Acto de entrega del título de Profesor Honorario de la Universidad

Anuncio
Acto de entrega del título de Profesor Honorario de la Universidad de
Buenos Aires al Maestro Daniel Barenboim. Salón del Consejo Superior, 8
de agosto de 2002
Rector Guillermo Jaim Etcheverry:
Maestro Barenboim, consejeros superiores, autoridades universitarias, señores
embajadores, invitados especiales, amigos:
El 26 de junio pasado, el Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires,
integrado por los decanos de sus trece facultades y por representantes de sus
profesores, sus graduados y sus estudiantes, decidió por unanimidad designar al
maestro Daniel Barenboim profesor honorario de esta casa. De acuerdo con
nuestro Estatuto, "profesores honorarios son personalidades eminentes en el
campo intelectual o artístico, ya sea del país o del extranjero a quienes la
Universidad honra especialmente con esa designación".
Maestro Barenboim: eso es precisamente lo que hoy quiere la Universidad de
Buenos Aires: honrarlo. Sabemos que este es uno más entre los tantos homenajes
que ha recibido y que, sin duda, continuará recibiendo en todo el mundo.
Confiamos, eso sí, en que advertirá la significación que tiene el hecho de que, en
momentos tan dramáticos para la Argentina, esta casa que precisamente en estos
días, conmemora 181 años de existencia, detenga hoy su actividad para
homenajear a uno de los más altos exponentes de la cultura contemporánea.
Precisamente, al hacer la propuesta de su designación, destaqué que resultaba
trascendente que al encarar una nueva etapa en su vida institucional, nuestra
universidad reafirmara la vinculación indisoluble con la cultura que ha mantenido
durante toda su historia.
Es que en la época mercantilizada en la que vivimos, en la que la utilidad
inmediata de los saberes instrumentales parece constituir el norte de las
instituciones educativas, es importante volver a señalar el papel central de las
universidades en la cultura de un país. Punto de encuentro de maestros creadores
de conocimiento con las nuevas generaciones, la misión de la universidad es, antes
que nada, cultural. Culturizar la modernidad debería ser el principio rector de
nuestras instituciones educativas.
La decisión de elegir su figura para convertirla en símbolo de una renovación, en
modelo para las nuevas generaciones universitarias, no es casual. Su trayectoria
artística, iniciada hace más de 50 años en esta, su ciudad natal y continuada luego
en todo el mundo, constituye un paradigma de lo que pueden lograr el trabajo, la
voluntad y la disciplina cuando se combinan con los dones naturales. Sus logros en
el campo artístico son por todos conocidos y resulta innecesario reseñarlos. Baste
con decir que es uno de los pianistas más destacados de la actualidad, uno de los
directores de música sinfónica más reconocidos, un director de ópera excepcional.
Su actividad actual como director de la Orquesta Sinfónica de Chicago y de la
Deutschen Staatsoper de Berlin, no hacen más que confirmarlo.
La misión del músico, como lo dice el escritor, profesor y crítico literario palestino
Edward Said – gran amigo del maestro Barenboim – "es extraer la música del
silencio. Cuando hace hablar a la música, dice Said, el gran intérprete hace una
afirmación y eso es lo que distingue a Daniel de modo tan refinado, tan sutil, entre
los demás músicos: su capacidad aparentemente infinita para tomar el material de
la música y dotarlo de la complejidad de la vida misma. Es la vida la que se
transforma en estructura, orden, energía y, no menos importante, sorpresa y
alegría. Se trata de la elaboración como la manera última de expresión y
significado. Daniel lo hace cuando esculpe sonidos en el piano con sus dedos,
cuando dirige una orquesta logrando sonidos que ni siquiera sus mejores
instrumentistas intuían que eran capaces de emitir. En lo que hace no se detecta la
perfección glacial o la exhibición inhumana de un virtuoso supremo – que lo es – lo
que logra es que uno perciba su propia humanidad y, por qué no, también el
propio amor y mortalidad, mediante una estética que, utilizando un sonido
maravillosamente bien construido, conecta a quienes escuchan con otros: otros
seres, otra música, otras experiencias"
Supongo que quienes asistieron hace pocas semanas al ciclo de las óperas de
Wagner que el maestro Barenboim dirigió en la Deutschen Staatsoper de Berlin
podrían suscribir este juicio. Estoy seguro que quienes estamos concurriendo a los
encuentros rituales en el Colón en los que Barenboim está desplegando para
nosotros el universo Beethoven desde el piano, coincidimos con Said. ¿Qué músico
actual es capaz de desplazarse en periodo tan breve de una clave a otra con tanta
calidad?
Tiempo atrás, reflexionando sobre la música en un artículo periodístico, reproduje
la pregunta que se hace Nicholas Humphrey, conocido estudioso de la conciencia:
"¿Por qué razón la música provoca tanto placer?" ¿Cómo es posible qué lo que es,
en esencia, un simple desplazamiento del aire logre conmovernos tan
radicalmente?
George Steiner, uno de los pensadores más estimulantes de nuestro tiempo,
ayuda a responder este interrogante en su autobiografía, "Errata". Sostiene que si
bien el lenguaje alberga en su interior posibilidades infinitas, posee fronteras
activas. Se encuentran en la muralla ante la que se estrellan, por ejemplo,
nuestros intentos de parafrasear la alta matemática o de explicar la naturaleza de
Dios. A ese límite del lenguaje, a ese sitio donde "mueren las palabras", también
se llega cuando intentamos responder interrogantes tales como ¿sobre qué trata la
música? ¿qué significa? Dice Claude Levi-Strauss: "La música es el único lenguaje
con los atributos contradictorios de ser al mismo tiempo inteligible e intraducible.
El creador musical es comparable a los dioses y la música misma es el supremo
misterio de las ciencias del hombre"
Al poner en evidencia la insuficiencia del lenguaje para traducir la totalidad de la
experiencia humana, todo el arte y muy especialmente la música, nos corren el
velo que oculta la existencia de lo trascendente, de la presencia indecible, de lo
"otro" que hay más allá de la frontera del lenguaje. Sus carencias no hacen sino
otorgar presencia a lo ausente. El hecho de que la experiencia musical resulte
intraducible confirma que "allí hay un allí". Demuestra que en el hombre hay más
que la lógica de la razón expresable en palabras.
Una combinación de sonidos es capaz de precipitar a quien la escucha a la
desolación o elevarlo al éxtasis. Surgida del mundo orgánico y animal, la música es
singularmente expresiva de los estadios más elevados de la conciencia humana,
aunque se nos escapen sus vinculaciones con la otra realidad concreta. Como se
encuentra más allá de la verdad y de la mentira, del bien y del mal, el hombre
termina por crear y experimentar un hecho extraño a los criterios de verdad y de
moralidad sobre los que se organizan el lenguaje y la razón consciente. Vivir la
música es habitar un reino que, en esencia, nos es extraño porque se ubica del
otro lado de las palabras, más allá de la adecuada explicación lógica y racional.
La música resulta imprescindible porque sugiere la existencia de lo trascendente o,
al menos, de lo que buscamos en ello. Aunque estrictamente considerada carezca
de significado, ya que es la creación abstracta por excelencia, resulta
humanamente significativa. Y lo es porque descubre la realidad de una presencia,
de un allí concreto que desafía a la experiencia cotidiana. Constituye una evidencia
de que la investigación racional, jamás nos proporcionará un mapa exhaustivo de
nuestra experiencia. Que en el núcleo central de lo humano hay fenómenos
esenciales, vivos, sin fronteras e indispensables, fuera del alcance de la razón.
Esta es en realidad la prueba de lo metafísico. Escuchamos transfigurados a Bach,
a Mozart, estos días a Beethoven, porque intuimos que somos testigos
privilegiados del sonido que acompaña el funcionamiento de una mente humana
superior. Es que "al esculpir el aire", en palabras de Frank Zappa, la música nos
lleva más allá de nosotros mismos y nos deja en una compañía mucho mejor que
la nuestra.
Esa capacidad singular, la de extraer música del silencio, la de exhumar de la nada
lo que vuelve a la nada, es lo que reconocemos en el artista que hoy
homenajeamos.
Pero la universidad, ámbito de maestros y creadores, es también compromiso con
la realidad. Por eso, corresponde destacar aquí el interés del maestro Barenboim
por las grandes cuestiones de nuestro tiempo. Su preocupación por promover el
diálogo palestino-israelí es ampliamente conocida. Los encuentros de músicos de
ambos orígenes constituye una de sus actividades centrales. Es, en suma, además
de un gran artista, un intelectual y un hombre de acción de nuestro tiempo. Tal
vez sea por esa misma amplitud de intereses que haya logrado ser un artista tan
completo.
Maestro Barenboim: gracias por aceptar esta distinción con la que los profesores,
graduados y estudiantes de esta universidad quieren demostrarle el
reconocimiento de esta casa en la que reside parte de lo mejor de la Argentina.
Estudiaron y enseñaron aquí grandes científicos, tres de ellos reconocidos con el
premio Nobel, grandes escritores – Borges y tantos otros – grandes pensadores.
Bienvenido a esa compañía ilustre.
Y además, gracias por alentar con su presencia a tantos argentinos que, a pesar
de todo, seguimos creyendo que nuestro país es posible y que nuestra obligación
es contribuir a concretar esa posibilidad. Gracias, a título personal, por haber
logrado estos días que, llevado por su mano, escuchando a Beethoven, haya
logrado conocerme un poco más.
Queremos que junto con el recuerdo de esas increíbles ovaciones con las que se
cierran todos sus conciertos de estas noches, se lleve el respeto, la admiración, el
afecto de los universitarios argentinos que lo consideran un modelo singular y que
por eso hoy lo reconocen, simplemente, profesor.
Maestro Daniel Barenboim:
Me encuentro en gran desventaja. En primer lugar, porque no estoy preparado
para responder a sus palabras y, además, porque estoy muy emocionado. Usted
acaba de decir que es este un honor más de los muchos que he recibido. No lo es.
Se trata de una distinción singular que me emociona por varias razones. En primer
lugar, porque proviene de esta ciudad y de este país, donde no solamente nací
sino al que, cuanto más tiempo pasa, me siento más unido, poniendo de
manifiesto tal vez un signo de vejez. Pero imagino que me siento más unido, sobre
todo, porque pasé tantos años sin volver.
Mi familia y yo nos fuimos de la Argentina cuando tenía apenas nueve años,
regresé a los 17 por dos semanas y no volví en los siguientes 20 años. Lo hice
entonces por tres o cuatro días, pasaron otros diez años y regresé también por
escasos días. Recién en los últimos seis o siete años vuelvo con mayor regularidad
y permanezco más tiempo. Cada experiencia que vivo, cada calle por la que paso,
cada plato que como, cada expresión idiomática que escucho, me generan
recuerdos muy profundos que, quizás, no tendría si mi contacto con la Argentina
hubiera sido más regular. Pero, a veces, la vida tiene maneras de cerrar los
círculos que los hacen parecer cuadrados y es en esa situación en la que me
encuentro ahora. Por eso, este honor no es uno más. Es algo único y por lo tanto,
irrepetible. Es posible que me distingan alguna otra vez en los años que vienen,
pero le puedo asegurar a Usted y los aquí presentes, que ningún honor que me
puedan conferir en el futuro podrá tener el efecto emocional del que hoy se me
ofrece.
La otra razón por la cual estoy muy conmovido es que este acto tenga lugar aquí y
en esta circunstancia. Como nada entiendo de economía, no puedo opinar sobre la
crisis económica que atraviesa la Argentina. Pero lo que sí percibo es una gran
energía, una vitalidad y un entusiasmo colectivo en mucha de la gente de esta
ciudad. Percibo en las personas con las que he tratado durante las últimas
semanas que pasé aquí una fuerza única. Además de eso, naturalmente, me
conmueven el afecto que el público me demuestra y todos los halagos de que me
hacen objeto. Pero, tal vez, lo que más me impresiona es el contexto en el que es
recibido este ciclo de conciertos que estoy ofreciendo con la ejecución integral de
la sonatas para piano de Beethoven. No es que se trate de una serie de conciertos
para especialistas, sino que ha sido integrado por ustedes, por la sociedad de
Buenos Aires, en un movimiento cultural global, que va más allá de un arte de
semicorcheas y blancas, mezzofortes y allegros, para insertarse en un contexto de
expresión cultural.
Ahora, es evidente que en un país en crisis, lo primero que se afecta es la cultura.
Es esta lo primero que dejan de lado no sólo los gobiernos, sino también las
sociedades de los países en crisis. Se suele considerar que hay cosas más
importantes en esos períodos difíciles, que cuando se superen – y si no se lo
explicita, se piensa – recién podremos vamos a volver a ocuparnos de la cultura.
Es importante advertir que no se puede regresar a la cultura: esta se tiene o no se
tiene. Por eso estos conciertos trascienden a la expresión de tanto cariño que me
emociona mucho, sensación a la que vuelvo porque es para mí muy conmovedor
salir al escenario del magnífico Teatro Colón, tres o cuatro veces por semana, y
sentir ese calor humano y ese afecto que viene de todo el público. Lo que
demuestra esta experiencia es que la música en particular y la cultura en general,
son elementos orgánicos de la sociedad argentina, algo acerca de lo que mis
padres siempre hablaban.
Una de las primeras y más importantes lecciones que mi padre me dio cuando aún
era niño era, precisamente, que la música no era una torre de marfil sino que era
una experiencia completa, que estaba relacionada con todo y que todo lo que se
hacía en la vida se reflejaba en la música que uno hacía. Lo que uno toca es el
espejo de la vida interior que uno logra tener. Entonces, un país que se encuentra
en la situación tan difícil, por no decir desastrosa, como la que atravesamos todos
en la Argentina, que, a pesar de esto, dedica tiempo, paciencia, interés y
entusiasmo a la cultura, revela que contamos con un pueblo profundamente culto.
Esto me impresiona mucho y me ayuda a tener una gran fe en el futuro. Porque
como ya he dicho, si bien de economía no entiendo nada, el hecho de que haya
una cultura tan profunda en núcleos bastante extendidos de la población,
demuestra que de allí saldrán las fuerzas necesarias para superar el estado actual
de la situación económica. No va a aportar medios, no aliviará muchos otros
problemas, pero sí proporcionará las fuerzas para encontrar los medios que
permitan diseñar soluciones.
Creo que podemos sentirnos todos muy orgullosos – porque en este caso el orgullo
es una emoción muy positiva – de que en la Argentina, la cultura esté siempre
presente, pase lo que pase, pase cuando pase. Por todas estas razones y muchas
más que no mencionaré ahora porque corro el riesgo de aburrirlos, me siento
particularmente honrado y emocionado por este honor que hoy me confieren. Les
agradezco de todo corazón que hayan pensado en mí para honrarme de este
modo.
Ahora, como Usted dijo que me nombran profesor honorario, la primera pregunta
sería ¿cuáles son los honorarios? Pero como estamos en situación de crisis no
vamos a hacer esa pregunta, haré en cambio la otra pregunta ¿qué es ser un
profesor? Y a eso sí puedo responder: un profesor es un estudiante con un pasado.
Muchas gracias.
__________
Diálogo entre el maestro Daniel Barenboim y el rector Guillermo Jaim
Etcheverry
Guillermo Jaim Etcheverry: Cuando conversamos acerca de la organización de este
acto, al encontrarme con el maestro Barenboim le pregunté cuál era su idea acerca
del mismo. Si pensaba pronunciar un discurso, si prefería dialogar con críticos
musicales o con algún periodista. Fue desechando todas esas posibilidades y, por
fin, propuso: "Dialoguemos, hablemos un rato entre nosotros". Fue para mí un
compromiso muy grande que no tuve más alternativa que aceptar, honrado pero
atemorizado. Por eso, en los próximos minutos hemos de conversar sobre algunos
temas que puedan resultar del interés de todos. El maestro Barenboim, con gran
generosidad, ofreció la alternativa de responder luego algunas preguntas de los
asistentes.
Quisiera iniciar esta conversación con un comentario. Durante estas noches que
estamos pasando en el Colón, quienes tenemos la suerte de estar allí, creo que
hemos recorrido todas las emociones posibles. Sin embargo, lo que en mi caso
siempre vuelve, es un sentimiento de gratitud hacia quienes me permitieron
conocer que existía ese otro ámbito, que me introdujeron al mundo de la cultura,
hacia quienes me abrieron los ojos y me mostraron que, además de la realidad
cotidiana, existía otra realidad posible. Obviamente me refiero a mis padres, pero
pienso que muchos habrán tenido alguna experiencia similar. Con ese tema quiero
iniciar la conversación, preguntando si hoy estamos a la altura de esa
responsabilidad de mostrar a nuestras nuevas generaciones, la existencia de esas
alternativas, de esas otras cosas de las cuales es capaz el ser humano, más allá de
la banalidad y la superficialidad que les mostramos a diario por los medios de
comunicación. Tal vez estemos fallando en esa tarea. ¿Cómo ve, maestro
Barenboim, esta cuestión y, en especial, cuál es la experiencia en otros lugares del
mundo?
Daniel Barenboim: Creo que el problema reside en que, en primer lugar, estamos
viviendo en sociedades abiertamente materialistas, por lo menos a partir de la
segunda mitad del siglo XIX. Tanto el capitalismo como el comunismo se ocupan
preferentemente de los problemas materiales. Y estos, que naturalmente son
importantísimos, no alientan el desarrollo de lo que no tiene que ver con la
práctica, que no tiene efectos inmediatos. Si se encuentra una manera de intentar
resolver un problema económico o hasta un problema político, se espera una
solución en un tiempo muy breve pues, de lo contrario, no hay solución. El valor
del tiempo es muy diferente en la cultura en general y en la música en especial.
Porque la música existe solamente en el tiempo en el cual se expresa. Ese
elemento de tiempo adquiere otra dimensión. No es infrecuente asignar que los
desarrollos no solamente industriales sino también tecnológicos que pueden ir
desde el invento del avión por un lado a algo más específico que tiene que ver con
la música como los medios de grabación, la radio, el disco, el CD, el video, la
televisión, impiden el desarrollo de la cultura. Sin embargo, no podemos culpar
siempre a otras causas, en especial a la tecnología, que es el resultado de la
creatividad del ser humano. El problema no reside en lo que se ha descubierto o
en lo que se ha desarrollado sino en el modo en que nosotros miramos a estos
objetos una vez que ya existen. El ejemplo más simple y banal es el del cuchillo.
¿Es algo positivo que nos permite cortar el pan para no morir de hambre o es, en
cambio, un instrumento con el que se puede matar a otra persona? El cuchillo no
tiene moralidad, la adquiere bajo nuestra mirada. Si bien se trata de un ejemplo
muy primario, en realidad, lo mismo sucede en los demás campos.
A esto se agrega el hecho de que la música se está convirtiendo, cada vez más, en
algo que está disponible para todo el mundo aunque mucha gente no reciba la
educación necesaria para poder gozar e interesarse por ella. Esto en lo que
respecta al público. Pero, por otro lado, los músicos profesionales están
crecientemente aislados del resto de la cultura. Estoy convencido de que a
principios del siglo XX, quien conocía su Goethe conocía a Beethoven; quien
conocía a Picasso conocía a Debussy. En cambio hoy vivimos cada vez más épocas
de especialización. Como es frecuente escuchar, el especialista es alguien que sabe
más y más sobre menos y menos.
Naturalmente este es el problema de la música contemporánea y su aceptación
por el público. También es el problema económico de la actividad musical, ya sea
la venta de discos o el desafío de llenar salas de conciertos en casi todas las
ciudades del mundo. Esto sucede como resultado de la actitud de estrecharnos
más y más, en posiciones que son extremadamente especializadas. Los músicos
instrumentistas que se pasan entre tres y ocho horas al día realizando un trabajo
manual, se interesan cada vez menos por el resto de la música y casi nada por el
conjunto de la cultura, lo que cierra un círculo vicioso. Asimismo, muchos
intelectuales actuales, fuera del campo de la música, conocen muy a fondo y
profundizan la literatura o la filosofía, pero para ellos no existe la música. La
música contemporánea es cada vez más difícil, más complicada y, al mismo
tiempo, el grado de entendimiento de quien debería escucharla o incluso tocarla,
es menor. Entonces, naturalmente nos encaminamos hacia una situación que lleva
al divorcio. Si hay menos intérpretes que se sienten con capacidad para
enfrentarse a la música contemporánea, y el público lo advierte, se pierde la
posibilidad de encontrar puntos comunes con otras expresiones de la cultura que,
tal vez, le son más cercanas como la literatura. Entramos así en un abismo total, a
lo que se agregan expectativas económicas pues se espera de la música que
produzca sumas increíbles, porque estaría teóricamente a disposición de millones
de personas que no se interesan por ella. Resulta así una combinación fatal.
Nos encontramos en una situación en la que es preciso encontrar la manera de no
intentar atraer público a los conciertos si no tiene ningún interés por ellos porque
asistirán por razones falsas. Debemos, en cambio, admitir que nos encontramos
ante una situación de crisis porque hemos estado recorriendo un camino errado
durante mucho tiempo. Es preciso cambiar radicalmente el modo de pensar en la
educación y, sobre todo, el papel que la música no sólo puede sino que debe
desempeñar en la educación general de un ser humano y sobre todo de los
jóvenes. Es solamente teniendo el coraje de reconocer que nos hemos equivocado
– que es el coraje necesario para resolver cualquier crisis o problema de índole
privada o de índole política – que podremos superar esta situación. De seguir así,
lamentablemente la música resultará necesaria para menos y menos gente. Menos
música va a ser importante o interesante para menos gente.
G.J.E.: A pesar de esta acertada descripción de la situación actual, se perciben
atisbos de un renacimiento del interés de los jóvenes por la música, inclusive entre
nosotros. Días pasados escribí un artículo periodístico sobre esta cuestión.
Relataba la experiencia de asistir en el Teatro Colón a la representación de una
obra de Monteverdi escrita en el año 1610. No solo había en la platea jóvenes que
parecían preparados para asistir a un concierto de rock sino que los intérpretes en
el escenario eran también muy jóvenes. Vale decir, que posiblemente haya una
necesidad de expresión que no está lo suficientemente difundida. En otras
palabras, tal vez haya una fracaso en la educación, en mostrar, como señalaba,
que existe esa otra realidad. Cuando se enseña, la gente, incluso los jóvenes,
responden. Por eso creo que es importante percibir ese fracaso en nuestra función
de mostrar, de hacernos cargo de una herencia. Existe como un imperativo de la
contemporaneidad y de no asumir un pasado que es muy rico. En el campo
cultural, ¿no resulta relativa la idea de progreso?
D.B.: Naturalmente, porque en la cultura el progreso no puede ser más que otra
visión diferente, otra opción. No se trata de un paso adelante sino de un paso
hacia lo mejor en otra dirección para el cual el paso anterior era necesario. El
hecho de que haya un interés de la música del siglo XVII – el siglo XVIII puede
resultar algo más problemático según algunos – refleja por un lado que el siglo XIX
despierta mucho menos interés en la gente joven porque se ejecutó con frecuencia
en el último siglo y por otro, está vinculado con la situación de la sociedad en la
que vivimos y que deseamos conservar. Esto raramente existió antes. Cada vez
que aparecía una idea nueva, desde la Grecia antigua hasta los tiempos modernos,
las sociedades tenían el coraje de deshacerse de lo anterior. Ahora tenemos la
tendencia a conservar todo, a conservar datos, por ejemplo, acerca de lo que pasó
el 3 de noviembre de 1868 a la tarde, precisando si fue a las tres de la tarde o a
las tres y media. Allí agotamos nuestra curiosidad intelectual. Esto lleva a una
acumulación de información que plantea el problema que se advierte hoy en las
escuelas. A los chicos no se les brinda educación, se les da información. Educarlos
es proporcionarles los medios para que sepan guiar su propia curiosidad y la
fuerza para mantenerla. Ahora, en el momento en que se les suministra solamente
información, se agota la curiosidad. La información supone una cantidad de datos
que, de alguna manera se logra aprender, contando con la vasta ayuda tecnológica
disponible.
Además, desde hace algunas décadas, florece la ejecución historicista, recurriendo
a los instrumentos de la época con la aspiración de que suenen como antes, como
nos imaginamos que lo hacían en el siglo XVIII. Hasta intentamos reproducir las
que creemos que fueron las velocidades que se utilizaban entonces, imitando los
mismos modos de expresión. En realidad, nunca una sociedad se interesó tanto
por el pasado como esta. Claro que esto ya sucedió en el pasado como lo indican
los casos de Liszt, de Schumann o de Mendelssohn que en el siglo XIX se
propusieron dar a conocer al mundo la obra de Bach. Para ello hicieron
transcripciones, paráfrasis, utilizaron en fin, todo tipo de medio para llevar a Bach
al siglo XIX. Ahora estamos utilizando toda nuestra capacidad para llevar a Bach a
lo que pensamos que fue el siglo XVII, o sea que el movimiento histórico no tiene
nada de progresista. A raíz de toda la investigación que se realizó, surgieron
elementos sin duda muy importantes, pero, tal vez sería más comprensible que
hoy, a principios del siglo XXI, se tratase de tocar Bach y Mozart para que sonase
como la música de Boulez, por ejemplo.
Esta preocupación por el pasado, nos lleva a que haya un interés, que a mi modo
de ver resulta de un proceso negativo, pero que tiene un aspecto positivo. Parte
del interés por Monteverdi y por mucha ópera barroca, resulta de puestas en
escenas que ubican elementos contemporáneos pensando así modernizar la obra.
En realidad, los compositores no necesitan que se los modernice y no necesitan
intérpretes. Necesitan gente que tenga los medios para materializar el sonido, el
lenguaje, la notación que está presente y que son las manchitas negras en papel
blanco. Eso no es modernizar sino, sobre todo, entender la fenomenología del
sonido, el modo en que el sonido aparece y desaparece, o sea, su carácter efímero
que es el que le da tanta fuerza. Es preciso conocer científicamente las leyes
físicas que gobiernan la entrada del sonido en el ambiente en el que nos
encontramos. Para concretarlo es necesario un serio trabajo de disciplina estilística
y manual, unido a la sensibilidad y al talento.
G.J.E.: En algunos de sus escritos así como en las declaraciones que ha realizado
en torno a estos temas, señala una paradoja que a mí me parece muy interesante
y que resultaría útil analizar. Se trata de la idea que la música aísla del resto del
mundo y, al mismo tiempo, permite conocer el mundo.
D.B.: El hecho de que la música aísla, es un fenómeno que se conoce más que el
otro. Cada uno de nosotros se refugia en uno u otro tipo de música para olvidarnos
de problemas o de situaciones, como alternativas para evitar la realidad. El otro
aspecto es el relacionado con la música concebida como un fenómeno metafísico.
Esto no implica olvidar su carácter físico sino que supera lo físico, o sea que,
primero está lo físico y luego lo que está más allá, y la música es eso. La música
puede, pues, proporcionar los medios para, por ejemplo, para la comprensión o la
solución de problemas emotivos del ser humano así como de procesos sociales o
políticos. Porque la música, a diferencia de una colección de sonidos, supone que
está todo integrado, que todo es interdependiente y que todos los elementos de
las notas que se oyen están vinculadas entre sí. Hay relaciones melódicas,
armónicas, rítmicas y muchas otras que enseñan cosas que son muy útiles para la
vida. Por ejemplo, el primer tema de una sonata de Beethoven, influencia todo lo
que viene después. Eso se puede tocar de una manera u otra, relacionada con lo
que viene antes, si es que hubo algo antes. Y en relación con el silencio que la
precede, en caso de que no haya habido nada antes, es decir, que se trate de la
primera nota. O sea que la expresión musical no comienza entre la primera y la
segunda nota, sino que también es la relación entre la primera nota y el silencio
que la precede. Esto se va multiplicando por billones de elementos armónicos,
melódicos y rítmicos de sonidos que van mucho más allá de lo racionalmente
explicable. Es decir que la transición constituye el elemento principal de la música
porque nos encontramos siempre en un momento de transición. O sea, que en la
música no puede haber un presente que no esté relacionado con lo que pasó antes
y que no nos lleve a concebir de manera diferente lo que viene después. ¡Qué
mejor lección para la vida!
Otra cuestión importante vinculada con la música es la que vincula el contenido
con la forma. Si un movimiento rápido y fuerte de una sonata de Beethoven se
ejecuta de modo lento y moribundo. Si al hacerlo me detengo y recomienzo,
modifico algo, me detengo nuevamente, quien escucha no logra captar el
contenido porque este queda destrozado al destruirse la conexión entre el
contenido y el tiempo necesario. ¡Qué mejor lección para la vida personal, para los
procesos políticos! ¡Cuántos procesos políticos no funcionaron, no porque las ideas
no hayan sido buenas, sino que la velocidad no estaba de acuerdo con el
contenido! A veces no hubo preparación suficiente, se iniciaron negociaciones y se
fracasó en el proceso por mala preparación. Es como si yo tocase la introducción
de la sonata Patética de Beethoven prestísimo, en lugar de hacerla grave, o si en
lugar de conservar un ritmo de base y un pulso que lo lleve adelante, se detiene
cada vez y se disminuye de volumen y de velocidad. Así, por ejemplo, en mi
opinión esa es la razón por las que el proceso de paz de Oslo no funcionó.
Lo que quiero decir es que, entendiendo realmente la profundidad de una obra
musical, se puede llegar a comprender lo que es el mundo, lo que es el
pensamiento, las emociones, los temores, las construcciones, los contrastes, las
paradojas, los paralelos.
Es absolutamente demostrable una afirmación que ya formulé en el sentido de que
la música está completamente divorciada del resto de la cultura. La
responsabilidad de esta situación no es sólo de los demás ya que, en gran medida,
la tenemos los músicos y, por otro lado, la carencia de una educación musical
profunda. A los niños que están creciendo es preciso proporcionarles las
herramientas como para que puedan vivir equilibrados como adultos, en un
equilibrio entre el cerebro, el corazón y el estómago. ¡Qué mejor educación para
lograrlo que la música! Un chico de siete u ocho años no puede todavía entender
un concepto de esa manera pero sí puede aprender a sentirlo tocando un
instrumento, ocupándose de la música. Para hacerlo necesitará un equilibrio
perfecto entre esos tres elementos. Es un prejuicio extendido entre muchos
músicos que si saben demasiado, se vuelven demasiado cerebrales y pierden el
"feeling", el sentimiento. La intuición funciona solamente cuando lo pensable ha
sido pensado y lo analizable ha sido analizado. La intuición no es algo que se
pueda esperar como la inspiración, como algo que se espera pasivamente y que a
lo mejor viene o a lo mejor no. No es seguro que venga pero estoy seguro de que
viene con más frecuencia y con más intensidad en quien está preparado para
sentirlo. Entonces, creo que necesitamos regresar a esta manera de pensar en la
música como algo orgánico en la vida, necesario para el desarrollo de los seres
humanos y no como una especialidad de los sonidos. De pensar así, todos nos
enriqueceríamos mucho más.
G.J.E.: Quisiera que nos ocupáramos de una cuestión que me parece muy
interesante analizar. En el transcurso del ciclo de las sonatas de Beethoven que
está llevando a cabo, tuve ocasión de cruzarme con algunos amigos en el teatro y,
como vemos aproximarse la conclusión del ciclo, nos decíamos que Usted se va a
ir, que esta experiencia concluirá. La idea que me interesa analizar es la de la
fugacidad. La música está íntimamente ligada a la fugacidad ya que aparece, de
pronto, de la nada y regresa a la nada. Yo también pienso que en la música hay
algo que habla sobre lo profundo de la propia vida. Y esto se liga al comentario
que me hizo días atrás una amiga a propósito de sus interpretaciones al observar
la intensidad que adquiere en ellas el silencio. Resulta interesante que esto se
aprecie tan bien durante el acto singular del hecho vivo y no tanto al escuchar las
versiones grabadas. Tal vez esto se deba a que el tiempo de uno sea distinto. Por
eso, quisiera que reflexionara brevemente sobre esos dos aspectos, el de la
fugacidad y el del silencio.
D.B.: El problema con el silencio es que muchas veces no se integra a la música, o
sea, se toca la nota que hay que tocar y, cuando hay un silencio, se espera el
tiempo necesario y se cuenta uno, dos, tres (o lo que sea) y se sigue adelante. El
silencio tiene que estar integrado a la música y viceversa, porque si aceptamos el
hecho de que la primera nota tiene su expresividad en relación con el silencio que
la precede, tenemos que continuar con esa idea, y si observamos el fenómeno del
silencio y del sonido, y la interrelación entre ambos, comprobamos que existe una
relación muy estrecha y permanente. En mi opinión es comparable con la ley de
gravedad de Newton. El sonido está atraído por el silencio de la misma manera
que los objetos lo están por la gravedad. Por eso, se requiere energía para
producirlo y también para que permanezca y crezca o disminuya porque la
tendencia natural es regresar al silencio. Eso nos confirma que la expresividad de
la música depende no de las notas, sino del silencio. Cada nota que tratamos de
tocar o de cantar o de escuchar, está en relación permanente con el silencio. Por
ejemplo, en momentos muy dramáticos, como en muchos pasajes de "Tristán e
Isolda" o después de un gran clímax, como en la novena sinfonía de Bruckner,
cuando la orquesta alcanza un fortísimo y toca un acorde disonante, al detenerse
todo, permanece el silencio que tiene que ser más fuerte que el último sonido, y
puede llegar a serlo. El sonido es manejable como elemento expresivo para un
músico. Por eso hay veces que algunas frases tienen una continuidad perpetua en
el momento mismo de la frase y hay otras que están interrumpidas por el silencio.
Allí la intención del compositor, consciente o subconsciente, es integrar ese sonido,
interrumpir la atención creada por los sonidos o para bajar o para subir. Entonces
el silencio no puede ser más flojo que el sonido, puede a veces ser más fuerte,
tiene que ser más fuerte.
Con el silencio se debe jugar como se lo hace con las notas. ¿Por qué tiene un
misterio tan grande un pianísimo exquisito? Porque lleva al oyente a un momento
que parece que se apaga, que se termina. Es como mantener un objeto pesado
muy cerca del suelo, hace falta cien veces más energía que para sostener el
mismo objeto en el aire. Muchas veces, la intensidad está, y tiene que hacerlo, en
relación opuesta al volumen, exactamente como la ley de gravedad y un fortísimo
en una gran orquesta o en un pianista, es un fortísimo que tiene el máximo de
volumen y no demasiada intensidad. Pero un pianísimo sin intensidad carece de
expresión. Estas consideraciones corresponden a los aspectos físicos de la
fenomenología del sonido, que son muy importantes y que, lamentablemente, no
se toman suficientemente en cuenta.
G.J.E.: No quisiera dejar de lado la idea de la fugacidad, de lo irrepetible, algo que
creo inherente a la experiencia de la interpretación musical. ¿Cómo lo ve el
músico?
D.B.: Lo más característico y misterioso de la música es, precisamente, su
irrepetibilidad. Porque la música no es la partitura, no es un sistema de notación.
La música son los sonidos, la música empieza y termina cuando comienza y
concluye el sonido. O sea, que el sonido desaparece, la música desaparece y
cuando se repite, ya es diferente. Por eso es absolutamente claro que la rutina y la
repetición es lo más antimusical que puede existir porque repetir las mismas dos
notas con igual intensidad, con el mismo volumen, con la misma articulación,
resulta imposible. La música tiene siempre que estar en perpetua evolución. O sea,
que si se tocan dos notas que se vuelven a repetir, y si no se repiten con un
cambio armónico, de articulación o de dinámica, si se lo repite con la misma
armonía, inmediatamente después tiene que ser expresado de otra manera. Allí
entra en consideración la libertad del intérprete,
G.J.E.: En un pasaje de uno de sus escritos lo ha definido muy bien. Dice: "Cada
día se empieza de cero, pero con algo más de sabiduría que el día anterior, es al
mismo tiempo una bendición y una maldición. Una maldición porque lo que uno
hizo ha desaparecido y una bendición porque siempre es fresco y nuevo."
D.B.: Por eso cuando afirmé antes que un profesor es un estudiante con un pasado
no era una coquetería. Un profesor de música es un estudiante con un pasado,
porque ese estudiante enfrenta el mismo misterio, está aprendiendo aunque ya
sabe mucho. Claro que, cuanto más se sabe, más se advierte que las posibilidades
son ilimitadas.
G.J.E.: Hablando sobre una orquesta, en una oportunidad, ha escrito que le
llamaba la atención que lo que se valoraba era el asombro y el coraje. El asombro
ante la música y el coraje para encarar la interpretación. Me parece una idea
interesante que, como hablamos poco de orquesta, tal vez podríamos comentar
aunque más no sea brevemente.
D.B.: El coraje es un elemento integral, orgánico de la música. Para ser un gran
virtuoso hay que tener el coraje de atreverse, hay que tener el coraje de poder
esconder las dificultades. Para encarar cualquier expresión musical se requiere
coraje porque, como dijimos antes, está relacionada con el sonido. Si el sonido cae
siempre en el silencio, es preciso tener mucho coraje para sostenerlo todo el
tiempo. Es el coraje de no entrar en un sendero de facilidad que consiste en
repetir lo que ya se hizo una vez y resultó bien. Para eso hace falta un gran coraje.
No se requiere mucho coraje para corregir algo que sabemos que no estaba bien.
El coraje para hacer música significa el llegar a un pasaje que salió bien la última
vez y no tratar de repetirlo sino de construirlo de manera diferente, sabiendo que
en una o veinte ocasiones salió bien por alguna razón o salió mal por otra. Ahora,
los músicos de la orquesta prefieren muchas veces la comodidad en el sentido de
que quieren que en el ensayo general esté todo claro, y que a la noche lo único
que tengan que hacer es repetir lo que hicieron antes. No se por qué es así. Como
nunca integré una orquesta, no puedo dar una opinión pero imagino mucho más
interesante y divertido el desafío de tocar algo nuevo cada vez en lugar de repetir
algo que estuvo bien. En eso creo que se parece un poco al arte del seductor que,
aunque logró seducir muchas veces, por su honor, intenta hacerlo de manera
diferente cada vez.
G.J.E.: ¿Cuál es la influencia que ejerce el director sobre ese comportamiento en la
orquesta? ¿Tiene poder?
D.B.: Siempre que se habla del director de una orquesta, se hace referencia al
poder. El director tiene cierto poder, decide con qué orquesta actuar, qué obra
ejecutar, con qué solista hacerlo, a que velocidad tocar. Nadie toca sin que el
director levante el brazo, pero este es el músico más impotente del mundo porque
no tiene contacto con lo único que es la música: el sonido. O sea que, en el
momento del concierto, el director depende de la capacidad y la voluntad de los
músicos de la orquesta. Si el primer oboe no es capaz de tocar una frase como el
director se la imagina o no lo quiere hacer, ¿dónde está su poder? El poder supone
forzar a la gente a hacer ciertas cosas. Gracias a Dios, el director carece de ese
poder porque los directores ya tienen fama de ser insoportables y lo serían aún
más dotados de tal poder.
Esto nos lleva a una cuestión que es muy interesante: la diferencia entre poder y
control. El control, para mí, significa tener en cuenta los imponderables y las cosas
sobre las cuales no tenemos control. Si aceptamos que hay procesos que no
controlamos, eso nos permite ejercer un gran control. Pero eso no es el poder,
porque este pretende eliminar todo lo que no podemos controlar. O sea, que el
control es un concepto mucho más fuerte. Claro está, el control bien entendido,
inteligente, el que acepta el hecho de que cuando se comienza algo, ya sea en la
vida privada, en la artística o en la política, ese algo tiene su propio mecanismo
con el cual tenemos que negociar permanentemente. Si aceptamos eso, si
aceptamos que al poner algo en movimiento adquirirá su propia vida y que
deberemos manejarlo como mejor podamos, estamos ante el máximo de control.
El poder pretende decir "inicio el movimiento y soy el único que controla cómo se
desarrolla". Eso es todo lo contrario del poder y constituye la tragedia de muchos
sistemas políticos que no toman en consideración los imponderables y la fluidez de
la vida y de los seres humanos. Lo mismo sucede en la música.
Un asistente: Nosotros estamos creando un centro cultural en Medio Oriente.
¿Podríamos contar con su apoyo, con su opinión?
D.B.: Medio Oriente es un término muy impreciso. Puede contar con mi apoyo
incondicional para todo lo que tome en consideración las necesidades y objetivos y
las realidades de todos los seres humanos y países que viven en Medio Oriente. El
ex primer ministro israelí, Isaac Rabin, cuando estaba negociando después del
proceso que empezó en Oslo y se producían actos terroristas injustificables por
parte de los palestinos, dijo: "Seguiremos negociando la paz como si no existiese
el terrorismo y combatiremos el terrorismo como si no hubiese negociaciones de
paz". Esa frase expresa que las heridas se cierran de por sí, las puertas somos
nosotros que tenemos que tenerlas abiertas, eso para mí es la clave de toda la
situación. Apoyo todo lo que pueda contribuir a un entendimiento basado en los
derechos de todos los seres humanos que viven en la región. En los últimos
meses, en los últimos años, hubo muchas acciones que para mí son, para decirlo
amablemente, son muy incompletas.
Un asistente: Maestro, ¿qué diferencia hay entre el silencio como creación de
expectativa y el silencio como cancelación de una frase?
D.B.: El silencio como expectativa es un silencio que va "in crescendo", que crece
de la vida, en el que el músico debe sentir ese crescendo interior que debe concluir
en un sonido porque el silencio ya llegó al máximo de su potencia. Un silencio que
clausura, en cambio, es el que permite rever todo lo que pasó en la obra aunque
dure dos horas como el primer acto de "El crepúsculo de los dioses" de Wagner.
Ese silencio final tiene que dar al oyente la posibilidad de ver como en un film que
se proyecta rapidísimo, en cinco o diez segundos, las dos horas que pasaron, que
ya son conocidas. Ese es el silencio que clausura. Pero el silencio tiene esas dos
funciones, tal vez tenga otras, pero hay una función que no puede tener y es la de
ser algo estático y muerto.
Un asistente: Me da la impresión, después de escucharlos a ustedes, que en el
arte, a diferencia de las otras actividades del hombre, la innovación no cancela lo
viejo, no hace obsoleto lo viejo. ¿Lo siente así, siente que la música que se va
creando de ningún modo desplaza lo anterior?
D.B.: Absolutamente. Se puede ver ese problema del lado opuesto. Hay música
que se escribió hace 200 años que sigue siendo contemporánea y hay otra que se
escribió ayer y que ya no tiene el más mínimo significado.
Un asistente: La música y el estilo. Hablamos de la música, hablamos de la
métrica, de la rigurosidad, de todo aquello que puede ser mensurable, la
intensidad, la altura del sonido, el timbre. Vemos la notación, hablamos de una
especie de matemática celeste. Contra eso se proyecta la libertad del intérprete.
¿Cómo se resuelve este dilema entre la libertad, el grado de esfuerzo que pone el
intérprete en su diálogo con el compositor? ¿Cómo ve esta paradoja?
D.B.: No creo en la palabra ni el concepto de intérprete por todo lo que hablamos
antes. Creo que el problema se resuelve en la diferencia entre el cuándo y cómo.
Cuando tomo una frase de una obra de Beethoven sé, o llego a la conclusión, de
que en un punto determinado hay que subrayar algo, un cambio armónico,
dinámico, lo que sea. Eso es esencial, eso viene orgánicamente de las
instrucciones del compositor. ¿Cómo lo hago? Esa es mi libertad. Si entiendo la
relación entre el contenido y el tiempo, lo puedo hacer tomando un poco de
tiempo, dejando tiempo, con un acento, o con un poco más de sonido o menos de
sonido. No sólo es mi libertad sino que es mi responsabilidad cada vez que toco
esa frase. O sea, que no puedo cambiar lo esencial de la estructura musical del
compositor, pero puedo actuar con libertad total e ilimitada en lo que se refiere al
cómo, a la forma.
Un asistente: Maestro Barenboim, en las casas más importantes y más pobladas
de la Universidad de Buenos Aires la música no existe. Los estudiantes próximos a
graduarse probablemente no sepan quién es Usted ni sepan quién es Beethoven.
¿Qué consejo le puede dar usted al rector de la Universidad de Buenos Aires para
cambiar eso?
D.B.: Esa no es una pregunta, es un diagnóstico.
Una asistente: Maestro, yo no haré una pregunta. Estoy muy emocionada. Quiero
agradecerle, nada más.
G.J.E.: Reconocimiento al que, sin duda, nos unimos todos. En las palabras de
agradecimiento que pronunció, el maestro Barenboim señaló en un momento "lo
que se toca es espejo de la vida interior". Creo que eso se podría extender a todo
lo que hacen las personas, lo que se hace es espejo de la vida interior. Y como
hemos visto, Barenboim toca como toca porque tiene esa vida interior.
Por eso gracias otra vez, gracias por mostrarnos tantas cosas, por darnos tantos
ejemplos. Por ayudarnos en un momento difícil, como se dijo antes. Y creo es
también que esta reunión es un símbolo, una señal. El hecho de que festejemos
nuestro aniversario hoy, en medio de todas estas tensiones, de tantos graves
problemas y dificultades. Que hayamos podido reunirnos aquí para hablar sobre
estas cuestiones, demuestra que la Universidad de Buenos Aires sigue viva, que
contamos con una herramienta poderosa para ayudar a la Argentina. Ese poder
reside, precisamente, en la riqueza intelectual que hay debajo de los múltiples
techos de esta gran universidad. Gracias, Daniel, por venir a ayudarnos en esta
tarea, gracias por recordarnos nuestra responsabilidad. Esperamos, profesor, que
regrese muy pronto.
Descargar