Las horas en mi memoria

Anuncio
PREFACIO
Me estoy duchando en un baño completamente blanco, el techo es blanco, los
azulejos que cubren las paredes son blancos también, incluso las juntas que
separan cada uno de los azulejos han sido repasadas con pintura blanca a
conciencia. Creo que en este lugar intentan simular una pureza y una inocencia que es imposible que exista, tal vez quieran así torturarnos pretendiendo
que la admiremos hasta la náusea para que acabe en nuestro subconsciente
convirtiéndose en un ideal a perseguir, y como saben de facto que eso lo tenemos negado por nuestras diversas condiciones, es imposible que salgamos
de ahí. No olvidemos que un ideal conseguido es hasta cierto punto un ideal
perdido, si perseguimos una cosa concreta, una vez la alcanzamos pasamos
a otra cosa, esto es así por nuestra propia naturaleza, pero si se trata, como en
este caso, de una condición que no podemos tener, hagamos lo que hagamos,
porque ya la perdimos o porque nunca pudimos tenerla, se nos controla con
esa forma de tortura mucho mejor. Se nos dice: admirad esta pureza que jamás
podréis tener por miserables, os salisteis del camino o tal vez nunca pudisteis
tener uno, en cualquier caso estáis fuera, contemplad el blanco y borrarlo todo
de vuestras cabezas.
Es igual, conmigo no pueden, el blanco no es un color para mí.
Me estoy duchando sola, pero aquí no hay bañeras, el agua sale a través
de una alcachofa que está tan alta que no puedo llegar siquiera a tocar para
modularla.
El agua recorre mi cuerpo desde la cabeza hasta los pies, empieza penetrando en mi pelo, recorre suavemente mi cara, mi cuello, me acaricia a su paso
los senos, la cintura, los muslos, las piernas...
Estoy sola y cuando estoy sola suelo pensar en él, aunque sé que no debería.
Cuando el agua recorre mi cuerpo es como si me acariciaran sus manos. Aunque estoy aquí, su recuerdo puede llevarme tan lejos como yo quiera.
13
Imagino su cuerpo desnudo pegado al mío, imagino que me besa como la
primera vez o como la última, en mi cabeza ya no hay cambios de intensidad,
su recuerdo lo ha igualado todo. Me besa los labios, me besa el cuello, me acaricia el pelo. Después sus manos me cogen por los hombros y me da la vuelta,
me recorren ahora la espalda sus dulces caricias, el tacto de sus labios, me acaricia la nuca con su cuerpo muy pegado al mío y siento su erección. Vuelve a
darme la vuelta y, cara a cara, me besa de nuevo en un beso que parece imposible que pueda terminar jamás. Me coge los pechos con firmeza, luego me coge
en brazos y comienza a penetrarme con intensidad, sus gemidos y los míos lo
inundan todo.
Mis dedos se deslizan entre mis piernas y entran en contacto con la calidez
de mi interior, pero es como si estuviera él conmigo, es como si no estuviera
sola, no es solo la imaginación, aunque ahora ya no quede nada más, es como
si escuchara de verdad su respiración junto a mí.
Una voz de mujer entra en mi fantasía para sacarme de ella.
―¡Vamos! Se te ha acabado el tiempo ―me grita.
No ha entrado, espera fuera.
―Cinco minutos ―suplico.
―Cinco minutos y más vale que salgas vestida, porque si no te juro que te
paseo desnuda ―contesta con desprecio.
Me seco un poco el pelo y cojo mis prendas para ponérmelas. No ha estropeado nada, había llegado ya, no solo porque siempre que pienso en él en la
ducha lo hago, sino también porque he aprendido a medir el tiempo sin relojes,
aquí no me hacen falta, aunque es cierto que nunca me gustaron.
Mientras me visto sé que ya estoy preparada para organizar en mi cabeza
la historia de la que os quiero hablar, y la voy a escribir porque merece ser contada. Quiero hacer memoria, pero sola no puedo, la voy a escribir, sé que la
voy a escribir, en cuanto llegue al rincón del mundo al que me han relegado y
empiece a ordenar las cosas en mi cabeza comenzaré, aunque para hacer memoria tengo que albergar la esperanza de que algún día alguien la descubra y
la lea, solo no se puede construir memoria, necesitamos de los demás para que
conserve la viveza y no muera condenada en el olvido.
14
CAPÍTULO I
El principio del final
A
parecí en Madrid en pleno verano, desorientada, perdida, pero sobre
todo completamente sola. Cuando los demás se marchaban yo llegaba,
eso no era lo que más pesaba, yo había funcionado al revés desde que
tenía memoria.
La primera vez, recuerdo que no me quedé mucho tiempo, que viví lentamente, que no hice amistades con prisa, que no bebí más de la cuenta, que no
hice locuras por la sencilla razón de que no hice nada por integrarme, de que
no me relacioné con nadie con quien no fuera estrictamente necesario. Aunque
sé que mis palabras pueden denotar una experiencia vacía que no tiene importancia crucial en la vida de nadie, a día de hoy puedo afirmar, con la fuerza de la
verdad más grande que uno ha dicho en toda su vida, que la herida en ese momento ya estaba abierta, que el germen que lo contaminó todo después, que lo
cambió todo, que nos infectó a todos, había surgido ya, solo que yo no lo sabía.
Aquella experiencia fue el principio de un abismo en el que fui cayendo lentamente y que a día de hoy, de lo que fuimos, de lo que hubo, ya no queda nada.
Había sentido la necesidad de marcharme de mi hogar, de mi casa, de alejarme de todo y de todas las personas a las que quería de una manera fuerte y
violenta, algo que me golpeaba por dentro en el pecho, que me ahogaba, y todo
sucedió de repente.
Sé que acumulamos cosas de manera inconsciente en nuestro interior, sé que
las personas cuando explotan, cuando de manera repentina toman una decisión
que cambia su vida, en realidad llevan algo dentro que se ha ido fraguando poco
a poco, pero es que yo no puedo decir algo así. Todo empezó a asfixiarme, a ahogarme, de la noche a la mañana, yo seguía, por supuesto, actuando como siempre, no se lo conté a nadie, ni a mi pareja, que había sido un buen compañero
15
siempre, ni a mis amigos, ni a lo que me quedaba de familia. Por eso cuando
decidí retomar una carrera que había dejado aparcada hacía un par de años,
nadie se extrañó, no había trabajo y lo consideraron una buena opción.
Comunicación Audiovisual solo hay en Vizcaya, en el Campus de Leiola, y
yo había estudiado en dicho campus de la UPV tres años de la carrera hasta
hace un par de años, hasta que murió mi madre y entonces lo dejé, volví a vivir
con mi padre a Vitoria, donde habíamos vivido siempre antes de que se separasen y mi madre se marchara.
El desgarro estaba ahí, ya patente, cuando tomé la decisión de volver a estudiar, porque nunca pensé en volver a Vizcaya. Yo quería retomar lo que había
dejado, pero no donde lo dejé. A mí me habían aceptado ya en la Complutense
de Madrid cuando me marché la primera vez, pero nadie lo sabía.
Pedí prácticas para el verano y me las dieron en una emisora de Aranjuez,
así comenzó todo, con el calor plomizo de un verano en Aranjuez.
Llegué a Méndez Álvaro y al bajar del autobús una bofetada de calor me
dejó momentáneamente desorientada. Quién me iba a decir en ese momento
que en los dos primeros meses que pasé en Madrid, acabaría por acostumbrarme a aquella sensación.
Me instalé en casa de Iratxe, una amiga de la cuadrilla de toda la vida que
se había venido a Madrid con una beca Séneca que se le acababa precisamente
cuando yo llegaba, coincidimos alrededor de quince días antes de que ella regresase al País Vasco.
Ella vivía en un piso compartido, un piso de estudiantes en la zona de Atocha. Como ya tenía pagado todo el mes me quedé primero con ella y luego, durante el mes de agosto, en su lugar.
Comuniqué a mi padre que venía a Madrid a realizar unas prácticas en una
emisora de radio un par de meses, y aún a día de hoy puedo verlo con claridad
en su butaca del salón, sentado, mirando al exterior.
Desde nuestra ventana en Vitoria se veía la plaza de la Virgen y a lo lejos la
Catedral, imponente, dibujando en el cielo su contorno. Aquel día estaba envuelta en nubes y ofrecía al mundo un aspecto más bien propio de una película
de terror. Él la miraba como si viese algo a través de ella, algo que el resto del
mundo no podía ver y que él, consciente de su diferencia, no pensaba dejar escapar, parecía quererlo atrapar para él solo y para siempre.
―Aita1 ―le dije, consciente de que no le sacaría de donde fuese que estuviese,
llevaba años sin poder hacerlo.
1
Aita: papá.
16
Me aclaré la voz y lo intenté de nuevo con más seguridad, con la confianza
de que había tomado una decisión irrevocable y de que ya no había marcha
atrás.
―Aita, me marcho un par de meses a Madrid, no hay trabajo en ninguna
parte y yo…, y yo aquí no estoy haciendo nada, voy a terminar mi carrera...
Bueno, es lo que quiero. De momento me voy de prácticas a Aranjuez, me han
cogido en una emisora de radio ―añadí.
Ya lo había dicho y sinceramente no me sentía mejor, sentía que debía marcharme, pero no sabía si conseguía algo huyendo o si servía de algo hablar en
aquella casa. Era lo mismo hablar que no hacerlo, el resultado que se obtenía
de él siempre era igual, por eso nunca sentía esa sensación de libertad, de desahogo, que experimenta alguien cuando deja que algo oculto en su interior
salga y tome la forma de palabras, de confesión, de confidencia.
Él seguía mirando al horizonte, la misma butaca, la misma ventana, el
mismo paisaje y así durante horas, cada día de cada semana, de cada mes. Empecé a sentir un nudo en la garganta, una opresión.
―Aita, ¿me has oído?
Intenté traerle de vuelta y durante unos segundos sus ojos de indiferencia
se posaron en los míos, luego volvieron a su ventana.
―Te he oído ―contestó con voz firme, pero distante.
Yo me quedé parada, tenía paciencia, había aprendido a tenerla con los años,
pero estaba a punto de perderla y no quería que fuese precisamente con él. Parecía tan frágil aquel día en su butaca… Por suerte volvió a hablar.
―¿Necesitas dinero? ―preguntó.
Todo lo relacionado conmigo se había reducido exclusivamente a si necesitaba dinero.
―No, por ahora tengo algo ahorrado, pero lo necesitaré ―contesté.
―Házmelo saber ―su voz sonaba seria.
En el interior de mi padre algo había dejado de funcionar cuando mi madre
y yo cogimos nuestras cosas y nos marchamos de Vitoria, hacía ahora cinco
años de todo aquello. Se había roto algo.
Recuerdo que cuando le comuniqué que me marchaba a Aranjuez vino a mi
memoria el cuento La reina de la nieves, y pensé en el protagonista, en cómo se
mete en su interior un trocito del espejo que habían roto los diablos y su corazón se hiela, en cómo deja de sentir. Pienso que a mi padre en el preciso instante
en que ella decidió que no aguantaba más y se marchó, en el que yo decidí que
lo mejor era irme con ella, se le metió uno de esos cristalitos y su corazón se
fue helando poco a poco. En el momento en que ella murió su corazón se heló
17
Descargar