl~s
que una balsa muy pequeña; pero que si sabía yo guard1.r
la serenidad, podría pasar al otro lado sin riesgo. La CO:1dición era más dura de lo que se figuraba el bueno d~l
hombre; pero no había otro recurso que embarcarse, con
todas las precauciones para poder nadar sin estorbo.
La balsa estaba hecha con tres troncos de balsa de un::>s
riiez centímetros de diámetro, amarrados entre sí con unos
bejucos . Yo navegué en el balsa de pie, con un pie sobre
cada uno de los palas de la orilla; de este modo, procura~do guardar el equilibrio, merced a una no regular dosis ,i~
serenidad, pasé a la otra orilla, mientras el boga imprimía
un movimiento suave a la balsa, nadando con una mano y
tirando de ella con la otra.
v
LI! po('~)Ile filosofia, (It1'o P(){'O dI' tragedia y aIgo más de poe..
••í_Caminado
I" más malo, nos faltaba lo peor-Allá
está Vivicora--EI
abrazo de hel'manos-l'Il1
dI' Goñi-PlIblo
~' Antonio l'n I'l desierto--Riéndose
de nosotros
mismos-rna
eSl'l'l'anZa I)U(' ~l' disilJll-MaJéfko
influjo de un brujo.
Ya por fin llegué al punto de despedirme del Andágueda, el que bramada y se deshacía en cascadas y saltos
que mojaban las plantas desdeñosas de la orilla y mostraba
su despecho en los infinitos remolinos en los que nacían y
se morían en el mismo punto, como hijos de la ira, los ,~opos de plomiza espuma. Las rocas de granito, oponiéndose
inmobles al empuje brutal de la corri,ente, eran un ejemplo
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-
167 -
de lo que es la ley, basada en buenos fundamentos con~~a
las alharacas de las masas inconscientes, alborotadoras.
Esta vez no había salido el famoso río con la suya: yo
salvaba el último peligro y pronto me apartaría de él para
seguir a pie lo que de camino me faltaba. Siri embargo, con
abrazo de oso me despidió, porque al cruzarlo por última
vez en la confluencia con el río Viví cara, perdí pie en el
vado, que sólo me llegaba a la cintura, y me vi arrastrad:)
por la impetuosa corriente; pero gracias a la ayuda de lJs
indios, todo quedó en un buen baño y la pérdida del reloj.
Subí a una pequeña loma, y desde allí, chorreando agua,
contemplé, como atraído por una fascinación, aquel río que
acababa de remontar bajo la impresión de una amenaza.
El Vivícora y el Andágueda se precipitaban con furia loca
wbre los peñascos berroqueños, produciendo un ruido enwrdecedor, que hacía enmudecer de espanto al abrupto
bosque que los contemplaba sobrecogido. Hinchado el segundo por la soberbia de su cuna, fabricada con filones de
oro y colchones de polvo de platino, corre allí amenazado;:,
~·evolviendo sus doradas arenas y bramando como castellano ultrajado contra los que osan atravesar sus dominios;
mas ignora que la riqueza de su nacimiento es el verdugo
de su ancianidad; y que el hombre, receloso en sus cabeceras, es el que en sus confluencias aprovecha su debilidad
y cansancio para abrirle con las férreas uñas de las dragas
sus entrañas, donde oculta codicioso sus preciosos metal~3.
Habíamos salvado más de la ~itad de la jornada; pero
lo que nos faltaba que andar era 10 peor, por culpa de un
lloroseño que se había establecido en aquellos parajes de
indios y que había hecho allí un gran desmonte a lo largo
del camino, el que quedó intransitable.
La necesidad fue la que me obligó a pasar por encima
de troncos de árboles seculares, unas veces saltando de uno
<1 otro, otras caminando a 10 largo de ellos, como un maromero, para salvar barrancos.
Fatigados como estábamos, fue aquello una contradicción que nos hizo perder mucho tiempo y toda la serenidad.
A la una de la tarde descubríamos una extensa llanura
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168 -
de hierba corta y verde, señal segura de que habíamos llegado a un potrero; luégo unas casas media arruinadas, pero
humeando, nos cerciorámos de que estábamos en el caserío
de VivÍcora.
Allí sorprendimos al Padre Fermín, que ya estaba al&v
intranquilo por nuestra tardanza. Grande fue nuestro júbilo al abrazarnos después de varios años que hacía que nos
habíamos visto por última vez. Nos olvidámos de los saludos de etiqueta, si no es porque el Padre puso a mi dispoJición su casa y menaje, que a ser de piedra, la hubiera podido
equiparar o parangonear con la de Val de Goñi. Integraba:J.
las dependencias una ex-escuela y casi ex-casa, que sin embargo la garantizó el Padre Fermín hasta para tres días, y
una cocina que se hundió al día siguiente. La reposteria
era lo más pobre, pues no había más que un par de quesit.)s
de aguasal, unos plátanos y alguna panela; pero con aquello
.\' mis provisiones teníamos hasta para pecar de gula.
Ya había ocultado su cara el sol, y los cargueros roncaban a pierna suelta, junto con algunos indiecitos que acompañaban al Padre en calidad de sirvientes y monaguillo;:;;
mas nosotros, a la luz mascarera de dos antorchas de seb:),
conversábamos con el mismo interés que hacía unas hor:Js.
Teníamos tántas cosas qué contamos .. " y tántas eran las
interrupciones, tan célebres los episodios, tan francas i'3.s
risas con que celebrábamos los chistes, que comprendimos
que aquella noche no había suficiente tiempo para charl.:l.r
lo que deseábamos, y así convinimos por unanimidad •':1
suspender la charla, dejando sobre el tapete todos los PlEItos apuntados y despuntados.
Por última vez nos contemplámos y nos desternillámos
de risa al ver cada cual la figura que hacíamos, medio Quijotes, medio Sanchos, con los cabellos desgreñados, tocadas
nuestras cabezas con sendos sombrerazos de alas lastim·:)samente caídas por la humedad de las lluvias, embarrados
los pantalones y botas de monte, con el machete a la cintura
y un nudoso garrote con honores de báculo en la mano, colgando de nuestros hombros, aunque no con la gracia de la
toga romana, en sustitución de la sotana, que es imposible
vestir por aquellos endiablados caminos, la ruana o poncho
americano.
Bendito sea Dios, que colmaba de alegrías a sus ser'vidores.
-
169--
Viví cara fue uno de los caseríos de índios que daba.
mayores esperanzas de verla poblado. Se levantaron Çn
poco tiempo varias casitas, que fueron ocupadas por otras
tántas familias; se abrieron potreros, que se sembraron de
micay, el que levantó muy lozano; los primeros poblador~s
îueron obsequiados con vacas, que se les regalaron con el
fin de que fueran dedicándose a la cría de ellas, y así tuvieran un modo de vivir y se fueran acostumbrando al trabajo
y la industria.
Pero un acontencimiento, sin importancia al pareœr,
dio con todos los proyectos y sacrificios del Misionero al
traste.
Ya se había levantado la iglesia, construí do una escuela, dotada de maestra, la que funcionaba con regularidad y
en la que recibían instrucción unos veinte indiecitos; mas
hé aquí que le llegó su hora a un viejo brujo, que con su
familia se había establecido en Viví cara, y se corrió la voz
de que había dejado brujería en todas las partes del lugar.
Las reses, las gallinas, las plantas, todo debía morir a la iafluencia de aquel jailvaná (brujo). El miedo se apode;~ó
de todos de tal modo que, desatendiendo los consejos del
Padre, se comieron las reses y abandonaron todos el lugar .
VI
t'atitsh'ul't' sin cOllsc<'u('ncia...,;-ÜlJllino de chivos--Capillita
indùt<lll-I'oétkos
paisn,i<'s pn (.) ('amino (le Ap;uaslù-l<;)
nh'pdc<lort'l!!.
de Belén-Ulla
enseño )' sus
Al día siguiente, después de celebrar el santo sacrific~o
de la misa y tomar un frugal desayuno, nos pusimos ',-'11
marcha con dirección a Loyola. Apenas habíamos empezado a caminar, cuando tuvo lugar la catástrofe del hundi~niento de la cocina, del que no nos hubiéramos dado cuenta
si no nos lo hubieran advertido los últimos en salir, pues
hizo el ruido que Santa Teresa quiere que hagan los conventos de sus monjas al desplomarse el día del juicio.
Ambos Padres llevábamos varios días de marchas forzadas; sin embargo nos encontrábamos llenos de fuerzas.
aunque con ganitas de descansar. Tomámos con bríos el
camino, animados con la esperanza de hallar pronto 1m
descanso de algunos días, y así, triscando de roca en roca,.
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170 -
salvando troncos caídos, saltando por yerbazales y pantanos, rodando monte abajo y gateando loma arriba, sin que
el buen humor y animada charla nos abandonasen un solo
instante, llegámos a Loyola un poco después de mediodía.
Los indios que ya nos esperaban salieron a recibirn')s
llenos de júbilo y nos iban saludando con su "buenas tardes, mi Curita." Inmediatamente empezámos a preparar 10
necesario para decir misa al día siguiente y administrar 1:Is
sacramentos de bautismo, matrimonio y confirmación. Se
adornó la capillita, muy semejante al portal de Belén; pero
en la que se debe hallar Nuestro Señor más a gusto que en
otras deslumbradoras en dorados y colgaduras.
Durante la celebración de la santa misa iban respondiendo con pausa y devoción los indios a las oraciones que
les iba dictando el Padre Fermín.
Por la tarde quise sacar una fotografía del poblado y
otra de un grupo de sus habitantes; mas después de cobcado s éstos, mientras yo enfocaba, cubierto con el paño n~gro, noté un murmullo seguido de la desaparición de tod8s
los indios. Me cansé de animarles para que no tuvieran
miedo a la máquina de retratar; todo fue inútil. Al fin vi
que el Padre los iba reuniendo poco a poco. ¿ Qué había
sucedido?, una indiada. Yo les había dicho que iba a sacar
con la máquina una vista de todos los indios; y uno de ello~,
de los que entendían mejor el castellano, entendió que les
iba a sacar la vista; el cual tradujo de ese modo mis palabras a lengua india, a lo que respondieron algunos: "Vámonos, antes de que ese Padre desconocido nos deje ciegas; él sabrá con qué fin."
Muy ocupados y entretenidos pasámos el día en L8yola, lugar donde funciona una escuela con bastante .asistencia y cuyos moradores van acostumbrándose al trabajo
y ganadería; por lo que el Padre Fermín tiene fundad~s
grandes esperanzas en él y por eso ha cambiado su antigelo
nombre Mopurrú por el de Loyola. en memoria del Santo
vasco San Ignacio de Loyola.
Contentos y animosos emprendimos al día siguiente el
viaje; los caminos eran ya limpios y arreglados; se cono-:ia
que aquellos apartados lugares eran campo de la acción del
'Misionero .
El ambiente era cada vez más fresco y apacible; ante
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171 -
nuestra vista iban apareciendo hermosísimos panoramas;
elevadas mesetas, profundos despeñaderos, en los que blanqueaban las desnudas rocas, semejando cañadas nevad3.s,
elevadas cordilleras, dando fondo azul a otras más próximas, de verdes oscuros y amarillos; escondidos casi sie:npre y murmurando a nuestros pies, como los enemigos (le
sotanas, se precipitaban torrentes y arroyos, y los blancos,
rectos troncos de las ceibas, y los cedros se destacaban air=:)sos entre el apiñado follaje de arbustos y palmeras.
Aunque el camino era muy escabroso, sin embargo
era el más limpio que yo había pisado desde que dejé el
Andágueda; el sol no nos molestó, porque se mantuvo entre nubes, y aunque hubiera salido, nos hubiéramos defendido de él aun sin auxilio del paraguas, pues caminábamns
por debajo de un verdadero túnel de ramas.
El Padre Fermín me iba ponderando las condicion~s
excepcionales de su palacio de Aguasal, lugar de nuestro
descanso, y que ya estábamos tocando con la mano. La elección del lugar donde está edificada la casa del Misionero
no pudo ser mejor ni más acertada: montada sobre una
colina dominadora, es un magnífico mirador desde el que
se abarca hermoso panorama; a sus galerías acuden juguetonas las blandas brisas, armonizadas con las cadencias de
las corrientes de los ríos, el canto de las aves y mugidos de
terneros. Las aguas abundantes, cristalinas y frescas, nI)
aventajadas por las que, destiladas de nuestras montañ"lS
de eternas nieves, corren por las vertientes como rebaño de
blancos corderos, ofrecen generosamente sus límpidos cristales sin más interés que el inclinarse en sus orillas la inocente indiecita con su ánfora hecha de tres canutos tle
guadua; los quesos frescos del potrero de la Misión .... en
una palabra, tales eran las alabanzas que en términos 'la
tan poéticos me iba haciendo el Padre, de Aguasal, que ~e
repliqué con las palabras de su paisano Samaniego:
"Y es que jamás convino
hacer del andaluz al vizcaíno."
Mas la realidad salió más tarde en abono del optimismo
del Padre Fermín, y tuve que bajar la cabeza y concederle,
con grande contento mío, que se había quedado corto ~n
sus ponderaciones.
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172 --
VII
El aJ;lIa mús l'iI'R qu,' Ill' bebido ('n el (,ho~6-:\lellA Ol'iginal-Sobrenw"a,
en la lllll' se \l'Utll de la fundación
lIt' las escuelas dt"l :\lto Andá¡,"Ueda,
J)itil'ultmll's II" la empl'csl~PriJlH'ra
y segunda visita ¡J(') }lilIloncl'o--EI
diablo uo duernll'-Ha~clù<"bl'as t·u el Chocb.
Eran como las once cuando llegámos a orilla de un
caudaloso río, casi oculto entre las malezas y arbustos; ~ra
un afluente del Vivícora; su lecho estaba formado de gra~1des rocas, contra las que se estrellaban las olas; sin embargo, las aguas eran cristalinas en extremo; no parecía sino
que se purificaban al roce con las rocas. Ahora, me dijo el
Padre, va Vuestra Reverencia a beber del agua más deliciosa que jamás ha llevado a sus labios desde que llegó al
Chocó; pero antes, descansemos un rato, porque estamDS
muy fatigados, y no será ésta mala hora para que les demos
un tiento a las alforjas.
Nos encaramámos sobre una roca del río; los cargueros fueron depositando en el suelo sus cargas, y todos nos
embelesámos un momento en la contemplación de aquel
inculto paraje.
Desatámos un envuelto de hojas marchitas al humo y
amarradas con cuerdas de monte, y encontrámos dentro los
restos de queso y plátano cocido que nos sobraron en vÍvÍcora.
Con el apetito que se deja comprender, almorzámos a
lo Sancho; hecho lo cual bajámos con sendas hojas de platanillo, con las que formámos un cucurucho que nos sirvió
admirablemente de vaso.
Tuvo razón el Padre Fermín; yo no recordaba hahèr
llevado a mis labios un agua más fresca y deliciosa que
aquélla.
Satisfecha ya nuestra sed, no lo estaba la sin hue.;o,
la que, con la nueva ayuda y nuevo humor, parecía dispuesta a moverse con más expedición.
Nuevamente nos acomodámos cada cual sobre su mullido pedrusco, y mientras los indios examinaban mudos el
panorama, aproveché la ocasión de tomar de labios del Padre algunos datos acerca de la fundación de las escuelas y
poblados de la Misión del Alto Andágueda.
-
173 --
Arriesgada y hasta temeraria fue la primera visita que
hizo el Padre Fermín de Larrazábal, sólo y apoyado excl-,tsivamente en la Divina Providencia, por la región en que
nos hallábamos, camino de abrojos, tierra inculta y enigmática entonces, y ahora Misión de tántas esperanzas.
Nadie podía informar al Misionero, pues los únic:Js
que habían recorrido aquellos parajes fueron algunos n~gros, comerciantes de baratijas, más provistos de audacia
que de mercancías.
Con pescado salado, alguna tela de poco valor, espejitos, escopetas malas y perros, contrataban a los ignorant~s
indios para trabajos que nunca se terminaban, o les compraban con usura sus cosechas de maíz o sus crías de puercos; por esto los indios, tímidos por una parte, y escamados
por otra, aparentaban atender a aquellos comerciantès,
mientras desaprecían con cualquier pretexto, de su prese!1cia, y en ocasiones los dejaban plantados bonitamente en
medio de los caminos.
Al presentarse pues el primer Misionero, el mes ¿~
abril de 1917, le tocó recoger los amargos frutos sembrados por aquellos vividores. Los indios huían y se mostraban
recelosos del Padre Larrazábal; para unos era el Misione~o
un empleado del Gobierno que iba a enterarse de sus p03iciones para obligarles a las leyes de pisadura y catastro, y
por lo tanto, a sacarlos de la vida paradisíaca en que vivían;
para los más, era uno de tántos comerciantes, peor que los
anteriores, por ser blanco.
j Cuánto no tuvo que bregar el Misionero hasta derrumbar la fuerte muralla que lo separaba de sus indios I
Sin embargo, la gracia divina, ayudando los esfuerzos y recursos de aquél, llegó a ponerle en sus manos la palma de
la victoria.
Al ver los indios que el Misionero vivía y se alimentaba
tan pobremente como ellos, que en su maleta no llevaba
otras mercancías que 10 indispensable para su uso, que na
les hablaba de otros bienes que de la tranquilidad, que trae
consigo la vida arreglada y trabajadora; que lejos de proponerles contratos mercantiles, se ofrecía a ayudarles en
sus bienes, acabaron por cobrarle confianza y hasta cariñv.
Animado el Padre con tan buenos auspicios, después
de reconocer detenidamente los ríos de Chuígo, Platanillar,
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174 --
cabeceras del Andágueda, Vivícora, Uripa y Aguasal, se
volvió a Quibdó, lleno el corazón de esperanzas y la cabe:t.a
de planes atrevidos.
Ni tardo ni perezoso el Padre Fermín, comprendiendo
que debía atender a los pequeños brotes de su cristianddd
antes que el cierzo del olvido los helara, volvió sobre 3US
penosas correrías el mes de septiembre del mismo año, llevando consigo hachas, machetes y otras herramientas ne~esarias para emprender los trabajos de apertura de caminos
y potreros, construcción de casas, y atender a las demás
necesidades perentorias, encaminadas a los fines colonizadores.
El capítulo de las fatigas y peligros que acompañaron
é las excursiones del Misionero sería larguísimo de no relatarIas con el laconismo y desenfado con que me las iba .1arrando él mismo.
No faltó hasta un forajido que, viendo en el Padre un
terrible fiscal de sus atropellos y abusos con los indios, de
los que disponía como un sultán, y un cerrojo que le cerraba la puerta de todo trato leonino con ellos, asechó los pa~os de aquél, y escondido en una empalizada en medio del
bosque, lo esperó escopeta en mano; y hubiera llevado a
cabo sus satánicos intentos, si los perspicaces indios que
acompañaban al Padre no hubieran divisado
tiempo 21
gamonal que, al verse descubierto, huyó prr .lpitadamente.
Los ríos correntosos y fuera de madre, unas veces, los
ardientes rayos del sol, portadores de congestiones y fi.=tres, las lluvias torrenciales, los cansancios, la falta de 1.limentación, las noches pasadas al sereno, los mosquit )s,
vehículos de la malaria y paludismo, son compañeros in'Y~parables del Misionero, sobre todo cuando ha de echar los
primeros fundamentos de una misión.
Cuando no, por ahí andan entre la yerba las víboras
y culebras tan frecuentes como atrevidas y peligrosas en
todo el Chocó.
Más de uno se reirá con aire de filósofo al leer est)s
últimos párrafos. "Eso de las culebras del Chocó es una
exageración," dirá.
Yo mismo he leído alguna memoria del Chocó, escrita
por uno que aseguraba haber permanecido allí por algún
tiempo, en la que se afirmaba que en dicha región las vi-
I
..
~,
.,'
...•
.:.
-'
-
175 __
o
boras son muy raras; hasta añadía que en su permanencia
en Quibdó no había tenido ocasión de ver una sola.
Estos señores historiadores, que no permanecieron I;n
el Chocó más que dos o tres meses, con el miedo en el CUèrpo; que temblaban con el piteo de un mosquito, y huyendo
de él preguntaban qué mosquito era aquél y qué enfermedad producía, al salir del Chocó se creen con datos suficientes para escribir una verdadera historia y geografía de
toda la Intendencia. Y hasta descubren que en el Chocó
no hay serpientes. Métanse estos señores por los caminos,
como el Misionero, duerman en los ranchos, siéntense (:.'~
un despacho parroquial para expedir boletas de defunción
y enterarse de qué murieron muchos de los que llevan al
cementerio, procedentes de los ríos, y cambiarán de pa'~ecer y se convencerán de que en el Chocó hay muchas y muy
dañinas víboras.
Vlll
l\nda¡'lÍs sol"", la víbm'a, y no te Ol<lI'd('rlÍ-l"roudosos pl'allos-Saltlllo
(It>l
CO¡'J1lÍpl'lü-('asl'rí •• d" Agul\sal-Valicntc
••alg ••••I\ntioqllt'Îl()--SlIl'slIm ,'ol',l".
i San Cristóbal nos valga ! Nos habíamos convertido E'n
musgo, después de tánto tiempo sentados sobre las peña':>.
Lo que sostenía nuestros troncos era cualquier cosa, men)s
pies. Pero, ¿ qué se hacía? Me animé con las esperanzíls
que me había dado el Padre Fermín, de que pronto estaríamos descansando de una vez en Aguasal.
N o habíamos andado media hora cuando el Padre,
como animado con la proximidad de la Misión y gracias a
su edad juvenil aún, se separó de la caravana gritando en
lengua de los indios: "Mecheche meme" (mi gente), y desapareció, saltando y trepando por aquellos altibajos. Pu<b
haberle costado la vida este brote juvenil, pues los que d-=trás de él íbamos, vimos en el camino una víbora de hs
más ponzoñosas, según me aseguraron los indios que me
<1.compañaban, la que debió estar sesteando entre la hierba
del camino a tiempo que pasó el Padre, y sin verla, según
nos aseguró, le aplastó la cabeza con el tacón de su bota de
monte. De haberIa pisado en la cola o en otro lugar que
no hubiera sido la cabeza, seguramente se hubiera arrojado
la víbora sobre él y le hubiera picado.
-- 176 --
J unto a una rústica puerta de madera nos esperaba fI
Padre Fermín. Lleno de satisfacción, nos mostró un camino ancho y liœpio, y nos dijo : "Ya estamos en la finca dè
Aguasal." Entrámos en el camino, que me pareció real, y
empezámos ya a descansar, viendo la frondosidad admirrlble del micay, que a ambos lados del camino crecía con
una fuerza nunca vista por mí. Entremezcladas con el micay, erguían, en perfecta hermandad, sus robustos talhs,
con sus melenudas mazorcas, las matas de maíz; grand:.;s
extensiones negras acusan a la despiadada mano del hombre, que no contento con ver convertidos en vastos cem~nterias de insepultos gigantes los bosques seculares, borra
hasta su memoria con el más destructor de los elementos.
Verdes maizales, alternados con potreros, cantan én aqueHas soledades el himno del trabajo, animan las laderas y
sirven de marco a las casitas o tambo s de los indios, que
semejan nidos de águila colgados de las montañas. Distn.Ídos andábamos, cuandQ al rodear un recodo del camino recibímos con un resoplido el saludo de un lucidísimo novillo,
que con la rama de micay aún en la boca, suspendió la importante operación en que 10 topámos, y se quedó mirándonos, no sé si incomodado o agradecido.
jAguasal!, me grita el instinto, aun sin haberla conocido, al divisar un pequeño vaHe, rodeado de montecito.:;,
en cuyo fondo se hallan varias casitas y un prado por el que
corren y retozan terneros, puercos, gallinas y perros. Ella
era, en efecto. Al divisamos, fueron viniendo y saludá:1donas la familia del señor Inspector de Policía y vari)s
indios e indiecitos.
Sobre un altozano estaba edificada la escuela y casa
curaI. edificio de construcción sencilla, pero muy confortable. La brisa que refrescaba la ancha galería era apacible
por demás, y el panorama que desde aHí se dominaba eia
en extremo complejo y atrayente.
Al fondo humeaban las casitas y correteaban los muchachos, persiguiendo a los terneros; un poco más aHá, las
mamás vacas, rumiaban, echadas junto a las crías, muy
poco afanadas por lo que parecía, por las Hamadas de sus
hijos; acá y acullá, una columnita de humo gris, contrarr~standa con el verde oscuro del monte, denunciaba una casita
indígena, y lejos, el entronque de la Cordillera Occidental
-
177 -
con la del istmo y la Sierra Gevanía, formando verdaderos
montones de montañas, agrietadas por gigantescas zanja,>,
de las que se levantaban nubes de vapor de agua que transformaban la decoración hasta lo infinito.
Allí estaba la cuna del río San Juan, del Agüita y del
Andágueda; allí el cofre que guarda los más ricos metales,
cuyos desperdicios son tan codiciosamente buscados y
guardados. De sus picachos, eternamente quietos y silenC10S0S, parecióme
desprenderse una risa sarcástica de la
pobre hurn.anidad que consume sus cortos días, que sac~ifica su efímera felicidad, buscando y amando con delirio lo
que ellos guardan, envuelto en lodo y pedruscos, en sus ciclópeos senos.
Una voz femenina me sacó de mi embeleso; volví 13.
cabeza, y ya el Padre Fermín me estaba haciendo la presentación de la señora maestra de Aguasal y su hermana
la de Loyola o ll,li:opurrú. Acompañábanlas dos ~1ermanos
suyos, todos antioqueños. Después de corteses saludos, nos
invitaron las señoras maestr&s a que pasásemos al comed:,r
a tomar un algo, mientras que preparaban el almuerZ.J.
Vaya con el alf,o aquél; me dijeron que era una costumb:e
antioqueña. Llaman algo a un tazón de leche recién ordeñada, más un par de arepas de maíz, de a libra cada unJ.,
más un plato de dulce y otro tazón de mazamorra. Despnés
de tomar el algo, le rogué a la sefíora antioqueña que ':¡:)
olvidase tan buenas costumbres, pero que se dejase por entonces de preparar más comida, pues yo a lo menos con
el algo me contentaba, siendo algo antioqueño.
Esta es la vida del Misionero: pasar por el fuego y el
agua, con la esperanza de que al fin de su jornada Dios ~e
concederá el eterno refrigerio. Después de todo es la m2jar del mundo, pues no hay vida más deleitosa que la qUê,
libre de afanes y cuidados extraños, se consagra a un ide'll;
y no. hay ideal como el del Misionero, porque 10 inspira y
~yuda la Providencia Divina, que todo lo puede y todo 10
conoce; y su finalidad no muere con la vida, sino que la
muerte la corona. La misma serie de contradicciones y
triunfos, hambres y harturas, padecimientos y alegrías que
eslabonan los años del Misionero, son una fuente de su f~licidad; pues los rayos de felicidad de este pícaro mundo
Misiones ùel Chcc6 -12
-
178 --
no tienen efecto, si no tienen por fondo los negros nubarrones del padecimiento.
IX
Efuslonl's pah"'nalc's :r eorúiunza 111ial--EI pOh'cl'o de la :\llsiólI--De AJCuasal
a AJCiilta--S o ag-ü Ita, sino a~ua.('('•.o dlO('oano-( 'UI'''eh' •. dt'l ugiiitel'\),
Saludo !lf'1 ('('1'1'0 'fatum".
Aquel mismo día fueron acercándose muchos de Ias
indios, habitantes de aquella Misión, mostrando todos su
alegría por la llegada de su Curita. El Padre los recibía con
cariño, preguntándoles
con interés por sus familias, sus
hijos, sus ganados, sus siembras. A unos alababa, reprendía a otros, y a otros ridiculizaba sus brotes de salvajismo,
haciendo reír a los compañeros y retrayéndolos del peJr
de los peligros del semisalvaje que ha abandonado los us:)S
y ceremonias más o menos supersticiosas.
Estas pobres gentes, me decía el Padre, son 10 más
bueno y noble que existe; pero su debilidad es igual a S:.l
bondad. Es preciso tratarlos como a niños, no abandonJ.rlos nunca, corregirlos, pero con dulzura, siendo más eficaz
la corrección que se les da como por broma, ridiculizando
sus actos, que una corrección seria. U saba de muchas comparaciones: a 'Jnos les decía que se habían vuelto saínos o
puercos de monte; a otros que parecían viejos, por su pêreza, ya los lTás trabajadores y que iban bien vestidos, .lus
alababa con mil aspavientos, mirándolos por todas part..~s,
presentándolos a los demás, diciendo de ellos que se habían vuelto más hermosos y que parecían unos paisa.s (antioqueños) .
Hábitos de religión y trabajo es lo que necesitan aquellos indios; los actos aislados, los sermones, las reprens~)nes hacen de barnices que pronto se les caen. Con mucha
maña y paciencia, concentrando la labor principalmente (on
lé niñez, es co:no se obtiene un fruto constante y duradeT.J.
Convencido de ello el Padre Fermín, los visita con LlUcha frecuencia, los conoce a todos por su nombre, se ha:e
E.ncontradizo con ellos en los caminos, y cada vez pregunta
¡:;ortodos. Ellos lo quieren en verdad, le consultan much'Js
de sus asuntos, aunque dejan de hacerla muchas veces, pO!'que están seguros de que el Padre no les dejaría hacer :0-
.<.- .~--
.
Casa curai de Pueblorrico.
Iglesia de Pueblorrico.
-
179 -
~as que les perjudican. Sin embargo, si sospechan que aquél
se va a enterar de que hicieron algo que les tiene prohibido, muchas veces se abstienen para que "Fermín no se
ponga bravito."
Con el fin de que adquieran hábito de trabajo y tengan
de qué vivir sin necesidad de robar o alimentarse de comidas insuficientes, abrió la Misión, ayudada por la Intend~Ilcia del Chocó, el potrero, del que se han sacado muchas
reses para regalarlas a los más asiduos al trabajo, o para pr.Jporcionarles de otros modos ganado y pasto en abundancirt
y a precios insignificantes.
Al frente del potrero están unos jóvenes antioqueños,
muy expertos en la cría de gando y fabricación de ques:)s,
los cuales sirven de maestros que les enseñan prácticamente a los indios el modo de cuidar el ganado, prevenir las
enfermedades, curarIas y aprovechar sus productos y
cueros.
La casa del Misionero es la de todos los indios, que a
todas horas llegan allí y allí descansan, cocinan sus plátanos y van aprendiendo a trabjar y a ser útiles.
Tres días permanecimos en Aguasal muy ocupados,
sobre todo el Padre Fermín; días deliciosos por todos conceptos, durante los cuales fuimos tratados a cuerpo de rey
por las señoras maestras de Aguasal y Loyola. El día ~;6
por la mañana nos pusimos en marcha, ya bien descan3ados, con ánimo de llegar a la tarde a la reducción de Agüitl.
Era ya más del mediodía cuando notámos que nUt~:;tra monótono camino variaba de dirección; una bajada bastante pronunciada nos llevó a una explanada muy abierta
y bonita; una casita a orillas de un ancho y tranquilo rl-:)
nos convidó a tomar algún descanso y refrigerio. Era el río
Agüita; los habitantes de la casita nos recibieron C0i.1 muestras de afecto, y la señora nos brindó con 'un tazón de lim'Jnada con panela; qué rica nos supo, con 10 acalorados y
sedientos que íbamos ..
Descansámos y nos pusimos en marcha, algo teme~'Jsos de que se descargase sobre nosotros un aguacero que se
iba formando encima de nuestras cabezas. Lográmos llegar
;:: pueblecito de Agüita cuando el cielo empezaba a mand'u
è la tierra las primeras gotas de los chaparrones,
gord.ls
como nueces; corrimos para amparamos bajo techo; pero
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18u -
la caEa estaba cerrada y no aparecía el sacristán con la llave;
total, que nos calámos de lo lindo; cuando amainó la lluvia, se presentÓ un viejo con la llave, pero ya nosotros n,)',
habíamos metido por detrás de la casa, rompiendo parte
de la cocina.
Agüita es un pueblo de habitantes de la raza negra,
que se halla en un estado de decadencia que raya en la mi~E.ria. Sus moradores viven ordinariamente en otros pu:;bIas, sobre toé.o a orillas del río San Juan, buscando plati!la; de tarde en tarde van a su pueblo; hallan su casa en
ruinas, le echan algunos rumbos, lo necesario para pasH
pn ella unos días, y se vuelven a su orilla platiní fera.
La Misiór. está tratajando por conseguir en íos agüiL;ños más amor a su terruño y a la vida de agricultor, PU(~s
<:Junque ganan bastante buscando platino, también apr~,1cien 2.. derrochar 10 que ganan, y así siempre están en la miseria. Se está edificando una capillita con materiales sólidos, en sustitución de la antigua, que iba siguiendo la CO;1dición de ruina del pueblo.
Al díe. siguiente, gracias él la solicitud de los Padres de
Pueblorrico, que nos mandaron dos caballerías a AgÜitJ.,
después de un día de jornada, divisámos por entre una aVéllancha de nie:Jla espesa, que contra nosotros lanzaba el Tatamá, las prineras casas de Pueblorrico, donde éramos ,'::cibidos en abrazo fraternal por el joven Superior de la
1',1isión,Reverendo Padre Suceso Villalba, y el Reverendo
Padre ManuE:l Eizaguirre.
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'Funll"d6n
II"
PUl'hl:;l'1'Í<'o ,\' sa.-; IH'illil'l'OS p:;'hl:ulol'('S-l'I'illH'l':l
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III' la a(llll.inbll'at'ÏÚn 1'''l'ldtual
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T(;\¡{¡n ¡'<,slll.nala ('III'a (I •• Ia pa¡'I'()(llIla-Iksi;':'lladím
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Hasta 1876 era una selva; sólo había senderos de indios
cargadores que cruzaban las llanuras que se extienden d,::bajo del Tatamá. En este año vinieron a habitarlo tres hocnbres: dos antioqueños y un eaueano, huyendo por motivo
de la guerra civil de aquella época. Llamábanse Hilario
Pinzón, caueano; Bibiana Chalarcá y Leandro Tamaya, antioqueños.
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Matrimonio ejemplar, uno de los fundadores
de Pueblorrico.
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REVERENDO PADRE RAMON PUJOL
Murió en Istmina el 7 de abríl de 1919, Fundador
residencia de Pueblorrico.
de la
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181 -
Empezaron a romper las selvas vírgenes el mes de ab~il
del mismo año, en el área que hoy ocupa Pueblorrico. R~cogida la cosecha, pensaron en levantar un plan:::>y una modesta iglesia, que fuera el reclamo de otros paisanos, muy
religiosos en general.
En 1880 se reunieron alrededor de la pajiza capilla do::e
familias; se dedicó a San José. "En 1880, ya en número de
doce familias, nos reunímos, dice un manuscrito del arcniva, bajo el pajizo techo de la capilla dedicada a San José,
él. rezar el rosario de la Santísima Virgen, todos los domin·
gas y demás días festivos. En las tardes de estos días de
descanso los varones se sentaban en grupos sobre corpulentos troncos seculares, que al despi2>.dado golpe de sus h:;:.chas habían quedado tendidos en el lugar qve es hoy plaD.,
èj discvrrir
sobre la felicidad Que disfrutaban a la somb:-a
del pabellón azul de las monta5.as, mientras el resto de l~s
colombianos se despedazaban en fratricida guerra." Pl)!"
este ti~mpo aún existía la hermosa y rica iglesia d~ 52-11
Juan de Chamí, de fundación españOla, destr-:.Üda, juma
con el ¡:obi2.do, igualmente español, en una guerra civil. L03
re1if)osoS puebJorriqueiíos acudían a aquella iglesia con frl.>
cuencia, por 10 que hicieron un camino hasta elIa. Este fue
el motivo por ql.1évisitó a Pueblorrico el primer sacerdo'.:c,
presbítero doctor Nicolás Tirado, sacerdote antioqueño, rl~5idente en Nóvita, que visitaba la viceparroquia de Sa;}
Juan. Pasó pues por el camino de Pueblorrico. Nombrado
poco después Cura de Apía, distante cinco leguas, no ::e
olvidó de Pueblorrico, y así los volvió a visitô.f y prestarles
los auxilios de la religión.
En 1883 emprendieron la construcción de la nueva ,;a~)illa con el techo de astillas. El Cura de Apía continuó visitándolos y consolándolos.
De paso también para la capilla de San Juan, visitó a
Pueblorrico el presbítero Braulio Girald:::>,Cura de Támesis, en Antioquia, y fue el que bendijo la segunda capilla y
celebró por primera vez el santo sacrificio de la misa, t,l1
1894.
Por motivo de una rifa para la iglesia de Jardín, pasaron los presbíteros Jesús María Corral y Norer"a.
Los pupblorriqueños ya no sabían vivir sin la presencia
del sacerdo'Le, y a sus instancias, llegó para administrar los
-- 182 santos sacramentos el Cura de Apía, Clemente Antonio
Guzmán. Lo largo y penoso de los caminos era lo que dificultaba la venida de los sacerdotes, muy celosos por una
parte, y al frente de parroquias jóvenes, en formación y
muy necesitadas. Los sucesores Curas de Apía Manuel Jo'~é
Mazo y Pablo Botero pasaron por Pueblorrico muy instados por los naturales.
Al fin triunfó la constancia de los pueblorriqueños, y
lograron tener un Cura residencial en 1904: fue éste el presbítero Guzmán. Poco les duró la alegría, pues sólo perm:1neció ocho meses. Durante tan corto tiempo reforzó el
Padre la iglesia, que amenazaba ruinas; empezó las escuelas, sirviendo él de maestro; y trabajó con desinterés y
constancia; mas la ancianidad le impidió el continuar en
aquellas soledades.
Acudieron los de Pueblorrico al Arzobispo de Popa)rán para que pudièra venir a administrar los sacramentos.
y decir misa el Cura de Santuario, Marco Tulia Villegas;
a este sacerdote cupo la dicha de celebrar por vez prim~ra
el Corpus Christi en Pueblorrico; en dicha fiesta predicó el
presbítero Marco A. Tobón, sacerdote procedente del Chl)CÓ, que se hallaba allí de paso. El Padre Tobón permaneció
algún tiempo sin destino en Versalles, por lo que los pueblorriqueños, valiéndose del Vicario de Nóvita, presbítero
Demetrio Salazar, obtuvieron del Muy Ilustre Vicano
General de Popayán, doctor Aristides Salceda, que expidiese el nombramiento de Cura de Pueblorrico a favor dèl
Padre Marco A. Tobón, el cual se posesionó de su cargo
el 19 de marzo de 1907, y celebró por primera vez la Sem3.na Santa. No debió durar mucho la permanencia del Padre Tobón en Pueblorrico, pues en 1908 se le ve ya admini'3trando la parroquia de Quibdó y sus viceparroquias.
En 7 de enero de 1909 llegaron los Misioneros Hijos
del Inmaculado Corazón de María, a quienes la Santa Sede
había confiado la administración de la recién creada Pr-=fectura Apostólica del Chocó, dentro de cuya jurisdicción
quedaba Pueblorrico.
Entonces el Reverendísimo Padre Juan Gil y García,
primer Prefecto Apostólico del Chocó, destinó al presbítèro
M. A. Tobón a regentar la parroquia de Pueblorrico, recién
erigida al efecto. Hasta junio de 1913 perseveró dicho Pa-
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183 -
<ire Tobón al frente de la mentada parroquia, la cual dejó,
por razones muy atendibles, en manos del Reverendísimo
Padre Francisco Gutiérrez, en la visita que éste hizo al Chamí y a Pueblorrico en dicho año de 1913.
La pena que esta remoción pudiera haber causado a
los moradores de Pueblorrico, se mitigó con la promesa formal que se les hizo de poner al frente de la parroquia una
residencia de varios Misioneros.
Terminada la visita con no pocos ni despreciables contratiempos en la salud, ya en la capital de la Prefectura,
determinóse que el Reverendo Padre Ramón Pujol y el
Hermano Coadjutor Adriano Del-Estal, se trasladaran a
Pueblorrico.
El día 19 de octubre de 1913 salieron de Quibdó los
Misioneros nombrados con rumbo a su destino, para cumplir las órdenes de la obediencia; pero no llegaron al té::mino de su jornada hasta el 27 de noviembre del mismo
año, a causa de las fiebres que a ambos acometieron durante el viaje, viéndose obligados a quedarse en Urrao y ',~n
Bolívar.
Xl
I,lev-alla de los :\lisioncl'()s-Emph'zun
los trabajos de la ig;lt~ia y casa curaI.
G"nlll'C'sa dl.'nllrlón del ('onccjo--C<,lo Infatigable dt' los l'adl'eS-Pl·ob •.•.
CSOS
('nlt.ul'lllcs l' mat.(,l'Ïllles de I:~l'cgión-Testimonlos
,·alioSûs.
A la llegada de los Misioneros contaba Pueblorrico
cuarenta y tres casas, con sesenta familias; el estado de la
población era triste por demás; no existía casa curaI; la.
iglesia se había hundido, y no había habido empeño por
levantarla, por más que era mucho el interés que en ello
tenían los vecinos.
Por esto, apenas el infatigable Padre Pujol tomó pose5ión de la parroquia, puso manos a la obra para construír
ya la iglesia, ya también la residencia de los Misioneros, ::>iu
más recursos que los que la Divina Providencia le deparara
y el entusiasmo religioso de los pueblorriqueños. AI tercer
día de llegados los Misioneros se limpió el lugar donde había de levantarse el nuevo templo y casa curaI, y se empeza!on a abrir las zanjas para los nuevos edificios. Todos los
habitantes se pusieron al lado del Padre, contribuyendo
con lo poco que les permitía su pobreza.
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184 -
Las dimensiones del nuevo templo son: 40 varas de
largo, 19 de ancho y 14 de alto; y a pesar de su capacidad,
no tardó en ver subir sus paredes y colocarse el techo; y
hoy está casi terminado y decorado. Sus muros son de ~.jpias, el armazón de maderas finas y el techo de teja de h3.rra cocido.
Desde este momento revivió el pueblo, clavando el primer jalón del florecimiento de su historia.
El día 30 de noviembre se recibió un telegrama del Reverendísimo Padre Prefecto Apostólico, confirmando 18fundación de las escuelas de indios de Cuerna y Jeguad:.í.
El 2 de diciembre del mismo año se puso el primer tapial
de la iglesia en el terreno que el Concejo Municipal convino
en dar para la iglesia, de SO varas de frente y 100 de fondo,
más 44 de fre:lte y 100 de fondo para la casa curaI.
AI considerar la obra de los Padres de Pueblorrico no
puede uno me-nos de maravillarse y pensar que el espir:tu
de los sacerdotes que é.compañaban a los conquistadores
estaba también encarnado en ellos. Los pueblorriqueñ:Js
los respetan, aman y admiran, con sobra de razó!!: sólo han
sido dos o tre~;, y sin embargo se han multiplicado, visita:1do continuamente las viceparroquias de Agüita, Mumbú y
San Antonio, y aun les quedó tiempo para ayudar a los
Reverendos Curas de Apía, Belén, Santuario y Viterbo, con
otras parroquias de la vecina Diócesis de Manizales.
y no se ha concretado la acción de los Misioneros a la
labor ministerial, también se ha extendido al progreso cùltural y mate{al.
Escuelas de indios-Fúndanse
las de Chupadero, 'm
abril de 1914; de Chorroseco, en marzo del mismo año; en
ese mismo mes créase la de Cuerna, y a continuación la
de Jeguada; poco después la de Chata, Dtuma y Buenos
Aires.
Se han é.bierto caminos por el trabajo del Misione-.:),
sin que le haya costado nada a la Nación. Con muchos trabajos estudiaron los Misioneros el trazo del camino de PUcblorrico a San Antonio, y gracias a los recursos del Gobierno Departamental de Caldas, quedó abierto en 1917 y 13,
con un puente magnífico sobre el río Tamaná, que es b.
admiración è.e los mismos peritos. En siete horas se presentan los pa.sajeros de Pueblorrico en la escuela más ce;1-
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185 -
traI del Chamí, cosa en que antes se empleaban tres día':;
pero hoy se ha vuelto a cerrar el camino, por no haberlo
podido los Misioneros terminar, por falta de subvención;
se trabaja para que se declare departamental, y entonces
f-erá la vía comercial del Municipio de Pueblorrico y del de
San Antonio.
El mismo Gobierno ha demostrado su gratitud en comunicaciones como la que transcribo a continuación:
"Hepúbliea
":Señor
de ColomlJia--Departamento
de Caminos-}Ianizalcs,
preslJltero
don
Hamón
<le Caldas,Iunta
Departamental
14 de felJrero
dp 1n17,
Pujol-puchlorrico.
"La Junta Departamental de Caminos, impuesta de su
atenta comunicación del 1" de Jas corrientes, dirigida al '3èñor Gobernador de este Departamento, que fue considerada en sesión del día 9, dispuso se avisara a usted reclbo
de dicha comunicación; se manifestaran los agradecimientos de la Junta Depârtamental por los importantes servicios
que ha venido usted prestando al Gobierno en esa importante región, en donde viene trabajando con tanto patriotismo en favor del progreso del Municipio, y que lo más
pronto posible será enviado uno de los ingenieros para q'le
den las indicaciones necesarias sobre lo que debe hacecie
en los caminos. Le participo también que hoy mismo se
ha dirigido oficio a la Junta de Pueblorrico, exigiéndole
que proceda cuanto antes a arreglar el camino del Chocó,
en la parte en donde está obstruído por un de:-rumbe.
"De usted muy atento y seguro servidor.
"El Secretario Contador Intendente,
"Perewino Hurtado"
Terminémos esta agradable materia con otro elocuente
testimonio, copiando la Resolución del Concejo Municip:il
de Pueblorrico.
Dice así el nonroso documento:
-
186 -
"RESOLUCION
por
la
cual
se
rl!cuerda
con
gratitud
la
labor
d€
un
sacerdote.
"El Concejo Municipal de Pueblorrico,
interpretando
sus ideas y sentimientos
religiosos, y
"COI\SIDERANDO:
"1" Que el Reverendo Padre Ramón Pujol, sacerdote
perteneciente a la Comunidad de Hijos del Inmaculado Corazón de María de esta población, estuvo al frente del :;0bierno eclesiástico más de cinco años.
'2" Que durante ese lapso de tiempo prestó grand'~s
servicios y fue el más firme luchador por el adelanto moral
y material de esta región, siendo muy pocas las obras r';e
progreso y utilidad públicas en las cuales no hubiera tomado parte activa y directa; y
"3" Que el Reverendo Padre Pujol durante su permanencia en esta población se hizo acreedor al respeto y estimación de todos sus habitantes. por sus múltiples virtud~s,
energías y celo religioso, la corporación
"RESUELVE:
"a) Lamentarse de la separación del Reverendo Pad ....
e
Ramón Pujol y hacer votos por su pronto regreso a esta
población.
"b) Igualmente recordará siempre con gratitud su labor civilizadora y bendice la hora en que el Superior hizo
tan acertado nombramiento.
"e) Sendas copias autógrafas serán remitidas al Superior a Bogotá, al señor Prefecto Apostólico del Chocó y al
Eeñor Cura párroco de este lugar.
"El Presidente, DEMETRIOHINCAPIÉ H .-EI Vicepresidente, ANGELRíos M.-El Concejal, RICARDOAYALA-El
Concejal, CECILIOVARGAS-El Secretario, Segundo H incapié G . "
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187 -
XII
SObl'C cx('c1t'ntes ('ubalgadul'as-D('lidosos
l'ccuel'dos-BerWvola
acogiJ~,
Pál'l'CCO modelo-Visi6n
llal'adisíll('u-La
vida del ('mullo I'n su l'eali"JIlIl,
("ambios de ('llbalgadul'ns-Cnll
de Ins del ":\Wo"-EIl Bl'lén-I,as
lIos
hel'manns.
Hora es ya de seguir nuestra excursión, interrumpida
para relatar algo de la historia de Pueblorrico y de las l~bares de los Misioneros del Corazón de María en la región.
El día 3 de marzo continué la visita a lomos de la nu~ca bien ponderada mula de la Misión, llamada Iberia, que
rra ha dado motivo alguno aún para ser despedida de la
Misión, a la que ha prestado también servicios desde el
principio. El Padre Fermín, que me acompañó durante
toda la visita, montó en su cabalgadura favorita: un macho
de muchas fuerzas, pero algo resabiado, llamado por 3US
primeros poseedores Ateo.
N ublado se nos presentó el día; pero a medida que fue
subiendo el sol, se corrió la niebla hasta disiparse completamente y dar paso a un espléndido día. Tan pronto corríamos por medio de un prado lleno de ganado, como subíamos una pendiente inculta y frondosa; sobre nuestras C3.bezas asomaban las suyas rocas estratificadas, las que amenazaban desgajarse, y rodando montes abajo, arrastrarnJS
tras sí; las palmas reales con sus troncos elegantes nos
extendían sus brazos, como implorando de nosotros que Jas
sacásemos de aquellas soledades para lucir sus regias dot=s
en alguna alhambra o avenida de alguna capital.
A veces nos topábamos de manos a boca, en la vuelta
de un camino, con una casita aislada, toda ella construíJa
de caña bambú o guadua. El piso, las paredes, el tejado,
las puertas, todo era de guadua.
Las veras del camino estaban cubiertas de zarzamoras,
las que nos recordaban los años de nuestra niñez, en los
que, uno de los números del programa de diversión en 1)s
días de asueto al campo, eran las sombreradas de moras
que nos habíamos de meter en el cuerpo.
Contando historias, recordando fechas y travesuras d.e
la niñez, se nos fueron pasando las horas, hasta que el sol
se montó en su cenit, blanqueando las primeras casas del
pueblo de Apía.
-
183 --
Llegámos a dicha población y nos dirigímos a la casa
curaI. Un joven y simpático sacerdote, recién ordenad'),
liaS salió a recibir, colmándonos de toda clase de atenci.)nes; llámase P. Ernesto Uribe. Con frases corteses, en las
que se espejaba un rango y educación esmerados. nos ;i1vitó a que prosiguiéramos y tomásemos parte de su mesa.
Admitímos muy de grado el honor, y no habíamos e~pezado a saborear los manjares, cuando un trote de cabaHería r;.os anunció que acababa de llegar el señor Párro'2o,
Reverendo Padre Af;ustín Corrales, que se hallaba visit:udo la parroquia de Viterbo, encomendada también a su cu'-;=¡
parroquial.
Muchcl fue nuestra alegría al saber la llegada de t3.!1
celoso sacerdote, pues es muy estimado por los Padres de
ia Comunidad de Pueblorrico, y él nos distingue con .~u
~incera amistad. Su casa es la de los Misioneros, que cem
mucha frecuencia han de pasar por Apía. Es el Reverenc~o
Padre Corrales uno de esos activos párrocos, consagrad-)s
E;n cuerpo y alma :3- sus fieles, que sin ruido van llevando
,) cabo obras que parecieron en un principio una utop:a.
La fachada esbelta, sólida y artística de la iglesia par -,)quial, el reloj público, la banda de música de la parroqUlcl,
el colegio levantado desde sus cimientos, son empresas ·:0ronadas ya, llevadë.s a cabo por el centavo de la limos:la
semanal, el desinterés y desprendimiento de los progresistas y católicos, hijos de Apía, y sobre todo por el celo y
constancia sacerdotales de su digno párroco.
Muy a pesar nuestro tuvimos que separamos de !;:¡
amable compañía de tan buenos y ejemplares sacerdotès,
para continuar nuestro viaje.
Hacía. cosa de una hora que estábamos en marcha, subiendo una loma desprovista de vegetación, si no eran unos
espartos amarillen:os, entre los que abundaban las mat3.S
de pita, cuando al coronar la ascensión más alta, donde ¿:e
respiraba un aire confortante y fresco, empezó a desplegarse all~tmuy hondo y lejano un extenso y magnífico vall=.
El Padre me invitó a seguir un poco más adelante para
poder abarcar mejor el inmenso, magnífico panorama que
ofrecía a nuestra vista el tan justamente ponderado Valle
de Rixaralda.
Casi infinita era la base de nuestra visual desde la õ.l-
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189 -
tura de nuestro mirador; sin embargo, las extremidades d(~l
valle desaparecían confundidas con las penumbras de caprichosas colinas. Un verde de frondosidad alfombraba la
planicie; como una bandada de blancas palomas resaltaba,
por su blancura, el bonito pueblo de Santa Rosa de Viterbo;
muy lejos levantaba un mechón de blancos nimbos el ca1táaloso Cauca. No nos cansábamos de contemplar tan heî"masa vista desde tan escogida tribuna.
Empezámos a descender por un camino bastante bueno, de modo que pudimos dar un trote a las caballerías; a
medida que dejábamos las alturas íbamos dejando también
cetrás de nosotros los páramos con sus espartos y pitas, y
transportándonos a otros parajes, tan distintos de los anteriores, que hacen venir a la imaginación las soldaduras de
ías cintas cir:ematográficas.
'
.Laderas, valles, cañadas, oteros, donde se eslabon:m
~os climas tropical y templado, ofrecían sus variados productos; numerosos ríos y arroyos llevaban en su mansa e,):!'Tienteel germen de la fecundidad a las frondosas huerta3,
U1 las que bien se hallaban, alegrando los aires, mil pintados y cantores paiariílos; muchachos regordetes, de meJiHas atez8.das, churretosas, pero capaces de mover a envidia
con. lo sano de sus colores a las mismas manzanas, nos SGl.ludaban con ô.ire de héroes en cierne, látigo en mano, ',:¡)maban la dirección de la vacada, recordándome la canción
del galleguiño:
"Ainda que tan pequeñito
ya veño de traballar,
veño de cuidar as vacas
que no redil están ya;
Porque meu padre e velliño
E ya non pode gañar o pan."
Largos acueductos fabricados con cañas de guad,¡a
conducían un manantial a la pobre pero aseada cocina, en
la que una hacendosa madre de numerosa prole molía maiz
o preparaba los abundantes y nutritivos alimentos anti:>qu~ños; las vacas y terneros, confundidos con gallinas, potros, yeguas y puercos, rodeaban la casita y pastaban en el
reducido campo cercado, o ramoneaban por el camino; ::0pudos y enanos cafetales inclinaban sus mimbres cargadí-
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19() -
simas de cerezas, ya maduras, ya verdes; sus flores y ·::apullos, pidiendo a la mano del hombre que les alivie el
peso; por entre 'montoncitos de picón asomaban sus drJs
hojas, como asustadas de la pendiente, los tallos de los fríjoIes; a la sombra de espeso mango sesteaba la gorda lechona, derrochando paciencia, a la marrullería de la lechigada. En una palabra: actividad, trabajo, industria, en estrecho maridaje con naturaleza en primavera, iban poniendo ante nuestros ojos tales embelesas, que no sentimos el
malestar anexo a una caminata a lomo por caminos tan desiguales.
La noche empezaba a desplegar su negro capuz, yaún
nos faltaba un trecho regular hasta el pueblo de Belén de
U mbría, donde teníamos que hacer noche. Mi mula estaba
cansada, y así era inútil espolearla; el Padre Fermín llevaba
a su A teo con ganas de trotar aún; por lo cual, para aliviar
a la Iberia de mi peso, algo mayor que el del Padre, ca:.ubiámos de cabalgadura. La Iberia, como que conociese que
su nuevo dueño no era, tan indulgente como el que se le
desmontaba, o fuera por el alivio del peso, o por amblS
cosas, apenas se montó el Padre, empezó a galopar. Con
lecelo monté en el Ateo, más alto que la Iberia, el cual conoció también a su nuevo jinete, y así, sin dejarme acabar
de acomodarme, se abrió en un loco galope, bufando como
un caballo; el lugar era peligroso, por lo que creí que na
era a propósito para adornos de equitación, y así tiré de
:as bridas, empeñándose una lucha entre el macho y yo;
al fin vencimos los dos. pues entre los dos rompimos el CJ.bezal, con el q'Je quedé yo en la mano, junto con las brid'.ts,
y el Ateo, dándome tiempo a que echase a tierra, no el pi~,
sino las espaldas, se me despidió, yendo a dar cuenta de lo
ocurrido al Padre Fermín, quien se alarmó sobremanera al
\Ter llegar a toda carrera su favorito sin jinete.
Gracias éit Dios no pasó nada, y el Padre Fermín cree
aún que yo me desmonté voluntariamente.
Sin más percance llegámos a Belén de Umbría, ya de
noche. Sentímos en el alma el no hallar allí a su dig:10
œñor párroco, el Reverendo Pablo Botero, ausente por
unos días. SU3 dos bonísimas y piadosas hermanas, 3~ñoras Rita y H.aquel, nos recibieron con una caridad que
nunca sabremos agradecer cual se merece, y a pesar de ,'u
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Capilla y casa curaI de San Antonio de Chamí.
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edad y enfermedad que les aquejaba aquellos días, pusi,~ron a nuestra disposición cuanto podíamos desear para
aquella noche.
XIII
Hl'I'moso vallo-Poético
ca!:l('l'io;)' pál'rt,eo lUllabilí!:llm~En
;\Jmnpay--Cal'iÎloso recuel'do de gl'atitud-Una
familia modclo·-Los
lllonaguilIu, •• de San
Ar.t.onio--Llt'gada
III easel'Ío,
Al día siguiente emprendimos la marcha con un ./")1
espléndido, y pudimos deleitar nuestra vista con los magníficos paisajes y sobre todo con el golpe de vista que ofrece en este camino el valle de Umbría.
Al mediodía estábamos sobre la loma que domina el
moderno y progresista pueblo de Arrayanal. Asentado en
un pequeño y fértil valle, rodeado de montículos, se halla
enmarcado en un fondo de matices suaves, entre los q:le
resaltan sus calles rectas y sus casas aseadas y blancas.
El señor Cura, que no nos esperaba, se hallaba en una
ocupación muy propia y ordinaria en esa clase de la sociedad, a la que se le moteja de inútil. Estaba dirigiendo y
animando con sus conocimientos e influencia el arreglo .Je
uno de los principales caminos del pueblo, sin más interés
que el que estimula con frecuencia a los Curas de aldea a
llevar a cabo obras que dejan muy atrás a otras del mismo
género, llevadas a cabo por ingenieros bien retribuídos.
El Reverendo Padre Rodríguez, así se llama el párroso
de Arrayanal, dejó su trabajo en cuanto fue notificado ,le
nuestra visita, y tuvimos el gusto de charlar con él los momentos que duró el almuerzo con que nos obsequió, los
cuales se nos hicieron cortísimos, pues el Reve::-endo P1.dre Rodríguez es uno de esos sacerdotes dotados por Dios
con el inestimable dón de gentes. Todos los habitantes de
Arrayanal, sin distinción de credos e ideas, quieren con
verdad a su párroco y están contentísimos con él y dispuestos a ponerse a su lado en cualquier obra que se proponga
llevar a cabo en su pueblo.
Un tanto tristes nos fuimos de Arrayanal, pues casi +,'.1vimos que desprendemos a la fuerza de tan buen amig:J,
quien a todo trance quiso obligamos a que pasásemos el día
en su casa; en el cercano pueblo de Mampay nos esperaban
-
192 -
ya muchas farr.ilias para recibir los santos sacramentos y
oír la santa misa, y nos era muy doloroso el que se vieran
desatendidos.
Anocheciendo, entrámos en Mampay.
Es un pueblecito que está destinado a desaparec~r,
porque sus moradores se van pasando a otros centros c~e
población próximos y de mayor porvenir, como Jardía,
Arrayanal y San Antonio. La familia más saliente de ~sa
población es ur:a muy cristiana, que desde hace años, desde
ia fundación de San Antonio, convierte en iglesia su caS'l,
en la que los Padres que van de Pueblorrico a San Antonio
dicen misa y administran los sacramentos.
Los moraclJres son en extremo religiosos, dedicados a
la ganadería y agricultura; pero sobre todos ellos sobresale
la familia de que hablo, y a la cual se pueden apli.:ar
admirablemente las palabras del Salmista: "Así será be:ldecido el vétrón que teme al Señor. Tu esposa como U·'.l<l
vid abundante en tu casa; tus hijos rodearán tu mesa, como
.racimos de uvas primerizas." i Qué bueno es don Crispin
Ceballos! i QUÉ: cristiana y hacendosa doi1a Teresa Duqu'~ 1
i Qué hermoso~;, robustos y bien educados sus hijos! E3te
hogar, perfumé..do por la virtud y el trabajo, es la casa del
Misionero y de Dios, que en ella se inmola cuando aqu0l
en ella reside.
No hay allí ociosos: en buena edad aún los padr ~S,
wstienen con su constante trabajo la casa y las heredades;
las hijas mayores no salen de la cocina si no es para los mellesteres del ajuar; José, de unos trece años, es un guapo
jinete que ayuda a su padre como un mayoral; Crispinito,
el curita, estud:.a con ahinco para matricularse pronto y emprender la carrera del sacerdocio, al que se siente inclinado
desde que empezó a discernir; Manuelito y Gilbertico, casi
gateones aún, se ocupan en reÙir porque uno es godito y
otro rojito; y la que no hace nada, ni siquiera dar que hacer, es Otilita, que cuenta su edad por meses.
La misma noche de nuestra llegada a Mampay la pasámos confesando; al día siguiente se acercaron a comulgar casi todos los moradores.
Como las diez eran cuando nos despedímos de tan
buena familia y tan religiosos habitantes, tomando el camino de San Antonio, término de mi visita.
-
193 --
El camino era bastante malito por el barro, pero no
tanto que tuviésemos que apearnos una sola vez.
Entre una y dos vimos que se dirigían hacia nosotro;:;,
a todo galope, dos jinetes; pronto los tuvimos a nuestro
lado; eran dos hermosos niños de unos diez años, los m;)naguillos de San Antonio, quienes obtuvieron permiso de
sus padres para salimos a recibir. Iban en pela, sin mas
aparejo que un ronzal, y sin embargo parecían pequeños
centauros, trepando por las colinas, bajando por las pendientes, rodeando precipicios a toda carrera. Escoltados
por los pequeños casacos, entrámos en el pueblo de S1.n
Antonio, bajo las curiosas miradas de los habitantes, quienes nos contemplaban, a mí como si no me hubieran visr:o
nunca, y al Padre como a quien conocían desde largo.
XIV
Qué fUI' San Juan del ChlUuí-El Rt\verendo I'oore Ezequiel PtÍrez-úos
¡.ctivos e lnclUU!ables
l\lisionel'os, Reverendos Padres Pujol y l\fir6-Labol'CS
~l' Ran Antonio--Un chif:.adopor el prow-eso de San Antonio y clvllizacilín
d(. IOH illdí~enas-Visitando las cscuelas-Vuelta a Pucblorrleo.
San Juan del Chamí fue una población importantísima
pn tiempos de la colonia española. Estaba situada entre el
río San Juan, que nace en El Paramillo y corre de Norte
a Sur, yel río Chamí, que nace cerca, en la Cordillera Occidental, frente a Arrayanal; por eso 10 llamaron los español~s
San Juan del Chamí.
Fue célebre en aquellas épocas por sus minas de or-).
En la guerra de la Independencia se deshizo el pueblo casi
~,or completo, quedando sólo algunas casas y desapareciendo por completo las magníficas carreteras.
Hace unos cincuenta años que la autoridad eclesiástica
;t,uperior ordenó que se trasladasen los ornamentos y riquezas de la iglesia, que eran muchas y muy notables, sobre~aliendo la custodia, a otras iglesias, para defenderias de la
7uina de la iglesia.
El lugar del solar del antiguo San Juan del Chamí es
magnífico por sus abundantes aguas, sus llanos y su temperatura.
En esta región, a unas tres horas, a la orilla izquierda,
rubiendo el San Juan, se levanta ahora el pueblo de S 3n
Antonio del Chamí.
:'vlisiont'ii del Choc6-13
-- 194-
Quien empezó a dar vida a la nueva población fue el
Reverendo Padre Ezequiel Pérez, Cura de Jardín, el cual
iba con alguna frecuencia al Chamí, y ensayó la fundación
de un poblado de indios.
Digna de toda alabanza es la labor de dicho sacerdote
a favor de los indios; el celo y actividad desplegados por
él en las varias visitas que, autorizado por el Reverendísimo
Padre Prefecto del Chocó hizo a la región, le granjearon la
estima y confianza de los indígenas.
En 1913 el Reverendísimo Padre Gutiérrez agregó la región del Chamí a Pueblorrico; y desde esta época empieza
el verdadero resurgimiento de San Antonio. Tuvo dicho
Padre Prefecto el buen tino de elegir para fundador de la
nueva Misión a un Padre joven y de arrestos de colonizador, al Reverendo Padre Ramón Pujol, el cual realizó admirablemente el plan convenido en Quibdó, acerca de la
fundación de las primeras escuelas de indios, que fueron
las de Cuerna, Geguada y Jamarraya. No me detengo r~1
hacer resaltar el espíritu altamente misionero y emprendedor de dicho malogrado Padre, por haberlo puesto de manifiesto al ocuparme en la fundación de Pueblorrico.
Sucedióle otro Padre, joven también y de no menor'~s
arrestos: el Reverendo Padre Salvador Miró.
Incansable, dicho Padre, se le veía ya desde el amanecer, animando a los indios y racionales de San Antonio al
trabajo, presentándoles las herramientas, que él mismo guardaba, para que su falta no fuera un entorpecimiento al trabajo.
En 1914 levantó la capilla, de 24 varas de largo por 12
de ancho. Al año siguiente se dedicó a fortalecer y completar su obra, robusteciéndola con gruesos tablones, asegurando las naves con columnas de madera durísima, forrándola por dentro con tablas de cedro y dotando la <.;acristía con toda clase de ornamentos; para 10 que no titubeó en convertirse en limosnero de sus feligreses, pues
esto último 10 obtuvo pidiéndolo por amor de Dios a las
iglesias vecinas de Jardín, Anserma y Neira.
Levantó a continuación una esbelta torre y rodeó con
una cerca de alambre la iglesia y casa curaI contigua.
y no se contentó el Padre Miró con proveer a sus feligreses de iglesia; su solicitud abarcó cuanto se relacio 1a
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con la tranquilidad y bienestar de ellos. Así banqueó, al
frente de los mismos, y limpió la plaza; condujo una acequia de sana y abundante agua, y abrió varios caminos.
Trasladado de Pueblorrico por orden superior el Pad::-e.
Miró, le sustituyó el Reverendo Padre Fermín de Larrazábal, el que, lejos de desdecir de la labor de sus antecesor.çs,
ha dado un gran empuje a la obra comenzada, y puede
decirse de él que es un chiflado por San Antonio del ChamL
puq.iendo aplicarse las palabras del celebradísimo Arcipre:ste de Huelva: "Para llevar a cabo una empresa, es preci30
ante todo estar chiflado por ella; sólo los chiflados realizan
grandes obras."
El Padre Fermín ha levantado una hermosa casa curaI de concreto, ha dotado de ornamentos de todas clas'~s
a la iglesia, ha comprado campanas y dos hermosas imág~nes de San Antonio y San José; trabaja incansable en .a
apertura de caminos y fundaciones de escuelas de indí§.~nas, y tiene entre manos obras de gran trascendencia para
el progreso religioso y cívico de San Antonio.
El día 9 de marzo salí, acompañado del Padre Fermín,
é:I visitar las escuelas de indígenas.
La de Cuerna fue la primera en ser visitada. A nuestra
llegada ya habían salido los niños, y así nos esperámos hasta el día siguiente, que pude apreciar la labor de su digna
señora maestra, al oír aquellos indiecitos leer con soltura,
escribir y responder a las pregúntas que de aritmética l~S
hacía la maestra.
Las escuelas de Geguada, Purembará, Citabará, Otuma, Buenos Aires, fueron visitadas con detención, haciéndose preguntas a los niños, enterándonos por las maestras de
la aplicación de los alumnos, y animándolos o reprendié'J.dolos según era lo conveniente, y aun premiando a los más
aplicados y asiduos.
El trabajo de las maestras es en extremo meritorio; la
mayor parte de los niños, al entrar en las escuelas, no saben
hablar español, teniendo que empezar la maestra por la labor de enseñarles el idioma. Afortunadamente lo aprenden
pronto. Luégo han de luchar con la indolencia e inconstancia de sus discípulos, los cuales si van a la escuela es por
miedo a los policías, pagados por la Misión con el úni~o
objeto de obligar a los padres a que manden a sus hijos a
--- 196 -
la escuela; sin estos policías sería imposible la educación
de los indiecitos, pues los padres son los primeros que, c~m
fingidos pretextos, acuden al Padre o al policía para SaC3.f
a sus hijos de la escuela, donde dicen que pierden el tiem• po; que mejor 10 emplearían en pajarear (cazar pájaros con
la bodoquera). y que con saber lo que dice un papel, .no
se come.
Después de la visita a las escuelas de indígenas, descansé unos días en el pueblo, después de los cuales me despedí de mi amado compañero el Reverendo Padre Ferm\fi,
y guiado por la inteligente Iberia, volví a Pueblorrico, donde, repuesto del cansancio del camino, abracé por última
vez a los Padres de la comunidad, de quienes tan gratos recuerdos guardo, no en los papeles de mi libreta de viaje,
.sino en los pliegues del corazón.
xv
Presagios no 1'1lI1llllidos--Calllino dI' Gllal'ato-EI
"Canalonõn"-Trllgi(,o
:u'l'i(t('nh~En
1'1pU('nte (to guaduas sobre (>1San Juan-Caseno
fi•••l\lumÏl(,.
;,Camino o looazal'l--Con
un pif' l'n ('l) abismo.
Terminaba el mes de marzo el día que me despedí de
Pueblorrico. A pesar de que todo me habia salido a pedir de
boca, me parecia que me aliviaba de un peso enorme. El
haber tenido que viajar por lugares completamente ignorados y el conocer demasiado las condiciones de los viajes
en este país, sin caminos que puedan llamarse tales, a lodo
yagua casi siempre, me puso desde el principio cierto presagio de que algo malo me iba a suceder. Pero, gracias a
vias, no fue así.
Con todo, si había terminado la visita, no estaba al término del camino, ni mucho menos; me faltaba por anclar
lo peor y más peligroso del camino que he andado en toda
mi vida; y no exagero nada. Baste decir que cuantos 10
hâ.TI pasado, están contestes en que es el peor del Chocó.
Era preciEamente el camino por donde me invitaba a
pasar el Reverendo Padre Fermín; pero que en aquella cilcur.stancia, estaba regular, a causa de una larga sequía, y
siempre eTa más corto que el que seguí por el Andágueda.
A mi pasada precedieron unos aguaceros que lo pusieron imposible. Tenía que desmontarse a cada paso, pues
Punto peligroso
llamado
Canalonón.
-
197 --
la pobre I bería se hundía en el barro hasta la cincha, y ,3e
quedaba pegada, sin poder dar un paso, hasta que me apeaba yo, y con barro hasta la rodilla, andaba hasta llegar a un
lugar menos fangoso.
El camino que seguíamos es el llamado de Guarato~ el
único que une a la floreciente comarca de Pueblorrico y
Caldas con el Chocó; por él pasan mensualmente vari.as
manadas de novillos de pica, los que salen de Pueblorric':>
hermosos y lucidos, llegp.ndo hechos unas aspas a Istmina.
Inútil es decir cómo dejarán el camino.
El verdadero camino de Guarato, de cuya necesichd
tánto se ha hablado, no es el que hoy se sigue; éste es ~l
abierto por las pesuñas de los novillos; el nacional está
abierto hasta algunas leguas más allá de Mumbú; poco después los pobres arrieros y los Misioneros, que somos los qlle
tenemos que pasar por allí, hemos tirado monte arriba,
guiados por los rastros.
Desde Pueblorrico a Agüita el camino honra a los caldenses; tiene lugares peligrosos, pero el peligro lo cons:ituye el lugar, no la desidia. Dicho camino va bordeando
con frecuencia el río Tatamá, que corre con una velocidad
vertiginosa por entre un lecho de rocas, a los mismos pies
del viajero; mas llevando buenas caballerías, puede uno ir
seguro, porque el camino está muy limpio y bien construídü.
Uno de los pasos más peligrosos y que ha motivado
alguna desgracia es el llamado Canalonón, poco después
de salir de Pueblorrico. Es tan estrecho, que no caben por
él dos caballerías juntas. A los pies se abre un espantoso
precipicio, tan pendiente que ni yerba crece en él. El peón
que me acompañaba, llamado Manuel Nanc1ares, homb;:-e
de religiosidad edificante y baquiano como pocos, me advirtió del peligro, aunque me aseguró que con la Iberia no
había qué temer. Como buen antioqueño, es muy chistO'D,
y exagerado como un ¡mdaluz. Al pasar por el Canalonón
me dijo que no hacía mucho que se despeñó allí un caballo
cargado de panelas, el cual, cuando llegó al fondo, no nevaba pegada a sus huesos más carne que la que tiene un
zancudo en el tobillo.
Otro de los peligros es el puente sobre el río San Juan.
Para pasarIo y tomar el camino de Guarato, es preciso d~jar la caballería a su orilla, con un peón bien nadador, c'l
--- 198 -
que se encargue de pasaria a nado, con gran peligro de que
!a corriente los arrastre a los dos. Las personas tienen que
continuar más abajo y pasar por un puente de guaduas, que
es una temeridad; pero al mismo tiempo es una necesida1,
porque no hay otro paso mejor. Es un arco de unos ci!lcuenta metros, sin más estribos que las ramas de los árboles
àe la orilla, a la:3que van atadas las extremidades de las
guaduas, que no son más que cinco o seis.
Se necesita mucha serenidad y desapego de la vida
para pasar por ese puente, de tánto tránsito por otra parte.
A pocos pasos se inicia en el puente un balanceo crecieme,
que obliga al viajero a detenerse; no puede pasar más de
uno cada vez, y al llegar al centro se encuentra uno sob:-e
un verdadero abismo.
Como al me::;de pasar yo, supe que dos infelices pasajeros perecieron, quebrándoseles el puente al llegar al medio. Cuando llegámos a Guarato, aún era bastante de día;
pero yo, y creo que también la mula, íbamos bastante caasados; además, íbamos recibiendo noticias muy alarmantes
del camino, de los arrieros que llegaban, llenos de barro
hasta los ojos.
Al día siguiente seguimos la jornada, llegando con ba3tante felicidad a Mumbú. En este poblado me detuve ,m
día entero, con el fin de administrar el sacramento de la
confirmación, pues hacía mucho tiempo que no se administraba allí.
Mumbú es un caserío situado er¡.la confluencia del :"ío
de su nombre y el San Juan; tiene una capillita medio arruinada, sin paredes ni piso sólido; sus habitantes son muy
desidiosos en lo relativo a la piedad y práctica de la religión. Antes perteneció al curato de Tadó, pero por motivo
de la poca salud de su actual párroco, el Reverendo Padre
Salazar, se encargó a la parroquia de Pueblorrico; mas la
distancia enorme que hay hasta Pu~blorrico y las pésimas
vías de comunicación, han sido motivos eficientes del d~scuido religioso del poblado.
El día 4, después de administrar el sacramento de la
confirmación, continué el viaje. A poco de salir de Mumbú
se acabó el camino y empezámos a meternos por unos barrizales feísimos. A cada paso teníamos que desmontarnos
y quitar la carga al caballo que traía el equipaje, para paSir-
-
199 --
la, poco a poco, a hombros, por lugares difíciles; con frecuencia no sabíamos por dónde tirar, y teníamos que and;lf
y desandar, buscando lugar de salida. El bueno de Manud,
con una solicitud que nunca se la podré pagar, reconocía el
inmenso pantano mientras que yo, sobre alguna piedra,
tenía de las bridas a las caballerías, que respiraban canS'1dísimas .
En una ocasión me vi en inminente peligro de perecer
ahorcado. Al pasar por una de tántas empalizadas, por
debajo de un túnel formado por las ramas de un árbol d~sgajado, me eché sobre la montura, y con ambos brazos defendí la cabeza; pero como no veía, la metí por una horca
formada por la axila de una gruesa rama, de tal modo q 'le
no pude sacaria; la mula, al sentir que yo le tiraba con tOdas mis fuerzas de la brida, en lugar de retroceder se e:npeñó ~n seguir adelante, apretándome tan recio que se.:ltí
que perdía la vista y las fuerzas; gracias al peón, que aC'~ldió en seguida, no a mis gritos, pues desde el principio
quedé imposibilitado, sino a los esfuerzos que hacía para
evitar el peligro, pude salir del trance apurado. El bu 'm
Nanclares me rogó que, a pesar de 10 malo del camino, ;:'Íguiera a pie, pues me exponía a perecer en algún precipicio.
Yo no le quise obedecer, y si no hubiera sido por él,
quizás hubiera rodado por uno de ellos.
Para un buen jinete como el Padre Fermín, el peligro
era remoto y siempre tendría recursos y experiencia para
una resolución pronta y adecuada; pero yo, que hacía años
que no montaba más que en potros de madera, iba haciendo
unos primores de equilibrio, que debían dar a entender a
Manuel, que como buen antioqueño es un jinete extra, que
de mi cuerpo al abismo medía un trozo de camino.
Este no tardó en llegar. Al borde de un hondo precipicio se atascó la mula en el barro; ésta comprendió que
con mi peso se podía hundir el borde, que era muy estrecho, y así se paró; yo la espoleé; entonces, al hacer esfuerzo para salir del atolladero, se desprendió el borde del ~amino y se le fueron a la mula las patas traseras, quedando
suspendida en el abismo y las patas delanteras y el hocico
clavados en el barro, Dios me inspiró 10 más conveniente,
y quizás la única salvación: me tiré por las orejas, y en el
suelo, contra las rocas de la otra vera del camino, sostuve
-- 200 --
la mula, tirando de las bridas, hasta que Manuel, que venía
pegado a la mula, en previsión de 10 que pudiera suceder,
cogiéndole la cola tiró hacia el borde, ayudándola a asegurarse.
"Estése quieto, me gritó; la mula no le hace nada";
en efecto, apenas ésta notó que pisaba en firme, dio ún
salto, pasando sus manos sobre mi cuerpo, sin pisarme, y
en esa postura permaneció hasta que me pude incorpora.r,
ayudado por aquél. Continué el camino a pie y, más obediente que un novicio, en cuanto mi maestro don Manuel
me mandaba que me montase, me montaba; y aun ant~s
que me mandase 10 contrario, se lo preguntaba yo: "¿Me
tengo qué bajar aquí?"
XVI
Dar de eomer al hambricn~ED
Cannel~aludo
a Tadó--En Istmina.
I~rntos amar~os de nna misión-El Padre Se~lsmundo Tarbal gravislmo.
Gracias 8 la pedeia de don Andrés l\[arin. médico español-DiOR RJJM"tn.
Pt,ro no aho~a.
U n poco antes de mediodía llegámos a Arrastradeco,
donde unas buenas mujeres, viéndonos tan maltratados,
nos rogaron que nos detuviéramos, mientras ellas nos preparaban de lo poco que había en el lugar, algo caliente.
Accedimos con agradecimiento, y tomámos un descanso y
un almuerzo en que las pobres mujeres pusieron 10 que t~nían.
Anocheciendo ya, entrámos en Playa de Oro, lug<lr
donde se acabaría el penoso camino a lomo de bestia.
Ganas tenía de echarme San Juan abajo para llegar a
lô. residencia de Istmina; pero los vecinos del cercano pueblo de Carmelo me instaron a que me llegase a ellos pa-ca
poner el sacramento de la confirmación a muchos niñ\)s
que carecían de él.
Accedí sin dificultad alguna, y así al día siguiente me
puse en camino, teniendo que pasar un buen trecho lleno
de barro yagua, hasta coger embarcación en el punto llamado también Arrastradera, distinto del que había pasaJo
el día anterior.
Desde allí fui subiendo el río Pureto, río bastante poblado y de orillas buenas para la agricultura, aunque este
ramo está muy abandonado, por dedicarse los habitantes
~'. , ,'! ',.
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Fachada
de la iglesia parroquial
de Tadó.
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casi exclusivamente a la labor de buscar oro y platino ~n-,
el río San Juan.
El caserío de Carmelo es un pueblecito de poco porvenir, aunque no es de los que amenazan desaparecer. Sus
habitantes son religiosos; mas, como sucede en todo el Chocó, los hombres tienen verdadero miedo al matrimonio.
Dos días permanecí en Carmelo, durante los cuales fui
muy bien atendido de los carmeleños, los que son muy piadosos.
El pueblo forma una isla en medio del río Pureto y la
quebrada Muerto, a la que el Reverendo Padre Salazar {a
cuyo curato pertenece el pueblo) ha ordenado que se llame en adelante Carmen, por lo que en el mapa que delineé
del San Juan le puse ya ese nombre.
A mi vuelta tuve que meterme de nuevo en los barrizales, lo que me impidió el cumplir mi ardiente deseo de
pasarme siquiera un par de días en el pueblo que me ps
más simpático de todo el Chocó, Tadó.
Una constante lluvia acabó por ponerme hecho U!1a
lástima; así, determiné pasar de largo, no sin contemplar
,las hermosas torrecillas de la fachada de la parroquia, de
gusto bizantino, y de deplorar el triste aspecto de los edificios de la playa, medio arruinados y desaseados, a pesar de
ser tan aseadas y bonitas, rectas y uniformes, las calles del
casco de la población.
Es Tadó el pueblo más católico del Chocó, el de may::>r
desprendimiento, cuando se trata de dar a Dios; uno de los
más progresistas y el mayor, después de la capital.
Sus habitantes son inteligentes, practican la religión
sin miedo ni respeto humano, y en Tadó es donde más alto
marca el nivel moral. Su digno párroco, el Reverendo Padre Demetrio Salazar, ejemplarísimo sacerdote chocoanQ,
tiene conquistados muchos y muy merecidos laureles ante
Dios, ante su nación y ante sus feligreses, que le profesln
un extraordinario cariño y veneración.
El día 8, martes de Pasión, llegué a la residencia de
Istmina, donde fui recibido por el Hermano José Befil:~t,
único de la Comunidad que se hallaba en casa, pues los restantes se encontraban dando una misión en el pueblo de
Condoto, de la que no sacaron más fruto que cansanci~,
desilusión y enfermedades; sobre todo el Superior, R.eve-
--. 202 -.
renda Padre Tarbal, quien con los bríos de viejo Misionero
en España, creyÓ que con las Misiones obtendría aquí los
maravillosos efectos que se obtienen en aquélla, aun en 10s
pueblos más apartados de la práctica de la religión.
Dos días después de mi llegada a Istmina se presentó
el Padre Tarbal, casi arrastrándose y con todos los síntomas de una fiebre perniciosa. Creyó dicho Padre que con
un poco de cuidado se pasaría todo; mas los que llevamos
algunos añ03 en el país, comprendimos que llevaba el perdigón clavado en el ala, como suele decirse en España. Eü
efecto, a los pocos días se sintió muy decaído y con fiebres
y vómitos pertinaces. El miércoles santo por la tarde estaba yo merendando, mientras el Hermano Benet acompañaba al Padre, cuando aquél bajó al refectorio, diciénd.)me que el Padre hablaba mucho en catalán y que se le am:)rataban mucho los labios. Comprendí 10 que debía ser, y
levantándome apresuradamente de la mesa, subí al cuarto
del Padre, al que hallé víctima de un fuerte ataque de meningitis.
Inmediatamente llamé aun señor médico español, muy
entendido en su profesión, el cual se presentó al instante,'
y gracias a su pericia lográmos sacar al Padre de las garras
de la muerte, no sólo aquel día y noche, que permaneció
congestionado con un hipo continuo, sino los demás días
que le siguieron. Don Andrés Marín, que así se llama el
:nteligente español, que humanamente
hablando salvó 2.1
Reverendo Padre Tarbal, tiene su nombre muy escrito .~n
el libro de la gratitud de los Misioneros chocoanos.
De forma y manera que cuando pensaba descansar, Aue
encontré con todo el trabajo de la Semana Santa, con las
confesiones, predicaciones, procesiones, asistencias en los
ríos a los enfermos, bautismos y demás ceremonias de tan
sagrados días. Las noches las hube de pasar a la cabecera
del enfermo, y los días en continuo trabajo; pero Dios ayudó para todo.
El pobre Hermano Benet hizo aquellos días verdad~ros actos heroicos, pues él solo tuvo que llevar la carga de
la iglesia, vistiendo y desvistiendo altares, preparando andas de procesión, etc., etc.
Lo peor del caso fue que entonces nos quedámos privados del cocinero y sacristán, recayendo estos trabajos '3)-
Istmo de San Pablo que separa
las aguas del Atrato y las del San Juan.
-- 203 -
hre los hombros del Hermano, el que cayó con fiebre; pero
con ella trabajó, acostándose en la cama cuando le faltaban
las fuerzas.
Bendito sea Dios, el cual nos ayudó palpablemen:e,
pues el Hermano se sentía libre de la fiebre en los momentos de mayor trabajo, y al fin se vio libre de ella desde el
día de la Resurrección del Señor; yo no sentí cansancio ni
malestar, con lo que pude cumplir con todos los oficios, y
el Padre Tarbal se alivió poco a poco, y hoy ya se encuent~a
completamente restablecido.
Aún permanecí en Istmina unos días después de la Semana Santa, hasta que llegase de Condoto el Reverendo
Padre Virginio Belarra.
El día 28 de abril, casi tres meses después que salí de
Quibdó, entraba en la casa Misión, donde era recibido con
el agasajo y cariño de rúbrica en dicha casa, cada vez que
llega un Misionero de una expedición, sobre todo si ha sido
larga y peligrosa, como lo fue la mía.
Acabo esta relación en Bogotá, pasadas las solemnidades de la Exposición Misional. Merced a las vistas tomadas durante mi excursión y a no pocos objetos recogidos,
el Chocó figuró dignamente en estas misionales manifestaciones, siendo el blanco de la curiosidad y admiración de
no pocos visitantes.
Bendito sea el Cielo, que así premió en parte mis desvelos, fatigas y peligros, el galardón de los cuales, completo
y justiciero, solamente 10 espero de D:0s Nuestro Señor.
FRANClSCO ONETTl,
Misionero
del Corazón
de Marfa.
DECIMAS CHOCOANAS
Como conclusión de mis relaciones, y como nota curiosa y propísima del carácter de los sencillos campesin'JS
y ribereños chocoanos, vaya transcribir algunas de las composiciones métricas, que, con el nombre de décimas y benditos, son muy recitados por ellos, principalmente en sus velorios, en su novenas y COti frecuencia, en medio de los ríos.
El campesino chocoano demuestra tener mucha inclinación a la poesía. Encuéntrase entre ellos hombres I':~
tánta facilidad para la rima, que en breves instantes componen una sarta de versos, los que, si no están en conformidad con las leyes de la retórica, parque ni la han estudiado ni la pueden estudiar, porque generalmente no saben
leer, sin embargo se acomodan a leyes que ellos mismos se
han inventado.
No hay duda que las musas no negarían sus inspiraciones a los tales poetas, si ellos pudiesen escalar las alturas
del templo de Minerva. A los que con frecuencia hemos
de hacer viajes por los ríos chocoanos, nos llama la atel1ción y nos agrada el oír las décimas que en voz alta y medio semitonadas lanzan al aire los bogas desde la patilla ~~e
la canoa.
1
DÉCIMA
El ataúd es una nave
que el que se embarca no vuelve;
es un sueño para siempre
que eso, sólo Dios 10 sabe.
El mundo es una Vale
y en su vuelta es un compás,
lo que no es hoyes mañana
-
206 --
y de no, en la misma hora.
Esto es en muchas personas,
que la plata en todo vale
y es un ser notable.
Hecho de cedros es el palo
y es el ataúd una nave.
Las torres más elevadas
suelen caer con el tiempo
tarde
nunca se ponen
y es una verdad probada
que el que se embarca no vuelve.
Es muy cierto que la plata
infunde mucho respeto,
pero llegándose el tiempo
la muerte a todos nos mata;
mata al pobre y mata al rico
y con disposición de siempre;
para explicarme más claro,
la memoria no me dia
porque Dios, en realidad
sabe 10 bueno y 10 malo;
el hombre debe ser suave,
tener buenas condiciones,
no hacer males a nadie,
porque tiene el mundo vuelta
y esto sólo Dios lo sabe.
°
2
A las orillas de un río
vala sombra de un laurel,
me acordé de Ti, Dios mío,
viendo las aguas correr.
iOh !qué tan alta virtud
que te iluminas con ella,
sienèo sol, luna y estrella
danos un rayo de luz;
Santíguanos, santa cruz,
por lo que mayor confío,
después de mi Señor nacido
esta lo dijo un autor:
-
207--
"Cristo con San Juan bajó
a las orillas de un río. "
Son tan grandes los misterios
de la santa Encarnación,
que no hubo comparación
ni en los Santos Evangelios.
Sólo el Mesías verdadero
con su infinito poder,
cuando San Gabriel bajó
y pronunció el Ave María.
y la remató María
a la sombra de un laurel.
iOh I puesto a considerar,
harán como bien les toca,
presto se callan la boca;
se tratan de bautizar,
de elementos y sentidos,
un infante que ha nacido
por una nave veloz,
y me acordé de mi Dios
cr-las orillas de un río.
El primo de Dias es Juan,
hijo de Santa Isabel;
tuvo la dicha de ver
bautismo en el Jordán;
Cristo bautizó a San Juan
y San Juan bautizó a Cristo:
esto ninguno 10 ha visto,
llamarse Juan y Bautista,
y lloran los Evengalistas
viendo las aguas correr.
3
Vide un entierro pasar,
pregunté quién se murió.
como estaba entorpecido
no sé quién me respondió.
Lunes, día de Jesús,
marchitado en su destino,
caminando un gran camino
208 -
al santo pie de la cruz.
Martes con inteligencia
a la iglesia quise dir,
por ver si yo vía salir
la procesión en esencia;
y con humilde presencia
vi la justicia ajada,
la ::;angre que derramaba
por la lanzada primera.
y yo, por saber quién era
pregunté quién se murió.
Miércoles con gran cuidado,
al mismo lugar me fui,
por ver si yo vía salir
al mismo Dios humillado.
Yo le pregunté a un soldado
si era Dios que nos crió,
y él me respondió que nó,
porque se hallaba ofendido
y privado de un sentido;
no sé quién me respondió.
Vide la Virgen María
que San Juan me señalaba,
yo le pregunté aquel día,
por ver si la consolaba,
que dijera la verdad;
si era el hijo de sus entrañas
aquel que iban a enterrar.
y ella con grande bondad
entonces me respondió
que al que iban a enterrar
era su hijo y mi Dios.
4
i Qué dicha podrá tener
quien coge la Hostia en la mano
y con ella hace bajar
el mesmo Dios soberano;
cuando el sacerdote sale
de la sacristía al altar,
con el cáliz y el misal
-
20tj·-
y el Cris~o, Dominas nostro,
y él como ve por nosotros
nos llama nostros hermanos;
y allí salió contemplando
su Divina Majestad,
y ahí verés en el altar
quién coge la Hastía en la mano.
Yo vide mi Dios paseando
en el cuerpo de la iglesia,
y para mayor grandeza
vide a un Dios a otro consagrando.
En aquel adornado templo.
casa del in:cnenso Dios,
me pareció muy veloz
el tomar los Sacramentos;
vide un acompañamiento
de unos que iban consagrando
y un sacerdote mostrando
de la Hostia la grandeza
y del altar a la mesa,
yo vide a un Dios paseando.
En aquel adornado altar
está un sacerdote bendito
en manos de otro Ministro
de cachucha singular (sic);
se puso a'·manifestar
del mismo Pias la grandeza,
y cuando la'rrjsa empieza
a man.ifestar su honor,
el pan'se-~onvierte en Dios,
y para mayor grandeza
por medía de :a iglesia andando,
vide a un Dios a otro consagrando.
De los santos sacrificios
de la misa in tripulada,
y la Hostia consagrada
para mayor beneficio,
estando yo en entero juicio
oí un sacerdote hablando:
La consagración es cuando
yo adof8.ndo me acudí,
porque allí patente vi
Misiones del Cboc6-14
-- 210--
un Dios a otro consagrando.
Vide en aquel cierto día
de Corpo, en el monumento
manifesté aquel ejemplo
que iba en la consagración
luégo que presté atención
a 1.3- Majestad inmensa
y con rendida obediencia,
un Ministro con más gloria,
paf;eaba la custodia
por el cuerpo de la iglesia.
s
Jüeves publicó el Concilio
el canquistorio traidor,
y prendieron a Jesús
con gran tropel y baldón.
Azotado y coronado,
un duro leño llevó
en su delicados hombros
al Calvario ende murió.
Ya 10 llevan a empellones
porque Judas lo vendió,
sólo por treinta monedas
al que a todos nos crió.
Jueves Santo Murió Dios,
viernes le hacen el entierro,
sábado le cantan gloria
y domingo sube a los cielos.
La Princesa de los cielos,
que a su Hijo acompañó,
vuelve llena de dolores
junto al que nos crió.
6
Tocan misa en Santa Marta,
y en Roma una Nochebuena,
en Santafé un Padre Cura
y alzan Santo en Cartagena.
A la una canta el gallo
-- 211 --
que lo oiga el sacristán,
a las dos con grande afán
le toca el Padre al fiscario.
A las tres está iluminao
el cuerpo de aquella santa,
y a las cuatro, si no falta,
memoria en el sacro templo;
y a las cinco, si no miento,
tocan misa en Santa Marta.
En Roma hay mucha alegría
porque es víspera de Pascua,
las nieves tachan de plata
tocan palmas tos los días.
Celebran sus Señorías
en una hora tan serena
las almas en gracia llenas
bajan a tomar producto
y ¡quién se cogiera un minuto,
en Roma una Nochebuena!
Estas fueron las gacetas
cuando murió el Padre Soto,
un santo, querido esposo
de la santa madre iglesia.
Lleva la paz en la cabeza
y en la mano la dulzura
de Dias y la consolutura
y todo 10 necesario;
y rica salve le cantaron
en Santafé a un Padre Cura.
pa
7
Adiós San Roque bendito,
adiós querido patrón,
echanos la bendición
que hoy se va este pobrecito.
Adiós campana mayor,
adiós templo celestial,
pues vos sois el primer altar
del sacramento mayor.
Porque en vos se consagró
la sangre de Jesucristo.
-
212 --
y sólo en María se ha visto
su manto lleno de gracia,
y en ti tengo la esperanza,
adiós, San Roque bendito.
Pidamos a la. Trinidad
yal Patriarca San José
porque en él tengo la fe
qUI~nos debe de salvar.
Santo San Nicolás,
Sa:) Bernardo y San Simón
con su gran sabiduría
me arropa de noche y día,
¡adiós querido patrónl
Pidámosle 21 ánima sola
y a la santísima cruz,
qu~ allí, ende murió Jesús,
para alcanzar la victoria,
Iuégo nos suba a la gloria
a dar su desposición;
somos hijos de María,
échanos tu bendición.
Santo que vas caminando
en busca del Redentor,
San Roque como patrón,
ya hoy nos deja el aviso;
pidámosle a Jesucristo
para que el santo alcance con Dias,
se acuerde de este pecador
que hoy se va este pobrecito.
8
FÁBULA
Piedra, palo, vino yagua
escuchando de manera
pó.ra ver entre los cuatro
cuál se lleva la bandera,
n.ce la piedra: yo say
di visa de un sacerdote,
porque fahándole yo
no puede decir la misa,
-
213 --
porque yo soy la conquista
de todo el mundo apreciable;
porque soy la Piedra de Ara
la que adoran en el templo;
Descuchando este argumento
piedra, palo, vino yagua.
Dice el vino: yo soy grande,
porque me adora un Ministro,
porque en el cáliz yo soy
la sangre de Jesucristo.
Dice el agua: y dentro yo
vestida de canapote (sotana)
y viendo que soy dimporte
y me echan en dinajera,
y apago la candela;
le quito la sed al viviente.
y con esto solamente
hoy me llevo la bandera.
Dice el palo: yo soy grande
de los puntos principales;
porque a mí me persiguen
para formar los altares.
y todo el que a mí me amare
será santo en la tierra.
porque en mí murió Cristo,
que es la mayor grandeza.
y todo el que a mí me amare
nuestra santa madre iglesia.
y cantan con sotileza
en un atril de madera.
9
COMPOSICIÓN
JOCOSA
Gracias a Dios que ya tengo
camisa con qué mudar;
una que ma han ofrecío
y otra que man quedao en dar.
Mi hermano tiene seis curas
y no se halla satisfecho.
y yo. para mi concepto,
-
214 -
por eso les aprevengo
y por eso es que-les vengo
así sin fantasía,
que una camisa- rompía·
gracia~ a Dios que ya tengo.
Camisa yo no la. tengo,
calzón yo no 10. conozco,
enamorao Y' perdío
y l' ambre me' lleva loco.
Por eso voy poco a' poco
granjeando para atrás;
mi primo me quiere- dar
dos camisas' por virtttd~
porque tenga mi baúl
camisa con qué muda'!.
Mí manta está nuevecita
no más que tiene treinta: años,
ella es grande- medio paño
y tiene cincuenta- alj ueros:,
y también tengo un sombrero
y una mujer me 10 dio;
la copa se le voló
yeso sí me causa risa,
y digo que tengo camisa·
con la que man: quedao en dar.
Mi chaleco es de- zaraza,
único que me acompaña,
que en el tiempo de la España
yo me encontré en una plaza.
y me 10 pongo en mi casa,
y cuando voy a pasear,
o cuando voy a enamorar
a una muchacha guapa.
Por la transcripción,
FRANCISCO' ONETTI,
MIsionero del Corazón
de Marfa
j.
Rondalla
aragonesa
Procesión
infantil con su director,
cívica con los gigantes
Reverendo
Padre francisco
y cabezudos
-Quibdó.
OneU
INDICE
Prólogo
,
, .. "
.
I. Relación de las fiestas en LlorÓ y visita a los indios
del rio Capá, por el Rcvcrendo Padre .José Criado ..
II. Helaeión de una excursión al alto Atrato y al río Andágueda, por el Rcverendo Padre Francisco
García.
III. Relación de una excursión al golfo de Urabá. por el Revcrendísimo
Padre Francisco Gutiérrez
.
IV. Re]ación familiar de una excursiÔn en los rios Neguá
y MunguidÓ, por el Revercndo
Padre Virginia
Belarra
, .,
.
V. Relación de las labores del Reverendo
Padre Fermin
de Larrazábal
en el alto Andágueda, por e] Reverendo Padre Nico]ás Mcdrano
,
.
VI. Relación de una excursión al bajo Atrato, por el Reverendísimo Padre Francisco Gutiérrez
.
VII. Relación de una excursión a la costa del Pacífico, por
el Reverendo Padre Francisco Onetti
.
VIII. Relación de una excursión al haj(} San Juan y río Baudó, por el Reverendo Padre Andrés Vilá
.
IX. Relación de una fiesta en la Viceparroquia
de Paimadó,
por el Reverendísimo
Padre Francisco Gutiérrez ...
X. Relación de una excursión por el alto Andágueda y región dcl Chamí, por el Reverendo Padre Francisco
Onetti
"
,
, .,
.
XI. Relación de algunas Décimas y Alabados quc cantan los
chocoanos en sus alumbramientos
y velorios, por el
Reverendo Padre Francisco Onelti
.
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