Catalogo Tal para cual - Museo del libro y de la lengua

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Marzo a julio de 2015
TAL
TALPARA
PARACUAL
CUAL
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Beatriz Doumerc y Ayax Barnes: confabuladores
Una época es una trama, un tapiz que se teje con hilos distintos. Es un aire, un conjunto de posibilidades y de prohibiciones. Por eso a veces se dice que algo tiene un aire de época. Como
se puede tener un aire de familia. Parecidos que nos sitúan en ciertas zonas. En esta muestra
se trata un poco de una época y también de una familia. De unos años en los que se soñaron
muchas libertades y se pensó que la historia estaba por hacerse. Luego hubo castigos y muy
cruentos, la fuerza militante y creativa quedó presente en libros, músicas, vidas, apuestas, compromisos, obras de arte. Durante la década del 60 del siglo XX la cultura latinoamericana fue
un laboratorio: vanguardias estéticas y políticas se conjugaron, la minifalda coincidió con el
arte pop, la modernización en las universidades con el rock, la barba guevarista con las canciones de María Elena Walsh, Mafalda con el Centro Editor de América Latina.
En esos años, Beatriz Doumerc y Ayax Barnes construían una familia y, a la vez, una obra cultural.
Ella era escritora y él ilustrador. De la cooperación entre ambos surgieron libros fundamentales
de literatura para niños. Con La línea ganaron el premio Casa de las Américas; con El pueblo
que no quería ser gris batieron el récord de libros prohibidos. Ayax dibujó infinidad de pájaros
y gatos, hombres y mujeres, que miraron muchas infancias. Beatriz imaginó y escribió historias
con su letra menuda. Mientras tanto, nacían sus hijos y ellos se mudaban: Rosario, Montevideo,
Buenos Aires, Italia, Barcelona. Buscando tierras hospitalarias para la historia común. Hay fotos
de las distintas mesas en las que trabajaban en cada casa. En especial se reconocen los talleres
en los que Ayax inventaba collages y pinturas. Pero también fotos de grupos de amigos, familia,
confabuladores. Una época es una trama que nos permite conjugar cosas diversas, encontrarles una tonalidad. Haroldo Conti, notable escritor asesinado por el terrorismo de Estado, escribió Mascaró. Imaginó allí un circo itinerante, que era un poco conjura política y bastante más,
aventura vital. Cuando se ve a Beatriz y Ayax en sus obras, en sus cartas, en sus fotos, pareciera
que integran un circo de esa especie, un grupo de confabulados. Aquellos que comparten una
fábula en común. Y que no cesan, desde sus libros, de invitarnos a compartirla.
Entre los confabulados está la gran aventura cultural que es la biblioteca infantil La Nube. Pablo
Medina fundó y conduce la tarea de constituir un archivo, una biblioteca, un mundo en el cual los
niños son el centro de una apelación creativa. En ese territorio fue juntando libros que no están
en nuestras bibliotecas públicas o que están dispersos en ellas. También los de Beatriz Doumerc
y Ayax Barnes que ahora exponemos. Los consiguieron, los atesoran, los prestan, los muestran,
los dejan circular buscando sus lectores. Los convierten en dones, como todo libro sueña ser.
Alguna tarde, Pablo Medina pasó por el Museo e imaginó varias muestras posibles con esos
tesoros de La Nube. Elegimos comenzar por ésta, para sumarnos a ese circo itinerante, vital y
profundo. Otra tarde, llegó a vernos Gabo Barnes, el hijo mayor de Beatriz y Ayax, con una valija
de maravillas: originales de ambos, fotos, dibujos. Otro modo del don: el préstamo generoso y
la charla franca. Ahora somos nosotros, entonces, los que invitamos a compartir esa aventura.
María Pia López
Museo del libro y de la lengua
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Sobre la línea
Se lee literatura infantil con un ligero temor; el de que estemos ante una literatura adulta encubierta por palabras y señuelos que hacen pasar por infantil el mundo que los
adultos imaginan que les corresponde, por dictamen ancestral. Esos adultos escritores
de cuentos infantiles también recibieron una educación donde se los hacía infantes a la
manera de una proyección imaginaria que sobre ellos trazaban otros adultos. ¿Pero es
que hay verdaderamente un mundo infantil? Lo hay si no nos entregamos a la comprensible facilidad de creer que hay una declarada continuidad entre infancia y adultez, significados por maneras de habla, comprensión del mundo y escritura. En verdad, no hay
un continuo en crecimiento de la conciencia humana, hay distintos planos de la expresión lingüística que se entrecruzan entre niños supuestamente “virginales” y hombres
previsiblemente “formados”, por lo cual muchos relatos infantiles tienen toda la carga
que le adjudica el “adulto ya formado”, sacando de sí lo que imagina que fue cuando
era niño, quizás sin saber que como niño ya era adulto, mientras otros relatos que no
pretenden dirigirse a un “público especial”, consiguen crear una literatura infantil que
se pregunta por sí misma, investiga sus propios recursos, definiendo en forma original
la carga iniciática de sonidos que sostienen la lengua, y se acompaña de dibujos cuya
abstracción se presenta como una simplificación visual extrema –la línea– pero a la vez
sabe que es el germen que desplegado al infinito, provee las formas fundamentales de
lo humano. En esa literatura no hay un excedido zoomorfismo, un falso antropomorfismo, sino que el pensamiento de los animales constituye figuras alegóricas profundas
que llevan a pensamientos que no puede disimularse que están conectados con el horizonte más concluyente de la literatura y la filosofía. Es la estructura moral del mundo
latiendo detrás de la dramática simplicidad de una imagen certera, de una línea, y de la
figura humana que no es sino esa misma línea cuyo escorzo forja la silueta humana para
luego poder trastrocarla en la de un pájaro. La literatura infantil, así vista, es la literatura
sin más. Lo que creo, para sorpresa nuestra, que no los conocimos en sus trabajos más
que tardíamente, que es lo que tan bellamente hacían Beatriz Doumerc y Ayax Barnes:
“confabuladores”, como los llama María Pia López.
Horacio González
Director de la Biblioteca Nacional
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Beatriz y Ayax Pacho,
Amigos del alma
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Conocí a Beatriz y Pacho alrededor del año 1965 en Montevideo, en una reunión
de artistas plásticos uruguayos en el salón de exposiciones de la YMCA1, en
su sede central. Por ese entonces, yo trabajaba en la sede de Buenos Aires, en el
departamento de menores y cursaba una especialización en “Recreación, tiempo libre
y campamentos”. Me los presentaron como “los rosarinos”. A partir de ese primer
encuentro, me los crucé varias veces, especialmente a Ayax, muy conocido en el
mundo gráfico y del diseño como un gran maestro en ese arte.
Ellos vivían en Uruguay desde 1952 y permanecieron hasta 1973, año en que
regresaron a Buenos Aires. Desde 1967, aún en Montevideo y luego ya instalados
en Buenos Aires estarán en contacto con numerosas editoriales argentinas. Beatriz
Doumerc escribiendo y creando historias y Ayax Barnes como ilustrador. Publican
en dos colecciones del Centro Editor de América Latina: Cuentos de Polidoro y Los
cuentos del Chiribitil. Es intenso el trabajo que ambos realizan para las editoriales
Atlántida, CEAL, Editorial Latina, Arístides Quillet de Argentina, Schapire, Granica,
Rompan Fila, La Pléyade, hasta 1975 en que logran el Premio Casa de las Américas
de Cuba por el libro La línea.
En este mismo año, creamos la Librería La Nube con Marcela Silberberg y Marta
Dujovne. Librería para niños y jóvenes única en su género en esos tiempos difíciles, a
pesar de lo cual, las visitas de amigos como Barnes y Doumerc eran reconfortantes.
Venían cada tanto, hasta que en 1977 partieron con sus hijos a Italia, y luego
definitivamente a Barcelona.
A partir del exilio de mis socias en 1978, continúo con La Nube que se ampliará con
el Centro de Documentación. Para el año siguiente, como órgano de expresión y
difusión del mismo, editamos la revista El Loro Pelado. La infancia y la adolescencia
en la Cultura y las Comunicaciones. En el número 3-4 de diciembre de 1979,
publicamos con el título “El niño es, ante todo, un lector de imágenes” una serie
de dibujos enviados por Pacho especialmente para El Loro Pelado. Es un honor,
haber incluido uno de ellos también en la tapa. Los originales fueron donados por
su autor y son parte del patrimonio de la Biblioteca y Centro de Documentación de
la Asociación La Nube.
Uno de los mentores de Comunidad del Sur, Rubén Prieto a quien conocí y traté hasta
su exilio, me habló mucho de Barnes y sus ideas sobre la edición, la ilustración y el
diseño de libros y revistas. Este grupo creado en Montevideo se instala en Suecia con
1
YMCA: sigla en inglés de la Asociación Cristiana de Jóvenes, con sede en Montevideo y Buenos Aires.
exilados uruguayos, chilenos, argentinos y suecos, donde fundan la Editorial Nordan2
como parte de un proyecto de vida autogestionaria. Este sello editorial, será quien
vuelva a publicar uno de los emblemáticos libros de Beatriz y Ayax: El pueblo que
no quería ser gris, originalmente publicado por Rompan Filas. Libro que, entre otros,
sufrió la desatinada prohibición de la Junta Militar.
Muchos son los recuerdos inolvidables que pasan cada tanto por mi memoria. Entre
otros, el encuentro en La Nube de Oski y Ayax Barnes. El humor de Oski era directo
e irónico. Le decía: “¡Che! Barnes! Vos siempre dibujando redonditos y cuadraditos.
¿Cuándo vas a aprender a dibujar?”3 Se reían mucho. Casi siempre terminábamos
tomando algo en el bar de la esquina, conversando especialmente de libros, de
ilustradores y de amigos.
A partir de 1984 y una vez retornada la democracia en Argentina, volvieron al país de
visita y el reencuentro con amigos como Hebe Solves, Amalia Cernadas y María Teresa
Corral fue memorable.
El fallecimiento de Ayax, a los 77 años, me provocó una enorme tristeza. Desde entonces
creí que el mejor homenaje era reconstruir toda la obra de ambos, especialmente
las creaciones para niños y jóvenes. Esto se lo manifesté a Beatriz una de las últimas
veces que hablé con ella cuando estuve unos días en Barcelona en el 2009. Esperaba
que retornara al país alguna vez para poder hablar de este proyecto y del cuidado,
preservación y difusión de sus obras para conocimiento y estudio de futuras generaciones
de ilustradores, escritores e investigadores.
Beatriz falleció en los comienzos del 2014. Quien estuvo a su lado continuando su obra
desde la escritura, su hijo Gabriel Barnes, se constituye en depositario y custodio de
la memoria de estos notables creadores argentinos: Beatriz Doumerc y Ayax Barnes.
Pablo L. Medina
Fundador y actual presidente de La Nube Infancia y Cultura
2
Nordan editó tres títulos más de Doumerc y Barnes: Aserrín, aserrán, La familia Claroscuro, El viaje
de Ida / El viaje de regreso, tanto en español como en otros idiomas.
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Oski: Oscar Conti. Dibujante, ilustrador, pintor. Participó junto a Barnes y Breccia en las ilustraciones de El Quillet de los Niños.
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El viaje de ida
Al final, siempre fue verdad aquello del viaje que empezó en Rosario, pasando por el barrio de Almagro en Buenos Aires y aquel barco que cruzó el Plata y los dejó en la casa de
la playa en La Floresta, en la costa este del Uruguay.
Había arena en los rincones y amigos que venían. Ayax trabajaba en Montevideo y Beatriz esperaba paseando por la playa. Después fue Montevideo y las cuatro casas del mismo barrio en
donde vivieron en Punta Gorda. Allí resbalaron los años cincuenta y sesenta y en la imprenta
AS, rara caja de prodigios, frente a una plaza de palmeras y sol antiguo, Ayax empezó a dibujar.
Después empezó a viajar a Buenos Aires. Iba y venía. Durante la semana dibujaba en
una habitación de hotel de la calle Florida y comía en el Dora. En tanto Beatriz escribía,
cuidaba a los hijos y seguía los trabajos de una casa en construcción, junto a una cabaña
de madera que Ayax había construido y que atravesó soles, fiestas y tormentas. Fue la
casa de los mejores recuerdos.
Fueron los años del Centro Editor, de los Polidoro, del Quillet de los niños. Después vino
el taller de La Boca que miraba al río y a los remolcadores, y la casa de Flores con su aire
antiguo y sus pisos de madera encerada. Buenos Aires estaba llena de vida y también era
una fiesta. Era el sitio al que habían vuelto y del cual pensaban no marcharse nunca. Allí
nacieron los libros de las buenas ideas, que despertaron y enfurecieron a los ogros del
cuento y así, como en un sueño que termina de golpe, se tuvieron que marchar con lo
puesto, como sombras en la noche, a empezar otras vidas muy lejos de allí.
Buenos Aires entonces fue un recuerdo que nunca pasó, un espejo roto y un rastro
de adioses que sólo se esfumaban cuando los amigos lejanos venían de visita. La vida
fue bajo otros cielos: los soles y las nieves de la Italia del norte y después Barcelona,
de palomas, mar y palmeras.
Durante esos años, Ayax y Beatriz siempre trabajaron: Beatriz escribía a la luz de las lámparas, primero a mano. Y como en todas las casas en las que vivieron, en el lugar de mejor
luz estaba la mesa de trabajo de Ayax. Allí, bajo la mirada perezosa de un gato y mientras
el humo de un eterno cigarrillo subía al techo, el lápiz corría. De lo que Beatriz escribía
nacían pájaros, princesas y peces de colores. Y los dos, sin nunca dar el brazo a torcer,
siguieron siempre enfrentando dragones.
Los dibujos y las palabras se iban siempre, como hojas en el viento, para depositarse
en la memoria de los lectores, de los antiguos, los de ese momento y los que vendrían
a descubrirlos. Y así, aquel viaje comenzado a la orilla de un río siguió siendo. Y sigue
todavía hoy, como siguen los libros.
Gabriel Barnes
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Ayax Barnes y Beatriz Doumerc,
artistas que juegan
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Ayax Barnes nació en la ciudad de Rosario (Provincia de Santa Fe, Argentina) en 1926.
Inició la carrera de arquitectura, pero interrumpió sus estudios para dedicarse a la
profesión de dibujante. Vivió muchos años durante su juventud en Montevideo donde
se dedicó al diseño gráfico y la ilustración. De esta larga estadía proviene, al parecer,
la habitual confusión de quienes le adjudican la nacionalidad uruguaya.
El escritor y periodista Oche Califa elabora una hipótesis sobre el ingreso de Barnes
al universo de la literatura y los libros para niños: “Su llegada a Buenos Aires y al
mundo de la plástica infantil fue casual. Un dibujo animado lo acercó. El estar casado
con una escritora para chicos –Beatriz Doumerc– completó el desembarco en una
especialidad en la que descolló.” 4
Barnes trabajó en dos colecciones de libros para niños que fueron un hito en la
literatura infantil de nuestro país y de América Latina: Cuentos de Polidoro y Los
cuentos de Chiribitil, ambas publicadas por el Centro Editor de América Latina; y en
la enciclopedia El Quillet de los niños, dirigida y redactada por Beatriz Ferro. En las
ilustraciones de los seis tomos de la enciclopedia sus dibujos comparten las páginas
con los de Oski (Oscar Conti) y Enrique Breccia; el diseño gráfico de esta obra estuvo
a cargo de Oscar Díaz. Si bien la mayor parte de los trabajos de Ayax Barnes están dedicados a la ilustración
de libros para niños; también fue autor de afiches, papelería, envases, carátulas,
cubiertas de discos y de libros, y diversas formas del diseño gráfico. Fue el creador
de los logos de Ayuí/Tacuabé, un sello discográfico uruguayo fundado en 1971 por
un grupo de músicos independientes –José “Pepe” Guerra, Daniel Viglietti, Braulio
López y Coriún Aharonián–, con el fin de apoyar manifestaciones musicales de valor
artístico ignoradas por las compañías discográficas comerciales.
En 1976 se estrenó el largometraje Los cuatro secretos dirigido por Simón Feldman,
con guión del mismo Feldman, Beatriz Doumerc, Ayax Barnes y Carlos Braña. En
este largometraje se intercalan acción en vivo y animación con figura recortada.
Ayax Barnes tuvo a su cargo la realización de los personajes, mientras que los fondos
fueron hechos por Carlos Braña.
En el terreno de la divulgación científica para los niños, Doumerc y Barnes
publicaron en 1974 un libro de educación sexual: Cómo se hacen los niños. La
sencillez y honestidad con la que se trata un tema todavía controvertido para padres
y maestros, resulta sorprendente. Las figuras de este libro están construidas por el
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Califa, Oche. “Recordar por la línea”, Revista Raf, Buenos Aires, agosto de 1994.
trazo continuo de una línea sobre el papel. Los libros de Doumerc y Barnes no se
avenían con la visión conservadora y pacata de lo adecuado en un libro infantil que
primó durante los años de la dictadura. El pueblo que no quería ser gris, publicado en 1975, poco tiempo antes del golpe
militar, en la editorial Rompan Fila, fue prohibido por el decreto 1888 del 3 de
septiembre de 1976. Este libro pone de relieve no sólo una historia de claro sentido
político, sino también unas ilustraciones que treinta y cinco años después se ven
potentes y originales en todos sus aspectos, incluso en el uso del color y la técnica
utilizada. Se trata de dibujos hechos con brea. En la primera página de su libro La línea podemos leer:
“LÍNEA: sucesión de puntos.
HISTORIA: sucesión de hechos.
Los puntos hacen la línea.
Los hombres hacen la historia.”
Este libro fue reeditado por Ediciones del Eclipse en el año 2003. Cabe señalar aquí un
significativo cambio del color en esta nueva edición. En la edición original, de 1975, la línea
con la que el hombrecito se relaciona, su propio contorno por momentos, y el rectángulo
con el que se cierra el libro, son de color rojo (el único color utilizado por Barnes en toda la obra). Mientras en la edición del Eclipse fue reemplazado por el azul celeste.
Barnes y Doumerc vivieron primero en Italia y finalmente decidieron afincarse en
Barcelona, España. En esta ciudad publicaron sus obras en Ediciones Destino, Editorial
Juventud, Ediciones B y también en la colección Austral Infantil de Espasa-Calpe, entre
otras editoriales. Junto con la labor editorial, la pareja realizó colaboraciones –juegos
gráficos, cuentos y dibujos– para la revista italiana Pimpa, una publicación del sello
Quipos, una agencia internacional de ilustraciones, humorismo, comics y animación.
En 1982 la editorial uruguaya Nordan Comunidad –una experiencia cooperativa
que durante los años de dictadura militar en aquel país publicaba en Estocolmo,
Suecia– editó un libro inhallable en la actualidad: El viaje de Ida / El viaje de Regreso
(Estocolmo, Editorial Nordan Comunidad, 1982).
Como bien se explica en la guarda: “Este libro tiene dos historias: la de Ida y la de
Regreso, dos tortugas enamoradas… Cuando una va la otra viene, y para saber lo
que sucede, debes leer el libro cabeza abajo o cabeza arriba, mejor dicho, de ida y
de regreso…”
En los libros de Barnes y Doumerc, el niño es invitado continuamente a jugar, a ser
partícipe de ese mundo creado por el texto y las ilustraciones. Pero también Barnes
se muestra como un artista que juega y experimenta: acuarelas, collages, sellos,
figuras vacías construidas por líneas de contorno o saturadas de colores y texturas;
los dibujos de Barnes ofrecen gran variedad de técnicas y recursos, pero al mismo
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tiempo un estilo inconfundible que cualquier lector puede identificar a primera vista.
Dos libros de Doumerc y Ayax Barnes fueron publicados en estos últimos años en
Argentina: el ya nombrado La línea (2003) y Humito y Humareda (2006); ambos en
Ediciones del Eclipse.
De Ayax Barnes como ilustrador se reeditó El señor viento Otto (2014) con texto de
María Rosa Finchelman, dentro de la colección Libros del Chiribitil por Eudeba y La
carta de Tilín (2010) con texto de Gladys Mayo de Rubio por editorial Ríos de Tinta
(Tinta Fresca), libro que originalmente también formó parte de la colección Libros
del Chiribitil del CEAL.
Marcela Carranza
Extraído con autorización de la autora y los editores de Revista on line Imaginaria Nº 281 (Buenos Aires,
9 de noviembre de 2010). Disponible en: http://www.imaginaria.com.ar/2010/11/ayax-barnes/
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Compromiso y originalidad
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“La línea piensa” dice el artista plástico Yuyo Noé a lo que quiero añadir “La línea
siente”. El cruce de las dos ideas sintetiza lo que me inspira el trabajo de Ayax Barnes.
Hablo de él porque es a quien conocí primero. Eran tiempos de innovación que lograron rescatar a los libros para chicos de un círculo vicioso. Salvo contadas y valiosas
excepciones (Javier Villafañe, María Elena Walsh, Laura Devetach), se editaban libros
vigilados por la censura, sujetados por el maniqueísmo de sus personajes, por la pacatería de los relatos que el ámbito de la educación refrendaba. Es allí cuando aparece una ola inquietante que salpica de frescura a los lectores.
Ayax Barnes como ilustrador y Beatriz Doumerc como autora forman parte de este
cambio provocador por la expresión de sus talentos jubilosos y comprometidos.
Recuerdo el impacto que me provocaron las ilustraciones de Ayax en algunos Cuentos
del Chiribitil y en otros de la colección Polidoro ¿Cuál era el secreto? Por una parte su
dominio del diseño y el minimalismo de su trazo nunca avanzó sobre la hondura de sus
imágenes. Ahora (¡a 45 años de su edición!) hojeando uno de los tomos de El Quillet
de los niños creada por Beatriz Ferro (biblia de consulta obligada para quienes trabajábamos con los chicos) en la que Barnes se mide con Osky y su feliz barroquismo, con
Enrique Breccia y su decidido realismo, pude comprobar el original aporte de su estilo. Eligiendo al azar miro detenidamente la doble página que se refiere a los personajes de los cuentos: con pinceladas y gruesas líneas realizadas a mano alzada Barnes
enfatiza en cada dibujo un detalle: el leñador tendrá una nariz prominente y colorada,
el gigante, ojos enormes que miran de frente en una cara ancha de mejillas opacas,
el enano, a sus pies, lleva botitas con su punta curvada hacia arriba y un cascabel que
pende del extremo de su bonete. El hada lograda con un leve collage de papeles
transparentes se sostiene en el aire, el mismo que atraviesa la bruja pintada con firmes
trazos negros y casi partida en dos por su escoba. Ah, la escoba y el pelo son recortes
de la foto de una escoba gris.
Recursos mínimos, creatividad máxima. Expresividad y energía.
Sabemos que la cercanía de Beatriz Doumerc llevó a Ayax Barnes que provenía de la
arquitectura y el diseño al campo de la literatura para niños. A Beatriz, autora desde
mi punto de vista poco reconocida en la Argentina, que ha producido textos de mucha
calidad, se la asocia habitualmente a Barnes (con quien estaba casada) ya que ilustró la
mayoría de sus libros. Seguramente se potenciaron mutuamente y puedo imaginar que
La línea, su libro más célebre y original haya sido un trabajo de equipo ya que la unidad
y fortaleza de ilustración y texto resultan difíciles de concebir separados el uno del otro.
Conocí a Beatriz a tres años de la muerte de Barnes. Pude percibir la orfandad dentro
de la que procuraba encontrar un lugar en la Argentina para editar su obra. A pesar
de ser autora de más de treinta títulos algunos traducidos a varios idiomas y de haber
recibido importantes premios no le resultó fácil en ese momento cumplir su deseo.
Acordamos la inclusión de un texto suyo en la colección Cuentos redondos de Editorial
Sudamericana. Eran en cartoné y de pequeño formato.
Nicolás y la escalera (que fue ilustrada por Oscar Rojas) cuenta la historia de un niño que
encuentra una escalera y se anima a trepar por ella. A medida que sube los escalones se
multiplican, él sigue trepando y cree que así podrá llegar a la luna y a las estrellas, pero
las nubes no lo dejan pasar y se transforman en lluvia. Nicolás baja rápidamente. Ya en
el suelo piensa que si pudo subir, bien puede bajar, encuentra un pozo profundo, la escalera crece hacia abajo y él se anima hasta el final, allí en el fondo del pozo encuentra
un charco y en el charco reflejada la luna rodeada de estrellas.
Pienso ahora, que quizá este relato haya reflejado la necesidad de Beatriz de seguir
escribiendo en soledad buscando otros caminos que le permitieran seguir creando, es
decir, seguir viviendo sin Ayax a su lado.
Canela (Gigliola Zecchin)
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Texto e imagen en dos libros inolvidables
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Conocí a Ayax Barnes y a Beatriz Doumerc en la década del setenta, a través de una
amiga común y entrañable: la escritora Beatriz Ferro. Recuerdo que conversé mucho
con Ayax acerca del poder de síntesis de sus ilustraciones. Me dijo: “llegar a una
síntesis en la ilustración es un trabajo arduo y permanente. Hay que trabajar mucho
para lograr el esquema que me propongo”. La dupla Barnes-Doumerc logró ambas
propuestas: síntesis en los textos y en las ilustraciones.
En 1975, trabajé en la primera época del diario El Cronista Comercial. Sin detenerme
a pensar en el riesgo que significaba comentar ciertos libros cuando se avecinaba el
terrorismo de Estado, la audacia o la necesidad de rescatar valiosos libros para niños,
jóvenes y adultos, escribí dos comentarios críticos de los libros La línea y El pueblo
que no quería ser gris.
Por primera vez, Casa de las Américas con sede en Cuba instituyó, dentro de sus
premiaciones el rubro Literatura infantil. De los cinco galardones previstos para el
tema, tres libros de autores argentinos obtuvieron paralelamente el mérito: Laura
Devetach por Monigote en la arena, Ana María Ramb y José Murillo por Renancó y los
últimos huemules y Beatriz Doumerc y Ayax Barnes por La línea (editado por Granica).
El 16 de setiembre de 1975 en la sección mencionada, escribí mi comentario. Después
de cuarenta años, creo que la transcripción es un homenaje al libro y al momento
histórico en que se editó. Éste fue el texto publicado:
“El libro se inicia con una definición: Línea: sucesión de puntos. Historia: sucesión de hechos.
Los puntos hacen la línea. Los hombres hacen la historia. Con esta premisa, Doumerc y
Barnes desarrollan en texto e imagen un mensaje de paz. La brevedad del texto acompaña
la imagen de modo tal, que el libro solo funciona en base a esa interrelación.
Con ese poder de síntesis lineal y plástica que caracteriza a Ayax Barnes, el lector va
desenredando el conflicto, que escapa a la letra impresa. Es el receptor el que puede
ir recreando metafóricamente e interpretando lo que el texto sugiere.
El argumento se basa en la relación entre el hombre y la línea. La estructura del relato
es un permanente in crescendo, que determina un clímax lineal primero, descendente
y ascendente después: el hombre puede usar individualmente la línea, pasarla por
arriba, por abajo, hacer equilibrio, acomodarse. Pero también puede enredarse, vacilar,
retroceder, abandonarla, obviarla, incomunicarse. También puede optar por utilizarla para
separar, encerrar, prohibir, atacar, destruir, marchar contra la historia (climax descendente),
pero puede continuar, sostener, unir, construir, compartir. Y muchos hombres con una
línea pueden: Compartir, sostener, marchar siempre, trazar un árbol que da para todos
sus frutos, un pájaro en libertad, todas las manos para defenderlo, un corazón abierto a
todos los hombres, una Patria Grande como un sol, donde vive El Hombre Nuevo.
Cada uno de estos enunciados está esquematizado por la imagen en color negro, el
hombre, y roja la línea. Otro símbolo.”
También en el diario El Cronista Comercial, el 3 de octubre de 1975, comenté el inicio de
una nueva editorial para chicos: Rompan Fila. Según los responsables, Mirta Goldberg
y Augusto Bianco expresaron que ofrecían “libros útiles para el crecimiento, libros que
acompañen al chico en su lucha para penetrar en el mundo de las cosas y los hombres,
libros que los ayuden a crecer, a no tenerle miedo a la libertad”, entre otras premisas.
En el equipo de trabajo de Rompan Fila también participaron Beatriz Doumerc, Hilda
Fosnik, Cecilia Thumin, Tabaré, Augusto Boal, Pacho Barnes y Augusto Barnes.
El pueblo que no quería ser gris, de Barnes y Doumerc, es la historia de lo que le pasó
a un rey mandón, según sus propias expresiones. Así quedó el comentario:
“El libro relata la historia de un pueblo, gobernado por un rey que sólo sabía mandar.
Como ya no se le ocurría qué más ordenar, decidió que todo el pueblo pintara sus
casas de gris. Uno de los habitantes vio pasar una paloma roja, azul y blanca, y decidió
pintar su casa de esos colores. Todo el pueblo, contagiado, pintó las casas de los
mismos colores. El rey, desesperado por la desobediencia ordenó traer a su palacio
a todos los pobladores. Al concurrir el pueblo, hombres, mujeres, niños y animales,
fueron dejando en su camino y en todo lo que tocaban los colores azul, blanco y rojo,
incluyendo los estandartes. El país vecino, al observar el cambio, mandó emisarios
para saber qué ocurría y al volver, los caballos en sus patas y los emisarios también,
contagiaron de rojo, azul y blanco al pueblo vecino. Pero son las palomas, las que
llegan primero y la historia vuelve a empezar.
Un texto claro, sencillo y antiautoritario da pie a Barnes para ilustrar las secuencias con
la calidad que lo caracteriza”.
Susana Itzcovich
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¿Qué hay de Ayax Barnes y Beatriz Doumerc
en la literatura infantil de hoy?
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En principio, sus lectores. Muchos de quienes producen hoy formaron su mirada en
los Cuentos de Polidoro del CEAL. Dibujantes como Isol o Gustavo Roldán eran niños
lectores de la colección y reconocen explícitamente esas fuentes.
Pero hay más. En la producción de Barnes y Doumerc hay un proyecto cultural, político,
para la infancia. Libros que informan, que conciben el arte en manos de todos, que provocan la interacción, libros para niños movedizos, para adultos que estén a la altura de
las circunstancias. Menciono dos: El pueblo que no quería ser gris y El viaje de Ida / El
viaje de Regreso.
En 1975 nace la editorial Rompan Fila; El pueblo que no quería ser gris es su primer
título. La dictadura lo prohíbe en 1976. En 1982 lo reedita Nordan desde Estocolmo.
Hoy se atesoran esas ediciones y circula también en la web. No casualmente cada 24
de marzo reaparece en manos de maestros que intentan explicar a los niños y prolongar en la memoria algo de lo que la dictadura fue. “Rompan Fila entiende que debe
partirse del niño y de sus necesidades. Entiende la educación como un proceso de
crecimiento en libertad y, por lo tanto, lo opuesto al adoctrinamiento. Entiende que
los chicos piden una educación para incorporarse al mundo y no para permanecer
al margen”5. Hay una marca de época en ese proyecto, presente también en El libro
rojo del cole de Hansen y Jensen, que estalló en Europa a comienzos de los 70 y fue
prohibido en Argentina, o en la propia producción del CEAL para la infancia. Se trata
de concebir a los niños no como objeto a moldear para el sostén de un orden, viejo
o nuevo, sino como interlocutores válidos a quienes se invita a la construcción de un
mundo diferente. Se trata de compartir con ellos una experiencia estética auténtica
–no rebajada– como parte integral de ese proyecto.
Están entonces algunos de sus libros.
Están sus lectores.
¿Estará también ese proyecto cultural del que Barnes y Doumerc participaron tan
fervorosamente? Un poco sí y un poco no.
Un poco no. En la literatura en valores que es tendencia en libros para chicos hace ya
años, donde la espesura del arte se achata y se convierte en azúcar del trago de enseñanza a asimilar, ese proyecto se destruye estrepitosamente. Es la vereda opuesta de
El pueblo que no quería ser gris: un texto que se ocupa de no decirlo todo y hacer luEntrevista de Susana Itzcovich a Augusto Bianco y Mirta Goldberg en ocasión del
lanzamiento de Rompan Fila en 1975, incluida en Veinte años no es nada. La literatura y la
cultura para niños vista desde el periodismo, Buenos Aires, Colihue, 1995, p. 48.
5
gar al otro mediante el desafío, ilustraciones que explotan recursos mínimos apostando a que se carguen de sentido en la mirada, todo entretejido en un proyecto político
y cultural que invita a la acción de todos.
Un poco sí. El viaje de Ida / El viaje de Regreso, en su diseño como objeto lúdico, en
su demanda de lectura activa, en su señalamiento de la multiplicidad de perspectivas,
se encuentra en franco diálogo con otra tendencia de la literatura para niños de hoy:
la producción de álbumes.
Pero la continuidad o negación de ese proyecto cultural parecería jugarse sobre todo
en la lectura. Cada vez que los adultos se permiten compartir esa experiencia con
los niños, leer con y no a, abrir los ojos a otra mirada que los interpele, la huella de
Doumerc y Barnes reaparece.
Grisel Pires dos Barros
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25
26
Ternura e imagen
uno
Hubo en Montevideo un artista gráfico excepcional llamado Ayax Barnes que integraba
un grupo de talentos juguetones llamado Imprenta As. En As se conjugaba un
diseño gráfico muy innovador con presupuestos de vanguardias artísticas, autocrítica
implacable y actitudes de “arte pobre”, implantadas desde el saque a través de las
limitaciones insalvables de la tecnología de que se disponía. En 1952, Jorge de Arteaga,
un muchacho con inquietudes culturales, había instalado formalmente una imprentita
cuya máquina era una offset doméstica Rotaprint, una especie de mimeógrafo mejorado
que trabajaba sobre chapas metálicas. Arteaga había imaginado las posibilidades de
trabajo con ese tipo de máquinas, viéndolas usar en Estados Unidos como auxiliares
de oficina, y había provocado un aprovechamiento tercermundista con participación
de los dirigentes militantes de Cine Club del Uruguay (y de CUFE, una empresa con
inquietudes militantes, vinculada en algunos de sus integrantes con Cine Club) y de
numerosos plásticos surgidos del Taller Torres García.
Como en tantas otras circunstancias luminosas de la historia, la aceptación dialéctica
y humorada de las limitaciones materiales daba lugar a la apertura de nuevos caminos
artísticos. Una máquina de escribir de carro grande (mecánica primero, eléctrica
después) “tipeaba” directamente sobre la chapa con la que se iba a imprimir,
cuidando al extremo los errores de dedos. Las imágenes y los títulos se resolvían
mediante técnica litográfica, dibujando o pintando directamente sobre la chapa, a la
que se aplicaba luego un baño químico que producía la corrosión adecuada para la
impresión. En las impresiones a varias tintas, se hacían varias chapas, una por cada
tinta, lo cual desarrollaba un divertido virtuosismo para hacerlas coincidir en sus
superposiciones sin la intermediación de películas, que eran muy caras. El no uso de
películas descartaba las posibilidades de reticulados y potenciaba la imaginación para
construir tintas planas en el color deseado.
Frente a la opción de dibujo realista (con aire a carbonilla), predominante en los folletos de
Cine Club, los trabajos del equipo As mostraron una preferencia por las tintas planas, que
llevó a su vez a un desarrollo magnífico de una estética de los colores plenos y planos y los
bordes duros, en una afirmación de las dos dimensiones del papel.
Integraron el equipo As, además de Ayax “Pacho” Barnes, personalidades como
Hermenegildo “Menchi” Sábat, Guillermo Fernández, Nicolás “Cholo” Loureiro, Antonio
Pezzino, Carlos Pieri. Luego, en etapas posteriores, Hugo Alíes, Carlos Palleiro, Jorge
Casterán, Fernando Álvarez Cozzi, Washington Algaré, Álvaro Armesto y otros. Hicieron
también trabajos en As, Hugo Mazza, Antonio Frasconi, Miguel Ángel Pareja, Miguel
Bresciano y Jorge Carrozzino. En los primeros tres lustros del equipo, hubo influencias,
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“aunque lejanas”, de la Bauhaus, de Mondrian, e indudablemente de Torres García, como
señala Arteaga6, y también del dibujo infantil (y de Klee, de paso), y de Léger, y de los
afichistas polacos (sobre todo en Loureiro y en Barnes), y quizás también, más tarde, del
Op Art, pero –como anoté en otro artículo7– había sobre todo una estética As elaborada
conjuntamente. La interacción de personalidades diversas generaba resultados de gran
riqueza, y potenciaba más la creatividad de cada miembro del equipo. La mayor parte
de ellos eran hombres de izquierda, pero no lo era Jorge de Arteaga, quien los había
reclutado y quien actuaba como “catalizador del grupo”, en la definición de Sábat8.
Cada uno aportaba su formación específica, pero el funcionamiento en equipo
agregaba una heterodoxa interacción de influencias tan diversas como Joaquín Torres
García y Fernand Léger. Tres de ellos habían sido alumnos directos de Torres García
(Fernández, Loureiro, Pezzino), Loureiro había estudiado además con Léger, con Paul
Colin y con Jiri Trnka, y Pieri era discípulo de la Academia Brera de Milán y de Miguel
Ángel Pareja (quien, entre otros, había trabajado con Léger, tras haber estudiado con
Manuel Rosé, Guillermo Laborde y Germán Cabrera). Pieri, como Loureiro y Barnes,
se interesaba especialmente en el dibujo infantil. Loureiro agregaba su condición de
refinado titiritero. Sábat aportaba su perfil de caricaturista genial.
En As, Barnes hizo maravillas como los afiches para El enemigo del pueblo y
Andorra por El Galpón y para Los fracasados por Teatro Circular, para el I Festival
Latinoamericano de Música del SODRE (1957), para el III y IV Festivales Internacionales
de Cine Documental y Experimental del SODRE (1958 y 1960), para la 3ª Feria Nacional
de Libros y Grabados (1962), para la Exposición del Afiche Polaco (Biblioteca Nacional,
1962), para el Museo rodante de arte nacional contemporáneo (Centro de Artes y
Letras de El País, 1963), o incluso la divertida serie publicitaria “Propiedad horizontal
en la rambla” para PiriaVende. También el impactante afiche para el cincuentenario
del genocidio armenio (1965). Hizo memorables carátulas de discos: las de Franciso
Espínola, Carlos Vaz Ferreira, I Musici, el Grupo Arca, Introspección de Joe South
(1968) o Canciones chuecas de Daniel Viglietti (1971).9
dos
As se mudó de local, y un trío de integrantes (el artista Nicolás Loureiro, el maquinista
Andrés Soca y el administrador Hugo Bolón –también autor teatral–) se estableció en
Reportaje de Juan Prieto en la revista ADG, Nº 7, Montevideo, III-1992.
“El equipo As”, en Brecha, Montevideo, 19-X-2007.
8
Catálogo de la muestra Imprenta As en el Subte Municipal, Montevideo, octubre 2007.
9
Algunos de los trabajos eran encargos personales (carátula de Viglietti) o fruto de un
concurso al que Pacho se había presentado como artista individual (los afiches para el SODRE
o para el cincuentenario del genocidio armenio).
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el mismo local de Cuareim 1361 con una máquina Rotaprint y continuó la línea de As
como Artegraf. Allí hizo Barnes varios de sus trabajos gráficos en la segunda mitad de
los sesenta y los primeros setenta. Entre ellos, las nueve magníficas carátulas de vinilos
de la serie “murgas” del sello Macondo. Allí ilustró Gabriel y el pito, probablemente su
primer libro para niños, y una especie de manifiesto de la nueva imprenta Artegraf. El
cuento era de Hugo Bolón, la caligrafía (directa sobre chapa) de Nicolás Loureiro, y la
impresión –finalizada el 24 de diciembre de 1965– de Andrés Soca.
tres
Trabajé con Barnes en numerosas oportunidades, vinculadas casi todas con iniciativas
militantes. Menos una, vinculada con SAS. Ocurrió que una culta gerente de la oficina
montevideana de la línea aérea le había regalado un viaje a Europa a cambio de un
corto publicitario. Eso había ocurrido en 1968 o 1969. Por alguna u otra razón, los
tiempos se fueron estirando y, ya en 1971, Pacho se encontró con un reclamo de su
amiga, que a su vez debía dar cuenta a sus superiores. A costo cero, ayudado por la
gente de CUFE (algunos de los numerosos que lo querían bien), hizo un hermoso y
divertido corto de animación. Pero estaba mudo. Me pidió colaboración y accedí de
buen grado. Siempre contra reloj, discutimos acerca de las posibilidades de banda
sonora coherente con las disparatadas imágenes, y optamos por una solución viable.
Pedimos ayuda a Daniel Viglietti, quien aceptó grabar, con voz de locutor comercial, el
texto publicitario que había sugerido SAS, y yo procedí a deconstruirlo/desconstruirlo
y reconstruirlo, con procedimientos de montaje propios de la música electroacústica.
Llegamos a tiempo, y Pacho pudo entregar su deuda. Si no recuerdo mal, la agencia
de publicidad de SAS no gustó del producto y, silenciosamente, sustituyó nuestra
banda de sonido por una convencional.
cuatro
Barnes era un inagotable inventor de cosas visuales, de colores, de macacos. Su
espíritu lúdico invadía todo, y su ternura también. Era un afichista excepcional. Sabía
penetrar el espíritu de la ecuación gráfica a resolver, y a menudo generaba dificultades
para escoger una entre las varias excelentes opciones que había generado.
Cuando, a comienzos de 1971, fundamos Ediciones Tacuabé, desde la primera reunión
con Pepe Guerra, Braulio López y Daniel Viglietti, decidimos pedirle el diseño de los
logotipos y las etiquetas a Barnes. Nos ofreció varias soluciones, y nos generó un par
de sesiones de incertidumbre, porque eran todas excelentes, y nosotros necesitábamos
sólo dos, una para el sello Tacuabé y otra para el sello Ayuí. Ambas constituían un
hallazgo visual pensado en función de la rotación del disco de vinilo. El isotipo de
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Tacuabé estaba, juguetonamente, recortado con tijera en papel de estraza.
La colaboración de Barnes con Ayuí/Tacuabé continuó con varias tapas de discos,
todas hermosas, entre las cuales una para Cuba va (primer elepé en el mundo, de Pablo
Milanés, Silvio Rodríguez y Noel Nicola) y una para Chile va (un homenaje al primer año
de Allende, con Ángel Parra y su tío Roberto, Patricio Manns, Payo Grondona y la voz
del propio Allende), una para cuentos de Horacio Quiroga dichos por Hugo Martínez
Trobo, una para Dina Rot haciendo cancionero sefaradí, una para Aves errantes de
Héctor Tosar, una para Estás creciendo de María Teresa Corral (repetición de la de
Buenos Aires), y la de Capagorry cuenta a los niños.
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cinco
El mismo año 1971 le pedí un afiche a una tinta para el Primer Curso Latinoamericano
de Música Contemporánea. Fue otra maravilla. Funcionaba como afiche, desplegado,
y soportaba el ser doblado para ser enviado por correo sin mayores sobresaltos. Una
vez más, resultaba llamativa su capacidad para inventar soluciones de bajo costo para
iniciativas militantes. Le siguieron, anualmente, los afiches –ya en varias tintas– de los
cinco subsiguientes Cursos Latinoamericanos, cada cual más hermoso, cada cual más
educativo de la sensibilidad que el anterior.
seis
De Pacho Barnes me queda la sonrisa tímida y traviesa detrás de sus muy serios
anteojos, su espíritu de niño grande, su rigor con aspecto distraído, su gozosa
creatividad, su fineza, su ternura.
Coriún Aharonián
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Barnes. Los años de la alegría
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Quizás no recordábamos su nombre, pero ante las imágenes supimos enseguida que
formaban parte de nuestra memoria; que estaban ahí frescas porque habían sido guardadas por nuestros ojos de niños. Y esto se explica no sólo por la inmensa presencia de
los dibujos de Ayax Barnes en la bibliografía infantil argentina, sino, y sobre todo, por su
singular potencia visual, su belleza colorida y sintética, su vitalidad creadora y su innegable “tono de época”. Porque la estética de Barnes, aunque nos demuestra su plena
actualidad, nos lleva directo a pensar en los años 60, y en el clima de efervescencia en el
que se debatían los sueños de libertad y las posibilidades del arte de emancipar la vida.
En este sentido, resulta interesante mencionar al Instituto Torcuato Di Tella, uno de los
mayores centros de investigación, creación y difusión de la vanguardia de aquella época.
Creado en 1958, tuvo su apogeo entre 1965 y 1970, año en el que fue clausurado por
el gobierno de Onganía. Desde su Centro de Artes Visuales, dirigido por Jorge Romero
Brest, se dio gran impulso a uno de los vectores más interesantes para contextualizar la
obra de Barnes, es decir, a la presencia del arte pop en nuestro país. Surgido de una
tensión paradójica, el pop se nutre de la sociedad de consumo para llevar su imagen a
la saturación crítica. Dialoga con todos los medios modernos de comunicación y aprovecha su masividad. La música, el cine, la publicidad, la televisión, son fuentes de su imaginario y vehículos de su difusión. Jorge de La Vega, Edgardo Giménez, Dalila Puzzovio,
Marta Minujín, son algunos de los artistas surgidos del Di Tella que ayudaron a definir la
estética de la época y a consolidar lo que Romero Brest llamaría pop lunfardo.
Sin embargo, no es el pop un movimiento privativo de aquellos años. Y a la renovación
plástica que comenzó a principios de los años 60 con happenings, environments, artes
de medios, comenzó a sumarse una creciente preocupación política. Como explica Andrea Giunta, la politización de los artistas fue un proceso paulatino que a mediados de
la década llevó a la determinación de unir la vanguardia estética a la vanguardia política, reclamando una auténtica inserción del arte en la vida. 1968 fue un año extremo en
este sentido. Las movilizaciones de obreros y estudiantes en distintas partes del mundo
ofrecían un marco alentador para el desarrollo de una de las obras emblemáticas del
periodo, como lo fue Tucumán arde, realizada en la CGTA de Rosario, utilizando herramientas de distintos campos del conocimiento para producir un rotundo golpe a la
conciencia del espectador. O al menos eso se esperaba.
Es innegable la impronta que estos años dejaron en Ayax Barnes. Pero cabe mencionar
un tercer elemento presente en su obra que no debería soslayarse, y es la clara influencia, sobre todo en sus primeros trabajos, de la iconografía de origen popular. El arte
folklórico o tradicional, realizado por artesanos anónimos, que retrata de modo tantas
veces denominado “ingenuo” las labores del campo, los usos y costumbres de una
comunidad, sus árboles y sus pájaros, con formas coloridas, y módulos que se repiten,
como tantas veces hemos visto en el arte textil latinoamericano, por citar tan sólo un
ejemplo, pueblan las páginas que este notable ilustrador argentino legó a varias generaciones de niños, en distintas partes del mundo.
Los pintores pop han mostrado hasta qué punto las artes plásticas reproducen “símbolos” y no “cosas”, nos dice Oscar Masotta y comprobamos con fuerza esta premisa en
Ayax Barnes, en cuyos dibujos las formas primarias son ya una casa, un león, son un hombre. Haciendo uso de técnicas como el collage, la cornalina o pintura asfáltica, lápices
de colores, tintas y crayones, la eficacia comunicativa de su obra sigue vigente, y todavía
nos devuelve a la alegría de los 60.
María Redondo
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Entre el candor y el acierto
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Los orígenes de Rompan Fila Ediciones se remontan a un año sísmico en la historia
argentina: 1973. Después de 18 años de proscripción el peronismo vuelve al gobierno;
la presión popular libera a los presos políticos; Perón regresa y asume su tercer
mandato masacre de Ezeiza mediante; hay golpe militar en Uruguay y luego en Chile
para derrocar al primer gobierno socialista surgido de las urnas en América del Sur.
Faltaba muy poco para que la Triple A comenzara a operar sin impedimentos y a la luz
del día y para que las organizaciones político-militares (posiblemente a causa de haber
invertido los términos) iniciaran su descenso a los infiernos...
Éramos un grupo de profesionales, intelectuales y artistas con y sin militancia política
que coincidía en un proyecto editorial. Además de Mirta Goldberg, Beatriz Doumerc y
Ayax Barnes, recuerdo a: Beatriz Ferro, Hilda Fosnik, Augusto Boal, José Luis Mangieri,
Franco Garutti, Isabel Carballo, Nora Pagola, Elías Zalcman, Pablo Lijtztain, Tabaré,
Raúl Mandrini, Susana Bianchi...
Intentábamos abrir un debate en el ámbito cultural y educativo en la convicción de
que no se modifica lo que no se conoce o se conoce mal y que a la comprensión y a la
creación sólo se accede al cabo de un proceso inevitablemente colectivo y complejo.
¿Qué logramos? Poco. La prohibición de nuestros dos primeros títulos cortó el árbol
cuando apenas despegaba del suelo. Aun así, El pueblo que no quería ser gris y Chile
no es un cuento fueron traducidos y publicados en Portugal, Italia, Hungría y Dinamarca.
El pueblo que no quería ser gris y La ultrabomba salen a la calle en 1975. Eran nuestra
tarjeta de presentación en sociedad. El primero exaltaba la voluntad popular, el segundo
era un alegato contra la obediencia debida. Dijo de ellos el diario La Prensa: “Se trata de
dos libros netamente tendenciosos, aunque con diferencias. La ultrabomba, texto de Mario
Lodi, traducido del italiano, nos parece un burdo engendro doble –texto y dibujo– para
hacer proselitismo a favor de ideologías de extrema izquierda y engendradoras de odios
de clase. El texto nada tiene que ver con la literatura, ni infantil ni de ninguna especie. Los
dibujos de cargados tintes pertenecen al mundo de la historieta utilitaria. El otro, El pueblo
que no quería ser gris de Beatriz Doumerc, se orienta dentro de parecida tendencia, aun
cuando el texto sea mejor y los dibujos de Ayax Barnes, expresivos de arrolladora fuerza,
pertenezcan a un artista”.
Un año después, lo que temíamos acontece. El 15 de septiembre leímos en La Nación:
“Por decreto del Poder Ejecutivo se prohibió la distribución, venta y circulación de las
publicaciones La ultrabomba y El pueblo que no quería ser gris de la editorial Rompan
Fila y La línea, de Granica Editores, ordenándose el secuestro de los ejemplares,
tarea que estará a cargo de la Policía Federal. En los fundamentos de la medida se
destaca que es deber ineludible del P.E. preservar en todo momento el orden y la
seguridad públicos, impidiendo aquellas actividades que puedan alterarlos, y que
el análisis de las publicaciones mencionadas, permite advertir que por su contenido
e intencionalidad coadyuvan a mantener y agravar las causas que determinaron la
implantación del estado de sitio. Se añade que se trata de cuentos destinados al
público infantil, con una finalidad de adoctrinamiento que resulta preparatoria a la
tarea de captación ideológica propia del accionar subversivo, y que la prohibición
dispuesta se adopta en uso de las facultades privativas del Poder Ejecutivo acordadas
por el Art. 23 de la Constitución.”
Además de los títulos mencionados estaban en la calle Chile no es un cuento y El
cuento de la publicidad. Títulos militantes que la velocidad de los acontecimientos
dejaron volcados a un costado del camino. Los demás, al menos con nuestro sello,
no llegaron a la imprenta. Quedaron postergadas sine-die, una colección referida a
la práctica docente, una antología del cuento latinoamericano y la Pequeña Historia
de América Latina, cada país apretadito en un tomo, siguiendo la consigna de
proporcionar materiales capaces de abrir el debate y propiciar prácticas ajustables y
siempre incompletas.
Mirando hacia atrás desde esta Argentina tan diferente podríamos convenir con Pepe
Mujica: “fuimos candorosos. Nos habíamos tragado media docena de esquemitas”.
Aun así, aquellos dos primeros libros prohibidos mantienen absoluta vigencia.
Augusto Bianco
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Aquellos años de combate para crear en libertad
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Eran tiempos de discusiones y de utopías. El desafío y la lucha por despojar a la
cultura de los vestigios de lo tradicional y conservador para abrir paso a lo moderno y revolucionario se había impuesto como tarea cotidiana para los intelectuales y
artistas en las décadas de 1960 y 1970. Una de las palabras que resuena y nos guía
para el descubrimiento inagotable de esos trazos de nuestra historia, es vanguardia.
Es más, se ha insistido en la dicotomía y profunda contradicción –o convergencia–
de las vanguardias estéticas y las vanguardias políticas que marcaron aquellos días.
Huellas de esa agitación y efervescencia, de intervención y denuncia política en las
expresiones artísticas, son entre otras, las fuertes experiencias del Instituto Torcuato
Di Tella, la muestra Tucumán arde. Proyectos de cine como Generación del sesenta y
el Grupo de los Cinco por un lado, y el “Grupo Cine Liberación” y el Grupo Cine de la
base por el otro. O las novelas de Cortázar que fueron marcando un ritmo sintonizado
con el boom de la literatura latinoamericana. Fueron los años de combate para crear
en libertad y reinventar encuentros para formular duras críticas al poder e intentar
estrategias para conseguir un mundo justo.
Beatriz Doumerc y Ayax Barnes se conocieron en los años cincuenta, unieron sus
destinos desde el amor y la literatura. Convivieron y fueron partícipes de tales movimientos creativos. Observaron con agudeza pero también activaron en el campo de
la cultura y la política. Basta con abrir alguno de sus libros, dejarnos llevar por ese
recuerdo infantil que parecía sepultado pero se precipita y nos coloca en la casa de la
infancia o en una ronda en el patio de la escuela. Esos libros que son valiosos porque
además de sacudir nuestra imaginación, nos acercan a nuestras propias trayectorias
vitales. Esos libros nos acompañarán siempre en tanto lectores. Si nos posamos junto
a esos pájaros inquietos en los árboles multicolores, en los trazos simples y definidos
de los dibujos de Barnes; o leemos en voz alta los ritmos de esas letras que escribió
Doumerc, sentimos la certeza de que ambos han sido capaces –juntos o en sus propios itinerarios creativos– de conceder matices y texturas a las palabras. Dotaron de
palabras coloridas y libertarias a una literatura infantil que era arrastrada por el remolino de la disputa entre lo tradicional y lo moderno, lo conservador y lo revolucionario,
como innegable rasgo de época. Sin embargo, los traicionaríamos si nos conformamos con atribuir la obra de Ayax y Beatriz de modo excluyente a un mero impulso
epocal. Trotamundos por imposición armaron y desarmaron sus hogares en varios
sitios lo que no evitó que con su aguda mirada y compromiso con su tarea interpretaran y narraran todas las aristas de la historia que les iba tocando hacer y descubrir.
Cuentacuentos que supieron compartir su literatura con múltiples recursos estéticos
y discurso político. Por ello, han producido con un sello propio el encuentro entre la
política y la cultura. Si seguimos la línea de la vida, de la privada pero sin duda de
la pública, los vemos luchando por el hombre nuevo, mirando atentos el acontecer
cotidiano y colocándose justo allí donde la línea roja les indica la posición estratégica
donde son útiles para la lucha: Uruguay, Buenos Aires o Barcelona. Encontramos en
las letras de Beatriz y en los dibujos de Ayax y por qué no viceversa como sucede en
El viaje de Ida / El viaje de Regreso, el empeño por comunicar una visión crítica del
pasado y al mismo tiempo, aportar a la construcción de nuevos sentidos desde un
presente cada vez más agitado. Un pueblo que no quiere que la autoridad le arrebate
los colores de su identidad se revela en un relato explícito de cómo, en palabras de
Oscar Terán, la política impregna la vida cotidiana y se convierte en dadora de sentido a todas las prácticas de la vida en sociedad. Plasmaron en sus trabajos la más
genuina de las emociones y arma de transformación que latía entonces: la esperanza,
que como ha escrito Cortázar, le pertenece a la vida y es la vida misma defendiéndose. Este punto de intersección donde niños, niñas y adultos se encuentran, allí donde
han sabido articular el acontecer social y las subjetividades por medio de una síntesis
rica en la elección de los temas para contar, jugando con diversos modos de abordar
la ficción y, sin traicionar sus premisas de superar la individualidad, prestaron especial
atención en los lectores. En ese sentido, hay un trazo indiscutible en la obra de Barnes
y Doumerc: consideraron a los lectores más pequeños como sujetos pensantes. En un
único y certero movimiento rompieron el cristal puro, estigma que encorsetaba a los
niños y niñas desde la mirada conservadora de la literatura en particular y la cultura
en general. De este modo, y junto con otros escritores e ilustradores de su generación, fueron artífices de abonar con recursos, materiales y convicción su trabajo y se
empeñaron en que su tarea esté a la altura de las luchas sociales y políticas. Porque
formaron parte de ese compromiso debieron partir al exilio con el destino de nunca
retornar a vivir en su tierra. Hoy están de regreso aquí con nosotros.
Viviana Norman
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En un país pequeño un rey ordenó que todos pinten sus casas de color gris.
La gente obedeció, salvo uno que al ver pasar una paloma de colores tuvo
ganas de que su casa también los tenga. Y así uno tras otro, chicos y grandes,
mujeres y hombres, fueron desobedeciendo.
Te invitamos a que le pongas colores para que el pueblo no vuelva a ser gris.
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Viaje por el túnel del tiempo
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Karl Dürckheim, filósofo y psicólogo de principio del siglo XX, alude a tres obstáculos
que tenemos que atravesar los humanoides: los absurdos, la muerte y la soledad.
Atravesar significa aceptar y comprender.
Porque no es lo mismo aceptar desde la resignación –que opaca– que aceptar desde
la comprensión que ilumina y pacifica.
Por eso acepto participar en este homenaje, del que en parte fui inspiradora, con la
inmediata complicidad de Pablo Medina, amigo entrañable.
Acepto recordar a estos dos amigos que ya no están. Y comienzo a aceptar la soledad
de no poder compartir con ellos el recuerdo de las correrías de nuestra juventud.
Conocí a Beatriz en el colegio secundario y enseguida hicimos buenas migas. Fue
en la Escuela de Artes Decorativas Fernando Fader: dibujo, grabado, nociones de
escultura, pintura mural, talla en madera, historia del arte, alimentaron nuestro interés
por la pintura y las artes plásticas en general.
A los quince años éramos asiduas concurrentes a la calle Florida donde se daban cita
las mejores salas de exposición de pintura. Supimos quedar con tortícolis de tanto
mirar y admirar los murales de las Galerías Pacífico, cuando nuestros próceres de la
pintura del siglo XX: Berni, Urruchúa, Castagnino, Spilimbergo, trepados al estilo
Miguel Ángel nos iban dejando sus particulares imágenes en la cúpula de la galería.
Ahora, inútil mirar para arriba. Las Galerías Pacífico transformadas desde hace tiempo
en shopping turístico de alto nivel marquetinero, fueron cubriendo de guirnaldas y
chucherías la cúpula que albergaba los murales, hasta que se fueron deteriorando.
Pero no corresponde a la luminosa vida de estos amigos inoxidables, entrar en
raccontos nostalgiosos. Tan luego ellos que superaban con humor limpio y creativo
los tropiezos correspondientes a un trabajo y una vida coherente, como lo podemos
comprobar en esta formidable muestra que nos ofrece el Museo del libro y de la
lengua que cuenta con el delicado esfuerzo de Gabo Barnes (hijo mayor de la dinastía
Barnes-Doumerc) y el asesoramiento y afectuoso sostén de Pablo Medina, el señor
de Las Nubes.
Me despido entonces, como corresponde, recordando cuando por cincuenta centavos
accedíamos al Paraíso. ¡Sí! ¿Por qué no? ¡Al Paraíso del Teatro Colón!
María Teresa Corral
Un lugar en el mundo
Hubo un lugar en Barcelona que era más grande que un país, habitado por una familia que
era más que un universo. Un lugar donde siempre hubo una charla, un plato en la mesa y
un tiempo, para el que por allí pasara. Una burbuja de oxígeno, un aire cálido, un reparo
donde poder ser uno mismo, un lugar donde encontrar cobijo. Era un lugar donde escuchar
y donde aprender, con un sinfín de personajes únicos, portadores de mil historias jamás
antes contadas. Recuerdo su luz tibia de otoño invadiendo desde el balcón interior un
salón donde siempre había flores y una cocina donde siempre había perejil en un vasito. A
veces me parecía una botica o un anticuario. Había en las paredes gordas hermosas y llenas
de misterio que me cautivaron, también había gatos vivaces pintados en un ocre antiguo.
Había un señor mayor, más alto que un álamo con unas gafas de pasta y con una cadencia al
caminar que yo atribuía a alguien que había visto mucho mundo y también una señora que
tenía una voz única, como de trueno, bastante mal humorada y que me trató desde siempre
con un cariño infinito. A él lo traté de forma reverencial no sé si por timidez o por respeto.
A ella me acercaba cuando intuía que no iba a molestarla. Adoraba su charla y su verbo.
Y por todos lados miles de cositas preservadas con amor, que relataban tiempos, lugares
y antiguos dolores. Había libros muchos libros, había ceniceros muchos ceniceros. Había
gente que entraba y que salía. Había vecinos que eran familia y familia que eran vecinos. Para
mí, siempre fue un hogar. No sé si todo esto fue ayer o hace mil años, o tal vez fue un sueño.
El sueño más hermoso que me tocó vivir.
Diego Arozarena
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Autobiografía
“Nací en un barrio en donde el lujo fue un albur”, como dice el tango. En el oeste de
Buenos Aires, hace ya sesenta años.
Tuve una hermana que murió en los años cuarenta y mi padre se suicidó siendo yo muy
pequeña. Así que crecí entre mi madre, que me encomendaba a la Santísima y al Señor,
y mis tíos, obreros, ateos y anarquistas, naturistas y esperantistas, teósofos y poetas.
Entre hostias y escapularios y retratos de Kropotkin y Krishnamurti, resultó que
quise ser monja y patinadora sobre hielo. Ambas posibilidades me consta que me
desvelaron. Mientras tanto, era una aplicada alumna de la escuela pública del barrio,
Gardel ya muerto me cantaba a escondidas desde la radio y leía todo cuanto caía en
mis manos. Mezclado como en botica. Los libros fueron el único lujo de mi casa en
esos tiempos. Después se amplió a las matinés del cine Cóndor, con cuatro películas
de 13 a 20 horas, que me permitieron descubrir otra apasionante vocación: mujer fatal.
Pero sucedió la guerra de España, la segunda guerra y, siendo ya adolescente, la
posguerra y el advenimiento del peronismo en la Argentina. Todos acontecimientos
en los que aprendí a conspirar de la mano de una tía, empedernida gallega feminista
y revolucionaria que me llevaba a repartir panfletos, a pedir dinero para la República,
a recibir exiliados, a visitar presos, siempre clamando justicia.
Tuve una bella y atormentada adolescencia estudiando dibujo y grabado en la Escuela
de Artes, donde hallé las dos amigas del alma que tengo todavía y con las cuales río
como entonces cuando nos encontrábamos. Entre la escuela, eventuales trabajitos y
las tareas con la tía que las circunstancias hacían multiplicar, descubrí las bellezas de
mi ciudad y me enamoré cada dos por tres. Al final, en fulminante idilio, huí con uno de
mis enamorados, que terminó de conquistarme escribiéndome una carta en un papel
amarillo cromo de un metro por un metro donde me transcribía al final una estrofa
de Panait Istrati. Nos casamos a los dos meses de habernos conocido. Era el año
50 y aún seguimos capeando temporales y disfrutando bonanzas. Hemos tenido seis
hijos, cinco varones y una muchacha, todos, salvo el primero, nacidos en Montevideo,
Uruguay, país donde nos radicamos y vivimos durante más de veinte años.
Allí empecé con este oficio de escribir para chicos, en medio de una casa que nunca
se terminaba de construir y un jardín que se llevaban las tormentas, entre pañales y
sopas, escuelas y sarampiones. Y sin quitarle tiempo al oficio aprendido con la tía.
En el 58 y 68 viajé a Europa como turista y por causas fortuitas. Por el resto, viviendo
cerca del mar, entre pinos y eucaliptus, era como si siempre estuviera de vacaciones.
Acampé en esas playas enormes y desiertas que se prolongan por el este hasta el
Brasil. Pasé temporadas en el campo, entre vacas y caballos, y soledad a cien leguas a
la redonda. Mi última y a la vez primer hija, nació casi al mismo tiempo que mi primer
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nieto. Por ese tiempo empecé a publicar, muchas veces con mi marido como ilustrador,
trabajando en equipo en medio de una situación social que se agravaba día a día.
En el 74, en medio de los atentados y allanamientos, dejamos Montevideo y nos
establecimos en Buenos Aires. Recuperé la ciudad de mi infancia y adolescencia.
Publiqué libros, tuvimos y tuve algunos premios. Hasta que allí también sonaron los
marciales clarines y en septiembre del 76 los generales de turno decidieron por el
decreto Nº 1888 que nuestros libros:
“Quedaban prohibidos en distribución, venta y circulación ya que es poder ineludible del
Poder ejecutivo preservar el orden y la seguridad públicos impidiendo las actividades que
puedan alterarla, y dado que, los libros mencionados por su contenido e intencionalidad
coadyuvan a agravar las causas que determinaron el estado de sitio, pues se trata de
cuentos dedicados al público infantil con finalidad de adoctrinamiento que resulta
preparatoria a la tarea de captación ideológica propia del accionar subversivo”.
Así que a meter violín en bolsa y venirse a Europa, no ya como turista embobada, sino con
una mano atrás y otra adelante, un reloj descompuesto en la cabeza y cenizas en el corazón.
Desde el 77 y durante ocho años viví en Brescia. Unos primero, otros después, hasta
allí llegaron los restos de la familia.
En medio de las nieblas de la Lombardía empecé de nuevo, casi como de cero y tuve
ocasión de practicar otro vocacional oficio: la cocina. Me ayudó a ganarme la vida.
Escribí y publiqué. En el 81 tuve la bella satisfacción de ser premiada por Italo Calvino,
entre cientos de autores italianos. En el 84 me trasladé a Barcelona, donde ya vivían
dos de mis hijos. Somos una familia viajera y siempre hay alguno a punto de llegar o
de partir. Tengo un nieto uruguayo, tres nietas, argentinas e italiana.
En ese vaivén constante de puerto en puerto o estación sigo escribiendo y en
Barcelona me han otorgado el premio Apelles Mestres y el Lazarillo. No duermo si no
tengo proyectos. Por eso guardo cerillas en el cajón, prontas en cualquier momento a
quemar las naves por la penúltima vez.
Después de tantos años tengo una certeza: de volver a empezar o de tener una
próxima reencarnación me aplicaría de alguna manera al tango. A cantarlo, a sacarlo
de las entrañas de un bandoneón. Lo amo, y todo lo que de mí he contado estoy
segura de que está más esencialmente expresado, sin trampas ni mentiras, en alguna
de las tantas estrofas de sus poetas.
Beatriz Doumerc
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Créditos
· Biblioteca Nacional
Director: Horacio González | Subdirectora: Elsa Barber | Directora del Museo del libro y
de la lengua: María Pia López | Directora Técnico Bibliotecológica: Elsa Rapetti | Director
de Administración: Roberto Arno | Director de Cultura: Ezequiel Grimson.
· Equipo de realización y producción
Viviana Norman, María Redondo, Inés Girola, Pablo Licheri, Cecilia Calandria, Jorge
Zunino, Santiago Larre, Esteban Bitesnik, Evangelina Aguirre, Claudia Zoya, Nicolás Rey,
Nicolás Rubio, Ema Falú, Eliana Gamba.
· Área de Diseño Gráfico
Luisina Andrejerak, Juan Martín Serrovalle, Veronique Pestoni, Máximo Fiori.
· Departamento de Producción
Martín Blanco, Valeria Nadra, Juliana Vegas.
· Agradecimientos
La Nube, Pablo Medina, Ana Felix Medina, Gabo Barnes, Ana Feldman, Editorial El
Eclipse, Revista Imaginaria, María Teresa Corral, Susana Itzcovich, Canela, Coriún
Aharonian, Augusto Bianco, Grisel Pires dos Barros, Marcela Carranza, Diego Arozarena.
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Marzo a Julio de 2015
Museo del libro y de la lengua
de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno
Av. Las Heras 2555 l Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Contacto: [email protected]
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