La Gaceta del FCE, núm. 476. Septiembre de 2010

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Septiembre 2010
Número 477
ISSN: 0185-3716
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Independencia
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Enrique Florescano
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Virginia Guedea
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Alberto Saladino García
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Rafael Rojas
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Eric van Young
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Ernesto de la Torre Villar
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Sumario
Los Centenarios y el deber de la memoria
Enrique Florescano
La Independencia (1808-1821)
Virginia Guedea
Quehaceres científicos y humanísticos en el México
preindependiente
Alberto Saladino García
Historiografía de la independencia (siglo xx)
Rafael Rojas
Cabecillas y seguidores
Eric van Young
Breves semblanzas de los principales actores
en la guerra de independencia
Ernesto de la Torre Villar
3
6
13
18
24
28
Ilustraciones de portada y páginas 7, 10, 14, 17, 19
y 21, tomadas del libro Orozco de Luis Cardoza y
Aragón, fce, México, 2005.
Ilustraciones de las páginas 2, 8 y 25, tomadas
del libro México su tiempo de nacer, 1750-1821, de
Guadalupe Jiménez Codinach, Fomento Cultural
Banamex, México, 1997.
Ilustraciones de la página 4 tomadas de los libros:
La otra rebelión. La lucha por la independencia de
México, 1810-1821, de Eric van Young, fce,
México, 2010. La Independencia de México, Ernesto
de la Torre Villar, fce, México, 2010.
número 477, septiembre 2010
la Gaceta 1
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2 la Gaceta
número 477, septiembre 2010
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a
Los Centenarios y el deber de la memoria
Enrique Florescano
Durante siglos los historiadores vieron en la memoria el rincón
privilegiado donde se almacenaban los recuerdos de los antepasados y el medio eficaz para mantenerlos vivos en el presente
y transmitirlos a la posteridad. A la inquisición de los historiadores se ha sumado la de los filósofos, quienes continuaron esas
reflexiones y agregaron un tema nuevo: el sentido ético y moral
que, según su apreciación, va adherido a la memoria. Así, Paul
Ricoeur, al reflexionar sobre la disposición del conocimiento
histórico para vincularse con seres y acontecimientos distintos
a los propios, descubre en esa inclinación un sentido de justicia.
“El deber de memoria —dice— es el deber de hacer justicia,
mediante el recuerdo, a otro, distinto de sí.” Puesto que “debemos a los que nos precedieron una parte de lo que somos”,
concluye que el “deber de memoria no se limita a guardar la
huella material, escrituraria u otra, de los hechos pasados, sino
que cultiva el sentimiento de estar obligados respecto a estos
otros […] que ya no están pero que estuvieron. Pagar la deuda,
diremos, pero también someter la herencia a inventario”.
Por su parte, el filósofo Avishai Margalit considera que la
memoria pertenece a la ética antes que a la moral. Distingue
entre las relaciones fuertes propias de la ética, aquellas que
nos involucran con parientes, amigos, amores y paisanos, y las
relaciones que nos ligan con los seres humanos en general y
llamamos morales. En tanto ética que nos relaciona con los
seres cercanos y en tanto principio moral que nos une con la
humanidad en general, la memoria nos impone deberes con el
pasado.
Jeffrey Blustein nos dice que la memoria es el factor decisivo
en la formación de la identidad tanto “personal como de pueblos
y naciones”. La memoria, al “mantener y realzar la cohesión social, contribuye a fortalecer los lazos que unen a sus miembros
uno con el otro, y por estas características se convierte en un
imperativo moral, en un deber para con los otros.”
En 1810 Miguel Hidalgo inició el movimiento que en 1821
culminó con la declaración de independencia y la separación
política de España. Un siglo más tarde, en 1910, Francisco I.
Madero encabezó la oposición contra el gobierno de Porfirio
Díaz y en 1917 esa insurgencia ciudadana produjo una nueva
constitución política y un programa que reformaba la estructura del Estado e invitaba a participar, por primera vez, a todos
los sectores y grupos en un proyecto colectivo sustentado en la
igualdad, la justicia, el desarrollo económico y el bienestar del
conjunto social. A esos dos movimientos debemos el nacimiento de un Estado autónomo que recibió el nombre de República
Mexicana, y la aparición de un modelo de Estado-nación proyectado hacía el futuro.
número 477, septiembre 2010
Las fechas 1810, 1910 y 2010, antes que urgirnos a celebrar,
imponen la obligación moral de recordar verazmente lo que los
mexicanos obraron en esos doscientos años de historia transcurrida. El imperativo moral de recordar los acontecimientos que
forjaron el presente que hoy vivimos se acrecienta porque se
trata, nada menos, de los movimientos fundadores del Estado
moderno y del proyecto colectivo de nación que hoy, aún cuando los vemos tambalearse, son los pilares que sostienen la casa
grande que habitamos.
En la medida en que somos hijos del proyecto colectivo que
despuntó en 1810 y fue ratificado en 1910, los mexicanos del
siglo xxi tenemos el compromiso moral de recordar esos orígenes y transmitir su legado a los ciudadanos de hoy y de mañana. Los objetivos que movieron a los padres fundadores se
mantienen vigentes: República federal, Estado laico asentado
en principios democráticos, garantías individuales, igualdad de
derechos y oportunidades, e irrestricta participación ciudadana
en los asuntos públicos. A estos principios liberales la Constitución de 1917 y nuestra historia reciente sumaron los derechos
sociales y la aspiración de erradicar la pobreza, educar a todos,
el imperativo de producir riqueza para satisfacer los rezagos
de las mayorías marginadas, vigencia del estado de derecho, la
demanda de equidad y la premura de enfrentar los peligros que
amenazan la calidad de vida de las próximas generaciones.
La conmemoración de ambas efemérides invita a una celebración de la República entendida como entidad política y moral, y a ratificar el pacto federal que nos dotó de un ser histórico
unitario. La Revolución de 1917 formuló un pacto de unidad
nacional al incluir a todos los sectores sociales en su proyecto
político, un pacto que el discurso conmemorativo del 2010 está
obligado a refrendar. La conmemoración de la Independencia
y de la Revolución de 1910 es la mejor oportunidad para darle
nuevo aliento al proyecto de construir una nación integrada y
confiada en su futuro.
Por su naturaleza simbólica 2010 será el año conmemorativo
de los esfuerzos realizados por el conjunto de los mexicanos.
Por ello, ante el riesgo de que esa conmemoración nacional sea
mediatizada por las instituciones del Estado, las burocracias o
los poderes fácticos, es necesario refrendar su sentido republicano, federalista, cívico y democrático. El pacto republicano,
federal y democrático que nos cobija implica la participación
equitativa y responsable de los tres poderes, de los estados y
municipios, de las instituciones públicas y privadas, así como
de los partidos, del conjunto de los sectores sociales y de los
ciudadanos. En la medida en que cada una de esas partes contribuya a enriquecer la conmemoración de la Independencia y
la Gaceta 3
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de la Revolución, sin inhibir la participación de los ciudadanos, podremos decir que en 2010 se fortaleció la República y se
acendró el espíritu nacional.
Sin embargo, cuando estamos próximos a conmemorar efemérides de tal trascendencia simbólica y política, el panorama
actual aparece nublado. A nivel nacional, el nombramiento de
cinco personas que tuvieron en breve tiempo el cargo de organizar los festejos se ha traducido en la ausencia de un programa
sustantivo, apoyado conjuntamente por los gobiernos estatales,
municipales, secretarías de Estado, organismos federales, Congreso de la Unión, etcétera.
Pero no sólo es la comisión organizadora oficial la que mal
cumple sus tareas. Los ensimismados partidos políticos que
dicen representar a los ciudadanos prácticamente están ausentes de la conmemoración que históricamente los explica
y sustenta. La ausencia de compromiso de los representantes
políticos con los preparativos para conmemorar el inicio de la
Independencia y de la Revolución de 1910 es un ejemplo más
de la distancia que hoy separa a nuestra casta política de los
intereses nacionales.
Cada quien se hace cargo de sus propias responsabilidades.
Los recuperadores del pasado están cumpliendo con la suya.
En su renovado asedio al proceso que culminó en la Independencia derrumbaron los mitos nacionalistas que habían distorsionado la interpretación del proceso insurgente, sacaron
a la luz nuevos yacimientos documentales y al incorporar los
instrumentos analíticos de la ciencia política, la economía, el
derecho y la sociología, presentan hoy una imagen más rica y
compleja de la Independencia, insertada en el decurso de los
movimientos ideológicos y políticos que atravesaron el mapa
de Iberoamérica.
Una tarea semejante cumplieron los historiadores atraídos
por los fuegos que prendió la Revolución iniciada en 1910.
4 la Gaceta
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Desde la segunda mitad de esa centuria los seguidores de Clío
desentrañaron las raíces profundas de la rebelión campesina,
popular y multiclasista. La eclosión de demandas largamente
reprimidas y su expresión en sueños, utopías, planes, convenciones y constituciones, hicieron de la Revolución un legado
trascendente. Carlos Fuentes lo resumió en una frase: “La revolución como autoconocimiento es el legado más perdurable
de esos años creadores”. Es el legado que “continúa moviendo
a las artes, la literatura, la psique colectiva y la identidad nacional de México más que ningún otro factor de la Revolución”.
Las metas propuestas por los historiadores para conmemorar
200 años de independencia y 100 años de revolución están bien
definidas: revalorar críticamente esos acontecimientos fundadores, ubicarlos con precisión en su contexto histórico, y transportarlos a nuestro presente para considerar, con la perspectiva
del tiempo, su significado y proyección actuales. Proponen los
historiadores mirar con ojo crítico los mitos fundacionales, el
nacionalismo, el mestizaje y nuestro esquizofrénico panteón de
héroes y villanos. La historiografía, como sabemos, reincide en
la revisión y reinterpretación constante del pasado. Tan sólo en
los últimos años hemos descubierto una “patria criolla”, una
“patria mestiza”, y desde 1990 aparecieron libros que sostienen
que las patrias liberales de América fueron un error porque impusieron una homogeneidad racial y cultural que llevó al exterminio de culturas y etnias. En todos estos casos no se cuestiona
la nación, “se le redefine”.
Otros analistas lamentan que el gobierno actual no tuviera los
arrestos o los recursos para convocar a los países latinoamericanos que conmemoran también sus independencias a reflexionar
juntos sobre el legado recibido y las políticas del futuro. Con
todo, ante la falta de liderazgo de la comisión oficial de las conmemoraciones, los municipios, las regiones y los estados de la
federación han procedido a realizar sus propias celebraciones,
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pese a la ausencia de los recursos soñados. La mejor prueba
de que la Patria, la Nación o la Revolución no son propiedad
ni de los historiadores ni del gobierno, es la multiplicidad de
acciones, actos, proyectos y festivales que se organizan en los
pueblos y ciudades de la república. Entre ellas cabe mencionar
las celebraciones que de manera independiente ha programado
el gobierno de la Ciudad de México.
En septiembre de 1910 Porfirio Díaz celebró el centenario
de la Independencia con un derroche de monumentos, nuevas
instituciones públicas (la Universidad Nacional, el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología), congresos, festivales, desfiles, ceremonias y verbenas populares. En 2010 la
situación es muy diferente. Ni el gobierno puede convocar a las
fuerzas políticas, económicas y mediáticas beligerantes, ni hay
recursos para festejar en grande. Entonces, ¿cómo celebrar?
En primer lugar conviene hacer a un lado las tesis derrotistas y maniqueas. Los 200 años transcurridos entre 1810 y
2010 están jalonados de logros sustantivos (la fundación de la
República, la conquista de la representación política, la emisión
de leyes iguales para todos, el Estado laico, la integración de la
diversidad territorial, étnica y económica en un todo político
regido por el derecho, etcétera). Entre 1910 y 1917 ejércitos
populares y ciudadanos revolucionados derrocaron un régimen
oligárquico y dieron paso a un nuevo Estado, nacionalista, corporativo y poco democrático, es cierto, pero que sin embargo
puso las bases de un periodo prolongado de estabilidad social
y desarrollo económico sin precedentes. Entre 1920 y 1960 el
Estado que surgió de esa revolución promovió el tránsito de
un país rural a otro urbano, e impulsó una de las modernizaciones más impresionantes de la historia contemporánea. Estos
avances en el desarrollo social, económico, educativo y cultural
son reales y deben valorarse por sí mismos, al igual que sus
insuficiencias y aspectos negativos. He aquí una tarea bicentenaria: hacer un balance equilibrado y objetivo de 200 años de
historia.
Está bien que los historiadores revisen y valoren el pasado.
Es su tarea. Pero las circunstancias actuales imponen pensar el
presente mirando al futuro. En un libro brillante (Historia y celebración), que por seguro suscitará reflexión y polémica, Mauricio Tenorio columbra propuestas constructivas y plausibles.
“Además de las celebraciones del estado y organizaciones civiles, podrían organizarse reflexiones colectivas sobre lo que de
México tiene el mundo, y lo de mundial que tiene y ha tenido
México por más de cuatro siglos”. Y si el centenario de la Independencia celebró la fundación moderna de la Universidad
Nacional, Tenorio invita a empujar en 2010 “dos proyectos: la
refundación de la educación pública en México, y la creación”
de un Instituto Internacional donde “intelectuales y científicos del mundo estudien y convivan en México y que sirva de
ventana del mundo en México, y [de] visión informada sobre
México. Pero, sobre todo, propone que en 2010 quedara como
el banderazo de una gran revolución educativa y tecnológica
de México”.
“En 2010 hay que celebrar futuros posibles, no utopías místicas o revolucionarias.” Así se podría utilizar el 2010 para una
grandísima reflexión sobre la desigualdad y sus soluciones a futuro. Un primer avance en este sentido lo representa el programa Discutamos México, que ha tenido una amplia difusión y un
efecto positivo. Si los mandatarios en funciones y los partidos
no rinden cuentas del estado real de la nación, ni trazan el rumnúmero 477, septiembre 2010
bo del futuro, convoquemos entonces a la ciudadanía a realizar
el inventario de la República y a proponer las metas imprescindibles para darle cauce nuevo al proyecto colectivo grande que
nació hace 200 años. Démosles voz a los jóvenes para presentar
sus propuestas de futuro. Convirtamos la tecnología digital que
ellos manejan en palanca para reformar la educación y fortalecer las virtudes ciudadanas.
a
Perspectiva 2010
La cruda realidad del día nos dice que hoy tenemos un país
partido social y políticamente en tres bloques distanciados uno
del otro. Nuestro Estado es reproductor de desigualdad e inequidad; su ineficiencia le ha hecho perder legitimidad ante los
ciudadanos, y para colmo, está asediado por temibles poderes
internos (los llamados fácticos), y externos (el narcotráfico), y
en quiebra. Y sin embargo es lo que más necesitamos. “Del
Estado sólo podemos esperar que sea lo menos malo posible,
pero que sea.”
Estas circunstancias y la fatalidad de la fecha conmemorativa
han puesto en el orden del día las perspectivas de futuro. Los
pronósticos van desde el próximo estallido social, hasta la prospección de horizontes nunca antes contemplados por el nacionalismo encerrado en la jaula territorial y sus fronteras. Hoy el
mundo es global y diversos autores proponen integrarse a él,
sea por la vía hispanoamericana con la que nos unen lengua,
historia y tradiciones comunes, sea por la vía de la realpolitik,
con EUA y Canadá, con el norte, el polo hacia el que inexorablemente hemos gravitado desde hace más de 200 años de
intercambios recíprocos. Recordemos, una vez más, que para
avanzar hacia el futuro hay que romper con el pasado, como lo
hicieron nuestros antecesores en la Independencia y más tarde
en la Revolución de 1910.
Unánimemente, los autores que tratan el presente y las perspectivas de futuro consideran la pobreza que agobia a más de
50 millones de mexicanos el tema más lacerante y culposo de
nuestro tiempo. Una culpa histórica, pues hunde sus raíces en
el pasado prehispánico y se prolonga y crece en los tres siglos
de virreinato y los últimos 200 de existencia republicana. Más
amenazante ha crecido en los últimos años la desigualdad. Un
legado que, una vez más, corre el riesgo de ser transferido a las
próximas generaciones si en lugar de arrojar culpas al vecino, al
rival político o al enemigo ideológico en turno, no llegamos a
un acuerdo nacional de todas las fuerzas para trabajar unidos en
su erradicación. No puede olvidarse que en los siglos transcurridos esas mayorías explotadas participaron decisivamente en
la construcción de lo que hoy llamamos patria, nación o Estado
nacional.
Concluyo con la palabra del recordado historiador Luis
González a propósito de los centenarios:
El grito de Hidalgo del futuro próximo debe ser: ¡Señores,
no hay más remedio que ir a remover supervivencias, encarcelar residuos y enterrar mártires! […] Las consignas deben ser:
no más supervivencias inútiles o perjudiciales; no más basura fuera de su lugar; no más remembranzas encendedoras de
odios, suspicacias y quejumbres; no más historias con aspecto
de puñales.
Agosto de 2010 G
la Gaceta 5
a
a
La Independencia (1808-1821)*
Virginia Guedea
El proceso por el que Nueva España se convirtió en el México
independiente forma parte de procesos históricos más amplios.
Por un lado, constituye el inicio de la formación del Estado
nacional mexicano, que abarca buena parte del siglo xix. Por el
otro, es parte de lo que conocemos como la revolución hispánica, que al tiempo que llevó a España a convertirse en un Estado moderno provocó la desintegración de su imperio, habida
cuenta de que no sólo Nueva España se independizó de la metrópoli, sino que también lo hicieron casi todos los territorios
españoles de América.
La ruptura del pacto colonial (1808)
A lo anterior se añade que la emancipación fue, más que otra
cosa, un proceso de índole política, ya que tuvo como eje fundamental la lucha por el poder. Así, fue la crisis política de
1808, originada en el centro mismo de la monarquía española y
que repercutió en todos sus dominios, la que motivó su inicio.
Al tiempo que se daba un serio enfrentamiento entre el rey
Carlos IV y su hijo Fernando, heredero del trono, la Península
fue invadida por las tropas francesas con el pretexto de pasar a
someter a Portugal por no haber aceptado participar en el bloqueo continental impuesto por Napoleón Bonaparte a Inglaterra. Todo ello llevó a que en marzo de 1808, a consecuencia
de un motín popular ocurrido en Aranjuez y provocado por el
rumor de que la familia real española saldría rumbo a América, como lo había hecho ya la portuguesa, el rey abdicara en
favor del príncipe de Asturias. A principios de mayo, buscando
dirimir sus diferencias, Carlos y Fernando salieron de España
con el resto de la familia real para entrevistarse en Bayona con
Napoleón, donde ambos abdicaron en su favor, y éste, a su vez,
cedió la corona de España e Indias a su hermano José.
Al desaparecer con estas renuncias la base de legitimidad en
que se sustentaba toda la organización política de la monarquía
española, el pueblo español, en defensa de su rey, de su patria
y de su religión, se levantó en armas contra los invasores y decidió tomar el gobierno en sus manos. A partir de entonces, y
con la participación popular, se crearon nuevas instituciones de
gobierno en la Península, como las juntas gubernativas, movimiento que partió de las localidades, buscó luego conformar
gobiernos provinciales y más tarde pretendió incluir a todos los
dominios de España.
La respuesta de la América española ante la crisis peninsular
se expresó en un principio de manera semejante, como semejantes lo eran sus circunstancias ante la metrópoli. Así, se decidió también actuar en defensa del rey, de la patria y de la religión, e igualmente se pretendió establecer juntas de gobierno.
Pero los intereses autonomistas que habían surgido o se habían
fortalecido como resultado de las reformas borbónicas comenzaron a condicionar las respuestas de los americanos, por lo que
acabó por darse una diversidad en ellas.
En Nueva España sucedió algo que no ocurrió en otros dominios españoles: la ruptura del pacto colonial. La crisis parecía ofrecer una oportunidad tanto de revertir los cambios
ocurridos con motivo de las reformas borbónicas —que habían
marginado a los americanos del gobierno de Nueva España
para conseguir una mayor y más eficiente explotación— como
de exigir igualdad con la metrópoli. Se manifestaron entonces
los intereses autonomistas, cuyo portavoz fue el Ayuntamiento
de México, el cual propuso establecer una Junta de Gobierno
novohispana, y para justificarla utilizó los argumentos tanto de
los peninsulares en su lucha contra los franceses como los de
los ayuntamientos de otras regiones frente a la metrópoli. El
Ayuntamiento sostuvo que siendo la Nueva España un reino
incorporado por conquista a la Corona de Castilla, al faltar el
monarca la soberanía se encontraba representada en todo el
reino, en particular en los tribunales superiores que lo gobernaban y en los cuerpos que llevaban la voz pública, por lo que
propuso que se estableciera una junta de autoridades mientras
se reunían unas Cortes novohispanas. Este discurso, sustentado en ordenamientos legales vigentes, aunque en desuso desde
hacía mucho tiempo, pareció muy peligroso a las autoridades
superiores del virreinato, en particular a la Audiencia de México, por considerar que amenazaba sus posiciones de poder.
Se manifestaron, entonces, los intereses que podemos calificar como metropolitanos, defendidos por los españoles europeos directamente vinculados con la metrópoli. Su portavoz fue
la Audiencia de México, que se ocupó de justificar la condición
colonial de los dominios americanos y su total sometimiento a
la Península. Ante este enfrenta miento, la élite novohispana,
tanto criolla como peninsular, unida después de que la consolidación de los Vales Reales afectara por igual a ambos, se dividió
y, al hacerlo, dividió a toda la sociedad del virreinato.
Los caminos del descontento (1808-1810)
* Historia de México, coordinación Gisela von Wobser, Presidencia de la República/ SEP/ FCE, México, 2010.
6 la Gaceta
Las inéditas circunstancias por las que atravesaban tanto la
monarquía española como la misma Nueva España abrieron
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a
a
nuevas posibilidades de manifestarse a los novohispanos. Algunas surgieron dentro del sistema por los cambios habidos en la
metrópoli, donde los liberales lograron tomar la iniciativa en el
proceso, que por entonces se efectuaba, de reorganización de
todo el sistema político de la monarquía española, que llevó,
primero, a establecer una Suprema Junta Central Gubernativa
del Reino, luego una Regencia, más tarde unas Cortes Generales y Extraordinarias y, finalmente, a que se promulgara una
Constitución para toda la monarquía.
La elección de un representante de la Nueva España ante
la Suprema Junta Central en 1809 constituyó la primera oportunidad que tuvieron los novohispanos de participar en este
proceso de reorganización política. Además, la representación
americana en el máximo órgano del nuevo gobierno metropolitano vino a avalar en cierta forma las pretensiones de los
americanos de que el virreinato fuera parte integrante de la
monarquía, mientras que al quedar el proceso electoral a cargo
de los ayuntamientos se reivindicó en buena medida la institución municipal, vapuleada por el golpe de Estado. En 1810
se dio otra oportunidad, y de mayor importancia, al elegirse
representantes ante las Cortes Extraordinarias, proceso que de
nueva cuenta estuvo a cargo de los ayuntamientos.
Fuera del sistema, sin embargo, surgieron también posibilidades de acción, lo que fue tanto o más decisivo. Al recurrir a
la fuerza, los defensores de los intereses metropolitanos habían
hecho que la violencia apareciera como una alternativa viable
para los descontentos novohispanos. Al cobijo de las tertulias y
otros espacios de sociabilización que brindaban las ciudades y
poblaciones del virreinato, se organizaron conspiraciones para
derrocar el régimen colonial, cuyos repetidos fracasos dieron
número 477, septiembre 2010
lugar a la aparición de grupos secretos. Así, fueron los sectores
urbanos los que tomaron, en una primera instancia, la iniciativa, como ocurrió en Valladolid, donde se descubrió una conspiración en septiembre de 1809.
La represión que ejercieron las autoridades virreinales en
contra de toda manifestación de descontento llevó a que la
postura de los defensores de la condición colonial y la de los
autonomistas, quienes con el paso del tiempo se convertirían
en independentistas, se polarizaran y se radicalizaran todavía
más. Estas posturas, es necesario aclarar, fueron las extremas,
pues entre una y otra hubo toda una gama de posiciones intermedias que no siempre fueron asumidas de manera continua, lo
que muestra cuán rica y compleja fue la vida política de Nueva
España durante esos años.
La insurgencia (1810-1814)
En septiembre de 1810 una nueva conspiración urbana, que
surgió en Querétaro y otros puntos del Bajío y que estuvo vinculada con la de Valladolid, abrió la vía de la lucha armada.
La insurrección encabezada por Miguel Hidalgo, al carecer
en un principio de planes definidos, no convenció a todos los
novohispanos, principalmente a los grupos que conformaban
los niveles más altos de la sociedad, pero obtuvo una respuesta
muy rápida de otros sectores de la población, en particular de
los estratos socioeconómicos de menor nivel. Se dieron entonces interesantes contradicciones dentro de la misma insurgencia. Las propuestas de sus dirigentes de combatir al mal gobierno y defender al reino, al rey y a la religión, así como de abrir
espacios para la participación de los americanos en la toma de
la Gaceta 7
a
a
decisiones, fueron reivindicaciones autonomistas de tradición
criolla. Una de ellas, constante durante todo el proceso, fue el
establecimiento de una Junta de Gobierno, esa institución tan
deseada desde 1808 por los americanos descontentos. Pero al
lado de estas reivindicaciones políticas encontramos las reivindicaciones sociales de los sectores que formaron el grueso de
las filas insurgentes, campesinos y trabajadores, o los marginados de toda clase y condición, como la tenencia de la tierra
o del agua y las condiciones de trabajo, y todo ello impuso al
movimiento armado características muy propias, las de una insurrección netamente popular.
Hubo también importantes diferencias regionales, pues la
insurgencia fue en muchos casos una respuesta a la problemática particular de localidades y provincias, por lo que se dio de
manera un tanto aislada y bastante autónoma en diversas zonas
de Nueva España. Surgieron, en realidad, varias insurgencias
no siempre vinculadas entre sí, lo que dificultó el establecimiento de un centro común que coordinara a todos los insurgentes. Lo anterior llevó a que la realidad de la insurgencia,
sobre todo en sus inicios, fuera de violencia, desorden y ruptura
en todos los órdenes, lo que le enajenaría el apoyo de muchos
de los descontentos con el régimen colonial.
En contraste, la respuesta de las autoridades del virreinato
a la insurgencia fue una sola. Rápidamente organizaron a las
fuerzas armadas bajo su control, y para ello contaron con un
verdadero ejército, a diferencia de las casi siempre desordenadas y mal armadas tropas insurgentes, que sólo en algunos
casos, como el de Ignacio Allende, contaron con jefes militares
entrenados y capacitados. Además, las autoridades coloniales y
sus defensores, en particular Félix María Calleja, el militar más
8 la Gaceta
destacado de las filas realistas, se percataron de la necesidad
de crear cuerpos locales para enfrentar un movimiento que se
daba al mismo tiempo en diversos puntos del territorio, por
lo que se recurrió al sistema preborbónico de las milicias locales. Con estas medidas lograron importantes victorias sobre
los insurgentes, como las conseguidas en San Jerónimo Aculco,
Guanajuato y Puente de Calderón, que obligaron a los insurgentes a huir hacia el norte, y finalmente tomaron prisioneros a
sus principales dirigentes apenas seis meses después de iniciado
el movimiento.
Pero el estado de guerra afectó seriamente la forma de vida
de los novohispanos, en particular en las zonas donde se dio la
lucha armada. Ésta fue sangrienta y destructiva a pesar de las
pocas armas de fuego con que se contaba, y provocó una gran
mortandad tanto de combatientes como de la población en general, además de que ambos contendientes arrasaron campos
y quemaron haciendas y poblaciones. Asimismo la guerra provocó que se deteriorara aún más la economía novohispana, tan
vulnerada ya por el envío de dinero a la Península, y que las
redes comerciales se vieran seriamente alteradas, por lo que los
partidarios de uno y otro bando tuvieron que establecer nuevas
formas de comerciar.
Por otra parte, la contrainsurgencia se ocupó también de sofocar las manifestaciones de descontento utilizando todos los
recursos a su alcance; entre ellos, uno muy importante, el de
la religión, pues el alto clero, aliado del régimen colonial, se
ocupó de lanzar contra los insurgentes anatemas y excomuniones, que si bien fueron perdiendo eficacia —entre otras cosas
porque el bajo clero en no pocos casos apoyó la insurgencia—,
dejaron sentir su efecto en buena parte de los novohispanos.
número 477, septiembre 2010
a
Otro problema al que se enfrentó el movimiento insurgente
fue la dificultad para establecer relaciones con el exterior y conseguir auxilio de otros países. A pesar de los esfuerzos de varios jefes en este sentido, no se obtuvo apoyo alguno digno de
consideración, salvo en el caso del norte del virreinato, donde
el auxilio conseguido en Estados Unidos llevó no sólo a la entrada en territorio novohispano de un ejército expedicionario
compuesto en su mayoría por estadounidenses, sino también al
establecimiento de una Junta de Gobierno en San Antonio Béjar, que, además de redactar una Constitución para la provincia
de Texas, declaró su independencia en abril de 1813, seis meses
antes que el Congreso de Chilpancingo, en un documento que
mucho refleja el discurso utilizado por Estados Unidos en su
propia acta de independencia y que en buena manera prefiguró
el futuro de la región.
Para resolver los problemas que presentaba la insurgencia,
varios de sus dirigentes, en particular Ignacio López Rayón
primero y poco después José María Morelos, buscaron la manera de convertirla en un movimiento integral y organizado.
Para ello comenzaron a buscar, y a conseguir, el apoyo de los
descontentos que se encontraban en regiones controladas por
el régimen colonial. Lograron así hacerse de una imprenta, con
lo que pudieron dar a conocer sus propuestas (y defenderse de
los ataques de un régimen que hasta entonces controlaba todas
las prensas) a través de distintos, aunque efímeros, periódicos
insurgentes. Asimismo, lograron que se les unieran profesionistas preparados, sobre todo abogados, cuya participación fue
muy importante para organizar políticamente el movimiento.
Se ocuparon también, y esto resulta de mayor importancia,
de crear un gobierno alterno. Desde abril de 1811 Ignacio López Rayón se propuso establecer una Junta de Gobierno que
debía coordinar las actividades militares de los insurgentes.
Así, el 19 de agosto de ese mismo año se erigió en Zitácuaro
la Suprema Junta Nacional Americana, cuya acta constitutiva
señalaba que su propósito era cumplir con las ideas de Hidalgo
y demás iniciadores de la insurgencia y que respondía a un deseo general de pueblos y habitantes, tropas y oficiales. Si bien
se estableció en nombre de Fernando VII, con lo que no se
rompían los lazos con España, su instalación derivó de un pacto
celebrado por la nación misma a la que pretendía representar,
como se puede ver por los Elementos Constitucionales que poco
después elaboró Rayón. La Junta debía quedar integrada por
cinco individuos nombrados por los representantes de las provincias, de los que se eligieron primero tres: el propio Rayón,
José Sixto Verduzco y José María Liceaga. Para ello se hizo una
amplia consulta que incluyó a los partidarios del movimiento
que se encontraban en zonas controladas por el régimen colonial y se llevó a cabo un proceso electoral en el que participaron
13 jefes insurgentes.
La Suprema Junta enfrentó diversos problemas. Además de
estar en la mira de las autoridades novohispanas, sus tres vocales originarios, nombrados también capitanes generales, tuvieron que separarse para hacer frente a las fuerzas del régimen
colonial en distintos puntos, por lo que comenzaron a surgir
divisiones entre ellos, que aumentaron hasta convertirse en un
claro enfrentamiento. Así, la insurgencia no logró contar con
un verdadero centro común, a pesar de que José María Morelos, quien poco después fue nombrado tanto su cuarto vocal
como capitán general, se esforzó por terminar con las diferencias entre sus colegas. Este enfrentamiento, así como el aumennúmero 477, septiembre 2010
to en la extensión de los territorios bajo control insurgente por
los éxitos militares de Morelos, llevó a éste a sustituir la Junta
por un Congreso en el que hubiera una mayor representación
de las provincias insurgentes, representación que debía ser elegida por sus pueblos.
A mediados de 1813 Morelos convocó a extensos y largos
procesos electorales en los territorios controlados por los insurgentes: Tecpan, Veracruz, Puebla, México y Michoacán. No
lo hizo en Oaxaca, ya que el quinto y último vocal de la Suprema Junta, que acababa de ser electo por dicha provincia,
se convirtió en el primer diputado del nuevo Congreso. Para
algunos de estos procesos se utilizó el modelo que habían establecido poco antes las Cortes de Cádiz, mientras que para
otros se tomaron en cuenta las variadas formas de organización
política y social que existían en las distintas regiones. Todos
ellos resultan de gran interés porque, independientemente del
éxito que tuvieron y de las diferencias que presentaron, se dio
en ellos la participación de grandes sectores de la población.
Establecido en Chilpancingo en septiembre de 1813, el
Supremo Congreso Nacional Americano constituyó un verdadero órgano de gobierno alterno. Quedó integrado por los
representantes de distintas provincias, que abarcaban un vasto
territorio, y concentró en sí los poderes, cuyo ejercicio debía
dividir y coordinar. Se ocupó entonces de confirmar al Poder
Ejecutivo, que se encargaría de coordinar las actividades militares, y al Judicial, escogidos ambos mediante sendos procesos
electorales en los que tomaron parte individuos y corporaciones de distintas regiones novohispanas. Además, el 6 de noviembre de 1813 el Supremo Congreso emitió un acta en la
que finalmente se declaraba la independencia frente a España.
Se ocupó, asimismo, de constituir la nueva nación, para lo cual
elaboró, después de una amplia consulta, una Constitución: el
Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, proclamado en Apatzingán en octubre de 1814. Pero el
establecimiento del Supremo Congreso no resolvió totalmente
los conflictos surgidos desde hacía tiempo entre los principales dirigentes de la insurgencia y tampoco logró coordinar del
todo a los diversos grupos insurrectos, todo lo cual afectaría
gravemente a la insurgencia.
a
El primer régimen constitucional (1810-1814)
Al mismo tiempo que se daba el movimiento insurgente, un
nuevo orden político se estableció en España, donde se habían
logrado erigir unas Cortes Generales que representaban a toda
la nación española y que en marzo de 1812 promulgaron en
Cádiz la Constitución Política de la Monarquía Española, que
reconocía que la soberanía residía esencialmente en la nación
y que ésta era la única con derecho a establecer sus leyes fundamentales. Con su promulgación en la Nueva España, en
septiembre de 1812, se abrieron opciones de acción política
dentro del sistema colonial que resultaron muy importantes,
tanto por permitir la participación de grandes sectores de la
población como porque con ellas disminuyó la importancia que
la insurgencia había alcanzado como alternativa para el descontento. Además, la libertad de imprenta, decretada desde antes
por las Cortes y refrendada por la Constitución, permitió la
crítica abierta al sistema colonial.
La reorganización del sistema político español debía darse en tres niveles: en el local, mediante el establecimiento de
la Gaceta 9
a
ayuntamientos provinciales; en el regional, con la instalación
de diputaciones provinciales, y en el imperial por medio de las
Cortes, y la integración de estas instituciones debía llevarse a
cabo mediante sendos procesos electorales. Los procedimientos establecidos para celebrarlos fueron, además de indirectos,
largos y complejos. En el caso de los ayuntamientos constitucionales se procedería en dos etapas; primero debían elegirse
electores parroquiales, y éstos, a su vez, debían designar a los
nuevos alcaldes, regidores y síndicos. El grado de complejidad
aumentaba para la designación de diputados a las Cortes y de
diputaciones provinciales, pues las elecciones debían hacerse
primero por parroquias, después por partidos y, finalmente,
por provincias. Si bien la Constitución sólo otorgaba la ciudadanía a los españoles, tanto europeos como americanos, y a los
indios, ya que excluía a los originarios de África y con ellos a las
castas, en la Nueva España hubo una amplia participación de
grandes sectores populares en la primera etapa de todos estos
procesos, entre otras cosas porque no siempre resultaba fácil
distinguir quién tenía sangre negra y quién no.
El establecimiento de ayuntamientos constitucionales permitió la manifestación de los intereses autonomistas y el fortalecimiento de los grupos locales, pues las poblaciones de más
de 1 000 habitantes debían contar con esta institución. De tal
manera, fueron numerosos los procesos electorales llevados
a cabo en muchas de las ciudades, poblaciones y villas del virreinato. Un interesante ejemplo es el celebrado en la Ciudad
de México en noviembre de 1812 para designar a los electores
de su Ayuntamiento Constitucional, en el que tomaron parte grandes sectores de la población capitalina, incluidos los
indígenas de las parcialidades de San Juan Tenochtitlan y de
10 la Gaceta
a
Santiago Tlatelolco, y no pocos individuos pertenecientes a las
castas. Además, las elecciones resultaron muy desfavorables al
régimen colonial, ya que todos los electos fueron americanos,
muchos de ellos conocidos por su desafecto al sistema o francamente pro insurgentes, por lo que sus triunfos se celebraron
con grandes muestras de regocijo popular durante casi dos días.
No obstante que las cosas no pasaron a mayores, el virrey decidió suspender tanto la libertad de imprenta como el proceso
electoral capitalino, que se reanudaría en abril de 1813, y sólo
después de que Francisco Xavier Venegas dejara el cargo de
virrey y fuera sustituido por Félix María Calleja.
En el nivel regional, articuló los intereses la Diputación
Provincial, institución promovida en las Cortes por varios diputados americanos, entre los que destacaron los novohispanos
Miguel Ramos Arizpe y José Miguel Guridi y Alcocer. Si bien
no pudieron establecerse en las seis regiones en que para ello se
dividió la Nueva España, y aunque las establecidas funcionaron
por poco tiempo en el primer periodo constitucional —esto es,
de 1812 a 1814—, las diputaciones provinciales permitieron la
participación de grandes sectores de la población en la primera etapa del proceso electoral que debía llevarse a cabo para
su instalación. Y ocurrió lo mismo en cuanto a la elección de
los diputados que debían representar a la Nueva España en las
Cortes, porque en su primera etapa debía correr pareja con la
elección de los miembros de las diputaciones provinciales.
Los procesos electorales fueron aprovechados por los autonomistas para promover sus intereses, así como por los descontentos con el régimen para manifestar su inconformidad.
Por ello, las autoridades coloniales buscaron revertir sus efectos suspendiendo algunos de estos procesos y persiguiendo a
número 477, septiembre 2010
a
autonomistas y descontentos notorios, así como a los partidarios de la insurgencia, ya que tanto unos como otros buscaron
conjuntar esfuerzos. Una de las formas que utilizaron fueron
las sociedades secretas, que constituyeron verdaderas organizaciones políticas, lo que muestra, entre otras muchas cosas, que
ya se perfilaba una nueva cultura política.
Por carecer de una experiencia previa, fue muy difícil para
los novohispanos organizar tanto conspiraciones como sociedades secretas, por lo que eran descubiertas casi siempre,
como sucedió con la conspiración denunciada en la Ciudad de
México en abril de 1811, que se había propuesto establecer una
Junta de Gobierno, y con la descubierta en agosto siguiente,
también en la capital, que pretendió apoyar a López Rayón y a
la Junta de Zitácuaro.
La sociedad secreta que conocemos como Los Guadalupes,
organizada alrededor de un pequeño núcleo director que incluía a destacados capitalinos y que articuló los intereses de
numerosos descontentos, entre ellos varios indígenas, se formó para ayudar a los insurgentes que intentaban organizar
políticamente el movimiento mediante el establecimiento de
un órgano de gobierno alterno. Para ello enviaron, primero a
López Rayón y más tarde a Morelos y a Mariano Matamoros,
dinero, armas, hombres e información, que fueron de gran utilidad para los insurgentes. Asimismo, esta sociedad aprovechó
las opciones que por entonces se presentaban dentro del sistema para promover sus miras autonomistas, de tal manera que
sus integrantes tomaron parte, con gran éxito, en los procesos
electorales que tuvieron lugar en la capital del virreinato para
elegir Ayuntamiento Constitucional, Diputación Provincial y
diputados a las Cortes. Los Guadalupes lograron permanecer
activos hasta 1814, cuando las derrotas insurgentes pusieron
en manos del régimen colonial documentación que le permitió
proceder contra ellos.
En Jalapa surgió en 1812 otra sociedad secreta derivada de
la Sociedad de Caballeros Racionales que habían fundado en
Cádiz varios americanos. Ésta ayudó a los insurgentes de la región enviándoles dinero, armas, hombres e información y se
vinculó con un órgano de gobierno alterno insurgente, la Junta
Provisional Gubernativa establecida en Naolingo. No obstante, duró escasos tres meses, ya que fue descubierta y muchos de
sus integrantes puestos en prisión, mientras que otros más se
fugaron de la ciudad y se unieron a la Junta Provisional.
El cierre de las opciones (1815-1820)
Los intereses de insurgentes, autonomistas y descontentos no
se pudieron articular. Tampoco se lograron conjuntar los esfuerzos de quienes conformaban la directiva insurgente, en la
que los abogados predominaban sobre los militares en la toma
de decisiones. Esto provocó que la dirección de la lucha armada dejara de estar exclusivamente en manos de los hombres de
armas y condujo al fracaso de importantes acciones de guerra
y al colapso del movimiento insurgente. Tanto López Rayón
como Morelos sufrieron gravísimas derrotas al intentar cumplir con las comisiones que les diera el Congreso. Las derrotas
de Morelos, sobre todo, tendrían serias consecuencias, entre
otras cosas porque perdió a sus hábiles lugartenientes, Mariano
Matamoros y Hermenegildo Galeana, y porque perdió buena
parte de su archivo, lo que permitió a las autoridades coloniales
enterarse de quiénes eran sus apoyos y contactos y proceder
número 477, septiembre 2010
contra ellos, con lo que el movimiento perdió muy buenos soportes. Estas derrotas llevaron a que el Congreso lo despojara
del Poder Ejecutivo, con lo que dejó de estar al frente de un
importante cuerpo armado y se convirtió en mera escolta del
Poder Legislativo.
En el debilitamiento del movimiento insurgente mucho influyeron también los acontecimientos peninsulares, ya que en
el mismo año de 1814 Fernando VII regresó a España y abolió
el sistema constitucional. Con ello, las autoridades coloniales
recuperaron parte del poder que habían perdido al implementarse la Constitución de 1812, al tiempo que vieron desaparecer
las trabas que la legislación liberal gaditana les había impuesto
para proceder contra autonomistas y descontentos.
A fines de 1815 Morelos cayó prisionero y fue fusilado,
mientras que el Supremo Congreso fue disuelto por Manuel
Mier y Terán en Tehuacán. A partir de entonces el movimiento
insurgente comenzó a desintegrarse. Si bien esto no significó su fin como movimiento militar, pues las actividades insurgentes se incrementaron, repercutiendo negativamente en el
régimen colonial, ya que éste tuvo que invertir más dinero y
más hombres para hacerle frente, como movimiento político
fue perdiendo fuerza al no contar ya con ese centro común que
coordinara sus actividades.
Fueron varios los intentos por recuperar esa instancia central. Al disolverse el Congreso prosiguió la Junta Gubernativa
de las Provincias de Occidente, o Junta Subalterna de Taretan,
que aquél había establecido antes de pasar a Tehuacán. Poco
después se estableció la Junta de Jaujilla, derivada de la de Taretan, que se sostuvo hasta 1818, pues aunque fue desconocida por
varios jefes insurgentes, entre ellos López Rayón, contó con el
apoyo de otros más, como Vicente Guerrero. Además, estuvo
en contacto con Xavier Mina, a quien proporcionó ayuda para
sus empresas militares. Perseguida por las fuerzas realistas, que
pusieron presos a sus integrantes, la Junta de Jaujilla desapareció y le sucedió una nueva junta que Guerrero estableció en la
hacienda de Las Balsas, que funcionó por poco tiempo.
La falta de cohesión del movimiento insurgente fue quizá
la causa principal del fracaso de la expedición de Mina que
en 1817 despertó el terror del régimen colonial. La presencia
de tropas profesionales extranjeras al mando de un excelente
militar como Mina debió de haber dado un gran impulso a la
insurgencia, pero fueron escasos los apoyos que de ella recibió, y en ocasiones incluso fue hostigado por los propios jefes
insurgentes con los que pretendió actuar de manera conjunta,
quienes vieron en él, más que una ayuda, una amenaza para sus
posiciones de poder en las distintas regiones donde se habían
fortificado.
Para hacer frente a esta insurgencia desperdigada y regionalizada, además de proseguir con el envío de tropas, las autoridades se encargaron de ofrecer indultos en grandes cantidades,
con lo que lograron que numerosos insurgentes dejaran las armas, muchos de los cuales pasaron a formar parte de las filas
realistas. Así, la insurgencia perdió fuerza como movimiento
militar y acabó por agotarse como movimiento político. Para
1820 el virreinato estaba casi pacificado.
a
El movimiento de Independencia (1821)
De nueva cuenta, lo que ocurrió en España influyó en los acontecimientos novohispanos. La lucha que en ella se dio por muy
la Gaceta 11
a
diversos medios entre constitucionalistas y absolutistas la ganaron aquéllos en 1820, por lo que se restableció el sistema
constitucional. En este triunfo influyeron mucho las sociedades
secretas que surgieron en la Península durante la lucha por restablecer la Constitución y que también comenzaron a proliferar en Nueva España.
Hay que señalar aquí que, aparte de Los Guadalupes y de la
sociedad jalapeña derivada de la de Cádiz, las demás asociaciones secretas novohispanas no tuvieron una vinculación directa
con la insurgencia. Una de ellas fue la masonería, pues a partir
de 1813 comenzaron a organizarse grupos de masones en algunos centros urbanos, como en la Ciudad de México, y más tarde en Campeche y Mérida, hacia 1818, impulsados todos ellos
por oficiales de las tropas expedicionarias realistas venidas de
España. Los masones de la capital tuvieron mucho que ver con
el restablecimiento del régimen constitucional en 1820 y con
la destitución del virrey Juan Ruiz de Apodaca al año siguiente.
Algo semejante ocurrió en Yucatán, donde los masones promovieron el restablecimiento de la Constitución al tiempo que
destituyeron al gobernador y capitán general de la península
yucateca. Así, la masonería fue fortaleciéndose, a lo que ayudó
la llegada en 1821 de un distinguido masón, Juan O Donojú, el
último jefe político con que contó la Nueva España.
El retorno al sistema constitucional fue aprovechado por
muchos novohispanos para promover sus intereses por medio
de los numerosos procesos electorales a que dio otra vez lugar para el establecimiento de ayuntamientos constitucionales,
diputaciones provinciales y diputados a Cortes. No obstante,
estos procesos convencieron a la mayoría de que para alcanzar
los cambios que deseaban era necesario ya no estar sujetos a
los vaivenes de la Península. Como había sucedido en 1810,
una conspiración urbana, la de la Profesa, dio lugar a un nuevo
movimiento armado, el de las Tres Garantías. Este movimiento fue muy distinto al insurgente, pues fue un militar realista,
Agustín de Iturbide, enviado a combatir a los insurgentes en el
sur, quien en vez de atacarlos se alzó con sus tropas en contra
del régimen y entró en tratos con sus principales jefes, en particular con Vicente Guerrero, para proclamar la independencia.
Al plan que se proclamó en Iguala el 24 de febrero de 1821 se
unieron tanto buena parte del ejército colonial como muchos
de los antiguos insurgentes, si bien a éstos se les integró en el
Ejército Trigarante en un nivel inferior al de los realistas. Se
dieron, además, pocos enfrentamientos armados, pues el Plan
de Iguala sirvió para articular el consenso alrededor del ob-
12 la Gaceta
a
jetivo, muy concreto, de alcanzar la independencia, consenso
al que también contribuyó el deseo de poner fin a 11 años de
lucha armada.
El Plan de Iguala, que declaraba la independencia, establecía
como forma de gobierno una monarquía moderada, ofrecía la
corona del Imperio mexicano a Fernando VII o a alguno de sus
familiares y hacía un llamado a la unión por ser ésta la base de
la felicidad común. No recogía muchas de las reivindicaciones
que había sostenido la insurgencia, por lo que dejaba intactos
al clero, a los ramos del Estado y a los empleados públicos,
lo mismo que a la administración de la justicia. No obstante,
sí retomó ese viejo anhelo autonomista de crear una Junta de
Gobierno, pues planteaba el establecimiento de una Junta Gubernativa. Las propuestas del Plan de Iguala fueron recogidas
en los Tratados de Córdoba, firmados por Iturbide y por Juan
O Donojú, que señalaban que la Junta Provisional Gubernativa debía componerse “de los hombres más destacados y reconocidos” y que debía nombrar una regencia que desempeñara
el Poder Ejecutivo, mientras que el Legislativo residiría en la
propia Junta hasta que se reunieran las Cortes mexicanas.
El Acta de Independencia del Imperio Mexicano, fechada el
28 de septiembre de 1821, no fue firmada por ningún antiguo
insurgente y sí por antiguos autonomistas y desafectos al régimen colonial, así como por distinguidos jefes realistas, varios
de los cuales formarían parte de la Junta Provisional Gubernativa que debía ocuparse, sobre todo, de establecer las bases
sobre las que debía construirse el nuevo país.
Iturbide se había encargado de convencer a los novohispanos de obtener la independencia de España mediante un movimiento armado que utilizó más la persuasión que la fuerza.
Así logró articular los intereses de autonomistas, descontentos
y hasta insurgentes, amén de los de la gran mayoría de los jefes realistas. Y es que el Plan de Iguala, después de todo, algo
ofreció a determinados sectores novohispanos. Pero la aparente facilidad con que se logró el consenso, y que permitió en
unos cuantos meses no sólo tomar la hasta entonces inasequible
ciudad capital sino establecer la tan deseada institución de una
Junta de Gobierno, tendría graves consecuencias. Hubo consenso en cuanto a la forma de alcanzar la independencia; una
vez lograda ésta, no lo hubo respecto de cómo debía constituirse la nueva nación. De esta manera, el país dio comienzo a su
vida independiente sin haber resuelto los conflictos de intereses
que se daban entre los distintos grupos, lo que incidiría negativamente en la consolidación del Estado nacional mexicano. G
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a
a
Quehaceres científicos y humanísticos
en el México preindependiente*
Alberto Saladino García
Presentación
La primera década del siglo xix no sólo es antecedente de la
lucha por la independencia nacional, sino expresión y prolongación preclara del dinamismo cultural de la Ilustración novohispana. De hecho, sustento que los quehaceres científicos y
humanísticos influyeron decisivamente en la conformación del
ambiente proclive a la independencia por la notoria efervescencia de la labor de los intelectuales formados en el movimiento
de renovación cultural iniciado a mediados del siglo xviii.
Para añadir elementos con los cuales reforzar el reconocimiento del impacto de los quehaceres científicos y humanísticos en la génesis de la lucha libertaria expondré diversos testimonios de su cultivo con una perspectiva multidisciplinaria,
anclada en la preocupación de hacer otra lectura de esos hechos
para evidenciar el protagonismo de nuevos actores y factores,
de ciudadanos y actividades gnoseológicas, con los cuales complementar la comprensión de la etapa fundacional de nuestra
nación.
Como es del dominio entre los estudiosos de la historia
mexicana, la primera década del siglo xix ha sido atendida de
manera secundaria, generalmente, englobada como parte del
contexto de la época colonial y casi mero epígono del siglo
xviii y, cuando más, como el periodo en que ocurrieron los
antecedentes de la lucha para poner fin a la dependencia española. Tanto en una como en otra interpretación se ha obviado
su estudio pormenorizado y en particular el de los quehaceres
científicos y humanísticos, por este motivo me parece pertinente sistematizar algunas de sus principales expresiones, por
lo que primero enlistaré las instituciones que las prohijaban,
luego expondré algunos testimonios de actividades científicas y
humanísticas y, finalmente, plantearé breves reflexiones sobre
sus implicaciones.
Instituciones
Durante la primera década del siglo xix funcionaban diversas
instituciones que propalaban tanto ambientes culturales tradicionales como renovadores y, en ocasiones, sus quehaceres mezclaban ambas posiciones. Esta ambivalencia entre el cultivo del
escolasticismo y la modernidad expresaba la lucha intelectual
existente y anunciaba la crisis sociopolítica que se avecinaba.
* Fragmento del libro Las ciencias y las humanidades en la Independencia y la Revolución mexicanas, de próxima aparición en el fce.
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Entre las instituciones educativas más relevantes que funcionaban a principios del siglo xix, todas ya consolidadas, tenemos
a la Real y Pontificia Universidad de México (1553), de la que
dependía el Jardín Botánico (1788), la Real Escuela de Cirugía
(1768), la Real Academia de San Carlos (1781), el Real Seminario de Minería (1792), la Real Universidad de Guadalajara
(1793), y entre los colegios ubicados en el interior del virreinato destacan el Seminario de Monterrey, el Real y Primitivo
Colegio de San Nicolás Obispo y el Real y Pontificio Colegio
Seminario en Valladolid, el Colegio de San Francisco de Sales
en San Miguel el Grande y el Colegio Carolino en la ciudad de
Puebla, etc.
Con relación a las instituciones e iniciativas de carácter extraacadémico que jugaron funciones de primordial importancia en el fomento del dinamismo cultural, particularmente con
propósitos de difusión científica y humanística, destacaron la
existencia y promoción de espacios ex profeso como las expediciones científicas, en particular tres con amplias repercusiones:
1) a principios del siglo xix terminó la labor de la gran expedición orientada a explorar e inventariar los recursos naturales de
la América Septentrional dirigida por Martín de Sessé y en la
que colaboraron destacadamente Vicente Cervantes, José Longinos y José Mariano Mociño, cuyo fruto fue la recopilación
de una gran variedad de especimenes y material trasladado a
Madrid e información riquísima con la cual se redactó Plantas
de Nueva España y Flora mexicana; 2) la dirigida por Alejandro
de Humboldt y Amado Bonpland quienes permanecieron en
Nueva España de 1803 a 1804 y cuyos logros consistieron en
ambientar el carácter experimental de la investigación científica, sistematizar y difundir la información más completa, exacta
y voluminosa sobre recursos naturales, revalorar la vida cultural y aportar reflexiones sobre el estado de desigualdad social
existente; 3) la expedición filantrópica de la vacuna contra la
viruela inspirada y dirigida por Francisco Xavier Balmis a partir
de 1803 con efectos del todo positivos, por su carácter científico y humanístico.
Como organismos ciudadanos interesados en propalar la
vinculación de los resultados de investigación científica con
las necesidades sociales más apremiantes surgieron, desde mediados del siglo de Las Luces en la metrópoli, las sociedades
económicas de amigos del país, pero en Nueva España estuvieron restringidas, pues si bien en Veracruz se formó una en la
penúltima década del siglo xviii no fue efectiva, hubo también
un intento fallido en Valladolid, y a la Ciudad de México no
se le autorizó ninguna, en cambio se dio cobertura para que
novohispanos se incorporaran a algunas de la metrópoli. Otros
la Gaceta 13
a
a
órganos que funcionaron con preocupaciones académicas y
gremiales fueron, a principios del siglo xix, el Tribunal del
Protomedicato, el Colegio de Abogados, la fundación de una
Arcadia, especie de academia, en 1808 y el establecimiento de
la Real Academia Teórico-Práctica de Jurisprudencia dirigida
por Ciriaco González Carvajal cuya sede estuvo en el Colegio
de San Ildefonso, en 1809.1
Jugaron roles fundamentales de difusión de los quehaceres
científicos y humanísticos la consolidación y proliferación de
imprentas. A principios de la centuria decimonónica operaban
importantes talleres tanto en la Ciudad de México como en
Guadalajara, Oaxaca, Puebla, Veracruz, y en otras poblaciones;
en 1809 la metrópoli restringió su control.2 A pesar de todo,
tal infraestructura respaldó la implosión editorial que consistió
en el incremento de publicaciones de libros, librillos y periódicos. En efecto, continuó editándose, con total regularidad, la
Gazeta de México, compendio de noticias de Nueva España, fundada
y dirigida por Manuel Antonio Valdés, desde 1784; nacieron
los primeros dos cotidianos de Nueva España, uno editado por
Carlos María de Bustamante y Jacobo de Villaurrutia en la Ciu1
Los dos últimos datos proceden, respectivamente, del Diario de
México, Tomo VIII, Nº 930, 16 de abril de 1808, pp. 327-328 y Tomo
X, Nº 1219, 31 de enero de 1809, pp. 121-122.
2 Alberto Saladino García, Libros científicos del siglo XVIII latinoamericano, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México,
1998, p. 46.
14 la Gaceta
dad de México, el Diario de México, a partir de 1805 y el otro
en Veracruz editado por Manuel López Bueno con el nombre
de Jornal Económico-Mercantil de Veracruz de 1806 a 1808; apareció el Semanario Económico de noticias curiosas y eruditas sobre
Agricultura y demás Artes y Oficios, etc., entre los años de 1808 y
1809, y, como epílogo de su labor periodística, Manuel Antonio Valdés inspiró otra publicación periódica con el nombre de
Correo Semanario, Político y Mercantil de México que circuló sólo
en 1809.3
Así, la infraestructura cultural en la primera década del siglo
xix no era decadente, incluso existieron otros espacios para la
práctica de la ciencia y cultivo de las humanidades como bibliotecas, gabinetes de historia natural, hospitales, laboratorios, librerías, museos e intentos de acrecentarlos como los de Antonio
de La Cal y Bracho, José Gudalajara, Luis Rivas y José Ignacio
Rodríguez de Alconedo para instaurar un Jardín Botánico en
Puebla.4 Con respecto a las bibliotecas debo recordar que las
3
Alberto Saladino García, Ciencia y prensa durante la ilustración
latinoamericana, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 1996, pp. 69-71.
4 Ana María Huerta Jaramillo, “El Real Jardín Botánico de
Puebla”, en Martha Eugenia Rodríguez Pérez y Xóchitl Martínez
Barbosa (coordinadoras), Medicina novohispana del siglo XVIII, Tomo
IV de Historia General de la Medicina en México, México, Universidad
Nacional Autónoma de México/Academia Nacional de Medicina,
2001, pp. 464-466.
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a
hubo muy bien dotadas como la del Colegio Apostólico de San
Fernando que fundada en 1731, para el año de 1801 contaba
con 11,594 libros; la del Colegio de Santa María de Todos los
Santos con casi nueve mil libros a principios del siglo xix y la
de la Real y Pontificia Universidad de México que a partir de
la segunda mitad del siglo xviii contó con normatividad y un
funcionamiento regular y llegó a administrar más de diez mil
volúmenes en la primera década de la centuria decimonónica.
En el interior del virreinato igualmente existieron bibliotecas
de innegable importancia como el caso de Puebla donde funcionaba la Palafoxiana que establecida en el siglo xvii, fue renovada y enriquecida en el siglo xviii por Francisco Fabián y
Fuero, la cual alcanzó los diez mil volúmenes y la del Colegio
Carolino que tuvo un fondo de 4,485 títulos.5
De modo que la existencia de instalaciones y otros espacios
donde se cultivaban los más diversos saberes racionales por
parte de la pequeña, pero significativa, república de las letras
prueba que en la década anterior al inicio de las luchas de independencia hubo un dinamismo cultural consolidado, por ello
los estudios en ciencias y humanidades fueron elevados a la categoría de res pública, cosa pública, y sus tópicos impactaron,
de manera natural, en la crisis de soberanía por la prisión del
Rey y operaron a favor de la independencia.
Quehaceres científicos
La revisión minuciosa de la situación cultural de los primeros
diez años del siglo xix novohispano permite comprobar la gran
cantidad de datos e informaciones existentes con los cuales
poder elaborar estudios para contar con mayores elementos
para evidenciar que las actividades científicas y humanísticas
coadyuvaron a forjar el ambiente intelectual que anticipó, contextualizó y nutrió la causa libertaria. Por lo que recurriré, para
ejemplificarlo, a algunos datos sobre las experiencias científicas, hechos académicos, producción y vinculación con las improntas sociales.
Con relación a las experiencias de investigación científica
debo apuntar información astronómica claridosa acerca del inicio del siglo xix realizadas por el eminente hombre de ciencia,
aún vivo, Antonio León y Gama (1735-1802) quien en carta a
la Gazeta de México puso punto final a la discusión acerca de la
fecha de inicio de tal siglo con un texto erudito y puntual donde
establece la diferencia semántica entre periodos, ciclos, eras y
épocas, cuyas apreciaciones las respaldó con base en el conocimiento de los trabajos de los astrónomos más connotados de la
antigüedad y de la época moderna, concluyendo:
De todo lo dicho se deduce, que siendo el siglo un periodo compuesto
por otros periodos menores, cuales son los años, los días, las horas, los
minutos, los segundos, etc., cuyos principios son los instantes mismos
donde terminan sus antecedentes, y habiendo terminado el siglo décimo octavo el día último de diciembre al punto de la media noche del
año que contábamos de 1799, que como se ha dicho antes, fue donde
se completó el 1800; el día primero de éste fue el principio del siglo
décimo nono, y los 365 días de él compusieron el año 1801, que ya
contamos completo, con más los días que llevamos corridos como parte
de 1802, que se completará el 31 de diciembre a la media noche: esta
distinción de años completos e incompletos que ignoran muchos, les ha
ocasionado la confusión que padecen...6
a
De hecho, la experiencia de la ciencia fue permanente en esta
década y se puede constatar con las informaciones divulgadas
por las publicaciones periódicas, de las múltiples noticias me
parece evidente las que contuvo el Jornal Económico-Mercantil
de Veracruz en 1808 sobre observaciones meteorológicas.
Diversos eventos académicos testimonian, igualmente, el dinámico quehacer científico durante la década objeto de estudio.
No podría ser de otro modo si se considera que fue responsabilidad de las instituciones de nivel avanzado las que tuvieron la
encomienda de enseñar y profesionalizar la práctica de la ciencia. La importancia concedida a su difusión llevó a que las publicaciones periódicas circularan racimos de informaciones sobre
la apertura de cursos como la cátedra de botánica cuyos discursos inaugurales corrieron a cargo de Vicente Cervantes, José
Mariano Mociño y Luis José Montaña. De esta manera, por
ejemplo, se divulgó que Mociño disertó en el Jardín del Palacio
el 14 de junio de 1800 “... exponiendo las utilidades y ventajas
que acarrean al hombre el estudio de la historia natural, y particularmente el de la botánica... concluyendo con la descripción,
cualidades, usos y virtudes de la polygala mexicana... conocida
regularmente con el nombre de senega o séneca”7, y un año
después sobre plantas indígenas y sus virtudes medicinales.
Igualmente, la prensa de entonces informó sobre la implantación de cursos de matemáticas en instituciones del interior
del virreinato, pues gracias a ella sabemos que el primer curso
sobre esta ciencia se impartió en Valladolid en el Real y Pontificio Colegio Seminario en noviembre de 1801 y al año siguiente
esta cátedra se instauró, también, en el Real y Primitivo Colegio de San Nicolás Obispo, desempeñándose como profesor,
de ambos cursos, Bernardo Joseph de Pian y Escoto.8
Pero la mayor parte de artículos, notas y suplementos, popularizados por la prensa, acerca de la enseñanza, investigación y
difusión de la ciencia, provino de la labor del Real Seminario de
Minería, así el Diario de México publicó una diversidad de noticias tanto sobre los discursos de apertura de cursos por parte
de eminentes profesores como Juan José de Oteyza, como los
relacionados con la realización de exámenes públicos de física,
matemáticas, mineralogía y química. Lo sorprendente estriba
en el interés por difundir pormenores de los tópicos a examinar, como lo acredita la nota titulada “Exámenes públicos del
Real Seminario de Minería”:
Esta tarde serán examinados D. José Antonio Facio, D. Joaquín
Ansa, D. Julián Cervantes, y D. José Vargas: manifestarán su instrucción en la resolución de ecuaciones de tercero y cuarto grados, y los
diversos medios que se emplean para las de grados superiores: darán
razón de las series con la extensión que se halla tratada esta materia
en la obra grande de Bails; y con arreglo a la pequeña del mismo autor, contestarán sobre aplicación del álgebra a la geometría, secciones
cónicas, cálculo diferencial e integral, y geometría práctica, agregando
las aplicaciones de esta última a las medidas de las minas.9
6
Gazeta de México, Tomo X, Nº 35, 21 de abril de 1801, p. 287.
Ibidem, Tomo X, Nº 20, 14 de julio de 1800, p. 156.
8 Ibidem, T. X, Nos. 1 y 3, 13 de enero y 27 de febrero de 1802,
pp. 1 y 17.
9 Diario de México, Tomo IV, Nº 380, 15 de octubre de 1806, p. 184.
7
5
Todos los datos proceden de la obra de Ignacio Osorio Romero,
Historia de las bibliotecas novohispanas, México, Secretaría de Educación
Pública, 1986, 282 pp.
número 477, septiembre 2010
la Gaceta 15
a
De modo que el Real Seminario de Minería resultó ser la
principal institución forjadora del espíritu científico en los campos de la física, geografía, matemáticas, metalurgia, mineralogía
y química, al concitar a esas cátedras a cerca de dos centenares
de estudiantes durante la primera década del siglo xix.10
El quehacer científico se venía consolidando entre otras causas a favor de la implantación de la concepción moderna en
menoscabo de los partidarios del escolasticismo, por lo que resulta meritorio mencionar su implantación aún en instituciones
prototípicas del tradicionalismo, así Carlos Viesca nos informa:
“La Real y Pontificia Universidad de México funcionaba regularmente con sus cinco cátedras de Medicina que eran las
de Prima, Vísperas, Anatomía y Cirugía, Método Medendi y
Matemáticas; a principios del siglo xix se agregó a ellas una
cátedra más, la de clínica, que, no obstante las reticencias de las
autoridades, representaba el paso hacia la modernidad”.11
El activo quehacer científico permitió las contribuciones de
novohispanos al enriquecimiento del conocimiento racional,
como el descubrimiento de Andrés Manuel del Río del elemento químico que denominó eritronio y a la postre vino a ser conocido como vanadio; de Manuel Cotero sobre un nuevo metal producto de la combinación de azufre con manganeso, que
llamó alabandina sulfúrea;12 Vicente Cervantes, José Mariano
Mociño y Martín de Sessé sobre la flora novohispana; Luis José
Montaña (1755-1820), médico poblano: “Inicia la cátedra de
clínica entre 1801 y 1803 en el Hospital de San Andrés y, junto
con Mociño, estudia los efectos curativos de algunas plantas
mexicanas en los pacientes del propio hospital”;13 Alejandro de
Humboldt con su espectacular obra globalizante de demografía, economía, geografía, política, etc.
Esos y otros aportes a la ciencia pueden extraerse de la obra
escrita legada, tanto manuscrita como impresa. Uno de los
principales testimonios al respecto lo constituye la codificación
de tópicos para el cultivo de la mineralogía, importante porque
además reconfirma el planteamiento de que la primera década
del siglo xix es también un periodo de fomento de los valores
de la Ilustración. En efecto, Andrés Manuel del Río descolló
como docente del Real Seminario de Minería al responsabilizarse de impartir el curso de mineralogía en 1795 para lo cual
elaboró un importante texto que, por decisión virreinal, fue
editado ese mismo año con el nombre de Elementos de Orictognosia o del conocimiento de los fósiles para uso del Real Seminario
de Minería de México, primera parte, en la imprenta de Mariano José de Zúñiga y Ontiveros. La segunda parte de Elementos
de Orictognosia apareció publicada diez años después, en 1805,
donde se abordan rubros acerca de combustibles, metales, rocas, e incluye la introducción a la pasigrafía geológica de Alejan-
10
Cfr. Patricia Aceves Pastrana y Martha Mendoza Zaragoza, “La
institucionalización de la ciencia moderna en México: el Real Seminario de Minería”, en Martha Eugenia Rodríguez Pérez y Xóchitl
Martínez Barbosa (coordinadoras), op. cit., p. 472.
11 Carlos Viesca T., “La práctica médica oficial”, en Martha Eugenia Rodríguez Pérez y Xóchitl Martínez Barbosa (coordinadoras),
ibidem, p. 196.
12 Gazeta de México, Tomo XII, Nº 24, 27 de octubre de 1804, pp.
208-210.
13 Ernesto Cordero Galindo, “La materia médica”, en Martha
Eugenia Rodríguez Pérez y Xóchitl Martínez Barbosa (coordinadoras), op. cit., p. 191.
16 la Gaceta
a
dro de Humboldt, con tres láminas desplegables.14 Esta obra
es el primer libro de mineralogía editado en América, alcanzó
una gran resonancia en la época preindependentista y durante
la vida independiente de México en el siglo xix.
Libros, opúsculos y artículos escritos y editados en este decenio por Sebastián Camacho, Juan Manuel Medina, Antonio
Montoya y Yurami, Dionisio Pérez y Callejo y José Ponce de
León intitulados Mathemat. et phisicae exercitationes... (Puebla,
Typis Petri de la Rosa, 1808); Fausto de Elhuyar, Contestación
de la vindicación y respuesta que el capitán del navío de la Real Armada don Joaquín de la Zarauz, dio al Suplemento del Diario de
México del viernes 8 de noviembre de 1805 (México, Oficina de
Mariano de Zúñiga y Ontiveros, 1807); José Garcés y Eguía,
Nueva teórica y práctica de los beneficios de metales de oro y plata por
fundición y amalgamación (México, Imprenta de Mariano José
de Zúñiga y Ontiveros, 1802); Andrés Medina, Cartilla nueva
útil y necesaria para instruirse las matronas que vulgarmente se llaman comadres, en el oficio de partear (México, Oficina de María
Fernández de Jáuregui, 1806); José Mariano Mociño, Discurso
sobre la materia médica (México, s/p/i,1801); Luis José Montaña, Discurso pronunciado en la apertura del curso de Botánica en
México, 1802 en Anales de las ciencias naturales (Madrid, Tomo
IV, 1803); José Morales, Cartilla de vacunar, con un prólogo para
desengaño público (Puebla de los Ángeles, Oficina de Pedro de la
Rosa, 1805); Anacleto Rodríguez Argüelles, Tratado de la calentura amarilla o vómito prieto (México, Imprenta de Mariano de
Zúñiga y Ontiveros, 1804).15
Otros muchos textos redactados en estos años quedaron inéditos como serían los casos de José Gil Barragán, Tratado de
docimacia o arte de ensayos con un resumen de las operaciones sobre el
apartado y afinación de los metales, y de Federico Sonneschmid,
Tratado de amalgamación de Nueva España.16 Los casos relevantes lo constituyeron las magnas obras de los integrantes de la
expedición científica novohispana, de la que a principios del
siglo xix sobrevivían Vicente Cervantes, José Mariano Mociño
y Martín de Sessé, cuando estos dos últimos partieron a España
en 1803 llevaron consigo los manuscritos originales de la Flora
de Nueva España; la Flora mexicana, y la Flora de Guatemala.
El quehacer científico novohispano estuvo anclado en el reconocimiento de la actualización permanente, por ello algunos
se abocaron a la ingente tarea de traducir textos: Andrés Manuel del Río puso en castellano el texto de Dietrich Luis Gustavo Karsten, Tablas mineralógicas dispuestas según los descubrimientos más recientes e ilustradas con notas (México, Joseph de Zúñiga
y Ontiveros, 1804); José Antonio Riaño tradujo una parte de
la obra de Juan Brown, Epítome de los elementos de medicina, con
“Prólogo” de José Mariano Mociño, (Puebla de los Ángeles,
Oficina de Pedro de la Rosa, 1802), además éste preparó otra
edición ampliada (México, Imprenta de Mariano de Zúñiga y
Ontiveros, 1803); otros intelectuales trabajaron en el mismo
14
Andrés Manuel del Río, Elementos de Orictognosia, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Edición y estudio introductorio de Raúl Rubinovich Kogan, 1992.
15 Ver Alberto Saladino García, Libros científicos del siglo XVIII latinoamericano, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México.
1998.
16 Patricia Aceves Pastrana y Martha Mendoza Zaragoza, “La
institucionalización de la ciencia moderna en México: el Real seminario de Medicina”, en Martha Rodríguez Pérez y Xóchitl Martínez
Barbosa (coordinadoras), op. cit., p. 477.
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a
a
sentido, por eso publicaciones periódicas reprodujeron en sus
páginas textos de connotados hombres de ciencia, por ejemplo
de Antoine-Francois Fourcroy sus Anales de química.
El quehacer científico, según se puede observar en títulos
de algunos textos, estuvo vinculado a satisfacer necesidades de
distintos órdenes de la vida social de entonces, pues no restringió sus propósitos a intereses exclusivamente gnoseológicos. Tal es el caso de José Fernando de Abascal quien sustentó
como “... urgente necesidad... una nueva exacta geografía de
esta Septentrional América, para la utilidad del comercio interior y exterior de este reino, y porque la nación no carezca de
una obra tan interesante...”,17 ya que, a su juicio, son inexactas
las existentes. Queja del mismo tono la transmitió el Diario de
México en una nota sobre la “Geografía de este Reino” por lo
que recomienda una metodología específica para resolverla.18
Epílogo
Los quehaceres científicos y humanísticos tuvieron impacto
por haberse renovado como respuesta a las improntas de principios del siglo xix: lo hicieron desde su lucha contra los prejuicios; por haber aportado elementos teóricos a las exigencias
ideológicas de los criollos, pues al final la mayoría de científicos
17
José Fernando de Abascal, “Descripción geográfica política del
comercio, agricultura, minería y artes de la provincia de Guadalajara
según datos y productos del año 1803 en los veinte y nueve partidos
que comprende”, en Jornal Económico-Mercantil de Veracruz, Nº 13, 13
de marzo de 1806, pp. 50-51.
18 Diario de México, Tomo I, Nº 75, 14 de diciembre de 1805, p.
329.
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e intelectuales resultaron más patriotas que regnícolas; porque
los científicos e intelectuales promotores de la Ilustración enfrentaron las descalificaciones europeas con la consolidación de
argumentos racionales contra el rechazo al dominio colonial.
Recordemos que la república de las letras estuvo compuesta
ya de algunos miles de ciudadanos a principios de la centuria
decimonónica —esto si nos atenemos a las estadísticas del Diario de México que durante sus primeros cinco años de existencia
logró suscripciones de quinientas personas en promedio, y si a
ellas se añade los de otros periódicos la cantidad se amplifica
considerablemente—, por lo que existía una masa crítica que
hizo eco de la esencia del pensamiento ilustrado, por lo cual
buena parte de ella asumió la crítica como ejercicio del pensamiento racional y la insurrección del orden la promovió a
través del conocimiento.
Consecuentemente, la exteriorización de los quehaceres
científicos y humanísticos desembocó en compromisos de
carácter sociopolítico por su utilidad pública, con lo cual sus
impulsores se constituyeron, en los hechos, en la primera república —la de las letras, como decían— y desde ese espacio
forjaron conciencia entre los demás habitantes del virreinato
pues con sus argumentaciones, conocimientos, informaciones
y resultados de investigación, colaboraron en la génesis y justificación del ejercicio de acciones anticolonialistas, de la lucha
independentista iniciada en 1810. G
la Gaceta 17
a
Historiografía de la independencia (siglo xx)*
a
Rafael Rojas
Los libros del centenario
En perfecta sincronía secular, la Revolución mexicana estalló el
año en que México conmemoraba el centenario de su Independencia. Más precisamente, el centenario del levantamiento del
cura Miguel Hidalgo, en Dolores, a favor de Fernando VII —el
rey legítimo español, prisionero de Napoleón Bonaparte desde
la primavera de 1808—, y a favor también de la autonomía del
reino de la Nueva España y de la veneración mariana a la Virgen de Guadalupe como culto distintivo de la religiosidad y la
cultura novohispanas.
En 1910, la celebración del centenario de la Independencia
fue capitalizada por el régimen de Porfirio Díaz para exhibir
la consolidación interna y externa del México moderno. Ese
México moderno no era otro que el que había emergido, en
1867, del triunfo liberal sobre los conservadores, los franceses y el Imperio de Maximiliano, y que había consumado la
construcción del Estado nacional durante los nueve años de la
República Restaurada y, sobre todo, durante los 34 años de la
larga dictadura porfiriana.
En el momento del estallido de la revolución maderista, la
historiografía sobre la Independencia y el ceremonial cívico
derivado de la misma estaban considerablemente desarrollados. Las visiones apasionadas de los primeros historiadores
(fray Servando Teresa de Mier, Lucas Alamán, Lorenzo de
Zavala, José María Luis Mora, Carlos María de Bustamante,
José María Bocanegra…), protagonistas muchos de ellos del
proceso político de la Independencia, se vieron atemperadas,
en la segunda mitad del siglo xix, por la obra historiográfica
de liberales y positivistas como Ignacio Manuel Altamirano,
Guillermo Prieto, Justo Sierra, Julio Zárate, Juan Hernández y
Dávalos, Vicente Riva Palacio y Francisco Bulnes.1
Aunque la gesta separatista, con todos sus hitos, héroes e
ideas, era todavía —y seguiría siendo durante todo el siglo xx—
un legado en disputa, los revolucionarios de 1910 tenían más
presente la epopeya de la Reforma. Madero, Zapata, Carranza
y, en menor medida, Villa, se asumían más como continuadores
*Antonio Annino y Rafael Rojas, La Independencia. Los libros de la
patria, fce, México, 2010.
1 Enrique Krauze, La presencia del pasado (México, bbva Bancomer, 2004), pp. 371-472; Enrique Florescano, Imágenes de la patria
(México, Taurus, 2005), pp. 189-247, Memoria mexicana (México, fce,
1994), pp. 462-522, El nuevo pasado mexicano (México, Cal y Arena,
1991), pp. 47-68; Evelia Trejo y Álvaro Matute (eds.), Escribir la historia en el siglo XX (México, unam, 2005), pp. 9-33.
18 la Gaceta
de Juárez y Ocampo que de Hidalgo o Morelos, a pesar de que
en muchos casos sus demandas se enfrentaran a la tradición
liberal que provenía de la Reforma, la República Restaurada y
el Porfiriato. En los planes de Ayala y San Luis Potosí y en la
Constitución de 1917 hay muchas más referencias a la Reforma
que a la Independencia. El propio Madero en La sucesión presidencial en 1910 (1908), con varios lugares comunes, se asomó
a la gesta insurgente para rastrear los orígenes del militarismo
mexicano que, a su juicio, desembocaba en el Porfiriato.2
Dada la convulsión en que vivió México entre 1910 y, por lo
menos, hasta mediados de los años veinte, se hace difícil calibrar
el avance historiográfico sobre la Independencia en las dos primeras décadas de la Revolución. Aun así, la coyuntura del centenario, aunque aprovechada simbólicamente por el régimen
porfirista en sus últimos meses, unida a los nuevos proyectos
culturales de la Revolución, provocó un alud de reinterpretaciones nacionalistas de la insurgencia y de sus principales líderes,
batallas y eventos políticos. En ese sentido, una de las primeras
incursiones en el estudio de la época independentista, por parte
de la nueva generación intelectual revolucionaria, fue la conferencia de Carlos González Peña sobre José Joaquín Fernández
de Lizardi (“El Pensador Mexicano y su tiempo”) en la serie de
conferencias del Ateneo de la Juventud, en el verano de 1910.3
La Antología del Centenario. Estudio documentado de la literatura mexicana durante el primer siglo de Independencia (1910), compilada por Luis G. Urbina, Pedro Henríquez Ureña y Nicolás
Rangel, bajo la dirección de Justo Sierra, entonces secretario
de Instrucción Pública y Bellas Artes, fue uno de los primeros
intentos de establecer un canon de la literatura nacional en la
época de la Independencia. Aunque el título parecía aludir a la
literatura mexicana del siglo xix, los antologadores se ceñían
a los 21 primeros años del siglo xix, es decir, al periodo entre
1800 y 1821. Es por ello que la antología abarcaba desde escritores de la última etapa virreinal (Manuel de Navarrate, José
Manuel Sartorio, José Agustín de Castro, Anastasio de Ochoa,
José Mariano Beristáin de Souza…) hasta liberales y republicanos (José Joaquín Fernández de Lizardi, fray Servando Teresa
de Mier, José Miguel Guridi Alcocer, Francisco Manuel Sánchez de Tagle…), pasando por insurgentes (Francisco Severo
Maldonado, José María Cos, Andrés Quintana Roo, Juan Wenceslao Barquera…).
2
Francisco I. Madero, La sucesión presidencial en 1910 (San Pedro,
Coahuila, 1908), pp. 30-53.
3 Álvaro Matute, La Revolución mexicana: actores, escenarios y acciones.
Vida cultural y política, 1901-1929 (México, Océano/inehrm, 2002),
pp. 47-63.
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a
a
En su larga introducción, Luis G. Urbina concluía bruscamente que aquellos 21 años podían dividirse en dos mitades:
una primera, de 1800 a 1810, en la que la literatura mexicana todavía conservaba su “fisonomía neta y absolutamente española, como prolongación de la literatura hispana del siglo
xviii, con todos los caracteres de este periodo de decadencia:
el culteranismo, el prosaísmo, unidos al atildamiento y artificio
seudoclásicos”.4 En cambio, la literatura que arranca en 1810,
producto de las “agitaciones sociales y políticas”, es ya, según
Urbina, una literatura nacional, bajo la influencia constante de
Francia y España, pero con una personalidad propia: “cuando
México se sintió libre, cuando tuvo la conciencia de su soberanía, pasado el primer instante de goce arrebatado y sublime,
empezó desde luego a tratar de constituirse en un sólido organismo en marcha progresiva”.5
La idea organicista de la nacionalidad mexicana, que sostenía Urbina, era compartida por Sierra y muchos otros intelectuales porfiristas. Sin embargo, aquella visión rupturista de la
Independencia, que conllevaba el desprecio liberal por el pasado novohispano, no era respaldada por otros bibliófilos de la
época que intervinieron en la confección de la antología, como
Francisco Sosa y José María de Agreda y Sánchez, director y
subdirector, respectivamente, de la Biblioteca Nacional, Luis
González Obregón, director del Archivo General, y Genaro
García, director del Museo Nacional de Arqueología, Historia
y Etnología.6 Estos historiadores simpatizaban, más bien, con
una idea más ponderada del virreinato, similar a la que transmitían los escritos de Lucas Alamán, cuyos Episodios históricos de la
guerra de Independencia fueron reeditados en 1910.
Un equivalente bibliográfico de la Antología del Centenario,
para la historia política de México, fue la colección de Documentos históricos mexicanos, emprendida por Genaro García también en 1910 y publicada por el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología. En el prólogo, firmado por García
el 16 de septiembre de 1910, se narraba cómo la solicitud de
compilar la documentación política y periodística, relacionada
con el movimiento autonomista de 1808, las conspiraciones de
Valladolid y Querétaro en 1809, las campañas de Hidalgo y
Morelos, la estrategia contrainsurgente de Venegas y Calleja y
la prensa insurgente, entre 1810-1814, provino directamente
de Porfirio Díaz y fue comunicada al director del museo por el
secretario de Instrucción Pública, Justo Sierra, en 1907.
Según García, los 18 tomos de la obra prevista no estarían
concebidos para “halagar la vanidad del pueblo transformando
a sus héroes en divinidades que están fuera de discusión, ni a
sus enemigos en seres forzosamente condenables, sino para indagar la verdad y decirla serenamente, aunque sea dolorosa, sin
olvidar que los primeros son susceptibles de graves flaquezas y
los segundos capaces de loables acciones”.7 El profesionalismo
con que García asumía su empresa historiográfica implicaba
una concepción amplia y compleja del proceso político de la
Independencia de México, en el que, junto a los hitos y héroes
4
Justo Sierra, Antología del Centenario. Estudio documentado de la
literatura mexicana durante el primer siglo de Independencia (México,
Imprenta de Manuel León Sánchez, 1910), pp. ccxliii-ccxliv.
5 Ibid., p. ccxlv.
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6
Ibid., nota 6, p. l.
Genaro García, Documentos históricos mexicanos (México, inehrm,
1985), t. i, pp. ix-xii.
7
la Gaceta 19
a
de la epopeya insurgente, fueran recogidos también documentos relativos a la contrainsurgencia, al constitucionalismo gaditano, entre 1810-1814, a la vida virreinal, entre 1810-1821,
y a la propia historia política peninsular durante aquellos años.
Sin embargo, dado el sentido apoteósico que el gobierno de
Díaz concedió a las celebraciones del centenario, no es raro que
una buena parte de la literatura histórica producida hacia 1910
recurriera a la apología de los héroes y caudillos separatistas y
a la denigración histórica del virreinato y la contrainsurgencia
en un tono muy alejado de aquella objetividad demandada por
García. La señora guanajuatense Concepción Ochoa de Castro,
por ejemplo, escribió un Álbum patriótico ilustrado del primer caudillo de la Independencia don Miguel Hidalgo y Costilla, dedicado a
Porfirio Díaz y su esposa, Carmen Romero Rubio, con cuyo retrato matrimonial abría el volumen. El libro, que en una segunda
dedicatoria se “ponía bajo la valiosa protección del ministro de
Instrucción, Justo Sierra, y del gobernador de Guanajuato, Joaquín Obregón González”, fue dictaminado y “minuciosamente
corregido” por el sacerdote e historiador Agustín Rivera y San
Román y apareció con prólogo de Luis González Obregón.8
La propia obra del padre Rivera puede ser estudiada como
una contribución historiográfica singular del Porfiriato tardío.
Con más de 80 años, Rivera dedicó a Díaz, en 1910, sus Anales
de la vida del Padre de la Patria, Miguel Hidalgo y Costilla, una
biografía escrita como la narración del vía crucis y el martirio
de un santo.9 El 6 de octubre de ese mismo año, en Palacio
Nacional y en presencia de Díaz, Rivera pronunció el discurso
principal, en el “apoteosis de los héroes de la Independencia
de México, ante los despojos mortales de ellos”. Allí Rivera
sostenía que “todas las revoluciones sociales se han hecho por
el pueblo bajo, dirigido por hombres superiores”. Hidalgo y
Morelos, Juárez y Díaz eran, según Rivera, los “hombres superiores” de la historia moderna de México: los primeros pertenecían a la etapa formativa, los segundos, al periodo de consolidación nacional.10 Todavía en los años siguientes, a pesar
de la turbulencia revolucionaria y de la vejez, el padre Rivera,
desde su residencia en León, siguió escribiendo algunos textos
sobre la Independencia, que no carecen de valor informativo y
literario, como su Hidalgo en prisión (1911) o sus varios escritos
biográficos sobre Pedro Moreno.11
En la mencionada ceremonia de “apoteosis de los caudillos y
soldados de la Independencia”, en Palacio Nacional, además de
Rivera, habló Enrique Creel, secretario de Estado y del Despacho de Relaciones Exteriores, quien afirmó que la historia
moderna de México, desde 1810 hasta 1910, o desde Hidalgo
hasta Díaz, era “una gloriosa epopeya en que los héroes luchan
con los dioses, en que los titanes escalan los empíreos, en la que
el derecho triunfa a la opresión”.12 El secretario de Instruc8
Concepción Ochoa de Castro, Álbum patriótico ilustrado del primer caudillo de la Independencia don Miguel Hidalgo (México, Antigua
Imprenta de Murguía, 1910), pp. 7-16.
9 Agustín Rivera, Anales de la vida del Padre de la Patria, Miguel
Hidalgo y Costilla (León de los Aldamas, Imprenta de Leopoldo
López, 1910), pp. 1-4.
10 Discurso pronunciado por Agustín Rivera en el Palacio Nacional de la
capital de México, en la apoteosis de los héroes de la Independencia de México
(México, Imprenta de Manuel León Sánchez, 1910), pp. 3-21.
11 Agustín Rivera, Hidalgo en prisión (León de los Aldamas,
Imprenta de Leopoldo López, 1911).
12 Centenario de la proclamación de la Independencia. Gran ceremo-
20 la Gaceta
a
ción Pública, Justo Sierra, por su parte, leyó un poema a los
padres de la patria, que transmitía un mensaje, muy parecido al
de Creel, según el cual la estabilidad y el progreso porfiristas
eran las realizaciones históricas de los anhelos de los primeros
héroes nacionales: “Hoy la paz y el trabajo de vida nos circundan, / las escuelas el alma del porvenir fecundan / y arraiga en
vuestro polvo un inmortal laurel”.13
Dentro de aquella literatura biográfica producida hacia 1910
destaca por su magnitud y, al mismo tiempo, su sobriedad literaria la obra del articulista de El Tiempo, Alejandro Villaseñor
y Villaseñor, Biografías de los héroes y caudillos de la Independencia
(1910). Los dos volúmenes de este libro recogían breves semblanzas de unos 156 precursores y protagonistas del proceso
político y militar de la Independencia. Villaseñor comenzaba sus semblanzas con precursores como los autonomistas de
1808 (Juan Francisco Azcárate, Francisco Primo Verdad y fray
Melchor de Talamantes), luego continuaba con las reseñas biográficas de los conspiradores de Valladolid y Querétaro (José
María García Obeso, José Mariano Michelena, fray Vicente de
Santa María, Manuel Ruiz de Chávez, José María Sánchez e
Ignacio Villaseñor) y, finalmente, se adentraba en las figuras
mayores y menores de la insurgencia, desde la etapa de Hidalgo
y Morelos hasta la de Guerrero e Iturbide.14
La exhaustividad con que Villaseñor organizó sus viñetas
biográficas estaba motivada por la certeza de que la importancia simbólica concedida, durante el siglo xix, a ciertos caudillos
como Hidalgo, Morelos e Iturbide había limitado el conocimiento histórico sobre la vida de otros próceres. La “fama”
de Hidalgo, según Villaseñor, “había obscurecido a todos los
que militaron con él o a sus órdenes”.1515 Pero Villaseñor se
distanciaba lo mismo de apologetas del cura de Dolores como
Rivera que de detractores como Bulnes: “Los intentos, débiles
por cierto, de la crítica, para analizar su obra pública y darle
la recompensa que merece o vituperarlo por sus faltas se han
estrellado ante el fanatismo de ciertos partidarios que lo han
declarado intangible”.16 A diferencia de muchos de sus contemporáneos, Villaseñor no contaminaba sus semblanzas con
juicios severos sobre el comportamiento político posterior de
algunos caudillos como Agustín de Iturbide, Nicolás Bravo,
Guadalupe Victoria o Vicente Guerrero. En este sentido, su
reseña biográfica de Iturbide, a quien preservaba el título de
“Libertador de México”, resulta ejemplar.
Villaseñor y otros historiadores de aquellos años polemizaban, directa o indirectamente, con el muy leído libro La guerra
de Independencia. Hidalgo-Iturbide (1910) de Francisco Bulnes.
Sin embargo, una lectura serena de aquella obra, integrada por
las conferencias de Bulnes en el Museo Nacional con motivo
del centenario, previamente advertida de los ardides polémicos
de su autor, vendría a confirmar una visión íntegra, es decir,
republicana, del panteón heroico de la Independencia, muy a
tono con la demanda de objetividad de Genaro García. Bulnes
no escribía contra Hidalgo y a favor de Iturbide, como llegaron
nia de apoteosis de los caudillos y soldados de la Independencia (México,
Imprenta de la Secretaría de Gobernación, 1910), pp. 5-15.
13 Ibid., p. 31.
14 Alejandro Villaseñor y Villaseñor, Biografías de los héroes y caudillos de la Independencia (México, Imprenta de El Tiempo, 1910), pp.
1-14.
15 Ibid., p. 45.
16 Idem.
número 477, septiembre 2010
a
a
a pensar algunos, sino a favor de los que, a su juicio, constituían
las tres figuras centrales o “tres héroes prominentes” de la gesta
separatista: Hidalgo, Morelos e Iturbide.17
Bulnes comenzaba su libro con una detallada refutación de
las críticas a Hidalgo, acumuladas por la historiografía liberal y conservadora del siglo xix (Alamán, Mora, Zavala, Riva
Palacio…), enfatizando, por un lado, el carácter autonomista,
monarquista, antinapoleónico y, especialmente, fernandino del
levantamiento del cura Hidalgo y, por el otro, justificando la
violencia social y racial del movimiento insurgente, una vez
que, descubierta la conspiración moderada, sus líderes no tuvieron más remedio que recurrir a la acción revolucionaria.18
Los pasajes dedicados a Iturbide, al final del libro, fueron los
más polémicos, dada la vehemencia con que Bulnes describía la
eficacia del Plan de Iguala, la necesidad del imperio, en 1822,
toda vez que España se negaba a aceptar la oferta de los Tratados de Córdoba, y su fracaso, a manos del predominante “republicanismo jacobino” que controlaba el Congreso.19
En algún momento, Bulnes, para exculpar al héroe de Iguala, reconocía el papel de la ambición en la historia y hasta insinuaba un paralelo entre Iturbide y Díaz: “Hay casos en que
una sociedad reclama la dictadura como recurso de salvación,
y se fija en un hombre, que por sus servicios públicos ha dado
pruebas de merecer tan alto y peligroso puesto”.20 Iturbide era
ambicioso, sí, pero no más que Bolívar o Guerrero, sobre quien
Bulnes escribió algunas de las páginas más apasionadas de la
historiografía mexicana: “La diferencia entre la ambición de
Iturbide y la de Guerrero, es que la del primero fue un desacierto, mientras que la del segundo fue un crimen. El general Guerrero fue el fundador en México de la atrocidad política…”21
A Bulnes le irritaba tanto que a Guerrero se le llamara “mártir
de Cuilapa” y a Iturbide “el ambicioso o el traidor de Padilla”
que llegó a afirmar: “Yo reconozco el derecho del presiente [sic]
Bustamante para fusilar a Guerrero. Tan triste drama se desarrolló conforme a las leyes de naciones civilizadas”.22
La motivación de Bulnes, al defender el lugar de Iturbide en
el panteón heroico de la Independencia, era similar a la de Genaro García: contribuir a que el criterio de justicia de los juicios
históricos no estuviera determinado por las “indecentes pasiones de partido”. Bulnes era una figura pública del Porfiriato
y su sutil paralelo entre Díaz e Iturbide no pasó inadvertido
entre el público joven, más o menos simpatizante del antirreleccionismo. Pero algunos de aquellos jóvenes, como el propio
Francisco I. Madero, poseían una visión patriótica tradicional
y maniquea de la historia política mexicana, en la que junto a
“hombres puros y grandes […] héroes, cuyo recuerdo la patria
venera y que desenvainaron la espada de buena fe, creyendo
que de ese modo cooperarían al progreso”, como Hidalgo y
Morelos, Guerrero y Bravo, se “alzaba una nube de ambiciosos
que habiendo prestado servicios menores, reclamaban mayor
recompensa”, como Iturbide, Bustamante y Santa Anna.23
17
Francisco Bulnes, La guerra de Independencia. Hidalgo-Iturbide
(México, Talleres Linotipográficos de El Diario, 1910), p. 426.
18 Ibid., pp. 9-57.
19 Ibid., pp. 343-398.
20 Ibid., p. 399.
número 477, septiembre 2010
21
Ibid., p. 404.
Ibid., p. 405.
23 Francisco I. Madero, La sucesión presidencial en 1910, op. cit., p. 45.
22
la Gaceta 21
a
Los silencios del otro centenario
A diferencia del sentido apoteósico que el régimen de Díaz le
concedió a las fiestas del centenario en 1910, el gobierno de
Álvaro Obregón, emergido del Plan de Agua Prieta y el asesinato de Venustiano Carranza, conmemoró, sin mucho esplendor aunque con gran pompa militar, los 100 años de la consumación de la Independencia mexicana en 1921. Durante todo
el mes de septiembre de aquel año, el Comité Ejecutivo de las
Fiestas del Centenario, conformado por Emiliano López Figueroa, Juan de Dios Bojórquez, Martín Luis Guzmán y Carlos Argüelles, realizó eventos diarios en el Colegio Militar, las
secretarías de Guerra y Marina, Agricultura y Relaciones Exteriores, Palacio Nacional y varias salas, teatros, clubes y centros
deportivos de la capital. Desde un punto de vista simbólico, dos
actos significativos de aquellas jornadas fueron la consagración
de la bandera de Iguala en el teatro El Iris —acto al que asistió
el propio Obregón— y la colocación de la primera piedra del
monumento a Vicente Guerrero en Iguala.24
No fue Iturbide sino Guerrero el héroe más venerado por la
literatura histórica y el ceremonial político de los años previos
y posteriores al centenario de la consumación de la Independencia mexicana. La epopeya en verso de Felipe N. Aguilar,
titulada Alba Patria (1915), reeditada aquel año, comenzaba
con Hidalgo y terminaba con Guerrero, pasando por Rayón,
Morelos, Leona Vicario y Mina. Iturbide, según Aguilar, era
el “sanguinario jefe”, “enemigo más implacable de la patria”,
cuya “ambición era su única grandeza” y que “secundó la causa
de los inquisidores y los déspotas; la de la esclavitud y la del
grillete”.25 Este tipo de aproximaciones vindicativas o apasionadas a la gesta independentista estaba, naturalmente, impulsado por los usos políticos del pasado desde un presente revolucionario y agrarista.
La historiografía académica de aquellos años, aunque no fue
ajena al énfasis en el nacionalismo revolucionario, exploró otras
facetas de la historia de la Independencia y eludió preferencias
ideológicas y maniqueísmos políticos en la interpretación de
personalidades y eventos. El interesante poeta y crítico Manuel
Puga y Acal, por ejemplo, que en 1908 había manifestado su
interés en la historia de la Independencia con su excelente estudio Verdad y Talamantes, primeros mártires de la Independencia
mexicana (1908), investigó en el Archivo General de la Nación
el tema poco conocido de las ideas y proyectos diplomáticos
dentro de la insurgencia. Inscrito en la escuela moderna de la
historia diplomática, encabezada por Genaro Estrada, Puga
descubrió que entre 1813 y 1818 líderes insurgentes como
Morelos y Rayón, Mina y Victoria ya intentaban conferirle una
fuerte proyección hemisférica a la política exterior de la naciente República Mexicana, que priorizara el vínculo con los
Estados Unidos, Hispanoamérica y el Caribe.26
El Archivo General de la Nación, lo mismo que el Museo Nacional con los Anales coordinados por José María de la
Fuente, continuó publicando documentos e investigaciones so24
Programa oficial de las fiestas del centenario de la consumación de la
Independencia de México (México, La Helvetia, 1921), pp. 3-27.
25 Felipe N. Aguilar, Alba Patria. Epopeya de la Independencia (México, Imprenta de la Casa del Obrero Mundial, 1915), pp. 79-81.
26 Manuel Puga y Acal, La fase diplomática de nuestra guerra de Independencia (México, Imprenta Victoria, 1919), pp. 30-82.
22 la Gaceta
a
bre la gesta separatista. En los años cercanos al centenario de
la consumación de la Independencia, una de las publicaciones
más interesantes del Archivo General de la Nación fue el Proceso al caudillo de la Independencia Don Mariano Matamoros (1918),
a cargo de José M. Coéllar.27 La legendaria figura del cura de
Jantetelco, cuya participación en las campañas de Oaxaca y Michoacán fuera tan destacada al frente del regimiento “Apóstol
San Pedro” —cuya principal divisa era “inmunidad eclesiástica”—, había sido eclipsada, como la de tantos otros caudillos
insurgentes, por el atractivo de Hidalgo y Morelos. Matamoros
fue derrotado y capturado por las tropas de Ciriaco de Llano y
Agustín de Iturbide a principios de 1814, procesado por la Inquisición en Valladolid y fusilado en esa misma ciudad, a pesar
de que Morelos, quien tanto lo apreciaba, ofreció a las autoridades virreinales canjearlo por 200 presos realistas.
El libro más orgánico sobre la Independencia de México que
circuló en aquellos años no fue obra de un mexicano sino de un
español, Mariano Torrente, y había sido escrito en 1829, justo
en el año de la invasión de Barradas, como alegato a favor de la
reconquista. De la vieja y colonialista Historia general de la revolución hispanoamericana, el intelectual venezolano Rufino Blanco
Fombona extrajo la parte mexicana y la reeditó, en 1918, bajo el
título de Historia de la Independencia de México, en su memorable
Biblioteca Ayacucho. Blanco Fombona justificó la reedición de
aquel panfleto, lleno de burdas descalificaciones de la insurgencia y de apologías de Venegas y Calleja, con estas palabras: “La
obra de Torrente, pagada por la Corte española, para combatir
y desacreditar a los patriotas de América, no es, a pesar de su
título, una historia. A veces linda con el libelo; y los escrúpulos,
a punto de veracidad, no entraban al autor. Con todo, tiene su
mérito, como obra de un contemporáneo, enemigo nuestro”.28
Según Blanco Fombona, el objetivo de la Biblioteca Ayacucho
era “recoger todas las opiniones de la época, aún las más adversas
a nosotros los americanos”, por lo que la reedición del libro de
Torrente debía verse como una “prueba de imparcialidad”.29
La participación de José Vasconcelos, secretario de Instrucción Pública del gobierno de Obregón, en los debates bibliográficos sobre el segundo centenario fue, más bien, parca. En
1920 Vasconcelos había publicado su libro La caída de Carranza.
De la dictadura a la libertad, una miscelánea documental a favor
del Plan de Aguaprieta que, según sus palabras, fue obra “de
las ideas más que de las armas” y que marcaba el inicio del
“periodo final y definitivo de la etapa revolucionaria”: aquel en
que, por medio de una “tormenta purificadora”, la “revolución
conquistaba la conciencia de sus propias finalidades”.30 Aunque
años más tarde, en las páginas finales de La tormenta, se retractaría de aquel “carrancismo sin Carranza”, de aquella “plebe sin
jefe”; desde la Secretaría de Instrucción Pública, Vasconcelos
tuvo oportunidad de intervenir indirectamente en el debate del
segundo centenario a través de la reedición de la Historia patria
de Justo Sierra, en 1922.31
27
José M. Coéllar, Proceso al caudillo de la Independencia Don
Mariano Matamoros (México, Publicaciones del agn, Imprenta de la
Secretaría de Gobernación, 1918), pp. 9-57.
28 Mariano Torrente, Historia de la Independencia de México
(Madrid, América), 1918, p. 6.
29 Idem.
30 José Vasconcelos, La caída de Carranza. De la dictadura a la libertad (México, Biblioteca Nacional de México, 1920), pp. v-viii.
31 José Vasconcelos, La tormenta (México, fce, 1993), p. 937.
número 477, septiembre 2010
a
Sierra, quien había fallecido en Madrid en 1912, escribió
aquel manual para que fuera adoptado en el sistema educativo
del Porfiriato. Según su propia advertencia preliminar, había
tomado como modelo los relatos de historia nacional francesa de Lavisse y, en general, el tipo de escritura narrativa de la
tradición historiográfica francesa del siglo xix: Michelet, Renán, Taine, Coulanges…32 El primer libro del manual de Sierra abarcaba la historia prehispánica, la Conquista y el periodo
colonial, correspondiente al virreinato de la Nueva España. El
segundo comenzaba con la Independencia, seguía con una etapa que él llamaba “la república” (1823-1857), continuaba con
la Reforma y el Imperio y concluía con la República Restaurada y el Porfiriato. Dado que Sierra escribía desde la teleología
evolucionista, según la cual las “naciones más civilizadas” eran
aquellas en las que había “más escuelas, más ferrocarriles y más
telégrafos”, mayor armonía entre el campo y la ciudad y mayor
difusión de la industria, el comercio y la cultura, la historia moderna de México podía tener un desenlace feliz. Según Sierra,
en 1876 había comenzado “para la República una era de mejoras materiales y de paz, que si no es seriamente interrumpida y
si sus gobernantes saben comprender las aspiraciones del pueblo, no sólo le dará para siempre la prosperidad, sino algo que
vale más, la santa libertad”.33
La Revolución alteró profundamente aquel desenlace previsto por Sierra y produjo un reajuste en todas las esferas de la
escritura histórica: la académica, la educativa, la divulgativa y
la literaria. Sin embargo, desprovisto de sus premisas y su conclusión, el manual de Sierra continuaba siendo vigente e instructivo. Vasconcelos, por lo visto, simpatizaba bastante con la
visión ponderada de Sierra sobre el periodo virreinal, en donde
se establecía una distinción exhaustiva entre la Nueva España
de los Habsburgos y la de los Borbones, aunque se celebraba el
gobierno de virreyes de una y otra época como Mendoza, Velasco, Acuña, Croix y Revillagigedo.34 A pesar de esta imagen
equilibrada del virreinato, Sierra narraba la insurgencia como
32 Justo Sierra, Historia patria (México, Departamento Editorial de
la Secretaría de Instrucción Pública, 1922), p. 5.
33 Ibid., pp. 8-10 y 137.
34 Ibid., pp. 53-66.
número 477, septiembre 2010
una epopeya gloriosa, en la que un líder militar y políticamente
maduro, como José María Morelos, era virtuosamente retratado. Según Sierra, Hidalgo era el “padre de la Independencia”,
pero Morelos era “el más notable de los caudillos de la guerra de
Independencia, por su genio militar y su republicanismo”.35
En la historiografía académica de aquellos años, una confirmación del juicio de Sierra sobre Morelos fue el libro El sitio
de Cuautla del joven historiador guanajuatense Luis Chávez
Orozco. Luego de una reconstrucción detallada de las operaciones de Calleja, Galeana y Matamoros, Chávez Orozco,
quien ya para entonces comulgaba con ideologías nacionalistas, socialistas y neoindigenistas, concluía que la eficacia militar de Morelos se debió a una inteligente traducción militar de
los principios de organización social de la población mestiza e
indígena del sudeste de México. El talento guerrillero y la convicción republicana de Morelos, según Chávez Orozco, produjeron una eficiente restructuración de la autoridad caciquil en
el campo insurgente, que le permitió resistir el embate realista
entre 1812 y 1815.36
La reedición del libro de Sierra en 1922 vino a colocar el
tema de la Independencia en el centro del debate sobre la educación histórica en México. Con los gobiernos de Obregón y
Calles, en los años veinte, el nuevo orden revolucionario avanzaba aceleradamente hacia su institucionalización y las visiones
sobre el pasado entablaban una intensa disputa por la hegemonía del discurso nacional. Por aquellos años, el estudio de la
guerra de Independencia funcionó, de algún modo, como una
proyección alegórica de la todavía reciente epopeya revolucionaria y las diversas corrientes políticas que de ella surgieron.
En sus juicios y relatos sobre la revolución de Independencia
de 1810, muchos historiadores, educadores e intelectuales deslizaban percepciones contemporáneas sobre la otra revolución:
la que desde 1910 convulsionaba la vida social y política del
México del siglo xx. G
a
35
Ibid., pp. 69-93.
Luis Chávez Orozco, El sitio de Cuautla. La epopeya de la guerra
de Independencia (México, suplemento encuadernable de “Resumen”,
1931), pp. 29-33.
36
la Gaceta 23
a
a
Cabecillas y seguidores*
Eric van Young
Notables indios. Algunas observaciones generales
Los registros documentales de la época abundan en referencias a
la participación de los notables indios en la insurgencia como
enlace entre la gente del pueblo y los rebeldes de fuera, movilizadores y proselitistas de la causa en contra del régimen, organizadores de la defensa del pueblo contra los ataques militares de
los realistas y, en unos cuantos casos, comandantes de pequeños
contingentes armados en el campo. Sin embargo, las pruebas de
su papel como jefes insurgentes son puramente anecdóticas y es
difícil reconstruir sus actividades en el campo militar o político,
especialmente porque funcionaban de manera casi exclusiva en
demarcaciones locales y muy rara vez a nivel “nacional” o inclusive regional, lo que habría resultado más visible para el registro
histórico.1 Aparte de la excentricidad de las historias políticas locales, en términos de su posición estructural o sus historias de
vida es difícil distinguir a los notables indios que fueron activistas
o simpatizantes de la insurgencia, de aquellos que guardaron
lealtad al régimen colonial. Se situaban en el rango de los ricos
del pueblo, la nobleza indígena hereditaria (caciques y principales) y funcionarios o ex funcionarios (gobernadores, alcaldes, regidores, escribanos, etc.), un estrato de dirigentes que a finales
del periodo colonial representaba quizá 10% de la población indígena masculina en el campo.2
Mientras que los indios conformaban de 50 a 60% de los
insurgentes en la Colonia, tengo la impresión de que los notables indígenas tenían una baja representación proporcional entre los grupos de indios insurgentes y de rebeldes en general,
así como en la estructura dirigente de todo nivel. Además, no
por fuerzas los hombres que destacaban económica o política-
mente y ejercían un papel rector en las comunidades indígenas
en tiempos de paz pasaban automáticamente a ocupar una función similar durante el periodo insurgente, aunque parezcan
haber estado a favor de la causa rebelde. Asimismo es importante recordar que el estrato de los dirigentes indios no era en
forma alguna homogéneo, como tampoco lo era el sector indígena de la sociedad colonial en su conjunto, sino que había
entre ellos divisiones de edad, riqueza y poder hereditario en
contraposición con el adquirido, podían estar situados en los
centros de población en oposición a la periferia, pertenecer a
una facción política, familiar, etc. En algunos casos puede detectarse el surgimiento de estas divisiones en términos de insurgencia o realismo.
Su baja representación sugiere que la dirigencia indígena en
los pueblos de muchas regiones de la Nueva España guardaba
vínculos más estrechos con el régimen colonial que con los indígenas en general, o por lo menos que había menos riesgo de
que éstos se opusieran abiertamente al Estado colonial. No es
de extrañar, pues estos hombres (y no eran más que puros hombres) solían obtener y conservar su cargo formal, su poder y su
influencia colaborando con los poderosos de la localidad que
no eran indígenas, fuertemente comprometidos con el orden
colonial. Por eso los notables indios se esforzaban por mantener o inclusive ampliar su posición privilegiada y los considerables beneficios materiales que percibían mientras siguieran
funcionando normalmente los acuerdos políticos y económicos
de la Colonia a nivel de los pueblos.3 El caso no es forzosamente indicador de un conservadurismo social en el sentido vulgar
del término, puesto que los beneficios que se derivaban de la
posición de la élite local a menudo estaban relacionados con la
3
* Eric van Young, La otra rebelión. La lucha por la independencia de
México, 1810-1821, Traducción de Rossana Reyes Vega, fce, México,
2010.
1 El término notables se usa para designar a aquellos hombres
indígenas con mucha influencia en los asuntos económicos y políticos del pueblo o inclusive del ámbito subregional por la nobleza
de su linaje, su riqueza, su cargo político o gracias a varios de estos
atributos reunidos en su persona, así fueran reales o percibidos.
Había, qué duda cabe, indios comunes y corrientes en el grupo de los
dirigentes rebeldes de pueblo, pero sobre ellos se discute en capítulos
posteriores.
2 Robert Haskett, Indigenous Rulers: An Ethnohistory of Town Government in Colonial Cuernavaca (Albuquerque, 1991), pp. 29-32; y James
Lockhart, The Nahuas After the Conquest: A Social and Cultural History
of the Indians of Central Mexico, Sixteenth Through Eighteenth Centuries
(Stanford, 1992), p. 133.
24 la Gaceta
Para un análisis de las tensiones que se formaban en el interior
de los pueblos debido al doble papel de los notables locales como
mediadores entre las estructuras comunitarias y extracomunitarias y
como explotadores de su propio poder, véase Eric Van Young, “Conflict and Solidarity in Indian Village Life: The Guadalajara Region in
the Late Colonial Period”, Hispanic American Historical Review (1984),
pp. 55-79. Robert Haskett tiene muchas cosas interesantes que decir
sobre la integración de las élites indígenas a la cultura material europea durante el periodo colonial. Aunque no llega al extremo de decir
que fueron cooptadas o neutralizadas por el acceso a esos bienes, sí
se refiere a ellos como “fundamentalmente conservadores”; Haskett,
Indigenous Rulers, op. cit., p. 161 y ss. William Taylor no menciona
que los notables indios tuvieran un papel especialmente prominente
en la dirigencia de los tumultos o rebeliones de pueblo a fines de la
Colonia, y se inclina por el punto de vista de que estos movimientos
eran acéfalos; William B. Taylor, Drinking, Homicide and Rebellion in
Colonial Mexican Villages (Stanford, 1979).
número 477, septiembre 2010
a
a
expansión de la economía comercial monetaria, la difusión de
los arreglos de trabajo asalariado, la penetración de personas
no indígenas en la propiedad local de la tierra, así como con
otros heraldos del capitalismo rural y de trastorno social.
No obstante, en las décadas previas al estallido de la insurgencia de 1810, parece haber muchos casos en que los notables
indígenas tuvieron un papel central como dirigentes de los disturbios de pueblo por cuestiones de tierra, elecciones en disputa o conflictos con las autoridades locales españolas y con otra
gente poderosa venida de fuera, lo que contrasta con el papel
mucho más silencioso, pero no por ello carente de importancia,
que desempeñaron durante el periodo insurgente propiamente
dicho. Son al menos dos los factores que inciden en esto. En
primer lugar, el papel de estos hombres como dirigentes tiende
a perfilarse con mayor claridad en el periodo previo a 1810,
porque en general era menor el ruido de interferencia del trastorno social y la violencia, mientras que en la época insurgente
había muchos otros actores sociales representados en la acción
colectiva, una variedad mayor de for-mas de acción y muchos
otros dirigentes (criollos y mestizos) que contribuían a opacar
número 477, septiembre 2010
a los dirigentes indios locales. Si bien es cierto que esto no debiera verse como un mero artefacto de las fuentes o de la abrumada atención de los testigos de la época, de cualquier forma
sirve pensarlo como una variable del contexto y no como una
característica inherente a las estructuras rurales de autoridad o
los patrones de los dirigentes. En segundo lugar, es perfectamente posible que algunos de los mismos notables indios que
bien pudieron haber encabezado, participado como cómplices
o por lo menos tolerado los disturbios de los pueblos en el periodo anterior a 1810, mostraran mayor cautela una vez que
estalló la insurgencia, no sólo por las razones que he sugerido,
sino también porque el contexto político había cambiado. Esta
gente tenía más probabilidades de saber leer y escribir en español, de ser bilingües (esto es, de hablar una lengua indígena y el
español) y de tener contactos sociales y políticos muy diversos
y una visión del mundo consecuentemente más amplia.4 Bien
4 Haskett,
Indigenous Rulers, op. cit., pp. 136-145, se extiende sobre
la capacidad de los notables indios de la región de Cuernavaca a fines
de la Colonia para leer y escribir, así como sobre su bilingüismo.
Tomando en cuenta el tamaño del pueblo y el nivel del cargo, es muy
la Gaceta 25
a
pueden haber distinguido entre las implicaciones de la acción
colectiva dirigida contra las estructuras locales de la autoridad
como una manera utilitaria de restaurar un equilibrio local
temporalmente interrumpido en términos de la paz general, y
las implicaciones de la acción colectiva dirigida contra las mismas estructuras locales en una época de guerra interna generalizada, que los no indígenas podrían armar como un asalto
frontal contra el régimen colonial en su conjunto. Por otra parte, hubo casos en que los notables indios vieron en la actividad
insurgente una oportunidad de aumentar su propio poder a nivel local, y tal vez de controlar a sus rivales con poder.
Notables indígenas como realistas
Hay otra cara en el asunto de la baja proporción de notables
entre los insurgentes, que es su apoyo, por lo menos pasivo, al
régimen realista. Al igual que el clero secular de menor jerarquía, la gran mayoría de los notables indígenas permanecerían
leales no sólo al rey español —como los legitimistas ingenuos—,
sino al régimen realista en general. Tan generalizada era la sospecha que reinaba entre la élite gobernante de la Colonia sobre
la lealtad de los notables, que en las solicitudes oficiales y otra
correspondencia eran relativamente frecuentes los comentarios
de que esa gente era leal “… aunque fueran indios”.5 No obstante, los insurgentes ajenos a la comunidad o los vecinos del pueblo que pensaban de otra forma podían imponer castigos manifiestos por esa lealtad. Por ejemplo, en 1811, en la Sierra Gorda
al este de Guanajuato, los insurgentes de Sichú secuestraron a
su gobernador indio, que era realista, y al noroeste de la capital,
en el distrito de Zumpango, los rebeldes entraron al pueblo de
Tequixquiac a fines de octubre de 1811 buscando expresamente
al gobernador, don Miguel Navarro, a quien le saquearon la
casa, le rompieron la loza y le golpearon al hijo.6
Aparte de cualquier vínculo ideológico o afectivo que hubiera podido unirlos al régimen colonial, los notables indios estaban listos para beneficiarse bien y bastante de su apoyo abierto
y efectivo a los realistas, obteniendo compensaciones materiales inmediatas, y de otra índole, o ampliando localmente su poder político y económico. No siempre recibían lo que les parecía una compensación justa, pues las autoridades locales, tanto
civiles como militares, tendían a ser más generosas y conciliaposible que las tasas de alfabetización entre los funcionarios indios de
mayor rango (gobernadores y alcaldes) hayan disminuido durante el
periodo colonial, mientras que las tasas de bilingüismo aumentaron,
aunque quizá las muestras de Haskett sean muy pequeñas como para
ser representativas. Llega a comentar (p. 156) que “… para el siglo
xviii al menos parte de la élite (si no es que la mayoría) iban perdiendo la visión micropatriótica de la sociedad”.
5 AGN, Criminal, vol. 280, exp. 7, fols. 120r-123r, 1812.
6 Para Sichú: AGN, Infidencias, vol. 14, exp. 1, fols. 1r-92v, 1811;
Tequixquiac: AGN, Criminal, vol. 240, exp. 20, fols. 389r-392r, 1811.
Pedro Esteban Ramírez, anterior gobernador de Sichú, de hecho
recibió la pena de muerte de las autoridades de la ciudad de México
por su activa participación con los rebeldes, pero fue sentenciado a
trabajos forzados en La Habana mientras se resolvía su solicitud de
indulto, que todavía en 1817 seguía pendiente. Se decía que Ramírez
había llevado documentos secretos de parte de Juan Aldama a las
autoridades indias de Tlaxcala justo al final de 1810, en los que se
les exhortaba a rebelarse, pero fue arrestado por el gobernador de la
ciudad, don Juan Lucas Altamirano; AGN, OG, vol. 9, sin núm. de
exp., fols. 50r-v, 1817.
26 la Gaceta
a
doras, mientras que las autoridades centrales de la Colonia eran
mucho más austeras para dispensar poder local y económico a
los indios de los pueblos y no rezongaban tanto a la hora de las
compensaciones si éstas eran puramente honoríficas. Por ejemplo, en octubre de 1811 don Martín Gutiérrez, un cacique del
importante pueblo de Zacoalco en el lago de Chapala (y primo
del entonces gobernador en funciones), pidió al virrey Venegas
una serie de pasaportes especiales y cartas para facilitar su viaje
comercial por el reino en compensación por sus esfuerzos de
propaganda a favor del régimen (“… desengañando a los incautos con palabras de la mayor eficacia”) desde el estallido mismo
de la insurgencia.7 Muchos gobernadores indios recibieron
medallas especiales en recompensa por los servicios prestados
al régimen; otros, altos cargos en las milicias locales, y algunos
más, concesiones de tierras de cultivo.8 Los esfuerzos de los
notables indígenas realistas por fortalecer su influencia económica o política fueron más sutiles y tuvieron mayores implicaciones sociales. Por ejemplo, a fines de 1811, José Manuel Ponze, alcalde indio de Tepic, estructuró su propio y pequeño proyecto totalitario, cuya realización dependería del apoyo de las
autoridades locales blancas. Informó al subdelegado local que
para completar la pacificación del área recomendaba excluir de
la comunidad y privar de sus derechos civiles (reclasificándolos
en cambio como indios laboríos, residentes permanentes de la
hacienda) de un numeroso grupo de jefes de familia que eran
conocidos como “… revoltosos díscolos cavilosos perturbadores de la tranquilidad”.9 El indio principal y realista declarado,
don Domingo Alvarado de Huejutla, comerciante de monta y
terrateniente del distrito, pidió al subdelegado que los “indios
laboríos terrazgueros” de su propiedad fueran relevados de
toda obligación en la milicia, pues, según argumentaba, sus ausencias interrumpían sus trabajos de labranza.10
Vale la pena detenerse a considerar con cierta atención las
actividades de don Alonso Mariano Alvarado (muy probablemente relacionado con el don Domingo Alvarado antedicho),
gobernador indio de Huazalingo, distrito de Huejutla, para
ilustrar la microhistoria del apoyo de los notables indios al régimen colonial y las formas en que la historia se ha cruzado en
muchas ocasiones con las relaciones locales de poder. En una
carta de mayo de 1813 endosada por el coronel Alejandro Álvarez de Güitián, el viejo comandante español de la región de la
Huasteca, Alvarado informa al virrey Venegas de sus esfuerzos
a favor de la causa realista. Durante 1812, fungió como alcalde
de primer voto de Huazalingo bajo el entonces gobernador Pedro Manuel Alvarado (hermano, casi con toda certeza, de Alonso Mariano). Ambos trabajaban incansablemente, decía, para
garantizar la “fidelidad, buena disposición y docilidad” de los
pueblos indios de la región, una tarea especialmente ardua debido a la ausencia de fuerzas milicianas locales en esa época.
Los insurgentes llegaron a entrar al pueblo indefenso, saquea7 BPE,
Civil, caja 255, exp. 10, ser. 3427, sin foliación, 1811.
Para las medallas, AGN, OG, vol. 64, exp. 1, fols. 1r-v, 1813,
gobernadores de los pueblos de Huazalingo y Yahualica (Huejutla),
y Huehuetlán (Tulancingo); para el cargo en las milicias (capitán),
AGN, OG, vol. 64, exp. 5, fol. 48r, 1814, ex gobernador de Huazalingo; para la tierra, AGN, Tierras, vol. 2914, exp. 6, sin foliación, 1815,
Alfajayucan (Huichapan).
9 BPE, Criminal, paquete 22, exp. 8, ser. 487, sin foliación, José
Antonio García a Cruz, 19 de diciembre de 1811.
10 AGN, OG, vol. 64, exp. 33, fols. 155r-161v, 1815.
8
número 477, septiembre 2010
a
ron las casas de algunos vecinos (entre ellas la del párroco, que
andaba fuera del pueblo, y la de su vicario) y se llevaron con
ellos al otro hermano de Pedro Manuel y Alonso Mariano, que
era cura.11 Ante la situación, Alonso Mariano Alvarado tomó el
mando como gobernador interino e hizo que los “consternados” vecinos salieran de sus escondites y brindaran apoyo material efectivo a los soldados realistas del distrito, acompañando
al coronel Álvarez de Güitián a la sierra con una fuerza de 20
lanceros indios y ayudando en la captura de un cabecilla local
insurgente de cierta relevancia. Alvarado también ayudó a formar en el pueblo dos compañías indígenas de la milicia bajo su
duradero mandato como gobernador. Álvarez de Güitián lo
postuló ante el virrey para recibir una medalla.12
El perfil general de la carrera realista de don Alonso se repite en un sinnúmero de localidades novohispanas de esos años.
Vale la pena destacar por lo menos dos aspectos poco evidentes
de la historia que pueden arrojar cierta luz sobre otros casos.
En primer lugar, es difícil descartar la idea de que formaba parte de una dinastía de gente con poder en Huazalingo y sus alrededores, junto con los otros dos Alvarados. Es verdad que no
hay pruebas directas de que estos hombres haya instaurado un
régimen particularmente despótico; pero también es difícil
pensar que su dominio se basaba simplemente en su esfera de
influencia. Hay datos que sugieren que los ambiciosos de la
localidad encauzaban sus esfuerzos a favor de la causa realista
para establecer, mantener o impulsar sus posiciones políticas y
económicas, de manera muy similar a la forma en que la movilidad social hacia arriba era un principio de la acción política
para los insurgentes.13 En segundo lugar, la formación y el con-
trol de las compañías milicianas locales, como aquella que
Alonso Mariano Alvarado estableció en Huazalingo, quedaban
bajo el fuego cruzado de las diferentes corrientes locales en las
que intervenían poderosos no indígenas. Por eso, aunque ni el
pueblo de Huazalingo ni el nombre de Alvarado aparecen en la
lista de compañías indígenas milicianas (“patriotas”) de la región de Huejutla que el coronel Álvarez de Güitián envió al
virrey Calleja en enero de 1813, casi no cabe duda de que Alvarado era oficial de la tropa de Huazalingo que él mismo había
establecido el año anterior, y no podemos menos que especular
sobre la forma en que esto afectó las relaciones locales con los
que no eran indios.14 Ciertamente, la correspondencia de Álvarez de Güitián señala que en otros casos estos cargos milicianos
eran problemáticos. El comandante militar estuvo claramente
involucrado, por ejemplo, en un prolongado conflicto ocurrido
en el periodo de 1812-1814 con don Fernando de la Vega, primer magistrado civil de Huejutla, subdelegado y hacendado
local, quien intentó explicar a las autoridades virreinales que
Álvarez de Güitián había objetado la formación de las compañías milicianas indígenas debido a la “rusticidad natural” de los
indios. Por su parte, De la Vega tuvo problemas personales con
varios oficiales indios de la milicia e intentó infructuosamente
que Álvarez de Güitián promoviera las carreras militares de dos
de sus sobrinos, a quienes el oficial español consideraba inadecuados para el mando.15 Así pues, al igual que en los casos de
las elecciones de los pueblos, conflictos de tierras, de práctica
ritual, religiosa y muchos otros aspectos de la vida local, las
pequeñas historias se entrecruzan con las más generales. G
a
11 En
junio de 1814 el mismo don Pedro Manuel Alvarado (quien
obviamente ya tenía algún tiempo de haber sido liberado de su cautiverio) fue nombrado capitán de la milicia colonial por el virrey
Calleja; AGN, OG, vol. 64, fol. 48r, 1814.
12 AGN, OG, vol. 64, exp. 1, fols. 1r-v, 1813.
13 La correspondencia de Álvarez de Güitián menciona otro caso
en la Huasteca en el que descalifica el autonombramiento de un
hombre de Chicontepec como capitán de los indios milicianos. El
coronel declara que aunque el hombre alegaba haber gastado toda
su fortuna en la defensa de la causa realista, por principio de cuentas
nunca había tenido ninguna fortuna, que era un díscolo mal visto
por casi toda la gente del pueblo y (se implicaba) que podía usar su
posición para hacer valer sus propios intereses; AGN, OG, vol. 64,
fols. 67r-v, 1814.
número 477, septiembre 2010
14
AGN, OG, vol. 66, exp. 8, fols. 25r-28r, Álvarez de Güitián a
Calleja, Huejutla, 12 de enero de 1814. La lista de Álvarez de Güitián
incluye a 10 compañías de la zona de Chicontepec, casi todas con 100
hombres y tres oficiales complementarios, todos indígenas.
15 AGN, OG, vol. 64, exp. 5, fols. 21r-23r, De la Vega a Calleja,
Huejutla, octubre de 1813; vol. 64, fols. 75r-77r, Álvarez de Güitián
a Calleja, Huejutla, 23 de agosto de 1814.
la Gaceta 27
a
Breves semblanzas de los principales actores
en la guerra de independencia*
a
Ernesto de la Torre Villar
Abasolo, Mariano
Nace en Dolores, Guanajuato, en 1784. Ingresa en la milicia en
el Cuerpo de Dragones Provinciales de la Reina de San Miguel
el Grande, en unión de Allende y Aldama. Junto con Hidalgo,
Allende y Aldama, se rebela el 15 de septiembre en Dolores.
Toma parte en las batallas de las Cruces, Aculco y Puente de
Calderón. Es aprehendido el 21 de marzo de 1811 en Acatita
de Baján con los demás jefes insurgentes. Por gestiones de su
esposa, María Manuela Rojas Taboada, se le perdonó la vida y
fue sentenciado a vivir fuera de Nueva España. Fallece en 1816
en el castillo de Santa Catalina del Puerto de Santa María.
Aldama, Ignacio
Nació en San Miguel el Grande, Guanajuato. Abogado. Se incorpora a la insurgencia y se le confiere el mando político y
militar de su ciudad natal. Marcha con Allende a Guanajuato y
Guadalajara. Trata de organizar el gobierno independiente y
colabora en la publicación de El Despertador Americano. Ya como
mariscal de campo, en Saltillo, es nombrado por Allende embajador en los Estados Unidos. Llega a San Antonio Béjar y es
aprehendido. Conducido a Monclova, es fusilado el 20 de junio
de 1811.
sa en la milicia y en 1801 lucha en Texas contra el filibustero
Nolland. En unión de Hidalgo, se levanta en armas en Dolores
el 15 de septiembre de 1810 y es nombrado capitán general del
ejército insurgente. Después de la victoria en el cerro de las
Cruces, aconseja marchar sobre México, pero Hidalgo se opone. Es aprehendido con Hidalgo, Jiménez y Aldama en Acatita
de Baján el 21 de marzo de 1811.
Azcárate y Ledesma, Juan Francisco
Nació en 1767 en México. Se recibió de abogado en 1790 y fue
nombrado fiscal y regidor en el Ayuntamiento de México. El 8
de junio de 1808, propone al Ayuntamiento jurar fidelidad a
Fernando VII. El 19 presentan al virrey la propuesta redactada
por Azcárate que sugería que el virrey no reconociese a la junta
española ni obedeciese órdenes de España. Iturrigaray es depuesto el 15 de septiembre de 1808 y el día 16 es encarcelado
Azcárate, junto con el licenciado Cristo, Primo Verdad y Ramos y Melchor de Talamantes. Preso durante 3 años, se le hizo
renunciar a todos sus cargos. Con Iturbide forma parte de la
Soberana Junta Provisional Gubernativa y firma el Acta de Independencia en septiembre de 1821. Nombrado Ministro Plenipotenciario en Londres, la caída de lturbide le impide tomar
posesión. Fallece en 1831 en México. Fue uno de los miembros
más salientes de la sociedad secreta de los Guadalupes.
Aldama, Juan
Bravo, Leonardo
Nace en San Miguel el Grande, Guanajuato, en 1774. Militar.
Participó en la conspiración de Valladolid en 1809. Avisó a Hidalgo y Allende que habían sido descubiertos y, junto con ellos,
se levanta en armas en Dolores el 15 de septiembre de 1810.
Participa en la batalla de las Cruces y se opone, en unión de
Allende, a retirarse. Marcha con Allende a Guanajuato y después toma parte en la batalla del puente de Calderón. Es aprehendido en Acatita de Baján el 20 de marzo de 1811 con los
demás jefes insurgentes. Es fusilado en Chihuahua el 26 de junio de 1811.
Allende y Unzaga, Ignacio María de
Nace en San Miguel el Grande, Guanajuato, el 21 de enero de
1769, y es fusilado en Chihuahua el 26 de junio de 1811. Ingre-
* Ernesto de la Torre Villar, La independencia de México, fce, México, 2010.
28 la Gaceta
Originario de Chilpancingo, nació en 1764. Encabezó una familia de insurgentes, pues sus hermanos Miguel, Víctor, Máximo y Casimiro y su hijo Nicolás participaron en ella en forma
importante. Al no acatar órdenes realistas, todos fueron perseguidos. Leonardo se une a Hermenegildo Galeana en mayo de
1811. Fue un gran auxiliar, pues actuó como constructor de
material de guerra, y estableció sistemas para el despacho de
órdenes y documentos. Derrotó en Izúcar, el 17 de diciembre
de 1811, al teniente Miguel Soto y Macedo. Durante el sitio de
Cuautla, defendió con éxito Santo Domingo y rompió el cerco.
Fue aprehendido en la hacienda de San Gabriel y poco después, el 6 de mayo, fue condenado a muerte con la condición de
que si sus hermanos e hijo abandonaban las armas, se le perdonaba, pero lo rechazaron, a pesar de que Morelos ofreció 800
prisioneros por ellos. Fue ejecutado a garrote vil, junto con
Mariano Piedras y Luciano Pérez en México el 13 de septiembre de 1812.
número 477, septiembre 2010
a
Bravo, Nicolás
Nació en 1786 en Chilpancingo. Fue hijo de Leonardo Bravo.
Se unió el 16 de mayo de 1811 a Hermenegildo Galeana en su
hacienda de Chichihualco. Luchó al lado de Morelos en las
campañas del Sur y en el sitio de Cuautla; destacó por su valor.
Derrotó a Labagui en San Agustín del Palmar, donde se enteró
de la muerte de su padre y supo de la oferta de indulto del virrey, que no aceptó. Morelos le manda en represalia fusile a 300
prisioneros, a quienes, por clemencia, deja en libertad. En noviembre de 1812 toma-Alvarado. Es hecho prisionero el 21 de
diciembre de 1817 y permanece encarcelado hasta octubre de
1820. Marcha a Cuernavaca y se adhiere al Plan de Iguala. Fue
Consejero de Estado en la Segunda Regencia (11 abril-18 de
mayo de 1822). Gobernó con Guadalupe Victoria y Pedro Celestino Negrete del 31 de marzo de 1823 al 1.o de octubre de
1824. Suple en la Presidencia a Santa Anna (1842) y a Paredes
(1846). Fue hecho prisionero en la defensa de Chapultepec el
13 de septiembre de 1847. Se cree fue envenenado junto con su
esposa en Chilpancingo en 1854.
Calleja del Rey, Félix María, conde de Calderón
Nació en 1755 (?) en Medina del Campo, Valladolid, España.
Participó en la expedición de Argel como alférez, al mando del
conde O’Reilly. Maestro y capitán de una compañía de 100 cadetes. Llegó a México en 1789 como capitán agregado al regimiento de infantería fijo de Puebla. Comandante de la brigada
de San Luis Potosí. Al levantamiento de Hidalgo, forma el Ejército del Centro. Fue el militar realista que. más combatió a las
fuerzas insurgentes. Derrotó a Hidalgo en Puente de Calderón
y sitió a Morelos en Cuautla, en mayo de 1812. Se caracterizó
por sus medidas crueles. Virrey de 1813 a 1816. Vuelve a España
y, en 1818, recibe el título de conde de Calderón. Fallece en
1828 en Valencia. Por haber sido el militar realista que cargó
con el peso de la guerra, queda incorporado en esta nómina.
Algunos otros jefes que combatieron a la insurrección fueron
José de la Cruz, “Flor”, Armijo, mas Calleja tuvo la dirección
central. Fue enérgico y en ocasiones cruel, y sus medidas tanto
políticas como militares no pudieron hacer cesar la guerra.
dez. Tomó Taxco, Tatuca, Cuernavaca y Cuautla. Estuvo en el
sitio de Acapulco y en el ataque a Valladolid. En el Salitral,
cerca de Coyuca, murió peleando el 27 de julio de 1814. Fue
uno de los militares más valientes y desinteresados de la emancipación. Morelos lo consideraba como su brazo izquierdo,
pues como el derecho estimaba a Mariano Matamoros.
Garibay, Pedro de
Militar español, nacido en 1729 y muerto en 1815. Fue virrey
de Nueva España entre 1808 y 1809. Tuvo que actuar en circunstancias comprometidas y en un ambiente nada fácil, para
recaudar grandes sumas de dinero que ayudasen a la causa de
Fernando VII. Debió, también, hacer frente a la agitación sembrada por los agentes franceses en tierras mexicana s y a las inquietudes independentistas, que ya empezaban a manifestarse.
Guerrero, Vicente
Nace el 10 de agosto de 1782 en Tixtla, Guerrero. Se une a Morelos en su ciudad natal en noviembre de 1810. Luchó en Izúcar,
Taxco, Oaxaca, etcétera. No aceptó las ofertas del virrey Apodoca
para deponer las armas, afirmando que «la patria es primero».
Derrotó a Armijo el 15 de septiembre de 1818 en Taxco y, posteriormente, a las fuerzas realistas en Axuchitlán, Santa Fe, Tetela
del Río, Huetamo, Tlachapa y Cuautlotitlán. Junto con Pedro
Ascencio Alquisiras, mantuvo la lucha armada a la muerte de Morelos. Iturbide le escribió el 10 de enero de 1821 para conferenciar sobre la independencia. Reunidos el 10 de marzo de 1821 en
Acatempan, Guerrero, deciden luchar juntos por la independencia. Así, apoya a Iturbide, pero después, junto con Nicolás Bravo,
lo combate el 23 de enero de 1823 en Almolonga. Al consumarse
la independencia, desempeña varios puestos políticos y militares
de gran importancia. Traicionado por Picaluga, fue aprehendido
en el barco El Colombo, en Acapulco, llevado a Huatulco y después
a Oaxaca; se le forma consejo de guerra, y es fusilado en Cuilapan,
Oaxaca, el 14 de febrero de 1831.
Herrera, José Manuel de
Natural de Zacatecas. Estudió en el Colegio Real de San Luis
Gonzaga de su ciudad natal. Doctor en teología por la Real
Universidad. Vicerrector del Seminario Tridentino de Guadalajara, en donde impartió diversas materias. Cura de Zacatecas
en 1800, del Mineral de la Yesca, Jalisco, en 1801 y en 1804 de
San Cosme. Publicó El/lustrador Nacional del 11 de abril al 16
de mayo de 1812, con tipos de madera que él labró. También
editó El Ilustrador Americano. Actuó como diputado por Zacatecas al Congreso de Chilpancingo. Destacado ideólogo de la
Independencia y del periodismo político.
Originario de San Luis Huamantla, Tlaxcala, nace en 1776.
Doctor en teología por la Universidad de México en 1803.
Ocupa los curatos de Santa Ana Acatlán y Guamauxtitlán. Regía la capellanía de Chiautla cuando fue atacado el pueblo; entonces se une a Morelos y lo acompaña a Oaxaca. Diputado por
Tecpan al Congreso de Chilpancingo. Colaborador de El Correo del Sur. Fue enviado por Morelos a Estados Unidos para
entablar negociaciones con el gobierno de ese país. En 1821,
funda el periódico El Mexicano Independiente. Ocupó varios
puestos importantes. Fue el primer Ministro de Relaciones Exteriores de México. Despachó la primera comunicación oficial
del México independiente a la Secretaría de Estado de Washington. En 1831 muere en la ciudad de México.
Galeana, Hermenegildo
Hidalgo y Costilla, Miguel
Nace en Tecpan, Guerrero, en 1762. Se unió a Morelos el 7 de
noviembre de 1810 en su ciudad natal. Combatió en las acciones de El Veladero, Llano Grande, La Sabana y Los Coyotes,
en donde asumió el mando por haber huido el coronel Hernán-
Nació en la hacienda de San Diego de Corralejo, Guanajuato, el
8 de mayo de 1753. Hijo de Cristóbal Hidalgo Costilla y de Ana
María Gallaga. Estudió en el colegio jesuita de San Francisco Javier en Valladolid en 1765 a 1767. Ingresó en el colegio de San
Cos, José María
número 477, septiembre 2010
a
la Gaceta 29
a
Nicolás en 1767 y se graduó en bachiller en letras en 1770. Fue
bachiller en artes y en teología por la Universidad de México en
1771 y 1773. Maestro de 1779 a 1792 de filosofía y teología en
San Nicolás y rector de enero de 1790 al 2 de febrero de 1792.
Sirvió varios curatos: Calima, San Felipe (Guanajuato), Dolores.
Se levantó en armas el 15 de septiembre de 1810 en unión de
Allende, Aldama y Abasolo. Derrotó a Trujillo en las Cruces el 30
de octubre. Marcha a Guadalajara y posteriormente es derrotado
en el Puente de Calderón el 15 de enero de 1811. Ignacio Elizondo lo aprehende en Acatita de Baján el 21 de marzo de 1811.
Llevado a Monclova y después a Chihuahua, fue fusilado el 30 de
julio de 1811 en el excolegio de la Compañía. Llamado con justicia “el libertador”, sus ideales de justicia social, de creación de una
patria democrática y libre, que no pudo ver realizados dada la
brevedad de su acción, quedaron latentes y representaron la base
de posteriores movimientos. En sus breves proclamas y decretos,
perfila un ideario de enorme trascendencia social.
Iturbide, Agustín de
Nació en 1783 en Valladolid, hijo de José Joaquín de Iturbide y
Josefa de Arámburu. Estudió en el seminario de su tierra natal;
ingresó en la milicia como alférez del Regimiento de Valladolid. Combatió a los insurgentes en el Monte de las Cruces. Coronel en 1810. El virrey Apodaca le nombra comandante del
Ejército del Sur para combatir a Guerrero. El 10 de enero de
1821 escribe a Guerrero ofreciéndole el indulto; éste se niega y
de nuevo le escribe proponiéndole la independencia. En Acatempan se ponen de acuerdo, el 24 de febrero de 1821 proclama el Plan de Iguala, y el Ejército Trigarante entra en México
el 27 de septiembre de 1821, consumando así la independencia.
Es coronado emperador el 21 de mayo de 1822 como Agustín
I. Obligado a abdicar el 19 de marzo de 1823, marcha a Europa; regresa e! 14 de julio de 1824 a Soto la Marina, donde es
aprehendido y fusilado el 19 de julio de 1824 en Padilla.
Iturrigaray, José de
Nacido en Cádiz en 1742 y muerto en 1815. Fue nombrado
virrey de Nueva España (1803). Dispuesto a desconocer la autoridad de José Bonaparte en España (1808), fue hecho prisionero por sus oidores y otros elementos capitaneados por Gabriel Yermo, y obligado a embarcarse para España, donde fue
absuelto del cargo de traición. Sin embargo, fue condenado,
por malversación, a pagar una importante multa.
Liceaga, José María
Nace en Guanajuato en 1780. Cadete del regimiento de dragones de México. Combatió en Las Cruces y Aculco, y partió a
Guanajuato, Zacatecas y Guadalajara con Allende. En Saltillo
es nombrado adjunto de Rayón. Vocal de la junta de Zitácuaro.
Combate a Iturbide. Firma la Declaración de Independencia
en e! Congreso de Chilpancingo. Se une a Mina. Es asesinado
en 1818 en Guanajuato.
Lizana y Beaumont, Francisco Javier de
Nacido en Arnedo, fue arzobispo de México (1803). Sucedió a
Pedro Garibay en e! cargo de virrey de la Nueva España, cargo
30 la Gaceta
a
que desempeñó entre 1809 y 1810. Dejó que tomara impulso el
espíritu de independencia, por lo que fue destituido. Murió en
México en 1811.
López Rayón, Ignacio
Nace en 1773 en Tlalpujuhua, Michoacán. Junto con sus hermanos Ramón, José María, Rafael y Francisco, se unió a la insurgencia. Ingresó en el colegio de San Nicolás y en 1796, en
San Ildefonso, México, se recibe de abogado. Se une a Hidalgo
en Maravatío. Fue secretario de Hidalgo y promovió en Guadalajara la publicación de El Despertador Americano. A la muerte de
Hidalgo y Allende regresa a Michoacán, se atrinchera en Zitácuaro y organiza la Junta Suprema Gubernativa, en agosto de
1811, junto con Liceaga y Verduzco. Formó parte del Congreso
de Chilpancingo. Sostuvo un sitio por varios meses en el cerro
del Cóporo, en unión de su hermano Ramón. Capituló el 7 de
enero de 1817 y, al negarse a reconocer la Junta de Jaujilla, fue
hecho prisionero en ese año y sentenciado a muerte. Al aplazar
su sentencia, queda prisionero hasta 1820. Consumada la independencia, fue tesorero en San Luis Potosí, comandante general de Jalisco y presidente del Tribunal Militar. Falleció en 1832
en la ciudad de México este destacado jefe insurgente, quien
trató de dar al país una sólida organización política y jurídica.
Matamoros y Orive, Mariano
Nace en 1770 en México. Cura de Jantetelco, Morelos, en
1810. Se une a Morelos el 16 de diciembre de 1811 en Izúcar,
Puebla. Durante el sitio de Cuautla, lo rompe por el puente de
Santa Inés el 21 de abril de 1812. Participó en la toma de Oaxaca; derrota a Manuel Dambrini en Tonalá el 19 de abril de
1813. Vencedor de la batalla de San Agustín del Palmar el 16 de
agosto de 1813. Derrotado en Peruarán, es apresado y llevado
a Valladolid, donde fue fusilado el 3 de febrero de 1814. Fue el
brazo derecho de Morelos, quien lo tenía en alta estima por su
valor y preparación.
Mercado, José María
Nace en 1781 en Teúl, Jalisco, y el 31 de enero de 1811 muere en
San Blas. Estudia en el Seminario de Guadalajara; se ordena sacerdote en 1810; marcha como cura a Ahualulco y el 13 de noviembre de 1810, en unión de Juan José Zea, apoya la Independencia y se subleva en esa población. El 8 toma Etzatlán, el 23,
Tepic, y el 1.o de diciembre hace capitular a San Blas, donde se
apodera de piezas de artillería. Envía 42 cañones a Hidalgo, que
nunca llegaron, pues, al saberse la derrota del puente de Calderón, los destruyeron. Como efecto de la contrarrevolución que
estalló en San Blas, encabezada por el cura Nicolás Santos Verdin, muere Mercado al tratar de escapar de la fortaleza.
Michelena, José Mariano
Originario de Valladolid, nació en 1772. Abogado por la Universidad de México. Teniente del Regimiento de Infantería de
la Corona. En septiembre de 1808 es mandado a Valladolid,
donde, en unión de civiles, militares y religiosos, colaboró en la
Conspiración de Valladolid que pretendía la independencia de
Nueva España. Descubierta ésta el 21 de diciembre de 1809,
número 477, septiembre 2010
a
fue puesto en prisión. Se le dio por cárcel la ciudad, pero, al
levantamiento de Hidalgo es llevado a San Juan de Ulúa y más
tarde a España. Regresa a México en 1822. Diputado al Congreso Constituyente. Lucha contra Iturbide. Ocupa varios
puestos importantes. Introdujo el café en Michoacán. Falleció
en 1852 en Morelia, la antigua Valladolid.
Mier Noriega y Guerra, fray Servando María Teresa de
Nació en 1765 en Monterrey, Nuevo León, y fallece en noviembre de 1827 en México. En esta ciudad, en el colegio de
Porta Coeli, estudió filosofía y teología. Por un discurso sobre
la Virgen de Guadalupe, del 12 de diciembre de 1794, fue desterrado a España. En octubre de 1811 escapa a Londres para
trabajar a favor de la Independencia. Conoció a Alamán, Blanco White y Mina, con quien marcha a Nueva España. Es aprehendido en Soto La Marina el 13 de junio de 1817 y enviado a
la cárcel de la Inquisición. En 1820 lo remiten a España; se fuga
en La Habana y marcha a Filadelfia. En febrero de 1822, regresa a México y es encarcelado en San Juan de Ulúa, y de ahí,
enviado preso al convento de Santo Domingo. Firmó en 1824
el Acta Constitutiva de la Federación y la Constitución Federal de los
Estados Unidos Mexicanos. Gran ideólogo de la emancipación,
sus numerosos escritos revelan a un publicista consumado.
a
Morelos y Pavón, José María
Nace en Valladolid el 30 de septiembre de 1765 y es fusilado en
San Cristóbal el 22 de diciembre de 1815. Ingresa en 1790 en
el Colegio de San Nicolás, en Valladolid, y en 1795 recibe en
México el grado de bachiller en artes. Fue cura interino de
Churumuco y cura de Carácuaro. Se unió a Hidalgo el 20 de
octubre de 1810 en Charo, quien lo comisiona al Sur. Inicia su
campaña ocupando Petatlán, Tecpan (donde se le incorporan
los Galeana) y Coyuca, y en Ahuacatillo derrota a Paris. Toma
Chilpancingo, Tuxtla y Chilapa. En Puebla se apodera de
Chiautla, Izúcar, Cuautla y llega hasta Chalco. A su lado estaban los Galeana, Bravo, Matamoros, Guerrero, Trujano, Ayala.
Calleja lo sitia en Cuautla, y Morelos rompe el sitio después de
2 meses, el 2 de mayo de 1812; marcha a Oaxaca a ayudar a
Valerio Trujano, sitiado en Huajuapan; toma Tehuacán y el 25
de noviembre de 1812, Oaxaca. Convocó e instaló el Congreso
de Chilpancingo el 12 de septiembre de 1813. Es derrotado en
Valladolid (donde pierde a Matamoros) y Puruarán. Fue hecho
prisionero el 6 de noviembre de 1815 en Tezmalaca. Hombre
de gran visión política, precisó el ideario de la Independencia.
Militar valeroso, logró formar el primer ejército nacional. Dictó medidas importantísimas en favor del pueblo desvalido y
sentó las bases de la organización política del país. Denominose “siervo de la nación” por su gran amor al pueblo que liberó.
Mier y Terán, Manuel
Moreno, Pedro
Nace en México en 1789. En 1808 estudia en San Ildefonso y
luego en el Colegio de Minería. El 27 de julio de 1814, ya teniente coronel, rompe el sitio impuesto por Alfaro en Silacoyoapan,
Oaxaca. Combate en Puebla y Veracruz. En 1815 quiso disolver
el Congreso y asumir el mando, a lo que se opusieron los demás
jefes. ElLo de enero de 1817 defiende Tehuacán y capitula el 20,
retirándose a Puebla. En 1832 se dirige al norte para pacificada,
pero fracasa. Se suicidó en Padilla el 8 de julio de 1832.
Mina, Francisco Javier
Originario de Navarra, España, nace en 1789. Inicia los estudios de derecho en Pamplona, pero los deja para luchar contra
la invasión francesa en 1808. Liberal, huye a Francia e Inglaterra, donde conoce a fray Servando Teresa de Mier, quien lo
convence de ir a Nueva España. Desembarcó el 15 de abril de
1817 en Soto la Marina con tres buques: el Cleopatra, el Neptuno
y el Congreso Mexicano, con poco más de 300 hombres. Obtiene
varias victorias el 8 de junio en Valle de Maíz; el 15 de junio en
Peotillos (San Luis Potosí); en Real de Pinos, Zacatecas, el 19,
Y llega al fuerte del Sombrero el 24. El 7 de julio toma la hacienda del Jaral. El general Liñán sitia el fuerte del Sombrero
el 1.0 de agosto; logra salir el 8, y contra taca sin efecto. Marcha
al fuerte de los Remedios y es derrotado en la hacienda de la
Caja. Es aprehendido por el coronel Orrantía en la hacienda
del Venadito el 27 de octubre. Fue fusilado el 11 de noviembre
de 1817 frente al fuerte de los Remedios, en el Cerro del Bellaco, Guanajuato. Sobrino del jefe militar español Francisco Javier Espoz y Mina, prosiguió en América la lucha contra el absolutismo de Fernando VII. Sus proclamas, que tienen hondo
sentido universalista, revelan su acendrado liberalismo. Su acción en México fue corta, pues no contó con apoyo de los grupos que luchaban por la Independencia.
número 477, septiembre 2010
Nació en 1775 en la hacienda de la Daga, jurisdicción de Lagos, Jalisco. Estudió en el Seminario de Guadalajara. De ideas
insurgentes, forma una guerrilla en su hacienda La Sauceda,
estableciendo su centro en el fuerte del Sombrero, donde recibe a Mina. El 15 de agosto de 1817, por orden de Mina, evacúan el fuerte, y la columna es deshecha. Se une a Mina y logran varias victorias en el Bajío y los Altos. Sorprendido junto
con Mina en la hacienda del Venadito, el 27 de octubre de 1817,
murió al enfrentarse a los realistas.
O’Donojú, Juan
Militar español, nacido en Sevilla en 1762 y muerto en México
en 1821. Capitán general de México y último virrey. Llegó a
Veracruz el 30 de julio de 1821 y encontró el país en manos de
Iturbide. Con éste firmó los Tratados de Córdoba, el 24 de
agosto de ese año, que no fueron aceptados por España. Presenció la entrada en la capital del Ejército Trigarante. Fue uno
de los cinco miembros de la Regencia.
Ortiz de Domínguez, Josefa
Nace en México en 1768. Hija de Juan José Ortiz y Manuela
Girón. Estudió hasta 1791 en el Colegio de las Vizcaínas y en
ese año se casó con el corregidor de Querétaro, Miguel Domínguez. Persuadió a su marido para apoyar la Independencia.
Al ser descubierta la conjuración, alerta a Allende, Hidalgo y
los Aldama. Delatada por el capitán Arias, es arrestada y presa
en el convento de Santa Clara y después llevada a México. Permaneció durante tres años en el convento de Santa Catalina de
Sena. Murió en 1829 en México.
la Gaceta 31
a
a
Quintana Roo, Andrés
Verduzco, José Sixto
Nace en 1787 en Mérida, Yucatán, en donde estudia en el Seminario Conciliar y en la Universidad de México la carrera de
leyes. Casó con Leona Vicario. Se une a López Rayón en Tlalpujahua. Colaborador de El Semanario Patriótico Americano y El
Ilustrador Americano. Diputado por Puebla al Congreso de Chilpancingo, preside la Asamblea Nacional Constituyente que
hizo la Declaración de Independencia el 14 de septiembre de
1813. Se indultó en 1818 y vivió en Toluca hasta 1820. Secretario de Relaciones Interiores y Exteriores del 11 de agosto de
1822 al 22 de febrero de 1823, con Iturbide. Ocupó diversos
puestos públicos con honradez y capacidad. Muere en 1851 en
la ciudad de México.
Nace en Zamora, Michoacán, en 1770 y fallece en 1830?, en
México. Estudió en el seminario de Valladolid y en San Nicolás, en donde se ordenó sacerdote. En la Universidad de México recibió el doctorado. Fue rector del Colegio de San Nicolás
y cura de Tuzantla. Establece con Rayón, Liceaga y Cos la Junta de Gobierno. Ejerció como jefe militar de la provincia de
Michoacán, en donde sostuvo varios encuentros con los realistas. Fue aprehendido en Purichucho, cerca de Huétamo, en
diciembre de 1817. Junto con Nicolás Bravo fue conducido a
Cuernavaca y a México, llevado a la cárcel de la Inquisición y
después al convento de San Fernando. Fue liberado en diciembre de 1820 por el indulto general de las Cortes Españolas.
Más tarde fue diputado y senador por Michoacán y después por
San Luis Potosí.
Ruiz de Apodaca, Juan
Nació en Cádiz en 1754. Gobernador de Cuba en 1812 y virrey
de Nueva España en 1816. Para someter a Vicente Guerrero,
envió a Agustín de Iturbide, quien pactará la independencia
con el insurgente. El virrey retorna a España el año de 1821 y
muere en Madrid en 1835.
Talamantes, fray Melchor de
Nació en 1765 en Lima, Perú. Hijo de Isidro Talamantes y
Josefa Balza. Tomó el hábito mercedario en 1779. Se graduó en
Teología en la Universidad de San Marcos. Llega el 26 de noviembre de 1799 a Acapulco. Fue nombrado censor de El Diario de México. En 1807 Iturrigaray lo comisionó para realizar
estudios sobre los límites con Texas. Fue hecho prisionero con
Azcárate, Cristo y Primo de Verdad y Ramos por conspirar en
favor de la independencia de Nueva España. Escribió los tratados políticos más importantes sobre el anhelo emancipador. En
abril de 1809 lo remiten a San Juan de Ulúa, en donde fallece
de fiebre amarilla.
Torres, José Antonio, “El Amo Torres”
Nace entre 1755 y 1760 en San Pedro Piedra Gorda, hoy Manuel Doblado, Guanajuato. Camino a Guanajuato se encuentra
con Hidalgo, quien le encomienda el alzamiento en Nueva Galicia. Entra en Jalisco por Sahuayo y avanza por Tizapán, Atoyac y Zacoalco, y el 11 de noviembre de 1810 toma Guadalajara. Participa en la batalla del puente de Calderón. Derrota, el
14 de abril de 1811, a Zambramo en Zacatecas. En Tlazazalca
es derrotado en noviembre de 1811, y el 4 de abril de 1812 es
aprehendido en Palo Alto, cerca de Tupátaro y llevado a Guadalajara, donde, el 23 de mayo de 1812, es ahorcado.
Vicario, Leona
Nació en 1789 en México. Huérfana a temprana edad, la educa
su tío, el licenciado Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, con quien trabajaba Andrés Quintana Roo, futuro esposo
de Leonora Vicario. Fue informante de los movimientos realistas a los insurgentes, por lo cual se la encarceló en el convento
de Belén de las Mochas, de donde escapa hacia Oaxaca para
unirse con su esposo. Se la recompensó, por decreto del Congreso de 1822, dándole la hacienda de Ocotepec en los Llanos
de Apam. Falleció en 1842 en México.
Victoria, Guadalupe
Manuel Félix Fernández, que fue su verdadero nombre, nace
en Tamazula, Durango, en 1786. Estudió en el seminario de
Durango y en San Ildefonso en México. En 1811 se une a Morelos y combate en Oaxaca. Su campo de acción fue Veracruz.
Derrotado en Palmillas en 1817, permanece oculto al no aceptar la amnistía, hasta 1821. Iturbide lo encarcela, pero escapa
para unirse a Santa Anna. Ocupa la presidencia de la República
del 10 de octubre de 1824 al 21 de marzo de 1829, siendo el
primer mandatario. Logra la rendición de las fuerzas españolas
que ocupaban San Juan Ulúa. Crea el Museo Nacional, y el 20
de diciembre de 1827 decreta la expulsión de los españoles.
Posteriormente se retira a su hacienda de El Jobo en Veracruz.
Fallece en el castillo de Perote en 1843. G
Venegas, Francisco Javier
Nacido en Bujalance, provincia de Córdoba, en torno a 1760.
Fue nombrado virrey de Nueva España en 1809, en sustitución
de Lizana. Tuvo fama de intransigente líder de la causa realista.
Hizo fracasar la conspiración de Valladolid, precursora del
«Grito de Dolores». En 1813 fue reemplazado por Félix María
Calleja. Ya en España, fue nombrado capitán general de Galicia
en 1818, el mismo año de su muerte.
32 la Gaceta
número 477, septiembre 2010
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